Reseña Entre La Legitimidad y La Violencia Ii

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Reseña Entre la legitimidad y la violencia

Presentada por: Andrés Rodrigo Santana Murcia


Doctorado de Ciencias Económicas
Universidad Nacional de Colombia
2019

En los capítulos III, IV, V y VI de su libro entre la legitimidad y la violencia: Colombia


1875-1994, Marco Palacios hace un recorrido a lo largo de la historia colombiana del
siglo XX. Este relato que inicia con los acontecimientos ocurridos en la segunda mitad de
la década de los años veinte y cierra con las grandes transformaciones sociales de la
Colombia de los años noventa, se complementa con un epílogo que hace un balance
general de los avances y problemáticas nacionales y un ejercicio de proyección para la
primera década del siglo XXI.

Tras una revisión crítica de la violencia bipartidista de los años cuarenta y cincuenta, la
formación del frente nacional y sus dinámicas y la aparición de otros tipos de violencia
proveniente de las guerrillas surgidas a partir de los años sesenta, el narcotráfico de los
años setenta y el paramilitarismo, Palacios termina por concluir que Colombia es un país
en el que todo es negociable dada la debilidad manifiesta de sus instituciones y los
elementos culturales heredados del clientelismo, el gamonalismo, el narcotráfico y la
corrupción.

Al igual que en los dos primeros capítulos, el libro sigue un orden cronológico que
entrelaza lo económico, lo social y lo político. A pesar de ello es posible identificar un
énfasis especial en cada capítulo. Así, el capítulo III trata el proceso de estructuración
social que trajo como consecuencia la consolidación de una élite económica que encontró
en el intervencionismo el combustible de su crecimiento.

El capítulo IV narra los sucesos de la violencia, lo que incluye un análisis de las dinámicas
sociales y políticas que no solo dieron origen a este periodo histórico sino que además lo
mantuvieron hasta el reordenamiento político y social establecido por la dictadura del
General Rojas Pinilla. Como complemento y cierre de esta etapa se tratan los
acontecimientos que derivaron en la conformación de la junta militar de 1957 y el acuerdo
bipartidista que posteriormente sería conocido como el frente nacional.

El capítulo V entra de lleno en el examen del funcionamiento del Frente Nacional, las
instituciones que le sirvieron de apoyo a su sostenimiento, el surgimiento de las guerrillas
inspiradas en el comunismo y/o socialismo internacional y la aparición del narcotráfico y
otras formas de violencia en los años ochenta.

Finalmente, el capítulo VI hace un análisis descriptivo del comportamiento de las


variables económicas y sociales de la última década del siglo XX para mostrar las grandes
transformaciones que explican la permanencia de la violencia, esta vez bajo la forma del
narcotráfico, el paramilitarismo y el terrorismo.
Para empezar el análisis de lo económico el capítulo III se contextualiza en los años
posteriores a la gran depresión de los años veinte y el inicio de la segunda guerra mundial.
En esta época Colombia, al igual que los demás países de América Latina, hizo un viraje
hacía el fortalecimiento de su mercado interno y la protección de una naciente industria
nacional. Como resultado, las tasas de crecimiento de los nuevos ramos industriales
llegaron a ser superiores a las de las exportaciones y la participación en el PIB se duplicó
en los periodos 1925-1929 y 1945-1949.

Paralelamente, bajo la dirección de la República Liberal, en la década de 1930 se


desarrolló un proyecto de modernización del Estado basado en tres pilares: 1) el
desarrollismo a través del manejo macroeconómico (1931), la revolución fiscal (1935) y
la formación de empresas industriales del Estado (década de 1940), con él se buscaba
ofrecer las condiciones para la superación de la crisis y el crecimiento económico.

Estas respuestas a la depresión a menudo se confunden con el nacimiento del


intervencionismo moderno. Sin embargo, según lo explica Palacios, las modalidades de
intervencionismo datan de por lo menos dos siglos atrás. En el caso colombiano la
intervención estatal se manifestó en cuatro formas: a) la empresa pública, b) la
intervención administrativa (adjudicación de derechos de minas, privatización de tierras
baldías) c) la regulación sectorial (aranceles de aduanas, interés del dinero, emisión de
moneda) y d) la generación de políticas monetarias, cambiarias y fiscales (1931), que
dieron continuidad las iniciativas estatales y soportaron la ideología desarrollista.

Las consecuencias de la crisis fueron menores en Colombia que en otros países por dos
aspectos: primero un menor impacto de la caída de los precios del café por motivo de las
políticas brasileñas de intervención (destrucción de sacos) y el esquema de producción
minifundista adoptado por Colombia desde finales del siglo XIX y segundo, el auge del
oro en Estados Unidos que reavivó las exportaciones colombianas de este metal.

La producción/explotación de otros bienes exportables como el banano y el petróleo a


manos de empresas extranjeras, el manejo de la deuda pública a cambio de mayores
concesiones a las petroleras estadounidenses y la introducción de la producción a gran
escala en los ingenios azucareros del Valle del Cauca aportaron al manejo de la crisis
mundial y fortalecieron en cierta medida las relaciones internacionales.

Con el avance de la economía exportadora y el apoyo gubernamental al fortalecimiento


del sector industrial a través del crédito externo con organismos multilaterales como el
Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional y la creación de instituciones de
fomento industrial, en el marco del programa de sustitución de importaciones, se llevó a
cabo un proceso de diversificación que dio origen a élites financieras e industriales que
se sumaron a la burguesía cafetera y entraron en disputa por la defensa de sus intereses
particulares frente las políticas de gobierno.
A través del endeudamiento y el establecimiento de reformas tributarias que dieron un
mayor peso a los impuestos directos, el Estado colombiano logró aumentar su inversión
en infraestructura y comunicaciones. Con ello se crearon polos diferenciados de
desarrollo de los cuales, el más destacado fue el triángulo Bogotá-Medellín-Cali,
principal eje financiero e industrial del país.

Con la desaparición de los acuerdos comerciales de los productores internacionales de


café que apoyaban la fijación de precios en el mercado externo – se dieron diferentes tipos
de pactos entre 1940 y 1989 - la participación del grano al interior de las exportaciones
nacionales decayó, dando espacio a otros productos como el petróleo y los derivados
minero energéticos.

Más allá de estos datos, no es mucho lo que se ahonda en materia económica. Se abordan
las generalidades del programa de sustitución de importaciones, la consolidación de las
élites económicas, el surgimiento de asociaciones que como FEDECAFE, ANDI y
FENALCO lograron influir de manera significativa en la generación de política pública
a lo largo del siglo y la preponderancia del modelo neoliberal a partir de los años setenta.

Es de destacar, eso sí, la importancia que Palacios brinda a dos aspectos. El primero la
articulación de lo político y lo económico, materializada en la participación de
industriales y empresarios en órganos estatales de distintos tipos –Banco de la República,
Ministerios- y segundo la relevancia de los aportes del narcotráfico a la economía
colombiana durante los años setenta y ochenta. Aunque expresa que no hay estudios que
permitan confirmar el impacto real de la economía ilegal, afirma que para la época los
activos de los narcotraficantes llegaron a blanquearse en diferentes empresas industriales
que requerían de la inyección de capital –esto sin contar los patrocinios a campañas
políticas de líderes regionales y nacionales-.

Pasando a otros campos de la argumentación, Palacios entiende que desde el punto de


vista socio económico existe continuidad en los sucesos que tuvieron lugar entre 1930 y
1950. Los conflictos entre las élites gobernantes y las divisiones al interior de los partidos,
orquestadas por las rivalidades entre líderes de centro y los extremos recalcitrantes,
provocaron que no se contara con representación en varios procesos electorales. Esto,
sumado a una mayor participación política de las masas, explicada por la puesta en
marcha del sufragio universal, sentó las bases, a juicio del autor, para la aparición de la
violencia.

Pero no era solo el sufragio universal el que había dado mayor poder político a las clases
populares, los acuerdos sociales del gobierno López y su revolución en marcha habían
promovido la movilización social y dotado de ciudadanía a las clases medias y bajas. Los
escándalos del segundo gobierno López y su posterior renuncia agudizaron la crisis
institucional y de partido, dejando el camino libre para la llegada al poder del
conservatismo.
En lo social, la plutocracia, surgida de la expansión industrial, se alimentaba del Estado
y encontraba como eje de cohesión la lucha contra las reformas sociales. Si bien desde el
segundo gobierno de López los levantamientos populares ya eran reprimidos mediante el
uso de la fuerza, el gobierno conservador de Ospina Pérez fue más allá y llegó a utilizar
medidas dictatoriales.

Después de la muerte de Gaitán y tras los desórdenes generalizados en todo el país, el


régimen conservador endureció su postura. Una vez decretado el estado de sitio la
censura, la persecución a las facciones liberales y el asesinato de líderes liberales en las
regiones se convirtieron en las herramientas utilizadas por el Estado para preservar el
orden.

Partiendo del concepto de uniformidad socio cultural ya mencionado, la violencia es


descrita como un fenómeno compuesto de cuatro fases: la primera, el sectarismo
tradicional, se inicia en 1945 y termina en 1949. Se alimenta del populismo gaitanista, el
caudillismo y la influencia de la iglesia católica en las masas conservadoras de los
campos. La segunda, se origina en la abstención liberal de fines de 1949 y termina con el
golpe de Estado del segundo semestre de 1953. La tercera, la de los pájaros, transcurre
entre 1954 y 1958 y se caracteriza por enfrentamientos en los campos entre las cuadrillas
liberales y los pájaros, la policía conservadora que representa el primer aparato
paramilitar, dado el apoyo recibido por los gobiernos de Mariano Ospina y Laureano
Gómez; y la cuarta, la denominada violencia residual, va desde la caída de Rojas Pinilla
en mayo de 1957 hasta 1964 y presenta un cuadro de descomposición, gamonalismo
armado e intentos de reinserción de las bandas a la vida civil.

Cada una de estas fases tuvo un ámbito geográfico más o menos dominante, y no implica
una ruptura completa con la anterior. La primera se presentó en áreas de alta densidad de
población, y, como la de la década de 1930, presentó un patrón de exportación de unos
municipios a los vecinos, atizados por la lucha electoral y la clerecía. La segunda está
más asociada a las regiones de frontera, ámbito propio para la lucha regular de la guerrilla
y la contraguerrilla: los llanos, el norte cafetero del Tolima, el Sumapaz, la zona del Urrao
en Antioquia, Muzo en Boyacá o el bajo Cauca y el Medio Magdalena. La tercera, recorre
la zona cafetera del Quindío geográfico, y, en una perspectiva de largo plazo parece ser
expresión del conflicto endémico de la colonización antioqueña (p. 191).

En términos generales el autor explica que este gran periodo fue producto de la
conjunción de tres factores: la fragilidad institucional, los cambios de la clase política
departamental y la penetración de los valores capitalistas en una sociedad agraria que vio
cómo la segregación se profundizó con la avanzada de la industrialización y la
consolidación de las estructuras oligárquicas a nivel nacional.

La violencia sirvió como una herramienta de movilización social de terratenientes y jefes


políticos regionales, generó la resistencia armada campesina en expresiones como el
bandolerismo y el agrarismo y tomó fuerza en las fronteras agrarias más afectadas por la
economía de mercado; restó legitimidad al aparato judicial, el ejército y la policía,
instituciones que, bajo las órdenes del ejecutivo ocultaron o ejecutaron diversos tipos de
crímenes en un marco de absoluta impunidad.

Con el nacimiento del Frente Nacional se dio paso a una nueva etapa de control político
en el que la alternación en el poder entre liberales y conservadores preservó el orden
público y redujo la violencia. Sin embargo, este nuevo acuerdo acaecido luego de la junta
militar citada por el General Rojas Pinilla y su dimisión, sólo hizo investigaciones del
régimen militar y pasó por alto los delitos cometidos por liberales y conservadores en el
periodo 1948-1958. Así, el nuevo acuerdo dio amnistía absoluta a culpables de diversos
crímenes, situación que se repetiría en otros procesos de negociación con nuevos actores
violentos.

Si bien se cumplió con el objetivo de pacificar el país, la represión de las disidencias


políticas y el control de las clases medias y populares, sumado al fortalecimiento del
clientelismo y el padrinazgo generó entre la población un clima de insatisfacción que
provocó, por un lado un mayor abstencionismo electoral y por otro, el surgimiento de
movimientos subversivos alternativos.

Inspiradas en la revolución cubana, en la década de 1960 aparecieron diversas


organizaciones guerrilleras como las FARC, el ELN, el MOEC y el EPL. Movimientos
revolucionarios que para Palacios fueron simultáneamente: a) la continuación de las
formas politizadas más radicales del liberalismo en armas de la violencia; b) una respuesta
izquierdista al bloqueo político del pacto bipartidista, y c) una oportunidad de encontrar
el nicho campesino para la revolución socialista (p.262).

Con una base campesina pero con alguna participación de universitarios y pensadores de
izquierda el ELN era más próximo al comunismo cubano mientras que el EPL se inspiraba
en la metáfora del ejército rojo chino, de pez en el agua popular.

Las FARC, a diferencia de estas dos guerrillas, debía su origen a la violencia de los
movimientos agraristas e indigenistas de los años veinte y treinta y no tuvieron la citada
mediación intelectual y universitaria pese a encontrarse ligadas al Partido Comunista en
la década de 1980.

La lucha contrainsurgente, por otro lado, ya incluía el uso de fuerzas paramilitares desde
la época de la violencia y más visiblemente desde 1961. Un decreto presidencial de 1965
convertido en ley en 1968, legalizó el paramilitarismo como una alternativa para la
realización de acciones sucias sin que en ellas se vieran involucradas las fuerzas del
Estado.

Con la crisis institucional y la derrota, por lo menos sospechosa de Rojas Pinilla en las
elecciones presidenciales de 1970, surgió el movimiento 19 de abril o m19, una guerrilla
cuyas bases, a diferencia de las FARC y el ELN, se encontraron en la universidad y la
ciudad. Conformado por miembros de la ANAPO de Rojas Pinilla y exintegrantes del
partido comunista, el eme dio duros golpes propagandísticos que le sirvieron para ganar
el beneplácito popular hasta mediados de la década de 1980 cuando un fallido intento de
toma en el Palacio de Justicia, se convirtió en una tragedia nacional que terminó por dañar
su imagen en el conjunto de la población.

La crisis institucional de los años setenta, provocada por el desgaste de un sistema político
soportado en el poder de las élites económicas, el compadrazgo y el monopolio de grandes
clanes políticos -los López y los Lleras en el caso de los liberales y los Gómez y los
Ospina en el caso de los conservadores-, se agravó en la década de 1980 con el escándalo
financiero del grupo Grancolombiano en el que se vio involucrada la familia Michelsen,
el crecimiento del narcotráfico y el fortalecimiento de las guerrillas.

Ya en los años ochenta, el gobierno de Belisario Betancur intentó dar una salida negociada
al conflicto con las guerrillas. En un proceso que inició con la expedición de una ley de
amnistía que ofrecía indulto a los combatientes, se iniciaron las conversaciones con las
FARC, el M19 y el EPL. Cada uno llevó un proceso con características distintivas. Las
FARC iniciaron su paso por la política con la fundación del partido “Unión Patriótica”
sin desmontar su aparato armado, situación que la postre sería criticada por otros sectores
políticos. El m19 una vez iniciadas las conversaciones y tras la firma de un acuerdo de
cese al fuego continuaba con operaciones militares y control territorial. Es justamente por
el rompimiento de la tregua a manos del Gobierno Nacional que esta guerrilla decide
hacer un juicio político a Belisario Betancur tomándose el Palacio de Justicia en
noviembre de 1985. Esta acción terminó con la muerte de 98 personas entre ellos 11
Magistrados. Sólo un miembro del comando guerrillero sobrevivió al ataque y la Nación,
tuvo que enfrentar la presión internacional por los hechos de la retoma puesto que según
apareció en un fallo de la Corte Suprema no se dio ningún valor a la vida de los rehenes.
El avance de las guerrillas no fue el único problema que el gobierno Barco debió
enfrentar. El narcotráfico ya había ganado terreno en el ámbito nacional gracias a la
permisividad de la que gozó entre 1975 y 1984. Una nueva élite de la cocaína había
permeado todos los estamentos e instituciones del país. La economía, la política, la
justicia, la policía y la sociedad en general estaban en las manos de los narcotraficantes y
sus estructuras organizadas para la producción y venta de drogas al exterior.

La presión de los Estados Unidos por aplicar el tratado de extradición firmado en 1979
fue el detonante del nuevo ciclo de violencia. A inicios de los años ochenta los carteles
del narcotráfico (Medellín y Cali) “se opusieron a la aplicación del tratado mediante
sobornos, nacionalismo retórico y con organizaciones como el MAS, intentaron ganarse
al ejército y a los terratenientes, asesinando sindicalistas y comunistas y aterrorizando a
las poblaciones campesinas que les brindaban apoyo, por pasivo que fuera” (p.278). Sin
embargo, con el asesinato del Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, días después del
hallazgo de Tranquilandia, el laboratorio de procesamiento de drogas más grande de la
historia del país, se abriría una nueva etapa en la que tras las fallidas “negociaciones”
entre el Gobierno Nacional y el grupo de los Extraditables, el cartel de Medellín
desencadenaría una ola de terrorismo en la que civiles, policías, periodistas jueces y
políticos cayeron asesinados.

El narcotráfico influyó en gran medida en el avance del conflicto, “en su trayectoria


laberíntica se forjaban alianzas temporales” (p.279) con algunos frentes guerrilleros en
zonas como el Caquetá, en donde las FARC tenían prevalencia. Pero en otras regiones,
de dominio paramilitar el narcotráfico también tuvo cabida. Allí paramilitares, políticos
locales, ejército y policía hacían parte de una misma red.

Los asesinatos de Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo dan una
muestra del clima de violencia de la época. Guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico,
corrupción eran señas de la vuelta del país a una encrucijada similar a la que lo llevó a
firmar el pacto bipartidista de 1957. A través de una Asamblea Nacional Constituyente
en la que participó, un m19 desmovilizado, la Anapo, el Partido Liberal, una facción
independiente del Partido Conservador, miembros de la Unión Patriótica y por primera
vez representantes de los movimientos indígenas, se buscó establecer un nuevo orden
constitucional que reformara la Carta de 1886 y diera paso a una democracia participativa
que ayudara superar el malestar político de la época.

Pese a perseguir estas intencionalidades y según lo afirma el autor, la nueva Constitución


no tuvo el efecto esperado, liberales y conservadores debilitados políticamente seguirían
alternándose en el poder -con una prevalencia del Partido Liberal - y las prácticas del
pasado a nivel local y nacional se mantendrían, con el agravante de combinar el
clientelismo y la corrupción con el narcotráfico.

En el capítulo 6 del libro se muestran las grandes transformaciones económicas y sobre


todo demográficas que se dieron entre los años cincuenta y noventa. El crecimiento
desordenado de las ciudades por motivo de las migraciones, la aparición de los barrios
populares, la pobreza, los avances limitados en educación, el sostenimiento de élites
económicas de dudosas actuaciones, el aumento de la desigualdad, la importancia de las
clases medias, la corrupción en todos los niveles, la cultura derivada del narcotráfico, el
contrabando, el clientelismo y el gamonalismo, se entrelazan en una amalgama de
problemáticas sociales que se retroalimentan y llevan a mantener la violencia como
mecanismo de legitimidad del orden.

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