Claude Lanzmann - Shoah-Arena Libros (2003) PDF
Claude Lanzmann - Shoah-Arena Libros (2003) PDF
Claude Lanzmann - Shoah-Arena Libros (2003) PDF
v. v g . 1
"* WMh
C laude Lanzmann
Shoah
Prefacio de Simone de Beauvoir
Traducción de
F ed erico d e C a rlo s O t t o
A rena Libros
Título original:
Shoah
D epósito le g a l: M-43686-2003
Impreso en G rá fic a s P e d ra z a
Tels: 91 542 38 17 / 91 559 01 20
28015 - M ad rid
7
Claude Lanzm ann nos muestra las estaciones de Treblinka, de Ausch
w itz, de Sobibor. Pisa con sus propios pies las «rampas», cubiertas hoy de
hierba, por las que cientos de miles de víctimas eran echadas a la cámara
de gas. Para mí, una de las imágenes más desgarradoras, es, precisamen
te, esa que muestra un montón de maletas, unas modestas, otras más lujo
sas, todas ellas con los nombres y las direcciones bien visibles. Algunas
madres habían colocado allí, con esmero, la leche en polvo, el talco, los
potitos. Otras, los vestidos, los víveres y las medicinas. Y nadie, a la hora
de la verdad, necesitó nada de eso.
Las voces. R elatan; y, durante la mayor parte de la película, todas
hablan de lo mismo: la llegada de los trenes, la apertura de los vagones de
los que caían los cadáveres en cascada; la sed, la ignorancia atravesada
por el miedo, el desnudarse, la «desinfección», la apertura de las cámaras
de gas. Ahora bien, ni un solo momento tenemos la sensación de reitera
ción. A nte todo, por la diferencia de las voces. Está aquella fría, objetiva
— con apenas cierto balbuceo de emoción, al principio —, la de Franz
Suchomel, el S S Unterscharfführer de Treblinka; él es quien hace la expo
sición más precisa y más detallada del exterminio de cada convoy. Y la
voz, un tanto trémula, de algunos polacos: el conductor de la locomotora
al que los alemanes mantenían a base de vodka, pero que soportaba mal
los gritos de los niños que se morían de sed; el jefe de estación de Sobibor,
inquieto por el silencio que cae de repente sobre el campo cercano.
Pero, con frecuencia, las voces de los campesinos son indiferentes o,
incluso, un tanto guasonas. Y luego están las voces de los poquísimos
supervivientes judíos. Dos o tres logran reflejar una serenidad más apa
rente que real. Pero son muchos los que a duras penas son capaces de
hablar; sus voces se hacen añicos, terminan fundiéndose en lágrimas. La
coincidencia de sus relatos nunca cansa, a l contrario. Uno piensa en el
ensayo, pretendido, de un tema musical o de un leitmotiv. Porque la sutil
construcción de Shoah evoca una composición musical con sus momentos
en donde el horror alcanza su cima, con sus paisajes apacibles, sus lamen
tos, sus playas neutras. Y el conjunto se desarrolla al ritmo del estruendo
casi insoportable de los trenes que marchan rodando hacia los campos.
Rostros. Con frecuencia, hablan y dicen mucho más que las palabras.
Los campesinos polacos hacen alarde de compasión. Pero la mayoría
parecen indiferentes, irónicos o, incluso, satisfechos. Los rostros de los
judíos coinciden con sus palabras. Los más llamativos son los rostros ale
manes. E l de Franz Suchomel permanece impasible, excepto cuando ento
na una canción a la gloria de Treblinka y sus ojos se iluminan. Pero en el
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caso de los demás, la expresión incómoda, zorruna, desmiente sus protes
tas de ignorancia, de inocencia.
Una de las grandes habilidades de Claude Lanzm ann, ha consistido,
verdaderamente, en contarnos el Holocausto desde el punto de vista de las
víctimas, y también de los «técnicos» que lo hicieron posible y que, no obs
tante, rechazan cualquier tipo de responsabilidad. Uno de los más carac
terísticos es el burócrata que organizaba los transportes. Los trenes espe
ciales, explica, se ponían a disposición de los grupos que iban de excursión
o marchaban de vacaciones y que pagaban media tarifa. E l no niega que
los convoyes que se dirigían a los campos fueran, también, trenes especia
les. Pero tiene la pretensión de no haberse enterado de que los campos sig
nificaban exterminio. Aquellos eran, pensaba él, campos de trabajo donde
los más débiles terminaban por morir. S u fisonomía marcada por la inco
modidad, huidiza, le contradice cuando proclama ignorancia. Algo después,
el historiador Hilberg nos enseña que los judíos «trasladados», eran asimila
dos por la agencia de viajes a gente de vacaciones y que los judíos, sin saber
lo, autofinanciaban su deportación, y a que la Gestapo la pagaba con los bie
nes que les había confiscado previamente.
Otro ejemplo llamativo de un desmentido en el que un rostro contradi
ce a las palabras, es el de uno de los «administradores» del gueto de Var-
sovia: quería ayudar al gueto para que sobreviviera, preservarlo del tifus,
afirma. Pero a las preguntas que le hace Claude Lanzm ann, responde
balbuciendo, sus rasgos se descomponen, su mirada huye; está totalmente
desconcertado.
E l montaje de Claude Lanzm ann no obedece a un orden cronológico;
y o diría — si se puede emplear esta palabra a propósito de esto— que es
una construcción poética. Sería necesario un trabajo más detenido que
éste para poner de relieve las resonancias, las simetrías, las asimetrías y
las armonías sobre las que descansa. A sí se explica que el gueto de Varso-
via sólo aparezca descrito al fin a l de la película, cuando y a conocemos el
implacable destino de los sepultados. Tampoco entonces el relato es uní
voco: es una cantata fúnebre a varias voces, correctamente ensambladas.
Karski, entonces correo del gobierno polaco en el exilio, cediendo a las
súplicas de dos importantes responsables judíos, visita el gueto para ofre
cer su testimonio a l mundo (en vano, por lo demás). Sólo puede ver la
espantosa inhumanidad de aquel m undo agonizante. Los escasos supervi
vientes de la rebelión, aplastada por las bombas alemanas, hablan, por el
contrario, de los esfuerzos llevados a cabo para preservar la humanidad
de esta comunidad condenada. E l gran historiador Hilberg, discute
Q
ampliamente con Lanzm ann sobre el suicidio de Czerniakow, que había
creído poder ayudar a los judíos del gueto y que perdió toda esperanza el
día de la primera deportación.
E l fin a l de la película es, a mi parecer, admirable. Uno de los pocos que
logran escapar de la rebelión, se encuentra solo en medio de las ruinas.
A firm a que experimentó entonces una especie de serenidad, al pensar:
«Soy el último de los judíos y estoy esperando a los alemanes». E inme
diatamente, vemos cómo circula un tren que lleva un nuevo cargamento
hacia los campos.
Como todos los espectadores mezclo el pasado y el presente. H e afir
mado que es en esta confusión donde reside el perfil milagroso de Shoah.
M e gustaría añadir que nunca jam ás hubiera podido imaginar semejante
alianza entre el horror y la belleza. Desde luego, la segunda no es capaz
de ocultar al primero, no se trata de esteticismo: al contrario, ella lo ilu
mina con tal inventiva y con tal rigor, que podemos darnos cuenta de que
estamos contemplando una gran obra. Una obra maestra en estado puro.
Simone de Beauvoir.
P a l a b r a s p r e v ia s
Claude L anzmann
12
Y les daré un nombre imperecedero.
Isaías, 56, V
P r im e r a é p o c a
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L e recogió un campesino polaco.
Un oficial médico de la Armada Roja
le cuidó y le salvó. Algunos meses
más tarde, Simón partió hacia Tel-Aviv
con otros supervivientes.
L e he encontrado en Israel.
H e convencido al niño cantor
para que volviera conmigo a Chelmno.
Tenía 47 años.
Simón Srebnik
Campesinos de Chelmno
Simón Srebnik
17
Mucha gente fue quemada aquí.
Sí, este es el lugar.
Jamás volvía nadie.
Campesinos de Chelmno
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Era un juguete para divertirles.
Le obligaban a hacerlo.
Él cantaba, pero su corazón lloraba.
¿También llora su corazón
cuando vuelven a pensar en esto?
Sin duda, mucho.
Cuando la familia se reúne, todavía hablan de ello, en torno
a la mesa.
Porque era público;
en la calle, todo el mundo lo sabía.
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Y cuando se vive,
es preferible reír...
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Jan Piwonski (Sobibor)
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Michäel Podchlebnik
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A mamá y a mis hermanas. Tres hermanas con sus hijos.
Todas estaban ahí abajo.
iCómo les pudo reconocer?
Como habían permanecido en tierra durante cuatro meses
y era invierno,
estaban en un estado de conservación francamente bueno.
Entonces, yo les reconocí por sus rostros y después, también,
por sus vestidos.
¿Les habían matado recientemente?
Sí.
¿ Y se trataba de la última fosa?
Sí.
O sea, que los nazis les habían hecho abrir las fosas
siguiendo un plan minucioso,
¿habían comenzado por las más antiguas?
Sí.
Las últimas fosas eran las más recientes
y se había comenzado por las más antiguas,
las del primer gueto.
En la primera fosa había 24.000 cadáveres.
Cuanto más se cavaba hacia el fondo los cuerpos estaban más aplastados,
lo que había, prácticamente, era una plancha plana.
Cuando se intentaba coger el cuerpo, se pulverizaba
totalmente,
era imposible cogerlo.
Cuando se nos obligó a abrir las fosas,
se nos prohibió utilizar herramientas,
se nos dijo: «tenéis que habituaros a esto:
¡trabajad con las manos!»
¡Con las manos!
Sí.
Al principio, cuando se abrieron las fosas, no fue posible
contenerse,
absolutamente todos rompieron a llorar.
Pero entonces, se nos acercaron los alemanes,
nos golpearon como para matarnos,
nos obligaron a trabajar
a un ritmo demencial durante dos días,
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sin parar de golpearnos,
y sin herramientas.
Todos rompieron a llorar
Los alemanes, además, añadieron
que estaba prohibido emplear la palabra «muerte»
o la palabra «víctima»,
porque se trataba, exactamente, de tarugos de madera, pura mierda,
que todo eso no tenía absolutamente ninguna importancia,
no era nada.
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el fantástico resplandor de un fondo de llamas
de todos los colores imaginables:
rojo, amarillo, verde, violeta
y, de repente, uno de nosotros se levantó...
sabíamos que era cantante de ópera en Varsovia.
Se llamaba Salve
y ante esta cortina de llamas, comenzó
a salmodiar
un canto que me resultaba desconocido:
Lo cantó en yiddish,
mientras detrás de él prendían
las hogueras,
sobre las que, entonces, en noviembre de 1942, se comenzó
en Treblinka a quemar los cuerpos.
Era la primera vez que ocurría esto:
supimos aquella noche
que, en adelante, los muertos ya no serían enterrados,
serían quemados.
Simón Srebnik
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por ejemplo, los huesos grandes de los pies,
nosotros los ...
había una caja con dos tiradores
y los llevábamos allá abajo,
donde otros
tenían el cometido de molerlos. Era muy fino
aquel polvo de hueso.
Enseguida, se ponía todo eso en sacos
y cuando había suficientes sacos,
íbamos hasta el Ner; ahí abajo había un puente
y los vaciábamos en el Ner, todo se marchaba con el agua,
todo se iba con la corriente.
En el gueto, rápidamente.
Eran mayores y después de un año
murió él; ella, al año siguiente.
En el gueto, sí.
Pana Pietyra, Oswiecin (Auschwitz)
Sí
Está cerrado, ¿qué quiere decir eso?
Ya no se entierra ahí abajo
No funciona ya.
Ya no hay creyentes.
Pana Pietyra
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O sea, que volvieron a Auschwitz
Sí.
Pan Filipowicz
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Pan Falborski (Kolo)
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Yo no había oído hablar nunca de Treblinka,
porque nadie lo conocía, no es un lugar,
no es una ciudad, ni siquiera un pueblo pequeño.
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Naturalmente,
era posible acercarse, se podía mirar a distancia.
i Y se acuerda de la llegada
del primer convoy de judíos procedente de Varsovia
el 22 de julio de 1942?
Sí. Me acuerdo muy bien del primer convoy,
y de cuando hicieron venir a todos estos judíos aquí,
la gente comenzó a preguntarse:
«¿Qué van a hacer con ellos?»
Se daban perfectamente cuenta de que era para matarlos,
pero todavía no se sabía cómo.
Campesinos de Treblinka
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Después, se acostumbra uno...
¿Se acostumbra a todo?
Sí.
Czeslaw Borowi
Ferroviarios de Treblinka
Esperaban, lloraban,
pedían agua, morían,
a veces estaban completamente desnudos en los vagones,
hasta ciento setenta personas.
Campesinos de Treblinka
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Por las ventanas.
Subían las rejas...
A h, los tragaluces tenían rejas...
Y salían por esas ventanas.
¿Saltaban?
Sí, desde luego, saltaban.
Y, a veces, lo hacían adrede,
simplemente, salían, se sentaban en tierra
y llegaban los guardias
y les golpeaban en el cráneo.
Ferroviarios de Treblinka
Campesino de Treblinka
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entonces el ucraniano reculó un poco,
tal vez diez metros, y comenzó a disparar sobre el vagón
indiscriminadamente.
Entonces, aquí, no hubo más que sangre y sesos.
Czeslaw Borowi
Abraham Bomba
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sólo se veían nuestros ojos —
reían, reían,
lo celebraban: se quitaban de encima a los judíos.
Lo que pasaba en el vagón, los empujones, los gritos:
«¿Dónde está mi hijo?» «¡Agua, por piedad!»
Se moría de hambre y, además, uno se ahogaba...
¡El calor! Esta era la suerte judía:
en septiembre, casi siempre llueve,
el tiempo refresca y ahí ¡un calor infernal!
Para un bebé como el mío, un bebé de tres semanas, no había ni una
gota de agua.
Ni una gota de agua para la madre, ni para nadie.
Abraham Bomba
Henrik Gawkowski
Abraham Bomba
Richard Glazar
J.1
había allí vacas paciendo...
y él preguntó, pero por signos:
«¿Dónde estamos?»
Y el otro hizo un gesto extraño. ¡Así!
Señalando el cuello.
¿ Un polaco?
Un polaco.
Pero, ¿dónde era esto? ¿en la estación?
Esto ocurría donde el tren se había parado.
En un lado estaba el bosque
y en el otro las praderas.
¿ Y había allí un campesino?
Y vimos vacas
vigiladas por un joven,
un...criado de granja... un criado.
Y uno de vosotros preguntó...
No preguntó con palabras, sino por señas:
«¿Qué es lo que pasa aquí?»
Y el otro hizo ese gesto. Así.
Pero, realmente no le prestamos atención,
No nos lo explicábamos.
Campesinos de Treblinka
Czeslaw Borowi
Henrik Gawkowski
Czeslaw Borowi
Henrik Gawkowski
A h í está la rampa.
E l está aquí, va hasta el fin a l con su locomotora,
¿y tiene los veinte vagones detrás de él?...
Plantéele la pregunta.
No, los tiene delante de él.
A h , ¿él los empuja?
Sí, exactamente, los empuja.
É l los empuja...
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había una valla que llegaba hasta esos árboles
que se ven allí.
Y además, había otra valla,
que iba hasta los árboles que se ven allá abajo.
46
Entonces, ahí donde nos encontramos,
está lo que se llama la rampa, ¿es correcto?
Sí, es la rampa,
donde se descargaban las víctimas destinadas al exterminio.
Entonces, pues, el sitio en el que estamos es donde
250.000 judíos han desembarcado
antes de ser gaseados...
¡Sí!
4S
hasta la rampa... Éramos alrededor de doscientos hombres.
Y todo se iluminaba.
Ahí estaba la rampa, los proyectores,
y bajo los proyectores, alineados, las SS;
cada metro, un SS con el arma calada.
Nosotros, los prisioneros, estábamos en medio,
esperando el tren, esperando las órdenes.
Cuando todo estaba preparado, llegaba el convoy.
Rodaba muy lentamente; la locomotora,
que estaba siempre en cabeza, llegaba a la rampa.
Y ese era el fin de la línea,
el fin del viaje.
Abraham Bomba
Richard Glazar
50
con brazaletes azules,
algunos iban armados con látigos.
Reconocimos a los SS.
Uniformes verdes,
uniformes negros...
Abraham Bomba
51
No podía dormir durante noches enteras.
Rudolf Vrba
Richard Glazar
52
todos los objetos imaginables que la gente había podido llevar:
paños, maletas,
cualquier cosa,
amalgamado formando una masa.
Y sobre esta masa, saltando como diablos,
los individuos-
hacían bultos.
Y los sacaban afuera.
Se me asignó a uno de ellos.
Sobre su brazalete tenía la inscripción «Jefe de equipo».
Él gritó y comprendí
que yo también debía coger un paño, hacer un bulto,
y llevarlo a otra parte.
Estando trabajando, le pregunté:
«¿Qué pasa? ¿y los otros? ¿los desnudos? ¿dónde están?»
Y él respondió: «Toit. Todos muertos».
Abraham Bomba
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a los que ya trabajaban ahí, comprendimos.
Richard Glazar
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«Esto es un huracán, un mar monstruoso.
Hemos naufragado. Vivimos todavía.
No debemos hacer nada.
Solamente esperar cada nueva ola,
adaptarnos a ella,
prepararnos para la siguiente ola...
y permanecer sobre la ola a cualquier precio. Y nada más»
Abraham Bomba
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descubrimos
que en nuestro grupo cuatro o cinco estaban muertos.
No sé cómo ocurrió esto, debían llevar
consigo
cianuro u otro veneno y se habían envenenado.
Al menos dos de ellos eran íntimos amigos.
No habían dicho nada ni siquiera se sabía que llevaban
consigo veneno.
Richard Glazar
En mi duermevela, oí
cómo algunos se ahorcaban.
No reaccionamos. Era casi normal.
Éste ya no es mi país.
Sobre todo, no es mi país
cuando se atreven a decirme que no sabían...
Ellos no vieron...
«Sí, aquí había judíos, desaparecieron,
no se ha sabido nada más».
¿Cómo pudieron no ver?
¡Esto duró casi dos años!
Cada quince días se arrancaba a la gente de su hogar.
¿Cómo pudieron estar tan ciegos?
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Oh, el tiempo hoy me favorece.
Alta presión barométrica, eso es bueno para mi.
E n cualquier caso, parece usted en plena forma.
Bien. Vamos a comenzar por Treblinka.
Cuando quiera.
S í, creo que es lo mejor.
S i usted pudiera damos
una descripción de Treblinka,
¿cómo era Treblinka a su llegada?
Usted llegó a Treblinka en agosto, ¿no?
E l 20. ¿O tal vez el 24 de agosto?
El 18.
¿El 18?
No lo sé exactamente. Alrededor del 20 de agosto...
Llegué con otros siete camaradas.
¿De Berlín?
De Berlín.
¿De Lublin?
De Berlín a Varsovia, de Varsovia a Lublin,
de Lublin vuelta a Varsovia y de Varsovia a Treblinka.
Sí. ¿ Y cómo era Treblinka en aquella época?
Treblinka, en aquella época, funcionaba a tope.
¿A tope?
A tope.
Lo que ocurría...
Entonces se estaba a punto de vaciar el gueto de Varsovia.
En dos días llegaron unos tres trenes,
siempre con tres, cuatro, cinco mil personas,
todas de Varsovia.
Pero al mismo tiempo, llegaban, también, trenes
procedentes de Kielce y de otras partes.
Entonces, llegaron tres trenes y, como la ofensiva contra Stalingrado
estaba en su apogeo, abandonaron los transportes de judíos en una
estación.
Y además, eran vagones franceses,
ellos iban enchironados.
De manera que llegaron a Treblinka cinco mil judíos
y entre ellos había tres mil muertos.
¿En los vagones?
En los vagones.
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Se habían abierto las venas, o habían muerto así...
Se descargó a gente medio muerta
y a gente medio loca.
Pero también,
otros judíos, vivos, esperaban ahí después de dos días,
porque las cámaras de gas pequeñas no eran suficientes.
Funcionaban día y noche en aquel tiempo.
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Pero, isabía usted que se trataba de un campo?
Sí. Se me había dicho:
«El Führer ha ordenado acciones de traslados.
Es una orden del Führer».
D e traslados...
Acciones de traslado.
Jamás se dijo «matar».
S í, si, comprendo.
Cada día se escogían cien judíos para trasladar los cadáveres a las fosas.
Por la tarde, los ucranianos arrastraban a estos judíos
a las cámaras de gas, donde los mataban.
Cada día.
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í Usted vio esto?
Sí. Una sola vez, el primer día.
Entonces, nos pusimos a gritar y a llorar.
¿A llorar?
También a llorar, sí.
Presentían su suerte.
La presentían.
Tal vez, dudaban; pero más de uno, lo sabía.
Por ejemplo, había mujeres judías
que, por la noche, abrían las venas de sus hijos
y después se las abrían ellas mismas.
Otros se envenenaban.
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Era un motor de tanque.
A causa de la espera,
Eberl —Eberl era el comandante del campo—
telefoneó a Lublin. Dijo:
«No se puede seguir así, yo no puedo más,
hay que parar».
Y una noche, llegó Wirth.
Lo inspeccionó todo, se marchó enseguida.
Volvió con gente de Belzec...
Con facultativos.
Y Wirth logró que se pararan los transportes.
63
Los alemanes y los judíos.
¡Los alemanes y los judíos!
Pero, ¿los judíos también?
Los judíos también.
S í, pero, ¿qué hacían los alemanes?
Forzaban a los judíos...
¿Les golpeaban?
... O participaban ellos mismos en la operación de limpieza.
¿Qué alemanes hicieron esto?
Hombres de nuestro destacamento que habían sido destinados
allá arriba.
¿alemanes ellos mismos?
Se les obligó.
¡Ellos mandaban!
Ellos mandaban... Eran mandados...
Y mandaban, también.
Para m í que son los judíos los que lo hicieron
En esos casos, los alemanes debían ponerse manos a la obra.
65
Pero, ¿qué significaba
«trasladar los cadáveres»?
Entré en la sala de cremación.
Allí estaba un detenido judío,
Fischel, que más tarde llegó a ser jefe de equipo.
Me miró y yo vi
cómo hurgaba en el horno con una gran barra.
Entonces me dijo: «Haz como yo,
si no, el SS te mata».
Yo cogí una pica
y le imité.
¿Una pica?
Una pica para fuego, de hierro.
Y obedecí la orden de Fischel.
66
en los camiones;
y nos embarcaron...
Todavía hoy, no sé adonde,
Pero, según todos los indicios, era un campo en Birkenau.
Recibimos la orden de descargar los cadáveres
y de ponerlos en una fosa.
Allí había una fosa, una fosa artificial...
De repente, brotó agua subterránea
y arrastró a los cuerpos hacia el fondo.
Por la noche,
tuvimos que parar ese horrible trabajo y se nos devolvió
a Auschwitz.
67
¿No había crematorios en Birkenau en esta época?
No. Allí aún no los había.
Birkenau no estaba terminado.
Sólo el campo B1 —que se convirtió, más tarde,
en el campo de las mujeres— existía.
En la primavera de 1943,
fue cuando tuvieron que trabajar, aquí,
obreros cualificados
y peones, todos judíos,
y construir los cuatro crematorios.
Franz Suchomel
68
En cualquier caso, sólo la situada en alto,
a ese lado, estaba activa.
¿ Y p o r qué no la del otro lado?
Porque el transporte de los cadáveres habría sido
demasiado complicado.
¿Demasiado lejos?
Sí. Porque Wirth hizo construir, allá arriba, el «campo de la muerte»
y asignó un comando de «judíos trabajadores».
Se trataba de un comando fijo
de alrededor de doscientas personas
que siempre trabajaron en el «campo de la muerte».
69
Las fosas rebosaban,
la cloaca chorreaba ante el comedor de los SS.
Aquello apestaba... Delante del comedor...
Delante de su barracón.
iEstuvo usted en Belzec?
No. Wirth con sus propios hombres...
Con Franz, con Oberhäuser
y Hackenhold lo ensayó todo ahí abajo.
Ellos mismos, los tres, debían poner los cadáveres
en la fosa,
para que Wirth supiera cuánto espacio necesitaba.
Cuando no lo querían hacer —Franz se negaba—,
Wirth pegaba a Franz golpes de látigo,
y Hackenhold, también, ¿comprende?
¿Kurt Franz?
Kurt Franz.
Así era Wirth. Y, gracias a esta experiencia, llegó
a Treblinka.
Munich
En una cervecería, Joseph Oberhäuser.
Dígame...
¿Cuántos litros de cerveza despacha usted al día?
¿No puede responder?
Tengo mis razones.
¿Por qué no?
¿Cuántos litros de cerveza despacha usted al día?
¡Venga, díselo!
Joseph Oberhäuser
¿Decirle qué...?
70
Otro camarero de la cervecería
Joseph Oberhäuser
¿No?
Christian Wirth...
¡Señor Oberhäuser!
¿ Usted se acuerda de Belzec?
¿Tiene usted recuerdos de Belzec? ¿No?
¿ Y las fosas que rebosaban?
¿No lo recuerda usted?
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Eberl, el comandante, dejó que llegaran
más transportes de los que el campo tenía posibilidad
de «manejar».
Esto fue la catástrofe,
iMon tañas de cadáveres!
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Himmler tenía prisa en poner en marcha la «solución final».
Había que aprovechar el avance alemán hacia el Este
para perpetrar en este lejano país de retaguardia,
lo más secretamente posible, el asesinato en masa.
Al principio de junio,
llegó el primer convoy.
Tenía, tal vez, más de cuarenta vagones.
Este convoy iba acompañado de SS con uniforme negro.
Esto ocurrió una tarde, justo cuando yo
terminaba de trabajar.
73
¿Por qué?
Yo, simplemente, pensaba
que esas personas habían llegado allí para trabajar
en la construcción del campo.
Como los otros que habían trabajado allí antes.
Era imposible saber
que aquel convoy
era el primero destinado al exterminio.
Y, por otra parte, tampoco se podía saber
que Sobibor sería un lugar de exterminio de la nación judía en
masa.
Al día siguiente por la mañana,
cuando vine aquí para trabajar,
en la estación reinaba un silencio ideal;
y comprendimos, después de las conversaciones
con el personal polaco de la estación que trabajaba aquí,
que había pasado algo absolutamente incomprensible.
74
Philip Müller
75
de Auschwitz.
Yo cazaba al vuelo algunas de sus palabras.
Yo oía fachowitz...
Que significa: «trabajador cualificado».
Y también, Malach-Ha-Mawis...
En yiddish, es el «ángel de la muerte»,
Harginnen : «Nos van a matar».
Y, gracias a estas palabras que captaba,
comprendía, claramente, qué combate se libraba en ellos.
Unas veces, hablaban de trabajo,
tal vez esperaban, todavía...
Otras veces, evocaban a M alach-Ha-M awis, el ángel de la muerte.
La confrontación de las palabras traducía la de los sentimientos.
De repente, un silencio petrificó
al grupo reunido en el patio del crematorio.
Y todas las miradas se dirigieron
hacia el tejado plano del edificio.
¿Y quién estaba allí?
Aumeller, el SS,
Grabner, el jefe de la sección política
y el Untersturmführer, Hóssler.
Entonces, Aumeller tomó la palabra:
«Habéis venido aquí para trabajar
para nuestros soldados que pelean en el frente.
Y para aquellos que trabajen, todo irá bien».
76
—¡Formidable! ¡necesitamos gente así en nuestros talleres!»
Y entonces, interroga a una mujer:
«¿Cuál es su oficio?
—Enfermera.
—¡Bravo! Necesitamos enfermeras en
nuestros hospitales para nuestros soldados.
Os necesitamos a todos. Pero, para empezar,
desnudaos...
Tenéis que pasar a la desinfección.
Nos preocupa vuestra salud».
Me di cuenta de que parecían más tranquilos,
serenados por lo que se les había dicho;
y comenzaron a desnudarse.
77
como una serie de etapas que se sucedían en un orden lógico
y que se deducían totalmente
de la experiencia pasada.
Todo esto sirve tanto para las medidas administrativas,
cuanto para el arsenal psicológico e, incluso, para la propaganda.
Sorprendentemente, se inventó poco
hasta el día en el que, ciertamente, hubo que ir más allá
de todo lo que ya se había hecho y gasear a esa gente,
es decir, aniquilarlos en masa.
Entonces, aquellos burócratas se convirtieron en inventores.
Pero como todos los fundadores, no patentaron
sus realizaciones, prefirieron la oscuridad.
¿Qué tomaron los nazis
del pasado?
El contenido mismo de las leyes que promulgaron, por ejemplo, la
exclusión de los judíos de los cargos públicos,
la prohibición de los matrimonios mixtos, la prohibición
de emplear servicio doméstico ario
de menos de cuarenta y cinco años,
los decretos de «mareaje», en particular la estrella amarilla,
el gueto obligatorio, el poner bajo tutela todo testamento judío
redactado para excluir
de la herencia a un cristiano.
Un gran número de medidas de este tipo se habían diseñado
a lo largo del tiempo, durante más de mil años, por la autoridades de
la Iglesia,
después por los gobiernos seculares
que siguieron sus pasos.
Y la experiencia, así acumulada, se convirtió en una reserva
de la que ellos echaron mano en un grado
verdaderamente impresionante.
¿Piensa usted que se puede comparar cada medida?
Se pueden comparar un gran número de leyes y decretos
alemanes con sus correspondientes en el pasado
y establecer paralelos absolutos,
incluso en los detalles, como si existiera una memoria
que se prolongara automáticamente hasta los años 1933,
1935, 1939 y más allá.
78
E n este sentido, ¿no inventaron nada?
Inventaron muy poco, ni siquiera la imagen del judío,
que tomaron prestada
de textos que se remontan al siglo XVI.
Y lo mismo puede decirse de la propaganda,
mundo de la imaginación,
de la invención; incluso en eso, fueron a remolque
de sus predecesores,
de Martín Lutero al siglo XIX.
En eso, incluso, no inventaron nada.
Lo que inventaron fue la Solución final.
Éste fue su gran invento y en eso es en lo que todo el proceso
fue diferente en relación con todo lo anterior.
En este sentido,
lo que se produjo cuando la Solución final fue adoptada
o, para ser más preciso,
cuando la burocracia hizo su papel,
supuso un giro histórico.
Incluso aquí, yo sugeriría una progresión lógica que llegó
a su madurez en lo que se podría llamar una culminación.
Porque, desde los primeros tiempos, desde el siglo IV,
V y VI,
los misioneros cristianos habían dicho a los judíos:
«Vosotros no podéis vivir entre nosotros como judíos».
Los jefes seculares que les siguieron desde la Alta Edad Media,
decidieron, entonces:
«Vosotros no podéis vivir entre nosotros».
Finalmente, los Nazis decretaron: «Vosotros no podéis vivir».
Entonces, las tres etapas fueron: la primera, la conversión,
seguida por la guetización...
La expulsión. Y la tercera fue la solución territorial, que fue realiza
da en los territorios bajo control alemán, excluyendo la emigración:
la Muerte,
la Solución final.
Y, la Solución final, ya lo veis, es verdaderamente final,
porque los convertidos, siempre pueden seguir siendo
judíos en secreto;
los expulsados, un día pueden volver,
pero los muertos nunca reaparecerán.
Y, tratándose de la última fase,
79
¿fueron, realmente, pioneros?
Sí, eso no tenía precedente, era totalmente nuevo.
cT cómo es posible ofrecer
una idea de esta novedad absoluta? Porque yo pienso
que para ellos mismos, también, era algo nuevo, cno?
Sí, era nuevo y esta es la razón por la que
no se puede encontrar un solo documento,
un plan específico, un «memorándum»,
que estipule negro sobre blanco:
«En adelante, todos los judíos serán matados».
Todo se deduce de formulaciones generales.
iFormulaciones generales?
Sí, incluso el término de Solución final,
total o territorial,
permite al burócrata «inferir», a partir de él.
No se puede leer tal documento, ni siquiera la carta de Goering a
Heydrich (verano de 1941), que le encarga en dos párrafos
proceder a la Solución final
y examinando este texto, considerar que todo está ya dilucidado,
nada de eso.
¿Nada de eso?
En efecto. Se trataba de una autorización para inventar,
para comenzar algo
que, hasta ese momento, era imposible poner en palabras.
Así es como yo veo las cosas.
¿ Y esto era así en todos los dominios?
Absolutamente.
En cada fase de la operación fue necesario inventar.
Ciertamente, en ese punto,
porque cada problema carecía de precedente:
no sólo cómo matar a los judíos,
sino qué hacer con sus bienes y cómo impedir que el mundo
lo supiera.
Esa multitud de problemas... Todo era nuevo.
80
Franz Schalling (Alemania)
81
iQ ué policía ?
«i Protección!»
Y después, orden de concentración: «¡A la Deutsches Haus!»,
el único edificio grande de piedra del pueblo.
Nos hicieron entrar.
E, inmediatamente, un hombre de las SS dijo:
«¡Secreto obligatorio!»
¿Secreto?
«Secreto obligatorio».
«Firme aquí». Cada uno tuvo que firmar.
Había un formulario preparado para cada uno.
¿Cuál era su contenido?
«Secreto... obligatorio, secreto obligatorio», etc.
Ni siquiera lo leimos entero.
¿Tenía que prestar juramento?
No, nuestra firma. Firmar
que se cerraría el pico sobre todo lo que viéramos.
¿«Se cerraría el pico»?
Ni una palabra. Después de que
firmamos todos, se nos dijo: «Solución final
de la cuestión judía».
No entendimos.
¡Ah! Alguien dijo...
Anunció lo que iba a ocurrir allí.
¿Alguien dijo: «Solución Final...»?
¿Ustedes se encargarían de la «Solución Final»?
Sí. Pero nunca se entendió qué podía
querer decir aquello.
Entonces, él nos explicó.
¿Cuándo era esto, exactamente?
Veamos... ¿cuándo era esto?...
En invierno, en invierno de 1941-1942.
Inmediatamente, nos asignaron nuestros puestos.
Nuestro puesto de guardia estaba al borde del camino.
Delante del castillo, una garita.
Entonces, ¿usted estaba en el «comando del castillo»?
Sí.
¿Puede usted describir lo que vio?
Podíambs ver, estábamos en el porche.
Cuando los judíos llegaban, andrajosos...
82
Medio helados, hambrientos, sucios...
Medio muertos ya. Viejos, niños,
¡imagínese! Un viaje largo,
en camión, de pie, amontonados.
¿Se lo sospechaban? Es imposible saberlo.
Sin duda, desconfiaban.
Imagínese: después de meses de gueto...
Yo oía a un SS arengarles:
«Se os va a desnudar,
a bañar,
vais a trabajar aquí».
Los judíos daban su aprobación:
«Sí, eso es lo que queremos».
¿Era grande el castillo?
Muy grande, con una notable escalinata;
y ahí, encima de las escaleras, se ponía el SS.
Y después, ¿qué ocurría?
Arrastraban a los judíos a dos o tres grandes salas
en el primer piso.
Allí, se debían desnudar y entregarlo todo,
los anillos, el oro, todo.
Sí,
¿y cuánto tiempo permanecían ahí los judíos?
El tiempo necesario para desnudarse.
Después, completamente desnudos, bajaban otra escalera
hasta un pasillo subterráneo,
por el cual subían hacia la rampa
donde les esperaba el camión para gasearlos.
¿Los judíos entraban en ese camión de buen grado?
No, a golpes.
Les golpeaban dando palos como de ciego.
Y los judíos comprendían, gritaban...
¡Horroroso! ¡Era horroroso!
Lo sé porque bajábamos al sótano cuando estaban todos en el
camión.
Allí, abríamos las celdas de los «judíos trabajadores»
que debían recoger,
en el patio, los objetos tirados por la ventana del primer piso.
Descríbame los camiones para gasear
Pesos pesados.
83
¿M uy grandes?
Eh... Veamos...
como de aquí a la ventana.
Simples camiones de mudanza, con dos portones atrás.
¿ Y cuál era el sistema?
¿Cómo, por medio de qué se mataba?
Con los gases de escape.
¿El gas de escape?
La cosa era así: uno de los polacos gritaba: «¡Gas!»
Entonces, el conductor iba debajo del camión, para fijar el tubo
y que éste permitiera el paso del gas hacia el interior del vehículo.
El gas del motor.
¿Cómo penetraba el gas?
A través de una manga. Un conducto.
Pasaba por debajo del camión,
hasta dónde justamente, la verdad es que no lo sé.
¿Era sólo el gas de escape?
Sí.
¿Quiénes eran los conductores?
Eran SS.
Toda esa gente era SS.
Estos conductores, ¿eran muchos?
No lo sé.
¿Eran dos, tres, cinco, diez?
No, no tanto, dos o tres nada más.
Había, me parece, dos camiones...
Uno grande y uno más pequeño, creo.
Entonces, el conductor, ¿se instalaba...
en la cabina?
Sí, subía a la cabina después de cerrar las puertas y
ponía en marcha el motor.
¿Lo ponía a todo gas?
Eso... no lo sé, no lo sé.
Pero, ¿oía usted el ruido del motor?
Sí, se le oía girar detrás de la puerta.
¿ Y se trataba de un ruido fuerte?
El ruido del motor de un camión.
cEstaba parado el camión cuando giraba el motor?
Sí, estaba parado.
S í...
84
Después empezaba a moverse,
abríamos el portón y salía hacia el bosque.
¿La gente estaba ya muerta?
Eso no lo sé.
Había tranquilidad. Ni un grito.
¿N i un grito?
Ya no se oía nada.
85
y les hicieron subir a la primera planta del castillo.
Los alemanes engañaban a la gente diciéndoles
que les llevaban a un cuarto de baño.
Les hicieron bajar por el otro lado
donde había un camión.
Los alemanes estaban al lado y les empujaban
y les golpeaban con armas
para que subieran más rápidamente a los camiones.
Oyó a gente cantar el «Shema Israel»,
y oyó cómo se cerraban las puertas del camión.
86
Señora Michelsohn (Alemania),
mujer del instructor nazi de Chelmno.
87
¿Si?
Eran cabañas.
No es posible describirlo,
¡era tan primitivo!
Resulta sorprendente,
¿por qué escogió usted un sitio tan primitivo?
¡Oh! Cuando uno es joven, está dispuesto a todo.
Ni siquiera se imagina que exista eso.
Uno no se lo cree. Pero así era.
88
Bien... Los polacos no fueron exterminados.
Y los judíos lo fueron. Esa es la diferencia.
La diferencia externa, ¿no?
¿ Y la interna?
Eso yo no puedo juzgarlo, no estoy lo suficientemente versada
en psicología y en antropología...
¿La diferencia entre judíos y polacos?...
Se detestaban, eso es seguro.
Grabow (Polonia).
Claude Lanzmann lee una carta delante de un edificio
que, en otro tiempo, era la sinagoga de Grabow.
El 19 de enero de 1942,
el rabino de Grabow, Jacob Schulmann, escribía a sus amigos de
Lodz la siguiente carta:
«Muy queridos míos: hasta ahora no os he respondido
porque no sabía nada concreto sobre todo lo que me han dicho.
Pero ¡ay! Para nuestra desgracia, ahora ya lo
sabemos todo.
He estado con un testigo ocular
que, gracias al azar, se salvó.
Lo he sabido todo gracias a él.
El lugar donde fueron exterminados se llama Chelmno,
cerca de Dombie, y a todos los entierran en el cercano bosque de Rzuszow.
Los judíos son asesinados de dos maneras,
por fusilamiento o mediante el gas.
Después de algunos días,
trasladan a miles de judíos de Lodz
y hacen con ellos lo mismo.
No penséis que todo esto os lo está escribiendo
un hombre que se ha vuelto loco.
¡Ay! Es la trágica, la horrible verdad.
‘Horror, horror, hombre, rasga tus vestiduras,
cubre tu cabeza con cenizas, corre por las calles
y danza, preso de locura’.
Estoy tan sumamente cansado, que mi pluma ya no puede escribir.
Creador del universo, ¡ven en nuestra ayuda!»
89
El creador del universo no vino en ayuda de los judíos
de Grabow.
Todos fueron asesinados,
con su rabino,
en los camiones para gasear de Chelmno
algunas semanas después.
Grupo de mujeres
90
Esta puerta tiene, por lo menos, cien años.
Tiene, por lo menos, cien años.
¿Era una casa judía?
Sí,
en todas estas casas, había judíos.
¿Todas las casas de la plaza
eran casas judías?
Sí, todas las casas de delante, de enfrente, estaban habitadas
por judíos. Sí.
¿ Y dónde vivían los polacos?
En los patios, donde estaban los WC.
A h, detrás, donde estaban los W C ...
Y aquí, delante, había un almacén, una tienda...
¿De qué?
...Alimentación
¿Regentada por judíos?
Sí.
Entonces, si he entendido bien,
¿los judíos vivían en la calle,
y los polacos en el palio, con los WC?
Sí.
Y ellos dos, ¿desde cuando viven aquí?
Quince años, hace quince años que están aquí.
¿Y dónde vivían antes?
Vivían, precisamente, en un patio
al otro lado de la plaza.
¿Se volvieron ricos, después?
¡Sí!
¿ Y cómo se hicieron ricos?
Trabajaron.
¿Qué edad tiene el señor?
Setenta años.
Tiene un aspecto joven y saludable
¿Recuerdan a los judíos de Grabow?
Sí. Cuando les deportaron de la misma manera.
¿Recuerdan la deportación de los judíos de Grabow?
El señor dice que habla bien hebreo.
¿Habla el hebreo?
Sí.
Cuando era pequeño,
91
jugaba con los judíos,
entonces, hablaba hebreo.
Un hombre
La pareja
92
ahí abajo. Los cogían por las piernas
y los arrojaban a los camiones.
Usted, señora ¿vio eso?
Los viejos también.
¿Arrojaban a los niños a los camiones?
Sí.
¿Sabían los polacos que los judíos
iban a ser gaseados en Chelmno?
Usted, señor ¿lo sabía?
Sí.
Otro hombre
El primer hombre
93
Sí.
¿Por qué apestaban?
Porque eran curtidores y las pieles apestan.
Un grupo de mujeres
94
El primer hombre
Una mujer
95
¿Los conocía?
Sí.
¿Cómo se llamaban?
No.
No sabe.
¿Qué oficio tenían?
Se llamaban Benkel.
¿ Y qué oficio tenían?
Tenían una carnicería.
Tenían una carnicería.
Señora, ¿por qué se ríe?
No, era un carnicero.
Se ríe porque el señor le ha dicho que
era una carnicería en la que se podía comprar a precios
muy bajos y carne de buey.
D e buey...
El primer hombre
El otro hombre
El grupo de mujeres
96
Yo soy una persona sin estudios,
de modo que solamente me fijo en cómo estoy ahora.
Y ahora estoy muy bien.
¿Se encuentra mejor?
Antes de la guerra, tenía que arrancar patatas,
mientras que ahora tiene una huevería,
de modo que le va mucho mejor...
Pero todo esto, (es porque y a no hay judíos
o a causa del socialismo?
Eso es un asunto que no le interesa;
está contenta porque ahora está bien.
La pareja
Señora Michelsohn
97
Eso se hacía más tarde.
No sé qué ha sido de ellos.
En cualquier caso, no han sobrevivido.
Solamente dos...
Solamente dos.
¿Estaban encadenados?
Por los pies.
¿Todos?
Aquellos sí. Los otros
fueron matados enseguida.
¿ Y aquellos judíos, iban por la ciudad encadenados?
Sí.
(S e podía hablar con ellos o no?
No, no. Era imposible.
¿Por qué?
Nadie se atrevía.
¿Cómo?
Nadie se atrevía.
Sí.
¿Lo ha comprendido?
Sí. Nadie se atrevía. ¿Por qué?
¿acaso era peligroso?
Sí. Había guardias.
Y de todas maneras,
era preferible no tener nada que ver con aquello,
¿comprende?
Pone nervioso ver eso todos los días.
Obligar a toda una población a asistir a esta miseria,
resulta demasiado.
Cuando llegaban los judíos,
cuando se les metía en la iglesia o en el castillo...
Y aquellos gritos, ¡era espantoso!
¡Deprimente!
Y un día tras otro, el mismo teatro...
Terrible, era terrible. Muy triste tener que verlo.
Ellos gritaban. Se daban perfectamente cuenta.
Los judíos creían, de primeras, que se les iba a despiojar.
Pero enseguida se daban cuenta,
los gritos se volvían cada vez más alocados.
Gritos terroríficos. ¡Gritos de angustia!
98
Porque se daban cuenta de lo que les estaba pasando.
iSabe usted cuántos judíos
fueron exterminados ahí abajo?
Señora Michelsohn
Señora Michelsohn
99
Simon Srebnik
100
la señora, cuando vio a este niño,
dijo al alemán: «Oiga, ¡deje que se marche este niño!»
Entonces, él le preguntó: «¿Pero adonde?
— ¡Pues con su padre y con su madre!».
Entonces el alemán miró al cielo y le dijo:
«Sí, enseguida, ¡él irá allá arriba, con su padre y con su madre!»
¿El alemán dijo eso?
Sí.
¿Recuerdan el tiempo en que los judíos
estaban encerrados en esta iglesia?
Sí, lo recuerdan.
Les trajeron aquí, a la iglesia, en camión.
¿A qué hora les trajeron en camión?
Durante todo el día e, incluso, por la noche.
Entonces, ¿cómo se desarrollaban los acontecimientos?
¿lo pueden describir en detalle?
Al principio, llevaban a los judíos al castillo;
sólo después los metían en la iglesia.
Sí, en el segundo periodo.
Y por la mañana, los llevaban al bosque.
¿ Y cómo eran transportados al bosque?
En camiones muy grandes blindados.
Y por la parte de abajo, salía el gas.
Entonces,
Se les transportaba en los camiones para gasear...
¿Es correcto?
Sí, en camiones para gasear.
¿ Y dónde venían los camiones a buscarlos?
¿A los judíos?
Sí.
Aquí, a la puerta de la iglesia.
Aquí, ¿donde están ellos ahora?
No, los camiones llegaban hasta la misma entrada.
¡Los camiones llegaban hasta la puerta de la iglesia!
¿ Y sabían todos
que se trataba de camiones de muerte,
que se trataba de camiones en los que se gaseaba a los judíos?
Sí, ¡era imposible no saberlo!
¿Se oían los gritos por la noche?
Gemían. Además, tenían hambre.
101
¡Gemían, tenían hambre!
Todo estaba cerrado, tenían mucha hambre.
¿Tenían algo que comer?
Desde este lado no se podía ver.
No se podía hablar con un judío.
¿No se podía?
No,
Aunque pasara por aquí, por el camino,
no se podía echar un vistazo desde este lado.
Y ustedes, por su parte, ¿miraban?
Sí. Había camiones que llegaban aquí
y enseguida llevaban a los judíos más lejos.
Se les podía ver, pero discretamente.
A h, discretamente
Exactamente.
¿Oblicuamente?
Sí, totalmente. Se echaba un vistazo en oblicuo.
Y por la noche; ¿qué tipo de gritos se oían, qué gemidos?
Los judíos invocaban a Jesús, a María y al Buen Dios,
a veces en alemán, como dice esta señora.
¡Los judíos invocaban a Jesús, a María y al Buen Dios!
Y ahí, en el presbiterio,
había un depósito que estaba lleno de maletas.
A h, ¿eran
maletas de los judíos?
Sí, ahí había oro.
Había oro.
¿ Y cómo es que esta señora sabe que había oro?
Pregúntele... A h , ¡es la procesión!
Entonces, vamos a parar.
102
Sí.
Esta señora decía, ahora mismo, que
en la casa de enfrente se colocaban las maletas de los judíos.
¿Qué es lo que había en esos equipajes?
Había cacerolas de doble fondo.
¿ Y qué es lo que había en las cacerolas de doble fondo;
en el doble fondo de las cacerolas?
Había objetos preciosos, objetos de valor.
Sí, también había oro en los...
En los vestidos.
Cuando se les daba de comer, los judíos, a veces,
nos tiraban objetos preciosos, a veces dinero.
Pero ellos acaban de decir que no podían hablar
a los judíos, que estaba prohibido.
Absolutamente prohibido.
¿Echan de menos a los judíos?
Sin duda.
Hemos llorado igual que ellos, dice esta señora.
Y, el señor Cantarowski les daba
alimentos, pan y pepinos.
A su juicio, ¿por qué les pasó a los judíos toda esta historia?
¡Porque eran los más ricos!
103
«¡Que caiga su sangre sobre nuestras cabezas
y sobre la de nuestros hijos!»
Entonces el rabino les dijo: «Es posible que haya llegado
el momento de que esa
sangre deba caer sobre nuestras cabezas.
Por tanto, no hagamos nada,
vayamos y hagamos lo que se nos pide, ¡vamos!»
O sea,¿piensa que los judíos expiaron por la muerte de Cristo?
Él...
Él no lo cree e, incluso, no piensa que Cristo
quisiera vengarse.
No, él no es de esa opinión.
¡El que lo ha dicho es el rabino!
A h, ¡lo ha dicho el rabino!
Era la voluntad de Dios, eso es todo.
S í, si. .. cQué dice ella?
Entonces, Poncio Pilato se lavó las manos diciendo:
«Este hombre es inocente,
no quiero tener nada que ver con esta historia»,
y envió a Barrabás.
Pero los judíos gritaron:
«¡Que su sangre caiga sobre nuestras cabezas!»
Pan Falborski
104
Era una velocidad calculada,
porque había que matar, durante el trayecto,
a la gente que estaba en el interior.
Cuando los camiones circulaban demasiado deprisa,
la gente no estaba todavía
completamente muerta
cuando llegaba al bosque.
Cuando circulaban más lentamente, tenían tiempo
de matar a la gente que estaba dentro.
Simon Srebnik
105
«¡Abrid las puertas!»
Nosotros lo hacíamos. E inmediatamente, los cuerpos caían rodan
do.
Un SS decía: «¡Dos hombres dentro!» Eran dos
que trabajaban en los hornos, estaban acostumbrados.
Otro SS aullaba:
«¡Arrojad más deprisa. Más deprisa! ¡Está llegando el otro camión!»
Y se trabajaba hasta que el transporte
fuera quemado en su totalidad.
Y así, durante todo el día... Así era la cosa.
106
no comprendí.
Si hubiera sido mayor, tal vez...
Desde luego, no comprendí.
Nunca había visto otra cosa.
En el gueto yo veía... En Lodz, en el gueto,
en el momento en que uno daba un paso, caía muerto, muerto.
Yo pensaba: debe ser así,
es normal, es así. Andaba por las calles de Lodz,
recorría, digamos, cien metros y había doscientos muertos...
107
se imponen los cambios técnicos siguientes:
108
siempre fuertemente, cerca de éstas,
desde que se hace la oscuridad.
Esto ocurre por el hecho de que la carga se precipita, naturalmente,
hacia la lu z desde el momento en que sobreviene la oscuridad,
lo que hace difícil el cierre de las puertas.
Por otra parte, se ha podido observar que, a causa del carácter inquietante
de la oscuridad,
los gritos siempre estallan en el momento del cierre de las puertas.
Por consiguiente, sería oportuno encender el alumbrado
antes y durante los primeros minutos de funcionamiento.
Firmado.
109
Se g u n d a épo ca
111
Es fundamental, ¡pero muy fuerte!
Sí...
112
Bien. Llega un transporte:
M e gustaría que describiera usted con gran precisión
todo el proceso en temporada alta...
Los transportes salían de la estación de Malkinia
en dirección a la estación de Treblinka.
¿Cuántos kilómetros hay entre M alkinia y Treblinka?
Diez kilómetros más o menos.
113
D os... Es decir, veinte hombres del comando azul
Sí. Los del comando azul estaban aquí
y aquí enviaban a la gente al interior.
Allí estaba el comando rojo.
Sí.
¿Cuál era el trabajo del comando rojo?
Los vestidos. Debía recoger
los vestidos de los hombres,
los vestidos de las mujeres
y subirlos aquí inmediatamente.
cCuánto tiempo entre la rampa
y la operación de desnudarse, cuántos minutos?
Veamos... En el caso de las mujeres,
en el caso de las mujeres, digamos que una hora en total.
Una hora, una hora y media.
Todo un tren, en dos horas.
Sí.
En dos horas todo había acabado...
Entre la llegada...
... Y la muerte.
Y la muerte, todo acababa en dos horas.
Dos horas, dos horas y media, tres horas.
¿Todo un tren?
Todo un tren.
Y para una parte solamente, ¿para diez vagones?
No es posible evaluarlo: los tramos se sucedían.
La gente afluía sin cesar, ¿comprende?
114
Fíjese, en invierno, en diciembre, en cualquier caso
después de Navidad...
Sí.
Pero, ya antes de Navidad, hacía... un frío de perros;
fácilmente había entre -10° y - 20°.
Lo sé porque al principio nosotros, también, reventábamos de frío.
No teníamos uniformes adecuados. Para nosotros
también hacía frío.
Pero, más todavía...
...para los desdichados...
... E n el «pasillo»...
... en el «pasillo», hacía muchísimo frío. Mucho frío.
Sí.
¿Ypuede usted
describir con exactitud ese «pasillo»?
¿cómo era?
¿cuántos metros? ¿cómo estaba la gente en ese «pasillo»?
El «pasillo» tenía alrededor de cuatro metros de largo.
Como esta habitación.
Estaba rodeado de palizadas altas como ésta, o digamos
como ésta.
¿Muros?
No, no, alambradas
con lazos muy tupidos de ramas de árboles,
de ramas de pino.
¿Comprende?
Es lo que se llamaba el «camuflaje».
Había un comando camuflaje de veinte judíos
que cada día iban a buscar ramas.
¿En los bosques?
Sí, en los bosques.
Y todo estaba cubierto. Todo, todo.
No veían fuera, ni a derecha ni a izquierda.
Absolutamente nada.
No se podía ver a través.
¿Imposible?
Imposible.
Y lo mismo aquí, aquí, aquí y aquí...
Y aquí...
Imposible ver a través.
115
Treblinka, donde fue exterminada tanta gente,
no era grande, ¿no es cierto?
No era grande.
Quinientos metros en la parte más extensa.
No era un rectángulo, más bien un rombo.
Imagíneselo: aquí estaba llano
y allí se comenzaba a subir.
Y en la cumbre de la colina se encontraba la cámara de gas.
116
Abraham Bomba (Israel)
117
de ir a trabajar a la cámara de gas.
A nuestra llegada, pusieron bancos para que
las mujeres se pudieran sentar ahí.
Y para que no sospecharan
que se trataba de su última etapa, su último instante,
su último aliento. Para que no presintieran nada.
¿Durante cuántos días trabajó usted
en el interior mismo de la cámara de gas?
Trabajamos allí durante una semana o diez días.
Después, decidieron que cortáramos
el pelo en el barracón destinado a desnudarse.
¿ Y la cámara de gas?
No era grande, era una habitación
de cuatro metros por cuatro, más o menos.
Sin embargo, en esta habitación se apretujaban de tal manera las
mujeres,
estaban unas encima de otras...
Pero como ya he dicho,
nosotros ignorábamos cuál iba a ser nuestro trabajo.
De repente, apareció un Kapo:
«Peluqueros, debéis proceder de tal modo,
que todas estas mujeres que entren aquí, crean
que, simplemente, van a tener un corte de pelo,
tomar una ducha
y que, enseguida, saldrán».
Pero sabíamos ya, que de este lugar no se salía,
que era el último,
que no saldrían vivas.
¿Puede usted describir con precisión?
Describir con precisión...
Nosotros esperábamos...
De repente el transporte...
Mujeres con los niños.
Un desgarramiento...
Nosotros, los peluqueros, comenzamos a cortar el pelo y
algunas, debería decir casi todas, saben ya
lo que les va a pasar.
Nosotros intentamos hacer lo mejor...
No, no...
Ser lo más humanos posible.
118
Perdón, cuando entraban en la cámara de gas,
¿usted estaba y a allí o entraba después de ellas?
Se lo he dicho ya: estábamos ya allí.
Las esperábamos.
¿Dentro?
Sí, en la cámara de gas.
¿ Y de repente llegaban?
Sí, entraban.
¿Cómo eran?
Estaban desvestidas, totalmente desnudas, sin ropa, sin nada.
¿Completamente desnudas?
Completamente desnudas.
Todas las mujeres y todos los niños.
¿Los niños también?
Los niños también, porque salían de los barracones preparados
para desnudarse y debían desvestirse allí antes de ir
a la cámara de gas.
¿Qué experimentó usted
la primera vez que los vio entrar desnudos?
Obedecía órdenes:
cortar el pelo
como lo habría hecho un peluquero
que hace un corte normal,
pero que, al mismo tiempo, debe apurar al máximo.
Porque ellos necesitaban el pelo de las mujeres,
que expedían a Alemania.
¿Usted no las rapaba?
No, simplemente cortábamos:
había que hacerles creer
que se trataba de un corte normal.
¿Tenía tijeras?
Sí, tijeras y un peine, pero no maquinilla.
Se procedía como para un corte masculino.
No cortar al cero, sino
dejarles con la ilusión de un corte normal.
¿Había espejos?
No, ni espejos ni sillas;
solamente algunos bancos y dieciséis o diecisiete peluqueros...
Pero ellas, ¡eran tan numerosas!
Cada corte llevaba alrededor de dos minutos, no más.
119
Había tantas, que esperaban su turno.
¿Puede usted hacer una imitación? ¿Cómo hacía usted?
Bien, bien... Trabajábamos tan rápido como podíamos,
porque todos éramos profesionales.
¿Que cómo hacíamos...?
Se cortaba así, aquí... allí... y allá...
De este lado... De este otro lado... Y se acabó.
¿Con gran rapidez?
Con gran rapidez, evidentemente,
porque no había ni un segundo que perder;
el otro grupo esperaba, ya, fuera,
para pasar por el mismo proceso.
Entonces, ¿eran dieciséis peluqueros?
Sí.
¿Cuántas mujeres trataba usted en una hornada?
¿En una hornada...? Más o menos...
sesenta o setenta mujeres.
¿E inmediatamente se cerraban las puertas?
No. Cuando se había terminado con el primer grupo,
entraba el siguiente: entonces había ciento cuarenta
o ciento cincuenta mujeres
y ellos se ocupaban inmediatamente de ellas.
Nos ordenaban dejar la cámara de gas
Durante algunos minutos, alrededor de cinco minutos:
entonces, enviaban el gas y les asfixiaban hasta hacerlas morir.
¿Dónde esperaba usted?
Fuera de la cámara de gas.
Y en el otro lado... Bien, ellas entraban por este lado de aquí...
Por el otro lado había un comando
que sacaba, ya, los cadáveres:
no todos estaban muertos todavía.
y en dos minutos, ni siquiera dos minutos,
en un minuto... Todo quedaba limpio, todo estaba en orden:
podía entrar el otro grupo
y sufrir la misma suerte.
Estas mujeres, ¿tenían el pelo largo?
Largo o corto importa poco,
nosotros teníamos que hacer el trabajo.
Los alemanes querían los cabellos,
ellos tenían sus razones.
120
Pero, se lo he preguntado a usted:
«¿Qué experimentó la primera vez que vio
a esas mujeres desnudas con los niños, qué es lo que sintió?»
Usted no ha respondido.
En fin, ¿sabe? «Sentir» ahí abajo...
Era muy duro tener cualquier sentimiento:
imagínese, trabajar día y noche entre los muertos, los cadáveres,
los sentimientos de uno desaparecían,
uno estaba muerto al sentimiento, muerto a todo.
Le voy a contar una cosa:
durante el periodo en el que fui peluquero en la cámara de gas,
llegaron algunas mujeres en un transporte que procedía
de mi ciudad, Czestochowa.
Conocía a un gran número de ellas.
¿Usted las conocía?
Sí, yo las conocía, vivía en la misma ciudad.
Vivía en la misma calle.
Algunas eran amigas cercanas.
Y desde que me vieron, todas se agarraron a mí.
«Abe, ¿qué haces tú aquí? ¿qué es lo que nos vas a hacer?»
¿Qué podías tú decirles?
¿Qué podías tú decirles?
Un amigo mío estaba conmigo,
era también un buen peluquero en mi ciudad.
Cuando su mujer y su hermana fueron
introducidas en la cámara de gas...
121
Ellos metían esto en sacos y
era enviado a Alemania1.
Bien. Prosigamos.
Sí. ¿Qué respondió
cuando su mujer y su hermana fueron introducidas?
Trataba de hablarles, pero tanto a una
como a la otra
era imposible decirles que se trataba del último instante
de su vida,
porque detrás estaban los nazis,
los SS,
y sabía que si decía una sola palabra
compartiría la suerte de esas dos mujeres
que eran ya como muertos.
Pero sin embargo, hacía por ellas lo máximo,
quedarse con ellas un segundo, un minuto más,
las estrechaba, las abrazaba.
Porque sabía que no las volvería a ver jamás.
Franz Suchomel
122
¿Solamente las mujeres?
Sí. Los hombres no.
Los hombres atravesaban rápidamente el pasillo. A la carrera.
Las mujeres se quedaban allí
hasta que quedaba libre una cámara de gas.
¿ Y los hombres?
No, ellos eran «obligados», en primer lugar, a latigazos.
A h , sí.
¿Se da cuenta?
¿Siempre en primer lugar?
Los hombres pasaban, siempre, los primeros.
¿Sin ningún tipo de espera?
No se les daba tiempo para esperar. ¡No, no!
No.
Y, la angustia de muerte...
123
Bremze o shipse...
¿Qué significa Bremze?
Se trata de una expresión ucraniana: «¡Rápido, rápido!».
De nuevo, la caza. Una lluvia de golpes de látigo.
El SS Küttner tenía uno tan grande como él,
las mujeres a la izquierda. Los hombres a la derecha.
Y siempre, siempre, los golpes.
¿Ningún respiro?
Ningún respiro.
Por aquí, por allá, shipse, shipse, lo ve?
¡A la carrera!
Siempre a la carrera, siempre.
¡Carrera y gritos!
Y así es como se les ha «liquidado»...
¿Esta era la técnica?
Ésta era la técnica.
Porque no lo olvide usted nunca: todo debía suceder deprisa.
124
Sí.
Entonces, debían desnudarse,
sentarse sobre un terraplén
y se los mataba con un tiro en la nuca.
Caían en la fosa.
Siempre ardía todo dentro de la fosa: un fuego
alimentado por basuras de papel y de gasolina
En horas punta,
esto pasaba a diario.
La fosa, que fácilmente podía tener
tres metros y medio por cuatro de profundidad,
125
rebosaba, entonces, de cadáveres.
126
Siempre había camiones preparados, en espera:
cinco o seis, algunas veces más,
esto dependía... Pero, el primero
era para los muertos y los moribundos.
Ellos se preocupaban poco de diagnosticar, concretamente,
quién estaba muerto y quién fingía estarlo,
¿comprende?, los simuladores...
Se llenaba el camión.
Tras lo cual, los camiones arrancaban:
el de los muertos iba en cabeza, derecho al crematorio
que se encontraba a dos kilómetros, más o menos, de la rampa.
¡Dos kilómetros en aquel tiempo!
¿ Y esto pasaba antes de la construcción de la nueva rampa?
Sí, antes de la construcción de la nueva rampa.
Ésta era la vieja rampa.
Y por ella,
pasó el primer millón setecientos cincuenta mil judíos.
127
que provocara una masacre allí, sobre la rampa,
y toda la maquinaria dejaría de funcionar.
El siguiente tren no entraba cargado de muertos y entonces,
¡sangre por todas partes!
El pánico no hizo más que crecer.
Para los nazis, un imperativo:
que todo se desarrollara sin tropiezos,
sin ningún incidente. No había tiempo que perder.
128
La gente, cuando se acercaba al crematorio,
veía todo...
Esta terrible violencia,
todo el terreno rodeado de SS en armas,
los perros ladrando,
las metralletas.
Y a la izquierda, en perpendicular,
la cámara de gas, equipada con una puerta maciza.
129
En los crematorios II y III, los autollamados «desinfectores SS»
introducían los cristales de gas Zyclón
por el techo;
y en los crematorios IV y V, por los huecos laterales.
130
de que cuanto más subieran,
menos aire les faltaría,
mejor podrían respirar.
Se libraba una verdadera batalla.
Y, al mismo tiempo, casi todos se precipitaban hacia la puerta.
Era algo psicológico, la puerta
estaba ahí... se lanzaban a ella tratando de forzarla.
Instinto irreprimible
en este combate de la muerte.
Y por eso, los niños y los más débiles,
los viejos, se encontraban debajo.
Y los más fuertes, arriba.
En este combate mortal,
el padre ya no sabía que su hijo estaba ahí,
debajo de él.
¿ Y cuando se abrían las puertas?
Se caían...
Se caían como un bloque de piedra...
Una avalancha de grandes bloques cayendo, estrepitosamente, de un
camión.
Y, allí donde se había derramado el Zyklon, no había nada: vacío.
En el lugar de los cristales no había nadie.
Sí. Un espacio totalmente vacío.
Probablemente, las víctimas percibían
que allí el Zyklon actuaba al máximo.
La gente estaba... estaban heridos,
porque en medio de la oscuridad se producía una amalgama,
luchaban, se combatían.
Sucios, manchados,
sangrientos,
sangrando por las orejas, por la nariz.
131
Sí. Vomitonas,
Hemorragias. Por las orejas, por la nariz...
Probablemente, también, sangre menstrual; no, probablemente no,
seguro.
Allí había de todo, en aquel combate por la vida...
Aquel combate de la muerte. Era un espectáculo espantoso.
Y esto era lo más difícil.
Era un sinsentido
decir la verdad a cualquiera
que atravesaba el umbral del crematorio.
Allí no se podía salvar nadie.
Allí, era demasiado tarde.
Un día, en 1943,
— yo me encontraba, ya, en el crematorio V —
llegó un transporte de Bialystok.
Y un detenido del «comando especial»
reconoció, en el vestuario,
a la mujer de uno de sus amigos.
Sin rodeos, le soltó:
«Os van a exterminar.
En tres horas, os habréis convertido en cenizas».
Y esta mujer le creyó porque le conocía.
Se puso a correr
y advirtió a las otras mujeres:
«¡Nos van a matar!»
«¡Nos van a gasear!»
Las madres, con sus hijos
sobre las espaldas, no querían ni oirlo.
Decidieron que aquella tipa estaba loca.
La rechazaron.
Entonces, se dirigió a los hombres.
Fue en vano.
No que ellos no le creyeran,
el rumor se había filtrado en Byalistok, en el gueto,
en Grodno y en otras partes...
Pero, ¡quién era el guapo que quería enterarse de esto!
132
Y cuando se dio cuenta de que nadie la escuchaba,
se desgarró totalmente el rostro
por la desesperación. Por efecto del shock.
Y empezó a dar alaridos.
Corfú.
Un superviviente de Auschwitz.
134
Moshe Mordo
135
Los cristianos estaban
parados ahí abajo.
Los cristianos, sí,
que miraban.
¿Dónde estaban los cristianos?
¿Estaban en la esquina de la calle?
Sí. Y en los balcones.
Aquí, después de habernos reunido,
vino detrás de nosotros la Gestapo con la metralleta.
¿Qué hora era?
Las seis de la mañana.
¿Hacía buen día?
Un día muy bueno.
Sí, las seis de la mañana.
Era mucha gente,
mil seiscientas personas...
La gente se había reunido.
Poco a poco, los cristianos se dieron cuenta de que reunían
a los judíos.
Se reunieron ahí.
Y eso, ¿para qué
Para ver el cine.
Esperemos que esto no vuelva a pasar nunca.
¿ Y usted tenía miedo?
Mucho miedo. Cuando se veía...
Allí había gente joven, enfermos,
niños pequeños, viejos, locos, etc.
Cuando vimos que llevaban, incluso, a los locos,
también a los enfermos del hospital,
entonces nos entró mucho miedo
y empezamos a temer, seriamente, por la vida de toda
la comunidad.
¿Qué es lo que les habían dicho?
Que debíamos presentarnos aquí, en la fortaleza,
para que nos llevaran a trabajar a Alemania.
A Polonia, sí.
136
Los alemanes colgaron en todos los muros de Corfú
un bando que decía: todos los judíos
deben presentarse.
Y ahora que ya estamos reunidos,
se va a vivir mejor en Grecia sin nuestra presencia.
Y todo esto iba firmado por los prefectos, por los
directores de la policía y por los alcaldes.
E s decir, ¿que se va a vivir mejor sin los judíos?
Sí, nos dimos cuenta después de haber vuelto,
¿sabe?
¿Había antisemitismo en Corfú?
¿Existió, siempre el antisemitismo en Corfú?
Sí, existía, existía;
pero los últimos años no era
tan fuerte.
¿Por qué?
Porque no se pensaba así contra los judíos.
¿ Y hoy?
Hoy, no. Hoy somos libres.
¿Ycuáles son, hoy día, sus relaciones con los cristianos?
Buenas, muy buenas. Muy buenas.
Y ese señor, ¿qué dice?
Me pregunta que qué es lo que me está usted preguntando.
El dice, también, que son muy buenas
las relaciones con los cristianos.
137
Por todo el mundo; y por los alemanes.
D el total de mil setecientas personas que fueron deportadas...
... ciento veintidós sobrevivieron. El 95% pereció.
¿Fue largo el viaje de Corfú a Auschwitz?
Nosotros paramos aquí el 9 de junio
y llegamos, definitivamente, el 29.
Y el 29, por la noche, fueron quemados la mayor parte.
¿El viaje duró del 9 al 21 de junio?
Aquí nos quedamos unos cinco días.
Aquí, en la fortaleza.
Nadie se atrevía a escaparse dejando a su padre, a su madre,
a sus hermanos.
Teníamos una solidaridad, tanto religiosa
como familiar. El 11 de junio salió el primer grupo. Yo
salí en la segunda tanda, el 15 de junio.
¿Qué tipo de barco era?
Záttera, es decir, barriles con tablas.
Iba arrastrado por un barco pequeño
en el que había alemanes.
En nuestro barco había uno, dos o tres guardias;
es decir, no muchos alemanes, pero el mejor
guardián,
como podéis comprender perfectamente,
era el terror.
¿ Y las condiciones del viaje?
Terribles.
Sin agua, sin nada para comer, noventa vagones
donde sólo cabían veinte bestias,
todos de pie; muchos murieron.
Y a los muertos los ponían en otro vagón,
con cloro. Quemaron a todos, incluso a los muertos,
en Auschwitz.
138
Estábamos desbordados, yo no salía de mi oficina.
Trabajábamos día y noche.
«Gedob».
«Gedob», esto quiere decir...
«Dirección General del Tráfico al Este».
En enero de 1940, yo estaba adscrito a la «Gedob», en Cracovia.
A mediados de 1943, fui trasladado a Varsovia.
Allí, fui nombrado «Jefe de la Dirección de los Horarios».
O mejor: «Jefe de la Sección de los Horarios».
Pero, su actividad, ¿era la misma después de 1943?
Sí. La única diferencia
es que me habían hecho jefe.
¿Cuáles eran sus tareas específicas en la Gedob,
en el Este, durante la guerra?
El trabajo era, prácticamente,
el mismo que en Alemania.
Establecer los horarios, la coordinación
de los «trenes especiales» con los trenes ordinarios.
¿Había diferentes oficinas?
Sí.
La oficina 33 estaba encargada de los «trenes especiales»...
y de los trenes ordinarios.
Los «trenes especiales» dependían todos de la 33.
Usted, ¿estaba siempre con los «trenes especiales»?
Sí.
¿En qué se diferencia un tren especial de un tren normal?
Un tren normal, lo puede coger cualquiera;
basta con comprar un billete.
Un tren especial hay que encargarlo expresamente,
— sólo se forma por una orden —
y la gente paga, entonces, una tarifa de grupo.
¿ Y existen, todavía, hoy?
Desde luego.
Exactamente como entonces. Sí.
¿Se forma un tren especial para un viaje organizado?
Sí, por ejemplo, los trabajadores inmigrantes
cuando vuelven a su casa para las fiestas;
se ponen a su disposición trenes especiales.
Si no, nunca se podría dirigir el tráfico.
Usted me ha dicho que, después de la guerra,
139
se ocupaba de los viajes protocolarios.
Después de la guerra, sí.
Cuando viene un rey a Alemania en tren,
¿se trata de un tren especial?
Sí, es un tren especial.
Pero, entonces, se sigue un procedimiento diferente
del de los trenes especiales para viajes organizados, etc.
Las visitas de Estado pertenecen a Asuntos Exteriores.
Pero, ¿por qué hubo más trenes especiales
durante la guerra que antes o después?
¡Ah, ah! Ya veo por dónde va.
Usted hace alusión a los «transportes de transferidos»,
¿no es cierto?
Sí, si, «transferidos»
Así es como se les llamaba. Aquellos trenes dependían
del ministerio de Transportes del Reich.
Es decir, ¿de Berlín?
Berlín, sí.
Y, en lo que se refiere al funcionamiento práctico,
era la Dirección General del Tráfico-Este,
en Berlín, la que se hacía cargo.
Sí, sí. Comprendo.
¿He sido suficientemente claro?
Sí, mucho.
Pero, en general, en aquella época, ¿qué es lo que se «transfería?
¡No! Eso nosotros lo ignorábamos.
Sólo al huir de Varsovia
lo supimos: se debía tratar de judíos,
de criminales y otros...
judíos, criminales...
Criminales. De todo.
¿«Trenes especiales» para criminales?
No, no. No era más que una forma de hablar.
Ahí arriba había que callarse.
A no ser que tuvieras muy garantizada la vida,
era mejor no decir ni pío.
Pero entonces, usted sabía que esos transportes
con destino a Treblinka o a A uschw itz...
¡Desde luego que lo sabíamos!
Yo era la última Dirección:
140
sin mí, aquellos trenes no llegaban a su destino.
Por ejemplo, se formaba un tren en Essen,
debía pasar por los distritos de Wuppertal,
Hannover, Magdeburg, Berlín,
Francfurt/Oder, Possen, Varsovia, etc.
Entonces, era yo...
¿Sabía usted que Treblinka significaba exterminio?
¡No, de ninguna manera!
¿Usted no sabía nada?
¡Dios mío, no! ¿Cómo hubiéramos podido saberlo?
Yo jamás puse los pies en Treblinka. Me quedé
en Cracovia, en Varsovia, atado a mi oficina.
Usted era un...
Yo era un burócrata puro.
Ya veo. Pero es sorprendente
que usted, de la «sección de los trenes especiales»,
no supiera nunca nada de la Solución final.
Es que era la guerra...
Había otras personas,
en los ferrocarriles, que sí sabían.
Por ejemplo, los jefes de los trenes...
Ellos vieron, ellos vieron,
pero lo que estaba pasando, yo...
¿Qué era Treblinka para usted? ¿O Auschwitz?
Sí, sí. Treblinka, Belzec y todos aquellos nombres,
para nosotros eran campos de concentración.
Un destino...
Sí, nada más.
Pero no la muerte.
No, no, un alojamiento.
Por ejemplo, un tren que llegaba de Essen
o de Colonia o de otra parte;
ahí abajo necesitaban sitio.
La guerra, los Aliados que avanzaban siempre más...
y a aquellas gentes teníamos que concentrarlas en un campo.
¿Cuándo se enteró usted exactamente?
Bien... cuando todo esto fue divulgado... Divulgado, cuchicheado...
nunca dicho abiertamente. ¡Dios mío, no,
habrían venido rápidamente a buscarnos! Ruidos...
¿Rumores?
141
Rumores, exactamente...
¿Durante la guerra?
Hacia el fin de la guerra.
¿En 1942 no?
No, no. ¡Dios mío, no! ¡Ningún indicio!
Veamos... era, tal vez, a finales de 1944.
¿Finales de 1944?
No antes.
Y usted, ¿qué ha...
Se contaba
que la gente era enviada a campos de concentración
y que los menos fuertes, desde luego, no podrían sobrevivir.
Para usted, ¿fue una sorpresal exterminio?
Total, sí.
¿Ninguna idea?
¡La más mínima! Como este campo, ¿cómo se llama?
Veamos... pertenecía al distrito de Oppeln...
ya caigo: ¡Auschwitz!
SC
Auschwitz dependía de Oppeln.
Oppeln, sí. Auschwitz no estaba lejos de Cracovia.
Es cierto.
Sin embargo, jamás se oyó hablar.
Auschwitz-Cracovia son sesenta kilómetros.
Sí, ciertamente muy cerca.
Y nosotros no sabíamos nada. Ni un solo indicio.
Pero usted sabría, por lo menos, que los Nazis,
que Hitler, no amaban a los judíos.
Eso, desde luego, sí, sí. Era algo notorio,
sabido públicamente. No era ningún secreto.
Pero su exterminio,
¡primera noticia!
Incluso, hoy día, hay quien la niega:
«¡Es imposible que hubiera tantos judíos!»
¿Tienen razón? No lo sé;
eso es lo que se dice.
De todas maneras, perdone la palabra, ¡se trata de una guarrería!
¿Entonces, qué?
El exterminio:
cada uno la ha condenado. ¡Toda la gente de bien!
142
Pero, en cuanto a haberlo sabido... ¡eso no!
S í, pero lo polacos, por ejemplo,
— la población polaca— lo supieron todo.
Eso no tiene nada de extraño, doctor Sorel...
Ellos vivían muy cerca, oían,
hablaban...
y no estaban obligados a callarse.
143
vía Radom, hasta el distrito de Varsovia;
ocho, porque el tren pasa por estas ocho estaciones
y cada una debe ser avisada.
Pero, ¿por qué dos folios, si uno es suficiente?
Encontramos, entonces, PKR, sigla que designa
a un tren de la muerte, que marcha hacia su destino;
pero también, al tren vacío después de su llegada a Treblinka,
que ahora vuelve a salir.
Y se sabe que está vacío por la letra L,
leer, que aparece aquí.
Sí, «Ruckleitung des Leerzuges»,
que significa, «retomo del tren vacío».
Fíjese
en la escasa sutileza del sistema de numeración:
pasamos de 9228 a 9229,
después, 9230, 9231, 9232.
No hay aquí ninguna originalidad, un tráfico de los más ordinario.
¡Tráfico de muerte!
Tráfico de muerte.
144
y se dirige a otra pequeña ciudad,
donde coge víctimas.
Y, como podéis ver, son las tres de la mañana
cuando vuelve a salir con destino a Treblinka,
a donde llega al día siguiente.
Pero, se diría que se trata del mismo tren, ¿no?
Es el mismo, sí, el mismo;
sólo cambia el número cada vez.
Entonces, vuelve a Treblinka.
Un largo trayecto, una vez más.
Llega, después vuelve a salir hacia otra parte.
La misma situación, el mismo viaje.
Vuelve a partir con dirección a Treblinka
y, finalmente, llega a Czestochowa, el 29 de septiembre.
Y se riza el rizo.
Es lo que se llama una «orden de ruta».
Y si usted saca la cuenta de los trenes llenos...
Estaríamos hablando, probablemente, de diez mil judíos muertos,
sólo con esta «orden de ruta».
¡Más de diez mil!
Seamos modestos.
Pero, ¿por qué semejante documento resulta tan fascinante?
Porque yo estaba en Treblinka
y fijarse, a la vez, en Treblinka y en el documento...
Cuando llega a mis manos una pieza como ésta,
sobre todo, tratándose de una pieza original,
me doy cuenta de que el burócrata de aquella época,
también la tuvo en sus manos.
Es un verdadero artefacto. Es lo único que queda.
Los muertos ya no están ahí.
145
Mitad de precio para los menores de diez años, gratuito
para los menores de cuatro años.
Se pagaba, simplemente, la ida.
Sólo estaba incluida la vuelta para los guardias.
Perdón, los niños menores de cuatro años
enviados a los campos de exterminio,
ieran gaseados gratuitamente?
Sí, el transporte era gratuito.
Por otra parte, el organismo que pagaba
era el que encargaba los trenes
—la Gestapo, los servicios de Eichmann—
y, como este organismo
tenía problemas de tesorería,
la Reichsbahn admitió tarifas de grupo.
Los judíos fueron transportados, por tanto, con tarifa de excursión.
Ésta se aplicaba
a partir de un mínimum de 400 personas:
tarifa charter.
Pero los judíos se beneficiaron de ella,
aun cuando fueran menos de cuatrocientos;
y, por ello, en el caso de los adultos, también, se aplicó
mitad de precio.
Ahora bien, si los vagones estaban manchados
o dañados —lo que no era raro—
a causa de esos trayectos tan largos
y, habida cuenta de que del 5 al 10% de los prisioneros
moría en ruta,
se añadía un suplemento para los desperfectos.
Pero, en principio,
mientras hubo pago, hubo transporte.
A veces, las SS lograban un crédito
y los transportes precedían al pago.
Porque, fíjese, todo el asunto
—y esto era lo que pasaba en cualquier viaje
individual o de grupo—
era llevado por una agencia de viajes.
«La Agencia de viajes de Europa central»
que se ocupaba de la facturación, de los billetes...
¿De verdad que era la misma agencia?
Totalmente, ¡la agencia de viajes oficial!
146
Ella mandaba a la gente a las cámaras de gas
o a la gente de vacaciones a sus ciudades preferidas.
Era la misma oficina, el mismo procedimiento,
la misma facturación.
¡Ninguna diferencia!
Ninguna diferencia.
Y cada uno realizaba este trabajo como
si fuera la cosa más normal del mundo.
¡ Y no lo era!
No, no lo era.
147
y con los depósitos bancarios financiaban los transportes.
¡Los mismos judíos
costeaban, pues, su muerte!
Totalmente. No lo olvide nunca:
no había presupuesto para la Destrucción.
148
Filip Müller
149
hombres, mujeres, niños; todos inocentes...
Desaparecían de golpe...
¡Y el mundo permanecía mudo!
Nos sentíamos abandonados.
Del mundo, de la humanidad.
Y, precisamente en estas circunstancias,
fue cuando comprendimos mejor
lo que suponía la posibilidad de sobrevivir.
Porque valorábamos
el precio infinito de la vida humana.
Y estábamos convencidos de que la esperanza
permanece en el hombre mientras vive.
No hay que abdicar de la esperanza jamás, mientras se vive.
Y por eso, luchamos en nuestra vida tan duramente,
día a día, semana a semana, mes a mes,
año tras año.
Con la esperanza, podríamos lograr, tal vez,
contra toda esperanza,
escapar de ese infierno.
150
se declararon entonces una serie de epidemias;
el tifus, una especie de tifus.
Entonces, los judíos no pudieron creer a nadie.
Se les dejaba reventar, caían como moscas.
Se había acabado.
Ya no creían en nada.
Habría sido hermoso decirles...
Yo... nosotros se lo repetíamos cada día:
«¡vais a vivir!»
Casi nos lo creíamos nosotros mismos.
A fuerza de mentir, uno se cree sus propias mentiras.
Pero, me respondían:
«no, jefe, no somos más que cadáveres con prórroga».
Richard Glazar
151
en Salónica.
Allí se había reunido a judíos de Bulgaria y de Macedonia.
Se trataba de gente rica y sus vagones de pasajeros
rebosaban.
Entonces, se apoderó de todos nosotros un sentimiento espantoso,
tanto de mis camaradas como de mi mismo:
un sentimiento de absoluta impotencia, un sentimiento de odio.
Porque nos lanzamos sobre la comida.
Un comando transportaba una caja llena de galletas,
una caja llena de mermelada.
Ellos hicieron caer, de golpe, las cajas a tierra;
tropezaban unos con otros,
llenándose la boca de galletas y de mermelada.
152
eran absolutamente inconscientes de lo que les esperaba.
Absolutamente inconscientes.
153
Filip Müller
En otoño de 1943,
cuando todos nosotros tuvimos claro
que nadie vendría a ayudarnos,
si no nos ayudábamos a nosotros mismos,
se nos planteaba una cuestión fundamental:
¿teníamos, en el «comando especial»,
alguna posibilidad de parar esta ola de exterminio
y, al mismo tiempo, salvar nuestras vidas?
Nos pareció que sólo había una:
la rebelión armada.
Éramos conscientes de que si llegábamos a hacernos
con algunas armas
y a lograr la participación del conjunto de los detenidos
de todo el campo, la insurrección tendría posibilidad
de triunfar.
Esa participación resultaba indispensable.
Por eso, nuestros enlaces tomaron contacto con
la Central del Movimiento de Resistencia,
al principio en Birkenau
y después en Auschwitz I,
para planificar la rebelión por todas partes.
Nos respondieron que la Central de la Resistencia
del Movimiento de Resistencia en Auschwitz I,
estaba de acuerdo con nuestro proyecto y dispuesta a colaborar.
Lamentablemente, entre los Jefes de la Resistencia
apenas había judíos.
La mayor parte eran presos políticos,
cuya vida no estaba en juego
y para los que
cada día ganado, representaba una gran posibilidad
de supervivencia.
Para nosotros, en el «comando especial»,
era lo contrario.
Rudolf Vrba
154
un campo de exterminio.
Era, también, un campo de concentración clásico,
que tenía su ley interna, como Mathausen,
Buchenwald, Dachau y Sachsenhausen.
Pero, si en Mathausen, el producto número uno
del trabajo esclavo era la piedra extraída de una cantera,
este producto, en Auschwitz, era la Muerte.
155
en diciembre y enero, en Birkenau,
era habitual un total de cuatrocientos muertos diarios,
en mayo de 1943, menos por la bonanza del tiempo
que por la actividad de la Resistencia,
el progreso fue tan sensible,
que decreció, drásticamente, la mortalidad en el campo
de concentración.
Para ellos, esto supuso una gran victoria.
156
porque hoy
la gente no la palma demasiado rápidamente en el campo».
Quería decir esto:
si las necesidades del campo eran, digamos,
de treinta mil prisioneros,
si morían cinco mil,
eran reemplazados por nuevas fuerzas
tomadas de los transportes judíos.
Y si morían solamente mil,
eran reemplazados mil.
Y entonces, era gaseado un número mucho mayor.
Por tanto, la mejora de las condiciones de vida
en el campo de concentración,
elevaba la tasa de mortalidad en las cámaras de gas.
Y hacía que decreciera entre los detenidos del campo.
Entonces, comprendí que la mejora de la situación
en el campo de concentración
no frenaba, en absoluto, el proceso de ejecuciones masivas.
Por consiguiente,
mi idea del movimiento de Resistencia
y de su finalidad era ésta:
la mejora sólo es una primera etapa;
el movimiento de Resistencia tiene plena conciencia
de que el objetivo esencial
consiste en parar el proceso de exterminio,
la maquinaria de muerte.
Y, por tanto, es la hora de la organización,
del reagrupamiento de fuerzas para atacar
a las SS del interior,
aunque se tratara de una misión suicida;
¡hay que destruir la maquinaria!
Y en este sentido,
considero el objetivo razonable
y totalmente justificado.
Pero, también sabía que todo esto
no se puede realizar en un día,
sin preparativos ni circunstancias favorables.
157
ni conocerles, ni tomar decisiones.
Pero, me parecía evidente
que la finalidad de toda acción de resistencia
en un campo de concentración como Auschwitz,
no podía ser la misma que en Mauthausen y Dachau.
Porque mientras que en estos dos campos
la política de la Resistencia permitía la supervivencia
de los presos políticos,
en Auschwitz
esa misma noble política
perfeccionaba y engrasaba la maquinaria
de aniquilación masiva.
158
«¡Fuera, fuera, fuera!»
Raus!
Sí, exactamente;
y, «¡rápido, rápido, rápido!»
Salimos de los vagones,
nos pusieron en fila.
Allí había hombres vestidos con uniformes a rayas.
Y pregunté a uno de ellos en checo:
«¿Dónde estamos?»
Se trataba de un polaco, entendió mi checo y me dijo:
«¡Auschwitz!»
Aquello no significaba nada para mí.
¿Qué era Auschwitz?
Yo no sabía nada...
Rudolf Vrba
159
llamada Bauabschnitt IIB (BIIB).
Entonces yo estaba encargado del registro de los presos
del campo BIIA.
BIIA y BIIB sólo estaban separados por un cierre
Electrificado e infranqueable,
pero a través del cual era posible hablar.
160
En diciembre,
en torno al 20, me parece,
llegó otro transporte de Theresienstadt,
cargado, también, con cuatro mil personas
que se unieron a las del primer transporte al campo BIIB.
Tampoco allí fueron separadas las familias;
viejos, jóvenes, no tocaron a nadie...
ni su pelo, ni sus equipajes;
llevaban sus vestidos civiles.
Tuvieron derecho a un trato diferente.
En un barracón se puso en marcha una escuela
y los niños, inmediatamente, montaron allí un teatro.
Desde luego, su vida no era excesivamente cómoda,
porque estaban hacinados y, en seis meses,
sobre un total de cuatro mil personas del primer transporte,
murieron mil.
¿Tenían que trabajar?
Sí,
pero solamente en su campo
para hacer una nueva calzada
y para adornar sus barracones.
Sobre todo, las SS les animaban
a que escribieran a sus conocidos
que permanecían en Theresienstadt,
para decirles que estaban juntos, etc.
¿Se les alimentaba mejor?
Sin duda;
estaban mejor nutridos,
mejor tratados.
Fíjese, las condiciones eran tan buenas que, en seis meses,
sólo murió una cuarta parte, incluidos viejos y niños.
Para Auschwitz, ¡era algo excepcional!
Y a los SS les gustaba acudir al teatro de los niños,
jugaban con ellos:
se entablaron relaciones.
161
para establecer contactos.
¿Usted era y a miembro de la Resistencia?
Sí.
Mi posición me permitía desplazarme
con distintos pretextos,
como por ejemplo, llevar algunos papeles a la oficina central;
y, entonces, podía hacer pasar ciertos mensajes
y recibir otros.
Y como mi campo estaba junto al campo de los checos,
yo me encargaba de descubrir
si, entre ellos, había algunos con capacidad para formar
un núcleo de resistencia.
Encontramos enseguida muchos veteranos
de las Brigadas Internacionales de España
y rápidamente
me hice con una lista de unas cuarenta personas
que habían tenido, en el pasado,
una actividad antinazi.
Apareció una personalidad excepcional:
un hombre llamado Freddy Hirsch.
Se trataba de un judío alemán
que había emigrado a Praga.
Demostraba un considerable interés
por la educación de los niños que estaban allí.
Sabía el nombre de cada uno
Y, gracias a su rectitud
y a su sorprendente dignidad,
se convirtió, en alguna medida, en el jefe espiritual del campo
de las familias.
Pero se acercaba el 7 de marzo.
Y estábamos al acecho de los signos precursores
de lo que se suponía que iba a pasar.
Y sobre eso, no sabíamos nada con certeza.
Filip Müller
A finales de febrero,
me encontraba yo con un equipo de noche en el crematorio V.
A eso de la medianoche, llegó
162
el Oberscharführer Hustek,
de la sección política
y entregó un pliego al Oberschsrführer Voss.
El Oberscharführer Voss era, entonces,
el jefe de los cuatro crematorios.
Yo vi a Voss abrir el pliego
y comenzar a hablar solo:
«Sí, sí, siempre Voss.
¡Qué podrían hacer sin Voss!
¿Cómo llegar allí?»
Se planteaba las preguntas a sí mismo.
De repente, me dijo:
«¡Venga, haz venir a los kapos!»
Llamé a los kapos...
el kapo Schloime y el kapo Wacek.
Entraron y él les preguntó:
«¿Cuántas piezas todavía?»
Hablaba de cadáveres.
«Más o menos, quinientas piezas.
— De aquí a mañana, las quinientas piezas
tienen que ser, ya, cenizas. ¿Está bien quinientas?
— Más o menos.
— ¡Qué! ¡Cretinos!
¿Qué quiere decir eso de más o menos?»
Y, se fue
—para informarse de primera mano—
hacia el vestuario donde estaban los cadáveres amontonados;
porque en el crematorio V,
el vestuario servía, también, de depósito de cadáveres.
e.Después del gaseamiento?
Después de los gaseamientos se llevaban los cuerpos al vestuario.
Voss fue allí para verificar.
Se dejó olvidado el pliego sobre su mesa.
Yo aproveché aquel instante para dar un vistazo
y lo que leí me desconcertó:
todo tenía que estar preparado en el crematorio
para el «tratamiento especial» del campo de las familias checas.
163
que era uno de los jefes más importantes de la Resistencia
en el «comando especial»;
le di cuenta de la novedad.
El me contó que en el crematorio II
se estaban llevando a cabo preparativos.
Que allí abajo, también estaban preparados los hornos.
Y me exhortó:
«Tú tienes camaradas, compatriotas'.
Ve a verlos;
ellos son cerrajeros y pueden desplazarse
y, por tanto, ir al campo BIIB.
Que adviertan a aquellas gentes
de la suerte que les espera
y que les anuncien, que si se defienden,
reduciremos los crematorios a cenizas.
Y, en el campo BIIB, pueden, inmediatamente,
prender fuego a sus barracones».
Estábamos convencidos
de que serían gaseados la noche siguiente.
Pero, al no ver salir a ningún equipo de noche,
nos sentimos aliviados.
El plazo se había ampliado...
algunos días.
Pero, numerosos presos
— y entre ellos, checos del campo de las familias —
nos reprocharon que hubiéramos sembrado el pánico,
que hubiéramos dado una falsa noticia.
Rudolf Vrba
164
desmontándolo en una noche
en el campo de cuarentena BIIA,
mi campo.
165
Freddy Hirsch puso objeciones.
Era un tipo racionalista.
Según su criterio, era un sinsentido
que se les cuidara durante seis meses, dando leche y pan blanco
a los niños, para terminar gaseándolos.
Entonces él me dijo:
«Si nos rebelamos,
¿qué les va a pasar a nuestros niños?
¿quién se hará cargo de ellos?»
Yo respondí:
166
«Una cosa es cierta: ellos no tienen salida.
Van a morir en cualquier caso.
Esto es seguro.
Contra eso no podemos nada.
Pero, esto otro, sin embargo, depende de nosotros:
¿quién perecerá con ellos?
¿cuántos SS morirán?
¿hasta qué punto lograremos bloquear la maquinaria?
Sin hablar de la posibilidad de que algunos
se puedan fugar durante el combate,
intentar abrir una brecha;
porque, una vez puesta en marcha la rebelión,
las armas pueden cambiar de manos».
Y le expliqué a Freddy
que no había ninguna oportunidad
ni para él ni para ningún otro de su transporte,
—en la medida que podíamos saberlo—
de sobrevivir más allá de cuarenta y ocho horas.
¿Dónde tenía lugar esta conversación?
En mi habitación, en el bloque.
También le dije que resultaba indispensable un jefe
y que había sido elegido él.
Me respondió que comprendía la situación,
que le era imposible decidir
a causa de los niños:
no veía cómo
podía abandonarles a su suerte de esa forma.
Él era su «padre».
Sólo tenía treinta años.
Pero su relación con los niños era muy profunda.
167
tumbado sobre mi cama, agonizando.
Su rostro era cianótico, su boca llena de espuma blanca.
Comprendí que se había envenenado.
Pero no estaba muerto.
Yo conocía a un tal doctor Kleinmann.
Era un judío francés de origen polaco, muy competente.
Le hice venir inmediatamente
y le rogué que hiciera todo lo posible por Hirsch.
Porque es un hombre importante.
Kleinmann concluyó que se trataba de un envenenamiento,
provocado por una fuerte dosis de barbitúricos.
Tal vez se pudiera llegar a salvarlo,
pero no podrá levantarse antes de que pasase mucho tiempo.
Y, como va a ser gaseado en cuarenta y ocho horas,
él —Kleinmann— consideró que era preferible dejar las cosas
como estaban y no hacer nada.
168
Una duda, sin embargo...
hasta el final...
Porque, una vez más,
las SS habían asegurado: «Heydebreck!»
Si ellos se iban del campo,
los camiones debían girar a la derecha,
si giraban a la izquierda, un único destino final
a quinientos metros:
¡el crematorio!
Filip Müller
169
porque no ignoraban nada:
habían aprendido en el campo BIIB qué era lo que ocurría allí.
Estaban desesperados, los niños se abrazaban,
las madres,
los padres,
los más viejos lloraban.
En el colmo de la desdicha.
De golpe, aparecieron,
a ritmo de marcha,
algunos oficiales SS,
entre los cuáles estaba el jefe del campo,
Schwarzhuber,
Que, previamente, les había dado su palabra de oficial SS,
de que serían
trasladados a Heydebreck.
Entonces, se pusieron todos a gritar, a implorar:
«¡Heydebreck era un engaño!
¡Se nos ha mentido!
¡Queremos vivir!
¡Queremos trabajar!»
Miraban fijamente a los ojos de los verdugos SS.
Pero, éstos permanecían impasibles,
contentándose con mirar.
De repente, se produjo un movimiento en la multitud;
sin duda, querían abalanzarse hacia los esbirros
y hacerles saber hasta qué punto les habían engañado.
Pero, entonces aparecieron una serie de guardias,
armados con garrotes
y todavía resultaron heridos otros cuantos.
¿En el vestuario?
Sí.
La violencia llegó al colmo
cuando pretendieron forzarlos a desnudarse.
Algunos obedecieron,
solamente unos pocos.
La mayoría se opuso a ejecutar esta orden.
Y, de repente, aquello fue como un coro.
Un coro...
Todos empezaron a cantar.
El canto llenó por completo el vestuario:
170
el himno nacional checo;
después hicieron retumbar la Hatikva.
Aquello me emocionó terriblemente, aque... aque.
Rudolf Vrba
171
sino la supervivencia.
La supervivencia de los miembros de la Resistencia.
Por consiguiente, hice una opción,
calificada por ellos de anárquica e individualista:
evadirme,
dejar la comunidad de la que era corresponsable
en aquel momento.
Esta decisión,
contraria a la política de la Resistencia,
fue mantenida desde ese momento.
Y yo puse en marcha,
con mi amigo Wetzler,
los preparativos.
Wetzler jugaba un papel clave en el asunto de nuestra evasión.
Antes de salir,
tuvo un encuentro con Hugo Lenek.
Éste era responsable del núcleo de resistencia
del segundo transporte de las familias.
Yo le expliqué que no había nada que esperar de la
Central de la Resistencia,
Nada, excepto pan.
Llegada la hora,
no tendrían que contar mas que con ellos mismos.
En cuanto a mi,
pensaba que si lograba evadirme
y difundir la verdad
en altas esferas y a tiempo,
podría resultar útil.
Tal vez, llegaría a conseguir ayuda del exterior.
172
En mi opinion, si se lograba que se conociera la verdad,
en Europa y, sobre todo, en Hungría,
de donde estaba previsto el transporte a Auschwitz
de un millón de judíos,
desde mayo; — yo estaba al corriente —
la Resistencia en el exterior
se movilizaría para ayudar a Auschwitz.
Así, fueron elaborados nuestros planes de evasión.
Mi evasión tuvo lugar el 7 de abril (1944).
¿Fue éste, por tanto, el motivo esencial de su evasión?
Sí, el motivo fue actuar inmediatamente.
Dicho de otra manera: no perder ni un instante más,
huir lo antes posible
para advertir al mundo.
D e lo que estaba pasando...
Sí.
¿En Auschwitz?
Sí.
Jan Karski, profesor de universidad (Estados Unidos),
antiguo correo del gobierno polaco en el exilio.
Ahora... yo vuelvo
treinta y cinco años hacia atrás...
no, yo no vuelvo... no... no...
Estoy preparado...
174
Han pasado treinta y cinco años desde la guerra.
Yo no recuerdo el pasado.
Durante veintiséis años he sido profesor,
jamás he hablado del problema judío a mis estudiantes.
Comprendo esta película.
Es un testimonio para la historia, por tanto, voy a tratar de...
Ellos me describieron lo que les estaba pasando a los judíos.
¿Estaba yo al corriente?
No, no lo estaba,
ellos me explicaron:
lo primero de todo, que el problema judío no tiene precedente
y no se puede comparar con el problema polaco,
con el problema ruso, con ningún otro.
Hitler perderá esta guerra,
pero va a exterminar a todo el pueblo judío.
¿Comprende?
Los Aliados luchan a favor de sus pueblos.
A favor de la humanidad.
Los Aliados no tienen derecho a olvidar
que los judíos van a ser totalmente exterminados en Polonia.
Los judíos polacos
y los judíos de toda Europa.
Estaban destrozados.
Daban zancadas por la habitación, cuchicheaban,
hablaban entre ellos en voz baja.
Para mi aquello era una pesadilla.
¿Se percibía una total desesperación?
Sí.
En muchos momentos a lo largo de la conversación,
no eran ya capaces de controlarse.
Yo permanecía inmóvil en mi silla
y escuchaba; eso era todo.
No reaccionaba,
no preguntaba.
Solamente escuchaba.
¿Ellos pretendían convencerle?
Creo que habían
percibido de golpe mi ignorancia
y mi desconocimiento del asunto.
175
Después de que hube aceptado llevar sus mensajes,
siguieron informándome de su situación.
Yo no había estado jamás en un gueto.
Nunca me había ocupado de asuntos judíos.
¿Sabía usted que la mayor parte de los judíos de Varsovia
habían sido, ya, asesinados?
Yo lo sabía,
pero no había visto nada.
No se me había ofrecido ningún relato.
Nunca había estado allá abajo...
Las estadísticas son algo...
También habían sido asesinados cientos de miles de polacos,
de rusos, de serbios, de griegos;
todo esto lo sabíamos.
¡Era pura estadística!
Pero, ¿ellos insistían en el carácter absolutamente único?
Sí, éste era su cometido: persuadirme.
Y ésta era mi misión:
persuadir a todos aquellos con los que iba a entrar en contacto
de que la situación judía no tenía precedente en la Historia.
Los faraones egipcios no habían hecho algo así.
Los babilonios tampoco lo habían hecho.
Ahora, por primera vez en la Historia...
Y llegaban a esta conclusión:
si los Aliados no toman medidas sin precedentes,
independientes de la estrategia militar,
los judíos serán totalmente exterminados.
Y ellos no lo podían aceptar.
¿Exigían, por tanto, medidas excepcionales?
Sí, por turno,
bien el líder del bund,
bien el sionista...
¿Entonces, qué es lo que esperaban?
¿de qué mensajes debía ser yo portador?
Entonces, me entregaron sus mensajes.
Diferentes mensajes.
En primer lugar, para los gobiernos aliados.
Yo debía acudir a cuantos responsables políticos pudiera.
Al gobierno polaco.
Al presidente de la República polaca.
176
A los responsables judíos del mundo entero.
A grandes personalidades políticas e intelectuales.
«Acuda usted al mayor número posible de gente».
Y empezaron a entrar en detalles.
¿Qué mensajes y a quién?
Tuve con ellos dos entrevistas de pesadilla.
¡Una pesadilla!
Al final, me presentaron sus demandas.
Toda una lista.
El mensaje:
no se puede permitir que Hitler prosiga
el exterminio.
Cada día tiene su importancia.
Los Aliados no tienen derecho a considerar esta guerra
únicamente desde el punto de vista de la estrategia militar.
Actuando así, ellos van a ganar la guerra.
Pero a nosotros, ¿qué más nos da esa victoria?
¡No sobreviviremos a esta guerra!
Los gobiernos aliados no pueden quedarse en eso.
Nosotros hemos contribuido a la Humanidad,
hemos dado sabios a lo largo de los siglos.
Estamos en el origen de las grandes religiones.
Somos humanos.
¿Lo comprende usted?
¿Lo comprende usted?
Lo que le está sucediendo a nuestro pueblo
no tiene precedente en la Historia,
¿se despertará, tal vez, la conciencia del mundo?
178
porque los judíos están siendo exterminados en Polonia.
Esto ayudará...
¡Tal vez!
Ellos lo pueden hacer.
Sí, ¡lo pueden hacer!
La segunda:
ambos,
el líder sionista sobre todo, cuchicheaban de nuevo,
murmuraban:
«Algo va a pasar.
Los judíos, en el gueto de Varsovia, hablan de ello,
sobre todo, los jóvenes.
Ellos quieren luchar.
Hablan de una declaración de guerra contra
el Tercer Reich.
Una guerra única en la Historia.
Jamás existió una guerra semejante.
Quieren morir con las armas en la mano.
Nosotros no podemos impedirles esta muerte».
Yo ignoraba entonces, que se había creado una organización judía
de combate.
De eso no me dijeron nada.
Solamente:
«Algo va a suceder.
Los judíos van a luchar.
Necesitan armas.
Hemos entrado en contacto con el jefe del ‘Ejército del Interior’,
la Resistencia clandestina polaca.
Nuestra petición ha sido rechazada.
No se les pueden negar las armas — en caso de que existan —
¡y nosotros sabemos que las tenéis!»
Éste es mensaje para el comandante en jefe,
el general Sikorsky,
179
para que ordene que se entreguen armas a los judíos.
Mi tercera misión:
«En el mundo existen líderes judíos.
Entre en contacto con ellos.
Dígales esto:
Ellos son líderes judíos.
Su pueblo se está muriendo.
No van a quedar judíos.
Entonces, ¿para qué necesitamos líderes?
180
a ofrecerles un informe oral.
Estoy seguro de que usted resultará más convincente,
si está en condiciones de decirles:
‘Lo he visto con mis propios ojos’.
Nosotros podemos organizar para usted una visita al gueto.
¿Acepta?
Si usted acepta, yo le acompañaré.
De este modo, cuidaré personalmente de su seguridad».
181
No hablábamos demasiado...
Está bien.
¡Cuerpos desnudos en la calle!
Le pregunto: «¿Por qué están aquí?»
¿Los cadáveres?
Los cadáveres.
Él me dijo:
«Tienen un problema:
cuando muere un judío
y si la familia quiere una sepultura,
tiene que pagar una tasa.
Entonces, se arroja a los muertos a la calle».
¿Es que no pueden pagar?
No. No tienen medios.
Y me dijo:
«El harapo más pequeño tiene un valor.
Por eso, guardan los vestidos.
Y una vez que el cuerpo, el cadáver, está en la calle,
se hace cargo de él el Consejo Judío».
182
La gente intercambia sus escasas riquezas.
Cada uno quiere vender lo que tiene.
Tres cebollas, dos cebollas.
Algunas galletas.
Todos venden,
todos mendigan.
Las lágrimas.
El hambre.
Esos niños horribles.
Niños corriendo,
completamente solos;
otros, junto a sus madres,
agarrados.
Eso no era la Humanidad.
Era una especie d e -
una especie d e -
de infierno.
Ahora,
en esta parte del gueto,
en el gueto central,
pasaban oficiales alemanes.
Acabado su servicio, los oficiales de la Gestapo
atravesaban el gueto.
Entonces, los alemanes de uniforme,
se acercan...
¡Silencio!
Todos paralizados por el miedo a su paso.
Ni un movimiento, ni una palabra.
Nada.
Los alemanes: ¡desprecio!
Evidentemente, aquí están estos sucios infrahumanos.
No son seres humanos.
De repente, el pánico.
Los judíos huyen de la calle en la que me encuentro.
Saltamos a una casa.
Él murmura: «¡La puerta! ¡Abre la puerta! ¡Abre!»
Se abre.
Entramos.
Se lanza hacia las ventanas que dan a la calle.
Vuelve a la puerta donde está la mujer que nos ha abierto.
Él le dice:
«¡No tengas miedo, somos judíos!»
Me empuja hacia la ventana:
«¡Mire, mire!»
Estaban allí dos chavales.
Rostros agradables, juventudes hitlerianas, de uniforme.
Desfilaban.
A cada paso que daban, los judíos desaparecían, huían.
Ellos charlaban.
De golpe, uno de ellos se lleva la mano a su bolsillo,
sin pensárselo dos veces.
¡Disparos!
Ruido de vasos rotos.
Alaridos.
El otro le felicita.
Ellos regresan.
Yo estaba petrificado.
Entonces, la mujer judía
— indudablemente se había dado cuenta de que yo no era judío
me abrazó:
«Márchese, márchese, esto no es para usted.
Márchese».
Abandonamos la casa.
Abandonamos el gueto.
Él me dijo: «Usted no lo ha visto todo...
¿Quiere volver? Yo le acompañaría.
Quiero que lo vea todo.
—Lo haré».
184
Agitación. Tensión.
Locura.
Estábamos en la plaza Muranowski.
En una esquina de la plaza, juegan unos niños.
Con unos trapos.
Se lanzan los trapos.
El me dice:
«Ya ve, ellos juegan.
La vida continúa,
la vida continúa».
Yo le respondí:
«Ellos parecen jugar.
Pero no juegan».
¿Había árboles allí?
Algunos árboles, raquíticos.
Bien.
Caminamos.
Solos.
Sin hablar a nadie.
Caminamos alrededor de una hora.
De vez en cuando, él me paraba:
«¡Fíjese en ese judío!»
Un judío de pie, inmóvil.
Yo preguntaba: «¿Está muerto?»
Él: «No, no, está vivo.
Señor Vitold, ¡recuérdelo usted!
Está a punto de morir.
Se está muriendo.
¡Mírelo!
¡Dígalo allá abajo!
Usted lo ha visto.
¡No lo olvide!»
Caminamos.
¡Macabro!
De vez en cuando, él murmuraba:
«Recuerde usted todo esto, recuerde todo esto».
O, también, me decía:
«¡Mírela!» ¡Una mujer!
Muchas veces, yo le preguntaba:
«¿Qué les pasa?»
185
Su respuesta: «Se mueren».
Y siempre: «Acuérdese, acuérdese».
186
Dr. Franz Grassier (Alemania), adjunto del Dr. Auerswald,
el comisario nazi del gueto de Varsovia.
187
Sí, pero fíjese, allí había tres...
Schlosser era... veamos... «departamento económico».
Si no recuerdo mal, ese nombre está unido a la economía.
Y la segunda vez, es el 22 de julio.
¿Él ha escrito cada día?
Sí, cada día.
Resulta muy sorprendente...
¡Que se haya salvado esto!
¡Impresionante que todo esto se haya salvado!
Raúl Hilberg
Adam Czerniakow
comenzó a llevar un diario la primera semana de la guerra,
antes de la entrada de los alemanes en Varsovia
y antes, incluso, de convertirse en responsable de
la comunidad judía.
Y continuó escribiendo todos los días,
hasta después del mediodía del día que se suicidó.
Nos ha dejado
una ventana, gracias a la que podemos observar
a una comunidad judía en la fase final de su existencia.
Comunidad agonizante, condenada realmente desde el comienzo.
188
Pero nunca dejó de escribir.
Algo, dentro de él, le llevaba, le empujaba, le obligaba
a lo largo de los años,
casi tres años de su vida,
bajo la ley alemana.
Y por eso, quizá porque su estilo estaba completamente desprovisto
de énfasis,
sabemos hoy, cómo vivió la realidad,
cómo la percibió, la identificó,
cuál fue su reacción ante ella.
E, incluso por aquello sobre lo que calla,
podemos deducir qué es lo que ocurrió.
Otro ejemplo:
Un hombre se acerca a él y le dice:
«Déme dinero, no para comer,
189
sino para el alquiler,
para pagar mi alquiler, porque no quiero morir en la calle».
Esto, para Czerniakow, merece ser relatado.
Signo de dignidad.
Él aprueba.
Alguien le presentó una petición...
iU n a petición de dinero?
Sí, pero no para pan.
«Para pagar el alquiler,
porque no quiero morir en la calle».
Esto era algo corriente:
se les recubría con periódicos.
iPor qué el techo más que el pan?
Este hombre no comía lo suficiente como para permanecer vivo,
pero rechazaba desplomarse en la calle.
Como la muerte era segura,
él la aceptaba para sí...
Totalmente, ahí aparece una de las observaciones sardónicas
cuyo secreto domina Czerniakow.
Tiene siempre extrañas descripciones:
una charanga ante una funeraria,
una carroza fúnebre conducida por cocheros ebrios,
un niño muerto que corta esto y aquello.
Él era sardónico con la muerte.
Vivía con la muerte.
190
en total.
Nosotros, en el Comisariado, tratábamos de mantener
el gueto por la mano de obra,
pero, sobre todo, para luchar contra las epidemias,
contra el tifus.
Éste era el gran peligro.
Sí.
Hábleme un poco del tifus...
¡Oh! Yo no soy médico,
yo sólo sé que el tifus es una epidemia
muy peligrosa,
que contagia a la gente — prácticamente como la peste —
y que no se puede controlar dentro de un gueto.
De haberse declarado el tifus,
—en realidad, no lo creo, pero existía ese miedo—
no nos hubiera perdonado ni a los polacos, ni a nosotros.
Pero, cpor qué había tifus en el gueto?
El tifus, yo no lo sé.
El peligro del tifus, sí.
Precisamente, a causa del hambre.
Porque la gente tenía demasiado poco para comer.
Esto era lo terrible...
... Nuestros servicios, en el Comisariado,
actuaban lo mejor posible para alimentar al gueto,
precisamente para que no se convirtiera en un foco de epidemias.
Al margen de toda consideración humanitaria,
esto era lo importante.
Porque, si el tifus se hubiera extendido,
—éste no fue nunca el caso—
no se hubiera limitado al gueto.
Czerniakow escribe, también,
que una de las razones para la edificación
del muro del gueto
era, precisamente, este miedo alemán.
Sí, sí, desde luego. Miedo al tifus.
É l dice que los alemanes
siempre identificaron
a los judíos con el tifus.
Es posible, sí.
No sé si tenía fundamento...
191
Pero imagínese a esa masa humana amontonada dentro del gueto.
Porque si sólo hubieran estado los judíos de Varsovia,
pero, a continuación, los otros.
El peligro no dejaba de aumentar.
Raúl Hilberg
192
«Bonito argumento, usted deberá defenderlo...
algún día en una conferencia internacional.
Mientras tanto, ¡pague!»
Czerniakow relata todo esto;
incluso la respuesta de Auerswald.
Su crítica de los alemanes nunca va más lejos.
Nada que venga de ellos le sorprende.
Presenta,
anticipa todo lo que les pasa a los judíos,
incluso, lo peor.
193
M i pregunta es una pregunta filosófica.
¿Qué significa para usted un gueto?
¡Dios mío! Guetos los ha habido en la historia,
en lo que se me alcanza,
desde muchos siglos atrás.
La persecución de los judíos no es una invención alemana
y no data de la Segunda Guerra mundial.
Los polacos también los persiguieron.
Pero, un gueto como en Varsovia, en una gran capital,
en el corazón de la ciudad...
Eso era poco corriente.
Usted dice que pretendía mantener el gueto.
Nuestra misión no consistía en aniquilar el gueto,
sino mantenerlo vivo,
mantenerlo...
Pero, ¿qué significa «vivo» en tales
condiciones?...
Ahí estaba el problema.
Ahí estaba todo el problema...
Pero, la gente moría en las calles.
Había cadáveres por todas partes.
Precisamente... ¡ésta era la paradoja!
¿A usted le parece una paradoja?
Sin duda.
Pero, ¿por qué? ¿Puede explicarlo usted?
No.
¿Por qué no?
¿Explicar qué?
Eso no era «mantener,»
esos judíos eran exterminados cada día en el gueto.
Czemiakow escribe...
Para mantenerlo realmente,
se hubieran necesitado raciones más sustanciales
y no aquella acumulación.
Pero, ¿por qué no había raciones más humanas?
¿Por qué?
S e trataba de una decisión alemana, ¿no?
Realmente, no hubo una decisión de matar de hambre al gueto:
194
la gran decision de exterminar fue tomada mucho más tarde.
Sí, sí. M ás tarde, en 1942.
Exactamente, exactamente.
Un año más tarde.
Ciertamente. Nuestra misión
—éste es el recuerdo que tengo de ello—
consistía en gestionar el gueto
y, naturalmente, con aquellas raciones insuficientes
y aquella superpoblación,
no se podía evitar una mortalidad elevada, incluso, excesiva.
Sí.
Pero, ¿qué quiere decir «mantener» el gueto
en semejantes condiciones: alimentación, higiene, etc.?
¿Qué podían hacer los judíos contra semejantes
medidas?
Los judíos no podían hacer nada.
Raúl Hilberg
195
dar trabajo y crear empleos
en una situación de quiebra.
Una huida hacia delante,
como si la vida fuera a continuar.
Tienen una fe militante en la supervivencia del gueto,
aunque todo les pruebe lo contrario.
La estrategia, hasta el final, es ésta:
«Debemos perseverar.
Ésta es la única estrategia.
Debemos minimizar los estragos, los daños, las pérdidas;
debemos continuar».
La continuidad es la única salvación.
Pero, cuando se compara
a ese comandante de un buque que se hunde,
él sabe que todo...
Lo sabe, sí.
En mi opinión, él sabía o presentía el final,
desde octubre de 1941:
en esta fecha, se hace eco de rumores alarmantes
respecto a la suerte de los judíos de Varsovia, en primavera.
Y también, cuando Bischoff, el SS encargado de los intercambios,
le dice que el gueto no es más que una simple transición,
sin más precisiones.
Él sabe, tiene premoniciones
porque en enero, se habla de la llegada de lituanos...
Se inquieta cuando Auerswald desaparece para ir a Berlín,
hacia el 20 de enero de 1942,
fecha, se sabe, de la conferencia sobre la Solución final,
la conferencia de Wansee.
Y aunque él, Czerniakow,
detrás de su muro,
lo ignora todo,
permanece atormentado por el viaje de Auerswald.
No sabe cuál es el motivo,
pero está seguro de ello:
nada bueno puede salir de él.
En febrero, los rumores se multiplican;
en marzo, se concretan:
él toma nota de la salida de los judíos del gueto de Lublin,
de Mielecz, de Cracovia y de Lwow.
196
Y se malicia que algo se está preparando,
tal vez, para la misma Varsovia.
Y desde entonces, cada página
está preñada de inmensa angustia.
197
¿Los judíos sabían más que ustedes?
Estoy convencido de ello. Convencido.
Resulta difícil de aceptar.
La administración alemana jamás fue informada
de lo que iba a pasarles a los judíos.
¿En qué fecha tiene lugar la primera deportación
a Treblinka?
Yo creo que antes del suicidio de Auerswald.
¿De Auerswald?
No... de Czerniakow. Perdón.
E l 22 de julio.
Éstas eran... estas son fechas... entonces,
el 22 de julio de 1942,
comienzo de las deportaciones.
Sí.
A Treblinka.
Y Czerniakow se suicidó el 23.
Pues sí, al día siguiente, pues.
De modo que, esto es realmente lo correcto, él se había dado cuenta
de que su idea
—ésta era su idea, pienso yo—
de un trabajo honesto con los alemanes
a fin de mejorar el trato con los judíos;
se había dado cuenta de que esta idea,
este sueño, habían sido destruidos.
Que esa idea era un sueño.
Sí. Y cuando el sueño se esfumó,
él llegó hasta el final.
Raúl Hilberg
198
Éstas son las últimas palabras de un hombre que va a morir
a la caída de la tarde.
E l primer «transporte» de judíos de Varsovia
en dirección a Treblinka, tiene lugar el 22 de julio de 1942,
y Czerniakow se suicida al día siguiente.
Exacto. Por tanto, el 22, se presenta el SS Höfler,
responsable del «traslado»,
encargado expresamente de toda la operación.
Höfler, el día 22,
—y aquí hay que subrayar este detalle:
Czerniakow está tan trastornado, que se equivoca de fecha,
en lugar de 22 de julio de 1942, escribe 22 de julio de 1940—
Höfler, pues, entra en su oficina a las diez,
corta el teléfono, hace evacuar a los niños que están jugando
frente al edificio del Judenrat
y le dice:
«Todos los judíos, sin distinción de edad ni de sexo,
excepto algunos eximidos,
serán deportados al Este».
¡Siempre el Este!
«Desde hoy, a las dieciséis horas, deben ser entregados
seis mil.
Éste será el mínimo diario».
Esto se le comunica el 22 de julio de 1942.
Sin embargo, él todavía intercede,
solicita otras excepciones,
las de los miembros del Consejo judío
y de los organismos de asistencia;
pero lo que le atormenta, es que los huérfanos
vayan a ser deportados,
sin tregua: intercede por ellos.
El 23 no tiene garantías de que serán eximidos.
199
Son el futuro.
No pueden hacer nada por sí mismos.
Si los huérfanos no son eximidos,
si ni siquiera tiene el «sí» de un oficial SS,
ni la promesa cuya vaciedad conoce;
si se le niega, incluso, la palabra,
entonces, ¿qué concluir?
Se cuenta
que después de haber cerrado su diario,
dejó una última nota:
«Ellos quieren que mate a los niños con mis propias manos».
200
Y Czemiakow no era más que un instrumento...
Un instrumento, sí. Pero un buen instrumento.
La autogestión judía funcionó bien, esto lo sé,
créame.
Funcionó bien durante tres años...
1940, 1941,1942... dos años y medio; y, al fin a l...
Al final...
«¿Funcionó bien», por qué? ¿con qué objetivo?
¡Pues para la autoconservación...!
No, ¡para la Muerte!
Sí... pero...
Autogestión, autoconservación... ¡para la muerte!
¡Es fácil decir todo esto hoy!
Pero usted ha admitido que las condiciones eran
inhumanas.
Atroces... horribles...
Sí, sí.
Por tanto, todo estaba y a claro entonces...
No. El exterminio, no...
Hoy, ¡sí está claro!
E l exterminio, eso no es algo tan simple;
hubo una medida,
después otra, y otra y otra...
Sí.
Pero, para comprender todo este proceso, hace falta...
El exterminio, lo repito, no tuvo lugar en el gueto mismo
— al menos, al comienzo —
procede de la época de los transportes.
¿Qué transportes?
Los transportes a Treblinka.
201
Lo que yo sé hoy, no lo sabía entonces.
Usted era el segundo de a bordo del comisario
del «distrito judío» de Varsovia...
¡Pues sí!
Usted era importante.
Sobrestima usted mi papel.
No.
Usted era el segundo del comisario
del «distrito judío» de Varsovia...
Pero... ¡sin poder!
¡Eso no quiere decir nada!
Usted era una parte de ese inmenso poder alemán.
Exacto. Exacto. ¡Pero una pequeña parte!
Usted sobrestima la autoridad de un adjunto de veintiocho años
en aquel momento.
Treinta años.
Veintiocho.
Treinta años, la madurez.
Sí. Pero para un jurista, diplomado a los veintisiete años,
eso no es más que un comienzo.
Usted era «doctor».
El título no prueba nada.
¿También Auerswald era doctor?
No. pero el título no viene al caso.
Doctor en derecho. Y después de la guerra,
¿a qué se ha dedicado usted?
He estado en una casa editorial alpina.
¿Ah sí?
Sí, sí. He escrito y publicado guías de montaña.
He editado una revista alpina.
¿Es la montaña su deporte favorito?
Sí, sí.
L a montaña, el aire y ...
Sí...
. . . E l sol, el aire puro...
Desde luego, no el aire del gueto.
202
New York
Gertrude Schneider y su madre, supervivientes del gueto.
203
Museo del Kibbutz Lohame Haghettaot
(Kibbutz de los combatientes del gueto), Israel.
205
A ruegos de Mordechaï Anielewicz, Comandante de Jefe
de la O.J.C., A ntek había dejado el gueto
seis días antes del ataque alemán.
S u misión: obtener de los jefes de la Resistencia polaca
que entregaran armas a los judíos. Ellos se negaron a hacerlo.
2U6
nos encontramos, de repente, en la calle
en pleno día.
Imagínese aquel 1 de mayo soleado,
estupefactos por encontrarnos allí, en medio de gente normal,
en la calle,
como si saliéramos de otro planeta.
207
alcantarillen«,
porque sólo ellos conocían la topografía subterránea
del gueto.
A mitad de nuestro recorrido subterráneo, decidieron
desandar lo andado,
no querían seguir acompañándonos;
tuvimos que amenazarlos con nuestras armas.
Progresamos por el interior de la alcantarilla
y, en determinado momento, uno de los alcantarillen« nos dijo
que nos encontrábamos debajo del gueto.
Riszek estaba encargado de vigilar a los dos alcantarillen« para que
no se pudieran evadir.
Fui yo quien levantó la tapadera de las alcantarillas
para entrar en el gueto.
208
pero tengo la impresión de que, fácilmente, tardé media hora
en dar la vuelta,
en intentar localizarla siguiendo su voz
que me guiaba;
y, lamentablemente, no la encontré.
¿Había incendios?
Realmente no se puede hablar de incendio,
puesto que no había llamas que subieran.
Sin embargo, todavía había humo
y después, aquel horrible olor de carne asada; de gente
que, sin ninguna duda, había sido quemada viva.
Entonces, continué mi camino.
Me presenté en otros bunkers donde pensaba encontrar
a las unidades combatientes;
y cada vez, se reproducía la misma historia:
yo gritaba la contraseña: «Jan»...
J a n es un nombre polaco
Sí.
... Ninguna respuesta.
Dejaba el bunker para dirigirme a otro bunker
Y, después de horas caminando a través del gueto,
yo... me volví a las alcantarillas.
¿Estaba solo en aquel momento?
Sí, estaba todo el tiempo solo.
Aparte de la voz de mujer, de la que le he hablado
y de un hombre con el que me encontré cuando salí
de las alcantarillas,
yo estuve solo a lo largo de todo mi recorrido por el gueto;
no encontré una sola alma que estuviera viva.
Y recuerdo un momento
en el que experimenté una especie de tranquilidad,
de serenidad,
en que yo me dije:
«Yo soy el último judío,
voy a esperar la mañana,
voy a esperar a los alemanes».
209
I n d ic e
Palabras previas 11
P rim e ra é p o c a 15
S e g u n d a é p o c a ...... 111
No resulta fácil hablar de Shoah. La película tiene magia y la
magia no se puede explicar. Después de la guerra, hemos leído
gran cantidad de testimonios sobre los guetos y sobre los campos
de exterminio; hemos quedado conmocionados. Pero, al vn
ahora la extraordinaria película de Claude Lanzmann, caemos
realmente en la cuenta de que no sabíamos nada. A pesar de iod< >s
nuestros conocimientos, la experiencia, con todo su espanto,
permanecía a considerable distancia de nosotros. Por primera
vez, podemos vivirla dentro de nuestra cabeza, en nuestro
corazón, en nuestra carne. Se convierte en algo nuestro. Ni mera
ficción, ni estricto documento, Shoah logra esta recreación del
pasado con una impresionante economía de medios: lugares,
voces, rostros. El gran arte de Claude Lanzmann consiste en
hacer hablar a los lugares, resucitarlos a través de las voces y, mas
allá de las palabras, expresar lo indecible mediante los rostros.
El montaje de Claude Lanzmann no obedece a un orden
cronológico; yo diría -si se puede emplear esta palabra a
propósito de esto- que es una construcción poética.
Nunca jamás hubiera podido imaginar semejante alianza entre
el horror y la belleza. Desde luego, la segunda no es capaz de
ro, no se trata de esteticismo: al contrario, ella la
ilumina con tal inventiva y con tal rigor, que podemos darnos
cuenta de que estamos contemplando una gran obra. Una obra
maestra en estado puro.
L Simone de Beauvoir
I.