El Canon Del at
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ANTIGUO TESTAMENTO1
Samuel Pagán
Introducción
La iglesia cristiana, muy temprano en su historia, sintió la necesidad de
especificar los libros con los cuales Dios comunicó su voluntad .a la humanidad.
Esa necesidad se fundamenta en la creencia de que si Dios ha roto el silencio de
los tiempos para entablar un diálogo con los seres humanos, debe haber alguna
forma adecuada de saber con seguridad dónde se encuentra esa revelación. El
canon de la Biblia delimita los libros que los creyentes han considerado como
inspirados por Dios para transmitir la revelación divina a la humanidad; es decir,
establece los límites entre lo divino y lo humano: presenta la revelación de Dios de
forma escrita.
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Descubre La Biblia, (Miami, FL USA: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998
eclesiásticos») y a la parte invariable y fija de la liturgia. En la Edad Media los
libros jurídicos de la iglesia se identifican como los «cánones». La Iglesia Católica,
además, llama «canon» al catálogo de sus santos, y «canonización» al
reconocimiento de la veneración de algunas personas que han llevado vidas
piadosas y consagradas al servicio cristiano.
De acuerdo con los diversos relatos evangélicos, Jesús utilizó las Escrituras
hebreas para validar su misión, sus palabras y sus obras (véase Mc 1.14; Lc
12.32). Los primeros creyentes continuaron esa tradición hermenéutica y utilizaron
los textos hebreos—y particularmente sus traducciones al griego—en sus
discusiones teológicas y en el desarrollo de sus doctrinas y enseñanzas. De esa
forma la iglesia contó, desde su nacimiento, con una serie de escritos de alto valor
religioso.
De particular importancia es el uso que Jesús hace del libro del profeta Isaías
(61.1–2), según se relata en Lucas 4.18–19. El Señor, luego de leer el texto
bíblico, afirmó: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Lc 4.21;
RVR). Este relato pone de manifiesto la interpretación cristológica que los
primeros cristianos hicieron de las Escrituras hebreas. El objetivo primordial de los
documentos judíos, desde el punto de vista cristiano, era corroborar la naturaleza
mesiánica de Jesús de Nazaret (Lc 24.27). De esa forma la Biblia hebrea se
convirtió en la primera Biblia cristiana. Con el paso del tiempo, la iglesia le dio el
nombre de «Antiguo Testamento», para poner de manifiesto la novedad de la
revelación de la persona y misión de Cristo.
Los libros de la Biblia hebrea son 24, divididos en tres grandes secciones:
La primera sección, conocida como Torah («Ley»), contiene los llamados «cinco
libros de Moisés»: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
Proceso de «canonización»
La teoría, tradicionalmente aceptada, de que las secciones del canon hebreo
representan las tres etapas en el proceso de su formación es seriamente
cuestionada en la actualidad. Aunque esta hipótesis parezca lógica y razonable,
no hay evidencias que la respalden en el Antiguo Testamento o en otros
documentos judíos antiguos.
De acuerdo con esa teoría, la Torah fue la primera en ser reconocida como
canónica, luego del retorno de los judíos a Judá, al concluir el exilio de Israel en
Babilonia (ca. siglo V a.C.). Posteriormente los fueron aceptados en el
canon, posiblemente al final del siglo III a.C. Y finalmente, los —que
representan la última sección de la Biblia hebrea—fueron incorporados al canon al
final del siglo I d.C., al concluir el llamado «Concilio» de Jamnia.
Es muy difícil determinar con precisión los criterios que se aplicaron para
establecer la canonicidad de los libros. Algunos estudiosos han supuesto que
entre los criterios se encontraban el carácter legal del escrito y la idea de que
fueran inspirados por Dios. Otros, sin embargo, han indicado que cada libro debía
aceptarse de acuerdo con la forma que celebraba o revelaba la manifestación de
Dios. Ese criterio brindaba al libro la posibilidad de ser utilizado en el culto.
Una vez que la comunidad judía rechazó la Septuaginta, se necesitó una versión
griega que la sustituyera. Entre esas nuevas traducciones de las Escrituras
hebreas al griego se pueden identificar tres: las versiones de Áquila y Símaco, y la
revisión de Teodoción. En la famosa Hexapla de Orígenes se encuentran copias
de estas traducciones al griego.
Áquila, que era un discípulo del gran rabí Ákiba, produjo una versión
extremadamente literal de los textos hebreos. Aunque el vocabulario usado revela
dominio del griego, la traducción manifiesta un literalismo extremo y un apego
excesivo a las estructuras lingüísticas del texto hebreo. Posiblemente por esas
mismas características esta traducción griega sustituyó a la Septuaginta y fue muy
popular en círculos judíos por el año 130 d.C.
La traducción de Símaco (c. 170 d.C.) se distingue no sólo por su fidelidad al texto
hebreo, sino por el buen uso del idioma griego. De acuerdo con Eusebio y San
Jerónimo, Símaco era un judío cristiano ebionita.