Clavos Bien Clavados
Clavos Bien Clavados
Clavos Bien Clavados
3
AQUÍ TENEMOS UNA LECTURA OBLIGATORIA para todo predicador que
intente encontrar su propia voz individual y desarrollar su propio
estilo en el púlpito. Cada predicador es un instrumento único, a
quien Dios ha dado unos dones concretos para proclamar su gloria.
Este libro le ayudará a ser ese predicador.
—DR. STEVEN LAWSON
Pastor principal, Christ Fellowship Baptist Church Mobile, AL
4
precisión bíblica y relevancia cultural, a nuestros amigos y vecinos,
y también en la plaza pública.
—BILL ANDERSON
Mentor ejecutivo y consultor para directivos
5
6
La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar
productos de calidad—con integridad y excelencia—, desde una
perspectiva bíblica y confiable, que animen a las personas a
conocer y servir a Jesucristo.
7
EDITORIAL PORTAVOZ
P.O. Box 2607
Grand Rapids, Michigan 49501 USA
Visítenos en: www.portavoz.com
ISBN 978-0-8254-1949-2 (rústica)
ISBN 978-0-8254-0380-4 (Kindle)
ISBN 978-0-8254-8484-1 (epub)
1 2 3 4 5 / 16 15 14 13 12
Impreso en los Estados Unidos de América
Printed in the United States of America
8
PARA MI ESPOSA ROBIN
La única mujer a la que he amado.
9
El Predicador, además de ser sabio, enseñó también sabiduría al
pueblo; y ponderó, investigó y compuso muchos proverbios. El
Predicador trató de encontrar palabras agradables, y de escribir
correctamente palabras de verdad. Las palabras de los sabios son
como aguijones, y como clavos bien clavados las de los maestros de
colecciones, dadas por un Pastor.
ECLESIASTÉS 12:9–11
(La Biblia de las Américas)
10
Contenido
INTRODUCCIÓN
Una explicación: Mi punto de partida
CAPITULO 1
La autenticidad y la libertad de encontrar su propia voz
CAPÍTULO 2
La claridad y el poder del “¡ajá!”
JOHN MACARTHUR
El expositor intelectual más extraordinario que conozco
CAPÍTULO 3
La sencillez y el efecto deslumbrante de Dios
R. C. SPROUL
Un hombre versado en latín y lenguas comunes
CAPÍTULO 4
La pasión y el soso guiando al soso
JOHN PIPER
Un compromiso singular con “ambas cosas”
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
11
12
Introducción
Una explicación: Mi punto de partida
Hay un dicho que afirma: “Si el ministerio no funciona, siga
estudiando”. En mi caso, el ministerio funcionaba bien. Mi
problema era predicar eficazmente. Después de tener una
experiencia de diez años como predicador expositivo, me encontré
atascado. Era una situación tan difícil de explicar como de salir de
ella. Para aclarar un tanto las cosas y pulir mi capacidad como
expositor, me apunté a un programa de Doctorado en el Ministerio
que se centraba en la predicación expositiva. Me dispuse a
enfrentarme a lo que pronto descubrí que era una lucha frecuente
entre muchos expositores bíblicos: la presentación.
Muchos de mis compañeros compartían conmigo la misma
frustración: nuestra predicación carecía de una auténtica dinámica.
En mayor o menor grado, todos necesitábamos insuflar algo de vida
a nuestra predicación. Ese era el motivo de que la mayoría decidiera
seguir con sus estudios. Fue un consuelo conocer a otros que,
situados en la misma etapa de su ministerio, tenían la misma
necesidad: llegar a los oyentes por medio de su predicación y su
exposición. Fue una sesión de dos años basada en la idea “no, no
estás loco”. Fue un grupo de apoyo para predicadores. “Hola, me
llamo Byron y soy aburrido”.
Y allí estábamos, recordándonos la gloria de la predicación,
resucitando nuestras capacidades lingüísticas e intentando,
desesperados, rejuvenecer nuestra forma de decir las cosas. El
elefante siempre estaba en la sala, y era difícil ignorarlo.
¿Por qué las personas comprometidas con la exégesis bíblica y
la predicación expositiva bregan con la expresión? ¿Es necesario
que la predicación expositiva sea predeciblemente mecánica,
cerebral y aburrida? ¿Cómo superamos ese obstáculo sin poner en
peligro la autoridad bíblica, subirnos al tren de la última moda o
parecer asesores personales santificados? ¿Dónde está el equilibrio
entre la exégesis y la transmisión? Aquel era el nudo gordiano que
13
la mayoría quería deshacer. Incluso los profesores admitían el reto
que supone enseñar eficazmente la relación entre la erudición y la
dinámica. Personalmente, yo luchaba por pasar de lo que llamaría
enseñanza expositiva a la predicación expositiva. Se convirtió en
una búsqueda personal.
La idea de entrevistar a predicadores se me ocurrió cuando ya
estaba bien avanzado el segundo año del programa, durante una
clase concreta. El orador del seminario de dos días sobre narrativas,
que era profesor adjunto, era un pastor y escritor conocido de la
zona, que tenía casi veinticinco años de experiencia como
predicador.1 El primer día fue avanzando por su materia como si
fuera una máquina. La información era útil; incluso recuerdo parte
de ella. El segundo día fui testigo de la mejor exposición de todo el
programa bianual. Dejó a un lado sus apuntes y habló con nosotros
cara a cara. Contestó una pregunta tras otra. Sus respuestas
combinaban la autoridad bíblica con la sabiduría práctica. No fue
una clase teórica, sino práctica.
Entonces es cuando se me ocurrió: ¿Qué pasaría si pudiera
sentarme junto a los predicadores que más admiro y hacer lo
mismo? Esos predicadores que parecen haber hallado el equilibrio
en su propia predicación. ¿Y si pudiera localizar esas cualidades en
las áreas en las que más necesito mejorar, reunir a los expositores
que mejor las ejemplifican y plantearles mis dudas?
Y eso es lo que hice.
Elegí tres áreas concretas que sabía que figuraban en el meollo
del problema: claridad, sencillez y pasión. Luego busqué a los
hombres que mejor representasen estas cualidades particulares.
Durante la fase de investigación del proyecto, interactué con una
amplia selección de predicadores procedentes de todo tipo de
contextos. De iglesias grandes y pequeñas. Con amplia experiencia
y con poca. A la hora de escribir este libro, me centré en tres
predicadores concretos y muy conocidos, alrededor de los cuales
aglomeré los argumentos básicos: John MacArthur por la claridad,
R. C. Sproul por la sencillez y John Piper por la pasión.
Al comenzar, sabía que la solución para mi problema no era un
simple ajuste de los aspectos prácticos. No me interesaba abordar
14
aquellas facetas de la predicación que estaban al alcance de todos en
la mayoría de libros de homilética. Lo que buscaba no figuraba en
un manual ni en un curso sobre el tema. El reto era mucho más
profundo que un mero índice de contenido. Además, no tenía
intención de que mi predicación se rindiera a todas esas peroratas
sobre la “importancia” y la aplicación inmediata, porque discrepo
totalmente de ese punto de vista. No necesitaba mejorar la
presentación de PowerPoint o los gráficos. No pretendía bajar el
nivel de mi predicación: quería elevar a Dios en las mentes de las
personas por medio de ella.
15
características (claridad, sencillez y pasión) se parece un poco a
Karate Kid: “¡Dar cera, pulir cera!”. He optado por centrarme en las
cosas que preceden a las técnicas y subyacen en ellas. Como en todo
lo que hacemos, las cosas que realmente agradan a Dios empiezan
con la sinceridad en el hombre interior. La claridad, la sencillez y la
pasión son cualidades intrínsecas, no mecánicas. Si se concentra en
las realidades internas, su forma de predicar mejorará de forma
natural. Y más concretamente, liberará su discurso.
La claridad (y no el ensayo y la estructura) es el punto de
partida para una predicación dinámica. Un entendimiento y una
claridad del texto iluminadas por el Espíritu liberan su predicación,
permitiendo que dependa de la convicción, no de la estructura. La
estructura, que es esencial, es consecuencia de la claridad, a la que
sirve. El mejor ejemplo de esto es el Dr. John F. MacArthur.
La claridad conduce a la sencillez. Entender un texto o un
concepto bíblico en un grado íntimo nos confiere la oportunidad de
exponer conceptos difíciles a una amplia gama de intelectos, y de
aplicarlos a contextos ilimitados. Pero la profundidad del
entendimiento sólo resulta útil si somos capaces de explicar las
cosas de una forma sencilla y comprensible universalmente. Esta es
precisamente la faceta en la que tiene problemas la mayoría de
expositores. Nos cuesta hacernos entender. La precisión con la que
entiende usted algo se mide por su capacidad de transmitirla a otros.
Todo radica en la simplificación. Lo que necesitamos es
“comprensibilidad”. El mejor ejemplo de este principio es el Dr. R.
C. Sproul.
Por último, llegamos a la pasión, una cualidad bastante esquiva
para los expositores. A la mayoría nos cuesta hacer la transición
entre la erudición necesaria para comprender una verdad y la
disposición que actúa según esa verdad. Cuando describimos
nuestro objetivo como predicadores, el verbo “sentir” no nos hace
sentir cómodos. Pero no debemos permitir que las diversas maneras
en que se ha abusado de este término nos disuadan de la importancia
que tiene la pasión. Más bien, debemos recuperarla de aquellos que
la han convertido en algo risible. La pasión, que aquí definimos, es
la manifestación de una convicción sincera mediante la expresión
16
transparente del predicador en el acto de la predicación. El Dr. John
Piper era la elección lógica en este campo.
Aquí lo tiene, resumido. La claridad, que intensifica el impacto
de la verdad en nuestras mentes y en nuestros corazones, lleva a la
sencillez. La sencillez genera una consciencia global de la verdad,
que da como resultado una pasión genuina. La pasión nos permite
comunicar la verdad con un impacto imbuido de la autoridad de la
Biblia. De forma natural, un predicador pasa de un aspecto al
siguiente, de la claridad a la sencillez y a la pasión. Aquí tenemos
una secuencia concreta; una no puede preceder a la otra o existir sin
ella. No puedo estar dotado de una pasión sincera a menos que
exista una profundidad de entendimiento. Esta profundidad es fruto
de la claridad. La claridad es consecuencia del trabajo duro y de la
gracia de Dios.
En última instancia, todo esto apunta a una realidad sustancial.
El gran secreto tras los expositores más dinámicos y admirables que
conocemos es evidente: No hay ningún gran secreto. Todo se
reduce a lo que siempre debe ser: una devoción simple e
incontaminada a nuestro Dios glorioso, un amor sincero por el Hijo
eterno y una dependencia constante del Espíritu Santo para que haga
lo que solo Él puede hacer.
17
contaba con su apoyo. Esta experiencia particular transformó mi
vida.
También me sorprendió descubrir cómo a muchos de esos
mismos hombres les frustraban los estereotipos omnipresentes sobre
la predicación expositiva. La mayor parte de ellos cree que la
predicación expositiva está mal representada por unos practicantes
bien intencionados pero con falta de equilibrio. Casi todos aquellos
con los que interactué se resistían de una u otra manera a
determinada etiqueta.
En algún punto del camino me di cuenta también de que mi
lucha formaba parte de una tendencia más amplia. Yo formaba parte
de un proceso simultáneo mediante el cual mi generación de
expositores volvía a dedicarse a la predicación expositiva y a
examinarla. A pesar de que rechazaban los extremos de las
metodologías de los buscadores pragmáticos, las tendencias
emergentes del evangelio social reciclado y los restos rencorosos
del fundamentalismo endurecido, existía la necesidad de encontrar
puntos de referencia dentro del contexto “post-todo” en el que nos
tocaba predicar.2 El propósito mayor era el mismo. La condición
humana era la misma, como también lo era el mensaje. Pero habían
cambiado muchas variables entre nuestra proclamación de la verdad
y el primer banco. Era el mismo enemigo de siempre, pero con
armamento nuevo. Cada generación de expositores se ve obligada a
enfrentarse con cuestiones nuevas relativas a su entorno. La verdad
es que hay muchísimos predicadores que se formulan las mismas
preguntas.
18
Aparte, tampoco escribo para convencer a otros de la prioridad
de la exposición. Ya hay numerosas obras sobre este tema. Mi
debate es intramuros. Como resultado, dedico muy poco tiempo a
defender la autoridad de la Palabra de Dios o el mérito de la
predicación expositiva comparada con otro modelo. Asumo ambas
cosas. No ofrezco una definición amplia de lo que constituye la
predicación expositiva. Presento una definición breve y luego doy
por hecho que todos sabemos lo que eso implica.
Además, tampoco me esfuerzo por ofrecer un respaldo bíblico o
teológico para cualquier sugerencia o exhortación que propongo
para introducir algún reajuste práctico o filosófico. En este sentido,
esto no es una exposición sobre la exposición. Por ejemplo, si
sugiero que “el verdadero poder de la presentación radica en la
pasión”, no pretendo que esta afirmación sea exclusivista. Está claro
que el verdadero poder procede del Espíritu Santo. Solo quiero
subrayar la importancia que tiene este elemento concreto de la
presentación. El lector tendrá que concederme el beneficio de la
duda en diversos puntos. Sin embargo, para tranquilizarle, le
ofrezco la siguiente cita de un capítulo posterior:
19
fraternidad. Si usted es la excepción, le ruego que acepte mis
disculpas. Pero prácticamente todos los predicadores con los que
hablé (oficialmente o no) admitieron enseguida ese aspecto aburrido
que caracteriza a menudo a la exposición. Eso les frustra. Además,
todos admitieron rápidamente la afirmación de que, en términos
generales, los expositores son menos dinámicos que otros
predicadores, y tienen más problemas en el área de la presentación.
Hay algunas expresiones que uso, tales como “tranquilizantes
humanos”, “comentarios interminables” y “profetas furiosos”, que
he tomado prestadas de mis conversaciones con sus predicadores
favoritos. Si le ofende alguna de mis caracterizaciones, es probable
que se deba a que dio en el blanco al que apuntaba. Pero, al mismo
tiempo, no pretendo condenar a la mayoría de los expositores
tachándolos de malos oradores. Por el contrario, creo que la mayoría
son expositores magníficos que necesitan librarse de algunas
hipótesis erróneas sobre la predicación bíblica.
20
predicador. El sufrimiento no solo se debe a una mala exposición,
sino a lo que esta constituyó: fue un obstáculo entre Dios y su
pueblo.
Tenemos tesoros en la punta de la lengua, y no logramos
expresarlos. Sabemos lo que queremos decir, pero no encontramos
las palabras cuando más las necesitamos. A veces lo conseguimos, y
todo se hilvana; esos momentos son sublimes. Lamentablemente,
también son escasos. Pero, ¿tiene que ser así? ¿Es posible la
coherencia? ¿Podemos tener la esperanza de comunicar los
descubrimientos de nuestro estudio sin que pierdan el impacto que
deben tener? Creo que sí. De hecho, he visto cómo otros lo hacen.
Llevo toda mi vida cristiana escuchando a predicadores cuyo legado
es la transmisión constante de sermones poderosos. Esta fiabilidad
es admirable. También nos plantea preguntas significativas. ¿Cómo
lo han hecho? ¿Es meramente un don? (Sí y no). ¿Se puede
aprender? (Sí y no). ¿Cómo encontraron su voz? Y lo más
importante, ¿puede imitarse su constancia? ¿Qué les convierte en
predicadores poderosos? Tuve la increíble suerte de sentarme, cara a
cara, frente a algunos expositores tremendamente dotados y
humildes. Les dejé que hablasen por ellos mismos, les exprimí para
encontrar cualquier pepita de sabiduría. El mío fue un gozo egoísta.
21
Requerirá poco tiempo para trabajarlo. Es probable que lo deje a
mitad de camino para aplicar algunas de las cosas que nos sugieren
esos hombres con talento. Eso sería incluso mejor. De hecho, es
perfecto. Todos los hombres a los que entrevisté se sintieron
renovados por nuestra conversación, y entusiasmados por predicar.
Si acaba este libro sintiéndose emocionado por el privilegio de
predicar, habré alcanzado mi objetivo. Ruego a Dios que también
sea una bendición para usted. Le ruego que encuentre una nueva
pasión para conquistar esos tres metros el domingo que viene. Oro a
Dios pidiendo unos “clavos bien clavados”.
¡Adelante!
1. Michael Fabarez, Preaching That Changes Lives (Nashville: Thomas Nelson, 2002).
2. Kevin De Young y Ted Kluck, Why We’re Not Emergent: By Two Guys Who Should Be
(Chicago: M*oody, 2008); David W. Henderson, Culture Shift: Communicating God’s
Truth to Our Changing World (Grand Rapids: Baker, 1998).
22
23
Capítulo 1
La autenticidad y la libertad de encontrar
su propia voz
Como usted sabe, en mi calidad de hombre de negocios, he
estado en Clubes Rotarios durante casi cuarenta años, y cada
mes tenemos una reunión y alguien pronuncia un discurso de
uno u otro tipo. Cuando llego a mi casa, le cuento a mi esposa
de qué fue la charla y cómo expresó sus ideas el orador. Pocas
veces puedo hacer lo mismo con un sermón. Creo que
deberíamos cerrar los seminarios teológicos y enviar a nuestros
candidatos a Rotary International.3
24
y creyente de mente sobria) surgió el tema de la exposición.
Apareció en la conversación como fruto de la frustración. “Prefiero
la predicación temática antes que la expositiva. Es más aplicable a
mi vida”. Su crítica es bastante habitual. También se encuentra en el
meollo de mi frustración. De entrada, el contraste que se establece
respecto a la predicación temática demuestra una mala
interpretación fundamental de lo que constituye la predicación
expositiva. Aunque normalmente tiene (y debe tener) una naturaleza
consecutiva, no excluye exposiciones tópicas o temáticas. Solo
significa que los temas se fundamentan en la exégesis firme de los
pasajes dentro de su contexto originario, y no en las meditaciones de
algún pastor que selecciona los pasajes al azar.
Esta generalización ya fue bastante molesta, pero mi amiga
completó el estereotipo dejando caer la palabrita aplicación.
¿Cuántas veces hemos oído esto? “La predicación expositiva carece
de importancia y de aplicación”. ¡Por el contrario, la predicación
expositiva es la metodología más aplicable de todas! Al menos,
debería serlo. (Es una idea que enfatizaré más adelante).
Todo esto es lo que me rondaba por la cabeza cuando formulé
una respuesta a la crítica generalizada de mi amiga. En lugar de
aplastarla con una diatriba (o perder una amistad), dije simplemente:
“Está claro que nunca has escuchado una predicación expositiva. Al
menos, tal como debe ser”. Tristemente, son pocos los que la han
escuchado.
No pretendo atacar el método en sí. De paso puedo afirmar que
creo que la exposición es la única forma legítima de predicación.
Rechazo de plano las críticas modernas contra la predicación
tradicional.5 Explicar la Biblia es predicar. La exposición, por
definición, significa “explicar” o “manifestar”. Incluye tanto el
proceso de desvelar el significado correcto de la Biblia en su
contexto originario como la responsabilidad de exponer ese
significado al pueblo de Dios, que vive en un contexto distinto. Este
es precisamente el vacío que pretende salvar la exposición.6 Cuando
el predicador acaba el mensaje, el pueblo de Dios entiende mejor lo
que Él ha dicho en su Palabra.
Esta es la característica que distingue a la predicación
25
expositiva. Lleva consigo ciertas consecuencias. Es posible que los
sermones no sean expositivos o bíblicos por el mero hecho de que
en ellos se haga referencia a la Biblia. De la misma manera que
estar dentro de un garaje no convierte a nadie en coche, estar tras el
púlpito con la Biblia en la mano no hace de nadie un expositor. Hay
muchos miembros de iglesias que escuchan un mensaje “religioso”
y asumen que su pastor es bíblico. El mero hecho de que suene a
predicación “tradicional” no significa que sea bíblica. La
predicación bíblica tiene una resonancia distintiva. Cuando la
escuchamos, la percibimos.
26
ningún favor a mi exégesis.
Los sermones que desarrollé (y que luego seguí desarrollando
durante un tiempo) eran, básicamente, muy sucintos, con una
estructura razonable y, de vez en cuando, algún aluvión informativo
interesante. ¿Mi hipótesis operativa? Técnico = bíblico. Sin duda,
mi homilética fue una salvaguarda contra los abusos pragmáticos de
movimiento seeker (que intenta resultar más atractiva para los
inconversos), pero poco más. Cualquier consideración sobre cómo
había que exponer un concepto, o cualquier enfoque creativo a la
exposición, eran dignos de sospecha. Yo extraía mis estructuras de
la exégesis, pero la exposición del sermón era una tortura (también
para mis oyentes). En última instancia, mis sermones (y, dicho sea
de paso, mi estudio) quedaban permanentemente inconclusos. Como
decía Broadus: “Un montón de ladrillos y de maderos, y varias pilas
de arena, no son una casa, como tampoco el apilamiento de
pensamientos constituye un discurso”.7
Yo tenía “un montón de ladrillos y de maderos”. Había reunido
los hechos, pero no tenía idea de cómo procesarlos y exponerlos.
Básicamente, no podía acabar. Lo que era más importante, no
lograba salvar el abismo entre mi estudio y los corazones de mi
gente, un asunto que se encuentra en el meollo del método
expositivo.
27
Yo me comprometí a estudiar entre quince y veinte horas
semanales, pero dedicaba muy poco de ese tiempo a pensar “cómo
decirlo”. En lugar de predicar, lo que acabé haciendo sin darme
cuenta fue impartir a mi audiencia un Curso Básico de
Interpretación Bíblica semanal, usando el púlpito. ¡Era el “Señor de
lo Evidente”!
Los laboratorios de predicación, que van destinados a tratar
cuestiones sobre la presentación del sermón, se parecen
curiosamente al enfoque oncológico. El tratamiento del cáncer es
casi tan letal como la enfermedad. De la misma manera, el
tratamiento de una mala predicación es casi tan mortal como el
problema. Es decir, escuchar. Escuchar malos sermones pone en
peligro la supervivencia. Nadie sufre más que los oyentes. Los
sermones más letales se encuentran en los seminarios de
predicación, que son un aluvión implacable de sermones
tremendamente predecibles y espantosos. Es como ver las primeras
semanas de la serie American Idol cuando nos preguntamos sin
cesar: “Pero, ¿quién le ha dicho a esa persona que sabe cantar?”, o
“¿Qué pasa, es que no se oye?”. Ver algo así es un sufrimiento.
28
una relación directa entre un estilo de predicar concreto y la
predicación expositiva. Al menos, nada que pueda defenderse con la
Biblia en la mano. En realidad, cualquier método de transmisión es
capaz de oscurecer el sentido del texto, incluyendo uno muy
estructurado. Pasa lo mismo que con muchos de los sermones que
escuché en aquellos laboratorios. Steve Smith, profesor adjunto de
predicación en el Southwestern Seminary, lo explicaba de esta
manera:
29
Superando el bache
Después de años de práctica, hay determinados aspectos de la
predicación que me resultan tan difíciles como lo han sido siempre.
En cierto sentido, son más difíciles que antes. No son
necesariamente los aspectos más mecánicos. El tiempo, la práctica y
las herramientas me han permitido acelerar algunos componentes de
la elaboración. Lo que sigue siendo implacablemente angustioso es
el final del proceso. Aún me descubro de rodillas implorando la
misericordia de Dios en el mismo punto del proceso, cada semana.
Es ese momento en que me aparto de los detalles y me enfrento al
lienzo en blanco de mi sermón. Insuflarle corazón es un trabajo
arduo. Hablando en términos humanos, lo que hacemos en este
punto como expositores es lo que marca la máxima diferencia en
nuestra predicación. Es aquí donde se forja el sermón real, donde se
manifiesta el predicador genuino. Obviamente, partimos del
lenguaje originario, pero siempre es difícil traducirlo al lenguaje
cotidiano. Es la parte del proceso donde median la sangre, el sudor y
las lágrimas.
Mientras viajaba por el país entrevistando a predicadores, me di
cuenta de algo: todos nos encallamos en el mismo punto. A todo
predicador bíblico esmerado le pasa igual. Da lo mismo la
experiencia o el talento que tenga, todos nos encontramos cada
semana con la misma pregunta difícil, que es: “Y esto, ¿cómo lo
voy a decir?” Ninguno de los hombres dotados con los que hablé
mencionó haber orado para comprender un tiempo verbal. Pero
todos han orado por tener la capacidad de demostrar a su iglesia la
importancia que tiene ese tiempo verbal.
El proceso de pasar de la exégesis al púlpito y llegar al corazón
de nuestros oyentes es agotador. Lo cierto es que, una vez se
desmonta el pasaje por medio de la exégesis (analizando a fondo
cada uno de sus componentes, convencidos ya de que lo
entendemos y sabemos cómo encaja en el contexto más amplio), la
preparación acaba de empezar. Como dijo Martyn Lloyd-Jones:
30
cuidadosamente, el predicador debe ser libre en el acto de
la predicación, en la transmisión del sermón. No debe estar
demasiado atado a su preparación, ni por ella. Esta es una
idea esencial: forma parte de la esencia de este acto de
predicación.10
31
experiencia mucho más práctica y credenciales de más peso ya han
escrito sobre este tema. Las leyendas de la exposición, aquellos a
los que muchos quieren escuchar, han reflexionado sobre la
predicación. Existen clásicos que proyectan amplias sombras sobre
cualquier tratamiento moderno de esta cuestión, incluso sobre los
buenos. Además, he optado por escribir en un momento en que la
predicación ha perdido el favor de la Iglesia.11 Dicho con franqueza:
hay poco interés. También admito que mi conocimiento es limitado.
Escribo más desde el punto de vista de un hacker que de un
profesional. No soy profesor de homilética, de modo que, ¿por qué
escucharme?
Si este proyecto se centrase estrictamente en la homilética, ya lo
habría abandonado hace mucho tiempo. Pero no habla estrictamente
de la predicación, sino del corazón del predicador. Habla de un viaje
que debe realizar todo predicador, que concluye con la liberación de
la voz del orador. Durante todas mis investigaciones y entrevistas,
fue evidente que la mayoría de predicadores realmente eficaces
había realizado su propio viaje en determinado momento de su
ministerio. Fue un viaje que, para cada uno de ellos, acabó en la
libertad en el púlpito, la liberación de su exégesis y el
descubrimiento de su voz.
En un nivel práctico, todo predicador eficaz lo es,
principalmente, porque ha encontrado su voz. Tanto si es consciente
como si no, todo predicador frustrado busca esto. Obviamente, hay
algunas cosas que solo pueden corregir el tiempo y la práctica. Los
altibajos de la predicación regular forman parte del proceso. Pero
todo predicador al que admiramos comparte una historia parecida,
repetida de diversas maneras. Todos partieron de una misma
frustración: “Tengo que encontrar mi estilo de predicación”. Si
pretendemos hacer un favor a nuestra exégesis, tenemos que llegar a
ese mismo punto. Tal y como son las cosas, existen dos retos
sustanciales que se interponen entre nosotros y esta envidiable
libertad que detectamos en sus sermones: la transparencia y el
temor.
32
Mi inspiración para escribir se fundamenta en un supuesto: soy
un pastor-maestro reformado de treinta y tantos años, que anhela
predicar con una sinceridad que glorifique a Dios, y al menos debe
haber otro predicador más en el mundo que comparta mi
desesperación y se enfrente a los mismos desafíos que yo.
Ese hombre me inspira. Escribo especialmente para él. Él es mi
camarada, el que sigue su camino pasando por los mismos ciclos
que yo en su vida. Es ese pastor en las trincheras, que se conforma
con saber que probablemente su fama nunca superará la inclusión de
su nombre en el boletín dominical. El predicador al que pocos
conocen y menos conocerán; es un trabajador arduo. Es el siervo
que semana tras semana elabora un sermón “normal”. Es un
expositor dedicado, que se angustia por los detalles del pasaje
bíblico mucho antes de subir al púlpito. Está atrapado en algún
punto entre el fundamentalismo de su padre y la última moda de “kit
eclesial” que le entregaron en mano. A pesar de tener muchas otras
responsabilidades en su lista de tareas, responde al toque semanal de
la campana que le llama a elaborar un sermón. Ha predicado con
auténtica libertad unas cuantas veces en su vida, pero quiere hacerlo
cada domingo. No tiene tiempo para reinventar su homilética, pero
sabe que podría mejorar mucho. Me senté y escribí este libro para
esa persona. ¿Por qué él? Porque soy yo. Él y yo, a pesar de que
nunca nos hemos visto, compartimos una lucha común. Él es el
destinatario de mi mensaje.
Este es el vínculo con la forma de predicar de los sermones.
Cuando predico me motiva una perspectiva semejante. Ahí fuera
tiene que haber como mínimo un pecador que pueda hacer suyo mi
propio momento de claridad en este pasaje. Predico a personas
como yo, que cada día combaten contra el pecado, y que un instante
tras otro dependen de la gracia de Dios. Este axioma se cierne sobre
la preparación de mi mensaje, y se manifiesta en la predicación.
Estoy obligado por la gracia a comprender la Palabra de Dios y a
transmitirla de tal manera que pueda traducirse y aplicarse en las
vidas de aquellos a los que amo. Esto requiere transparencia.
“A los tuyos no les importará lo que sabes hasta que sepan que
te importan”. He oído esta frase cientos de veces. Contiene una gran
33
verdad. La sinceridad es indispensable. Pero el tipo de sinceridad
que mejor transmite un mensaje va más allá. El pueblo de Dios no
solo necesita saber que a usted le importa su bienestar; tiene que
saber también que lo que usted cree le ha cambiado la vida. No
estoy llamado solamente a explicar la verdad, sino a ejemplificarla
(1 Ti. 4:12). Esto incluye el impacto semanal, diario, momento a
momento, de la verdad que hay en mi vida. La eficacia de la
predicación está unida a la propia búsqueda de Dios por parte del
predicador. Los nuestros deben ver que estamos impresionados por
las verdades que descubrimos. No subestime el poder de un “rostro
desvelado” en el momento de predicar. Entre las cosas más
esperanzadoras, poderosas y eficaces que puedo hacer por los míos
se cuenta llevar al púlpito un corazón recién quebrantado.
34
admiro mucho a aquel pastor, agradecí que aquel miembro de la
iglesia detectase mi transparencia, porque fue intencionada. Yo
intentaba ser un ejemplo tangible de la gracia santificadora de Dios.
Este tipo de claridad vulnerable logra convertir los manuales
teológicos de las mentes de nuestros oyentes en himnarios en sus
corazones. No podemos estar distantes e intocables. No podemos
esconder nuestra humanidad tras un traje o una sintaxis.
Muchos pastores dirían que este tipo de transparencia reduce la
autoridad del púlpito y la confianza en nuestro ministerio que tienen
los oyentes. En consecuencia, ocultan su humanidad. Consideran
que parte de su responsabilidad es mantener sus puntos débiles lejos
de la vista de otros. En mi humilde opinión, el resultado es una
oratoria almidonada, no unos sermones transmitidos por
instrumentos humanos. Si la predicación expositiva tiene mala
fama, si se considera aburrida y carente de vida, es en parte debido a
esta forma de entender las cosas. Este punto de vista tiene muchas
cosas erróneas. Su mayor error es la distancia que inserta entre
nuestro púlpito y la primera fila. Es la distancia que la mayoría de
nosotros intenta cubrir cada semana cuando predicamos. Demasiado
a menudo somos “científicos expositivos”. Aplicamos los métodos
investigadores adecuados al pasaje, lo cual da como resultado unas
conclusiones sólidas. Nuestra predicación manifiesta los resultados
de nuestra investigación, pero raras veces explica por qué son
importantes. “¡La siguiente diapositiva, por favor!”.
La predicación expositiva no tiene que ser mecánica y estéril
para que la consideren legítima. Podría parecer que un método
gramático histórico tendría que dar como resultado una presentación
más dinámica. Después de todo, el expositor se pasa la mayor parte
de la semana humillando su corazón bajo la intención del pasaje,
que tiene autoridad. Es imposible prepararnos genuinamente para
predicar y luego alejarnos de nuestro estudio sin haber cambiado. Si
lo hacemos, no hemos empezado aún a prepararnos, y sin duda no
estamos listos para predicar. Sea lo que fuere lo que la Palabra
quiere efectuar en nosotros (quebrantamiento, pasión, convicción,
santa indignación, contrición, claridad, gozo, exultación, esperanza,
celo), debe plasmarse en nuestra predicación. Debemos exponer a
35
nuestros oyentes el efecto que ha tenido la Palabra en nuestro propio
corazón. ¿Cómo no hacerlo? Es la consecuencia natural del enfoque
expositivo.
36
su propia basura patética y farisaica? Pablo dijo de sí mismo y de su
propio ministerio:
37
que pueda usar”. “¿Qué aplicación tiene para mi vida?”. “Quiero
una predicación que toque de pies en el suelo”. “Vida real, personas
reales, cuestiones reales”. ¿En serio? A pesar de lo que podamos
pensar, en estas afirmaciones no subyace ninguna virtud. Asumimos
que representan un compromiso más noble con los asuntos
espirituales. En realidad, este paradigma no podría ser más
egocéntrico y contrario a la espiritualidad bíblica.
En cierta ocasión, después de predicar un sermón teológico
sobre un atributo concreto de Dios, una matriarca bastante segura de
sí misma se me acercó. Ya me vi venir lo que pasaría. Uno siempre
sabe lo que se le avecina. Y no es bueno. “En ese sermón no ha
habido nada que me tocase. No tiene aplicación para mi vida”.
Básicamente, esto significa “Usted no predica bien”. A su modo,
ella intentaba ayudarme. Es lo que Warren Wiersbe llama “un
dragón bien intencionado”. Lamentablemente, eligió un mal
momento.
Mientras yo predicaba, me fijé en una mujer madura y elegante
de nuestra congregación que se había quedado viuda recientemente.
Su esposo falleció de un ataque cardiaco una noche, mientras se
acostaba. Ella intentó reanimarle, pero no hubo nada que hacer. Era
un buen hombre, y ella una buena esposa. Fueron una sola carne
durante más de cincuenta años. En el transcurso del sermón, ella
rompió a llorar. Mantuvo los ojos cerrados, con una sonrisa
complacida en sus labios. Cuando mi “profesora de homilética
autoproclamada” hubo acabado su crítica, llamé su atención sobre
las mejillas húmedas de lágrimas de aquella preciosa mujer. Estaba
inmóvil, absorta todavía en la grandeza de Dios. No hacía falta
explicar nada. Pero, por supuesto, aún así se lo expliqué. Debido a
nuestra obsesión con la “relevancia”, nuestra mentalidad
contemporánea no tiene en cuenta el corazón que se sienta en el
banco, a nuestro lado. Lo único que parece importarnos ya son los
matrimonios felices, mejorar las relaciones sexuales y alcanzar la
satisfacción personal. Es un narcisismo que adormece la mente.
Al predicador se le presiona mucho para que sea “relevante”, y
eso le puede abrumar. Muchos acaban cediendo en la dirección
incorrecta. Antes de que usted cambie su vestuario o ajuste la
38
iluminación de su santuario, ofrezco esta alternativa, tanto para el
predicador como para el miembro que no lo es: la transparencia
sincera.
Como predicador, me pongo delante de pecadores salvados por
la gracia por medio de la fe. Su estado pecaminoso es tan evidente
para ellos como el mío lo es para mí. Ellos se dan cuenta, como yo,
de que necesitan remedios divinos, no sugerencias vacías. Juntos
estamos frente a una Biblia abierta, sabiendo que la Palabra de Dios
es viva y activa, y la única fuente de la Verdad. También
confesamos al Espíritu Santo como único agente real del cambio.
Antes de la invasión de la Gracia en nuestras vidas, nuestra propia
sabiduría nos condujo al desespero. Nos pasábamos la vida
inclinados ante el altar de la relevancia. Entonces un Dios de gracia
nos abrió los ojos y salvó nuestras almas. Cuando lo hizo,
abandonamos nuestra presunta sabiduría y nos arrepentimos de
nuestra egolatría.
Por su propia naturaleza, la predicación conlleva ignorar la
opinión de los hombres. Hemos sido llamados a hablar por Dios.
Dejemos que sea Él quien hable, y que el hombre escuche. ¿Por qué
no permitir que la Palabra de Dios me quebrante y me reconstruya,
y luego transmitir ese mensaje transformador a las personas a
quienes amo y que anhelan lo mismo? Eso es real. Eso parece
relevante.
Predique la Palabra. Esta es la única alternativa para todas esas
exigencias de relevancia y las tonterías resultantes, que en
demasiadas iglesias pasan por ser predicación. No hay necesidad de
todo ese “material”. He perdido la cuenta de los “nuevos” enfoques;
son tantos que me pierdo. ¿Por qué no predicar con transparencia?
¿Por qué no entender el pasaje y permitir que le transforme? Lleve
esa carga al púlpito, y permita que transforme a otros. Cuanto más
lo entienda, más transformará a todos. Este objetivo sencillo
trasciende estilos, métodos de exposición, personalidad, educación,
etc. Aquí hay libertad, la libertad de las expectativas, de las
limitaciones de nuestros dones; la libertad para predicar con
autoridad y con pasión. La libertad del miedo a los hombres.
39
La ausencia de temor: Ciegos para ser instrumentos
El miedo a los hombres es brutal. Es ese nudo en la garganta
cuando uno se entera de que alguien se marcha de su iglesia, o
cuando un miembro organiza una reunión con una de esas infames
agendas de un solo punto: “Es que tengo que comentarle algunas
inquietudes”. En ocasiones, el miedo paraliza. El pecado, también.
Tanto si es consciente de ello como si no, el miedo a los hombres es
también el reto más grande en el acto de la predicación. Es una
fuerza a tener en cuenta. Si queremos predicar de verdad alguna
vez, tendremos que enfrentarnos a ella cara a cara.
Los predicadores somos una raza insegura. ¿Quién más va por
ahí buscando cumplidos tan a menudo como lo hacemos nosotros?
Con demasiada frecuencia nuestra felicidad está vinculada a los
rostros de personas inconstantes. Es posible pasarse la mayor parte
del ministerio predicando para obtener la aprobación de algún grupo
invisible, o vivir a la sombra de las comparaciones fantasiosas.
Todo esto, como mucho, agrada a los hombres. Nuestra confianza
como comunicadores bíblicos prospera cuando nos vemos libres de
esa carga. Un predicador tenía razón cuando dijo: “…cuando usted
se libera de las sonrisas y de los ceños fruncidos de su gente, tiene
libertad para ser un instrumento de bendición para ellos. Pienso que
si queremos ver un aumento de poder en el púlpito, debemos
regresar a la pureza de la motivación fundamentada en el temor de
Dios”.13
Hay muchas opiniones respetables a las que podríamos atender.
Hay ese grupo de personas que juzgan nuestra predicación en
función de su vínculo inmediato con sus vidas. Luego tenemos a ese
otro grupo que lleva en la mano diccionarios y textos en griego, que
pretende ayudarnos con nuestra gramática. Y luego están quienes
nos dicen lo bien que lo hemos hecho cada domingo, tanto si es
cierto como si no.
Lo que debe motivarnos por encima de todo lo demás es el amor
por Dios y por la misión que Él nos ha concedido. Esto debe influir
sobre cualquier otra consideración, incluyendo cualquier interés por
nuestras limitaciones o nuestra incapacidad. Debemos declarar lo
que ha dicho Dios, sin tener en cuenta qué grupo de personas
40
tenemos delante. Irónicamente, para poder hacer esto, debemos
predicar con una santa indiferencia hacia sus opiniones. Es un amor
valiente. Vemos a David enfrentado al gigante. Luego tenemos al
profeta Natán que se enfrentó al matador del gigante. ¿Qué exigía
más valor?
No podemos pasarnos la vida preocupándonos por lo que
piensen otros de nosotros o de nuestras habilidades. Debemos estar
ciegos a todos los hombres, sobre todo a nosotros mismos. La
persona a quien es más importante ignorar es usted mismo; un grado
pernicioso de inseguridad puede intimidar más que una
congregación llena de críticos.
No tome mi amonestación como una licencia para rebelarse.
Debemos seguir siendo humildes, recibiendo con gracia incluso la
crítica más dura. Algunos predicadores arrogantes se sitúan por
encima de los consejos de los demás para justificar una
hermenéutica deficiente o una preparación insuficiente. Esto no es
más que inseguridad necia. Siempre hay oportunidad de mejorar.
Pero padecerá una muerte larga y agónica tras el púlpito y en el
ministerio si pretende satisfacer los deseos de otros o intenta emular
el estilo de otra persona.
Hacer esto es contrario al propio acto de predicar. Cuando Pablo
exhortó a Timoteo no le dijo: “te encargo en presencia de tu
congregación”. Tampoco le dijo: “te encargo en presencia de tus
profesores de seminario”. No, le ruega y le encarga su misión “en
presencia de Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los
muertos”. Dada la cantidad de veces que mencionamos este pasaje,
podríamos pensar que nos tomaríamos el mandato en serio. En
determinado momento hemos de dejar a un lado las opiniones de los
hombres, y predicar lo que sabemos con los dones que tenemos en
la presencia de Dios. Si no, lo único que tendremos será una
idolatría más respetable.
41
humanas por su predicación que defraudar las del Espíritu
Santo.14
42
alguien diferente. Más concretamente, pretendía complacer a
alguien más. Si algún día quería predicar de verdad, tenía que
sentirme cómodo en mi propia piel. Cuando lo hice, me desprendí
de todo mi equipaje. Cuando sucedió esto, mis hermanos en la fe se
dieron cuenta. Mi esposa, también, y yo mismo. Fue una liberación.
Hubo un predicador que captó con precisión la esencia de esta
transformación.
43
ve en los rostros de sus oyentes se debe a que ellos ven la agonía en
el suyo propio? Eso es lo que vi. No recuerdo todo lo que dije, pero
sí recuerdo una revelación que hice. En aquel momento me asaltó la
verdad: durante todos aquellos años había estado predicando para la
opinión de los hombres. Fue una revelación. Fue doloroso; me sentí
perdido. No tenía ni idea de quién se suponía que era yo como
predicador. Me refugié en mi niño interior durante unos tres meses.
44
refiere al bloqueo del escritor como “un fracaso del ego”. Aplicado
a los predicadores, lo llamamos orgullo.
El bloqueo del escritor se produce más o menos en el momento
en que la ambición supera a la capacidad. Uno tiene que conocerse a
sí mismo antes de saber qué escribir. Si usted sabe quién es, sabrá
qué escribir y qué no. Va en contra de lo que nos dice la intuición,
pero entender sus límites no obstaculiza su eficacia: la libera.
Cuando se siente cómodo en su propia piel, aumenta la confianza en
su capacidad.
Esto podemos aplicarlo a la predicación, sobre todo a la hora de
dar el mensaje. Conocer sus limitaciones es el punto de partida. Un
hombre tiene que encontrar su propia voz (y a sí mismo) antes de
predicar con una libertad de convicción, ciego a las opiniones de los
hombres. No puede aspirar a ser una versión del predicador a quien
más admira. Soy consciente de que esto parece una contradicción en
un libro que defiende los elementos estilísticos de diversos
expositores, pero sígame la corriente. Para predicar con
autenticidad, un predicador debe utilizar y confiar en la
convergencia de la claridad bíblica, la confianza en los dones que
Dios le ha dado y ese catálogo de experiencias personales en su
vida. Usted es quien es. Debe aceptar lo que Dios le ha dado y
sentirse cómodo con ello. Sinclair Ferguson llama a esto la voz del
predicador, “nuestra forma de abordar la predicación que la
convierte genuinamente en ‘nuestra’ predicación, y no en la
imitación servil de otra persona”.16 Luego realizó la siguiente
exhortación:
45
de la exposición, de la predicación histórica de la
redención, en la exposición teocéntrica o de cualquier otro
campo que domine nuestro héroe, podemos acabar
enredados, poniendo en peligro nuestros dones únicos al
intentar usar el paradigma de otros, su estilo o su
personalidad, como un molde en el que luego encajarnos.
Nos convertimos en menos de lo que somos de verdad en
Cristo. La combinación de nuestra personalidad con la
forma de predicar de otro puede conseguir que seamos
aburridos y que nuestro mensaje carezca de vida. Por tanto,
vale la pena invertir tiempo constantemente para evaluar
quiénes y qué somos realmente como predicadores, en lo
tocante a nuestros puntos fuertes y débiles.17
46
sentido de inmediato. El “estilo” de un predicador debería incluir la
magnificación de quién es él como persona. La famosa descripción
de Phillips Brooks sobre la predicación encaja bien en este punto:
“la verdad mediada por la personalidad”. Si un predicador intenta
ser alguien o algo que no es, su predicación será fraudulenta, y
manifestará falta de integridad. Matt Chandler, pastor de la Village
Church, llegó hasta el punto de llamarla pecado.
47
autenticidad del predicador.20
48
regularmente. Una parte de mi investigación consistió en escuchar
incontables sermones de prácticamente todos los predicadores
imaginables. Cuando ya había escuchado cientos de ellos, me di
cuenta de una cosa. Aquellos que más me gustaban y cuyos
mensajes tenían un mayor impacto en mi vida tenían estilos muy
divergentes. Ninguno de ellos era idéntico desde el punto de vista
estilístico. Aunque todos pertenecían al mismo campo teológico
básico (evangélicos conservadores), y su énfasis era expositivo,
todas las exposiciones eran tremendamente diferentes. A pesar de su
diversidad, me fascinaban esos hombres, ¿Por qué? El motivo era la
integridad con la que se comunicaban. Sus puntos de vista, sus
énfasis, eran el producto de quiénes eran como cristianos y pastores
individuales. Sus elementos estilísticos eran secundarios,
comparados con el poder de su sinceridad. Todos tenían una
característica estilística central: una voz.
Cuando usted escucha un sermón, se da cuenta de si el sermón
es la descarga de un peso o la transmisión urgente de una verdad.
No se trata solo de que usted crea lo que dice el predicador, sino
también de cuánto cree usted que él quiere que crea lo que le dice.
O quizá sea el hecho de que al predicador no le importa si usted
acepta lo que tiene que decir; tiene que decirlo, y punto. Es el tipo
de exposición que no le permite ni mirar el reloj. Cuando acaba,
usted conoce el pasaje. Cuando termina, usted desearía escuchar
más. Todo se amalgama en una combinación envidiable y liberada
de veracidad, transparencia, exégesis, perspicacia, convicción,
pasión y amor. Es más que un discurso bien construido. Lo que
acaba de escuchar es una verdad bíblica que fluye con celeridad por
el corazón y el alma de una persona.
La pregunta es: ¿cómo conseguimos llegar a ese punto en
nuestra predicación? ¿Cómo logramos empujarla para que ascienda
y supere esa colina? ¿Dónde empezamos? Recomiendo partir de una
pregunta esencial. Es una pregunta que planteé a todos esos
predicadores que tanto admiramos. Fue la primera pregunta (y, en
ocasiones, la única) que formulé a todos mis entrevistados. Luego
resultó que los predicadores que son más naturales tras el púlpito
tenían una respuesta concisa e inmediata. Los otros, no. Llegar a
49
esta respuesta es el primer paso, y seguramente el último, para
determinar quién es usted como predicador. Por tanto, aquí va:
Cuando usted sube al púlpito, ¿qué pretende hacer?
Sé que la respuesta parece sencilla, pero no lo es. Seguramente
estará pensando: “¡Predicar la Palabra!”. Por supuesto, “¡Predicar la
Palabra!”. Pero no estaría leyendo este libro si no quisiera mejorar
alguna cosa. Lo más probable es que su problema no esté en la
exégesis. Seguramente lo que quiere decir en realidad es “¡Explicar
la Palabra!”. Esta no es exactamente la respuesta que busca esa
pregunta. La pregunta va dirigida a una presentación auténtica, no a
una mera exégesis precisa. Permítame que aparte de la mesa unas
cuantas respuestas evidentes.
Respuesta: Explicar con precisión la verdad al pueblo de Dios.
Réplica: Ya sabemos que quiere presentar la verdad con
precisión por medio de su explicación. Esto es evidente gracias a su
exposición consecutiva. Pero esta no es la cuestión.
Respuesta: Defender la verdad.
Réplica: Sin duda, esto forma parte de su papel como
predicador. Pero no es una definición exhaustiva de la predicación.
Esa no es la pregunta.
Las respuestas anteriores representan axiomas teológicos que
subyacen en nuestra predicación. Si tiene usted la tendencia a
responder de formas parecidas, es probable que no entienda bien la
pregunta. Por tanto, déjeme que se la clarifique.
Creemos que la Biblia tiene un origen divino. Como creemos
esto, por consiguiente creemos también que la Biblia es cierta,
literal, infalible y sin errores. También creemos que debe explicarse
con precisión. Además, creemos que solo el poder del Espíritu
puede traducirla y transformar vidas gracias a ella. Aparte, creemos
firmemente que nuestra responsabilidad es exponerla sin
distorsiones. Lo que pregunto asume todo esto, pero lo trasciende.
Volvamos a plantearnos la pregunta. Sabiendo y creyendo todo
esto, cuando usted predica, ¿cuál es su objetivo central? “Cuando
predico, mi objetivo primario
es_____________________________”. Esta es una pregunta
mucho más derivada del contexto y penetrante desde el punto de
50
vista personal de lo que usted se da cuenta. Puede generar toda una
gama de preguntas adicionales, como:
¿Qué pretende conseguir mediante la precisión de su exégesis,
la claridad de su explicación y el uso de sus dones?
¿Qué efecto quiere conseguir con la presentación de la Verdad?
¿Qué pretende alcanzar mediante la exposición de la Palabra?
Para usted, ¿qué constituye una presentación exitosa y
auténtica de la Palabra de Dios?
La respuesta se relaciona con los fundamentos teológicoas y las
capacidades y convicciones personales que Dios le ha dado. La
respuesta a mi pregunta original (cuando predica, ¿cuál es su
objetivo central?) llega hasta la esencia de quién es usted como
predicador. Si la responde sinceramente, descubrirá una de dos
cosas. Primero, puede que descubra que su estilo actual y su forma
de presentar el mensaje no encajan con su corazón y con quién es
usted como pastor. Existe una desvinculación extraña. O quizá
descubra que existe una mayor armonización entre convicción y
estilo de lo que usted pensaba anteriormente.
Lo que descubrí al plantear esta pregunta a algunos predicadores
experimentados fue la correspondencia que existía entre sus
respuestas y quiénes eran ellos como individuos. Sus respuestas
fueron representaciones fieles de quiénes eran como predicadores, y
les reflejaban estilísticamente de una forma correcta. Veamos una
muestra:
John Piper: “Exultación expositiva”.21
John MacArthur: “Lo único que he querido siempre es ser
claro”.22
Chuck Swindoll: “El objetivo primordial en todo momento es
dar la gloria a Dios… sobre todo en lo tocante a la predicación, es el
de ayudar a otros a darse cuenta de la importancia que tiene la
Palabra de Dios. No soy yo quien la dota de relevancia… mi labor
consiste en ayudar a otros a ver que la tiene”.23
Allister Begg: “Cuando uno se pone ante el púlpito, su objetivo
principal es proclamar a Cristo con claridad, convicción y
compasión”.24
C. J. Mahaney: “Cuando prepara sus sermones, asegúrese de que
51
en determinado momento ofrece a su iglesia una visión clara del
Calvario. Nunca pierda de vista ese punto de referencia”.25
Independientemente de que prefiera sus estilos particulares o no,
sus respuestas representan con precisión el impacto de su
predicación. En otras palabras, su predicación es auténtica. Saben
quiénes son, y qué dones les ha concedido Dios. Dios emplea esa
autenticidad para realizar su obra en los corazones de su pueblo. Lo
que atrae a las personas y ofrece a la Palabra de Dios una
plataforma para su ministerio es la coherencia entre sus
personalidades y su predicación.
Quizá nos sintamos tentados a escuchar a esos predicadores e
imitar su estilo. Es un gran error. Lo que usted escucha, aquello que
le atrae, es la liberación de su voz. Usted tiene que encontrar la suya
propia. Esto no lo conseguirá observando a otros ejercer la propia.
Tiene que encontrar la respuesta por usted mismo. Eso requiere
valor.
3. David T. Gordon, Why Johnny Can’t Preach: The Media Have Shaped the Messages
(Philipsburg, New Jersey: P&R, 2009), p. 21.
4. John MacArthur Jr. et al., Rediscovering Expository Preaching: Balancing the Science
and Art of Biblical Exposition (Dallas: Word, 1992), p. 321.
5. Doug Pagitt, Preaching Re-imagined: The Role of the Sermon in Communities of Faith
(Grand Rapids: Zondervan, 2005).
6. Roy B. Zuck, Basic Bible Interpretation: A Practical Guide to Discovering Biblical
Truth (Colorado Springs: Victor, 1991), p. 16.
7. John A. Broadus, On the Preparation and Delivery of Sermons, 4a ed., revisada por
Vernon Stanfield (Nueva York: Harper Collins, 1979), p. 225.
8. Walter C. Kaiser, Toward an Exegetical Theology: Biblical Exegesis for Preaching and
Teaching (Grand Rapids: Baker, 1981), p. 131.
9. Steve Smith, Dying to Preach: Embracing the Cross and the Pulpit (Grand Rapids:
Kregel, 2009), p. 64.
10. D. Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers (Grand Rapids: Zondervan, 1971), p.
83.
11. Steve Lawson, Famine in the Land: A Passionate Call for Expository Preaching
(Chicago: Moody, 2003).
12. Graeme Goldsworthy, Preaching the Whole Bible as Christian Scripture: The
Application of Biblical Theology to Expository Preaching (Grand Rapids: Eerdmans,
2000), p. 61.
13. A. N. Martin, What’s Wrong with Preaching Today? (Carlisle, PA: Banner of Truth,
52
1967), pp. 17-18.
14. Greg Heilser, Spirit Led Preaching: The Holy Spirit’s Role in Sermon Preparation and
Delivery (Nashville: B&H, 2007), p. 148.
15. Voddie Baucham, “Ten Questions for Expositors”, Unashamed Workman,
http://www.unashamedworkman.wordpress.com/2007/04/18/10-questions-for-
expositors-voddie-baucham (consultada en febrero de 2009).
16. Sinclair Ferguson, “Finding Your Own Voice”, Unashamed Workman,
http://www.unashamedworkman.wordpress.com/2007/09/18/finding-your-ownvoice
(consultada en febrero de 2009).
17. Ferguson, “Finding You Own Voice”.
18. Chuck Swindoll, carta al autor, 28 de mayo de 2009.
19. Matt Chandler, “Hebrews 11”, Southern Theological Seminary,
http://www.sbts.edu/resources/chapel/chapel-fall-2009/hebrews-11 (consultada el 18 de
febrero de 2010).
20. Robert Stephen Reid, The Four Voices of Preaching: Connecting Purpose and Identity
Behind the Pulpit (Grand Rapids: Brazos Press, 2006), pp. 16-17.
21. John Piper, “What I Mean by Preaching”, Desiring God Ministries,
http://www.desiringgod.org/Blog/1792_What_I_Mean-by-Preaching (consultada en
febrero de 2009).
22. John MacArthur, entrevista del autor, Nashville, TN, 6 de febrero de 2009.
23. Chuck Swindoll, correo electrónico al autor.
24. Allister Begg, correo electrónico al autor, 12 de mayo de 2009.
25. C. J. Mahaney, correo electrónico al autor, 4 de agosto de 2009.
53
54
Capítulo 2
La claridad y el poder del “¡ajá!”
No necesito quince horas para elaborar un sermón. Puedo
preparar uno en media hora. Necesito quince horas para
comprender el pasaje bíblico con claridad. Resulta complicado
llegar a ese momento de claridad. Para comprenderlo, uno debe
estar motivado. Pero si usted sube al púlpito con una
comprensión sustancialmente clara del concepto bíblico, tendrá
un efecto profundo sobre su forma de predicar.
—JOHN MACARTHUR
55
grietas de nuestra alma. Anhelamos las epifanías que nos llevan de
escuchar a ver; un momento de revelación que actúa como una
fuerza gravitacional, que reúne todos nuestros hechos deshilvanados
en un todo sencillo y comprensible. Este momento es el gozo
sublime de la vida del predicador. ¿Cuántas veces, después de
estudiar durante horas, nos hemos apartado de nuestras mesas
sumidos en un asombro que nos deja con la boca abierta? Hemos
descubierto aquel pensamiento que todos los demás existen para
respaldar. A partir de ese momento, todos los detalles
independientes que hemos descubierto (trasfondo, sintaxis,
contexto, definiciones, teología) empiezan a encontrarse. Vemos la
imagen en el mosaico. El sermón del domingo se revela por fin a
nuestra vista. Es el momento ¡ajá! Es cuando los detalles y la
presentación entran en contacto. Como lo dijo un predicador de
antaño: “Aquellas meditaciones que son, en cierto sentido, tan
nuestras que están poco ligadas a nombres, autoridades, citas y
pensamientos y palabras de otros hombres, y que son tan valiosas
para nosotros y tan útiles para otros. Vale la pena esperarlas”.27
Sin duda, la presentación exige un gran esfuerzo. Supone
constreñir nuestra alma. Todo aquello de lo que nos hemos
empapado durante la semana se condensa y expresa en un momento.
Como dijo Pablo, “y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de
vuestras almas” (2 Co. 12:15). Todo el mundo puede ver quiénes
somos, sobre todo nuestra ineficiencia. Es una transparencia tan
dolorosa de la vida que la mayoría no la experimentará jamás.
Cuando acaba el sermón, nosotros también acabamos. Agotados.
Personalmente, me alejo del púlpito aturdido, como alguien que sale
de entre los restos de un accidente casi mortal, milagrosamente
indemne. “¿Qué acaba de suceder?”. “¿Cómo he llegado aquí?”.
Aunque resulte impensable, a la semana siguiente vuelvo a recorrer
el mismo camino, para llegar al mismo destino. Me recuerda la
definición popular de la locura: hacer lo mismo una y otra vez
esperando resultados diferentes. Tiene que existir un llamamiento;
si no es así, es que estamos locos.
56
Por arduo que resulte predicar un sermón, llegar al momento de
la predicación es todavía más complicado. (Si no lo es, es que algo
anda mal con su definición de la predicación). Decir algo con
sencillez es una disciplina que exige hasta la última gota de energía
que tenemos. Me han dicho que para que un cohete llegue al espacio
tiene que consumir tres cuartas partes de su combustible. El cuarto
restante basta y sobra para que dé la vuelta y pueda regresar al
mundo. Sea o no verificable, es una estupenda descripción de la
semana de un predicador. Invertimos la mayor parte de nuestra
energía para escapar de la atracción gravitatoria de nuestra propia
ignorancia. Una vez hemos salido de su alcance, las cosas se
vuelven un poco más fáciles.
Llevo quince años formando a laicos en los campos de la
hermenéutica y la homilética. Un ministerio fundamental de la
iglesia es desarrollar líderes y maestros. Actualmente, en la
Community Bible Church hay unos cuarenta o cincuenta hombres
capaces que, con un pequeño empujoncito, podrían enseñar
eficazmente la Biblia en una clase de escuela dominical para
adultos, o en un grupo de estudio en un hogar. Al decir
“eficazmente” quiero decir que, probablemente, no aburrirán a nadie
ni respaldarán sin saberlo alguna herejía antigua condenada por un
concilio eclesial en el siglo cuarto.
57
a decirlo basándose en el texto, le daré un sobresaliente”. Me da
igual la habilidad oratoria o cualquier otro rasgo homilético
deseable. Usted haga eso, y obtendrá la nota máxima. Llegaré hasta
el punto de ayudar a los alumnos a analizar el pasaje y a desarrollar
su tesis. Coloco la pelota en el soporte, les doy el palo de golf y les
digo adónde apuntar. Ellos solo tienen que golpearla. Me da lo
mismo si la pelota acaba en los árboles o solo recorre tres metros,
mientras no siga en el soporte después del golpe. Hasta hoy, nadie
ha conseguido un sobresaliente. Resulta increíblemente difícil
conseguirlo. Distribuyo libre y generosamente la oportunidad de
repetir el golpe de salida, pero siempre les hacen falta un par de
golpes. ¿Cuál es la verdadera lección? Que no es tan fácil como
parece.
Yo afirmaría que la sencillez es el objetivo último de una
exposición. Presente la verdad con claridad y evite las confusiones.
O dicho de otra manera: diga una cosa. Esto exige disciplina,
tiempo y práctica. Esta sencillez digerible es una característica clave
de los predicadores más dotados de nuestra época. El meollo del
asunto es que la buena predicación no sucede sin más, pero tampoco
está reservada para aquellos que tienen un talento único. Asumir lo
contrario es negar el testimonio bíblico sobre la genuina fuente de la
eficacia en la predicación.
58
Muchos. De modo que consuélese con sus fracasos. Pero sepa
también esto: aquellos cuya presentación parece surgir sin esfuerzo
alguno y cuyas explicaciones son fáciles de comprender trabajaron
muy duro para conseguirlo, y no solo durante esa semana concreta,
sino con el paso de los años. Más concretamente, en los sermones
individuales el trabajo más duro siempre tiene lugar el día antes de
predicar. Normalmente, se concentra en un área muy concreta:
pensar. Como dijo alguien: “Si un predicador no quiere o no puede
pensar claramente para decir lo que pretende, no tiene nada que
hacer en el púlpito”.28
La disciplina mental necesaria para pensar en las realidades
divinas y comprenderlas en un nivel profundo no se parece a
ninguna otra. Basándome en lo que he podido observar, si usted
quiere mejorar su predicación, empiece con su pensamiento.
59
Es un gran error suponer que la mente no hace progresos ni
adquiere conocimientos si no está ocupada en los libros; y
es uno de los errores propios de los hombres cultos. Hay
pausas durante el estudio, incluso pausas que parecen un
ocio inútil, en las que se produce un progreso comparable a
la digestión de los alimentos. En esos momentos de reposo,
las fuerzas se condensan para hacer nuevos esfuerzos, como
una tierra en barbecho, que se recupera para volver a ser
arable.29
60
De principio a fin, nunca dejan de reflexionar y perfilar esa
esencia. Incluso después de haber transmitido el mensaje, siguen
dándole vueltas. No consiste solo en que la información entre y
salga. La verdad se ha convertido en parte del tejido de sus almas.
Los resultados son innegables: esos hombres saben predicar.
Para ser claros, hemos de decir que lo que destaca no es su
complejidad, sino su sencillez. (Muy a menudo, las personas más
inteligentes que conozco son las más difíciles de entender). El
motivo de que estos comunicadores dotados capten la atención de
quien acude regularmente a la iglesia, y el corazón de los discípulos
de Cristo, no es que ofrezcan pensamientos complejos. Se debe a
que hacen que los pensamientos complejos sean accesibles a otros.
Normalmente, sus conclusiones más profundas son resultado de
una reflexión decidida. Por esto, la mayoría de las veces, nos
impresionan las cosas evidentes que nos revelan. Son cosas
realmente obvias. Cosas que nunca habíamos pensado, y que
deberíamos haber imaginado. Cosas que desearíamos haber dicho.
Mientras escuchamos su predicación, a menudo pensamos cosas
como: “Nunca lo había visto desde ese punto de vista”. Sería más
preciso decir: “Nunca he dedicado el tiempo para verlo desde ese
ángulo”. El coeficiente intelectual y los dones no son (normalmente)
los factores distintivos. La diferencia estriba en la disciplina de la
mente. ¿Cuál es la clave? La claridad personal es indispensable para
la exposición eficaz.
26. James Emory White, A Mind for God (Downers Grove: IVP, 2006), p. 65.
27. James W. Alexander, Thoughts on Preaching (Edinburgh: Banner of Truth Trust,
1988), p. 60.
28. Haddon W. Robinson, Biblical Preaching: The Development and Delivery of
Expository Messages (Grand Rapids: Baker, 1980), p. 39.
29. Alexander, Thoughts on Preaching, p. 63.
30. Chip Heath y Dan Heath, Made to Stick: Why Some Ideas Survive and Others Die
(Nueva York: Random House, 2007), p. 28.
61
62
John F. MacArthur
El expositor intelectual más
extraordinario que conozco
La claridad es la meta más importante de la vida del
predicador. Esto se debe a la naturaleza de las propias
Escrituras. Las Escrituras están diseñadas para revelar. Exigen
su propia claridad. Por consiguiente, el elemento más
fundamental de toda comunicación bíblica es la claridad. Sin
claridad, no sucede nada.
—JOHN F. MACARTHUR31
63
ha habido más imitadores del estilo de John que de cualquier otro
predicador. Crea la palabra de alguien que intentó emularlo en mis
primeros tiempos: nadie le confundirá con John MacArthur. Sus
grabaciones en MP3 deberían llevar una advertencia: “Sermón
expuesto por un profesional. No intente hacerlo usted”. Solo hay un
MacArthur.
Pero esto no quiere decir que no debamos intentar imitarle. En
su predicación hay elementos que deberíamos incorporar en la
nuestra: su pasión por demostrar la suficiencia de las Escrituras por
medio del acto de la propia predicación; su diligencia, su coraje.
Pero si existe una sola característica de la predicación de John que
todo predicador debe intentar desarrollar en su propia predicación,
es su claridad. Compartí con él un fin de semana e intenté meterme
en su mente para conocer este tema. En ese proceso, él se metió en
la mía y reorganizó mis prioridades homiléticas.
64
que creía saberlo todo”. John tiene la cualidad notable de enseñar al
estudiante más preparado de la Biblia algo nuevo sobre los
versículos más familiares. MacArthur posee una profundidad y una
riqueza en su predicación que son únicas.
65
sincera. Esto es lo que le impulsa a llegar hasta el corazón del texto
bíblico y construye puentes hacia su audiencia. Cuando estaba
sentado delante de él escuchándole explicar lo que hace, se me
ocurrió algo. Lo que llevo escuchando todos estos años no son solo
las explicaciones claras de John. También he detectado su
convicción y su creencia firme en lo que explica. La combinación
de estos elementos ha producido esa sencillez que le caracteriza.
John es, antes que nada, un discípulo de Jesucristo. Existe en él
un deseo subyacente de descubrir la grandeza de Dios y de conocer
profundamente a su Salvador. Como individuo, está muy
insatisfecho con los tratamientos superficiales y las respuestas
obvias, y es incurablemente analítico y escéptico. Estas tendencias
caracterizan también su enfoque hacia el estudio de la Palabra de
Dios. Alguien describió a John como alguien “que estudia al nivel
de un erudito y lo transmite al nivel de un amigo”. Esta es la mejor
descripción que he escuchado hasta el momento. Es un erudito que
habla bien, o un amigo bien informado. Sea como fuere, lo que
puede que no sea evidente es que esa habilidad descansa en su celo
por las cosas de Dios. No es capacidad, sino celo con erudición. En
una palabra, adoración. John demuestra que la calidad de nuestra
predicación no debe basarse en la inteligencia, la estructura o la
habilidad personal, sino en la integridad de nuestra relación con
Jesucristo.
66
“inteligencia normal” es un motivo primario por el que ha podido
conectar con tantas personas. Tal como lo dijo él:
67
Me lo tomé como un cumplido. Me he pasado la vida
hablando a los laicos sin formación. No estoy hablando a
alemanes muertos, liberales o eruditos en un programa de
doctorado. Me dirijo al laico sin formación. Más que nada,
me dirijo a mí mismo. Necesito comprender las Escrituras
con facilidad. Necesito descomponerlas en conceptos
sencillos. Luego resulta que eso es lo mismo que necesita
todo el mundo.35
68
el proceso de predicación. Simplifica el proceso, traza la estructura
y abre el camino a la presentación. John explicó este fenómeno
señalando el ejemplo de su propio héroe de predicación.
Celebraciones mentales
Hace unos años tuve el privilegio de asistir a un debate sobre
homilética en el que John era el conferencista invitado. Dado que es
un ejemplo viviente de lo que todos pretendemos hacer, el profesor
tuvo la sabiduría de dejarle hablar. El formato se basaba en
preguntas y respuestas. Al principio del debate, alguien le pidió un
consejo para encontrar “la proposición de sustantivo plural”. John
puso cara de estar confuso. Nunca olvidaré su respuesta: “No
perdería el tiempo obsesionado por las proposiciones de sustantivo
plural, los bosquejos y las estructuras. Cada pasaje es diferente. Si
no está ahí, no debería forzarlo. Predique lo que esté allí. Para mí,
cada sermón es distinto. No hay plantillas”.
Básicamente, nos aconsejó “olvidar lo que hayan aprendido
sobre la estructura y la presentación. ¡Prediquen la Palabra!”. Al
profesor de homilética casi le da un ataque. Mi mente daba saltos
para celebrar la ocasión.
Dudo que ninguno de nosotros esperase que John restara
importancia a una estructura homilética tradicional, sobre todo a la
vista de su compromiso con el método expositivo. Esto se debe a
que la mayoría de nosotros asume que el método expositivo tiene un
estilo particular. Obviamente, no quería decir que la estructura no
sea importante, sino que lo que condenó fue un supuesto. Cuando
pensamos en “expositivo”, imaginamos de inmediato un tipo de
estructura y de presentación muy específico. Pero el estilo de
presentación no tiene nada de sagrado. (Siempre que nuestro estilo
69
no interfiera con el mensaje bíblico). Sé que esto nos pone
nerviosos, pero yo sostengo que algunas de nuestras presuntas
estructuras expositivas hacen exactamente lo contrario de lo que
pretendemos que hagan. Más bien oscurecen el mensaje.
Es importante comprender qué quería decir John con su
comentario. Hay algo esencialmente importante que precede a la
estructura homilética: la claridad. Una comprensión bien informada
del pasaje, y el hecho de estar familiarizado con él, conduce a una
estructura orgánica, en vez de a una artificial. John MacArthur es un
excelente ejemplo de esto. Cuando predica, expone lo que él mismo
ha descubierto en un nivel muy profundo, y lo hace con una
disposición simétrica y textual. Pero ese es John; usted no tiene por
qué ser necesariamente igual. Obviamente, hemos de intentar
exponer la verdad “correctamente y de forma ordenada”. Pero lo
más importante es que su corazón esté lleno del significado del
texto antes de que lo exponga a otros. Como dice John:
70
presentación bien estructurada de nuestra hermenéutica o de algún
discurso moralista y memorable; se convierte en un sermón.
Incluso John necesita esta gracia. Dedica todo un día de su
elaboración del sermón a la meditación y a la oración. Dicho de otra
manera, John se pasa todo un día concentrado en aquello que ha
dedicado los dos días anteriores a descubrir. Mientras lo hace ora,
contempla, reflexiona, conecta, lucha, se alegra y, en ocasiones,
juega al golf.
La hermenéutica y la iluminación; teológicamente, estos dos
conceptos no podrían ir más de la mano. Normalmente no tenemos
en cuenta el modo en que su relación afecta a lo que hacemos como
predicadores. Pero su intersección se encuentra en el meollo de la
genuina preparación y exposición del mensaje; no se puede tener lo
uno sin lo otro. Si ponemos todo el énfasis estrictamente en la
hermenéutica, no somos distintos de los liberales muertos y su
forma mecánica de interpretación. Como lo expresó un escritor: “…
hay que entender que una exégesis desatendida no penetrará en el
corazón humano, por precisa que sea”. Por el contrario, si nos
concentramos solamente en la iluminación, no nos diferenciamos de
los experiencialistas modernos y sus métodos puramente subjetivos.
Lo que nos libra de caer en ambos extremos es la combinación.
Trabajamos la exégesis, y el Espíritu nos ilumina.
La iluminación es una obra del Espíritu hecha en el corazón del
Creyente. Es evidente que no la causamos nosotros. Al mismo
tiempo, esta obra se forma en y por medio de una mente sometida al
texto bíblico. La iluminación no solo se produce en los momentos
de oración desesperada, sino también en los instantes calmos de
contemplación. Tiene lugar durante todo ese proceso. Esto es cierto
especialmente de la exposición consecutiva. Tal y como dijo John:
“Este es el genio de la predicación expositiva. Es el tratamiento
temático de un pasaje, asumiendo que forma parte de un tema más
amplio”.
71
Mientras avanzamos por esas secciones vinculadas con ese tema
más amplio, el Espíritu conduce nuestro entendimiento hacia un
conocimiento más conciso. Llegamos a entender más cosas de las
evidentes. Comprendemos lo que debemos entender. El Espíritu
organiza la imagen global; compacta la verdad. La iluminación no
es una bengala que lanzamos cuando nos enfrentamos a una fecha
límite, rogando un milagro a Dios.
72
una estrella naciente cuando decidió rechazar sus credenciales. Tal
como dijo él: “Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne,
yo más” (3:4). Sus antiguos colegas, los “malos obreros”, eran
conscientes de que esa acusación no tenía mérito alguno. Eran bien
conocidos todos sus éxitos. Pablo no era de los que abandonan.
Abandonó su “basura”, la justificación de sí mismo, porque no
podía salvarle. Cuando vio a Cristo, aquel estercolero le puso
enfermo. Corrió hacia una justicia que estaba fuera de sí mismo.
Como cuando Lutero llegó al último de los escalones en Roma, todo
acabó. La conversión de Pablo fue un golpe demoledor a los
moralistas del mundo.
Al siguiente instante, usted se encuentra en un punto medio
entre la marcha y la carrera. El pobre perro va arrastrado de la
correa como un indicador de vientos. Usted regresa a casa, se sienta
a su mesa y en el margen de su exégesis escribe: “Pablo no era de
los que abandonan”. Hacia eso “proseguimos”. Eso es claridad, eso
es predicar.
73
vemos atrapados en la “zona muerta”. Es ese lugar letal donde nos
desorientamos, agotados e inmóviles. Toda posibilidad de elaborar
un sermón real fallece en la ladera del monte, a la vista de la cima,
enterrado en una avalancha de detalles. (Perdone, me he dejado
llevar por la imagen, pero ya me entiende, ¿no?). Cuesta mucho
superar eso. Como reza el dicho: moverse o morir.
Bryan Chapell, presidente del Covenant Theological Seminary y
autor de una tremenda obra sobre la predicación expositiva, ha
identificado diversas preguntas importantes que debe responder el
estudiante-predicador para hacer la transición al “otro lado” del
proceso. Explica la importancia que tienen para el lector.
74
Las tres primeras tienen que ver con cuestiones del propio
pasaje bíblico, y las tres restantes, con cuestiones de presentación.
La secuencia de las preguntas de Chapell conduce a lo que él
identifica como “el enfoque de la condición caída” o ECC. El ECC
es “la condición humana mutua que comparten los cristianos
actuales con aquellos para quienes o sobre quienes se escribió el
pasaje, que requiere la gracia del Dios del pasaje para glorificarle o
disfrutar de Él”.41
Responder las preguntas anteriores nos lleva desde el punto de
partida de los detalles sintácticos más precisos hasta el punto final
de la presentación eficaz. El flujo lógico de sus preguntas demuestra
ser muy útil. De hecho, de todos los que he leído ha sido el que
mejor ha identificado y ha resuelto la dificultad para los expositores.
En última instancia, todo predicador concentrado en la exégesis
atraviesa alguna versión de estas preguntas, tanto si lo pretende
como si no. Según mi propia experiencia, he reducido a tres las
preguntas diagnósticas:
75
abordar y el efecto que deseaba tener (3).
76
misma intención a nuestros oyentes: “El valor de la intención radica
en su singularidad”.44 Al centrarnos en esto, podremos “decir una
sola cosa bien” con mayor facilidad. Captar la intención nos ayuda a
llegar a la claridad que aquí se describe. También nos ofrece un
punto de partida para nuestra homilética. En última instancia, la
intención y el objetivo de nuestro sermón deberían equipararse a los
del escritor. Nuestra homilética no solo debería edificarse sobre el
significado bíblico, sino sobre qué blanco buscaba ese significado.
Aquello con lo que tenemos que luchar en la elaboración de
nuestro sermón es la forma de decir lo que hemos descubierto en el
pasaje bíblico. Para llegar a ese punto, hemos de tener en cuenta qué
pretendía inducir el autor en las vidas de sus oyentes por medio del
mensaje. Durante la preparación, lo que nos lleva al otro lado no es
la meta de transferir información, sino la duplicación del impacto
pretendido por el autor bíblico. Nuestra homilética debe adaptarse a
esto. Primero debemos clarificar qué se dijo, y luego intentar
conseguir (por medio de nuestra explicación y de nuestra
presentación) lo que pretendía el escritor. Ver la cuestión desde este
ángulo nos ayuda a responder todas las preguntas restantes. De
hecho, las otras preguntas de diagnóstico se vuelven un tanto
superfluas. Las cosas empiezan a cuidarse solas. Sabemos cuál es la
necesidad de nuestro público cuando la comparamos con el contexto
original. Sabemos también cómo deberían responder. A partir de ese
momento, nuestra homilética se centra más concretamente en la
claridad.
31. John MacArthur, entrevistado por el autor, Nashville, TN, 6 de febrero de 2009.
32. MacArthur, entrevista.
33. Ibíd.
34. Ibíd.
35. Ibíd.
36. Ibíd.
37. Ibíd.
38. Ibíd.
39. Arturo G. Azurdia, Spirit Empowered Preaching: Involving the Holy Spirit in Your
Ministry (Gran Bretaña: Mentor, 1999), p. 151.
40. Bryan Chapell, Christ-Centered Preaching: Redeeming the Expository Sermon (Grand
Rapids: Baker, 2005), p. 105.
77
41. Chapell, Christ-Centered Preaching, p. 50.
42. Walter C. Kaiser, Jr., Preaching and Teaching from the Old Testament: A Guide for the
Church (Grand Rapids: Baker, 2003), p. 51.
43. David L. Larsen, The Anatomy of Preaching: Identifying the Issues in Preaching Today
(Grand Rapids: Baker, 1989), pp. 160-161.
44. Heath and Heath, Made to Stick, p. 28.
78
79
Capítulo 3
La sencillez y el efecto deslumbrante de
Dios
El secreto esencial no es dominar las técnicas, sino que nos
dominen las convicciones. En otras palabras, la teología es más
importante que la metodología… Las técnicas solo pueden
convertirnos en oradores; si queremos ser predicadores,
necesitamos teología.45
—JOHN R. W. STOTT
80
leer. Yo era el deportista típico, y no me gustaba mucho leer o
pensar. Cuando al fin logré entrar en la lista de los mejores alumnos
en la universidad (mi primera y última vez), mi padre casi se muere
de un infarto de miocardio. Lo que para algunos es hablar en
lenguas, para mi padre era el deseo de tener una educación: una
señal inequívoca de una verdadera conversión. Para mi padre que
era médico, leer podría haber sido un fruto del Espíritu.
Leí toda la noche. Con un rotulador en una mano y el libro en la
otra, mientras sostenía entre los dientes una linterna diminuta. Fue
mi primer encuentro con la teología propia y los atributos de Dios.
No tenía ni idea de cómo se llamaba; tampoco de lo que sucedería
luego. Tumbado en el suelo de nuestra furgoneta Chevy, me
encontré cara a cara con los pensamientos más profundos que pueda
llegar a tener una persona. Fue esa materia esotérica sobre Dios que
normalmente no recibimos hasta mucho después en nuestra
educación cristiana. Unicidad, soberanía, infinitud, omnipotencia,
omnisciencia, eternidad.
En mi vida había pensado en nada de esta magnitud, y casi me
explotó la cabeza. Leía y hacía una pausa. Señalaba algo con el
rotulador. Leía y hacía otra pausa. Marcaba. Cada concepto nuevo
me resultaba apabullante. En el buen sentido, era difícil de soportar.
Esto prosiguió hasta la mañana siguiente. Por fin acabé el libro en
torno al amanecer, cerca de Amarillo, Texas. A la luz del día
descubrí algo sorprendente: había subrayado casi todas las líneas.
Fue un momento crucial en mi vida.
Cuando entré en la furgoneta, tenía una visión de Dios
sentimental y estereotipada. Cuando salí de ella, era un adorador
devastado. Supuso un golpe demoledor al pequeño idólatra oculto
dentro de la teología. Es una experiencia no sobrepasada por nada
en mis 26 años como creyente. Desde entonces he intentado
revivirla cada día. Cambió mi vida. Creo que esta misma
profundidad deslumbrante y empírica debería ser el objetivo firme
de todo el pensamiento cristiano, y la meta correcta de toda
predicación bíblica. Hemos de deslumbrar las mentes humanas con
su Dios.
81
Tumbado en el suelo de nuestra furgoneta Chevy, me encontré
cara a cara con los pensamientos más profundos que pueda tener
una persona… Cuando entré en la furgoneta, tenía una visión de
Dios sentimental y estereotipada. Cuando salí de ella, era un
adorador devastado.
82
porque son esenciales para comprender su obra en la
salvación.48
83
importantes? La respuesta es que ese no es el centro.50
84
(Sal. 73:17). Estuvo al borde del precipicio que es la naturaleza de
Dios y se sintió pequeño. Fue expuesto a la grandeza de Dios, y el
resultado fue una alteración radical del punto de vista sobre sí
mismo, la humanidad y la vida en general. Pero (y esto es lo que
cabe destacar) la fuente de su desespero seguía en libertad. El
mundo seguía siendo un caos. El contexto que le empujó hacia las
tinieblas personales no había cambiado. Pero él sí. Y todo por mirar
de frente a algo más grande que él mismo: un Dios soberano. Un
Dios que no se detiene para pedir el consejo del hombre cuando
gobierna el universo.
Yo deseo que, con toda la celeridad posible, los pensamientos de
las personas acerca de Dios superen sus inquietudes sobre la vida.
Quiero elevar a las personas, no reducir a Dios a un tamaño
manejable. Este es un tema que alguien enfatizó durante un debate
sobre las traducciones de la Biblia. Un estudioso renombrado
expuso un principio que tiene una aplicación directa a este tema.
Ninguna traducción de la Biblia debería servir para reducir a Dios
en beneficio del hombre. La misión de las traducciones no es hacer
a un Dios cómodo. Esto va en contra de nuestra forma de pensar,
dado que normalmente asumimos lo contrario. Las traducciones
deben elevar al hombre hacia Dios. Este es el efecto que tiene la
predicación doctrinal clara. Eleva al hombre hacia la naturaleza, los
caminos y los medios de Dios. En realidad, pasamos demasiado
tiempo amarrando a Dios con descripciones hechas por el hombre,
atrayéndole hacia “necesidades” suburbanas. Lo que la Iglesia
necesita en realidad es ascender.
Tristemente, la doctrina ya no está de moda en la Iglesia. Este es
un efecto secundario e inevitable de la marginación del evangelio.
Cuando la Iglesia se centra en el evangelio, la doctrina es esencial.
Cuando se centra en cualquier otra cosa, es secundaria. Hoy día, es
como esa corbata especial en el armario consabido: la que aguarda
el momento de volver a estar en boga. No es la moda actual. Os
Guinness lo expresó de esta manera:
85
evangélicos son los más superficiales entre los creyentes
religiosos; pesos pluma en pensamiento, con una teología
fina como la gasa, y defensores a ultranza de una vida
espiritual superficial por lo que respecta a la predicación y
a las respuestas a la vida.51
86
asistentes se suman en un silencio reverente, puede estar
seguro de que alguien dirá que el ambiente es desagradable
o frío. Lo único que pueden imaginar muchas personas es
que la ausencia de parloteo equivale a una atmósfera hosca,
extraña y desagradable. Dado que tienen poca o ninguna
experiencia del gozo profundo propio de la gravedad
trascendental, buscan la alegría de la única manera que
saben hacerlo: mediante la euforia, la animación y la
charla.54
87
mejor vida ahora, Una vida con propósito o cualquier otro
superventas cristiano. Le quitaría el polvo a su Biblia y procedería a
ahogar su angustia en el extremo profundo de Dios.
Típicamente, ese sector de la Iglesia que le quita importancia a
la doctrina parece centrarse en uno de dos paradigmas alternativos:
la vida cristiana práctica o la relevancia cultural. Queremos tener
niños que se comportan bien y/o justicia social. Raras veces oímos
que una persona ha acudido a determinada iglesia porque la doctrina
es sólida o se expone la Palabra con claridad. Todo se centra en la
“relevancia” y en la “aplicación”. Según los expertos, que a una
iglesia se la etiquete de “doctrinal” es el beso de la muerte. La gente
se deshace rápido de los temas profundos para hallar una vida con
mayor propósito y satisfacción. Lamentablemente, hemos tirado por
la borda las realidades equivocadas. Como dejó claro Tozer:
88
de Cristo; es el poder de la cruz manifestado en la relación más
íntima de este mundo. ¿Cuál era la idea de Pablo? No se puede tener
un matrimonio “mejor” sin entender la doctrina, sobre todo la de la
expiación vicaria.
Esto es muy irónico. ¿Cómo puede uno pasarse todo un fin de
semana en un seminario sobre el matrimonio cristiano y no escuchar
una predicación del evangelio o una explicación de la expiación?
Me temo que esto dice algo sustancial sobre la Iglesia. Los
seminarios de Pablo sobre el matrimonio eran muy distintos a los
nuestros. En los suyos, lo único de lo que se oía hablar todo el fin de
semana era de la cruz de Cristo. “Sesión 1: La cruz”. “Sesión 2: La
cruz”. “Sesión de descanso: La cruz”. “Desayuno para esposos: La
cruz”. “Almuerzo para esposas: La cruz”. Y así cada día. Quizá, si
usted tuviera suerte, Pablo mencionaría el “matrimonio” en algún
momento, hacia el final. O quizá no; da lo mismo. Cuando usted
acababa el seminario, entendía el matrimonio. Tanto el marido
como la esposa conocían su responsabilidad. La cruz hace que el
matrimonio cristiano sea evidente. Más concretamente, el
matrimonio cristiano debería evidenciar la cruz.
En mis casi veinte años de ministerio pastoral, nunca he visto
que una pareja se viniera abajo por no disponer de suficiente
consejos prácticos sobre el matrimonio. Normalmente, se
desmorona precisamente debido a esos consejos. No hay cruz, y
nunca la hubo. Irónicamente, los seminarios sobre el matrimonio
cristiano son una parte de lo que va mal con las parejas cristianas.
Lo mismo podemos decir del argumento sobre la “importancia
cultural”. Todo nuestro frenesí por ser relevantes nos ha vuelto
ingenuos. Si pensamos que podemos ganar a esta cultura que
rechaza a Cristo a base de almuerzos calientes y una sonrisa, o bien
ajustando nuestro lenguaje al suyo, nos estamos engañando. Esto no
quiere decir que tales ajustes no sean útiles. Debe existir un
equilibrio entre la compasión y la verdad, no vayamos a cometer el
mismo error que los fariseos. Jesús dijo: “Id, pues, y aprended lo
que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he
venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt.
9:13).
89
Existe un lugar para los almuerzos. También admito que, debido
a una verborrea arcaica o un triunfalismo escapista, la Iglesia tiene
la costumbre de levantar barreras distanciándose de las personas a
las que fue llamada a predicar. Si solo vamos armados con la
doctrina precisa (y sin amor), somos aislacionistas, o incluso
combatientes, pero no evangelistas. Algunas de nuestras actitudes
indican que creemos que la hostilidad es una estrategia evangelística
eficaz. Pero en realidad funciona mejor si usted no odia a aquellos a
los que les predica.
90
nunca hace daño.
91
Como el escolasticismo de la Edad Media, creamos vacíos
imposibles entre el hombre común y la verdad. Es como cuando el
campesinado alemán estaba a merced de una Iglesia
incomprensiblemente compleja y de un clero elitista. Todo estaba en
latín. Ese es el momento exacto de la historia en que Martín Lutero
abordó semejante confusión y empezó a hablar “campesino”.
Los debates de Lutero con sus adversarios teológicos eran
acalorados y a menudo sembrados de un lenguaje cáustico. Su
debate con Erasmo en De la esclavitud del arbitrio es legendario.
En algunos casos, sus expresiones son de una vulgaridad aplastante.
Pero Lutero no pretendía ser grosero u ofensivo porque sí.
Reformulaba y demolía los argumentos sofisticados de la Iglesia
católica romana en una lengua que pudieran entender las masas.
Lograba que el argumento más complejo lógico y teológico (que
solía desanimar al pueblo) fuera fácil de entender. De repente, el
ciudadano de a pie sabía tanto como los sacerdotes. De aquí “el
sacerdocio de todos los creyentes”. Lutero era el teólogo del hombre
común.
No propongo que usemos las mismas tácticas que Lutero, pero
sí defiendo su mismo objetivo: ofrezca a su público una teología
funcional por medio de la exposición de la Palabra. No es una tarea
sencilla. Según Agustín, procurar entender a Dios es como verter
todo el océano en un agujero, usando para ello una concha vacía. Y
esa es la parte fácil. Una vez lo entendemos por nosotros mismos,
tenemos que darle la vuelta y exponerlo de tal manera que no solo
denuncie los errores históricos, sino que también demuestre su
aplicabilidad en tiempo real. Las definiciones son una cosa; otra
muy distinta es explicar la matriz teológica compleja y esencial
sobre la que descansa nuestra fe en un formato “para campesinos”.
Durante las últimas cinco décadas, ningún hombre ha explicado
mejor y ha representado más correctamente la doctrina cristiana que
R. C. Sproul. Lleva toda su vida metiendo el océano en un hoyo. Es
el Martín Lutero de nuestra generación. Se dedica a educar y a
defender la Iglesia en lengua vernácula, que incluso la mente más
sencilla puede entender, y que respeta el erudito más sofisticado. Ha
dejado en su estela un legado que no tiene precio. Da lo mismo
92
dónde se haya producido el ataque contra el evangelio: el
liberalismo, el ateísmo, el pluralismo o el pelagianismo. R. C. ha
aparecido para hacerlo retroceder. Es el mejor ejemplo que conozco
de un teólogo funcional. Tiene esa cualidad tan infrecuente entre los
teólogos: se hace entender. Es una habilidad que todos anhelamos y
necesitamos desesperadamente.
45. John R. W. Stott, Between Two Worlds: The Art of Preaching in the Twentieth Century
(Grand Rapids: Eerdmans, 1982), pp. 92-93.
46. R. C. Sproul, entrevistado por el autor, Orlando, FL, 12 de mayo de 2009.
47. C. S. Lewis, citado en Piper, John, Brothers We Are Not Professionals: A Plea for
Pastors for Radical Ministry (Nashville: Broadman & Holman, 2002), p. 97.
48. Mark Dever, What Is a Healthy Church? (Illinois: Crossway, 2007), p. 72.
49. Charles Haddon Spurgeon, citado en Boice, James Montgomery, Foundations of the
Christian Faith: A Comprehensive and Readable Guide, Revisado en un volumen
(Downers Grove: IVP, 1986), p. 27.
50. John Piper, God is the Gospel: Meditations on God’s Love as the Gift of Himself
(Wheaton: Crossway, 2005), p. 13.
51. Os Guinness, Prophetic Untimeliness: A Challenge to the Idol of Relevance (Grand
Rapids: Baker, 2003), p. 77.
52. Albert R. Mohler, Jr., He Is Not Silent: Preaching in a Postmodern World (Chicago:
Moody, 2008), p. 23.
53. John Piper, The Supremacy of God in Preaching (Grand Rapids: Baker, 1990), p. 51.
54. Ibíd.
55. Robert Smith Jr., Doctrine that Dances, Bringing Doctrinal Preaching and Teaching to
Life (Nashville: Broadman & Holman, 2008), p. 73.
56. A. W. Tozer, The Knowledge of the Holy (San Francisco: Harper Collins, 1961), p. 2.
57. T. H. L. Parker, Calvin’s Preaching (Edinburgh: T & T Clark, 1992), p. 139.
93
94
R. C. Sproul
Un hombre versado en latín y lenguas
comunes
Ligonier Ministries se fundó en 1971 para enseñar a los
cristianos cómo expresar lo que creen y por qué lo creen.
Nuestro deseo primordial es “despertar a todas las personas
que sea posible a la santidad de Dios mediante la
proclamación, la enseñanza y la defensa de su santidad en toda
su plenitud”. Nuestra visión es propagar la fe reformada a la
Iglesia por todo el mundo.
Para alcanzar este objetivo, Ligonier ofrece una sólida
formación que ayuda a salvar el vacío educativo entre la
escuela dominical y el seminario. Al ofrecer materiales para la
enseñanza cristiana, Ligonier tiene la esperanza de exhortar a
los cristianos a transformarse por medio de la renovación de
sus mentes, de modo que estén preparados para servir a la
Iglesia y para glorificar a Dios (Ro. 12:2).58
95
impresionar. El uso que hace R. C. de esta lengua es modesto y
natural. La verdad es que piensa en latín. Alabado sea Dios de que
también piensa—y habla—en lengua vernácula. R. C. Sproul es un
tesoro de inestimable valor para la Iglesia. Ha sido nuestro teólogo
residente durante 45 años.
Fue una de las tardes más impresionantes que he pasado con
nadie en mi vida. Había que estar allí para entenderlo. No cabe duda
de que este hombre es de Pittsburg. Hablaba con esa voz que
escuchamos por la radio, que recuerda a Quasimodo, con un
refinamiento áspero y correoso. Pidió la comida para todos.
Conversamos con la boca llena, pero cubriéndolas educadamente
con las manos mientras charlábamos de todo, desde la enfermedad
de la gota hasta las clases de teatro. Hubo risotadas guturales,
silencios estridentes y todo lo que hay entre una y otra cosa.
El efecto de aquel día fue parecido al de asistir a una
conferencia bíblica, cuando no son necesariamente los detalles lo
que se nos queda en la cabeza, sino el impacto general. Creo que
eso se llama “indeleble”. La experiencia fue muy parecida a cómo
es R. C. en persona: un hombre del Renacimiento. Es golfista
improvisado (antes del accidente de tren), guitarrista con talento,
pintor consumado, filósofo implacable, teólogo experto,
comunicador excelente, pastor fiel, director de ministerios, escritor
prolífico, maestro dotado, erudito innegable y editor de éxito. La
lista sigue y sigue. Pero desde el momento en que nos sentamos a la
mesa, nos hizo sentir como sus iguales, sus amigos. Esto es
precisamente lo que hace mejor que cualquier otro teólogo que
conozco. Fue el motivo de que yo estuviera en Orlando.
Mi charla con R. C. fue una auténtica mina de oro. No solo
hablamos de la comunicación teológica, sino de la comunicación en
general. Me sorprendió ver con qué seriedad se lo toma. Había ido
al lugar correcto. Aprendí más sobre los principios de la
comunicación de él en nuestra entrevista que durante el resto de mi
vida. Para él es una pasión personal, y un tema sobre el que ha
reflexionado muchísimo.
Hubo momentos en nuestra conversación en que a R. C. pareció
molestarle la incapacidad de algunos predicadores para transmitir
96
eficazmente la doctrina. Su reacción ante la ineptitud teológica de la
Iglesia es como ser testigos de lo que siente un entrenador cuando
su equipo no logra efectuar una jugada básica. “¡A estas alturas ya
deberíamos saber estas cosas!”. Durante la historia reciente ha
estado paseándose junto al terreno de juego de la Iglesia con las
manos en la cabeza. No cabe duda de que hemos perdido la pelota.
No se trata solamente de que piense que lo que decimos hay que
decirlo correctamente; también piensa que debemos decirlo bien. Su
determinación se debe en parte al valor de la propia teología. Las
interpretaciones teológicas que tenemos el privilegio de exponer a
los nuestros son las verdades más importantes que escucharán jamás
los humanos. Los beneficios de la precisión y de la fluidez son
incalculables. A nosotros nos toca explicarlos lo mejor que
podamos.
97
clase a punto de licenciarse. R. C. lo describía como la crème de la
crème del cuerpo estudiantil. Los cuatro especializados en filosofía
superaron la asignatura con buena nota y sin esfuerzo. Pero para su
sorpresa, a los especializados en física, biología, química y
medicina les costó mucho superarla. Al no contar con la capacidad
de depender de los procesos empíricos de observación y
experimentación, estaban a la deriva. Les faltaba la capacidad del
planteamiento abstracto.
R. C. lo observaba todo frustrado. Echó toda la culpa a la
incapacidad del profesor para transmitir los contenidos. No era
cuestión de si los alumnos eran más o menos inteligentes: eran más
que listos. El problema era doble: la falta de dominio que tenía el
profesor sobre la materia y su falta de interés por si sus alumnos le
entendían. El profesor era un obstáculo en el camino del contenido.
R. C. salió de aquella clase y entró en la Iglesia con un objetivo
fundamental: quitarse de en medio.
Tal y como hemos dicho, es demasiado fácil pensar que el
problema es que nuestros oyentes no entienden. Este es un error
fundamental por parte del predicador. Es una excusa para
justificarse. La humildad nos impulsa a empezar por un examen de
nuestras explicaciones. Antes que a nadie, tenemos que culparnos a
nosotros mismos. El problema no suele ser su falta de comprensión,
sino la nuestra. No lo entendemos nosotros mismos, y por tanto
somos un obstáculo. Tampoco podemos asumir que se trata de una
falta de apreciación. A esa forma de pensar le falta compasión y le
sobra orgullo.
No pasó mucho tiempo hasta que R. C. se encontró en la misma
situación desde el otro lado de la mesa, en su calidad de profesor de
filosofía a alumnos de primero de carrera. Fue entonces cuando se
entrenó por primera vez en la enseñanza teológica.
98
la historia. Las personas abordan la investigación teológica
desde diversos ángulos. No todo el mundo se relaciona bien
con ese tipo de información.59
99
Fue entonces cuando Sproul se propuso “salvar el vacío
educativo entre la escuela dominical y el seminario”. Fue entonces
cuando se puso como meta ofrecer a los trabajadores de las fábricas
y a los médicos los mismos descubrimientos que cambian la vida, y
hacerlo al mismo tiempo. Tal y como lo expresó él: “Me molestaba
ver la experiencia espiritual que tenían los alumnos cuando
examinaban la doctrina de Dios desde un punto de vista académico.
Sentí que el laicado de la Iglesia se estaba perdiendo todo esto.
Porque, a ver, ¿quién predica sobre la naturaleza y el carácter de
Dios?”.62
R. C. respondió a esta pregunta con su propia vida. La
combinación de estos contextos ha generado, con el paso de los
años, esa capacidad impresionante para hablar a cualquier grado de
intelecto sobre cualquier concepto teológico y en cualquier
momento. Como explicaba R. C., “siempre he tenido un pie en el
mundo académico y otro en el laico”.63
En cierto sentido, nosotros tenemos la misma responsabilidad.
Debemos predicar con un pie en las cosas de Dios y el otro en la
sala de estar de nuestros oyentes. R. C. describió concisamente el
reto básico de su experiencia docente. Se dedicaba a “enseñar
filosofía a personas que no tenían intención de convertirse en
filósofos”.64
Nuestro reto como predicadores es solo ligeramente distinto.
Enseñamos teología a personas que no se dan cuenta de que son
teólogos. Por definición, la teología es “el estudio de Dios”. Por
consiguiente, todo creyente es un teólogo por naturaleza. Nuestra
labor consiste en hacer que esto sea evidente y placentero.
Derribando ídolos
Somos idólatras por naturaleza. Nuestros pensamientos sobre
Dios son muy dispersos. Empezamos nuestro viaje muy alejados del
centro. A todos nos vendría bien un empujón teocéntrico. Una parte
de nuestra responsabilidad como predicadores consiste en derribar
los ídolos populares. Los tumbamos mediante una explicación clara
de la Biblia. Cuando predicamos, abordamos de lleno la manera
equivocada en que nuestros oyentes (y nosotros mismos)
100
entendemos y representamos a Dios. De vez en cuando, nos indican
cuándo les hemos pisado un pie teológico. A menudo sus reacciones
sensibles suelen ir revestidas de una verborrea tradicional (“Siempre
me han enseñado que…”). Esto es un indicio evidente de un debate
interno. Los retos se manifiestan en esas preguntas que usted recibe,
por correo electrónico o cara a cara, al final de un sermón. Es
previsible. Después de todo, a todos nos cuesta admitir que la
abuela era hereje.
Estos son los momentos en los que debemos adelantarnos y
hablar en lengua vernácula. Enseñamos con nuestros pies bien
afirmados en ambos lugares: la Palabra y el cubículo de la oficina, o
cualquier lugar en que se encuentre el oyente en ese momento. Es
allí donde la sencillez es tan importante. Un escritor lo dijo de esta
manera:
101
conceptos más fáciles. No es difícil confundirse. Yo cada domingo
me hago un lío con los anuncios. Imagínese qué puedo hacer con la
doctrina de la elección. Sé cuándo he hablado de tal manera que mi
público no se ha enterado de nada. Como decía R. C.: “tienen la
mirada de un ciervo atrapado por los faros de un vehículo”. La
doctrina portátil es un reto. Da lo mismo lo mucho que lo
intentemos, a menudo nos quedamos cortos con nuestras
explicaciones. Pero anímese, porque incluso los conceptos más
difíciles se pueden explicar con facilidad. Solo requiere trabajar
duro.
Lo fácil cuesta.
El laico desprevenido se sorprendería al enterarse de las batallas
que se libran solo para exponer sermones normales y conceptos
mínimos. Puede ser una tortura. Según el dicho: “Ser difícil de
entender es fácil. Ser fácil de entender es difícil”. R. C. comentó:
“Con lo de simple no me refiero a simplista. Lo simplista es
superficial, pero lo simple no lo es”.66
Para ser simplista, lo único que tiene que hacer es regurgitar
datos. Es una reformulación de lo evidente, un comentario rutinario
y una imitación impecable de un tranquilizante humano. Ser sencillo
exige un nivel muy profundo de consciencia y de convicción que
solo podemos conseguir llevando al límite nuestra comprensión
básica. Lo simple es una explicación “de bolsillo” de lo profundo.
Significa decir una cosa (que de por sí puede ser compleja) de una
forma que todos puedan entenderla. Lo simple no es tan fácil como
parece. Como ya hemos dicho, la claridad empieza con nuestra
propia comprensión. R. C. añade su propio corolario a esta idea
esencial:
102
Si usted no tiene la capacidad de explicar el concepto a un
niño de seis años, entonces es que usted mismo no lo
entiende. En otras palabras, simplificar sin distorsionar
exige una comprensión muy profunda del contenido que
expone. De manera que, si usted lo entiende, lo podrá
comunicar. Si no lo entiende, solo podrá transferir a la
siguiente generación la información contenida en su bloc de
notas.67
103
incongruencia de esta unión. De repente, todo el mundo era experto
en la doctrina protestante de la justificación y en su
incompatibilidad con el punto de vista católico romano.
R. C. subió a la tarima y declaró: “¡Creo que somos salvos por
las obras! No podemos ser salvos sin ellas. Pensar lo contrario
supone negar el evangelio bíblico”. Puede imaginarse la reacción.
La gente se quedó pasmada. Dejó que la reacción visible se
extendiera durante unos momentos y luego añadió: “No por mis
obras, por supuesto, sino por la obra de Cristo”.
Sproul es astuto. Cuando dijo aquello, se dibujó en su rostro una
leve sonrisa. Me pasé el mes siguiente haciendo la misma broma a
mucha gente. En mitad de toda la historia sobre el ECT, olvidamos
que la justicia (las obras) es una condición indispensable para
nuestra salvación. La verdadera pregunta es: “¿Quién está a la
altura?”. Sin duda, nosotros no. Nuestro debate con la Iglesia
católica romana no se centra en la necesidad de la justicia, sino en el
medio para conseguirla. El método de Sproul fue brillante. En aquel
momento comprendí del todo la doctrina de la justificación; los
oyentes también la entendieron.
Hay muchísimos lugares en los que este tipo de reajuste podría
mejorar radicalmente la comprensión de las doctrinas básicas por
parte de los nuestros. Estos recordatorios que van en contra de la
lógica son poderosos. Por ejemplo, tomemos la cristología. En uno
u otro sentido, todo libro del Nuevo Testamento es una defensa de
Cristo y de su naturaleza. Las oportunidades que tiene nuestra
congregación para profundizar en la comprensión del Salvador son
ilimitadas. Esto es así incluso con una doctrina que nos deja
perplejos, como la kenosis.
La mayoría no entiende lo que quería decir Pablo cuando afirmó
que Cristo “se despojó a sí mismo” (Fil. 2). Asumen que significa
que Cristo dejó a un lado sus atributos divinos cuando asumió la
forma humana. Entienden “despojarse” como “renunciar”. Es como
si hubiera dejado su deidad en el cielo, abandonando atributos como
la omnisciencia y la omnipotencia. Este punto de vista es emotivo
pero incorrecto. Según las Escrituras, no podría distar más de la
verdad. “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda
104
plenitud” (Col. 1:19). “El cual, siendo el resplandor de su gloria, y
la imagen misma de sus sustancia, y quien sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder” (He. 1:3). Él es plenamente Dios y
plenamente hombre. Al decir “despojarse” Pablo señalaba al
sacrificio altruista de Cristo y a la oscuridad de la muerte, no al
abandono de sus atributos divinos.
Esta modificación es crucial. Cuando lo entendemos, el acto de
Cristo pasa de ser meramente emotivo a ser algo infinitamente
mayor de lo que jamás imaginamos. Su sacrificio es más notable
cuando nos damos cuenta de que tenía su divinidad a su disposición.
Esto es una reprensión increíble a nuestra capacidad ilimitada de
defendernos a nosotros mismos. Cristo podría haberse marchado de
este mundo la primera vez que su estómago rugió de hambre, por no
mencionar que podía haber convertido las piedras en pan. Esta es la
misma idea que afirmó el apóstol cuando dijo que Cristo, “siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse” (Fil. 2:6). Nunca utilizó ni uno solo de sus atributos
divinos para reducir las exigencias de la justicia de Dios, o para
aliviar su sufrimiento. Las únicas veces que empleó su poder divino
fue para servir a otros. Su humildad es infinitamente mayor cuando
pensamos en esto.
105
con su competencia. Su teología le impide llegar a esa conclusión.
106
Es desagradable ver cómo los calvinistas (sobre todo los que han
rechazado hace poco el arminianismo), con orgullo y a la fuerza,
endosan al primero que encuentran una buena dosis de teología
reformada. Este es el efecto opuesto al que querríamos conseguir.
Una actitud condescendiente o elitista siempre es un obstáculo en el
camino de la sencillez.
La enseñanza de R. C. va acompañada de una humildad
intelectual infrecuente entre los teólogos eruditos. Lo que resulta
atractivo de sus explicaciones es, en parte, esta ausencia de orgullo
y de arrogancia. Toda su investigación teológica destila una
humildad intelectual muy agradable. Esto es cierto incluso cuando
aborda las preguntas más difíciles de la teología. Cuando hablaba de
la Caída de Adán y Eva en el huerto, R. C. comentó:
107
manos, como hizo Job, es una teología realmente buena. Esto no
sugiere que no existan respuestas razonables para preguntas
difíciles, sino que cierto grado de misterio es saludable. Un “No lo
sé” bien colocado de vez en cuando transmite más de lo que
imaginamos.
108
situación determinada para abordar una necesidad concreta,
transmitir una lección específica o capturar un momento particular
de la providencia divina. Hay tantísimos elementos dramáticos en
cada pasaje de las Escrituras que usted no podría agotarlas ni en
diez sermones, y mucho menos en uno. Como señala R. C.: “En un
solo día de su vida hay dramatismo suficiente como para escribir
una novela de quinientas páginas. Todo depende de la atención que
preste”. Nuestra labor consiste en prestar atención durante nuestro
estudio.
A menudo estamos tan inmersos en los detalles de la exégesis
que no nos damos cuenta de cuál es la idea que nos transmite el
escritor bíblico. Un problema frecuente para los expositores es que
no ven el bosque porque mantienen la vista fija en los troncos de los
árboles. Este tipo de miopía afecta mucho a la presentación. No
logramos ver los detalles que excavamos a tres metros desde la
perspectiva de diez mil. No detectamos el tema bíblico global, el
argumento que dota de cohesión a los detalles. Las partes de un
sermón son como las piezas de una bicicleta desmontada:
interesantes, pero inútiles. Ahí es donde a la gente le cuesta
seguirnos. Ese contexto mayor (o drama) es como la foto de la
bicicleta impresa en la caja en la que venía. Nos ayuda a tener a la
vista el producto final.
Chip y Dan Heath establecen esta misma idea en un libro muy
útil, Ideas que pegan. Cuentan la historia de un escritor de éxito que
aprendió la lección de prestar atención a las cosas en un momento
muy temprano de su vida, durante una clase de periodismo en la
escuela secundaria. Un día, el profesor pidió a los alumnos que
escribieran un titular periodístico basándose en algunos detalles
concretos que les dio en clase. El trabajo de los estudiantes consistía
en examinar esos detalles y luego condensar su énfasis principal en
una frase sucinta. Estos dos autores nos cuentan qué pasó:
109
métodos docentes. Entre los oradores figuran la
antropóloga Margaret Mead, el presidente del instituto Dr.
Robert Maynard Hutchins y el gobernador de California,
Edmund ‘Pat’ Brown”.73
110
repente, entra un rayo de luz exterior a través de una chimenea
provisional. Desde el agujero polvoriento del tejado desciende un
hombre paralítico tumbado en una camilla. No pensemos que fue un
descenso sincronizado, como el que veríamos en una película de
Hollywood. Sin duda bajó dando sacudidas hasta descansar sobre el
suelo, colgado como una marioneta, a los pies de Jesús. Sería
imposible pasar por alto algo así: sermón interrumpido.
Puedo imaginar la escena justo antes de ese momento. El
hombre indefenso transportado a toda prisa por toda la ciudad a
bordo de una ambulancia rudimentaria hecha de brazos y manos.
“Por favor, ¿pueden llevarme a Jesús?”. Y allá que van, corriendo
por las calles, llevando entre todos a su amigo. ¿Por qué el tejado?
Cuestión de espacio. Solo para escuchar a Jesús la habitación estaba
repleta de gente. Al llegar, el paralítico escucha una noticia
desalentadora: “Lo siento, amigo, está todo lleno. No hay forma de
entrar ahí. Quizá la próxima vez”. Veo el desespero en su mirada
cuando suplica: “¡Si me aprecian, conseguirán que entre para ver a
Jesús!”. Oyendo esto, suben a la azotea y caminan por aquel tejado
del siglo primero, poco resistente. Alzan a su amigo y lo arrastran
hasta el punto bajo el cual se oye la voz de Jesús. Empiezan a
“excavar” retirando el cañizo como si les fuera la vida en ello.
Es una escena realmente impactante. Es una historia que se
puede predicar. Sin embargo, la mayoría de las veces en que la he
oído en un sermón, el predicador no ha acertado la idea central del
episodio. Normalmente, los sermones que he oído hablaban de la
importancia de la amistad o del aspecto que tiene el servicio
entregado. En otras palabras, a base de moralina, condenamos al
olvido la historia central. Sin duda, aquellos amigos eran fieles.
Incluso Jesús reconoce su fe. Pero la idea no es la fe de ellos. El
objeto de su fe es el mensaje. La idea crucial, el dramatismo, radica
en la conversación inusual que mantiene el paralítico con Jesús.
Vuelva a leerla, y entenderá lo que quiero decir.
Cuando se presenta a los pies de Jesús, el lector espera que el
Señor le diga: “Levántate y anda”. Acaban de colocar a un paralítico
a sus pies, de una forma impactante. Él ha sanado a miles de
personas. El evangelio nos condiciona a que también en esta
111
ocasión esperemos el mismo resultado. También asumimos que el
mayor interés de aquel joven es su estado físico. Si no, ¿por qué
habría acudido? ¿No sería ese nuestro mayor interés? La respuesta
de Jesús demuestra que tales hipótesis son erróneas.
Jesús le dice: “Amigo, tus pecados te son perdonados”. Es algo
inesperado. Si se saca del contexto, puede parecer cruel. Pero Jesús
sabe qué hay en el corazón de aquel hombre. El contexto también lo
demuestra (5:22). Según la declaración de Jesús, solo podemos
llegar a la conclusión de que la verdadera preocupación de aquel
hombre no era su parálisis, sino su condición delante de Dios. Dado
el énfasis que ponía su cultura sobre la retribución, es posible que
creyera que su estado era una especie de juicio divino. Es decir, su
parálisis era una demostración de que Dios no le miraba con buenos
ojos.
Como no tenía capacidad física para participar en la ceremonia o
cumplir los requisitos de la religión de Israel, aquel hombre padecía
unas intensas dudas. Estaría lastrado (más que la mayoría) por la
angustia peculiar del moralismo. Estaba indefenso, carecía de
méritos, de trabajo, de obras, de credenciales. Solo podía poner su
confianza en Cristo. Lo único que tenía era fe. ¡Qué lugar más
hermoso para estar!
En otras palabras, ese hombre es una imagen perfecta de la Sola
Fide: la justificación por la fe sola. Y esta es la idea central (5:24).
Esto lo demuestra la respuesta del líder. De inmediato objetan:
“¿Quién es este hombre que blasfema? ¿Quién puede perdonar
pecados, sino Dios solo?”. Cabe hacer dos observaciones. Primero,
no tenían idea de quién era Jesús de verdad, el propio Dios.
Irónicamente, ellos responden sin querer a su propia pregunta.
Segundo, la idea de la justificación inmediata abrió un agujero en su
paradigma. Era un concepto que les resultaba imposible asimilar.
¿Quién podría ser justificado en un instante? ¿Qué pasaba con las
obras? ¿Y con los méritos de la persona? ¡No podía ser tan sencillo!
Como le pasó a Nicodemo, que formuló la misma pregunta durante
su conversación nocturna con Jesús: “¿Y qué pasa con todo lo que
he hecho?”.
Para poner a los líderes en su sitio y demostrar tanto su deidad
112
como su autoridad, Jesús sana instantáneamente a aquel hombre de
su parálisis. Literalmente, el hombre se pone en pie (con su antigua
prisión bajo el brazo) y sale caminando entre el mar de personas.
Esta vez, el ruido de pasos en el tejado se desplaza hasta el borde de
la pared. Allí, sobre el dintel de la puerta, se ven los rostros de sus
amigos, que contemplan la escena con ojos como platos. Nada de
meses de rehabilitación, ni estiramientos, ni entrenamiento de
resistencia. El perdón se salta el protocolo. Allí, en esa casa donde
se apretujan moralistas sobrecargados (con brazos y piernas sanos),
el paralítico es el único que sale por su propio pie. Lo cual quiere
decir que no debemos perdernos el verdadero milagro: el perdón.
Imagino a la familia de aquel hombre cuando cruza la puerta
delantera de su hogar, quizá por primera vez en su vida. Bueno,
sinceramente, no puedo imaginar cómo debe ser eso. “Atónito” no
es un adjetivo que consiga definirlo. Lucas dice que las personas
estaban “sobrecogidas de asombro y glorificaban a Dios”. Es un
caos entusiasta. Cuando al final la gente se calma, el ex paralítico
dice a su familia boquiabierta: “¡No se van a creer lo que me ha
pasado hoy!”. Ellos se echan a reír, pensando que intenta hacerse el
gracioso, pero él habla en serio. Luego añade: “Han perdonado mis
pecados. Y ustedes también pueden ser perdonados”. Eso es
dramatismo.
113
72. Ibíd., p. 37.
73. Heath and Heath, Made to Stick, p. 75.
74. Ibíd., p. 75.
75. Ibíd., p. 76.
76. Ibíd.
77. Kevin J. Vanhoozer, Is There Meaning In This Text?: The Bible, the Reader, and the
Morality of Literary Knowledge (Grand Rapids: Zondervan, 1998).
114
115
Capítulo 4
La pasión y el soso guiando al soso
Si usted no tiene la capacidad de explicar el concepto a un niño
de seis años, entonces es que usted mismo no lo entiende. En
otras palabras, simplificar sin distorsionar exige una
comprensión muy profunda del contenido que expone. De
manera que, si usted lo entiende, lo podrá comunicar. Si no lo
entiende, solo podrá transferir a la siguiente generación la
información contenida en su bloc de notas.
—R. C. SPROUL
116
Casi trescientos pastores, líderes y creyentes fieles perdieron sus
vidas a manos de aquella reina cruel. Algunos padecieron una
muerte espantosa. Sus vidas y sus muertes han constituido una
fuente permanente de inspiración para la Iglesia. Pero es fácil
admirar el valor de un mártir cuando estamos seguros de que su
sangre nunca nos salpicará. La intención de nuestro profesor fue
ponernos a tiro.
Vistos de cerca, los evangélicos contemporáneos están menos
inclinados al desmayo. La mayoría de nosotros se escandalizaría si
conociéramos la verdad sobre sus muertes, así como por qué
estaban dispuestos a ser quemados vivos. ¿La respuesta corta?
Palabras. Objetaban a cualquier explicación o paráfrasis que
afirmara la “presencia real” de Cristo en los elementos de la Cena
del Señor. En la práctica, rehusaban admitir la eficacia de la misa
católica, como exigía la reina María. Para decirlo claramente, fueron
apresados y asesinados por un “detalle técnico”.
Muchos considerarían que eso es un desperdicio trágico. Una
riña insignificante entre adversarios empecinados, incluso estúpidos.
¿Qué diferencia hay entre que una persona confiese una presencia
real en la Mesa y que no lo haga? Después de todo, solo son
palabras. ¿Es que no son prácticamente las mismas ideas expresadas
de maneras distintas? ¿Por qué no limitarse a pronunciarlas? Pero
afirmaciones como esta son ingenuas y peligrosas. Es la misma
respuesta que podrían darnos aquellos que no tienen nada por lo que
morir. Como lo expresaba J. C. Ryle:
117
constituyen el todo y la diferencia entre un evangelio condenatorio
falso y basado en el mérito y el verdadero evangelio de la gracia de
Dios? Haríamos bien en recordar que un “detalle técnico” es lo que
hallamos en el meollo del evangelio. Pablo lo llamó la “verdad”
dentro del evangelio, que lo distingue de cualquier otra religión:
118
caballo para que corriese. El efecto era devastador. Justo
antes de que muriera, el verdugo empalaba a la víctima,
concluyendo por fin el tormento. Entonces sus restos eran
cortados en pedazos (descuartizados) y quemados.
119
excluyentes. Una es consecuencia de la otra. Los expositores
deberían ser los primeros en subirse a una mesa, no solo para
conseguir un efecto, sino porque el tema es digno de cierta altura. Si
fueran más quienes lo hicieran, un mayor número de nuestros
hermanos captaría la idea. Puede que algunos hasta se despertarían
y todo.
Por ahí fuera ronda otra especie, que son los impostores más
fáciles de detectar. A pesar de su tono, ninguno de ellos representa
necesariamente una pasión real. A menudo no son más que
120
instrumentos estrictamente retóricos; lo que tienen en común es la
falta de sinceridad. Da igual la forma: cuando la pasión de un
predicador carece de sinceridad, usted se siente como si hubiera
entrado en un concesionario de vehículos usados. Es insultante. El
“discurso persuasivo” es tendencioso y peligroso cuando la cruz no
está presente. Pablo advirtió sobre una pasión vestida con cinturones
y zapatos blancos.
121
Obviamente, nunca he escuchado predicar a George Whitefield,
pero todavía oigo sus sermones. Percibo su eco cientos de años
después. Es uno de los predicadores más sinceros de la historia.
Tanto, que sus contemporáneos lo criticaron tachándolo de
“entusiasta”. Es una crítica que él aceptaba sin problemas, pero que
muchos otros expositores no corren el riesgo de recibir. Uno de los
biógrafos de Whitefield explicaba esta cualidad:
122
expresarse mediante un silencio incómodo, una explicación
detallada, una risa o una lágrima. La pasión llena al predicador. Es
orgánica, no artificial. La pasión sincera surge de un hombre
alcanzado por el pasaje, quebrantado por la cruz, airado por su
pecado, eufórico por la gracia, abandonado al evangelio, impulsado
por su llamamiento y entregado con desespero a los suyos. Es un
hombre que acepta al mismo tiempo una mano taladrada por un
clavo y un púlpito.
La pasión es quebrantamiento. No es un hombre que desborda
de confianza en un manuscrito bien construido o en una oratoria
refinada. A veces se le enreda la lengua o le cuesta encontrar las
palabras. Es decir, que es humano. Mucho antes de predicar ese
sermón, el predicador ha llorado, se ha regocijado, se ha lamentado
y se ha arrepentido al reflexionar sobre la verdad. Por medio de su
predicación, sus hermanos tienen libertad para hacer lo mismo. Su
predicación es un ascenso a la cruz, versículo a versículo. Cuando le
oímos, nos sentimos inducidos a seguirle.
El Dr. John Piper lleva treinta años conduciendo a la gente al
Calvario, por medio de su predicación. Él, más que cualquier otro
expositor de nuestra época, ha demostrado la posibilidad de
combinar la erudición con la pasión. Ha ejemplificado el difícil
equilibrio entre el corazón y la mente mediante el arte de la
exposición.
En 1979, mientras disfrutaba de un tiempo sabático del Bethel
College, tomó la decisión de abandonar el mundo académico y
entrar en el pastorado. Cerca de la medianoche del 14 de octubre de
1979, escribió lo siguiente en su diario: “Hoy estoy más cerca que
nunca de tomar la decisión de abandonar Bethel y dedicarme al
pastorado. Es un impulso casi insoportable. Adopta esta forma:
estoy encandilado por la realidad de Dios y por el poder de su
Palabra para forjar personas auténticas”.84 Según su diario, las
exigencias del Señor sobre su ministerio fueron ineludibles:
123
debe ser proclamada… No es grano para el molino de la
controversia; es el evangelio para los pecadores que saben
que su única esperanza es el triunfo soberano de la gracia
de Dios sobre sus voluntades rebeldes.85
124
125
John Piper
Un compromiso singular con “ambas
cosas”
Alrededor de 1968, Pasadena, California. El Dr. Daniel Fuller
da una clase de hermenéutica en un aula repleta del Seminario
Fuller. Su enfoque analítico al método gramático histórico
empezaba a rechinar para unos cuantos estudiantes. Tal y como dijo
un testigo ocular, los ofendidos fueron alumnos de psicología.
Aquellos conductistas incipientes no soportaban la manera
científica y académica con la que el Dr. Fuller abordaba un pasaje
concreto. Fuller estaba observando la lógica de un pasaje (una
conjunción determinada y su relación sintáctica con el resto del
pasaje), cuando objetaron: “¡Así no es como vive la gente real!
¡Necesitamos más afecto, más emociones y experiencias!”. Cegados
por el énfasis de su propia disciplina antropológica, no podían ver el
vínculo entre los detalles de la exégesis y la vida real, entre la
“ciencia” de la interpretación y la “experiencia” de la humanidad. Si
traducimos su queja a términos modernos, sería: ¡Es aburrido e
irrelevante! ¿Dónde están las cosas buenas?
Amablemente, el Dr. Fuller dejó su libro sobre la mesa y dijo:
“¿Por qué no podemos ser como Jonathan Edwards? Era un hombre
que podía escribir un párrafo capaz de doblegar la mente del mayor
erudito, y en el párrafo siguiente escribir de tal manera que
emocionase el corazón de su abuela”.86
Es evidente que aquella no era la primera vez que se había
enfrentado a esta objeción y a su crítica implícita. Es una
caracterización bastante predecible. Lo sorprendente desde nuestro
punto de vista es el paralelo entre esta escena y las protestas que
surgen de la iglesia contemporánea. (Cuanto más cambian las cosas,
más se queda todo igual). Oímos los mismos comentarios caducados
en todos los cuadrantes del evangelismo. “No satisfacemos las
necesidades de personas reales”. “En la mayoría de nuestras
126
iglesias, los sermones aburren a la gente”. “La Iglesia está
perdiendo su relevancia.” Siempre es la misma crítica, de una
generación a otra.
Lo cierto es que el análisis que hicieron unos estudiantes de
primer año hace más de veinte años es tan ingenuo como el que nos
encontramos hoy día. Está lleno de idealismo y carente de sustancia.
Todos asumen la postura letal “una cosa u otra”. O bien la
predicación es práctica o es bíblica. O es apasionada o es cerebral.
Asumen que no puede ser ambas cosas. ¿En serio? Pues aquí, en la
realidad, siempre es “ambas cosas”; es decir, siempre que sea
verdaderamente relevante. Como hemos dicho en otra parte, la
relevancia más genuina es un subproducto del tipo más riguroso de
estudio intelectual. Como contraste, la mayor parte de todas esas
aplicaciones azucaradas que tanto gustan a la Iglesia en nuestros
tiempos raras veces tiene contacto con la verdadera profundidad.
De vuelta a aquella aula, el Dr. Fuller respondió con un
reflexivo “ambas cosas”. Respondía así a la pregunta mucho más
amplia que los alumnos le planteaban subconscientemente. Son las
mismas preguntas que adelanto en este capítulo: La erudición y el
celo, ¿son realidades mutuamente excluyentes? ¿Podemos pensar
técnicamente en un pasaje y aún así predicar con pasión?
La respuesta de Fuller a este dilema tan antiguo fue brillante:
Jonathan Edwards. La vida y obra de Edwards demuestran la
relación indestructible entre la erudición y la adoración, la exégesis
y la pasión, la teoría y la aplicación. No son disciplinas excluyentes
de ninguna manera. Forman parte de un todo; la una es el resultado
natural de la otra.
Por la gracia y la providencia de Dios, un joven estudiante de
primer año de universidad llamado John Stephen Piper estaba en
aquella aula y fue testigo de aquella conversación. Como tantos
antes y después de él, había intentado responder a aquella pregunta
en su propia vida. Tal como lo describe ahora: “Me preguntaba si de
verdad era posible argumentar con una lógica afilada como un
cuchillo y, al mismo tiempo, dejarse anonadar por lo que uno ve;
que aquello que comprende a fondo le impulse a orar, cantar y dar
saltos”.87
127
La respuesta del Dr. Fuller inició una fase de profunda claridad
en la vida de John Piper. En aquel momento, escuchó por primera
vez una descripción de lo que deseaba para su propia vida: “ambas
cosas”. En su fuero interno declaró: “¡Eso es lo que quiero ser!”.88
La historia ha demostrado que eso es lo que ha llegado a ser.
El joven John Piper se dirigió a la biblioteca y empezó a
replantearse el objetivo de sus estudios y a deconstruir su opinión de
Edwards, propia de un estudiante novel. Hasta aquel momento,
había sentido la carga de una opinión estereotipada sobre aquel gran
predicador, surgida de sus clases de literatura en la escuela
secundaria. A Edwards lo consideran un profeta furioso. Su
contribución monumental a la literatura norteamericana, Pecadores
en manos de un Dios airado, se consideraba uno de los máximos
exponentes de la técnica de insuflar miedo en el oyente. El Edwards
que Piper llegó a conocer era muy distinto. Como el Dr. Piper
escribió en otro momento: “Identificar a Edwards con «Pecadores
en manos de un Dios airado» es como identificar a Jesús con los
ayes contra Corazín y Betsaida. Es una fracción del todo, y no es su
mayor éxito”.89
Tal y como descubriría John Piper, el principal éxito de
Edwards no fue provocar miedo, sino temor reverente. Fue el
equilibrio perfecto entre erudición y afecto. Cuanto más
comprometidas están las personas con el estudio de Dios por medio
de su Palabra, más sinceras son cuando le adoran. Una cosa es
consecuencia de la otra. ¿Es de extrañar que uno de los mayores
teólogos en la historia de la Iglesia, que poseía un intelecto
incomparable, sea conocido al mismo tiempo por la gran
profundidad de su experiencia religiosa? Esta combinación única
fue la marca distintiva de la vida de Edwards:
128
Tal y como lo expresó el propio Edwards: “Debo pensar que mi
deber es elevar los afectos de mis oyentes hasta el punto más alto
que me sea dado, siempre que la verdad sea lo único que les afecte,
y con unos afectos que no desentonen de la naturaleza de aquello
que les afecta”.91
129
Me demostró y me convenció de que la lógica rigurosa,
precisa, penetrante, no está opuesta a un sentimiento
profundo, que conmueve el alma, y a una imaginación
vívida, despierta, incluso juguetona. Era un “racionalista
romántico”. Combinaba cosas que casi todo el mundo de
hoy día asume que son mutuamente excluyentes: el
racionalismo y la poesía, la lógica fría y la emoción cálida,
la prosa disciplinada y la imaginación libre. Al destruir esos
antiguos estereotipos, me liberó para reflexionar
intensamente y escribir poesía, para defender la
resurrección y componer himnos para Cristo, para
derrumbar un argumento y abrazar a un amigo, para exigir
una definición y usar una metáfora.93
Sin embargo, Edwards, más que cualquier otra persona, fue para
él la confirmación de que el pensamiento analítico y la devoción
apasionada no son realidades mutuamente excluyentes. Es
importante entender esto cuando pensamos en el impacto que
tuvieron la predicación y las obras de John Piper. John no estaba en
aquella biblioteca buscando la erudición o la experiencia de
Edwards. Lo que buscaba era la unión de ambas.
John Piper se enfrentó al mismo problema que encuentran
muchos expositores comprometidos: cómo abordar el texto desde
una erudición rigurosa y adornarlo con una sinceridad genuina al
subir al púlpito. Para Piper, Edwards fue la prueba de que era
posible tal unión. Para una nueva generación de predicadores (y
congregantes), Piper es la prueba viviente de la misma realidad.
El gran atractivo de John se puede vincular con este rasgo
propio de su ministerio. Atrae a carismáticos moderados, al joven
movimiento reformado, a los emergentes del movimiento que
persigue la justicia social, a fundamentalistas y a académicos.
Quienes batallan contra la fría dureza del mundo académico
encuentran en él un amigo perspicaz y cálido. Aquellos a quienes
han decepcionado los vagabundeos de la espiritualidad popular y el
misticismo cristiano encuentran en él a un obrero cuidadoso y
decidido. Para los primeros, demuestra el mérito de la precisión
130
bíblica. Para los segundos, su conocimiento académico aviva las
llamas de un amor oscilante.
Como les pasa a tantos otros predicadores jóvenes, John Piper
jugó un papel en un momento de claridad parecido en mi propio
ministerio. Para incontables predicadores, Piper ha verificado, casi
en todas las facetas de su vida, un principio sencillo: la erudición y
la adoración no solo pueden relacionarse, sino que están
inevitablemente vinculadas. Su propia homilética queda definida
por esta búsqueda:
131
nervioso (en ocasiones). Tal como dijo él: “A veces me dejo llevar.
De vez en cuando, debo disculparme por algo que digo”.98 Son estos
episodios aislados los que nos recuerdan nuestro propio letargo.
Irónicamente, incluso mientras conversaba con John sintió la
necesidad de justificar su forma de entender las emociones: “Uso la
palabra ‘emoción’ en el mejor sentido, no en uno superficial”.99 Esto
plantea una pregunta importante. ¿Cómo es que los predicadores
más doctrinales sienten la necesidad de explicar la emoción?
Conocemos la respuesta. Debido a los excesos, nos preocupa que
una manifestación emocional desvíe la atención del objetivo
principal de la exposición: arrojar luz sobre la Biblia. Es una
inquietud válida. En muchas iglesias en las que se enfatiza la
emoción durante la alabanza, su presencia tiene poco o nada que ver
con una respuesta significativa a la verdad.
132
Es contradictoria porque no deberíamos tener por qué justificar
la emoción manifestada en la predicación. ¿Cómo es posible
acercarse tanto a las verdades divinas sin que nos afecten
personalmente, por no mencionar que afecten nuestra forma de
predicar? Lo que debe explicar la mayoría de expositores es la falta
de emoción en su predicación. Podríamos fácilmente dudar que una
persona haya realizado una exégesis válida de un pasaje si no vemos
cómo este influye en su vida y en su predicación. La idea central es
que no se trata tanto de una cuestión de estilo, sino personal.
Cuando le pregunté su opinión sobre la desvinculación entre los
expositores y la pasión, la respuesta de Piper fue directa:
133
Nuestra predicación puede mentir sobre Dios incluso cuando
nuestras palabras representen con precisión algo que Él haya dicho.
La inercia tiene la capacidad de negar las verdades que
proclamamos. Él dirigió esta advertencia a los predicadores:
134
centrarse en ajustar la exposición, sino el corazón (2 Co. 5:12).
Aquí podemos aplicar el reto de Spurgeon: “¿Es usted un siervo
de Dios o no? Si lo es, ¿cómo puede tener frío el corazón? ¿Ha sido
enviado por un Salvador moribundo a proclamar su amor y recoger
la recompensa de sus heridas, o no? Si es así, ¿cómo puede
languidecer?”.102 La consecuencia de las preguntas de Spurgeon es
devastadora. Si no nos conmueve la visión de la cruz o de la gloria
de Dios, es que tenemos un problema. No hay manera de que una
persona regenerada pueda ser indiferente a las realidades bíblicas.
Si nuestra predicación no tiene vida, hemos de escudriñar
nuestras almas. O bien no hemos sido llamados a predicar, o hemos
de arrepentirnos. Puede que estemos llamados a dar conferencias o a
enseñar. Ambos son servicios importantes en el Cuerpo de Cristo,
pero no son lo mismo que predicar. Es decir, que quizás usted se
encuentra tras el atril equivocado. La predicación debe ser heraldo
de la verdad, no solo su expositor. Después de todo, se llama
predicación expositiva, no conferencia expositiva. Piper explicaba
así la distinción:
135
buenas, infinitamente valiosas, las mejores noticias del mundo”.104
Digamos que es usted llamado a predicar, pero su predicación es
fría. Resulta difícil encontrarle el pulso a su exposición. Esto suele
ser un precursor de problemas mucho más profundos que la
mecánica. Su alma se ha visto apisonada por el ajetreo del
ministerio. Está cansado, empujado al cinismo por el granito de la
indiferencia ajena. Las verdades que un día le impulsaron ya no
penetran en su corazón, mucho menos en el de sus oyentes. Ahora la
predicación es una tarea insatisfactoria, que lleva a cabo mediante la
presentación predecible y descolorida de ciertos datos. Teniendo
grandes oportunidades para encenderse, sigue haciendo siempre lo
mismo. Caer en este círculo vicioso es un peligro, no solo por lo que
revela sobre el estado de nuestra alma, sino básicamente por lo que
transmite sobre nuestro Dios a su pueblo, o lo que no logra
comunicar sobre Él.
136
Aquellos hombres más sinceros detrás del púlpito también se toman
en serio las demás áreas de su vida. No solo predican con pasión,
sino que viven con ella. Sus conversaciones habituales sobre las
cosas de Dios están sazonadas con el mismo entusiasmo que
detectamos en el púlpito. Escriben, oran, conversan, planifican y
existen con una intensidad comparable.
Este hecho quedó demostrado en una entrevista que le hice al
escritor Steve Lawson, pastor de la Christ Fellowship Baptist
Church en Mobile, Alabama. Steve es conocido por “encenderse”.
Gracias a su convicción, consigue arrinconar contra la pared el alma
de sus oyentes.
Nos conocimos en una conferencia en la que Steve era uno de
los oradores invitados. La circunstancia permitió que le observase y
le entrevistara el mismo día. Entre dos de sus conferencias, nos
sentamos a charlar. Físicamente él estaba muy cansado, y
presentaba síntomas de gripe. Por amor, me situé todo lo lejos de él
que pude y aún así poder entrevistarle. Sentado al otro lado de una
mesa de conferencias, era el mismo hombre que había sido tras el
púlpito unos minutos antes. Su pasión, aunque adecuada para el
contexto de una entrevista, era igual de palpable que antes.
A pesar de su estado, no mucho después de que empezáramos,
yo ya estaba “arrinconado”. Este efecto es consecuencia de un fuego
siempre presente, no uno que se encienda en determinadas
ocasiones. Como dijo una vez Spurgeon a sus alumnos, si queremos
“arder” en nuestros discursos debemos “estar siempre ardiendo” en
nuestras vidas.
Los predicadores pasionales como Piper y Lawson son hombres
que “arden constantemente”. Sus sermones son simplemente
aquellos momentos en que el fuego se manifiesta en la superficie de
sus vidas. Su pasión es producto de una desesperación perpetua.
Esto es lo mismo que decir que el remedio para un púlpito sin vida
no es un aumento del volumen, sino del amor.
Cuando pensamos en ello, nos damos cuenta de que lo que
pretendemos imitar no es el estilo de esos hombres. Es un hecho
que, cuanto más apasionado es un predicador, más difícil es imitar
su estilo. Su exposición es hasta cierto punto impredecible, porque
137
los diversos pasajes y temas requieren grados de intensidad
diferentes. El elemento de su estilo que nos atrae es la “sinceridad
sanguínea” de su pasión. Los vemos predicar y deseamos tener un
tipo de transparencia parecido al suyo.
C. J. Mahaney es un ejemplo perfecto de esta reacción. Durante
mis estudios vi un video en el que él daba un sermón sobre el
sufrimiento de Cristo en el huerto de Getsemaní. Antes de empezar
a desgranar el pasaje, ya estaba llorando. No quiero decir que eran
lágrimas de cocodrilo, sino que estaba realmente quebrantado. Tal y
como lo explicó él: “No puedo por menos que sentirme así, porque
soy responsable de esa situación”. En aquel momento, su
quebrantamiento era un efecto perfectamente razonable y natural
resultante de su comprensión profunda del relato evangélico. En su
corazón se abría camino la doctrina de la sustitución. ¿Y qué pensé
yo? “¿Por qué no alcanzo el mismo grado de quebrantamiento
cuando abordo los mismos pasajes?”. Su expresión no reducía la
comprensión del texto ni opacaba su significado, sino que lo
potenciaba. De alguna manera, su exposición formaba parte de la
precisión general del sermón.
138
uno mismo:
139
Biblia no encuentran fuego en ella. En otras palabras,
cuando leen la Biblia a solas, no les emociona. Cuando leen
a Barna, se entusiasman. Cuando leen el relato que hace
alguien de cómo hizo crecer una iglesia hasta tener mil
miembros, se encienden por dentro. Cuando leo este tipo de
libros, me aburro solemnemente. Me desanimo. Cuando leo
sobre el crecimiento de las iglesias, me siento muerto por
dentro. Pero cuando leo la Biblia, o la exposición que hace
Edwards de ella, ardo en deseos de contarle a alguien lo
que acabo de descubrir. Lo anoto, lo cuento, lo inserto en un
blog, lo marco y lo predico, porque eso es lo que me da vida
por dentro. Cuando leo la Biblia, vivo.108
86. John Piper, entrevistado por el autor, Nashville, TN, 26 de enero de 2010.
87. Piper, entrevista.
88. Ibíd.
89. John Piper, God’s Passion for His Glory: Living the Vision of Jonathan Edwards
(Wheaton: Crossway, 1998), p. 83.
90. Ibíd., p. 93.
140
91. Jonathan Edwards, Some Thoughts Concerning the Revival, en The Works of Jonathan
Edwards, vol. 4, ed. por C. Goen (New Haven: Yale University Press, 1972), p. 387.
92. Piper, entrevista.
93. John Piper, Don’t Waste Your Life (Wheaton, IL: Crossway, 2003), p. 19.
94. Piper, entrevista.
95. John Piper, The Supremacy of God in Preaching (Grand Rapids: Baker, 1990), p. 24.
96. John Piper, Counted Righteous in Christ: Should We Abandon the Imputation of
Christ’s Righteousness? (Wheaton: Crossway, 2002).
97. John Piper, The Passion of Jesus Christ (Wheaton: Crossway, 2004).
98. Piper, entrevista.
99. Ibíd.
100. Ibíd.
101. Mark Dever et al., Preaching the Cross (Wheaton: Crossway, 2007), p. 115.
102. Spurgeon, Lectures to My Students, p. 161.
103. Dever, Preaching the Cross, pp. 104-105.
104. Ibíd., p. 115.
105. Piper, entrevista.
106. John Piper, “John Piper on New World Alive and Spring Harvest”, Adrian Warnock,
http://www.adrianwarnock.com/2008/05/video-john-piper-interview-on-new-word
(consultada en mayo de 2009).
107. Piper, entrevista.
108. Ibíd.
141
142
Conclusión
La mejora en las áreas de claridad, sencillez y pasión ha tenido
un efecto sorprendente en mi predicación y ministerio. Me ha
sorprendido ver lo que Dios ha hecho en la vida de su siervo y de
otros. A medida que he sido transformado por la comprensión de la
verdad, su pueblo ha visto sus vidas transformadas. Cuando he sido
capaz de ofrecer explicaciones sencillas de realidades trascendentes,
su pueblo las ha comprendido de nuevo. Cuando me he mostrado
valiente con mi proclamación, su pueblo ha demostrado sin reparos
su amor por Dios. En todo esto, es Él quien recibe la gloria.
Desde el principio, el objetivo de este proyecto no fue convertir
a nadie en un predicador mejor, sino en que fuera un instrumento
más útil. Nuestra meta no es llamar la atención sobre nosotros
mismos, sino hacia Él, por medio de la proclamación fiel y sincera
de la verdad. Solo quería que Dios fuera evidente de una forma más
clara. Creo que esta es la meta de todo predicador fiel.
Para mí, el enfoque que he expuesto aquí fue el medio para
conseguir esto. Puede que no sea el mismo para cada predicador.
Sin embargo, lo que sí es cierto para todos es que (irónicamente)
usted no mejorará su llamamiento leyendo un libro, sino
postrándose sobre su rostro. El viaje de todo hombre hacia un
púlpito liberado sigue rutas distintas. Aún así, todas empiezan y
acaban en el mismo punto. Empiezan con el deseo sincero de
engrandecer a Dios, y acaban con la valentía enérgica de cumplir
ese deseo.
143
Solo quiero ayudar a las personas a que Dios las sorprenda,
las anonade. Que las llene de asombro. Al mismo tiempo, mi
visión tiene una dimensión muy teocéntrica y efectiva. No es
una emoción centrada en mí, en el momento o en la música.
Es una emoción centrada en un verdadero objetivo, la visión
de Dios clara y bien cimentada en la Biblia.
—JOHN PIPER
144
Bibliografía
Broadus, John A. Tratado sobre la predicación. El Paso, Tex.: Casa
Bautista de Publicaciones, 1998.
Chapell, Bryan. Cómo usar ilustraciones para predicar con poder.
Grand Rapids: Editorial Portavoz, 2007.
Dever, Mark. Una iglesia saludable: Nueve características. Graham,
NC: Publicaciones Faro de Gracia, 2009.
Heath, Chip y Heath, Dan. Ideas que pegan: Por qué algunas ideas
sobreviven y otras mueren. Greenwich, CT: LID Publishing, Inc.,
2007.
Kaiser, Walter C., Jr. Predicación y enseñanza desde el Antiguo
Testamento. El Paso, Tex.: Casa Bautista de Publicaciones, 2010.
Lewis, C. S., citado en Piper, John. Hermanos, no somos
profesionales. Barcelona: Editorial Clie, 2010.
Lloyd-Jones, D. Martyn. La predicación y los predicadores. Ciudad
Real: Editorial Peregrino, 2004.
MacArthur, John, Jr. et al. El redescubrimiento de la predicación
expositiva. Nashville, Tenn.: Caribe, 1996.
Mohler, R. Albert. Proclame la verdad. Grand Rapids: Editorial
Portavoz, 2010.
Piper, John. No desperdicies tu vida. Grand Rapids: Editorial Portavoz,
2011.
Piper, John. La pasión de Dios por su gloria: Viva la visión de
Jonathan Edwards. Miami: Editorial Unilit, 2006.
Piper, John. Dios es el Evangelio. Grand Rapids: Editorial Portavoz,
2007.
145
Piper, John. La supremacía de Dios en la predicación. Graham, NC:
Publicaciones Faro de Gracia, 2010.
Robinson, Haddon W. La predicación bíblica. Miami: Unilit, 2000.
Smith, Robert Jr. Doctrine that Dances: Bringing Doctrinal Preaching
and Teaching to Life. Broadman & Holman: Nashville, 2008.
Sproul, R. C. Escogido por Dios. Graham, NC: Publicaciones Faro de
Gracia, 2002.
Spurgeon, Charles Haddon. Discursos a mis estudiantes. El Paso, Tex.:
Casa Bautista de Publicaciones, 1982.
Stott, John R. W. La predicación: Puente entre dos mundos. Grand
Rapids: Libros Desafío 2000.
Tozer, A. W. El conocimiento del Dios santo. Miami: Editorial Vida,
1996.
146
“El Comentario MacArthur del Nuevo Testamento es la culminación
de los comentarios bíblicos, así de sencillo. No se había visto desde
los tiempos de Juan Calvino en Ginebra que un pastor permaneciera
en el púlpito y produjera un conjunto teológico semejante a este.
Hay aquí exégesis, exposición, doctrina, homilética, hermenéutica,
revelación, pastoral y práctica; todo en esta serie. Si me encerrara en
una habitación para preparar un sermón y solo tuviera una Biblia y
una herramienta de referencia, esta sería la herramienta: El
Comentario MacArthur del Nuevo Testamento, un tesoro expositivo
sin par. No volveremos a ver en esta generación una obra de esta
magnitud producida por un solo hombre”.
—Dr. Steven J. Lawson,
Pastor principal, Christ Fellowship Baptist Church, Mobile, AL
(USA)
147
ISBN: 978-0-8254-1804-4 Gálatas, Efesios, tapa dura
ISBN: 978-0-8254-1803-7 Apocalipsis, tapa dura
148
Quebrantamiento. Comunión. Actitud de siervo. Obediencia. Estos
rasgos constituyen el marco de un Liderazgo perdurable. Al
examinar cada rasgo, Loritts socava muchas ideas muy comunes
sobre el liderazgo que no son bíblicas. Según Loritts, Dios no busca
a líderes como el mundo lo hace. Él busca discípulos, e
irónicamente, a la medida que estos discípulos le siguen, se
convertirán en líderes.
ISBN: 978-0-8254-1378-0
149
En este libro impactante, el Dr. Mohler coloca el fundamento para
la predicación, aviva la llama de la gloria de la predicación y hace
un llamado urgente a predicar. Profundamente teológico, de interés
y certero, éste es un libro escrito con un importante mensaje sobre
un tema crucial para las iglesias y los predicadores de hoy.
ISBN: 978-0-8254-1811-2
150
La Biblia de estudio Ryrie ampliada es una herramienta única y
amplia que satisface todas las necesidades del estudio de la Biblia.
Incluye:
151
• Panorama de la historia de la iglesia
La editorial de su confianza
152