El Poeta Angelico de La Vanguardia Argen PDF

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A Roberto Heredia Correa

in memoriam
PASADO, PRESENTE Y PORVENIR
DE LAS HUMANIDADES Y LAS ARTES IV
PASADO, PRESENTE Y PORVENIR
DE LAS HUMANIDADES Y LAS ARTES IV

Diana Arauz Mercado


Coordinadora
Pasado, presente y porvenir de las humanidades y las artes IV
Primera edición

© Contenido
Diana Arauz Mercado

© Características Gráficas
Texere Editores SA de CV

Corrección de estilo
Juan Emilio Sánchez
Ana Isis Cardona Padilla
Magdalena Okhuysen Casal

Diseño
Salvador Eduardo Posas Guzmán

Imagen de portada
Alberto Durero
Melancolía I (fragmentos)

Cuerpos académicos participantes


Estudios de Historia Institucional, Política y Social de la Nueva España
UAZ–CA–148
Fuentes y Discursos del Pensamiento Contemporáneo
UAZ–CA–171

ISBN: 978 607 8028 27 6

zacatecas
m m x i i
Presentación

Víctor Hugo Méndez Aguirre

E l futuro de las humanidades y las artes se encuentra indiso-


lublemente ligado a su presente y a su pasado. El volumen
número cuatro de la colección editada por Diana Arauz, en este
momento en sus manos, constituye un índice de tal continuidad en
Iberoamérica. La obra está integrada por poco más de dos docenas
de monografías redactadas por especialistas de España, América del
Sur y México sobre pesquisas realizadas en diferentes áreas acadé-
micas, desde los estudios clásicos hasta los estudios de género, sin
soslayar la literatura, la estética o la historia.
El libro inicia, como ya empieza a ser tradición en esta colección,
con tópicos atinentes a los estudios clásicos. El escrito que abre
es “Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus
fuentes clásicas”, en el que Xosé–Carlos Ríos aborda el mismísimo
origen celta de Gallaecia y su romanización. Casi podría afirmarse
que lo humano resulta incomprensible sin su capacidad de sincretis-
mo y de hibridación, ya sea en lo genético, lo religioso o el lenguaje.
Anna Maria d’Amore enfatiza la interrelación entre idio-
mas en “El asombro, la hibridez y la traducción”. En el mundo
globalizado, donde imperan las tecnologías de la información
que conectan el planeta en tiempo real, en el que el inglés se ha
tornado lengua franca —existen más angloparlantes no nativos
que parlantes nativos— la traducción de una lengua a otra sigue
siendo una labor fundamental para la comunicación. También es
de vital importancia para los hispanoparlantes entender la mutua
influencia del inglés y el español.
Entre la traducción y la hibridación del habla, la manera de leer
los textos también ve incrementada su respectiva familia, como
10 Presentación

lo ilustra Coral Cuadrada en su “De Altamira a las Digital Huma-


nities: recorridos lectores”. Desde las pinturas rupestres hasta el
Internet la manera de escribir y de leer dependen en buena parte
de la tecnología existente en cada época. Las artes no pueden
dejar de aparecer en esta colección. En el presente volumen se
estudian tanto desde la perspectiva estética como en algunas de
sus manifestaciones concretas.
Desde Platón, cuando menos, las preocupaciones centrales de
los filósofos han incluido lo bello en general y el arte en particular.
Rolando Picos Bovio ofrece sus pesquisas atinentes a “Arte y belleza
en la reflexión estética ilustrada; los cimientos del romanticismo”. El
filósofo neolonés nos recuerda que la categoría filosófica “estética”
fue acuñada tardíamente, en el siglo XVIII, por Alexander Gottlieb
Baumgarten, y hace hincapié en que las reflexiones antiguas sobre lo
bello y el arte privilegiaban el objeto, pero la modernidad desplaza
progresivamente su interés hacia el sujeto. Héctor García Cid, en
“La estética bajo el imperio de lo social. Una reflexión en torno
de la teoría estética de Theodor W. Adorno”, se enfoca en la obra
de uno de los corifeos de la escuela de Frankfurt. Adorno, subraya
García Cid, erigió la obra de arte como el eje gravitacional de su
pensamiento y es a partir de la caja de herramientas conceptuales
de este que aquí se analiza la crisis contemporánea del arte.
Entre el objeto estético de los antiguos y la preeminencia del
sujeto de los modernos, y a pesar de teorías contemporáneas
sobre la presunta “muerte del arte”, las obras de arte siguen
poblando los museos del mundo y su estudio e interpretación
continúa siendo una labor pendiente. Ma. Laura Montemurro se
dedica a una talla en madera realizada en Navarra, posiblemente
entre los siglos XIII y XIV, que actualmente se encuentra en el
Museo Nacional de Bellas Artes en la capital de Argentina. “Una
talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas
Presentación 11

Artes en Buenos Aires: La Virgen con Niño procedente de la ex


colección Larco” es el título del escrito.
Luis Felipe Jiménez se aboca al análisis de uno de los artistas
mexicanos más destacados del siglo veinte: Ricardo Martínez de
Hoyos (1918–2009). “El mestizaje o lo irreductible en la pintura
de Ricardo Martínez” ofrece un estudio de un pintor cuya obra,
de espíritu independiente, quizá fue eclipsada por el fulgor y el
ascendiente internacional de los grandes muralistas nacionales;
pero que ha ganado por méritos propios un lugar privilegiado en
la historia del arte mexicano y, en tanto que genuinamente mexi-
cano y latinoamericano, sin dejar de incorporar sincretismos con
la cultura clásica, universal.
La mimesis a través de la imagen sin lugar a dudas forma parte
del universo de la aisthesis; pero en igualdad de derechos se en-
cuentra la literatura. Y el logos, la palabra, imita y crea mundos. Los
mundos barrocos aclimatados en América incluyen el tópico de
la simulación, como lo muestra Judith Navarro en su estudio “La
simulación barroca en Los pasos perdidos”. La autora postula que
el barroco importado de Europa se conjugó con sensibilidades y
cosmovisiones prehispánicas que pueden ser consideradas barrocas.
Barroco por ambos lados, Alejo Carpentier imprime a su novela
un sello inconfundible. Mirando en dirección a la América austral,
Florencia González presenta “El poeta Angélico de la vanguardia
argentina. Una biografía intelectual de Leopoldo Marechal”. En
este texto se abordan los avatares creativos y biográficos experi-
mentados en Europa y en Argentina por un escritor que conoció
tato el ostracismo por motivos políticos como el Olimpo literario.
El teatro, manifestación artística que ha sido relevante durante
siglos en diversas sociedades, ha desempeñado funciones varias, des-
de educar hasta evangelizar; pero nunca se puede ignorar que parte
no desdeñable de su éxito se explica por el goce que produce en los
12 Presentación

espectadores. Teresa Losada se dedica al estudio de la obra de Carlo


Goldoni y a la influencia que ejerció en el drama de varios países
de Europa en “El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en
Francia y España”. Ana Isabel Simón Alegre ofrece su aportación
sobre el teatro decimonónico en España en “Concepción Gimeno
y el ocio teatral madrileño en 1873”.
Desde Heródoto y Tucídides, la historia ha formado parte de los
estudios sobre el ser humano y la sociedad. En el caso de Iberoamé-
rica, su historia involucra raíces procedentes de diversos continentes,
no solo América y Europa. ¿Acaso 1492 no fue tanto el año del
“encuentro” como el de la derrota de los Nazaríes en Granada? ¿Y
ambos eventos no son definitorios en la conformación de Espa-
ña? Sea como fuere, no puede soslayarse la impronta musulmana
en la península ibérica. Abdellah El Moussaoui, en “Biografía del
Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al–Dín” presenta la azarosa biografía
intelectual de un místico sufí del siglo XIII que inició su vida y su
obra en al–Andalus, actualmente Murcia, y que la concluyó, después
de explorar suerte en el norte de África, en la Meca. Para el místico
hispano–árabe todo conocimiento de Dios, incluso el analógico, es
inviable, pero el éxtasis místico sí es contemplado como posible.
Las formas de propiedad constituyen en sí mismas campos de
estudio de la historia. De hecho, resulta imposible entender algunos
reclamos de pueblos originarios sobre sus territorios sin tal historia,
como postula Corina Luchía en “Apropiación comunal de la tierra:
pasado y presente de una relación compleja”.
Es de reconocer la labor de la Asociación Zacatecana de Es-
tudios Clásicos y Medievales en la promoción de la investigación
científica sobre y desde Zacatecas. Varias son las fuentes a partir de
las cuales se pueden tener noticias de dicha entidad federativa: los
archivos eclesiásticos son privilegiadas. Jezziel Garza de la Fuente
se dedica al estudio de “Los archivos eclesiásticos. La situación en
Presentación 13

Zacatecas”; se preocupa por ilustrar el tipo de documentos exis-


tentes en los archivos parroquiales y su organización. Ma. Lorena
Salas y Ángel Román, por su parte, recurren a los grabados para
indagar sobre el desarrollo de la Ciudad, con su peculiar “traza de
plato roto” y sus calles zigzagueantes, durante el siglo XVIII. Su
acápite se titula “Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de
los grabados de 1732 a 1799”.
La educación impartida en la Zacatecas decimonónica y durante
los primeros lustros del siglo veinte, con sus innegables logros y sus
peculiaridades, como la paga desigual ofrecida a varones y mujeres,
es investigada por Ma. del Refugio Magallanes en su texto “La pro-
fesionalización de la enseñanza en Zacatecas. Homogenización y
distinción de los preceptores, 1863–1912”.
Una de las líneas de investigación emergentes a mediados del
siglo XX y ahora claramente consolidada es la conocida como “es-
tudios de género”. Tornar visibles a las mujeres que artificialmente
habían sido ocultadas por un pensamiento patriarcal que les asignó
exclusivamente funciones reproductivas y domésticas se ha vuelto
un imperativo de las teóricas feministas.
El “género”, esto es, la construcción social impuesta a los cuer-
pos sexuados, conjuga lo biológico y lo cultural, sin poder prescin-
dir de ninguno de los términos. Platón no se equivocó al señalar
que en lo relativo a la procreación son los cuerpos de las mujeres
los que conciben, paren y amamantan. Parte de su antropología
filosófica retoma la ciencia médica de su época, la hipocrática. Y la
ginecología y la pediatría iniciadas por esta escuela reconocen una
evolución continua, como lo ilustra Silvia Nora Arroñada en su
trabajo “Una medicina para los niños”. Sin embargo, las mujeres
mismas también destacan en el tándem ginecología/pediatría desde
las épocas clásicas. ¿Acaso la madre de Sócrates no era partera? ¿Y
no quedan suficientes constancias de mujeres entre los hipocrá-
14 Presentación

ticos? Diana Arauz Mercado, en su aportación titulada “Mujeres


y niños en las obras médico–quirúrgicas de Madame Fouquet”,
rescata la aportación de una de estas mujeres a las ciencias durante
el siglo XVII. Medicina, farmacéutica y química fueron campos
explorados por Madame Fouquet, cuya aportación a las ciencias
merece no ser olvidada.
Las mujeres pertenecientes a las elites gobernantes comparten
con los varones de sus familias un lugar destacado y constituyen
ellas mismas un objeto de estudio igualmente privilegiado en tanto
que dejan tras de sí mayor cantidad de documentación y propiedades
materiales que los heredados a la posteridad por mujeres comunes
y corrientes. Diana Pelaz Flores estudia en “El tesoro de las reinas
consortes castellanas en el siglo XV. Composición, decoración y
significado” la necesidad de demostrar a los ojos de los súbditos
el poder de las familias reales determinó que las mujeres de estas
poseyeran y exhibieran objetos suntuarios.
Virginia Aspe Armella, en su texto “El humanismo sorjuanino y
su conexión con el arte barroco novohispano”, se aboca al análisis
del pensamiento de la principal filósofa del barroco mexicano, Sor
Juana Inés de la Cruz, quien, como una Axiotea criolla, filósofa que
se vistió de hombre para acudir a la Academia de Platón, soñó con
asistir a la universidad como su antecesora griega; aunque no disfrutó
de la tolerancia recibida por la Axiotea originaria, la sobrepasó en el
sentido de que de ella se conoce su obra y se aprecia su lugar dentro
de la historia de la filosofía por autores como Méndez Plancarte u
Octavio Paz. Aspe Armella subraya que Sor Juana representa la cús-
pide del barroco novohispano, nuestra “primera expresión artística
identitaria”. La mayor fineza de Cristo para con nuestra especie,
según la monja jerónima, fue concedernos la libertad, la autonomía.
Algunas mujeres dejaron huella en el ámbito de la economía
virreinal. En el caso de la sociedad zacatecana existen elementos
Presentación 15

documentales que demuestran que algunas de ellas afrontaron por


sí mismas el reto de mantenerse por sus propios medios y, en tal
situación, forman parte de la cantera que cimienta lo que ha llega-
do a ser Zacatecas en nuestros días. Así lo ilustra Gloria Trujillo
Molina en su estudio “Mujeres en los negocios: Zacatecanas de
los siglos XVIIXVIII”.
Buena parte de las reflexiones sobre las mujeres gravitan en tor-
no de la educación a la que han tenido realmente acceso y la lucha
que han debido librar para ir conquistando progresivamente mayor
igualdad educativa en particular y justicia en general. El magisterio,
aunque frecuentemente considerado una extensión de los cuidados
maternos, permitió a un número considerable de mujeres dedicarse
a una profesión remunerada con reconocimiento social. Magdalena
Contreras escribe “La educación superior para las mujeres en el
siglo XIX”, donde señala que la educación impartida a las mujeres
en aquel entonces perseguía mejorar sus capacidades para formar
ciudadanos antes que para que ellas mismas se desempeñaran
como ciudadanas en igualdad de derechos con los varones. En ese
sentido, las mujeres decimonónicas que tenían la fortuna de ser
educadas solo recibían una “pseudoeducación”, una educación que
no se comparaba de ninguna manera con la accesible a sus herma-
nos. Sin embargo, a pesar de las limitaciones, la educación de las
mujeres contribuyó a su progreso igualitario en alguna medida no
desdeñable. En “Los inicios y el debate sobre la educación superior
femenina en el México porfirista”, Norma Gutiérrez Hernández
señala que el gobernador de Zacatecas Genaro García, cuyo período
al frente de dicho Estado abarcó los años 1900–1904, fue pionero
de la inclusión social de la mujer y de su educación. Esto resulta
más notable si se repara que tal postura de avanzada fue anterior al
congreso feminista de Yucatán. Gutiérrez Hernández hace hincapié
en que fueron las mujeres mismas quienes buscaron su emancipa-
16 Presentación

ción y que el ejercicio magisterial fue uno de los campos donde esta
fue viable durante el período porfirista.
La riqueza y la complejidad de las humanidades y las artes en
el tercer lustro del siglo veintiuno, con su riqueza heredada y los
desafíos recientemente planteados por la tecnología y la evolución
social, encuentran en este volumen dos docenas de monografías,
rigurosas cada una en su campo. Un excelente índice del estado de
la cuestión de nuestro tiempo.
Prólogo

Diana Arauz Mercado


Universidad Autónoma de Zacatecas

L legamos a la cuarta entrega de nuestro libro colectivo. La ininte-


rrumpida publicación del mismo nos ha traído alegrías y tristezas
académicas. Dentro de las segundas, dedicamos este IV volumen a
quien presentara por vez primera Pasado, presente y porvenir de las huma-
nidades y las artes: el Dr. Roberto Heredia Correa, artífice de la cultura
novohispana y amante traductor de textos latinos, quien falleció el
pasado 3 de noviembre en la ciudad de México. En lo personal le
agradecí infinitamente que, sin pertenecer a su círculo cercano de
colegas o amigos, en un acto más de su amable generosidad, avaló
este proyecto desde su primera lectura y, a vuelta de correo electró-
nico, añadió las palabras: “no lo deje. Este proyecto tiene futuro”;
ingenuamente lo creí y lo sigo creyendo con toda ilusión.
La partida de este entrañable ser humano trajo a mi mente la
simbólica y hermosa imagen Melancolía I de Alberto Durero (la cual
reproducimos en la portada del libro), unida a un par de hechos
que dentro de la numerología mágica representada por el alemán
coinciden con la azarosa cotidianidad de quienes participamos en
esta obra: 4, el volumen del presente libro colectivo, y 8 los años
que cumplió la coordinadora del mismo residiendo en este enig-
mático país, México. Espero que la suerte no abandone a nuestro
equipo de trabajo y siga proporcionándonos invaluables lazos de
comunicación, abiertos al diálogo académico interdisciplinario.
En esta oportunidad, reitero mis agradecimientos a los miembros
de la Asociación Zacatecana de Estudios Clásicos y Medievales
(AZECME) por mantener vivo después de cinco años el espíritu
de las actividades propuestas por la Asociación y la continuidad del
18 Prólogo

libro colectivo; gracias a articulistas y miembros del consejo asesor


pertenecientes a la Asociación Mexicana de Estudios Clásicos, Uni-
versidad Autónoma de Zacatecas, Universidad Nacional Autónoma
de México, Universidad de Guadalajara, Universidad Autónoma de
Nuevo León, Universidad Panamericana, Universidad Autónoma
de México–Iztapalapa, Programa Universitario de Estudios de
Género, Universidad Católica Argentina, Universidad de Buenos
Aires, Universidad París 1 Sorbona, Universidad Complutense de
Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad de Bar-
celona, Universidad Rovira y Virgili, Universidad de Valladolid y
Universidad de Murcia.
Así, pues, seducidos por la composición alegórica de Durero,
asumimos una especie de juego numerológico (ahora concentrados
en el 5) pretendiendo seguir, a partir de la palabra escrita, esta suerte
de constante mágica a través del tiempo. Por tal razón, Pasado, presente
y porvenir de las humanidades y las artes V, recibirá sus aportaciones hasta
el último día de febrero de 2013 en las áreas acostumbradas: filosofía
y estudios clásicos, literatura y discursos literarios, artes y estética,
historia medieval, historia/derecho/sociedad e historia de las mu-
jeres. No obstante seguir a Melancolía (“rodeados con instrumentos
para el trabajo creador pero cavilando tristemente con la sensación
de no llegar a nada”) gracias de todos modos por leer y reflexionar
a través de lo que brindamos en este modesto libro.

Zacatecas, noviembre de 2012.


I. FILOSOFÍA Y ESTUDIOS CLÁSICOS
Los Populi Callaici lucenses de la Gallaecia romana
desde sus fuentes clásicas

Xosé–Carlos Ríos Camacho


Universidad de Murcia

Situación geográfica y poblacional

E l conocimiento que, sobre la geografía que aquí denomi-


naremos Gallaecia (desde Diocleciano, nombre oficial de
esta región, 284–305), poseían los romanos antes de la primera
campaña de conquista y castigo de Décimo Junio Bruto (137 a. d.
C.) debía ser más bien escaso a la vista de los mejores geógrafos
grecolatinos que tendrían por límite más o menos esas fechas o
inmediatamente posteriores (Estrabón, Plinio, Mela, etcétera). El
contacto primero (nos relata Apiano) fue sin duda con los bráca-
ros y galaicos, nombre este de una tribu que va a dar generalidad
a los pueblos étnicos que se extienden al Norte y Este —cara
al Duero medio y en lo septentrional no mucho más allá del río
Navia cantábrico—, donde los astures, ligados y emparentados en
gentes con castellum galaicos, tienen ya sus tierras.
Después del general Bruto (Brutus Callaicus en los Fastos Capi-
tolinos que relata Ovidio), el interés romano por el mineral gallego
(estaño, oro), el comercio marítimo atlántico y la posición estratégica
de Finisterrae para definitivo asiento de sus legiones —control de la
meseta norte peninsular—, va a crecer con la expedición de Publio
Craso (96–94 a. d. C.) donde ya se constatan cerámica campaniense y
monedas republicanas en habitaciones castreñas. Poco a poco la Ga-
llaecia bracarense se va romanizando tímidamente y sus estructuras
sociales de pequeños poblamientos fortificados o castros, aunque aún
por mucho tiempo sólidas —hasta prácticamente la Edad Media—,
se van resintiendo en su tendencia a ir dejando las antiguas tierras
22 Xosé-Carlos Ríos Camacho

colectivas, aumentando los propietarios privados, más pactistas con


el futuro agresor, ya conocido en todo el orbe peninsular —guerras
celtibéricas y lusitanas, en las cuales los galaicos lucharon en confe-
deración contra un enemigo común—. No solamente eso: se funda
Aquae Flaviae (Chaves, Trás–os–Montes, Portugal), Lucus Augusti
(Lugo, después de las guerras del Noroeste, con Fabio Máximo), y
se expande la cultura latina por el Tâmega brácaro, al igual que el
recién denominado Portus Cale (Porto, 73 a.d.C.).
César penetra a lo clásico por la Lusitania para llegar a la Ga-
llaecia, aún provincia Citerior o Tarraconense preaugústea (en su
primera división, los galaicos formarían parte de la provincia Lu-
sitania, para posteriormente modificarla en Citerior con capital en
Tarraco, 27–14 a. d. C.: la intención es práctica, además de tendente
a romper los lazos “confederales” y de gentes que de hecho exis-
tían entre galaicos y lusitanos), persiguiendo a coaligados vetones,
vacceos y lusitanos hasta más allá del Duero y Miño. El triunviro
julio rentabilizó su campaña obligando a los derrotados a pagar
tributos que los indígenas desconocían, llegando por sus medios
ante la aterrorizada ciudad ártabra de Brigantium (Cor1. —Coru-
ña—): era un primer y vivo contacto con los denominados por
ellos Callaici Lucenses que Ptolomeo contemporáneamente nos
describe. Es muy lógico que los geógrafos militares informasen lo
que iban viendo y recorriendo, a eruditos de la geografía interior y
litoral. El impacto que en los nativos causó la visita militar cesaria-
na con sus naves de guerra, consta en los escritos de Dión Casio
(37, Ha. Romana 52–53, s. II–III)2 y así se rindieron los ártabros en
su ciudad más activa, núcleo del Portus Artabrorum. Allí mismo
algunos historiadores datan la construcción del Faro brigantino en
esta organizada segunda expedición romana.3
Antes de ser galaicos lucenses (alrededor de la administración ro-
mana centralizada en Lucus Augusti, capital de Conventus consular),
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 23

los galaicos eran una sola entidad que también describe Estrabón,
limitados al Este por astures, y lusitanos más allá del Duero. Se
acomoda así un territorio a una designación administrativa romana
pero con una singularidad étnica, demostrable por su arqueología
castreña muy tipificada, concentrada y original de este ángulo noroc-
cidental. Centraremos nuestros esfuerzos en considerar las diferen-
cias entre los grupos bracarenses y lucenses, una de ellas por estar
estos en un menor grado de romanización y relativo aislamiento
en el largo proceso de expansión tanto cesariano como augústeo.
J. M. Blázquez considera que los lucenses que no vivieron la
expedición de Décimo Junio Bruto (pues solamente los ártabros
lucenses vivieron la de Julio César), sí debieron experimentar un
fuerte choque en plena guerra cántabro–astur al ver las tropas
romanas, y tratarían de adaptarse por la fuerza o en rendición al
pujante enemigo, pero siempre desde un ángulo aún muy indígena
e inferior en romanización a los cántabros y astures. Sería el cris-
tianismo paulatino, en su forma herética y ortodoxa, lo que jugará
el papel civilizador de lo latino–romano en la zona que estudiamos.
El territorio de la Gallaecia que aquí tratamos por fuentes romanas
es una tierra fuertemente indoeuropeizada desde tiempos preceltas,
una cultura muy antigua del Bronce Atlántico y que se debió de
imponer a la posterior celtización del Hierro;4 es una región con per-
sonalidad continental, costera geográfico–climática y étnica muy bien
definida en claro paralelismo con el nivel civilizador de la Segunda
Edad del Hierro (como las creaciones vetonas) donde sobrevivirán
formas indígenas preceltas, celtas y posteriores elementos ya roma-
nizados (latinos, italos y etruscos) que pudieron durar en estado casi
virgen hasta prácticamente más de dos siglos después de una supuesta
sumisión al poder imperial en toda la extensión de la lucense.
En esta cultura de los castros autárquicos (verdaderos “Nomoi”
vinculados a la tierra propia y con la libertad de autoabastecerse
24 Xosé-Carlos Ríos Camacho

siendo soberanos de lo que producen y de donde viven) o de aque-


llos ligados por lazos sanguíneos de populi a centuria (prácticamente
“castro”, castellum), no se dan apenas gentilidades (como sí ocurre
entre astures, cántabros, vetones, carpetanos, etcétera, excepción lu-
cense es solamente el caso de Guitiriz, Lu.), organizados de manera
un tanto improvisada pero no por ello carentes de referentes genti-
licios. En estos castros tampoco cabían los supuestos aislamientos
insolidarios, y las formas de poblamiento regidas por vínculos de
parentesco eran poblados (castellum) jerarquizados alrededor del jefe
(príncipes guerreros generalmente) pero asesorados y valorados por
un consejo de ancianos dentro de los diversos grupos gentilicios o
castros (funcionamiento similar al del Viriato entre los lusitanos).
Así, por ejemplo, los albiones lucenses podían comprender varios
castellum/centuria, como los cauriacos (quizás también emparentados
con familias astures). Los populi o grupos sub–étnicos de la “Galiza
Magna” del Norte abarcarían así múltiples castros unidos entre sí
por especiales parentescos consanguíneos de difícil —por imposi-
ble— estudio, pero sin duda existentes.5
Plinio (s. I) nos describe la Gallaecia en su extensión pero des-
de su óptica mera y lógicamente romana: “transmite Agripa que
Lusitania con Asturica y Galaecia se extiende en una longitud de
540.000 pasos y en una anchura de 536.000. Todos calculan que
el perímetro total de Hispania...”; es decir, después de la relativa-
mente reciente campaña augústea, la Gallaecia, aunque incluida
en la Citerior, es una extensión singularizada por su territorio y
gentes. Cuando, en el siglo IV y el V, Paulo Orosio describía en sus
diversas obras la situación geográfica de la Gallaecia, no discrimi-
nará nunca la división lucense/bracarense si no es para difundir
el prestigio de la Sede de Braga en relación con la capitalidad de
Lucus. Aquí la estricta delimitación romana del norte y sur galaico
ya no tendrá importancia (o sí, pero secundaria) y pasará a cons-
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 25

tatar mentalmente una Gallaecia más global, general y compacta;


como mucho Orosio nos habla en las campañas de Augusto de la
“praetera ulteriores Gallaecia partes” (Historiarum adversus paganos, VI,
21, 6), o de la “haut procul a Vacceais et Cantabris in capite Gallaeciae
sita” (V, 5, 12) para referirse a la zona lucense. Tampoco al hablar
de Brigantia diferencia esta ciudad–extremo, de la Gallaecia limitada
por el océano: “huius partes priores intentae Cantabrico oceano Brigantiam
Gallaecia civitatem...” (I, 2, 80).
Estrabón se referirá a la Gallaecia septentrional como ese con-
figurado extremo de la “piel de toro” donde el Cabo Nerio o Cabo
de los Ártabros (Αρταβροις), enumera el tercer lado de la Iberia
occidental (“...ártabros, que son los últimos de la Lusitania cara al
Noroeste...”, Geografia, III, 2, 9, “...y por eso hoy la mayor parte de
los lusitanos se llaman galaicos”, III, 3, 2).
Ptolomeo (Geografia ptolemaica) el griego, que llega a nosotros
por manuscritos medievales árabes y latinos de los ss. X, XII y XIII,
nos relata topónimos vinculados con accidentes geográficos, pue-
blos y ciudades en relación con coordenadas de latitud y longitud
(estudios de Luis Monteagudo). Limita el territorio de los “callaicom
loucension” (Καλλαїχῶν Λουχηνσίων)6 en la fachada occidental de la
Tarraconense, donde el promontorio Orvio (cabo Silleiro, entrada
ría de Vigo) de 44º N casi limitaría con la frontera sur de los mis-
mos, y el promontorio Nerion (cabo Fisterra o Touriñán según
algunos, Cor.) de 45º 10’ (30’ más a añadir para llegar al límite
septentrional y siempre según sus cálculos, corregidos hoy por el
citado doctor Monteagudo). Entre los puertos de los lucenses señala
la nomenclatura Gran Puerto de los callaicos lucenses (entrada de
Sada–Betanzos, Cor.) y la de Flavio Brigantio (Coruña), promon-
torio Lapatia Coru–Trileuco (Cabo Ortegal, Cor.), desembocadura
del río Mero, río Navia y río Navalión. Ciudades de los ártabros:
Claudiomerio (cerca de Muxia, Cor.) y Novio (¿Noia?, Cor.), y
26 Xosé-Carlos Ríos Camacho

otras ciudades lucenses: Buro (Bares, Lu.), Vica (cerca del Eo, Lu.),
Libunca (ría de Ferrol, Cor.), Pintia, Caronio, Turuptiana, Glan-
domiro, Ocelo, Turriga. De los caporos, dos ciudades: Iria Flavia
(Iria–Padrón, Cor.) y Lugo Augústeo (Lugo); de los cilinos: Aguas
Cálidas (Caldas de Reis, Pont.); de los lemavos: Dactonio (Monforte
de Lemos, Lu., entre otras teorías); de los bedios, Flavia Lambria
(Betanzos, Cor.), y de los seurros: Talamina y Aguas Quintinas
(amplia comarca de Cervantes galaico–leonés).
Hemos comparado las limitaciones de los territorios lucenses
y bracarenses en varia bibliografía y categorías históricas. El mapa
de José Cornide (1790, Gallaeciae Antiquae tabula) nos ofrece un
límite meridional que cortaría la península de Morrazo (Pont.) a
la mitad, y el Este incluso antes del río Navia astur–galaico. Otra
cartografía más moderna bajaría la frontera hasta la ría de Vigo,
antes de la raya del Miño,7 aunque otros autores como Blásquez
ampliarían la frontera oriental lucense en una de sus partes hasta
más allá de Lucus Asturum (Oviedo) y muy cerca de Astorga,
aunque limita dichas fronteras al año 27 a. d. C. de las conquistas
y en el contexto de conventus lucense de la Citerior. Más adelante,
el mismo autor y autores (muy influenciados por los trabajos de
Tranoy —1981—) nos situarán a los lucenses muy limitados por los
astures en la administración imperial definitiva. La Galicia/Galiza
actual no se corresponde en absoluto ni con la Gallaecia antigua
ni con la lucense; esta, debemos admitir, ocuparía todo el ángulo
Noroeste peninsular hasta el sur de los ríos Verdugo–Montes do
Testeiro–confluencia río Miño–Sil; el límite oriental desarrollaría O
Courel lugués–ourensano actual, parte del Bierzo y Ancares, hasta
llegar al Navia cantábrico.
Nacida de un campamento militar y anterior bosque sagrado de
los Copori (ver Ptol. II, 6, 23, en 7º 25’ y 44º 25’) consagrado al dios
Luc (corroboración únicamente lingüístico–toponímica —epigrafía:
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 27

Aemilia Lougo, raíz céltica— y por analogía con Luc–Dunum (Lyon,


Francia)8 aparece Lucus Augusti muy temprana, entre los años 26
y 24 a. d. C., en plena guerra cántabro–astur–galaica (29–19 a. d.
C.), siendo Paulo Fabio Máximo su fundador —inscripción que lo
confirma—, asentando ahí con posterioridad la Cohorte III lucense,
creciendo desde entonces en importancia económica, político–ad-
ministrativa y militar, antes de fortificarse, como sabemos, en los
años centrales del s. III, lo que delimitaría el antiguo campamento
militar. También constatamos en Lugo, capital conventual, una
vida social activa (baños públicos, termas, posible foro, mosaicos
de casas suntuosas, puente y vía de salida a la no. XIX, etcétera).
Plinio, contemporáneo del surgimiento del Lucus Augusti (con-
sagrado a Augusto y su consiguiente culto religioso al Emperador)
capital de todo el convento jurídico, nos describe toda la extensión
de la región poblada por dieciséis populi o grupos sub–étnicos que
sumarían 166.000 hombres libres —tomados del censo de Vespa-
siano o Agripa, sin conocer la fecha exacta— (Plinio IV, 111). Era
un modo de población sin apenas ciudades nombrables, muy rura-
lizado y castreño, y aunque podían existir inmediatamente núcleos
romanizados, estos permanecieron en sus castros como casi único
modelo de vida habitacional. La Cohorte lucense —evitando en lo
posible la presencia de indígenas castreños— vigilaría, entre otras,
las rutas de las vías primarias y secundarias que enlazaban minas
(oro, estaño, cobre, plomo, hierro) y comercio ya que se constatan
piezas de denarios de plata antoninianos, o monedas del s. IV.
Cabe pues centrar nuestro ámbito espacial en límites político–
administrativos que aprovechan accidentes geográficos seguros,
referenciales étnicos para una fase última de conquista y control de
un territorio inicialmente enemigo y adverso enmarcado en un plan
general de sometimiento de los pueblos bárbaros (estos son el ene-
migo que impide la ejecución y planes de un pueblo predestinado, el
28 Xosé-Carlos Ríos Camacho

romano) donde los luso–galaicos, celtíberos o íberos son indígenas


que deberían ser asimilables al sistema tributario, adscripción al
ejército regular o auxiliar, al modo habitacional urbano o munici-
pal, a una explotación minera de mano de obra esclava y nativa, y a
un territorio que la barbarología imperial romana imponía por las
armas con el real y paulatino adoctrinamiento (vemos la cartografía
de Vipsinius Agripa o el Res Gestae Divi Augusti, del propio Empe-
rador, donde se expresan las máximas del Orbis Terrarum/Orbis
Romanorum que Roma exigía a los sometidos) al lado de una lenta
latinización de la Península.

Rasgos generales: cultura, religión y economía


Las afirmaciones de Estrabón sobre el matriarcado o ginecocracia
(Geografia, III, 4, 17–18) entre los pueblos “montañeses” compren-
día también la zona probablemente más septentrional de la lucense
(“así es la vida de los montañeses[...] que son los que viven al lado
septentrional de Iberia, los galaicos, astures y cántabros, hasta
los vascones y el pirineo. Pues todos ellos tienen una vida seme-
jante”. III, 3, 7). Destacamos aquí las afirmaciones del geógrafo
que indican un predominio jurídico–político y económico de la
mujer en la sociedad castreña, amén de ser esta quien trabajaba el
campo (dando a luz en plena labor y dejando el sitio de su cama
al hombre para que cuidase a su hijo, es la “covada”) y sobre todo
la que dotaba al hombre en su matrimonio dibujando así una so-
ciedad marcada por lo femenino y de orden matrilineal (también
hay referencias a los ártabros). Refuerza esta idea (Schulten, Julio
Caro Baroja, José Carlos Bermejo Barrera) la práctica del “avun-
culado” o autoridad del tío por parte materna en el clan familiar.
El debate a que puede dar este tipo de interpretaciones no cabe
en este trabajo, pero comentaremos tres aspectos que nos intere-
san. El padre Schmidt explica el desarrollo del derecho materno
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 29

relacionándolo con la propiedad (ciclos matriarcal–agrícolas) y


diferencia una serie de fases que enumeramos:

1. Mujer trabajadora de la tierra, perteneciente a un grupo social


determinado, domina sobre un hombre que no es de origen
verdaderamente libre (puede pertenecer a otro). La mujer le
transmitirá sus derechos y propiedad en una segunda fase.
2. Los parientes de la mujer (cabe aquí el avunculado) ganan terre-
no de poder y van desplazando a la mujer en su protagonismo
social. Los hijos ya tienen derecho a la herencia y ya hereda toda
la familia: así se pierde la exclusividad materna.
3. Finalmente para Schmidt, el marido y la linealidad paterna ganan
prestigio social y económico ante el papel de las instituciones
matriarcales, dando lugar así al “matrimonio de servidumbre”
donde el hombre es amo y señor muy respetado en una sociedad
eminentemente guerrera y patrilineal [Estrabón narra el caso
de un padre que ordena a un hijo dar muerte a sus hermanos y
madre antes que cayeran en manos del enemigo (III, 4, 17)].

Podemos pensar que la opinión antropológico–geográfica de Es-


trabón (el más puntual en este tema) pudo haberse fundamentado
en muchos pueblos norteños posiblemente “suspendidos” en fases
pro–matriarcales, con sus notables diferencias de nivel, por lo que
cabría esperar con facilidad la diversidad de los grupos étnicos; una
muy diferente realidad de prestigio o hegemonía social tenía la mu-
jer en los distintos grupos étnicos callaicos, astures o cántabros (al
parecer, estos tenían una mayor tendencia a la ginecocracia), depen-
diendo de su momento actual o fase que estuvieran desarrollando.
Monógamos exclusivos o no, los matrimonios antiguos del Norte
indican una forma de filiación matrilineal pero no por ello se debe
pensar en una especial hegemonía femenina de la sociedad castreña
30 Xosé-Carlos Ríos Camacho

(insistimos que tendente a estar desde sus castellum en un determi-


nado estadio de ciclos matriarcal–agrícolas, o cara a la organización
de clanes guerreros...), detentadora de cierto poder económico (po-
sesión y cultivo de la tierra). Sin embargo no podemos olvidar que
el hombre poseía también una importante autonomía económica,
justo por el motivo de ellos entregar su dote. Paulatinamente el
poder militar, cada vez más asentado e institucionalizado (cofradías
indoeuropeas asociadas a un dios particular del cual emanaban
las virtudes de fuerza, guerra y virilidad) tiende a ser únicamente
masculino (aunque no se excluye la participación militar femenina,
también constatada —A. Diógenes— en combate unido al de los
hombres —Estrabón III, 4, 17—), y así nos lo demuestra la ten-
dencia a ser el hombre quien ocupa el liderato de las gentilidades,
gentes o centurias–castellum, y la constante presencia de nombres
de hombres y no de mujeres, en la epigrafía. Tal vez, aún en esta
última fase de preponderancia viril, cierta ginecocracia puede ser
practicada con una sutilidad tan esencialmente femenina como
activa, simultáneamente al ascenso acreditativo del varón.
Es necesario interpretar lo que nos cita Estrabón (III, 4, 16)
relativo a la religiosidad castreña: “algunos autores dicen que los
gallaicos son ateos y en cambio los celtíberos y sus vecinos del
Norte adoran cierta divinidad innominada (de culto lunar)...” Si
bien muchos historiadores rechazan por improbable el ateísmo,
lo cierto es que al ser austeros la religión, los símbolos y los ritos
y al estar dispensados de formas antropomórficas de la divini-
dad —difícilmente escultóricas y por lo tanto incomprensibles
para la mentalidad greco–latina—, y en consecuencia ser mezcla
de tradiciones megalíticas y prerromanas, e incluso precélticas
con célticas, el geógrafo griego pudo no haber percibido que las
creencias gallaicas/callaicas eran muy diferentes a las suyas propias;
las pervivencias abstractas de los petroglifos del Bronce (culturas
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 31

animistas, astrales y lunares/solares) y la existencia de una divinidad


tan presente en sus vidas como difícil de describir con la forma y
la palabra, refuerzan esta idea.
Las ideas cosmogónicas y de escatología de los callaicos del
momento solamente permiten interpretaciones de compleja lectura
a través de la epigrafía, arte funerario —recordemos la estela de
Mazarelas, Cor., por su especial importancia—, lingüística9 y textos
clásicos. Son arriesgadas las conclusiones que señalan que nuestros
lucenses o bracarenses compartían su camino espiritual y vital y el
pensar religioso o esotérico–exotérico con los galecienses y lusi-
tanos. Pervivía aún en estos pueblos, en pleno período imperial, el
culto y creencias en dioses vinculados a la naturaleza (montañas,
ríos, fuentes), asimilaciones al panteón romano —también de co-
mún substrato indoeuropeo— como Ares–Marte, diosas madres
fertilizadoras, los dioses propios como Lucoves, Bandua, Brico,
Aerno, Poemana, Cosuena, unidos muchas veces a la general creen-
cia (inscripciones no faltan) en pequeñas entidades, lares, genios,
tutelas y cultos muy extendidos al sol (carros solares, espirales,
círculos, cascos de Leiro, ajuares, grabados en losas de ascendencia
megalítico–broncínea, esvásticas, etcétera), fuego, muertos, falos,
todo puesto en escenas de sencillas ceremonias como las que se
pudieron acostumbrar en las “mesas de ofrenda” tipo Láxea das
Rodas (prov. Coruña). Seguiría la lista con escatologías que darán
paso al “Camino de las Estrellas”, de clara ascendencia cultual a la
Vía Láctea, o el origen etéreo de las almas.
Sería normal para el hombre antiguo creer en la inmortalidad
del alma solamente con ver la trascendencia y la fuerza tan directa
como duramente existencial de la Naturaleza, llena toda ella de
vida y paso a la muerte, todo un misterio sobre el qué pensar,
sentir y desvelar. Gradualmente, ya desde la incineración, lo que
se cultuaba era el alma del muerto, el más allá de ese territorio
32 Xosé-Carlos Ríos Camacho

desconocido relacionado a los astros, donde el juego simbólico


aparece tan diverso como unificado en esa idea general y centrí-
peta como es la de una “divinidad innominada”, dios de difícil o
sacrílega representación.
Podemos encontrar un panteón indígena abundante en los dioses
ya mencionados, asociados a otras divinidades con epítetos añadidos
(Cohventene, Bormánico, Vestio Alonieco, etcétera), en poblamientos
rurales y urbanos, Olimpo céltico que convive con cultos de sincretis-
mo galaico–romano (Júpiter Candamio) e innumerables genii, ninfas
y lares. Otros dos grupos de acercamiento a lo sagrado lo confor-
marían los seguidores de los dioses grecorromanos (Júpiter, Marte,
Mercurio —asimilado aquí al Lug céltico o al mítico Hércules—,
Minerva, Fortuna, etcétera), y un último grupo de origen oriental
(Isis —santuario de Panoias, Trás–os–Montes, Port.—, Serapis, Ci-
beles, Mitra —en Caldas de Reis, Pont.—), quizás introducido por
multitud de legionarios de procedencia o destinados al servicio desde
los límites africanos o palestinos. En un período final o tardío, hará
acto de presencia el cristianismo, unido también al Oriente, portador
de enterramientos no incinerantes y sin ajuares, aunque ya estuviese
presente entre los gallaicos la inhumación con joyeros en los tiempos
bajoimperiales (necrópolis de Compostela, rua Real de Coruña).
Adscritos al área de la Gallaecia lucense, conviven una serie de
divinidades y teónimos que aquí enumeraremos los que son, sin
duda, los más estudiados:

1. Bandua/Banda/Bandis. Raíz indoeuropea “ligar, atar”; dios


ligado a determinadas comunidades humanas, de significado
guerrero y relacionado con la soberanía; estaría asociado a epó-
nimos de sufijo –briga. Bandua está vinculado al dios Marte, a
cofradías guerreras célticas (Pátera a Bandua Araugelense, dedi-
catoria de los vexilla galaico–romanos). Epigrafía: Ara lucense
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 33

de Curvián, Lu., más presente en el área bracarense: Bandusso/


Olecco/Sulpicius/ Sincerus / V.S.L.M.
2. Cosus/Esus (antropónimo y étnico incluido). Muy usado en
la onomástica galaica y céltica en general, “el leñador divino”,
sobrenombre galo del Júpiter céltico, también vinculado a Marte,
dios del valor de los guerreros, refuerza el vínculo de los mismos
con el jefe. Epigrafía lucense: Brancomil, Cor.; San Esteban del
Toral, Bembibre, Le.; San Pedro Castañero, Bierzo, Le.; Serantes,
Lugo; San Martín de Meirás, Coruña; Romai Vello, Pontevedra;
Noceda, Bierzo, León; Torres de Nogueira, Coruña; El Valle y
Tedejo, Bembibre, León.
3. Nabia. Aparece la distribución de la epigrafía de este teónimo
indígena en tres aras del Conventus lucensis, siete en el bra-
carense y seis en la Lusitania, con incidencia en Cáceres. Es
una diosa acuática (del sánscrito “Navya”), vinculada a los ríos
(Navia actual, o el río de los albiones (Plinio IV, 111); aunque
no falta quien lo relacione con el Nabelcus céltico altoprovenzal
(Guyonvarc´h), significando “maestro, señor”, “dios de la rue-
da”, vinculado a la soberanía y probablemente al Marte céltico
o al Júpiter galorromano. Epigrafía lucense: Guntín, Lu.; Castro
de Penarrubia, Lu.; Sanmamede de Lousada, Guntín, Lu.; y
soldados que militaban en la Cohors I Lucensium.
4. Ogme, Nuada y Lug. Marte y Mercurio celtas, fácilmente cons-
tatable por los estudios de Dumézil, F. Le Reux y Blanca García
Fernández–Albalat en mitología comparada indoeuropea, muy
presentes todos en nuestra área.
5. Reua. Esta diosa va acompañada de epítetos (eisuto, bravaecus,
mitaecus, langanitaecus, laraucus) y está asociada a una descripción
geográfica de lo sagrado (llanura, “en medio”, plano, ancho), a
la ligación tierra–rey, en una dualidad femenina–masculina, pero
es otra divinidad relacionada a la guerra y a las comunidades
34 Xosé-Carlos Ríos Camacho

indígenas. No hay epigrafía lucense, solamente el límite con el


ourensano Castro Outeiro de Baltar, pero todo indica que su
culto se extiende desde la bracarense.
6. Edovio. Del indoeuropeo Ed– <aidh–, idh–, “quemar, arder”;
sobre E– inicial, <verbo irlandés atud, de la partícula indoeu-
ropea ad– (galés add–); la sufijación –io– es también del mismo
origen. La inscripción del ara de Caldas de Reis, Pont. es la que
sigue: Edovio Adalus / Cloutai (filius) / v(otum) / s(olvit) / I(ibens) /
m(erito). Estudiado desde Hüber hasta Isidoro Millán, no es tan
fácil ver su finalidad cultual. “El incendiador”, remoto Cilenos
o “Plutón”, Sucellus en el panteón galo o Bormanicus son re-
lacionados con aguas termales (de ahí su ubicación con Aquae
Calidae Cilinorum) incluso en Gallaecia, y nunca debemos excluir
que se transforma y va acompañado de epítetos indígenas.10
7. Otros dioses. Albocelus, Arus, Bodus, A. Bricus, Coronus,
Laevus, Neto, Rego (inscripción de Lugo, soberanía de Marte,
“dios–rey”), Senaicus, Mars Borus, Mars Carioeciecus, Mars
Saghatus, Mars Tarbucelus, Mars Tilenus/Tellenus (proximidad
del Monte Teleno, Le.).

En todo el período que abarca la anterior y plena galaico–romani-


zación, nos decantamos como sistema de estudio por huir de com-
plicadas elucubraciones escatológicas, erróneas siempre por falta de
visión y por no ser capaces de reconstruir el creer de los hombres
antiguos y sus cultos divinos; tomando en cuenta lo anterior, aquí so-
lamente exponemos un esquema de aquellos temas más estudiados.
La economía de estos pueblos del Norte debía ser sencilla y ligada a
su herencia protohistórica: colección de frutos naturales (bellota, con
molienda), harina para hacer pan, conocimiento general de la agricul-
tura (función principal de las mujeres), horticultura intensiva, cerveza,
trigo, lino, carne de cabra y su pastoreo, cría de ganado y quino, grasa
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 35

y carne de cerdo (general en los pueblos ganaderos y agricultores)


aunque con menos importancia de lo que pudiéramos considerar.
El ejercicio masculino de la caza como complemento económico y
deportivo de guerra tampoco se debe exagerar (J. Caro Baroja).
Para dominar a los pueblos bárbaros, los romanos barajaron en-
tre sus estrategias esenciales la de cambiar la norma de vida social y
económica de los elementos guerreros; así, el hombre libre castreño
de función guerrera fue transformándose en agricultor, minero,
bajando las concentraciones indígenas de las alturas y las medianías
a las llanuras, donde les esperaban los campos, la ganadería, la villas
y la producción intensiva para pagar los nuevos tributos.
La Gallaecia estaba ya definitivamente diseñada para el desarrollo
económico que Roma ansiaba implantar en este territorio y así se
creó el gran distrito minero del Noroeste11 que se extendía desde
Trás–os–Montes, gran parte de Lugo, Ourense, Asturias y León.
Aunque fuese más pingüe la extracción de oro, se recogía también
minio, malaquita, plomo, hierro, estaño (designado “plomo blan-
co” desde los tiempos prerromanos y en Artabria) y cobre, entre
otros minerales. A través de Braga y Brigantium los minerales de
la cuenca del Miño procuraban los puertos atlánticos para después
ser distribuidos en el Atlántico norte o en el Mediterráneo.
Una explotación intensiva de las fuentes mineras (oro, estaño y
hierro) sería dirigida directamente por ingenieros y administradores
romanos y etruscos —hoy lo sabemos por los estudios lingüísticos
de Monteagudo—; estas serían explotadas y de propiedad del fisco
imperial y no se darían en concesión a privados como en la mayor
parte de las provincias trabajadas por esclavos y libres autóctonos,
todos ellos dirigidos por los procuratores metallorum. Plinio habla
de 6.500kg de oro que se extraían por año desde la Lusitania y
Gallaecia a Roma. No es difícil imaginarnos a la Gallaecia trans-
duriana como un gran territorio horadado por catervae (cuadrillas)
36 Xosé-Carlos Ríos Camacho

que constantemente inspeccionaban y explotaban cualquier indicio


de vitales minerales, con preferencia las vetas de cuarzo, ya que
indicaban la presencia de oro. Esclavos como mano de obra fácil,
barata y fuerte —guerreros prisioneros de combates vivos— para
Roma, a los indígenas castreños les esperaba una vida muy dura
(recorramos los topónimos de “Galegos”, 21 parroquias que tes-
tifican que aquellas eran tierras de esclavos mineros en su propia
tierra: “damnati at metalla”) aquí y allá del Duero, todos relacionados
con minas extensivas o intensivas auríferas.
Aquí asentadas, las vigilantes legiones romanas dominarían una
fuerte inversión y explotación económica con pocos ejemplos
semejantes en el extenso Imperio (es posible que los cuerpos de
auxiliares galaicos del ejército romano no estuvieran destinados
aquí). Existen edictos de rebelión y deserción interesantes (Edicto
de Bembibre, “mando que cumplan sus obligaciones —impuestos
y servicios— [...] a los aliobrigiaeciones gigurros [...] junto con los
susarros...”, 15 a. d. C.) que hacen prever focos de resistencia y
guerrillas castreñas (“para la propaganda romana eran simples ban-
doleros”, nos recuerda L. Monteagudo) que el invasor presentaba en
sus discursos oficiales como bandidos o pobres bárbaros incultos
(citemos las fortalezas militares de policía férrea del Valle del Lor,
O Courel, Lu., desde donde también se defendía el transporte del
oro que venía del suroeste de León).
Las chozas que se apiñaban alrededor de las minas testifican la
forma de vida en su propio país de aquellos desdichados esclavos
que vivían ora encadenados o bien vigilados estrechamente por
causa de una más que probable fuga al mínimo descuido de las
legiones. Entendemos la cita de Orosio (VI, 21, 5) cuando narra
aquel capítulo del Medulium montem, cuyos últimos resistentes ca-
llaicos lucharon hasta perecer (“ignae ferro et veneno”) con sus
familias antes de ser condenados a la esclavitud minera de Roma.
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 37

La población galaica también se irá alistando al ejército vence-


dor, ya que era un eficaz instrumento romanizador para evitar los
trabajos forzados del resto de la población nativa y un mecanismo
para acceder a la plena ciudadanía y por tanto a un mayor prestigio
y poder social; a este respecto, es importante señalar que la adminis-
tración apoyaba que la aristocracia castreña militar se transformara
en cuadros de mando oficiales o suboficiales.12 Nuestras primeras
emigraciones de militares irán a la Germania belga (Cohorte I Pia
Fiel de Lucenses), Siria (Cohorte I de Lucenses, alae de caballería) y
la Iliria adriática (Cohorte I de Astures y Galaicos). Como provincia–
límite del Imperio, la guarnición–policía de los centros mineros no
constaría de elementos indígenas por mera estrategia básica y política
de no ver la cruel realidad del resto de sus paisanos y familiares.
Por costumbre, la leva militar se solía hacer por distritos o conven-
tos jurídicos y se hacía constar en las nominaciones de las unidades
militares el étnico de cada una: Asturum et Gallaecorum, Lemavorum, Lu-
censium, Lusitanorum, etcétera. Con la habilidad y experiencia romana,
se trataba de crear una convivencia de camaradería, origen común y
solidaridad entre cada unidad étnica, combatiendo normalmente muy
lejos de sus orígenes. A medida que se transformaban las necesidades
de los cuerpos, solamente iba quedando el nombre de cada una de
ellas, ya meramente geográfico. El mantenimiento del sentimiento
tribal o gentilicio suponía mucha facilidad para el alistamiento, pero al
mismo tiempo, una vinculación al Emperador de todo el grupo étnico,
incluido el resto de la población a la que pertenecían (el alistamiento
era en calidad de clientes al servicio del Emperador, con juramento
de fidelidad, más o menos como la devotio ibérica). Podemos localizar
7/8 unidades lucenses al lado de 15 astures, 8 bracaraugustanas y 11
lusitanas, lo cual nos puede dar una idea del volumen total y propor-
cional de los pueblos originales, no solamente de participación en
servicio militar. Serían las unidades (según Narciso Santos):
38 Xosé-Carlos Ríos Camacho

• 1 Alae de caballería de Lemavos (destino Bética, Mauretania)


• 1 Cohorte de ciudadanos romavos lemavos (Mauretania Tin-
guitana)
• Cohorte I Pia Fiel de Lucienses hispaniorum (Germania belga)
• Cohorte III Lucensium de infantería (¿Gallaecia?)
• Cohorte I Lucensium de caballería (Panonia húngara, Macedo-
nia, Siria, etcétera)
• Cohorte II Lucensium (Moesia, Tracia, Bulgaria)
• Cohorte IV Gallaici lucenses (Panonia, Moesia y Siria)
• Cohorte V Gallaici lucenses (Moesia)

De todos los ejércitos hispánicos peninsulares, más de una tercera
parte era del Noroeste, lo cual puede indicar una cierta fama de
hombres capacitados para la guerra (y el aprovechamiento de sus fa-
cultades), como habían demostrado anteriormente en su desempeño
como mercenarios en escenas bélicas europeas, africanas u orientales.
Por lo común usaban escudos redondos y de pequeño tamaño,
espada corta o “falcata”, puñal, lanza, dardos, hondas y hachas
bipennis. El casco de cuero protegía la cabeza e iba adornado con
algún símbolo de protección al estilo corintio, en particular una
media luna que se observa en algunos trabajos; su táctica eran las
guerrillas y emboscadas que aprovechaban los valles estrechos, las
montañas y los montes bajos para lanzarse a caballo con maniobra
maestra —adoptada por los mismos romanos con posterioridad—,
de ahí la fama de buenos jinetes que tenían.
Quedan configuradas desde el apaciguamiento político y de
hostilidades de la Gallaecia septentrional las redes viarias de fines
claramente militares, de control y desarrollo comercial que desde las
extracciones mineras de los tres conventus jurídicos se entrelazaban.
En plena época de Augusto y reforzada en tiempos de Tito, la vía
XVIII (Braga–Astorga, por Bierzo y Ourense) ligaba la Lusitania y
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 39

meseta occidental con Gallaecia, mientras la estratégica y antigua vía


XX “per loca maritima”, iría mejorada en paralelo con la XIX hasta
Caldas de Reis, Pont. El puerto de Flavia Brigantia con su Farum
Brigantium sería uno de los beneficiados por la funcionalidad de un
mayor volumen comercial atlántico al servicio de la economía del
noroeste romano, punta de lanza de sus conquistas de Bretaña y do-
minio del Oceanum gallaicum como despegue hacia el Norte desde
el Oceanum Gallico —“oceanusque Gallicus”— (Plinio IV, 114).
El Itinerario Antonino (aprox. siglo III) nos dibuja un país
articulado por ciudades primarias y secundarias cuya razón de ser
eran los intereses económicos y militares que dominaban las VI, X
y VII Legio Gemina; al lado de las tres grandes vías (XVIII, XIX
y XX) había una XVII que enlazaba Braga a Astorga desde el Sur,
tocando la Gallaecia meridional de pleno y unida a la “Vía de la
Plata” lusitano–extremeña; había también unos itinerarios comer-
ciales secundarios que se explican por razones que nos ayudan a
interpretar la importancia del volumen mercantil, de las ciudades,
minas, población, o bien el interés geopolítico y estratégico del
control administrativo imperial; es aquí donde una ciudad como
Lucus Augusta destacaría por su intensiva importancia militar y
burocrática (vías de Baños de Bande–Ourense–Lugo, en la cual
convergían la XX desde Coruña y la XIX desde Melide hasta la
capital del Conventus lucensis).

Los Populi Callaici lucenses


El Conventus lucensis está encuadrado en la Prefectura de Hispania
y Galia, la Diócesis de Hispania y norte de África, y la provincia de
Gallaecia desde Diocleciano (293); esta singularidad es reconocida
desde tiempos de Junio Bruto y César, y está plasmada en una
subdivisión de bloques llamados Conventus (Lucensis, Bracarensis
y Asturicensis) con sus correspondientes capitales desde donde se
40 Xosé-Carlos Ríos Camacho

capitaliza (ya en el s. I) el control militar, jurídico, administrativo y


fiscal; la administración de esta estructura territorial dependía del
Legatus Augusti pro praetore de Hispania, posteriormente Legatus
iuridici per Asturia et Gallaecia, normalmente ubicado en Astorga o
León. La designación étnica de lucenses es pues meramente demar-
catoria de los intereses administrativos romanos aunque podemos
entender dicho aprovechamiento desde una cierta homogeneidad
cultural, antropológica que atendía en su beneficio la autoridad im-
perial, no demasiado interesada en unificar a lucenses, bracarenses
y lusitanos, o coaligarlos —como ya lo estaban por biología y lazos
gentilicios— con los astures. El proyecto de la Gallaecia bajoimpe-
rial es tardío, y es de hecho el que heredará el Galliciense Regnum
de soberanía sueva altomedieval.
Constaba este convento lucense de 16 populi —nosotros constata-
mos más por sus subdivisiones e interpretaciones de las fuentes— y
16.000 hombres libres (Plinio III, 28). La realidad del Convento eran
unos populi o poblaciones indígenas mayores de conformación céltico–
castreñas que dejarían profunda huella en el proceso de romanización
más allá de lo altomedieval: jurisdicción eclesiástica (parroquias, feli-
gresía), religión–creencias, onomástica, modo de propiedad comunal
y privado, modo habitacional —casa de planta circular, ovalada y
cuadrangular— y formas arquitectónicas propias, etcétera.
No existiría “gentilitas” como bien expresaba Caro Baroja y sí
algo parecido a civitates, concepto no igual al de las ciudades medi-
terráneas y sí a castros–castellum (signo Ɔ invertido constatable en
epigrafía y que ha dado lugar a numerosos debates interpretativos
que aquí evitaremos) que se agruparían en confederaciones aliadas
emparentadas por ideales gentilicios. Los populi eran por fuerza
estipendiarios o pagadores de tributos al imperio, y la administra-
ción aprovechará la macroestructura étnica de estas unidades para
controlarlos, tratarlos y vigilarlos en sus obligaciones mineras y
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 41

económicas. Posteriormente transformará las civitates en res–publicae


para una mayor efectividad fiscal o de reclutamiento militar. Los
populi indígenas que siguen los conocemos por vestigios arqueo-
lógicos, epigráficos y fuentes escritas fundamentalmente clásicas.

• Albiones. Valles del río Navia y Eo, Lu. y Astur. Plinio, Naturae
historiarum libri IV, 111; Avieno, Ora maritima, 113 (“propinqua
rursus insula Albionorum patet”). El “deinde conventus lucensis a flumine
Navia Albiones” da lugar a situarlos según Plinio en el inicio del
Navia y de este Conventus, cerca de los astures Paesicos, es decir,
entre el Navia —diosa céltica de las aguas o “diosa de la rueda”
según Guyonvarc’h— y el Eo (<ieuo, “río agitado, impetuoso,
probablemente de origen no céltico porque no conserva yod:
hay otros Euue –Sobrado, Cor.– y Vall d’ Ebo —ayto. W Denia,
Valencia—), límite costero. En Vegadeo, Astur., existe una lápida
funeraria que contiene un antropónimo albión. Ptolomeo (II, 6,
4) relata los “Nalbiones fluvii ostia”: la desembocadura de este río
y la del Limia indican la zona que el doctor Luis Monteagudo
calculó para su tesis de Ptolomeo y Galicia.13 García Bellido
sigue a F. López Cuevillas y Serpa Pinto, y los sitúa en la zona
costera clásica entre Navia y Eo, tierra aurífera desde el estudio
de la estela de Vegadeo (datación 160 d. d. C): Nicer / Clutosi /
Cari / aca / princi / pis Al / bionu / m, nombre de posible origen
etrusco (Nicer, clut–osius, sufijo –osius etruscos, Car–ius– “castellum
de gens Cariaca”, gentilicio etrusco Car–ius). El gentilicio Albi–
onum podía proceder de la raíz céltica alb– (“altura nevada”) o
del étnico etr. Albi–onius (variante de Albonius < Alb–ius (XI
Pisae, Falerii); Alfius, Alfienus IX, conserva la –i– de unión,
ver Alfi–onia VI.14 Es bien conocida la teoría del profesor
Monteagudo (de donde sacamos las justificaciones lingüísticas
por parecernos las más rigurosas hasta el momento) sobre el
42 Xosé-Carlos Ríos Camacho

asentamiento inmediato de poblaciones etruscas en nuestro


suelo, que a través de su onomástica y epónimos darían lugar a
la nomenclatura conocida hasta hoy, admitida por la adminis-
tración romana y conocida ya por los geógrafos de las fuentes
greco–latinas. Coincide su toponimia y designaciones de lugar
con yacimientos auríferos ya que su peculiar idiosincrasia y ex-
periencia del tratamiento y localización de minerales en general y
auríferos, eran una garantía para este pueblo (sometido también
al proyecto romano, y natural enemigo del mismo pero en ese
momento muy romanizado, si tomamos en cuenta los oficiales
imperiales con su eficaz militancia y cooperación).
• Ártabros / Arotrebas/15 Arrotrebas. “Desde el cabo Sagrado hasta
los ártabros el rumbo es Norte y la Lusitania está a la derecha”
(Estrabón II, 5, 15). Los ártabros son para el geógrafo antiguo el
extremo Noroeste a partir del cual uno se orienta al Este hasta los
Pirineos. Sigue Estrabón: “También están frente a los ártabros,
cara al Norte, las Islas Cassitérides en alta mar y aproximadamente
a la altura de Bretaña”. No es este el momento de comentar las
diferentes interpretaciones a que da pie la ubicación de las Cassité-
rides, lugar codiciado que los comerciantes fenicios y prerromanos
ya conocían (riqueza de estaño atestiguada por la presencia de
bronce en rías y explotaciones de aluvión estanníferas), y que los
antiguos relacionaban con las Islas Oestrýmnides (P. Sarmiento,
K. Müller, R. Dion, L. Siret, L. Monteagudo, Schuchhardt, etcé-
tera, pueden suponer que las primeras explotaciones y origen de
la metalurgia broncínea proceda de Gallaecia).
También Estrabón especifica a los ártabros (III, 2, 9) situán-
dolos al Norte de la Lusitania (de hecho los confunde con los
lusitanos: “los ártabros, que son los últimos de la Lusitania cara
al Norte —dice Posidonio, sic— que la tierra florece en plata,
estaño y oro blanco [...] y los ríos arrastran esta tierra y las mu-
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 43

jeres la remueven con horquillas de redes y la lavan en cestos,


tejidos de fina red. Esto lo dijo [Posidonio] sobre las minas”)
ratificando la riqueza general de esta tierra contigua a las Cas-
sitérides (Estrabón II, 5, 15); III, 2, 9; III, 5, 11; Plinio IV, 119;
VII, 197; Ptolomeo II, 6, 73, etcétera).
Así insiste el máximo conocedor de este populus norteño:

los ártabros que habitan cerca del Cabo [... Nerion...] tienen muchas ciu-
dades situadas en un golfo al que los navegantes que lo recorren llaman
“Puerto de los ártabros”. Hoy los ártabros se llaman arotrebas. Alrededor
de 30 pueblos habitan la región entre el Tajo y los ártabros [...] dejando
de vivir de la tierra viven del robo y de la guerra entre ellos mismos [...]
hasta que los Romanos acabaron con esto...

Por Plinio, Mela y Ptolomeo conocemos algunos nombres de estas


“ciudades” (castros sin duda) ártabras: Puerto de los Ártabros o
Gran Puerto de los Gallaicos lucenses, Lapatia Coru, Flavio Bri-
gantio, Libunca, Adobrica, Novio.
Los comentarios referidos a la oposición barbarie–civilización
romana vamos a encuadrarlos en la dificultad greco–latina para
pensar otro modo y proyecto de vida que el suyo propio, y en
el tema de las guerras internas o “bandidaje” (del cual ya hemos
hablado cuando estudiamos el tema de las explotaciones mineras
que podríamos considerar como el del modo de vida trifuncional
indoeuropeo, muy arraigado en zonas no romanizadas).
En Mela (Chorographia, III, 13) encontramos de nuevo mención
del Golfo Ártabro “in Artabris sinus ore angusto admissum mare non
angusto ambitu excipiens Adrobricam urbem...” que cabría situar como
el espacio marítimo que enmarcan y desarrollan las rías de Coru-
ña, Betanzos, Ares y Ferrol que comunican las puntas–cabos que
apagan con duros acantilados las batidas de mar, quedando en su
44 Xosé-Carlos Ríos Camacho

interior aguas relativamente tranquilas y costa baja. En este Golfo


desembocan los ríos Mero, Mendo, Mandeo, Lambre, Eume, Vila-
riño y Xúbia entre los más importantes; es toda ella una zona apta
para la habitación en interior costera —agua dulce en abundancia
y valles de buenas condiciones climatológicas— y para el ejercicio
económico de pesca y comercio. Es sin duda el “sinus Artabrorum”
de Plinio (IV, 111) cuando habla de los Arrotrebas.
Ptolomeo (II, 6, 22) cita las ciudades de Libunca (Saloregui
la sitúa en Ancos, Neda, Cor.) y aparece como “civitatem antiqua”
en documentos de S. Martiño de Xubía; Adobrica estaría situada
cerca de Ferrol o en una zona próxima al Miño (Plinio) según nos
recuerda García Bellido.
Casimiro Torres apunta que los ártabros (nombre de oso, “arc-
tos”) pueden identificarse con los brigantinos/brigantes desde la
ría de Ortegal a Fisterra, gentes del Norte que tal vez viniesen de
alguna emigración desde Gran Bretaña, Bretaña francesa o Irlanda,
de ahí el sub–grupo étnico de brigantes, que serían los dominado-
res de los otros ártabros: lapatiacos y nerios (nerii), habitantes del
Celticum Promontorium (el “promontorium quod Celticum” de Mela
III, 10). Seguramente Iadones, egovarros y nerios serían asimilados
a los ártabros brigantinos, toda ella zona rica en reservas auríferas
y estanníferas, lugar de posterior o simultáneo asiento etrusco (de
ahí la toponimia y nomenclatura oficial romana) en plena campaña
de romanización latina.
Citamos los castros más estudiados para profundizar en el modo
poblacional indígena ártabro: Elviña, Meirás, Nostián, Pastoriza,
Castromaior y Lobadiz, todos en provincia coruñesa. Villae más
importantes ya romanizadas: Noville, Centroña, Mehá; y Vicus
como Paleo, Callobre, Esmelle, Tellado, Vilar do Colo, entre otras
y variadas necrópolis (A Hermida, Bergantiños de Coiro, etcétera).
La Brigantium ártabra, actual Coruña, era nudo de importantes
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 45

volúmenes y referentes comerciales a nivel local y europeo. La


presencia del faro desde el s. II, su estructura urbana romanizada
(J. M. Luengo, 1949–1950)16 con necrópolis, arquitectura y arqueo-
logía subacuática ratifican la concentración de una población media
alrededor de la “Ciudad Alta” y no lejos de su faro emblemático.

• Nerios. Nombre que recibió otra sub–tribu ártabra (Plinio IV, 111,
“celtici cognomine Neri”). El cabo Nerio (Estrabón 153; Mela III, 12;
Plinio IV, 111–114) es también llamado Artabrum (Estrabón 154;
Plinio 119) y Luis Monteagudo lo sitúa en sus tesis doctoral en el
Cabo Touriñán, Cor., “donde las naves que desde Portugal vienen
navegando de sur a norte tienen que poner proa al Noreste”, cerca
de Fisterra con una posible “ciudad” llamada Dugium.
• Prestamáricos / Praesamarchos / Praestamarcos. Mela III, 11
describe: “Los praesamarchos habitan la parte que sobresale y a
través de ellos corren los ríos Tamaris y el Sars nacidos no lejos;
el Tamaris [desemboca] junto al puerto de Ebora y el Sars en la
torre que recuerda el nombre de Augusto [...] los supertamaricos
y los nerios son los que viven más alejados de aquella zona”. Así
pues este pueblo queda situado en la península de Barbanza, en el
valle del Tambre y del río Sar, entre las rías de Noia y Arousa; en
la Edad Media aún se conservaban los topónimos Pestomarcos
y Pistomarcos (García Bellido). El puerto de Ebora cabe loca-
lizarlo en el actual Padrón, Cor., y la torre dedicada a Augusto
quizás después de la victoria sobre cántabros y astures. Casimiro
Torres afirma que las actuales Torres del Oeste en el Catoira
arousano, derivan del “turris Augusti” de Mela. El promontorio
céltico (común a célticos nerios y célticos praestamarcos que
Plinio quería eludir en su enumeración de lucenses, III, 28) cabe
identificarlo con el mismo lugar que el promontorio Nerion.
Monteagudo identifica el accidente Nerion en cabo Touriñán,
46 Xosé-Carlos Ríos Camacho

diferenciándolo del céltico que estaría en Fisterra. La cosa se


complica cuando otros autores clásicos identifican el de Nerio
con el Ártabro (habitantes de las múltiples rías de Ares, Coruña,
Betanzos y Ferrol) que ya Schulten y Cuevillas ubicaran en la
ría de Corcubión —más próxima a Fisterra—. Estrabón iguala
en ubicación un mismo promontorio Céltico–Nerion–Ártabro.
Al diferenciar Plinio (IV, 111) los “celtici cognomine Neri et super
Tamarici […], Celtici cognomine Praestamarci”, tal vez nos estuviera
indicando el grado de celtización de unos, y otros que no lo
fueran tanto, o de las primeras y antiguas invasiones del Bronce,
sin duda muy diferentes de las últimas del Hierro, es decir, los
elementos “menos” célticos antiguos asimilados a las estructu-
ras indígenas indoeuropeas no célticas, y los célticos de las ya
mencionadas oleadas protohistóricas (ss. VIII–VI a. d. C.).
• Supertamaricos. Ya Mela nos recordaba la situación de los
supertamaricos al norte del río Tambre (a diferencia de los
nerios, más occidentales y el promontorio Céltico–Nerion) y
el puesto de Ebora, ría de Noia, Cor., con su Torre augústea
comentada, sin duda principal núcleo castreño de población.
Nos dice Plinio (IV, 111) que allí mismo se dedicaron a Augusto
tres aras sestinas (“tres arae Sestinae Augusto dicate”). No es fácil la
localización de dichas aras: Mela las sitúa cerca de Avilés actual
y de la “ciudad”–castro de Noega —del populus Paesicos—, da-
tos que contradicen a Plinio sobre todo, y a Ptolomeo. Las aras
significan un culto al Emperador Augusto en Gallaecia, “Aras
del Sol” en textos ptolemaicos. Es evidente que debió existir
un Noega galaico y otro astur; el gallego, coincidente con Noia;
todo depende de los puntos de referencia cosmográficos: si el
promontorio céltico es el cabo Touriñán (L. Monteagudo), las
aras estarían en el cabo Fisterra, pero si este es el promonto-
rio céltico, entonces las aras se situarían en los montes Pindo
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 47

o Louro, también muy occidentales. Si el promontorio Nerio


ptolemaico coincide con el céltico, las aras estarían entre cabo
Touriñán y Coruña. D. Luís Monteagudo rompe el esquema
teórico al indicar que dichas “aras” pueden interpretarse como
roca o escollo, es decir, las Islas Sisargas, cerca de Malpica de
la Costa da Morte. Todas las teorías sin embargo confluyen en
ubicar estas aras en la costa gallega más finisterrana y de culto
presumiblemente solar. No hay referencia epigráfica de este tema.
• Lemavos. También “excluye” Plinio en su enumeración étnica a
los lemavos de la Gallaecia lucense, pero todas las fuentes indican
su clara pertenencia. Poblando la tierra de Lemos, prov. Lugo, y
el castro central de Dactonium, se expandían por el valle del río
Cave que riega las tierras de Íncio y Monforte de Lemos. Se cita
en Ptolomeo al pueblo de Lemavos relacionado con el castro
de Dactonio (corroborado por la epigrafía de tablas de barro de
Astorga: “Via Luco Augusti ad Dactonium”), donde una vez más
Monteagudo se niega a ubicar Monforte —error en códices e
interpretación de Müller— y sí en una hoy aldea llamada Di-
cio. El estudio lingüístico de LE–MAV–IUS es <Mav–ius (ver
diminutivo Mav–il–us, Pav–il–us), gentilicio etrusco con prefijo
Le–: Le–bum, Le–mon–ius, ver tribu Lemonia que recibió nombre
del pago Lemonio=Lemni (Tarquinis, GL, 161, 5). En otros
documentos medievales —“in Lemabus vª Corvasia”, “in Boveta, in
valle de Lemabus”, etcétera— hay epigrafía que ratifica la idea de
castellum–castro: “Aquí yacen Fabia, hija de Eburro, del pueblo
(o castellum) de los Lemavos, del castro de Eritaeco [...] y Virio
[...] del pueblo de los Lemavos, del mismo castro [...]. Caesio se
ocupó de hacerlo”. (Corpus Inscrip. Latin?)
• Iadones / Adovos. Situados en Cabo Ortegal–Bares y Fazouro,
llegado con posibilidades a Viveiro. Los cita superficialmente
Plinio en su conocida enumeración a la hora de describir los
48 Xosé-Carlos Ríos Camacho

populi en su recorrido desde Asturum cara al Oeste, desde el Este


y Navia, entrando ya en pleno Conventus lucense; son citados
como adovos. Casimiro Torres defiende la hipótesis de ser los
ladones/adovos una población indígena que sería asimilada por
la “expansión ártabra” del litoral oeste y costa norte.
• Bedios / Baedios. Ptolomeo II, 6, 26 (Baidýõn, genitivo plural
griego) los emplaza en una hipotética zona de Betanzos (?) y
una “ciudad”–castro llamada Flavia Lambris, actual Lambre
(Ambroa, 5km Nornoroeste. Irixoa, Cor.), zona aurífera al igual
que Belle, en Ces, Cor., gentilicio etrusco BAED–IUS (Corpus
Inscrptiorum Latinorum) < Aed–ius (Schulze), prefijo B–/B–adius
(CIL: de Blera, etrusco).
• Seurros / Susarri. Centrados en Castellum Aiobaigiaeco, entre
O Courel y Cebreiro lucense, y por Ptolomeo (II, 6, 27) en
Talamina y Aguas Quintinas que la Gallaeciae Antiquae coro-
gráfica de José Cornide (1790) sitúa en “Villar Quinte, priorato
Cisterciense en Cervantes”, reafirmando su posición oriental
del lucensis, de los seurros / seurbos (Seurbi según Plinio) poco
sabemos si no es la importancia de sus yacimientos de oro, plata,
hierro, plomo negro y plomo blanco —estaño—, tan codiciados
por la cartografía e intereses romanos, en pleno desarrollo hacia
las ricas minas de las Médulas de Carrucedo en el Bierzo galle-
go–leonés. Debían limitar con el pueblo Gigurro asturicense (el
Emperador restituye a los Susarri el castro de los aliobrigiaecinos
que pertenecía a los gigurros, anteriormente favorecidos y ahora
estipendiarios de tributos y servicios: Edicto de Bembibre, 15
a. d. C.). Abarcarían Serra do Courel, Montes Lóuzara, Serras
de Rañadoiro (oeste de Cebreiro), del Oribio (sureste y este de
Samos, Lu.), S. Salvador de Toldaos (los Toletensibus de la tésera
de Courel, 28 d. d. C: “Tillegus […] castellanis Toletensibus”), donde
leemos el pacto de hospitalidad entre un clan del populus Susarri y
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 49

los Lougei, aceptando aquellos entrar en la clientela de los Lougei,


es decir, sometidos a estos. Las zonas que describimos tienen
topónimos latinizados de origen etrusco y coinciden una vez
más con abundantes yacimientos auríferos. El étnico Susarri <
Sar– (“diez”, Stoltenberg),17 geminación: Sarr– enus/onius (ver
gentilicio etrusco Seuru/Seurri —Seurrorum—), prefijo Su–:
constatado en el C. I. L., Schulze, C. I. Etruscorum, etcétera.
Los “castellum paemeiobrigenses” de la gente de los susarros es un
compuesto gentilicio de Paemeio–briga, sufijo céltico que significa
“altura fortificada, oppidum, castro/castellum). La raíz paemei– se
aleja de los orígenes lingüísticos etruscos o célticos, aunque existe
una base etrusca pae– (Pae–din, Pae–te), o la raíz Am–eius, Amit–
ius, de donde la raíz am–, “amar, amor”. Felipe Arias18 afirma la
existencia de seurros transminienses, entre el alto Ulla, Sárria y
Becerreá, Lu. (en proximidades de Ancares, amplia comarca de
Cervantes), pero no hemos podido contrastarlo con ninguna
otra información o fuente. El Itinerario Antonino nombra la
“mansión” (¿castellum?) de Timalino en dos ocasiones (425, 1; 430,
9) y aparece en la tabla de Peutinger (ss. IV y VII, copiada hasta
1508). Estefanía Álvarez ubica a Timalino en Campo da Árbore,
Lu., cerca de Aquae Quintiae cervantino.
• Coporos / Caporos. Los Copori de la ciudad de Noeta (Plinio
acostumbrado) y de los castellum de Iria Flavia y Lucus Augusti
(Ptolomeo II, 6, 23) ya los hemos descrito a la hora de hablar
de los habitantes de la región central que se definen como “lu-
censes”, con su capital de Coventus, pero queremos mencionar
aquí el estudio lingüístico (L. Monteagudo) que refuerza la tesis
del querido doctor: CO–POR–IUS, de base Por– (Pure, Peru-
sia). Prefijo Co–pius, Co–pon–ius, con –r– epentética Cap–ar–ius.
La traducción del sufijo –ro y su plural sería la de “corzo, macho
cabrío” (topónimos Cáparos, NL, Suroeste Almunde 8km Sureste
50 Xosé-Carlos Ríos Camacho

Carvallo, Cor.) del indoeuropeo Kapparo, Kapro>Caparos final. La


ciudad y conquista de Lugo debió ser de una importancia sim-
bólica transcendental para la mentalidad indígena —el antiguo
dios Lug, dominador de la Vía Láctea, donde tenía su bosque
sagrado en Lucus, es dominado por el poder romano, ya Mercu-
rio futuro—. Inmediatamente después de ser castellum castrense,
Lucus tendría un mayor protagonismo geoestratégico vital para
los intereses imperiales: situada en plena llanura y a los lados del
río Miño, dominaba el tránsito hacia la cuenca del Navia y Eo,
hasta llegar a la costa cantábrica, y por el Oeste, siguiendo la
región de Curtis, encontraba en el puerto de Brigantium —rico
en oro y estaño— salida a los transportes comerciales interiores;
un tercer tramo serían los valles del Miño, Ulla y Tambre para
conectar con la flota desde las rías gallegas meridionales. Cabría
no olvidar la situación clave de Lucus en las tres arterias viales del
Imperio en el Noroeste, las XIX y XX principalmente, con sus
importantes vías secundarias para esta urbe. Otros autores sitúan
a los caporos en la comarca de Santiago (entre río Sar y Caldas
de Reis, Pont.), amplia comarca de A Maia, pero sabemos que
Ptolomeo no los sitúa ahí —de donde su castellum de Iria Flavia,
Padrón, C.—. Parece ser que el “Vicos Spacorum” del Itinerario
Antonino en la Vía XX no se refiere a este grupo sub–étnico,
y consta en el Corpus Inscriptorum Latin., en una inscripción no.
206. Pudieron ser unos de los populi más numerosos y extensivos
en ocupación de territorio entre los lucenses —a todos ellos les
dan nombre—, junto con los Ártabros predominantes. Es muy
posible que los ammaeenses (tierra de A Maia, desde el Pico Sacro
cerca de Compostela hasta la Serra de Sesia —ayto. Brión, Rois,
Cor.—) pertenecieran a la unidad étnica soberana de los Caporos
(Plinio dice, hablando de las piedras preciosas de la Lusitania, que
esta abarcaba en los primeros años de Augusto toda la Gallaecia)
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 51

“in Ammaeensibus iugis” de los pozos que se abrían hasta alcanzar


el nivel del agua, donde se encuentran bloques de cristal de roca
—cuarzo aurífero—; probablemente el pozo del Pico Sacro en
plena A Maia < Amma–eius, gentilicio etrusco.
• Cibarcos. Solamente nombrados por Plinio (IV, 111) en su enu-
meración de pueblos lucenses, los cibarcos / cabarcos ocupaban
los valles del Masma y Eo, próximos a la ría de Ribadeo, Lu.
• Cilenos / Cilinos. Son los últimos de los lucenses que nombra
Plinio, pudiendo situarlos gracias a Ptolomeo (II, 6, 24) alrede-
dor del castellum de Aquae Calidae (Aquae Calidae Cilinorum
nos recuerda José Cornide en el s. XVIII) o Caldas de Reis en
Cuntis, Pont. Limitando con la Bracarense, Ptolomeo los imagina
asentados entre los lemavos y caporos, ratificando el Itinerario
Antonino su centro neurálgico en Caldas–Cuntis. No sería poca
su extensión territorial: entre el río Lérez y el Ulla, pudiendo
llegar algo más al Sur por la costa. Hay varias inscripciones del
Corp. Inscrip. Latin., donde son nombrados.
• Egos / Varros. Plinio (IV, 111) comenta a los “Egi, Varri cogno-
mine Namarini” con posibilidad de fundirlos en denominación
egovarros. Se asentaron en tierras entre la Serra do Xistral más
septentrional lucense y Viveiro con sus zonas de costa, amplian-
do su zona de influencia por los valles del Masma y Serra de
Meira. Siempre con dudas.

Consideraciones finales
Desde nuestros primeros estudios de la Antigüedad e incluso protohis-
toria, hemos querido ir dejando claro, sistematizando, los rasgos esen-
ciales de cultura material y características básicas de la antropología de
los populi de la Gallaecia septentrional y lucense, pues solamente así los
altomedievalistas y estudiosos de lo tardoantiguo, podríamos estudiar
la romanización–latinización desde el sustrato indígena “castrexo” de
52 Xosé-Carlos Ríos Camacho

lo que es ya geográfica y culturalmente hablando, la Gallaecia–Galiza


multisecular, prácticamente hasta la plena Edad Media de los siglos
XI y XII. Más allá de los debates de los años ochenta en nuestra Uni-
versidad de Santiago (después en la propia de Vigo), que vuelven y
retroceden en sentido ondular hasta los inicios del decenio del 2000,
ha quedado claro que era necesaria una referencia clara, en exposición
clave, para desde un sentido práctico, poder investigar desde su base
el fenómeno Gallaecia, sus gentes y cultura, y su celticidad —esencial
desde lo puramente antropológico, cada vez más en lo arqueológico y
filológico—; desde luego, lo primero que se tenía que considerar eran
las fuentes textuales de información clásicas que aquí hemos cotejado.

Notas
1. A partir de ahora, las actuales provincias de Galicia/Galiza van a
ir con las siguientes iniciales: A Coruña: Cor.; Lugo: Lu; Ourense:
Our.; Pontevedra: Pont. Otras son: Portugal: Port.; León: Le.;
el resto de lugares de provincias los cito íntegramente (Oviedo,
Trás–Os–Montes, Valencia, etcétera).
2. Las referencias a las obras literarias clásicas que estamos cotejando
y sus respectivos autores, parten de las enumeraciones y párrafos
de la obra de A. Ma. Romero y X. M. Pose, Galicia nos textos clásicos;
a su vez, dichas referencias son las habituales en otras ediciones y
versiones que hemos consultado salvo leves diferencias de edición.
3. Un poco desacreditadas hoy las teorías cesarianas de J. M. Laredo
y J. R. Insua, podemos renovar la razón de dicho posicionamien-
to por medio de mediciones astronómicas de desplazamiento de
la dirección norte de la fachada del Faro desde su construcción
a la actualidad (67º 5’), es decir, hace 2044 años, de ahí la consi-
deración más científica de datarlo en 53–60 a. d. C., aproxima-
damente la primera conquista de Brigantium.
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 53

4. L. Monteagudo, en su trabajo “Toponímia e Bronze Galaico. Um


enfoque filológico e arqueológico”, revista ITH no. 5, afirma que
es posible que a Galicia llegaran ya las oleadas de indoeuropeos
en el segundo periodo campaniforme —después del 2000 a.
d. C., tal vez en el primer campaniforme marítimo que venía
del norte de Turquía— y que hablarían el llamado por Krahe
Alteneuropäisch; ratifican esta teoría los estudios de A. Blanco y
los toponímicos de I. Millán.
5. Los estudios de B. García, Guerra y religión en la Gallaecia y la Lu-
sitania antiguas, y de R. Brañas, Indíxenas e romanos na Galicia
céltica, resuelven con claridad las dudas que desde diversos
ambientes compostelanos se plantearon durante los años se-
tenta finales y en los ochenta (quizás cuando cierto anticeltismo
obnubilaba los departamentos de la Universidad de Santiago),
contra las organizaciones gentilicias entre los indígenas galaicos.
6. Estas citas ptolemaicas en griego han sido extraídas literalmente
(acentuación incluida) de la versión de la Geografia de Ptolomeo,
tabla II, capítulo 6, donde se describe la situación de la Hispania
Tarraconense, desde la ya citada obra de A. Ma. Romero y X.
M. Pose, Galicia nos Textos clásicos, pp. 98–101.
7. Entre la bibliografía que cotejamos destacamos las siguientes
obras: Javier Tussel (dir.): Cántabros, astures y galaicos. Bimilenario de
la conquista romana del Norte de Hispania; A. Ma. Romero y X. M.
Pose: op. cit.; X. López: A Galicia irredenta; José María Blásquez
(dir.): Historia de España Antigua, tomo II; J. M. Blásquez: La Ro-
manización, vols. I y II. Referencia a la obra de Tranoy, La Galice
Romaine en Francisco Rodríguez (dir.): Galicia Histórica, tomo I;
X. C. Ríos, “História Cronolóxica da Gallaecia. Idades de Pedra
e Metal”, Moçarabia, no. 2–3, íntegro.
8. Lucus Feroniae lo hemos localizado en el famoso Der Kleine Pauly.
Lexikon der Antike (5 vols.), p. 769, de Konraz Ziegler y Walther
54 Xosé-Carlos Ríos Camacho

Sontheimer, 1979, pero sin mayor información para nuestros


objetivos. Lucus Augusti pudo ser, antes de su conformación de
urbe como tal, un campamento militar o asentamiento auxiliar
de igual intención, ya que según una inscripción (45 a. d. C.) allí
le fue dedicada a Julio César una estatua que pudo haber sido
erigida en la incursión del 60 a. d. C., en plena campaña de cas-
tigo a bracarenses y lusitanos de los montes Herminio.
9. Conviven en el estudio lingüístico de divinidades y creencias de la
Gallaecia antiguas, formas de la lengua celta (la más homogénea
y general), germana, griega, indoirania, ibérica, latino–etrusca
(muy especialmente), paleohispánica, lengua antigua indoeu-
ropea en general, e incluso vasca. Todo ello es aplicable al área
luso–galaica, como lo demuestran los trabajos de B. García, op.cit.
10. Ver el trabajo de I. Millán: “Edovio: un teónimo galaico”, Revista
ITH, no. 3, verano, pp. 24–25.
11. Dicho distrito era centralizado desde Asturica Augusta (Astorga)
“un país de oro” y urbs magnifica según Plinio. Por el método
de arrugiae Roma se abastecerá de quinientos millones de to-
neladas de roca aurífera que dará un valor de 5.000 millones
de “pesetas”–oro. Zonas de la lucense aurífero–minera serán:
Ancares y Boeza gallego–leonés, nacimiento del Miño, tierras
de los Iadones, Bedios y Ártabros septentrionales. Otras zonas
de los ártabros darán abundante estaño (no olvidemos las mí-
ticas Cassitérides) a lo largo de los ríos Sil (aunque extra–radio
lucense, Médulas de Carrucedo del Bierzo), Tambre, Ulla, etcé-
tera. El cobre y estaño completarían la riqueza mineral de este
suelo. Ninguna provincia del Orbis Terrarum daría tanto oro a
Roma, ahora con unas arcas de 25.000 barras de oro (valor de
40 millones de sextercios mayores... 4.600 millones).
12. Centuriones (de centuria, formada por 10 decurias, en caballería e
infantería, donde el centurión dirigía 100 soldados y 10 decuriones:
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 55

son el eje profesional el Ejército romano) y decuriones (subo-


ficiales que en caballería dirigen una escuadra de 10 hombres),
oficiales y suboficiales respectivamente. Los auxilia eran cuerpos
especiales de no ciudadanos ni itálicos, mercenarios extranjeros
que integraban unidades de caballería y un pequeño cuerpo de
infantería ligera. Las unidades de alae–vexillum, eran unidades de
caballería que auxiliaban a las legiones desde los flancos. En la
época imperial de la que fundamentalmente tratamos, los alae
formaban parte de los auxila. Esta tipología de cuerpo y unidades
eran las que engrosaban los elementos galaicos. Para profundizar
más en el léxico militar, ver X. C. Ríos, Glossário Latino do Exército
Romano, aún sin publicar pero accesible.
13. L. Monteagudo: Galicia en Ptolomeo.
14. W. Schulze: Zur Geschichte lateinischer Eingennamen.
15. A. Pena: “Notas sobre la organización institucional celta en los
territorios políticos autónomos (Trebas) de la antigua Gallaecia”,
Os Celtas da Europa Atlántica. Actas do 1º Congreso galego sobre a Cultura
Celta. Pena defiende en su comunicado que dicha TREBA significa
territorio de soberanía (“soberanía de los Arrós”) a la hora de in-
terpretar la cita de Plinio y la de Estrabón (III, 3, 5). Una vez más
parece verse ratificada la idea de “Nomos” o territorio político
autónomo con la voz Treba, en relación con castellum–castro y sus
grupos internos gentilicios. El famoso signo Ɔ invertido aparece en
el castro lucense de Aiobaiciaeco (de los susarros) y en el “principis
Albionum” del castro Blaniobrensi. No dudamos que los arroni o
arrotrebae sean sin duda nuestros ártabros organizados en Trebas.
16. J. M. Luengo: “Noticia sobre las excavaciones del castro de
Elviña (La Coruña)”, Informes y memorias de la Comisaría General
de Excavaciones, no. 23.
17. H. L. Stoltenberg: Etruskische Sprachelehre mit vollständigem Wörterbuch.
18. F. Arias: A Romanización de Galicia.
56 Xosé-Carlos Ríos Camacho

Anexos

Mapa 1: Situación geográfica de los tres Conventus de la Gallaecia, obsérvese la


situación del conventus lucense en la zona más noroccidental (fuente de todas
las láminas: Ana Mª Romero Masiá e, X.M. Pose Mesura, Galicia nos textos clásicos,
ed. Museu Arqueolóxico San Antón,1987).

Mapa 3: Las provincias administrativas del Noroeste bajoimperial romano en


tiempos de Diocleciano (ss. III–IV).
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 57

Mapa 2: Los populli callaici en toda su extensión de la Gallaecia.

Mapa 4: Producción minera explotada por Roma en la Gallaecia lucense


(actual Galicia).
58 Xosé-Carlos Ríos Camacho

Mapa 5: “Mapa de la Antigua Galicia” del ilustrado y geógrafo gallego


Joseph Cornide (1790), es de lo más completo hasta hoy en la localización
del los populi callaici de todos los conventus.
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 59

Cortesía del Museo Diocesano de la Catedral de Lugo.


60 Xosé-Carlos Ríos Camacho

Fuentes
Arias, Felipe: A Romanización de Galicia, Vigo, A Nosa Terra, 1992.
______: La Romanización, vols. I y II, Madrid, Istmo, 1975.
Blásquez, José María, (dir.): Historia de España Antigua, tomo II,
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Brañas, Rosa: Indíxenas e romanos na Galicia céltica, Santiago de Com-
postela, Follas Novas, 1995.
García, Blanca: Guerra y religión en la Gallaecia y la Lusitania antiguas,
Sada (A Coruña), Do Castro, 1990.
López, Álvaro: A Galicia irredenta, Vigo, Xerais, 1998.
Luengo, José María: “Noticia sobre las excavaciones del castro de
Elviña (La Coruña)”, Informes y memorias de la Comisaría General
de Excavaciones, Madrid, no. 23, 1950.
Millán, Isidoro: “Edovio: un teónimo galaico”, Revista ITH, no. 3,
verano 1988, pp. 24–25.
Monteagudo, Luis: Galicia en Ptolomeo, Madrid, Cuadernos de estudios
gallegos, C. Bermejo, 1947.
Pena, Andrés: “Notas sobre la organización institucional celta en
los territorios políticos autónomos (Trebas) de la antigua Gallae-
cia”, Os Celtas da Europa Atlántica. Actas do 1º Congreso galego sobre
a Cultura Celta, Ferrol, Concello de Ferrol, 1997.
Ríos, Xosé–Carlos: Glossário Latino do Exército Romano, 1994.
______: História Cronolóxica da Gallaecia. Idades de Pedra e Metal,
Moçarabia no. 2–3, Lugo, 2001.
Rodríguez, Francisco (dir.) Galicia Histórica, tomo I, Coruña, Hér-
cules, 1996.
Romero, Ana Ma. y X. Manuel Pose: Galicia nos Textos clásicos, Co-
ruña, Museu Arqueolóxico Provincial da Coruña, 1988.
Schulze, Willheim: Zur Geschichte lateinischer Eingennamen, Zurich,
Weidmann, 1966.
Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas 61

Stoltenberg, H. L.: Etruskische Sprachelehre mit vollständigem Wörterbuch,


Leverkusen, Gottschalk, 1950.
Tranoy, Alain: La Galice Romaine, París, Centre Pierre, 1981.
Tussel, Javier (dir.): Cántabros, astures y galaicos. Bimilenario de la conquis-
ta romana del Norte de Hispania, Madrid, Ministerio Cultura, 1984.
Ziegler, Konraz y Walther Sontheimer : Der Kleine Pauly. Lexikon der
Antike, 5 vols., Munich, Deutscher Taschenbuch, 1979.
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada.
Los cimientos del Romanticismo

Rolando Picos Bovio


Universidad Autónoma de Nuevo León

L a Ilustración es un proceso complejo en muchos sentidos.


Se puede afirmar que abre la conciencia de la modernidad a
la reflexión filosófica y, al mismo tiempo, empieza a construir un
discurso que, al paso de los siglos, fundará una nueva metafísica
representada en las categorías de la razón y el progreso, las cuales
configuran, a su vez, el nuevo ethos humano.
El redescubrimiento del sujeto, iniciado en el Renacimiento, ad-
quiere en la Ilustración carta de ciudadanía. Se abren las perspectivas
para una razón que, por mucho tiempo, había estado constreñida por
la tradición, el dogma y la religión. Emerge, al mismo tiempo, el nuevo
discurso de la ciencia que fundamenta una nueva imagen del mundo.
Este proceso permite a los hombres conocer una imagen dis-
tinta de sí mismos y adquirir confianza en sus potencialidades. A la
ruptura de los moldes epistemológicos se aúna un redescubrimiento
en el sujeto de las posibilidades de interpretación de la experiencia
estética. El arte dejará gradualmente tras de sí la solemnidad de la
imitación a la cual ha estado históricamente condenada por los cá-
nones estéticos dominantes del Medioevo y el Renacimiento —que
todavía persisten en las Bellas Artes— para dar paso a una nueva
conciencia de sí en el sujeto.
La importancia del concepto de la nueva cultura que se manifies-
ta a partir del abandono de los modelos del Ancien Régime reside
en las características particulares que asume el arte y, sobre todo, en
las exploraciones teóricas y los debates que generan las rupturas que
se van evidenciando a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX.
64 Rolando Picos Bovio

Este ensayo pretende explorar algunos de los rasgos que ma-


nifiesta la nueva estética ilustrada, considerando los elementos
que se van asumiendo como parte de los cimientos de la estética
romántica que florecerá en todo su esplendor en Europa durante
el primer tercio del siglo XIX.
En el primer apartado, “El discurso estético ilustrado”, se di-
mensiona la revolución estética que opera en el entorno continental
europeo y tratamos de caracterizar los principales rasgos de la mo-
dernidad del Siglo de las Luces. En ese mismo punto rastreamos
los orígenes de la estética y la evolución de los conceptos de arte
y belleza, lo cual nos lleva al estudio de su recepción por parte de
los pensadores de la Aufklärung alemana.
Durante un segundo momento, “La estética racionalista alemana:
las disputas de Winckelmann y Lessing”, se hace una descripción
particular del pensamiento estético del primero y de la influencia
que este tiene en la obra de Lessing, quien polemiza en el Lacoonte
en torno del clasicismo del primero. En el tratamiento de Lessing
se retoma la discusión sobre la naturaleza de la relación entre la
poesía y la pintura y se destaca el hecho de que, con sus reflexiones
estéticas, el esteta alemán abre un fecundo campo de discusión.
En la última sección, denominada “Incursiones en la estética
kantiana”, se describen algunos de los rasgos de la reflexión estéti-
ca de Kant. Se subraya la tesis de que Kant racionaliza la relación
estética humanizándola al mismo tiempo; es decir, avanzando en
los terrenos de la subjetividad pero sin olvidar la razón crítica que
alimenta dicho pensamiento.

El discurso estético ilustrado


La Ilustración representa un movimiento de transformación social
y política que trasciende la inmediatez de los eventos históricos
que le dan origen para producir, además, profundos cambios en
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 65

las percepciones y las prácticas culturales de sus protagonistas. La


Revolución Francesa (1789) constituye, en este sentido, el punto
culminante de un proceso de renovación de las ideas y las prácticas
sociales; iniciado en el Renacimiento, este proceso se encuentra
fundamentado en un nuevo discurso científico y filosófico.
La renovación y transformación de “los cimientos de la vida”
europea —agitada ya por el cambio político que presume la primera
revolución burguesa continental— tendrán efectos en la esfera es-
tética a partir de la innovación de los discursos del arte y la belleza,
los cuales se transforman como consecuencia de la nueva dinámica
social que acompaña a la Ilustración.
El Neoclasicismo del siglo XVIII puede ser considerado como
la expresión en términos estéticos de la búsqueda de los principios
fundantes de la humanidad y la eliminación de la superstición en la
búsqueda de verdades universales basadas en una nueva moral de
corte racional, opuesta a la filosofía decadente que intenta borrar
el movimiento ilustrado.
Aunque la formalización de la estética como disciplina se repre-
senta en la Aesthetica de Baumgarten1 (1714–1762), la reflexión en
torno de los problemas del arte, la belleza y la producción artística
remite a una tradición en el campo de la reflexión filosófica.2
A partir de la consideración anterior y en relación al ciclo histórico
en que se ubica la Ilustración, el paso del modelo barroco al rococó,
y del Neoclasicismo al Romanticismo en la esfera de las artes, no
será ajeno a la reflexión estética pues planteará problemas concretos
en la relación sujeto–objeto, la cual reside en el centro del fenómeno
estético. La influencia particular de dichos modelos estéticos en los
parámetros de la creación plástica y literaria será indiscutible.3
La estética de la Ilustración presupone una ruptura gradual con
la tradición estética precedente, sustentada en una concepción ob-
jetivista del fenómeno estético. Los parámetros de belleza y orden,
66 Rolando Picos Bovio

cuyos orígenes se remontan a Platón y Aristóteles, habían dominado


hasta entonces el estudio de lo estético. Así, mientras la estética
cristiana y medieval —heredera de dicha tradición— mantiene
que la belleza es medida y forma, orden y proporción,4 la estética
renacentista insistirá en este concepto clásico de “armonía” de las
partes que integran el objeto estético.
Hasta mediados del siglo XVIII, la concepción estética prepon-
derante seguirá fundamentada en una teoría clásica de lo bello (hasta
entonces la categoría única y central de la estética), un punto de vista
objetivista en el cual se considera “lo bello como cualidad de las cosas,
de la realidad (ideal o empírica), independientemente de la relación que
los hombres mantengan con aquellas”.5 A esta corriente dominante,
—no exenta de antagonistas— se suma la gran fuerza de la noción del
arte como imitación, sustentada desde la antigüedad clásica. La mímesis
implica, como bien señala Tatarkiewicz, la historia de la relación del arte
con la realidad y las polémicas que se instalan en torno de dicha relación:

La antigua teoría de la imitación (según las versiones platónica y aristoté-


lica) se fundamentaba en premisas típicamente griegas: la mente humana
es pasiva y puede por tanto percibir sólo lo que existe. En segundo lugar,
aunque incluso pudiera inventar algo que no existiera, sería un error
utilizar esta habilidad porque el mundo existente es perfecto y no puede
concebirse nada más perfecto.6

El cristianismo abonará dicha concepción dado que la naturaleza espi-


ritual será superior en todo momento a cualquier naturaleza material.
La ruptura epistémica e ideológica que introduce la Ilustración
aportará como consecuencia una revolución estética en la que el
sujeto desplaza al objeto como eje de la preocupación estética y la
obra de arte, considerada en su belleza inmanente, ya no determina
por sí misma las categorías de lo bello:
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 67

La tendencia subjetivista en estética cambió las preocupaciones de esta


ciencia: se abandonó la búsqueda de unos principios generales y de las
reglas de la belleza y el arte porque ya no se confiaba en ellos. En su lugar,
se intentó descubrir las bases psicológicas de los fenómenos estéticos:
¿imaginación, gusto, o simplemente el proceso asociativo de la imagina-
ción? Surgió también el concepto de un especial “sentido de belleza”. Y
sucedió algo curioso: el concepto de los subjetivistas fue lo que suministró
razonamientos a sus adversarios.7

Como parte del movimiento ilustrado, la estética neoclásica será la


materialización en la esfera de las artes del dinamismo y el deseo
de cambio que reside en la base del ideario del movimiento ilus-
trado. Los artistas pertenecientes a esta escuela estética reflejan
en sus creaciones los estereotipos ideológicos proyectados por la
Ilustración en el ideal clasicista que toman del modelo de la Roma
Imperial. Particularmente, existe un deseo intencionado de difundir
e influir, por medio del arte, en los ideales ilustrados del pueblo,
representados en la creación artística. La razón, el equilibrio y
la justicia consolidarán un ethos de la estética neoclásica en cuyo
centro aparece un modelo de hombre que, aunque inspirado en
la antigüedad clásica, busca ser el reflejo de la actitud del hombre
ilustrado y de su fe en la razón.
Al tiempo que la nueva estética ilustrada busca su fundamento
en el racionalismo, lentamente se desplaza hacia la esfera de la
sensibilidad, el sentimiento y la naturaleza, dando pie —aunque en
una etapa posterior— a la estética romántica.8
El desarrollo de las posiciones subjetivistas en el ámbito esté-
tico tuvo una fuerte repercusión en el ámbito del pensamiento.
A inicios del siglo, Hutcheson plantea que “la belleza no es una
propiedad objetiva de las cosas sino una percepción de la mente
que no depende de unas proporciones constantes, ni se define por
68 Rolando Picos Bovio

principios racionales”. Hume sostiene en La norma del gusto que,


en general, la belleza sólo existe en la mente de quien la contempla.
Para Kant —sobre cuyo pensamiento estético abundaremos más
adelante—, la belleza es un producto de la conciencia del hombre,
quien es capaz de racionalizar esa experiencia. Sin embargo, como
señalamos anteriormente, la estética ilustrada produce contradic-
ciones y desplazamientos de manera que la recepción de estas
ideas en la estética ilustrada alemana llevará a caminos diferentes.
Apunta Tatarkiewicz al respecto:

Las tendencias del pensamiento del siglo XVIII eran complejas. Fue en
teoría del arte donde tuvo lugar el gran cambio, la victoria del subjetivis-
mo; mientras que en la práctica del arte el giro fue diferente —se trataba
en realidad de dos cambios diferentes; los dos ocurrieron casi al mismo
tiempo durante la segunda mitad del siglo. Uno significaba la vuelta, desde
el barroco, a la antigüedad, a un nuevo clasicismo. En cierta ocasión, en
Grecia, el arte clásico había producido una estética objetivista; el arte
clásico del Renacimiento la había mantenido y renovado; la vuelta al
clasicismo que se producía ahora en el arte había hecho que se renovara
la teoría objetivista; esto se expresaba claramente en una obra de Johann
Joachin Winckelmann, Geschicte der Kunst des Alternus (1764).9

Para entender el proceso anterior es necesario establecer el papel


que la estética racionalista alemana interpretó en este desplazamien-
to subjetivo–objetivo y la mediación que el propio Kant intenta
establecer en los desarrollos de su concepción estética.

La estética racionalista alemana: las disputas entre


Winckelmann y Lessing
La recepción de la estética de la Ilustración en Alemania supone un
giro en la concepción subjetivista inicialmente dominante en el Siglo
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 69

de las Luces. A pesar de que la obra de Winckelmann (1717–1768)


puede ser considerada como parte de los antecedentes de la confor-
mación del discurso estético ilustrado, entrará en polémica con los
planteamientos del racionalismo estético de Lessing (1729–1781).
En su Historia del arte en la antigüedad (1764), Winckelmann crea un
referente del mundo clásico griego que ejerce una notable influencia
en la recepción de la Ilustración en Alemania. La idealización de
las culturas griega y greco–latina —sin duda influenciada por los
trabajos de recuperación de las ruinas de Pompeya y Herculano—
desarrolla un modelo estético que habrá de generar una discusión
en torno de la naturaleza del arte y la creación artística.10
Ahora bien, el culto a lo clásico de Winckelmann se relaciona
con su concepción de la belleza, viendo a esta “como si fuera ‘por
decirlo así un espíritu destilado de materia’. Idealische Schönheit, o
belleza ideal, era una forma, aunque no la forma de ningún objeto
existente. Se manifestaba en la naturaleza sólo parcialmente (stü-
chweise), pero se realizaba en el arte, especialmente en el arte de
los antiguos”.11 La cercanía de su concepción al modelo platónico y
aristotélico lo aproxima más a la estética de la tradición clásica que
a la ilustrada: “La expresión de una grandeza del alma tal no ha de
poder lograrse por la simple imitación de lo natural; es preciso que
el artista sienta en sí mismo la fuerza del alma que imprime en el
mármol. Grecia contó con hombres sabios a la vez que artistas y
fue cuna de más de un Metrodoro. La sabiduría tendía la mano al
arte...”12 Winckelmann desarrolla de esta manera una “subjetivación
de la antigüedad” que lo acerca a un clasicismo prerromántico.

Lessing y el Lacoonte
Gotthold Efraim Lessing —contemporáneo de Winckelmann—
es considerado como uno de los representantes clásico de la
Aufklärung alemana que abre una interesante polémica en torno
70 Rolando Picos Bovio

de la naturaleza de la poesía y la pintura al distinguir en ambas


disciplinas sus características y fines propios. En nuestra interpre-
tación, la discusión de Lessing —que busca superar el horizonte
neoclásico— se dirige a mostrar los límites de la teoría clásica de lo
estético, del arte comprendido como mímesis, como imitación. La
idea se confronta con el ideal expresado por Batteaux en Les beaux
arts réduits à un seul principe (1747), en el sentido de que el principio
unificador de todas las artes es la imitación: “Se trata de que todas
copian la naturaleza o se inspiran en ella”.13
La argumentación del Lacoonte parte de la dimensión que nuestro
autor cree encontrar en las palabras de Horacio, “ut pictura pöiesis”
(un poema es como un cuadro), principio en el cual se ha inspirado
el modelo de unidad de las bellas artes propuesto por Batteaux y
en el cual se busca subsumir también a la poesía. De este principio
clasicista parte la analogía que Winckelmann pretende encontrar
entre la poesía y la pintura y contra la que Lessing se rebela.
Para responder a la naturaleza y la especificidad de la poesía y
la pintura, así como de la necesaria división de sus tareas, Lessing
escribe en el Lacoonte:

Si es verdad que la pintura emplea para sus imitaciones medios o signos


del todo diferentes de los de la poesía, puesto que los suyos son figuras y
colores cuyo dominio es el espacio, y los de la poesía sonidos articulados
cuyo dominio es el tiempo; si es indudable que los signos deben tener
con el objeto significado una relación simple y natural, resulta de ello que
los signos yuxtapuestos en el espacio no pueden expresar sino objetos
también yuxtapuestos u objetos de partes yuxtapuestas, mientras que
los signos que se suceden en el tiempo no pueden expresar sino objetos
sucesivos u objetos de partes sucesivas. Los objetos que están yuxta-
puestos en el espacio o aquellos cuyas partes lo están, se llaman cuerpos.
Por consiguiente, los cuerpos, con sus propiedades visibles, son los
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 71

objetos propios de la pintura./ Los objetos que se suceden en el tiempo,


o aquellos cuyas partes son sucesivas, se llaman en general acciones. Por
consiguiente las acciones son el objeto propio de la poesía.14

La teoría estética de la diferencia entre la naturaleza de la poesía


y la pintura que fundamenta Lessing en la crítica al paralelismo
que Winckelmann cree encontrar entre el Filocteto de Sófocles
y el Lacoonte “que expresa un dolor contenido, sin gritos, según
Winckelmann”, enuncia un examen complejo de la relación entre
la poesía y la pintura a partir de los preceptos del canon clásico de
la imitación, los cuales no comparte: “Decir que el poeta imita al
artista, o que el artista imita al poeta —señala Lessing—, puede
significar dos cosas: que el uno hace de la obra del otro el objeto
real de su imitación, o que los dos tienen el mismo tema, y el uno
copia del otro la manera y el procedimiento”.15
Para señalar los límites entre la poesía y la pintura, Lessing acude
a una hipotética comparación que tiene como motivo la Ilíada de
Homero y pregunta:

Si las obras de Homero se hubieran perdido por completo y no nos


quedase de la Ilíada y la Odisea más que una serie de cuadros, a guisa de
los que Caylus propone copiar de ellas, ¿es posible que tales cuadros,
aunque fueran ejecutados por el más hábil pintor, nos dieran, no ya del
poeta entero, sino de su talento plástico, la misma idea que tenemos hoy?16

De esta reflexión concluye Lessing la esencial diferencia del lenguaje


de la poesía y la pintura dado que en su opinión “es imposible traducir
a otra lengua la pintura musical producida por las palabras del poeta.
Y es igualmente imposible adivinarla según la pintura material…”.17
Al mismo tiempo que el Lacoonte plantea la pregunta de si es
posible la reconstrucción conceptual de un arte particular en otro
72 Rolando Picos Bovio

género —como es el caso de la pintura que parte de la poesía— y de


su posible comparación, Lessing plantea un asunto central que media
en la respuesta: el problema de la libertad en la creación artística,
y señala que “si se quiere comparar entre sí al pintor y al poeta, en
casos particulares, precisa examinar bien, ante todo, si los dos han
obrado con entera libertad: si libres de todo obstáculo exterior han
podido proponerse como único fin el supremo efecto de su arte”.18
Lessing pretende dejar en claro la delimitación entre poesía y
pintura, idea que contradice las tendencias a fundamentar una teoría
de correspondencia entre las artes.
Frente a la insistencia de encontrar principios estéticos comunes
—idea que parte de la necesidad racionalista de universales, también
en el campo estético—, Lessing insiste en que los lenguajes de la
poesía y la pintura corresponden a acciones e intenciones distintas:

La pintura, obligada a representar lo coexistente, no puede elegir


sino un instante de la acción y debe, por consiguiente, escoger el más
fecundo, el que mejor dé a comprender el instante que precede y el
que sigue. Igualmente la poesía, en sus imitaciones progresivas, no
puede utilizar sino una sola propiedad de los cuerpos que describe y
debe, en consecuencia, escoger la que con mayor vivacidad despierte
en nosotros la imagen sensible de esos cuerpos bajo el aspecto en
que trate de mostrárnoslos.19

Pese a la detallada fundamentación que Lessing desarrolla en el


Lacoonte, Praz insiste en que su esfuerzo por separar y establecer
los límites entre la poesía y la pintura es un esfuerzo vano pues “la
tentación de explorar el misterio de las correspondencias entre las
diferentes artes, de descubrir la fuente de ese Nilo de siete brazos,
ha vuelto a surgir una y otra vez en la fantasía de los artistas; las
‘Correspondances’ de Baudelaire, la audición coloreada en el cé-
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 73

lebre soneto de Rimbaud sobre las vocales y el órgano de licores


en Des Esseintes son ejemplos de esa idea recurrente...”20

Incursiones en la estética kantiana


En su Historia de la Estética (2002), Bayer destaca que el siglo
XVIII estuvo llamado a ser el siglo de una razón que se pro-
yecta en todos los ámbitos —incluido, por supuesto, el ámbito
estético—, en el que los fecundos trabajos de partidarios del
empirismo como Burke (1729–1797) o Hume (1711–1776), o
del posracionalismo alemán como Baumgarten (1714–1762),
Lessing (1729–1781) y Mendelssohn (1729–1786), alimentan la
reflexión estética de Immanuel Kant (1724–1804), fundador de
la filosofía clásica alemana.
El siglo XVII vio nacer la reflexión moderna en el racionalismo
de Descartes y el empirismo de Locke, quienes proyectan a la pos-
teridad una visión de modernidad que permite el desplazamiento
de la razón a otros ámbitos:

Se dice del siglo XVIII que fue el siglo de la razón. Sólo que en este siglo
la razón adquiere un sentido diferente; no equivale ya al sentido común,
sino a un “poder crítico”. No se debía creer, sino que había que estar se-
guro; el espíritu crítico hizo su aparición y no tardó en triunfar. El primer
deber de la razón consistía en examinar, y se reconoció que el mundo
estaba lleno de errores que la tradición garantizaba como verdades. El
papel de la razón pasó a ser, pues, el de combatir la tradición existente
y reemplazar el ideal del hombre honesto por un nuevo ideal humano.21

La razón crítica es, a partir de este momento, el proyecto que puede


conformar la modernidad y establecer la diferencia entre el ayer y
el ahora. El nuevo parámetro de reflexión deja de ser individual y
asume una condición universal en el sentido de que los problemas
74 Rolando Picos Bovio

que la filosofía había resuelto tradicionalmente desde la trascenden-


cia y la metafísica asumen ahora su concreción histórica y material.
La estética alemana, que recibe la influencia del racionalis-
mo francés y el sensualismo inglés, recupera al sujeto pero lo
dimensiona críticamente e intenta sintetizar las propuestas de la
tradición que recupera.

Kant: Filosofía y estética en el pensamiento crítico


Para desarrollar su teoría estética, Kant acepta el postulado em-
pirista inglés sobre el juicio del gusto, según el cual este no es de
naturaleza cognoscitiva, sino estética, por lo que necesariamente
remite a la subjetividad. De esta manera lo bello no remite al en-
tendimiento comprendido como percepción lógica. Escribe Kant
en la primera parte de la Crítica del juicio:

Para decidir si algo es bello o no, referimos la representación, no me-


diante el entendimiento al objeto para el conocimiento, sino, mediante la
imaginación (unida quizá con el entendimiento) al sujeto y al sentimiento
de placer o de dolor del mismo. El juicio del gusto no es, pues, un juicio
de conocimiento; por lo tanto no es lógico, sino estético, entendiendo
por esto aquel cuya base determinante no puede ser más que subjetiva.22

El hecho de que el juicio del gusto remita a la subjetividad no quiere


decir que se resuma a una mera experiencia de placer sensorial pues,
el entendimiento, en tanto capacidad, permite al hombre estable-
cer reglas y conocer mediante conceptos. Para Kant, la reflexión
de la esfera estética es consustancial al hombre pues involucra el
problema de la percepción del sujeto y de su capacidad de juzgar
los objetos que le rodean; sin embargo, como tal, la contemplación
estética es desinteresada:
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 75

El juicio del gusto es meramente contemplativo, es decir, un juicio que,


indiferente en lo que toca a la existencia de un objeto, enlaza la constitu-
ción de este con el sentimiento de placer y dolor. Pero esta contemplación
misma no va tampoco dirigida a conceptos, pues el juicio del gusto no es
un juicio de conocimientos (ni teórico ni práctico) y, por tanto, ni fundado
en conceptos, ni que los tenga como fin.23

Tatarkiewicz resume las características de la experiencia estética


para Kant24 en los siguientes cinco rasgos:

a. Es desinteresada ya que ocurre independientemente de la existencia


real de su objeto, y no es el objeto en sí lo que agrada, sino la imagen;
b. No es conceptual;
c. Hace referencia únicamente a la forma del objeto;
d. Es un placer que no solamente se basa en la sensación, sino también
en la imaginación y en el juicio.
e. No existe una regla universal que determine qué objetos nos gustarán
y cuáles no, ya que, como señala Kant: Se quiere saber tan solo si esa
mera representación del objeto va acompañada en mí de satisfac-
ción, por muy indiferente que me sea lo que toca a la existencia del
objeto de esa representación. Se ve fácilmente que cuando digo que
un objeto es bello y muestro tener gusto, me refiero a lo que de esa
representación haga yo en mí mismo y no aquello en que dependa
de la existencia del objeto.25

Al afirmar Kant la subjetividad del criterio del gusto estético con
la satisfacción que el objeto produce en función de su belleza se
pone a discusión también el concepto del arte en general y del arte
bello en particular, temas que también trata en la Crítica del juicio.
76 Rolando Picos Bovio

El arte y lo bello
Para Kant, lo que distingue el arte de otras formas de apropiación
y transformación de la naturaleza es la voluntad unida a la razón.
Este hacer se diferencia de otras formas de prácticas como las de
la ciencia, la técnica y el oficio. La condición esencial en la creación
artística es la libertad, pues “debiera llamarse arte sólo a la produc-
ción por medio de la libertad, es decir mediante una voluntad que
pone razón a la base de su actividad”.26 Así pues, reflexiona Kant,
el arte se distingue de la creación de la naturaleza —como la que
realizan las abejas en un panal— en tanto que “su causa produc-
tora ha pensado un fin al cual debe su forma [y, por tanto…] una
representación de ello ha debido preceder a su realidad”.27
El arte también se distingue de la ciencia y del oficio. En el pri-
mero se trata tanto de saber lo que se puede hacer como de tener
la habilidad para hacerlo; en el oficio la distinción básica es que
este constituye un “arte mercenario”, una ocupación desagradable
y fatigosa en tanto que el arte supone juego, goce, “como si no
pudiera alcanzar su finalidad (realizarse) más que como juego, es
decir, como ocupación que es en sí misma agradable”.28
Con su observación sobre el juicio estético del arte como jue-
go (spiel), Kant abre la puerta a los desarrollos posteriores de la
estética que, como en el caso de Schiller (1759–1805), despliegan
la idea de que “el hombre sólo debe jugar con la belleza, no con la
sensibilidad ni con la forma”.29
Kant insiste en que no puede existir una ciencia de lo bello,
sino una crítica en torno de lo bello, pues “el juicio sobre belle-
za, si perteneciese a la ciencia, no sería juicio alguno de gusto”.30
Distingue además dos tipos de belleza: la belleza libre y la belleza
adherente: “la primera no presupone concepto alguno de lo que el
objeto deba ser; la segunda presupone un concepto y la perfección
del objeto según este”.31
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 77

En el caso de la belleza libre, subraya Kant, el juicio del gusto es


puro en tanto que “no hay presupuesto concepto alguno de un fin
para el cual lo diverso del objeto dado pueda servir...”32 Este es el
caso, por ejemplo, de las flores, que son “bellezas naturales libres”
y que solamente pueden dar pie a un juicio del gusto. Lo contrario
sucede con la belleza humana, que es conceptual por sí misma, ya
que “presupone un concepto de fin que determina lo que debe ser
la cosa; por tanto, un concepto de su perfección: así, pues, es belleza
adherente”.33 Sobre esta noción kantiana señala Sánchez Vázquez:

[Para Kant] lo bello y lo útil son incompatibles […] Bello es para él “lo que
gusta por su forma” cuando esta “es percibida sin la representación de un
fin” (Crítica del juicio). La verdadera belleza, o belleza libre, no se apoya
en ningún concepto del objeto [...] Pronunciarse sobre la utilidad de un
objeto requiere conocer el fin. La utilidad carece de valor estético y, por
tanto, el objeto bello es por principio inútil. Cuando se admite su utilidad y,
en consecuencia, un conocimiento del fin que se apoya en el concepto del
objeto —como en el caso de una obra arquitectónica o de un monumento
histórico—, estamos, según Kant, en la belleza adherente, que, comparada
con la belleza libre de un arabesco o una flor es inferior o dependiente.34

Al hablar del juicio de gusto y el juicio estético, Kant define el gusto


en los siguientes términos: “Gusto es la facultad de juzgar un objeto
o una representación mediante una satisfacción o un descontento, sin
interés alguno. El objeto de semejante satisfacción llámase bello”.35
El problema central que se plantea Kant en esta parte es el de
cómo un juicio de gusto, que no presupone un concepto (pues es
belleza libre y puede ser individual), puede tener validez universal.
Si la satisfacción depende de la sensación, como acepta Kant del
postulado empirista, entonces, solamente se puede hablar de una
validez universal subjetiva.
78 Rolando Picos Bovio

Conclusiones
El camino que hemos recorrido desde la fundamentación de la es-
tética ilustrada a la prerromántica que inaugura Kant, nos muestra
los desplazamientos que sufre el concepto de lo estético, con la
vuelta al sujeto como parte fundamental para reflexionar en torno
de la experiencia estética.
El sujeto es fundamental y se recupera al ser el elemento central
de los planteamientos ilustrados. En la esfera del arte se va creando
una nueva sensibilidad en el tratamiento de la creación artística que,
abandonando los cánones de la tradición, presupone un intelecto
activo, una capacidad para ejercer el juicio de la recta razón, tal y
como lo plantea Kant, para gozar y juzgar la creación estética.
Kant intenta fundamentar un equilibrio que tiene como objetivo
evitar que la razón se cosifique y se apodere del objeto tornándo-
se también ella en objeto. Al contrario, Kant abre una rendija de
entrada al sentimiento en el juicio estético y plantea que la esencia
del arte, de la creación artística, reside en su libertad, como ya lo
había señalado Lessing.
Al inaugurar la filosofía moderna, Kant abre al mismo tiempo la
reflexión sobre la naturaleza del lenguaje en tanto instrumento de
la hermenéutica estética, pues los juicios sobre lo bello y lo subli-
me atraviesan tanto la razón como la subjetividad. Los desarrollos
filosóficos posteriores —sobre todo los de la filosofía clásica ale-
mana— intentarán, en muchos sentidos, responder a la pregunta
que Kant había lanzado en la Crítica de la razón pura y que ahora
fundamenta en la Crítica del juicio. Sin embargo, su concepción
estética, la cual tiene, además, el mérito de plantear por primera vez
una nueva categoría estética, la de lo sublime —con la cual rompe
el monopolio de lo bello de las Beaux–arts—, será cuestionada
críticamente por las realidades y problemas de la modernidad.
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 79

Notas
1. Para Baumgarten, la estética será una teoría del saber sensible o
conocimiento inferior con respecto al saber racional —supe-
rior— que es objeto de la lógica y de la teoría de las acciones de
la voluntad, que es objeto de la lógica. Valverde señala que “Es
[en] el ámbito germánico donde, por fin, se constituye como tal
la disciplina llamada ‘estética’ [...] precisamente, nace como tal en
latín, en la obra Aesthetica [...] pero aesthetica no tenía el sentido
preciso que hoy le damos, sino otro más vago: dentro de la pers-
pectiva de Leibniz, las mónadas se alinean en una suerte de rampa
ontológica, de más clara a menos clara, y entonces el conocimiento,
además de tener una zona luminosa que se ocupa de las más altas,
también tiene otra parte inferior, de percepción inmediata, y más
material, que es precisamente la estética en su sentido etimológico
de ‘percepción’, de ‘sentir’. Así pues, filosóficamente nace aquí
una disciplina de segunda clase, a pesar de que algún gran filóso-
fo —Kant— la eleve a ser clave de su pensamiento, y algún otro
—así, Hegel— cuente con ella como pieza indispensable”, J. M.
Valverde: Breve historia y antología de la estética, p. 129.
2. Ver A. Sánchez: Invitación a la estética, p. 47.
3. En el caso de la emergencia del Neoclasicismo, este puede com-
prenderse como una reacción natural ante el artificio del estilo
rococó, identificado con la corrupción y artificialidad del Ancien
Régime, y representado en la corte francesa. El Neoclasicismo
pugna por una idea de progreso y de lucha contra el dogma en
la búsqueda de estas verdades racionales universales.
4. “Para Platón lo bello es lo bello en sí, perfecto, absoluto e intem-
poral. Esta concepción no es sino la aplicación de su doctrina
metafísica de las ideas. La belleza es sólo una idea y como tal
existe, con una realidad suprasensible, independientemente de las
cosas bellas, empíricas, sensibles, que sólo son bellas en cuanto
80 Rolando Picos Bovio

participan de la idea. [...] A la tesis platónica de la belleza en sí [...]


Aristóteles contrapone la tesis de lo bello en las cosas empíricas,
pero siguiendo a su maestro, distingue entre los componentes
reales de la belleza la proporción de las partes. A estos compo-
nentes agrega los de simetría y extensión y en relación con ellos,
los de orden y límite”. A. Sánchez: op. cit., p. 48.
5. Idem, p. 49.
6. W. Tatarkiewicz: Historia de seis ideas, arte, belleza, forma, creatividad,
mímesis, experiencia estética, p. 304.
7. W. Tatarkiewicz: op. cit., p. 248.
8. Ver J. M. Valverde: op. cit., p. 125.
9. Ver W. Tatarkiewicz: op. cit., p. 248.
10. J. M. Valverde: op. cit., p. 130.
11. W. Tatarkiewicz: op. cit., p. 174.
12. “De la imitación de las obras griegas en pintura y escultura”, pp. 21
y 22, apud G. E. Lessing: Lacoonte, p. 7.
13. Ver W. Tatarkiewicz: op. cit., pp. 308–309 y ss.
14. G. E. Lessing: op. cit., p. 95.
15. G. E. Lessing: op. cit., p. 53.
16. Idem, p. 87.
17. Idem, p. 67.
18. Idem, p. 65.
19. Idem, p. 96.
20. M. Praz: Mnemosyne: El paralelismo entre la literatura y las artes
visuales, p. 26.
21. R. Bayer: Historia de la Estética, p. 159.
22. I. Kant: Crítica del juicio, p. 209.
23. Idem, p. 213.
24. Ver Idem, p. 360 y ss.
25. I. Kant: op. cit., p. 210.
26. Idem, p. 276.
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada 81

27. Ibidem.
28. Idem, p. 277.
29. R. Bayer: op. cit, p. 309. Ver el tratamiento que Schiller hace del
tema en las Cartas sobre la educación estética del hombre (1795).
30. I. Kant: op. cit., p. 277.
31. Idem, p. 226.
32. Idem, p. 227.
33. Ibidem.
34. A. Sánchez: op. cit., p. 149.
35. I. Kant: op. cit., p. 214.

Fuentes
Bayer, Raymond: Historia de la Estética, Fondo de Cultura Eco-
nómina, México, 2002.
Kant, Inmanuel: Prolegómenos a toda metafísica del porvenir, Observaciones
sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, Crítica del Juicio (estudio
introductivo y análisis de las obras por Francisco Larroyo), Mé-
xico, Porrúa, Colección “Sepan Cuantos...” 246, 1985.
Lessing, Gotthold Efraim: Lacoonte, México, Porrúa, Colección
“Sepan Cuantos...” 632, 1993.
Praz, Mario: Mnemosyne. El paralelismo entre la literatura y las artes
visuales, Barcelona, Taurus, 1981.
Sánchez Vázquez, Adolfo: Antología. Textos de estética y teoría del arte,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1972.
Sánchez Vázquez, Adolfo: Invitación a la estética, México, Grijalbo, 1992.
Tatarkiewicz, Władysław: Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creati-
vidad, mímesis, experiencia estética, Madrid, Metrópolis Alianza, 2002.
Valverde, José María: Breve Historia y antología de la estética, Barcelona,
Ariel, 2000.
El mestizaje o lo irreductible en la pintura
de Ricardo Martínez

Luis Felipe Jiménez


azecme

Introducción

L a pretensión de hacer una reflexión filosófica alrededor de


la identidad y el mestizaje latinoamericano me llevó desde
hace tiempo a explorar la presencia de estas temáticas en el arte
mexicano, en el que parecen haberse instalado como una cons-
tante desde los tiempos del muralismo, quizá de un modo más
reiterado que en otras latitudes del continente. En esta búsqueda
fue verdaderamente revelador encontrar la obra del pintor Ricar-
do Martínez de Hoyos (1918–2009), que a primera vista, contiene
muchos de los elementos tradicionales con que se identifica “lo
mexicano”; no obstante, cuando se le observa con más atención,
se hace visible un contenido que contradice todos los estereotipos
y que sitúa a su obra. En realidad, ese parece ser el objetivo de
su obra: ir más allá de lo común para situarse en un misterioso
enigma en que el color y la forma se confunden para concebir
otra mirada sobre la condición mestiza.
La pintura de Martínez nos propone ese tópico insalvable de las
culturas latinoamericana y mexicana: la construcción de su iden-
tidad, problema que, observado entre las luces y las sombras del
pincel del artista mexicano, permite al intérprete ir más allá de la
imagen y detectar el rompimiento con los mitos que sobre la mezcla
biológica y cultural entre lo español y lo indígena se han impuesto
como lo “auténtico”, lo “propio” o la “esencia” de la mexicanidad.
En esta obra encontraremos transformados esos lugares comu-
nes, sus tipicidades y localismos, en una movediza simbiosis que
84 Luis Felipe Jiménez

reconfigura esa contradicción existencial, irreductible y continua


que, no obstante, convierte al mestizaje en un acontecimiento
humano y universal.

El artista y su arte
Quien quiera hablar de un artista mexicano o del arte de México
no puede pasar por alto la tradición precolombina y la colonial, ni
debe hablar a partir de esa tradición de líneas o planos rigurosos,
ni olvidar que en México parece imponerse siempre, de manera
caprichosa y rebelde, el mundo natural de la fauna y la flora, la as-
tronomía y todos aquellos símbolos que encarnan la presencia de
lo sagrado religioso, sea de raigambre primitivo o cristiano.
Las resonancias de ese México profundo aparecen en la obra
de Ricardo Martínez, con un toque personal contemporáneo que
lo hace un artista “raro”, inclasificable; en su negación a seguir la
senda de los muralistas, el indigenismo militante o las “vanguardias”
europeístas, y en la reafirmación de su carácter de artista latinoame-
ricano que le permitió ser independiente en un medio y una época
que prefería ser gregaria.
La mayoría de los críticos están de acuerdo en la apreciación
anterior.1 Pero lo llamativo está justo en esa actitud independiente:
¿Cómo lograr ser un pintor mexicano y de lo mexicano sin seguir la
aparentemente obligatoria senda de Rivera, los arrebatos de Orozco
o el colorido agresivo de Siqueiros? Si no siguió los pasos del movi-
miento artístico más “revolucionario” (y quizás el más importante
que se produjera en Latinoamérica durante el siglo XX), quizá se
debiera a que Martínez saltó muy pronto a la otra orilla, a la de
aquellos que hicieron rápida ruptura, como Tamayo (1899–1991).
Y si bien el oaxaqueño fue un inspirador, Martínez tuvo la
intuición de no imitarlo y de no pretender una simbiosis entre la
fuente puramente telúrica mesoamericana y el saber occidental; en
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 85

vez, Martínez propuso una especie de sincretismo que reflejaba un


fragmento de las relaciones entre el mundo hispano y el mundo
indígena, en que no había verdadera mezcla, sino la permanencia
tolerante de cada elemento conviviendo, en un pacto de no agresión,
sin mezcla amorosa ni conflicto.
Hay que reconocer, sin embargo, que Martínez retoma la hete-
rodoxia de Tamayo, pero la fuente precolombina que los inspira los
lleva por rutas distintas. Tamayo es primitivo, popular, realista, exu-
berante; en el de Oaxaca hay —como dice Cardoza y Aragón— un
deje de “corrido”, que encarna el pintoresquismo de lo mexicano2 y
que abre una puerta a un mundo pictórico que le debe en exceso a la
tradición aborigen, lo que lo hace un pintor no europeo, sin dejar de
fundir su primitivismo con lo mejor de la pintura contemporánea.
No obstante, Tamayo no es ni pretende encerrar en su obra la
totalidad de la sensibilidad del ser mexicano, es apenas un matiz,
como también lo es Martínez: en ambos hay una intención de pe-
netrar el misterio, de fijar el modelo que plasman en sus pinturas,
a sabiendas de que ese modelo se mueve constantemente y hace
dudar al espectador sobre aquello que logra comprender. Partiendo
de fuentes comunes y siendo ambos antimilitantes e incapaces de
reflejar lo social, de seguir las modas, constituían miradas distintas
y a veces opuestas sobre la mexicanidad.
Por su formación en Estados Unidos y su pertenencia a una
clase media acomodada, Martínez hubiera podido anticipar otra
senda, más extrema y menos complaciente, en esa búsqueda de
lo mexicano. En otras palabras, pudo ser y no fue Tamayo, pero
también pudo haber anticipado a un artista más joven, Alberto Gi-
ronella (1929–1999), lo cual evidentemente tampoco quiso hacer;
no fue un pintor del México primitivo, a la manera de Tamayo, pero
renunció a ser un artista desafiante y profanador, como lo fuera
Gironella. Este último se esforzó por apropiarse de lo caótico y
86 Luis Felipe Jiménez

emotivo; entre barroco y surrealista, describe la senda europea de


la sensibilidad mexicana que se cifra en un intuitivo irracionalismo,
en un ascenso al pasado del que se sirve con mirada de etnólogo,
sin imponer un nuevo orden del tiempo al destino inexorable de la
modernidad. Gironella es sensible a todo lo que pasa alrededor, se
deja “permear por el ambiente”, según dijera el crítico Damián Ba-
yón,3 por eso es antiprimitivo, respira Europa por todos sus poros,
cargado de cultura, especialmente francesa y española, sin dejar de
ser un fascinante snob a la manera de Proust; teme al aburrimiento;
sus collages recrean mundos cargados de historia y tradición, pero
también de consumo y contemporaneidad, quizá irónica, pues los
casilleros negros como féretros o las puertas con que sostiene sus
cuadros evocan la presencia de la muerte, ese final de las cosas en
que la tradición indígena y mestiza mexicana, burlesca y patética,
coincide con la actitud hispánica, seria y profunda, ante lo fúnebre.
Si bien puede que Martínez haya explorado de joven alguna
de esas sendas, pronto la abandonaría para seguir el camino que
concretó en sus obras de madurez, esas grandes telas que por su
tamaño manifiestan una vocación muralista y, por su contenido,
quisieran devenir en esculturas. Martínez expresa su origen mexi-
cano en su trabajo como muralista y escultor, sin embargo lo re-
chaza al decidir ser solamente un pintor de caballete. Como pintor
abandona cualquier barroquismo de la tradición mexicana, se aleja
del detalle, la filigrana, para concentrarse en la esencia; pero su
búsqueda está lejos de ser la fijación de un paradigma ideológico,
de una materia y una forma fijas, es más bien una iluminación, un
enfoque sobre lo humano, sobre la contradicción del ser que lo
funda, lo moviliza y lo atraviesa.
En ese sentido, el esencialismo de Martínez no es fundamenta-
lismo o purismo cultural: dibuja cuerpos como montañas que caen
en suaves faldas y hombres, mujeres y niños desnudos o vestidos,
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 87

de raza indefinible; sus colores grises luminosos, verdes vegetales,


azules profundos, se acomodan como rincones que dan cabida a
estos seres. Y ese estar se hace sin tiempo: los personajes de sus
cuadros siempre están invadidos por una atmósfera oscura, inclu-
sive cuando tienen color, con la que Martínez pretende impedir
que transcurra cualquier forma que determine la presencia de un
antes y un después. El ser es. La existencia es acto puro. En ella
nada deviene, todo está en acto, y está porque se siente cómodo,
porque sus mujeres desnudas expresan un total estado de placer, y
porque los niños se abrazan tierna y melancólicamente a sus madres
o juegan en una intimidad secreta y plácida con el padre; porque
los hombres, aunque aparecen solitarios, se muestran sólidos como
rocas, pero deseantes de ese sexo, se solazan en el misterio que les
brindan esos seres separados por la naturaleza que, sin embargo, son
los mismos fundidos por el amor en un momento fuera del tiempo
y del espacio. Como en el poema de su amigo Alí Chumacero, los
personajes de Martínez aman en un “tiempo antes que el principio”,
donde no hay pasado ni futuro, solamente anhelo de un presente
eterno,4 deseo por atrapar la esencia de lo humano, su trascenden-
cia. Por un momento, da la impresión que el pintor mexicano (y
quizá “lo mexicano”) ha alcanzado por fin la paz consigo mismo.
Seguramente la vulgar realidad se encargue de refutarnos.

Muralismo y Revolución
El arte mexicano había seguido un recorrido diametralmente opues-
to al que se abre con la pintura de Martínez: hasta ese momento, la
vida cotidiana, el indígena, la tradición propia no habían sido temas
ni fundamentos del arte. Pero, hacia 1920, México fue el escenario
del renacimiento del arte indígena y popular, lo cual hizo lamentar
al artista José Clemente Orozco que el arte mexicano se estuviera
diluyendo entre “petates, ollas, huaraches, rebozos” mezclado con
88 Luis Felipe Jiménez

temas nacionalistas y el ascenso de una ideología obrerista que ponía


lo artístico al servicio de la causa de los trabajadores.5 El arte, en mu-
chos sentidos, devenía en sociología e historia de la lucha de clases.
El muralismo fue la materialización de estas ideas: rompió la
rutina, acabó con los prejuicios que impedían ver los problemas
sociales desde nuevos puntos de vista, invadió escuelas, universi-
dades, cuarteles, talleres y fábricas, y creó un mundo nuevo. El arte
que surge con la Revolución llenó las paredes de las instituciones
mexicanas de temas precolombinos y barrocos al tiempo que plas-
mó las condiciones históricas y sociales y destacó personalidades.
Posteriormente, la pintura postrevolucionaria derivó en corrien-
tes de corte indigenista de tres tipos: una arcaizante y folklórica,
otra que reivindicaba el Olimpo Tolteca y una última que exaltaba
al indígena del presente. La corriente histórica recreaba los hechos
y personajes de la conquista y la independencia y competía con
una última corriente que destacaba la propaganda revolucionaria y
socialista invadida de temas milenaristas, cristianos o mesiánicos.
La misma ambigüedad que desfilaba en los temas de los muralistas
coincide con la de la Revolución: por una parte, la Revolución ins-
pira y articula al muralismo; por otra, tanto la Revolución como la
pintura revolucionaria responden a la necesidad que tenía la cultura
local de insertarse en lo universal, de hacerse parte de la historia,
contrariando el designio de la filosofía hegeliana que la situaba fuera
del proceso de crecimiento de la humanidad o la relegaba al futuro.6
El proceso revolucionario ponía las bases de una nueva estruc-
tura socioeconómica que posibilitaba la modernización de la vida
mexicana. Expresión simultánea de una doble intención nacional y
universal, el arte mural tuvo como acierto, el no haberse puesto al
servicio de la Revolución y —contrario a lo que pasó en realismo
soviético— servirse del proceso revolucionario para definir un
estilo. Gracias a la Revolución el movimiento artístico barrió los
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 89

rastros virreinales y el academicismo colonialista, redescubrió la


cultura arrasada y se volcó sobre lo propio y circundante, con lo cual
la Revolución y el arte que surgió subsecuentemente se volvieron
concomitantes, tuvieron un sentido como voluntad de creación
de una vida. No obstante, degeneró, y lo hizo como todo arte que
idealiza hechos y protagonistas, se volvió tributario del Estado,
convencional, acorde con los intereses del poder y en poco tiempo
perdió su relación con la cambiante realidad.
No fueron los pintores clásicos que impulsaron el muralismo,
—los Orozco, Rivera y Siqueiros— sino sus inmediatos sucesores
e imitadores, los que asumieron una actitud panegírica al imaginar
un estado social pintoresco e inauténtico y al hacerse repetitivos,
no por falta de talento o de capacidad creadora, sino por compla-
cencia con el público y las instituciones que querían ver siempre
lo mismo. La pintura mural había cumplido con su fin: ser un arte
del pueblo, un arte auténtico capaz de hablar a ese personaje po-
pular con la misma dignidad y credibilidad que lo hiciera en otro
tiempo el religioso. Sin embargo, todas esas cualidades contenían
también las cimientes que ahogarían a la pintura revolucionaria: el
nacionalismo y el populismo.
Suele decirse que el arte es universal por encima de sus contra-
dicciones, pero cuando el tema doctrinario resalta sobre el plano
estético, la obra tiende a convertirse en mero panfleto. No es el
caso concluyente de la pintura o del muralismo de los años veinte
y treinta, pero sí de lo que siguió a este período de esplendor.
Un ejemplo lo ofrece la temática indigenista: insistir sin pro-
funda transposición en las culturas primitivas y olvidar su ejemplo
de creación nos lleva a un callejón sin salida. La experiencia de Ri-
vera a este respecto es incidentalmente enriquecedora, pues, en su
obra, el indio es tema básico y no un elemento decorativo, invoca
lo milenario, el origen y la reivindicación que quiere hacer de él la
90 Luis Felipe Jiménez

Revolución, representa al indígena precolombino constructor de


pirámides, artista y guerrero. Hoy, la imagen del indio es la misma
que prevalecía en los tiempos de la Conquista, esto es, la de un ser
explotado, autocomplaciente y distraído en el deleite de lo típico y
lo popular. Con todo, gracias a Rivera, surge una tradición que cobra
vigor en Latinoamérica no solamente en el arte, sino en la literatura,
la política, la antropología e incluso en parte de la filosofía de la
identidad, del retorno a los orígenes, del volver al mundo indígena.
De buenas a primeras se quiere ser maya, azteca o inca sin pensar
que los estilos son irrepetibles, que lo andado no se pude deshacer
y que el mundo aborigen pertenece a un pasado que contiene su
vigencia en la inspiración creativa que pueda formular el presente.
Pero como estaba implícito como doctrina, su función artística se
convierte inevitablemente en política.7
Con ello, el propio muralismo participaba en esa reivindicación
pero, al mismo tiempo, reconocía su fracaso. El nacionalismo que
lo estrangulaba deja de reivindicar al indio, por lo menos al indio
real, para mitificarlo como base del alma nacional. Al indio se acude
para reivindicar un origen misterioso, sabio, heroico, perteneciente a
un tiempo superior al presente; se le refugia en templos que llaman
museos y la casta sacerdotal de los antropólogos y arqueólogos se
encarga de renovar su recuerdo. Mientras tanto el indio real, el que
vive y sufre la marginación, la pobreza, el abandono, se hace invisible.
El orden postrevolucionario construye también un tipo humano que
derivaba del momento original que representaba la Revolución, sin
pasado ni futuro, pero que estaba en la inmediatez y en la nueva
subjetividad surgida en el seno de la Revolución: el mestizo.
En un inicio, el mestizo al que se refieren los Orozco y los Si-
queiros – previsto mucho antes en las caricaturas de Posada–, es el
lépero y el pelado que aparecen en muchas de sus pinturas, atormen-
tados y representando a la clase obrera o bien caricaturizados por
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 91

personajes como Cantinflas, a quien Rivera homenajea en uno de


sus murales. El lépero y el pelado caracterizan el espíritu nacional,
hacia ellos deriva el discurso del mural y el de la doctrina ideoló-
gica; mucho más que el indígena que constituye una recuperación
del abolengo del pasado, de un origen lustroso, el obrero mestizo
representa la esperanza que existe en el hombre nuevo, en un ser
dispuesto a encontrarse consigo mismo. Su pasado próximo es el
del campesino desarraigado, emigrado a la ciudad, enrolado en la
clase obrera, desempleado con frecuencia, que pulula por las calles
de las grandes y modernas ciudades mexicanas.
En los tiempos del esplendor de la gran urbe —resultado di-
recto de la Revolución—, el héroe mestizo está concentrado en el
futuro, vive hacia adelante, no tiene pasado; el nacionalismo y el
muralismo lo pintan agresivo, emotivo, capaz de insertarse en el
torrente de la tecnología y la industria. El mestizo de baja condi-
ción, no demasiado lejos aún del indígena real, del campesino que
apenas ha dejado de ser, se ha integrado al proceso capitalista, no
por un deseo propio sino por un determinismo de la época. Ni la
política, ni el arte logran captar la desgana con que este campesino
de ciudad asume la modernidad.
La pintura revolucionaria solamente contribuye a pulir y perfec-
cionar el mito del hombre nuevo, le crea una nueva cosmología,
la del triunfador en un nuevo orden dirigido por los dioses de la
Revolución. Mas la industria, la fábrica en la cual el obrero trans-
curre la mayor parte de su vida en condición proletaria, ni siquiera
le deja posibilidades para la nostalgia: no sueña con la tierra, con el
pasado bucólico, su presente lo constituye el miedo a la pérdida del
trabajo, la impotencia con que vive limitado por los bajos salarios,
el temor al otro, a la competencia, a la traición y la insolidaridad.8
No podemos exigir este realismo a la pintura revolucionaria empe-
ñada en mostrar, detrás de los melancólicos ojos de los mestizos,
92 Luis Felipe Jiménez

los brazos fuertes de los hombres que izarán la bandera del pueblo
enardecido en la cima de la montaña, simbolizando el final de los
tiempos de la injusticia y el principio de un orden nuevo.
No es difícil reconocer que todo este imaginario tuvo fuerza
emotiva e influencia en el pueblo mexicano, especialmente entre
los mestizos que participaron activamente en una Revolución que
no logró materializarse en un mejoramiento de su situación social
y llevó a los sectores más desfavorecidos y mayoritarios a percibir
la modernidad con desconfianza y angustia. Si bien esta imagen
de los mestizos no consiguió sus objetivos políticos, es decir, la
universalización de México y su ingreso a la modernidad, desde
el plano estético generó por lo menos estereotipos que como arte
serían reconocidos por los artistas europeos gracias a la experiencia
que vivieron con el cubismo y su máximo profeta, Picasso.

La mediación Picasso
El mestizaje biológico, la mezcla de muchísimas generaciones entre
blancos españoles e indios y sus diferentes combinaciones con otras
razas como la negra, en un proceso que se gestaba desde el siglo
XVI, encontró en la Revolución Mexicana la cima de su expresión.
El mestizo, sin ser jamás una raza, devenía sujeto histórico, era
el protagonista del movimiento social que construía el proyecto
con que México pretendía legitimar su ingreso a la modernidad
occidental. El arte revolucionario, más que un imaginario, era una
expresión que caracterizaba a la Revolución y a sus personajes; había
una codependencia entre el movimiento social y el arte, en especial
con el muralismo, con una legitimación interna, local, que carecía
de un elemento mediador que le permitiera acceder a lo universal.
La máxima debilidad de la Revolución fue la ausencia de una
meta política definida y de un proyecto ideológico propio; ante esto,
una vez establecido el orden nuevo, quiso compensar dicha ausencia
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 93

emulando los logros sociales de una revolución más joven como


era la rusa. Por lo que concierne al arte, el factor que posibilitó la
aceptación y recepción de sus temáticas indigenistas y mestizas, no
fue un factor ideológico o la imitación del realismo soviético —que
es posterior—, sino el cambio estético que se llevaba a cabo en la
percepción artística europea, simultáneamente a tales movimientos
sociales. Es posible que parte de ese cambio hubiera sido iniciado
por los impresionistas, con Gauguin y Cézanne, pero fue el cubismo,
y dentro de este, la presencia inmensa de Picasso, la que consiguió
que lo aborigen o lo primitivo fuese apreciado con un sentido di-
ferente al del exotismo o al de mero folklore.
Los principios estéticos de la corriente cubista —las máscaras
africanas, lo polinesio— recobraron el valor del arte primitivo que,
paradójicamente, los artistas europeos del tiempo de la Conquista
habían admitido, pero que el rigor estético de los siglos XVIII y
XIX se había encargado de excluir.9 Sin el cubismo, pero en especial
sin Picasso, hubiese sido imposible aceptar la presencia del arte
mexicano dentro del concierto artístico mundial.
Picasso había visto la cuadrícula como el modo más flexible de
llegar a los contornos de las cosas y de manipular la imagen sobre
el plano del cuadro; sus planos pretenden destruir la ilusión de la
perspectiva y representan la apariencia de las cosas desde diferentes
puntos de vista a la vez. Desde un enfoque técnico esta propuesta
fue un factor determinante en la asimilación artística que hicieron
los muralistas. De una parte, se hizo perceptible al ojo europeo
el carácter estético de los temas precolombinos e indigenistas;
de otra, se abrió el espacio para montar puestas en escena casi
pre–renacentistas que evocaban las obras de Giotto o Cimabue.
Picasso, a través del cubismo, encontró un modo de vincular los
cánones artísticos del mundo moderno con los restos de las cultu-
ras primitivas de las sociedades periféricas a Occidente; gracias a
94 Luis Felipe Jiménez

esta mediación se renovó el mestizaje y, sin dejar de impregnarse


de las vanguardias europeas, se reorientó la mirada de los jóvenes
artistas latinoamericanos hacia sus tradiciones, resultando en una
nueva visión de sí mismos.
Ese fue el caso de Rivera, como el de tantos intelectuales y artistas
latinoamericanos, quienes difundieron (y siguen difundiendo) la cul-
tura americana en Europa y retornaron a casa con otros ojos, no con
una mirada europea falsa, sino con la de aquellos que en la distancia
recuerdan lo que era cotidiano, pasajero o trivial de su entorno, trans-
formado en extraño o maravilloso. Fue también el caso de Tamayo y
el de Martínez. La diferencia es interesante: Rivera es el artista de la
Revolución; Tamayo es la ruptura; Martínez, la consecuencia de los
otros dos. En todos influye de algún modo el cubismo de Picasso,
sea en el estilo y la técnica, como ocurre en Rivera, en la temática,
como se observa en Tamayo, o en el retorno al caballete (el caso de
Martínez, quien se negó a seguir la vía de los muralistas). Después
de la experiencia europea, los tres pintores mexicanos volvieron
a su terruño (como suele suceder entre los artistas mexicanos), y
visualizaron el mestizaje como un “otro”, ya no como mezcla bio-
lógica o búsqueda de tipos populares que encarnaban el objetivo del
discurso político, sino como una simbiosis cultural que concebía “lo
mexicano” desde un horizonte universal, como parte importante en
la construcción de la historia de la humanidad.

El sentido estético del mestizaje


El proceso social y artístico que subyace a la Revolución mexica-
na construye un tipo de subjetividad mestiza, fabricada desde los
discursos demagógicos de los centros del poder, que no niega su
existencia sino que la afirma; teniendo esto en cuenta y observando
que en el arte, el mestizaje se eleva al grado de lo multicultural y
posibilita la tolerancia de formas de arte que poco antes no hubie-
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 95

ran sido aceptadas como tales en los círculos artísticos europeos y


norteamericanos, cabe preguntarse: ¿podemos seguir hablando del
mestizaje desde una perspectiva exclusivamente biológica? ¿No es el
mestizaje una continua contradicción cultural que abre la puerta de
la diversidad y niega al mundo moderno la posibilidad de cualquier
purismo o esencialismo? En ese sentido, ¿no es la obra pictórica
de Martínez un esfuerzo por poner de manifiesto la contradicción
inherente a la cultura hispanoamericana y en concreto a la mexica-
na? Es decir, ¿no es un intento por superar el prejuicio social que
había hecho del mestizaje biológico o racial, solamente la confor-
mación de una raza inferior, aunada al mito de un origen violento
que producía una cultura fundada en el dolor y el resentimiento?
Y, ¿ese intento supone el peligro de caer en un nuevo esencialismo
identitario o, por el contrario, es una forma de superar lo ideológico
al sublimar el mestizaje como contradicción esencial y al hacer de
dicha contradicción lo puramente humano?
Mestizo viene de mixto, esto es, lo que resulta de una mezcla, lo
que admite en su composición un elemento extraño; lo impuro, en
suma. El mestizo es el hijo de una unión exogámica, pero solamente
el hijo de blanco y una raza de color, lo que vulgarmente se llama
una raza inferior. Ahora bien, la mezcla biológica no es suficiente
para establecer el concepto, se requiere también de una mezcla
cultural: en breve, se entiende que la raza blanca, como raza pura,
es culturalmente la más adelantada y cualquier otra con la que se
mezcle es inferior por el color de la piel y por su atraso cultural.
En México existe una tendencia hacia la homogeneidad racial,
hacia lo impuro tanto biológica como culturalmente: el mestizaje.
Esto significa que el mestizaje se sitúa como una contradicción
esencial que se vuelve existencial en el seno de la vida de los
mexicanos. Desde un enfoque hegeliano, el mestizaje establece la
abstracción de la lucha entre el amo y el esclavo: el conquistador
96 Luis Felipe Jiménez

domina pero el indio se resiste a abandonar su cultura y conserva


sus propias expresiones originales allí donde no logra llegar el po-
der del colonizador. Desde entonces hasta nuestros días, pasando
por diferentes niveles e intensidades, el mestizaje ha tenido una
contradicción que lo habita, lo recrea permanentemente y lo man-
tiene en una constante movilidad, en una búsqueda permanente
de sí mismo y en un continuo preguntarse por su yo y su sentido,
que contrasta con la indiferencia con que otros pueblos latinoa-
mericanos obvian o evaden tal preguntar.
La mezcla, aunque haya sido el resultado de la dominación del
conquistador sobre el indígena, no fue enteramente destructiva
y estéril, como lo demuestran muchos ejemplos a lo largo de la
historia de México y Latinoamérica. Esta contradicción existencial
ha estimulado la capacidad de invención y de improvisación del
mexicano común y, en el arte, ha sido la fuente del muralismo, de
la obra de Tamayo y de Martínez. En el caso de este último, en su
obra sobreviven lo prehispánico y lo vanguardista, lo occidental y
lo indígena, con una flexibilidad sorprendente, con una capacidad
de receptividad única y una aptitud para combinar los elementos
más dispersos. Su expresión del mestizaje, al contrario de sus an-
tecesores, recompone un universo pulverizado por los accidentes
que lo originaron dentro de una nueva configuración que enfrenta
a los mitos originales sobre los que se ha construido el proceso del
mestizaje mexicano: la violencia, la búsqueda de una indefinible
identidad y el complejo de inferioridad. En síntesis, esta expresión
es un combate marcado y determinado por el resentimiento, contra
las ideas que han fijado el origen y el destino de la mexicanidad.
En el esfuerzo por crear un mundo propio, Martínez ha instau-
rado un nuevo tiempo. Sus comentaristas con frecuencia reconocen
en sus figuras a la imagen de Coatlicue, al Chacmol de los toltecas
e incluso algunos asocian estas figuras ase podría decir incluso las
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 97

enormes cabezas de la cultura Olmeca. Pero lo extraordinario de


la evocación prehispánica a la que acude Martínez, es que parece
hacer caso omiso de toda referencia erudita o arqueológica. Es
definitivo que las pinturas de Martínez se inspiran en las culturas
prehispánicas, pero no para restablecer un tiempo mítico anterior,
un tiempo puro, ajeno a la civilización occidental y su decadencia,
sino para instaurar uno que esté fuera del tiempo, más allá de la
repetición a la manera nietszcheana. En otras palabras, el tiempo de
los pueblos antiguos, el de la conquista, la independencia y la re-
volución no son más que repeticiones del mismo acontecimiento,
del surgimiento de un nuevo mundo. Cada repetición engendró
una diferencia: pasamos de la cosmología indígena a los ciclos del
mestizaje. La historia de México ha sido la constitución de ese he-
cho, la repetición interminable de ciclos que parecen hacer surgir
nuevas diferencias, nuevas manifestaciones del mestizaje: católicas,
barrocas, criollas o liberales.
El acto violento se repite como acto original. La violencia del
conquistador, la prepotencia del criollo o la injusticia del patrón son
actos que repiten el gesto del dominador sobre los dominados sin
solución de continuidad. La memoria es el archivo de esas repeti-
ciones, se transforma en conocimiento, en remembranza, búsqueda
objetiva de un pasado y aparición intempestiva de lo que fue. Cons-
ciente e inconscientemente, en la memoria se produce la frontera
entre el tiempo cíclico y el tiempo lineal; el tiempo que Martínez
inventa está en ese borde, no pertenece ni al mundo occidental ni
al aborigen prehispánico, es un tiempo mestizo, sin predominio
del ciclo natural y repetitivo indígena o del tiempo lineal cristiano,
herencia desacralizada por la mentalidad moderna occidental.
Para hacer funcionar este tiempo se requiere de un intermediario,
algo así como lo que fue Picasso y el cubismo para el arte mexicano,
un puente que unió a Europa y América. Dicho puente requiere
98 Luis Felipe Jiménez

de validez universal, debe provenir de un medio que no implique


símbolos de poder y constituya un patrimonio de la humanidad;
ese puente no puede ser otro que la cultura clásica (y dentro de lo
clásico, por herencia hispánica, la nomenclatura de los dioses lati-
nos, no los griegos). Es el típico dispositivo que ha permitido en
otras ocasiones —en el Barroco, por ejemplo— conectar los dos
universos, generando un dominio desconocido.
De esta manera las mujeres solitarias, las Venus, si bien podrían
recordar lejanamente a Cuatlicue, a la “mujer serpiente”, invierten
su monstruosidad. Como dice Edmundo O’Gorman, la Coatlicue
“es una expresión consubstancial de lo animal y lo humano,10 una
manifestación de lo monstruoso que permite encontrar la cone-
xión de otro ciclo temporal del mestizaje, el que se produjo por
coincidencia de miradas entre el arte indígena y el barroco español,
cuyo punto de convergencia fue la aspiración a lo sobrenatural, a la
deformación que contiene potencias autodestructivas, en las que se
suman los sentimientos de impotencia del pueblo colonizado y del
imperio decadente. El barroco hispano–mexicano era, en muchos
sentidos, un presentimiento, la sensación de que algo irracional o
incomprensible amenazaba el orden natural de las cosas. En este
marco, el tiempo que instaura Martínez apuesta por un nuevo cla-
sicismo que no se debe entender como racionalismo.
Si bien las Venus de Martínez, por su tamaño y su grosor, po-
drían remitirnos a lo monstruoso de la “mujer serpiente”, no son
símbolos de la muerte ni de terror sino expresiones de eternidad. Sin
dejar de ser únicas, crean un tipo humano del que participan todos
los hombres, justifican el sentimiento de comunidad y generan una
especie de alianza entre el mundo íntimo y el exterior; en este tiem-
po sin tiempo, reina una plenitud nueva colmada de significación.11
Pero hemos venido de un mundo conflictivo, cargado de revo-
luciones, de acciones políticas, por lo que no nos debemos espe-
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 99

ranzar de que el nuevo mundo que propone Martínez llegue, por


lo menos en la imaginación, a una pacífica y tranquilizadora paz,
a la resolución de la contradicción —a la manera de la dialéctica
hegeliana— en una identidad resultante. La nueva presencia de lo
cíclico y lo lineal afirma la contradicción insalvable del mestizaje,
es la permanente tensión entre lo mítico y lo racional que se vive
en toda individualidad latinoamericana.
Equilibrado en medio de esa tensión, el pueblo silencioso de gi-
gantes que imagina Martínez es la alegría, la voluptuosidad, la angus-
tia, el trance y la danza junto con la certidumbre y la incertidumbre,
la memoria y el olvido, el pasado y el futuro, la luz y la sombra que
pretenden devenir en formas eternas, como una victoria de la contra-
dicción sobre el mundo platónico de las ideas inmutables. El nuevo
ciclo surge de la diferencia y del modelo de hombre revolucionario
que en la realidad no ha sido otra cosa que el mestizo sometido
por el Estado, proletario, reproducido o repetido hasta el infinito
como masa; en este ciclo, la obra de Martínez —tan antimilitante
y apolítica— promueve una ruptura, la exigencia de trascender ese
degradante pasado y el ingreso a un nuevo tiempo y ciclo.
Así, ni belleza paradigmática, ni fealdad monstruosa; ni clasi-
cismo ni barroquismo, ni surrealismo ni hiperrealismo, menos aún
arte revolucionario. Las figuras solitarias tienden a la luz, pero no
salen de ella, tampoco parecen emerger del claro oscuro o hacer
algún tipo de proselitismo. Hay en ellas una tendencia a la mitifi-
cación del cuerpo, casi como parte de una sublimación gnóstica
de la figura del Anthropos, lo humano elevado a lo sobrehumano.
En la obra de Martínez, el hombre y la mujer llevados por el deseo
conforman un gesto explosivo de energía; las parejas, voluptuosas,
aman por encima del infeliz azar que hizo de la violación sexual
el mito fundador sobre el que se creó América; Venus se apodera
del nuevo tiempo y pone orden a las cosas, posibilita que una
100 Luis Felipe Jiménez

nueva vida social funcione. Al principio será pura voluptuosidad,


inquietud, desgaste exuberante de energías eróticas, con el tiempo
se transformará en la creación de un nuevo ser, uno exhibido en
repetidas ocasiones en los cuadros de la madre con su hijo, un ser
que representa no solamente una nueva generación, fruto del amor
y el deseo, sino un cuerpo nuevo.
El cuerpo del nuevo ser supera la situación degradante de los ci-
clos anteriores. Aquel cuerpo que estaba destinado a la inmortalidad,
espiritualizado, ha vencido a la carne; el cuerpo condenado por el
trabajo o el desempleo, convertido en un guiñapo al final de sus días
de trabajo, se convierte en un cuerpo “superado”. Los gigantes con
que puebla Martínez sus obras, son seres superiores que acceden
al arte, hombres en todo su valor y plenitud, tan extraños para los
hombres de hoy, que les parecen dioses, pero realmente son hom-
bres en toda la dimensión de la palabra, que aman la vida y hacen
de la vida un arte; hombres tan plenos que se vuelven tigres, pues
restablecen su armonía con la naturaleza, al punto que se muestran
vigilantes, atentos y desafiantes ante cualquier amenaza del nuevo
hábitat, un nuevo sol jaguar para estos salvajes–civilizados.
En efecto, los nuevos hombres, los gigantes, son seres constitui-
dos por la mejor y mayor energía vital. De ahí su tamaño, se requiere
de extraordinaria energía para el goce, para la creación o para la ale-
gría; esta energía no puede gastarse en el trabajo alienado, ni ser des-
perdiciada en la mera reproducción, se requiere para grandes cosas,
debe derrocharse en cosas extraordinarias, en obras de arte como la
vida misma, que permitan concebir otros mundos, otros horizontes,
alejados de los ciclos que han constituido la historia del mestizaje,
es decir, la historia de la opresión de unos hombres sobre otros. Se
trata, en otras palabras, de superar la historia del resentimiento.
Pero, ¿no es en esa historia del resentimiento donde se ha cons-
truido nuestra identidad? ¿No es precisamente el resentimiento lo
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 101

que nos ha ubicado al margen de la historia universal y con ello de


la humanidad o del derecho a ser reconocidos como civilización?12
Indudablemente la identidad no ha significado sino la repetición de
lo mismo, en diferentes niveles o ciclos. La situación inicial revive
el acto fundador y violento del conquistador, lo repite el criollo
que se independiza de la metrópoli, el revolucionario que se afirma
con las víctimas y los sacrificados del proceso político. Todos estos
actos se revisten de mitos para ser aceptados o soportados por los
individuos, y se vinculan a la narración que contiene cada uno de
estos mitos; los actos se repiten a través de la historia oficial como
formas de reactualización del mito original, se repiten en el trabajo,
en la vida cotidiana, en la reproducción sexual, manteniendo vivo
el mito en el que se insertan.
Los personajes de las pinturas de Martínez contradicen con vo-
luptuosidad y erotismo el resentimiento y el estado de postración
del mestizo en todos sus ciclos históricos. No se trata de reivindicar
al esclavo contra el amo o la revolución proletaria contra el actual
estado de las cosas. En nuestros días el mestizaje es una de las mani-
festaciones del resentimiento que ocupa todos los espacios, de modo
que la identidad del mestizo se construye bajo la idea de ser una
esencia cuya materia es la mezcla impura y, su forma, el resentimiento.
Así, se acentúa la insistencia y reproducción del resentido
dentro del mismo circunloquio: la historia, la educación, la pu-
blicidad, le reiteran al mestizo su situación marginal, el no ser
valorados por Europa, por los blancos y los poderosos. Y con
ello solamente se revela el secreto de su humillación consenti-
da, de su estado abyecto preferido a la muerte; la historia del
mestizaje hasta ahora ha sido la historia de la identificación o el
enamoramiento e imitación de todas las formas que representan
humillación: religión, política, arte. El mestizo ha experimentado
todo el tiempo un extraño goce con su estado de inferioridad,
102 Luis Felipe Jiménez

hasta ha aceptado y reconocido con pasmosa sumisión estudios


científicos y filosóficos que prueban su condición inferior.13
El resentimiento del mestizo es un estado mental culpable que le
permite a religiosos, políticos y a ciertos filósofos explotar ese senti-
miento cuya calidad de veneno de la conciencia, se ignora. Martínez
nos ilumina contra esto pues sus gigantes están llenos de inocencia;
es hacia esta a dónde debe dirigirse nuestro devenir. A riesgo de
perder la identidad, los gigantes caminan sin los elementos que han
constituido la individualidad occidental: la responsabilidad y la culpa-
bilidad. De ahí que acuda al tiempo prehispánico, pues solamente allí
pueden imaginarse hombres pre–occidentales, verdaderamente libres,
sin pecado ni culpa o complejos, hombres que desde ese pasado
inspiran a una nueva humanidad, la de un nuevo mestizaje universal.
Este mestizaje, sin olvidar su sufrimiento, supera las identidades
fijas, resentidas o culpables que lo han condicionado; en él triunfa
la metamorfosis de la embriaguez dionisiaca, pero también la me-
moria y la lucidez apolínea. Un mestizaje irreductible, imposible de
definir o de objetivar, constituido por la voluntariosa búsqueda de
equilibrio y serenidad en medio de sus contradicciones más dispares,
sin dejar de vivir en una orgiástica, universal y atemporal mezcla hu-
mana como ocurre con los gigantes mestizos de Ricardo Martínez.
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 103

Anexos

Tríptico de Venus II
Ricardo Martínez
104 Luis Felipe Jiménez

Figura en reposo (El tigre)


Ricardo Martínez

Notas
1. R. Martínez: Atmósferas.
2. L. Cardoza y Aragón: La pintura Mexicana, p. 42.
3. D. Bayón: Aventura plástica de Hispanoamérica, pp. 257–258.
4. A. Chumacero: “Poema de amorosa raíz”, En la orilla del silencio
y otros poemas.
5. J. C. Orozco: Autobiografía, apud L. Cardoza y Aragón, pp.106–107.
6. El famoso y polémico texto que Hegel escribe sobre América en
Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, pp. 169 y ss.
7. El arte indigenista atravesó por varias etapas durante el siglo
XX, desde un período “ingenuo” inspirado en las reivindica-
ciones de la Revolución mexicana y de los muralistas, hasta un
indigenismo abstracto que encuentra sus representantes en Perú
y Ecuador, con calidad y sentido diverso, como en Szyszlo o
en Guayasamín; también en Suramérica podría localizarse un
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez 105

indigenismo surrealista y conceptual durante la última parte del


siglo XX. Debe reconocerse que en estos últimos ha tenido más
importancia el arte que lo ideológico.
8. R. Bartra: “Los Hijos de la Nada”, en E. Krauze (edit.): El mes-
tizaje mexicano, p. 84
9. Llama la atención que en el siglo XVI, artistas como Durero,
naturalistas como Ulises Aldrovandi o el cardenal Paleotti con-
sideraban que las obras provenientes de los aborígenes de las
Indias, como los mosaicos de plumas que practicaban los aztecas,
eran pinturas (cuando no eran más que tornasoles naturales de
las aves tropicales). Muchas veces asumieron los objetos raros
que producían los pueblos indígenas como arte puro, sin los
prejuicios racionalistas que comenzaron a imperar con la con-
cepción estética dieciochesca que termina por excluir del canon
del arte toda elaboración no europea. Véase a este respecto, S.
Gruzinski: El pensamiento mestizo, pp. 189 y ss.
10. E. O’Gorman: El arte o de la monstruosidad y otros escritos, p. 86.
11. F. Giner de los Ríos, en R. Martínez: Atmósferas, p. 72.
12. Véase al respecto las interesantes reflexiones del filósofo vene-
zolano E. M. Vallenilla, El problema de América. Examen de nuestra
conciencia cultural en http://www.ensayistas.org/.
13. Cómo no pensar en las ocurrencias de los positivistas de finales
del siglo XIX en todo Latinoamérica, que hicieron de la mezcla
hispano–india un sinónimo de inferioridad racial y cultural, y
en la crítica humanista de Samuel Ramos que, sin querer, inten-
sificó este prejuicio haciendo del complejo de inferioridad del
mexicano, una condición esencial del mestizaje.
106 Luis Felipe Jiménez

Fuentes
Bayón, Damián: Aventura plástica de Hispanoamérica, México, Fondo
de Cultura Económica, 1974.
Cardoza y Aragón, Luis: La pintura Mexicana, México, Era, 2001.
Chumacero, Alí: “Poema de amorosa raíz”, En la orilla del silencio
y otros poemas, México, Fondo de Cultura Económica, 1997.
Libro en audio.
Gruzinski, Serge: El pensamiento mestizo, Barcelona, Paidós, 2000.
Hegel, Georg: Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid,
Alianza editorial, 1994.
Krauze, Enrique (edit.): El mestizaje mexicano, México, Fundación
BBV–Bancomer, 2010.
Martínez, Ricardo: Atmósferas. Selección de Miguel Ángel Muñoz,
México, Siglo XXI, 2007.
O’Gorman, Edmundo: El arte o de la monstruosidad y otros escritos,
México, Planeta–Joaquín Mortiz, 2002.
II. LITERATURA Y DISCURSOS LITERARIOS
El humanismo sorjuanino y su conexión
con el arte barroco novohispano

Virginia Aspe Armella


Universidad Panamericana

E n 2009, presenté en la Facultad de Filosofía y Letras de la


Universidad Nacional de Cuyo en Mendoza, Argentina, una
investigación titulada La filosofía de Sor Juana Inés de la Cruz: cinco
navegaciones filosóficas en el Primero Sueño y una propuesta heterodoxa.1 En
dicho escrito, abrí una línea de interpretación sobre la cual los es-
pecialistas de Sor Juana han reparado poco. Se trató de la influencia
que tuvo en la monja la teología de un grupo de jesuitas poblanos
contemporáneos a ella. Poco antes de mi escrito, se había publicado
en la Universidad Autónoma de Veracruz El barroco novohispano: la
forja de un México posible, un profundo estudio del doctor Ramón Kuri
Camacho, en el cual expone sus conclusiones sobre dicho grupo
de jesuitas, pues él mismo había traducido diversos textos inéditos
escritos por ellos en latín, textos que, entre otras cosas, mostraban
la influencia de Suárez y cómo es que esos pensadores habían utili-
zado la propuesta suareciana para promover en América un nuevo
proyecto de Nación basado en el humanismo que se seguía de sus
planteamientos teológico–políticos.
Este grupo de jesuitas poblanos, entre ellos el padre Miguel
Sánchez (quien comenzó a hablar de la aparición de Guadalupe),
Lasso de la Vega, Becerra Tanco, Núñez de Miranda, confesor de
Sor Juana y otros, desarrollaron tesis de Luis de Molina y Francisco
Suárez en torno del tema de la ciencia media o ciencia condicionada.
El problema teológico que ambos habían planteado era la relación
entre la gracia divina y la libertad humana; se preguntaban si los
actos libres de las personas eran meritorios por ellas mismas o si
110 Virginia Aspe Armella

suponían necesariamente la gracia divina. También se preguntaban


si los actos libres y virtuosos de un hombre en pecado eran meri-
torios o si, por el pecado, carecían de validez.
Las preguntas anticipaban una mayor autonomía del sujeto por
su libertad, y dicha posibilidad abría las puertas al ficcionalismo y
probabilismo. El axioma teológico en el que se amparaban estos
autores consistía en considerar la doble naturaleza de Cristo, plena-
mente divino y plenamente humano; en consecuencia, el tema de la
libertad —aquello en lo que el ser humano se asemeja y es imagen
de Dios— habría que plantearlo en el hombre desde dos enfoques.
La propuesta cayó como anillo al dedo en el contexto novohispa-
no que se vivía: el siglo XVII fue un periodo de grandes calamidades
climáticas: inviernos duros, inundaciones y sequías que arruinaron
cultivos dando lugar a hambrunas, baja en la demografía, pestes y
muertes que recordaban la brevedad de la vida. Al mismo tiempo,
fue un siglo de reformas económicas y de una política virreinal de
expansión al norte. Con esto surgió una aristocracia criolla pujante.
Es de tener en cuenta que, en el terreno religioso, los jesuitas
estaban festejando la canonización de Francisco de Borja, el tercer
general de la compañía de Jesús, festejos que dieron lugar a certá-
menes políticos, obras de teatro, carnavales y demás representa-
ciones. Siguiendo esta propuesta teológica de la doble manera o
modo de encarar la encarnación de Cristo, los jesuitas desarrollaban
un nuevo proyecto de sociedad y un nuevo modo de interpretar la
infidelidad del indio y sus acciones.
Respecto del doble modo de encarar la realidad humana,
la Ratio Studiorum jesuita contribuyó mucho a que formularan
un lenguaje y expresiones estéticas precisas: unían imágenes y
retórica a tesis teológicas sumamente especulativas. Es decir,
expresaban corporalmente las consecuencias teológicas de la
reforma que se estaba operando.
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 111

Así, el arte barroco de su época se convertía no solo en un estilo


traído del extranjero, sino en la apropiación consciente de un modo
de vida y expresión de la autonomía moral que paulatinamente
afirmaban. El probabilismo se expresaba en la dialéctica propia del
barroco novohispano con contrapuntos, claroscuros, combinacio-
nes caprichosas en las formas de las columnas y arcos, borrando las
esferas distintas entre la escultura y la arquitectura, mezclando su
literatura, ciencia y mito, el silencio y la voz. El barroco novohispano
se convierte en la primera expresión artística identitaria de México,
y Sor Juana es la cumbre de esa expresión literaria.
Uno podría objetar a esta reflexión que no hay conexión algu-
na entre el barroquismo literario de la monja y las tesis teológicas
mencionadas, pero un análisis detenido de tres escritos juaninos:
Carta Atenagórica, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz2 y Primero Sueño
demuestran la conexión entre la propuesta teológica y el barroco
literario con que estructuraba sus poemas.
A primera vista, Sor Juana dedica el Primero Sueño diciendo que
lo “escribe a la manera de Góngora”, y podría objetarse que simple-
mente copia ese modelo del barroco español. Pero, leamos la obra
en prosa de la monja para ver cuáles son los criterios que influyen
en su itinerario artístico. En la Carta Atenagórica3 tenemos un texto
en prosa de invaluable valor para el tema que nos ocupa. En dicho
texto, Sor Juana comenta el discurso del padre Vieyra, teólogo
portugués contemporáneo, considerado autoridad de la época.
En su sermón, Vieyra había disertado sobre cuál es la mayor o
mejor herencia que Cristo había dejado a los hombres. El tema ya
había sido desarrollado por teólogos clásicos de la talla de Agustín
de Hipona, Juan Crisóstomo y Tomás de Aquino. En su análisis,
Vieyra dice que, para San Agustín, la mayor finura de Cristo había
sido dar la vida por sus amigos; para Tomás de Aquino, en con-
traparte, la mayor herencia y legado de Jesús fue quedarse en las
112 Virginia Aspe Armella

especies sacramentales del vino y del pan, no dejándonos solos.


Por último, para Juan Crisóstomo, su mayor herencia fue lavar
los pies a sus discípulos, pues con dicha escena Cristo probaba su
subordinación al género humano para así salvarlo.
El interés de Sor Juana por comentar el sermón de Vieyra es-
tuvo en participar con dichos teólogos y ofrecer su interpretación
teológica en torno de la mayor fineza y legado que Cristo confirió
a los hombres. Pero note el lector dónde es que Sor Juana encua-
dra su comentario: ella no solo está dando otra opinión teológica
a la discusión que expone la homilía de Vieyra, sino que le interesa
señalar que caben diversas interpretaciones teológicas; Sor Juana
introduce la suya subrayando que se trata de un sermón que muestra
divergencias en la tradición católica.
La monja pretende dar su interpretación frente a la tradición
probando que, en primera instancia, la tradición no es monolítica,
unívoca. En segundo lugar, la Carta Atenagórica pretende levantarse
contra las diversas tradiciones como demostrando que no debe
uno afiliarse necesariamente a tradición alguna sino pensar por uno
mismo, mirando la vida de Cristo y sus enseñanzas. En este segundo
frente, Sor Juana se pone al nivel no solo del teólogo portugués,
sino también al de la tradición.
Por último, en un tercer momento, Sor Juana presenta su pro-
puesta teológica: el mayor legado de Cristo fue el no habernos dejado
fineza alguna. Explicita dicha tendencia: el gran legado de la segunda
persona del verbo a los hombres está en dejarlos en libertad. En los
tres momentos de su participación, el axioma epistémico propuesto
es el de un intelecto libre; es decir, la inteligencia es una potencia
libre. Por eso en el primer momento expone la diversidad de inter-
pretaciones sobre la mayor finura de Cristo, en el segundo momento
se pone al nivel del gran teólogo portugués sin subordinarse a su
juicio; por último, presenta una nueva manera de interpretar. La
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 113

última —además— con un contenido explícito de modernidad:


que la imitatio no es la operación suprema de la inteligencia, aun a
la hora de disertar en torno de la fe, ya que, si la mayor fineza de
Cristo consistió en no hacer fineza alguna a los hombres, el libre
albedrío adquiere un protagonismo crucial en sus actos concretos.
Merece la pena recordar aquí al lector que, en el Discurso del
Método, René Descartes proponía desde su introducción un prota-
gonismo de la voluntad aun en el tema del conocimiento científico.
Descartes rompe con el argumento de tradición y autoridad pro-
poniendo que cada individuo piense por sí mismo y que involucre
en sus conocimientos a la experiencia más que a la autoridad. Es
indudable que Sor Juana no solo bebe de esta mentalidad cartesiana
sino que ha tomado elementos teológicos de la ciencia media jesuita
que propone además de una potencia intelectual libre, una dignidad
del ser humano por la libertad que le otorga mérito individual en
sus actos sin depender en ellos de la gracia.
Para Sor Juana y los jesuitas es verdad que, desde una perspectiva
absoluta, los seres humanos se salvan por la gracia de Dios; pero,
desde la perspectiva temporal humana, consideran que se requiere
precisar que los hombres se salvan por sus méritos concretos y que
estos se obtienen por el ejercicio de la libertad.
Sor Juana presenta su propuesta teológica en la Carta Atenagórica
al mostrar cómo ella puede opinar sobre la mayor finura de Cristo
proponiendo la libertad como su mejor legado. Para ella, el ser hu-
mano es imagen de Dios por la libertad y en Respuesta a Sor Filotea
de la Cruz vuelve a encumbrarse esta autonomía del ser humano
como el mejor legado de Cristo. “No hay cosa más libre que el
entendimiento humano; pues lo que Dios no violenta, ¿por qué yo
he de violentarlo?” Escribía Sor Juana en el prólogo de su primera
edición de obras completas. En un romance filosófico y amoroso
reiteraba: “Finjamos que soy feliz, triste pensamiento, un rato; quizá
114 Virginia Aspe Armella

podéis persuadirme, aunque yo sé lo contrario: que pues sólo en la


aprehensión dicen que estriban los daños, si os imagináis dichoso
no seréis tan desgraciado”. El conocimiento no está volcado ne-
cesariamente a la realidad, es capaz de pensar y sentir lo contrario
de la evidencia y obtener así nuevos conocimientos. “Sírvame el
entendimiento alguna vez de descanso, y no siempre esté el ingenio
con el provecho encontrado”.4
La libertad permite que la inteligencia sea creativa e ingeniosa,
hay variabilidad y probabilidad en el saber: “todo el mundo es opi-
niones de pareceres tan varios, que lo que el uno cree es negro, el
otro prueba que es blanco…” y esta convicción en la Carta Atena-
górica la elevó al nivel de la tradición de la Iglesia, como lo hizo con
San Agustín. Crisostomo y De Aquino la elevan también al nivel de
la tradición grecolatina: “los dos filósofos griegos bien ésta verdad
probaron: pues lo que en el uno risa, causaba en el otro llanto”. El
énfasis en la libertad lo lleva al nivel de los juicios: “para todo se
halla prueba y razón en qué fundarlo: y no hay razón para nada, de
haber razón para tanto. Todos son iguales jueces; y siendo iguales
y varios, no hay quien pueda decidir, cuál es el más acertado”. Y
responsabiliza a la creación divina del ser humano con autonomía
moral: “pues, si no hay quien lo sentencie, por qué pensais, vos,
errado, que os cometió Dios a vos la decisión de los casos?”
Paulatinamente, los versos de Sor Juana logran identificar su con-
tenido con la estructura formal literaria del barroco. Es así que en la
Redondilla 85, se ve tanto el uso de los contrapuntos y contrastes en la
fonética y estructura como en lo que dicen los versos. “Dos dudas en
qué escoger tengo, y no sé cuál prefiera: pues vos sentís que no quiera,
y yo sintiera querer. Con que, si a cualquier lado quiero inclinarme,
es forzoso, quedando el uno gustoso, que otro quede disgustado”.
En las Décimas de amor y discreción, muestra el esfuerzo de la
razón contra la tiranía de un amor violento: “dime vencedor rapaz,
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 115

vencido de mi constancia, ¿qué ha sacado tu arrogancia de atentar


mi firme paz? Que aunque de vencer capaz es la puerta de tu arpón
el más duro corazón, ¿qué importa el tiro violento si a pesar del
vencimiento queda viva la razón?”
Pero es en un poema en silva o de movimiento libre donde Sor Jua-
na expresa la cumbre del barroco mexicano: escrito de golpe en 975
versos, el poema logra sintetizar forma literaria y contenido filosófico
tanto como desarrollar contenidos míticos y herméticos conjuntados
a las tareas científicas de su tiempo como el movimiento circulatorio
de la sangre, que recién había descubierto el inglés Harvey.
La expresión máxima de la unión sorjuanina entre cuerpo y
espíritu, vida racional y vida sobre natural, intuición y deducción
está en la dialéctica incesante que manifiesta la estructura formal y
material del Primero Sueño, donde Sor Juana describe el viaje incesante
del alma hacia la intuición primera y la imposibilidad de lograr esto
de un solo golpe. El contenido del poema radica en la ascensión del
conocimiento con altivez y soberbia al pretender lograr la sabiduría
completa. En el viaje ascensional se describe la caída vertiginosa del
intelecto y la necesidad que descubre de seguir los pasos y procesos
paulatinos para la abstracción suspendiendo las facultades orgánicas
y proceder con un método racional en el que se penetra intensiva-
mente aquello a lo que se accede. La técnica de la doble cara de la
encarnación del verbo le permite sostener igual la teoría del cono-
cimiento, ora desde la navegación platónica del mito de la caverna,
ora desde la interpretación aristotélica de Analíticos Posteriores
II–14 Y I.1. En ambos, Sor Juana ve la ascensión intelectual hacia la
luz, pero en el primero, solo de golpe por fe; en el segundo, sin ella.
El poema también interpreta el conocimiento desde el tomismo
con la inducción y la deducción,5 e incluso interpreta el conocer
desde la explicación gnoseológica cartesiana del Discurso del Méto-
do.6 Pero no nos quedemos —porque no es el fin de la exposición
116 Virginia Aspe Armella

del Primero Sueño— en la dialéctica que implica el conocer, sino


en la síntesis inclusiva que se propone en el proceso mismo de
acceder a la sabiduría plena.
La luz, la adquisición y completud en la verdad es forma y fondo
tanto como la encarnación del verbo supone dos lecturas: que Cristo
es verdadero Dios y verdadero hombre, por lo que sus enseñanzas
alcanzan tanto un ethos y una paideia para los no creyentes como una
revelación y teología a los que incluyen la fe. La asimilación cons-
tante a una vida divina irrumpe en la historia para poder imitarla;
otros, en cambio, pueden buscar la luz por esfuerzo racional. El ba-
rroco en Sor Juana es la asimilación consciente de esta Teología del
verbo encarnado que tiene impacto en la condición antropológica.
La salvación es de la persona completa, no solo de su alma, pues
es con la libertad que cada individuo afirma sus acciones morales
y se juega la salvación eterna.
Así, en los actos morales concretos, el ser humano se gana el
cielo, sea creyente o no. Si hay un nombre adecuado en Nueva
España para reflejar esta visión incluyente de la encarnación es
Emmanuel: Dios con nosotros. La conexión entre teología y arte en
el barroco novohispano está en que el fondo se expresa en la forma
y ambos son indisociables. Dios —que es lo absolutamente otro y
no es material— se encarna, y la encarnación no le resta un ápice
de su divinidad. Si el ser humano se asemeja a Dios en la libertad,
la concepción antropológica que emana de la teología de la encar-
nación varía. Se trata de una consideración nueva del ser humano:
se le aborda desde el compuesto intrínseco que lo conforma, se
afirman sus pasiones, apetitos y deseos, su inclinación al placer tanto
como su fe, su lucha por la salvación y su acceso a la vida eterna.
En el barroco novohispano,la forma y el fondo son indiscerni-
bles; se hace teología con imágenes y figuras, ya no solo conceptual-
mente; y las imágenes están en movimiento. Nada es estático en este
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 117

arte porque se rompen las barreras entre lo espacial y lo temporal,


entre el cielo y la tierra. En el barroco novohispano el cielo está en
la tierra, y viceversa; la tierra se rige bajo el ritmo celestial. Uno de
los ejemplos que mejor muestran esta inclusión son las recetas de
cocina de las monjas poblanas del siglo XVII, quienes marcaban el
punto de cocción de una salsa mediante el número de rosarios —
según si la salsa espesa pronto o tarda— porque algo tan rupestre y
cotidiano como la cocina se realizaba contemplando la vida de Jesús
poniendo frases amorosas o guiños —eso eran las jaculatorias—.
En el barroco, la hora de cocinar no estaba disociada de la hora de
contemplar. Si en el pasaje evangélico de Martha y María se muestra
la separación entre vida activa y vida contemplativa, en el barroco
novohispano hay una síntesis entre ambos planos.
En el ámbito literario, Sor Juana intenta superar las contrarieda-
des del barroco mismo de tal manera que expresa y estructura sus
poemas con las categorías gongorinas del barroco, pero siempre
anunciando una síntesis inclusiva, sea mediante la fusión de soni-
dos y palabras, sea mediante la liberación catártica en la dialéctica
de sus versos en torno de amar y aborrecer, o en aquellos donde
se enfrentan sentimiento y deber, o dormir y despertar con la luz.
La estructura del barroco en el Primero Sueño es clara: los contra-
puntos están dados entre el intelecto y la razón que buscan llegar a
la verdad o luz. El viaje es una ascensión que resulta fallida; pero hay
una solución —aunque mucho más modesta— que el poema propone
después de la caída: un método o camino para acceder a la verdad.
Si se observa con cuidado el mythos o drama que se desarrolla
a lo largo del Primero Sueño, se sabe, por la propia Sor Juana, que
dicha silva fue el único poema que compuso con entera libertad.
El poema, indudablemente escrito después de la Carta Atenagórica
y de la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, no solo plantea la tragedia
del intelecto humano que se eleva altivo y ambiciosamente para
118 Virginia Aspe Armella

atrapar una primera intuición produciéndose la vertiginosa caída,7


sino que tiene un contenido autobiográfico: se trata de un poema
sobre el silencio cuando la monja ha sido confinada a callar por
orden de su confesor Núñez de Miranda y del obispo de México.
Sor Juana compone así un poema que busca expresar el “decir del
callar”. Esta peculiar dialéctica es manifiesta con imágenes contra-
punteadas: sombras–luz, noche y dormir frente a luz y despertar.
El recurso a la hybris trágica griega refuerza el drama del callar con
la voz “digo” que aparece en varios versos.8 La intensidad es mayor
cuando se dice que la razón pretende ver y de tanto “nada veía”
El humanismo sorjuanino ha llegado por dos vías de su época:
la lectura de la teología jesuita poblana, que afirma la libertad, y el
Discurso del Método, que propone la intervención de la libertad en
el conocimiento. En ambos casos, la clave está en que la imitatio
literaria cede paso a una elaboración e interpretación creativa, libre
de las reglas de producción.
La imitatio no desaparece en Sor Juana al estructurar sus poemas,
pero sirve para fines diversos; a través de ella, Sor Juana provoca
nuevas alteridades: hermetismo y ciencia nueva, mecanicismo
natural frente a libertad individual, posibilidad del saber frente a
imposibilidad de una intuición completa. El humanismo juanino se
expresa en su estructuración literaria del barroco porque muestra la
variabilidad en el saber y la imposibilidad de planteamientos unila-
terales y dogmáticos. En Sor Juana, el barroco opera la superación
de las contrariedades por la afirmación de la libertad humana en
los procesos del saber y de las verdades evangélicas.
Las censuras durante el siglo XVII novohispano estaban cerca
del ambiente de Sor Juana. José Pascual Buxó9 explica cómo el
confesor de la monja, Núñez de Miranda, estaba involucrado en
las censuras del Santo Oficio:
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 119

fueron muchos los ingenios novohispanos que —a lo largo del siglo


XVII— se ocuparon de componer almanaques, lunarios y pronósticos
de temporales: Juan Antonio Mendoza y González, José Antonio Vi-
llaseñor y Sánchez, Antonio de León y Gama, Mariano José Zúñiga y
Ontiveros[…] pero pocos tan constantes como Don Carlos de Sigüenza
y Góngora, quien en 1690 ya había publicado una veintena del género
en los que ajustándose al auto inquisitorial de 1642 se dijo que solo se
miraba a procrear la salud de sus paisanos pero no siempre estuvieron los
calificadores del santo oficio de dejar pasar sin censura sus pronósticos;
los padres Antonio Núñez de Miranda —confesor de los Virreyes y de
Sor Juana Inés de la Cruz— y Agustín Dorantes lo tachaban de temerario
y presuntuoso pues Don Carlos se permitía con cierta regularidad mofarse
de aquella presunta ciencia que él había empezado en 1667…

Destacaban en Sigüenza la misma mofa e ironía que costaron a


Sor Juana el castigo a callar después de la Respuesta a Sor Filotea de
la Cruz. También ambos autores, Sigüenza y Sor Juana, retomaban
pronósticos solares y doctrinas galénicas a propósito de la comple-
xión de los temperamentos y humores, así como el origen celeste de
algunas enfermedades; sin embargo, en la Libra Filosófica de 1681,
Sigüenza prueba su avance científico rechazando la influencia de
los ánimos de los mortales por las alteraciones del cielo; y en el
Primero Sueño, Sor Juana establece que las leyes de la mecánica rigen
el movimiento circulatorio de la sangre, así como a la respiración,
además de desarrollar el poema en un ciclo solar que puede seguirse
desde el ocaso hasta el renacer.
Eclécticos en su idea de pronósticos solares y almanaques, y mo-
dernos en su noción científica de mundo natural, ambos sufrieron
las consecuencias de Núñez de Miranda, y descubrieron un camino
para brincarse la ortodoxia inquisitorial: el barroquismo artístico,
en especial el literario; en él incluían la tradición hermética llena de
120 Virginia Aspe Armella

mitos, imágenes y simbologías. En Sor Juana, este barroquismo ad-


quiere características autónomas frente al europeo: en el Primero Sueño:

es admirable —y la sensación se asemeja a la de la contemplación de


concierto entre los cuerpos celestes— la concordancia literaria de los
tópicos existentes entre las dos partes (dormir y amanecer, subir–caer,
levantarse) y su funcionalidad poética. Pensemos, por ejemplo, en la
correlación que se establece en la función antitética de los pájaros noc-
turnos, aberrantes creaturas de la naturaleza, con sonidos opuestos al de
las aves diurnas de cantos armónicos y su función natural de ser heraldos
del despertar de los seres vivos.10

Son muchas más las correspondencias retóricas y poéticas del poe-


ma. En general, se estructura en la silva una epopeya, la del saber
y la del estar confinada Sor Juana a callar. El mythós consiste en la
elevación a la verdad expresada en el barroco por pirámides y en
el ascenso a la luz; pero viene la paradoja: que, para lograrlo, hay
que callar, dormir, suspender la realidad exterior para despegar el
alma en su aventura.
Dice Dolores Bravo Arriaga que “la evocación del mito de la
caverna platónico enlaza los modelos del conocer, y es de nuevo
la protagonista del oscilar entre apariencia y verdad”;11 pero no
personalicemos excesivamente el poema; la clave es cómo se es-
tructuran los versos literariamente aunados a un contenido epocal.
Este barroco novohispano no puede entenderse más que en pueblos
donde predominó la contrarreforma y con ella el papel inquisidor
y de censura de las autoridades eclesiásticas.

La necesidad de que el espíritu y letra entren por los ojos nace con el
Concilio de Trento y esta necesidad de hacer que lo sagrado se vuelva
sensible, a veces bajo la forma de policromía, otra mediante una mezcla
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 121

constante de elementos ideales y reales, aparece en las iglesias barrocas,


donde viene a encarar lo infinito y lo eterno en el color de las imágenes,
la carne de los martirios, la inmediatez dorada de los milagros.12

El replanteamiento estructural que opera el barroco está en otorgar


un nuevo orden al tiempo y al espacio tanto como nuevas categorías
al pensamiento, que es capaz de expresarse en modos previamente
insospechados. Hay un mundo nuevo que indica transformación,
movimiento, metamorfosis.
El arte en Nueva España adquiere un estatuto teatral, artificioso,
que logra —en los que, como la monja, no caen en la frivolidad del
cultismo— identificar pensamiento, realidad, sonido y movimientos.
No es casual que, en Primero Sueño, se escogió un poema en silva.
En dicha fórmula, el movimiento y la libertad son el eje formal.
Un poema que muestra la causa por la que esta síntesis se expresa
en Sor Juana es el romance 2,13 que dedica a la condesa de Paredes,
excusándose enviar un libro de música. En el verso 110, dice:

¿Enseñar música a un ángel? ¿quién habrá que no se ría de que la rudeza


humana las inteligencias rija? Mas si he de hablar verdad, esto que yo,
algunos días por divertir mis tristezas di en tener esa manía, y empecé a
hacer un tratado para ver si reducía a mayor facilidad las reglas que andan
escritas. En él, si mal no me acuerdo, me parece que decía que es una
línea espiral, no un círculo la armonía; y por razón de su forma, revuelta
sobre sí misma, la intitulé caracol, porque esa revuelta hacía. Pero este
está tan informe, que no solo es cosa indigna de nuestras manos, mas
juzgo que aún le desechan las mías.

La asociación de la música con la Virgen responde a que en el cielo


solo la música es actividad humana permitida.14 Así, la Virgen sirve de
puente entre el cielo y la tierra al tiempo que la música y el fonetismo
122 Virginia Aspe Armella

literario logran unir lo sublunar con el mundo supralunar. Considera


Sor Juana que la música es la que puede expresar de mejor manera las
ideas y los conceptos. Empero caben interpretaciones exclusivamente
conceptuales de algunos poemas juaninos; en especial, esto es válido
en El sueño pues, como ha dicho Octavio Paz, se trata de un poema
filosófico escrito en blanco y negro.
La misma clasificación de las Obras completas de Sor Juana realizada
por Alfonso Méndez Plancarte divide los sonetos en filosófico–mo-
rales y los romances en filosóficos y amorosos; es decir, no basta con
el tipo de poema, sino con el contenido poemático. Hay estudios
de altura que analizan el Primero Sueño desde su exclusivo contenido
filosófico15 y hay estudios dedicados exclusivamente al análisis lite-
rario.16 Muchos otros realizan una combinación de ambos factores.17
Por eso, en el siglo XVII se consolida la arquitectura mexicana
—en juicio de Vasconcelos, el arte supremo— y, paralelo a este arte,
surge el concepto de “nación”. Mientras que en el siglo XVI se imi-
taban las distintas tendencias arquitectónicas que venían de España,
en el siglo XVII comienzan a proliferar construcciones adaptadas
al gusto, sensibilidad y necesidades funcionales de América; ya se
tiene consciencia de la variedad del clima, territorio, materiales, usos
y costumbres respecto de la metrópoli.
Muchas son las razones de este cambio: artísticamente las casas
respondían ya a las clases emergentes de criollos y mestizos que
vivían en familias separadas adaptadas a sus gustos y necesidades.
En el terreno religioso es de notar la construcción de la catedral de
México ordenada por Felipe III, que pasó por diversos arquitectos,
pero cuyos portales de las naves laterales se realizaron en 1680.
A juicio de muchos especialistas, “en México se inició con ello el
periodo del barroco salomónico en la capital”.18
Aunque la Catedral se acabó posteriormente, en esa época tam-
bién se realizaron los retablos de las capillas del Santo Cristo de las
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 123

Reliquias, de San Pedro y de la Soledad, así como las pinturas en


la sacristía de Cristobal de Villalpando y de Juan Correa. Recuerde
el lector que la muestra artística catedralicia servía de paradigma al
resto de la Nueva España.
Rogelio Álvarez Noguera dice que, durante el siglo XVII, se
construyeron diez parroquias en la ciudad de México, diez hospi-
tales y muchos conventos de monjas. El impacto estético de estas
construcciones se dejó sentir en el resto de los territorios del virrei-
nato.19 El papel de los conventos de monjas me parece de especial
relevancia, ya que Sor Juana los tuvo como hábitat, uso e imaginario
artístico; mientras que la Europa protestante los clausuraba, en
Nueva España se multiplicaban; esta proliferación potenció usos y
costumbres típicamente barrocos.
Hay testimonios literarios de vidas de monjas como la obra Paray-
so Occidental, de Carlos de Sigüenza y Góngora, capellán y confesor
de monjas en conventos de Puebla, además de contemporáneo y
amigo de Sor Juana, en las que nos enteramos del uso de las reliquias
y el fervor que estas producían. El texto narra múltiples apariciones
a las monjas, los constantes arrobos místicos, la síntesis entre piedad
y estética y de lo sagrado y lo profano.
Sor Juana vivió 27 años en el convento de las monjas Jerónimas.
Por las regulaciones eclesiásticas de la época los conventos de mon-
jas eran diferentes de las construcciones de los religiosos: en los
de ellas se carecía de los típicos patios interiores porque no había
espacio para el estudio y academia a la manera de las construcciones
masculinas; había, en cambio, un jardín interior y, además, las celdas
daban por lo general directamente a las calles.
Esa arquitectura producía en los conventos femeninos una
mentalidad específica: por un lado, se estaba más separada del
mundo, y por los ventanales hacia el exterior esta experiencia se
hacía más explícita;20 por otro, los conventos se convertían en un
124 Virginia Aspe Armella

microcosmos, una ciudad autártica abastecida de todas las nece-


sidades; en ella, el cielo y la tierra se unían más directamente, al
mismo tiempo que la celda adquiría un poco el sentido de prisión
en tanto que la clausura implicaba encierro o separación. Sin em-
bargo, hay que cuidar de no exagerar anacrónicamente este hecho:
toda la sociedad novohispana estaba marcada por este imaginario,
simplemente en los conventos femeninos la síntesis entre logos y
pathos podía darse con mayor plenitud.21
Volvamos ahora al poema Primero Sueño: se trata de una pro-
ducción monumental a la manera de las cátedras novohispanas del
siglo XVII, pero, en este caso, Sor Juana construye una catedral
monumental del saber en versos. En el poema prevalece la ausencia
del color, para, en cambio, presentar el destello dorado de la luz a
la manera de los retablos del barroco hispanoamericano. El dorado
es lo que se busca y a lo que se asciende; también queda al final
del poema la luz del despertar. El drama se desarrolla en un viaje
que puede equipararse al tránsito y espacio que se recorre desde la
entrada a la catedral hasta el altar final, lleno de luz el fondo por la
hoja de oro del retablo y los estofados esculpidos.
El cúmulo del saber, el derroche juanino de su cultura, pueden
equipararse a las naves laterales con todos sus altares, reliquias y
expresiones barrocas en columnas salomónicas, estípites, ángeles
y coros celestiales; pero, en el poema, el derroche son los sím-
bolos y metáforas, las alusiones míticas grecolatinas, los recursos
a Virgilio y Cicerón: toda una epopeya en la que la trama es la
búsqueda de la verdad.
La protagonista, el héroe trágico, es la razón que se ha descu-
bierto libre, y que por su libertad es capaz de levantarse altiva. El
relato del poema consiste en la descripción de los acontecimien-
tos que toman parte para que el intelecto logre su objetivo. En el
avance y tránsito se muestra la fragilidad del alma en su viaje lento
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 125

entre sombras y cavernas de inframundo; la anima la luz del final,


el acceso a una zona dorada que promete ser poseída.
Exactamente a la mitad del poema (si uno cuenta los versos, verá
que Sor Juana dividió matemáticamente el poema a la manera que el
arquitecto traza las medidas en el terreno para construir un templo)
cae la razón altiva por un despeñadero mostrando que su libertad
reclama una técnica y un camino para recomenzar y levantarse.
Sor Juana pone la lógica como una solución en la búsqueda de
la sabiduría, de ahí la fusión entre el barroco y la estructura de la
segunda parte del poema. Ciertamente el barroco es un estilo ca-
prichoso, pero, para lograrlo, el artista debe componer consciente
y estructuradamente los juegos en movimiento que opera llenando
el espacio vacío. De ahí que el vicio del barroco haya sido el cultis-
mo: el barroco es profundamente racional y su fin está en que el
resultado no lo parezca, lo disimule para que aflore la afectividad.
En el el primer sueño de Sor Juana, se levanta altiva la razón
novohispana, una razón arrogante porque ha descubierto el camino
de la libertad. El camino es difícil pero el asenso vale la pena.

Notas
1. Se trató de un opúsculo filosófico publicado por el centro de estu-
dios de filosofía clásica (CEFIC UNCUYO 2009 Año II, No. 4).
2. Ver Carta de Sor Juana Inés de la Cruz a su confesor. Autodefensa espiritual.
3. J. I. de la Cruz (sor): Carta Atenagórica (Obras completas, Fondo de
Cultura Económica, Condumex y Porrúa).
4. Obras completas, vol. I Lírica Personal, p. 5.
5. Versos 547 y ss.
6. El uso de la oposición sueño–vigilia en todo el texto. La explica-
ción mecanicista (205, 212, 216 y 165), la crítica de las catego-
rías aristotélicas por artificiosas (580 y ss), la imposibilidad del
conocimiento metafísico total (701).
126 Virginia Aspe Armella

7. En clara alusión al Discurso del Método.


8. Primero Sueño, vv. 74, 226, 380–382 y 947.
9. Pascual Buxó, José. El oráculo de los preguntones. Atribuido a Sor
Juana Inés de la Cruz. Coordinación de Difusión Cultural,
UNAM. Ed. El equilibrista, 1991. México, pág. 32.
10. Bravo Arriaga, Dolores. La excepción y la regla. UNAM, 1997,
pág. 26.
11. Bravo Arriana, Dolores. Ibidem, pág. 33.
12. Xirau, Ramón. Genio y figura de Sor Juana Inés de la Cruz. Colegio
Nacional–UNAM, México. 1997, pág. 17.
13. Se trata del famoso escrito juanino El caracol su tratado de mú-
sica. Ver T. Díaz Sapién: Virgilio y Horacio en el Primero Sueño, p.
268–269, vv. 110–132.
14. En juicio de T. Herrera: op. cit. p. 269, citando el criterio de
Ricardo Miranda.
15. Por ejemplo, el estudio de A. Vallés: El Primero Sueño de Sor Juana
Inés de la Cruz. Bases tomistas.
16. Por ejemplo, J. Coronado: Sor Juana y su sueño frente a las soledades
gongorinas, en Prolija Memoria, vol. II.
17. Como G. Sabat de Rivens en “Veintiún sonetos de Sor Juana y
su casuística de amor”, en Sor Juana y su mundo.
18. J. R. Álvarez: Un siglo arquitectónico en Sor Juana y su mundo, p. 205.
19. Idem, p. 207.
20. Para la arquitectura en conventos femeninos, ver el texto de
José Rogelio Álvarez N. aquí citado.
21. Ver V. Aspe Armella: Aristóteles y Aristotélicos.

Fuentes
Álvarez, José Rogelio: Un siglo arquitectónico en Sor Juana y su mundo,
México, Fondo de Cultura Económica/ Universidad del Claustro
de Sor Juana, 1995.
El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano 127

Aspe Armella, Virginia: Aristóteles y Aristotélicos, México, Universidad


Panamericana, 1997.
Bravo Arriaga, Dolores: La excepción y la regla, México, Universidad
Nacional Autónoma de México, 1997.
Carta de Sor Juana Inés de la Cruz a su confesor. Autodefensa espiritual
(estudios y notas de Aureliano Tapia Méndez), Al voleo el Tro-
quel, Monterrey, 1993.
Coronado, Juan: “Sor Juana y su sueño frente a las soledades gongo-
rinas” en Prolija Memoria, vol. II Universidad Nacional Autónoma
de México/ Claustro de Sor Juana, 2005.
Cruz, (sor) Juana Inés de la: Carta Atenagórica facsimilar (Elías Tra-
bulse editor), Condumex, 1690.
______: Obras completas, México, Fondo de Cultura Económica, 1995.
______: Obras completas, México, Porrúa, 1981.
Herrera Zapién, Tarcisio: Virgilio y Horacio en el Primero Sueño, Mé-
xico, Universidad Nacional Autónoma de México, 1999.
Kuri Camacho, Ramón: El barroco novohispano: la forja de un México
posible, Xalapa, Universidad Autónoma de Veracruz, 2008.
Pascual Buxó, José: El oráculo de los preguntones. Atribuido a Sor Juana
Inés de la Cruz. El equilibrista, México, 1991.
Sabat de Rivens, Georgina: “Veintiún sonetos de Sor Juana y su
casuística de amor” en Sor Juana y su mundo, México, Universidad
del Claustro, 1995.
Vallés, Alejandro: El Primero Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz. Bases
tomistas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2000.
Xirau, Ramón: Genio y figura de Sor Juana Inés de la Cruz, México Cole-
gio Nacional/ Universidad Nacional Autónoma de México, 1997.
La simulación barroca en Los pasos perdidos

Judith Navarro
Universidad Nacional Autónoma de México

La simulación no se reduce a la imitación


de un modelo real, determinado,
sino que se precipita en la persecución
de una irrealidad infinita, y desde el inicio
del “juego” aceptada como tal,
irrealidad cada vez más huidiza e inalcanzable.
Severo Sarduy

La simulación barroca

P or más que busquemos, no vamos a encontrar una definición


clara y conveniente para la palabra “barroco”, que comúnmente
se asocia a lo recargado, a lo exuberante, a lo ornamentado en las
formas; sabemos que va mucho más allá, también entendemos que
siquiera intentar el esbozo de una definición propia abarcaría más
páginas de las que se llevará este comentario.
Por lo pronto, solamente asumiremos la complejidad del barroco
literario y diremos que es, más que forma (más que la concepción
esdrújula que corrientemente se hace de él: hipérbaton, metáfora,
anáfora, cruce de categorías morfosintácticas), una actitud creadora
que implica tópicos asumidos profundamente no solamente en el
lenguaje, sino también en la estructura de las obras.
Entre estos tópicos barrocos está el de la simulación, que ahora
consideramos, no porque sea el principal, sino por una decisión
arbitraria que lo asume como eje de esta lectura de la novela Los
pasos perdidos del escritor cubano Alejo Carpentier.
130 Judith Navarro Salazar

Podríamos empezar por hablar de una simulación que envuelve


no solamente esta novela, sino la obra de Carpentier y la de muchos
otros latinoamericanos: el barroco americano, que se puede ver
como una imitación del europeo; sin embargo, el mismo Alejo Car-
pentier adelanta un tipo de apología: está de acuerdo con Eugenio
D’Ors en que “lo que hay que ver en el barroco es una suerte de
pulsión creadora que vuelve cíclicamente a través de toda la histo-
ria en las manifestaciones del arte”; agrega que “existe un espíritu
barroco, como existe un espíritu imperial”.1
Si por ahora hay que aclarar la relación entre los conceptos en los
que se fundan estas notas, diremos que para otro escritor, también
cubano, también barroco, Severo Sarduy, la simulación no es otra
cosa que un deseo de barroco.2

La simulación como tema


Desde el comienzo de Los pasos perdidos, la simulación en el senti-
do temático aparece como una referencia directa al medio teatral:
Ruth, la esposa del protagonista y narrador es una actriz, y por
varias razones, él también está relacionado con la profesión. Como
veremos, la referencia a lo teatral es sistemática; todo se asocia con
la actuación, el fingimiento, la simulación.
Ruth pareciera llevar la vida como un ejercicio constante e
ininterrumpido de representación; por la inercia del matrimonio,
el protagonista se involucra en esta dinámica —en el “Teatro con-
yugal”—3 que no interrumpe funciones mientras él está en la gran
ciudad, que se convierte, así, en el gran teatro.
La misma Ruth lleva cinco años representando en los esce-
narios al personaje exitoso de Arabella “repitiendo los mismos
gestos, las mismas palabras, todas las semanas, todas las tardes
de domingos, sábados y días feriados”,4 hasta que este personaje
se convierte en un “parásito que se alimentaba de su sangre:
La simulación barroca en Los pasos perdidos 131

aquella huésped de su propio cuerpo, prendido de su carne


como un mal sin remedio”.5
Este teatro asumido como forma de vida provoca que su esposo
diga: “El domingo, al fin de la mañana, yo solía pasar un momento
en su lecho, cumpliendo con lo que consideraba un deber de espo-
so, aunque sin acertar a saber si, en realidad, mi acto respondía a
un verdadero deseo por parte de Ruth”.6 Como lectores, sabemos
que el deseo que él muestra a su mujer es fingido, pues lo veremos
después presa de uno auténtico, cuando está con Rosario, en la selva.
La actitud de simulación impide al personaje central acceder a
la verdad, a su esencia, pues finge cuando está en la ciudad y finge
cuando llega a la selva; en la ciudad incluso lleva una doble vida:
de académico y esposo en el día, de bohemio en la noche; a pesar
de esta dualidad, no está satisfecho, pues la primera vida es incon-
sistente, y la segunda, aturdidora.7 Por otro lado, cuando está en la
selva extraña dedicarse a la música, a la academia, como si alguna
vez hubieran sido su verdadera vocación.
El único momento en el que el protagonista parece pertenecer
realmente al ambiente que lo rodea es cuando está en verdadera co-
munión con Rosario, cuando descubre que siente un amor genuino.
Esta naturalidad es “contagiada” por su nueva mujer, cuando el na-
rrador asume la decisión de dejar atrás el otro mundo y adaptarse a la
sociedad que él mismo ha considerado primitiva. Dicha naturalidad
se hace manifiesta un día en que el protagonista se baña desnudo con
Rosario y descubre que la desnudez implica que se ha quitado los
disfraces, y que ese es el único momento en el que “No hay alarde, no
hay fingimiento edénico”: la pureza y la autenticidad son naturales.8
Esta experimentación momentánea de la vida verdadera se lo-
gra, como se ha dicho, gracias a la comunión con Rosario, que es
el único personaje que no simula, pues es “una mujer que es toda
una mujer, sin ser más que una mujer”.9 Cuando el protagonista
132 Judith Navarro Salazar

comunica a Rosario su “gran determinación” de quedarse en ese


mundo, ella, según él, acepta el propósito con alegre docilidad, pues
parece que no entiende la relevancia de la decisión; sin embargo,
podríamos leer entre líneas una indiferencia de quien no acaba de
creer la palabra de alguien falso.
Al final, le dicen que ella no es Penélope, que no ha asumido el
papel de la amante incondicional y eterna, sino que tiene una vida
natural, apegada a lo práctico: a pesar de que podemos suponer que
estaba verdaderamente enamorada del advenedizo, es una mujer
joven y asume que necesita marido, por lo tanto se casa con Marcos.

El tiempo simulado
Podemos ver otro aspecto de simulación en Los pasos perdidos: el
tiempo. En la novela no se sigue una línea temporal que va de atrás
hacia delante, sino que se experimenta un tiempo simulado que corre
hacia atrás; no en la estructura, como en el caso del cuento “Viaje a
la semilla”, sino en el nivel temático: el protagonista sale de la ciudad
en la que vive, la ciudad que en muchos aspectos es la vanguardia del
“adelantado” siglo XX, y en una comprensión profunda de la vida, se
remonta a la colonización española, su pasado cultural, luego al duro
periodo de conquista. Después se amplía el camino a la cultura occi-
dental: el Medioevo, la Edad Antigua; más tarde ve etapas de la vida
del planeta —el Paleolítico— y termina presenciando La Creación.
Este “vertiginoso retroceso del tiempo” que regula la historia co-
mienza con la novela misma: en el primer párrafo, el narrador suelta
una frase que luego tomará su verdadera consistencia: “tenía la casi
penosa sensación de que el tiempo se hubiera revertido”10 Esta sen-
sación se convierte posteriormente en la certeza de que “Las fechas
seguían perdiendo guarismos en fuga desenfrenada, los años se vacia-
ban, destranscurrían, se borraban, rellenando calendarios, devolviendo
lunas, pasando de los siglos de cifras al siglo de los números”.11
La simulación barroca en Los pasos perdidos 133

Podríamos decir que el protagonista de Los pasos perdidos no es un


verdadero americano cuando está en la gran ciudad, ni un auténtico
salvaje cuando está en la selva: en los dos ambientes es ajeno, intenta
mimetizarse, pero jamás lo logra. Su naturaleza es la de un simulador.
Podríamos entender el tema de la simulación en la obra de Carpentier
como una búsqueda: lo que él denomina “hombre–ciudad–siglo–XX”
emprende un viaje hacia la naturaleza y hacia el pasado para encontrar:

sus raíces, su árboles genealógicos de palmeras, de apamate o de ceiba, para


tratar de saber quién es, qué es, y qué papel habrá de desempeñar, en abso-
luta identificación consigo mismo, en los vastos y turbulentos escenarios
donde, en la actualidad, se están representando las comedias, dramas, tra-
gedias —sangrientas y multitudinarias tragedias— de nuestro continente.12

Es decir: no para dejar de actuar en el gran teatro, sino para asumir


“el papel correcto”.

La simulación como recurso


Uno de los principales recursos estilísticos de Alejo Carpentier
para hacer descripciones vívidas es la comparación, que podemos
leer como otro tipo de simulacro: para transmitir con la palabra la
esencia de las cosas, dice que son lo que no son. Cuando describe
la naturaleza dice que los caimanes “parecían maderos podridos,
vestidos de escaramujos, los bejucos parecían reptiles y las serpien-
tes parecían lianas”,13 la fauna aparenta ser flora, y viceversa. Otra
vez, cuando fray Pedro lleva al protagonista a ver el cráter de una
montaña, observa “pavorosas hierbas [que] son como gramíneas
membranosas, cuyas ramas tienen una mórbida redondez de brazo
y de tentáculo. Las hojas enormes, abiertas como manos”;14 en
este caso no solamente se confunden plantas con animales, sino
que se muestran antropomorfas.
134 Judith Navarro Salazar

Podemos ver otros casos en los que los objetos simulan ser lo
que no son ante los ojos de quien las enuncia: el escenario en el
que trabaja Ruth tiene apariencia de cárcel,15 la funeraria cercana a
la casa de la pareja parece una sala de maternidad,16 hay un perro
jadeante que remeda estiramientos de conejo desollado para hallar
vetas de frescor en la tibieza del piso, los colibríes de la selva son
“más insectos que pájaros”, las manos de Montsalvatje, de dedos
cortos, gordos y pecosos, parecen estrellas de mar, y la cabeza des-
peinada de Mouche es una górgona.20
Al simular, los objetos no solamente convencen la virtual vista
del narrador; su virtual oído también se ve envuelto en este teatro
auditivo: cuando escucha en el gramófono un disco en el que está
grabado lo que pareciera ser el canto de un ave, se entera de que
es un instrumento musical primitivo. Hay una tercera simulación:
el trino fingido, pues “tiene la sonoridad de un alfabeto Morse
sonando en la cabina de un telegrafista”.21 Ya cuando está en la
selva, ve un caimán muerto, debajo de cuya piel se metían moscas
verdes que componían con su ruido un sonido humano: “Era tal el
zumbido que dentro de la carroña resonaba, que, por momentos,
alcanzaba una afinación de queja dulzona, como si alguien —una
mujer llorosa tal vez— gimiera por fauces del saurio”.22
Después, cuando el narrador describe el paisaje de las Grandes
Mesetas, hace una comparación que no tiene referentes naturales,
sino que alude a la obra humana: “Hay tantas vegetaciones dis-
tintas, en un palmo de humedad, como se diputan allá el espacio
que debiera bastar para un solo árbol. Este plancton de la tierra
es como una pátina que se espesa al pie de una cascada caída de
muy alto”23 Podemos entender la pátina ya como la sulfuración
del bronce, ya como la coloración artificial que se da a los objetos
para que aparenten antigüedad, en otra palabras, como un proceso
natural de una mezcla artificial, o como la imitación de este mismo
La simulación barroca en Los pasos perdidos 135

proceso; en ambos casos la naturaleza es violentada por la palabra


del narrador, incapaz de ver el mundo natural con ojos “puros”.
También podemos apreciar esta violentación de la naturaleza
por el discurso del protagonista cuando dice: “detrás de los árboles
gigantescos, se alzaban unas moles de roca negra, enormes, macizas,
de flancos verticales, como tiradas a plomada, que eran presencia y
verdad de monumentos fastuosos”.24 Para él, incluso la naturaleza
misma simula: la selva virgen es “un mundo de apariencias que
oculta la realidad, en el que todo parece otra cosa”.25
Si le preguntáramos al protagonista cuál es esa realidad, o qué
hay tras la simulación del barroco, posiblemente llegáramos a la
conclusión que este no es únicamente una creación europea del
siglo XVII, sino un espíritu que se pone de manifiesto donde hay
transformación, mutación. Con esta idea se puede decir que Amé-
rica es un continente de simbiosis, de mutaciones, de vibraciones,
de mestizajes, que ha sido siempre barroco;26 el Popol Vuh, el Chilam
Balam, la escritura azteca, en general, la cosmovisión americana, es
originalmente barroca, no simula serlo.

Notas
1. A. Carpentier: “Lo barroco y lo real maravilloso” en Razón de ser, p. 56.
2. S. Sarduy: La simulación, en Obras completas, tomo II, p. 1269.
3. A. Carpentier: Los pasos perdidos, en Obras completas, tomo II, p. 382.
4. Idem, p. 127.
5. Idem, p. 126.
6. Idem, p. 127.
7. Ver Idem, p. 143.
8. Idem, p. 330.
9. Idem, p. 331. Podríamos considerar auténticos a los demás personajes
que el protagonista conoce en el mundo natural, sin embargo, al final,
el mismo Carpentier señala en la nota: “El Adelantado Montsalvatje,
136 Judith Navarro Salazar

Marcos, Fray Pedro, son personajes que se encuentra todo viajero


en el gran teatro de la selva”, p. 416.
10. Idem, p. 125.
11. Idem, p. 310.
12. A. Carpentier: “Conciencia e identidad de América”, en Razón
de ser, p. 23.
13. A. Carpentier: Los pasos perdidos, p. 296.
14. Idem, p. 338.
15. Idem, p. 127.
16. Idem, p. 132.
17. Ibidem.
18. Idem, p. 335.
19. Idem, p. 269.
20. Idem, p. 280.
21. Idem, p. 139.
22. Idem, p. 293.
23. Idem, p. 330.
24. Idem, p. 302.
25. Idem, p. 296.
26. Ibidem.

Fuentes
Carpentier, Alejo: Selección de ensayos, Santa Fe de Bogotá, Editorial
Panamericana, 1996.
______: Obras completas, , México, Siglo XXI Editores, 1991.
______: Razón de ser, Caracas, UCV, 1976.
Sarduy, Severo: Obra completa (edición crítica de Gustavo Guerre-
ro y François Wahl), Madrid, ALLCA XX–CNCA, Colección
Archivos, 1999.
El poeta angélico de la vanguardia argentina:
una biografía intelectual de Leopoldo Marechal

Florencia González
Universidad Autónoma de Madrid

L as grandes manifestaciones literarias se sostienen en un tiempo


y un espacio concretos, desde los cuales diseminan su sentido
en la posibilidad de transformar a un hombre, a un pueblo y a
una cultura. La traducción simbólica de las experiencias humanas
constituye la nota definitoria de la creación artística y, por tanto,
muchas veces resulta difícil cercenar el estado situacional e histórico
de una obra para estudiarla en su pura y exclusiva inmanencia. Un
caso notable de este escenario hermenéutico es la figura y la obra
de Leopoldo Marechal.
Según Héctor Cavallari, la literatura argentina contemporánea es
producto de tres puntos de inflexión socioculturales: la irrupción
del modernismo de la mano de Rubén Darío; la mutación de esta
estética en un vanguardismo criollista de corte más político; y el
nacimiento de la nueva novela latinoamericana, calificada posterior-
mente por la crítica como boom.1 Podríamos afirmar que Marechal
se sitúa de manera protagónica en la encrucijada de estas tres rup-
turas, lo que inserta su obra en la historia de la literatura, ya que
representa —para el complejo de la tradición argentina— un hito
literario y cultural. La irrupción de su voz durante el inicio del siglo
XX significa la apertura de un trayecto artístico que trasciende con
fuerza lo específicamente nacional; por consiguiente, se detecta la
necesidad de acercarse a su figura, condenada durante algún tiempo
al silencio, por medio de una acción hermenéutica actualizada que
pueda configurar una biografía intelectual amplia y exhaustiva.
138 Florencia González

Cabe destacar que construir una visión bio–textual de un autor


como Marechal se hace tarea difícil debido especialmente a tres
factores: por un lado, los avatares de su vida personal que incluyen
variopintas y profundas experiencias; por otro, el papel histórica-
mente relevante que el poeta juega en el desarrollo cultural argen-
tino de los primeros cincuenta años del siglo XX y, por último, la
progresión indiscutida del trabajo perteneciente a las dos últimas
décadas de su vida, lo que logra re–ubicarlo culturalmente.
En este sentido, la profunda imbricación del yo–vital con el yo–lí-
rico del poeta —dentro del marco de una antropología literaria—2
obliga a reseñar su vida de manera tal que el fruto de su pensa-
miento estético surja de sus puntos fundamentales. En función
de esto, tomaremos como guía diacrónica general la clasificación
propuesta por Maturo y compartida por Baquero Lazcano,3 en la
que se divide la obra marechaliana en tres etapas. Esta ordenación
es la que nos ha servido para estructurar la biografía intelectual del
poeta, aunque aquí introduzcamos modificaciones en las fechas con
el fin de presentar el desarrollo del corpus de su obra. Se establecerá,
por tanto, una relación dialógica con la historia vital de Marechal,
omitiendo —por cuestiones de espacio y metodología— fechas,
anécdotas y hechos que pueden consultarse en otros estudios y que
no revisten importancia definitoria para el tema que aquí se trata.4

Primera etapa: 1922–1929


Marechal nace con el siglo en el año 1900. De abuelos franceses y
vascos, el poeta se define con estos versos: “Una lanza española y
un cordaje francés/riman este poema de mi sangre./Yo también
fui un hijo del otoño/que llegó del oriente sobre la faz del agua”.5
En 1919 se recibe de maestro y traba amistad con Ilka Krupkin,
Horacio Schiavo y José Bonomi, con los que comparte las mesas
del Café Izmir; la pertenencia a este grupo de jóvenes creadores
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 139

le permite intimar con Manuel Gleizer, editor independiente que


publica su primer libro de poemas Los Aguiluchos.
Para Marechal, la aparición de dicho libro en 1922 supone la
entrada a un círculo intelectual de jóvenes promesas que propician
un diálogo inter pares en el corazón mismo de la gesta vanguardista,
génesis del grupo literario llamado “Martín Fierro”. En efecto, en
sus Memorias da notable cuenta de su iniciación martinfierrista:

No había superado todavía las esferas locales cuando un acontecimiento


me vinculó a los artistas plásticos. Por intermedio de José Amalzi, un
pintor del círculo de Spilimbergo, entré por primera vez en el taller que
el escultor José Fioravanti tenía entonces en la calle Corrientes. Allí
trabé amistad con casi todo el mundo plástico de la época hasta que,
en circunstancias que no recuerdo, me vi de pronto como integrante
del elenco de la revista Proa, que dirigían Ricardo Güiraldes, Jorge Luis
Borges, Pablo Rojas Paz y Alfredo Brandan Caraffa. En uno de sus
números publiqué un “Ditirambo a la noche”, que anunciaba ya mi
conversión a la vanguardia poética.6

En tal sentido, Marechal se enrola en las huestes de un grupo que


decide eventualmente abandonar las filas de la Revista Proa para
hacerse con la segunda etapa de la publicación Martín Fierro. En
incipiente oposición a la época anterior, caracterizada por un estilo
y una forma deudoras de Leopoldo Lugones, esta nueva etapa se
propone imprimir un ritmo revolucionario “identificado por una
pujante voluntad renovadora y un imperativo urgente de poner al
día nuestras letras y nuestras artes”.7
La decisión disruptiva de modificar la revista surge en el marco
de una cena convocada por Evar Méndez, a la que asisten Marechal,
Ricardo Güiraldes, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Jorge
Luis Borges, Óscar Figari, Xul Solar y Francisco Luis Bernárdez,
140 Florencia González

entre otros. El motivo del ágape es la necesidad de defender la obra


de Emilio Pettoruti y Xul Solar quienes, a su regreso de Europa,
exponen en la Galería Witcomb ante el rechazo de la crítica local.
Esta actitud negativa del discurso oficial, provoca un estado emo-
cional de combate en los jóvenes vanguardistas que se alistan para
establecer en las páginas de Martín Fierro su nueva base ideológi-
ca.8 Posteriormente, Marechal ajustará cuentas con el movimiento
cuando recuerda que:

No se trataba de imponer una nueva sensibilidad artística, sino de resti-


tuirle al arte su frescura, su espontaneidad y su derecho eterno al cambio
y a la manifestación de otras “posibilidades creadoras”. Más que literario,
el movimiento Martín Fierro fue un movimiento vital.9

De esta manera, la efervescencia de la novedad combatiente pro-


duce una serie de episodios notables que Marechal reseña de for-
ma pormenorizada en sus Memorias y en la entrevista con Alfredo
Andrés. A modo de ejemplo, caben destacar los encuentros en la
confitería Richmond durante el día y en el sótano del Royal Keller
durante la noche, el recibimiento festivo de Filippo Marinetti y Luigi
Pirandello con la actuación de Carlos Gardel, y la Revista Oral de
Alberto Hidalgo, entre muchos otros.10
A comienzos de 1926, Manuel Gleizer —en perpetuo voto de
confianza hacia el poeta— publica en la colección Índices el segun-
do poemario de Marechal, Días como flechas, con relativo y creciente
éxito. Jorge Luis Borges escribe una carta al poeta con el fin de
felicitar la aparición del libro, para luego publicar una crítica oficial
en el no. 36 de Martín Fierro, del 12 de diciembre de 1926.
Paralelamente, se va estableciendo un modus operandi tanto literario
como vital en todos los componentes del grupo, constituido no sola-
mente por una actitud común hacia el arte, sino también por la fluidez
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 141

creciente de las relaciones culturales con Europa, núcleo ideológico


de las vanguardias que irrumpen en el paradigma latinoamericano.11
En consecuencia, muchos de los creadores martinfierristas anhelan
un primer viaje al Viejo Continente, en cuyas capitales (París, Madrid,
Roma) se van aglutinando los artistas iberoamericanos más destacados.
En este marco, Marechal logra hacerse a la mar en 1926 con un
claro objetivo: París. Desembarca en la ciudad gallega de Vigo (de
donde es natural su futura esposa) con el propósito, encomendado
por los compañeros, de distribuir ejemplares de la revista Martín
Fierro entre los intelectuales españoles. Según el poeta:

Llevaba tres misiones: visitar a Ramón Gómez de la Serna en su baluarte


de Pombo, trabar relación personal con los compañeros de la Gaceta
Literaria con los cuales nos habíamos entendido por correspondencia, y
una visita ceremonial a Ortega y Gasset y a su corte de Revista de Occidente.
[…] En cuanto a Ortega y Gasset, mi visita fue corta y glacial, según el
protocolo que parecía seguirse en su despacho de la Gran Vía. Lo que me
urgía en el fondo era llegar a París, donde otras voces me reclamaban.12

Por consiguiente, se traslada a la capital francesa y, a instancias de


José Fioravanti, cumple con los protocolos culturales de la gran
ciudad en las visitas a los museos, las exposiciones de vanguardia
y las amistades intelectuales; conoce a Pablo Picasso y a Miguel de
Unamuno en La Rotonde, traba relación con los escultores espa-
ñoles Mateo y Gargallo, y se vincula finalmente al grupo argentino
de París, compuesto, en ese entonces, por Horacio Butler, Héc-
tor Basaldúa, Antonio Berni y Raúl Spilimbergo. La relación del
grupo con la escritora Suzanne Krawitz, propietaria de la librería
L’Esthetique, lo pone en contacto con los surrealistas franceses.
Poco después regresa a Buenos Aires y, gracias a que logra la
suspensión de un expediente que las autoridades le habían iniciado
142 Florencia González

por “abandono de cargo”, se reincorpora a sus labores de maestro.


Corre el año 1927 y la revista Martín Fierro entra en su recta final.13
La segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen es ya inminente, así
como la debacle financiera de Wall Street; tiempos convulsos que
generan incertidumbre, en un contexto que desintegra los cimientos
del paradigma económico mundial. Marechal, al igual que tantos
otros creadores del momento, se adhiere al ideario socialista en un
primer momento, para luego identificarse con el proyecto yrigoye-
nista.14 Las experiencias europeas y el intenso desafío intelectual al
que se vio expuesto en su viaje, provocan en Marechal la certeza
de que necesita absorber el tejido cultural europeo, gestado por sus
compatriotas afincados en París y Madrid.
En consecuencia, decide reunir fondos para su segundo viaje,
empresa que logra gracias a la convocatoria que le hace Alberto
Gerchunoff para que ingrese en la redacción estable del diario El
Mundo, en la que conocerá a Roberto Arlt.
Entre 1926 y 1928 se manifiesta en el poeta lo que luego de-
nominará su “primer llamado al orden”. De forma paulatina, el
vanguardismo de Días como flechas se ve desplazado por las ramifi-
caciones de un modernismo más maduro y una suerte de balance
vital, que dan cuenta de una profunda crisis espiritual.
El viaje, la vuelta a la “vida ordinaria” y el favorable entorno que
ofreció la redacción del diario, confluyen en un importante cambio
que va a expresarse en Odas para el Hombre y la Mujer.15 Es el tercer
poemario de Marechal que —una vez más— las prensas de Gleizer
sacan a la luz en 1929, dentro de la colección Libra. Finalmente,
el poeta emprende su segundo viaje a Europa y llega a París para
instalarse en Montparnasse.
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 143

Segunda etapa: 1930–1950


Este segundo viaje va a ser definitorio en el desarrollo literario
de Marechal, pues el escritor se reconecta con el grupo de plás-
ticos argentinos en París, al que se suman Aquiles Badi, Raquel
Forner, Víctor Pisarro y Ricardo Musso, entre otros. En su com-
pañía, Marechal descubre una ciudad pletórica de experiencias y
contradicciones, que hacen germinar un nuevo giro personal: el
“segundo llamado al orden”. Viaja a las ciudades catedralicias para
sentirse testigo de una historia humana compleja, con las heridas
de la Primera Guerra Mundial y la hoguera fatal de Juana de Arco
como escenarios; lee los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo
de Berceo, y estudia con ahínco la Historia de las ideas estéticas en
España, la obra magna de Menéndez Pelayo. El poeta recuerda de
esta forma aquellos tiempos:

El huésped del hotel Des Aviateurs había cedido paso a mí, a un hombre
que ya escuchaba su “segundo llamado al orden”, que traía en mente un
Adán Buenosayres cuya realización debería ser paralela a la realización espi-
ritual que ya presentía su autor aún en potencia. […] Estas alternaciones
de lo primitivo, lo clásico, lo moderno y lo ultramoderno integrarían en
mí una síntesis armoniosa del arte humano que yo aplicaría en mis futuras
composiciones. Por otra parte, releía metódicamente las epopeyas clásicas
y estudiaba las líneas filosóficas de Platón–San Agustín y Aristóteles–San-
to Tomás, todo lo cual influyó en las planificaciones de Adán Buenosayres
que yo realizaba paralelamente.16

El verano del año 30 transcurre en Sanary–sur–Mer, un pequeño


pueblo cerca de Marsella donde el grupo, casi completo, se instala
allí alternando fiestas de disfraces en el Café La Marine, con clases
de esgrima y arte experimental. Marechal recuerda esos días como
la única vez en que “habitó dentro de la poesía”; dos meses después,
144 Florencia González

el pintor Alberto Morera lo convence de la necesidad de visitar


Italia; Génova, Pisa y Roma los reciben, aunque ambos viajeros se
separan en esta última ciudad; Marechal fija su norte en Florencia
con el fin de seguir las huellas de Dante Alighieri. Pasa por Venecia
y Milán, para detenerse en París y regresar a Buenos Aires en 1931.
Ya en Argentina, desestima los dos primeros capítulos de Adán
Buenosayres por considerarlos de una “puerilidad alarmante” y
reconoce en ellos una falta de madurez que lo hace regresar a la
poesía, convocado por los versos que constituirán luego sus Poemas
Australes y el Laberinto de Amor.
Un episodio compartido con Paco Bernárdez y Scalabrini Ortiz
va a ser el detonante de su “tercer llamado al orden”, el cual no
solamente resuena en su literatura, sino también en su raíz más
profunda. Así, una visita a la estancia de Francisco Soto y Calvo
en la Vuelta de Obligado, acaba con un reproche intelectual que el
poeta mayor arroja sobre los jóvenes, en el que critica su vanguar-
dismo, su debilidad generacional y sus vicios (“que suponía grandes
y tortuosos”). Los tres poetas le responden con versos en octavi-
lla, demostrando así que manejan el arte de la métrica. El suceso
culmina con su regreso a la ciudad, amenizado por el alcohol que
Soto y Calvo les había regalado generosamente.
Pocos días después, Bernárdez se comunica con Marechal para
pedirle que lo acompañe en un trance delicado de su salud. La
vulnerabilidad de Bernárdez muestra al poeta lo contingente de la
existencia y provoca una conversión religiosa que lo devuelve al
catolicismo abandonado en la niñez; de este modo, ambos poetas
se vinculan a otro grupo intelectual, cuyos integrantes se reúnen en
el grupo Convivio de los Cursos de Cultura Católica.17
En el año 1934 Marechal contrae matrimonio con María Zo-
raida Barreiro, joven profesora de Letras oriunda de Galicia pero
naturalizada argentina; de esta unión nacerán más tarde María de
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 145

los Ángeles y María Magdalena (Malena). Entretanto, el poeta


comienza a habitar lo que luego llamará en su segunda novela “la
ratonera de la vida ordinaria: el cumplimiento de gestos y rutinas
en el trabajo, en las relaciones sociales y hasta en los actos litúrgi-
cos”.18 Su salvoconducto está constituido por el proceso creativo,
al que se aboca intensamente para robarle tiempo a la “necesaria
vulgaridad de tener que ganarse la vida”.19
En 1936, la editorial Sur publica Laberinto de Amor, extenso poe-
ma fruto de su formación en el grupo Convivio, de la frecuentación
de obras medievales y de la filosofía de los Padres de la Iglesia. Esta
obra comparte su génesis con los borradores de Adán Buenosayres
y con la primera redacción del ensayo estético–filosófico Descenso y
Ascenso del alma por la Belleza.
La publicación de este poemario inicia, para Marechal, una etapa
densa en creación poética, en la que salen a la luz Cinco Poemas Aus-
trales (1937); Descenso y Ascenso del alma por la Belleza (1939) —publi-
cado en dos tiempos en La Nación y luego en una primera edición
integral en el sello Sol y Luna—;20 los Sonetos a Sophia y El Centauro
(1940). Ese mismo año le llega el Primer Premio Nacional de Poesía
por El Centauro y Sonetos a Sophia. El reconocimiento literario de
Marechal es oficial e indiscutible.
Como hemos señalado, las decisiones vitales del poeta provie-
nen del sustrato sociocultural en el que sus obras se sostienen e
interrelacionan. En esta línea, es importante señalar lo que ocurre
por aquellos años en la construcción ideológica del poeta a fin de
configurar un horizonte de sentido tanto estético como ético.
Se puede afirmar que la opción política fue, para el autor, una
actitud imprescindible para la consecución de la vida humana. El
ser–con el otro (y hacia otro) delimita la constitución del propio ser–
poeta marechaliano, como testigo y aedo de su tiempo y geografía.
Prueba de esto son sus filiaciones políticas —de las que dimos
146 Florencia González

cuenta supra— que despiertan de forma temprana en su juventud,


y realizan un largo recorrido por los sucesos histórico–políticos de
la Argentina: “Mi existencia entera, por una suerte de fatalidad, se
ha vinculado a los hechos del país, en lo físico y en lo metafísico,
unas veces en forma visible y otras en su modesta trastienda”.21
En los años de Convivio, Marechal se encuentra con un nacionalis-
mo inteligente y de nobles propósitos, pero dividido y fragmentado
por el dogmatismo o la ortodoxia. Advierte, pues, que esta clase
de rigor dificulta pasar a la acción y “descender al llano su Parnaso
teórico de ideas”. Como consecuencia de la revolución, sus ideas
políticas se consolidan, y el 17 de octubre de 1945 se une a los ciu-
dadanos que marchan por la Avenida Rivadavia hacia la Plaza de
Mayo para reclamar a su líder, Juan Domingo Perón. Es así como
reconoce dos actitudes que intentará concretizar con sus acciones:
la adhesión al movimiento justicialista, con el respaldo de su propio
prestigio intelectual que era considerable, y la intervención en la
formulación teórica del peronismo.22 La identificación de Marechal
con el justicialismo decepcionó a algunos pero sorprendió a pocos.
Como aduce Ernesto Sábato:

Fue precisamente su sagrado sentido de la justicia lo que lo impulsó


hacia el socialismo en su juventud y hacia el peronismo en sus años
maduros. Porque cualquiera que sea el juicio que merezca la persona de
Perón —y el mío es públicamente negativo—, nadie puede negar que
encabezó el más vasto y profundo proceso en favor de los desheredados.
Y Leopoldo sentía como pocos el dolor de los indefensos, y amaba a su
pueblo como siempre lo han hecho los artistas verdaderamente grandes:
desde Cervantes hasta Tolstoi.23

En 1947 fallece su esposa, María Zoraida. Después de casi 20


años de trabajo, en 1948 la editorial Sudamericana publica su novela
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 147

fundacional, Adán Buenosayres. Durante ese mismo año se da a


conocer El Túnel, de Ernesto Sábato.
Meses más tarde conoce a Juana Elvia Rosbaco, joven profe-
sora de Letras que ha seguido los pasos de su obra. La “v” de su
nombre se le antoja brusca a Marechal y, por consiguiente, pasará
a llamarla con las variantes Elbia/Elbiamor/Elbiamante; en el te-
rreno ficcional, va a asignarle un espacio interlocutivo y apelativo
en muchos de sus textos y dedicatorias.24
En este mismo año realiza su tercer viaje a Europa. Cumple aquí
una función de corte oficialista, asumida por él pero desempeñada
en lo político por Jorge Arizaga. Dice Marechal:

Por mi parte reanudé mis viejas relaciones con los poetas de España,
Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Rosales, los
hermanos Panero. En la Universidad de Madrid [actual Complutense]
expuse a los alumnos mis experiencias sobre la “metafísica de lo bello”;
me recompensaron con un almuerzo en Alcalá de Henares, cerca de
su histórica Universidad, en un bodegón del tiempo de Cervantes […]
Nuestra misión nos llevaría luego a Ginebra para dialogar con los fun-
cionarios del Bureau Internacional de Educación de la UNESCO y por
fin a Roma, en cuya Universidad expuse mis ideas acerca de la cultura y
su promoción. Previa escala de 48 horas en París, volvimos a España.25

Es interesante reseñar el texto que el poeta Gerardo Diego le dedi-


cara el 18 de noviembre de 1948 en el periódico La Tarde de Madrid.
Con el título “Saludo a Marechal”, Diego compone un texto que
desgrana los recuerdos compartidos en Buenos Aires por los años
20 y 30, y que elogia al poeta argentino en estos términos:

Leopoldo Marechal está entre nosotros. Lo que vale decir que nos
visita la mejor poesía argentina[…] Marechal se halla entre los chopos
148 Florencia González

otoñales y los primaverales poetas de España como uno de los nuestros,


sin que la dualidad de amante y amado haga nacer en él otra pena que
la de dejarnos pronto.26

Regresa, en efecto, a Buenos Aires a comienzos de 1949, para


encontrarse con la decepción del silencio creado alrededor de su
primera novela; Marechal comprueba, en esta instancia de su vida,
que la adhesión manifiesta al peronismo le había valido un repudio
cultural determinante en lo que luego Héctor Murena llamará su
“proscripción intelectual”.
En cuanto a la recepción de la novela, se publican solo dos re-
señas de contenido prácticamente opuesto:27 La primera, del crítico
Eduardo González Lanuza —antiguo compañero vanguardista—,
en el número 169 de la revista Sur (noviembre de 1948, 87–93),
es un texto controvertido que analiza la novela y el autor desde
un enfoque reductivo y autosuficiente; la segunda, de un joven
Julio Cortázar aparecida en el número 14 de la revista Realidad
(marzo–abril de 1949, 232–238), es más equilibrada e imparcial.
Citamos aquí algunos fragmentos, con el fin de destacar la actitud
hermenéutica de Cortázar en un momento histórico complejo:28

La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario


en las letras argentinas, y su diversa desmesura un signo merecedor de
atención y expectativa. […] Muy pocas veces entre nosotros se había
sido tan valerosamente leal a lo circundante, a las cosas que están ahí
mientras escribo estas palabras, a los hechos que mi propia vida me
da y me corrobora diariamente, a las voces y las ideas y los sentires
que chocan conmigo y son yo en la calle […] Estamos haciendo un
idioma, mal que les pese a los necrófagos y a los profesores normales
en letras que creen en su título. Es un idioma turbio y caliente, torpe
y sutil, pero de creciente propiedad para nuestra expresión necesaria.
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 149

[…] Pero lo que Marechal ha logrado es la aportación idiomática más


importante que conozcan nuestras letras desde los experimentos (¡tan
en otra dimensión y en otra ambición!) de su tocayo cordobés. […] Tal
como lo veo, Adán Buenosayres constituye un momento importante en
nuestras desconcertadas letras. Para Marechal quizás sea un arribo y
una suma; a los más jóvenes toca ver si actúa como fuerza viva, como
enérgico empujón hacia lo de veras nuestro. Estoy entre los que creen
esto último, y se obligan a no desconocerlo.29

De este modo, y a pesar del incipiente aislamiento que el marco


socio–cultural del momento cernía sobre el poeta, Marechal decide
compartir su vida con Elvia y no perder el compromiso vital más
profundo al que se debe sin concesiones: la creación.

Tercera etapa: 1950–1970


Luego de una considerable experiencia literaria que abarca la lírica,
el ensayo y la narrativa, Marechal llega a un punto de inflexión crea-
tiva que lo conduce a adentrarse en el universo del drama.
En 1950 realiza su primera adaptación: la Electra de Sófocles. Ese
mismo año, Marechal compone su Canto de San Martín, un oratorio
que musicaliza el organista y compositor belga Julio Perceval. Se
estrena el 30 de diciembre en el anfiteatro del Cerro de la Gloria
en la provincia de Mendoza.
A raíz del éxito de Electra, José María Fernández Unsain, a la
sazón director del Teatro Nacional Cervantes, le solicita al poeta
una obra pertinente para el inicio de la temporada 51–52. Marechal
compone Antígona Vélez. El papel protagónico es otorgado a la ac-
triz Fanny Navarro, quien extravía el único original mecanografiado
en un viaje a Mar del Plata; un llamado de Eva Duarte de Perón
logra que el autor dedique todos sus esfuerzos para reconstruir la
obra, que debía estrenarse el 25 de mayo de 1951. Finalmente lo
150 Florencia González

consigue y, bajo la dirección de Enrique Santos Discépolo, cosecha


gran éxito de público y de crítica. Dice Marechal: “La seducción
por el teatro me llevó después a escribir una serie de obras aún no
estrenadas ni publicadas, con excepción de La Batalla de José Luna,
que el año pasado [1967] montó en el Teatro Alvear ese director
admirable que es Jorge Petraglia”.30
Dos años después, y debido entre otras cosas a haberse hecho
acreedor del Primer Premio Nacional de Teatro por Antígona Vélez,
se inicia un silencio creciente por parte de cierto estamento cultural,
que contribuye a preparar su aislamiento posterior. Así, sobrevienen
los acontecimientos de 1955.31
Dentro del análisis de la construcción ideológica del poeta, es
dable señalar la mentada cuestión del “peronismo marechaliano”.
Esta consideración está justificada, de alguna manera, por la ya
mencionada imbricación ineludible entre el yo–vital y el yo–literario
de Marechal. Si bien no es posible calificar la obra del poeta como
decididamente “peronista” —i.e. en un sentido proselitista y dog-
mático—, sí es pertinente señalar que su opción política funciona
como sustrato de la imaginación literaria que dará forma al fondo
creativo de sus obras a partir de 1945.32
Dicho esto, y para retomar la línea biocronológica, cabe apuntar
que Marechal renuncia a su cargo en el Ministerio de Educación e
inicia su jubilación. En esta etapa se inicia lo que Ernesto Sábato
llama “un durísimo exilio en su propia patria”; su militancia le
valió enemistades y rencor, y así se instala a su alrededor lo que
Barcia bautiza como “cordón sanitario y anillos de silencios”:
Los anillos de silencio fueron de varia índole: uno político, por
su peronismo; otro ideológico, por su concepción cristiana y un
tercero, vicioso, por la envidia y rencor de algunos miembros de
su propia generación que, adultos y consagrados, jamás le perdo-
naron a Marechal que él pudiera mantener la frescura y el sentido
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 151

festival de la vida, junto a su humor angélico, como él predicaba,


propio de los remotos tiempos martinfierristas.33
En esta suerte de autoexilio físico, Marechal se dedica a la
composición literaria, mientras es visitado por algunos amigos.34
El autor retoma los borradores de El Banquete de Severo Arcángelo, su
segunda novela, y trabaja en los siete días poéticos del Heptamerón.
Así, por intervención de poetas jóvenes, logra publicar la primera,
segunda y quinta parte del poemario: La Patriótica (1960) en Edi-
ciones del Amigo, La Poética (1962) y La Alegropeya (1964), en
Ediciones del Hombre Nuevo. A su vez, trabaja sobre los textos
integrantes de Cuaderno de navegación, así como en la corrección
y versión definitiva de Descenso y ascenso del alma por la Belleza, que
publica Citerea en 1965.
Hemos destacado estos hechos con el fin de indicar que, an-
tes de la publicación de su segunda novela, la obra de Marechal
contaba con escasos pero notables seguidores quienes, ignorando
el silencio en torno del poeta, supieron colocar sus juicios por
encima de la ideología. De esta manera, Marechal comienza a ser
citado, estudiado y recuperado del olvido, lo que genera en el poeta
un impulso creativo que le permite dar fin a El banquete de Severo
Arcángelo. En efecto, en 1965, Sudamericana publica la novela, y
en noviembre, Tomás Eloy Martínez le dedica la nota central y la
tapa del número 155 de Primera Plana. Solamente dos escritores,
hasta ese año, habían tenido el “privilegio” de figurar en la tapa:
Jorge Luis Borges (número 94) y Julio Cortázar (número 103).35
Se inicia entonces la “operación rescate” de la obra marechaliana,
lo que provoca un aluvión de publicaciones un año después de la
tapa de Primera Plana: en 1966 ven la luz Heptamerón y Cuaderno de
navegación, ambos en Sudamericana; El poema del Robot, en América-
lee; La batalla de José Luna, en Citerea; Claves de Adán Buenosayres, en
Azor; y Poemas de Marechal (antología), en Eudeba.
152 Florencia González

Como consecuencia de la reaparición del poeta en los escena-


rios literarios, la Casa de las Américas —con sede en La Habana,
Cuba— lo invita a participar como jurado en el Certamen Anual
de Literatura Latinoamericana. El autor señala: “¿Cómo puede ser
—me dije— que un estado marxista–leninista invite a un cristiano
viejo como yo, que además es un antiguo “justicialista” y hombre
de “tercera posición”?”.36 Así lo cuenta Marechal:

Por ser un hecho latinoamericano, conocía la revolución cubana, el sos-


pechoso tenor de sus detractores y el también sospechoso discurso de
los que la defendían desde lejos. Acepté la invitación de Cuba como un
deber amoroso de información, justicia y testimonio. Con Elbia fuimos,
vimos y dimos testimonio de la hermosa y denodada revolución que
tiene un líder vivo, Fidel Castro, y un héroe muerto, el Che Guevara.37

Ante esta ocasión, Tomás Eloy Martínez le encarga al poeta un artículo


en el que pueda dar cuenta de la realidad cubana. Paradójicamente, el
mismo periodista que había contribuido a rescatar a Marechal de su
exilio intrapatriótico, será el que aplique la autocensura al número 227
de Primera Plana, en el que se proyectaba publicar las impresiones del
poeta bajo el título “La isla de Fidel”. El gobierno del general Juan
Carlos Onganía —que en 1966 había derrocado con un golpe militar
al presidente constitucional Arturo Umberto Illía— amenaza a Primera
Plana con retirar la edición de mayo y clausurar el semanario si las
notas sobre Cuba salían publicadas. Eloy Martínez retira los ejemplares
y modifica el contenido de la revista, por lo que “La isla de Fidel”
verá la luz en el recopilatorio Cuba vista por argentinos, del año 1968.
Sus últimos viajes fueron a Necochea, Santiago de Chile y Punta
del Este. Finalmente, el 26 de junio de 1970 fallece a causa de un
infarto general, en su departamento de la calle Rivadavia 2300.
Pocos meses antes había entregado a la editorial Sudamericana los
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 153

originales de su última novela, Megafón o la guerra, que se publica a


finales del 70, luego de su muerte.38
La prestigiosa revista World Literature Today lo incluye en las notas
necrológicas de 1970, junto a Mauriac, Dos Passos y Ungaretti.39
En Buenos Aires, la Sociedad Argentina de Escritores le organiza
una ceremonia de despedida a la que asisten pocos y faltan muchos
—quizás influidos por cierta suspicacia que reactualiza el contexto
político del momento—. Abelardo Castillo lo relata de esta manera:

En su velorio, verificado en la SADE, había diez o veinte personas. En


su entierro otro tanto, quizás las mismas. Estuvo Matera, también David
Viñas y Bernardo Vertbisky. Antonio Berni, aludiendo al infame laco-
nismo de los diarios y a la ausencia de los muchos que deberían haber
estado, nos dijo que esto daba lástima y tristeza. Se refería al país. Había
otros, eran jóvenes: no hace falta nombrarlos porque parece que haberle
hecho esa última justicia (tan inútil, al fin de cuentas) es una honra o un
mérito. En un solo caso lo es: en la SADE estuvo Borges. A Marechal le
gustaría saber que alguien lo ha testimoniado.40

En 1975, gracias al director de teatro Enrique Ryma, se recupera


el texto de la obra Don Juan. Su estreno estaba previsto para la
temporada de 1976, pero la dictadura militar prohíbe la puesta en
escena, un último golpe desde el más acá para un escritor que estu-
vo acostumbrado a las espaldas. Como escriben Sábato y Castillo:

Tenía, como todo gran artista, algo de niño. Era un espíritu evangéli-
co, uno de esos seres que parece salvar el alma cristiana de esa Iglesia
objetivada de que hablan Berdiaev y Urs von Balthasar. […] Amó a su
patria hasta la muerte, a esa patria que bellamente resplandece en las
páginas de sus obras, en un amor que, paradójicamente, se revela hasta
en sus más amargas reflexiones. […] Pasará a la historia de la lengua
154 Florencia González

castellana como insigne hito de la poética y la narrativa. De nosotros


depende también que lo haga.41

Uno se nos murió a nosotros […] El otro, el escritor grande y el hombre


que a fuerza de fidelidad a sus ideas se convirtió en un ejemplo aún para
quien no las comparta; el otro Leopoldo Marechal, el anticipador de
Cortázar, el que fue llamado maestro por Lezama Lima, el par de Borges
y de Carpentier, ése se nos murió a muchos.42

Consideraciones finales
El trazado bio–textual que hemos intentado delinear en las páginas
anteriores nos demuestra la importancia que sigue teniendo, para el
estudio humanístico actual, un tratamiento hermenéutico que contem-
ple el horizonte de sentido propio del autor y del contexto en el que
su obra se desarrolla. Un tratamiento, por tanto, que incluya la expe-
riencia de sí y del otro como fuente primordial del proceso creativo.
De este modo, el estado situacional del enunciador —y de lo
enunciado— oficia como coordenada interpretativa de la produc-
ción artística que, necesariamente, bebe y participa de una deter-
minada tradición, es decir, de un complejo simbólico de sentido
que otorga a la obra de arte un marco tanto estético como ético.
Si, como afirma Gadamer, la experiencia es constitutiva de la
historicidad humana, es entonces y al mismo tiempo un cierto
conocimiento del mundo y de sí mismo que, en tanto saber, se
produce a través de lo vivido, transitado y pensado para sí con
otros. La experiencia es, pues, una suerte de padecimiento de y en
el tiempo, dentro del cual el pensar inaugura un espacio dialéctico
de apertura y conciencia de finitud. Así, la experiencia misma se
constituye en una posibilidad de acceso a un conocimiento como
medio, como autorreferencia y como historia efectual. Empero, la
experiencia hermenéutica no es posible sin un verdadero estado
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 155

de apertura. La alteridad del tú y de la historia, por consiguiente,


solamente son tales en tanto puedan oírse. Comprender la alteridad,
dice Gadamer, es dejarse hablar por lo otro desde su horizonte de
sentido inscripto en una tradición.43
En este sentido, la figura de Leopoldo Marechal, imbricada con
el desarrollo de su obra, es clara muestra de la manera en la que
el tejido vital sostiene las expresiones simbólicas individuales que
se funden finalmente en un texto, para diseminar su sentido a una
comunidad. En el caso que nos ocupa se puede ir más allá: en las
obras marechalianas, lo particular se expande y se dispara hacia el
horizonte de sentido nacional y universal.
La relevancia de su creación literaria debe ser valorada como un
componente fundamental del desarrollo vanguardista de la primera
mitad del siglo XX, ya que solamente así podrá interpretarse la
plenitud de matices que los textos marechalianos contienen en su
inmanencia y en su trascendencia. Tal es su más preciado legado.
Tal la tarea que nos queda por delante.

Notas
1. H. Cavallari: “Leopoldo Marechal: de la metafísica a la revolución
nacional”, Ideologies & Literature, vol. 2, no. 9, pp. 3–23.
2. Ver A. Blanch: El hombre imaginario: una antropología literaria, pp. 10 y ss.
3. Ver G: Maturo: Marechal: el camino de la belleza, pp. 65–66; P. Ba-
quero: “Significación de Leopoldo Marechal en los umbrales del
tercer milenio”, Leopoldo Marechal, entre símbolo y sentido, pp. 15–23.
4. En las últimas décadas se han editado y recogido testimonios,
homenajes y estudios referidos a la figura y obra de Marechal.
Gracias al esfuerzo de muchos investigadores y colegas del poeta,
hoy contamos con valiosa información que contribuye a delinear
una imagen más cabal de su persona y de su contexto. En este te-
nor, es necesario referir a algunas obras como J. Bajarlía (coord.):
156 Florencia González

Leopoldo Marechal: Homenaje; M. de los Ángeles Marechal (coord.):


Cincuentenario de Adán Buenosayres; Los cien años de Leopoldo Mare-
chal, Revista PROA, No. 49; Roxana Asís et al.: Leopoldo Marechal,
entre símbolo y sentido, y los documentos que ha ido recopilando la
Fundación en http://www.marechal.org.ar/, entre otros. La obra
de A. Andrés: Palabras con Leopoldo Marechal; la de E. Rosbaco: Mi
vida con Leopoldo Marechal, y la citada de G. Maturo, siguen siendo
de obligada consulta por su vigencia y actualidad. Señalamos,
por último, cuatro textos autobiográficos de gran importancia:
“Memorias”, Revista Atlántida, no. 40, pp. 56–66; “Los puntos
fundamentales de mi vida” y “Autorretratos”, recogidos en El
beatle final y otras páginas, así como en el tomo V de las Obras
Completas, pp. 405–409, y “El poeta depuesto”, cuyo manuscrito
recupera la Fundación en 2002, y que se publica íntegramente en
la reedición de Cuaderno de navegación, pp. 147–165. Para obtener
una visión biográfica abreviada referimos a P. L. Barcia, “Una
cronología”, Obras Completas, tomo V, pp. 437–467.
5. L. Marechal: Obras Completas, tomo I, p. 304.
6. “Memorias”, en Revista Atlántida, no. 40, Buenos Aires, 1970, p. 4.
7. A. Andrés: Palabras con Leopoldo Marechal, p. 28.
8. Para acceder a un panorama general de las vanguardias literarias
del inicio del siglo XX ver D. Viñas: Historia social de la Literatura
Argentina; Ángel Núñez: Historia de la Literatura Argentina, vol. 4;
N. Jitrik (coord.): Historia crítica de la Literatura Argentina VII; C.
Alonso: Las revistas literarias argentinas 1893–1967; H. Ferro: La
rebelión de los poetas jóvenes y otras memorias, entre otros.
9. A. Andrés: op. cit., p. 21.
10. Dentro del complejo de experiencias, cabe destacar la célebre
polémica que se desata con el artículo que Guillermo de Torre
publica en la Gaceta Literaria, proponiendo a Madrid como el
“meridiano intelectual de la América Hispana”. Dice Marechal:
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 157

“Nuestra reacción fue un segundo 25 de mayo: hubo réplicas


indignadas, como la mía contra Ortega y Gasset y su tribu,
réplicas humorísticas que enriquecieron el Parnaso Satírico y
réplicas furiosas como la de Nicolás Olivari [...]”, L. Marechal:
“Memorias”, p. 62. Se puede consultar a este respecto el exhaus-
tivo estudio de Carmen Alemán y Bay: La polémica del meridiano
intelectual de Hispanoamérica (1927): estudio y textos. Los artículos de
Marechal que refieren a varias polémicas están recogidos en el
tomo V de las Obras Completas, pp. 223–231; 235–237; 241–245.
11. Las relaciones culturales entre Argentina y España durante las
décadas del 20 y del 30 en particular, se encuentran reseñadas
en L. Bagué: “Entre el 27 español y el 22 argentino: la poesía de
Ricardo E. Molinari” y P. Mendiola, “El llanto de España: un
episodio de las relaciones literarias entre España y Argentina”,
ambos en América sin nombre, no. 3, pp. 14–21 y 71–78, entre
otros textos.
12. A. Andrés: op. cit., p. 26.
13. Para observar las notas fundamentales de esta recta final mar-
tinfierrista, se recomienda el incisivo estudio de B. Sarlo: Una
modernidad periférica. Buenos Aires 1920–1930.
14. En 1928 Marechal figura en una noticia publicada por el diario
Crítica del 20 de diciembre, en la que se da cuenta de la formación
del “Comité yrigoyenista de intelectuales jóvenes”, compuesto
entre otros por: Borges, Ganduglia, González Tuñón, Olivari,
Petit de Murat, Bernárdez, Mastronardi, Macedonio Fernández,
Rega Molina y Rojas Paz. Revista PROA, no. 49, p. 78. Para las
referencias contextuales e histórico–sociales, seguimos la edición
de J. L. Romero: Breve historia de la Argentina.
15. Ver G. Maturo: Marechal: el camino de la belleza, p. 86.
16. A. Andrés: op. cit., pp. 32–33. Ver asimismo, Leopoldo Marechal,
“Memorias”, p. 62.
158 Florencia González

17. Hemos seguido la historia de los C.C.C reseñada por Octavio


Derisi en La Universidad Católica en el recuerdo: a los veinticinco años
de su fundación, en donde se da cuenta de la influencia de estos
cursos en el desarrollo intelectual argentino de la primera mitad
del siglo XX.
18. L. Marechal: “Memorias”, p. 63.
19. Idem, p. 64.
20. Hellén Ferro señala que, luego de la publicación del ensayo en
1939 bajo Sol y Luna, la Revista de la Universidad de Buenos Aires
edita una edición corregida en 1950. Esto demuestra el prestigio
alcanzado por el autor, cuya obra llega a tribunas bien distintas:
tanto a una editorial de corte nacionalista y católico, como a una
revista de tintes progresistas y liberales. La rebelión de los poetas
jóvenes y otras memorias, p. 162.
21. A. Andrés, op. cit., p. 40. Ver al respecto G. Coulson: Marechal,
la pasión metafísica, pp. 62–64.
22. Graciela Maturo señala la posibilidad de que el autor partici-
pase en la redacción de la conferencia que el presidente Perón
pronunciara en el cierre del Primer Congreso Internacional de
Filosofía, celebrado en Mendoza en el año 1949. Op. cit., p. 30. Si
bien es probable que Marechal fuese consultado para la redacción
o configuración de textos políticos, no hemos podido encontrar
la fuente que corrobore la autoría de dicha conferencia que puede
consultarse en Proyecto de Filosofía en Español: http://www.filosofia.
org/mfb/1949a128.htm (Último acceso 15 de junio 2011). Sí
sabemos, por el propio autor, que para la campaña del año 46
escribe una “veintena de monólogos humorísticos destinados a
espacios radiales”. Leopoldo Marechal: “Memorias”, p. 64.
23. E. Sábato, en J. Bajarlía (coord.): op. cit., p. 147.
24. Las notas fundamentales de la relación afectiva entre Marechal y
Elvia Rosbaco pueden consultarse en E. Rosbaco: op. cit. (passim).
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 159

25. A. Andrés, op. cit., p. 44. Los detalles de su tercer viaje a Eu-
ropa se encuentran en D. Cvitanovic: “Encuentros secretos
con Leopoldo Marechal”, Cincuentenario de Adán Buenosayres, pp.
61–70.
26. Revista PROA, op. cit., pp. 120–121.
27. Consideramos que el mejor estudio genealógico acerca de la
recepción de la novela lo realiza P. L. Barcia en su “Introduc-
ción biográfica y crítica” a Adán Buenosayres, pp. 9–14. También
puede verse J. de Navascués: Adán Buenosayres, una Novela Total:
Estudio Narratológico.
28. P. L. Barcia da cuenta de los avatares por los que tuvo que pasar
el escritor Francisco Ayala cuando decide encargar a Cortázar
la reseña de la novela para su revista Realidad (Cincuentenario de
Adán Buenosayres, p. 11.). Ver también F. Ayala en P. L. Barcia
(coord.): op. cit., pp. 55–57.
29. J. Cortázar en Revista Realidad, no. 32, pp. 232, 235, 238. En una
carta que Cortázar dirige a Graciela Maturo en julio de 1964,
el escritor da cuenta de los acontecimientos que rodearon la
publicación de la reseña. G. Maturo, op. cit, pp. 282–283. Asi-
mismo, tenemos noticia de una última carta que Cortázar envía
a Marechal el 12 de julio de 1965, en la que agradece al poeta
sus apreciaciones sobre Rayuela con afecto y cercanía. G. P. del
Corro: Marechal, un dolor, un viento, una guerra, pp. 105–106.
30. Leopoldo Marechal: op. cit., p. 63. Destacado nuestro. Se puede
afirmar, con Navascués, que existe una obra invisible de Mare-
chal, constituida en su mayoría por piezas teatrales que se han
perdido, pero de cuya existencia tenemos noticias provenientes
de diversas fuentes. Rafael Squirru en su libro Leopoldo Marechal,
—citado por Navascués— da cuenta de once piezas teatrales
que el autor le confía haber escrito. Navascués, por su parte,
realiza un detallado recorrido por la compleja red de fuentes
160 Florencia González

en “Réquiem por un teatro incompleto” en Obras Completas, t.


II, pp. 12–27. Asimismo, la hija del poeta nos recomendó una
entrevista radial del año 2008, en la que explica los pormenores
de las obras inéditas de su padre. Puede verse en http://www.
youtube.com/watch? =3Isx40DXL8A&feature=related (Último
acceso 22 de mayo de 2011).
31. La llamada “Revolución Libertadora” de ese año se produce
como consecuencia de un cambio paradigmático dentro del
complejo opositor al presidente Perón, en sus facciones militar,
eclesial y social. Ver al respecto J. L. Romero: op. cit., pp. 60–70.
Referimos también al estudio de varios autores, coordinados por
G. Korn, en El peronismo clásico (1945–1955).
32. Muchos y disímiles son los estudios dedicados al peronismo
en la obra de Marechal. Por citar algunos de diferente extracto
referimos a: G. Maturo: “Literatura y política. El peronismo en
la obra de Leopoldo Marechal”, Revista Peronistas, no. 5, pp. 101–
112; M. J. Punte: “El pudor frente a lo político. Política y juego
en Cortázar y Marechal”, Espéculo. Revista de Estudios Literarios,
no. 34, recurso digital; A. Ma. Zubieta: Humor, nación y diferencias.
Arturo Cancela y Leopoldo Marechal, entre otros. En cuanto a la
presencia textual del peronismo en las letras argentinas, ver R.
Borrelo: El peronismo en la narrativa argentina (1943–1955); N.
Jitrik: Las armas y las razones. Ensayos sobre el peronismo, el exilio, la
literatura y R. Baschetti: Presencia textual del peronismo.
33. P. L. Barcia, op. cit., p. 20.
34. Es notable lo que escribe P. L. Barcia en su artículo–homenaje
al Cincuentenario de Adán Buenosayres: “Fue en esos años cuando
visité a Marechal en su departamento de la calle Rivadavia, cuan-
do planeaba hacer mi tesis de licenciatura sobre su obra. Pocas,
poquísimas personas —me comentaba el propio autor— lo visi-
taban al “poeta depuesto”. Con el tiempo, tantos han declarado
El poeta Angélico de la vanguardia argentina 161

que lo frecuentaban en sus años de ostracismo político y poético


que la muchedumbre no cabría en un aula magna universitaria.
Sic transit gloria mundi...” Idem, p. 14.
35. Ver Eloy Martínez en J. Bajarlía (coord.): op. cit., pp. 71–76.
36. E. Rosbaco: op. cit., p. 142.
37. A. Andrés: op. cit., p. 53. Efectivamente, el jurado integrado por
Julio Cortázar, José Lezama Lima, Juan Marsé, Mario Monteforte
Toledo y Marechal elige por unanimidad la novela Los hombres de
a caballo del argentino David Viñas en 1967.
38. G. Maturo ubica esta novela en la línea del nuevo barroco
latinoamericano, junto con El siglo de las Luces y El arpa y la
sombra de Alejo Carpentier, Yo el supremo de Augusto Roa Bas-
tos, y Paradiso de José Lezama Lima. Marechal: el camino de la
belleza, pp. 149–152.
39. World Literature Today, no. 45, p. 270.
40. En J. Bajarlía (coord.): op. cit., p. 63.
41. E. Sábato en J. Bajarlía (coord.): op. cit., pp. 143–148.
42. A. Castillo: “Fiesta para Marechal”, en J. Bajarlía (coord.): op.
cit., p. 62.
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El asombro, la hibridez y la traducción

Ana María d’Amore


Universidad Autónoma de Zacatecas

América Latina fue saludada, por la civilización


occidental, mediante un asombro generalizado1
Benjamín Morquecho

E n la literatura universal se encuentran textos que son resul-


tado directo o indirecto de la hibridez, inevitable producto
de la herencia cultural. Aunque la hibridez no es un concepto
nuevo, textos que contienen elementos híbridos asombran y
causan problemas tanto al lector del texto original (TO) como
al traductor que busca producir otra versión, un texto traducido
(TT) para su difusión en otra lengua. Mientras que la sociolingüís-
tica proporciona modelos para la conceptualización de la hibridez
lingüística, la investigación traductológica enfrenta problemas
de traducción que emanan de la hibridez; para eso recurre a
otras teorías multidisciplinarias afines, como la poscolonial. El
presente trabajo problematiza la traducción de la hibridez en la
zona de contacto entre el inglés y el español, en especial entre
México y Estados Unidos, la cual en ocasiones existe lejos de
las fronteras físicas, haciendo referencia a la teoría y la práctica
correspondientes a otros contextos híbridos.
Nuevas variedades de inglés y de español empezaron a desarro-
llarse en el continente americano desde hace siglos como resultado
de procesos de conquista y colonización que impusieron estas
lenguas indoeuropeas a numerosas lenguas amerindias. Como
vecinas en el asombroso «nuevo mundo», la relación constante
originó cierta influencia mutua entre las variedades lingüísticas que
166 Anna Maria d´Amore

conocemos ahora como el inglés americano y el español mexicano,


en especial en cuanto a préstamos lingüísticos, esto es, palabras que
se toman «prestadas» de otra lengua y se adoptan con el tiempo. El
inglés ha tomado vocabulario de la mayoría de las principales len-
guas del mundo y de algunas menos habladas o extintas, pero, en su
variedad americana, más del español que de cualquier otra lengua,2
debido en gran parte a la coexistencia de hispano y anglohablantes
en regiones extensas de Norteamérica durante casi 400 años.
Las fronteras lingüísticas entre el inglés y el español se han
definido y redefinido junto con las fronteras políticas varias ve-
ces. La transformación cultural no suele ser rápida: mientras que
los procesos de anexión, guerra y «compra» trazan nuevas líneas
divisorias prácticamente de un día para otro, el uso de una lengua
requiere más tiempo para reorientarse, aunque esté en movimiento
constante; siguen cruzándose las líneas tanto físicas como metafó-
ricas entre México y Estados Unidos.
Entre los «daños colaterales» lingüísticos más evidentes de los
cruces, los procesos bélicos y los políticos, están las expresiones que
suelen causar asombro como calcos (palabras o frases traducidas
literalmente), préstamos y neologismos, que sirven para resaltar la
hibridez de las generaciones subsiguientes.
La circularidad, uno de los patrones migratorios facilitados por
la contigüidad, conduce a cambios en ambos lados de la frontera:
los migrantes cambian hábitos socioculturales y lingüísticos propios
que trasmiten a sus comunidades de origen cuando regresan, ya sea
de forma temporal, periódica o permanente. Caracterizada por la
contigüidad y la circularidad, la migración mexicana ha asegurado
la presencia ininterrumpida del español mexicano en Estados
Unidos y del inglés americano en México, así como el desarrollo
de una lengua de contacto fronteriza, además de otras variedades
híbridas caracterizadas por la alternancia de códigos que a menudo
El asombro, la hibridez y la traducción 167

se conocen por el término colectivo de «espanglish», nominación


híbrida para un concepto híbrido.

La hibridez lingüística
Para los propósitos de este trabajo, «hibridez» se refiere a las mani-
festaciones de contacto lingüístico y cultural con especial énfasis en
la hibridez lingüística. Mientras que los dos viajan inevitablemente
juntos, lo que más interesa al traductor es el aspecto lingüístico,
pues la lengua se ha considerado el vehículo de la cultura. La al-
ternancia de códigos entre las manifestaciones de la hibridez es el
resultado de la concurrencia de variedades lingüísticas o lenguas.
Puede definirse como el uso que hace un hablante de dos (o más)
códigos en el mismo acto de habla. El espanglish, como concepto
aplicado a la mezcla de español e inglés, abarca todos los fenómenos
de contacto español–inglés;3 como en la alternancia de códigos, se
considera que el espanglish se evidencia cuando un solo hablante
utiliza dos lenguas, en este caso tanto inglés como español, en una
misma situación comunicativa.
El modelo del marco de lengua matriz de Myers–Scotton4 con-
cibe las lenguas en la alternancia de códigos en contextos bilingües
como la lengua «matriz»y la lengua empotrada o «incrustada». Sin
embargo, aunque en el tipo más frecuente de alternancia de códigos
una lengua ocupa una posición dominante y la otra está subordina-
da5 no siempre ocurre así; se ha señalado con cierta frecuencia que
la lengua base o «matriz», en el caso del espanglish, puede alternar
en el mismo discurso y ambas lenguas pueden jugar papeles igual-
mente importantes; las oraciones completas son el componente
que se alterna con mayor frecuencia.6
Tal modelo del marco de lengua matriz se emplea en conjunto
con el modelo de «marcación» (markedness), el cual encuentra que hay
una opción de código en contextos híbridos que no está marcada,
168 Anna Maria d´Amore

es decir, sería la opción más natural o esperada, dados los factores


situacionales. Una emisión no marcada ocurre con más frecuencia
que una marcada7 y la alternancia misma, en ocasiones, podría ser la
emisión más esperada y no marcada8 en una situación determinada.
En un contexto literario, sin embargo, tales consideraciones podrían
volverse menos relevantes, puesto que las palabras y los estilos se
eligen con más cuidado que en un acto de habla cotidiano, aunque
se busque la representación del habla del «mundo real».
La alternancia de códigos (el caso específico del contacto in-
glés–español o espanglish) con frecuencia se entiende en el «mun-
do real» como un sociolecto involuntario, como el conocimiento
incompleto de una segunda lengua o lengua extranjera. Puede ser
considerado como una variedad lingüística, un código híbrido; no
obstante, el término “espanglish” no solo se aplica a las distintas
variedades lingüísticas híbridas habladas en Estados Unidos y va-
rios países hispanohablantes —entre ellos México—, sino también
a las características que resultan del contacto inglés–español, que
incluyen alternancia de códigos, préstamos, calcos (tanto de léxico
como de frases) y neologismos.
Hay poco consenso en la literatura sociolingüística sobre los
hábitos lingüísticos bilingües en cuanto a conceptos, delimitaciones
y nomenclatura, en parte debido a que las comunidades de habla
bilingües exhiben patrones muy diferentes en la adaptación de
recursos monolingües en sus estrategias de mezcla de códigos, los
cuales no son predecibles a través de consideraciones meramen-
te lingüísticas.9 Además, desde un punto de vista estrictamente
lingüístico, no hay variedades de contacto, solo características de
contacto,10 así que el concepto «neologismo de contacto», de Othe-
guy y García,11 que se puede aplicar a préstamos, cambios léxicos
y calcos, es una solución práctica al disenso y es útil para describir
las características del espanglish o la alternancia de códigos en ge-
El asombro, la hibridez y la traducción 169

neral, en lugar de intentar definir el fenómeno como una variedad


lingüística hablada por un grupo étnico.
Los escritores latinos en Estados Unidos, al igual que los autores
poscoloniales en otras partes del mundo, no buscan la producción
de textos etnográficos que captan la realidad lingüística de los ha-
blantes bilingües que cambian de código,12 recurren a la alternancia
de código con otras intenciones. La alternancia y el uso de neo-
logismos de contacto puede ser una decisión estilística. Un texto
literario puede reflejar eso; sin embargo, la alternancia de códigos
en literatura puede ser una decisión artística marcada, incluso con
ramificaciones políticas. El traductor debe estar consciente de eso.
La hibridez estadounidense–mexicana/inglés–español es un
fenómeno con amplia difusión que impacta muchos aspectos de
la cultura, incluyendo la literatura escrita tanto en inglés como
en español. Esto es, en parte, consecuencia del intercambio de
vocabulario que resulta de la movilidad lingüística inherente a la
migración circular en circunstancias contiguas; en otras palabras, es
fruto del choque de culturas. De acuerdo con Roberto Fernández, la
literatura que se produce donde chocan las culturas requiere de un
lector consciente de la constante negociación lingüística y cultural
que ocurre en la zona de contacto.13 Esto no debería ser demasiado
para el traductor de este tipo de literatura.

«Pensamiento fronterizo» y estrategias de traducción


Gloria Anzaldúa describe la frontera entre México y Estados Unidos
como una herida abierta donde el tercer mundo rechina contra el
primero y sangra.14 Las fronteras se establecen para distinguir entre
«nosotros» y «ellos»; una cultura fronteriza se forma desde la sangre
de dos mundos que se fusionan para constituir un tercer país, una
tierra que se encuentra en un estado de constante transición.15 Aun-
que dualistas, las ideas de Anzaldúa tienen eco en las reflexiones de
170 Anna Maria d´Amore

Homi Bhabha sobre la liminalidad e hibridez.16 Bhabha nos conduce


al “tercer espacio”, un asombroso espacio cambiante, innovador e
imaginativo, en búsqueda de la conceptualización de una cultura
internacional basada en la hibridez. Nos invita a recordar que es en
el «inter» —en el filo de la traducción y la negociación— donde se
sostiene la carga del significado de la cultura. Además, al explorar este
tercer espacio, podemos eludir la política de la polaridad y emerger
como los otros de nosotros mismos.17 El tercer espacio de Bhabha es
análogo a la tierra fronteriza de Anzaldúa: ambos conceptos vibran
por simpatía con otras reflexiones de naturaleza poscolonial.
«Intersticial» es el concepto equivalente de «pensamiento fron-
terizo» de Walter Mignolo,18 una crítica que opera en el imaginario
del sistema–mundo moderno/colonial, de la modernidad/colonia-
lidad.19 Mignolo define el pensamiento fronterizo como una nueva
modalidad epistemológica en la intersección de lo occidental y las
categorías diversas suprimidas bajo el occidentalismo (que afirma
la primacía de la tradición grecorromana durante los siglos XVI y
XVII), orientalismo (como la cosificación del otro) y los estudios de
área (en cuanto “cosificación” del «tercer mundo» como productor
de culturas, pero no de conocimiento).20 El pensamiento fronterizo,
entonces, es otra forma de pensar, y trabaja para la restitución de
la diferencia colonial que la traducción colonial —unidireccional,
al igual que la globalización— ha intentado suprimir.21 Nociones
como esta pueden utilizarse para contextualizar la hibridez y la
consideración de estrategias potenciales de traducción.
Si el contexto es una frontera tanto real como imaginaria entre
el inglés y el español, se debe proceder con precaución al tratar
los discursos de la poscolonialidad, en particular respecto de la
escritura mexicana contemporánea producida en español. México
puede considerarse «poscolonial» debido a su estatus como país
independizado de España al final de un período colonial, pero no
El asombro, la hibridez y la traducción 171

es posible exportar el mismo discurso poscolonial que se emplea


en el análisis del contacto inglés–español en ambientes chicanos o
latinos en Estados Unidos a fenómenos de contacto español–inglés
en México. Mientras que el español en estudios poscoloniales es
visto como la lengua minoritaria de los desposeídos (y diáspora
migrante) en Estados Unidos, no se puede eludir su legado como
lengua imperial impuesta en México, donde el inglés aún carece
de oficialidad. Tampoco se trata de la misma situación de sectores
de África en los que la traducción literaria ha sido descrita como
transferencia entre lenguas y culturas remotas,22 aunque la dimen-
sión de las ramificaciones ideológicas que expresan la literatura de
una comunidad de minoría en la lengua de una cultura mayoritaria
podría ser análoga. Aquí hay fronteras reales y metafóricas; si se
aplica el pensamiento fronterizo, resulta claro que estamos en una
«zona de contacto», concepto que Pratt define como esferas socia-
les donde culturas dispares se encuentran, chocan y luchan, dentro
de relaciones altamente asimétricas de dominación y subordina-
ción.23 Efectivamente, se trata de una situación polarizada debido
a relaciones de poder intensamente asimétricas, con diferencias
lingüísticas y culturales, así como con perspectivas radicalmente
diferentes. Además, el pensamiento fronterizo conduce al tercer
espacio, el intermedio imaginado, y aquí se encuentra el híbrido,
ni una cosa ni otra: el espanglish.
La terminología resulta incómoda y, mientras se pueda recurrir a
la teoría poscolonial para los propósitos de este escrito, no se define
la relación entre inglés y español en México como “poscolonial”,
sino más bien como “neocolonial”. El neocolonialismo se refiere
al uso de presiones económicas, políticas y culturales (entre otras
posibilidades) para controlar o influenciar otros países; tal vez sea un
término más apropiado que “poscolonialismo” para conceptualizar
la relación desigual entre México y Estados Unidos y sus lenguas.
172 Anna Maria d´Amore

Cuando se ejerce la influencia cultural y lingüística neocolonial


surge la hibridez y, una vez más, nos encontramos en el contra–he-
gemónico tercer espacio. Si una forma de conocimiento se volvió
hegemónica a través de la traducción,24 la traducción también puede
buscar la difusión de la contra–hegemonía mediante la traducción
híbrida de textos híbridos.
La adopción de una estrategia «foraneizante» como acto de re-
sistencia o práctica cultural disidente ha sido propuesta por autores
como Lawrence Venuti25 con el fin de contrarrestar las prácticas
«domesticadoras» predominantes o asimiladoras en la traducción.
Pese a lo atrayente de tales propuestas de resistencia, no existe una
traducción totalmente domesticadora o foraneizante, como señala
Paul F. Bandia, puesto que la cultura destino debe ser receptora
de una cultura ajena y, por la misma naturaleza de la traducción,
la cultura receptora deja la marca de su presencia y determina
hasta qué punto se puede foraneizar de manera inteligible.26 No
obstante, se puede compartir el idealismo de Venuti y fomentar
una fe utópica en el poder de la traducción de hacer una diferencia,
no solo en casa, jugando un papel en la emergencia de formas
culturales nuevas, sino también afuera, en el establecimiento de
nuevas relaciones culturales.27
Venuti es, tal vez, el más conocido y notorio de los proponentes
de la traducción foraneizante; está entre los difusores más visibles
e influyentes de las teorías poscoloniales aplicadas a la traducción,
pero su voz es una de muchas. Un número significativo de estudio-
sos ha externado su preocupación por la representación del otro
en situaciones de relaciones de poder asimétricas, cuestionado el
pensamiento hegemónico respecto del tema de la traducción y su-
gerido formas para resistir o redirigir el poder. Tejaswini Niranjana,
por ejemplo, emite un llamado a la re–lectura y el re–pensamiento
de traducciones existentes para la re–traducción.28 Basándose en
El asombro, la hibridez y la traducción 173

lecturas posestructuralistas de Benjamin, concluye que los traducto-


res pueden intervenir para inscribir la heterogeneidad en su trabajo,
prevenir contra mitos de pureza y mostrar cómo los orígenes están
fisurados de antemano.29
El trabajo de Marina Manfredi sobre la traducción al italiano
de la literatura inglesa india es especialmente pertinente para la
traducción de la hibridez.30 Manfredi argumenta que, si un texto es
híbrido, esta hibridez, el traslape constante entre distintas lenguas
y culturas, debe emerger en la traducción; si no, se comprometería
el valor lingüístico, cultural y literario.31 Aboga por la conservación
de la diversidad lingüística y cultural y sugiere que el traductor
asuma una responsabilidad bilateral, tanto hacia el TO como al
lector del TT32 con base en nociones funcionalistas de «propósito»
y «función», combinando estrategias domesticadoras, foraneizan-
tes e «hibridizantes». Así, por ejemplo, cuando la experimentación
lingüística del texto original se juzga como una decisión artística,
Manfredi recomienda utilizar una estrategia foraneizante, esto es, la
importación de términos extranjeros. La domesticación se elige para
llenar las «lagunas culturales» a través de una estrategia exegética
que busca proporcionar información adicional que un lector del TO
normalmente no necesitaría, pero con el cual difícilmente contaría
el lector del TT. Aunque Manfredi describe como domesticadora
esta estrategia de llenar las brechas, se puede argumentar que no
deja de ser compatible con las propuestas de Niranjana, ya que el
traductor inscribe heterogeneidad a través de tales intervenciones.
Como parte de una ética de «igualdad en la diferencia» (sameness
in difference)33 Paul F. Bandia plantea una combinación parecida de
prácticas foraneizantes y domesticadoras; afirma que la escritura
en una lengua colonial constituye un reto a la suposición de que
por lo general es más fácil traducir entre lenguas genética e histó-
ricamente emparentadas como son el inglés y el francés34 (o entre
174 Anna Maria d´Amore

el español y el inglés). Bandia trata el tema de la traducción de la


escritura francófona multilingüe producida en África con lo que
él llama “interferencia audaz” (audacious tampering) con la lengua
francesa;35 nota una transición hacia la aceptación de la diversidad
y riqueza de la condición poscolonial: las identidades se articulan
con guiones y sufijos, con pasajes intersticiales;36 encuentra que la
aceptación y celebración de la hibridez es necesaria para rebasar
las oposiciones binarias en la traductología poscolonial y explorar
el terreno intermedio híbrido sin cooptar.37
En el contexto de la hibridez inglés–español, Lisa Rose
Bradford38 adopta el concepto de Mignolo de «bilenguaje», la in-
tersección entre lenguas y epistemologías, para la traducción de la
poesía compuesta por latinos en Estados Unidos. Para Mignolo,
la fuerza del bilenguaje consiste en vivir entre lenguas, no es so-
lamente un ejercicio estético bilingüe;39 la alternancia de códigos
en la poesía latina puede ser precisamente eso. Bradford optó por
emular la tensión bilingüe en la traducción de los poemas que selec-
cionó, pero no logró el cometido de llegar a soluciones sistemáticas
para la traducción de la heteroglosia.40 No obstante, la aplicación
caso–por–caso de estrategias heterogéneas tal vez fue una manera
apropiada de tratar el uso poscolonial de la heteroglosia, que denota
tanto el sesgo subversivo como artístico de la poesía heterolingüe.41
Se han dedicado múltiples estudios al fenómeno de la alternancia
de códigos y del espanglish en Estados Unidos y, en menor grado,
a su traducción; en el otro lado, sin embargo, parece que se ha
prestado poca atención a la traducción de textos híbridos produci-
dos en México o en otros países hispanohablantes. Al igual que la
poscolonialidad, la neocolonialidad es por naturaleza multilingüe
como resultado de la imposición de lenguas coloniales para su uso
en un contexto donde ya existen numerosas lenguas indígenas,42 y
la escritura híbrida indigenista florece en varios países latinoameri-
El asombro, la hibridez y la traducción 175

canos. Escritores pos y neocoloniales luchan por demoler el mito


monolingüe perpetrado por la hegemonía y, como practicantes
multilingües, los traductores deberían estar conscientes de ello,
puesto que los textos traducidos, tanto pragmáticos como literarios,
a menudo contienen formas de discurso que incluyen alternancia o
mezcla de códigos, así como otras formas más sutiles de hibridez
lingüística.43 En México hay escritores cuya postura transcultural
o identidad híbrida puede describirse como «negociar la distancia»
entre las culturas lingüísticas indígenas y europeas.44
Armados con conocimientos previos bilingües o multilingües e
inspirados por la propuesta foraneizante de Venuti, los traductores
buscan inscribir la heterogeneidad. Ante el asombro de los puristas,
se ve un constante surgir de variedades no nativas del inglés en con-
textos poscoloniales,45 produciendo literatura escrita «con acento» o
en «weird english», esto es, en un inglés extraño.46 Si se puede escribir
en lenguaje extraño, también debería ser posible traducir así. Los
textos híbridos pueden ser «bilenguajeados»; la hibridez, reprodu-
cida a través de la inscripción de la heterogeneidad.
La alternancia de códigos puede ser un intento deliberado y decisi-
vo de minar la hegemonía de la lengua colonial al abrir un espacio para
el discurso en lenguas minoritarias;47 la traducción puede fracasar en
el intento de producir el mismo efecto. Por ejemplo, Bandia señala los
peligros de la traducción entre lenguas mixtas, en especial entre lenguas
pidgin basadas en inglés y francés, debido al estatus diferente de las
variedades. La variedad africana conocida por sus siglas en inglés como
WAPE (West African Pidgin English) es una lengua franca con arraigo
y cierto prestigio, mientras que pidgins basadas en francés a menudo
son vistas con desdén como francés malogrado o «mocho». Habrá que
tener mucho cuidado, entonces, para evitar este inconveniente, puesto
que los esfuerzos bien intencionados de traducir de una variedad bien
establecida a otra inventada podrían ser contraproducentes.48
176 Anna Maria d´Amore

Para observar rasgos de hibridez no es necesario que un texto


contenga como recurso lingüístico o literario la alternancia cons-
tante entre dos o más lenguas; hay manifestaciones más sutiles
de hibridez que en los casos extremos encontrados en la obra de
algunos poetas, donde resulta imposible determinar cuál es la len-
gua matriz. Un texto de cualquier género, no solamente literario,
puede contener relativamente pocas instancias de alternancia de
códigos, pero al utilizar otros recursos para ilustrar dualidades o
contrastes en contextos fronterizos, como el empleo de préstamos
tanto lingüísticos como culturales, aunque sean mínimos, se refleja
la hibridez inherente al tercer espacio. Este es a menudo el caso
de los textos periodísticos: a la hora de proponer una traducción
de tales escritos, resulta necesario aplicar un poco de pensamiento
fronterizo. Tomando en cuenta que los riesgos potenciales antes
mencionados también aplican fuera del ámbito de la traducción
literaria, concluiremos este trabajo con una pequeña muestra y
discusión de la hibridez en un texto contemporáneo mexicano no
literario y la problemática de su posible traducción.

El «American Way of Life»


La periodista y escritora mexicana Elena Poniatowska utiliza metá-
foras y pasajes descriptivos literarios en su prosa periodística, así que
parte de su obra también se ubica en el tercer espacio, no solo por
su temática, sino porque se encuentra en la frontera entre periodis-
mo y literatura. En la primera parte de Ciudad Juárez: matadero de
mujeres,49 Poniatowska describe las tierras fronterizas como «zonas
de contagio» donde «pocas heridas cicatrizan». Esto nos recuerda
las zonas de contacto de Mary Louise Pratt. La referencia de Po-
niatowska a la frontera es tanto física como social, compatible con
el uso poscolonial que sugiere Pratt, como un intento de invocar la
copresencia espacial y temporal de sujetos anteriormente separados
El asombro, la hibridez y la traducción 177

por disyunciones geográficas e históricas, cuyas trayectorias ahora


se intersectan.50 Al usar el término «contacto», Pratt pretende poner
en primer plano las dimensiones interactivas y de improvisación.51
Poniatowska también invoca y desarrolla la metáfora de Anzaldúa
de la frontera como herida abierta: ahora la frontera no es solo una
zona de contacto en términos lingüísticos y poscoloniales, sino una
herida gangrenosa y contagiosa.
En esta serie de artículos, Poniatowska cuenta la historia de muje-
res que, en su mayoría, se empleaban en maquiladoras en la frontera
México–Estados Unidos. Poniatowska no escribe en espanglish ni
recurre a la alternancia de códigos, pero sí contrasta las maquiladoras,
el narcotráfico y la sórdida vida nocturna de las ciudades fronterizas
mexicanas con el otro lado a través del préstamo de la expresión
American way of life. Una traducción al inglés debería buscar com-
pensar el préstamo de un término tan cargado como parte de un
intento de conservar las dualidades que se presentan. No se trata de
un caso común y corriente de cambio de código, ni es un caso simple
de fenómeno de contacto inglés–español, sino que es un cambio
cultural o filosófico, y el término está cargado independientemente
de la lengua del texto al cual se inserta. ¿Qué hacer en la traducción
al inglés? Si las glosas no son prácticas, tal vez la única manera de
compensar el préstamo de este término sea tipográfica, con comillas
y mayúsculas en el TT: «the American Way of Life».
Los emisarios de the American Way of Life incluyen a los solda-
dos que son partícipes de la vida nocturna sórdida fronteriza, en
«night–clubs, bares, cantinas, prostíbulos», etcétera.52 El vocablo
prestado del inglés “night–club”, con cierta vigencia y aceptación
en las tierras fronterizas mexicanas y más allá, podría yuxtaponerse
en una traducción al inglés con un préstamo en sentido contrario,
«cantina», que tiene vigencia creciente y aceptación en el inglés, en
especial en el suroeste de Estados Unidos. Así que los night–clubs,
178 Anna Maria d´Amore

bares, cantinas, prostíbulos» en español en el TO se convierten en


«night–clubs, bars, cantinas, brothels» en el TT.
La palabra «maquiladora» conlleva matices que se pierden si
se traduce como se sugiere en la mayoría de los diccionarios (as-
sembly plant) y en ocasiones es traducida al inglés como sweatshop,
literalmente «taller de sudor», que deja en claro sus condiciones
de explotación. Para enfatizar la hibridez de las tierras fronterizas,
se puede dejar en español «maquiladora» en el TT, decisión jus-
tificable con el argumento de que se pierden matices al traducir
y que el texto pertenece a la categoría de literatura concerniente
a asuntos fronterizos México–Estados Unidos, ámbito noto-
riamente plagado de espanglish académico. No obstante, sería
prudente emplear la doble representación y presentar tanto el
término de la lengua de origen como el de la lengua de llegada en
la traducción, de manera que una funge como glosa de la otra53
o incluso por medio de una definición explícita. La representa-
ción doble o definición se podría ubicar en la primera mención
de las maquiladoras, donde Poniatowska escribe acerca de las
víctimas, quienes «por lo general sostenían a su familia al traba-
jar en maquiladoras, farmacias o tiendas de autoservicio».54 Este
fragmento puede traducirse así: «[who] on the whole supported
their families by working in assembly plants, known as maquila-
doras or maquilas, pharmacies, and supermarkets». A partir de
este punto, las palabras maquiladoras y maquilas pueden aparecer
sin apoyos adicionales.
Estos pequeños ejemplos demuestran que la hibridez lingüística
y cultural no es meramente sintomática de un tipo de literatura
experimental o de novedad. Si bien la hibridez puede encontrarse
en poesía experimental o en la recreación literaria de habla colo-
quial bilingüe, también está presente en la prosa monolingüe, por
ejemplo en el periodismo, en contextos pos o neocoloniales. Siendo
El asombro, la hibridez y la traducción 179

así, merece atención seria del lector y del traductor. Es lamentable


que la hibridez con frecuencia quede aniquilada en la traducción,
cuando muchos escritores de distintas nacionalidades, algunos con
gran éxito, escriben «con acento» o en un inglés extraño o «mo-
cho». Si las editoriales están convirtiendo las prácticas heteroglosas
posmodernistas en un bien comercializable valioso,55 la traducción
tiene aún menos pretextos para justificar la supresión de la hibridez.
Las traducciones pueden ser el antídoto para la estrechez de
miras y la insularidad atrofiante.56 A través del empleo del discurso
heterogéneo podemos utilizar el cambio, la diversidad y la asombro-
sa hibridez lingüística para lograr en la traducción la conservación
de la diferencia lingüística y cultural.

Notas
1. B. Morquecho Guerrero: Dos lecciones. La génesis de una figura nove-
lesca. Los entes y las denominaciones, p. 28.
2. H. L. Mencken: The American Language: An Inquiry into the Develop-
ment of English in the United States, p. 191.
3. A. M. D’Amore: Translating Contemporary Mexican Texts: Fidelity
to Alterity, p. 86.
4. En inglés, the Matrix Language Framework, C. Myers–Scotton:
Duelling Languages. Grammatical Structure in Codeswitching.
5. R. Jacobson (ed.): Codeswitching Worldwide II, p. 61.
6. S. Poplack: «Sometimes I’ll start a sentence in Spanish y termino
en español: Toward a typology of code–switching».
7. C. Myers–Scotton: op. cit., pp. 67–68.
8. Ibid.
9. S. Poplack: «Code–switching (linguistic)», p. 2063.
10. «A reconsideration of the Notion of Loan Translation in the
Analysis of U.S. Spanish» in Roca, A. and J. L. Lipski (eds.): Spa-
nish in the United States: Linguistic Contact and Diversity, pp. 21–45.
180 Anna Maria d´Amore

11. R. Otheguy and Ofelia García, «Convergent conceptualizations


as Predictors of Degree of Contact in U.S. Spanish» in A. Roca
and J. L. Lipski (eds.): op. cit., pp. 135–154.
12. L. Torres: «In the Contact Zone: Code–Switching Strategies by
Latino/a Writers», p. 79.
13. R. Fernández: «La subversión del inglés».
14. G. Anzaldúa: Borderlands/La frontera. The New Mestiza, p. 25.
15. Ibidem.
16., H. Bhabha: The Location of Culture.
17. Idem, p. 56.
18. W. D. Mignolo: Local Histories/Global Designs. Coloniality, Subaltern
Knowledges, and Border Thinking.
19. Idem, p. 87.
20. Idem, p. 93.
21. Idem, p. 3.
22. P. F. Bandia: Translation as Reparation. Writing and Translation in
Postcolonial Africa, pp. 161–162.
23. Contact zones... social spheres where disparate cultures meet, clash, and grapple
with each other, often in highly asymmetrical relations of domination and subordi-
nation, M. L. Pratt: Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, p. 4.
24. W. D. Mignolo: op. cit., p. 75.
25. Vid. L. Venuti: The Translator’s Invisibility: A History of Translation
and The Scandals of Translation: Towards an Ethics of Difference.
26. P. F. Bandia: op. cit., p. 147.
27. L. Venuti: The Translator’s Invisibility…, p. 313.
28. T. Niranjana: Siting Translation: History, Postculturalism, and the
Colonial Context.
29. Idem, p. 186.
30., M. Manfredi: «Preserving Linguistic and Cultural Diversity in
and through Translation: From Theory to Practice», pp. 45–72.
31. Idem, p. 55.
El asombro, la hibridez y la traducción 181

32. Idem, p. 56.


33. P. F. Bandia: op. cit., p. 232.
34. Idem, p. 162.
35. Idem, p. 151.
36. Idem, p. 170.
37. Idem, p. 168–169.
38. L. R. Bradford: «Uses of the Imagination: Bilanguaging the
Translation of U.S. Latino Poets», pp. 13–34.
39. W. D. Mignolo: op. cit., p. 264.
40. L. R. Bradford: op. cit., p. 31.
41. Ibidem.
42. P. F. Bandia: op. cit., p. 136.
43. Idem, p. 147.
44. Idem, p. 166.
45. Vid. C. L. Nelson: «My Language, Your Culture» en B. B. Ka-
chru (ed.): The Other Tongue: English Across Cultures, pp. 327–339.
46. Vid. E. N–M. Ch’ien: Weird English.
47. P. F. Bandia: op. cit., p. 155.
48. Idem, p. 215.
49. E. Poniatowska: «Ciudad Juárez: matadero de mujeres».
50. « an attempt to invoke the spatial and temporal copresence of subjects
previously separated by geographical and historical disjunctures, and whose
trajectories now intersect», Idem, p. 7.
51. Ibidem.
52. E. Poniatowska, III.
53. A. Chesterman and E. Wagner: Can Theory Help Translators? A
Dialogue between the Ivory Tower and the Wordface, p. 60.
54. E. Poniatowska, I.
55. P. F. Bandia: op. cit., p. 151.
56. R. Francis: «La cena/The Dinner” en I. Stavans (ed.): Prospero’s
Mirror. A Translator’s Portfolio of Latin American Short Fiction, p. 3.
182 Anna Maria d´Amore

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III. ARTES Y ESTÉTICA
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo
Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires:
La Virgen con Niño procedente de la ex Colección Larco

María Laura Montemurro


Universidad de Buenos Aires

L a adquisición de obras europeas caracterizó el consumo artísti-


co de la Argentina desde su más incipiente inicio hasta comen-
zado el siglo XX cuando, según algunos autores,1 el coleccionismo
de obras de arte hizo un viraje hacia la producción nacional. Du-
rante todo este periodo, las obras escogidas funcionaron en pos de
los ideales y aspiraciones de la época, desde los sueños civilizadores
decimonónicos hasta el anhelo por la construcción de una sociedad
moderna que fluyese al ritmo de las vanguardias.2 A pesar de que
en los últimos años esta historia ha sido muy estudiada en el país,
poca mención se ha hecho de los coleccionistas de obras antiguas
y medievales, y de sus colecciones.
Personas como Matías Errázuriz, Enrique Larreta y Paula de
Koenigsberg son algunos de los representantes de diversos tipos
de consumidores y coleccionistas de objetos antiguos3 cuya co-
lección ha nutrido el patrimonio de los museos argentinos y, en
ciertas ocasiones, les ha dado origen.4 Es debido a la donación
de colecciones privadas que hoy en día algunos de los museos
de Argentina cuentan con piezas poco usuales para un museo
latinoamericano, entre estas, obras de calidades diversas pero
cuyo interés histórico y científico es siempre relevante. A través
de ellas es posible establecer un enlace entre nuestro presente y
el pasado de la Europa medieval, entre nuestra historia reciente y
un pasado remoto que poco pareciera tener que ver con nosotros
justamente hoy, cuando más crecen y se expanden los estudios
188 Ma. Laura Montemurro

sobre arte argentino y latinoamericano. Con este artículo inten-


taremos comenzar a sacar a la luz una de estas piezas, condenada
hasta hoy a las sombras debido a su constante permanencia en
el depósito del museo que la alberga y a la ausencia casi total de
estudios sobre la misma.

La obra en el Museo Nacional de Bellas Artes


Además de las donaciones que el pintor Jorge Larco hiciera en vida
al Museo Nacional de Bellas Artes,5 tras su fallecimiento en 19686 se
concretó un legado donde, junto a otras numerosas obras, ingresó
una talla de la Virgen y el Niño en Majestad de fines del siglo XIV,
identificada como española.
Esta pieza, que se encuentra bastante deteriorada debido a la
carcoma, mide 80 centímetros de alto, 31 de ancho y 24 de pro-
fundidad. La Virgen está sentada sobre almohadón y banqueta; el
Niño, sobre la rodilla izquierda de su madre. Debido al deterioro
sufrido por la base (tuvo que ser reparada en parte para que la talla
recuperara la autosustentabilidad), es imposible conocer la termina-
ción de la misma. Es muy frecuente en este tipo de esculturas que
la Virgen apoye sus pies sobre un supedáneo; probablemente, esta
no fuese una excepción. María viste una sencilla túnica talar,7 debajo
de la cual asoman unos zapatos puntiagudos, un manto terciado sin
cuerdas,8 una toca ceñida por una corona y un collar. Falta el brazo
derecho pero es posible que sostuviese una fruta o una flor, como
se observa en la mayoría de las vírgenes góticas españolas. El Niño
también viste túnica y manto, pero sus pies están descalzos.9 Sos-
tiene en la mano izquierda la esfera del mundo; seguramente con la
mano derecha, que también falta, realiza el gesto de la bendición.10
No obstante lo tosco del tallado (evidente especialmente en los
pliegues simples del vestido y en los detalles como pies y manos),
la fisonomía de ambas figuras presenta características interesantes:
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 189

el rostro de la Virgen es peculiarmente alargado y está enmarcado


por el cabello de estructura sogueada; la boca es pequeña y de
labios gruesos; el rostro del Niño es de rasgos agudos y tanto la
cabeza como el cuerpo se inclinan peculiarmente hacia la izquierda,
resultando una pose extraña.
La pieza fue hecha de un solo bloque de madera y está completa-
mente ahuecada en la parte posterior, tanto en lo correspondiente al
tronco como a la cabeza. Este procedimiento cumplía con medidas
tanto técnicas como funcionales, ya que, además de aligerar nota-
blemente su peso, la extracción del núcleo amortiguaba el resque-
brajamiento de la madera debido a la expansión y contracción de la
misma. Generalmente este ahuecamiento se escondía tras un tabique
de madera que, de haber existido en esta talla, no se conserva. La
técnica empleada dice algo sobre la funcionalidad de esta imagen: al
ofrecer solamente una vista frontal, debía de haber estado destinada
a un lugar fijo, seguramente contra una pared, sobre una peana11 o
en una hornacina; se descarta, por ende, tanto un uso procesional
como una ubicación que permitiese la visión de la parte posterior.12
A pesar de los trabajos de conservación realizados por el per-
sonal del museo, hay múltiples signos de infección en la madera;
dicha infección ocasionó algunos daños irreparables debido al
debilitamiento de la materia y la consecuente pérdida de las partes
mencionadas. A estas deben sumarse una sección del pecho de
la Virgen y otra sobre el lateral derecho del cráneo del Niño, así
como un resquebrajamiento que cruza en diagonal el rostro de la
Virgen. Es posible afirmar que todas estas alteraciones en la es-
cultura son producto del deterioro y no, como se puede verificar
en otros ejemplos, de una intervención intencional sobre la talla.13
No podemos decir lo mismo del collar pintado alrededor del cuello
de la Virgen, ya que es probable que este haya sido una adición
posterior.14 Como nos fue especificado por la encargada del área
190 Ma. Laura Montemurro

de restauración del museo, el criterio que se emplea en el cuidado


de las obras es el de la preservación, que se limita a rellenar con
una masilla especial las partes deterioradas por la carcoma una vez
desinfectada la madera. En ningún caso se producen alteraciones
sobre la escultura como podría ser el reemplazo de partes faltan-
tes.15 En el caso de la obra que nos atañe, se conserva bastante de
la base de yeso, especialmente en el rostro de la Virgen, mientras
que en ciertas zonas, como en la esfera que sostiene el Niño, puede
verse la tela encolada16 Si bien son visibles secciones mínimas de
estofado,17 sin los análisis correspondientes es imposible conocer
con certeza cuándo fueron aplicadas.18 Las cejas y ojos de ambas
figuras, por ejemplo, están fuertemente delineados en negro y dan
la impresión de ser una intervención posterior a la ejecución de la
talla; aun así, es evidente a simple vista que esta escultura no pre-
senta repintes importantes, lo que sugiere que dejó de funcionar
como objeto devocional hace ya mucho tiempo.
A pesar de que esta pieza formó parte de la exhibición “De
los Primitivos a Goya”,19 en 1966, según consta en el catálogo de
exhibición, no ha gozado del privilegio de sus compañeras que,
en el mismo museo, forman parte de la exhibición permanente.20
El motivo principal por el cual se mantiene en el depósito es su
deteriorado estado; es por ello que el público general, y aun los
especialistas, tienen muy pocas posibilidades de acceder a la obra.

La obra en contexto
El origen de la iconografía de la Virgen y el Niño se halla en el arte
funerario tardo–antiguo, que integra la escena de la Epifanía21 Con
la oficialización del título de María como Madre de Dios,22 esta ima-
gen se va independizando de las escenas narrativas y va sumando
nuevos atributos como la corona, en tanto María es declarada Reina
del Cielo.23 Durante el románico francés se popularizan las tallas de
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 191

la Sedes Sapientiae o Trono de Sabiduría, cuya tipología se expande


por gran parte de Europa. En estas esculturas románicas, la Virgen
está entronizada con el Niño sentado en su regazo: ambos se pre-
sentan casi como una unidad, generalmente en el mismo eje, en una
postura hierática donde el rol de María como portadora de Cristo
se enfatiza en desmedro de cualquier tipo de reacción sentimental.
María se presenta así como testimonio de la encarnación de Cristo
y, según Ilene Forsyth, su figura puede entenderse como madre de
Dios y como trono del logos encarnado.24
Estas características comienzan a ser alteradas hacia la segun-
da mitad del siglo XII, cuando el Niño pierde algo de esa rígida
centralidad para desplazarse hacia una de las rodillas de la Madre,
generalmente la izquierda, con una leve torsión del tronco. Todo
ello es acompañado por una leve sonrisa en el rostro de María, señal
de los tímidos comienzos de una humanización e interacción entre
ambas figuras y de una relación más cálida y humana, las cuales
serán las características predominantes del estilo gótico. Con este
desarrollo hacia una mayor humanización, María comienza a dejar
paulatinamente el lugar de símbolo para ocupar el lugar de Madre.
Las tallas de la Sedes Sapientiae, o Andra Mari en España, fue-
ron confeccionadas generalmente en madera; esto no respondía
únicamente a la economía del material —pues muchas veces iban
revestidas de metales y piedras preciosas—, sino que se debía a una
cuestión funcional: la madera les permitía ser lo suficientemente
livianas para ser transportadas, ser llevadas en procesiones o servir
como relicarios.25 Generalmente, el tallado principal se realizaba
en una sola pieza de madera, adjuntándose con clavos los detalles
pequeños como pies y manos, razón por la cual muchas veces
estas piezas están hoy ausentes. Después del tallado, las imágenes
recibían una capa de tela encolada sobre la cual se aplicaba el yeso
que, después de ser lijado, recibía la policromía.
192 Ma. Laura Montemurro

Carecer de información sobre la obra y su deterioro presentan


un verdadero desafío para su estudio, y dejan el método compa-
rativo como única alternativa a nuestro alcance para realizar su
contextualización. Aunque por el momento no podamos corro-
borarlo, es probable que la popularización de las tallas en madera
de la Virgen y el Niño en España no sea anterior al siglo XI y que
la ruta de Santiago de Compostela haya servido como principal
medio difusor de dicha tipología.26
La Virgen del Museo Nacional tiene características que son
usuales en las vírgenes sedentes españolas de estilo gótico. La dis-
posición del manto y la forma en la que el brazo derecho emerge
por debajo del mismo se apegan al modelo de la Virgen Blanca de
la Catedral de Burgos, si bien existen ejemplos de tallas tempranas
con esta misma característica. Independientemente de la región,
este motivo se popularizó enormemente en las tallas españolas
y presenta, en ciertos casos, un espacio negativo de gran interés
plástico, como sucede en otra escultura española que guarda tam-
bién el Museo Nacional de Bellas Artes, procedente de la región de
Álava.27 Existen dos variantes: una en la que el brazo derecho de la
Virgen forma un ángulo recto, en una antinatural dirección vertical
ascendente y otra, de apariencia más natural, en la que toma una
dirección en diagonal. Si bien el brazo derecho de la talla del Mu-
seo Nacional falta, es posible adivinar esta última dirección gracias
a lo que queda de él. Este detalle no depende necesariamente de
la cronología, pues la segunda solución se encuentra en tallas del
románico tardío, como la Virgen de la Iglesia de Santa Lezaeta en
Navarra, mientras que otras más tardías muestran la primera. El
cabello que queda visible bajo la toca —otro rasgo compartido por
muchas tallas góticas españolas— es producto del desarrollo de la
toca que adquiere mayor movimiento, despegándose de la cabeza.
Esta forma de representar el cabello, que también puede verse en
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 193

la Virgen Blanca de la Catedral de Burgos, aunque con una toca


algo más elaborada, bien pudo haber contribuido a la difusión de
estas características, al igual que el detalle del brazo que emerge
por debajo del manto. Falta el remate de la corona, pero es posible
adivinar una serie de motivos vegetales en forma de palmeta o flor
de lis; la corona, que comienza como una simple diadema en las
tallas románicas (un ejemplo sería la Virgen de Villanúa), luego se
va enriqueciendo con formas trilobuladas y vegetales, especialmente
en los cuatro ejes principales.

Datación y procedencia
El catálogo de la exposición organizada en homenaje a Jorge Larco
en 1970,28 que reúne las obras que integraron su legado al Museo
Nacional de Bellas Artes, menciona esta talla como perteneciente
a fines del siglo XIV; el doctor Francisco Corti, en su catálogo
razonado de arte medieval español en Argentina, la ubica en el
siglo XIV, aunque sin dar mayores precisiones.29 Intentaremos, a
continuación, revisar la fecha que se le atribuye a la obra, así como
la órbita de influencia estilística a la que pertenece.
La datación de una talla de este tipo es muy difícil, ya que a su
descontextualización y a la ausencia absoluta de cualquier documen-
to que pudiese guiar su estudio, se suma el hecho de que, debido a
su carácter tosco, cabe la posibilidad de que se trate de una obra re-
tardataria. Sin embargo, existen ciertos detalles que pueden ser muy
útiles para salvar estas dificultades, por ejemplo, las características
de la ropa. Si bien es necesario tener en cuenta que las ropas de la
Virgen tienden a mantener un carácter conservador, casi siempre
pueden encontrarse detalles que responden al dictamen de la moda.
Según el estudio realizado por Carmen Bernis sobre la datación
de la iconografía de la Virgen a partir de la vestimenta,30 podemos
identificar dos características en esta talla que corresponden al siglo
194 Ma. Laura Montemurro

XIII y parte del XIV: el primero es el escote redondo y cerrado


hasta la base del cuello con una pequeña abertura delante, el cual se
ve representado en obras románicas y en miniaturas del siglo XIII y
de principios del XIV;31 el segundo es la forma del traje: es posible
identificar una túnica sujeta por un cinturón de tal modo que se
forman arrugas, desdibujando así la forma del pecho; esto coincide
con el traje usado durante el siglo XIII y parte del XIV: holgado,
sencillo y plegado irregularmente en la cintura por medio de un
cinturón que generalmente se colocaba bien abajo, alargando el talle.
La prenda quedaba arrugada, dibujándose pliegues que arrancaban
a la altura de los senos o más arriba. Estos trajes denotan todavía
una sastrería sencilla, de una sola pieza, método de confección que
cambia visiblemente hacia los años 30 del siglo XIV.32
Las ropas que se representan en esta talla son prendas muy
comunes en el siglo XIII y son compartidas por la gran mayoría
de tallas medievales españolas de la Virgen y el Niño del gótico
temprano. Por ejemplo, las vemos en la Virgen de la iglesia parro-
quial de San Lorenzo en Orderitz, Navarra, donde la saya33 tiene
el cuello redondo, aunque en este caso continuo, y presenta igual-
mente las arrugas formadas por la presión del cinturón. También
la forma del tocado es corriente, presentando la típica ampulosi-
dad del gótico, muy diferente a los velos pegados a la cabeza del
románico. La única característica singular que presenta la talla del
Museo Nacional en cuanto al vestido es la pequeña abertura del
escote que, si bien es característica de las sayas del siglo XIII, no
es frecuente en las ropas de la Virgen. Los datos arrojados por
los detalles del vestido nos harían pensar en una fecha algo más
temprana que la que registra el museo.
El estilo, por otro lado, también corresponde al gótico temprano:
si bien hay características como el plegado y movimiento de las
ropas que indudablemente la colocan en este periodo, otras, como
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 195

la ausencia de una sonrisa definida o la frontalidad del Niño, la


alejan del gótico pleno. Aunque es posible que la calidad de la eje-
cución haga parecer esta talla más antigua, estos últimos elementos
responden a los usos de la época más que a la pericia del escultor.
En cuanto a su procedencia, la talla parece responder a la órbita
de influencia del estilo identificado por la doctora Fernández–La-
dreda como el vasco–navarro–riojano,34 aunque no enteramente
dependiente de él. Este estilo se extendió desde fines del siglo
XIII hasta la primera mitad del XIV; su expansión abarcó fun-
damentalmente Navarra, La Rioja, el País Vasco y Castilla–León,
concretamente, Burgos, Palencia, Valladolid, Soria, Segovia y León.
Más recientemente, Fernández–Ladreda exploró la posibilidad de
un origen burgalés para dicho estilo.35 No obstante las tallas que lo
integran se caracterizan por mantener la pose esencialmente frontal
del románico y aún son insensibles al juego de miradas que inau-
gura el gótico francés, sí responden al nuevo estilo en la variedad y
complejidad de los pliegues, tanto de los vestidos sayales como de
la toca, que suele culminar en bordes zigzagueantes enmarcando
el rostro pero despegado de él, dejando ver parte del cabello así
como el reverso de la toca. Muchos de estos ejemplares muestran
un prominente fiador36 de forma triangular que sujeta el manto
de la Virgen. También es frecuente encontrar en este grupo cierta
torsión en el cuerpo del Niño cuyos pies, uno o ambos, se apoyan
contra la rodilla de la Madre.37 La escultura en el Museo Nacional
comparte con este grupo estilístico la pose frontal, el detalle del
brazo derecho que emerge de la concavidad del manto (al cual ya
nos referimos), las características de la toca y corona, y el Niño
sentado sobre la rodilla izquierda de la Madre.
Dentro de los subgrupos que identifica la doctora Fernán-
dez–Ladreda se encuentra uno formado por Santa María del Puy
de Estella, Santa María del Castillo de Estella, Bargota, Orísoain,
196 Ma. Laura Montemurro

Eriete y Mélida.38 Este subgrupo se diferencia por el modo en que


la Virgen sostiene al Niño, sujetándolo por la parte inferior en lugar
de hacerlo por el hombro; hallamos esta misma característica en el
ejemplar del Museo Nacional. Hay ciertos detalles en los que esta
talla no sigue el estilo vasco–navarro–riojano: el Niño no repro-
duce la singular pose en la cual apoya uno o ambos pies sobre el
regazo de su Madre ni muestra la característica torsión del torso.
A pesar de esto, es imposible no notar una disipación algo extraña
en la figura del Niño que pareciera inclinarse extrañamente hacia
la izquierda; cabe la posibilidad de que esto sea el resultado de un
intento fallido por darle un movimiento al cuerpo del Niño o bien
que simplemente se deba a una dificultad técnica que el artesano
encontrara debido a la forma natural del tronco en el que trabajó; el
hecho de que también la figura de María pareciera inclinarse hacia
la misma dirección podría apoyar esta última hipótesis.
También la disposición del manto varía un poco de la que presenta
este grupo, el cual tiende a presentar el siguiente plegado: se pasa el
extremo izquierdo del manto sobre la pierna izquierda cubriendo mas
o menos la mitad, formando luego una prolongación vertical que
alcanza el borde inferior de la túnica. El extremo derecho del manto
sigue una dirección diagonal curva desde el pie derecho hasta la rodilla
izquierda, pasando sobre la misma para caer del lado externo39 En la
escultura del Museo Nacional, el manto se amontona sobre el muslo
derecho formando algunos pliegues, cubre luego las piernas hasta
por debajo de la mitad y dibuja entre las mismas un agudo pliegue en
forma de “v”. El extremo izquierdo del manto cruza en diagonal el
pecho para luego quedar escondido bajo el lado opuesto del mismo.
Si bien esta forma de resolver la caída de la prenda es menos
frecuente que la anterior, se encuentra igualmente representada en
numerosas tallas como la ya mencionada Virgen de la Iglesia parro-
quial de San Lorenzo, la Virgen de Olleta, en Léoz, y la Virgen del
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 197

santuario de Codés, todas en Navarra, por mencionar solamente


algunas. Todas estas esculturas parecen estar más cerca del románico
que del gótico; sin embargo, ciertos detalles señalan su pertenencia
indiscutible a este último estilo, como por ejemplo, el velo y los plie-
gues más variados y dinámicos del vestido, el reemplazo del trono
por el taburete y el Niño en posición lateral en la Virgen de Codés.
En conclusión, esta forma de llevar el manto parece corresponder al
gótico temprano. Este detalle seguramente se preservó del románico
ya que en las tallas españolas de este estilo es frecuente representar el
manto plegado de tal forma y al caer de manera horizontal dibujando
una línea estática, coincidía plenamente con este lenguaje estilístico.
Así puede verse, por ejemplo, en Nuestra Señora de la Encina, en
el convento de las Agustinas de Arceniega, la Virgen de Acumuer,
procedente de la ermita de Pueyo y la Virgen de la ermita de Celada,
en León. Aparentemente pervivió todavía en esculturas del primer
gótico, aunque adaptado a un estilo más dinámico, variándose con
algunos pliegues en zigzag y haciéndose más esporádico a medida
que avanza el siglo XIV, cuando generalmente se opta por las dia-
gonales y los pliegues más complejos. Con esto no queremos decir
ni que todas las tallas románicas lleven el manto de aquel modo ni
que lo hagan todas las tallas de transición, pero sí hay un número
significativo de ejemplos tanto románicos como del gótico primitivo
que nos hacen pensar en una relación entre ambos.
Siempre cabe la posibilidad de que estas divergencias sean el resul-
tado de un intento por simplificar el diseño, disminuyendo la cantidad
y complejidad de los pliegues, pero el hecho de que tal arreglo del
manto se encuentre en un número significativo de tallas, mayormente
procedentes de Navarra y zonas aledañas, dan cuenta de una caracte-
rística estilística. Es posible, entonces, que si bien los rasgos generales
responden al estilo vasco–navarro–riojano, una ejecución temprana
sea la causa de algunas divergencias con dicho grupo.
198 Ma. Laura Montemurro

Conclusión
La talla de la Virgen con Niño, procedente de la ex colección Larco
nunca antes había sido objeto de un estudio académico. La incer-
tidumbre de los datos referente a su origen y fecha requería que
estos fueran urgentemente revisados con el fin de proceder a su
correcta atribución y catalogación; la ausencia total de documentos
y bibliografía acerca de esta talla hicieron del análisis estilístico y
de una observación minuciosa de los detalles del vestido las únicas
vías posibles para satisfacer ese requerimiento. A partir de lo ex-
puesto, parece más apropiado fechar esta escultura entre fines del
siglo XIII y comienzos del XIV considerando lo siguiente: que las
características de la ropa se adecuan a las usuales para el siglo XIII
y principios del XIV, que la forma de plegar el manto es frecuente
en tallas románicas y del gótico temprano y que el Niño mantiene
una pose frontal y la Virgen carece todavía de la típica sonrisa gótica,
Si aceptamos que la escultura representa un ejemplar temprano
dentro del estilo vasco–navarro–riojano, es posible que su origen
se halle dentro del núcleo originario del estilo, básicamente, de las
provincias que le dan nombre. Si además nos atenemos a la pro-
cedencia de los ejemplares citados que comparten con esta talla el
mismo plegado del manto, Navarra parece una buena opción para
situar el lugar de origen de esta obra.
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 199

Imagen: archivo del Museo Nacional de Bellas Artes


200 Ma. Laura Montemurro

Agradecimientos
Agradecemos al personal del Museo Nacional de Bellas Artes, en
particular a Mercedes de las Carreras, quien nos hizo posible el acceso
a la talla y a Cecilia García, quien nos posibilitó la lectura del legajo.

Notas
1. T. Bermejo: Arte y coleccionismo en la Argentina (1930–1960). Procesos de
construcción de nuevos valores culturales, sociales y simbólicos, tesis doctoral..
2. Numerosos trabajos se han dedicado en los últimos años al estu-
dio del coleccionismo de arte en Argentina; entre estos destacan
los de M. E. Pacheco: Coleccionismo artístico en Buenos Aires. Del
Virreinato al Centenario y M. I. Baldasarre: Los dueños del arte. Co-
leccionismo y consumo cultural en Buenos Aires. A estos debe sumarse
la tesis doctoral de Talía Bermejo ya citada.
3. Acerca de la diferencia entre colección y consumo de arte ver J.
Baudrillard: El sistema de los objetos y P. Bourdieu: La distinción.
Criterios y bases sociales del gusto.
4. Es el caso, por ejemplo, de Enrique Larreta; a su muerte, sus
hijos vendieron su casa, convertida en un palacio neo renacen-
tista español, a la Municipalidad de Buenos Aires. La donación
de la colección de arte y del mobiliario permitió la creación del
Museo de Arte Español en 1962.
5. Larco nació en Buenos Aires el 25 de enero de 1897, de padre
argentino y madre española. Su padre, Atilio Larco, fue un co-
merciante aficionado al arte que logró formar una importante
colección artística, parte de la cual fue donada al Museo Nacional
de Bellas Artes; en 1903, se trasladó a Madrid, donde realizó
estudios con Alejandro Ferrant y luego con Julio Romero de
Torres. 13 años después, volvió a Argentina, donde comenzó
su carrera como artista profesional y llegó a ser profesor de la
Escuela Nacional de Bellas Artes; en 1933, realizó la primera
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 201

donación al Museo Nacional de Bellas Artes: una obra de Walter


de Navazio, un dibujo de Gutiérrez Solana y una acuarela de su
autoría. Ver J. E. Payró: Jorge Larco y “Homenaje a Jorge Larco”,
Museo Nacional de Bellas Artes, Catálogo de Exposición. Otras
donaciones a la misma institución se realizaron en 1940, 1965
y 1967. En 1968, poco después de su fallecimiento, se procedió
a concretar el legado póstumo de un importante número de
obras tanto de su autoría como pertenecientes a su colección,
que pasaron a formar parte del patrimonio del Museo Nacional
de Bellas Artes. Entre estas obras figura la talla de la Virgen y
el Niño estudiada en el presente artículo así como otras tallas
medievales: una Virgen con Niño en piedra, un busto de obispo
y dos tallas de la Dolorosa, todas en madera.
6. Efectivamente, la fecha de donación que le adjudica F. Corti en el
catálogo Arte medieval español en la Argentina es 1964; sin embargo,
como dijimos en la nota anterior, en la lista de donaciones de
Jorge Larco esta talla aparece como parte del legado de 1968.
7. Es decir, que llega a la altura de los talones.
8. El término “terciado” se refiere a la forma de llevar el manto,
dejando libre la mano y el brazo derecho, y cubriendo las piernas.
En cuanto al calificativo “sin cuerdas”, ver la nota 36.
9. Mientras que los pies de la Virgen siempre deben ir calzados
para mantener el decoro, los pies del Niño suelen representarse
desnudos.
10. Esta es la forma habitual de representar al Niño desde el romá-
nico: su pose emula la del Cristo Pantocrator, con la salvedad
de estar sosteniendo el óvalo en lugar del libro y de bendecir al
modo latino en lugar del griego, es decir, plegando el meñique
y el anular y levantando el pulgar, anular e índice.
11. Estas ubicaciones de las tallas están registradas en la iconografía
de la época; por ejemplo, en las Cantigas de Alfonso el Sabio, la
202 Ma. Laura Montemurro

ilustración de la cantiga no. 38 representa una talla de la Virgen


con el Niño dispuesta sobre una peana, contra la pared. El Es-
corial, ms. TI.1.
12. Numerosos relatos de milagros hablan de fieles que hacen
sus oraciones a la Virgen frente al altar; es muy probable que
lo hicieran también frente a una imagen que se encontrase allí
mismo. Ver entre los milagros publicados por H. Kjellman en
La Deuxième Collection Anglo–Normande des Miracles de la Sainte
Vierge et son Original en Latin. Avec les miracles correspondant des mss.
375 et 818 de la Bibliothèque Nationale, los milagros no. I, p. 217;
LI, p. 219; XIX, p. 275; XLVII, p. 200. Este último, que relata la
conversión de María Egipcíaca, hace referencia a una imagen de
la Virgen que parece encontrarse sobre el altar, si bien se trata
de una Iglesia en Jerusalén.
13. Era frecuente, especialmente en el barroco, mutilar la escultura
para adecuarla al gusto de la época. Ver, por ejemplo, los cam-
bios sufridos por la Virgen de Vico en M. Sáenz: “La Virgen
Románica de Vico en Arnedo”, Historia del arte en La Rioja Baja.
Ámbito y vínculos artísticos. Actas de las IV Jornadas de Arte Riojano.
14. Adiciones semejantes se observan, por ejemplo, en una Virgen
con Niño que se conserva en el Museo Nacional de Arte Deco-
rativo, en Argentina, a la cual, además de sufrir mutilaciones, se
le ha pintado un rosario alrededor del cuello. Museo Nacional
de Arte Decorativo. Catálogo, obra no. 220.
15. Un criterio totalmente diferente fue aplicado en 1966 a la talla de
la Virgen y el Niño de Auvernia, en el mismo museo: en ocasión
de la exhibición “De los Primitivos a Goya” (ver nota 19), se le
repuso la cabeza faltante del Niño con otra de factura moderna.
16. Ver más abajo la técnica utilizada en este tipo de esculturas.
17. Se trata de una técnica de origen gótico y profusamente usada
durante el barroco, consistente en la aplicación de finas láminas
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 203

de oro que luego se cubrían con pigmentos que posteriormente


se raspaban, formando dibujos que dejaban ver el oro subyacente.
18. A pesar de que actualmente distintos estudios son capaces de
proveer datos acerca de los pigmentos que, en algunos casos,
pueden ser de ayuda para la atribución de la obra, tanto el costo
económico como el nivel de especialización requerida para la
interpretación de los datos hacen que este tipo de estudios sean
poco accesibles. Ver sobre este tema: M. Leona: “Microanalysis
of organic pigments and glazes in polychrome works of art by
surface–enhanced resonance Raman scattering” expuesto por
R. Hoffmann, Cornell University, Ithaca, Nueva York, 25 de
junio, 2009, disponible online en http://www.pnas.org/con-
tent/106/35/14757.full.pdf; y también los numerosos estudios
de G. Siracusano de los que solo mencionaremos uno a modo
de referencia: “Del obrador al laboratorio, la biblioteca y el
archivo. Una arqueología del hacer artístico” en J. M. Martínez
(ed.): Arte Americano: contextos y formas de ver. Terceras Jornadas de
Historia del Arte, pp. 71–76.
19. “De los Primitivos a Goya”, Museo Nacional de Bellas Artes,
11 de agosto a 12 de septiembre de 1966, catálogo no. 24.
20. Se trata de una Virgen con Niño, proveniente de Álava, siglo
XIV, no. inv. 7813 y otra procedente de Auvernia, siglo XII, no.
inv. 7811.
21. A. Grabar: El primer arte cristiano, p. 211. También en el arte fu-
nerario paleocristiano aparece ya la representación de la Virgen
de la Leche, A. Grabar: op. cit., p. 98 y V. Lasareff: “Studies in the
Iconography of the Virgin”, The Art Bulletin, vol. 20, no. 1, p. 27.
22. Durante el año 431 se llevó a cabo el concilio de Éfeso, en el
que se declaró oficialmente a María como Madre de Dios.
23. Acerca del desarrollo de esta iconografía, ver M. Lawrence:
“Maria Regina”, The Art Bulletin, vol. 7, no. 4, pp. 150–161.
204 Ma. Laura Montemurro

24. I. Forsyth: The Throne of Wisdom: Wood Sculpture of the Madonna


in Romanesque France.
25. Ver, por ejemplo, I. Forsyth: op. cit., pp. 37–38.
26. D. J. Buesa: “La imagen románica de la Virgen–Trono en tierras
de Aragón”, discurso leído en el acto de su recepción académica,
p.14. en http://esculturasmedievales.es/discursos/la–imagen–
romanica–de–la–virgen–trono–en–tierras–de–aragon/. Ver
también Fernandez–Ladreda: “700 Años de devoción mariana
en Navarra”, catálogo de exposición, Pamplona, 1994.
27. Acerca de esta pieza, F. Corti: op. cit., pp. 38 y 39, y M. L .Monte-
murro: “El renacimiento de la filosofía natural y la imagen gótica.
Aproximaciones al estudio de una escultura medieval en el Museo
Nacional de Bellas Artes”, X Jornadas de Estudios Medievales.
28. “Homenaje a Jorge Larco”, catálogo de exposición.
29. F. Corti: op. cit., p. 17. El doctor Corti llega a esta conclusión
al comprobar que, en la antigua colección del Marqués de
Valderrey, de donde procede esta obra, existía una talla que
parecía ser producto del mismo taller y que estaba atribuida
al siglo XIV, fecha que le pareció conveniente también para
la escultura de la Virgen que aquí estudiamos; lamentable-
mente, no precisaba ningún dato respecto a su origen que
facilitase la atribución de la Virgen del Museo Nacional.
Aparentemente el doctor Corti no tenía conocimiento de la
fecha atribuida por el Museo (no la menciona); en efecto, la
exhibición “Homenaje a Jorge Larco”, citada en la nota 5,
no aparece en el registro que él hace de las exhibiciones en
las que participó la escultura.
30. C. Bernis: “La moda y las imágenes góticas de la Virgen. Claves
para su fechación”, Archivo Español de Arte, no. 170, pp. 193–218.
31. Según C. Bernis: op. cit., p. 207.
32. Idem, pp. 195 y 206.
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 205

33. La saya consistía en una túnica talar usada durante la Edad Media
tanto por hombres como por mujeres.
34. C. Fernández–Ladreda: Iconografía medieval en Navarra, pp.
157–164.
35. C. Fernández–Ladreda: “Algunas reflexiones en torno a las
vírgenes del llamado tipo vasco–navarro–riojano”, La Catedral
de León en la Edad Media. Actas del Congreso internacional.
36. El cordón cosido en el interior del cuello de la capa o manto,
que rodea la garganta; de ahí “manto con o sin cuerdas” según
lleve o no este elemento.
37. Pertenecen a este grupo, por ejemplo, la Virgen de la Esclavitud,
de la catedral de Vittoria.
38. C. Fernández–Ladreda: “Algunas reflexiones en torno a las
vírgenes del llamado tipo vasco–navarro–riojano”, pp. 623–636.
39. C. Fernandez–Ladreda: Iconografía medieval mariana en Navarra,
pp. 160–164.

Fuentes
Baldasarre, María Isabel: Los dueños del arte. Coleccionismo y consumo
cultural en Buenos Aires, Buenos Aires, Edhasa, 2006.
Baudrillard, Jean: El sistema de los objetos, México, Siglo XXI, 1969.
Bermejo, Talía: Arte y coleccionismo en la Argentina (1930–1960). Proce-
sos de construcción de nuevos valores culturales, sociales y simbólicos, tesis
doctoral, Universidad de Buenos Aires, 2008.
Bernis, Carmen, “La moda y las imágenes góticas de la Virgen. Claves
para su fechación”, Archivo Español de Arte, no. 170, 1970, pp.193–218.
Bourdieu, Pierre: La distinción. Criterios y bases sociales del gusto, Madrid,
Taurus, 1988.
Buesa, Domingo: “La Imagen románica de la Virgen–Trono en
tierras de Aragón”, discurso leído en el acto de su recepción
académica, Zaragoza, 2000. Disponible en línea en http://
206 Ma. Laura Montemurro

esculturasmedievales.es/discursos/la-imagen-romanica-de-la-
virgen-trono-en-tierras-de-aragon/.
Corti, Francisco: Arte medieval español en la Argentina, Buenos Aires,
Facultad de Filosofía y Letras, 1990.
“De los Primitivos a Goya”, Museo Nacional de Bellas Artes, 11 de
agosto a 12 de septiembre de 1966, catálogo no. 24.
Fernández–Ladreda, Clara: “Algunas reflexiones en torno a las vír-
genes del llamado tipo vasco–navarro–riojano”, La Catedral de
León en la Edad Media, Actas del Congreso internacional, León, 2004.
______: Iconografía medieval en Navarra, Pamplona, Gobierno de
Navarra, 1989, pp. 157–164.
______: “700 Años de devoción mariana en Navarra”, catálogo de
exposición, Pamplona, 1994.
Forsyth, Ilene: The Throne of Wisdom: Wood Sculpture of the Madonna
in Romanesque France, Princeton, Princeton University Press, 1972.
Grabar, André: El primer arte cristiano, Madrid, Universo de las
Formas, 1967.
Kjellman, Hilding : La Deuxième Collection Anglo–Normande des Mi-
racles de la Sainte Vierge et son Original en Latin. Avec les miracles
correspondant des mss. 375 et 818 de la Bibliothèque Nationale, París,
Edouard Campion, 1922.
Lasareff, Victor: “Studies in the iconography of the Virgin”, The
Art Bulletin, vol. 20, no. 1, mayo 1938, pp. 26–65.
Lawrence, Marion: “Maria Regina”, The Art Bulletin, vol.7, no. 4,
junio 1925, pp. 150–161.
Leona, Marco: “Microanalysis of organic pigments and glazes in
polychrome works of art by surface–enhanced resonance Raman
scattering” expuesto por Roald Hoffmann, Cornell University,
Ithaca, Nueva York, 25 de junio, 2009. Disponible en línea en
http://www.pnas.org/content/106/35/14757.full.pdf.
Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes... 207

Montemurro, Marta Laura: “El renacimiento de la filosofía natural


y la imagen gótica. Aproximaciones al estudio de una escultura
medieval en el Museo Nacional de Bellas Artes”, X Jornadas de Es-
tudios Medievales, Sociedad Argentina de Estudios Medievales–De-
partamento de Investigaciones Medievales, 2009, Buenos Aires.
Pacheco, Marcelo: Coleccionismo artístico en Buenos Aires. Del Virreinato
al Centenario, Buenos Aires, edición del autor, 2011.
Payró, Julio: “Homenaje a Jorge Larco”, Museo Nacional de Bellas
Artes, Catálogo de Exposición, 14 de abril al 3 de mayo de 1970.
______: Jorge Larco, Buenos Aires, Editorial Losada, 1948.
Sáenz, Minerva: “La Virgen Románica de Vico en Arnedo”, Historia
del arte en La Rioja Baja. Ámbito y vínculos artísticos. Actas de las IV
Jornadas de Arte Riojano, La Rioja, octubre de 1993, pp. 31–46.
Siracusano, Gabriela: “Del obrador al laboratorio, la biblioteca y el
archivo. Una arqueología del hacer artístico”, en Juan Manuel
Martínez (ed.): Arte Americano: contextos y formas de ver. Terceras
Jornadas de Historia del Arte, Santiago de Chile, 2006, pp. 71–76.
Virgen con Niño, Museo Nacional de Arte Decorativo. Catálogo,
obra no. 220.
La estética bajo el imperio de lo social.
Una reflexión en torno de la teoría estética de Theodor W. Adorno

Héctor García Cid
Universidad Complutense de Madrid

E n el mundo moderno las obras de arte permanecen, pero su


sentido, su aura, ya no aparece ante los hombres. Una crisis
de este tipo no puede resolverse recurriendo a la tradición filosófi-
ca, que, a pesar de ser ya una moneda gastada, sigue ejerciendo su
influjo en nuestro tiempo; seguimos siendo sus herederos; su con-
sumación es responsable de la crisis del arte y el auge de la sociedad
de masas. Pero una reflexión seria debe partir del fundamento de la
obra de arte: el hecho de la experiencia estética. El que Theodor W.
Adorno planteara su última gran obra como un “atentado contra la
tradición”1 muestra que el autor, que siempre se situó entre el arte
y la reflexión filosófica, fue muy sensible a este fenómeno.2
La presente reflexión toma como puntos de partida la pérdida
de la experiencia que tenemos de nuestros sentidos y la relación
que esta experiencia tiene con la decadencia de la obra de arte
en la modernidad. Si en varios puntos tal reflexión se vuelve al
comentario de la obra de Adorno es precisamente porque él fue
el primer autor moderno que hizo de la obra de arte el centro
mismo de la filosofía. Si bien todas sus reflexiones sobre el arte
previas a los años cuarenta pudieron llegar a ser anticipatorias del
horrible destino que esperaba a la sociedad europea, fue el acon-
tecimiento de Auschwitz el que determinó la profundidad de los
análisis posteriores. La persistencia en sus escritos de las obras de
Samuel Beckett, el primer literato en hacer explícita la tarea de dar
significado al sinsentido, es solo uno de los signos de aquello que
irremisiblemente sale a flote en una mente tranquila.
210 Héctor García Cid

Pero, ¿qué relación podría decirse que tiene la experiencia estética


con los campos de concentración? O más bien, ¿por qué después
de Auschwitz no se puede escribir poesía?3 Los acontecimientos
del siglo XX han marcado la actividad artística con el signo de la
negatividad, lo que, contrariamente a lo que pudiera creerse, es un
factor determinante en su proliferación sin control. El principio de
identidad de los indiscernibles se aplica hoy al arte y a la publicidad.
El daño no se produce en la materialidad de las obras, sino en su
proceso de captación. Si decide ser consecuente con sus principios
y hacer arte de la barbarie, estaría sometido a otorgar sentido a la
muerte, elevándola al rango de absoluto.
En este artículo se quiere demostrar la tesis de que la relación
entre el arte y la historia solamente puede ser develada en la crítica
del arte, por lo que nada bueno puede obtenerse haciendo que el
arte tenga lugar como un proceso inmanente del devenir histórico.
La esencia de la obra de arte parece estar presa en una paradoja
que impide su comprensión. A pesar de ello, esta contradicción es
más aparente que real, y puede ser descrita de la siguiente manera:
la esencia de una obra no reside en el proceso de creación ni, por
tanto, en la mente del creador. No se sitúa al nivel de la artesanía,
donde el objeto es constituido a partir de un modelo mental. Como
bien dice Adorno, la esencia de la obra de arte “no se puede deducir
de su origen”.4 El sentido de la obra de arte se encuentra del lado
del intérprete. El carácter empírico de la obra de arte queda difu-
minado en cuanto que esta se constituye como un fin en sí misma.
Podríamos decir que si el valor de una mesa puede venir dado
por el uso que cada cual quiera darle o por el precio que posee en
un acto de intercambio, el valor del arte, en cierto sentido, trascien-
de las dos formas de valor y nos sitúa frente a la noción de valor
intrínseco. Si, como habremos de ver, el arte puede servir como
emancipación, es precisamente por su carácter único e irrepetible:
La estética bajo el imperio de lo social 211

pertenece al mundo de los hombres, pero su sentido más profundo


solo le es revelado a los dioses; en tanto que se sitúa más allá de
toda teoría del valor que, por su propia esencia debe relativizar los
objetos del mundo mediante la premisa de la conmensurabilidad,
permite a los individuos salir momentáneamente de la lógica social
donde impera la mediación de unas reglas preestablecidas.
Lo que marca la importancia de la obra de arte en el medio social
es su carácter explosivo.5 La imaginación del artista que se plasma
en la obra es excedida en el momento de su conclusión, y sale al
exterior multiplicada. La esencia de la obra se refuerza en cuanto la
interpretación de los espectadores supera el contenido de la imagen
que la hizo surgir. El refugio del artista en el “esto no es lo que yo
quería decir” únicamente sirve para demostrar que la experiencia
del arte es necesariamente ajena al esteticismo. De la misma manera
que la obra trasciende el carácter objetual de la cosa (Das Ding),
su esencia está separada de forma irremisible de la intención del
artista. El contenido de una obra de arte no es más que la historia
de esa obra, y el artista, para ser fiel a los principios del arte, debe
“experimentar el arte, [esto es] captar su proceso inmanente [por
el cual penetra en la historia] en instante de su detención”.6
La condición de posibilidad de una teoría estética que, por su
propia definición, se eleva sobre los modestos propósitos de una
doctrina de la sensibilidad reside en la existencia de un ámbito de lo
sensible que escape a las redes de la razón subjetiva, al procedimiento
mental por el que el sujeto contempla el mundo exterior como hecho
a su propia medida. En el momento de su aparición, la obra de arte
parece escapar a esta lógica: de nada sirve y, a la vez, por sí misma
nada significa; si, efectivamente, todo su potencial se revela en la pura
inmediatez, es porque escapa a las categorías del sujeto cognoscente.
Aquello que se expresa ocurre de una vez por todas, sin nece-
sidad de la mediación del lenguaje significativo. El lenguaje de la
212 Héctor García Cid

obra de arte precede al de los hombres, lo que la emparenta con


la expresividad del animal, necesariamente muda. “Lo que en los
jarrones es similar al lenguaje es como un “aquí estoy” o un “esto
soy yo”, una mismidad que se extrajo de la interdependencia de
lo existente ya antes del pensamiento identificador… Así, un ri-
noceronte, el animal mudo, parece decir “soy un rinoceronte”.7
Esta relación del lenguaje del arte con el silencio es crucial para
la comprensión tanto del fenómeno artístico en general como del
arte musical en particular.
Al final de la novela El Innombrable, de Samuel Beckett, el narra-
dor, consciente de la fatalidad en que se sumerge aquel que quiere
dar sentido al mundo mediante el arte, posee fuerzas suficientes
para entender que “el silencio no se sabe [a pesar de lo cual], hay
que seguir, voy a seguir”.8 Su inherente potencial, la intención de
la obra, es tan irremediablemente externa como su propia imagen.
El arte, en tanto que trasciende la lógica social, posee un carácter
emancipador, pero en cuanto se encuentra anclado al movimiento
de la historia, sirve para engrandecer a la vez que ocultar un mundo
sumido en la barbarie.
Aunque de manera superficial, es muy posible que la importan-
cia del arte para el fascismo motivara el impulso a la reflexión en el
seno de las grandes academias de arte que no sucumbieron ante la
ideología. Gran cantidad de artistas, especialmente del ámbito de
la música, fueron sospechosos de colaboración con el nazismo por
el éxito que cosecharon, a lo cual simplemente adujeron que era su
trabajo, lo que es lo mismo que afirmar que se aprovecharon de la
situación. Visto por los críticos del arte, no había nada que reprochar.
El auge de la música incidental, que sirve de engrandecimiento
de obras clásicas de la literatura, la música de Richard Strauss o
las obras de Carl Orff, son signos de un retorno a la cultura del
paganismo, proveniente de un pueblo que quiere engrandecer su
La estética bajo el imperio de lo social 213

destino tanto como los romanos. La realidad del arte se convertía


en la burda ocultación del pensamiento infame. En la premiére de
Frankfurt de 1937, la pieza décima de los cantos Cantos Profanos
de Orff, titulada sonaba como un himno de exaltación nacional:

Si el mundo entero fuera mío,


Desde los anchos mares hasta el Rin,
Aun así, lo abandonaría todo,
con tal de que la reina de Inglaterra
descansara entre mis brazos.9

La guerra aun no había comenzado, aunque las semillas estuvieran


ya sembradas; en cuanto comenzó, fue precisamente Inglaterra la
que se convirtió en enemiga de la nación alemana. Los textos que
componen el Carmina Burana pertenecen a la cultura goliarda de
la alta Edad Media. Acompañadas por una gran orquesta, sirvieron
de fundamento cultural del nacionalsocialismo.
Algo semejante sucede con la música jazz, a la que Adorno di-
rigió numerosas críticas. El origen del jazz estaba, por un lado, en
la música importada del continente africano y, por otro, en el ansia
de ruptura con las tradiciones puritanas que imperaban a finales del
siglo XIX en el continente americano. Lo cierto es que tal movi-
miento surgió como de la nada a principios de siglo, para volver a
ella tras el crack del 29. Según Scott Fitzgerald, su manifestación fue
la de “un tiempo prestado”.10 Más que servir de liberación, el jazz
(término cuyo significado paso a ser “en su camino hacia la respe-
tabilidad, primero… sexo, luego baile, luego música”)11 no hizo más
que prefigurar el auge y la implantación de la sociedad de consumo.
La importancia que el jazz otorga a la improvisación no es más
que la imposición de reglas férreas entre las que el artista ejecutor
debe moverse. Su influencia en la decadencia de la composición
214 Héctor García Cid

musical venía dada por la pérdida del carácter reflexivo previo al


momento de dicha composición. El buen artista era identificado
con el buen ejecutor. Al igual que la modernidad, trataba de acabar
con el ideal contemplativo del trabajo teórico en beneficio de la
praxis sometida a la razón instrumental, así sustituía el trabajo de
composición en beneficio de la técnica en acción. No es extraño que
se haya convertido en una “moda atemporal”12 que ahora se sitúa en
el ámbito del snobismo y sirve de negocio a los críticos musicales.
La sociedad de consumo se ha establecido definitivamente.
Dentro de este panorama no parece extraña la posición de los
compositores que desarrollaron la música dodecafónica y la utiliza-
ción de la escala cromática: frente a la imposición del pensamiento
técnico, defendieron la labor de composición heredada de la tradi-
ción; frente al neoclasicismo y al auge de autores neorrománticos
como Wagner, recurrieron a la transgresión de las mitologías que
fundamentaban y servían a la dinámica social; el Wozzeck de Alban
Berg es quizá el mejor ejemplo de ello.
Una importante mayoría de los escritos de Adorno sobre la es-
tética pertenecen al ámbito de la música. Si Walter Benjamin había
pronosticado la decadencia de la pintura en su texto La obra de
arte en la era de su reproductibilidad técnica, donde el cine aparece
como signo del imperio de la mirada en el mundo moderno, en que
el golpe de vista debe servir de principio de conocimiento (no otra
cosa quiere decir la proliferación de la publicidad y la sociedad del
espectáculo), Adorno quiso comprender la verdad que reside en las
obras musicales, donde la representación mental no se encuentra
sometida al objeto exterior.
La tarea de una crítica del arte musical parte de adquirir con-
ciencia de la importancia que tiene su experimentación y el papel
que ejerce en relación con las demás artes. La experiencia estética,
como es sabido, tiene su origen en la sensibilidad, en la esfera de
La estética bajo el imperio de lo social 215

los sentidos. De entre todos los sentidos, que “son amados por sí
mismos, incluso al margen de su utilidad y más que todos los demás,
[lo es] el sentido visual”.13 La actividad del sentido ocular, la mirada,
sirve de metáfora de la mayoría de las actividades mentales: la ima-
ginación, la representación e incluso la razón son descritas por la
gran mayoría de los grandes filósofos mediante metáforas visuales.
Benjamin, que fue muy sensible a la importancia de la mirada en
su relación con la verdad, acierta al relacionar la decadencia en la
comprensión de las experiencias visuales con el desarrollo de una
nueva lógica social. Si puede hablarse de la influencia del judaísmo
en su pensamiento, es justamente por la importancia que este otorga
al concepto de “revelación”.
Aquello que suscita la curiosidad es por qué Adorno abordó la
crítica de la cultura moderna por el lado de lo musical; decir que
fue debido a la notable educación musical que recibió, para nuestro
propósito, es como no decir nada. Tan solo llegaremos a acercarnos
al núcleo del asunto cuando comprendamos que la diferencia que
hay entre el sentido de la vista y el del oído es la misma que hay
entre la obra de arte y su interpretación.
La experiencia de lo musical, que tiene origen en la audición,
deja libre el órgano visual y, por tanto, también la facultad de repre-
sentación. La diferencia entre una pintura y una partitura reside en
que la primera, a pesar de ser susceptible de varias interpretaciones
sobre el sentido de la obra, está acabada y permanece frente a los
espectadores. Una partitura no adquiere sentido más que cuando
alguien la interpreta, haciéndola aparecer en el mundo mediante el
sonido. Lo interpretado aquí no es la obra, sino también la inter-
pretación de dicha obra por parte del músico. Esto solo ocurre en
lo inmediato, y tal ejecución es única e irrepetible. En este sentido,
lo musical parece romper con el motivo que guía la experiencia
estética en la época clásica: el principio de imitación, la mímesis. La
216 Héctor García Cid

improvisación en la música se hace gramática de la interpretación,


aunque siempre de una obra de arte previa (podríamos decir que el
Jazz rompe con este principio, sustentándose en la improvisación
por la improvisación misma). Adorno, de esta manera, describe
correctamente el elemento de verdad del arte musical, pero yerra
al entender su momento de falsedad: aquello que hace susceptible
al arte de decaer en el escepticismo.
Es hecho conocido que el arte adquirió una enorme importancia
en los años treinta, con la imposición del fascismo y de los gobiernos
totalitarios. No es casual que, antes que la pintura, la literatura o la
escultura, fueran las artes escénicas las que más importancia cobra-
ron en cuanto a su colaboración con este tipo de regímenes. Como
ya se ha explicado, es la música el único arte que deja totalmente
libre la facultad de representación. En este sentido, puede decirse
que un escritor o un pintor nacionalsocialista nato no podía haber
adquirido permanencia en la sociedad, por el hecho de que, cuando
la escritura o la imagen quedan sometidas al imperio de la ideología,
se convierten en panfletos y en propaganda, esto es, que parecen
servir a un propósito claro, ámbito propio de la acción racional.
La música, en cambio, no permite por sí misma plegarse ante
una ideología y, por tanto, este sometimiento solo puede venirle
de fuera (he ahí también la dificultad de juzgar a grandes compo-
sitores como Carl Orff o Richard Strauss). Del mismo modo, lo
musical se encuentra del lado de lo inmaterial, a diferencia de las
obras de arte, de las que puede afirmarse que surgió la distinción
aristotélica entre materia y forma.
Si bien la música requiere del instrumento, su lugar, el espacio
de difusión excede con mucho los lindes de primero, de ahí que
pueda decirse que, en términos artísticos, es el arte más puro en
cuanto que se aleja con absoluto desdén de la artesanía, acercándose
notablemente al concepto de “creación”, que proviene del ámbito
La estética bajo el imperio de lo social 217

teológico y hace referencia al acto de engendrar, de hacer aparecer


a un nuevo ser; en cierto sentido, puede decirse que está ligado
casi desde sus orígenes a la idea de creatio ex nihilo; se distingue
radicalmente de la fabricación que lleva a cabo un artesano, el cual
necesita un material que moldear.
El acto de engendrar un nuevo ser, aunque sepamos que se
origina a partir de una materia ínfima, no es explicable en térmi-
nos genealógicos más que en el caso del animal. La unicidad del
ser humano, que aparece en un mundo previo a su nacimiento, no
permite su comprensión mediante el recurso a las células origina-
rias. Para el ámbito del arte, lo fundamental del acto creador es la
rotunda separación que introduce respecto del concepto de “imi-
tación”, donde impera el “a semejanza de”. La creación es siempre
comienzo absoluto y, en este sentido, coincide con la fe moderna
en la capacidad política del arte para cambiar el mundo.
La historia de la pintura y de la literatura a partir del siglo XIX
es un claro ejemplo de ello, hasta el punto de que los grandes
movimientos de cada una casi se suceden de forma paralela: la
admiración de Victor Hugo por la pintura de Gustáve Doré, el
expresionismo y las grandes obras teatrales de Georg Büchner,
el post–impresionismo de Paul Cézanne y los Nuevos Poemas de
Rainer Maria Rilke… Llega a comprenderse el hecho de que, en el
desarrollo de la literatura moderna, el mundo haya ido mostrándose
cada vez más como el despliegue de las diferentes subjetividades.
En la literatura francesa, Honoré de Balzac realiza una inmensa
obra dedicada a la descripción de la sociedad de su tiempo me-
diante la caracterización de diferentes personalidades. El siglo XX
introduce, pasando por Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud, a
Marcel Proust y el surrealismo.
La literatura inglesa, marcada por la sociedad victoriana durante
el siglo XIX, parece alejarse en un principio de los mecanismos de
218 Héctor García Cid

la introspección, lo que antes que ralentizar el proceso por el cual la


novela se hace cada vez más novela del interior, lo hace estallar de la
manera más radical. Desde las novelas de Henry James hasta el Ulises
de James Joyce, la literatura se va desarrollando hasta convertirse, en
esta última gran obra, en un enigma a descifrar. El deseo de James
Joyce de que tal novela fuera motivo de tesis doctorales durante años
no es más que el ansia de eternidad de una subjetividad sin mundo.
El arte moderno llegará a asentarse sobre la consideración de
que la construcción de ficciones es el mejor camino para la inves-
tigación de la verdad, tal y como hace el psicoanálisis; se creerá
emancipadora en cuanto supone una quiebra total con la tradición
pasada, pero creará nuevas cadenas en cuanto hace del ansia de
novedad un fin en sí mismo.
Si Adorno recurre a la música es porque esta garantiza la posibi-
lidad de que el arte pueda recuperar su intrínseco carácter liberador.
La proliferación de copias de la imagen y su reproducción procesual
mediante el cinematógrafo, como ya había mostrado Benjamin, acaba
con el juicio sobre la unicidad de la obra. Para Adorno, solamente la
música permite la comprensión clara de este fenómeno y la salida del
supuesto dilema; no se cae en el dogmatismo por su carácter inme-
diato, se aleja de la reproducción técnica por la tarea de composición.
Al hacer su sociología de la música, Adorno estaba dando cuenta
de aquello que media entre el arte y la política. En tanto que ambos
requieren de la experiencia sensible se encuentran en una relación de
co–pertenencia. La política requiere de un mundo común. El arte,
si bien es solo una esfera de las actividades humanas que se encarga
de su construcción, está implicado en la dotación de significado.
La verdad histórica que subyace a la importancia política del
arte en la modernidad refiere al proceso de ocultación del poder
inherente al desarrollo de la modernidad. El auge de las grandes
burocracias estatales y la implantación de la economía monetaria
La estética bajo el imperio de lo social 219

sobre todas las demás esferas son los grandes signos del proceso
universal de racionalización, un proceso que no solo proviene de
afuera, coaccionando a los individuos, sino que actúa como un
poder que determina el flujo de experiencias de la gran ciudad.
El arte moderno, que parece servir como pretexto para el desa-
rrollo de una teoría crítica de la sociedad, en tanto que arte ligado
con la historia, se mimetiza con el mundo homogéneo de la socie-
dad de consumo. En tanto que obra de arte, opera como signo de un
afuera de la lógica social; su misma presencia transfigura las reglas
que imperan en lo social y se muestran ante el individuo, ya no como
mera objetividad, sino como productos de la conciencia fetichizada
que puede volver su mirada a los procesos que la determinan.
Dar cuenta de la dialéctica de la sensibilidad es el intento de
deshacer el nudo que amordaza el despliegue de la autoconciencia.
Inherente a la dialéctica de la razón es el impulso a la sistemati-
zación y el afán clasificatorio que subyuga toda experiencia. La
sensibilidad, aquello que va primero en el orden del conocer, es en
realidad la última etapa en el proceso por el cual la razón se consti-
tuye en soberana. La Ilustración ilumina los fenómenos del mundo
subyugándolos bajo el imperio del cálculo; su desarrollo último se
produce cuando se invierte la jerarquía entre el mundo sensible y
la razón humana, haciendo que esta última pase a convertirse en
un a priori que determina la percepción de la realidad.
Si Adorno ha sido considerado numerosas veces como un
pensador heredero del romanticismo de Goethe o Schiller es pre-
cisamente por su intento en desanudar la dialéctica bajo la cual se
hace imposible la crítica. A diferencia de Benjamin, a quien no se
le ocurrió buscar garantías para la esperanza, Adorno dirigió su
tarea a la fundamentación de una dialéctica negativa que sirviese de
crítica universal. Su anti–sistema, sustentado sobre la idea de que “la
totalidad es lo falso”,14 aseguraba a toda experimentación artística
220 Héctor García Cid

de ruptura con lo pasado un elemento de verdad. La verdad pasaba


a alojarse en la antítesis. De esta manera, toda su empresa parece
resolverse en un único propósito: desarrollar una filosofía que haga
honor al gran aforismo de Walter Benjamin, según el cual, “solo a
través de los desesperados nos puede ser dada la esperanza”.

Notas
1. T. W. Adorno: Dialéctica negativa. La jerga de la autenticidad. Obra
completa 6, p. 9.
2. Todas las referencias a las obras de Adorno son tomadas de la
edición de la obras completa elaborada por Rolf Tiedemann y
en proceso de traducción por la editorial Akal. En este sentido,
viene incluido en la cita el tomo y volumen de las obras com-
pletas de la edición original.
3. Idem, pp. 331–334.
4. T. W. Adorno: Teoría estética. Obra completa 7, 2011, p. 10.
5. Idem, pp. 117 y 118.
6. Idem, p. 118.
7. Idem, p. 154.
8. S. Beckett: El innombrable, p. 183.
9. La pieza se titula Were diu werlt alle min (“Si el mundo entero fuera
mío”). Su texto original, en alemán medieval, reza como sigue:
“Were diu werlt alle min, von deme mere unze an der Rin, des wolt ih
mih darben, daz diu chünegin von Engellant, lege an minen armen, Hei!”
10. F. S. Fitzgerald: “Ecos de la era del Jazz” en El Crack–Up, p. 27.
11. Idem, p. 19.
12. T. W. Adorno: “Moda atemporal. Sobre el jazz” en Crítica de la
cultura y sociedad I. Obra completa 10/1, pp. 109–121.
13. Aristóteles, Metafísica, p. 69. Libro A, 1, 980 a.
14. Adorno, Th. W. Dialéctica negativa, op. cit. p. 10.
La estética bajo el imperio de lo social 221

Fuentes
Aristóteles: Metafísica, Madrid, Gredos, 1994.
Adorno, Theodor W.: Minima Moralia, Madrid, Taurus, cuarta edi-
ción, 2003.
______: Filosofía de la nueva música, Madrid, Akal, 2003.
Beckett, Samuel: El innombrable, Madrid, Alianza, séptima edición,
1998.
Benjamin, Walter: Obras. Libro I, Vol. 1. Madrid, Abada, primera y
segunda ediciones, 2007 y 2008.
Fitzgerald, Francis Scott: El Crack–Up, Barcelona, Bruguera segunda
edición, 1984.
Fubini, Enrico: La estética musical desde la antigüedad hasta el siglo XX.
Madrid, Alianza, 1999.
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia
en Francia y en España

Teresa Losada Liniers


Universidad Complutense de Madrid

Cultura y espectáculo en Venecia en el siglo XVIII

D urante la primera mitad del siglo XVIII, asistimos en Venecia


a una crisis económica y cultural que, paradójicamente, se co-
rresponde con un periodo de gran actividad cultural. La aristocracia
y la alta burguesía introducen en la ciudad de la laguna las ideas y
los primeros ensayos de los pensadores de la Ilustración. De este
modo las bibliotecas de las familias patricias se enriquecen con unos
textos políticos más actuales, más acordes con los tiempos que vive
la ciudad; además, la censura todavía no funciona de modo muy
activo, y gracias a esto, los tipógrafos pueden difundir rápidamente
lo mejor de lo mejor de la producción escrita europea. Sin embargo,
esta intensa actividad cultural resulta conflictiva para un sistema
político que no admite cambios, se suceden una serie de propuestas
legislativas: no tienen efecto, y el fracaso de estas iniciativas provoca
desilusión y desánimo en la nobleza. Después del año 1760 una for-
tísima crisis económica debilita también a la clase mercantil, y al año
siguiente, el Senado vota explícitamente en contra de las reformas
propuestas y, finalmente, el año 1764 ve renacer con más fuerza que
nunca la censura de las obras literarias importadas, planteándose una
controversia entre reaccionarios y reformistas.

El teatro tradicional anterior a Carlo Goldoni y los intentos


de modernización
En Venecia, y en la mayor parte de la península, la Commedia dell’Arte
y el melodrama junto con los “dramas españoles” son los géneros
224 Teresa Losada Liniers

teatrales más difundidos. A principios de siglo, el melodrama y las


obras con música tienen mucha más importancia que la comedia,
como vemos en los catálogos de los teatros venecianos más impor-
tantes, San Cassian, San Salvador (llamado después San Luca), San
Samuele y Sant’Angelo. De todos estos, San Cassian estaba reservado
exclusivamente para las obras de teatro con música, los demás teatros
se dedicaban a la representación de comedias únicamente en el perio-
do de carnaval, y eran muy escasas las representaciones de tragedias.
La Commedia dell’Arte y el melodrama sobreviven en Venecia y
en el resto de la península porque la tradición y el conocimiento de
los personajes por parte de un público conservador garantizan su
éxito; la tardía elaboración que el siglo XVIII realiza de la Commedia
dell’Arte reduce al mínimo las variantes de las antiguas representa-
ciones, acomodándose, así, al gusto del público.
Anteriormente a Goldoni, hubo intentos de renovación en la es-
tructura teatral; en los primeros años del siglo, anticipándose incluso
a la opinión de los intelectuales del momento, el Abad Muratori es-
cribió en 1706 el tratado Della perfetta poesía italiana,1 donde denuncia
el estado de abandono en el que se halla el teatro y señala los mille
difetti del repertorio de los cómicos. Para Muratori era preciso hacer
la reforma de la comedia improvisada y crear una tragedia que fuese
ejemplo para los ciudadanos que acudían a contemplarla:

Y que, sin embargo, la gente más docta parezca ignorante porque nosotros
hemos perdido el provecho honorable que debería obtenerse al escuchar
la Tragedia y la Comedia que se han introducido en Italia y fuera de Italia
con los Dramas con música.2 […] Por ello los teatros Italianos tienen una
necesidad acuciante de una corrección y de una reforma para que la poesía
teatral recupere su antiguo esplendor […] Pero cuando se reforme y sanee la
poesía de los teatros, no puede uno imaginarse la gran utilidad que obtendrá
el pueblo […] me atrevo a afirmar que entre todos los espectáculos públicos
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 225

que han sido aprobados por la política y por la moral para el disfrute de los
pueblos, el más aprovechable y diría casi el más divertido es el de las trage-
dias y comedias; ya que se han compuesto de acuerdo a las reglas otorgadas
por la fantasía, la moral y la política y porque las recitan actores virtuosos.3

Sin embargo, en Italia la reforma se centró en la tragedia, mientras


que a la comedia se la privó de cualquier idea de innovación y moder-
nidad. Autores teóricos como Maffei, Martello y Carli4 introdujeron
algunos principios renovadores aceptados también por Goldoni. Es-
tos autores hablaban de la necesidad de un director para los actores,
de la imitación de la naturaleza y de hacer un teatro docto, regulado
e ingenioso. Además, los planteamientos teóricos de Apostolo Zeno
para reformar los libretos incluían la reforma del melodrama.
Las memorias de Carlo Goldoni constituyen una fuente indis-
pensable para reconstruir los hechos principales de su vida, las
diversas etapas por las que transcurre su experiencia artística. Es
una obra escrita en París y en francés, como ya vemos en el título:
Mémoires de M. Goldoni pour servir à l’histoire de sa vie et à celle de son
théâtre.5 No se trata de una auténtica biografía, sino de una biografía
interior, de un recorrido interno de su vida dónde, evidentemen-
te, Goldoni ve las cosas siempre desde su punto de vista, que no
siempre es el verdadero. Siendo generosos, podemos pensar que
la memoria engaña al anciano escritor, observa cada hecho que
narra bajo la óptica del teatro, es decir, cuenta lo representable,
lo agradable, lo divertido. Su vida, que se puede conocer mejor a
través de la correspondencia que mantiene con su editor Beltrinelli,
es pública y no voy a narrarla aquí.

Lo nuevo, un camino difícil


Goldoni participa inicialmente en las discusiones sobre la reforma del
teatro, aunque desconfía mucho de los planteamientos teóricos que
226 Teresa Losada Liniers

se hacen para llevar a cabo esta reforma. En su primera colección de


comedias, deja claro en la introducción que “hay que seguir las leyes
del pueblo más escrupulosamente que las de Horacio o Aristóteles
porque el teatro está destinado a su instrucción por medio de la di-
versión”.6 Además, él mismo había señalado, en esta introducción,
que incluso Lopez (sic) di Vega prefería escribir comedias para solaz
del pueblo que iba a ver sus comedias porque

en ese momento, en Italia solo se representaban arlequinadas a cual más


fea y desagradable, enamoramientos escandalosos, eran comedias de poco
ingenio y con un lenguaje no solo pobre sino también insultante para las
gentes honestas, no mostraban buenas conductas, estaban representadas
por gente sin costumbres y solo hacían reír a los jóvenes sin seso y a
los ignorantes; en consecuencia, las personas de buenas costumbres no
asistían y menos con sus familias y las personas de bien y doctas estaban
enfurecidas por el daño que hacía este teatro de mala calidad.7

Esta primera fase incluye la necesidad de educar a los actores y al


público. Su reforma fue sobre todo del género cómico, logrando
situarlo al mismo nivel que el de la tragedia o del melodrama. Su dra-
maturgia se desarrolla como una lenta modificación de los hábitos
del público, acostumbrado, como hemos visto, a representaciones
mediocres. Según Goldoni, era necesario romper con la idea de que
el teatro era únicamente Commedia dell’Arte.
Goldoni da la vuelta a la relación consuetudinaria entre literatura
y teatro, subordinando los textos a su realización teatral. Así pues,
los textos se escriben sabiendo que van a representarse; están so-
metidos a las exigencias del espectáculo, de los actores y del público
que va a asistir a la representación. Se separa por primera vez el
texto dramático de la historia de la literatura y de las reflexiones que,
inevitablemente, realizarán los “doctos” para definir un lenguaje
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 227

propio y original. Sin lugar a dudas, en la base del trabajo realizado


por Goldoni, hay una carga de experimentación escénica, que es
algo que hoy celebramos, pero que en tiempos de Goldoni podría
haberle costado el fracaso. La formación de actores en el estudio y
la educación fueron también un punto de partida importante para
la construcción de esa nueva idea del teatro que tenía Goldoni.
La intervención de Goldoni para modernizar el teatro se fija en
una serie de elementos que hasta ese momento eran inamovibles:
las máscaras, los personajes aislados como la criadita y el soldado
(también fijos) y los papeles que representaban, que eran prác-
ticamente siempre los mismos y con las mismas características.
Goldoni realizó este trabajo paulatinamente: primero desaparece las
máscaras y empieza a trabajar con los actores; así, estos abandonan
poco a poco sus manías léxicas y gestuales (que era aquello por lo
que los espectadores les reconocían) hasta lograr representar cual-
quier papel que se les pidiese. Lo que Goldoni no podía imaginar
en ese momento era que él mismo escribiría el epitafio del Teatro
della Commedia en sus Memorias parisinas: “Hay que decir la verdad.
Los italianos eran negligentes; la Comedia que cantaba lo hacía
todo, la que hablaba nada. Se había visto reducida a representar
solo los martes y los viernes, los días malos para el teatro […] La
Comedia italiana se suprimió”.8
En relación con la lengua, se percibe una cierta aversión hacia
los teóricos y retóricos del siglo XVII. Goldoni ataca las posi-
ciones petrarquescas y el purismo de la Academia de la Crusca,
y, quizá movido por la ausencia de las máscaras, elige el modo de
expresarse muchas veces dialectal del pueblo llano porque prefiere
la expresividad natural a la comunicación formal. Se percibe ale-
gría y gozo en sus escritos en dialecto veneciano, probablemente
porque Goldoni pensaba en sus paisanos y en la correspondencia
entre el teatro y la vida real.
228 Teresa Losada Liniers

La influencia inmediata del teatro goldoniano


Quiero resaltar este aspecto de la obra goldoniana, ya que voy a
tratar de explicar la gran influencia de este autor en Italia, Francia
y España, considerando el recorrido de una obra escrita en dialecto
veneciano. La obra de la que hablo es I pettegolezzi delle donne;9 se
trata de la última de las 16 comedias nuevas de Goldoni escrita en
poco tiempo y destinada al público popular que acudía al teatro la
última noche de Carnaval. Estas comedias reunían unas condiciones
particulares, en palabras de Goldoni debía tratarse de una commedia
per il nostro paese, nostro stile e carattere veneziani (para nuestro pueblo,
para nuestro estilo y carácter venecianos); así pues, una comedia
escrita deprisa y sugerida por la realidad veneciana. La obra se es-
trenó el 23 de enero de 1751, y suscitó tal entusiasmo que, después
de la representación, los venecianos llevaron a Goldoni a hombros
hasta el Ridotto (salón de entrada) del teatro.
Es necesario encuadrar la redacción de esta obra en su tiempo
real. Parece ser que se redactó contemporáneamente a La donna
volubile (La mujer voluble), por lo menos eso es lo que nos hacen
pensar las escenas decimotercera y decimocuarta del segundo acto,
en las que Eleonora se lamenta de las burlas de una supuesta carta
de desamor de su amante. En I pettegolezzi, tres jóvenes del pueblo
insultan por la calle a Checca, y las “lustrissime” (ilustrísimas) Leonora
y Beatrice disfrutan de las burlas que hacen a Lelio, ambas, la de
Donna volubile y I pettegezzi delle donne, son maledicencias que asumen
un carácter más burgués, más formal si se quiere. Nos encontramos
ante lo que podemos llamar comedia de barrio, en la que ciertas
personas desean ensuciar la fama de Checchina, su conducta y su
nacimiento, algo que nadie había puesto en duda hasta ese momen-
to. Vemos así que la honradez de una muchacha tiene origen solo
en ser hija de padre conocido y honrado. El patrón Toni que ha
figurado como padre de la muchacha sabe quién es su verdadero
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 229

padre: un mercader rico y poderoso procedente de Roma. El mer-


cader Ottavio, su padre, cuando vuelve a Venecia para recuperar
a su hija ve cómo en Venecia se cuestiona la honorabilidad de la
hija, y considera que es peor tenerla que haberla encontrado en esas
circunstancias. Las cosas se arreglan, el padre reconoce a la hija,
y esta se casa con su novio. Este matrimonio desigual —Checca
pertenece a una clase más alta que su novio— nos muestra el raro
mestizaje que se produce en Venecia entre las clases sociales. El
reconocimiento, en este caso, dignifica socialmente a la mujer, y el
varón queda en un nivel socialmente inferior que logra casarse con
su novia solo porque la riqueza del padre de Checca ha disminui-
do enormemente después de tantos años de cautiverio. Con este
planteamiento, Goldoni da una lección de realismo al Abad Chiari.
En esta última obra del carnaval se percibe la coexistencia en
la obra de la Commedia dell’Arte y la comedia reformada; las apari-
ciones de Arlecchino parecen sacadas de contexto, la sensación es
que se han incrustado escenas dentro de la obra, pero se pueden
eliminar sin que la obra se modifique sustancialmente; Goldoni
recurre incluso a la forma y a la función del intermedio musical,
dando una impresión final confusa… entre los distintos engaños, los
personajes del pueblo y de una clase social más alta y la aparición de
personajes de la Commedia, en resumen, la sensación del espectador
es ambivalente. Ya en el Acto II, 15, Anzoletta comenta a Beatriz:
“yo soy una pobre moza que no tiene necesidad de chismorreos”,
cuando previamente le había dicho que tenía la impresión de que
ni siquiera las ilustrísimas señoras tenían la capacidad de callar los
chismes; la confusión es absoluta.
I pettegolezzi delle donne es, como he dicho, la última de las 16
comedias del carnaval y confirma y completa las comedias aristo-
cráticas, donde además de maledicencia, hay testarudez. El autor
y la gente del pueblo disfrutan de un triunfo, un triunfo breve que
230 Teresa Losada Liniers

solo dura lo que dura el carnaval; y de una obra que habla sobre la
suerte que les ha tocado vivir. En resumen, es una obra que parece
una amable radiografía del mundo y del teatro de la Venecia con-
temporánea del autor.
Incluso en este argumento de gran simplicidad estructural, el
autor consigue que percibamos el perfume de la simpatía vene-
ciana, al que la presencia de Arlecchino da un toque de energía.
El habla popular de las viejas Sgualda y Catte, del mezquino Pan-
talone, del bueno de Toni, de los dos novios Checca y Beppo, del
simple Toffolo, de la picantona Anzoletta domina en la escena
venciendo en el contraste a una lengua italiana que hacen casi an-
tipática las ilustrísimas Beatrice y Eleonora y que se ve deshonrada
por el chichisbeo Lelio.
En el interior de este marco, Goldoni inserta la caricatura de
un “vago napolitano” de nombre Merlino y del simpático Musa
llamado Abagiggi, vendedor de frutos secos, un extracomunitario
ante litteram; ambos personajes reflejan estereotipos de la época
que también podemos encontrar hoy. Como ya he dicho, Goldoni
enriquece la ambientación con escenas musicales en relación con el
argumento principal. En un número especial de la revista Goldberg
dedicado a Martín y Soler del año 2005, Juan Bautista Otero afir-
maba que “los ballets de Martín y Soler eran una mezcla de mimo
y danza, integradores de la tragedia y gesto narrativo del mundo
clásico. Fueron precursores de lo que hoy es nuestro espectáculo
de danza contemporánea”. Y añadía: “El ballet, la ópera seria, el
dramma giocoso, donde incluiríamos la obra de Goldoni, y la cantata escénica
son los cuatro ejes principales para comprender la esencia de su
personalidad”. Es decir, nuestro autor habría colaborado también
en un tipo de teatro con incorporación de composiciones musicales
que con el tiempo desaparecerían del teatro italiano, pero que en
ese momento ayudaron a su renovación y modernidad posterior.
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 231

La palabra pettegolezzi tiene en véneto un adjetivo: pettegolo, de


etimología incierta y que se refiere a charlas y comentarios ma-
liciosos y ligeros sobre otras personas; el significado que más se
asemeja a la adaptación francesa y a la española es el que se atri-
buye en italiano normativo al término pettegolio: Chiaccherio noioso
e rumoroso (charlas aburridas y ruidosas), y referido a personas, y
en tono festivo: “persona avispada”, que quizá pueda aplicarse a
Anzoletta y a la protagonista francesa y a la española de la historia
que ocupan del mismo nombre.
El argumento es bien conocido, y lo he anticipado en parte en
las alegres vísperas de la boda de Checchina y Beppo: un insidioso
cotilleo que señala a la moza como hija ilegítima de Toni empaña
el ambiente de fiesta; esta especie corre de boca en boca llegando
hasta el novio que ve malograda su boda y advierte a su novia de lo
que se va diciendo de ella, Checchina decide descubrir quién es el
culpable de semejante infamia. Mientras tanto, llega a la ciudad un
rico mercader, Ottavio, el verdadero padre de la chica, quien al oír
lo que de ella se dice se avergüenza de su hija; además, se atribuye
la paternidad de Checchina a Musa el Abbaggigi, lo que aumenta la
oleada de chismorreos. Al saber esto, Beppo rompe definitivamente
su matrimonio, pero finalmente el signor Ottavio se convence de
la honradez de Checchina, se produce el reconocimiento y el final
feliz. Y mezclado con estos hechos, adornándolos, aparece un
Lelio inútil que intenta lograr los favores de Beatrice y Eleonora.
Sin estos tres personajes que representan a los enamorados de la
Commedia dell’arte, no se habría podido desarrollar la acción en la
que comparece, aunque sea de forma furtiva, la Commedia dell’Arte.
Como he dicho, se estrena la última noche de carnaval en el
teatro Sant’Angelo en 1751. El público gustó del uso del dialec-
to véneto y de la consideración de verosimilitud que se dio a las
aventuras de los novios, verosimilitud teatral y social donde hace su
232 Teresa Losada Liniers

aparición Arlecchino para contar todos los despropósitos de reper-


torio. No hay que olvidar tampoco la historia del padre auténtico
que vuelve después de estar prisionero de los turcos, un argumento
que recuerda los temas de la novela bizantina.
En la dedicatoria al Señor Marcantonio Zorzi, Goldoni se ma-
nifiesta contento de su producción porque piensa que no se ha
alejado excesivamente de los principios de la auténtica Commedia
ni de los modelos de los autores más importantes; considera que
la simplicidad del estilo y las dramatis personae que introduce son el
mérito fundamental de esta obra, porque ambos elementos la hacen
más verosímil y propia para el argumento tratado, y reivindica los
aspectos literarios de su obra, cita los modelos clásicos e insiste en
su respeto a las reglas, entre las que cuenta la unidad de acción.10
I pettegolezzi delle donne tiene en mayor grado que otras comedias
de Goldoni una doble paternidad: la derivada del oficio del escritor
de comedias y la del conocedor del mundo clásico que nos ofrece,
entre otros, el argumento clásico de la anagnórisis.
Como ejemplo podríamos considerar el personaje de Checchi-
na, realizado a imagen de los personajes antiguos. Checchina es una
muchacha de origen desconocido, y su reconocimiento —como
persona, y su reconocimiento–aceptación como hija— constituye
la acción principal. Además, Goldoni considera que la falta de
criterio en los cotilleos de esas mujeres perjudica a la protagonis-
ta, pero proporciona la fuerza y el movimiento necesarios a los
distintos episodios que se desarrollan en la obra. Vemos también
cómo la figura de de Arlecchino aparece junto a la de Lelio, es
el criado de un amo de un nombre clásico, como sucedía en la
Commedia. Goldoni al definir a los personajes al inicio de la obra lo
llama caricato, o sea, afectado en el hablar y en las maneras. Entre
los personajes de esta comedia, notamos la presencia de persona-
jes populares venecianos y de personajes de la Commedia dell’Arte,
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 233

Arlecchino, por ejemplo. Comparece también Pantalone una más-


cara que Goldoni ha separado desde hace tiempo del repertorio
de la Commedia, convirtiéndola en un personaje de la vida urbana
como vemos también en la Putta onorata y en la Buona moglie; cito
a los personajes porque hay que tomarlos en consideración en las
adaptaciones que se hacen de esta obra.
En su dedicatoria, Goldoni, además de comentar que considera
su producción de ese año memorabile, como ya he dicho, hace de-
cir verdades a los simples, y observa que en el mundo la carencia
de felicidad está siempre presente en aquellos a los ha tocado en
suerte una mujer estúpida: “compadezco mucho a los que les toca
en suerte una esposa fea pero son aún más infelices aquellos a los
que ha tocado una mujer tonta”.11
Goldoni se refiere en sus memorias a las traducciones que se
hacen de sus obras en Francia, alabando unas y criticando otras, se-
ñalando siempre la dificultad que entraña la traducción y aprovecha
para dejarnos sus propias opiniones acerca del oficio de traducir.
Declara que él mismo había intentado traducir sus propias obras,
pero que no le había gustado el resultado obtenido porque carecían
de gusto e imaginación. Parece difícil creer una afirmación así, pero
más adelante asegura que los gustos de las distintas naciones son
diferentes como lo son las costumbres y las lenguas. Insiste en que
no hay que traducir, hay que crear, imaginar, inventar. La traduc-
ción tiene que partir de las características que son propias a cada
personaje, e intentar obtener en la continuidad de la acción y en la
búsqueda constante de la expresividad las razones fundamentales
del desarrollo de los hechos:

Muchas personas vienen para pedirme mi opinión para traducir mis co-
medias ante mis ojos, según mi opinión y con la condición de dividirnos
el provecho, Desde que llegué A Francia y hasta hoy, no ha pasado ni un
234 Teresa Losada Liniers

solo año sin que uno o dos traductores hayan venido a hacerme la misma
propuesta; justo al llegar a París encontré a uno que tenía el privilegio
exclusivo de traducirme y acababa de publicar una de sus traducciones; yo
intenté desanimarlos a todos porque no conocían la dificultad del trabajo.12

Goldoni se instala en París en una casa cerca de la Comédie, casa


donde encuentra a su charmante vecina Madame Riccoboni, señora
de trato agradable que también escribía; Goldoni tradujo una de sus
novelas: Histoire de Miss Jenny, lo que en sí supone la negación de su
afirmación de la imposibilidad de la traducción; además, el conoci-
miento de dicha señora le resultó muy útil, porque, al estar casada
con un actor italiano Francesco Riccoboni, ella conocía a todos los
actores italianos y daba cumplida información sobre estos al autor.
Francesco Riccoboni tradujo unas escenas de esta obra, tra-
ducción que completó su esposa y que se estrenó en París el 4 de
febrero de 1767 con el título de Les caquets (los cacareos, y por ex-
tensión, chismorreos), con sentido peyorativo, ya que no se puede
olvidar que rabbatre le caquet à quelqu’un es cerrar el pico a alguien.
Hay que recordar también que en los pettegolezzi se llama a una de
las chismosas schittona y que schittare es el cacareo del corral. Fran-
cesco nos cuenta que había encontrado la obra traducida por cierta
dama a la que profesa afecto y amistad, y que lo que él ha hecho
es retocarla ligeramente. En realidad, y aunque la firme Francesco,
esta adaptación es el resultado de dos personas trabajando juntas.
Se percibe la mano de la escritora en el tratamiento dado a los
personajes femeninos, que aquí pertenecen a la pequeña burguesía
urbana, muy alejada en los modos, costumbres y lengua del mundo
de los personajes de los pettegolezzi goldonianos.
En primer lugar y siempre en aras de la verosimilitud, se sacrifi-
can personajes: el número de personajes del original es de 21 y en
el texto francés hay 10; también se sacrifican las escenas en relación
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 235

con los personajes de la Commedia, reduciendo la adaptación al puro


chisme resuelto con un final feliz.
El personaje Abbagiggi, el armenio, un personaje inimaginable
recorriendo las calles del París de la época es sustituido por el judío
Menachem, más aceptable también como supuesto padre; Pantalone
se convierte en Belhomme, que comprende también el significado
de hombre de buen gusto que tiene en el original, y, además, se
altera el final, porque los Riccoboni lo casan con Angélique, lo que
sirve para reequilibrar la condena de las cotillas salvando a una de
ellas, Angélique, que ha participado en el engaño por despecho.
Fundamentalmente, la diferencia con el texto original es el
enorme potencial narrativo de la adaptación francesa, probable-
mente debido a la novelista que es Jeanne Marie Riccoboni. La
narratividad es patente en la historia de los amores anteriores de
Angélique y Dubois, esta narración es un verdadero inicio de novela
y tiene todos los ingredientes del género: un comienzo intrigante
y un hilo conductor con un final inesperado que, en este caso, sin
embargo, no es un final feliz. El mismo Goldoni en sus memorias
hace mención de Madame Riccoboni como novelista: “Se trata de
Madame Riccoboni quien después de renunciar al teatro hace las
delicias de París con sus novelas, cuya pureza de estilo, delicadeza
de las imágenes, la sinceridad de las pasiones y el arte de interesar
y divertir al mismo tiempo la hacen comparable con todo lo que
hay de estimable en la literatura francesa”.13
La adaptación española de Luis de Moncín,14 Las Chismosas, pasa
la censura, en 1791 se autoriza su representación, como consta en
los apuntes manuscritos de la Biblioteca Histórica Municipal de
Madrid. Las Chismosas es un sainete escrito en un verso acorde con
las necesidades expresivas del autor, que incluye un minué de Pablo
del Moral, que también se encuentra en el “apunto”, y que bailan
los criados Clara y Ambrosio.
236 Teresa Losada Liniers

En la Biblioteca Histórica de Madrid se encuentran tres “apun-


tes de teatro”15 de la obra de Moncín, Luis Las Chismosas: Saynete
Nuevo [Manuscrito] escrito por Luis Moncin [1791], 22 x 16 cm
[sic]; son cuadernos manuscritos, acotaciones diferentes que el
director, el actor y, a veces, el propio autor dramático incorporan
al texto y coinciden normalmente con los que se editaban cuando
se imprimían estas obras. Estos ejemplares fueron utilizados por
los apuntadores, el director de la compañía, el autor, el primer
actor o el encargado de la escenografía, y en ellos se plasmaban
las anotaciones enfocadas a ese montaje: el nombre de los actores,
el vestuario, el lugar donde se desarrolla la acción, el comporta-
miento de los personajes, la entrada de los personajes en escena,
día y lugar del estreno, etcétera.
Cada uno de estos apuntes está marcado por un número
ordinal: 1º, 2º, 3º, esta es su ficha bibliográfica, incluyo solo dos
y una rectificación al tercer apunto porque esas son las citadas
en la obra de referencia.
El apunte de teatro manuscrito. “Apunto 3º” conserva una
partitura para este sainete escrita por Pablo del Moral (BHM, Mus
63–17). Los textos que se conservan en la biblioteca histórica hacen
mención del nombre de los actores, del papel que representan y del
lugar y día de su estreno, así como la autorización para su represen-
tación. Aparecen los versos tachados y modificados de mano del
corrector Santos Díez González y la rúbrica del mismo en el verso
de portada y en los rectos de todos los folios.
Constan también los datos del ejemplar: signatura topográfica:
Tea 1–153–3; procedencia: archivo de comedias de los teatros de la
Cruz y del Príncipe; notaciones manuscritas: “Martinez”, rúbrica;
“Fuente”. Tea 1–153–3, Moncín, Luis.
El segundo “apunto” que aparece en el texto de referencia tiene
las mismas características que el primero. Conserva asimismo la
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 237

partitura escrita por Pablo del Moral con la misma referencia de


catálogo (Tea 1–153–1 BHM, Mus 63–17).
Hay otra nota que aparece con la misma referencia que el apunto
3 perteneciente al apunto 2 y que ha sufrido un error de transcrip-
ción. Copio literalmente de Arregui:16 “Apunte de teatro manuscrito.
‘Apunto 3º’. Se conserva una partitura para este sainete escrita por
Pablo del Moral (BHM, Mus 63–17). Mención de actores por sus
nombres o escalafón en acotaciones a lo largo del texto”. Y añade:
“Diligencias administrativas para la aprobación de representación,
fechada el 18 de enero de 1791 y firmada por el Corregidor José
Antonio Armona. Versos tachados y modificados de mano del
corrector Santos Díez González, rúbrica del mismo en el verso
de portada y en los rectos de todos los folios”. Sin embargo este
apunto 3 se corresponde con el 2 como se puede ver en la biblio-
teca histórica, o simplemente controlando la persona que realiza
las correcciones; se trata de tres personas distintas.
El número de personajes varía en relación con el original y su
distribución se asemeja más a la versión francesa que al original
italiano; son 11 personajes, incluyendo los dos criados que in-
tervienen solo para bailar el minueto, lo que en realidad hace un
total de nueve personajes.
Además, la adaptación española suprime el personaje de Abbaggi-
gi/ Menachem y tiene también un final feliz al descubrirse padre e hija,
y llevándose a cabo el matrimonio mientras se expulsa a las cotorras.17
Moncín describe un ambiente burgués, colorista y alegre; crea un
personaje muy español, el Marqués de Arroyo, noble empobrecido
que participa de todo cuanto se organiza y proporciona abundantes
elementos ridículos que propician la risa.
Riccoboni no completa su adaptación con música como hacen
Goldoni y Moncín; este último, siguiendo la tradición española, la
incluye en el primer acto (Escena III). En mi opinión, la obra de
238 Teresa Losada Liniers

Riccoboni contenía en sí suficientes elementos para hacer de ella una


obra muy sólida, no tanto como obra de teatro que, como hemos
visto, soluciona rápidamente, sino porque puede dar origen —por-
que tiene todos los elementos para ello— a una magnífica novela.

Conclusiones
Vemos cómo la idea goldoniana de hacer un teatro que se acomode
a las expectativas del país en el que se va a representar funciona
también con esta obra. Pondré algunos ejemplos:
En la adaptación francesa encontramos una escena que narra
la larguísima discusión sobre dónde tiene que sentarse cada cual
(Acto II); en Goldoni es una escena de la Commedia dell’Arte, sin
embargo, en francés, tiene un aire de sainete, y con este mismo tono
pasa a la versión española.
Angélique, en la versión francesa, hablando del vestido que ha
confeccionado para Babet dice “No sé cómo me he decidido a co-
ser este vestido, cada puntada me perforaba el corazón”18 (Je ne sais
pas comme j’ai pus me résoudre à faire cette robe là, chaque point d’aiguille me
perçait le coeur) (p.13). Y Ángela, refiriéndose al mismo vestido, dice:
“Porque sea mayor mi martirio / me le mandaron hacer / ¡A mí! Con
verdad os digo / que cada puntada que / daba en él era un cuchillo
/ que el corazón me partía” (p.7). Este diálogo que da más impor-
tancia al lío creado por los chismorreos y a su desenlace que a los
sentimientos personales de los personajes secundarios no existe en
la obra de Goldoni; sin embargo, las adaptaciones atienden a cues-
tiones narrativas colaterales, porque las vicisitudes de los personajes
secundarios surgen al novelar la historia de los amores desgraciados
de la costurera, personaje que adquiere así una mayor entidad.
Hay que señalar que, evidentemente, los nombres de todos los
personajes se han cambiado por otros franceses, en un caso, y es-
pañoles, en otro. Es curioso observar que la eterna novia inocente
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 239

sigue llamándose Inés en español, mientras que la picaruela novia


francesa es la Babette de siempre; sin embargo, ha conservado su
nombre Anzoletta, Angélique, Angélica que sea. Imagino que la
Angélica de Orlando se conserva en el acervo cultural común de
los adaptadores y no han tenido necesidad de acomodarlo a los
gustos, usos y costumbres de sus países respectivos.
Aventuraré la hipótesis de la adaptación española a través del
francés por razones culturales: el francés era una lengua de cultura
en el momento y se estudiaba en España, y el original de Goldoni
está en veneciano, más difícil de comprender que el italiano; además,
la escena de la costurera lamentándose de haber cosido el vestido es
de cosecha Riccoboni, así como el inicio de novela que se plantea
en los amores frustrados de Angélique y Angélica.
Además, la absoluta falta de descripción del ambiente citadino
donde se desarrollan las adaptaciones es un punto a favor de la
imitación del francés, porque el texto veneciano está lleno de her-
mosas alusiones a la ciudad y sus habitantes y de descripciones de
Venecia y sus paisajes.
Para concluir podemos escuchar la voz de Goldoni: “La moda ha
sido siempre el móvil de los franceses, son ellos quienes dan tono
a Europa entera, ya sea en los espectáculos, decoración, vestidos,
adornos, bisutería, peinados, en todo tipo de adornos; por todas
partes se intenta imitar a los franceses”.19

Seguramente habrá llegado hasta nosotros de manos de la moda


de lo francés.
240 Teresa Losada Liniers

Notas
1 Muratori, L. A.: Della perfetta poesia italiana.
2. Idem, p. 681.
3. Idem, p. 703–704.
4. De estos autores, el que aporta más ideas sobre los defectos y
posibles reformas del teatro es Maffei, Opere del Maffei, Tomo XII
in Venezia MDCCXC en A. Curti Q. Giacomo.
5. C. Goldoni: Tutte le opere di Carlo Goldoni.
6. Idem, v. I, Verona, Mondadori.
7. C. Goldoni: op. cit., pp. 13–14.
8. Mais il faut être vrai. Les italiens negligoient un peu; la comedie chantante
faisait tout, la comedie parlante ne faisoit rien. Elle était réduite à jouer les
mardis et les vendredis, que l’on apelle à ce spectacle les mauvais jours. […] La
Comédie Italienne fut supprimée. Carlo Goldoni, op. cit., t. I, pp. 560–561.
9. C. Goldoni: op. cit., p. 1005, t. III. Es una obra todavía sin traducir
al español, como tantas obras dialectales de Goldoni, me consta
que está a punto de aparecer una traducción que tendrá el título
de Cotorreos de mujeres.
10. “Cuando examino de modo desapasionado esta obra mía me
regocijo en mi interior […] me parece que no me he alejado
demasiado ni de los preceptos del auténtica Comedia ni de los
grandes Autores. La simplicidad del estilo como es característica
de los personajes que trato se adapta muy bien al argumento que
tenía en el pensamiento con la finalidad de no envilecer la Obra
sino para hacerla más verosímil. Además he trabajado a imagen
de los antiguos es decir sobre una jovencita desconocida cuyo
descubrimiento constituye la acción principal y sirviendo los
distintos episodios de la obra, unas veces ayuda y otras confunde;
y además, como esto sucede continuamente provocado por los
cotilleos de las mujeres que nosotros llamamos pettegolezzi me ha
parecido indicado darle este título siguiendo el ejemplo de los
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España 241

primeros autores. La comedia es breve pero completa. Recordará


Su Excelencia que la escribí el año, para mí memorable en el que
logré escribir dieciséis”, idem, t. III, pp. 1006–1007. Mi traducción.
11. Op. cit., t. I, p. 1007.
12. Idem, p. 1006.
13. C’étoit Madame Riccoboni, qui, ayant renoncé au Théâtre, faisoit les
délices de Paris par des Romans, dont la pureté du style, la délicatesse des
images, la vérité des passions, et l’art d’intéresser et d’amuser en même tems,
la mettoient au pair avec tout ce qu’ila d’estimable dans la Littérature
Françoise. Opere di Goldoni I pp. 446–447, Ortolani. Mi traducción.
14. A. Calderone y V. Pagán: Traducciones de comedias italianas, 1997,
pp. 380–381.
15. “Apunto” figura en el Diccionario de la Lengua Castellana,
conocido como de Autoridades (Madrid, Francisco del Hierro,
1726–1739) bajo esta acepción: En la comedia es la voz del
apuntador, que va diciendo y apuntando de antemano a los
comediantes lo que han de representar. Esteban de Terreros y
Pando (Madrid, Viuda de Ibarra, 1786) lo reseña bajo la forma
“Apunte de comedias”: otros dicen apunto, en lugar de apunte,
pero el uso común está en contrario. Además, recoge la traduc-
ción latina suggestoris vox, y francesa voix du suffier. Diccionario del
teatro de Manuel Gómez García (Akal, 1997): Apuntador / Voz
del apuntador / Cada una de las partes de la obra que es apuntada
en una representación teatral. / Balurdo, libreto o manuscrito, que
va siguiendo el apuntador para realizar su función. Con estas dos
formas, apunte y apunto, figuran en la mayoría de las portadas
de los distintos cuadernos teatrales de la Biblioteca Histórica.
16. A. Martínez: Ascensión, Revista general de información y documentación,
2007.
17. L. Moncín: Las chismosas, p. 17 (a lápiz) apunto 3.
18. Mi traducción.
242 Teresa Losada Liniers

19. La mode a toujours été le mobile des Fraçois, et ce sont eux qui
donnent le ton à l’Europe entière, soit en spectacles, soit en décora-
tions, en habillements, en parures, en bijouterie en coëffure, en toute
espèce d’agremens; ce sont les François que l’on cherche partout a
imiter. Goldoni, Tutte le opere, I, pp. 592–593, Ortolani, 1959.

Fuentes
Aguerri Martínez, Ascensión, Revista general de información y documen-
tación, 2007.
Calderone, Antonieta y Víctor Pagán: Traducciones de comedias italianas:
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=611188, 1997.
Crivelli, Tatiana: Seduzioni romanzesche nell’opera di Carlo Gol-
doni, Rassegna europea di letteratura italiana, no. 17, 2001.
Goldoni, Carlo: I pettegolezzi delle donne, introd. Paola Luciani, Mar-
silio, Venecia, 1994.
______: Il teatro comico, Giorgio Franz, Monaco, 1847.
______: Les Cancans, trad. francesa de Ginette Herry, L’Arche,
París, 1999.
______: Una vida para el teatro, eds.: Inés Rodríguez y Juli Leal,
Departamento de Filología Francesa e Italiana, Universidad de
Valencia, Valencia, 1994.
Herry, Ginette: Carlo Goldoni Biografia ragionata, 3 tomos, Marsilio,
Venezia, 2009.
Maffei: Opere del Maffei, Tomo XII in Venezia MDCCXC en A. Curti
Q. Giacomo, 1790.
Muratori, Ludovico Antonio: Della perfetta poesia italiana (edición de
Ada Rusconi), Milán, Marzorati, 1971.
Pizzamiglio, Gilberto: Una delle ultime sere di carnovale, Marsilio, Ve-
nezia, 1993.
Vittore Branca, N. Mangini: Studi goldoniani, Venezia, Istituto per la
collaborazione culturale, 1960.
IV. HISTORIA MEDIEVAL
Una medicina para los niños. El saber pediátrico
en la Antigüedad y su continuación en el mundo árabe oriental

Silvia Nora Arroñada


Universidad Católica Argentina
Conicet

La medicina griega

E l concepto de “niñez” como un periodo único y diferenciado


en la vida humana ya se puede advertir entre los griegos de
la Antigüedad, como lo atestiguan tratados médicos, pedagógicos
y éticos sobre esta etapa. Estos trabajos fueron no solamente co-
nocidos en el mundo árabe, sino también traducidos y adaptados
a la moral y la religiosidad islámica.1 Esas traducciones se difun-
dieron en el mundo cristiano y judío medieval que (re) conoció
los clásicos a través del tamiz árabe, y a partir de ellos formó su
propia idea de infancia.2
Los griegos sentaron las bases de la medicina racional heredada
y acrecentada en la Edad Media. Las ideas de salud y enfermedad
provienen de conceptos presocráticos, retomados por Hipócrates,
que conciben al hombre como un microcosmos dependiente de un
macrocosmos que es la naturaleza. Así como esta tiene la facultad
de autorregularse, también el hombre posee la capacidad de cu-
ración, es decir, de restaurar el equilibrio roto por la enfermedad.
Desde este punto de vista, la enfermedad no se produce por un
castigo divino, sino por razones puramente fisiológicas.3
Según Hipócrates, el médico debe conocer a fondo la na-
turaleza humana para restablecer ese equilibrio desajustado
por la enfermedad. Esto no implica invadir el organismo, sino
confiar plenamente en sus propias capacidades estabilizadoras.
Si la perturbación no es severa, la armonía tiende a restituirse
246 Silvia Nora Arroñada

espontáneamente, por eso, la labor principal del médico es


prevenir el desequilibrio, antes que curarlo.
Esta concepción de salud, tan ligada a la noción de armonía de
la naturaleza humana, otorgaba a la dietética un sitial en la terapéu-
tica, ubicándola como disciplina principal en el arte hipocrático.
Solamente cuando el curso de la enfermedad era tan severo que
no era posible restaurar el equilibrio original a través de la dieta, se
recurría a la farmacología, es decir, a la administración de sustancias
extrañas al organismo para ayudar a su recuperación.
Otra rama de la terapéutica era la cirugía, que constituía la prác-
tica menos apreciada por la inferioridad que se atribuía al trabajo
manual. Como la medicina griega nunca perdió de vista el carácter
invasivo de la cirugía sobre el cuerpo, que era muy respetado, fue
considerada como el último recurso.
El saber sobre pediatría en la época griega clásica también estaba
basado Hipócrates. En los textos que componen el Corpus Hippocraticum
hay varios trabajos dedicados a ginecología, obstetricia y pediatría: Sobre
la naturaleza de la mujer, Sobre las enfermedades de la mujer, Sobre la generación,
Sobre el parto de siete meses, Sobre el parto de ocho meses, Sobre la naturaleza
del niño, Sobre la dentición.4 En los tratados sobre el parto, establece los
días y momentos críticos que se presentan durante el embarazo y da
una detallada numerología médica de origen pitagórico aplicada al
desarrollo de los últimos meses de gestación; en todo momento hace
referencia a la estrecha dependencia del feto respecto de la madre, y si
ella es sana y se mantiene saludable, el niño también lo será.5
Estos tratados tuvieron una gran difusión entre los médicos
árabes, especialmente el dedicado al parto de ocho meses, donde se
precisaba que el alumbramiento sobrevenido en ese momento del
embarazo estaba destinado a culminar con la muerte del niño, ya que
los cambios que se producían en ese mes de gestación complicarían
la supervivencia del producto fuera del vientre.
Una medicina para los niños 247

Otra obra importante del Sabio de Cos es Aforismos, una co-


lección de cerca de 600 sentencias breves que abarcan diversas
áreas de la medicina, y sintetizan la observación sistemática de los
fenómenos de la salud y la enfermedad. En los aforismos referen-
tes al ámbito de la pediatría, destacan: la distinción realizada entre
las diferentes edades en que se puede dividir la etapa infantil y las
enfermedades más comunes en cada una de ellas; la influencia de
las estaciones en esas dolencias; las enfermedades crónicas que se
inician en la niñez y se perpetúan en la adultez, y los factores de
riesgo que pueden observarse y atacarse desde temprana edad.6 Las
nueve sentencias sobre la niñez giran en torno de problemáticas
como la dentición, las enfermedades de la primera infancia, las
epilepsias y las convulsiones.
La mayoría de estos aforismos fueron seguidos al pie de la letra por
los médicos andalusíes, especialmente por el cordobés ‘Arīb b. Sa’īd,
quien los citó casi textualmente en su tratado de obstetricia y pediatría.7
En el siglo II, Galeno marcó un hito importante en la amplia-
ción progresiva de los conceptos de “salud” y “enfermedad”. Este
médico prestaba mucha atención a la complexión del paciente, y
consideraba que cada individuo debía ser tratado de acuerdo con
ella; advertía que no solamente la complexión individual era distinta
según cada naturaleza, sino que cambiaba con el paso del tiempo,
por lo que siempre había que tener en cuenta la edad. Mientras
que en la infancia la complexión es caliente y húmeda, en la vejez
es fría y seca.8 Galeno escribió acerca de la epilepsia infantil y de-
dicó unos apartados a los temas de la gestación y el embarazo en
diversos tratados generales: De semine, De septimestri partu, De foetus
formatione libellus, De uteri dissectione (al parecer dedicada a una par-
tera) y De usu partium. Sus obras son la culminación de la medicina
griega y romana; a través de él, los aportes de ambas tradiciones
serían transmitidos al mundo medieval.
248 Silvia Nora Arroñada

Sorano de Efeso fue un médico contemporáneo de Galeno que


también dedicó un espacio a la salud infantil al redactar un tratado
de embriología, De semine, y otro de ginecología, De Gynaecus,9 que
contiene un anexo sobre puericultura muy citado por los médicos
medievales, continuando así la tradición de reunir la terapéutica
femenina e infantil en una misma obra. Allí se tratan temas como
el cuidado de los recién nacidos, las primeras maniobras sobre el
cuerpo de la criatura (como el corte del cordón umbilical o el pri-
mer baño), la alimentación, las características que debía reunir la
nodriza, y las medidas para lograr una buena cantidad y calidad de
la leche. Este anexo fue traducido al latín, en el siglo V, por Celio
Aureliano, y reproducido nuevamente en el siglo VI por Mustio
(sobre quien volveremos más adelante). La obra Sorano de Efeso
está dedicada a la fisiología, la patología y la terapéutica femenina,
y dirigida a un público de obstetras y parteras, que debían estar
bien entrenadas y saber actuar ante las complicaciones que podían
suscitarse durante el alumbramiento.
Originario también de Efeso, Rufo (siglo I) redactó varios estudios
significativos sobre la niñez; entre ellos, Sobre la leche (obra que luego
citarán los árabes al–Rāzī e Ibn al–Baytār) y Sobre la curación de los niños.
Otras obras médicas de esta época que se dedicaron parcialmente
a la salud infantil son las de los romanos Aulo Cornelio Celso, quien
escribió sobre el parto, el recién nacido y la dentición; Aulo Gelio,
quien dedicó un elogio a la lactancia materna, y Quinto Sereno
Sammonico, quien, en Liber medicinalis, consagró algunas secciones
a la fecundación, el parto, la lactancia, la dentición y la epilepsia,
dolencia atribuida a quienes eran concebidos en fases de luna llena.
Sin duda, el denominador común de los escritos dedicados al niño
en la medicina griega y romana es la concepción de unidad que existe
entre la salud femenina e infantil. Esta frecuente asociación se debe
fundamentalmente a una noción que subrayaron los griegos desde
Una medicina para los niños 249

el comienzo: la relación entre la sangre y la lactancia. La sangre y la


leche son fluidos fundamentales en el cuerpo femenino, necesarios
para el mantenimiento de su equilibrio. Tras el parto, la sangre se
convierte en leche que alimentará al recién nacido, por eso ambas
sustancias están estrechamente relacionadas con el cuidado de la
salud femenina y la infantil, de ahí el espacio que dedican los tratados
médicos al tema de la menstruación, la lactancia y la nodriza.

Los continuadores bizantinos
La división del Imperio Romano y la inestabilidad provocada por
las invasiones bárbaras afectaron el desarrollo científico y cultural; las
investigaciones en materia médica se estancaron, y las grandes com-
pilaciones de tratados de épocas anteriores se multiplicaron; entonces
se plantearon dos vías de transmisión, asimilación y desarrollo de este
saber: una a partir del mundo oriental (tanto bizantino como islámico)
y otra desde el mundo latino occidental.
En cuanto al ámbito bizantino, de habla griega, la actividad
de los eruditos consistió en coleccionar, sintetizar y reinterpretar
los trabajos de Hipócrates y Galeno. Los escritos dedicados en la
Antigüedad a la temática ginecológica con sus anexos sobre salud
infantil se presentaron en tratados generales con la típica estructura
da capite ad calcem. Las tres figuras sobresalientes en esta tarea fueron
Oribasio de Pérgamo, Aecio de Amida y Pablo de Egina.
Hay otro elemento distintivo que es preciso señalar: con el afian-
zamiento del Cristianismo como religión del Estado, la perspectiva
de ciertos temas médicos sufrió algunos cambios, y tanto la práctica
médica como la selección, reducción y ampliación de los textos
clásicos quedaron impregnadas por la cosmovisión cristiana. Los
prejuicios morales y la ética médica basada en el pudor se reflejó en
las traducciones sesgadas de temas como las relaciones sexuales, la
homosexualidad, la cirugía y el aborto. Por otro lado, el concepto de
250 Silvia Nora Arroñada

“caridad” estimuló la aparición de nuevas instituciones hospitalarias


como los orphanotrophia y gerokomia, dedicados a la asistencia infantil
y a los ancianos respectivamente.
Oribasio (siglo IV) redactó Colecciones médicas, obra en 70 libros
que sintetiza los conocimientos de Galeno, Rufo y Sorano; el libro
XXIV es una traducción de la ginecología de Sorano, y la sinopsis
constituye un resumen de los demás libros.10 Esta última fue traducida
al árabe y utilizada por los médicos de generaciones posteriores.11
Aecio de Amida (siglos V–VI), natural de Mesopotamia, escribió
un tratado de medicina que siguió el ejemplo de Oribasio y tomó
como fuentes los escritos de Galeno, Rufo, Sorano y Dioscórides;
dedicó su último libro a la ginecología.12
Alejandro de Tralles (siglo VI), médico de Justiniano, en sus 12
libros de Terapéutica, muy influenciados por Hipócrates y Galeno,
dedicó unos capítulos a la epilepsia infantil, conectando esta do-
lencia con la alimentación que recibe el niño de la nodriza.13
Sin duda, el médico bizantino de mayor importancia y predicamento
en lo atingente a la salud infantil fue Pablo de Egina (siglo VII), cuya
obra tuvo gran difusión tanto en Oriente, a raíz de la traducción árabe
de Hunayn Ibn Ishāq en el siglo IX, como en Occidente, a través de
la traducción latina de la Escuela de Salerno.14 Además de su enciclo-
pedia de siete libros sobre medicina, sabemos por los comentaristas
árabes que escribió una obra, ahora perdida, sobre ginecología que le
valió entre aquellos el sobrenombre de obstetra (“al qawābilī”). Todavía
se discute si realmente redactó un tratado sobre la alimentación y el
cuidado del niño o si este fue un estudio que formaba parte de su obra
general.15 Más allá de estos debates, su atención a la mujer y al recién
nacido es indudable, también su influencia en la obstetricia árabe.
Pablo de Egina estudia las afecciones infantiles; considera que las
más frecuentes son las pústulas y úlceras que se forman en la piel
apenas nacen los niños, las diarreas, la constipación, los catarros
Una medicina para los niños 251

y los excesos en la alimentación; dedica un espacio importante al


problema de la epilepsia tanto en los niños como en las mujeres,
tema que luego retomará al–Rāzī. Advierte el Egineta que la epi-
lepsia infantil suele declararse tempranamente y desaparecer con
el desarrollo sexual en la adolescencia.16
Las ideas sobre salud infantil del Egineta fueron continuadas por el
persa al–Baladī, quien, hacia finales del siglo X, escribió un trabajo
monográfico sobre ginecología y obstetricia en el que los sigue
muy de cerca: Kitāb tadbir al–habālā wa l–atfal (Sobre la terapia de la
embarazada y el niño, la conservación de la salud y el tratamiento de
las enfermedades). A lo largo de tres libros desarrolla temas como
embriología, obstetricia y tratamiento de las enfermedades infantiles,
las cuales organiza según su localización de la cabeza a los pies.17
Curiosamente, en este mismo siglo, en el Magreb y en al–Andalus
se elaboraron sendos tratados de obstetricia y pediatría que también
retoman los conocimientos de Pablo de Egina y constituyen dos
obras únicas en materia de salud infantil.
Mientras tanto, en Occidente, la transmisión de la antigua he-
rencia se realizaba en otra lengua, la latina, con variaciones de con-
tenido y forma. Los cambios políticos y culturales hicieron que la
lengua griega fuera cada vez más desconocida, e hicieron aparecer
en el ámbito de la medicina todo un elenco de traducciones latinas;
en el caso de los medicamentos, por ejemplo, añadían o eliminaban
ingredientes adaptando las recetas a las sustancias existentes en el
lugar, menos costosas o más asequibles.
La tradición ginecológica occidental basaba su cuerpo teórico
en Sorano e Hipócrates y no en Galeno, que era considerado
menos práctico y accesible. A diferencia de Oriente, los conoci-
mientos ginecológicos y obstétricos en Occidente se dispusieron
en tratados independientes —no dentro de enciclopedias—, y
siguieron siendo dirigidos a las parteras.18
252 Silvia Nora Arroñada

Los centros de traducción se ubicaron en dos regiones: en el


norte de Africa y en el norte de Italia, en particular la ciudad de
Ravenna. Los autores más representativos fueron Vindiciano, Celio
Aureliano Teodoro, Prisciano y Mustio.
Vindiciano, amigo de Agustín de Hipona, escribió una Gynaecia.
Mustio (siglo VI) también redactó una Gynaecia, basada en la obra
de Sorano, que contaba con la particularidad de presentar los co-
nocimientos médicos al estilo de un catecismo: con preguntas y
respuestas; como estaba dirigido a mujeres parteras que no cono-
cían el griego y que apenas sabían leer, el autor ofreció parte de la
fisiología, patología y terapéutica femeninas de manera que pudieran
ser memorizadas fácilmente.19

La recepción del saber grecolatino y bizantino


en la medicina árabe oriental
Mientras se daba esta evolución en el mundo greco–bizantino, en
la Arabia pre–islámica, el nivel de la medicina era muy inferior, de
carácter popular y empírico, y recurría a procedimientos mágicos,
amuletos, talismanes, conjuros y a ciertas prácticas que se habían
demostrado su eficacia para la curación de las enfermedades. El
azar, la observación, el instinto y el razonamiento condujeron al
hallazgo de algunos remedios; estos descubrimientos se incrementa-
ron con el paso del tiempo y aquellos hombres que fueron capaces
de conservarlos y aplicarlos recibieron el nombre de “médicos”.
Esta situación comenzó a cambiar con el advenimiento del
Islam:20 si bien inicialmente siguió practicándose una medicina de
carácter empírico–creencial, lentamente se establecen preceptos más
racionales. Mahoma fue un gran propulsor del desarrollo de todos
los saberes; su actitud respecto de la medicina favoreció enorme-
mente un avance en este sentido; sus actos, prácticas y propuestas
respecto del cuidado de la salud no tardaron en ser recogidos en
Una medicina para los niños 253

distintos hadices, y transmitidos por generaciones en un corpus que


se conoce como Medicina del Profeta.
A la muerte de Mahoma, y luego de la época de los cuatro califas
ortodoxos, comenzó la dinastía de los Omeyas (661–750), que coin-
cide con un período de gran expansión territorial del Islam, y marca
el comienzo de la verdadera andadura científica de la medicina árabe.
Gracias a su espíritu amplio y tolerante respecto de las culturas con las
que entraron en contacto, los musulmanes se enriquecieron con los
conocimientos de los pueblos conquistados: Persia, India, Egipto y Siria;
a través de las escuelas de Alejandría y de Gundi sapur, se aproximaron
a los autores griegos, sobre todo a Hipócrates, Galeno, Dioscórides y
Pablo de Egina; así, se vieron confrontados con una civilización técnica
y científicamente mucho más evolucionada que la propia, y se dedica-
ron a estudiarla e imitarla a partir de las traducciones de los principales
textos escritos en siríaco, sánscrito, copto y pahlevi.21
Entre las obras médicas traducidas del sánscrito al árabe se
hallaban los libros de Shanaq, Caraka y Susruta, médicos indios
anteriores a la era cristiana, que luego influirían en la redacción del
Kitāb firdaws al–hikma (El paraíso de la sabiduría) de al–Tabarī, y que
citaría el cordobés ‘Arīb b. Sa’īd en su tratado de pediatría. Las tra-
ducciones del copto fueron impulsadas por el califa Jālid b. Yazīd
a raíz de su gran interés en la alquimia y la medicina; para esta tarea
contrató los servicios de un grupo de sabios egipcios que maneja-
ban el copto; en cuanto a las obras en siríaco, fueron mayormente
textos de filosofía y medicina los vertidos desde esa lengua al árabe.
El momento más importante en la labor traductora y científica
comenzó con el advenimiento de la dinastía Abbasí (750–1258),
etapa que podemos dividir en dos periodos desde el punto de vista
intelectual: el primero abarca los siglos VIII y IX, en este predomina
la presencia de los sabios cristianos, y destaca la traducción de las
obras de los autores griegos clásicos al árabe —generalmente, tras
254 Silvia Nora Arroñada

un paso por el siríaco—; el segundo comprende los siglos X y XI;


se caracteriza por una producción propia, en este florecieron las
mayores figuras de la ciencia islámica, mayormente de origen persa.
Una fecha decisiva en este desarrollo científico árabe fue el año
765, cuando el califa al–Mansūr hizo que Ŷūrŷīs, jefe del hospital de
Gundisapur, se trasladara a Bagdad para que le tratara una afección
que ninguno de los médicos de la corte había sido capaz de curar.
Los sabios que siguieron a Ŷūrŷīs y al resto de la familia Bajtīšū, a
la que él pertenecía —cristiana nestoriana—, introdujeron nuevos
conocimientos que pronto sustituyeron el empirismo de los médi-
cos de palacio. Desde ese momento, los nestorianos no solamente
lideraron la labor científica y traductora, sino que también se con-
virtieron en las personas de máxima confianza del gobernante en
turno, lo que les permitió ocupar puestos administrativos de gran
influencia, como el de embajadores, visires o ministros.
La familia Bajtīšū no fue la única que brilló en la corte califal:
los Mesué —también nestorianos y formados en Gundisapur—
contaron con la protección real; su representante más conocido fue
Yūhannā Ibn Māsawayh, quien ejerció como médico de la corte y
se encargó de traducir obras científicas griegas; sus conocimientos
se basaban en la sabiduría helenística, las ideas cristianas y las re-
cetas prácticas de Oriente; compuso un gran número de tratados
sobre temas médicos y de alimentación. En particular resulta in-
teresante para nuestro estudio Nawādir al–Tibbīya, una colección
de sentencias que se mantienen vigentes hasta hoy por contener
elementos universales, aplicables a cualquier tiempo y cultura; en
estas se amalgaman la astrología, la medicina y la dietética y se nota
la influencia casi literal de los Aforismos de Hipócrates, quien, no
obstante, no es mencionado en ninguna parte.
De las 132 sentencias que componen la obra, la décima parte
(13) está dedicada a la infancia; podemos clasificarlas por su
Una medicina para los niños 255

temática en dos grupos: las relacionadas con la herencia bioló-


gica y la gestación, y las que consideran algunas enfermedades
infantiles.22 Las primeras son especialmente interesantes por las
perspectivas que aportan al tema de la genética: en las senten-
cias 23 y 95 se establece que la naturaleza del alma y los rasgos
corporales se heredan de los padres y de los abuelos del mismo
modo que las enfermedades crónicas, especialmente las de los
órganos principales. Esta idea se completa en las sentencias 99
y 100, en las que se enfatiza la importancia de la edad de los
progenitores al momento de la procreación, ya que “quienes
descienden de padres y abuelos jóvenes tienen los órganos
principales más fuertes y los caracteres más firmes”, mientras
que “quienes descienden de padres y abuelos viejos tienen los
órganos principales más débiles y los caracteres vulnerables”.23
Lo interesante de estos conceptos es que se adjudican dispo-
siciones genéticas no solamente a los padres, sino también a la
generación anterior, una idea que nadie había postulado hasta ese
momento. Por otro lado, la relación que establece entre la juventud
de los progenitores y la fortaleza física y espiritual del individuo
engendrado confirma ideas muy extendidas en la época sobre la
estrecha relación entre edad, fertilidad y salud.
Las ideas precedentes se desarrollan también en otras sentencias
dedicadas a las relaciones sexuales y a la evolución del embarazo.
Se percibe la influencia del pensamiento griego antiguo al referir la
creencia de que “las mujeres que copulan y luego se acuestan sobre
el lado derecho raramente engendran hembras”,24 esto responde
a la teoría según la cual el lado derecho está relacionado con lo
masculino y el izquierdo con lo femenino, identificando además el
primero con la fuerza y el segundo con la debilidad.
Asimismo, se dedica una sentencia a las consecuencias de la prác-
tica frecuente del coito anal, la que deplora porque da como resultado
256 Silvia Nora Arroñada

la generación de “hijos afeminados y sodomitas, especialmente si es


la propia mujer quien incita a ello”.25 En la sentencia 112, se dice
que la mujer embarazada no debe consumir purgantes, pues estos
debilitan los órganos principales de la criatura que se está gestando.
En el segundo grupo de sentencias, las dedicadas a la salud del
niño ya nacido, se advierte la noción de la naturaleza infantil, que
es diferente de la del adulto y se caracteriza por la fragilidad. Esta
debilidad es compartida por mujeres y ancianos, a quienes no se
puede tratar con medicamentos mayores a las fuerzas de su orga-
nismo. Dicha concepción se mantuvo en toda la literatura médica
andalusí; también se encuentra en la medicina cristiana medieval,
como se expresa claramente en Medicina castellana regia cuando
se habla de la aplicación de purgantes y sangrías.
La necesidad de conservar el equilibrio en la medicación se
justifica por el peligro que conlleva administrar un medicamento
que, al vaciar el organismo de los humores corrompidos, arrastre
con ellos material vital.26 Por el mismo motivo, se desaconseja el
uso de la triaca en niños y ancianos.27
Los aforismos de Yūhannā Ibn Māsawayh son un testimonio del
temprano interés de la medicina árabe oriental por la salud de los niños
desde el momento mismo de la gestación; también reflejan la fragilidad
de la naturaleza de los niños, asociada con la de las mujeres y ancianos,
que constituyen (los tres) un grupo de riesgo desde el punto de vista
médico. Esta concepción se traducirá en una terapéutica común para
los tres tipos de pacientes, en la que se evita toda medicación agresiva
por la facilidad con que se pueden desestabilizar sus frágiles cuerpos.
Si comparamos los aforismos de Hipócrates con los de Ibn
Māsawayh, que sin duda se inspiran en el primero, veremos que
hay temas comunes como la epilepsia y la debilidad natural de los
niños, pero también hay aportes del árabe, sobre todo los relativos
a la gestación, la herencia biológica y las disposiciones genéticas.
Una medicina para los niños 257

Estos aforismos de Ibn Māsawayh se difundieron en al–Andalus


y fueron muy considerados por la figura más importante de la pe-
diatría andalusí: ‘Arīb b. Sa’īd; su fama trascendió el ámbito islámico
y llegó a otros círculos médicos como el de Salerno. Pero la labor
de Ibn Māsawayh no se agota en la composición de obras sobre
medicina: además, fue el primer director de un establecimiento
llamado a convertirse en el gran difusor en el Oriente islámico del
saber médico y de las ciencias en general: la Casa de la sabiduría
de Bagdad, fundada por el califa Al–Mamūn en 832, a imitación
de la Escuela de Gundisapur, que se dedicó a traducir y comentar
las principales obras de los grandes autores griegos y helenísticos.
La figura que dominó esta institución fue la de un discípulo de
Ibn Māsawayh, a quien dedicó sus aforismos: Hunayn b. Ishāq, tam-
bién cristiano nestoriano, médico y teólogo, traductor del Antiguo
Testamento al árabe y autor de varias obras de importancia en el
área de la medicina; la más importante de ellas, por su difusión en
el Medioevo, es la conocida como Isagoge o Introducción a la medicina,
que fue traducida al latín por el monje benedictino Constantino el
Africano, en el siglo XI, y utilizada durante los siglos siguientes en
las principales universidades europeas. Hunayn b. Ishāq también
escribió una serie de ensayos sobre oftalmología y un libro sobre la
relación entre la salud y la comida y la bebida; en lo relativo a nuestro
tema, redactó un tratado sobre la leche, Kitāb al–lavan, que contribu-
yó al desarrollo de la ginecología y la obstetricia en el mundo árabe.28
Luego de este breve panorama del desarrollo del saber pediátrico
y la visión que se tenía de la infancia según los textos médicos de
la Antigüedad, podemos resaltar algunos conceptos básicos: en
primer lugar, si bien en el mundo grecorromano se consideró la
figura del niño, los estudios y conocimientos sobre la salud infantil
no son presentados de manera independiente, sino integrados en
los tratados de medicina general; en el mejor de los casos, están
258 Silvia Nora Arroñada

unidos a escritos consagrados a las enfermedades femeninas. Esto


último se plantea así por considerar a ambos grupos de población
con características similares, especialmente en lo relativo a su fra-
gilidad estructural y a la facilidad de desequilibrarse ante el uso de
remedios y prácticas erróneas o aplicadas indebidamente.
Asimismo, los médicos que atendían los problemas de salud
infantil eran médicos generales, no existían la obstetricia o la pe-
diatría como especialidades. En el momento del parto, se recurría
a mujeres conocedoras de esta situación, en la cual, la intervención
de estas era aconsejada por sobre la del médico, aunque ninguna
de ellas era una médica de profesión.
De todos los médicos de la Antigüedad clásica, solamente Hipó-
crates, Galeno y Sorano de Efeso dedicaron de modo excepcional
monografías a la niñez, y siempre sobre temas muy puntuales: el
desarrollo de la gestación y la vida fetal, el parto, el período de la
lactancia y la dentición.
Si bien Hipócrates estableció distintas etapas dentro de la in-
fancia, y reconoció que en cada una de ellas hay una tendencia a
que aparezcan determinadas dolencias, en el mundo árabe oriental
triunfaron la ginecología y la obstetricia de Galeno, no tanto por sí
mismas, sino por la preeminencia médica en general, la sistemati-
zación y las teorías sobre la salud de la obra galénica.
Esta adopción por parte de los árabes se tradujo en un orde-
namiento de los textos médicos en cuanto a la presentación y a la
estructura teorética da capite ad calcem. Esos conocimientos sobre la
salud se difundieron al mundo islámico a través del tamiz bizantino,
a partir de las compilaciones de Oribasio, Aecio de Amida y Pablo
de Egina, quienes, además de la obra galénica, reprodujeron la gi-
necología y la obstetricia de Sorano de Efeso. También en la forma
de presentación prevaleció el estilo predilecto por los bizantinos:
la compilación en manuales y enciclopedias.
Una medicina para los niños 259

La existencia de auténticas monografías pediátricas fue un fe-


nómeno más tardío; sobre esta base, los persas iniciaron un nuevo
camino, en especial al–Rāzī, quien no solamente redactó un tratado
exclusivamente dedicado a la salud infantil, sino que descubrió y
explicó el desarrollo de enfermedades muy peligrosas para los niños
como la viruela y la varicela.
Podemos decir que desde la época griega hasta el advenimiento
de la preponderancia científica persa hubo un aumento gradual
de la atención y el cuidado dados a la infancia, que se observa no
solo en la redacción de tratados dedicados específicamente a ellos,
independientes de la problemática femenina, sino también en el
espacio consagrado a los niños en las obras generales de medicina.
Así, mientras en los aforismos de Hipócrates un 1.5 por ciento
aborda la temática infantil, en Nawādir al–tibbīya de Yūhannā Ibn
Māsawayh supera el diez por ciento.
Por otro lado, toda esta sabiduría médica arribó, durante los
siglos IX y X, a la España musulmana, donde los andalusíes no
solamente mantuvieron el magnífico legado pediátrico griego,
sino que lo acrecentaron con nuevos estudios que superaron, en
muchos casos, los conocimientos clásicos, y fundaron novedosos
conceptos científicos.
Si bien los griegos dedicaron un espacio a la salud infantil,
puede decirse que los médicos musulmanes, tanto en Oriente
como en Occidente, fueron más allá: le prestaron mayor atención
y, además de compilar los conocimientos pediátricos que figura-
ban en las obras de medicina general griega, escribieron tratados
dedicados exclusivamente a la niñez, como los de Ibn al–Jazzār
en Kairuán,29 al–Baladī en El Cairo o Arīb b. Sa’īd en Córdoba,
todos ellos durante el siglo X. Ibn al–Jazzār apuntaba al comienzo
de su obra que la redactaba para cubrir la falta de un texto médico
que sistematizara y comprendiera todos los conocimientos sobre
260 Silvia Nora Arroñada

la infancia habidos hasta el momento, y subrayaba que, en este


sentido, su trabajo era pionero en el área.
El análisis de estos tratados médicos no solamente da cuenta del
grado de avance de la pediatría en aquella época, también permite
conocer la visión que se tenía de la infancia. Para la mayoría de los
autores, la niñez es sinónimo de debilidad. Mientras la criatura se
halla dentro del vientre materno está protegida, como la rama afe-
rrada al tronco del árbol; pero cuando nace, se asemeja a la rama
que se desprende y debe transplantarse o reinsertarse en un nuevo
lugar; desde ese momento, necesitará cuidados especiales que lo
protejan y vigilen su correcto y sano desarrollo, tanto en el aspecto
físico como en el psíquico.
En los tratados árabes se insistió repetidamente en la dimensión
psicológica de la enfermedad. Esta interrelación y dependencia entre
lo físico y lo anímico fue un elemento que marcó una diferencia
respecto de los escritos médicos del mundo cristiano, en los que
no se había alcanzado el mismo grado de avance en el estudio y en
la consideración del niño y de su salud.
Por los mismos motivos, los textos médicos árabes subrayaron
la necesidad de dar al pequeño una atención especial, diseñada para
él; no se debía aplicar “a rajatabla” la medicina de los adultos, sino
que el diagnóstico, los tratamientos, los medicamentos y la atención
que se les brindaban debían pensarse específicamente en parámetros
adaptados a su cuerpo y a su psiquis.
Los textos médicos también marcan la diferencia de género; en
ellos se observa claramente una preferencia por los varones. Esta
preponderancia debe interpretarse en el marco de una estructura
familiar patriarcal, y en este deben entenderse las diferencias que se
señalan en el desarrollo de la gestación, en el lapso más prolongado
de lactancia que se proporciona al varón, en la educación, en el trato
e incluso en la justificación de la práctica del infanticidio.
Una medicina para los niños 261

En definitiva, los griegos, los romanos, los bizantinos y, especial-


mente, los árabes realizaron aportes que acrecentaron el saber médico
en el área pediátrica; descubrieron, diagnosticaron y trataron males
desconocidos durante mucho tiempo, formularon contribuciones en
el campo de la genética y se ocuparon del bienestar espiritual de los
pequeños. Si no hubiese existido cierto interés en la figura infantil des-
de la Antigüedad, no habrían tenido lugar estos progresos. El espacio
que se dedica en los tratados médicos a los niños demuestra que fueron
un grupo de población al que se tenía en cuenta y al que se cuidaba.

Notas
1. En este camino se eliminaron en los tratados ginecológicos y pediá-
tricos ciertos temas que discrepaban con la moral musulmana como
la selección de los niños. Al–Ghazzāli e Ibn Qayyim al–Jawzīya fue-
ron dos pensadores notables que formaron parte de este proceso.
2. C. Álvarez de Morales: “El cuerpo humano en la medicina ára-
be medieval. Consideraciones generales sobre la anatomía” en
Ciencias de la naturaleza en al–Andalus. Textos y estudios 5.
3. Sobre este punto, ver J. C. Alby: “La concepción antropológica
de la medicina hipocrática” en Enfoques XVI, 1, pp. 5–29.
4. Tratados Hipocráticos. Tomo IV: Tratados Ginecológicos: Sobre
las enfermedades de las mujeres, Sobre las mujeres estériles,
Sobre las enfermedades de las vírgenes, Sobre la superfetación,
Sobre la escisión del feto, Sobre la naturaleza de la mujer.
Tomo VIII: Generación, Naturaleza del Niño, Enfermedades
IV, Parto de ocho meses, Parto de siete meses. Tomo XI: De
la generation. De la nature de l’enfant. Des maladies IV. Du
foetus de huit mois.
5. Corpus Hippocraticum. The Hippocratic treatises, “On generation”,
“On the nature of the child”, “Diseases IV”: a commentary,
por Iain Lonie.
262 Silvia Nora Arroñada

6. J. Cerda: “La dimensión pediátrica de Hipócrates” en Revista


chilena de pediatría 78, 3, pp. 237–240.
7. ‘A. b. Sa’īd: El libro de la generación del feto, el tratamiento de las mujeres
embarazadas y de los recién nacidos. Tratado de obstetricia y pediatría del
siglo X, de Arib Ibn Sa’id.
8. C. Peña y F. Girón: La prevención de la enfermedad en la España
bajomedieval, p. 53.
9. S. de Efeso: Gynaecia, N. Latronico: Storia della Pediatria; O. Tem-
kin: Soranus’ gynecology.
10. O. de Pérgamo: “Collezione mediche” en A. Garzya et al. (eds.): Au-
tori della tarda antichità e dell’età bizantina: Medici Bizantini, pp. 21–251.
11. Sobre la labor pediátrica de Oribasio, puede consultarse M. Ló-
pez Pérez: “La alimentación del lactante: la nodriza y el examen
probatorio de la leche en la obra de Oribasio”, Espacio, tiempo y
forma. Historia Antigua 17–18, pp. 225–236.
12. A. d’Amida: “Tratado de medicina”, libro XVI, en A. Garzya
et al. (eds.): op. cit., pp. 255–553.
13. A. de Tralles: “Therapeutica” en idem, pp. 557–679.
14. P. de Egina: “Epitome” en idem, pp. 683–783.
15. En su tesis de doctorado, defendida en Oxford en 1999, The
greek and arabic fragments of Paul of Aegina’s therapy of children, Peter
Pormann investigó la existencia de un libro escrito por Pablo de
Egina dedicado a las enfermedades infantiles.
16. Peter Pormann editó recientemente un libro sobre la traducción
de la obra de Pablo de Egina al siríaco y al árabe, y su influencia
en la ginecología y obstetricia en el mundo islámico: The oriental
tradition of Paul of Aegina’s pragmateia. Leiden, Brill, 2004. En los
dos primeros capítulos analiza las fuentes siríacas y árabes que
retomaron la obra de Pablo de Egina, comentándola o reprodu-
ciéndola en parte, trabajo gracias al cual se ha podido reconstruir
el texto del Egineta. Bahr Bahlūl e Ibn Sarābiyūn son los autores
Una medicina para los niños 263

más destacados entre las fuentes sirias y al–Rāzī, Hunayn Ibn


Ishāq y al–Baladī entre las árabes.
17. Sobre este autor, Robert Dagorn ha publicado un estudio
en el que analiza su faceta de médico ginecólogo y obstetra:
“Al–Baladī, un médecin, obstétricien et pédiatre à l’époque des
premiers Fatimides du Caire”, Mélanges de l’Institut Dominicain
d’Études Orientales du Caire 9, pp. 73–118.
18. A. Ferraces Rodríguez (ed.): Tradición griega y textos médicos lati-
nos en el período presalernitano. Actas del VIII Coloquio Internacional
“Textos médicos latinos antiguos.
19. M. López Pérez: “Los textos ginecológicos en la Antigüedad
tardía: el catecismo de las parteras de Mustio”, Enfermería global
6, pp. 1–5.
20. E. Llavero Ruiz: “La medicina árabe (siglos VII–XI)”, Ciencia y
cultura en la Edad Media, pp. 135–161.
21. M. Aguiar Aguilar: “Los árabes y el pensamiento griego: Las
traducciones del siglo VIII en Bagdad”, Ciencia y cultura en la Edad
Media, pp. 113–133.
22. Seguimos la edición de Camilo Álvarez de Morales, “Las Nawādir
al–Tibbīya de Yūhannā Ibn Māsawayh”, en Awraq 4, pp. 113–129.
23. Idem, p. 125.
24. Idem, p. 126.
25. Ibidem.
26. Sentencia 67, p. 121 y sentencia 126, p. 127.
27. Sentencia 81, p. 123, en la que se desaconseja para niños y ma-
yores, débiles y adolescentes, a no ser en muy pequeña cantidad
porque el objetivo principal de la triaca es hacer sudar, relajar y
limpiar de impurezas.
28. Sobre este tema puede consultarse el trabajo de Aurora Cano Le-
desma, “Reflexiones sobre pediatría y ginecología en la medicina
árabo–islámica”, en Arbor CXLIV, 565, (enero 1993), pp. 31–49.
264 Silvia Nora Arroñada

29. Se trata del Kitāb Siyāsat al–Subyān wa Tadbīrahum (Cuidados y


tratamientos de los niños).

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Biografía del murciano Ibn Sab‛ín Muhyí al–Dín

Abdellah El Moussaoui Taïb


Universidad Complutense de Madrid

S i intentásemos acercarnos a la figura histórica de Ibn Sab‛īn


ciñéndonos al hierático y frío esquematismo propio de cual-
quiera de las innumerables reseñas biográficas que guardan las
enciclopedias el resultado no sería muy diferente del que sigue:
Abú Muḥammad Muhyí ad–dín ‛Abdulhaqq ibn Ibrahím ibn
Muhammad ibn Nasr ibn Muhammad Ibn Sab‛ín (1214–1269)
fue un místico sufí hispano–árabe nacido en Murcia (al–Andalus)
y muerto y enterrado en la Meca. El honrado por sus discípulos
como maestro de los maestros (šayj al–mašayij) y conocido en
Occidente simplemente como Aben Sabin se relacionó desde muy
joven con círculos cultos sufíes, adoptó el sufismo y afirmaba que
su conocimiento místico (ma’rifa) le venía intuitivamente de Dios
sin necesidad de maestros. Como era inevitable, su manera esotérica
de pensar lo hizo sospechoso ante los ojos de los defensores de la
ortodoxia en la España almohade.
Uno de los representantes más importantes de la heterodoxia
espiritual islámica y signo llamativo de una espiritualidad sufí reno-
vada residió en Murcia, Ceuta, Badis, Bujía, y se instaló definitiva-
mente en la Meca. El libro del Ídolo del gnóstico (Budd al–‛Arif) y las
Respuestas yemeníes a las cuestiones sicilianas (Aŷwiba yamaniya
‛an Masa’il Siqilliya) son sus obras más notables, especialmente
la última, sin duda la más celebrada en Occidente. Es obvio, sin
embargo, que los datos anotados en este artículo no pasan de ser
el impreciso esqueleto de una biografía fosilizada, a la que urge dar
vida. Ibn Sab‛īn, el llamado por unos zindíq (herético) y por otros
Quṭb al–Dín (polo de la religión), en quien muchos creyeron ver a
268 Abdellah El Moussaoui

un sufí Muhaqqiq (Verificador), representa un ejemplo descollante


de vida cosmopolita, ajetreada unas veces, y solitaria las más, pero
apasionante en cualquier caso.
En lo referente a su famoso sobrenombre de Ibn Sab’ín, la
mayoría de las fuentes bibliográficas no se han referido a este ni
explican tal nombramiento extraño; solamente él mismo da una
explicación en su epístola titulada “al–Núriya” (la luminosa)1 y en
otra titulada “al–Ihata”2 (el conocimiento global). En la primera,
se nombraba “Abdellah ibn maratib tawbati rasúl Allah” (Esclavo
de Dios, el hijo de los grados del arrepentimiento del Profeta)3 y,
en la segunda, el místico se manifestó de este modo: “Este es un
documento, en el que se dijo y apareció la verdad; lo reveló ‛Abd
al–Haqq […] Y por unanimidad, se basó la fama del Creador en
multiplicar siete por diez”.4
El otro sobrenombre de Ibn Sab‛īn era Ibn al–Dara y se escribía
“Ibn o” (es decir, el hijo del círculo), correspondiendo dicho círculo
al número 70 en una notación rumí.5 Esta misma equivalencia, cír-
culo igual a setenta, también fue dada por Georges Séraphin Colín
cuando habló de 27 signos numéricos de valor absoluto llamados
“rumies”,6 y por José A. Sánchez Pérez, quién recogió hasta 50 de
estas cifras en un manuscrito de El Escorial.7 Con lo dicho por al–
Maqqarī, el sobrenombre Ibn Sab‛īn equivale a Ibn al–Dāra y este
último significaría “hijo del círculo”.
En cuanto al árbol genealógico de Ibn Sab‛īn, se sabe que su
familia, de excelente posición social, remontaba su origen hasta el
califa ‛Ali, aunque algún historiador le atribuye un linaje visigodo.8
Según Ibn al–Jatib y al–Maqqarí, el padre de Ibn Sab’ín, Ibrahim
ibn Muhammad ibn Nasr, asumió cargos políticos y responsabili-
dades administrativas: fue nombrado alcalde y desempeñó un gran
papel en la ciudad de Murcia.9 Además, sabemos por el biógrafo
al–Maqqarí de la existencia de un hermano de Ibn Sab’ín, que fue
Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al-Dín 269

secretario de Ibn Hud al–Watiq en su segunda etapa de gobierno


de la capital murciana (1263–1264). Tras presentar al–Watiq sus
protestas a Alfonso X (1252–1284) por la política llevada a cabo
de no respetar lo pactado en “Alcaraz”,10 envió al hermano de Ibn
Sab’ín ante el sumo Pontífice para que incidiera en que Alfonso X
cumpliese lo acordado en el pacto de 1243.11 De tal forma el herma-
no de Ibn Sab’ín cumplió acertadamente su misión, contestando a
todas las preguntas del Papa con tan sabia prudencia, que este hubo
de exclamar maravillado: “Sabed que el hermano de Abú Talib es
hombre tan sabio que hoy no existe entre los musulmanes quien
conozca a Dios mejor que él”.
Ibn Sab‛ín pertenecía a una familia hidalga, al parecer dotada de
una buena posición social, económica y política en la España musul-
mana, lo que le facilitaba asumir su tarea con eficacia. Si añadimos
el privilegio social del que gozaba esa familia, que le aseguraba un
medio de vida sano con las virtudes físicas de las cuales gozaba el
místico, podemos deducir fácilmente que el orgullo, revelado por
su vestimenta de nobleza, fue profundamente justificado.
Según los biógrafos, Ibn Sab‛ín empezó a estudiar el Adab (Hu-
manidades) en su juventud bajo la dirección de algunos grandes
profesores de su tiempo;12 también estudió ciencias jurídicas y disci-
plinas relativas a la filosofía, mostrando hacia estas últimas su mayor
predilección, sobre todo a la Lógica Formal, la Metafísica, la Física
y la Aritmética. Por otro lado, estudió la ciencia de la metodología
llamada en árabe ‛Ilm al–Usúl, ejercida por la escuela Ash‛ari; según
el biógrafo Ibn al–‛Imad al–Hanbalí,13 Ibn Sab‛ín también pasaba
por conocedor de medicina, química, de la magia blanca “Simya”14 y
conocía a la perfección la ciencia de los secretos de las letras alfabé-
ticas ‛Ilm Asrar al–Hurúf. Asimismo, durante su juventud, se dedicó
al estudio del pensamiento sufí (místico), con el maestro Ishaq ibn
al–Mar‫י‬a ibn al–Dahaq (m. 611/151214–1215),16 comentarista del
270 Abdellah El Moussaoui

libro de Ibn al–‛Arif (m. 1141),17 Mahasin al–Maŷalis (Excelencias


de las reuniones) y de una obra de Abú al–Ma‛alí al–Ŷuwayní (m.
478/1185) titulada Kitab al–Irshad (Libro de la Orientación). Tal
información es errónea, ya que la fecha de la muerte de este maestro
es anterior al nacimiento de Ibn Sab‛ín.18
También hubo otros dos maestros que marcaron la vida cientí-
fica del místico, al–Harraní (m. 538/1141) y su discípulo al–Búní
(m. 622/1225), autor del famoso libro Shams al–ma‛arif wa–lata
‫י‬if al–‛awarif (El sol de las sabidurías y las caricias de los gnós-
ticos).19 Puesto que el místico pretendía unir la filosofía con el
sufismo, este pensamiento sufí constituiría más tarde el objeto
de todos sus esfuerzos, según lo indica el biógrafo al–Badisí;20
pronto sus conocimientos de esta ciencia fueron extraordinarios
(según algunos biógrafos, desde muy joven mostró una inteligencia
considerable). Si bien Ibn Sab‛īn ocultó toda su vinculación con
otros místicos de su época, y describió su propio aprendizaje del
sufismo como un esfuerzo personal, en algunas citas de su propia
obra, el místico nos informa que recibió la ayuda de “alguien” y
que por eso utilizaba expresiones imprecisas, como la de “busqué
ayuda en otro” o “busqué para leerlo a ‘alguien’ que me ilustrase
en los pasajes dudosos”. Todo esto indica bien que Ibn Sab‛īn era
erudito y culto —y no necesitaba la ayuda de nadie—, bien que
era un egoísta a la hora de escribir sus obras. Nuestro comentarista
desconocido de la epístola de Ibn Sab‛ín titulada “Risala al–‛Ahd”
(Epístola del testamento) defiende la primera hipótesis diciendo lo
siguiente: “Nuestro señor Ibn Sab‛ín, que Dios tenga en su Santa
Gloria, investigó todas las ciencias: coránicas, filosóficas y literarias,
y abarcó todas sus obras reveladas y las que no los son, desde el
principio de las ciencias hasta nuestros días”.21
Es en Murcia, donde los discípulos van a comenzar a seguir sus
enseñanzas y a rodearle para marcar el comienzo de una hermandad
Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al-Dín 271

que llevaría su nombre, sab‛iniyyín, que, según la descripción de Es-


teban Lator, “Es una secta que debió de tener muchos afiliados, entre
ellos hombres maduros que profesaban la pobreza voluntaria —las
fuentes les dan preferentemente el nombre de fuqara‫—י‬, andaban
viajando cubiertos de un tosco sayal y un manto de lana, y pasaban
la vida entre caminos y plazas”.22 Nada faltaba a esta hermandad
para emprender su marcha hacia una expansión que incluía, además
de al–Andalus, una gran parte del norte de África y una pequeña
región de la península Arábiga.
Delante de esta propagación apasionada del sab’īnismo, los
defensores del derecho islámico se vieron forzados de criticar al
místico calumniando todos sus dichos y acusándole de herejía a las
autoridades. En esta atmósfera de incertidumbre y de inseguridad,
Ibn Sab‛īn se lanzó a una serie de desplazamientos ininterrumpidos:
en primer lugar, abandonó su ciudad natal dirigiéndose a Granada,23
rodeado por algunos de sus discípulos llamados al–fuqara’ (los po-
bres)24 y otros simpatizantes. A su llegada a esta ciudad, manifestó
públicamente sus enseñanzas; desde luego, los alfaquís decidieron
perseguirlo por todo el al–Andalus. Ante estas persecuciones, Ibn
Sab‛ín decidió viajar a la otra orilla del Mediterráneo, precisamente
al norte de Marruecos, con el propósito de salvar su doctrina, en-
señándola a la gente y en particular a los bereberes que habitaban
la región. Algunos de estos encontraban en sus mandamientos una
enseñanza favorable y digna de adorar.
Hay dos acontecimientos muy importantes en la vida de Ibn
Sab‛ín que se produjeron como resultado de la gran reputación
que tuvo en Ceuta: el primero fue que una mujer muy rica y bella,
fascinada por la inteligencia del místico y posiblemente por su
nobleza y por su belleza física, le propuso matrimonio; el místico
aceptó alegremente y enseguida tuvieron un hijo, de quien la muerte
se apoderaría en el año 646 de la Hégira. Esta mujer le construiría
272 Abdellah El Moussaoui

un cenobio en su casa, donde el místico se retiraría varias noches


para buscar la “realidad absoluta”.
El segundo hecho es que el rey almohade Abú Muhammad
‘Abd al–Wahid, llamado ar–Rashíd (630–640h/1232–1242), recibió
una misiva de Federico II, rey de Sicilia, en la que este solicitaba
“respuestas” sobre varias “preguntas” relacionados con temas
filosóficos.25 Ganado por el rumor que circulaba sobre la reputa-
ción filosófica de Ibn Sab‛ín, el gobernador de Ceuta, Ibn Jalas
al–balansí, por orden del sultán almohade, asignó al murciano la
tarea de responder a las preguntas del rey Siciliano. El místico
lo hizo brillantemente y por eso redactó su famosa obra Aŷwiba
Yamaniya ‘an Masa’il Siqilliya (Respuestas yemeníes a las cuestio-
nes sicilianas). Pero muy temprano se difundió el rumor de una
presencia fuerte de la filosofía en sus respuestas; Ibn Jalas, como
representante del gobierno almohade en Ceuta y amigo de varios
alfaquíes, había sido persuadido de que estaba en relación con un
filósofo y no con un defensor de la religión, por eso no tardó en
expulsarle de la ciudad. En aquella época, hay que señalarlo, el
sentido de la filosofía era sinónimo de herejía.26
Al ser expulsado de Ceuta, posiblemente el sabio tomó la cor-
dillera del Ríf —pasando por sus montañas— que se extiende a lo
largo de la costa mediterránea y cubre casi toda la región del norte
de Marruecos. Algunos biógrafos señalan su estancia en Badis,27
donde Ibn Sab‛ín, en compañía de un grupo de sufís andalusíes, se
dedicaría a la enseñanza y ofrecería seminarios sobre mística en una
mezquita. También es posible que el místico haya organizado algo
parecido a las conferencias de hoy, con la intención de debatir las
opiniones de sabios de la localidad, que en su mayoría eran alfaquíes
de menor importancia. Después de abandonar la fortaleza de Bádis
por motivos que ignoramos, Ibn Sab‛ín decidió viajar a Vela, donde
el número de sus discípulos no dejó de crecer. Su estancia en esta
Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al-Dín 273

ciudad no transcurrió sin disturbios y confusiones: por tercera vez,


los alfaquíes le presionaron para dejar aquella región. El místico se
dirigió entonces hacia Túnez, luego a Cabes. Según algunos biógra-
fos, entonces tuvo el tiempo suficiente para componer algunas de
sus obras con el fin de garantizar las bases de su enseñanza.
Ibn Sab‛ín procuraba ocultar su doctrina con una instrucción
ascética, sirviéndose preferentemente de conversaciones privadas,
pero su natural falta de tacto en los debates, unida a la imprudencia
de sus discípulos que divulgaban dondequiera la nueva hermandad,
no tardó en producir la voz de alarma. Entonces comenzó una
pesquisa constante y se buscaron frases equívocas en sus escritos.
Esta situación fue aprovechada por el jefe de los teólogos en Túnez,
Abū Bakr ibn Jalil al–Shakuní (m. 649/1251), quien criticó a los
discípulos sab‛ínies —apoyándose en los hábitos que llevaban—
por el abandono que hacían de las costumbres corrientes y por sus
mensajes de pobreza y deseo de identificación con Alá,28 y quien
logró enrarecer el clima y presionar a sus compañeros los alfaquíes
para que expulsaran a “‘Ibn Sab‛ín el Zindiq’” (“Ibn Sab‛ín el heré-
tico”, apelativo conferido por el mismo teólogo) del país; por este
motivo nuestro místico decidió viajar a Egipto. Ahí Ibn Sab‛ín fue
recibido con frialdad porque los rumores y la propaganda que se
difundían sobre él no habían tardado en invadir a la población egip-
cia.29 Además, la mentalidad supersticiosa del pueblo egipcio, que
miraba con extremadas reservas las innovadoras actividades místicas
de este sabio andalusí, no ayudaba en absoluto a la expansión de
una doctrina como la del sab‛inismo,30 pues todos, en particular
los alfaquíes, temían que el efecto de la renovación espiritual en
el pueblo egipcio pudiera tener repercusiones en la organización
social e incluso en el sistema político.
No conocemos absolutamente nada sobre la estancia de Ibn
Sab‛ín en Egipto, sin embargo sabemos que la presencia de dos
274 Abdellah El Moussaoui

grandes alfaquíes, al–Cadí ibn Daqiq al–‛Ayyid (m. 702/1302–1303)


y Abú Bakr Qutb al–Dín al–Qastalaní (m. 686/1287), impidió
que este ejerciera su doctrina con comodidad, pues comenzaron
a dirigirle sus críticas y se empeñaron en propagar el pensamiento
esotérico del místico; el primero criticó el estilo literario sab‛iní
calificándolo de delirio; el segundo condenó sus razonamientos por
tener conceptos heréticos y ser, por lo tanto, anti–islámico. Frente
a estas acusaciones, Ibn Sab‛ín decidió abandonar esa región mar-
chándose hacia la Meca en búsqueda de un ambiente más propicio
para su labor de da ‘wa.
La nueva estancia de Ibn Sab‛ín en la Meca tuvo dos motivos:
primero, los constantes e intensos ataques contra él por parte de
los alfaquíes en los países donde había permanecido y, segundo, su
inclinación hacia los fatimíes, quienes le inspiraban alivio. El senti-
miento que a menudo había conseguido ocultar solo se manifestaba
a través de ciertas expresiones en la Carta de reconocimiento (risalat
al–bay‘a), públicamente presentada por Abú Numay Muhammad I
(652–702/1254–1301),31 en la cual reconoce la soberanía del Hafsi
al–Mustansir (quien reina entre 1249 y 1277), sultán de Ifriqiya. Ibn
Sab‛ín le animó en su resolución y redactó por su propia mano el
documento con que Abú Numay aceptaba al sultán como soberano.
Según Esteban Lator, Ibn Sab‛ín aprovechó su nueva situación
en la Meca para ganarse la gracia del sultán, consolidar su propio
prestigio y preparar su regreso hacia el Magreb.32 También, según
al–Badisí, Ibn Sab‛ín trató de ganar la amistad de Abú Numay,
invitándole a la doctrina chií; esta conversión no le dejó una huella
profunda, ya que sus obras anteriores a esta fecha resumían ideas
ismailíes. Para reforzar su amistad con el gobernador de la Meca,
Ibn Sab‛ín trató de demostrarle su habilidad en lo que se refería
a la medicina e intentó curar una fractura en el cráneo que el go-
bernador había sufrido en una de sus guerras. Según una anécdota
Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al-Dín 275

de al–Badisí, este decía lo siguiente: “Coincidió [la llegada de Ibn


Sab‛ín a la Meca] con la fecha cuando Abú Numay había tenido una
fractura craneal en una de sus batallas. La coronilla de su cráneo se
había fracturado. En su sitio, Ibn Sab‛ín le puso una pieza hecha
de una corteza de calabaza seca”.33 El hecho de haber salvado al
sultán de una muerte probable contribuyó al aumento del prestigio
del místico; asimismo sus discípulos, parte de los cuales le habían
seguido desde las dos regiones, al–Andalus y el Norte de África, se
daban a conocer cada vez más.
La estancia de Ibn Sab‛ín en la Meca favoreció su extraordinaria
productividad, mientras su vida mística se intensificaba; las vueltas
rituales, reales o mentales, alrededor de la Ka’ba interiorizada como
“centro cósmico”, alimentaban un esfuerzo especulativo al que las
visiones interiores, las percepciones teosóficas, proporcionaron
una confirmación experimental. Ibn Sab‛ín fue admitido como un
gran maestro espiritual, e intentó aprovechar esta situación para
enseñar su doctrina. Otras actividades ultra–místicas de Ibn Sab‛ín
en aquella época mecana fueron los debates que tenía con los sabios
que visitaban los lugares santos, como Safi al–Din al–Hindí (m.
715/1315) y Naŷm al–Din b. Israíl (m. 677/1278). Con el Qutb
al–Qastalaní, toda controversia era imposible, salvo la venganza de
Ibn Sab‛ín cuando incitó a Abú Numay para que este alfaquí fuera
expulsado de la Meca, lo que se consiguió en el año 667/1268.34
Tal estancia mecana de Ibn Sab‛ín fue el objeto de dos juicios
diferentes: el de los adeptos entusiastas por el maestro y el de los
enemigos que lo consideraron herético. Los primeros sintieron
tranquilidad y paz por su estancia en la Meca y por su buena rela-
ción con el gobernador, ya que gozaban de todo tipo de libertades
y de respeto, hasta el punto que algunos biógrafos indican que los
magrebíes comenzaron desde entonces a ser más considerados y
respetuosos por los mecanos, que se inclinaban por sus doctrinas
276 Abdellah El Moussaoui

e imitaban sus ejemplos. Además, ciertos mecanos llegaron hasta


formular alabanzas por su pertenencia hāšimí, elogiando al mismo
tiempo sus cualidades benéficas; según ciertos biógrafos, Ibn Sab‛īn
gastaba una suma colosal en las limosnas.
En cuanto al juicio de los que veían en Ibn Sab‛ín una verdadera
amenaza, solamente pudieron enumerar los defectos del místico en
lo que se refiere a sus desviaciones y a sus actos turbios: mientras que
algunos lo acusaban de tener costumbre de burlarse de los peregrinos
que daban vueltas alrededor de la Ka‛ba y calificarlos de asnos, otros
lo acusaban de brujería. Como en otras ocasiones, sus enemigos
lograron avisar a la gente de la gravedad de esta enseñanza sabiní.
Ante la obsesión de estos alfaquíes que le perseguían por todas partes
—hecho que marcaría profundamente su vida—, el místico sintió
nuevamente inestabilidad y decidió entonces viajar a la India porque
consideraba que solo se podía tener la paz en ese lejano continente.
Antes de realizar este largo viaje, la muerte se apoderaría de él.
Referente a las causas de su muerte, los biógrafos afirman que
no están esclarecidas del todo, por eso nos encontramos ante
dos relatos distintos: para unos, fue debido a una muerte natural,
mientras que otros lo atribuyen a un envenenamiento provocado
por el gobernador de Yemen al–Muzaffar Yusuf Ibn Omar (m
694/1294), quien estaba en contra de Ibn Sab‛ín por el buen
recibimiento que el gobernador de la Meca le había dispensado.
De acuerdo con esta hipótesis, el gobernador yemení se las ha-
bría ingeniado para enviar a alguna persona a que le envenenase.
Uno de los discípulos más cercanos al místico daba como exacta
la primera hipótesis; atribuía el fin de su maestro a una muerte
natural, que se produjo en el año 669/1270.
Aunque los estudios orientalistas lo han relacionado con la escue-
la de Ibn al–‛Arif y lo consideraron inicialmente más un filósofo que
un sufí, desde hace siglos los maestros sufíes de diversas órdenes lo
Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al-Dín 277

han considerado como un gran maestro conocedor por “experiencia


(espiritual) directa”, al que incluso han dado el calificativo de “Polo
de la religión”, como se ha mencionado. Su obra es, ante todo, de
carácter gnóstico–religiosa; sus críticas al entendimiento meramente
externo y árido de la religión e incluso a la filosofía misma son abun-
dantes en su obra. Pero es evidente que no es un simple “místico”:
el contenido metafísico de su obra abarca desde la interpretación
gnóstico–didáctica de la Ley Islámica hasta una cosmología basada
en la revelación divina y en su Unicidad (nombrada por sí mismo
como al–Waḥdat al–muṭlaqa, la Unicidad Absoluta). El conocimien-
to de Ibn sab‛īn abarca, según el arabista Miguel Cruz Hernández
“elementos filosóficos y doctrinas místicas en un conjunto doctrinal
típicamente esotérico, por medio de un método peculiar que consiste
en hacer exposición seguida de una explicación en profundidad”.35
Además, encontramos en su pensamiento muchas semejanzas con
la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza; a estos dos aspectos hay
que añadir la influencia de Plotino, a través de la Teología del Pseu-
do–Aristóteles y la de Proclo por medio del Liber de Causis.
Aunque tuvo conocimiento de los grandes filósofos como Aris-
tóteles, Alfarabíe, Avicena, Alkindi y Averroes, su pensamiento se
orientó hacia el neoplatonismo, con influencias de Ibn Masarra,
Ibn al–‛Arif y, sobre todo, de los ya mencionados Hermanos
de la Pureza. Siguiendo esta línea, Ibn Sab‛īn destacó el carácter
puro y absoluto de Dios como Unidad Suprema y negó la posi-
bilidad de toda analogía entre Dios y lo creado (lo que impide el
conocimiento de Dios pero no de un éxtasis místico). Ibn Sab’ín
dividió todo ser en tres: el Ser Absoluto “al–Mutlaq”, el ser Con-
dicionado “al–Muqayyad” y el ser Posible “al–Muḥtamal”. Para
él, el Ser Absoluto es uno de los principios básicos de la Realidad
Divina, Uno y Único, que se manifiesta Creador y Autosuficiente;
casi todos los místicos lo nombran Mundo de la Luz. Como en
278 Abdellah El Moussaoui

el neoplatonismo, Ibn Sab‛ín explica los seres creados por medio


de una procesión jerárquica de géneros y especies a partir del ser
necesario. Asimismo, es importante en el pensamiento de Ibn
Sab‛ín la doctrina del amor, la cual se articula en una serie de
grados que van desde la pobreza, hasta el amor puro a la persona
en cuanto persona independientemente de las circunstancias; la
producción de lo creado mediante procesión es consecuencia del
Amor divino superabundante.
No cabe duda de que nuestro sabio fue un hombre culto, inteli-
gente y erudito, gran conocedor del origen del sufismo y de la mística
existente en al–Andalus, fue uno de los maestros más venerados de
su época; a él le seguirían numerosos discípulos que fundarían la
tariqa que llevaría su nombre y que se extendería en Oriente a lo
largo de la baja Edad Media.

Notas
1. ‛Abdulhaqq Ibn Sab‛ín: “Risala al–Núriya” (Epístola la lumino-
sa) en Magmú‛ Rasa‫י‬il (Colección de epístolas), edición de ‛Abd
al–Raḥmān Badawí, p. 184.
2. ‛Abdulhaqq Ibn Sab‛ín: “Risala al–Ihata” (Epístola del conoci-
miento global), pp. 23–24.
3. ‘Abdulhaqq Ibn Sab‛ín: “Risala al–Nuriya” (Epístola la luminosa),
op. cit., p. 184. Este breve anuncio de Ibn Sab‛īn corresponde con
aquel proclamado por el Profeta de esta manera: “Por Alá, que
yo le pido perdón a Alá y me arrepiento ante Él, más de setenta
veces al día” se transmitió de Abú Huraira. Lo relató Al–Bujarí.
Ver la colección de Ismael Al–Bujar: Sahih al–Bujarí, p. 101.
4. ‛Abdulhaqq Ibn Sab‛ín: “Risala al–Ihata” (Epístola del conoci-
miento global), op. cit., p. 474.
5. Para escribir su nombre, Ibn Sab‛ín usaba la expresión ‘Ibn O’.
El cero en el orden numérico romano quiere decir 70. Ver en
Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al-Dín 279

Ahmad Ibn Muhammad Al–Maqqari: Nafh at–tib min gusn al–


Andalus al–ratib, p. 196.
6. G. S. Colin: “De l´origine Grecque des ‘Chiffres de Fès’ et de
nos ‘Chiffres Arabes’”, Journal Asiatique, avril–juin, 1933. p.75.
7. J. A. Sánchez: “Sobre las cifras Rumies”, Al–Andalus, vol. III,
pp. 104–106; por su parte, el profesor G. Lévi Della Vida en
un artículo titulado “Appunti e quesiti di storia letteraria araba”
(Rivista degli studi orientali, XIV, pp. 249–283), llama brevemente
la atención sobre la identidad del alfabeto numeral griego con
las cifras que aparecen en los documentos mozárabes de Tole-
do, publicados en la monumental edición de González Palencia
(“Numerali greci in documenti arabo–spagnoli”), pp. 281–283.
8. Ahmad Ibn Muhammad Al–Maqqari: Nafh at–tib min gusn al–An-
dalus al–ratib, op. cit., p. 196.
9. Idem, p. 198.
10. El pacto de Alcaraz ha sido estudiado en diversas publicaciones
por J. Torres: “El reino musulmán de Murcia en el siglo XIII”,
Anales de la Universidad de Murcia, pp. 260–274; Incorporación de
Murcia a la Corona de Castilla y en Murcia castellana, historia de la región
de Murcia, vol. III, pp. 295–387 en colaboración con A.L. Molina.
11. J. García: “La cultura Árabe en Murcia”, pp. 257 y 258.
12. Ignoramos los nombres de sus maestros en esta ciencia y en
otras formaciones científicas excepto la del sufismo.
13. Ibn ‛Imqd Al–Hanbalí, Shadarat al–dahab, fí Ajbar man Dahab, p.
574, en la cual señala que Ibn Sab‛ín tenía mucho conocimiento
sobre la ciencia de las letras alfabéticas “Ilm al–Huruf ” y que por
eso compuso una obra sobre dicha ciencia, titulada Kitab Idris
(el libro de Hermes).
14. La terminología referente a las diferentes ramas de las “Ciencias
Sin embargo, en la época “post–clásica”, la de Ibn Sab‛ín (s.
XIII) y de Ibn Jaldun (s. XIV), simiya’ designa propiamente a la
280 Abdellah El Moussaoui

magia operatoria fundada en la virtud de las letras, mientras que


‘ilm al–ḥurūf se refiere al aspecto más teórico y particular de las
correspondencias entre las letras y los elementos naturales. Ver
“«Al–simya’»: la ciencia de las letras y esoterismo morisco” de
Pierre Lory, conferencia publicada en Cahiers de l’Université Saint
Jean de Jerusalem no. 11.
15. Las fechas se anotarán dobles: la primera es la marcada por la
Hégira, la segunda por el tiempo cristiano.
16. Su nombre completo es Ibrahim Ibn Yusuf Ibn Muhammad
Ibn Dahaq Abú Ishaq Ibn al–Mar‫י‬a (m. 611/1214–1215). Su
enseñanza favorita era ‛Ilm al–Kalam (teología dogmática) y de
ella se hizo famoso en su tiempo. Habitó durante mucho tiempo
en Málaga, de allí se traslada a Murcia. También dedicó algún
tiempo en su patria a enseñar el sufismo.
17. Místico de Almería, muerto en Marruecos (1141) y autor de
un opúsculo esotérico titulado Mahasin al–Maŷalis, cuya edición
con traducción francesa y comentario han sido publicados por
Miguel Asín Palacios. Hay también una traducción española del
opúsculo, con un estudio previo sobre la vida del autor y su
ideario místico, publicado por el mismo Asín en el Boletín de la
Universidad de Madrid, 1931.
18. En lo que se refiere a la enseñanza de Ibn Sab‛ín sobre Ibn Da-
haq, la mayoría de las biografías no nos permiten resolver esta di-
ficultad, sobre todo cuando la fecha del nacimiento de Ibn Sab‛īn
es aproximadamente 3 años posterior a la muerte de su maestro.
19. La época en la cual vivían estos dos místicos, al–Harrani (m.
538/1141) y al–Búní (m. 622/1225), no coincide con la de Ibn
Sab‛ín y por eso podemos decir que es imposible que el místico
haya podido estudiar directamente bajo la dirección de estos
dos maestros. Seguro que los biógrafos no se han referido a
aquella enseñanza presencial del maestro con su discípulo, sino
Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al-Dín 281

más bien se referían a que Ibn Sab‛īn adoptó sus doctrinas


basándose en sus obras.
20. ‛Abdulhaqq Al–Badisí: al–Maqsad al–sharíf wa–l–ñanza‛ al–latíf fí
al–ṭa‛if bi–sulahā‫י‬i al–Ríf, pp. 34–37. Algunos fragmentos de esta
obra han sido traducidos por el francés G. S. Colin en Archives
Marocaines, v. XXVI, pp. 74–78.
21. Abdulhaqq Ibn Sab‛Ín: Sharh risalat al‛Ahd (Comentario de la
epístola titulada por la promesa), p. 11.
22. E. Lator: “Ibn Sab‛īn y su Budd al–‛Arif ”, p. 376.
23. Algunos biógrafos señalan que a su llegada a Granada, Ibn
Sab‛ín se instaló en un Ribat (edificio fortificado habitado por
religiosos musulmanes) llamado el ‛Ukab situado al oeste de
dicha ciudad.
24. “Fuqara’” de la palabra árabe faqr (pobreza), es el estado de aquel
que se ha hecho a sí mismo independiente de todo salvo de Dios
y se rehúsa a cualquier cosa que le aparte del camino hacia Él.
25. Ibn Al–Jaṭīb, al–Iḥāṭa, t, II, pp. 34–35; A. Al–Maqqarī, op. cit.,
p. 201; ver también en A. Huici: El reinado del Califa almohade
al–Rašīd, hijo del Ma‫י‬mūn, pp. 1–37.
26. La obra de Dominique Urvoy, Le Monde de ulémes andalous de
V/XI au VII/XIII, p. 204, nos ayuda a entender la situación
política e ideológica en el periodo en el cual vivía Ibn Sab‛ín en
al–Andalus y nos informa sobre la existencia de dos fenómenos
muy importantes en la vida de los ulemas andalusíes, el primero
consiste en que la conexión entre el mundo jurídico y el mundo
místico era cada vez más estrecha, y el segundo, que la posesión
del poder político e ideológico era cada vez más ancha.
27. Fortaleza sobre la costa mediterránea y vecina de la ciudad
de Alhucemas, situada entre el pueblo de bení Yeteft y el de
bení Gumil.
28. Ibn Shakir Al–Kutubí: ‛Uyún al–Tawaríj, t. XX, p. 407.
282 Abdellah El Moussaoui

29. No sabemos con exactitud la fecha de su llegada a Egipto, pero


sí sabemos, según un discípulo de Ibn Sab‛ín, que este inició su
viaje hacia Oriente desde el Magreb en el año 648 h. Ver al–‛Iqd
al–Tamín de Al–Fasi, t. III, p. 336.
30 D. Cabanelas: “Frederico II de Cecilia e Ibn Sab‛īn de Murcia,
las cuestiones sicilianas”, pp. 31–54.
31. Es fatimí, fundador de la casa jerifiana que reinó en la Meca
durante años. Para ver más sobre la vida de este mecano, ver
Encycolpédie de l’ Islam , t. I ﴾A−B), p. 104.
32. E. Lator: art. cit., p. 378.
33. Ibn Shakir Al–Kutubí: ‛Uyūn al–Tawārīj, p. 315.
34. Después de su expulsión de la Meca, al–Qastalaní fue nombrado,
por parte de Baybars, rey de Egipto (658–676/1258–1276) y di-
rector de la escuela Kamiliya de El Cairo, fundada para la defensa
del Islam en el año 622/1224, por el zahirí valenciano Dihya.
35. M. Cruz: La filosofía árabe, p. 377.

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Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al-Dín 283

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El tesoro de las reinas consortes castellanas en el siglo XV.
Composición, decoración y significado

Diana Pelaz Flores


Universidad de Valladolid

L a necesidad de las cortes medievales de mostrar su poder y


su grandeza es un hecho sobradamente conocido al que, sin
embargo, no se ha prestado todavía la atención que merece en lo
que respecta a las reinas consortes y el lenguaje a través del cual se
dejaba sentir su magnificencia dentro de la corte. Esto se justifica,
en parte, por la excepcionalidad de los testimonios procedentes de
la época medieval que han llegado hasta nuestros días, bien por la
delicada conservación que precisan, bien por una reutilización de
los materiales a partir de los cuales se habían elaborado.
A pesar de la escasez de testimonios que permitan documentar
la composición de los tesoros de las reinas, con la información que
existe es posible determinar la riqueza ornamental, tipología y fun-
cionalidad, así como el origen o, incluso, el destino (a corto plazo)
que les aguardaba a esos objetos, lo que servirá para conformar
una idea más precisa acerca de los tesoros regios en general, y los
de las reinas consortes en particular, como una manifestación de
su poder en el último siglo del periodo medieval.
Este trabajo se detiene de manera particular en las mujeres que
ocuparon el trono de la Corona castellana a lo largo del siglo XV,1
con el fin de elaborar una síntesis acerca de los distintos elementos
que componen el tesoro de la reina y tratar de descifrar si las pro-
cedencias diversas de estas féminas influyen en la elaboración y los
motivos decorativos que presentan tan ricas pertenencias.
288 Diana Pelaz Flores

Escenografía del poder en la corte bajomedieval:


el tesoro de la reina como muestra de dignidad y ostentación
En la sociedad de la Edad Media lo visual juega un papel deter-
minante en todo lo que acontece, en la que cada uno es lo que
aparenta ser y donde los gestos, los detalles, los símbolos, son
imprescindibles para mostrarse ante los demás de la manera más
insigne y próspera posible. De ahí que cada persona debiera llevar
el atuendo adecuado a su estado y condición.2 La nobleza —tanto
como la Corona— denota su estatus mediante sus donaciones a
obras monásticas, su gusto por el arte de la caza o su presencia y/o
participación en justas y torneos, manifestaciones todas ellas que
han de entenderse unidas a los elementos más cercanos que revisten
de magnanimidad y poder a quien los posee: el tesoro.
Compuesto por joyas, vajillas, otros objetos relacionados con el
ajuar doméstico y también piezas vinculadas a los oficios litúrgicos, el
tesoro ha de ser entendido como un mecanismo utilizado por las cortes
medievales para mostrar su grandeza e ideales, sus gustos y la imagen
que quieren proyectar de su propietaria. Objetos que, no obstante, se
conciben para ser custodiados y protegidos, para ser, en definitiva, ate-
sorados, debido a su alto valor, tanto intrínseco —por los materiales que
lo integran—, como extrínseco —por su calidad artística y estética—.
De ahí que estuvieran vinculados a personas muy próximas a la reina,
en quienes pudiera depositar plenamente su confianza, como el cama-
rero mayor (o camarera mayor, puesto que el cargo solía ser ocupado
por mujeres en la Casa de la Reina) o el oficial de la Casa de la Reina
en Castilla que debía preservar todo lo contenido en la cámara regia,
como los paños, vestidos, escritos o joyas, entre otras pertenencias de
la persona regia. Para estas personas, el ejercicio de dicho cargo llevaba
aparejado el compromiso de salvaguardar todas esas pertenencias hasta
que fueran relegadas del puesto, o que la reina entendiera que era el
momento de que quedaran redimidas de esa obligación.3
El tesoro de las reinas consortes castellanas 289

A este respecto también los reposteros de la plata, así como sus


auxiliares y mozos de la plata, jugaban un papel importante, aunque
no bien conocido, en cuanto que eran los encargados de preparar el
servicio de la mesa en la que comía la persona regia, limpiaban las
escudillas y demás útiles, y se encargaban de guardarla y trasladarla a
palacio desde la posada del teniente.4 Se trataba de oficios que depen-
dían directamente de la cámara regia, ya que la plata era competencia
del camarero, quien se la entregaba al repostero cuando era necesario,
tomando nota de las piezas que salían de la cámara y de su peso.5
El desarrollo de la ceremonia y el boato cortesanos propició que
las colaboraciones esporádicas realizadas por plateros y joyeros con
el rey o la reina fueran cada vez más frecuentes, hasta el punto de
que algunos de ellos llegaron a recibir el sueldo correspondiente por
sus servicios, es decir, estaban adscritos a la Casa de la Reina como
otros muchos cargos y oficiales. En el caso de María de Aragón, se
encuentra el nombre de Huguete,6 también joyero de su marido, o
Juan Fernández7 (†1446) y, aunque no se documenta ninguno con
su sucesora, Isabel de Portugal, de nuevo con Juana de Portugal, se-
gunda esposa de Enrique IV, aparece un joyero a cargo de la Casa de
la Reina, García Rodríguez,8 joyero también del propio Enrique IV.
Todo lo necesario estaba dispuesto de cara a la exhibición del
estatus de la persona regia: productores, guardianes y, por fin, la
corte, como escenario adecuado para reflejar ese poder y proyectar
una moda determinada, un espejo en el que toda la sociedad que-
rría reflejarse en la mayor parte de los casos, sin éxito. Haciendo
extensible a la reina la afirmación que Dolores Mª del Mar Mármol
realizara para el rey,9 la indumentaria y los objetos suntuarios de la
reina conseguían que su imagen resultara fascinante “por su gran-
deza, honor, excelencia y magnificencia”. Aunque en este caso no
haremos mención a las telas y paños utilizados por la reina, el ves-
tido10 (otro de los recursos de la reina para mostrar esa grandeza),
290 Diana Pelaz Flores

las joyas y los enseres pertenecientes al Tesoro podrían ser puestos


en relación en estudios posteriores.
Igualmente, el conocimiento de otro tipo de facetas de la vida
privada de las reinas consortes, como el uso de ungüentos y perfu-
mes, permitiría conformar una imagen más precisa del refinamiento
cortesano en relación con el cuidado personal y el uso de productos
cosméticos destinados a tal fin. El empleo de bálsamos y perfumes
ya se registra en los libros de cuentas del maestresala de Enrique
IV, Rodrigo de Tordesillas, a partir de los cuales se tiene constancia
de que Juana de Portugal también utilizaba el estoraque, el ánima y
perfumes de origen sevillano11 para el embellecimiento de su cuerpo.
Sustancias que, previsiblemente, se utilizarían en otros periodos,
como el reinado de Juan II, en vista de la variedad de tratados
relativos al uso de sustancias olorosas tanto para la higiene como
para el “adorno y la decoración”12 corporales.
Puesto que nuestro objetivo gira en torno del análisis de los ele-
mentos que componen el tesoro en el sentido estricto del término,
es decir, referido a los objetos preciosos reunidos por la reina, en
esta ocasión no podremos entrar a valorar la importancia de la
indumentaria o los perfumes. Nos ocuparemos, por este orden,
de las joyas, vajilla y objetos de carácter litúrgico que, en su día,
pertenecieron a distintas mujeres que, por matrimonio, llegaron a
ocupar el trono a lo largo del siglo XV.

Simbología de las piezas que componen el tesoro:


El tesoro como adorno personal
Las piezas que integraban el tesoro de la reina consorte en el siglo
XV son, pues, una manifestación fundamental de exhibición del
poder y estatus de la persona a la que pertenecían, así como una
representación de su autoridad y magnificencia. A pesar de que las
noticias con las que contamos sean dispersas y escasas, no cabe
El tesoro de las reinas consortes castellanas 291

duda de que estas son tan solamente una parte del todo que en su
día existió, puesto que serían otras muchas las piezas que estuvie-
ron en la Cámara de la Reina y cuya existencia se ha perdido en
el olvido; un olvido que, evidentemente, no se ciñe solamente a la
realidad física de estas joyas y enseres de diversa naturaleza, sino
también a los registros documentales de los mismos, dado que la
documentación, por distintas circunstancias, no se ha conservado
hasta la actualidad, lo cual dificulta las posibilidades de su estudio.
Igualmente, la adquisición de un buen ajuar y un gran número
de joyas que avalaran la condición de la reina tampoco era una labor
que se hiciera con facilidad; dotarse de un buen tesoro habría de
suponer una tarea compleja en el aspecto económico y, sin duda,
dilatada en el tiempo, ya que se haría paulatina y escalonadamen-
te, desde su inicio, muy probablemente, con motivo de su enlace
matrimonial con el heredero de alguna corona vecina; luego con-
tinuaría con regalos que, a lo largo de su vida como reina, pudiera
recibir de la mano de su marido, familiares u otro agente político
del momento, como los concejos urbanos más destacados del rei-
no.13 Asimismo, también podría rastrearse la procedencia de estas
piezas entre los bienes de la familia de origen de la reina, pudiendo
haberle sido entregadas como herencia de su madre.14 Costosos
de conseguir pero también muy útiles económicamente en caso de
posteriores situaciones de apremio, los tesoros podían suponer un
seguro de vida para la reina, ya que, al estar fabricados con valio-
sos materiales, no perderían su valor en el mercado y podían ser la
moneda de cambio idónea para otras transacciones.15
La naturaleza de las piezas es, por tanto, diversa, mientras que
su contribución al engrandecimiento de la titular de las mismas es,
en todo caso, incuestionable. Bajo la denominación de “tesoro” se
engloban objetos que tienen muy distintos fines, pero que coinci-
den en la riqueza y la ostentación con las que están realizadas. En
292 Diana Pelaz Flores

su confección se utilizaba fundamentalmente la plata, que solía


dorarse para dar mayor prestancia y, en menor medida, oro, metal
que se reservaba para las piezas más lujosas y relevantes, entre las
cuales, los objetos de adorno personal, como las joyas, merecen
una especial atención.
Ya fuera en forma de colgantes y joyeles, sortijas o pulseras, las
joyas representan una de las facetas más llamativas del adorno per-
sonal porque embellecían y protegían a la reina gracias a las piedras
preciosas que, con frecuencia, se engarzaban en las mismas.16 La
primera esposa de Juan II, María de Aragón, contaba en su cámara
con la presencia de varios joyeles, elaborados en oro y adornados
con rubíes, diamantes y zafiros, como un “joyel de oro que es vna
jarra de la deuisa de santa María el vientre de perla con çinco dia-
mantes chiquitos e diez e seys rrubís” o “vn triángulo de oro con
ocho perlas penjantes e estantes gruesas”, sin olvidar la presencia de
varios collares, como un “collar de oro de las harpas rrixado todo
senbrado de perlas”, u “otro collarejo chiquito de oro de garganta”.17
Sin duda una de las piezas que merece la pena reseñar es una
cadena de oro que Juan II mandó elaborar para entregársela pos-
teriormente a su segunda esposa, Isabel de Portugal. Se trataba de
una cadena “fecha a manera de troncos”,18 que constaba de un total
de 58 eslabones esmaltados para cuya elaboración fue necesario
encontrar la materia prima necesaria, en este caso, a través de la
fundición de otro joyel. Tras la ejecución del maestre de Santiago,
don Álvaro de Luna, muchas de las joyas que le pertenecieron pa-
saron a manos de la Corona castellana,19 entre ellas un collar de oro
“fecho a manera de estarçe”,20 que pesaba seis marcos, una onza
y una ochava, que Juan II mandó fundir, junto con cien coronas
que fueron entregadas por Gonzalo de Alba al propio rey. Con la
cantidad de metal precioso resultante, siete marcos, seis onzas y
cinco ochavas, “se fizo por mandado del dicho sennor rrey para
El tesoro de las reinas consortes castellanas 293

su sennoría”21 la mencionada cadena de oro que se adornó, de


acuerdo al gusto de la época, con esmaltes de distintos colores,
concretamente, de blanco, pardillo y rosicler.
El uso de esmaltes era un adorno frecuente para la decoración
de la orfebrería, con el fin de hacer resaltar una determinada parte
de la pieza o, simplemente, para hacerla más llamativa y vistosa, al
introducir notas de color gracias a la destreza del maestro platero,
lo que dotaba a la orfebrería de un toque pictórico, por medio del
efecto de la policromía.22 Los artistas y plateros de la Corona de
Castilla conocían y utilizaban la técnica del esmalte, aunque no con
tanta profusión como en otros reinos, como los de la Corona de
Aragón, lo que motivaba que se intercambiaran placas esmaltadas
entre los distintos obradores europeos.23 Sin embargo, se tiene
constancia de que la cadena de oro que recibe Isabel de Portugal
de manos de su marido, fue confeccionada por el platero del rey,
Hançe Dolmo, por lo que se le puede atribuir su autoría en lo que
respecta a la fundición de la cadena y al esmaltado de la misma,
puesto que no era infrecuente en la época que platero24 y esmaltador
fueran la misma persona.25
Aunque esta cadena no presenta otros adornos aparte del esmal-
tado, como se ha señalado previamente, para dar mayor prestancia
a las joyas solían engarzarse, piedras preciosas o semipreciosas que
aportaran diferencias cromáticas e incrementaran el valor intrínseco
de las alhajas. Por noticias como el recibimiento que el conde de Haro
brinda a la princesa Blanca de Navarra cuando esta pasa por Briviesca
en su viaje a Castilla para contraer matrimonio con el príncipe Enri-
que,26 se percibe el gusto por engarzar gemas de alto valor en joyeles
y sortijas,27 así como cuáles se utilizaban con mayor profusión. Se
tiene constancia de que eran especialmente valorados en la época los
rubíes y balajes,28 pero no eran los únicos que se empleaban, pues
también se documentan zafiros, esmeraldas29 e, incluso, diamantes.30
294 Diana Pelaz Flores

Un ejemplo que sintetiza el lujo y la prestancia por su inigualable


valor es el firmalle de oro que también pertenecía al tesoro de la
reina Leonor de Aragón. Se trataba de un broche redondo de oro
“en que ay çinco perlas de aljófar gordas e ay en medio un çafir
grueso e al cabo del pegado, un balax, e ay entre medias de cada
perla çinco bollonçilos31 de oro esmaltados de verde e entre las otras
perlas ay tres bollonçilos de oro esmaltados de verde e ay del un
canto al canto del firmalle al çafir seys bollonçilos de oro verdes”.32
Si bien no podemos precisar cuál sería la cifra adecuada para
tasar esta pieza, sobra decir que tendría un valor económico in-
calculable. De ahí que las joyas supusieran, en caso de necesidad,
un método rápido de conseguir fondos para sufragar gastos ex-
traordinarios, como el pago de una dote33 o, incluso, los gastos
derivados de sus propias exequias.34 Esto hace que constatar la
existencia de estas joyas sea una labor compleja, no solamente
porque apenas se conserven testimonios documentales que ates-
tigüen la existencia de estas piezas, sino porque, con frecuencia,
eran empeñadas o fundidas mucho antes de que pudieran ser
entregadas como herencia, dificultando que se crearan tesoros
que pasaran de generación en generación.
Algo muy parecido a esto ocurre con las joyas de la reina María
de Aragón. A su muerte, tras ser enterrada en el monasterio de Santa
María de Guadalupe, tal como ella dejó estipulado en su testamento,
su hijo, el príncipe Enrique, entrega a ese mismo monasterio las jo-
yas de su madre, entre las que figuraban 14 sortijas con esmeraldas,
diamantes y rubíes, un camafeo con un Agnus Dei y un collar de 59
perlas.35 Más allá de entender esta donación como una ofrenda al
monasterio guadalupano, hacia el que tanto apego sintió su madre,
puede interpretarse como una forma de recompensa ante las dificul-
tades económicas del reino que impedían el cobro de importantes
cuantías de maravedís dispuestas por la Corona para Guadalupe.36
El tesoro de las reinas consortes castellanas 295

En todo caso, como veremos a continuación, junto al adorno


personal que constituían las joyas hay que precisar que se encon-
traban otro tipo de elementos suntuarios, destinados al adorno de
las estancias que habitaba la reina, de cara a la identificación de los
diferentes escenarios que solía frecuentar con su dignidad personal.

La suntuosidad del entorno de la reina.


El tesoro en la mesa regia
Las joyas son, verdaderamente, la parte más atractiva del tesoro por
la belleza y la originalidad que las caracteriza, pero son, a nivel cuan-
titativo, una parte mínima de estos conjuntos. Mucho más prolija
es la catalogación de los enseres que componen las vajillas regias
que, lejos de estar concebidas para ser utilizadas cotidianamente,
se reservaban para ser expuestas en uno o varios aparadores en
celebraciones puntuales ante ilustres visitantes, a fin de que estos
pudieran observar la grandeza de sus propietarios.37
Sin duda, el tesoro de la reina Leonor de Aragón es incomparable
por el número de piezas, la cantidad de metal precioso empleado
en su fabricación y su riqueza ornamental, de la cual tenemos
constancia gracias a las detalladas descripciones que figuran en el
inventario elaborado por el arcediano de Niebla con motivo del
traslado del tesoro al monasterio de Guadalupe en marzo de 1424.
De la mano de este documento y de las noticias registradas en los
libros de cuentas del maestresala de Enrique IV, Rodrigo de Tor-
desillas,38 podemos observar la gran variedad y riqueza de las piezas
que componían la vajilla regia de la reina consorte.
De acuerdo a su función podemos distinguir una amplia gama
de utensilios destinados a cubrir todas las necesidades que podrían
darse en un gran banquete: plateles, jarras, copas y tazas, escudillas o
picheles son solamente algunos de los ejemplos que integraban los
tesoros de la reina Leonor de Aragón y Juana de Portugal, gracias a
296 Diana Pelaz Flores

los cuales es posible establecer una valoración acerca de la tipología


utilizada en ambos casos, a partir del origen de la piezas —Corona
de Aragón y Corona de Castilla,39 respectivamente—.
En el servicio de la mesa regia se distinguían los utensilios para
albergar la bebida, los reservados para la comida y la cubertería,
para cuya fabricación se utilizaba fundamentalmente la plata,40 que
tras ser trabajada se doraba para obtener un acabado más lujoso
que, por su semejanza con el oro, dotara de mayor prestancia a
la vajilla. Ello, unido a la habilidad de los maestros plateros, tenía
como resultado la confección de piezas extraordinarias por su
valor ornamental, que conjugaban los motivos vegetales con la
presencia de animales fantásticos y mitológicos o los juegos cro-
máticos de los distintos esmaltados que llamaban la atención del
espectador sobre detalles sutiles, pero fundamentales, como la
presencia de las armas de la reina.41
Aunque en líneas generales los motivos ornamentales utilizados
en Castilla y Aragón son similares, es difícil establecer una compara-
tiva precisa, ya que el detallismo de las descripciones del tesoro de
Leonor de Aragón permite un mejor conocimiento de los iconos
utilizados, como lirios o rosas, en el caso de decoración de tipo
vegetal, o grifos, leones y aves entre los tipos animales.42 En el caso
castellano, a pesar de la parquedad descriptiva de las piezas, sabemos
que se utiliza la decoración de avellanados y bestiones, así como la
fabricación de tazas siguiendo la “fechura de cucharas”43 o “tazas
acucharadas”,44 por su forma semejante a la pala de una cuchara.45
Uno de los objetos más llamativos y, sin duda, más inusitados,
que se encontraría en las estancias de la reina, fue un reloj de aguja
que Enrique IV regala a su esposa, la reina Juana.46 El ingenio fue
adquirido al mercader Ubert de Valladolid por 60 maravedís, can-
tidad que sorprende dado que no se trata de un coste muy elevado
para una pieza tan poco común en la Castilla del siglo XV.
El tesoro de las reinas consortes castellanas 297

También resulta llamativa la presencia, debido a ciertas donacio-


nes del rey, de “vna cama de ras de quatro pannos”, cuatro alfombras
“de letán” y, especialmente, de “dos vancales de salvajes”47 entre los
enseres de doña Juana. La representación del hombre salvaje no es
extraña en la Corona de Castilla, atestiguándose en las cuentas de
Rodrigo de Tordesillas para el reinado de Enrique IV; entre ellas
destacan dos salvajes de plata,48 uno con una porra entre las manos
y otro con un bastón y un brocal, que seguían la iconografía de un
hombre procedente de la naturaleza, al que se representa peludo
para mostrarle como un ser extraño, como un animal, incivilizado
y pecador;49 un ser grotesco y, sin embargo, bondadoso por la ino-
cencia de su vida silvestre, acorde a los gustos artísticos medievales.

El lujo de la Capilla de la Reina


Si los banquetes eran todo un escaparate donde mostrar el lujo y
boato de la corte frente a prestigiosos invitados o embajadores,
no menos importante era cuidar hasta el último detalle en lo re-
lativo al espacio dedicado al culto. En este sentido, dentro de su
Capilla se encontraban algunos de los ejemplos más suntuosos
pertenecientes a la reina.
En torno de la Capilla de la Reina se produce toda una serie de ob-
jetos relacionados con los oficios litúrgicos, entre los cuales también
se distinguen debido a su preciosismo y riqueza ornamental aquellos
que, por sus materiales, quedan englobados dentro del tesoro. Ello
no impide comprobar la existencia de retablos o tablas flamencas50
que adornan la estancia destinada al culto, y manifiestan el gusto por
las artes plásticas en el siglo XV y la belleza de la imaginería.
Entre los objetos más utilizados se encuentran patenas, libros
litúrgicos, relicarios y los portapaces,51 piezas que se venían usando
con frecuencia en la liturgia desde el siglo XI y con las que contaba,
asimismo, la capilla de continuo de la reina María de Aragón. En
298 Diana Pelaz Flores

particular, se hace mención a tres portapaces, uno que se describe


como “de palo”, otro del que se apunta es “grande, dorado, con vn
çafir grande en él” y, por último, el más lujoso, que está formado
por “dos tablas de plata, e de dentro, ymaginería esmaltada con
çiertos granates pequeños”.52
En el caso del tesoro de Leonor de Aragón, aunque solamente
consta la presencia de dos oratorios entre las piezas relativas al uso
litúrgico, estos llaman la atención por la suntuosidad y el cuidado
con el que han sido elaborados. En uno de ellos, el de menor ta-
maño, aparecían las figuras de Jesucristo y la Virgen, dentro de dos
esmaltes azules, quedando fuera de los mismos San Juan Bautista
y Santa Catalina. Mucho más ostentoso, el otro oratorio mostraba
varias imágenes, entre ellas la coronación de la Virgen por Jesucristo
o la Última Cena (ambas en la parte de atrás), adornadas por 16
rosas, 76 granos de aljófar, 2 agujas y, alrededor, 34 rosetas rojas
y unas “atrauesaduras” hechas a modo de redecilla, todo hecho
con oro. A ello había que añadirle 2 esmaltes rojos, 19 diamantes,
10 balajes y 10 zafiros,53 lo que da una idea acerca de los recursos
económicos que la reina habría necesitado para conseguir una pieza
de semejantes características; destaca la excepcionalidad de Leonor
de Aragón debido a las enormes riquezas que poseía, incluso antes
de haber sido coronada reina de Aragón.
Como espacio dedicado a la relación de la reina con Dios, se cuidaba
hasta el último detalle, aún con más esmero que en otros escenarios
profanos; como ejemplo, se pueden apreciar en los frontales, paños y
sábanas de altar de la capilla de María de Aragón el uso de seda y cru-
cifijos bordados con hilo de oro que daban aún más viveza y prestancia
a los paños de la estancia.54 Todo debía estar a la altura de su señora,
más aún en un momento en que la Monarquía trata de diferenciarse
de la nobleza para remarcar su hegemonía en el tablero político.
El tesoro de las reinas consortes castellanas 299

Conclusiones
Para conocer y comprender la ostentación y el lujo que reviste a la
figura de la reina consorte en la corte bajomedieval —donde todo
detalle es clave para proyectar la imagen que se quiere que los demás
tengan de uno—, la perspectiva que nos brinda el análisis de las
joyas y otros objetos de lujo enmarcados en el entorno cortesano
servirá para aportar un novedoso punto de vista a los estudios más
puramente históricos. Cada vez más alejada de la visión que tradi-
cionalmente la había situado como una de las “artes menores”, la
orfebrería y, sobre todo, la puesta en valor de todos aquellos objetos
que constituían el tesoro de la reina, proporcionan nuevos datos
de cara al conocimiento de los símbolos, los gustos y, sobre todo,
a la mentalidad de las mujeres que, desde su posición al frente de
la institución monárquica, compartían el poder político junto a sus
maridos como cabeza visible del poder medieval.
No contar a la fecha con un inventario de las características del
tesoro de Leonor de Aragón dificulta la obtención de conclusiones
precisas respecto a la fabricación y los principios ornamentales de
las piezas existentes en las distintas Coronas que integran el terri-
torio peninsular. En cualquier caso, tomando en consideración los
recursos utilizados en este trabajo, se observa, en líneas generales,
una tendencia orfebre similar en cuanto al uso de materiales y téc-
nicas utilizadas de cara a la decoración y trabajo de los mismos. Por
otro lado, la tipología y decoración tampoco ofrece unas diferencias
sustanciales, al prevalecer los motivos vegetales y animales como los
adornos preferidos por las soberanas del siglo XV.
La variedad de los objetos que constituyen los tesoros —joyas
que enaltecen a la persona que las porta, elementos de ajuar que
hablan de la riqueza de su propietaria, objetos litúrgicos destinados
a exhibir la importancia del culto religioso en la corte—, dificulta
su documentación o detalle. Como una alternativa posible para
300 Diana Pelaz Flores

subsanar esta carencia, ha de plantearse su estudio de manera com-


plementaria a otro tipo de fuentes de información que no se ciñan
exclusivamente al rastreo documental, como el análisis de fuentes
iconográficas o escultóricas en las que se represente a la reina o la
vida en la corte y que ilustren la fastuosidad de sus celebraciones o
la suntuosidad de su indumentaria y vestidos. Si bien es cierto que
tampoco se cuenta con una amplia lista de representaciones artísticas
a este respecto, esto no impide que su estudio descubra matices de
interés para el conocimiento de la vida privada y la moda en palacio.
Más allá de entenderlo como un campo desconocido e inaccesible,
el arte de la orfebrería y los objetos suntuarios implica acercarse al
gusto por la ostentación, el boato y la parafernalia cortesanas y des-
cubrir un nuevo escenario desde el cual apreciar cómo, a lo largo del
siglo XV, la vida en palacio se reviste de preciosismo y suntuosidad.

Notas
1. Aludiremos especialmente a las dos figuras que protagonizan el
reinado de Juan II, María de Aragón (1396–1445) e Isabel de
Portugal (1428–1496), así como a las dos consortes de Enrique
IV, Blanca de Navarra (1424–1464) y Juana de Portugal (1439–
1475). Además, se incluye en este estudio el memorial–inventario
del tesoro de la reina Leonor de Aragón (1374–1435), esposa de
Fernando I de Aragón (el anterior Fernando de Antequera), ya
que encaja cronológicamente en las pretensiones de este estudio
y supone un testimonio sin igual de la riqueza de estos tesoros.
2. A. Sánchez: “Juegos cromáticos de apariencia y poder en las
cortes europeas medievales”, Goya. Revista de Arte, no. 293, p. 92.
3. Tal como ocurre en el caso de la camarera mayor de Isabel de
Portugal, quien queda liberada de la custodia de las joyas de
la reina en el año 1485, convirtiéndose, posteriormente, en
camarera de la reina Isabel La Católica. F. de Paula Cañas: “Las
El tesoro de las reinas consortes castellanas 301

Casas de Isabel y Juana de Portugal, reinas de Castilla. Organiza-


ción, dinámica institucional y prosopografía (1447–1496)”, en J.
Martínez y M. Paula Marçal (coords.): Las relaciones discretas entre
las Monarquías Hispana y Portuguesa: Las Casas de las Reinas (siglos
XV–XIX), vol. 1, pp. 64–65.
4. Idem, p. 69.
5. M. del C. González: La Casa de Isabel la Católica. Espacios domésti-
cos y vida cotidiana, p. 87. La autora hace también referencia a la
existencia de distintas categorías dentro de estos servidores, que
según las Leyes Palatinas estarían subordinadas al mayordomo,
como los donceles que llevaban las escudillas y los que portaban
las fuentes de trinchar.
6. F. de Paula Cañas: “La cámara de Juan II: vida privada, ceremo-
nia y lujo en la Corte de Castilla a mediados del siglo XV”: en
Andrés Gambra y Félix Labrador (coords.): Evolución y estructura
de la Casa Real de Castilla, vol. 1, p. 166.
7. Archivo General de Simancas (en adelante, AGS), Mercedes y
Privilegios, Leg. 2, fol. 430.
8. F. de Paula Cañas: “Las Casas de Isabel y Juana de Portugal”,
op. cit., p. 102.
9. D. Mármol: Joyas en las Colecciones Reales de Isabel la Católica a Felipe
II, p. 193.
10. Baste mencionar los brocados de oro y plata o la gran variedad
textil de que disponía la Corona para fabricar sus vestidos, desde
el damasco o el cetí al terciopelo y el raso (D. Mármol: (si sólo
hay una obra citada de Mármol, no veo para qué poner el título
antes de op. cit.) op. cit., p. 195), ricas telas que se encontraban
en la cámara de Juana de Portugal, entre las que destacaba “vna
pieça entera de paño de grana colorada muy fina” (AGS, Casas
y Sitios Reales, Leg. 97, fols. 202r y 208v.) o “las varas de tela
de terciopelo leonado” (AGS, Casas y Sitios Reales, Leg. 97, fol.
302 Diana Pelaz Flores

207v.) y las “varas de Brujas mayores pardillas” (AGS, Casas y


Sitios Reales, Leg. 97, fols. 213v.) con que Enrique IV le obse-
quió en 1462.
11. AGS, Casas y Sitios Reales, Leg. 97, fol. 223r. y v
12. Más aun teniendo en cuenta la proliferación de tratados en
Castilla a propósito de la medicina y la higiene personal y, vin-
culados a las mujeres y la belleza, los recetarios, que enlazaban
con la tradición latina de obras como De ornatu mulierum y los De
decoratione mulierum. M. Cabré i Pairet: “Cosmética y perfumería”,
en L. García (dir.): Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona
de Castilla, vol. 2, pp. 774–775.
13. Es el caso de regalos de tipo institucional realizados por las
ciudades de Barcelona, Zaragoza, Perpiñán y Valencia, las cuales
entregan a la reina Leonor de Aragón (o a la Familia Real en su
conjunto, aunque luego pasen a formar parte de las pertenencias
de la reina) algunas de las piezas más significativas y valiosas de
su Tesoro, como una copa esmaltada de verde por dentro, con un
escudo bermejo y en la sobrecopa, también esmaltada, las armas
de Zaragoza. J. M. Nieto: “El tesoro de doña Leonor, esposa de
Fernando I de Aragón, en el monasterio de Guadalupe”, Acta
Historica et Archaeologica Medievalia, p. 49.
14. Así ocurriría en el caso del tesoro de la reina Leonor de Aragón,
quien pretendía destinar algunas de sus piezas a su hija, la infanta
Leonor de Aragón, posteriormente reina de Portugal tras su ma-
trimonio con Duarte I (J. M. Nieto: op. cit., p. 46). Paralelamente,
la aparición en el inventario de bienes de su otra hija, la reina
María de Aragón, de una alfombra con las armas de la Casa de
Alburquerque, linaje al que pertenecía por vía materna, lleva a
pensar que se entregaran algunas de estas piezas de madres a
hijas [Archivo del Monasterio de Guadalupe (en adelante AMG),
Leg.3, carp. R–VI–4, doc. 12–e, fol. 6v.].
El tesoro de las reinas consortes castellanas 303

15. Las piezas podían ser depositadas en un determinado lugar con


el fin de empeñarlas en caso de necesidad económica (de ahí
el depósito del tesoro de Leonor de Aragón en el monasterio
jerónimo de Guadalupe; J. M. Nieto: op. cit., p. 45) o revertir en
otra persona de la Familia Real, como sucede con motivo del
enlace matrimonial entre la infanta Leonor de Aragón y Duarte
I de Portugal, al que ya hemos hecho referencia (J. M. Nieto: op.
cit., p. 46) o de la infanta Margarita con Juan III de Portugal, ob-
teniendo su hermano, Carlos, la cantidad requerida para la dote a
partir de las joyas de su madre, la reina Juana I de Castilla (M. Á.
Zalama: “El tesoro de la Reina Juana I en Tordesillas: relación de
su expolio”, en M. J. Redondo y M. Á. Zalama (coords.): Carlos
V y las Artes: promoción artística y familia imperial, pp. 53–58), pero
también pueden ser expoliadas por otros miembros de la Familia
(en el caso de Carlos V con el tesoro que su madre albergaba en
Tordesillas, regalando muchas de sus piezas a la emperatriz Isabel
de Portugal; M. Á. Zalama: “El tesoro de la Reina Juana”, op.
cit., pp. 46–54) o servir como materia prima a un nuevo objeto,
previa fundición del mismo (como es el caso de una cadena
de oro que Juan II manda fundir para elaborar otra con la que
obsequiar a su segunda esposa, Isabel de Portugal, AGS, Casas
y Sitios Reales, Leg. 42, fol. 2v.).
16. E. de Villena: Arte cisoria o Arte de cortar con el cuchillo, p. 24.
17. AMG, Leg. 3, carp. R–VI–4, doc. 12–e, fol. 1r.
18. AGS, Casas y Sitios Reales, Leg. 42, fol. 5v.
19. El traspaso se efectuó gracias al acuerdo al que llegó Juan II con
la viuda, Juana Pimentel, y el heredero, quienes le entregaban
todo su tesoro a la Monarquía, a cambio de ciertos beneficios
y para que el rey dividiera esas pertenencias en tres lotes, de los
cuales uno les sería devuelto posteriormente (J. Yarza: La Nobleza
ante el Rey. Los grandes linajes castellanos y el arte en el siglo XV, p. 79).
304 Diana Pelaz Flores

Se trataba, sin duda, de un magnífico tesoro, que incluía joyeles


de gran calidad, destacando uno de oro “fecho a manera de
cepillo con dos diamantes en él grandes, el vno punta e el otro
losa, e vn rrubí en él; en medio de los dichos diamantes e çinco
perlas gruesas, las tres dellas puestas por penjantes en el dicho
joyel e fechas a manera de perillas e las otras dichas dos perlas
son rredondas e con vnos tenblantes que cuelgan de las dichas
tres perlas esmaltados de esmalte xade e azul” (AGS, Casas y Si-
tios Reales, Leg. 42, fol. 1r.), o también el denominado “el toque,
que es vna bolsa de oro esmaltada de blanco puesto en la boca
della vn balax grande e en la dicha bolsa escripta vna copla que
colgaua de los çerraderos della veynt e quatro puntas de toques”
(ibidem), que el rey entregó a su hijo, el infante don Alonso.
20. AGS, Casas y Sitios Reales, Leg. 42, fol. 2v.
21. Ibidem.
22. X. Barral I Altet: “La producción artística: materiales y técnicas”,
en L. García (dir.): Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona
de Castilla, vol. 2, p. 759.
23. Idem, p. 760.
24. Hay que tener en cuenta que el oficio de platero no hace referen-
cia, exclusivamente, al trabajo con plata, sino que equivaldría a los
trabajos que realiza un joyero, trabajando otros materiales, como
el oro y las piedras preciosas. De ahí que incluso se distinguiera
entre plateros “de plata” y plateros “de oro”, en función de su
especialización en el trabajo de uno u otro metal. J. C. Brasas:
La platería vallisoletana y su difusión, 1980, p. 17.
25. X. Barral I Altet: op. cit., p. 760. A pesar de que se trate de un
oficio vinculado de manera tradicional al género masculino,
también han quedado testimonios de mujeres que destacaron
en el arte de la platería, como las vallisoletanas Beatriz López y
Leonor Rodríguez, que desempeñaron su oficio a lo largo del
El tesoro de las reinas consortes castellanas 305

reinado de Juan II de Castilla, aunque no se ha documentado


que trabajaran para él. A. Rucquoi: Valladolid, el mundo abreviado
(1367–1474), vol. II, p. 388.
26. La fiesta y agasajos en los que se deshace el señor de la villa
hacia la princesa culmina cuando este obsequia a Blanca de Na-
varra con “un rico joyel, e a cada una de las damas que en su compañía
venían, anillos en que había diamantes, e rubís e balaxes y esmeraldas, en
tal manera que ninguna quedó sin recebir joya”. F. Pérez de Guzmán:
“Crónica de Juan II”, en C. Rosell (ed.): Crónicas de los Reyes de
Castilla y León: desde don Alfonso el Sabio hasta los Católicos don Fer-
nando y doña Isabel, tomo II, p. 566.
27. Estas piedras no solamente serían importantes por su valor
estético, sino también por su importancia simbólica o mágica.
Se creía, por ejemplo, que el diamante protegía del veneno o que
la esmeralda procuraba la felicidad terrena y la alegría. M. del C.
González: op. cit., p. 301.
28. Este término hace referencia a rubíes de color morado. M.
Alonso: Enciclopedia del Idioma: Diccionario histórico y moderno de la
lengua española (ss. XII–XX), p. 620.
29. Hay que mencionar a este respecto la entrega que Enrique IV
hizo, en julio de 1462, a su esposa, la reina Juana de Portugal, de
una esmeralda que él tenía en su cámara, y que aparece descrita
como “vna esmeralda grande, muy rica, engastada en una sortija de oro”,
de la que le hizo merced “para echar al cuello a la princesa donna Juana,
my fija”. AGS, Casas y Sitios Reales, Leg. 97, fol. 200r. y v.
30. Como los 19 diamantes que adornaban un oratorio de oro,
propiedad de Leonor de Aragón, en el que se representaba la
pasión. J. M. Nieto: op. cit. p.63.
31. Bollón: Clavo de cabeza grande, normalmente dorada, que sirve
para adorno. RAE: Diccionario de la lengua española.
32. J. M. Nieto: op. cit., p. 62.
306 Diana Pelaz Flores

33. Así ocurre en el caso de Juan II, quien se ve obligado a vender


sus joyas a Álvaro de Luna para poder costear la dote de su se-
gunda esposa, Isabel de Portugal, aunque luego este se las preste
con motivo de su boda. J. M. Calderón: Álvaro de Luna: riqueza
y poder en la Castilla del siglo XV, p. 286.
34. En el caso de la reina María de Aragón se tiene constancia de
que buena parte de sus pertenencias y objetos de valor sirvieron
para costear los gastos derivados de las mandas testamentarias
de la propia reina. AMG, Leg. 3, carp. R–VI–4 / doc.12–b.
35. AMG, Leg. 3 carp. R–VI–4 / doc.12–b. Citado por J. C. Vizuete:
Guadalupe: un monasterio jerónimo (1389–1450), p. 81.
36. Entre ellos, los 10.000mrs de renta anual en la martiniega de la
villa de Arévalo concedidos por la propia María al monasterio,
con el objeto de fundar una capellanía para los reyes de Castilla.
Su cobro se hará de manera tan escasa e irregular, que el prior
no dudará en quejarse a la reina para que intente resolver la
situación. J. C. Vizuete: op. cit., p. 79.
37. J. Yarza: op. cit., p. 82.
38. AGS, Contaduría Mayor de Cuentas, 1ª Época, Leg. 84, fols. 1–88.
39. A pesar de la procedencia lusa de la segunda esposa de Enrique
IV, los objetos que nos sirven de referencia en esta ocasión for-
man parte de las donaciones que le hizo su marido, realizadas,
por tanto, bajo los cánones y gusto castellanos, y no bajo la
influencia de la moda portuguesa. Por otro lado, el momento
en que se realizan las donaciones a las que haremos referencia,
diciembre de 1467 y diciembre de 1468, abriría un debate in-
teresante respecto a las motivaciones del rey para realizar estas
donaciones a doña Juana pues, aunque seguía siendo su mujer
sobre el papel, lo cierto es que la reina por aquel entonces ya
había abandonado la vida marital junto a Enrique IV, debido
a su relación adúltera con el sobrino del arzobispo de Sevilla,
El tesoro de las reinas consortes castellanas 307

don Pedro de Castilla. M. Á. Ladero y M. Cantera, “El tesoro


de Enrique IV en el Alcázar de Segovia (1465–1475)”, Historia,
Instituciones, Documentos, p. 313.
40. Según Nuria Dalmases, entre los motivos por los que se escogía
la plata para este tipo de trabajos, además de la razón económi-
ca, habría que señalar cuestiones puramente técnicas, ya que la
plata permitía su aleación con el cobre y su resistencia facilita el
trabajo con este metal (N. Dalmases: Orfebrería catalana medieval:
Barcelona 1300–1500, vol. 1, p. 57). Sin embargo, Dolores Mª del
Mar Mármol señala que también el oro era aleado con cobre
de manera frecuente, incrementando su dureza y resistencia,
por lo que adquiría características técnicas similares a la plata
(D. Mármol: op. cit., p. 48). Más allá de la técnica el uso de la
plata obedecería a su abundancia en el mercado, que abarataba
su coste frente al oro, aparte de otro tipo de motivaciones tales
como las tendencias artísticas y estéticas del periodo gótico que
podrían haber puesto de moda el uso de la plata.
41. Tal era el caso de dos bacines pertenecientes al tesoro de Leonor
de Aragón, en los que figuraban, esmaltados, un escudo con una
corona, dentro de la cual se encontraban las armas de la reina.
J. M. Nieto: op. cit., p. 53
42. Idem, p. 50
43. Concretamente, la descripción es la siguiente: “Vna taça de
fechura de cucharas e vna roca en medio dorada, de peso de
çinco marcos e tres onças e medya”. AGS, Contaduría Mayor
de Cuentas, 1ª Época, Leg. 84, fol. 48.
44. El tesoro de la reina Leonor también registra esta misma or-
namentación en cinco de las seis tazas que lo integran, como
técnica común a ambas coronas. J. M. Nieto: op. cit., p. 56.
45. B. Arrúe: “Aportación al estudio de la platería civil: la taza de catar
vino o catavino”, en J. R. Carmona (coord.): Estudios de platería, p. 75.
308 Diana Pelaz Flores

46. AGS, Casas y Sitios Reales, Leg. 97, fol. 236r.


47. Estas tres piezas se encuentran citadas en: AGS, CMC, 1ª Época,
Leg. 84, fol. 41.
48. AGS, Contaduría Mayor de Cuentas, 1ª Época, Leg. 84, fol. 82r.
49. R. Bartra, El salvaje artificial, pp. 28–43.
50. A la altura “¿Alrededor de?” de 1445 existían en la capilla “de
continuo” de María de Aragón tablas de este tipo, como un re-
tablo que tenía “dos cabeças, de sant Pedro e sant Pablo”, así como un
gran retablo “de Flandes con vna tabla”. Quizá aún más interesantes
son otras tablas, de menor factura, realizadas “en hueso” (aludien-
do, probablemente, al marfil), en las que se incluirían relieves
de imaginería. AMG, Leg. 3, carp. R–VI–4 / doc.12–e, 2v. y 3r.
51. Placa de metal, madera, marfil, etcétera, con alguna imagen o
signos en relieve que, en las misas solemnes, se besaba en la
ceremonia de la paz. M. Alonso: op. cit., p. 3358.
52. AMG, Leg. 3, carp. R–VI–4 / doc.12–e, fols. 2v. y 8v.
53. J. M. Nieto: op. cit., pp. 63–64.
54. María de Aragón contaba en su capilla con “vn frontal de azeytu-
ní pichulado morisco de colores”, una “sávana de seda de listas
de colores” y “vn panno de altar de terçenel açul con el cruçifixo
e dos ymagines”, otro frontal de “terçenel negro que tiene en
medio vn pedaço de açeytuní negro en que está el cruçifixo e
nuestra Sennora e Sant Johan”, además de un “panno de raso
con vn cruçifixo”, en el que aparecían las armas de la reina. F.
de Paula Cañas: “La cámara de Juan II: vida privada, ceremonia
y lujo”, op. cit., p. 144.
El tesoro de las reinas consortes castellanas 309

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310 Diana Pelaz Flores

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Apropiación comunal de la tierra:
pasado y presente de una relación compleja

Corina Luchía
Universidad de Buenos Aires–Conicet

Propiedad, propietarios,
¡cuántos malentendidos
pueden derivarse de estas palabras!
Marc Bloch

E l estudio de la propiedad comunal en el medioevo hispánico


cobra un singular interés en la actualidad para pensar las
formas ancestrales de disposición de la tierra en otros contextos,
como el de los países latinoamericanos. En esta breve contribu-
ción sobre el caso peninsular en el proceso inicial de transición al
capitalismo de los siglos bajomedievales, se pondrá énfasis en las
diversas lecturas acerca de las cualidades y condiciones de existencia
de esta relación de propiedad.
La caracterización de las formas comunitarias ha dado lugar a
variadas interpretaciones; desde aquellas que, a partir de determi-
nantes jurídicos, las consideraban elementos residuales y arcaicos
condenados por la fuerza del “progreso” a su desaparición hasta
las que sostienen la necesidad de aprehender su persistencia, mo-
dificada por los cambios de las formaciones sociales, evitando las
lecturas evolucionistas unilineales como las que se expresan en el
primer tipo de abordajes.
Para comenzar, resulta indispensable reflexionar sobre el con-
cepto mismo de propiedad, con la cautela que el historiador de
oficio debe guardar para evitar el empleo de categorías deshisto-
rizadas. En este sentido, en el estudio de la propiedad comunal en
312 Corina Luchía

la baja Edad Media importa reconocer su alteridad respecto de la


dominante propiedad privada, sancionada en la modernidad por el
derecho positivo como bien absoluto.1 La ofensiva sobre las tierras
de los pueblos originarios desde la configuración de los estados na-
cionales americanos hasta las expresiones actuales de resistencia de
las comunidades que, en algunos casos, llegan a formar parte de la
agenda de políticas públicas, constituyen el contexto de producción
que estimula estas líneas, centradas en el análisis de las relaciones
de apropiación colectivas en la Península Ibérica bajomedieval.2
La comprensión de las formas medievales de disposición cam-
pesina de la tierra posibilita reconocer otras formas de “poseer”, así
como el complejo proceso histórico que conduce a la creación de
“propietarios plenos”, categoría naturalizada en el mundo moderno,
pero cuya historia merece ser contada.

La lenta transformación de los vínculos con la tierra


En un mundo lejano en el que las relaciones entre los hombres aún
no se encontraban mediadas por las cosas, es posible afirmar con
Edward Thompson que el aldeano:

no sentía furiosamente (suponemos) que poseía su tierra, que era suya. Lo


que él heredaba era un lugar en la jerarquía de derechos de aprovechamiento
[…] Es, en efecto, posible decir que el beneficiario heredaba tanto el derecho
como la malla sobre la cual se hacía efectivo; en consecuencia debía también
heredar un cierto tipo de psicología social y comunal de la propiedad: la
propiedad no de su familia, sino de su familia dentro de la comunidad.3

La propiedad comunal se realiza como una red de derechos y de prác-


ticas que responden a una organización social específica, de la cual
brotan determinadas conciencias y subjetividades. Despojarnos críti-
camente de la universalidad de las condiciones modernas de existencia
Apropiación comunal de la tierra 313

de la propiedad es un paso indispensable para pensar el problema en


su verdadera historicidad; en última instancia, se trata de rastrear los
orígenes de las “condiciones de realización de la propiedad”.4
Durante los siglos finales de la Edad Media, la propiedad cam-
pesina implicaba una serie de derechos arraigados en el tiempo,
cuyo mantenimiento respondía no solamente a una presumible
disposición conservadora de los aldeanos, sino a las propias ne-
cesidades de reproducción de los hogares que debían afrontar
las transformaciones de la dinámica productiva. Esa “malla” a la
que alude E. P. Thompson era el sostén profundo de una lógica
de producción en la cual el uso del espacio y la combinación de
actividades de diverso tipo resultaban vitales.
La fortaleza que han demostrado los colectivos campesinos en
la defensa de sus diferentes aprovechamientos, manifestada en la
retórica que exhiben los procesos judiciales bajo la fórmula reiterada
“que memoria de onbre non es en contrario”,5 revela la importancia
que la preservación de una propiedad práctica, realizada más que
enunciada por la sanción de la ley (aunque no necesariamente ajena
a ella), tenía para las comunidades.

Primeros aportes sobre el tema


Las primeras reflexiones sobre la cuestión forman parte de los de-
bates que desata la política de supresión de los derechos comunales,
en pleno proceso de modernización de las estructuras estatales eu-
ropeas. En este marco se inscribe el trabajo de Arthur Young, en el
cual se defienden activamente los cercados, entendidos como fuente
de mejora social. En la obra de este célebre tratadista se presentan los
enclosures y las grandes explotaciones como los directos responsables
de las innovaciones agrarias que estarían en la base del aumento
sostenido de los rendimientos agrícolas y de la productividad del
trabajo.6 Un siglo después, John y Barbara Hammond reiteran la
314 Corina Luchía

idea acerca de que los enclosures constituyen un medio de promo-


ción y estabilidad social.7 En igual sentido se pronuncia el biólogo
Garret Hardin, para quien la ausencia de un propietario privado
genera la negligencia y el descuido propio de los usufructuarios
de los bienes colectivos, que conducirían inevitablemente a la so-
breexplotación de los suelos.8 Defensor de la privatización, desde
una impronta malthusiana, Hardin considera que los derechos
comunales, lejos de promover el bienestar general a partir de la
búsqueda de beneficios individuales, ocasionan que cada ganadero
aproveche al máximo los espacios comunes, sobreutilizando sus
recursos hasta agotarlos. El controvertido autor concluye que la
“comunalización” privatiza los beneficios, pero socializa las pér-
didas; este planteamiento, como ha señalado oportunamente E.
P. Thompson, se deriva del que sostuvieran los propagandistas
ingleses de los cercamientos parlamentarios, y forma parte de las
intervenciones que tienen como objetivo justificar las políticas
impulsadas por los estados liberales en formación.9
El discurso “estatista” de juristas y parlamentarios ha permea-
do notablemente la más temprana producción historiográfica,
al punto de tomar como realidad dada aquello que es producto
de la intervención política de los legisladores en pos de suprimir
la multiplicidad de formas de disposición de los suelos bajo una
uniformidad que es propia del derecho burgués.10 Hasta bien
entrado el siglo XX, la escuela institucionalista y sus derivacio-
nes sostuvieron el tópico decimonónico que reduce el proceso
de transformación de las formas de apropiación de la tierra a la
imposición de una propiedad perfecta que supera y elimina las
manifestaciones imperfectas propias del feudalismo.11 En el ámbito
hispánico, las obras de destacados autores, algunos de ellos com-
prometidos con la vida política de su tiempo,12 procedentes en
general del campo del derecho, han iniciado una prolífica línea de
Apropiación comunal de la tierra 315

indagación sobre el problema de la propiedad comunal, que ha


servido de base a los estudios posteriores.13
En Inglaterra y en Francia, la transformación de la estructura
de propiedad también promovió interesantes polémicas entre los
liberales, celosos defensores de la anulación de las formas comunita-
rias en aras de la plena vigencia de la “sagrada propiedad perfecta”,
expresión que recupera Marc Bloch de uno de los representantes
agrarios en los parlamentos regionales franceses.14 Por su parte,
los críticos de estas visiones, desde las diferentes corrientes del
socialismo, analizan la aniquilación de las prácticas comunales en
función del interés capitalista y valoran negativamente los efectos
que este proceso tiene sobre los pequeños campesinos.
En su aguda crítica historiográfica, Rosa Congost advierte: “Los
historiadores hemos tendido a asumir como válidas las premisas del
discurso sacralizador de la propiedad”.15 Esta referencia es ineludi-
ble en todo estudio que pretenda contribuir a un conocimiento más
fructífero y riguroso que dé cuenta del dinamismo de la disposición
comunal de los recursos.16

Pensar lo comunal, repensar la propiedad


Como hemos señalado, el estudio de las formas colectivas de pro-
piedad, desde el caso específico de la España medieval, impone
tomar ciertos recaudos metodológicos. En los últimos años, la
historiografía hispanista ha actualizado el problema, con impor-
tantes aportes.17 Uno de los autores que más ha contribuido a
revisar las formas de aproximación a este objeto es sin duda José
Ramón Moreno Fernández, quien constituye una referencia teórica
insoslayable en este trabajo. A propósito del eje que sostiene este
apartado y en clara confrontación con los esquemas evolucionistas,
este autor sintetiza un rasgo difundido entre los aportes sobre la
cuestión: “una imaginada tendencia natural hacia la privatización
316 Corina Luchía

de los comunales; lo que se acostumbra a presentar como un per-


feccionamiento constante e inevitable del régimen de propiedad”.18
Moreno Fernández rechaza esta visión lineal de la historia, presente
en una amplia producción sobre los términos comunes.
Eludir el evolucionismo que se advierte en muchos de los traba-
jos sobre los bienes colectivos implica alejarse de las miradas que
reducen al comunal a un mero objeto que obstaculizaría el desarro-
llo. El papel dominante de esta interpretación se corresponde con la
escasez de trabajos sobre el papel que tiene la propiedad colectiva
en la dinámica de transición al capitalismo. Si los espacios comu-
nales son meros elementos retardatarios y arcaizantes, prendados
de la vieja sociedad, difícilmente pueda advertirse su función en los
procesos de génesis de relaciones nuevas.19 El desafío teórico con-
siste en situar la propiedad comunal en los siglos bajomedievales y
temprano modernos, no en el nivel restrictivo del modo de produc-
ción, sino en el de la formación económico–social como totalidad
contradictoria, en cuya coexistencia hallamos las determinaciones
de la persistencia de formas que se tornarán incompatibles en la
sociedad moderna madura. Solamente de este modo será posible
advertir las diversas relaciones que se generan en estos espacios,
así como las múltiples luchas de las que son objeto. Durante los
siglos estudiados, los aprovechamientos comunales posibilitan la
producción del excedente feudal así como el sostén de las nuevas
relaciones capitalistas emergentes: una misma relación de propiedad,
dos lógicas materiales divergentes.
El interrogante del que parte el investigador al conformar su
agenda de trabajo servirá en esta oportunidad para delimitar el mar-
co en el que situamos esta colaboración. ¿Qué significado cobraba
en los siglos bajomedievales la disposición comunal de los recursos?
Es imprescindible advertir que no se trata de un mero espacio físico
delimitado; tampoco puede reducirse a “todo aquello que queda por
Apropiación comunal de la tierra 317

fuera de las heredades particulares”. Es en la trabazón y complementa-


riedad de las diferentes manifestaciones de la apropiación de los suelos
donde cobra existencia la propiedad colectiva: las parcelas particulares
se entrelazan con los campos abiertos de uso libre y gratuito para todos
los vecinos y moradores de los diferentes concejos de villa y de tierra,
y la producción de los cotos “privados” demanda la existencia de es-
pacios de aprovechamiento comunitario, constituyendo un complejo
régimen de usufructos agrarios que posibilitó la reproducción de los
distintos estamentos sociales a lo largo de la Edad Media.20 Sin embar-
go, la territorialidad de la propiedad es solamente un aspecto de este
conjunto de prácticas devenidas derecho por la fuerza de la consuetudo
y la necesidad de los poderes feudales de reconocerlas, para garantizar
la subsistencia de los tributarios y con ella la extracción del excedente.
Los límites de espacio de este trabajo impiden una demostración
erudita más amplia de la que propongo a continuación; no obstante,
el caso hispánico, y en particular el de la región de la Extremadura
Histórica provee de suficientes ejemplos que dan cuenta de una
realidad de alcance más vasto.
Numerosos y recurrentes pleitos desatados por este tipo de
aprovechamientos (que se agudizan en los siglos finales de la Edad
Media) permiten aproximarnos a la dinámica dentro de la cual los
mismos se insertan. En este sentido, la instancia judicial de las dis-
putas por la tierra, aun con los condicionamientos que impone el
registro retórico del dispositivo procesal, constituye un escenario
fructífero para la indagación del problema. La importancia estraté-
gica de los bienes y usos comunitarios queda reflejada en el interés
que por ellos exhiben los diferentes sectores: caballeros, señores,
tributarios y hasta la propia monarquía participan activamente de
una conflictividad que tiene al comunal como centro.21
La toma de prendas sobre suelos de uso libre y gratuito es una
de las prácticas más difundidas,22 junto con el arrendamiento de
318 Corina Luchía

los lugares de los cuales siguen disponiendo sus antiguos usufruc-


tuarios, pero sometidos al pago de una renta.23 Del mismo modo,
la ocupación e invasión por parte de grandes propietarios, gana-
deros en su mayoría, son otras de las actuaciones que activan los
enfrentamientos. El corrimiento de mojones suele ser una de las
agresiones que promueven los miembros de los principales linajes
locales sobre los campos colectivos de las aldeas; este es el caso,
para el concejo de Ávila, de los descendientes de Sancho Gómez,
cuyo poder obliga a reiterar la sentencia que devolvía los términos
al uso de la comunidad.24 Así denuncian esta situación los testigos:

declararon en conmo, allende de los dicho mojones e terminos


antiguos, el dicho Sancho Gomez o sus herederos e otros por su mandado
avian entrado e abolvido e amojonado nuevamente grand parte
de lo real e devasado e baldío, por lo apropiar e ajuntar e abolver
a la dicha su defesa e nava, en grand perjuyçio del dicho señor rey e de la
dicha çibdad e su tierra.25

El fallo reitera la sentencia primera, condenando a Juan Rodríguez,


uno de los hijos del caballero y a los demás herederos, a las penas
contenidas en ella. Esta ineficacia de la justicia regia se asocia al
creciente poder local de los apropiadores y demuestra la persistente
estrategia patrimonial de los grupos privilegiados:26

de poco tiempo aca, Juan Rodríguez e Gomez, fijos de Sancho Gomez,


e Teresa Rodríguez, su madre, asy conmo grandes e poderosos en esta
dicha çibdat, et otros por su mandado las avian enbargado et enbarga-
van en los dichos devasos de la dicha çibdat e canpos, arrendándolos a
quien querian, tirando los mojones que antiguamente fueran puestos,
por los apropiar e abolver a lo suyo a mengua de buena justicia, en grand
perjudiçio e menospreçio del dicho señor rey e de su çibdat e canpos.27
Apropiación comunal de la tierra 319

La toma de tierras por las oligarquías villanas forma parte de una


orientación económica tendiente, entre otros factores, al incremento
de la renta obtenida mediante la puesta en arriendo de los suelos
usurpados. Las aspiraciones patrimoniales de los grupos dominan-
tes generan una constante fricción con la Corona, en tanto estos
sectores demuestran contar con el poder y la fuerza necesaria para
persistir en las ocupaciones; de allí la insistencia de las comunidades
sobre las consecuencias lesivas de estas acciones para la preserva-
ción del realengo. La abrumadora cantidad de decisiones favorables
al mantenimiento de los comunales debe ser comprendida en si-
tuación y dentro de las condiciones particulares que permiten o no
su ejecución. Entre los elementos a tener en cuenta, consideramos
de singular importancia el grado de compromiso que los grandes
locales tenían con el poder real y su papel en la estructuración de
la jerarquía de dominación feudal.
No obstante, las señaladas trabazón y complementariedad de
las formas de apropiación y disposición de los recursos evidencian
otras manifestaciones de agresión a los derechos comunales. Los
estatutos que regulan la actividad en los open fields dan cuenta de
la imbricación, dentro de las formas de propiedad técnicamente
privada, de usos y derechos comunales. La apertura de las parcelas
individuales a la comunidad de tenentes para el aprovechamiento
temporario luego de recogida la cosecha constituye una práctica
habitual e indispensable. Esta arraigada costumbre campesina trans-
forma el carácter privado de los suelos por la imposición práctica del
uso comunitario en determinados períodos. El llamado common of
shack, conocido en España como “derrota de mieses”, suspende el
derecho exclusivo de uso sobre las parcelas de propiedad individual,
y permite el usufructo de los suelos como pastos para el ganado de
la comunidad.28 Todos los campesinos en su calidad de propieta-
rios tienen derecho a disponer de estas pasturas. La apertura de los
320 Corina Luchía

espacios al uso colectivo no se limita a la ganadería, se extiende a


la recolección de los recursos luego de la siega; se trata del derecho
de espigueo (gleaning) que favorece principalmente a los sectores
más pobres de las aldeas, y permite la reproducción de los grupos
marginales del campesinado.29
Estos usos transforman provisoriamente el carácter privado de
los suelos: lo particular y cerrado se torna comunitario y abierto.
Las disposiciones locales que regulan este régimen son claras, como
se aprecia en el caso del concejo de Sotillo de la Adrada donde se
establece a comienzos del siglo XVI: “que los rastrojos de los panes
desta villa e de su tierra sean guardados para que sus dueños gozen
dellos o quien ellos quisieren, fasta quel pan sea sacado del dicho
rastrojo e ocho días después quede e sea pasto común”.30
Sin embargo, los intereses de las elites locales, así como de mu-
chos señores, tienden a limitar la vigencia de esta práctica ancestral.
Las denuncias campesinas por el cercenamiento de este derecho
son numerosas, y dan cuenta de una tendencia que, no obstante,
manifiesta contradicciones puesto que puede apreciarse cómo en
ocasiones quienes niegan la condición comunal de los recursos se
valen de ella para asegurarse mano de obra o bien complementar
los pastos necesarios para sus cabañas.31
Otro elemento de interés para comprender la forma en que los
campesinos medievales concebían su vínculo con la tierra es la dis-
tinción que se repite en los litigios entre el derecho de propiedad y el
de posesión. El disfrute efectivo de los suelos es un condicionante
clave a la hora de pretender la consagración de derechos; en este
universo práctico, se inscriben incluso los principales agresores de
la propiedad comunal, como puede apreciarse en la extensa con-
tienda contra el caballero Pedro de Ávila por el término comunal
del Quintanar, en la cual su procurador alega:
Apropiación comunal de la tierra 321

sy la parte contraria dezia que rreyvindicaçion e uti posidetis que eran


rremedios contrarios e ynconpetibles e tales en un libelo non se podían
intentar, si bien lo mirásemos fallaríamos que lo contrario era verdad,
porque estos dos rremedios que se intentaban juntamente en un libelo
por rrespeto de diversas posisiones bien se podían acumular en uno
[…] porque al poseedor çevil o natural o todo junto o a qualquier dellos
bien le conpetia el rremedio posesorio de uti pisidetis […] sy la posesión
natural estoviese çerca de otro, que […] fiziese rreyvendicaçion e pidiese
rrestituçion de la posesión natural que era çerca dél demandada.32

Se “tiene” si se aprovecha: la tierra es de quien hace uso constante


de ella. La mención de las generaciones pasadas no es solamente un
recurso legitimador para obtener posiciones ventajosas en los pleitos,
se trata de una concepción del mundo y, en ella, de la relación de los
hombres con su medio. Para el aldeano, la tierra no es solamente “de
quien la trabaja”, herencia germánica que en el feudalismo cobró
la forma originaria del derecho de presura, sino es ese “laboratorio
natural” en el que se funde su historia, en el que se guarda la me-
moria de sus antepasados. Así se advierte en la declaración de un
testigo aldeano, a propósito de la usurpación de los suelos comunes:

Miguell Sánchez, vezino de Martínez […] podrá aver quarenta años que
vido labrar a los vezinos de Çapardiel la dicha hoja, e que este testigo
labró en ella con Juan Sánchez Galache, su padre, que era rrentero de
Gonçalo de Ávila, fijo de Sancho Sánchez […] dixo que labrava por donde
quería en la dicha hoja que ninguna tierra non tenía conosçida.33

Encontramos aquí el territorio familiar, el hogar ampliado, la co-


munidad haciendo uso libre de sus recursos; en este otro, hallamos
la memoria de los años transcurridos, el pasado que interviene en
una pugna de legitimidades:
322 Corina Luchía

dixo este testigo que sabe que de quarenta años, que se él acordava, e aun
de cinquenta, que un echo que llaman de Iohán Velásquez que se solía
pacer por echo conçegil et común […] et que agora que lo tiene entrado
e tomado Sancho Sánchez, fiio del dicho Juan Velásquez […] dixo que
desde el día que él se acordava que siempre oyera decir el dicho echo de
Juan Velásquez, pero que siempre lo viera pacer a los vecinos de la dicha
çibdat e de su tierra por común e conçegil.34

Reconocemos en este testimonio la presencia de dos tipos de legi-


timidad que disputan sobre el mismo espacio: por un lado, aquella
fuente de derecho que emana de la titularidad formal y que ha pa-
sado de este modo al conocimiento de la comunidad, “que llaman
de Iohán Velásquez”; por otro, aquella que reivindica las prácticas
reales que se despliegan en el indefinido terreno de lo permitido y
que en el momento de verse amenazadas, activan los mecanismos
formales para defender su continuidad.35
La propiedad, como he referido, se realiza, cobra realidad
en las prácticas ligadas al trabajo y al aprovechamiento efectivo
pero también a las distintas estrategias que planean los aldeanos
para defender, en las múltiples instancias, la conservación de su
derecho a disponer de ella. La labor y el conflicto aparecen como
los principales determinantes de la existencia de una propiedad
dinámica, sometida a constantes tensiones y cambios, en per-
manente construcción.

Reflexiones sobre la propiedad comunal


La propiedad colectiva no es el opuesto perfecto de la propiedad
privada que avanza sobre ella hasta su desaparición. En este sen-
tido, las interpretaciones unilineales que ven la evolución desde
las formas “imperfectas e inacabadas” hacia la conformación de
la propiedad privada moderna absoluta, son producto del empleo
Apropiación comunal de la tierra 323

acrítico de las nociones del derecho burgués. La propiedad como


categoría fija y abstracta, jurídicamente creada por el acto positivo
del legislador que configura derechos, tardará siglos en imponerse.
En su lugar, hallamos a finales de la Edad Media un conjunto de
derechos de apropiación y de aprovechamientos que configuran el
régimen de propiedad colectiva.
La diversidad del contenido se reduce a la unidad de la for-
ma que reúne bajo una común denominación una pluralidad de
acciones y derechos, inscriptos en la actividad agraria consue-
tudinaria.36 El carácter eminentemente práctico de este tipo de
relación con el espacio es producto de esa multiplicidad de usos
concretos, regulados y transmitidos por la costumbre en el seno
de las sociedades agrarias.37
Como fuente que legitima la apropiación y expresa el estado de
la relación de fuerzas, la importancia de la consuetudo se opone a la
preeminencia de la ley, como expresión abstracta del poder.38 En
este sentido: “Los derechos consuetudinarios de los pobres, son
derechos contra la costumbre del derecho positivo”.39 Es en esta
dimensión de la práctica tradicional, recogida por la memoria de
las comunidades, que se conforman las relaciones de apropiación
colectivas. Sin embargo, esas prácticas determinantes del carácter de
los términos no son resultado accidental de voluntades individuales,
sino producto de la dinámica social y económica de la formación
en la que dichas prácticas se realizan. De este modo, las conductas
particulares de los agentes basadas en las necesidades más inmediatas
del ciclo económico y en los requerimientos regulares de la actividad
agraria, se inscriben en las respectivas lógicas materiales.
La propiedad colectiva se reconoce en el cruce entre los con-
dicionamientos de la estructura y el campo de comportamientos
recurrentes que desarrollan los agentes sobre su medio. La impor-
tancia que otorgamos a la praxis no implica desconocer los límites
324 Corina Luchía

que impone la dinámica objetiva; por el contrario, es dentro de esa


materialidad que vemos aparecer las diversas acciones, ambivalentes
y contradictorias de los individuos y de los grupos.
La propuesta de un nuevo enfoque sobre los derechos de propie-
dad nos conduce una vez más a los planteamientos de Rosa Congost:
“Pensar que los derechos de propiedad reflejan relaciones sociales
que se transforman y se dirimen en el día a día supone optar por
un nuevo modelo —reticular, complejo— de análisis histórico”.40
Los debates actuales sobre el derecho de los pueblos origina-
rios a disponer de sus tierras reclaman una comprensión de las
diferentes formas de disponer de ellas, de “ser propietarios”, que
implica trascender la naturalización de las relaciones dominantes y
constituye desde luego una mirada histórica y política.

Notas
1. Señala Rosa Congost que “Concebir una propiedad absoluta, es
decir, una ‘propiedad sin intermediarios’ en las relaciones entre
los hombres y la tierra significa hacer abstracción de muchos
individuos y de muchos derechos”, Tierras, Leyes, Historia. Estudios
sobre “la gran obra de la propiedad”, p. 123.
2. Estas reflexiones se derivan de mi tesis doctoral: La dinámica de la
propiedad comunal y las condiciones de desarrollo transicional del feudalismo
al capitalismo en el área concejil de realengo castellana. Siglos XIV al XVI.
3. E. Thompson: Tradición, Revuelta y Consciencia de clase. Estudios sobre
la crisis de la sociedad preindustrial, p. 146.
4. R. Congost: op. cit., p. 77.
5. J. A. Jara: “‘Que memoria de onbre non es en contrario’. Usur-
pación de tierras y manipulación del pasado en la Castilla urbana
del siglo XV”, Studia Historica (Medieval), no. 20–21, 2001–2002,
pp. 73–103.
Apropiación comunal de la tierra 325

6. A. Young: General View of the Agriculture of the County of Lincolshire.


Ver sobre Young las referencias de R. Russel: “Parliamentary
Enclosure, Common Rights and Social Change: Evidence from
the Parts of Lindsey in Lincolnshire”, Journal of Peasant Studies,
vol. 27, no. 4, pp. 54–111.
7. La siguiente cita de un reporte sobre agricultura de 1794 es ilus-
trativa: “When the commons are enclosed ‘the labourers will
work every day in the year, their children will be put out to la-
bour early’, and that subordination of the lower ranks of society
which in the present times is so much wanted”, J. Hammnon y
B. Hammond: The Village Labourer, p. 38.
8. G. Hardin: “The Tragedy of Commons”, Science, vol. 162, 1968,
pp. 1243–1248.
9. E. Thompson: Costumbres en común.
10. Ver al respecto la lúcida crítica de Rosa Congost: op. cit., p. 83.
11. Ver F. Tomás y Valiente: Manual de Historia del derecho español y M.
Artola: La España de Fernando VII. Debe advertirse que también
desde la historia social y económica y aun desde el punto de vista
de autores que se adhieren al marxismo, la impronta evolucio-
nista ha dejado sus huellas, ver R. Brenner: “Las raíces agrarias
del capitalismo moderno” en T. Aston y Ch. Philpin (eds.): El
Debate Brenner. Estructura de clases agrarias y desarrollo económico en
la Europa preindustrial, pp. 224–386.
12. Se destaca el caso de Joaquín Costa con su activa participación
en las Cortes de Cádiz de 1908, ver Colectivismo Agrario de España.
13. R. Altamira: Historia de España y de la civilización española, t. I; F. de
Cárdenas: Ensayo sobre la historia de la propiedad territorial en España;
J. Beneyto Pérez: “Notas sobre el origen de los usos comunales”,
Anuario de Historia del Derecho Español tomo IX, pp. 33–102; A.
Nieto García: Ordenación de pastos, hierbas y rastrojeras.
326 Corina Luchía

14. M. Bloch: “La lucha por el individualismo agrario en la Francia


del siglo XVIII” en La tierra y el campesino. Agricultura y vida rural
en los siglos XVII y XVIII, pp. 241–322.
15. “Al confundir ‘sacralización de la propiedad’ con ‘modernización del
país’, la historiografía ha asumido como indiscutibles algunas visio-
nes interesadas del progreso histórico”, R. Congost: op. cit., p. 115.
16. “Una teoría científica de los derechos de propiedad tendría que
combatir nuestra forma habitual de ver la propiedad y asumir el
hecho de que los derechos de propiedad pueden cambiar y evolu-
cionar aunque no cambien las leyes. Mi propuesta es sustituir una
concepción de la propiedad —la propiedad metáfora— cuyos
efectos sociales y económicos se suponen por el análisis de unas
prácticas de propiedad —la propiedad–realidad”, idem, p. 43.
17. Los trabajos de J. M. Monsalvo sobre los bienes comunales son
ineludibles. De este autor, una obra de síntesis actualizada es Co-
munalismo concejil abulense. Paisajes agrarios, conflictos y percepciones del
espacio rural en la Tierra de Ávila y otros concejos medievales. Para con-
sultar la realización periódica de encuentros interdisciplinarios
sobre la historia de la propiedad que organiza la Universidad
de Salamanca, ver: http://www.historiapropiedad.es/pres.asp.
18. J. R. Moreno: “La lógica del comunal en Castilla en la Edad
Moderna: avances y retrocesos en la propiedad común” en Actas
del II Congreso de Historia de la propiedad en España. Bienes comunales,
pasado y presente, pp. 139–178, esp. 143.
19. “Estos planteamientos no invitan a investigar. Si uno ya sabe
de antemano que la mejor alternativa era la propiedad pri-
vada, no parece muy interesante analizar por qué y bajo qué
circunstancias se fue imponiendo; después de todo, ¿no era lo
mejor? Al contrario, si la propiedad comunal prevalece, no se
analiza su lógica: para qué, si ya sabemos que era un arcaísmo,
una anomalía digna de sociedades infantiles”. Ibidem, p. 143.
Apropiación comunal de la tierra 327

20. La complementariedad entre privado y comunal aparece ya en


la descripción de las tipologías germánicas de comunidades, ver
K. Marx: Formaciones económicas precapitalistas.
21. La documentación del Asocio de Ávila, por citar solamente un
ejemplo, da cuenta ampliamente de esta cuestión, C. L. López y
G. del Ser (eds.), Documentación medieval del Asocio de la Extinguida
Universidad y Tierra de Ávila, en adelante Asocio.
22. “dixo que Gonçalo Gil, fijo de Gil Martín, lo prendara en ter-
mino de Sesmiro por diez e ocho maravedís, e que los levara dél,
deziendo que avía término apartado, e esto que gelo feziera más
con poderío que non con derecho”. Á. B. García, J. M. Monsalvo
y G. del Ser (eds.), Documentación Medieval del archivo municipal de
Ciudad Rodrigo, p. 46 (en adelante Ciudad Rodrigo).
23. “Juan Ferrández Arnedo, que tenía tomados e entrados de
tiempo çierto [...] los quales diz que pertenecieron por devaso
a vecinos e moradores en esta dicha çiudat, çerca del lugar de
Capilla, çerca desta dicha çiudat, lo qual el dicho Juan Ferrandez
dezía que eran suyos et los apropiava e arrendava por suyos”,
Ciudad Rodrigo, Doc. 45 (1399), p. 88.
24. Los numerosos ejemplos de este tipo de actuaciones validan
la idea acerca de que el régimen comunal puede ser entendido
como “un artefacto institucional sobre el que se plasmaba el
poder local”, J. R. Moreno, op. cit., p. 158.
25. Ciudad Rodrigo, Doc. 73 (1414), p. 132. Destacado mío.
26. “El poder local, mediante las decisiones que desde él pudieran
tomarse, se mostraba como un mecanismo esencial en el pro-
ceso de formación de los patrimonios individuales de diferentes
familias”, V. Sanz: Propiedad y desposesión campesina, p. 246.
27. Ciudad Rodrigo, Doc. 73 (1414), p. 134. Destacado mío.
28. M. Bloch señala a propósito de la vaine pâture, “el dueño de
la parcela no tiene ningún derecho particular sobre lo que en
328 Corina Luchía

principio es suyo. Debe permitir que los ganados del pueblo


pasten en él”, op. cit., p. 127.
29. P. King, “Gleaners, Farmers and the failure of Legal sanctions
in England, 1750–1850”, Past and Present, 91, 1989, pp. 74–108.
30. C. L. López (ed.): Documentación Medieval de los Archivos municipales
de La Adrada, Candeleda, Higuera de las Dueñas y Sotillo de la Adrada,
(1500), Cap. XXVIII, p. 207.
31. “El problema de la competencia por la mano de obra está en
el trasfondo de este interés por los pastizales. Para el heredero
disponer de zonas privadas de pasto le permite no ya solamen-
te meter en ellos su ganado de crianza propio […] sino poder
ofertar los medios necesarios al ganado de crianza y al ganado de
labor de posibles criados o renteros; en suma le permite competir
eficazmente por la mano de obra”, J. M. Monsalvo: El sistema
político concejil. El ejemplo del señorío medieval de Alba de Tormes y su
concejo de villa y tierra, p. 434.
32. Asocio, Doc. 192 (1491), pp. 794–795.
33. Asocio, Doc. 186 (1490), p. 758 (destacado mío).
34. Asocio, Doc. 75 (1414–15), p. 297.
35. “La costumbre también fue principio de legalidad, pues sirvió de
principal argumento de los jueces para fijar/restituir el estatuto
de los términos”, J. M. Monsalvo: “Costumbres y comunales en
la tierra medieval de Ávila. (Observaciones sobre los ámbitos del
pastoreo y los argumentos en los conflictos de términos)”, en
Actas del IV Congreso de Historia de la propiedad en España, Costumbre
y Prescripción, pp. 23–70, esp. 24.
36. “La propiedad común del suelo —Marx lo señala con insistencia—
puede tomar, como la propiedad privada, las formas más diversas. No
concederíamos crédito alguno al historiador que hiciera desaparecer
todas las diferencias entre las formas grecorromanas o capitalistas
de propiedad privada y confundiera todas las distintas sociedades de
Apropiación comunal de la tierra 329

clases bajo la rúbrica general de donde reina la propiedad privada”, M.


Godelier: Teoría marxista de las sociedades precapitalistas, p. 147.
37. El concepto de habitus de Bourdieu completa la caracterización que
proponemos: “el habitus, es decir, el organismo que el grupo se ha
apropiado y que es apropiado para el grupo, funciona como el sopor-
te material de la memoria colectiva: instrumento de un grupo, tiende
a reproducir en los sucesores de los predecesores, o, simplemente,
los predecesores en los sucesores”, P. Bourdieu: Campo del poder y
reproducción social. Elementos para un análisis de la dinámica de clases, p. 110.
38. Es de interés la caracterización que propone Monsalvo Antón
acerca de la costumbre comunitaria: “lejos de ser solamente una
práctica, era también una elaboración ideológica, por otra parte
equívoca. Hemos querido demostrar el carácter histórico más que
antropológico de este supuesto principio basado en la armonía
y la permanencia, destacando su viva conexión con la realidad y
los intereses rurales y hemos enfatizado su sentido cambiante”,
J. M. Monsalvo: “Costumbres y comunales en la tierra medieval
de Ávila. (Observaciones sobre los ámbitos del pastoreo y los
argumentos en los conflictos de términos)”, op. cit., p. 60.
39. K. Marx: Los debates de la Dieta Renana, p. 35.
40. R. Congost, op. cit., p. 68.

Fuentes
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330 Corina Luchía

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332 Corina Luchía

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colshire, Londres, Newton Abbot, 1813.
V. HISTORIA, DERECHO, SOCIEDAD
De Altamira a las Digital Humanities: recorridos lectores

Coral Cuadrada
Universidad Rovira y Virgili

Again, it [the Analytical Engine] might act upon other things


besides number, were objects found whose
mutual fundamental relations could be expressed
by those of the abstract science of operations…
Ada Lovelace Byron

1 . Hoy en día, empezado el siglo XXI con todo tipo de pre-


moniciones enfrentadas (como las derivadas de la promesa
biotecnológica), y con lo que algunos han llamado la “aventura
de la Ilustración” ya zanjada (los ideales de la Ilustración no han
desaparecido, pero resulta evidente que no han triunfado), siguen
existiendo muchas personas que creen en el progreso de la huma-
nidad. Para ellas no se explica de otro modo que la civilización haya
conseguido sobrevivirse a sí misma a pesar de todas las crisis por
las que ha pasado, y consideran las etapas de retroceso como fases
de decadencia necesarias para que se produzca un nuevo y cada vez
más potente relanzamiento.
Una ojeada a los logros de las sociedades humanas evidencia
que de reacciones y avances tras periodos especialmente críticos ha
habido muchos. Siguiendo a Michael Rothschild,1 podríamos decir
que la humanidad ha pasado hasta hoy por, al menos, seis grandes
revoluciones que se corresponden con lo que algunos han llamado
certeramente “explosiones informacionales”.
Cada nuevo paso dado por la sociedad es fruto de unos saberes
previamente adquiridos y convertidos en conocimiento, mismo
que implica, a su vez, nueva información. La primera explosión
336 Coral Cuadrada

informacional data de hace unos 17.000 millones de años, acaso


esto es lo mínimo que se puede interpretar de las primeras pinturas
rupestres de las que tenemos conocimiento: las de las cuevas de
Altamira. Cuando el hombre primitivo empezó a pintar las paredes
de sus hábitats con símbolos que narran historias, la humanidad
inició un camino sin retorno.
La siguiente revolución tuvo lugar en la protohistoria (entre el
3.100 y el 2.700 a.C.), produciéndose a raíz de la invención de la
escritura por los sumerios. La escritura cuneiforme nació fruto de
la necesidad que tenía Sumer de administrar con eficacia su gestión
económica y de registrar sus negocios comerciales con otras regio-
nes distantes, y fue, además, la máxima expresión de una cultura
engendradora de civilizaciones, solo comparable a la conseguida
siglos más tarde por la Grecia clásica.
Se lee primero en las paredes de roca; luego, sobre tablillas de
arcilla, como señala Teseo refiriéndose a la carta de Fedra:2

TESEO.– Ea. ¿Qué tablilla es esta que sujeta su mano amada? ¿Querrá
decirme alguna cosa nueva? ¿Me habrá escrito una carta suplicándome
en favor de su lecho y de mis hijos? No tengas miedo: pues no hay mujer
que entre en la casa y el lecho de Teseo. Esta impresión del sello de oro de
la que ya no existe me toca todavía el corazón. Ea, desatando el cordón,
voy a ver qué me dice esta tablilla.

Más adelante se inventa el códice:

Tú que deseas que mis libritos estén contigo en todas partes y quieres
tenerlos como compañeros de un largo viaje, compra los que el pergamino
oprime en pequeñas páginas; deja la biblioteca para los libros grandes,
a mí una sola mano me abarca. Con todo, para que no ignores dónde
estoy en venta y no andes vagando de un lado a otro por toda la ciudad,
De Altamira a las Digital Humanities 337

lo sabrás con seguridad siguiendo mis instrucciones: busca Segundo, el


liberto del docto Lucense, detrás del templo de la Paz y del Foro de Palas.3

En la Alta Edad Media, Isidoro de Sevilla4 resalta las condiciones del


lector monástico:

Quien vaya a ser ascendido a este rango deberá estar versado en la doc-
trina y los libros, y conocerá a fondo los significados y las palabras, a fin
de que en el análisis de las sententiae sepa dónde se encuentran los límites
gramaticales: dónde prosigue la lectura, dónde concluye la oración. De
este modo dominará la técnica de la expresión oral (vim pronuntiationis) sin
obstáculos, a fin de que todos comprendan con la mente y con el consen-
timiento (sensus), distinguiendo entre los tipos de expresión, y expresando
los sentimientos (affectus) de la sentencia: ora a la manera del que expone, ora
a la manera del que sufre, ora a la manera del que increpa, ora a la manera
del que exhorta, ora adaptándose a los tipos de expresión adecuada.

Y ya en el siglo XII se detalla cómo debe seguirse la lectura en las


primeras universidades:5

La ejercitación de la Sagrada Escritura se realiza mediante la lectura,


lectionem, la discusión académica, disputationem, y la predicación, prae-
dicationem [...]. La lectura es como el fundamento, el cimiento de todo
lo demás, porque a partir de ella se disponen las restantes utilidades.
La disputa es como la pared en este ejercicio y edificio, porque nada
queda plenamente entendido, nada es predicado con fidelidad, si
primero no ha sido triturado con el diente de la discusión. Pero la pre-
dicación, a la que sirven las anteriores, es como el techo que protege
a los fieles del calor y del torbellino de los vicios. Por consiguiente,
sólo después de la lectura de la Sagrada Escritura y del examen de las
dudas a través de la discusión, se debe predicar y no antes.
338 Coral Cuadrada

En 1345 se exalta el libro como gruta de la sabiduría:6

Los libros son los maestros que nos instruyen sin brutalidad, sin gritos ni
cólera, sin remuneración. Si nos acercamos a ellos, jamás los encontramos
dormidos; si les formulamos una cuestión, no nos ocultan sus ideas; si nos
equivocamos, no nos dirigen reproches. ¡Oh libro, vosotros que poseéis,
solos la libertad!, ¡que dais a todos aquellos que os piden y que manumitís
a quienes os han consagrado un culto fiel!, qué de cosas habéis inspira-
do a los sabios con una gracia celestial por medio de la escritura. Pues
vosotros sois esas profundas grutas de la sabiduría hacia las que el sabio
encaminaba a su hijo para que desenterrara los tesoros que encerraban.
Vosotros sois esos pozos de agua vivificante que el padre Abrahán excavó
antes que nadie, que Isaac desescombró y que los hebreos se esforzaron
por colmar siempre. Sois, efectivamente, las espigas deliciosas, llenas de
granos, que las manos apostólicas deben segar para alimentar a las almas
hambrientas. Sois las urnas de oro en las que se contiene el maná y las
piedras de donde sale la sagrada miel. Los senos ubérrimos de la leche
de la vida, provistos en todo momento de abundantes reservas. Sois el
árbol de la vida y el río de los cuatro brazos del Paraíso, donde la mente
humana reposa y el árido intelecto penetra para fecundarse. Sois el arca
de Noé, la escala de Jacob y el canal en que deben penetrar las creaciones
de los contemplativos. Sois las piedras del testimonio, los potes vacíos que
sirvieron para colocar las lámparas de Gedeón, las alforjas de David, de
donde saldrán las piedras pulidas que matarán a Goliat. Sois los áureos
vasos del templo, las armas de la milicia de los clérigos que reducen a la
impotencia a los perversos; olivos fértiles, vides deCugadi, higueras que
no se secarán, lámparas ardientes; en fin todo lo mejor que pudiéramos
encontraren las Escrituras para oponerles por vía de comparación, si es
que está permitido hablar figuradamente.
De Altamira a las Digital Humanities 339

2. Estamos viviendo en la era que muchos llaman digital, el estadio


más reciente de lo que Sylvain Auroux7 titula un proceso de gra-
matización, como algo que empieza cuando aparecen las primeras
formas de escritura. Las tecnologías digitales, al inicio, son formas
de escritura electrónica, ya no se rotula sobre el barro o sobre los
papiros de Mesopotamia o de Egipto, sino que se escribirá muy
próximamente sobre todo lo que es vivo. La escritura es, de entrada,
impresión en todas sus formas. La escritura digital es el registro del
movimiento, del gesto, incluso del olor; es escritura en el sentido
de inscripción, y esto incorpora en su conjunto los iconos, los
ideogramas, que habían sido excluidos a partir de la época griega.
Y, por ejemplo, hoy, el video cuenta con algoritmos automáticos
de contenido que hace que podamos tratarlo también como una
escritura, y esto afecta a todas las formas de grabación digital.
Curiosa y paradójicamente, en esta nuestra época de la informa-
ción, nos enfrentamos a una tremenda crisis de la educación, en el
sentido que denunciaba Hanna Arendt en dos textos suyos: “¿Qué
es la autoridad?” y “La crisis en la educación”, ambos contenidos
en su libro Entre el pasado y el futuro.8 En ambos textos, Arendt nos
ofrece importantes indicaciones para pensar la crisis contemporánea
en la educación y, sobre todo, la crisis en las instituciones escola-
res. En “La crisis de la educación”, Arendt llama la atención sobre
las dificultades generalizadas en las que se encuentra la educación
norteamericana en los años cincuenta y, de esta manera, muestra la
crisis en la educación del mismo mundo occidental. Para la autora,
tal acontecimiento no es una exclusividad de aquel momento par-
ticular, sino que sus motivos pueden relacionarse con el proceso
de escolarización en el siglo XX. Uno de los principales problemas
detectados por la pensadora tiene que ver con un especial abordaje
de la infancia en el contexto de las pedagogías PSI, las cuales, en
lugar de formar niños y jóvenes para ser responsables y para la
340 Coral Cuadrada

acción en el mundo público, los deja inmersos en un proceso de


“infantilización” generalizada que se extiende hasta la vida adulta.

La crisis general que acometió al mundo moderno en todos lados y en


casi todas las esferas de la vida se manifiesta de manera diversa en cada
país, involucrando áreas y asumiendo formas distintas. En América, uno
de sus aspectos más característicos y sugestivos es la crisis periódica en la
educación, la cual se ha transformado, en el decurso de la última década
empezó a ser, por lo menos, un problema político de primera magnitud,
apareciendo casi a diario en los periódicos. Seguramente no se necesita
mucha imaginación para detectar los peligros de una baja siempre cre-
ciente en los niveles elementales en la totalidad del sistema escolar, y la
seriedad del problema ha sido subrayada apropiadamente por los nume-
rosos esfuerzos de las autoridades educacionales para detener la marea.9

Lo que la filósofa denunciaba hace más de medio siglo en Estados


Unidos es una realidad palpable en la Europa de nuestros días.
Todos los educadores, empezando por los padres, y sobre todo los
profesores, constatan que cada vez es más difícil conseguir la aten-
ción de los alumnos, en todo tipo de escuela y nivel educativo. Un
problema atencional que se manifiesta en la merma de atención:
déficit, incluso algunas veces hiper–violencia, pérdida del senti-
miento de la existencia del otro e incapacidad de concentrarse son
los principales problemas de la juventud americana y europea. Si
hoy es difícil hacer que el mundo escolar funcione correctamente
es debido a que la escuela es una institución que quiere prescribir
modos de interés que se han convertido en incompatibles con las
formas de captación de la curiosidad contemporánea. Y, a partir de
aquí, se produce una guerra de hecho entre estos dos modelos de
atención. Ante la evidencia, existen dos actitudes posibles: o bien
decimos: Hemos de desconectarnos de estos medios e intentar
De Altamira a las Digital Humanities 341

hacer una escuela para una élite que pueda estar independizada,
hacer como san Bernardo o san Benito10 y proponer una especie
de monasterio sin conexión; o optamos por re–articular la escuela
y prescribir estas nuevas formas de atención, inventándolas de
otro modo. Esta es la tarea de la escuela, del instituto, y yo di-
ría, ante todo, de la Universidad. El tema de la atención que las
instituciones educativas deben formar, no se reduce a un tema
pedagógico o de psicopatología escolar, ni se resolverá mediante la
mejora de los modelos pedagógicos. No. Se trata de una transfor-
mación radical de los saberes a través de las tecnologías digitales y
analógicas, que son los φάρμακον del problema de nuestra época.
¿A qué me refiero con el término φάρμακον? Veamos su origen:
En un contexto mítico, junto al río Iliso, se desarrolla el diálogo
Fedro de Platón. Surge el tema de la escritura, del discurso. Sócrates
insinúa el destierro de los mitos, para quedar en posesión de la ver-
dad racional; sin embargo hace referencia a dos de ellos: la fábula de
las cigarras y la de Zeus. Este encantamiento que produce el mito
genera un estado de expectativa en los actores del diálogo, que en
cierta forma envenena su imaginación. Comienza así la condena
racional de la escritura. De inmediato Sócrates establece una seme-
janza con los discursos de Fedro, tan parecidos a un fármaco, a un
veneno, que adormece y causa la muerte.

Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas,
les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo
que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la me-
moria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a
través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí
mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino
un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas
a tus alumnos, que no verdad.11
342 Coral Cuadrada

De la misma forma, los medios digitales hoy en día, en cierta


forma, destruyen la atención. Tendríamos que enfrentarnos a
grupos industriales mundiales, ya no debatimos con sofistas, pero
la cuestión continúa siendo la misma. El problema es que hoy el
φάρμακον contemporáneo digital y también el analógico están al
servicio de una captación mediática de la atención liderada por una
aplicación de las que podríamos entender como psico–tecnologías.
Implementar estas nos ha conducido al conflicto del interés inte-
lectual, porque actualmente tenemos unos modelos que hacen que
sea imposible conseguir la capacidad de concentración necesaria
en el ámbito de la formación de la atención, es decir, la razón; esta
es la cuestión fundamental.

3. Volvamos atrás, retomemos las revoluciones de la información.


No encontramos otra explosión informacional que merezca el ape-
lativo de revolucionaria sino hasta el siglo XV, gracias al invento de
la imprenta de tipos móviles de Johannes Gensfleisch, más conocido
como Gutenberg. La aparición de la impresión mecanizada a partir
de 1455 reduciría en un 98% la mano de obra necesaria para copiar
información. La imprenta tuvo sus defensores y sus detractores:

Estos Libros son hijos de la Imprenta; ella los dà ser, ella los multipli-
ca; pues afirman Autores, escrive mas vna prensa en un dia, que cien
escrivientes con la pluma en un año. Por ella discurren las Provincias,
y Reynos del Orbe, y se les participan sus frutos, sin que lo que contie-
nen, admita quiebra, ni mudança; y assi la Imprenta es symbolo de la
Eternidad[...] De estas dos inventivas de las letras è la Imprenta hizo el
Arte vn compuesto, que se reduze a las reglas de la Prensa, tan vniver-
sal, que comprehende, y govierna todas las diferencias de letras, y de
Idiomas que vsan todos los Reynos, y Provincias del Orbe; con tanta
particularidad, que parece se formó para cada vno: y por esto merece-
De Altamira a las Digital Humanities 343

dor de la mayor excelencia; porque tiene las partes que la hazen capaz
de este honor.12 [...] locura negligente e irreflexiva, pero no pequeña,
que consiste en ver las obras, las fatigas y los sudores de los venerables
padres y doctores de la santa Iglesia de Cristo, como son los sermones
de Agustín a los eremitas, las vidas de los padres, de Jerónimo, los Diá-
logos de Gregorio, Juan Casiano, Lodolfo della Vita di Cristo y muchos
otros doctores santos e iluminados, los cuales, cuanto escribieron, lo
escribieron para adoctrinarnos y darnos ejemplo, para nuestra utilidad
y edificación, impresas en letras ciegas, sucias, feas, desgraciadas, que
quitan las ganas de leer a cualquier lector estudioso, y además de los
desgraciados caracteres, el papel es negro, ahumado y tosco y cortado
de cartuchos de atún rancio o de calendarios boloñeses. Por otra parte
se ven el Morgante, el Orlando, el Renaldo, el Decamerón, la Fiammeta
y otras obras semejantes..., vanas, infructuosas y totalmente inútiles,
impresas con toda diligencia, con toda solemnidad y paciencia y con
caracteres elegantísimos en papel delicadísimo.13

A continuación, el siglo XVII y el siglo XVIII verían el nacimiento


de la ciencia moderna (lo cual no significa que antes no existieran
conocimientos científicos, sino que no existía ciencia ni método
científico tal y como los definimos hoy)14 y constituirían un nuevo
periodo de grandes cambios para la humanidad. El siglo XVIII
puede considerarse dominado por una “epidemia” lectora, cuyas
causas se ilustran a continuación:

[En Erfurt hay] lectores y lectoras de libros que se levantan y se acuestan


con el libro en la mano, que se sientan con él a la mesa, que no se separan
de él durante las horas de trabajo, que se hacen acompañar por el mismo
durante sus paseos, y que son incapaces de abandonar la lectura una vez
comenzada hasta haberla concluido. Pero en cuanto han engullido la
última página de un libro, buscan afanosos dónde procurarse otro; y en
344 Coral Cuadrada

cuanto descubren en unos servicios, en un atril o en cualquier otro lugar


alguna cosa que pertenezca a su especialidad, o que les parezca legible, lo
cogen y lo engullen con una especie de hambre canina. Ningún aficionado
al tabaco, ninguna adicta al café, ningún amante del vino, ningún jugador
depende tanto de su pipa, de su botella, de la mesa de juego o del café
como estos seres ávidos de lectura dependen de sus legajos.15

Veamos asimismo las prácticas y los espacios de la revolución


lectora:

La Julia, que estaba en prensa hacía mucho tiempo, empezó a meter ruido,
aunque no apareció hasta fines de 1760. La señora de Luxemburgo había
hablado de ella en la Corte y la de Houdetot en París. Ésta obtuvo, además,
por mediación de Saint–Marbert, mi permiso de hacerla leer ante el rey de
Polonia, a quien agradó en extremo. Duclos, a quien la hice leer también,
había hablado de ella en la Academia. Todo París estaba impaciente por
ver esta novela: las librerías de la calle de Saint–Jacques y las del Palais–
Royal se llenaban de gente que preguntaba por ella. Apareció al fin, y
frente a lo que suele ocurrir, su éxito correspondió a la impaciencia con
que era esperada. La señora esposa del Delfín, que fue de las primeras
que la leyeron, habló de ella al señor de Luxemburgo como de una obra
encantadora. Entre los literatos las opiniones anduvieron divididas; pero
en el público hubo un sentimiento unánime, y sobre todo las mujeres se
prendaron del libro y del autor, hasta el punto de haber pocas, aun entre
las de alto rango, a quienes no hubiese yo conquistado de proponérmelo.16

Es, realmente, el siglo de la prensa:

Ahora ha llegado verdaderamente el momento en el que una nueva moda


lectora generalizada y mucho más poderosa que las precedentes se ha
propagado no sólo por Alemania, sino por toda Europa, atrayendo a
De Altamira a las Digital Humanities 345

todas las clases y estamentos, y provocando el retroceso de otros tipos de


lectura; se trata de la lectura de periódicos y de hojas volantes de asunto
político. Es sin duda la lectura de moda más generalizada que ha habido
nunca […]; desde el regente y el ministro hasta el suministrador de leña o
el campesino en la taberna de su pueblo, desde la dama en su tocador hasta
la fregona en la cocina, todos leen ahora periódicos[…]. Calculan cuánto
queda para que llegue el correo, y asedian la casa de postas para asistir a
la apertura de la saca […]. Una dama de buen tono debe leer al menos los
últimos ejemplares del Moniteur, el Journal de Paris o la Gazette de Leide antes
de asistir a su té, a fin de poder intercambiar su parecer con la sociedad de
caballeros, a quienes este espíritu común reúne con tanta mayor fruición
en torno a la mesa de té, y que se informarán de las novedades leyendo
el Chronique du mois, el London Chronicle, el Morning Post o cualesquiera de
los dos periódicos de Hamburgo, Fráncfort o Bayreuth. Entretanto, el
herrero junto a su yunque y el zapatero en su escabel dejan reposar sus
martillos y leznas para leer el Strassburger Kriegsbothe, la Brünnerbauern Zeitung
o el Staatscourrier, o se lo hacen leer en voz alta a sus mujeres.17

En el siglo XIX, la revolución industrial cambiaría de nuevo por


completo la forma de concebir el mundo. Aparecen nuevos públicos
lectores (las mujeres, los proletarios, los niños), asistimos a un ascen-
so del libro de bolsillo y entra en función la novela por entregas:18

El desdén y la sátira se han ensañado, y todavía se ensañan cruel e injus-


tamente contra el sistema de publicación de obras literarias por entregas
baratas, y en particular de las novelas, que constituyen, casi por sí solas, el
paseo intelectual de nuestro pueblo […]. Hay que declararlo sin rebozo,
para vergüenza del país: la clase que más lee, o si se quiere la que más
compra hoy en España, es la clase pobre, la que no puede, si sacrificar las
necesidades más perentorias de la vida, comprar de una vez un libro entero
que le cueste dos pesetas, y compra ese mismo libro fraccionado y otros de
346 Coral Cuadrada

mayor volumen, mediante pequeños desembolsos. He aquí el origen de la


entrega en general, y la causa del éxito fabuloso de algunas obras […]. Para
algunas personas la palabra «entrega» es sinónima de la palabra «desatino»,
sin que por esto se tomen la molestia de leer antes de formular un juicio,
que muchas, muchísimas veces tiene muy poco de atinado. En naciones más
cultas que la nuestra han salido y salen por entregas, y se meten por debajo
de la puerta, novelas, bien o mal ilustradas, y otras obras de indisputable
mérito, como la Biblia, el Quijote, la Divina Comedia o el Fausto.

En el ochocientos asistimos a un gran avance de los medios de


comunicación audiovisuales: en 1833, Rodolphe Töpffer, inventor
del cómic, publica su álbum de historietas Histoire de M. Jabot ;19
en 1860, Antonio Meucci inventa el teléfono, que será patentado
posteriormente por Alexander Graham Bell; en cambio, se hace
difícil atribuir la paternidad de la radio a una sola persona, la teoría
de las ondas electromagnéticas se descubre en 1873, y en 1875 el
italiano Guillermo Marconi construye el primer sistema de radio,
consiguiendo enviar señales a la otra orilla del Atlántico en 1901. El
cine, a su vez, alcanza su fecha mítica el 28 de diciembre de 1895,
cuando los hermanos Lumière proyectaron públicamente la salida de
las obreras y obreros de una fábrica francesa en Lyon, la demolición
de un muro, la llegada de un tren, y un barco saliendo del puerto.
Corresponden al siglo XX la televisión y el internet. Las primeras
emisiones públicas de televisión las efectuó la BBC en Inglaterra en
1927, siendo las primeras programaciones en el 36 en UK y en el 39
en EEUU; se interrumpieron durante la Segunda Guerra Mundial,
reanudándose al finalizar. La revolución de la microinformática re-
cibe, para algunos, con todos los honores, el apelativo de “informa-
cional”, porque se convierte más que nunca en el bien más preciado.
Como afirma el sociólogo Manuel Castells,20 la información no es
ya solo fuente de conocimiento, herramienta, sino objeto de valor
De Altamira a las Digital Humanities 347

en sí misma, participa de forma determinante en los procesos de


generación de capital, esto es: la información ya no solo es potencial
de poder en abstracto, es poder bien concreto, poder económico.

4. Las formas de atención contemporáneas que encontramos en


los ámbitos de los mass–media, son formas destruidas, como he
señalado más arriba. Entonces, esta época difícil en la que nos
encontramos y que se añade a la crisis económico–financiera en la
que estamos sumidos, solo se puede solucionar si transformamos
radicalmente nuestro pensamiento y nos apropiamos del utillaje
analógico y digital. Para poder llevar a cabo esta novedad en la
vida de la mente y de los procesos intelectuales hemos de poner a
examen las instituciones, en especial a la Universidad, evidenciando
también sus sombras. Es algo que mostró casi un siglo ha Paul Va-
léry, quien un año después de la firma del acuerdo entre Francia y
Alemania, en 1919, escribió: “Nosotras, las civilizaciones, sabemos
que somos mortales”, frase que figura en el encabezamiento de dos
cartas publicadas en Londres en el semanario The Athenaeum en abril
y que fueron reproducidas cuatro meses más tarde en la Nouvelle
Revue Française. Lo que se conoce menos es la continuación: “tanto
horror no hubiera sido posible si no hubiera existido virtud”.
Millares de ciudades arrasadas, millones de muertos, campos
aniquilados, la ruina de Europa… todo ello no hubiera tenido lugar
a tan gran escala si las universidades no hubieran desarrollado tan
tremendas máquinas de destrucción. Lo que muestra Valéry en
ese momento es el carácter ambiguo del conocimiento, que puede
estar al servicio del mal, de la hecatombe. En cierto modo también
nosotros en estos momentos nos vemos enfrentados a este proble-
ma, el cual preocupaba igualmente a los dadaístas de la época, los
fenomenólogos, o a Freud, todos escribieron sobre el tema. Pero
solo afectaba a una reducida minoría, los intelectuales, el resto de la
348 Coral Cuadrada

población vivía los “felices” años veinte. Y todos nosotros, mujeres


y hombres del siglo XXI después de Fukushima, la caída de Lehman
Brothers y del derrumbamiento del euro nos sentimos inquietos
ante la ambigüedad de la tecnología y del saber, sobre todo algunos
de los saberes universitarios.
Bernard Stiegler21 menciona a Husserl, el fenomenólogo alemán,
que en 1901, en su V investigación lógica, cuando estudia la forma en
que funciona la conciencia, entiende que es ante todo un fenómeno
de retención —la conciencia puede retener cosas— y, al mismo
tiempo, ella misma constata que eso que intenta retener se le esca-
pa, dado que es un flujo temporal. Estas primeras reflexiones las
presenta tres años más tarde en un seminario en el que participó
Heidegger, a partir del cual dará el fruto en forma de libro: Lecciones
de fenomenología de la conciencia interna del tiempo. Retomando la preo-
cupación de san Agustín, el primero que estudió la temporalidad
del ego, del yo, Husserl hace un descubrimiento fundamental: la
actividad de la conciencia consiste en producir, básicamente, cuando
piensa, escucha o habla retenciones primarias.
Stiegler reelabora el concepto de retenciones primarias a partir
del texto de Husserl El origen de la geometría.22 Estas retenciones
existen desde los inicios de la humanidad; las hay que aparecen
después del Neolítico, son las intelectuales que pretenden produ-
cir atención de un tipo especial, con la aparición de la escritura y
el alfabeto, porque el alfabeto reproduce la geografía, la historia
griega, la Biblia, el reino de Judea y todas las formas de interés que
llamamos monoteísmo. Nosotros, sociedad del siglo XXI, estamos
viviendo una revolución de la retención tecnológica, relacionada
con las tecnologías analógicas y digitales, de alcance mucho mayor
de lo ocurrido en el Renacimiento o con la aparición de la imprenta.
Imprenta que contribuyó de manera decisiva al nacimiento del hu-
manismo y del protestantismo también; sin voluntad de establecer
De Altamira a las Digital Humanities 349

un determinismo científico o técnico, resulta evidente, solo es ne-


cesario leer a Lutero o las polémicas de la época sobre la función de
la escritura y de la escritura impresa, extremos que con anterioridad
he resaltado citando a defensores y detractores de la imprenta. Ello
nos lleva a ver que la producción de esta nueva forma de tecnología
permitió una transformación radical del saber que se originaba en la
cristiandad y el papado, que condujo al protestantismo y nacimiento
del capitalismo. Max Weber decía que para entenderlo, en primer
lugar, debíamos ver la relación con la escritura sagrada, y después,
la escritura de la contabilidad, puntales del proto–capitalismo.
Hoy nos encontramos inmersas e inmersos en una revolución de
las conocidas como retenciones terciarias, artificios mnemotécnicos,
término que popularizó el periodista Nicholas Carr en un célebre
artículo en la revista The Atlantic en 2008, con el provocador título
¿Nos está haciendo estúpidos Google?, en el que relataba su incapacidad
personal para concentrarse. Este pasado año ha publicado el libro
Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?,23 editado en
inglés en 2010, está generando una gran polémica tanto en EEUU
como en Europa. El autor sostiene en la obra que la red, tan llena de
ventajas, está alterando nuestras habilidades cognitivas. Haciendo un
repaso por la historia de la tecnología, desde la invención del reloj
hasta el libro, pasando por la bola de escribir de Nietzsche, muestra
que cada una de ellas ha dejado su huella en la mente. Apoya el
repaso con los más recientes experimentos en el campo de la neu-
rología. Su conclusión es clara: internet, la última gran tecnología,
está debilitando algunas de las funciones cerebrales más elevadas,
como el pensamiento profundo, la capacidad de abstracción o la
memoria. Es, pues, una nueva versión del φάρμακον platónico.
Lo que es innegable es que las tecnologías de la información y
la comunicación (TIC) han conllevado grandes cambios en nues-
tras formas de vida; han modificado la sociedad y los modos de
350 Coral Cuadrada

producción. Las tecnologías digitales son, hoy por hoy, el último


estadio de la escritura alfanumérica. Han cambiado completamente
nuestra forma de pensar. Las analógicas (especialmente cine y tele-
visión) permitieron la posibilidad de exteriorizar la percepción, la
imaginación; lo que Benjamin entendió en la década de los veinte y
de los treinta respecto a la reproducción mecánica de las obras de
arte, haciendo posible controlar industrialmente las sensaciones. Y,
a partir de la década de los sesenta, con la informática de gestión
que se desarrolló más tarde en microinformática, se ha llegado a
lo que Stiegler titula la proletarización generalizada. Explica el tér-
mino volviendo a Platón en Fedro y al φάρμακον, cuando denuncia
el hecho de que a través de la escritura se puede exteriorizar la
memoria y, al hacerlo, puede destruirse, atrofiarse, perdiendo el
individuo la capacidad de rememorar, de recordar por sí mismo la
experiencia; una realidad descrita por Platón en el siglo IV a.C., y
de la cual se encuentra eco en Marx y en su definición de proletario.
Así, Marx enuncia que un obrero que trabaja en una máquina que
ha absorbido su gesto deja de ser un obrero, es un proletario; su
saber se le ha escapado y ha pasado a la máquina. La producción
en cadena definitivamente llevó al proletariado a convertirse en un
mero engranaje, como magistralmente muestra Chaplin en Tiempos
Modernos. Entonces, ¿cómo podemos hacer para que las retenciones
terciarias digitales se pongan al servicio, no de la proletarización,
sino de la reconstrucción de nuevas formas de saber?
Ello solo será posible con una condición: que la universidad,
el mundo académico en sentido amplio, se atreva a colocar la
práctica de las retenciones terciarias en el centro de su actividad,
para desarrollar un nuevo formato que se base en este sistema. El
fármaco es ambivalente, puede matar, pero cura. Se trata, pues, de
crear retenciones racionales sin producir envenenamiento, es decir,
la destrucción del saber; se trata de crear el remedio, la curación y,
De Altamira a las Digital Humanities 351

con ella, la producción de nuevas formas de saber. Por lo tanto, y


en particular en lo que se refiere a las humanidades, adoptando la
nueva perspectiva, podemos comprender cómo la geografía es una
forma de utilizar la retención terciaria racional del espacio; la histo-
ria, la de la escritura en el campo del tiempo pasado; la filosofía, la
de la forma racional de crítica al φάρμακον propiamente dicho. El
problema de los Digital Studies en general y de las Digital Humanities24
(DH) en particular es el mismo, es el de cómo revisará la universi-
dad sus programas de investigación25 en función de esta atención
tecnológica–digital. Si nos fijamos en la geografía, por ejemplo, se
trabaja con sistemas de formación geográfica digitales, si nos fijamos
en la historia, las y los historiadores, cada vez más, transforman
sus datos históricos en elementos tratables informáticamente. El
término DH en la era de las tecnologías electrónicas equivale, en
cierto modo, a lo que antes eran las “ciencias auxiliares” en historia
y filología (epigrafía, paleografía, archivística, biblioteconomía o
documentación). Las nuevas disciplinas, sin embargo, plantean unos
retos más amplios, por lo que se refiere a las ciencias en general, en
relación a la epistemología y a las condiciones de la investigación
científica, la creación artística, la invención o la innovación sociales.
Las DH facilitan el uso de tipos de investigación nuevos, basados
en la “investigación colaborativa”, la cual admite participación de
personas que no son investigadoras strictu sensu. Este hecho revisa las
cuestiones que planteó Kurt Lewin26 en relación a la “investigación–
acción”. Por otro lado, no se trata solo de la alteración que ha intro-
ducido el uso de técnicas digitales en los métodos y los instrumentos
de trabajo: lo que está en juego es algo que podríamos considerar
una “fractura antropológica” inducida por la digitalización, con el
supuesto de admitir, no obstante, que el proceso de hominización ha
estado marcado por la posibilidad permanente de fracturas de distinta
naturaleza, ya que la capacidad de ruptura es propia de la vida del ser
352 Coral Cuadrada

humano, capacidad que entendemos como libertad. Podemos hablar


de fractura antropológica en la medida en que la digitalización ha
alterado profundamente lo que Simondon27 llamó la individuación
psíquica y colectiva, y que Leroi–Gourhan28 analizó como un proceso
de exteriorización. Por eso es necesario que veamos las DH como una
rama de los Digital Studies, en efecto, las DH no pueden practicarse
ni teorizarse sin haber conceptualizado previamente la organología
que surge con la digitalización y que afecta a todas las formas del
saber: saber técnico, saber vital, saberes teóricos.
El φάρμακον, por tanto, está en el núcleo de la formación cientí-
fica. Y, como todas y todos sabemos, ha irrumpido fuertemente al
centro de las prácticas sociales. Observemos a nuestras y nuestros
jóvenes utilizando constantemente la electrónica y sus múltiples
posibilidades, manejando al máximo fotos, imágenes, chats, sms,
Facebook, Twiter, etcétera. El alumnado, en consecuencia, ha ad-
quirido con suma facilidad las TIC y las ha convertido en elementos
inherentes a su vida corriente; está re–articulando competencias que
muchas veces el profesorado aún no ha incorporado: la atención
tecnológico–alfabética, la atención digital. Hay que tener un enfoque
global de lo que supone el papel que juega y jugará, cada vez con
mayor intensidad, esta atención tecnológica en todas las formas de
saber. Esto significa que hemos de construir una nueva epistemo-
logía en la cual el rol de la técnica sea beneficioso, no tóxico.

5. El 7 de mayo de 1959 Charles Percy Snow dio una influyente


conferencia titulada Las dos culturas que provocó amplia difusión y
debate. Posteriormente publicó Las dos culturas y la revolución cientí-
fica,29 donde argumenta que la ruptura entre las dos culturas de la
sociedad moderna, la ciencia y las humanidades fue un obstáculo
importante para la solución de los problemas mundiales. En par-
ticular, Snow argumentaba que la calidad de la educación estaba
De Altamira a las Digital Humanities 353

declinando a nivel mundial. Por ejemplo, muchos científicos nunca


han leído a Charles Dickens, pero los intelectuales del arte son
igualmente ajenos a la ciencia. Escribió:

Un buen número de veces he estado presente en reuniones de personas


que, por las normas de la cultura tradicional, se creen muy educadas y
que con mucho gusto han expresado su incredulidad por el analfabetismo
de los científicos. Una o dos veces me han provocado y he pedido a los
interlocutores cuántos de ellos podrían describir la Segunda Ley de la
Termodinámica, la ley de entropía. La respuesta fue fría y negativa. Sin
embargo, yo estaba pidiendo algo que para los científicos sería equivalente
a preguntar: ¿Has leído una obra de Shakespeare?

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y creo que el marco de


fondo de todo ello es el entendimiento entre las ciencias humanas
y las ciencias del mundo. Quizá lo que no estaba previsto en esa
ecuación era la emergencia de la tecnología y la informática, el
suceso potente de internet ni tampoco lo que sería la cultura de la
participación, de los amaters, de los contribuidores. Ahí tenemos
lo que llamamos la web social, la web 2.0, donde todo el mundo
concurre, interviene, etc.; por otro lado, la web semántica, que es un
tema mucho más complejo y del que hay muchas más divergencias.
No quiero acabar sin citar, al hilo del tema de la participación, unas
reflexiones de Ma. Jesús Izquierdo en una conferencia pronunciada
en mi universidad en el 2010, en el marco de la presentación del
año de las mujeres y las ciencias.
Decía Izquierdo que la ciencia de la vida cotidiana es una ex-
periencia y saber de las mujeres; que la formación integral no es
solo y exclusivamente conocimiento, sino también sentido crítico
y buenas prácticas en aras de favorecer una vida buena; por lo
tanto, esto nos ha de incentivar (al profesorado) también hacia la
354 Coral Cuadrada

educación emocional. Sabemos que, desde algunas ópticas, la ética


del cuidado parece contraponerse a la ética de la provisión, aunque
no debiera ser así; dado que es tan importante una como la otra,
es necesario tender al equilibrio entre ambas. En relación a estos
planteamientos, explicaba que en la Universidad Autónoma de Bar-
celona (UAB) se acababa de realizar una encuesta sobre el modelo
de ciencia entre el profesorado, de la cual se recabaron más de 500
respuestas. Se dieron dos grupos de ellas: uno sería “la ciencia según
el modelo tecnológico” y el otro “un modelo de compromiso”. En
cierta manera eran antagónicos, mientras el primero apostaba por
la competitividad, su contrario ponía el acento en la cooperación.
Los nombres que recibieron por el equipo que realizaba el estudio
reflejan también sus especificidades: Olimpo y Ágora. En la UAB
ambos están casi compensados, en las ciencias experimentales
prima el modelo Olimpo, mientras en las sociales y humanidades
domina el de Ágora. Lo curioso, a pesar de la constatación, es
que la institución escoge un único discurso, y, como tantas otras
universidades, solo se habla de competencia, de excelencia. Cabría
exigir igualmente la calidad y el ejercicio de las buenas prácticas.
Deseo, para acabar, que estas diferencias, como anhelaba Snow
más de cincuenta años ha, y como en la praxis se ejerce día a día
en la web 2.0, nos dirijan hacia una revolución no únicamente tec-
nológico–digital, sino mucho más profunda, más potente, que sea
capaz de explosionar los cimientos por desgracia aún asentados de
las discriminaciones científicas y sociales.

Notas
1. M. Rothschild: La bionomía: economía como ecosistema, en:
htttp://www.bionomics.org/text/spanish/toc.htm.
2. Eurípides: Hipólito, pp. 38–39.
3. Marcial: Epigramas completo, p. 60.
De Altamira a las Digital Humanities 355

4. I. de Sevilla: De ecclesiasticis officis, II, 11, 2, en Patrología Latina,


LXXXIII, 791. Cfr. M. Parkes: La alta Edad Media, en G. Cava-
llo y R. Chartier (dirs.): Historia de la lectura en el mundo occidental,
p. 140.
5. P. Cantor: Verbum abbreviatum, s. XII, en Patrología Latina, CCV,
25, de donde se traduce.
6. R. de Bury: Filobiblión. Muy hermoso tratado sobre el amor a los libros
(1345), pp. 33–34.
7. S. Auroux: La philosophie du langage. 
8. H. Arendt: Between Past and Future. Mi traducción.
9. H. Arendt: “The crisis in Education”, en idem, p. 173.
10. Regla de san Benito, XIX. Cf. La Regla de san Benito, ordenada por
materias y su vida, en el español corriente de hoy, edición de A. Linage
Conde, Sepúlveda: Santa Escolástica, 1989, pp. 125–126: “La ocio-
sidad es enemiga del alma; por eso han de ocuparse los hermanos
a unas horas en el trabajo manual, y a otras, en la lectura divina.
En consecuencia, pensamos que estas dos ocupaciones pueden
ordenarse de la siguiente manera: desde Pascua hasta las calendas
de octubre, al salir del oficio de prima trabajarán por la mañana
en lo que sea necesario hasta la hora cuarta. Desde la hora cuarta
hasta el oficio de sexta se dedicarán a la lectura. Después de sexta,
al levantarse de la mesa, descansarán en sus lechos en silencio abso-
luto o, si alguien desea leer particularmente, hágalo para sí solo, de
manera que no moleste [...]. Desde las calendas de octubre hasta la
cuaresma se dedicarán a la lectura hasta el final de la segunda hora.
Entonces se celebrará el oficio de tercia y se ocuparán todos en el
trabajo que se les asigne hasta las horas de nona. Al primer toque
para el oficio de nona dejarán sus quehaceres para estar a punto
cuando suene la segunda señal. Después de comer se ocuparán en
sus lecturas o en los salmos. Durante la cuaresma dedíquense a la
lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera [...]. En
356 Coral Cuadrada

estos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la Biblia, que


leerán por su orden y enteramente; estos códices se entregarán al
principio de la cuaresma. Y es muy necesario designar uno o dos
ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los
hermanos están de lectura. Su misión es observar si algún herma-
no, llevado de la acedía, en vez de entregarse a la lectura, se da al
ocio y a la charlatanería, con lo cual no sólo perjudica a sí mismo,
sino que distrae a los demás [...]. Los domingos se ocuparán todos
en la lectura, menos los que estén destinados a algún servicio. A
quien sea tan negligente y perezoso que no quiera o no pueda
dedicarse a la meditatio de la lectura, se le asignará una labor para
que no esté desocupado”.
11. Platón, Fedro, www.docentes.unal.edu.co/gamelendeza/docs/Socrates/
12. M. de Cabrera Núñez de Guzmán: Discurso Legal, Histórico y
Político, en prueba del Origen, Progresos, Utilidad, Nobleza y Excelencias
del Arte de la Imprenta.
13. S. da Castiglione: Ricordi overo ammaestramentti di fra Saba da Castiglione.
14. K. R. Popper: La lógica de la investigación científica; J. A. Díez y C.
U. Moliné: Fundamentos de filosofía de la ciencia; J. Habermas: La
lógica de las ciencias sociales.
15. J. R. Gottlieeb Beyer: «Ueber das lesen, insofern es zum Lupus
unserer Zeiten gehört», Acta Academiae Electoralis Moguntinae
Scientiarum Utilium. Mi traducción.
16. J. J. Rousseau: Las Confesiones, 1979.
17. K. O. Ragotzky: “Ueber Mode–Epoken in der Teutschen Lek-
türe”, Journal des Luxus und der Moden. Mi traducción.
18. V. Ruiz Aguilera: La primera entrega. Almanaque de la Institución
Libre de Enseñanza.
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21. Conferencia impartida el 9 de noviembre de 2011 en el Centro
de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), en: http://
www.cccb.org/ca/video-i_c_i_6_introduccio_a_leducacio_i_
contribucio_en_el_futur_de_les_humanitats_digitals_cat-39897
22. Ver J. Derrida: Introducción a El origen de la geometría de Husserl.
23. N. Carr: Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?
24. Se pueden encontrar todos los enlaces relacionados con las DH
en: http://delicious.com/icionline/; Alliance of Digital Huma-
nities: http://digitalhumanities.org/; Aplicación al aula: http://
www.iri.centrepompidou.fr/non-classe/pedagogie/teaching-
experimentations/; Burnard, Lou. Humanities Computing an
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Gesture based application on dance films http://www.iri.centre-
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http://www.iri.centrepompidou.fr/outils/polemic-teweet-2/;
Popcorn http://popcornjs.org/; Red de Humanidades digitales
http://www.humanidadesdigitales.net/
25. No hago referencia a la docencia dado que actualmente es una
realidad, desde hace ya más de una década, de los campos virtua-
les para la docencia en mi universidad, pionera en este sentido
en innovación digital, respecto al resto de las universidades ca-
talanas. El espacio moodle se halla notablemente desarrollado,
admite la inclusión de video–conferencias, mensajes de voz,
foros de discusión, espacios wiki, cuelgue de archivos en línea,
chats, cualificación en distintas modalidades en línea, plan de
trabajo, agenda, etc. http://moodle.urv.net/moodle/
26. K. Lewin: Une théorie du champ dans les sciences de l’homme.
27. G. Simondon: L’individuation psychique et collective, París, Aubier,
1989, reimpreso en 2007.
28. A. Leroi–Gourhan: Le geste et la parole, v. 2 , París, Albin Michel,
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Análisis de la evolución de Zacatecas a partir
de los Grabados de 1732 a 1799

María Lorena Salas Acevedo


Ángel Román Gutiérrez
Universidad Autónoma de Zacatecas

Vista de la ciudad de Zacatecas, tinta y acuarela sobre papel de algodón.


Dibujo de Francisco Lindo (Academia de San Carlos, México),1 quien acom
pañó a los componentes de la expedición Malaspina por el interior del virrei-
nato, Museo de América, Madrid2

Introducción

E ste escrito pretende presentar una secuencia ordenada de apre-


ciaciones visuales y artístico–funcionales de la evolución ar-
quitectónica, así como de la imagen urbana contextual de la ciudad,
desde el punto de vista de la infraestructura, los edificios religiosos
y civiles, los materiales constructivos y su funcionalidad, enfocando
364 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

su emplazamiento en el espacio urbano, según se observa en el


grabado en cobre sobre papel de algodón elaborado por Joaquín
Sotomayor. Dicho grabado apoya la Descripción Breve de la Muy Noble
y Leal Ciudad de Zacatecas,3 escrita en el año de 1732 por el segundo
Conde de Santiago de la Laguna, Coronel de la Infantería Española,
Don José de Rivera Bernárdez.4 Este grabado es comparado con
el que realizara en 1799 Bernardo de Portugal, Alcalde de la Real
Aduana, denominado Gravado de Zacatecas y Nueva Galicia, Zacatecas.
En el siglo XVIII, los grabados5 son considerados como punto
de partida para conocer no solo el territorio, sino para iniciar una
política de ordenamiento del mismo, así como para determinar
las características del asentamiento en cuanto a la identificación y
ubicación de barrios y pueblos de indígenas, capillas y templos. “La
necesidad de estudiar la cartografía en la España Ilustrada —y en
la Nueva España— debe entenderse desde la voluntad de ordenar
el territorio, ello dentro de un amplio programa de reforma econó-
mica”6 implementada por la corona española. Con estas acciones se
definió una doble política: se pretendió conocer la riqueza existente,
además de permitir censar a la población.
El primer grabado apoya la descripción de las condiciones y
características relevantes en el primer tercio del siglo XVIII; el
segundo determina la finalidad de ilustrar el censo poblacional
realizado hacia 1795.
Los grabados, mapas y dibujos compendiados para este trabajo
fueron recopilados del Archivo General de la Nación (AGN), en la
ciudad de México, y del el Archivo General de Indias (AGI), en Sevi-
lla, España. Con este material se complementa una etapa importante
en la descripción de la información gráfica de Zacatecas que, sin
duda, ha permitido advertir el proceso de evolución y transformación
que sufrió la ciudad durante el último periodo del virreinato.
Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de los grabados de 1732 a 1799 365

Este acercamiento a los grabados realizados en el siglo XVIII


ha hecho posible una lectura sobre cómo fue conformándose la
ciudad de Zacatecas; el primero de ellos está fechado en 1732, y el
segundo hacia 1799. Dichos grabados han ayudado a proporcionar
respuestas a muchas de las interrogantes sobre historiografía, evo-
lución y transformación del asentamiento, así como a comprender
el desarrollo de la estructura urbana de la ciudad, partiendo de la
existencia de un asentamiento español circundado por barrios y
pueblos de indígenas. Por lo anterior, señalaríamos que la ciudad
no se apegó a la política española que indicaba cómo fundar y cons-
truir ciudades, villas y asentamientos en las provincias de la Nueva
España, sino que surgió en una topografía accidentada debido a la
explotación del mineral.

Grabado 1. Elaborado por Joaquín de Sotomayor, 17327


Zacatecas en el Siglo XVIII

Comparándolo con el grabado elaborado hacia el año de 17998—es


decir, una diferencia de 67 años entre un grabado y otro—, es po-
sible ver las varias transformaciones y evoluciones espaciales que
366 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

sufre la ciudad debido a las recurrentes bonanzas mineras y al hecho


de que tuviera una importante población migratoria.

Grabado 2. Descriptivo de la ciudad de Zacatecas, 1799,


elaborado por Bernardo de Portugal9

La estructura urbana en las ciudades novohispanas se reguló con


base en las múltiples y complejas relaciones que componen el
ámbito de la vida social. La vida cotidiana en los espacios abier-
tos y públicos tuvo una estrecha relación y vinculación con los
movimientos y actuaciones de la población, tanto en el aspecto
económico como en el social y de influencia de otras localidades,
de crecimiento y desarrollo.
El grabado de 1732 contiene una disposición urbano–arquitectó-
nica en dos planos superpuestos: oriente y poniente, poco habitual
en la historiografía colonial, pero que describe con certeza lo que
había en ambas latitudes de la ciudad, guiadas por un eje de norte a
sur que fue el arroyo principal de los; en el grabado se representan
Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de los grabados de 1732 a 1799 367

los espacios religiosos, civiles y particulares, así como las plazas,


calles, caminos, minas, huertas, barrios, pueblos de indígenas, y la
vegetación, los cerros, el paisaje y la topografía.
Cabe mencionar que también para Rivera Bernárdez10, quien
ordenara el grabado de la ciudad a Sotomayor (ver supra, n. 3), fue
de suma importancia la descripción de la ciudad, debido a su interés
por dar testimonio de los hechos del contexto social, político, cultu-
ral, natural y religioso de su época, así como su visión geográfica e
histórica desde la fundación hasta ese año. Esta etapa corresponde a
una de las épocas de mayor florecimiento económico y social; la obra
de Rivera Bernárdez constituyó una aportación para el conocimiento
de la vida cotidiana y aspectos de la ciudad, de su arquitectura, del
contexto que la dominó y de los parajes más significativos.

Descripción Breve… de Rivera Bernárdez11


368 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

En la Descripción Breve de la muy Noble y Leal Ciudad de


Zacatecas, destacó en doce capítulos las características de la
situación de la ciudad, los templos que la adornan y la imagen
de Cristo Crucificado de la parroquia principal, analizó la
población, el clima, la latitud y cuestiones de astronomía, relató el
descubrimiento y la fundación del centro minero, de las principales
órdenes religiosas, habló de la grandeza de estas, de los barones
ilustres y las célebres matronas.12
Durante el periodo novohispano, Zacatecas quedó determinada
principalmente por la actividad minera de la región, aunada al dina-
mismo comercial que se desarrollo crecientemente en algunos perio-
dos, junto con la agricultura y la ganadería de las zonas aledañas al
asentamiento; asociado a ello, la influencia de la vida religiosa jugó un
papel notable en la educación y en la evangelización de la población.
Así, pues, Zacatecas, al igual que otras ciudades novohispanas, ob-
servó cambios migratorios que provocaron su evolución paulatina,
especialmente notable en el espacio público; tan solo en 1732, el
movimiento de la ciudad era de bastante consideración. Como nos
lo hace saber Rivera Bernárdez, en esa época, “Zacatecas tenía una
población de 43,900 habitantes”, distribuidos de la siguiente forma:
el asentamiento español contaba con 40,000 habitantes; el barrio
de Tacuitapa, con 3,000; el de Chepinque, con 700, y el pueblo de
San José, con 200; aparte, el curato de Vetagrande y la población
vecina del centro minero, en el que también se practicaba la minería,
contaba con 6,000 personas.13
En otro ámbito, la compleja disposición orgánica de la ciudad
provocó un sistema de producción minera disperso; según Rivera
Bernárdez, “había en el asentamiento 25 haciendas de beneficio
[que] usaban el procedimiento de amalgamación, y 20 fraguas para
fundición”14 de mineral. Estas haciendas dispersas, por lo acciden-
tado de la topografía, eran:
Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de los grabados de 1732 a 1799 369

la de La Milanesa, propiedad del Conde de Santiago de la Laguna […];


la mina Urista, que perteneciera al Conde de Valparaíso, Don Fernando
de la Campa y Cos […]; Benitillas, que pertenecía a Juan Alonso Díaz
de la Campa […]; Ntra. Sra. de Limpia y Pura Concepción, de Gonzalo
Antonio Rosa Argüelles […]; y en el Mineral de Vetagrande Gajuelos (de
Dionisio Muñoz Díaz de Villalón); San Juan Nepomuceno, La Victoria y
El Rosario, de Díaz de la Campa. La No Conocida de Domingo de Tagle
Bracho y San José de los Reyes de Pedro Guzmán.15

Estas minas, junto con las de Vetagrande y Pánuco, generaron la


gran cantidad de mineral que se condujo hacia la ciudad de México,
proporcionando importantes sumas de dinero tanto a sus dueños
como a la Corona española; esta riqueza se reflejó en las construc-
ciones de la ciudad, ya que varios mineros hicieron donaciones para
la construir templos,16 altares y arreglos en plazas públicas.
Las plazas y las calles conformaron la estructura sobre la cual se
estableció el espacio urbano diferenciado por actividades y zonas
de influencia. La forma de los espacios públicos se delimitó a partir
de la definición de las calles y la ubicación de los templos, según el
grabado de 1732. En ese periodo, había en la ciudad trece edificios
religiosos, entre templos y capillas, los cuales constituyeron un bastión
importante en la etapa de evangelización, así como en la educación
de los habitantes, tanto los de Zacatecas como los del norte del país.
Entre estos templos y capillas se encontraban el templo de la Virgen
del Patrocinio en la Bufa,17 las seis capillas de los pueblos de indí-
genas —la de Tlacuitapa y Mexicapan, San José del Niño Jesús, la
Veracruz (atendida por los franciscanos y llamada posteriormente de
la Concepción), la de San Diego y Tonalá Chepinque (ver mapa no.
2)— y la parroquia Mayor, donde se veneraba a Nuestra Señora de
los Zacatecas, la cual se consagró a la Asunción de María en 1752.18
370 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

Mapa 2, en el que se identifican los templos y capillas que había en 173219

Todas las órdenes religiosas tenían su propio templo: San Francis-


co, San Agustín, Santo Domingo, San Juan de Dios, la Merced y
la Compañía de Jesús. Algunos de ellos subsistieron a lo largo del
siglo XVIII y otros simplemente desaparecieron después de ser
abandonados, como el de la Merced Vieja (mapa no. 3). Algunos
otros continuaron por varias décadas a lo largo del siglo XVIII,
aunque cambiaron de nombre, como el de San Diego, al que se
le denominó también de la Concepción y después de la Soledad.
Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de los grabados de 1732 a 1799 371

Mapa 3. Descriptivo del enroque de los templos después de la expulsión de


los jesuitas en 1776 de la ciudad de Zacatecas, grabado elaborado en 1799 por
Bernardo de Portugal.20 Reconstrucción hipotética21

La expulsión de la orden jesuita en 1767 provocó un movimiento


en las principales órdenes religiosas. El convento hospital de la
orden de San Juan de Dios estuvo en su lugar hasta antes de 1785,
fecha en que los dominicos ocuparon el templo y convento de la
Compañía de Jesús y dejaron su convento a los juaninos, quienes
continuaron su labor de atender a la población mediante el tem-
plo, el convento y el hospital. Los mercedarios pasaron a ocupar
el convento y templo de San Juan de Dios el viejo, mientras que
la orden que lo ocupaba se trasladó al templo y hospital de Santo
Domingo, provocando una movilidad religiosa trascendental para
la población y mejorando algunas construcciones.
372 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

La forma de vida de la mayoría de los pobladores estaba orien-


tada a razón de la religiosidad y del trabajo continuo, que giraba
alrededor de la minería. La estructura urbana de la ciudad, al igual
que muchos de los centros mineros de la Nueva España, se adaptó
a la topografía, la que obedeció desde su origen a la forma de plato
roto, característica de centros como Taxco, Guanajuato, San Luis
Potosí, Sombrerete, Vetagrande y Mazapil.
Desde la segunda década del siglo XVIII hasta el término de
siglo, el recuento demográfico registraba frecuentemente inesta-
bilidad en la población, ocasionada por la constante migración
y emigración, y asociada también a las repetidas epidemias que
afectaban a los vecinos. El camposanto de la parroquia principal
que se ubicó en la plaza Mayor debió ser uno de los sitios más
demandados por la población de la ciudad, sobre todo cuando se
desató la epidemia de viruelas, en 1780.22 El camposanto funcionó
como tal hasta fines del siglo XVIII.
Como espacio público, la plaza constituyó el elemento central de
las ciudades españolas y de los pueblos indígenas novohispanos;23
además, se caracterizó como elemento visual central y generador
de la traza urbana, concentrando en su entorno el poder religioso,
político, administrativo, así como la autoridad civil, y ocupando una
posición jerárquica.24 Las plazas públicas se caracterizaron por su
utilidad y funciones sociales, así como por su multiplicidad de fun-
ciones: comercial, religiosa y cívica. La plaza de más relevancia fue la
plaza Mayor, pues en ella se desarrollaba la vida comercial del asenta-
miento; en su perímetro, se edificaron las casas de los mineros ricos,
las cuales fueron evolucionando en espacios especializados debido a
las ideas ilustradas, modificando la forma de vivir el espacio interior
en ellas. Por lo regular, la planta alta de estas casas estaba destinada
al propietario, mientras que la planta baja se disponía regularmente
como accesoria para el comercio del propietario, o para ser rentada
Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de los grabados de 1732 a 1799 373

por algún artesano o comerciante, convirtiendo el espacio que daba


a la calle en casa–tienda–taller, en el lado oriente de la plaza Mayor,
justo en los costados de la casa de don Juan Gallinar y del edificio
de la Real Caja.25 Nos describe Salvador Vidal26 que, en un informe
del año de 1797, se mencionó que las casas reales estaban junto a la
cárcel, lo cual quiere decir que el conjunto de construcciones que
componían la administración pública, la hacendaria y la justicia de
la intendencia de Zacatecas se ubicaron en el mismo sector de esta
plaza, sobre la calle de La Real Caja, siendo estas unas de las prin-
cipales construcciones en este periodo.

Conclusión
La estructura urbana de la ciudad en el siglo XVIII estuvo deter-
minada por su compleja traza urbana de plato roto, disposición
orgánica zigzagueante que ocasionó una complicada ubicación de
plazas y calles, altas y bajas que generaron pendientes pronunciadas
surgidas desde el efímero asentamiento español a mediados del siglo
XVI, debido a la explotación de los primeros yacimientos mineros
cercanos al cerro de la bufa y en los cerros contiguos, así como a la
cuantiosa extracción de mineral de la Vetagrande. Zacatecas estuvo
organizada a partir del arroyo principal: la ciudad se extendió a lo
largo de su cauce y en una pequeña explanada se generó el núcleo
español perimetral a él, los cinco pueblos de indígenas, así como
los barrios contiguos en donde vivían mestizos, indígenas y negros.
A diferencia de los barrios, los pueblos de indígenas tenían
su propio régimen social, cultural y político, el cual desapareció
a finales del siglo XVIII, a partir del establecimiento de las Or-
denanzas de División de la Ciudad en cuarteles; estos barrios
quedaron integrados repentinamente al asentamiento, junto con el
núcleo español. Todos se constituyeron en una sola villa, dividida
en cuatro cuarteles mayores y a su vez en ocho cuarteles menores,
374 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

con el propósito oficial de la Corona de mantener el orden admi-


nistrativo, político y social, así como el control de la población y
de su crecimiento urbano.
La población de más de 43 mil habitantes en 1732, según las
referencias documentales, cubrió sus necesidades de alimento,
trabajo y vivienda mediante el establecimiento de mercados, carni-
cerías, tendajones, accesorias y comercios que se establecieron en
las principales plazas públicas y en las calles donde comercializaban
y trabajaban los artesanos y despenseros de servicios.
Un elemento fundamental en la organización de la ciudad
fue la religión, debido al establecimiento de las seis órdenes
religiosas (jesuitas, franciscano, dominicos, juaninos, agustinos y
mercedarios), así como a la construcción de templos y capillas que
estuvieron ubicados en diversas zonas de la ciudad. El papel del
gobierno fue determinante en el ordenamiento de la ciudad, en la
definición de los espacios públicos, en la construcción de la parro-
quia Mayor, de la Aduana, de las Casas Reales, en el establecimiento
de la educación, de la organización de los gremios de artesanos, de
la inspección del comercio, la producción local y el cuidado del
orden público, por lo que la estructura de la ciudad al término
del siglo XVIII ya contaba con una organización espacial que se
identificó mediante los espacios arquitectónicos —casas de élite,
construcciones administrativas, templos y capillas—, así como los
espacios públicos que le permitieron la reafirmación y conforma-
ción social donde habitaron y convivieron tanto la población de
indígenas, mestizos criollos, negros y españoles.

Notas
1. Aparece en un manuscrito: Viaje de indios y diario del Nuevo Mé-
xico, escrito por el religioso franciscano Juan Agustín de Morfi
(1777=1781). Zacatecas, siglo XVIII. Archivo General de la
Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de los grabados de 1732 a 1799 375

Nación (AGN), México. Dibujo que describe: Vista de Zacatecas,


Litografía, coloreada, ca. siglo XIX.
2. F. Solano (coord.), Estudios sobre la Ciudad Iberoamericana, p. 943
3. G. Salinas de la Torre, Testimonios de Zacatecas, p. 67. En Descripción
breve de la Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas,
1732, Rivera Bernárdez analiza y hace una descripción del graba-
do que mandó elaborar. Otro libro es el denominado Compendio
de las cosas más notables contenidas en los libros de cabildo de esta ciudad
de Nuestra Señora de los Zacatecas desde el año de su descubrimiento 1546
hasta 1730: estatua de la paz (1727); piscina zacatecana.
4. J. Rivera Bernárdez, Descripción Breve de la Muy Noble y Leal Ciudad
de Zacatecas, en G. Salinas de la Torre, op. cit.
5. La elaboración de mapas y planos fue enriquecida con la in-
vención y el perfeccionamiento de instrumentos ópticos y de
medición, como el octante, así como con el uso del método ma-
temático de triangulación y de las técnicas de dibujo; ver Enciclo-
pedia hispánica. “Los agrimensores […] eran los responsables de
realizar mapas y planos, intervenir en las cuestiones catastrales,
medir los terrenos agrícolas, cuantificar, valorar y deslindar las
propiedades”. Ver también A. T. Reguera, Territorios ordenados,
espacios públicos y conflictos en la España de la Ilustración, p. 46
6. M. del M. Merino, “Las obras públicas en el siglo XVIII: 1788.
Carlos III y la Ilustración”, en Revista del Ministerio de Obras Pú-
blicas y Urbanismo (MOPU), p.19
7. Realizado por Joaquín de Sotomayor; es el grabado que aparece
en la Descripción Breve de la Muy Noble y Leal Ciudad de Zacatecas,
escrita por el Conde de Santiago de la Laguna, Coronel de In-
fantería Española, Don José de Rivera Bernárdez. Colección
particular. Ver Revista Artes de México, Zacatecas. Ver también A.
de la Mota y Escobar, Descripción geográfica de los reinos de la Nueva
Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León.
376 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

8. Ver C. Magaña, Panorámica de la ciudad de Zacatecas y sus barrios en


la época virreinal.
9. AGN, Ilustración 3795, Mapoteca, Gravado de Zacatecas y Nueva
Galicia, Zacatecas, 1799, Dibujo de Bernardo de Portugal, Alcalde
de la Real Aduana. Escala 300 varas, 30x38 centímetros, papel
marquilla, grabado 978–2077, Intendencia. vol. 65, F. 13, p. 56.
10. Don José Rivera de Bernárdez se desempeñó en muchos
puestos importantes, según hace notar Eugenio del Hoyo
en un texto destinado a la conmemoración celebrada del 26
de octubre al 3 de noviembre de 2000 y que se le hiciera a la
PIRA, ubicada en el patio principal de lo que fuera su casa,
el actual Palacio de Gobierno. El Conde fue un personaje
ultramarino, coronel de infantería española, minero hacendado,
alcalde ordinario de la ciudad de Zacatecas, teniente de corregi-
dor, organizador de fiestas literarias, historiador, poeta, latinista,
hombre sabio literario, jurista, caritativo, fundador y patrono de
la capilla de nuestra Señora del Patrocinio en el cerro de la Bufa,
Conde de Santiago de la Laguna, patrono y síndico del Colegio
Apostólico de Nuestra Señora de Guadalupe, bachiller, clérigo
presbítero, juez eclesiástico, comisario del santo Oficio de la in-
quisición, vicario hincapié de Zacatecas, fundador de Capellanías,
etcétera. Además, publicó varios libros. Ver F. Langue, Los Señores
de Zacatecas. Una aristocracia minera del siglo XVIII novohispano.
11. 13. E. Amador, Bosquejo Histórico de Zacatecas: Desde los Tiempos
Remotos Hasta el año de 1810, pp. 490–491. Ver también J. Ri-
vera Bernárdez, apud G. Salinas de la Torre, op. cit., p. 69. Esta
descripción corresponde a una de las épocas de mayor floreci-
miento económico y social y constituye una aportación para el
conocimiento de la vida cotidiana y aspectos de la ciudad y de
su arquitectura, entre otros.
12 G. Salinas de la Torre, op. cit., p. 126.
Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de los grabados de 1732 a 1799 377

13. J. Rivera Bernárdez, apud G. Salinas de la Torre, op. cit., p. 22;


ver también D. A. Branding, Mineros y comerciantes en el México
borbónico: 1763–1810, p. 269.
14. F. Langue, Los señores de Zacatecas. Una aristocracia minera del siglo
XVIII novohispano, prefacio de François Chavalier, p. 36. “Testi-
monio de la visita de las minas de Zacatecas, por […] el oidor”
F.X. de Echavarri, agosto de 1739, ff. 19–57.
15. La edificación del templo de la Virgen del Patrocinio en la Bufa
corrió a cargo del Segundo Conde de Santiago de la Laguna,
Don José Rivera Bernárdez, en el año de 1728.
16. La dedicación se hizo el 21 de Noviembre de 1728, según el P.
Bezanilla Mier. Véase: ELIAS Amador, Bosquejo Histórico... op.
cit., pp. 485–486
17. S. Vidal, Miscelánea: Datos de la Época Colonial. Compendios en los
años 1548–1810, p. 77. Ver también T. Hernández Monreal, Las
Portadas de la catedral de Zacatecas. Apuntes Iconográficos.
18. M. L. Salas Acevedo, Reconstrucción de plano: ubicación de templos
y capillas.
19. AGN, Ilustración 3795, Mapoteca, Gravado de Zacatecas y Nueva
Galicia, Zacatecas, 1799, dibujo de Bernardo de Portugal, Alcalde
de la Real Aduana. Escala 300 varas, 30x38 centímetros, papel
marquilla, grabado 978–2077, Intendencia, vol. 65, F. 13, p. 56.
20. M. L. Salas Acevedo, Reconstrucción hipotética de plano: enroque de
templos después de la expulsión de los jesuitas en 1776.
21.. S. Vidal, op. cit., p. 92. El convento y hospital de la Merced estaba
ubicado en la calle del mismo nombre —hoy Av. Juárez—[…]
Por lo tanto, el H. Cabildo dispuso que no se enterraran cadáve-
res en el cementerio de la Iglesia Parroquial y que se formara un
camposanto a espaldas del Convento de la Merced, y consiguió
permiso para que se facilitase parte del ex colegio de los jesuitas
para situar a los enfermos; asimismo, para aliviar a los pobres en
378 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

esta epidemia, dispuso de los sobrantes propios y en una junta


de vecinos consiguió que estos contribuyeron con la cantidad
de 2,641 pesos. El importe del camposanto fue de 282 pesos y
2 reales, y entre las composturas que se hicieron figuran: por la
puerta que se puso nueva 1 peso y 9 reales.
22. C. González Ochoa, La significación del espacio construido.
23. M. E. Acevedo Saloman, Los espacios abiertos comunitarios.
24. AHEZ, Fondo: Jefatura Política, Sección: Padrones y Censos, 1823–
1860. Ver también R. Amaro Peñaflores, op. cit., p. 55; P. J. Bakewell,
Minería y Sociedad en el México Colonial, Zacatecas (1546–1700).
25. S. Vidal, op. cit., p. 58

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nitarios”, en Carlos Paredes Martínez (dir.), Arquitectura y espacio
social en poblaciones purépechas de la época colonial, Morelia, Instituto
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ta el año de 1810, t. I, Zacatecas, Pedroza, 1892, reimpreso en 1943.
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Zacatecas 1780–1870, Zacatecas, Universidad Pedagógica Nacio-
nal, Universidad Autónoma de Zacatecas México, 2002.
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Serie: Padrones y Censos, 1823–1860.
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Análisis de la evolución de Zacatecas a partir de los grabados de 1732 a 1799 379

González Ochoa, César, “La significación del espacio construido”,


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380 Ma. Lorena Salas y Ángel Román

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El oficio del arte de enseñar en primeras letras en Zacatecas.
Homogeneización y distinción de los preceptores. 1863–1912

María del Refugio Magallanes Delgado


Universidad Autónoma de Zacatecas

E n Zacatecas, al iniciar la segunda mitad del siglo XIX, el control


de las escuelas de primeras letras se ejerció con base en la Ley
de Instrucción Pública de junio de 1831. Con este marco legislati-
vo, y pese a los logros en este ramo, en 1889 José Pedrosa aseguró
en Memorias de Instrucción que las autoridades estatales habían sido
incapaces de uniformar la instrucción de primeras letras, tanto en lo
material como en lo económico y lo pedagógico. Por tal razón, los
retos por cumplir se sintetizaron en tres rubros: alcanzar la cober-
tura total en la entidad, al menos en la enseñanza de primeras letras;
establecer los fondos para la enseñanza, y contar con preceptores
distinguidos por su condición moral e intelectual.1
Contar con preceptores distinguidos por estas virtudes cívicas y
pedagógicas era una meta inconclusa de los años sesenta. En 1870,
la Asociación de Profesores de Primeras Letras continuó el camino
de la modernización del oficio de la enseñanza escolar que trazaron
las reformas a la Ley de Instrucción de Primaria de 1831 que efec-
tuó el gobernador Severo Cosío en 1863. La Asociación exhortó
a los mentores de la niñez a incorporarse a dicha corporación a
apropiarse de una cultura pedagógica para impulsar el progreso de
la educación en el estado.2
La Ley Orgánica de Instrucción Primaria de 1891 aceleró y agu-
dizó las diferencias entre preceptores empíricos y profesores titula-
dos en la entidad. El mundo de la enseñanza se complejizaba, poco
a poco se constituyeron más órganos reguladores para controlar
las acciones y prácticas del profesorado local: el Consejo Superior
382 Ma. del Refugio Magallanes

de Instrucción Primaria, las Juntas, las comisiones visitadoras, los


inspectores de partido y los jefes políticos. El progreso escolar se
matizaba de una racionalidad más moderna y científica, caracteriza-
da por el ejercicio legal del oficio de enseñar que se demostraba por
la obtención de un título en las escuelas Normales para señoritas
y varones; o en el permiso provisional que entregaba el Instituto
Literario a los preceptores empíricos que habían asistido a cursos
elementales de capacitación para la enseñanza.
Este artículo busca explicar cómo fue el proceso de homoge-
neización y distinción de los preceptores de instrucción primaria
en Zacatecas: el marco de las leyes de instrucción primaria, las
acciones emprendidas por la asociación de preceptores y la divul-
gación de conocimientos especializados y de corte administrativo
en la prensa de estas asociaciones.
Por medio de las leyes de instrucción en el periodo de 1863 a
1912, las autoridades locales intervinieron en la construcción social
de las virtudes científicas y morales de los profesores; con base en el
asociacionismo y la prensa, los profesores se sumaron a las exigencias
administrativas y pedagógicas que apuntaban al ejercicio legal como
preceptores en aras de convertir el arte de enseñar en una profesión
liberal, cuyo soporte epistemológico fuera la pedagogía (incipiente
disciplina que problematizaba acerca de las bases del conocimiento
científico de preceptor, y de los medios para llevar a cabo la trasfe-
rencia de los contenidos considerados en el plan de estudios para
un periodo escolar). Bajo el influjo del positivismo y la pedagogía,
la naturaleza moderna y científica de la instrucción potenció no solo
un cambio en la metodología de la enseñanza, sino una mudanza en
la configuración y confirmación de la existencia de culturas en el
profesorado, determinadas por el origen formativo del preceptor.
El profesor empírico era aquel mentor de la niñez que carecía
de un título profesional, pero que, en su defecto, poseía experiencia
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 383

en la enseñanza y solvencia moral reconocida. El profesor culto


era aquel que ostentaba un título, con él demostraba su aptitud
para enseñar en la escuela elemental y superior o segundas letras y
su actividad en la asociación, que consistía en hacer disertaciones
públicas sobre algún tópico de la pedagogía, las políticas o reformas
educativas. Las escuelas de primeras letras públicas y particulares
contaban con preceptores titulados y empíricos. Por lo general,
los profesores empíricos atendían las escuelas de segundo y tercer
orden que a la vez fueran de tercera, cuarta o quinta clase, es decir,
los establecimientos escolares que ofrecían instrucción elemental
y rudimentaria que se ubicaban en las periferias de las cabeceras
municipales y de las comunidades aledañas.
Los profesores titulados en instrucción primaria completa, esto
es, elemental y superior, se desempeñaban en las escuelas de primer
orden y de primera y segunda clase. En los años sesenta, el Instituto
Literario habilitó a los profesores empíricos para enseñar, y garan-
tizó el ejercicio legal del oficio mediante la entrega de un permiso
provisional a los aspirantes al momento de aprobar los cursos de:
gramática castellana, aritmética y sistema métrico decimal, ortología,
caligrafía y el método del sistema de enseñanza mutua. A partir de
1891, recayó la formación del profesor de instrucción primaria en
las normales de señoritas y varones.

Leyes, reformas y asociacionismo educativo: mecanismos


de la distinción
Pese a las dificultades económicas que enfrentaron las autoridades
locales para fomentar el progreso de la instrucción primaria en los
primeros años de la República Federal, los avances en este ramo
fueron significativos. A juzgar por las noticias que se tienen en
1826, de las 154 escuelas y 4,694 matrículas, se pasaron, en 1857, a
237 establecimientos y 12,881 alumnos; aunque el mantenimiento
384 Ma. del Refugio Magallanes

de escuelas y la proporción de alumnos tuvo fuertes altibajos, todo


indica que se dio continuidad a la Ley de Instrucción de 1831.3 No
obstante, persistió un añejo problema: la enseñanza empírica.
De este modo, en 1863 se introdujo una serie de reformas parcia-
les a la Ley de Instrucción de 1831 para remediar dicho problema. El
primer punto que señaló el gobernador Severo Cosío en el decreto
de febrero de 1863 fue: “Que un gran obstáculo para el progreso de
la educación local era la ausencia de “directores inteligentes” para
difundir la enseñanza con acierto”;4 es decir, el preceptor carecía de
conocimientos especializados avalados por una institución recono-
cida en el campo de la educación, por lo tanto, la consecuencia in-
mediata de esto era una enseñanza ineficaz; aunque el ayuntamiento
autorizaba que ejerciera la instrucción de primeras letras.
Por eso, en los artículos seis y nueve de este mismo decreto se
especificó que todas las escuelas de primaria públicas serían visi-
tadas por representantes de la Asamblea de Instrucción, con el fin
de empadronar a todos los preceptores y distinguir entre ellos a los
que ejercían el empleo sin tener un título de los que practicaban la
enseñanza con apego a la normatividad.
El preceptor que deseara continuar con su empleo debía ocurrir
por seis meses al Instituto Literario para cursar gramática castella-
na, aritmética y sistema métrico decimal y desarrollar prácticas en
las escuelas anexas al Instituto. Su profesionalización se comple-
mentaría con ortología, caligrafía y sistema de enseñanza mutua.
El preceptor aprobado continuaría sin dificultad en su empleo, el
reprobado tendría la obligación de abandonar el establecimiento
escolar hasta demostrar su actualización pedagógica.5
Nutrir la inteligencia no bastaba para ejercer el oficio, se necesitaba
ser ciudadano: “el empleo de preceptor de primeras letras era honroso
y meritorio y para obtenerlo se necesita ser ciudadano en ejercicio de
sus derechos, gozar de buena reputación y haber sido aprobado para
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 385

ejercer esta profesión”.6 Desde esta perspectiva, este oficio gozaba


de un reconocimiento social por sí mismo, pero este se fortalecía
por su dimensión política.
Con el afán de sostener el progreso de la instrucción primaria,
se estableció en febrero de 1868 la Junta de Instrucción Pública,
Industria y Fomento en Zacatecas. La Comisión de Instrucción
reconoció, sin especificar cuantitativamente, que gran parte de las
escuelas de este nivel funcionaban con preceptores distinguidos por
su honradez y buena conducta, porque los preceptores titulados en
la escuela normal eran pocos; además, con base en la libertad de
enseñanza garantizada en la Constitución estatal, el número de pre-
ceptores empíricos aumentaba considerablemente. El incremento
del preceptor empírico estaba en estrecha relación con la presencia
de escuelas particulares: establecimientos que operaban en la ciu-
dad de manera azarosa por sus corta matrícula y su tendencia a la
instrucción elemental. En consecuencia, la homogeneización del
magisterio se esfumaba y se potenciaba la propagación de doctrinas
inmorales o contrarias al esfuerzo progresista y liberal de la época.7
Esta situación no solo auguraba las tensiones por la laicidad en la
instrucción, sino que agudizó las diferencias culturales entre los pre-
ceptores empíricos y los profesionalizados. Desde la perspectiva de
estos últimos, las acciones emprendidas por la Junta de Instrucción
no fueron suficientes. La solución de estos problemas era asunto de
un sector de la sociedad civil: de los preceptores normalistas. Ellos
debían guiar y marcar el camino de la educación en la entidad y
establecer las pautas culturales de los profesionales de la enseñanza.
De este modo, en octubre de 1870, en el Instituto Literario
de García, se reunieron el gobernador Gabriel García Elías y
los preceptores y preceptoras de las escuelas públicas y privadas
locales para inaugurar las actividades de la “Asociación de Profe-
sores de Primeras Letras”, cuyo lema era Instrucción y Progreso. Por
386 Ma. del Refugio Magallanes

elección interna, Francisco Santini asumió la presidencia; Marcos


Simoní Castelvi, la vicepresidencia; Marcos Rezas, la secretaría; y
la pro–secretaría, Valentín Salinas.8 Toda la mesa directiva de esta
asociación estaba compuesta de profesores normalistas que se
desempeñaba en el Instituto.
A la sesión fundacional también acudieron los preceptores
particulares José María Bocanegra, Luis Galindo, Patricio Morán
y Rómulo de la Rosa; los preceptores municipales Gabriel Valdés
y Pedro Otero; los sub–ayudantes Jerónimo Cuevas y Sebastián
Mayorga; las preceptoras particulares Carmen Miranda de Zulueta
y Juana Morales; las preceptoras municipales Ambrosía Zacarías y
Lázara A. Tostado; las ayudantes Luisa Werckle y Manuela Hita, y
las sub ayudantes Aurelia Torres y Josefa Vázquez; y por parte de
los preceptores con establecimiento fuera de la capital, es decir,
de los otros partidos políticos, acudieron como representantes los
profesores Ángel Sánchez y Mariano González.9
La primera actividad de la asociación fue formar una estadística
completa de la enseñanza de primeras letras en el estado para que,
con base en ella, se hicieran las gestiones de tipo material al gober-
nador y demás autoridades del ramo. La solución de los problemas
no sería únicamente desde arriba, sino también desde abajo, desde
la realidad cotidiana de la escuela. En eso consistía el progreso y la
perfectibilidad de la instrucción. En opinión de la asociación, “El
lustre de la profesión de los mentores de la niñez iniciaba en el espa-
cio escolar. Un establecimiento dotado de útiles enaltecía el ejercicio
de la enseñanza”.10 La asociación estaba dispuesta a emprender todo
tipo de acciones que agilizaran las mejoras materiales y pedagógicas
de este sector, pero el gobernador dictaba la última palabra. Esto
es, la centralización de la instrucción recaía en el Poder Ejecutivo.
El profesor Marcos Simoní Castelvi expuso en su discurso
inaugural que en aras del perfeccionamiento de la enseñanza en la
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 387

entidad, en el seno de la asociación, se acordarían los medios más


regulares para la uniformidad y la transmisión de todos los ramos
que constituían la instrucción elemental. Estos propósitos podían ser
buenos, pero también cabía la posibilidad de que fueran demasiado
ambiciosos. En la medida en que “los compañeros de profesión”
de todo el estado e incluso de otros oficios, colaboraran con sus
conocimientos brindarían luces al difícil arte de enseñar.11 La con-
vocatoria para un ejercicio de la enseñanza reflexionado desde y
con la aportación de otros sectores, discursivamente era muestra
de una ruptura respecto a la idea tradicional del monopolio del
saber y la transmisión de esos saberes.
Por otro lado, los preceptores eran conscientes de que la mayoría
se encontraba en una etapa de “novicios”, pero también era cierto
que deseaban consultar, discutir y llegar a conclusiones sobre las
dificultades que enfrentaban diariamente al momento de enseñar. Su
presente se caracterizaba por tomar datos, materiales, agrupar y sin-
tetizar información. Estas acciones eran buenas, pero no suficientes
para que la enseñanza en Zacatecas llegara a la altura que le corres-
pondía. Había llegado el tiempo de examinar, determinar, analizar;
de esclarecer métodos de enseñanza y su oportuna aplicación.12 La
práctica escolar exigía una renovación intelectual en el preceptor y
un papel más activo de este en el proceso de la enseñanza.
Este activismo pedagógico iniciaba con la publicación de produc-
ciones que tuvieran el objeto de normar los trabajos del preceptor.
El “pulimento” intelectual dependía en gran medida de la lentitud
o rapidez con que se abordaran en esas páginas de El Inspector las
propensiones naturales de los niños. En efecto: “¿Qué cosa más
difícil que examinar la naturaleza constitutiva del niño, sus aptitudes,
su fuerza de organización?”13
Se sumaba a este panorama la complejidad administrativa y po-
lítica en la organización del ramo de instrucción, las apremiantes
388 Ma. del Refugio Magallanes

necesidades materiales que padecían las escuelas municipales y la poca


cultura del pueblo, que no distinguía su ser político, sus obligaciones
y derechos.14 En este contexto, la educación y el profesor jugaban
un papel rector de la constitución de la sociedad, el gobierno y el
individuo. Todos los ciudadanos estaban llamados a contribuir al des-
pertar político de otros sectores sociales por medio de la educación.
El presbítero Ignacio Castro, como socio de número de la
Junta de Profesores de Zacatecas, reiteró que en el último tercio
del siglo XIX, la conciencia pública estimaba que la educación
primaria era una imperiosa necesidad de la época. Que muchos
oradores llenaban de encomios a la educación. Para algunos de
ellos, la educación era la base sólida de todos los conocimientos
útiles; para otros, era el sostén del individuo, de la familia y de la
sociedad. Esas disertaciones en torno a la educación se realizaban
desde el bello mundo de las teorías sociales, desafortunadamente
su desarrollo se dejaba en los esfuerzos aislados de los individuos.
Ese era uno de los grandes tropiezos de la instrucción primaria.15
En consecuencia, la fundación de la asociación no era producto
del azar ni de un acto esporádico, sino de la emergencia de una
cultura asociacionista que tenía profundas raíces en la tradición,
pero en esos momentos los sectores profesionales y los posee-
dores de un oficio distinguido, en este caso, los preceptores, en
su calidad de ciudadanos, ejercían el derecho y cumplían con la
obligación de hacer progresar la instrucción.
Por tal razón, la asociación pretendía ser el órgano encargado de
sistematizar definitivamente la enseñanza, de adoptar los métodos
más convenientes según el conocimiento práctico de los precep-
tores, señalar los libros de texto y, sobre todo, formar un cuerpo
respetable y novedoso, pues las señoras profesoras también estaban
llamadas a proponer y discutir las especificidades de la instrucción
de las niñas al lado de los preceptores.16
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 389

El presidente de la asociación, Francisco Santini, cerró la exhorta-


ción de sus antecesores precisando que la asociación fungía como lazo
de unión entre las escuelas, para procurar así, mediante la difusión de
las ideas, la uniformidad, el progreso y la protección de la enseñanza
elemental. El anhelo del gobernador de perfeccionar y difundir la
instrucción primaria era un llamado para establecer firmes y cordiales
relaciones con los preceptores de villas, haciendas y ranchos.17 En otras
palabras, la esencia primigenia de la asociación era de carácter intelec-
tual, aunque también estaba permeada por el aspecto pragmático. La
difusión de la cultura pedagógica entre los miembros tenía el poder
articulador de homogeneizar lo diverso, de perfeccionar lo perfectible
y de salvaguardar los avances históricos en materia educativa.
A pesar de afirmar que se intentaba homogeneizar lo diverso,
en enero de 1871, la Asociación propuso diferenciar los títulos de
los profesores en dos niveles: los de primer orden y los de segundo
orden, esto es, profesional para ejercer en escuela de instrucción
primaria elemental, y superior o profesional para escuela únicamente
de instrucción elemental.18 Dicha propuesta fue rechazada por el
gobernador Gabriel García Elías.
La asociación perdió varias batallas, pero las autoridades edu-
cativas no renunciaron al añorado proyecto de perfeccionar la
educación. En marzo de 1875 se iniciaba otra etapa de este viejo
plan: se decretó el establecimiento de dos escuelas normales para la
formación de profesores de ambos sexos. En 1878, el profesorado
de instrucción primaria se dividió en tres categorías: primer, segun-
do y tercer grado. Para obtener el título de profesor en cualquier
grado se requería la enseñanza primaria y haber cursado por un año
o dos ciertas cátedras, entre las que destacaban las de pedagogía
y método de la enseñanza objetiva. Las profesoras cursaban des-
pués de la primaria, dependiendo el nivel, hasta cinco años más de
cátedras que incluían conocimientos avanzados para las mujeres.19
390 Ma. del Refugio Magallanes

Estas reformas educativas potenciaban la formación de un nuevo


profesorado: aquel que reconocía que al estimular la intuición en los
escolares se cumplían dos fines: una enseñanza que va de lo particu-
lar a lo general en el análisis de la realidad y el conocimiento sensible
favorece la construcción de las ideas, de las representaciones que
el niño configura y la expresión de estas a través de las palabras. La
enseñanza objetiva estaba unida al dibujo, la escritura, la lectura,
la recitación y el canto, a la cultura moral y a la intelectual.20 Estas
reformas en la enseñanza se intercalaron con las bases de la ense-
ñanza simultánea o método mutuo. Los cambios en la estructura
de la enseñanza decimonónica estaban en marcha.

Institucionalización de la cultura de profesionalización


de enseñanza
En 1891, año en que se hacen vigentes los principios de la educa-
ción mexicana en Zacatecas: obligatoriedad, gratuidad y laicidad, se
reinicia la regulación y homogeneización de la instrucción prima-
ria. Con base en la Ley Orgánica de Instrucción de la entidad, las
escuelas públicas y particulares que participaran en la instrucción
obligatoria en el estado necesitaban acogerse a la laicidad y la uni-
formidad. En los artículos 93 y 94 de la Ley Orgánica se estableció
que los preceptores de las escuelas rurales y los establecimientos
en las municipalidades que no fueran cabecera del partido, se tras-
ladarían a ellas para celebrar las conferencias correspondientes al
fin del ciclo escolar. Bajo la coordinación de los directores de las
escuelas primarias de la cabecera del partido y con el inspector de
instrucción pública, diariamente, por dos horas, los profesores
consultarían dudas sobre cómo mejorar su desempeño pedagógico,
cómo seguir diariamente los métodos de enseñanza, qué libros de
texto exponer; qué infracciones a la ley se cometían, cuáles eran las
condiciones higiénicas de su plantel, entre otros puntos.21
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 391

La profesionalización del maestro se forjaba dentro de un incipiente


entramado burocrático diseñado por los profesores, pero controlado
por las autoridades locales. A los directores de las escuelas de la cabe-
cera, correspondía verificar la celebración de estas conferencias; y al
inspector del ramo, resolver junto con el consejo de las juntas locales to-
das las dudas y dificultades que plantearan los maestros. Los resultados
de las conferencias se hacían llegar al Consejo Superior de Instrucción
Primaria.22 El mundo de la enseñanza se complejizaba; poco a poco se
constituían más órganos reguladores para controlar las acciones y prác-
ticas del profesorado local. El progreso se matizaba de una racionalidad
más moderna, caracterizada por una burocracia creciente.
Para valorar y evaluar los avances pedagógicos de los maestros
de las escuelas de primeras letras se creó en la capital del estado,
con base en el artículo 98 de la Ley Orgánica de 1891, un cuerpo
de profesores que se denominó Consejo Supremo de Instrucción
Primaria, conformado por los directores y profesores de Pedago-
gía de las Escuelas Normales, el director de la escuela de Artes y
Oficios establecida en Guadalupe, dos catedráticos de estudios
preparatorios del Instituto Científico de Zacatecas y dos profe-
sores de instrucción primaria, uno de los cuales se eligió de entre
los directores de escuelas oficiales, y el otro de entre los estableci-
mientos particulares que seguían los programas de ley; el director
del Instituto era el presidente nato del Consejo.23
La composición interinstitucional del Consejo Supremo mani-
fiesta que el gobierno estatal emprendía un proceso modernizador
educativo de gran envergadura. No se podía confiar en las acciones
cotidianas de los profesores de las escuelas de instrucción primaria.
Se requería una transformación cultural profunda del magisterio del
nivel primario. El perfeccionamiento y progreso de la instrucción
primaria era desde arriba y por los de arriba, por el grupo hegemó-
nico de la cultura pedagógica.
392 Ma. del Refugio Magallanes

Ese mismo año, 1891, con motivo de reconocer la antigüedad


laboral de los profesores de las escuelas de primeras letras, quedó
al descubierto que únicamente 67 de ellos ejercían el “arte de en-
señar” de manera profesionalizada, cifra demasiado pequeña si se
toma en cuenta que 1888 el patrón de ese ramo registro la existen-
cia de 499 establecimientos escolares, es decir, aproximadamente
la misma cantidad de profesores.24
En los períodos constitucionales de 1892–1894 y 1894–1896 se
hicieron pequeñas modificaciones en la Ley Orgánica que redun-
daron en el aumento de las partidas presupuestales para mejoras
materiales, compra de útiles y mobiliario. Los presupuestos mu-
nicipales empezaron a cubrir las necesidades de más escuelas, se
abrieron nuevos edificios educativos, se realizó la readaptación de
edificios principalmente para escuelas de niñas y se incrementó el
financiamiento de las escuelas rurales.
Los Congresos de Educación celebrados en 1889 y 1891 ace-
leraron la introducción, aceptación y aplicación de los principios
de la pedagogía moderna en el país; en Zacatecas, las reformas de
instrucción primaria y el asociacionismo previos al 1891 dan cuenta
de las tensiones generadas por el afán de secularizar a los actores
educativos y definir su pertenencia cultural con base en el ejercicio
de un oficio profesionalizado.
La creación de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas
Artes en 1905, la Ley de Instrucción de 1906 y la continuidad en
la concepción del niño como hombre físico, moral e intelectual
consolidaron los campos de la educación contemplados desde
1888. De este modo, la educación comprendía la cultura moral, la
cultura intelectual, la cultura física y la cultura estética.25 En este
nuevo impulso educativo, el asociacionismo pedagógico se volvió
un aspecto sistemático en la vida escolar y en las prácticas del ma-
gisterio, pues la permanencia de los elementos de la cultura moral
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 393

e intelectual en la instrucción de primeras letras a principios del


siglo XX propició su retorno.
En 1906, en la entidad había 361 escuelas, de las cuales tres eran
de adultos, siete de párvulos, 129 urbanas y 222 rurales; se destinó
del presupuesto general $227,927.00; se crearon inspecciones per-
manentes en los municipios; y se agilizó la administración educativa
a través de los distritos escolares.26 Este mismo año se estableció
“La Liga Pedagógica de Zacatecas”.
El director de esta agrupación era el profesor Isidoro López
Ortiz, que a su vez era el director del Instituto Científico. Los inte-
grantes eran los directivos de las escuelas normales y los directivos
y ayudantes de las escuelas primarias; el lema de esta asociación era
“Unión y Libertad”. Con anuencia de López Ortiz, en el Boletín de
Instrucción Primaria se publicaron de manera regular las “conferencias
pedagógicas” creadas y desarrolladas por la asociación. Las con-
ferencias tenían lugar bimestralmente en alguna de las cabeceras
los partidos políticos de la entidad. En los inspectores de distrito
recaía la planeación y desarrollo del programa de la conferencia.27
Inicialmente en Zacatecas había cinco distritos escolares: centro,
norte, sur, oriente y occidente. Los inspectores pedagógicos de
distrito fueron I. López Ortiz, Francisco Castorena, Pablo Bravo,
Teodoro Herrera y Gustavo Ruiz de Chávez, respectivamente.
Luego, para 1912 había cuatro distritos. El distrito de oriente estaba
integrado por Zacatecas, Ojocaliente y Pinos; el del sur, por No-
chistlán, Juchipila y Tlaltenango; el del norte, por Nieves, Mazapil
y Sombrerete; y el del occidente, por Fresnillo, Jerez y Villanueva.
Los inspectores eran Francisco E. Journeé, Isidoro López Ortiz,
Francisco I. Castorena y Gustavo Ruiz de Chávez, respectivamen-
te.28 La información pedagógica recabada por el inspector se nutría
de los datos proporcionados por los presidentes de las Juntas de
Instrucción de cada partido. Los comisionados fueron Salvador
394 Ma. del Refugio Magallanes

Vidal, Mariano Briones, Ignacio López Fernández, Manuel Acos-


ta, Zacarías Escobedo, Saúl de León, Gilberto M. López, Esiquio
Pinedo, Antonio E. Nava, Genero Márquez, Félix Serrano y, de
nueva cuenta, Gustavo Ruiz de Chávez.29
El 27 de abril de 1912 se celebró la segunda conferencia del año
en la primaria “Gabino Barreda” de Juchipila Zacatecas. Cuando el
inspector profesor Salvador E. Nava tomó la palabra hizo alusión
a la pertinencia de ese acto. Si bien se cumplía con la normatividad
educativa vigente, el profesor acudía con interés y gusto a esas
conferencias porque deseaba participar en la formación de seres
útiles para la sociedad, la familia y la patria.30
En este tenor, la profesora Carlota Núñez Dévora reiteró a sus
colegas que el fin de la corporación era incitar a los profesores a
estudiar para progresar, porque tiempo atrás se notaba el deplo-
rable nivel social y moral de este sector. Para superar tal situación
debían excitarse las facultades intelectuales, físicas y morales del
profesorado. El perfecto desempeño del profesor dependía de su
profesionalización y de la plena conciencia de su misión: educar al
niño en la ciencia. Si el profesor poseía instrucción, trabajo, virtud
y patriotismo, la escuela era el cimiento de la felicidad de la patria.31
Más allá de la visión apologética del magisterio, la reivindicación
social del profesor no solo era una prioridad, sino un problema
profesional y educativo para la Liga.
Un profesor no podía desarrollar en el niño sus facultades inte-
lectuales, morales y físicas si este adolecía de una profesionalización
del mismo orden. Además, era indispensable que el profesor gozará
siempre, a todas horas, de una completa tranquilidad de espíritu que
lo colocará en condición de poder consagrarse con plena conciencia
y sin ninguna restricción al cumplimiento de su excelsa misión.
Con buena voluntad y perseverancia el profesorado estaba dando
cuenta de su protagonismo en la sociedad. Muestra palpable de su
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 395

determinación para generar el cambio fue la formación de la Liga


en 1906, y de su continuidad. Las generaciones del futuro tendría
la última palabra para valorar con justicia los esfuerzos diarios del
profesorado. Núñez Dévora estaba segura de que para los hombres
del mañana: “El profesorado, es el heroico ejército que liberta al
mundo de la más abyecta de las tiranías: la ignorancia”.32
Al lado de este impulso pedagógico, el gobierno estatal y la
Dirección General de Instrucción Primaria, en 1912, informaron
que había 372 escuelas y que se habían adquirido, remodelado
y acondicionado algunas casas–escuelas; 7 atendían a adultos y
párvulos de manera rudimentaria; 240 impartían una instrucción
limitada, 90 cubrían la educación elemental y solo 55 entraban en
la calidad de completas, es decir, enseñaban instrucción primaria y
superior.33 El esfuerzo por uniformar la instrucción no era nuevo,
era un proceso continuo en el que se mantenía el estado.
José Pedrosa en 1913 aseguraba en el discurso inaugural de la
cuarta conferencia pedagógica de ese año que: “Los programas ca-
recen de importancia. Con buenos profesores, todos los programas
son excelentes. Lo que importa no es, pues, reformar los progra-
mas sino a los profesores”. Ese año era tiempo de cambios para la
instrucción, para la escuela y para el profesorado en la medida en
que los profesores de la entidad participaran en las conferencias
que se fundamentaban en el marco teórico del doctor Gustavo Le
Bon, experto en el ramo de la pedagogía educativa de la época.34
La confianza depositada en la novedad metodológica de la
psicología educativa se acrecentaba, porque el profesor–alumno
que iba a tener el conferencista gozaba de una amplia instrucción
formal permeada por disciplinas como la pedagogía y la psicología
que desde 1893 eran parte de los programas de las escuelas nor-
males locales. Además, el medio ambiente institucional era favo-
rable gracias al trato decoroso y digno que recibía el profesorado
396 Ma. del Refugio Magallanes

por parte de los inspectores. Estos eran portadores del precepto


legal, pero sobre todo eran “verdaderos apóstoles, misioneros de
la doctrina de la educación”.35
Por su parte, el gobernador, exhortaba a los profesores para que en
su trabajo diario hicieran que los educandos guardaran la disciplina
para que se mantuviera el respeto y autoridad que representaba el
profesor. Se comprometió a otorgar un trato equitativo a todo el
profesorado, vigilar los ascensos en la carrera magisterial y no dejar-
se influenciar por recomendaciones, pero sobre todo a mantener la
unión en el cuerpo docente, pues “los profesores son los apóstoles
del progreso de la nación”.36

Comentarios finales
La fe depositada en la educación, la escuela y la profesionalización
formal de los profesores rindió frutos en Zacatecas gracias a la
continuidad de las reformas del ramo, a la apertura de las norma-
les, la divulgación de los principios pedagógicos y la unión de este
sector en sociedades educativas. Estos avances se tradujeron en
una instrucción pública que profundizó las diferencias de infraes-
tructura y sociales. En las escuelas de primer orden se impartiría
instrucción primaria elemental y superior, en la de segundo orden
se suprimía la instrucción superior, y en las de tercer orden se adop-
taba el modelo de instrucción rudimentaria, que era una expresión
mínima de la instrucción elemental.
El ejercicio legal y científico del oficio de enseñar en Zacatecas
estuvo acompañado del empobrecimiento de este sector. Esta
pauperización era producto de la división de estos órdenes en es-
tablecimientos de primera, segunda, tercera, cuarta y quinta clase.
Niveles que se determinaron por el contenido y por el monto del
presupuesto asignado para el pago del profesor. Por lo tanto y con
base en esta subdivisión de la instrucción primaria el salario de los
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 397

profesores también se diversificó. El sueldo osciló entre los 3.55


pesos diarios en el caso de los profesores varones; el salario máximo
de las profesoras fue de 2.50 pesos y el menor, de 0.5 pesos diarios.
En este periodo de estudio no se alcanzó el equilibrio entre la
profesionalización y la remuneración económica del oficio de en-
señar. Muchos niños zacatecanos, al igual que muchos profesores,
continuaron en la pobreza y la ignorancia. La grandeza de la patria,
esa que se esperaba construir desde la escuela, se alejaba a pasos
agigantados de la entidad. La búsqueda de la homogeneización de
los mentores de la niñez acentúo la diferenciación entre magisterio
de las escuelas de instrucción primaria y los establecimientos de
educación secundaria; trazó la diferencia entre profesionales titu-
lados y hombres y mujeres de buena voluntad que enseñaban sin
saber el arte de enseñar.
Esta desigualdad se convirtió en un porcentaje de alfabetización
de entre 15% y 25%, por encima de las regiones más pobres del sur
del país, pero por debajo de los estados norteños y de Jalisco, en los
que esta tasa fluctuaba entre el 25 y 35%. En la ciudad de México,
el analfabetismo se aproximaba al 51%, y en Zacatecas, oscilaba
entre el 85% y 75% en términos generales.37 La naturaleza en la
cobertura y el ejercicio mixto en el arte de enseñar no se reflejó en
un progreso cualitativo en este ramo.
Con todo, para la Asociación de preceptores de 1870 progresar en
el ramo educativo significó diferenciar en dos grupos a los precep-
tores: los empíricos y los modernos, y construir todo un entramado
cultural para reproducir, apropiarse y distribuir los nuevos saberes
pedagógicos. Las tensiones por la laicidad en la instrucción agudi-
zaron las diferencias culturales entre los preceptores empíricos y los
profesionalizados. El diálogo entre pares poco a poco se coartó con
la presencia e incorporación de otro sector del magisterio: el nor-
malista, el del Instituto Literario hasta 1883 y el Instituto Científico
398 Ma. del Refugio Magallanes

posteriormente en el asociacionismo pedagógico. Los directivos y


profesores del nivel secundario se apropiaron y dirigieron, por su
posición privilegiada en el entramado institucional, las pautas cul-
turales de los profesionales de la enseñanza.
El mundo de la enseñanza se complejizaba; poco a poco se
constituían más órganos reguladores para controlar las acciones
y prácticas del profesorado local. El progreso se matizaba de una
racionalidad más moderna, caracterizada por una burocracia cre-
ciente, en la que los letrados ocuparon un lugar importante. Las
herramientas del progreso en este ramo mostraban fallas. Ni el
control que ejercieron los órganos administrativos de instrucción
primaria ni el asociacionismo de la época ni la cultura magisterial
diferenciada fue eficaz en su totalidad.
Si bien al profesor que se profesionalizaba para ejercer la ense-
ñanza se le confirió el estatus de hombre culto, esta condición era
resultado del desarrollo de la mente que se adquiría en la normal o
en el Instituto Científico, de la asistencia a las conferencias, de la
lectura y disertación de textos especializados en pedagogía, pero
no se trataba del intelectual orgánico o del ideólogo que propi-
ciara cambios revolucionarios en el pueblo, en la educación, en el
gobierno ni el Estado.

Notas
1. J. E. Pedrosa: Memoria sobre la instrucción primaria en el estado de
Zacatecas, 1887–1888. pp. 29–33.
2. M. del R. Magallanes Delgado: “Voces en ascenso: asociaciones,
profesionalización y monopolio de la educación en Zacatecas
porfirista”, en Memorias de International Standing Conference for the
History of Education 33 ISCHE.
3. S. Pérez Toledo: “La instrucción pública en Zacatecas durante las
primeras décadas del siglo XIX”, en S. Pérez Toledo y R. Amaro
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 399

Peñaflores (coords.), Entre la tradición y la novedad. La educación y la


formación de hombres “nuevos” en Zacatecas en el siglo XIX, pp. 49–85.
4. J. E. Pedrosa: op. cit., p. 37.
5. Idem, pp. 37–38. El Instituto Literario inició sus funciones en
1843, pero fue en 1847 cuando se decretó formalmente su exis-
tencia; dependía administrativa y financieramente de la legislatura
estatal y tuvo varios cierres temporales: 1853–1854 y 1856–1861.
R. Ríos Zúñiga, La educación de la colonia a la República. El colegio
de San Luis Gonzaga y el Instituto Literario de Zacatecas, Centro de
Estudios sobre la Universidad, pp. 80–87.
6. Loc. cit.
7. J. E. Pedrosa: op. cit., pp. 46–47. El examen de reconocimiento
no equivalía a la obtención de un título profesional, única-
mente se expedía una licencia a los profesores empíricos para
que ejercieran el oficio hasta que estuvieran en la posibilidad
de acudir a la normal a titularse. M. Bazant: En busca de la
modernidad. Procesos educativos en el Estado de México, 1873–1912,
pp. 223–225.
8. El Inspector de la Instrucción Primaria. Revista mensual de las escuelas, t.
I, no. 1. Archivo Histórico Municipal de Sombrerete, impresos,
caja s/ n. (en adelante AHMS).
9. J. E. Pedrosa, p. 25.
10. El Inspector de la Instrucción Primaria. Revista mensual de las escuelas,
t. I, no. 1. AHMS, impresos, caja s/ n, p. 7.
11. Idem, p. 1.
12. Ibidem.
13. Idem,p. 2.
14. Ibidem.
15. Idem, p. 3.
16. Idem. pp.3– 4.
17. Idem. pp. 4–5.
400 Ma. del Refugio Magallanes

18. El Inspector de la Instrucción Primaria. Revista mensual de las escuelas,


t I, no. 7, AHMS, impresos, caja 3, p. 70.
19. J. E. Pedrosa, pp. 54–60. Una profesora formada en la normal
salía más barata, puesto que servía mayor número de años en
el profesorado; además, esta carrera duraba solo cuatro años.
M. Bazant: Historia de la educación durante el porfiriato, México, El
Colegio de México, 1993, pp. 133–134. La escuela normal para
señoritas se inauguró cuando la inscripción alcanzó 20 niñas,
en febrero de 1878.
20. I. L. Moreno Martínez, “Albores de la enseñanza objetiva en
México: 1870–1889”, en Memoria, conocimiento y utopía, México,
SOMEHIDE, no. 3, primavera 2007, pp. 56–57 y 66.
21. J. E. Pedrosa, pp. 27–28.
22. Idem, p.28.
23. Idem, p. 29.
24. La mayoría de los establecimientos escolares operaban única-
mente con un profesor, este cubría las funciones de director–
profesor. J. E. Pedrosa, pp. 25–26.
25. De 1880 a 1914 los discursos y los saberes que se tenían de la
infancia como objeto de estudio se consolidaron y diversificaron
en varios campos: la pediatría y la pedagogía. A. del Castillo
Troncoso, Conceptos, imágenes y representaciones de la niñez en México
1880–1920, México, El Colegio de México/ Instituto Mora,
2006, pp. 105–107.
26. Para mayor detalle de los presupuestos por partido, tipo de es-
cuela y orden en que estaban inscritas cada uno de los edificios
escolares, véase Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Zacatecas,
Tomo XXXVI, enero de 1906, no. 3–8, Biblioteca del Congreso
del Estado de Zacatecas. A pesar del incremento en la partida pre-
supuestal, esta todavía era insuficiente y menor, en comparación
con la que recibieron las escuelas de educación secundaria. Por
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 401

ejemplo, en 1892, El Instituto Científico de Zacatecas, contó con


una matrícula de 150 alumnos inscritos en las carreras de abogacía,
ingeniería y profesorado, y un presupuesto anual de $50,000.00; la
Escuela Normal de Varones con igual matrícula que el Instituto
recibió la cantidad de $14,000.00, y la Escuela Normal de Seño-
ritas que atendía a 250 alumnas contó con $15,000.00 anuales. O.
H. Aguilar: La educación superior a fines del siglo XIX… op. cit., p. 169.
27. Boletín de Instrucción Primaria, t. VI, no. 1 y 2, 1912, p. 1, Biblioteca
Estatal “Mauricio Magdaleno” ( en adelante BE–MM).
28. Ibidem.
29. Op. cit., p. 2. A partir de 1901, los inspectores pedagógicos reu-
nían en conferencias periódicas a los profesores de sus respecti-
vas zonas. Los inspectores a su vez tenían juntas quincenales con
el director general, en las que daban a conocer las necesidades
que ameritaban mayor atención en sus respectivas zonas. El
profesor que dirigía la escuela más importante de la cabecera
municipal era también presidente de la Academia Pedagógica. M.
Bazant: Historia de la educación durante el porfiriato… Op. cit., p. 47.
30. Idem, pp. 62–63.
31. Idem, pp. 62–63.
32. Idem, pp. 70–72. BE–MM
33. Boletín de Instrucción Primaria, t. VII, no. 7 y 8, 1913, p. 150.
BE–MM.
34. Idem, pp. 153–154.
35. Idem, pp. 155–156.
36. Idem, pp. 153–156.
37. Si bien este índice no era halagüeño, no puede considerarse bajo, ya
que en la zona más alfabetizada del país, la capital de la República,
el nivel de alfabetización no rebasaba el 50%. J. Flores Olague, et.
al., Breve Historia de Zacatecas, México, Fideicomiso Historia de las
Américas/ FCE/ El Colegio de México, 1996, p. 154.
402 Ma. del Refugio Magallanes

Fuentes
Amaro Peñaflores, René y María del Refugio Magallanes Delgado
(coords.): Historia de la Educación en Zacatecas I: Problemas, tenden-
cias e instituciones en el siglo XIX, México, Universidad Pedagógica
Nacional, Unidad 321, 2010.
Bazant, Mílada: En busca de la modernidad. Procesos educativos en el Estado
de México, 1873–1912, México, El Colegio Mexiquense, A. C., El
Colegio de Michoacán, 2002.
______: Historia de la educación durante el porfiriato, México, El Colegio
de México, 1993.
Castillo Troncoso, Alberto del: Conceptos, imágenes y representaciones
de la niñez en México 1880–1920, México, El Colegio de México/
Instituto Mora, 2006.
Flores Olague, Jesús, et. al.: Breve Historia de Zacatecas, México,
Fideicomiso Historia de las Américas/ FCE/ El Colegio de
México, 1996.
Hernández Aguilar, Olivia: “La educación superior a fines del
siglo XIX. Planes de estudio en el Instituto de Ciencias de
Zacatecas (1868–1904)”, en René Amaro Peñaflores y Ma-
ría del Refugio Magallanes Delgado (coords.), Historia de la
educación en Zacatecas I.
Magallanes Delgado, María del Refugio: “Voces en ascenso: aso-
ciaciones, profesionalización y monopolio de la educación en
Zacatecas porfirista”, en Memorias de International Standing Con-
ference for the History of Education 33 ISCHE, 2011.
Moreno Martínez, Irma Leticia: “Albores de la enseñanza objetiva
en México: 1870–1889”, en Memoria, conocimiento y utopía, México,
SOMEHIDE, no. 3, primavera 2007.
Pedrosa, José E.: Memoria sobre la instrucción primaria en el estado de
Zacatecas, 1887–1888, Zacatecas, Imprenta del Hospicio de
Niños, 1889.
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas... 403

Pérez Toledo, Sonia: “La instrucción pública en Zacatecas durante


las primeras décadas del siglo XIX”, en Sonia Pérez Toledo y
René Amaro Pañaflores, Entre la tradición y la novedad.
______ y René Amaro Peñaflores: Entre la tradición y la novedad. La
educación y la formación de hombres “nuevos” en Zacatecas en el siglo XIX,
México, UAZ/ UAM, 2003.
Ríos Zúñiga, Rosalina: La educación de la colonia a la República. El
colegio de San Luis Gonzaga y el Instituto Literario de Zacatecas, Centro
de Estudios sobre la Universidad, México, UNAM, 2002.

Siglas y referencias
AHMS: Archivo Histórico Municipal de Sombrerete, Fondo Impresos
BCEZ: Biblioteca del Congreso del Estado de Zacatecas
BE–MM: Biblioteca Estatal “Mauricio Magdaleno”
La situación actual de los archivos eclesiásticos en Zacatecas

Jezziel Garza de la Fuente


azecme

Los archivos de la Iglesia católica

L os archivos parroquiales son los lugares donde se resguardan


todos los tipos de documentos que expide y crea una parroquia
en particular. El acontecer de estos acervos a lo largo de la historia
se ha visto afectado por distintos factores. “Desde las razzias de
Almanzor, pasando por los saqueos de las tropas napoleónicas, la
Desamortización y la Guerra Civil, los archivos eclesiásticos han
sido maltratados y destrozados sin miramientos”.1 Pero esto no im-
plica que no se encuentren miles de estos documentos en resguardo
y para su consulta en distintas partes del mundo.
Una parroquia es el órgano más importante que conforma a una
diócesis, y al frente de esta se encuentra el párroco (que regular-
mente pertenece al clero secular), quien se encarga del resguardo y
cuidado de las almas que se encuentran dentro de su jurisdicción,
alrededor de su parroquia.
Durante la administración del párroco, en su tarea de ejercer los
sacramentos a todos los feligreses que existen dentro de su juris-
dicción, se genera una serie de documentos referentes al control
y manejo de los sacramentos y de la administración. Son estos los
documentos que se localizan e identifican en los archivos parro-
quiales, además de los documentos que tratan de la contaduría y
del gobierno de la misma parroquia.

Los archivos eclesiásticos son considerados, desde el punto de vista


corporativo, como archivos privados […] Es conocido que en cada
obispado se conserva un archivo correspondiente a todo lo de interés de
406 Jezziel Garza de la Fuente

su diócesis y que cada una de las parroquias debe igualmente conservar


su archivo, lo que ha producido[…] archivos parroquiales[…] a nivel de
diócesis existen tres archivos, el de la curia, el de cabildo metropolitano y
el secreto del obispo[…] son un invalorable tesoro para la investigación
histórica[…] encierran un verdadero venero de noticias[…] lo que les
otorga un carácter verdaderamente original a sus fondos.2

Los documentos que están en los archivos parroquiales son una


fuente inmensa e importante para la historia de nuestro país. En la
república mexicana existen más de cinco mil parroquias,3 y cada una
de ellas tiene en su poder todo un acervo cultural, religioso y social
que es de vital importancia para cualquier estudio que llegue a realizar
un historiador u otra persona de la población por mera curiosidad.
Otro autor define al archivo parroquial como el que está esta-
blecido en cada parroquia y está integrado por:

los diversos libros parroquiales, la documentación histórica, las obras


bibliográficas […], y toda aquella documentación moderna que se recibe
en la parroquia, o que en la misma parroquia, formada por su pastor y
los fieles; toda esta documentación, íntegra y en forma ordenada, debe
ingresar anualmente en el archivo parroquial.4

Los libros son otro elemento que conforma un archivo parroquial,


al usar el término “libro” hay que referirse tanto para los impresos
que se generalizaron a partir del perfeccionamiento de la imprenta,
como a los manuscritos encuadernados que conservan series de
documentos y cuentan con tapas que son generalmente de piel.
Estos libros se encuentran en la parroquia, como propiedad
del párroco o como donación a la misma iglesia. Existen libros
que datan del siglo XVI hasta contemporáneos. Para el párroco
tanto como para el encargado del archivo un documento o un
La situación actual de los archivos eclesiásticos en Zacatecas 407

libro, desde el más antiguo hasta el más reciente, son igual de


importantes, ya que en ellos se maneja la información y registros
de los sacramentos impartidos, de las cuentas de la iglesia, de las
cofradías o asociaciones piadosas sobre las que tiene control y
jurisdicción, además de la correspondencia que se realiza por parte
de la parroquia hacia el exterior.
Las autoridades encargadas (cardenales, obispos y arzobispos,
a partir de las reformas en el Concilio de Trento) de redactar la
definición de la terminología del Derecho Canónico, incluyendo lo
que se conoce como un archivo parroquial o eclesiástico establecen
que estos deben contener: los libros parroquiales, “aquellos otros
libros prescritos por la Conferencia Episcopal”, libros de cuentas de
fábrica, inventario de bienes, escritura de erección de la parroquia,
acta de consagración o bendición de la iglesia así como bendición
del cementerio, libro “peculiar” de misas, libro de fundaciones, in-
ventario, documentos episcopales y “otros documentos que deben
conservarse por motivo de necesidad o utilidad”.5
De acuerdo con el contenido de sus documentos, libros y la
jurisdicción pastoral y económica de la parroquia, la estructura se
divide en dos secciones: la sacramental y la disciplinar (lo referente
a lo económico); y de estas secciones se desprenden otras series se-
gún el tipo de documentos que existen dentro de la parroquia, que
pueden ser, de acuerdo con los autores Ramón Aguilera Murguía y
Jorge Garibay Álvarez, escritos de bautizos, confirmaciones, matri-
monios, defunciones, registros de ingresos y egresos, obra material
y espiritual, las visitas pastorales (como también las de los Obispos
de la zona), los diezmos, los padrones de la comunidad, las cofradías
de la jurisdicción, las fiestas patronales, correspondencia, los libros
de cordilleras, de providencias, de gobierno, así como también los
llamados libros de consulta (guías para la realización de actas del
párroco), entre muchas otras más.
408 Jezziel Garza de la Fuente

Hemos dado un ejemplo de cómo está constituido un archivo


según su contenido; y en lo referente a su aspecto físico, también
existe una serie de criterios para su agrupación y organización.
Los documentos del archivo están, casi en su totalidad, hechos
de papel y son acomodados de distinta manera: primero son los
libros o volúmenes; después, las pacas o fardos, estos se clasifican en
cartapacios, legajos, carpetas o cajas y fichas; a parte de todos estos
documentos también se pueden encontrar piezas audiovisuales como
microfichas, diapositivas, películas, discos, cintas magnéticas…6
Por último y no menos importante, de acuerdo con el aspecto
diplomático de los documentos en un archivo parroquial, también
nos podemos encontrar con una clasificación específica. “La di-
plomática es la disciplina que tiene por objeto el estudio crítico
del documento con el fin de determinar la sinceridad y el valor
histórico como testimonio”.7 También “se puede considerar la
palabra diplomática como sinónimo de documento. Así, se habla
de la diplomática como la ciencia de los documentos”.8 Al apli-
car la diplomática en los documentos están los signos externos
e internos. En cuanto a los externos tenemos la firma, el sello,
la fecha, etcétera, y en los internos, el asunto, las autoridades, las
posiciones jurídicas, etcétera.
Por tanto, para el mejor trabajo de los archivistas y todos los
que se dediquen a la organización, resguardo y conservación de
los archivos, se ha creado una clasificación guía para los docu-
mentos de acuerdo con su diplomática.
Primero son los documentos, que son cualquier testimonio que
enseña un hecho pasado; luego los expedientes, aquellos documen-
tos que tienen una relación directa con algún escrito en particular;
y por último, los escritos, concepto aplicado a los documentos que
no están dentro de los expedientes. Los documentos o escritos
que están en un archivo parroquial tienen el carácter de histórico
La situación actual de los archivos eclesiásticos en Zacatecas 409

y judicial; el primero porque narran una serie de hechos pasados, y


el segundo porque avalan derechos.9
En un archivo, cualquiera que sea (parroquial, municipal o general),
podemos encontrar no solamente documentos originales, sino también
copias, a las que no debemos restar crédito, pues lo que más importa
es el contenido y la información redactada, por lo que debemos ma-
nejarlos con la misma precaución que a los originales.
Ya se ha hablado sobre los archivos parroquiales, en qué consis-
ten, cómo se agrupan y los tipos de documentos que se encuentran
allí, pero ¿para qué la creación de los archivos eclesiásticos? ¿Cuál
es su importancia? Los antecedentes se remontan hasta antes del
Concilio de Trento, entre 1545 y 1563, época en que se reformó el
sistema de la Iglesia, cuando se consideró comenzar la creación de
los archivos eclesiásticos.
Fue en la sesión número 24 del Concilio Tridentino, el 11 de
noviembre de 1563, en que se “prescribió la obligación de que los pá-
rrocos llevaran los registros de catolicidad en los que se asentaran los
nombres de los cónyuges, de los testigos y la fecha donde se realizó
el sacramento del matrimonio”,10 además de realizar la incorporación
de los libros sacramentales de bautizos y de las confirmaciones.
Durante reuniones posteriores al Concilio Tridentino, algunos
obispos se reunieron con su clero o sínodos para plantear la idea
de la creación de una legislación referente a la diócesis. Fue allí
donde se definió a los archivos como los lugares de depósito de
documentos importantes para la pastoral y el Gobierno eclesiástico.
En estos sínodos destacó el Cardenal Carlos Borromeo, quien
fue arzobispo de Milán, y que sostuvo una ardua tarea de archivís-
tica en la diócesis y sus parroquias. José Ángel Rodríguez nos dice:

En los sínodos de San Carlos Borromeo, en primer lugar se mandó que


se establecieran los archivos en aquellas parroquias en las que no habían
410 Jezziel Garza de la Fuente

sido instituidos. Después dispuso que los inventarios de los bienes y


propiedades del curato fueran registrados en dos ejemplares, uno para
situarlo en el archivo de la diócesis y el otro para que permaneciera en
la parroquia. Además orientó a los párrocos a través de normas precisas
que miraran a la fiel custodia y conservación de los archivos.11

Poco después, en el siglo XVII, otro arzobispo de nombre Beneven-


to Vicente María Orsini, en la jurisdicción de su diócesis, rescató 873
pergaminos de contenido no definido, los restauró, los ordenó y los
puso a consulta para la población en general; enseguida se convirtió
en el Papa Benedicto XIII (1724–1730) y promulgó el documen-
to–constitución con el nombre “Máxima Vigilantia”, un verdadero
tratado general de archivística con fecha del 14 de junio de 1727,
que sirvió de base para la creación de una legislación eclesiástica.12
En esta reglamentación para llevar los archivos eclesiásticos,
el Papa incita a erigir nuevos archivos y secretarías dentro de la
misma Iglesia, con la finalidad de que se conserven los registros y
recuerdos de la actividad pastoral de la institución; además, señala
que se debe revisar el contenido y condición física de cada docu-
mento para luego ordenarlo y clasificarlo, esto con el objetivo de
tener mayor y mejor conservación del material, aunado a una buena
organización del mismo. Además, da la recomendación a cada uno
de los encargados de estos acervos de que se distingan entre archivo
parroquial, diocesano o capitular.
El Papa habla también de la creación de un catálogo, guía o
inventario (lo que mejor convenía para la ocasión) de cada uno
de los archivos con el fin de que sea más fácil la consulta y que
se pueda llevar un control de lo que hay en cada depósito de
documentos.13 Solicitó que se hicieran dos ejemplares de estos
catálogos, para que uno se quedara en el archivo del lugar y el
otro se enviara al archivo episcopal o diocesano, pidiendo que
La situación actual de los archivos eclesiásticos en Zacatecas 411

se actualizaran cada año en los primeros días del mes de enero,


y que se realizara la misma tarea de envío.14
Otras de las legislaciones que ordena son, por ejemplo, el asunto
referido al préstamo de documentos (es decir, la entrada y salida
de documentos) con un recibo previamente hecho y firmado que
sirviera de aval. Estas propuestas de legislación provocaron que en
el Derecho Canónico la Iglesia dispusiera normas específicas refe-
rentes a la archivística (el 19 de mayo de 1918 y una más reciente
en 1985), se crearon nuevas prescripciones canónicas en las que
a la archivística se le daba una guía para la formación, custodia,
organización y conservación de los archivos eclesiásticos.
Los cánones que hablan, de alguna forma, de los archivos
están comprendidos entre el 372 y el 384, en ellos se distinguen
dos tipos de archivos: los públicos, a los cuales todas las personas
tienen acceso, y los secretos, de foro interno y exclusivo; también
da toda una serie de reglamentaciones de cómo llevar un archivo,
cómo el tenerles un lugar seguro y cómodo, la creación y acciones
de un inventario, de las llaves del archivo, de la entrada y salida de
documentos a los dos archivos (público y privado respectivamente),
entre muchos otros lineamientos que guían a los párrocos y encar-
gados de estos acervos para un buen funcionamiento del archivo.15
Entonces, de esta manera se puede ver cómo el Derecho Ca-
nónico se ha preocupado por la organización, jurisdicción y forma
de realizar cada archivo eclesiástico en sus distintas formas, ya sea
parroquial, Diocesano o capitular.

Zacatecas y el trabajo archivístico


A pesar de ser Zacatecas una ciudad (y un estado) 16 con una
historia de cerca de 500 años (a partir de su fundación en la
primera mitad del siglo XVI), y poseer un considerable número
de archivos históricos, la archivística es una disciplina que hace
412 Jezziel Garza de la Fuente

apenas unos treinta años atrás se comenzó a conocer. Pero


afortunada y casualmente, también coincidió con el surgimiento
de la escuela de Humanidades en la Universidad Autónoma de
Zacatecas a finales de la década de los ochenta y principios de la
de los noventa del siglo pasado.
Coincidió también con la llegada del licenciado Miguel Ángel
Priego, quien había trabajado en el Archivo General de la Nación
y que firmó un contrato con el gobierno estatal para organizar los
documentos del Archivo Histórico del Estado que permanecían en
condiciones de mero almacenaje, en fardos sujos por mecates.17 Los
alumnos de historia encontraron un campo importante para realizar
su servicio social, y más allá del requisito de saber algo de teoría
sobre archivos o paleografía, encontraron las primeras experiencias
en el campo de la archivística.
De esa manera, otros historiadores y alumnos comenzaron a
buscar más fuentes para las investigaciones históricas, pero todas
estaban en las mismas condiciones, ningún archivo en el estado
contaba con un archivista de formación (aun ahora, no existe), todos
eran prácticos, es decir, habían aprendido a organizar, catalogar,
clasificar y cuidar los documentos en el mismo archivo
El trabajo de los archivos parroquiales en el estado de Zacatecas,
se ha realizado de una manera lenta pero segura, pues la mayoría
de los trabajos han sido realizados por personas externas a la pa-
rroquia (como es nuestro caso), personas que no pertenecen de
manera directa al organigrama de la parroquia. Nuestro interés es
por la conservación de estos acervos, pues son de vital importancia
para las diferentes comunidades de nuestro estado. Este interés ha
generado la creación de proyectos orientados a la organización de
estos archivos, su conservación y, principalmente, su difusión, con
el fin de que sean espacios abiertos para la consulta por parte de
investigadores y público en general.
La situación actual de los archivos eclesiásticos en Zacatecas 413

Hemos procurado hacer la clasificación considerando el Princi-


pio de procedencia, respetando el orden original de los documen-
tos y partiendo de las series que se van formando con el trabajo
cotidiano de los notarios parroquiales, como ya se mencionó antes.
De los archivos que ya se clasificaron y que consideramos el más
importante hasta el momento, está el archivo de la parroquia de la
ciudad de Zacatecas, ubicado en la iglesia de Santo Domingo, con
un total de 201 cajas de 20 centímetros de ancho. El documento más
antiguo data del 8 de abril de 1566 y el último es del 1 de junio de
1977; cuenta con dos áreas, la sacramental con las secciones de ma-
trimonios, bautismos, confirmaciones, defunciones, foranías y orden
sacerdotal, además de sus series y subseries que son más específicas
de acuerdo con el documento; y en el área disciplinar las secciones
son congregaciones, cofradías, procesos, obras pías, gobierno, co-
rrespondencia, sermones, impresos y varios; cada una tiene sus series
y sub–series para una mayor y mejor clasificación del documento.
Por otro lado, en el archivo parroquial del municipio de San Ma-
tías sierra de Pinos se cuenta con 93 cajas en total, pero, al contrario
de los archivos anteriores que solo tienen una división de dos áreas,
aquí existen tres áreas: la sacramental, la disciplinar y la de ajenos; la
primera se divide en bautismos, confirmaciones, matrimonios, defun-
ciones y ayuda de parroquia; en el área disciplinar están las secciones
de cofradías, congregaciones, procesos jurídicos y la de gobierno; y
en la tercera y última área, con el nombre de ajenos, se tienen dos
secciones: la de parroquias y la de particulares, aunado a que cada
sección cuenta con su respectivo desglose de series y sub–series.
Del archivo de la parroquia del municipio de Mazapil, que
contiene 106 cajas de 20 centímetros de ancho, ya archivadas y
catalogadas, el documento más antiguo tiene fecha del 24 de julio
de 1606, y el más reciente es de 1964, el archivo está divido en dos
áreas: la sacramental y la disciplinar, de la sacramental las secciones
414 Jezziel Garza de la Fuente

son bautismos, confirmaciones, matrimonios, defunciones, foranías


y orden sacerdotal, y del área disciplinar, las secciones con las son
cofradías y congregaciones, obras pías, gobierno, correspondencia,
impresos y otros varios.
En la organización del archivo de la parroquia del municipio
de Moyahua, existe un total de 23 cajas, con fechas desde el 19 de
febrero de 1814 hasta el 21 de diciembre de 1978; las áreas son la
sacramental y la disciplinar, de las que se derivan sus secciones,
series y sub–series. Del área sacramental se tiene la sección de ma-
trimonios, bautismos y defunciones; el área disciplinar solo cuenta
con dos secciones: la de cofradías y congregaciones y la de gobierno.
Otro de los archivos ya clasificados es el de la parroquia de Jerez,
este conserva sus series completas desde inicios del siglo XVII hasta
1970. Jerez destacó por ser un sitio predominantemente agrícola y
ganadero, cuya producción estaba destinada para el mantenimiento
de las minas en Zacatecas. En un caso muy similar se encuentra
el archivo parroquial de Juchipila, que también ya está clasificado
De los seis archivos anteriores, aunque pertenecen en territorio
de influencia política al estado de Zacatecas, dos de ellos son parte
de la jurisdicción correspondiente a la diócesis de Guadalajara.
Actualmente se está trabajando en la clasificación y ordenación
de los documentos de la parroquia del municipio de Tlaltenango,
Zacatecas, donde, además de los documentos manuscritos, existe
una extensa colección de libros impresos con más de 400 volúme-
nes que datan desde el siglo XVII hasta el siglo XX; su temática es
variada, pero en su mayoría se concentran en Teología, filosofía y,
por supuesto, religión (otros temas de sermones, Biblias). En este
caso en particular se está trabajando en el catálogo de dichos libros
para tener un inventario que informe de su contenido y estado
físico, y que al mismo tiempo sea el control que evite la perdida de
cualquier obra de la colección.
La situación actual de los archivos eclesiásticos en Zacatecas 415

En la ficha hecha para el catálogo los datos que se manejan son


los siguientes: folio (una numeración continua como referencia
para llevar un conteo de los libros), autor, título, subtítulo, editor/
impresor, lugar de impresión, año, idioma, materia, estado físico
(bueno, regular o malo), ubicación (en el librero, entrepaño…), vo-
lumen, tomo, páginas o fojas (dependiendo de cómo se encuentre
en cada libro), medidas de alto y ancho (en milímetros), índice (si
tiene o no), tipo de letra, ex libris (si tiene o no), marca de fuego
(para saber a quién perteneció) y observaciones.
Sumada a esta catalogación de los libros, se hace la labor archi-
vística de organizar todos los documentos que se tienen allí, dando
hasta el momento cerca de 280 cajas de 10 centímetros de ancho,
con documentos desde el siglo XVI hasta el siglo XX; se dividen
en tres áreas: sacramental, administrativa y ajenos (según el tipo
de documentos que se han encontrado); en sacramental se tienen
bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones; en el área
administrativa: gobierno, cofradías, congregaciones y asociaciones,
ayuda de parroquia, fábrica, capellanías y obras pías, contabilidad,
inventarios, educación, correspondencia, testamentos y varios
Finalmente, en el caso del área de ajenos, se estuvo trabajando
esa categoría porque algunos de los documentos encontrados en el
acervo no fueron generados ni dirigidos allí, y no presentan ninguna
relación con lo que es la parroquia, pero por alguna razón están allí.
Ejemplo de ello es un libro de gasto de cocina de la orden de los
Mercedarios de Zacatecas. El área de ajenos se ha dividido, depen-
diendo del caso, en solo dos series: religiosos y civiles.

Conclusiones
Los tres archivos, el de Zacatecas, el de Mazapil y el de Pinos,
tienen un elemento en común, que todos fueron fundados gracias
a la actividad minera en tiempos de la Colonia, y por ser sitios
416 Jezziel Garza de la Fuente

mineros, su documentación también tiene alguna relación con esta


actividad económica, principalmente por el tipo de población que
los habitó, ya que en las informaciones matrimoniales la mayoría
de los pretensos y los testigos son originarios de otros lugares, a
diferencia de los sitios agrícolas y ganaderos, donde la mayor parte
de la población nace, crece, se casa y muere en el mismo lugar. Es
evidente la movilidad o nomadismo de los primeros.
Asimismo, el auge y renombre que las minas dieron a estos lu-
gares se refleja en los inventarios de las cofradías, las capillas y los
templos, donde el derroche de plata y oro en los altares, los retablos
y las fiestas religiosas era una constante, que en muchos casos so-
brepasó el virreinato llegando hasta llegar al México independiente.
Por su parte, los archivos de Moyahua y Tlaltenango, junto con
los de Juchipila y Jerez (donde también se ha realizado la labor
archivística respectiva), a diferencia de los tres primeros, muestran
actividades económicas propias de la región, y debido al tipo de cli-
ma, como la agricultura y la ganadería, lo que nos da cuenta de que
son poblaciones que han sido más estables a lo largo de las décadas,
con prácticas más asentadas en sus habitantes por las actividades
que se relacionaban a nivel regional y se repetían anualmente sin
verse interrumpidas, y, principalmente, sin que los tiempos de crisis
amenazaran (como ahora) con despoblar las regiones por falta de
producción, cosa que sucedía en los sitios mineros, donde podía dis-
minuir la población hasta en un 50 por ciento en unos cuantos días.
Por último, cabría decir que el trabajo archivístico en las distintas
parroquias de los municipios del estado de Zacatecas, se ha realizado
de forma relativa, pues no son muchos los archivos parroquiales
que se han organizado en nuestro estado (siete hasta ahora); sin
embargo, las actividades que realizamos van por buen camino, y
esperamos que con esto se logre influenciar a más personas para
que en un futuro realicen esta ardua tarea de mutuo beneficio,
La situación actual de los archivos eclesiásticos en Zacatecas 417

tanto para los párrocos de las iglesias, para la población civil de la


comunidad aledaña a la iglesia como, por supuesto, para todo tipo
de investigador humanista o de cualquier índole que se interese en
trabajar la valiosa información que se encuentra en estos acervos
religiosos, culturales, sociales, judiciales, entre muchos más.

Notas
1. R. Rémond: Hacer la Historia del siglo XX, Biblioteca Nueva, p. 77.
2. J. Á. Rodríguez (comp.): Visiones del oficio. Historiadores venezolanos
en el siglo XXI, p. 122.
3. R. Aguilera Murguía y J. Garibay Álvarez: Manual de archivística
eclesiástica, p. 70.
4. C. Corral Salvador (dir.) y J. M. Urteaga Embil, Diccionario de
Derecho canónico, p. 67.
5. Idem, p. 67.
6. R. Aguilera Murguía y J. Garibay Álvarez: op. cit., pp. 63–64.
7. Idem, p. 89.
8. J. Á. Rodríguez (comp.): Visiones del oficio. Historiadores venezolanos
en el siglo XXI, p. 88.
9. R. Aguilera Murguía y J. Garibay Álvarez: op. cit., p. 65.
10. J. A. Rodríguez (comp.): idem, p. 83.
11. Idem, p. 83.
12. Idem, p. 84.
13. Idem, pp. 85–86.
14. Idem, p. 86.
15. Idem, pp. 84–85.
16. Zacatecas es uno de los 31 estados que, junto con el Distrito
Federal, conforman las 32 entidades federativas de México. La
capital es la ciudad de Zacatecas; tiene 58 municipios, y sus prin-
cipales actividades económicas son la minería, la agricultura y
el turismo. El estado es conocido por sus grandes depósitos de
418 Jezziel Garza de la Fuente

plata y otros minerales, su arquitectura colonial y su importancia


durante la Revolución mexicana.
17. Antes de eso, los documentos del archivo de Zacatecas no habían
sido organizados como se debía, sino que solamente estaban al-
macenados en un área específica del actual Palacio de Gobierno.

Fuentes
Aguilera Murguía, Ramón y Jorge Garibay Álvarez: Manual de archi-
vística eclesiástica, Universidad Pontificia de México, México, 1998.
Archivo parroquial de la ciudad de Zacatecas.
Archivo parroquial del municipio de Mazapil, Zacatecas.
Archivo parroquial del municipio de Moyahua, Zacatecas.
Archivo parroquial del municipio de San Matías Pinos, Zacatecas.
Corral, Carlos y José María Urteaga Embil (dirs.), Diccionario de
Derecho canónico, Tecnos, Madrid, 2000.
Rémond, René: Hacer la Historia del siglo XX, Biblioteca Nueva, S. L.,
Rodríguez, José Ángel (comp.): Visiones del oficio. Historiadores venezo-
lanos en el siglo XXI, Gaudy Contreras, Caracas, 2000.
VI. HISTORIA DE LAS MUJERES
Y ESTUDIOS DE GÉNERO
Mujeres y niños en las obras médico–quirúrgicas
de Madame Fouquet

Diana Arauz Mercado


azecme

Sería en verdad grato ver a una dama actuar como profesora,


enseñando retórica o medicina;
o verla desfilando por las calles, seguida de oficiales y sargentos;
o haciendo funciones de abogado argumentando ante los jueces;
o sentada en un estrado para administrar justicia en el tribunal supremo;
o conduciendo un ejército en la batalla;
o hablando ante estados y príncipes como jefe de embajada.
François Poulain de la Barre (1673)

Antecedentes

L a discusión actual sobre la participación de las mujeres en


los campos de la ciencia y la tecnología inicia con el recono-
cimiento de la escasez de aquellas en dichos campos, y asciende
hasta cuestiones de trascendencia epistemológica, es decir, la
posibilidad y justificación del conocimiento (o acceso limitado
a este) mas el papel desempeñado a través de la historia por ese
sujeto cognoscente, la mujer. En ese sentido, los estudios sobre
la exclusión —o si se quiere, no participación— de las mujeres
en el campo de las ciencias cumplieron hasta los inicios del siglo
XX una importancia relevante, y siguen cumpliendo una función
crucial para el análisis sobre género, expectativas económicas y
actividad científica1 de cara a las nuevas necesidades y exigencias
de hombres y mujeres ante el nuevo milenio.
En este orden de ideas, documentar a través de fuentes directas,
escritas por mujeres, su presencia activa en el campo de las ciencias
422 Diana Arauz Mercado

es una tarea investigativa, además de necesaria, sorprendente, pues


no alcanzamos a imaginarnos la riqueza temática de trabajos toda-
vía inexplorados en los cuales las mujeres tienen mucho que decir.2
Destacan, junto a las obras de Hipatia de Alejandría, Trotula
e Hildegarda de Bingen, en la época del Renacimiento y hasta el
siglo XVII, las aportaciones de: Sophie Brahe (1556–1643), Vir-
ginia Galilei (1600–1634), Maria Cunitz (1610–1664), Margaret
Cavendish (1623–1673), Elena Cornaro Piscobia (1646–1684),
Elisabetha Koopman–Hevelius (1647–1693), Anna Maria Sibylla
Merian (1647–1717), Maria Winkelmann Kirch (1670–1720), Maria
Clara Eimmart (1676–1707) y Mary Wortley Montagu (1689–1762);
en el siglo XVIII: Gabrielle Émilie du Châtelet (1706–1749), Laura
Bassi (1711–1770), Maria Gaetana Agnesi (1718–1799), Nicole–
Reine Lepaute (1723–1788), Caroline Herschel (1750–1840), Marie
Paulze Lavoisier (1776–1831), Sophie Germain (1776–1831) y Mary
Fairfax Somerville (1780–1872); en el siglo XIX (o de mujeres
nacidas en este siglo): Caterina Scalpellini (1808–1873), Ada Au-
gusta Byron King (1815–1852), Maria Mitchell (1818–1889), Ellen
Swallow Richards (1842–1911), Mary Everest Boole (1832–1916),
Sofia (Sonia) Kovalevskaia (1850–1891), Hertha Marks Ayrton
(1854–1923), Williamina Paton Fleming (1857–1911), Alicia Boo-
le Stott (1860–1940), Nettie Marie Stevens (1861–1912), Aniie
Jump Cannon (1863–1941), Antonia C. Maury de Paiva Pereira
(1866–1952), Maria Sklodowska Curie (1867–1934), Henrietta
Swan Leavitt (1868–1921), Maria Montessori (1870–1952), Maria
Bakunin (1873–1960), Mileva Maric–Einstein (1875–1940), Lise
Meitner (1878–1968), Maud Menten (1879–1960), Emily Amalie
Noether (1882–1935), Gerty Theresa Radnitz Cori (1896–1957) e
Irène Joliot–Curie (1897–1956), entre otras.
Como podemos leer, nos encontramos no solo ante un listado
voluminoso que comprende el estudio y la práctica de disciplinas
Mujeres y niños en las obras médico-quirúrgicas de Madame Fouquet 423

como química, biología, física experimental, medicina o astrología,


sino también ante una interesante reflexión en torno de la temática
mujeres/conocimiento científico si tenemos presente que se hubo
de esperar hasta 1874 para que se les permitiera acceder oficialmente
a la escuela pública (a las academias ya habían ingresado desde el
siglo XVII gracias a la apertura de Bolonia, Padua y Roma —casos
de Madeleine de Scudéry, Maria Agnesi y Émilie du Châtelet—,
sin olvidar a Nicole–Reine Lepaute, elegida en 1788 miembro de
la Academia de Ciencias de Bézieres),3 justo en la época en la que
se empezaba a replantear en ámbitos intelectuales y científicos que
la fuerza física no estaba relacionada con las capacidades mentales.
Un siglo antes, cuando persistía el esfuerzo por alejar a las muje-
res y lo femenino de la ciencia, surge la Obra médico–quirúrgica de Mme.
de Fouquet, compuesta por dos volúmenes publicados en Francia y
en otros países europeos ininterrumpidamente desde 1675.

Contenido de la obra
Marie de Maupéou, madre del superintendente de finanzas Ni-
colás Fouquet (época de Luis XIV), comienza su Colección de
remedios selectos, experimentados y aprobados4 señalando que
la obra está dividida en dos tomos: el primero se relaciona con
los remedios convenientes para curar enfermedades externas, y
el segundo, las internas.
Comentaré brevemente el primer tomo, en el cual la autora
manifiesta desde el principio la metodología empleada a la hora
de describir los apartados intitulados “Drogas”: su composición,
preparación, propiedades, utilización en los distintos tratamientos,
modos de usar y conservar el remedio (durante meses o años);
a veces, añade testimonios de jóvenes que fueron curados con
dichas recetas, que pueden tener distintas formas de aplicación
(emplastos, cataplasmas, fomentaciones o medicamentos que se
424 Diana Arauz Mercado

aplican con paños, ungüentos…) y con distintas bases (aceites,


mantecas, bálsamos, leches, vinos, aguas maravillosas, polvos,
frutas, verduras, legumbres, raíces, sal, azúcar, orín humano o de
animales…); recomienda además —producto de la tradición me-
dieval— el uso de piedras medicinales y uñas de ciertos animales;
reconoce también las bondades del tabaco.
El volumen I consta de 325 páginas y 441 incisos, sin divisiones
temáticas o especialidades médicas o farmacológicas. Por tal motivo,
para realizar el primer análisis de la obra, he fijado la atención en
los tratamientos externos del cuerpo femenino y del cuidado de los
niños, dividiéndola en ocho apartados: menstruación, pechos, ma-
triz, embarazo, aborto, parto, amamantamiento y curas y remedios
para niños de hasta 12 años.
Se utiliza un vocabulario sencillo y directo; expresa claramente
temas relacionados con las necesidades de lectores o usuarios. Así,
por ejemplo, en lo relativo a los problemas derivados de la mens-
truación, encontramos “Para detener los menstruos”, un apartado
donde se aconseja mezclar polvos simpáticos en agua tibia:

Moja en esta agua un lienzo teñido en la sangre de la mujer que fluye


actualmente. Este remedio no solamente es para estancar las hemorragias
uterinas ordinarias, sino tambien las que se siguen al aborto; es clara ex-
periencia. Estos polvos son bienes comunes. Puédense libertar con ellos
las mujeres que padecen miserablemente, con un remedio de que habla
todo el mundo, y del cual no aciertan a servirse. Estos polvos simpáticos
son un remedio maravilloso para contener toda suerte de hemorragias
pronta y seguramente, ya provengan de las narices, ya de las heridas, ya de
la vulva o del orificio posterior; motivo por el cual nos vemos obligados
a poner aquí la descripcion de ellos.5
Mujeres y niños en las obras médico-quirúrgicas de Madame Fouquet 425

Especial atención merecen en la obra los emplastos6 para los pa-


decimientos en los pechos de las mujeres. En esta forma se reco-
miendan los llamados “Manus Dei” y el “Benedictino de Musitano”
contra los tumores y las úlceras.7 El primero se usará tres meses
después de elaborado y puede conservarse hasta por 50 años “sin
corromperse”; entre sus propiedades están: sanar heridas y llagas,
impedir la putrefacción o la gangrena, sacar balas y clavos y sanar
mordeduras de perros rabiosos o animales venenosos. La prepara-
ción de los emplastos a base de sebo de vaca, carnero, puerco, pez
de Borgoña, pez negra, cera nueva, cera blanca, diaquilón común
y minio en polvos parece sencilla:

Derrite primeramente la manteca; cuando esté bien derretida, añádele el


diaquilon y la cera, para derretirlas tambien, revolviendolo contínuamente
con un palo: cuando esté todo bien derretido, saca el puchero del fuego;
y cuando comience á enfriarse añádele el minio poco á poco, y sin cesar
de revolver. Cuando esto estuviere casi frio, meteráslo con la espátula
en una cazuela donde habrá agua fria; y despues formarás con esto unas
masas pequeñas o rollos, los cuales pondrás á secar sobre una tabla. Un
emplasto puede servir dos o tres veces limpiándolo.8

Entre las recetas de las enfermedades externas están las que resuel-
ven tumores e impiden que se apostemen (causen abscesos) en los
pechos. Vale la pena subrayar las diferencias insertas en el prontuario
entre los cuerpos de mujeres y hombres; por ejemplo, el título 98 es
“Cataplasma para matar una apostema particularmente de los pechos
de las mujeres”. Después de la fórmula acostumbrada, el renglón
final es contundente: “Este remedio está probado y aprobado”.9
Hay otros remedios basados en la manipulación de cuatro
puñados de madreselva; pero si el dolor de los pechos, el males-
tar y la inflamación continúan, explica De Fouquet:
426 Diana Arauz Mercado

es señal que el pecho se ha de abrir [...] Si la mujer cria al niño, no le ha


de dar á mamar el pecho malo, sino el otro; porque no por esto perderá
la leche, con tal que despues de curada haga que le mame el pecho
malo un perrito ó una mujer, y despues podrá mamar de él su niño.10

El apartado se complementa con la descripción de tres recetas que


la autora menciona como “Otros remedios”, no sin antes añadir
los emplastos “Para el cáncer de los pechos ó de otra parte” y los
ungüentos para la escoriación de los mismos y las grietas.11 Las
preparaciones mezclan aceite rosado o de violetas, vino, pulpa de
pasas de Damasco, hojas de sauce y hasta excremento fresco de
vaca al baño María.
Considerando aparte de la buena salud de los senos, su natural
belleza, Mme. Fouquet también se ocupa de la estética; aconseja
a sus lectores la “leche virginal” para hermosear la cara y quitar la
sarna; y a las mujeres, fórmulas para los pechos hendidos, ungüentos
o cataplasmas por si se tienen abiertos, o para atraer y hacer salir
los pezones.12 Dichas recetas y sus componentes son más sencillos:

Untaránse las hendiduras con aceite de lirio, con el cual se hayan mezclado
polvos de tutia: fuera de esto, se echarán por encima polvos de la misma
tutia, cubriendo despues el pezon con una hoja de violetas frescas, si
pudiere ser. Tambien pueden servirse del ungüento rosado. Los polvos
de azúcar puestos encima curan fácilmente este género de incomodidad.13

En relación con el cuidado de la matriz, encontramos la preparación


y el uso del llamado “emplasto soberano” y, para las embarazadas,
además de fórmulas para cuidar o aliviar molestias propias de su esta-
do, fomentaciones y emplastos para, cuando han sufrido caídas leves,
impedir el aborto de la criatura, sobre todo avanzados los meses de
gestación, o bien, para detener las hemorragias que siguen al aborto.14
Mujeres y niños en las obras médico-quirúrgicas de Madame Fouquet 427

El prontuario dedica varios incisos al momento del parto, por


ejemplo, explica cómo apaciguar los dolores que sobrevienen a él;
soluciona el detenimiento de “inmundicias excesivas después de haber
parido”; se detiene en las recetas para “aliviar a las mujeres paridas que
tienen mucha leche” (cómo expulsarla)15 y a las que no tienen leche.
Respecto de la tarea de amamantar (no olvidemos que el pron-
tuario también es útil para las amas de cría contratadas, muy comu-
nes en la época), especifica un remedio de efecto rápido: la sangría
“Para la dureza e inflamacion que suele venir á los pechos de las
que crian”, advirtiendo que se corre el riesgo de la disminución de
la leche. También enuncia remedios para senos con tumores, que no
expulsan leche y se pueden gangrenar: “Emplastos para liquidar la
leche cuajada de las paridas primerizas”.16 El apartado 150 enuncia
cómo “hacer que se pierda la leche enteramente a las mujeres que
no quieren jamás criar”. La parte final aclara que “Estos remedios
son recomendables y sin riesgo”.17
Marie de Fouquet dedica no pocos incisos del primer volumen
de su obra a aportar remedios prácticos que solucionan proble-
mas de salud infantiles, considerando niños y niñas de hasta 12
años. Entre los remedios encontramos recetas para fortificar las
piernas (por ejemplo, sanarlas si el niño se detiene al andar o no
puede), emplastos contra la sarna y la sarna vermicular de los ni-
ños chiquitos; para facilitar la salida de los dientes, quitar cólicos y
catarros en recién nacidos; también hay una “Receta para cuando
se les sale á los niños el intestino” y una solución ante los tumores
llamados “hydrocephalos”;18 también explica cómo proceder ante
picaduras de animales venenosos o ante la presencia de los temidos
piojos, liendres, chinches y pulgas; cómo aliviar quemaduras por
accidentes domésticos; cómo y qué aplicar a la mordedura de un
perro rabioso (“un joven de doce años fue curado en pocos días
con esta cataplasma o empasto, de una mordedura en las piernas”);
428 Diana Arauz Mercado

asimismo, da remedios contra la viruela y otras erupciones. Son


particularmente interesantes algunos métodos relacionados con
la “quebradura” de los niños: “tampoco le hagas llorar, para que
no recaiga”. No podía faltar algo de gran utilidad para los adultos:
cómo aplicar los orines de los más pequeños para curar temblores.19
En general, la autora trata de cubrir con fórmulas misceláneas,
fáciles y experimentadas a través de su propia práctica, soluciones
y recetas para las mujeres y los niños.

Conclusiones provisionales de la primera lectura


En relación con la divulgación y la aplicación práctica del prontua-
rio, llama la atención que, en el prólogo de la segunda edición (siglo
XVIII), traducida al castellano, el editor recomiende ampliamente la
obra, calificándola como “tesoro inestimable, farmacopea universal
y segura para todo género de males y dolencias” y pida a sus distin-
guidos lectores que “no aumenten el número de malintencionados
y envidiosos que desacreditan y apocan el trabajo de otros”. Estos
comentarios nos permiten suponer que, en el siglo mencionado,
las obras de Fouquet ya hacían parte de las prácticas médicas in-
cluso fuera de Francia, generando críticas tanto a favor como en
contra. En otras palabras, el prontuario no solamente cumplió las
intenciones de Fouquet —servir a gente pobre y soldados heridos
en campos de batalla—, sino que, rebasando sus objetivos de co-
nocimiento y divulgación, constituyó una aportación importante a
la química, la farmacia y la medicina de su época.
A pesar de que en el siglo XVII la medicina aún no gozaba de
prestigio entre la población, y los cirujanos seguían sin alcanzar
el nivel social de los médicos, vale la pena señalar que la autora,
sin conocimientos oficialmente generados en universidad o aca-
demia de estudios, acogió, con conciencia o sin ella, las teorías
planteadas en su tiempo por Descartes y Bacon, en el sentido de
Mujeres y niños en las obras médico-quirúrgicas de Madame Fouquet 429

llevar a la práctica la libertad personal para investigar y expresar


ideas científicas y filosóficas, actitud que Fouquet complementa
con el hecho de llevar ella misma sus escritos a imprenta y finan-
ciar su publicación.
En cuanto a la riqueza de la obra de Fouquet, destaca la amplia
experiencia de Mme. Fouquet en relación con las prácticas farmacéu-
ticas más allá del ámbito meramente familiar, plasmadas a través del
uso de la palabra escrita haciendo uso del conocimiento del latín y
expresadas con un lenguaje claro, sencillo, delicado y fino a la hora de
tratar las dolencias o malestares relacionados con el cuerpo femenino.
La obra debió de representar no solamente una fuente de in-
tercambio de experiencias vitales y prácticas cotidianas entre las
mismas mujeres (abortos, embarazos, partos, etcétera), sino también
un libro abierto al voto de confianza de sus lectoras, pues a la hora
de tratar menstruaciones, dar a luz o amamantar, se consigna una
frase repetidamente: “esto lo dicta la experiencia”; y esta experiencia
debió de ser más digna de confianza para las mujeres porque había
sido escrita por otra mujer; lo mismo pudo suceder en relación con
el cuidado de los pequeños, sobre todo si se tiene presente que en
aquel siglo comenzaba a construirse el concepto de infancia.
Dejo abiertas dos reflexiones: la primera se relaciona con la críti-
ca en torno de lo que representó en siglos posteriores —sobre todo
en el XVIII— la valoración de la feminidad y lo femenino como
una cualidad que, a su vez, marcaba una antítesis en los métodos
de la ciencia. La segunda tiene que ver con volver a cuestionar,
desde las humanidades y las ciencias, por qué, si las mujeres hemos
comprobado por más de dos siglos que complementaristas y rous-
sonianos estaban equivocados al afirmar que carecíamos del genio
necesario para dedicarnos a la búsqueda de verdades abstractas y
especulativas, seguimos constituyendo una inmensa minoría a la
hora de generar y producir ciencia.
430 Diana Arauz Mercado

Notas
1. Schiebinger, Londa, ¿Tiene sexo la mente? Las mujeres en los orígenes
de la ciencia moderna, Madrid, Cátedra, 2004, pp. 379–397.
2. Arauz Mercado, Diana, La medicina en la Edad Media: el caso de Trotula
y Passionibus Mulierum, en Analecta Histórico Médica, suplemento
1 – IV, Universidad Autónoma de México, 2008, pp. 137–144 y
La medicina en la Edad Media: el caso de Trotula y Passionibus Mulierum
(segunda parte), en El mundo medieval. Legado y alteridad, Santiago
de Chile, Universidad Finis Terrae, 2009, pp. 213–233.
3. Schiebinger, Londa, op. cit., p. 47.
4. La edición que se comenta en el presente artículo, es el vol. I
de la traducción francesa al castellano realizada en 1739 por
Francisco Monroi y Olaso, Obras Médico–Quirúrgicas de Madama
Fouquet Economía de la Salud del Cuerpo Humano, Valencia, Librería
de Vicente Sempere Sucesor de Mariana y Sanz, 1892.
5. I, 126, p. 128.
6. Entendiendo por tal en el lenguaje de la época, un preparado
7. Farmacéutico sólido, plástico y adhesivo, cuya base es una mezcla
de materias grasas y resinas o jabón de plomo.
8. I, 2, pp. 5–11.
9. Ibidem.
10. I, 98, p. 99.
11. I, 23–24, pp. 31–32.
12. I, 26–27–28, pp. 33–34.
13. I, 28–29–149, pp. 34 y 150.
14. I, 28, p. 34.
15. I, 54–55–56 y 126, pp. 56, 57 y 128.
16. I, 146 a 148, pp. 148–150.
17. I, 25, 59, 112 y 150, pp. 32, 59, 113 y 150.
18. Ibidem, p. 151.
Mujeres y niños en las obras médico-quirúrgicas de Madame Fouquet 431

19. I, 52, 141, 158, 160, 173, 174 y 178, pp. 55, 143, 159, 161, 171 y 179.
20. I, 60, 85, 101 y 154, pp. 59, 85, 106 y 155.

Fuentes
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Schiebinger, Londa: ¿Tiene sexo la mente? Las mujeres en los orígenes de
la ciencia moderna, Madrid, Cátedra, 2004.
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 18731

Ana Isabel Simón Alegre


Universidad de Barcelona

E l objetivo de este trabajo es profundizar en una parte de la


biografía de la escritora Concepción Gimeno Gil (1850–1919?)
que, hasta el momento, no se ha estudiado a profundidad. El perio-
do que me interesa destacar es el de los años setenta del siglo XIX,
especialmente el año 1873. El diccionario de Simón Palmer, que
es un recurso primordial para acercarse a la obra de Concepción
Gimeno, aporta solamente pinceladas acerca de su primera etapa
en Madrid,2 que terminó cuando contrajo matrimonio (el 11 de
julio de 1879 en la capilla reservada de San José, Madrid)3 con el
periodista Francisco de Paula y Flaquer.
Durante este periodo, Gimeno dirigió desde Madrid el periódico
La Ilustración de la Mujer, por lo menos en 1873, y cruzó algunas cartas
con el actor y representante teatral Manuel Catalina (1820–1886).
Concretamente, fueron diez cartas, que son el eje central de este
trabajo y, hasta el momento, unos de los pocos documentos perso-
nales y de primera mano conservados en relación con esta escritora.4
Disponer en la actualidad de estas misivas responde más a los
deseos de Manuel Catalina que a los de la autora, que le pidió que las
destruyera. Las cartas presentan a Concepción Gimeno tal y como
se veía a sí misma: una mujer decidida, que luchaba por lo que quería
y que consideraba el mundo de las letras como camino profesional.
El presente artículo consta de dos partes: la primera es un
acercamiento a quién era y qué intereses tenía Gimeno en 1873;
concretamente, me centro en su afición al teatro y en la relación
que entabló con Manuel Catalina; la segunda parte es la edición y
el comentario de estas diez cartas, pues este testimonio en primera
434 Ana Isabel Simón Alegre

persona es uno de los mejores referentes para acercarse a los ini-


cios de la carrera de una prolífera autora e incansable viajera por
Europa y Latinoamérica.
Las mujeres con inquietudes intelectuales en esa época orga-
nizaban tertulias y acudían a diferentes cafés literarios. Las inves-
tigaciones actuales no han precisado la importancia y el sentido
de estos espacios que promovían intercambio de conocimientos,
experiencias e inquietudes en las trayectorias de las diferentes es-
critoras que residieron en Madrid.

Concepción Gimeno: algunas aclaraciones previas en torno


de su natalicio y nombre
Concepción Gimeno Gil nació en Alcañiz (Teruel), sobre la fecha hay
distintas versiones: el 11 de diciembre de 1850 según algunos trabajos
actuales (esta opción parece la más verídica),5 en 1853 si nos guiamos
por las referencias de Leopoldo Agusto, o en 1860 si seguimos el perfil
biográfico de Eduardo del Valle.6 Esta confusión parece haber sido
propiciada por la propia autora, como puede leerse en la carta décima
incluida en este artículo, en la que adelanta su fecha de nacimiento de
1850 a 1830: “Ya sabe usted que tengo 40 años”.
Si nos dejamos llevar por su opinión del paso del tiempo incluida
en su trabajo de 1877, podemos deducir que este baile de fechas
fue un signo de su coquetería: “Siento instintivo horror hacia los
prehistóricos, los arqueólogos y numismáticos y hasta hacia la diosa
Clío por ocuparse de la historia; un horror semejante al que sienten
las mujeres por su partida bautismal, solo comparable al que me
inspiran los cronómetros y todo lo que sirve para medir el tiempo”.7
Pero estamos ante una cuestión que ofrece, por lo menos, otra
lectura: Concepción Gimeno jugó tanto con atrasar su natalicio como
con adelantarlo. La presencia de estos dos criterios permite interpre-
tar esta confusión como una estrategia personal para legitimar —en
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 435

vez de cuestionar— su autoridad y la validez de sus perspectivas en


el mundo de las letras. En mayo de 1873, Concepción Gimeno indicó
a Manuel Catalina que tenía 40 años, lo cual le sirvió para advertir al
actor que, aunque no tuviera realmente esa edad biológica, su criterio
y opinión correspondían a los de una mujer con esa edad; de esta
manera, pedía respeto a Manuel Catalina por la decisión que había
tomado de reducir su relación a los momentos imprescindibles para
poner en escena su obra de teatro. Parece que Gimeno era cons-
ciente de que jugar con la edad era un recurso importante para estar
presente en una sociedad en la que muchos hombres no valoraban
ni respetaban a las mujeres.8
Esto cobra mayor importancia al analizar el recurso que la autora
fomentó más: el de atrasar su fecha de nacimiento. En este caso,
no fue Concepción Gimeno quien directamente indicó diferentes
natalicios, sino dos de sus prologuistas: uno de ellos, el escritor
Leopoldo Agusto, indicó en 1877 que la autora era “una bella jo-
ven de veinticuatro años”;9 así, se atrasaba el año de nacimiento de
Gimeno de 1850 a 1853. Pero fue con el prólogo de Eduardo del
Valle para ¿Culpa o expiación? que este baile de fechas adquirió cierto
sentido de estrategia: “Al finalizar el año de 1860 vio la primera
luz”.10 Con esta referencia se destacaba la precocidad de Concep-
ción Gimeno para el mundo de la escritura: “Sus raras dotes y […]
brillante porvenir que estaba reservado a tan notable precocidad”.11
El cambio de fecha de 1850 a 1860 podía repercutir positivamente
en la autora, ya que ese talento precoz le daba un lugar propio
entre quienes se dedicaban a las letras. De esta forma, queda en un
segundo plano el esfuerzo personal desarrollado durante años por
la autora, aspecto que se refleja en sus cartas.
Lo que hoy es incuestionable es que esta escritora tiene un
puesto destacado en las letras de finales del siglo XIX por su pro-
lífera obra y porque, además, vivió de ellas: escribió, editó y dirigió
436 Ana Isabel Simón Alegre

diversos periódicos tanto en España como en México. Es posible


que esto no fuera suficiente para que la comunidad literaria de
finales del siglo XIX la incluyera entre sus miembros, por lo que
Concepción Gimeno contribuyera a que su biógrafo destacara la
precocidad de su talento, que de alguna manera era real, pues tanto
Agusto como del Valle coinciden en indicar que sobresalía en la
oratoria y la lectura pública durante sus primeros años de estudio.
Estas cualidades eran importantes para Gimeno pero, quizás guiada
por una reflexión personal acerca del medio social en que vivía,
pensaba que si no las rodeaba de una aureola de extrema precoci-
dad, su carrera como escritora podría ser cuestionada fácilmente.
Además, Gimeno tenía otras aptitudes que le habían facilitado
el desarrollo de su carrera literaria: tenacidad, utilización de juegos
retóricos, confianza en sí misma…; pero insistía en que sus bió-
grafos destacaran su capacidad
­­ para la retórica para estar en pleno
derecho entre aquellos que vivían de la escritura. De esta conciencia,
la autora dejó cierta muestra al describir a la poeta Carolina Coro-
nado (1820–1911): “La cascada, el torrente y las ondas marítimas
le permitieron plagiar sus melodías. A Carolina no le han enseñado
a cantar los retóricos, sino los ruiseñores”.12
Al cambiar su fecha de nacimiento y rodearse de calificativos
de genialidad, Gimeno dejaba sólidamente fijada la autoridad de
su saber femenino. De esta manera, la inicial frivolidad que puede
indicar el juego con su edad, al ser analizada en el contexto en el que
escribió y con la referencia de sus diez cartas personales, se presenta
como una estrategia para alejar de sí la desautorización histórica,
que sabía era frecuente destino para los trabajos intelectuales reali-
zados por mujeres.13 Es importante recordar que gran parte de su
obra (un buen ejemplo es su trabajo La mujer juzgada por una mujer)
se ocupa de presentar a diferentes mujeres que habían destacado
en la Historia y a quienes no se les había tenido en consideración.
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 437

Imagen 1

Fuente: Carta 1. Biblioteca Nacional, Sala Cervantes, asignatura


MSS/12945/49

Imagen 2

Fuente: Ana María Freire López, Cartas inéditas a Emilia Pardo Bazán
(1878–1883), La Coruña, Fundación Pedro Barrie de la Maza, 1991, p. 174.

Otro factor que dificulta el estudio de esta autora es el modo


en que se escribía su apellido. Según las diez cartas que dirigió
a Manuel Catalina, ella escribía su apellido con “G” y cuando
no conocía bien con quién entablaba una relación amistosa
firmaba como “María de la Concepción” (carta 1, ver imagen
1). A medida que esa relación avanzaba, cambiaba su nombre
por formas más personales, como “Mari” o por alguno de los
seudónimos con los que la gustaba firmar: Débora, Safo y Ar-
gentina (cartas 2, 4, 5, 6 y 9).
Unos diez años después, alrededor del año 1883, dirigió una
carta a Emilia Pardo Bazán, utilizando en su firma el nombre de
“Concepción”, seguido de la primera inicial de su apellido: “G”, e
indicando el de su marido: “de Flaquer” (imagen 2).14
La forma en que se presentaba la escritora ante sus amistades varió
con el tiempo; unos cambios indicaban una relativa mayor proximidad
afectiva, otros, variación en su estado civil. Esta diversidad de firmas
438 Ana Isabel Simón Alegre

confirma lo que ya ha señalado Bianchi15 acerca de lo necesario de


elaborar un listado completo y exhaustivo de los artículos y demás
obras de Concepción Gimeno.
La escritora publicó en la década de los años setenta del siglo
XIX la novela Victoriana o heroísmo del corazón y el ensayo La mujer
española.16 A estos trabajos se podría añadir un tercero titulado Luz
en la mente y tinieblas en el corazón, que debió de estar trabajando en
noviembre de 1873, como se indica en el número 49 de la revista
Álbum. Esta reseña, que no incluía firma, indicaba la buena acogida
de su novela Victoriana, y anunciaba la pronta salida de ese nuevo
trabajo, del cual “hemos oído las mejores noticias”.17

Concepción Gimeno en Madrid, en 1873


Lo que ninguno de los prologuistas–biógrafos destacó acerca de
Concepción Gimeno fue que su facilidad para hablar públicamen-
te la condujo a poner en marcha representaciones de hombres y
mujeres aficionadas al teatro, actuaciones que se llevaron a cabo
sobre todo en el Liceo Piquer (calle Leganitos, Madrid), regentado
por Emilia Llul de Piquer.
Gimeno debió de pasar en Madrid casi entera la década de los
años setenta del siglo XIX. Como sus cartas lo exhiben, es posi-
ble que viviera cerca del lugar donde estaba la administración del
periódico que dirigía, La Ilustración de la mujer, en la calle Farma-
cia.18 El silencio historiográfico actual en relación con este periodo
de su vida puede deberse a que la autora se encargara de no dejar
referentes precisos al respecto.
Concepción Gimeno, de una forma indirecta, recordaba estos
años con cierta amargura: “Desde Madrid fui a Valencia, donde
llegué bastante triste, pues habiéndome contaminado con malas
pasiones, sufrí mi amor propio al considerar que en la patria de las
flores no podía yo figurar en primer término”.19
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 439

De las circunstancias adversas que vivió Gimeno en Madrid to-


davía no se han localizado claros ejemplos, salvo las dificultades —
marcadas en sus cartas— que tuvo con Manuel Catalina para poner
en marcha la representación de aficionados Flor de un día.20 En estas
diez cartas también destaca que en Madrid participó en actividades
como tertulias y funciones de teatro y que colaboró en periódicos
y revistas; concretamente, dirigió la revista quincenal La Ilustración
de la mujer (perteneciente a la Orden de las hijas del Sol y órgano
de expresión de La Estrella de los Pobres) desde el 1 de marzo de
1873 hasta 1874, al parecer.21 Todavía no conocemos los motivos
que llevaron a Gimeno a dejar la publicación y traspasarla a la
escritora Sofía Tartilán (¿?–­1888).
Concepción Gimeno debió de compartir muchas de sus activi-
dades profesionales y de ocio con las mujeres a quienes se refiere en
sus diez cartas, un grupo de amistades que pudo ser más amplio de
lo que señalaba en su correspondencia y a quienes probablemente
contactó desde antes de vivir en Madrid. Este círculo pudo haberle
facilitado sus inicios en esta ciudad, como el caso de la Baronesa
de Wilson (1834–1922) quien visitó frecuentemente Zaragoza.22
Si bien por el momento puede ser difícil acceder al conjunto
completo de estas amistades y redes de contactos por la falta de re-
ferencias directas, podemos saber a quiénes nombraba Concepción
Gimeno en su correspondencia con Manuel Catalina. La primera de
estas referencias está en la segunda carta, donde señala a la “seño-
rita de Moya”. Puede ser que Gimeno estuviera nombrando a Julia
de Moya, música nacida en Madrid en 1853, quien se matriculó en
el Conservatorio de Madrid en 1864 (y obtuvo en 1867 el primer
premio de solfeo)23 y a quien el escritor Saldoni se refería como
una profesional de la música. Esta señorita tuvo también una faceta
ligada a la poesía, como señala el escritor Eduardo de Cortázar en
la crítica de una de sus composiciones.24
440 Ana Isabel Simón Alegre

El hecho de que esta música y poeta vinculara su poesía al


mundo de las representaciones teatrales (“Cuando en mis primeros
años/ Escuché La Vida es Sueño, Creación la más sublime…”)25 hace
suponer que Julia de Moya y la “señorita de Moya” pueden ser la
misma mujer. En la carta segunda Gimeno explica que la “señorita
de Moya” iba a ser la encargada de ayudar a pasar los papeles para
la obra de teatro de aficionados en la que iba a participar el actor.
Además, la “señorita de Moya” podía trabajar para Gimeno como
escribiente, ya que en la carta tercera se refería indirectamente a
ella, al indicar a Manuel Catalina que la esperaba “para copiar los
papeles”. El trabajo de Simón Palmer aporta validez a la identidad
de la “señorita de Moya” como Julia de Moya, quien colaboró en
otros trabajos literarios en los que también participó Gimeno o
incluso el propio Manuel Catalina.26
La siguiente mención a una amistad está en la tercera carta,
y es a “Julieta”, a quien Gimeno califica como “amiga”. En este
caso, determinar a quién se refería Gimeno es un tanto arriesgado,
pero podemos suponer que se trata de la escritora Julia Asensi
(1859–1921),27 con quien Gimeno tuvo una vinculación profesional,
de vida e intelectual. Ambas autoras residían en Madrid, al menos
durante la década de los años setenta del siglo XIX y, como Gimeno,
Asensi estaba ligada con el mundo del teatro.
En la biografía que hace de Asensi,28 la escritora Matilde de
Gómez destaca la gran memoria que tenía, talento que le hubiera
facilitado participar en el proyecto teatral de Concepción Gimeno.
Además, Asensi escribió algunas piezas teatrales, como El Amor y
la sotana (estrenada en el teatro Martín de Madrid, en 1878),29 un
drama que presenta numerosos puntos en común con la obra Espi-
nas de una flor que Concepción Gimeno pretendía poner en escena;
entre estos la trama que, en el trabajo de Asensi, giraba en torno
de la medicación de un cura en una relación de amor dificultosa.
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 441

“Julieta” podría ser una forma cariñosa utilizada por Concepción


Gimeno para referirse a Julia Asenci y, por tanto, no sería desacer-
tado relacionar a ambas escritoras.
En la carta dos, Concepción Gimeno indica a Manuel Cata-
lina su intención de representar una obra teatral junto a él y a
otras personas aficionadas al teatro. La participación de nuestra
autora en obras teatrales en la ciudad de Madrid fue frecuente;
también fue así para otras mujeres ligadas a las letras: Carmen
Baroja, Isabel Oyarzábal o María Teresa de León, algo posteriores
a Gimeno, han dejado testimonio en sus autobiografías acerca
de la afición a preparar obras teatrales para representarlas entre
diferentes grupos de amistades.
Fue en la tercera misiva que Gimeno desveló el drama en el que
iba a participar con Manuel Catalina: Espinas de una flor,30 de Fran-
cisco Camprodón (1816–1870), famoso en la época, sobre todo en
la década de los cincuenta del siglo XIX, gracias al éxito de otro de
sus dramas, Flor de un día.31 La relación que había entre estas dos
representaciones teatrales es que la elegida por Concepción Gime-
no era la segunda parte de la que llevó a la fama a Camprodón. A
Gimeno le gustaba la segunda parte, pero parece que Catalina no
estaba del todo conforme con esta elección dado que la escritora,
a lo largo de las diez cartas, menciona otras posibilidades (Borrasca
del corazón, Hija y Madre y Eres un ángel).32
La relación entre Manuel Catalina y Concepción Gimeno de-
bió de implicar algo más que un intercambio de conocimientos y
charlas teatrales. Cuando la relación más íntima paró, como indica
la carta séptima, el actor aparentemente empezó a poner pegas a
representar junto con Gimeno. La escritora solucionó parte de es-
tas desavenencias apelando a su profesionalidad e indicándole que
podían cambiar el drama y hacer uno más sencillo; propuso poner
en escena Flor de un día.
442 Ana Isabel Simón Alegre

La correspondencia entre nuestra escritora y Catalina terminó


el 14 de mayo de 1873, sin que quedara claro qué drama se iba a
representar o si finalmente el actor iba a colaborar. Sin embargo,
sabemos que el proyecto teatral de Concepción Gimeno salió ade-
lante porque en el periódico La Correspondencia de España publicó, el
30 de mayo de 1873, una reseña (sin firma) de esta representación.
El drama, estrenado en el Liceo Piquer el día 29 de mayo,
fue Flor de un día, que contó con “el reputado actor D. Manuel
Catalina […] como la distinguida escritora Srta. D.ª María de la
Concepción Jimeno, Srta. de Castaños y los jóvenes Sres. Cuartero,
Coronado, Bustos y demás”.33 Esta reseña habla favorablemente
tanto del público que asistió (“acudió una numerosa y escogida
concurrencia”) como de la representación, que alcanzó “grandes
aplausos”.34 Las actrices, nuestra escritora y la señorita de Casta-
ños recibieron, la primera, varias coronas de flores, y la segunda,
dos “hermosos” ramos; Manuel Catalina obtuvo “una magnífica
corona”, de manos de la dueña del Liceo.35
No sabemos qué pasó tras esta representación entre Manuel
Catalina y Concepción Gimeno. La escritora, en las cartas nueve
y diez, le insiste que sean real y solamente “hermanos de Apolo”.
Retrocedamos a los momentos previos a esa representación.
¿Qué pudo provocar que Manuel Catalina se mostrara tan reacio a
seguir con la obra y, sobre todo, hacerlo con la primera propuesta
de Gimeno (Espinas de una flor)? En esta obra, Manuel Catalina
interpretaría a Diego Carvajal (carta 4), Julieta (Julia Asensi) iba a
hacer de Elena de Villena (carta 4) y, por deducción, Concepción
Gimeno haría de Lola, Marquesa de Montero.
La trama de esta obra teatral es el triángulo amoroso formado
entre los personajes anteriores en Vera–Cruz. Diego Carvajal está
casado con Elena de Villena; forman un matrimonio algo desgracia-
do porque Diego no puede amar a su mujer, ya que no ha olvidado
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 443

a su antigua amada, Lola. La acción de la obra se centra en la llegada


de Lola (su barco hundió y es la única superviviente) a la casa de
Diego y de Elena. La situación tensa que se crea entre estos tres
personajes se soluciona gracias a la decisión de Lola de ingresar en
un convento y a la conversación entre ambas mujeres, que afianza
su relación y respeto mutuo. La obra termina con la muerte de Lola
y la aceptación de Diego de su matrimonio.
Con este resumen de la temática del drama podemos pensar
que quizás no fue una obra elegida al azar por Gimeno. En la carta
novena, la escritora insinúa que Manuel Catalina mantenía una
relación amorosa oficial. Puede ser que llevar a escena esta obra
indicara, de una forma velada y solamente perceptible para quienes
estuvieran muy atentas a lo que pasaba en estos círculos de amista-
des, la relación que había entre Catalina y Gimeno, una relación con
dosis de amor y de fatalidad. Quizás por esta combinación no era
posible llegar a las circunstancias íntimas requeridas por Catalina.
Gimeno marca en la carta quinta el alejamiento de Catalina que
terminó con un probable encuentro entre ellos, situación a la cual
siguió la decisión de la escritora de parar cualquier tipo de relación
voluptuosa entre ambos (carta 6).36 Después de esta misiva, Ma-
nuel Catalina no quiso seguir con los ensayos de Espinas de una flor.
Quizás representar este drama era incómodo para Catalina, pues
tocaba su prestigio como galante caballero, una fama que Concep-
ción Gimeno conocía (carta 10).
La decisión de Catalina de representar finalmente Flor de un día
pudo deberse a que se trata de una obra en la cual el peso argumen-
tativo está en la traición de Lola Espinosa (futura condesa de Mon-
tero), más que en la imposibilidad de un hombre, Diego Carvajal,
de vivir el presente. En Flor de un día, el triángulo amoroso formado
por Lola Espinosa, el Marqués de Montero y Diego Carvajal se so-
luciona con un duelo entre los hombres que termina con la victoria,
444 Ana Isabel Simón Alegre

ciertamente agridulce, de Diego, ya que Lola Espinosa no abandona


al marqués. Quizás Catalina se sintiera más cómodo en esta obra,
en la que los hombres son los verdaderos protagonistas y el papel
de las mujeres queda en segundo plano. Además, Lola está retratada
como una mujer galante, víctima de su coquetería, que pasa a ser la
perdedora del drama, aunque queda redimida en la segunda parte.
También el cambio de la obra supuso otras modificaciones; la más
destacada fue que Julieta–Julia Asensi desapareciera de la represen-
tación y la Señorita de Castaños pasara a formar parte del reparto;
probablemente se trataba de la escritora María Castaños, en el papel
de Juana, la criada de Lola, y a esta la representaba en su lugar Con-
cepción Gimeno. No sabemos el motivo para que Julieta–Julia Asensi
puso en escena la obra, aunque posiblemente su interés residiera en
hacer de Elena y el papel de Juana no le resultara tan atrayente.
De alguna manera, al representar Flor de un día, el orgullo y la
fama de Catalina no quedaban mermados, por lo menos entre él y
la escritora, pues él representaba al hombre de principios, víctima de la
frivolidad de una mujer. De esta manera, el parón que dio Gimeno
a su relación íntima no quedaba tan expuesto. En términos simbó-
licos, Catalina mostraba a la escritora que su ego no había quedado
trastocado ante el parón de las relaciones personales privadas. Si
quería representar una obra con él, Gimeno debía adaptarse a sus
exigencias, que tocaban criterios profesionales, como ser el actor
principal, y también a intereses personales, como resarcirse de un
desenlace sentimental que podía no haber esperado.
Este ensayo puede interpretarse como un mero acercamiento a
la intimidad de Gimeno, pero que tiende a presentarnos a una mujer
consciente y coherente con quien era. En su relación con Manuel
Catalina, apostó por vivir un encuentro según los deseos y máximas
de su mente y corazón, un ejemplo que pretendía que fuera adop-
tado por otras mujeres. Lo que estaba pidiendo a Catalina era que
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 445

la tratara con respeto y en un plano equitativo; para Gimeno, era lo


importante, tal vez más que reclamar el derecho al voto (uno que no
incluyó a todos los hombres hasta 1890), ya que estaba reclamando
y poniendo en práctica un tipo de vida en que las mujeres fueran
libres para dedicarse a lo que quisieran y para vivir como desearan.
Estas son dos partes fundamentales para la realización personal
de hombres y mujeres sin las cuales de poco sirve cualquier norma
legal que dicte la equidad entre los sexos. Puede ser que así lo haya
entendido Concepción Gimeno, y que, por eso, en sus obras pos-
teriores —estoy pensando en Mujer juzgada por una mujer— abunden
los ejemplos que generaran una conciencia en las mujeres de quiénes
eran y, en cambio, sean escasas sus referencias al sufragio universal
paritario: “Un álbum es un libro que consta de muchas páginas.
¿Acaso no consta de muchas las vida de la mujer?”37 Concepción
Gimeno escribe a Manuel Catalina, sus diez cartas.38

Carta 1
Señor Don Manuel Catalina:
Muy señor mío y de mi más alta consideración: Ayer asistí a su
elegante coliseo39 rompiendo el compromiso que tenía contraído
de leer una composición mía en una reunión literaria. Quise hacer
que pasaran a usted una tarjetita manifestándole el deseo de darle
las gracias personalmente por su galante y cortés obsequio, más me
detuvo la idea de molestarle y resolví demostrar a usted mi gratitud
por deferencia tal, sujetándome a la palabra escrita.40 Si mi admiración,
si el entusiasmo de mi alma, eminente de artista, supone para usted
una hoja de laurel, puede añadirla, desde luego, a su corona de gloria.
He visto a usted tan gigante en las esferas de la inteligencia y en los
ilimitados horizontes del arte, que no encuentro pedestal digno de
su figura. Yo que cultivo las letras, con vehemente placer, y que rindo
culto al arte de Próscio y Talma,41 siento orgullo, inefable júbilo y
446 Ana Isabel Simón Alegre

alegría inmensa, al apellidarle hermano en Apolo.42 ¡Cuán bello es


el arte! ¡El Arte nos reconcilia con la vida! Las almas sublimes se
ahogarían en la mefítica atmósfera de este erial, si no las fuera dado
alzar el vuelo a los mundos ignotos que solo seres privilegiados
pueden habitar.43 El arte es el sentimiento, el arte es después del
amor, lo más bello, lo más divino del corazón del hombre; ya lo
revele la música con la nota, la pintura con el colorido, la literatura
con la palabra y la arquitectura con la línea. Más de una vez al con-
templarle en el palco escénico, han oscilado las nuevas ganas que me
abrían a impulsos de los múltiples latidos de mi corazón, que jamás
han pertenecido a hombre alguno, y que pertenecerán al genio sin
que se profanen jamás. Termino, por no molestar su atención que
tanto vale: más no lo haré sin suplicarle me permita ser su Aristarco44
y sin ofrecerle mi sincera amistad y humilde pluma.

BJM Ma. de la Concepción.

Carta 2
Distinguido amigo: Ha principiado para mí una era de inefable dicha
desde que usted me hizo la solemne promesa de aceptar un papel
en el drama que tanto nos encanta.45 Al realizarse una de mis más
nacaradas ilusiones, veo abiertas las nuevas puertas del alcázar de
la felicidad. No sabría con que piedra señalar este suceso, si no es-
tuviera grabado en mi alma con brusil de fuego.46 Estoy vivamente
interesada en poner el drama: parece que se alzan algunas dificulta-
des, mas tengo la seguridad de allanar escollos y hacer alejar obras
que siempre son insignificantes tratándose de mi perseverancia y
enérgico carácter. Fio en que usted me secunde, librándose de com-
promisos que en la apariencia se presentan como ineludibles. Las
armas del ingenio son poderosas y usted tiene gran arsenal. Deseo
me escriba usted manifestándome a qué hora podrá dedicarme
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 447

un rato para avisar a la señorita de Moya con objeto de pasar los


papeles rápidamente procurando no molestar su atención. ¿Se ha
repuesto usted de la impresión? En el hombre desaparecen los más
fuertes, cual la estela su onda en el mar por la velera nave. Le remito
el drama: para el lunes sabré mi papel, y usted puede disponer los
ensayos en la forma que más le agraden. En el mundo de las ideas,
en las esferas de la inteligencia y en la vida del arte, se encontraron
nuestras almas cual dos alas del mismo espíritu. Le permito asociar
mi recuerdo a todo lo céltico, sublime y santo.47

Débora.48
Abril 1873
(Rómpase)

Carta 349
Distinguido e incomparable amigo: he leído Espinas de una flor y
encuentro bastante adecuado el papel de la doncella [esposa] para
destinarlo a mi bella amiga Julieta.50 Por tanto, en atención a que le
es a usted indiferente poner el drama titulado Borrascas del corazón,
Hija y Madre o Eres un ángel puede usted tomarse la [palabra sin
identificar] de remitirme estos tres, y yo elegiré el más conveniente.
Los espera mi escribiente para copiar los papeles. No olvide usted
tenemos varias discusiones pendientes: discusiones que no fio a la
palabra escrita. No puedo ser tan generosa que renuncie a recon-
venirle a estos momentos por algunas frases que hicieron probar
muy delicadas en mi corazón. ¿Usted cree, que mi deseo de pasar el
drama es únicamente por colgar un trofeo en el alcázar de mi amor
propio? Está usted en un error: yo no pondría el drama con un actor
que no fuera usted, por más que disfrutara alta reputación artística.
En usted hay dos entidades completamente distintas, el hombre y
el actor yo no pondré el drama con “Catalina” y sí con “Manuel”.
448 Ana Isabel Simón Alegre

Por más que yo quiera criticarlo, pues estoy fatigadísima de verle en


letras de molde el nombre de usted, y el mío volarán unidos en alas
de la publicidad tras la representación; y yo soy demasiado soberbia
para permitir se enlace mi nombre al de un individuo que no sea
más que actor y hombre.51 Usted antes que actor es caballero de
levantados sentimientos, alma gigante, noble corazón y de educación
brillante: Usted es eminentemente distinguido y cortés. Guardo en
mi alma ciertas palabras de nuestro último y encantador diálogo,
como se guardarían a ser fácil las notas de las melodías de Mozart o
las armonías de las arpas eólicas.52 Au revoir: souyers hereux et n´oubliz
pás a…cette femme [sic].53 Toujours.

Mari.

Carta 4
Abril, 1873

Distinguido amigo: Ruego a usted digne a leer la Revista que le


remito, y muy especialmente las “Cartas a una provinciana” en que
me ocupo de usted ocultándome bajo el seudónimo de Edelmira.54
Muy en breve será conveniente me escriba usted indicándome
cuando puede consagrarme un rato para pasar los papeles. No
deje usted de comunicármelo, para avisar a la bella señorita que
desempeñará el papel de Elena. Mi entusiasmo por Espinas de una
flor se acrecienta. El papel de Diego es sublime y usted estará en él
admirable. Nuestro drama notablemente ejecutado causará asombro
universal. No olvide usted a Débora.
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 449

Carta 5
Jueves, abril de 1873

¡Qué día tan esplénico!55 ¡Hoy no ha amanecido en mi alma!... Me


hallaba un poco delicada y he abandonado el lecho por recibir a us-
ted. A pesar de no estar acostumbrada a esperar,… no me he fatigado,…
por ser usted…a quien esperaba... No analicé usted el recuerdo que
le consagré. ¡¡El análisis destruye, mata!! Las dos flores, bastante
imperfectas, son obra mía. Nunca las hago para mí (porque me falta
paciencia) jamás las prodigo… y tienen por mérito haber empleado mi
débil vista en ellas.56 Dedicar a usted una corona de laurel me pareció
vulgar, ordené que compusieran un ramo de flores frescas formando
una lira y no supieron: así es que, resolví ofrecerle una flor nacida
en el jardín de mi fantasía, una azucena de mí alma, adoptando
como forma material, el pensamiento escrito.57 Tengo la seguridad de
que entre la bóveda de laurel que le cubre, y la alfombra de mirto
que pisa, no ha brotado una flor igual a la mía… porque en todas las
almas no nacen azucenas… Mi único objeto, fue adornar mi recuerdo,
con el sello de la originalidad, para que no se confundiera con los
demás… (Perdóneseme esta soberbia). Permítame usted la forma
en que le escribo: su brillante inteligencia leerá correctamente en
el vacío… ¡El silencio es muy elocuente para quien tiene tan in-
teligentes oídos en el alma! ¡¡Las armonías de un corazón llegan a
otro sin pasar por el órgano auditivo!! Si usted fuera un hombre
vulgar me vería obligada a seguir en mi estilo la rutina del lenguaje
epistolar, más yo escribo a usted como escribiría a Lamartine; esto
es traduciendo mis emociones en líneas, mis impresiones en frases,
convirtiendo estas hojas del álbum de mi existencia en gotas de la
ternura de mi alma en siempre vivas del Edén de mis recuerdos.58
Reservo para nuestra vista una discusión. ¡¡Haga usted que mañana
sea día de fiesta en el almanaque de mi corazón!! Le espera Safo.59
450 Ana Isabel Simón Alegre

Carta 6
Hoy 25 de abril de 1873

Distinguido amigo: Afecta más que a mi amor propio…. a mi alma,


su mutismo y prolongada ausencia. Me complace infinito gozar los
encantos que ofrece su elegante e ingeniosa conversación, cual su
distinguido trato y usted… es avaro para dar la felicidad… Supongo
habrán entregado a usted una carta en que le participaba [la] marcha
de nuestra Elena [palabra no descifrada] y urge poner el drama. Ya es-
tán imprimiendo los billetes de invitación, y se ocupan de hacernos
la decoración de convento. Ya que usted no irá de paseo el domingo
por ser muy cursi pasear en día festivo podríamos pasar los pape-
les. Estoy dispuesta a la hora que sea conveniente para usted: mis
más serios cargos y graves ocupaciones serán pospuestas al drama.
¡No me apellide usted frívola! Al poner el drama se realiza mi más
rosado sueño, la más riente de mis esperanzas y la más nacarada de
mis ilusiones. Soy atea para la dicha, y muy escéptica para la ventura y
sin embargo creo que el fatalismo no se opondrá a la realización de
mi vehemente deseo. Necesito saber si puede usted consagrarme
un rato el domingo. Distribuya usted bien el tiempo… y que no falte
para mí. Siempre….Argentina.60

Carta 7
Mayo de 1873. Rómpase.

Escribo a usted porque este pliego de papel no es una carta… Conste


que no falto al compromiso entablado conmigo misma… Estas líneas son la
continuación de un diálogo interrumpido… estas líneas son girones
de ideas que asomaron pálidamente, pedazos de pensamientos no
revelados, tal vez párrafos de páginas íntimas y misteriosas, acaso
hojas del libro de la vida todo…menos una carta. Si anoche dio la
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 451

amiga un giro inesperado a la conversación, no fue por debilidad de


la mujer, de ningún modo: la amiga y la mujer retan a usted para un
pugilato intelectual que decidirá arduas cuestiones. Fio a su ingenio
saber encontrar la oportunidad del momento… Precisamente me
gusta discutir con usted porque le encuentro una elocuencia de alma
que pocos seres poseen… Hay algo que hará divergentes nuestras
opiniones (siquiera en la apariencia) y es que usted resolverá con el
criterio del sentimiento, y yo estoy obligada a resolver con el criterio de
la razón…. ¡Hay tanto hielo en la razón! No crea usted que tengo
miedo a la lucha: ayer fue mi apatía hija de un dolor mudo que me
enervó. Ayer tuve un día de melancolía desgarradora e inexplicable,
ayer ardían cirios fúnebres en mi alma, ayer mi corazón vestía las
galas de los muertos. Esto no es romanticismo, es amargura (¡qué
no se equivoque!) Fui al teatro por distraerme [divertirme] cómo
voy a los salones buscando la embriaguez o el narcótico.61 En el teatro
de la vida real el hombre puede salir a la escena… a pesar de…la mujer
[que] está obligada a permanecer entre bastidores… Muchas veces la
palabra de una mujer severa e inflexible oculta sus ideas en lugar
de desenvolverlas. Las personas vulgares creen que el silencio es la
nada ¡qué error! La palabra disfraza las ideas, la palabra desorienta
(cuando le place) la palabra es un antifaz de estameña burda o de
fino glasé,62 esto depende de la aristocracia de la inteligencia…que
la usa... No continúo, por no manifestar lo mucho que le conozco.
Todos los que intentan retratar su alma, hacen una ridícula cari-
catura: le prometo un boceto bastante exacto. (Termina la mujer).
(Habla la amiga) Como el 15 no tiene nadie oficinas y supongo que
usted no es adicto a las fiestas populares podemos ensayar de 3 a
5.63 El 15 es el próximo jueves. He calmado la exasperación de Julieta
ofreciéndola que pondrá con usted y conmigo una pieza en un acto
de los que usted domina. Esto no molestará a usted en atención al
drama, es corto. Algo hay que hacer a favor de una niña que por
452 Ana Isabel Simón Alegre

el gusto de trabajar con usted y conmigo violenta sus aspiraciones.


Julieta desobedecería [a] su Romeo y lo arrastra todo por usted y
por mí. Basta que usted guste. El jueves estarán puntuales los afi-
cionados. ¿Y su hermana?64 ¿Cómo se halla? Le espero. Yo.

Carta 8
Mayo, 1873

Ciertas horas… son un siglo en la edad del corazón. He resuelto


poner en escena Flor de un día al complacerle a usted me complazco
a mí misma. Algunos escollos y barreras he encontrado pero usted
conoce mi enérgico carácter y comprenderá que no me amilanan
las dificultades. Julieta, algo susceptible, creyó que esta nueva reso-
lución la dictaba usted por no creerla apta para el papel de Elena.
Puede usted estar tranquilo, he llevado la convicción a su ánimo con
razones oportunas y he alejado de su mente tan errónea creencia.
No puedo escribir más: la fatiga me rinde. Anoche tuve que asistir
al concierto del conservatorio y me acosté a las 3 y hoy estaba en
píe a las 7 para hacer el original del periódico. En los Ecos de Madrid
he buscado un motivo para consagrar a usted un recuerdo.65 Espero
a usted mañana. Una eternidad no sería suficiente para contestar a
todo lo que usted dice… donde no traza líneas. Emilia Piquer me
dice que surge la representación porque le piden el Liceo. “Estoy
débil y febril” Termino. Hasta mañana. Toujours. Mari.

Carta 9
6 de mayo

Distinguido amigo: No puedo dejar sin contestación una frase


suya que envuelve cierta dulce ironía. Admítase la antítesis. He dicho
[palabra sin descifrar] ironía porque la ironía punzante y mordaz
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 453

es patrimonio de almas secas y usted tiene un Edén en el alma, un


inagotable manantial de infinita ternura… ¡El imposible! Si amigo
mío el imposible existe… porque existe el deber. Existen ciertos im-
posibles que los seres delicados respetamos siempre: hay imposibles
a los cuales podríamos aplastar la cabeza y sin embrago doblamos
ante ellos la cerviz. Yo que tengo la pablara deber estereotipada en el
corazón, yo que me inmolo en esos santos altares, figúrese usted sí
comprenderé ciertos imposibles. El deber es el fuerte dique, el muro de
bronce, la barrera en que se estrellan las pasiones de los corazones
vehementes y puros… Usted pronunció al azar la palabra imposible y no
sabía que tocaba usted a muerto en la morada del agonizante…66
Según las leyes de nuestra sociedad la mujer está obligada a fingir
y siempre dice lo contrario a lo que siente… yo rara vez parezco,
mal soy… A pesar de que usted tiene mucho mundo, como la
mujer se escapa al minucioso examen del sabio, y al escalpelo del
filósofo, me permitiré decirle que no conoce bastante a la mujer.
No hay farsa más indescifrable que aquella que se presenta con la
expresión del candor…esta suele ser la de ciertas mujeres. Cuando vea
usted que una mujer reniega del amor no la apellide usted “hielo”.
¡Los niños cuando no ven en la oscuridad cantan de miedo! El
amor es el iris que ilumina a la mujer desde la cuna a la rueca.67
Ninguna se libra de esta ley del corazón, la que parece rechazar el
amor, es la mujer enérgica que lucha cual el naufrago, es la mujer
que se defiende de un terrible y bello enemigo es la que quiere salir
victoriosa aunque su corazón que de hecho trizas…es la que más
ama… Vuelvo decir esto, porque usted y yo quedamos fuera de
estas batallas…. Sin embargo, la mujer es un enigma y yo he entre-
gado a usted la clave: si mi sexo lo supiera no me lo perdonaría. Lo
que he dicho es muy grave: Le he conducido a usted de la mano
al arsenal del sexo débil y le he mostrado nuestras armas de ataque
y defensa. Usted es generoso, y devuelve las armas sin probar el temple
454 Ana Isabel Simón Alegre

de ellas. ¡Cómo dudarlo! Basta de jocosa filosofía… con mis diva-


gaciones me aparto del objeto de esta carta. He comprendido que
el único destacado que hay para que usted me cumpla su promesa
para estudiar el papel de Diego. Por tanto, rompiendo dificultades
autorizo a usted para que elija la comedia que más domine y que me
comprometo a estudiar en 24 horas. Mientras mi papel sea impor-
tante admito [tanto] el género cómico como el trágico. Julia que no
quiere renunciar al placer de salir a la escena con usted hará un papel
de cualquier género por secundario que sea, pues es una señorita
angelical y humilde. Teniendo en cuenta la marcha de usted yo me
encargo de activarlo todo. No hay dificultades para usted salvando
la del estudio: tres ratitos para ensayo los podrá usted conseguir.
Debo advertirle que no poner la comedia en cuestión, sería una de-
rrota para mi amor propio y no lo espero de usted… Emilia Piquer
como usted sabrá, cede el Liceo a las compañías de aficionados y
desde que hablé a usted del drama lo he tomado yo a mi cargo el
Liceo y no se le concedido más que para un beneficio: de modo
que estoy perjudicando a Emilia. Todo el mundo está apercibido
de la prometida función y las 270 papeletas de convite [están] im-
presas. Como mi alma viste la librea del pensar, como mi corazón
lleva luto y vive muy solo el placer de estar en escena con usted es
una de mis más recientes ilusiones. No marchito usted mi ilusión,
sería usted más cruel que el leñador al cortar un arbusto poblado
de odoríferas flores… Si usted no puede consagrarme mañana
más rato, remítame usted el drama o comedia que designe, y haré
que mi escribiente copie los papeles. Es preciso que hagamos la
comedia en la actualidad porque la sociedad la espera. Si usted
resiste creeré que me pospone a alguna severa exigencia. Usted tiene
un espíritu tan levantado, debe ser independiente lo contrario sería
descender del pedestal que le ha alzado mi tierna amistad. Reclamo
su promesa. Observo que soy prolija: muchos anhelan dos líneas
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 455

mías autógrafas y no las consiguen, y usted tal vez esté fatigado de


tanta línea… Hago votos por la ventura de su hermana. La espera
siempre Safo. Resuelva usted respecto a la elección de comedia.

Carta 10
14 de mayo

Contésteme. Le espero mañana a las 3. Hoy 14 de mayo tengo su


palabra. La carta de hoy no era para mí, se ha equivocado usted al
poner el sobre. Aquella carta era para una mujer, y yo tengo el alto
honor de no parecerme a ninguna…¿Ha olvidado usted que tengo
espíritu muy analítica, y que todo lo someto a la gélida razón? Debe
usted tener presente que pienso con el corazón y con la cabeza así es
que no haga nada inconveniente y lo que hago no puede obligarme a nada
jamás. Mis miradas… ¡¡qué mal interpretas!! ¡Qué miradas fueran un
saludo de la amiga!68 No de usted importancia a miradas que llegan
desde tan lejos… Parece que el habiendo yo dicho que haría un
boceto de su alma le he dado ciertos vuelos… ¿Qué tiene de parti-
cular que yo haga su boceto? Puedo hacer el de cualquier hombre a
la tercera vez que le haya hablado. ¡Se deja conocer tan fácilmente!
Voy a hacer el retrato de su fisonomía moral ya que nadie en el
mundo le conoce cual yo. Empiezo por perdonarle sus frases de
hoy porque se halla enfermo y me inspira conmiseración. Sí, usted
es un enfermo rebelde. Desde el fondo de su gabinete estoy viendo
el asombro reflejado en su semblante al leer estas líneas. Escúchame
atento. Usted es un ser que ha pisado todo el cieno de la vida y que
sin embrago conserva las alas de su alma inmaculadas usted tiene
todavía una dosis de candor, pero le han envenenado el corazón…
No le extrañe no apellidarse: Mithridates se había acostumbrado a los
venenos.69 Usted es un niño mimado, caprichoso, tiene usted el corazón
muy mal educado no es usted culpable: lo son sus antiguas preceptoras.
456 Ana Isabel Simón Alegre

Ha tenido usted la desdicha (sí qué lo es) de tratar mujeres fáciles


para el amor, muy débiles y las cree a todas iguales. Cuan afortu-
nada fui al entregarle mi artículo titulado “Hay mujeres fuertes”.70
¿Creyó usted que la mujer no estaba identificada como lo que decía
la escritora? ¡Ay! Todavía no es tarde aun puede usted curarse una
enfermedad que es el preludio del hastío. Yo sería el Galeno de
su alma pero para serlo necesitaba ser viuda.71 Usted tiene cierta
predisposición a todo lo grande sublime puro y espiritual. Usted
tiene facultades brillantes para vivir la atmósfera de la pureza en
elevada región y le hacen vivir en atmósferas muy densas y ardientes.
Las mujeres en general son estúpidas.72 Todas se han hecho amar
por las concesiones a ninguna se le ha ocurrido hacerse amar por
los negativos… Cuando una mujer haga adorables sus negativos por
la gracia con que las engalane, cuando una mujer tenga el ingenio
suficiente para alimentar a un hombre de esperanzas, únicamente,
ha triunfado: su reinado es eterno. Si yo fuera viuda tomaría a mi
cargo la regeneración de usted emplearía para purificarle recursos
que por lo nuevo le parecerían encantadores y haría de usted una
gran obra…porque usted dispone de todo (lo digo en voz baja) es
dócil. ¡Hombres no lo dudéis vale más la mujer que os impone sus
virtudes, que la que acepta vuestros vicios! ¡Me dice usted que no
me asuste! ¿Cuándo ha retrocedido del campo el que conoce el
temple de sus armas? ¡Usted debería haber comprendido que no soy
cobarde! Todo lo contrario, el peligro me atrae: soy muy soberbia y
desafío al peligro. Me gusta tocar el fuego y no abrasarme, colocarme
en la pendiente y no rodar me gusta luchar con gigantes y vencerlos,
me gusta la lucha con usted porque es usted tan soberbio como yo
porque se cree un titán. Si yo no me he cuidado de ponerme antifaz
en mi correspondencia ha sido porque mi afecto no podía confun-
dirse con la pasión si yo hubiera estado apasionada no lo hubiera
usted conocido jamás. ¿Usted sabe que la farsa no me violenta, que
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 457

soy completamente dueña de mí, y que aparezco cual quiero aparecer?


En este lance el peligro ha sido tratar a una mujer que no se parece a
las demás: para usted ha sido el peligro pues no ha sabido a qué atenerse.
Es muy difícil conocer a una mujer cuando ésta se empeña en no
ser conocida. ¿No recuerda usted que le dije un día me complacía
en sofocar pasiones avasalladoras, voluntades y matar sentimientos?
Entonces, ¿a qué dudar de mi fortaleza? Me pregunta usted ¿Qué
soy? Se lo diré por más que esta concesión no la vuelva a hacer a
nadie. Soy una amalgama de ternura y severidad, de rigor y dulzura,
de soberbia y bondad, de fuego y hielo… Mi corazón que es tierní-
simo jamás me sorprende porque las riendas de él las llevo en la cabeza.
Solo así podría yo penetrar impasible en el “campo enemigo”. Está usted
tan hastiado de mujeres fáciles que las inaccesibles les fascinan…
Ya que usted se permite decir lo que ha soñado, voy a permitirme
decirle lo que adivino. Hoy usted quería lavar su pasado, corregir su
presente y romper lazos que le ahogan porque moralmente son indisolubles.
¡Resignación! ¡¿Qué consejo se puede dar?! Me pide usted le revele
mis sueños, mis deseos, mis proyectos y mis aspiraciones. ¿Sabe de
usted lo que me pide? Todo lo más que yo puedo conceder es querer
ser un alma desnuda. Usted es muy aficionado a la Venus de Milo
porque está desnuda y a mí me gustan los velos. (Una revelación)
Estímela lo mucho que vale. Bien merece usted por su ingenuidad un
momento de sinceridad mío. Tiene usted que permitirme algo: al
permitirme arrancar los crespones de su alma al revelarle su muda
desesperación me he vengado de que un día me llamó usted (niña)
probándole que soy mujer. Los años no suponen nada, la inteligencia
lo es todo: yo me voy muy lejos, y pinto situaciones por las cuales no
he atravesado. A fuerza de pensar tengo arrugas en el cerebro y canas
en la razón. Mi criterio es muy viejo. No merecía usted el desenlace
que le reservo… ¡¡Vanidoso!!73 Ya que quiere saberlo, sepa usted
que me inspira un afecto fraternal y que le permito colocarme en el
458 Ana Isabel Simón Alegre

pedazo de alma que no tiene enfermo. Quiérame usted mucho guardan-


do siempre la respetable sentencia que yo merezco. Ya sabe usted que
tengo 40 años, ahora ya podemos razonar y discutir: en las esferas
de la inteligencia viviremos juntos, ahora seré toda verdad para usted
y como a usted le pueden comprender muy pocas mujeres cuando
moralmente se halle usted solo, venga a mí, yo le aconsejaré, yo
disiparé las nubes de su horizonte yo seré su médico moral. ¿Puede
ofrecer más una mujer cual yo? Yo quiero que me ame usted como
Lamartine a Madame Geraldine.74 ¿Sabe usted que dijo Lamartine al
morir esta mujer que encantó con su talento? “He amado a Delfina
sin acordarme nunca que fuera mujer”. ¿No es verdad que siente usted
refrescar su espíritu al colocarlo cerca del mío? Sí, me necesita usted
en la vida moral. Cuando tenga usted penas pórtalas conmigo, sus
placeres no los quiero conocer. Ya sabe usted que por enigmática
que sea le entenderé siempre: donde usted se detenga, yo llegaré.
Contez toujours avec au battement de coeur de votre téndre soeur …Toujours.
Mari.75 Exijo contestación a esta carta. No le falta a usted asunto
nuevo… Adiós hermano mío. Mari: No está [palabra no identificada],
le esperamos a las 3 y se encontraran nuestras fraternales miradas.

Notas
1. El presente artículo deriva de las investigaciones para el máster
Estudios de la Diferencia Sexual (Duoda–Universidad de Bar-
celona), trabajo que fue ampliado y consiguió el primer premio
de investigación en la XIV edición de los premios SIEM “Con-
cepción Gimeno de Flaquer”, 2011.
2. C. Simón: Escritoras españolas del siglo XX. Manual bio–bibliográfico,
p. 363 y ss.
3. La Correspondencia de España, 12 de julio de 1879.
4. Biblioteca Nacional, Sala Cervantes, asignatura MSS/12945/49.
5. I. Sánchez: “Concepción Gimeno de Flaquer” en Antología de la
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 459

prensa periódica isabelina escrita por mujeres (1843–1894), pp. 243–280.


6. C. Gimeno: La mujer española, p.11. C. Gimeno: ¿Culpa o expia-
ción?, p. 6.
7. C. Gimeno: Mujer juzgada por una mujer, p.177.
8. Ver R. Cansinos–Asséns: La novela de un literato: hombres, ideas,
efemérides, anécdotas.
9. C. Gimeno: La mujer española, p. 11.
10. C. Gimeno: ¿Culpa o expiación?, p. 7
11. Idem, p. 6.
12. C. Gimeno: La mujer española, p. 75.
13. Agradezco a la profesora Carmen Caballero Navas esta reflexión.
14. A. M. Freire: Cartas inéditas a Emilia Pardo Bazán (1878–1883),
pp. 172–174.
15. M. Bianchi: “La lucha de María de la Concepción Gimeno de
Flaquer. Teoría y actuación”, Escritoras y pensadoras, pp. 89–114.
16. C. Gimeno: Victoriana o heroísmo del corazón.
17. Álbum: revista semanal de literatura, artes, teatros, salones y modas,
núm. 49.
18. Carmen de Burgos indica que, en 1901, el domicilio de Con-
cepción Gimeno estaba en la calle Campomanes. Ver F. Utrera:
Memorias de Colombine. La primera periodista, p. 32.
19. C. Gimeno: Mujer juzgada por una mujer, p. 6.
20. F. Camprodón: Flor de un día.
21. C. Gimeno: La mujer española, pp. 228–229. S. Tartilán: Costumbres
populares.
22. C. Simón: Escritoras españolas del siglo XX.
23. B. Saldoni: Diccionario biográfico de efemérides de músicos españoles.
24. E. de Cortázar: “El Álbum Calderoniano (Apuntes críticos)”,
Revista de España, tomo XCI, marzo–abril, p. 507. Julia de Moya: “A
Calderón en las fiestas de su centenario”, Álbum Calderoniano, p. 53.
25. Ibidem.
460 Ana Isabel Simón Alegre

26. M. Simón: op. cit., p. 455. Ver F. Sáez de Melgar (dir.): Las muje-
res españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas. AA. VV.:
Siemprevivas que depositan varios ingenios en la tumba de su Ma. María
de las Mercedes.
27. A. Castro: Julia Asensi. El Camarada.
28. F. Sáez de Melgar (dir.): op. cit., p. 639.
29. Julia Asensi: El Amor y la sotana.
30. F. Camprodón: Espinas de una flor.
31. F. Camprodón: Flor de un día.
32. T. Rodríguez: Borrasca del corazón. P. Gorostiza y Cepeda: Hija y
madre. El drama Eres un ángel no se ha localizado.
33. La Correspondencia de España, núm. 563, 31 de mayo de 1873, p. 3.
34. Ibidem
35. Ibidem
36. A. Simón: “Entre el amor y la sexualidad: Palabras de mujeres
en torno de las cuestiones sexuales, desde el final del siglo XIX
y el inicio de la Guerra civil española (1939)”, Arenal, vol. 16,
núm. 2, pp. 281–304.
37. C. Gimeno, Mujer juzgada por una mujer, p. 37.
38. La transcripción de las cartas ha respetado la expresión original
de la autora, modificándose solo la acentuación; los destacados
con itálicas son subrayados de la escritora. Las diez cartas tienen
un añadido posterior en el que alguien confirmaba la identidad
de la autora de estas cartas: “Autógrafo. De puño y letra de la
poetisa María de la C. Gimeno. De la colección del pintor Ma-
nuel Castellanos”.
39. Esta carta no estaba fechada originalmente por Gimeno; se
indicó posteriormente el día 19 de marzo como fecha válida.
Esta escritora y Manuel Catalina tuvieron que conocerse el día 18
de marzo de 1873, día en que él actuaba. Según el Diario Oficial
de avisos de Madrid (17 de marzo de 1873), Manuel Catalina tenía
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 461

función para ese día en el Teatro Circo de Madrid, a las ocho y


media de la tarde, representando a Luis, en el drama El hombre
de Mundo, de Ventura de la Vega. Aunque estos datos muestran
cierta coherencia, cuestiono que la escritora y el actor se co-
nocieran ese día. Siguiendo esta carta, Gimeno se refería a un
lugar con el que Catalina tenía cierta vinculación y justamente
la noche del 23 de marzo de ese mismo año se inauguró en una
forma muy exclusiva el Teatro Apolo en Madrid, donde figuraba
Catalina como uno de los empresarios implicados.
40. Concepción Gimeno pretendía iniciar un acercamiento con
Manuel Catalina, personaje que tenía cierta fama, posiblemente
de seductor, en los ambientes artísticos de Madrid. Una fama
que está en sintonía con un comentario tras la muerte del actor:
“Su simpática figura, su natural elegancia, su claro talento y
no vulgar ilustración”, E. Martínez de Velasco: “Don Manuel
Catalina y Rodríguez eminente actor dramático”, La Ilustración
española y americana, núm. XXX, 1886, p.87. Gimeno no quería
que el inicio de su acercamiento fuera público y por esto decidió
posponer el inicio de un intercambio de correspondencia con
el autor para el día siguiente. En su primera novela, Victoriana,
situó la causa de la separación de Victoriana y su marido en los
comentarios maliciosos que circulaban en las tertulias de los cafés.
Gimeno insistió en sus ensayos en el cuidado que debían tener
las mujeres con visibilizar todos los detalles de su vida: “En la
sociedad se anida la calumnia, la envidia y la ingratitud. […] La
calumnia revela infamia de corazón, y generalmente son seres
pigmeos los cobardes que se atreven a blandir ese arma”, en C.
Gimeno: Mujer juzgada por una mujer, p. 19.
41. F.–J. Talma (1763–1826), actor y empresario teatral de elevada
fama. No he concretado la referencia a Proscio.
42. Con este apelativo, Concepción Gimeno guiaba a Manuel Cata-
462 Ana Isabel Simón Alegre

lina acerca de la relación que le interesaba tener con él; además,


le indicaba que ambos estaban unidos en un plano similar, el
cultivo de las artes, y su relación iba a estar en este punto medio.
43. Parte del lenguaje que empleó Gimeno en estas misivas estaba
cercano al de la masonería, las sociedades secretas o los círculos
esotéricos. La idea de representar el mundo que la rodeaba como
un erial la tuvo presente en sus ensayos posteriores. Así definía
un día a día lleno de dificultades en el que tanto hombres y mu-
jeres tenían recuerdos que habían “apagado su sonrisa” (ver C.
Gimeno: Mujer juzgada por una mujer, p. 20), unos sentimientos
que afectaban equitativamente a ambos sexos.
44. Aristarco era el “mejor compañero” de Pablo el Apóstol. Estu-
vo con Pablo el Apóstol en su tercer viaje a la ciudad de Éfeso.
45. Se refiere al drama Espinas de una flor, que fue estrenado en
Madrid en 1852. Era la segunda parte de otra obra del mismo
autor, Flor de un día, estrenada también en Madrid un año antes.
46. Esta referencia se puede entender en relación con la metáfora
que Gimeno utilizó en otros de sus trabajos: equiparar la vida
y las experiencias de las mujeres con las hojas de un álbum. Gi-
meno indicaba que a veces los hombres intentaban estampar sus
ideas en estas hojas sin dejar a cada mujer espacio para reflexio-
nar y, en muchos casos, arrebatando su “candor” e inocencia,
ver C. Gimeno: Mujer juzgada por una mujer, p. 32. Parece que la
escritora estaba indicando a Catalina que ella era la encargada
de decidir lo que la convenía en cada momento y cómo debía
guiar sus relaciones personales.
47. Podemos entenderla al relacionarla con la clase de amor y de
relación que tenían los integrantes de la pareja protagonista de su
obra Victoriana. Aunque se amaban, debido a una serie de fata-
lidades, no podían compartir una vida marital, pero quedaban
unidos por el mundo artístico que compartían, además de la
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 463

elección de una vida alejada de la sociedad convencional.


48 Poeta, profeta y jueza de Israel, que vivió en el Israel premonár-
quico, muy apreciada por la escritora, ver C. Gimeno, 1882, p. 88.
49 Esta carta no contiene fecha, en el añadido posterior solo se
indica “Madrid, 1873”.
50 Julia Asensi y La Iglesia.
51. Esta transformación en la relación, de un plano artístico a uno
más personal fue pasajero, solo duró hasta la séptima carta.
52. Parece que estaba insinuando a Manuel Catalina el efecto ro-
mántico y amoroso que el recuerdo de una conversación que
tuvieron le había causado. Esta impresión está insinuada por la
propia autora al comparar ese recuerdo con escuchar melodías
elevadas y que utilizó en obras posteriores: “Un alma enamorada
es un arpa eólica, una lira pulsada por ángeles y serafines”, C.
Gimeno, Mujer juzgada por una mujer, p. 23.
53. “Hasta luego. Feliz tarde y no te olvides de… esta mujer. Siem-
pre. Mari”.
54. Se refiere a La Ilustración de la mujer.
55. Según el diccionario de la Lengua Española, “esplénico” es un
adjetivo que significa “perteneciente o relativo al bazo”. El sus-
tantivo de este adjetivo es “esplenio” que es “el músculo largo y
plano que une las vértebras cervicales con la cabeza y ayuda a que
esta se mueva”. Gimeno parece querer transmitir que hacía un
día revuelto tanto en el plano meteorológico como psicológico.
56. En diferentes partes de esta carta indica que no se encuentra
bien; puede ser que no gozara de un estado de salud completo,
que tuviera alguna dolencia relacionada con el funcionamiento
del corazón y la circulación o con su visión. Gimeno estaba muy
familiarizada con el lenguaje médico y, en su obra Victoriana,
explicó detalladamente la forma en que atacaban estas dolencias.
57. Con la imposibilidad de componerle el instrumento musical
464 Ana Isabel Simón Alegre

que definía a Apolo, su lira, la escritora recordaba al actor que


podía estar abierta a avanzar en su relación con él y considerarle
de otra manera, quizás más íntima.
58. Alphonse de Lamartine (1790–1869) político, poeta y escritor
francés, famoso en la época y al que la poetisa Carolina Corona-
do dedicó un poema en 1847. Además, la Baronesa de Wilson,
Emilia Serrano de Tornel, según Ma. del Carmen, p. 637, conoció
a Lamartine. Con la referencia a este escritor podía estar indi-
cando a Manuel Catalina, a quien aceptaba como su maestro, y
así no estaban en una situación personal equilibrada, que podía
incomodar a un hombre como el actor y sentir que no llevaba
la iniciativa de estos encuentros.
59. Safo de Lesbos (630–579 a.C.) poeta griega de gran importan-
cia para las escritoras y poetas de este periodo. Gimeno, con
esta firma, indica que quiere una vida libre para desarrollar sus
habilidades, ella y las demás: “Siempre nos ha parecido mejor
la lira en manos de Safo que en manos de Apolo”, C. Gimeno:
Mujer juzgada por una mujer, p. 167.
60. Es posible que, al terminar la carta con este sustantivo, haya
querido indicar que no olvidara lo valiosa que era ella. Concep-
ción Gimeno estaba llena de tesoros para descubrir, al igual que
la leyenda de la Sierra de la Plata.
61. Me resulta difícil precisar en qué evento teatral se encontraron,
ya que la carta séptima y la octava no tienen una fecha concre-
ta, como nueve (6 de mayo de 1873), por lo que su encuentro
fue anterior a esta fecha. Es probable que se encontraran en
un evento en el que Catalina no actuara; quizás pudieron verse
en el Teatro Real durante la representación de La mujer propia,
de Carlos Coello (ver “Espectáculos”, Diario Oficial de Aviso de
Madrid, núm.121, 1 de mayo de 1873).
62. La “estameña” es un tejido de lana sencillo. También el glasé es
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873 465

un tejido, pero de seda, combinado con un metal. Concepción


Gimeno podía estar aludiendo que se encontró a Manuel Catalina
con otra mujer en el teatro.
63. Se refiere a la festividad de San Isidro y a su romería, tan popular
durante la época.
64. No se han encontrado datos que ni confirmen o nieguen que
Manuel Catalina tuviera una hermana. También puede estar
refiriéndose a otra mujer con la que no tuviera realmente esa
relación filial y Gimeno estuviera siendo sarcástica.
65. Puede que el concierto que se refiera Concepción Gimeno fuera
al benéfico que dio el pianista Pablo Barbero en el Conservato-
rio de Madrid, ver La Correspondencia de España, núm. 563, 1 de
mayo de 1873, p. 3.
66. Esta expresión significaba que el “imposible” formaba una parte
importante en la vida de Concepción Gimeno.
67. Esta idea era muy importante para Concepción Gimeno, ya que
indicaba que era posible un mundo sin violencia y sin guerras.
68. Gimeno debía de haber tenido una mirada bonita, así lo se-
ñalaron Eduardo del Valle (“Como en su mirada dulcísima de
ángel irradian los fulgores del genio”) y el poeta Juan de Dios
Peza (“Sobre unos ojos de color de cielo. Y esos ojos aquí fijos
y duros que nada quieren ver ni nada inspiran, son dos astros de
luz, tiernos y puros, que hablan en dulce idioma cuando miran”).
C. Gimeno de Flaquer: ¿Culpa o expiación?, pp. 9 y 18–19.
69. Mithridates IV (134 a.C.–63 a.C.) fue rey de Ponto y Armenia
y luchó contra Pompeyo.
70. Aún no localizo este artículo; pero en uno de sus trabajos pos-
teriores (“No hay sexo débil”), incluía algunas referencias rela-
cionadas con este intercambio de cartas: “Los que denomináis
fácil a la mujer, es porque habéis tratado mujeres que valían muy
poco; no conocéis del sexo más que la escoria. No conocéis a
466 Ana Isabel Simón Alegre

las mujeres fuertes, porque ocultan las luchas bajo un velo de


indiferencia y frialdad”, C. Gimeno, La mujer española, p. 146.
71. Galeno (130–200), médico griego.
72. Los reproches y los calificativos malsonantes de Concepción
Gimeno podían estar indicando el cambio de paradigma en las
relaciones sexuales que durante este periodo estaba operando
entre mujeres y hombres. Nuestra escritora llama “estúpidas” a
las mujeres que no protegían su vida íntima y la dejaban expuesta
a comentarios e interpretaciones maliciosas.
73. Esta calificación tendrá un significado muy importante en la obra de
Gimeno, quien dirá en ensayos posteriores que el defecto de la vani-
dad es uno que salpica a hombres y a mujeres, aunque los hombres
intentan ocultarlo “con gran empeño, porque la vanidad siempre se
ha considerado pasión femenina”, C. Gimeno: La mujer española, p. 78.
74. Delfina Gay Girardin (1804–1855), literata francesa.
75. “Siempre en el latido del corazón de tu hermana que te quiere.
Siempre. Mari”.
.
Fuentes
Charnon–Deutsch, Lou: Narratives of desire: nineteenth–century
Spanish fiction by women, University Park, Pennsylvania State
University Press, 1994.
Fernández, Pura: “Geografías culturales; miradas, espacios y redes
de las escritoras Hispanoamericanas en el siglo XIX”, en Miradas
sobre España, Barcelona, Anthropos, 2011, pp.153–169.
Rama, Ángel: La ciudad letrada, Hannover, Ediciones del Norte,
1984.
Sánchez Llama, Iñigo: “La forja de la ‘Alta Cultura’ española de
la Restauración (1874–1931): una perspectiva post–isabelina”,
Hispanic Research Journal: Iberian and Latin American Studies, vol. 5,
núm. 2, 2004, pp. 111–128.
Mujeres en los negocios.
Zacatecanas de los siglos XVII y XVIII

Gloria Trujillo Molina


Universidad Autónoma de Zacatecas

La mujer durante el matrimonio


sin licencia de su marido
no pueda hacer contracto alguno.
Ley LV de Toro (1505)

L os estudios sobre las mujeres en las sociedades tradicionales


no se circunscriben a su papel en la institución de la familia y
el matrimonio, sino que también las examina desde una perspec-
tiva más amplia: su desempeño social. Es así como las actividades
y decisiones de las mujeres al interior y fuera del hogar despiertan
en los estudiosos un renovado interés. Hace treinta años, Asunción
Lavrin y Edith Couturier escribieron que para hacer la historia de
las mujeres era necesario recuperar la participación femenina a
nivel social, individual y familiar. Utilizando la metodología de M.
Meyer “de abajo hacia arriba”,1 estas autoras empezaron a revelar
a mujeres del pasado, que por su condición subordinada y anónima
al interior de la sociedad colonial, no eran todavía visibles para los
historiadores de fin de siglo.
Desde el prisma de la vida privada, distintas investigaciones
han mostrado el papel que las mujeres tenían al interior de su fa-
milia, mientras que otros trabajos reflejan trayectorias femeninas
que abarcan la inserción de las mujeres en la vida pública y social,
en la figura de religiosas, cofrades y benefactoras. En México, los
estudios sobre mujeres han destacado los conventos de monjas,
recogimientos de mujeres, escuelas de amigas, entre otros. Sin
468 Gloria Trujillo Molina

embargo, los documentos de notarios permiten acceder a otra


faceta de la actividad femenina en la sociedad virreinal, tal y como
Pilar Gonzalbo y Berta Ares señalan: “la participación de mujeres
en procesos productivos”2 mediante negocios realizados por me-
dio de contratos jurídicos como compra–venta, rentas, traspasos,
poderes, obras piadosas, etc.; los cuales permiten apreciar cómo
las mujeres participaron en la construcción de las sociedades de
su tiempo, dinamizando la circulación de bienes y dinero.

De caudales, patrimonios y otras riquezas


Se entienden por “patrimonio” de las mujeres, los bienes y hacienda
que ellas heredaban de su familia, y por “caudal” la hacienda que
tenían, así como los bienes de que gozaban y que, además, utilizaban
para negociar. Por negociar se entiende tratar y comerciar diversos
bienes para aumentar un caudal por medio de la compra y venta.3
Por ejemplo, los documentos dotales refieren que lo que las casadas
llevaban al matrimonio constituía su caudal y patrimonio, es decir, su
riqueza estaba constituida por lo que ellas habían heredado de su
familia en forma de dotes, donaciones, legados y títulos, amén de
las arras aportadas por los maridos y los bienes gananciales que se
generasen durante el matrimonio, a lo cual podía agregarse lo que
resultase de los negocios realizados.
Anne Staples sugiere que en México, en el siglo XIX, las mujeres
todavía seguían recibiendo dotes y donaciones,4 aunque dicha rique-
za cada vez era más esporádica debido a que las leyes civiles estaban
cambiando. No obstante, se mantenía en el XIX la condición de
minoría de edad y tutela sobre la mujer casada. Desde la baja Edad
Media las leyes castellanas reconocían el derecho de propiedad de
las mujeres sobre bienes como herencias, legados, donaciones y
riquezas provenientes de los contratos de casamiento. Sin embargo,
los mismos ordenamientos legales de Partidas, Fuero Real, Leyes
Mujeres en los negocios 469

de Toro, y Recopilación de Leyes de Indias, restringían la capacidad


de acción femenina para administrar riqueza. La misma normativa
limitó la actuación jurídica de las mujeres de la América española
otorgando a progenitores, tutores y maridos la responsabilidad
administrativa y tutelar sobre los bienes de propiedad femenina.5
Pese a lo anterior, algunas mujeres se vieron en la necesidad
de administrar y negociar por sí mismas, asistidas por leyes civiles
que tanto restringían y limitaban como protegían los caudales de
deudas, excesos, malos manejos y de otras acciones que pudiesen
cometer los maridos en su papel de administradores. En esas si-
tuaciones, las mujeres podían entablar juicios para recuperar sus
riquezas, obteniendo, por lo general, resoluciones en su beneficio.
Al conocer estos y otros recursos legales, las mujeres de las socie-
dades virreinales realizaron sus actividades de negocios con pleno
conocimiento del derecho que las asistía.6
La tutela masculina constituía una forma de velar por los bienes
de las mujeres que supeditaba la toma de decisiones femeninas hasta
que las doncellas alcanzasen la mayoría de edad. Por ejemplo, en
1735 Manuela, niña, menor, se convirtió en heredera de don Tho-
mas Ruiz de Vallejo, vecino y mercader en la ciudad de Zacatecas,
su abuelo. A la niña se le nombró un tutor que cuidaría sus bienes.
La herencia ascendió a 37 mil 789 pesos con 6 reales, de los cuales
9 mil 690 pesos 6 reales y medio se consideraron no existentes e
incobrables, por la pobreza que padecían los deudores del abuelo.7
A partir de ese momento, Manuela dispuso de un patrimonio que
no podría administrar hasta cumplir 25 años.
Aun después de los 25 años, a las mujeres se las seguía con-
siderando incapaces e inexpertas para actuar y tomar decisiones
jurídicas. Al casarse, las mujeres comenzaban a depender de sus
maridos quienes, por ley, debían administrar los bienes de las es-
posas, y a tal cumplimiento “obligaban sus personas”. De tal
470 Gloria Trujillo Molina

forma, las casadas pasaban de la tutela de los progenitores a la del


marido, por lo que, para realizar algún negocio, debían solicitar el
consentimiento de sus esposos.
En tanto unos esposos velaban por los intereses de sus con-
sortes, otros las presionaban para que cedieran su riqueza. Doña
María Manuela de Zúñiga Fajardo, vecina de la villa Gutierre del
Águila y residente en la ciudad de Zacatecas, se presentó en 1756
ante el escribano para firmar una renuncia de bienes gananciales.
Según la mujer, don Faustino, su marido, la había atendido en todo
lo necesario para su decencia y manutención; además, cuando se
enfermaba, su esposo erogaba todo lo necesario. Por eso, ella tomó
la decisión de renunciar a los gananciales que le correspondían
mediante un instrumento legal de cesión de bienes.8
Por otro lado, Tomás Rodríguez, marido de Simona Micaela de
Cabañas, estuvo pendiente de que su suegra y cuñadas no tuvieran
injerencia sobre la economía de su mujer. En 1731, Rodríguez pro-
movió una petición para impedir que su esposa fuese afectada en su
derecho sobre una casa que pertenecía tanto a ella como a su madre
y a sus hermanas; la propiedad les había sido donada por la señora
doña María de Mendoza y Carbajal, condesa, viuda del coronel de
infantería don José de Urquiola, conde de Santiago de la Laguna.
La condesa de Santiago de la Laguna, albacea testamentaria,
fide y comisaria, heredera universal y sucesora del conde en todos
los derechos y acciones, podía tomar decisiones; así lo hizo, y
donó una de sus casas a una familia de mujeres. La condesa dijo
tenerles mucho amor y voluntad pues eran pobres; su acción fue
retribuir los servicios que habían prestado en la casa de los condes.
Haciendo “gracia y donación pura, mera, perfecta e irrevocable
que el derecho llama inter vivos” doña María de Mendoza cedió y
transfirió la casa para que las mujeres:
Mujeres en los negocios 471

Hayan y gocen dicha casa como suya propia y adquirida con justo
y derecho titulo y buena fe como lo es esta dicha donación que me
obligo a no revocar por testamento codicilo ni en otra forma y si lo
hiciere que no valga ni sea oída ni admitida en juico ni fuera de el y
por el mismo hecho quede más firme y valedera con la que no perju-
dico a mis herederos por cuanto me quedan otras muchas mas bienes
con que sustentarme y a su cumplimiento me obligo con mis bienes
habidos y por haber…9

Según el alegato de Tomás Rodríguez, la donación de la casa fue


para todas las mujeres de la familia de su esposa. No obstante, la
madre pretendía gravar la propiedad mediante censo y dejarla a la es-
posa de Tomás, sin la parte de rédito que le correspondía a Simona.
En lo que se refiere a las viudas, estas podían tomar decisiones,
con respecto a sus patrimonios y caudales, sin necesidad del aval y
consentimiento de su familia. Las viudas gozaban, en este sentido,
de mayor libertad. No obstante, algunas de ellas delegaban en los
hombres la realización de algunos negocios, otorgando para ello,
poderes generales y específicos.
Por ejemplo, en 1659 Isabela de Rentería, viuda, albacea y here-
dera de Juan del Río de la Loza, otorgó poder general a Francisco
de Casas y a Bernardo Carrillo, para que vendieran ocho carros
herrados de cuadrilla con ciento ochenta mulas y machos de tiro.
No se especifica en el documento a cuánto ascendería la cantidad
de dinero que la mujer debía recibir, en caso de realizarse la venta.
No obstante, la viuda señalaba que el dinero debían recibirlo, sus
apoderados.10 Los herrajes mencionados estaban en Durango, en el
nuevo reino de la Vizcaya, donde se había redactado el testamento
de Río de la Loza, un año antes. Fue así que la viuda delegó poder
en la ciudad de Zacatecas para la venta de los carros y todo lo rela-
cionado con el señorío y propiedad sobre los esclavos que habían
472 Gloria Trujillo Molina

pertenecido al marido. Isabela no firmó el poder porque no sabía


escribir, en su lugar tuvo que hacerlo uno de los testigos presentados.
Lo anterior da cuenta del manejo de los caudales y patrimonios
de mujeres bajo tutela, casadas o viudas. Sin embargo, hubo otras
que realizaron sus contratos jurídicos de una manera más partici-
pativa en cuanto a sus intereses; para ello, contaron con el mismo
marco de leyes existente, si bien limitativo y restrictivo.

Mujeres prestamistas, hacendadas, mineras y benefactoras


A diferencia de los comerciantes que tenían negocios establecidos
en forma permanente, las negociantes zacatecanas firmaban con-
tratos jurídicos de manera esporádica. Aunque hubo excepciones.
Dichas mujeres no se agrupaban como los hombres, en consulados
de comerciantes, tampoco obtenían intereses sobre sus caudales,
como lo hacían las monjas.11
Una de las hacendadas más poderosas del virreinato fue Ana
María de la Campa, condesa de San Mateo de Valparaíso.12 Ana Ma-
ría nació en Zacatecas hacia 1735 y fue la heredera del mayorazgo
que le legó Fernando de la Campa y Cos, conde de San Mateo, su
padre. Al enviudar, la condesa tomó decisiones respecto a la admi-
nistración de las haciendas agrícolas y ganaderas que pertenecieron
al marqués don Miguel de Berrio y Zaldívar, su marido, actividad
que realizó hasta pasada la Independencia de México.
Doña Ana de Cuadros fue otra de las mujeres con caudal y patri-
monio propio. En 1656 la rica viuda del capitán Domingo de Arana
decidió contraer segundas nupcias, esta vez con Francisco de Viruega,
vecino y mercader de Zacatecas. Doña Ana puso en manos de su
nuevo consorte una dote de viuda que ascendía a 68 mil 513 pesos
6 reales, en forma de ajuar de casa y mujeril,13 cartas de pago, bienes
inmuebles y otras primicias. Doña Ana tenía en la ciudad de Zacatecas
varias casas principales altas y bajas, construidas de piedra y ladrillo,
Mujeres en los negocios 473

así como tiendas y trastiendas. Además, poseía piezas de esclavo,


hombres y mujeres, un sinfín de joyas y alhajas, exquisita plata labrada,
suficiente ropa de vestir y de estar y varias barras de minas, así como
vales de pago que le adeudaban algunos mineros de Zacatecas. Doña
Ana de Cuadros fue prestamista, una de las más acaudaladas de la
ciudad, y tenía colocado dinero a interés, por un valor cercano (según
su segunda carta de dote) a los quince mil pesos de oro común.14
Por el contrario, otras mujeres que lo único que poseían en he-
redad eran modestas propiedades, decidían vender sus casas con
el fin de subsistir. Juana Rodarte fue una de ellas. Sin marido y sin
tutor, en 1659 la doncella de 25 años vendió la única propiedad
que había heredado de su padre. La cantidad que recibió fue de 76
pesos; aun así, Juana se dio por satisfecha.15 Otro recurso del que
podían disponer las mujeres en caso de necesitar dinero, era vender
sus esclavos. Las piezas de esclavo (infantes, hombres y mujeres)
de todas las edades eran vendidas o adquiridas mediante contrato
jurídico de venta real. En 1664 Francisca de Urquijo, de quien no
se menciona si era doncella, casada o viuda, otorgó en venta real
a Esteban Huerta una esclava de nombre Ana, criolla, de más de
cuarenta años de edad que pertenecía a Urquijo por:

Esclava cautiva, sujeta a servidumbre y estaba libre de empeño, hipoteca,


y otra enajenación especial ni general (¿?) ninguna tacha, vicio, defecto,
ni enfermedad publica, ni secreta, que haya tenido, ni tenga, porque con
todas las que en ella se hallaren se las vendo por precio y cuantía de ciento
y cincuenta pesos, en reales, de contado, que por su valor me ha dado
y pagado de contado, de alcabala, de los cuales, me doy por contenta y
entregada a mi voluntad, sobre que renuncio la excepción de la numerata
pecunia, leyes de entrega y prueba, como en ellas se contiene, y luego me
desisto y aparto del derecho acción, señorío y propiedad a dicha esclava
tengo, y lo cedo y renuncio y traspaso, en el dicho comprador.16
474 Gloria Trujillo Molina

En lo que se refiere a otros negocios jurídicos destacan los relacio-


nados con la actividad de la minería. Zacatecas se caracterizó por
ser un enclave minero de larga tradición, en donde la economía
local fluctuaría, desde el siglo XVI y hasta el XIX, en torno de la
extracción del mineral argentífero. Enseguida se muestran distin-
tos contratos de venta y arrendamiento de minas realizados por
viudas acomodadas de la localidad y se resalta el conocimiento que
algunas de ellas tenían del manejo y la administración de haciendas
de beneficio de sacar plata.
Doña Isabel de Zaldívar Mendoza, vecina de Zacatecas, viuda de
Gaspar Oñate Rivadeneira, decidió, en 1659, arrendar su hacienda
de beneficio al capitán Bartolomé Bravo, alcalde ordinario, vecino
y minero, en la misma ciudad. La hacienda sería cedida, según el
contrato de arrendamiento, con todo y vivienda, molinos, lavaderos
y casas de cuadrilla, por tiempo de cuatro años. Por el arrendamien-
to, el alcalde debía pagar 800 pesos anuales. Además, doña Isabel
impuso ciertas condiciones que don Gaspar se obligó a cumplir,
entre estas, que la hacienda debía ser entregada al término de los
cuatro años con mejoras en la galera de los molinos, cubierta del
lavadero, cubierta de la galera de la sal, etc. Asimismo, la viuda esti-
puló que de los burros y mulas que se muriesen, la mitad los tendría
que pagar el alcalde minero, pues ese era el estilo y costumbre de
la minería y arrendamiento de haciendas.17 Otra condición fue que
los peones que alquilase el capitán Bravo, los tendría que pagar él
mismo. Don Bartolomé accedió a todo lo anterior indicando que
pagaría 800 pesos anuales de arrendamiento en módicos pagos
semanales a lo largo de cuatro años.
En 1659 una madre y su hija decidieron, de común acuerdo,
vender la hacienda de minas que habían heredado de su progenitor
y abuelo, respectivamente. La compra de esa hacienda la realizó una
mujer. Así, doña Beatriz Caldera, hija legítima de Isabel de Caldera
Mujeres en los negocios 475

y del regidor Cristóbal Martínez, difuntos, y su hija, doña Catalina


Caldera de Navarrete, de 25 años de edad, vendieron su hacienda
a Catalina de Acosta, viuda de Francisco Madrid, vecina y minera
de Zacatecas.18 Dicha hacienda contenía galera, molino de rueda,
hornos de afinar y fundir, terrenos, pastos, sitios, casas de vivienda,
mulas de tiro y demás aditamentos. Si bien se trataba de una hacienda
bastante similar a la mina anteriormente citada, arrendada por doña
Isabel de Zaldívar Mendoza en 800 pesos anuales, por esa otra ha-
cienda Catalina de Acosta pagó un precio de 170 pesos de contado.
En octubre de ese mismo año, de Acosta decidió donar un reta-
blo para el sagrario de la cofradía del santísimo sacramento, sita en
la parroquia mayor de Zacatecas. El problema era que Catalina no
disponía de efectivo debido a la falta de pago de Manuel Rodríguez,
escribano de su majestad y minero, quien le debía un vale por la can-
tidad de 1,200 pesos. Ante esta situación, la mujer minera determinó
que el señor vicario y juez eclesiástico de la ciudad cobraría por ella
la cantidad que adeudaba Rodríguez. Catalina de Acosta declaró en el
documento legal que no firmaba porque no sabía hacerlo, que dicha
donación no era inmensa, porque cabía muy bien en el quinto de sus
bienes, y que los pesos que donaba para el retablo de la parroquia se
los estaban debiendo y, por tanto, se los tenían que pagar.19

Conclusión
Desde mujeres de la nobleza, hasta modestas propietarias de talleres
artesanales, las mujeres se esmeraban por mantener e incrementar
sus bienes. Aunque por la minoridad y tutela a la que estaban so-
metidas las mujeres, sus caudales y patrimonios eran administrados
por parientes, tutores y maridos, la ley reconocía, sin distingo, la
propiedad femenina sobre los bienes materiales.
Si bien el derecho civil castellano era permisivo, también era
restrictivo en el sentido de condicionar a la mujer a que, en su
476 Gloria Trujillo Molina

lugar, los varones de la familia se encargaran de la administración.


No obstante, las mujeres formaron parte de la construcción de la
sociedad zacatecana de los siglos XVII y XVIII mediante la reali-
zación de diversas actividades económicas que redituaron a ellas y
a su descendencia los fondos necesarios para mantenerse.

Notas
1. A. Lavrin y E. Couturier: “Las mujeres tienen la palabra, otras
voces en la historia colonial de México”.
2. P. Gonzalbo y B. Ares (coords.): Las mujeres en la construcción de las
sociedades iberoamericanas, p. 10.
3. Real Academia Española: Diccionario de la lengua Castellana.
4. A. Staples: “Mujeres y dinero heredado, ganado o prestado. Las
primeras décadas del siglo XIX mexicano”, pp. 271–294; G.
Trujillo: La carta de dote en Zacatecas, (siglos XVIII–XIX).
5. D. Arauz y G. Trujillo: “La mujer en la época colonial. Tutela,
minoridad y administración patrimonial en el Zacatecas de los
siglos XVII y XVIII”, p. 402.
6. Ibidem.
7. Archivo Histórico del Estado de Zacatecas (AHEZ), fondo
Poder Judicial, serie Civil, subserie Bienes de difuntos, caja 29,
exp. 397, 1735.
8. G. Trujillo: op. cit., p. 154.
9. AHEZ, fondo Poder Judicial, serie Civil, subserie Difuntos, 1731.
10. AHEZ, fondo Notarios, serie Felipe de Espinoza, libro 3, 1659,
f. 100v–101.
11. A. Lavrin y E. Couturier: op. cit.
12. A este respecto ver M. del C. Reyna: Opulencia y desgracia de los
marqueses de Jaral de Berrio; M. L. Salas: “Imágenes de la moder-
nidad: El palacio de la condesa”.
13. Ver G. Trujillo: Ajuares matrimoniales en Zacatecas, siglo XVII.
Mujeres en los negocios 477

14. AHEZ, fondo Notarías, serie Felipe de Espinosa, caja 1, exp.


2, 1656, fs. 207v–214.
15. D. Arauz y G. Trujillo: “La mujer en la época colonial: tutela,
minoridad, administración patrimonial en los siglos XVII–
XVIII”, p. 404.
16. AHEZ, fondo Notarías, serie Felipe de Espinoza, libro 4, fs.
49–49v, 1664.
17. AHEZ, fondo Notarías, serie Felipe de Espinoza, libro 3, 1659,
fs. 157v–159.
18.AHEZ, fondo Notarías, serie Felipe de Espinoza, libro 3, 1659,
fs. 175–175v.
19. AHEZ, fondo Notarías, serie Felipe de Espinoza, libro 3, 1659,
fs. 212–212v.

Fuentes
Arauz, Diana y Gloria Trujillo: “La mujer en la época colonial. Tute-
la, minoridad y administración patrimonial en el Zacatecas de los
siglos XVII y XVIII” en Diana Arauz (coord.): Pasado, presente y
porvenir de las Humanidades y las Artes III, Zacatecas, CONACUL-
TA–Gobierno del Estado de Zacatecas–SPAUAZ, 2011.
Archivo Histórico del Estado de Zacatecas, serie Civil, fondos
Notarios, Judicial, Bienes de difuntos (siglos XVII–XVIII).
Gonzalbo, Pilar y Berta Ares (coords.): Las mujeres en la construcción
de las sociedades iberoamericanas, Sevilla–Ciudad de México, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas–EEHA–El Colegio de
México, 2004.
Lavrin, Asunción y Edith Couturier: “Las mujeres tiene la palabra,
otras voces en la historia colonial de México” disponible en
línea en http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/
apache_media/IHAJASQNYU2XFLYIPNC3BN7YPPGMMS.
pdf. Última consulta, diciembre 2011.
478 Gloria Trujillo Molina

Real Academia Española: Diccionario de la lengua Castellana, Imprenta


RAE por los herederos de Francisco del Hierro, 1737.
Reyna, María del Carmen: Opulencia y desgracia de los marqueses de Jaral
de Berrio, México, INAH, 2002.
Salas, María Lorena: “Imágenes de la modernidad: El palacio de la
condesa” en Marcelino Cuesta, Emilia Recendez, Gloria Trujillo,
Juan Carlos Orejudo: Imágenes y discursos de la modernidad, Oviedo,
Principado de Asturias, Editor I.M.D, 2010.
Staples, Anne: “Mujeres y dinero heredado, ganado o prestado. Las
primeras décadas del siglo XIX mexicano” en Pilar Gonzalbo y
Berta Ares (coords.): Las mujeres en la construcción de las sociedades
iberoamericanas, Sevilla–Ciudad de México, Consejo Superior
de Investigaciones Científicas–EEHA–El Colegio de México,
2004, pp. 271–294.
Trujillo, Gloria: Ajuares matrimoniales en Zacatecas, siglo XVII, Estados
Unidos, Lulu.com, 2010.
______: La carta de dote en Zacatecas, (siglos XVIII–XIX), México,
Gobierno del Estado–Ayuntamiento de Zacatecas–UAZ–Obis-
pado de Zacatecas, 2008.
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX

Magdalena Contreras
Universidad Autónoma de Zacatecas

A pesar de que la educación superior para las mujeres cobró


relevancia a finales del siglo XIX e inicios del XX, desde
tiempo atrás se encontraban en París “21 profesoras y tutoras en
escuelas elementales femeninas”,1 este dato nos da una idea de la
incorporación y desenvolvimiento de las mujeres de esa época en
el ámbito educativo mayor al elemental.
Desde el siglo XIII, las mujeres, al igual que los hombres, tenían
acceso al conocimiento de la medicina, esto les permitió desempe-
ñarse posteriormente como médicos, al igual que los hombres. Un
ejemplo de ello es Dorotea Bocchi, quien en 1390 se graduó en la
Universidad de Bolonia como médica; otro es Constanza Calenda,
en la Universidad de Nápoles en 1423.
Durante esos siglos, las mujeres se desempeñaban como herboris-
tas, boticarias, cirujanas y parteras. Poco a poco, la situación cambió:
al licenciar médicos, las universidades prohibieron ejercer sin dicha
licencia y, como las mujeres no accedían al conocimiento necesario
en las escuelas para tal fin, lentamente se vieron limitadas y excluidas.

Los graduados universitarios y los artesanos establecieron regulaciones y


licencias […] A principios del siglo XVII, solo el recién organizado gremio
de los boticarios admitió miembros femeninos. Primero los hombres
impidieron a las mujeres el acceso a la educación y luego prohibieron su
integración en las asociaciones profesionales.2

El ingreso a las instituciones educativas, la permanencia del es-


tudiante en ellas, así como lo que se enseñaba se dio de manera
480 Magdalena Contreras

diferenciada para hombres y para mujeres. Mientras que los niños


eran relacionados con todas las áreas del conocimiento y el tiempo
de su permanencia diaria en la escuela y la totalidad de sus estudios
era mayor, para las niñas la estancia se reducía, acudían poco tiem-
po a la escuela y los saberes enseñados eran mínimos, solo los que
estaban en relación a lo que culturalmente se consideraba propio de
su sexo.3 En la mayoría de los casos, se procuraba educar a las niñas
dentro de casa, en otros pocos, fuera de ella; pero no con la visión
de que adquirieran su independencia o para que se incorporaran al
espacio público, aun incorporadas en el aspecto laboral. Si como
niñas la educación era restringida, como adultas era casi nula, pues
las opciones eran pocas.
Durante el siglo XIX, y con los restos ideológicos de la Ilus-
tración, así como del proceso de industrialización de las ciudades,
las mujeres se incorporaron de manera paulatina a las actividades
laborales4 del espacio público, pero siempre bajo el ideal social de
ser solo un apoyo para su esposo y solo por un tiempo determinado,
no como parte del desarrollo de su independencia personal.
Sin embargo, particularmente en México, al ser trabajos mal
remunerados económicamente, por ser poco cualificados, surgió la
necesidad en las mujeres de mejorar su preparación académica para
acceder a actividades laborales mejor pagadas; comenzaron a cen-
trar su interés en el proceso educativo por el cual debían transitar.
Aunado a lo anterior, mujeres pertenecientes a familias de medianos
ingresos económicos y que fueron criadas en ambientes donde el
desarrollo intelectual les favorecía empezaron a interesarse en los
estudios de nivel superior, entendiendo por estos los realizados
en espacios educativos propios para la formación de profesiones.
Inevitablemente surgen interrogantes sobre los discursos sociales
y políticos construidos en ese tiempo que coadyuvaron a que se am-
pliara el panorama educativo para las mujeres: ¿Cuál era el discurso
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX 481

en cuanto a la educación? ¿Qué cambios hubo en la legislación?


¿Qué impacto tuvo en la visión sobre su proceso escolarizado que
les permitiera acceder a nuevos espacios del saber?
Asimismo, las profesiones de finales del siglo XIX y principios
del XX han cambiado con el paso del tiempo. Las sociedades
cambian; demandan conocimientos específicos y, por ende, la
formación de profesionistas que puedan desenvolverse de manera
óptima en cada profesión. Pero ¿cuáles eran las profesiones a las
que podían aspirar las mujeres durante el siglo XIX y principios
del XX?, ¿se podía acceder a cualquier carrera o existían limitantes
según el género al que se pertenecía?, ¿cuál era la profesión que
contenía el mayor número de aspirantes mujeres?
De igual forma, a manera de referente contextual, se retoma
brevemente lo que sucedía en Europa en relación a la educación
superior de las mujeres, ya que, si bien es cierto que la distancia
geográfica es grande, las ideas sobre este y otros temas llegaban a
la población mexicana y alimentaban los cambios necesarios en el
proceso de incorporación a nuevos niveles educativos.

La educación superior en Europa


El siglo XIX constituye un periodo de importantes cambios, es-
pecialmente en Europa y América. Algunos territorios americanos
que habían permanecido como colonias lograron su independen-
cia y comenzaron a constituirse como naciones. En Europa y en
América movimientos como la Revolución francesa y los procesos
independentistas de impacto político, social e ideológico permitie-
ron que hombres y mujeres se apropiaran de un nuevo discurso
cultural y educativo.
Fue durante el siglo XIX en países como España cuando cobró
fuerza el interés de las mujeres por incorporarse a las universidades
para cursar estudios de nivel superior; aunque en el tiempo precedente
482 Magdalena Contreras

también hubo quienes se interesaron, las condiciones necesarias no


habían confluido en un momento histórico para que se produjera tal
acontecimiento. Dicho interés procedía principalmente de conside-
rar que en el nuevo contexto de mejora social la educación para las
mujeres era uno de los aspectos a revisión; sin embargo, esta “debía
servir únicamente al mejor desempeño de su papel social”.5
“En Francia, y hasta cierto punto también en Italia, la batalla
por la educación superior para las jóvenes era identificada con
movimientos anticlericales y liberales que pretendían separar a las
mujeres de la Iglesia”,6 Debido a lo anterior, aumentaron los obs-
táculos para el ingreso de las mujeres a la universidad. En Europa
la “política educativa decimonónica, si bien legitima la obligación
escolar de las niñas, se hace eco de una tradición diferenciada”;7 en
España, desde principios del siglo XIX se estableció que las niñas
acudirían a las escuelas al igual que los varones, pero en diferentes
espacios; esto no sucedió.
Es hasta 1857 cuando mediante la Ley de Instrucción Pública de 9
de septiembre o Ley Moyano se obliga a establecer la misma cantidad
de escuelas para niños y para niñas. Instaurar la obligatoriedad de
la enseñanza para niñas de seis a nueve años sentó un importante
antecedente legal para la educación primaria para mujeres, aunque
no se cumpliera esta disposición en su totalidad.
De igual manera, se permitió por decreto la apertura de la Es-
cuela Normal Central de Maestras en 1858. Aun sin ser la panacea
en la preparación de maestras, ya que carecía de áreas como las
Ciencias Naturales, la Física y la Geometría, constituyó una opción
para su acceso a la educación superior.
Pero el proceso de escolarización en otro nivel no solo escuchó
las voces de mujeres, sino también las de hombres que decidieron
hablar y proponer acciones al respecto. Dos personajes importan-
tes fueron Fernando de Castro y Manuel Ruiz de Quevedo, con la
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX 483

implementación de las Conferencias Dominicales para la educa-


ción de la Mujer (1869) pugnaban por que se mejorara el proceso
educativo formal de las mujeres.8
Aunque si bien es cierto que esto constituyó un punto valioso en
el cambio de ideas, reprodujo la visión que se tenía sobre la educación
femenina: contribuir a que las mujeres se desempeñaran mejor como
madres, como esposas y, por ende, como formadoras de mejores
ciudadanos, lo que sea que conllevara una utilidad social. Dos décadas
después, escritoras y escritores como Emilia Pardo Bazán, Berta Wil-
helmi y Rafael Torres Campos defenderán “el acceso de las mujeres
a todas las profesiones por derecho propio”,9 no solo para reafirmar
su rol de madres y esposas asignado histórica y culturalmente.
En 1872 las Universidades de Barcelona, Valencia y Valladolid
comenzaron a recibir mujeres en sus aulas en calidad de bachilleres
para después cursar carreras universitarias. Entre las aspirantes se
encuentran: María Elena Maseras Ribera, María Dolores Aleu Riera,
Martina Castells Ballespí e Isabel Andrés Hernández. Algunas de
ellas contaban con el apoyo anímico y económico de su familia para
proseguir con sus estudios.
Durante diez años las mujeres lograron ingresar paulatinamente
a los programas académicos universitarios; pero lo que al inicio
causaba cierta expectación entre los académicos y políticos de la
época poco a poco fue provocando rechazo, por lo que se publi-
có la Real Orden de 16 de marzo de 1882, que permitía a las ya
inscritas a la universidad terminar sus estudios, pero prohibía que
otras mujeres ingresaran; sin embargo, casi al finalizar el siglo, “33
obtuvieron el Título de Licenciatura: 18 en Medicina, 8 en Farmacia
y 8 en Filosofía y Letras”.10 En 1910 disminuyen las restricciones
de ese tipo, aunque, en Rusia, las mujeres interesadas en estudiar
Medicina tenían que trasladarse a estudiar a la Universidad de
Zurich porque en su lugar de origen se les negaba el acceso. En
484 Magdalena Contreras

Francia, Julie Daubié fue la primera mujer en obtener un título


universitario, durante la segunda mitad del siglo XIX.

Educación superior en México


Ante los cambios políticos y sociales del periodo decimonónico en
México, como su proceso independentista y la nueva visión sobre la
educación, al igual que en Europa, uno de los temas que comenzó
a tratarse fue la educación de las mujeres, y no solo para las niñas
sino también para las jóvenes. En 1860 “Ignacio Ramírez defendía
que la mujer tuviera una educación similar a la del hombre, para
que cumpliera más eficientemente las labores de la maternidad”,11
con esto quedaba de manifiesto la visión que se tenía sobre ellas.
Ignacio Ramírez, político liberal nombrado ministro de Justicia
e Instrucción Pública bajo la Presidencia de Benito Juárez y pos-
teriormente con Porfirio Díaz, si bien es cierto que consideraba
adecuado y benéfico para la sociedad que las mujeres recibieran una
mayor y mejor educación, consideraba que era para un fin social
superior manifestado en el desempeño óptimo de su rol familiar.12
Sin embargo, algunas mujeres de clase media pudieron incorpo-
rarse a estudios superiores en Escuelas de Educación Superior como
la Escuela de Medicina de la ciudad de México. La primera mujer
titulada de la Escuela de Medicina en el país fue Matilde Montoya,
en 1887; el año siguiente lo hizo Margarita Chorné y Salazar como
dentista. Casi al finalizar el siglo, en 1898, ya existía una abogada
mexicana, María Sandoval de Zarco, después, Josefina B. Arce.13
Esta labor no fue nada fácil, pues las mujeres se enfrentaban
a la negativa social de la época para cursar estudios superiores,
y la situación se agravaba debido a las carencias económicas de
una gran parte de la población. Incluso existe evidencia de que
durante el Porfiriato, las mujeres de escasos recursos moneta-
rios acudían al Presidente Porfirio Díaz para solicitar apoyo
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX 485

económico para continuar sus estudios. Posteriormente, en el


tiempo de la Revolución mexicana y ulterior a este, las misivas
eran enviadas por las aspirantes al rector de la Universidad en
la ciudad de México14 denotando su interés por cursar estudios
superiores, pero mostrando su interés por mejorar su situación
económica, no para su desarrollo personal.
En México, una de las carreras académicas que se consideraban
de nivel superior era el magisterio, a la que las mujeres habían ido
incorporándose desde tiempo atrás. El 11 de febrero de 1890 se in-
augura la Escuela Normal para Maestras, permitiendo a las mujeres
formarse profesionalmente. Otra opción que había en la época era
la Escuela Mercantil Miguel Lerdo de Tejada, que, sin ofrecer un
nivel profesional (ya que preparaba a las alumnas para desempeñarse
como secretarias en diversas empresas), era una alternativa para las
mujeres que deseaban adquirir conocimientos para laborar y obtener
un ingreso monetario para solventar sus necesidades económicas
De acuerdo con lo que se consideraba apropiado en ese tiempo,
“las mujeres estudiaban principalmente para enfermeras [con un 82
por ciento], le sigue la música con un 13 por ciento y farmacéutica
con un 5 por ciento”.15 Cabe mencionar que, según datos de la época,
la mayoría de las mujeres se desempeñaban en el magisterio, pero la
Escuela Normal para Profesoras no era considerada de educación
superior. La creación de la Universidad Nacional de México, en 1910,
significó la posibilidad para las mujeres de incoprporarse a esta. El
registro de la primera mujer inscrita es de 1911;16 sin embargo, las
mujeres seguían incorporándose a carreras que culturalmente se
consideraban femeninas, como enfermería y docencia; un menor
porcentaje estudiaban medicina o leyes. Quienes se incorporaban
a las dos primeras eran en su mayoría mujeres con necesidades
económicas considerables que requerían ejercer sus estudios para
mejorar su situación económica.
486 Magdalena Contreras

Ahora bien, como es sabido, existen profesiones que han sido


consideradas propias de las mujeres, bien porque se piensa que son
una extensión de su labor como esposas o como madre; bien porque
en su desempeño cumplen valores que se adjudican a ellas como
la docencia, la enfermería y el trabajo social. En el caso específico
de la docencia, existía un factor importante que las guiaba hacia
esa profesión: “socialmente había gran aceptación porque era un
sobreentendido que ciertos rasgos de su carácter, como el amor,
la bondad y la paciencia, la capacitaban mejor que al hombre para
desempeñar el magisterio”.17 A lo anterior se sumaba el aspecto
económico, ya que se les pagaba poco y trabajaban durante muchos
años, lo cual las hacía redituables para el país.
Pero si cursar dichas profesiones resultaba difícil por el aspecto
económico y el rechazo social, difícil también era ejercerlas, tal fue
el caso de una alumna que estudió Medicina y, al egresar, no pudo
ejercer como médica porque nadie la contrataba por ser mujer, por
lo que debió dedicarse a la docencia en el nivel de secundaria como
maestra de anatomía.18
Es importante resaltar que, aunque no existían leyes que les
impidieran el ingreso al resto de las carreras universitarias, y como
lo que la sociedad valoraba era el desempeño de las mujeres en
el hogar, entonces, lo que profesionalmente adquiría prestigio,
aceptación y, por lo tanto, demanda eran aquellas actividades
cercanas a lo doméstico.

Mujeres que dejaron huella en la educación superior femenina


Durante el proceso educativo del siglo XIX hubo mujeres que exigie-
ron un derecho que les pertenecía: el acceso a la educación. Aunque
fueron pocas las que lo hicieron, lograron impactar positivamente, si
no en la mayoría, sí de manera general en el ánimo de aquellas que
deseaban proseguir sus estudios. A continuación se presentan dos
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX 487

de las mujeres que en su tiempo levantaron la voz y emprendieron


acciones con el fin de mejorar la educación superior de la mujer.

Helene Lange
Nacida en Alemania en 1848, se desempeñó como profesora en una
escuela privada para mujeres. Haciendo uso de las costumbres de
la época sobre los límites y las diferencias en los estudios para las
mujeres y los hombres, estaba de acuerdo en la formación acadé-
mica diferenciada: las mujeres debían estudiar principalmente para
“ser el buen espíritu de la familia”.19
Helene Lange se dedicaba a la labor docente, una de las activida-
des laborales consideradas adecuadas y femeninas. La maestra im-
partía sus clases cumpliendo con la norma social imperante: educar
para el mejor desenvolvimiento femenino en el espacio privado. La
lectura que en un primer momento puede hacerse sobre su vida es
de conformidad con lo establecido; sin embargo, en 1887, después
de un congreso de profesores en el que se afirmaba que solamente
los hombres eran capaces de desempeñar los cargos directivos en
las escuelas para mujeres, se opuso y publicó un panfleto en el que
manifestaba su negativa a aceptar tal statu quo.
Dos años después, en Berlín comenzó a preparar académicamen-
te a jóvenes para su ingreso a la universidad, aun con la reticencia
de las autoridades educativas, que incluso habían decretado la obli-
gatoriedad de la enseñanza de habilidades domésticas y la costura
como actividad habitual en las escuelas de mujeres.20 La respuesta
de Helene Lange fue establecer un curso en el cual la formación
académica fuera la misma que la impartida a los jóvenes varones,
con esto aseguraba que, tres años después, sus alumnas pudieran in-
gresar a las universidades alemanas, puesto que, al estar en igualdad
de conocimientos, no existiría impedimento legal para su ingreso.
Lo anterior evidencia que, si bien muchas mujeres europeas aca-
488 Magdalena Contreras

taban la norma social y el rol establecido para ellas, existían también


mujeres como Lange que pugnaban desde los espacios educativos para
cambiar la situación y establecían las condiciones necesarias para que
en un futuro cercano pudieran acceder a la educación superior
en escenarios similares a los varones.
Las autoridades educativas europeas les podían negar el acceso a
las universidades, pero mujeres como Helene Lange se preocuparon
y ocuparon de contrarrestar dicha negativa mediante la similitud
del trabajo en la enseñanza, reduciendo un poco la brecha existente
entre el bagaje académico entre hombres y mujeres necesario para
incorporarse y desenvolverse en el espacio universitario.
Por lo anterior, puede hacerse una aproximación crítica sobre el
actuar de Helene Lange: primero, sin situarse en una posición com-
pletamente radical para su tiempo, principalmente ante la maternidad,
sí defendió y pugnó por el derecho femenino de optar por una educa-
ción superior que les permitiera acceder a otro tipo de conocimiento.
Luego, su posición adquiere relevancia debido a que vivió en un
tiempo en el que cobró auge el interés de las mujeres por ingresar a
las universidades y cursar estudios superiores; no sin los obstáculos
sociales como la oposición de los hombres a que se incorporaran a
dichos espacios, y la opinión de una sociedad que valoraba (y aún
valora) la posición de las mujeres como artífices del espacio privado.
Finalmente, su posición reaccionaria ante la negativa de incorporar
mujeres a las universidades no solo la manifestó escribiendo y publi-
cando sus escritos, sino también, en un segundo paso, estableciendo
los espacios para dotar a las mujeres de los conocimientos teóricos
requeridos para solicitar su ingreso a la universidad.

Dolores Castillo
Al hablar de mujeres que se resistieron a los designios culturales
sobre el aspecto educativo, es ineludible mencionar a la profesora
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX 489

mexicana Dolores Castillo, quien impartía clase de moral y civismo.


De acuerdo con Federico Lazarín Miranda, la profesora, dentro de
su clase, abordaba temas que provocaban discusiones en el interior
del grupo sobre el papel social de la mujer, y la posibilidad de un
cambio, por lo que en 1922 se ordenó su suspensión, pues esta
visión rompía con la norma cultural de la época que marcaba aun
la posición de las mujeres en el espacio privado: dedicadas al hogar
y al cuidado y atención de sus hijos y su marido.
La profesora gustaba de hablar sobre la intolerancia que podían
mostrar las mujeres hacia el maltrato de los esposos, optando por
el divorcio. Asimismo, creía que debían prepararse no para cumplir
con su rol de esposas y madres, sino para “bastarse a sí mismas”,21
para moverse de la postura dependiente que continuaban ocupan-
do en relación con el marido. Sus clases también abordaban el
tema de la sexualidad femenina y el control de la misma, con los
que se impulsaba el conocimiento sobre la planificación familiar
y los métodos anticonceptivos para decidir cuántos embarazos
tener y cuándo embarazarse.
Fue de tal impacto lo provocado por las clases de Castillo que la
Secretaría de Educación Pública mandó en varias ocasiones a per-
sonas que supervisaran personalmente los contenidos académicos
abordados, con la finalidad de corroborar o refutar lo publicado al
respecto en el periódico La raza. La misión falló, pues maestras y
alumnas negaron tales hechos; sin embargo, su clase fue suspendida,
quizás debido a las opiniones de la época que se oponían a la cam-
paña, principalmente yucateca, en favor del control de la natalidad,
lo que se consideraba en detrimento y una amenaza a la función
materna como eje articulador de la sociedad mexicana de ese tiempo.
Con lo precedente quedan de manifiesto tres lecturas sobre la
educación femenina: la primera es que, a pesar de la limitada infor-
mación sobre la maestra, se evidencia su postura como formadora
490 Magdalena Contreras

de sí misma y de otras mujeres al plantear temas que se salían de


lo establecido y de lo permitido por las autoridades educativas. Su
discurso pedagógico iba más allá de lo que se hacía en las escuelas
de la época, y, lejos de asumir una postura pasiva solo como trans-
misora del conocimiento, planteaba situaciones que permitían el
análisis de la realidad inmediata y la reconstrucción de los saberes
femeninos. La segunda es que la educación femenina impartida
en las aulas escolares partía de un currículo diferenciado en el que
el contraste se instauraba en relación a lo impartido en las escue-
las para los varones. Mujeres y hombres aprendían contenidos
académicos específicos que contribuían a preservar el deber ser
de acuerdo a su género según su cultura, por lo que aún educán-
dolas resultaba difícil que dejaran de circunscribirse a actividades
alternas que no estuvieran relacionadas con el hogar. La tercera es
que, si bien es cierto que existían en el interior de las aulas unas
prácticas docentes acordes con lo establecido de manera oficial,
también se muestra una forma de resistencia o contraposición
ante lo impuesto. Las mujeres encontraron un camino a partir del
espacio destinado al ejercicio de la docencia (en este caso como
profesoras) para inconformarse ante lo que se les mostraba como
única opción educativa y cultural.

Conclusiones
La educación decimonónica para las mujeres buscaba mejorar sus
funciones como madres y esposas, valorando su contribución para
formar buenos ciudadanos; de igual forma, buscaba preservar un
orden social inequitativo, ya que las mujeres no tenían acceso a las
instituciones educativas en igualdad de condiciones que los varo-
nes. Por lo anterior, y retomando el concepto utilizado por María
Teresa Yurén Camarena, podemos decir que las mujeres del siglo
XIX accedían a una seudoeducación.22
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX 491

De acuerdo con la autora mencionada, la seudoeducación hace


referencia a una educación falsa, en el sentido de no proporcionar
los elementos necesarios para cumplir con la finalidad educativa
emancipadora que permita y facilite el desarrollo de cada persona
que la recibe. Si bien ese tipo de educación permitió incorporar
a las mujeres al proceso de socialización, no les proporcionaba
herramientas teóricas que les permitieran analizar su realidad para
posibilitar el cambio social. Aunque es cierto que incorporarse al
ámbito académico como alumnas ayudó a las mujeres principal-
mente en lo económico, como una forma de acceder a empleos
con mejor remuneración económica, no lo hizo en un principio en
cuanto a la mejora como género.
La mayoría de los hombres reprobaban el interés de las mujeres
por estudiar, pero para algunos resultaba loable e incluso necesario que
se prepararan; el punto débil era considerar que su educación debía
servirles para optimizarse como madres, esposas o formadoras de ciu-
dadanos. Sin embargo, si las mujeres no podían tener otra perspectiva
al respecto, resultaba lógico que los hombres tampoco la tuvieran.
A pesar de lo anterior, durante el siglo XIX, el XX y lo transcu-
rrido del XXI, el ámbito educativo ha constituido un espacio idóneo
para mostrar a las mujeres nuevos modelos de desarrollo, nuevos
espacios a los cuales acceder y nuevas carreras profesionales en las
cuales desenvolverse; un aspecto coadyuvante a tal fin es incorpo-
rar al nivel universitario programas académicos que propicien la
reflexión y aporten los conocimientos necesarios sobre las luchas
sostenidas y los logros obtenidos respecto a la educación de la mujer.
El proceso de apertura de las universidades para las mujeres ha
sido paulatino pero constante, y tuvo avances importantes durante
la primera mitad del siglo XX, aunque los antecedentes vitales se
ubiquen en la segunda mitad del siglo XIX; de 1900 a 1960 su in-
corporación universitaria aumentó de manera considerable.
492 Magdalena Contreras

En retrospectiva, el camino avanzado en el espacio educativo


para las mujeres ha sido enorme en cien años, pero aún quedan retos
por abordar como el que todavía existan profesiones consideradas
femeninas y otras en las cuales su ingreso es mínimo. Asimismo,
en ciertos lugares del país persiste la creencia de que la educación
para las mujeres no es prioritaria, pues en un futuro no muy lejano
contraerán matrimonio (como parte de su ineludible rol social)
y todo lo demás pasará a segundo término, por esto, su acceso y
permanencia al espacio educativo se encuentra en riesgo.
Lo precedente no implica que todas las mujeres tengan la misma
capacidad o los mismos intereses en las diversas carreras universita-
rias, pero sí implica que tienen la misma posibilidad de ingreso a la
carrera que elijan, sin limitantes impuestas por na cultura restrictiva
de acuerdo al sexo. Para finalizar, es necesario señalar que la edu-
cación del siglo XIX trajo a las mujeres la ganancia colateral de la
paulatina concientización sobre su posición sociocultural, pues les
permitió vislumbrar lo que como mujeres podían realizar tanto real
como potencialmente, en lo inmediato y en lo futuro.

Notas
1. C. Opitz: “Vida cotidiana de las mujeres en la Baja Edad Media
(1250–1500)”, en G. Duby y M. Perrot, Historia de las mujeres, t.
2, p. 382.
2. B. S. Anderson y J. P. Zinsser: Historia de las mujeres, una historia
propia, pp. 443–444.
3. Cabe mencionar que hacia el 1600 en Francia acudían a las mis-
mas escuelas de escribanos niños y niñas compartiendo el mismo
espacio, aun con la oposición de las autoridades religiosas. Para
ese tiempo las escuelas consideradas menores enseñaban solo
la lectura, y los escribanos, como gremio, se encargaban de la
escritura. Con estos últimos acudían al mismo tiempo niños y
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX 493

niñas como una excepción, ya que para ellas comenzaba a con-


siderarse útil el aprendizaje de la escritura y el cálculo, para el
buen gobierno de la vida doméstica o de algún negocio familiar.
4. Sin olvidar que siempre se habían desempeñado en el ámbito
laboral dentro y fuera de casa, pero con actividades consideradas
no propias del espacio público al igual que los hombres: como
apoyo a la economía familiar, en venta de alimentos, como cam-
pesinas, costureras o sirvientas.
5. P. Ballarín: “La construcción de un modelo educativo de ‘utilidad
doméstica’”, en G. Duby y M. Perrot, Historia de las mujeres, t.
4, p. 637.
6. B. S. Anderson y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres, una historia
propia, pp. 664–665.
7. P. Ballarín, op. cit., p. 625.
8. Idem, p. 634.
9. Idem, p. 638.
10. C. Flecha: “Mujeres en Institutos y Universidades”, en I. Morant
(dir.), Historia de las mujeres en España y América Latina, pp. 469 y ss.
11. J. Tuñón: Mujeres en México, recordando una historia, p. 119.
12. S. Moreno y Kalbtk: “El Porfiriato. Primera etapa (1876–1901),
en F. Solana (coord.), Historia de la Educación Pública en México
(1876–1976), 2001.
13. L. E. Galván Lafarga: “Historia de mujeres que ingresaron a los
estudios superiores, 1876–1940”, en M. A. Arredondo (coord.),
Obedecer, servir y resistir, p. 223.
14. Idem, pp. 220 y ss.
15. Idem, p. 224.
16. Idem, p. 227.
17. M. Bazant: Historia de la educación durante el Porfiriato, 2006, p. 133.
18. L. E. Galván Lafarga: op. cit., pp. 228–9.
19. B. S. Anderson y Judith P. Zinsser: op. cit., p. 666.
494 Magdalena Contreras

20. Ibidem.
21. F. Lazarín Miranda: “Enseñanzas propias de su sexo. La edu-
cación técnica de la mujer, 1871–1932”, en M. A. Arredondo
(coord.), Obedecer, servir y resistir, p. 265.
22. M. T. Yurén Camaren: “¿Para qué educar a las mujeres? Una
reflexión sobre las políticas educativas del siglo XIX”, en M. A.
Arredondo (coord.), Obedecer, servir y resistir, passim.

Fuentes
Alvarado, María de Lourdes: La educación superior femenina en el México
del siglo XIX. Demanda social y reto gubernamental, México, UNAM/
Plaza y Valdés, 2004.
Arenas Fernández, Ma. Gloria (coord.): Pensando la educación desde
las mujeres, Málaga, Universidad de Málaga, 2007.
Bazant, Mílada: Debate pedagógico durante el Porfiriato, México, SEP/
Ediciones El Caballito, 1985.
García Sánchez, Rafael (coord.): A cien años de la Revolución Mexicana.
Zacatecas y Tlaxcala, México, Sociedad de Geografía, Historia,
Estadística y Literatura, 2010.
Hierro, Graciela: De la domesticación a la educación de las mexicanas, 3a.
ed., México, Torres, 2007.
Ramos Escandón, Carmen (coord.): Presencia y transparencia: la mujer
en la historia de México, 2a. ed., México, El Colegio de México/
PIEM, 2006.
San Román, Sonsoles: Las primeras maestras, los orígenes del proceso de
feminización docente en España, Barcelona, Ariel, 1998.
Los inicios y el debate sobre la educación superior
femenina en el México porfirista

Norma Gutiérrez Hernández


Universidad Nacional Autónoma de México

E l tema de la educación femenina en México estuvo presente


desde el ocaso del periodo colonial. Silvia Arrom precisa que,
a finales de esta época, la educación de las mexicanas y su inser-
ción al mercado laboral fue un elemento que se consideró de vital
importancia para contribuir al progreso del país. A la letra dice:

Los funcionarios borbónicos, deseosos de consolidar su poder y promover


la riqueza colonial, impulsaron la educación de las mujeres y su incorpo-
ración a la fuerza de trabajo. En sus proyectos incluían a las mujeres, no
porque se propusieran mejorar su situación, sino porque consideraban que
la cooperación femenina era esencial para el progreso y la prosperidad.1

Esta idea permeó el pensamiento liberal una vez que México pro-
mulgó su Independencia, y fue determinante para que el gobierno
hiciera frente a la deplorable condición de la instrucción femenina,
porque creyó firmemente que, “en gran medida, el futuro progreso
del país dependería de su educación”.2
En este tenor, la cuestión de la educación femenina en México
estuvo presente durante todo el siglo XIX, fue un elemento de la
agenda política en diferentes gobiernos y una inquietud palpable
en el análisis de carencias educativas frente a la demanda de una
instrucción más completa para ellas. Lourdes Alvarado puntualiza
que, desde las primeras décadas del México independiente, el debate
sobre la educación de las mujeres estuvo visible en la prensa, siendo
tales señalamientos un factor fundamental para que en la segunda
496 Norma Gutiérrez Hernández

mitad del siglo XIX surgieran propuestas, leyes, planes de estudio


e instituciones que dieran respuesta a tal problemática.3
Podemos ubicar acciones concretas en favor de la educación
femenina durante la República Restaurada, debido sobre todo al
énfasis en el debate sobre la formación del llamado “sexo débil”
como resultado del triunfo republicano. Daniel Cosío menciona que
en este periodo “la inferioridad intelectual de la mujer fue objeto de
honda preocupación social, y los órganos periodísticos señalaron el
deber que las autoridades tenían de poner a su alcance en todas las
edades y condiciones de vida, la oportunidad de instruirse”.4 En rea-
lidad, antes de 1867, no pudo realizarse ningún tipo de cambios en
la formación femenina debido a los acentuados vaivenes políticos.
De esta forma, para todos los grupos políticos decimonónicos,
pero acentuadamente para los liberales triunfantes de 1867, educar
a las mujeres fue un objetivo prioritario en los programas de go-
bierno, en virtud de su carácter de madres y esposas, es decir, como
formadoras de ciudadanos, por lo que entre los objetivos que se
plantearon para educarlas se destacó su función reproductiva y su
papel como madres. La élite política del país, estuvo al pendiente de
que las mujeres adquirieran las aptitudes necesarias para desempeñar
atinadamente sus papeles de género femenino. Lourdes Alvarado
lo precisa en estos términos:

Para el positivismo como para el liberalismo, educar a las mujeres era un


punto central de su programa reformador, y para ello no bastaba con los
conocimientos elementales. De acuerdo con las ideas dominantes, había
que abrir el abanico disciplinario lo suficiente como para formar madres
capaces, republicanas, leales a las nuevas ideas y no a los intereses del
clero; pero eso sí, nunca en la misma medida o con el rigor metodológico
característico de los estudios masculinos equivalentes.5
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 497

La percepción de estas ideas en el grupo dirigente de la sociedad


mexicana fue determinante para tres cuestiones en torno a la educa-
ción postelemental de las mujeres porfiristas, a saber: abrir un número
reducido de posibilidades educativas superiores para ellas, propiciar un
lento proceso de incorporación a éstas y una matrícula restringida,6 lo
que redundó en un número menor de egresadas. Estos tres elementos
adquirieron todavía un margen más estrecho en el interior del país.
Luz Elena Galván, pionera en el tema de la educación superior
femenina en México, precisa que las primeras mujeres que incur-
sionaron en una educación postelemental en nuestro país fueron
aquellas pertenecientes a estratos sociales medios.7 Se trató de un
grupo reducido que se enfrentó a obstáculos, prejuicios y penurias
económicas, pero que paulatinamente pudo abrir camino en el
escenario de las profesiones liberales en nuestro país.8 Luz Elena
Galván puntualiza, por otra parte, que las mujeres profesionistas en
México existieron desde el Porfiriato, y que, incluso en esta época,
algunas incursionaron en estudios de posgrado fuera del país.9
Lourdes Alvarado menciona que fue precisamente en la década
de los ochenta del siglo XIX cuando “se empezó a perfilar un
cambio en el comportamiento educativo de las mexicanas, quienes
por vez primera se atrevieron a pisar las aulas de la Preparatoria
y de cursar, en calidad de alumnas numerarias, las carreras de las
escuelas superiores”.10
El acceso de algunas mujeres en la capital del país a ciertas profe-
siones tradicionalmente masculinas permitió que se generara una fisu-
ra en la construcción social de género del régimen porfirista respecto
de la preparación postelemental del sector femenino, hecho que dio
sus frutos en torno a una mayor incorporación de mujeres a las aulas
de instituciones superiores, aunque hasta bien entrado el siglo XX.
A finales del siglo XIX, la mayor preparación de algunas mu-
jeres en niveles educativos postelementales les permitió ir logran-
498 Norma Gutiérrez Hernández

do mayores y nuevos espacios en el mercado laboral siguiendo,


básicamente, este trayecto:

La mujer empezó por ser profesora, luego empleada de los comercios que se
empezaban a fundar y, finalmente, profesionista. De este modo, y en contra
de las ideas más generalizadas, las mujeres empezaron a trabajar eficazmente
en un espacio que, anteriormente, estaba reservado para los hombres.11

Es importante atender la precisión sobre la concepción porfirista


ante el planteamiento “educar ¿para qué?” Luz Elena Galván ase-
vera que la respuesta a esta pregunta estaba asociada con “la idea
que se tenía sobre la utilización de la educación para progresar”,
de tal suerte que esta apreciación era compartida tanto por el go-
bierno como por la sociedad en general.12 Respecto del tema de la
educación femenina, la sociedad de la época consideraba que, al
poder contar con una educación formal —incluso aunque fuera
solamente la instrucción primaria— las mujeres podrían alcanzar
una movilidad tanto económica como social.13
Si bien es cierto que las expectativas educativas del régimen
porfirista fueron demasiado ambiciosas y, por lo mismo, no se
cumplieron cabalmente, también fue evidente que el grado de
adelanto que tuvo la nación en este rubro fue considerable, sobre
todo comparado con la situación educativa de años anteriores. De
acuerdo con Mílada Bazant, la educación en este periodo cosechó:

triunfos en la calidad, no en la cantidad. En números relativos, más niños


fueron a la escuela, pero el índice de alfabetismo apenas aumentó. El
crecimiento no se dio ahí sino en toda la pila de ideologías y debates, que
transformaron y adoptaron como propia la modernidad en la educación.14
Mílada Bazant expone también que la educación del periodo por-
firista es el referente inmediato de la educación actual, ya que en
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 499

aquella época “se introdujo la pedagogía moderna, se crearon y


multiplicaron las escuelas normales, se ofrecieron carreras técnicas
a los obreros y la educación superior alcanzó una época de oro”.15
Solo agregaría que el brillo en el último nivel educativo señalado
por esta investigadora no tuvo la misma intensidad en cuanto a la
profesionalización de las mujeres.
Con base en lo anterior, se puede decir que fue un grupo peque-
ño de mujeres porfiristas —oriundas principalmente de la ciudad
de México, junto con un puñado originario de otras entidades—,
quienes demandaron su inscripción en la educación superior, una
formación académica en el mundo de las profesiones liberales, ya
que el acceso y apoyo oficial que tenían en el magisterio y algunos
empleos de “cuello blanco” no fue para ellas un aliciente atractivo.
Engracia Loyo y Anne Staples ilustran este escenario:

Para las mujeres valientes que se negaban a limitar sus conocimientos a


los ofrecidos en las normales, empezaban a abrirse las puertas de la Pre-
paratoria. Antes de 1890, más de una docena se habían atrevido a pisar sus
aulas; de esta fecha hasta fin de siglo se matricularon 58. Fue un comienzo
tímido, pero impactante.16

Esto fue posible debido a que hubo una mayor actuación y eman-
cipación femenina en México a finales del siglo XIX. Julia Tuñón
subraya que, en este periodo, “el feminismo17 asomó la cara”, per-
mitiendo que las mujeres del sector medio y las obreras, al visibilizar
más su presencia en la esfera pública, adquirieran “mayores elemen-
tos para cobrar conciencia de su situación de género y de clase”.18 A
decir de esta autora, las maestras fueron quienes abanderaron estas
demandas en pro de una mejor situación para sus congéneres, lo que
propició “una lenta, muy lenta toma de conciencia social”, pero que
no tenía como propósito alterar los papeles de género establecidos.19
500 Norma Gutiérrez Hernández

Es natural que hayan sido las profesoras quienes encabezaran esta


lucha, sobre todo si consideramos que fueron las primeras que se
formaron dentro de un ámbito de educación superior, lo que las dotó
de mayores elementos para percatarse de la situación marginal en que
se encontraban dentro de la sociedad. Por otro lado, las profesionistas
de las carreras liberales irrumpieron en las aulas universitarias de la
capital del país tardíamente y en número reducido —apenas en la
década de los ochenta—, mientras que las escuelas normales femeni-
nas fueron establecidas en el interior del país desde los años sesenta,
y desde su creación constituyeron un número mayor respecto de la
reducida inscripción de mujeres en las llamadas profesiones liberales.
En relación con esto, Gabriela Cano puntualiza que “la femi-
nización del magisterio gozó de aceptación social, a diferencia de
lo ocurrido con respecto al ingreso de mujeres a las profesiones
de medicina, jurisprudencia e ingeniería. Este fue excepcional y no
un proceso masivo, como ocurrió con el magisterio”.20 La expli-
cación que brinda esta investigadora en torno al reducido ingreso
de mujeres a las profesiones liberales en esta época estriba en que
estas “fueron objeto de un amplio rechazo social porque estos cam-
pos profesionales mantuvieron su caracterización como espacios
masculinos, y el ingreso de las mujeres en ellos se veía como una
alteración a las convenciones de género”.21
Esta diferencia numérica entre el alto número de aspirantes
al magisterio y la reducida cantidad de alumnas en las carreras
liberales se explica también a raíz de que las primeras no tuvieron
que hacer estudios preparatorios, mientras que las segundas, si no
contaban con ellos, no podían ingresar a estudios superiores. No
hay que olvidar que las escuelas normales fueron cobijadas por los
gobiernos, los cuales apoyaron firmemente la incursión de mujeres
en una profesión que no contradecía su socialización de género,
como más adelante se observará.
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 501

En gran medida, los planteamientos que se empezaron a ventilar


sobre la educación y condición de las mujeres en esta época fueron
plasmados en las revistas y periódicos literarios, donde participaron
activamente algunas mujeres que dieron cuenta de su lamentable
situación social, todo lo cual incidió en “la difusión de ideas a través
del ejercicio de la escritura pública y, aunado a ello, la participación
en polémicas que jugaron un importante papel en algunas de las
políticas que el régimen implementó hacia la población femenina
como, por ejemplo, aquella vinculada con la educación”.22 Al res-
pecto, algunas mujeres y contadas voces masculinas concibieron
como prioritario que las mujeres fueran educadas con algo más
que conocimientos elementales.
El gobernador zacatecano Genaro García (1900–1904), por ejem-
plo, fue el principal exponente de esta época que se pronunció a favor
de la situación de las mujeres. En 1891 publicó dos obras denominadas
La desigualdad de la mujer y Apuntes sobre la condición de la mujer, en las
cuales denunció la falta de igualdad entre los sexos, alzó su voz en
contra de la inferioridad femenina y aseveró que la naturaleza dotó a
las mujeres de iguales facultades que al hombre. A decir de Carmen
Ramos: “Su interés por los derechos femeninos y la condición de la
mujer resulta aún más sorprendente para su tiempo, y en este interés
radica quizá el rasgo más original e incesante de su pensamiento”.23
En Apuntes sobre la condición de la mujer, Genaro García reconoce
la inferioridad física femenina en relación con la masculina; una
mujer —advierte— “es un tanto más débil o más delicada que el
hombre”.24 No obstante, tal asimetría, en la cual descansa la “triste
suerte” de las mujeres, no debe tomarse como parámetro de do-
minación sobre ellas, sino solo atenerse a la razón, único baluarte
para sopesar la convivencia entre ambos sexos.25
En cuanto a la “inferioridad natural de la inteligencia de las mu-
jeres”, tema recurrente en la época y que en mucho abonó a la poca
502 Norma Gutiérrez Hernández

oferta educativa postelemental que tuvieron ellas, Genaro García


enuncia categóricamente su postura: “todo cuanto se ha dicho
sobre este punto y todo cuanto se pueda decir es únicamente una
pura pérdida de tiempo”;26 es decir, no simpatizaba con tal plantea-
miento y, de hecho, enfatizó que la condición de las mujeres era el
mejor termómetro de civilización: “habrá mayor cultura y adelanto
en un pueblo mientras esa condición se acerque más en el de la
igualdad”.27 Por consiguiente, el matrimonio, “único porvenir real
que se le ha dejado” a las mujeres, no es suficiente para subvertir el
termómetro del país, ya que las únicas categorías que definen el sino
social de las mujeres en la época eran “hacerse esposa y madre”.28
Naturalmente, tal situación tenía un fuerte impacto en las opor-
tunidades laborales y en las perspectivas educativas que tenían las
mexicanas porfiristas. Sobre las primeras, enunciaba que “el hom-
bre puede emprender cualesquiera trabajos sin encontrar ningunas
trabas, y la mujer solamente los que son menos productivos y que
por despreciables no forman el privilegio de aquel”.29 Más adelante,
denuncia que “no se comprende, en verdad, cómo la opinión y la
costumbre, que permiten la entrada a los puestos públicos aun a
los hombres más rudos e ignorantes, han podido vedársela aun a
las mujeres más inteligentes e ilustradas”.30
Desde mi punto de vista, una de las mayores aportaciones
de Genaro García en sus obras —caracterizadas por una mar-
cada simpatía por la emancipación femenina y por una postura
visionaria de la segunda mitad del siglo XX—, fue su análisis
sobre la naturalización de los papeles de género que la sociedad
porfirista había adjudicado a cada sexo; es decir, él advirtió lo
que Simone de Beauvoir planteó en 1949 en su clásica obra El
segundo sexo, a saber, que “no se nace mujer, se llega a serlo”; por
extensión, yo también agregaría que no se nace hombre, se llega
a serlo. Así, se observa que, para Genaro García, la condición
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 503

de las mujeres decimonónicas no era una cuestión natural, sino


de carácter eminentemente social:

El hombre empieza a presenciar ese estado de cosas; así, desde su cuna,


tiene que acostumbrarse y familiarizarse con él, llegando al fin a consi-
derar la tiranía doméstica, la que se practica contra las personas que no
pueden oponer resistencia, que es la peor, como perfectamente natural y, por lo
tanto, necesaria y no modificable […] arraiga en el hombre de una manera inevitable
y profunda la idea de la inferioridad de la mujer, quien, por su parte, y también
desde niña, principia a mirar al hombre, del cual tiene que esperarlo todo,
subsistencia y protección, como un ser infinita y naturalmente superior,
por lo que jamás intentará competencia alguna con él.31

Es decir, la socialización que tenían los niños y niñas porfiristas


dimensionaba a los primeros en un nivel superior respecto de las
segundas. La educación en el hogar, reforzada con el trato que
recibía la esposa por parte de su cónyuge, juntamente con algu-
nos contenidos del papel de las mujeres en la sociedad, mismos
que se nutrían de otras instancias como el Estado y la Iglesia,
“construían” seres sociales distintos, uno por abajo del otro; esta
situación hacía más que imposible desarrollar exitosamente “un
movimiento de emancipación”, en tanto las estructuras estaban
naturalizadas y mantenían su vigencia.
En La desigualdad de la mujer y Apuntes sobre la condición de la mujer,
Genaro García centró su atención en gran medida en la situación
de las mujeres en el hogar, particularmente en la condición de la
esposa, a quien consideraba “una esclava con disfraz de señora;
una cosa, para decirlo de una vez”.32 Su crítica central fue contra el
Código Civil de la época, corpus normativo que no afrentaba a las
solteras, pero que exponía a un desamparo total a quienes dejaban
este estado y se unían en matrimonio:
504 Norma Gutiérrez Hernández

El espíritu de nuestra legislación civil es mantener una desigualdad casi


increíble entre las condiciones del marido y las de la mujer; restringen de
una manera exagerada y arbitraria los derechos de esta, mejor dicho, borran
y nulifican su personalidad, en tanto que aumenta gratuitamente y hasta donde
ya no es posible más, las facultades de aquél.33

En ambos libros, Genaro García hace un detallado análisis de los


principales artículos del Código Civil que integran el apartado “de
los derechos y obligaciones que nacen del matrimonio”, para re-
solver categóricamente: “todos sus artículos están inspirados en la
falsa idea de la desigualdad de la mujer”.34
Hubo importantes personalidades a nivel nacional que se pro-
nunciaron en favor de la emancipación femenina. Una de las más
destacadas, a quien Lourdes Alvarado denomina como la “primera
teórica de la educación femenina en México”,35 fue Laureana Wright.
Esta intelectual colaboró en algunas publicaciones de la época, como
El álbum de la mujer, dirigió el periódico Las Hijas del Anáhuac —des-
pués nombrado Violetas del Anáhuac— y escribió algunas obras, en las
cuales hizo hincapié en la educación de las mujeres como mecanismo
indispensable para transformar su condición.
De acuerdo con Lourdes Alvarado, La educación de la mujer por
medio del estudio y Educación errónea de la mujer y medios prácticos para
corregirla, estos textos de Wright publicados en 1891 y 1892, res-
pectivamente, son, tal vez, “los primeros en México en plantear
a la luz del día la inconformidad femenina ante las reglas sociales
vigentes”.36 Otra obra muy importante de Laureana Wright, publi-
cada póstumamente en 1910, fue Mujeres notables mexicanas, texto
que reúne biografías de mujeres sobresalientes nacidas en el periodo
prehispánico y hasta finales del siglo XIX.37
En el texto La educación de la mujer por medio del estudio —obra pu-
blicada el mismo año en que Genaro García sacó a la luz pública los
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 505

dos libros señalados—, Wright denuncia severamente la condición


que tienen las mujeres de su época, atribuyendo tal situación a la
carencia de instrucción que distingue a la mayoría de ellas, hecho
que, en su opinión, obedece a una socialización y no a una cuestión
natural —argumento que coincide con el de Genaro García—.
Encuentra un culpable en esto y no tiene ningún miramiento para
exponerlo reiteradamente en la obra: “Si la mujer se halla plagada
de defectos capitales, de todos ellos es responsable el hombre”.38
El hombre se personifica en el padre, el esposo o el hermano que
“la ha acusado de incapacidad intelectual y de debilidad moral”.39
Para Laureana Wright, la opresión que padecen las mujeres por
causa de los hombres no tiene ningún fundamento:

la dominación del hombre sobre la mujer no tiene razón ni motivo de ser, pues
no hay diferencia moral ni intelectual entre ambos, ni tiene nombre, porque
no puede llamarse superioridad a la usurpación de los derechos naturales, ni
ley de la fuerza a la tiranía ejercida sobre un ser que nunca ha luchado[…]40

No obstante, en términos físicos, los hombres son superiores en


relación con las mujeres.41
Por otro lado, a pesar del énfasis que Laureana Wright manifiesta
por la instrucción femenina, incluso a un nivel superior, en ningún
momento está planteando la erosión de los papeles de género entre
ambos sexos, dado que en las mujeres:

todas sus cualidades naturales aumentarán cuando a su hermosura física


se una la cultura intelectual de que carece; que en lo concerniente al
alma, jamás perderá sus cualidades morales, porque estas son innatas en ella; jamás
se amortiguarán en su seno la dulzura, el sentimiento, la abnegación y el instinto de
sacrificarse por todo lo que ama.42
506 Norma Gutiérrez Hernández

En este punto, surge una pregunta importante: ¿para qué quiere


Laureana Wright que la mujer mexicana se eduque? Ella misma da la
respuesta: “con objeto de que pueda afrontar sin peligro el porvenir,
ya sea para sí misma, ya para cumplir dignamente con sus difíciles
tareas de esposa y madre”. En otro párrafo, comenta que “sabrá,
teniendo una profesión, atender al sostenimiento del hogar”.43
De acuerdo con esta autora, el desamparo económico que tenían
muchas mujeres en esta época, así como las deplorables condiciones
de trabajo que caracterizaban el ejercicio laboral de muchos empleos
femeninos, serían mejor afrontados si las mujeres contaban con una
formación académica postelemental.
Sobre este aparente desfase entre la emancipación de las mujeres
“por medio del estudio” y la no modificación de los parámetros
de educación femenina, Lourdes Alvarado precisa que ni Laureana
Wright ni sus colaboradoras “pretendieron romper radicalmente
con el estereotipo tradicional femenino. En todo caso, buscaron
conjugar las funciones tradicionales con las que consideraron pro-
pias de una mujer moderna”.44
Otra exponente muy importante que estuvo a favor de la eman-
cipación femenina particularmente por medio del estudio fue la
profesora tabasqueña Dolores Correa, a quien Lourdes Alvarado
ubica como una destacada representante de la “generación de
mexicanas de avanzada”.45
Esta eminente y prolífica escritora, al igual que Laureana Wright
y Genaro García, comulgaba con la instrucción de las mujeres,
incluso, con conocimientos más allá de los elementales. Para ella no
debería de haber un divorcio entre el sector femenino y la ciencia,
dado que la supuesta inferioridad femenina atribuida a su sexo
no era parte de un mandato inamovible de la naturaleza, sino que
obedecía a parámetros sociales: “La mujer ha estado confinada a
un puesto de inferioridad y dependencia respecto del hombre por
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 507

leyes sociales, no por leyes naturales”.46


De acuerdo con Rosa María González, las principales deman-
das que le interesaron a Dolores Correa, además de una mejor
educación femenina, fueron las siguientes: “a) que no se limitara a
las mujeres la posibilidad de aprender y enseñar ciencias; b) cues-
tionar la idea de que las mujeres eran intelectualmente inferiores a
los hombres; c) que las mujeres accedieran a cargos de poder; d)
la igualdad jurídica con los hombres”.47 En sus obras se advierten
estas orientaciones; por ejemplo, en el texto En el hogar y en la escuela.
Ligeros apuntes sobre educación, publicado en 1897, la profesora Dolores
Correa reprende a las madres de familia que son indiferentes a los
conocimientos científicos de la época:

Pero, ¿cómo queréis sacar provecho de un trabajo que vosotras nulificáis?


Empezáis por inspirar a vuestros hijos el desprecio por la ciencia. Os
llevan resuelto un problema de geometría, un mapa dibujado por ellos, y
les decís con desdén: ¿para qué sirven esas ciencias? Yo he podido llegar
a los 50 años sin conocerlas.48

En este texto, Dolores Correa también reconocía la participación


laboral de las mujeres, situación que aunada a una inexistente for-
mación educativa y una filiación religiosa incidía en el desdén que
muchas de ellas mostraban por la instrucción. No obstante, insistía
en que no obstruyeran la escolarización de sus hijos e hijas, con lo
cual también ganarían ellas:

pero si por desgracia vuestros deberes o vuestras creencias os impiden


buscar en el fecundo manantial de la lectura el caudal que no pudisteis
acopiar en vuestra juventud, dejad a vuestros hijos hacer el rico acopio
con que les brinda la escuela del día para llenar mañana sus deberes; y
si os cupo en ser madres desgraciadas, seréis al menos abuelas felices.49
508 Norma Gutiérrez Hernández

Pese al acentuado pronunciamiento de esta autora respecto a la


instrucción y educación que debían tener las mujeres, así como a
su declarado feminismo,50 no expuso ningún planteamiento que
tendiera a deconstruir la socialización de género que tenía el llamado
“sexo débil”, sino que al igual que muchas de sus homólogas en
favor de la emancipación femenina, estuvo de acuerdo con éste:

No hay para qué encomiar el empeño que en nuestro país se nota por
dar a la mujer todos los conocimientos necesarios para llenar su misión,
y sentimos verdadero contento al ver cundir la convicción de que debe
enseñarse a la mujer, en la escuela, la ciencia de las madres, o como sa-
biamente dice el Sr. Rébsamen, debe enseñarse desde la escuela primaria
la pedagogía materna.51

En este punto, es oportuna la reflexión de Lourdes Alvarado:

Una vez más nos enfrentamos a las profundas contradicciones de estas


mujeres, que si bien se atrevieron a luchar por un cambio de prácticas y de
mentalidades, no pudieron superarlas, pues los rígidos esquemas personales
y sociales, característicos del periodo, se los impidió. De ahí que Correa,
como buena parte de la pequeña minoría de mexicanas que se atrevió a
desconocer las consignas a que su sexo estaba sometido, viviera atrapada
entre ese impulso a la “rebeldía” y su apego a los lineamientos y reglas
marcadas por la tradición.52

Finalmente, en este breve desfile de personalidades mexicanas


en favor de la emancipación femenina, es imprescindible retomar
las aportaciones de Laura Méndez de Cuenca, maestra, intelectual
y poeta porfirista del estado de México, quien al igual que Laurea-
na Wright y Dolores Correa también estaba de acuerdo en que la
felicidad de las mujeres en mucho tenía que ver con su instrucción,
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 509

sobre todo para que desempeñaran óptimamente su función como


madres y esposas. A la par, ésta les posibilitaría ganarse el sustento
en cualquier condición civil que se encontraran:

En vez de americanizar a la mujer mexicana, emancipándola enteramente,


estoy porque se le instruya liberalmente, se la habilite para luchar por su
pan cuando soltera, mal casada, o viuda, necesita ganarlo para sí o para
los suyos; no creo que debamos arrancarla del hogar...53

De esta forma, para Laura Méndez de Cuenca, las mexicanas por-


firistas tenían un espacio óptimo en la esfera privada, empero, tam-
bién en el espacio público “Ya fuera en la escuela o en el trabajo”.54
Esta profesora desde temprana edad dio muestras de su simpatía
respecto a una amplia participación de las mujeres en la sociedad.
Sin lugar a dudas, el que haya representado a la República Mexi-
cana en varios foros internacionales que la ubicaban como “uno
de los perfiles femeninos más refinados, ilustrados y cosmopolitas
de México”,55 a la par que, las distintas estancias de investigación
educativa que por encargo oficial realizó en algunos países europeos
y Estados Unidos, fueron determinantes en ello.
Desde su prolífica faceta como escritora y periodista “a lo gran-
de”, Laura Méndez de Cuenca denunció la condición de las mujeres
porfiristas. Así, en algunos de sus cuentos a través de los personajes
y la trama, manifiesta declaradamente su inclinación a erosionar los
modelos ideales para las mujeres en la época. Domenella et al. lo
resumen en las siguientes palabras:

Laura Méndez de Cuenca […] propone un cambio en cuanto a los


patrones aceptados del comportamiento de las mujeres. En la narrativa
de esta escritora mexicana culta y cosmopolita se puede percibir una
interesante transformación de los modelos de mujer, ya que logró con-
510 Norma Gutiérrez Hernández

figurar personajes femeninos que ponen en tela de juicio el patrón de la


“buena y abnegada mujer mexicana”.56

En suma, Genaro García, Laureana Wright, Dolores Correa, Laura


Méndez de Cuenca y otras exponentes como Mateana Murguía de
Aveleira, Rita Cetina o Dolores Jiménez y Muro, fueron personas
comprometidas que hicieron pública su inconformidad respecto a la
situación y condición que tenían las mujeres en la época, resaltando
la importancia de la instrucción para que tuvieran nuevas perspecti-
vas en sus vidas, reivindicando la “inferioridad femenina” ante una
igualdad de capacidades frente al hombre, aunque, no separándose
del modelo ideal femenino.
La incursión de algunas mujeres porfiristas de clase media a una
educación formal más allá de la elemental generó todo un debate
en donde apareció el tema del feminismo. Gabriela Cano ubica este
forcejeo ideológico entre 1880 y 1910. Considera que estos temas
fueron “[…] de primera importancia —y no marginales como po-
dría pensarse— en las extensas reflexiones en torno al problema
educativo que se elaboraron en la época porfiriana”.57
La citada autora analiza la conceptualización de la sociedad
porfiriana sobre los efectos “masculinizadores” del feminismo,
asociados éstos al acceso de las mujeres a las profesiones liberales.
Al respecto enfatiza:

En su exageración […] expresan la ansiedad que provocaba el acceso femenino a


las profesiones, pero no expresan las actitudes de las profesionistas pioneras ni de
las defensoras de la igualdad entre los sexos. A éstas no les interesaba abandonar
el ideal doméstico, por el contrario, aspiraban a que la educación intelectual enal-
teciera las funciones de madre y esposa, fortaleciera la influencia de las mujeres
en la familia y refinara las cualidades femeninas de la ternura, amor y dulzura.58
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 511

En este sentido, el reclamo de algunas mujeres y contados hombres


porfiristas sobre una mayor y más completa formación femenina
estaba sustentado en una postura liberal, porque ésta promovía la
igualdad y libertad individual, pero en ningún momento, resalta
Gabriela Cano, demandaban derechos políticos59 o deseaban dejar
sus obligaciones familiares tradicionales.
No obstante, este actuar fue novedoso porque anteriormente
no había existido un pronunciamiento tan fuerte por aspirar a
una formación superior. Este escenario propició la aparición del
“fantasma de la masculinización” en “la parte más bella de la hu-
manidad”, lo que “[…] simbolizó el temor a un debilitamiento en
la jerarquía de género”.60
Caso contrario fue la incursión de las mujeres al magisterio.
La importancia de enseñar a los profesores y profesoras fue vital,
como parte de la agenda educativa de todo el siglo XIX, ya que se
requería formar y multiplicar a los maestros y maestras, necesidad
que se acentuó con la obligatoriedad de la instrucción primaria
elemental y la unificación de los sistemas educativos en toda la
nación, resultado de los Congresos Nacionales de Instrucción. Por
consiguiente, se convocó a las mujeres; su irrupción en este campo
superó numéricamente a los hombres, debido, entre otros factores
al económico y de género. En torno al primero, se advirtió que las
profesoras “salían más baratas”.61

En relación al segundo aspecto, Luz Elena Galván asevera


que: “Varios pensadores de la época veían en la mujer el tipo de
educador de los niños. Las consideraban graciosas, dulces y puras.
De aquí que insistirán en que sus cualidades las hacían más aptas
que los hombres, para el magisterio”.62 Gabriela Cano también
coincide con esta precisión, puntualizando además que: “Ser
maestra era un trabajo honrado que lejos de atentar en contra de
512 Norma Gutiérrez Hernández

las simbolizaciones de género, las reforzaba. No era el magisterio


una profesión que masculinizara a las mujeres pues el trabajo de
la maestra se construía imaginariamente como una actividad muy
parecida a la maternidad”.63

Consideraciones finales
La principal opción educativa superior que tuvieron las mexicanas
porfiristas fue el magisterio, hecho que favoreció notablemente
a los intereses del régimen y contribuyó al proyecto nacional de
“regeneración social”, al contar con profesoras que podían hacer
frente al acentuado analfabetismo del país. Recuérdese que para
1900 el 84% de la población en México no sabía leer ni escribir.64
En realidad, como lo han apuntado ya varias especialistas en el
tema, la feminización del profesorado en esta época se vinculó con
el menor salario que recibieron las maestras, las condiciones laborales
que privaron en esta oferta laboral —como la falta de menaje escolar,
las condiciones de higiene y estrechez de los espacios escolares y
las extenuantes jornadas laborales— y la perspectiva de género que
tenía la sociedad decimonónica al considerar que a las mujeres se les
“daba” naturalmente la atención y cuidado de los niños y las niñas.
Por otro lado, desde la década de los años ochenta del siglo
XIX, comenzaron a ocupar las aulas de educación superior en la
capital del país unas cuantas mujeres que abrieron camino en las
profesiones liberales. Así, antes de finalizar esta centuria, México
tuvo la primera dentista en 1886, Margarita Chorné,65 su primera
médica en 1887, Matilde Montoya,66 diez años después su prime-
ra licenciada, María Asunción Sandoval de Zarco, y en el último
año del Porfiriato, la primera estudiante inscrita en la escuela de
Ingeniería, Dolores Rubio Ávila.
Como bien advierte Lourdes Alvarado, el apoyo institucional
y económico que recibieron estas primeras profesionistas en su
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 513

travesía como estudiantes, incidió rotundamente en la conclusión


de sus estudios, juntamente con el soporte que recibieron de sus
familias, pero sobre todo debido a su tenacidad y aplicación, todo lo
cual incidió en la fisura de “[…] las viejas estructuras ideológicas y,
en este caso, académicas, que por siglos impidieron a las mexicanas
el acceso al estudio y ejercicio de las profesiones liberales”.67

Notas
1. S. M. Arrom: Las mujeres de la ciudad de México, 1790–1857, p. 28.
2. L. Alvarado: La educación “superior femenina” en el México del siglo
XIX. Demanda social y reto gubernamental, p. 77.
3. Idem, p. 79.
4. D. Cosío Villegas: Historia Moderna de México. La República Restau-
rada. Vida Social, p. 653.
5. L. Alvarado, op. cit., p. 150.
6. Esta situación se vinculó con lo que señala Mílada Bazant a nivel
nacional: “Aunque la población masculina era casi idéntica a la
femenina, siempre fueron a la escuela más niños que niñas (de
cada 10, seis eran varones y cuatro mujeres)”. Por lo que —con-
tinúa la autora— “el porcentaje de asistencia de las niñas a la
escuela estaba ligado al progreso educativo de los estados y, por
ende, a los índices de analfabetismo”. Ver Historia de la educación
durante el Porfiriato, p. 89.

7. L. E. Galván Lafarga: “Historia de mujeres que ingresaron a los estu-


dios superiores, 1876–1940”, en M. A. Arredondo (coord.), Obedecer,
servir y resistir. La educación de las mujeres en la historia de México, p. 219.
8. Para una mayor ilustración sobre el tema, ver A. M. Carrillo:
Matilde Montoya: primera médica mexicana, y la última parte del texto
de L. Wright, Mujeres notables mejicanas [sic.].
9. L. E. Galván Lafarga: op. cit., pp. 224 y 242.
514 Norma Gutiérrez Hernández

10. L. Alvarado: “Abriendo brecha. Las pioneras de las carreras libe-


rales en México”, Universidad de México. Revista de la UNAM, p. 17.
11. L. E. Galván Lafarga: op. cit., p. 224.
12. L. E. Galván Lafarga: Soledad compartida. Una historia de maestros:
1908–1910, pp. 134 y 135.
13. Idem: p. 81.
14. M. Bazant: op. cit., p. 15.
15. Ibidem.
16. E. Loyo y A. Staples, “Fin de siglo y de un régimen”, en D. Tanck
de Estrada (coord.), Historia mínima de la educación en México, p. 147.
17. El feminismo se define como “una concepción del mundo,
construida a partir de los cuestionamientos al orden jerárqui-
co y asimétrico de la sociedad, que abarca desde los ámbitos
considerados como públicos hasta los llamados privados, y que
propone desde la acción cotidiana de los sujetos […] pautas de
comportamientos diferentes; y, finalmente, la producción de
nuevos referentes simbólicos”; ver E. Muñiz: El enigma del ser: la
búsqueda de las mujeres, p. 17; ver también A. Macías: Contra viento
y marea. El movimiento feminista en México hasta 1940.
18. J. Tuñón: Mujeres en México. Recordando una historia, p. 133.
19. Idem, pp. 134–135.
20. G. Cano: “Género y construcción cultural de las profesiones en
el Porfiriato: magisterio, medicina, jurisprudencia y odontología”,
en Historia y grafía, p. 209.
21. Ibidem.
22. L. Infante Vargas: “Igualdad intelectual y género en Violetas del
Anáhuac. Periódico Literario Redactado por Señoras, 1887–1889”, en
G. Cano y G. José Valenzuela (coords.), Cuatro estudios de género
en el México urbano del siglo XIX, p. 129.
23. C. Ramos Escandón: “Prólogo a la edición anotada de La des-
igualdad de la mujer y Apuntes sobre la condición de la mujer de Genaro
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 515

García” en C. Ramos Escandón, Apuntes sobre la condición de la


mujer y la desigualdad de la mujer. Genaro García, pp. 11 y 43.
24. G. García: Apuntes sobre la condición de la mujer, p. 56.
25. Además de la influencia que recibió García de autores como
Spencer —de quien incluso tradujo varias obras—, Herodoto,
Francisco Javier Clavijero y Tácito, entre muchos otros, la fi-
liación palpable que tuvo a favor de las mujeres encuentra un
profundo nexo con las obras del ilustrado Condorcet y el intelec-
tual decimonónico John Stuart Mill. Para una mayor ilustración
sobre la aportación de estos exponentes, ver A. Puleo (ed.), La
Ilustración olvidada: la polémica de los sexos en el siglo XVIII. Condorcet,
De Gouges, De Lambert y otros, 1993.
26. G. García: op. cit., p. 59.
27. Idem, p. 60.
28. G. García: La desigualdad de la mujer, p. 114.
29. G. García: Apuntes sobre la condición de la mujer, p. 62.
30. Idem, p. 69.
31. Idem, p. 61. Cursivas en el original. El subrayado es mío.
32. Ibidem.
33. Idem, p. 87. El subrayado es mío.
34. Ibidem.
35. L. Alvarado: Educación y superación femenina en el siglo XIX: dos
ensayos de Laureana Wright, p. 13.
36. Idem, p. 22.
37. Ver L.Wright: op. cit.
38. L. Wright: La educación de la mujer por medio del estudio, apud L.
Alvarado, op. cit., p. 39. Genaro García también coincide con
esto; para él, la condición de las mujeres tiene que ver con “el
egoísmo y la fuerza bruta del hombre”; ver La desigualdad de la
mujer, p. 113.
39. L. Wright, apud L. Alvarado, op. cit., p. 39.
516 Norma Gutiérrez Hernández

40. Ibidem.
41. Idem, p. 41. Conviene recordar que este argumento es compar-
tido por G. García, ver Apuntes sobre la condición de la mujer, p. 56.
42. Idem, p. 53. Subrayado mío.
43. Idem, pp. 54–55.
44. L. Alvarado: op. cit., p. 20.
45. L. Alvarado: “Dolores Correa y Zapata. Ente la vocación por
la enseñanza y la fuerza de la palabra escrita”, Revista Mexicana
de Investigación Educativa, p. 1271.
46. La Mujer Moderna, marzo de 1905, apud R. M. González Jiménez,
Las maestras en México. Recuento de una historia, p. 80.
47. Idem, p. 79.
48. D. Correa Zapata: En el hogar y en la escuela. Ligeros apuntes sobre
educación, p. 11.
49. Idem, pp. 12–13.
50. Dolores Correa se autodefinió como feminista, defendiendo
el feminismo en estos términos: “Hay quienes ignoren lo que
significa feminismo y hay también quienes vean, o finjan ver en
él, una ridiculez, un disparate […] No obstante, entre la gente
seria, el feminismo es el grito de la razón y de la conciencia,
proclamando justicia, porque el feminismo consiste en levantar
a la mujer al nivel de su especie, al de la especia humana”, D.
Correa Zapata: La mujer en el hogar, pp. 15–16, apud R. M. Gon-
zález Jiménez, op. cit., p. 72.
51. D. Correa Zapata: op. cit., p. 59.
52. L. Alvarado: op. cit., p. 1282.
53. L. Méndez: Boletín de Instrucción Pública, p. 717, apud Mílada
Bazant, Laura Méndez de Cuenca. Mujer indómita y moderna (1853–
1928). Vida cotidiana y entorno, p. 276.
54. Ibidem, p. 332.
55. Ibidem, p. 346.
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista 517

56. A. R. Domenella et al.: “Laura Méndez de Cuenca: espíritu


positivista y sensibilidad romántica”, en A. R. Domenella y N.
Pasternac, Las voces olvidadas. Antología crítica de narradoras mexicanas
nacidas en el siglo XIX, p. 122.
57. G. Cano Ortega: De la Escuela Nacional de Altos Estudios a la Facul-
tad de Filosofía y Letras, 1910–1929. Un proceso de feminización, p. 4.
58. Idem, p. 12. Con bajos índices de incursión femenina en las
profesiones liberales, incluso por debajo del 1% en el caso de las
médicas y las abogadas y solo con un 7.14% de las dentistas —
cifra que obedecía a decir de nuestra autora a que la odontología
en estos años no era una profesión liberal, sino una especiali-
dad de nivel técnico que no exigía estudios preparatorianos—,
Gabriela Cano expresa con ironía: “La tan temida deserción en
masa del hogar y del deber materno no estaba, pues, a la vuelta
de la esquina” (p. 15).
59. Sobre estos, Gabriela Cano precisa: “Los derechos políticos
femeninos en estos años apenas se tocan porque la participación
política de las mujeres se ve como una posibilidad a muy largo
plazo”. Idem, p. 7.
60. Idem, p. 16.
61. “Si a las mujeres se les pagaba menos era porque su ingreso
se pensaba como una aportación complementaria, y no esen-
cial, para el sostenimiento de una familia […] Las mujeres
con responsabilidades económicas propias no pensaban que
lo excepcional de su situación justificara la precariedad de sus
ingresos”. Citando a Mateana Murguía, una profesora activa en
1889, la autora retoma la diferencia económica en los salarios
docentes: “los profesores disfrutan de setenta y cinco pesos y las
profesoras reciben ¡cuarenta y cinco pesos¡”, G. Cano, op. cit., p. 40.
62. L. E. Galván Lafarga: La educación superior de la mujer en México:
1876–1940, p. 11.
518 Norma Gutiérrez Hernández

63. G. Cano Ortega: op. cit., p. 48.


64. M. Bazant: op. cit., p. 16.
65. Bazant comenta que esta profesionista ejerció su carrera durante
casi 40 años sin interrupción, op. cit., p. 240.
66. Laureana Wright comenta de este ilustre personaje que fue “una
heroica mujer que ha venido a grabar con letras de oro en los
anales del adelanto patrio el primer título científico profesional,
alcanzado a costa de una vida entera de trabajo, de estudio, de
amargura y de sacrificio, por la débil mano de una mujer que ha
reivindicado los derechos de nuestro sexo, elevándole por encima
de una sociedad injusta por naturaleza y antagonista por sistema”,
Mujeres notables mejicanas, op. cit., p. 541.
67. L. Alvarado: “Abriendo brecha…”, p. 17.

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Wright, Laureana: Mujeres notables mejicanas [sic.], México, Secretaría
de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1910.
Sobre los autores

Arauz Mercado, Diana: Doctora en Historia por la Universidad


Complutense y Rey Juan Carlos I de Madrid. Obtuvo Sobresaliente
cum laude por unanimidad con la tesis La protección jurídica de la mujer
en Castilla y León (siglos XII–XIV), convertida en libro publicado
en España en 2007. Realizó trabajos de investigación para las uni-
versidades mencionadas, así como para la Autónoma de Madrid y
la Real Academia de la Historia. Líneas de investigación: Historia
del derecho, Historia de las mujeres e Historia medieval. Autora
de diferentes artículos académicos publicados en Francia, España,
Argentina, Chile, Brasil, Colombia y México. Actualmente, es vice-
presidenta de la AZECME, docente investigadora de la Maestría–
Doctorado en Historia de la Universidad Autónoma de Zacatecas,
perfil PROMEP y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
En 2012, recibió el Premio a la mejor reseña en Novohispano, otorgado
por el Comité Mexicano de Ciencias Históricas y el Instituto Mora.
Correo electrónico: [email protected]

Arroñada, Silvia Nora: Doctora en Historia por la Universidad


Católica Argentina. Se desempeña como pro–titular de la cátedra
Historia de España (Facultad de Ciencias Sociales–UCA) y es di-
rectora del Instituto de Historia de España de dicha universidad.
Dirige la revista Estudios de Historia de España, que edita el mismo
Instituto de la Universidad Católica Argentina y el boletín electró-
nico Scriptorium dedicado a la Historia Medieval. Es prosecretaria
de la Fundación para la Historia de España y colaboradora por
la Argentina de la International Medieval Bibliography (University of
Leeds, Inglaterra). Forma parte del consejo asesor de la Cátedra
Libre de Estudios Árabes de la Universidad de Buenos Aires.
Ha publicado en su país y en el exterior, varios artículos sobre la
temática infantil en la Edad Media hispánica. Se desempeña en el
SECRIT (Conicet) como Profesional Adjunta. Correo electrónico:
[email protected]

Aspe Armella, Virginia: Egresada de la licenciatura en Filosofía


de la Universidad Panamericana, Cum Laude en Filosofía por la
Universidad de Navarra, España. Especialista en Filosofía antigua
(actualmente rastrea la Influencia de Aristóteles en la Nueva Espa-
ña). Catedrática de Filosofía en México y Filosofía de la Cultura en la
Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana, miembro de
la junta de gobierno de esa universidad y directora de dos proyectos
SEP–Conacyt a nivel nacional sobre pensamiento novohispano.
Autora de libros sobre Formación Cívica y Ética a nivel nacional
de secundaria. Ha participado en diversos congresos nacionales e
internacionales y ha sido catedrática en la Universidad de Navarra
y de otras universidades como la Universidad Nacional de Cuyo,
en Mendoza, Argentina. Correo electrónico: [email protected]

Contreras Hernández, Magdalena: Licenciada en Psicología por


la Universidad Autónoma de Zacatecas, Especialista en Estudios de
Género en Educación y Maestra en Educación (Formación Docente)
por la Universidad Pedagógica Nacional. Estudiante del Doctorado
en Humanidades y Artes, línea Historia de las mujeres y perspectiva
de género en la UAZ. Ha participado en el diseño del Diplomado La
prevención de la violencia hacia las mujeres, tarea de la educación básica para la
Secretaría de Educación y Cultura y ha coordinado el mismo en la
versión en línea para los estados de Hidalgo y Campeche. Publicó el
artículo “Escritura y educación femenina en el siglo XIX: Laureana
Wright”, en el libro colectivo Presencia y realidades Investigaciones sobre
mujeres y perspectiva de Género, México 2011. Actualmente es docente
investigadora en el Programa de Licenciatura en la Unidad Acadé-
mica de Psicología, Universidad Autónoma de Zacatecas. Correo
electrónico: [email protected]

Cuadrada, Coral: Profesora de Historiografía e Historia de las


Mujeres en la Universidad Rovira y Virgili (URV) de Tarragona,
España. Co–fundadora del grupo multidisciplinar de investigación
en estudios de las mujeres, género y feminismos GREC, del cual fue
investigadora principal hasta el 2008; también pertenece a Grafits
(Grupo de investigación en Antropología, Filosofía y Trabajo So-
cial), ambos de la URV. Ha sido investigadora principal del proyecto
I+D+I exp. 117/04 (2004–2007) Igualdad y diferencia: pensamiento,
acción, revisión, financiado por el Instituto de la Mujer. Actualmente
es investigadora principal del proyecto U/33 (2010–2011) Por amor
a la ciudad: mujeres del pasado, presente y futuro de Tarragona. Publicacio-
nes recientes: Dones, coneixement, societat (Tarragona, 2005); Dones en
resistència: bruixes, histèriques i místiques (Valencia, 2009); Una edad media
oscura: pederastia y violación infantil (Barcelona, 2009); Cuerpos, textos
escritos (Elche, 2010); Memòries de dones (Tarragona, 2009); Mujeres y
espacios (Tarragona, 2011). Coautora de la página web del GRÈC,
www.urv.cat/grups_recerca/grec y directora de la revista on line
Opinionsdel GRÈC. Correo electrónico: [email protected]

D’Amore, Anna Maria: Doctora en Estudios Hispánicos por


la Universidad de Sheffield, Reino Unido. Traductora literaria en
ciernes, labora en la Unidad Académcia de Letras de la Universidad
Autónoma de Zacatecas, México, donde enseña comprensión de
lectura del inglés. Imparte seminarios de Lingüística aplicada a la
traducción en el programa de Doctorado en Ciencias Humanísti-
cas y Educativas. Autora del libro Translating Contemporary Mexican
Texts: Fidelity to Alterity y de artículos sobre enseñanza de lenguas
extranjeras e historia de la lengua además de traductología. Es
miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Correo electró-
nico: [email protected]

El Moussaoui Taїb, Abdellah: Doctor en filosofía por la Univer-


sidad Complutense de Madrid, Instituto ciencias de las religiones
(Madrid). Departamento de Hermenéutica y Filosofía de la Historia
III en la Facultad de Filosofía. Especialista en filosofía islámica y
medieval. Correo electrónico: [email protected]

García Cid, Héctor: Licenciado en Sociología (Especialidad de


Conocimiento, cultura y comunicación) por la Universidad Complu-
tense de Madrid. Actualmente realiza el 5º curso de la Licenciatura
de Filosofía en la misma Universidad y el Máster Formación del
Profesorado de Secundaria en la especialidad de Filosofía. Publicó
el artículo, “El problema de la anterioridad en Marx” en Revista
Tales, número 3. Correo electrónico: [email protected]

Garza de la Fuente, Jezziel: Egresado de la Licenciatura en


Historia de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Trabaja su
tesis en torno de textos paleografiados del Archivo Parroquial de
Tlaltenango (sección mandados, finales siglo XVIII y principios del
XIX). Actualmente, labora como profesor de nivel secundaria en la
Secretaría de Educación y Cultura; es miembro activo de la AZEC-
ME (Asociación Zacatecana de Estudios Clásicos y Medievales); ha
participado ininterrumpidamente, como asistente y coordinador de
los Diplomados organizados por dicha asociación, así como en la
Catalogación de Libros pertenecientes a la Biblioteca Elías Amador,
Proyecto BEA. Correo electrónico: [email protected]
González, Florencia: Doctoranda en Filosofía en la Universidad Au-
tónoma de Madrid. Licenciada en Letras por la Universidad Católica
Argentina, Máster en Gestión Cultural por la Universidad Carlos III y
en Estudios Avanzados en Filosofía por la Universidad Complutense
de Madrid. Profesora Auxiliar del Máster en Pensamiento Español
e Iberoamericano de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad
Autónoma de Madrid. Colaboradora honorífica del Departamento de
Antropología Social y Pensamiento Filosófico Español de la misma
Universidad. Miembro de la Asociación Internacional de Hispanismo
Filosófico y Secretaria técnica de la Revista de la AHF. Miembro del
Comité Científico de la Revista de FilosofíaBajo Palabra. Líneas de especia-
lización: Pensamiento Español e Iberoamericano; Literatura Argentina
del siglo XX; María Zambrano; Leopoldo Marechal; Hermenéutica
Latinoamericana. Correo electrónico: [email protected]

Gutiérrez Hernández, Norma: Licenciada en Historia y Maestra


en Ciencias Sociales (mención honorífica) por la UAZ, Especialista
en Estudios de Género por El Colegio de México y Doctora en His-
toria, por la UNAM (mención honorífica). Líneas de investigación:
Historia de las mujeres e Historia de la educación. Ha coordinado
conjuntamente los V Encuentros Nacionales sobre Mujeres y Perspectiva
de Género. En 2011 recibió del Gobierno del Estado de Zacatecas
el Reconocimiento “Mujeres que abrieron camino”, por su trayectoria
académica. Es Perfil PROMEP e integrante del Cuerpo Académico
“Enseñanza y difusión de la Historia”. Pertenece a la Sociedad Mexi-
cana de Historia de la Educación (SOMEHIDE) y a la Red de Especialistas
en Docencia, Difusión e Investigación en Enseñanza de la Historia (RED-
DIEH). Actualmente es docente investigadora en la Licenciatura
en Historia y la Maestría en Humanidades y Procesos Educativos
de la UAZ. Correo electrónico: [email protected]
Jiménez, Luis Felipe: Doctor en Filosofía por la Universidad Com-
plutense de Madrid, autor de Gnosticismo y cristianismo. El cuerpo humano y
el origen de la pedagogía cristiana, Madrid, 1998; Dios y el gobierno de los hom-
bres en la Edad Media, Zacatecas, 2007; En los albores del sujeto pedagógico,
México, 2007; Giordano Bruno y el pensamiento renacentista, México, 2010.
Socio fundador y miembro activo de la AZECME. Actualmente, se
desempeña como docente investigador de la Licenciatura y Maestría
en Filosofía de la UAZ. Correo electrónico: [email protected]

Losada Liniers, Teresa: Licenciada en Historia del Arte, Univer-


sidad Complutense de Madrid, 1974. Doctora con premio extraor-
dinario en Filología Italiana con la tesis Traducción y estudio crítico de
Giordano Bruno el año 1999, publicada en Castellón, Ellago, 2003.
Publicaciones: Manierismo: pittura musica e letteratura, Milán, 1982;
Tutto il dì piango, Madrid, 1997; Poesía y música en tiempo de Monteverdi,
Segovia, 1997; Botticelli y Poliziano en la corte de Lorenzo, Madrid, 1999;
In queste voci languidi, Madrid, 1999; Lo Accesi un lume, Madrid, 2000;
La traducción jurídica: didáctica y aspectos textuales, Madrid, 2003; Las
escrituras posteriores al Renacimiento, Madrid, 2004; Le riviste come stru-
mento critico della letteratura, Milán, 2005. Trabajos de investigación:
Viajes culturales publicación, año 2001, Madrid con otros ojos, Madrid,
2005; La traducción jurídica y económica, año 2008, Proyecto de mejora
didáctica para la enseñanza, año 2011; Interpretación y subtitulación, año
2011; Glosario multilingüe de términos jurídicos y económicos, La Europa de
la Escritura y Proyecto para mejora de la enseñanza 2, Madrid, año 2012.
Correo electrónico: [email protected]

Luchía, Corina: Doctora en Filosofía y Letras (orientación en


Historia) por la Universidad de Buenos Aires. Profesora Adjunta
de Historia Medieval en la misma universidad, Facultad de Filosofía
y Letras, investigadora asistente, CIC, Conicet (Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas). Publicaciones recientes:
“Poder y violencia: a propósito de los conflictos por la tierra en los
concejos castellanos bajomedievales”, en González Mezquita, M. L.
(ed.), Temas y perspectivas teóricas de Historia Moderna, Universidad Na-
cional de Mar del Plata, 2011; “Los aldeanos y la tierra: percepciones
campesinas en los concejos castellanos, siglos XIV–XVI”, Studia
Historica (Historia Medieval), 29, 2011; “Usos, prácticas y derechos:
aldeanos, caballeros villanos y señores en los conflictos por los sue-
los abulenses. Siglos XIV–XV”, VII Jornadas Internacionales de Historia
de España, Fundación de Historia de España, 2011; “Políticas de
acumulación patrimonial y construcción de poder en el siglo XV: el
linaje de María de Ávila”, En la España Medieval, vol. 34, Universidad
Complutense, 2011. Correo electrónico: [email protected]

Magallanes Ma. del Refugio: Doctora en Historia por la Univer-


sidad Autónoma de Zacatecas y docente investigadora de la misma
institución. Autora de los libros Bandolerismo, poder y administración de
la justicia en Zacatecas 1867–1872, (2007) y Sin oficio, beneficio ni destino.
Los vagos y los pobres en Zacatecas 1786–1862, (2008). Coordinadora
y coautora del libro Historia de la educación en Zacatecas I. Problemas,
tendencias e instituciones en el siglo XIX, (2010); coautora de los libros
Jaque a la Corona. La cuestión política en las independencias iberoamericanas
y Federalismo, ciudadanía y representación, ambos publicados en 2010.
Correo electrónico: [email protected]

Montemurro, Ma. Laura: Licenciada y Profesora en Artes por


la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es becaria doctoral
de Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas) y está adscrita en la cátedra Historia de las Artes Plásti-
cas II (Medieval), carrera de Artes, Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires. Desde 2009, estudia las obras
medievales pertenecientes a las colecciones públicas de la Repú-
blica Argentina, tema al que consagra su tesis doctoral y sobre el
que publicó varios artículos tanto en su país como en el exterior.
Desde 2011, participa en un proyecto de investigación dedicado al
estudio de la arquitectura neo gótica en Buenos Aires, e integra un
grupo de investigaciones medievales en la Universidad de General
Sarmiento. Correo electrónico: [email protected]

Navarro Salazar, Judith: Licenciada en Letras por la Universidad


Autónoma de Zacatecas (mención honorífica) y maestra en Letras
Latinoamericanas por la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co (mención honorífica). Como becaria del Programa de Estímulos
a la Creación y al Desarrollo Artístico de Zacatecas, del Instituto
Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”, desarrolló un en-
sayo titulado Ese doble perverso. Teoría sarduyana del neobarroco para leer
el arte latinoamericano. Actualmente es directora de Texere Editores.
Correo electrónico: [email protected]

Pelaz Flores, Diana: Becaria FPU del Departamento de Histo-


ria Antigua y Medieval de la Universidad de Valladolid, España.
Participación como ponente y comunicante en los congresos 42nd
Annual Meeting of the Association for Spanish and Portuguese Historical
Studies (Lisboa, 2011) y Ora et Labora: Dos facetas de la actividad feme-
nina a través de la historia (Valladolid, 2011). Publicaciones recientes:
“María de Aragón e Isabel de Portugal a través de las Crónicas”,
en Val Valdivieso, Mª I. del, y Segura Graíño, C., La participación
de las mujeres en lo político. Mediación, representación y toma de decisiones,
Madrid, Al–Mudayna, 2011 y “Jaque a la Reina. Cuando la mujer se
convierte en un estorbo político”, en Miscelánea Medieval Murciana,
2011, XXXV. Correo electrónico: [email protected]
Picos Bovio, Rolando: Licenciado en Filosofía y maestro en Me-
todología de la Ciencia por la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Autónoma de Nuevo León. Doctor en Humanidades y
Artes por la Universidad Autónoma de Zacatecas (2009). Actualmen-
te es profesor–investigador del Colegio de Filosofía y Humanidades
de la UANL y profesor del posgrado en Educación de la Universidad
Pedagógica Nacional, Nuevo León. Ha publicado Marcha y Memoria
Análisis del discurso de la entrevista de Julio Scherer al subcomandante Mar-
cos (UANL, 2006), compilado Filosofía y Humanismo en el siglo XXI
(UANL, 2008) y coordinado Filosofía y Tradición (UANL–UAZ, 2011),
además de artículos diversos de filosofía en revistas y publicaciones
nacionales. Es socio de la AZECME, miembro del SNI, profesor
con Perfil deseable PROMEP y colaborador externo del Cuerpo
Académico de la UAZ “Fuentes y Discursos del Pensamiento Con-
temporáneo”. Correo electrónico: [email protected]

Ríos, Xosé–Carlos: Doctor en Historia Medieval por la Universi-


dad de Murcia, Licenciado por la Universidad de Santiago de Com-
postela, Diplomado en Filología Hispánica por la Universidad de
Coruña. Tesis doctoral: Mozarabismo en la Gallaecia altomedieval. Estudios
generales y análisis desde sus fuentes documentales monásticas (siglos VIII, IX,
X y XI). Ha realizado trabajos de investigación y colaboración con
las Universidades de Oviedo, Granada, Internacional Menéndez
Pelayo y Turín (Italia). Autor de diferentes publicaciones en Estudios
Mindonienses, Rutas del Románico Internacional, El Museo de Pontevedra,
Artifara. Libros publicados: Mozárabes en la Gallaecia monástica (siglos
VIII–XI), Alemania, 2011; Facendo memoria de San Rosendo (Coord.
Segundo L. Pérez), Mondoñedo–Ferrol, 2007. Profesor de Bachi-
llerato en el Instituto Manuel Murguía (A Coruña, España). Correo
electrónico: [email protected]
Román Gutiérrez, Ángel: Realizó sus estudios de Licenciatura en
Humanidades en la UAZ, de Maestría en El Colegio de Michoacán
A.C., Centro de Estudios Históricos y de Doctorado en el Centro
Interinstitucional de Investigaciones en Artes y Humanidades
(CIIARH) de la UAZ. Ha laborado como Docente investigador
en el área de Historia, es miembro del grupo disciplinar “GD1
De la reflexión a la praxis de la historia”, Área de Educación y
Humanidades, UAZ; integrante del cuerpo académico “Enseñanza
y difusión de la historia”, en la Unidad Académica de Historia de la
misma universidad. Actualmente está acreditado con perfil PRO-
MEP. Ha hecho estancias de investigación en archivos nacionales
e internacionales y ha participado en diversos congresos. Correo
electrónico: [email protected]

Salas, Ma. Lorena: Maestra en Diseño urbano arquitectónico


por la Universidad de la Salle (León, Guanajuato), Doctora en
Humanidades y Artes por la Universidad Autónoma de Zacatecas.
Especialista en Urbanismo, Patrimonio, Cultura y Conservación de
Centros Históricos e Historia General del Arte. Docente investiga-
dora de la UAZ y en la Universidad de Durango, Campus Zacatecas.
Ha impartido diversos seminarios sobre Historia general del arte,
Diversidad cultural, Historia del patrimonio, Administración turís-
tica, etc. Ha participado en varias publicaciones de libros colectivos
nacionales e internacionales, periódicos y revistas. Ha realizado
estancias de investigación en Sevilla, España. Correo electrónico:
[email protected]
Simón Alegre, Ana Isabel: Doctora en Historia por la Universi-
dad Complutense de Madrid. Obtuvo Sobresaliente cum laude por la
investigación Oficiales y soldados en la Restauración española (1873–1923).
Integración y exclusión. El modelo de la masculinidad castrense (Noviem-
bre, 2011). Fue becaria en el Instituto de la Mujer (2007–2009).
En Diciembre de 2011 recibió el XIV Premio Concepción Gimeno de
Flaquer por su trabajo Diez cartas y una escritora: Concepción Gimeno.
Es especialista en derecho militar y formación de los arquetipos
masculinos en el ejército. Entre sus trabajos más recientes está la
participación en el libro El siglo de los castigos, “Castigo penal militar y
masculinidad en los cuarteles”. Actualmente, reside en Nueva York
adelantando diferentes proyectos de investigación relacionados con
la historia de las mujeres y la formación de las masculinidades y está
terminando el máster “Estudios de la Diferencia sexual”, imparti-
do por DUODA–Universidad de Barcelona. Correo electrónico:
[email protected]

Trujillo Molina, Gloria del Carmen: Es doctora en Historia Colo-


nial graduada con mención honorífica por la Universidad Autónoma
de Zacatecas, investigadora Nacional, perfil PROMEP. Su línea de
investigación se centra en estudios de la familia, la educación y la
mujer. Ha realizado estancias en fondos históricos nacionales e inter-
nacionales y colaborado con artículos en revistas especializadas; ha
participado con capítulos de libros, en varias ediciones. Coautora de
Imágenes y discursos de la Modernidad, autora de Ajuares Matrimoniales en
Zacatecas, siglo XVII y La carta de dote en Zacatecas (siglos XVIII–XIX).
Correo electrónico: [email protected]
Índice

Presentación
Víctor Hugo Méndez Aguirre
—9—

Prólogo
Diana Arauz Mercado
—17—

I. Filosofía y estudios clásicos


Los Populi Callaici Lucenses de la Gallaecia Romana desde sus fuentes clásicas
Xosé–Carlos Ríos Camacho (Universidad de Murcia)
—21—
Arte y belleza en la reflexión estética ilustrada. Los cimientos del romanticismo
Rolando Picos Bovio (Universidad Autónoma de Nuevo León)
—63—
El mestizaje o lo irreductible en la pintura de Ricardo Martínez
Luis Felipe Jiménez (azecme)
—83—

II. Literatura y discursos literarios


El humanismo sorjuanino y su conexión con el arte barroco novohispano
Virginia Aspe Armella (Universidad Panamericana)
—109—
La simulación barroca en Los pasos perdidos
Judith Navarro Salazar (Universidad Nacional Autónoma de México)
—129—
El poeta Angélico de la vanguardia argentina.
Una biografía intelectual de Leopoldo Marechal
Florencia González (Universidad Autónoma de Madrid)
—137—
El asombro, la hibridez y la traducción
Anna Maria d’Amore (Universidad Autónoma de Zacatecas)
—165—

III. Artes y estética


Una talla medieval oculta en el depósito del Museo Nacional de Bellas Artes
en Buenos Aires: La Virgen con Niño procedente de la ex colección Larco
Ma. Laura Montemurro (Universidad de Buenos Aires)
—187—
La estética bajo el imperio de lo social. Una reflexión en torno a la teoría
estética de Th. W. Adorno
Héctor García Cid (Universidad Complutense de Madrid)
—209—
El teatro del siglo XVIII en Italia y su influencia en Francia y España
Teresa Losada Liniers (Universidad Complutense de Madrid)
—223—

IV. Historia medieval


Una medicina para los niños. El saber pediátrico en la Antigüedad y su
continuación en el mundo árabe medieval
Silvia Nora Arroñada (Universidad Católica Argentina–Conicet)
—245—
Biografía del Murciano Ibn Sab´ín Muhyí al–Dín
Abdellah El Moussaoui (Universidad Complutense de Madrid)
—267—
El tesoro de las reinas consortes castellanas en el siglo XV.
Composición, decoración y significado
Diana Pelaz Flores (Universidad de Valladolid)
—287—
Apropiación comunal de la tierra: pasado y presente de una relación compleja
Corina Luchía (Universidad de Buenos Aires–Conicet)
—311—

V. Historia, derecho, sociedad


De Altamira a las Digital Humanities. Recorridos lectores
Coral Cuadrada (Universidad Rovira y Virgili)
—335—
Evolución de Zacatecas desde los grabados de 1732 a 1799
Ma. Lorena Salas y Ángel Román
(Universidad Autónoma de Zacatecas)
—363—
La profesionalización de la enseñanza en Zacatecas.
Homogeneización y distinción de los preceptores. 1863–1912
Ma. del Refugio Magallanes (Universidad Autónoma de Zacatecas)
—381—
La situación actual de los archivos eclesiásticos en Zacatecas
Jezziel Garza de la Fuente (azecme)
—405—

VI. Historia de las mujeres y estudios de género


Mujeres y niños en las obras médico–quirúrgicas de Madame Fouquet
Diana Arauz Mercado (azecme)
—421—
Concepción Gimeno y el ocio teatral madrileño en 1873
Ana Isabel Simón Alegre (Universidad de Barcelona)
—433—
Mujeres en los negocios. Zacatecanas de los siglos XVII y XVIII
Gloria Trujillo Molina (Universidad Autónoma de Zacatecas)
—467—
La educación superior para las mujeres en el siglo XIX
Magdalena Contreras (Universidad Autónoma de Zacatecas)
—479—
Los inicios y el debate sobre la educación superior femenina en el México porfirista
Norma Gutiérrez Hernández (Universidad Nacional Autónoma de México)
—495—

Sobre los autores


—521—
Consejo Asesor
Juan Carlos Moreno
Universidad París I Sorbona
Ana Ma. Leyra
Universidad Complutense de Madrid
Isabel del Val
Universidad de Valladolid
Martha Irigoyen
Martín Ríos
Johana Lozoya
Universidad Nacional Autónoma de México
Gonzalo Lizardo
René Amaro
Enciso Contreras
Universidad Autónoma de Zacatecas
Marcela Sofía Anaya
Universidad de Guadalajara
Lillian von der Walde
Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa
Hortensia Moreno
Programa Universitario de Estudios de Género
Lourdes Rojas
Víctor Hugo Méndez
Asociación Mexicana de Estudios Clásicos

Consejo de redacción
Antonio Núñez
Verónica Murillo
Universidad Autónoma de Zacatecas
Veremundo Carrillo
Asociación Zacatecana de Estudios Clásicos y Medievales
Melancolía I, Alberto Durero

Esta obra fue editada en la ciudad de Zacatecas.


La producción estuvo a cargo de
Texere Editores
www.texereeditores.com

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