Marcela Ternavasio, Cap1

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 6

Marcela Ternavasio.

Historia de la Argentina 1806-1852


Capítulo 1: en la segunda mitad del siglo XVIII, la Corona española puso en marcha una serie
de reformas políticas, administrativas, económicas y militares. En guerras permanentes con
otras potencias, España buscaba superar la crisis que la aquejaba desde tiempo atrás y reforzar
su imperio transoceánico. América se convirtió en un escenario más de las disputas
interimperiales por dominar el Atlántico; en ese marco, en 1776, fue creado el Virreinato del
Rio de la Plata, con capital en Buenos Aires. En 1806 y 1807, fuerzas británicas invadieron la
nueva capital virreinal y ocuparon parte de la Banda Oriental. Si bien la conquista británica
resulto efímera, dejo cómo legado una profunda crisis política e institucional en el Rio de la
Plata.
El Virreinato del Rio de la Plata: el 27 de junio de 1806, la ciudad de Buenos Aires se vio
conmocionada por el avance de una expedición británica dirigida por el comandante Home
Popham y el brigadier William Beresford. La rápida conquista de las tropas inglesas se produjo
treinta años después de que Buenos Aires fuera erigida capital de un nuevo virreinato. En 1776,
la Corona española había ordenado, con carácter provisional, la creación del Virreinato del Rio
de la Plata. Al año siguiente, se dictó el Reglamento de Comercio Libre que habilito al puerto de
la flamante capital virreinal a comercial legalmente con otros puertos americanos y españoles, y
en 1782 se aplicó un régimen de intendencias que reorganizo territorial y administrativamente
todo el nuevo virreinato. Estas medidas formaron parte de un plan general de reformas dispuesto
por la metrópoli, conocidas como “reformas borbónicas”. La dinastía de los Borbones, que
desde comienzo del siglo XVIII era la legitima casa reinante en España, estaba empeñada en
darle un rostro imperial a su monarquía. La gigantesca ampliación de los dominios del rey de
España, obedecía a un proceso de extensión de carácter católico. Sobre esta base se constituyó
la legitimidad de la conquista y el vínculo de todos los reinos con el monarca.
A mediados del siglo XVIII, la Corona se propuso transformar la naturaleza del orden
hispánico. Comenzó a concebirse que ese orden debía ser una monarquía comercial. Con este
viraje se buscaba crear una imagen imperial de la conquista, y reemplazar el lazo de
reciprocidad entre el rey y sus reinos por un tipo de relación que privilegiaba la maximización
de ganancias para la metrópoli a partir de la explotación de los recursos de las ahora
consideradas colonias. Se impulsaron medidas concretas que tuvo consecuencias sobre el
gobierno de América. Entre tales medidas se destaca la impronta militar, reforzar el imperio
transoceánico, constantemente amenazado por la presencia de otras potencias en América, para
eso era necesario fortalecer la defensa militar de los puntos más vulnerables de ese enorme
territorio y garantizar una explotación económica más eficaz con el objeto de sanear la crisis y
el estancamiento que experimentaba la metrópoli. El nuevo diseño político-territorial de todo el
imperio se destacó cómo una de las transformaciones más ambiciosas de la nueva dinastía.
Así fue como, al calor de este clima reformista, la región rioplatense se convirtió en un punto
estratégico. Durante los siglos XVI y XVII, el rincón más austral de los dominios españoles no
había revestido mayor interés para la Corona. Al no poseer riquezas en metales preciosos -que sí
presentaban en abundancia otras regiones como Nueva España y Perú-, el Río de la Plata había
permanecido como una zona marginal dentro del imperio. Pero la manifiesta vocación
expansionista de Portugal sobre el Atlántico sur y la importancia que toda el área asumía para el
comercio marítimo condujo a la metrópoli a reorientar su atención hacia esta región y a crear el
Virreinato del Río de la Plata.
Sin embargo, pese a los orígenes marciales de la nueva jurisdicción político-administrativa, las
invasiones inglesas de 1806 y 1807 dejaron al desnudo la debilidad de las autoridades españolas
para defender sus dominios en América. Las reformas aplicadas durante las tres décadas
transcurridas entre la fundación virreinal y la conquista de las fuerzas británicas revelaron tanto
los notables cambios producidos a escala imperial y regional como sus límites.
Un nuevo mapa para América: con las reformas borbónicas, los dominios españoles en
América pasaron de una organización en dos virreinatos de extensiones inconmensurables
(Nueva España y Perú) a una de cuatro virreinatos (Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río
de la Plata) y cinco capitanías generales (Puerto Rico, Cuba, Florida, Guatemala, Caracas y
Chile). Hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata, todo el territorio de la actual
República Argentina dependió directamente del Virreinato del Perú, con capital en Lima, y
estuvo dividido en dos grandes gobernaciones: la del Tucumán y la del Río de la Plata. En 1776,
el nuevo Virreinato con capital en Buenos Aires reunió las gobernaciones del Río de la Plata,
Paraguay, Tucumán y el Alto Perú, quitándole una amplia jurisdicción a las autoridades
residentes en Lima.
Poco después, con la Ordenanza de Intendentes aplicada en 1782, el Virreinato del Río de la
Plata se subdividió en ocho intendencias: La Paz, Potosí, Charcas y Cochabamba (ubicadas en
el Alto Perú), Paraguay, Salta, Córdoba y Buenos Aires. La Banda Oriental (hoy Uruguay)
permaneció como una gobernación militar integrada al Virreinato, pero con un mayor grado de
autonomía respecto de la sede virreinal. A su vez, esta ordenanza redefinió las jerarquías
territoriales al establecer distintos rangos entre las ciudades: en la cúspide estaba la ciudad
capital de virreinato; le seguían las ciudades cabeceras de las gobernaciones intendencias, a las
que a su vez quedaban supeditadas las ciudades subordinadas; finalmente se ubicaban las zonas
rurales, que no eran más que enormes territorios dependientes de los cabildos de las respectivas
ciudades. Si se toman como ejemplo las gobernaciones intendencias cuyos territorios
corresponden aproximadamente a la actual República Argentina, el escalafón era el siguiente: la
intendencia de Salta tenía su capital en la ciudad homónima y comprendía las ciudades
subalternas de Jujuy, Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán y Catamarca; la de Córdoba
incluía La Rioja, San Luis, San Juan y Mendoza. subordinadas a la ciudad capital de Córdoba; y
la de Buenos Aires tenía jurisdicción en Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. La ciudad de Buenos
Aires era, a la vez, capital virreina} y de su propia intendencia.
¿Qué implicó el nuevo diseño territorial? Con las reformas se buscaba centralizar el poder de la
Corona, reforzar la figura del monarca y asegurar un mayor control de las posesiones
ultramarinas por parte de las autoridades peninsulares. Para eso, se trasladaron funcionarios
directamente desde España con el objeto de limitar el enorme influjo que en las principales
ciudades habían adquirido las familias locales criollas más poderosas. Esta situación de
predominio se debía no sólo a sus grandes riquezas sino también a que estaban vinculadas en
redes de relaciones sociales que les abrían las puertas a cargos y oficios en las principales
corporaciones del mundo colonial, en las que, además, se manejaban con un amplio margen de
autonomía respecto de la Corona. El fuerte contenido militarista de las reformas España intentó
fortalecer su presencia en América a través de plazas militares estratégicamente ubicadas. Por
otro lado, el Reglamento de Comercio Libre de 1778 también busco reforzar este proceso de
centralización. Claro que, más allá de su nombre, estuvo lejos de liberalizar el comercio con las
potencias extranjeras, prohibido por el sistema de monopolio impuesto por España, que sólo
permitía comerciar legalmente a unos pocos puertos americanos con el puerto de Cádiz. Lo
único que habilitó el reglamento fue el comercio directo entre las colonias y con algunos puertos
españoles. Entre los puertos ahora autorizados en América estaba el de Buenos Aires. Se buscó
legalizar el tránsito de mercancías -especialmente de metal precioso hacia la metrópoli para
controlar y maximizados recursos que las colonias debían proporcionar a las arcas de la Corona,
en el marco de una coyuntura de crisis para el imperio y de permanentes guerras con otros
países europeos. La flexibilización del sistema comercial tenía como propósito afianzar aún más
el monopolio existente y reubicar a España como potencia en el escenario atlántico
Los límites del ajuste imperial: Las reformas aplicadas desde fines del siglo XVIII trastocaron
los equilibrios sociales, políticos y territoriales existentes en las áreas afectadas. Los grupos
criollos más poderosos, acostumbrados a tener una fuerte incidencia y autonomía en el manejo
de los asuntos de gobierno a nivel local, se sintieron muy afectados. Algunas ciudades vieron
con malos ojos sus nuevos rangos dentro del diseño territorial borbónico y cuestionaron su
jerarquía de ciudades subalternas o, incluso. no haberse convertido algunas en capitales de
nuevos virreinatos. En muchas regiones, los pueblos indígenas se resistieron a aplicar algunas
de las medidas impuestas por los nuevos funcionarios. El nuevo trato que los habitantes
americanos recibieron por parte de la Corona fue percibido por muchos como humillante, al
comprobar que perdían antiguos privilegios o que eran obligados a aumentar el pago de tributos
a la metrópoli. En algunos casos, las resistencias a las reformas tomaron la forma de revueltas
violentas, como ocurrió con la rebelión liderada en 1780 por Tupac Amaru en Perú.
Ahora bien, las resistencias a las reformas se manifestaron básicamente en las zonas centrales
del imperio en el caso del Río de la Plata, las nuevas medidas venían en muchos sentidos a
favorecer una región hasta ese momento marginal Buenos Aires no sólo se convirtió en sede de
una corte virreinal y de nuevas corporaciones, sino también en un puerto legalizado, donde se
instaló la Real Aduana, favorecido por los negocios y recursos que fluían del circuito mercantil
con eje en el Alto Perú. En la rica región altoperuana estaban ubicadas las minas de plata del
Potosí. A partir de ese momento, la extracción de la plata potosina pasó a solventar gran parte
de los gastos que demandó la instalación y sostenimiento de las nuevas autoridades virreinales.
La nueva capital duplico su población durante las tres décadas que duró el Virreinato y los
grupos mercantiles más poderosos vieron crecer sus riquezas al tiempo que ascendieron hasta la
cumbre de la escala social.
En este sentido, el nuevo mapa político beneficiaba a la capital virreinal, pero a la vez
ensamblaba jurisdicciones muy dispares. El caso del Alto Perú fue por cierto el más clamoroso,
no sólo por haberse desprendido de su tradicional dependencia de Lima, sino fundamenmente
por haber frustrado los sueños virreinales de esa jurisdicción. La erección de una nueva capital
en una ciudad marginal resultó irritante para las regiones que, poseyendo riquezas y entramados
institucionales mucho más densos, pasaban ahora a depender de aquélla.
Este intento de redefinición imperial se produjo en un momento poco propicio para España. La
situación internacional fue tornándose cada vez más complicada, al calor de acontecimientos
que trastocaron tanto el mundo europeo como el americano. La guerra desatada entre las
colonias inglesas y Gran Bretaña, al declarar las primeras su independencia respecto de la
segunda. alineó a Francia y España -tradicionalmente aliadas en contra de Inglaterra- con los
Estados Unidos. Entre 1796 y 1802, las guerras se generalizaron en toda Europa y sus efectos se
hicieron sentir inmediatamente en sus dominios en América. La flota inglesa bloqueó el puerto
de Cádiz y otros puertos hispanoamericanos, lo que afectó de manera sustancial las relaciones
comerciales entre la metrópoli española y sus posesiones americanas. El sistema monopólico
hacía agua por todos lados. ya que la Corona no podía garantizar por sí sola el
aprovisionamiento de sus colonias en medio de los conflictos bélicos. Esto la obligó a otorgar
sucesivas concesiones comerciales a los grupos criollos. a los que se autorizó a comprar y
vender productos a otras potencias y colonias extranjeras. Todo esto se agravó para la metrópoli
en 1805, cuando España -en ese momento aliada de Francia- perdió casi toda su flota al ser
vencida por Gran Bretaña en la batana de Trafalgar. En ese contexto tan conflictivo. el plan
reformista de los Borbones se hundía sin remedio. El intento de centralizar el poder en manos
del monarca y aumentar la eficacia de la explotación económica de las colonias se rendía frente
a las acechanzas tanto externas como internas. Las reformas no pudieron cumplir sus objetivos,
mientras que en algunas regiones ni siquiera pudieron ser aplicadas.
Las invasiones inglesas: Desde fines del siglo XVIII, Gran Bretaña exhibía cada vez más
interés en las colonias hispanoamericanas. Buenos Aires se presentaba como una plaza muy
atractiva, tanto por su importancia geopolítica y comercial al ocupar un lugar estratégico en las
rutas que unían el Atlántico con el Pacífico, como debido a su vulnerabilidad desde el punto de
vista militar. Si bien la creación del Virreinato del Río de la Plata había tenido como principal
objetivo reforzar militarmente la región austral del imperio, la Corona no se ocupó de que tal
refuerzo fuera significativo en términos del envío de tropas regulares y de la organización de
milicias regladas locales.
Se produjeron dos invasiones inglesas al Río de la Plata en los años 1806 y 1807, En la primera,
Popham y Beresford concibieron la captura de Buenos Aires como una alternativa fácil y
promisoria frente al propósito de conquistar nuevos mercados en Sudamérica. Asegurarse bases
militares estratégicas sobre las cuales garantizar su expansión comercial era el principal objetivo
que perseguía Inglaterra en esos años. En relación con la facilidad. de la captura, los mismos
ingleses quedaron sorprendidos al ser recibidos con cierto entusiasmo por las principales
autoridades y corporaciones de la ciudad y al no encontrar serias resistencias militares en su
desembarco. A la escasez de tropas regulares y milicias locales se sumó el hecho de que la
mayoría de las tropas había sido destinada a cuidar la frontera indígena. Los británicos se
apoderaron sin mayores dificultades del Fuerte, mientras la máxima autoridad española, el
virrey Sobremonte, se retiraba hacia Córdoba. En efecto, Sobremonte, frente al inminente
avance de las tropas inglesas, abandonó la ciudad encargándoles a los oidores de la Audiencia
dirigir su última resistencia. Pero ni la Audiencia ni el Cabildo estuvieron dispuestos a enfrentar
un combate dentro del recinto urbano y optaron por rendirse a las fuerzas británicas. El Virrey
se dirigió hacia Córdoba con el propósito de organizar la defensa y proteger las Cajas Reales,
pero debió entregar los caudales a los nuevos ocupantes de la capital, por expreso pedido del
Cabildo de Buenos Aires, según estipulaba la capitulación. Desde Córdoba, el Virrey lanzó una
proclama -remitida a todos los gobernadores intendentes de su jurisdicción-que, en gran parte,
cumplía con los planes acordados por las autoridades metropolitanas en caso de que el flanco
sur del imperio fuera atacado: replegarse a Córdoba e imponer el aislamiento a los invasores
para obligarlos a una pronta retirada. En esa proclama, Sobremonte subrayaba que él no había
"entrado" en la capitulación con los ingleses y que si la "Real Audiencia de Buenos Aires,
Consulado, tribunales y demás, autoridades constituidas en aquella ciudad" lo habían hecho, era
porque estaban "oprimidas por las fuerzas enemigas". Dadas esas circunstancias, el Virrey
declaró a la ciudad de Córdoba capital del Virreinato hasta tanto Buenos Aires volviera al
dominio del Rey.
La reconquista de la capital: Sin embargo, estos primeros intercambios amables y pacíficos
entre autoridades y vecinos de Buenos Aires con los ocupantes británicos no estaban destinados
a perdurar. Durante el mes de julio, la situación de las~ tropas inglesas se volvió más incierta en
la medida en que los refuerzos que Beresford demandaba a Inglaterra tardaban en llegar. La
población porteña se mostró cada vez más inquieta, mientras comenzaban a organizarse milicias
urbanas voluntarias, en forma secreta, con el fin de combatir a los invasores. Los encargados de
organizar las improvisadas tropas de la reconquista fueron el capitán de navío Santiago de
Liniers, francés de origen, pero al servicio de la Corona de España, ]uan Martín de Pueyrredón y
Martin de Alzaga, alcalde del Cabildo de Buenos Aires. Con el objeto de organizar la
reconquista, Liniers y Pueyrredón se trasladaron a Montevideo para obtener el apoyo de su
gobernador, Pascual Ruiz Huidobro, que accedió a darles refuerzos para su empresa. ~
Pueyrredón, de regreso en Buenos Aires a fines de julio, comenzó a reclutar soldados. A
comienzos de agosto, las tropas locales lideradas por Pueyrredón sufrieron una derrota frente a
un destacamento británico. Pero poco después Liniers se embarcó en Colonia para cruzar el Río
de la Plata y, una vez en Buenos Aires, logró dominar los principales accesos a la ciudad para
luego avanzar hacia el Fuerte. Con la llegada de nuevos refuerzos desde Montevideo, las
milicias locales al mando de Liniers convergieron en la Plaza Mayor; en las calles se desato una
lucha encarnizada, que terminó con la derrota de los ingleses. Se estima que estos últimos
sufrieron cerca de ciento cincuenta bajas, mientras que las milicias locales perdieron cerca de
sesenta soldados. El12 de agosto, Beresford elevó una bandera blanca para declarar la rendición.
Si bien la aventura de Popham y Beresford no tuvo por objeto estimular. un plan
independentista en el Río de la Plata, sino lograr la conquista de Buenos Aires. La primera
invasión inglesa dejaba como legado varias novedades. Ante todo, una crisis de autoridad sin
precedentes: no sólo había quedado al desnudo la incapacidad de las fuerzas militares españolas
para defender sus posesiones en el rincón más austral de América, sino también el dudoso
comportamiento de las autoridades coloniales, duramente cuestionado por gran parte de los
vecinos y habitantes de la ciudad. El personaje más criticado fue el propio virrey Sobremonte.
El Cabildo, bajo la presión de parte de las milicias recientemente formadas, debió convocar a un
cabildo abierto dos días después de la reconquista. El cabildo abierto del 14 de agosto tomó una
decisión salomónica: delegar el mando político y militar en manos del héroe de las jornadas,
Santiago de Liniers; si bien el Virrey no había sido destituido, como pretendían muchos, se
trataba de un hecho inédito en el Rio de la Plata, que, sin dudas, dejaba muy desprestigiada a la
autoridad virreinal. Aunque Sobremonte se manifestó agraviado por la medida, ya que se vio
disminuido en sus atribuciones, su descargo no logró modificar la situación. La segunda
novedad fue la convicción de que, frente a la debilidad de las tropas españolas asentadas en el
Río de la Plata, era necesario organizar y reforzar las improvisadas milicias nacidas en 1806
para hacer frente a una eventual invasión o ataque de una potencia extranjera.
El Virrey destituido: El gobierno británico, aún no enterado de la capitulación inglesa en
Buenos Aires, había decidido enviar los refuerzos solicitados por los jefes de la primera
expedición. El primer refuerzo llegó a Montevideo a fines de octubre de 1806 y el oficial a
cargo, al enterarse de la derrota sufrida en Buenos Aires, tomó posesión de la isla Gorriti y de
Maldonado a la espera de un nuevo contingente de soldados para intentar una vez más la captura
de la capital virreinal. En febrero de 1807 Montevideo cayó en manos inglesas y en mayo de ese
año arribó finalmente el refuerzo esperado al mando del teniente general John Whitelocke. A
fines de junio, las tropas inglesas desembarcaron en el puerto de Ensenada para marchar sobre
Buenos Aires. Sin embargo, en los meses que mediaron entre la primera y la segunda ocupación
británica a Buenos Aires, las precarias fuerzas voluntarias creadas por Liniers se habían vuelto
más numerosas y organizadas. Surgieron, así, en una ciudad que apenas sobrepasaba los
cuarenta mil habitantes, escuadrones de criollos que sumaban alrededor de cinco mil y de
peninsulares que alcanzaron a sumar tres mil milicianos. Fue nuevamente Liniers quien se
encargó de organizar estas milicias urbanas sobre la base de un servicio y entrenamiento militar
para todos los vecinos mayores de dieciséis años. Cabe destacar que esas fuerzas, más allá de
estar integradas por peninsulares y criollos, eran locales tanto por su reclutamiento como por su
financiamiento, ya que era el Cabildo de la capital el encargado de solventar gran parte de los
gastos y subsistencia de las tropas.
Con esas fuerzas milicianas, Liniers enfrentó la segunda incursión inglesa a Buenos Aires. A
ellas se sumó la intervención activa del alcalde del Cabildo de la capital, Martín de Alzaga,
Luego de un primer revés sufrido por las tropas de Liniers en Miserere, Alzaga organizó la
defensa de la ciudad levantando barricadas y estimulando a los vecinos no alistados en las
milicias a participar desde sus casas para evitar el avance de las tropas británicas. Estas últimas
marcharon en trece columnas por las estrechas calles de la ciudad, sin sospechar que desde las
casas les arrojarían todo tipo de objetos y proyectiles. Así, pues, luego de una encarnizada lucha
que dejó alrededor de dos millares de bajas en cada uno de los bandos, White1ocke debió
aceptar su derrota y capitular el 6 de julio de 1807, El Cabildo de la capital se consolidaba en su
prestigio y poder, al ser el gran protagonista en la organización de la defensa, y Liniers
reforzaba aún más el apoyo y consenso popular obtenido desde 1806 al estar a cargo de las
milicias finalmente vencedoras.
Las bases políticas se vieron afectadas porque la crisis de autoridad, ya presente durante la
primera invasión, se agudizó con la segunda. Si en 1806 se cuestionó la actitud del Virrey y se
lo obligó a delegar parte de su poder en Liniers, en febrero de 1807, una reunión de
comandantes y vecinos agolpados frente al cabildo presiono para exigir la deposición definitiva
del virrey. Sobremonte fue acusado de abandonar a su suerte a los pobladores de ambas
márgenes del Rio de la Plata al no ofrecer resistencia alguna cuando los ingleses tornaron el
puerto de Montevideo. El clima de agitación obligó al Cabildo de Buenos Aires y a la Audiencia
a reunir una Junta de Guerra. En realidad, se trataba de una Junta sui generis, que se asemejaba
a un cabildo abierto en la medida en que participaron de ella el Cabildo Capitalino, la
Audiencia, el jefe del mando militar, Liniers, jefes y comandantes militares, funcionarios
superiores y algunos vecinos principales. La Junta así constituida decidió suspender en sus
funciones al Virrey y tomarlo prisionero provisoriamente. De esa situación de acefalía salió
beneficiado el jefe de la reconquista. Liniers se convirtió en el personaje de mayor rango
institucional en el Río de la Plata.
El legado de la ocupación británica: Una de las primeras huellas que dejó como herencia la
efímera ocupación británica fue la disputa desatada entre los distintos poderes existentes en la
capital virreinal. El Virrey, en su carácter de interino, no logró frenar los conflictos de intereses
y de poder encarnados por el Cabildo de Buenos Aires, el Cabildo y el gobernador de
Montevideo y la Audiencia. En ellos intervenía ahora un nuevo actor político, nacido durante las
invasiones: las milicias urbanas. Los efectos de la rápida militarización producida en Buenos
Aires en menos de un año fueron múltiples. Por un lado, las milicias vecinales se fueron
convirtiendo en un factor de poder al que las autoridades existentes debieron recurrir para
arbitrar los conflictos. La presencia en la vida pública de estos uniformados portadores de armas
trastocó el escenario habitual de la ciudad, estos mismos competían ahora con los grupos más
encumbrados, funcionarios de alta jerarquía y grandes comerciantes, por prestigio y poder.
El impacto de estos vertiginosos cambios se evidenció también en otros aspectos. Para los
habitantes porteños -e incluso para las propias autoridades locales-que emprendieron la
resistencia frente al invasor británico, la percepción era que la metrópoli los había dejado en una
suerte de abandono al no cumplir con sus originales propósitos de reforzar la defensa de esta
región estratégica. De hecho, las solicitudes de las autoridades virreinales para el envío de
tropas regulares desde la Península eran previas a 1806 y, por cierto, se habían vuelto más
insistentes a partir de junio de ese año. Sin embargo, los hechos ocurridos demostraron que los
verdaderos defensores de la lealtad hacia la Corona española habían sido los habitantes de
Buenos Aires. Este descubrimiento tuvo consecuencias inmediatas. Por un lado, consolidó en
esa coyuntura la comunión de americanos y españoles en la defensa de la integridad del imperio
al que pertenecían; por otro, dio lugar a una crisis institucional sin precedentes. La deposición
del virrey Sobremonte abrió, sin duda, una grieta vertical en el orden colonial rioplatense. No
sólo porque hirió de muerte el prestigio de la máxima autoridad, sino porque privó al Virreinato,
erigido hacía apenas treinta años, del primer eslabón sobre el cual se fundaba la relación de
obediencia y mando en América. Tal acefalía creó a nivel local un marco de incertidumbre
jurídica que dejó a la región en una situación de provisionalidad política y dio lugar a la
emergencia de cierto margen de autonomía por parte de las autoridades coloniales respecto de la
metrópoli.

También podría gustarte