Confesiones Del Primer Evangelista

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Confesiones del primer evangelista

Parte ii
V. Como te decía más arriba, reconozco que mi evangelio es muy dramático.
Y te explico a qué me refiero. Para mí, la vida de Jesús es un drama, una lucha
entre el bien y el mal. Como no me gustan los términos abstractos, te añado que es
una lucha entre Jesús y Satanás. Asi aparece desde el principio, en el desierto, y si
no hubiese estado tan agarrotado en ese momento inicial, habría descrito lo que
luego digo claramente: Jesús derrota a Satanás, lo domina y ata como a un soldado
vencido, se apodera de sus posesiones, esos pobres hombres que sufren
esclavizados por los demonios. Pero aquí no termina el drama. Jesús y Satanás son
como reyes que cuentan con sus aliados y sus ejércitos.
Al principio, los aliados de Jesús son Juan Bautista, Dios, el Espíritu. Luego
desaparecen de la escena y su puesto lo ocupan -modestamente- los discípulos y
seguidores. Los discípulos no son una gran ayuda; les cuesta trabajo entender las
cosas, les falta fe, son cobardes; pero son buenas personas, con deseos de seguir
a Jesús. Mejor papel desempeñan los seguidores, o mejor dicho, las seguidoras.
Las mujeres, que acompañan a Jesús durante su vida, son las únicas que
permanecen junto a él en la cruz y las que van a sepulcro a ungir su cadáver.
Tampoco ellas andan sobradas de fe; buscan a un muerto, pero al menos superan
el miedo y dan una prueba final de cariño.
Satanás también desaparece pronto, como Dios, para ceder el puesto a sus
aliados: espíritus inmundos y personas de diversa clase. Me molesta que la gente
no me haya entendido bien. Algunos se asustan de los demonios y casi sueñan con
ellos. Para mí son unos pobres desgraciados. Los únicos que conocen desde el
comienzo la identidad de Jesús y la proclaman antes de retirarse derrotados. Los
demonios no representan gran peligro. Los peligrosos son los hombres, fariseos,
saduceos, herodianos. Son ellos los que deciden, muy pronto por cierto, matar a
Jesús. Si te fijas bien, el drama va creciendo poco a poco, porque Jesús manifiesta
su poder de manera cada vez más asombrosa, pero sus adversarios no se rinden.
Al final, cuando los discípulos consideran la victoria inminente, ocurre la catástrofe.
Satanás triunfa, Jesús muere.
No he querido terminar mi evangelio con un final feliz, sino con unas mujeres
asustadas ante la noticia de la resurrección, incapaces de transmitir el mensaje que
les han encomendado. El miedo ha sido un elemento importante en mi vida de fe.
El que sentí la noche que prendieron a Jesús, el que sentí en Pafos y me obligó a
abandonar a Pablo y Bernabé. Pero el miedo de las mujeres es distinto. Cuando
todos se han puesto en contra de Jesús o lo han abandonado, ellas no temen a la
sociedad ni a los soldados ni a los adversarios. Tampoco les asusta marchar de
madrugada camino del sepulcro. Su pánico lo provoca la noticia de que Jesús ha
resucitado. Esa verdad que ahora confesamos casi mecánicamente es la que a ellas
las deja mudas de espanto. Es un final intencionado. Quienes lean mi evangelio
deben terminar sintiendo el mismo miedo que las mujeres, no a los soldados ni a la
muerte, sino a un mensaje que resulta humanamente incomprensible. 1
*******
VI. Acabo de hablarte de los aliados de Jesús. Entre los Doce, el principal es
Pedro. Lo advertirás enseguida. No se trata de un homenaje infantil a su persona,
ni me ha movido a ello el cariño que le tengo. Responde a la realidad. Pero una vez
me dijo: "Si algún día pones por escrito todo esto, cuenta las cosas como me las
has oído. No calles nada de mis fallos, mis salidas estúpidas, mi incapacidad de
entender a Jesús. Sobre todo, cuenta muy claramente cómo lo traicioné. A quien lo
lea, le ayudará".
*******
VII. Alguien me dijo que escribo sin orden, hilvanando escenas. No estoy de
acuerdo, y Antonio me dio la razón. Lo que he escrito estará mejor o peor, pero no
le falta unidad. Lo que ocurre es que, cuando leo mi evangelio en público, la gente
se pone a preguntar, comenta, habla de lo que significa cada episodio, y al día
siguiente no se acuerda de por dónde íbamos. Pero yo me he esforzado por
organizar la obra en grandes secciones. Al principio, si te fijas, cuento lo que hace
Jesús un sábado: entra en la sinagoga, enseña, cura a un endemoniado, va a casa
de Pedro, cura a su suegra; por la tarde le traen enfermos de todo tipo; de
madrugada, todavía muy oscuro, se levanta y marcha a rezar en un lugar solitario.
No son escenas sueltas. Pretenden ofrecer un día de la vida de Jesús. Lo mismo
ocurre más adelante. Los milagros y controversias con los fariseos no carecen de
relación entre ellos, van dibujando paso a paso la forma de pensar de Jesús, su
actitud ante personas y problemas muy diversos, al mismo tiempo que crece la
oposición de forma terrible, terminando con la decisión de matarlo. Otro ejemplo
clarísimo de unidad y dramatismo es el relato de tres grandes milagros, seguido del
viaje a Nazaret: Jesús manifiesta su poder sobre el mar, sobre los demonios
gerasenos, sobre la muerte (resucitando a la hija de Jairo); parece que nada puede
resistírsele; sin embargo, cuando llega a Nazaret, choca con el muro infranqueable
de la incredulidad de sus paisanos. Igual que ahora choca con la incredulidad de
tantos judíos . Reconozco que no siempre he conseguido dejar claras esas grandes
secciones. Pero no puedes imaginarte el esfuerzo tremendo que supone organizar
relatos que siempre has contado independientemente unos de otros.
VIII. Llevo un rato pensando qué otro consejo darte para que leas mi obra con
fruto. En el fondo, sólo hay una pregunta importante para el cristiano: ¿Quién es
Jesús? Al principio lo digo claramente, a través de la voz que se escucha desde el
cielo en el bautismo: Jesús es el hijo de Dios. Pero esto es algo que se le comunica
sólo a él ("Tú eres mi hijo amado, mi predilecto"); los demás no escuchan la voz ni
conocen su identidad. Olvidate tú también que lo sabes. Recorre el camino que te
propongo. Mézclate con la multitud, y asómbrate de su poder, de la novedad de su

1 Téngase en cuenta que el evangelio de Marcos terminaba originariamente en 16,8. Más tarde se
añadieron los versos 16,9-20, el llamado "final largo de Marcos", del que digo algo en el capítulo 4
("Base de datos sobre el evangelio de Marcos").
enseñanza. Cuando cure al paralítico, comenta con la gente: "iNunca hemos visto
cosa igual!" Pero advierte que no todos se admiran. Algunos piensan que está loco,
otros que está endemoniado. En medio de estas tensiones se forma un pequeño
grupo que deposita toda su confianza, en Jesús; puedes incorporarte a ellos.
Hasta ese momento, nadie se ha preguntado quién es Jesús. Los Doce lo
hacen por vez primera tras la tempestad calmada: "¿Quién será éste, que hasta el
viento y el agua le obedecen?" Pero no pienses que todo se aclara de repente. Ellos,
y tú, estáis sumidos en un mar de dudas. Cuando te pregunte Jesús, como a ellos,
quién dice la gente que es él, podrás elaborar un catálogo de opiniones. Pero no se
va a contentar con teorías ajenas. Te asediará con una pregunta decisiva: "Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Sé que te vas a refugiar en Las palabras de
Pedro: “Tú eres el Mesías".
Pero no cantes victoria. ¿Sabes lo que ese título significa? Pedro no lo sabía,
estaba equivocado, el mismo me lo confesó muchas veces. Pensaba en un Mesías
glorioso, triunfando en Jerusalén, expulsando a los romanos. En su cabeza no cabía
un Mesías que hubiese de padecer y morir. ¿En qué Mesías crees tú? ¿Qué esperas
de él?.
Sube al monte de la transfiguración. Te permito que acompañes a ese grupo
reducido de Pedro, Santiago y Juan. Escucharás la misma voz del cielo que resonó
en el bautismo: “Este es mi hijo amado, escuchadlo". Ya no es una experiencia
privada de Jesús. Puedes compartir la revelación misteriosa hecha a unos pocos y
ponerte en actitud de escucha. Porque te queda mucho que aprender, y Jesús te
repetirá, insistente, que debe padecer y morir, aunque terminará resucitando.
Es posible que Dios te ilumine y pienses que ya conoces a Jesús. Pero la
pregunta "¿quién es él?" seguirá resonando. Vuelve a formularla el sumo sacerdote
durante la pasión, rechazando como blasfemia la respuesta de Jesús. Y, si lees
hasta el final, verás que el último en recoger el tema es el capitán que dirigió la
crucifixión, no preguntando, sino afirmando: "Verdaderamente este hombre era hijo
de Dios".
IX. Antonio no pudo evitar una sonrisa cuando leyó estas palabras. "El pobre
capitán, ignorante, que sólo ha conocido a Jesús en sus peores momentos, dice lo
mismo que la voz del cielo. ¿Qué te rondaba por la mente, Marcos?" Me rondaba el
misterio, tantas veces constatado, de que algunos llegan fácilmente a la fe, mientras
otros se estrellan contra el muro de sus teologías, sus prejuicios y sus miedos.
¿Cuál ha sido tu camino al terminar la lectura? ¿Qué significa para ti ese Jesús
poderoso y débil, afectuoso y enérgico, capaz de soportar las incomprensiones y
dudas de sus discípulos, pero duro y tajante con quienes se oponen a esa nueva
imagen de Dios que él nos comunica? ¿Ese Jesús muerto y resucitado, pero cuya
muerte todos constatan y cuya resurrección produce pánico a unas mujeres?
Jesús es un misterio. Después de tantos años hablando de él, me resulta más
misterioso aún que el primer día. Por eso, al escribir esta obra quise evitar que el
lector se lanzase a conclusiones apresuradas. Advierte que los demonios siempre
saben quién es Jesús, y lo proclaman a grandes gritos. Pero él los manda callar. No
quiere que la gente acepte su opinión sin realizar el esfuerzo personal por descubrir
quién es él. Ese descubrimiento tiene que hacerlo cada uno, orando, reflexionando,
pidiendo la luz de Dios. No te refugies en un título. No digas: “Jesús es el Mesías",
"Jesús es el Hijo del Hombre", "Jesús es hijo de Dios". Es todo eso y mucho más.
Un misterio que nunca abarcarás, pero al que intento aproximarte.
Y cuando llegues al final del viaje quizá te ocurra como a las mujeres. Conoces
la solución final del misterio, sabes que Jesús ha resucitado. Pero no te entrarán
ganas de irlo gritando, como le pasaba a los demonios y a los enfermos. Es posible
que te llenes de miedo y guardes silencio como ellas.
No sé si estás cansado de tanto leerme. Yo me siento cansado de tanto
escribir. Lo anterior basta. Si te gusta mi obra, da gracias al Señor, que me la inspiró,
y acuérdate de mí en tus oraciones.
*******
Me entraron ganas de coger el evangelio de Marcos y comenzar de nuevo su
lectura. Pero era ya tarde, sólo mi Iámpara brillaba en la casa, y decidí esperar al
día siguiente. Aquella noche tuve un sueño extraño, de escenas confusas que se
cruzaban en mi mente. No sé decirte si el protagonista principal era Marcos o Jesús.
De repente, una especie de relámpago me despertó.
- Livia. Había sido Livia.
***
Livia había llegado a casa poco antes de nacer yo, procedente de Roma, con
una carta de recomendación para mi madre. No sé qué diría aquella carta, pero la
recibieron como a un miembro de la familia. Siempre la vi como una hermana mayor,
que jugaba conmigo y me llevaba de paseo, hasta que, al quedarme huérfano,
empecé a mirarla como mi segunda madre. En cuanto volví de clase fui a buscarla
al cuarto de la ropa.
- Muchas gracias por el regalo.
Estaba doblando unos manteles. No me miró, pero noté su sonrisa.
- No es un regalo, es un préstamo. Ese libro no se lo regalo a nadie.
Me tendió las puntas de un mantel, para que le ayudase como cuando era
niño.
- ¿Cómo has descubierto que he sido yo? ¿Te lo ha dicho tu padre?
- Mi padre sólo me dijo que era alguien de casa. Así que no había pérdida. Tú
eres la única romana en esta casa.
- ¿Y por qué tenía que ser una romana?
- Porque Marcos escribió su evangelio en Roma. Eso lo descubrí por el
cuadrante. Por tanto, ese librito también está escrito en Roma, y sólo puede ser
tuyo.
- Discurres como las cebollas. Marcos no se pasó toda la vida en Roma. Viajó
mucho. Y aunque lo hubiese escrito allí, podía habérselo regalado a cualquier
persona. Además, podría ser una copia de una copia de una Copia. ¡Qué pena!
- ¿Qué pena, de qué?
- Del dinero que se gasta tu padre en las clases de lógica. De todas formas
llevas razón. He sido yo.
- ¿Cómo supiste que estaba leyendo a Marcos?
- No hace falta estudiar mucho para eso. Un día entré en tu cuarto para dejarte
una túnica limpia. Estabas leyendo un rollo con dos umbelicos, y el único que tienes
de esa clase es el de Marcos. Me lo enseñaste cuando te lo regaló tu padre.
Se volvió para colocar los manteles en el armario. Luego añadió en tono
misterioso:
- Al verte leer a Marcos me entró una enorme curiosidad.
Cogió unas sábanas sin decir nada. La conocía de sobras, lo hacía para
chincharme.
- Curiosidad, ¿de qué?
- Curiosidad por saber cuánto tiempo te duraba la fiebre de la lectura. Estaba
segura de que te rendirías bastante pronto.
- Tú piensas que soy tonto, ¿verdad?
- No. Pero tu padre también lo dejó. Y, antes que tu padre, el mío.
No me dio tiempo a reponerme de la sorpresa.
- Ese librito que te he prestado -subrayó lo de prestado- lo escribió Marcos
para mi padre. Para ayudarle a entender su evangelio.
Dejó la sábana, se sentó y me invitó a sentarme.
- Ya te dije una vez que mis padres eran judíos, aunque terminaron en Roma
buscando trabajo. Mi padre era muy culto. Los griegos no concebís que una persona
pobre sea culta. Entre los judíos es normal. Mi padre aprendió de niño nuestra
lengua sagrada, el hebreo, y disfrutaba leyendo los libros inspirados. Cuando vivían
en Judea, mis padres pertenecían a una comunidad religiosa, los esenios. En
muchas cosas se parecen a los cristianos, y dicen que Jesús tuvo muchos
seguidores esenios. En Roma, mis padres echaban de menos el estilo de vida de
su comunidad, conocieron a los cristianos y terminaron haciéndose de ellos.
- ¿Y cuándo conoció a Marcos?
- Al mismo tiempo que a Pedro. Aparecieron juntos por Roma y se hicieron
muy amigos. Al cabo de unos años, cuando escribió el evangelio, mi padre ahorró
todo lo necesario hasta hacerse con una copia. Empezó a leerlo, y no supo seguir.
Él estaba acostumbrado a libros de otro estilo. Los libros sagrados de los judíos
contienen relatos preciosos sobre los patriarcas, la liberación de Egipto, el rey
David, el profeta Elías... Empiezas a leerlos y no te cansas. Hay otros libros, como
los de los profetas, que hay que leerlos poquito a poco, como la poesía. Cuando mi
padre empezó a leer el evangelio de Marcos, se quedó desconcertado. Era un libro
distinto. No encontraba el ritmo justo. Si leía mucho, tenía la impresión de que no
se estaba enterando de lo esencial. Si leía poco, se aburría.
Sonrió al recordar a su padre.
- ¿Sabes lo que pensó? Una cosa rarísima. Que aquel libro no había sido
escrito para ser leído, sino para ser escuchado. Las asambleas de los esenios se
parecen mucho a las nuestras. Mi padre decía que las habíamos copiado de ellos.
Cuando se reúnen, hay uno que lee un texto sagrado. Luego, otro distinto lo
comenta, explicando lo que la gente no entiende. Al final, todos expresan sus
sentimientos a propósito de lo que ha escuchado. Por ejemplo, dan gracias a Dios,
le piden algo... Mi padre terminó pensando que Marcos había concebido su libro
para asambleas de este tipo. Episodios muy breves, que se leen en un momento,
pero que pueden ser comentados ampliamente. Y, sobre todo, que permite a la
gente dar gracias a Dios y hacer peticiones. Por eso, quien intenta leerlo como un
libro cualquiera termina estrellándose.
- Mi padre también dice que es un libro muy raro. Que no se parece a ninguno
de los que escriben los griegos para contar la vida de una persona importante.
- Sin embargo, Marcos no estaba de acuerdo. Al contrario. Le decía a mi padre
que su evangelio había que leerlo en las asambleas del domingo, poco a poco,
porque la mayoría de la gente no sabe leer y porque los libros son muy caros. Pero
una persona culta, como él, debía leerlo todo seguido.
Livia soltó una carcajada.
- El. mayor elogio para mi padre era que lo considerasen una persona culta.
Inmediatamente se sintió capaz de leer el evangelio diez veces seguidas. Pero
había aprendido algo de humildad y le pidió a Marcos unos consejos para entender
mejor su obra. Así nació el librito.
- ¿Y le sirvió?
- Creo que sí. Mucho. Desde entonces, siempre que leía un episodio, por breve
que fuese, se hacía una pregunta: ¿qué me dice de Jesús? Un día me comentó que
leer el evangelio es como construir un mosaico, que vas poniendo una piedrecita
cada día, y al final terminas viendo claramente la imagen del Señor.
- Es la misma comparación que se me ocurrió a mí. La del mosaico.
- Y tu padre, ¿qué te ha dicho?
- No quiso aconsejarme nada hasta que terminase de leer esos recuerdos de
Marcos.
Se sonrió,
- Tu padre, siempre tan prudente. Habría sido incapaz de pelearse con Marcos.
Y se habría quedado sin recuerdos.

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