Reporte de Lectura (Harvey)

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"Sistemas de opresión en Nuestra América a la luz de los aportes de Rita Segato y Silvia Federici"

Díaz Salazar, María Angélica


Reporte de lectura #2

“El ‘nuevo’ imperialismo: acumulación por desposesión”, David Harvey

A lo largo del texto, Harvey expone las vías de supervivencia del capitalismo a pesar de sus
marcadas contradicciones, en especial en torno a los intentos para solucionar la tendencia a
los problemas de sobreacumulación.

La sobreacumulación en un determinado sistema territorial supone un excedente de trabajo


(creciente desempleo) y excedente de capital (expresado como una sobreabundancia de
mercancías en el mercado que no pueden venderse sin pérdidas, como capacidad
productiva inutilizada, y/o excedentes de capital-dinero que carecen de oportunidades de
inversión productiva y rentable. (100)

Para esto, aborda la actitud imperialista y colonialista del capitalismo, al requerir del
desplazamiento espacial y temporal para lidiar con este problema. Así, el texto se enfoca en
esos “crecientes intentos de acumular por desposesión” (100), lo que de manera
contundente señala hacía un nuevo imperialismo.
En torno al desplazamiento tanto espacial como temporal, el texto aborda la necesidad
de generar crédito, de crear un “capital ficticio”, lo que, por supuesto, no está exento de
riesgos. Implica fijar valores en un proyecto no-dado aún. Este desplazamiento, sin
embargo, se atasca en una paradoja; como bien resume Harvey, “el capital (…) crea
necesariamente un paisaje físico a su propia imagen y semejanza en un momento, para
destruirlo luego.” (103).
En torno a las transacciones mercantiles y crediticias necesarias para lidiar con la
sobreacumulación, Harvey señala que “funcionan muy bien en condiciones de desarrollo
geográfico desigual” (104); en este sentido, las carencias, faltas y necesidades de ciertos
capitales se tornan muy útiles para otros, que provocan la devaluación en los territorios más
vulnerables. En cuanto a exportación del capital (y de fuerza de trabajo), se lleva la
acumulación a “nuevos espacios”, donde, a su vez, se suscita la demanda de su producción.
Es muy importante que Harvey recupere a Hegel a partir de la Filosofía del derecho,
porque allí se justifica que la sobreacumulación implica desigualdad, así como comercio y
practicas coloniales e imperiales. Estás vías se exponen como “las únicas posibles” para
evitar la guerra civil. Lo que no puede sostenerse sino a partir de una negación total a
cualquier política de redistribución.
A partir de la noción de que “la forma que asumen las instituciones mediadoras es la
de productoras, a la vez de producto, de la dinámica de la acumulación del capital” (108),
Harvey le da seguimiento a Estados Unidos y su poder sobre instituciones financieras
globales que sostiene la manipulación y debilitación de otras muchas economías más
débiles. Esto nos habla de la finalidad de ser un poder oligopólico (en producción y
consumo) y no de mantener una competencia abierta en el neoliberalismo, donde el “libre
comercio no implica comercio justo” (109) y donde más allá del flujo de crédito, el capital
financiero se ocupa en una actividad improductiva de usar dinero para conseguir dinero.
Como menciona Harvey, la “alianza non sacta entre los poderes estatales y los
aspectos depredadores del capital financiero forma la punta de lanza de un ‘capitalismo de
rapiña’ dedicado a la apropiación y devaluación de activos, más que a su construcción a
través de inversiones productivas” (111). Aquí es donde entra en juego la acumulación por
desposesión, y donde resulta de vital importancia que cuestionemos cómo sigue
constituyendo nuestro día a día, quizá de manera “natural”, la propiedad ajena, la
explotación y el dominio de clases.
El autor insiste que la acumulación originaria no es un problema exterior al sistema
capitalista sino inherente. “Acumulación por desposesión” remite mejor a los procesos,
empezando por la privatización de la tierra, escalando a la supresión de formas de
producción y de consumo alternativas, los procesos coloniales, neocoloniales e
imperialistas, la transformación de la naturaleza en mercancía, la mercantilización de las
formas culturales; en fin, todo sustentado por el poder del estado.
En el texto también se da cuenta de la posición estratégica de E.U.A. en torno al
petróleo y el forzamiento de mercados a abrirse al comercio internacional. Para pensar en la
situación de América Latina, interpela mucho considerar el uso de la deuda “para
reorganizar las relaciones sociales de producción en cada país (…) Los regímenes
financieros internos, los mercados internos y las empresas prósperas quedaron así a merced
de las empresas estadounidenses (…)” (118). Así entendemos la usurpación del mercado
estadounidense dentro de los mercados nacionales.
Por último, plantea la posibilidad de un cambio de hegemonía debido a la enorme
inestabilidad de la economía estadounidense; una redistribución de riquezas y ajustes
temporales internos podrían serle útiles para evitar su desplome, así como la subversión
contra la política neoliberal. Quizá el texto se separe de nosotros por más de diez años, sin
embargo, es bastante pertinente para retratar la actitud estadounidense y darle seguimiento
en su interés a su interés en el petróleo, o a la abierta amenaza de su poder militar.
También es inquietante pensar que en esta depredación entre capitales asoma un
retorno a las distinciones entre civilización y barbarie, “donde los postmodernos, como
guardianes de la conducta civilizada descentrada, esperaran inducir por medios directos o
indirectos la obediencia a las normas universales (léase ‘occidentales’ y ‘burguesas’) y a las
prácticas humanísticas (léase ‘capitalistas’)” (122).
Hannah Arendt señala que “el imperialismo no puede sostenerse por mucho tiempo sin
represión activa, o incluso tiranía interna” (123). Conociendo las prácticas de Estados
Unidos, es irónico pensar que su cultura popular se nutra de una postura anticolonial y
antiimperialista. Quizá esto puede ser un arma de doble filo: Harvey señala que esto quizá
ayude a que la población no acepte “un giro abierto hacía un imperio militarizado” (123).
(Pero, después de todo, tampoco se pudo predecir hasta qué grado su población acabaría
por normalizar la guerra de Vietnam). Sin embargo, también me parece evidente que
alimentar este discurso antiimperialista como parte de la identidad de E.U., es precisamente
lo que permite tanta justificación, invisibilización y permisión en sus prácticas.
Al terminar el texto, Harvey insiste en señalar donde se hallan las potencialidades
positivas, a pesar de que nuestra inmersión en el capitalismo rapaz e imperialista que
expone, nos haga considerar estas opciones con mucho de optimismo o como un horizonte
todavía distante:

Es vital impulsar las alianzas que comienzan a surgir entre estos diferentes vectores de
lucha en tanto en ellas podemos discernir los lineamientos de una forma de globalización
enteramente diferente, no imperialista, que enfatiza el bienestar social y los objetivos
humanitarios asociados con formas creativas de desarrollo geográfico desigual por sobre la
glorificación del poder del dinero (…) por cualquier medio, pero que termina siempre por
concentrarse fuertemente en unos pocos espacios de extraordinaria riqueza. Este
momento puede estar colmado de volatilidad e incertidumbre, pero esto significa que está
también lleno de potencialidades y signado por lo inesperado. (124)

Harvey, David. “El ‘nuevo’ imperialismo : acumulación por desposesión”. Buenos Aires: CLACSO, 2005.

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