Pateando Luna
Pateando Luna
Pateando Luna
El jurado, integrado por Salvador, Javier y todos sus amigos, la Mayte le contó la verdad.
declaraba inocente y todos aplaudían. La madre escuchó con atención y cuando la historia terminó, miró a
Después el juez condenaba a doña Pola y a sus amigas a hablar muy Mayte y sonrió.
bien de las personas durante un año y medio. —Estuvieron bien. La verdad que ya estaba cansada de que viniera a
—¡Protesto, señoría, eso es humillante! —gritaban ellas golpeando cada rato a contarme cosas.
su mesa con las carteras. Mayte dejó el libro. Era esa sensación otra vez, el aire tibio que
Ya segura de su inocencia Mayte volvió a escuchar el diálogo entre entraba por la ventana, esa cosa tan agradable que iba y venía como
su madre y doña Pola. si tuviera ratones en la barriga.
Pensaba que la primavera decididamente hace cosas extrañas en las
personas. Por ejemplo: ahora soñaba despierta mucho más que antes que lo habían hecho sus padres mucho, muchísimo tiempo atrás.
y también notaba que desde que había visto la luna, algo había Se levantó, se acomodó el cabello, miró su reloj pulsera y después,
cambiado en su madre. como si un enorme planeta encendido le asomara en la cara, sonrió.
—¿Puedo hacerte una pregunta? No, no era su sonrisa de siempre, era algo mucho más importante,
—Sí, hija. una sonrisa que le brillaba en los ojos, le fruncía la nariz y le
dibujaba en la boca una raya rarísima.
—¿Qué querías ser cuando eras chica?
Mayte abrió los ojos bien grandes. Nunca la había visto sonreír de
La madre sonrió y suspiró. Se quedó un momento mirando la
esa manera.
ventana.
¿Sería por la primavera? ¿Sería la luna?
—Yo soñaba con ser bailarina.
—¿Y quién dice que no puedes jugar futbol? —preguntó de pronto
—¡Qué fantástico! ¿Y por qué no eres bailarina?
la madre.
—Bueno, mis padres, tus abuelos, eran muy estrictos y no me
—Pero tú... y papá... —Mayte estaba tan sorprendida que no sabía
dejaron, decían que ese era un ambiente malo para mí.
qué decir.
Mayte imaginó un gran escenario, arriba tenía unas hermosas luces
—A tu padre déjamelo a mí —dijo la madre y salió del cuarto.
rojas, blancas y verdes que pintaban el aire.
Mayte, con las cosquillas apareciéndole por todo el cuerpo, tuvo
Allí, sobre las tablas, una muchacha igual a su madre bailaba.
ganas de ponerse a saltar en la cama, ganas de abrir la ventana y
Llevada por un viento mágico, flotaba en el aire multicolor y en cada
tragarse todo el aire del mundo, para largarlo después en un largo
salto parecía ser levantada por alas invisibles.
grito.
—¿Y por qué decían que era un ambiente malo?
—¡Gooooooooool!
La madre no contestó, ella también imaginaba tener alas invisibles.
—¡Gooooooooool de Mayte!
Pero Mayte, que era muy lista, enseguida comprendió que a ella
Después recordó que al día siguiente debía encontrarse con el Gordo
podría ocurrirle algo similar si no actuaba pronto.
Enemigo para discutir el asunto del desafío y terminar de arreglar el
—Mamá, ¿por qué no puedo jugar al futbol? gran partido.
—Porque es un ambiente ma... —la madre se detuvo. Acababa de Esa noche, soñó que la luna era una gigantesca pelota de futbol.
darse cuenta de que, sin querer, había estado a punto de hablar igual
10. El gordo enemigo se enamora mirar al cielo.
A su lado Susana y Andrea, dos niñas que a veces se parecían a la
prima Esther y a veces a Mayte, hablaban acerca de una película que
habían visto en la tele.
Pero Mayte, con la mirada fija en el cielo tan azul, casi no
escuchaba.
Había soñado algo tan, pero tan hermoso que se enojaba por no
poder recordarlo con claridad.
Estaba segura de que había sido hermoso porque al despertar se
había sentido muy bien, casi feliz, pero lo único que lograba
Miércoles. Otra vez el patio de la escuela bajo el mismo sol y los recordar era una imagen: la luna rodando por el cielo.
mismos niños escondiéndose bajo la misma sombra. Pero ahora el
aire estaba más espeso, era fácil notarlo con sólo respirar. De pronto Mayte levantó la mano y las otras dos niñas hicieron
silencio.
Mayte, sentada en el piso, con la espalda recostada en una pared,
conversaba con algunas amigas y esperaba que, de un momento a —¡Miren! —dijo señalando hacia arriba.
otro, llegaran Salva y Javier a traerle noticias. Las niñas miraron.
Es que Salva y Javier había quedado en hablar con el Gordo —No veo nada —dijo Susana frunciendo la cara.
Enemigo para ponerse de acuerdo acerca del partido.
—Fíjate bien.
Mayte miró hacia el otro extremo del patio y los vio a todos juntos.
—Yo tampoco —dijo Andrea.
¿Por qué tardarían tanto?
—Está allá, pasando la punta de aquel edificio, ¿la ven?
Ella no había querido ir porque sabía que si empezaban a discutir,
cosa muy probable, enseguida se metería en problemas y, claro, no —¿Ver qué?
quería más problemas justo ahora que su madre se estaba portando —Esa nube.
tan bien.
Susana y Andrea se miraron entre sí. Era una nube. ¿Y qué con eso?
¿Por qué tardarían tanto? Eso ya se lo había preguntado antes, pero Era lo más común del mundo.
se lo preguntaba de nuevo y como estaba aburrida de esperar decidió
—¡Bobas! No es una nube cualquiera, miren bien, ¿cuánto hace que
no ven una nube así? Susana y Andrea ya andaban por el patio contándoles a todos. Los
llamaban por el nombre y señalaban al cielo.
Las niñas miraron bien. La nube era gorda y grande y
Después cada niño llamó a otros y otros, hasta que casi todos se
juntaron en medio del patio.
Miraban la nube: un manchón de tinta gris que tapaba ahora una
parte del cielo y seguía creciendo.
Mayte respiró hondo. Había olor a lluvia en el aire, ese olor casi
dulce que al entrar en la nariz parece que la mojara.
Pero mientras casi todos los demás seguían allí, hipnotizados por la
gran mancha gris, Mayte no pudo seguir mirando.
Era una lástima. Le habría gustado seguir observando cómo la nube
engordaba y engordaba hasta reventar y soltar gruesos chorros de
agua sobre la tierra sedienta.
Era una lástima, pero tenía algo importante que atender. Allí
gris, muy panzona, pero seguían sin entender. cruzando entre el grupo de niños, venían Salva y Javier.
—Es una nube cualquiera —dijo Susana. —¿Y bien? —Mayte no podía esperar.
—Sí —agregó Andrea— ¿Qué tiene de especial? Salva y Javier se quedaron callados.
—Es una nube de tormenta —contestó Mayte— ¿Cuánto hace que —¿Qué les pasa?
no llueve? —Dicen que no juegan contra niñas.
—¡Es cierto! —dijeron las dos al mismo tiempo parándose para ver —Pero si ellos mismos dijeron...
mejor—. ¡Es cierto! —repitieron.
—Ya sabes cómo es el Gordo, un día dice una cosa y después dice
La nube, que parecía una nave espacial, flotaba encima de la ciudad otra.
y avanzaba lentamente.
—¡Gordo machista! —Mayte estaba furiosa. Justo ahora que su
Mayte trató de ver más lejos para darse cuenta de si había otras, pero madre estaba convencida, justo ahora que iba a convencer a su
los edificios la tapaban. padre...
—¿Adónde vas? —le gritaron Salva y Javier. El Gordo la miró con curiosidad.
Mayte no los escuchó. Cruzaba el patio rápidamente, casi corriendo, —Te apuesto a que si jugamos, yo les hago dos goles.
hasta los dominios del Gordo Enemigo. ¡Dos goles! El Gordo, que a pesar de ser el malo de la escuela, se
Ninguna chica andando sola se metía nunca en esa esquina. creía también todo un galán, pensó que era una buena oportunidad
para ganar algo más.
Susana y Andrea la vieron y avisaron a las otras niñas de la clase.
Después de todo aunque fuera tan peleadora, Mayte era bastante
—¡Miren!
linda.
Mayte llegó al lugar, que no era sino un rincón del patio donde los
—¿Y qué apostamos? —preguntó, astuto, el Gordo.
varones se juntaban y ponían cara de importantes y malos, y se paró
delante del Gordo. —Bueno, si hago dos goles, puedo entrar a formar parte del equipo
para siempre.
—Dicen que ahora no quieres jugar.
El Gordo se rascó la nuca y después dijo algo que hizo que un gran
—Ya te dije, no juego contra mu-jer-ci-tas —el Gordo parecía
murmullo se extendiera entre todas la niñas.
enojado.
—Está bien, pero si no haces dos goles, entonces tienes que ser mi
—Lo que pasa es que eres un miedoso.
novia.
—¿Miedoso? ¡Ja,ja! —el Gordo rió y todos sus amigos rieron al
El murmullo crecía. Algunas niñas decían que Mayte estaba loca, ser
mismo tiempo. Siempre hacían eso, no porque el Gordo fuera
novia del Gordo Enemigo Número Uno, ese sí que sería un castigo.
gracioso, sino porque le tenían miedo.
Mayte se había quedado muda por la sorpresa.
Mayte, con las manos en la cintura, se paraba desafiante y no veía
que por detrás se le acercaban Susana, Andrea y un grupo grande de Nunca había imaginado siquiera algo así. ¿Acaso eso significaba que
niñas. ella le gustaba. al Gordo? Nunca lo había imaginado.
—Lo que pasa es que tienes miedo de perder. ¿Qué pasaría si perdiera la apuesta? ¿Trataría el Gordo de darle un
beso?
—¿Ah sí? ¿Y quién nos va a hacer goles? ¿Tú? —el Gordo podía ver
el grupo de niñas que se había acercado y ahora estaba poniéndose Pero Mayte pensó en la charla que había tenido con su madre y, si
nervioso. iba a ser jugadora de futbol, tenía que estar dispuesta a correr el
riesgo.
—Te hago una apuesta —dijo Mayte y todos hicieron silencio.
Mayte levantó la cabeza, apretó más sus manos sobre la cintura,
miró al Gordo a los ojos y después dijo casi gritando:
—¡Acepto!
El murmullo creció más y más, las niñas y los varones comentaron y
rieron. Todos trataban de imaginarse la pareja que formarían el
Gordo y Mayte. ¡Esa sí que sería una noticia para el periódico de la
escuela!
Desde el cielo llegaban sonidos fuertes, como si algunos ángeles
Salva y Javier no lo podían creer y, cuando sonó el timbre, ya nadie arrastraran muebles y rasparan el piso de las nubes.
se acordaba de la nube gris que ahora era tan grande que cubría casi
Mayte, parada frente a su casa observaba el rápido movimiento de la
toda la ciudad.
mancha gris —que ya había terminado de pintar todo el horizonte—
Mayte se acomodaba en su banco. y aspiraba el aire húmedo, cada vez más húmedo.
—Sí, avísanos cuándo es el partido, ya nos pusimos todas de Salva se deslizaba por la calle en su patineta, moviendo las caderas a
acuerdo para ir —dijo Andrea. uno y otro lado para intentar alcanzar olas imaginarias.
Pero la maestra estaba a punto de empezar la clase y, además, algún Javier, sentado en la banqueta, masticaba otro de sus famosos panes
gracioso había escrito en el pizarrón: con dulce y, con la boca llena de migas, intentaba comunicarle algo a
"Mayte ama al Gordo". su amigo.
A Mayte el asunto no le pareció muy chistoso, pero tampoco le —Pagece queg sef viegnef lag togmentaf —decía mientras de su
prestó demasiada atención. Su padre siempre decía que cuando se boca salían pequeñas bolitas de pan.
estaba en un baile, había que bailar. Pero Mayte pensaba en otra cosa: en unas horas llegaría su padre y,
¡Ya vería el Gordo fanfarrón el baile que ella le iba a dar! finalmente, con la ayuda de su madre, tendría que pedirle permiso
para jugar el partido.
La apuesta no era sólo hacer dos goles: sabía que si no podía jugar,
entonces sí tendría que convertirse en la novia del Gordo.
Ya se imaginaba las burlas de sus amigas en el patio de la escuela.
11. Rayos y truenos —¡Parecen un 10!
—¡Gordeo y Maylieta!
¡Puaj! No sólo tendría que aguantar todas las bromas, sino que de
veras tendría que ser la novia del Gordo.
¡Ya vería ese galán panzón la patada que recibiría si intentaba darle
un beso!
Mayte movió su pie en el aire y, sin querer, le pegó a Javier en la
espalda.
—¡Uf! ¿Queg hagcef? ¿Taf locaf.?
Mayte pidió perdón y le dijo que estaba practicando para el partido.
Pero la tarde ya terminaba de irse. Ahora tendría que entrar a la casa,
hacer sus tareas escolares, mirar en la televisión las caricaturas y,
después, sentarse a esperar y a esperar y a esperar.
A las ocho llegó su padre. Traía esa cara de Muy Cansado de Mayte pensó que lejos, en el campo, las vacas bailarían de alegría.
siempre, pero también la saludó más alegremente que de costumbre. Media hora después, justo en medio de la cena, escucharon algo que
—¿Viste? Se viene una gran tormenta —dijo. los hizo quedarse con los tenedores en la boca.
Mayte dijo que sí. Era una explosión.
—Es que ya me cayeron algunas gotas. ¿No te parece una suerte? Algo así como un ¡crrrrraaaaac! que había hecho vibrar todos los
Por fin se terminará la sequía. vidrios de la ventana.
—La verdad es que hacía mucha falta —agregó la madre. —Creo que fue un rayo —dijo el padre levantándose de la mesa.
Mayte también se levantó, pero su madre le dijo que primero tenía
que terminar lo que estaba en su plato.
Comió tan rápido que los cachetes se le inflaron y después salió, con
la boca todavía llena, a la puerta.
Su padre, de pie en la vereda, señalaba el campanario de la iglesia.
¡Cayó en la iglesia, en el pararrayos!
Mayte nunca había escuchado esa palabra y su padre tuvo que Éste la tranquilizó y le acarició la cabeza.
explicarle que se trataba de algo de metal que atrae a los rayos para —Esto es un gran espectáculo que no se puede ver en la televisión
que no caigan en las casas. —dijo y su cara parecía más tranquila. Ya no quedaban rastros de
—Un rayo es algo tan poderoso... —dijo el padre. aquella otra cara que tenía puesta cada noche al regresar.
Mayte le agarró una mano. Las tormentas eléctricas le daban un Mayte trató de insistir, pero ahora escuchaba cómo las primeras
poco de miedo y ahora que algunas nubes se prendían y apagaban gotas de lluvia pegaban sobre la vereda seca, pac, pac, pac.
como los letreros de las tiendas, su temor crecía. Sintió que algunas le caían en la cara y sacó la lengua para tratar de
—¡Mira! —su padre señalaba un hueco entre las nubes. atraparlas.
Mayte miró y abrió la boca asombrada. El agua de lluvia tenía un gusto dulce y suave, un sabor a
vacaciones.
Eran una, dos, tres, veinte rayas de luz que cruzaban el espacio,
aparecían y desaparecían en un segundo y se encendían otra vez, sin Pero las vacaciones acuáticas tuvieron que terminar rápidamente:
que se escuchara ningún sonido. millones de hilos plateados, que podían verse por la luz de los focos,
se descolgaron encima de ellos.
Las líneas de luz, torcidas como si fueran dibujadas por un niño de
primer año, parecían formar puentes entre las nubes. Fue tan sorpresivo, que apenas si tuvieron tiempo de correr hasta la
puerta cuando ya estaban empapados de pies a cabeza.
Y de pronto, como si un baterista gigante pegara en sus tambores,
aparecieron los truenos, brrrmmm, brrrmm, más y más fuertes cada La madre, riendo, los vio entrar y les dio unas toallas.
vez. —¡Buena gnipe se van a pescar ahora! —dijo.
Después llegó un fogonazo blanco que iluminó por un segundo la —¡Estuvo buenísimo! —reía Mayte mientras se frotaba la cabeza
plaza vacía y una de las líneas de luz, más gruesa que las otras, bajó con la toalla y sus cabellos le quedaban todos desordenados como el
desde una nube y estalló encima del campanario de la iglesia. peinado de una bruja.
Inmediatamente, corriendo con atraso, llegó la nueva explosión, algo Más tarde, cuando la lluvia seguía limpiando la ciudad, Mayte y su
similar al sonido de una rama en el momento de partirse. padre se sentaron, pero esta vez no era para mirar la tele.
¡Crrrraaaaac! —Me dijo tu mamá que querías hablarme de algo —su padre, con la
—¡Vamos para adentro! —dijo Mayte apretando fuerte la mano de cabeza todavía mojada y un cómico peinado de raya en medio, la
su padre. miraba.
Había un brillo especial, una luz diminuta encendida en sus ojos. dejaría jugar, sino que él mismo le enseñaría algunas cosas.
Mayte supo que esa era la oportunidad que había estado esperando. Mayte estaba tan contenta que casi no pudo esperar al día siguiente
Se rascó la nariz y empezó a hablar. para contarle a Salva y Javier en la escuela.
—¿En serio te va a enseñar? —Salva no podía creerlo.
12. Pateando lunas —¿Y sabe algo? Tu padre tiene pinta de que nunca ha pateado un
balón —había dicho Javier.
Pero su padre, que tenía que trabajar, sólo podría ir a la última
práctica que ya había quedado fijada para el sábado. Todavía faltaba
un día entero para eso.
Ahora, cuando ya era viernes y el cielo estaba despejado otra vez,
Mayte hacía unos dibujos en una hoja de papel y ponía cara de estar
escuchando lo que decía la maestra.
Los días siguientes pasaron muy rápidamente. Levantarse, ir a la
escuela, atender en clase, discutir en el recreo con la pandilla del Era una clase acerca del espacio, los planetas y todas esas cosas,
Gordo, todo era igual que de costumbre, excepto por una cosa: las pero a Mayte, pese a que seguía poniendo su cara de mucha
prácticas del equipo. atención, el motivo de la clase le servía para imaginarse muchas
cosas.
La conversación con su padre había dado resultado, sobre todo la
parte acerca de lo que ocurriría si no jugaba ni hacía dos goles. La tormenta, aquella batalla de luces, nubes y sonidos, todavía se le
aparecía en la mente. Y, claro, también recordaba la bonita luna de
Su padre, preocupado y divertido al mismo tiempo, por la insólita los días anteriores.
apuesta había sacudido la cabeza.
Todo eso, sumado a lo que decía la maestra, se le mezclaba en los
—Pero, Mayte, no entiendo ¿cómo vas a apostar una cosa así? pensamientos y ahora ella se imaginaba que era una astronauta.
Entonces de verdad es muy importante para ti a menos que el Gordo
te guste. Lejos, muy lejos de la escuela y del mismísimo planeta Tierra,
Mayte flotaba en el espacio.
—¿Estás loco? ¡Es horriiiiible! —había contestado ella poniendo
cara de asco. Estaba dentro de un ridículo traje plateado, flotando alrededor de
una extraña nave con forma de cigarro.
Eso había terminado por convencer a su padre del todo: no sólo la
Más allá, millones y millones de puntos de luz comenzaban a
cambiar de lugar hasta que terminaban por dibujar una cancha de —¡Un momento! —dijo—. No podemos seguir jugando.
futbol. Todos trataban de frenar de golpe, pero caían lentamente sobre la
cancha y rebotaban hasta quedar de pie otra vez.
—¿Por qué no? —preguntaba el Gordo apoyándose en Saturno.
—Porque no puedo patear la luna —contestaba Mayte.
—¿Ah, no? ¿Y qué tiene de malo? —decían todos los niños.
—Sí —intervenía Javier—. La luna es redonda, ¿no?
—Pero esta luna, es la luna de mi mamá —protestaba Mayte
recordando la sonrisa con que su madre la había mirado.
—¡Mentira! —decían todos—. ¡La luna no es de nadie!
Mayte, enojada, le daba entonces a la luna una patada muy fuerte y
todos corrían intentando alcanzarla.
Pero la patada, con esas botas metálicas que se usan en el espacio, la
Mayte y otros astronautas que salían de la nave se dejaban ir y caían
había ponchado y ahora la luna, echando chorros de aire, fssss, fssss,
suavemente hacia esa cancha en la que ya se encontraban los rivales.
se alejaba hacia arriba, hacia abajo, volando igual que un pájaro
El Gordo Enemigo, mucho más grande dentro de su traje color ciego, hasta quedar tirada allí, sobre una línea de estrellas,
naranja, tropezaba y caía tan despacio que parecía que nunca llegaría totalmente desinflada.
al piso. Después rebotaba, ¡boing! y volvía a quedar frente al balón.
—Saturno... —había dicho la maestra que, por supuesto, continuaba
Mayte, masticando una tableta de chocolate espacial, se esa cancha su clase en el muy terrestre salón.
en la que ya colocaba también en su posición y cuando sonaba un
Mayte, de regreso a la realidad, sintió un poco de temor ¿Qué
potente trueno, el Gordo pateaba la pelota.
pasaría si esa noche miraba el cielo y descubría una luna deformada
Mayte corría por la nada y con su pie derecho lograba detenerla, y sin aire?
pero cuando lo iba a patear notaba que no era un balón común, sino
¿Le echarían la culpa a ella?
algo redondo y blanco, muy blanco, que tenía raros agujeros y
abolladuras. Anotó la palabra Satumo en su cuaderno y pensó que no tendría
problemas: en el espacio no había viejas entrometidas para delatarla.
La clase terminó y todos ordenaron sus cosas esperando que sonara Mayte lo leyó una y otra vez. No entendía mucho de poemas, porque
el timbre de salida. los que les hacían leer en la escuela eran aburridísimos y, además, el
redondo poeta había usado palabras como "cavelios", y "zonrisa".
Cuando eso ocurrió, tuvieron que salir al patio y formarse en fila.
—¡Qué animal! —exclamó Mayte al leer una parte que hablaba de
Mayte, aunque no era alta, se había distraído al ver pasar un avión y
"tus vellos hojos".
había quedado en la fila justo al lado de la clase del Gordo y, por
supuesto, también al lado de su enemigo Número Uno. Pero muy en el fondo, sintió algo raro, cosquillas o aquella cosa
corriéndole otra vez por el estómago.
—Ya falta poco —dijo el Gordo sonriendo y le pasó un papelito
doblado. Sin duda la culpa de todo la tenía la primavera y la luna de su madre
que hoy, sin querer, había desinflado en el espacio.
—Si le cuentas a alguien, te reviento —agregó el Gordo poniéndose
colorado como si sintiera mucha vergüenza, mientras algunas gotas También sucedía que nunca antes le habían escrito un poema.
de sudor le caían por la frente. A lo mejor era eso, o todas esas cosas juntas y, además, el cambio
Era la primera vez que Mayte lo veía sonreír o ponerse colorado y le que había tenido su padre.
parecía estar viendo a otra persona. Llegó a su casa y entró corriendo. Tiró sus cosas encima de la mesa
Tuvo que mirarlo de nuevo para estar segura: sí, era la misma cara y siguió de largo, frenando sólo para darle a su madre un beso. Se
redonda, las mismas pecas y el pelo castaño cayéndole sobre la metió en su cuarto y cerró la puerta.
frente. Tomó el poema otra vez y lo volvió a leer pensando que el domingo
Todo era igual, excepto la sonrisa. todo ese asunto quedaría resuelto.
¿Por qué le sonreía así? Claro que primero tendría que aprender algunas jugadas y para eso
contaba con su padre en la gran práctica del sábado.
¿Por qué le daría vergüenza?
Guardó el poema en un cajón y miró alrededor repasando las fotos
¿Qué diría el papel?
de todos esos jugadores y los galanes del cine.
Mayte estaba segura de que el Gordo tramaba algo, pero guardó el
—¡El Gordo poeta! —pensó Mayte riendo, pero no tanto.
papel en su bolsillo y esperó hasta salir a la calle para leerlo.
Después se puso a pensar qué sucedería si no lograba hacer los dos
¡No podía creerlo!
goles de la apuesta.
¡El señor Gordo Enemigo en persona le había escrito algo que
parecía un poema!
13. La gran fiesta grandes sugerencias.
—No le pegues con la punta del pie, tienes que darle así, ¿lo ves? —
y el padre pateaba.
—Si viene por arriba, tienes que tratar de pegarle con la frente —el
padre tiraba la pelota para arriba y le pegaba con la frente.
—Cuando tengas que marcar al contrario, siempre mira el balón y
póntele adelante, así —y el papá se ponía adelante mirando el balón,
así.
Sábado. El sol era una bengala inmóvil. El calor, otra vez pegajoso, Mayte, que cuando había jugado sólo corría para donde lo hacían los
se adhería a la ropa de los niños que corrían y saltaban en la callecita otros y trataba de patear como pudiera, se maravillaba de descubrir
al costado de la plaza. que algo que parecía tan fácil tuviera tantos secretos.
Por fin había llegado el sábado, el día de la gran práctica. La última Después practicaron algunas jugadas que, por secretas, es mejor no
oportunidad para poner a punto el equipo, planificar jugadas y dejar relatar y, por último, tuvieron una agotadora sesión de tiros a la
todo listo para que el domingo se viviera una verdadera fiesta. portería, en la que el padre de Mayte hizo las veces de portero.
Mayte, con las manos en la cintura, como había visto que hacían los —No, Mayte, trata de pegarle abajo y a una de las puntas, así es más
grandes jugadores, esperaba que Salva le pasara la pelota. difícil de agarrar —decía el padre al que Salva, Javier y los otros
Salva corrió unos metros y tiró alto. Mayte calculó mal y en lugar de estaban matando a goles.
pegarle con el pie, terminó por recibir un pelotazo en la cara. Pero por más que lo intentara, a Mayte los disparos siempre le salían
—¿Te duele? —preguntó Salva disculpándose. igual: derechitos a la mitad de la portería, donde era facilísimo
atajarlos.
La verdad es que dolía, Mayte sentía que la cara se le había puesto
rojísima, pero dijo que no. —¡Dale fuerte! —le gritaba Salva—. ¡Piensa en el Gordo!
En el costado de la calle, avisándoles cuando doblaba un automóvil A lo mejor ese era el problema. Mayte pensaba en el
o dando indicaciones, estaba su padre.
—¿Estás bien? —le preguntó acercándose.
Después, como si fuera un gran maestro, el padre comenzó a darle
"Lo importante es competir".
Mayte se imaginaba al público de un gran equipo de primera
división que perdía la final.
"No importa, lo importante es competir", gritaba el público y los
jugadores perdedores sonreían.
Todos sabían que eso nunca ocurría.
Trató de imaginarse entonces un partido así, en el que la gente no
gritara malas palabras y dijera a sus jugadores cosas como :
¡adelante nobles defensores!
Y cuando, en el último minuto del partido, el árbitro les cobraba un
penal en contra, la gente agitada gritaba: ¡árbitro vendido!
Ella sabía que en la vida real las cosas eran bien diferentes.
Gordo y trataba de juntar todas sus fuerzas para tirar bien, pero no Una vez su padre la había llevado al estadio.
podía.
Todos allí parecían acordarse de la familia del árbitro a cada rato.
¿Sería que ya no estaba tan segura de poder ganar? Recordó el
desastroso poema que le hizo pensar en las telenovelas. Nadie parecía creer que lo importante fuera competir, sino ganar.
¡Oh Mayte, amor mío! Más tarde, sintiéndose muy cansada de correr y patear, todos se
juntaron para decidir una cuestión fundamental: el nombre del
¡Tus vellos hojos! equipo.
¡Puf! Alguien quiso ponerle Los Piratas Futbol Club, pero a Mayte no le
Era como esa música que pasan en los supermercados, esa cosa gustó. Se imaginó un equipo en el que los delanteros tenían patas de
suave suave, superdulzona, que chorrea desde las bocinas mientras palo.
la gente empuja los carritos y compra comida para perros. Javier propuso llamarlo Los Gladiadores, porque había visto una de
Pero no era sólo eso. Si quería llegar a ser una gran jugadora, tenía romanos en la televisión.
que hacer dos goles y ganar, aunque los adultos siempre dijeran Otra vez dijo Mayte que no. Sería difícil jugar con armadura y
cosas bobas como: espadas y, además, no iban a jugar contra leones.
Salva votó por Los Cometas y alguien, un niño bajito y muy flaco Trataba de acordarse de los consejos de su padre y, más que nada, la
que era el más callado de todos tuvo una idea muy original: ponerle preocupaban los tiros de penal, esos que siempre le salían a la mitad
el nombre de la calle. de la portería.
A nadie le gustó esa idea. ¿A quién se le podía ocurrir ponerle a un —Abajo y a la puntas —se decía una y otra vez—. Abajo y a las
equipo de futbol General Hermenegildo Gómez? puntas, abajo y a las...
Mayte pensó en todos su amigos corriendo dentro de ridículos Se durmió y, otra vez, soñó que tenía un traje de astronauta y que
uniformes verdes. ponchaba la luna de una patada.
La discusión seguía. Sentados en la banqueta, continuaban Pero temprano, casi junto con el sol, ya estaba levantada, con la
proponiendo nombres como Los Invencibles, Saeta o El Rayo camiseta puesta.
Destructor. Mayte propuso ponerle La Luna, pero a los otros no les Su madre le había dibujado con marcador negro un enorme y bonito
parecía buena idea. número nueve atrás, pues todos habían acordado que si tenía que
Hasta que al final Salvador, después de pensarlo un momento, dijo: hacer dos goles, lo mejor era que jugara como centro delantero.
—Tiene que ser algo que tenga que ver con nosotros, ¿qué tal si le Se puso el pantalón corto, las medias blancas, los zapatos y miró el
ponemos Diente de Leche? reloj.
Quien más quien menos, a todos les faltaba todavía cambiar algún Todavía faltaban dos horas para el partido.
diente. La idea fue aprobada por mayoría, ya que Mayte —otra vez Dos horas tan largas que Mayte creyó que su reloj tenía tortugas en
— se opuso al imaginarse un montón de dientes corriendo por ahí. lugar de agujas.
Pero para la noche, después de bañarse y cenar, ya estaba Pero entre el desayuno y los nuevos consejos de su padre —medio
convencida. Tal vez fuera un nombre chistoso, pero había empezado dormido ya que los domingos solía quedarse hasta más tarde en la
a gustarle y, después de todo, habían resuelto jugar con camisetas cama—, el tiempo terminó por pasar.
blancas como dientes, pues era el único color que todos tenían.
Entonces los tres caminaron hasta el club, uno de esos lugares no
¿Cómo se llamaría el otro equipo? muy grandes que tienen como sede una casa antigua y una cancha
Mayte pensó que eso seguramente lo decidiría el Gordo. detrás.
Para estar a tono con su estilo, le pondría un nombre como Los ¡Mayte!
Malvados o Los Rompepiernas, algo así, para tratar de asustarlos. Escuchó voces conocidas, pero estaba tan nerviosa que no pudo
Esa noche estaba tan nerviosa que le costó muchísimo dormirse. distinguir quiénes eran los que gritaban.
¡May-te! ¡May-te! bajando la voz preguntó: —¿Te gustó el poema?
Vio un cartel de tela en el que decía: ¡Diente de Leche F.C.! y al Mayte no sabía qué decir. Ahora resultaba que el Gordo no le parecía
costado un grupo grande de niños y niñas, todos de su escuela. ni tan gordo, ni tan malo, ni tan feo.
Eran sus compañeros que, comandados por Susana y Andrea, —Tiene muchas faltas —susurró Mayte para que el señor
ensayaban cantos y descubrían que era bastante difícil hacer rimar Romualdo, que estaba al lado, no escuchara.
Diente de Leche con algo. —Ah —dijo el Gordo sin saber si eso quería decir que le había
¡Y dale, y dale el Diente dale! gustado o que no.
Era gracioso y bastante desafinado, pero a Mayte le parecía lo más —Pero voy a hacer dos goles —le dijo Mayte hablando más fuerte.
maravilloso del mundo. El Gordo pareció desilusionado y volvió a ser como antes.
Su padre le dio las últimas recomendaciones y después fue con su —¡Ja! ¡Ustedes no le ganan a nadie! —rió.
madre a sentarse en unos bancos de madera que habían traído
algunos vecinos. El señor Romualdo miró su reloj, les dijo que ya era la hora y tocó
su silbato.
Mayte caminó despacio, muy despacio, hasta donde su equipo
ensayaba tiros a la portería. A los costados de la cancha los niños de la escuela tiraron papel
picado y empezaron a cantar.
Del otro lado de la cancha, con camisetas rojas, practicaban Los
Guerreros y Mayte podía escuchar que el Gordo decía: ¡a esos los ¡Y dale y dale y dale Diente dale!
vamos a reventar! Los del otro lado, que apoyaban a Los Guerreros también gritaban
Eso no era muy poético que digamos. cosas muy originales como ¡dale campeón, dale campeón!
Mayte se reunió con los suyos y practicó hasta que finalmente el El gran partido había comenzado.
árbitro, el señor Romualdo a quien todos compraban el pan por las
mañanas, llamó a los capitanes al centro de la cancha.
14. Guerreros vs. Diente de leche
Salvador y Javier, para tratar de impresionar más a los contrarios,
resolvieron designar nada menos que a Mayte como capitana.
Se acercó al medio de la cancha donde se encontraba ya el gordo.
—¡ Hola! —dijo el Gordo haciéndose el simpático y después
El gol había llegado por una jugada de un flaco altísimo y rubio que
había corrido casi media cancha esquivando a uno y otro marcador
hasta pegarle tan fuerte a la pelota que el pobre Javier, aunque voló
al mejor estilo Supermán, no lo pudo evitar.
Los gritos de la tribuna de Los Guerreros no se hicieron esperar. Allí
todo era alegría y saltos y papel picado volando por el aire como un
En medio del público, formado en su mayoría por vecinos y
ejército de polillas.
escolares, el padre de Mayte se comía las uñas.
Enfrente todo era silencio. El papá de Mayte miraba su reloj y seguía
Las cosas no iban nada bien para el Diente de Leche Futbol Club
comiéndose las uñas.
pues el rival, que tenía jugadores más grandes y, por supuesto
pesados, parecía tener siempre el dominio del juego y atacaba una y Susana, Andrea y los otros no sabían qué hacer. El tiempo, en el reloj
otra y otra vez. del señor Romualdo, avanzaba rápidamente, tic, tac, tic, tac.
Susana y Andrea habían logrado que mucha gente se uniera a sus Mayte corría. Realmente se esforzaba en marcar a los contrarios.
cánticos en los primeros minutos, pero a medida que pasaba el Pero algunas veces el flaco altísimo le había pegado un codazo y
tiempo más y más personas se quedaban calladas y seguían con otras un pelirrojo sin dientes que jugaba atrás le había jalado el pelo.
atención las jugadas. El señor Romualdo, que seguramente era corto de vista, no hacía
Una vez un delantero de Los Guerreros logró escapar de la marca de caso de las protestas de Mayte, ni de los gritos cada vez más fuertes
Salva pero, por suerte, su tiro se estrelló en uno de los postes. de su padre que llegaban desde el costado de la cancha.
El padre de Mayte se agarró la cabeza. El Gordo, que jugaba de guardameta, se reía y cada vez
Otra vez uno de Los Guerreros fue amonestado por el señor
Romualdo por pegarle una patada a Javier.
Pero, mientras unos y otros agitaban las banderas hechas a mano y
trataban de alentar a sus equipos, ocurrió lo inesperado.
Gol de Los Guerreros.
¿Cómo era posible? Justo en ese momento el partido se había puesto
más parejo y hasta Mayte había logrado pegarle un par de veces a la
pelota, aunque sin mucha suerte.
Pero su disparo, en lugar de ir la portería, salió fuerte derecho al
lugar donde estaba Mayte.
¿Qué hacer? La pelota venía derecho a ella. ¡Y tan fuerte!
Mayte, que al parecer no era muy buena para calcular distancias, se
agachó para esquivar el tiro, pero lo hizo de tal forma que terminó,
sin querer, por pegarle a la pelota con la frente.
La tribuna de Los Guerreros enmudeció: la pelota picó
violentamente en el suelo y luego le pasó justo por arriba al Gordo.
Era el gol del empate.
Mayte no lo podía creer. Saltó, gritó y corrió a abrazar a Salva y
después a su padre que, parado encima de su banco, levantaba los
puños al aire y le decía a todo el que quisiera escucharlo: "¡ésa es mi
que Mayte andaba cerca de la portería le recordaba la apuesta. nena!"
—¡Dos goles! —repetía—. Vas a ser mi novia —agregaba. El señor Romualdo dio la orden para reanudar el juego. Ahora el
Mayte, enojada, le mostraba la lengua y comenzaba a preocuparse entusiasmo estaba en la tribuna del Diente de Leche.
cada vez más. ¡Y dale y dale Mayte dale!
Sin embargo, en una mágica jugada de Salva, ocurrió el milagro. ¡El Diente no se rinde!
Salvador había recibido un pase de Javier y, como si todavía tuviera Susana y Andrea, como dos bailarinas de ballet hacían cómicos
la patineta pegada a los pies, había avanzado haciendo eses por el pasos en el borde de la cancha mientras los demás compañeros de
costado de la cancha. Mayte sacudían la gloriosa bandera blanca.
Primero, haciendo un amague, había dejado sentado en el piso al El señor Romualdo miró su reloj, y terminó el primer tiempo.
flaco altísimo y después el pelirrojo sin dientes había seguido de
largo hasta chocar con una viejita que tejía al costado de la cancha. GUERREROS 1 - DIENTE DE LECHE 1, decía un pizarrón que
habían colocado a modo de tablero. Los jugadores salieron de la
—¡Tira! —le gritaba Mayte parándose en medio del área enemiga—. cancha y se tiraron sobre el pasto. Hacía mucho calor, demasiado, y
¡Tira! se sentían supercansados.
Salvador tiró.
—Muy bien, muy bien —decía el padre de Mayte dándole palmadas de una verdadera final, como esas que Mayte había visto en la
en la espalda. televisión.
—Esto está difícil —decía Salva secándose con una toalla vieja. Pero a veces un exceso de entusiasmo y esfuerzo hace que las
personas hagan cosas que no deben.
Mayte no pensaba lo mismo. Se sentía maravillosamente. Había
anotado un gol. Mayte, cansada de que el flaco altísimo le diera codazos, esperó una
oportunidad y cuando éste le quitó el balón y comenzó a correr hacia
¡Había anotado un gol de cabeza! Eso era increíble. Ya imaginaba su
la portería de Javier, vio que, por fin, el momento había llegado.
nombre en todos los diarios, su foto en las revistas de deportes.
Parecía un leopardo, puf, puf, persiguiendo su presa, hasta que logró
Claro que no dirían nada acerca de que lo había logrado un poco de
darle alcance. Después, como un guerrero de esas películas de
casualidad: lo importante es que ella había estado en el lugar exacto
karatecas, se tiró hacia adelante con las dos piernas bien estiradas y
en el momento justo.
le enganchó los pies.
Su padre, que parecía más entusiasmado que los mismísimos
—El flaco tropezó, parecía una garza a punto de aterrizar, dio un
jugadores, seguía dándole consejos.
paso, se tambaleó y cayó de cara dibujando con su nariz una larga
—Acuérdate, Mayte, abajo y a las puntas. raya en el suelo.
—Sí, papá. La tribuna de los Guerreros se paró en sus asientos reclamando la
El sol calentaba cada vez más. El pasto, después del descanso que le expulsión.
había dado la tormenta, comenzaba a ponerse amarillo otra vez. —¡Afuera! ¡Afuera! —gritaban.
El señor Romualdo caminó hasta el centro del terreno levantando Mayte se levantó y se sacudió la camiseta para quitarse polvo, pero
nubecitas de polvo con los zapatos negros acordonados que usaba cuando vio que el señor Romualdo corría enojado hacia ella, puso su
los días de fiesta. mejor cara de angelita y hablando suavemente, como su prima
Mayte se secó el sudor, respiró hondo y volvió a entrar a la cancha Esther a la hora del té dijo:
junto a sus compañeros. —¡Ay, señor Romualdo! Creo que tropecé con una piedra, no fue
Los cachetes del señor Romualdo se inflaron y su silbato hizo nada serio ¿verdad?
comenzar el segundo y último tiempo. Mayte pestañeó un par de veces y bajó la mirada. Realmente parecía
Corridas, tiros, salidas del terreno, algún codazo, gritos cada vez más muy muy avergonzada.
fuertes en ambas tribunas, el partido era disputado con el entusiasmo —El señor Romualdo, confundido, le dijo que estaba bien, pero le
recomendó que tuviera cuidado. El Gordo se frotaba las manos, aunque enseguida tuvo que frotarse
los ojos pues creyó estar viendo un espejismo.
Puedes llegar a lastimarte, Mayte —dijo amablemente.
Mayte le había robado el balón al flaco y ahora se venía sola hacia el
Claro que el flaco no quedó nada conforme, aunque también se
arco. Parecía un toro en embestida, los ojos fijos en el Gordo, los
confundió por el tono de voz de Mayte. Pero cuando se le acercó un
labios apretados y sus brazos, puf, puf, moviéndose como si trataran
poco, ella lo miró, esperó a que el señor Romualdo se alejara, y le
de nadar en el aire.
dijo en voz baja:
Detrás de ella venía el pelirrojo. La cara chorreada de sudor, los ojos
—Eso es para que aprendas a no pegar codazos. El partido siguió.
pequeños y sus piernas tan cortas que parecían las ruedas de una
Los Guerreros parecían jugar mejor, pero no tenían buena puntería, bicicleta.
tres veces anduvieron cerca de anotar, pero una vez Javier y otras
Mayte entró al área. Iba a patear. En la tribuna todos se pusieron de
dos veces los postes impidieron que se pusieran en ventaja.
pie.
Pero allá, cuidando su meta como si fuera un castillo, el Gordo
Iba a patear. Iba a patear, pero justo en ese momento el pelirrojo se
seguía riéndose: el tiempo pasaba y si Mayte no hacía otro gol...
tiró desde atrás y la hizo caer.
Faltaban apenas cinco minutos y nada.
¡Penal!
Después faltaban cuatro y pese a los intentos de Salva, el pelirrojo
El grito de la tribuna del Diente de Leche sonó como un trueno.
sin dientes siempre lograba quitarle la pelota a tiempo.
¡Penal!
Ahora faltaban tres minutos.
El señor Romualdo había sonado su silbato indicando la falta. Ya era
Mayte había recibido un pase y corría derecho a la portería, rápido,
la hora del final del partido, la última oportunidad. Salva era muy
muy rápido, muy rá....
bueno pateando penales y estaba seguro de poder hacerlo para ganar
Se había caído al tropezar en un pequeño pozo. Dos minutos. El el partido, pero también estaba el asunto de la apuesta de Mayte.
papá miraba su reloj. Susana y Andrea estaban roncas de tanto gritar.
Los dos se reunieron frente a la pelota.
¿Tendría Mayte que convertirse en la novia de un gordo que escribía
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Salva—. ¿Te animas a tirarlo?
malos poemas?
Abajo y a las puntas, abajo y a las puntas, Mayte pensaba en las
Las banderas se agitaban. Parecían las velas de los barcos piratas en
recomendaciones de su padre.
medio de una tormenta. El sol seguía haciendo sudar a los jugadores.
En la valla, el Gordo ya no reía. Parecía muy preocupado. Prefería
Un minuto.
que lo tirara Salva porque, aunque perdieran el partido, él ganaría la avanzó. Un paso, dos, tres...
apuesta y además, si lo tiraba Mayte y lo hacía, no sólo estaba la Abajo y a la punta.
cuestión de que no sería su novia, sino que en la escuela todos se
burlarían de él. El público aguantó la respiración: una cosa redonda y blanca como
la luna salió disparada desde el pie derecho de Mayte hacia el arco.
—¡Una chica te ganó! —ya podía imaginarse los comentarios.
El Gordo, en una escena que parecía en cámara lenta, tomó impulso,
Mayte no sabía qué hacer. Primero miró el cielo y pestaño un par de se estiró y estiró, alargó sus brazos más y más hasta caer levantando
veces. Estaba tan cansada, hacía tanto calor que sentía como si una enorme nube de polvo.
hubieran encendido un fuego dentro de ella.
Un grito que enorme desataba los nudos de las gargantas.
Después miró a la tribuna y vio a su padre, sonriente y preocupado a ¡Gooooool!
la vez y también a su madre, la que había querido ser bailarina.
Los abrazos de Susana y Andrea, el salto en el aire del papá y la
Ella parecía más tranquila. Estaba simplemente ahí, sentada y sonrisa enorme de su madre.
sonriente, y su sonrisa parecía la respuesta a todo: transmitía
confianza y serenidad. Mayte corría por toda la cancha con los brazos abiertos y estirados
en forma de alas de avión. Atrás, como una banda de enanos
Eso era todo lo que Mayté necesitaba. saltarines, la seguían todos los Dientes de Leche.
Se puso las manos en la cintura y movió la cabeza hacia atrás para El partido había terminado.
acomodarse el cabello.
DIENTE DE LECHE 2 - GUERREROS 1
—Lo tiro yo —dijo Mayté colocándose en posición.
Después vinieron los abrazos, los besos de papá y mamá, el sacudir
Salva se alejó unos pasos. de la bandera, el canto de ¡dale campeón, dale campeón! y los planes
Si en ese momento alguien hubiera pasado por fuera del club, jamás de Susana y Andrea para formar un equipo femenino de futbol y
lograría enterarse de que allí adentro se jugaba una gran final, pues hacer un campeonato en la escuela.
no se escuchaba ningún sonido. Pero cuando todo eso pasó y Mayte tenía todavía los ojos llenos de
El silencio, el sol, todo parecía congelado. chispas, alguien dijo su nombre.
El señor Romualdo se llevó el silbato a la boca. Mayté miró al De pie, con la cabeza agachada, el Gordo Derrotado la llamaba.
Gordo a los ojos. Mayte dejó por un momento los festejos y se le acercó.
El señor Romualdo hizo sonar el silbato. Mayté tomó carrera y —Te felicito —dijo el Gordo con la cara roja.
—¡Gracias! Te dije que podía.
—Ajá...
Los dos se miraron sin saber qué decir.
—¿Y si escribo poemas sin faltas? —preguntó finalmente el Gordo
como si le costara un enorme esfuerzo.
Mayte sonrió.
Después de todo nadie que escribiera poemas podía ser tan malo.
—A lo mejor... —contestó y se alejó corriendo para seguir
festejando.