Erwin Panofsky

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Erwin Panofsky

Renacimiento y Renacimientos en el arte occidental

Esta obra comienza con una reflexión sobre la metodología histórica,


concretamente sobre la tradición occidental que ha llevado a dividir, de forma más
o menos razonada –o más o menos arbitraria– el pasado histórico en diferentes
etapas. Al respecto Panofsky hace una reflexión acerca de dos elementos que
pueden parecer contradictorios, pero que reflejan la esencia del acontecer
histórico: ruptura y continuidad. El tiempo es necesariamente continuo, así como
muchos de los fenómenos históricos del pasado. Pero la historia también presenta
cambios bruscos, revoluciones, fracturas… en definitiva rupturas, sin nunca
abandonar por ello su dimensión de continuidad. La historia del Renacimiento, en
la historiografía, se presenta como una de estas rupturas, como un cambio brusco
que se caracteriza fundamentalmente por un fuerte deseo de reencontrarse con el
pasado.
En el Oxford Dictionary de 1933 el Renacimiento viene definido como una
“gran renovación de las artes y de las letras que, bajo la influencia de modelos
clásicos, se inició en Italia en el siglo XIV, para proseguir durante los siglos XV y
XVI”. 1 De esta definición nos interesa la parte que sitúa el origen del
Renacimiento de manera exclusiva en Italia, parte que Panofsky presentará de otra
manera en su obra. Pero el autor trata a lo largo de todo el libro de responder las
siguientes dos preguntas: ¿Hubo de verdad un Renacimiento que, iniciándose en
Italia, se extendió por el resto de Europa? Y en caso de haber existido ¿En qué se
diferencia del resto de renacimientos que hubo a lo largo de toda la Edad Media?
Así, el historiador del arte alemán tratará de desentrañar si el Renacimiento
italiano no sólo existió como fenómeno con una entidad propia, sino también si
fue comparativamente diferente y más renovador que otros renacimientos como el
carolingio de los siglos VIII y IX, o el “protohumanismo” del siglo XII.
El primer problema del que se ocupa Panofsky es determinar si los
humanistas que impulsaron el Renacimiento fueron víctimas de un autoengaño, es
decir, de una ilusión cuando pensaban que estaban asistiendo a un periodo de
recuperación de la Antigüedad Clásica. Su respuesta es negativa, lo que implica,
obviamente, considerar que sí se inició en Europa en el siglo XIV un proceso de
recuperación de la cultura antigua. Las siguientes palabras de Panofsky soportan
esta afirmación:

“Habría que aceptar, por tanto, la propia conciencia que de sí tuvo el


Renacimiento como una ≪innovación≫ objetiva y distintiva, aun si se demostrase que
esa conciencia fue un autoengaño. Pero no lo fue, debemos admitir que el Renacimiento,
como un muchacho díscolo que se rebela contra sus padres y busca respaldo en sus
abuelos, propendió a negar todo lo que, al fin y al cabo, debía a su progenitora, la Edad
Media”.2


1
Cita en p. 30.
2
Cita en p. 52.
En este fragmento de la obra identificamos otra idea importante, que el
Renacimiento sólo puede entenderse como heredero de una tradición medieval,
tradición que por otra parte nunca cortó sus lazos con la Antigüedad. Esto nos
lleva a dar respuesta al segundo interrogante: a lo largo de la Edad Media hubo
otros momentos de recuperación de la cultura clásica: hasta qué punto el
Renacimiento es distinto a ellos; y de serlo ¿Estamos ante meras diferencias
cuantitativas o son factores cualitativos los que permiten ponerle una “R”
mayúscula al del siglo XIV, y dejar con “r” minúscula a las renovatio medievales?
Comenzando por el renacimiento carolino, fue indudablemente un
momento de gran auge de la cultura clásica y de recuperación de la latinidad. El
propio autor señala que “si hoy podemos tener los clásicos latinos en versión
original, se lo debemos sobre todo al tesón y entusiasmo de los copistas
carolingios”. 3 En este caso, la recuperación clásica obedecía a un intento
deliberado de reclamar, por parte de Carlomagno, la herencia de Roma. Más tarde
se pueden identificar un “renacimiento otoniano” y un “renacimiento anglosajón”,
pero quizá el término renacimiento aquí no es del todo acertado, ya que estos
movimientos perseguían objetivos de renovación en todos los sentidos, perno no
una recuperación de la Antigüedad. Por último, en el siglo XII asistimos a la
irrupción de un “protorrenacimiento” –localizado en Francia meridional, Italia y
España– y un “protohumanismo” –ubicado en el territorio norteño y cuyo rasgo
más representativo fue la revalorización del latín culto, tanto en prosa como en
verso–.
Dicho esto, regresamos a la pregunta de partida ¿Se pueden establecer
diferencias entre ellos? Panofsky considera que sí, en tanto en cuanto “los
renacimientos medievales fueron limitados y transitorios; el Renacimiento fue
total y permanente”. 4 Es decir, frente al carácter efímero y parcial del
renacimiento carolino y de la recuperación clásica del siglo XII, el Renacimiento
planteaba una recuperación total del pasado y fue lo suficientemente profundo
como para que la cultura occidental no haya podido ya de dejar de sentir su
permanente influencia. Pero además, Panofsky encuentra distinciones si nos
fijamos en el modo en el que ambos movimientos culturales se aproximaron a la
Antigüedad. Los renacimientos medievales la contemplaban como un pasado
próximo, pero todavía vivo, y del que tomar aquellos elementos que mejor se
adecuasen a la consecución de sus propósitos. Es por ello que hablaron siempre de
renovatio, pero nunca esgrimieron el término rinascere. En cambio, el
Renacimiento se aproximó a la Antigüedad a través de una nostalgia apasionada, a
través de un poderoso afán de recuperación. Para ellos el pasado clásico era algo
ya muerto, sólo susceptible de ser recordado por el espíritu, y que era preciso
revivir para escapar del negro hiato que, en su opinión, representaba la Edad
Media.
Dicho esto pasamos ya a la problemática que se plantea acerca de si el
Renacimiento tuvo un solo foco de aparición –Italia–, o si fueron varios, cada uno

3
Cita en p. 60.
4
Cita en p. 114.
de ellos con unas características propias. Antes de abordar esta cuestión, Panofsky
establece que el Renacimiento sólo pudo surgir de una ruptura firme con la
Antigüedad Clásica. Esta ruptura se produciría en el siglo XIII con el avance del
goticismo y, sobre todo, de la filosofía escolástica. Dado que la escolástica hunde
sus raíces en el pensamiento del filósofo por excelencia de la Antigüedad, como es
Aristóteles, esta afirmación nos parece un tanto controvertida, pero el autor
alemán la explica de la siguiente manera:

“Fue, en efecto, el triunfo mismo de la escolástica, permeando y moldeando todas


las fases de la vida cultural, lo que más que ningún otro factor individual contribuyó a la
extinción de las aspiraciones protohumanísticas: el pensamiento escolástico exigió y creó
un nuevo lenguaje […] que habría horrorizado a los clásicos, como habría de exasperar a
Petrarca, Lorenzo Valla, Erasmo o Rabelais”.5

De este modo, y dada la ruptura con la Antigüedad, el Renacimiento del


siglo XIV sólo pudo surgir abruptamente, a través de un cambio mutacional. Y
además, no se circunscribe únicamente su génesis a la región italiana, sino que
también tuvo una manifestación propia en el Norte europeo, fundamentalmente en
los Países Bajos. Así distinguimos dos fenómenos coincidentes que podemos
catalogar como el ars nova flamenca de Jan van Eyck y de Rogier van der
Weyden; y la buona maniera moderna de Brunelleschi, Donatello y Masacchio.
Ambos movimientos coincidían en una apasionada y afanosa pretensión de
recuperar la Antigüedad y en lo brusco de su aparición, en ese “cambio
mutacional” al que se refería Panofsky. Sin embargo, diferían precisamente en la
“naturaleza y dirección de su energía mutacional”: en el Norte los máximos
cambios se dieron en Música, Pintura y Escultura, apenas llegando el cambio
renacentista a la Arquitectura y otras artes decorativas; por el contrario, en Italia
las más hondas transformaciones las hallamos en Arquitectura, Escultura y
Pintura, mientras que la Música representó un papel sorprendentemente
insignificante en todo este proceso de renovación cultural.


5
Cita en p. 111.

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