¿Qué Cambió en La Narrativa Argentina...
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Resumen
Palabras clave
El artículo resume los criterios con que define el surgimiento de una nueva narrativa
argentina (NNA), escrita por las generaciones de postdictadura. Revisa críticamente Generación literaria
Postdictadura argentina
el concepto de generación literaria; expone el surgimiento de la NNA, cuál es su Nueva narrativa argentina
novedad y cuáles sus libros fundacionales; traza un panorama breve del desarrollo de (NNA)
Marcelo Figueras
esta narrativa por parte de las dos generaciones de postdictadura, entre las décadas Martín Rejtman
del ’90 y del 2000. Finaliza proponiendo hipótesis acerca de las transformaciones más Mariana Enríquez
recientes de esta producción, ocurridas en la última década. Las observa en la obra
de tres escritores: Marcelo Figueras, Martín Rejtman y Mariana Enríquez.
Abstract
Key words
This article summarizes the criteria to define the beginning of the Argentine New
Narrative (NNA), which is written by the post dictatorship generations. It critically Literary Generations
Argentine postdictatorship
inspects the concept of literary generation; it explains the beginning of the NNA, it New Argentine Narrative (NNA
specifies its novelty and the initial works which give birth to this literature. Then, Marcelo Figueras
Martín Rejtman
it shows briefly the development of this narrative, which is written by a first and a Mariana Enríquez
second post-dictatorship generations, between the decades ’90 and ‘2000. Finally, it
proposes some hypothesis around the recent transformations of this literature during
the last decade. The article illustrates this hypothesis with the work of three writers:
Marcelo Figueras, Martín Rejtman y Mariana Enríquez.
Por eso, sin negar que Malvinas esté completamente asociada al último período de
aquel gobierno inconstitucional, subrayamos que significó el despertar a la conscien-
cia para jóvenes que, hasta entonces, no habían tenido en general percepción de la
masacre que se estaba perpetrando mientras ellos crecían.
Hablamos de una literatura que se comienza a publicar durante los años ’90. En esa
década, sin embargo, no eran jóvenes solamente quienes escribieron la NNA: en la
franja etaria 20/40 años coexistían dos generaciones distintas: por un lado, quienes
entraron a la conciencia ciudadana antes del exterminio (el último coletazo de la
adolescencia y juventud que se referenció en la lucha política), en general nacidos
durante la década del ’50; y por el otro, quienes nacieron apenas después pero se
formaron a una distancia abismal de estos otros, y cuya conciencia cívica recién llegó
con la guerra de Malvinas o con el alfonsinismo, en 1983.
Entonces: avanza una entonación que si bien aparecía, no era hegemónica, ni siquie-
ra especialmente prestigiosa; una sutil actitud burlona, más o menos festiva, o una
risa a menudo crispada que, así, toca el cinismo, o un sarcasmo que trasluce ambi-
guamente el desgarramiento amargo. Se sabe que lo que hay es injusto u horroroso
pero no se sabe qué debería haber; son entonaciones que tampoco intentan enseñar
ni se plantean con la convicción –la indignación, el dolor- de quien tiene fundamen-
tos sólidos para criticar a la sociedad. Son apenas la expresión de un asombro lúcido
ante un estado de cosas que es evidentemente injusto, o absurdo, pero por muchos
7. Postular la existencia de una nue- motivos pareciera inmodificable.7
va forma de escritura no supone de
ningún modo desmerecer la escritu-
ra hegemónica anterior. En literatura Es esta entonación socarrona, con tantos diversos matices, trabajada desde muchas
y en arte en general lo “nuevo” no
desplaza lo “viejo”. Las entonacio- propuestas estéticas diferentes, lo que se vuelve tendencia predominante en la narra-
nes serias y las certezas de la mejor tiva joven de los ’90 y se sostiene con fuerza hasta hoy, aunque en la última década
literatura anterior también dejan
lugar a matices y a preguntas sin se hayan abierto paso entonaciones algo más graves.
respuesta, sólo que estas incerti-
dumbres apuntan a otros aspectos.
Pero la socarronería y sus gestos afines constituyen el principio constructivo (en tér-
minos del formalista Tinianov) de la NNA (1978: 85-102). Es cierto que ya hay algo
de esta modulación en la obra de escritores como Fogwill (1941), Hebe Uhart (1936),
César Aira (1949) o Ana María Shúa (1951), que no pertenecen a la primera generación
de postdictadura y comenzaron su carrera literaria en los ’80 o incluso un poco antes,
aunque –salvo Shúa- casi sin visibilidad. Pero precisamente es este nuevo tiempo el
8. Lo cual no supone que no pueda
también tenerlo, la libertad se ve que les da la posibilidad de ser leídos y valorados: cuando las miradas signadas por
en que no es preciso tampoco el sarcasmo, el humor cruel, la mirada lateral, el minimalismo o incluso una aparente,
evitar ese tipo de estética. Así lo
muestra la excelente narrativa de cuidada y falsa tontería o desapasionada trivialidad logran legitimidad estética, se
Luis Sagasti (1963), que comienza vuelven herramientas, procedimientos conscientes y apreciados. No es casual que
con El canon de Leipzig (1999) y
Los mares de la luna (2005) libros estos escritores mayores hayan comenzado a leerse de otro modo a partir de los años
que tienen un lenguaje más afín al ’90 y hoy sean referencia para gran parte de los escritores más jóvenes.
que valora la crítica académica.
9. Hay que excluir de la falta de
autoconciencia de la primera gene- La mirada de la NNA es una mirada crítica del mundo. El desencanto que expresa
ración de postdictadura al grupo no paraliza, es un desencanto perspicaz que conduce al asombro y la reflexión. En
de dramaturgos nuevos, el Caraja-jí
(cuya autoconciencia existió porque comparación con tendencias anteriores, llama la atención la falta de estéticas obliga-
la facilitaron los dramaturgos adul- torias o uniformes en esta narrativa. La obra de la primera generación de postdicta-
tos consagrados, que los combatie-
ron) y al movimiento de poetas, que dura no tiene (necesariamente) el compromiso social que exigían los ’70 y tampoco
logró nuclearse en los ’90; el movi- tiene (necesariamente) el trabajo autorreferencial con el lenguaje que exigía la críti-
miento fue pionero en estrategias
de creación de lectores que utilizará ca académica de moda.8 Y esta falta de obligaciones se proyectó con fuerza a la
la segunda generación de narrado- segunda generación, que a diferencia de la primera pudo legitimarse a sí misma,9 tal
res de NNA, diez años después.
10. “Yo no tengo fechas para
vez porque sí “tuvo fechas para recordar”:10 una efemérides propia, el estallido de
recordar/ Mis días se gastan de final del 2001 y el 27 de octubre de 2010, cuando llenó la Plaza de Mayo ante la muer-
par en par/ Buscando un sentido
a todo esto/Las noches de frío es
te de Néstor Kirchner, dejando contundentemente claro que el kirchnerismo había
mejor no nacer/Las de calor se generado una dinámica política joven. Más allá de las posiciones favorables o con-
escoje matar o morir/Y así nos
hacemos argentinos “El tiempo no
trarias que haya tomado cada agrupación militante juvenil frente a los gobiernos de
para”, Bersuit Vergarabat, álbum Néstor y Cristina Kirchner, la autoconciencia generacional y la legitimidad que adqui-
Y punto, 1992; variación sobre
un tema del brasileño Cazuza.
rieron, con su protagonismo, los menores de 35 años, les permitieron manejarse, en
11. Sobre autoconciencia gene-
el campo literario, con una actitud mucho más prescindente de otros lugares de
racional, ver Mannheim (1993). aceptación, por ejemplo la Academia; 11 si ésta pedía a la ficción literaria que se hicie-
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ra cargo del giro lingüístico y que desdeñara el beneplácito del mercado de lectores,
los escritores de la segunda generación de postdictadura siguieron sus caminos pro-
pios agrupándose, leyéndose, generando sus revistas, sus críticos, sus discusiones; lo
hicieron sin enfrentar a la Academia, sin crear dicotomías fáciles contra ella pero
también sin depender de su aprobación y de su agenda de temas. Y se encargaron
sobre todo de salir a construir lectores, mercados, visibilidad.
Como se ha dicho, la NNA nace en los ’90 al mismo tiempo en que mueren las certezas
de las generaciones anteriores, protagonistas de la lucha política radicalizada. Con
excepción de Memoria falsa, de Ignacio Apolo (1969), el resto de las que se pueden
considerar, por la novedad, obras inaugurales de la nueva narrativa argentina aparece
en la colección “Biblioteca del Sur”, de Editorial Planeta, dirigida por el ya mencionado
Forn. Todos los libros iniciales están escritos por varones: la literatura de las mujeres
tenía pocas chances de ser tomada en serio y publicada, aunque entre las escritoras
de primera generación había narradoras excelentes que ya escribían durante los ’90
(Patricia Suárez (1969), Alejandra Laurencich (1963), Pía Bouzas (1968), Patricia Ratto
(1962), Anna Kazumi Stahl (1964), Fernanda García Curten (1968), Gabriela Cabezón
Cámara (1968). Ninguna tuvo demasiadas posibilidades de editar o visibilizar sus
libros y conseguir repercusión hasta entrado el siglo XXI.
En cambio, las obras inaugurales de la NNA que aparecen en Biblioteca del Sur
logran una inesperada resonancia entre lectores jóvenes, además de buenas ventas;
algo asombroso si se piensa que dos de esos libros son de cuentos, un género que
las editoriales rechazan porque sostienen (con cierta arbitrariedad, como se probó a
veces) que no es comercialmente viable.
12. “Escribir para el mercado: ésta
El parto de la NNA fue oscuro. En su mayor parte, la crítica académica no detectó parecería ser la consigna de una
franja importante de la narrativa
en su momento las innovaciones que suponían estas obras, fundamentalmente por- argentina actual. Esto es, escribir
que no las leyó. Nos detendremos muy brevemente en estos libros que fundaron la de acuerdo con los gustos y con
las preferencias de los lectores,
narrativa de postdictadura: promoviendo una literatura que no
cuestiona ni altera presupuestos
estéticos ya probados, que busca el
Historia argentina (1991), de Rodrigo Fresán (1963), se ríe con provocativa, ácida, dolo- impacto y la venta masiva a través
rosa irreverencia de los lugares comunes de la militancia, de la tan reciente historia de temas escandalosos y que parece
poco preocupada por los riesgos
de la dictadura militar y la represión (Fresán, 1991). Sólo en los últimos años –con de la experimentación formal que
obras como las de Félix Bruzzone (1976) o María Eva Pérez (1977)- esta estética implica (que debería implicar) la
literatura. Éste es el caso de (…) los
políticamente incorrecta logrará sortear acusaciones de las generaciones anteriores Marcelo Birmajer, o de las novelas
y el desdén de los críticos. de Rodrigo Fresán, textos literarios
cuya prosa bordea peligrosamente
los límites del discurso llano e
El muchacho peronista (1992), de Marcelo Figueras (1962), es una novela picaresca y informativo de cierto periodismo
cultural”, Saítta (2002). Es por lo
al mismo tiempo una ucronía, en la que la entonación socarrona está dirigida, sobre menos asombrosa la caracteriza-
todo, hacia lo histórico. El “pícaro” de la novela asesina al todavía ignoto coronel ción que se hace acá de la literatura
de Fresán porque, más allá de la
Perón. La novela teje una maraña profusa, inagotable, de relatos insertados que se valoración que la crítica tenga de lo
enhebran gozosamente armando historia tras historia, ahí donde la Historia no que él escribe, su lenguaje exhibe
exacerbado barroquismo, intertex-
pasa ni pasará. Si bien trabaja un lenguaje muy distinto al de Fresán, El muchacho tualidades profusas, trabajos con la
peronista coincide con Historia argentina en la intuición de que no se puede narrar opacidad del significante y autorre-
ferencialidad a veces exasperante.
ni concebir el proceso histórico y social en el que estamos inmersos; lo único narra- También es curioso que caracterice
ble son las historias, las versiones, los cuentos, la ficción. Igual que los relatos de a Fresán como autor de novelas
cuando el escritor no sólo ganó po-
Fresán, la novela de Figueras fue juzgada por una parte de la crítica como frívola, pularidad por sus relatos sino que
“comercial”.12 Pero El muchacho peronista es una novela profundamente política a en 2004, sobre 7 libros publicados,
3 son de cuentos. Para un ejemplo
su modo, hace ficción con un trauma generacional: el terror al pasado reciente y la de la recepción negativa del primer
consiguiente imposibilidad de concebir un proceso histórico sin refugiarse en la libro de Figueras, cf. Battista (1992).
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pura ficción. Leído hoy queda claro que Figueras no sólo atestiguó con belleza, en
1992, su presente de joven de postdictadura, sino que además previó el futuro: su
personaje “pícaro” termina siendo, en el libro, el primer Papa argentino. Como
afirma el título con sutil ironía, se trata de un peronista; como leemos hoy con
asombro, es un jesuita del barrio de Flores. La sugerencia de Raymond Williams
acerca de la capacidad de la literatura de atrapar lo todavía no dicho, lo aún ni
siquiera imaginado conscientemente por una sociedad, se hace en este ejemplo tan
evidente como extraño (cf. Williams, 1980: 150-158).
Si la novedad de estas dos obras pasa por una inédita actitud ante el devenir histórico,
el pasado, la memoria, otros tres libros fundacionales inician una inédita represen-
tación de los jóvenes.
Nadar de noche, de Juan Forn (1991), es un conjunto de relatos que, igual que las
novelas de Fresán y Figueras, tuvo significativo éxito de ventas, tal vez porque hizo
entrar en la literatura algo que los jóvenes vivían pero no encontraban escrito: el
escepticismo y el desolado glamour mundano de su década. Antes que repetir los
argumentos melancólicos que las generaciones militantes seguían pronunciando en
el vacío, la escritura de Forn semiotiza nuevos interrogantes generacionales. Si los
anteriores giraban obsesivamente alrededor de la pregunta sobre el camino para
mejorar el mundo, éstos se preguntan por las derrotas y decepciones ya consumadas
en las que los nuevos han nacido. La corrección política progresista que sobrevivía de
los ’70 no daba lugar a cuentos donde los muchachos y las chicas pensantes jalaran
cocaína, exhibieran una exasperada fascinación por el consumo o el rabioso vacío de
certezas políticas, la culpa generacional por no haber muerto en Malvinas o no ser
militantes como los jóvenes torturados y asesinados de antaño. Los cuentos de Forn
versaban sobre la euforia maníaco-depresiva de la noche menemista y asumían sin
dramatismo la ausencia de respuestas.
Todo arte es, cuando vale, el arte de su tiempo: es probable que la intensidad y
ansiedad con que los procedimientos vanguardistas intentaban captar la vertiginosa
realidad resultaran excesivas en estos años en los que parecía haber pocos motivos
para la expectativa, el movimiento y la pasión. Pero todo arte es también, cuando vale,
el arte que sobrevivirá a su tiempo: la estética de los jóvenes cuentistas de los noventa
ha marcado (especialmente con Rejtman) la producción posterior. Su influencia se
siente hasta hoy.
Minimalista, Rejtman toma algo de Carver en Rapado para hacer otra cosa, que en
ese momento nadie había hecho aún: elude la profundidad psicológica del norteame-
ricano, cualquier intento de significación trascendente, y comienza con un lenguaje
narrativo que, al modo de César Aira, trabaja adrede con el vacío y la nada pero, a
diferencia de Aira, insiste en un realismo desolador que se presenta casi como testi-
monio, documento, y al mismo tiempo, paradójicamente, consigue un efecto desopi-
lante, casi inverosímil, no porque cuente cosas extrañas sino precisamente porque la
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Como dije, los cuentos de Rejtman hicieron escuela: esta estética desapasionada es
continuada por importantes narradores más recientes como Félix Bruzzone (1976)
o Ignacio Molina (1976). Bruzzone retoma la opacidad en los personajes, que se
mueven sin saber por qué; Molina investiga desde los procedimientos rejtmanianos
la representación de jóvenes de clase social bastante más baja, sometidos a un
entorno y un azar con el que se relacionan con igual desaprensión. Algo del mini-
malismo rejtmaniano, desdramatizado y de bajo perfil, también se ve en la tan
particular obra de Eduardo Muslip (1965), que sin embargo bucea en subjetividades
y percepciones; los primeros cuentos de Romina Doval (1973) y Ariel Bermani (1967)
también retoman los jóvenes disponibles y quietos de Rejtman para hacer otras
preguntas, Federico Falco (1977), Edgardo Scott (1978) y otros avanzan por esa
estética despojada y el acontecimiento que no está o, si está, se cuenta casi como si
no ocurriera.13 13. Como ejemplos de lo que
estoy planteando véase Bruzzone
(2008a; 2008b), Molina (2006;
La otra novela fundadora de la NNA pasó casi inadvertida cuando apareció pero más 2010), Muslip (2000; 2015), Doval
(2004), Bermani (2011), Scott (2010).
tarde fue un texto de culto entre ciertos jóvenes de comienzos del 2000. Se trata de
Memoria falsa (1996), de Ignacio Apolo (1969). Se publicó fuera de Biblioteca del Sur,
un año después de que ésta colección hubiera dejado de existir. Pese a haber ganado
un concurso,14 la novela no tuvo visibilidad porque el interés del público lector (y de 14. Memoria Falsa ganó el Premio
Proyección 1995, concurso organiza-
la crítica) por la narrativa argentina ya se había diluido. Rejtman o Forn semiotizaron do por la Fundación Banco Patricios.
jóvenes que todavía no habían aparecido en la literatura y no eran los que los adultos
percibían: ni frívolos, ni desmemoriados e indiferentes, pero tampoco militantes.15 15. En “Crecer en silencio.
Rapado y Velcro y yo, dos libros
No obstante, Rejtman o Forn se ocuparon, por un lado, de una cierta clase social y, de cuentos de Martín Rejtman”,
por el otro, no hicieron entrar sus voces a la narrativa. La introducción de una orali- artículo inédito realizado para el
grupo de investigación P.E.N.C.A.
dad decididamente nueva debe celebrarse en Memoria falsa. (cf. nota 4), Silvio Santamarina,
que entonces tiene veinte años,
encuentra en estas obras “una
La novela comienza con una potencia particular: ya en las primeras líneas una voz rebelión microscópica, distinta de
asegura: “No, viejo, a mí no me joden. El mundo tiene veinte años” (Apolo, 1996: 14). las que han sido en el pasado y que
incluso puede no llegar a ser.”
En consonancia con el lúcido juego narrativo de Figueras o Forn, esta voz que nació,
como el mundo entero de su personaje, en 1976 (con el tenebroso amanecer de la
Dictadura), se erige como hijo inconsciente de ese horror y se niega a concebir una
anterioridad a él, un fluir histórico.
ahora no sería así, ahora no pasa nada. Lo único que podés hacer es imaginarte
de dónde vienen todas las cosas que ves, pero quién hace eso. Yo no puedo. No
me puedo imaginar ni siquiera una playa peronista (1996: 11-12).
Es la voz de los hijos de padres que, enmudecidos por la derrota, sólo pudieron trans-
mitir la evocación aterrada de la picana eléctrica. Una memoria que comienza con el
horror y forcluye el peligroso enfrentamiento político previo, del proceso histórico
que derivó en la tortura y la muerte. Una memoria producida, en suma, por un quiebre
de la transmisión generacional que se extendió entre adultos y jóvenes por lo menos
hasta el kirchnerismo, cuando la decisión del Estado de castigar los crímenes de lesa
humanidad habilitó la discusión de aquel pasado innombrable.
Pero Memoria Falsa es anterior a esto. Memoria Falsa hace irrumpir el discurso azo-
rado de muchachos y chicas que lidian con la ignorancia, la culpa y el miedo. Un
miedo incomprensible para ellos, del cual, como plantea la novela, no pueden dar
cuenta. Su escritura hecha de monólogos y tensión dramática, su humor y su trabajo
con el juego y la aparente inocencia emparentan el surgimiento de la NNA con el
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En la década del ’90, ser joven es estar derrotado sin haber nunca combatido y coexistir
con fantasmas de otros jóvenes que sí lo hicieron y por eso pagaron con sus vidas de
un modo tan atroz, que la impunidad de sus victimarios pesa como una carga insopor-
table sobre los hombros de quienes tienen su edad, pero están vivos. Así, esta suerte
de hermanas y hermanos mayores que jamás envejecieron constituyen una biósfera
naturalizada. Quien es joven en la primera generación de postdictadura crece entre
contemporáneos fantasmas insepultos, de los que la sociedad de los años ‘90 habla
con miedo y lugares comunes políticamente correctos para negar así, hipócritamen-
te, las preguntas obvias, legítimas, indispensables que permitirían entender a estos
hijos en qué lugar y después de quiénes han nacido: ¿qué hicieron las víctimas de tan
espantosas muertes?; ¿qué fue la lucha armada, cómo fue la Historia antes de 1976?
Estas preguntas fueron tabú hasta los años kirchneristas. En este tabú, temblando de
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culpa por muertos ajenos, privados de relato y obligados a tener como única, obliga-
toria memoria, la ominosa picana eléctrica, la primera generación de postdictadura
transcurrió su veintena y su treintena y entró a la conciencia ciudadana, hasta que
el estallido de diciembre de 2001 trajo gradualmente la posibilidad de pronunciar
otros discursos.
No trazo una relación causal mecánica pero tampoco dejo de señalar algún tipo de
conexión entre una búsqueda literaria que cuestiona la sintaxis misma del relato, y se
despliega más como buceo lingüístico que como desarrollo de una trama, y los tiempos
donde el acontecimiento mismo está puesto en cuestión; en consonancia, también
existe cierta conexión entre los hechos político-sociales que forjaron la conciencia
ciudadana de la segunda generación y el regreso de la pulsión por contar historias y
explorar en los géneros masivos de la literatura moderna y del cine: el policial negro
y el thriller, las aventuras, la ciencia-ficción, el terror y el gore. Son ejemplo de este
predominio numerosas obras de Leonardo Oyola (1973), Mariana Enríquez, Alejandro
Parisi (1976), Pedro Mairal (1970), Ricardo Romero (1976), Alejandro Alonso (1970),
Leandro Ávalos Blacha (1980), Juan José Burzi (1976), Mercedes Giuffré (1972), Ger-
mán Maggiori (1971), Natalia Moret (1978) y otros.
Fuera de los patrones de los géneros masivos también son recuperados el enigma
y la tensión. Obras de Samanta Schweblin, Oliverio Coelho (1977) Lucía Puenzo
(1976) muestran formas diferentes y muy innovadoras de recuperar la importancia
de la trama.
Desde luego no se trata de que nadie de la primera generación haya escrito novelas
de trama antes de diciembre de 2001: Carlos Gamerro (1962) había publicado la
monumental novela Las Islas en 1998, un thriller negro y político, plagado de peripe-
cia, que algunos jóvenes post 2001 consideraron con justicia “el Adán Buenosayres
19. En cuanto a la frase citada, una de nuestra generación” (Gamerro, 1998).19 Pero fue un caso aislado y si pertenece
estudiante de mi Seminario en
la Carrera de Letras (Facultad de estilísticamente a la nueva narrativa, no es porque haya incursionado en ese género
Filosofía y Letras, UBA) recomen- sino pese a eso: el rasgo distintivo está en la mordacidad inteligente, o en su modo
dó en esos términos esa lectura,
en el año 2003. La misma frase de evitar la solemnidad mientras contempla y denuncia la descomposición de las
resonó algunas veces en reuniones instituciones y de las relaciones sociales.
del movimiento de la NNA.
los asesinos de muchachos y chicas insepultos libera a los jóvenes nuevos: el peso de
los muertos empieza a dejar de atormentar la conciencia de los vivos y aparecen en la
literatura entonaciones y representaciones que hasta ahora no podían pronunciarse ni
leerse: el humor, a veces muy negro, la incorrección política, el juego ácido, la crítica
burlona (por izquierda) a ciertos lugares comunes en la reivindicación de la memoria
o en la política de Derechos Humanos. Relatos como “Qué quiero ser cuando sea
grande”, de Hugo Salas, su novela El derecho de las bestias (una vitriólica reescritura de
Amalia de Mármol en delirante –y no tanto- clave antiperonista), la obra entera de Félix
Bruzzone o Diario de una princesa montonera, de Mariana Eva Pérez (1977) son potentes
evidencias de esta libertad, que ya no tiene que pagar los precios que pagaron antes,
por ejemplo, la escritora de la generación de militancia Liliana Heker (1943), cuando
se atrevió a publicar su novela El fin de la Historia (Heker, 1996), en plena década del ’90,
bajo el reino absoluto del tabú del enfrentamiento,20 o la joven cineasta Albertina Carri 20. La hipótesis del “tabú del
enfrenamiento” fue elaborada en
(1977), hija ella misma de desaparecidos, cuando estrenó su documental Los rubios, forma grupal durante el transcurso
donde aparece explícitamente la defensa de su derecho a hablar con su propia voz y la del mencionado P.E.N.C.A. (cf.
nota 3), para referirse a la potente
negativa tajante a actuar como la muñeca Chirolita de bienintencionados ex militantes prohibición de representar en cual-
que, como ventrílocuos, querían utilizarla.21 quier tipo de discurso artístico o
crítico-ensayístico a la militancia re-
volucionaria armada pero también
Más allá de que el hecho de que fueran mujeres quienes se atrevieran a crear con a cualquier franco enfrentamiento
social de clases, con o sin armas, y
semejante audacia facilitó la furia de la crítica, si esas dos creaciones poderosas, la prohibición de (el terror a) desa-
independientes, corrosivas, hubieran aparecido ya entrada la década kirchnerista, la rrollar a fondo cualquier polémica,
desacuerdo incluso meramente
indignación y la violencia con que fueron recibidas no hubiera sido, probablemente, teórico o académico, cualquier
tan intensa y sobre todo tan fácil de pronunciar y publicar. En el nuevo panorama pensamiento que reivindicara abier-
tamente su intención de dar una
político del país crece el lugar para discutir el pasado traumático sin que se empuje batalla en el campo de la política
a quien se atreve a hacerlo al infierno de la extrema derecha. Cuando Polinices es cultural o de la política a secas. El
tabú imperaba con evidencia duran-
enterrado como se debe, Antígona puede elegir la vida y usarla también para pensar te los años ’90, cuando el P.E.N.C.A.
y discutir acerca de lo justo u oportuno de la conducta de su hermano. En cambio, llevaba a cabo sus Seminarios de
Investigación. Es probable que haya
mientras sus huesos insepultos son la cifra misma del horror del Estado, cualquier ido retrocediendo hasta caer con
cuestionamiento a Polinices puede ser usado como una justificación. estrépito en los levantamientos del
19 y 20 de diciembre de 2001. La de-
cisión de juzgar a los responsables
La ley habilita, tranquiliza, pone a cada uno en su lugar y permite el pensamiento del terrorismo de Estado, ya a partir
de 2004, contribuyó a terminar de
crítico. La Ley recupera la relación entre lo que se dice y lo que se hace, entre valores extinguirlo al abrir la posibilidad
y hechos; los fantasmas eternamente jóvenes hallan cierta paz cuando hay juicio y de contar (representar), investigar,
discutir la historia de la lucha
castigo y hasta logran morirse definitivamente. Entonces, los jóvenes de la segunda armada, tanto por derecha como
generación de postdictadura pueden avanzar y ocupar el escenario primaveral de por izquierda. En la literatura de los
’90 y 2000 pueden verse los efectos
la patria, donde antes sólo había espacio para las siluetas de idealistas perfectos y tanto del tabú como de su final.
caídos en la flor de su vida. Una nueva juventud aparece y puede incluso volver a ser 21. El film Los Rubios, con
demonizada, como en los ’70, no ya porque toma cerveza o se droga en las veredas dirección de Albertina Carri, se
estrenó en 2003. Para un análisis
sino porque milita, hace política. Esa misma demonización es el síntoma de que algo documentado de los debates que
ha vuelto a estar en donde correspondía. produjo la novela de Heker cf. De
Marchi (2003), respecto de los
ataques a Carri por su película,
cf. por ejemplo Kohan (2004).
más jóvenes, lo cual nos conduce a una de las hipótesis que quiero introducir: la
diferenciación entre primera y segunda generación es muy importante para entender
el surgimiento de la NNA en los ’90 y lo nuevo que nace durante los años kirchneris-
tas; es decir: las producciones de juventud de todos estos escritores y escritoras. Pero
cuando estudiamos el conjunto de la obra de un autor o autora a lo largo de las
últimas casi tres o dos décadas, según el caso, las diferencias literarias que se plan-
tearon entre primera y segunda generación tienden a diluirse.
La caída del tabú del enfrentamiento, por ejemplo, se observa en los primeros años
de este siglo, como dijimos, en escritores de la segunda generación, pero tiende a
observarse en las obras de la NNA posteriores al 2001 que escriben ambas camadas.
El estallido social que viene de vivirse y el progresivo final de la impunidad permiten
a estas generaciones concebir lo que el joven de Memoria Falsa no podía: un proceso
histórico antes de la picana eléctrica.
Pero años después Carlos Gamerro completará hacia atrás la saga iniciada con Las
Islas, cuya primera entrega transcurre y además es publicada durante el menemismo.
Las víctimas del poder en esa novela responden al imaginario pronunciable en los
’90: una desaparecida “inocente” (ni militante, ni guerrillera) y un excombatiente de
Malvinas. En cambio, La aventura de los bustos de Eva (2004) y Un yuppie en la columna
del Che Guevara (2011) (Gamerro, 2004; 2011), precuelas de Las Islas, ofrecen una muy
provocativa versión de la lucha armada, antes imposible de escuchar o leer. Ya Las
Islas había violado el tabú del enfrentamiento, por ejemplo en la escena donde esos
particulares damnificados de la dictadura que son los ex combatientes de Malvinas,
defienden con armas a una mujer y a sus hijas. Pero ahora aparece la guerrilla que
opera en una fábrica tomada, aparece la guerra en el monte tucumano. Y la entonación
es inédita: no demoniza; usa la risa, la burla implacable, la ironía, para pedir que se
critique, se piense, no que se repudie ni se anatematice; para pedir que se interrogue y
se reflexione sin prejuicios sobre un momento histórico del que antes no se hablaba,
del que sólo se podían lamentar las consecuencias.
Muy atrás ha quedado el tabú del enfrentamiento. En este camino donde “la hermosura
de los hechos” se enreda cada vez más con la conciencia del proceso histórico, Figueras
llega a su última novela, El negro corazón del crimen (2017), un thriller donde un joven
trabajador de la industria editorial, traductor, escritor de cuentos policiales de enigma
para revistas masivas y jugador de ajedrez, se entera de que “hay un fusilado que vive” y
deviene un investigador militante, dispuesto a empuñar un arma por una causa política.
Rodolfo Walsh es el personaje de ficción más reciente que ha encarado Figueras, un hito
en un camino literario cuyo recorrido es ejemplo elocuente de lo que quiero demostrar.
“Todo puede pasar”, se llama uno de los cuentos de Rapado, el primer libro de Rejtman,
y bien podría continuar agregando: “pero que todo pase no va a cambiar absoluta-
mente nada”. No obstante, no pasa tanto: cosas molestas y menores, o simplemente
anodinas, componen la trama de esos relatos. Incluso en el que se llama, como el
libro, “Rapado”, cuando aparece la posibilidad de que llegue la policía, el hecho se
vuelve poco creíble y falto de dramatismo, al punto en que el momento realmente
álgido del cuento no es ése; su incipit, el quiebre que pareciera indicar que por eso
habrá historia, consiste en que Lucio, su protagonista, “toma una decisión repentina:
entra a la peluquería –son las seis y media de la tarde, casi verano- y decide hacerse
rapar” (Rejtman, 1992: 87).
Si se piensa que “Rapado” es uno de los cuentos que más se acerca en el libro a algo
que podríamos llamar una situación extrema, se vuelve evidente la concepción de
acontecimiento sobre la que, a comienzos de los años ’90, esta nueva forma narrativa
está trabajando. Cuando transcurre un tiempo y la cabeza de Lucio se puebla con una
pelusa pinchuda, el chico repite la acción de raparse:
Ahora, más que una decisión repentina de cambiar de aspecto, piensa Lucio, es
una manera de dejar las cosas tal como están (1992: 88).
Dejar las cosas tal como están se vuelve tal vez, en estos cuentos tan originales, una ética
narrativa que, paradójicamente, transforma el relato como género y consigue desencajar
las expectativas de lectura, obligándonos a percibir hasta dónde la vieja confianza por
el cambio histórico ha naufragado. Los cuentos iniciales de Rejtman avanzan –al menos
en apariencia- en dirección contraria a lo que la tradición literaria entera señala para
cualquier relato: cuando Propp y Greimas estudian la estructura universal de los cuentos
folklóricos, que originan de algún modo cualquier posibilidad de narración literaria, dejan
claro hasta dónde un cuento es algo que jamás “deja las cosas tal como están”; si hay his-
toria, es porque en su transcurso deviene una transformación (Propp, 1998; Greimas, 1987).
36 ISSN 0329-9546 [23-40] Elsa Drucaroff
El matadero /10 (2016)
Son sucesos tan graves y dramáticos como ridículos: un joven gana una beca para
hacer una residencia para artistas en Estados Unidos, pero allí roba los víveres de
todos y termina prendiéndole fuego a su estudio y escapando; otro, como no soporta
el piano que toca su vecino, busca frenéticamente volver a fumar el único tipo de
marihuana que lo ha salvado una vez: no sólo le curó la desesperación por tener que
escuchar esa música, sino además le permitió disfrutarla con intensidad casi sobre-
natural; un equipo de rugbiers vandalizados destruyen, luego de haber ganado un
partido, un centro turístico residencial en Córdoba y asedian durante toda la noche,
como en una película de terror, el caserón donde un grupo de jóvenes se ha refugiado
para salvar sus vidas. Los personajes siguen siendo tan leves como antes pero ahora
varios discursean sobre sus principios y hasta sus convicciones políticas, aunque algo
en las peripecias que protagonizan desmienten cualquier intento de tomarlos en serio.
La acción casi nula de antaño ahora va de acá para allá, como una máquina loca. Los
relatos devinieron novelas cortas (aunque el libro se llama Tres cuentos, cada uno tiene
un promedio de 90 páginas). Es como si la narrativa de Rejtman hubiera registrado
tanto el final de la tranquilizadora mentira del fin de la Historia como el disparate
de creer que, porque se puso en marcha, va realmente a algún lado.
No es el único que apunta en esta dirección. Con otras estéticas, trabajando con
lenguajes y convicciones radicalmente diferentes, algo de esto aparece en los jóvenes
que sigue representando por ejemplo la narrativa de Mariana Enríquez. En su obra
23. Cf. su primera novela inicial ya estaba el gesto romántico extremo23, las tramas se vuelven cada vez más
Bajar es lo peor (1995), escrita
antes de tener 30 años. tremendas y trágicas, el terror se intensifica. Los cuerpos se desgarran, hay sangre,
entrañas, antropofagia, sexualidades atormentadas, deseos repugnantes, un horror
que parece no encontrar límite.
## Bibliografía
En: Todorov, Tzvetan, Teoría de la literatura de los formalistas rusos. México: Si-
glo XXI.
»» Vignoli, B. (2004). Reality. Rosario: Editorial Municipal de Rosario, (reedición
Buenos Aires, Bajo la luna, 2014).
»» Walsh, R. (1969). ¿Quién mató a Rosendo?. Buenos Aires: Tiempo Contemporá-
neo.
»» Williams, R. (1980). “Estructuras del sentir”, en Marxismo y literatura. Barcelo-
na: Península.