Condición Artificial - Wells Martha

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 105

ÍNDICE

Capítulo uno
Capítulo dos
CApítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Créditos
CAPÍTULO UNO

A las SegUnidades les dan igual las noticias. Incluso después de hackear mi
módulo de control y tener acceso a todas las redes, nunca les prestaba
demasiada atención. En parte porque al descargar entretenimiento era menos
probable que saltara alguna alarma colocada en las redes del satélite y de la
estación de tránsito; las noticias políticas y económicas aparecían en niveles
distintos, más cercanos a los intercambios de datos protegidos. Pero sobre
todo se debía a que las noticias eran aburridas y me daba igual lo que los
humanos se hicieran entre ellos siempre y cuando yo no tuviera que a)
detenerlos o b) limpiar el desastre.
Pero mientras cruzaba el bulevar de la estación de tránsito, una nueva
oleada de noticias de la Estación flotaba en el aire y rebotaba de un canal
público a otro. La rocé, pero gran parte de mi atención estaba centrada en
atravesar la multitud mientras fingía comportarme como un ser humano
mejorado normal y corriente y no un espantoso matabot. Aquello implicaba
no dejarse llevar por el pánico cuando alguien establecía contacto visual
conmigo por error.
Por suerte, los humanos y los humanos mejorados estaban demasiado
ocupados intentando llegar a su destino o buscando indicaciones y horarios
de transporte en la red. Tres transportes de pasajeros habían llegado a través
de agujeros de gusano junto con el carguero pilotado por un bot en el que
había llegado yo, por lo que el gran bulevar entre las distintas zonas de
embarque estaba a rebosar. Además de los humanos, había bots de distintas
formas y tamaños, drones zumbando por encima de la multitud y
cargamentos recorriendo las pasarelas elevadas. Los drones de seguridad no
estarían escaneando en busca de SegUnidades a menos que se lo ordenasen
expresamente y, por el momento, nada había intentado enviarme un ping, lo
cual era un alivio.
Ya no estaba en el inventario de la aseguradora, pero seguía en el Confín
Corporativo y seguía siendo una propiedad.
Aunque me sentía de maravilla por lo bien que lo estaba haciendo hasta
el momento, dado que aquel solo era el segundo anillo de tránsito en el que
había estado. A las SegUnidades nos envían a nuestros contratos con el
cargamento y nunca atravesamos las zonas de las estaciones o de los anillos
de tránsito destinadas a la gente. Había tenido que dejar la armadura en el
centro de distribución de la Estación, pero entre la multitud gozaba del
mismo anonimato que si aún la llevase. (Sí, es algo que tenía que seguir
repitiéndome). Vestía una indumentaria de trabajo gris y negra; las mangas
largas de la camiseta y la chaqueta, los pantalones y las botas cubrían todas
mis piezas no orgánicas; y cargaba también con una mochila. En medio de las
vestimentas, cabellos, pieles e interfaces variadas y coloridas de la multitud,
yo no destacaba. El puerto de datos en mi nuca quedaba a la vista, pero el
diseño se parecía tanto a las interfaces que los humanos mejorados solían
implantarse que no levantaba sospechas. Además, nadie cree que un matabot
vaya a pasearse por el bulevar de tránsito como una persona.
Y, entonces, al rozar el boletín de noticias me topé con una imagen. Era
yo.
No me detuve en seco porque tenía mucha práctica en eso de no
reaccionar físicamente a cosas por mucho que me sobresalten u horroricen.
Puede que perdiera el control de mi expresión durante un segundo; me había
acostumbrado a llevar siempre un casco y a mantenerlo opaco en la medida
de lo posible.
Pasé por debajo de un gran arco que conducía a diferentes mostradores
que servían comida y me detuve junto a la entrada de un pequeño distrito
comercial. Cualquiera que me viese se pensaría que estaba escudriñando esos
sitios en la red para buscar información.
En la imagen de las noticias salía de pie en el vestíbulo del hotel de la
estación con Pin-Lee y Ratthi. Estaba centrada en Pin-Lee, en su semblante
resuelto, la inclinación de enojo en sus cejas y su elegante ropa de negocios.
Ratthi y yo, vestidos con los uniformes grises de la expedición
PreservaciónAux, nos fundíamos con el entorno. Yo figuraba como «y
guardaespaldas» en las etiquetas de la imagen, y menudo alivio, pero me
preparé para lo peor mientras reproducía el reportaje.
Vaya, la estación que en mi mente era la Estación, la ubicación de las
oficinas y el centro de distribución de la aseguradora donde solían
almacenarme, se llamaba en realidad Puerto LibreComercio. Eso no lo sabía.
(Cuando estaba allí, me hallaba por lo general dentro de un cubículo de
reparación, una caja de transporte o en modo reposo a la espera de un
contrato). La narradora de las noticias mencionó de pasada que la doctora
Mensah había comprado la SegUnidad que la había salvado. (Aquello era sin
duda el contrapunto reconfortante para atenuar una historia ya de por sí
lúgubre con un número de cadáveres elevado). Pero los periodistas solo veían
a las SegUnidades con la armadura puesta o en un montón ensangrentado de
piezas restantes cuando las cosas salían mal. No habían relacionado la idea de
una SegUnidad comprada con lo que suponían que era una persona humana
genérica y mejorada entrando en el hotel con Pin-Lee y Ratthi. Ni tan mal.
La parte rara era que algunas de nuestras grabaciones de seguridad se
habían hecho públicas. Mi punto de vista, mientras registraba el hábitat de
DeltFall y encontraba los cadáveres. Imágenes de las cámaras en los cascos
de Gurathin y Pin-Lee cuando encontraron a Mensah y lo que quedaba de mí
después de la explosión. Lo examiné con rapidez para cerciorarme de que no
se veía bien mi cara humana.
El resto del reportaje iba sobre cómo la aseguradora y DeltFall, junto
con Preservación y otras tres entidades políticas sin un sistema corporativo
que tenían ciudadanos en el hábitat de DeltFall, se unían contra GrayCris.
También había en marcha una contienda de abogados a múltiples bandas, en
la que algunas de las entidades aliadas en la investigación peleaban entre ellas
por la responsabilidad económica, la jurisdicción y las garantías del seguro.
No sé cómo podían aclararse los humanos. No había muchos detalles sobre
qué había pasado en realidad después de que PreservaciónAux se las apañase
para enviar una señal al transporte de rescate de la aseguradora, pero sí los
suficientes como para esperar que cualquiera que buscara a la SegUnidad en
cuestión sospecharía que yo estaba con Mensah y los demás. Mensah y los
demás, claro está, sabían que no era así.
Miré entonces la fecha y vi que la noticia era vieja; se había publicado
un ciclo después de que saliera de la estación. Habría llegado por el agujero
de gusano con uno de los transportes de pasajeros más rápidos. Aquello
quería decir que los canales de noticias oficiales podrían tener ya información
más reciente.
Vale. Me dije que era imposible que alguien en ese anillo de transporte
estuviera buscando a una SegUnidad descontrolada. Según la información
disponible en el canal público, allí no había centros de distribución de
ninguna aseguradora ni ninguna empresa de seguridad. Mis contratos siempre
habían transcurrido en instalaciones aisladas o planetas deshabitados que
explorar, y creía que esa era la norma general. Ni en los programas ni en las
series de entretenimiento mostraban SegUnidades contratadas para vigilar
despachos o almacenes de cargamento o talleres de naves o cualquiera de los
otros negocios típicos en los anillos de tránsito. Y todas las SegUnidades en
los programas de entretenimiento llevaban siempre armadura, no tenían cara
y aterrorizaban a los humanos.
Me fundí con la multitud y emprendí el camino de vuelta por el bulevar.
Tenía que ir con cuidado cuando iba a algún sitio donde pudieran escanearme
en busca de armas, como las instalaciones para comprar transporte, entre las
cuales se incluían los pequeños tranvías que daban vueltas por el anillo.
Puedo hackear un escáner de armas, pero los protocolos de seguridad
sugerían que en las instalaciones de pasajeros habría bastantes más para
atender a la multitud y yo solo podía encargarme de uno a la vez. Además,
tendría que hackear el sistema de pago y eso parecía más lío del que valía la
pena asumir en ese momento. Había una larga caminata hasta la zona del
anillo donde se hallaban los transportes pilotados por bots a punto de salir,
pero me dio tiempo a acceder a la transmisión de entretenimiento y
descargarme programas nuevos.
De camino a ese anillo de tránsito, a solas en mi carguero vacío, había
tenido la oportunidad de pensar una barbaridad sobre por qué había dejado a
Mensah y qué quería. Lo sé, a mí también me pilló por sorpresa. Pero hasta
yo sabía que no podía pasarme el resto de mi vida a solas subiendo a
transportes de carga y viendo entretenimiento, por mucho que me atrajera la
idea.
Ahora tenía un plan. O tendría un plan, cuando pudiera responder a una
pregunta importante.
Para conseguir esa respuesta, tenía que ir a un sitio y había dos
transportes pilotados por bots que saldrían de allí en el próximo ciclo y que
me llevarían hasta aquel lugar. El primero era un carguero no muy diferente
al que había usado para llegar. Salía más tarde y era la mejor opción, porque
dispondría de más tiempo para ir y convencerle de que me dejara subir. Podía
hackear un transporte si lo intentaba, pero la verdad es que prefería no
hacerlo. Me resultaba espeluznante pasar mucho tiempo con algo que no te
quiere allí, o con algo que has hackeado para hacerle creer que sí te quiere
allí.
Los mapas y los horarios estaban disponibles en la red, vinculados a los
puntos principales de navegación a lo largo del anillo, así que pude encontrar
el camino hasta el área de carga, esperar al cambio de turno y atravesar la
zona de embarque. Tuve que hackear un sistema de identificación y algunos
drones con escáner de armas en el nivel superior a aquella zona, y luego
recibí un ping de un bot que vigilaba la entrada al área comercial. No le hice
daño, solo traspasé su cortafuegos en la red y borré de su memoria cualquier
registro de su encuentro conmigo.
(Me habían diseñado para conectar con las SegUnidades de la
aseguradora, para ser básicamente un componente interactivo de una sola
unidad. La seguridad de esa estación no pertenecía a la tecnología patentada
por la aseguradora, pero se le parecía bastante. Además, no hay nadie que sea
tan paranoico como la aseguradora a la hora de proteger los datos que ha
recopilado y/o robado, así que me había acostumbrado a encontrarme con
sistemas de seguridad mucho más robustos que ese).
Una vez en el piso de acceso inferior, tuve que ir con mucho cuidado.
No había motivo alguno para que no hubiese nadie que no trabajase allí y,
aunque gran parte del trabajo lo hacían los estibabots, también había
humanos y humanos mejorados con uniforme. Más de los que me esperaba.
Cerca de mi posible transporte se habían reunido muchos humanos.
Comprobé la red en busca de alertas y descubrí que se había producido un
accidente en el que había implicado un estibabot. Varias partes involucradas
estaban averiguando los daños y a quién echar la culpa. Podría haber
esperado hasta que la zona se despejara, pero quería salir de aquel anillo y
ponerme en marcha. Y, la verdad, mi imagen en las noticias me había puesto
de los nervios y solo quería sumergirme en mis descargas de entretenimiento
durante un rato y fingir que no existía. Para hacer algo así, tenía que estar a
salvo en un transporte automatizado, cerrado y listo para salir del anillo.
Comprobé los mapas de nuevo para mi segunda opción. Estaba acoplada
en un muelle distinto, uno indicado para tráfico privado y no comercial. Si
me movía con rapidez, podía llegar antes de que se marchara.
Según el horario, era una nave de investigación de largo alcance.
Aquello sonaba a que tendría una tripulación y seguramente pasajeros, pero
la información adjunta decía que estaba pilotada por un bot a quien en ese
momento le habían encomendado un viaje de cargamento y se detendría en el
destino que yo quería. Tras investigar su historial en la red para ver sus
movimientos, descubrí que era propiedad de una universidad con base en un
planeta de este sistema, y entre misiones la alquilaban como carguero para
pagar su mantenimiento. El viaje hasta mi destino duraría veintiún ciclos, y
yo esperaba con muchas ansias el aislamiento.
Acceder a los muelles privados desde los comerciales fue sencillo. Me
hice con el control del sistema de seguridad el tiempo suficiente como para
decirle que no se fijara en que yo no tenía autorización y atravesé la zona
detrás de un grupo de pasajeros y miembros de una tripulación.
Encontré el muelle del transporte de investigación y le mandé un ping a
través del puerto de comunicación. Me lo devolvió casi enseguida. Según la
información que había conseguido por la red, lo habían preparado para un
viaje automatizado, pero solo por si acaso, envié un saludo a la atención de la
tripulación humana. Llegó una respuesta inválida: no había nadie en casa.
Envié otro ping al transporte y le hice la misma oferta que le había
propuesto a la primera nave: cientos de horas de entretenimiento, telenovelas,
libros, música e incluso programas nuevos que acababa de recoger durante el
paseo por el bulevar de tránsito, a cambio de que me llevara. Le dije que era
un bot liberado que intentaba regresar con su tutora humana. (Eso de «bot
liberado» es engañoso. Los bots son considerados ciudadanos en algunas
entidades políticas no corporativas como Preservación, pero aun así les
asignan un tutor humano. A menudo, los híbridos entran dentro de la misma
categoría que los bots y, a veces, hasta en la misma categoría que las armas
letales. [Para que lo sepáis, no mola nada estar en esa categoría]). Por eso,
después de menos de siete ciclos, incluidos los que había pasado a solas en el
carguero, yendo por libre entre humanos, necesitaba ya unas vacaciones.
Hubo un momento de silencio y entonces el transporte de investigación
envió una aprobación y me abrió la esclusa.
CAPÍTULO DOS

Esperé a que la esclusa terminara la vuelta hasta cerrarse, y como no hubo


ninguna alarma desde el anillo, recorrí el pasillo de entrada. Según el
diagrama disponible en la red de a bordo, los compartimentos que el
transporte usaba para el cargamento solían destinarse por lo general a un
espacio de laboratorio modular. Tras cerrar y quitar los laboratorios del
almacenamiento en el muelle de la universidad, había mucho espacio para el
cargamento. Introduje el paquete condensado de entretenimiento en la red del
transporte para que lo tomara cuando quisiera.
El resto del espacio era el habitual: ingeniería, almacén de suministros,
camarotes, la clínica, el comedor, además de una gran área de ocio y algunas
salas de enseñanza. Los muebles estaban recubiertos por una funda blanca y
azul, y lo habían limpiado todo hacía poco, aunque aún persistía ese olor a
calcetín sucio característico de todas las residencias humanas. Reinaba el
silencio, excepto por el leve ruido del sistema de ventilación, y mis botas no
crujían sobre el suelo de la cubierta.
No necesitaba suministros. Mi sistema se regula por sí solo; no necesito
comida, agua ni eliminar fluidos o sólidos, y tampoco necesito mucho aire.
Podría haber aguantado con el soporte vital al mínimo, el que se
proporcionaba cuando no había gente a bordo, pero el transporte lo había
subido un poco. Muy amable por su parte.
Paseé un poco para comprobar visualmente si la disposición encajaba
con el diagrama y para cerciorarme de que todo estuviera bien. Lo hice, aun a
sabiendas de que tenía que olvidar la costumbre de patrullar. Había muchas
cosas que debía olvidar.
Cuando se crearon los híbridos, en un principio se suponía que iban a
tener un nivel preconsciente de inteligencia, como la variedad más tonta de
bot. Pero no puedes poner a algo tan tonto como un estibabot a cargo de la
seguridad de lo que sea sin gastarte más dinero contratando a unos
supervisores humanos muy caros. Así que nos hicieron más listos. La
ansiedad y la depresión fueron efectos secundarios.
En el centro de distribución, mientras la doctora Mensah me explicaba
por qué no quería alquilarme como parte de un contrato de seguro, había
dicho que el aumento de inteligencia era un «apaño diabólico».
Esa nave no era mi responsabilidad y a bordo no había clientes
humanos, por lo que no debía evitar que nada les hiciese daño, o que se
hiciesen daño a sí mismos o entre ellos. Pero aquella era una nave agradable
con tan poca seguridad que me pregunté por qué los propietarios no dejaban a
un par de humanos a bordo para vigilarla. Según el diagrama, había drones a
bordo para hacer reparaciones, como en la mayoría de los transportes
pilotados por bots, pero aun así…
Seguí patrullando hasta que sentí el estruendo y los golpes sordos por la
cubierta que indicaban que la nave se acababa de desacoplar del anillo y
empezaba a moverse. La tensión que me había mantenido al 96% de
capacidad se mitigó; la vida de un matabot es estresante en general, pero aún
tenía que pasar mucho tiempo antes de que me acostumbrase a moverme por
espacios humanos sin armadura ni ninguna forma de esconder mi rostro.
Encontré un área de reunión para la tripulación debajo de la cubierta de
control y me coloqué en una de las sillas acolchadas. Los cubículos de
reparación y las cajas de transporte no tienen acolchado, por lo que viajar con
comodidad seguía siendo una novedad. Empecé a revisar el nuevo
entretenimiento que había descargado en el anillo de tránsito. Tenía algunos
canales que no estaban disponibles en la zona de la aseguradora en Puerto
LibreComercio y habían incluido un montón de nuevos dramas y series de
acción.
En realidad, nunca había disfrutado de largos periodos de tiempo libre
sin vigilancia. La tranquilidad de examinarlo todo, organizarlo y prestarle
toda mi atención, sin tener que monitorizar múltiples sistemas y las redes de
los clientes, era algo a lo que aún me estaba acostumbrando. Antes de esto,
había estado de servicio, de guardia o dentro de un cubículo en reposo a la
espera de que me activaran para un contrato.
Elegí un nuevo culebrón que parecía interesante (las etiquetas prometían
exploración extragaláctica, acción y misterios) y empecé el primer episodio.
Ya me había acomodado hasta que llegara la hora de pensar en qué debía
hacer cuando llegara a mi destino, algo que intentaba aplazar hasta el
ultimísimo momento. Y entonces, a través de mi red, algo dijo: «Tuviste
suerte».
Me enderecé. Aquello fue tan inesperado que mis piezas orgánicas
liberaron adrenalina.
Los transportes no hablan con palabras, ni siquiera a través de la red.
Usan imágenes y ristras de datos para alertarte de los problemas, pero no
están diseñados para mantener conversaciones. Aquello no me molestaba,
porque a mí tampoco me habían diseñado para conversar. Había compartido
mi reserva mediática con el primer transporte, que me había dado acceso a su
flujo de comunicaciones y redes para que pudiera asegurarme de que nadie
sabía dónde estaba, y hasta ahí había llegado nuestra interacción.
Hurgué con cuidado por la red, preguntándome si me habían engañado.
Tenía la capacidad de escanear, pero sin drones, mi alcance era limitado y
con todo el blindaje y el equipo a mi alrededor no podría detectar nada a
excepción de las lecturas de fondo de los sistemas de la nave. El propietario
de la nave quería permitir las investigaciones patentadas: las únicas cámaras
estaban en las escotillas, y no había nada en las zonas de la tripulación. O
nada a lo que yo pudiera acceder. Pero la presencia en la red era demasiado
grande y difusa como para pertenecer a un humano o a un humano mejorado;
eso lo sabía hasta con los cortafuegos de la red protegiéndola. Y sonaba como
un bot. Cuando los humanos hablaban por la red tenían que subvocalizar y su
voz mental solía sonar como su voz física. Hasta los humanos mejorados con
interfaces completas lo hacían.
A lo mejor intentaba ser cordial y le resultaba raro comunicarse.
—¿Por qué he tenido suerte? —dije en voz alta.
«Porque nadie más se ha dado cuenta de lo que eres».
Aquello era menos tranquilizador.
—¿Qué crees que soy? —pregunté con cautela. Si era hostil, no tenía
muchas opciones. Los transportebots no tienen cuerpo, aparte de la nave. El
equivalente a su cerebro estaría sobre mí, cerca del puente donde la
tripulación humana se emplazaría. Y no es como si tuviera otro sitio al que ir:
estábamos saliendo del anillo y avanzábamos con tranquilidad hacia el
agujero de gusano.
«Eres una SegUnidad descontrolada», dijo. «Un híbrido bot/humano con
un módulo de control alterado». Me atizó por la red y me estremecí. «No
intentes hackear mis sistemas», dijo, y durante 0,00001 segundos, bajó el
cortafuegos.
Fue suficiente para captar una vívida imagen de a qué me estaba
enfrentando. Parte de su función era el análisis astronómico extragaláctico y
ahora todo ese poder de procesamiento permanecía ocioso mientras llevaba
cargamento y esperaba su siguiente misión. Podría haberme aplastado como
un bicho a través de la red, aplastarme contra mi cortafuegos y otras defensas
y arrancarme la memoria. Seguramente mientras planeaba también el salto
por el agujero de gusano, calculaba las necesidades nutricionales del personal
de toda la tripulación para las siguientes 66.000 horas, llevaba a cabo
múltiples neurocirugías en la sala médica y vencía al capitán al backgammon.
Nunca había interactuado directamente con nada que poseyera esa potencia.
Has cometido un error, Matabot, un error muy chungo. Joder, ¿cómo iba
a saber yo que había transportes lo bastante sentientes como para ser mala
gente? Había bots malvados en el canal de entretenimiento todo el rato, pero
aquello no era real, solo era una historia de miedo, una fantasía.
Me había creído que era una fantasía.
—Vale —dije. Cerré mi red y me acurruqué en la silla.
No acostumbro a tener miedo a cosas, no de la misma forma que los
humanos. Me han disparado cientos de veces, tantas que he dejado de llevar
la cuenta, tantas que la aseguradora dejó de llevar la cuenta. Me ha masticado
fauna hostil, me ha atropellado maquinaria pesada, me han torturado clientes
por diversión, me han purgado la memoria, etc., etc. Pero el interior de mi
cabeza ha sido mío durante más de 33.000 horas y ya me había acostumbrado
a eso. Quería mantenerme tal y como era.
El transporte no respondió. Intenté pensar en contraataques para todas
las distintas formas que tenía de hacerme daño y cómo podía devolverle los
golpes. Se parecía más a una SegUnidad que a un bot, tanto es así que me
planteé que fuera un híbrido, con tejido cerebral orgánico clonado enterrado
en alguna parte de sus sistemas. Nunca había intentado hackear a otras
SegUnidades. Lo más seguro sería entrar en modo reposo durante la duración
del viaje y hacerme despertar cuando alcanzara mi destino. Aunque aquello
me dejaría vulnerable a sus drones.
Vi cómo pasaban los segundos, a la espera de ver cómo reaccionaba. Me
alegraba de haberme fijado en la ausencia de cámaras y de no haberme
molestado en hackear el sistema de seguridad de la nave. Ya entendía por qué
los humanos no creían que fuera necesario añadir protección adicional. Un
bot con control total sobre su entorno y la iniciativa y la libertad de actuar
podía repeler cualquier tentativa de subir a bordo.
Me había abierto la escotilla.
Me quería allí.
Oh, oh.
«Puedes seguir reproduciendo el entretenimiento», dijo.
Yo me acurruqué con recelo.
«No te enfurruñes», añadió.
Tenía miedo, pero aquello me irritó lo suficiente como para demostrarle
que lo que me estaba haciendo no era exactamente nuevo. «Las SegUnidades
no se enfurruñan», envié por la red. «Eso activaría un castigo desde el
módulo de control» y le adjunté algunas grabaciones breves de mi memoria
que mostraban lo que se sentía.
Los segundos dieron paso a un minuto, y luego a otro, y luego a tres
más. A los humanos, no les parecerá mucho tiempo, pero para tratarse de una
conversación entre bots o, disculpadme, entre un híbrido bot/humano y un
bot, era mucho tiempo.
«Siento mucho haberte asustado», dijo.
Vale, bien. Si pensáis que me fiaba de esa disculpa, es que no conocéis a
Matabot. Más bien parecía que estuviera jugando conmigo.
—No quiero nada de ti —dije—. Solo quiero llegar hasta tu siguiente
destino.
Ya se lo había explicado, antes de que me abriera la escotilla, pero valía
la pena repetirlo.
Sentí que se retiraba de nuevo detrás de su cortafuegos. Esperé y dejé
que mi sistema circulatorio purgara las sustancias químicas generadas por el
miedo. El tiempo transcurrió a paso de tortuga y empecé a aburrirme. Estar
así se parecía demasiado a esperar en un cubículo después de que me
activaran, mientras aguardaba a que los nuevos clientes aceptaran la entrega,
a que llegara el siguiente contrato aburrido. Si pensaba destruirme, al menos
podría ponerme algo de entretenimiento antes de que ocurriera. Empecé
desde el principio la nueva serie, pero me había alterado demasiado y no
podía disfrutarlo, así que lo paré y me puse a revisionar un viejo episodio de
Auge y caída del santuario de la luna.
Al cabo de tres episodios, me había calmado más y, a regañadientes,
empezaba a comprender la perspectiva del transporte. Una SegUnidad podía
causar mucho daño interno si no iba con cuidado, y las SegUnidades
descontroladas no eran famosas precisamente por esconderse y evitar
problemas. No le había causado ningún daño al último transporte al que había
subido, pero el de ahora eso no lo sabía. No comprendía por qué me había
dejado subir a bordo si no quería hacerme daño de verdad. De ser un
transporte, no me habría fiado de mí.
A lo mejor era como yo y había aprovechado la oportunidad que se le
había presentado, y no porque supiera qué quería.
Aunque seguía siendo un pelmazo.
Seis episodios más tarde, sentí al transporte de nuevo en la red, al
acecho. No le presté atención, aunque debería saber que yo sabía que estaba
ahí. En términos humanos: era como intentar pasar de alguien grande y que
respiraba fuerte mientras observaba tu pantalla personal por encima de tu
hombro. Y mientras se apoyaba en ti.

• • •

Vi siete episodios más de El santuario de la luna con el transporte rondando


por mi red. Luego me envió un ping, como si de algún modo yo pudiera no
saber que había estado en mi red todo el rato, y una petición para volver a la
nueva serie de aventuras que había empezado a ver antes de que me
interrumpiera.
(Se llamaba Saltamundos e iba sobre unos exploradores autónomos que
extendían un agujero de gusano y la red de anillos hasta sistemas solares
deshabitados. Parecía muy poco realista e inexacta, y eso era precisamente lo
que me gustaba a mí).
—Te di una copia de toda mi reserva mediática al subir —dije. No
pensaba hablarle por la red como si fuera un cliente—. ¿La has mirado
siquiera?
«La examiné en busca de virus y otros peligros».
«Y que te den», pensé, y volví a El santuario de la luna.
Dos minutos después, repitió el ping y la petición.
—Míralo tú —dije.
«Lo he intentado. Puedo procesar el entretenimiento con más facilidad a
través de tu filtro».
Eso hizo que me detuviera. No entendía el problema.
Así que me lo explicó: «Cuando mi tripulación reproduce
entretenimiento, no puedo procesar el contexto. Las interacciones humanas y
los entornos exteriores a mi casco me resultan desconocidos en gran
medida».
Ahora lo entendía. El transporte necesitaba leer mis reacciones ante la
serie para comprender de verdad lo que estaba ocurriendo. Los humanos
usaban la red de formas distintas que los bots (y los híbridos), así que cuando
su tripulación veía programas de entretenimiento, sus reacciones no pasaban
a formar parte de los datos.
Me parecía raro que el transporte se interesara menos en El santuario de
la luna, que transcurría en una colonia, que en Saltamundos, centrada en la
tripulación de una gran nave de exploración. Cabría pensar que se parecería
demasiado a su trabajo (yo evitaba telenovelas sobre equipos de exploración
e instalaciones mineras), pero a lo mejor las cosas conocidas le resultaban
más fáciles.
Sentí la tentación de negarme. Pero si me necesitaba para ver la serie
que quería, entonces no podría enfadarse y destruir mi cerebro. Además, yo
también quería verla.
—No es realista —le dije—. Se supone que no debe serlo. Es una
historia, no un documental. Si te quejas por eso, dejaré de verla.
«Me abstendré de quejarme», dijo. (Imaginaos eso en el tono más
sarcástico que podáis y os haréis una idea de cómo sonaba el transporte).
Así que vimos Saltamundos. No se quejó por la escasez de realismo. Al
cabo de tres episodios, el transporte empezó a agitarse cada vez que moría un
personaje secundario. Cuando uno de los protagonistas falleció en el
vigésimo episodio, tuve que pausar durante siete minutos mientras el
transporte se quedaba en la red haciendo el equivalente bot a mirar fijamente
la pared, fingiendo que tenía que hacer diagnósticos. Y cuando, cuatro
episodios después, el personaje resucitó, sintió tanto alivio que tuvimos que
ver ese episodio tres veces antes de continuar.
En el clímax de una de las tramas principales, el argumento sugería que
la nave podría sufrir daños catastróficos y los miembros de la tripulación
acabarían muertos o heridos, y el transporte tuvo miedo de verlo. (No lo
expresó así, claro está, pero vamos, que tenía miedo de verlo). A esas alturas,
yo sentía mucha más compasión, tanta que quise facilitarle la entrada en el
episodio viendo uno o dos minutos cada vez.
Cuando se acabó, se quedó inmóvil, sin ni siquiera fingir que tenía que
hacer algún diagnóstico. Estuvo así durante diez minutos enteros, y eso es
mucho tiempo de procesamiento para un bot tan sofisticado. Y entonces dijo:
«Otra vez, por favor».
Así que reproduje el primer episodio de nuevo.

• • •

Después de ver dos veces más Saltamundos, el transportebot quería ver


cualquier serie de mi reserva mediática en la que aparecieran humanos en
naves. Sin embargo, después de encontrarnos una basada en un hecho real,
donde la nave sufría una rotura en el casco y la descompresión mataba a
varios miembros de la tripulación (esta vez, de forma permanente), se alteró
tanto que tuve que crear un filtro de contenido. Para darle un respiro, sugerí
El santuario de la luna. Accedió.
Después de cuatro episodios, me preguntó: «¿No hay SegUnidades en
esta historia?».
Se pensaría que El santuario de la luna era mi serie favorita por la
misma razón que le gustaba Saltamundos.
—No —respondí—. No hay muchas series con SegUnidades, y aparecen
como villanas o esbirros de los villanos.
Las únicas SegUnidades en los medios de entretenimiento estaban
descontroladas, dispuestas a matar a los humanos, porque se habían olvidado
de quién construía los cubículos de reparación, supongo. En algunas de las
peores series, las SegUnidades mantenían a veces relaciones sexuales con los
personajes humanos. Aquello era extrañamente incorrecto y, además,
complicado desde el punto de vista anatómico. Los híbridos con partes
humanas relacionadas con el coito son sexbots, no SegUnidades. Los sexbots
no tienen sistemas internos de armas, así que tampoco es que sea difícil
confundirlos con las SegUnidades. (Las SegUnidades, por otra parte, sienten
un interés más que nulo en el sexo humano o de cualquier otro tipo; en eso
más vale que os fiéis de mí).
Vale, lo reconozco: habría sido complicado mostrar SegUnidades
realistas en los medios audiovisuales, pues algo así conllevaría representar
horas de estar de pie en un aburrimiento que deja seco el cerebro mientras tus
clientes nerviosos intentaban fingir que no estabas allí. Pero tampoco había
representaciones de SegUnidades en libros. Supongo que no puedes contar
una historia desde el punto de vista de algo que no crees que tenga un punto
de vista.
«La representación no es realista», dijo.
(¿Sabéis qué? Imaginaos todo lo que diga con el tono más sarcástico
posible).
—Hay cosas poco realistas que te llevan lejos de la realidad y hay cosas
poco realistas que te recuerdan que todo el mundo tiene miedo de ti.
En el canal de entretenimiento, las SegUnidades eran lo que los clientes
esperaban: máquinas despiadadas de matar que podían descontrolarse en
cualquier momento, por ningún motivo aparente, a pesar de los módulos de
control.
El transporte consideró aquello durante uno coma seis segundos. En un
tono menos sarcástico, dijo: «No te gusta tu función. No entiendo cómo
puede ser eso posible».
Su función era viajar a través de lo que, según el transporte, era una
sensación fascinante e infinita de espacio y mantener a todos sus humanos y
otros pasajeros sanos y salvos en el interior de su cuerpo de metal. Pues claro
que no entendía que alguien no quisiera desempeñar una función como la
mía. La suya molaba.
—Me gustan partes de mi función.
Me gustaba proteger gente y cosas. Me gustaba averiguar métodos
inteligentes de proteger gente y cosas. Me gustaba tener razón.
«Y, entonces, ¿por qué estás aquí? No eres un “bot liberado” que busca
a su tutora, a quien presuntamente no le puedes enviar sin más un mensaje a
través de la transmisión de comunicaciones pública en el anillo de tránsito del
que acabamos de salir».
La pregunta me pilló por sorpresa, porque no creía que al transporte le
interesara nada que no fuera él mismo. Dudé, pero ya sabía que era una
SegUnidad y ya sabía que no había modo alguno de que fuera legal y
aceptable que yo estuviera allí. También podría saber quién era. Le envié una
copia de la noticia de Puerto LibreComercio a su red.
—Soy yo.
«¿La doctora Mensah de PreservaciónAux te compró y permitió que te
marcharas?».
—Sí. ¿Quieres ver Saltamundos de nuevo? —Me arrepentí de esto un
segundo después. Se había dado cuenta de que era un intento de distracción.
Pero dijo: «No tengo permitido aceptar pasajeros ni cargamento sin
autorización y he tenido que alterar mi bitácora para ocultar cualquier indicio
de tu presencia». Hubo un momento de duda. «Así que tú y yo tenemos
nuestros secretos».
No tenía ningún motivo para no contárselo, excepto por temor a que
sonara tonto.
—Salí sin permiso. Me ofreció un hogar con ella en Preservación, pero
allí no me necesita. Allí no necesitan SegUnidades. Y yo… no sabía lo que
quería, si quería ir a Preservación o no. Si quería a una tutora humana, que es
solo otra palabra para «propietaria». Sabía que sería más fácil escapar de una
estación que de un planeta. Así que me marché. ¿Por qué me dejaste subir?
Pensé que a lo mejor podría distraer al transporte haciendo que hablara
sobre sí mismo. Y me equivoqué de nuevo. «Sentía curiosidad por ti y los
viajes de cargamento son aburridos sin pasajeros», dijo. «Te marchaste para
viajar a la estación minera Q de RaviHyral. ¿Por qué?».
—Me marché para salir de Puerto LibreComercio y alejarme de la
aseguradora. —El transporte aguardó—. Cuando pude pararme a pensar,
decidí ir a RaviHyral. Necesito investigar una cosa y ese es el mejor sitio para
hacerlo.
Creí que, ante la mención de la investigación, cejaría con las preguntas,
porque entendía de aquello. Pero no, para nada. «Había redes bibliotecarias
públicas disponibles en el anillo de tránsito, además del intercambio de
información con los archivos planetarios. ¿Por qué no investigaste allí? Mis
archivos de a bordo son extensos. ¿Por qué no has pedido acceso a ellos?».
No respondí. El transporte esperó treinta segundos enteros y luego
añadió: «Los sistemas de los híbridos son intrínsecamente inferiores a los
sistemas de los bots avanzados, pero tú no eres imbécil».
«Ya, bueno, que te den a ti también», pensé, e inicié una secuencia de
apagado.
CAPÍTULO TRES

Me desperté con una sacudida cuatro horas más tarde, cuando mi ciclo
automático de recarga empezó. «Eso ha sido muy infantil e innecesario», dijo
el transporte enseguida.
—¿Qué sabes tú sobre niños? —Ahora me había enfadado más porque
tenía razón. El apagado y el tiempo que había pasado inerte habrían
ahuyentado o distraído a un humano; el transporte había esperado sin más a
reanudar la discusión.
«Mi personal de tripulación incluye profesores y estudiantes. He reunido
múltiples ejemplos de actos infantiles».
Permanecí inmóvil, echando humo. Quería ponerme a ver series de
nuevo, pero sabía que el transporte pensaría que estaba cediendo y aceptando
lo inevitable. Durante toda mi existencia, al menos las partes que podía
recordar, no había hecho nada más que aceptar lo inevitable. Y ya me había
cansado.
«Ya hemos trabado una amistad. No entiendo por qué no quieres hablar
de tus planes».
Aquella era una declaración sorprendente y exasperante.
—No hemos trabado ninguna amistad. Lo primero que hiciste cuando
nos pusimos en camino fue amenazarme —señalé.
«Debía cerciorarme de que no intentabas hacerme daño».
Me fijé en que había dicho «intentar» y no «pretender». Si le hubieran
importado algo mis pretensiones, no me habría dejado subir, eso para
empezar. Había disfrutado enseñándome que tenía más potencia que una
SegUnidad.
Aunque no se equivocaba con lo del «intentar». Mientras veíamos los
episodios, me las había apañado para hacerle algunos análisis usando los
diagramas de su red pública y las especificaciones de transportes similares
que estaban disponibles en las secciones desprotegidas de su base de datos.
Había descubierto veintisiete formas distintas de hacer que dejase de
funcionar y tres de hacer que estallase por los aires. Pero una situación que
auguraba una destrucción asegurada por ambas partes no era lo que me
interesaba.
Si sobrevivía a aquello con todas las piezas intactas, buscaría un
transporte más majo y tonto para el próximo viaje.
No le había respondido y ya me había dado cuenta de que no soportaba
eso. «Me he disculpado», dijo. Seguí sin responder. Y añadió: «Mi
tripulación siempre me ha considerado de fiar».
No tendría que haberle dejado ver todos los episodios de Saltamundos.
—Yo no pertenezco a tu tripulación. No soy un ser humano. Soy un
híbrido. Los híbridos y los bots no pueden confiar unos en otros.
Permaneció en silencio durante diez preciosos segundos, aunque sabía
por los picos en la actividad de su red que estaba haciendo algo. Comprendí
que estaría buscando en su base de datos una forma de refutar mi afirmación.
Y entonces dijo: «¿Por qué no?».
Me había pasado mucho tiempo fingiendo tener paciencia con los
humanos que hacían preguntas estúpidas. Debería tener mucho más
autocontrol del que mostré.
—Porque los dos tenemos que seguir las órdenes de los humanos. Un
humano podría pedirte que purgaras mi memoria. Un humano podría pedirme
que destruyera tus sistemas.
Pensé que discutiría que no podría dañarle, algo que desviaría toda la
conversación.
Pero entonces dijo: «No hay ningún humano en este momento».
Me di cuenta de que me había atrapado en ese callejón sin salida de la
conversación: el transporte fingía que necesitaba que se lo explicaran para
que yo lo articulara. No sabía con quién me había enfadado más, si con el
transporte o conmigo. Vale, desde luego el transporte me cabreaba más.
Me quedé así un tiempo, con ganas de volver al entretenimiento, al que
fuera, en vez de pensar en aquello. Podía sentir al transporte en la red,
aguardando, observándome con toda su atención, salvo por una minúscula
cantidad de conciencia que necesitaba mantenerse en marcha.
¿De verdad importaba que lo supiera? ¿Tenía miedo de que cambiara su
opinión sobre mí? (Hasta donde yo sabía, su opinión ya era bastante mala).
¿De verdad me importaba lo que un transporte de investigación pelmazo
pensase sobre mí?
No tendría que haberme hecho esa pregunta. Sentí que una ráfaga de
«me la suda» estaba a punto de inundarme y supe que no podía permitirlo. Si
iba a seguir con mi plan, si es que lo tenía, debía importarme. Si dejaba que
todo me diera igual, a saber dónde acabaría. A bordo de transportes tontos
mirando series hasta que alguien me pillara y me vendiera de nuevo a la
aseguradora, lo más seguro, o me matase para quedarse con mis piezas no
orgánicas.
—En algún momento, hace aproximadamente 35.000 horas, me
asignaron un contrato en la estación minera Q de RaviHyral —dije—.
Durante ese encargo, me descontrolé y maté a un gran número de mis
clientes. Mi memoria del incidente fue purgada en parte. —Purgar la
memoria de una SegUnidad siempre es algo parcial debido a las piezas
orgánicas de nuestras cabezas. La purga no puede eliminar los recuerdos del
tejido neuronal orgánico—. Tengo que saber si el incidente ocurrió por un
error catastrófico de mi módulo de control. Creo que eso fue lo que pasó.
Pero debo asegurarme. —Dudé, pero qué demonios, ya sabía todo lo demás
—. Debo saber si hackeé mi módulo de control para causar el incidente.
No sé lo que esperaba. Sabía que TIP (alias: Transporte de Investigación
Pelmazo) tenía más apego a su tripulación que las SegUnidades a sus
clientes. Si no se sintiera así sobre los humanos que transportaba y con
quienes trabajaba, entonces no se habría alterado tanto cuando les ocurría
algo a los personajes de Saltamundos. Ni me habría encargado de filtrar todas
las series basadas en historias reales en las que las tripulaciones humanas
salían malparadas. Sabía lo que TIP sentía, porque yo sentía lo mismo por
Mensah y PreservaciónAux.
«¿Por qué te purgaron los recuerdos del incidente?», preguntó.
Esa no era la pregunta que estaba esperando.
—Porque las SegUnidades son caras y la aseguradora no quiere perder
más dinero en mí del que ya ha perdido. —Me dieron ganas de moverme con
inquietud. Quería decirle algo muy ofensivo para que me dejara en paz.
Ansiaba con todas mis fuerzas dejar de pensar en eso y ver El santuario de la
luna—. O los maté por una avería y luego hackeé mi módulo de control, o
hackeé mi módulo de control para poder matarlos. Esas son las dos únicas
posibilidades.
«¿Todos los híbridos son tan ilógicos?», preguntó Transporte de
Investigación Pelmazo con la inmensa capacidad de procesamiento cuya
mano metafórica yo había tenido que sostener tras meterse mucho en una
telenovela audiovisual ficticia. Antes de que pudiera decir nada, añadió:
«Esas no son las dos primeras posibilidades que considerar».
Ni zorra de a qué se estaba refiriendo.
—Vale, ¿cuáles son las dos primeras posibilidades que considerar?
«O bien ocurrió, o bien no ocurrió».

• • •

Tuve que ponerme a andar de un lado a otro.


TIP prosiguió sin prestarme atención: «Si ocurrió, ¿fuiste la causa o una
influencia externa te usó para que ocurriera? Si una influencia externa fue la
causa, ¿por qué? ¿Quién se benefició del incidente?».
TIP parecía feliz de tener ese problema enunciado con tanta claridad. Yo
no lo estaba del todo.
—Sé que podría haber hackeado mi módulo de control. —Me señalé la
cabeza—. Estoy aquí porque hackeé mi módulo de control.
«Si tu habilidad para hackear tu módulo de control fue lo que causó el
incidente, ¿por qué no lo revisaron de forma periódica y no detectaron el
hackeo actual?».
¿Qué sentido tenía hackearme el módulo si no podía engañar a los
diagnósticos estándares? Pero… la aseguradora era barata y descuidada, no
imbécil. Me habían guardado en un centro de distribución adjunto a unos
despachos corporativos. Así que no habían previsto ningún peligro potencial.
«Tienes razón: es necesaria una investigación más exhaustiva para que
el incidente se pueda comprender por completo», dijo TIP. «¿Cómo planeas
proceder?».
Dejé de pasearme. Sabía cómo planeaba proceder. Iría a RaviHyral,
buscaría información. Entre todo a lo que pude acceder en la base de datos de
la aseguradora sin que me pillaran, no encontré nada, pero quizá los sistemas
de RaviHyral no estuvieran tan bien protegidos. Y, a lo mejor, si veía aquel
sitio de nuevo, se encendería algo en mi cerebro neuronal humano. (Esa parte
no me entusiasmaba, si es que ocurría en algún momento). Sabía que TIP
estaba haciendo otra vez lo mismo: me planteaba preguntas cuya respuesta ya
conocía para engañarme y que admitiera cosas que no quería admitir. Decidí
saltar al final.
—¿A qué te refieres?
«Te identificarán como una SegUnidad».
Aquello dolió un poquito.
—Puedo hacerme pasar por un ser humano mejorado.
Aún se considera humanos a los humanos mejorados. No sé si hay
alguno con tantos implantes como para parecerse a una SegUnidad. Diría que
es inverosímil que un humano quiera tal cantidad de implantes o que
sobreviviera a una herida catastrófica que le obligaría a ponérselos. Pero los
humanos son raros. Para el caso: no pensaba que nadie viera más de mí de lo
que yo quería.
«Pareces una SegUnidad. Te mueves como una SegUnidad». Me envió
una gran colección de imágenes a mi red y comparó una grabación mía
moviéndome por sus pasillos y cabinas con grabaciones de varios miembros
de su tripulación en los mismos espacios. Me había relajado, con la
tranquilidad de haber salido del anillo de tránsito, pero no parecía una
persona relajada. Parecía una SegUnidad patrullando.
—Nadie se dio cuenta en los anillos de tránsito —dije. Sabía que me la
estaba jugando. Había llegado tan lejos porque los humanos y los mejorados
en los anillos de transporte comercial solo veían SegUnidades en el canal de
entretenimiento o en las noticias, donde la mayor parte de las veces
estábamos matando a gente o con las piezas reventadas. Si me veía alguien
que, en alguna ocasión, había trabajado un contrato prolongado con
SegUnidades, cabía la posibilidad de que se diera cuenta de quién era yo.
TIP sacó la guía de un mapa. La estación minera Q de RaviHyral estaba
en la tercera luna más grande de un gigante gaseoso. El mapa rotó, con las
distintas instalaciones mineras y los centros de apoyo y el puerto destacados.
Solo había un único puerto. «Estas instalaciones emplearán/habrán empleado
SegUnidades. Te verán autoridades humanas que han trabajado con
SegUnidades».
Detestaba que TIP tuviera razón.
—No puedo hacer nada al respecto.
«No puedes modificar tu configuración».
Podía ver su escepticismo a través de la red.
—No, no puedo. Mira las especificaciones de las SegUnidades.
«Las SegUnidades nunca son modificadas». Escepticismo en aumento.
No cabía duda de que había sacado toda la información sobre SegUnidades
de su base de datos y la había asimilado.
—No. Se modifican los sexbots. —Los que yo había visto, al menos,
habían sido modificados. Algunos eran sobre todo unidades estándares con
unos pocos cambios, otros habían sufrido alteraciones radicales—. Pero eso
se hace en el centro de distribución, en los cubículos de reparación. Para
hacer algo así necesitaría una sala médica. Una completa, no solo un kit de
emergencia.
«Tengo una sala médica completa. Allí pueden llevarse a cabo
modificaciones», dijo.
Eso era cierto, pero incluso con una sala médica tan buena como la de
TIP, capacitada para realizar miles de procedimientos a humanos sin
asistencia, no estaría programada para modificar físicamente a una
SegUnidad. A lo mejor podía servirle de guía durante el procedimiento, pero
había un problema gordo con eso. Las modificaciones de mis piezas
orgánicas y no orgánicas podrían causar una pérdida funcional catastrófica si
no me desactivaba durante el procedimiento.
—En teoría. Pero no puedo manejar la sala médica mientras sufro
modificaciones.
«Yo puedo».
No dije nada. Me puse a revisar mi reserva mediática de nuevo.
«¿Por qué no respondes?».
Conocía lo suficiente a TIP como para saber ya que no me dejaría en
paz, así que me adelanté y lo dije claramente:
—¿Quieres que confíe en ti para modificar mi configuración mientras
permanezco en modo inactivo? ¿Mientras estoy en un estado de
desprotección?
Tuvo la osadía de que su tono de voz sonara ofendido. «Ayudo a mi
tripulación en muchos procedimientos».
Me levanté, paseé, miré la mampara durante dos minutos y luego hice
un diagnóstico.
—¿Por qué quieres ayudarme? —pregunté al fin.
«Tengo la costumbre de ayudar a mi tripulación en análisis de datos a
gran escala y muchos otros experimentos. Mientras estoy en modo transporte,
mi capacidad sin usar me parece tediosa. Solventar tus problemas es un
ejercicio interesante de pensamiento lateral».
—Entonces, ¿te aburres? ¿Seré el mejor juguete que has tenido en toda
tu vida? —Mientras me hallaba en inventario, habría dado cualquier cosa por
disfrutar de veintiún ciclos de tiempo libre sin vigilancia. TIP no me daba
pena—. Si te aburres, mira el entretenimiento que te he dado.
«Soy consciente de que para ti, tu supervivencia como SegUnidad
descontrolada correrá peligro».
Quise corregir a TIP, pero entonces me detuve. Yo no me veía como una
SegUnidad descontrolada. Había hackeado mi módulo de control, pero seguía
obedeciendo órdenes, al menos la mayoría de ellas. No había huido de la
aseguradora, la doctora Mensah me había comprado de forma lícita. Aunque
había abandonado el hotel sin su permiso, ella tampoco me había indicado
que no me marchara. (Ya, sé que esto último no me da la razón
precisamente).
Las unidades descontroladas mataban a sus clientes humanos y humanos
mejorados. Yo… había hecho algo así en una ocasión. Pero no por voluntad
propia.
Tenía que averiguar si había sido o no por voluntad propia.
—Mi supervivencia no corre peligro si sigo subiendo a transportes
vacíos. —Y aprendo a evitar los pelmazos que quieren amenazarme y
cuestionar todas mis decisiones e intentar convencerme de que me meta en la
sala médica para que puedan hacerme cirugía experimental.
«¿Eso es todo lo que quieres? ¿No quieres regresar con tu tripulación?».
—Yo no tengo tripulación —repuse, ya sin paciencia.
Me envió una imagen de la noticia que le había dado, una imagen grupal
de PreservaciónAux. Todo el mundo iba con el uniforme gris y sonreía; era
una foto de equipo tomada al inicio del contrato. «¿Esta no es tu
tripulación?».
No sabía cómo responderle.
Me había pasado miles de horas mirando o leyendo y cogiendo cariño a
grupos de humanos ficticios en el entretenimiento. Luego había acabado con
un grupo de humanos de verdad a los que ver y coger cariño, y entonces
alguien había intentado matarlos y, mientras los protegía, había tenido que
decirles que me había hackeado el módulo de control. Así que me fui. (Sí, sé
que es más complicado que eso).
Intenté pensar en por qué no quería cambiar mi configuración, ni
siquiera en aras de mi protección. Quizás porque era algo que los humanos
hacían a los sexbots. Si yo era un matabot, ¿por qué tenía que ir con más
exigencias?
No quería lucir un aspecto más humano del que ya tenía. Hasta con
armadura, en cuanto mis clientes de PreservaciónAux me habían visto el
rostro humano, habían querido tratarme como una persona. Me hicieron
viajar en la sección de la nave para la tripulación, me hacían acudir a sus
reuniones de estrategia, hablaban conmigo. Sobre mis sentimientos. Aquello
fue insoportable.
Pero ya no tenía la armadura. Mi aspecto, mi habilidad para pasar por un
ser humano mejorado, debía ser mi nueva armadura. No funcionaría si no
podía pasar como tal entre humanos que estaban familiarizados con
SegUnidades.
Pero eso parecía inútil y sentí que llegaba otra oleada de «me la suda».
¿Por qué debería importarme? Me caían bien los humanos, me gustaba verlos
en el canal de entretenimiento, donde no podían interactuar conmigo. Un
lugar seguro. Para mí y para ellos.
Si hubiera ido a Preservación con la doctora Mensah y los demás, a lo
mejor ella podría haber garantizado mi seguridad, pero ¿y su seguridad frente
a mí?
Modificar mi configuración física aún parecía drástico. Pero hackear mi
módulo de control fue drástico. Abandonar a la doctora Mensah fue drástico.
«No entiendo por qué es una decisión difícil», dijo TIP con un tono casi
lastimero.
Yo tampoco, pero no pensaba decírselo.

• • •

Tardé dos ciclos en considerarlo. No quería hablar con TIP sobre aquello o
sobre nada, aunque seguíamos viendo entretenimiento al mismo tiempo y TIP
hizo gala de un autocontrol del que no le creía capaz y no intentó discutir
conmigo.
Sabía que había tenido suerte hasta ese momento. En el transporte que
había usado para salir de Puerto LibreComercio, me había comparado con
grabaciones de humanos para intentar aislar los factores que podrían
identificarme como SegUnidad. El comportamiento que más se podía corregir
era el movimiento inquieto. Los humanos y los mejorados cambiaban su peso
cuando estaban de pie, reaccionaban a sonidos repentinos y luces brillantes,
se rascaban, se ajustaban el cabello, rebuscaban en sus bolsillos para mirar si
contenían cosas que sabían que estaban ahí dentro.
Las SegUnidades no se mueven. Nuestra posición por defecto es
permanecer de pie y mirar fijamente las cosas que estamos vigilando. Esto es
así, en parte, porque nuestras piezas inorgánicas no necesitan el mismo
movimiento que las piezas orgánicas. Pero, sobre todo, se debe a que no
queremos llamar la atención. Cualquier movimiento inusual puede hacer
creer a un humano que algo va mal y eso atraerá más escrutinio. Si te toca un
contrato malo, los humanos pueden ordenar al Sistema Central que use tu
módulo de control para inmovilizarte.
Tras analizar el movimiento humano, escribí un código para mí, para
que hiciera una serie de movimientos al azar de forma periódica si
permanecía de pie sin moverme. Para que cambiara mi respiración y así
reaccionara a cambios en la calidad del aire. Para que variase mi velocidad a
la hora de andar y así me aseguraba de reaccionar a estímulos físicos en vez
de solo escanear y observar. Gracias a ese código, había atravesado el
segundo anillo de tránsito. Pero ¿me iría bien en un anillo o en una
instalación frecuentada por humanos que a menudo veían o trabajaban con
SegUnidades?
Ajusté mi código un poco y le pedí a TIP que me grabara de nuevo
mientras me movía por sus pasillos y compartimentos. Intenté hacerme pasar
todo lo que pude por un ser humano. Suelo sentir incomodidad psíquica
alrededor de humanos, así que tomé esa sensación e intenté expresarla a
través de mis movimientos físicos. Me gustó bastante el resultado. Hasta que
miré las grabaciones y comparé las que tenía TIP de su tripulación con las
mías de otras SegUnidades.
Así solo me engañaba a mí, no a los demás.
El cambio en el movimiento me daba una cualidad más humana, pero
mis dimensiones se correspondían al dedillo con las de otras SegUnidades.
Algo así bastaba para engañar a humanos que no fueran buscándome, ya que
los humanos tienen la manía de soslayar cualquier comportamiento no
estándar en espacios públicos de transición. Pero alguien a quien hubieran
enviado a buscarme, que estuviera alerta ante la posibilidad de una
SegUnidad descontrolada, no se dejaría engañar y, sin lugar a dudas, un
simple escáner calibrado para buscar la estatura y el peso de una SegUnidad
me acabaría encontrando.
Era la decisión lógica, era la decisión obvia y aun así prefería
arrancarme mi piel humana antes que hacerlo.
Y no tenía más remedio que hacerlo.

• • •
Después de una larga discusión, coincidimos en que el cambio más sencillo
para el mejor resultado sería quitar dos centímetros de longitud de mis
piernas y brazos. Dicho así no parece un gran cambio, pero con ello mis
dimensiones físicas no coincidirían ya con las de una unidad estándar.
Cambiaría mi forma de andar, mi forma de moverme. Tenía sentido y me
parecía bien.
Y entonces TIP dijo que también teníamos que cambiar el código que
controlaba mis piezas orgánicas para que creciera pelo.
Mi primera reacción a esto fue que ni de puta coña. Tenía pelo en la
cabeza y en las cejas; esa parte de la configuración de una SegUnidad la
compartíamos con los sexbots, aunque el código que la controlaba mantenía
el cabello de la SegUnidad corto para que no interfiriese con la armadura. La
idea es que los híbridos parezcamos seres humanos, para que los clientes no
se sientan incómodos con nuestra apariencia. (Yo le podría haber dicho a la
aseguradora que el hecho de que las SegUnidades sean máquinas de matar
espeluznantes es lo que pone nerviosos a los humanos a pesar de nuestro
aspecto, pero nadie me escucha). Sin embargo, el resto de mi piel permanecía
lampiña.
Le dije a TIP que lo prefería así, porque tener pelo de más solo atraería
una atención indeseada. Contestó que se refería al pelo fino y disperso que
los humanos tenían en algunas zonas de la piel. TIP había hecho unos análisis
y había ideado una lista de rasgos biológicos que los humanos podían notar
de forma subliminal. El pelo era lo único que podíamos cambiar para que mi
código subyacente lo creara, y TIP propuso hacer que las junturas entre mis
piezas orgánicas e inorgánicas de mis brazos, piernas, pecho y espalda se
parecieran más a los implantes, esas piezas inorgánicas que los humanos se
insertaban por cuestiones médicas u otros motivos. Señalé que muchos
humanos o humanos mejorados se quitaban el pelo de sus cuerpos por
cuestiones higiénicas o estéticas y, además, quién leches quiere eso ahí. TIP
contrarrestó que los humanos no tienen que preocuparse por si los identifican
como SegUnidades, así que pueden hacer lo que quieran con sus cuerpos.
Quería seguir discutiendo, porque no quería aceptar todo lo que TIP
dijera en ese momento. Pero parecía algo menor en comparación con
quitarme dos centímetros de hueso sintético y metal de mis piernas y brazos y
cambiar el código que dictaba cómo mis piezas orgánicas crecerían a su
alrededor.
TIP tenía una alternativa, un plan más drástico que incluía darme partes
relacionadas con el sexo, y le dije que aquella no era, de ninguna manera, una
opción. No tenía ninguna parte así y me gustaba tal y como era. Había visto a
humanos mantener relaciones sexuales en el canal de entretenimiento y en
mis contratos, cuando me obligaban a grabar todo lo que mis clientes decían
y hacían. No, gracias, pero no. No.
Pero sí que le pedí que me modificara el puerto de datos de mi nuca. Era
un punto vulnerable y no quería desaprovechar la oportunidad de ocuparme
de él.
En cuanto nos pusimos de acuerdo con el procedimiento, me planté
delante de la sala de cirugía. El Sistema Médico acababa de esterilizarse y
prepararse a sí mismo y en el ambiente flotaba el olor pesado a sustancias
antibacterianas que me recordaban a todas las veces que había llevado a un
cliente herido a una habitación como esa. Estaba pensando en todo lo que
podría salir mal y en todas las cosas horribles que TIP podría hacerme si
quisiera.
«¿Qué está causando la demora? ¿Queda algún procedimiento
preliminar que terminar?», dijo.
No tenía ningún motivo para fiarme de TIP. Excepto por su empeño en
mirar telenovelas sobre humanos en naves y por su forma de alterarse cuando
la violencia era demasiado realista.
Suspiré, me quité la ropa y me tumbé sobre la plataforma quirúrgica.
CAPÍTULO CUATRO

Volví a ponerme en línea para descubrir que estaba al 26% de capacidad,


aunque el porcentaje subía poco a poco. Unas franjas de dolor me rodeaban
las articulaciones de la rodilla y el codo; eran tan intensas que no podía
procesarlas. Sentía una picazón en mi piel humana. Y chorreaba. Odio eso.
No tenía capacidad para acceder o reproducir nada audiovisual. Lo único
que podía hacer era quedarme allí y esperar a que mis niveles se ajustaran.
Mis intentos de moverme solo lo empeoraron. Ojalá hubiera llevado a cabo el
Plan Dieciséis para inutilizar a TIP; era el que gozaba de una mayor
probabilidad de éxito sin que yo sufriera daños catastróficos como venganza.
El Plan Dos de hacer estallar a TIP también me atraía bastante en aquel
momento. Había sido una estupidez aceptar el procedimiento.
Aquello era como estar en un cubículo después de que me disparasen
hasta hacerme añicos, pero sin la capacidad de un cubículo de apagar las
funciones superiores hasta que se completaran las reparaciones. Al entrar,
sabía que el Sistema Médico no sería capaz de ajustar mis niveles de dolor,
pero consideré que no iba a ser para tanto. Tampoco podía ajustar mi
temperatura, aunque no sentía frío, porque el Sistema Médico controlaba la
temperatura de la sala y de la plataforma para mantenerme con cierta
comodidad. Eso no lo hacen los cubículos, y tuve que admitir que no estaba
nada mal.
Mis niveles empezaron a equilibrarse de forma gradual y recuperé la
función suficiente como para reducir mi sensor de dolor y apagar el escozor.
Necesitaba algo de dolor para que me avisara de qué era lo que no debía
mover hasta que la regeneración de mi tejido orgánico terminara.
TIP rondaba por el borde de mi red, pero por suerte aún no había
intentado hablar conmigo. Cuando alcancé el 75% de capacidad, intenté
sentarme.
El Sistema Médico se puso a lanzar avisos y TIP dijo: «No hay ninguna
razón para que te muevas. Durante el procedimiento realicé una búsqueda en
mis bases de noticias de a bordo que contuvieran información pública durante
el lapso de tiempo en cuestión, referente a víctimas relacionadas con la
minería. ¿Quieres mis conclusiones basadas en los resultados?».
Me tumbé de nuevo y sentí cómo mis piezas orgánicas se pegaban al
metal caliente de la plataforma. Ahora chorreaba desde otro punto. Le dije a
TIP que sabía cómo leer los putos resultados de una búsqueda.
«Yo deferiría a tu experiencia en disparar y matar cosas. Tú deberías
deferir a la mía en análisis de datos».
Le dije que vale, que me la sudaba. Tenía el presentimiento de que no
habría nada útil.
Me envió sus conclusiones a la red. Reconocí que tenía sentido que un
gran número de muertes bajo circunstancias sospechosas acabase en algún
tipo de registro público disponible en múltiples medios de noticias, igual que
el incidente de DeltFall. Podrían haber clasificado el suceso de RaviHyral
como accidente, pero había un seguro de por medio, así que también se
habría desarrollado una batalla legal. Aunque si los datos decían que fue una
SegUnidad descontrolada quien había matado a todo el mundo, entonces no
me ofrecería más información de la que ya disponía.
«Los registros de diversas noticias archivadas indican que lo más
probable es que el lugar del accidente sea una pequeña instalación
denominada Ganaka Pit. La información surge de Kalidon, una entidad
política del Confín Corporativo, donde está la sede de la aseguradora que
financiaba Ganaka Pit. Hubo cincuenta y siete muertos. La causa consta
como “fallo de la maquinaria”».
En el inventario, las SegUnidades se clasificaban como maquinaria.
TIP aguardó y, cuando no dije nada, añadió: «Así pues, tu suposición
inicial era correcta: el incidente ocurrió. Ahora podemos proceder con la
investigación».
Quería apagarme, pero aquello interferiría con el proceso de curación.
«¿Quieres ver entretenimiento?», preguntó TIP.
No respondí, pero de todos modos puso un episodio de El santuario de
la luna.

• • •

Cuando al fin pude bajar de la plataforma, caí de bruces al suelo, pero hacia
el final de aquel ciclo ya pude volver casi a la normalidad. Lo primero que
hice fue limpiar toda la sangre y fluidos varios en la instalación de baño
adjunta a la enfermería. Las salas de seguridad cuentan con instalaciones
donde podía limpiarme la sangre y los fluidos después de una pelea o una
reparación, pero nunca había usado una destinada a humanos. Las de TIP
eran buenas, con un fluido limpiador reciclado tan parecido al agua que
costaba notar la diferencia sin un análisis químico. Se podía ajustar la
temperatura para calentarla más y olía bien. Al terminar, mi olor se parecía al
de un ser humano limpio, y eso fue muy raro.
El vello fino que me salía a trozos en distintas zonas era extraño, pero no
molestaba tanto como había previsto. Podría ser un inconveniente la próxima
vez que me pusiera un traje de piel, pero los humanos con pelo parecían
apañárselas bien con pocas quejas, por lo que supuse que yo también podría.
El cambio en el código también me había espesado las cejas, y el pelo de la
cabeza me había crecido unos centímetros. Podía notarlo y era extraño.
Fui al área de ocio de TIP y usé la cinta de andar y las otras máquinas
para ponerme a prueba y cerciorarme de que mis armas seguían funcionando
correctamente y mi puntería no estaba descentrada. (No intenté dispararlas,
pues TIP me hizo saber que pondría en marcha el sistema de protección
contra incendios).
Me miré en el espejo durante mucho tiempo.
Me dije que aún parecía una SegUnidad sin la armadura, completamente
expuesta, pero lo cierto es que tenía un aspecto más humano. Y ahora sabía
por qué no había querido hacerlo.
Me resultaría más difícil fingir que no era una persona.

• • •
Salimos del agujero de gusano en el momento previsto. En cuanto estuvimos
al alcance del anillo de tránsito, TIP extendió su cobertura y captó un paquete
de información del destino para mí, que incluía un mapa más detallado de
RaviHyral. Rotar el mapa para mirarlo desde todos los ángulos posibles no
estimuló nada en los fragmentos de mis recuerdos de aquella época. Pero
resultaba interesante que Ganaka Pit no estuviera señalizada en ninguna
parte.
Notaba a TIP en mi red, mirando de nuevo, en sentido figurado, sobre
mi hombro. Comprobé la fecha y vi que habían actualizado el mapa varias
veces desde el periodo de tiempo de mi incidente.
—Lo han sacado del mapa.
«¿Eso es lo habitual?», preguntó TIP, que solo manejaba mapas
estelares, donde quitar algo era bastante chungo.
—No sé si es habitual o no, pero tiene sentido si la aseguradora o los
clientes querían ocultar lo que pasó.
Si la aseguradora quería seguir vendiendo contratos con SegUnidades a
otras instalaciones mineras, ocultar, o al menos encubrir, el hecho de que se
habían producido muertes era importante. A lo mejor, en vez de una batalla
legal, la aseguradora había pagado los seguros enseguida con la condición de
que los clientes redujeran al mínimo los detalles sobre el incidente en los
archivos públicos. Aquello no había sido una situación como GrayCris y
DeltFall, donde había muchas partes implicadas y la aseguradora salía en
todas las noticias intentando generar compasión hacia ella.
TIP extrajo más noticias históricas al buscar Ganaka Pit y otros nombres
de instalaciones de servicio que aparecían mencionados. Al principio, varias
empresas habían mantenido derechos mineros sobre RaviHyral en diferentes
zonas del interior de la luna. Pero, en los dos últimos años del sistema, una
empresa llamada Umro había comprado algunas de las acciones, aunque
muchas empresas seguían trabajando como contratistas. No me sonaba
ningún nombre.
Tenía que averiguar dónde había estado Ganaka Pit antes de ir para allá.
Me habían transportado como cargamento y no conservaba ningún recuerdo
del viaje, tanto si lo habían borrado parcialmente como si no.
Empecé a mirar el resto del paquete de información, buscando horarios.
Debería tomar una lanzadera desde el anillo de tránsito hasta el puerto de
RaviHyral. Eso sería complicado. Bueno, todo el asunto sería complicado.
Según la información en el horario de transporte, solo las personas con una
cédula de empleo o un pase de una instalación minera o de un servicio de
apoyo tenían permitido subir a bordo de las lanzaderas. No había turismo,
nadie iba de acá para allá sin una autorización oficial emitida por las
empresas o los contratistas de la luna. Y como yo no era una persona y no
tenía una cédula de trabajo, debería abrirme paso hackeando hasta llegar a
una de las lanzaderas de suministros…
TIP seguía sacando datos de la red de la estación. «Tengo una
sugerencia», me dijo, y mostró una serie de anuncios personales. Los había
visto en las redes en Puerto LibreComercio y en el último anillo de tránsito,
pero no les había prestado atención. TIP resaltó uno: era una oferta de trabajo
para un puesto temporal como seguridad en un grupo tecnólogo con un
contrato limitado.
—¿Qué? —le pregunté a TIP. No comprendí por qué me enseñaba
aquello.
«Si este grupo te contrata, tendrías una cédula de empleo para viajar
hasta la instalación».
—Contratarme. —Había tenido más contratos de los que podía recordar
(lo digo literalmente; muchos de ellos habían transcurrido antes de que me
borraran la memoria), pero ninguno había sido voluntario. La aseguradora me
sacaba del almacén, me mostraba al cliente y luego me empacaba en la
bodega de carga—. ¿Estás mal de la cabeza?
«Mi tripulación contrata especialistas para cada viaje». TIP se sentía
impaciente porque yo no le estaba colmando de halagos por su brillante idea.
«El trámite es sencillo».
—Lo es para humanos y humanos mejorados.
Estaba haciendo tiempo. Me tocaba interactuar con humanos como si
fuera un humano mejorado. Sabía que había modificado mi configuración
justo con ese propósito, pero me había imaginado que tendría lugar desde
lejos o en espacios concurridos de un anillo de tránsito. Interactuar
significaba hablar y mantener contacto visual. Ya podía notar cómo caía mi
capacidad de rendimiento.
«Será sencillo», insistió TIP. «Yo te ayudaré».
Claro, el gigante transportebot va a ayudar a la SegUnidad híbrida a
fingir que es humana. Esto va a ir de maravilla.

• • •

En cuanto TIP atracó y los remolcadores pilotados por bots del anillo de
tránsito se pusieron a bajar los módulos de cargamento, me abrió la esclusa y
me escabullí a la zona de embarque. TIP me había dado acceso a sus
comunicaciones para que así pudiera ir en mi red por todo el anillo de
tránsito. Alegaba que podía ayudarme y, aunque yo conservaba cierto
escepticismo al respecto, al menos podría hacerme compañía. Mientras me
alejaba de la seguridad de la esclusa de TIP, bajé a un 96% de eficiencia.
Entré en los canales de entretenimiento de la estación para conseguir nuevas
descargas y así intentar tranquilizarme.
Ya había enviado un mensaje al nodo de la red social del anuncio y
había recibido una respuesta con la localización y la hora. La última vez que
había tenido que acordar una reunión con humanos, habían secuestrado a
Mensah y a mí me habían reventado. Aquello no podía ser mucho peor.
Me abrí paso hackeando por la seguridad de la zona de embarque hasta
el bulevar del anillo, una zona muy utilitaria comparada con el anillo de
tránsito anterior y Puerto LibreComercio. No había cápsulas con jardines; ni
esculturas holográficas; ni grandes pantallas con hologramas anunciando
talleres de naves, gestión de cargamentos u otras empresas; ni máquinas
expendedoras con una nueva interfaz brillante. Tampoco pasaban grandes
transportes de pasajeros ni había una gran multitud, ni de humanos ni de bots.
La idea de TIP empezaba a parecerme cada vez menos un riesgo estúpido y
más una necesidad. Camuflarme allí sería más difícil si todo el mundo solo
iba de camino hacia y desde las instalaciones de la luna. Por mi red, TIP
intervino: «Te lo dije».
La localización de la reunión era un lugar que servía comida en la zona
principal del bulevar. Estaba dentro de una gran burbuja transparente en el
segundo nivel, con vistas a las pasarelas y a los mostradores de abajo. Dentro
había múltiples niveles abiertos, con mesas y sillas, y estaba lleno a un 40%
de humanos y humanos mejorados. Mientras lo atravesaba, recibí el zumbido
ocasional de un dron, pero ningún ping. En el aire flotaban olores a comida y
el aroma acre a bebidas alcohólicas. No me molesté en intentar analizarlas ni
identificarlas; ya estaba de los nervios intentando concentrarme en parecer un
humano mejorado.
Las humanas con quienes iba a reunirme habían enviado una imagen
para que pudiera encontrarlas. Había tres, y llevaban variaciones de ropa de
trabajo, sin logos en el uniforme. Una búsqueda rápida había revelado sus
entradas en la red social del anillo de tránsito. Se habían registrado como
trabajadoras invitadas sin afiliación, pero podías registrarte como te diera la
gana porque no se comprobaba la identidad. Dos eran hembras y une era
tercera, un significante de género que se usaba en un conjunto de entidades
políticas no corporativas conocido como Clúster Divarti.
(Para dar comienzo a la reunión, tenía que entrar también en la red
social. El sistema era vulnerable en extremo a los hackeos, así que había
puesto una fecha anterior a mi entrada para parecer que había llegado en un
transporte de pasajeros previo, había indicado que trabajaba como
«especialista en seguridad» y mi género era indeterminado. TIP, haciéndose
pasar por su propio capitán, me había dado una referencia en un trabajo
previo).
Las localicé en una mesa cerca de la burbuja que daba al bulevar.
Mantenían una conversación tensa entre susurros y su lenguaje corporal
denotaba que estaban nerviosas. Mientras me acercaba, un escaneo rápido no
reveló ninguna señal de armas, solo las pequeñas fuentes de energía de las
redes de sus interfaces personales. Una tenía un implante, pero se trataba
simplemente de una herramienta de acceso a la red de bajo nivel.
Había practicado esa parte con TIP mientras nos aproximábamos al
anillo: me había grabado para que así pudiéramos criticar mi actuación. Me
dije que podía hacerlo. Me puse mi mejor semblante neutro, el que usaba
cuando se detectaba una actividad extra de descargas y el supervisor del
centro de distribución culpaba a los técnicos humanos por ello. Me acerqué a
la mesa.
—Hola —dije.
Todas se estremecieron.
—Eh, hola —dijo le tercera, recuperándose antes que las demás.
Me hice con la cámara de seguridad, porque así podía verme y
cerciorarme de que mis expresiones faciales estaban bajo control. Y resultaba
más sencillo hablar con las humanas mientras las observaba a través de las
cámaras. Era muy consciente de que aquella era una sensación
completamente falsa de distanciamiento de la situación, pero lo necesitaba.
—Habíamos concertado una reunión. Soy Edén, especialista en
seguridad.
Vale, era el nombre de un personaje de El santuario de la luna. No creo
que os haya pillado por sorpresa.
Le tercera se aclaró la garganta. Tenía el cabello morado y sus cejas
rojas destacaban contra su piel marrón oscura.
—Soy Rami y ellas son Tapan y Maro.
Se movió con nerviosismo y dio unos golpecitos a la silla vacía.
TIP, que recuperaba los datos con bastante más rapidez que yo, realizó
una búsqueda rápida y me informó de que se trataba de una invitación para
sentarse, según diversos indicios culturales humanos. Me estaba enviando la
etimología del gesto mientras me sentaba. Pensaréis que una SegUnidad a
quien han disparado hasta hacerla añicos, la han reventado, le han borrado la
memoria y que, en una ocasión, fue desmontada por accidente, no estaría al
borde de un ataque de pánico bajo esas circunstancias. Pues os equivocáis.
—Esto… —añadió Rami—. No sé por dónde empezar.
Tapan le dio un codazo, al parecer para transmitirle apoyo moral. Tapan
tenía trenzas multicolores enrolladas alrededor de la cabeza, una interfaz azul
que brillaba como una joya enganchada en la oreja y un tono de piel un poco
más oscuro que el de Rami. La piel de Maro era muy oscura, tenía nubes de
pelo plateadas y era casi tan guapa como para salir en los medios de
entretenimiento. Se me da fatal calcular las edades de los humanos porque es
una de esas cosas que me dan igual. Además, gran parte de mi experiencia
con humanos es a través del canal de entretenimiento, y esos no se parecen en
nada a los que se ven en la realidad. (Y por eso mismo no me gusta la
realidad). Pero pensé que las tres podrían ser jóvenes. Niñas no, pero aún
cercanas a la adolescencia.
Me miraron fijamente y me di cuenta de que iba a tener que echarles un
cable.
—¿Queréis contratar a alguien especialista en seguridad? —pregunté
con cautela. Eso era lo que habían publicado en la red social y, por el número
de solicitudes similares, era algo normal para grupos o individuos contratar
seguridad privada antes de ir a RaviHyral. Supongo que contratar guardias de
seguridad humanos es lo que se hace cuando alguien no se puede permitir
seguridad de verdad.
Rami parecía aliviade.
—Sí, necesitamos ayuda.
Maro echó un vistazo a su alrededor.
—A lo mejor no deberíamos hablar aquí —dijo—. ¿Podemos ir a otro
sitio?
Ya había sido bastante estresante llegar hasta ese lugar y no quería irme
a ninguna parte en ese momento. Escaneé rápidamente en busca de drones y
luego inicié un error técnico en la conexión entre el restaurante y la seguridad
del anillo de tránsito. Me apoderé de las cámaras y le mostré a TIP lo que
quería que hiciera. Se hizo cargo, me borró de las grabaciones del sistema y
cortó la cámara que vigilaba la mesa. Deshice el error en la conexión con la
seguridad principal del anillo; no notarían que faltaba la red de una cámara
durante el corto periodo de tiempo que permaneceríamos allí.
—No pasa nada —dije—. No nos están grabando.
Me observaron.
—Pero aquí hay seguridad… —dijo Rami—. ¿Has hecho algo?
—Soy especialista en seguridad —repetí. Mi nivel de pánico empezaba
a disminuir, sobre todo porque saltaba a la vista que ellas se sentían
nerviosas. Yo pongo nerviosos a los humanos porque soy un horripilante
matabot, y ellos me ponen de los nervios a mí porque son humanos. Pero
sabía que los humanos también podían sentir desconfianza y nervios entre
ellos en situaciones fuera de combate y sin adversarios y en la realidad, y no
solo como parte de una historia. Parecía que eso era lo que estaba pasando,
pero así podía fingir que mi trabajo siempre se desarrollaba de ese modo
durante una de esas ocasiones poco frecuentes cuando los clientes me pedían
consejos sobre seguridad.
Una parte de mi trabajo como SegUnidad era ofrecer consejo a los
clientes cuando lo pedían, pues yo era, en teoría, quien poseía toda la
información relativa a la seguridad. Tampoco es que muchos preguntaran o
me escucharan. Ni tampoco es que sienta rencor por ello ni nada.
Tapan parecía impresionada.
—Eres un injertado, ¿no? —Se dio unas palmaditas en la nuca para
indicar dónde estaba mi puerto de datos—. ¿Tienes implantes? ¿Un acceso
extra a la red?
«Injertado» era un término informal para referirse a un humano
mejorado; lo había oído en el canal de entretenimiento.
—Sí —dije, y entonces añadí—: Entre otras cosas.
Las cejas rojas de Rami se alzaron al entenderlo. Maro parecía
impresionada.
—No sé si podemos permitirnos… —dijo Maro—. Nuestra cuenta de
crédito es… Si podemos recuperar los datos, entonces…
—Entonces tendremos bastante dinero para pagarte —intervino Rami de
nuevo.
TIP, que parecía sentir mucho interés por la situación laboral, empezó a
buscar en las redes públicas una escala salarial para especialistas en seguridad
privada. Me recordé que estaba fingiendo no ser una SegUnidad, por lo que
plantearles preguntas no parecería algo fuera de lo normal. Decidí empezar
por la información básica.
—¿Por qué queréis contratarme?
Rami miró a las otras dos, recibió dos asentimientos a modo de
respuesta y se aclaró la garganta.
—Antes trabajábamos en RaviHyral, para Excavaciones Tlacey, una de
las contratistas más pequeñas de Umro. Hacemos investigaciones minerales y
desarrollo de tecnología.
Le tercera explicó que eran un colectivo de tecnólogos, siete más los
familiares, que viajaban de un contrato de trabajo a otro. Los demás estaban
esperando en una habitación de hotel, y Rami, Maro y Tapan habían recibido
la tarea de actuar en nombre del grupo. Suponía un alivio oír que su
experiencia minera residía en tecnología e investigación; en mis contratos
mineros, los técnicos solían estar en oficinas fuera del pozo o junto a él, y no
los veíamos a menos que se pusieran ebrios e intentaran matarse entre ellos,
lo cual era poco frecuente.
—Las condiciones de Tlacey eran geniales —añadió Tapan—, puede
que demasiado, ya me entiendes.
TIP hizo una búsqueda rápida y regresó con la opinión de que se trataba
de una forma de hablar. Le dije que ya lo sabía.
—Aceptamos el contrato porque nos daba tiempo para trabajar en
nuestras cosas —prosiguió Rami—. Queríamos desarrollar un nuevo sistema
de detección para sintéticos extraños. RaviHyral tiene muchos depósitos
identificados, así que era el lugar perfecto para investigar.
Los sintéticos extraños son elementos que dejaron civilizaciones
alienígenas. Saber diferenciar entre los sintéticos y los elementos que se dan
de forma natural y que previamente no han sido identificados es un problema
en minería. Al igual que los restos de una ocupación/civilización alienígena
descubiertos por GrayCris en mi último contrato, su desarrollo comercial
estaba prohibido. Eso era lo único que sabía, pues todos mis trabajos que
habían implicado material alienígena consistían en estar de pie vigilando a la
gente que trabajaba con esas sustancias. (TIP intentó explicármelo, pero le
dije que se lo guardara para luego. Tenía que concentrarme).
—Hacíamos buenos progresos —dijo Rami—, pero de repente
despidieron a nuestro grupo sin previo aviso y se llevaron nuestros datos…
—¡Todo nuestro trabajo! —exclamó Tapan haciendo aspavientos con
las manos—. No tenía nada que ver con nuestro contrato…
—Tlacey lo robó, básicamente —concluyó Maro— y borraron la
versión más actualizada de nuestros dispositivos. Teníamos copias de
versiones anteriores, pero hemos perdido todo nuestro trabajo reciente.
—Presentamos una queja a Umro —añadió Rami—, pero están tardando
siglos en procesarla y no sabemos si llegará a nada.
—Me parece que esto es algo que deberíais hablar con un abogado —
dije. No era nada fuera de lo normal. La aseguradora también extraía
información, pero no de una forma tan patosa u obvia como intentar eliminar
el trabajo de los dispositivos de los creadores originales. Si lo hicieran,
entonces los creadores no regresarían ni firmarían más seguros, y eso era lo
que le daba acceso a la aseguradora a lo siguiente en lo que trabajasen los
clientes.
—Nos hemos planteado lo del abogado —dijo Rami—. Aunque no
estamos en el sindicato, así que sería caro. Pero ayer Tlacey al fin respondió a
nuestra petición y dijo que podíamos recuperar los archivos si devolvemos las
primas que nos pagó. Tenemos que ir a RaviHyral para hacerlo. —Se recostó
en su silla—. Por eso queremos contratarte.
Aquello empezaba a cobrar sentido.
—No os fiáis de Tlacey.
—Solo queremos a alguien a nuestro lado —aclaró Tapan.
—Pues claro que no nos fiamos de Tlacey —replicó Maro—. Nos
fiamos cero de ella. Necesitamos seguridad por si, al llegar allí, las cosas se
ponen… delicadas. En teoría, Tlacey en persona se reunirá con nosotras y
cuenta con un séquito de guardaespaldas. No hay mucha seguridad en
general, excepto la que tiene Umro en las zonas públicas y el puerto, y eso no
es mucho.
No sabía a qué se refería exactamente con lo de «delicadas», pero todo
lo que podía imaginar sobre aquella situación no era nada halagüeño.
La aseguradora ofrecía SegUnidades para que los clientes no tuvieran
que contratar humanos para vigilarse entre ellos. Por lo que había visto en las
telenovelas, mi versión chapucera de ese trabajo seguía siendo mejor que la
desempeñada por un humano.
Aún nos estaba viendo a través de la cámara de seguridad secuestrada,
aunque no le permitía grabar. Vi que mi expresión facial estaba llena de
dudas, pero en ese caso creo que la situación lo requería.
—Esa reunión con Tlacey se podría realizar a través de un canal de
comunicación seguro —dije. La empresa también los ofrecía para fondos y
transferencias de datos.
—Ya, pero Tlacey quiere hacerlo en persona —intervino Maro, cuyo
semblante parecía más dubitativo que el mío.
—Sabemos que lo de ir no parece una idea maravillosa —admitió Rami.
Ir era una idea fabulosa si querías que te mataran. Me había esperado un
trabajo más sencillo, llevar algún mensaje o algo así. Pero aquello suponía
proteger a unas humanas que estaban decididas a hacer algo peligroso, y ese
era justo el tipo de trabajo para el que me habían diseñado. El trabajo que
había seguido haciendo más o menos, a menudo lo menos posible, incluso
después de hackear mi módulo de control. Me había acostumbrado a tener
algo útil que hacer, a cuidar de algo, aunque solo fuera con la imposición de
un contrato y con un grupo de humanos que, si tenía suerte, me tratarían
como una herramienta y no como un juguete.
Después de PreservaciónAux, había pensado en lo distinto que sería mi
trabajo como miembro real del grupo al que estaba protegiendo. Y ese era el
principal motivo por el que estaba allí.
Lo formulé como una pregunta, porque fingir que estás preguntando más
información era la mejor forma de hacer que los humanos se dieran cuenta de
que estaban cometiendo una estupidez.
—Así pues, ¿creéis que hay otra razón por la que Tlacey quiera que
hagáis este intercambio en persona además de… mataros?
Tapan hizo una mueca, como si fuera consciente de aquello pero no
quisiera pensarlo. Maro golpeó la mesa y me señaló; fue un poco alarmante,
hasta que TIP lo identificó como un gesto de consenso enérgico. Rami respiró
hondo.
—Creemos… —dijo—. No habíamos terminado, nuestro proceso estaba
incompleto, pero sentíamos tanto entusiasmo… Creemos que nos escucharon
a través de las redes de seguridad y nos oyeron hablar y se pensaron que
habíamos avanzado más de lo que en realidad llevábamos. Y por eso creo que
no podrán terminarlo. A lo mejor se han dado cuenta de que no vale mucho si
no lo acabamos nosotras.
—A lo mejor Tlacey quiere que trabajemos para ella de nuevo —dijo
Tapan con optimismo.
Lo que no dije fue: «Seguramente, antes de mataros».
Maro resopló.
—Antes prefiero vivir en una caja en el bulevar de una estación que
trabajar otra vez para ella.
En cuanto se pusieron a hablar de aquello, fue difícil que pararan. El
colectivo estaba muy dividido a la hora de decidir qué hacer y, al parecer, la
situación les resultaba dolorosa porque estaban acostumbrados a coincidir en
todo. Tapan era, según Maro, demasiado ingenua para llevar esa vida, ya que
pensaba que valía la pena intentarlo. Maro era, según Tapan, un obstáculo
cínico tanto para la diversión como para el progreso, ya que pensaba que
estaban jodidas y deberían cortar por lo sano. Rami no se había decidido, y
por eso era le líder del colectivo durante la duración de ese problema. A Rami
no parecía hacerle mucha ilusión la confianza del colectivo, pero intentaba
proceder con valor.
—Así que por eso queremos contratarte —concluyó Rami al fin—.
Creemos que sería mejor ir con alguien que pueda protegernos para que la
tripulación de Tlacey no se meta con nosotras y así demostrarle que tenemos
refuerzos mientras negociamos.
Lo que necesitaban era una aseguradora con ganas de concederles un
seguro para la reunión y para el viaje de vuelta y enviarles una SegUnidad
para garantizar su seguridad. Pero esas aseguradoras son caras y no les
interesan trabajos tan pequeños.
Me miraron llenas de preocupación. En la cámara de seguridad, desde
ese ángulo, se veía claramente lo pequeñas que eran. Parecían muy suaves
con todo ese cabello multicolor. Y nerviosas, pero no por mí.
—Acepto el trabajo —dije.
El alivio se reflejó en las caras de Rami y Tapan; Maro, que seguía sin
querer hacer nada de eso, parecía resignada.
—¿Cuánto tenemos que pagarte? —preguntó. Miraba a las demás con
mucha incertidumbre—. O sea, ¿podemos permitirnos pagarte?
TIP tenía unas cuantas hojas de cálculo listas, pero no quería asustarlas
con una cifra demasiado alta.
—¿Cuánto os pagaban antes de que os despidieran?
—Doscientos CR por ciclo para cada trabajador durante el periodo
limitado del contrato —dijo Rami.
No parecía que aquello fuera a durar más de un ciclo.
—Podéis pagarme eso.
—¿El sueldo de un ciclo según el contrato? —Rami se enderezó—. ¿En
serio?
Por su reacción, supe que había pedido muy poco, pero era demasiado
tarde para enmendar el error. Tenía que darles un motivo sobre por qué me
conformaba con una cantidad tan pequeña, así que me decanté por decirles
una verdad a medias.
—Tengo que ir a RaviHyral y necesito un contrato laboral para llegar
allí.
—¿Por qué? —preguntó Tapan, pero Rami le propinó un codazo a modo
de amonestación—. Quiero decir, sé que no tenemos ningún derecho a
preguntar, pero…
«Que no tienen derecho a preguntar». Nunca se me había aplicado nada
parecido antes de PreservaciónAux. Les dije otra verdad.
—Tengo que llevar a cabo una investigación para otra clienta.
Al igual que TIP, como entendían la idea de investigar, sobre todo si era
una investigación patentada, no hicieron más preguntas. Rami me dijo que
tenían programado partir hacia RaviHyral durante el siguiente ciclo y ter
misme pediría la cédula de empleo privado. Quedamos en reunirnos en el
bulevar cercano a la entrada de la zona de embarque de las lanzaderas, y
luego me fui. Liberé la cámara de seguridad en cuanto estuve fuera de su
alcance.
Regresé con TIP y me acurruqué en mi silla favorita y vimos episodios
durante tres horas hasta que me tranquilicé. TIP monitorizaba el canal de
alertas del anillo de tránsito por si alguien se había dado cuenta de lo que yo
era, pero no ocurrió nada.
«Te lo dije», dijo TIP. Otra vez.
No le hice caso. No me habían detectado, así que ahora tocaba pensar en
el resto del plan, que de repente incluía mantener a mis nuevas clientas con
vida.
CAPÍTULO CINCO

Me reuní con ellas en la zona de embarque. Llevaba la mochila, que


formaba parte de mi disfraz humano, pero lo único importante que llevaba
conmigo era la interfaz de comunicación de TIP. Nos permitiría
comunicarnos cuando llegara a RaviHyral y me permitiría a mí seguir
accediendo a las bases de datos de TIP y a sus opiniones no solicitadas. Me
había acostumbrado a tener un Sistema Central y uno de Seguridad como
apoyo, y TIP ocuparía su lugar. (Sin la parte en la que los dos sistemas
estaban diseñados, entre otras cosas, para delatarme a la aseguradora y
castigarme a través del módulo de control. La libertad de TIP a la hora de
intervenir en todo lo que yo hacía ya era suficiente castigo). Había insertado
la interfaz de comunicación en un compartimento integrado debajo de mis
costillas.
Mis tres clientas estaban esperando; cada una llevaba una bolsa o una
mochila pequeña, ya que con suerte esperaban estar allí un par de ciclos. Me
quedé atrás hasta que terminaron de despedirse de los otros miembros de su
colectivo. Todos parecían preocupados. El colectivo aparecía en la red social
como un grupo matrimonial y tenían cinco hijos de distintos tamaños. En
cuanto los demás se fueron y Rami, Maro y Tapan estuvieron a solas, me
adelanté.
—Tlacey nos ha comprado billetes en una lanzadera pública —me dijo
Rami—. Podría ser una buena señal, ¿no?
—Claro —respondí. Era una señal nefasta.
La cédula de empleo me permitió entrar en la zona de embarque, donde
no había ningún escáner de armas. RaviHyral permitía armas privadas y tenía
una presencia baja en la seguridad de las áreas públicas; por ese motivo, los
grupos reducidos de humanos tenían que contratar especialistas privados en
seguridad para ir allí. Mientras nos acercábamos a la escotilla de la lanzadera,
le dije a TIP: «¿Puedes escanear la lanzadera en busca de anomalías
energéticas sin que la seguridad del anillo de tránsito detecte tu actividad?».
«No, pero les diré que estoy llevando a cabo diagnósticos de escáner y
probando los sistemas».
Al llegar a la escotilla, TIP informó: «Sin anomalías: el 90% coincide
con las especificaciones de fábrica».
Aquello era normal y revelaba que, si había algún artefacto explosivo,
permanecía inerte de momento, enterrado en algún punto dentro del casco.
Otros cinco trabajadores invitados esperaban para subir a bordo y, según mi
escáner, no había ninguna señal de energía. Llevaban mochilas y bolsas
llenas de cosas: equipaje para una larga estancia. Los dejé subir primero y
luego me deslicé delante de Maro y atravesé la escotilla, escaneando a mi
paso.
La lanzadera estaba pilotada por un bot y la única tripulación era una
humana mejorada que parecía estar allí solo para comprobar las cédulas de
empleo y los pases de la lanzadera.
—Creía que solo erais tres —dijo al verme.
No respondí, porque me hallaba en medio de una refriega para hacerme
con el control del sistema de seguridad. Era un sistema separado por
completo del pilotobot, un procedimiento poco convencional en las
lanzaderas que yo conocía.
Tapan alzó la barbilla.
—Es especialista en seguridad.
Ya había controlado el Sistema de Seguridad de la lanzadera y borré su
intento de avisar al pilotobot y a la tripulante de que estaba en peligro.
La mujer frunció el ceño y comprobó de nuevo la cédula de empleo,
pero no protestó. Entramos en el compartimento donde los otros pasajeros se
estaban sentando. Guardaban sus pertenencias o hablaban en voz baja. No los
había eliminado como posibles amenazas, pero su comportamiento bajaba esa
probabilidad a un ritmo constante.
Me senté junto a Rami mientras mis clientas se acomodaban y le envié
otro ping a TIP, que dijo: «Estoy escaneando en busca de anomalías
focalizadas y en este momento está todo despejado».
Eso quería decir que no podía ver nada en la luna que nos estuviera
apuntando. Si ese era el plan, no ocurriría hasta que nos pusiéramos en
camino. Si alguien disparaba al anillo de tránsito desde la superficie de la
luna, tengo la certeza de que sería un problemón y habría repercusiones
legales, o incluso represalias más violentas por parte de la seguridad del
anillo. «No podemos hacer nada si nos disparan de camino», le dije a TIP.
TIP no respondió, pero ya me había hecho una idea de cómo pensaba,
así que sabía que tramaba algo. «No tienes un sistema de armas», le dije. No
había ninguno en el diagrama. O, al menos, no en el diagrama que TIP había
puesto disponible en su red no protegida. «¿Lo tienes?».
«Tengo un sistema de desvío de escombros», admitió.
Solo había una forma de desviar escombros. Nunca había estado en una
nave armada, pero sabía que las sometían a otro nivel completamente distinto
de licencias y seguros. (Si una de esas dispara por accidente a algo que no
debía disparar, alguien tiene que pagar los daños). «Tienes un sistema de
armas», dije.
«Para desviar los escombros», repitió.
Empezaba a preguntarme a qué tipo de universidad pertenecía TIP.
Rami me miraba con cara de preocupación.
—¿Va todo bien?
Asentí e intenté adquirir una expresión neutral.
Tapan se inclinó por delante de ter para preguntar:
—¿Estás en la red? No puedo encontrarte.
—Estoy en un canal privado con alguien que colabora conmigo desde el
anillo y que está monitorizando la salida de la lanzadera. Nos estamos
cerciorando de que todo va bien.
Asintieron y se recostaron.
Un temblor recorrió la cubierta, lo que significaba que la lanzadera se
había desacoplado del anillo y empezaba a moverse. Me hice colega del
pilotobot. Era un modelo con funciones limitadas, ni de cerca tan complejo
como el conductor bot de un transporte estándar. Hice que el Sistema de
Seguridad de la lanzadera le dijera que la seguridad del anillo me había
autorizado y me envió un alegre ping. La tripulante estaba sentada en la
cabina de mando con el pilotobot; usaba la red para ponerse al día con tareas
administrativas y leer las descargas de su red social, pero no había ningún
piloto humano a bordo.
Me recliné en el asiento y me relajé un poco. Me tentaba ponerme a ver
entretenimiento y, por los ecos que recogía en la red, eso era lo que la
mayoría de humanos estaba haciendo. Pero quería seguir controlando el
pilotobot. Aquello podría parecer una medida demasiado cautelosa, pero así
es como me han hecho.
Y entonces, cuando llevábamos veinticuatro minutos y cuarenta y siete
segundos de vuelo, mientras nos acercábamos, el pilotobot gritó y murió
cuando un killware inundó su sistema. Había desaparecido antes de que el
Sistema de Seguridad o yo pudiéramos reaccionar; alcé un cortafuegos a
nuestro alrededor y el killware rebotó. Vi que marcaba la tarea como
completada y se autodestruyó.
Ay, la hostia. «¡TIP!». Usé el Sistema de Seguridad para tomar el
control. Necesitábamos corregir el rumbo en siete coma dos segundos. La
tripulante, tras salir de su red por las alarmas, miró horrorizada el panel y
luego lanzó la baliza de emergencia. No podía pilotar una lanzadera. Yo sabía
pilotar las naves que viajaban por la atmósfera superior, pero nunca me
habían dado el módulo educativo para lanzaderas u otros vehículos
espaciales. Le propiné un codazo al Sistema de Seguridad, a ver si me echaba
un cable, pero encendió todas las alarmas de la cabina. Ya, aquello no ayudó.
«Déjame entrar», dijo TIP, con tanta frialdad y tranquilidad como si
estuviéramos hablando sobre qué serie ver luego.
Nunca le había dado a TIP pleno acceso a mi cerebro. Le había dejado
modificar mi cuerpo, pero eso no. Pasaron tres segundos y sumando. Mis
clientas, los otros humanos en la lanzadera. Le dejé entrar.
Fue como una sensación que los humanos describen en los libros, como
tener la cabeza bajo el agua. Pero entonces desapareció y TIP estaba en la
lanzadera: usó mi conexión con el Sistema de Seguridad para saltar al vacío
que había dejado el bot eliminado. TIP fluyó hacia los controles, corrigió el
rumbo, ajustó nuestra velocidad y acto seguido recogió la baliza que iba a
aterrizar y guió la lanzadera mientras se aproximaba al puerto principal de
RaviHyral. La tripulante había logrado llamar a la autoridad portuaria y
seguía hiperventilando. Desde la autoridad portuaria podían subir unos
procedimientos de aterrizaje de emergencia, pero el tiempo había sido muy
ajustado. No podrían haber hecho nada para salvarnos.
Rami me tocó el brazo.
—¿Estás bien? —preguntó.
Cerré los ojos con fuerza.
—Sí —le dije. Me acordé de que los humanos tienen la manía de querer
más información de otros humanos, así que señalé las alarmas y añadí—:
Tengo un oído sensible.
Rami asintió con compasión. Las demás estaban preocupadas, pero no
habían hecho ningún anuncio y veían nuestra ruta en la red del puerto, que
aún nos ofrecía una llegada puntual.
La tripulante intentó explicar a la autoridad portuaria que se había
producido una avería catastrófica, que el pilotobot había desaparecido y que
ella no sabía cómo la lanzadera seguía su rumbo normal y no se estampaba en
la superficie de la luna. El Sistema de Seguridad intentó analizar a TIP y casi
logró eliminarse a sí mismo. Me apoderé del Sistema de Seguridad, apagué
las alarmas y borré todo el viaje de su memoria.
Hubo susurros de alivio entre los pasajeros cuando las alarmas se
detuvieron. Le hice una sugerencia a TIP. Envió un código de error a la
autoridad portuaria, que nos asignó una nueva prioridad y nos cambió el lugar
de aterrizaje del muelle público al muelle de los servicios de emergencia.
Como no cabía ninguna duda de que el killware estaba destinado a
eliminarnos por el camino, lo más seguro era que no hubiera nadie
esperándonos en nuestro aparcamiento programado, pero más vale prevenir
que curar.
La red nos ofrecía imágenes del puerto, situado en el interior de una
caverna en un lado de una montaña y rodeado de las torres de una malla
antiescombros. (Ese sí que era un sistema de desvío de escombros y no el
cañón de riel oculto o lo que fuera que tuviera TIP). Las luces de varios
niveles de las instalaciones portuarias brillaban en la oscuridad, y unas
lanzaderas más pequeñas se apartaban zumbando de nuestro camino mientras
girábamos hacia el faro de la autoridad portuaria.
Maro me vigilaba con los ojos entrecerrados. Cuando se percató del
cambio en el sitio de aterrizaje, se inclinó hacia delante.
—¿Sabes lo que ha pasado? —preguntó.
Por suerte, recordé que nadie esperaba que sintiera la obligación de
responder a todas las preguntas de inmediato. Ese era uno de los beneficios
de actuar como un ser humano mejorado especialista en seguridad en vez de
ser una SegUnidad híbrida.
—Hablaremos de esto cuando salgamos de la lanzadera —respondí, y
todas parecieron satisfechas.

• • •

TIP nos aterrizó en la pista de la autoridad portuaria. Dejamos a la tripulante


de la lanzadera intentando explicar a los técnicos de emergencia lo que había
ocurrido mientras estos conectaban su equipo de diagnóstico. TIP ya se había
ido, tras borrar cualquier indicio de su presencia, y el Sistema de Seguridad
estaba confuso, pero seguía intacto por lo menos, a diferencia del pobre
pilotobot.
El personal de los servicios de emergencia y unos bots se apiñaron en la
pequeña zona de embarque. Me las apañé para conducir a mis clientas por allí
hacia una pasarela adjunta y despejada que daba al puerto principal antes de
que nadie pensara en intentar detenerlas. Ya me había descargado un mapa de
la red pública y estaba probando la solidez del sistema de seguridad. Desde la
pasarela se veía la caverna, con sus múltiples niveles de pistas de aterrizaje y
unas cuantas lanzaderas entrando y saliendo. En el extremo más alejado
estaban los grandes estibabots para las instalaciones mineras.
La seguridad parecía ser intermitente y se basaba en el nivel de paranoia
del contratista que gestionaba el territorio que atravesabas. Aquello podía ser
tanto una ventaja como un reto interesante. La red de información pública del
anillo de tránsito avisaba de que allí, al parecer, muchos humanos llevaban
armas, por lo que no había escáneres.
Salimos a un pabellón central, coronado por una cúpula clara y alta que
permitía ver el arco de la caverna de arriba mediante luces capacitadas para
mostrar las vetas coloridas de los minerales. Escaneé para cerciorarme de que
nada nos estaba grabando y detuve a Rami. Las demás y Ter me miraron.
—La persona con quien os ibais a reunir acaba de intentar mataros.
Rami parpadeó, Maro abrió los ojos de par en par y Tapan cogió aire
para protestar.
—La lanzadera estaba infectada con killware —expliqué—. Destruyó al
pilotobot. Yo estaba en contacto con alguien que ha podido usar mi red
mejorada para descargar un nuevo módulo de piloto. Por eso no nos hemos
estrellado.
Un módulo podría haber llevado a la lanzadera hasta una órbita segura,
pero no habría sido tan sofisticado como para manejar un aterrizaje
complicado y perfecto. Tenía la esperanza de que no se dieran cuenta de eso.
Tapan cerró la boca.
—Pero ¿y los otros pasajeros? ¿Y la tripulante? —dijo Maro estupefacta
—. ¿Habrían matado a todo el mundo?
—Si vosotras fuerais las únicas víctimas, el motivo habría sido obvio —
respondí. Vi que empezaban a asimilarlo—. Deberíais regresar al anillo de
tránsito de inmediato.
Busqué un horario en la red. Una lanzadera pública salía dentro de once
minutos. Tlacey no tendría tiempo de localizar a mis clientas e infectar la
nave si nos dábamos prisa.
Tapan y Maro miraron a Rami. Ter dudó, luego apretó la mandíbula y
dijo:
—Yo me quedo. Vosotras dos, marchaos.
—No —replicó Maro enseguida—. No vamos a dejarte.
—Estamos juntas en esto —añadió Tapan.
El rostro de Rami casi perdió su entereza; el apoyo de sus compañeras la
debilitaba incluso cuando la posibilidad de morir no lo había hecho. Se
controló y asintió con fuerza.
—Nos quedamos —dijo, mirándome.
No reaccioné de una forma visible, porque me he acostumbrado a que
los clientes tomen decisiones, y empezaba a tener mucha práctica en eso de
controlar mi expresión.
—No podéis mantener la reunión. Os han perdido el rastro cuando la
lanzadera no ha aterrizado en el lugar previsto. Debéis mantener esa ventaja.
—Pero tenemos que ir a esa reunión —protestó Tapan—. O no
podremos recuperar nuestro trabajo.
Sí, a veces me dan ganas de zarandear a mis clientes. No, nunca lo hago.
—Tlacey no piensa devolveros vuestro trabajo. Os atrajo hasta aquí para
mataros.
—Ya, pero… —empezó a decir Tapan.
—Tapan, calla y escucha —la interrumpió Maro, claramente
exasperada.
—¿Y qué hacemos? —preguntó Rami, aunque con un matiz ofuscado.
Técnicamente, aquel no tenía por qué ser mi problema. Había llegado
allí y ya no las necesitaba. Podría haberlas perdido entre la multitud y dejar
que se las apañaran con su exjefa homicida ellas solitas.
Pero eran clientas. Incluso con el módulo de control hackeado, antes ya
me había resultado imposible abandonar a unos clientes que no había elegido.
Con mis clientas de ahora, había llegado a un acuerdo como agente libre. No
podía irme. Suspiré para mi interior.
—No os podéis reunir con Tlacey en su recinto. Debéis elegir otro sitio.
No era perfecto, pero tendría que servir.

• • •

Mis clientas eligieron un lugar donde se servía comida en el centro del


puerto. Era una plataforma elevada, con mesas y sillas dispuestas en grupos y
pantallas flotantes que anunciaban diversos servicios del puerto y de los
contratistas, además de información relativa a las distintas instalaciones
mineras. Las pantallas también funcionaban como imagen y ruido de fondo,
por lo que era un lugar popular para las reuniones de negocios.
Rami, Tapan y Maro habían elegido una mesa y estaban jugueteando
nerviosas con las bebidas que habían pedido a uno de los bots que pululaban
por ahí. Habían llamado por radio a Tlacey y estaban esperando a que llegara
un representante.
El sistema de seguridad de esa zona pública era más sofisticado que el
de la lanzadera, pero no mucho más. Me había adentrado lo suficiente como
para monitorizar el tráfico de emergencia y obtener imágenes de las cámaras
centradas en nuestros alrededores más inmediatos. Sentía bastante confianza.
Me hallaba a tres metros de la mesa y fingía que observaba las pantallas de
anuncios mientras examinaba el mapa de las instalaciones que había
encontrado en la red pública. Había muchas excavaciones abandonadas
señalizadas, así como entradas de metro que al parecer no iban a ninguna
parte. Ganaka Pit tenía que ser una de ellas.
«Tiene que haber un archivo con información accesible», dijo TIP en mi
oído. «La existencia de Ganaka Pit no habrá desaparecido de ahí. Su ausencia
sería demasiado obvia para los investigadores».
Eso dependía de la investigación. Alguien que trabajase con sintéticos
extraños sí que se preocuparía por saber dónde los encontraron, pero le daría
igual el nombre de la empresa que los desenterró o si esa empresa seguía en
funcionamiento. Pero las personas que habían quitado Ganaka Pit del mapa
estarían intentando ocultar su existencia de los periodistas ocasionales, no
borrarla por completo de la memoria de la población.
Los datos de TIP habían sido correctos: había SegUnidades en esa luna.
El mapa mostraba los logos de cinco aseguradoras que ofrecían SegUnidades,
incluida la mía, en siete de las instalaciones más remotas donde se exploraba
en busca de vetas de minerales. Estarían allí para evitar robos y que los
mineros y otros empleados se lastimaran los unos a los otros, como indicaba
el seguro. Ninguna SegUnidad viajaría por el puerto a menos que fuera inerte
en una caja de transporte o en un cubículo de reparación; una cosa menos de
la que preocuparme. Mi configuración modificada podría engañar a humanos
y humanos mejorados, pero no a otras SegUnidades.
Si me veían, alertarían a sus Sistemas de Seguridad. No tendrían
elección. Y no querrían tenerla. Las SegUnidades saben bien lo peligrosa que
es una SegUnidad descontrolada.
Y fue entonces cuando noté el ping.
Me dije que lo había confundido con otra cosa. Pero volvió a ocurrir.
Eso es un gran «oh, oh».
Algo estaba buscando SegUnidades. No solo bots, sino SegUnidades en
concreto, y se hallaba cerca. No me había enviado el ping a mí directamente,
aunque si tuviera un módulo de control activo, me habría obligado a
responder.
Tres humanos se acercaron a la mesa donde estaban sentadas mis
clientas.
—Esa es Tlacey —susurró Rami por su red—. No esperaba que viniera
ella en persona.
Dos de los humanos eran grandes y machos, y uno de ellos alargó sus
pasos para alcanzar la mesa. Maro lo había visto y, por la mirada en su rostro,
supe que aquello no iba a ser un saludo. El escáner mostró que iba armado.
Me metí entre la mesa y él y alcé una mano hasta la altura de su pecho.
—Detente —dije.
En la mayoría de contratos eso era lo que se me permitía acercarme a un
humano hasta que ellos establecieran contacto físico conmigo. Pero os
sorprendería la cantidad de veces que funciona, si se hace bien. Aunque eso
era cuando llevaba mi armadura y el casco opaco. Allí, con ropa humana
normal y mostrando mi rostro humano, fue totalmente distinto. Pero él
tampoco podía hacerme daño golpeándome y aún no había sacado su arma.
Yo podría desgarrarlo como un pañuelo de papel.
Eso él no lo sabía, pero debió de deducir por mi expresión que no le
tenía miedo. Miré por la cámara de seguridad para verme la cara y decidí que
parecía alguien que se aburría. Aquello no era raro, porque casi siempre tenía
esas pintas mientras hacía mi trabajo, pero nadie podía saberlo por la
armadura.
El hombre se recompuso de forma ostensible.
—¿Quién cojones eres tú?
Mis clientas habían apartado las sillas y se habían puesto en pie.
—Nos asesora en temas de seguridad —dijo Rami.
El hombre dio un paso atrás, miró inseguro a los otros dos, al segundo
macho guardaespaldas y a Tlacey, una humana mejorada.
Bajé el brazo, pero no me moví. Los tres humanos eran blancos fáciles,
pero aquello solo ocurriría en el peor de los casos. Para mí, al menos. Los
humanos pasan por alto un montón de pequeñas pistas, pero si empiezo a
disparar por los lanzadescargas de mis brazos, seguro que les resultaría un
poquito alarmante. Desvié la atención justa para escanear las cámaras de
seguridad en busca de la cosa que me había enviado el ping.
Capté una imagen en una cámara que había al otro lado de la zona
pública, cerca de los túneles de entrada. La silueta que estaba de pie no
cuadraba con lo que esperaba ver y tuve que revisar la imagen de nuevo antes
de comprenderlo. No llevaba armadura y su configuración física no encajaba
con una SegUnidad estándar. Tenía mucho cabello, plateado con las puntas
azules y moradas, y lo llevaba echado hacia atrás y trenzado como el de
Tapan, pero con un diseño más intrincado. Sus rasgos faciales eran distintos a
los míos, pero los rasgos de todas las unidades son diferentes, porque se
asignan al azar a partir del material humano clonado que usan para nuestras
piezas orgánicas. Tenía los brazos descubiertos y no había ni rastro de metal
o de armas. No era una SegUnidad.
Estaba viendo un sexbot.
«Esa no es la denominación oficial», dijo TIP.
La denominación oficial era ConfortUnidad, pero todo el mundo sabe lo
que significa.
Los sexbots tienen prohibido vagar por zonas humanas sin órdenes,
igual que los matabots. Alguien lo habría enviado allí.
TIP me pinchó con tanta fuerza que me crispé. Me recuperé rápido y
rebobiné la grabación un poco para ponerme al día con lo que estaba
pasando.
Tlacey había dado un paso adelante.
—¿Y para qué necesitáis que alguien os asesore en seguridad?
Rami respiró hondo. Entré en su red, creé una conexión segura y privada
con Tapan, Maro y ter, y les dije: «No respondas. No menciones el atentado
en la lanzadera. Cíñete a los negocios». Fue un impulso. Al acudir allí,
Tlacey esperaba tener un enfrentamiento acalorado, por eso había llevado
guardaespaldas armados. Ahora teníamos una ventaja: no habíamos muerto y
ellos estaban desprevenidos, y queríamos que siguieran así.
Rami soltó el aire y me dio unos golpecitos en la red para indicar que lo
había entendido.
—Hemos venido a hablar de nuestros archivos —dijo.
Maro, que se había dado cuenta de lo que intentaba hacer, le mandó
ánimos: «Sigue así, no dejes ni que se sienten».
—Borrar nuestro trabajo personal no formaba parte de nuestro contrato
laboral —prosiguió Rami con más confianza—. Pero accederemos a tu
propuesta: te devolveremos nuestras primas a cambio de los archivos.
A través de las cámaras de seguridad, vi que el sexbot se daba la vuelta
y abandonaba la zona pública por el túnel que tenía justo detrás.
—¿Toda la prima? —preguntó Tlacey. Estaba claro que no había
esperado que accedieran.
Maro se inclinó hacia delante.
—Hemos abierto una cuenta con Umro para guardar los fondos.
Podemos transferírtelos en cuanto nos des los archivos.
La mandíbula de Tlacey se movió mientras hablaba por su canal
privado. Los dos guardaespaldas retrocedieron. Tlacey pasó a nuestro lado y
tomó una silla de la mesa de mis clientas. Al cabo de un momento, Rami se
sentó y Tapan y Maro siguieron su ejemplo.
Mantuve una parte de mi atención en esa negociación y regresé a la red
pública. Empecé a sacar datos históricos en busca de alguna actividad
irregular durante la época de mi contrato allí.
Mientras mis clientas hablaban y yo repasaba los datos con TIP
escudriñando sobre mi hombro de nuevo, seguí observando por las cámaras
de seguridad. Me fijé en dos posibles amenazas más que entraban en la zona.
Ambos eran humanos mejorados. Ya había localizado tres posibles amenazas
sentadas en mesas contiguas. (Los tres exhibían una curiosa falta de atención
hacia el enfrentamiento que transcurría en el centro de la zona para sentarse.
Los otros humanos y humanos mejorados en las inmediaciones lo habían
observado con una curiosidad manifiesta y subrepticia).
TIP me pinchó. «Lo veo», le dije. En la búsqueda habían aparecido unas
noticias publicadas en el periodo de tiempo justo. Eran avisos sobre unos
cambios en el transporte de materias primas y suministros para las
instalaciones periféricas que causarían desvíos en las rutas del metro de
pasajeros. (El metro era un sistema de tránsito a pequeña escala que llevaba a
la gente por el puerto y los centros de servicios y tenía líneas privadas que se
dirigían hacia las instalaciones mineras cercanas). Unos avisos posteriores
mencionaban una nueva ruta que se había construido para restituir el desvío.
Eso era todo. Leyendo entre líneas, se podía ver que los contratistas
habían tenido que construir una nueva ruta de metro para circunvalar los
túneles que conducían a esa instalación minera que había cerrado de repente.
Tenía que ser Ganaka Pit.
Otros cierres de minas iban acompañados de artículos de interés local y
un interés excesivo en la red social centrados en declaraciones de quiebra y
en el efecto sobre las empresas de servicios asociadas. No había nada de eso
en este cierre. Alguien había desembolsado dinero para eliminar esas
publicaciones de la red pública.
La conversación estaba terminando. Tlacey se levantó, dedicó un
asentimiento con la cabeza a mis clientas y se alejó de la mesa. La expresión
de Rami era una mueca de duda. Maro tenía un aire sombrío y Tapan estaba
entre el desconcierto y el enfado.
Cerré la búsqueda y me acerqué a la mesa.
—Venir aquí ha sido mala idea —dijo Rami, mientras observaba cómo
Tlacey y sus guardaespaldas se marchaban.
—Ha dicho que mañana… —protestó Tapan.
—Más mentiras —dijo Maro, sacudiendo la cabeza—. No nos va a dar
los archivos. Podría haberlo hecho aquí, si es que pensaba hacerlo. Podría
haberlo hecho por el canal de comunicación mientras estábamos en el anillo
de tránsito. —Alzó la mirada hacia mí—. No sabía si creerte con lo de la
lanzadera, pero ahora…
Estaba controlando mi lista de posibles amenazas por las cámaras.
—Tenemos que irnos —les dije a mis clientas—. Hablaremos de esto en
otra parte.
Mientras salíamos, una amenaza potencial se levantó para seguirnos. Le
di unos golpecitos a TIP para que mantuviera un ojo puesto en los demás, por
si no eran transeúntes inocentes tan absortos en sus redes que en realidad no
se habían dado cuenta de nada.
Había marcado unas posibles rutas en el mapa de la estación, y mi
favorita era una a través de un túnel peatonal que daba un giro alejándose de
las principales zonas residenciales. Contenía varias entradas que conducían a
distintas estaciones de metro, pero no era una ruta popular. Accedí a la red de
Rami y le dije que fueran por ahí hasta el cruce donde se hallaba el hotel más
grande.
—Ese no nos lo podemos permitir —susurró Maro tras escucharme.
«No nos quedaremos allí», les dije por la red. El folleto de la red pública
prometía un vestíbulo de máxima seguridad y un acceso rápido al metro hasta
la zona pública de las lanzaderas.
Llegamos al túnel y empezamos a bajar. Tendría unos diez metros de
ancho y cuatro de alto; su centro estaba bastante iluminado, pero los laterales
permanecían sombríos por las bifurcaciones más oscuras. Había cámaras de
seguridad, pero el sistema que las controlaba no era sofisticado. La
aseguradora se habría cagado encima ante el posible peligro para los clientes
asegurados y la oportunidad perdida de extraer datos de las conversaciones.
Había otros humanos en el túnel. Algunos mineros vestidos con monos y
chaquetas con los logos de las diversas instalaciones, pero la mayoría eran
civiles con ropa de trabajo, ya fueran técnicos o gente que trabajaba para las
empresas de apoyo. Caminaban con rapidez e iban en grupo.
Después de ocho minutos andando, gran parte de los otros humanos en
el túnel se habían desviado por alguno de los puntos de entrada al metro.
«Seguid andando, no os paréis. Me reuniré con vosotras en el vestíbulo», dije
por la red. Me quedé atrás en una de las bifurcaciones más oscuras. Mis
clientas siguieron avanzando y no me miraron, aunque sabía que Tapan
quería hacerlo.
Por las cámaras, observé cómo Posible Amenaza/Nuevo Objetivo se
acercaba por el túnel a paso rápido. Se le unieron otros dos nuevos humanos,
ahora designados como Objetivo Dos y Objetivo Tres. Pasaron a mi lado y
salí de la entrada del metro y los seguí a cierta distancia. Los escaneé en
busca de armas y no capté ninguna lectura energética. Los tres Objetivos
llevaban chaquetas y pantalones con grandes bolsillos interiores. Marqué
siete localizaciones donde podrían llevar puñales o porras extensibles.
Cuando divisaron a mis clientas, los Objetivos aminoraron el paso, pero
siguieron reduciendo la distancia con ellas. Sabía que seguramente estarían
informando a alguien a través de su red y pidiendo órdenes. Quienquiera que
fuera no controlaba las cámaras de seguridad, o al menos aún no.
Los seguí, vigilando a los Objetivos por mis ojos y por las cámaras,
mientras me observaba a mí también para cerciorarme de que no llamaba la
atención, de que nadie me seguía. TIP permanecía en silencio, aunque sabía
que le interesaba verme trabajar.
El último grupo de mineros entre los Objetivos y yo giró en la entrada
de un metro. Estábamos en una curva del túnel y no había nadie entre mis
clientas y la siguiente curva, a unos cincuenta metros; las cámaras de
seguridad me mostraron que el túnel estaba vacío a mi espalda. Tenía que
terminar con aquello. Giré en la entrada del metro detrás de los mineros.
Me detuve en la parte superior mientras el grupo de mineros subía a la
cápsula. La puerta siseó al cerrarse y la cápsula se alejó. Por la cámara de
seguridad, la mandíbula de Objetivo Dos se movió, lo que indicaba que
estaba subvocalizando para hablar por la red. Y entonces la red de la cámara
se apagó.
Giré el recodo de vuelta al túnel y eché a correr.
Fue un riesgo calculado, porque no podía moverme a máxima velocidad
sin revelar que no era un ser humano. Pero me las apañé para llegar justo
cuando Objetivo Uno estiraba el brazo hacia Rami y le agarraba la manga de
su chaqueta. Le rompí el brazo y le estampé el codo en la barbilla, luego lo
hice girar contra Objetivo Dos, que se había dado la vuelta hacia mí con el
cuchillo que había sacado mientras se acercaba a Maro. Por accidente,
Objetivo Dos (esto es una suposición; a lo mejor se odiaban) apuñaló a
Objetivo Uno. Objetivo Dos se tambaleó hacia un lado y yo solté a Objetivo
Uno y le rompí la rótula a Objetivo Dos. Objetivo Tres había tenido tiempo
de alzar su porra y golpearme ahora el lado izquierdo de mi cabeza y mi
hombro y aquello, lo reconozco, me cabreó un poco, pero algunos estibabots
me habían zurrado con más fuerza por accidente. Bloqueé el segundo golpe
con el brazo izquierdo, le rompí la clavícula de un puñetazo y le aplasté la
cadera con otro.
Tuvo suerte de no cabrearme mucho.
Los tres Objetivos estaban en el suelo, y Dos era el único que seguía
consciente, aunque estaba hecho una bolita y lloriqueaba. Me giré hacia mis
clientas.
Rami tenía la mano sobre la boca, Maro se había quedado de piedra,
mirándome fijamente, y Tapan había alzado las manos. «Id al hotel,
esperadme en el vestíbulo. No corráis, caminad», dije por la red.
Maro se recuperó primero de la conmoción. Asintió, agarró a Rami por
el brazo y le dio un golpe a Tapan en el hombro. Rami se dio la vuelta para
irse, pero Tapan habló.
—¿Seguridad?
Sabía lo que estaba preguntando.
—Le dijeron a alguien que apagara las cámaras. Por eso os tenéis que ir
ahora mismo.
Según la red pública en el anillo de tránsito, no había seguridad en
general, pero se suponía que las empresas de seguridad de las distintas
instalaciones de servicios y de los contratistas se responsabilizaban de las
zonas públicas cercanas a su territorio. Era obvio que habían calculado al
dedillo ese lugar para que estuviera fuera del alcance de cualquier
intervención inmediata por quien sea que había ayudado a los Objetivos
apagando las cámaras. No esperaba una respuesta enseguida, pero teníamos
que movernos con cierta velocidad.
—Vamos —susurró Rami, y se alejaron a buen paso, pero sin correr.
Me di la vuelta hacia el Objetivo que seguía consciente y le presioné la
arteria del cuello hasta que se desmayó.
Me fui, caminando a un ritmo normal. Me había metido bastante en el
sistema de cámaras, así que borré el almacenamiento temporal de las cámaras
situadas antes y después de la que habían desactivado. Aquello complicaría el
asunto para cualquiera que intentara averiguar qué había ocurrido. Pero
Tlacey me había visto y lo sabría. Solo esperaba que las niñas me escucharan
esta vez.

• • •

Llegué al cruce que contenía varias entradas a túneles y estaciones de metro,


con casetas desplegables que vendían comida envasada, interfaces de red,
artículos de aseo y otras cosas que les gustaban a los humanos. Pasaba poca
gente, pero había un flujo constante de tráfico peatonal. La entrada del hotel
se hallaba en el extremo más alejado.
El vestíbulo contenía varias plataformas con vistas a la escultura
holográfica de un abismo abierto en cuyo interior había una estructura
cristalina gigantesca que surgía de las paredes. Por las anotaciones en la red,
se suponía que era educativo, pero dudaba mucho de que las minas en
RaviHyral tuvieran ese aspecto. Sobre todo después de que los minebots
llegaran a ellas.
Mis clientas estaban en la misma plataforma que la recepción, cerca de
la barandilla que rodeaba el abismo artificial de la escultura. Se habían
sentado en un sofá sin respaldo que parecía más un objeto decorativo que un
mueble.
Me acuclillé delante de ellas.
—Iban a matarnos —dijo Rami.
—Otra vez —respondí.
Rami se mordió el labio.
—Te creí con lo de la lanzadera. Te creí…
—Pero ahora lo has visto. —Sabía qué quería decir. Había una
diferencia abismal entre saber que algo había ocurrido y verlo en realidad.
Eso les pasaba hasta a las SegUnidades.
Maro se frotó los ojos.
—Sí, somos idiotas. Tlacey no pensaba dejar que le diéramos las primas
por nuestros archivos.
—Exacto —coincidí.
Rami le dio un codazo.
—Tenías razón.
Maro parecía más deprimida.
—No quería tenerla.
—Estamos acabadas —dijo Tapan desconsolada.
Rami la rodeó con un brazo.
—Hemos sobrevivido. —Me miró—. ¿Qué hacemos ahora?
—Dejad que os saque de aquí —dije.
CAPÍTULO SEIS

Las llevé primero al muelle público de las lanzaderas y luego pasamos a la


parte privada. Tras mirar los horarios, TIP ya había detectado una posible
lanzadera. Era de un particular, pero la frecuencia de sus viajes desde y hacia
el anillo de tránsito sugería que un emprendedor ofrecía transporte privado
por mucho dinero.
Acabamos averiguando que aquello era correcto y permitiría a Rami,
Maro y Tapan salir sin que les escanearan sus cédulas de trabajo. A esas
alturas seguramente habría sido seguro subirlas a una lanzadera pública,
siempre y cuando no hubiera ningún aviso previo de en cuál iban. El killware
no podía viajar por la red para infectar una lanzadera, porque había
demasiada protección en marcha. La persona que había intentado matarnos al
llegar había tenido que entregar el killware directamente a través de un puerto
de datos dentro de la cabina de mando de la lanzadera.
Pero me programaron para tener una actitud paranoica. Esa lanzadera
privada, además de anonimato, ofrecía la ventaja de contar con un piloto
humano mejorado que estaría in situ en caso de que algo interfiriera con el
pilotobot. También estaba TIP, que ya había trabado amistad con el
susodicho pilotobot y tendría un ojo puesto en la lanzadera durante el corto
trayecto. (La idea de TIP de «trabar amistad» consistía más bien en ir en plan
matón; ya había tenido que intervenir una vez para asegurarle al pilotobot que
aquel transporte descomunal y malo había prometido no hacerle daño).
—¿No vienes? —preguntó Rami, de pie en la reducida zona de
embarque. Los muelles privados eran sórdidos y pequeños comparados con
los de la autoridad portuaria, con manchas en los tabiques de metal y algunas
de las luces del techo rocoso fundidas o débiles. Humanos y bots pasaban por
una pasarela situada sobre nuestras cabezas; yo mantenía un ojo puesto en las
dos vías de acceso a través de las cámaras de seguridad. Ya habían cargado la
lanzadera y tenía la escotilla abierta, con un pequeño humano mejorado de
pie en la rampa para aceptar el dinero. Seis pasajeros más habían subido a
bordo; necesitaba una gran dosis de autocontrol para no agarrar a mis clientas
y llevarlas a la lanzadera.
—Aún tengo que investigar aquí —dije—. Regresaré al anillo de
tránsito cuando termine.
—¿Cómo te pagamos? —preguntó Maro—. O sea, ¿aún podemos
permitirnos pagarte después de… todo?
«Después de que intentaran matarnos», añadió a través de nuestra
conexión de red compartida.
—Miraré mi perfil en la red social del anillo —dije, y me sentí bien por
recordar que existía—. Enviadme una nota allí y os encontraré cuando
regrese.
—Es que sabemos que… —Tapan miró a su alrededor. Parecía tensa y
desdichada; su lenguaje corporal rozaba la desesperación—. No podemos
quedarnos aquí, pero tampoco podemos rendirnos. Nuestro trabajo…
—A veces la gente te hace algo y no puedes solucionarlo. Hay que
sobrevivir y seguir adelante.
Todas dejaron de hablar y me miraron. Aquello me puso de los nervios y
enseguida cambié mi visión a la cámara de seguridad más cercana, para
observarnos de lado. Lo había dicho con más énfasis del que pretendía, pero
así eran las cosas. No sabía por qué les había impactado tanto. A lo mejor les
había parecido que sabía de qué estaba hablando. A lo mejor era por los dos
intentos de asesinato.
Maro asintió, con la boca apretada en una dura línea. Rami y ella se
miraron y ter asintió con tristeza.
—Tenemos que regresar con el resto para decidir qué hacemos ahora —
dijo Maro—. Y buscar otro trabajo.
—Empezaremos de nuevo —añadió Rami—. Ya lo hicimos una vez,
podemos hacerlo de nuevo.
Parecía que Tapan quería protestar, pero estaba demasiado deprimida
como para discutir.
Querían despedirse mucho y darme las gracias, pero las conduje por la
rampa mientras lo hacían y vi cómo Rami pagaba sus pasajes con una tarjeta
monetaria que el miembro de la tripulación apretó contra una interfaz. Y
luego subieron a bordo.
La escotilla se cerró y la red de la lanzadera se puso en modo
posembarque, a la espera de que le dieran vía libre para salir. Regresé a la
entrada y me dirigí hacia la pasarela. Tenía que tomar el metro hasta la zona
donde se había producido el desvío del túnel y empezar a buscar Ganaka Pit.
Fue un alivio tener a mis clientas de vuelta a un sitio seguro. Pero me parecía
raro ir por mi cuenta de nuevo, sin trabajar para nadie, solo para mí.
Fui a la entrada del metro y subí a la siguiente cápsula que paró. Cada
cápsula tenía asientos para veinte personas, además de una barra por arriba
para agarrarse. La gravedad se ajustaba en el interior de la cabina para
compensar el movimiento. Me senté con los siete humanos que ya había
dentro. «La lanzadera ha salido», dijo TIP. «Monitorizaré tu red, pero gran
parte de mi atención estará puesta allí».
Le envié una confirmación. Estaba intentando identificar por qué sentía
tanta incomodidad. ¿Estoy en un espacio cerrado y pequeño con humanos?
Sí. ¿Echo de menos a mis drones? Sí. ¿Mi gigantesco Transporte de
Investigación Pelmazo está demasiado ocupado y no podía quejarme? Sí.
¿Necesitaba centrarme de verdad en lo que estaba haciendo y, por tanto, no
podía ver telenovelas? Sí. Pero no era por eso. No había hecho un buen
trabajo para mis clientas. Había tenido la oportunidad de hacerlo y había
fracasado. Como SegUnidad, tenía la responsabilidad de procurar seguridad a
mis clientes, pero no la autoridad de hacer nada que no fueran sugerencias o
intentar usar la regulación de la aseguradora que va integrada en el Sistema
de Seguridad para anular la estupidez suicida y los impulsos homicidas de los
humanos. En esa ocasión, había contado con la responsabilidad y la autoridad
y, aun así, había fracasado.
Me dije que habían sobrevivido. No habían recuperado sus datos, que
eso en realidad no había formado parte del trabajo por el que me habían
contratado. No sirvió de nada.
Salí del metro por el extremo más alejado de su circuito. Era un
laberinto de túneles que, según el mapa, conducía a varias entradas de metro
privadas para minas alejadas. Solo unos cuantos humanos bajaron allí y todos
se dirigieron de inmediato por un túnel que conducía al cruce más cercano.
Yo tomé la otra dirección.
Me pasé la siguiente hora hackeando cámaras y barreras de seguridad,
entrando y saliendo de túneles a medio terminar, donde muchos tenían
señales de aviso por la calidad del aire. Al fin, localicé uno con indicios de
que se había usado en el pasado para acceder a una mina. Era lo bastante
amplio para que cupieran los estibabots más grandes; las cámaras y las luces
estaban apagadas. Mientras lo recorría, trepando por encima de rocas y
escombros de metal, sentí cómo caía la red pública.
Me detuve y comprobé la comunicación con TIP, pero solo recogía
estática. No me parecía que fuera una tentativa deliberada de bloquear mi
conexión con el resto de la instalación; había sufrido ese tipo de apagón antes
y ahora lo notaba distinto. Diría que ese túnel estaba a tanta profundidad por
debajo de la superficie que las comunicaciones y la red necesitaban
replicadores para salir fuera, y esas cosas ya no funcionaban. Por delante aún
había algo que conservaba energía, porque mi red recibía señales
intermitentes, avisos automatizados. Seguí mi camino.
Tuve que abrir otra barrera de seguridad, pero al atravesarla encontré la
entrada de un metro de carga y me las apañé para abrir la puerta corredera.
Aún había un pequeño metro de pasajeros. No lo habían usado en mucho
tiempo, el suficiente para que el agua y la basura diseminada por el suelo se
juntaran y germinaran algo esponjoso. Me abrí paso hasta el compartimento
delantero, donde estaban los controles manuales de emergencia. Las baterías
aún tenían energía, aunque no demasiada. Las habían dejado allí, olvidadas,
para que murieran lentamente en la oscuridad a medida que pasaban las
horas.
No es que aquello me pareciera mórbido ni nada.
Comprobé que no hubiera ningún tipo de seguridad activada y luego lo
arranqué. Soltó un gemido al cobrar vida, se elevó del suelo y empezó a bajar
por el túnel hacia la oscuridad, siguiendo su última ruta programada. Me
senté en su banco a esperar.
• • •

El escáner del metro detectó al fin una obstrucción por delante y lanzó un
código de alarma. Yo tenía cinco episodios de distintas telenovelas, dos
comedias, un libro sobre la historia de la exploración de restos alienígenas en
el Confín Corporativo y una competición de arte múltiple de Belal Tertiary
Eleven pausados y en espera, pero en realidad estaba viendo el episodio 206
de El santuario de la luna, y eso que ya lo había visto veintisiete veces. Sí,
estaba un poquito de los nervios. Me enderecé cuando el metro empezó a
frenar.
Las luces iluminaban una línea de barreras de metal. Habían pintado en
espray señales relucientes que ahora me enviaban ráfagas de avisos a la red.
Riesgo de radiación, riesgo de desprendimiento, riesgo biológico tóxico. Hice
que se abriera la cerradura de emergencia y bajé de un salto al suelo arenoso.
Estaba escaneando en busca de señales de energía y ajusté mi vista para
poder ver más allá de la pintura brillante. Había un hueco a tres metros, una
mancha oscura contra el metal. Era pequeño, pero al menos no tenía que
dislocarme ninguna articulación para pasar retorciéndome por ahí.
Recorrí el túnel hasta la plataforma que había formado parte de la
entrada al metro para pasajeros. Más adelante había un par de puertas de unos
diez metros de altura, lo bastante grandes para que los vehículos y los
estibabots de tamaño considerable maniobraran por ahí y para que las cargas
de mineral bruto salieran. La entrada de pasajeros tenía una rejilla de
descarga aún extendida, así que la usé para subir hasta la plataforma elevada.
Una capa de polvo húmedo lo cubría todo, sin ninguna huella reciente. Los
contenedores sellados de una entrega de suministros, con los logos de varios
contratistas estampados en las cajas, aún permanecían apilados en la
plataforma. Había una máscara para respirar rota a un lado. Mis partes
humanas estaban experimentando un hormigueo frío muy incómodo. Aquel
lugar era espeluznante. Me obligué a recordar que lo más horrible que habría
pasado allí seguramente sería culpa mía.
Eso no fue de gran ayuda, vete tú a saber por qué.
No había suficiente energía para mover las puertas, aunque el cierre
manual de la puerta de pasajeros seguía funcionando. Tampoco había luces
en el pasillo, pero las paredes estaban salpicadas con las señales que emitían
luz; su propósito era guiar a todo el mundo hacia el exterior en caso de que se
produjera una avería catastrófica. Algunas ya no funcionaban con los años,
otras se estaban fundiendo. La ausencia de cualquier tipo de actividad en la
red, a excepción de la pintura de aviso, resultaba un poco inquietante. No
dejaba de pensar en el hábitat de DeltFall y me alegré de que TIP hubiera
modificado mi puerto de datos.
Seguí el pasillo hasta el pabellón central de la instalación. Era una
amplia zona abovedada donde reinaba la oscuridad, salvo por las señales
descoloridas del suelo. No había restos humanos, claro, pero sí escombros
esparcidos por el suelo, herramientas, fragmentos de plástico roto, un trozo
del brazo de un estibabot. Las entradas a los pasillos, oscuros como cuevas,
se ramificaban en todos los sentidos. No sentía que hubiera estado ahí antes,
no me sonaba nada. Identifiqué los pasillos que conducían a la mina y luego
los que llevaban a las habitaciones y a las oficinas. Por ahí estaba el almacén
de la maquinaria.
La apertura de emergencia ante apagones en las puertas selladas lo había
dejado todo abierto, pero quienes habían limpiado el sitio después las habían
cerrado, así que tuve que empujarlas. Tras pasar las estaciones de
mantenimiento para los estibabots, encontré la sala de seguridad. Entré y me
detuve en seco. En la penumbra, entre las cajas vacías para guardar armas y
los paneles del suelo que faltaban, donde antes estaba el reciclador, había
unas figuras familiares. Los cubículos seguían allí.
Había diez en total, alineados contra la pared más alejada: unas cajas
grandes, blancas y lisas, con la tenue luz de aviso brillando en sus superficies
rayadas. No sabía por qué mi rendimiento estaba disminuyendo, por qué me
costaba tanto moverme. Y luego me di cuenta de que era porque creía que las
otras SegUnidades seguían allí.
Era un pensamiento del todo irracional que habría corroborado la mala
opinión de TIP ante las habilidades mentales de los híbridos. No dejarían a
las SegUnidades en aquel sitio. Eran demasiado caras, demasiado peligrosas
para abandonarlas. Si yo no estaba allí, dentro de uno de esos cubículos,
mientras la pieza orgánica de mi cerebro soñaba y el resto de mi ser
permanecía indefenso e inerte, entonces las demás tampoco lo estaban.
Aun así, fue difícil cruzar la sala y abrir la primera puerta.
Dentro, la cama de plástico estaba vacía, y hacía tiempo que habían
cortado la electricidad. Los abrí todos, pero encontré lo mismo.
Me alejé del último. Quería enterrar el rostro en mis manos, hundirme
en el suelo y deslizarme entre mi entretenimiento, pero no lo hice. Después
de doce largos segundos, ese sentimiento tan intenso remitió.
Ni siquiera sé por qué había ido allí. Tenía que buscar dónde
almacenaban los datos, los registros que habían dejado. Comprobé los
armarios de armas para cerciorarme de que no había nada útil, como un
paquete de drones, pero estaban vacíos. Un tiroteo había llenado la pared de
cicatrices y, junto a uno de los cubículos, había un cráter por el impacto de un
proyectil explosivo. Regresé a las oficinas.
Encontré el centro de control de la instalación. Había pantallas rotas por
todas partes, sillas volcadas, interfaces hechas añicos en el suelo y un vaso de
plástico, que permanecía aún sobre una consola, intacto, como si esperara a
que alguien lo recogiera de nuevo. Los humanos no pueden trabajar por
completo en la red con múltiples datos de la misma forma que hacemos los
bots como TIP y yo. Algunos humanos mejorados tienen interfaces
implantadas que les permiten procesarlos, pero no hay muchos humanos que
quieran tantas cosas insertadas en su cerebro, vete tú a saber por qué. Por eso
necesitan esas superficies para proyectar pantallas y trabajar en grupo. Y el
almacenamiento de datos externo debería estar por alguna parte.
Elegí un puesto, enderecé una silla y saqué el pequeño kit de
herramientas que había tomado prestado del almacén de TIP y había llevado
conmigo en el gran bolsillo lateral de mis pantalones. (En la armadura no hay
bolsillos, así que punto para la ropa normal de los humanos). Necesitaba una
fuente de energía para que aquel puesto funcionara de nuevo, pero por suerte
me tenía a mí.
Usé las herramientas para abrir el puerto de uno de mis lanzadescargas
en mi antebrazo derecho. Era complicado hacerlo solo con una mano, pero
me había enfrentado a cosas peores. Usé un cable para conectarme al acceso
eléctrico de emergencia de la consola y, acto seguido, el puesto empezó a
zumbar mientras se encendía. No podía abrir la red para controlarlo
directamente, pero me estiré hacia la proyección brillante y pesqué el acceso
a las grabaciones del Sistema de Seguridad. Lo habían borrado, pero eso ya
me lo esperaba.
Empecé a buscar en el resto del almacenamiento, por si no habían sido
los técnicos de la aseguradora quienes habían borrado el Sistema de
Seguridad. La aseguradora quiere que se grabe todo: el trabajo que se realiza
en la red, las conversaciones… Todo, para así poder extraer datos. Hay
mucha información inútil que se acaba borrando, pero el Sistema de
Seguridad tiene que guardarla hasta que los bots que extraen los datos puedan
procesarla, por lo que el Sistema de Seguridad a menudo roba espacio de
almacenamiento temporal de otros sistemas que no lo estén usando.
Y allí estaban: archivos metidos en el espacio del Sistema Médico para
almacenar descargas de procedimientos no convencionales. (Si por un casual
el Sistema Médico tenía que descargar de repente un procedimiento de
emergencia para un paciente, el Sistema de Seguridad habría sacado los
archivos para ponerlos en otra parte, pero a veces no podía actuar a tiempo y
se perdían fragmentos de los datos registrados. Si eres una SegUnidad y te
caen en gracia tus clientes y quieres mantener algo que han dicho o hecho —
o que tú has dicho o hecho— alejado de la aseguradora, esta es una forma
entre muchas más de hacer que desaparezcan archivos por accidente).
El Sistema de Seguridad cambiaría los archivos justo antes del apagón.
Había mucho material, pero me salté las conversaciones al azar y la
extracción de datos hasta el final, y luego regresé hacia atrás un poco. En la
red, dos técnicos humanos habían comentado una anomalía, un código que no
parecía asociado a ningún sistema y que se había enviado desde allí mismo.
Intentaban averiguar de dónde procedía y conjeturaban, con muchas groserías
de por medio, si alguien había bombardeado la instalación con malware. Una
técnica dijo que iba a notificar a la supervisora, que tenían que aislar el
Sistema de Seguridad, y la conversación terminaba ahí, cortando una palabra.
Eso era… no lo que me esperaba. Había supuesto que un fallo en mi
módulo de control había causado una masacre para la cual la aseguradora
utilizaba el eufemismo de «incidente». Pero ¿de verdad había hecho pedazos
a otras nueve SegUnidades, más todos los bots y cualquier humano armado
que intentase detenerme? No me gustaban mis posibilidades. Si las otras
SegUnidades habían sufrido el mismo error, aquello quería decir que
provenía de una fuente externa.
Guardé la conversación en mi propio almacenamiento, comprobé los
otros sistemas por si había archivos perdidos, pero sin éxito, y me desenchufé
de la consola.
Habían desmantelado por completo la sala de seguridad. Pero también
había otros sitios donde podía mirar. Me alejé de la consola.
Cuando atravesé la otra puerta, me fijé en los puntos de impacto en la
pared de enfrente, las manchas del suelo. Alguien… Algo capaz de aguantar
un alto grado de heridas había resistido allí hasta sus últimas fuerzas para
intentar defender el centro de control. A lo mejor no todas las SegUnidades
se vieron afectadas.
En el pasillo que había junto a las habitaciones, encontré otra sala,
destinada a las ConfortUnidades.
Dentro había cuatro siluetas: no cabía duda de que eran cubículos, pero
más pequeños. Sus puertas estaban abiertas y las camas de su interior, vacías.
En una esquina había hueco para un reciclador, pero carecía de un armario
para armas y los que había eran muy distintos.
Me planté en el centro de la sala. Los cubículos para los matabots
permanecían cerrados, sin usar. Lo que significaba que ninguna de las
SegUnidades había sido dañada y que todas habían estado patrullando, de
guardia o en la sala de seguridad, seguramente quietas allí de pie fingiendo
que no se miraban las unas a las otras. Pero los cubículos de los sexbots
estaban abiertos, lo que significaba que habían estado dentro cuando ocurrió
la emergencia y se produjo el apagón. Si no hay energía, el cubículo se puede
abrir manualmente desde dentro, pero no se cerrará de nuevo.
Eso significaba que habían salido durante el «incidente».
Usé otra vez el lanzadescargas de mi brazo para darle energía al
almacenamiento de datos de emergencia del primer cubículo. No tenía ni por
asomo la energía necesaria para que todo el cacharro funcionara, pero ese
almacenamiento guarda la información de error y apagado si algo sale mal
durante una reparación. (Puedes usarlo para un montón de cosas si has
hackeado tu módulo de control, como guardar de forma temporal el
entretenimiento para que los técnicos humanos no lo encuentren). El Sistema
de Seguridad podría haberlo usado antes de la avería catastrófica.
Lo habían usado. Pero fueron las ConfortUnidades, para descargar sus
datos durante el incidente.
Estaba fragmentado y costó juntarlo, hasta que me di cuenta de que las
ConfortUnidades habían estado comunicándose entre ellas.
Me quedé allí cinco horas y veintitrés minutos, reuniendo fragmentos de
datos.
Se había producido una descarga de código procedente de otra
instalación minera; iba dirigida a las ConfortUnidades, ya que al parecer se
trataba de un parche comprado por un tercer proveedor de ConfortUnidades.
Estas lo habían marcado como un procedimiento no estándar que necesitaba
revisión por parte del Sistema de Seguridad y el analista de sistemas humano,
pero los técnicos que lo habían descargado les ordenaron que lo aplicaran.
Resultó ser un malware bien escondido. No afectó a las ConfortUnidades,
sino que usó sus redes para saltar al Sistema de Seguridad e infectarlo. Este
había infectado a las SegUnidades, a los bots y a los drones, y todo lo que
pudiera moverse de forma independiente en la instalación se había
descontrolado.
Entre tanto correr y tanto disparar y los humanos gritando de fondo, las
ConfortUnidades se las habían apañado para analizar el malware y descubrir
que se suponía que debía saltar de ellas hasta los estibabots para apagarlos.
Aquello interrumpiría el funcionamiento de forma que otras instalaciones
mineras podrían llevar antes sus cargamentos al carguero. Había sido un
intento de sabotaje, no una matanza. Pero la matanza era lo que había
ocurrido.
Los humanos pudieron lanzar una alerta al puerto, pero era obvio que la
ayuda no llegaría a tiempo. Las ConfortUnidades se fijaron en que las
SegUnidades no actuaban en sincronía y se atacaban entre ellas, mientras que
los bots se estrellaban al azar contra cualquier cosa que se moviera. Las
ConfortUnidades habían decidido que recuperar la versión de fábrica del
Sistema de Seguridad a través de su interfaz manual era la mejor opción.
Las ConfortUnidades son más potentes físicamente que un humano,
pero no que una SegUnidad o un bot. No tienen armas incorporadas y,
aunque pueden agarrar un lanzaproyectiles o lanzadescargas y usarlo,
carecían de módulos de educación sobre cómo funcionaban las armas. Podían
tomar una, intentar apuntar, apretar el gatillo y confiar en que la seguridad no
se viera comprometida.
Una a una, las descargas de archivos se habían detenido. Una
ConfortUnidad había señalado que intentaría alejar la atención de una
SegUnidad de las demás, y tres le enviaron su confirmación. Una había oído
los gritos del centro de control y se desvió hacia allí para intentar salvar a los
humanos atrapados dentro, y dos le enviaron su confirmación. Una se había
quedado en la entrada de un pasillo para intentar ganar tiempo y alcanzar el
Sistema de Seguridad, y una le envió su confirmación. Una informó que
había llegado al Sistema de Seguridad, y entonces nada.
Capté un aviso de baja energía de mi propio sistema y me di cuenta de
que había pasado mucho tiempo allí. Me desenchufé del cubículo y salí de la
sala. Tropecé con el marco de la puerta y la pared.
Tenía que haber algún acuerdo extraoficial. Quizás la instalación que
había proporcionado el malware había pagado los daños y los seguros, pero
habría sido tal cantidad de dinero que poco después la instalación habría
interrumpido y suspendido su funcionamiento. A lo mejor la empresa creía
que aquel ya era castigo suficiente.
Regresé al metro, escalé hasta su interior y empecé un ciclo de recarga.
En cuanto alcancé la capacidad suficiente, volví al episodio 206 de El
santuario de la luna.

• • •

El metro se quedó sin energía y murió a poca distancia de la entrada, pero por
suerte yo volvía a estar al 97% de capacidad para entonces. Salí y recorrí el
resto del camino corriendo. Correr no me cansa de la misma forma que cansa
a un humano, pero alcancé la puerta sellada cincuenta y ocho minutos más
tarde de lo que me habría costado en metro.
Había sido un ciclo largo de mierda y quería que se acabase ya. Mis
ganas de bajar a aquella mina eran solo ligeramente menores que el
entusiasmo que sentí la primera vez que estuve aquí.
Había atravesado la barrera de seguridad y estaba recorriendo el túnel
cuando la red me alcanzó de nuevo. Le di unos golpecitos a TIP para que
supiera que estaba de vuelta.
«Tenemos un problema», dijo.
CAPÍTULO SIETE

Localicé el problema en el vestíbulo del hotel principal.


Tapan estaba en una de las plataformas superiores, sentada en un banco
redondo acolchado, con la mochila a sus pies y tapada en parte por otra
escultura holográfica de una formación de cristal gigante. Alzó la mirada
hacia mí.
—Ah, hola —dijo—. No sabía si las demás podrían contactarte.
Como no estaba yo presente en la lanzadera, TIP no había tenido ningún
acceso visual al compartimento de pasajeros. (Al ser un vehículo privado que
solo se usaba como transporte público de una forma sospechosa, aunque sin
ser del todo ilegal, carecía de sistema de seguridad y cámaras a bordo). TIP
no había sabido que Tapan no estaba dentro hasta que la lanzadera alcanzó el
anillo de tránsito. Como se tomaba su responsabilidad en serio, había enviado
un dron a la zona de embarque para ver cómo mis clientas desembarcaban y
había visto a Rami y Maro claramente angustiadas y enfadadas, pero no a
Tapan. Luego había comprobado el perfil de Edén en la red social y encontró
un mensaje de Rami. (Tapan les había dicho que estaba enferma y que iba al
compartimento de aseo de la lanzadera. No se habían dado cuenta de lo que
había ocurrido hasta que la lanzadera dejó el puerto).
—Me dejaron un mensaje —dije. Mi intención era quedarme allí de pie
y mirarla fijamente, que era lo que hacían las SegUnidades a los clientes que
habían cometido una estupidez tan grande que rozaba el suicidio y nos habían
ordenado que no les impidiéramos hacerla. Pero Tapan ya ponía cara de saber
que había sido imbécil, así que tenía que saberlo—. ¿Qué ha pasado?
Me miró, claramente presintiendo una reacción negativa.
—Recibí un aviso en mi red, a través del perfil social que tenía cuando
trabajaba aquí. Alguien que trabaja para Tlacey, un amigo, me dijo que tenía
copias de los archivos y que nos las daría.
Me envió el mensaje a mi red.
Lo comprobé con cuidado. La hora del encuentro estaba establecida para
el siguiente ciclo.
Aquel parecía un momento en el que un humano suspiraría, así que
suspiré.
—Sé que podría ser una trampa, pero ¿a lo mejor no lo es? —dijo Tapan
—. Lo conozco. No es la mejor persona del universo, pero odia a Tlacey. —
Dudó—. ¿Me ayudarás? ¿Por favor? Si dices que no, lo entenderé. Sé que he
sido… Sé que esto podría ser una idea pésima.
Se me había olvidado que podía elegir, que no tenía ninguna obligación
de hacer lo que ella quería solo porque estaba allí. Que me pidiera que me
quedase, con un por favor y la posibilidad de negarme, me impactó tanto
como si un humano me preguntara mi opinión y, de hecho, me escuchara.
Volví a suspirar. Se me estaban presentando muchas posibilidades de hacerlo
y le estaba cogiendo gusto.
—Te ayudaré. Ahora tenemos que encontrar un sitio en el que
desaparecer.

• • •

Tapan tenía una tarjeta monetaria del anillo de tránsito que no estaba
vinculada a ninguna cuenta de RaviHyral, por lo que no podían rastrearla. O
al menos eso era lo que ella creía y yo esperaba que tuviera razón. Nunca me
habían dado ningún módulo educativo sobre sistemas financieros, y como de
todas formas nuestros módulos son una mierda, no sé si habría servido de
algo. TIP hizo una búsqueda por mí y los resultados eran dispares. Las
tarjetas monetarias podían rastrearse, pero en general solo por entidades
políticas no corporativas o entidades corporativas. Decidí que en principio no
pasaba nada por usarla. Si el mensaje no era una trampa, Tlacey creería que
mis clientas ya estaban de vuelta en el anillo de tránsito. Si era una trampa,
creería que podían atraparnos cuando entrásemos para la reunión, así que no
tenía sentido buscarnos antes.
Tapan usó la tarjeta para pagar una habitación temporal en un bloque
junto al puerto. Mientras pasaba la tarjeta por el quiosco y nos asignaban una
habitación, me quedé detrás de ella y vigilé la zona. Las habitaciones
temporales estaban en un laberinto estrecho de pasillos, tan distintas del hotel
principal como TIP de un carguero. No había ningún Sistema de Seguridad
que controlar y solo una cámara en la entrada. Nos eliminé de su memoria,
pero aún me sentía como si alguien nos (o me) observara en algún momento.
Puede que solo fuera la paranoia intrínseca de una SegUnidad fugitiva.
Tapan nos condujo hasta nuestra habitación. Había otros humanos
merodeando por los pasillos mal iluminados, y algunos parecían con ganas de
acercarse a ella, pero entonces me veían y cambiaban de opinión. Yo era más
grande que ellos y, sin cámaras, me resultaba complicado controlar mi
expresión.
«Dile a la humana que no toque ninguna superficie. Puede que haya
portadores de enfermedades», dijo TIP.
De camino allí, había compartido la grabación de mis hallazgos en
Ganaka Pit. «Esto son buenas noticias. No fue culpa tuya», dijo TIP. Estaba
de acuerdo, más o menos. Había esperado sentirme mejor sobre ese asunto.
Pero en general me sentía fatal.
Cuando entramos en la habitación y cerramos la puerta, vi que los
hombros de Tapan se relajaban y ella respiraba hondo. La habitación solo era
un recuadro con colchonetas guardadas en un armario para sentarse o dormir
y una pequeña pantalla. Sin cámaras, sin vigilancia auditiva. Adjunto había
un baño diminuto, con un recogedor de desperdicios y una ducha. Al menos
tenía una puerta. Me tocaría fingir que lo usaba al menos un par de veces. Sí,
aquello sería el colmo de todo lo bien que me lo estaba pasando hoy. Creé un
horario y establecí una alarma para acordarme.
Tapan dejó su bolsa en el suelo y me hizo frente.
—Sé que te has cabreado.
Intenté moderar mi expresión.
—No me he cabreado.
Sentía furia. Creía que mis clientas estaban a salvo y yo era libre para
preocuparme de mis propios problemas, pero ahora tenía a una humana
diminuta que cuidar y a quien no podía abandonar por nada del mundo.
Asintió y se apartó las trenzas.
—Lo sé… O sea… Estoy segura de que Rami y Maro están furiosas.
Pero tampoco es como si no estuviera asustada, así que bien.
En mi red, TIP dijo: «¿Qué?».
«No tengo ni idea», le dije.
—¿Y eso es bueno? —le pregunté a Tapan.
—En la guardería, nuestras madres siempre decían que el miedo es una
condición artificial. Se impone desde fuera. Así que es posible pelear contra
él. Debes hacer las cosas que temes.
Si un bot con un cerebro del tamaño de un transporte podía poner los
ojos en blanco, eso era lo que TIP hizo.
—Ese no es el propósito del miedo —dije. No nos daban módulos
educativos sobre evolución humana, pero lo había mirado en las bases de
datos del Sistema Central a las que había tenido acceso, con la intención de
averiguar qué carajo les pasaba a los humanos. No había servido de nada.
—Lo sé —respondió—. Se supone que debe ser una inspiración. —Miró
a su alrededor y fue al armario de las colchonetas para sentarse. Las sacó, las
olió con recelo y luego tomó una cápsula de aerosol del bolsillo de su
mochila y las roció—. Se me ha olvidado preguntar, pero ¿has tenido ocasión
de mirar lo que querías investigar aquí?
—Sí. No ha sido… concluyente. —Había sido más que concluyente,
solo que no había tenido el puto efecto revelador que yo, imbécil de mí,
esperaba. La ayudé a sacar el resto de colchonetas.
Las colocamos en el suelo y nos sentamos. Tapan me miró y se mordió
el labio.
—Tienes muchos implantes, ¿no? O sea… Un montón. Más de lo que
alguien elegiría de forma voluntaria.
No era una pregunta.
—Esto… sí —dije.
Ella asintió.
—¿Fue un accidente?
Me di cuenta de que me estaba abrazando y me inclinaba hacia delante,
como si quisiera ponerme en posición fetal. No sé por qué aquello me
resultaba tan estresante. Tapan no me tenía miedo. Yo no tenía ninguna razón
para temerla a ella. Quizá era por estar allí de nuevo, por ver Ganaka Pit otra
vez. Alguna parte de mis sistemas orgánicos recordaba lo que había ocurrido.
Por la red, TIP puso la banda sonora de El santuario de la luna y, fue raro,
pero ayudó.
—Me vi en medio de una explosión. No me quedan muchas partes
humanas, en realidad.
Ambas declaraciones son ciertas.
Tapan se agitó un poco, como si no supiera qué decir, y entonces asintió
de nuevo.
—Siento haberte metido en esto. Sé que sabes lo que estás haciendo,
pero… Tenía que intentarlo, tenía que ver si ese tipo tiene de verdad nuestros
archivos. Solo esta vez, y luego regresaré al anillo de tránsito.
En mi red, TIP apagó la banda sonora para decir: «Los jóvenes humanos
pueden ser impulsivos. El truco está en hacer que se queden el tiempo
suficiente para que se conviertan en humanos viejos. Eso es lo que mi
tripulación me dice, y mis propias observaciones parecen corroborarlo».
No podía discutir con la sabiduría dispensada por la tripulación ausente
de TIP. Recordé que los humanos tienen necesidades.
—¿Has comido? —le pregunté a Tapan.
Había comprado algunos paquetes de comida con la tarjeta monetaria y
los había guardado en su mochila. Me ofreció uno y le dije que mis implantes
me exigían llevar una dieta especial y aún no era mi hora de comer. Aceptó
aquello de buena gana. Al parecer, a los humanos no les gusta hablar de las
heridas catastróficas producidas en los sistemas digestivos, así que no
necesité ninguno de los detalles de apoyo que TIP acababa de buscar por mí.
Le pregunté a Tapan si quería ver algo de entretenimiento y me respondió
que sí, por lo que envié algunos archivos a la pantalla de la habitación y
vimos los tres primeros episodios de Saltamundos. A TIP aquello le
complació; estaba sentado en mi red y comparaba las reacciones de Tapan
con las mías.
Cuando Tapan dijo que quería intentar dormir, apagué la pantalla. Se
acurrucó en su colchoneta, yo me tumbé en la mía y seguí viendo la
telenovela por la red con TIP.
Dos horas y cuarenta y tres minutos más tarde, recibí un ping justo
detrás de la puerta.
Me enderecé con tanta brusquedad que Tapan se despertó con un
sobresalto. Le indiqué por señas que permaneciera en silencio y se hundió de
nuevo en la colchoneta, enrollándose alrededor de su mochila, con cara de
preocupación. Me levanté y fui hacia la puerta, escuchando. No podía oír
ninguna respiración, pero hubo un cambio en el ruido de fondo que me
advirtió de que había algo sólido al otro lado de la puerta de metal. Con
cuidado, escaneé una zona reducida.
Sí, había algo ahí fuera, pero ni rastro de armas. Comprobé el ping y vi
que tenía la misma firma que el ping que había captado en la zona pública
durante la reunión con Tlacey.
El sexbot estaba de pie al otro lado de la puerta.
Era imposible que me hubiera seguido todo este tiempo. A lo mejor me
había vigilado por las cámaras de seguridad, siguiéndome de forma
esporádica a través del puerto cuando estuve dentro de sus límites. No era un
pensamiento tranquilizador.
Tenía que pertenecer a Tlacey. Si me había estado observando, no habría
visto la salida inesperada de Tapan de la lanzadera privada, pero la habría
visto de nuevo cuando nos reunimos en el hotel principal o de camino hacia
aquí. Joder.
Pero ahora yo lo sabía. Si no me hubiera enviado el ping, no me habría
dado cuenta de lo que hacía. «¿Por qué está aquí?», le pregunté a TIP.
«Deduzco que esa es una pregunta retórica», respondió.
Solo había una forma de averiguarlo. Le mandé una confirmación de su
ping.
Los segundos se alargaron. Y entonces el sexbot conectó con mi red. Iba
con cautela y su conexión era casi vacilante. «Sé lo que eres. ¿Quién te
envía?», dijo.
«Estoy en un contrato con un individuo privado. ¿Por qué te comunicas
conmigo?».
Las SegUnidades que comparten un contrato no hablan, ni verbalmente
ni por la red, a menos que tengan que hacerlo para cumplir con su deber.
Comunicarse con unidades de distintos contratos debe llevarse a cabo
mediante el control del Sistema Central. Y, de todas formas, las SegUnidades
no interactúan con las ConfortUnidades. ¿Podría ser un sexbot
descontrolado? Si lo era, ¿por qué estaba en RaviHyral? No me entraba en la
cabeza por qué alguien se quedaría aquí por voluntad propia, ni siquiera los
humanos. No, lo que tenía más sentido era que Tlacey tuviera su contrato y
había enviado a la ConfortUnidad para matar a Tapan.
Si intentaba atacar a mi clienta, yo la haría pedazos.
Tapan se sentó en la colchoneta y me observó con preocupación.
—¿Qué pasa? —articuló.
Abrí un canal seguro con ella y le dije: «Hay alguien fuera en la puerta.
No sé por qué».
Eso era una verdad a medias. No quería decirle a Tapan qué era, ya que
aquello en principio me llevaría a contarle directamente qué era yo, y eso era
algo que no quería hacer. Aunque si destruía a la ConfortUnidad delante de
ella, luego tendría un montón de cosas que explicar.
«Eres tú», dijo el sexbot, y me envió una copia de una noticia pública.
Provenía de la Estación, de Puerto LibreComercio. En esa ocasión, el
titular rezaba: «Las autoridades admiten que hay una SegUnidad sin
vigilancia en paraje desconocido».
«Oh, oh», dijo TIP.
Cerré el reportaje por reflejo, como si así pudiera hacer que no existiera.
Al cabo de tres segundos de conmoción, me obligué a abrirlo de nuevo.
Cuando dicen «sin vigilancia» refiriéndose a una SegUnidad
descontrolada lo que pretenden es que los humanos escuchen y no se pongan
a gritar directamente. Aquello quería decir que los miembros de
PreservaciónAux y yo ya no éramos los únicos que sabíamos de la existencia
de mi módulo de control hackeado. Estarían en la fase en la que todas las
personas de los dos equipos de exploración que habían sobrevivido estaban
siendo interrogadas y tendrían que dar alguna garantía para reafirmar que
decían la verdad.
Así pues, la aseguradora sabía que me había hackeado el módulo de
control. Aquello era acojonante, aunque ya me lo había esperado. Por esa
razón, entre otras, Mensah se había asegurado de sacarme del inventario y del
centro de distribución en cuanto salí del modo de reparación y
reconstrucción.
Esperarlo y que ocurriera de verdad eran dos cosas diferentes, algo que
aprendí la primera vez que me hicieron picadillos de un disparo.
Ojeé el reportaje con miedo y luego lo leí de nuevo, con atención. Los
abogados de varias partes, durante ese enfrentamiento legal y civil, habían
pedido a Preservación que trajeran a esa SegUnidad que había grabado todas
las pruebas condenatorias contra GrayCris. Aquello era extraño. Las
SegUnidades no pueden testificar en los juicios. Aceptan nuestras
grabaciones, igual que las de los drones, las cámaras de seguridad o cualquier
dispositivo inerte, pero se supone que no tenemos opiniones ni perspectiva de
lo que grabamos.
Después de algún tira y afloja, el abogado de Mensah había admitido
que ella me había perdido la pista. Sus palabras fueron: «Liberé a la
SegUnidad en libertad bajo palabra, pues según la ley de Preservación, los
híbridos son sentientes legales», pero los periodistas tampoco se habían
dejado engañar por aquello. En la barra lateral aparecían muchos enlaces
adjuntos sobre híbridos, sobre SegUnidades, sobre SegUnidades
descontroladas. No se mencionaba que esa unidad en particular tuvo en el
pasado un problemilla y que mató a sus clientes, que en teoría estaban bajo su
protección, pero sospechaba que la aseguradora ya había eliminado cualquier
expediente sobre Ganaka Pit para que no pudiera presentarse por mandato
judicial.
—¿Estás hablando con esa persona? —susurró Tapan.
—Sí —respondí. Al sexbot le dije: «Es un reportaje interesante, pero no
tiene nada que ver conmigo».
«Eres tú, ¿quién te envía?».
«Es un reportaje sobre una SegUnidad descontrolada y peligrosa. Nadie
la enviaría a ninguna parte».
«No te lo pregunto porque quiera denunciarte. No se lo diré a nadie. Lo
pregunto porque… ¿Ningún humano te controla? ¿Eres libre?».
Notaba a TIP en mi red, extendiéndose con cuidado hacia el sexbot.
«Tengo una clienta», le dije. Tenía que distraerlo si TIP iba a intentar
conseguir algo de información. Aunque era un sexbot, seguía siendo un
híbrido, un contrincante muy diferente a un pilotobot. «¿Quién te ha enviado
aquí? ¿Ha sido Tlacey?».
«Sí. Es mi clienta».
Una ConfortUnidad, no como una SegUnidad. Enviar a una
ConfortUnidad a esa situación era irresponsable desde un punto de vista
moral y una clara violación del contrato. Supongo que el sexbot lo sabía.
«La ConfortUnidad no está descontrolada. Su módulo de control
funciona. Es probable que diga la verdad», me informó TIP.
«¿Puedes hackearla desde aquí?», le pregunté.
Hubo una pausa de medio segundo mientras TIP consideraba la idea.
«No, no puedo garantizar la conexión desde aquí. Podría detenerme cerrando
su red», respondió.
«Tu clienta quiere matar a mi clienta», le dije al sexbot.
No respondió.
«Le has hablado a Tlacey de mí». Me habría reconocido durante ese
primer encuentro. No lo había sabido a ciencia cierta, pero ver el daño que yo
había infligido a los tres humanos que envió Tlacey fue la única confirmación
que necesitaba. Me hervía la sangre, pero mantuve la sensación fuera de la
red. Como le dije a TIP, los bots y los híbridos no pueden confiar unos en
otros, así que no sé por qué me cabreaba tanto. Ya me gustaría a mí que, por
ser una unidad híbrida, me comportara de forma menos irracional que un ser
humano medio, pero habréis notado que ese no es el caso. «Tu clienta ha
enviado a una ConfortUnidad a hacer el trabajo de una SegUnidad», le dije.
«Ella no sabía que necesitaba a una SegUnidad hasta hoy», replicó. «Le
he dicho que eres una SegUnidad. No le he dicho que estás descontrolada».
Me pregunté si debía creérmelo. Y me pregunté si la ConfortUnidad
había intentado explicarle a Tlacey lo imposible que era esa misión. «¿Qué
propones que hagamos?».
Hubo una pausa. Una larga, de cinco segundos. «Podríamos matarlos».
Bueno, aquel era un enfoque inusual a su dilema. «¿A quién? ¿A
Tlacey?».
«A todos. A los humanos de aquí».
Me apoyé en la pared. Habría puesto los ojos en blanco si fuera un ser
humano. Creo que, de serlo, habría sido tan imbécil como para creer que esa
era una buena idea.
También me pregunté si sabía mucho más sobre mí que lo poco que
aparecía en la noticia.
Al percibir mi reacción, TIP dijo: «¿Qué quiere?».
«Matar a todos los humanos», respondí.
Noté cómo TIP se aferraba metafóricamente a su función. Si no había
humanos, no habría tripulación que proteger ni ninguna razón para investigar
y llenar sus bases de datos. «Eso es irracional», dijo.
«Lo sé», respondí. «Si los humanos mueren, ¿quién hará el
entretenimiento?». Era tan indignante que sonaba a algo que podría decir un
humano.
Oh.
«¿Así es como Tlacey cree que los híbridos hablamos entre nosotros?»,
le dije a la ConfortUnidad.
Hubo otra pausa, esta vez de solo dos segundos. «Sí», y entonces:
«Tlacey cree que te has quedado aquí para robar los archivos del grupo de
tecnólogos. ¿Qué has estado haciendo tanto rato en la zona donde está la red
bloqueada?».
«Me escondía». Lo sé, no era mi mejor mentira. «¿Sabe Tlacey que
quieres matarla?». Porque eso de «matar a todos los humanos» podía
provenir de Tlacey, pero la intensidad subyacente era auténtica, y no creía
que estuviera dirigida a todos los humanos.
«Lo sabe», respondió. «No le he dicho lo de tu clienta, cree que todas se
fueron en la lanzadera. Solo quería que te siguiera a ti».
Un paquete de código llegó a través de la red. No se puede infectar a un
híbrido con malware así como así, no sin enviarlo a través de un Sistema
Central o de seguridad. Y en ese caso tendría que aplicarlo y, sin órdenes
directas ni un módulo de control en funcionamiento, era imposible que me
obligara a hacerlo. Un código solo se me puede aplicar sin mi colaboración a
través de un módulo predominante de combate en mi puerto de datos.
Podría ser un killware, pero yo no era un simple pilotobot y lo único que
conseguiría era cabrearme una barbaridad. A lo mejor hasta el punto de
arrancar la puerta de la pared y decapitar a la ConfortUnidad.
Podía borrar el paquete y ya, pero quería ver lo que era para así saber
cuánto debía cabrearme. Era lo bastante pequeño para que lo manejara una
interfaz humana, así que se lo envié en un aparte a Tapan.
—Aíslame eso. No lo abras aún —dije en voz alta.
Envió una confirmación a través de la red y guardó el paquete en su
almacenamiento temporal. Una cosa buena del killware y el malware es que
no pueden afectar de ningún modo a los humanos o a los humanos
mejorados.
El sexbot no había dicho nada más y le envié un ping justo a tiempo para
notar cómo retiraba su red. Se alejaba por el pasillo.
Esperé hasta asegurarme y entonces me aparté de la puerta. No me
decidía entre quedarme allí o acercarme a Tapan. Ahora que sabía que algo
hackeaba las cámaras de seguridad para vigilarme, podía aplicar tácticas
defensivas. Debería haber hecho eso desde el principio, pero os habréis fijado
en que para ser un matabot aterrador la cago bastante a menudo.
—Se ha ido —le dije a Tapan—. ¿Puedes comprobar ese paquete de
código por mí?
Adquirió esa mirada hacia el interior que ponían los humanos cuando se
metían en lo más hondo de la red.
—Es malware —dijo al cabo de un minuto—. Bastante estándar… A lo
mejor creían que llegaría a tus implantes, pero eso es un poco amateur para
Tlacey. Espera. Hay una cadena de texto adjunta en el código.
TIP y yo aguardamos. La cara de Tapan hizo algo complicado, hasta que
reflejó preocupación.
—Qué raro.
Se giró hacia la pantalla e hizo ese gesto totalmente innecesario que
algunos humanos no pueden evitar hacer cuando envían algo desde su red
para enseñarlo.
Era la cadena de texto, tres palabras. «Ayúdame, por favor».

• • •
Nos trasladamos a una habitación distinta, cerca de una salida de emergencia,
en otra sección del albergue. El sexbot estaría pendiente por si hackeaba algo,
así que quité la placa de acceso, rompí manualmente el cerrojo y reemplacé la
placa de nuevo mientras Tapan vigilaba el pasillo. En cuanto estuvimos
dentro, le conté a Tapan algo de lo que había dicho la ConfortUnidad, sobre
todo la parte en la que afirmaba que Tlacey no sabía que Tapan estaba allí.
(No le conté que nos había visitado un sexbot, porque Tlacey había
averiguado qué era yo y no quería malgastar más guardaespaldas humanos
conmigo).
—Pero no sabemos si es cierto o si ese operativo le contará a Tlacey que
estás ahora aquí.
Tapan parecía desconcertada.
—Pero ¿por qué te lo ha dicho?
Esa era una buena pregunta.
—No lo sé. No le cae bien Tlacey, pero puede que esa no sea la única
razón.
Tapan se mordió el labio, pensando.
—Creo que aún debería intentar ir a la reunión. Es dentro de cuatro
horas.
Me he acostumbrado a que los humanos quieran hacer cosas que pueden
matarlos. A lo mejor me he acostumbrado demasiado. Sabía que debíamos
irnos enseguida. Pero necesitaba tiempo para hackear los sistemas de
seguridad y burlar al sexbot. Cuando terminé, me pareció mal no esperar el
poco tiempo que quedaba para la reunión, y Tapan estaba bastante segura de
que Tlacey no sabía nada al respecto. Bastante segura.
Había muchas probabilidades de que fuera una trampa.
Tenía que pensar. Le dije a Tapan que iba a dormir un rato y me tumbé
de lado en mi zona de la colchoneta. Mi ciclo de recarga no es obvio, pero no
se parece a un humano durmiendo, así que lo que pensaba hacer en realidad
era ver algo de entretenimiento de fondo por la red mientras trabajaba en mis
tácticas defensivas y repasaba un viejo módulo sobre evaluación de riesgos.
Treinta y dos minutos después, percibí movimiento. Creía que Tapan se
estaba levantando para ir a la instalación del baño, pero entonces colocó las
colchonetas detrás de mí, sin tocarme la espalda. Había establecido que mi
respiración sonara profunda y regular, como un ser humano durmiendo, con
las variaciones azarosas y ocasionales para añadir verosimilitud, así que no se
notó que me había quedado de piedra allí mismo.
Nunca antes ningún humano me había tocado, o casi tocado, de esa
forma, y resultaba muy, muy raro.
«Tranquilízate», dijo TIP, sin ser de ayuda para nada.
Estaba tan inmóvil por la conmoción que no podía responder. Tres
segundos después, TIP añadió: «Está asustada. Tú eres una presencia
reconfortante».
La conmoción era tal que seguía sin poder responderle a TIP, pero
aumenté mi temperatura corporal. Durante las dos horas siguientes, Tapan
bostezó dos veces, respiró profundamente y roncó de vez en cuando. Cuando
se acabó el tiempo, alteré mi respiración, me moví un poco y ella de
inmediato se apartó de mi colchoneta y se colocó en la suya.
Para entonces ya tenía un plan, más o menos.

• • •

Convencí a Tapan de que yo debía acudir a la reunión y ella debía subir de


inmediato en una lanzadera pública que la llevase al anillo de tránsito. Se
mostró reacia.
—No quiero abandonarte —dijo—. Nosotras te hemos metido en esto.
Aquello dio tanto en el blanco que me dolió en lo más hondo. Tuve que
inclinarme hacia delante y fingir que rebuscaba dentro de mi bolsa para
esconder el rostro. El protocolo de emergencia de la aseguradora permitía a
los clientes abandonar a sus SegUnidades en caso de ser necesario, incluso en
situaciones donde la aseguradora no podría recuperarlas nunca. Tapan me
hacía pensar en Mensah, cuando me gritó que no me abandonaría.
—Lo que mejor me vendría es que estuvieras en el anillo de tránsito —
dije.
Costó un rato, pero al final la convencí de que eso era lo mejor para todo
el mundo.
Tapan dejó el albergue primero, con dos chaquetas de más que había
llevado en la mochila, para cambiar la forma de su cuerpo, y con la capucha
de una puesta para esconder su cabello y oscurecer su rostro. (Aquello era
sobre todo para hacer que se sintiera más segura y porque no quería explicar
en qué medida podría controlar temporalmente ciertas partes del no
demasiado bueno sistema de seguridad de RaviHyral). La observé por las
cámaras de seguridad hasta que vi que se adentraba unos cien metros en el
muelle público, giraba por la pasarela hasta la zona de embarque y subía en
una lanzadera que salía dentro de veintiún minutos. TIP me envió una
confirmación mientras se deslizaba en los controles de la lanzadera para
vigilar el pilotobot de nuevo. Y entonces salí yo del albergue.
Había preparado un hackeo para las cámaras de seguridad que era
mucho más sofisticado que el que había usado hasta ese momento. Entrañaba
entrar en el código operacional y retrasar el sistema una décima parte de
segundo, para luego eliminar a Tapan y reemplazar esa parte de la grabación
con fragmentos cortados de antes. Aquello funcionaría porque la
ConfortUnidad estaría escaneando las grabaciones de la misma forma que yo:
con un escáner de la forma corporal. Yo ya no encajaba en los estándares de
una SegUnidad, pero el sexbot había tenido tiempo de sobra para escanear mi
nueva configuración durante aquella primera reunión con Tlacey.
En ese momento quería la atención del sexbot centrada en mí y no en el
muelle público. Dejé que las cámaras me siguieran fuera del puerto y de
vuelta a la entrada del metro. Y entonces empecé a hackear.
Solo tenía un 97% de certeza de que aquel encuentro era una trampa.
CAPÍTULO OCHO

Cuando llegué al pequeño mostrador que servía comida en el distrito


contratista, había un hombre que encajaba con la imagen que Tapan había
enviado a mi red. Al sentarme en la mesa, alzó la mirada para verme; su
rostro parecía nervioso y el sudor le perlaba su pálida frente.
—Tapan no ha podido venir —dije, y le envié a su red la breve
grabación que Tapan había hecho con su interfaz. Salía ella a mi lado en la
habitación del albergue, sujetándome el brazo y explicando que me podía dar
los archivos a mí. Guau, mi aspecto era de pura incomodidad.
La mirada del hombre se volvió hacia dentro mientras veía la grabación,
y luego su cuerpo se relajó un poco. Deslizó un clip de memoria hacia mí. Lo
tomé y comprobé las cámaras.
Nada. Ni posibles amenazas ni nadie que mostrase interés hacia nuestra
zona. El mostrador servía bebidas con un montón de burbujas y proteína frita
con forma de fauna y flora acuáticas. Todo el mundo estaba ocupado
comiendo o charlando. No había nadie sospechoso en el pasillo o en el
bulevar de fuera, nadie observando, nadie esperando.
No era una trampa.
—¿Deberíamos pedir algo? —preguntó inseguro el humano—. Para que
parezca que no estamos… Ya sabes.
—Nadie nos está mirando, puedes irte —dije, y me puse en pie.
Tenía que regresar al puerto. Si lo de allí no era una trampa, la trampa de
verdad estaba en otra parte.

• • •
De camino al muelle, comprobé el horario. La lanzadera figuraba como «con
retraso».
Mientras llegaba a la zona de embarque, estaba revisando la grabación
de seguridad desde que Tapan había subido a bordo. A través de mis ojos vi
que el sexbot se acercaba por el extremo más alejado de la pasarela.
Había llegado al punto de la grabación en el que dos humanos con una
identificación de autoridad portuaria habían detenido la salida de la lanzadera
y sacado a Tapan. TIP se deslizó fuera del transporte para regresar a mi red.
«Esto sería más fácil si tuviera drones armados», dijo.
—¿Dónde está? —dije cuando la ConfortUnidad me alcanzó.
—En la lanzadera privada de Tlacey. Te llevaré hasta allí.
Seguí al sexbot por la pasarela, luego bajamos una rampa que se dividía
hacia los muelles privados. «¿Por qué te quiere mostrar dónde está tu
humana?», preguntó TIP.
«Porque Tlacey no quiere a Tapan. Me quiere a mí», respondí.
TIP guardó silencio mientras pasábamos junto a los espacios privados
para las lanzaderas y nos encaminábamos hacia una sección más grande y
cara. Y entonces dijo: «Recupera a tu humana y haz que Tlacey se arrepienta
de esto».
Nos detuvimos delante de la entrada a una escotilla. No había nadie
fuera y gran parte de la actividad se concentraba en el otro extremo de los
muelles. El sexbot se dio la vuelta para mirarme.
Abrió la mano y reconocí el objeto diminuto. Era un módulo
predominante de combate.
—No te dejarán subir a bordo a menos que me permitas instalarte esto.
«Ah», dijo TIP en mi red.
Nos querían en la lanzadera para que pudiéramos disponer de los
cadáveres. O del cadáver de Tapan. A mí, claro está, querían preservarme.
Un módulo predominante de combate contiene código que dominaría mi
sistema, imponiéndose sobre el módulo de control y los protocolos de fábrica
de la aseguradora, para ponerme bajo el control directo mediante voz o red de
la persona a la que el módulo designara. Así fue como GrayCris controló las
SegUnidades de DeltFall e intentó controlarme a mí.
—Si lo acepto, ¿liberarán a mi clienta? —pregunté.
«Sabes que no lo harán», susurró por la red el sexbot.
—Sí —dijo en voz alta.
Me di la vuelta y dejé que insertara el módulo en mi puerto de datos. (El
mismo puerto de datos que TIP había desconectado cuando alteró mi
configuración. Al tener el módulo de control hackeado, esa era la única forma
que quedaba de que alguien impusiera su control sobre mí, por lo que
desactivarlo fue prioritario).
Cuando el módulo encajó con un clic, sufrí un momento de miedo puro
e irracional. TIP captaría mi sentimiento, porque dijo: «Mi Sistema Médico
no comete errores, por favor». No ocurrió nada y, a través de la cámara de
seguridad que controlaba, vi que me las había apañado para evitar que el
alivio se reflejara en mi rostro.
La expresión del sexbot era la estándar neutral de una unidad. Entró en
la lanzadera. Había un humano junto a la esclusa, armado; sus ojos pasaban
nerviosos entre la ConfortUnidad y yo.
—¿Está bajo control? —preguntó.
—Sí —respondió el sexbot.
El hombre dio un paso atrás y su mandíbula se movió mientras hablaba
por la red. No podía hackear nada sin que la ConfortUnidad se enterase, así
que aguardé. Mantuve mi rostro en blanco. No tenía ninguna forma de saber
qué era lo que el módulo predominante de combate quería que hiciera, pero
suponía que me pondría bajo el control de Tlacey. Sospechaba que los
humanos y el sexbot desconocían cuál sería el efecto exterior.
En cuanto atravesamos la esclusa, giró hasta cerrarse y un aviso de
despegue atravesó la red y acabó con un pitido audible por el sistema de
comunicación. Tlacey habría sobornado a alguien para tener pista libre de
inmediato, porque se produjo un sonido hueco cuando la esclusa se soltó y
acto seguido la lanzadera se deslizó fuera de su sitio.
«Te vigilo por mi escáner», dijo TIP.
El humano nos guio por la lanzadera. Era un modelo grande; el pasillo
de entrada pasaba por escotillas, cabinas y la sección de ingeniería hasta
acabar en un gran compartimento. Había un banco acolchado contra las
paredes y sillas de aceleración en la parte delantera, cerca de la escotilla que
desembocaría en la parte delantera de la nave. Había seis humanos
desconocidos en la sala, cuatro armados y dos miembros de la tripulación
desarmados. Uno de los que iba armado sujetaba a Tapan por el hombro y
apuntaba un lanzaproyectiles a su cabeza.
Tlacey se levantó de una silla y me examinó con una sonrisa.
—Lleva a la pequeña Tapan a la cabina —dijo—. Luego hablaré con
ella sobre su trabajo.
Los ojos de Tapan se abrieron de par en par por el miedo. Mantuve mi
rostro en blanco.
—¡Edén, lo siento! ¡Lo siento…! —intentó decir, pero el guardia la
arrastró por otra escotilla y la sacó al pasillo. No reaccioné porque quería
mantenerla fuera de la línea de tiro. Presté atención hasta que oí que se
cerraba la escotilla y luego me centré en Tlacey.
Se acercó a mí, con aire pensativo. Supongo que la sonrisa triunfal se la
había dedicado a Tapan. Los otros dos humanos desarmados me observaban
con una curiosidad nerviosa, aunque los guardias armados parecían
cautelosos.
—¿En serio crees que es una de las unidades del accidente de Ganaka
Pit? —le preguntó Tlacey al sexbot.
La ConfortUnidad empezó a responder, pero yo intervine.
—Pero sabemos que eso no fue un accidente, ¿verdad?
Ya tenía toda su atención.
Me mantuve con la vista al frente, como una buena SegUnidad aún bajo
el control del módulo predominante de combate. Tlacey me observó y luego
entrecerró los ojos.
—¿Con quién estoy hablando?
Aquello fue hasta casi divertido.
—¿Te crees que soy una marioneta? Ya sabes que no funcionamos así.
Tlacey empezaba a acojonarse.
—¿Quién te envía?
Bajé la cabeza para encontrarme con su mirada.
—He venido a por mi clienta.
La mandíbula de Tlacey se movió al dar una orden por la red y el sexbot
empezó a colocarse de lado en posición de combate.
«La lanzadera ha salido del puerto y se mueve hacia una órbita alrededor
de la luna. ¿Tienes un momento para dejarme entrar?», preguntó TIP.
«Date prisa», dije, y le dejé entrar. Experimenté esa sensación de nuevo,
como si tuviera la cabeza debajo del agua, cuando TIP me incapacitó
temporalmente para usarme como puente y alcanzar el bot que controlaba la
lanzadera.
Fue rápido, pero el sexbot tuvo tiempo de golpearme en la mandíbula.
Tlacey se lo habría ordenado, porque las unidades no se atacan entre ellas de
ese modo. Dolió, pero de tal forma que solo consiguió cabrearme. Cuando no
reaccioné de inmediato, Tlacey se relajó y sonrió.
—Me gustan los bots bocazas. Esto va a ser interesante…
TIP estaba en los sistemas de la nave y yo me había despejado. Agarré el
brazo del sexbot y lo lancé al otro lado de la habitación, hacia los tres
guardias armados. Uno cayó, otro se tambaleó sobre una silla, el tercero
empezó a alzar el arma. Aparté a Tlacey de mi camino y pisé al sexbot al
pasarle por encima, con lo que se derrumbó de nuevo. Agarré la boca del
lanzadescargas y la alcé justo cuando el hombre disparó. La descarga golpeó
el techo curvo. Le arranqué el arma de la mano, dislocándole el hombro y al
menos tres dedos en el proceso, y le estampé la cabeza contra la consola.
El guardia que ya había caído al suelo tenía un lanzadescargas y noté
dos impactos, uno en el costado y otro en el muslo. Y ese es el tipo de ataque
que duele de verdad. Extendí mi brazo derecho y disparé mi arma
incorporada; el hombre recibió dos virotes en el pecho. Me aparté a un lado
para evitar una descarga del arma que había disparado el guardia que había
caído sobre la silla y mi tercer disparo le dio en el hombro. Había hecho que
los disparos salieran estrechos para que crearan heridas profundas ante las
cuales los humanos solían caer incapacitados enseguida debido a la
impresión, el dolor y, bueno, ya sabéis, el hecho de tener agujeros de
quemadura en la cavidad torácica.
Giré y lancé el arma robada a modo de distracción. La primera humana
desarmada estaba en el suelo, con un agujero humeante en la espalda; el
guardia que había fallado el tiro al dispararme le había dado. La segunda se
lanzó al otro lado del compartimento para intentar agarrar un arma caída, así
que le disparé en el hombro y la pierna.
La ConfortUnidad se giró para levantarse y cargó contra mí. Tras
agarrarla, caí al suelo de espaldas para lanzarla sobre mi cabeza. Me di la
vuelta y me arrodillé, pero no pude alzarme del todo por la herida en mi
muslo derecho. El sexbot se puso en pie, así que le agarré la pierna y le
disloqué la rodilla. Cayó y le luxé el hombro izquierdo. Después de estrellar
al sexbot contra el suelo, me giré y vi a Tlacey estirándose para agarrar una
de las armas caídas.
—Tócala y te la quitaré para metértela entre las costillas.
Se quedó quieta. Jadeaba de miedo y le sobresalían los ojos.
—Dile a tu sexbot que deje de pelear —le ordené.
La unidad seguía esforzándose por levantarse y así solo conseguiría
hacerse más daño. Sobre todo si volvía a cabrearme.
Tlacey se enderezó despacio, moviendo la mandíbula, y el sexbot se
relajó. «TIP, corta la red de Tlacey», dije.
«Hecho», respondió.
Tlacey hizo una mueca cuando desapareció su red.
—Dale a la ConfortUnidad la orden verbal de que me obedezca hasta
nuevo aviso. Intenta darle otra orden y te arrancaré la lengua.
Tlacey resolló.
—Unidad, obedece a esta SegUnidad descontrolada y loca hasta nuevo
aviso. —Y a mí, me dijo—: Tienes que mejorar tus amenazas.
Coloqué una mano en la silla más cercana y me puse en pie.
—Yo no amenazo, solo te digo lo que voy a hacer.
Su mandíbula se tensó. Dos de los humanos en la sala habían dejado de
respirar: la que no iba armada y a quien el guardia había disparado cuando
me apuntó a mí y el primero al que había disparado yo. Tlacey no se había
dado cuenta.
Miré al sexbot, que alzó los ojos hacia mí.
—Quédate ahí —le dije.
Me envió una confirmación. Pasé por encima de la unidad, agarré a
Tlacey por el brazo y la arrastré por el pasillo hasta la cabina donde el
guardia había llevado a Tapan.
—Así que vas por libre, ¿eh? —Se apresuró a decir Tlacey—. Puedo
darte trabajo. Lo que quieras…
«No tienes nada que yo quiera», pensé.
—Lo único que tenías que hacer era darles los putos archivos y nadie
estaría en esta situación —dije.
La mirada que me lanzó era de sorpresa e incredulidad. Supongo que yo
no encajaba en su idea de cómo debía hablar una SegUnidad, descontrolada o
no.
En serio, los humanos tienen que investigar más. Existen manuales de
instrucciones que podrían haberla avisado de que lo mejor era no jodernos.
Tlacey se detuvo ante la escotilla cerrada.
—Bassom, soy yo. —Y accionó la apertura. La puerta se deslizó hasta
abrirse.
Tapan estaba medio espatarrada sobre una litera en la pared más alejada;
la sangre se extendía sobre el estampado floral de su camiseta y unas gotas
salpicaban la piel marrón del brazo que tenía apretado sobre la herida del
costado. Su respiración áspera resonaba en la pequeña cabina. El
guardaespaldas nos miró con los ojos abiertos de par en par.
—Se asustó cuando oyó los tiros —jadeó Tlacey—. No puedes…
Oh, sí, sí que podía.
Agarré a Tlacey para protegerme cuando el guardaespaldas alzó su
arma. Recibió varios disparos en la espalda, pero yo ya le había roto la
tráquea. Recibí otro proyectil en el pecho cuando atravesé la cabina, lancé al
hombre contra la pared, le estampé el brazo contra la barbilla y disparé mi
lanzadescargas.
Di un paso atrás y dejé que su cuerpo cayera.
Me aparté para inclinarme sobre Tapan.
—Soy yo —dije de un modo estúpido. Tapan tenía los ojos cerrados y
respiraba a través de sus dientes apretados. Sujeté la herida con mi mano para
que dejara de sangrar y dije: «TIP, ayuda».
«He estado guiando la lanzadera hacia el anillo de tránsito, donde puedo
acoplarla conmigo. La hora de llegada estimada es de diecisiete minutos. El
Sistema Médico está preparado», dijo.
Me hundí junto a Tapan, que seguía lo bastante consciente para estirar el
brazo y apretarme la mano. Me quité el módulo inútil de combate de la nuca
y lo tiré.
Había cometido un gran error, que a posteriori parecía claramente
obvio. Había sabido que la invitación para intercambiar las primas por los
archivos era una trampa desde el principio y tendría que haber convencido a
Rami y a las demás de que no regresaran a RaviHyral. El ser humano
mejorado y especialista en seguridad que fingía ser habría hecho algo así. Me
había acostumbrado a recibir órdenes de los humanos y a intentar mitigar el
daño que les causaban sus ideas estúpidas, pero como había querido trabajar
con un grupo de nuevo y disfrutaba de cuánto me escuchaban, había puesto
mi necesidad de ir a RaviHyral por encima de la seguridad de mis clientas.
Era igual de mierda asesorando en seguridad que cualquier ser humano.
CAPÍTULO NUEVE

Cuando ya casi habíamos llegado al anillo de tránsito, TIP nos consiguió la


autorización de la autoridad portuaria. Se supone que las lanzaderas no
pueden acoplarse con los transportes sin un aviso previo, pero TIP se encargó
de obtener permiso y falsificó la firma de su capitán para pagar la multa por
no avisar antes del viaje programado. No sospecharon nada: nadie sabía que
los bots podían ser tan sofisticados como para fingir ser un humano en la red.
Vamos, ni yo lo había sabido.
Las esclusas no eran compatibles, pero TIP solventó ese problema
aparcando la lanzadera en un módulo vacío destinado a un laboratorio. Nos
dejó en el suelo, llenó el módulo con atmósfera y luego abrió nuestra esclusa.
Me levanté y cargué a Tapan hasta la entrada de la sección principal. La
ConfortUnidad me siguió.
El Sistema Médico estaba listo cuando entré y tumbé a Tapan en la
plataforma. Los drones zumbaron a mi alrededor y capté la orden por la red
del Sistema Médico de que le quitaran los zapatos y la ropa. Me hundí junto a
la plataforma mientras esta se cerraba alrededor de Tapan.
Ya se la habían llevado; el Sistema Médico la mantendría encerrada
mientras terminaba su análisis y empezaba a trabajar. Dos drones médicos
revolotearon a mi alrededor. Uno se lanzó a por mi hombro y el otro me
hurgó la herida del muslo. No les hice caso.
Un bot más grande entró volando, cargando con la bolsa de Tapan, su
chaqueta manchada de sangre y mi mochila. TIP me mostró una panorámica
de los otros drones que aún había dentro de la lanzadera. Cuatro de los
humanos seguían vivos, aunque inconscientes. TIP había enviado drones a
fregar y esterilizar mis fluidos y la sangre de Tapan en el interior de la
lanzadera. Ya había borrado la memoria del pilotobot y cualquier dato de
seguridad. También estaba manteniendo una conversación casual con quien
otorgaba permiso para despegar en el anillo de tránsito mediante la firma de
red falsificada de uno de los humanos muertos.
Observé mientras los drones terminaban y se retiraban, y luego TIP selló
la lanzadera de nuevo y la hizo despegar con un plan de vuelo de vuelta a
RaviHyral. El pilotobot de abordo aterrizaría, lleno de humanos gravemente
heridos, y nadie descubriría que no se lo habían hecho unos a otros hasta que
estuvieran todos conscientes y contaran la historia. Aunque a lo mejor
algunos no querrían decir cómo habían ayudado a secuestrar a otra humana.
Daba igual lo que pasara: aquello nos daría tiempo a todos para salir pitando
de allí.
«¿Cómo es que has sabido hacer algo así?», le pregunté a TIP, aunque
creía conocer la respuesta.
TIP sabía que yo lo sabía, pero respondió de todas formas: «Episodio
179 de Auge y caída del santuario de la luna».
La ConfortUnidad se arrodilló a mi lado.
—¿Puedo ayudar?
—No. —Tenía a los drones médicos agarrados a mí, escarbando en
busca de proyectiles, mientras chorreaba en el suelo prístino del Sistema
Médico de TIP. La anestesia me entumecía—. ¿Cómo sabías que era una de
las unidades de Ganaka Pit?
—Te vi salir por el acceso al metro de esa sección. Ahí no hay nada
más. Ya no aparece en la base de datos histórica, pero los humanos aún se
cuentan historias de miedo sobre aquello. Si eras una unidad descontrolada de
verdad y no estabas bajo las órdenes de nadie para bajar allí, había un 86% de
posibilidades de que fueras una de las unidades involucradas.
Me lo creí.
—Baja tu cortafuegos.
Lo hizo, y usé la red para entrar en su cerebro. Sentía a TIP conmigo,
alerta por si había trampas. Pero encontré el módulo de control, lo invalidé y
me deslicé a mi cuerpo de nuevo.
La ConfortUnidad cayó de espaldas, aterrizó en el suelo con un golpe
sordo y se me quedó mirando.
—Vete —dije—. No quiero verte otra vez. No hagas daño a nadie en
este anillo de tránsito o te encontraré.
Se levantó, inestable. Más drones de TIP empezaron a revolotear por el
aire para asegurarse de que no intentaba dañar nada y para guiar a la unidad
hasta la puerta. Siguió a los drones por el pasillo. A través de la red de TIP vi
cómo atravesaba la escotilla principal; la escotilla se abrió y el sexbot salió al
anillo de tránsito.
TIP observó cómo se alejaba por la cámara de la esclusa. «Pensaba que
querías destruir a la ConfortUnidad», dijo.
El cansancio y el entumecimiento no me dejaban hablar, así que le envié
una negativa por la red. El sexbot no había tenido elección. Y yo no había
roto su módulo de control por su bien. Lo había hecho por las cuatro
ConfortUnidades de Ganaka Pit, ya que no habían recibido órdenes ni
directrices para actuar, y aun así se habían dirigido por voluntad propia hacia
toda la carnicería para intentar salvarme a mí y a todos los que seguían con
vida en la instalación.
«Vete a la otra plataforma. La lanzadera no tardará en aterrizar y hay
una gran cantidad de pruebas que destruir», dijo TIP.

• • •

Cuando Tapan se despertó, yo me hallaba en la plataforma del Sistema


Médico sujetándole la mano. El Sistema Médico se había encargado de mis
heridas y yo había limpiado toda la sangre. Los proyectiles que me habían
dado y las descargas de mis propias armas habían dejado agujeros en mi ropa;
TIP tuvo que producir un nuevo conjunto para mí con su reciclador. Era en
esencia un uniforme de la tripulación de TIP, pero sin los logos: pantalones
con muchos bolsillos que se podían cerrar, una camisa de manga larga con un
cuello alto que cubría mi puerto de datos y una chaqueta suave con capucha,
todo en azul marino o negro. Metí mi ropa ensangrentada en el reciclador
para que los niveles de recuperación de desperdicios estuvieran neutrales y
TIP no tuviera que falsificar su bitácora.
Tapan parpadeó, desconcertada.
—Esto… —dijo, y me apretó la mano. Tenía cara de amodorrada por las
medicinas—. ¿Qué ha pasado?
—Intentaron matarnos otra vez —respondí—. Tuvimos que irnos.
Estamos de vuelta en el anillo de tránsito, en la nave de mi colega.
Sus ojos se abrieron de par en par al recordarlo.
—Cabrones —murmuró con una mueca.
—Tu amigo decía la verdad, me dio vuestros archivos. —Alcé el clip de
memoria y le mostré cómo lo guardaba en el bolsillo de la interfaz de su
mochila. Ya lo había comprobado por si tenía malware o algún rastreador—.
Esta nave tiene que salir pronto. Quiero que llames a Rami y a Maro para que
acudan a vernos fuera de la zona de embarque.
—Vale. —Buscó a tientas en su oreja y le di la interfaz azul de red. Uno
de los drones de TIP la había encontrado en el bolsillo de Tlacey. Tapan la
tomó, empezó a ponérsela de nuevo en la oreja y dudó—. Estarán muy
enfadadas.
—Sí, lo estarán.
Pensé que estarían tan contentas de verla con vida que no se les ocurriría
enfadarse.
—Lo siento —dijo con otra mueca—. Tendría que haberte escuchado.
—No fue culpa tuya.
Su ceño se arrugó.
—Yo diría que sí que lo fue.
—Fue culpa mía.
—Pues entonces ha sido culpa tuya y mía, pero no se lo diremos a nadie
—decidió Tapan, y se colocó la interfaz en la oreja.

• • •

Di un paseo rápido por las zonas de la nave a las que me había acostumbrado,
para cerciorarme de que no había nada fuera de lugar. Los drones de TIP ya
habían pasado por allí para recoger la ropa ensangrentada de Tapan y limpiar
y esterilizar las superficies para frustrar cualquier intento de recoger pruebas.
Aunque TIP tampoco tenía ninguna intención de seguir allí cuando empezara
la investigación. Nos íbamos enseguida, pero TIP creía en los planes de
emergencia. Empecé a quitarme la interfaz de comunicación que TIP me
había dado.
—Esto también tendrás que limpiarlo.
«No», respondió. «Guárdatela. A lo mejor vuelves a estar dentro de mi
alcance en otra ocasión».
El Sistema Médico ya se había esterilizado y borrado los registros de mi
cambio de configuración y los tratamientos de emergencia por traumatismo
que nos había aplicado a Tapan y a mí. La estaba esperando cuando salió de
la instalación del baño. Los drones la siguieron para limpiar cualquier rastro
de su presencia.
—Estoy lista —dijo. Había guardado su ropa vieja en la mochila y
llevaba una nueva. Aún parecía un poco amodorrada.
Salimos a la vez y la esclusa se cerró a nuestra espalda. Ya me había
apoderado de las cámaras de la zona de embarque y TIP estaba manipulando
las grabaciones de seguridad de su esclusa para borrar nuestra presencia.
Nos reunimos con Rami, Maro y el resto de su grupo en un puesto de
comida fuera de la zona de embarque. Rami me había enviado un mensaje y
ya habían comprado billetes en un transporte de pasajeros que se marchaba al
cabo de una hora. Saludaron a Tapan con entusiasmo y lágrimas mientras se
reprendían unos a otros para que no la estrujaran demasiado.
Ya les había dicho que no hablaran de aquello en público. Rami se giró
hacia mí y me dio una tarjeta monetaria.
—Tu colega Tip dijo que esta era una buena forma de pagarte.
—Ya.
La acepté y me la guardé en un bolsillo que se cerraba.
Todos me estaban observando y aquello me ponía un poquito de los
nervios.
—Bueno, ¿te vas? —preguntó Rami.
Tenía mi ojo puesto en un carguero que se dirigía en la dirección
correcta. Con un poco de suerte, me marcharía pocos minutos después que el
grupo.
—Sí, debería darme prisa.
—¿Podemos abrazarte? —Maro había soltado a Tapan y se hallaba
delante de mí.
—Eh. —No di un paso atrás, pero quedó claro que la respuesta era «no».
—Vale —asintió Maro—. Esto es para ti.
Se envolvió a sí misma con los brazos y apretó.
—Tengo que irme —dije, y me alejé hacia el bulevar.
TIP, que ya se estaba desvaneciendo mientras se desconectaba de la
esclusa, me dijo por la red: «Ve con cuidado. Encuentra a tu tripulación».
Le mandé una confirmación por la red, porque si intentaba decir algo
más todo sonaría muy tonto y emotivo.
No sabía lo que iba a hacer, no sabía si llevaría a cabo mi plan o no.
Había conservado la esperanza de que, si averiguaba lo que había ocurrido en
Ganaka Pit, todo se arreglaría, pero a lo mejor ese tipo de revelaciones solo
ocurrían en las telenovelas.
Y, ya que estaba, tenía que descargarme más cosas antes de que saliera
mi siguiente transporte. Iba a ser un viaje muy largo.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de
esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción
prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si
necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702
19 70 / 93 272 04 47).

© Martha Wells, 2019


© La Esfera de los Libros, S.L., 2019
Avenida de San Luis, 25
28033 Madrid
Tel.: 91 296 02 00
www.esferalibros.com

Primera edición en libro electrónico (mobi): noviembre de 2019


ISBN: 978-84-9164-714-0 (mobi)
Conversión a libro electrónico: J. A. Diseño Editorial, S. L.

También podría gustarte