E Grupos DMime
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E Grupos DMime
“En lógica no puede haber nunca sorpresas… En lógica, proceso y resultado son equivalentes. (En
consecuencia, no hay ninguna sorpresa).” Ludwig Wittgenstein. Tratactus Logico-Philosophicus,
6.1251 y 6.1261
Una paradoja es una declaración en apariencia verdadera que conlleva a una auto-
simples, una paradoja es 'lo opuesto a lo que uno considera cierto'. La identificación
razonamiento.
renacentista europeo o los acelerados avances científicos de Eurasia luego del 1500.
Las primeras formas de la palabra aparecieron como la palabra del latín paradoxum,
compuesta por el prefijo para-, que significa "contrario a" o "alterado", en conjunción
con el sufijo doxa, que significa "opinión". Palabras similares son ortodoxo o
sobre ética. Por ejemplo, una admonición ética a "amar a tu vecino" no solamente se
No todas las paradojas son iguales. Por ejemplo, la paradoja del cumpleaños (¿Cuál
es la probabilidad de que dos personas en una reunión cumplan años el mismo día?)
puede ser definida mejor como una sorpresa que como una paradoja, mientras que
Algunas paradojas sólo parecen serlo, ya que lo que afirman es realmente cierto o
falso, otras se autocontradicen, por lo que se consideran verdaderas paradojas,
mientras que otras dependen de su interpretación para ser o no paradójicas.
«Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que
otros» (G. Orwell 1945, Rebelión en la granja. Este es el sumario mandamiento final
de la Animal Farm)
Unos vecinos nos están contando sus penalidades del pasado verano.
“-Un desastre. Cuando llegamos, todos los hoteles estaban llenos, con todas
las habitaciones ocupadas: ya no cabía en ellos ni un alfiler.
También es una opinión muy común que las reglas (sociales), a diferencia de
las leyes (naturales), mantienen su vigencia aunque no se cumplan siempre: las
reglas admiten incumplimientos o excepciones. Más aún, según un tópico muy
extendido, no hay regla sin excepción; norma general que conviene tener bien
presente a la hora de proponer una regulación. Valga, pues, como regla de las
regulaciones o regla madre:
¿Es R tan razonable como parece? ¿Es una norma que, lógicamente, se
podría adoptar y seguir?
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Por lo regular, ambos sentidos, el retórico y el dialéctico, son cómplices y
están relacionados entre sí, de manera que al contrasentido, real o aparente, no le
falte su punto de intriga y de provocación y la paradoja resulte un desafío a nuestro
sentido común.
Aulo Gelio y Diógenes Laercio nos has transmitido una aporía dilemática
fundada en la causa de Protágoras versus Euatlo. El sofista Protágoras había
acordado con su discípulo Euatlo enseñarle las artes del discurso forense por una
cantidad que Euatlo debería abonar en cuanto ganara su primer juicio. Acabado el
curso, empezó a pasar el tiempo sin que Euatlo mostrara el menor interés por
ejercer sus artes y habilidades en ningún juicio. Protágoras, al fin, se impacientó -
debía algún dinero a su proveedor de higos-. Entonces citó en su casa a Euatlo y
amenazó con encausarle en estos términos: «Voy a llevarte a juicio por no pagarme
las enseñanzas que has recibido. Si gano, tendrás que pagarme conforme al
veredicto. Y si pierdo, será la primera causa que ganes, así que también deberás
pagarme según lo convenido». Euatlo, discípulo tan aprovechado como tranquilo, se
limitó a redargüir: «Tú verás. Si pierdo el caso, no tendré que pagarte porque aún no
habré ganado ninguna causa, según lo convenido. Y si gano, tampoco tendré que
pagarte conforme al veredicto». ¿Quién tiene razón? ¿Cómo salir del paso? Según
Leibniz, la solución reside en un segundo juicio emprendido por Protágoras a
resultas del primero. Por otro lado, la jurisprudencia moderna cuenta con ciertos
recursos para solventar la cuestión: una corte anglosajona se pronunciaría a favor
de Euatlo mientras Protágoras no lograra establecer su caso de modo inequívoco o
introdujera elementos nuevos de juicio, como el haber sido engañado inicialmente
por Euatlo con un acuerdo doloso.
Nuestro término perplejo deriva, en fin, del latino perplexum (≈ algo muy [per-]
intrincado, plegado, o algo completamente enredado, confuso). Esta condición da
lugar por una suerte de transferencia causa → efecto a un estado de perplejidad, a
no saber a qué atenerse o cómo salir del paso, estado también relacionado con
ciertas situaciones aporéticas, como acabamos de ver. Es frecuente que uno no
sepa salir de una situación que, lógicamente, no tiene salida.
Lo paradójico es algo sorprendente e insólito, pero que además nos intriga por
envolver cierta significación o cierto interés bajo la forma o la apariencia de un
contrasentido. Lo paradójico constituye un desafío a nuestro sentido común, a los
modos establecidos de ver o entender las cosas.
Este carácter desafiante aproxima las paradojas a los enigmas y los acertijos.
Cabe pensar incluso que toda paradoja tiene algo de enigma en la medida en que
encierra un sentido oculto; pero no todo enigma ha de presentarse en términos
paradójicos. Por otra parte, a diferencia de los enigmas y a semejanza con los
acertijos, se supone que el significado de las paradojas es accesible o comprensible,
y que todas ellas son solubles positiva o negativamente, es decir por resolución de la
cuestión que plantean, o por disolución del planteamiento mismo cuando la cuestión
resulta intratable o indecidible. Cierto es que esta suposición no se ha visto siempre
acompañada por el éxito resolutivo o disolutivo: hay paradojas muy obstinadas. Pero,
en cualquier caso, las paradojas también se distinguen de los rompecabezas o de
los meros acertijos, como los desafíos a la razón o al sentido común se distinguen
de los retos al ingenio.
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Hesíodo y Sófocles cuentan, siglos antes de nuestra era, que Edipo se topó al
entrar en Tebas con una esfinge que le propuso esta cuestión: «¿Cuál es el animal
que por la mañana se mueve a cuatro patas, al mediodía a dos y al anochecer a
tres?». La pregunta puede parecer intrigante y curiosa, pero no se plantea en
términos incongruentes o indecidibles. Si uno le atribuye una significación profunda,
pensará estar ante un enigma, y si uno la considera una prueba de ingenio, ante un
acertijo. Pero en ningún caso creerá hallarse ante una paradoja. Las paradojas son
productos más complejos y elaborados: las paradojas envuelven de manera tácita o
expresa problemas conceptuales y marcos argumentativos. Las paradojas no hablan
a la agudeza o al ingenio, sino al entendimiento y la razón.
Así que, en suma, una diferencia de los acertijos con respecto a las paradojas
es tener asegurada la existencia de una respuesta acertada -y dar con ella no es
tanto cuestión de sabiduría como de ingenio-; mientras que los enigmas, a su vez,
tenderían al extremo opuesto.
Imagine que en uno de sus viajes por el ancho mundo Ud se encuentra con tres
indígenas de una misma tribu: Pa, Pe, Po. Lo único que Ud. sabe de esa tribu es
que su lengua es incomprensible y que sus miembros se dividen en dos sectas: la
de los que siempre dicen la verdad y la de los que siempre mienten.
2.- Las posibles virtudes -e incluso algunos posibles vicios- de las paradojas
como anomalías discursivas serían inexplicables sin su contextualización o su
reconstrucción argumentativa. Las paradojas forman parte de una argumentación
tácita o expresa, o se fundan en ella. Y la comprensión de su significado, más allá de
su contrasentido real o aparente, supone la consideración y el análisis de la
argumentación subyacente.
Después se puede tener una estrategia de resolución o de reducción de tales
anomalías relacionada con este supuesto: el sentido de una paradoja reside en un
argumento.
De momento, bastarán estas indicaciones para ponernos en guardia ante la
imagen equívoca de las paradojas que se desprende de los catálogos o los
inventarios al uso: ahí aparecen como especímenes dados, aislados y curiosos, que
a lo sumo se prestan a una clasificación como las muestras de un naturalista o los
ejemplares de un entomólogo. En este respecto, las paradojas suelen correr la
suerte de las falacias: una suerte -mala suerte- más afín a sus efectos retóricos que
a sus contribuciones analíticas o sustantivas.
I.- Según N. Falleta (1986, The Paradoxicon, p. xviii; hay traducción española:
Paradojas y juegos, Barcelona, Gedisa, 1993), una paradoja puede ser alguna de
estas tres cosas:
«(1) un enunciado que se presenta como contradictorio, pero de hecho es verdadero;
(2) un enunciado que se presenta como verdadero, aunque de hecho envuelve una
contradicción; (3) un argumento válido o correcto que lleva a conclusiones
contradictorias.»
El caso (1) haría recordar las llamadas por Quine “paradojas verídicas (son
resultados que aparentan ser absurdos a pesar de ser demostrable su veracidad. A
esta categoría pertenecen la mayor parte de las paradojas matemáticas)”, mientras
que el caso (2) correspondería a las que llama “paradojas falsídicas (establecen un
resultado que no sólo aparenta ser falso, sino que es falso dada una falacia en la
demostración ofrecida. Las demostraciones falsas (por ejemplo, que demuestran
que 1=2) se incluyen en esta categoría”.
III.- Según N. Rescher (Paradoxes. Their roots, range, and resolution, Chicago y La
Salle, Open Court, 2001; c. 1, “Aporetics”), las paradojas no son simples
proposiciones -no son conclusiones, en particular-, sino conjuntos de proposiciones.
En esta perspectiva, una paradoja consiste en una serie de proposiciones tales que
cada una de ellas es plausible en sí misma o tomada individualmente, pero en
conjunto resultan inconsistentes. Ahora bien, no es fácil dar una explicación
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comprensiva y unitaria de las paradojas conocidas -y de hecho el propio Rescher
despliega una clasificación temática de paradojas semánticas, matemáticas, físicas y
filosóficas, y estudia los supuestos que obran en grupos de ellas-. También distingue
niveles de paradojicidad, aunque relacione estos niveles no con grados de dificultad
sino con modalidades de disolución o resolución.
Por lo demás, las paradojas no son producto de un error de razonamiento:
esto sería más bien una falacia. Son producto de una disonancia de asunciones o de
compromisos. Pese a este punto de vista que se diría pragmático, los diagnósticos y
análisis practicados por Rescher sobre ciertos grupos seleccionados de paradojas
no se salen de la tradición del análisis lógico-metodológico.
IV.- Cabría añadir, por último, el reciente R. Sorensen (A brief history of paradox.
Philosophy and the labyrinths of mind, Oxford, Oxford University Press, 2003),
aunque sus preocupaciones y méritos tengan más que ver con sus propósitos
enciclopédicos que con sus conceptos o instrumentos analíticos. La verdad es que
no se limita a considerar paradojas discursivas, proposiciones o argumentos, so que
también hace referencias ocasionales a objetos paradójicas, paradojas visuales. No
obstante, tiene la peculiaridad de sostener la existencia de paradojas objetivas -
como lo son, a su juicio, los insolubilia medievales-, al margen de referencias
pragmáticas a unas asunciones o unas expectativas.
Su utilidad reside en su calidad de muestrario histórico filosófico. Aunque no
por ello consiga hacer que nos olvidemos de otros ensayos anteriores sobre los
laberintos de este género, no sólo más completos sino más lúcidos, como W.
Poundstone, Labyrinths of reason. Paradox, puzzles and the frailty of knowledge,
New York/Harmondsworth, Anchor Books/Penguin Books, 1988, 1991.
[c] De acuerdo con la composición declarada en [a], las paradojas incluyen una
referencia pragmática -e.g. a unas determinadas expectativas o creencias-, además
de su contenido temático -el asunto sobre el que versan- y de su disposición
discursiva o argumentativa.
(2) La paradoja se disuelve al mostrar que una o más premisas o alguno de sus
supuestos son inaceptables, o que alguna de sus condiciones de efectividad es
inviable.
(i) Sea x = 1.
(ii) Pero, obviamente, x = x.
(iii) Y por ende x2 = x2.
(iv) Así pues, por sustracción de x2 en ambos lados, x2 - x2 = x2 - x2.
(v) Y por factorización de ambos lados, x (x - x) = (x + x) (x - x).
(vi) De donde, extrayendo el término común (x - x), resulta: x = (x + x)
(vii) O lo que es lo mismo: x = 2x.
(viii) Luego, 1 = 2. QED.
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El “secreto” de este tipo de “pruebas” reside en la indebida división por cero,
por x - x en el presente caso, supuesta en el paso (vi). El paso (v) es correcto al
decir que una vez cero es igual a dos veces cero: cualquier número de veces cero
es igual a cero. Pero de ahí no se sigue el paso (vi) ni, en definitiva, la pretensión de
que uno sea igual a dos. Puesto en evidencia el error, la presunta paradoja se
desvanece.
EL PRISIONERO:
A un desdichado prisionero - custodiado día y noche por dos terribles guardianes-,
metido en una celda que tiene dos puertas, es informado por el alcalde de la prisión
que una de esas dos puertas le conducirá a la libertad y la otra a la muerte. El
alcalde le da la oportunidad de averiguarlo haciendo una única pregunta a cada uno
de sus dos terribles guardianes. Y se le advierte también que de los dos guardianes
hay uno, no sabe cual, que miente siempre, mientras que el otro guardián dice la
verdad siempre. El prisionero, con una sola pregunta, a uno cualquiera de sus dos
guardianes, podrá saber con seguridad cuál es la puerta que le llevará a la libertad.
¿Qué pregunta podría hacer para saber con seguridad cual es la puerta que no le
llevará a la muerte?
Solución: La pregunta a cada uno de los dos guardianes podría ser ésta: "¿Cuál es
la puerta que tu compañero, el otro guardián, me indicaría como la puerta que me
llevará a la libertad?". Si la pregunta se la ha hecho al mentiroso dirá: "mi compañero
te indicará la puerta M", pero como es mentira, la puerta que debería elegir sería la
que no es M. En cambio, si le hace la pregunta al guardián que no miente, te dirá la
verdad, diciendo: "mi compañero te indicará la puerta M", y como el compañero sí
miente, la puerta a elegir no será la puerta M. En conclusión, el prisionero ha de
elegir la puerta contraria a la que indique cualquiera de los dos terribles guardianes
en su respuesta. Por eso, bastará hacerle la pregunta uno a cualquiera de los dos.
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