8 Suicidio 17
8 Suicidio 17
8 Suicidio 17
"Si yo fuera valiente me suicidaría, pero he esperado tanto tiempo que es cuestión de jugar
un rato más y que el tiempo me suicide"
J. L. Borges1
Diego Moreira
Resumen
Summary
In this paper suicidal acts derived from self-violence are examined. Two varieties of
annihilation are discriminated, one directed to the external world, displayed over people,
families, groups, institutions or communities, and the other self-directed, in which case
suicide becomes the most significant situation. Also the historical standpoint about suicide, its
kinds, contents and frequency are herein considered. Next different forms are presented
including accidents, suicidal acts and ethics, Borges and Emile Durkeheim thoughts about
committing suicide, suicide in childhood taken as accidental, certain correlations with
substance abuse, the changing from homicide into suicide and viceversa, as well as the point
of view of DSM IV on these disease, auto-annihilation as epidemic. Finally the author
examines particulars of libido estasis which are, the foundation of these acts.
Presentación
Ahora bien, esta violencia se encuentra vinculada a las dos modalidades del crimen mas
rechazadas socialmente, me refiero, al incesto y al parricidio, en cuyo derredor se configuran
una diversidad de formas de aniquilación (Lacan, 1966).
Pero, ¿a qué nos referimos con el término suicidio? El Diccionario de la Real Academia
Española registra y define el suicidio como: Voz formada a semejanza de homicidio, del lat.
sui, de sí mismo, y caedere, matar. 1. m. Acción y efecto de suicidarse. 2. fig. Acción o
conducta que perjudica o puede perjudicar a la persona que lo realiza.
Ambos textos no sólo incluyen en este término los actos con resultado de muerte, sino
también los intentos de suicidio; y asimismo, consideran los actos que expresan una voluntad
consciente de muerte, como aquellos otros que conllevan un peligro mortal, y que incluyen
los accidentes. También es llamativa la constitución, según el Diccionario de la Real
Academia, del término suicidio a semejanza de homicidio, tema que retomaré más adelante.
El suicidio en la historia
Es evidente que la posición del hombre ante la muerte a variado, junto con la actitud de la
sociedad ante dicho acto, sus modalidades, contenidos y frecuencia. En la actualidad muchas
personas preferirían ante lo inevitable y acorde con los tiempos, una muerte rápida, sin
sufrimiento, como un quedarse dormido sin despertar. Sin embargo, en otras épocas la
situación era diversa. En la edad media, por ejemplo, se requería de un tiempo de
arrepentimiento, de ordenar las cosas con los hombres y con Dios, de tal manera que una
muerte súbita era inaceptable.
En el Fedón, Platón, no acepta el suicidio, considera que la vida está en manos de los dioses,
y sólo ellos deciden su término. Pero, en el mismo texto expresa: "…no es absurdo que uno
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no deba darse muerte a sí mismo, hasta que el dios no envíe una ocasión forzosa, como ésta
que ahora se nos presenta."
Por su parte, Aristóteles, en la Etica Nicomaquea, rechaza el acto suicida y afirma que debe
ser castigado, puesto que no sólo afecta al sujeto sino también a la ciudad. Al respecto dice:
"Darse la muerte por huir de la pobreza o por achaques de amor o por alguna aflicción no es
propio del valiente, sino más bien del cobarde. Molicie es huir de los trabajos y arrostrar la
muerte no porque es glorioso hacerlo, sino por escapar del mal." (...) "Mas el que por cólera
se da puñaladas, lo hace voluntariamente y contra la recta razón, lo cual no le permite la ley;
por tanto, comete una injusticia. Pero ¿contra quién? ¿No diremos que contra la ciudad, y no
contra sí mismo? Porque en cuanto a él, voluntariamente padece, y nadie sufre injusticia
voluntariamente. Y por esto la ciudad castiga tales hechos, y cierto deshonor acompaña al
que se destruye a sí mismo, estimándose que ha cometido una injusticia para con la ciudad."
Sin embargo, en la polis griega, y sólo en situaciones específicas, el suicidio era permitido:
por ejemplo, si el sujeto se encontraba en una situación de dolor o vergüenza intolerable; en
otras circunstancias el estado podía ordenar el suicidio como en el caso de Sócrates (Rist,
1969).
En algunos sectores del Imperio Romano, bajo la influencia del pensamiento estoico, el
precipitarse en el suicido era considerado un acto honroso. Lucio Anneo Séneca, lo
reivindicaba como la máxima expresión de una persona libre, como el último acto del
sujeto. Al respecto dice, que pensar en la muerte es meditar en la libertad. “El que aprendió
a morir, olvidó ser esclavo: está por encima o, por lo menos, fuera de todo constreñimiento.
¿Qué le hacen la cárcel, la guardia y los cerrojos? Tiene abierta la puerta. Una es la
cadena que nos mantiene amarrados: el amor a la vida; impulso que no debe ser
descartado pero sí reducido, de tal forma que cuando lo exijan las circunstancias, nada nos
retenga ni impida que estemos dispuestos a realizar al instante lo que algún día debe ser
realizado." (Epístolas morales a Lucilio)
En este itinerario Séneca rescata la calidad de vida sobre su cantidad: "No es un bien el vivir,
sino vivir buenamente. Por lo tanto, el sabio vive cuánto debe, no cuánto puede. Juzgará
dónde habrá de vivir, con quiénes, de qué modo, qué lo ocupará. Siempre piensa en la
calidad de la vida, no en su cantidad. Si se presentan muchos percances y perturban la
tranquilidad, se retira." (Epístolas morales a Lucilio)
Parte de la premisa que todos los animales viven, por eso no es gran cosa vivir: "es
importante morir honestamente, con prudencia, con valor. Piensa desde cuándo haces ya lo
mismo: el alimento, el sueño, el sexo; se corre por este círculo. El deseo de morir puede
sentirlo no solamente el prudente, el fuerte o el desdichado, sino también el hastiado."
(Epístolas morales a Lucilio)
Sin embargo, Séneca cuestiona y condena el suicidio basado solamente en el tedio. (Epístolas
morales a Lucilio)
Hipócrates en un esfuerzo por encontrar un freno al acto suicida proclamó, en una frase que
resulta elocuente: "no le daré veneno a nadie aunque me lo pida, ni le sugeriré tal
posibilidad". (Ackernecht, 1968)
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Las religiones cristiana, judía e islámica lo prohiben expresamente. Así en la Biblia
encontramos:
Por otra parte, en El Corán leemos que nadie tiene derecho a dañar su vida puesto que es un
don de Dios. Así en el Cap. 3. Ver. 145 dice “Nadie puede morir sino con permiso De Alá y
según el plazo fijado.”
También en el Talmud: “Lo que dios da como presente el hombre no tiene derecho a quitarlo
y retirarlo en forma voluntaria”.
La Iglesia cristiana, desde sus primeros concilios, rechazó enfáticamente el quitarse la vida,
y estableció que al suicida no se lo podía incluir en las ceremonias y rituales religiosos. En
la edad media la Iglesia católica condenó esta actividad. Por otra parte, la jurisprudencia
medieval decretaba la confiscación de las pertenencias y propiedades del suicida y su
cuerpo era objeto de todo tipo de humillaciones.
La muerte era un momento más del destino inexorable solo sujeto a la voluntad divina. El
suicida modificaba este destino y le imponía a la sociedad la siniestra presencia de la muerte,
por lo cual era condenado. Sólo se sustraían del castigo pertinente miembros de un ejercito
derrotado y que por honor acudían a él. Entre los ejemplos, podemos citar: el harakiri [abrirse
el vientre] japonés, y los duelos, entre otros, que fueron habituales en algún momento de la
historia. En el caso del harakiri, modalidad de suicidio ritual, en su origen era restringido a los
nobles guerreros o samurai, y posteriormente se extendió al resto de la sociedad. En el ámbito
comunitario, esta práctica implicaba una actitud de devoción hacia una figura investida como
ideal que hubiera muerto, o bien como forma de protesta contra el acto de un superior.
También la mujer hindú, hasta finales del siglo XIX, llevaba a la práctica una modalidad de
suicidio particular llamado “suttee o sati”(del sánscrito, mujer virtuosa). Este acto implicaba
la autoincineración de una viuda en la pira funeraria de su esposo. Desde un punto de vista
descriptivo, se trata de suicidios por honor, y una modalidad encubierta de suprimir la propia
vitalidad y subjetividad.
El suicidio puede ser inconsciente o consciente [aunque sin duda responde a un procesamiento
inconsciente (Freud, 1901b)]. El acto de suicidio inconsciente se suele manifestar mediante
accidentes, los que pueden ser considerados como la hábil y encubierta utilización de un
peligro, que es presentado como una desgracia casual o contingente. El sujeto se caracteriza
por aprovechar la situación exterior o bien la conduce hasta producirse el daño perseguido.
Por ejemplo, Juan de 13 años, jugaba con el revólver de un tío. Creyendo que no estaba
cargado, se lo colocó en la sien derecha, puso el dedo en el gatillo y el tiro salió, sufriendo
una herida no mortífera. Se pudo comprobar que la negligencia de no haber verificado si el
revólver estaba o no cargado antes de jugar con él, y el daño que se produjo, se debían a un
estado depresivo [o más bien melancólico] previo enlazado a una corriente suicida. En estas
circunstancias, nos dice Freud, el yo se deja de lado porque se siente perseguido por el
superyó y en un intento de suprimir el peligro se aniquila a si mismo.
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Observa Freud (1901b) que en los casos de suicidio consciente se suelen gestionar el
momento, los recursos y las circunstancias apropiadas para producirse la muerte o un daño
menor. En este contexto podríamos ubicar al denominado "suicidio asistido por médicos" y
otros semejantes. Tal modalidad de suicidio implica que una persona adulta, mortalmente
enferma y anímicamente competente puede solicitar ayuda médica para quitarse la vida. Tal
postura requiere del replanteamiento de ciertas cuestiones éticas.
El suicidio y la ética
Nos dice Freud (1915), que el mandamiento no matarás (Exodo 20.20), evidencia un intenso
deseo homicida, de tal manera que “nos ofrece la seguridad de que descendemos de una
larguísima serie de generaciones de asesinos, que llevaban el placer de matar, como quizá
aún nosotros mismos”. También agrega, que la historia y como es relatada en los colegios, no
es otra cosa que “una serie de asesinatos de pueblos”. En este contexto Freud se interroga
por la cuestión ética. Y considera que estas aspiraciones se enlazan a la historia del sujeto, que
en el devenir se han constituido en escrituras de herencia. Entonces tenemos que esta marca
original de cada destino, implica un itinerario escrito en un lenguaje, que opera como un
fundamento ético, a cuyo desvío el sujeto responde con actos, síntomas, juegos, incluso con el
suicidio.
Se trata de un destino cuya descripción tan acertadamente efectuara Dolto (1993): “Es como
si hubiera una libertad de elección: ciertos seres humanos, niños, prefieren acabar mudos,
vivir con dificultades [...] para no volverse, si son sanos, perversos delincuentes.”
Esta ética en su diversidad íntimamente ligada a las vicisitudes de la subjetividad, suele ser
puesta en jaque por una voluptuosidad no acotada.
Ahora bien, este destino ético se refiere indudablemente a la propuesta freudiana del “Más
allá...” y por la cual todo sujeto, alentado por el deseo, procura morir “a su manera”. El
apartamiento de “esta manera” genera una intensa resistencia, es decir, un modo diferente en
que la verdad expresa y denuncia su imposibilidad.
En este contexto el suicidio adquiere el valor de un farmakon, es decir de aquello que los
griegos caracterizaban por ser a la vez remedio y veneno. El privilegio de un aspecto o del
otro depende del sujeto (J. Derrida, 1968). Así el acto suicida de Sócrates se transforma, como
resultado del logos socrático y de la fundamentación filosófica del Fedón de Platon, en
recurso de liberación y salvación.
Borges y el suicidio
En 1952, Borges (1977), publicó “Otras inquisiciones”, obra en cual incluyó un ensayo sobre
el "Biathanatos" trabajo en prosa compuesto por John Donne, publicado en el año 1694, en
el que afirma que algunas modalidades de suicidio no constituyen pecado mortal. Borges, cita
un compendio realizado por Thomas de Quincey (en "Writings", VIII, 336): “El suicidio es
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una de las formas del homicidio; los canonistas distinguen el homicidio voluntario del
homicidio justificable; en buena lógica, también cabe aplicar al suicidio esa distinción. De
igual manera que no todo homicida es un asesino, no todo suicida es culpable de pecado
mortal”. Se ilustra esta tesis, mediante un catálogo de ejemplos, que se inician en Homero,
“que había escrito mil cosas que no pudo entender otro alguno y de quien dicen que se
ahorcó por no haber entendido la adivinanza de los pescadores”. Donne ubica a Sansón entre
los suicidas, para sostener su postura refutada por algunos sectores religiosos [jesuitas], cita
sus palabras antes de consumar su venganza, “Muera yo con los filisteos” [Jueces, 16: 30].2
En 1897, Emile Durkheim, publica “El suicidio”, libro en el cual considera dicho acto como
la muerte que se genera un sujeto mediante un acto positivo o negativo. Para excluir el
territorio de los accidentes agrega, que sólo se puede considerar suicidio cuando la víctima
sabe con certeza el resultado del acto que lleva a cabo.
Se interroga porque cada sociedad presenta un índice de suicidios casi constante, y concluye
que, además de lo individual, el quitarse la vida debe ser estudiado como un producto social,
efecto de una patología específica de la sociedad. Sugiere también que el acto podría ser
tomado como un parámetro para evaluar el equilibrio o estado de la sociedad.
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la inclinación de los civiles de la misma edad. También Durkheim discrimina una variedad de
suicidios. a) el altruista obligatorio, b) el altruista facultativo y c) el altruista agudo, por
ejemplo, el suicidio místico.
El suicidio egoísta, ocurre cuando el individuo pierde el apoyo social que sostenía su
estructura yoica, dicha perdida de soporte deriva de una ruptura de la cohesión social.
Finalmente tenemos el suicidio anómico efecto de una caída de los valores sociales, en estos
casos el individuo no puede coordinar y ensamblar los propios ideales con los valores de la
comunidad.
Tal postura teórica de Durkheim fue criticada por diversos autores, aduciendo que el
razonamiento de la obra carecía de rigurosidad científica. Por otra parte, otros investigadores,
consideran el acto suicida no tanto como la expresión de una problemática social, sino como
una afirmación del individuo, como una manifestación de su autonomía ante la sociedad.
Por su parte M. Klein (1932) en “El psicoanálisis de niños”, afirma que una variedad de
miedos y sentimientos de culpa suelen expresarse mediante quejas, caídas, y autogolpes. “El
análisis de niños me ha convencido de que tales pequeños accidentes repetidos -y algunas
veces otros más serios- son sustituciones de autodestrucciones más graves y pueden
simbolizar intentos de suicidio con medios insuficientes.”
El suicidio y la ingesta
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Habíamos hablado de dos maneras de aniquilación: la dirigida hacia el exterior, y la violencia
dirigida hacia el propio yo que abarca los accidentes y el suicidio. En la actualidad, diferentes
factores influyen sobre ambas modalidades de agresión. En nuestras investigaciones hemos
encontrado correlaciones entre prácticas violentas, producción, tráfico y uso indebido de
drogas [cocaína y heroína], como lo demuestran diversos hechos. Por ejemplo, el
acontecimiento ocurrido en California con la secta Puerta del Cielo, en el cual 39 miembros,
en una casona estilo español, se ahogaron con bolsas de plástico, bajo los efectos de drogas,
vodka y calmantes. Dicho grupo hacia circular sus mensajes vía internet, incluso ilustró e
informó sus preparativos para morir, dejando en un video su mensaje póstumo. "Este, aseguró
un hombre, es el día más bello de mi vida, que esperé por tanto tiempo". Su líder, Marshall
Applewhite conocido por el apelativo de "Do", grabó una última orden. "Puedo ser vuestro
pastor y ustedes pueden seguirme, pero no pueden permanecer aquí y seguirme al mismo
tiempo. Deben seguirme ya, dejando este mundo antes de que concluya nuestra partida desde
esta atmósfera, en preparación para su reciclaje", su cuerpo fue hallado entre los 39 muertos.
Estaban convencidos de la necesidad de despojarse de las envolturas [el cuerpo] que
obstaculizaban su lucha contra el mal, en una batalla que tenía características cósmicas, para
la cual contaban con un aliado imprescindible, el cometa Hale Bopp, que presagiaba la
llegada de una nave espacial que los conduciría a la diestra de Dios. "Nuestros 22 años de
aprendizaje aquí, en el planeta Tierra, llegan a su fin. Estamos preparados para abandonar con
alegría este mundo".
En otras ocasiones, el acto suicida se desencadena cuando el sujeto es separado o privado del
objeto de su ingesta. Es decir, que al fracasar la función de relevo de la droga se apela a la
autoaniquilación.
Existe también relación entre violencia y alcoholismo. Por ejemplo, muchos accidentes
automovilísticos responden a esta asociación anímica al igual que ciertas muertes
accidentales. Para el DSM IV, aproximadamente la mitad de los fallecimientos por accidentes
de tránsito se relacionan con que el peatón o el conductor estaban bebidos. También asocia la
puesta en práctica de actos criminales con la intoxicación alcohólica grave (principalmente
aquello sujetos con trastorno antisocial de la personalidad). Se piensa que más de la mitad de
todos los crímenes y sus víctimas se encuentran alcoholizados, en el momento del acto. Como
el alcohol genera desinhibición, sentimientos de tristeza e irritabilidad, facilita el pasaje al
acto del suicida y a los intentos no consumados.
Los accidentes
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El psicoanálisis ha puesto en evidencia, que numerosos accidentes, adscritos a hechos
contingentes o casuales, se enlazan al deseo del sujeto. Este hallazgo acortó la distancia entre
el accidente casual y el suicidio. Para Freud (1901b) estos accidentes son generados por un
esfuerzo constante al autocastigo y al autoreproche. El sujeto “utiliza diestramente una
situación exterior que se ofrezca casualmente o la ayuda hasta conducirla a la consecución
del efecto dañoso deseado. Tales sucesos no son tampoco raros en los casos de moderada
gravedad y revelan la participación de la intención inconsciente por una serie de signos
especiales”.
También Lacan (1938) vincula algunos accidentes a la autopunición, que incluye en las
neurosis de destino. Así nos dice que los efectos de la autopunición “permiten aclarar la
reproducción de algunos accidentes vitales más o menos graves en la misma edad en la que
se produjeron en uno de los padres, algunos virajes de la actividad y del carácter una vez
que se franquearon límites análogos, la edad de la muerte del padre, por ejemplo, y todo tipo
de conductas de identificación, incluso, sin duda, muchos casos de suicidio, que plantean un
problema singular de herencia psicológica.” Incluso agrega que la experiencia analítica
permite “extender cada vez en mayor medida y hasta la determinación de enfermedades
orgánicas los efectos de la autopunición.”
Freud (1901b) cita la siguiente observación, remitida por un colaborador: Una mujer casada y
con tres hijos, llega a la consulta con el rostro desfigurado. Había tropezado en la calle con un
montón de piedras, se golpeó en el rostro y los párpados se le pusieron edematosos, por lo que
recurrió al médico. Sobre el accidente comentó que había advertido a su esposo –quien tenía
problemas en una rodilla- la posibilidad de una caída en esa calle. La mujer sabia por
experiencia que muchas veces le ocurría a ella el percance del cual había prevenido al otro.
Se le pide asociaciones y relata: Antes del accidente había observado en la vereda opuesta, un
cuadro que atrajo su atención y quiso comprar para la habitación de los niños.
Apresuradamente cruza la calle, tropieza y golpea, sin protegerse, su cara contra una pared.
Entonces regresa a su casa. "Pero, ¿por qué no miró usted mejor?", le preguntó su
interlocutor y ella replicó: "quizá fuera un castigo ... a causa de la historia que ya le he
referido a usted en confianza ..[...] lo he lamentado mucho; me he hallado mala, criminal e
inmoral, pero en aquel tiempo estaba casi loca por mi nerviosismo".
La historia de referencia había sido un aborto, en acuerdo con su marido. "A menudo me hago
el reproche: '¡Pero si has hecho matar a tu hijo!'. Y me angustiaba pensar que una cosa así
no podía quedar sin castigo”.
Aquí el accidente reviste el carácter de una autopunición, que por un lado expía el aborto,
pero por otro, procura eludir un castigo desconocido. Al cruzar la calle había recuperado el
recuerdo de dicha historia.
“(...) mientras ella hacía aquella advertencia a su marido; bien pudo haber hallado
expresión en un texto como este: "Pero, ¿para qué necesitas un adorno en el cuarto de los
niños tú, que has hecho matar a tu hijo? ¡Eres una asesina! ¡Ahora te toca el gran castigo!".
En el accidente convergen dos motivos: por una parte, un deseo de autopunición por lo que
pensaba como un crimen, y por otra, el castigo por el deseo de sancionar a su esposo,
cómplice de lo ocurrido. Este deseo se pone en evidencia en la advertencia que le había
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efectuado y que Freud vincula al proverbio «Quien cava la tumba de otro, él mismo se
entierra».
Los actos suicidas y/o violentos pueden ser llevados a la práctica apelando fundamentalmente
a la fuerza muscular o bien al pensamiento [Moreira, 1995]. En el primer caso [se trata de una
violencia primitiva], se puede infligir daño a sí mismo o al otro mediante golpes, mordiscones
o desgarros con uñas [automutilaciones]. En el segundo caso, el pensamiento permite recurrir
a una diversidad de instrumentos, como armas, productos químicos u otros elementos, para
los que se requiere cierta destreza en su manejo y/o la habilidad para hacerse de ellas [por
ejemplo, juegos con uso de armas].
Así y en este contexto los recursos a los que el suicida puede apelar varían, desde el consumo
de pastillas, el cortarse las venas, arrojarse al vacío, armas de fuego, ahorcarse, hasta los
accidentes provocados.
El pasaje del homicidio al suicidio se suele dar con bastante frecuencia. Dicho de otra manera,
la eficacia de la pulsión de muerte freudiana, genera la oscilación homicidio/suicidio del
sujeto que aspira al reposo absoluto, procurando confirmar la sentencia de Lacan de que no
hay otro goce que el de morir. Tal el caso de un militar que asesinó con un arma de fuego a su
esposa, para luego proceder a quitarse la vida, situación en la cual participó como observador
un hijo adolescente. Con relación, a la oscilación crimen/suicidio, algunas culturas exigen que
el criminal lleve a cabo la punición o el castigo que le corresponde “convertida por la ley en
el precio del crimen como en el caso del incesto cometido en las islas Trobriand entre primos
matrilineales y cuya salida nos relata Malinowski en su libro, capital en la materia, El
crimen y la costumbre en las sociedades salvajes (sin que importen los resortes psicológicos
en que se descompone la razón del acto, ni aun las oscilaciones de vindicta que puedan
engendrar en el grupo las maldiciones del suicida)” [Lacan, 1966].
Por su parte, Klein (1941) al ocuparse de Richard, y sus temores ha ser envenenado, afirma
que “aun los paranoicos más severos, a menudo consiguen ocultar a la gente del ambiente en
el que viven la fuerza de sus angustias persecutorias, y pueden llegar a un extremo tal que, de
cometer suicidio o un asesinato, esta acción toma de sorpresa aun a la gente que está más
cerca de ellos.”
Esta articulación entre suicidio y homicidio, también y desde un punto de vista descriptivo, es
expresada por las estadísticas. Así, el informe sobre “Violencia y salud” de la Organización
Mundial de Salud (OMS) afirma que la primera causa de muerte violenta en el año 2000 fue
el suicidio, la segunda el homicidio, seguida de las víctimas de los conflictos bélicos. De cada
dos muertes violentas acaecidas en el mundo durante el año 2000, una fue consecuencia de un
acto suicida.
Suicidio y DSM IV
Para el DSM IV, la ideación suicida, la tentativa de suicidio y el suicidio consumado, suelen
asociarse junto con los accidentes a diversos trastornos como:
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a) El llamado trastorno disocial, en el cual la tasa de suicidios y accidentes parece
incrementarse con relación a otros grupos.
f) En el trastorno psicótico breve debido a su gran desorden emocional, parece haber, ligado al
suicidio, un riesgo de mortalidad sumamente importante.
g) También el suicidio es asociado a los trastornos del estado de ánimo. Así, en el episodio
depresivo mayor son habituales los pensamientos acerca de la muerte, la ideación suicida, las
tentativas de suicidio, o el suicidio consumado.
Los episodios depresivos mayores, suelen ser precedidos por alguna situación significativa,
como la muerte de una persona querida, divorcios u otro tipo de separaciones. Son habituales
los pensamientos acerca de la muerte y las tentativas suicidas. “Estas ideas varían desde la
creencia consistente en que los demás estarían mejor si uno muriese hasta los pensamientos
transitorios, pero recurrentes, sobre el hecho de suicidarse, o los auténticos planes
específicos sobre cómo cometer el suicidio.” Estos actos del pensar suicida pueden variar en
su frecuencia, intensidad y letalidad: Así aquellos individuos que presentan un riesgo menor
“pueden referir pensamientos transitorios (1 o 2 min) y recurrentes una o dos veces a la
semana). Los sujetos con más riesgo suicida pueden haber comprado materiales (p. ej., una
cuerda o un arma) para usarlos en la tentativa de suicidio y pueden haber fijado un lugar y
un momento en el que saben que estarán solos y podrán así suicidarse”.
Si bien muchos de estos datos están vinculados a las tentativas de suicidio, no es posible
predecir con precisión el acto suicida. Entre los motivos que se consideran para el suicidio
tenemos: el deseo de rendirse ante lo considerado como obstáculo insalvable, y poner término
a emociones penosas y/o dolorosas interminables.
En el trastorno depresivo mayor las muertes por suicidio alcanzan al 15%, principalmente en
las personas mayores de 55 años, y en los sujetos ingresados en residencias geriátricas
(durante el primer año).
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tipo de enfermedad. Así, las personas que se encuentran en mayor riesgo son aquellas que
sufren de enfermedades crónicas, incurables y dolorosas, como el cáncer, las lesiones
medulares, úlcera péptica, enfermedad de Huntington, síndrome de inmunodeficiencia
adquirida [SIDA], insuficiencia renal terminal, lesiones cerebrales).
El sujeto que presenta trastornos de somatización, suele consultar por ansiedad y depresión.
En ocasiones pueden aparecer comportamientos impulsivos y antisociales, amenazas e
intentos de suicidio.
En pocos meses, desde mayo de 1989, en Villa Gobernador Galvez, provincia de Santa Fe,
seis adolescentes se quitaron la vida, con instrumentos o armas que pertenecían a sus padres.
Los motivos manifiestos de la decisión que conlleva el pasaje al acto suicida, contradecían el
principio de proporcionalidad entre el efecto y la causa. Aunque como sabemos, las
mortificaciones recibidas en el presente seguramente activaron escenas traumáticas y
recuerdos del pasado infantil aún no cicatrizados, la articulación en el pasado y en el presente
de una violencia intrafamiliar y social los llevó a un recurso desesperado.
La serie que expresa la desmezcla pulsional comunitaria se inició con la decisión suicida de
una púber de 13 años, que se mató con un disparo al corazón en el baño del colegio al cual
concurría. Llamativamente la institución se llamaba “Nuestra Señora del Sagrado Corazón”.
Otra de las adolescentes de 14 años, fracasó en su intento. La bala que se disparó rozó su sien.
Se encontraba en su casa, a pocos metros de un hermano de 18 años, que convalecía de una
herida de bala en su pierna. Según los padres fue atacado por “un policía de civil que andaba
borracho, corriendo a los chicos y tirando tiros hacia abajo”. El padre, oriundo de Corrientes,
migrado por razones laborales a Santa Fé, dice: “No tenemos explicación, yo tenía guardado
el revólver pero no pensé que ella sabía adónde. Nosotros no estábamos. Estaba mi hijo de 18
que no puede trabajar y tiene que estar en la cama. Escuchó el tiro cuando estaba en el baño.
Nosotros después nos encontramos con este cuadro. Así que estamos bien revolviditos,
aunque esto no fue más que un susto”. Por su parte la madre comenta: “La nena decía que
estaba cansada de la vida, que no quería vivir más, pero nosotros: ¿cómo le íbamos a hacer
caso? Si le dábamos todo; si ella era la mimada de la familia”. Indudablemente la decisión del
suicidio como final del conflicto psíquico, ante una situación que se considera sin salida, fue
anunciada pero no pudo ser escuchada. Los daños autogenerados, habitualmente son una
transacción entre el impulso suicida y las fuerzas que se oponen a él. En este caso, la mayor
intensidad de estas últimas, determinó el fracaso del intento. Ante una entrevista periodística,
la adolescente comenta al grupo de chicos que la rodean, un tanto temerosa de su relato
“¿Vieron?, si no fuera por mí, ustedes no serían famosos [...] Yo no quiero hablar más, ya me
cansé de hablar; me hacen sentir mal cuando cuento”. A continuación, abre la boca y respira
con esfuerzo, para luego serenarse.
El último joven que integraba la serie de suicidios, tenía 15 años. Se disparó un tiro en la
cabeza cuando su estado anímico, según el decir de otro muchacho, ya no le permitía
diferenciar el ruido de un vidrio roto del sonido del viento en las ramas. Junto a su cuerpo se
encontró un revólver calibre 22 y una bolsita que tenía pegamento. Una vecina del lugar, que
al finalizar su relato muestra una expresión de espanto, afirma “Ahora, no se ve tanto porque
está más vigilado. Pero tiempo atrás, cualquiera veía al mediodía a los chiquitos en la plaza
frente a la Municipalidad con las bolsas de pegamento o alcoholizados”. Como es evidente, el
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suicidio en algunos de estos casos no ha sido ajeno al consumo de drogas, aunque sin duda se
trata de dos corrientes anímicas que pueden o no acoplarse. Sin embargo, en ambos casos la
autoconservación se encuentra perturbada como efecto de la pulsión de muerte.
A esta modalidad de muerte, Dolto (1988) la llama suicidio por “contagio” y la ilustra con
diversos casos:
Omaha: “En menos de dos semanas, cinco adolescentes de la misma escuela de Omaha
efectuaron intentos de suicidio: tres de ellos lo consiguieron”.
Es probable que en estos casos el acto suicida implique un intento de homologarse con el otro,
vía un contagio en la desvitalización, en el contexto de un desamparo anímico y social.
Es llamativa la vinculación entre escuela y suicidio, al respecto Freud (1910) se ocupa del
tema, afirma que el suicidio de adolescentes no sólo afecta a los estudiantes de la escuela
media, sino que abarca a jóvenes que se desempeñan en otros ámbitos. Considera que la
escuela es el sustituto de aquellos traumas establecidos en otras épocas. También es relevo de
los lazos con la familia y en este sentido la escuela “debe conseguir algo más que no empujar
a sus alumnos al suicidio” debe “instilarles el goce de vivir”. “No puede asumir el carácter
implacable de la vida ni querer ser otra cosa que un juego o escenificación de la vida
{lebensspiel}”.
Por otra parte, las guerras, al estilo de Malvinas, configuran la situación oportuna para que un
grupo de individuos consume su intención suicida y/u homicida, aunque renunciando a un
camino más directo. La autoaniquilación, nos genera problemas teóricos y clínicos en el
contexto de las investigaciones vinculadas a la estasis libidinal y de la autoconservación, que
en los últimos tiempos han cobrado para el psicoanálisis, una particular relevancia.
Así, el deseo suicida se enlaza a una especie de autocastigo y auto-reproche. Tal actividad
exterioriza la eficacia de un superyó regresivo, que se constituye en puro cultivo de la pulsión
de muerte y, que al decir de Lacan en el Seminario 20, “es el imperativo del goce: "¡Goza!" y
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que se liga al llamado masoquismo moral, un derivado del masoquismo erógeno. Con relación
a la culpa afirma: “Propongo que de la única cosa de la que se puede ser culpables, al menos
en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo”. Y sólo este deseo puede operar
de freno del goce.
Bibliografía
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