Apunte Asignatura de Etica Profesional
Apunte Asignatura de Etica Profesional
Apunte Asignatura de Etica Profesional
2017
Definición: Disciplina que trata de la valoración moral de los actos humanos, además de
conjunto de principios y de normas morales que regulan las actividades humanas.
La ética viene del griego «ethos», el término ética equivale etimológicamente al de moral (del
latín «mos, moris»: costumbre, modo de comportarse); sin embargo, el uso parece asignar a
este segundo término una connotación teológico−religiosa, atribuyendo al primero otra más
filosófica, o bien reserva el de moral para la moral práctica o vivida, mientras que designa con
el de ética la reflexión sistemático−filosófica sobre dicha moral.
Como filosofía moral, la ética habla del comportamiento humano bueno o malo; sin embargo,
también apunta a aquella fuerza moral a la que
Con esta definición tenemos que la Ética posee dos aspectos, uno de carácter científico y otro
de carácter racional.
Con todo, se puede decir que a la Ética le concierne proporcionar las razones por las que
ciertas conductas son buenas y por lo tanto dignas de realizarse, también de argumentar en
contra de conductas malas como el homicidio, la drogadicción, el engaño, el robo, etc.
1. Ética personal: Es la decisión que uno como individuo o como persona realiza para
escoger la opción buena o la opción mala, de acuerdo a los valores y la formación de
cada persona.
2. Ética profesional: La profesión puede definirse como “la actividad personal, puesta de
una manera estable y honrada al servicio de los demás y en beneficio propio, a
impulsos de la propia vocación y con la dignidad que corresponde a la persona
humana”.
3. Ética Cristiana: Según la idea cristiana, una persona es dependiente por entero de Dios y
no puede alcanzar la bondad por medio de la voluntad o de la inteligencia, sino tan solo
con la ayuda de la gracia de Dios. La primera idea ética cristiana descasa en la regla de
Oro.
Lo que quieras que los hombres te hagan a ti, házselo a ellos (Ud.7,12); en el mandato de
amar al prójimo como a uno mismo (lev.19,18) e incluso a los enemigos (ut.5,44), y en las
palabras de Jesús: Dad al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios.
4. Ética Axiológica: Esta corriente confiere al Valor, el puesto central de la teoría ética. Es
bueno aquello que realiza un valor y malo aquello que lo impide. El valor moral de la
persona, radica en los valores objetivos, de carácter positivo o negativo, que encarnan en
su conducta.
Algunos consideran el valor como un ser ideal, otros lo consideran como una cualidad
objetiva que se da en los seres humanos. Los valores plasman ideales de perfección, que el
hombre capta intuitivamente y frente a los cuales se sienten atraídos en orden a una
realización o práctica concreta del mismo. De la percepción del valor, surge el sentido del
deber moral.
Según ellos, él diálogo es el único medio que nos queda para saber si los intereses
subjetivos, pueden convertirse en normas universales. Esta ética se fundamenta en la
autonomía de la persona, que confiere al hombre el carácter de autolegislador, y en la
igualdad de todas las personas, que les da derecho a buscar una normativa universal
mediante el diálogo. Para hacer posible la ética dialógica, todos los miembros de la
comunidad se deben reconocer recíprocamente, como interlocutores con los mismos
derechos y se deben seguir las normas básicas de la argumentación.
Es importante encontrar criterios de carácter general a los que podamos apelar no sólo en las
situaciones de conflicto, sino que ofrezcan una orientación al proyecto global de nuestras
vidas. Los principios pueden parecer casi evidentes; pero son de extraordinaria importancia por
sus consecuencias prácticas y sus conclusiones.
Entendemos por “principio”, una afirmación fundamental, de la que se derivan una serie de
consecuencias o conclusiones. No son algo añadido a la persona, como cualquier calificativo,
sino que fluyen como atributos de su misma realidad y se fundamentan en su naturaleza. Los
principios se caracterizan por lo absoluto de sus exigencias, la universalidad de su validez y la
inmutabilidad de su contenido. (García de Alba, Juan Manuel: Etica Profesional, Págs. 179-180)
1. Principio De Humanización
Va contra este principio aquel que se niega a crecen o que impide el crecimiento de los demás.
Especialmente cuando se trata de lo que hace al hombre más humano. Para entender al
hombre en términos humanos no debemos considerarlo como un problema de física, química o
biología, ni siquiera en términos sociales, económicos o políticos, sino en la raíz de esas
manifestaciones, en su llamamiento (dinamismo) a ser más, cualitativamente, de cuanto es. Se
opone a este principio quien no obra bien, o supone que su acción no lo modifica. (García de
Alba, Juan Manuel: Ética Profesional, Págs. 180-181)
2. Principio De Autonomía
Cada persona (adulta) posee el derecho irrenunciable a determinar y conducir su vida por sí
mismo, y no se le puede privar de vivir una vida plena y autodeterminada. Al actuar se
encuentra en una situación particular, única e irrepetible, que necesariamente influye en su
acción, pero no necesariamente la determina.
3. Principio De Igualdad
Todos los seres humanos son iguales, tienen los mismos derechos y obligaciones, y forman un
todo que podemos llamar familia humana. El axioma: “no hagas a otro lo que no quieras para
ti”, expresa la estricta reciprocidad en las relaciones humanas. Exige una manera de pensar y
de vivir.
Es evidente que la igualdad de que se trata, es una igualdad de naturaleza y de todo lo que de
ella se deriva. El principio de igualdad se opone a las discriminaciones raciales, de religión o de
origen étnico, y la que se basa en la diferenciación sexual. (García de Alba, Juan Manuel: Ética
Profesional, Pág. 180)
4. Principio De Complejidad
5. Principio De Totalidad
Llamamos principio de totalidad a la relación determinante del todo sobre la parte, la cual
podríamos expresar: Donde se verifique la relación de todo a parte, y en la medida exacta en
que se verifique, la parte está subordinada al todo, y éste determina a la parte, por lo que
puede disponer de ella en su propio interés. Tratándose del bien de la persona, para el que este
principio tiene su más adecuada aplicación, el todo trasciende a cualquiera de sus partes y
vale más que la suma de todas ellas. Este principio se fundamenta en la unidad del sujeto que
actúa, para el que su identidad y su existencia son los valores primarios.
Quien se deja dominar por una parte de su vida, sin superarla e integrarla, se opone a la
totalidad de su ser y de su vida, que sobrepasa cualquiera de sus etapas. Si una persona tiene
autoridad o el dominio de una institución, y así presta un servicio, no por eso tiene derecho a
poner cualquier tipo de condiciones, sino sólo aquellas que pida la naturaleza de la institución y
los fines que persiga. Interpreta mal este principio quien no atiende a la naturaleza del todo;
por ejemplo: quien desconoce que la persona no es una parte de la sociedad, o del Estado, y
que estas instituciones no tienen autoridad para ir contra sus derechos fundamentales. (García
de Alba, Juan Manuel: Ética Profesional, Págs. 185-188)
6. Principio De Solidaridad
El principio de solidaridad surge de la naturaleza social del hombre. Esta condición del ser
humano que nace, vive, crece y se desarrolla en sociedad le da también un sentido de
finalidad: la persona está orientada de forma inmediata, al servicio de los demás.
La solidaridad está vinculada a los valores de justicia, libertad, igualdad, participación, etc.;
expresa la condición ética de la vida humana común, y tiene como acción suprema el compartir
y tomar parte. Todos/as tienen derecho a los valores humanos, como la verdad, la libertad, el
desarrollo, la justicia, la paz, etc.
7. Principio De Subsidiaridad
El principio de subsidiaridad, surge del derecho que tienen todas las personas a crecer y a
desarrollar sus facultades y exige que quienes tienen mayor capacidad, autoridad, experiencia
o conocimientos, no asuman los trabajos, las decisiones, las funciones y obligaciones que
pueden ir asumiendo la persona subordinada, porque con eso se impide su crecimiento.
Este principio fundamenta la democracia. Se falta a este principio cuando la autoridad piensa,
decide, y actúa en lugar del subordinado, de tal manera que este llega a aceptar y hasta
preferir que sea otro quien tome las decisiones y responsabilidades que le pertenecen. (García
de Alba, Juan Manuel: Ética Profesional, Págs. 190-191)
IV. Objeto E Importancia De La Ética
Antes de definir el objeto material y el objeto formal de la ética, debemos señalar que muchas
de las acciones que realizamos, se producen sin la representación consciente por nuestra parte
y sin intervención de nuestra libertad. Son acciones, por así decir, que radican en el hombre sin
pertenecerle: "actos del hombre" pero no "actos humanos".
En efecto, hay una gran diferencia entre los "actos del hombre" y los "actos humanos". Los
primeros son actos hechos por el hombre, voluntarios o no. Los segundos son actos propios del
hombre y que, por tanto, provienen de su voluntad libre. Los actos que el hombre realiza
inconscientemente, no comprometen su libertad. Si por ejemplo, uno de estos actos perjudica
a alguien, puedo sentir tristeza, pero no me puedo arrepentir ni sentir remordimiento.
Algo muy distinto sucede cuando, por ejemplo, yo decido materializar, libre y conscientemente,
una acción determinada. En este sentido se trata de un acto estrictamente humano, puesto
que intervienen la voluntad y la libertad. De ahí que el acto moral, implique una referencia a la
fuente de donde emana, a saber; la voluntad libre. En otros términos, obrar humanamente es
obrar libremente; pero obrar libremente es obrar con miras a un fin.
De lo dicho anteriormente, se infiere que el objeto material de la Ética son los actos humanos,
los hábitos o costumbres, el carácter de la persona. La vida, decía Ortega y Gasset, es un qué
hacer, una tarea. El ser humano va haciendo su modo de ser y cuanto mayor sea el número de
actos, tanto mayor la determinación del ser humano: "puede decirse que el ir viviendo o
existiendo consiste en ir haciendo cosas, no sólo materiales sino inmateriales, y al ir haciendo
las unas y las otras, ir haciéndose cada cual a sí mismo; y lo que cada cual va haciéndose es lo
que va siendo" (Aranguren, Op. cit., pág. 395)
Los principios son el conjunto de valores, creencias, normas, que orientan y regulan la vida de
la organización. Son el soporte de la visión, la misión, la estrategia y los objetivos estratégicos.
Estos principios se manifiestan y se hacen realidad en nuestra cultura, en nuestra forma de ser,
pensar y conducirnos. Etimológicamente principio deriva del latín principium 'comienzo,
primera parte, parte principal', literalmente principium es 'lo que se toma en primer lugar'. Se
le puede llamar principio a los valores morales de una persona o grupo.
Un principio es una ley o regla que se cumple o debe seguirse con cierto propósito, como
consecuencia necesaria de algo o con el fin de lograr un propósito. Las leyes naturales son
ejemplos de principios físicos, en matemáticas, algoritmia y otros campos también existen
principios necesarios o que se cumplen sin más o que deberían cumplirse si se pretende tener
cierto estado de hechos.
Los valores son convicciones profundas de los seres humanos que determinan su manera de
ser y orientan su conducta. Los valores involucran nuestros sentimientos y emociones. Valores,
actitudes y conducta están relacionados.
La palabra valores viene del latín “valere” lo que significa “ser fuerte”. Este vocablo alude a
todos aquellos principios que le permiten a los seres humanos mediante su comportamiento
realizarse como mejores personas; es decir son esas cualidades y creencias que vienen
anexadas a las características de cada individuo y que ayudan al mismo a comportarse de una
forma determinada.
Según Merton, las estructuras sociales ejercen una presión definida sobre ciertas personas en
la sociedad induciéndolas a una conducta de rebeldía antes que de conformidad.
La definición de Merton hace hincapié en el desequilibrio entre las metas culturales y las
normas institucionales en una sociedad.
Concibe la anomie como un derrumbe de la estructura cultural que acaece sobre todo cuando
existe una discrepancia aguda entre las normas y metas culturales y las capacidades sociales
estructurales de los miembros del grupo de obrar en concordancia con aquellas. La relación
entre anomie y estructura social puede resumirse como:
1-Exposición a la meta cultural y normas que regulan la conducta orientada hacia la meta.
6-Las tasas de conducta desviada de los distintos tipos manifestada en la topología de los
modos de adaptación.
La conducta desviada sobreviene en gran escala solo cuando un sistema de valores culturales
ensalza virtualmente por encima de todas las demás metas de éxito comunes para la población
en general, mientras que la estructura social restringe con vigor u obstruye por completo el
acceso a los modos aprobados de alcanzar esas metas para una parte considerable de aquella
misma población.
Según Merton existen cinco tipos de adaptaciones a una situación en que los medios legítimos
para alcanzar una meta son inalcanzables para ella:
2-Ritualismo: consiste en abandonar las metas del éxito y de la rápida movilidad social hasta
un punto en que podemos satisfacer nuestras aspiraciones. La persona comparte los medios
pero no se motiva con los objetivos de éxito económico y ascenso social.
3-Rebelión: donde se encuentran las posturas no conformistas con los fines mayoritariamente
aceptados, que proclaman que es posible vivir la vida con arreglo a fines y valores no
individualistas como los que propone el capitalismo estadounidense. Merton cree ver allí el
germen de conductas revolucionarias o rebeldes.
4-La innovación: la persona comparte los fines pero no recorre los mismos caminos sacrificales.
Por ende, “corta camino” y en vez de medios lícitos utiliza medios “eficaces”. Buena parte de la
conducta delictiva se explica en base a este tipo de respuestas a los problemas de ajuste.
5-Los Retirados (Apatía): es el rechazo tanto a las metas culturales como de los medios
institucionales. El individuo se encuentra frustado. No renuncia a la meta del éxito pero adopta
mecanismos de escape, tales como el derrotismo, el quietismo etc. Se da en los individuos
alcohólicos, en los vagabundos, etc.
1. ESTUDIA. - El derecho se trasforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día
un poco menos abogado.
2. PIENSA. - El derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.
3. TRABAJA. - La abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de la justicia.
4. LUCHA. - Tu deber es luchar por el derecho; pero el día que encuentres en conflicto el
derecho con la justicia, lucha por la justicia.
5. SE LEAL. - Leal para con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que
es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando él sea desleal contigo. Leal para con el
juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que tú le dices; y que, en cuanto al derecho,
alguna que otra vez, debe confiar en el que tú le invocas.
6. TOLERA. - Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea tolerada la
tuya.
7. TEN PACIENCIA. - El tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su colaboración.
8. TEN FE. - Ten fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia humana; en
la justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como sustitutivo bondadoso de la
justicia; y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia, ni paz.
9. OLVIDA. - La abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras cargando tu alma
de rencor, llegara: un día en que la vida será imposible para ti. Concluido el combate, olvida
tan pronto tu victoria como tu derrota.
10. AMA A TU PROFESION. - Trata de considerar la abogacía de tal manera que el día en que
tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti proponerle que se haga
abogado.
Introducción
ES PROBABLE que no haya rincón del mundo donde algún abogado no tenga en su despacho
uno de esos textos que, desde el de San Ivo, del siglo XIII, hasta el de Ossorio, del siglo XX, se
vienen conservando en recuadros para expresar la dignidad de la abogacía.
Son decálogos del deber, de la cortesía o de la alcurnia de la profesión. Aspiran a decir en
pocas palabras la jerarquía del ministerio del abogado. Ordenan y confortan al mismo tiempo;
mantienen alerta la conciencia del deber; procuran ajustar la condición humana del abogado,
dentro de la misión casi divina de la defensa.
Pero la abogacía y las formas de su ejercicio son experiencia histórica. Sus necesidades, aun
sus ideales, cambian en la medida en que pasa el tiempo y nuevos requerimientos se van
haciendo sucesivamente presentes ante el espíritu del hombre. De tanto en tanto es menester,
pues, reconsiderar los mandamientos pare ajustarlos a cada nueva realidad.
Hoy y aquí, en este tiempo y en este lugar del mundo, las exigencias de la libertad humana y
los requerimientos de la justicia social constituyen las notas dominantes de la abogacía, sin las
cuales el sentido docente de esta profesión puede considerarse frustrado. Pero a su vez, la
libertad y la justicia pertenecen a un orden general, dentro del cual interfieren, chocan y luchan
otros valores.
La abogacía es, por eso, al mismo tiempo, arte y política, ética y acción.
Como arte, tiene sus reglas; pero éstas, al igual que todas las reglas del arte, no son absolutas,
sino que quedan libradas a la inagotable aptitud creadora del hombre. El abogado está hecho
para el derecho y no el derecho para el abogado. El arte del manejo de las leyes está
sustentado, antes que nada, en la exquisita dignidad de la materia confiada a las manos del
artista.
Como política, la abogacía es la disciplina de la libertad dentro del orden. Los conflictos entre lo
real y lo ideal, entre la libertad y la autoridad, entre el individuo y el poder, constituyen el tema
de cada día. En medio de esos conflictos, cada vez más dramáticos, el abogado no es una hoja
en la tempestad. Por el contrario, desde la autoridad que crea el derecho o desde la defensa
que pugna por su justa aplicación, el abogado es quien desata muchas veces ráfagas de la
tempestad y puede contenerlas.
Como ética, la abogacía es un constante ejercicio de la virtud. La tentación pasa siete veces
cada día por delante del abogado. Éste puede hacer de su cometido, se ha dicho, la más noble
de todas las profesiones o el más vil de todos los oficios.
Como acción, la abogacía es un constante servicio a los valores superiores que rigen la
conducta humana. La profesión demanda, en todo caso, el sereno sosiego de la experiencia y
del adoctrinamiento en la justicia; pero cuando la anarquía, el despotismo o el menosprecio a
la condición del hombre sacuden las instituciones y hacen temblar los derechos individuales,
entonces la abogacía es militancia en la lucha por la libertad.
Arte, política, ética y acción son, a su vez, solo los contenidos de la abogacía. Esta se halla,
además, dotada de una forma. Como todo arte, tiene un estilo.
El estilo de la abogacía no es la unidad, sino la diversidad. Busquemos en la experiencia de
nuestro tiempo al bonus vir ius dicendi peritus, al abogado cuya actividad pueda simbolizar a
todo el gremio, y es muy probable que no lo hallemos a nuestro lado.
Éste es político y ejerce su abogacía desde la tribuna parlamentaria, defendiendo, como decía
Dupin, apenas una causa más: la bella causa del país. Aquél la desempeña desde una pacífica
posición administrativa, poniendo sólo una gota de su ciencia al servicio de determinada
función pública. Aquél otro la honra como juez, en la más excelsa de las misiones humanas.
Aquél la sirve desde los directorios de las grandes empresas, manejan-do enormes patrimonios
y defendiendo los esperados dividendos. El otro se ha situado en la Facultad de Derecho y
desde allí, silenciosamente, va meditando su ciencia, haciéndola progresar y preparando el
vivero para la producción de los mejores ejemplares. Aquél la sirve desde el periodismo y hace
abogacía de doctrina desde las columnas editoriales, alcanzando el derecho, como el pan de
cada día, a la boca del pueblo. El de más allá es, únicamente, abogado de clientela comercial y
sólo se ocupa de combinaciones financieras. Aquél ve cómo la atención de sus intereses
particulares, sus negocios, su estancia, sus inmuebles, le demandan más atención que los
intereses de sus clientes. Aquél otro, que ha conciliado la misión del abogado con la del
escribano, ve cómo la paciencia del notario se ha ido devorando los ardores del abogado. Y
aquél que ejerce solamente la materia penal, en contacto con sórdidos intermediarios,
especulando con la libertad humana para poder percibir su mendrugo, pues sabe que lograda
la libertad se ha despedido para siempre la recompensa; y el que ejerce en las ciudades del
interior y recibe a sus clientes antes de que salga el sol; y el que saca aun la cuenta de sus
primeros asuntos; y el que poco a poco ha ido abandonando sus clientes para reservar su
fidelidad a unos pocos amigos; y el que ya no tiene procurador, ni mecanógrafo, y sube
afanosamente las escaleras de las oficinas en pos del papel que su menudo asunto requiere; y
el magistrado jubilado que vuelve melancólicamente a suplicar la justicia desde el valle luego
de haberla dispensado desde la cumbre; y el que ejerce a la norteamericana, medio abogado y
medio detective; y la joven abogada que defiende los procesos de menores con el ansia
encendida de la madre que un día habrá de ser; y el profesor de enseñanza secundaria que
corre a escuchar un testigo luego de haber disertado sobre la despedida de Héctor y
Andrómaca; y tantos, y tantos, y tantos otros.
Si el precepto no perteneciera ya a la medicina, podría decirse que no existe la abogacía; que
sólo existe una multitud de abogados.
Poco conocido o muy olvidado entre nosotros, un texto de León y Antemio a Calícrates (Código,
2, 7, 14) nos dice de qué manera, ayer como hoy, es la nuestra una magistratura de la
República:
“Los abogados, que aclaran los hechos ambiguos de las causas, y que por los esfuerzos de su
defensa en asuntos frecuentemente públicos y en los privados, levantan las causas caídas y
reparan las quebrantadas, son provechosos al género humano, no menos que si en batallas y
recibiendo heridas salvasen a su patria y a sus ascendientes. Pues no creemos que en nuestro
imperio militen únicamente los que combaten con espadas, escudos y corazas, sino también
los abogados; porque militan los patronos de causas, que confiados en la fuerza de su gloriosa
palabra defienden la esperanza, la vida y la descendencia de los que sufren”.
Así sucede todavía hoy...
1. ESTUDIA
“El derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día
un poco menos abogado”.
Nuestro país, que es joven y de organización unitaria, tiene diez códigos y doce mil leyes, con
varios cientos de miles de artículos. A ellos se suman los reglamentos, las ordenanzas, las
resoluciones de carácter general y la jurisprudencia, que son otras tantas formas de
normatividad. Esas disposiciones, reunidas, se cuentan por millones. Pero el Uruguay es sólo
una provincia, – una de las más pequeñas provincias –, en la inmensa jurisdicción del mundo. Y,
además, el derecho legislado no es todo el derecho.
Aquella escritora que un día, queriendo apresar la atmósfera de Giotto, la tituló La cárcel de
aire, estaba lejos de saber que con esa imagen evocaba de sutil manera la envoltura aérea,
tupida e invisible del derecho.
¿Qué abogado puede abrigar la seguridad de conocer todas las disposiciones?¿Quién puede
estar cierto de que, al emitir una opinión, ha tenido en cuenta, en su sentido plenario y total,
ese imponente aparato de normas?
Además, por si su cantidad fuera poca, ocurre que esas normas nacen, cambian y mueren
constantemente. En ciertos momentos históricos, las opiniones jurídicas no sólo debían
emitirse con su fecha, sino también con la hora de su expedición. El abogado, como un cazador
de leyes, debe vivir con el arma al brazo sin poder abandonar un instante el estado de acecho.
En su caso más difícil y delicado, en aquel en que ha abrumado a su adversario bajo el peso de
su aplastante erudición, de doctrina y de jurisprudencia, su contrincante se limitará a citarle un
articulo de una ley olvidada o escondida. Y entonces, una vez más, como en el apóstrofe de
Kirchmann, una palabra del legislador reducirá a polvo una biblioteca.
Es tal el riesgo de situar un caso en su exacta posición en el sistema del derecho, y tantas son
las posibilidades de error, que uno de nuestros más agudos magistrados decía que los
abogados, como los héroes de la independencia, frecuentemente perecen en la demanda.
Como todas las artes, la abogacía solo se aprende con sacrificio; y como ellas, también se vive
en perpetuo aprendizaje. El artista, mínimo corpúsculo encerrado en la inmensa cárcel de aire,
vive escudriñando sin cesar sus propias rejas y su estudio solo concluye con su misma vida.
4. LUCHA “Tu deber es luchar por el derecho; pero el día que encuentres en conflicto
el derecho con la justicia, lucha por la justicia”.
No solo en los viejos textos se atribuye a la abogacía una significación guerrera. El proceso oral
o escrito con su batalla dialéctica; las ideas de los escritores franceses del siglo XIX que
concebían la acción civil como le droit casque’ et arme’ en guerre y la excepción como un droit
qui n’a plus l’e’pee, mais le bouclier lui reste; el carácter naturalmente belicoso de buena parte
de la humanidad; el endiosamiento de la lucha por el derecho que se hace en el libro
fascinante de Ihering; todo esto y mucho mas, ha hecho que a lo largo de los siglos al abogado
se lo conciba como un soldado del derecho.
Pero la lucha por el derecho plantea, cada día, el problema del fin y de los medios.
El derecho no es un fin, sino un medio. En la escala de los valores no aparece el derecho.
Aparece, en cambio, la justicia, que es un fin en sí y respecto de la cual el derecho es tan sólo
un medio de acceso. La lucha debe ser, pues, la lucha por la justicia.
Los asuntos no se dividen en chicos o grandes, sino en justos o injustos. Ningún abogado es tan
rico como para rechazar asuntos justos porque sean chicos, ni tan pobre como para aceptar
asuntos injustos porque sean grandes.
Por la grave confusión entre el fin y los medios, muchos abogados, aun de buena fe, creen
aplicable al litigio perdido, la máxima medica que aconseja prolongar a toda costa la vida del
enfermo en espera de que se produzca el milagro.
Los incidentes, las dilatorias, las apelaciones inmotivadas, constituyen una confusión de
valores. Podrán todos esos ardides forenses ser eficaces en alguna que otra oportunidad; pero
son justos muy pocas veces. Podrán, en ciertos casos, significar una victoria ocasional; pero en
la lucha lo que cuenta es ganar la guerra y no ganar batallas. Y si en determinado caso, algún
abogado ha ganado la guerra con el ardid, que no pierda de vista que en la vida de un abogado
la guerra es su vida misma y no sus efímeras victorias.
La confusión del fin y los medios podrá pasar inadvertida en algún caso profesional. Pero a lo
largo de la vida entera de un abogado no puede pasar inadvertida.
Día de prueba para el abogado es aquel en que se le propone un caso injusto, económicamente
cuantioso, pero cuya sola promoción alarmara al demandado y deparara una inmediata y
lucrativa transacción. Ningún abogado es plenamente tal, sino cuando sabe rechazar, sin
aparatosidad y sin alardes, ese caso.
Y más grave aún es la situación que nos depara nuestro mejor cliente, aquel rico y ambicioso
cuya amistad es para nosotros fuente segura de provechos, cuando nos propone un caso en
que no tiene razón. El abogado necesita, frente a esa situación, su absoluta independencia
moral. Bien puede asegurarse que su verdadera jerarquía de abogado no la adquiere en la
Facultad o el día del juramento profesional; su calidad auténtica de abogado la adquiere el día
en que le puede decir a ese cliente, con la dignidad de su investidura y con la sencillez
afectuosa de su amistad, que la causa es indefendible.
Hasta ese día, es sólo un aprendiz; y si ese día no llega, será como el aprendiz de la balada
inmortal, que sabía desatar las olas, pero no sabía contenerlas.
5. SÉ LEAL “Sé Leal. Leal para con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que
comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversario, aun cuando é! sea
desleal contigo. Leal para con el juez, que ignora los hechos y debe confiar en lo que
tú le dices; y que, en cuanto al derecho, alguna que otra vez, debe confiar en el que
tú Ie invocas”.
EL punto relativo a la lealtad del abogado reclama rectificar un grave y difundido error. Desde
hace siglos se vienen confundiendo en una misma función la abogacía y la defensa.
Unamuno, en El sentimiento trágico de la vida, escribía estas palabras: “Lo propio y
característico de la abogacía es poner la lógica al servicio de una tesis que hay que defender,
mientras que el método rigurosamente científico pasa de los hechos, de los datos que la
realidad nos ofrece, para llegar o no a la conclusión. La abogacía supone siempre una petición
de principio y sus argumentos son todos at probandum. El espíritu abogadesco es, en principio,
dogmático, mientras que el espíritu estrictamente científico es puramente racional, es
escéptico, esto es, investigativo”.
De esta proposición a la de Vaz Ferreira, cuando afirma en Moral para intelectuales, que la
profesión de abogado es intrínsecamente inmoral , por cuanto impone la defensa de tesis no
totalmente ciertas o de hechos no totalmente conocidos, no hay más que un paso.
El error es grave, porque la abogacía no es dogmática. La abogacía es un arte; y el arte no
tiene dogmas.
La abogacía es escéptica e investigativa. El abogado al dar el consejo, al orientar la conducta
ajena, al asumir la defensa, comienza por investigar los hechos y por decidir libremente su
propia conducta. La abogacía moderna, como la medicina, se va haciendo cada día más
preventiva que curativa; y en esa función el abogado no procede dogmáticamente, sino, por el
contrario, críticamente. El abogado como consejero, no da argumentos ad probandum sino ad
necessitatem; y estos no son sistemáticos ni corroborantes, sino que se apoyan sobre los datos
que, necesariamente, suministra la realidad.
Lo que sucede es que el abogado, una vez investigados los hechos y estudiado el derecho,
acepta la causa y entonces se trasforma de abogado en defensor.
Entonces sí, sus argumentos son ad probandum y su posición es terminante y se hace enérgico
e intransigente en sus actitudes. Pero esto no ocurre por inmoralidad, sino por necesidad de la
defensa. Antes de la aceptación de la causa, el abogado tiene libertad para decidir. Dice que sí
y entonces su ley ya no es más la de la libertad, sino la de la lealtad.
Si el defensor fuera vacilante y escéptico después de haber aceptado la defensa, ya no sería
defensor. La lucha judicial es lucha de aserciones y no de vacilaciones. La duda es para antes y
no para después de haber aceptado la causa.
La lealtad del defensor con su cliente se hace presente en todos los instantes y no tiene más
límite que aquel que depara la convicción de haberse equivocado al aceptar. Entonces se
renuncia la causa, con la máxima discreción posible, para no cerrar el paso al abogado que
debe reemplazarnos.
El día máximo de esa lealtad es el día de ajustar los honorarios; ya que lo grave de la defensa
es que, instantáneamente, de un día para otro, la fuerza de las cosas trasforma al defensor en
acreedor. Y ese día no es posible lanzar al suelo el escudo para que el cliente lo tome en
resguardo de su nuevo enemigo. Sobre este punto, los Mandamientos no tienen enunciaciones.
Pertenece al fuero de la conciencia. Ya lo decía Montaigne: la perfecta amistad es indivisible.
En cuanto a la lealtad para con el adversario, cabe en esta simple reflexión: si a las astucias del
contrario y a sus deslealtades correspondiéramos con otras astucias y deslealtades, el juicio ya
no sería la lucha de un hombre honrado contra un pillo, sino la lucha de dos pillos.
¿Y en cuanto a la lealtad frente al juez? También aquí es necesario rectificar.
Ossorio, en su libro famoso, hace una distinción en punto a los deberes del abogado para con
el juez. Respecto de los hechos, considera él que el juez esta indefenso frente al abogado.
Como los ignore, forzosamente debe creer de buena fe en lo que el abogado le dice. Pero en
cuanto al derecho, no ocurre lo mismo. Allí actúan en pie de igualdad, porque el juez sabe el
derecho: y si no lo sabe, que lo estudie.
¿Será así? Es muy probable que no. El abogado dispone, para estudiar el derecho aplicable a
un caso, de todo el tiempo que desea. Pero el juez, víctima de una tela de Penélope que él teje
de noche y su secretario desteje de día, suministrándole sin cesar asuntos y más asuntos, no
dispone de ese tiempo. Y lo mismo ocurre con el juez honradamente pobre, que no puede
comprar todos los libros que se publican; o con el que ejerce lejos de las grandes ciudades
donde se hallan las buenas bibliotecas; o con el que no puede tener contacto con profesores y
maestros para plantearles sus dudas; o con el que carente de salud, no puede afanarse en la
lectura todo lo que su pasión le demanda. En esos casos una cita deliberadamente trunca, una
opinión falseada, una traducción maliciosamente hecha, o un precedente de jurisprudencia
imposible de fiscalizar, constituyen gravísima culpa.
Una rara filiación etimológica liga ley y lealtad. Lo que Quevedo decía del español, que sin
lealtad más le vale no serlo, es aplicable al abogado. Abogado que traiciona a la lealtad, se
traiciona a sí mismo y a su Ley.
6. TOLERA “Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quieres que sea
tolerada la tuya”.
Este punto es profundo y delicado. Ser a un mismo tiempo enérgico, como lo requiere !a
defensa y cortés como lo exige la educación; práctico, como lo pide el litigio, y sutil como lo
demanda la inteligencia; eficaz y respetuoso; combativo y digno; ser todo esto tan opuesto y a
veces tan contradictorio, a un mismo tiempo, y todos los días del año, en todos los momentos,
en la adversidad y en la buena fortuna, constituye realmente un prodigio.
Y sin embargo, la abogacía lo demanda. ¡Ay de aquel que la ejerce con energía y sin educación,
o con cortesía y sin eficacia!
Para conciliar lo contradictorio no hay más que un medio: la tolerancia. Ésta es educación e
inteligencia, arma de lucha y escudo de defensa, ley de combate y regla de equidad.
Aunque parezca un milagro, lo cierto es que en el litigio nadie tiene razón hasta la cosa
juzgada. No hay litigios ganados de antemano, por la sencilla razón por la cual Goliat incurrió
en soberbia al considerarse vencedor anticipado en la histórica lucha.
El litigio esta hecho de verdades contingentes y no absolutas. Los hechos más claros se
deforman si no se logra producir una prueba plenamente eficaz; el derecho más
incontrovertible tambalea en el curso del litigio, si un inesperado e imprevisible cambio de
jurisprudencia altera la solución. Por eso, la mejor regla profesional no es aquella que anticipa
la victoria sino la que anuncia al cliente que probablemente podrá contarse con ella. Ni más ni
menos que esto era lo que establecía el Fuero Juzgo cuando condenaba con la pena de muerte
al abogado que se comprometía a triunfar en litigio; o la Partida III, que imponía los dañinos y
perjuicios al abogado que aseguraba la victoria.
Las verdades jurídicas, como si fueran de arena, difícilmente caben todas en una mano;
siempre hay algunos granos que, querámoslo o no, se escurren de entre nuestros dedos y van
a parar a manos de nuestro adversario. La tolerancia nos insta, por respeto al prójimo y por
respeto a nuestra propia debilidad, a proceder con fe en la victoria pero sin desdén jactancioso
en el combate.
¿Y si el cliente nos exige seguridad de victoria?
Entonces acudamos a nuestra biblioteca y extraigamos de ella una breve página que se
denomina Decálogo del cliente y que es común en los estudios de los abogados brasileños, y
leámosle: “No pidas a tu abogado que haga profecía de la sentencia; no olvides que si fuera
profeta, no abriría escritorio de abogado”.
7. TEN PACIENCIA “El tiempo se venga de las cosas que se hacen sin su
colaboración”.
Existe un pequeño demonio que ronda y acecha en torno de los abogados y que cada día pone
en peligro su misión: la impaciencia.
La abogacía requiere muchas virtudes; pero además, como las hadas que rodearon la cuna del
príncipe de Francia, tales virtudes deben estar asistidas por otra que las habitúe a ponerse
pacientemente en juego.
Paciencia, para escuchar. Cada cliente cree que su asunto es el más importante del mundo.
Paciencia, para hallar la solución. Ésta no siempre aparece a primera vista y es menester andar
detrás de ella durante largo tiempo.
Paciencia, para soportar al adversario. Ya hemos visto que le debemos lealtad y tolerancia
hasta cuando sea un majadero. Paciencia, para esperar la sentencia. Ésta demora, y mientras
el cliente se desalienta y desmoraliza, incumbe al abogado contener su desfallecimiento. En
esta misión debe tener presente que el litigio, como la guerra, lo gana en ciertos casos quien
consigue durar tan sólo un minuto más que su adversario.
Y, sobre todo, paciencia para soportar la sentencia adversa.
La cosa juzgada, dice Chiovenda, es la suma preclusión. Agreguemos nosotros que, por ese
motivo, reclama la suma paciencia.
8. TEN FE “Ten fe en el derecho, como el mejor instrumento para la convivencia
humana; en la justicia, como destino normal del derecho; en la paz, como sustitutivo
bondadoso de la justicia; y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cual no hay
derecho, ni justicia, ni paz”.
Cada abogado, en su condición de hombre, puede tener la fe que su conciencia le indique. Pero
en su condición de abogado, debe tener fe en el derecho, porque hasta ahora el hombre no ha
encontrado, en su larga y conmovedora aventura sobre la tierra, ningún instrumento que le
asegure mejor la convivencia. La razón del más fuerte no es solamente la ley de la brutalidad,
sino también la ley de la angustiosa incertidumbre.
Pero el derecho, como hemos visto, no es un valor en sí mismo, ni la justicia es su contenido
necesario. La prescripción no procura la justicia, sino el orden; la transacción no asegura la
justicia, sino la paz; la cosa juzgada no es un instrumento de justicia, sino de autoridad; la pena
no es siempre medida de justicia, sino de seguridad.
Pero a pesar de estas temporales desviaciones, la justicia es el contenido normal del derecho, y
sus soluciones, aun las aparentemente injustas, son frecuentemente más justas que las
soluciones contrarias.
La fe en la paz proviene de la convicción de que también la paz es un valor en el orden
humano. Sustitutivo bondadoso de la justicia, invita a renunciar de tanto en tanto a una parte
de los bienes, para asegurarse aquello que está prometido en la tierra a los hombres de buena
voluntad.
En cuanto a la fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia, ni paz..., esa no necesita
explicaciones entre los mandamientos del abogado. Porque si éste no tiene fe en la libertad,
más le valiera, como dice la Escritura, atarse una piedra al cuello y lanzarse al mar.
FI N A L
Estos Mandamientos dejan en deliberada imprecisión la línea divisoria de lo real y de lo ideal,
de lo que es y de lo que deseamos que sea.
El abogado está visto, aquí, un poco como lo muestra la vida y otro poco como lo representa la
ilusión. En todo caso, aparece tal como quisiera ser el autor, el día en que pudiera superar
todas aquellas potencias terrenas que obstan., en la lucha de todos los días, a la adquisición de
una forma plenaria de su arte.
Pero la imprecisión en la frontera que separa la presencia de la esencia, lo adquirido de lo que
aún se desea adquirir, es inherente a toda meta. Meta es, en sus acepciones latina y griega,
sucesivamente, el término de una carrera y el más allá. Por tal motivo, nunca sabremos en la
vida en qué medida la conquista es un fin o un nuevo comienzo y por virtud de qué profundas
razones, en las manifestaciones superiores de la abogacía, no hay más llegada que aquella que
deja abiertos indefinidamente ante nosotros los caminos del bien y de la virtud.
Es ésa, en definitiva, en su último término, la victoria de lo ideal sobre lo real.
MONTEVIDEO (Uruguay), 1949.
Índice
TÍTULO PRELIMINAR
Artículo 1º. Honor y dignidad de la profesión. El abogado debe cuidar el honor y dignidad
de la profesión.
Artículo 2º. Cuidado de las instituciones. Las actuaciones del abogado deben promover, y
en caso alguno afectar, la confianza y el respeto por la profesión, la correcta y eficaz
administración de justicia, y la vigencia del estado de derecho.
Artículo 3º. Lealtad con el cliente y respeto por su autonomía. El abogado debe obrar
siempre en el mejor interés de su cliente y anteponer dicho interés al de cualquier otra
persona, incluyendo al suyo propio. En el cumplimiento de este deber el abogado debe
respetar la autonomía y dignidad de su cliente. El deber de lealtad del abogado no tiene otros
límites que el respeto a la ley y a las reglas de este Código.
Artículo 4º. Empeño y calificación profesional. El abogado debe asesorar y defender
empeñosamente a su cliente, observando los estándares de buen servicio profesional y con
estricto apego a las normas jurídicas y de ética profesional.
Artículo 5º. Honradez. El abogado debe obrar con honradez, integridad y buena fe y no ha
de aconsejarle a su cliente actos fraudulentos.
Artículo 6º. Independencia. El abogado debe preservar su independencia a efectos de dar a
sus clientes una asesoría y consejo imparciales y prestar una debida representación de sus
intereses. El abogado debe evitar que su independencia se pueda ver afectada por conflictos
de interés.
Artículo 7º. Confidencialidad y secreto profesional. El abogado debe estricta
confidencialidad a su cliente. En cumplimiento de su obligación debe exigir que se le reconozca
el derecho al secreto profesional con que la ley lo ampara. La confidencialidad debida se
extiende a toda la información relativa a los asuntos del cliente que el abogado ha conocido en
el ejercicio de su profesión, en los términos establecidos por las reglas del Título IV de la
Sección Primera de este Código.
Artículo 8º. Actuaciones que encubren a quienes no están autorizados para ejercer
la abogacía. El abogado no ha de permitir que se usen sus servicios profesionales o su
nombre para facilitar o hacer posible el ejercicio de la profesión por quienes no estén
legalmente autorizados para ejercerla. Falta a la ética profesional el abogado que firma escritos
de los que no sea personalmente responsable o que presta su intervención sólo para cumplir
en apariencia con las exigencias legales.
Artículo 9º. Responsabilidad por terceros. El abogado debe cuidar que la conducta de
aquellos terceros que colaboran directamente con él en la prestación de servicios sea
compatible con las reglas y principios de este Código.
Artículo 10. Derecho a denunciar actuaciones contrarias a la ética profesional. El
derecho del cliente a reclamar en contra de las faltas a la ética profesional es irrenunciable.
Ninguna convención por la que se libere al abogado de responsabilidad, por más amplios que
sean sus términos, puede comprender la responsabilidad por faltas a la ética profesional. El
abogado que se entera de una trasgresión por otro abogado a cualquiera de las normas de este
Código está facultado para denunciarlo ante quien corresponda.
Artículo 11. Alcance y cumplimiento de este Código. Las normas de este Código se
aplican cualquiera sea la especialidad del abogado. Las referencias que este Código hace a los
abogados se extienden por igual a los estudios de abogados, aunque ninguna referencia
específica sea hecha respecto de estos últimos, a menos que expresamente se señale lo
contrario o que la regla por su naturaleza resulte aplicable sólo a los abogados como personas
naturales. Al incorporarse al Colegio de Abogados de Chile, el abogado deberá hacer promesa
solemne de cumplir fielmente este Código.
SECCIÓN PRIMERA
RELACIONES DEL ABOGADO CON EL CLIENTE
SECCIÓN SEGUNDA
CONFLICTOS DE FUNCIONES E INTERESES
SECCIÓN TERCERA
CONDUCTA DEBIDA DEL ABOGADO EN SUS ACTUACIONES PROCESALES
SECCIÓN CUARTA
DEBERES EN LA RELACIÓN PROFESIONAL ENTRE ABOGADOS Y CON TERCEROS
Título I: Relación entre abogados cuyos deberes fiduciarios se vinculan con clientes distintos
Artículo 106. Respeto y consideración entre abogados. Los abogados deben mantener
recíproco respeto y consideración. En ese espíritu, deben facilitar la solución de inconvenientes
a sus colegas cuando por causas que no les sean imputables, como duelo, enfermedad o fuerza
mayor, estén imposibilitados para servir a su cliente, y no se dejarán influir por la
animadversión de las partes.
Artículo 107. Relaciones con la contraparte. El abogado no puede ponerse en contacto,
negociar ni transigir con la contraparte sino en presencia o con autorización de su abogado, en
cuyo caso habrá de mantenerlo informado. Si la contraparte no estuviere asesorada por
abogado, el profesional deberá recomendarle que recurra a uno que la asesore, haciéndole ver
que él actúa en interés exclusivo de su propio cliente.
Artículo 108. Substitución en el encargo profesional. El abogado no intervendrá en favor
de persona asesorada o representada en el mismo asunto por un colega sin darle previamente
aviso, salvo que dicho profesional haya renunciado expresamente o se encuentre
imposibilitado de seguir conociendo dicho asunto. Si sólo llegare a conocer la asesoría o
representación del colega después de haber aceptado el asunto, se lo hará saber de inmediato.
En cualquier caso, el abogado que sustituya a otro en un asunto, indagará con el abogado
sustituido sobre la existencia de honorarios pendientes y, si fuere el caso, instará a su cliente
para que los solucione o se dirima la controversia en torno a ellos, para lo cual podrá ofrecer
sus buenos oficios.
Artículo 109. Acuerdos entre abogados. Los acuerdos entre abogados deben ser
estrictamente cumplidos, aunque no se hayan ajustado a las formas legales. El abogado debe
revelar a la contraparte sus facultades para representar los intereses de su cliente. Si no hace
esa revelación, el abogado de la contraparte podrá confiar en que dispone de facultades
suficientes para convenir los acuerdos que negocie. En caso de carecer de poderes suficientes,
incurre en una falta a la ética profesional el abogado que no informa a la contraparte de que
está extralimitando sus poderes, a menos que éstos sean conocidos por esta última. En tal
caso, el cliente solo quedará obligado en virtud de su ratificación, según las reglas generales.
Artículo 110. Consentimiento en mantener una información como confidencial. El
abogado debe confidencialidad al abogado de la otra parte si se ha obligado expresamente a
respetarla. Con todo, no podrán hacerse valer en juicio, aun a falta de pacto expreso, los
documentos y demás antecedentes que se hayan obtenido del abogado de la contraparte en el
curso de la negociación de avenimientos, conciliaciones y transacciones frustradas, a menos
que la conducta procesal de la otra parte justifique inobservar ese deber recíproco.
Artículo 111. Facultad para compartir la información con el cliente. El abogado que
recibe información bajo confidencialidad del abogado de otra parte está autorizado para
compartir esa información sólo con el cliente en cuya consideración esa información le fue
revelada.
Título II: Relaciones entre abogados y terceros que colaboran en la prestación de servicios en
forma mancomunada
Artículo 112. Colaboración profesional y conflicto de opiniones. Cuando los abogados
que colaboran en un asunto no puedan ponerse de acuerdo respecto de un punto fundamental
para los intereses del cliente, le informarán francamente de la divergencia de opiniones para
que resuelva. Su decisión será aceptada, a menos que la naturaleza de la discrepancia impida
cooperar en debida forma a los abogados cuyas opiniones fueron rechazadas. En este caso,
podrán solicitar al cliente que los releve o renunciar al encargo.
Artículo 113. Responsabilidad de los abogados socios o con poder de dirección. El
abogado que ostenta poder de dirección dentro de una organización pública o privada o actúa
en asociación temporal o como abogado independiente, debe realizar esfuerzos razonables
para asegurarse que todos los miembros de la organización, incluyendo personal
administrativo, practicantes y personal no letrado, actúen conforme a las reglas establecidas
en este Código. En el supuesto que conozcan de alguna falta a la ética profesional por algún
miembro de la organización, deberá adoptar las medidas razonables para evitar o atenuar sus
consecuencias.
Artículo 114. Responsabilidad del abogado que ejerce bajo la dirección de otro. El
abogado que colabora en una organización profesional o que ejerce bajo la dirección de otro
abogado o de un superior jerárquico, tiene el deber de rechazar los encargos que se le
encomienden que entren en conflicto con las reglas establecidas en este Código y responde
personalmente por su incumplimiento. En consecuencia, no es admisible la excusa del abogado
que incumple dichas reglas alegando que actuó por orden de otro abogado o un superior.
Artículo 115. Responsabilidad por dependientes no abogados. El abogado debe adoptar
las medidas razonables para que la conducta de los dependientes no abogados que prestan
servicios bajo su dirección, sea compatible con las obligaciones profesionales del abogado.
Artículo 116. Responsabilidad por terceros. El abogado debe realizar esfuerzos
razonables para asegurar que los terceros a quienes subcontrate, delegue o encargue
prestaciones a su cargo actúen conforme a las reglas de este Código. Asimismo, mantendrá la
responsabilidad por la ejecución total del encargo frente al cliente, sin perjuicio de la
responsabilidad personal que le corresponda al tercero.
SECCIÓN QUINTA
REGLAS RELATIVAS A CARGOS ESPECIALES
Artículo 117. Abogados auditores. El abogado que presta servicios en una empresa de
auditoría no puede participar en la auditoría de sus propios servicios profesionales. El
cumplimiento de esta prohibición supone que la empresa de auditoría en la que se presta
servicios mantenga estrictamente separadas respecto de cada cliente las funciones de servicio
profesional y las de auditoría. El abogado que presta servicios profesionales en una empresa de
auditoría debe obtener el consentimiento expreso de su cliente para la revelación de la
información relativa a sus asuntos con ocasión de cada auditoría que incluya dicha
información. No es aplicable a esta revelación lo dispuesto en el artículo 52 de este Código.
Artículo 118. Abogados directores de una sociedad. El abogado de una sociedad que se
desempeñe además como su director cuidará de diferenciar ante el directorio y los ejecutivos
de la sociedad su actividad profesional de la función de director. En consecuencia, debe dar su
opinión legal con la independencia requerida al abogado y participar en los acuerdos como lo
prescribe la ley. Si los deberes profesionales para con la sociedad entraren en conflicto con los
deberes legales como director, el abogado arbitrará los medios razonables para resolverlo, sea
terminando con una de las dos funciones, sea requiriendo del directorio que se solicite una
opinión legal independiente, sea por otro medio equivalente. El abogado no aceptará el cargo
de director de una sociedad ni se mantendrá en esa función si, atendidas las circunstancias, su
desempeño como director implica un conflicto de intereses respecto de algún cliente. El
abogado que imprudentemente acepta o se mantiene en ese cargo de director responderá por
la infracción de cualquier deber de la ética profesional para con ese cliente, sin que
consideración alguna relativa al correcto desempeño del cargo de director pueda justificar o
excusar dicha infracción.
Artículo 119. Deberes especiales para los abogados que ejercen funciones
fiscalizadoras o representan el interés general de la sociedad. Quien en su condición
de abogado ejerza funciones públicas de representación del interés general de la sociedad o de
fiscalización, velará por otorgar en sus actuaciones un trato similar a personas que se
encuentren en situaciones análogas y evitará toda forma de abuso. En especial, cuidará del
respeto de las garantías constitucionales de las personas, actuará con objetividad e
imparcialidad, evitará actuar en razón de preferencias o animadversiones de cualquier tipo,
incluyendo las de orden personal, político, religioso, social o de género y evitará efectuar
declaraciones que den por ciertos hechos o apreciaciones que aún no dan lugar a una
resolución administrativa o jurisdiccional. En consecuencia, el abogado a que se refiere esta
regla debe abstenerse de realizar, en especial, las siguientes conductas:
a) iniciar o perseverar en una investigación a sabiendas de que el cargo o la imputación cuenta
con escaso mérito para servir de antecedente a una sanción o carga; en especial si de ello se
pudieren seguir beneficios procesales, administrativos, políticos o de imagen injustificados;
b) impedir el oportuno ejercicio de los derechos de quienes sean afectados por actos de la
autoridad y, en particular, dificultar su acceso oportuno a una adecuada defensa jurídica;
c) poner trabas a las garantías propias del debido proceso;
d) negar el acceso oportuno a las partes de los antecedentes de la investigación, si ello fuere
pertinente conforme a las normas vigentes;
e) abusar de los medios, facultades y espacios de discrecionalidad que le son reconocidos, a
efectos de burlar la defensa eficaz de los derechos de una de las partes;
f) hacer uso abusivo, irreflexivo o desproporcionado de los medios de investigación, como es el
caso de la intromisión injustificada en la vida de las personas, en especial si ello implica el uso
de policías, funcionarios y, en general, de capacidades operativas disponibles;
g) dictar resoluciones o realizar otros actos que pudieran afectar derechos fundamentales de
las personas, sin expresar una motivación suficiente;
h) omitir la oportuna ejecución de actuaciones necesarias para el cese de medidas que
afectaren los derechos de las personas, si con posterioridad a su dictación se conociere prueba
fiable y suficiente que mostrare la inocencia de quienes se vieren perjudicados por tales
medidas;
i) dar un trato preferente a personas que sean influyentes o poderosas;
j) dar un trato poco deferente o especialmente severo a quienes se encuentren en una posición
especialmente desaventajada debido a su condición social, económica, política, religiosa u otro
motivo similar.
Artículo 120. Honorarios de árbitros abogados. Los árbitros deberán ser especialmente
prudentes al proponer sus honorarios a las partes. En lo que corresponda, los árbitros deberán
sujetarse a las normas éticas generales aplicables a los honorarios de los abogados. En
especial, no pondrán a las partes en la dificultad de rechazar tales proposiciones por excesivas,
especialmente si no les es exigible la sustitución del árbitro. Se presumirán razonables los
honorarios de los árbitros que se ajusten a los mecanismos de determinación de honorarios de
arbitrajes que contemplen instituciones arbitrales nacionales o internacionales.
TERCERA UNIDAD:
CAPÍTULO I Introducción.
En atención a que los jueces, auxiliares de la administración de justicia y empleados están
obligados a observar un buen comportamiento en el desempeño de sus respectivos cargos y
actuación social, esta Corte Suprema estima conveniente explicitar una serie de principios y
reglas dispersos en nuestro ordenamiento jurídico- que deben regir esa actividad, a fin de
colocar la justicia en manos de servidores de clara idoneidad técnica, profesional y ética que
los habilite para cumplir en forma adecuada con importantes demandas sociales, en continuo
aumento, que se someten a su conocimiento y decisión. Por ello es necesario definir algunos
de los conceptos y normas de orden ético que encierra esa noción y que rigen sin perjuicio de
las facultades, deberes y prohibiciones específicas que establece la ley.
Primero.- Dignidad. Todo miembro del Poder Judicial, deberá ejercer su cargo con dignidad,
absteniéndose de toda conducta contraria a la seriedad y decoro que el mismo exige.
Segundo.- Probidad. Toda persona que integre el Poder Judicial debe actuar con rectitud y
honestidad, procurando prestar servicio satisfaciendo el interés general de la Justicia y
desechando todo provecho o ventaja personal que pueda lograr por sí o a través de otras
personas. Esta obligación exige abstenerse de mostrar interés por asuntos de que conozca o
pueda conocer un tribunal, interceder o intervenir en cualquier forma a favor o en contra de
persona alguna, cualquiera que sea la naturaleza del juicio o gestión de que se trate. Ella
comprende también los concursos, nombramientos, calificaciones, traslados y demás materias
relativas al personal del Poder Judicial.
Tercero.- Integridad. Todo miembro del Poder Judicial debe tener una conducta recta e
intachable, de modo de promover la confianza de la comunidad en la Justicia. En consecuencia,
con su comportamiento procurará no dar lugar a críticas ni reclamos de parte de quienes
recurren a los tribunales ni de otras autoridades o del público, en general.
Cuarto.- Independencia. Tanto los jueces, como los demás funcionarios judiciales, deben en
conjunto e individualmente, velar por la autonomía de los tribunales y hacerla respetar en toda
circunstancia.
Quinto.- Prudencia. Todo miembro del Poder Judicial debe actuar con diligencia, tino y criterio
en todas las materias en que le corresponda intervenir en razón o con ocasión de sus
funciones, procurando que la forma como las ejercen inspire confianza a la comunidad.
Sexto.- Dedicación. Los jueces y demás funcionarios judiciales deberán tener una disposición
permanente a desempeñar sus cargos con acuciosidad, conocimiento y eficiencia, actuando
con equidad y diligencia en todas las funciones que deban cumplir.
Séptimo.- Sobriedad. Los jueces y otros funcionarios del Poder Judicial deben demostrar
templanza y austeridad tanto en el ejercicio de sus cargos como en su vida social, evitando
toda ostentación que pueda plantear dudas sobre su honestidad y corrección personales.
Octavo.- Respeto. Los jueces y demás funcionarios judiciales deberán demostrar respeto por la
dignidad de todas las personas en las audiencias y demás actuaciones que lleven a cabo con
motivo del desempeño de sus cargos.
Noveno.- Reserva. Los jueces y demás funcionarios judiciales deben mantener absoluta reserva
sobre todos los asuntos que así lo exijan y de los que tomen conocimiento, absteniéndose de
darlos a conocer, emitir opiniones en público o privadas a su respecto, permitir que sean
conocidos por otras personas ni utilizar la información que posean en razón de sus funciones
en beneficio propio o ajeno.
Noveno Bis.- Prohibición de recibir estímulos pecuniarios. Se prohibe a los jueces y demás
funcionarios judiciales la recepción de estímulos de carácter pecuniario, que excedan lo
simbólico, por el ejercicio de sus labores , ya que ello, aparte de crear un ambiente público
desfavorable a la función judicial en general, afecta seriamente la independencia e
imparcialidad de esos funcionarios.
Noveno Ter.- En lo no previsto en este Capítulo, regirán supletoriamente las disposiciones del
Código Modelo Iberoamericano de Etica Judicial, las que pasarán a formar parte del presente
acuerdo".
CAPÍTULO III De la Comisión de Ética de la Corte Suprema Décimo.- La Comisión de Etica tendrá
por objeto prestar cooperación al Pleno de la Corte Suprema en el ejercicio de funciones de
prevención, control y corrección del comportamiento de los Ministros y Fiscal del Tribunal, sin
perjuicio que las faltas de orden propiamente disciplinario en que ellos pueda incurrir se
investiguen y sancionen, si corresponde, a través del procedimiento regulado por Acta
N°1292007, de 1 de agosto de dos mil siete, de esta Corte Suprema.
Undécimo.- La Comisión estará compuesta por el Presidente titular de la Corte Suprema, que la
presidirá y por dos Ministros titulares nombrados por el Pleno de la Corte Suprema, a
proposición de su Presidente".
Décimo Tercero.- La Comisión actuará presidida por el Presidente Titular de la Corte Suprema.
En caso de ausencia o impedimento de éste, presidirá la Comisión su miembro más antiguo
presente en la sesión. Funcionará con todos sus integrantes y podrá delegar determinadas
actuaciones en alguno de sus integrantes para realizar actuaciones determinadas en asuntos
en que le corresponda participar.
Décimo Cuarto.- Conocerá de las conductas de Ministros y Fiscales Judiciales de esta Corte
Suprema que puedan importar una contravención a la ética judicial o que sean reñidas con la
probidad y la moral y, desempeñará su labor con miras a su prevención, control y corrección.
Salvo que se trata de denuncias manifiestamente desprovistas de fundamento, las que se
desestimarán de inmediato, la Comisión pondrá privadamente en conocimiento del Ministro o
Fiscal afectado la iniciación de un procedimiento a su respecto.
Décimo Quinto.- La Comisión se reunirá convocada por su Presidente, tantas veces como fuere
necesario o también a petición de la mayoría de sus integrantes. Conocerá de los casos que se
encuentren comprendidos en el marco de sus funciones, que le remita el Pleno de la Corte
Suprema o que se canalicen a través de la Oficina de Reclamaciones dependiente de la
Presidencia de esta Corte. Podrá actuar de oficio cuando la naturaleza o urgencia del asunto lo
haga necesario, situación que debe ser calificada por la mayoría de sus miembros.
Los acuerdos que se adopten se consignarán en forma resumida en el acta correspondiente.
Décimo Sexto.- Con cada uno de los asuntos en que intervenga la Comisión se abrirá un
cuaderno reservado al que le otorgará un número de orden y que deberá ser debidamente
foliado. En él se agregarán correlativamente los antecedentes relativos a la situación de que se
trate, y se dejará constancia de todas las actuaciones que se realicen. La Comisión, exigiéndole
reserva, requerirá informes, testimonios y antecedentes a cualquier miembro del Poder Judicial
y podrá encomendarle la ejecución de actuaciones determinadas en que le corresponda
intervenir.
Décimo Séptimo.- Los oficios y demás comunicaciones que debe enviar la Comisión se
despacharán por intermedio del Presidente de la Corte, salvo las que se refieren a citaciones o
asuntos de mero trámite, que serán remitidos por el Secretario de la Comisión, suscribiéndolas
por orden de ésta.
Décimo Noveno.- Transcurridos tres meses desde que se haya producido el término del asunto,
ya sea por haberse evacuado el informe correspondiente u ordenado su archivo, se micro-
filmarán los antecedentes reunidos los que luego serán destruidos completamente. Las micro-
fichas o micro filmes respectivos serán guardados, con la debida reserva, en un archivo que al
efecto llevará el secretario de la Comisión.
Estas micro fichas sólo podrán ser consultadas por los miembros de la Comisión o por aquellas
personas a quienes se les haya facultado para ello por la mayoría de los miembros de la
Comisión de Ética.
Vigésimo.- La Comisión observará estricta y total reserva sobre las materias, asuntos,
antecedentes y documentos que se relacionen con sus actuaciones. La infracción de esta
obligación de parte de los funcionarios o empleados que tomen parte de ellas, constituirá falta
grave para los efectos disciplinarios, sin perjuicio de las demás responsabilidades que puedan
afectarles.
Vigésimo Segundo.- Una vez informado el Tribunal Pleno de lo realizado por la Comisión de
Ética, la tramitación de los antecedentes se sujetará a las normas del procedimiento
disciplinario. Transcríbase el presente Auto Acordado a las Cortes de Apelaciones del país y al
señor Secretario de esta Corte Suprema. Publíquese en el sitio web del Poder Judicial. Para
constancia se extiende la presente acta. Lo que cumplo por acuerdo del Tribunal Pleno de esta
Corte Suprema.
TRANSPARENCIA Y PROBIDAD
CUARTA UNIDAD
Requisitos Para Optar Al Título De Abogado
• MANDATO JUDICIAL Y CONTRATO DE PRESTACIÓN DE SERVICIOS
PROFESIONALES
El artículo 2116 del Código Civil Chileno dispone que el mandato es un contrato en que una
persona confía la gestión de uno o más negocios a otra, que se hace cargo de ellos por cuenta
y riesgo de la primera. El mandato judicial es, entonces, ante todo, un contrato de mandato
especial por el cual se confía una gestión procesal.
a) el mandato de patrocinio; y
b) el mandato de procuratela.
El primero, se encuentra normado entre los artículos 520 a 529 del Código Orgánico de
Tribunales; y, el segundo, entre los artículos 394 a 398 del mismo cuerpo legal. También
existen normas aplicables en la Ley N°18.120 sobre comparecencia en juicio y otras de gran
importancia en el Título II del Libro I del Código de Procedimiento Civil que analizaremos a
continuación. Atendida la naturaleza jurídica del mandato judicial en forma subsidiaria a las
normas citadas habrán de aplicarse, siempre, las generales del contrato de mandato
contenidas en los artículos 2116 y siguientes del Código Civil.
b) El mandato civil puede ser otorgado a cualquier persona que tenga capacidad civil para
contratar. El mandato judicial, por el contrario, exige que ésta se encuentre, además, habilitada
para ello, esto es, que detenta ius postulandi.
c) El mandato civil termina por la muerte del mandante. El mandato judicial, sin embargo,
subsiste pese a morir el litigante o interesado que lo otorgó (Artículos 396 y 529 del Código
Orgánico de Tribunales)
d) El mandato civil termina cuando ocurre el hecho al que la ley le asigna el mérito para
extinguirlo. El mandato judicial, en cambio, subsiste mientras no conste en el proceso el hecho
que le pone término (Artículo 10 del Código de Procedimiento Civil)
Constitución del mandato Judicial
El Mandato de Patrocinio
Esta obligación del abogado de consignar en la primera presentación escrita las exigencias
legales referidas ha sufrido algunas modificaciones a partir de la implementación de los
sistemas de litigación virtual en los diferentes tribunales del país.
Si bien, las exigencias aludidas subsisten para los abogados particulares, ellas no son exigidas
a los fiscales del Ministerio Público que hacen su primera presentación al tribunal por medio del
sistema de interconexión informática, la acreditación de sus calidades de abogado se verifica
con el sólo registro en el tribunal de los decretos en los que constan sus nombramientos. Ello
es así, porque la comparecencia de los fiscales no lleva jamás implícita la existencia del
contrato de mandato judicial, toda vez que sólo representan a los intereses difusos de la
sociedad y, si bien, la ley les impone una serie de obligaciones respecto de las víctimas, las
pretensiones procesales personales de éstas deben siempre ser formuladas al tribunal por un
abogado particular.
El Mandato de Procuratela
Esta clase de mandato judicial puede constituirse de diversos medios. Los habituales son los
siguientes:
a) Por escritura pública otorgada ante Notario. Si bien es cierto el artículo 6° inciso 2° N°1 del
Código de Procedimiento Civil también alude a la escritura pública otorgada por un Oficial del
Registro Civil autorizado para ello, el artículo 35 de la ley N°19.477 que aprobó la Ley Orgánica
del Servicio de Registro Civil e Identificación dispone que los oficiales civiles titulares de
oficinas ubicadas en circunscripciones en que no exista Notario, sólo se encuentran facultados
para intervenir como ministros de fe en la autorización de firmas estampadas en su presencia
en documentos privados. Así las cosas, la remisión normativa al oficial del registro civil del
Código de Procedimiento Civil debe entenderse, a la fecha, tácitamente derogada;
b) Por medio de un acta extendida ante un juez de letras o un juez árbitro y suscrita por todos
los otorgantes (Artículo 6 inciso 2° N°2 del Código de Procedimiento Civil); Esta forma de
constituir el mandato judicial es la que se verifica habitualmente en la primera asistencia de
alguna de las partes a un comparendo o a una audiencia pública, presidida directamente por el
juez de la causa. (Por ejemplo, lo normal es que el imputado en la misma audiencia de control
de la detención ante el juez de garantía otorgue patrocinio y poder a su abogado defensor)
c) A través de una declaración escrita del mandante (litigante o interesado) autorizada por el
Secretario del tribunal que esté conociendo de la causa o por el Jefe de la Unidad
Administrativa a cargo de la Administración de Causas del respectivo tribunal (Artículo 389 G
del Código Orgánico de Tribunales con relación al artículo 4° de la Ley N°18.120)
La agencia oficiosa se encuentra regulada en los incisos 3° y 4° del artículo 6° del Código de
Procedimiento Civil. Constituye una excepción a las reglas sobre constitución del mandato a
que nos hemos referido más arriba.
El agente oficioso, es una persona habilitada legalmente para ser mandatario judicial, pero que
comparece a nombre de alguna de las partes en el proceso, sin exhibir título alguno que la ley
reconozca para tener por constituido el mandato judicial. En la práctica, el agente oficioso
ofrece al tribunal una garantía en orden a asegurar que la parte a quien dice representar
ratificará lo expuesto por aquél más adelante. Esta garantía se denomina fianza de rato o de
ratificación.
Estas facultades son aquellas inherentes al mandato judicial y, por lo mismo, se entienden
implícitas en él aunque no se concedan expresamente. A estas facultades se refiere el artículo
7° inciso 1° del Código de Procedimiento Civil, cuando indica que el poder para litigar se
entiende conferido para todo el juicio en que se presente y aun cuando no exprese las
facultades que se conceden, autoriza al procurador para tomar parte, del mismo modo que
podría hacerlo el poderdante en los trámites e incidentes del juicio y en todas las cuestiones
que por vía de reconvención se promuevan, hasta la ejecución completa de la sentencia
definitiva. Cualquier cláusula en la que se niegue o limite estas facultades es nula, de nulidad
absoluta.
La excepción a estas facultades de la esencia está referida a aquellos casos en la que ley en
forma expresa limita el alcance del mandato y, particularmente, cuando se exige la
comparecencia personal del litigante al proceso. Esta excepción ha cobrado gran relevancia en
la actualidad con motivo de las audiencias orales a que dan origen los nuevos procedimientos
implementados en los diferentes tribunales del país. Así, por ejemplo, en materia procesal
penal existen varios tipos de audiencias en las que la presencia personal del imputado – no
obstante haber conferido mandato – constituye un requisito de validez de la misma. Por
ejemplo, la audiencia de control de la detención, la de imposición de medidas cautelares
personales, suspensión condicional del procedimiento, etc.
Facultades de la Naturaleza
Esta facultad de delegar el mandato puede ser ejercida por el procurador una sola vez, esto es,
el delegado no puede delegar nuevamente el mandato a otra persona, so pena de nulidad
procesal. Así, por lo menos, lo ha reconocido reiteradamente la jurisprudencia de nuestro país.
Estas facultades son aquellas contenidas en el inciso 2° del artículo 7° del Código de
Procedimiento Civil y se caracterizan por no formar parte del mandato salvo que exista una
mención expresa del mandante. Existe jurisprudencia que ha señalado que para tener por
conferidas estas facultades basta una mención genérica a las facultades del inciso segundo del
artículo séptimo del Código de Procedimiento Civil; otros fallos, en cambio, han sostenido que
se requiere de la mención expresa de las facultades extraordinarias otorgadas, particularmente
cuando se desea garantizar eficazmente los derechos de los litigantes; por ejemplo, la facultad
de transigir o la de percibir.
Las facultades susceptibles de ser incorporadas al mandato por la vía de una cláusula
accidental son las siguientes:
Por regla general la aceptación se encuentra permitida en todos los procedimientos de orden
civil, con excepción de aquellos en que se prohíbe la transacción, porque en estos últimos
aparecen involucrados intereses que el Estado desea cautelar directamente a través del
proceso. Así las cosas, por ejemplo, la aceptación de la demanda se encuentra prohibida en los
juicios que versen acerca del estado civil de las personas (Artículo 2450 del Código Civil)
En materia penal la aceptación de la imputación formal de cargos por parte del imputado
produce importantes efectos según sea la naturaleza del procedimiento utilizado por el
persecutor penal. En el procedimiento monitorio produce la ejecutoriedad de la sentencia
condenatoria; en el procedimiento simplificado y abreviado, en cambio, provoca la sustitución
del marco de penas susceptibles de ser aplicadas y del procedimiento contradictorio propio del
juicio oral. Sin embargo, la naturaleza particular del proceso penal conlleva necesariamente, en
estos dos últimos casos, que el allanamiento conste en una declaración formal y personal del
imputado; en otras palabras, esta facultad no puede formar parte del mandato, pues se trata
de un acto personalísimo e indelegable de quien aparece involucrado en un hecho punible en
calidad de autor, cómplice o encubridor.
No obstante que el mandatario con poder suficiente puede declarar a nombre de su mandante,
existen algunos fallos que han considerado que la declaración acerca de hechos propios,
faculta excepcionalmente a los tribunales para exigir, de todos modos, la comparecencia
personal del litigante de que se trata.
d) Renunciar a los recursos y a los plazos legales: La facultad de renunciar a los recursos se
encuentra vinculada a la conformidad con las resoluciones pronunciadas por el tribunal,
absteniéndose el litigante, pues, de deducir recursos procesales respecto de la decisión del
órgano jurisdiccional que lo ha juzgado. La renuncia a los plazos regulados en la ley procesal,
por su lado, generalmente tiene su origen en el interés de la parte o de las partes en el proceso
en cuanto a agilizar la tramitación de éste.
e) Transigir: La transacción el artículo 2246 del Código Civil la define como un contrato en
virtud del cual se termina extrajudicialmente un litigio pendiente o se precave un litigio
eventual. Procesalmente, sin embargo, esta convención se hace también extensible para los
efectos de las facultades del mandato a los acuerdos que se producen dentro del proceso a
título de avenimiento o de conciliación.
El mandato termina por las mismas causales que el contrato de mandato civil, con la salvedad
ya subrayada en cuanto a que la muerte del mandante (demandante o demandado) no
extingue el mandato judicial (Artículos 396 y 529, ambos, del Código Orgánico de Tribunales)
Sin embargo, a partir del artículo 10 del Código de Procedimiento Civil se colige, además, que
el término del mandato judicial exige una causa legal que conste o se acredite
fehacientemente en el proceso.
En consecuencia, el mandato judicial puede terminar por la muerte del mandatario en cuyo
caso habrá que designar otro abogado o procurador en su remplazo; por renuncia del
mandatario, caso en el cual éste se encuentra obligado a poner la renuncia en conocimiento
del mandante, así como también, el estado de avance del proceso (Artículo 10 Inciso 2° del
Código de Procedimiento Civil); y por revocación del mandato, oportunidad en la que el
mandante deberá designar un nuevo procurador para seguir compareciendo en la causa.
La Responsabilidad Civil: es aquella que deriva tanto del contrato de procuratela como
del de patrocinio, pues respecto de ambos, se aplican las reglas generales de la teoría general
del contrato reguladas en el Código Civil. Así las cosas, el incumplimiento de las obligaciones
contraídas produce todos los efectos de la responsabilidad civil contractual. Además, atendidas
las particularidades del contrato de procuratela, la ley hace personalmente responsable a
mandatario de las gestiones encargadas, sin perjuicio de la responsabilidad que podría
corresponder al mandante. Esta responsabilidad civil se hace efectiva obligando al pago de las
costas procesales al procurador cuando la parte por la cual actúa es vencida totalmente en un
juicio o en un incidente. (Artículos 28 y 144, ambos, del Código de Procedimiento Civil)
Las costas causadas en juicio pueden ser personales o procesales. Las primeras se relacionan a
los honorarios de los profesionales que intervienen en el pleito y son generalmente de cargo
del litigante vencido; las segundas, en cambio, aluden a los costos monetarios derivados de la
litigación (pago de los derechos del Receptor judicial, derechos por inscripciones, subastas o
almacenaje de especies embargadas etc.)