El Lector en La Historia de La Iglesia
El Lector en La Historia de La Iglesia
El Lector en La Historia de La Iglesia
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En otra carta es la motivación para instituir en el lectorado lo que nos
resulta más significativo. Tan significativo como el perfil que traza del oficio
de lector.
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“Con todo, debéis saber que hemos ordenado por ahora a éstos como
lectores, porque convenía poner sobre el candelero a los rostros
resplandecientes de gloria, todos los de su alrededor, ofrezcan a todos los
que los miran un estímulo de su gloria. Además, debéis, saber que les hemos
asignado un honor idéntico al del presbiterado, para que reciban la
“espórtula” (la ración o gratificación) como los presbíteros y participen en
las distribuciones mensuales por igual; se sentarán con nosotros más adelante
cuando sean más avanzados en años, si bien no puede parecer inferior en
nada, por motivos de la edad, quien cumplió la edad por los méritos del
honor” (Carta 39).
También nos es atestiguada la presencia de numerosos lectores en la
Iglesia de Roma. Tenemos noticia de ello por la carta (del año 251)
del papa Cornelio a Fabio, obispo de Antioquia. Al hablar de la
composición del clero romano indica que, junto al único obispo de
Roma, había:
Roma, año 251
“Cuarenta y seis presbíteros; siete diáconos y otros tantos
subdiáconos; cuarenta y dos acólitos; cincuenta y dos exorcistas, lectores y
ostiarios” (Eusebio, Historia eclesiástica, VI, 43,11).
Será bueno, en este contexto, detenerse en las disposiciones
“canónicas” que nos atestiguan la estabilidad del ministerio del
lector, así como del rito propio de su institución. El primero de estos
textos nos traslada a Romas de comienzos del siglo III.
La tradición apostólica de san Hipólito
“El lector es instituido cuando el obispo le entrega el libro, puesto que
no le imponen las manos” (n. 11).
Constituciones de la Iglesia Egipcia
“Que el lector sea instituido por el obispo entregándole el libro del
apóstol, Que ore sobre él, pero que no le imponga las manos” (v.35).
Cánones de Hipólito
“El que es instituido como lector debe estar adornado con las virtudes
del diácono; pero que el obispo no imponga a las manos al lector, sino que
el entregue el Evangelio” (VIII, 48).
Constituciones apostólicas (Año 380)
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“Acerca de los lectores, yo, Mateo, llamado también Leví, antes
publicado, determino lo siguiente. Para instituir al lector, imponle la mano y
ora a Dios de esta manera:
Dios eterno, rico en piedad y misericordia, tú que, por medio de cuanto
has hecho, has manifestado la armonía del mundo y guardas en el mundo
entero el número de tus elegidos, dirige ahora tu mirada sobre este siervo
tuyo escogido para leer las sagradas Escrituras a tu pueblo y concédele el
Espíritu Santo, el espíritu profético. Tú, que en la antigüedad instruiste a
Esdras, tu siervo, para que leyera tus preceptos a tu pueblo, instruye ahora,
te lo suplicamos, a este siervo tuyo y concédele que cumpla de manera
irreprochable el oficio que se le ha confiado y pueda merecer un grado
superior, Por Cristo, a ti la gloria y la veneración, en el Espíritu Santo, por
los siglos. Amén”. (VIII, 22).
Unos textos de notable significación para conocer la historia del
lectorado son los que provienen de las Actas de los mártires. En estos textos
no sólo se nos habla del lectorado como de un ministerio estable, sino
también de la responsabilidad que tenían en relación a la custodia de los
libros de la Sagrada Escritura. Sobre todo nos hablan del testimonio público
de fe que dieron los lectores. He aquí los textos principales.
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El obispo Pablo dijo:
-Las escrituras las tienen los lectores; por nuestra parte, os entregamos, lo
que aquí hay.
Félix flamen perpetuo, administrado, dijo a obispo Pablo:
-Di quienes son los lectores o mando por ellos.
Pablo, obispo dijo:
-Todos los conocéis.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública, dijo:
-No Sabemos quiénes son.
El obispo Pablo dijo:
-Los conoce la audiencia pública, quiero decir los escribanos Edusio y Junio.
(…)
(Los subdiáconos) Catulino y Marcuclio (después de entregar un solo códice
de extraordinario tamaño) dijeron:
-No tenemos más, pues nosotros somos subdiáconos; los códices los guardan
los lectores.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública, dijo:
-¡Descubrid a los lectores!
Marcuclio y Catulino dijeron:
-¡No sabemos dónde viven!
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:
-Si no sabéis donde viven, dad, por lo menos, sus nombres.
Catulino y Marcuclio dijeron:
-Nosotros nos somos traidores. Aquí nos tienes: manda que nos maten.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:
-Que sean arrestados.
Llegados a casa de Eugenio, Félix, flamen perpetuo, administrador de
la cosa pública dijo a Eugenio:
-Saca las escrituras que tienes a fin de obedecer a lo mandado.
-Y Saco cuatro códices.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a Silvano
y Caroso (subdiáconos):
-Descubrid a los demás lectores.
Silvano y Caroso dijeron:
-Ya dijo el obispo que los escribanos Edusio y Junio los conocen a todos.
Que ellos te los descubran en sus casas.
Edusio, y Junio escribanos, dijeron:
-Nosotros te los descubrimos, Señor.
Y llegados que hubieron a casa de Félix, constructor de mosaicos,
presentó cinco códices mayores y dos menores; y en casa del gramático
Víctor, Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a
Víctor:
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-Saca las Escrituras pues tienes más.
Víctor, gramático, dijo:
-Si más tuviera, más hubiera presentado.
En casa de Euticio, natural de Cesárea, Félix, flamen perpetuo,
administrador de la cosa pública, dijo a Euticio:
-Saca las escrituras que tienes, a fin de obedecer a lo mandado.
Euticio dijo:
-No tengo ninguna.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:
-Tu declaración constara en las actas.
En casa de Coddeón, su mujer presento seis códices. Félix, flamen
perpetuo, administrador de la cosa pública dijo:
-Busca bien no sea que tengas más y sácalos.
La mujer contesto:
-No tengo más.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a
Buey, esclavo público:
-Entra y busca haber si tienes más.
El esclavo público dijo:
-He buscado y no he encontrado.
Félix, flamen perpetuo, administrador de la cosa pública dijo a Victoriano,
Silvano y Caroso:
-Si se ha dejado algo, vosotros sois responsables.”
-Los que enseñan que hay un solo Dios cuya vos retumba en los cielos; que
muestran con saludable esperanza que no pueden recibir el nombre de dioses
los que están fabricados con madera o piedra; que corrigen y enmiendan los
delitos; que fortalecen a los inocentes para que perseveren en sus propósitos
y los guarden; que enseñan a las vírgenes a alcanzar las cimas de su pureza
y a la cónyuge honesta a guardar continencia en la procreación de los hijos;
que persuaden a los amos a mandar sobre sus esclavos con piedad más que
con ira, haciéndoles considerar su común condición humana, y a los esclavos
a cumplir sus deberes más por amor que por temor; que nos mandan obedecer
a los reyes, si ordenan cosas justas, y a las autoridades superiores cuando
mandan cosas buenas; que perciben honrar a los padres, corresponder a los
amigos, perdonar a los enemigos, ser amable con los ciudadanos, muestras
de humanidad con los huésped, ser misericordiosos con los pobres, tener
caridad para con todos y no hacer daño a nadie; dar de los propios bienes y
no codiciar los ajenos ni con el deleite de la mirada; que nos enseñan que
recibirá el eterno triunfo aquel que, a causa de la fe, desprecie la muerte
momentánea que vosotros les podéis inferir (…)”
EL LECTORADO,
UN MINISTERIO CONFERIDO EN LA INFANCIA
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“Fue, primeramente, lector y, por tanto, ministro del altar, desde la
infancia; después, con el paso del trabajo y del tiempo, archidiácono”.
Paulino de Nola, dice a propósito de san Félix:
“Sirvió como lector desde sus primeros años”.
En la carta del papa Siricio a Himerio, Obispo de Tarragona
(11 febrero 385) se determina:
“El que se ha entregado al servicio de la Iglesia desde la Iglesia
desde la infancia debe ser bautizado antes de la edad de la pubertad y
ser incorporado al ministerio de los lectores”. (Y lo será hasta la edad
de treinta años. Entonces podrá acceder a otros grados).
Los epitafios de algunos papas también nos atestiguan esta
costumbre, al mismo tiempo que nos muestran que empezaron
como lectores el itinerario del ministerio eclesiástico.
“Su natural piadoso hizo que fuera lector desde pequeño y que desde
entonces empezara a pronunciar las dulces palabras de la Escritura…”
Del papa Dámaso (366-384) se indica que fue: “Lector, diácono,
sacerdote…”
ESCUELAS DE LECTORES
Posiblemente, desde la mitad del siglo IV, existió en Roma una “escuela de
lectores”.
Lo que sí es cierto es que las escuelas para los jóvenes lectores (para
instruirlos en las Escrituras, las ciencias sagradas y la modulación del canto)
se debieron difundir por Italia. Lo atestigua el concilio de Vairon (52(0, que
exhortaba a imitar su ejemplo en las Galias:
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una escuela de lectores sino también para quienes buscan progresar, con la
meditación, en el conocimiento de los libros divinos (…)
Con todo, para una recuperación más plena del ministerio del lector
tendrá que llegar el Vaticano II y las disposiciones canónicas y litúrgicas que
les siguieron y concretaron su naturaleza sus funciones.
EL LECTOR
EN LA DOCUMENTACIÓN RECIENTE
Por eso, es necesario que éstos, cada uno a su manera, estén profundamente
penetrados del espíritu de la liturgia y sean instruidos para cumplir su función
debida y ordenadamente.
Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de la
Sagrada Escritura por la audición de las lecturas divinas (cf. SC, 24), es
necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, aunque no hayan sido
instituidos en él, sean de veras aptos y diligentemente preparados.
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151. En ausencia del diacono, el lector puede proclamar las
intenciones de la oración universal, después que el sacerdote ha hecho la
introducción a la misa.
152. Si no hay canto de entrada ni de comunión y los fieles no recitan
las antífonas propuestas en la Misal, las dice en el momento conveniente.
Lectura de la pasión del Señor:
Domingo de Ramos, n. 22. Para la lectura de la Pasión del Señor no se
lleva ni sirios ni inciencio, ni se hace el principio de la salutación habitual,
ni se signa el libro. Esta lectura la proclama el diácono o, su efecto, el mismo
celebrante. Pero puede también ser proclamada (en defecto de diáconos o
presbíteros) por lectores laicos, reservando, si es posible, al sacerdote la parte
correspondiente a Cristo.
Si los lectores de la Pasión son diáconos, piden, como de costumbre,
la bendición al celebrante antes de empezar la lectura; pero si los lectores no
son diáconos, se omite esta bendición.
Viernes Santo. Celebración de la Pasión del Señor, n. 8. Se lee la
historia de la Pasión del Señor según San Juan del mismo modo que el
domingo precedente.
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u otro cantico bíblico el gradual y el Aleluya u otro canto interleccional. Él
mismo, si se juzga oportuno, puede incoar el Aleluya y el versículo (OGMR,
37 a y 67).
Para ejercer esta función de salmista es conveniente que en cada
comunidad eclesial haya unos laicos dotados del arte de salmodiar, y de
facilidad en la proclamación y en la dicción. Lo que hemos dicho
anteriormente acerca de la formación de los lectores se aplica también a los
cantores del salmo.
57. Igualmente, el comentador que, desde el lugar apropiado, propone
a la asamblea de los fieles unas explicaciones y moniciones oportunas,
claras, diáfanas pos su sobriedad, cuidadosamente preparadas, normalmente
escritas y aprobadas con anterioridad por el celebrante, ejerce un verdadero
ministerio litúrgico (OGMR, 37 a y 68).
Código de Derecho Canónico (25.I.83)
230.1) Los varones laicos que tengan la edad y condiciones
determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados
para el ministerio estable del lector y acólito, mediante el rito litúrgico
prescrito; sin embargo, la colación de estos ministros no les da derecho a ser
sustentados o remunerados por la Iglesia.
2) Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de
lector en las ceremonias litúrgicas así mismo todos los laicos puedan celebrar
las funciones de comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho.
3) Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no hayan ministros,
pueden también los laicos aunque no sean lectores ni acólitos suplirles en
algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra,
presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada
Comunión, según las prescripciones del derecho (Cf C. 766). Exceptuada la
homilía (C. 767).
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