Lit. Argentina de Los 90
Lit. Argentina de Los 90
Lit. Argentina de Los 90
*NOTAS DE LECTURA*
La literatura argentina de los años 90, bajo la dirección de Geneviève Fabry e Ilse
Logie (Foro Hispánico, 2003)
¿Por qué restringir el corpus a la década de los noventa, «manteniendo vigente de esta
manera el siempre arbitrario concepto de ‘década’» (p. 9)? Responden así: «El último
decenio del siglo XX presenta desde ese punto de vista una coherencia innegable: del fin
de la transición democrática liderada por Alfonsín en 1989, al menemismo y su proyecto
neoliberal que se derrumba en 2001. En la singularidad de estas coordenadas histórico-
políticas se halla también la justificación de un enfoque ‘nacional’, cuyas limitaciones el
lector conoce de sobra». Aunque, como reconocen, la corta distancia desde la que miran
este periodo no es la más idónea para definir un cambio de paradigma, sí que atisban
ciertos hilos conductores y discontinuidades. Se centran fundamentalmente en dos: uno,
a mi entender, menos interesante, que tiene que ver con «cierto modo de circulación,
apropiación y consumo de la literatura» (p. 10), pero que abre la puerta a disputas entre
los intelectuales y escritores sobre las relaciones entre literatura y sociedad. Beatriz Sarlo
―de quien citan Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la
Argentina (1994), Instantáneas. Medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo (1996) y
La máquina cultural. Maestras, traductores y vanguardistas (1998)― en favor de una
restauración de la confianza en la esfera pública vs. Josefina Ludmer, que «sostiene una
consustancialidad del Estado con el delito y lee en la literatura argentina una relación
directa, no mediada, entre Estado y literatura» (El cuerpo del delito. Un manual, 1999).
La otra línea que destacan es la que tiene que ver con «la transformación radical del
problema de la memoria colectiva y de su tratamiento literario» (p. 9). La explican del
siguiente modo. «Mientras que en las décadas de los 70 y de los 80, la literatura se
proponía armar una historiografía alternativa a la historia oficial, ahondando en el pasado
concebido muchas veces como metáfora del presente (Corbatta, 19991), la literatura de
los años 90 reactiva la tradición de la lectura como adivinación (Borges) y la escritura
como mezcla (Puig) pero no para decir lo prohibido sino para tejer incertidumbres que
permitan reaccionar contra la “homogeneidad del sentido” y la “trivialización” del
“recuerdo social” (Avellaneda, 2003: 1302). A partir de la segunda mitad de los años
noventa, dicha dialéctica entre memoria y olvido de un pasado doloroso y reprimido
invade el discurso social». Algunos ejemplos de esto último:
1
Jorgelina Corbatta. Narrativas de la Guerra Sucia en Argentina. Piglia, Saer, Valenzuela, Puig. Buenos
Aires: Corregidor, 1999.
2
Andrés Avellaneda. «Recordando con ira: estrategias ideológicas y ficcionales argentinas a fin de siglo»
(en Martins, 2003: 119-136).
*Daniel Link: «Literatura de compromiso» (pp. 15-28)
El artículo de Link se propone analizar «las relaciones entre literatura y mercado, por una
parte, literatura y campo intelectual, por otra parte, a partir de dos novelas emblemáticas
de los nuevos modos de circulación de los libros: Las nubes de Juan José Saer [Seix
Barral, octubre 1997] y Plata quemada de Ricardo Piglia [premio Planeta 1997, escándalo
imprevisto]» (p. 15). Más tarde dirá de ellas que estas «dos novelas emblemáticas de la
década del noventa, cada una a su modo, parecen hablar de esta crisis aguda del universo
de las representaciones, no tanto como textos, sino sobre todo como libros, como objetos
‘culturales’ que vienen a ocupar un lugar en las librerías y en los medios especializados»
(p. 17). Es decir, de lo que va es de procesos relacionados con la producción cultural con
el objetivo de ver qué fue lo que sucedió en el campo intelectual argentino durante la
pérdida-agonía de los años noventa.
La visión no es del todo esperanzadora, ni siquiera si mira hacia el futuro: «La argentina
es una cultura sanguinaria sometida hoy a la doble violencia de un pasado dictatorial
traumático y de los restos de las fantasías neoliberales, que pretendieron construir una
cultura ‘nueva’, una cultura ‘moderna’ sobre ruinas que, en esas fantasías, sólo tenían un
valor de cambio determinado» (p. 16). Más adelante, hablando de Buenos Aires y Puerto
Madero propondrá el siguiente símil: «Lo más parecido a la cultura argentina en un corte
actual es una película americana (cómo podría ser de otro modo) ya bastante vieja,
Poltergeist (1982), en la cual horribles sucesos paranormales sucedían porque un inversor
voraz e inescrupuloso había levantado una urbanización aséptica y moderna sobre un
antiguo cementerio indio. Esos huesos (esas ruinas, ese anacronismo: la historia) volvían
para vengarse. Poltergeist es nuestro Zeitgeist».
Lectura de ambas novelas como testimonios de un cambio definitivo en la literatura
argentina, «clausuran un modo de entender[la]» (p. 18) y, por tanto, «tematizan el
anacronismo» al tiempo que son, «ellas mismas, anacrónicas. Todo lo que hay en esos
libros sólo puede leerse como una ruina que poco (o nada) tiene que ver con el presente
(es decir: con las condiciones que permiten que esos libros lleguen hasta nosotros y que,
una vez entre nosotros, sean objetos de una atención crítica. O, si se prefiere: un estado
de la imaginación técnica)». Relación con el grupo editorial Planeta y paralelismo con las
obras del boom. Explicación acerca de la fragmentación del mercado hispanoamericano
que empieza a tener lugar entonces, que genera desconocimiento entre las distintas
literaturas del continente y cerrazón de cada una de ellas en sí misma.
Plata quemada como «populismo literario» (entrevista con Link en el suplemento
Radarlibros de Página/12, 1999).
«Si la literatura parece hoy ‘cosa del pasado’ no es por su incapacidad para dar cuenta del
presente (después de todo, el presente no es sino un estado de la imaginación) sino por su
debilidad para enfrentar la lógica (reificante) del mercado que, por otro lado, es su
condición: Aira se lleva esa lógica por delante, Piglia (o Saer, o Fogwill) tropiezan con
ella (y esos traspiés vuelven interesante la lectura y el análisis de sus textos). Tomás Eloy
Martínez cae en sus brazos» (p. 25). «De Las nubes a Vivir afuera de Fogwill o
Cumpleaños de César Aira, de Plata quemada (que marcó un límite) hasta El vuelo de la
reina, hay una tensión incómoda entre arte y cultura industrial. [salto de párrafo] Podría
pensarse que, como en el caso de la última, esa tensión se resuelve fatalmente en
cosificación de la literatura (de las estructuras narrativas, de las conciencias de los
personajes, de la experiencia de la escritura, en fin, lo que se quiera entender por
literatura) o que hay estrategias para sostener esa tensión y volverla productiva (el caso
de Plata quemada, Vivir afuera o Cumpleaños)» (p. 27).
5
Más entrevistas: Graciela Speranza, Primera persona. Conversaciones con quince narradores argentinos
(1993).
6
Miriam Chiani. «Represión, exilio, utopía y contrautopía. Sobre Marcelo Cohen» (Orbis Tertius 8, 2001).
disparando una pequeña carga de culpas. El silencio se hace; ella habla con calma, con la
serenidad aprendida. Pero, de pronto, empieza a enredarse, inconteniblemente a
desbarrancarse. Une, desanuda, ata, desata, escoge cabos que estaban pendientes en un
esfuerzo desesperado por desequilibrar. El descontrol es más fuerte. Aparecen superficies
sin asidero, no hay de dónde agarrarse, todo se desploma en un gigantesco chubasco para
luego reincorporarse en un haz de chorros, como de fuente romana. Surgente, insurgente,
el discurso trastabilla.
El consenso se impacienta. La ola ha remontado demasiado alto y se rompe sobre paredes
compactas. Estólido consenso, no quiere escuchar (Mercado 1988: 85).
Acerca de Matilde Sánchez: «Su segunda novela, El Dock, sin embargo, parece
concentrar todos los fantasmas y el completo imaginario de la década de los 90. En ella,
la narradora expone no sólo la devastación dejada por el terrorismo de Estado de años
antes, sino que, al mismo tiempo, se encarga de mostrarnos la especial aptitud de la mujer
para construir puentes donde es el principio de lo relacional lo que importa, mucho más
que aquel de la autonomía que preocupa al varón. […] Al instalar ante el lector semejante
proceso de amoldamiento a las circunstancias concretas de la historia social y del entorno,
la novela de Sánchez juega a sabiendas con la experimentación, sabiendo de antemano
que el texto peligra al borde de un abismo y que no deberá tornarse un melodrama de re-
encuentros familiares. Y para salir al encuentro del melodrama y subvertirlo, esta novela
combate, por una parte, tanto un realismo posible como un simbolismo que pretendiera
crear hitos altisonantes de hechos cotidianos» (p. 38).
*Margarita Remón Raillard: «La narrativa de César Aira: una sorpresa continua e
ininterrumpida» (pp. 53-64)
«Los años 90 son el escenario de la explosión airana» (p.53). Sistema prolífico, denso y
complejo: vasta obra de ficción + ensayos, entre ellos Cumpleaños (2001), balance
autobiográfico al cumplir los cincuenta.
(p. 54) «Se trata de una literatura fin de siglo marcada por el signo de la continuidad y la
transformación, ambas presentes tanto a nivel formal como a nivel temático. El continuo,
7
Milagros Ezquerro: Le lieu de/ El lugar de Juan José Saer.
concepto mayor de la obra de Aira, aparece a través de tramas que ponen de manifiesto,
de diversas formas, un movimiento cíclico que implica el retorno a una situación inicial.
‘Caos’, ‘catástrofe’, ‘confabulación’, ‘indiferenciación’, ‘combinatoria’, son también
palabras claves en una obra en la que, a menudo, el fin del mundo (o de Argentina) es el
telón de fondo de peripecias que mezclan, como ya lo hemos señalado, la extravagancia
y la frivolidad».
Ejemplos en los que Aira refleja de algún modo cierta realidad argentina; en concreto su
barrio, Flores, como escenario de la precariedad: La guerra de los gimnasios (1993), La
Villa (2001), La prueba (1992). Tema del fin del mundo o “Tetralogía de la liebre”: La
liebre (1991), Embalse (1992), La guerra de los gimnasios (1993) y Los misterios de
Rosario (1994). Esta última tiene influencias de la obra de Duchamp, cf. su desenlace y
El gran Vidrio.
*Carmen de Mora. «El cuento argentino en los años 90» (pp. 65-83)
Escoge a tres representantes significativos: Daniel Guebel (El ser querido, 1992), Juan
Forn (Nadar de noche) y Rodrigo Fresán (Historia argentina, 1991).