El Ascenso Del Hombre (Jacob Bronowski)
El Ascenso Del Hombre (Jacob Bronowski)
El Ascenso Del Hombre (Jacob Bronowski)
ASCENSO
DEL
HOMBRE
Jacob Bronowski
Indice general
INDICE GENERAL
Prefacio
La llegada al Nuevo Mundo – La evidencia de los grupos sanguíneos en las migraciones – Las
acciones de moldear y cortar – Estructura y jerarquía – La ciudad: Macho Picchu – La
arquitectura lineal: Pesto – El arco romano: Segovia – La aventura gótica: Reims – La
ciencia como arquitectura – La figura oculta: de Miguel Angel a Moore – El placer de
construir – Bajo lo visible.
Las leyes de Kepler – El centro del mundo – ; Las innovaciones de Isaac Newton; las fluxiones
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Indice general
Bibliografía
Indice de materias
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PREFACIO
El primer esbozo de El ascenso del hombre fue escrito en julio de 1969, y el último metro de
película fue filmado en diciembre de 1972. Una empresa tan grande como esta, aunque sea
maravillosamente excitante, no se logra fácilmente. Se requiere de un vigor intelectual y físico
a toda prueba, una inmersión total, de la cual hube de asegurarme de que la podía sostener con
beneplácito; por ejemplo, tuve que olvidarme de las investigaciones que ya había empezado; y
debo explicar qué me llevó hacerlo.
Ha habido un cambio profundo en la ciencia en los últimos veinte años: el foco de atención ha
cambiado de la física a las ciencias de la vida. Como resultado de eso, la ciencia ha penetrado
más y más en el estudio de la individualidad. Pero el espectador interesado se encuentra
todavía lejos de imaginar lo que puede llegar a cambiar la imagen del hombre que la ciencia
moldea. Como matemático en el ramo de la física, yo también hubiera estado poco consciente
de no haber sido por una serie de oportunidades que me introdujeron dentro de las ciencias de
la vida en mi madurez. Tengo una deuda con la buena suerte que me ha conducido a dos ramas
primordiales de la ciencia durante mi existencia; y aunque no sé realmente a quien se lo debo,
concebí El ascenso del hombre en señal de gratitud y justa correspondencia.
La invitación que me hizo la British Broadcasting Corporation fue para presentar el desarrollo
de la ciencia en una serie de programas de televisión equiparable a la de Lord Clark:
Civilización. La televisión es un medio excelente de presentación por diferentes razones: poder
de visualización inmediata; poder de hacerle sentirse al espectador dentro de las escenas que se
están exhibiendo, y el diálogo suficiente para hacerlo consciente de que lo que observa no son
eventos sino acciones con gente. La última razón fue la que más impulsó mi mente y me hizo
aceptar el dirigir una biografía personal de las ideas en forma de programas de televisión. La
cuestión es que el conocimiento en general y la ciencia en particular no consisten de ideas
abstractas sino de ideas concebidas por el hombre desde su aparición hasta lo moderno y lo
idiosincrásico. Por lo tanto, los conceptos fundamentales que abren la puerta al conocimiento
de la naturaleza deben ser dados a conocerla partir de las culturas humanas más simples, de
acuerdo con sus facultades básicas y específicas. Y el desarrollo de la ciencia, que los une más
y más en conjunciones complejas, debe ser visto como un desarrollo igualmente humano: los
descubrimientos son hechos por los hombres, no solamente por las mentes, de modo que ellos
viven y son portadores de la individualidad. Si la televisión no se usara para presentar estos
pensamientos en forma concreta, sería tanto como desperdiciarla.
El desentrañar ideas es, en todo caso, un empeño íntimo y personal, y aquí llegamos al terreno
común entre la televisión y el libro impreso. A diferencia de una conferencia o una función de
cine, la televisión no está dirigida a multitudes. Se dirige a dos o tres personas en una
habitación, como en una conversación cara a cara, unilateral en su mayor parte, como lo es un
libro; pero, no obstante, es más hogareña y socrática. Para mí, absorbido en las subcorrientes
filosóficas del conocimiento, este es el regalo más atractivo de la televisión, por el cual ésta
puede inclusive llegar a ser una fuerza intelectual tan persuasiva como el libro.
El libro impreso tiene una libertad adicional más allá de esto: no está despiadadamente ligado a
la dirección de avance del tiempo, como lo está cualquier discurso.
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la pantalla de televisión. Lo que se dijo requirió un gran volumen de investigaciones, el cual
proporcionó inesperados eslabones y cosas extrañas, y hubiera sido triste no haber plasmado
algunas de estas riquezas en la presente obra. Verdaderamente me hubiera gustado haber hecho
más, e intercalar en el texto todos los datos y citas en que se fundamenta. Pero se habría
convertido en un libro para estudiantes en lugar de un libro para el lector en general.
Al pasar el texto que se utilizó en la pantalla, seguí de cerca la palabra hablada por dos razones.
Primero, quería conservar la espontaneidad de pensamiento en el discurso, lo cual he procurado
alentar dondequiera que fui. (Por la misma razón, escogí los lugares que eran tan nuevos para
mí como para el espectador.) Segundo y más importante, quería igualmente conservar la
espontaneidad del argumento. Un argumento verbal es informal y heurístico; separa el aspecto
fundamental del asunto y demuestra en qué sentido es nuevo y crucial; y proporciona el camino
hacia la solución de modo que, aun simplificado, conserva una lógica correcta. Para mí, esta
forma de argumentación filosófica constituye la cimentación de la ciencia, y nada que pueda
oscurecerla debe ser permitido.
El contenido de estos ensayos es, en efecto, mayor que el ámbito de la ciencia, y no los hubiera
llamado El ascenso del hombre si no hubiera tenido también en mente otros aspectos de
nuestra evolución cultural. Mi ambición aquí ha sido la misma que en mis otros libros, ya sean
de literatura o de ciencia: el crear una filosofía del siglo XX, la cual deber ser unificada. Igual
que en aquellos, esta serie muestra una filosofía más que una historia, y una filosofía de la
naturaleza más que de la ciencia. Su tema es una versión contemporánea de lo que se solía
llamar filosofía natural. A mi manera de ver, tenemos ahora una forma mejor de concebir la
filosofía natural que en cualquier etapa de los últimos trescientos años. Esto es en virtud de que
los recientes descubrimientos de la biología humana han dado un nuevo camino al pensamiento
científico, un desplazamiento de lo general a lo individual, por primera vez desde que el
Renacimiento abrió la puerta del mundo de la naturaleza.
No puede haber una filosofía, ni siquiera puede haber una ciencia decente, sin humanidad.
Espero que el sentido de esta afirmación se manifieste en esté libro. Para mi, el entendimiento
de la naturaleza tiene como meta la comprensión de la naturaleza humana, y de la condición
humana dentro de la naturaleza.
La lista de quienes me ayudaron a realizar los programas es tan extensa que considero que debo
situarla en una página especial, y darles las gracias en conjunto; fue un placer trabajar con
ellos. Sin embargo, no puedo omitir el mencionar los nombres que encabezan la lista, y
particularmente a Adrian Malone y Dick Gilling, quienes con su gran imaginación lograron la
transustanciación de la palabra en cuerpo y sangre.
Dos personas trabajaron conmigo en este libro, Josephine Gladstone y Sylvia Fitzgerald, e
hicieron mucho más; me siento feliz de poder darles las gracias por su gran labor. Josephine
Gladstone se encargó de todas las investigaciones de la serie desde 1969 y Sylvia Fitzgerald
me ayudó a planear y preparar el guión en cada etapa sucesiva. No podría haber tenido colegas
más estimulantes.
J. B.
La Jolla, California
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EL ASCENSO DEL HOMBRE
Editor de la serie:
Adrian Malone
Productor:
Richard Gilling
Equipo de producción:
Mick Jackson
David John Kennard
David Paterson
Asistentes de producción:
Jane Callander
Betty Jowitt
Lucy Castley
Philippa Copp
Fotografía:
Nat Crosby
John Else
John McGlashan
Sonido:
Dave Brinicombe
Mike Billing
John Tellick
Patrick Jeffery
John Gatiand
Peter Rann
Editores de filme:
Roy Fry
Paul Carter
Jim Latham
John Campbell
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Casi como los ángeles
El hombre es una criatura singular, posee un cúmulo de dones que lo hacen único entre los
animales: a diferencia de ellos, no es una figura del paisaje; es un modelador de éste. En cuerpo
y mente es el explorador de la naturaleza, el animal ubicuo que no ha encontrado sino creado
su hogar en cada continente.
Los españoles que arribaron a las costas de California en 1769, a través del Océano Pacífico,
consignaron que los indígenas locales narraban que, durante el plenilunio, los peces venían a
bailar en estas playas. Y es verdad que existe una variedad local de peces, la lisa (grunion), que
sale del agua y deposita sus huevos más allá del sitio donde termina la marea normal. Las
hembras entierran la cola en la arena y los machos giran alrededor fertilizando los huevos
conforme son depositados. El plenilunio es importante, ya que proporciona el tiempo que
requieren los huevos para incubar sin ser perturbados en la arena, durante nueve o diez días,
hasta la llegada de las siguientes mucho más altas mareas que se llevaran los peces recién
nacidos hacia el mar. Cada rincón del mundo está saturado de estas precisas bellas
adaptaciones, mediante las cuales un animal se integra a su medio como un engranaje a otro. El
erizo duerme y aguarda la primavera para hacer funcionar su metabolismo. El colibrí desplaza
el aire y clava su afilado pico en los flósculos nacientes. Las mariposas se mimetizan en hojas e
incluso en criaturas nocivas para despistar a sus depredadores. El topo excava el suelo como si
hubiera sido diseñado en forma de pala mecánica.
Es así que millones de años de evolución han moldeado a la lisa para aparecer exactamente con
las mareas. Pero la naturaleza, es decir: la evolución biológica, no ha circunscrito al hombre a
ningún ambiente específico. Por el contrario, comparado con la lisa, tiene habilidades menos
específicas para sobrevivir; empero, esta es la paradoja de la condición humana: el poder de
adaptación a todos los medios. Entre la multitud de animales que reptan, vuelan, escarban y
nadan a nuestro derredor; es el hombre el único que no se halla encadenado a su ambiente. Su
imaginación, su razón, sus delicadas emociones y su vigor le permiten no aceptar el medio sino
cambiarlo. Y la serie de inventos merced a los cuales el hombre de todas las eras ha
remodelado su mundo, constituye una clase de evolución diferente, no biológica sino cultural.
Yo llamo a esa brillante secuencia de logros culturales El ascenso del hombre.
Utilizo la palabra ascenso en un sentido preciso. El hombre se distingue de los demás animales
por su riqueza imaginativa. Planea, inventa, realiza nuevos descubrimientos, armonizando sus
diversas capacidades; y sus descubrimientos se hacen más sutiles e importantes a medida que
aprende a combinar sus facultades de maneras más complejas y sutiles. Así, los grandes
descubrimientos de distintas eras y culturas – en la técnica, en la ciencia, en las artes –
expresan en su continuidad una más rica e intrincada conjunción de facultades humanas, una
ascendente interrelación de éstas.
Es por supuesto tentador – muy tentador para un científico – esperar que las proezas más
excepcionales de la mente sean también las más recientes. Y ciertamente tenemos motivos para
ufanarnos de algunos descubrimientos modernos. Pensemos, por ejemplo, en el descubrimiento
de la clave de la herencia en la espiral del DNA, o en las investigaciones sobre las facultades
del cerebro humano. Pensemos en la perspicacia filosófica que llegó a concebir la Teoría de la
Relatividad o el minucioso comportamiento de la materia en la escala atómica.
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Casi como los ángeles
En cada época hay un punto decisivo, una nueva forma de ver y asegurar la coherencia del
mundo. Está plasmado en las estatuas de la Isla de Pascua, que lograron detener el tiempo, y
en los relojes medievales de Europa, que alguna vez también dieron la impresión de decir para
siempre la última palabra acerca de los ciclos. Cada cultura intenta fijar su momento visionario,
una vez que es transformada por una nueva concepción bien de la naturaleza o del hombre.
Pero retrospectivamente, lo que llama nuestra atención son las continuidades; los pensamientos
que aparecen o reaparecen de una a otra civilizaciones. No hay nada tan inesperado en la
química moderna como la obtención de aleaciones con nuevas propiedades; esto fue
descubierto después del nacimiento de Cristo, en la América del Sur, mucho tiempo antes en
Asia. La separación y fusión del átomo se derivan conceptualmente a partir de un
descubrimiento hecho en tiempos prehistóricos: el de que la piedra y toda la materia poseen
una estructura que puede ser separada y vuelta a unir en nuevas formas. Y el hombre realizó
descubrimientos biológicos casi entonces: la agricultura – la adaptación del trigo silvestre, por
ejemplo – y la sorprendente idea de domar y luego montar el caballo.
Al seguir los puntos decisivos y las continuidades de la cultura, habré de seguir un orden
general aunque no estrictamente cronológico, debido a que lo que me interesa a mí es la
historia de la mente humana considerada como un desdoblamiento de sus diversas capacidades,
habré de relacionar sus ideas, y particularmente sus ideas científicas, con los orígenes de las
dotes con que la naturaleza le ha enriquecido y que le hacen único. Lo que habré de presentar,
lo que me ha fascinado durante muchos años, es la forma en que las ideas del hombre expresan
cuanto es esencialmente humano en su naturaleza.
Así, estos programas o ensayos constituyen una jornada a través de la historia del intelecto; una
jornada personal cuya meta son los puntos culminantes de la consecución humana El hombre
asciende al descubrir los alcances de su potencial (sus talentos o facultades) y lo que crea en su
camino son monumentos a las etapas de su comprensión de la naturaleza y de si mismo, lo que
el poeta W. B. Yeats denominó «monumentos del intelecto eterno».
¿Dónde deberíamos comenzar? Con la Creación; con la creación del hombre mismo. Charles
Darwin indicó el camino con El origen de los especies en 1859, y después, en 1871, en su obra
La descendencia del hombre. Es ahora casi seguro que el hombre evolucionó primero in Africa
cerca del ecuador. Es típica de estos lugares – en los cuales pudo haberse iniciado su evolución
– la región de las sabanas que se extiende a través del norte de Kenia y el suroeste de Etiopía,
cerca del Lago Rodolfo. Este ocupa una larga franja norte y sur a lo largo del Valle del Gran
Risco, festoneada por más de cuatro millones de años de gruesos sedimentos acumulados en la
cuenca de lo que fue antes un lago mucho mayor. Buena parte de sus aguas provienen del
sinuoso y lento Omo. Para los orígenes del hombre, esta es una zona posible: el valle del río
Omo en Etiopía, cerca del Lago Rodolfo.
Las antiguas historias solían ubicar la creación del hombre en una edad dorada y en un bello
paraíso legendario. Si yo estuviese narrando ahora la historia del Génesis, me encontraría en el
Jardín del Edén. Pero, evidentemente, no es el Jardín del Edén. Empero, estoy en el ombligo
mundo, en el sitio donde naciera el hombre, aquí, en el Valle del Risco del este de Africa, cerca
del ecuador. Los desniveles de la Cuenca del Omo, los escarpes, el árido delta, registran un
pasado histórico del hombre. Y si esto fue alguna vez un Jardín del Edén, se marchitó hace
millones de años.
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Casi como los ángeles
Figura 1. Para los orígenes del hombre esta es una zona posible.
Estratos dispersos del Omo: la parte baja tiene una antigüedad de cuatro millones de años.
Restos de los primeros homínidos se encuentran en niveles de estos estratos, procedentes de
hace más de dos millones de años.
He escogido este sitio porque tiene una estructura única. En este valle se han depositado capa
sobre capa de ceniza volcánica, separadas por anchas franjas de pizarra y arcilla durante los
últimos cuatro millones de años. Este profundo depósito se formó en distintas épocas, estrato
por estrato, visiblemente separados según su edad: cuatro millones de años de antigüedad, tres
millones, más de dos millones, algo menos de dos millones. Y entonces el Valle del Risco lo
dobló y mantuvo vertical, de modo que ahora es un mapa en el tiempo, el cual vemos
extenderse hacia la distancia y el pasado. El registro del tiempo en las estratificaciones,
generalmente sepultadas bajo nuestros pies, ha sido derribado sobre las escarpas que flanquean
el Omo y dispersadas como las aspas de una hélice.
Tales escarpas son los estratos en las márgenes: en primer término el nivel inferior – de cuatro
millones de anos de antigüedad – y después el siguiente menos profundo, de bastante más de
tres millones. Los restos de una criatura humanoide aparecen después, junto con los de
animales que vivieron en la misma época.
Los animales son una sorpresa, porque resulta que han cambiado muy poco. Cuando
encontramos en el sedimento fangoso de dos millones de años de antigüedad fósiles de la
criatura que habría de convertirse en hombre, nos quedamos atónitos ante las diferencias entre
su esqueleto y el nuestro; como el desarrollo del cráneo, por ejemplo. Sería entonces de esperar
que los animales de la sabana también hubieran cambiado grandemente. Pero el registro fósil
de Africa demuestra que esto no es así. Miremos al antílope topi como el cazador lo ve hoy. El
antepasado del hombre que cazaba al ancestro de este animal hace dos millones de años,
reconocería de inmediato al topi actual. Pero no reconocería al cazador moderno, negro o
blanco, como su propio descendiente.
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Casi como los ángeles
donde estaban y casi tal como eran. El mejor adaptado de todos estos animales es, sin duda, la
gacela de Grant: a pesar de eso, su grácil salto nunca la sacó de la sabana.
Figura 2. Los animales son una sorpresa, porque resulta que han cambiado muy poco.
Cuernos de nyala modernos y arcaicos del Omo. Los arcaicos tienen más de dos millones de
años.
En un candente paisaje africano como el del Omo, el hombre puso por vez primera su planta
sobre el suelo. Esto parece una manera pedestre de iniciar el ascenso del hombre: sin embargo,
es crucial. Hace dos millones de años, el primer ancestro comprobado caminaba con un pie
prácticamente igual al del hombre moderno. El hecho es que, cuando puso su planta sobre el
suelo y caminó erguido, el hombre se comprometió a una nueva integración vital y, por ende,
de sus miembros.
Figura 3. Desconozco cómo se inició la vida del niño de Taung: pero a mi parecer sigue siendo
el infante primordial, a partir del cual principió toda la aventura del hombre.
Cráneo del niño de Taung.
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Casi como los ángeles
Figura 4. Los antecesores del hombre poseían un pulgar corto y, por lo tanto, no podían
manipular muy delicadamente.
Huesos del dedo medio y pulgar del Australophitecus, descubiertos en las capas más
profundas del desfiladero de Olduvai, sobrepuestos a los huesos de una mano moderna.
El órgano en que nos vamos a concentrar es, naturalmente, la cabeza, por que de todos los
órganos humanos ha sido el que ha experimentado mayores y más importantes cambios
formativos. Felizmente, la cabeza deja un fósil duradero (a diferencia de los órganos blandos),
y aunque registra menos información de la que desearíamos acerca del cerebro, al menos nos
proporciona alguna medida de su tamaño En los últimos cincuenta años se ha encontrado un
buen número de cráneos fósiles en el sur del Africa, los cuales determinan la estructura
característica de la cabeza cuando empezó a parecerse a la humana. La figura 3 muestra el
aspecto que tenía hace dos millones de años. Se trata de un cráneo histórico, hallado no en el
Omo sino al sur del ecuador, en un lugar llamado Taung, por el anatomista Raymond Dart. Es
de un niño de cinco o seis años de edad, y aunque la cara se encuentra casi completa,
desgraciadamente se ha perdido una parte del cráneo. Fue, en 1924, un hallazgo
desconcertante, el primero en su clase, y se trató con cautela aún después de los trabajos
iniciales que Dart realizó con este fósil.
Dart llamó a esta criatura Australopitecus. No es nombre que me agrade; significa solo mono
del sur, pero es un nombre confuso para una criatura africana que por vez primera no era un
simio. Sospecho que Dart, nacido en Australia, puso un toque malicioso en su elección del
nombre.
Tomó diez años el encontrar más cráneos – esta vez adultos – y no fue sino hacia fines de la
década de 1950 que la historia del Australopitecus se formalizó. Se inició en Sudáfrica, pasó
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Casi como los ángeles
después al norte, al desfiladero Olduvai en Tanzania, y más recientemente tuvieron lugar los
más valiosos hallazgos de fósiles y herramientas en la cuenca del Lago Rodolfo. Esta historia
es una de las delicias científicas del siglo. Es tan estimulante como los descubrimientos en
física anteriores a 1940, y los obtenidos en biología desde 1950; y es tan satisfactoria como
éstos por la luz que esparce sobre nuestra naturaleza como seres humanos.
Para mí, el pequeño Australopithecus conlleva una historia personal. En 1950, cuando su
condición humana no era de ninguna manera aceptada, se me pidió realizar una prueba
matemática. ¿Podría yo relacionar el tamaño de los dientes del niño de Taung con su forma y
así determinar que no correspondían a los de un simio? Nunca antes había tenido un cráneo
fósil en mis manos y de ningún modo era yo un experto en dentaduras. Pero todo resultó
bastante bien y me produjo un sentimiento estimulante que recuerdo en este instante. Yo, con
más de cuarenta años, con una vida dedicada a la matemática abstracta acerca de la forma de
las cosas, vi de pronto cómo mis conocimientos se desplazaban dos millones de años atrás y
proyectaban una luz en la historia del hombre. Fue algo grandioso.
Y desde ese momento me dediqué de lleno a meditar acerca de lo que hace al hombre ser lo
que es: en la labor científica que he realizado desde entonces, en las obras que he escrito y en
estos programas. ¿Cómo se convirtieron los homínidos en el hombre que yo admiro: diestro,
observador, pensante, apasionado, capaz de manipular con la mente los símbolos del lenguaje y
de la matemática, los conceptos de arte y geometría, de poesía y ciencia? ¿Cómo el ascenso del
hombre le llevó desde sus inicios animales hasta despertar su interés por el funcionamiento de
la naturaleza, el entusiasmo por el conocimiento, del cual estos ensayos son una expresión?
Desconozco cómo se inició la vida del niño de Taung; pero a mi parecer sigue siendo el infante
primordial, a partir del cual principió toda la aventura del hombre.
El bebé humano, el ser humano, es un mosaico de animal y ángel. Por ejemplo, el reflejo que
hace al niño patalear está ya en el útero materno – toda madre lo sabe – y se manifiesta en
todos los vertebrados. El reflejo es autosuficiente, pero da la pauta para movimientos más
complejos que tendrán que practicarse antes de convertirse en automáticos. Aquí, a los once
meses, los reflejos obligan al bebé a gatear. Esto acarrea movimientos nuevos, los cuales se
consolidan y quedan registrados en el cerebro (específicamente en el cerebelo, donde se
integran la acción muscular y el equilibrio), para formar todo un repertorio de movimientos
sutiles y complejos que se constituirán en su segunda naturaleza. Ahora el cerebelo está al
control. Todo lo que la mente consciente tiene que hacer es enviar una orden. Y a los catorce
meses el control ordena ¡Levántate! El niño ha registrado el compromiso humano de caminar
erguido.
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Casi como los ángeles
Cada acción humana tiene su origen, en alguna medida, en nuestro ascendiente animal;
seríamos criaturas frías y solitarias de ser privados de esa corriente vital. No obstante, cabe
preguntarse: ¿Cuáles son los dones físicos que el hombre debe compartir con los animales y
cuáles son los que lo hacen diferente? Consideremos cualquier ejemplo – cuanto más palpable
mejor –, digamos, la acción simple de un atleta cuando corre o salta. Cuando escucha el
disparo, la respuesta inicial del corredor es la misma que impele a escapar a la gacela. Su
acción parece eminentemente animal. Se aceleran los latidos cardíacos; cuando el corredor
alcanza su velocidad máxima, su corazón bombea cinco veces mayor cantidad de sangre de lo
normal, la cual, en un noventa por ciento, va a irrigar los músculos. En ese momento necesita
setenta y cinco litros de aire por minuto para oxigenar la sangre que ha de llegar a los
músculos.
Figura 6. La mente del atleta se proyecta más allá de sí mismo, forjando su pericia; y en su
imaginación salta hacia el futuro.
Atleta a punto de saltar y en el clímax de la acción. Fotografía en infrarrojo de la cabeza y del
torso de un atleta fatigado.
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Casi como los ángeles
Hasta aquí, no hay nada que distinga al atleta de la gacela: todo ello, de una manera u otra,
constituye el metabolismo normal de un animal huyendo a escape. Pero existe una diferencia
cardinal: el corredor no está huyendo. El disparo que le hizo impulsarse provenía de la pistola
del juez de salida, y lo que experimentó, deliberadamente, no fue miedo sino exaltación. El
corredor es como un niño que juega; sus acciones son un rito de libertad y el único propósito
de su agotador esfuerzo es el de explorar los limites de su propia fuerza.
Naturalmente, existen diferencias físicas entre el hombre y los demás animales, aun entre el
hombre y los simios. Por ejemplo, el atleta sujeta la garrocha en forma tal que ningún simio
puede igualar. Sin embargo, estas diferencias son secundarias en comparación con otra
fundamental consiste en que el atleta es un adulto cuyo comportamiento no está regido por su
ambiente inmediato, como lo están las acciones animales. En si mismas, Las acciones del
deportista parecen no tener ningún sentido práctico; son un ejercicio que no está encaminado al
presente. La mente del atleta se proyecta más allá de sí mismo, forjando su pericia; y en su
imaginación salta hacia el futuro.
La cabeza es más que una imagen simbólica del hombre; es el asiento de la previsión del
porvenir y; en este respecto, el resorte que impulsa la evolución cultural. Por la tanto, si voy a
visualizar el ascenso del hombre desde sus inicios en el animal, la evolución de la cabeza y del
cráneo es lo que conviene investigar. Desafortunadamente, pese a tratarse de algo más de
cincuenta millones de años, contamos sólo con seis o siete cráneos esencialmente distintos que
podemos identificar como etapas de dicha evolución. Es indudable que, sepultados en el
registro fósil, debe haber muchos otros pasos intermedios, algunos de los cuales serán
encontrados; pero mientras esto no ocurra tendremos que atenernos a conjeturas sobre lo
acaecido, estableciendo una secuencia aproximada entre cráneos conocidos. La mejor manera
de calcular estas transiciones geométricas de un cráneo a otro es a través de una computadora;
de modo que, con el fin de trazar una continuidad, presento los cráneos a una computadora con
un exhibidor visual que los analizará de uno en uno.
Empezaremos cincuenta millones de años atrás, con una pequeña criatura arborícola, el lémur;
su nombre, apropiadamente, es el de los espíritus romanos de la muerte. El cráneo fósil
pertenece a la familia de lémures Adapis y fue hallado en un depósito cretoso en las afueras de
París. Cuando la parte inferior del cráneo se mira, puede observarse el foramen magnum
notablemente hacia atrás, pues se trataba de una criatura cuya cabeza colgaba de la espina
dorsal y no se sostenía sobre ésta. Es posible que se alimentase de insectos y frutos, y tenía más
de las treinta y dos piezas dentales que el hombre y la mayoría de los primates presentan
actualmente
El lémur fósil presenta algunas marcas esenciales de los primates, es decir, de la familia del
mono, del simio y del hombre. Por los restos del esqueleto sabemos que tenía uñas y no garras.
Tenía un pulgar oponible cuando menos a una parte de la mano. Y presenta en el cráneo dos
rasgos sobresalientes que señalan la vía hacia el inicio del hombre. El hocico es corto, los ojos
grandes y muy separados. Esto significa que ha habido una selección contra el sentido olfato y
en favor del sentido de la vista. Las fosas oculares se encuentran todavía marcadamente hacia
los extremos del cráneo, a ambos lados del hocico; pero sus ojos, comparados con los de
insectívoros anteriores, más primitivos, han comenzado a ubicarse hacia el frente y a
proporcionar visión estereoscópica. Estos son signos pequeños de un desarrollo evolutivo
encauzados a dar forma a la compleja estructura del rostro humano; y aun así, partir de ese
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Casi como los ángeles
Esto sucedió hace cincuenta millones de años, en números redondos. En los siguientes veinte
millones de años, la línea que conduce hacia los monos se ramifica separándose a partir de la
línea principal hasta los simios y el hombre. La siguiente criatura en la línea principal, que data
de treinta millones, fue el cráneo fósil, hallado en el Fayum, Egipto, denominado
Aegyptopithecus. Tiene un hocico más corto que el del lémur, sus dientes recuerdan los del
simio y es más corpulento, aunque sigue siendo arborícola. Pero desde ese momento, los
ancestros de los simios y del hombre habrían de pasar parte de su vida en el suelo firme.
Otros diez millones de años nos conducirán a veinte millones de años atrás, cuando aparecen
en Africa del Este, Europa y Asia los que podríamos denominar como simios antropoides. Un
hallazgo clásico realizado por Louis Leakey ostenta el digno nombre de Procónsul; y hay
cuando menos otro género tan conocido, el Dryopithecus. (El nombre Procónsul es producto
del ingenio antropológico fue concebido para sugerir que se trataba del ancestro de un famoso
chimpancé del zoológico de Londres en 1931, cuyo mote era el de Cónsul) El cerebro es
ostensiblemente más grande y los ojos están completamente en frente para permitir la visión
estereoscópica. Estos desarrollos nos revelan los avances de la línea evolutiva del simio y del
hombre. Mas si, como es factible, había sufrido ya nuevas ramificaciones en lo concerniente al
hombre, esta criatura pertenece a la línea ramificada de los simios. Su dentadura nos indica que
se trata de un simio por la forma en que su mandíbula está cerrada por los grandes caninos, lo
cual no ocurre con la del hombre.
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Casi como los ángeles
Es este cambio en la dentición el que señala la separación de la línea que conduce al hombre.
El primer precursor que conocemos es el Ramapithecus, encontrado en Kenia y en la India.
Esta criatura data de hace catorce millones de años y sólo tenemos fragmentos de la mandíbula.
Pero es claro que sus dientes están nivelados y son más humanos. Ya no se presentan los
grandes caninos de los simios antropoides; la cara es mucho menos prominente y es evidente
que nos aproximamos a una rama del árbol evolutivo; algunos antropólogos clasifican
drásticamente al Ramapithecus entre los homínidos.
Existe una laguna de cinco a diez millones de años en el registro fósil. Inevitablemente, esta
laguna oculta la parte más intrigante de la historia, cuando la línea que va de los homínidos al
hombre se aparta con firmeza de la línea de los simios modernos. Sin embargo, no hemos
encontrado todavía un registro inequívoco de ello. Es posible entonces que, a cinco millones de
años, encontremos a los verdaderos parientes del hombre.
Un primo del hombre, aunque no en línea directa con nosotros, es el fornido Australopithecus
que era vegetariano. El Australopithecus Robustus es parecido al hombre y su línea evolutiva
no nos conduce a ninguna otra parte; simplemente, se extinguió. La prueba de que vivía de
plantas la encontramos de nuevo en su dentadura y es sumamente directa los dientes que
persisten están cariados por la arenisca que cubría las raíces con que se alimentaba.
Y con un cerebro mayor, los antepasados del hombre realizarían dos inventos trascendentales,
de uno de los cuales tenemos evidencia visible y del otro inferible evidencia. En primer
término, la invención visible. Hace dos millones de años, el Australopithecus elaboraba
herramientas rudimentarias de piedra cuyos cantos afilaba a base de golpes. Y durante el
millón de años subsecuente, el hombre, en plena evolución, no cambió este tipo de
herramienta. Había realizado la invención fundamental, el acto deliberado de preparar y
guardar una guija o piedra para su uso posterior. Merced a este impulso de habilidad y
previsión, acto simbólico de descubrimiento del futuro, había aflojado el freno que el ambiente
impone a todas las demás criaturas. El uso constante de la misma herramienta por tanto tiempo,
demuestra la fuerza del invento. La sostenían de modo simple, presionando el extremo más
grueso contra la palma de la mano, con gran vigor. (Los antecesores del hombre poseían un
pulgar corto y, por lo tanto, no podían manipular muy delicadamente, pero podían emplear la
presión de fuerza.) Y, por supuesto, constituye una herramienta que casi con certeza
empleaban, como consumidores de carne, para ablandar y cortar ésta.
El otro invento es de tipo social y lo deducimos mediante sutiles cálculos aritméticos. Los
cráneos y los esqueletos del Australopithecus que se han descubierto hasta la fecha en grandes
cantidades, indican que la mayoría pereció antes de alcanzar los veinte años de edad. Esto
significa que debían abundar los huérfanos. Pues el Australopithecus sin duda tenía una
prolongada infancia, al igual que todos los primates; a los diez años de edad, digamos, los
supervivientes eran niños todavía. Por lo tanto, deben haber constituido una organización
social en la cual los niños eran cuidados y (tal si fueran) adoptados, convirtiéndose en parte de
la comunidad; de modo que en un sentido general podría decirse que eran educados. Este es un
gran paso hacia la evolución cultural.
¿En qué momento podríamos decir que los precursores de hombre se convierten en el hombre
mismo? Es esta una cuestión delicada, a causa de que tales cambios no suceden de un día para
18
Casi como los ángeles
otro. Sería torpe intentar hacerlos aparecer como más repentinos de lo que en realidad fueron,
fijar la transición con demasiada precisión o bien polemizar acerca de los nombres. Hace dos
millones de años no éramos hombres todavía. Hace un millón de años ya lo éramos, pues a la
sazón aparece una criatura que puede llamarse Homo, el Homo erectus, que se difunde más allá
del Africa. El hallazgo clásico del Homo erectus ocurrió de hecho en China. Es el hombre de
Pekín, que se remonta a cuatrocientos mil años, y que es la primera criatura que con certeza
usaba el fuego.
Los cambios que en el Homo erectus llevan a nosotros son sustanciales durante más de un
millón de años, pero parecen graduales en comparación con los que ocurrieron anteriormente.
El mejor conocido de los sucesores fue encontrado por vez primera en Alemania durante el
siglo pasado: otro cráneo clásico, el hombre de Neanderthal. Ya poseía un cerebro que pesaba
kilogramo y medio, tan grande como el del hombre moderno. Es probable que algunas líneas
del hombre de Neanderthal se hayan extinguido; pero parece factible que una línea del Este
Medio llegase directamente hasta nosotros, la del Homo sapiens.
Más o menos en el último millón de años, el hombre efectuó un cambio en la calidad de sus
herramientas, lo que presumiblemente señala un refinamiento biológico de la mano durante
este período, y en especial de los centros cerebrales que controlan la mano. Es la criatura más
perfeccionada (biológica y culturalmente) del último medio millón de años, ya que podía hacer
más que copiar las arcaicas herramientas de piedra que se remontaban al Australopithecus.
Elaboraba herramientas que requieren de una manipulación más delicada en su manufactura y,
naturalmente, en su utilización. El desarrollo de tales refinados talentos y el empleo del fuego
no son un fenómeno aislado. Por el contrario, debemos siempre tener presente que el verdadero
contenido de la evolución (tanto biológica como cultural) es la elaboración de un nuevo
comportamiento. Y es debido únicamente a que el comportamiento no deja fósiles, que nos
vemos forzados a buscarlos en huesos y dientes. Estos, por sí mismos, no son interesantes, ni
siquiera para la criatura a que pertenecían; le servían como equipo para la acción, y para
nosotros son interesantes por que, como equipo, denotan sus actividades, y los cambios en el
equipo revelan cambios en comportamiento y talento.
Por esta razón, los cambios ocurridos en el hombre durante su evolución no tuvieron lugar por
partes. No fue ensamblado con el cráneo de un primate y la mandíbula de otro; este concepto
erróneo es demasiado ingenuo para ser real, y sólo puede crear otro fraude como el cráneo de
Piltdown. Cualquier animal, y especialmente el hombre, es una estructura altamente integrada,
cuyas partes deben cambiar como un todo al tiempo que cambia su comportamiento. La
evolución del cerebro, de la mano, de los ojos, de los pies, de los dientes, la estructura humana
toda, constituyen un mosaico de dones especiales y, en cierto sentido, cada uno de estos
capítulos es un ensayo de algún don humano especial. Estos dones han hecho de él lo que es,
más rápido en evolucionar y con un comportamiento más rico y más flexible que el de
cualquier otro animal. A diferencia de las criaturas (algunos insectos, por ejemplo) que han
permanecido inalterados durante cinco, diez, incluso cincuenta millones de años, el hombre ha
cambiado durante este tiempo a escala más allá de todo posible reconocimiento. El hombre no
es la más majestuosa de las criaturas. Antes incluso que los mamíferos, los dinosaurios eran
decididamente más espléndidos. Pero él posee algo que los demás animales no tienen: un
caudal de facultades que por sí solo, en más de tres millones de años de vida, le hizo creativo.
Cada animal deja vestigios de lo que fue; sólo el hombre deja vestigios de lo que ha creado.
19
Casi como los ángeles
Australopithecus ágil en adelante, la familia del hombre comió alguna carne; primero animales
pequeños, de mayor tamaño después. La carne es una proteína más concentrada que la planta, y
el consumir carne disminuye en dos tercios el volumen y el tiempo de ingestión de los
alimentos. Fueron de gran alcance para la evolución del hombre las consecuencias de esto.
Dispuso de más tiempo libre, y podía emplearlo en formas más indirectas, para proveerse de
alimentos procedentes de distintas fuentes (como los grandes animales), que no podía cazar por
hambrienta fuerza bruta. Evidentemente, eso ayudó a impulsar (por selección natural) la
tendencia de todos los primates a interponer una demora interna en el cerebro, entre el estimulo
y la respuesta, hasta que hubo desarrollado la habilidad eminentemente humana de posponer la
satisfacción del deseo.
Pero el efecto más marcado de una estrategia indirecta encauzada a la adquisición de alimentos
es, evidentemente, el fomento de la actividad social y de la comunicación. Una criatura poco
veloz como el hombre puede acechar, perseguir y acorralar a un gran animal de la sabana
adaptado a huir, únicamente por cooperación. La cacería requiere de un planeamiento y de una
organización conscientes a través del lenguaje, así como de armas especiales. Ciertamente que
el lenguaje, tal cual lo usamos, contiene algo del carácter de un plan de cacería, en el sentido de
que (a diferencia de los animales) nos instruimos recíprocamente mediante frases que se
amalgaman y que proceden de unidades movibles. La caza es una empresa comunitaria de la
cual el clímax, y sólo el clímax, es el matar.
Lo que resulta aun más sorprendente es que el hombre se trasladó hacia el norte precisamente
después de que la temperatura descendía a punto de congelación. En esa gran era glacial, el
hielo brotaba de la tierra. Desde tiempo inmemorial, el clima septentrional se había mantenido
templado, virtualmente durante varios centenares de millones de anos. No obstante, antes de
que el Homo erectus se estableciera en China y en el norte de Europa, se iniciaba la secuencia
de las tres Glaciaciones autónomas.
Cuando la primera de las Glaciaciones pasaba por su clímax, el hombre de Pekín vivía en
cuevas, hace cuatrocientos mil años. No es sorprendente encontrar restos de las fogatas
encendidas en esas cuevas por primera vez. El hielo se desplazó hacia el sur y se retrajo tres
veces, y la tierra cambió en cada ocasión. Las capas de hielo llegaron a contener tal cantidad de
agua que el nivel de los mares descendió ciento veinte metros. Después de la segunda
Glaciación, hace más de doscientos mil años, apareció el hombre de Neanderthal con su
cerebro grande y se destacaría durante la última Glaciación. Las culturas del hombre que mejor
reconocemos se iniciaron en la Glaciación más reciente, en los últimos cien o incluso cincuenta
mil años. Es entonces cuando encontramos las herramientas más elaboradas que revelan
métodos de cacería perfeccionados el lanzador de venablos, por ejemplo; y el bastón que hacía
las veces de martillo; el arpón de múltiples púas; y, por supuesto, los instrumentos de pedernal
necesarios para fabricar estas armas. Resulta evidente que entonces, como ahora, los inventos
pueden ser escasos pero se difunden rápidamente a través de una cultura. Por ejemplo, hace
quince mil años, los cazadores magdalenienses del sur de Europa inventaron el arpón. En el
período inicial de su invención los arpones magdalenienses carecían de púas; después
mostraban una sola hilera de anzuelos; y hacia el fin del período, mientras acontecía el
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Casi como los ángeles
florecimiento del arte rupestre, los arpones ya presentaban una doble hilera de anzuelos. Los
cazadores magdalenienses decoraban sus herramientas de hueso; esto permite precisar la época
y el lugar de origen de sus creadores, por medio del refinamiento de estilo que ostentan. Son,
en sentido estricto, fósiles que registran la evolución cultural del hombre en su progresión
ordenada.
El hombre sobrevivió a la terrible prueba de las Glaciaciones gracias a que contaba con la
flexibilidad mental de reconocer los inventos y convertirlos en propiedad de la comunidad.
Obviamente, las Glaciaciones originaron un cambio profundo en el estilo de vida del hombre.
Lo forzaron a depender menos de las plantas y más de los animales. Los rigores de la cacería al
borde del hielo también cambiaron su estrategia. Se hizo menos atrayente la caza de animales
solos, aunque fuesen grandes. La mejor alternativa era la de seguir a los rebaños y no perderlos
de vista; aprender a anticipárseles y, en fin, adoptar sus hábitos, incluyendo sus frecuentes
migraciones. Esta es una adaptación particular, la forma trashumante de vida en movimiento
tiene algunas de las cualidades primitivas de la caza, porque es una persecución; la comida
animal determinaba el lugar y el paso. Y poseía algunas de las cualidades posteriores de la
ganadería, porque el animal era cuidado y, como lo era, preservado como un depósito
alimenticio móvil.
A pesar de que los hatos de renos siguen siendo; en efecto, salvajes, los lapones poseen
algunos de los inventos tradicionales para controlar individualmente a estos animales; los
mismos que también otras culturas han descubierto por ejemplo, ellos hacen a algunos machos
tan manejables como animales domésticos mediante la castración. Es una relación extraña. Los
lapones dependen completamente de los renos consumen su carne diariamente a razón de
medio kilogramo por cabeza; utilizan su piel, tendones y huesos; beben su leche y hasta hacen
uso de su cornamenta. Empero, los lapones son más libres que los renos, debido a que su estilo
de vida constituye una adaptación cultural y no biológica. La adaptación lograda por los
lapones, la forma trashumante de vida en pleno movimiento en un paraje de hielo, es una
opción que ellos podrían cambiar; no es irreversible como lo son las mutaciones biológicas.
Pues una adaptación biológica es una forma congénita de comportamiento; pero la cultura es
un comportamiento Que se aprende o asimila – una forma preferida comunalmente – y que
(como otras invenciones) ha sido adoptada por una sociedad completa.
En ello estriba la diferencia fundamental entre una adaptación cultural y una biológica; y
ambas son demostrables en los lapones. La construcción de refugios de piel de reno es una
adaptación que los lapones pueden cambiar el día de mañana, como ya lo está haciendo la
mayoría de ellos. Por contraste, los lapones, o las líneas humanas que les precedieron, han
experimentado también cierta adaptación biológica. En el Homo sapiens, las adaptaciones
biológicas no son grandes; somos una especie bastante homogénea, debido a que nos hemos
dispersado rápidamente por el mundo a partir de un solo centro. Sin embargo, se aprecian
diferencias biológicas entre los grupos humanos, como todos sabemos. Las denominamos
diferencias raciales, con lo cual queremos decir precisamente que no pueden ser cambiadas
mediante una variación de hábitos o de hábitat. Usted no puede cambiar el color de su piel.
¿Por qué son blancos los lapones? El hombre comenzó con piel oscura; la luz solar produce
vitamina D en su piel y, si él hubiese sido blanco en Africa, eso hubiera sido demasiado. Pero
en el norte, el hombre necesita asimilar toda la luz solar posible, para producir suficiente
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Casi como los ángeles
vitamina D, y la selección natural, por lo tanto, favoreció a aquellos de piel más blanca.
Las diferencias biológicas entre las distintas comunidades son así de modestas. La vida de los
lapones no se ha regido por la adaptación biológica sino por la inventiva: por la utilización
imaginativa de los hábitos del reno y de todos sus productos; por haberlo convertido en un
animal de tiro; por sus artefactos y por el trineo. Sobrevivir en el hielo no depende del color de
la piel; los lapones han sobrevivido, el hombre ha sobrevivido en las Glaciaciones, por el
invento más importante de todos: el fuego.
El fuego es el símbolo del hogar, y desde que el Homo sapiens empezó a imprimir la huella de
sus manos, hace treinta mil años, su hogar fue la cueva. Durante al menos un millón de años, el
hombre ha vivido en determinada medida reconocible como forrajeador y cazador. Casi no
contamos con monumentos de ese inmenso período de la prehistoria, mucho más prolongado
que cualquier otro que hayamos registrado. Sólo hacia el final de esa era, y al inicio de la era
glacial europea, encontramos en cuevas como la de Altamira (y en muchos otros sitios de
España y del sur de Francia) el registro de lo que dominaba la mente del hombre cazador. Allí
apreciamos lo que constituía su mundo y lo que le preocupaba. Las pinturas rupestres, que
datan de hace veinte mil años aproximadamente, establecen para siempre la base universal de
su cultura entonces, el conocimiento que el cazador tenía del animal del cual dependía.
Uno empieza por encontrar extraño que un arte tan vívido como la pintura rupestre sea,
comparativamente, tan reciente y tan escaso. ¿Por qué no existen más monumentos de la
imaginación visual del hombre, como existen de su inventiva? Sin embargo, cuando
reflexionamos vemos que lo notable no es la escasez de monumentos sino que los haya en
absoluto. El hombre es un animal débil, lento, torpe, inerme; tuvo que inventar una piedra, un
pedernal, un cuchillo, una lanza. Pero, ¿por qué a estos inventos científicos, que le eran
esenciales para sobrevivir, añadió el hombre desde un principio las artes que hoy nos
asombran: los decorados con formas animales? Y, sobre todo, ¿por qué llegaba a cuevas como
esta, vivía en ellas, y después realizaba pinturas de animales no donde vivía sino en lugares
oscuros, secretos, remotos, ocultos, inaccesibles?.
Es obvio decir que en esos lugares el animal era mágico. Sin duda eso es cierto; pero magia es
sólo una palabra, no una respuesta. En sí, magia es una palabra que no explica nada. Indica que
el hombre creía tener poder, pero, ¿qué poder? Todavía queremos saber qué tipo de poder
creían los cazadores haber obtenido de las pinturas.
Aquí, sólo puedo ofrecerle mi punto de vista personal. Creo que el poder que vemos expresado
aquí por primera vez es el poder de anticipación: la imaginación proyectada hacia adelante, En
estas pinturas el cazador se familiarizaba con peligros que sabía tendría que afrontar, pero que
todavía no había arrostrado. Cuando el cazador era traído a este sitio en medio de la oscuridad
y de pronto se proyectaba una luz sobre las pinturas, veía al bisonte como lo tendría que ver
frente a sí, veía al rápido venado, veía al esquivo jabalí. Y se sentía solo frente a ellos como se
sentiría en la cacería. Se le hacía patente el momento del miedo; su brazo armado se flexionaba
frente a una experiencia por venir y ante la cual no debería sentir miedo; El pintor había
congelado el momento del miedo y el cazador pasaba por el a través de la pintura como a
través de aire comprimido.
Para nosotros, las pinturas rupestres recrean el estilo de vida del cazador como un vislumbre de
historia; vemos el pasado a través de ellas. Mas para el cazador, sugiero, constituían una mirilla
hacia el futuro; miraba hacia adelante. En cualquier dirección, las pinturas rupestres actúan
como una especie de telescopio de la imaginación: dirigen la mente desde lo que se puede ver
hasta lo que se puede inferir o conjeturar. Cierto que esto es así en la misma acción de pintar;
pese a su superior detalle, la pintura plana sólo significa algo para el ojo debido a que la mente
la rellena con redondez y movimiento, una realidad por inferencia, la cual no es realmente vista
sino imaginada.
El arte y la ciencia son acciones privativas del hombre, fuera del alcance de lo que cualquier
22
Casi como los ángeles
animal puede hacer. Y aquí vemos que provienen de la misma facultad humana: la habilidad de
visualizar el futuro, de prever lo que puede ocurrir y de hacer planes para anticiparse a ello y
representárnoslo en imágenes que proyectamos y movemos en nuestra mente o en un cuadro de
luz sobre la oscura pared de una cueva o en la pantalla de un televisor.
Los hombres que elaboraron las armas y los que realizaron las pinturas estaban haciendo la
misma cosa: anticipar el futuro como únicamente el hombre puede hacerlo, deduciendo el
porvenir por el presente. El hombre posee múltiples dones que le son privativos; pero
ocupando un lugar primordial, pues es en la raíz de la que crecen todos los conocimientos, se
encuentra la habilidad de esbozar conclusiones a partir de lo que vemos para lo que no vemos,
el transportar nuestras mentes a través del tiempo y del espacio y el reconocernos en el pasado
en los pasos hacia el presente. En todas estas cuevas, la huella de la mano dice: «Esta es mi
marca. Este es el hombre».
23
La cosecha de las estaciones
La historia del hombre está dividida muy desigualmente. Por un lado se encuentra su evolución
biológica: todas las etapas que nos separan de nuestros antepasados simios. Las cuales se
prolongaron durante millones de años. Y por otro lado está la historia de su cultura la gran
marejada de la civilización que nos separa de las pocas tribus de cazadores del Africa que
sobreviven o de los recolectores de alimentos de Australia. Y toda esta segunda laguna cultural
está de hecho apiñada en unos pocos miles de años. Se remonta solamente a unos doce mil
años: algo más de diez mil años, pero mucho menos de veinte mil. A partir de este momento
me concretaré a hablar acerca de estos últimos doce mil años, que contienen prácticamente
todo el ascenso del hombre tal como lo entendemos ahora. Sin embargo, la diferencia entre los
dos elementos – entre la escala de tiempo biológica y la cultural – es tan grande, que no puedo
dejar de echarle una mirada retrospectiva.
Le tomó al hombre cuando menos dos millones de años, el cambiar de criatura oscura y
pequeña con la piedra en la mano – el Australopithecus, en Africa Central – a su configuración
moderna: el Homo sapiens. Esto constituye el paso de la evolución biológica, aunque la
evolución biológica del hombre haya sido más rápida que la de cualquier otro animal. Pero,
para el Homo sapiens, ha tomado mucho menos de veinte mil años el dar origen a las criaturas
que tanto usted como yo aspiramos ser artistas y científicos, edificadores de ciudades y
planificadores del futuro, lectores viajeros, exploradores anhelantes del hecho natural y de la
emoción humana, inmensamente más ricos en experiencia y en imaginación que cualquiera de
nuestros ancestros. Este es el paso de la evolución cultural; una vez iniciado, avanza como el
cociente de aquellos dos elementos cuando menos cien veces más rápido que la evolución
biológica.
Una vez iniciado: esta es la frase crucial. ¿Por qué comenzaron tan recientemente los cambios
culturales que han hecho al hombre amo de la Tierra? Hace veinte mil años que el hombre,
donde quiera que se encontrase, era forrajeador y cazador, cuya técnica más avanzada era la de
incorporarse a un hato errante como todavía lo hacen los lapones. Hace diez mil años ya había
cambiado y empezado, en ciertos lugares, a domesticar algunos animales y a cultivar algunas
plantas; y este es el cambio a partir del cual la civilización despega. Resulta extraordinario
pensar que sólo en los últimos doce mil años principió la civilización, tal como la entendemos.
Tuvo que haber ocurrido una explosión extraordinaria hacia el año 10.000 a. de C y la hubo.
Pero fue una explosión silenciosa. Se trataba del fin de la última Glaciación.
Podemos detectar el aspecto y, valga la expresión, olfatear el cambio en algún paisaje glacial.
La primavera en Islandia se repite a sí misma año tras año; pero hubo ocasión en que se
expandió por toda Europa y Asia cuando los hielos se retrajeron. Y el hombre, que había
pasado por dificultades increíbles, errado desde el Africa durante el último millón de años,
luchado a través de las Glaciaciones, se encontró de pronto en tierra fértil y rodeado de
animales, lo cual le hizo adoptar un estilo de vida diferente.
Esto es llamado generalmente “la revolución agrícola”. Pero yo creo que es algo mucho más
amplio: la revolución biológica. Hubo un entrelazamiento, una especie de salto entre el cultivo
de plantas y la domesticación de animales, a través de ella se manifiesta la realización crucial
de que el hombre domina su ambiente en el aspecto más importante, no físicamente sino al
nivel de los seres vivos: plantas y animales. Al tiempo aparece una revolución social
igualmente poderosa. Porque entonces se hizo posible – más que posible necesario – que el
hombre se estableciera. Y esta criatura que había andado errante y emigrado durante un millón
de años, habría de tomar una decisión crucial: dejar de ser nómada y convertirse en aldeano.
25
La cosecha de las estaciones
Contamos con un registro antropológico de la lucha de conciencia de un pueblo que tomó tal
determinación: el registro lo es la Biblia, el Antiguo Testamento. Creo que la civilización
descansa en esa decisión. En cuanto a los pueblos que nunca se decidieron, quedan pocos
sobrevivientes. Existen algunas tribus nómadas que todavía van, a través de vastas jornadas
trashumantes, de un campo de pastoreo a otro: los baktiaritas en Persia, por ejemplo. Y
realmente hay que viajar y vivir con ellos para comprender que la civilización no puede
florecer nunca en la vida nómada.
Todo en la vida nómada es inmemorial. Los baktiaritas han viajado siempre solos, sin ser
observados en absoluto. Como otros nómadas, se consideran a sí mismos una familia, los hijos
de un solo padre fundador. (Del mismo modo que los judíos solían autonombrarse hijos de
Israel o de Jacob.) Los baktiaritas adoptaron su nombre de un pastor legendario de la era
mongólica: Baktiar. La leyenda de su propio origen y de su fundador, empieza así:
Y el padre de nuestro pueblo, el hombre de las colinas, Baktiar, surgió de la solidez de las montañas del
Sur en tiempos remotos. Su simiente era tan numerosa como las rocas de las montañas; y su pueblo
prosperó.
El eco bíblico suena y resuena conforme la leyenda avanza. El patriarca Jacob tenía dos
esposas, a cada una de las cuales sirvió como pastor durante siete anos. Comparemos la historia
del patriarca de los baktiaritas:
La primera esposa de Baktiar tuvo siete hijos, padres de las siete líneas fraternas de nuestro pueblo. Su
segunda esposa tuvo cuatro hijos. Y nuestros hijos habrán de tomar por esposos a las hijas, en las
tiendas de sus padres y de sus hermanos, para que los rebaños y las tiendas se dispersen.
Al igual que para los hijos de Israel, los rebaños eran de vital importancia; no escapan a la
mente del historiador (ni a la del consejero matrimonial) en ningún momento.
Antes del año 10.000 a. de C., los pueblos nómadas solían seguir las migraciones naturales de
los hatos silvestres. Pero las ovejas y las cabras no tienen migraciones naturales. Fueron
domesticadas por primera vez hace cerca de diez mil años, el perro es el único animal que las
precedió. Y cuando el hombre las domesticó, se echó a cuestas la responsabilidad de la
naturaleza; el nómada debe dirigir el hato indefenso.
El papel de la mujer en las tribus nómadas está escasamente definido. Sobre todo, la función de
la mujer es producir hijos varones; demasiadas hijas acarrean una desgracia inmediata, porque
a la larga amenazan con desastres. Además de esto, sus deberes consisten en la preparación de
alimentos y de ropa. Por ejemplo, la mujer baktiarita elabora el pan, a la usanza bíblica, en
tortas ázimas sobre piedras calientes. Pero las mujeres y las niñas aguardan a que los hombres
acaben de comer para hacer lo propio. Como la de los hombres, la vida de las mujeres se centra
en el rebaño. Lo ordeñan y preparan con la leche un yogur grumoso, batiéndola en una bolsa de
piel de cabra colocada en un marco rústico de madera. Poseen únicamente la tecnología simple
que puede ser transportada en las jornadas cotidianas de un lugar a otro. La simplicidad no es
romántica, es cuestión de supervivencia. Todo debe ser lo suficientemente ligero como para
poder ser trasladado, armado cada noche y vuelto a empacar de nuevo cada mañana. Cuando
las mujeres hilan la lana mediante sus artefactos sencillos y arcaicos, lo hacen para un uso
inmediato, tan sólo para efectuar las reparaciones que son esenciales durante la jornada.
No es posible en la vida nómada el manufacturar cosas que no van a ser necesarias durante
varias semanas. No podrían ser transportadas. Y, de hecho, los baktiaritas ignoran cómo
hacerlas. Si necesitan recipientes de metal, realizan trueques con pueblos sedentarios o con
artesanos gitanos especializados en metales. Un clavo, un estribo, un juguete o la campana de
un niño son cosas que deben conseguirse fuera de la tribu. La vida de los baktiaritas está muy
circunscrita para poseer el tiempo o la habilidad de especializarse. Las innovaciones no tienen
cabida por falta de tiempo durante los desplazamientos, entre el atardecer y el amanecer, yendo
y viniendo toda su vida, de desarrollar algún artefacto nuevo, algún pensamiento nuevo, ni
siquiera alguna melodía nueva. Las únicas costumbres que prevalecen son las costumbres
26
La cosecha de las estaciones
Es una vida sin cambios. Cada noche es el final de un día como el de ayer y cada mañana será
el inicio de una jornada como la del día anterior. Al amanecer, hay una pregunta en la mente de
cada uno de ellos: ¿Podrá el ganado atravesar el próximo paso escarpado? El más escarpado de
todos los pasos deberá ser atravesado en algún día de la jornada. Se trata del paso de Zadeku, a
cuatro mil metros de altura sobre el Zagros, el cual deberá cruzar o sortear el rebaño de alguna
manera en sus cimas más elevadas. Para que la tribu pueda seguir adelante los pastores deberán
hallar nuevos pastizales cada día, porque, a esas alturas, los pastizales son consumidos en un
solo día.
Año tras año, los baktiaritas atraviesan seis cordilleras montañosas en el viaje de ida (y las
vuelven a cruzar de regreso). Avanzan a través de la nieve y de los deshielos de primavera. Y
se limita a un solo aspecto el avance que ha experimentado su vida en diez mil años. Los
nómadas baktiaritas de entonces tenían que viajar a pie y llevar a cuestas sus pertenencias. Sus
descendientes ya cuentan con animales de carga – caballos, asnos, mulas – que son los únicos
que han domesticado desde aquellos tiempos. No hay nada nuevo en sus vidas además de esto.
Y nada es memorable. Los nómadas carecen de monumentos, ni aun para los muertos. (¿Dónde
está Baktiar, dónde fue sepultado Jacob?) Los únicos montículos que construyen son para
marcar el camino en sitios como el Paso de las Mujeres, intrincado pero más accesible para los
animales que los pasos escarpados.
La migración primaveral de los baktiaritas es una aventura heroica; empero, los baktiaritas no
son tan heroicos como estoicos. Son resignados porque su aventura no les conduce a ninguna
parte. Los pastizales de verano son, en sí mismos, un lugar de paso más: a diferencia de los
hijos de Israel, para ellos no existe la tierra prometida. El jefe de la familia trabajó durante siete
años, como hizo Jacob, para reunir un hato de cincuenta cabras y ovejas. Calcula perder diez de
ellas durante la migración, si las cosas marchan bien. De no ocurrir así, podría llegar a perder
hasta veinte de las cincuenta. Estas son las probabilidades de la vida nómada, año tras año. Y
después de todo ello, al final de la jornada, no habría más que una resignación inmensa y
tradicional.
¿Quién sabe si, cualquier año, después de haber cruzado los pasos, podrán los ancianos
enfrentarse con la prueba final: el cruce del río Bazuft? Tres meses de deshielo han hecho
crecer el río. Los hombres de la tribu, las mujeres, los animales de carga y los rebaños están
agotados. Llevará un día el conseguir que los rebaños crucen el río. Pero este es, aquí y ahora,
el día de la prueba. Hoy es el día en que los adolescentes se convertirán en hombres, pues la
supervivencia del hato y de la familia dependerá de su vigor. Atravesar el río Bazuft es como
cruzar el Jordán; es el bautismo de la virilidad. Para el joven, la existencia cobra vida en ese
momento; para el anciano... acaba.
¿Qué sucede con los ancianos cuando no pueden cruzar el último río? Nada. Quedan a la zaga
hasta morir. El perro es el único sorprendido al ver a un hombre abandonado. El hombre acepta
la costumbre nómada; ha llegado al término de su jornada y ya no hay sitio para él.
27
La cosecha de las estaciones
No ha perdurado, arriba en las colinas o en sus laderas, el tipo de trigo silvestre que
recolectaron los primeros habitantes de este lugar. Pero los pastizales que aún siguen aquí
deben parecerse mucho al trigo hallado por ellos, el cual recogían por primera vez a mano llena
y segaban con ese movimiento de sierra de la hoz que han seguido ejecutando sus
descendientes en los diez mil años subsecuentes. Esta fue la civilización natuciana preagrícola.
Y, evidentemente, no podía durar. Estaba a punto de convertirse en agricultura. Y éste fue el
siguiente acontecimiento que tuvo lugar en la zona de Jericó.
Figura 8. Los primeros pobladores de Jericó recolectaban trigo, aunque no sabían todavía
cómo sembrarlo. Fabricaban herramientas para la cosecha silvestre.
Hoz combada, 4º milenio a. de C., Israel. Las navajas de pedernal de la hoz se pegaban con
betún a un mango de cuerno.
El punto crítico en la expansión de la agricultura en el Viejo Mundo fue casi con seguridad la
aparición de dos tipos de trigo con espigas grandes completamente llenas de semillas. Antes
del año 8000 a. de C., el trigo no era, como ahora, una planta lozana; era solamente una de las
muchas hierbas silvestres que proliferaban por todo el Oriente Medio. A causa de algún
accidente genético, el trigo silvestre se cruzó con la planta llamada rompesacos, dando forma a
un híbrido fértil. Tal accidente debió ocurrir en muchas ocasiones a la vegetación naciente
surgida a partir de la última Glaciación. En términos del mecanismo genético que regula el
crecimiento, se combinaron los catorce cromosomas del trigo silvestre con los catorce del
rompesacos, originando la variedad Emmer, de veintiocho cromosomas, dando como resultado
que esta variedad fuese mucho más robusta. Este híbrido pudo difundirse de manera natural,
porque sus semillas están unidas a la raspa en forma tal que hace posible su dispersión por el
viento.
Que tal híbrido sea fértil es raro, aunque no singular entre las plantas. Pero ahora la historia de
la vida de esta fértil planta que siguió a las glaciaciones resulta más sorprendente. Ocurrió un
segundo accidente genético, debido tal vez a que la Emmer ya era cultivada. La Emmer se
cruzó con otra variedad natural de rompesacos y produjo un - híbrido de incluso mayores
dimensiones con cuarenta y dos cromosomas: el trigo del pan. Esto, de por sí, era muy
improbable, pues sabemos ahora que el trigo del pan no hubiera podido ser fértil a menos que
sufriera una mutación genética específica en un cromosoma.
Empero, hay algo todavía más extraño. Contamos en actualidad con una bella espiga de trigo,
que nunca esparcería su simiente por el viento ya que es sumamente compacta y difícil de
romper. Y si yo la rompo; por qué, la granza vuela y cada grano cae exactamente donde creció.
Permítaseme recordar que es completamente diferente del trigo silvestre o la del híbrido
primitivo, el Emmer. En aquellas formas primitivas la espiga es mucho más abierta y, si se
rompe, un efecto muy diferente tiene lugar: se consiguen granos que vuelan con el viento. Los
trigos del pan han perdido esa inhabilidad. Repentinamente, el hombre y la planta están juntos:
28
La cosecha de las estaciones
el hombre cuenta con el trigo del cual se alimenta, pero el trigo también piensa que el hombre
fue hecho para él porque sólo así puede propagarse. Pues los trigos del pan se pueden
multiplicar únicamente mediante ayuda; el hombre debe cosechar las espigas y esparcir las
semillas; y la vida de cada cual, hombre y planta, depende de la otra. Esto constituye un
auténtico cuento de hadas de la genética, como si el arribo de la civilización hubiese sido
bendecido anticipadamente por el espíritu del abad Gregor Mendel,
Figura 9. Antes del año 8000 a. de C., el trigo era una de muchas hiervas silvestres.
Trigo silvestre, Triticum monococcum.
Una conjunción feliz de acontecimientos naturales y humanos creó la agricultura. Esto ocurrió
en el Viejo Mundo hace aproximadamente diez mil años en la zona fértil del Oriente Medio.
Pero seguramente ocurrió en más de una ocasión. Es casi seguro que la agricultura fue
inventada de nuevo e independientemente en el Nuevo Mundo, o al menos eso creemos por la
evidencia que tenemos de que el maíz necesita al hombre como el trigo. En cuanto al Oriente
Medio, la agricultura se difundió irregularmente en sus declives montuosos, de los cuales la
cuesta que va del Mar Muerto a Judea, la región que circunda a Jericó, es a lo sumo un lugar
característico y nada más. En sentido literal, la agricultura parece haber tenido inicios diversos
en esta zona, algunos de ellos anteriores a Jericó.
Sin embargo, Jericó posee varias características que la hacen históricamente única y le
confieren un valor simbólico propio. A diferencia de otros pueblos que han sido olvidados, este
es monumental, más antiguo que la Biblia, capa histórica sobre capa histórica, una ciudad. La
antigua ciudad de agua dulce de Jericó era un oasis al borde del desierto, cuyo manantial ha
fluido desde los tiempos prehistóricos hasta la ciudad moderna que es en la actualidad. Aquí
brotaron conjuntamente el trigo y el agua y, desde ese punto de vista, aquí comenzó el hombre
la civilización. También a este sitio, procedentes del desierto, arribaron los beduinos con sus
rostros oscuros y velados y contemplaron con desconfianza un nuevo estilo de vida. Es por eso
que Josué trajo aquí a las tribus de Israel en su peregrinar hacia la Tierra Prometida, pues el
trigo y el agua son forjadores de civilización: son promesa de tierra abundante en leche y miel.
El trigo y el agua convirtieron aquella desolada colina en la ciudad más antigua del mundo.
29
La cosecha de las estaciones
De pronto, Jericó se vio transformada. Llegó gente, y pronto fue la envidia de sus vecinos,
obligando a sus habitantes a fortificarla – convirtiéndola en una ciudad amurallada – y a
construir una torre espléndida, hace nueve mil años. Nueve metros atraviesan su base y, en
correspondencia, tiene casi nueve de profundidad. A un costado de ella, las excavaciones han
descubierto capa tras capa de civilización pretérita los hombres de la primera época pre-
cerámica, los hombres de la siguiente época pre-cerámica, el inicio de la cerámica hace siete
mil años; la primera edad del cobre, la primera del bronce y la segunda de este metal. Cada una
de estas civilizaciones llegó, conquistó Jericó, la sepultó y volvió a construirla; es así que la
torre no está situada bajo quince metros del suelo cuanto bajo quince metros de civilizaciones
del pasado.
Jericó es un microcosmo de historia. Se encontrarían otros sitios en años venideros (ya se han
descubierto algunos nuevos importantes), los cuales cambiarán la imagen que tenemos de los
inicios de la civilización. Sin embargo, este lugar tiene el poder de proporcionar la visión que
contempla el ascenso del hombre moderno y que es igualmente profunda en pensamiento y en
emoción. Cuando yo era joven, todos creíamos que la superioridad humana era producto del
dominio del hombre sobre su ambiente físico. Ahora hemos comprendido que la auténtica
superioridad se deriva del entendimiento y moldeamiento del medio en que se vive. Es así
como el hombre comenzó en la zona fértil de Jericó, cuando puso su mano en las plantas y en
los animales y, al aprender a convivir con ellos, cambió el mundo de acuerdo con sus
necesidades. Cuando Kathleen Kenyon redescubrió la arcaica torre en los años cincuenta,
encontró que estaba hueca; y, para mí, esta escalera constituye una suerte de mirilla en la base
de la roca de la civilización. Y la base de la roca de la civilización es el ser vivo, no el mundo
físico.
Hacia el año 6000 a. de C., Jericó era un gran poblado agrícola. Kathleen Kenyon considera
que albergaba a tres mil habitantes y que su extensión dentro de las murallas era de cuatro a
cinco hectáreas. Las mujeres solían moler el trigo por medio de pesados instrumentos de piedra
característicos de una comunidad sedentaria. Los hombres daban forma, amasaban y
moldeaban la arcilla para hacer ladrillos de construcción, algunos de los primeros que se
conocen. Las huellas de los pulgares de los ladrilleros aún están allí. El hombre, como el trigo
del pan, se ha establecido en este lugar. Una comunidad sedentaria tiene también una relación
diferente con los muertos. Los habitantes de Jericó preservaban algunos cráneos y los cubrían
con vistosas decoraciones. Nadie sabe el porqué, a no ser que fuese un acto reverencial.
Nadie cuya formación haya estado imbuida del Antiguo Testamento, como lo fui yo, puede
abandonar Jericó sin formular dos preguntas: ¿Destruiría finalmente Josué esta ciudad?, ¿se
derrumbaron realmente sus muros?. Estas son las incógnitas que atraen a tanta gente a este sitio
y que lo convierten en una leyenda viviente. La primera pregunta tiene una respuesta fácil: Sí.
Las tribus de Israel luchaban por adentrarse en la zona fértil que va desde la costa
mediterránea, atraviesa las montañas de Anatolia y desciende hasta las riberas del Tigris y del
Eufrates. Y aquí en Jericó se hallaba la llave que cerraba el acceso a las montañas de Judea y a
las fértiles tierras mediterráneas. Tenían, pues, que conquistar Jericó y lo hicieron hacia el ano
1400 a, de C., es decir, hace aproximadamente tres mil trescientos o tres mil cuatrocientos
años. La historia bíblica no fue escrita probablemente sino hasta, tal vez, el año 700 a. de C.; o
sea, que la primera evidencia escrita data de cerca de dos mil seiscientos años.
Pero, ¿se derrumbaron los muros de Jericó? No lo sabemos. No existe en este sitio evidencia
arqueológica que sugiera que un conjunto de muros, un buen día, se viniera abajo. Pero
muchos conjuntos de muros, en épocas distintas, se vinieron abajo. Existió aquí una Edad de
Bronce en la cual hubo que reconstruir – cuando menos dieciséis veces – un conjunto de
muros. Porque esta es una zona sísmica. Todavía en la actualidad se registran temblores todos
los días; y en cada siglo sobrevienen cuatro terremotos intensos. Solamente en los últimos años
nos hemos podido explicar la causa de los terremotos a lo largo de este valle. El Mar Rojo y el
Mar Muerto se ubican a continuación del Valle del Gran Risco del Africa Oriental. Aquí, dos
de las plataformas que sostienen los continentes al flotar sobre la capa terrestre más densa,
30
La cosecha de las estaciones
corren paralelamente. Al estar tan unidas, se empujan mutuamente a través del risco y la
superficie de la tierra refleja el eco de estos choques provenientes de las capas internas. Como
resultado de esto, se han registrado siempre movimientos telúricos a lo largo del eje del Mar
Muerto. Y yo considero que esta es la razón por la cual la Biblia consigna tantos milagros
naturales: diversas inundaciones antiguas, el descenso de las aguas del Mar Rojo, el
desecamiento del Jordán y el desplome de las murallas de Jericó.
Figura 10. Una multiplicidad de artificios pequeños y sutiles tan importantes en el ascenso del
hombre como cualquier aparato de física nuclear.
Carpintero trabajando una figura de madera con una sierra. Grecia, siglo VI a. de C. Clavo
de arcilla decorado, sumeria, 2400 a. de C. Horno de panadero con panes. Modelo de arcilla.
Islas griegas, siglo VII a. de C. Juguete griego en forma de mono que machaca aceitunas en
un mortero. Anciano con una prensa vinícola. Modelo de terracota, período romano.
La agricultura y la ganadería pueden parecer simples búsquedas, pero la hoz natuciana nos
demuestra que ninguna de ellas permanece estática. Cada etapa en la domesticación de plantas
y animales requiere de invenciones que comienzan por ser artefactos técnicos de los cuales se
derivan principios científicos. Los dispositivos básicos producto de una mente con dedos
hábiles pasan inadvertidos en cualquier aldea del mundo. Su multiplicidad de artificios
pequeños y sutiles es tan ingeniosa, y en un profundo sentido tan importante en el ascenso del
hombre, como cualquier aparato de física nuclear: la aguja, la alesna, el recipiente, el brasero,
la espada, el clavo y el tornillo, el fuelle, la cuerda, el nudo, el telar, el arnés, el gancho, el
botón, el zapato, y uno podría mencionar un centenar sin pararse a respirar. La riqueza estriba
en la interrelación de los inventos; una cultura es una multiplicación de ideas, en la cual cada
artefacto nuevo acelera y engrandece el poder de los restantes.
31
La cosecha de las estaciones
La agricultura sedentaria crea una tecnología de la que se nutre todo lo físico y todo lo
científico. Esto lo podemos apreciar observando la diferencia entre la hoz primitiva y la más
reciente. A primera vista, son muy parecidas: la hoz del recolector de hace diez mil anos, y la
de nueve mil años de antigüedad, cuando ya se cultivaba el trigo. Pero mirémosla más de cerca.
El trigo cultivado debe segarse con un borde serrado: porque si se golpea el trigo, los granos
caerán al suelo; pero si es segado con suavidad, los granos no se desprenderán de la espiga. Y a
partir de entonces la hoz ha conservado esta característica; y hasta en mi infancia, durante la
Primera Guerra Mundial, la combada hoz de serrado borde era todavía el instrumento
empleado para segar el trigo. Una tecnología como ésta, un conocimiento físico como éste,
llega hasta nosotros como elemento integral de la vida agrícola, de una manera tan espontánea,
que podría pensarse que las ideas descubren al hombre y no a la inversa.
La invención más sobresaliente en toda agricultura es, por supuesto, el arado. Nuestra imagen
de éste consiste en una cuña que divide el suelo. Y la cuña es un invento mecánico primitivo
importante. Pero el arado es algo mucho más trascendente: es una palanca que levanta el suelo
y se encuentra entre las primeras aplicaciones del principio de la palanca. Cuando, mucho
tiempo después, Arquímedes explicaba a los griegos la teoría de la palanca, afirmaba que con
un punto de apoyo para la palanca, él podría mover la Tierra. Pero miles de años antes, los
agricultores del Oriente Medio solían afirmar: «Dadme una palanca y alimentaré la Tierra».
Ya he hecho notar que la agricultura fue inventada cuando menos en otra ocasión, mucho
tiempo después, en América. Pero el arado y la rueda no lo fueron, porque ambos dependen del
animal de tiro. El siguiente paso a partir de la agricultura rudimentaria en el Oriente Medio fue
la domesticación de los animales de tiro. La ausencia de este adelanto biológico mantuvo al
Nuevo Mundo confinado al nivel de la estaca para cavar y el morral; y ni siquiera acertó con la
rueda del alfarero.
La primera rueda encontrada se remonta a algo más de 3000 años a. de C., en lo que
actualmente corresponde a la Rusia meridional. Estos primeros hallazgos corresponden a
sólidas ruedas de madera unidas a una especie de balsa o trineo de carga, de mayor antigüedad,
convertido, por tanto, en carro. Desde ese momento, la rueda y el eje se constituyen en la raíz
doble a partir de la cual crece la inventiva. Es convertida, por ejemplo, en instrumento para
moler el trigo, utilizando para ello las fuerzas de la naturaleza: la fuerza animal primero, las
fuerzas del viento y del agua después. La rueda se convierte en modelo de todos los
movimientos de rotación, en una norma de explicación y en el símbolo celestial de un poder
superior al humano tanto en la ciencia como en el arte. El sol es una carroza y el cielo mismo
es una rueda desde el tiempo en que los babilonios y los griegos plasmaron los movimientos de
los astros en mapas celestes. El movimiento natural en la ciencia moderna (o sea el
movimiento libre) va en línea recta; pero para la ciencia griega, la forma de movimiento que
parecía natural (es decir, inherente a la naturaleza) y de hecho perfecta, era el movimiento
circular.
Hacia el ano 1400 a. de C., más o menos en la época en que Josué tomó Jericó, los ingenieros
mecánicos de Sumeria y Asia convertían la rueda en una polea para extraer agua. Al mismo
tiempo diseñaban sistemas de irrigación en gran escala. Los pozos de mantenimiento siguen
utilizándose como puntos de referencia a lo largo del territorio persa. Cuentan éstos con cien
metros de profundidad, hasta conectarse con los canales subterráneos que constituyen el
sistema, en un nivel en el cual el agua natural está a resguardo de la evaporación. Tres mil años
después de la construcción de estos sistemas, las aldeanas de Khuzistán siguen extrayendo su
ración diaria de agua de los pozos para continuar con las faenas tradicionales de la antigua
comunidad.
Los canales subterráneos son una construcción tardía de una civilización citadina e implican la
existencia a .la sazón de leyes reguladores de los derechos del agua y de la tenencia de la tierra
y otras relaciones sociales. En una comunidad agrícola (en una hacienda agrícola en gran
escala de Sumeria, por ejemplo) el régimen de justicia tiene un carácter distinto del de la
comunidad nómada que sólo juzga el robo de una cabra o de una oveja. La estructura social
32
La cosecha de las estaciones
Figura 11. El torno de arco constituye un patrón clásico para convertir el movimiento lineal en
rotatorio.
Mediados del siglo XIX; carpinteros trabajando con un torno de arco, India central.
El artesano de aldea se convierte ahora en inventor por derecho propio. Combina los principios
mecánicos básicos en herramientas más complejas que se convierten, efectivamente, en
máquinas primitivas. Estas son tradicionales en el Oriente Medio: el torno de arco, por
ejemplo, que constituye un patrón clásico para convertir el movimiento lineal en rotatorio. Su
diseño depende, ingeniosamente, de una cuerda enrollada alrededor de un tambor y cuyas
puntas están atadas a los extremos de una especie de arco de violín. La pieza de madera que va
a ser trabajada se fija en el tambor; se la hace girar moviendo el arco hacia atrás y hacia
adelante, de modo que la cuerda hace rotar el tambor que sostiene la pieza de madera, la cual se
va modelando con un cincel. Este aparato data de varios miles de años, pero yo lo vi usado por
gitanos que elaboraban patas de sillas en un bosque de Inglaterra en 1945.
Una máquina es un artefacto con que se aprovecha el poder de la naturaleza. Esto es aplicable
tanto en el huso rústico que emplean las baktiaritas como en el histórico primer reactor nuclear
y toda su secuela. Sin embargo, al evolucionar, la máquina ha requerido de fuentes de energía
mayores, por lo que día a día se aleja más de su empleo natural. ¿Cómo es que la máquina, en
su forma moderna, nos parece ahora una amenaza?
Esta inquietante pregunta está ligada al poder potencial de la máquina. Podemos plantear mejor
la cuestión en forma de alternativas: ¿Está el poder de la máquina a escala del trabajo para el
cual fue proyectada o es éste tan desproporcionado que puede dominar al usuario y distorsionar
el uso? La pregunta nos conduce evidentemente al pasado remoto; se inicia cuando por primera
vez el hombre colocó un arnés sobre un poder superior al suyo: el poder de los animales. Toda
máquina es una suerte de animal de tiro, aun el reactor nuclear. Incrementa el potencial que el
hombre obtuvo de la naturaleza desde la aparición de la agricultura. Y, en consecuencia, toda
máquina replantea el dilema original: ¿proporciona la máquina la energía en respuesta a la
demanda de su uso específico o es una fuente de energía salvaje más allá de los límites del uso
constructivo? Este conflicto en la escala de la potencia se encuentra a todo lo largo del camino
formativo de la historia humana.
33
La cosecha de las estaciones
propio consumo. Pero esto es sólo verdad en la medida en que los animales permanezcan
modestamente en su propio nivel, como servidores de la agricultura.
Parecía poco probable que el animal doméstico se llegase a convertir por sí mismo, a partir de
entonces, en una amenaza para el excedente de grano del cual vive y sobrevive una comunidad
establecida. Era de lo más inesperado, puesto que, después de todo, el buey y el asno, como
animales de tiro, habían ayudado a crear este excedente. (El Antiguo Testamento insiste
cuidadosamente en que se les dé buen trato; por ejemplo, prohibe al agricultor que coloque en
la misma yunta a un buey y un asno para arar juntos, ya que éstos trabajan de manera distinta.)
Mas hace aproximadamente cinco mil años, aparece un nuevo animal de tiro: el caballo. Y, sin
punto de comparación, es más rápido, más fuerte y superior a cualquier animal precedente. Y a
partir de ese momento se convierte en amenaza al excedente alimenticio de la aldea.
El caballo empezó como el buey, arrastrando carretas; pero con más categoría, tirando de las
carrozas en los desfiles reales. Y entonces, alrededor del año 2000 a. de C., el hombre
descubrió cómo matarlo. La idea debió ser tan inquietante en su época como en su día la de la
invención de la máquina voladora. Entre otras cosas se requería de un caballo más grande y
más fuerte (el caballo era originalmente un animal mucho más pequeño y, como la llama de
Sudamérica, no podía soportar el peso de un hombre por mucho tiempo). Las tribus nómadas
que criaban caballos fueron, consecuentemente, las primeras en montarlos formalmente. Eran
hombres procedentes del Asia Central, Persia, Afganistán y más allá; en Occidente eran
llamados simplemente escitas, nombre colectivo para denominar a una criatura nueva y
aterradora, un fenómeno de la naturaleza.
Porque el jinete es visiblemente más que un hombre: su cabeza sobresale sobre las de los otros
y se mueve con tal poder que atemoriza al mundo viviente. Cuando las plantas y los animales
de la aldea fueron domesticados para el uso humano, el montar a caballo se convertía en algo
más que un gesto humano: el acto simbólico del dominio sobre todo lo creado. Sabemos de
esto a través del asombro y el pánico que volvería a sembrar el caballo en tiempos históricos, al
destruir la caballería española a las tropas peruanas (que nunca habían visto un caballo) en
1532. Así, pues, mucho tiempo antes, los escitas eran el terror que arrasaba los países que
desconocían la técnica de montar. Cuando los griegos vieron a los jinetes escitas creyeron que
caballo y jinete eran un solo ser; así es como éstos inventaron. la leyenda del centauro. Por
cierto que el otro híbrido parcialmente humano producto de la imaginación griega, el sátiro, no
era originalmente mitad cabra sino mitad caballo; tan profunda era la inquietud que evocaba
esta rápida criatura procedente de Oriente.
No nos sería posible recapturar hoy día el terror que causó la aparición del caballo montado en
el Oriente Medio in la Europa Oriental. Y esto es porque existe una diferencia de escala que
sólo puedo comparar con la llegada de los tanques a Polonia en 1939, arrasando todo lo que
tenían delante. Considero que la importancia del caballo en la historia de Europa ha sido
siempre subestimada. En cierto sentido, la guerra se creó mediante el caballo, como una
actividad nómada. Eso fue lo que trajeron los hunos, eso fue lo que trajeron los frigios y,
finalmente; los mogoles, y fue llevada a un clímax bajo Gengis Khan, mucho tiempo después
de manera particular, las hordas móviles transformaron la organización de la batalla.
Concibieron una estrategia bélica diferente: una estrategia parecida a un juego bélico; ¡cómo
gustan de jugar los hacedores de guerras!
Los hombres que juegan el Buz Kashi son profesionales, es decir, perciben honorarios; y tanto
ellos como los caballos son entrenados y retenidos simplemente por el lauro de la victoria. En
cierta gran ocasión, trescientos hombres de distintas tribus se reunieron para competir, lo cual
34
La cosecha de las estaciones
no había ocurrido en los últimos veinte o treinta anos, hasta que nosotros lo organizamos. En el
juego di Buz Kashi, los contendientes no tornean equipos. El objeto del juego no es probar que
un grupo es mejor que otro; sino encontrar un campeón. Existen campeones famosos del
pasado que todavía se recuerdan. El presidente que supervisó este juego es un campeón
retirado. El presidente transmite sus órdenes a través de un heraldo, quien puede ser también un
jugador retirado, aunque menos distinguido. Donde esperaríamos ver una pelota, nos hallamos
con un novillo decapitado. (Y este macabro juguete nos indica algo acerca del juego, tal como
si los jinetes estuviesen divirtiéndose con la subsistencia de los granjeros.) El cadáver pesa
aproximadamente treinta kilos, y el objeto del juego es asirlo, defendiéndolo de todos los
adversarios, y cargarlo durante dos etapas. La primera de éstas consiste en cargar con el
cadáver hasta la meta señalada con una bandera y darle la vuelta a la misma. Después, la etapa
crucial es el regreso; cuando el jinete gira alrededor de la bandera, constantemente desafiado, y
se encamina a la meta de salida, la cual es un círculo marcado en el centro de la multitud.
El juego va a ser ganado por un solo gol, por lo que no hay cuartel. No se trata de un evento
deportivo; en las reglas no se encuentra ninguna indicación acerca de la limpieza en el juego.
Las tácticas son puramente mogólicas, una disciplina violenta. Lo más asombroso del juego es
precisamente lo que confundía a los ejércitos que se enfrentaban a los mogoles lo que semeja
un zipizape feral es en realidad una maniobra que se disuelve repentinamente cuando el
triunfador se aproxima a la meta.
Uno tiene la sensación de que la multitud se halla mucho más excitada y conmovida que los
propios contendientes. Estos, en contraste, parecen interesados aunque fríos; cabalgan con una
intensidad brutal y brillante; pero no les subyuga el juego sino la victoria. Sólo después de la
contienda, el ganador se deja llevar por la emoción. Debió de haber pedido al presidente que
reconociese su triunfo, y por olvidar esta norma del protocolo, pudo haber perdido el juego.
Qué bueno es saber que el triunfo ha sido reconocido.
El Buz Kashi es un juego bélico. Lo que lo hace electrizante es la ética del jinete: cabalgar es
una acción guerrera. Esta expresa la cultura monomaníaca de la conquista; el depredador posa
como un héroe porque cabalga el torbellino. Pero el torbellino está vacío. Caballo o tanque,
Gengis Khan o Hitler o Stalin, el torbellino sólo puede subsistir del trabajo de otros hombres.
El nómada, en su último papel histórico como hacedor de guerras es un anacronismo y, peor
aún, en un mundo que ha descubierto en los últimos doce mil años que la civilización la
realizan los pueblos sedentarios.
A través de todo este ensayo se hace patente el conflicto entre los estilos de vida nómada y
sedentario, Así, es adecuado a guisa de epitafio ir a la escarpada, ventiscosa e inhóspita meseta
del Sultaniyeh en Persia, donde terminó el último intento de la dinastía mogólica de Gengis
Khan por hacer de la vida nómada la forma suprema de ésta. El caso es que la invención de la
agricultura, doce mil años atrás, no estableció ni confirmó, por sí misma, la forma sedentaria de
vida. Por el contrario, la domesticación de animales que vino con la agricultura daría nuevo
vigor a las economías nómadas: la domesticación de ovejas y cabras, por ejemplo, pero muy
especialmente la posterior doma del caballo. Fue éste el que diera a las hordas mogólicas de
Gengis Khan el poder y la organización para la conquista de China y de los estados
musulmanes, y así alcanzar las puertas de Europa central.
Gengis Khan fue un nómada y el inventor de una poderosa maquinaria bélica; y esta
conjunción destaca algo importante sobre los orígenes de la guerra en la historia humana. Es
por supuesto tentador el cerrar los ojos a la historia especular en cambio acerca de los orígenes
de la guerra, con base en algún posible instinto animal: como si, al igual que el tigre,
tuviésemos todavía que matar para sobrevivir, o, como el petirrojo, para defender el territorio
nidal. Mas la guerra, la guerra organizada, no es un instinto humano. Es una forma de robo
altamente planificada y coordinada. Y este sistema de robo se inició hace diez mil años, cuando
los agricultores de trigo acumularon excedentes y los nómadas surgieron del desierto para
robarles algo de lo que ellos mismos no podían proveerse Hemos visto pruebas de lo anterior
en la ciudad amurallada de Jericó y en su torre prehistórica. Este es el comienzo de la guerra.
35
La cosecha de las estaciones
Gengis Khan y su dinastía mogólica habían de traer esa forma de vida bandolera a nuestro
propio milenio. De los anos 1200 a 1300 a. de C., realizaron una intentona casi final por
establecer la supremacía del ladrón improductivo, el que, de manera cobarde, arrebata al
campesino (quien no tiene adónde huir) las reservas que acumula la agricultura.
No obstante, ese intento fracasó. Y fracasó porque, a fin de cuentas, no les quedaba otro
recurso a los mogoles que el adoptar el estilo de vida del pueblo conquistado. Cuando hubieron
conquistado a los musulmanes, se convirtieron en musulmanes. Se tornaron sedentarios,
porque el robo y la guerra no son un estado permanente que pueda ser sostenido. Por supuesto,
los restos de Gengis Khan eran todavía transportados y tratados como una reliquia por los
ejércitos en el campo de batalla. Pero su nieto Kublai Khan era ya un monarca constructivo y
sedentario en China; recordad el poema de Coleridge:
El quinto heredero en la sucesión de Gengis Khan fue el sultán Oljeitu, quien arribara a esta
meseta prohibida de Persia para edificar una nueva gran ciudad capital: Sultaniyeh. Lo único
que persiste de ésta es su propio mausoleo, inspiración posterior para buena parte de la
arquitectura musulmana. Oljeitu fue un monarca liberal que atrajo a este lugar a gente de todas
partes del mundo. El mismo fue cristiano, después budista y, finalmente, musulmán, y en esta
corte intentó firmemente establecer una corte universal. Esta fue la única aportación del
nómada a la civilización; reunió las culturas de los cuatro rincones del mundo, las fundió, y las
envió de nuevo a fertilizar la tierra.
Resulta irónico que al final de la tentativa por el poder aquí, por parte de los mogoles nómadas,
al morir Oljeitu, se le conociera como Oljeitu el Constructor. El hecho es que la agricultura y el
estilo sedentario de vida eran ya pasos firmes en el ascenso del hombre y habían establecido un
nivel nuevo para dar forma a la armonía humana que había de fructificar en el futuro mediato:
la organización de la ciudad.
36
La veta en la piedra
3 LA VETA EN LA PIEDRA
En su mano
El tomó el Compás de oro, preparado
En la tienda Eterna de Dios, para circunscribir
Este Universo y todas las cosas creadas:
Una punta centró y giró la otra
Rodeando toda la vasta profundidad oscura,
Y dijo «tan lejos lo extienda, tan lejos tus confines;
Sea esta tu Circunferencia justa, Oh Mundo»
John Milton describió, y William Blake pintó, la formación de la Tierra en un solo movimiento
circular del compás de Dios. Pero esta es una imagen demasiado estática de los procesos de la
naturaleza. La Tierra ha existido durante más de cuatro mil millones de años. A lo largo de
todo este tiempo, ha sido formada y cambiada por un doble efecto. Las fuerzas ocultas en el
seno de la Tierra han pandeado sus estratos y elevado y desplazado masas de suelo. Y en la
superficie, la erosión causada por la nieve, la lluvia y la tormenta, por el arroyo y el océano,
por el sol y el viento, han labrado una arquitectura natural.
El cañón de Chelly en Arizona es un valle hermético y secreto que ha sido habitado casi
ininterrumpidamente por una tribu indígena tras otra durante dos milenios, desde el nacimiento
de Cristo; más que cualquier otro sitio de América del Norte. Sir Thomas Browne escribió esta
vívida sentencia: «Los cazadores se han levantado en América, y han pasado ya de su primer
sueño en Persia». En la época del nacimiento de Cristo, los cazadores se establecían como
agricultores en el cañón de Chelly y recorrían el mismo camino en el ascenso del hombre antes
andado por los pueblos de la zona fértil del Oriente Medio.
¿Por qué se inicia la civilización en el Nuevo Mundo mucho después que en el Viejo?
Evidentemente porque el hombre arriba mucho tiempo después al Nuevo Mundo. Llegó antes
de que se inventasen los barcos, lo cual implica que se desplazó a pie enjuto sobre el Estrecho
de Bering cuando constituía un amplio puente de tierra durante la última Glaciación. Esta
evidencia glaciológica apunta hacia dos posibles épocas en las cuales el hombre se trasladaría
desde los promontorios del extremo oriental del Viejo Mundo, más allá de Siberia, hasta los
desolados parajes de Alaska occidental en el Nuevo Mundo. El primer período sería entre los
28.000 y 23.000 a. de C., y el segundo entre 14.000 y 10.000 a. de C. Después, el deshielo de
los glaciares elevaría el nivel del mar varios cientos de metros, dejando aislados, por tanto, a
los habitantes del Nuevo Mundo.
Esto significa que el hombre llegó a América procedente de Asia no hace menos de diez mil
años ni más de treinta mil. Y no llegó necesariamente en una sola oportunidad. Existe
37
La veta en la piedra
Las tribus indígenas de Norte y Sudamérica no contienen todos los grupos sanguíneos que se
encuentran en poblaciones en otros lugares. Esto descubre una posibilidad de mirar a sus
antepasados a través de esta inesperada rareza biológica. Pues los grupos sanguíneos se
heredan de manera que, en toda una población, proporcionan un registro genético del pasado.
La ausencia total del grupo sanguíneo A en una población implica, con virtual certidumbre,
que sus ancestros tampoco lo poseían; y lo mismo ocurre con el grupo sanguíneo B. Y este es
el estado real de las cosas de América. Las tribus de Centro y Sudamérica (en el Amazonas,
por ejemplo, en los Andes y en Tierra del Fuego) pertenecen enteramente al grupo sanguíneo
O; también algunas tribus de América del Norte. Otras (entre ellas la de los sioux, los
chippewa y los indígenas de Pueblo) contienen el grupo sanguíneo O mezclado en un diez o
quince por ciento con el grupo A.
En suma, la evidencia muestra que no hay grupo sanguíneo B en ningún punto de América,
como lo hay en la mayor parte del mundo. En Centro y Sudamérica, toda la población indígena
original pertenece al grupo sanguíneo O. En América del Norte a los grupos O y A. No
encuentro manera razonable de interpretar esto sino dando por sentado que una primera
migración pequeña de un grupo emparentado entre sí (todos de grupo sanguíneo O) llegó a
América, se multiplicó y diseminó en dirección sur. Vendría después una segunda migración,
igualmente de pequeños grupos, esta vez conteniendo tanto el grupo A exclusivo como la
mezcla de los grupos A y O, quienes los siguieron solamente hasta América del Norte. Por
tanto, los indígenas de esta parte de América corresponden a esta última migración y son,
comparativamente hablando, inmigrantes tardíos.
La agricultura en el cañón de Chelly refleja esta demora. Aunque el maíz ha sido cultivado por
mucho tiempo en Centro y Sudamérica, aquí sólo hace su aparición hacia la época de Cristo.
La gente es muy sencilla, no tienen casas, viven en cuevas. Cerca del año 500 d. de C. se
introduce la cerámica. Excavan habitaciones dentro de las cuevas y las cubren con un tejado
moldeado de arcilla o adobe. Y esta etapa permanece inmutable en el cañón hasta cerca del año
1000 d. de C., cuando la gran civilización Pueblo inicia el uso de la mampostería.
Parece la cosa más natural del mundo el tomar alguna arcilla y darle forma de pelota, de
estatuilla, de vasija o de habitación. Inicialmente pensamos que, por esto, la configuración de la
naturaleza nos ha sido dada. Pero es obvio que esto no es así. Esta es la forma dada por el
hombre. La vasija refleja la mano humana ahuecada en forma de copa; la habitación refleja la
acción moldeadora del hombre. Y nada se ha descubierto de la propia naturaleza cuando el
hombre le impone estas formas artísticas cálidas, redondas, femeninas. Lo único que
reflejamos es la forma de nuestra propia mano.
Pero existe otra acción de la mano humana que es diferente y opuesta. Esta es la división de
madera o piedra, por cuya acción la mano (armada de una herramienta) prueba y explora bajo
la superficie, con lo que se convierte en un dispositivo de descubrimiento. Representa un gran
paso intelectual de avance cuando el hombre divide un trozo de madera o una piedra y deja al
descubierto la huella impuesta por la naturaleza antes de él partirla. Los indígenas de Pueblo
encontraron este paso en los riscos de piedra arenisca roja que se elevan a varios cientos de
38
La veta en la piedra
metros sobre los asentamientos de Arizona. Los estratos tabulares estaban allí para ser
cortados; y los bloques fueron acomodados en la misma forma en que habían estado en los
riscos del Cañón de Chelly.
Los seres humanos nos agrupamos en familias, las familias en conjuntos de parientes, los
conjuntos de parientes en clanes, los clanes en tribus, las tribus en naciones. Y este sentido de
jerarquía, de una pirámide en que una capa descansa sobre otra, rige todas las formas con que
visualizamos la naturaleza. Las partículas fundamentales conforman el núcleo, los núcleos se
unen en átomos, los átomos en moléculas, las moléculas en bases, las bases dirigen el montaje
de los aminoácidos, los aminoácidos dan forma a las proteínas. Volvemos a encontrar en la
naturaleza algo que parece corresponder profundamente a la forma en que incorporamos
nuestras propias relaciones sociales.
El cañón de Chelly es una suerte de microcosmo de culturas, y alcanzó su apogeo cuando los
habitantes de Pueblo construyeron las grandes estructuras poco después del ano 1000 d. de C.
Estas representan no sólo una comprensión de la naturaleza del trabajo en piedra, sino de las
relaciones humanas; pues los habitantes de Pueblo crearon aquí y en otros sitios una especie de
ciudad en miniatura. Las viviendas en los riscos se encontraban a veces a lo largo de cinco o
seis series de gradas o terraplenes y los techos de aquéllas descansaban sobre el terraplén
inmediato. El frente era plano con el risco y la parte posterior se apoyaba en éste. Estos grandes
complejos arquitectónicos están en ocasiones sobre terrenos planos de 10.000 a 15.000 m2, y
constan de cuatrocientas habitaciones o más.
Las piedras conforman un muro, los muros una casa, las casas dan forma a las calles y éstas a
una ciudad. Una ciudad está formada por piedras y por gente; mas no es sólo un acervo de
piedras ni simplemente un conglomerado humano. En la transición de pueblo a ciudad, surge
una nueva organización comunal basada en la división del trabajo y en eslabones de jerarquía.
La manera de revivir esto es caminando por las calles de una ciudad desconocida, de una
cultura que ha desaparecido.
Machu Picchu se encuentra en los altos Andes, en Sudamérica, a más de 2600 metros de altura.
Fue construida por los incas durante el apogeo de su imperio, hacia el 1500 d. de C. o un poco
antes (casi exactamente cuando Colón llegaba a las Indias Occidentales), cuando la
planificación de una ciudad constituía su mayor proeza. Cuando las tropas españolas
conquistaron y saquearon el Perú en 1.532, no repararon por alguna razón en Machu Picchu ni
39
La veta en la piedra
en sus ciudades aledañas. Pasaría inadvertida los siguientes cuatrocientos años, hasta que un
día de invierno en 1911, Hiram Bingham, joven arqueólogo de la Universidad de Yale, tropezó
con ella. Para entonces llevaba siglos abandonada y estaba descarnada como un hueso. Pero en
aquel esqueleto de una ciudad reside la estructura de toda civilización urbana en toda época, en
cualquier parte del mundo.
Una ciudad debe vivir sobre una base, sus tierras de cultivo, y una rica y abundante agricultura;
y la base evidente de la civilización inca fue el cultivo en terrazas. Por supuesto que hoy día no
crece más que hierba en las peladas terrazas, pero hubo un tiempo en que aquí se cultivaba la
patata (producto originario del Perú) y el maíz – desde hacía tiempo cultivado – que procedía
en primer lugar del norte. Como esta era una ciudad ceremonial de alguna clase, no hay duda
de que cuando el Inca la visitaba se cultivaban para él plantas tropicales propias del clima,
como la coca, hierba intoxicante reservada para uso exclusivo de la aristocracia incaica y de la
cual derivamos la cocaína.
Central a la cultura de terrazas es un sistema de riego. Es esto lo que los imperios preincaico e
incaico realizaron; el riego se distribuye por las terrazas, a través de canales y acueductos,
atravesando las grandes hondonadas, se introduce en el desierto hacia el Pacífico y lo hace
florecer. Al igual que en la zona fértil de Jericó, donde lo más importante era el control del
agua, la civilización inca del Perú estaba cifrada en el control del riego.
Un gran sistema de riego que se extienda a lo largo y a lo ancho de un imperio requiere de una
férrea autoridad central. Así fue en Mesopotamia. Así en Egipto. Así en el imperio de los
Incas. Y ello significa que esta ciudad y todas las de la zona descansaban sobre una base
indivisible de comunicación, por medio de la cual la autoridad podía hacerse presente y ser
escuchada en todas partes, dictando órdenes y recabando información desde un centro
determinado. Tres inventos sostenían la red de autoridad: los caminos, los puentes (en un
paraje tan feraz como este) y los mensajes. Llegaban hasta un centro aquí cuando el Inca aquí
estaba, y de él partían hacia afuera. Estos son los tres eslabones mediante los cuales toda
ciudad se enlaza con las demás y los cuales, para nuestra sorpresa, nos percatamos de que son
diferentes en esta ciudad.
En un gran imperio, caminos, puentes, mensajes son siempre inventos avanzados, porque, de
ser suprimidos, la autoridad se quebrantaría: en los tiempos modernos son el primer blanco
típico en una revolución. Sabemos que el Inca los cuidaba mucho. Empero, en los caminos no
había ruedas, no había arcos bajo los puentes, los mensajes no eran escritos. La cultura de los
incas no había realizado tales inventos hacia el año 1500 d. de C. Esto se debe a que la
civilización en América se inició con varios miles de años de retraso y fue conquistada antes de
disponer de tiempo suficiente para realizar todos los inventos del Viejo Mundo.
Resulta muy extraño que una arquitectura que movió grandes piedras de construcción sobre
rodillos no pudiese acertar con el uso de la rueda; olvidamos que lo radical con respecto de la
rueda es el eje fijo. Parece peculiar el construir puentes de suspensión y no acertar con el arco.
Aunque lo más extraño de todo es que una civilización que llevó un registro cuidadoso de
información numérica, no lo pusiera por escrito. (El Inca era tan iletrado como el más pobre de
sus ciudadanos, o tanto como el granuja español que lo derrocó.)
Los mensajes a modo de datos numéricos llegaban al Inca en trozos de cuerda llamados quipus.
El quipu sólo registra números (con nudos arreglados como nuestro sistema decimal), y me
gustaría afirmar como matemático, que los números son simbólicamente tan informativos y
humanos como las palabras; mas no lo son las cifras que describían la vida de un hombre en el
Perú se encontraban en una especie de tarjeta perforada al revés, una tarjeta computadora
braille en forma de cuerda anudada. Cuando se casaba se movía la cuerda a otro lugar en el
grupo familiar. Todo lo que era acumulado por los ejércitos, graneros y bodegas del Inca, era
anotado en estos quipus. El hecho es que el Perú se había convertido ya en la pavorosa
metrópoli del futuro, almacén de memoria en que un imperio registra los actos de cada
ciudadano, le sostiene, le asigna sus trabajos y lo guarda todo impersonalmente en forma de
cifras.
40
La veta en la piedra
Era una estructura social notablemente circunscrita. Cada ciudadano tenía su lugar; cada uno
tenía sus necesidades cubiertas; y cada uno – campesino, artesano o soldado – trabajaba para
un solo hombre: el Inca supremo. Este era la cabeza civil del estado y también la encarnación
religiosa de la divinidad. Los artesanos que con tanto primor grabaron en piedra la
representación simbólica del enlace del sol con su dios y monarca, el Inca, trabajaban para él.
Mas, por supuesto, una ciudad es más que una autoridad central. ¿Qué es una ciudad? Una
ciudad es gente. Una ciudad tiene vida. Es una comunidad cuya vida se cifra en la agricultura,
tanto más rica que una aldea, que puede mantener el sostenimiento de toda clase: de artesanos
y hacer de éstos especialistas de por vida.
Figura 12. Los templos griegos fueron construidos en ángulos rectos, siempre en escuadra.
Templo de Poseidón en Pesto, en el sur de Italia. Las dos hileras de columnas constituyen un
sistema para aligerar la estructura.
Los especialistas han desaparecido, su obra ha sido destruida. A los hombres que forjaron
Machu Picchu – el herrero, el orfebre, el tejedor, el alfarero – les ha sido robado su trabajo, las
telas se han podrido; el bronce se ha averiado, el oro ha sido robado. Lo único que perdura es la
labor de los albañiles, la bella labor artesanal de los hombres que edificaron la ciudad; pues los
hombres que edifican una ciudad no son los incas sino los artesanos. Aunque, naturalmente, si
usted trabaja para el Inca (como para cualquier otro hombre), éste dirige según su gusto y usted
no inventa nada. Estos hombres continuaron trabajando con la viga hasta el fin del imperio;
nunca inventaron el arco. Esta es la medida del retraso entre el Nuevo Mundo y el viejo, por
que este es precisamente el punto en que se encontraban los griegos dos milenios antes y en
que, igualmente, se detuvieron.
Pesto (Paestum), en el sur de Italia, fue una colonia griega cuyos templos son más antiguos que
el Partenón: datan de cerca del año 500 a; de c. su río se ha sedimentado y se encuentra
actualmente separado del mar por compactos bancos de sal. Pero su gloria espectacular subsiste
todavía pese a que fue saqueada por piratas sarracenos en el siglo noveno, y por los cruzados
en el undécimo, Pesto en ruinas es una de las maravillas de la arquitectura griega.
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La veta en la piedra
Si analizamos la tensión en una computadora, podremos ver que la tensión sobre la viga se
incrementa cuanto más separamos las columnas. Cuanto más larga es la viga, mayor es la
compresión que produce su peso en la cima y mayor la tensión que produce en la base. Y la
piedra bajo tensión es débil; las columnas no se desplomarán por que se encuentran
comprimidas, pero las vigas fallarán cuando la tensión se torne demasiado intensa. Y fallarán
en la base, a no ser que las columnas estén muy próximas entre sí.
Los griegos podían ser ingeniosos aligerando la estructura con el uso, por ejemplo, de dos
hileras de columnas. Pero tales artificios fueron solamente provisionales; básicamente no
podían ser superadas sin un nuevo invento. La piedra, como la geometría, fascinaba a los
griegos; resulta un enigma el que no concibieran el arco. Pero el hecho es que el arco es un
invento ingenieril y es, correspondientemente, el descubrimiento de una cultura más práctica y
plebeya que la de Grecia o la del Perú.
El acueducto de Segovia en España fue construido por los romanos hacia el año 100 d. de C.,
durante el reinado del emperador Trajano. Transporta las aguas del río Frío, desde la sierra alta
que dista quince kilómetros. El acueducto cruza el valle a lo largo de casi un kilómetro y consta
de más de cien arcos semicirculares sostenidos por una doble hilera de columnas, hechos de
bloques de granito apilados sin cal o cemento. Sus proporciones colosales atemorizaban tanto a
españoles y moros de épocas posteriores y más supersticiosas, que le denominaron El puente
del diablo.
Los romanos no inventaron el arco de piedra desde un principio, sino como una construcción
moldeada a base de una especie de concreto. El arco es, estructuralmente, un método de
atravesar un espacio en donde el peso no sea mayor en el centro que en los costados; el peso se
distribuye uniformemente a todo lo largo. Por esta razón, el arco se puede elaborar en partes:
con bloques de piedra separados a los que el peso comprime. En este sentido, el arco representa
el triunfo del método intelectual que divide la naturaleza en piezas y las reúne en
combinaciones nuevas y más poderosas.
Los romanos siempre dieron al arco forma semicircular; poseían una forma matemática que
funcionaba bien y no se inclinaban por la experimentación. El círculo se mantuvo como
fundamento del arco incluso cuando pasó a producirse en forma masiva en los países árabes.
Esto es manifiesto en la arquitectura religiosa y enclaustrada que empleaban los moros; por
ejemplo, en la gran mezquita de córdoba, también en España, construida en 785 d. de C,
después de la conquista árabe. Se trata de una estructura más espaciosa que la del templo
griego de Pesto, aunque es evidente que pasó por dificultades semejantes; es decir, una vez
más, está recargada de albañilería de la que únicamente podría librarse mediante un nuevo
invento.
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La veta en la piedra
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La veta en la piedra
muros, lo cual hace posible instalar vitrales, y el efecto total consiste en que el edificio cuelga,
como una jaula, de un techo arqueado. El interior del edificio es despejado, por que el
esqueleto está en el exterior.
Los edificios egipcios y griegos se mantienen, fundamentalmente, por su propio peso y masa, reposando
pasivamente una piedra sobre otra; pero en las cúpulas y tracerías góticas se aprecia una solidez
análoga a la de los huesos de un miembro o las fibras de un árbol; una tensión elástica y una
comunicación de fuerza de una a otra parte, así como una expresión estudiosa de esto a través de cada
línea visible del edificio.
De todos los monumentos a la humana impudencia, no hay ninguno que iguale a estas torres de
tracería y vidrio, surgidas a la luz en el norte de Europa antes del año 1200. La construcción de
estos enormes, desafiantes monstruos constituye un logro imponente de la previsión humana o
mejor aún debería decir – ya que su edificación fue anterior a cualquier conocimiento
matemático relacionado con la computación de fuerzas – de la penetración humana. Desde
luego que esto no ocurrió sin errores y algunos fracasos considerables. Pero lo que debe
asombrar más a los matemáticos con respecto a las catedrales góticas, es lo sólida que era tal
penetración, lo sutil y racionalmente que progresó desde la experiencia de una estructura a la
siguiente.
Las catedrales fueron construidas por común acuerdo en los habitantes de las ciudades y
edificadas para ellos por albañiles comunes. Están prácticamente al margen de la arquitectura
práctica corriente en aquella época y, sin embargo, la improvisación en ellas se torna en
constante inventiva. En el sentido mecánico, el diseño cambió el arco romano semicircular por
el puntiagudo arco gótico, de tal manera que la tensión pasa por el arco hacia la parte exterior
del edificio. Y así, también en el siglo doce, se dio la conversión repentina y revolucionaria de
éste en el medio arco: el contrafuerte volante. La tensión corre por éste al igual que por mi
brazo cuando levanto la mano y empujo contra el edificio tal como si lo estuviese sosteniendo:
no hay albañilería donde no hay tensión. No se añadió ningún principio arquitectónico básico a
ese realismo hasta la invención de los edificios de acero y concreto.
Uno tiene la sensación de que los hombres que concibieron estas grandes edificaciones estaban
obsesionados con su reciente descubrimiento, mediante el cual controlaban la fuerza de la
piedra. ¿De qué otra forma podría explicarse el que se propusieran construir bóvedas de
cuarenta y cincuenta metros en una época en que no sabían calcular la tensión? Así, pues, la
bóveda de cincuenta metros de altura, en Beauvais, a menos de ciento cincuenta kilómetros de
Reims, se vino abajo. Tarde o temprano, los constructores habían de afrontar algún desastre:
existe una limitación física al tamaño, aún en las catedrales. Y cuando la cúpula de Beauvais se
desplomó en 1284, algunos años después de su terminación, la gran aventura gótica había de
moderarse: nunca más se volvería a intentar una estructura tan alta como ésta. (Sin embargo, el
diseño empírico puede haber sido apropiado; es probable que el suelo de Beauvais
simplemente no fuera lo suficientemente sólido como para resistir la edificación) sin embargo,
la cúpula de 40 metros de Reims se sostuvo. Y de 1250 en adelante, Reims se convirtió en un
centro artístico de Europa.
El arco, el contrafuerte, el domo o la cúpula (el cual es una suerte de arco en rotación) no
constituyen las últimas etapas en la conversión de las tendencias de la naturaleza a nuestros
usos. Pero lo que está más allá deberá tener unas tendencias más suaves: tendremos que mirar
ahora las limitaciones propias del material. Es como si la arquitectura cambiase su enfoque al
mismo tiempo que la física, al nivel microscópico de la materia. En efecto, el problema
moderno no es ya el de diseñar una estructura a partir de los materiales, sino el de diseñar los
materiales para una estructura.
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La veta en la piedra
Figura 14. Los albañiles llevaban consigo un equipo de herramientas livianas. La vertical se
fijaba con una plomada; y la horizontal se fijaba, no con el nivel de burbuja, sino con una
plomada unida a un ángulo recto.
Albañiles trabajando, siglo XIII.
Los albañiles llevaban en mente un cúmulo, no tanto de normas cuanto de ideas, que crecía con
la experiencia entre una y otra obra. Llevaban también consigo un equipo de herramientas
livianas. Por medio de compases diseñaban la forma oval de las bóvedas y los círculos de los
rosetones. Marcaban las intersecciones con calibradores para alinearlas y encajarlas en patrones
repetibles. Las líneas verticales y horizontales se relacionaban mediante la escuadra en T, ya
empleada por los matemáticos griegos, utilizando el ángulo recto (ver pág. 64). Es decir, la
vertical se fijaba con una plomada; y la horizontal se fijaba no con el nivel de burbuja, sino con
una plomada unida a un ángulo recto.
Los constructores ambulantes formaban una aristocracia intelectual (como la que formarían los
relojeros quinientos años después) y podían recorrer toda Europa, seguros de ser bien recibidos
y de obtener trabajo; se autonombraban francmasones ya en el siglo catorce. La habilidad que
portaban en sus manos y en sus mentes parecía a los demás tanto un misterio como una
tradición, un fondo secreto de conocimientos que se mantendría al margen del rígido
formalismo universitario de la época. Cuando el trabajo de los masones empezó a agotarse,
durante el siglo diecisiete, decidieron admitir miembros honorarios, quienes solían creer que su
arte se remontaba a las pirámides. Esta no era en realidad una leyenda halagüeña, ya que las
pirámides fueron construidas mediante una geometría mucho más primitiva que la empleada en
las catedrales.
El meollo del asunto estriba en que nuestro concepto actual de ciencia, a fines del siglo veinte,
ha cambiado radicalmente. Hoy en día concebimos la ciencia como una descripción y
explicación de las estructuras subyacentes de la naturaleza; y palabras como estructura, diseño,
plano, disposición, arquitectura aparecen constantemente cada vez que tratamos de hacer una
descripción. Yo he vivido con esto, por casualidad, a lo largo de mi existencia, lo cual me
produce un placer especial: el tipo de matemática que he realizado desde mi infancia es
geométrico. Sin embargo, no se trata ya de una cuestión de gusto personal o profesional, puesto
que hoy por hoy constituye el lenguaje cotidiano de la explicación científica. Hablamos de
cómo se unen los cristales, de cómo los átomos están formados por sus componentes y, sobre
todo, de cómo las moléculas vivas están constituidas de sus partes. La estructura espiral del
DNA se ha convertido en la imagen más vívida de la ciencia en los últimos años. Y esa imagen
vive en estos arcos.
45
La veta en la piedra
¿Qué hizo la gente que intervino en esta y otras construcciones? Tomaron un montón de
piedras inertes, que no constituyen una catedral, y le dieron la forma de ésta, explotando las
fuerzas naturales de la gravedad, la propia naturaleza de la disposición de las capas de suelos,
la brillante invención del contrafuerte volante y del arco, y así sucesivamente. Y crearon una
estructura que surgió del análisis de la naturaleza, originando esta magnífica síntesis. El tipo de
hombre que se interesa hoy por la arquitectura de la naturaleza constituye el equivalente de
aquél que creó tal arquitectura hace casi ochocientos años. Entre otros dones que hacen único
al hombre entre los animales, se destaca el que aquí podemos detectar por doquiera: el gran
placer que experimenta al ejercitar y avanzar sus propias habilidades.
Un adagio popular en filosofía reza que la ciencia es análisis puro o reduccionismo, algo
parecido a fragmentar el arco iris; y que el arte es síntesis pura, como el volver a unir los
fragmentos del arco iris. Esto no es verdad. La imaginación parte del análisis de la naturaleza.
Miguel Angel afirmó esto vívidamente, implícitamente, mediante su obra escultórica
(notándose especialmente en las esculturas que dejó sin terminar) y que también expresó
explícitamente en sus sonetos sobre el acto creativo.
En la época en que Miguel Angel esculpía la cabeza de Bruto, otros hombres se encargaban de
extraer el mármol para él. Pero Miguel Angel se había iniciado como cantero en Carrara, y aún
sentía que el martillo en manos de ellos y en las suyas golpeaba la roca para extraer de ésta una
forma que ya se encontraba allí
Los canteros trabajan ahora en Carrara para los escultores modernos que vienen a este sitio:
Marino Marini, Jacques Lipchitz y Henry More. Sus descripciones de la propia obra no son tan
poéticas como la de Miguel Angel, pero contienen el mismo sentir. Las reflexiones de Henry
More son particularmente significativas en tanto se refieren al primer genio de Carrara.
Para empezar, como joven escultor, yo no podía comprar piedra cara, y conseguía la mía buscando en
canteras, hasta que encontraba alguna que denominaban «inútil» Entonces tenía que pensar, en la
misma forma en que debió haberlo hecho Miguel Angel, de modo que debía esperar hasta que me viniera
alguna idea que se ajustara a la forma de la piedra, es decir, una idea que se percibía en aquel bloque.
Por supuesto que no puede ser literalmente cierto que lo que el escultor imagina y esculpe ya se
encuentra ahí, oculto en el bloque. Y, sin embargo, la metáfora es veraz en cuanto a la relación
de descubrimiento que existe entre el hombre y la naturaleza; y es significativo que los
filósofos de la ciencia (Leibniz en particular) hayan recurrido a la misma metáfora de la mente
estimulada por una veta en el mármol. En cierto sentido, todo lo que descubrimos ya se
encuentra ahí: tanto una figura esculpida como la ley de la naturaleza se hallan concentradas en
el material bruto. Mientras que en otro sentido, lo que el hombre descubre es descubierto por
él; no adquiriría exactamente la misma forma en manos de otro: ni la figura escultórica ni la
ley de la naturaleza resultarían en copias idénticas al ser producidas por dos mentes distintas en
dos épocas diferentes. El descubrimiento consiste en una relación aparejada de análisis y de
46
La veta en la piedra
síntesis. Como análisis, busca lo que está presente; mas como síntesis vuelve a unir las partes
en una forma mediante la cual la mente creadora trasciende los límites desnudos, el esqueleto
descarnado, que proporciona la naturaleza.
La escultura es un arte sensual. (Los esquimales elaboran estatuillas con la idea no de verlas
sino de palparlas) De modo que podría parecer extraño que yo elija como modelo de la ciencia,
concebida generalmente como una empresa abstracta y fría, las cálidas acciones físicas de la
escultura y de la arquitectura. No obstante, esto es válido. Debemos entender que el mundo
sólo puede ser comprendido mediante la acción y no a través la contemplación. La mano es
más importante que el ojo. No pertenecemos a aquellas civilizaciones resignadas y
contemplativas del Lejano oriente o de la Edad Media, que creían que el mundo sólo debía ser
contemplado y meditado, distantes del concepto de ciencia que nosotros profesamos. Somos
activos; y sabemos con certeza (ver pág. 177), como algo más que un accidente simbólico en la
evolución del hombre, que es la mano la encargada de conducir la evolución subsecuente del
cerebro. Hallamos en la actualidad herramientas hechas por el hombre antes de convertirse en
tal. En 1778, Benjamín Franklin denominó al hombre «animal hacedor de herramientas», y
esto es verdad.
He descrito la mano cuando utiliza una herramienta como instrumento de descubrimiento; ése
es el tema de este ensayo. Esto lo vemos cada vez que un niño aprende a acoplar su mano con
un instrumento: atar los cordones de sus zapatos, enhebrar una aguja, volar una cometa, soplar
un silbato. A la acción práctica se incorpora otra, que consiste en encontrar placer derivado de
la misma acción; en la habilidad que uno perfecciona cada vez más como consecuencia del
placer experimentado. Esto, en el fondo, responsable de toda obra de arte, y también de la
ciencia nuestro deleite poético en lo que hacemos como seres humanos por que podemos
hacerlo. El aspecto más estimulante de todo esto es que el uso poético termina dando
resultados profundos. Incluso en la prehistoria, el hombre ya elaboraba herramientas más
afiladas de lo necesario. El filo más fino habría de proporcionar un uso más fino de la
herramienta, un refinamiento práctico y una extensión hacia procesos para los cuales la
herramienta no había sido diseñada
Henry More llamó a esta escultura «El filo del cuchillo». La mano es el filo de la mente. La
civilización no es una colección de artefactos terminados, es la elaboración de procesos. Al
final, la marcha del hombre es el refinamiento de la mano en acción.
El estímulo más poderoso en el ascenso del hombre es el placer que le proporciona su propia
habilidad. Disfruta con hacer lo que puede hacer bien y, al haberlo hecho bien, disfruta
haciéndolo mejor. Esto lo vemos en la ciencia. Esto lo apreciamos en la magnificencia con la
que esculpe y construye, el cuidado escrupuloso, el entusiasmo, el desafío se supone que los
monumentos están destinados a evocar reyes y religiones, héroes, dogmas; pero, a fin de
cuentas, al hombre a quien conmemoran es al constructor.
47
La veta en la piedra
Así, pues, la arquitectura de los templos de todas las civilizaciones proclama la identificación
del individuo con la especie humana. Llamarla culto a los antepasados, como ocurre en china,
es demasiado limitado. El hecho es que el monumento habla por el hombre muerto al hombre
vivo, estableciendo, por tanto, un sentido de permanencia que es un enfoque típicamente
humano: el concepto de que la vida humana forma una continuidad que trasciende y fluye a
través del individuo. El hombre sepultado sobre su caballo o venerado en su barco en Sutton
Ho, se convierte, en los monumentos de piedra de épocas posteriores, en un vocero de la
creencia de que existe la entidad del género humano, del cual cada uno de nosotros constituye
un representante en la vida y en la muerte.
No podría terminar este ensayo sin dedicar una ojeada a mis monumentos favoritos,
construidos por un hombre que no contaba con más equipo científico que el de un albañil
gótico. Son las Torres de Watts, en los Angeles, construidas por un italiano llamado Simón
Rodia. Procedente de Italia, arribó a los Estados Unidos a la edad de doce años. Luego, a la
edad de cuarenta y dos, habiendo trabajado instalando azulejos y haciendo toda clase de
reparaciones, decidió construir en el jardín de su casa estas enormes estructuras, realizadas con
alambre de gallinero, traviesas de ferrocarril, varillas de acero, cemento, conchas, fragmentos
de vidrio, y, por supuesto, de azulejos; empleaba todo lo que encontraba o que le era traído por
los niños del vecindario. Le costó treinta y tres años construirlas. Nunca tuvo quien le ayudara
porque, afirmaba, «la mayor parte del tiempo yo mismo no sabía lo que iba a hacer». Terminó
la obra en 1954; tenía entonces setenta y cinco años. Hizo entrega de la casa, del jardín y de las
torres a un vecino y, sencillamente, se marchó «Tenía en mente realizar algo grande», había
dicho Simón Rodia, «y lo hice. Tienes que ser realmente muy bueno o muy malo para ser
recordado». Había desarrollado su habilidad ingenieril en la práctica, trabajando y disfrutando
en hacerlo. Por supuesto, el Departamento de construcciones de la ciudad determinó que las
torres eran poco seguras y fueron sometidas a prueba en 1959. Esta es la torre que intentaron
derribar. Y me alegra decir que fracasaron. Es así que las Torres de Watts, labor manual de
Simón Rodia, han sobrevivido; un monumento del siglo veinte que nos remite a la habilidad
simple, feliz, fundamental, de la cual medra todo nuestro conocimiento de las leyes de la
mecánica.
Figura 16. Monumentos construidos por un hombre que no contaba con más equipo científico
que el de un albañil gótico.
Las Torres de Watts, Los Angeles. Detalle de un mosaico con relieves de herramientas.
La herramienta que alarga la mano del hombre es también un instrumento de visión. Revela la
estructura de las cosas hace posible el volver a unirlas en combinaciones nuevas llenas de
imaginación. Mas, evidentemente, lo visible no constituye la única estructura del mundo.
Debajo de esta, existe otra estructura más sutil. Y el siguiente paso en el ascenso del hombre
será el de descubrir la herramienta que pueda abrir la estructura invisible de la materia.
48
La estructura oculta
4 LA ESTRUCTURA OCULTA
Existe un gran misterio y una fascinación especial sobre la relación del hombre con el fuego,
único de los cuatro elementos griegos que ningún animal habita (ni incluso la salamandra). La
ciencia física moderna se ocupa intensamente de la fina estructura invisible de la materia, la
cual fue penetrada primero con el afilado instrumento que es el fuego. Aunque tal método
analítico se inició hace varios miles de años en procesos prácticos (por ejemplo: la extracción
de sal y de metales), es seguro que empezó debido al aire de magia que surge del fuego: el
alquímico sentir de que las sustancias pueden ser cambiadas de maneras imprevisibles. Esta es
la misteriosa cualidad que parece hacer del fuego una fuente de vida y algo viviente que nos
conduce al inframundo oculto dentro del mundo material. Así lo expresan muchas recetas
arcaicas.
La consistencia del cinabrio es tal que, a mayor temperatura, más exquisitas son sus sublimaciones. El
cinabrio se convertirá en mercurio y, pasando a través de una serie de sublimaciones, se volverá a
convertir en cinabrio, permitiendo así al hombre gozar de vida eterna.
Este es el experimento clásico con el que los alquimistas la Edad Medía imponían respeto a
aquellos que les observaban, desde la china hasta España. Solían tomar el pigmento rojo, el
cinabrio, que es un sulfuro de mercurio, y lo calentaban. El calor separa el azufre y deja una
perla exquisita del misterioso, plateado y líquido metal, el mercurio, asombrando y pasmando
al observador, cuando el mercurio se calienta al aire, se oxida y se convierte, no (como
indicaba la receta) en cinabrio de nuevo, sino en un óxido de mercurio que también es rojo.
Empero, la receta no estaba del todo equivocada; el oxido se puede convertir de nuevo en
mercurio, de rojo a plateado, el mercurio en óxido, de plateado a rojo, todo por la acción del
calor. No se trata en sí de un experimento importante, aunque resulta que el azufre y el
mercurio son los dos elementos que los alquimistas anteriores a 1500 d. de C. creían que
componían el universo, Pero sí plantea algo importante, que consiste en que el fuego siempre
ha sido considerado no como elemento destructivo sino más bien como elemento
transformador. Esta ha sido siempre la magia del fuego.
Recuerdo una prolongación charla que sostuve una noche con Aldous Huxley, sus blancas
manos al fuego, diciendo: «Esto es lo que transforma. Estas son las leyendas que lo
demuestran. Sobre todo la leyenda del Ave Fénix que renace en el fuego y vive y revive una y
otra vez, de generación en generación». El fuego es imagen de juventud y de sangre, color
simbólico del rubí y del cinabrio, y del ocre y del hematites con que el hombre se maquillaba
para las ceremonias. Cuando, según la mitología griega, Prometeo trajo el fuego al hombre, le
dio vida y lo convirtió en un semidiós; por esto los dioses castigaron a Prometeo.
49
La estructura oculta
Desde un punto de vista más práctico, y según creemos, el fuego ha sido familiar para el
hombre desde hace cerca de cuatrocientos mil años. Esto implica que el fuego ya había sido
descubierto por el Homo erectus; como ya indiqué, lo hubo ciertamente en las cuevas del
hombre de Pekín. A partir de entonces, todas las culturas han hecho uso del fuego, a pesar de
que no se ha aclarado plenamente si todas ellas sabían cómo hacer fuego; desde el comienzo de
la historia se ha encontrado una tribu (los pigmeos, en la selva tropical lluviosa de las Islas
Andaman al sur de Birmania), quienes mantenían cuidadosamente los incendios espontáneos
por que desconocían la técnica para hacer fuego.
En general, las distintas culturas han empleado el fuego para los mismos fines: para calentarse,
para alejar a los depredadores y desmontar bosques, y para realizar las transformaciones
sencillas de la vida cotidiana, tales como cocinar, secar y endurecer la madera, calentar y partir
piedras. Pero, evidentemente, la gran transformación que ayudó a forjar nuestra civilización es
más profunda: es la utilización del fuego la que abrió la perspectiva a una clase totalmente
nueva de materiales, los metales. Este es uno de los grandes pasos técnicos, un paso muy largo
en el ascenso del hombre, que está a la par con la invención magistral de las herramientas de
piedra; pues descubrió en el fuego un instrumento más sutil para desmenuzar la materia. La
física es el cuchillo que corta la veta de la naturaleza; el fuego, espada llameante, es el cuchillo
que corta por debajo de la estructura visible, dentro de la roca.
Hace casi diez mil años, no mucho después del inicio de las comunidades agrícolas sedentarias,
los hombres del Oriente Medio empezaron a utilizar el cobre. Mas el empleo de los metales no
se generalizaría hasta encontrar un proceso sistemático para obtenerlos o sea la extracción de
los metales a partir de los minerales metalíferos, que, según sabemos, principió hace bastante
más de siete mil años, hacia el año 5000 a. de C., en Persia y Afganistán. Por entonces, el
hombre puso al fuego una piedra verde, la malaquita, de la cual fluyó un metal rojo, el cobre.
Afortunadamente, el cobre se libera a temperaturas moderadas. Reconocieron el cobre por que
en ocasiones se encuentra en terrones superficiales, y en aquella forma ya había sido moldeado
y trabajado durante más de dos mil años.
El Nuevo Mundo también trabajaba el cobre y lo fundía hacia la época de Cristo; pero se
detuvo ahí. Sólo el Viejo Mundo hizo del metal el fundamento de la vida civilizada. De pronto,
los límites de control del hombre se amplían grandemente. Tiene bajo su dominio un material
que puede ser moldeado, fundido, martillado, forjado; que se puede convertir en herramienta,
en objeto ornamental, en recipiente; y que además se puede devolver al fuego y remodelarse.
Tiene solamente un inconveniente: el cobre es un metal blando. En cuanto el cobre esté
sometido a tensión, por ejemplo, al estirarlo en forma de alambre, empieza a ceder
visiblemente. Esto se debe a que, como todos los metales, el cobre puro está compuesto de
capas cristalinas. Y estas capas cristalinas, cada una como una oblea cuyos átomos están
dispuestos en forma de red, se deslizan unas sobre otras, hasta que finalmente se separan.
Cuando el alambre de cobre empieza a estrecharse (o sea se debilita) no es tanto que ceda a la
tensión cuanto que falla por deslizamiento interno.
Por supuesto que el cobrero de hace seis mil años desconocía todo esto. Encaraba un complejo
problema, consistente en que el cobre no puede ser afilado. Durante un breve período de
tiempo, el ascenso del hombre estuvo suspendido en espera del siguiente paso: lograr un metal
duro con filo cortante. Si esto parece mucho decir sobre un avance técnico, se debe a que,
como descubrimiento, el paso siguiente es tan paradójico y bello.
Si planteamos el siguiente paso en términos modernos, lo que tenía que hacerse era
francamente sencillo. Hemos dicho que el cobre puro es un metal suave por que sus cristales se
ubican en planos paralelos que se desplazan fácilmente entre sí. (Puede endurecerse bastante
martillándolo para romper los cristales grandes dejándolos dentados) De lo anterior se deduce
que si introducimos algo arenoso en los cristales se evitará el desplazamiento de los planos,
endureciendo así al metal. Es evidente que, a escala de la estructura fina que estoy
describiendo, el algo arenoso debe consistir en átomos de distinta clase que reemplacen a
50
La estructura oculta
algunos de los átomos de cobre en los cristales. Tenemos que efectuar una aleación cuyos
cristales sean más rígidos, debido a que sus átomos no son todos de la misma clase.
Figura 17. En cuanto el cobre esté sometido a tensión, por ejemplo, al estirarlo en forma de
alambre, empieza a ceder visiblemente.
El rompimiento del cobre ocurre por el desplazamiento interno de los cristales antes de la
fractura. Magnificación 15x.
Esto forma el contexto moderno; sólo en los últimos cincuenta años hemos llegado a
comprender que las propiedades particulares de las aleaciones se derivan de su estructura
atómica. Y no obstante, por casualidad o por experimentación, los fundidores primitivos
encontraron esta respuesta: a saber, que cuando al cobre se le añade un metal aún más suave, el
estaño, se obtiene una aleación que es más sólida y más duradera que ambos metales: el
bronce; El fortuito descubrimiento se debió posiblemente a que, en el Viejo Mundo, los
minerales metalíferos del estaño y del cobre se encuentran conjuntamente. El hecho es que casi
todo material puro es débil, y muchas impurezas lo harán más fuerte. El efecto del estaño no es
una función única sino general: agrega al material puro una especie de arena atómica: puntos
de aspereza diferente que se adhieren a las redes cristalinas y que evitan que éstas se deslicen.
Me he empeñado tanto en describir la naturaleza del bronce en términos científicos por tratarse
de un descubrimiento tan maravilloso. Y es también maravilloso como revelación del potencial
que conlleva un nuevo proceso y que sugiere a quienes lo manejan. Los trabajos en bronce
alcanzaron en China su máxima expresión. Casi con certeza, éste llegó a China procedente del
Oriente Medio, donde fue descubierto hacia 3800 a. de C. La era superior del bronce en china
es también el inicio de la civilización china tal como nosotros la concebimos: la dinastía
Chang, antes de 1500 a. de C.
51
La estructura oculta
La dinastía Chang gobernaba a un conjunto de dominios feudales en el valle del río Amarillo, y
creó por primera vez un estado unitario y cultural en china. Fue en todos sentidos un período
formativo, en el cual se desarrolló la cerámica y la escritura fue fijada. (Es la tan sorprendente
caligrafía, tanto de la cerámica como de los bronces) Los bronces de la era superior se
elaboraban con oriental atención al detalle, lo cual es fascinante en sí mismo.
Los chinos construían el molde para fundir el bronce con tiras de arcilla colocadas alrededor de
un centro de cerámica. Tales tiras han llegado hasta nuestros días, lo cual nos ha permitido
conocer dicho proceso. Podemos seguir la preparación del centro de cerámica, la incisión del
diseño, y particularmente las inscripciones caligráficas, en las tiras formadas sobre el centro.
Estas forman un molde externo que se endurece al horno para que reciba el metal fundido.
Incluso podemos seguir la preparación tradicional del bronce. Las proporciones de cobre y
estaño que utilizaban los chinos eran bastante precisas. El bronce se puede hacer a partir de
cualquier proporción entre, digamos, el cinco y el veinte por ciento de estaño agregado al
cobre. Pero los mejores bronces Chang contienen el quince por ciento de estaño y, en ese
punto, la finura de la fundición es perfecta. En esa proporción, el bronce es casi tres veces más
duro que el cobre.
Los bronces Chang eran objetos ceremoniales divinos. Estos expresan por China un culto
monumental que, al mismo tiempo en Europa, estaba edificando Stonehenge. A partir de ese
momento, el bronce se convierte en un material de usos múltiples, el plástico de su época. Y
posee esta cualidad universal dondequiera que se encuentra, en Europa y en Asia.
Pero en el clímax de la artesanía china, el bronce expresa algo más. El encanto de estos
trabajos chinos, recipientes para vino y comida, en parte profanos y en parte divinos, consiste
en que constituyen un arte que se desarrolla espontáneamente a partir de su propia técnica. El
artesano está regido y dirigido por el material; la forma y superficie de su diseño emanan del
proceso. La belleza que crea, la maestría que comunica, proceden de su propia dedicación a su
arte.
El contenido científico de estas técnicas está bien definido. Con el descubrimiento de que el
fuego puede fundir los metales aparece, con el tiempo, el descubrimiento más sutil consistente
en que el fuego también puede fundirlos conjuntamente para crear una aleación con nuevas
propiedades. Esto ocurre tanto en el hierro como en el cobre.
De hecho, el paralelo entre los metales se mantiene en cada etapa. El hierro también se empleó
por vez primera en estado natural; el hierro en bruto llega a la superficie de la Tierra a través de
los meteoritos, razón por la cual lleva el nombre sumerio de «metal del cielo». Cuando, tiempo
después, el mineral metalífero del hierro fue fundido, el metal se reconocía por que ya había
sido utilizado. Los indígenas de América del Norte utilizaban el hierro meteorítico, pero nunca
pudieron fundir el mineral metalífero.
Como el hierro es mucho más difícil de extraer del mineral metalífero que el cobre, el hierro
fundido es, naturalmente, un descubrimiento muy posterior. La primera evidencia positiva de
su utilización práctica es probablemente un fragmento de herramienta que quedó atrapada en
una de las pirámides; esto lo data a antes de 2500 años a. de C. Pero el uso extensivo del hierro
fue iniciado realmente por los hititas, cerca del Mar Negro, hacia 1500 a. de C., justamente
durante el apogeo del bronce en china, la época de Stonehenge.
Y así como el cobre llega a su mayoría de edad por su aleación, el bronce, el hierro llega
mediante su aleación, el acero. Quinientos años después, hacia 1000 a. de C, el acero se elabora
en la India y las cualidades extraordinarias de los diferentes tipos de acero empiezan a ser
conocidas. Sin embargo, el acero siguió siendo un material especial y en ciertos aspectos raro,
de limitado uso hasta épocas muy recientes. Hace escasamente dos siglos que la industria del
acero en Sheffield (Inglaterra) era todavía pequeña y estaba atrasada, y el cuáquero Benjamín
52
La estructura oculta
Huntsman, que quería hacer un resorte de precisión para reloj, tuvo que convertirse en
metalúrgico y descubrir por sí mismo cómo manufacturar el acero.
Puesto que he vuelto la cabeza hacia el Lejano Oriente para contemplar la perfección del
bronce, incluiré también un ejemplo oriental de las técnicas que producen las propiedades
especiales del acero. A mi parecer, éstas alcanzan su clímax en la elaboración de la espada
japonesa, proceso en vigor en una u otra forma desde el ano 800 d. de C. Al igual que en toda
la metalurgia arcaica, la fabricación de la espada está rodeada de rituales, y esto es por una
sencilla razón. Cuando se carece de lenguaje escrito, cuando no se posee nada que pueda
llamarse fórmula química, se debe recurrir a un ceremonial muy preciso que fije la secuencia
de las operaciones de tal manera que sean exactas y fáciles de recordar.
Así que existe una suerte de imposición de manos, una sucesión apostólica mediante la cual
una generación bendice y transmite a la siguiente los materiales, bendice el fuego y bendice al
forjador de espadas. El hombre que aquí fabrica la espada ostenta el título de «Monumento
cultural viviente», concedido formalmente por el gobierno japonés a los principales maestros
de las artes arcaicas. su nombre es Getsu. Y, en un sentido formal, es descendiente directo en
su arte del fabricante de espadas Masamune, que perfeccionó el proceso en el siglo trece con el
fin de rechazar a los mogoles. O así lo afirma la tradición; es cierto que en aquel entonces, en
repetidas ocasiones, los mogoles trataron de invadir el Japón desde china, bajo el mando del
nieto de Gengis Khan, el famoso Kublai Khan.
El hierro es un descubrimiento posterior al del cobre, debido a que en cada etapa necesita
mayor temperatura: en la fundición, el moldeado y, naturalmente, en el procesamiento de su
aleación, el acero. (El punto de fusión del hierro es cercano a los 1500ºC, casi 500ºC superior
al del cobre) Tanto en el proceso de fundición como en su respuesta a las aleaciones, el acero
es un material infinitamente más sensible que el bronce. En él se alea el hierro con un pequeño
porcentaje de carbón, comúnmente menos del uno por ciento, y las variaciones en ello
determinan las propiedades fundamentales del acero.
El proceso de elaboración de la espada refleja un acucioso control del carbón y del tratamiento
al calor por medio de los cuales el objeto de acero se ajusta a su función perfectamente aún el
del lingote de acero no es sencillo, ya que la espada debe combinar dos propiedades diferentes
e incompatibles de los materiales. Debe ser flexible y dura a la vez. Estas no son propiedades
que se puedan incorporar en un mismo material, a menos que esté formado de estratos. Para
conseguir esto, el lingote de acero es cortado y doblado muchas veces hasta lograr una multitud
de capas internas. La espada elaborada por Getsu requiere que el lingote sea doblado quince
veces. Esto quiere decir que el número de estratos del acero será 215, lo que equivale a más de
treinta mil estratos. Cada estrato debe estar unido al siguiente, el cual posee una propiedad
diferente. Es como si él tratara de combinar la flexibilidad del hule con la dureza del vidrio. Y
la espada, esencialmente, es un enorme emparedado de estas dos propiedades.
En la última etapa, la espada es preparada cubriéndola con arcilla en diferentes espesores, para
que cuando sea templada y sumergida en el agua se enfríe a intervalos diferentes. La
temperatura del acero para este momento final debe ser juzgada con precisión, y en una
civilización en que esto no se efectúa por medición, «es la práctica observar el calentamiento
de la espada hasta que brilla con el color del sol mañanero». Para ser justo con el forjador de
espadas, debo decir que estas pistas proporcionadas por el color eran también tradicionales en
la manufactura del acero en Europa todavía en el siglo dieciocho, el momento preciso de
templar el acero era cuando su incandescencia se tornaba amarilla, púrpura o azul, de acuerdo
con el uso a que estuviese destinado.
El punto crucial, no tanto dramático como químico, es el templado, que endurece la espada y
fija sus distintas propiedades. Las diferentes escalas de enfriamiento producen cristales de
formas y tamaños variados: cristales grandes y suaves en el centro flexible de la espada;
cristales pequeños y dentados en el borde afilado. Las dos propiedades del hule y del vidrio se
fusionan finalmente en la espada terminada. Se revelan en la superficie de la hoja cuyo
resplandor de seda es sumamente apreciado por los japoneses. Mas la prueba de la espada, la
53
La estructura oculta
prueba de una práctica técnica, la prueba de una teoría científica es, «¿Funciona realmente?»
¿Puede cortar el cuerpo humano en la forma establecida por el ritual? Los cortes tradicionales
están señalados tan cuidadosamente en diseños como los cortes de la carne de vaca en un
diagrama de un libro de cocina: «corte número dos: el O-jo-dan». En nuestros días, el cuerpo
humano se simula con un atado de paja; pero en el pasado la espada era probada literalmente
utilizándola para ejecutar a un prisionero.
Nuestra comprensión de cómo está constituido el mundo de la materia a partir de sus elementos
se deriva de dos fuentes. Una, que ya he trazado, es el desarrollo de técnicas para forjar y alear
metales útiles. La otra es la alquimia, que posee un carácter diferente. De escala modesta, no
54
La estructura oculta
está encaminada a usos prácticos y contiene una parte sustancial de teoría especulativa. Por
razones indirectas aunque no accidentales, el enfoque de la alquimia se concentraba en otro
metal, el oro, que es virtualmente inútil. Pero el oro ha fascinado tanto a las sociedades
humanas, que sería yo perverso si no intentase aislar las propiedades que le dotaron de su poder
simbólico.
El oro es la recompensa universal en todos los países, en todas las culturas y épocas. Una
colección representativa de artefactos de oro equivale a una crónica de las civilizaciones.
Rosario de oro esmaltado, del siglo XVI, inglés. Broche de oro en forma de serpiente, del año
400 a. de C, griego. Triple corona de oro de Abuna, del siglo XII, abisinia. Brazalete de oro en
forma de serpiente, de la antigua Roma. Copas rituales de oro de Aquémenes, siglo VI a. de C,
persas. Escudilla de oro para beber, siglo VIII a. de C, persa. Aureas cabezas de toro... cuchillo
ceremonial de oro, chimú, era preincaica, peruanos, siglo IX...
Gran salero de oro esculpido, Benvenuto Cellini, del siglo XVI, hecho para el rey Francisco I.
Cellini recuerda las palabras de su patrocinador francés:
Cuando le presenté al rey este trabajó, dio un grito sofocado de asombro y no le pudo quitar la mirada
de encima. Y en su asombro gritó: «¡Es cien veces más celestial de lo que podía haber soñado! ¡Qué
maravilla es el hombre!»
los españoles saquearon el Perú por su oro, que había sido coleccionado por la aristocracia inca
como quien colecciona sellos de correos, con el toque de Midas. oro para la codicia, oro para el
esplendor, oro para la ornamentación, oro para el culto, oro para el poder, oro para los
sacrificios, oro para dar vida, oro para la ternura, oro bárbaro, oro voluptuoso...
Los chinos acertaron con la característica que lo ha hecho irresistible. Ko Hung dijo: «Así se
funda cien veces, el oro amarillo no se estropeará». Esta frase nos hace comprender que el oro
posee una cualidad física que lo hace singular;: que puede ser probada y ensayada en la
práctica y descrita por la teoría.
Es fácil observar que el hombre que elaboraba un artefacto de oro no era simplemente un
técnico, sino un artista. Pero es igualmente importante, aunque no tan fácil de reconocer, que el
que ensayaba el oro era también algo más que un técnico. El oro era para él un elemento
científico. Poseer una técnica es útil, pero, como cualquier otra habilidad, lo que le da vida es
el sitio que ocupa en un esquema general de la naturaleza: una teoría.
Los hombres que probaban y refinaban el oro descubrieron una teoría de la naturaleza: una
teoría en la cual el oro era único, y no obstante podría obtenerse a partir de otros elementos.
Esto explica por qué en la antigüedad se dedicó tanto tiempo e inteligencia al desarrollo de
pruebas para la obtención de oro puro. A principios del siglo XVI, Francis Bacon planteó
claramente la situación.
El oro posee estas propiedades: grandeza de peso, compactibilidad, fijación, ductibilidad o maleabilidad,
inmunidad a la oxidación, color o matiz amarillo. Si un hombre puede crear un metal que posea todas
estas características, dejad que los hombres discutan si es oro o no lo es.
Entre las variadas pruebas clásicas a que el oro es sometido, una en particular hace muy visible
la propiedad diagnóstica. Se trata de una prueba precisa por copelación. Una vasija hecha de
cenizas de hueso es calentada en el horno y sometida a una temperatura muy superior a la
requerida para fundir el oro. El oro, con sus impurezas o escorias, se pone en la vasija y se
derrite. (El oro tiene un punto de fusión relativamente bajo, un poco más de 1000ºC, casi el
mismo del cobre) Lo que sucede ahora es que la escoria se separa del oro y es absorbida por las
paredes de la vasija así que, de pronto, se manifiesta una separación visible entre, por así
decirlo, la escoria de este mundo y la pureza oculta del oro que la llama descubre. El sueño de
los alquimistas, la creación del oro sintético, tiene que ser comprobada finalmente por la
realidad de la perla de oro que sobrevive al experimento.
La capacidad del oro para resistir lo que se denominaba descomposición (lo que hoy
55
La estructura oculta
llamaríamos ataque químico) era singular, y por tanto de gran valor y diagnóstico. También
conllevaba un simbolismo muy poderoso, el cual aparece explícitamente incluso en las
fórmulas más primitivas. La primera referencia escrita a la alquimia con que contamos se
remonta solamente a hace poco más de dos mil años y procede de china. Indica cómo hacer oro
y cómo emplearlo para prolongar la vida. Para nosotros, esta resulta una conjunción
extraordinaria. Para nosotros, el oro es precioso por que es escaso; mas para los alquimistas, en
todas partes del mundo, el oro era invaluable por que resultaba incorruptible. Ningún ácido o
álcali conocido hasta entonces podía atacarlo. De hecho, así es como los orfebres del
emperador ensayaban el oro o, como ellos habrían dicho, lo partían, mediante un tratamiento
con ácidos que era menos laborioso que la copelación.
Cuando la vida era considerada (y lo era para la mayoría de la gente) solitaria, pobre, vulgar,
brutal y breve, para los alquimistas el oro representaba la única chispa eterna en el cuerpo
humano. Sus intentos por elaborar oro y por hallar el elíxir de la vida eran uno y el mismo
empeño. El oro es el símbolo de la inmortalidad, aunque no debería decir símbolo, ya que en el
sentir de los alquimistas el oro constituía la expresión, la encarnación de la incorruptibilidad,
tanto en el mundo físico cuanto en el mundo viviente.
De modo que, cuando los alquimistas intentaban transmutar metales bajos de ley en oro, la
transformación que buscaban en el fuego era el paso de lo corruptible a lo incorruptible;
trataban de extraer de lo cotidiano la calidad de permanencia. Y esto se aplicaba igualmente a
la búsqueda de la eterna juventud: toda medicina para combatir la vejez contenía oro, oro
metálico, como ingrediente esencial, y los alquimistas instaban a sus benefactores a que
bebiesen de copas de oro para prolongar la vida.
La alquimia es mucho más que un conjunto de trucos mecánicos o una creencia imprecisa en la
magia. Es en el fondo una teoría de cómo se relaciona el mundo con la vida humana. En una
época en que no existía una distinción clara entre sustancia y proceso, entre elemento y acción,
los elementos alquímicos constituían también aspectos de la personalidad humana, así como
los elementos griegos eran también los cuatro humores que se combinaban en el temperamento
humano. Y de su trabajo se desprende una teoría importante que se origina en la concepción
griega de tierra, fuego, aire y agua, pero que durante la Edad Media adoptó una forma nueva y
de gran importancia.
Existía para los alquimistas una afinidad entre el microcosmo del cuerpo humano y el
macrocosmo de la naturaleza. Un volcán en gran escala era como un divieso; una tempestad o
una tormenta eran como las lágrimas y el llanto. Bajo estas analogías superficiales existía el
concepto más profundo de que el universo y el cuerpo humano están conformados por los
mismos materiales, principios o elementos
Para los alquimistas existían dos principios. Uno era el mercurio, que representaba todo lo
denso y permanente. El otro era el azufre, que representaba todo lo inflamable y pasajero.
Todos los seres materiales, incluido el cuerpo humano, estaban hechos a partir de estos dos
principios y podían reconstruirse a partir de ellos. Por ejemplo, los alquimistas creían que todos
los metales crecían dentro de la tierra y provenían del mercurio y del azufre, lo mismo que los
huesos crecen dentro del embrión a partir del huevo. Y en verdad creían en esta analogía. Aún
persiste tal simbología en la medicina actual. Seguimos utilizando en nuestros días para la
hembra el símbolo alquímico del cobre, es decir, de lo que es frágil: Venus. Y para el varón el
signo alquímico del hierro, es decir, de lo que es duro: Marte
En la actualidad, esta parece una teoría muy infantil, una mezcolanza de fábulas y
comparaciones falsas. Mas nuestra química también parecerá infantil dentro de quinientos
años. Toda teoría se basa en alguna analogía, y tarde o temprano la teoría se derrumba por que
la analogía resulta ser falsa. En su momento, una teoría ayuda a resolver los problemas de su
tiempo. Y los problemas médicos no empezarían a resolverse sino hasta 1500, debido a que se
pensaba que todos los remedios debían derivarse ya fuera de las plantas o bien de los animales,
56
La estructura oculta
una especie de vitalismo que no admitía que los compuestos del cuerpo eran como otros
compuestos químicos, y que limitaba por tanto a la medicina al empleo de hierbas curativas.
Figura 19. El universo y el cuerpo están conformados por los mismos materiales, principios o
elementos.
Figura de Paracelso del horno para el cuerpo, con una escala para el estudio de la orina en
el diagnostico de la enfermedad, del trabajo “Aurora Thesaurusque Philosophorum”
Figura de Paracelso de los tres elementos: tierra, aire y fuego. La correspondencia entre las
formas astronómicas y anatómicas según la teoría alquímica de la Naturaleza.
Ahora bien, los alquimistas introdujeron libremente los minerales en la medicina: la sal, por
ejemplo, dio origen a un cambio notable, y un nuevo teórico de la alquimia la convirtió en su
tercer elemento. Desarrolló también una curación característica para una enfermedad que
asolaba a Europa en 1500, desconocida hasta entonces, el nuevo azote de la sífilis. Aun día
desconocemos dónde se originó la sífilis. Pudo haber sido traída de vuelta por los marineros
que acompañaron a Colón; o propagada desde el oriente a través de las conquistas mogólicas; o
simplemente no había sido identificada antes como enfermedad aislada. Resultó que su
curación dependía del uso del metal alquímico más poderoso, el mercurio. El hombre que
implementó esa curación dio un gran paso de la vieja alquimia a la nueva, en camino hacia la
química moderna: iatroquímica, bioquímica, la química de la vida. Trabajaba en Europa en el
siglo XVI. El lugar era Basilea, en Suiza. Corría el año de 1527.
Hay un instante en el ascenso del hombre en que éste abandona el país de las tinieblas del
conocimiento secreto y anónimo para adentrarse en un nuevo sistema del descubrimiento
abierto y personal. El hombre que he elegido como símbolo de éste fue bautizado como
Aureolus Philippus Theophrastus Bombastus von Hohenheim. Felizmente, decidió adoptar el
nombre bastante más compacto de Paracelso, para hacer público su desprecio de Celso y otros
autores que habían fallecido hacía más de mil años, pero cuyos textos médicos eran vigentes
todavía durante la Edad Media. En el año 1500, los trabajos de los autores clásicos se seguían
considerando como portadores de la inspirada sabiduría de una época áurea tanto de la
medicina y de la ciencia como de las artes.
Paracelso nació cerca de Zurich en 1493 y murió en Salzburgo en 1541 a la temprana edad de
57
La estructura oculta
cuarenta y ocho años, se convirtió en un perpetuo desafío de todo lo académico: por ejemplo,
fue el primero en identificar una enfermedad producida por el trabajo. De la prolongada batalla
librada por el impertérrito Paracelso a lo largo de su vida contra la más vieja tradición de su
tiempo – la práctica de la medicina –, conocemos episodios tanto grotescos como encantadores.
Su cabeza era fuente inagotable de teorías, muchas de ellas contradictorias, la mayoría
absurdas. Era un personaje rabelesiano, picaresco, salvaje; se embriagaba con los estudiantes,
corría tras las mujeres, viajaba por todo el Viejo Mundo y, hasta hace poco, figuraba en las
historias de la ciencia como un charlatán. Mas no lo era. Era un hombre de genio inestable pero
profundo.
El hecho es que Paracelso era un personaje. Descubrimos en él, quizás por primera vez, cómo
un descubrimiento científico fluye de la personalidad y cobra vida conforme observamos que
es creado por una persona. Paracelso era un hombre práctico que entendía que el tratamiento de
un paciente dependía del diagnóstico (él era un diagnosticador brillante) y que el tratamiento
debería ser aplicado directamente por el médico. Rompió con la tradición de que el médico era
un académico erudito que leía de un libro muy antiguo, mientras que el infeliz paciente estaba
en manos de algún ayudante que se limitaba a hacer lo que el médico ordenaba. «No debe
haber ningún cirujano que no sea también médico», escribió Paracelso. «Donde el médico no
sea también cirujano, no será más que un ídolo que no es sino monigote».
Tales aforismos no hicieron gozar a Paracelso de la simpatía de sus rivales, pero con el los
atrajo la atención de otras entes independientes de la era de la Reforma. Por esto fue llevado a
Basilea, por el único año de triunfo de su desastrosa carrera internacional. En Basilea, en el año
1527, Johann Frobenius, famoso impresor protestante y humanista, padecía de una grave
infección de una pierna – que estaba a punto de serle amputada –, y en su desesperación
recurrió a sus amigos del nuevo movimiento, quienes le enviaron a Paracelso. Este expulsó a
los académicos de la habitación, salvó la pierna y efectuó una curación que tuvo eco por toda
Europa. Erasmo le escribió lo siguiente: «Has salvado a Frobenius, que es la mitad de mi vida,
del mundo de las sombras».
Se estaba generando un gran cambio en Europa, más grande quizá que el enorme revuelo
religioso y político echado a andar por Martín Lutero. Se aproximaba 1543, año simbólico del
destino. Durante ese año se publicaron tres libros que habrían de cambiar la mentalidad
europea: las ilustraciones anatómicas de Andrés Vesalio; la primera traducción de la
matemática y física griegas de Arquímedes; y el libro de Nicolás Copérnico, La revolución de
los orbes celestes, que ubicaba al sol en el centro de los cielos, creando lo que hoy se conoce
como la Revolución Científica.
Toda esa batalla entre el pasado y el futuro fue resumida proféticamente en 1527, en un acto
realizado delante de la catedral, en Basilea. En público, Paracelso arrojó a la hoguera
tradicional de los estudiantes un antiguo texto médico escrito por Avicena, un discípulo árabe
de Aristóteles
Hay algo simbólico en esa hoguera veraniega, e intentaré evocarlo en el presente. El fuego es el
elemento alquímico mediante el cual puede el hombre profundizar en la estructura de la
materia. Luego entonces, ¿es el fuego una forma de materia?. Si usted cree eso tendrá que
atribuir al fuego toda clase de propiedades insólitas, tales como que es más ligero que la nada.
Dos siglos después de Paracelso, hacia 1730, los químicos aseveran esto por medio de la teoría
del flogisto, como encarnación final del fuego material. Mas No existe una sustancia tal como
58
La estructura oculta
el flogisto, como tampoco existe el principio llamado vital, porque el fuego no es material,
como tampoco lo es la vida. El fuego es un proceso de transformación y de cambio, mediante
el cual los elementos se vuelven a unir en nuevas combinaciones. La naturaleza de los procesos
químicos no fue comprendida sino cuando el fuego mismo fue comprendido como un proceso.
La acción de Paracelso clamaba: «La ciencia no puede mirar hacia el pasado. Jamás existió una
época áurea». Y habrían de transcurrir otros doscientos cincuenta años para descubrir un nuevo
elemento, el oxígeno, que explicaba finalmente la naturaleza del fuego y liberaba a la química
de las ataduras de la Edad Media. Lo más curioso del caso es que el hombre que realizó el
descubrimiento, Joseph Priestley, no estaba estudiando la naturaleza del fuego, sino otro de los
elementos griegos, el invisible y omnipresente aire.
Me gustaría poder afirmar que la turba que destruyó la casa de Priestley en Birmingham acabó
también con los sueños de un hombre delicado, amable, encantador. Mas dudo que ésta sea su
descripción justa. Dudo que Priestley fuese un hombre muy amable, no más que Paracelso.
Sospecho que era un hombre bastante difícil, frío, avieso, afectado, remilgado y puritano. Pero
el ascenso del hombre no es realizado por personas encantadoras. Es realizado por gente dotada
de dos cualidades: una integridad enorme y, cuando menos, un poco de genio. Priestley tenía
las dos.
Priestley descubrió que el aire no constituye una sustancia elemental: que está compuesto de
varios gases y que, entre ellos, el oxígeno – que él llamó «aire desflogisticado» – es el esencial
para la vida animal. Priestley era un notable experimentador, y avanzaba cuidadosamente por
etapas. El 1 de agosto de 1774 produjo un poco de oxígeno y vio con asombro que una vela
ardía perfectamente en presencia de éste. En octubre del mismo año se marchó a París donde
comunico su hallazgo a Lavoisier y a otros. Pero no fue sino a su regreso el 8 de marzo de
1775, cuando metió un ratón en presencia de oxígeno, que se dio cuenta de lo bien que se podía
respirar en esa atmósfera. Uno o dos días después, Priestley escribió en una bella carta a
Franklin: «Hasta ahora, sólo dos ratones y yo hemos tenido el privilegio de respirarlo».
Priestley descubrió también que las plantas verdes espiran oxígeno a la luz del sol,
estableciendo así la base de la respiración animal. En los cien años siguientes se demostró que
esto era esencial; los animales no habrían evolucionado en absoluto de no ser por el oxígeno
producido por las plantas. Pero en los años 1770 nadie había pensado en ello.
59
La estructura oculta
mercurio, utilizando para ello una lupa (instrumento muy de boga en la época) en un recipiente
en que se podía observar la producción del gas y acumularlo. Este gas era oxígeno. Esto fue el
experimento cualitativo; pero para Lavoisier era el indicio inmediato de que la descomposición
química podía ser cuantificada.
La idea era sencilla y radical; efectuar la experiencia alquímica en ambas direcciones y medir
con exactitud las cantidades que se intercambiasen. Primero, hacia adelante: quemar el
mercurio (para que absorba oxigeno) y medir la cantidad exacta de oxígeno que se desprenda
de un recipiente cerrado entre el principio y el fin de la combustión. Invirtamos ahora el
proceso; tomemos el óxido de mercurio obtenido y calentémoslo intensamente hasta expulsar
de nuevo el .oxígeno. El mercurio queda, el oxígeno fluye al recipiente, y la pregunta crucial
es: «¿Qué cantidad?». Exactamente la misma cantidad que se utilizó en el experimento
anterior. Repentinamente el proceso se convierte en algo material, en un acoplamiento y
desacoplamiento de cantidades fijas de dos sustancias. Esencias, principios, flogisto, han
desaparecido. Dos elementos concretos, mercurio y oxigeno, han sido unidos visible y
demostrablemente y se han vuelto a separar.
Parece imposible que podamos hacer un recorrido a través de los procesos de los cobreros
primitivos y de las especulaciones mágicas de los alquimistas, hasta la idea más poderosa de la
ciencia moderna: la idea de los átomos. Empero, la ruta es directa. Sólo queda un paso entre la
noción de los elementos químicos que Lavoisier cuantificó y su expresión en términos
atómicos por el hijo de un tejedor de Cumberland, John Dalton.
Después del fuego, del azufre, de la combustión del mercurio, era inevitable que el clímax de la
historia se desarrollara en la fría y húmeda Manchester. Aquí, entre 1803 y 1808, un maestro
de escuela cuáquero llamado John Dalton cambio repentinamente el vago concepto de la
combinación química, brillantemente inspirado en Lavoisier, en el concepto moderno y preciso
de la teoría atómica. Fue una época de descubrimientos maravillosos en química: en aquellos
cinco años fueron descubiertos diez elementos nuevos; y no obstante, Dalton no estaba
interesado en nada de ella. A decir verdad, se trataba de un hombre de bastante poco colorido.
(Padecía con certeza de la ceguera del color, y el defecto genético de confundir el rojo con el
verde que describió en si mismo se conocería posteriormente como «daltonismo».)
Era Dalton un hombre de hábitos regulares, que todos los jueves por la tarde se dirigía al
campo a jugar a los bolos. Su principal interés residía en las cosas del campo, cosas que
todavía son características del paisaje de Manchester: el agua, el gas de los pantanos, el
60
La estructura oculta
anhídrido carbónico. Dalton se formulaba preguntas concretas acerca de la forma en que estos
se combinan en función de su peso. ¿Por qué en el agua, compuesta de oxígeno e hidrógeno, se
unen siempre las mismas proporciones de estos para producir una determinada cantidad de
agua? ¿Por qué cuando se produce anhídrido carbónico, por qué cuando se produce metano,
persisten estas constantes de peso?
Durante todo el verano de 1803, Dalton trabajo en esta cuestión. Escribió: «Una investigación
de los pesos relativos de las partículas fundamentales es, hasta donde tengo conocimiento,
enteramente nueva. Me he dedicado recientemente a esta investigación con un éxito notable».
Y así, acabaría por convencerse de que la respuesta debía estar efectivamente en la anticuada
teoría atómica de los griegos. Pero el átomo no es una mera abstracción; a escala física posee
un peso que caracteriza a tal o cual elemento. Los átomos de un elemento (Dalton los
denominó «partículas fundamentales o elementales») son todos iguales y diferentes de los
átomos de otro elemento; y una manera en la que se corrobora la diferencia entre ellos es
físicamente, es decir, en su diferencia de peso. «Sospecho que existe un número considerable
de lo que correctamente podríamos llamar partículas elementales, que nunca podrán
metamorfosearse entre sí»
En 1805, Dalton publicó por vez primera su concepción de la teoría atómica, que decía a la
letra: Si una cantidad mínima de carbón, un átomo, se combina para crear anhídrido carbónico,
lo hará invariablemente con una cantidad prescrita de oxígeno: dos átomos de oxígeno.
Ahora bien, si se compone agua de los dos átomos de oxígeno, cada cual combinado con la
suficiente cantidad de hidrógeno, habrá una molécula de agua de un átomo de oxígeno, y una
molécula de agua del otro.
Los pesos son correctos: el peso del oxígeno que produce una unidad de anhídrido carbónico
producirá dos unidades de agua. ¿Están los pesos correctos ahora para un compuesto carente de
oxígeno, para el metano, en el cual el carbón se combina directamente con el hidrogeno? Así
es, exactamente. Si se retiran los dos átomos de oxígeno de la única molécula del anhídrido
carbónico y de las dos moléculas de agua, tendremos que el balance material es preciso: hemos
obtenido las cantidades correctas de hidrógeno y carbón para producir el metano.
Las cantidades pesadas de los diferentes elementos que se combinan entre sí expresan, por su
constancia, un esquema subyacente de combinación entre sus átomos.
61
La estructura oculta
La otra lección es su concepto sobre el método científico. Dalton era un hombre de hábitos
regulares. Durante cincuenta y siete años dio un paseo diario por las afueras de Manchester:
solía medir la lluvia, la temperatura: una empresa singularmente monótona en este clima. No
obtuvo nada de ese conjunto de datos. Mas de una sencilla pregunta aguda, casi infantil, sobre
los pesos que intervienen en la construcción de estas moléculas simples surgió la teoría
atómica moderna. Es ésta la esencia de la ciencia: formula una pregunta impertinente y estarás
camino de la respuesta pertinente.
62
La música de las esferas
La matemática es, en muchos sentidos, la más elaborada y compleja de las ciencias, o al menos
eso considero yo como matemático. Es por eso que para mí es tanto un placer especial como
una obligación el describir el progreso de la matemática, ya que ha sido parte de tanta
especulación humana: una escala para lo místico así como para el pensamiento racional en el
ascenso intelectual del hombre. Sin embargo, hay algunos conceptos que toda historia de la
matemática debe incluir: la idea lógica de la prueba, la idea empírica de las leyes exactas de la
naturaleza (del espacio, particularmente), la aparición del concepto de operaciones y el avance
de la matemática desde la descripción estática de la naturaleza hasta la dinámica. Estos forman
el tema de este capítulo.
Aún los pueblos más primitivos tienen un sistema numérico; tal vez no puedan contar mucho
más allá del cuatro, pero saben que dos cosas iguales más otras dos de la misma especie son
cuatro, y no sólo algunas veces, sino siempre. A partir de este paso fundamental, muchas
culturas han construido sus propios sistemas de numeración, generalmente como lenguaje
escrito con signos convencionales similares. Los babilonios, los mayas y los hindúes, por
ejemplo, inventaron esencialmente el mismo sistema para escribir las cifras grandes como una
secuencia de dígitos que usamos ahora, pese a que estas culturas estaban tan distantes entre sí
en el tiempo y en el espacio.
Así, pues, no existe un lugar o momento en la historia del cual pueda yo afirmar: «La
aritmética empieza aquí, ahora». El hacer cuentas, igual que el hablar, es común a los pueblos
de todas las culturas. La aritmética, como el lenguaje, se origina en leyendas: pero la
matemática tal como la entendemos, o sea: un razonamiento con números, es otra cosa. La
búsqueda de su origen, en los albores de la leyenda y de la historia, fue lo que me hizo navegar
hacia la isla de Samos.
En tiempos legendarios, Samos fue un centro griego de adoración a Hera, reina del cielo,
legitima (y celosa) mujer de Zeus. Los restos de su templo, el Heraion, datan del siglo VI a. de
C. En aquellos tiempos, hacia el año 580 a. de C. nació en Samos el primer genio y fundador
de la matemática griega, Pitágoras. Durante su época, el tirano Polícrates se apoderó de la isla.
Cuenta la tradición que, antes de escapar, Pitágoras enseñaba escondido en una pequeña cueva
blanca en las montañas, la cual es todavía mostrada a los crédulos.
Samos es una isla mágica. El aire esta impregnado de mar, árboles y música. Otras islas griegas
podrían servir de escenario a La tempestad: pero para mí ésta es la isla de Próspero, la playa
donde el intelectual se convirtiera en mago. Acaso Pitágoras fuese una especie de mago para
sus seguidores, debido a que les enseñaba que la naturaleza está regida por números. Existe una
armonía en la naturaleza, decía, una unidad en su variedad, y tiene un lenguaje: los números
son el lenguaje de la naturaleza.
Pitágoras encontró una relación básica entre la armonía musical y la matemática. La historia de
su descubrimiento persiste sólo en forma desordenada, como cuento popular. Pero lo que
descubrió era exacto. Una sola cuerda tensa, vibrando como un todo, produce una nota grave.
Las notas con sonido armónico se producen en la cuerda al dividirla en un número preciso de
segmentos: exactamente en dos partes, exactamente en tres partes, en cuatro partes iguales. y
así sucesivamente. Si el punto fijo de la cuerda, el nodo, no está en uno de estos puntos
precisos, el sonido es discordante.
Cuando movemos el nodo a lo largo de la cuerda, reconocemos las notas armónicas al llegar a
63
La música de las esferas
los puntos antes descritos. Empecemos con toda la cuerda: esto es la nota grave. Movamos el
nodo a la mitad: obtendremos la octava superior. Si movemos el nodo a un tercio de la
distancia obtendremos la quinta superior. Al moverlo a la cuarta parte de la cuerda obtenemos
la cuarta, es decir, otra octava superior. Y si movemos el nodo a una quinta parte de la cuerda
obtendremos la tercera mayor alta, que Pitágoras no llegó a obtener.
Pitágoras descubrió que los acordes que suenan agradables al oído – al oído occidental –
corresponden a divisiones exactas de la cuerda entre números enteros. Para los pitagóricos, este
descubrimiento tenía una fuerza mística. Las relaciones entre la naturaleza y los números eran
un coherentes, que los persuadieron de que no únicamente los sonidos de la naturaleza, sino
todas sus dimensiones características, debían de ser simples números que expresaban armonías.
Por ejemplo, Pitágoras o sus discípulos creían que se podrían calcular las órbitas de los cuerpos
celestes (que los griegos representaban como esferas de cristal alrededor de la Tierra)
relacionándolos con los intervalos musicales. Creían que el orden prevaleciente en la
naturaleza es musical; los movimientos en los cielos eran, para ellos, la música de las esferas.
Estas ideas dieron a Pitágoras la categoría de profeta en filosofía, casi un líder religioso, y sus
seguidores formaron una sociedad secreta y quizás revolucionaria. Es probable que muchos de
sus últimos seguidores fueran esclavos; creían en la transmigración de las almas, lo que pude
haber constituido su manera de anhelar una vida más feliz después de la muerte.
Pitágoras probó que el mundo de los sonidos está gobernado por números exactos y que esto
también es valedero para el mundo visual. Esto es un logro extraordinario. Miro alrededor y
aquí me encuentro en este maravilloso y colorido paisaje de Grecia, entre sus formas silvestres
naturales, sus valles órficos, el mar. ¿Dónde, bajo este bello caos, puede subyacer una simple
estructura numérica?
La pregunta nos retrotrae a las constantes más primitivas de nuestra percepción de las leyes
naturales. Para responder correctamente, está claro que debemos partir de experiencias
universales. Nuestro mundo visual está basado en dos experiencias: que la gravedad es vertical
y que el horizonte forma un ángulo recto con ella. Y es esta conjunción, estos hilos cruzados en
el campo visual, le que define la naturaleza del ángulo recto; de modo que si yo giro este
ángulo de experiencia (la dirección «hacia abajo» y la dirección «hacia los lados» cuatro veces,
regreso al cruce de la gravedad con el horizonte. El ángulo recto se define por esta operación
cuádruple que lo distingue de cualquier otro ángulo arbitrario.
Luego en el mundo de la visión, en la imagen vertical plana que nuestros ojos nos presentan,
un ángulo recto se define por su cuádruple rotación sobre sí mismo. La misma definición se
aplica también al mundo horizontal de experiencias, en el cual, de hecho, nos movemos.
Consideremos ese mundo, el mundo de la Tierra plana y del mapa y de los puntos de la brújula.
Heme aquí mirando los Estrechos de Samos y Asia Menor, hacia el sur. Utilizo una baldosa
triangular como indicador y la ubico también hacia el sur. (He dado al indicador la forma de un
triángulo rectángulo con el fin de poner sus cuatro rotaciones lado a lado.) Si giro la baldosa
triangular en ángulo recto, apuntará hacia el oeste. Si la giro en un segundo ángulo recto,
apuntará al norte. Y si después la hago girar en un tercer ángulo recto, apuntará al este. Y,
finalmente, el cuarto giro la hará apuntar de nuevo hacia el sur, o sea: en la dirección de Asia
Menor, en la dirección de la cual partimos.
No sólo el mundo natural sino el mundo que estamos construyendo se basa en esa relación. Ha
sido así desde la época en que los babilonios construyeran los Jardines Colgantes, e incluso
64
La música de las esferas
antes, desde la época en que los egipcios construyeron las pirámides. Estas culturas sabían ya
de un modo práctico que hay una escuadra del constructor en la que las relaciones numéricas
dictan y crean el ángulo recto. Los babilonios conocían muchas, tal vez miles de fórmulas
sobre este particular, hacia el año 2000 a. de C. Los hindúes y los egipcios conocían algunas.
Los egipcios, según parece, usaron siempre un juego de escuadra con los lados del triángulo
hecho de dos, tres, cuatro o cinco unidades. No fue sino hasta 500 a. de C., más o menos, que
Pitágoras deslindó este conocimiento del mundo de los hechos empíricos para encauzarlo en lo
que hoy llamaríamos el mundo de las pruebas. Es decir, se formuló esta pregunta: «¿Cómo
surgen los números que conforman el triángulo del constructor del hecho de que al girar un
ángulo recto cuatro veces señale al mismo lugar?».
Su prueba, según creemos, funcionó así. (No es la prueba que aparece en los libros escolares.)
Los cuatro puntos principales – sur, oeste, norte y este – de los triángulos que forman el cruce
del compás, son las esquinas de un cuadrado. Muevo los cuatro triángulos de forma tal que el
lado más grande de cada uno termina en el punto principal de su vecino. He construido un
cuadrado cuyos lados son los más largos de cada triángulo rectángulo, la hipotenusa.
Unicamente con el objeto de saber qué forma parte del área comprendida y qué no, voy a
colocar un azulejo adicional en la pequeña área cuadrada interior, hasta ahora vacía. (Utilizo
azulejos porque muchos de sus diseños, en Roma y en el Oriente, se derivan, a partir de
entonces, de esta especie de matrimonio entre la relación matemática y los conceptos de la
naturaleza.)
Figura 21. Pitágoras deslindó este conocimiento del mundo de los hechos empíricos, para
encauzarlo en lo que hoy llamaríamos el mundo de las pruebas.
La prueba pitagórica descrita en el texto, en que, un triangulo rectángulo, el cuadrado de la
hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos.
65
La música de las esferas
Así habremos construido una figura en forma de L de área igual (claro, porque está formada de
las mismas piezas), cuyos lados percibimos en términos de los lados más pequeños de los
triángulos rectángulos. Para aclarar visualmente la composición de esta figura en forma de L, la
dividimos con una raya, separando la parte vertical de la horizontal. Queda entonces claro que
ésta un cuadrado formado por los lados más cortos del triángulo; y que aquélla es un cuadrado
basado en el más largo de los dos lados que forman el ángulo recto.
Figura 22. Pitágoras demostró así un teorema general: no sólo para el triangulo egipcio de
proporciones 3:4:5, o cualquier triángulo babilónico, sino para todo triángulo que contenga un
ángulo recto.
Página de una versión árabe de 1285 d. de C., y un impreso chino del teorema, asociado en la
historia china con Chou Pei, contemporáneo de Pitágoras.
Pitágoras demostró así un teorema general: no sólo para el triángulo egipcio de proporciones
3:4:5, o cualquier triángulo babilónico, sino para todo triángulo que contenga un ángulo recto.
Demostró que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos. Por
ejemplo, los lados tres, cuatro y cinco forman un ángulo recto porque
52 = 5 x 5 = 25
= 16 + 9 = 4 x 4 + 3 x 3
= 42 + 32
Y lo mismo es cierto para los lados de los triángulos encontrados por los Babilonios, sean los
simples como 8:15:17 o los más formidables como 3367:3456:4825, lo cual no deja lugar a
66
La música de las esferas
Hasta hoy, el teorema de Pitágoras sigue siendo el teorema individual más importante de toda
la matemática. Parece extraordinario decirlo, pero no es una extravagancia; porque lo que
estableció Pitágoras es una caracterización fundamental del espacio en que nos movemos,
traducido por primera vez a números. Y el ajuste exacto de los números describe las leyes
exactas que regulan el universo. En efecto, los números que componen los triángulos
rectángulos han sido propuestos como posibles mensajes a otros planetas, en búsqueda de
prueba de la existencia de vida racional en éstos.
Cuando Pitágoras demostró el gran teorema, ofreció cien bueyes a las musas, agradeciendo la
inspiración. Es un gesto de orgullo y humildad a la vez, que todo científico siente aún en
nuestros días cuando los números se ajustan y dicen: «Esto es parte de la llave de la estructura
de la naturaleza misma».
Pitágoras era filósofo y algo así como una figura religiosa para sus discípulos. El hecho es que
había en él algo de esa influencia asiática que dejó su huella en toda la cultura griega y que
solemos dejar de lado. Pensamos en Grecia como parte de Occidente; pero Samos el límite de
la Grecia Clásica, está situada a kilómetro y medio de la costa de Asia Menor. Esta fue la
fuente de gran parte del pensamiento que inspiró a Grecia y que pasó de nuevo a Asia en los
siglos posteriores antes de llegar a Europa occidental.
El conocimiento hace prodigiosos viajes y lo que nos puede parecer un salto en un instante de
tiempo resulta ser una larga progresión de lugar en lugar, de una ciudad a otra. Las caravanas
llevan junto con mercancías los métodos de comercio de sus países de origen: las pesas y
medidas, los sistemas de cálculo, y tanto técnicas como ideas viajaron con ellos por Asia y el
norte de Africa. Como un ejemplo entre muchos, la matemática de Pitágoras no nos llegó en
forma directa. Inspiró la imaginación de los griegos; pero fue en Alejandría, la ciudad del Nilo,
donde la ordenaron sistemáticamente. El hombre que creó el sistema y lo hizo famoso fue
Euclides, y probablemente la llevó a Alejandría en el año 300 a. de C.
67
La música de las esferas
El modelo de los ciclos que Ptolomeo construyó es maravillosamente complejo, pero parte de
una analogía simple. La Luna gira alrededor de La Tierra, evidentemente, y a Ptolomeo le
pareció igualmente evidente que los planetas y el Sol hacían lo mismo. (Los antiguos pensaban
que la Luna y el Sol eran planetas.) Los griegos creían que el círculo era la forma perfecta del
movimiento, y así Ptolomeo situaba a los planetas girando en círculo, o por círculos girando a
su vez en otros círculos. A nosotros nos puede parecer esto simple y artificial; sin embargo, el
sistema fue una invención muy hermosa y práctica y sirvió como artículo de fe para árabes y
cristianos hasta finales de la Edad Media. Duró 1400 años, mucho más de lo que una teoría
científica reciente puede esperar sobrevivir sin cambio radical.
Es pertinente reflexionar ahora sobre por qué la astronomía se desarrolló tan temprano y tan
elaboradamente y se convirtió en el arquetipo de las ciencias físicas. Por si mismas, las
estrellas son objetos naturales que no deberían despertar la curiosidad humana. El cuerpo
humano debería ser mejor candidato para este primer interés sistemático. ¿Por qué entonces la
astronomía avanzó como ciencia antes que la medicina? ¿Por qué miraba la medicina a las
estrellas por presagios para predecir las influencias favorables y adversas que compiten por la
vida de un paciente, cuando el recurrir a la astrología refleja, sin duda, la abdicación de la
medicina como ciencia? Desde mi punto de vista, la principal razón es que los movimientos
observados en las estrellas se podían calcular, y desde tiempos remotos (quizás 3000 años a. de
C. en Babilonia) se prestaban a la matemática. La importancia de la astronomía reside en la
peculiaridad de que puede ser tratada matemáticamente; y el progreso de la física, y más
recientemente de la biología, también ha dependido del descubrimiento de formulaciones de
sus leyes que pueden ser escritas como modelos matemáticos.
De vez en cuando, la propagación de ideas exige un nuevo impulso. El advenimiento del Islam
en el año 600 d. de C. constituyó este nuevo y poderoso impulso. Empezó como un
acontecimiento local de resultados imprevisibles; pero una vez que Mahoma conquista la Meca
en el año 630 d. de C. el Islam tomó por asalto el mundo oriental. En cien años conquistó
Alejandría, estableció un fabuloso centro de estudios en Bagdad y amplió sus fronteras por el
este más allá de Isbajam, en Persia. Por el año 730 d. de C. el imperio musulmán se extendió
desde España y el sur de Francia hasta las fronteras de China y la India: un imperio de
espectacular fuerza y cultura, mientras Europa caía paulatinamente en el oscurantismo.
Bajo esta religión proselitista, la ciencia de las naciones conquistadas fue absorbida con gusto
cleptomaníaco. Al mismo tiempo, hubo un surgimiento de habilidades locales sencillas que
habían sido despreciadas. Por ejemplo, fueron construidas las primeras mezquitas con cúpula,
empleando como instrumento único la antigua escuadra que aún se usa en nuestros días. La
mezquita de Masjid-i-Jomi en Isbajam (la mezquita de viernes) es uno de los monumentos más
impresionantes de los comienzos del Islam. Fue en centros como éste que los conocimientos de
Grecia y el Oriente fueron acumulados, absorbidos y diversificados.
Mahoma había dicho que el Islam no iba a ser una religión de milagros; su contenido
intelectual se hizo un modelo de contemplación y de análisis. Los escribas mahometanos
despersonalizaron y formalizaron la imagen de la divinidad: el misticismo del Islam no es
sangre y vino, carne y pan, sino un éxtasis sobrenatural.
68
La música de las esferas
Alá es la luz de los cielos y de la tierra. Su luz puede ser comparada con la de un nicho que resguarda
una lámpara, la lámpara dentro de un cristal brillante como las estrellas, luz sobre luz en los templos
que Alá determinó que se construyeran para recordar su nombre es alabado al amanecer y al atardecer
por hombres a quienes ni el comercio ni el lucro pueden hacerles olvidarlo.
Una de las invenciones griegas que el Islam perfeccionó y difundió fue el astrolabio. Como
instrumento de observación es muy primitivo, pues solamente puede medir la altura del Sol o
de una estrella, y eso inexactamente. Pero uniendo estas observaciones con uno o más mapas
astronómicos, el astrolabio permitía al viajero desarrollar un esquema elaborado de cálculo
para determinar las latitudes, el amanecer y el atardecer. la hora de los rezos y la dirección de
la Meca al viajero. En adición al mapa astronómico, el astrolabio estaba adornado con detalles
astrológicos y religiosos, para comodidad mística.
Por mucho tiempo, el astrolabio fue el reloj de bolsillo y la regla de cálculo del mundo. En
1391, cuando el poeta Geoffiey Chaucer escribió un texto para enseñar a su hijo a usar el
astrolabio, lo copió de un astrónomo árabe del siglo VIII.
Hacer cálculos era un goce sin fin para los eruditos moros. Les gustaban los problemas,
disfrutaban hallando métodos ingeniosos para resolverlos; a veces convirtieron sus métodos en
instrumentos mecánicos. La computadora astronómica era un instrumento de cálculo más
elaborado que el astrolabio; algo así como un calendario automático, hecho en el califato de
Bagdad en el siglo XIII. Los cálculos que puede efectuar no son profundos: una alineación de
cuadrantes para hacer pronósticos, pero es testimonio de la destreza mecánica de aquellos que
lo hicieron hace setecientos años y de su pasión por jugar con números,
La innovación más importante realizada por los ansiosos, inquisitivos y tolerantes sabios
árabes, fue la escritura de los números. Las anotaciones numéricas de los europeos eran todavía
entonces del tosco estilo romano, en el que el número se constituye de la agregación de sus
partes. Por ejemplo 1825 se escribe MDCCCXXV, debido a que es la suma de M=1000,
D=500, C+C+C=100+l00+100, XX=10+10 y V=5. El Islam cambió esto por el moderno
sistema decimal que todavía llamamos arábigo. En la nota al margen de un manuscrito árabe
(abajo), los números de la fila de arriba son 18 y 25. Reconocemos inmediatamente el l y el 2
por ser nuestros propios símbolos (aunque el 2 está colocado de punta). Para escribir 1825. los
cuatro símbolos se acomodan sencillamente, en orden seguido como un sólo número; puesto
que es el espacio que ocupa cada uno de los símbolos el que anuncia si representa millares,
centenas, decenas o unidades.
Figura 23. Al principio del manuscrito ilustrado, se muestran los dígitos 1 al 9. Estos se leen de
izquierda a derecha.
Empero, un sistema que describe magnitudes por ubicación debe ofrecer la posibilidad del
espacio vacío. La anotación árabe requería de la invención del 0. El símbolo para el cero
aparece dos veces en esta página y varias más en las páginas siguientes, siendo igual al nuestro.
Las palabras cero y cifra son árabes, como también las palabras álgebra, almanaque, cenit y
69
La música de las esferas
una docena más usadas tanto en matemática como en astronomía. Los árabes trajeron de la
India el sistema decimal cerca del año 750 d. de C., pero no arraigó en Europa sino hasta
quinientos años después.
Probablemente fue el enorme tamaño del imperio morisco lo que hizo que se conviniera en una
especie de bazar del conocimiento, cuyos eruditos incluían cristianos heréticos en el oriente y
judíos infieles en el occidente. Pero fue una cualidad del Islam, como religión, que aunque
propugnaba la conversión de la gente, no desdeñaba sus conocimientos. En el oriente su
monumento es la ciudad persa de Isbajam. En el occidente sobrevive otro notable lugar: la
Alhambra, en el sur de España.
Vista desde fuera, la Alhambra es una fortaleza cuadrada y escueta que no muestra el estilo
árabe; pero por dentro no es una fortaleza sino un palacio, un palacio diseñado deliberadamente
para plasmar en la tierra los deleites del cielo. La Alhambra es una construcción tardía. Tiene la
lasitud de un imperio más allá de su apogeo, ya no aventurero, y confiado en su seguridad. La
religión de la meditación se ha vuelto sensual y autosatisfecha. Resuena con la música del
agua, cuyo ritmo sinuoso se percibe en todas las melodías árabes, aunque éstas están basadas
en la escala pitagórica. Cada atrio es recuerdo y eco de un sueño a través del cual el sultán
flotaba (porque no caminaba, pues era llevado en andas). La Alhambra es lo más aproximado a
la descripción del paraíso del Corán.
Bendita será la recompensa para aquellos que trabajen pacientemente y confíen en Alá. Aquellos que
abracen la fe verdadera y hagan buenas obras serán hospedados para siempre en las mansiones del
Paraíso donde hermosos ríos correrán bajo sus pies... y serán honrados en los jardines de las delicias,
sobre mullidas poltronas, cara a cara. De una fuente se les llevará un cáliz de contenido límpido y
delicioso para quienes lo liben... Sus esposas se reclinarán sobre suaves almohadones verdes y hermosas
alfombras.
En una civilización occidental, este salón estaría lleno de maravillosos dibujos de formas
femeninas, pinturas eróticas. Aquí no es así. La representación del cuerpo humano estaba
prohibida a los mahometanos. Incluso el estudio de la anatomía estaba prohibido y esto
representó una gran desventaja para la ciencia musulmana. Por eso encontramos aquí figuras
geométricas coloridas pero extraordinariamente simples. El artista y el matemático en la
civilización árabe constituían una unidad. Y esto lo afirmo literalmente. Estas figuras
representan el alto grado de exploración de los árabes acerca de las sutilezas y simetrías del
espacio mismo: el espacio plano bidimensional, que llamamos ahora el plano euclidiano,
caracterizado primero por Pitágoras.
Entre la multitud de diseños, empiezo con uno muy sencillo. En él se repiten el motivo de dos
hojas oscuras horizontales y el de dos hojas claras verticales. Las simetrías evidentes aquí son
traslaciones (es decir, cambios paralelos en el diseño) y reflejos horizontales o verticales. Pero
notemos un punto más delicado. Los árabes eran afectos a los diseños en que las partes oscuras
del diseño fuesen idénticas a las partes claras. Y así, si por un momento ignoramos los colores,
podemos observar que se puede girar una figura oscura en ángulo recto a la posición de la
siguiente clara, y después (siempre alrededor del mismo punto) a la siguiente posición y
finalmente de nuevo a su posición original. Y la rotación recrea correctamente todo el diseño;
cada hoja de éste alcanza la posición de otra hoja, sin importar lo lejos que se encuentren del
centro de rotación.
70
La música de las esferas
La reflexión en una línea horizontal al igual que la reflexión en una línea vertical constituye
una simetría doble del diseño en color. Mas si pasamos por alto los colores, notaremos que
existe una simetría cuádruple. Esta se produce mediante la operación de rotación a través de un
ángulo recto, cuatro veces repetido, por la cual demostré antes el teorema de Pitágoras; y de ahí
que el diseño carente de color se parezca, por su simetría, al cuadrado de Pitágoras.
Cambiemos ahora a un diseño mucho más sutil. Estos triángulos ondulados en cuatro colores
forman siempre un mismo tipo de simetría muy sencillo, en dos direcciones. Podemos cambiar
el diseño horizontal o verticalmente en nuevas e idénticas posiciones. la forma ondulada no es
irrelevante. Es poco común el encontrar un sistema simétrico que no dé cabida a la reflexión.
No obstante, éste no es así, porque todos los triángulos son de movimiento diestro y no se
podrán reflejar sin convertirlos en siniestros.
71
La música de las esferas
Y, ciertamente, las simetrías posibles no acaban necesariamente aquí. Si nos olvidamos por
completo de los colores, entonces se manifiesta una rotación menor merced a la cual podemos
mover un triángulo oscuro al espacio del triángulo claro anexo, debido a que su forma es
idéntica. Después, esta operación de rotación aparece en el triángulo oscuro, en el claro, en el
oscuro, en el claro y vuelve finalmente al triángulo oscuro original: una simetría séxtuplo del
espacio que hace rotar todo el diseño. Y la simetría séxtuplo es en realidad la que todos
conocemos mejor, porque es la simetría de los copos de nieve.
A estas alturas, el no-matemático se preguntará, «¿Y qué? ¿Es a eso a lo que se refieren los
matemáticos? ¿Han dedicado su tiempo a esta especie de juego elegante los profesores árabes y
los matemáticos modernos?» Para esto la respuesta inesperada es: Bueno, esto no es un juego.
Nos pone cara a cara con algo que es difícil de recordar, y que es que vivimos en un tipo
especial de espacio – tridimensional, plano – y las propiedades de tal espacio son
inquebrantables. Al preguntarnos cuáles son las operaciones que hacen girar un diseño sobre si
mismo, estamos descubriendo las leyes invisibles que rigen nuestro espacio. Existen sólo
algunas clases de simetría que nuestro espacio puede soportar, no únicamente en los diseños
producidos por el hombre sino, además en las regularidades impuestas por la propia naturaleza
en sus estructuras atómicas fundamentales.
Las estructuras que virtualmente encierran los diseños naturales del espacio son los cristales. Y
cuando observamos alguno que no ha sido tocado por mano humana ninguna – digamos, el
espato de Islandia – nos quedamos atónitos al percatarnos de que no hay causa aparente que
explique el porqué de la regularidad de sus caras. Ni siquiera resulta explicable el que sus caras
sean planas. Así es como se presentan los cristales; estamos acostumbrados a verlos regulares y
simétricos; pero, ¿por qué? No fueron hechos así por el hombre sino por la naturaleza. La cara
es plana porque fue así que los átomos tuvieron que unirse. La llanura, la regularidad, han sido
forzadas por el espacio sobre la materia tan definitivamente como el espacio dio a los diseños
moros las simetrías que he analizado.
Tomemos algunos bellos cubos de piritas. O el que para mi es el más exquisito de los cristales,
la fluorita, un octaedro (que presenta la misma forma natural del cristal del diamante). Sus
simetrías les son impuestas por la naturaleza del espacio en que vivimos: las tres dimensiones,
la llanura dentro de la cual vivimos. Y ninguna estructura atómica puede romper esta ley
crucial de la naturaleza. Al igual que las unidades que componen un diseño, los átomos de un
cristal se encuentran hacinados en todas direcciones. Es así que un cristal, del mismo modo que
un diseño, debe poseer una forma que pueda extenderse o repetirse indefinidamente y en todas
direcciones. Es por ello que las caras de un cristal presentan únicamente determinadas formas;
no pueden tener otras simetrías que las de diseños. Por ejemplo, las únicas rotaciones que les
son posibles son de dos a cuatro veces por vuelta completa, o de tres a seis veces... y nada más.
Y no cinco veces. No se puede hacer una estructura atómica que forme triángulos que encajen
regularmente cinco a la vez en un espacio.
La gran realización de la matemática árabe fue el concebir estas formas de diseño, agotando de
un modo práctico las posibilidades de las simetrías del espacio (al menos en dos dimensiones).
Y contiene una maravillosa finalidad de mil años de antigüedad. El rey, las mujeres desnudas,
los eunucos y los músicos ciegos crearon un bello diseño formal en que la exploración de lo
existente era perfecta, pero el cual, por desgracia, no perseguía cambio alguno. No hay nada
nuevo en matemática, debido a que tampoco lo hay en el pensamiento humano, hasta que el
ascenso del hombre avanzara hacia una dinámica diferente.
El cristianismo empezó a resurgir en el norte de España hacia el año 1000 d. de C., en aldeas
como la villa de Santillana, ubicada en una franja costera nunca conquistada por los moros. Es
una religión surgida de la tierra, expresada en las imágenes sencillas de la villa, el buey, el
asno, el Cordero de Dios. Las imágenes con motivos animales serían inconcebibles en la
religión musulmana. Y no sólo se admiten las formas animales; el Hijo de Dios es un niño, su
madre es una mujer que es objeto de veneración personal. Cuando la Virgen es llevada en
72
La música de las esferas
procesión, nos hallamos ante un universo de visión diferente: no de conceptos abstractos, sino
de vida abundante e irreprimible.
Consideramos a Italia como cuna del Renacimiento. Mas la concepción se realizó en España en
el siglo XII y se simboliza y expresa por medio de la famosa escuela de traductores de Toledo,
donde los textos antiguos pasaron del griego (que Europa había olvidado), a través del árabe y
el hebreo, al latín. En Toledo, entre otros avances intelectuales, se formuló un conjunto de
tablas astronómicas, una suerte de enciclopedia de las posiciones de las estrellas. Es
característico de la ciudad y de la época en que las tablas son cristianas; pero los números son
arábigos y ya prácticamente iguales a los modernos.
El más famoso de los traductores, y el más brillante, fue Gerardo de Cremona, que había
llegado de Italia con el fin específico de encontrar una copia del libro de astronomía del
Ptolomeo, el Almagest, y permaneció en Toledo para traducir a Hipócrates, Arquímedes,
Galeno, Euclides: los clásicos de la ciencia griega.
Y sin embargo, para mí personalmente, el hombre más notable que fue traducido, y a largo
plazo el más influyente, no era griego. Esto se debe a mi interés en la percepción de los objetos
en el espacio. Y este es un tema en el cual los griegos estaban totalmente equivocados. Fue
entendido por vez primera hacia 1000 d. de C. por un matemático excéntrico, conocido como
Alhazén, que fue realmente la única mente científica original producida por la cultura árabe.
Los griegos habían creído que la luz parte de los ojos hacia el objeto. Alhazén fue el primero
en reconocer que vemos un objeto porque cada uno de sus puntos dirige y refleja un rayo hacia
el ojo. El concepto griego no podía explicar cómo un objeto, digamos mi mano, parece cambiar
de tamaño cuando se mueve. En el concepto de Alhazén está claro que los rayos en forma de
cono que proceden del contorno y de la forma de mi mano se estrechan conforme la aparto de
mis ojos. Conforme la aproximo a éstos, el cono de rayos que entra al ojo aumenta y produce
un ángulo mayor. Y esto, y sólo esto, explica la diferencia de tamaño. Es una noción tan
sencilla que resulta inconcebible que los científicos casi no le prestasen atención (excepción
hecha de Roger Bacon) durante seiscientos años. Mas los artistas se ocuparon de ella mucho
antes y de un modo práctico. El concepto del cono de rayos desde un objeto al ojo se convierte
en el fundamento de la perspectiva. Y la perspectiva es el nuevo concepto que actualmente
revivifica la matemática.
El movimiento se hace evidente en cuanto comparamos alguna obra de los perspectivistas con
otra anterior. La pintura de Carpaccio con Santa Ursula abandonando un puerto vagamente
veneciano, fue realizada en 1495. El efecto obvio es el de proporcionar una tercera dimensión
al espacio visual, justamente como el oído de aquella época percibe otra profundidad y otra
dimensión en las nuevas armonías de la música europea. Pero el efecto fundamental no es tanto
de profundidad como de movimiento. Al igual que la nueva música, la pintura y sus elementos
poseen movimiento. Pero sobre todo, se aprecia que el ojo del pintor está en movimiento.
Comparémoslo con un fresco de Florencia pintado un siglo antes, hacia 1350 d. de C. Es una
73
La música de las esferas
vista a extramuros de la ciudad, en la que el pintor mira ingenuamente por encima de los muros
y los tejados de las edificaciones tal como si estuviesen acomodados en filas. Pero no se trata
de una cuestión de destreza, sino de intención. No hay ningún intento de perspectiva, porque el
pintor consideraba que debía registrar las cosas no como se ven, sino como son: una visión
divina, un mapa de verdad eterna.
El pintor de perspectiva tiene una intención diferente. Nos aparta deliberadamente de toda
visión absoluta y abstracta. Nos presenta no tanto un lugar cuanto un momento, un momento
breve: un punto de vista en el tiempo más bien que en el espacio. Todo esto fue realizado por
medios precisos y matemáticos. La técnica ha sido cuidadosamente consignada por el artista
alemán Alberto Durero, que viajó a Italia en 1506 para aprender «el arte secreto de la
perspectiva». Por supuesto que Durero también se ha fijado un momento en el tiempo; y si
volvemos a crear la escena, veremos al artista elegir el momento dramático.
Pudo haberse detenido antes en su inspección alrededor de la modelo. O pudo haberse movido
y congelado la visión en un momento posterior. Pero decidió abrir los ojos, como el obturador
de una cámara fotográfica, en el momento determinante en que podía ver de lleno a la modelo.
La perspectiva no constituye un solo punto de vista; para el pintor es una operación activa y
continua.
En la perspectiva primitiva se solía emplear una mira y una rejilla para capturar el instante de
la visión. La mira proviene de la astronomía y el papel cuadriculado en que se esbozaba la
pintura es en la actualidad un recurso de la matemática. Todos los detalles naturales en que
Durero se deleitaba son expresiones de la dinámica de la época: el buey y el asno, el rubor de la
juventud en las mejillas de la Virgen. El cuadro es La adoración de los magos. Los tres sabios
de Oriente han encontrado su estrella, y lo que ésta anuncia es el nacimiento del tiempo.
74
La música de las esferas
Debido a esto, el sistema ptolomeico estaba construido a base de círculos, recorridos uniforme
e imperturbablemente por el tiempo. Pero los movimientos en el mundo real no son uniformes.
Cambian de dirección y de velocidad a cada instante, y no pueden ser analizados a menos que
se invente una matemática en que el tiempo sea una variable. Esto constituye un problema
teórico en los cielos, pero es práctico e inmediato en la Tierra: en el vuelo de un proyectil, en el
crecimiento acelerado de una planta, en la caída de una gota de un líquido que pasa por
cambios bruscos de forma y dirección. El Renacimiento carecía del equipo técnico para detener
de un momento a otro los cuadros de la película. En cambio, el Renacimiento poseía el equipo
intelectual: el ojo interno del pintor y la lógica del matemático.
Fue así como Johannes Kepler, después del año 1600, se convenció de que el movimiento de
un planeta no es circular ni uniforme. Es una elipse a lo largo de la cual se desplaza el planeta a
velocidades variables. Esto significa que la vieja matemática de diseños estáticos ya no basta,
como tampoco la matemática del movimiento uniforme. Se necesita una nueva matemática
para definir y operar con el movimiento instantáneo.
La matemática del movimiento instantáneo fue inventada por dos mentes superiores de fines
del siglo XVI Isaac Newton y Gottfried Wilhelm Leibniz. Actualmente nos resulta tan familiar,
que consideramos el tiempo como un elemento natural en la descripción de la naturaleza; pero
esto no siempre fue así. Fueron ellos los que aportaron el concepto de tangente, el concepto de
aceleración, el concepto de pendiente, el concepto de infinitesimal, de diferencial. Existe una
palabra que ha sido olvidada pero que es en realidad la mejor denominación para aquel flujo
del tiempo detenido por Newton como un obturador: Fluxiones fue el nombre dado por
Newton a lo que hoy día solemos llamar (según Leibniz) el cálculo diferencial. Considerarlo
meramente una técnica más avanzada sería perder su contenido real. En él, la matemática se
convierte en una forma dinámica de pensamiento, lo cual constituye un gran paso mental en el
ascenso del hombre. El concepto técnico que lo hace funcionar es, muy extrañamente, el
concepto de un paso infinitesimal; y la innovación intelectual consistió en conferir un
significado riguroso. Pero podemos dejar para los profesionales el concepto técnico y
conformarnos con denominarlo la matemática del cambio.
75
La música de las esferas
Las leyes de la naturaleza habían sido siempre conformadas de cifras desde que Pitágoras
afirmara que constituyen el lenguaje de la naturaleza. Pero ahora el lenguaje de la naturaleza
tenía que incluir cifras para describir el tiempo. Las leyes de la naturaleza se convierten en
leyes del movimiento y la propia naturaleza se transforma no en una serie de cuadros estáticos
sino en un proceso móvil.
76
El mensajero celeste
6 EL MENSAJERO CELESTE
Un ejemplo de esto es la civilización maya que florecía antes del ano 1000 d. de C, en el istmo
americano comprendido entre los Océanos Atlántico y Pacífico. Tiene derecho a ser
considerada como la más importante de las culturas americanas: poseía un lenguaje escrito,
destreza en la ingeniería y en las artes originales. Los grandes templos mayas, con sus
empinadas pirámides, alojaban algunos astrónomos, y tenemos el retrato de un grupo de ellos
en un gran altar de piedra que ha sobrevivido. Este altar conmemora un congreso astronómico
antiguo reunido en el año 776 d. de C. Dieciséis matemáticos se reunieron aquí, en el famoso
centro de la ciencia maya, la ciudad sagrada de Copán en América Central.
Los mayas poseían un sistema aritmético mucho más avanzado que el europeo; por ejemplo,
tenían un símbolo para el cero. Eran buenos matemáticos; no obstante, nunca describieron los
movimientos de los astros, exceptuando los más sencillos. En cambio, sus rituales estaban
obsesionados con el paso del tiempo, y esta preocupación formal dominaba su astronomía tanto
como sus poemas y leyendas. Cuando la gran conferencia se reunió en Copán, los sacerdotes
astrónomos mayas se hallaban en dificultades.
Podríamos suponer que tan grave dificultad, que había hecho reunir a estos delegados
procedentes de centros muy distantes, se relacionaría con algún problema real de observación.
Pero estaríamos equivocados. El congreso fue llamado para resolver un problema aritmético de
computación que había inquietado perennemente a los guardianes mayas del calendario.
Llevaban ellos dos calendarios, uno sagrado y otro profano, los cuales nunca marchaban al
mismo paso; y dedicaban su habilidad a tratar de detener la desviación entre ambos. Los
astrónomos mayas poseían solamente reglas simples acerca de los movimientos planetarios en
el cielo y carecían de cualquier concepto sobre su mecánica. Su concepto de la astronomía era
puramente formal, limitándose a mantener correctos sus calendarios. Esto es todo lo que se
realizó en 776 d. de C, cuando los delegados posaron orgullosamente para sus retratos.
El hecho es que la astronomía no se detiene en el calendario. Tenía otro uso entre los pueblos
primitivos, que, sin embargo, no era universal. Los movimientos de las estrellas en el cielo
nocturno también pueden servir como guía al viajero, y particularmente al viajero marítimo que
carece de otras señales. Este es el significado de la astronomía para los navegantes del
Mediterráneo en el Viejo Mundo. Pero por lo que podemos juzgar hasta ahora, las gentes del
Nuevo Mundo no usaban la astronomía como guía científica para los viajes terrestres y
77
El mensajero celeste
Figura 27. El sentir de que los cielos se movían alrededor de su eje y de que tal eje era la
redonda tierra.
El diagrama muestra las órbitas de los planetas como se ven desde la tierra. El sistema de
Ptolomeo trataba de explicar esto.
¿No inventó nada el Nuevo Mundo? Por supuesto que sí. Aun una cultura tan primitiva como
la de la Isla de Pascua originó una grandiosa invención, el cincelado de estatuas enormes y
uniformes. No hay nada como ellas en el mundo, y la gente, como siempre, hace toda clase de
preguntas marginales e irrelevantes sobre ellas; ¿Por qué las hicieron así? ¿Cómo fueron
transportadas? ¿Cómo llegaron hasta los lugares donde se encuentran? Pero éste no es el
problema importante. Stonehenge, de una civilización mucho más temprana de la edad de
piedra, fue mucho más difícil de construir; igual que Avebury y muchos otros monumentos.
No, las culturas primitivas iban paso a paso a lo largo de estas enormes empresas comunales.
78
El mensajero celeste
El interrogante crítico sobre estas estatuas es, ¿por qué se hicieron todas iguales? Ahí están
sentadas, como Diógenes en su tonel, mirando hacia el cielo con las cuencas de los ojos vacías
y observando cómo el Sol y las estrellas pasan sobre sus cabezas sin tratar nunca de
entenderlos. Cuando los holandeses descubrieron esta isla el domingo de Pascua de 1722,
afirmaron que tenían los elementos necesarios de un paraíso terrenal. Pero no era así. Un
paraíso terrenal no está formado de esta repetición vacía, como un animal enjaulado yendo de
aquí para allá y haciendo siempre lo mismo. Estas caras congeladas, estas figuras heladas de
una época en declive, señalan una civilización que fracasó en dar el primer paso en el ascenso
del conocimiento racional. Esta es la falla de las culturas del Nuevo Mundo, el extinguirse en
su propia Glaciación simbólica.
La Isla de Pascua se encuentra a más de mil quinientos kilómetros de la isla habitada más
cercana: la Isla Pitcairn, hacia el oeste. Está a más de dos mil kilómetros de la siguientes, las
Islas Juan Fernández hacia el este, donde Alexander Selkirk, el auténtico Robinsón Crusoe,
quedó desamparado en 1704. Distancias como éstas no pueden ser navegadas a no ser que se
posea un mapa celeste y de las posiciones de las estrellas que sirva para indicar la ruta. La
gente pregunta con frecuencia acerca de la Isla de Pascua, ¿cómo llegaron los hombres a ella?
Llegaron por accidente: esto no se cuestiona. La cuestión es ¿por qué no pudieron marcharse?
No pudieron marcharse porque carecían de cualquier noción del movimiento de las estrellas,
mediante el cual poder encontrar su camino.
¿Por qué no? Una razón obvia es que en el cielo meridional no hay Estrella Polar. Sabemos que
esto es importante porque juega un papel primordial en la migración las aves, las cuales
encuentran su camino gracias a la Estrella Polar. Esto explica quizá por qué la migración de
aves se da mayormente en el hemisferio norte y no en el sur.
La ausencia de la Estrella Polar puede ser significativa aquí, en el hemisferio sur, pero no en
todo el Nuevo Mundo. Pues ahí está la América Central, y México, y toda clase de lugares que
tampoco contaban con la astronomía y que, no obstante, están al norte del ecuador.
¿Qué falló allí? Nadie lo sabe. Yo creo que les faltaba la gran imagen dinámica que movió al
79
El mensajero celeste
Viejo Mundo: la rueda. Esta era sólo un juguete en el Nuevo Mundo. Pero en el Viejo
constituía la imagen más grande de la poesía y de la ciencia: todo se fundaba en ella. Esta idea
de los cielos moviéndose alrededor de su eje fue la inspiración de Cristóbal Colón al zarpar en
1492, y tal eje era la redondez de la tierra. La había recibido de los griegos, quienes creían que
las estrellas estaban fijas sobre esferas que producían música conforme giraban. Ruedas dentro
de ruedas. Tal era el sistema de Ptolomeo, vigente durante más de mil años.
Más de un siglo antes de la partida de Cristóbal Colón, el Viejo Mundo ya había fabricado un
espléndido reloj de los cielos estrellados. Fue hecho por Giovanni De Dondi, en Padua, hacia
1350. Le llevó dieciséis años el construirlo, y es una pena que el original no haya sobrevivido.
Felizmente, ha sido posible construir un duplicado merced a los planos originales, y el
Smithsonian Institute de Washington alberga este maravilloso modelo de la astronomía clásica
que diseñó Giovanni De Dondi.
Pero más importante que la maravilla mecánica es el concepto intelectual, que proviene de
Aristóteles y Ptolomeo y los griegos. El reloj de De Dondi manifiesta su visión de los planetas
observándolos desde la Tierra. A partir de ésta hay siete planetas, o al menos eso creían los
antiguos, puesto que incluían también al Sol como planeta de la Tierra. Así, el reloj presenta
siete esferas o cuadrantes, en cada una de las cuales gira un planeta. La órbita del planeta en su
cuadrante es (aproximadamente) la misma que podemos observar desde la Tierra: el reloj es
casi tan exacto como las observaciones que se realizaban en su época. Cuando la órbita parece
circular vista desde la Tierra, es circular en el cuadrante; eso era fácil. Pero donde la órbita de
un planeta, vista desde la Tierra, forma una curva cerrada, De Dondi crea una combinación
mecánica a base de ruedas que reproduce el epiciclo (es decir, el giro de círculos en círculos)
como había sido descrito por Ptolomeo. Aparece primero el Sol: una órbita circular, como ellos
la veían. El siguiente cuadrante muestra a Marte: su movimiento se efectúa mediante una rueda
de reloj dentro de la rueda, Sigue Júpiter: ruedas más complejas dentro de otras. Después
Saturno: ruedas dentro de ruedas. Viene después la Luna: ¿no es una delicia la interpretación
de De Dondi? Su cuadrante es simple, porque es realmente un planeta de la Tierra, y su órbita
se presenta como circular. Por fin llegamos a los cuadrantes de dos planetas que se ubican entre
nosotros y el Sol; o sea, Mercurio y finalmente Venus, Y de nuevo lo mismo: la rueda que
transporta a Venus gira dentro de una rueda hipotética más grande.
Conforma un concepto intelectual maravilloso; muy complejo, pero lo que lo hace aún más
formidable es que en el año 150 d. de C, no mucho después del nacimiento de Jesucristo, los
griegos pudieran concebir y expresar en matemáticas esta soberbia construcción. Luego, ¿qué
hay de errado en ella? Tan sólo una cosa: que presenta siete cuadrantes para el firmamento y el
firmamento debe contar con una maquinaria, no con siete. Y esta maquinaria no fue
descubierta hasta que Copérnico situó al Sol en el centro del firmamento en 1543.
Nicolás Copérnico fue un distinguido eclesiástico y humanista intelectual polaco, que nació en
1473. Había estudiado derecho y medicina en Italia; aconsejó a su gobierno en la reforma de la
moneda; y el Papa solicitó su ayuda en la reforma del calendario. Durante al menos veinte años
de su vida se dedicó a la teoría moderna de que la naturaleza debe ser simple. ¿Por qué eran tan
complicadas las órbitas de los planetas? Porque, pensaba, las observamos desde el sitio en que
nos encontramos: la Tierra. Al igual que los pioneros de la perspectiva, Copérnico se preguntó:
¿Por qué no mirarlas desde otro lugar? Existían razones renacentistas de peso, más
emocionales que intelectuales, que le hicieron elegir el dorado Sol como el otro lugar.
En el centro de todo reina el Sol. ¿Podríamos colocar a esta luminaria en mejor sitio en este templo
incomparable desde el cual iluminar todo a la vez? Con verdad se le denomina la Lámpara, la Mente, el
Regidor del Universo: Hermes Trismegistus lo llama el Dios Visible, Sófocles en su Electra lo denomina
el Omnividente. Así, el Sol está en su trono real, gobernando a sus hijos, los planetas que giran en su
derredor.
80
El mensajero celeste
Sabemos que Copérnico había pensado, durante mucho tiempo, en situar al Sol en el centro del
sistema planetario. Puede que escribiera el primer esbozo tentativo y no matemático de su
concepto antes de los cuarenta años de edad. Empero, no se trataba de una teoría que proponer
a la ligera en una época de crisis religiosa. Hacia 1543, cerca de los setenta años de edad, se
decidió finalmente Copérnico a publicar su descripción matemática del firmamento, llamada
por él De Revolutionibus Orbium Coelestium, La revolución de las órbitas celestes, como un
solo sistema que se mueve alrededor del Sol. (La palabra «revolución» tiene ahora una
connotación no precisamente astronómica, y que no es accidental. Es una consecuencia de esta
época y de este tema.) Copérnico murió en ese mismo año. Se ha dicho que sólo vio en una
ocasión un ejemplar de su libro, cuando le fue puesto en las manos en su lecho de muerte.
La llegada del renacimiento como una sola acometida – en religión, arte, literatura, música y
ciencias matemáticas – constituyó una colisión de frente con todo el sistema medieval. A
nosotros nos parece incidental la inclusión de la mecánica de Aristóteles y la astronomía de
Ptolomeo dentro del sistema medieval. Pero para los contemporáneos de Copérnico
representaban el orden natural y visible del mundo. La rueda como ideal griego del
movimiento perfecto se había convertido en un dios petrificado, tan rígido como el calendario
maya o las figuras esculpidas en la Isla de Pascua.
Dos grandes hombres nacieron en el año 1564: uno fue William Shakespeare, en Inglaterra el
otro Galileo Galilei, en Italia. Cuando Shakespeare escribe sobre el drama del poder en su
propia época, en dos ocasiones lo sitúa en la República de Venecia: primero en El mercader de
Venecia y después en Otelo, Esto es porque en 1600 el Mediterráneo era aún el centro del
mundo, y Venecia el eje del Mediterráneo, A esta ciudad llegaban a trabajar los ambiciosos,
porque podían hacerlo libremente, sin restricciones: mercaderes, aventureros e intelectuales;
una pléyade de artistas y artesanos se apiñaban en las calles, tal y como lo hacen hoy día.
Los venecianos tenían fama de ser gente misteriosa y taimada. Venecia era un puerto libre,
como se denominaría actualmente, lo que le daba cierto aire conspiratorio como ocurre con
Lisboa y Tánger. Fue en Venecia donde un falso benefactor atrapó a Giordano Bruno en 1592
y lo entregó a la Inquisición, que lo puso en la hoguera en Roma ocho años después.
Ciertamente, los venecianos eran un pueblo práctico. Galileo había desarrollado trabajos
importantes en ciencia fundamental en Pisa. Pero lo que hizo que los venecianos le contratasen
como profesor de matemáticas en Padua fue, según sospecho, su talento para los inventos
prácticos. Algunos de éstos se conservan en la colección histórica de la Accademia Cimento de
Florencia, y están primorosamente concebidos y realizados. Ahí se encuentra un aparato de
vidrio con circunvoluciones para medir la expansión de los líquidos, bastante parecido a un
termómetro; y una delicada balanza hidrostática para encontrar la densidad de objetos
preciosos, basada en el principio de Arquímedes. Y hay también algo que Galileo, que era un
vendedor muy hábil, llamó «compás militar», que es era realidad un instrumento de cálculo no
muy distinto a una regla de cálculo moderna. Galileo los elaboraba y vendía en su propio taller.
Escribió un manual para su «compás militar» y lo publicó en su propia casa; fue uno de los
primeros trabajos impresos de Galileo. Era ésta la ciencia comercial prudente que los
venecianos admiraban.
De este modo, no es sorprendente que, a fines de 1608, unos fabricantes flamencos de anteojos
81
El mensajero celeste
que habían inventado una forma primitiva de catalejo, intentasen venderla a la República de
Venecia. Mas, por supuesto, la república tenía a su servicio, en la persona de Galileo, a un
científico y matemático inmensamente más poderoso que cualquier otro en el norte de Europa
– y a un publicista de primera – que, al fabricar un telescopio, reunió al Senado veneciano en lo
alto del Campanile para demostrarlo.
Galileo era un hombre de baja estatura, fornido y dinámico, pelirrojo y con bastantes más hijos
de los que un soltero debe tener. Tenía cuarenta y cinco años cuando supo del invento
flamenco, y la noticia le electrizó. Caviló durante una noche sobre este invento, y diseñó un
instrumento prácticamente tan bueno como aquel, con un triple aumento, que es solo
ligeramente superior a los binoculares de teatro. Pero antes de la demostración en el Campanile
de Venecia, subió el aumento a ocho o diez, logrando así un verdadero telescopio. Mediante
éste, desde lo alto del Campanile, donde el horizonte dista alrededor de treinta kilómetros,
pueden no sólo verse los barcos de vela en el mar, sino incluso identificarlos hasta más de dos
horas después de haber levado anclas. Y esto valía mucho dinero para los comerciantes del
Rialto.
Galileo narró estos sucesos a su cuñado en Florencia, en una carta fechada el 29 de agosto de
1609:
Debes saber, entonces, que hace cerca de dos meses desde que se difundió aquí la noticia de que en
Flandes se le había presentado al conde Mauricio un catalejo, elaborado de manera tal que las cosas
muy distantes parecen estar sumamente cerca, así que se puede ver con claridad a un hombre que se
encuentre a tres kilómetros de distancia. Este me pareció un efecto tan maravilloso, que me dio ocasión
para meditar; y como me pareció que debía estar fundado en la ciencia de la perspectiva, me propuse
lograr su fabricación; la que por fin conseguí, y tan perfectamente que uno que yo hice superó con gran
ventaja la fama del invento flamenco. En cuanto llegó la noticia de que yo había hecho uno a Venecia, a
los seis día fui requerido por la Señoría, pidiéndoseme que hiciera una demostración ante ésta y el
Senado en pleno, causando un asombro infinito a todos; y hubo numerosos caballeros y senadores que,
pese a su avanzada edad, subieron en más de una ocasión las escaleras de los campanarios más altos de
Venecia para observar veleros y naves que se hallaban tan distantes que, viniendo a toda velocidad hacia
el puerto, no se podrían ver sin mi catalejo sino hasta dos horas después. Pues de hecho la función de
este instrumento es la de representar un objeto que esta, por ejemplo, a setenta y cinco kilómetros de
distancia, tan grande y tan próximo como si estuviese solamente a siete kilómetros y medio.
82
El mensajero celeste
Galileo es el creador del método científico moderno. Y lo creó en los seis meses subsiguientes
a su triunfo en el Campanile, triunfo que le hubiera bastado a cualquier otra persona. Se le
ocurrió que no era suficiente convertir el juguete de Flandes en instrumento de navegación. Se
podía convertir también en instrumento de investigación, idea que resultaba completamente
novedosa para la época. Subió a treinta el aumento y lo apuntó hacia las estrellas. De esta
manera realizaba por vez primera lo que consideramos ciencia práctica: construir el aparato,
realizar el experimento y publicar los resultados. Y efectúo esto entre septiembre de 1609 y
1610, cuando publicó en Venecia su espléndido libro Sidereus Nuncius, El mensajero celeste,
que ofrecía un relato ilustrado de sus nuevas observaciones astronómicas. ¿Qué contaba?
[He visto] estrellas por miríadas. nunca antes vistas, las cuales sobrepasan, en número más de diez veces
a las antes conocidas.
Mas lo que mayor asombro causará seguramente, y lo que de hecho me hace llamar la atención de los
astrónomos y de los filósofos es, a saber, que he descubierto cuatro planetas, ninguno de los cuales ha
sido conocido ni observado por astrónomo alguno anterior mi.
Se trataba de los satélites de Júpiter. En El mensajero celeste cuenta también cómo enfocó el
telescopio hacia la Luna. Galileo fue el primero en publicar mapas de la Luna. Contamos con
sus acuarelas originales.
El embajador británico ante la corte de los Dogos en Venecia, sir Henry Wotton, escribió a sus
superiores en Inglaterra el día de la aparición de El mensajero celeste:
El profesor de matemáticas de Padua ha... descubierto cuatro nuevos planetas que giran en derredor de
la esfera de Júpiter, entre muchas otras estrellas fijas desconocidas; asimismo... que la Luna no es
esférica sino que presenta múltiples prominencias... El autor ha gastado una fortuna por convertirse en
sumamente famoso o en sumamente ridículo. En la próxima nave enviaré a vuestra excelencia uno de los
instrumentos [ópticos] que han sido hechos por este hombre.
La noticia causó sensación. Creó una fama aún más grande que su triunfo ante la comunidad de
comerciantes. Sin embargo, no era bien visto por todos, pues lo que Galileo observaba en el
cielo y revelaba a todo aquel dispuesto a mirar, era que el cielo ptolomeico simplemente no
funcionaba. La poderosa intuición de Copérnico había acertado y quedaba ahora abierta y
revelada. Y como ha sucedido con muchos otros resultados científicos recientes, no era del
agrado de los grupos conservadores y prejuiciosos de la época.
Galileo pensaba que todo lo que tenía que hacer era demostrar que Copérnico tenía razón, y
que todo mundo le escucharía. Este fue su primer error: el error de ser ingenuo con respecto a
los motivos de la gente, error cometido con tanta frecuencia por los científicos. Creía también
que su fama era ya lo suficientemente grande como para permitirle retornar a su natal
Florencia, abandonar la monótona cátedra de Padua, que se había convertido en una carga
bastante pesada, y alejarse del amparo de la esencialmente anticlerical y segura República de
Venecia. Este fue su segundo y, a fin de cuentas, fatal error.
Las victorias de la Reforma Protestante en el siglo dieciséis habían llevado a la Iglesia Católica
Romana a organizar una feroz Contrarreforma. La reacción contra Lutero se hallaba en pleno
auge se luchaba en Europa por la autoridad. Se inició en 1618 la Guerra de los treinta años. En
1622, Roma creó la institución para la propagación de la fe, de la cual se deriva la palabra
propaganda. Católicos y protestantes se enfrascaban en lo que hoy llamaríamos una guerra
fría, en la cual, ¡de haberlo sabido Galileo!, no había cuartel para hombre grande o pequeño. El
criterio era muy simple en ambos lados: quien no está con nosotros es un hereje. Hasta un
intérprete de la fe tan poco mundano como el cardenal Bellarmine había considerado
intolerables las especulaciones astronómicas de Giordano Bruno y le había enviado a la
hoguera. La Iglesia era un gran poder temporal, y en esos años aciagos se batía en una cruzada
política en la que todos los medios eran justificados por los fines: la ética del estado policial.
83
El mensajero celeste
Y allí está el famoso Códice 1181; Procedimientos contra Galileo Galilei. El proceso tuvo
lugar en 1633. Y lo primero que salta a la vista es que los documentos empiezan, ¿cuándo? En
1611, en el momento del triunfo de Galileo en Venecia, en Florencia y aquí en Roma, se
acumulaba información secreta contra Galileo para ser presentadas ante el Santo Oficio de la
Inquisición. La evidencia del documento más antiguo, que no aparece en este legajo, es que el
cardenal Bellarmine instigó investigaciones contra él. Los informes están archivados en 1613,
1614 y 1615. Galileo empieza a alarmarse por entonces. Sin ser requerido, se presenta en Roma
con el propósito de convencer a sus amigos de entre los cardenales de que no prohibiesen el
sistema copernicano del mundo.
Mas ya era demasiado tarde. Fechadas en febrero de 1616, he aquí las palabras formales que
aparecen esquemáticamente en el códice, traducidas libremente:
Galileo parecía estar al margen de cualquier censura severa. De todos modos, fue requerida su
presencia ante el gran cardenal Bellarmine y fue convencido, y cuenta con una carta en que
Bellarmine afirma esto, de no sostener ni defender el sistema copernicano del mundo; pero ahí
termina el documento. Desgraciadamente, existe un documento en este registro que va más allá
y del que dependería el juicio. Pero esto ocurriría diecisiete años después.
Mientras tanto, Galileo regresa a Florencia convencido de dos cosas. La primera, que no ha
llegado todavía el momento de defender públicamente a Copérnico. La segunda, piensa que la
ocasión llegará. Tiene razón en cuanto a la primera; en cuanto a la segunda, no. No obstante,
Galileo decidió aguardar, ¿hasta cuándo? Hasta que un cardenal intelectual fuese elegido Papa:
Maffeo Barberini.
Esto ocurrió en 1623, cuando Maffeo Barberini se convirtió en el Papa Urbano VIII. El nuevo
Papa era amante de las artes, Le gustaba la música: comisionó al compositor Gregorio Allegri
para que escribiera un Miserere para nueve voces, que durante mucho tiempo estuvo reservado
para el Vaticano. Al nuevo Papa le gustaba la arquitectura. Deseaba convertir San Pedro en el
centro de Roma. Encargó al escultor y arquitecto Gianlorenzo Bernini la terminación de los
interiores de San Pedro, y Bernini diseñó el audaz y elevado baldaquino sobre el trono papal,
que constituye la única adición valiosa al diseño original de Miguel Angel. En sus años mozos,
el Pontífice intelectual también había escrito poemas, uno de los cuales era un soneto de
alabanzas a Galileo por sus escritos astronómicos.
84
El mensajero celeste
El Papa Urbano VIII se consideraba a sí mismo como un innovador. Poseía una mente segura e
impaciente:
¡Yo sé más que todos los cardenales juntos! La sentencia de un Papa vivo vale más que todos los
decretos de cien Papas muertos,
dijo imperiosamente. Pero en realidad, Barberini como Papa resultó ser un barroco puro:
pródigo nepotista, extravagante, dominante, inflexible en sus designios y absolutamente sordo
para las ideas de otros. Incluso mandó matar los pájaros de los jardines vaticanos porque le
molestaban.
Figura 30. Hay una modesta caja fuerte en la cual el Vaticano conserva los documentos que
considera cruciales.
El autor en los Archivos Secretos del Vaticano examinando los documentos del juicio de
Galileo.
Galileo llegó con optimismo a Roma en 1624, y sostuvo en los jardines seis largas
conversaciones con el Papa recién elegido. Tenía esperanzas de que el intelectual Pontífice
suspendiera, o cuando menos pasara por alto, la prohibición de 1616 respecto a la imagen del
mundo de Copérnico. Pero sucedió que el Papa Urbano VIII no quiso ni considerar esto.
Empero, Galileo aún esperaba – y los dignatarios de la corte papal suponían – que Urbano VIII
permitiría fluir sigilosamente las nuevas ideas científicas dentro de la Iglesia, hasta que, de
manera imperceptible, reemplazasen a las antiguas. Después de todo, así se habían introducido
en la doctrina cristiana las ideas paganas de Ptolomeo y de Aristóteles. Así, pues, Galileo
suponía que el Papa estaba de su lado, dentro de los límites que su posición le imponía, hasta
que llegó el momento de comprobarlo. Y resultó que Galileo estaba rotundamente equivocado
en sus apreciaciones.
A nivel intelectual, sus puntos de vista habían sido en realidad irreconciliables desde el
principio. Galileo había sostenido siempre que la comprobación final de una teoría debía ser
encontrada en la naturaleza.
Yo considero que en las discusiones sobre problemas físicos deberíamos partir no de la autoridad de los
pasajes bíblicos, sino de las experiencias de los sentidos y de las demostraciones necesarias. Dios no se
manifiesta de manera menos excelente en las acciones de la Naturaleza que en las sagradas
declaraciones de la Biblia.
Urbano VIII objetó que no puede haber una prueba final para los designios de Dios, e insistió
en que Galileo hiciera esta aclaración en su libro.
85
El mensajero celeste
Sería una impudencia extravagante para cualquiera el pretender limitar y confinar el poder y la
sabiduría divinos a una conjetura particular de su cosecha.
Tal estipulación era particularmente importante para el Papa. En efecto, impedía a Galileo la
formulación de cualquier conclusión definitiva (incluso la conclusión negativa de que
Ptolomeo estaba equivocado), porque infringiría el derecho de Dios a regir el universo
mediante milagros, en vez de mediante la ley natural.
La prueba vino en 1632, cuando por fin Galileo logró que su libro, Diálogo sobre los grandes
sistemas del mundo, fuese impreso. Urbano VIII se escandalizó.
Vuestro Galileo ha osado entremeterse en cosas que no debería, y en los temas más importantes y
peligrosos que pueden removerse en estos días,
Su Santidad encarga al Inquisidor de Florencia que informe a Galileo en nombre del Santo Oficio, de
que deberá comparecer lo antes posible en el curso del mes de octubre en Roma, ante el Comisario
General del Santo Oficio.
El Papa, Maffeo Barberini el amigo, Urbano VIII, lo había entregado personalmente en manos
del Santo Oficio de la Inquisición, cuyo proceso era irreversible.
Figura 31. Dictaminaron diez jueces. Uno de ellos era hermano del Papa y otro su sobrino.
Aguada de Urbano VIII dando la bendición. Su hermano Antonio sostiene la vela. El tercer
cardenal es su sobrino Francisco, que se abstuvo de votar en el juicio de Galileo.
El monasterio dominicano de Santa María Sopra Minerva era el sitio en que la Santa
Inquisición Romana Universal procedía contra aquellos cuya lealtad estaba en cuestión. Había
sido creada por el Papa Paulo III en 1542, con objeto de contener la difusión de las doctrinas
reformistas, siendo instituida especialmente «contra la depravación herética en toda la
Cristiandad». A partir de 1571, se le había también conferido el poder de juzgar la doctrina
escrita, y había instituido el Indice de Libros Prohibidos. Las reglas de procesamiento eran
estrictas y precisas. Habían sido formalizadas en 1588 y, por supuesto, no eran las reglas de
una corte. El prisionero carecía de una copia de las acusaciones y de la evidencia; además,
carecía de defensor.
Diez jueces dictaminaron en el proceso de Galileo: todos cardenales y todos dominicos. Uno de
ellos era hermano del Papa y otro su sobrino. El juicio fue conducido por el Comisario General
de la Inquisición. El salón en el cual se celebró el juicio de Galileo forma parte actualmente del
86
El mensajero celeste
edificio de Correos de Roma; pero sabemos cómo era su aspecto en 1633: una sala de
reuniones fantasmal del comité de un club de caballeros.
Sabemos también exactamente los pasos recorridos por Galileo hasta llegar a esta situación
crítica. Se inició en aquellos paseos por los jardines en compañía del nuevo Papa, en 1624. Era
obvio que el Papa no permitiría que la doctrina de Copérnico fuera emitida abiertamente. Pero
había otra forma; y en 1625 Galileo empezó a escribir, en italiano, el Diálogo sobre los
grandes sistemas del mundo, en que un orador ponía objeciones a la teoría, mientras que otros
dos, bastante más inteligentes, le respondían.
Pues es un hecho que la teoría de Copérnico no es evidente de por sí. No está claro cómo puede
la Tierra circunvalar el Sol una vez al año, o girar sobre su propio eje una vez al día, sin que
seamos desplazados. No está claro cómo, al dejarse caer un peso desde lo alto de una torre, éste
cae verticalmente sobre una Tierra giratoria. Galileo respondió a estas objeciones, virtualmente
en nombre de Copérnico, fallecido mucho tiempo atrás. Debemos tener muy en cuenta que
Galileo desafió al clero en 1616 y en 1633 en defensa de una teoría que no era propia, sino de
un hombre ya fallecido, porque creía que era verdadera.
Pero en su propio nombre Galileo introdujo en el libro la idea que nos trasmite toda su obra
científica, desde que, en su juventud en Pisa, se había tomado el pulso al tiempo que observaba
un péndulo. Es ésta la noción de que las leyes aquí en la Tierra se extienden al universo hasta
traspasar las esferas de cristal. Las fuerzas en el cielo son de la misma naturaleza que las de la
Tierra, es la aseveración de Galileo; de manera que los experimentos mecánicos que realizamos
aquí nos pueden proporcionar información acerca de las estrellas. Al apuntar su telescopio
hacia la Luna, hacia Júpiter o hacia las manchas solares, ponía fin a la creencia clásica de que
los cielos son perfectos c inmutables y que únicamente la Tierra está sujeta a las leyes del
cambio.
El libro estaba terminado para 1630, y a Galileo no le fue fácil obtener la licencia. Los censores
lo vieron con simpatía, mas pronto se hizo patente que había fuerzas poderosas contra la obra.
Empero, Galileo obtuvo por fin no menos de cuatro imprimatur, y a principios de 1632 se
publicó el libro en Florencia. El éxito fue inmediato, como inmediato fue el desastre para su
autor. Casi al mismo tiempo llegaba de Roma el clamor: «Detened las prensas. Comprad todos
los ejemplares (que para entonces se habían vendido), Galileo deberá venir a Roma a responder
por ello». Y nada que él dijese podía contravenir la orden: su edad (tenía cerca de setenta
años), su enfermedad (que era real), la protección del Gran Duque de Toscana; nada contaba.
Tenía que presentarse en Roma.
Estaba claro que el mismo Papa estaba muy ofendido por el libro. Había encontrado al menos
un pasaje, en que había insistido mucho, en boca del personaje que da la impresión de ser un
simplón. La Comisión Preparatoria del juicio lo afirma tajantemente: la estipulación que yo
cité antes y que era tan importante para el Papa ha sido puesta «in bocca di un sciocco», el
defensor de la tradición al que Galileo puso el nombre «Simplicius». Es posible que el Papa
viera en Simplicius su propia caricatura; seguramente se sintió insultado. Creyó que Galileo se
había burlado de él y que sus propios censores le habían fallado.
Así, el 12 de abril de 1633, Galileo fue traído a esta sala, se sentó a esta mesa y respondió a las
preguntas del Inquisidor. Las preguntas le fueron dirigidas cortésmente en medio de la
atmósfera intelectual que reinaba en la Inquisición: en latín, en tercera persona. ¿Cómo fue
traído a Roma? ¿Es suyo este libro? ¿Por qué decidió escribirlo? ¿Qué contiene su libro? Eran
todas preguntas esperadas por Galileo; esperaba defender su obra. Pero entonces surgió una
pregunta inesperada.
Galileo: Estuve en Roma en el año 1616 porque, teniendo conocimiento de las dudas expresadas sobre
las opiniones de Nicolás Copérnico, me decidí a venir para indagar qué posición era conveniente
adoptar.
87
El mensajero celeste
lnquisidor: Permítasele decir qué fue decidido y qué se le dio a conocer entonces.
Galileo: En el mes de febrero de 1616, el cardenal Bellarmine me expresó que el sostener la opinión de
Copérnico como un hecho comprobado era contrario a las Sagradas Escrituras. Por lo tanto, no podía
ser sostenida ni defendida, en cambio, podía tomarse y emplearse como hipótesis. Para confirmar esto,
conservo un certificado del cardenal Bellarmine, fechado el 26 de mayo de 1616.
lnquisidor: ¿Le fue indicado por otro en aquella ocasión algún otro precepto?
Galileo: Recuerdo que las instrucciones fueron que no debía ni sostener ni defender la dicha opinión. Los
otros dos particulares, es decir, ni enseñarla ni considerarla de cualquier manera, no están expresados
en el certificado en que me apoyo.
lnquisidor: Después del susodicho precepto, ¿obtuvo permiso para escribir el libro?
Galileo: No solicité permiso para escribir este libro en virtud de que consideré que no desobedecía las
instrucciones que me habían sido dadas.
lnquisidor: Cuando solicitó permiso para imprimir el libro, ¿reveló el mandato de la Santa Congregación
del que hablamos?
Galileo: Nada dije cuando solicité permiso para publicarlo, puesto que en el libro no sostenía ni defendía
la opinión.
Galileo contaba con un documento firmado en que sólo se le prohibía sostener o defender la
teoría de Copérnico, tal y como si fuera un hecho demostrado. Era ésta una prohibición
impuesta sobre todo católico de la época. La Inquisición mantenía que existía un documento
que prohibía a Galileo, y sólo a Galileo, el enseñarla de cualquier manera, es decir: aun por
medio de la discusión o especulación o como una hipótesis. La Inquisición no tenía que
mostrar tal documento. No era parte de las reglas del proceso. Pero nosotros tenemos el
documento: se encuentra en los Archivos Secretos, y es manifiestamente una falsificación o,
visto con benevolencia, un borrador para una reunión sugerida pero que fue rechazado. No está
firmado por el cardenal Bellarmine. Ni por los testigos. Ni por el notario. No está firmado por
Galileo para demostrar que lo recibió.
¿Tuvo que rebajarse realmente la Inquisición a utilizar argucias legales, como «sostener o
defender» o «enseñar de cualquier manera», frente a documentos que no resistirían el examen
cuidadoso de cualquier corte legal? Pues, sí, tuvo que hacerlo. No había nada más que hacer. El
libro había sido publicado; había sido aprobado por varios censores Ya podía el Papa
enfurecerse contra los censores (arruinó a su propio secretario por haber ayudado a Galileo).
Pero tenía que crearse una conciencia pública de que el libro sería condenado (aparecería en el
Indice durante doscientos años) debido a un engaño tramado por Galileo. Es por ello que el
juicio evitó cualquier tema sustancial, tanto en el libro como en Copérnico, y se entretuvo con
fórmulas y documentos. Se quería dar la impresión de que Galileo había engañado
deliberadamente a los censores y que había actuado de manera no sólo desafiante sino
deshonesta.
La corte no se volvió a reunir, para nuestra sorpresa, el juicio acabó aquí. No obstante, Galileo
fue traído a esta habitación en dos ocasiones más y se le permitió declarar en su favor; pero no
se le formularon preguntas. Se pronunció la sentencia en una junta de la Congregación del
Santo Oficio presidida por el Papa, determinándose exactamente los pasos a seguir. El
científico disidente tendría que ser humillado; se requería una demostración de gran autoridad
no solamente en la acción sino también en la intención. Galileo tendría que retractarse; y se le
mostrarían los instrumentos de tortura como si fuesen a ser utilizados.
88
El mensajero celeste
Lo que esta amenaza significa para un hombre que se había iniciado como médico, lo podemos
juzgar por el testimonio de un contemporáneo suyo que había sido torturado en el potro y que
había sobrevivido. Se trata del inglés William Lithgow, torturado en 1620 por la Inquisición
española.
Me llevaron al potro y me colocaron sobre él. Mis piernas fueron pasadas por los dos lados del potro de
tres tablones. Me ataron una cuerda a los tobillos. Al avanzar las palancas, la fuerza de mis rodillas
contra los tablones rompió los tendones de mis nalgas y las tapas de mis rodillas se hicieron pedazos.
Mis ojos empezaron a salirse de sus órbitas, de mi boca salía espuma y me castañeteaban los dientes
como redoble de tambor. Me temblaban los labios, mis gemidos eran terribles y la sangre brotaba de mis
brazos, tendones, manos y rodillas. Al ser liberado de tales pináculos de dolor fui echado en el suelo, con
esta incesante imploración: ¡Confiesa! ¡Confiesa!».
Galileo no fue torturado. Sólo, en dos ocasiones, fue amenazado con la tortura. Su imaginación
haría el resto. Este era el objetivo del juicio: el mostrar a los hombres de imaginación que no
estaban inmunes al proceso del temor primitivo, fiero e irreversible. Pero Galileo ya había
decidido retractarse.
Yo, Galileo Galilei; hijo del finado Vincenzo Galilei, florentino, de setenta años de edad, compareciendo
personalmente ante este tribunal, y de rodillas ante vosotros, eminentísimos y reverendísimos señores
cardenales, inquisidores generales contra la depravación herética en toda la Cristiandad, teniendo ante
mis ojos y tocando can mis manos los santos evangelios, juro que siempre he creído, como lo sigo
haciendo y con la ayuda de Dios seguiré creyendo en el futuro todo lo que sostiene, predica y enseña la
Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Pero considerando que, después de un mandato judicial de
éste Santo Oficio, a efecto de que yo abandone la falsa opinión que el Sol es centro del mundo y que es
inamovible, y que la Tierra no es el centro del mundo, y que se mueve, y que no debería sostener,
defender ni enseñar de ninguna manera, verbalmente o por escrito, la susodicha doctrina, y después de
haber sido notificado que tal doctrina contraviene las Sagradas Escrituras, escribí y publiqué un libro en
que discuto esta doctrina, ya condenada, y en el cual presento argumentos que a las claras están a su
favor, sin presentar solución alguna a ellos; y es por esta razón que el Santo Oficio ha pronunciado
vehementemente que soy sospechoso de herejía, es decir, de haber sostenido y creído que el Sol es el
centro del mundo y es inamovible, y que la Tierra no constituye el centro y se mueve.
Por la tanto, deseando borrar de las mentes de vuestras eminencias, así como de las de todos los fieles
cristianos, esta grave sospecha, concebida razonablemente en mi contra, con el corazón contrito e
inquebrantable te, yo abjuro, maldigo y detesto los susodichos errores y herejías, y en general cualquier
otro error y ofensa contrario a la dicha Santa Iglesia; asimismo, juro que en lo futuro nunca expresaré ni
aseveraré, verbalmente o por escrito, nada que pueda dar ocasión a sospecha similar contra mi persona;
y de llegar a tener conocimiento de cualquier herejía o persona sospechosa de herejía, lo denunciaré al
Santo Oficio, o al inquisidor y ordinario del lugar en que me encuentre. Juro y prometo, además, acatar
y observar íntegramente todas las penitencias que me hayan sido o me sean impuestas por este Santo
Oficio. Y, en caso de contravenir (¡que Dios no lo permita!) cualquiera de éstas mis promesas, protestas
y juramentos, me someteré a todas las penas y penitencias impuestas y promulgadas por los sagrados
cánones y otras constituciones, en general y en particular, contra tales delincuentes. Así sea con la ayuda
de Dios y estos santos evangelios que sostengo con mis manos.
Yo, el antedicho Galileo Galilei, he abjurado, jurado, prometido y me he obligado a cumplir lo que antes
he declarado y como testimonio de la verdad aquí manifestada, he escrito con mi propia mano el
presente documento de mi abjuración, y leídolo palabra por palabra en Roma, en el Convento de
Minerva, este vigésimo segundo día de junio de 1633. Yo Galileo Galilei, he abjurado, con mi propia
mano, como antes lo he declarado.
Galileo fue confinado por el resto de su vida en su propia villa en Arcetri, cerca de Florencia,
bajo estricto arresto domiciliario. El Papa era implacable. Nada se publicaría. La doctrina
prohibida no sería discutida. Galileo no podía ni siquiera hablar con protestantes. El resultado,
a partir de entonces, fue el silencio entre los científicos católicos de todas partes. El más grande
de los contemporáneos de Galileo, René Descartes, dejó de publicar en Francia y se marchó
finalmente a Suecia.
Galileo determinó hacer una cosa. Iba a escribir el libro que el proceso había interrumpido: el
89
El mensajero celeste
libro sobre las Nuevas ciencias, que trataría sobre física, no en las estrellas sino en relación con
la materia aquí en la Tierra. Lo terminó en 1636, o sea tres años después del juicio, siendo un
anciano de setenta y dos años. Por supuesto que no lo pudo publicar, hasta que finalmente
algunos protestantes de Leyden, en los Países Bajos, lo imprimieron dos años después. Para
entonces Galileo estaba completamente ciego. Escribió sobre sí mismo:
¡Ay de mí!... Galileo, tu devoto amigo y siervo, lleva un mes total e incurablemente ciego; de modo que
este cielo, esta tierra, este universo, que merced a mis notables observaciones y claras demostraciones he
aumentado a cien, no, a mil veces más allá de los límites universalmente aceptados por los sabios de
todas las épocas anteriores, se han reducido para mí al estrecho alcance de mis propias sensaciones
corporales.
Entre aquellos que visitaron a Galileo en Arcetri estaba el joven poeta John Milton, de
Inglaterra, quien se preparaba para su obra cumbre, un poema épico que había planeado.
Resulta irónico que cuando Milton llegó a escribir el gran poema, treinta años después, estaba
completamente ciego, y también dependía de la ayuda de sus hijos para terminarlo.
Al final de su vida, Milton se identificaba a sí mismo con Sansón Agonistes, Sansón entre los
filisteos,
quien destruyó el imperio filisteo en el instante de su muerte. Y fue eso lo que hizo Galileo,
contra su propia voluntad. El resultado del proceso y de la confinación impuso un alto total a la
tradición científica en el Mediterráneo. A partir de ese momento, la Revolución Científica se
trasladó al norte de Europa. Galileo murió, prisionero aún en su casa, en 1642. El día de
Navidad de aquel mismo año, en Inglaterra, nació Isaac Newton.
90
El mecanismo majestuoso
7 EL MECANISMO MAJESTUOSO
Cuando Galileo escribió las páginas iniciales del Diálogo sobre dos grandes sistemas del
mundo, hacia 1630, dijo en dos ocasiones que la ciencia italiana (y el comercio) estaba en
peligro de ser desplazada por sus rivales septentrionales. Qué cierta resultó esa profecía. El
hombre que más tenía él en mente era el astrónomo Johannes Kepler, quien se trasladó a Praga
en el año 1600, a los veintiocho años de edad, y pasó allí sus años más productivos. Descubrió
las tres leyes que convirtieron el sistema copernicano de una descripción general del Sol y de
los planetas en una fórmula matemática precisa.
Kepler demostró primero que la órbita de un planeta sólo es aproximadamente circular; es una
amplia elipse en que el Sol se ubica ligeramente descentrado, en uno de los focos. Segundo,
que un planeta no viaja a velocidad constante: lo que es constante es la razón a la cual la línea
que une al planeta con el Sol barre el área que se encuentra entre su órbita y el Sol. Y tercero,
que el tiempo que invierte un planeta particular en recorrer su órbita – su año – aumenta con su
distancia (promedio) del Sol de manera absolutamente exacta.
Así estaban las cosas cuando nació Isaac Newton en 1642, el día de Navidad. Kepler había
muerto doce años atrás, Galileo en ese mismo ano. Y no sólo la astronomía sino toda la ciencia
permanecía estática hasta el arribo de una mente nueva que percibía el paso crucial desde las
descripciones que habían servido en el pasado hasta las explicaciones dinámicas y causales del
futuro.
Hacia el año 1650; el centro de gravedad del mundo civilizado se había mudado de Italia a la
Europa septentrional. La razón obvia es que las rutas comerciales del mundo habían cambiado
a raíz del descubrimiento y explotación de América. Ya no era el Mediterráneo lo que significa
su nombre: centro del mundo. El centro del mundo se había transferido hacia el norte, como
había advertido Galileo, a las costas del Atlántico. Y con un comercio diferente apareció un
enfoque político diferente, en tanto que Italia y el Mediterráneo seguían siendo regidos por
autocracias.
Cuando Newton nació en casa de su madre en Woolsthorpe, en 1642, había fallecido su padre
unos meses antes. Al poco tiempo, su madre volvió a casarse y dejó a Newton al cuidado de
una abuela. No era precisamente un niño sin hogar, y sin embargo, a partir de entonces, no
volvió a dar muestras de la intimidad que se adquiere en el seno familiar. Durante toda su vida
dio la impresión de ser un desamado. Jamás se casó. Nunca pareció capaz de entregarse al calor
que hace que los logros sean la consecuencia natural del pensamiento afinado en compañía de
los demás. Por el contrario, las consecuciones de Newton fueron solitarias, pues siempre temía
que otros se las robasen como (acaso pensaba) le habían robado a su madre. Desconocemos
casi por completo su vida escolar y universitaria.
91
El mecanismo majestuoso
Los dos años que siguieron a la graduación de Newton en Cambridge – 1665 y 1666 – fueron
años de epidemias; de la peste y, cuando la universidad se cerraba, Newton pasaba el tiempo en
su hogar. Su madre había enviudado y regresado a Woolsthorpe. Aquí descubrió Newton su
mina de oro: la matemática. Ahora que sus cuadernos han sido estudiados, está claro que no
había sido bien enseñado y que había tenido que adquirir empíricamente la mayor parte de sus
conocimientos matemáticos. Después se encauzó hacia los descubrimientos originales. Inventó
las fluxiones, que actualmente denominamos cálculo. Newton reservó las fluxiones como su
arma secreta; descubría los resultados con ellas, mas los anotaba en matemática convencional.
Deduje que las fuerzas que mantienen a los planetas en sus órbitas deben ser recíprocas a los cuadrados
de su distancia de los centros alrededor de los que giran; y, por tanto, comparé la fuerza que se requiere
para mantener a la Luna en su órbita con la fuerza de gravedad en la superficie de la Tierra, y encontré
que corresponden bastante aproximadamente.
Cuando los cálculos salen así de bien, uno sabe, al igual que Pitágoras, que un secreto de la
naturaleza se le ha descubierto en la palma de la mano. Una ley universal rige el mecanismo
majestuoso de los cielos, en que el movimiento de la Luna constituye un suceso armonioso. Es
una llave que uno ha introducido en el cerrojo y a la que ha dado la vuelta, y la naturaleza ha
cedido en cifras la confirmación de su estructura. Mas, si ese uno es Newton, no lo publica.
El primer trabajo que Newton publicó fue sobre óptica. Fue ideado como todas sus grandes
ideas «durante los dos años de epidemia de la peste de 1665 y 1666, ya que en ese entonces
estaba en la cumbre de mi etapa inventiva». Newton no estaba entonces en su casa, sino en
Trinity, adonde había regresado durante un breve intervalo de menor intensidad de la epidemia
de peste.
Es curioso encontrar que un hombre al que consideramos como el maestro de la explicación del
universo material haya empezado experimentando con la luz. Hay dos razones que lo explican.
La primera y principal es que se vivía en un mundo marítimo, en el que los mejores cerebros de
Inglaterra se ocupaban de todos los problemas que plantea la conquista de los mares. Los
hombres como Newton no creían estar realizando una investigación técnica, por supuesto; ésta
hubiera sido una explicación demasiado ingenua de sus intereses. Sentían atracción por los
temas que habían sido polemizados por sus predecesores importantes, como ha ocurrido
siempre con los jóvenes. El telescopio era un problema saliente en ese entonces. Y, de hecho,
Newton se dio cuenta por vez primera del problema de los colores en la luz blanca cuando
pulía unas lentes para su propio telescopio.
Mas resulta evidente que debajo de esto yace una razón más fundamental. Los fenómenos
físicos consisten siempre en una interacción de la energía con la materia. Podemos ver la
materia merced a la luz; somos conscientes de la presencia de la luz por su interrupción por la
materia. Y esta idea constituye el mundo de todo físico notable, que encuentra que no puede
92
El mecanismo majestuoso
En 1666 Newton empezó a considerar qué causaba las franjas que aparecen en el borde de una
lente, y observó el efecto simulándolo por medio de un prisma. Los bordes de cada lente
constituyen un pequeño prisma. Ahora bien, el hecho de que un prisma produce luces de
colores es un lugar común, cuando menos tan antiguo como Aristóteles. Pero, por desgracia,
igualmente antiguas eran las explicaciones de la época, pues no eran análisis cualitativos.
Afirmaban simplemente que la luz blanca atraviesa el vidrio y que se oscurece un poco al pasar
por el extremo angosto, de manera que se convierte únicamente en roja; que se oscurece un
poco más donde el vidrio sea más grueso, por lo cual se torna verde; que se oscurece aún más
en el punto de mayor grosor del cristal, por lo cual se convierte en azul. ¡Maravilloso!, pues
aunque esta secuencia no explica absolutamente nada, suena plausible. El aspecto obvio que no
explica, como Newton señaló, se hizo evidente por sí mismo en el momento en que Newton
permitió el paso de la luz solar por una hendidura, para atravesar después el prisma. Fue lo
siguiente: la luz solar entra en forma de un disco circular, pero sale en una forma elongada.
Era sabido por todos que el espectro era de forma elongada; esto mismo había sido conocido
durante el último milenio, de algún modo, por aquellos que habían tenido la curiosidad de
observarlo. Pero se requería una mente poderosa como la de Newton para romperse la cabeza
en explicar lo obvio. Y Newton afirmaba que lo obvio es que la luz no se modifica; la luz se
separa físicamente. Este es un concepto fundamentalmente nuevo en la explicación científica,
totalmente inaccesible a sus contemporáneos. Robert Hooke argumentaba con él, todos los
físicos argumentaban con él; hasta que Newton se hartó de todas las polémicas y escribió a
Leibniz.
Estuve tan acosado con todas las discusiones surgidas a raíz de la publicación de mi teoría de la luz, que
culpé a mi propia imprudencia de haber sacrificado una bendición tan sustancial como es mi propia
tranquilidad para perseguir una sombra.
No tengo intención de indagar más en asuntos de filosofía y, por tanto, espero que usted no lo tome a mal
si nunca me vuelve a encontrar haciendo más en ese aspecto.
Pero empecemos por el principio, con las propias palabras de Newton. En 1666
me procuré un prisma triangular de vidrio, para estudiar los celebrados fenómenos de los colores. Y
habiendo con este fin oscurecido mi alcoba y hecho un pequeño agujero en las contraventanas, para
admitir una cantidad conveniente de luz solar, coloqué mi prisma frente al haz de luz de modo que éste
pudiera ser refractado a la pared opuesta. A1 principio, fue muy divertido observar los colores intensos y
vívidos que por este medio se producían; pero después me dediqué a considerarlos más seriamente, y me
sorprendió ver que era oblonga su forma, la que, de acuerdo con las leyes establecidas de la refracción,
sería de esperarse que fuera circular.
Y vi... que la luz, que tendía hacia [un] extremo de la imagen, sufría una refracción considerablemente
mayor que la que tendía hacia el otro. Así se percibía que la verdadera causa de la longitud de esa
imagen era precisamente que la luz consiste de rayos de refractibilidad diferente, los cuales, sin
considerar su diferencia de incidencia, eran, de acuerdo con su grado de refractibilidad, transmitidos
hacia puntos diferentes de la pared.
Ya estaba explicada la elongación del espectro; era causada por la separación y dispersión de
los colores. El azul se desvía o se refracta más que el rojo, y eso constituye una propiedad
absoluta de los colores.
Después coloqué otro prisma de modo tal que la luz pudiese pasar también a través de él y ser refractada
de nuevo antes de proyectarse en la pared. Hecho esto, tomé en la mano el primer prisma y lo giré
lentamente sobre su propio eje, haciendo que las distintas partes de la imagen pasaran sucesivamente, de
manera que yo pudiese observar en qué puntos de la pared las refractaría el segundo prisma.
93
El mecanismo majestuoso
Cuando cualquier tipo de rayo se separaba de los demás, tal rayo retenía obstinadamente su color, a
pesar de mis empeñados esfuerzos por cambiarlo.
Esto destruye la creencia tradicional; pues si la luz fuese modificada por e1 vidrio, el segundo
prisma debería producir colores nuevos y convertir el rojo en verde o azul. Newton lo
denominó experimento crítico. Este demostró que, una vez que los colores están separados por
la refracción, ya no pueden modificarse más.
He refractado la luz con prismas y he reflejado con ella cuerpos que a la luz del día eran de otros
colores; he interceptado la luz con la capa coloreada de aire entre dos placas comprimidas de vidrio; la
he transmitido a través de medios coloreados y de medios irradiados con otras clases de rayos;
terminando de diversas formas; y aún así nunca pude producir otro color nuevo.
Pero la composición más maravillosa y sorprendente fue la de la blancura. No hay ninguna clase de
rayos que por sí solos puedan manifestar esto. Se encuentra siempre compuesta, y en su composición se
requiere la participación de todos los susodichos colores primarios mezclados en la proporción
adecuada. Con frecuencia he observado con admiración que, al hacer que todos los colores del prisma
converjan, por tanto, se vuelvan a mezclar, reproducen una luz entera y perfectamente blanca.
En vista de lo cual puede aseverarse que la blancura es el color usual de la luz, puesto que ésta es un
agregado confuso de rayos imbuidos con toda suerte de colores, en virtud de ser disparados
indiscriminadamente de las distintas partes de los cuerpos luminosos.
Esta carta fue escrita a la Royal Society poco después de ser Newton elegido miembro en 1672.
Se había destacado como pionero de un nuevo estilo de experimentación, que entendía cómo
formar una teoría y cómo probarla definitivamente contra otras alternativas. Estaba bastante
ufano de sus realizaciones.
Un naturalista apenas esperaría que la ciencia de los colores resultara ser matemática; no obstante, me
atrevo a afirmar que hay tanta certidumbre en esta como en cualquier otra parte de la óptica.
Newton empezaba a tener tanta fama en Londres como en la universidad; y un sentido del color
parecía difundirse en el mundo metropolitano, como si el espectro esparciera su luz sobre las
sedas y las especias que los mercaderes traían a la capital.
La paleta de los pintores se hizo más variada, se despertó el gusto por los multicolores objetos
orientales y se hizo natural el uso de múltiples y coloridos vocablos. Esto se nota claramente en
la poesía de la época. Alexander Pope, quien contaba dieciséis años cuando Newton publicó su
Optica, era sin duda un poeta menos voluptuoso que Shakespeare y, sin embargo utilizó tres o
cuatro veces más palabras referentes a colores que Shakespeare, y las usa diez veces más
frecuentemente. Por ejemplo, la descripción que hace Pope de los peces del Támesis,
Una fama metropolitana significaba, inevitablemente, nuevas controversias. Los resultados que
Newton esbozó en cartas a científicos londinenses fueron divulgados. Así se inició una larga y
amarga disputa, a partir de 1676, con Gottfried Wilhelm Leibniz, concerniente a la prioridad en
el descubrimiento del cálculo. Newton nunca aceptaría que Leibniz, un reconocido matemático,
lo hubiera concebido independientemente.
94
El mecanismo majestuoso
profesoral dedicada a los estudios privados. Pero, a fin de cuentas, de haber rehuido el alboroto
de los científicos londinenses, éstos le habrían seguido hasta Cambridge para debatir con él.
Después de estar un tiempo reunidos, el doctor (Halley) le pidió su opinión acerca de la curva que los
planetas deben describir, suponiendo que la fuerza de atracción hacia el Sol sea recíproca al cuadrado
de la distancia entre ambos. Sir Isaac respondió inmediatamente que debería ser una elipse. El doctor,
lleno de sorpresa y regocijo, le preguntó que cómo lo sabía. «Pues», dijo, «porque lo he calculado». En
ese momento, el Dr. Halley le solicito sus cálculos sin ninguna demora. Sir Isaac buscó infructuosamente
entre sus papeles; pero le prometió rehacer e1 cálculo y enviárselo posteriormente.
Transcurrieron tres años, desde 1684 hasta 1687, antes de que Newton desarrollase la prueba,
la que dio por resultado los Principios. Halley promovió, consiguió por medio de halagos y
hasta financió los Principios, aceptados por Samuel Pepys, como presidente de la Royal
Society, en 1687.
Al tratarse de un sistema del mundo, y como era natural, causó sensación desde el momento de
su publicación. Es una descripción maravillosa del mundo, condensada en un solo grupo de
leyes. Pero mucho más que esto, marca un hito del método científico. Consideramos la
presentación de la ciencia como una serie de proposiciones, una tras otra, derivadas de la
matemática de Euclides. Y así es. Pero sólo cuando Newton la convirtió en sistema físico, al
cambiar el estado estático de la matemática por el dinámico, empezó efectivamente el método
científico moderno a ser riguroso.
Y en el libro podemos ver hasta cuáles fueron los escollos que le impidieron continuar estos
estudios, después de lo bien que había salido su determinación de la órbita de la Luna. Por
ejemplo, estoy convencido de que uno de ellos fue el no poder resolver el problema de la
Sección 12: «¿Cómo atrae una esfera a una partícula?» En Woolsthorpe, había hecho cálculos
aproximados, tratando a la Tierra y a la Luna como partículas. Pero ambas (así como el Sol y
los planetas) son grandes esferas; ¿puede reemplazarse con precisión la atracción gravitacional
entre ambos por una atracción entre sus centros? Sí, pero sólo (lo que resulta irónico) en el caso
de atracciones que decrecen a razón del cuadrado de la distancia. Y en esto podemos apreciar
las inmensas dificultades matemáticas que Newton tuvo que vencer antes de poder publicar.
Cuando era desafiado con cuestiones como, «No ha explicado usted por qué actúa la
gravedad», «No ha explicado usted cómo se efectúa la acción a distancia», o incluso, «No ha
explicado usted por qué se comportan así los rayos de luz», siempre respondía en los mismos
términos: «Yo no formulo hipótesis». Con lo cual quería decir: «Nada tengo que ver con la
especulación metafísica. Yo formulo una ley y derivo los fenómenos de ella». Esto fue
exactamente lo que afirmó en su libro de óptica, y precisamente lo que no fue comprendido por
sus contemporáneos como una nueva visión de la óptica.
Ahora bien, si Newton hubiera poseído un carácter sencillo; aburrido, prosaico, todo eso se
explicaría fácilmente. Pero deseo hacer notar que no era así. Poseía realmente un
temperamento extraordinario, verdaderamente impetuoso. Practicaba la alquimia. Escribió,
secretamente, tomos enormes acerca del Libro de la Revelación. Estaba convencido de que la
ley de los cuadrados inversos se podía hallar, efectivamente, en Pitágoras. Y para un hombre de
tales características, que en privado estaba imbuido de estas especulaciones metafísicas y
místicas, descabelladas, el presentar este rostro público y afirmar, «Yo no formulo hipótesis»,
resulta una expresión extraordinaria de su carácter secreto. William Wordsworth escribió en El
preludio esta vívida frase que lo describe perfectamente,
95
El mecanismo majestuoso
Su rostro público tenía mucho éxito. Naturalmente, Newton no pudo ser ascendido en la
universidad, ya que era unitario – no aceptaba la doctrina de la Trinidad que incomodaba tanto
a los científicos de la época –. Por lo mismo no podía convertirse en clérigo y, en
consecuencia, tampoco podía aspirar a ser Maestro de Colegio. Así, en 1696, Newton se
marchó a Londres a la Casa de la Moneda. Con el tiempo, se convirtió en Maestro de ésta.
Después de la muerte de Hooke, aceptó la presidencia de la Royal Society en 1703. Fue
armado caballero por la Reina Ana; en 1705. Y hasta su muerte, en 1727, dominó el panorama
intelectual londinense. El niño provinciano resultó un éxito.
Lo lamentable es que yo creo que fue un éxito, pero no según su propio criterio, sino el del
siglo XVIII. Es triste que Newton aceptara el criterio de esa sociedad, cuando estuvo dispuesto
a convertirse en dictador de los concilios del establecimiento y contarlo como un éxito.
Un dictador intelectual no es una figura simpática aunque se haya elevado a partir de humildes
orígenes. No obstante, en sus escritos privados Newton no era tan arrogante como su
apariencia pública, tan frecuente y variadamente representada, le hacía parecer.
El explicar toda la naturaleza constituye una tarea demasiado difícil para cualquier hombre y aun para
cualquier época. Es mucho mejor hacer un poco con certidumbre, y dejar el resto para los que vengan
después de ti, que explicar todas las cosas.
Y en una frase más conocida expone lo mismo, con menos precisión pero con un matiz de
patetismo.
Desconozco lo que yo pueda parecer al mundo; pero me parece a mí que sólo he sido como un niño
jugando en una playa, que se divierte al encontrar de vez en cuando una guija más lisa o una concha más
bonita que de costumbre, en tanto que el enorme océano de la verdad yace ante él sin ser descubierto.
Figura 32. Nos parece irreverente el que Newton haya sido durante su vida objeto de sátiras.
Caricatura de la época satirizando la teoría de la gravedad de Newton.
96
El mecanismo majestuoso
En la época en que Newton contaba más de setenta años, se realizaba poco trabajo
verdaderamente científico en la Royal Society. La Inglaterra del reinado de los Jorges se
preocupaba por las finanzas (estos años corresponden a la controversia acerca de los mares del
sur), por la política y por el escándalo. Hombres de negocios ambiciosos se daban cita en los
cafés para crear empresas que explotarían inventos ficticios. Los escritores satirizaban a los
científicos, en parte por rencor, en parte por motivos políticos, ya que Newton era un pilar de
las instituciones gubernamentales.
Fósil: He ofrecido a Lady Longfort mi fragmento de etites. La pobre dama está por abortar y me alegro
de habérselo prometido. ¡Ah!¡Quién está aquí! No me agrada el aspecto del fulano. Pero no debo ser
demasiado riguroso.
Fósil: Illustrissime domine – non ussus sum loquere Latinam – si no podéis hablar inglés no podremos
sostener una conversación lingual.
Plotwell: No puedo hablar más que un poco de inglés. Mucho he oído de la fama de una gran luminaria
de todas las artes y ciencias, del ilustre doctor Fósil. Querría entablar comunicación (como la llamáis) e
intercambiar algunas de mis cosas por alguna de las suyas.
Fósil: Tabaquera.
Fósil: ¿Y qué?
Plotwell: ¿Y qué? Yo mismo elaboro ese oro, del plomo del gran templo de Cracovia.
Fósil: Tened cuidado con lo que aseveráis. La volatilización del oro no es un proceso obvio.
Plotwell: No necesito informar al ilustre doctor Fósil de que todos los metales no son sino oro inmaduro.
97
El mecanismo majestuoso
Fósil: Habláis como un filósofo. Y en consecuencia debería de haber una ley parlamentaria contra la
explotación de las minas de plomo, así como contra el cortar la madera verde.
Las referencias científicas surgen ahora con rapidez: hasta el complejo problema de hallar la
longitud en alta mar, hasta la invención de las fluxiones o del. cálculo diferencial,
Fósil: La mayor cantidad que jamás he conocido son tres cuartos al día.
Nos parece irreverente el que Newton fuese en vida objeto de sátiras, así como de fuertes
críticas. Pero es un hecho que toda teoría, por majestuosa que sea, contiene suposiciones
ocultas susceptibles al desafío y, de hecho, con el tiempo se hace necesario el reemplazarlas. Y
la teoría de Newton, bella por su aproximación a la naturaleza, estaría propensa a ese mismo
defecto. Newton lo reconocía así. Su primera suposición fue ésta que él afirmó a1 principio,
«Considero que el espacio es absoluto». Con ello quería decir que el espacio es por doquiera
plano e infinito como lo es en nuestro propio barrio. Y Leibniz criticó esto desde un principio,
y con razón. Después de todo, esto no es probable ni siquiera en nuestra propia experiencia.
Estamos habituados a vivir localmente en un espacio plano; pero en cuanto nos enfrentamos
con la magnitud de la Tierra, sabemos que esto no es tan contundente.
La tierra es esférica; así que un punto del polo norte puede ser visto por dos observadores
desde el ecuador, muy distantes entre sí, pudiendo cada uno de ellos afirmar, «Estoy mirando
hacia el norte». Tal estado de cosas resulta inconcebible para el habitante de una tierra plana, o
para quien cree que toda la tierra es tan plana como le parece desde cerca. En realidad, Newton
se estaba comportando como creyente en una tierra plana a escala cósmica: navegando en el
espacio con una regla en una mano y un reloj de bolsillo en la otra, midiendo el espacio como
si fuese igual aquí y en todas partes. Y esto no es necesariamente así.
No es que el espacio tenga que ser esférico en todas partes, es decir; que posea una curvatura
positiva. Puede ser que el espacio sea abultado y ondulado localmente. Podemos concebir un
tipo de espacio que tenga puntos de silla de montar, sobre los cuales se deslicen cuerpos
masivos con mayor facilidad en algunas direcciones que en otras. Los movimientos de los
cuerpos celestes deben seguir siendo iguales, por supuesto; podemos verlos y nuestras
explicaciones deben ajustarse a ellos. Mas las explicaciones corresponderían entonces a una
clase diferente. Las leyes que rigen a la Luna y a los planetas serían geométricas y no
gravitacionales.
Todo eso era en ese entonces especulación para un futuro lejano, e, incluso si hubiera sido
promulgado, los matemáticos de la época hubieran sido incapaces de versar sobre ello. Mas las
mentes clarividentes y filosóficas estaban conscientes de que, al concebir el espacio como una
gran red, Newton había conferido a nuestra percepción de las cosas una simplicidad irreal. En
contraste, Leibniz había expresado las proféticas palabras: «Yo concibo el espacio como algo
puramente relativo, como lo es el tiempo».
98
El mecanismo majestuoso
Figura 33. Podemos concebir un tipo de espacio que tenga puntos de silla de montar.
Gráfica de computadora de la inversión de una esfera para producir una curvatura negativa.
La segunda ayuda esencial para fijar la posición era el mejoramiento del reloj. Este se convirtió
en el símbolo maestros albañiles de la Edad Media. Es agradable pensar que el reloj tal y como
lo conocemos, ese marcapaso sujetado a nuestro pulso, ese dictador de bolsillo de la vida
moderna, haya inspirado la destreza artesanal desde la Edad Media, de manera pausada. Los
fabricantes de relojes de aquel tiempo no deseaban saber la hora del día, sino reproducir los
movimientos de las estrellas.
99
El mecanismo majestuoso
hubieran repicado el aleluya al unísono. Y sin embargo, justamente después de 1900, en Berna,
a memos de ciento cincuenta metros de la antigua torre del reloj, se instaló un joven que habría
de cambiarlo todo en pocos años: Albert Einstein.
Las teorías sobre el tiempo y la luz estaban ya a punto de desplomarse. Fue en 1881 que Albert
Michelson realizó un experimento (el cual repitió con Edward Morley seis años después) en
que dirigió la luz en direcciones diferentes, y se sorprendió al descubrir que, aunque moviese el
aparato, la velocidad de la luz no sufría ningún cambio. Este fenómeno iba en contra de las
leyes de Newton. Y por ese pequeño soplo en el corazón de la física, hacia 1900, los científicos
empezaran a dudar y a inquietarse.
Figura 34. El universo de Newton funcionó sin problemas cerca de doscientos años. Si su
fantasma se hubiese presentado en Suiza en cualquier momento antes de 1900, todos los relojes
hubieran repicado el aleluya al unísono. Las teorías sobre el tiempo y la luz estaban ya a punto
de desplomarse.
Torre del reloj de Berna.
100
El mecanismo majestuoso
La idea de Einstein cuando adolescente era ésta: «¿Cómo se vería el mundo si yo viajase en un
rayo de luz?» Supongamos que este tranvía se va alejando del reloj en el mismo haz de luz
mediante el cual vemos la hora que marca el reloj. Entonces, por supuesto, el reloj estaría fijo
en el espacio. Yo, el tranvía, esta caja viajando sobre el rayo de luz estaría fija en el tiempo. El
tiempo se detendría.
Permítaseme aclarar lo anterior. Supongamos que el reloj indica «mediodía» cuando parto. Me
alejo ahora 300.000 kilómetros de él a la velocidad de la luz; esto me deberá llevar un segundo.
Pero la hora del reloj, como yo la veo, sigue marcando «mediodía», porque el haz de luz que
procede del reloj tarda exactamente lo mismo que yo en llegar. Por lo que respecta al reloj
como yo lo veo y al universo dentro del tranvía, al mantenerme a la velocidad de la luz me he
resguardado del paso del tiempo.
Tales paradojas ponen en claro dos cosas. Una evidente: no existe el tiempo universal. Y otra
más sutil: es muy diferente la experiencia del viajero a la del que queda atrás, así como la de
cada uno de nosotros en su propia trayectoria. Son consistentes mis experiencias dentro del
tranvía: descubro las mismas leyes, las mismas relaciones entre tiempo, distancia, velocidad,
masa y fuerza, que descubren todos los demás observadores. Mas los valores reales que
obtengo para el tiempo, la distancia y demás, no son los mismos que obtiene el hombre que
permanezca en el pavimento.
101
El mecanismo majestuoso
Este es el meollo del Principio de la Relatividad. Y la pregunta automática es, «Bien, pero,
¿qué es lo que mantiene juntas su caja y la mía?» El paso de la luz: la luz es el vehículo de
información que nos une. Y por ello el hecho experimental crucial que constituye un enigma
desde 1881 es que cuando intercambiamos señales descubrimos que la información pasa entre
nosotros siempre a la misma velocidad. Obtenemos siempre el mismo valor para la velocidad
de la luz. Y entonces, naturalmente, tiempo, espacio y masa deberán. ser diferentes para cada
uno de nosotros, pues deberán proporcionar, consistentemente, las mismas leyes para mi, aquí
en el tranvía, que para el hombre parado afuera, no obstante, el mismo valor para la velocidad
de la luz.
La luz y las otras radiaciones son señales que se esparcen a partir de un suceso, como un
murmullo, por todo el universo, y no hay otra forma en que la noticia del suceso pueda
diseminarse que aquellas. La luz o la onda de radio o los rayos X constituyen el portador ideal
de noticias o mensajes, formando una red de información básica que une al universo material.
Aunque el mensaje que queremos enviar sea simplemente la hora, no podemos enviarlo de un
lugar a otro con mayor celeridad que por medio de la luz o de la onda de radio que la
transporta. No existe tiempo universal para el mundo, ni señal del meridiano de Greenwich por
la cual ajustar nuestros relojes, de no contar inextricablemente con la velocidad de la luz.
En esta dicotomía, algo tiene que ceder. Pues la trayectoria de un rayo de luz (como la
trayectoria de una bala) no parecerá igual a un observador casual que a quien lo disparó en
pleno movimiento. La trayectoria parecerá más larga al observador; y, en consecuencia, el
tiempo que tarda la luz en recorrer su trayectoria le deberá parecer mayor, si ha de obtener el
mismo valor por la velocidad.
¿Es esto cierto? Sí Sabemos ahora bastante acerca de los procesos cósmicos y atómicos como
para apreciar que esto es cierto a altas velocidades. Si yo estuviese viajando efectivamente a,
digamos, la mitad de la velocidad de la luz, entonces la duración del viaje en tranvía de
Einstein, que yo he percibido en mi reloj como poco más de tres minutos, sería medio minuto
más larga para el observador en el pavimento.
102
El mecanismo majestuoso
Vamos a acelerar el tranvía a la velocidad de la luz para constatar las apariencias. El efecto de
la relatividad es el de cambiar de forma a las cosas. (Existen también cambios de color, pero no
se deben a la relatividad) Los tejados de los edificios parecen inclinarse hacia dentro y hacia
adelante. Los edificios parecen estar más apretujados. Estoy viajando horizontalmente, de
modo que las distancias horizontales parecen más cortas; pero las alturas permanecen iguales.
Los automóviles y la gente se distorsionan de igual manera: esbeltos y altos. Y lo que para mí
es real al mirar hacia fuera es real para el hombre de afuera mirando hacia dentro. El mundo de
relatividad de Alicia en el país de las maravillas es simétrico. El observador ve el tranvía
aplastado contra sí: esbelto y alto.
Esta es, evidentemente, una visión del mundo completamente distinta de la que Newton tenía.
Para Newton, el tiempo y el espacio formaban un esquema absoluto, dentro del cual los
sucesos materiales del mundo seguían su curso con imperturbable orden. Su visión del mundo
partía de la perspectiva de Dios: el mundo parece igual a todo observador, doquiera que se
encuentre o como quiera que viaje. En contraste, la visión de Einstein es la visión del hombre,
en la cual lo que yo veo y lo que usted ve es relativo a cada cual, es decir: a nuestra propia
ubicación y velocidad. Y esta relatividad no puede ser eliminada. No podemos saber lo que es
el mundo en sí mismo, pues sólo podemos comparar cómo nos parece a cada uno de nosotros,
mediante el procedimiento práctico del intercambio de mensajes. Yo en mi tranvía y usted en
su silla no podemos compartir una visión divina e instantánea de los sucesos; sólo podemos
comunicar el uno al otro nuestras propias visiones. Y la comunicación no es instantánea; no
podemos suprimir el lapso de tiempo básico de todas las señales, que es establecido por la
velocidad de la luz.
Figura 37. No existe tiempo universal para el mundo, ni señal del meridiano de Greenwich por la cual ajustar
nuestros relojes, de no contar inextricablemente con la velocidad de la luz. El observador en el pavimento ve el
tranvía estacionado a la izquierda sin distorsión. Percibe los otros dos tranvías como altos y angostos: porque se
mueven a gran velocidad. Uno se ve azul porque se mueve hacia él, y el otro rojo porque se está alejando; pero estos
no son efectos de la relatividad. El observador en el tranvía estacionado ve las casas sin distorsión, en el tranvía en
movimiento las ve altas y angostas.
Por las tardes en el café Bollwerk solía hablar un poco con sus colegas sobre física. Fumaba
103
El mecanismo majestuoso
cigarros y bebía café. Pero era un hombre que pensaba por sí mismo. Llegó a la médula de la
cuestión, que es, «¿Cómo ocurre en realidad la comunicación, no entre los físicos, sino entre
los seres humanos? ¿Qué señales nos enviamos de uno otro? ¿Cómo llegamos al
conocimiento?».
Esta es la esencia de todos sus trabajos, ese desdoblamiento del corazón del conocimiento, casi
pétalo por pétalo.
Así que su gran trabajo de 1905 no trata únicamente de la luz ni, como su título indica, La
electrodinámica de los cuerpos en movimiento. Continúa en ese mismo año en un post
scriptum en que afirmaba que la energía y la masa son equivalentes, E = mc2. Es para nosotros
algo extraordinario que el primer informe sobre la relatividad haya acarreado instantáneamente
una predicción devastadora y práctica de la física atómica. Para Einstein, era simplemente parte
de la unificación del mundo; como Newton y todos los científicos pensadores, él era en el
fondo unitario. Esto proviene de una profunda percepción de los procesos de la propia
naturaleza, pero particularmente de las relaciones entre el hombre, el conocimiento y la
naturaleza. La física no son sucesos sino observaciones. La relatividad es la comprensión del
mundo no como sucesos sino como relaciones.
Einstein recordaba aquellos años con satisfacción. Años después, dijo a mi amigo Leo Szilard,
«Fueron los años más felices de mi vida. Nadie esperaba que yo pusiera huevos de oro». Por
supuesto, siguió poniendo huevos de oro: efectos cuánticos, relatividad general, la teoría de
campos. Con ellos vino la confirmación de los trabajos iniciales de Einstein, así como la
cosecha de sus predicciones. En 1915 había predicho, en la Teoría general de la Relatividad,
que el campo gravitacional cercano al Sol causaría que un rayo oblicuo de luz se desviara hacia
dentro, como una distorsión espacial. Dos expediciones enviadas por la Royal Society al Brasil
y a la costa occidental de Africa probaron la predicción durante el eclipse del 29 de mayo de
1919. Para Arthur Eddington, a cargo de la expedición a Africa, la primera medición de las
fotografías tomadas a la sazón permaneció para siempre en su memoria como el momento más
importante de su vida. Los miembros de la Royal Society se apresuraron a comunicarse las
nuevas entre sí; Eddington por telegrama al matemático Littlewood, y éste en breve nota a
Bertrand Russell,
Estimado Russell:
La teoría de Einstein está completamente confirmada. El desplazamiento predicho fue de l” 0,72, y el
observado fue de l” 0,75 ± 0,06.
Atentamente,
J. E. L.
La relatividad era un hecho, en la teoría especial y en la general. E = mc2 fue confirmada con el
tiempo, por supuesto. Hasta la idea sobre el porqué del retraso de algunos relojes sería
aceptado como un sino inexorable. En 1905 Einstein había escrito una fórmula ligeramente
cómica de un experimento ideal para ponerlo a prueba.
Si se cuenta con dos relojes sincronizados en A y si uno de ellos se mueve a lo largo de una curva
cerrada con velocidad constante v hasta que retorne a A, lo cual, suponemos, costará r segundos,
entonces este reloj, al llegar a A, habrá perdido ½ t (v/c)2 segundos en comparación con el reloj que ha
permanecido inmóvil. De esto concluimos que un reloj fijado en el ecuador terrestre marchará un poco
más despacio que otro reloj idéntico fijado en uno de los polos terrestres.
Einstein murió en 1955, cincuenta años después de su gran trabajo de 1905. Y ya en ese
entonces se podía medir el tiempo en milésimos de un millonésimo de segundo. Y era por tanto
posible considerar aquella extraña proposición de «pensar en dos hombres sobre la Tierra, uno
en el polo norte y otro en el ecuador. Este último gira a mayor velocidad que el que se halla en
el polo norte; en consecuencia, su reloj se retrasará». Y el resultado fue precisamente ése.
El experimento fue realizado en Harwell por un joven llamado H. J. Hay. Imaginó a la Tierra
aplastada como un plato, de modo que el polo norte se encontrase al centro, y el ecuador
104
El mecanismo majestuoso
rodeando el borde externo. Colocó un reloj radiactivo en la periferia y otro en el centro del
plato y dejó que éste girase. Los relojes medían el tiempo estadísticamente, contando el
número de átomos radiactivos que decaían. Y, de hecho, el reloj en la periferia del plato de Hay
registraba más lentamente el tiempo que el reloj en el centro. Esto es así en todo disco que gira,
en todo plato giratorio. Consecuentemente, en todo disco fonográfico que esté girando, el
centro de éste envejece más que el borde exterior, en cada vuelta que dé.
Einstein fue el creador de un sistema más filosófico que matemático. Tenía el genio para
encontrar ideas filosóficas que ofrecieron una nueva visión de la experiencia práctica. No
contemplaba la naturaleza como un Dios, sino como un explorador, es decir, como un hombre
dentro del caos de los fenómenos de aquélla, que cree que existe un patrón común visible en
éstos si los miramos desde una perspectiva nueva. Escribió en El mundo como yo lo veo:
Hemos olvidado qué características del mundo de la experiencia nos hicieron formar conceptos
(precientíficos), y encontramos muy difícil representarnos el mundo de la experiencia a nosotros mismos
sin las gafas de la interpretación conceptual antiguamente establecida. Existe la dificultad adicional de
que nuestro lenguaje está forzado a trabajar con palabras que están conectadas inseparablemente con
aquellos conceptos primitivos. Estos son los obstáculos que afrontamos cuando intentamos describir la
naturaleza esencial del concepto precientífico del espacio.
Así, en el transcurso de su vida, Einstein unió la luz al tiempo y el tiempo al espacio; la energía
a la materia, la materia al espacio y el espacio a la gravitación. Al final de su vida se
encontraba todavía trabajando en la búsqueda de la unidad entre la gravitación y las fuerzas de
la electricidad y del magnetismo. Es así como yo lo recuerdo, pronunciando una conferencia en
la Casa del Senado en Cambridge, vistiendo un viejo suéter, en babuchas y sin calcetines,
diciéndonos qué eslabón trataba de hallar y cuáles eran las dificultades que su mente trataba de
sortear.
El suéter, las babuchas, la falta de tirantes y de calcetines, no eran afectación. Einstein parecía
expresar, cuando uno le veía, un artículo de fe de William Blake: «Maldecid los tirantes:
bendecid los relajantes». Era totalmente indiferente al éxito mundano, o a la respetabilidad, o al
convencionalismo; la mayor parte del tiempo no tenía idea de lo que se esperaba de un hombre
de su eminencia. Detestaba la guerra, la crueldad, la hipocresía y, sobre todo, odiaba el dogma:
salvo que odio no es la palabra adecuada para la sensación de repulsión triste que sentía; creía
que el mismo odio era una especie de dogma. Se negó a ser presidente del estado de Israel
porque (explicó) no tenía cabeza para los problemas humanos. Era éste un criterio modesto,
que muchos presidentes bien podrían adoptar; no durarían muchos de ellos.
Es casi impertinente hablar del ascenso del hombre en presencia de dos hombres, Newton y
Einstein, que han caminado como dioses. De los dos, Newton es el dios del Antiguo
Testamento; Einstein es la figura del Nuevo Testamento. Estaba imbuido de humanismo,
piedad, un enorme sentido de conmiseración. Su visión de la propia naturaleza era la de un ser
humano en presencia de algo divino, y eso es lo que siempre expresaba en relación con la
naturaleza. Le gustaba hablar de Dios: «Dios no juega a los dados», «Dios no es malicioso».
Por fin, un día Niels Bohr le dijo: «Deja ya de decirle a Dios lo que tiene que hacer». Pero esto
no era muy justo. Einstein era un hombre que podía formular preguntas inmensamente simples.
Y lo que mostró su vida, y su trabajo, es que cuando las respuestas también son simples, se
perciben los pensamientos de Dios.
105
El afán de poder
8 EL AFAN DE PODER
Las revoluciones no son producto del destino sino de los hombres. En ocasiones son hombres
solitarios geniales. Pero las grandes revoluciones del siglo XVIII fueron realizadas por
hombres insignificantes agrupados. Lo que los motivaba era la convicción de que todo hombre
es dueño de su propio destino.
Hoy en día damos por sentado el que la ciencia tiene una responsabilidad social. Esta idea
nunca se les habría ocurrido ni a Newton ni a Galileo. Ellos concebían la ciencia como una
explicación del mundo tal como es, y la única responsabilidad que reconocían era la de decirla
verdad. La idea de que la ciencia constituye una empresa social es moderna, y se inicia con la
revolución industrial. Nos sorprende el no poder encontrar ningún sentido social anteriormente,
ya que sostenemos la fantasía de que la revolución industrial puso fin a una época de oro.
La revolución industrial es una larga cadena de cambios que principió hacia 1760. Y no es la
única: forma parte de una tríada de revoluciones, de las cuales las otras dos fueron la
revolución norteamericana, comenzada en 1775, y la revolución francesa, que empezó en 1789.
Puede parecer extraño el colocar en un mismo plano una revolución industrial y dos
revoluciones políticas. Pero el hecho es que las tres fueron revoluciones sociales. La revolución
industrial es simplemente el estilo inglés de realizar tales cambios sociales. Yo la considero la
revolución inglesa.
Durante la primera mitad del siglo XVIII, cuando Newton era ya un anciano y la Royal Society
estaba en decadencia, Inglaterra disfrutaba sus últimos días de aldeana y de comerciante con
mercaderes aventureros. El auge quedaba atrás. El comercio se volvía más competitivo. A fines
de la centuria, los requerimientos de la industria eran más rigurosos y más apremiantes. La
organización del trabajo casero ya no era suficientemente productiva. Dentro de dos
generaciones, entre 1760 y 1820, aproximadamente, había de cambiar la forma acostumbrada
de manejo de la industria. Antes de 1760, era común el que los aldeanos llevasen el trabajo a
casa. Hacia 1820, era corriente el traer a los obreros a la fábrica para poder supervisarlos.
Suponemos que el campo era ideal en el siglo XVIII, un paraíso perdido como La aldea
desierta que Oliver Goldsmith describió en 1770.
Esta era una fábula, y George Crabbe, clérigo del campo que conocía de primera mano la vida
del aldeano, se indignó tanto que escribió en respuesta un poema cáustico y realista.
107
El afán de poder
El campo era un lugar en el que los hombres trabajaban desde el amanecer hasta el anochecer y
el trabajador vivía no al sol, sino en la pobreza y en la oscuridad. Los elementos existentes para
aligerar el trabajo eran inmemoriales, como el molino, que ya era arcaico en los tiempos de
Chaucer. La revolución industrial se inició con tales máquinas; los fabricantes de molinos
serían los ingenieros de la nueva era James Brindley de Staffordshire inició su carrera
autodeterminada en 1733, trabajando en las ruedas de los molinos, a los diecisiete años; había
nacido pobre en una aldea. Los adelantos de Brindley eran prácticos: acelerar y aumentar el
rendimiento de la rueda de agua como máquina. Esta fue la primera máquina de usos múltiples
para las nuevas industrias. Brindley trabajó, por ejemplo, por mejorar la pulverización del
pedernal que se empleaba en la naciente industria de la cerámica.
He estado visitando últimamente los prodigios artificiales de Londres y los prodigios naturales del Peak,
mas ninguno en este país me ha brindado tanto placer como el sistema de navegación del duque de
Bridgewater. Su diseñador, el ingenioso Sr. Brindley, ha realizado tan grandes adelantos en ese sentido,
que son en verdad increíbles. Ha erigido, en el Puente Barton, un canal navegable en el aire; pues es tan
alto como las copas de los árboles. Mientras investigaba esto con una mezcla de sorpresa y placer,
cuatro barcazas me rebasaron en un período de aproximadamente tres minutos, dos de ellas
encadenadas entre sí y tiradas por dos caballos que trotaban a la vera del canal, donde yo apenas me
atrevía a caminar, pues casi temblaba al contemplar debajo de mí el gran río Irwell. Donde Cornebrooke
se cruza con la navegación del duque a cerca de dos kilómetros de Manchester, los agentes del duque
han instalado un muelle en que venden carbón a tres peniques y medio el canasto. El verano próximo
piensan desembarcarlo directamente en Manchester.
Brindley conectó Manchester con Liverpool de un modo aún más audaz, y en total se encargó
de la construcción de más de seiscientos kilómetros de canales en una red que cubría toda
Inglaterra.
Sobresalen dos aspectos de la creación del sistema inglés de canales que caracterizan a toda la
revolución industrial. Uno es que los hombres que realizaron la revolución eran hombres
prácticos. Con frecuencia, al igual que Brindley, poseían escasa preparación, y de hecho la
educación escolar de la época sólo servía para entorpecer a las mentes inventivas. Legalmente,
las escuelas de gramática sólo estaban autorizadas a enseñar los temas clásicos, para cuyo fin
habían sido creadas. También las universidades (sólo había dos, en Oxford y en Cambridge)
mostraban poco interés en los estudios científicos modernos; y estaban cerradas a aquellos no
conformes con la Iglesia de Inglaterra.
El otro aspecto sobresaliente es que las nuevas invenciones eran para uso cotidiano. Los
canales eran arterias de comunicación: no habían sido construidos para llevar barcos de recreo,
sino barcazas. Y éstas no habían sido construidas para transportar artículos de lujo, sino ollas,
cacerolas, cargamentos de telas, cintas y todas esas cosas de uso común que la gente compra en
cantidades pequeñas. Estos artículos se habían manufacturado en aldeas que se convertían en
pueblos, lejos de Londres; era un comercio nacional.
La tecnología en Inglaterra era para ser utilizada por todo el país, lejos de la capital. Y es
108
El afán de poder
precisamente a eso a lo que no estaba destinada la tecnología en los oscuros confines de las
cortes de Europa. Por ejemplo, los franceses y los suizos eran tan diestros como los ingleses (y
mucho más ingeniosos) en la elaboración de juguetes científicos. Pero despilfarraron su
brillante acuciosidad en la manufactura de juguetes para los acaudalados y los miembros de la
realeza. Los juguetes automáticos a los que dedicaban años de trabajo son hasta el presente los
más exquisitos, en cuanto al flujo de movimiento, que jamás hayan sido creados. Los franceses
fueron los inventores de la automatización es decir, la idea de efectuar cada paso de una
secuencia de movimientos de modo que controle al siguiente. Incluso las máquinas modernas
de control a base de tarjetas perforadas ya habían sido concebidas por Joseph Marie Jacquard
hacia 1800 para los telares de seda de Lyons; mas languideció en tan lujosa aplicación.
A primera vista, Las bodas de Fígaro parece una obra francesa para títeres, imbuida de
maquinaciones secretas. Pero en realidad constituye un primer indicio de la tormenta
revolucionaria que se avecinaba. Beaumarchais tenía un fino olfato político para lo que se
cocinaba, lo cual probaba con su larga cuchara. Fue empleado por los ministros reales en
diversos asuntos de doble filo y, como representante de éstos, estuvo de hecho envuelto en un
negocio secreto de armas con los revolucionarios norteamericanos, a fin de ayudarles a
combatir a los ingleses. Tal vez el rey creyera que jugaba a Maquiavelo y que pudiese guardar
tales designios políticos exclusivamente para la exportación. Pero Beaumarchais era más
sensible y más astuto y podía percibir que la revolución estaba a punto de llegar a casa. Y el
mensaje que puso en boca del protagonista, Fígaro, el sirviente, es revolucionario.
La famosa aria de Mozart, «Conde, condesito, podéis ir a bailar, pero yo tocaré la tonada» (Se
vuol ballare, Signor Contino), es un desafío. En la obra de Beaumarchais se presenta así:
No, mi señor conde, no podréis poseerla, no podréis. Porque sois un gran señor, porque creéis que sois
un gran genio. ¡Nobleza, riqueza, honores, emolumentos! ¡Todo ello enorgullece tanto al hombre! ¿Qué
habéis hecho para merecer tantos privilegios? Os habéis tomado la molestia de nacer, nada más. Aparte
eso, sois un tipo bastante común.
Surgió un debate público acerca de la naturaleza de la riqueza, y puesto que uno no tiene que ser dueño
para discutir la condición de ésta, estando de hecho sin ningún dinero, escribí sobre el valor de La
moneda y los intereses. De inmediato, me encontré mirando el puente levadizo de una prisión. Las
necedades impresas son peligrosas sólo en países en que se impida su libre circulación; cuando se
carece del derecho a la crítica, ni el elogio ni la aprobación tienen valor alguno.
Esto era lo que sucedía por debajo del ambiente refinado y cortesano de la sociedad francesa,
tan formal como el jardín del castillo de Villandry. Nos parece hoy inconcebible que la escena
del jardín de Las bodas de Fígaro, el aria en que Fígaro llama a su amo Signor Contino,
condesito, pudiera considerarse revolucionaria en su época. Mas tengamos en cuenta cuándo
fueron escritas. Beaumarchais terminó la obra Las bodas de Fígaro hacia 1780. Tuvo que
luchar durante cuatro años contra la censura, particularmente contra la del propio Luis XVI,
para poder llevarla a la escena. Una vez estrenada, el escándalo trascendió por toda Europa.
Mozart pudo representarla en Viena convirtiéndola en ópera. A la sazón, Mozart contaba
treinta años; corría el año 1786; Y tres años después, en 1789, surgió la revolución francesa.
109
El afán de poder
¿Fue destronado y decapitado Luis XVI a causa de Las bodas de Fígaro? Por supuesto que no.
La sátira no es una dinamita social. Pero sí un parámetro social: indica que nuevos hombres
llaman a la puerta. ¿Qué hizo a Napoleón denominar al último acto de la obra «la revolución en
acción»? Era el propio Beaumarchais, por medio del personaje Fígaro, señalando al conde y
diciendo, «Porque sois un gran señor, creéis que sois un gran genio. No os habéis tomado
ninguna molestia, salvo la de nacer».
Entre otras cosas, Benjamín Franklin tenía una suerte maravillosa. Cuando fue a presentar sus
credenciales ante la Corte de Francia en 1778, resultó a última hora que tanto su peluca como
su ropa formal le quedaban pequeñas. Entonces decidió audazmente presentarse con su rala
cabellera al natural, por lo que fue apodado enseguida hijo de la naturaleza, procedente del
bosque.
Todas sus acciones llevan el sello de un hombre que sabe lo que quiere y cómo expresarlo.
Publicaba un anuario, Poor Richard’s Almanack, el cual estaba saturado de materia prima para
futuros proverbios: «A buen hambre no hay pan duro». «Si deseas saber el valor del dinero,
trata de pedir prestado». Franklin escribió acerca del anuario:
En 1732 publiqué mi primer Almanaque lo cual seguí haciendo durante los 25 años subsiguientes. Me
esforcé en que fuera tanto entretenido como útil, y de acuerdo con esto tuvo tal demanda que me devengó
considerables ganancias; vendía anualmente cerca de diez mil... sería difícil encontrar algún barrio de
110
El afán de poder
provincias que no lo tuviera. La consideraba un vehículo apropiado para llevar la instrucción a gente
común, que prácticamente no compraba otros libros.
A aquellos que dudaban de la utilidad de los nuevos inventos (en la ocasión del ascenso del
primer globo de hidrógeno en París, en 1783), Franklin les respondió, «¿Qué utilidad tiene un
niño recién nacido?» Su carácter se condensa en esta respuesta: optimista, mundana,
sentenciosa, y lo suficientemente memorable como para ser empleada nuevamente por Michael
Faraday, el gran científico, en el siglo siguiente. Franklin estaba muy consciente de cómo se
decían las cosas. Elaboró su primer par de espejuelos bifocales, para su propio uso, cortando
las lentes por la mitad, ya que no podía captar el francés de la Corte a menos de que observase
la expresión de su interlocutor.
Los hombres como Franklin tenían la pasión del conocimiento racional. Al contemplar la
montaña de sus grandes logros a lo largo de su vida, los folletos, las caricaturas, los sellos de
los impresores, nos impresiona el alcance y la riqueza de su mente creativa. La electricidad era
el entretenimiento científico de la época. Franklin era amante de la diversión (era un hombre
bastante indecoroso) y, no obstante, tomaba en serio la electricidad; la reconocía como una
fuerza de la naturaleza. Propuso que los relámpagos eran eléctricos y, en 1752, lo demostró.
¿Cómo lo demostraría un hombre como Franklin? Colgando una llave de una cometa durante
una tormenta eléctrica. Siendo Franklin, su suerte tenía que imponerse: el experimento no le
costó la vida, aunque sí a los que lo imitaron. Claro, convirtió su invento a un uso práctico, el
pararrayos; con lo cual ilustró también la teoría de la electricidad, enunciando que toda la
electricidad es de una sola clase y no, como se creía entonces, dos fluidos distintos.
Hay una nota a pie de página del invento del pararrayos, que nos recuerda de nuevo que la
historia social se oculta en sitios inesperados. Franklin razonaba, correctamente, que el
pararrayos funcionaría mejor con un extremo en punta. Esto le fue rebatido por algunos
científicos, que eran partidarios de un extremo redondeado, y la Royal Society de Inglaterra
arbitró la disputa. No obstante, ésta se resolvió a un nivel más primitivo y elevado. El rey Jorge
III, encolerizado contra la revolución norteamericana, ordenó instalar extremos redondeados
sobre los pararrayos de los edificios reales. La interferencia de la política con la ciencia suele
ser trágica; resulta agradable contar con un ejemplo cómico que rivaliza con la guerra que se
lleva a cabo en Los viajes de Gulliver entre «los dos grandes imperios de Liliput y Blefuscu»,
que rompían los huevos del desayuno los unos por la punta, los otros por el extremo
redondeado.
Franklin y sus amigos vivían la ciencia; estaba presente permanentemente en sus pensamientos
tanto como en sus manos. La comprensión de la naturaleza era para ellos un placer
intensamente práctico. Eran hombres de dentro de la sociedad: Franklin era un político, ya
imprimiendo su papel moneda, ya sus innumerables folletos picantes. Cambió el florido inicio
de la Declaración de Independencia por un lenguaje mucho más sencillo: «Sostenemos que
estas verdades son autoevidentes, que todos los hombres han sido creados iguales». Cuando
estalló la guerra entre Inglaterra y los revolucionarios norteamericanos, escribió abiertamente a
un político inglés que había sido amigo suyo, en palabras llenas de ardor:
Habéis empezado a quemar nuestras ciudades. ¡Mirad vuestras manos! Están manchadas de la sangre de
vuestros hermanos.
111
El afán de poder
plebeyos rostros en ellas. Londres se alarmó: ¿se trataba de una conspiración republicana? No,
no era una conspiración. Pero era verdad que los inventos radicales provenían de cerebros
radicales. El primer modelo de un puente de hierro expuesto en Londres fue propuesto por
Tom Paine, revoltoso en Norteamérica y en Inglaterra, protagonista de Los derechos del
hombre.
¿Rivalizó realmente la arquitectura de hierro con la arquitectura de las catedrales? Así ocurrió.
Esta fue una época heroica. Thomas Telford lo sentía así, tendiendo un puente de hierro sobre
el paisaje. Nació un pobre pastor, trabajó después como albañil jornalero, y por propia
iniciativa se convirtió en ingeniero de caminos y canales y en amigo de poetas. Su gran
acueducto que lleva el canal Llangollen sobre el río Dee muestra que fue un maestro del hierro
forjado en gran escala. Los monumentos de la revolución industrial tienen la grandiosidad
romana, la de los republicanos.
Los hombres que realizaron la revolución industrial suelen ser representados como negociantes
duros, sin otro motivo que el propio interés. Esto es definitivamente equivocado. Por un lado,
muchos de ellos eran inventores que como tales se habían iniciado en los negocios. Y por otro,
la mayor parte de ellos no pertenecía a la Iglesia de Inglaterra, sino a la tradición puritana de
los unitarios y otros movimientos similares. John Wilkinson estaba bastante influido por su
cuñado, Joseph Priestley, famoso después como químico, que era ministro unitario y
probablemente pionero del principio que propugna «la mayor felicidad del mayor número de
personas».
Figura 39 Fabricantes de hierro como John Wilkinson acuñaban sus propias monedas para
salarios, con sus propios y plebeyos rostros en ellas.
Una moneda de Wilkinson, 1788.
Joseph Priestley, a su vez, era consejero científico de Josiah Wedgwood. Solemos considerar
ahora a Wedgwood como un hombre que elaboraba vajillas maravillosas para uso de la
aristocracia y de la realeza: y así era, en raras ocasiones, cuando se le asignaba alguna
comisión. Por ejemplo, en 1774, manufacturó un servicio de casi mil piezas profusamente
decoradas para Catalina la Grande de Rusia, que costó más de dos mil libras esterlinas; enorme
suma de dinero para la época. Pero la base de esa vajilla era su propia alfarería, su cerámica;
112
El afán de poder
pues de hecho las mil piezas, sin decoración, costaban menos de cincuenta libras, aunque eran
idénticas a la vista y al tacto, a las de Catalina la Grande en todos sentidos, con excepción de
las escenas idílicas pintadas a mano. Las vajillas que hicieron próspero y famoso a Wedgwood
no fueron las de porcelana sino las blancas de barro para uso común. Era ésta la que el hombre
de la calle podía comprar a un chelín la pieza con el tiempo transformaron las cocinas de la
clase obrera durante la revolución industrial.
Wedgwood era un hombre extraordinario; inventivo,, por supuesto, en su propio campo, así
como en las técnicas científicas que pudiesen dar una mayor precisión a éste. Inventó un
sistema para medir las altas temperaturas de los hornos mediante una suerte de escala corrediza
de expansión, cuyo indicador, de barro, se movía. La medición de las altas temperaturas
constituye un antiguo y complejo problema de la manufactura de cerámica y de metales, era
lógico (según las costumbres de la época) que Wedgwood fuera elegido miembro de la Royal
Society.
Josiah Wedgwood no era una excepción; había docenas de hombres como él. Pertenecía, por
cierto, a un grupo de aproximadamente una docena de hombres, la Sociedad Lunar de
Birmingham (Birmingham era entonces un con junto de villas industriales dispersas), que había
adoptado tal nombre en virtud de que se reunían durante los plenilunios. Se hacía así con
objeto de que los miembros como Wedgwood, que procedían de lugares distantes de
Birmingham, pudiesen viajar con seguridad por los intrincados caminos, que eran peligrosos en
las noches oscuras.
Mas Wedgwood no era el más importante de aquellos industrialistas: lo era Matthew Boulton,
quien llevó a James Watt a Birmingham porque allí podrían trabajar juntos en la construcción
de la máquina a vapor. Boulton era afecto a hablar sobre medidas; decía que la naturaleza le
había destinado para ser ingeniero, haciéndole nacer en el año 1728, porque esa es la cifra que
corresponde al número de pulgadas cúbicas en un pie cúbico. La medicina era también
importante para ese grupo, debido a que se realizaban nuevos e importantes avances en ese
campo. Fue en Birmingham donde el doctor William Withering descubrió el empleo del
digital. Uno de los médicos cuya fama ha perdurado y que pertenecía a la Sociedad Lunar era
Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin. ¿Su otro abuelo? Josiah Wedgwood.
Transcurriría una centuria antes de que los ideales de la Sociedad Lunar se hicieran realidad en
la Inglaterra victoriana. Cuando esto sucedió, la realidad parecía un lugar común, cómico
incluso, como una tarjeta postal con una imagen victoriana. Resulta cómico pensar que la ropa
interior de algodón y el jabón obraron una transformación de la vida de los pobres. Sin
embargo, estos artículos simples – el carbón en una cocina de hierro, los cristales de las
ventanas, la variedad de alimentos – constituían un formidable ascenso en los estándares de
vida y de salud. Para nuestros estándares, esas ciudades industriales eran barrios bajos; mas
para aquella gente que provenía de una cabaña, una casa en un terraplén simbolizaba una
liberación del hambre, de la suciedad, de la enfermedad; ofrecía nuevas posibilidades de
elección. Una recámara con un lema en la pared puede parecernos graciosa e incluso patética,
pero para el ama de casa de la clase obrera significaba la primera experiencia de decencia
privada. Es probable que las camas de armazón de hierro salvasen a más mujeres de la fiebre
de parto que el maletín negro del médico, que en sí mismo constituía una innovación médica.
Estos beneficios procedían de la producción masiva de las fábricas. Y el sistema de las fábricas
113
El afán de poder
era horripilante; los libros de texto escolares son veraces en cuanto a esto. Mas era horripilante
a la manera tradicional antigua. Las minas y los talleres habían sido húmedos, atestados y
esclavizantes desde mucho tiempo antes de la revolución industrial. Las fábricas, simplemente,
adoptaron las normas de la industria de las provincias, con fría indiferencia hacia aquellos que
laboraban en ellas.
La contaminación producida por las fábricas tampoco era nueva. Era también la herencia de las
minas y de los talleres, que habían contaminado desde siempre el ambiente. Concebimos a la
polución como un moderno infortunio, mas no lo es. Constituye una expresión más de la
perniciosa indiferencia hacia la salud y la decencia que, en los siglos anteriores, hacía de la
peste un indefectible visitante anual. El nuevo mal por el que resultaba siniestra la fábrica era
diferente: la dominación del hombre por el ritmo de las máquinas. Por vez primera, los obreros
eran manipulados por una maquinaria inhumana primero por el poder del agua y después por el
del vapor. Nos parece una locura (y era una locura) que los fabricantes se dejaran intoxicar por
el sabor del poder que brotaba sin cesar de las calderas. Se predicaba una nueva ética, según la
cual el pecado mortal no era la crueldad ni el vicio, sino el ocio. Aun las escuelas dominicales
religiosas prevenían a los niños de que
El cambio en la escala de tiempo en las fábricas fue terrible y destructivo. Mas el cambio en la
escala de potencia abrió paso al futuro. Por ejemplo, Matthew Boulton, de la Sociedad Lunar,
construyó una fábrica que era un verdadero salón de exposición, ya que el tipo de trabajo de
metalistería que realizaba dependía de la destreza de los artesanos. Ahí construyó James Watt
el dios-sol de todo poder, la máquina a vapor, pues sólo en tal sitio pudo encontrar el nivel de
precisión requerido para desarrollara su máxima capacidad el potencial de dicha maquinaria.
En 1776, Matthew Boulton se hallaba muy ufano por su nueva colaboración con James Watt
para construir la máquina a vapor. Cuando el biógrafo James Boswell se presentó a Boulton
ese mismo año, éste le expresó en tono de grandeza: «Yo vendo aquí, señor, lo que todo el
mundo desea tener: poder». Bella frase. Pero es también verdad,
El poder es una nueva preocupación, una suerte de nueva idea, en ciencia. La revolución
industrial, la revolución inglesa, resultó ser la gran descubridora del poder. Se buscaban
fuentes de energía en la naturaleza: viento, sol, agua, vapor, carbón. Y de pronto se planteó una
pregunta concreta: ¿Por qué son todas una? ¿Qué relación existe entre ellas? Esto nunca se
había preguntado antes. Hasta entonces la ciencia se había preocupado exclusivamente por la
exploración de la naturaleza tal cual es. Pero ahora el concepto de la transformación de la
naturaleza con el fin de extraer el poder de ésta, y de cambiar una forma de poder por otra, se
puso en el primer plano de la ciencia. En particular, se hizo claro que el calor es una forma de
energía y que se convierte en otras formas a una velocidad fija de cambio. En 1824, Sadi
Carnot, un ingeniero francés, al contemplarlas máquinas a vapor, escribió un tratado de lo que
denominó «la puissance motrice du feu», con el cual fundó, en esencia, la ciencia de la
termodinámica: la dinámica del calor. La energía se había convertido en el concepto central de
la ciencia; y la preocupación fundamental de la ciencia era la de la unidad de la naturaleza, de
la cual la energía constituye el alma.
114
El afán de poder
Un joven filósofo alemán, Friedrich von Schelling, inició justamente a la sazón, en 1799, una
nueva forma de filosofía que ha perdurado con intensidad en Alemania, la Naturphilosophie: la
filosofía de la naturaleza. Coleridge la asimiló de él y la llevó a Inglaterra. Los Poetas del lago
la tomaron de Coleridge, así como los Wedgwoods, que eran amigos de éste y que le apoyaron
económicamente con una anualidad. Los poetas y pintores fueron conquistados súbitamente
por la idea de que la naturaleza es la fuente del poder, cuyas diferentes formas son expresión de
una sola fuerza central: la energía.
La palabra clave es «deleite»; el concepto clave es «liberación»: sentido del placer como
derecho humano. Naturalmente, los hombres dinámicos de la época expresaron este impulso a
través de la inventiva. Así, produjeron una cornucopia inagotable de ideas excéntricas para
deleite de las familias obreras los sábados por la noche. (Hasta hoy, la mayoría de las
solicitudes que se apilan en las oficinas de patentes son, como sus propios inventores, un tanto
desquiciadas). Bien podríamos construir una avenida desde aquí hasta la luna a base de todas
estas locuras, lo cual sería algo tan inútil y, no obstante, tan estimulante como el llegar a la
luna. Consideremos, por ejemplo, el invento del zootropo, máquina circular que daba
movimiento a una tira de dibujos victorianos, al hacer pasar con rapidez las imágenes, una tras
otra, ante los ojos del observador. Es tan emocionante como el cine, y va al grano más
rápidamente. O la orquesta automática, que tenía la ventaja de ejecutar un repertorio muy
reducido; Todos fueron elaborados con un vigor ingenuo desconocedor del buen gusto, todos
eran caseros. Por cada invento inútil para el hogar, tal como el cortador mecánico de
legumbres, aparece otro extraordinario, como el teléfono. Y al extremo de la avenida del
placer, debemos colocar la máquina que constituye la esencia del maquinismo: ¡no hace
absolutamente nada!.
Los hombres que realizaron los inventos disparatados, así como los que crearon los grandiosos,
provenían del mismo molde. Pensemos en el invento en que culminó la revolución industrial
como los canales la iniciaron: el ferrocarril. Este fue posibilitado por Richard Trevithick,
herrero córnico y luchador de gran fuerza. Convirtió la máquina a vapor en una fuente móvil de
energía, al cambiarla máquina de balancín de Watt en una locomotora de alta presión. Este fue
un acto creativo que abrió una corriente sanguínea de comunicación a lo largo y a lo ancho del
mundo, haciendo de Inglaterra su corazón.
Nos hallamos todavía a mediados de la revolución industrial: más vale que sea así, pues nos
quedan por corregir muchos aspectos de ella. Empero, ha hecho nuestro mundo más rico, más
pequeño, y nuestro por primera vez. Y lo digo en sentido literal: nuestro mundo, el de todos.
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El afán de poder
Desde sus comienzos, cuando aún dependía de la fuerza del agua, la revolución industrial fue
terriblemente cruel con aquellos cuya vida y subsistencia alteró profundamente. Esta es la
naturaleza de todas las revoluciones, pues por definición éstas se mueven con demasiada
rapidez para aquellos que son afectados por ellas. Empero, con el tiempo se convirtió en una
revolución social, estableciendo la igualdad social, la igualdad de derechos y, sobre todo, la
igualdad intelectual, de las cuales todos dependemos. ¿En qué situación me encontraría, en que
situación se encontraría usted, de haber nacido antes de 1800? Vivimos todavía a mediados de
la revolución industrial, lo que nos dificulta apreciar sus implicaciones; mas el futuro pondrá
en claro que ésta constituye en el ascenso del hombre un paso tan largo y poderoso como el
dado por el Renacimiento. El Renacimiento estableció la dignidad del hombre. La revolución
industrial estableció la unidad de la naturaleza.
Esto fue logrado por los científicos y por los poetas románticos que observaron que el viento y
el mar y el río y el vapor y el carbón fueron creados por el calor del sol, y que el propio calor
constituye una forma de energía. Muchos hombres pensaron en esto, pero fue establecido en
realidad por uno solo: James Prescott Joule, de Manchester. Nació en 1818, y a partir de los
veinte años de edad se dedicó a efectuar sutiles experimentos para determinar el equivalente
mecánico del calor; es decir, para establecer la razón exacta del cambio de la energía mecánica
en calor. Y ya que esta empresa da la impresión de ser sumamente solemne y aburrida, me
permitiré narrar una historia divertida acerca de este científico.
Figura 40 Richard Trevithick convirtió la máquina a vapor en una fuente móvil de energía.
En el verano de 1847, el joven William Thompson (que posteriormente sería el gran lord
Kelvin, mandamás de la ciencia británica) caminaba – ¿qué recorrido haría un caballero
británico que caminaba por los Alpes? – de Chamonix a Mont Blanc. Y ahí encontró – ¿con
quién se encontraría en los Alpes un caballero británico? – con un británico excéntrico: James
Joule, que llevaba un enorme termómetro, seguido a corta distancia por su esposa que viajaba
en un carruaje. Toda su vida, Joule había intentado demostrar que el agua, al caer desde una
altura de 250 metros, aumenta su temperatura en un grado Fahrenheit. Ahora, en su luna de
miel, tenía excusa para visitar Chamonix (como hacen las parejas norteamericanas que visitan
las cataratas del Niágara) y así permitir que la naturaleza se encargase del experimento. La
catarata de este sitio es ideal. La caída no alcanzaba los 250 metros, pero él esperaba obtener
un aumento de cerca de medio grado Fahrenheit. Debo observar que, desde luego, no lo
consiguió pues, por desgracia, la catarata se dispersa excesivamente en espuma, impidiendo
que el experimento dé resultado
116
El afán de poder
«La naturaleza era para mí el todo» Joule nunca lo expresó tan bien. Pero sí dijo: «Los grandes
agentes de la naturaleza son indestructibles», con lo cual quiso decir lo mismo.
117
La escala de la creación
9 LA ESCALA DE LA CREACION
La teoría de la evolución por selección natural fue enunciada independientemente por dos
hombres, en la década de 1850. Uno fue Charles Darwin; el otro, Alfred Russel Wallace. Por
supuesto que ambos tenían algunos antecedentes científicos, aunque en el fondo eran
naturalistas. Darwin había sido estudiante de medicina en la Universidad de Edimburgo
durante dos años, antes de que su padre, médico próspero, le propusiera convertirse en clérigo,
enviándolo a Cambridge. Wallace, cuyos padres eran pobres y quien había abandonado la
escuela a los catorce años de edad, y tomado cursos en el Instituto para los Trabajadores en
Londres y en Leicester, como aprendiz de agrimensor y asistente de maestro.
El hecho es que existen dos tradiciones aclaratorias que marchan de la mano en el ascenso del
hombre. Una es el análisis de la estructura física del mundo. La otra es el estudio de los
procesos vitales: su delicadeza, su diversidad, sus ciclos ondulantes entre la vida y la muerte en
el individuo y en las especies. Y estas tradiciones no se unirían sino al aparecer la teoría de la
evolución; porque hasta entonces prevalecía una paradoja que no podía ser resuelta, que no
podía ser formulada con respecto a la vida.
La paradoja de las ciencias vitales, que las hace diferentes de las ciencias físicas, reside en los
detalles de la naturaleza en todas partes. Lo podemos advertir a nuestro derredor: en las aves,
en los árboles, en el césped, en los caracoles, en todo ser viviente. Esto es así. Las
manifestaciones de la vida, sus expresiones, sus formas, son tan diversas que deben contener
un gran número de hechos accidentales. Y aun así, la naturaleza de la vida es tan uniforme que
debe estar constreñida por múltiples necesidades.
De esta manera, no es de sorprender que la biología, tal como la entendemos, se inicie con los
naturalistas de los siglos XVIII y XIX: observadores de la campiña, observadores de aves,
clérigos, médicos, aristócratas en sus residencias campestres. Estoy tentado a llamarles,
sencillamente, «caballeros de la Inglaterra victoriana», pues no puede ser accidental que la
teoría de la evolución haya sido concebida por dos hombres pertenecientes a la misma época y
a la misma cultura: la cultura de la reina Victoria en Inglaterra.
Charles Darwin contaba algo más de veinte años cuando el Almirantazgo estaba a punto de
despachar una nave de inspección cuyo nombre era Beagle (Sabueso), con el fin de cartografiar
la costa de América del Sur, y se le ofreció el cargo no remunerado de naturalista. Debía la
invitación al profesor de botánica que le había ofrecido su amistad en Cambridge, aunque allí
el único interés de Darwin fue coleccionar escarabajos y no la botánica.
Daré una prueba de mi interés: cierto día, al desprender una vieja corteza, vi dos extraños escarabajos y
cogí uno en cada mano; después, vi un tercero de una nueva clase, el cual no deseaba perder, así que
coloqué el que sostenía en la mano derecha dentro de mi boca.
El padre de Darwin se oponía a este viaje, y al capitán del Beagle le desagradaba la forma de la
nariz del joven naturalista; pero un tío de Darwin, de la familia Wedgwood, intercedió por él y
finalmente partió. El Beagle izó velas el 27 de diciembre de 1831.
Los cinco años que duró la travesía transformarían a Darwin. Había sido un asiduo y sutil
observador de aves, de flores, de la vida en su campiña natal; ahora, en Suramérica, explotó
todo ello hasta la pasión. Regresó a su país convencido de que las especies se desarrollan en
formas distintas cuando son aisladas unas de otras; las especies no son inmutables. Pero aún no
podía determinar como operaba el mecanismo que las separaba. Corría el año de 1836.
119
La escala de la creación
Cuando Darwin acertó con una explicación de la evolución de las especies dos años más tarde,
se resistió a publicarla. Y es posible que nunca hubiera publicado nada de no ser porque un
hombre sumamente distinto a él había seguido sus mismos pasos experimentales, casi con
exactitud, así como su propia concepción del tema, haciéndolo llegara la misma teoría se trata
de un personaje vital aunque casi olvidado, una especie de hombre de Porlock en sentido
inverso, de la teoría de la evolución por selección natural,
Su nombre era Alfred Russel Wallace, hombre descomunal cuya historia familiar dickensiana
era tan hilarante como la solemnidad de Darwin. En ese entonces, en 1836, Wallace era un
adolescente; había nacido en 1823; era, pues, catorce años menor que Darwin. La vida de
Wallace no fue fácil ni siquiera en aquel tiempo.
De haber sido mi padre un hombre medianamente rico... mi vida habría tomado un rumbo muy distinto, y
aunque, con certeza; la ciencia me habría llamado la atención, creo que difícilmente habría
emprendido... un viaje a las casi ignotas selvas del Amazonas con el fin de observar la naturaleza y
ganarme el sustento con las colecciones.
Así escribió Wallace sobre sus primeros años, cuando intentaba encontrar una forma de
ganarse la vida en las provincias inglesas. Adoptó la profesión de topógrafo, la cual no requería
de estudios universitarios y que su hermano mayor se encargó de enseñarle. Este murió en
1846 a causa de un enfriamiento que atrapó cuando se dirigía a casa en un carruaje descubierto
de tercera clase, procedente de una junta del comité de la Royal Commission sobre firmas
ferroviarias de la competencia.
Era evidentemente una vida al aire libre, y Wallace empezó a interesarse en las plantas y en los
insectos. Cuando trabajaba en Leicester, se topó con un hombre que tenía los mismos intereses,
aunque mejor preparación. Su nuevo amigo le sorprendió al informarle de que había
coleccionado varios cientos de especies diferentes de escarabajos en el condado de Leicester, y
que aún había más por descubrir.
Si se me hubiese preguntado antes que cuántas clases diferentes de escarabajos se podían hallar en un
distrito pequeño cercano a una ciudad, es probable que hubiera respondido que cincuenta... he sabido
ahora... que existen probablemente mil clases diferentes en un área de un poco más de quince kilómetros.
Esto fue una revelación para Wallace, que conformó su vida y la de su amigo, Henry Bates,
quien después realizaría un famoso trabajo sobre el mimetismo entre los insectos.
Mientras tanto, el joven tenía que ganarse la vida. Felizmente fue buena época para un
topógrafo, ya que los aventureros del ferrocarril, a partir de 1840, le necesitaban. Wallace fue
empleado para inspeccionar una posible ruta de ferrocarriles en el Valle Neath al sur de Gales.
Era un técnico concienzudo, al igual que su hermano lo había sido y lo eran los victorianos.
Pero sospechaba acertadamente que era un peón en un juego de gigantes. La mayoría de las
inspecciones sólo se hacían con objeto de formular una reclamación contra otro magnate ladrón
ferroviario. Wallace calculaba que sólo una docena de las líneas inspeccionadas aquel año
serían construidas.
La campiña galesa era un deleite para el naturalista dominical, tan feliz con su ciencia como el
pintor dominical con su arte. Ahora Wallace podía observar y coleccionar por sí mismo, con
excitación creciente, en la variedad de la naturaleza, lo cual recordaría con cariño toda su vida.
Incluso cuando estábamos ocupados, mis domingos eran completamente libres, los cuales empleaba para
dar largas caminatas a través de las montañas con mi caja para recolectar, la cual volvía a casa llena de
tesoros... En esa época experimentaba yo el placer que produce al amante de la naturaleza todo
descubrimiento de una nueva forma de vida, casi idéntico al que sentiría, tiempo después, cada vez que
capturaba una nueva mariposa en el Amazonas.
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La escala de la creación
Durante uno de sus fines de semana, Wallace descubrió una cueva donde corría un río
subterráneo, y decidió de inmediato acampar allí durante la noche. Era como si
inconscientemente se estuviese preparando para la vida silvestre.
Queríamos experimentar por vez primera lo que significaba dormir a la intemperie, sin otro abrigo o
cama que el que proporciona la naturaleza... Creo que intencionadamente nos habíamos determinado a
no preparar nada, sino a acampar como si hubiésemos llegado accidentalmente a un determinado lugar
en un paraje desconocido y hubiéramos sido obligados a dormir allí.
Cuando tenía veinticinco años, Wallace decidió convertirse en naturalista profesional. Era ésta
una curiosa profesión victoriana. Ello significaba que tendría que ganarse la vida
coleccionando especímenes en zonas extranjeras para venderlos a museos y coleccionistas en
Inglaterra. Y Bates le acompañaría. Fue así como ambos partieron en 1848, contando con un
capital común de cien libras esterlinas. Navegaron hacia Suramérica, y de allí recorrieron mil
quinientos kilómetros a lo largo del Amazonas hasta la ciudad de Manaus, donde el Amazonas
confluye con el Río Negro.
Figura 41 Tarde o temprano, entre los placeres y las labores de la selva, un interrogante
empezaría a inquietar la mente aguda de Wallace ¿Cómo se había hecho posible toda aquella
variedad?.
La densa selvajunto a una laguna en el Amazonas.
121
La escala de la creación
Wallace había viajado escasamente más allá de Gales, pero no se dejó intimidar por lo exótico.
Desde el momento de su llegada, sus comentarios fueron firmes y convincentes. Por ejemplo,
en el tema de los buitres, registra sus teorías en su Narrativa de viajes por el Amazonas y el Río
Negro, obra publicada cinco años después.
Abundaban los buitres negros comunes; mas como escaseaba la comida se veían obligados a alimentarse
de los frutos de las palmeras de la selva cuando no podían conseguir otro alimento.
Estoy convencido, por frecuentes observaciones, de que los buitres dependen enteramente de la vista, y
de ningún modo del olfato, para localizar sus alimentos.
Los amigos se separaron en Manaus y Wallace se embarcó por el Río Negro. Buscaba sitios
que casi no hubieran sido explorados por otros naturalistas; pues si iba a ganarse la vida como
coleccionista, necesitaba hallar especímenes de especies desconocidas o cuando menos raras.
El río había crecido con la lluvia, así que Wallace y sus indígenas podían adentrarse en la selva
con la canoa. Los árboles se inclinaban sobre las aguas. Por primera vez, Wallace sentiría
miedo ante la lobreguez, aunque también lo alentaba la variedad de la jungla, y especulaba
sobre cómo debería verse todo ello desde el aire.
Lo que podemos aceptar con justicia de la vegetación tropical es que cuenta con un número muy superior
de especies, y con una mayor variedad de formas, que las zonas templadas.
Quizá ninguna otra región del mundo albergue tal cantidad de materia vegetal en su superficie como el
valle del Amazonas. Toda su extensión, exceptuando algunas porciones muy reducidas, se encuentra
cubierta de una densa y tupida vegetación primitiva, la más extensa e intrincada que existe sobre la
superficie del planeta.
Toda la magnificencia de estas selvas sólo podría apreciarse desde lo alto de un globo, desplazándose
con suavidad sobre la ondulante superficie de la flora: este privilegio tal vez está reservado para el
viajero de épocas venideras.
Estaba excitado y atemorizado cuando por vez primera visitó una aldea indígena; pero es una
característica de Wallace el que su sensación final siempre era placentera.
La... sensación de sorpresa y deleite más inesperada fue mi primer encuentro y convivencia con el
hombre en su estado natural ¡con salvajes absolutamente puros!... Sus trabajos y diversiones eran
totalmente dispares de los del hombre blanco y sus costumbres; caminaban con el paso franco del
morador independiente de la selva y no reparaban en nosotros, meros extraños de una raza ajena.
Eran originales y autosuficientes en cada detalle, como lo son los animales silvestres de la jungla,
totalmente al margen de la civilización, y podían vivir, y vivían, sus vidas de acuerdo con su propio
estilo, tal y como lo habían hecho a través de incontables generaciones, antes del descubrimiento de
América.
Pero los indígenas no eran feroces sino muy cooperativos. Wallace los motivó y le ayudaron a
recolectar especímenes.
Durante mi permanencia en ese lugar (cuarenta días) logré la captura de, cuando menos, cuarenta
especies de mariposas totalmente nuevas para mí, a más de una considerable colección de otros insectos.
Cierto día logré atrapar un pequeño caimán de una especie rara, que contaba con múltiples aristas y
tubérculos cónicos (Caiman gibbus), el cual disequé para regocijo de los indígenas, pues media docena
de ellos contemplo embelesada la operación.
Tarde o temprano, entre los placeres y las labores de la selva, un interrogante empezaría a
inquietar la mente aguda de Wallace. ¿Cómo se había hecho posible toda aquella variedad, tan
semejante en diseño y no obstante tan distintas en detalle? Como a Darwin, a Wallace le
intrigaron las diferencias entre especies afines y, al igual que aquél, empezó a preguntarse
cómo su desarrollo era tan diferente.
No contiene la historia natural parte más interesante o instructiva que el estudio de la distribución
geográfica de los animales.
122
La escala de la creación
En dos lugares que no disten entre sí más de cien o ciento cincuenta kilómetros, se hallan especies de
insectos y de aves en el uno que no se pueden encontrar en el otro. Debe existir alguna limitación que
determina el ámbito de cada especie; alguna peculiaridad externa que marca una línea divisoria que
ninguna de ellas traspasa.
Siempre se sintió atraído por los problemas de la geografía. Tiempo después, cuando trabajaba
en el archipiélago malayo, demostraría que la fauna de las islas occidentales se parece a la de
Asia, y así la de las islas orientales australianas: la línea que las divide aún se conoce como la
línea Wallace.
Wallace era un observador agudo tanto del hombre como de la naturaleza, y con el mismo
interés en el origen de las diferencias. En una época en que los victorianos llamaban «salvajes»
a los habitantes del Amazonas, mostraba él una rara simpatía por su cultura. Comprendía lo
que para ellos significaba el lenguaje, la inventiva, las costumbres. Fue quizás la primera
persona en valorar el hecho de que la distancia cultural entre aquella civilización y la nuestra es
mucho más corta de lo que pensamos. Desde que concibió el principio de la selección natural,
este apareció no solo como cierto sino corno biológicamente obvio.
La selección natural pudo haber dotado al hombre salvaje con un cerebro algunos grados superior al de
los simios, pues aquel posee en realidad un cerebro ligeramente inferior al de un filósofo. Con nuestra
llegada se convirtieron en seres en quienes la fuerza sutil que denominamos «mente» adquirió una
importancia mucho mayor que la mera estructura corporal.
Fue constante su preocupación por los indígenas, y escribió una narración idílica de la vida de
estos durante su estadía en la aldea de Javíta en 1851. Es el momento en que Wallace irrumpe
en la poesía; bueno, en el verso.
123
La escala de la creación
Es muy diferente la simpatía de los sentimientos que los indígenas suramericanos causarían a
Charles Darwin. Cuando éste se encontró con los nativos de Tierra del Fuego quedó
horrorizado: esto se aprecia claramente en sus propias palabras y en las ilustraciones de su libro
sobre El viaje del Beagle. Es indudable que el despiadado clima debía influir en las costumbres
de estos indígenas. Mas las fotografías del siglo XIX demuestran que su apariencia no era tan
bestial como a Darwin le parecía. En su viaje de regreso, Darwin había publicado un folleto en
Cabo Town, conjuntamente con el capitán del Beagle, alabando la labor que los misioneros
realizaban para cambiar la vida de los salvajes.
Wallace estuvo cuatro años en la cuenca del Amazonas; después empacó sus colecciones y
emprendió el regreso a casa.
La fiebre y los escalofríos me volvieron a atacar y pasé varios días con un gran malestar. Tuvimos
lluvias casi constantes; y el atender a mis numerosas aves y animales era una gran molestia, debido a lo
atestada que iba la canoa y por la imposibilidad de limpiarlos adecuadamente durante las lluvias. Día
tras día morían algunos, y en ocasiones hubiera deseado no tener que cuidarlos, aunque, una vez que
tomaba alguno en mis manos, me decidía a perseverar.
De un centenar de animales vivos que me fueron vendidos o regalados, quedaron únicamente treinta y
cuatro.
El viaje de regreso empezó mal desde un principio. Wallace fue siempre un hombre de mala
fortuna.
El 10 de junio salimos [de Manaus], comenzando nuestro viaje de manera muy desafortunada para mí,
pues, al abordar, después de decir adiós a mis amigos, perdí mi tucán, el que sin duda había caído por la
borda sin que nadie lo notara y pereció ahogado.
124
La escala de la creación
Su elección de barco resultó de lo más aciaga; pues transportaba una carga de resinas
inflamables. Tres semanas después, el 6 de agosto de 1852, la nave se incendió.
Bajé al camarote, ya sofocantemente caliente y lleno de humo; para ver qué valía la pena salvar. Tomé
mi reloj y una caja pequeña de hojalata que contenía algunas camisas y un par de viejos cuadernos de
notas, con algunos dibujas de plantas y animales, lo cual con dificultad pude subir a cubierta. La mayor
parte de mis ropas y de mis dibujos y bocetos quedaron en mi camarote; pero no me aventuré a bajar de
nuevo, y de hecho sentí una especie de apatía por tratar de rescatar algo más, la cual nunca he logrado
explicarme.
El capitán dio la orden de que todos nos dirigiésemos a los botes de salvamento, y él fue el último en
abandonar la nave.
¡Con cuánto entusiasmo había yo buscado insectos raros y curiosos para agregar a mi colección!
¡Cuántas veces, aunque debilitado por las fiebres, me había arrastrado hacia la selva siendo
recompensado con algunas especies bellas y desconocidas! ¡Cuántos lugares, jamás recorridos por
europeo alguno salvo por mí, permanecerían indelebles en mi memoria, con sus extraños pájaros e
insectos que habían aumentado mi colección.
¡Y ahora todo se había ido y no tenía espécimen alguno con qué ilustrar las tierras desconocidas que
había recorrido ni las escenas silvestres que había retenido! Mas tales lamentaciones, lo sabía, eran
vanas, y trataba de pensar lo menos posible en mis frustradas esperanzas y de concentrarme en el estado
de cosas actual.
Alfred Wallace regresó de los trópicos, al igual que Darwin, convencido de que las especies
afines divergen de un tronco común, sin acertar a comprender por qué divergen. Lo que
Wallace no sabía era que Darwin había encontrado la explicación dos años después de su
retorno a Inglaterra, tras su viaje en el Beagle. Darwin cuenta que en 1838 había leído el
Ensayo sobre población del reverendo Thomas Malthus («como pasatiempo», decía Darwin,
dando a entender que éste no formaba parte de su lectura formal), siendo impresionado por un
pensamiento de este autor. Malthus había dicho que la población se multiplica más
rápidamente que los alimentos. Si esto es verdad en los animales, éstos deben competir para
sobrevivir, así, pues, la naturaleza actúa como una fuerza selectiva, dando muerte a los débiles,
y formando especies nuevas a partir de los sobrevivientes que se han adaptado a su ambiente.
«Por fin contaba con una teoría con la cual podía trabajar», afirmó Darwin. Y cuando alguien
expresa algo como esto se puede inferir que se pondrá a trabajar, a escribir documentos, a
dictar conferencias. Pues nada de esto ocurrió. Durante cuatro años, Darwin ni siquiera confió
la teoría al papel. Sólo en 1842 Darwin escribió un borrador de treinta y cinco páginas, a lápiz;
y dos años después lo amplió a doscientas treinta páginas, a tinta. Y depositó este borrador
junto con una suma de dinero e instrucciones a su esposa para que lo publicase en caso de que
él falleciera.
«Acabo de concluir el borrador de mi teoría de las especies», escribió en una carta formal
fechada por ella el 5 de julio de 1844 en Downe, y proseguía:
Y por tanto he escrito esto por si muero repentinamente, como el último y más solemne de mis deseos, al
cual estoy seguro que dará cabida legal en mi testamento, y al que aplicará 400 libras para su
publicación, y más aún, que usted misma o a través de Hensleigh (Wegdwood) se tome la molestia de
promoverlo. Es mi deseo que el borrador le sea entregado a alguna persona competente y que con esta
suma de dinero se le induzca a tomarse la molestia de mejorarlo y aumentarlo.
Con respecto a los editores, el Sr. (Charles) Lyell sería el más indicado si decidiera aceptarlo; creo que
encontraría interesante esta obra y que conocería algunos hechos nuevos para él.
Tengo la sensación de que a Darwin realmente le hubiera gustado morir antes de la publicación
de su teoría, siempre que después de su muerte le fuera concedida la primacía. Esto es una
muestra de su extraño carácter. Habla de un hombre que sabía que sus afirmaciones iban a
125
La escala de la creación
sacudir profundamente al público (como había sucedido con su esposa), al igual que a él, hasta
cierto punto, le habían escandalizado. Su hipocondría (sí, argüía una infección contraída en los
trópicos para excusarla), sus frascos de medicina, la atmósfera encerrada y asfixiante de su casa
y estudio, las siestas por la tarde, su demora en escribir, su negativa a discutir en público; todo
ello habla de una mente que no quería enfrentarse con el público.
Figura 43 Tengo la sensación de que Darwin realmente le hubiera gustado morir antes de la
publicación de su teoría, siempre que después de su muerte le fuera concedida la primacía.
Charles Darwin en sus últimos años, de una fotografía tomada en Downe.
Por supuesto que Wallace, más joven, estaba al margen de todas estas inhibiciones.
Tenazmente, a pesar de todos sus contratiempos, se dirigió al Lejano Oriente en 1854, durante
ocho años consecutivos viajó por todo el archipiélago malayo con el fin de obtener
especímenes de la vida silvestre para venderlos en Inglaterra. Estaba ya convencido de que las
especies no son inmutables; publicó en 1855 un ensayo Sobre la ley que ha regulado la
introducción de nuevas especies; y a partir de entonces «la cuestión de cómo han podido
efectuarse los cambios en las especies, rara vez se ha alejado de mi mente».
En febrero de 1858 Wallace enfermó en la pequeña isla volcánica de Ternate en las Malucas,
las Islas de las Especias, entre Nueva Guinea y Borneo. Tenía fiebre intermitente, con frío y
calor alternados, y le asaltó un pensamiento caprichoso. Ahí, en una noche febril, recordó el
mismo libro de Malthus y vislumbró la misma explicación que ya antes había impresionado a
Darwin.
Se me ocurrió formular la pregunta, ¿por qué algunos mueren y otros viven?. Y la respuesta era,
obviamente, que de todos sobreviven los mejor adaptados. Los más saludables escapan de los efectos de
la enfermedad; de sus enemigos, los más fuertes, los más veloces o los más astutos de la inanición, los
mejores cazadores o aquellos con mejor digestión; y así sucesivamente.
De pronto comprendí que la siempre presente variabilidad de los seres vivos proporcionaría el material
a partir del que, por la mera supresión de los menos adaptados a las condiciones prevalecientes,
permitiría únicamente a los mejor adaptados la perpetuación de la raza.
A medida que pensaba más en ello más me convencía de que había encontrado la ansiada ley natural que
daría respuesta al problema del origen de las especies. Esperaba con impaciencia reponerme para poder
realizar anotaciones sobre el particular. Aquella misma noche y las dos siguientes lo escribí
cuidadosamente para enviárselo a Darwin en el siguiente correo, que partiría en uno o dos días.
126
La escala de la creación
Wallace sabía que Charles Darwin estaba interesado en el asunto y sugirió que Darwin le
mostrase el documento a Lyell si creía que tenía sentido.
Jamás vi coincidencia más impresionante, ¡si Wallace tuviera mi borrador escrito en 1842, no habría
podido realizar un resumen mejor!
Pero los amigos de Darwin solucionaron el dilema. Lyell y Hooker, que ya habían visto parte
de su trabajo, hicieron los arreglos para que el documento de Wallace, así como el de Darwin,
fuesen leídos en ausencia de ambos en la próxima sesión de la Linnean Society, a efectuarse en
Londres en el mes siguiente.
Los documentos no suscitaron ningún revuelo. Pero la mano de Darwin había sido forzada.
Wallace era, como Darwin lo describiera, «generoso y noble». Y así Darwin escribió El origen
de las especies y lo publicó a fines de 1859; el libro obtuvo una acogida sensacional,
convirtiéndose en un bestseller.
La teoría de la evolución por selección natural fue ciertamente la más importante innovación
científica individual del siglo XIX. Una vez aplacada la polvareda de necedades y culteranismo
que levantó, el mundo viviente era diferente porque era visto como un mundo en movimiento.
La creación no es estática sino que cambia con el tiempo, a diferencia de los procesos físicos.
El mundo físico de diez millones de años atrás era igual que el actual y sus leyes eran las
mismas. Pero el mundo viviente no permanece igual; por ejemplo, hace diez millones de años
no había seres humanos que los discutiesen. En contraste con la física, toda generalización
concerniente a la biología es un segmento en el tiempo; y es la evolución la creadora real de
originalidad y novedad en el universo.
Si esto es verdad, entonces cada uno de nosotros ha trazado su propia línea a través de los
procesos evolutivos desde la aparición de la vida. Darwin, por supuesto, y Wallace observaron
el comportamiento, observaron los huesos tal y como son en la actualidad, los fósiles como
eran, para marcar los puntos del ciclo del que usted y yo procedemos. Mas el comportamiento,
los huesos, los fósiles de por sí forman sistemas vitales complejos, reunidos a partir de
unidades que son más simples y que deben ser más antiguas. ¿Cuáles podrán ser las unidades
primarias más simples? Presumiblemente lo son las moléculas químicas que caracterizan a la
vida.
Así, pues, cuando miramos retrospectivamente por el origen común de la vida, lo haremos más
profundamente: en la química que todos compartimos. La sangre en mi dedo en este momento
ha experimentado millones de cambios desde que las moléculas primitivas tuvieron capacidad
autorreproductiva, hace más de tres mil millones de años. Eso es la evolución en su concepción
contemporánea. El proceso por el cual esto ha ocurrido depende parcialmente de la herencia (lo
que no comprendieron realmente ni Darwin ni Wallace) y también en parte de la estructura
química (terreno mejor conocido por los científicos franceses que por los naturalistas
británicos). Las explicaciones surgen al unísono de diversos campos, pero todas cuentan con un
elemento común. Conciben a las especies separándose una tras otra, en etapas sucesivas; factor
implícito que presupone la aceptación de la teoría de la evolución. Y a partir de ese momento
ya no sería posible creer que la vida pudiese ser vuelta a crear en ninguna otra época.
Cuando la teoría de la evolución presupuso que algunas especies animales habían hecho su
aparición en épocas más recientes que otras, los críticos respondían frecuentemente con citas
bíblicas. Sin embargo, la mayoría de las gentes admitía que la creación no se había detenido en
127
La escala de la creación
la Biblia. Había la creencia de que el Sol formaba cocodrilos del fango del Nilo. Se suponía
que los ratones se generaban en montones de trapos viejos y sucios; y era evidente que el
origen de las moscardas era la carne descompuesta. Los gusanos debían ser creados dentro de
las manzanas, pues, ¿de qué otra forma se explicaría su presencia allí? Y se suponía que todas
estas criaturas surgían espontáneamente a la vida sin la intervención de progenitores.
Las fábulas acerca de cómo las criaturas surgen espontáneamente a la vida son muy antiguas y
todavía son creídas, pese a que Louis Pasteur las confutó bellamente a partir de 1860. Efectuó
buena parte de ese trabajo durante su infancia, en el hogar paterno de Arbois, en la campiña
francesa del Niza, al cual solía regresar todos los años. Ya para entonces había realizado
trabajos sobre la fermentación, particularmente acerca de la fermentación de la leche (la
palabra «pasteurización» nos lo recuerda). Pero alcanzaría la cúspide de su poderío en 1863
(contaba cuarenta años de edad) cuando el Emperador de Francia le pidió que investigase qué
marchaba mal en la fermentación del vino, problema que resolvió en dos años. Resulta irónico
recordar que aquellos figuran entre los mejores años vinícolas de que se tenga memoria; hasta
nuestros días, el año de 1864 se recuerda, en ese sentido, como ningún otro.
«El vino es un mar de organismos», afirmó Pasteur «Merced a algunos vive, merced a otros se
descompone». Hay dos elementos sorprendentes en este pensamiento. Uno es que Pasteur
encontró organismos que viven sin oxígeno. Esto representaba una molestia para los
vinicultores de entonces; pero a partir de ese momento se ha hecho crucial para la comprensión
del inicio de la vida, pues en ese entonces la Tierra carecía de oxígeno. Y el segundo elemento
es que Pasteur era poseedor de una técnica admirable, mediante la cual podía observar los
vestigios de vida en el líquido. A partir de los veinte años se había creado una reputación al
demostrar que existen moléculas de forma característica. Esta era por tanto una pista con la
cual rastrear a través del proceso vital. Este resultó ser un proceso tan profundo y, aun para
nosotros, tan enigmático, que es conveniente echar una ojeada al propio laboratorio de Pasteur
y a sus propias palabras.
¿Cómo puede explicarse el proceso del vino al fermentarse, la masa dejada crecer; o agriarse la leche
cortada; o convertirse en humus las hojas muertas y las plantas enterradas en el suelo? Debo de hecho
128
La escala de la creación
confesar que mis investigaciones han estado imbuidas con intensidad por la idea de que la estructura de
las sustancias, desde el punto de vista siniestro y diestro (si todo lo demás es igual), juega una parte
importante en las leyes más íntimas de la organización de los seres vivos, adentrándose en los más
oscuros confines de su fisiología.
Mano derecha; mano izquierda; esta fue la pista profunda que Pasteur siguió en su estudio de la
vida. El mundo está saturado de ejemplos cuya versión diestra difiere de la versión siniestra: un
sacacorchos diestro opuesto a otro siniestro; un caracol diestro opuesto a otro siniestro. Pero
particularmente las dos manos; se pueden acoplar una sobre otra, mas no volverlas de modo tal
que la mano derecha y la izquierda se tornen intercambiables. Esto era conocido en tiempos de
Pasteur, e incluso ya se aplicaba a algunos cristales cuyas facetas están dispuestas en forma tal
que existen versiones derecha e izquierda.
Pasteur realizó modelos en madera de tales cristales (poseía habilidad manual y era un
espléndido dibujante), pero mucho más que eso, concibió modelos intelectuales. En su primera
pieza de investigación había dado con la noción de que debían existir también moléculas
diestras así como siniestras; y lo que era verdad acerca del cristal debía reflejar una propiedad
de la propia molécula. Y esto debería ser extensivo para el comportamiento de las moléculas en
cualquier situación asimétrica. Por ejemplo, cuando son colocadas dentro de una solución y
brilla un rayo de luz polarizado (que es asimétrico) a través de ellas, las moléculas de una clase
(digamos, por conveniencia, las moléculas que Pasteur denominó diestras) deberán rotar el
plano de polarización de la luz hacia la izquierda. Una solución de cristales correspondientes
todos a una misma forma se dirigirán asimétricamente hacia el rayo de luz asimétrico
producido por un polarímetro. Conforme gira el disco polarizante, la solución se verá
alternadamente oscura y luminosa y oscura y luminosa de nuevo.
El hecho más notable es que ocurre exactamente lo mismo en una solución que contenga
células vivas. Aún no sabemos por que la vida cuenta con esta extraña propiedad química. Mas
la propiedad establece que la vida tiene un carácter químico específico, el cual se ha mantenido
a través de la evolución. Por primera vez Pasteur había eslabonado todas las formas de vida
con una sola clase de estructura química. De este poderoso pensamiento se desprende que
podremos eslabonar la evolución con la química.
Está claro, pues, que debemos buscar el progreso evolutivo de la vida en la producción de
moléculas típicas. Y esa producción debe comenzar a partir de los materiales en ebullición al
formarse la Tierra. Para hablar con sensatez acerca de la aparición de la vida habremos de ser
sumamente realistas. Tendremos que formular una pregunta histórica. Cuatro mil millones de
años atrás, antes del comienzo de la vida, cuando la Tierra era muy joven, ¿cómo era su
superficie?, ¿cómo era su atmósfera?
Muy bien, contamos con una respuesta aproximada. La atmósfera era expelida desde el interior
de la Tierra, y era, por tanto, algo como una zona volcánica de nuestros días: un caldero de
vapor, nitrógeno, metano, amoníaco, otros gases reducidos, así como un poco de bióxido de
129
La escala de la creación
carbono. Un gas estaba ausente: no había oxígeno libre. Esto es fundamental, ya que el oxígeno
es producido por las plantas, y no existía en estado libre antes de la aparición de la vida.
Al disolverse débilmente en los océanos, estos gases y sus productos formaron una atmósfera
reducida. ¿Cómo reaccionarían después bajo la acción de los relámpagos, de las descargas
eléctricas, y particularmente bajo la acción de los rayos ultravioletas, que revisten gran
importancia en toda teoría de la vida en virtud de que pueden penetrar en ausencia de oxígeno?
Esta pregunta fue respondida a través de un bello experimento realizado por Stanley Miller en
los Estados Unidos hacia 1950. Reprodujo la atmósfera en un matraz: el metano, el amoníaco,
el agua, etc., y trabajó con ellos días tras día; hacía hervir el compuesto y le aplicaba descargas
eléctricas simulando los rayos y otras fuerzas violentas. Y el compuesto se oscureció
ostensiblemente. ¿Por qué? Porque, la prueba lo demostró, se habían formado aminoácidos.
Este es un crucial paso al frente, puesto que los aminoácidos son los componentes primarios de
la vida. A partir de ellos se producen las proteínas, que son constituyentes de todos los seres
vivos.
Solíamos creer hasta hace unos cuantos años, que la vida debía haber comenzado en tales
eléctricas y ardientes condiciones. Mas súbitamente empezó a surgir en la mente de algunos
científicos la idea de que podría existir otro conjunto de condiciones externas igualmente
poderoso; o sea, la presencia del hielo. Era una rara teoría; pero el hielo posee dos propiedades
que lo hacen muy apropiado en la formación de moléculas simples, básicas. Ante todo, el
proceso de congelamiento reúne la materia que al principio del tiempo debió de haber estado
muy diluida en los océanos. Y en segundo término, pudo haber ocurrido que las estructuras
cristalinas del hielo hiciesen posible que las moléculas se alineasen de un modo que es
ciertamente importante en cada etapa del ciclo vital.
Sea lo que fuere, Leslie Orgel realizó una serie de elegantes experimentos que describiré de la
manera más sencilla. Se proveyó de algunos de los constituyentes básicos que con seguridad
habrán estado presentes en la atmósfera terrestre de épocas primitivas: uno fue el cianuro de
hidrógeno y otro el amoníaco. Elaboro con ellos una solución diluida en agua, la cual congeló
130
La escala de la creación
durante algunos días. Como resultado de eso, la materia concentrada fue empujada hacia arriba
por pequeños témpanos, y el cambio de coloración en esa zona revelaba la formación de
moléculas orgánicas. Algunos aminoácidos, sin duda; pero, más importante, Orgel demostró
que había formado uno de los constituyentes del alfabeto genético que dirige toda vida. Obtuvo
adenina, uno de los cuatro componentes básicos DNA (ver pág. 168). Puede ser que el alfabeto
vital en DNA se hubiera formado en esas condiciones y no en condiciones tropicales.
El problema del origen de la vida se concentra no en las moléculas complejas, sino en las más
simples con capacidad de autorreproducción. Esta habilidad de replicar copias operantes de la
misma molécula es lo que caracteriza a la vida; y, en consecuencia, la cuestión del origen de la
vida conlleva la cuestión de si las moléculas básicas, identificadas por los trabajos de la
generación presente de biólogos, se pudieron haber formado merced a procesos naturales.
Sabemos lo que estamos buscando en los inicios de la vida: moléculas simples, básicas, como
las llamadas bases (adenina, tiamina, guanina, citosina) que componen las espirales del DNA
que se autorreproducen durante la división de cualquier célula. El curso subsecuente por el que
los organismos se han vuelto más y más complejos es entonces un problema diferente y
estadístico, a saber, la evolución de la complejidad por procesos estadísticos.
Es natural preguntarse si las moléculas que se copian a sí mismas surgieron muchas veces y en
múltiples lugares. No hay respuesta a esta pregunta como no sea por deducciones, que habrán
de estar cimentadas en nuestra interpretación de la evidencia proporcionada por los seres vivos
actuales. Hoy día la vida está controlada por unas cuantas moléculas; o sea, las cuatro bases del
DNA. Estas descifran el mensaje de la herencia en toda criatura conocida, desde una bacteria
hasta un elefante, desde un virus hasta una rosa. Una conclusión que se puede sacar de esta
uniformidad del alfabeto de la vida es que éstos son los únicos arreglos atómicos a cuyo cargo
está la secuencia de la replicación de sí mismos.
Sin embargo, no hay muchos biólogos que crean esto. La mayoría de ellos piensan que la
naturaleza puede inventar otros sistemas de «autocopiado»; las posibilidades deben ser sin
duda más numerosas que las cuatro con que contamos. Si esto es verdad, entonces la razón por
la cual la vida que conocemos se encuentra dirigida por las mismas cuatro bases es que sucedió
que la vida empezó con ellas. En tal interpretación, las bases son prueba de que la vida sólo
comenzó una vez. Después de ello, al surgir cualquier nuevo arreglo, simplemente no se podía
eslabonar a las formas de vida ya existentes. Ciertamente que ya nadie cree ahora que la vida se
sigue creando de la nada aquí en la Tierra.
131
La escala de la creación
La biología ha sido afortunada al descubrir, en un lapso de cien años, dos teorías enormes y
trascendentales. Una fue la de Darwin y Wallace, la teoría de la evolución por selección
natural. La otra fue el descubrimiento, por nuestros propios contemporáneos, de cómo expresar
los ciclos vitales a través de formas químicas que los ligan con la naturaleza como un todo.
132
Un mundo dentro del mundo
Existen en la naturaleza siete formas básicas de cristales y una multitud de colores. Las formas
siempre han fascinado al hombre, como figuras en el espacio y como descripciones de la
materia; los griegos creían que sus elementos estaban formados realmente como los sólidos
regulares. Y es verdad, en términos modernos, que los cristales de la naturaleza expresan algo
acerca de los átomos que los componen: ayudan a colocar los átomos en familias. Este es el
mundo de la física en nuestro propio siglo y los cristales son una primera apertura hacia ese
mundo.
De toda la variedad de cristales, el cubo sencillo e incoloro de la sal común es el más modesto;
y, no obstante, es sin duda uno de los más importantes. La sal ha sido extraída de la gran mina
de Wieliczka, cerca de la antigua capital polaca de Cracovia, durante casi un milenio, y algunas
de las construcciones en madera, así como maquinaria tirada por caballos, han sido preservadas
desde el siglo XVII. El alquimista Paracelso pudo haber pasado por este sitio en sus viajes al
Oriente. El cambió el curso de la alquimia a partir del año 1550 d. de C, al insistir en que la sal
debe contarse como uno de los elementos constitutivos del hombre y de la naturaleza. La sal es
esencial para la vida y ha tenido siempre una cualidad simbólica en todas las culturas. Como
los soldados romanos, seguimos llamando «salario» a la paga que recibe un hombre, aunque
significa «dinero de sal». En el Oriente Medio un pacto se sigue sellando con sal en lo que el
Antiguo Testamento denomina «un convenio de sal para siempre».
¿Qué origina esta afinidad familiar entre los elementos? Hacia 1860 se manifestaba una fuerte
inquietud con respecto a esto, y algunos científicos se inclinaban por respuestas bastantes
similares. El hombre que resolvería el problema de manera triunfal sería un joven ruso llamado
Dmitri Ivanovich Mendeleev, que visitó la mina de sal de Wieliczka en 1859. Contaba
veinticinco años a la sazón; era un joven pobre, modesto, trabajador y brillante. Hijo menor de
una numerosa familia de cuando menos catorce vástagos, había sido el predilecto de su viuda
progenitora, quien lo encauzaría por el camino de la ciencia en su afán porque se superase.
Se distinguía Mendeleev no sólo por su genio sino por su pasión por los elementos. Se
convirtieron en sus amigos personales; conocía cada detalle y cada subterfugio de su
comportamiento. Por supuesto que cada uno de los elementos se distinguía por una sola
propiedad básica, propuesta originalmente por John Dalton en 1805: cada elemento posee un
peso atómico característico. ¿Cómo surgen las propiedades que los hacen iguales o diferentes,
a partir de esa única constante o parámetro? Este era el problema subyacente y Mendeleev
trabajó en él. Anotó los elementos en tarjetas, las cuales barajaba en un juego que sus amigos
solían llamar Paciencia.
133
Un mundo dentro del mundo
Figura 47 Se distinguía Mendeleev no sólo por su genio sino por su pasión por los elementos.
Dmitri Ivanovich Mendeleev.
Mendeleev anotó en estas tarjetas los átomos y sus pesos atómicos, disponiéndolos en
columnas verticales de acuerdo con sus pesos atómicos. Al no saber qué hacer con el más
ligero, el hidrógeno, decidió dejarlo fuera del esquema. El siguiente en peso atómico es el
helio, pero, afortunadamente, Mendeleev no lo sabía porque no se había hallado en la Tierra;
hubiera sido un elemento muy difícil de ubicar debido a que sus elementos hermanos se
encontrarían muy posteriormente.
Por lo tanto, Mendeleev inició su primera columna con el elemento litio, uno de los metales
alcalinos. Así, el primero fue el litio (el más ligero que conocía después del hidrógeno), seguía
el berilio, luego el boro, después los elementos familiares, carbono, nitrógeno, oxígeno y, como
séptimo elemento de la columna, el flúor. El siguiente elemento en el orden de los pesos
atómicos es el sodio y, como posee una semejanza familiar con el litio, Mendeleev decidió que
este era el sitio para iniciar y formar una segunda columna paralela a la primera. La segunda
columna prosigue con una secuencia de elementos familiares: magnesio, aluminio, silicio,
fósforo, azufre y cloro. Y, desde luego, forman una columna completa de siete elementos, de
modo que el último elemento, cloro, aparece en la misma línea horizontal que el flúor.
Evidentemente, existe algo en la secuencia de los pesos atómicos que no es accidental sino
sistemático. Se manifiesta claramente de nuevo conforme iniciamos la siguiente columna, la
tercera. Los otros elementos, siguiendo el orden de los pesos atómicos, después del cloro, son
el potasio y el calcio; De este modo, en el primer renglón aparecen el litio, el sodio y el
potasio, todos ellos metales alcalinos; en el segundo aparecen hasta ahora el berilio, el
magnesio y el calcio, metales estos pertenecientes a otro grupo familiar. El hecho es que los
elementos dispuestos horizontalmente tienen sentido: reúnen a las familias. Mendeleev había
encontrado, o cuando menos detectado, la evidencia de una clave matemática entre los
elementos. Si los disponemos siguiendo el orden de su peso atómico, habremos de efectuar
siete pasos para formar una columna vertical y pasar después a la siguiente; entonces
obtenemos la secuencia familiar siguiendo la en los renglones horizontales.
134
Un mundo dentro del mundo
Hasta ahora hemos seguido el esquema de Mendeleev tal y como fue planteado en 1871, dos
años después de su concepción inicial. Nada ha roto la continuidad hasta la tercera columna;
pero en este punto surge, inevitablemente, el primer problema. ¿Por qué inevitablemente?
Porque, como podemos apreciar en el caso del helio, Mendeleev no disponía de todos los
elementos. Del total de noventa y dos se conocían sesenta y tres; por lo tanto, tarde o temprano
se tendría que topar con lagunas. Y la primera aparecería donde yo me detuve, en el tercer
renglón de la tercera columna.
He dicho que Mendeleev se topó con una laguna, pero esta forma de abreviar las palabras
reduce lo que es más extraordinario de su genio. En el tercer renglón de la tercera columna se
halló, efectivamente, ante un problema, el cual resolvió interpretándolo como una laguna. Lo
hizo así porque el siguiente elemento conocido, el titanio, carece de las propiedades que le
harían encajar ahí, en el mismo renglón o familia del boro y del aluminio. Y afirmó: «Falta un
elemento en este sitio y, cuando sea encontrado, su peso atómico lo colocará antes del titanio.
El descubrir la laguna colocará los últimos elementos de la columna en los renglones correctos;
el titanio corresponde con el carbono y el silicio». Como ciertamente ocurre en el esquema
básico.
135
Un mundo dentro del mundo
una progresión lineal desde los hechos conocidos hasta los desconocidos. En cambio, se trabaja
como en un crucigrama, analizando los puntos en que dos progresiones separadas se
intersecan: es ahí donde se ocultan los hechos desconocidos. Mendeleev seleccionó la
progresión de los pesos atómicos en las columnas – y la similitud familiar en los renglones –
para poder destacar los elementos faltantes en las intersecciones. Al hacerlo así, obtenía
conjeturas prácticas y también manifestaba (lo que aún se comprende escasamente) cómo los
científicos modernos llevan a cabo el proceso de inducción.
Ahora bien, los puntos de mayor interés son los huecos que hay en la tercera y cuarta
columnas. No procederé a la elaboración ulterior de la tabla; excepto para mencionar que,
cuando contamos los huecos o lagunas y seguimos hacia abajo, con toda seguridad que la
columna terminará donde es debido: con el bromo, en la familia halógena. Había un buen
número de huecos, y Mendeleev distinguió tres. El primero es el que he mencionado y que se
encuentra en el tercer renglón de la tercera columna. Los otros dos se ubican en la cuarta
columna, en los renglones tercero y cuarto. Y de éstos Mendeleev profetizó que, al ser
descubiertos, se encontraría no sólo que poseen pesos atómicos que se ajustan a la progresión
vertical sino que presentan aquellas características propias de las familias de los renglones
tercero y cuarto.
Por ejemplo, la más famosa de las predicciones de Mendeleev – y la última en ser confirmada –
fue la tercera, a la cual bautizó como ekasilicio. Predijo con gran exactitud las propiedades de
este extraño e importante elemento; pero no sería hallado sino hasta casi veinte años después,
en Alemania, y rebautizado como germanio. Partiendo del principio de que «el ekasilicio
tendrá propiedades intermedias entre el silicio y el estaño», había predicho que sería 5,5 veces
más pesado que el agua; esto era correcto. Había predicho que su óxido sería 4,7 veces más
pesado que el agua; también era correcto. Y así por el estilo con otras propiedades químicas.
Estas predicciones hicieron famoso a Mendeleev en todas partes... menos en Rusia: no fue
profeta en su tierra, debido a que al Zar no le agradaban sus ideas políticas liberales. El
descubrimiento posterior en Inglaterra de todo un nuevo renglón de elementos, empezando con
el helio, el neón y el argón, subrayaría su triunfo. Nunca sería elegido miembro de la Academia
Rusa de Ciencias, pero su nombre era mágico en el resto del mundo.
El patrón subyacente de los átomos es numérico, esto estaba claro. Y, sin embargo, esta no
puede ser toda la historia; debe faltar algo. Sencillamente, no tiene sentido el creer que todas
las propiedades de los elementos estén condensadas en un número, el peso atómico: el cual
esconde, ¿qué? El peso de un átomo debe ser una medida de su complejidad. De ser así, debe
ocultar alguna estructura interna, alguna forma por la que el átomo se halla unido físicamente y
la cual genera aquellas propiedades. Pero, evidentemente, como idea era inconcebible en tanto
se creyera que el átomo es indivisible.
Y esta es la razón por la que el cambio de rumbo se presenta en 1897, cuando J. J. Thomson
descubre el electrón en Cambridge. Sí, el átomo tiene partes constitutivas; no es indivisible,
como implicaba su nombre griego. El electrón es una parte mínima de su masa o peso, pero
una parte real, y porta una sola carga eléctrica. Cada elemento se caracteriza por el número de
electrones en sus átomos. Y su número es exactamente igual al que le corresponde en la tabla
de Mendeleev, que ocupa el elemento cuando el hidrógeno y el helio se incluyen en los lugares
primero segundo, O sea, que el litio tiene tres electrones, el berilio tiene cuatro, el boro cinco, y
así sucesiva y consistentemente a través de la tabla. El sitio que ocupa un elemento en la tabla
se conoce como su peso atómico, en el que, para una realidad física, su átomo va de acuerdo
con el número de electrones que presente. El panorama ha cambiado de peso atómico a número
atómico, lo cual significa, esencialmente, a estructura atómica.
Este es el avance intelectual con el que se inicia la física moderna. Aquí empieza la gran era.
En aquellos años, la física se convierte en la más grande obra colectiva de la ciencia; más aún
en la mayor obra de arte de conjunto del siglo veinte.
136
Un mundo dentro del mundo
He dicho «obra de arte», porque la noción de que existe una estructura subyacente, un mundo
dentro del mundo del átomo, sedujo la imaginación de los artistas inmediatamente. A partir del
año 1900, el arte es distinto al precedente, como se puede apreciar en cualquier pintor original
de la época: Umberto Boccioni, por ejemplo, en Las fuerzas de la calle o en su Dinamismo de
un ciclista. El arte moderno principia al mismo tiempo que la física moderna porque ambos
parten de las mismas ideas.
Los pintores cubistas, por ejemplo, están inspirados, evidentemente, en las familias de los
cristales. Ven en ellos la forma de una aldea o de una colina, como hizo Georges Braque en sus
Casas junto al estanque, o un grupo de mujeres como las pintó Picasso en Las damiselas de
Avignon. En el famoso inicio de Pablo Picasso como pintor cubista – un solo rostro, el Retrato
de Daniel Henry Kahnweiler – el interés se ha mudado de la piel y las facciones a la geometría
subyacente La cabeza ha sido descompuesta en formas matemáticas y rehecha como una
reconstrucción, una recreación, de dentro hacia fuera.
Es sorprendente esta nueva búsqueda en los pintores del norte de Europa: Franz Marc, por
ejemplo, cuando se contempla el paisaje natural en su Ciervo en un bosque; y (un favorito de
los científicos) el cubista Jean Metzinger, cuya Mujer a caballo pertenecía a Niels Bohr, que
coleccionaba pinturas en su casa de Copenhague.
137
Un mundo dentro del mundo
Figura 50. En la fotografía de la quinta conferencia - de 1927 -, Einstein y Marie Curie se han
cambiado a la primera fila. (El está en el centro y ella es la tercera de la izquierda). Las filas
de atrás se llenan con las nuevas generaciones, Luis de Broglie, Max Born y Niels Bohr son
los tres de la derecha en la segunda fila, mientras que Schrodinger es el sexto de la izquierda,
y Heisenberg el tercero de la derecha en la última fila.
Existen dos claras diferencias entre una obra de arte un documento científico. Una es que en la
obra de arte el pintor toma visiblemente el mundo en fragmentos y los reúne en el mismo
lienzo. Y la otra es que se le puede ver pensativo mientras la realiza. (Por ejemplo, Georges
Seurat, cuando ponía un punto de color junto a otro de distinto color para lograr el efecto total
de Mujer joven con borla y Le Bec). En ambos sentidos, el papel científico es, con frecuencia,
deficiente. Suele ser únicamente analítico; y casi siempre oculta el proceso mental en su
lenguaje impersonal.
He decidido hablar de uno de los padres fundadores de la física del siglo XX, Niels Bohr,
puesto, qué en ambos sentidos era un artista consumado. No era un hombre de respuestas
preparadas. Solía iniciar sus seminarios diciendo a sus alumnos. «Toda frase que yo emita
habrá de ser considerada por vosotros no como una aseveración sino como una pregunta». Lo
que él cuestionaba era la estructura del mundo. Y la gente con que la trabajaba, cuando joven o
viejo (contaba ya más de setenta años), también descomponía el mundo, cavilaba sobre éste y
lo reconstruían de nuevo.
Contaba más de veinte años cuando empezó a trabajar con J. J. Thomson y con Ernest
Rutherford, que fuera su discípulo y que hacia 1910 era el físico experimental más destacado
del mundo. (Al igual que Mendeleev, Thomson y Rutherford se habían inclinado por la ciencia
gracias al interés de sus viudas progenitoras) Rutherford era a la sazón catedrático de la
Universidad de Manchester. Y ya en 1911 había propuesto un nuevo modelo de átomo. Había
declarado que la masa del átomo está en un núcleo pesado o corazón en el centro, circundado
por los electrones que giran en órbitas, del mismo modo en que los planetas giran alrededor del
Sol. Era un concepto brillante, y una curiosa ironía de la historia, pues en trescientos años la
138
Un mundo dentro del mundo
Figura 51 Hacia 1919, Rutherford era el físico experimental más destacado del mundo.
Rutherford después de que sucedió a J. J. Thomson en el laboratorio de Cavendish en
Cambridge.
No obstante, había algo equívoco en el modelo de Rutherford. Si el átomo es realmente una
máquina minúscula, ¿cómo puede su estructura justificar el hecho de que no falle, pues se trata
de una máquina diminuta en movimiento perpetuo y de la única máquina en movimiento
perpetuo con que contamos? Los planetas pierden energía constantemente conforme se
desplazan sobre sus órbitas, de modo que año por año sus órbitas empequeñecen, muy
levemente, pero con el tiempo caerán dentro del Sol. Si a los electrones les sucede lo mismo
que a los planetas, entonces caerán dentro del núcleo. Debe, por tanto, existir algo que impida
que los electrones pierdan energía constantemente. Esto requería de un nuevo principio en
física, limitando a valores fijos la energía que un electrón podía dar. Sólo para que haya una
medida, una unidad definida que mantenga a los electrones en órbitas de tamaño fijo.
Niels Bohr descubrió la unidad que buscaba en el trabajo que Max Planck había publicado en
Alemania en 1900. Lo que Planck había demostrado, doce años antes, es que en un mundo en
que la materia se presenta en conjuntos, la energía también deberá presentarse en conjuntos o
cuantos. Pensándolo ahora, la teoría no parece tan extraña. Pero Planck sabía cuán
139
Un mundo dentro del mundo
revolucionaria era la idea el día en que la tuvo, pues en ese mismo día salió con su hijo
pequeño a dar uno de esos paseos profesorales que los académicos de todo el mundo toman
después del almuerzo, y le dijo a éste, «He concebido hoy un pensamiento tan revolucionario y
tan grande como el que alguna vez tuvo Newton». Y así era.
En cierto sentido, la tarea de Bohr era sencilla. Tenía el átomo de Rutherford en una mano y el
cuanto en la otra. Luego, ¿qué podía maravillar de un joven de veintisiete años, que en 1913
unía ambos y creaba la imagen moderna del átomo? Nada, como no sea el maravilloso y visible
proceso mental: nada, sino el esfuerzo de la síntesis. Y la idea de buscar apoyo en el único
lugar en que podía ser encontrado: la huella dactilar del átomo, es decir: el espectro en que su
comportamiento se hace visible para nosotros, contemplándolo desde el exterior.
Esta fue la maravillosa idea de Bohr. El interior del átomo es invisible, pero posee una ventana,
una ventana de cristal de colores: el espectro del átomo. Cada elemento cuenta con su propio
espectro, que no es continuo como el que Newton obtuvo de la luz blanca, sino que tiene cierto
número de líneas brillantes que lo caracteriza. Por ejemplo, el hidrógeno posee tres líneas
bastante brillantes en su espectro visible: una línea roja, otra azul verdosa, otra azul. Bohr las
definía como una liberación de energía, cuando el único electrón del átomo de hidrógeno salta
de una de las órbitas exteriores a una de las interiores.
Es interesante recorrer los pasos de la configuración del modelo de átomo de Bohr, pues de
algún modo recapitulan el ciclo vital de toda teoría científica. Primero viene el escrito. En éste,
los resultados conocidos son empleados para apoyar el modelo. Esto significa que se ha
demostrado que el espectro del hidrógeno en particular presenta líneas, conocidas de mucho
tiempo atrás, cuyas posiciones corresponden a las transiciones cuánticas del electrón de una
órbita a otra.
El siguiente paso consiste en hacer extensiva esta clase de confirmación a un nuevo fenómeno:
en este caso, las líneas del espectro de alta energía de los rayos X, el que no es visible para el
ojo, pero que está formado de la misma manera por los saltos del electrón. Este trabajo se llevó
a cabo en el laboratorio de Rutherford en 1913, y produjo bellos resultados que confirmaban
exactamente las predicciones de Bohr. El hombre que realizó estos trabajos fue Harry Moseley,
de veintisiete años, quien no realizó una labor más brillante a causa de que pereció durante el
desesperado ataque británico a Galípoli en 1915: campaña que, indirectamente, cobraría vidas
de jóvenes promesas, entre ellas la del poeta Rupert Brooke. Al igual que el de Mendeleev, el
trabajo de Moseley sugería la ausencia de algunos elementos, uno de los cuales sería
descubierto en el laboratorio de Bohr y denominado hafnium, nombre latino de Copenhague.
Bohr anunció el descubrimiento accidentalmente durante el discurso que pronunció al aceptar
el Premio Nobel de Física en 1922. El tema del discurso es memorable, pues Bohr describió en
140
Un mundo dentro del mundo
detalle lo que había condensado casi poéticamente en otro discurso: de cómo el concepto de
cuanto había
llevado gradualmente a una clasificación sistemática de los tipos estacionarios de amarre de cualquier
electrón a un átomo, ofreciendo una cabal explicación de las relaciones extraordinarias entre las
propiedades físicas y químicas de los elementos, tal y como se expresan en la famosa tabla periódica de
Mendeleev. Tal interpretación de las propiedades de la materia se presentó como una realización, que
inclusive sobrepasaba los sueños de los pitagóricos, del ideal antiguo de reducir la formulación de las
leyes de la naturaleza a consideraciones puramente numéricas.
Y precisamente en este momento, cuando todo parece deslizarse sobre ruedas, empezamos a
percatarnos súbitamente de que la teoría de Bohr, como ocurre tarde o temprano con todas las
teorías, está alcanzando los límites de su capacidad. Empiezan a surgir en ella pequeñas grietas
que la debilitan, una especie de dolor reumático. Y entonces se manifiesta la realidad cruda de
que ni remotamente hemos resuelto el problema medular de la estructura atómica. Hemos
quebrado el cascarón. Mas dentro de éste se encuentra el átomo, que es un huevo con yema, el
núcleo; y todavía no hemos empezado a entender el núcleo.
Figura 52. La parte interior del átomo es invisible pero posee una ventana, una ventana de
cristal de colores: el espectro del átomo. El espectro del gas de hidrógeno, cuyas bandas
interpretó Niels Bohr en 1913 como los saltos orbitales del electrón del átomo. Luis de Broglie
interpretó estas órbitas como bandas de ondas resonantes, en donde las órbitas son lugares
donde un número exacto, entero de ondas se aproxima alrededor
Niels Bohr era un hombre que gustaba de la contemplación y del esparcimiento. Con el dinero
del Premio Nobel compró una casa de campo. Su afición por las artes incluía también la
poesía. Había dicho a Heisenberg, «Cuando se trata de los átomos, el lenguaje sólo se puede
emplear como en poesía. Al poeta le interesa no tanto la descripción de hechos cuanto la
creación de imágenes». Este es un pensamiento inesperado tratándose de los átomos, el
lenguaje no describe hechos sino que crea imágenes. Pero esto es así. Lo que yace debajo del
141
Un mundo dentro del mundo
mundo visible es siempre imaginario, en sentido literal: un juego de imágenes. No existe otra
forma de hablar acerca de lo invisible en la naturaleza, en el arte o en la ciencia.
Cuando atravesamos el umbral del átomo nos hallamos en un mundo más allá del alcance de
nuestros sentidos. Este mundo posee una nueva arquitectura, una unión de cosas que nosotros
desconocemos: tratamos únicamente de imaginarla mediante analogías, un nuevo acto de
imaginación. Las imágenes arquitectónicas proceden del mundo concreto de nuestros sentidos,
puesto que ese es el único mundo que las palabras pueden describir. Mas todas las formas de
imaginar lo invisible son metáforas, semejanzas que extraemos del gran mundo del ojo, el oído
y el tacto.
Una vez hemos descubierto que los átomos son los últimos ladrillos constructores de la
materia, sólo podemos tratar de crear modelos de cómo estos ladrillos constructores se unen y
actúan juntos. Los modelos intentan demostrar, por analogía, cómo está construida la materia,
De modo que, para poner a prueba los modelos, tendremos que desmenuzar la materia, tal
como tallamos la estructura del diamante basándonos en la del cristal.
El ascenso del hombre es una síntesis que cada vez se enriquece más, siendo cada paso un
esfuerzo analítico: de análisis más profundo, un mundo dentro del mundo. Cuando se encontró
que el átomo era divisible parecía que podía tener un centro indivisible, el núcleo. Y después
resultaba, alrededor de 1930, que el modelo requería de un nuevo refinamiento. El núcleo en el
centro del átomo no era tampoco el último fragmento de la realidad.
En el crepúsculo del sexto día de la Creación, al decir de los comentaristas hebreos del Antiguo
Testamento, Dios proveyó al hombre con herramientas que le darían también el don de la
creación. Si tales comentaristas viviesen todavía, escribirían. «Dios creó el neutrón». Aquí, en
Oak Ridge, Tennessee, se encuentra el resplandor azul que es la huella de los neutrones: el
dedo visible de Dios que toca a Adán en la pintura de Miguel Angel, no con aliento sino con
poder.
Pero no debo empezar con algo tan remoto. Permítaseme empezar la historia alrededor de
1930. En ese entonces, el núcleo del átomo aún se contemplaba tan invulnerable como alguna
vez se había considerado el propio átomo. El problema estribaba en que no había forma de
reducirlo a fracciones eléctricas: los números, simplemente, no concordarían. El núcleo tiene
142
Un mundo dentro del mundo
una carga positiva (para equilibrar los electrones del átomo) igual al número atómico. Pero la
masa del núcleo no es un múltiplo constante de la carga: va desde una igualdad en la carga (en
el hidrógeno) hasta mucho más del doble de la carga en los elementos pesados. Esto era
inexplicable, en tanto se continuase en el convencimiento de que toda materia debía ser
construida a partir de la electricidad.
Fue James Chadwick quien acabó con idea tan profundamente arraigada, probando en 1932
que el núcleo consiste de dos clases de partículas: no sólo del protón eléctrico positivo sino de
una partícula no eléctrica, el neutrón. Las dos partículas poseen prácticamente la misma masa,
a saber: igual (aproximadamente) al peso atómico del hidrógeno. Unicamente el núcleo, más
simple, del hidrógeno carece de neutrones y consta de un solo protón.
El neutrón era, por tanto, un nuevo tipo de prueba, una suerte de fuego alquímico, ya que,
careciendo de carga eléctrica, podía ser disparado dentro del núcleo de los átomos sin sufrir
disturbios eléctricos y cambiarlos. El moderno alquimista, el hombre que mejor que nadie hizo
uso de esta nueva herramienta, fue Enrico Fermi, en Roma.
Enrico Fermi era una extraña criatura. Yo no le conocí sino hasta mucho tiempo después, pues
en 1934 Roma estaba en manos de Mussolini, Berlín en las de Hitler, y los hombres como yo
no viajábamos a esas ciudades. Mas cuando le vi en Nueva York, años más tarde, me dio la
impresión de ser el hombre más inteligente que jamás había visto; bueno, tal vez el más
inteligente con una sola excepción. Era compacto, menudo, poderoso, penetrante, muy
deportivo y siempre tan clara en su mente la dirección en que iba cual si pudiese observar el
propio fondo de las cosas.
Como se sabe, la transmutación fue un sueño secular. Pero para hombres como yo, de mente
inclinada a la teoría, lo más estimulante de los años treinta es que con ellos se inicia el
descubrimiento de la evolución de la naturaleza. Explicaré esta frase. He empezado por hablar
acerca del día de la Creación, y lo haré de nuevo. ¿Por dónde empiezo? El arzobispo James
Ussher de Armagh, mucho tiempo ha, hacia 1650, afirmaba que el universo había sido creado
en 4004 a. de C. Armado como estaba de dogma e ignorancia, nada le fue refutado. El y otros
clérigos solían proporcionar el año, la fecha, el día de la semana, la hora, todo lo cual, por
fortuna, he olvidado. Mas el enigma de la edad de la Tierra permanecía como una paradoja
hasta bien avanzado el siglo XX pues aunque estaba clara la existencia de la Tierra durante
muchos millones de años, no se podía concebir la procedencia de la energía que había movido
el Sol y las estrellas durante tan largo período. Ya para entonces se contaba con las ecuaciones
de Einstein, por supuesto, las cuales demostraban que la pérdida de materia produciría energía.
¿Pero cómo se redistribuía la materia?
Muy bien: esta es realmente la clave de la energía y la puerta del entendimiento que el
descubrimiento de Chadwick abrió. En 1939, Hans Bethe, que trabajaba en la Universidad de
Cornell, explicó por primera vez en términos muy precisos la transformación del hidrógeno en
helio en el Sol, de la cual emana la pérdida de masa que se nos prodiga en forma de energía.
Hablo de estas cuestiones con un cierto grado de pasión, pues para mí tiene la calidad no del
recuerdo, sino de la experiencia. La explicación de Hans Bethe está tan presente en mí como el
propio día de mi boda y los pasos subsecuentes tanto como el nacimiento de mis hijos. Pues lo
que se reveló en los años subsecuentes (y se selló finalmente en 1957, en el análisis que
considero definitivo) es que en todos los astros se realizan procesos que van convirtiendo a los
átomos, uno a uno, en estructuras cada vez más complejas. La propia materia evoluciona. Esta
palabra proviene de Darwin y de la biología; pero es también la palabra que cambió a la física
durante mi existencia.
143
Un mundo dentro del mundo
El primer paso en la evolución de los elementos se lleva a cabo en las estrellas jóvenes, tales
como el Sol. Es el paso del hidrógeno al helio y requiere de las altas temperaturas del interior;
lo que podemos apreciar en la superficie solar son únicamente las tormentas producto de dicha
acción. (El helio fue identificado inicialmente como una línea del espectro durante el eclipse
solar de 1868; es por ello que se le denominó helio, pues entonces no era conocido en la Tierra)
Lo que sucede en efecto es que, de tiempo en tiempo, una pareja de núcleos de hidrógeno
pesado choca y se fusiona para formar el núcleo del helio.
Con el tiempo el Sol, en su mayor parte, se convertirá en helio. Y se convertirá en una estrella
más caliente en la que los núcleos del helio choquen para formar átomos más pesados. El
carbón, por ejemplo, se forma en una estrella cada vez que tres núcleos de helio chocan en un
punto dentro de un tiempo menor a una millonésima de millonésima de segundo. Cada átomo
de carbón en todo ser vivo ha sido formado por tan extraña e improbable colisión. Más allá del
carbón se forma el oxígeno, el silicio, el azufre y otros elementos más pesados. Los elementos
más estables se encuentran a mitad de la tabla de Mendeleev, aproximadamente entre el hierro
y la plata. Mas el proceso de construcción de los elementos sobrepasa grandemente todo esto.
Si los elementos se construyen uno a uno, ¿por qué se detiene la naturaleza? ¿Por qué
encontramos únicamente noventa y dos elementos, de los cuales el uranio ocupa el último
lugar? La respuesta a esta pregunta es, evidentemente, la construcción de más elementos y la
confirmación de que, a mayor tamaño, los elementos se vuelven más complejos y tienden a
separarse en pedazos. Sin embargo, al realizar esto, no sólo estamos forjando elementos nuevos
sino logrando algo que es explosivo en potencia. El elemento plutonio, obtenido por Fermi en
el histórico primer reactor de grafito (lo llamábamos la «Pila» en aquellos días coloquiales) fue
el elemento hecho por el hombre que demostraría lo anterior al mundo entero. Constituye, en
parte, un monumento al genio de Fermi; pero creo que también es un tributo al dios Plutón del
averno, quien diera su nombre al elemento, por las cuarenta mil víctimas de Nagasaki a causa
de la bomba de plutonio. Constituye un monumento más en la historia del orbe y conmemora,
al propio tiempo, a un gran hombre y a múltiples víctimas.
Pero debemos retornar brevemente a la mina de Wieliczka, porque existe una contradicción
histórica que debo explicar aquí. Los elementos se forman constantemente en las estrellas; no
obstante lo cual, solíamos creer que el universo estaba declinando. ¿Por qué? ¿Cómo?
La idea de que el universo decae se deriva de la simple observación de las máquinas. Toda
máquina consume más energía de la que rinde. Parte de ella se pierde en la fricción, parte en el
desgaste. Y en algunas máquinas más avanzadas que los arcaicos cabrestantes de madera de
Wieliczka, se desperdicia en otras formas necesarias: por ejemplo, en un absorbedor de
impactos o en un radiador. Todas estas constituyen formas en las que la energía es degradada.
Existe una fuente de energía inaccesible en que se pierde siempre una parte de la energía que
aplicamos y que no se puede recuperar.
En 1850, Rudolf Clausius convirtió ese pensamiento en un principio básico. Afirmó que existe
una energía que es accesible, mientras que existe también un residuo de energía que no lo es.
Llamó entropía a esta energía inaccesible y formuló la famosa Segunda Ley de la
Termodinámica: la entropía aumenta constantemente. En el universo, el calor escapa a una
especie de lago de igualdad en el cual ya no es accesible.
Esta fue una bonita exposición hace cien años, porque entonces el calor se concebía aún como
un fluido. Pero el calor no es más material que el fuego... o que la vida. El calor es un
movimiento aleatorio de los átomos. Y sería Ludwig Boltzmann en Austria quien
brillantemente tomó la idea para ofrecer una nueva interpretación de lo que ocurre en una
máquina, o en una máquina a vapor, o en el universo.
144
Un mundo dentro del mundo
S=K log W;
145
Un mundo dentro del mundo
Naturalmente, los estados desordenados son mucho más probables que los ordenados, ya que
prácticamente cualquier montaje de átomos formado aleatoriamente será desordenado; es así
que cualquier arreglo ordenado decaerá. Mas esto no es siempre así. No es verdad que los
estados ordenados tiendan constantemente al desorden. Es una ley estadística, lo que significa
que el orden tenderá a desaparecer. Pero las estadísticas no indican que «siempre». Las
estadísticas aportan el orden para construir algunas islas del universo (aquí en la Tierra, en
usted, en mí, en las estrellas, en todo lugar) en tanto que el desorden impera en otras.
Esta es una bella concepción. Pero existe aún una pregunta que debemos plantearnos. De ser
cierto que la probabilidad fue la que nos trajo aquí, ¿no es ésta tan remota que, en realidad, no
tenemos derecho a estar aquí?
La gente que formula esta pregunta siempre la plantea en estos términos. Tomemos, por
ejemplo, todos los átomos que forman mi cuerpo en este momento. Cuán absurdo e improbable
es que se hayan conjuntado en este preciso lugar e instante para darme forma. Sí, por cierto, si
así fue como ocurrió, esto no sólo sería improbable: sería virtualmente imposible.
Mas, por supuesto, ésta no es la forma en que la naturaleza trabaja. Los átomos forman
moléculas, las moléculas forman, las bases, las bases dirigen la formación de aminoácidos, los
aminoácidos forman las proteínas y éstas trabajan en las células. Las células conforman ante
todo a los animales simples y después a los más complejos, ascendiendo paso a paso. Las
unidades estables que componen un nivel o estrato son la materia prima para los encuentros
aleatorios que producen configuraciones superiores, algunas de las cuales tienen la posibilidad
de trocarse en estables. Mientras permanezca un potencial de estabilidad que no se haya
convertido en real, no hay otra manera de que la oportunidad se realice. La evolución
constituye el ascenso por una escala, partir de los pasos simples hasta los complejos, siendo
cada cual estable en sí mismo.
Debido a que es un tema muy familiar para mí, le he dado un nombre: lo he denominado
estabilidad estratificada y esto es lo que ha traído la vida a paso lento pero constante,
ascendiendo una escala de complejidad creciente, lo que es el progreso y el problema central de
la evolución. Y ahora sabemos que esto es verdad no sólo en el orden vital sino también en el
material. Si las estrellas tuviesen que generar un elemento pesado como el hierro o un elemento
archipesado como el uranio, mediante el montaje instantáneo de todos los componentes,
resultaría virtualmente imposible. No. Una estrella convierte el hidrógeno en helio; en una
nueva etapa y en una estrella diferente, el helio se transforma en carbón, en oxígeno, en
elementos pesados; y así paso a paso a lo largo de toda la escala, hasta formar los noventa y
dos elementos existentes en la naturaleza.
No podemos copiar el proceso de las estrellas como un todo, al no poder regular las altísimas
temperaturas que se requieren para fusionar a la mayoría de los elementos. Mas hemos
empezado a poner nuestro pie en la escala: al copiar el primer paso, del hidrógeno al helio. En
otra parte de Oak Ridge se intenta la fusión del hidrógeno.
Resulta sumamente difícil imitar la temperatura que prevalece en el Sol: más de diez millones
de grados centígrados. Y aún es más difícil el crear cualquier tipo de recipiente que pueda
resistir tales temperaturas y asimilarlas durante una fracción de segundo. No existen materiales
así; un receptáculo de gas en tan violento estado sólo puede tener forma de una trampa
magnética. Es esta una nueva clase de física: la plasma-física o física de los plasmas. Es
emocionante, ciertamente, y su importancia estriba en que es la física de la naturaleza. Por
primera vez, los reajustes que el hombre realiza no marchan en dirección contraria a la
naturaleza sino siguiendo los mismos pasos que ella ha marcado en el Sol y en las estrellas.
La inmortalidad y la mortalidad es el contraste con que finalizaré este ensayo. La física del
siglo XX es una labor inmortal. Trabajando de manera comunal, la imaginación humana no ha
producido monumentos que la igualen: ni las pirámides ni la Ilíada ni las baladas ni las
146
Un mundo dentro del mundo
catedrales. Uno tras otro, los hombres que forjaron estas concepciones son los héroes pioneros
de nuestra época. Mendeleev, barajando sus tarjetas; J. J. Thompson, confutando la creencia
griega de que el átomo es indivisible; Rutherford, que lo configuró como un sistema planetario;
y Niels Bohr, que hizo funcionar ese modelo. Chadwick, que descubrió el neutrón, y Fermi,
que lo utilizó para abrir y transformar el núcleo. Y a la cabeza de todos ellos están los
iconoclastas, los primeros descubridores de las nuevas concepciones:
Max Plank, que dio a la energía un carácter atómico igual a la materia; y Ludwing Boltzmann,
al que, más que a ningún otro, debemos el hecho de que el átomo – un mundo dentro de un
mundo – sea tan real para nosotros como nuestro propio mundo.
Quién hubiera creído que en 1900 la gente luchaba, podríamos decir que a muerte, al tratar el
tema de la realidad o ficción de los átomos. En Viena, el gran filósofo Ernst Mach lo negaba.
La misma negativa era expresada por el gran químico Wilhelm Ostwald. Y, sin embargo, un
hombre, durante el crítico cambio de siglo, propugnó la autenticidad del átomo en términos
teóricos fundamentales. Se trataba de Ludwing Boltzmann, a cuya memoria rindo homenaje.
¿Se conformaba Boltzmann con discutir? No. Vivió y murió esa pasión. En 1906, a la edad de
sesenta y dos años, sintiéndose aislado y derrotado, justamente en el momento en que la
doctrina atómica estaba a punto de triunfar, él consideró que todo estaba perdido y se quitó la
vida. Lo único que resta para conmemorarle es su fórmula inmortal, grabada en su tumba,
S = K log W.
147
Conocimiento o certeza
11 CONOCIMIENTO O CERTEZA
Uno de los propósitos de las ciencias físicas ha sido el de proporcionar una imagen exacta del
mundo material. Uno de los logros de la física del siglo XX ha sido el de probar que tal meta es
inasequible.
Tomemos un objeto concreto como el rostro humano. Estoy escuchando a una invidente
conforme recorre con las puntas de los dedos la faz de un hombre al que percibe por vez
primera, pensando en voz alta. «Yo diría que se trata de un hombre mayor. Creo que,
evidentemente, no es inglés. Su cara es más redonda que la de la mayoría de los ingleses. Creo
que tal vez proceda del continente europeo e incluso de la región oriental de dicho continente.
Son de posible agonía las arrugas de su cara. Al principio creí que eran cicatrices. No es un
rostro feliz.»
Este es el rostro de Stephan Borgrajewicz, que, como yo, nació en Polonia. En la figura 56
aparece visto por el artista polaco Feliks Topolski. Estamos conscientes de que esta clase de
pintura no plasma el rostro, Sino lo explora; que el artista traza el detalle casi al tacto; y que
cada línea que se añade intensifica la pintura aunque nunca le da el toque final. Solemos
aceptar esto como el método del artista.
149
Conocimiento o certeza
Más lo que la física ha demostrado es que ese es el único método de conocimiento. No existe el
conocimiento absoluto. Y aquellos que lo sostienen, trátese de científicos o dogmáticos, abren
la puerta a la tragedia. Toda información es imperfecta. Tenemos que manejarla con humildad.
Tal es la condición humana; y así lo expresa la física cuántica. Afirmo esto literalmente.
Figura 57 ¿Cómo es de fino y de exacto el detalle que podemos percibir por medio de los
mejores instrumentos del mundo?.
Fotografía por radar del aeropuerto de Londres
Microfotografia de la superficie de la piel humana ampliada 50 veces.
Microfotografía de un corte de piel humana, mostrando las glándulas sebáceas, ampliada 200
veces.
El microscopio ultravioleta penetra la célula hasta el nivel de un cromosoma individual.
Atomos de Torio.
150
Conocimiento o certeza
Y el apreciar el detalle no necesita ser limitado a verlo con luz visible. En 1867, James Clerk
Maxwell propuso que la luz era una onda electromagnética, y las ecuaciones que construyó
para ésta implicaban la existencia de otras. El espectro de la luz visible, del rojo al violeta, es
aproximadamente sólo una octava de la escala de las radiaciones invisibles. Existe todo un
teclado de información, que va desde las más largas longitudes de onda de la radio (las notas
graves) hasta las longitudes de onda más cortas de los rayos X en adelante (las notas agudas).
Haremos resplandecer a todas ellas, una a una, sobre el rostro humano.
La más larga de las ondas invisibles es la onda de radio, cuya existencia sería probada, hace
casi una centuria, por Heinrich Hertz, en 1888, confirmando así la teoría de Maxwell. Al ser la
más larga de todas, es también la más burda. Un radar de exploración, trabajando a una
longitud de onda de unos cuantos metros, no registrará rostro ninguno a menos que cuente con
algunos metros transversales, como una cabeza olmeca de piedra. Sólo cuando acortemos la
longitud de onda aparecerán algunos detalles de la enorme cabeza: en menos de un metro, las
orejas. Y en el límite práctico de las ondas de radio, a unos cuantos centímetros, detectamos los
primeros rasgos del hombre junto a la estatua.
Después miramos a la cara, la cara del hombre, con una cámara sensible al siguiente campo de
radiación, a longitudes de onda de menos de un milímetro: los rayos infrarrojos. Estos fueron
descubiertos en 1800 por el astrónomo William Herschel, al percatarse del calor de su
telescopio al apuntarlo más allá de la luz roja; pues los rayos infrarrojos son rayos caloríferos.
La placa de la cámara los transforma en luz visible, en un código bastante arbitrario, haciendo
que los más calientes se vean azules, y rojos u oscuros los más fríos. Podemos apreciar los
rasgos más notorios de la cara: los ojos, la boca, la nariz: vemos el vapor que sale de las fosas
nasales. Aprendemos algo nuevo con respecto al rostro humano, sí. Mas lo que aprendemos
carece de detalle.
A las longitudes de onda más cortas, centésimos de milímetro o menos, el rayo infrarrojo se
matiza suavemente hasta alcanzar el rojo visible. La película que empleamos entonces es
sensitiva a ambos, y el rojo salta a la vista. Ya no se trata de un hombre sino del hombre que
conocemos: Stephan Borgrajewicz.
La luz blanca lo revela al ojo de manera ostensible, en detalle; el vello, los poros de la piel, un
lunar aquí, un vaso sanguíneo roto allá. La luz blanca es una mezcla de longitudes de onda, del
rojo al naranja, al amarillo, al verde, al azul y finalmente al violado, las ondas visibles más
cortas. Deberíamos ver detalles más precisos con la onda corta violeta que con la larga onda
roja. Pero en la práctica, una diferencia aproximada de una octava no tiene gran significación.
El pintor analiza el rostro, analiza las facciones, separa los colores, agranda la imagen. Resulta
natural preguntar, ¿no debería un científico emplear un microscopio para aislar y analizar los
rasgos más finos? Pues sí, debería. Mas tenemos que entender que el microscopio magnifica la
imagen pero no puede mejorarla: la nitidez del detalle está sujeta a la longitud de onda de la
luz. El hecho es que con cualquier longitud de onda podemos interceptar un rayo, mas sólo
mediante objetos tan grandes como la propia longitud de onda; un objeto más pequeño
simplemente no proyectaría sombra.
Un aumento de más de doscientas veces puede hacer destacar una sola célula de la piel
utilizando luz blanca ordinaria. Pero para observar más detalles, necesitamos una longitud de
onda aún más corta. Luego entonces, el siguiente paso es la luz ultravioleta, que posee una
longitud de onda de una diezmilésima de milímetro e incluso menos: más corta por un factor
de diez y mayor que la de la luz visible. Si nuestros ojos pudiesen ver dentro de los rayos
ultravioleta, verían un panorama fantasmal de fluorescencia. El microscopio ultravioleta mira a
151
Conocimiento o certeza
través de resplandor dentro de la célula, magnificada tres mil quinientas veces, hasta el nivel
del cromosoma individual. Mas tal es el límite: ninguna luz verá los genes humanos dentro de
un cromosoma.
Nuevamente, para ir más al fondo, tendremos que acortar la longitud de onda: a continuación,
los rayos X. Sin embargo, éstos son tan penetrantes que ningún material los puede enfocar; no
podemos construir un microscopio de rayos X. Es así que debemos conformarnos con
dispararlos a la cara y obtener una suerte de sombra. El detalle dependerá ahora de su
penetración. Podemos ver el cráneo bajo la piel: por ejemplo, que el hombre ha perdido su
dentadura. Este sondeo del cuerpo hizo a los rayos X excitantes desde que Wilhelm Konrad
Röntgen los descubrió en 1895, pues se trataba de un hallazgo en física que parecía diseñado
por la naturaleza para servir a la medicina. Hizo a Röntgen una especie de benévola figura
paterna; él fue el héroe que consiguió el primer Premio Nobel en 1901.
Figura 58 El sondeo del cuerpo hizo a los rayos X excitantes desde que Wilhem Honrad
Röntgen los descubrio.
Placa original de Röntgen de un hombre con zapatos y con llaves en los bolsillos de su
pantalón.
152
Conocimiento o certeza
Nos falta todavía dar un paso, al microscopio electrónico, en el cual los rayos se hallan tan
concentrados que ya no sabernos si llamarles ondas o partículas. Los electrones se disparan a
un objeto y delinean el contorno como lo hace el lanzador de puñales en una feria. El objeto
más pequeño que se ha logrado observar ha sido un átomo individual de torio. Es todo un
espectáculo. Y empero esta tenue imagen confirma que, al igual que los puñales que circundan
a la joven en la feria, los electrones – aun los más rígidos – no proporcionan un contorno
sólido.
La imagen perfecta se encuentra todavía tan remota como las estrellas distantes. Nos hallamos
ahora frente a frente con la paradoja crucial del conocimiento. Año tras año inventamos
instrumentos más precisos para poder observar la naturaleza con más detalle. Y cuando
analizamos las observaciones notamos con desagrado que aún son difusas; y nos queda la
sensación de que son tan imprecisas como de costumbre. Parece que corremos hacia una meta
que se aleja infinitamente de nosotros cada vez que la tenemos a la vista.
La paradoja del conocimiento no está confinada a la pequeña escala atómica; por el contrario,
es igualmente convincente a escala humana y aun estelar. Permítaseme situarla en el contexto
de un observatorio astronómico. El observatorio de Karl Friedrich Gauss en Gotinga fue
construido hacia 1807. Durante toda su existencia y justamente a partir de esa época (en menos
de dos siglos), los instrumentos astronómicos han sido mejorados. Contemplamos la posición
de un astro como se determinaba entonces y ahora y nos da la impresión de que nos
aproximamos cada vez más a su ubicación precisa. Pero cuando comparamos hoy nuestras
observaciones individuales nos percatamos con asombro de que se encuentran diseminadas
entre sí como en el pasado. Siempre hemos anhelado la desaparición del error humano, para
llegar a alcanzar la visión de Dios. Pero resulta que no hemos logrado suprimir el error en
nuestras observaciones. Y esto se aplica a las estrellas, o a los átomos, o simplemente al mirar
el retrato de alguien, o al escuchar la información contenida en un discurso.
Gauss reconoció lo anterior merced al maravilloso genio aniñado que le caracterizaba y que
conservaría hasta su muerte, ocurrida cuando contaba cerca de los ochenta anos. A los
dieciocho años de edad, cuando se presentó en Gotinga para incorporarse a la universidad en
1795, ya había resuelto el problema del mejor estimado de una serie de observaciones que
contenían errores internos. Razonaba en la misma forma estadística de hoy en día.
Cuando un observador contempla una estrella, sabe que existe una multitud de causas de error.
Así, pues, realiza varias lecturas, con la esperanza de que el mejor estimado de la posición de
una estrella sea el promedio: el centro de dispersión. Hasta ahora todo es obvio. Pero Gauss fue
más allá al preguntar qué es lo que nos indica la dispersión del error. Inventó la curva
gaussiana, en la cual la dispersión se resume por la desviación o la extensión de la curva. Y de
esto surgiría una teoría de grandes alcances: la dispersión marca un área de incertidumbre. No
estamos seguros de que la posición verdadera sea el centro. Todo lo que podemos decir es que
se halla en el área de incertidumbre, la cual se puede calcular a partir de la dispersión
detectada en las observaciones individuales.
Poseyendo esta sutil visión del conocimiento, Gauss fue particularmente severo con los
filósofos que clamaban haber encontrado la vía de un conocimiento aún más perfecto que el de
la observación. De entre muchos ejemplos voy a elegir uno. Sucede que hubo un filósofo
153
Conocimiento o certeza
llamado Friedrich Hegel, por el cual, lo confieso, siento especial antipatía. Y me agrada
compartir tan profundo sentimiento con un hombre de mucho mayor grandeza, Gauss. En 1800
Hegel presentó, por decirlo así, una tesis en que probaba que, a pesar de que la definición de
los planetas había cambiado desde la antigüedad, podía aún haber, a escala filosófica, siete
planetas. Ahora bien, no únicamente Gauss tenía respuesta para ello: Shakespeare había
respondido mucho antes. Existe un pasaje prodigioso en El rey Lear, en el cual el bufón dice al
rey: «La razón por la que existen siete estrellas y no más de siete, es una bonita razón». Y el
rey, sabia e irónicamente, responde: «Porque no son ocho». Y el bufón dice: «Sí, por cierto, y
vos haríais un buen bufón». Y eso hacía Hegel. El 1º de enero de 1801, puntualmente, antes de
que se secase la tinta del manuscrito de Hegel, se descubría un octavo planeta: Ceres, un
planeta menor.
La historia está salpicada de ironías. La «bomba de relojería» que contenía la curva de Gauss
es que, posteriormente a su muerte, descubrimos que no disponemos del punto de vista de
Dios. Los errores están inextricablemente ligados a la naturaleza del conocimiento humano. Y
la ironía consiste en que el descubrimiento se haya realizado en Gotinga. Las villas
universitarias antiguas son bellamente parecidas. Gotinga es como Cambridge en Inglaterra o
Yale en los Estados Unidos: muy provincial, aunque no un lugar de paso: nadie visita el sitio
como no sea por la compañía de profesores. Y éstos están ciertos de que este es el centro del
mundo. Hay aquí en la taberna una inscripción que reza, «Extra Cottingam non est vita»,
«Fuera de Gotinga no hay vida». Este epigrama, o debería llamarlo epitafio, no lo toman tan en
serio los estudiantes como los profesores.
Como en toda ciudad universitaria, el paisaje de Gotinga es recorrido por los profesores en
largas caminatas después del almuerzo, y los estudiantes que son invitados a acompañarles lo
consideran un verdadero honor. Tal vez en otros tiempos haya sido Gotinga un lugar bastante
monótono. Las pequeñas ciudades universitarias alemanas se remontan a una época anterior a
la unificación del país (Gotinga fue fundada por Jorge II como regente de Hanover), lo cual les
confiere un tono de burocracia local. Aun después de la era militar y de la abdicación del
Káiser en 1918, eran más conformistas que las universidades de otros países.
El vínculo entre Gotinga y el mundo exterior era el ferrocarril. Por este conducto llegaban los
visitantes procedentes de Berlín y del extranjero, en su deseo de intercambiar los nuevos
conceptos que revolucionaban la física. Era proverbial en Gotinga decir que la ciencia nació en
el tren a Berlín, por que en él la gente discutía, contradecía y tenía nuevas ideas; y también en
él se ponían a prueba.
Durante la primera Guerra Mundial, en Gotinga al igual que en todas partes, la ciencia estuvo
dominada por la Relatividad. Pero en 1921 Max Born fue nombrado para dictar la cátedra de
física, quien iniciaría una serie de seminarios que atraerían la presencia de todos los interesados
en la física atómica. Resulta bastante sorprendente que Max Born fuese contratado cuando
contaba ya casi cuarenta arios de edad. Por regla general, los físicos han realizado lo mejor de
su trabajo antes de cumplir los treinta años (los matemáticos aún antes y los biólogos quizás un
poco después). Pero Born poseía un extraordinario y personal don socrático. Atraía a los
jóvenes y obtenía lo mejor de ellos; y las ideas que intercambiaba en las constantes polémicas
habían de producir también lo mejor de su obra. Entre toda aquella pléyade de nombres, ¿a
quién debo elegir? Obviamente a Werner Heisenberg, quien realizó aquí con Born lo mejor de
su trabajo. Después, al publicar Erwin Schrödinger un nuevo concepto de física atómica básica,
sería justamente aquí donde se efectuarían los debates, congregándose gente de todo el mundo.
Resulta un tanto curioso hablar en estos términos acerca de un tema que, después de todo, ha
154
Conocimiento o certeza
sido siempre un tanto tenebroso. ¿Consistía realmente la física de los años veinte en polémicas,
seminarios, discusiones, disputas? Pues sí, así era y así sigue siendo. Las personas que se
reunían aquí, las que se reúnen en laboratorios, sólo concluyen su trabajo con una formulación
matemática. Inician ésta tratando de resolver acertijos conceptuales. Los enigmas de las
partículas subatómicas – de los electrones y del resto – son acertijos mentales.
155
Conocimiento o certeza
Max Born quería decir con ello que las nuevas ideas en física venían a ser una visión diferente
de la realidad. El mundo no es un conjunto de objetos estable y permanente y no puede
desligarse completamente de nuestra percepción de él. Cambia ante nuestros ojos, interactúa
con nosotros, el conocimiento que proporciona debe ser interpretado por nosotros. No hay
modo de intercambiar información que no requiera un acto de juicio. ¿Es el electrón una
partícula? Se comporta como tal en el átomo de Bohr. Pero (figura 52) de Broglie realizó en
1924 un hermoso modelo de onda, en el cual las órbitas eran los lugares donde un número
exacto de ondas giran alrededor del núcleo. Max Born concibió un tren de electrones, como si
cada uno cabalgase en un cigüeñal, de manera que colectivamente constituían una serie de
curvas gaussianas, una onda de probabilidad. Se estaba creando un nuevo concepto en el tren a
Berlín y en las caminatas de los profesores a través de los bosques de Gotinga: que
cualesquiera que sean las unidades fundamentales a partir de las cuales el mundo está
constituido, éstas son más delicadas, más huidizas, más sorpresivas de lo que podemos atrapar
en la frágil red de nuestros sentidos.
Todos aquellos paseos por los bosques, así como las conversaciones, alcanzarían un brillante
clímax en 1927. A principios de ese año, Werner Heisenberg daría un nuevo enfoque al
electrón. Sí, es una partícula, dijo, pero una partícula que proporciona únicamente información
limitada. Es decir, se puede especificar dónde se halla en este instante, pero no se le puede
imponer una velocidad específica ni una dirección determinada. O, por el contrario, si se insiste
en disparar a cierta velocidad y en determinada dirección, no se podrá especificar con exactitud
cuál es su punto de partida ni, naturalmente, el de su llegada.
Esto parece ser una caracterización imperfecta. No lo es. Heisenberg le confirió profundidad al
hacerla precisa. La información que porta el electrón está limitada a su totalidad. O sea que,
por ejemplo, su velocidad y su posición se acoplan de tal forma que están circunscritas por la
tolerancia del cuanto. Es este el concepto profundo: una de las grandes teorías científicas, no
sólo del siglo XX sino de toda la historia de la ciencia.
156
Conocimiento o certeza
El cielo se ennegrecía por toda Europa. Pero habría una nube en particular que se posaría sobre
Gotinga durante una centuria. A principios del siglo XIX, Johann Friedrich Blumenbach había
reunido una colección de cráneos, obtenidos a través de distinguidos caballeros europeos con
los que se correspondía. Nada sugería que el trabajo de Blumenbach con sus cráneos habría de
apoyar una división racista de la humanidad, aunque utilizó las medidas anatómicas para
clasificar a las familias del hombre. Sea como fuere, a raíz de la muerte de Blumenbach en
1840, la colección fue incrementada considerablemente hasta convertirse en el corazón de la
teoría racista del pangermanismo, adoptada oficialmente por e1 Partido Nacional Socialista a
su arribo al poder.
Con la llegada de Hitler en 1933, el tradicional sistema alemán de becas fue abolido casi de la
noche a la mañana. El tren a Berlín era ahora un símbolo de evasión. Europa ya no era un buen
huésped de la imaginación y no sólo de la imaginación científica. Toda una concepción de la
cultura estaba en retirada: el concepto de que el conocimiento humano es personal y
responsable, una aventura interminable al filo de la incertidumbre. Se hizo el silencio, tal y
como ocurrió a raíz del juicio de Galileo. Los grandes cerebros se adentraron en un mundo
amenazado. Max Born. Erwin Schrödinger. Albert Einstein. Sigmund Freud. Thomas Mann.
Bertolt Brecht. Arturo Toscanini. Bruno Walter. Marc Chagall. Enrico Fermi. Y Leo Szilard,
quien muchos años después se incorporaría al Instituto Salk de California.
Figura 60 A principios del siglo XIX, Blumenbach había reunido una colección de cráneos,
obtenidos a través de distinguidos caballeros con los que se correspondía.
Colección de cráneos de J. F. Blumenbach, Departamento de Anatomía, Universidad de
Gotinga.
157
Conocimiento o certeza
Debo expresar todas estas abstracciones en términos concretos, y deseo hacerlo así en un
personaje. Leo Szilard estaba muy empapado del tema, y yo dediqué muchas tardes durante su
último año de vida a conversar con él sobre estos temas en el Instituto Salk.
Nacido en Hungría, Leo Szilard realizó sus estudios universitarios en Alemania. En 1929
publicó un importante documento pionero sobre lo que hoy por hoy se conoce como Teoría de
la información, la relación entre el conocimiento, la naturaleza y el hombre. Ya para entonces
Szilard estaba convencido de que Hitler alcanzaría el poder y de que la guerra sería inevitable.
Preparó en su habitación dos valijas con sus pertenencias y, hacia 1933, las cerró y llevó
consigo a Inglaterra.
Y sucedió que en septiembre de 1933, Lord Rutherford, durante una sesión de la British
Association, hizo un comentario acerca de que la energía atómica jamás sería una realidad. Leo
Szilard era el tipo de científico, tal vez sólo el tipo de bienhumorado hombre jovial, a quien
molestaba cualquier declaración que incluyese la palabra «jamás», particularmente cuando era
expresada por algún colega distinguido. Fue así que se puso a cavilar sobre el problema. El
mismo relató la historia como lo haríamos cualquiera de los que le conocimos. Vivía en el
hotel Strand Palace (le encantaba vivir en hoteles). Dirigíase a su trabajo en el hospital Bart, y
al llegar a Southhampton Row fue detenido por la luz roja del semáforo. (Esta es la única parte
de la historia que encuentro improbable; nunca vi a Szilard detenerse ante una luz roja.) No
obstante, antes de que la luz cambiase a verde, se había percatado de que si se bombardea un
átomo con un neutrón, y si ocurre que éste se fracciona liberando a dos, se obtiene entonces
una reacción en cadena. Escribió una especificación para una patente que contiene las palabras
«reacción en cadena», la cual fue registrada en 1934. Y llegamos ahora a un aspecto de la
personalidad de Szilard que era característico de los científicos de la época, pero que en él se
manifestaba de un modo más claro y audible. Deseaba conservar la patente en secreto. Deseaba
preservar a la ciencia de una utilización equívoca. Y, de hecho, cedió la patente al
Almirantazgo Británico, con el fin de que no se hiciera pública sino después de la guerra.
158
Conocimiento o certeza
Entretanto, la guerra se aproximaba cada vez más. La marcha del progreso en física nuclear y
la marcha de Hitler avanzaban consistentemente, paso a paso, de un modo que ya hemos
olvidado en la actualidad. A principios de 1939, Szilard escribió a Joliot Curie interrogándole
sobre la posibilidad de prohibir las publicaciones. Trató de evitar que Fermi publicase. Y por
fin, en agosto de 1939, redactó una carta que Einstein firmó y envió al presidente Roosevelt, en
la cual decía (en concreto), «La energía nuclear está aquí. La guerra es inevitable. Compete al
presidente decidir lo que los científicos deben hacer al respecto».
Mas Szilard no se detuvo. Una vez ganada la guerra europea en 1945 y apercibido de que la
bomba atómica estaba a punto de ser empleada contra los japoneses, Szilard organizó protestas
donde quiera que pudo. Escribió memorándum tras memorándum. Envió uno de éstos al
presidente Roosevelt, el cual no cumplió su cometido a causa de que Roosevelt falleció
precisamente en los días en que le era remitido. El deseo de Szilard fue siempre el de que la
bomba fuese experimentada, abiertamente ante los japoneses y ante la opinión pública
internacional, de manera que los japoneses se pudieran percatar de su poder y rendirse antes de
que fuera demasiado tarde.
Como sabemos, Szilard fracasó, y con él toda la comunidad científica. Hizo lo que un hombre
íntegro podía hacer. Abandonó la física para dedicarse a la biología – fue por ello que se
incorporó al Instituto Salk – y persuadió a otros de que siguieran su ejemplo. La física había
sido la pasión de los últimos cincuenta años y su obra maestra. Y entonces se supo que había
llegado el momento de aportar a la comprensión de la vida, particularmente la humana, la
misma unidad de criterio que se había aplicado a la comprensión del mundo físico.
La primera bomba atómica fue lanzada sobre Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945, a las
8,15 de la mañana. Poco tiempo después de mi regreso de Hiroshima, escuché a alguien decir,
en presencia de Szilard, que era una tragedia para los científicos el que sus descubrimientos
fuesen utilizados para la destrucción. Szilard replicó, como nadie más que él derecho a hacerlo,
que no se trataba de la tragedia de los científicos: «es la tragedia de la humanidad».
Hay dos partes que intervienen en el dilema humano. Una es la creencia de que el fin justifica
los medios. Esta filosofía arrolladora, deliberadamente sorda al sufrimiento, se ha convertido
en el monstruo de la maquinaria bélica. La otra es la traición al espíritu humano: la afirmación
del dogma que cierra la mente y convierte a una nación, a una civilización, en una legión de
fantasmas: fantasmas obedientes o fantasmas torturados.
159
Conocimiento o certeza
Figura 62. Finalmente, Szilard redactó una carta que Einstein firmó y envió al presidente
Roosevelt.
Texto de la carta del 2 de agosto de 1939 al presidente de los Estados Unidos.
160
Conocimiento o certeza
Como científico, estoy en deuda con mi amigo Leo Szilard; como ser humano, estoy en deuda
con los muchos miembros de mi familia sacrificados en Auschwitz, merced a los cuales me
encuentro ante esta cuenca como sobreviviente y testigo. Debemos curarnos del ansia de
conocimiento absoluto y de poder. Debemos acortar la distancia entre la motivación de los
impulsos y el acto humano. Debemos acercarnos más a nuestros semejantes.
Figura 63. Yo te suplico, por las entrañas de Cristo, que pienses en la posibilidad de estar
equivocado.
El autor en elestanque de la prisión de Auschwitz.
161
Generación tras generación
En el siglo XIX, la ciudad de Viena era capital de un imperio que comprendía una multitud de
naciones e idiomas. Era un famoso centro musical, literario y artístico. En la Viena
conservadora se desconfiaba de la ciencia, particularmente de la ciencia biológica. Pero, de
modo inesperado, Austria fue también tierra fértil para una idea científica (y en biología) que
fue revolucionaria.
En la antigua universidad de Viena, el fundador de la genética, y por tanto de todas las ciencias
modernas relativas a la vida, Gregorio Mendel, realizó su limitada educación universitaria.
Hizo su aparición en un momento histórico, durante la lucha que se libraba entre la tiranía y la
libertad de pensamiento. En 1848, poco después del arribo de Mendel, dos jóvenes habían
publicado, lejos, en Londres, en alemán, un manifiesto que principiaba con esta frase: Ein
Gespetrst geht um Europa, «un espectro acecha a Europa», el espectro del comunismo.
Por supuesto que Karl Marx y Friedrich Engels no crearon las revoluciones de Europa a través
de su Manifiesto comunista; pero les dieron un medio de expresión. Era la voz de la
insurrección. Una ola de descontento se esparcía por Europa: contra los Borbones, los
Habsburgos y contra los gobiernos en general. París se hallaba en ebullición en febrero de
1848, seguida por Viena y Berlín. Y así, en marzo de 1848, en la Plaza Universitaria de Viena,
los estudiantes protestaron y lucharon contra la policía. Al igual que otros, el Imperio
Austríaco flaqueó. Metternich renunció y huyó a Londres. El emperador abdicó.
Los emperadores se van, mas los imperios permanecen. El nuevo emperador de Austria era un
joven de dieciocho años, Francisco José, quien reinó como un autócrata medieval hasta que el
arruinado imperio se desintegró durante la primera Guerra Mundial. Aún recuerdo a Francisco
José cuando yo era un niño; como otros Habsburgos, tenía los labios prominentes y la boca
abultada que Velázquez pintó en los reyes españoles, y lo cual hoy es reconocido como una
característica genética dominante.
Con la llegada de Francisco José al trono, los discursos de los patriotas cesaron; la reacción
provocada por el joven emperador fue absoluta. En ese momento, el ascenso del hombre fue
sigilosamente encauzado hacia una nueva dirección, merced a la incorporación de Gregorio
Mendel a la Universidad de Viena. Hijo de un granjero, había sido bautizado como Johann
Mendel; el nombre de Gregorio le fue asignado un poco antes, al convertirse en monje,
frustrado por la pobreza y por la carencia de estudios. Toda su vida se comportaría como un
niño campesino en cuanto a la forma de desempeñar su trabajo, no como un profesor ni como
un caballero naturalista equiparable a sus contemporáneos en Inglaterra; era una suerte de
naturalista doméstico.
Mendel se había metido a monje con el fin de poder realizar estudios, y su abad le destinó a la
Universidad de Viena para que se recibiese de maestro. Mas era nervioso y no destacaría corno
estudiante. Su examinador escribió: «le falta perspicacia y el requisito de claridad en el
conocimiento», y le reprobó. El muchacho granjero convertido en monje no tenía otra
alternativa que la de adentrarse de nuevo en el anonimato del monasterio de Brno en Moravia,
hoy parte de Checoslovaquia.
A su retorno de Viena en 1853, a la edad de treinta y un años, Mendel era un fracasado. Había
sido enviado por la orden agustina de Santo Tomás en Brno, la cual se dedicaba a la enseñanza.
El gobierno austríaco deseaba que los niños inteligentes del campesinado fueran enseñados por
los monjes. Su biblioteca no era la de un monasterio, sino la de una orden pedagógica. Y
163
Generación tras generación
Mendel había fracasado en ser calificado como maestro. Tenía que decidirse entre pasar el
resto de su vida como un maestro frustrado o como... ¿qué? Tomó su decisión, no como el
monje Gregorio sino como el niño granjero a quien llamaban Hansl, el joven campesino
Johann. Volvió la mirada a lo que había aprendido en la granja y a lo que siempre le había
Fascinado: las plantas.
Figura 64. El ascenso del hombre fue sigilosamente encauzado hacia otra dirección merced a
Gregorio Mendel.
Mendel en 1865.
En Viena había estado bajo la influencia del único gran biólogo que conoció, Franz Unger,
quien tenía una visión práctica y concreta de la herencia: sin esencias espirituales, sin fuerzas
vitales, apegándose a los hechos reales. Y Mendel determinó dedicar su vida a los
experimentos prácticos en biología, aquí, en el monasterio. Una tarea silenciosa y secreta,
según creo, a causa de que el obispo local no permitía a los monjes ni siquiera enseñar
biología.
Mendel inició sus experimentos formales dos o tres años después de su regreso de Viena, hacia
1856. Afirma en sus escritos que trabajó durante ocho años. La planta que había elegido
cuidadosamente era el guisante doméstico. Seleccionó siete variedades para equipararlas:
forma de la semilla, color de ésta y así sucesivamente, finalizando la lista con las longitudes de
los tallos. Y de esta última característica es de la que hablaremos en seguida.
En los experimentos con este carácter, para poder discriminar con certeza, el tallo alto de
aproximadamente dos metros fue siempre cruzado con el corto de 20 a 40 cm.
164
Generación tras generación
El proceso de fertilización sigue su curso. Los conductos polínicos crecen hacia los óvulos. Los
granos de polen (equivalentes al esperma de los animales) se desplazan por los conductos
polínicos hasta alcanzar los óvulos, tal como lo hacen en cualquier otro guisante fertilizado. La
planta produce vainas que, por supuesto, no revelan todavía su carácter.
Plantamos después los guisantes de estas vainas. Al principio, su crecimiento no es distinto del
de cualquier otro guisante domestico. Pero aunque son sólo la primera generación de híbridos,
su apariencia, cuando estén totalmente desarrollados, será una prueba para el concepto
tradicional de la herencia sostenido por los botánicos, en ese entonces y mucho después. El
punto de vista tradicional es el de que los caracteres de los híbridos corresponden a los de los
progenitores. El concepto de Mendel era radicalmente diferente e incluso ya había esbozado
una teoría para explicarlo.
Mendel había adivinado que un solo carácter está regulado por dos partículas (que actualmente
conocemos como genes). Cada progenitor aporta una de ellas. Si las dos partículas o genes son
diferentes, una será dominante y la otra recesiva. La cruza de plantas de guisante largas con
cortas constituye el primer paso para verificar la validez de ello, he aquí que la primera
generación de híbridos, una vez alcanzado su desarrollo completo, consta de plantas largas
exclusivamente. En el lenguaje de la genética moderna, el carácter largo ha dominado sobre el
carácter corto. No es verdad que los híbridos promedien la altura de sus progenitores; todas son
plantas largas.
Ahora el segundo paso: formamos la segunda generación tal como hizo Mendel. Fertilizamos
los híbridos, esta vez con su propio polen. Permitimos la producción de las vainas, sembramos
las semillas y surge la segunda generación. No son todas de un sólo carácter, pues no hay
uniformidad entre ellas; predominan las plantas altas, pero hay también una abundancia
significativa de plantas cortas. La fracción del total que corresponde a las plantas cortas habrá
de calcularse mediante el concepto de la herencia de Mendel; pues, de estar él en lo cierto, cada
híbrido de la primera generación porta un gen dominante y otro recesivo. Por tanto, en uno de
cada cuatro cruces de la primera generación de híbridos se derivan dos genes recesivos y, como
resultado, una de cada cuatro plantas deberá ser corta. Y así es: en la segunda generación, una
de cada cuatro plantas será corta, y largas las otras tres. Esta es la famosa proporción de uno de
cada cuatro o de uno de cada tres, que siempre se relaciona con el nombre de Mendel... y
ciertamente con razón. Como el propio Mendel consignara,
de un total de 1064 plantas, en 787 casos el tallo era largo y en 277 corto. En consecuencia, la razón es
de 2,84 a 1... ahora bien, si conjuntamos los resultados de todos los experimentos, encontraremos, como
entre el número de formas con caracteres dominantes y recesivos, una razón promedio de 2,98 a 1, ó de 3
a l.
Está claro ahora que los híbridos forman semillas que poseen uno o dos caracteres diferenciales, de los
cuales la mitad desarrolla de nuevo la forma híbrida, en tanto que la otra mitad produce plantas que
permanecen constantes y que reciben los caracteres dominante o recesivos [respectivamente] en igual
número.
165
Generación tras generación
Confió a Nägeli sus deseos de seguir adelante con sus experimentos reproductores. Mas lo
único que Mendel estaba en posibilidad de realizar era la cría de abejas: siempre había querido
transferir su trabajo de las plantas a los animales. Y naturalmente, siendo Mendel, reaparecería
su mezcla usual de espléndida fortuna intelectual con mala suerte en lo práctico. Obtuvo una
especie híbrida de abejas que producía una miel excelente; pero, ¡ay!, eran tan feroces que
picaron a todos los habitantes de la comarca y hubieron de ser destruidas.
Da la impresión de que Mendel estaba más ejercitado en las demandas administrativas del
monasterio que en lo tocante a la dirección religiosa. Y existen indicios de que la policía
secreta del emperador lo veía con desconfianza. Detrás de la mirada apacible del abad se podía
percibir el peso del pensamiento privado.
Primero, el aspecto práctico. Mendel eligió siete diferencias entre los guisantes para
experimentar en aquella ocasión, tales como tallo corto contra tallo largo, etc. Pues bien, el
guisante posee siete pares de cromosomas, de modo que se puede experimentar con siete
caracteres genéticos situados en siete cromosomas diferentes. Y éste constituye el número
mayor que se puede escoger. No se puede experimentar con ocho caracteres distintos sin ubicar
dos genes en un solo cromosoma, los cuales estarán ligados al menos parcialmente. Nadie
había pensado en los genes ni oído de su enlace. Nadie había oído hablar siquiera de los
cromosomas cuando Mendel trabajaba en su documento.
Si alguno de nosotros fuese nombrado abad de un monasterio, ciertamente que sería un elegido
de Dios: pero no podría tener aquella suerte. Mendel debió haber efectuado muchos
experimentos y frecuentes observaciones antes de realizar su trabajo formal, hasta llegar al
convencimiento de que estas siete cualidades o caracteres eran precisamente la cifra con la que
podía seguir adelante. Y es aquí donde vislumbramos el enorme iceberg de la mente, en este
aspecto recóndito, rostro escondido de Mendel, en el cual flotan el escrito y el logro. Y lo
podemos ver; lo podemos ver en cada página del manuscrito: el simbolismo algebraico, las
estadísticas, la claridad de la exposición; todo ello es genética moderna, esencialmente igual a
la que se realiza hoy día, pero llevada a cabo hace más de cien años por un desconocido.
Y llevada a cabo por un desconocido poseedor de una inspiración trascendental: los caracteres
presentan una diferenciación absoluta. Mendel concibió lo anterior en una época en que los
biólogos consideraban como un axioma el que el cruce producía las características intermedias
de los progenitores. Difícilmente podemos suponer que nunca apareciese un carácter recesivo y
sólo podemos especular que cada vez determinaban los agricultores que se trataba de un
híbrido lo desechaban, puesto que estaban convencidos de que la herencia estaba regida por el
promedio.
¿De dónde obtuvo Mendel el modelo absoluto – todo o nada – de la herencia? Creo saberlo,
aunque lógicamente no puedo ver dentro de su cabeza. Pero sí existe un modelo (y ha existido
desde épocas inmemoriales) que es tan obvio que quizá ningún científico haya reparado en él:
pero un niño o un monje tal vez sí. Tal modelo es el sexo. Los animales se han apareado
durante millones de años, y los machos y las hembras de la misma especie no producen
monstruos sexuales ni hermafroditas: producen un macho o una hembra, Hombres y mujeres
han copulado por más de un millón de años, cuando menos; ¿y qué engendran? Hombres o
mujeres. Este modelo tan simple como poderoso de «todo o nada», con el cual justipreciar las
diferencias, debe de haber estado presente en la mente de Mendel, de manera que los
experimentos y las ideas estaban claramente constituidos por una sola pieza y se acoplaban
desde un principio.
166
Generación tras generación
Yo creo que los monjes sabían esto. Considero que no veían con agrado la labor de Mendel.
Pienso que el obispo, quien ponía reparos a los experimentos con guisantes, estaba en
desacuerdo. De ningún modo veían con buenos ojos su interés por la nueva biología; como, por
ejemplo, cuando leyó la obra de Darwin, la cual le impresionó en alto grado. Por supuesto que
sus colegas revolucionarios checoslovacos, a quienes con frecuencia daba asilo en el
monasterio, le tuvieron aprecio hasta el final. Cuando murió, en 1884, a la edad de sesenta y
dos años, el gran compositor checo Lcos Janácek tocó el órgano durante su funeral. Mas los
monjes eligieron a un nuevo abad... y éste quemó todos los documentos de Mendel que había
en el monasterio.
El gran experimento de Mendel permaneció en el olvido durante más de treinta anos, hasta que
fue resucitado (por varios científicos independientemente) en 1900. Así, pues, sus
descubrimientos corresponden efectivamente al siglo presente, toda vez que el estudio de la
genética florece súbitamente a partir de ellos.
Pero comencemos por el principio. La vida ha medrado en la Tierra durante tres mil millones
de años o más. En dos tercios de este período los organismos se autorreprodujeron por división
celular. Esta produce, como una regla, vástagos idénticos, y las formas nuevas aparecen muy
raramente, por mutación. Así, pues, durante todo ese lapso, la evolución fue sumamente lenta.
Los primeros organismos que se reprodujeron sexualmente estaban emparentados, según se
cree actualmente, con las algas verdes. Esto ocurrió hace menos de mil millones de años. Ahí
se inicia la reproducción sexual: primero en las plantas y después en los animales. A partir de
entonces, su éxito la ha convertido en la norma biológica, hasta el punto de que, por ejemplo,
determinamos que dos especies son diferentes si sus miembros no pueden procrear uno con
otro.
Dos es el número mágico. Es por eso que la selección sexual y el apareamiento se encuentran
tan altamente evolucionados en las diferentes especies, en formas tan avanzadas como en el
caso del pavo real. A esto se debe que el comportamiento sexual encaja con tanta precisión en
el medio animal. De haberse podido adaptar la lisa sin la participación de la selección natural,
no se tendría que tomar la molestia de bailar en las playas de California para sincronizar la
incubación con el período lunar. El sexo no sería necesario para este pez ni para el resto de los
animales que requieren de la adaptación. Y, asimismo, el sexo constituye una forma de
selección natural para los mejor adaptados. El ciervo no suele luchar a muerte sino sólo para
establecer su derecho a elegir hembra.
167
Generación tras generación
momento culminante del drama ocurrió durante el otoño de 1951, cuando un joven de
veinticinco años, James Watson, llega a Cambridge y forma equipo con un hombre de treinta y
cinco, Francis Crick, con el objeto de descifrar la estructura del ácido desoxirribonucleico,
abreviado DNA. El DNA es un ácido nucleico, es decir: un ácido que se encuentra en la parte
central de las células, y se ha puesto de manifiesto en los últimos diez años que los ácidos
nucleicos son portadores de los mensajes químicos de la herencia transmitidos de generación
en generación. Dos preguntas asaltaron a los investigadores de Cambridge, así como a los
científicos de laboratorios tan distantes como los de California, ¿cuál es la química? y ¿cuál es
la arquitectura?
¿Cuál es la química? O, en otras palabras, ¿cuáles son las partes que componen el DNA que se
pueden mezclar entre sí y originar formas diferentes? Esto era bastante bien conocido. Estaba
claro que el DNA estaba constituido de azúcares y fosfatos (tenían que encontrarse ahí, por
razones de estructura) y cuatro pequeñas moléculas específicas o bases. Dos de las moléculas
son muy pequeñas, la tiamina y la citosina, en cada una de las cuales los átomos de carbono,
nitrógeno, oxígeno e hidrógeno se hallan dispuestos en forma de hexágono. Y dos de ellas son
bastante más grandes, la guanina y la adenina, en cada una de las cuales los átomos están
distribuidos conjuntamente en hexágono y pentágono. Es común que en el trabajo estructural
se represente a cada una de las bases pequeñas simplemente mediante un hexágono, y a las
grandes con una figura mayor, con el fin de destacar más las formas que los átomos
individuales.
Figura 65. Los genes se extienden a lo largo de los cromosomas y se hacen visibles
únicamente durante la división celular.
Grandes cromosomas de las células exteriores de una cebolla.
168
Generación tras generación
paralelo? ¿Una, dos, tres, cuatro? Existía una diferencia de opiniones en dos campos
fundamentales: el campo de dos hélices y el campo de tres. Y sucedió que, a fines de 1952, el
gran genio de la estructura química, Linus Pauling, propuso en California un modelo de tres
hélices. El sostén de azúcar y fosfato se extendía por el centro y las bases sobresalían en todas
direcciones. El documento de Pauling llegó a Cambridge en febrero de 1953, y a Crick y a
Watson les dio la impresión desde un principio de que contenía algo equívoco.
Puede haber sido un simple desahogo o un toque de perversidad maliciosa lo que orilló a Jim
Watson a decidirse en este instante por la búsqueda de la hélice doble. después de una visita a
Londres,
Una vez que hube regresado a la universidad en bicicleta y sorteado la verja, me decidí a construir
modelo de dos cadenas. Francis tenía que estar de acuerdo. A pesar de ser un físico, él estaba al tanto de
que los objetos biológicos importantes se presentan en pares.
Más aún, él y Crick empezaron a buscar una estructura cuyo sostén se extendiese hacia fuera;
una suerte de espiral en forma de escalera, con los azúcares y los fosfatos extendiéndose como
dos pasamanos. Efectuaron experimentos exhaustivos para determinar cómo podían adaptarse
las bases – a modo de peldaños – en ese modelo. Y ocurrió que, después de cometer un error
particularmente grave, todo se hizo evidente ante sus ojos.
Volví la cabeza, vi que no era Francis, y comencé a alternar las bases en mi intento por parear otras
posibilidades. De pronto me percaté de que un par de adenina-tiamina mantenido unido por dos enlaces
de hidrógeno era de forma idéntica a un par de guanina-citosina.
Por supuesto; cada peldaño debe contar con una base pequeña y una grande. Pero no cualquier
base grande. La tiamina debe parearse con la adenina, y si se tiene citosina ésta deberá parearse
con guanina. Las bases se encuentran en pares, de las cuales cada una determina a la otra.
Es así que el modelo de molécula del DNA es una escalera espiral. Es una espiral que gira
hacia la derecha y cuyos segmentos son de un mismo tamaño; poseen igual distancia
intermedia y giran en la misma proporción: treinta y seis grados entre los segmentos sucesivos.
Y si la citosina se encuentra en un extremo del peldaño, la guanina se encontrará en el otro ; y
ocurre igual con el otro par base. Ello implica que cada mitad de la espiral lleva el mensaje
completo, de manera que, en cierto sentido, la otra mitad es redundante.
He aquí un segundo par; podría ser de la misma clase del primero o de clase opuesta; y se
podría comportar ambas maneras. Lo apilamos sobre el primer par y lo giramos treinta y seis
grados. Incluimos después un tercer par con el que realizamos lo mismo. Y así sucesivamente.
Estos peldaños son una clave que guiará a la célula, paso paso, para que produzca las proteínas
necesarias para la vida. El gen se forma visiblemente, ante nuestros propios ojos, y los
pasamanos de azúcares y fosfatos sostienen con rigidez la escalera espiral en cada uno de sus
extremos. La espiral de la molécula DNA es un gen, un gen en acción, los peldaños son los
pasos mediante los cuales actúa.
El 2 de abril de 1953, James Watson y Francis Crick enviaron a la revista Nature el documento
que describe la estructura del DNA, en el cual habían trabajado únicamente Durante dieciocho
meses. En palabras de Jacques Monod, del Instituto Pasteur de París y del Instituto Salk de
California,
la invariante biológica fundamental es el DNA. Es por ello que la definición de gen de Mendel, como el
portador invariable de los rasgos hereditarios, su identificación química lograda por Avery (y
169
Generación tras generación
confirmada por Hershey) y la elucidación de Watson y Crick acerca de las bases estructurales de su
invariancia reiterativa, constituyen sin lugar a dudas los descubrimientos más importantes jamás
realizados en biología. A lo cual, obviamente, se debe añadir la teoría de la selección natural, cuya
autenticidad y pleno significado pudieron ser confirmados por aquellos últimos descubrimientos.
Cada célula del cuerpo es portadora del potencial completo para hacer todo el animal, excepto
el esperma y la célula huevo. El esperma y el huevo se hallan incompletos ya que,
esencialmente, son medias células: portan la mitad del número total de genes. Después, cuando
el huevo es fertilizado por el espermatozoide, los genes de ambos elementos se unen en pares,
como había previsto Mendel, y el total de mensajes o instrucciones se fusiona de nuevo. Así,
pues, el huevo fertilizado es una célula completa y constituye el modelo de todas las células del
cuerpo. Pues toda célula se encuentra formada por la división del huevo fertilizado y es por
tanto idéntica a éste en su integración genética. Como un embrión de pollo, el animal cuenta
con el legado del huevo fertilizado a través de toda su vida.
El niño es un individuo. La abeja no lo es, porque el zángano es una en una serie de réplicas
idénticas. En toda colmena, la hembra es la única hembra fértil, Cuando ésta se aparea con un
zángano en el aire asimila el esperma; el zángano muere. Si la abeja libera un huevo
conteniendo esperma, se producirá una abeja obrera: una hembra. Si deposita un huevo sin
liberación de esperma se producirá un zángano: un macho, una especie de partenogénesis. Es
éste un paraíso totalitario, por siempre leal, por siempre fijo, como consecuencia de haberse
apartado de la aventura de la diversidad que conduce y cambia a los animales superiores y al
hombre.
Un mundo tan rígido como el de las abejas podría ser creado con animales superiores y aún con
seres humanos, mediante la formación de una colonia de animales idénticos provenientes de las
células de un solo progenitor. Tomemos por caso a la población mixta de un anfibio, el ajolote.
170
Generación tras generación
Supongamos que decidimos elegir un solo tipo, el ajolote moteado. Nos proveemos de algunos
huevecillos de un ajolote moteado hembra y permitimos el desarrollo de un embrión destinado
a ser moteado. Ahora extraemos del embrión un número de células. No importa de dónde en el
embrión las extraigamos, puesto que su contenido genético es idéntico y cada célula posee la
capacidad de desarrollar un animal completo: nuestro procedimiento lo corroborará.
Vamos a criar animales idénticos, uno de cada célula. Necesitamos un portador en el cual
desarrollar las células: cualquier ajolote hembra se encargará de ello, y habrá de ser blanca.
Extraemos los huevos fertilizados del portador y destruimos el núcleo de cada huevo. Después
introducimos dentro de éstos una sola de las células idénticas aisladas del padre moteado. En
los huevecillos se desarrollarán ajolotes moteados.
Los huevos idénticos producidos en esta forma se desarrollan al mismo tiempo. Cada uno de
ellos se divide en el mismo momento: se divide una vez, se divide dos veces, y así continúa
dividiéndose. Todo ello es normal, exactamente como en cualquier huevo. En la siguiente
etapa, las divisiones celulares individuales ya no serán visibles. Cada uno de los huevecillos se
ha tornado en una especie de pelota de tenis y comienzan a voltearse de dentro hacia fuera,
aunque sería más exacto decir que de fuera hacia dentro. Sea como fuere, todos los huevos se
encuentran en la misma fase. Cada huevo se dobla sobre sí para formar el animal, siempre al
mismo tiempo: un mundo reglamentado en que las unidades obedecen cada una de las órdenes,
de manera idéntica y en el momento preciso, con excepción de un caso (que veremos) en el
cual ha habido un rezago y ha quedado excluido. Y contamos finalmente con el grupo de
ajolotes individuales, cada uno de ellos copia idéntica del padre, y cada uno de ellos procedente
de una partenogénesis, como en el caso del zángano.
¿Se podría realizar lo mismo con seres humanos? ¿Copias de una bella madre, tal vez, o de un
padre inteligente? Por supuesto que no. Yo considero que la diversidad constituye el aliento de
la vida, y que no debemos cambiar esto por una sola forma que vaya de acuerdo con nuestra
fantasía, incluso con nuestra fantasía genética. Este agrupamiento es la estabilización de una
forma, lo cual se opone a toda la corriente de la creación, y particularmente de la creación
humana. La evolución está fundada en la variedad y crea la diversidad; y de todos los animales,
el hombre es el más creativo debido a que ostenta y expresa las reservas más grandes de la
variedad. Toda intentona por darnos uniformidad, ya sea biológica, emocional o intelectual,
constituye una traición al empuje evolutivo que ha hecho del hombre su máxima expresión.
Sin embargo, es extraño que los mitos de la creación en las culturas humanas parezcan casi
añorar a un grupo ancestral. Se manifiesta una curiosa supresión del sexo en las arcaicas
historias de los orígenes del hombre. Eva es extraída de la costilla de Adán, y hay una marcada
preferencia por la partenogénesis.
Es obvio que el sexo posee un carácter muy especial para los seres humanos. Contiene un
carácter biológico especial. Expliquémoslo con sencillez y con lógica: somos la única especie
en que la hembra presenta orgasmos. Esto es algo extraordinario, mas es verdad. Es muy
importante el hecho de que, en general, existe una diferencia mucho menos marcada entre
hombre y mujer (en el orden biológico y en el comportamiento sexual) que la que se aprecia en
otras especies. Esta puede parecer una mención sorprendente. Mas para el gorila y el
chimpancé, cuyas diferencias entre macho y hembra son enormes, esto resultaría obvio. En
términos biológicos, el dimorfismo sexual es pequeño en la especie humana.
Esto en cuanto a la biología. Pero existe un punto en la frontera entre la biología y la cultura
que señala realmente la simetría en la conducta sexual, según considero, de manera impactante.
Es un punto obvio. Somos la única especie que copula cara a cara, y esto es algo universal en
171
Generación tras generación
todas las culturas. Esto es para mí la expresión de una igualdad general que ha sido importante
en la evolución del hombre, según pienso, desde la época del Australopithecus y de los
primeros realizadores de herramientas.
¿Por qué he dicho lo anterior? Bien, tenemos que explicar algo. Tenemos que explicar la
velocidad de la evolución humana en un lapso de uno, tres, o digamos cinco millones de años
cuando mucho. Eso es vertiginosamente rápido. La selección natural simplemente no actúa tan
rápidamente como la correspondiente a las especies animales. Nosotros, los homínidos,
debemos haber aportado una forma propia de selección; y la elección obvia es la selección
sexual. Hay evidencia en la actualidad de que la mujer se desposa con el hombre que es
intelectualmente como ella y que el hombre hace otro tanto. Y si esta preferencia se remonta
efectivamente a algunos millones de años atrás, ello significa que la selección por habilidades
ha sido siempre importante para los dos sexos.
Considero que tan pronto como los predecesores del hombre dispusieron de habilidad manual
para elaborar herramientas y una mayor inteligencia para planearlas, la destreza y la
inteligencia disfrutaron de una ventaja selectiva. Estaban en condiciones de obtener un número
mayor de apareamientos y de engendrar y alimentar a una prole más abundante que el resto. De
ser cierta esta especulación, explicaría cómo la habilidad manual y la rapidez mental han
podido dominar la evolución biológica del hombre y de impulsarla con tanta velocidad. ¡Y
demostraría que aun en su evolución biológica, el hombre ha sido empujado suavemente y
conducido por un talento cultural: la habilidad de diseñar herramientas y planes comunales,
Creo que esto se expresa incluso en el cuidado manifiesto de todas las culturas, tanto a nivel
familiar como comunal, y de manera privativa en las culturas humanas, en lo tocante al arreglo
que reveladoramente se suele llamar «una buena pareja».
Sin embargo, de haber sido este el único factor selectivo, ciertamente que seríamos mucho más
homogéneos de lo que somos. ¿Qué mantiene con vida la variedad entre los seres humanos?
Tal es un aspecto cultural. En toda cultura existen también salvaguardas especiales para
producir la variedad. La más trascendental de todas ha sido la prohibición universal del incesto
(para el hombre común, esto no se aplica exclusivamente a las familias reales). La prohibición
del incesto sólo tiene significado si está destinada a evitar el dominio de los machos más viejos
sobre un grupo de hembras, tal como ocurre (digamos) en los grupos de simios.
La preocupación por la elección de la pareja, tanto para el macho como para la hembra, la
concibo como un eco procedente de la gran fuerza selectiva por medio de la cual hemos
172
Generación tras generación
Figura 67. “Los misterios del amor crecen en las almas… sin embargo, del cuerpo se aprende”.
La mano del mercader de Lucca, Giovanni Arnolfini, y su prometida, Giovanna Cenami, hija
de un mercader radicado en París, pintado en 1434 por Jan van Eyck.
La mayor parte de la literatura mundial, la mayor parte del arte mundial, se han ocupado del
tema en que un muchacho se encuentra con una chica. Solemos concebir esto como una
preocupación normal que no precisa explicación. Pero yo considero que esto es un error. Pues,
por el contrario, expresa el hecho de que somos excepcionalmente cuidadosos en la elección,
no de quien va a compartir nuestro lecho, sino de con quién vamos a engendrar hijos. El sexo
fue inventado como un instrumento biológico por (digamos) las algas verdes. Mas como
instrumento en el ascenso del hombre, básico para su evolución cultural, fue inventado por el
hombre mismo.
El amor espiritual y el amor carnal son inseparables. Un poema de John Donne afirma esto; se
llama El éxtasis, y he seleccionado ocho líneas de casi ochenta.
173
La larga infancia
13 LA LARGA INFANCIA
Inicio este último ensayo en Islandia porque es asiento de la democracia más antigua del norte
de Europa. En el anfiteatro natural de Thingvellir, donde jamás hubo edificaciones, se reunía
todos los años la comunidad entera de normandos de Islandia, con objeto de proponer o recibir
leyes. Y esto comenzó hacia el año 900 d. de C., antes de que el cristianismo llegase a estos
lugares, en la época en que China era un gran imperio y Europa sufría los despojos de príncipes
y barones. Tal es una notable iniciación de la democracia.
Pero hay todavía algo más notable respecto a este nebuloso e inclemente lugar. Fue escogido
porque el labriego que había sido su propietario asesinó, no a otro labriego sino a un esclavo, y
fue proscrito. Rara vez se ejerció tan equilibradamente la justicia en países donde prevalecía la
esclavitud. Empero, la justicia es universal en todas las culturas. Es ésta una cuerda floja en
que el hombre camina entre el impulso de satisfacer sus deseos y la aceptación de su
responsabilidad social. Ningún animal afronta este dilema: un animal puede ser social o
solitario. Sólo el hombre aspira a ser ambos, un solitario social. Y para mí es uno de sus rasgos
biológicos exclusivos. Este es el tipo de problema que involucra mi trabajo sobre las
especificaciones humanas y que deseo discutir.
Es desconcertante pensar que la justicia forma parte del equipo biológico del hombre. No
obstante, fue justamente esta idea la que me hizo cambiar la física por la biología, y me ha
enseñado desde entonces que la vida de un hombre, que el hogar de un hombre, es un sitio
apropiado en el cual estudiar su singularidad biológica.
Es natural que, por tradición, la biología se considere de un modo diferente: que la haya
dominado la similitud entre el hombre y los animales. Hacia el año doscientos de nuestra era,
el gran autor clásico de la medicina de la antigüedad, Claudio Galeno, estudiaba, por ejemplo,
el antebrazo humano. ¿Cómo lo estudiaba? Disecando el antebrazo de un mono de Gibraltar.
Es así como se empieza, haciendo uso de la evidencia que proporcionan los animales, mucho
antes de que la teoría de la evolución justificase la analogía. Ya en nuestros días, el estupendo
trabajo de Konrad Lorenz sobre el comportamiento de los animales nos hace buscar las
semejanzas entre el pato, el tigre y el hombre; o el estudio psicológico de B. F. Skinner sobre
palomas y ratas. Ambos nos dicen algo sobre el hombre. Pero no pueden decírnoslo todo. Debe
existir algo único acerca del hombre, pues, de no ser así, lógicamente, los patos se hallarían
dictando conferencias sobre Konrad Lorenz y las ratas redactarían documentos acerca de B. F.
Skinner.
Pero no nos andemos por las ramas. El caballo y el jinete poseen muchos rasgos anatómicos
comunes. Mas es la criatura humana la que cabalga y no a la inversa. Y el jinete es un buen
ejemplo, ya que el hombre no fue creado para montar a caballo. No existe ningún circuito
dentro del cerebro que nos convierta en jinetes. La monta a caballo constituye un invento
comparativamente reciente, de menos de cinco mil años de antigüedad. Y no obstante, ha
tenido un influjo enorme, por ejemplo, en nuestra estructura social.
La plasticidad del comportamiento humano hizo eso posible. Tal es nuestra característica; en
nuestras instituciones sociales, por supuesto, aunque para mí se manifiesta especialmente en
los libros, puesto que constituyen el producto permanente de los intereses totales de la mente
humana. Vienen a mi memoria como el recuerdo de mis padres: Isaac Newton, el gran
personaje que dominaba a la Royal Society a principios del siglo XVIII, y William Blake, que
escribió las Canciones de la inocencia a fines del mismo siglo. Son ellos dos aspectos de una
sola mente, y ambos son lo que los biólogos de la conducta denominan «especie específica».
175
La larga infancia
¿Cómo podría simplificar esta cuestión? Hace poco escribí un libro que intitulé La identidad
del hombre. No tuve oportunidad de ver la portada de la edición inglesa hasta que el libro me
llegó impreso. Y, no obstante, el artista entendió exactamente lo que estaba en mi mente, al
plasmar en la cubierta un dibujo del cerebro y de la Mona Lisa, ésta sobre aquél. Con su acción
demostró la tesis del libro. El hombre es único no por su obra científica, es único no por su
obra artística, sino porque tanto la ciencia como el arte son expresiones de su prodigiosa
plasticidad mental. Y la Mona Lisa constituye un muy buen ejemplo, pues, después de todo,
¿qué hizo Leonardo la mayor parte de su vida? Realizó dibujos anatómicos, tales como el niño
en el útero materno, perteneciente a la Colección Real de Windsor. Y el cerebro y el niño son
el punto de partida de la plasticidad del comportamiento humano.
Soy poseedor de un objeto que atesoro: el molde del cráneo de un niño, cuya antigüedad es de
dos millones de años, el niño de Taung (ver pág. 13). Por supuesto que no se trata
estrictamente de un niño humano. Y empero si ella – siempre he creído que fue una niña –
hubiese vivido el tiempo suficiente, podía haber sido mi ancestro. ¿Qué distingue su pequeño
cerebro del mío? Desde luego que el tamaño. De haber crecido la niña, su cerebro habría
pesado tal vez un poco más de medio kilo. En tanto que el mío – el cerebro promedio de la
actualidad – pesa kilo y medio.
Figura 68. El hombre es único no por su obra científica, es único no por su obra artística, sino
porque tanto la ciencia como el arte son expresiones iguales de su prodigiosa plasticidad
mental.
El autor en su casa, con vaciado del cráneo de niño de Taung. Una copia de su libro “La
identidad del hombre” aparece sobre la mesa. La Jolla, California, 1973.
La primera pregunta sería, ¿es el cerebro humano la mejor computadora?, ¿la más compleja de
las computadoras? Por supuesto que, los artistas en especial, suelen concebir el cerebro como
una computadora. Así, en su Retrato del Dr. Bronowski, Terri Durham plasma símbolos del
espectro y la computadora, pues es así cómo un artista imagina el cerebro de un científico. Pero
176
La larga infancia
ciertamente que esto no puede ser verdad. Si el cerebro fuese una computadora, desempeñaría
un conjunto de acciones programadas, apegándose a una secuencia inflexible.
No somos computadoras que sigan rutinas establecidas a nuestro nacimiento. Si somos alguna
especie de máquina, somos una «máquina de aprender», lo cual hacemos por mediación de
zonas específicas del cerebro que se encargan de nuestro aprendizaje trascendente. Así, pues,
sabemos que el cerebro no sólo ha duplicado o triplicado su tamaño durante su evolución. Se
ha desarrollado en zonas muy especiales: la del control manual, por ejemplo, la del control del
habla, la del control de la previsión y el planeamiento. Creo que sería conveniente analizarlas
una a una.
Consideremos primero la mano. Ciertamente que la evolución reciente del hombre se inicia con
el desarrollo predominante de la mano y con la selección de un cerebro particularmente adepto
a la manipulación de ésta. Sentimos el placer de ello en nuestras acciones, de ahí que para el
artista la mano ostente un símbolo trascendental: la mano de Buda, por ejemplo, otorgando al
hombre los dones humanos en actitud reposada, el don de la intrepidez. Pero aun para el
científico la mano posee una característica especial: podemos oponer el pulgar a los dedos.
Bien, pero los simios también lo pueden hacer, Sin embargo, nosotros podemos oponer el
pulgar precisamente al dedo índice, y esto es un gesto privativamente humano. Y es posible
merced a que contamos con una zona en el cerebro, la cual es tan grande que, para describir su
tamaño, lo haré de este modo: empleamos más materia gris del cerebro en la manipulación del
pulgar que en el control total del pecho y del abdomen.
Figura 69. Solamente el hombre puede oponer el pulgar precisamente al dedo índice.
Autorretrato de Alberto Durero.
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La larga infancia
Me recuerdo como joven padre ante la cuna de mi primera hija a los cinco días de nacida, y
pensando: «Esos maravillosos dedos, cada articulación tan perfecta, hasta las mismas uñas. Yo
no podría haber diseñado esos detalles ni en un millón de años». Y fue exactamente un millón
de años lo que tardé, fue un millón de años lo que demoró la humanidad, para que la mano
dirigiese el cerebro y para que éste retroalimentase y condujese la mano hasta alcanzar su
actual estado evolutivo. Y esto se efectúa en un lugar sumamente específico del cerebro. Todas
las operaciones manuales son controladas esencialmente por una parte del cerebro que se puede
delimitar, cercana a la parte superior de la cabeza.
Figura 70. Ningún ser humano sería capaz de construir nada de no haber aprendido en su niñez
a superponer ladrillos.
El autor en Grantchester, Cambridge, con su nieto Daniel Bruno Jardine.
Consideremos ahora una parte del cerebro más específicamente humana, la cual no existe en
animal alguno: la del habla. Esta se localiza en dos zonas del cerebro humano conectadas entre
sí; una de ellas se encuentra cerca del centro de la audición y la otra está situada más al frente y
hacia arriba, en los lóbulos frontales. ¿Se encuentra programada? Sí, en cierto sentido, pues de
no contar con centros del habla intactos no nos sería posible hablar. Y, sin embargo, ¿se tiene
que aprender a hablar? Por supuesto que sí. Yo hablo inglés, el cual aprendí a la edad de trece
años; pero no podría hablar inglés de no haber aprendido antes otra lengua. Como vemos, si se
priva a un niño del aprendizaje de idiomas hasta alcanzar los trece años, le sería casi imposible
llegar a hablar. Yo hablo inglés porque aprendí polaco a la edad de dos años. He olvidado
completamente el polaco, pero aprendí lo que es el lenguaje. Nos hallamos frente a otro de los
dones humanos que nuestro cerebro es capaz de asimilar y desarrollar.
Las zonas del habla son sumamente peculiares en otra forma, también humana. Sabemos que el
cerebro humano no es simétrico en sus dos mitades. Estamos familiarizados con la observación
de que, a diferencia de otros animales, el hombre es marcadamente diestro o zurdo. El habla
está controlada por un solo lado del cerebro, el cual no varía de ubicación. Trátese de un
diestro o de un zurdo, el habla se sitúa casi con certeza del lado izquierdo. Hay excepciones,
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La larga infancia
del mismo modo que hay personas cuyo corazón se encuentra en el lado derecho; pero tales
casos son raros: de manera general, la zona del habla se ubica en la mitad izquierda del
cerebro. ¿Y qué hay de las zonas equivalentes del lado derecho? Todavía no lo sabemos con
exactitud. No sabemos con exactitud cuáles son las funciones de la zona del cerebro que
corresponde a la mano derecha, cuya zona opuesta del lado izquierdo se encarga del habla.
Pero parece que tiene la misión de ajustar el impulso procedente del ojo – el plano
bidimensional percibido por la retina – y convertirlo u organizarlo en una imagen
tridimensional. De ser así, y desde mi punto de vista, entonces está claro que el habla es
también una forma de armar el mundo uniendo sus distintas partes como imágenes móviles.
¿Cuál es exactamente la función de estos grandes lóbulos frontales? Bien puede ser que
realicen varias funciones, ciertamente, y no obstante efectúan una específica e importante. Nos
permiten concebir acciones del futuro y aguardar hasta su realización.
Algunos hermosos experimentos sobre esta respuesta demorada fueron llevados a cabo
inicialmente por Walter Hunter hacia 1910, y refinados después por Jacobsen en los años
treinta. La experiencia de Hunter funcionaba así: se proveía de una recompensa, la mostraba a
algún animal y la ocultaba después. Los resultados obtenidos con el animal predilecto de los
laboratorios, la rata, son típicos. Si se toma a una rata y se le muestra la recompensa,
permitiéndosele acudir a ella de inmediato, la rata sabrá encontrarla. Mas si se mantiene a la
rata esperando algunos minutos, ya no estará en condiciones de ubicar su recompensa.
Los niños, por supuesto, son totalmente diferentes. Hunter realizó los mismos experimentos
con niños, observando que se puede hacer esperar a niños de cinco o seis años de edad durante
media hora, tal vez una hora completa. Hunter tenía una pequeña a quien trataba de mantener
ocupada mientras la hacía esperar y al mismo tiempo le hablaba. Por fin ella le dijo, «¿Sabes?,
yo creo que sólo estás tratando de hacerme olvidar».
La habilidad de planear acciones para las cuales la recompensa se encuentra muy distante
constituye una función de la respuesta demorada, denominada «la postergación de la
gratificación» por los sociólogos. Es una característica fundamental del cerebro humano, la
cual carece de un equivalente rudimentario en los cerebros de los animales hasta que éstos no
se encuentren en sitios más avanzados en la escala evolutiva, como es el caso de nuestros
primos los monos y los simios. Este desarrollo humano significa que nuestra primera
educación está muy relacionada con nuestra facultad de posponer decisiones. Aquí estoy
expresando algo distinto al enfoque de los sociólogos. Tenemos que posponer el proceso de
realización de decisiones con el fin de acumular conocimientos suficientes como una
preparación para el futuro. Esta parece una mención extraordinaria. Mas en ello consiste la
infancia, en ello consiste la pubertad, en ello consiste la juventud.
El clímax acontece a mitad del acto III. Hamlet contempla al rey en oración. Las direcciones
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La larga infancia
escénicas son tan inciertas que incluso podría escuchar al rey en oración, confesando su
crimen. ¿Y qué dice Hamlet? «¡Debo hacerlo ahora y prontamente!» Pero no lo hace; es
simplemente que no está listo para cometer un acto de tal magnitud en su juventud. Así, al final
de la obra, Hamlet es asesinado. Mas la tragedia no es que Hamlet muera; consiste en que
muere exactamente cuando ya está preparado para convertirse en un gran rey.
En términos científicos somos neotenos; es decir, provenimos del útero todavía como
embriones. Y es quizá debido a esto que nuestra civilización, nuestra civilización científica,
adora el símbolo del niño sobre todas las cosas a partir del Renacimiento: el niño Jesús pintado
por Rafael y descrito por Pascal; el joven Mozart y Gauss; los niños en Rousseau y en Dickens.
No me había percatado de que otras civilizaciones son diferentes hasta que zarpé de California
para viajar seis mil kilómetros hacia el sur, hasta la Isla de Pascua. Ahí fui sacudido por la
diferencia histórica.
Con alguna frecuencia, algún visionario inventa una nueva utopía: Platón, sir Thomas More, H.
G. Wells. Y la tesis consiste siempre en que la imagen heroica ha de perdurar, como afirmaba
Hitler, durante un milenio. Mas las imágenes heroicas se presentan siempre crudas, inertes,
rostros ancestrales como las estatuas de la Isla de Pascua, pues, ¡incluso se parecen a
Mussolini! Esta no es la esencia de la personalidad humana ni en términos biológicos.
Biológicamente, un ser humano es cambiante, sensitivo, mutable, capaz de adaptarse a medios
muy diversos, y no es estático. La verdadera imagen del ser humano se refleja en la infancia, en
el niño errante, la Virgen y el Niño, la Sagrada Familia.
Cuando yo era un chico de quince años, solía caminar los sábados por la tarde desde la zona
Este de Londres hasta el Museo Británico, con objeto de ver la única estatua de la Isla de
Pascua que por alguna causa no está dentro del museo. Así, pues, soy un admirador de estos
antiguos rostros ancestrales. Aunque, mirándolo bien, todas ellas no valen lo que los hoyuelos
del rostro de un niño.
Si me he dejado llevar un poco por el entusiasmo al expresar lo anterior, creo poder justificarlo.
Consideremos la inversión que la evolución ha realizado en el cerebro de un niño. Mi cerebro
pesa kilo y medio, en tanto que mi cuerpo pesa cincuenta veces más que eso. Pero cuando yo
nací, mi cuerpo era un mero apéndice de la cabeza; sólo pesaba cinco o seis veces más que mi
cerebro. En el devenir de la historia, las civilizaciones han ignorado con crudeza este enorme
potencial. En realidad, la infancia más prolongada ha sido la de la civilización, aprendiendo a
comprender eso.
A través de casi toda la historia se ha pedido a los menores que adopten la imagen del adulto.
Hemos viajado con los baktiaritas de Persia durante su emigración de primavera. Se encuentran
tan cercanos a las costumbres nómadas de hace diez mil años como cualquier otro pueblo
sobreviviente que esté para extinguirse. Esto se puede observar en cualquier aspecto de su
arcaica forma de vida: la imagen del adulto resplandece en los ojos del niño. Las niñas son
madres pequeñas en formación. Los niños son pastores en pequeño. Incluso se conducen como
lo hacen sus padres.
Por supuesto que han existido grandes civilizaciones. ¿Quién soy yo para minimizar las
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La larga infancia
Figura 71. La imagen del adulto resplandece en los ojos del niño. Incluso se conducen como lo
hacen sus padres.
Padre uzbeki y su hijo durante la práctica del Buz Casi, en la planicie de Mazar-i-Sharif,
Afganistán.
Por ejemplo, cuando Erasmo quedó huérfano en 1480, hubo de prepararse para seguir la carrera
eclesiástica. Los servicios eran tan bellos entonces como ahora. Es posible que el propio
Erasmo haya participado en la misa móvil Cum Giubilate del siglo XIV, la cual yo he
escuchado en un templo incluso más antiguo, San Pedro, en Gropina. Mas la vida monástica
era para Erasmo una puerta de hierro cerrada al conocimiento. No fue sino hasta que, por
cuenta propia, Erasmo leyó a los clásicos, desafiando las órdenes, que el mundo se abrió para
él. «Un pagano escribió esto a otro pagano», expresó, «empero contiene justicia, santidad,
verdad. Apenas puedo contenerme y exclamar '¡San Sócrates, ruega por mí!'»
Erasmo contó con dos amigos de por vida, sir Thomas More [Santo Tomas Moro] en Inglaterra
y Johann Frobenius en Suiza. De More obtuvo lo que yo de recién llegado a Inglaterra, el
sentimiento placentero de contar con la compañía de mentes civilizadas. De Frobenius obtuvo
el sentido de poder del libro impreso. Frobenius y su familia eran los grandes impresores de los
clásicos durante el siglo XVI incluidos los clásicos de la medicina. Su edición de las obras de
Hipócrates es, creo uno de los libros más bellos jamás impresos, en que la feliz pasión del
impresor se manifiesta en cada página con tanta fuerza corno el conocimiento.
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La larga infancia
Figura 72. La vida monástica era para Erasmo una puerta de hierro cerrada al conocimiento.
No fue hasta que, por cuenta propia, Erasmo leyó a los clásicos que el mundo se abrió para él.
Desiderio Erasmo, de un retrato de Quentin Metsys, 1530, Galería Nacional, Roma.
¿Cuál es el significado de estos tres hombres y de sus tres libros: las obras de Hipócrates, La
utopía de More y El elogio de la locura de Erasmo? Para mí, significan la democracia del
intelecto; y es por ello que Erasmo, Frobenius y sir Thomas More permanecen en mi mente
corno símbolos gigantescos de su tiempo. La democracia del intelecto se deriva del libro
impreso, y los problemas que este planteó desde el año 1500 han persistido hasta las raíces
mismas de los disturbios estudiantiles de nuestra época. ¿De qué murió sir Thomas More?
Murió porque su rey le considero un manipulador del poder. Y lo que More deseaba ser, lo que
Erasmo deseaba ser, lo que todo intelecto poderoso desea ser, es un guardián de la integridad.
Existe un antiguo conflicto entre el liderazgo intelectual y la autoridad civil. Cuán antiguo,
cuán amargo se me presentó mientras recorría el camino de Jericó, la senda tomada por Jesús,
cuando vio el primer resplandor de Jerusalén en el horizonte conforme se aproximaba a una
muerte inminente. A la muerte, porque Jesús era a la sazón el líder intelectual y moral de su
pueblo; pero se enfrentaba a los conservadores para quienes la religión era simplemente un
arma de gobierno. Y a tal situación se han enfrentado los lideres, una y otra vez: Socrátes en
Atenas, Jonathan Swift en Irlanda, desgarrados entre la piedad y la ambición; Mahatma Gandhi
en la India; y Albert Einstein, cuando rechazó la presidencia de Israel.
Debo trasladar esto de manera concreta hacia el presente. Desde mi punto de vista, el hombre
que personifica todo lo anterior es John von Neumann. Nacido en 1903, fue vástago de una
familia judía establecida en Hungría. De haber nacido un siglo atrás, nunca hubiéramos tenido
noticias de su existencia. Se habría ocupado de las mismas labores de su padre y de su abuelo;
de los comentarios que exponen los rabinos sobre el dogma.
182
La larga infancia
En cambio, fue un niño prodigio de la matemática, «Johnny» [Juanito] por el resto de su vida.
Ya en su adolescencia había escrito documentos matemáticos. Realizaría su gran obra sobre los
dos temas que le hicieron famoso antes de contar los veinticinco años de edad.
Ambos temas están relacionados – supongo que así debo decirlo – con el juego. Debemos estar
conscientes de que, en cierto sentido, toda la ciencia, todo el pensamiento humano, constituyen
una forma de juego. El pensamiento abstracto es la neotenia del intelecto, por medio del cual el
hombre es capaz de seguir haciéndose cargo de actividades sin meta inmediata (otros animales
juegan sólo de jóvenes) con el fin de prepararse para estrategias y planes a largo plazo.
Trabajé con Johnny von Neumann durante la segunda Guerra Mundial, en Inglaterra. La
primera vez que me habló acerca de su Teoría de juegos ocurrió en un taxi londinense: uno de
sus lugares predilectos en que gustaba hablar sobre matemática. Y naturalmente le dije, como
entusiasta del ajedrez que soy, «Quieres decir, la teoría de juegos como el ajedrez». «No, no»,
repuso. «El ajedrez no es un juego. El ajedrez es una forma bien definida de computación.
Puede que no te sea posible concebir las respuestas; pero en teoría debe existir una solución, un
procedimiento exacto en cada posición. Ahora bien, los juegos verdaderos no son así. La vida
real no es así. La vida real consiste en farolear, en tácticas pequeñas y astutas, en preguntarse
uno mismo qué será lo que el otro hombre piensa que yo entiendo hacer. Y en esto consisten
los juegos en mi teoría», Y en esto consiste su libro. Parecía muy extraño encontrar un libro,
voluminoso y serio, titulado Teoría de juegos y comportamiento económico, en el cual se
encuentra un capítulo llamado, «El póker y el faroleo». Qué sorprendente y prohibitivo,
empero, hallarlo saturado de ecuaciones de aspecto sumamente pomposo. La matemática no es
una actividad pomposa, y lo es mucho menos cuando se encuentra en manos de mentes
extraordinariamente rápidas y penetrantes como la de Johnny von Neumann. Lo que se
desarrolla en cada página es una línea intelectual tan clara como la de una melodía, y todas las
pesadas ecuaciones no son más que la orquestación dedicada a las notas graves.
Durante la etapa final de su vida, John von Neumann trabajó en este tema, que yo defino como
su segunda gran idea creativa. Se percataba de la importancia técnica de las computadoras,
pero también empezaba a darse cuenta de que debemos comprender con claridad cómo las
situaciones de la vida real son diferentes de las situaciones de las computadoras, precisamente
porque aquéllas no cuentan con las soluciones exactas del ajedrez o de los cálculos.
Voy a emplear mis propios términos para describir las consecuciones de John von Neumann,
en lugar de sus propios términos técnicos. El distinguía entre las tácticas a corto plazo y las
grandes estrategias a largo plazo. Las tácticas se pueden calcular con precisión, mas no las
estrategias. El éxito matemático y conceptual de Johnny consistió en demostrar que, pese a lo
anterior, existen maneras de dar forma a estrategias superiores.
Durante sus últimos años escribió un hermoso libro titulado La computadora y el cerebro, serie
de conferencias Silliman que hubiera deseado pronunciar en 1956, pero que su delicada salud
obstaculizó. En esta obra contempla el cerebro como poseedor de un lenguaje en que los
distintos componentes de aquél se encuentran interconectados de algún modo, lo cual nos
permite concebir un plan, un procedimiento, un sistema de vida completo: lo que en
humanidades denominaríamos un sistema de valores.
Había algo admirable y personal acerca de Johnny von Neumann. Ha sido el hombre más
inteligente que he conocido, sin excepción alguna. Y era un genio, en el sentido de que un
genio es un hombre que tiene dos grandes ideas. Su muerte, acaecida en 1957, fue una gran
tragedia para todos nosotros. Y no lo fue porque se tratara de un hombre modesto. Cuanto
trabajé con él durante la guerra, afrontamos juntos un problema en cierta ocasión, y en el acto
me dijo, «Oh no, no, tú no lo estás viendo. La visualización de tu mente no es la adecuada para
analizar esto. Piénsalo de manera abstracta. Lo que ocurre en esta fotografía de una explosión
es que el primer coeficiente diferencial se desvanece de manera idéntica, y por ello lo que se
torna visible es la huella del segundo coeficiente diferencial».
Como él decía, yo no pensaba así. Y sin embargo, le permití irse a Londres. Yo me marché a
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La larga infancia
mi laboratorio campestre. Trabajé hasta muy entrada la noche. Hacia medianoche ya había
hallado la respuesta. Pues bien, John von Neumann dormía siempre hasta muy tarde, así que
fui amable y no le desperté hasta bien entradas las diez de la mañana. Una vez que le llamé a su
hotel en Londres, respondió el teléfono en cama, y le dije, «Johnny, tienes toda la razón». Y él
respondió, «¿Me despiertas tan temprano para decirme que tengo razón? Ten la bondad de
esperar hasta que yo esté equivocado». Si esto parece muy banal, no lo fue. Constituye una
declaración real de cómo vivía su vida. Y no obstante, esto contiene algo que me recuerda que
desperdició sus últimos años. Nunca finiquitó la gran obra que sería tan difícil de continuar
desde su muerte. Y en realidad no lo hizo debido a que se cansó de preguntarse cómo ve las
cosas el resto de la gente. Cada vez estaba más involucrado en trabajos para la empresa
privada, para la industria, para el gobierno. Estas empresas le colocaron en el centro del poder,
pero no le permitieron aumentar sus conocimientos ni intimar con la gente, la cual hasta la
fecha no ha captado el mensaje de lo que él intentaba realizar con respecto a la matemática
humana de la vida y de la mente.
Johnny von Neumann estaba enamorado de la aristocracia del intelecto. Y ese es un enfoque
que sólo puede destruir la civilización que conocemos. Si somos algo, debemos ser una
democracia del intelecto. No debemos perecer a consecuencia del distanciamiento entre pueblo
y gobierno, entre pueblo y poder, por cuya causa Babilonia, Egipto y Roma se derrumbaron. Y
tal distanciamiento podrá ser superado únicamente si se llega a ubicar en los hogares y en las
mentes de pueblos carentes de ambición por controlar a otros, y no arriba en los aislados
sitiales del poder.
Esta parece una lección difícil. Después de todo, habitamos en un mundo regido por
especialistas: ¿No es eso lo que entendemos como una sociedad científica? No, no lo es.
Una sociedad científica es aquella en que los especialistas pueden realizar sin obstáculos cosas
como el hacer funcionar la luz eléctrica. Mas es usted, y yo, quienes tenemos que saber cómo
funciona la naturaleza, y cómo (por ejemplo) la electricidad es una de sus expresiones en la luz
y en mi cerebro.
No hemos acabado de resolver los problemas humanos de la vida y de la mente que una vez
ocuparan a John von Neumann. ¿Será posible encontrar bases idóneas para las formas del
comportamiento que anhelamos para un hombre pleno y, por ende, para una sociedad plena?
Hemos observado que la conducta humana se caracteriza por una intensa demora interna en la
preparación de un acto diferido. El terreno biológico de esta inactividad constituye la frontera
entre la larga infancia y la lenta etapa de maduración del hombre. Mas la contención del acto
humano va más allá de esto. Nuestros actos como adultos, como tomadores de decisiones,
como seres humanos, son regulados por la escala de valores, lo cual interpreto como una
estrategia general mediante la cual equilibramos los impulsos opuestos. No es cierto que
regimos nuestras vidas a través de cualquier esquema computable de solución de problemas.
Los problemas de la vida son insolubles en este contexto. En cambio, moldeamos nuestra
conducta al encontrar principios que la guíen. Vislumbramos estrategias éticas o sistemas de
valores que aseguren que lo que resulta atractivo a corto plazo sea sopesado en la balanza de lo
definitivo: las satisfacciones a largo plazo.
El conocimiento no constituye un libro de hechos con hojas sueltas. Es, sobre todo, el
responsable de la integridad de lo que somos y principalmente de lo que somos como criaturas
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La larga infancia
éticas. Y no cumple con esta responsabilidad quien deja que los demás guíen el mundo y vive
tranquilamente apoyando su vida en reglas morales de tiempos remotos. Esto es realmente
crucial en la actualidad. Podemos ver que resulta inútil alentar a la gente para que aprenda
ecuaciones diferenciales, o a que tome un curso de electrónica o de programación de
computadoras. Y sin embargo, dentro de cincuenta años, si la comprensión del origen del
hombre, de su evolución, de su historia, de sus progresos, no resulta un lugar común en los
libros escolares, no habremos de existir. El lugar común en los libros escolares del mañana será
la aventura del presente, y es a ello a lo que nos dedicamos.
Somos una civilización científica: es decir, una civilización para la cual el conocimiento y su
integridad son cruciales. Ciencia es únicamente la palabra latina equivalente a conocimiento.
De no dar nosotros el paso siguiente en el ascenso del hombre, será dado por gente de
cualquier otro lugar, en Africa, en China. ¿Debo considerar esto como algo triste? No, no por sí
mismo. La humanidad tiene derecho a cambiar de color. Y no obstante, desposado como estoy
con la civilización que me ha nutrido, debería considerarlo como algo infinitamente triste. Yo,
producto de Inglaterra, que me enseñara su idioma y su tolerancia y su interés por las
prosecuciones intelectuales, sentiría una grave sensación de pérdida (al igual que el lector) si
dentro de cien años Shakespeare y Newton se convirtieran en fósiles históricos en el ascenso
del hombre, del mismo modo que Homero y Euclides lo son en la actualidad.
Inicié esta serie en el valle del Omo del Africa Oriental, y ahora regreso a él debido a que algo
acontecido en esa oportunidad ha permanecido en mi mente desde entonces. La mañana del
primer día en que íbamos a filmar las escenas para el primer programa de televisión, una
avioneta despegó de nuestra pista con el camarógrafo y el ingeniero de sonido a bordo,
estrellándose unos segundos después del despegue. Por algún milagro, el piloto y los dos
pasajeros resultaron ilesos.
Pero, naturalmente, tan lamentable acontecimiento dejó una profunda impresión en mí. Me
disponía a descorrer el velo del pasado, y el presente calladamente ponía la mano en las
páginas impresas de la historia, mientras decía: «Está aquí. Es ahora». La historia no consta de
sucesos, consta de gente, y no es sólo gente que hace remembranzas, es gente que actúa y vive
el pasado en el presente. La historia es el instante del acto decisivo del piloto, el que cristaliza
todo conocimiento, la ciencia toda, todo lo aprendido desde la aparición del hombre.
Hubimos de aguardar durante dos días en el campo, esperando otra avioneta. Y yo dije al
camarógrafo, amablemente, aunque quizás no con mucho tacto, que tal vez él preferiría que
fuese otra persona quien se encargara de las tomas aéreas. El repuso, «He pensado en eso. Voy
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La larga infancia
a tener miedo cuando vuele mañana; pero yo me encargaré de la filmación. Es lo que debo
hacer».
Todos tenemos miedo: por nuestra seguridad, por el futuro, por el mundo. Tal es la naturaleza
de la imaginación humana. Y, empero, todo hombre, toda civilización, han seguido adelante al
sentir que tienen la obligación de hacer lo que es preciso hacer. El compromiso personal del
hombre con su destreza, el compromiso intelectual y el compromiso emocional amalgamados
en uno solo, han realizado el ascenso del hombre.
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