Kiel y Zelmanovich

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Los padecimientos en la escena educativa y los avatares del lazo social

Autoras: Laura Kiel y Perla Zelmanovich


Fragmentos de Clase Nº 5. 2007
Posgrado Virtual en Psicoanálisis y prácticas socio educativas.
FLACSO
Área de Educación

I. Rasgos de la cultura que dan forma a padecimientos subjetivos

Los diversos modos actuales de presentación de los padecimientos subjetivos requieren


de un esfuerzo metodológico de diferenciación entre los aspectos relativos a la
dimensión subjetiva (que involucran los procesos de constitución psíquica de un sujeto)
y aquellos aspectos que se vinculan con la dimensión social, constituida por
ordenamientos y regulaciones contingentes de la cultura.

Desde una posición de “descifradores” del malestar en sus dos dimensiones proponemos
reconocer los resortes inconscientes que habitan en aquellas manifestaciones
disruptivas, discordantes, dislocadas, tal como las caracteriza Inés Dussel, y que fueron
recogidas en los nombres del malestar con los que venimos trabajando, resortes que se
ponen en juego con las particularidades de un escenario social y cultural determinados.

No es nuestra intención realizar un estudio sociológico de la época sino recoger algunos


rasgos propios de la misma que condicionan y por lo tanto se constituyen como una
referencia que puede ser esclarecedora de los modos de expresión del malestar actual.
Los rasgos de época privilegiados para construir nuestras coordenadas de intersección
entre la dimensión cultural y la subjetiva inconsciente son los siguientes:

La ilusión de un estado de plenitud, que engaña con una oferta de plena satisfacción en
la medida que sostiene la creencia de que "todo es posible". Esta ilusión impide la
inscripción de la imposibilidad transformándola en una vivencia subjetiva de
impotencia. Según el sociólogo francés Ehrenberg, Alain “La impotencia personal
puede fijarse en la inhibición, explotar en la impulsión o en la repetición de
comportamiento de las compulsiones”.

Una maniobra de universalización que se consuma en una oferta de objetos que genera
un vaciamiento de la singularidad. Todos nos realizamos a través del consumo de los
mismos objetos. Se trata de una solución al vacío de existir que toma la forma de una
respuesta fija y compulsiva.

No querer saber nada de ese desencuentro estructural al que hacía referencia Rithée
Cevasco en la clase 2 , con el que nos encontramos ineludiblemente en las relaciones
con los otros y que lleva a los sujetos a recluirse en encuentros “garantizados” con los
objetos, ya sea en el consumo de alcohol o de sustancias, ya sea manteniéndose a
distancia de los otros en encuentros mediatizados, por ejemplo, por una pantalla, entre
otros.

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Las exigencias sociales de iniciativa, ante el abismo que se abre cuando el sujeto se
encuentra enfrentado a la toma constante de decisiones y al aumento de la
indeterminación de las situaciones. En palabras de Ehrenberg (1999) en la época actual
“…da la impresión de que cada uno, incluso el más humilde y más frágil, debe asumir
la tarea de elegir todo y de decidir todo… Vivimos en la creencia y en la verdad de que
cada uno debería tener la posibilidad de crear, por sí mismo, su propia historia. El
hombre actual es el hombre abierto a lo indeterminado, progresivamente vaciado de
toda identidad impuesta por un mundo externo que lo estructuraba”. Si bien el autor
analiza el mundo laboral, sus observaciones pueden aplicarse al escenario educativo y a
la formación de los niños y jóvenes. Algunos de los significantes privilegiados de la
época son: individualidad, responsabilidad, flexibilidad, acción, creatividad,
competencia, entusiasmo, vitalidad, y se constituyen en las características que pasan a
un primer plano en la valoración de una persona.

Una convocatoria a los sujetos a mantenerse siempre deseantes, a realizar todos sus
deseos como si esto fuera posible, llamamiento que pareciera velar que, en realidad se
constituye como un mandamiento superyoico que nunca se alcanza ya que siempre el
mandamiento compulsa a un poco más, siempre se puede y se exige más. En este
sentido, el mercado y la ciencia ofrecen una variedad de objetos a través de los cuales,
se alcanzaría (ilusoriamente) la realización de los deseos.

II. Criterios para una lectura de padecimientos subjetivos

En el recorrido realizado en el primer apartado por algunos rasgos de la cultura actual,


se puede observar que el conflicto entre pulsión y cultura, tal como lo venimos
planteando en las clases anteriores, no sólo no pareciera presentar a ambos términos
como contradicción (por la ilusión de que todo es posible), sino que ciertos aspectos de
la cultura refuerzan un empuje de la pulsión que no llega a ingresar en el conflicto.
Sobre esta característica particular nos vamos a detener, porque entendemos que da
lugar a manifestaciones que nos resultan inéditas (ciertos desbordes que no encuentran
razones visibles) y para las cuales las respuestas disponibles (los modos habituales de
acotar los desbordes) no resultan eficaces.

Recordemos que en el encuentro con el Otro social, cada ser humano debe resignar
parte de los modos de satisfacción pulsional para que resulten aceptables para la cultura
y este proceso lleva a que la pulsión encuentre otros destinos posibles, como son la
sublimación y la represión, entre otros. Sabemos también que no todo el empuje
pulsional ingresa en esta dialéctica resultante del conflicto, no toda la pulsión queda
incorporada o subsumida a lo simbólico. Esto es un hecho de estructura tal como lo
planteó Rithée Cevasco en su clase y es lo que lleva a que el malestar sea irreductible.
Ahora bien, en cada época este conflicto se juega y se despliega bajo distintas lógicas
que obstaculizan o facilitan que la pulsión alcance otros destinos compatibles con la
cultura. Vimos de qué modo algunos de los rasgos de esta época promocionan la ilusión
de una satisfacción sin límites.

Cuando realizamos un recorrido por las expresiones del malestar en el escenario escolar
actual, nos encontramos con una profusión de manifestaciones que parecieran no
constituirse como respuestas al conflicto entre pulsión y cultura, sino que estarían dando
cuenta de aquello de la pulsión que se sustrae o no ingresa suficientemente en el circuito

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del conflicto. Este es el motivo por el cual, resulta tan complejo, hoy en día, que parte
del malestar se sintomatice como efecto del encuentro con el otro.

A continuación presentamos algunos criterios que pueden ayudar a realizar una lectura
clínica de los padecimientos que se expresan en los escenarios educativos, que son más
difíciles de ingresar en la lógica del síntoma, es decir, en un proceso de elaboración
simbólica que es necesario para que un sujeto pueda reconocerse implicado en aquello
que produce, es decir, para que se pueda producir algún grado de subjetivación del
padecimiento. Dado que la lógica del síntoma supone un mensaje dirigido a otro, la
sintomatización de un padecimiento puede abrir a la posibilidad de alguna intervención:

1. Diferenciación de los padecimientos que pueden tener su fuente y su expresión


en los vínculos sociales, en la necesidad de saber que uno cuenta con un lugar en el otro
y de sentir que el otro es importante para uno (se recogen en expresiones tales como: “se
burlan”, “no me quiere”, “me ridiculiza todo el tiempo”, “no nos escucha”, etc.,) de
aquellos que se expresan sustraídos del lazo con el otro y dejan a los sujetos a
expensas de una exigencia pulsional con pocos recursos para su regulación (se recogen
en actitudes tales como aturdirse con la música, enchufarse a una pantalla, fumarse, etc.)
Para ambos se requiere de una lectura por parte del adulto y de una intervención a favor
del lazo, en el primero para fortalecerlo y en el segundo para facilitar su instalación.

2. Reconocimiento de las condiciones de la cultura actual que no facilitan la


implicación subjetiva del malestar, teniendo en cuenta que los procesos de
subjetivación del padecimiento requieren del reconocimiento del conflicto psíquico. Tal
como lo enunciamos en el primer apartado, algunos aspectos de la cultura actual ofrecen
diversas maniobras para que el conflicto quede velado o escamoteado. Nos encontramos
con manifestaciones del malestar que irrumpen o se repiten sin que el sujeto se
reconozca en las mismas, sin que pueda atribuirles algún sentido y por lo tanto, sin que
quede habilitada una pregunta que lo implique: “¿por qué me pasa esto? o ¿qué tiene
que ver conmigo esto que hago?”. Resulta un padecimiento vaciado de sentido, por lo
tanto, no se constituye en pregunta alguna para el sujeto.

3. Ubicación del movimiento que lleva a que el malestar se constituya en un


síntoma. Decíamos en la primera clase que, “en la actualidad, parte de las dificultades
para la elaboración de los sentidos del malestar está vinculada con el discurso de una
ciencia al servicio de la búsqueda de razones orgánicas y genéticas para problemas que
anclan sus raíces en procesos sociales y culturales”.A diferencia de este movimiento, lo
revolucionario del descubrimiento del psicoanálisis consiste precisamente en suponerles
a los síntomas algún sentido a producir por el propio sujeto bajo ciertas condiciones que
lo propicien. Es decir, la convicción en que los síntomas tienen algún sentido hace que
aquellas manifestaciones observables se sostengan junto a su valor simbólico. Es
precisamente este movimiento que va del malestar al síntoma lo que habilita la
implicación subjetiva en la medida que hace lugar a la eficacia del inconsciente y le
otorga al padecimiento sentidos singulares.

III. Una caracterización posible de los modos de presentación de los padecimientos


subjetivos.

Los criterios enunciados en el segundo apartado, que funcionan como una suerte de
lente para analizar muchas de las manifestaciones que irrumpen a diario en los

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escenarios educativos, nos llevan a recortar los siguientes aspectos que, a nuestro
entender, son rasgos comunes que atraviesan algunas de las modalidades de
presentación de estos padecimientos actuales.

1. Resultan refractarios a los efectos de la palabra

Reconocimos como un signo de época el “no querer saber nada” acerca de la


imposibilidad fundante de lo humano. Sin embargo, la ilusión de mantener a distancia
un saber sobre esa imposibilidad se paga con el precio de la propia palabra; se responde
con un rechazo de la palabra por los efectos de división subjetiva que la misma conlleva
(cuando hablamos puede ocurrir la equivocación, el lapsus, el malentendido, aquello
que no dominamos que es donde se hace evidente la división subjetiva).

Nos encontramos con la siguiente paradoja: la promesa de un goce pleno genera como
respuesta subjetiva una pobreza de deseo que se expresa en el cuerpo con escasa o muy
poca posibilidad de simbolización o de mediación por la palabra.

Tomemos como ejemplo los llamados ataques de pánico como respuestas subjetivas
vinculadas a la compulsión a mantenernos siempre deseantes. Se expresan como
manifestaciones de alteración orgánica y episodios disruptivos que suelen paralizar a
quien los padece manteniendo a distancia el conflicto, sin la implicación necesaria para
la subjetivación del malestar. En su lugar, estas manifestaciones suelen ofrecerse al
discurso médico que los nombra genéricamente, cuya respuesta suele tender al
acallamiento del padecimiento de manera homogénea, a través de la administración de
psicofármacos.

En la degradación de su valor de símbolo a la condición de signo, los padecimientos que


se expresan en el cuerpo, quedan reducidos a simples manifestaciones orgánicas
perdiendo su referencia al sentido. Sólo son “observables” que por su simple sumatoria
se constituyen en un síndrome, como el ADD . Pueden constituirse en una respuesta
aliviadora, pero que se cierra en sí misma: si “es un ADD”, o si “tiene ataque de
pánico”, entonces, ya no habría mucho más para decir, ya sabríamos lo esencial de lo
que tendríamos que saber. Posición de rechazo del saber sobre el inconsciente que
puede dejar a quien lo padece despojado, en alguna medida, de palabra.

2. No adquieren el valor de un mensaje dirigido al Otro o de un pedido de ayuda

Estos modos de padecimientos actuales nos enfrentan con la dificultad para acercarnos
con una palabra que produzca efectos, porque precisamente el sujeto no quiere escuchar
nada que pueda recordarle o hacerle presente su división subjetiva (algo tengo que ver
con esto aunque no sepa qué).

Si estamos refiriéndonos a padecimientos que resultan refractarios a la palabra como


efecto de un cierre del inconsciente, de un no querer saber de aquello de lo que nos
habla el padecimiento, entonces, no resulta sencillo constituirnos como una autoridad
(sea este un directivo, un docente, una madre o un padre) que pueda ser escuchada.

Si el padecimiento se presenta como ajeno, no teniendo en absoluto que ver con uno, no
se genera atribución alguna de saber al Otro sobre lo que a uno le pasa, ni se le supone
al Otro la posibilidad de ayuda. Esto genera en la mayoría de los casos, una sensación

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de impotencia, para el docente, el directivo o el preceptor que no encuentran el modo de
llegar al alumno a través de la palabra, ya que efectivamente los alumnos no se acercan,
por lo menos no de manera clara y reconocible. Suele ocurrir que es el docente quien se
preocupa por el alumno a quien ve mal, pero ante el intento de acercamiento o la
pregunta, lo que aparece es asombro del lado del chico, falta de percepción o no
reconocimiento. “No pasa nada”,”está todo bien”, “nada que ver”, “vos la flasheás”,
pueden decir los adolescentes o en el caso de los niños pueden mirarnos perplejos
cuando nos acercamos tras un despliegue impulsivo. Son modos de expresión de un
padecimiento en el que los chicos quedan encerrados y que, sólo desde la perspectiva
del Otro toman el valor de síntoma, pero no se constituye como tal para el propio sujeto.

Solíamos entender aquello que los chicos hacían como modos de “llamar la atención” a
los adultos, como mensajes dirigidos al adulto para ser vistos, escuchados, tenidos en
cuenta, para que les pongan un límite o les demuestren afecto. Fuera en un sentido o en
el otro, siempre el adulto se sentía destinatario, y así lo manifiestan expresiones del
estilo: “me lo hace”..., “sabe que yo no quiero y lo hace a propósito”, “me está
provocando, poniendo a prueba”, etc, etc.

Actualmente, junto a estos modos de leer aquello que hacen niños y jóvenes, ante estas
nuevas manifestaciones resulta más difícil que el docente pueda sentirse implicado en lo
que a los chicos les pasa o que se perciba incluido o convocado por lo que algunos
alumnos despliegan.

Tomemos como ejemplo ciertos desbordes en los niños, que parecieran responder a una
desorganización propia del empuje pulsional o los actos impulsivos de los adolescentes
que se encierran para tajearse como un modo de encontrar un límite en el cuerpo. En
ambos casos, estas expresiones del padecimiento no parecieran estar destinadas al Otro,
no se perciben como un gesto dirigido al adulto o una demanda que pueda ser entendida
por el adulto como una convocatoria a asumir su función.

3. Responden a modalidades de satisfacciones pulsionales en soledad

A diferencia de las presentaciones sintomáticas propias de los vínculos con los otros, --
como los problemas del amor o las exigencias del ideal (para el que nunca nos sentimos
a la altura), algunos de los modos en que se expresa hoy el malestar dan cuenta de
posiciones narcisistas que exacerban el propio cuerpo como objeto de valor o la
búsqueda de satisfacción inmediata en las relaciones directas con los objetos de
consumo en el contexto de una época que como dijimos, nos ofrece una variedad
increíble de objetos con los cuales conectarnos y satisfacernos, quedando la relación con
los otros precisamente interceptada por los objetos. Pensemos en una escena en la que
mientras el profesor está hablando a sus alumnos, ellos están por debajo del banco
atentos a los jueguitos que les ofrece su celular .

Tomemos como ejemplo las conductas adictivas que no ingresan en la dialéctica del
encuentro con los otros sino que, muy por el contrario, des-enlazan al sujeto dejándolo
por fuera de la necesidad de alcanzar las satisfacciones substitutas aportadas por el
encuentro con otros, por la escuela, por la cultura, a cambio de la renuncia pulsional. Se
trata de modos de satisfacción que no pasan por el Otro y por lo tanto no se plantean
como conflicto entre una modalidad de la pulsión y los requerimientos de la cultura.

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Muy por el contrario, dejan a los sujetos encerrados en un circuito cerrado en su
relación con el objeto, sea este la sustancia o una pantalla, y capturados en un mundo
pleno de objetos que no son metáforas de una falta, sino signos de una presencia real a
la que responden los objetos positivizados que se ofrecen para su consumo. Lacan a
estos objetos los denomina gadgets.

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