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EL POEMA DEL HOMBRE (DE WALT WHITMAN) El Libro Negro, 3 de febrero.

Me llegué hasta esta


Universidad para consultar a un célebre estudioso del poeta Walt Whitman. Entre los manuscritos
inéditos que hay en mi colección figura el primer esbozo de un desconocido poema del famoso
autor de Hojas de Hierba. El sinfónico vate de Manhattan, hoy en día algo relegado a la sombra,
pero que según mi juicio continúa siendo la voz más potente e inspirada de la América del Norte,
como él mismo lo decía, era "el poeta de lo universal". Y un día pensó en traducir en un grandioso
canto la historia universal de los hombres, la dolorosa, ardua, vergonzosa y gloriosa aventura del
género humano, desde los moradores de las cavernas a los redentores de continentes "Poseemos,
escribe Walt Whitman en una anotación, el poema de Aquiles y de Ulises, de Eneas y de César, de
Tristán y de Orlando, de Sigfrido y del Cid, pero hasta ahora ninguno ha cantado el poema del
Hombre, del hombre en todas las tierras y de todas las épocas, del que venció en milenios de
gestas, a sus grandes guerras, desde la guerra contra la naturaleza hasta la guerra contra sí mismo.
Cantaré la epopeya que no es de un solo héroe ni de un solo pueblo, sino la de todas las naciones
y de todos los hombres. Quiero ser el primero en cantar el canto de los hijos de Adán, quiero ser el
Homero de la especie humana toda. "Los historiadores, escribe Walt Whitman en otra anotación,
incluso los más grandes historiadores, narran los acontecimientos de los seres humanos, así como
un buen periodista describe los delitos perpetrados en la noche y las ceremonias realizadas
durante el día. Son escritores diligentes, tranquilos, plácidos, fríos; no olvidan ni un nombre ni un
episodio, pero olvidan lo que es más importante: las profundas pasiones y las terribles locuras de
los príncipes y de la plebe, aquellas locuras que son el drama y la unidad de las historias
particulares y separadas. La historia universal no es una colección de crónicas y de panoramas, es
una tragedia humana y divina que se desarrolla en millares de actos, una tragedia tumultuosa y
sublime con sus protagonistas y sus antagonistas, con sus apoteosis y sus catástrofes; un
gigantesco poema épico en períodos de llanto y de tripudio que ha tenido un prólogo, pero
todavía no ha alcanzado su epílogo." El Libro Negro www.librosmaravillosos.com Giovanni Papini
19 Preparado por Patricio Barros Este manuscrito propiedad mía tiene por título El Poema del
Hombre, y juzgando por el rápido sumario que tengo ante mis ojos, hubiera sido la obra más
amplia y ambiciosa de Walt Whitman. En su Prólogo en el Cielo, que tan sólo por el título recuerda
al Fausto de Goethe, el poeta habría querido cantar el nacimiento y la juventud de la tierra desde
que se separó del sol, astillas separadas de fuego rutilante y errante, hasta que a través de
transmutaciones y revoluciones se cubrió con vapores y barro, con océanos ilimitados e islas
inmensas. Aquel llameante fragmento de la estrella madre llegó a ser, como lo vemos hoy en día,
la habitación y el reino del hombre. La verdadera historia del planeta comienza con la aparición del
hombre. Los primeros seres humanos viven en cavernas como los animales, se cubren con pieles
de animales, se alimentan con carne de animales, se muerden y despedazan entre sí como
animales, se unen libremente como animales, pero poco a poco se elevan del medio animal, se
iluminan con la inteligencia, transforman la piedra en arma, el arma en arnés, la caverna en casa y
en templo, convierten el abrazo ciego en amor, el brujo se hace sacerdote, el sacerdote se
convierte en monarca, los cazadores se transforman en pastores, éstos en agricultores, las
primitivas hordas salvajes se reducen a tribus ordenadas, las tribus llegan a ser los pueblos y
naciones. El hombre llega a ser dueño del fuego, del buey, inventa la rueda y el arado, aprende a
sembrar, a pintar, ennoblece los gritos guturales convirtiéndolos en lenguaje articulado; los
símbolos diseñados llegan a ser escritura inteligible. Pero el hombre debe combatir, combatir
siempre, combatir eternamente. Su guerra primera se libra contra el hambre, contra las bestias,
contra la naturaleza misteriosa y amenazadora, contra las tribus rivales, contra los que abusan del
poder para aprovecharse de él y oprimirlo. El hombre siempre será guerrero, combatiente, héroe:
deberá combatir contra los hielos y las heladas, contra las marismas y las corrientes, contra la
oscuridad y el terror nocturnos, contra la selva venenosa y la furia de los mares; finalmente
combatirá contra sus reyes e incluso contra sus dioses. Los hombres trazan con caminos los
desiertos y las selvas, vencen y pasan las montañas, se enseñorean del viento y con los remos
golpean las olas para navegar velozmente sobre los ríos y los mares, alzan pilastras de material y
columnas de El Libro Negro www.librosmaravillosos.com Giovanni Papini 20 Preparado por
Patricio Barros mármol, construyen las casas de Dios y las moradas de los monarcas, modelan en
piedra las imágenes de los muertos y de los númenes, construyen las metrópolis. Pero, la guerra
entre el hombre y el mundo, entre el hombre y el hombre, jamás se interrumpe, nunca cesa. Las
ciudades coligadas o conquistadas se dilatan transformándose en reinos e imperios, los imperios
luchan entre sí para lograr el dominio sobre las ciudades, y los reinos crecen, florecen, triunfan,
decaen, se derrumban. Se levantan otros imperios que a su vez se pudren y se arruinan. El
Occidente se encrespa con el Oriente, éste se lanza contra el primero, Asia contra Europa, Europa
contra África, continente contra continente, raza contra raza, religiones contra religiones. Las
migraciones de los nómadas provocan nuevas guerras, las invasiones de los bárbaros obligan a
nuevas luchas, los pueblos vírgenes e incultos que se asoman por vez primera al teatro de la
historia se abren camino mediante guerras. Menfis y Tebas quedan destruidas, Babilonia y
Persépolis son incendiadas, Atenas y Roma se ven asediadas y saqueadas; desde el Norte y el Este
acuden ríos humanos de caballeros velludos, hambrientos de trigo, de lujo y de sol, salvan los
confines, cruzan los mares, someten y despojan a los antiguos señores ahora reblandecidos.
Mientras tanto, los emperadores hacen asesinar y son asesinados, los nuevos reyes ordenan
carnicerías y a su turno concluyen siendo sacrificados. Y a pesar de todo, a pesar de esa sangre y
ese odio, de esa ferocidad y esas traiciones, los hombres sobreviven y se renuevan. Se levantan
nuevas metrópolis en el lugar de las que cayeron o fueron destruidas, se hallan y reaparecen las
obras maestras que yacían sepultadas, los poetas cantan las gestas de los dioses victoriosos y de
los héroes vencidos, los filósofos procuran hallar la esencia del mundo y la del alma paseando a lo
largo de las orillas del Iliso o en los pórticos de Atenas, coros de vírgenes y de ancianos cantan en
teatros abiertos, bajo el cielo mediterráneo, lamentando la inexorabilidad del Hado, se alzan
anfiteatros, curias y basílicas semejantes a moradas para cíclopes. Sobre los milagros esparcidos
acá y allá se levanta ya el canto armonioso de los rapsodas, ya el resonar de las trompetas, ya el
alarido de empenachados depredadores. Pero... un día, en el establo oscuro de un escondido
pueblecillo, en medio de un pueblo despreciado y esclavizado, nace un nuevo Dios que con su
sangre rescata al El Libro Negro www.librosmaravillosos.com Giovanni Papini 21 Preparado por
Patricio Barros mundo, que con su palabra renueva al mundo, que con su muerte abre el horizonte
hacia una nueva vida.

La Trama-Jorge Luis Borges

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de
sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y
ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético
grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el
sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a
un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas,
no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

LA NOCHE CÍCLICA

A Sylvina Bullrich
Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.

En edades futuras oprimirá el centauro


con el casco solípedo el pecho del lapita;
cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita
noche de su palacio fétido el minotauro.

Volverá toda noche de insomnio: minuciosa.


La mano que esto escribe renacerá del mismo
vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo.
(David Hume de Edimburgo dijo la misma cosa).

No sé si volveremos en un ciclo segundo


como vuelven las cifras de una fracción periódica;
pero sé que una oscura rotación pitagórica
noche a noche me deja en un lugar del mundo

que es de los arrabales. Una esquina remota


que puede ser del Norte, del Sur o del Oeste,
pero que tiene siempre una tapia celeste,
una higuera sombría y una vereda rota.

Ahí está Buenos Aires. El tiempo que a los hombres


trae el amor o el oro, a mí apenas me deja
esta rosa apagada, esta vana madeja
de calles que repiten los pretéritos nombres

de mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez...


Nombres en que retumban (ya secretas) las dianas,
las repúblicas, los caballos y las mañanas,
las felices victorias, las muertes militares.

Las plazas agravadas por la noche sin dueño


son los patios profundos de un árido palacio
y las calles unánimes que engendran el espacio
son corredores de vago miedo y de sueño.

Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras;


vuelve a mi carne humana la eternidad constante
y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante:
«Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras...»

Sinopsis de Historia de la eternidad: Jorge Luis Borges


“Leemos en el Timeo de Platón que el tiempo es una imagen móvil de la eternidad, y ello es
apenas un acorde que a ninguno distrae de la convicción de que la eternidad es una imagen hecha
con sustancias de tiempo”, escribe Borges al principio de la Historia de la eternidad, que propone
una lúcida indagación en la cuestión del tiempo y su reverso, la eternidad.

Desde la concepción alejandrina, de raíz platónica, contrapuesta a la cristiana de San Agustín,


hasta una reformulación irónica de la teoría del eterno retorno de Nietzsche, Borges se interroga
acerca del enigma del tiempo con su brillantez característica, porque, como escribe, “es raro que
yo pueda saber lo que pasó en Ur de los caldeos, hace ya tantos siglos, y no lo que pasará en esta
casa dentro de unos minutos, digamos, un llamada de teléfono.”

El puñal, Jorge Luis Borges

En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo
dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.

Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la
mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con
precisión en la vaina.

Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y
lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un
hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca
sangre.

En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su
sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que
presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.

A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan,
inútiles.

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