Condición Artificial - Wells Martha
Condición Artificial - Wells Martha
Condición Artificial - Wells Martha
Capítulo uno
Capítulo dos
CApítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Créditos
CAPÍTULO UNO
A las SegUnidades les dan igual las noticias. Incluso después de hackear mi
módulo de control y tener acceso a todas las redes, nunca les prestaba
demasiada atención. En parte porque al descargar entretenimiento era menos
probable que saltara alguna alarma colocada en las redes del satélite y de la
estación de tránsito; las noticias políticas y económicas aparecían en niveles
distintos, más cercanos a los intercambios de datos protegidos. Pero sobre
todo se debía a que las noticias eran aburridas y me daba igual lo que los
humanos se hicieran entre ellos siempre y cuando yo no tuviera que a)
detenerlos o b) limpiar el desastre.
Pero mientras cruzaba el bulevar de la estación de tránsito, una nueva
oleada de noticias de la Estación flotaba en el aire y rebotaba de un canal
público a otro. La rocé, pero gran parte de mi atención estaba centrada en
atravesar la multitud mientras fingía comportarme como un ser humano
mejorado normal y corriente y no un espantoso matabot. Aquello implicaba
no dejarse llevar por el pánico cuando alguien establecía contacto visual
conmigo por error.
Por suerte, los humanos y los humanos mejorados estaban demasiado
ocupados intentando llegar a su destino o buscando indicaciones y horarios
de transporte en la red. Tres transportes de pasajeros habían llegado a través
de agujeros de gusano junto con el carguero pilotado por un bot en el que
había llegado yo, por lo que el gran bulevar entre las distintas zonas de
embarque estaba a rebosar. Además de los humanos, había bots de distintas
formas y tamaños, drones zumbando por encima de la multitud y
cargamentos recorriendo las pasarelas elevadas. Los drones de seguridad no
estarían escaneando en busca de SegUnidades a menos que se lo ordenasen
expresamente y, por el momento, nada había intentado enviarme un ping, lo
cual era un alivio.
Ya no estaba en el inventario de la aseguradora, pero seguía en el Confín
Corporativo y seguía siendo una propiedad.
Aunque me sentía de maravilla por lo bien que lo estaba haciendo hasta
el momento, dado que aquel solo era el segundo anillo de tránsito en el que
había estado. A las SegUnidades nos envían a nuestros contratos con el
cargamento y nunca atravesamos las zonas de las estaciones o de los anillos
de tránsito destinadas a la gente. Había tenido que dejar la armadura en el
centro de distribución de la Estación, pero entre la multitud gozaba del
mismo anonimato que si aún la llevase. (Sí, es algo que tenía que seguir
repitiéndome). Vestía una indumentaria de trabajo gris y negra; las mangas
largas de la camiseta y la chaqueta, los pantalones y las botas cubrían todas
mis piezas no orgánicas; y cargaba también con una mochila. En medio de las
vestimentas, cabellos, pieles e interfaces variadas y coloridas de la multitud,
yo no destacaba. El puerto de datos en mi nuca quedaba a la vista, pero el
diseño se parecía tanto a las interfaces que los humanos mejorados solían
implantarse que no levantaba sospechas. Además, nadie cree que un matabot
vaya a pasearse por el bulevar de tránsito como una persona.
Y, entonces, al rozar el boletín de noticias me topé con una imagen. Era
yo.
No me detuve en seco porque tenía mucha práctica en eso de no
reaccionar físicamente a cosas por mucho que me sobresalten u horroricen.
Puede que perdiera el control de mi expresión durante un segundo; me había
acostumbrado a llevar siempre un casco y a mantenerlo opaco en la medida
de lo posible.
Pasé por debajo de un gran arco que conducía a diferentes mostradores
que servían comida y me detuve junto a la entrada de un pequeño distrito
comercial. Cualquiera que me viese se pensaría que estaba escudriñando esos
sitios en la red para buscar información.
En la imagen de las noticias salía de pie en el vestíbulo del hotel de la
estación con Pin-Lee y Ratthi. Estaba centrada en Pin-Lee, en su semblante
resuelto, la inclinación de enojo en sus cejas y su elegante ropa de negocios.
Ratthi y yo, vestidos con los uniformes grises de la expedición
PreservaciónAux, nos fundíamos con el entorno. Yo figuraba como «y
guardaespaldas» en las etiquetas de la imagen, y menudo alivio, pero me
preparé para lo peor mientras reproducía el reportaje.
Vaya, la estación que en mi mente era la Estación, la ubicación de las
oficinas y el centro de distribución de la aseguradora donde solían
almacenarme, se llamaba en realidad Puerto LibreComercio. Eso no lo sabía.
(Cuando estaba allí, me hallaba por lo general dentro de un cubículo de
reparación, una caja de transporte o en modo reposo a la espera de un
contrato). La narradora de las noticias mencionó de pasada que la doctora
Mensah había comprado la SegUnidad que la había salvado. (Aquello era sin
duda el contrapunto reconfortante para atenuar una historia ya de por sí
lúgubre con un número de cadáveres elevado). Pero los periodistas solo veían
a las SegUnidades con la armadura puesta o en un montón ensangrentado de
piezas restantes cuando las cosas salían mal. No habían relacionado la idea de
una SegUnidad comprada con lo que suponían que era una persona humana
genérica y mejorada entrando en el hotel con Pin-Lee y Ratthi. Ni tan mal.
La parte rara era que algunas de nuestras grabaciones de seguridad se
habían hecho públicas. Mi punto de vista, mientras registraba el hábitat de
DeltFall y encontraba los cadáveres. Imágenes de las cámaras en los cascos
de Gurathin y Pin-Lee cuando encontraron a Mensah y lo que quedaba de mí
después de la explosión. Lo examiné con rapidez para cerciorarme de que no
se veía bien mi cara humana.
El resto del reportaje iba sobre cómo la aseguradora y DeltFall, junto
con Preservación y otras tres entidades políticas sin un sistema corporativo
que tenían ciudadanos en el hábitat de DeltFall, se unían contra GrayCris.
También había en marcha una contienda de abogados a múltiples bandas, en
la que algunas de las entidades aliadas en la investigación peleaban entre ellas
por la responsabilidad económica, la jurisdicción y las garantías del seguro.
No sé cómo podían aclararse los humanos. No había muchos detalles sobre
qué había pasado en realidad después de que PreservaciónAux se las apañase
para enviar una señal al transporte de rescate de la aseguradora, pero sí los
suficientes como para esperar que cualquiera que buscara a la SegUnidad en
cuestión sospecharía que yo estaba con Mensah y los demás. Mensah y los
demás, claro está, sabían que no era así.
Miré entonces la fecha y vi que la noticia era vieja; se había publicado
un ciclo después de que saliera de la estación. Habría llegado por el agujero
de gusano con uno de los transportes de pasajeros más rápidos. Aquello
quería decir que los canales de noticias oficiales podrían tener ya información
más reciente.
Vale. Me dije que era imposible que alguien en ese anillo de transporte
estuviera buscando a una SegUnidad descontrolada. Según la información
disponible en el canal público, allí no había centros de distribución de
ninguna aseguradora ni ninguna empresa de seguridad. Mis contratos siempre
habían transcurrido en instalaciones aisladas o planetas deshabitados que
explorar, y creía que esa era la norma general. Ni en los programas ni en las
series de entretenimiento mostraban SegUnidades contratadas para vigilar
despachos o almacenes de cargamento o talleres de naves o cualquiera de los
otros negocios típicos en los anillos de tránsito. Y todas las SegUnidades en
los programas de entretenimiento llevaban siempre armadura, no tenían cara
y aterrorizaban a los humanos.
Me fundí con la multitud y emprendí el camino de vuelta por el bulevar.
Tenía que ir con cuidado cuando iba a algún sitio donde pudieran escanearme
en busca de armas, como las instalaciones para comprar transporte, entre las
cuales se incluían los pequeños tranvías que daban vueltas por el anillo.
Puedo hackear un escáner de armas, pero los protocolos de seguridad
sugerían que en las instalaciones de pasajeros habría bastantes más para
atender a la multitud y yo solo podía encargarme de uno a la vez. Además,
tendría que hackear el sistema de pago y eso parecía más lío del que valía la
pena asumir en ese momento. Había una larga caminata hasta la zona del
anillo donde se hallaban los transportes pilotados por bots a punto de salir,
pero me dio tiempo a acceder a la transmisión de entretenimiento y
descargarme programas nuevos.
De camino a ese anillo de tránsito, a solas en mi carguero vacío, había
tenido la oportunidad de pensar una barbaridad sobre por qué había dejado a
Mensah y qué quería. Lo sé, a mí también me pilló por sorpresa. Pero hasta
yo sabía que no podía pasarme el resto de mi vida a solas subiendo a
transportes de carga y viendo entretenimiento, por mucho que me atrajera la
idea.
Ahora tenía un plan. O tendría un plan, cuando pudiera responder a una
pregunta importante.
Para conseguir esa respuesta, tenía que ir a un sitio y había dos
transportes pilotados por bots que saldrían de allí en el próximo ciclo y que
me llevarían hasta aquel lugar. El primero era un carguero no muy diferente
al que había usado para llegar. Salía más tarde y era la mejor opción, porque
dispondría de más tiempo para ir y convencerle de que me dejara subir. Podía
hackear un transporte si lo intentaba, pero la verdad es que prefería no
hacerlo. Me resultaba espeluznante pasar mucho tiempo con algo que no te
quiere allí, o con algo que has hackeado para hacerle creer que sí te quiere
allí.
Los mapas y los horarios estaban disponibles en la red, vinculados a los
puntos principales de navegación a lo largo del anillo, así que pude encontrar
el camino hasta el área de carga, esperar al cambio de turno y atravesar la
zona de embarque. Tuve que hackear un sistema de identificación y algunos
drones con escáner de armas en el nivel superior a aquella zona, y luego
recibí un ping de un bot que vigilaba la entrada al área comercial. No le hice
daño, solo traspasé su cortafuegos en la red y borré de su memoria cualquier
registro de su encuentro conmigo.
(Me habían diseñado para conectar con las SegUnidades de la
aseguradora, para ser básicamente un componente interactivo de una sola
unidad. La seguridad de esa estación no pertenecía a la tecnología patentada
por la aseguradora, pero se le parecía bastante. Además, no hay nadie que sea
tan paranoico como la aseguradora a la hora de proteger los datos que ha
recopilado y/o robado, así que me había acostumbrado a encontrarme con
sistemas de seguridad mucho más robustos que ese).
Una vez en el piso de acceso inferior, tuve que ir con mucho cuidado.
No había motivo alguno para que no hubiese nadie que no trabajase allí y,
aunque gran parte del trabajo lo hacían los estibabots, también había
humanos y humanos mejorados con uniforme. Más de los que me esperaba.
Cerca de mi posible transporte se habían reunido muchos humanos.
Comprobé la red en busca de alertas y descubrí que se había producido un
accidente en el que había implicado un estibabot. Varias partes involucradas
estaban averiguando los daños y a quién echar la culpa. Podría haber
esperado hasta que la zona se despejara, pero quería salir de aquel anillo y
ponerme en marcha. Y, la verdad, mi imagen en las noticias me había puesto
de los nervios y solo quería sumergirme en mis descargas de entretenimiento
durante un rato y fingir que no existía. Para hacer algo así, tenía que estar a
salvo en un transporte automatizado, cerrado y listo para salir del anillo.
Comprobé los mapas de nuevo para mi segunda opción. Estaba acoplada
en un muelle distinto, uno indicado para tráfico privado y no comercial. Si
me movía con rapidez, podía llegar antes de que se marchara.
Según el horario, era una nave de investigación de largo alcance.
Aquello sonaba a que tendría una tripulación y seguramente pasajeros, pero
la información adjunta decía que estaba pilotada por un bot a quien en ese
momento le habían encomendado un viaje de cargamento y se detendría en el
destino que yo quería. Tras investigar su historial en la red para ver sus
movimientos, descubrí que era propiedad de una universidad con base en un
planeta de este sistema, y entre misiones la alquilaban como carguero para
pagar su mantenimiento. El viaje hasta mi destino duraría veintiún ciclos, y
yo esperaba con muchas ansias el aislamiento.
Acceder a los muelles privados desde los comerciales fue sencillo. Me
hice con el control del sistema de seguridad el tiempo suficiente como para
decirle que no se fijara en que yo no tenía autorización y atravesé la zona
detrás de un grupo de pasajeros y miembros de una tripulación.
Encontré el muelle del transporte de investigación y le mandé un ping a
través del puerto de comunicación. Me lo devolvió casi enseguida. Según la
información que había conseguido por la red, lo habían preparado para un
viaje automatizado, pero solo por si acaso, envié un saludo a la atención de la
tripulación humana. Llegó una respuesta inválida: no había nadie en casa.
Envié otro ping al transporte y le hice la misma oferta que le había
propuesto a la primera nave: cientos de horas de entretenimiento, telenovelas,
libros, música e incluso programas nuevos que acababa de recoger durante el
paseo por el bulevar de tránsito, a cambio de que me llevara. Le dije que era
un bot liberado que intentaba regresar con su tutora humana. (Eso de «bot
liberado» es engañoso. Los bots son considerados ciudadanos en algunas
entidades políticas no corporativas como Preservación, pero aun así les
asignan un tutor humano. A menudo, los híbridos entran dentro de la misma
categoría que los bots y, a veces, hasta en la misma categoría que las armas
letales. [Para que lo sepáis, no mola nada estar en esa categoría]). Por eso,
después de menos de siete ciclos, incluidos los que había pasado a solas en el
carguero, yendo por libre entre humanos, necesitaba ya unas vacaciones.
Hubo un momento de silencio y entonces el transporte de investigación
envió una aprobación y me abrió la esclusa.
CAPÍTULO DOS
• • •
• • •
Me desperté con una sacudida cuatro horas más tarde, cuando mi ciclo
automático de recarga empezó. «Eso ha sido muy infantil e innecesario», dijo
el transporte enseguida.
—¿Qué sabes tú sobre niños? —Ahora me había enfadado más porque
tenía razón. El apagado y el tiempo que había pasado inerte habrían
ahuyentado o distraído a un humano; el transporte había esperado sin más a
reanudar la discusión.
«Mi personal de tripulación incluye profesores y estudiantes. He reunido
múltiples ejemplos de actos infantiles».
Permanecí inmóvil, echando humo. Quería ponerme a ver series de
nuevo, pero sabía que el transporte pensaría que estaba cediendo y aceptando
lo inevitable. Durante toda mi existencia, al menos las partes que podía
recordar, no había hecho nada más que aceptar lo inevitable. Y ya me había
cansado.
«Ya hemos trabado una amistad. No entiendo por qué no quieres hablar
de tus planes».
Aquella era una declaración sorprendente y exasperante.
—No hemos trabado ninguna amistad. Lo primero que hiciste cuando
nos pusimos en camino fue amenazarme —señalé.
«Debía cerciorarme de que no intentabas hacerme daño».
Me fijé en que había dicho «intentar» y no «pretender». Si le hubieran
importado algo mis pretensiones, no me habría dejado subir, eso para
empezar. Había disfrutado enseñándome que tenía más potencia que una
SegUnidad.
Aunque no se equivocaba con lo del «intentar». Mientras veíamos los
episodios, me las había apañado para hacerle algunos análisis usando los
diagramas de su red pública y las especificaciones de transportes similares
que estaban disponibles en las secciones desprotegidas de su base de datos.
Había descubierto veintisiete formas distintas de hacer que dejase de
funcionar y tres de hacer que estallase por los aires. Pero una situación que
auguraba una destrucción asegurada por ambas partes no era lo que me
interesaba.
Si sobrevivía a aquello con todas las piezas intactas, buscaría un
transporte más majo y tonto para el próximo viaje.
No le había respondido y ya me había dado cuenta de que no soportaba
eso. «Me he disculpado», dijo. Seguí sin responder. Y añadió: «Mi
tripulación siempre me ha considerado de fiar».
No tendría que haberle dejado ver todos los episodios de Saltamundos.
—Yo no pertenezco a tu tripulación. No soy un ser humano. Soy un
híbrido. Los híbridos y los bots no pueden confiar unos en otros.
Permaneció en silencio durante diez preciosos segundos, aunque sabía
por los picos en la actividad de su red que estaba haciendo algo. Comprendí
que estaría buscando en su base de datos una forma de refutar mi afirmación.
Y entonces dijo: «¿Por qué no?».
Me había pasado mucho tiempo fingiendo tener paciencia con los
humanos que hacían preguntas estúpidas. Debería tener mucho más
autocontrol del que mostré.
—Porque los dos tenemos que seguir las órdenes de los humanos. Un
humano podría pedirte que purgaras mi memoria. Un humano podría pedirme
que destruyera tus sistemas.
Pensé que discutiría que no podría dañarle, algo que desviaría toda la
conversación.
Pero entonces dijo: «No hay ningún humano en este momento».
Me di cuenta de que me había atrapado en ese callejón sin salida de la
conversación: el transporte fingía que necesitaba que se lo explicaran para
que yo lo articulara. No sabía con quién me había enfadado más, si con el
transporte o conmigo. Vale, desde luego el transporte me cabreaba más.
Me quedé así un tiempo, con ganas de volver al entretenimiento, al que
fuera, en vez de pensar en aquello. Podía sentir al transporte en la red,
aguardando, observándome con toda su atención, salvo por una minúscula
cantidad de conciencia que necesitaba mantenerse en marcha.
¿De verdad importaba que lo supiera? ¿Tenía miedo de que cambiara su
opinión sobre mí? (Hasta donde yo sabía, su opinión ya era bastante mala).
¿De verdad me importaba lo que un transporte de investigación pelmazo
pensase sobre mí?
No tendría que haberme hecho esa pregunta. Sentí que una ráfaga de
«me la suda» estaba a punto de inundarme y supe que no podía permitirlo. Si
iba a seguir con mi plan, si es que lo tenía, debía importarme. Si dejaba que
todo me diera igual, a saber dónde acabaría. A bordo de transportes tontos
mirando series hasta que alguien me pillara y me vendiera de nuevo a la
aseguradora, lo más seguro, o me matase para quedarse con mis piezas no
orgánicas.
—En algún momento, hace aproximadamente 35.000 horas, me
asignaron un contrato en la estación minera Q de RaviHyral —dije—.
Durante ese encargo, me descontrolé y maté a un gran número de mis
clientes. Mi memoria del incidente fue purgada en parte. —Purgar la
memoria de una SegUnidad siempre es algo parcial debido a las piezas
orgánicas de nuestras cabezas. La purga no puede eliminar los recuerdos del
tejido neuronal orgánico—. Tengo que saber si el incidente ocurrió por un
error catastrófico de mi módulo de control. Creo que eso fue lo que pasó.
Pero debo asegurarme. —Dudé, pero qué demonios, ya sabía todo lo demás
—. Debo saber si hackeé mi módulo de control para causar el incidente.
No sé lo que esperaba. Sabía que TIP (alias: Transporte de Investigación
Pelmazo) tenía más apego a su tripulación que las SegUnidades a sus
clientes. Si no se sintiera así sobre los humanos que transportaba y con
quienes trabajaba, entonces no se habría alterado tanto cuando les ocurría
algo a los personajes de Saltamundos. Ni me habría encargado de filtrar todas
las series basadas en historias reales en las que las tripulaciones humanas
salían malparadas. Sabía lo que TIP sentía, porque yo sentía lo mismo por
Mensah y PreservaciónAux.
«¿Por qué te purgaron los recuerdos del incidente?», preguntó.
Esa no era la pregunta que estaba esperando.
—Porque las SegUnidades son caras y la aseguradora no quiere perder
más dinero en mí del que ya ha perdido. —Me dieron ganas de moverme con
inquietud. Quería decirle algo muy ofensivo para que me dejara en paz.
Ansiaba con todas mis fuerzas dejar de pensar en eso y ver El santuario de la
luna—. O los maté por una avería y luego hackeé mi módulo de control, o
hackeé mi módulo de control para poder matarlos. Esas son las dos únicas
posibilidades.
«¿Todos los híbridos son tan ilógicos?», preguntó Transporte de
Investigación Pelmazo con la inmensa capacidad de procesamiento cuya
mano metafórica yo había tenido que sostener tras meterse mucho en una
telenovela audiovisual ficticia. Antes de que pudiera decir nada, añadió:
«Esas no son las dos primeras posibilidades que considerar».
Ni zorra de a qué se estaba refiriendo.
—Vale, ¿cuáles son las dos primeras posibilidades que considerar?
«O bien ocurrió, o bien no ocurrió».
• • •
• • •
Tardé dos ciclos en considerarlo. No quería hablar con TIP sobre aquello o
sobre nada, aunque seguíamos viendo entretenimiento al mismo tiempo y TIP
hizo gala de un autocontrol del que no le creía capaz y no intentó discutir
conmigo.
Sabía que había tenido suerte hasta ese momento. En el transporte que
había usado para salir de Puerto LibreComercio, me había comparado con
grabaciones de humanos para intentar aislar los factores que podrían
identificarme como SegUnidad. El comportamiento que más se podía corregir
era el movimiento inquieto. Los humanos y los mejorados cambiaban su peso
cuando estaban de pie, reaccionaban a sonidos repentinos y luces brillantes,
se rascaban, se ajustaban el cabello, rebuscaban en sus bolsillos para mirar si
contenían cosas que sabían que estaban ahí dentro.
Las SegUnidades no se mueven. Nuestra posición por defecto es
permanecer de pie y mirar fijamente las cosas que estamos vigilando. Esto es
así, en parte, porque nuestras piezas inorgánicas no necesitan el mismo
movimiento que las piezas orgánicas. Pero, sobre todo, se debe a que no
queremos llamar la atención. Cualquier movimiento inusual puede hacer
creer a un humano que algo va mal y eso atraerá más escrutinio. Si te toca un
contrato malo, los humanos pueden ordenar al Sistema Central que use tu
módulo de control para inmovilizarte.
Tras analizar el movimiento humano, escribí un código para mí, para
que hiciera una serie de movimientos al azar de forma periódica si
permanecía de pie sin moverme. Para que cambiara mi respiración y así
reaccionara a cambios en la calidad del aire. Para que variase mi velocidad a
la hora de andar y así me aseguraba de reaccionar a estímulos físicos en vez
de solo escanear y observar. Gracias a ese código, había atravesado el
segundo anillo de tránsito. Pero ¿me iría bien en un anillo o en una
instalación frecuentada por humanos que a menudo veían o trabajaban con
SegUnidades?
Ajusté mi código un poco y le pedí a TIP que me grabara de nuevo
mientras me movía por sus pasillos y compartimentos. Intenté hacerme pasar
todo lo que pude por un ser humano. Suelo sentir incomodidad psíquica
alrededor de humanos, así que tomé esa sensación e intenté expresarla a
través de mis movimientos físicos. Me gustó bastante el resultado. Hasta que
miré las grabaciones y comparé las que tenía TIP de su tripulación con las
mías de otras SegUnidades.
Así solo me engañaba a mí, no a los demás.
El cambio en el movimiento me daba una cualidad más humana, pero
mis dimensiones se correspondían al dedillo con las de otras SegUnidades.
Algo así bastaba para engañar a humanos que no fueran buscándome, ya que
los humanos tienen la manía de soslayar cualquier comportamiento no
estándar en espacios públicos de transición. Pero alguien a quien hubieran
enviado a buscarme, que estuviera alerta ante la posibilidad de una
SegUnidad descontrolada, no se dejaría engañar y, sin lugar a dudas, un
simple escáner calibrado para buscar la estatura y el peso de una SegUnidad
me acabaría encontrando.
Era la decisión lógica, era la decisión obvia y aun así prefería
arrancarme mi piel humana antes que hacerlo.
Y no tenía más remedio que hacerlo.
• • •
Después de una larga discusión, coincidimos en que el cambio más sencillo
para el mejor resultado sería quitar dos centímetros de longitud de mis
piernas y brazos. Dicho así no parece un gran cambio, pero con ello mis
dimensiones físicas no coincidirían ya con las de una unidad estándar.
Cambiaría mi forma de andar, mi forma de moverme. Tenía sentido y me
parecía bien.
Y entonces TIP dijo que también teníamos que cambiar el código que
controlaba mis piezas orgánicas para que creciera pelo.
Mi primera reacción a esto fue que ni de puta coña. Tenía pelo en la
cabeza y en las cejas; esa parte de la configuración de una SegUnidad la
compartíamos con los sexbots, aunque el código que la controlaba mantenía
el cabello de la SegUnidad corto para que no interfiriese con la armadura. La
idea es que los híbridos parezcamos seres humanos, para que los clientes no
se sientan incómodos con nuestra apariencia. (Yo le podría haber dicho a la
aseguradora que el hecho de que las SegUnidades sean máquinas de matar
espeluznantes es lo que pone nerviosos a los humanos a pesar de nuestro
aspecto, pero nadie me escucha). Sin embargo, el resto de mi piel permanecía
lampiña.
Le dije a TIP que lo prefería así, porque tener pelo de más solo atraería
una atención indeseada. Contestó que se refería al pelo fino y disperso que
los humanos tenían en algunas zonas de la piel. TIP había hecho unos análisis
y había ideado una lista de rasgos biológicos que los humanos podían notar
de forma subliminal. El pelo era lo único que podíamos cambiar para que mi
código subyacente lo creara, y TIP propuso hacer que las junturas entre mis
piezas orgánicas e inorgánicas de mis brazos, piernas, pecho y espalda se
parecieran más a los implantes, esas piezas inorgánicas que los humanos se
insertaban por cuestiones médicas u otros motivos. Señalé que muchos
humanos o humanos mejorados se quitaban el pelo de sus cuerpos por
cuestiones higiénicas o estéticas y, además, quién leches quiere eso ahí. TIP
contrarrestó que los humanos no tienen que preocuparse por si los identifican
como SegUnidades, así que pueden hacer lo que quieran con sus cuerpos.
Quería seguir discutiendo, porque no quería aceptar todo lo que TIP
dijera en ese momento. Pero parecía algo menor en comparación con
quitarme dos centímetros de hueso sintético y metal de mis piernas y brazos y
cambiar el código que dictaba cómo mis piezas orgánicas crecerían a su
alrededor.
TIP tenía una alternativa, un plan más drástico que incluía darme partes
relacionadas con el sexo, y le dije que aquella no era, de ninguna manera, una
opción. No tenía ninguna parte así y me gustaba tal y como era. Había visto a
humanos mantener relaciones sexuales en el canal de entretenimiento y en
mis contratos, cuando me obligaban a grabar todo lo que mis clientes decían
y hacían. No, gracias, pero no. No.
Pero sí que le pedí que me modificara el puerto de datos de mi nuca. Era
un punto vulnerable y no quería desaprovechar la oportunidad de ocuparme
de él.
En cuanto nos pusimos de acuerdo con el procedimiento, me planté
delante de la sala de cirugía. El Sistema Médico acababa de esterilizarse y
prepararse a sí mismo y en el ambiente flotaba el olor pesado a sustancias
antibacterianas que me recordaban a todas las veces que había llevado a un
cliente herido a una habitación como esa. Estaba pensando en todo lo que
podría salir mal y en todas las cosas horribles que TIP podría hacerme si
quisiera.
«¿Qué está causando la demora? ¿Queda algún procedimiento
preliminar que terminar?», dijo.
No tenía ningún motivo para fiarme de TIP. Excepto por su empeño en
mirar telenovelas sobre humanos en naves y por su forma de alterarse cuando
la violencia era demasiado realista.
Suspiré, me quité la ropa y me tumbé sobre la plataforma quirúrgica.
CAPÍTULO CUATRO
• • •
Cuando al fin pude bajar de la plataforma, caí de bruces al suelo, pero hacia
el final de aquel ciclo ya pude volver casi a la normalidad. Lo primero que
hice fue limpiar toda la sangre y fluidos varios en la instalación de baño
adjunta a la enfermería. Las salas de seguridad cuentan con instalaciones
donde podía limpiarme la sangre y los fluidos después de una pelea o una
reparación, pero nunca había usado una destinada a humanos. Las de TIP
eran buenas, con un fluido limpiador reciclado tan parecido al agua que
costaba notar la diferencia sin un análisis químico. Se podía ajustar la
temperatura para calentarla más y olía bien. Al terminar, mi olor se parecía al
de un ser humano limpio, y eso fue muy raro.
El vello fino que me salía a trozos en distintas zonas era extraño, pero no
molestaba tanto como había previsto. Podría ser un inconveniente la próxima
vez que me pusiera un traje de piel, pero los humanos con pelo parecían
apañárselas bien con pocas quejas, por lo que supuse que yo también podría.
El cambio en el código también me había espesado las cejas, y el pelo de la
cabeza me había crecido unos centímetros. Podía notarlo y era extraño.
Fui al área de ocio de TIP y usé la cinta de andar y las otras máquinas
para ponerme a prueba y cerciorarme de que mis armas seguían funcionando
correctamente y mi puntería no estaba descentrada. (No intenté dispararlas,
pues TIP me hizo saber que pondría en marcha el sistema de protección
contra incendios).
Me miré en el espejo durante mucho tiempo.
Me dije que aún parecía una SegUnidad sin la armadura, completamente
expuesta, pero lo cierto es que tenía un aspecto más humano. Y ahora sabía
por qué no había querido hacerlo.
Me resultaría más difícil fingir que no era una persona.
• • •
Salimos del agujero de gusano en el momento previsto. En cuanto estuvimos
al alcance del anillo de tránsito, TIP extendió su cobertura y captó un paquete
de información del destino para mí, que incluía un mapa más detallado de
RaviHyral. Rotar el mapa para mirarlo desde todos los ángulos posibles no
estimuló nada en los fragmentos de mis recuerdos de aquella época. Pero
resultaba interesante que Ganaka Pit no estuviera señalizada en ninguna
parte.
Notaba a TIP en mi red, mirando de nuevo, en sentido figurado, sobre
mi hombro. Comprobé la fecha y vi que habían actualizado el mapa varias
veces desde el periodo de tiempo de mi incidente.
—Lo han sacado del mapa.
«¿Eso es lo habitual?», preguntó TIP, que solo manejaba mapas
estelares, donde quitar algo era bastante chungo.
—No sé si es habitual o no, pero tiene sentido si la aseguradora o los
clientes querían ocultar lo que pasó.
Si la aseguradora quería seguir vendiendo contratos con SegUnidades a
otras instalaciones mineras, ocultar, o al menos encubrir, el hecho de que se
habían producido muertes era importante. A lo mejor, en vez de una batalla
legal, la aseguradora había pagado los seguros enseguida con la condición de
que los clientes redujeran al mínimo los detalles sobre el incidente en los
archivos públicos. Aquello no había sido una situación como GrayCris y
DeltFall, donde había muchas partes implicadas y la aseguradora salía en
todas las noticias intentando generar compasión hacia ella.
TIP extrajo más noticias históricas al buscar Ganaka Pit y otros nombres
de instalaciones de servicio que aparecían mencionados. Al principio, varias
empresas habían mantenido derechos mineros sobre RaviHyral en diferentes
zonas del interior de la luna. Pero, en los dos últimos años del sistema, una
empresa llamada Umro había comprado algunas de las acciones, aunque
muchas empresas seguían trabajando como contratistas. No me sonaba
ningún nombre.
Tenía que averiguar dónde había estado Ganaka Pit antes de ir para allá.
Me habían transportado como cargamento y no conservaba ningún recuerdo
del viaje, tanto si lo habían borrado parcialmente como si no.
Empecé a mirar el resto del paquete de información, buscando horarios.
Debería tomar una lanzadera desde el anillo de tránsito hasta el puerto de
RaviHyral. Eso sería complicado. Bueno, todo el asunto sería complicado.
Según la información en el horario de transporte, solo las personas con una
cédula de empleo o un pase de una instalación minera o de un servicio de
apoyo tenían permitido subir a bordo de las lanzaderas. No había turismo,
nadie iba de acá para allá sin una autorización oficial emitida por las
empresas o los contratistas de la luna. Y como yo no era una persona y no
tenía una cédula de trabajo, debería abrirme paso hackeando hasta llegar a
una de las lanzaderas de suministros…
TIP seguía sacando datos de la red de la estación. «Tengo una
sugerencia», me dijo, y mostró una serie de anuncios personales. Los había
visto en las redes en Puerto LibreComercio y en el último anillo de tránsito,
pero no les había prestado atención. TIP resaltó uno: era una oferta de trabajo
para un puesto temporal como seguridad en un grupo tecnólogo con un
contrato limitado.
—¿Qué? —le pregunté a TIP. No comprendí por qué me enseñaba
aquello.
«Si este grupo te contrata, tendrías una cédula de empleo para viajar
hasta la instalación».
—Contratarme. —Había tenido más contratos de los que podía recordar
(lo digo literalmente; muchos de ellos habían transcurrido antes de que me
borraran la memoria), pero ninguno había sido voluntario. La aseguradora me
sacaba del almacén, me mostraba al cliente y luego me empacaba en la
bodega de carga—. ¿Estás mal de la cabeza?
«Mi tripulación contrata especialistas para cada viaje». TIP se sentía
impaciente porque yo no le estaba colmando de halagos por su brillante idea.
«El trámite es sencillo».
—Lo es para humanos y humanos mejorados.
Estaba haciendo tiempo. Me tocaba interactuar con humanos como si
fuera un humano mejorado. Sabía que había modificado mi configuración
justo con ese propósito, pero me había imaginado que tendría lugar desde
lejos o en espacios concurridos de un anillo de tránsito. Interactuar
significaba hablar y mantener contacto visual. Ya podía notar cómo caía mi
capacidad de rendimiento.
«Será sencillo», insistió TIP. «Yo te ayudaré».
Claro, el gigante transportebot va a ayudar a la SegUnidad híbrida a
fingir que es humana. Esto va a ir de maravilla.
• • •
En cuanto TIP atracó y los remolcadores pilotados por bots del anillo de
tránsito se pusieron a bajar los módulos de cargamento, me abrió la esclusa y
me escabullí a la zona de embarque. TIP me había dado acceso a sus
comunicaciones para que así pudiera ir en mi red por todo el anillo de
tránsito. Alegaba que podía ayudarme y, aunque yo conservaba cierto
escepticismo al respecto, al menos podría hacerme compañía. Mientras me
alejaba de la seguridad de la esclusa de TIP, bajé a un 96% de eficiencia.
Entré en los canales de entretenimiento de la estación para conseguir nuevas
descargas y así intentar tranquilizarme.
Ya había enviado un mensaje al nodo de la red social del anuncio y
había recibido una respuesta con la localización y la hora. La última vez que
había tenido que acordar una reunión con humanos, habían secuestrado a
Mensah y a mí me habían reventado. Aquello no podía ser mucho peor.
Me abrí paso hackeando por la seguridad de la zona de embarque hasta
el bulevar del anillo, una zona muy utilitaria comparada con el anillo de
tránsito anterior y Puerto LibreComercio. No había cápsulas con jardines; ni
esculturas holográficas; ni grandes pantallas con hologramas anunciando
talleres de naves, gestión de cargamentos u otras empresas; ni máquinas
expendedoras con una nueva interfaz brillante. Tampoco pasaban grandes
transportes de pasajeros ni había una gran multitud, ni de humanos ni de bots.
La idea de TIP empezaba a parecerme cada vez menos un riesgo estúpido y
más una necesidad. Camuflarme allí sería más difícil si todo el mundo solo
iba de camino hacia y desde las instalaciones de la luna. Por mi red, TIP
intervino: «Te lo dije».
La localización de la reunión era un lugar que servía comida en la zona
principal del bulevar. Estaba dentro de una gran burbuja transparente en el
segundo nivel, con vistas a las pasarelas y a los mostradores de abajo. Dentro
había múltiples niveles abiertos, con mesas y sillas, y estaba lleno a un 40%
de humanos y humanos mejorados. Mientras lo atravesaba, recibí el zumbido
ocasional de un dron, pero ningún ping. En el aire flotaban olores a comida y
el aroma acre a bebidas alcohólicas. No me molesté en intentar analizarlas ni
identificarlas; ya estaba de los nervios intentando concentrarme en parecer un
humano mejorado.
Las humanas con quienes iba a reunirme habían enviado una imagen
para que pudiera encontrarlas. Había tres, y llevaban variaciones de ropa de
trabajo, sin logos en el uniforme. Una búsqueda rápida había revelado sus
entradas en la red social del anillo de tránsito. Se habían registrado como
trabajadoras invitadas sin afiliación, pero podías registrarte como te diera la
gana porque no se comprobaba la identidad. Dos eran hembras y une era
tercera, un significante de género que se usaba en un conjunto de entidades
políticas no corporativas conocido como Clúster Divarti.
(Para dar comienzo a la reunión, tenía que entrar también en la red
social. El sistema era vulnerable en extremo a los hackeos, así que había
puesto una fecha anterior a mi entrada para parecer que había llegado en un
transporte de pasajeros previo, había indicado que trabajaba como
«especialista en seguridad» y mi género era indeterminado. TIP, haciéndose
pasar por su propio capitán, me había dado una referencia en un trabajo
previo).
Las localicé en una mesa cerca de la burbuja que daba al bulevar.
Mantenían una conversación tensa entre susurros y su lenguaje corporal
denotaba que estaban nerviosas. Mientras me acercaba, un escaneo rápido no
reveló ninguna señal de armas, solo las pequeñas fuentes de energía de las
redes de sus interfaces personales. Una tenía un implante, pero se trataba
simplemente de una herramienta de acceso a la red de bajo nivel.
Había practicado esa parte con TIP mientras nos aproximábamos al
anillo: me había grabado para que así pudiéramos criticar mi actuación. Me
dije que podía hacerlo. Me puse mi mejor semblante neutro, el que usaba
cuando se detectaba una actividad extra de descargas y el supervisor del
centro de distribución culpaba a los técnicos humanos por ello. Me acerqué a
la mesa.
—Hola —dije.
Todas se estremecieron.
—Eh, hola —dijo le tercera, recuperándose antes que las demás.
Me hice con la cámara de seguridad, porque así podía verme y
cerciorarme de que mis expresiones faciales estaban bajo control. Y resultaba
más sencillo hablar con las humanas mientras las observaba a través de las
cámaras. Era muy consciente de que aquella era una sensación
completamente falsa de distanciamiento de la situación, pero lo necesitaba.
—Habíamos concertado una reunión. Soy Edén, especialista en
seguridad.
Vale, era el nombre de un personaje de El santuario de la luna. No creo
que os haya pillado por sorpresa.
Le tercera se aclaró la garganta. Tenía el cabello morado y sus cejas
rojas destacaban contra su piel marrón oscura.
—Soy Rami y ellas son Tapan y Maro.
Se movió con nerviosismo y dio unos golpecitos a la silla vacía.
TIP, que recuperaba los datos con bastante más rapidez que yo, realizó
una búsqueda rápida y me informó de que se trataba de una invitación para
sentarse, según diversos indicios culturales humanos. Me estaba enviando la
etimología del gesto mientras me sentaba. Pensaréis que una SegUnidad a
quien han disparado hasta hacerla añicos, la han reventado, le han borrado la
memoria y que, en una ocasión, fue desmontada por accidente, no estaría al
borde de un ataque de pánico bajo esas circunstancias. Pues os equivocáis.
—Esto… —añadió Rami—. No sé por dónde empezar.
Tapan le dio un codazo, al parecer para transmitirle apoyo moral. Tapan
tenía trenzas multicolores enrolladas alrededor de la cabeza, una interfaz azul
que brillaba como una joya enganchada en la oreja y un tono de piel un poco
más oscuro que el de Rami. La piel de Maro era muy oscura, tenía nubes de
pelo plateadas y era casi tan guapa como para salir en los medios de
entretenimiento. Se me da fatal calcular las edades de los humanos porque es
una de esas cosas que me dan igual. Además, gran parte de mi experiencia
con humanos es a través del canal de entretenimiento, y esos no se parecen en
nada a los que se ven en la realidad. (Y por eso mismo no me gusta la
realidad). Pero pensé que las tres podrían ser jóvenes. Niñas no, pero aún
cercanas a la adolescencia.
Me miraron fijamente y me di cuenta de que iba a tener que echarles un
cable.
—¿Queréis contratar a alguien especialista en seguridad? —pregunté
con cautela. Eso era lo que habían publicado en la red social y, por el número
de solicitudes similares, era algo normal para grupos o individuos contratar
seguridad privada antes de ir a RaviHyral. Supongo que contratar guardias de
seguridad humanos es lo que se hace cuando alguien no se puede permitir
seguridad de verdad.
Rami parecía aliviade.
—Sí, necesitamos ayuda.
Maro echó un vistazo a su alrededor.
—A lo mejor no deberíamos hablar aquí —dijo—. ¿Podemos ir a otro
sitio?
Ya había sido bastante estresante llegar hasta ese lugar y no quería irme
a ninguna parte en ese momento. Escaneé rápidamente en busca de drones y
luego inicié un error técnico en la conexión entre el restaurante y la seguridad
del anillo de tránsito. Me apoderé de las cámaras y le mostré a TIP lo que
quería que hiciera. Se hizo cargo, me borró de las grabaciones del sistema y
cortó la cámara que vigilaba la mesa. Deshice el error en la conexión con la
seguridad principal del anillo; no notarían que faltaba la red de una cámara
durante el corto periodo de tiempo que permaneceríamos allí.
—No pasa nada —dije—. No nos están grabando.
Me observaron.
—Pero aquí hay seguridad… —dijo Rami—. ¿Has hecho algo?
—Soy especialista en seguridad —repetí. Mi nivel de pánico empezaba
a disminuir, sobre todo porque saltaba a la vista que ellas se sentían
nerviosas. Yo pongo nerviosos a los humanos porque soy un horripilante
matabot, y ellos me ponen de los nervios a mí porque son humanos. Pero
sabía que los humanos también podían sentir desconfianza y nervios entre
ellos en situaciones fuera de combate y sin adversarios y en la realidad, y no
solo como parte de una historia. Parecía que eso era lo que estaba pasando,
pero así podía fingir que mi trabajo siempre se desarrollaba de ese modo
durante una de esas ocasiones poco frecuentes cuando los clientes me pedían
consejos sobre seguridad.
Una parte de mi trabajo como SegUnidad era ofrecer consejo a los
clientes cuando lo pedían, pues yo era, en teoría, quien poseía toda la
información relativa a la seguridad. Tampoco es que muchos preguntaran o
me escucharan. Ni tampoco es que sienta rencor por ello ni nada.
Tapan parecía impresionada.
—Eres un injertado, ¿no? —Se dio unas palmaditas en la nuca para
indicar dónde estaba mi puerto de datos—. ¿Tienes implantes? ¿Un acceso
extra a la red?
«Injertado» era un término informal para referirse a un humano
mejorado; lo había oído en el canal de entretenimiento.
—Sí —dije, y entonces añadí—: Entre otras cosas.
Las cejas rojas de Rami se alzaron al entenderlo. Maro parecía
impresionada.
—No sé si podemos permitirnos… —dijo Maro—. Nuestra cuenta de
crédito es… Si podemos recuperar los datos, entonces…
—Entonces tendremos bastante dinero para pagarte —intervino Rami de
nuevo.
TIP, que parecía sentir mucho interés por la situación laboral, empezó a
buscar en las redes públicas una escala salarial para especialistas en seguridad
privada. Me recordé que estaba fingiendo no ser una SegUnidad, por lo que
plantearles preguntas no parecería algo fuera de lo normal. Decidí empezar
por la información básica.
—¿Por qué queréis contratarme?
Rami miró a las otras dos, recibió dos asentimientos a modo de
respuesta y se aclaró la garganta.
—Antes trabajábamos en RaviHyral, para Excavaciones Tlacey, una de
las contratistas más pequeñas de Umro. Hacemos investigaciones minerales y
desarrollo de tecnología.
Le tercera explicó que eran un colectivo de tecnólogos, siete más los
familiares, que viajaban de un contrato de trabajo a otro. Los demás estaban
esperando en una habitación de hotel, y Rami, Maro y Tapan habían recibido
la tarea de actuar en nombre del grupo. Suponía un alivio oír que su
experiencia minera residía en tecnología e investigación; en mis contratos
mineros, los técnicos solían estar en oficinas fuera del pozo o junto a él, y no
los veíamos a menos que se pusieran ebrios e intentaran matarse entre ellos,
lo cual era poco frecuente.
—Las condiciones de Tlacey eran geniales —añadió Tapan—, puede
que demasiado, ya me entiendes.
TIP hizo una búsqueda rápida y regresó con la opinión de que se trataba
de una forma de hablar. Le dije que ya lo sabía.
—Aceptamos el contrato porque nos daba tiempo para trabajar en
nuestras cosas —prosiguió Rami—. Queríamos desarrollar un nuevo sistema
de detección para sintéticos extraños. RaviHyral tiene muchos depósitos
identificados, así que era el lugar perfecto para investigar.
Los sintéticos extraños son elementos que dejaron civilizaciones
alienígenas. Saber diferenciar entre los sintéticos y los elementos que se dan
de forma natural y que previamente no han sido identificados es un problema
en minería. Al igual que los restos de una ocupación/civilización alienígena
descubiertos por GrayCris en mi último contrato, su desarrollo comercial
estaba prohibido. Eso era lo único que sabía, pues todos mis trabajos que
habían implicado material alienígena consistían en estar de pie vigilando a la
gente que trabajaba con esas sustancias. (TIP intentó explicármelo, pero le
dije que se lo guardara para luego. Tenía que concentrarme).
—Hacíamos buenos progresos —dijo Rami—, pero de repente
despidieron a nuestro grupo sin previo aviso y se llevaron nuestros datos…
—¡Todo nuestro trabajo! —exclamó Tapan haciendo aspavientos con
las manos—. No tenía nada que ver con nuestro contrato…
—Tlacey lo robó, básicamente —concluyó Maro— y borraron la
versión más actualizada de nuestros dispositivos. Teníamos copias de
versiones anteriores, pero hemos perdido todo nuestro trabajo reciente.
—Presentamos una queja a Umro —añadió Rami—, pero están tardando
siglos en procesarla y no sabemos si llegará a nada.
—Me parece que esto es algo que deberíais hablar con un abogado —
dije. No era nada fuera de lo normal. La aseguradora también extraía
información, pero no de una forma tan patosa u obvia como intentar eliminar
el trabajo de los dispositivos de los creadores originales. Si lo hicieran,
entonces los creadores no regresarían ni firmarían más seguros, y eso era lo
que le daba acceso a la aseguradora a lo siguiente en lo que trabajasen los
clientes.
—Nos hemos planteado lo del abogado —dijo Rami—. Aunque no
estamos en el sindicato, así que sería caro. Pero ayer Tlacey al fin respondió a
nuestra petición y dijo que podíamos recuperar los archivos si devolvemos las
primas que nos pagó. Tenemos que ir a RaviHyral para hacerlo. —Se recostó
en su silla—. Por eso queremos contratarte.
Aquello empezaba a cobrar sentido.
—No os fiáis de Tlacey.
—Solo queremos a alguien a nuestro lado —aclaró Tapan.
—Pues claro que no nos fiamos de Tlacey —replicó Maro—. Nos
fiamos cero de ella. Necesitamos seguridad por si, al llegar allí, las cosas se
ponen… delicadas. En teoría, Tlacey en persona se reunirá con nosotras y
cuenta con un séquito de guardaespaldas. No hay mucha seguridad en
general, excepto la que tiene Umro en las zonas públicas y el puerto, y eso no
es mucho.
No sabía a qué se refería exactamente con lo de «delicadas», pero todo
lo que podía imaginar sobre aquella situación no era nada halagüeño.
La aseguradora ofrecía SegUnidades para que los clientes no tuvieran
que contratar humanos para vigilarse entre ellos. Por lo que había visto en las
telenovelas, mi versión chapucera de ese trabajo seguía siendo mejor que la
desempeñada por un humano.
Aún nos estaba viendo a través de la cámara de seguridad secuestrada,
aunque no le permitía grabar. Vi que mi expresión facial estaba llena de
dudas, pero en ese caso creo que la situación lo requería.
—Esa reunión con Tlacey se podría realizar a través de un canal de
comunicación seguro —dije. La empresa también los ofrecía para fondos y
transferencias de datos.
—Ya, pero Tlacey quiere hacerlo en persona —intervino Maro, cuyo
semblante parecía más dubitativo que el mío.
—Sabemos que lo de ir no parece una idea maravillosa —admitió Rami.
Ir era una idea fabulosa si querías que te mataran. Me había esperado un
trabajo más sencillo, llevar algún mensaje o algo así. Pero aquello suponía
proteger a unas humanas que estaban decididas a hacer algo peligroso, y ese
era justo el tipo de trabajo para el que me habían diseñado. El trabajo que
había seguido haciendo más o menos, a menudo lo menos posible, incluso
después de hackear mi módulo de control. Me había acostumbrado a tener
algo útil que hacer, a cuidar de algo, aunque solo fuera con la imposición de
un contrato y con un grupo de humanos que, si tenía suerte, me tratarían
como una herramienta y no como un juguete.
Después de PreservaciónAux, había pensado en lo distinto que sería mi
trabajo como miembro real del grupo al que estaba protegiendo. Y ese era el
principal motivo por el que estaba allí.
Lo formulé como una pregunta, porque fingir que estás preguntando más
información era la mejor forma de hacer que los humanos se dieran cuenta de
que estaban cometiendo una estupidez.
—Así pues, ¿creéis que hay otra razón por la que Tlacey quiera que
hagáis este intercambio en persona además de… mataros?
Tapan hizo una mueca, como si fuera consciente de aquello pero no
quisiera pensarlo. Maro golpeó la mesa y me señaló; fue un poco alarmante,
hasta que TIP lo identificó como un gesto de consenso enérgico. Rami respiró
hondo.
—Creemos… —dijo—. No habíamos terminado, nuestro proceso estaba
incompleto, pero sentíamos tanto entusiasmo… Creemos que nos escucharon
a través de las redes de seguridad y nos oyeron hablar y se pensaron que
habíamos avanzado más de lo que en realidad llevábamos. Y por eso creo que
no podrán terminarlo. A lo mejor se han dado cuenta de que no vale mucho si
no lo acabamos nosotras.
—A lo mejor Tlacey quiere que trabajemos para ella de nuevo —dijo
Tapan con optimismo.
Lo que no dije fue: «Seguramente, antes de mataros».
Maro resopló.
—Antes prefiero vivir en una caja en el bulevar de una estación que
trabajar otra vez para ella.
En cuanto se pusieron a hablar de aquello, fue difícil que pararan. El
colectivo estaba muy dividido a la hora de decidir qué hacer y, al parecer, la
situación les resultaba dolorosa porque estaban acostumbrados a coincidir en
todo. Tapan era, según Maro, demasiado ingenua para llevar esa vida, ya que
pensaba que valía la pena intentarlo. Maro era, según Tapan, un obstáculo
cínico tanto para la diversión como para el progreso, ya que pensaba que
estaban jodidas y deberían cortar por lo sano. Rami no se había decidido, y
por eso era le líder del colectivo durante la duración de ese problema. A Rami
no parecía hacerle mucha ilusión la confianza del colectivo, pero intentaba
proceder con valor.
—Así que por eso queremos contratarte —concluyó Rami al fin—.
Creemos que sería mejor ir con alguien que pueda protegernos para que la
tripulación de Tlacey no se meta con nosotras y así demostrarle que tenemos
refuerzos mientras negociamos.
Lo que necesitaban era una aseguradora con ganas de concederles un
seguro para la reunión y para el viaje de vuelta y enviarles una SegUnidad
para garantizar su seguridad. Pero esas aseguradoras son caras y no les
interesan trabajos tan pequeños.
Me miraron llenas de preocupación. En la cámara de seguridad, desde
ese ángulo, se veía claramente lo pequeñas que eran. Parecían muy suaves
con todo ese cabello multicolor. Y nerviosas, pero no por mí.
—Acepto el trabajo —dije.
El alivio se reflejó en las caras de Rami y Tapan; Maro, que seguía sin
querer hacer nada de eso, parecía resignada.
—¿Cuánto tenemos que pagarte? —preguntó. Miraba a las demás con
mucha incertidumbre—. O sea, ¿podemos permitirnos pagarte?
TIP tenía unas cuantas hojas de cálculo listas, pero no quería asustarlas
con una cifra demasiado alta.
—¿Cuánto os pagaban antes de que os despidieran?
—Doscientos CR por ciclo para cada trabajador durante el periodo
limitado del contrato —dijo Rami.
No parecía que aquello fuera a durar más de un ciclo.
—Podéis pagarme eso.
—¿El sueldo de un ciclo según el contrato? —Rami se enderezó—. ¿En
serio?
Por su reacción, supe que había pedido muy poco, pero era demasiado
tarde para enmendar el error. Tenía que darles un motivo sobre por qué me
conformaba con una cantidad tan pequeña, así que me decanté por decirles
una verdad a medias.
—Tengo que ir a RaviHyral y necesito un contrato laboral para llegar
allí.
—¿Por qué? —preguntó Tapan, pero Rami le propinó un codazo a modo
de amonestación—. Quiero decir, sé que no tenemos ningún derecho a
preguntar, pero…
«Que no tienen derecho a preguntar». Nunca se me había aplicado nada
parecido antes de PreservaciónAux. Les dije otra verdad.
—Tengo que llevar a cabo una investigación para otra clienta.
Al igual que TIP, como entendían la idea de investigar, sobre todo si era
una investigación patentada, no hicieron más preguntas. Rami me dijo que
tenían programado partir hacia RaviHyral durante el siguiente ciclo y ter
misme pediría la cédula de empleo privado. Quedamos en reunirnos en el
bulevar cercano a la entrada de la zona de embarque de las lanzaderas, y
luego me fui. Liberé la cámara de seguridad en cuanto estuve fuera de su
alcance.
Regresé con TIP y me acurruqué en mi silla favorita y vimos episodios
durante tres horas hasta que me tranquilicé. TIP monitorizaba el canal de
alertas del anillo de tránsito por si alguien se había dado cuenta de lo que yo
era, pero no ocurrió nada.
«Te lo dije», dijo TIP. Otra vez.
No le hice caso. No me habían detectado, así que ahora tocaba pensar en
el resto del plan, que de repente incluía mantener a mis nuevas clientas con
vida.
CAPÍTULO CINCO
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El escáner del metro detectó al fin una obstrucción por delante y lanzó un
código de alarma. Yo tenía cinco episodios de distintas telenovelas, dos
comedias, un libro sobre la historia de la exploración de restos alienígenas en
el Confín Corporativo y una competición de arte múltiple de Belal Tertiary
Eleven pausados y en espera, pero en realidad estaba viendo el episodio 206
de El santuario de la luna, y eso que ya lo había visto veintisiete veces. Sí,
estaba un poquito de los nervios. Me enderecé cuando el metro empezó a
frenar.
Las luces iluminaban una línea de barreras de metal. Habían pintado en
espray señales relucientes que ahora me enviaban ráfagas de avisos a la red.
Riesgo de radiación, riesgo de desprendimiento, riesgo biológico tóxico. Hice
que se abriera la cerradura de emergencia y bajé de un salto al suelo arenoso.
Estaba escaneando en busca de señales de energía y ajusté mi vista para
poder ver más allá de la pintura brillante. Había un hueco a tres metros, una
mancha oscura contra el metal. Era pequeño, pero al menos no tenía que
dislocarme ninguna articulación para pasar retorciéndome por ahí.
Recorrí el túnel hasta la plataforma que había formado parte de la
entrada al metro para pasajeros. Más adelante había un par de puertas de unos
diez metros de altura, lo bastante grandes para que los vehículos y los
estibabots de tamaño considerable maniobraran por ahí y para que las cargas
de mineral bruto salieran. La entrada de pasajeros tenía una rejilla de
descarga aún extendida, así que la usé para subir hasta la plataforma elevada.
Una capa de polvo húmedo lo cubría todo, sin ninguna huella reciente. Los
contenedores sellados de una entrega de suministros, con los logos de varios
contratistas estampados en las cajas, aún permanecían apilados en la
plataforma. Había una máscara para respirar rota a un lado. Mis partes
humanas estaban experimentando un hormigueo frío muy incómodo. Aquel
lugar era espeluznante. Me obligué a recordar que lo más horrible que habría
pasado allí seguramente sería culpa mía.
Eso no fue de gran ayuda, vete tú a saber por qué.
No había suficiente energía para mover las puertas, aunque el cierre
manual de la puerta de pasajeros seguía funcionando. Tampoco había luces
en el pasillo, pero las paredes estaban salpicadas con las señales que emitían
luz; su propósito era guiar a todo el mundo hacia el exterior en caso de que se
produjera una avería catastrófica. Algunas ya no funcionaban con los años,
otras se estaban fundiendo. La ausencia de cualquier tipo de actividad en la
red, a excepción de la pintura de aviso, resultaba un poco inquietante. No
dejaba de pensar en el hábitat de DeltFall y me alegré de que TIP hubiera
modificado mi puerto de datos.
Seguí el pasillo hasta el pabellón central de la instalación. Era una
amplia zona abovedada donde reinaba la oscuridad, salvo por las señales
descoloridas del suelo. No había restos humanos, claro, pero sí escombros
esparcidos por el suelo, herramientas, fragmentos de plástico roto, un trozo
del brazo de un estibabot. Las entradas a los pasillos, oscuros como cuevas,
se ramificaban en todos los sentidos. No sentía que hubiera estado ahí antes,
no me sonaba nada. Identifiqué los pasillos que conducían a la mina y luego
los que llevaban a las habitaciones y a las oficinas. Por ahí estaba el almacén
de la maquinaria.
La apertura de emergencia ante apagones en las puertas selladas lo había
dejado todo abierto, pero quienes habían limpiado el sitio después las habían
cerrado, así que tuve que empujarlas. Tras pasar las estaciones de
mantenimiento para los estibabots, encontré la sala de seguridad. Entré y me
detuve en seco. En la penumbra, entre las cajas vacías para guardar armas y
los paneles del suelo que faltaban, donde antes estaba el reciclador, había
unas figuras familiares. Los cubículos seguían allí.
Había diez en total, alineados contra la pared más alejada: unas cajas
grandes, blancas y lisas, con la tenue luz de aviso brillando en sus superficies
rayadas. No sabía por qué mi rendimiento estaba disminuyendo, por qué me
costaba tanto moverme. Y luego me di cuenta de que era porque creía que las
otras SegUnidades seguían allí.
Era un pensamiento del todo irracional que habría corroborado la mala
opinión de TIP ante las habilidades mentales de los híbridos. No dejarían a
las SegUnidades en aquel sitio. Eran demasiado caras, demasiado peligrosas
para abandonarlas. Si yo no estaba allí, dentro de uno de esos cubículos,
mientras la pieza orgánica de mi cerebro soñaba y el resto de mi ser
permanecía indefenso e inerte, entonces las demás tampoco lo estaban.
Aun así, fue difícil cruzar la sala y abrir la primera puerta.
Dentro, la cama de plástico estaba vacía, y hacía tiempo que habían
cortado la electricidad. Los abrí todos, pero encontré lo mismo.
Me alejé del último. Quería enterrar el rostro en mis manos, hundirme
en el suelo y deslizarme entre mi entretenimiento, pero no lo hice. Después
de doce largos segundos, ese sentimiento tan intenso remitió.
Ni siquiera sé por qué había ido allí. Tenía que buscar dónde
almacenaban los datos, los registros que habían dejado. Comprobé los
armarios de armas para cerciorarme de que no había nada útil, como un
paquete de drones, pero estaban vacíos. Un tiroteo había llenado la pared de
cicatrices y, junto a uno de los cubículos, había un cráter por el impacto de un
proyectil explosivo. Regresé a las oficinas.
Encontré el centro de control de la instalación. Había pantallas rotas por
todas partes, sillas volcadas, interfaces hechas añicos en el suelo y un vaso de
plástico, que permanecía aún sobre una consola, intacto, como si esperara a
que alguien lo recogiera de nuevo. Los humanos no pueden trabajar por
completo en la red con múltiples datos de la misma forma que hacemos los
bots como TIP y yo. Algunos humanos mejorados tienen interfaces
implantadas que les permiten procesarlos, pero no hay muchos humanos que
quieran tantas cosas insertadas en su cerebro, vete tú a saber por qué. Por eso
necesitan esas superficies para proyectar pantallas y trabajar en grupo. Y el
almacenamiento de datos externo debería estar por alguna parte.
Elegí un puesto, enderecé una silla y saqué el pequeño kit de
herramientas que había tomado prestado del almacén de TIP y había llevado
conmigo en el gran bolsillo lateral de mis pantalones. (En la armadura no hay
bolsillos, así que punto para la ropa normal de los humanos). Necesitaba una
fuente de energía para que aquel puesto funcionara de nuevo, pero por suerte
me tenía a mí.
Usé las herramientas para abrir el puerto de uno de mis lanzadescargas
en mi antebrazo derecho. Era complicado hacerlo solo con una mano, pero
me había enfrentado a cosas peores. Usé un cable para conectarme al acceso
eléctrico de emergencia de la consola y, acto seguido, el puesto empezó a
zumbar mientras se encendía. No podía abrir la red para controlarlo
directamente, pero me estiré hacia la proyección brillante y pesqué el acceso
a las grabaciones del Sistema de Seguridad. Lo habían borrado, pero eso ya
me lo esperaba.
Empecé a buscar en el resto del almacenamiento, por si no habían sido
los técnicos de la aseguradora quienes habían borrado el Sistema de
Seguridad. La aseguradora quiere que se grabe todo: el trabajo que se realiza
en la red, las conversaciones… Todo, para así poder extraer datos. Hay
mucha información inútil que se acaba borrando, pero el Sistema de
Seguridad tiene que guardarla hasta que los bots que extraen los datos puedan
procesarla, por lo que el Sistema de Seguridad a menudo roba espacio de
almacenamiento temporal de otros sistemas que no lo estén usando.
Y allí estaban: archivos metidos en el espacio del Sistema Médico para
almacenar descargas de procedimientos no convencionales. (Si por un casual
el Sistema Médico tenía que descargar de repente un procedimiento de
emergencia para un paciente, el Sistema de Seguridad habría sacado los
archivos para ponerlos en otra parte, pero a veces no podía actuar a tiempo y
se perdían fragmentos de los datos registrados. Si eres una SegUnidad y te
caen en gracia tus clientes y quieres mantener algo que han dicho o hecho —
o que tú has dicho o hecho— alejado de la aseguradora, esta es una forma
entre muchas más de hacer que desaparezcan archivos por accidente).
El Sistema de Seguridad cambiaría los archivos justo antes del apagón.
Había mucho material, pero me salté las conversaciones al azar y la
extracción de datos hasta el final, y luego regresé hacia atrás un poco. En la
red, dos técnicos humanos habían comentado una anomalía, un código que no
parecía asociado a ningún sistema y que se había enviado desde allí mismo.
Intentaban averiguar de dónde procedía y conjeturaban, con muchas groserías
de por medio, si alguien había bombardeado la instalación con malware. Una
técnica dijo que iba a notificar a la supervisora, que tenían que aislar el
Sistema de Seguridad, y la conversación terminaba ahí, cortando una palabra.
Eso era… no lo que me esperaba. Había supuesto que un fallo en mi
módulo de control había causado una masacre para la cual la aseguradora
utilizaba el eufemismo de «incidente». Pero ¿de verdad había hecho pedazos
a otras nueve SegUnidades, más todos los bots y cualquier humano armado
que intentase detenerme? No me gustaban mis posibilidades. Si las otras
SegUnidades habían sufrido el mismo error, aquello quería decir que
provenía de una fuente externa.
Guardé la conversación en mi propio almacenamiento, comprobé los
otros sistemas por si había archivos perdidos, pero sin éxito, y me desenchufé
de la consola.
Habían desmantelado por completo la sala de seguridad. Pero también
había otros sitios donde podía mirar. Me alejé de la consola.
Cuando atravesé la otra puerta, me fijé en los puntos de impacto en la
pared de enfrente, las manchas del suelo. Alguien… Algo capaz de aguantar
un alto grado de heridas había resistido allí hasta sus últimas fuerzas para
intentar defender el centro de control. A lo mejor no todas las SegUnidades
se vieron afectadas.
En el pasillo que había junto a las habitaciones, encontré otra sala,
destinada a las ConfortUnidades.
Dentro había cuatro siluetas: no cabía duda de que eran cubículos, pero
más pequeños. Sus puertas estaban abiertas y las camas de su interior, vacías.
En una esquina había hueco para un reciclador, pero carecía de un armario
para armas y los que había eran muy distintos.
Me planté en el centro de la sala. Los cubículos para los matabots
permanecían cerrados, sin usar. Lo que significaba que ninguna de las
SegUnidades había sido dañada y que todas habían estado patrullando, de
guardia o en la sala de seguridad, seguramente quietas allí de pie fingiendo
que no se miraban las unas a las otras. Pero los cubículos de los sexbots
estaban abiertos, lo que significaba que habían estado dentro cuando ocurrió
la emergencia y se produjo el apagón. Si no hay energía, el cubículo se puede
abrir manualmente desde dentro, pero no se cerrará de nuevo.
Eso significaba que habían salido durante el «incidente».
Usé otra vez el lanzadescargas de mi brazo para darle energía al
almacenamiento de datos de emergencia del primer cubículo. No tenía ni por
asomo la energía necesaria para que todo el cacharro funcionara, pero ese
almacenamiento guarda la información de error y apagado si algo sale mal
durante una reparación. (Puedes usarlo para un montón de cosas si has
hackeado tu módulo de control, como guardar de forma temporal el
entretenimiento para que los técnicos humanos no lo encuentren). El Sistema
de Seguridad podría haberlo usado antes de la avería catastrófica.
Lo habían usado. Pero fueron las ConfortUnidades, para descargar sus
datos durante el incidente.
Estaba fragmentado y costó juntarlo, hasta que me di cuenta de que las
ConfortUnidades habían estado comunicándose entre ellas.
Me quedé allí cinco horas y veintitrés minutos, reuniendo fragmentos de
datos.
Se había producido una descarga de código procedente de otra
instalación minera; iba dirigida a las ConfortUnidades, ya que al parecer se
trataba de un parche comprado por un tercer proveedor de ConfortUnidades.
Estas lo habían marcado como un procedimiento no estándar que necesitaba
revisión por parte del Sistema de Seguridad y el analista de sistemas humano,
pero los técnicos que lo habían descargado les ordenaron que lo aplicaran.
Resultó ser un malware bien escondido. No afectó a las ConfortUnidades,
sino que usó sus redes para saltar al Sistema de Seguridad e infectarlo. Este
había infectado a las SegUnidades, a los bots y a los drones, y todo lo que
pudiera moverse de forma independiente en la instalación se había
descontrolado.
Entre tanto correr y tanto disparar y los humanos gritando de fondo, las
ConfortUnidades se las habían apañado para analizar el malware y descubrir
que se suponía que debía saltar de ellas hasta los estibabots para apagarlos.
Aquello interrumpiría el funcionamiento de forma que otras instalaciones
mineras podrían llevar antes sus cargamentos al carguero. Había sido un
intento de sabotaje, no una matanza. Pero la matanza era lo que había
ocurrido.
Los humanos pudieron lanzar una alerta al puerto, pero era obvio que la
ayuda no llegaría a tiempo. Las ConfortUnidades se fijaron en que las
SegUnidades no actuaban en sincronía y se atacaban entre ellas, mientras que
los bots se estrellaban al azar contra cualquier cosa que se moviera. Las
ConfortUnidades habían decidido que recuperar la versión de fábrica del
Sistema de Seguridad a través de su interfaz manual era la mejor opción.
Las ConfortUnidades son más potentes físicamente que un humano,
pero no que una SegUnidad o un bot. No tienen armas incorporadas y,
aunque pueden agarrar un lanzaproyectiles o lanzadescargas y usarlo,
carecían de módulos de educación sobre cómo funcionaban las armas. Podían
tomar una, intentar apuntar, apretar el gatillo y confiar en que la seguridad no
se viera comprometida.
Una a una, las descargas de archivos se habían detenido. Una
ConfortUnidad había señalado que intentaría alejar la atención de una
SegUnidad de las demás, y tres le enviaron su confirmación. Una había oído
los gritos del centro de control y se desvió hacia allí para intentar salvar a los
humanos atrapados dentro, y dos le enviaron su confirmación. Una se había
quedado en la entrada de un pasillo para intentar ganar tiempo y alcanzar el
Sistema de Seguridad, y una le envió su confirmación. Una informó que
había llegado al Sistema de Seguridad, y entonces nada.
Capté un aviso de baja energía de mi propio sistema y me di cuenta de
que había pasado mucho tiempo allí. Me desenchufé del cubículo y salí de la
sala. Tropecé con el marco de la puerta y la pared.
Tenía que haber algún acuerdo extraoficial. Quizás la instalación que
había proporcionado el malware había pagado los daños y los seguros, pero
habría sido tal cantidad de dinero que poco después la instalación habría
interrumpido y suspendido su funcionamiento. A lo mejor la empresa creía
que aquel ya era castigo suficiente.
Regresé al metro, escalé hasta su interior y empecé un ciclo de recarga.
En cuanto alcancé la capacidad suficiente, volví al episodio 206 de El
santuario de la luna.
• • •
El metro se quedó sin energía y murió a poca distancia de la entrada, pero por
suerte yo volvía a estar al 97% de capacidad para entonces. Salí y recorrí el
resto del camino corriendo. Correr no me cansa de la misma forma que cansa
a un humano, pero alcancé la puerta sellada cincuenta y ocho minutos más
tarde de lo que me habría costado en metro.
Había sido un ciclo largo de mierda y quería que se acabase ya. Mis
ganas de bajar a aquella mina eran solo ligeramente menores que el
entusiasmo que sentí la primera vez que estuve aquí.
Había atravesado la barrera de seguridad y estaba recorriendo el túnel
cuando la red me alcanzó de nuevo. Le di unos golpecitos a TIP para que
supiera que estaba de vuelta.
«Tenemos un problema», dijo.
CAPÍTULO SIETE
• • •
Tapan tenía una tarjeta monetaria del anillo de tránsito que no estaba
vinculada a ninguna cuenta de RaviHyral, por lo que no podían rastrearla. O
al menos eso era lo que ella creía y yo esperaba que tuviera razón. Nunca me
habían dado ningún módulo educativo sobre sistemas financieros, y como de
todas formas nuestros módulos son una mierda, no sé si habría servido de
algo. TIP hizo una búsqueda por mí y los resultados eran dispares. Las
tarjetas monetarias podían rastrearse, pero en general solo por entidades
políticas no corporativas o entidades corporativas. Decidí que en principio no
pasaba nada por usarla. Si el mensaje no era una trampa, Tlacey creería que
mis clientas ya estaban de vuelta en el anillo de tránsito. Si era una trampa,
creería que podían atraparnos cuando entrásemos para la reunión, así que no
tenía sentido buscarnos antes.
Tapan usó la tarjeta para pagar una habitación temporal en un bloque
junto al puerto. Mientras pasaba la tarjeta por el quiosco y nos asignaban una
habitación, me quedé detrás de ella y vigilé la zona. Las habitaciones
temporales estaban en un laberinto estrecho de pasillos, tan distintas del hotel
principal como TIP de un carguero. No había ningún Sistema de Seguridad
que controlar y solo una cámara en la entrada. Nos eliminé de su memoria,
pero aún me sentía como si alguien nos (o me) observara en algún momento.
Puede que solo fuera la paranoia intrínseca de una SegUnidad fugitiva.
Tapan nos condujo hasta nuestra habitación. Había otros humanos
merodeando por los pasillos mal iluminados, y algunos parecían con ganas de
acercarse a ella, pero entonces me veían y cambiaban de opinión. Yo era más
grande que ellos y, sin cámaras, me resultaba complicado controlar mi
expresión.
«Dile a la humana que no toque ninguna superficie. Puede que haya
portadores de enfermedades», dijo TIP.
De camino allí, había compartido la grabación de mis hallazgos en
Ganaka Pit. «Esto son buenas noticias. No fue culpa tuya», dijo TIP. Estaba
de acuerdo, más o menos. Había esperado sentirme mejor sobre ese asunto.
Pero en general me sentía fatal.
Cuando entramos en la habitación y cerramos la puerta, vi que los
hombros de Tapan se relajaban y ella respiraba hondo. La habitación solo era
un recuadro con colchonetas guardadas en un armario para sentarse o dormir
y una pequeña pantalla. Sin cámaras, sin vigilancia auditiva. Adjunto había
un baño diminuto, con un recogedor de desperdicios y una ducha. Al menos
tenía una puerta. Me tocaría fingir que lo usaba al menos un par de veces. Sí,
aquello sería el colmo de todo lo bien que me lo estaba pasando hoy. Creé un
horario y establecí una alarma para acordarme.
Tapan dejó su bolsa en el suelo y me hizo frente.
—Sé que te has cabreado.
Intenté moderar mi expresión.
—No me he cabreado.
Sentía furia. Creía que mis clientas estaban a salvo y yo era libre para
preocuparme de mis propios problemas, pero ahora tenía a una humana
diminuta que cuidar y a quien no podía abandonar por nada del mundo.
Asintió y se apartó las trenzas.
—Lo sé… O sea… Estoy segura de que Rami y Maro están furiosas.
Pero tampoco es como si no estuviera asustada, así que bien.
En mi red, TIP dijo: «¿Qué?».
«No tengo ni idea», le dije.
—¿Y eso es bueno? —le pregunté a Tapan.
—En la guardería, nuestras madres siempre decían que el miedo es una
condición artificial. Se impone desde fuera. Así que es posible pelear contra
él. Debes hacer las cosas que temes.
Si un bot con un cerebro del tamaño de un transporte podía poner los
ojos en blanco, eso era lo que TIP hizo.
—Ese no es el propósito del miedo —dije. No nos daban módulos
educativos sobre evolución humana, pero lo había mirado en las bases de
datos del Sistema Central a las que había tenido acceso, con la intención de
averiguar qué carajo les pasaba a los humanos. No había servido de nada.
—Lo sé —respondió—. Se supone que debe ser una inspiración. —Miró
a su alrededor y fue al armario de las colchonetas para sentarse. Las sacó, las
olió con recelo y luego tomó una cápsula de aerosol del bolsillo de su
mochila y las roció—. Se me ha olvidado preguntar, pero ¿has tenido ocasión
de mirar lo que querías investigar aquí?
—Sí. No ha sido… concluyente. —Había sido más que concluyente,
solo que no había tenido el puto efecto revelador que yo, imbécil de mí,
esperaba. La ayudé a sacar el resto de colchonetas.
Las colocamos en el suelo y nos sentamos. Tapan me miró y se mordió
el labio.
—Tienes muchos implantes, ¿no? O sea… Un montón. Más de lo que
alguien elegiría de forma voluntaria.
No era una pregunta.
—Esto… sí —dije.
Ella asintió.
—¿Fue un accidente?
Me di cuenta de que me estaba abrazando y me inclinaba hacia delante,
como si quisiera ponerme en posición fetal. No sé por qué aquello me
resultaba tan estresante. Tapan no me tenía miedo. Yo no tenía ninguna razón
para temerla a ella. Quizá era por estar allí de nuevo, por ver Ganaka Pit otra
vez. Alguna parte de mis sistemas orgánicos recordaba lo que había ocurrido.
Por la red, TIP puso la banda sonora de El santuario de la luna y, fue raro,
pero ayudó.
—Me vi en medio de una explosión. No me quedan muchas partes
humanas, en realidad.
Ambas declaraciones son ciertas.
Tapan se agitó un poco, como si no supiera qué decir, y entonces asintió
de nuevo.
—Siento haberte metido en esto. Sé que sabes lo que estás haciendo,
pero… Tenía que intentarlo, tenía que ver si ese tipo tiene de verdad nuestros
archivos. Solo esta vez, y luego regresaré al anillo de tránsito.
En mi red, TIP apagó la banda sonora para decir: «Los jóvenes humanos
pueden ser impulsivos. El truco está en hacer que se queden el tiempo
suficiente para que se conviertan en humanos viejos. Eso es lo que mi
tripulación me dice, y mis propias observaciones parecen corroborarlo».
No podía discutir con la sabiduría dispensada por la tripulación ausente
de TIP. Recordé que los humanos tienen necesidades.
—¿Has comido? —le pregunté a Tapan.
Había comprado algunos paquetes de comida con la tarjeta monetaria y
los había guardado en su mochila. Me ofreció uno y le dije que mis implantes
me exigían llevar una dieta especial y aún no era mi hora de comer. Aceptó
aquello de buena gana. Al parecer, a los humanos no les gusta hablar de las
heridas catastróficas producidas en los sistemas digestivos, así que no
necesité ninguno de los detalles de apoyo que TIP acababa de buscar por mí.
Le pregunté a Tapan si quería ver algo de entretenimiento y me respondió
que sí, por lo que envié algunos archivos a la pantalla de la habitación y
vimos los tres primeros episodios de Saltamundos. A TIP aquello le
complació; estaba sentado en mi red y comparaba las reacciones de Tapan
con las mías.
Cuando Tapan dijo que quería intentar dormir, apagué la pantalla. Se
acurrucó en su colchoneta, yo me tumbé en la mía y seguí viendo la
telenovela por la red con TIP.
Dos horas y cuarenta y tres minutos más tarde, recibí un ping justo
detrás de la puerta.
Me enderecé con tanta brusquedad que Tapan se despertó con un
sobresalto. Le indiqué por señas que permaneciera en silencio y se hundió de
nuevo en la colchoneta, enrollándose alrededor de su mochila, con cara de
preocupación. Me levanté y fui hacia la puerta, escuchando. No podía oír
ninguna respiración, pero hubo un cambio en el ruido de fondo que me
advirtió de que había algo sólido al otro lado de la puerta de metal. Con
cuidado, escaneé una zona reducida.
Sí, había algo ahí fuera, pero ni rastro de armas. Comprobé el ping y vi
que tenía la misma firma que el ping que había captado en la zona pública
durante la reunión con Tlacey.
El sexbot estaba de pie al otro lado de la puerta.
Era imposible que me hubiera seguido todo este tiempo. A lo mejor me
había vigilado por las cámaras de seguridad, siguiéndome de forma
esporádica a través del puerto cuando estuve dentro de sus límites. No era un
pensamiento tranquilizador.
Tenía que pertenecer a Tlacey. Si me había estado observando, no habría
visto la salida inesperada de Tapan de la lanzadera privada, pero la habría
visto de nuevo cuando nos reunimos en el hotel principal o de camino hacia
aquí. Joder.
Pero ahora yo lo sabía. Si no me hubiera enviado el ping, no me habría
dado cuenta de lo que hacía. «¿Por qué está aquí?», le pregunté a TIP.
«Deduzco que esa es una pregunta retórica», respondió.
Solo había una forma de averiguarlo. Le mandé una confirmación de su
ping.
Los segundos se alargaron. Y entonces el sexbot conectó con mi red. Iba
con cautela y su conexión era casi vacilante. «Sé lo que eres. ¿Quién te
envía?», dijo.
«Estoy en un contrato con un individuo privado. ¿Por qué te comunicas
conmigo?».
Las SegUnidades que comparten un contrato no hablan, ni verbalmente
ni por la red, a menos que tengan que hacerlo para cumplir con su deber.
Comunicarse con unidades de distintos contratos debe llevarse a cabo
mediante el control del Sistema Central. Y, de todas formas, las SegUnidades
no interactúan con las ConfortUnidades. ¿Podría ser un sexbot
descontrolado? Si lo era, ¿por qué estaba en RaviHyral? No me entraba en la
cabeza por qué alguien se quedaría aquí por voluntad propia, ni siquiera los
humanos. No, lo que tenía más sentido era que Tlacey tuviera su contrato y
había enviado a la ConfortUnidad para matar a Tapan.
Si intentaba atacar a mi clienta, yo la haría pedazos.
Tapan se sentó en la colchoneta y me observó con preocupación.
—¿Qué pasa? —articuló.
Abrí un canal seguro con ella y le dije: «Hay alguien fuera en la puerta.
No sé por qué».
Eso era una verdad a medias. No quería decirle a Tapan qué era, ya que
aquello en principio me llevaría a contarle directamente qué era yo, y eso era
algo que no quería hacer. Aunque si destruía a la ConfortUnidad delante de
ella, luego tendría un montón de cosas que explicar.
«Eres tú», dijo el sexbot, y me envió una copia de una noticia pública.
Provenía de la Estación, de Puerto LibreComercio. En esa ocasión, el
titular rezaba: «Las autoridades admiten que hay una SegUnidad sin
vigilancia en paraje desconocido».
«Oh, oh», dijo TIP.
Cerré el reportaje por reflejo, como si así pudiera hacer que no existiera.
Al cabo de tres segundos de conmoción, me obligué a abrirlo de nuevo.
Cuando dicen «sin vigilancia» refiriéndose a una SegUnidad
descontrolada lo que pretenden es que los humanos escuchen y no se pongan
a gritar directamente. Aquello quería decir que los miembros de
PreservaciónAux y yo ya no éramos los únicos que sabíamos de la existencia
de mi módulo de control hackeado. Estarían en la fase en la que todas las
personas de los dos equipos de exploración que habían sobrevivido estaban
siendo interrogadas y tendrían que dar alguna garantía para reafirmar que
decían la verdad.
Así pues, la aseguradora sabía que me había hackeado el módulo de
control. Aquello era acojonante, aunque ya me lo había esperado. Por esa
razón, entre otras, Mensah se había asegurado de sacarme del inventario y del
centro de distribución en cuanto salí del modo de reparación y
reconstrucción.
Esperarlo y que ocurriera de verdad eran dos cosas diferentes, algo que
aprendí la primera vez que me hicieron picadillos de un disparo.
Ojeé el reportaje con miedo y luego lo leí de nuevo, con atención. Los
abogados de varias partes, durante ese enfrentamiento legal y civil, habían
pedido a Preservación que trajeran a esa SegUnidad que había grabado todas
las pruebas condenatorias contra GrayCris. Aquello era extraño. Las
SegUnidades no pueden testificar en los juicios. Aceptan nuestras
grabaciones, igual que las de los drones, las cámaras de seguridad o cualquier
dispositivo inerte, pero se supone que no tenemos opiniones ni perspectiva de
lo que grabamos.
Después de algún tira y afloja, el abogado de Mensah había admitido
que ella me había perdido la pista. Sus palabras fueron: «Liberé a la
SegUnidad en libertad bajo palabra, pues según la ley de Preservación, los
híbridos son sentientes legales», pero los periodistas tampoco se habían
dejado engañar por aquello. En la barra lateral aparecían muchos enlaces
adjuntos sobre híbridos, sobre SegUnidades, sobre SegUnidades
descontroladas. No se mencionaba que esa unidad en particular tuvo en el
pasado un problemilla y que mató a sus clientes, que en teoría estaban bajo su
protección, pero sospechaba que la aseguradora ya había eliminado cualquier
expediente sobre Ganaka Pit para que no pudiera presentarse por mandato
judicial.
—¿Estás hablando con esa persona? —susurró Tapan.
—Sí —respondí. Al sexbot le dije: «Es un reportaje interesante, pero no
tiene nada que ver conmigo».
«Eres tú, ¿quién te envía?».
«Es un reportaje sobre una SegUnidad descontrolada y peligrosa. Nadie
la enviaría a ninguna parte».
«No te lo pregunto porque quiera denunciarte. No se lo diré a nadie. Lo
pregunto porque… ¿Ningún humano te controla? ¿Eres libre?».
Notaba a TIP en mi red, extendiéndose con cuidado hacia el sexbot.
«Tengo una clienta», le dije. Tenía que distraerlo si TIP iba a intentar
conseguir algo de información. Aunque era un sexbot, seguía siendo un
híbrido, un contrincante muy diferente a un pilotobot. «¿Quién te ha enviado
aquí? ¿Ha sido Tlacey?».
«Sí. Es mi clienta».
Una ConfortUnidad, no como una SegUnidad. Enviar a una
ConfortUnidad a esa situación era irresponsable desde un punto de vista
moral y una clara violación del contrato. Supongo que el sexbot lo sabía.
«La ConfortUnidad no está descontrolada. Su módulo de control
funciona. Es probable que diga la verdad», me informó TIP.
«¿Puedes hackearla desde aquí?», le pregunté.
Hubo una pausa de medio segundo mientras TIP consideraba la idea.
«No, no puedo garantizar la conexión desde aquí. Podría detenerme cerrando
su red», respondió.
«Tu clienta quiere matar a mi clienta», le dije al sexbot.
No respondió.
«Le has hablado a Tlacey de mí». Me habría reconocido durante ese
primer encuentro. No lo había sabido a ciencia cierta, pero ver el daño que yo
había infligido a los tres humanos que envió Tlacey fue la única confirmación
que necesitaba. Me hervía la sangre, pero mantuve la sensación fuera de la
red. Como le dije a TIP, los bots y los híbridos no pueden confiar unos en
otros, así que no sé por qué me cabreaba tanto. Ya me gustaría a mí que, por
ser una unidad híbrida, me comportara de forma menos irracional que un ser
humano medio, pero habréis notado que ese no es el caso. «Tu clienta ha
enviado a una ConfortUnidad a hacer el trabajo de una SegUnidad», le dije.
«Ella no sabía que necesitaba a una SegUnidad hasta hoy», replicó. «Le
he dicho que eres una SegUnidad. No le he dicho que estás descontrolada».
Me pregunté si debía creérmelo. Y me pregunté si la ConfortUnidad
había intentado explicarle a Tlacey lo imposible que era esa misión. «¿Qué
propones que hagamos?».
Hubo una pausa. Una larga, de cinco segundos. «Podríamos matarlos».
Bueno, aquel era un enfoque inusual a su dilema. «¿A quién? ¿A
Tlacey?».
«A todos. A los humanos de aquí».
Me apoyé en la pared. Habría puesto los ojos en blanco si fuera un ser
humano. Creo que, de serlo, habría sido tan imbécil como para creer que esa
era una buena idea.
También me pregunté si sabía mucho más sobre mí que lo poco que
aparecía en la noticia.
Al percibir mi reacción, TIP dijo: «¿Qué quiere?».
«Matar a todos los humanos», respondí.
Noté cómo TIP se aferraba metafóricamente a su función. Si no había
humanos, no habría tripulación que proteger ni ninguna razón para investigar
y llenar sus bases de datos. «Eso es irracional», dijo.
«Lo sé», respondí. «Si los humanos mueren, ¿quién hará el
entretenimiento?». Era tan indignante que sonaba a algo que podría decir un
humano.
Oh.
«¿Así es como Tlacey cree que los híbridos hablamos entre nosotros?»,
le dije a la ConfortUnidad.
Hubo otra pausa, esta vez de solo dos segundos. «Sí», y entonces:
«Tlacey cree que te has quedado aquí para robar los archivos del grupo de
tecnólogos. ¿Qué has estado haciendo tanto rato en la zona donde está la red
bloqueada?».
«Me escondía». Lo sé, no era mi mejor mentira. «¿Sabe Tlacey que
quieres matarla?». Porque eso de «matar a todos los humanos» podía
provenir de Tlacey, pero la intensidad subyacente era auténtica, y no creía
que estuviera dirigida a todos los humanos.
«Lo sabe», respondió. «No le he dicho lo de tu clienta, cree que todas se
fueron en la lanzadera. Solo quería que te siguiera a ti».
Un paquete de código llegó a través de la red. No se puede infectar a un
híbrido con malware así como así, no sin enviarlo a través de un Sistema
Central o de seguridad. Y en ese caso tendría que aplicarlo y, sin órdenes
directas ni un módulo de control en funcionamiento, era imposible que me
obligara a hacerlo. Un código solo se me puede aplicar sin mi colaboración a
través de un módulo predominante de combate en mi puerto de datos.
Podría ser un killware, pero yo no era un simple pilotobot y lo único que
conseguiría era cabrearme una barbaridad. A lo mejor hasta el punto de
arrancar la puerta de la pared y decapitar a la ConfortUnidad.
Podía borrar el paquete y ya, pero quería ver lo que era para así saber
cuánto debía cabrearme. Era lo bastante pequeño para que lo manejara una
interfaz humana, así que se lo envié en un aparte a Tapan.
—Aíslame eso. No lo abras aún —dije en voz alta.
Envió una confirmación a través de la red y guardó el paquete en su
almacenamiento temporal. Una cosa buena del killware y el malware es que
no pueden afectar de ningún modo a los humanos o a los humanos
mejorados.
El sexbot no había dicho nada más y le envié un ping justo a tiempo para
notar cómo retiraba su red. Se alejaba por el pasillo.
Esperé hasta asegurarme y entonces me aparté de la puerta. No me
decidía entre quedarme allí o acercarme a Tapan. Ahora que sabía que algo
hackeaba las cámaras de seguridad para vigilarme, podía aplicar tácticas
defensivas. Debería haber hecho eso desde el principio, pero os habréis fijado
en que para ser un matabot aterrador la cago bastante a menudo.
—Se ha ido —le dije a Tapan—. ¿Puedes comprobar ese paquete de
código por mí?
Adquirió esa mirada hacia el interior que ponían los humanos cuando se
metían en lo más hondo de la red.
—Es malware —dijo al cabo de un minuto—. Bastante estándar… A lo
mejor creían que llegaría a tus implantes, pero eso es un poco amateur para
Tlacey. Espera. Hay una cadena de texto adjunta en el código.
TIP y yo aguardamos. La cara de Tapan hizo algo complicado, hasta que
reflejó preocupación.
—Qué raro.
Se giró hacia la pantalla e hizo ese gesto totalmente innecesario que
algunos humanos no pueden evitar hacer cuando envían algo desde su red
para enseñarlo.
Era la cadena de texto, tres palabras. «Ayúdame, por favor».
• • •
Nos trasladamos a una habitación distinta, cerca de una salida de emergencia,
en otra sección del albergue. El sexbot estaría pendiente por si hackeaba algo,
así que quité la placa de acceso, rompí manualmente el cerrojo y reemplacé la
placa de nuevo mientras Tapan vigilaba el pasillo. En cuanto estuvimos
dentro, le conté a Tapan algo de lo que había dicho la ConfortUnidad, sobre
todo la parte en la que afirmaba que Tlacey no sabía que Tapan estaba allí.
(No le conté que nos había visitado un sexbot, porque Tlacey había
averiguado qué era yo y no quería malgastar más guardaespaldas humanos
conmigo).
—Pero no sabemos si es cierto o si ese operativo le contará a Tlacey que
estás ahora aquí.
Tapan parecía desconcertada.
—Pero ¿por qué te lo ha dicho?
Esa era una buena pregunta.
—No lo sé. No le cae bien Tlacey, pero puede que esa no sea la única
razón.
Tapan se mordió el labio, pensando.
—Creo que aún debería intentar ir a la reunión. Es dentro de cuatro
horas.
Me he acostumbrado a que los humanos quieran hacer cosas que pueden
matarlos. A lo mejor me he acostumbrado demasiado. Sabía que debíamos
irnos enseguida. Pero necesitaba tiempo para hackear los sistemas de
seguridad y burlar al sexbot. Cuando terminé, me pareció mal no esperar el
poco tiempo que quedaba para la reunión, y Tapan estaba bastante segura de
que Tlacey no sabía nada al respecto. Bastante segura.
Había muchas probabilidades de que fuera una trampa.
Tenía que pensar. Le dije a Tapan que iba a dormir un rato y me tumbé
de lado en mi zona de la colchoneta. Mi ciclo de recarga no es obvio, pero no
se parece a un humano durmiendo, así que lo que pensaba hacer en realidad
era ver algo de entretenimiento de fondo por la red mientras trabajaba en mis
tácticas defensivas y repasaba un viejo módulo sobre evaluación de riesgos.
Treinta y dos minutos después, percibí movimiento. Creía que Tapan se
estaba levantando para ir a la instalación del baño, pero entonces colocó las
colchonetas detrás de mí, sin tocarme la espalda. Había establecido que mi
respiración sonara profunda y regular, como un ser humano durmiendo, con
las variaciones azarosas y ocasionales para añadir verosimilitud, así que no se
notó que me había quedado de piedra allí mismo.
Nunca antes ningún humano me había tocado, o casi tocado, de esa
forma, y resultaba muy, muy raro.
«Tranquilízate», dijo TIP, sin ser de ayuda para nada.
Estaba tan inmóvil por la conmoción que no podía responder. Tres
segundos después, TIP añadió: «Está asustada. Tú eres una presencia
reconfortante».
La conmoción era tal que seguía sin poder responderle a TIP, pero
aumenté mi temperatura corporal. Durante las dos horas siguientes, Tapan
bostezó dos veces, respiró profundamente y roncó de vez en cuando. Cuando
se acabó el tiempo, alteré mi respiración, me moví un poco y ella de
inmediato se apartó de mi colchoneta y se colocó en la suya.
Para entonces ya tenía un plan, más o menos.
• • •
• • •
De camino al muelle, comprobé el horario. La lanzadera figuraba como «con
retraso».
Mientras llegaba a la zona de embarque, estaba revisando la grabación
de seguridad desde que Tapan había subido a bordo. A través de mis ojos vi
que el sexbot se acercaba por el extremo más alejado de la pasarela.
Había llegado al punto de la grabación en el que dos humanos con una
identificación de autoridad portuaria habían detenido la salida de la lanzadera
y sacado a Tapan. TIP se deslizó fuera del transporte para regresar a mi red.
«Esto sería más fácil si tuviera drones armados», dijo.
—¿Dónde está? —dije cuando la ConfortUnidad me alcanzó.
—En la lanzadera privada de Tlacey. Te llevaré hasta allí.
Seguí al sexbot por la pasarela, luego bajamos una rampa que se dividía
hacia los muelles privados. «¿Por qué te quiere mostrar dónde está tu
humana?», preguntó TIP.
«Porque Tlacey no quiere a Tapan. Me quiere a mí», respondí.
TIP guardó silencio mientras pasábamos junto a los espacios privados
para las lanzaderas y nos encaminábamos hacia una sección más grande y
cara. Y entonces dijo: «Recupera a tu humana y haz que Tlacey se arrepienta
de esto».
Nos detuvimos delante de la entrada a una escotilla. No había nadie
fuera y gran parte de la actividad se concentraba en el otro extremo de los
muelles. El sexbot se dio la vuelta para mirarme.
Abrió la mano y reconocí el objeto diminuto. Era un módulo
predominante de combate.
—No te dejarán subir a bordo a menos que me permitas instalarte esto.
«Ah», dijo TIP en mi red.
Nos querían en la lanzadera para que pudiéramos disponer de los
cadáveres. O del cadáver de Tapan. A mí, claro está, querían preservarme.
Un módulo predominante de combate contiene código que dominaría mi
sistema, imponiéndose sobre el módulo de control y los protocolos de fábrica
de la aseguradora, para ponerme bajo el control directo mediante voz o red de
la persona a la que el módulo designara. Así fue como GrayCris controló las
SegUnidades de DeltFall e intentó controlarme a mí.
—Si lo acepto, ¿liberarán a mi clienta? —pregunté.
«Sabes que no lo harán», susurró por la red el sexbot.
—Sí —dijo en voz alta.
Me di la vuelta y dejé que insertara el módulo en mi puerto de datos. (El
mismo puerto de datos que TIP había desconectado cuando alteró mi
configuración. Al tener el módulo de control hackeado, esa era la única forma
que quedaba de que alguien impusiera su control sobre mí, por lo que
desactivarlo fue prioritario).
Cuando el módulo encajó con un clic, sufrí un momento de miedo puro
e irracional. TIP captaría mi sentimiento, porque dijo: «Mi Sistema Médico
no comete errores, por favor». No ocurrió nada y, a través de la cámara de
seguridad que controlaba, vi que me las había apañado para evitar que el
alivio se reflejara en mi rostro.
La expresión del sexbot era la estándar neutral de una unidad. Entró en
la lanzadera. Había un humano junto a la esclusa, armado; sus ojos pasaban
nerviosos entre la ConfortUnidad y yo.
—¿Está bajo control? —preguntó.
—Sí —respondió el sexbot.
El hombre dio un paso atrás y su mandíbula se movió mientras hablaba
por la red. No podía hackear nada sin que la ConfortUnidad se enterase, así
que aguardé. Mantuve mi rostro en blanco. No tenía ninguna forma de saber
qué era lo que el módulo predominante de combate quería que hiciera, pero
suponía que me pondría bajo el control de Tlacey. Sospechaba que los
humanos y el sexbot desconocían cuál sería el efecto exterior.
En cuanto atravesamos la esclusa, giró hasta cerrarse y un aviso de
despegue atravesó la red y acabó con un pitido audible por el sistema de
comunicación. Tlacey habría sobornado a alguien para tener pista libre de
inmediato, porque se produjo un sonido hueco cuando la esclusa se soltó y
acto seguido la lanzadera se deslizó fuera de su sitio.
«Te vigilo por mi escáner», dijo TIP.
El humano nos guio por la lanzadera. Era un modelo grande; el pasillo
de entrada pasaba por escotillas, cabinas y la sección de ingeniería hasta
acabar en un gran compartimento. Había un banco acolchado contra las
paredes y sillas de aceleración en la parte delantera, cerca de la escotilla que
desembocaría en la parte delantera de la nave. Había seis humanos
desconocidos en la sala, cuatro armados y dos miembros de la tripulación
desarmados. Uno de los que iba armado sujetaba a Tapan por el hombro y
apuntaba un lanzaproyectiles a su cabeza.
Tlacey se levantó de una silla y me examinó con una sonrisa.
—Lleva a la pequeña Tapan a la cabina —dijo—. Luego hablaré con
ella sobre su trabajo.
Los ojos de Tapan se abrieron de par en par por el miedo. Mantuve mi
rostro en blanco.
—¡Edén, lo siento! ¡Lo siento…! —intentó decir, pero el guardia la
arrastró por otra escotilla y la sacó al pasillo. No reaccioné porque quería
mantenerla fuera de la línea de tiro. Presté atención hasta que oí que se
cerraba la escotilla y luego me centré en Tlacey.
Se acercó a mí, con aire pensativo. Supongo que la sonrisa triunfal se la
había dedicado a Tapan. Los otros dos humanos desarmados me observaban
con una curiosidad nerviosa, aunque los guardias armados parecían
cautelosos.
—¿En serio crees que es una de las unidades del accidente de Ganaka
Pit? —le preguntó Tlacey al sexbot.
La ConfortUnidad empezó a responder, pero yo intervine.
—Pero sabemos que eso no fue un accidente, ¿verdad?
Ya tenía toda su atención.
Me mantuve con la vista al frente, como una buena SegUnidad aún bajo
el control del módulo predominante de combate. Tlacey me observó y luego
entrecerró los ojos.
—¿Con quién estoy hablando?
Aquello fue hasta casi divertido.
—¿Te crees que soy una marioneta? Ya sabes que no funcionamos así.
Tlacey empezaba a acojonarse.
—¿Quién te envía?
Bajé la cabeza para encontrarme con su mirada.
—He venido a por mi clienta.
La mandíbula de Tlacey se movió al dar una orden por la red y el sexbot
empezó a colocarse de lado en posición de combate.
«La lanzadera ha salido del puerto y se mueve hacia una órbita alrededor
de la luna. ¿Tienes un momento para dejarme entrar?», preguntó TIP.
«Date prisa», dije, y le dejé entrar. Experimenté esa sensación de nuevo,
como si tuviera la cabeza debajo del agua, cuando TIP me incapacitó
temporalmente para usarme como puente y alcanzar el bot que controlaba la
lanzadera.
Fue rápido, pero el sexbot tuvo tiempo de golpearme en la mandíbula.
Tlacey se lo habría ordenado, porque las unidades no se atacan entre ellas de
ese modo. Dolió, pero de tal forma que solo consiguió cabrearme. Cuando no
reaccioné de inmediato, Tlacey se relajó y sonrió.
—Me gustan los bots bocazas. Esto va a ser interesante…
TIP estaba en los sistemas de la nave y yo me había despejado. Agarré el
brazo del sexbot y lo lancé al otro lado de la habitación, hacia los tres
guardias armados. Uno cayó, otro se tambaleó sobre una silla, el tercero
empezó a alzar el arma. Aparté a Tlacey de mi camino y pisé al sexbot al
pasarle por encima, con lo que se derrumbó de nuevo. Agarré la boca del
lanzadescargas y la alcé justo cuando el hombre disparó. La descarga golpeó
el techo curvo. Le arranqué el arma de la mano, dislocándole el hombro y al
menos tres dedos en el proceso, y le estampé la cabeza contra la consola.
El guardia que ya había caído al suelo tenía un lanzadescargas y noté
dos impactos, uno en el costado y otro en el muslo. Y ese es el tipo de ataque
que duele de verdad. Extendí mi brazo derecho y disparé mi arma
incorporada; el hombre recibió dos virotes en el pecho. Me aparté a un lado
para evitar una descarga del arma que había disparado el guardia que había
caído sobre la silla y mi tercer disparo le dio en el hombro. Había hecho que
los disparos salieran estrechos para que crearan heridas profundas ante las
cuales los humanos solían caer incapacitados enseguida debido a la
impresión, el dolor y, bueno, ya sabéis, el hecho de tener agujeros de
quemadura en la cavidad torácica.
Giré y lancé el arma robada a modo de distracción. La primera humana
desarmada estaba en el suelo, con un agujero humeante en la espalda; el
guardia que había fallado el tiro al dispararme le había dado. La segunda se
lanzó al otro lado del compartimento para intentar agarrar un arma caída, así
que le disparé en el hombro y la pierna.
La ConfortUnidad se giró para levantarse y cargó contra mí. Tras
agarrarla, caí al suelo de espaldas para lanzarla sobre mi cabeza. Me di la
vuelta y me arrodillé, pero no pude alzarme del todo por la herida en mi
muslo derecho. El sexbot se puso en pie, así que le agarré la pierna y le
disloqué la rodilla. Cayó y le luxé el hombro izquierdo. Después de estrellar
al sexbot contra el suelo, me giré y vi a Tlacey estirándose para agarrar una
de las armas caídas.
—Tócala y te la quitaré para metértela entre las costillas.
Se quedó quieta. Jadeaba de miedo y le sobresalían los ojos.
—Dile a tu sexbot que deje de pelear —le ordené.
La unidad seguía esforzándose por levantarse y así solo conseguiría
hacerse más daño. Sobre todo si volvía a cabrearme.
Tlacey se enderezó despacio, moviendo la mandíbula, y el sexbot se
relajó. «TIP, corta la red de Tlacey», dije.
«Hecho», respondió.
Tlacey hizo una mueca cuando desapareció su red.
—Dale a la ConfortUnidad la orden verbal de que me obedezca hasta
nuevo aviso. Intenta darle otra orden y te arrancaré la lengua.
Tlacey resolló.
—Unidad, obedece a esta SegUnidad descontrolada y loca hasta nuevo
aviso. —Y a mí, me dijo—: Tienes que mejorar tus amenazas.
Coloqué una mano en la silla más cercana y me puse en pie.
—Yo no amenazo, solo te digo lo que voy a hacer.
Su mandíbula se tensó. Dos de los humanos en la sala habían dejado de
respirar: la que no iba armada y a quien el guardia había disparado cuando
me apuntó a mí y el primero al que había disparado yo. Tlacey no se había
dado cuenta.
Miré al sexbot, que alzó los ojos hacia mí.
—Quédate ahí —le dije.
Me envió una confirmación. Pasé por encima de la unidad, agarré a
Tlacey por el brazo y la arrastré por el pasillo hasta la cabina donde el
guardia había llevado a Tapan.
—Así que vas por libre, ¿eh? —Se apresuró a decir Tlacey—. Puedo
darte trabajo. Lo que quieras…
«No tienes nada que yo quiera», pensé.
—Lo único que tenías que hacer era darles los putos archivos y nadie
estaría en esta situación —dije.
La mirada que me lanzó era de sorpresa e incredulidad. Supongo que yo
no encajaba en su idea de cómo debía hablar una SegUnidad, descontrolada o
no.
En serio, los humanos tienen que investigar más. Existen manuales de
instrucciones que podrían haberla avisado de que lo mejor era no jodernos.
Tlacey se detuvo ante la escotilla cerrada.
—Bassom, soy yo. —Y accionó la apertura. La puerta se deslizó hasta
abrirse.
Tapan estaba medio espatarrada sobre una litera en la pared más alejada;
la sangre se extendía sobre el estampado floral de su camiseta y unas gotas
salpicaban la piel marrón del brazo que tenía apretado sobre la herida del
costado. Su respiración áspera resonaba en la pequeña cabina. El
guardaespaldas nos miró con los ojos abiertos de par en par.
—Se asustó cuando oyó los tiros —jadeó Tlacey—. No puedes…
Oh, sí, sí que podía.
Agarré a Tlacey para protegerme cuando el guardaespaldas alzó su
arma. Recibió varios disparos en la espalda, pero yo ya le había roto la
tráquea. Recibí otro proyectil en el pecho cuando atravesé la cabina, lancé al
hombre contra la pared, le estampé el brazo contra la barbilla y disparé mi
lanzadescargas.
Di un paso atrás y dejé que su cuerpo cayera.
Me aparté para inclinarme sobre Tapan.
—Soy yo —dije de un modo estúpido. Tapan tenía los ojos cerrados y
respiraba a través de sus dientes apretados. Sujeté la herida con mi mano para
que dejara de sangrar y dije: «TIP, ayuda».
«He estado guiando la lanzadera hacia el anillo de tránsito, donde puedo
acoplarla conmigo. La hora de llegada estimada es de diecisiete minutos. El
Sistema Médico está preparado», dijo.
Me hundí junto a Tapan, que seguía lo bastante consciente para estirar el
brazo y apretarme la mano. Me quité el módulo inútil de combate de la nuca
y lo tiré.
Había cometido un gran error, que a posteriori parecía claramente
obvio. Había sabido que la invitación para intercambiar las primas por los
archivos era una trampa desde el principio y tendría que haber convencido a
Rami y a las demás de que no regresaran a RaviHyral. El ser humano
mejorado y especialista en seguridad que fingía ser habría hecho algo así. Me
había acostumbrado a recibir órdenes de los humanos y a intentar mitigar el
daño que les causaban sus ideas estúpidas, pero como había querido trabajar
con un grupo de nuevo y disfrutaba de cuánto me escuchaban, había puesto
mi necesidad de ir a RaviHyral por encima de la seguridad de mis clientas.
Era igual de mierda asesorando en seguridad que cualquier ser humano.
CAPÍTULO NUEVE
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• • •
Di un paseo rápido por las zonas de la nave a las que me había acostumbrado,
para cerciorarme de que no había nada fuera de lugar. Los drones de TIP ya
habían pasado por allí para recoger la ropa ensangrentada de Tapan y limpiar
y esterilizar las superficies para frustrar cualquier intento de recoger pruebas.
Aunque TIP tampoco tenía ninguna intención de seguir allí cuando empezara
la investigación. Nos íbamos enseguida, pero TIP creía en los planes de
emergencia. Empecé a quitarme la interfaz de comunicación que TIP me
había dado.
—Esto también tendrás que limpiarlo.
«No», respondió. «Guárdatela. A lo mejor vuelves a estar dentro de mi
alcance en otra ocasión».
El Sistema Médico ya se había esterilizado y borrado los registros de mi
cambio de configuración y los tratamientos de emergencia por traumatismo
que nos había aplicado a Tapan y a mí. La estaba esperando cuando salió de
la instalación del baño. Los drones la siguieron para limpiar cualquier rastro
de su presencia.
—Estoy lista —dijo. Había guardado su ropa vieja en la mochila y
llevaba una nueva. Aún parecía un poco amodorrada.
Salimos a la vez y la esclusa se cerró a nuestra espalda. Ya me había
apoderado de las cámaras de la zona de embarque y TIP estaba manipulando
las grabaciones de seguridad de su esclusa para borrar nuestra presencia.
Nos reunimos con Rami, Maro y el resto de su grupo en un puesto de
comida fuera de la zona de embarque. Rami me había enviado un mensaje y
ya habían comprado billetes en un transporte de pasajeros que se marchaba al
cabo de una hora. Saludaron a Tapan con entusiasmo y lágrimas mientras se
reprendían unos a otros para que no la estrujaran demasiado.
Ya les había dicho que no hablaran de aquello en público. Rami se giró
hacia mí y me dio una tarjeta monetaria.
—Tu colega Tip dijo que esta era una buena forma de pagarte.
—Ya.
La acepté y me la guardé en un bolsillo que se cerraba.
Todos me estaban observando y aquello me ponía un poquito de los
nervios.
—Bueno, ¿te vas? —preguntó Rami.
Tenía mi ojo puesto en un carguero que se dirigía en la dirección
correcta. Con un poco de suerte, me marcharía pocos minutos después que el
grupo.
—Sí, debería darme prisa.
—¿Podemos abrazarte? —Maro había soltado a Tapan y se hallaba
delante de mí.
—Eh. —No di un paso atrás, pero quedó claro que la respuesta era «no».
—Vale —asintió Maro—. Esto es para ti.
Se envolvió a sí misma con los brazos y apretó.
—Tengo que irme —dije, y me alejé hacia el bulevar.
TIP, que ya se estaba desvaneciendo mientras se desconectaba de la
esclusa, me dijo por la red: «Ve con cuidado. Encuentra a tu tripulación».
Le mandé una confirmación por la red, porque si intentaba decir algo
más todo sonaría muy tonto y emotivo.
No sabía lo que iba a hacer, no sabía si llevaría a cabo mi plan o no.
Había conservado la esperanza de que, si averiguaba lo que había ocurrido en
Ganaka Pit, todo se arreglaría, pero a lo mejor ese tipo de revelaciones solo
ocurrían en las telenovelas.
Y, ya que estaba, tenía que descargarme más cosas antes de que saliera
mi siguiente transporte. Iba a ser un viaje muy largo.
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