La Mazorca y El Orden Rosista Resumen

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UNIDAD 1. LA MAZORCA Y EL ORDEN ROSISTA.

La construcción rosista, en su versión urbana hubo un elemento llamado el terror. Era una serie de
crímenes políticos que no fueron cometidos por agentes del Estado o por personas que ejercían algún
tipo de actividad pública legal, sino por una suerte de cuerpo parapolicial que se hizo famoso con el
nombre de mazorca. Este articulo examina las razones de la presencia de esa organización casi
exclusivamente en la ciudad y analiza su importancia dentro del orden rosista. Por ello se centra en el
periodo de crisis iniciado en abril de 1838 cuando Francia, que buscaba volver a los primeros planos
de la política internacional a través de empresas en lugares alejados del centro de poder europeo,
decidió boquear el puerto de Buenos Aires tras un incidente diplomático.
ROSAS Y LA CIUDAD: El régimen que encabezaba parecía solido en la campaña, pero estaba
menos consolidado en el ámbito urbano. Por eso, apenas regreso al poder, busco afianzar el régimen
en la ciudad y comenzó a hacerlo a través de la eliminación del disenso y de la competencia política.
Tomo medidas como, quito todo peso hasta entonces importante legislatura provincial, arresto a sus
enemigos del anterior núcleo federal cismático que no habían abandonado la ciudad, despidió a
sujetos para el poco confiables del ejército y administración pública, mando a ejecutar a unos pocos
supuestos conspiradores y también fusilo a 80 indígenas cautivos en un solo día.
Unanimidad total, ese era el objetivo del gobierno, que encargo a la policía, a los jueces de paz y
alcaldes de barrio que aseguraran que ella se cumpliera. Se empezó a controlar con rigor el uso de la
divisa punzo. Aquellos catalogados de unitarios eran vigilados en sus actividades y perdían cualquier
posibilidad de ejercer un cargo público o militar.
Las persecuciones de antipatía hacia el sistema federal empezaron a ser determinantes en decisiones
de la policía sobre cuestiones que no tenían que ver con la política. Si una persona era acusada de un
delito y se agregaba que era sospechoso de unitario o de haber sido federal cismático, esto último era
un poderoso agravante.
Otro modo que eligió Rosas para consolidarse en la ciudad fue afianzar su relación con la población
negra de la ciudad, atendió a sus demandas y proveyendo asistencia a las sociedades africanas. En
1836 derogó una ley que establecía que todo liberto tenía obligatoriamente que ingresar al servicio de
las armas al cumplir 15 años. Los negros porteños lo llamaban “nuestro padre rosas”. Varios de ellos
estaban dentro de una red de contactos plebeyos que manejaba la mujer del Restaurador. La red
funcionaba como una especie de asistencia social privada.
En el proceso de consolidación de un orden en la ciudad, fue importante para rosas obtener el apoyo
de los artesanos, categoría en la que entraba una buena parte de la población masculina. Los artesanos
habían estado entre los grupos menos favorecidos por el librecambio de la década de 1810. Y
presentaron quejas durante los distintos gobiernos. Sin embargo, no consiguieron crear gremios que
tuvieran un peso destacado en la escena política, aunque si generaron una corriente de opinión
favorable al proteccionismo y fuertemente contraria a los extranjeros.
Rosas tomó en cuenta esas posiciones cuando sancionó la ley de Aduana, pero también fue
importante la protección que se hizo a las tareas artesanales, las importaciones de ropa, calzado,
muebles, guitarras y espejos, entre otros productos, recibieron un recargo del 35% sobre su valor, se
prohibió parcial o totalmente la importación de hierro decorativo, objetos de bronce y hojalata, tejidos
y objetos de madera.
El mayor problema del régimen en la ciudad era la elite. El mismo pertenecía a ella, pero contaba con
el apoyo de algunos, de los cuales confiaba en su fidelidad de este puñado de dirigentes. El principal
recurso del gobernador para la aprobación de la elite era el mantenimiento de un orden. Para cuando
el bloqueo francés vino a poner en duda si la política rosista verdaderamente garantizaba ese orden, la
aparente unanimidad empezó a resquebrajarse.
El gobierno podía usar su poder coercitivo ante esos descontentos, apelando a la policía. Rosas estaba
habilitado para hacerlo debido a que contaba con poderes extraordinarios, lo cual le permitía incluso
fusilar a alguno que otro sin un proceso judicial, acción que justificaba por la situación de crisis.
Los vínculos barriales eran fundamentales y quienes tenían años de residencia en una zona podían
conseguir defensores en unos personajes fundamentales de la ciudad como alcaldes de barrio,
tenientes alcaldes, oficiales milicianos, curas y juez de paz. Aun en un periodo en el cual el gobierno
contaba con más poder que el que nunca había tenido, la existencia de tales figuras entrecruzadas
ponía cierto freno a sus maniobras legales. Además, rosas no podía simplemente matar a mansalva a
sus opositores usando sus facultades extraordinarias. Es ahí donde entra en juego, decisivamente, la
mazorca. Esta no tenía limites, nadie podía ponérselos a un cuerpo que actuaba fuera de todo orden,
vinculado solo con la persona de Rosas y con la sociedad Popular Restauradora.
LA MAZORCA: nacida a findes de 1833, estaban dirigidas generalmente por personas de buena
posición social, pero contaron con una importante participación popular, principalmente de artesanos.
Era un club que se afiliaban abiertamente con una facción. La sociedad popular tenía un importante
elemento distintivo: la presencia entre sus integrantes de individuos que no formaban parte de la elite
de Buenos Aires.
La actividad política rutinaria de la sociedad consistía en reuniones de los miembros que se llevaban
a cabo en una sede. Los otros menesteres del club eran principalmente dar muestra de apoyo a Rosas
en distintos contextos: gritaban a su favor en las calles, importunaban a sus enemigos, concurrían a la
Sala de Representantes a presionar a los antirrosistas.
Cuando estalló la crisis, Rosas comenzó a darle órdenes directas a su fiel club de adictos, que se
volvió cada vez menos espontáneo y por momentos se asemejó a una dependencia del gobierno. Las
indicaciones eran vigilar a personas sospechadas de simpatía unitarias o de oposiciones al régimen.
Las demostraciones de adhesión se hicieron más expresivas y la violencia llenó los discursos y de a
poco fue ganando otra vez las calles. La tirante situación provocó un aumento de la membresía de la
sociedad popular restauradora y cambió su perfil social. Cada vez más, eran individuos de lo más
granado de la elite porteña los que solicitaban ser incorporados. En la mayoría de los casos, muchos
miembros de la elite de buenos aires temieron por sus vidas y bienes, y varios de ellos consideraron
que una afiliación a la sociedad popular podía ser un seguro contra cualquier duda acerca de su
fidelidad federal y la gran posibilidad de sufrir una agresión.
La sociedad estaba compuesta por integrantes de la elite como por otros que no pertenecían a ella,
mientras que la Mazorca habría sido más plebeya. En los inicios, los socios tenían un origen menos
lustroso.
Los mazorqueros, eran originalmente miembros de la sociedad popular restauradora, eran federales
decididos. En ocasiones Encarnación le encargaba a la sociedad que hicieran ataques contra las casas
de algunos adversarios políticos, para intimidarlos y obligarlos a exiliarse. Eran miembros de la
sociedad, pero se diferenciaban de los otros socios que no mataban. Había integrantes que podían
hacer amenazas públicas, romper vidrios de las casas o destruir algún objeto o vestimenta de color
celeste. Pero las muertes eran causadas por un pequeño grupo.
Lo que distinguió a los mazorqueros no fue que estuvieran dispuestos a llevar su favor a Rosas hasta
las últimas consecuencias, sino que casi todos ellos eran a la vez parte de la Policía. ¿Cuándo dejaban
de actuar como policías y se volvían mazorqueros? En los momentos en que procedieron por fuera de
las disposiciones o la normativa del departamento de policía, sin ordenes o con indicaciones del
gobernador.
COSECHA ROJA: la clásica animadversión hacia los extranjeros se incrementó rápidamente, en
particular hacia los franceses. Rosas sabía que podía contar con un fuerte apoyo si buscaba abajo en la
escala social. Lo que logro el gobernador fue que el odio popular se encauzara no contra los franceses
residentes en buenos aires, sino en una crítica al rey Luis Felipe, a quienes gritaban mueras por las
calles, y sobre todo a los aliados rioplatenses de los bloqueadores.
La fiesta del 25 de mayo de 1838 fue organizada cuidadosamente, buscando reforzar sus vínculos
hacia abajo, invito a la sociedad africanas que fueron invitados a bailar en la plaza, acto que los
miembros de la elite fueron revulsivos.
A fines de 1838 la situación se clarifico: Corrientes, el Estado Oriental y los agentes franceses
acordaron una alianza para remover el mando de la provincia de Buenos Aires y de toda influencia en
los negocios políticos de la confederación argentina.
Para 1839, el rosismo se enfrentaba al mayor desafío que había tenido hasta entonces. El control se
volvió más obsesivo y los sospechados de ser desafectos al sistema empezaron a mostrarse cada vez
menos en público.
La guerra empezó bien para los rosistas, que vencieron a Corrientes y recibieron la buena noticia de
que la derrota de la Confederación peruano-boliviana a manos de los chilenos ponía fin a la guerra
que las provincias del norte venían librando contra ella. El 25 de mayo se firmó un tratado con Gran
Bretaña prohibiendo el tráfico de esclavos, accediendo a un pedido que los británicos venían
realizando hacía tiempo, buscando reforzar su relación con la mayor potencia como contrapeso a los
franceses y medida que le servía también para afianzar aún más su vínculo con los negros porteños,
quienes demostraron apoyo público por parte de esa comunidad. Pero cuando la tensión en la ciudad
parecía disminuir, el gobierno fue avisado de que allí mismo se conspiraba en su contra.
Muchos eran jóvenes de la elite que habían sido influenciados por la prédica de la Asociación de la
Joven Argentina. Un resultado fue la formación del “club de los Cinco”. Sus objetivos no eran muy
definidos en cuanto a posiciones políticas, no se trataba por el momento de federación ni unidad, sino
de concluir con Rosas.
Los involucrados confiaban en obtener un apoyo masivo, el pueblo estaba sumamente aburrido de la
miseria y la esclavitud. Ramon Maza empezó a buscar el apoyo de los comandantes de los batallones
del ejército regular para asegurar el éxito del levantamiento. La trama no fue guardada con
precaución. Uno de los que fueron convocados a unirse delató todos los planes a Rosas. Pocos
conspiradores fueron arrestados y condenados, por temor de rosas, ya que no era conveniente
descubrir una gran conspiración, lo cual evidenciaría la existencia de muchos descontentos.
Otro personaje incriminado fue el padre de Ramon, Manuel Maza, que seguía ocupando el cargo de
presidente de la Sala de Representantes. Este se mostró partidaria de negociar, pero Rosas estaba
convencido de que él era parte. Se reunió la Sociedad Popular Restaurador y un grupo se dirigió a la
quinta del presidente de la Sala y la asaltó buscando a su propietario. Al día siguiente, Maza se hizo
presente en la Sala, mientras los jueces de paz urbanos encabezaban una movilización que presentó
una petición para que se removiera al presidente de su cargo, por ser el culpable de una revolución
para entregar al país. Maza se sentó en su despacho a firmar su renuncia. Súbitamente ingresaron tres
personas emponchadas, eran los mazorqueros que lo apuñalaron. Horas después su hijo Ramón fue
fusilado por orden del gobernador.
Aquí Rosas parecía ignorar lo ocurrido con el padre. Es muy probable que los asesinos tomaran la
decisión por si mismos o que lo hiciera la Sociedad Popular. Los rosistas temían y no únicamente su
líder. Si bien el gobernador ejercía un poder autocrático eso no implicaba que los manejara como
títeres. El asesinato de Maza fue el primero que hizo la Mazorca desde el inicio de la crisis.
En septiembre de 1839 parecía que la tensión descendía, pero a fines de octubre, en Dolores y
Chascomús se alzaron en armas muchos de los antiguos soportes de Rosas. El levantamiento no llegó
a durar dos semanas y con él fue el último intento realizado en Buenos Aires de terminar con Rosas
hasta 1852.
La oposición había quedado muy debilitada, aunque el gobierno sabía que mientras continuara el
bloqueo francés y Lavalle estuviera en campaña, tendría un aliciente para conspirar. Otro personaje
ligado a los Maza, Andrés Somellera, contó en sus memorias que noviembre de ese mismo año se
encargaba con otros de hacer circular ejemplares del periódico “el grito argentino” una publicación
furiosamente antirrosista editada en Montevideo. Una tarde fue atacado a plena luz del día por el
grupo de los mazorqueros, la población de buenos aires había aprendido a vivir con miedo. Somellera
logro escaparse, en los meses siguientes vivió escondido. Sus compañeros Tiola fue capturado y
fusilado por orden de Rosas y Bustillo fue torturado de tal manera que le llevo meses recuperarse.
Después de eso fue evidente que cualquier actividad política se había vuelto imposible en la ciudad.
Buena parte de la población, de la elite en particular, tendió a encerrarse. La actividad mercantil
estaba casi paralizada por el persistente bloqueo. Por convencimiento o para no ser molestados,
muchos mostraban explícitamente su adhesión al régimen. Si una mujer no concurría a la iglesia con
la divisa punzó bien expuesta, los mazorqueros podían pegarle en su pelo, con alquitrán, un moño
rojo, marcaban un incremento de violencia. Llevar la vestimenta típica de la elite se consolido como
sinónimo de identidad unitaria. El archivo policial de ese año está repleto de clasificaciones de gente
que fue arrestada en función de su ropa o de su barba.
Es destacable que aun durante 1840 muchos porteños siguieran utilizando patillas o no lucieran la
divisa. Quizás ese riesgo se debía a que la guerra no se había definido; Lavalle estaba al mando de un
ejército en Entre Ríos, Fructuoso Rivera había vencido en el Estado Oriental una invasión rosista,
Corrientes había vuelto a expresarse contra el Restaurador y las provincias del norte habían
desconocido su manejo de las relaciones exteriores y habían formado una liga.
En agosto de 1840, Lavalle inició su demorado ataque a Bs. As. En el norte de la provincia consiguió
varias adhesiones, pero comenzaron a hacerse escasas a medida que se aproximaba a la ciudad. En el
caso de aquellos que seguían siendo desafectos al régimen, su pasividad ante la invasión tuvo que ver
con el temor a las represalias si la expedición fracasaba.
Rosas delego el mando a Felipe Arana y salió de la ciudad. Se instalo en Santos Lugares, donde
preparo un ejército para esperar a Lavalle. El 29 de agosto este se detuvo en Merlo, a menos de 20km
de las fuerzas de Rosas. Acampo allí y aguardo. Se entero que nada ocurría en la ciudad y de que el
general Oribe venia de Entre Ríos con refuerzos y emprendió su retirada hacia Santa Fe. Rosas, que
permaneció en Santo Lugares, publico un decreto por el cual se confiscaban las propiedades y los
bienes unitarios. Simultáneamente llego la noticia de que un enviado del rey de Francia habia llegado
a Montevideo para negociar con el Gobernador porteño.
En este clima se desencadeno el terror contra los sospechosos unitarios. Según el ministro Mandeville,
“durante los últimos tres meses, hasta los últimos días no paso una noche, salvo en dos o tres
ocasiones, sin que dos o tres asesinatos no tuvieran lugar”. Echaba la culpa a los actos de la Mazorca.
Tras más de un mes de terror, Mandeville considero que era demasiado y se quejó. Rosas le contesto
que no era difícil contener el furor federal contra los enemigos, pero la matanza se suspendió esa
misma noche.
Durante todo ese periodo, la Sociedad Popular Restauradora se reunia con regularidad, convocaba a
misas por la Santa Causa y organizaba frecuentes guardias de honor para el gobernador.
A fines de octubre de 1840, el ministro Arana habia firmado la paz con el barón de Mackau, enviado
francés. La partida de los franceses dejaba en la deriva a sus recientes aliados. Rosas pudo volcar su
consolidado poderío contra Rivera y Lavalle, contra Corrientes y la Liga del Norte, en todos los casos
con éxito. Sin embargo, cuando su victoria parecía total, en el Litoral las cosas volvieron a ponerse
difíciles. Mientras el interior colapsaba, el general Paz, al servicio del gobierno correntino, derroto a
los rosistas en la batalla de Caaguazú. Por lo que la Mazorca volvió a las calles y mataron unas 20
personas por lo menos.
El horror se ciñó sobre la ciudad, Thomas de Anchorena, preocupado, le escribió a su primo Rosas
que se pasaba el día contestando cartas y recibiendo visitas “que bañadas en lágrimas y llenas de
angustia, horror y espanto vienen suplicando les de algún consuelo o consejo para salvar sus vidas.
Porque han sido avisados por diversos conductos de que cierta e indudablemente intentan matarlos.”
Las razones del renacer de esta violencia las explico en medio de la matanza la esposa de Arana. “las
reuniones federales que usted ha visto aquí son tortas y papel pintado para las que hay ahora, el
exterminio de los salvajes es lo único que se oye como único remedio a la terminación de la guerra
pues ya han desesperado de que la moderación pueda jamás convencerlos”
De 1842, las muertes eran ordenadas por Rosas o es posible que el restaurador solo hubiera dado
libertad de acción a sus fanáticos seguidores y no que les hubiera marcado las víctimas. Los asesinatos
de 1840 fueron para él una forma de descomprimir, aterrorizar a la elite porteña. No bastaba ya con el
uso de la divisa punzó y mostrar una total neutralidad: la sospecha de alguna simpatía unitaria podía
llevar la muerte a la propia casa de los implicados. En 1842, la mazorca parece haber actuado por su
cuenta, ya que la ciudad estaba aquietada y no estaba amenazada por ningún peligro inmediato. La
masacre de abril de 1842 parece haber sido una venganza llevada a cabo por los federales extremos
contra aquellos a quienes volvieron a indicar como unitarios.
La crisis del sistema rosista iba a concluir durante 1842 con el rotundo triunfo rosista en Arroyo
Grande. Los años subsiguientes mostraron a Bs. As. En calma.

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