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BOLETÍN DE LA FACULTAD DE DERECHO, núm.

28, 2006

HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO


DE CASTRO Y BRAVO

JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

1. LA INTERPRETACIÓN DEL DERECHO

1.1. LA INTERPRETACIÓN DE LA LEY

1.1.1. Objeto

Federico de Castro y Bravo (1903-1983) inicia su estudio sobre la


interpretación, encuadrándola «en el campo del entendimiento, en el
entender de lo expresado y más concretamente en el de la comuni-
cación, presupuesto de la vida social»'. Etimológicamente, interpre-
tar significa mediar, transmitir o hacer que alguien conozca el pen-
samiento de otra persona.
Antes de proceder a su análisis, considera su sentido propio o pri-
mario. El Diccionario de la Real Academia española (Madrid, 3.=*
edición revisada, 1984) establece que interpretar es «explicar el sen-
tido de una cosa y principalmente el de los textos carentes de clari-
dad». En efecto. Castro señala que en primer lugar ha de averiguarse
el sentido expresivo de los signos, sobre todo en aquellos casos en
que los términos se presenten equívocos, dudosos o controvertidos.
En una fórmula clásica de nuestra civilística, recordada por Diez-Pi-
cazo^, sostiene que en todo supuesto de interpretación debe decidir-
se previamente lo que se busca saber, es decir, determinar el sentido

' F. DE CASTRO y BRAVO: «Naturaleza de las reglas para la interpretación de la


ley». Anuario de Derecho Civil, 1978, p. 812.
2 L. DÍEZ-PICAZO y A. GULLÓN: Sistema de Derecho Civil I, Madrid, 7." edi-
ción, 1989, p. 184.

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de lo que se pretende conocer, así como los signos expresivos a con-


siderar como materia de interpretación.
En el ámbito del Derecho, la interpretación engloba tanto a las
normas como a los actos jurídicos. En ambos casos, queda a elección
del intérprete su apego al texto o la estimación de otros datos. Diez-
Picazo añade que no se puede arbitrariamente prescindir de lo que-
rido por el declarante, deteniéndose únicamente el intérprete en lo
que efectivamente declaró, ni indagar el querer interno de modo ex-
clusivo, sin tener presente la expresión usada^. El maestro considera
que la declaración no puede entenderse de modo despersonalizado,
al ser lazo de comunicación y unión entre dos personas.

1.1.2. Sentidos
En sentido estricto (explicatio), interpretar es determinar me-
diante los signos exteriores el mandato contenido en la norma. En
sentido amplio o laxo supone averiguar lo que tiene valor normativo.
Pero esta búsqueda lleva a la doctrina a formularse las siguientes pre-
guntas: dentro de las palabras de la ley, ¿se puede buscar algo más:
una voluntad real, una abstracción dogmática, la ponderación de
unos intereses, lo que el juez crea, lo que el vulgo sienta, una valora-
ción moral y política?, ¿qué medios son los propios, qué autoridades
o personas están encargadas de la función interpretativa y con qué al-
cance y hasta qué límites?.
Estos interrogantes han provocado —según De Castro— la pro-
blemática del método jurídico. Tradicionalmente, la doctrina ha dis-
tinguido entre dos métodos clásicos: el método subjetivo {voluntas le-
gislatoris), «derivado de una concepción carismática del legislador
soberano»"^, y el método objetivo {voluntas legis), «exponente de la
idea de un valor inmanente en la ley»^.
La evolución de las diferentes concepciones que a lo largo de la
historia han aparecido en tomo a la interpretación marca profunda-
mente los planteamientos de ambos métodos.

1.1.3. Teorías
La teoría legalista primitiva {ius strictum), fruto del absolutis-
mo, el despotismo ilustrado y los regímenes republicanos y tiránicos.
' Ibidem, p. 543.
" F. DE CASTRO Y BRAVO: op. cit, p. 813.
' ídem.

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impuso la aplicación de la letra de la ley, sin permitir su interpreta-


ción y comentario. Debido a la excesiva importancia concedida al le-
gislador, poseedor exclusivo de la razón, esta posición no llegó a di-
fundirse.
La teoría de la voluntas legislatoris intentó paliar las deficiencias
en que había incurrido la concepción anterior, fingiendo u n legisla-
dor mítico que todo lo previno y decidió. Conocida antiguamente por
voluntas principis, la doctrina moderna la entendió desde una óptica
psicológica al intentar conocer con detenimiento la personalidad del
legislador. En el año 1574, Plowden la refería en una nota a Egston*,
si bien sus orígenes se remontan a Aristóteles^. Windscheid concretó
su esencia en la búsqueda de la voluntad individual del soberano, En-
necerus la fijó en la voluntad del Parlamento y la Escuela de la Exé-
gesis valoró las palabras del legislador según los trabajos preparato-
rios, exposiciones de motivos y declaraciones. Sin embargo, las
dificultades para encontrar la verdadera voluntad del legislador y la
temporalidad de las leyes contribuyeron a su abandono.
De Castro considera en la misma u n error inicial e insuperable,
puesto que separa al legislador del subdito, «mantiene, con sólo ma-
yor flexibilidad, el pensamiento de la teoría legalista, aisla la activi-
dad legislativa de la vida de la comunidad nacional y cierra los ojos al
hecho de que son las tradiciones, las creencias y las aspiraciones
del pueblo las que animan y dan sentido a la ley»^.
La teoría de la voluntas legis reemplazó a la doctrina de la volun-
tas legislatoris, alegando que la ley podía y debía interpretarse obje-
tivamente, sin trascender de la misma. Varias razones contribuyeron
a su formación, entre ellas la configuración del Estado m o d e r n o
que aconsejó desterrar «el resbaladizo camino de las pesquisas psi-
cológicas», proponiendo u n a voluntad independiente de la mera-
mente legislativa, o la dificultad de la Pandectística alemana para re-
solver las cuestiones de su época según las directrices justinianeas,
abogando por la nueva concepción que favoreció los planteamientos

'' «En orden a formar un juicio justo, cuando la letra de un estatuto deba restrin-
girse y cuando ampliarse por la Equity, es u n buen camino, cuando hojeéis u n esta-
tuto, el suponer que el legislador está presente y que le habéis preguntado la cuestión
que necesitéis conocer tocante a la equidad; entonces, debéis daros tal respuesta
como la que imaginéis que él la hubiera dado si hubiera estado presente».
' «Cuando la ley habla en forma universal y ocurre algo fuera de aquel género uni-
versal, es menester corregir lo que falte, como lo habría hecho el mismo legislador de
haber estado presente o como lo hubiere mandado de haberlo previsto» {Ética a Ni-
cómaco, V, 10).
8 F. DE CASTRO Y BRAVO: Derecho civil de España, Madrid, 1984, p. 449.

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conceptuales. Será esta postura en donde —como dice el maestro—


estribe su mayor defecto al elaborar demasiados conceptos técni-
cos, sin contemplar los principios morales, políticos o sociales. Así,
«se h a n construido en el aire magníficos edificios conceptuales, sin
más utilidad que la de aguzar el espíritu dialéctico»^.
Ninguna de las dos direcciones anteriores pudo explicar «el con-
juro que anima al texto legal y le induce a descubrir su voluntad». En
esta situación, el método dogmático adaptó el método de la ciencia fí-
sica a la jurisprudencia. Clasificando los distintos hechos contem-
plados en las leyes, procedía a encajar u n caso no previsto en u n a de
las categorías de hechos, aplicándose automáticamente las disposi-
ciones correspondientes. De este modo, cualquier cuestión encon-
traba siempre respuesta en alguna de las reglas. Pese a sus aciertos
técnicos, las criticas se centraron en su alejamiento respecto a los cri-
terios valorativos con los que resolver dudas jurídicas o cubrir lagu-
nas legales.
La reacción contra el dogmatismo se materializó en la doctrina
del Derecho Libre (iudex rex), que pretendía liberar al ordenamiento
del culto a la ley y del abstraccionismo sistemático. Este movimiento
partió de la idea de que el Derecho legislado era siempre incompleto
e imperfecto, d a d a la mutabilidad de su sentido. Sus defensores
coincidieron en destacar el papel preponderante del juez en la for-
mación del Derecho, reconociendo su libertad frente a la ley, pero
discreparon al señalar sus poderes y criterios a la hora de juzgar,
abogando unos por su decisión contra legem (Rumpf, Reichel, Co-
sack-Mitteis, Wustendorfer, Isay) y otros restringiendo su deber de
obediencia al texto literal de la ley (Kantorowicz, Fuchs). El artículo
1 del Código Civil suizo (1907) ejemplifica esta posición, al disponer
que al ser insuficientes ley y costumbre, el juez decidirá «según lo
que él hubiera establecido como legislador». Esta declaración, que
obliga al magistrado a dar la solución que corresponda a su convic-
ción política personal, desconoce los principios morales, políticos y
sociales. Así, en la actualidad el juez no está autorizado a juzgar
conforme a su propio criterio, sino que debe decidir «según Derecho
y equidad».

Paralelamente al mismo, surgió la Jurisprudencia de intereses,


promovida por Ihering con el lema «el fin es el creador de todo el De-
recho». Considerando que los hombres actúan a impulsos de sus in-
tereses (apetitos a los bienes de la vida) y crean la convivencia y so-

' ídem, pp. 450-451.

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ciedad humana, entendía las leyes como la resultante matemática de


los intereses materiales, nacionales, religiosos y éticos que luchan
dentro de la comunidad jurídica. El intérprete debe investigar los in-
tereses en conflicto y resolver conforme al partido que tomó el legis-
lador y el grado de predominio que la ley conceda a cada interés. El
mandato de la ley no cambia, razón que lleva a buscar histórica-
mente la valoración de los intereses efectuada por el legislador, a la
que hay que atenerse mientras la ley no se derogue. En su defecto, el
juez decidirá conforme a sus ideales de vida.
Sus mayores méritos radican en la critica razonada hacia el mé-
todo propio del conceptualismo dogmático y su defensa del valor de
la doctrina tradicional sobre la ratio legis. Sin embargo, adolece —se-
gún De Castro— de los defectos de las teorías que le sirven de fuente
(positivismo y método dogmático), puesto que la aplicación de sus
fundamentos reduce la función de la ciencia jurídica a la de «una
maquina registradora de las pesadas de intereses hechas por el le-
gislador» ^°, motivo que impulsa al juez a resolver las lagunas legales.
Para evitar este resultado, se tipifican y clasifican los intereses con
criterios abstractos, creándose de esta forma u n nuevo aparato con-
ceptual. Cuando la ley no resuelve u n caso claramente, se amplían o
reducen los tipos clasificatorios para buscar la solución que se estime
adecuada.
El normativismo señaló la evolución del pensamiento interpreta-
tivo, aunque su dedicación al campo hermenéutico fue nimia. Par-
tiendo de la base de que el Derecho se contiene en la norma, no ad-
mitía que el juez rebasara sus límites, al juzgar praeter o contra
legem. El intérprete está vinculado a la interpretación gramático-ló-
gica, a las leyes del lenguaje y del pensamiento. Según De Castro, su
mayor acierto se materiahza en haber mostrado la confrontación
entre las concepciones positivista e iusnaturalista y la importancia de
la elección entre ambas para llevar a cabo la interpretación.
El pensamiento moderno ha asistido a la división radical de la
doctrina, sin que predomine ninguna tendencia. Se h a n formulado
nuevas teorías, pero no hay uniformidad, aunque la mayoría defien-
da aún las tesis positivistas. Entre las diversas orientaciones figuran
el método dogmático (Ascarelli), Derecho libre (realismo americano),
normativismo (Bobbio), formalismo americano (Cossío), la juris-
prudencia de los intereses (MuUer-Erzbach) o el relativismo (Rad-
bruch, Friedmann). E n suma, se asiste al sincretismo metódico.

'° F. DE C A S T R O Y BRAVO: Compendio de Derecho civil, Madrid, 1957, p. 86.

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La progresiva quiebra del positivismo ha originado el redescubri-


miento por algunos autores modernos (entre ellos Betti, Esser y
Hubmann) de las ideas claves de la concepción cristiana del Derecho:
interpretación finalista y principios superiores extralegales.

1.1.4. Función del intérprete

De Castro indica que incumbe al intérprete investigar el verdade-


ro sentido de la ley, pero nunca imponerla. Su función es por tanto li-
mitada y subordinada", al operar sobre un texto legal emanado de
una fuente del Derecho.
Si el sentido de la ley es controvertido, la decisión adoptada debe
justificarse con argumentos convincentes, ya que el jurista carece de
la auctoritas de los antiguos prudentes'^. Este medio convierte a la in-
terpretación en un arte, en el que operan la dialéctica, tópica, axio-
mática, dogmática y retórica.
Antes de intentar averiguar el sentido de una norma, es preciso
determinar su esencia, lo que se busca a través de los signos que la
exteriorizan. La naturaleza del precepto marca su dirección. De esta
manera, la concepción política dominante adivinará «la intención del
tirano al que hay que complacer, tratará la ley como un oráculo se-
parado de toda realidad, considerarla como un instrumento de do-
minio de una persona o clase o bien considerarla como regla de Jus-
ticia»'^.
Puesto que la ley recibe su autoridad de quien la crea, debe aten-
derse a la voluntad expresada en el mandato, normalmente repre-
sentativa de las intenciones de la comunidad. El fin jurídico consti-
tuye el centro de atención del contenido de la ley en cuanto se dicta
para el bien común y la mejor realización de la Justicia.
La determinación de la norma aplicable es el siguiente paso. Cas-
tro matiza que «encontrar la norma aplicable a un supuesto de hecho
no es solo encajar un caso en un artículo de un Código, es señalar su

" Savigny ya advertía que la teoría de la interpretación se limita a establecer


preceptos y señalar los peligros con los que pueda tropezar. F. K. Von Savigny: Sis-
tema del Derecho romano actual, trad. J. Mesía y M. Poley, cap. IV, & XXXII, I, Ma-
drid, 2.^ edición, Madrid, 1878, p. 186.
'^ Los razonamientos que explican las soluciones ofrecidas por el Digesto y pos-
teriormente por canonistas y legistas pasaron a las colecciones de reglas para la in-
terpretación.
" F. DE CASTRO Y BRAVO: Derecho Civil de España, Madrid, 1984, p. 461.

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puesto en el ordenamiento jurídico» •"*. En su opinión, el positivismo


limitó erróneamente la investigación a la ley, ya que la búsqueda de
la norma aplicable exige sobrepasarla. Una concepción realista del
Derecho debe trascender de la ley.
La ley constituye el núcleo de la estructura jurídica, pero su ubi-
cación en el ordenamiento permite su derogación. Para determinar la
regla aplicable debe partirse de la unidad del ordenamiento, sin que
quepa la aplicación aislada de los preceptos.

1.1.4.1. El procedimiento de interpretación


Toda n o r m a contiene u n sentido jurídico propio, por lo que n o
pueden indagarse las causas que la originaron. Una interpretación
racional obliga a que todo precepto, siendo incluso claro, necesite ser
interpretado. Pero el sentido de la norma resulta de su posición en el
ordenamiento, conllevando a la variabilidad en la interpretación. El
intérprete no debe ceñirse a la letra de la ley. Para llegar a la médula
de su razón, la interpretación de la norma debe perseguir el fin jurí-
dico, tanto inmediato como mediato, puntualización que lleva a con-
siderar a De Castro como único procedimiento, adecuado a la natu-
raleza de la ley, al teleológico. Los criterios gramatical, social, técnico
y lógico contribuyen a desentrañar la ratio legis.
Hernández Gil rebate esta postura, al entender que el procedi-
miento único limita la labor interpretativa, excluyendo otros ele-
mentos reconocidos por el propio De Castro. El ex presidente del Tri-
bunal Supremo establece que el profesor de la Central entiende por
naturaleza de la n o r m a (demandante del único procedimiento), a
las notas esenciales que identifican y caracterizan a la misma, sin dis-
tinguir entre el fin y el procedimiento interpretativo consistente en
inquirir el fin'^.

1.1.4.2. La aplicación de las normas


La aplicación de las normas, en cuanto valoración del sentido de
la norma conforme a los hechos sociales, supone u n a actividad crea-
dora por parte del intérprete al dar sentido, desarrollar y completar la
ley. Aunque sea amplio el margen dejado a la libertad de interpretar,

" ídem, p. 459.


' ' A. HERNÁNDEZ GIL: Obras completas. Metodología de la Ciencia del Derecho
(tomo V), Madrid, 1988, pp. 629-630.

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su actuación debe limitarse en todo momento a los parámetros le-


gales, razón que descarta una aplicación arbitraria.
Esta limitación no debe confundirse con el poder otorgado a cada
órgano jurídico. El catedrático afirma que una sociedad unida bajo
unos mismos principios no admite la rígida contraposición entre
quien dicta la ley y quien la aplica. Al juez no se le concede un poder
arbitrario «para basar sus decisiones en sus particulares sentimientos
ó en sus utópicos ideales de legislador»'*, sino que se le confiere el of-
ficium de cooperar en la realización del Derecho, es decir, su labor
creadora es compatible con la fidelidad a la ley.

1.1.5. Clases de interpretación

Castro distingue varios tipos de interpretación atendiendo a su


origen:

— Interpretación auténtica, ofi^ecida por el legislador.


En boga en otra época, actualmente opera cuando el legislador
corrige la mala redacción de una ley, acota una interpretación equi-
vocada o limita la actuación del intérprete.

— Interpretación usual, efectuada por los Tribunales.


La jurisprudencia del Tribunal Supremo es la única que sienta
doctrina legal, siendo respetable la autoridad de las demás decisiones.

— Interpretación doctrinal, propuesta por los tratadistas.


El prestigio de su autor le confiere su autoridad, pero carece de
importancia.

Según su resultado, se aprecian las siguientes modalidades:

— Interpretación literal.
El sentido del texto es claro y la letra reproduce el contenido.

— Interpretación declarativa.
El sentido literal no resulta claro o las palabras tienen más de un
sentido, por lo que el intérprete precisa el valor de los términos con-

'« F. DE CASTRO Y BRAVO: Derecho Civil de España. Madrid, 1984, p. 465.

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forme al sentido normativo. Puede ser lata (se escoge el significado


más amplio de las palabras) o bien estricta (el más restringido).

— Interpretación critica o correctiva.


Rectifica la letra de la ley para que concuerde con el espíritu del
texto. Puede ser extensiva, cuando la ley se expresa en términos res-
tringidos y es preciso ampliar la letra hasta comprender todos los su-
puestos a los que su finalidad se refiere, y restrictiva, cuando la dis-
posición se expresa en términos excesivamente amplios y es
necesario reducir el alcance de la letra hasta abarcar únicamente
aquellos casos a los que el fin de la ley se refiere'^.

— Interpretación derogatoria (interpretatio abrogans).


La disposición no puede aplicarse en un momento o en circuns-
tancias nuevas y excepcionales, entendiendo en estos casos suspen-
dida su aplicación o su derogación tácita.

1.1.6. Datos utilizados para la interpretación.

A la hora de realizar su labor, los intérpretes se valen de una serie


de orientaciones, aceptándose en general los criterios hermenéuticos
fijados por Savigny.

— Criterio gramatical.
Por sentido gramatical se entiende el más inmediato a su texto, el
que de modo directo resulta de las reglas del buen hablar. La doctri-
na ha considerado que cuando la letra de la ley es clara no hay ne-
cesidad de interpretar (in claris non fit interpretatio), pero Castro no
comparte esta posición, ya que a su juicio nunca basta la interpreta-
ción gramatical. Para saber si la letra es clara hay que atender a su
sentido normativo o finalidad, sin que quepa desviar dicho signifi-
cado con trucos de leguleyo. La letra es el dato más inmediato y el
único directamente autorizado, pero tiene mero valor instrumental al
dar a conocer el sentido de la ley y así la errata, ya sea por equivoca-
ción u omisión, es un error material que debe subsanarse.

" DE CASTRO estableció que se interpreta extensivamente la regla jurídica con-


forme con el Derecho normal o en consonancia con los principios, mientras que
aquella que pertenece al Derecho excepcional y por tanto contra tenorem rationis
será interpretada restrictivamente.

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— Criterio lógico.
La doctrina antigua entendía por interpretación lógica aquella
encaminada a buscar el fin o motivo de la ley, pero los autores mo-
dernos, influidos por el positivismo, la han considerado respecto a las
reglas lógicas, es decir, a la relación formal de las distintas partes de
la n o r m a y las conclusiones obtenidas con el mero razonar lógico.
Actucilmente se reconoce nuevamente el valor fundamental del fin de
las normas, puesto que la lógica es indispensable para la interpreta-
ción, si bien no puede considerarse como simple dato. El Tribunal
Supremo ha realizado las siguientes puntualizaciones:
— El intérprete debe buscar la finalidad verdadera de las leyes
(Sentencias 2 Julio 1926, 26 Noviembre 1929, 3 Diciembre
1946).
— La colaboración en la consecución del fin de la ley, soslayando
u n a interpretación que posibilite su fraude (Sentencias 22
Enero y 27 Noviembre 1947).
— Necesidad de u n a jurisprudencia d i n á m i c a (Sentencias 21
Abril 1926).
— Armonizar y hacer viables los preceptos discordantes.
— La disposición legal debe responder ante el fin supremo de la
Justicia (Sentencias 8 Julio 1940).
— Consideración del carácter de cada n o r m a como guía para la
interpretación.
Las reglas lógicas sirven para dar énfasis a los verdaderos razo-
namientos. Entre otras, la reductio ad absurdum (nadie puede en-
tender las leyes de m o d o que conduzcan a la contradicción y al ab-
surdo), argumento a maiori ad minus (el que pude lo más, puede lo
menos), argumento a minore ad maius (quien no puede lo menos,
tampoco puede lo más), argumento a contrario (la inclusión de u n
caso excluye a los demás).

— Criterio histórico.
Las circunstancias en las que nace u n a ley ayudan a su compren-
sión, pero no vinculan al intérprete, ni su violación supone motivo de
infracción. Se aprecian tanto antecedentes mediatos (ordenamiento
anterior) como inmediatos (trabajos preparatorios), elementos que
serán marginados u n a vez que el ordenamiento cambie y se intro-
duzcan nuevas leyes y principios.

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Los antecedentes inmediatos gozan de cierta autoridad en cuanto


emanados de u n a personalidad que intervino o conoció de cerca la
intimidad de la obra legislativa.

— Criterio sistemático.
Para conocer el significado de una norma, ésta ha de ser valorada
dentro de la totalidad del ordenamiento jurídico y nunca ser consi-
derada aisladamente. El Tribunal Supremo ha insistido en la nece-
sidad de atender a las leyes coetáneas y posteriores a la que debe apli-
carse, sus relaciones de concordancia y al deber de armonizar y
combinar los preceptos.
La enumeración anterior no supone la aplicación separada de
cada uno de los criterios hermenéuticos, puesto que puede darse el
caso de que la letra sea tan clara que soslaye la investigación inter-
pretativa. El Tribunal Supremo ha indicado que conviene completar y
comprobar los resultados de la interpretación literal con el empleo de
los demás elementos racionales, históricos y sistemáticos. Asimismo,
son plenamente admisibles otros datos que puedan dar preferencia a
uno entre varios sentidos posibles, tales como los argumentos de au-
toridad: actividad legislativa, decisiones de los Tribunales, opinión de
los autores, legislación y doctrina extranjera, etc.
Nuevamente, Hernández Gil tilda de pluralista a Castro, cuestio-
nando el calificativo de datos para los criterios interpretativos, al es-
timar que no debe confundirse el uso del dato con el dato como algo
dado y previo a la interpretación. La práctica ha asociado errónea-
mente interpretación a inteligibilidad actual o destinada a la aplica-
ción a u n caso determinado de una norma reputada como dato'^.
De Castro respondía a esta interpretación deformadora, alegando
que en punto a la interpretación no merecía el calificativo de plura-
lista. E n su opinión, el jurista extremeño no había entendido el al-
cance dado a la distinción entre procedimiento de interpretación y
datos utilizados para la interpretación, puesto que si bien el primero
suponía planteada y resuelta la cuestión del método a seguir, los se-
gundos se referían estrictamente a la práctica de la interpretación de
los textos legales, constituyendo las apoyaturas de que sirven jueces,
abogados y comentaristas «para apuntalar sus interpretaciones de las
leyes y convencer de la bondad de sus soluciones»''.

'8 A. HERNÁNDEZ GIL: op. cit, pp. 631-632.


" F. DE CASTRO Y BRAVO: «El pluralismo del profesor De Castro. Comentario a
u n Comentario», Anuario de Derecho Civil. Madrid, 1973, p. 1023.

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JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

1.1.7. Análisis del artículo 3.1 del Código Civil

1.1.7.1. Posición en el ordenamiento español

El artículo 3.1 Código Civil (CC) fija por primera vez en nuestro
ordenamiento u n a serie de criterios orientadores en la tarea del in-
térprete y determinantes en la voluntad del legislador. Anteriormen-
te, el CC había participado del modelo francés defensor de la libertad
del intérprete, mientras la doctrina se valía del esquema savigniano
que aglutinaba elementos muy heterogéneos entre sí. Castro se plan-
tea si el precepto r o m p e con el Derecho anterior o simplemente co-
necta con la opinión c o m ú n doctrinal.
E n principio, parece que se mantuvo la línea continuista. Torral-
b a estableció que el referido precepto recogía los medios de inter-
pretación presentes en los autores españoles, mientras Ogayar aclaró
que el texto reproduce el artículo 2, Base 2.", 1, precepto que ya in-
cluía los datos que pasaron al CC como criterios básicos p a r a la in-
terpretación. Ruiz Vadillo se limitó a transcribirlo conforme a la
doctrina anterior.
Estos datos p r u e b a n como el Preámbulo del CC acomodó el Tí-
tulo Preliminar a la doctrina más autorizada y a la jurisprudencia del
Tribunal Supremo.

1.1.7.2. Naturaleza

El trasvase de los criterios hermenéuticos al CC planteó el posible


carácter imperativo del artículo 3.1. El tiempo de futuro empleado en
el inciso <das palabras se interpretarán según» sostiene esta tesis, si bien
de u n m o d o condicionado al tener el intérprete que atender a los cri-
terios. Sin embargo, la comparación de su letra con la redacción del
artículo 1.7 CC, en el que se dispone que jueces y tribunales tienen el
deber inexcusable de resolver en todo caso los asuntos de que conoz-
can, acogiéndose al sistema de fuentes establecido, indica lo contrario.
Ante este dilema. De Castro opina que de la letra no se desprende
el carácter imperativo del precepto. Los datos de los trabajos legis-
lativos parecen revelar que el legislador intentó aplicar la doctrina co-
m ú n m e n t e aceptada respecto a la interpretación, limitándose a es-
tablecer u n a enumeración de medios utilizables para interpretar la
ley, aunque con cierta novedad en la terminología empleada. Por
esta razón, el maestro concluye que el artículo recomienda u n pro-
cedimiento para llegar más fácilmente a conocer la verdad de la ley.

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En su opinión, este hipotético carácter imperativo conlleva varias


consecuencias procesales. La expresión das normas se interpretarán
en relación a sus antecedentes legislativos» obliga a celebrar en el
proceso u n a prueba en la que se aporten documentos que acrediten
la regulación anterior de la materia en cuestión, demostrando su
práctica la existencia o inexistencia de unos hechos que el legislador
estima como presupuesto de la producción de u n efecto. Así, en la
carga de la prueba, aquel que reclama una obligación debe atestiguar
la existencia del supuesto de hecho de u n a obligación y el que la
opone, su extinción (art. 1214 CC). No obstante, la prueba no opera
en cuanto a los fundamentos de Derecho, por lo que «se deja al ar-
bitrio de las partes, al buen oficio de los abogados, el aducir datos y
argumentos que estimen pertinente en apoyo de sus peticiones; en su
caso, con aportación, por ejemplo, de antecedentes legislativos, tes-
timonios sobre ellos, referencias históricas, citas de autores, de sen-
tencias del Tribunal Supremo y de otros tribunales, de leyes extran-
jeras»^°. C o n s i d e r a n d o q u e el j u e z d e b e a p r e c i a r y j u z g a r los
elementos aptos para facilitar la mejor interpretación de la ley, ha de
rechazar el recibimiento a prueba de la existencia de antecedentes
inútiles, como la solicitud de testigos sobre antecedentes legislativos
o la de peritos respecto a antecedentes históricos.
Algunos autores han destacado que la infracción del referido pre-
cepto constituye objeto de casación. De Castro desmiente esta afir-
mación en base al carácter indicativo del artículo y su condición de
norma auxiliar para la interpretación de cada ley. De este modo —ar-
gumenta— el artículo 1692.1 de la Ley de Enjuiciamiento Civil (1881)
exigía como motivo de casación por infracción de ley que el fallo con-
tuviera violación, interpretación errónea o aplicación indebida de
las leyes, aplicables al caso del pleito. De ahí que el artículo 3.1 no
constituya u n a ley directamente aplicable al caso del pleito, puesto
que su función es la de «guía para interpretar las leyes sustantivas
que hayan de aplicarse»^'.
La casación requiere la aplicación inadecuada de la ley, debiendo
en su interposición formular los motivos —como indica el Tribunal
Supremo— frente al fallo de la sentencia de instancia y no contra los
razonamientos. La ausencia de los criterios interpretativos recogidos
en el artículo 3.1 o bien su empleo deficiente derivaran en infracción
de ley en la medida en que generen u n a interpretación errónea de la

^° F. DE C A S T R O Y BRAVO: «Naturaleza de las reglas para la interpretación de la


ley», Anuario de Derecho Civil, 1978, p. 845.
2' ídem, p. 846.

© UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006 231


JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

ley sustantiva aplicable. La concurrencia de dos motivos de casa-


ción, la infracción de ley interpretativa y la infracción de las pautas
interpretativas —concluye De Castro— es absurda.

2. LA INTERPRETACIÓN DEL NEGOCIO JURÍDICO

E n El negocio jurídico (1967), De Castro presenta algunas carac-


terísticas específicas. Hernández Gil adivinó en ella late u n afán re-
novador de nuestro tiempo «que le afirma y reafirma en sus valores
esenciales contemplados desde la perspectiva de nuestro tiempo, de
u n cambio que es a la vez que transformación, reencuentro, retomo,
fidelidad a las líneas maestras del modelo clásico y n o sólo inclina-
ción innovadora, sobre los grandes soportes: el derecho natural como
ontología definitoria del ser y como ética del comportamiento y la
historia como testigo de lo que dura, evoluciona y en ocasiones pe-
rece».
Pese a considerar al negocio jurídico como categoría dogmática,
fruto de los sólidos cimientos del Pandectismo alemán decimonóni-
co, la experiencia judicial de Federico De Castro determinó su con-
cepción causalista, en especial de los contratos, frente a u n a defensa
formal de la libertad de las personas. E n contra de las opiniones
sustentadas por otros ilustres juristas. De Castro rechazó el negocio
abstracto y la sustantividad del fiduciario.
E n la monografía, aborda los siguientes apartados:
— Doctrina general de la autonomía privada.
— Vicios y defectos del negocio jurídico.
— Doctrina de la causa.
— Causa y relación negocial.
— Negocios anómalos.
— Ineficacia de los negocios jurídicos.
El método empleado fue el escolástico: planteamiento del tema,
repaso histórico del estudio de la cuestión, exposición de las diversas
posiciones y propuestas formuladas tanto por los autores nacionales
como extranjeros, con su correspondiente crítica, posición del Dere-
cho español y exposición de las soluciones que razonadamente va al-
canzando.

232 © UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006


HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO

2.1. ANALOGÍAS Y DIFERENCIAS CON RESPECTO


A LA INTERPRETACIÓN DE LA LEY
Aunque tanto la interpretación de la ley como la interpretación de
los negocios jurídicos se propongan conocer el sentido de una de-
claración expresiva de voluntad, la ley aparece como la principal
fuente jurídica, cuya adecuada interpretación interesa a la comuni-
dad, mientras el negocio jurídico crea u n a regla que opera entre
personas concretas. Esta disparidad funcional se demuestra en el
tratamiento diferenciado que los autores conceden a ambas (así Thi-
baut, Schreier, Betti ó Flume). Asimismo, a diferencia de la infrac-
ción de la ley, que es atendida de oficio y que solamente puede ser
alegada por u n a de las partes y el Ministerio Fiscal, el incumpli-
miento del negocio jurídico no supone motivo de casación.
El negocio guarda estrecha relación con la interpretación, de tal
modo que la solución propuesta para cada u n a de las cuestiones
planteadas con respecto a aquel (valor de voluntad y declaración, al-
cance de los vicios negocíales, la causa), condiciona el alcance de
esta.
Existen dos concepciones del negocio jurídico:

— Formalista.
Considera preponderante la declaración en sentido estricto.
— Espiritualista.
Importa la investigación de la voluntad, a u n siendo presunta o
inducida.

Ya en Roma, la elección entre ambas fue debatida en la causa cu-


ñana^^, en la que, respecto al testamento, se discutía entre la letra o la
presumible intención del testador de haber conocido una circuns-
tancia que no había previsto. La doctrina no se ha pronunciado uná-
nimemente en favor de una de las direcciones, usándolas indistinta-
mente los autores de Derecho Común quienes las tomaron como
instrucciones para la interpretación de testamentos y contratos.

^2 Tomando por encinta a su esposa, un testador declaró heredero a un nasciturus


y como sustituto a Curio, si aquel moría impúber. Fallecido el testador y siendo falsa
su creencia en tomo al embarazo. Curio reclamó la herencia. Coponio, alegando ser el
pariente más próximo del causante y la inconcurrencia de la condición establecida
para que Curio heredase, se sumó a la disputa y pidió los bienes y acciones. El Tri-
bunal de los Decenviros falló en favor de Curio.

© UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006 233


JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

La doctrina ha acudido a la naturaleza específica de cada negocio


(salvo el testamento y los contratos) como criterio hermenéutico, ate-
niéndose cuando no se oponga, a la interpretación de los contratos.
Al precisar el significado de la declaración, debe verse si la con-
ducta negocial intenta influir la conducta de una persona concreta.
En el primer caso, opera la responsabilidad negocial y en el segundo
el lenguaje especial y los usos individuales del declarante. Sin em-
bargo, la extensión de la responsabilidad en base a lo declarado pue-
de tener variado alcance: mientras en la donación y el testamento no
concurre, los negocios con varios declarantes se atienen a la decla-
ración negocial. En aquellos en que se pretenda crear o modificar
una situación de interés público, no será determinante la intención
de los individuos, en cuanto a lo declarado y publicado.

2.2. EL INTÉRPRETE EN EL NEGOCIO


La persona del intérprete resulta determinante en el enfoque her-
menéutico. Así, fi:-ente a terceros interesados, las partes no pueden
después de celebrar un contrato darle el sentido que estimen conve-
niente, sino que han de mantener lo que habían acordado.
El notario debe redactar la escritura de acuerdo con la declara-
ción de voluntad de los otorgantes, interpretando su voluntad y adap-
tándola a las formalidades jurídicas necesarias para su eficacia. Los
funcionarios que conozcan de la validez de los negocios jurídicos han
de calificarla conforme a su sentido.
La interpretación crítica opera en caso de discrepancia, inten-
tando averiguar el sentido de la declaración. Para ello —dice Cas-
tro— deben fijarse los hechos objeto de interpretación y adivinar el
propósito de la conducta del declarante o declarantes, observando a
continuación el tratamiento jurídico de la declaración negocial, ca-
lificando el negocio y reconstruyendo la regla negocial.
En suma, el intérprete debe resolver las cuestiones planteadas so-
bre la búsqueda de la norma y su aplicación al caso. El artículo 6 CC
permite buscar la norma más allá de la ley, que no podrá considerar-
se aisladamente, sino que tendrá el valor y el sentido que le impongan
o reconozcan los principios generales del ordenamiento {ius aequum).

2.3. MÉTODOS DE INTERPRETACIÓN DEL NEGOCIO


Tradicionalmente se ha distinguido entre el método subjetivo o in-
dividual, centrado en la voluntad real, y el método objetivo, técnico o

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HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO

típico que pretende conocer la «voluntad jurídica» (Saleilles). La te-


oría voluntarista defiende la primera orientación, mientras que la de-
claracionista aboga por la segunda. Desechando esta clasificación, De
Castro considera los tipos interpretativos amplio o natural (averi-
guación de la voluntad mediante los signos) y activo o estrecho (li-
mita los datos utilizables). Lejos de rehusar fuentes interpretativas, el
ordenamiento español se acoge al primero.

2.4. FUNCIONES

Las fianciones de la interpretación son:


— La fiínción declarativa trata de descubrir la intención en la de-
claración. Este procedimiento se ve enturbiado cuando la ley
imponga el desconocimiento de determinados datos o cuando
finja la existencia de una voluntad concreta.
— La fiínción complementaria concurre cuando la declaración
resulta insuficiente para reglar debidamente la relación nego-
cial. En este caso, se acude a la voluntad hipotética o inter-
pretación objetiva, presumiendo la intención de un hombre ra-
zonable y prudente si se hubiese previsto la cuestión
planteada, o en su defecto a la integración de la regla negocial
con las normas supletorias (Derecho dispositivo).
— La función reconstructiva actúa en aquellos casos que siendo
excepcionales precisen alterar la regla establecida en la de-
claración. El intérprete debe indagar si es posible inducir una
voluntad favorable al cambio, apoyándose en la conducta ne-
gocial y valiéndose en su caso de presunciones.

2.5. REGLAS HERMENÉUTICAS

La doctrina antigua empleó las reglas romanas de interpretación


mientras los Códigos modernos tomaron las quince pautas de Domat
sobre los convenios, reducidas por Pothier a doce. La Escuela de
Derecho Natural racionalista propuso un elenco para la interpreta-
ción de los tratados, contratos y promesas, sobresaliendo la prolija
enumeración de Grocio. No obstante, su carácter jurídico se ha pues-
to en tela de juicio. Los redactores del BGB estimaron que no eran
propias de un Código al constituir reglas de la lógica, carentes de va-
lor jurídico positivo. El Motivo I, 155 de los trabajos preparatorios es-
tableció al respecto que estos principios son en esencia «reglas del

© UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006 235


JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

pensar sin contenido jurídico positivo: el juez con ellas recibe ense-
ñanzas sobre lógica práctica». Esta posición pasaría a otros Códigos,
entre ellos el suizo de las Obligaciones, helénico ó venezolano (1940).
Parecida consideración merecieron en Francia e Italia al tomarse
como axiomas lógicos o de sentido común^^, aplicándose según el
buen criterio de los jueces, razón que privó de carácter imperativo a
las disposiciones sobre la interpretación. Al igual que el Código egip-
cio (1960), la diversa naturaleza de las reglas para la interpretación
de los convenios (unas con valor imperativo, otras con carácter orien-
tativo) provocó ciertas diferencias entre la doctrina y la jurispru-
dencia del país vecino.
En la actualidad, se acepta su carácter vinculante por ser manda-
to del legislador y remedio frente a la arbitrariedad judicial.
Siguiendo el modelo francés, el CC español contempla solamente
una regla para la interpretación de los testamentos (art. 675) y varias
sobre los contratos (arts. 1281-1289). Castro afirma que estas dispo-
siciones poseen carácter jurídico y vinculante ya que «imponen cri-
terios de política jurídica, deciden imperativamente casos de duda y
ordenan como se han de completar lo establecido en la regla nego-
cial»2^

2,5.1. La interpretación en los contratos

De Castro tipifica a las reglas de interpretación de los contratos en:

— Partidarias de la concepción espiritualista del negocio.


Se requiere el conocimiento de la intención o voluntad del
declarante para la validez del negocio (art. 1289, párrafo 2),
sin limitarse a lo declarado (art. 1282), y la primacía de la in-
tención sobre el sentido literal (arts. 675 y 1281). La parte
que ocasione oscuridad no será favorecida en la interpretación
(art. 1288).
— Ofrecen criterios a la hora de resolver dudas acerca del sentido
de cláusulas o palabras (arts. 1284, 1285, 1286, 1287, 1289).
Son imperativas y vinculantes para el intérprete.

•'^ El Tribunal de Casación galo calificó a las reglas como meros consejos legisla-
tivos dados al juez para interpretar los convenios.
^'^ F. DE CASTRO Y BRAVO: El negocio jurídico, Madrid, 1985, p. 80.

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HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO

— Indican las normas que suplen las omisiones de la regla nego-


cial (arts. 1258, 1287).
Su valor es de Derecho dispositivo.

La voluntad del declarante juega un papel fundamental en el con-


trato. En este sentido, el CC prefiere la intención sobre el sentido li-
teral de las palabras (arts. 675 y 1281), posición mantenida por Pa-
piniano (Digesto 50, 16, 219) y resumida en el aforismo spectanda est
voluntas, dispuesto en el Ordenamiento de Alcalá (1348). En senten-
cia de 24 Noviembre 1962, el Tribunal Supremo establece que «la mi-
sión del intérprete ha de consistir en indagar la verdadera voluntad
de los contratantes».
Este criterio quiebra en caso de claridad del contrato. El artículo
1281 CC se acoge al sentido literal de las cláusulas si los términos no
ofrecen dudas sobre la intención de las partes, si bien prevalece la in-
tención evidente de los contratantes cuando haya aparente contra-
dicción con las palabras. De origen romano^^, este precepto deriva del
artículo 1294 del Proyecto de 1888, tomado a su vez del artículo
1096 del Proyecto de Laurent.
Pese a la claridad de los términos de la declaración, el CC consi-
dera otros datos. Presente en el Derecho romano (D. 18,1,6) y el Pro-
yecto de García Goyena (art. 1019), el artículo 1282 establece que
«para juzgar de la intención de los contratantes, deberá atenderse
principalmente a los actos de éstos, coetáneos y posteriores al con-
trato». La contradicción entre esta norma y el artículo 1281 fue sal-
vada por el Tribunal Supremo en sentencia de 26 Mayo 1965 dicta-
minando que ambos forman un conjunto orgánico, rechazando el
recurso fundado en la limitación a los términos claros sin necesidad
de atender a actos anteriores, coetáneos no posteriores.Luego, en su
decisión de 27 Octubre 1966 tomó falso el axioma in claris non fit in-
terpretatio, pues siempre debía captarse el sentido espiritual de lo di-
cho. Pero el Supremo admite ambos sentidos. En sentencia de 4 Di-
ciembre 1963 se acogió al primero al afirmar que «la investigación
posterior de la intención sólo se justifica cuando de las palabras uti-
lizadas y de las circunstancias atendibles aparezca ya el propósito que
las inspira como contrarias a su manifestación». Otras veces sigue el
criterio espiritualista y en sentencia de 20 Abril 1944 consideró que

^' Como apuntábamos en el estudio De originibus aphorismi in claris non fit in-
terpretado, el origen histórico del artículo 1281 CC se remonta al pasaje «Quum in ver-
bis nuUa ambigüitas est, non debet admitti voluntatis quaestio» (Digesto 32, 25,1), per-
teneciente a Comentario a Neracio, 1, obra del jurisconsulto romano Paulo.

© UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006 237


JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

«la interpretación de contratos y demás actos jurídicos, aunque haya


de partir de la expresión contenida en las palabras pronunciadas o es-
critas, no puede detenerse en el sentido riguroso o gramatical de las
mismas y ha de indagar fundamentalmente la intención de las partes
y el espíritu y finalidad que hayan presidido el negocio».
Asimismo, la voluntad del declarante no debe ser el único dato al
interpretar el negocio jurídico. Por esta razón, el Código Civil consi-
dera varios criterios objetivos:

— Principio de conservación del negocio jurídico.


Las expresiones equívocas deben entenderse en el sentido
mas adecuado para que produzcan efecto (art. 1284).
— En caso de imposibilidad de resolver las dudas, se juzga según la
naturaleza gratuita u onerosa del contrato (art. 1289). Cuando las
palabras tengan varias acepciones se entienden en la más con-
forme a la naturaleza y objeto del contrato (arts. 1258 y 1286).
— La interpretación de las cláusulas oscuras de un contrato no
debe favorecer a quien ocasione la oscuridad (art. 1288).
Su eficacia se ha demostrado en contratos de contenido pre-
establecido y adhesión y en las cláusulas generales de la con-
tratación.

El uso o costumbre del país fija las dudas en caso de ambigüedad


de los términos, supliendo la omisión de las cláusulas que ordina-
riamente suelen establecerse (art. 1287). Los contratantes quedan
obligados a las consecuencias que según la naturaleza del contrato
sean conformes a la buena fe, al uso y a la ley (art. 1258).

2.5.2. La interpretación en el testamento

En cuanto a la interpretación de las disposiciones de última vo-


luntad, la naturaleza del testamento le confiere unas particularidades
específicas. Esta declaración se concibe como un poder del testador
para regular su sucesión a su propio arbitrio (art.667), siendo nulo si
en el otorgamiento no se observan las formalidades establecidas en la
ley (art. 687). Estas dos afirmaciones demuestran su carácter perso-
naP* y su solemnidad.

2^ Por ello, el Derecho romano lo calificó como mentís nostrae y voluntatis nostrae
(Ulpiano20,lyD.28,l,l).

238 © UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006


HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO

En caso de duda sobre el sentido de lo declarado, el artículo 675


aboga por aquello que «aparezca más conforme a la intención del
testador, según el tenor del mismo testamento». Esta exigencia for-
mal se explica al cristalizar la voluntad testamentaria con la muerte
del testador, originando una regla negocial que puede afectar a un
círculo amplio e indeterminado de personas. La documentación su-
ficiente determina el reconocimiento de la disposición testamentaria.
Pero la literalidad no debe entenderse en sentido absoluto, ya que es
posible averiguar la intención del testador mediante la interpretación
lógica y sistemática o bien mediante presunciones. Estas precisiones
ya se contemplaban en los artículos 1761 del Código civil luso y
3384 del Código civil mejicano.

2.5.3. La buena fe
La inclusión del criterio de la buena fe dentro de la interpretación
de los negocios ha sido discutido desde la antigüedad. Amparado se-
gún la doctrina por Pomponio^^, los glosadores señalaron su inefica-
cia dentro de las disposiciones condenatorias del dolo que permitían
rescindir los contratos por lesión. Contrario a esta doctrina. Baldo
apostó en su favor, posición que se reconoce en el cumplimiento, eje-
cución o interpretación de contratos (arts. 247 Código Comercio
1829 y 57 Código Comercio 1885).
Influido por esta dirección, el Proyecto de García Goyena esta-
bleció que la equidad y la buena fe fundamentaban los contratos
(art. 978). El CC no alude a la buena fe, pero en la práctica se admi-
te (el Tribunal Supremo recurre a ella constantemente).
El Tribunal Supremo ha recurrido a ella constantemente, consi-
derando a los principios de responsabilidad y protección a la bona
fide y a la seguridad del comercio decisivos para dar por válidamente
contraído un negocio, aun en caso de divergencia entre la voluntad y
declaración (sentencia 13 Marzo 1952). Asimismo, una recomenda-
ción o súplica del testador a la designada heredera se interpretó como
legado de pensión de alimentos a la anciana, criada de confianza del
testador, a cargo de la hija mejorada (sentencia 15 Diciembre 1920).
En cuanto a la interpretación de la póliza de seguros de una ven-
ta a plazos, el Tribunal consideró que dada la existencia de cláusulas
con nombres de general y especial, del mismo contenido pero con-
tradictorio, debía decidirse «a favor de la cláusula que mejor defina

'" El supuesto en cuestión giraba en t o m o a la fijación del precio en las ventas.

UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006 239


JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

la posición jurídica de las partes y el alcance de los pactos» y que ha-


bía de «reprobarse el subterfugio de emplear para destruir lo pactado
en una cláusula otra que la derogue» (sentencia 19 Noviembre 1966).

2.5.4. Consideraciones d e la doctrina española

La formulación de reglas abstractas n o h a solucionado los pro-


blemas que origina la interpretación de los negocios jurídicos, pues-
to que —como hemos subrayado— en cada caso se presentan con ca-
racteres propios. El valor admonitivo de las disposiciones del CC
sobre interpretación deja u n amplio margen de actuación al intér-
prete y ya en sentencia 23 Febrero 1966, el Tribunal Supremo consi-
deró el carácter especial de estas reglas, imponiendo la propia natu-
raleza de la cuestión que refieren u n ámbito limitado.
Considerando que la interpretación se centra m á s en el resultado
que en la propia aplicación o no aplicación de las reglas presentes en
el CC, el Tribunal S u p r e m o h a estimado que corresponde tínica-
mente al Tribunal de instancia interpretar los contratos. Pero esta fa-
cultad está subordinada a la búsqueda del verdadero sentido del
contrato (art. 1281 CC), así como a los actos (anteriores, coetáneos y
posteriores al contrato), a todas las circunstancias concurrentes y a la
total conducta de los contratantes p a r a juzgar su intención (art.
1282 CC). El primer párrafo del art. 1287 indica u n m o d o para co-
nocer la voluntad presumible de las partes.
Partiendo de postulados contrarios, la doctrina jurisprudencial es-
pañola h a llegado a las mismas conclusiones que la francesa. Así,
coinciden en señalar que las reglas sobre interpretación de los con-
tratos en sentido estricto, contenidas en los Códigos civiles, carecen
de sentido imperativo, n o admitiendo la casación para los recursos
motivados en la infracción de las mismas, puesto que lo que origina
la interposición del recurso es «lo justo o injusto del resultado obte-
nido, respecto a la averiguación del sentido de u n a o de otro, y n o el
medio heurístico p o r el que aquel se haya alcanzado»-^^.

3. LAS LAGUNAS EN LA LEY


Para finalizar el capítulo dedicado a la interpretación jurídica. Cas-
tro dedicó dos apartados al estudio de las lagunas de la ley y la analo-

2* F. DE CASTRO Y BRAVO: «Naturaleza de las reglas para la interpretación de la


ley», Anuario de Derecho Civil, 1978, p. 858.

240 © UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006


HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO

gía. En cuanto a las primeras —afirma— se libra una de las más ar-
dientes entre las batallas doctrinales, radicando el motivo del encono
en que, «bajo la apariencia de una discusión terminológica, se exte-
rioriza la enemiga entre el positivismo legalista y las direcciones que
exigen el reconocimiento de u n Derecho fuera del texto de las leyes »^^.
Las leyes regulan aquellos supuestos más corrientes e importan-
tes, pero nunca llegan a disponer u n régimen para cada caso (causa-
do en general por una redacción incompleta), vacío que el progresivo
cambio de circunstancias obliga a cubrir. Algunos autores h a n bau-
tizado a este fenómeno como lagunas de la ley.
Tanto en Roma (correspondía a magistrados y jurisconsultos com-
pletar la ley), como en la Edad Media (se tenía al Derecho natural por
fuente jurídica inagotable), se consideraba al Derecho defectuoso en
orden a sus imperfecciones y fallos. El horror vacui del Derecho de-
sencadenó la negación del Derecho natural en las escuelas jurídicas.
El método dogmático reconoció que la analogía y el sistema no
bastaban para lograr la perfección del Derecho positivo, acudiendo
por dicho motivo al argumento a contrario, es decir, la inobservancia
de hechos en las leyes no se califica como laguna). Bergbohm tipificó
a este supuesto como cuestión ajurídica que entraba en el espacio va-
cío del Derecho. Por su parte, la doctrina francesa instruía que el juez
había de rechazar la demanda en aquellos supuestos de silencio legal
(Demolombe, Huc, Blondeau, Delisle).
El Derecho libre, contrario a las directrices del método dogmáti-
co, abordó el estudio de las lagunas, a las que dividió en dos tipos,
clasificación con la que la doctrina dejó de perseguir la perfección del
Derecho legal:

— Impropias.
Esta modalidad no conforma una laguna como tal, compren-
diendo aquellos supuestos en que se realizan correcciones
por medio de la analogía o se niega valor jurídico a u n a dis-
posición general negativa.
— Propias.
E n estos casos, la ley dicta una disposición positiva según la
cual se ha de juzgar, pero no concreta la opción dentro de las
varias que ofrece.

2« F. DE CASTRO Y BRAVO: Derecho civil de España, Madrid, 1984, p. 474.

© UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006 241


JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

Las doctrinas modernistas declararon expresamente la existencia de


lagunas en el Derecho, que precisa de decisión judicial en los casos de
insuficiencia o injusticia de la ley. La jurisprudencia de los intereses
adoptó una posición intermedia, al no admitir la perfección del Dere-
cho positivo y reconocer la existencia de casos que requieren del libre
arbitrio del juez. Pero el normativismo, considerando perfecto al or-
denamiento, negó la existencia de lagunas (si el legislador no regula
una situación, existe plena libertad de actuación). Kelsen defendió
que lo jurídico es lo puramente formal, ordenador de la pirámide ju-
rídica de mandatos basados en la voluntad del órgano competente.
El dogmatismo positivista admitió la laguna legal en base al re-
conocimiento de otras fuentes jurídicas que trascienden del ámbito
jurídico estatal. Esta postura reconocía al Derecho natural.
En la actualidad, no existe una doctrina unánime. Sus defensores
reconocen casos en que es preciso salir de la ley y buscar fuera la so-
lución, sus detractores dicen que las lagunas no existen porque el De-
recho se completa a sí mismo mediante la labor judicial. El dilema
queda reducido a una mera discusión terminológica, es decir, el
quid de la cuestión estriba en denominar laguna jurídica a la falta de
ley aplicable. Castro sustituye dicha denominación por imperfec-
ción de la ley o del Derecho, al no aludir a una falta de cantidad, sino
de adecuación. Pero «lo atractivo de su imagen y lo enraizado de su
uso no permiten presumir su abandono»^".
La sucesión en el tiempo de estas teorías contribuyó a la crisis ac-
tual del mundo moderno.

4. LA ANALOGÍA

Consciente del recurso de los libros y la práctica judicial al tér-


mino analogía, el profesor crítica su empleo inexacto y confuso. En-
tre las funciones que se le han encomendado, figuran la de medio in-
terpretativo (argumento a pari ratione), fuente jurídica especial o
procedimiento para auto-desarrollo del Derecho.

4.1. PRECEDENTES HISTÓRICOS


Algunas fuentes romanas han avalado la presencia de la analogía
en el Derecho clásico, al aplicar una regla a casos no previstos por

30 ídem, p. 478.

242 © UNED. Boletín de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2006


HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO

ella, extenderla a supuestos similares o tendentes al mismo resultado.


La glosa la definió como procedam de similibus ad similia, incluyén-
dola entre los procedimientos de interpretar las leyes.
La Escuela de Orleáns potenció esta figura, al sustituir a la deci-
sión del príncipe acerca de una cuestión legalmente no prevista. El
humanista Alciato difundió el axioma ubi eadem ratio, ibique eadem
legis dispositio y Hopper recurrirá a ella al entrar en conflicto dos
normas contradictorias. En la doctrina española, destacaron el padre
Suárez y los tratadistas de Derecho positivo.
Con el surgimiento de la Pandectística alemana, se inaugura una
nueva época. Savigny afirmó que la analogía hacía nacer una nueva
regla jurídica en base a la unidad orgánica del Derecho, siendo un
modo de creación jurídica en que se manifiestaba el Derecho de los
juristas. Esta idea halló eco en Windscheid, al proclamar que la cues-
tión no resuelta por falta de precepto exactamente aplicable, se deci-
día por lo dispuesto expresamente para un caso semejante, en cuanto
hubiese «semejanza de fundamento»: la semejanza de un caso con el
regulado por una ley {analogía legis) o con la regulación de todo el De-
recho {analogía iuris) origina reglas jurídicas emanadas del propio or-
denamiento. Con esta orientación, se negaba la existencia de lagunas
en la ley, soslayando el recurso a los principios del Derecho natural.
La influencia del método dogmático llevó definitivamente al po-
sitivismo a formularla como el medio integrativo por excelencia. De
esta manera, y a diferencia de la interpretación extensiva, aplicable a
todas las leyes, la analogía era impropia para el Derecho.

4.2. NATURALEZA
De Castro advierte que la analogía no debe entenderse en sentido
cuantitativo (proporción matemática), aunque así comenzara a usar-
se en sus orígenes, sino en sentido cualitativo (aplicación de una re-
gla a un caso afín), dirección iniciada con Aristóteles.
En el marco jurídico, la analogía pretende «buscar la solución
para un caso no regulado por la ley, probando si se le puede aplicar
el principio que informa a una disposición legal reguladora de un
caso semejante». La disposición legal es el punto de partida, inqui-
riéndose fuera de ella un fundamento común {ratio iuris) para los ca-
sos previstos y no previstos. Debe comprobarse el principio supuesto
con todos los posibles medios interpretativos y respecto a los distin-
tos datos, procediendo su interpretación una vez encontrado, de la

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JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

que puede resultar inaplicable. Así sucede en los casos de exclusión


de la analogía (disposiciones excepcionales que carecen de carácter
general o especiales con principios de ámbito delimitado).
El sevillano concluye que la analogía no constituye una fuente es-
pecial, sino que es un procedimiento amparado en los principios
generales. No conduce hasta la regla decisoria, sino que indica una
posible solución, obtenida al subsumirse la disposición semejante en
el caso en cuestión.

4.3. APLICACIÓN

Desde tiempos de la glosa, la doctrina se ha preguntado por la fi-


nalidad y el alcance de la aplicación de la analogía^'. Encuadrada en
la presunta voluntad del legislador, la igualdad de intereses pesados
por el legislador ó la fuerza del sistema manifestada en cada ley,
fue definitivamente tomada por costumbre, confundiéndose con los
principios generales del Derecho. De ahí su prohibición por el CC,
salvo que expresamente la preceptúe.
La elección entre la concepción del ius aequum o del ius strictum
determina la aceptación o la inadmisión de la analogía. Austin, par-
tidario del Derecho equitativo, admitía este procedimiento en los si-
guientes términos:
«Quod in re parí valet, valeat in hac qui par est» (part. II, Lect.,
XXIIII Student's edition, p. 294).

En cambio, el Derecho estricto impone la interpretación literal


restrictiva {singularia non sunt extendenda) y el principio a contrario
{inclusio unius, exclusio alterius). Los principios fundamentales de
cada ordenamiento deciden la admisión o rechazo de la analogía.
Tanto en el antiguo como en el moderno Derecho español, pre-
domina la primera concepción^^, sirviendo de base el CC a la inves-
tigación analógica. El Tribunal Supremo así lo ha dispuesto confor-

^' Entre otros autores, Placentino, Juan Bassiano y Accursio.


^^ Solórzano afirma que las leyes se traían «en argumento por vía de símil de unas
a otras y extenderse y ampliarse de casos a casos, todas las veces que su decisión o dis-
posición esté manifiesta en alguna de ellas y corre igualmente su mesma razón» {Po-
lítica indiana, III, 20 fol. 385). La Pragmática de Carlos III de 12 Marzo 1771 ordena la
extensión de la ley por igualdad o equivalencia de razón. La regla decimotercera de las
Disposiciones Transitorias del CC contempla la ftanción de la analogía, evitando con
ello la restricción de su ámbito.

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HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO

me a los principios fundamentales de nuestro Derecho (Sentencias 3


Febrero 1911, 13 Diciembre 1913, 13 Marzo 1916, 24 Junio 1924, 5
Diciembre 1925, 28 Marzo 1944, 21 Junio 1946, 3 Febrero 1947).
El procedimiento no es aplicable a todas las leyes y disposiciones,
al por no poder trascender más allá de su letra o bien por exigirlo su
ratio. Su distinción con respecto a la interpretación marca el límite
de su extensión, coincidiendo De Castro con la opinión mayoritaria
en que tan solo las separa una diferencia de grado. Otros autores han
subrayado la disparidad de funciones: creadora o integradora del
Derecho en la primera, investigación del sentido de la ley en la se-
gunda (Savigny, Windscheid, Regeslberger, Gierke, Ennecerus, Co-
viello, Carnelutti, Castán). El Tribunal Supremo ha señalado que
unas leyes son aptas para la aplicación del principio a pan (ratione),
mientras en otras debe prohibirse la ampliación por analogía o ad-
mitirse su interpretación literal o restrictiva.
De Castro propone la siguiente clasificación de las reglas jurídicas
en orden a su relación con la analogía:

— Reflejan un principio de carácter general, extrapositivo.


La extensión de la regla encuentra su límite en otra regla legal.
— Informadas por un principio de carácter general y origen po-
sitivo.
La regla se extiende por medio de la analogía, siempre que no
se trate de costumbre o principio general aplicable.
— Regla de carácter especial.
Su especialidad limita el ámbito de su ratio, dentro del cual se
permite la analogía.
— Reglas odiosas (sancionadoras, fiscales, excepcionales, oca-
sionales).
Carecen de principios generales y no son aptas para su apli-
cación analógica.

De Castro finaliza su estudio acerca de la interpretación jurídica,


aclarando que el acto de no ampliar un artículo (siempre que no
tenga eficacia analógica) no se traduce en motivo de casación por in-
fracción de ley. Scholten se equivocó al eximir de su conocimiento al
órgano supremo jurisdiccional, precisión viable cuando proteja al De-
recho formulado e inaceptable al comprender, además, a los princi-
pios generales.

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JUAN CARLOS MONTERDE GARCÍA

5. EPILOGO

Toda la obra de Federico de Castro y Bravo responde a su ince-


sante preocupación por la realización de la Justicia. Este objetivo,
que según el maestro obligaba a u n combate continuo, explica su de-
fensa de los valores morales, la prohibición del abuso del Derecho, la
trascendencia de la buena fe o la importancia que tenían los motivos
en la valoración del negocio jurídico. Sus trabajos, su docencia, la di-
rección del Anuario, los seminarios en los que reunía a todo tipo de
profesionales del Derecho o su función al frente de la justicia europea
revelan su enconado interés en el análisis minucioso del Derecho ci-
vil, único Derecho existente, y en concreto en el de España, abordado
tanto desde nuestra historia jurídica clásica como reciente. Entre
otros méritos, la filosofía jurídica española le debe la revitalización
del derecho de la persona.
De Castro obtiene la cátedra a fines de los años veinte, época en la
que, como intelectual español, comparte los planteamientos de la Ge-
neración de 1927. España vivía entonces su Edad de Plata cultural,
iniciada a principios de siglo con las nuevas orientaciones ideológicas
del Novecentismo y del Vanguardismo. Uno de los grandes focos de
saber será la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, en la
que varios docentes formados en la doctrina krauso-institucionista,
cobran prestigio universal en su respectiva disciplina: Joaquín Ga-
rrigues en Derecho Mercantil; Luis Recasens Siches en Filosofía;
Nicolás Pérez Serrano en Político y Administrativo; José De Yan-
guas Messía en Internacional Privado; Galo Sánchez, Román Riaza y
Rafael Altamira y Crevea en Historia; Luis Jiménez de Asúa en Penal;
Jordana de Pozas, Gascón y Marín y Gaspar Bayón y Chacón en La-
boral; Antonio de Luna en Internacional Público y Sánchez Román,
Demófilo De Buen, Felipe Clemente de Diego y Federico De Castro
en Civil.
Después de la Guerra Civil, llegan tiempos de atonía universitaria,
en los que, desde su Cátedra, el profesor analiza los problemas que
sacuden a la sociedad española, de los que hace partícipes a sus
alumnos, entre los cuales figuran abogados, magistrados, registra-
dores, notarios o diplomáticos. E n medio del vacío constitucional,
proclama el respeto a la jerarquía de n o r m a s y disposiciones, recor-
d a n d o que la Ley no expresa la voluntad de u n a persona, en contra
de lo que se pensaba en otro tiempo, sino que manifiesta el querer de
la comunidad.
Firme partidario de la unidad jurídica de España, critica la posi-
ción anticodificadora de Sánchez Román, a la que califica de «des-

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HERMENÉUTICA JURÍDICA EN FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO

tructiva-no colaborativa». En los propósitos del primer Anuario,


plasma su afán en la construcción de una gran ciencia jurídica es-
pañola, que medie entre la idea de Justicia y la realidad jurídica. El
jurista —señala— debe orientarse siempre hacia el sentido más justo
de la ley, guiándose en su función interpretativa por los principios ge-
nerales, válidos para cualquier rama de la ciencia jurídica. Estos ex-
celentes parámetros llevan al juez a tomar una decisión equitativa o
proceder a una correcta extensión de la analogía en su caso.
En Derecho civil de España, reconoce que las ideas del padre Suá-
rez sobre la aplicación e interpretación de la ley habían inspirado los
capítulos de su obra. Las enseñanzas del jesuíta acerca del sempi-
terno caminar de la regla jurídica hacia el Derecho natural infunden
en el profesor de la Central la concepción principialista del Derecho.
De esta manera, surgen en torno al método las diversas interpreta-
ciones del fenómeno jurídico, concepciones que en ningún momento
«deben encadenar la justicia a meros juegos formales».
Este realismo ético le impulsa a conferir un tratamiento, a la vez ri-
guroso y adecuado, a los problemas que aborda, en los que, a modo de
los maestros del Siglo de Oro, profundiza detenidamente, ofreciendo un
amplio aparato bibliográfico: las fuentes del Derecho, las condiciones
generales de la contratación, la autonomía de la voluntad, las cláusulas
compromisorias, la nacionalidad, las Sociedades Anónimas... Pero
esta visión global del Derecho solo está reservada a quienes lo sienten
en su «trágica intensidad actual» y así, desde una óptica cristiana, lo
transmite a sus alumnos en el Madrid de la posguerra.
Esta visión magistral permite a su obra ser un referente obligado
tanto para las presentes como para las futuras generaciones de ju-
ristas que pretendan luchar por un mundo más igualitario, presu-
puesto de una vida en democracia. Nadie como él hubiera interpre-
tado, a la luz de nuestra Carta Magna, alguno de los temas de nuestro
tiempo, tales como el aborto, la violencia conjoigal, las relaciones con
Iberoamérica, la inmigración o la Europa de Maastricht.
Cuando en 1948 escogió como lema para su Anuario uno de los
principios del apóstol San Pablo, Don Federico nos legó para siempre
su mensaje: per arma iustitiae a dextris et a sinistris.

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