La Antartida Secretos - Compressed
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Una versión anterior de este ensayo apareció en el Boletín del Instituto Antártico Chileno. En ella se
indicaba que ningún nombre evocaba en la Antártida a Gabriel de Castilla. Afortunadamente esto ya no
es exacto: un refugio que usan las expediciones españolas ha sido bautizado con el nombre ilustre del
primer navegante antártico. En este trabajo se publica por primera vez la pieza documental más
importante sobre la navegación austral de una flotilla española en el año 1603, obtenida gracias al
empeño de mi distinguido amigo, el embajador Francisco Utray, en el Archivo Real de Holanda.
LA EXPANSIÓN HOLANDESA
«Por tanto, debe excitarse y conmoverse el valor e industrias de las Repúblicas Cristianas a emprender
estas gloriosísimas conquistas de la Parte Austral, de cuyas empresas sacaron siempre colmados frutos y
renombre de fama y gloria inmortal, y no hay para que les acobarde dificultad alguna, por grande que
sea, pues las ventajas conocidas de su ganancia relevarán las arduidades y afanes de empleo. Mayores
emolumentos sacarán de esta parte Austral, después del Estrecho, que las que han buscado en
(161)
Septentrión» .
Es preciso retener que la Tierra Austral, como concepción cartográfica, era una creación
eminentemente holandesa. Por tanto, en la visión de sus exploradores, marinos,
comerciantes y guerreros, que aspiraban a dominar en el Océano Pacífico, como
culminación de una expansión marítima en los demás océanos del mundo, la existencia
de tierras meridionales aún no descubiertas ni subyugadas por ningún príncipe cristiano
constituía un factor significativo.
Durante el siglo XVI y la mayor parte de la centuria siguiente, existirá una gran
identidad entre los intereses de los Estados europeos, guiados [131] por una política
mercantilista y colonizadora, y los grandes negociantes y banqueros. Las Provincias
Unidas llevan este ideal de identificación de los intereses públicos y privados a un nivel
inalcanzable para los Estados nacionales más antiguos, como España, Inglaterra y
Francia, que por tradición y doctrina tienden a separar ambos aspectos. Si esta
conjunción de la banca, las compañías de seguros, las compañías mercantiles y los
armadores de naves, ha producido un extraordinario crecimiento económico, no es
menos importante la acción multiplicadora de los factores espirituales e intelectuales,
especialmente de la religión, la imprenta y la ciencia puesta al servicio de fines
eminentemente pragmáticos.
Holanda buscaba, en primer término, disminuir la presión que los Tercios de España
ejercían en Flandes, en forma que el ataque contra las posesiones americanas del
Imperio venía a representar una obvia maniobra de diversión. Sin embargo, en la
medida en que las primeras incursiones fueron mostrando flancos débiles en las
defensas hispanas y, sobre todo, después que los holandeses hubiesen consolidado una
presencia en la fachada atlántica, instalándose en Pernambuco, el imperativo de dominar
la ruta austral apareció como fundamental.
Cuando llegan por primera vez a la costa chilena, cruzando el estrecho de Magallanes,
las escuadras holandesas, los Países Bajos luchaban desde hacía muchos años contra la
dominación española. Las expediciones depredatorias contra las posesiones de España
fueron una prolongación allende los mares de la guerra de la independencia holandesa;
no obstante, también tuvieron el carácter de empresas coloniales y formaron parte del
poderoso movimiento de expansión imperialista generado por la burguesía ascendente
de las ciudades de Flandes, dotadas de capitales, conocimientos tecnológicos y un poder
naval que momentáneamente iba a superar a las armadas tradicionales de España,
Inglaterra y Francia.
Por este motivo, señala Ives Javet, que las expediciones holandesas de este período
tuvieron un carácter mixto de empresas coloniales y de corso contra posesiones
enemigas que se encontraban en precario estado de defensa, así como de empresas
mercantiles; el objetivo estratégico estaba constituido por las costas occidentales de la
América Española, mientras [132] que la finalidad comercial se concentraba en las
Molucas, codiciadas por todas las potencias europeas de la época. La finalidad de
descubrir nuevas tierras, incluyendo el continente austral, sólo emerge más tarde y no
aparece en forma conspicua, salvo en la expedición de Jacob Le Maire. Pero la
posibilidad de un asentimiento territorial ha debido ser contemplada desde el inicio del
asalto holandés contra el Imperio Español, como complemento en la Mar del Sur de sus
establecimientos en la costa atlántica de América (163).
Las primeras expediciones holandesas hacia las islas de la Especiería habían seguido la
«ruta de los portugueses», doblando el cabo de Buena Esperanza, cuyo secreto fue
arrancado a los lusitanos por el viaje pionero de Cornelis Houtman hacia aquella región.
Entre 1597 y 1600 se crearon en los Países Bajos varias compañías para el comercio con
el Oriente, dos de las cuales eligieron la ruta del estrecho de Magallanes. La primera
escuadra holandesa que eligió el paso austral fue la de Simon de Cordes, seguida en
breve plazo por la de Olivier van Noort, apodado «El Tabernero» por los españoles. Las
dos armadas zarparon en 1598 con el objetivo que hemos descrito, esto es, recorrer las
costas de América para saquearlas y contrabandear con los naturales, para proseguir en
dirección al Asia, donde encontrarían las especies y otros valiosos productos.
En el curso del viaje se produjeron varios cambios en los mandos de las naves. La nave
capitana, la Esperanza, era comandada por Jacobo Mahu, uno de los socios mercantiles
de la expedición, pero al producirse su fallecimiento frente a la costa africana, el
consejo de capitanes, solemnemente reunido e impuesto de las instrucciones de los
directores de la compañía, procedió a reconocer a Simón de Cordes como almirante, a
Van Beuningen como vicealmirante, y a distribuir nuevamente los comandantes en los
buques, en forma que Sebald van Weert pasaría de la Fidelidad a la Fe, siendo
reemplazado en la embarcación menor de la flotilla por Dirck Gherritsz (165).
En el ciclo de penalidades que comenzó entonces, los corsarios perdieron más de cien
hombres, incluyendo al capitán de la Fidelidad, Juriaen van Bockolt, a quien sucedió
Baltazar de Cordes, hermano del almirante. Se sucedían violentísimas tempestades,
debiendo las naves garrar sobre cuatro anclas, de tal manera que las tripulaciones
estaban en constante movimiento y les costaba bastante mantenerse. El hambre les
hostigaba tanto como el frío, la lluvia, la nieve y el granizo. Mermado el ánimo de los
hombres, fue inmensamente difícil para sus jefes imponerles una mínima disciplina.
Recurrió Cordes al auxilio del Pastor, realizando el religioso un oficio público de
gracias por haberles conservado la vida y pedir al Señor su ayuda para el porvenir.
La placa conmemorativa fue pronto destruida por los fueguinos y el intento de Sebald
van Weert por recuperarla para trasladarla a un lugar más seguro que prosperó por el
ataque de los indios. Con este último enfrentamiento culminó una relación de hostilidad
latente, que había contribuido también a minar la moral de los holandeses en el estrecho.
Con todo, los combates con los indígenas no habían concluido, pues otros choques se
producirían a la salida del estrecho, donde los tripulantes de la [135] nave de Van Weert
vivirían su propia espeluznante experiencia, separados del resto de la flota por los
tempestuosos vientos del Pacífico.
El Amor, del vicealmirante Van Beuningen, fue el primero de la escuadra que llegó a la
isla Santa María, el 4 de noviembre, para esperar allí, tal como lo había dispuesto el jefe
de la expedición, a los demás buques de la flota. Pocos días antes, la nave se había
detenido en la isla Mocha, con trágica suerte, pues el vicealmirante y 26 hombres que
bajaron a tierra fueron masacrados por los isleños.
La Esperanza de Simon de Cordes, después de permanecer 28 días en los Chonos,
donde los indios les prestaron ayuda y alimentos, remontó hacia la costa de Arauco.
Engañados por los araucanos, los holandeses hicieron un desembarco en la punta
Lavapié de le ensenada de Arauco y aquellos indígenas, creyéndoles españoles, dieron
muerte en una celada a veintitrés tripulantes.
Mientras el Amor se perdía en la inmensidad del Pacífico, la Esperanza llegaba por fin a
las playas del Japón, donde todos sus tripulantes [136] sobrevivientes fueron internados
y, en forma inesperada, comenzó a brillar la estrella de una carrera prodigiosa: la del
piloto inglés Will Adams, que se convertiría en gran personaje de la corte nipona (167).
La más extraordinaria aventura iba a ser vivida por los hombres de la Fidelidad. Cuando
navegaban perdidos en los canales de Chiloé, luchando contra arremolinadas corrientes,
los isleños de la península de Lacuy les ofrecieron llevarles a un puerto de los
españoles. Precedido de una escuadra de embarcaciones indígenas, se presentó Baltazar
de Cordes frente a Castro intimando rendición. Tomó posesión de la isla en nombre de
los Países Bajos, fortificó la población con una guarnición de sus hombres y unos
setecientos indígenas armados de picas.
Su gloria fue de corta duración, pues un destacamento de 150 soldados, enviados desde
Osorno al mando del coronel Francisco del Campo y del capitán Luis Pérez de Vargas,
derrotó a los corsarios y a sus aliados indígenas, cometiendo después tantas o mayores
tropelías que las ya realizadas por los holandeses. Don Baltazar logró a duras penas
alcanzar su buque y luego de consumar una peligrosa navegación, llegar a la isla Tidore,
donde los portugueses confiscaron su nave y le enviaron cargado de cadenas a las
cárceles de Malaca.
El Ciervo Volante no pudo encontrar, en consecuencia, a las demás naves, que habían
seguido tan distintos derroteros. Tampoco pudo hallar la isla Santa María, de lo cual
culparon a los autores de las cartas de Cavendish, y, frustrados en su empeño, con la
antena y el mástil de proa rotos por las tempestades, entraba el barco en la bahía de
Valparaíso el 17 de noviembre de 1599. La patrulla que observaba desde tierra pudo ver
que el filibote, por la lentitud de sus maniobras, denotaba en su aparejo un serio
descalabro o bien un ardid de guerra de sumo disimulo. Cuando divisaron que el barco
echaba bote al agua, se embarcaba en él un oficial con unos cuantos marineros y que,
batiendo bandera blanca, pretendían ganar la playa los españoles presintieron una
celada. Rompieron el fuego, hiriendo los primeros disparos de arcabuz al capitán
Gherritsz en una pierna. Sólo cuando le vieron llegar herido, penosamente sostenido en
hombros de los suyos, comprendieron que los extranjeros venían a rendirse, «darse la
paz», quedando sólo 23 hombres con vida de los 56 que habían zarpado esperanzados
de su patria 16 meses atrás.
Las cuatro naves se dieron a la vela desde Gorea el 2 de julio de 1598, haciendo escala
en Plymouth, cruzando el Atlántico, pasando por Río de Janeiro, para ir a recalar en la
isla Santa Clara (Isla de los Franceses) frente a la costa brasileña. Repuestos ya de los
estragos del escorbuto, se aprovisionaron de víveres y desarbolaron una de las urcas,
que no estaba en condiciones de resistir el viaje. En esta forma, el 20 de septiembre de
1599 se detenían nuevamente en Puerto Deseado, que había pasado a ser la escala
patagónica obligada para los navegantes que se aventuraban en el estrecho. Nuevo
descanso, calafateo y reparación de las naves, que surgían el 4 de noviembre en las
inmediaciones de cabo Vírgenes.
Soplaban vientos favorables y las estrellas guiaban su ruta. Los nautas hicieron
observaciones pintorescas, de carácter antropológico y de historia natural, en que prima
el sentimiento de curiosidad sobre el afán de saber y conocer. Su paso por el estrecho
quedaría trágicamente marcado por un sangriento episodio, en el cual fueron fáciles
víctimas aquellos indios que habían tenido en jaque a la expedición de Cordes. Desde
tierra hacían señas a los españoles, que al almirante Van Noort se le antojaron ofensivas
y despachó contra ellos una expedición punitiva. Las descargas indiscriminadas de los
mosquetes holandeses sobre los indios, sus mujeres y sus niños dejaron escasos
sobrevivientes, que fueron a su vez capturados como raros ejemplares de una raza
desconocida.
Después de pasar la segunda angostura, bautizaron como Nassau al actual cabo San
Vicente. Descendieron en Puerto Hambre, donde examinaron con curiosidad la
destruida ciudad del Rey don Felipe, fundada quince años antes por Sarmiento de
Gamboa. Anclaron en las bahías de Solano y de Mauricio, penetrando en la de Enrique.
En la bahía de Guesen se produjo uno de los incidentes más reveladores de la dura
personalidad de Van Noort, cuando ordenó bajar a tierra y abandonar al amotinado
comandante del Hendrick Fredrick, el capitán Jacob Claasz van Ilpendam. Poco
después se cruzaría con Sebald van Weert, separado de la flota de Cordes, al cual no
pudo o no quiso auxiliar.
Después de noventa y nueve días en el estrecho, las tres naves ingresaban al Pacífico el
24 de febrero de 1600. Cinco días después, uno de los buques, el Hendrick Fredrick,
comandado ahora por Pieter Esaiaz de Lint, con un armamento de 17 cañones y la mitad
de su dotación inicial de 60 hombres, desaparecía tragado por la fuerza de un vendaval
que lo [138] arrastraba vertiginosamente. No había de sucumbir empero frente a las
costas de Chile, sino que, eludiendo la persecución de las naves españolas, lograría
arribar a la isla desierta de Coiba en agosto de 1600. Allí se reabastecería de agua, frutas
y leñas, para iniciar la gran travesía del Pacífico, en la que iba a perderse
irremediablemente (168).
El buque insignia Mauritius, comandado por Van Noort, fuerte de 70 cañones, y la urca
Concordia, reducidos ambos a un centenar de tripulantes, eran todo lo que quedaba de
la poderosa escuadra holandesa. Las dos naves anclaron en la isla de Santa María, en
cuyas cercanías lograron capturar al patache Buen Jesús o Los Picos, que había sido
estacionado allí como «aviso» por la escuadra española de Gabriel de Castilla. En el
barquito no halló nada, pero un negro esclavo, después de ser sometido a tormento,
confeso que el capitán Francisco de Ibarra había ordenado arrojar al mar cincuenta y dos
cajas llenas de oro, pesando dos arrobas cada una; barras de oro de ocho a doce libras,
lo cual daba un total de diez mil cuatrocientas libras de oro.
Los dos navíos holandeses y el patache capturado siguieron un itinerario de sur a norte,
con desembarcos fugaces, luchas con los indios araucanos, hasta caer sorpresivamente
sobre el resto de la escuadra de Gabriel de Castilla, que se encontraba anclada en la rada
de Valparaíso, sin soldados que la defendiesen, pues había desembarcado toda su
infantería en Concepción. El Tabernero hizo quemar el galeón San Jerónimo, la Nuestra
Señora del Carmen y otra embarcación de un particular, acuchillando a los escasos
españoles que se encontraban a bordo de las naves. Pero la pérdida fue aún mayor, pues
tardíamente se impuso que los españoles habían arrojado al fondo profundo del mar un
tesoro aún mayor que el transportado por el Buen Jesús: barras de plata y de oro por tres
millones, seiscientos mil pesos de harina, azúcar y miel, y otras mercaderías valiosas
(169)
.
Como había sabido los aprestos navales del Virrey del Perú, modificó su ruta después
de haber remontado la costa hasta Huasco, donde echó a tierra al capitán Ibarra, pero
guardó consigo al piloto Juan de Sandoval y a dos negros. Desistió de remontar la costa
hasta California, como había sido su plan inicial y tiró rectamente hacia las Molucas. Su
crueldad no conocía límites, como lo demuestra la manera en que justifica su orden de
arrojar al mar a Sandoval: «El 30 de junio, el general y su Consejo de Guerra
sentenciaron al piloto español a ser arrojado al mar porque, comiendo [139] en la
cámara y siendo muy bien tratado, se atrevió a decir en presencia de alguno de la
tripulación que le habían dado veneno porque se sentía doliente. Tuvo además la
imprudencia de sostener semejante impostura delante de los oficiales, y no sólo había
pensado escaparse, sino que aconsejaba a los negros y a los muchachos que lo hicieran.»
Uno de los negros escapó en una canoa y la crónica dice que «persuadido el general de
la ingratitud de estas gentes, mandó se le saltaran los sesos al otro negro».
En Manila, en la rada de Cavite, se trabó el combate entre los navíos holandeses y dos
barcos españoles que le salieron al encuentro. Uno de ellos rindió a la Concordia e hizo
veinticinco prisioneros que después fueron ahorcados. El patache español San Antonio
abordó al Mauritius, pero se incendió, consiguiendo desembarazarse el corsario
holandés. Cuando se hundió el San Antonio y sus náufragos pedían socorro, eran
abatidos por los holandeses. Narra Van Noort: «cuando descubrían la cabeza, les
pegaban los holandeses y hundían cuantos podían». Los luctuosos sucesos ocurrieron el
14 de diciembre de 1600, pero todavía le quedaba al Tabernero un largo trecho por
recorrer. Derrochando temeridad, astucia y crueldad, saqueando juncos chinos o
japoneses, pasando junto a las Islas de Borneo, cruzando el Índico y doblando el cabo
de Buena Esperanza, logró Olivier van Noort entrar a Rotterdam el 26 de agosto de
1601, con sólo ocho hombres de tripulación. Se había cumplido la sexta vuelta
alrededor del mundo.
La derrota del Ciervo Volante, a partir del momento en que fue perdido de vista por el
resto de la escuadrilla, sólo podemos conocerla por las declaraciones de Gherritsz y de
sus hombres, formuladas ante la Audiencia de Santiago y, posteriormente, ante las
autoridades del puerto del Callao. Rendidos en Valparaíso, fueron retenidos algunos
como prisioneros en Chile, mientras que otros fueron despachados por el Corregidor de
Valparaíso, con su navío y bajo la custodia del capitán Antonio de Ulloa, a la capital del
virreinato para ser interrogados. A su vez, el capitán Gherritsz había hecho una relación
de esta etapa de su viaje, en una deposición efectuada en Santiago, que es de gran
interés:
«... estando fuera de él [del estrecho] en esta Mar del Sur, les dio una gran tormenta de vientos oestes
por la proa, donde el navío, que traía a su cargo este declarante se le quebró el bauprés y el mastelero de
proa y con la dicha tormenta se desapareció la capitana, y quedaron las otras cuatro naos juntas, y se
tuvieron aquella noche con luminaria para ayudarle a reparar su nao hasta otro día, y entonces, habiendo
abonanzado algo las tormentas le enviaron carpinteros, y estando aderezando la nao les dio otra vez la
tormenta, y los esparció, y este declarante se quedó solo con su navío, y nunca más pudo ver los otros y
tres veces le retiró la tormenta a altura de cincuenta y siete grados, sin ver ninguna tierra a la parte sur
del Estrecho ni en la costa que corre para norte hasta veinte leguas antes del puerto de esta ciudad de
(171)
Santiago...» . [141]
La declaración del capitán, no obstante, contiene una aseveración adicional: que desde
el momento de su separación del resto de las naves, no [142] vieron ninguna tierra, ni al
sur del estrecho ni al norte, hasta muy poco antes de entrar a Valparaíso.
Categóricamente está diciendo que no encontraron tierras desconocidas durante su
navegación, que no alcanzó tampoco latitudes antárticas. La afirmación de que no
vieron tierras al norte no puede ser interpretada como involucrando un supuesto
conocimiento del desconocido cabo de Hornos, pues está referida a la costa chilena. Por
otra parte, las declaraciones de los testigos del Callao dejan en claro que los holandeses
ignoraban el carácter insular de la Tierra del Fuego.
Por el momento, consideremos que uno de los secretos de los flamencos infiltrados en
América fue la navegación de la Armada del Mar del Sur, bajo el mando de Gabriel de
Castilla, «hasta los 64 grados donde tuvieron mucha nieve...».
LA RESPUESTA ESPAÑOLA
La información ordenada por el Virrey Velasco, una vez que los prisioneros holandeses
llegaron al Callao no fue el único antecedente que tuvieron las autoridades españolas
acerca de la incursión de Cordes y de Van Noort. El 23 de diciembre de 1599 llegó al
Callao un barco despachado por el gobernador de Chile, que había salido de Concepción
el 26 de noviembre, con el capitán Antonio Recio de Soto, quien relató la llegada a la
isla Santa María de dos naves corsarias (el Amor y la Esperanza de la flota de Cordes),
añadiendo que había inspeccionado a los navíos, a los cuales halló bien artillados y
preparados, pero escasos de tripulación. Por sus conversaciones con los holandeses,
supo Recio de Soto de los mortíferos choques contra los araucanos y de la existencia de
una segunda flota holandesa, la de Oliverio El Tabernero.
El resto de la Armada se dirigió, pocos días después, hacia el cabo de San Gallán,
situado a 40 leguas a barlovento del Callao, cerca de Pisco, para permanecer apostada
allí; debía cerrar el paso a los corsarios si éstos tomaban la costa o se recibía alguna
noticia acerca de sus movimientos. Al mando de esta flota iba el general Juan de
Velasco y como almirante Pedro Ozores de Ulloa. Acompañaban a Velasco en la nave
capitana Miguel Ángel Felipón y el maestre de campo Alonso García Ramón.
Componían esta formación cuatro galeones, el San Pedro y San Pablo, el San Andrés, el
San Juan de los Reyes y la Nuestra Señora de la Visitación (la antigua Dainty de
Hawkins), y una lancha con sus tripulaciones y un complemento de guerra de 600
hombres.
Mientras se producían estas dos salidas, se preparó para la defensa del Callao otro
galeón de gran tonelaje, el San Francisco, al igual que una galera allí existente. Se alistó
gente de guerra de las ocho compañías de infantería, para reforzar el presidio a cargo del
almirante Francisco Alderete Maldonado; se convocó a las compañías de caballería y se
designó general, a cargo de la defensa del Callao, a Juan de Avendaño.
Don Gabriel navegó en dirección sur, piloteada su escuadra don Hernando Lamero
Gallego de Andrada, probablemente el navegante más experimentado de toda la costa
del Pacífico. Las primeras noticias le hicieron comprender que, más que las
depredaciones holandesas, era necesario combatir la sublevación araucana que había
adquirido proporciones aterradoras. Desembarcó 22 soldados en Concepción y
prosiguió con sus tripulaciones reducidas a la dotación indispensable para operar las
naves. En la isla Santa María dejó estacionado al patache, a fin que vigilase el paso o
arribo de los corsarios. Tuvo noticia de la caída y saqueo de Valdivia; exploró la costa
patagónica hacia el estrecho y no encontró rastro alguno de los piratas.
Volvió a remontar la costa, pasó junto al fiel Ibarra, que permanecía vigilante con el
patache y ancló sus naos en Valparaíso. Ya sabemos que Oliverio van Noort iba a
capturar el patache y hundir después las otras naves que se mecían desprevenidas en la
rada de Valparaíso. La primera flota había sido totalmente destruida y el Virrey se
propuso, luego de conocer los pormenores del desastre, la persecución del pirata hasta
las costas de la Nueva España. Encomendó al general Juan de Velasco que, después de
dejar los caudales en Panamá, continuase la Armada su búsqueda del enemigo hasta
Acapulco. Desde allí remontó la Armada, sin éxito, hasta la costa de California. Los
buques españoles habían cernido toda la ruta desde el estrecho de Magallanes hasta la
península de California, sin lograr su objetivo (176). [145]
Persiguiendo al huidizo Hendrick Fredrick y otros buques fantasmas, que tal vez nunca
existieron, los españoles efectuaron continuos desplazamientos en los sucesivos. El
puerto de Arica había sido visitado por el buque de Pieter Esaiaz de Lint, que también
se apoderó de un navío, que saqueó y luego abandonó a la altura del cabo de San
Francisco. El Virrey envió al almirante Lamero hacia Paita, con tres navíos y una
lancha, con el fin de recorrer aquella zona costera y vigilarla ante el eventual regreso de
las naves de Panamá. Simultáneamente, partió del Callao el general Gabriel de Castilla
con un galeón y tres navíos de particulares, que se habían armado para la emergencia,
dirigiéndose al sur y regresando poco después sin ninguna novedad (178).
El Virrey Velasco había sufrido el durísimo revés de ver aniquilada su fuerza naval que
mandaba Gabriel de Castilla y, más aún, la pérdida de su sobrino en aguas mexicanas.
Adoptó dos medidas importantes para precaver futuros ataques, que revisten cierta
importancia para nuestro estudio. La primera fue determinar que, desde los meses de
noviembre a marzo, se mantendría Gabriel de Castilla en la costa chilena con dos
galeones, pudiendo estas naves unirse al resto de la Armada después para transportar el
tesoro a Panamá. La segunda, fue ordenar la construcción de nuevos galeones para
restituir la escuadra a su nivel de combate y poder efectuar el patrullaje del Mar del Sur
en condiciones apropiadas (179). [146]
La Armada del Sur se renovó con un gran galeón, el Jesús María, de 600 toneladas y 30
cañones, y con una reparación tan completa del viejo buque de Hawkins, el Nuestra
Señora de la Visitación, que casi se hizo de nuevo. Con estas dos naves y el galeón
Nuestra Señora de las Mercedes, de 400 toneladas, que debió comprarse a un particular,
condujo Gabriel de Castilla el tesoro a Panamá en junio de 1602. A finales de ese año,
cumpliendo la orden del Virrey, se dirigía a la costa de Chile, para estacionarse en
Valparaíso. De allí emprendería, en marzo de 1603, el primer viaje de exploración
antártica del cual tenemos prueba documental: la declaración de Laurens Claesz y la
información dada por el Virrey a S.M. el Rey, indicando que la escuadrilla de Gabriel
de Castilla patrullaría la costa chilena todos los años, desde noviembre a marzo... (180).
[147]
«Liburnica quae Theodorum gerardi vehebat, tempestatum vi versus Austrum propulsa fuit ad gradus
64, in qua altitudine posita ad Australem plagam solum montosum et nivibus portum eminus conspexit,
qualis Norvvegiae ese solet facies.Versus insulas Solornonis exporrigi videbatur hine Chilam petijt et ab
insula S. Mariae, quo locifocios se reperturum purabat, aberrans, in portum S. Iacobi de Val Parayso se
recipit, et cum humanitatis ac benevolentiae ooficia omnia negarent indigenae itenere longo confectis
(181)
vestoribus, et commeatus indigna, in hostium manus se dedit. Non dubium...» .
Como ya sabemos, la única relación auténtica del viaje, que proviene del cirujano
Barent-Jansz Potgister no abarca este episodio, producido después de la separación y
dispersión de la escuadra de Cordes. En las cartas que William Adams envió a su hogar
desde Japón y en las que figuran algunos de los sucesos más importantes de esta
navegación, tampoco hay referencia alguna a un descubrimiento antártico. Ahora bien,
ni Adams ni Barent podían tener conocimiento de la derrota del Ciervo Volante, [148]
pero Gherritsz, quien mejor que nadie sabía la verdad de lo acontecido, se abstuvo de
hacer declaración alguna a su regreso a Holanda y si realmente escribió, como dice el
Tabernero, varias cartas desde su prisión en Lima, tampoco mencionó en ellas ningún
descubrimiento antártico (182).
Debemos ser prudentes, no obstante, aún para aventurar una conclusión negativa. Es
conveniente tener presente que en este reconocimiento de 1603, practicado en el Océano
Austral, la Armada del Mar del Sur está primordialmente interesada en conocer la
posibilidad de irrupción y eventual asentamiento territorial del enemigo potencial. Si no
se descubrían tierras, o si se avistaban islas desiertas, no aptas para ser utilizadas por el
adversario, la misión quedaba igualmente cumplida. Al comenzar el siglo XVII ha
desaparecido la obsesión de los primeros gobernadores de Chile por la conquista de la
Tierra Austral.
Ocasionalmente las consideraciones estratégicas actuaban como catalítico de un
impulso descubridor, que los requerimientos de la guerra de Arauco iban a anular
reiteradamente. Al desembarcar don García Hurtado de Mendoza, designado Virrey del
Perú, en nombre de Dios, resolvió organizar una fuerza expedicionaria, que
transportaría por mar a los refuerzos mandados por sus capitanes Pedro Páez de
Castillejo y Diego de Peñalosa Briceño. Zarparon entonces Gabriel de Castilla y
Hernando Lamero en 1589, abordo del San Francisco, con la misión de trasladar las
tropas y de efectuar simultáneamente un amplio reconocimiento de la costa meridional
del Reino de Chile (186).
No sabemos si Lamero, que volvería a acompañar a don Gabriel a [151] Chile en 1591 y
en 1600, también fue de la partida en la expedición de 1603. Pero, la avanzada latitud
alcanzada bien puede asociarse con la experiencia del único piloto de la costa occidental
americana, que compartía con Drake el secreto de la insularidad de la Tierra del Fuego.
Lo que Lamero no había podido realizar por las aprehensiones del timorato almirante
Villalobos, estos es, avanzar hacia el ignoto mar que se abría al sur del Cabo de Hornos,
tal vez pudo hacerlo bajo el mando de Gabriel de Castilla. Ignoramos si así ocurrió y
desconocemos también la derrota de estas naves, pero sí sabemos que Martín Oñez de
Loyola, Gobernador de Chile, antes de morir trágicamente en Curalava, había dejado
instrucciones para un completo reconocimiento marítimo de Chile por don Gabriel (187).
Tal vez nunca sepamos la verdad. Es un hecho cierto que la instrucción real no se
cumplía en muchas oportunidades, como ocurrió en 1579, cuando Hernando Lamero
comprobó que la Tierra del Fuego tenía una configuración enteramente diferente a la
que los cartógrafos de fines del siglo XVI habían acostumbrado a diseñar. Un
descubrimiento que, en la perspectiva de la época, era de mucha mayor trascendencia
que el avistamiento de algunas islas desiertas y heladas, como era la presunta
insularidad de la Tierra del Fuego, solo fue conocido por el cronista Acosta y pasaron
varios años antes que Lamero, atormentado por su hallazgo, se atreviese a escribirle al
Rey. Aun entonces, la carta parece haber sido ignorada (190).
Con todo, el pleito Dirck Gherritsz-Gabriel de Castilla tiene una importancia capital
para la historia antártica. Simboliza un enfrentamiento de pretendientes a título de
descubridores que, por un aciago azar, se [153] repetirá muchas veces en el futuro. Si
Gherritsz dejó su huella en la cartografía antártica y sirvió de acicate a la exploración
geográfica posterior, Gabriel de Castilla vino a incorporar una dimensión nueva del
mundo conocido a los anales de la exploración española. En efecto, la exploración de la
Armada del Mar del Sur en 1603 no es sólo el primer descenso hasta una latitud polar,
hasta el umbral del Círculo Antártico, sino también el primer viaje de reconocimiento
efectuado en ejercicio de una jurisdicción marítima que las armadas del Rey de España
hacían efectiva en los confines más apartados de sus dominios (191) y (192). [154]
APÉNDICE I
Los españoles construyen barcos en Guayaquil, en las islas de Puna y Santa Clara,
Taboga, Kuker, Islas de los Leones, que son las islas de los peruleros, cerca de Panamá.
De Panamá a San Martín y las nuevas minas hay 40 millas.
En el año 1607 había allí en la rada 14 barcos. Crecen allí bonitos cedros, Marías,
vicias, robles, mangles. En la madera de la María no se dan los barrenillos; el robleo es
una madera de roble bonita y blanca. La María es utilizada debajo del agua, los cedros
encima del agua.
De Quito a Pasto hay 50 millas del este al oeste, teniendo que cruzar cuatro ríos
peligrosos. De allí a Popayán hay 36 millas. Sin embargo, se cuentan de Quito a
Popayán tan sólo 80 millas. Villaviciosa está al sur de Pasto; de Pasto a Cartago hay 16
millas. En el camino que sigue después de Popayán a Cartago, comienza el país de
Popayán. De Popayán al Río, donde se encuentran los barcos, [156] hay 30 millas de
españolas, y de allí al mar hay 20 millas. La bahía mide media milla. Los árboles
mangles tienen madera dura, utilizada para mástiles. En los manglares, pequeñas abejas
negras producen una miel blanca y cera amarilla. De Popayán a Perina de Rowies hay
18 millas en la carretera del Nuevo Reino.
El río Santiago corre cerca de Cartago y termina en la bahía de San Mateo, y separa el
Perú de Popayán. El río Buenaventura termina en la bahía de Gorgona y es también
muy grande, pero la de Santiago es más grande. Las salinas de los indios son llamadas
Barbacoas, y desde allí hacia Pasto crece el maíz en la costa.
Un carpintero gana en el Perú 4 pesos al día, con las comidas, así como también el
herrero, el albañil y el picapedrero; un zapatero y el aprendiz de sastre ganan 12 reales y
la comida.
A diferencia del testimonio de Dircx, la declaración de Claesz no tiene fecha. Dado que
el declarante manifiesta haber visto 14 navíos en la bahía de Panamá en 1607, puede
deducirse que este documento es posterior, aunque no mucho, a esa fecha.
El historiador Ijzerman identificó las Islas Cognitas con las Galápagos, en atención a
que no existe ningún otro grupo importante cercano a la costa sudamericana. La latitud,
la descripción misma de las islas y la alusión a raza e idiomas de los presuntos
pobladores es incorrecta o dudosa.
El historiador Ijzerman identificó las Islas Cognitas con las Galápagos, en atención a
que no existe ningún otro grupo importante cercano a la costa sudamericana. La latitud,
la descripción misma de las islas y la alusión a raza e idiomas de los presuntos
pobladores es incorrecta o dudosa.
La única frase descriptiva es que «... allí tuvieron mucha nieve». Tal como la ha
señalado José Miguel Barros («El Descubrimiento de la Antártica, etc.», p. [157] 221) la
frase «aldaer hadden zij veel sneeus» significa que la nieve no estaba allí, sino que la
recibieron, como se recibe la lluvia o el granizo. No puede, por tanto, deducirse ninguna
referencia al «pack-ice» u otras condiciones antárticas que no se desprenden del texto
mismo de Claesz.
La latitud, la más austral alcanzada por navegante alguno a esa fecha, ha sido estimada
por un marino que calculó conservadoramente en 56 grados la deriva de su capitán
Gherritsz. Tomando en cuenta el radio bastante amplio de esta expedición, que Claesz
describe en 3 hitos: Valparaíso, el estrecho y los 64 grados, se trata incuestionablemente
de la más importante exploración hacia el sur hasta el periplo de James Cook.
Ijzerman ha realizado una prolija labor para restituir al texto su racionalidad geográfica
y nosotros hemos completado algunas denominaciones, subsistiendo otras como la
Perna de Rowies que no resulta fácil ubicar en la cartografía de la época. Es
significativo que el grueso de la información de Claesz versa sobre la región de
Popayán, dejando la impresión que vivió o traficó más duramente su período americano
en ese sector.
Los antecedentes que da Claesz sobre el hundimiento del patache Los Picos y del galeón
San Jerónimo, de la escuadra de Gabriel de Castilla, así como del tesoro que se
encontraba a bordo en estas naves, concuerdan totalmente con los proporcionados por el
Virrey Velasco, otras autoridades coloniales españolas y el propio Oliverio van Noort.
Es interesante la referencia a los salarios devengados por los diferentes oficios, así como
a la mención de la ocupación de Valdivia, en dos oportunidades por los holandeses. La
referencia a los chilenos, en este contexto, debe entenderse hecha a los aborígenes
americanos.
APÉNDICE II
I. El Rey Pedro I de Castilla contrajo tres matrimonios, con doña Marta de Padilla,
con la Reina Blanca de Borbón y con doña Juana de Castro Ponce de León. De
tercer enlace nació:
II. El Infante Don Juan de Castilla, designado heredero de la Corona en caso de
fallecimiento de los hijos del primer matrimonio, pero hecho prisionero [158] por
su tío el Rey Enrique II, como garantía de la paz con el Duque de Lancaster.
Contrajo matrimonio con doña Elvira de Eril y Falces y tuvieron dos hijos, el
mayor de los cuales fue:
III. Pedro de Castilla, Obispo de Osma y de Palencia, quien tuvo en María Fernández
Bernal varios hijos, el mayor de los cuales fue:
IV. Sancho de Castilla, primer Señor de Herrera y ayo del Príncipe don Juan. Casó
con Beatriz de Mendoza y Enríquez, hija de Juan Hurtado de Mendoza y Ruiz, el
Bueno y de Inés Enríquez, hija del Primer Almirante de Castilla, hijo de ambos
fue:
V. Diego de Castilla, Señor de Gor, que casó con doña Beatriz de Mendoza, Dama de
la Reina Isabel la Católica, hija del primer Duque del Infantado Diego Hurtado de
Mendoza y Suárez de Figueroa y de Isabel Enríquez de Noroña. Fruto de esta
unión fue:
VI. Sancho de Castilla, Señor de Gor, quien casó tres veces, con doña Margarita
Manrique, con doña Ana de Cárdenas -natural de Madrid y Dama de la Reina de
Francia- y con doña Ana de Cepeda. De la primera unión tuvo a Diego de Castilla,
Señor de Gor y de la segunda a:
VII. Alonso de Castilla y Cárdenas, natural de Palencia, caballero de la Orden de
Alcántara en 1542 y de la Orden de Santiago en 1577. Casó con Leonor de la Mata
y fue padre, entre otros, de:
VIII. Gabriel de Castilla, natural de Palencia, Maestre de Campo y cuartel general en la
guerra de Arauco, General del Callao, Teniente de Gobernador en el Virreinato del
Perú, quien casó con Genoveva de Espinosa y Lugo de Villasante, con la cual tuvo
como descendencia a los siguientes:
-Diego de Castilla, b. 20-III-1606.
-Lorenzo de Castilla, b. 8-X-1609.
-Isabel de Castilla, b. 14-II-1610.
-Ana de Castilla, b. 26-VII-1611.
-María de Castilla, b. 3-II-1613.
-Jusepe Lázaro de Castilla, b. 18-V-1620. [159]
Notas
[161]
Pese a todos los avatares históricos, la huella hispánica es perfectamente visible, no sólo
por el profundo arraigo de la religión católica, sino por la lengua, las costumbres, la
idiosincrasia, e, incluso, la arquitectura, a pesar de que los edificios españoles sufrieron
un destrozo terrible en la guerra del Pacífico, y ahora se procura reconstruirlos en su
mismo estilo o en el más parecido al que tuvieron antaño. De todas formas para
cualquier español una visita a Guam significa volver un poco al pasado, escarbar en las
raíces de una historia común que todavía, pese a enormes dificultades, sobrevive.
Personalmente, jamás podré olvidar la procesión religiosa que contemplé el 8 de
diciembre, día de la Inmaculada Concepción, Fiesta Mayor en el Archipiélago, en la
que, en algunos momentos, creí que me encontraba en algún pueblo de España.
El discurso inaugural corrió a cargo del historiador P. Francis Hezel, S.J., durante el
banquete de apertura del Congreso. Expuso las intenciones y propósitos de la
Conferencia, y su satisfacción por haberse logrado que ésta se celebrase en Guam, lugar
pequeño en comparación con otras regiones del Pacífico, pero de gran importancia
histórica y cultural.
Guam, 48; Australia, 28; Saipan, 12; Hawaii, 11; Estados Unidos, 10; Nueva Zelanda,
10; Palaos, 9; Ponapé, 4; Yap, 3; Japón, 3; Cook, 2;Chuuk, 2; Marshall, 1; Alemania, 1;
Papúa-Nueva Zelanda, 1; Indonesia, 1; Francia, 1; Bairiki, 1; Fidyi, 1; Samoa, 1;
España, 2. Total: 152.
Hasta no tener la lista definitiva no es posible dar un detalle exacto de los participantes.
No todos asistieron, pero sí la mayor parte. Además, hay que añadir otros que se
agregaron una vez que la Conferencia se había iniciado, y numerosos estudiantes de la
Universidad de Guam, cuyos lugares de origen son otras islas de la Micronesia, y las
Salomón, Papúa-Nueva Guinea, Tonga, Cook, etc.
Historiografía isleña
3. Historia de las Marianas antes de la llegada de los españoles. Intentos para estudiarla
y comprenderla.
6. Desarrollo moderno de una conciencia histórica en la región del río Sepik en Papúa-
Nueva Guinea.
7. Examen crítico de los métodos seguidos por los antropólogos al estudiar las
tradiciones de Ponapé.
10. Crítica del libro de Luelen Bernart sobre la historia de Ponapé y su relación con
otras historias sobre el pasado de las islas del Pacífico.
11. Defensa de la historia genealógica como soporte para estudiar el pasado: el caso de
las islas Tonga.
14. El arte de la «faiva» en Tonga: manifestación artística que engloba música, poesía y
danza.
17. Crítica sobre la excesiva importancia dada a las fuentes escritas sobre las orales.
Necesidad de historias regionales y no solamente locales. Los lazos históricos no
escritos entre Yap y Palao.
18. Los intentos de los pueblos indígenas del Pacífico de escribir su propias historia,
eliminando el punto de vista de los colonizadores: el caso de Papúa-Nueva Guinea.
4. Examen de la Bibliografía sobre Australia y el Pacífico que lleva a cabo Alan Ives.
2. Espectacular desarrollo de una secta religiosa en las islas Cook, reconocida por su
gobierno, que se ha extendido a las regiones vecinas, originando un gran debate.
7. Ante el fin de la guerra fría entre los EEUU y la URSS se examina sus posibles
implicaciones en el Pacífico, ante lo que parece un nuevo orden político internacional.
9. Las relaciones de Nueva Zelanda con los pequeños Estados de Oceanía y las
posibilidades de una Comunidad del Pacífico. [165]
10. La explotación de fosfatos en Nauru y el futuro de esta nación cuando las reservas
se agoten.
Conferencia especial
Sobre el significado que la tierra tiene para el pueblo de Hawaii, como lugar donde
viven sus familiares y reposan sus antepasados, es decir, como evocación permanente de
su pasada historia.
Ponencias españolas
Florentino Rodao presentó una sobre la actuación española en la Guerra del Pacífico, a
través de su política exterior y sus relaciones con el Japón y los Estados Unidos.
Igualmente, la presentada por José Luis Porras sobre los sucesos del primer año de la
misión de las islas Marianas, relato basado en un manuscrito de 1669 [166] escrito en
Manila, tampoco se leyó, ya que, aunque enviada por correo con suficiente antelación,
no había llegado cuando comenzaron las sesiones.
Esperemos, no obstante, que las tres sean publicadas en la edición de las Actas.
Conclusión
Aunque no hay espacio para una reflexión más profunda, que habrá que dar en otro
momento, creemos que los rasgos más significativos de la Conferencia, de acuerdo con
el contenido de las Ponencias, fueron los siguientes:
En fin, queda para otro artículo, como antes decíamos, un estudio más detallado, pero,
sobre todo, un análisis de la posible aportación hispánica para esclarecer muchos
sucesos históricos que permanecen aún desconocidos. La historia del gran océano
todavía no ha sido escrita, y nos parece que la Asociación Española de Estudios del
Pacífico, con los trabajos ya iniciados por algunos de sus miembros, puede y debe
completar el conocimiento histórico de ese área, en beneficio principalmente de sus
propios habitantes.
Portugal en 1543 y España en 1584 fueron las primeras naciones europeas en llegar a
Japón. Su interés entonces por Japón fue muy parecido, se les identificó con el mismo
nombre «Nambanji» y después de los primeros contactos, la evolución de sus relaciones
y sus conocimientos, hasta la actualidad, ha sido paralela. Por este motivo en este
trabajo vamos a tratar conjuntamente ambos países, aunque entre los propios ibéricos
nunca se ha sentido esta identidad. Especialmente en el Oriente, los unos han estado a
espaldas de los otros. La primera vez que se encontraron españoles y portugueses en el
Oriente, en 1527 (en las Molucas, unos tras llegar bordeando el Océano Índico y otros
después de cruzar el Océano Pacífico) lucharon entre ellos, y la rivalidad ha continuado
después, aunque entre 1580 y 1640 ambos estuvieron unidos políticamente bajo la
Unión Ibérica.
Cuando Japón vuelve a abrirse a los contactos exteriores, las naciones ibéricas
mantienen aparentemente las mismas posibilidades para relacionarse con Japón: Macao
sigue bajo el dominio portugués y el Archipiélago Filipino bajo el español. El contexto
de la situación, no obstante, había cambiado radicalmente. Ya no [168] quedaba nada de
la vitalidad de los siglos XVI y XVII, y la política de ambas naciones en la Era Meiji ya
no era extender sus posesiones en el Asia Oriental, sino, antes al contrario, defenderlas
de las ambiciones de las demás. Macao pierde su antiguo esplendor ante la competencia
de su vecina Hong Kong y las autoridades españolas empiezan a temer la pérdida de las
Islas Filipinas, tal como había ocurrido con las posesiones en América. En
consecuencia, el principal interés de España hacia Japón en el último tercio del siglo
XIX no tendrá carácter cultural, sino militar. La Marina de Guerra Japonesa, por
ejemplo, será uno de los temas centrales de estudio: los buques de Guerra para proteger
Filipinas eran tan pocos que la Marina Japonesa podía derrotar provisionalmente a la
española en un ataque sorpresa. Aunque con la llegada de refuerzos desde España se
podría vencer a los japoneses en el mar -pensaban las autoridades de Madrid-, antes de
llegar más refuerzos los nipones podrían provocar una insurrección entre los tagalos que
acabara definitivamente con el dominio español en las Filipinas. Así, estudios sobre la
Marina Japonesa fueron constantes y un ejemplo de ello es el estudio de Carlos Íñigo:
La Marina del Japón (Madrid, 1898). El mismo temor ocurre respecto a la inmigración
japonesa en el sur de las Filipinas y en las Islas Carolinas: los japoneses son un peligro
potencial para la dominación española y se intenta limitar lo más posible su entrada. La
«Unión amarilla» entre tagalos y japoneses era un temor constante en los últimos años
del siglo XIX. Aparte de esta preocupación oficial, el desconocimiento hacia Japón es
casi absoluto. Durante estos años, los únicos libros que se publican en España sobre el
«Imperio del Sol Naciente» serán libros de viajes, normalmente escritos por
diplomáticos y con una gran cantidad de ilustraciones: Enrique Dupuy de Lôme, por
ejemplo, escribe Estudios sobre el Japón (Madrid, 1895), después de dos años de
estancia en Japón. El resto de lo que se conoce de Japón son traducciones de autores
europeos.
En 1898 España pierde el dominio del Archipiélago Filipino, las Marianas y las
Carolinas. Esta pérdida supone un fuerte revés para las relaciones con Japón, porque
desaparece el punto intermedio que justificaba los contactos. Ya no se piensa en mejorar
las relaciones con Japón con el fin de beneficiar el estado de las Filipinas. El escaso
interés que había en el siglo anterior se reduce aún más y se piensa en Madrid, incluso,
en suprimir la Embajada en Japón: «Con una [representación] en el Extremo Oriente es
suficiente». Portugal mantiene su presencia en Macao y Timor, pero ello parece más
una situación casual que producto de un interés real. En 1926 publica en lengua inglesa
C.A. Montalto de Jesús el libro Historic Macao (Macao 1926): en él propone, ante la
imposibilidad manifiesta de gobernarlo desde Portugal, que sea cedida a la Sociedad de
Naciones su administración.
Japón pasa a ser un país excesivamente lejano, tanto geográfica como culturalmente -el
Extremo Oriente- para dos naciones que están inmersas en sus problemas internos y
cuya mirada al exterior no va más allá de sus colonias en África. Parece que los dos
primeros países europeos en llegar al Asia Oriental son también los primeros en salir de
ésta. El Exotismo, en consecuencia, será el principal motivo que centra el interés por
Japón en España, como el de Enrique Gómez Carrillo: El Japón heroico y galante
(Madrid 1912?) o de Luis de Oteyza: En el remoto Cipango, Jornadas Japonesas
(Madrid 1927), y dentro de interés por lo desconocido está una moda de japonesismo
entre artistas modernistas españoles, principalmente en Cataluña. El poeta Rubén Darío,
Juan Ramón Jiménez y otros se sienten atraídos por lo poco que se conoce de la cultura
oriental, y en revistas culturales como «El Mercurio» o «La España Moderna» se
incluyen algunos artículos sobre la cultura japonesa, siempre traducciones de lenguas
extranjeras. El conocimiento, [169] no obstante, no trasciende a un nivel más científico
y la influencia real de lo oriental sobre los artistas no pasa de lo anecdótico.
El interés por Japón no acaba en la moda modernista; en los primeros años del régimen
de Franco, entre 1938 y 1942, hay de nuevo una moda de «japonesismo»: eran los años
del Pacto anticomunista con Italia y con Alemania, y en España se veía a Japón como el
otro pueblo que luchaba contra la URSS en el otro lado del mundo, en China. Se
produjo un sentimiento de identidad entre ambos pueblos: la caballerosidad, el valor,
etc.; prueba de ello es la reedición en 1942 de El Bushido, de Nitobe Inazo (1.ª ed. en
español en 1909), con un prólogo de uno de los generales más célebres de la España de
entonces, Millán Astray. Este sentimiento, no obstante, acaba pronto, e igual que
apareció por razones políticas, cuando éstas se volvieron diferentes, la simpatía se
troncó inmediatamente en enemistad: el temor al «Peligro Amarillo» se vuelve a
desempolvar cuando es necesario entablar amistad con los Estados Unidos al final de la
Segunda Guerra Mundial.
No ha faltado, por tanto, interés hacia Japón en España, sino que quizá se ha adolecido
de un problema estructural: no ha habido capacidad para recoger el impulso de lo
esporádico y convertirlo en permanente, no se ha pasado del interés por el país a poner
los medios para que este interés profundice y quede establecido. En definitiva, ha
faltado una Universidad o un Instituto o siquiera una personalidad con suficiente fuerza
para impulsarlos, tal como ocurrió con el «Istituto Universitario Orientale» de Nápoles,
en Italia. En España no se han podido realizar estudios orientales: la falta de un centro
para realizarlos ha reducido el número de gente que quisiera estudiarlo, y al ser tan
escaso el interés por el estudio, no ha habido presión para la creación de un centro. No
se ha podido romper este círculo vicioso y al faltar un núcleo para el estudio de Japón,
este país ha sido conocido, en su mayor parte, a partir de traducciones de libros en
lenguas extranjeras. Los viajeros españoles, sin conocimiento del idioma, no han podido
hablar sino superficialmente de lo que veían, como el famoso novelista que llegó a
Japón poco después del Gran Terremoto de 1923, Vicente Blasco Ibáñez: La vuelta al
mundo de un novelista (Valencia 1924-25). Además, hay otro problema que puede ser
considerado estructural: en comparación con otros países europeos se nota también la
falta de españoles que hayan permanecido largas temporadas en Oriente. Por ejemplo, si
bien hay nacionales de casi todos los países europeos trabajando para compañías
comerciales europeas o para los estados independientes en Oriente -China, Japón y
Siam- durante la época contemporánea, los casos de portugueses o españoles han sido
extremadamente raros. Han faltado, en consecuencia, la gente que hubiera podido servir
de intermediaria entre los dos países, como los aventureros o los comerciantes, y hasta
la llegada de los misioneros, los únicos que han conocido Japón algo extensamente han
sido los diplomáticos.
Tras acabar la Segunda Guerra Mundial el tipo de gente que dará a conocer Japón en
España cambia progresivamente. Tras la ocupación por los Estados Unidos, vuelven las
intenciones misioneras del siglo XVI: se piensa que «es la hora de evangelizar Japón» y
una gran cantidad de religiosos llegan al Archipiélago. Así, se formará a partir de los
años 50 la primera remesa importantes de españoles y portugueses que llegan a poseer
un buen conocimiento de Japón y de su idioma. La pertenencia a alguna orden religiosa
en el momento de la llegada a Japón es la característica principal de esta generación,
que por primera vez ha profundizado en el estudio sobre Japón desde muy diversos
campos. Dentro de la Historia Japonesa están algunos de los mejores especialistas sobre
los primeros contactos con los europeos, como José Luis Álvarez (el único que no ha
pertenecido a [170] ninguna orden religiosa) o Diego Yuuki, así como Manuel Texeira
desde un punto de vista más general con respecto a Portugal. Entre los diccionarios, han
sido publicados el de Juan Calvo en 1937 (los dominicanos volvieron a Japón desde
1905) y el de Vicente González en 1986. En el campo de la Lingüística, Antonio
Alfonso ha publicado en inglés Japanese Patterns (Tokio, 1966), considerada por el
profesor Kuno, de la Universidad de Harvard como «la mejor gramática que jamás se ha
escrito sobre cualquier lengua del mundo». En el estudio del arte japonés el principal
estudio hasta la actualidad es el de Fernando García Gutiérrez, El Arte del Japón
(Madrid 1967), y entre la Literatura, Fernando Rodríguez Izquierdo ha escrito El Haiku
Japonés (Madrid 1972). También se han publicado estudios sobre la religión, como el
de Jesús López-Gay, La Mística del Budismo (Madrid 1974). Además, la Revista anual
de la Asociación Española de Orientalistas, editada desde 1964, ha publicado
frecuentemente trabajos científicos relativos a Japón.
Desde 1988, el interés sobre Japón va pasando a ser dominado por las universidades y a
tener un enfoque cada vez más científico. La primera reunión científica relativa a la
presencia ibérica de Japón en Asia Oriental fue celebrada en este año de 1988: «El
Oriente Ibérico. Investigaciones y Estado de la Cuestión». En la reunión se ha realizado
una labor de recopilación de datos que tenía que haber sido hecha desde hace algunas
décadas: se han dado a conocer los documentos sobre Japón y otros países orientales
que hay en los diversos Archivos Españoles; se han hecho estudios sobre la bibliografía
que hasta ahora se ha publicado. Por último, se ha realizado un estado de la cuestión: lo
que hay investigado hasta ahora, las tendencias y lo que falta por estudiar. Publicado el
libro resultado de [171] las conferencias bajo la coordinación de Francisco de Solano
(Madrid 1989), con este congreso como punto de referencia se ha agrupado una
generación de investigadores jóvenes que están desarrollando sus estudios en relación
con Japón, tanto en Portugal como en España. También se ha fundado la Asociación
Española de Estudios del Pacífico en 1988 agrupando a los dispersos especialistas en
España entre el área del Pacífico. En el mismo año de 1988 realizó su primer congreso,
siendo el tercero sobre Las relaciones entre España y Japón en torno al Pacífico. Por
primera vez se ha realizado un congreso en España cuyo tema central es Japón. Los
estudios se han centrado en las relaciones diplomáticas, pero es de suponer que se
extenderán a otros campos. Ya se han publicado los libros correspondientes a los dos
primeros congresos; el relativo a las relaciones entre España y Japón se publicará en
1992, coordinado por Luis Togores, y está previsto un nuevo congreso de la Asociación
en noviembre de 1991. Se ha creado recientemente, por último, la primera Asociación
dedicada en exclusiva a Japón, Instituto Español de Japonología, que ha tenido
capacidad para organizar una actividad importante, el Congreso Español de
Japonología celebrado en abril de 1991 con asistencia de profesores japoneses y de
otros países europeos.
En lugar de desvanecerse, como en las ocasiones anteriores, el interés por Japón
últimamente se ha acelerado y todo parece indicar que se crearán varios centros
próximamente para impartir en España los estudios sobre Japón. El surgimiento de
iniciativas dispersas por parte de diferentes Universidades -incluso, dentro de ellas
mismas, en distintas facultades- permite suponer que en el futuro los estudios sobre
Japón se pondrán a un nivel correspondiente con las necesidades de España y de
Portugal. La Universidad Complutense de Madrid por ahora es la más adelantada y en
1990 por primera vez se ha creado una cátedra referente en exclusiva a Extremo
Oriente: Expansión ibérica en el Pacífico, ostentada por Leoncio Cabrero, que se ha
venido a sumar a la asignatura sobre Arte de Extremo Oriente, en la que recientemente
ha incorporado una profesora especializada en arte japonés. En 1991 se ha implantado
un seminario en la Facultad de Sociología y Políticas, Antropología de Japón, y para
1992 comenzará otro sobre Política de Extremo Oriente. Dentro de los Cursos de
Verano de 1991, por primera vez hay uno relativo a Japón, El Japón de ayer y de hoy,
organizado en Tokio por el profesor Masuda, de la Universidad de Tokio. En Cataluña
el interés sobre Japón ha sido estimulado por las excelentes relaciones mutuas. En la
Universidad Autónoma de Barcelona ha sido creado el «Centre d'Estudis Japonesos»,
que planea la inauguración de un máster sobre Estudios Japoneses para el curso 1992-
93. En Lisboa, tras crearse el Centro de Estudos Orientais bajo la dirección del antiguo
embajador en Tokio, Armando Martins Janeira, autor de O Impacte portugués sobre a
civilizaç o japonesa (Lisboa, 1970), se ha creado también un grupo de investigadores
sobre la presencia portuguesa en Oriente en los siglos XVI y XVII bajo la dirección del
profesor Luis Philippe Thomaz. La importancia de estos ejemplos que señalamos no es
sólo por ser las Universidades más prestigiosas, sino porque son la punta del iceberg del
progreso que están adquiriendo los estudios sobre Japón en toda España, como muestran
la gran cantidad de acuerdos bilaterales entre Universidades españolas y japonesas que
se están produciendo recientemente: Tenri (Nara) y Salamanca, Universidad Autónoma
de Barcelona y la Kioto gaikokugo daigaku, etc.
Como vemos, recientemente el estudio sobre Japón en España está floreciente, dentro de
la inmadurez. Lo más interesante es que parece que no será una moda pasajera, las
carencias del pasado están desapareciendo y es de esperar que pronto se crearán varios
centros de estudios japoneses en España. El Círculo Vicioso, por fin, está empezando a
romperse.
HILDER, Brett: El viaje de Torres, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid 1990, 254
págs.
La obra está dividida en dos partes. La primera es «El viaje de Torres de Veracruz a
Manila», con el descubrimiento de la costa meridional de Nueva Guinea y del Estrecho
que lleva su nombre. La traducción, magnífica por cierto, se debe a Rocío Utray.
Se trata de una espléndida publicación, quizá una de las mejores que el Ministerio haya
publicado hasta ahora. Reproduce varios mapas, algunos en color, y la sobrecubierta
lleva un grabado de Brueghel, del siglo XVII, con unos galeones.
En el Prefacio, el autor nos relata su vida de marino y el interés que, desde sus primeros
viajes, despertó en él el paso por el dificultoso estrecho de Torres. Nos cuenta todas sus
investigaciones, la ayuda que recibió del gran historiador franciscano P. Celsus Kelly.
Su conclusión más importante es dejar bien claro que fue Luis Báez de Torres quien
primero cruzó por aquel paso y no el capitán Cook, como hasta no hace mucho tiempo
se pretendía mantener por algunos historiadores anglosajones.
En la segunda parte, Francisco Utray, que fue embajador de España en Australia (1983-
86) y profundo conocedor del tema, nos presenta una completa documentación: cartas
de Torres a Felipe III; la relación Sumaria de Diego de Prado; carta de Torres a Quirós;
consulta del Consejo de Estado en 1608; cartas de Prado al Rey de 1613; acuarelas de
nativos de la costa sur de Nueva Guinea (enviadas por Torres al Rey, con los cinco
mapas de la travesía); leyenda de los cuatro mapas conocidos de Diego de Prado; el
mapa de la Nueva Jerusalem de Manuel Godinho de Eredia; y, finalmente, el mapa de la
Australia del Espíritu Santo.
Lo aportado por Utray completa aún más el trabajo de Hilder, especificando en sus
notas detalles y circunstancias de los documentos y de los lugares geográficos que se
mencionan en ellos.
Como conclusión podemos repetir las palabras que Carlos Fernández-Shaw escribió
para el prólogo a la edición inglesa de este libro: «tras la lectura de la obra de Hilder, el
lector comprobará que Torres se acercó a 190 millas de las costas orientales de
Queensland, que contempló el continente australiano durante [176] dos o tres días en las
proximidades del cabo York, que ancló en una serie de islas del Estrecho que lleva su
nombre, y que desembarcó en algunas de ellas como Dungeness, Turtle Backed, Long,
Twin de East, todas ellas pertenecientes a Australia. Según ello, puede afirmarse, por
tanto, que Torres y sus hombres, y con ellos España y los navegantes españoles,
surcaron las aguas australianas y desembarcaron en sus costas nada menos que en el año
1606».
MALASPINA, Alessandro: En busca del paso del Pacífico, Historia 16, Madrid 1990,
Crónicas de América, n.º 57, 219 págs.
Se recoge aquí el texto de una parte de la crónica del viaje de Alessandro Malaspina -
militar y viajero italiano al servicio de España, uno de los grandes de la exploración
marítima del siglo XVIII- por la costa americana del Pacífico norte.
A partir de las informaciones recogidas por un viajero español del siglo XVI, Malaspina
trata de hallar un paso entre el Pacífico y el Atlántico bordeando América del Norte. En
1791 parte de Acapulco, bordea la costa mexicana y estadounidense y alcanza Nutka, en
Canadá. El paso no se encuentra y la expedición vuelve a Acapulco.
C. A. CARANCI
Queiroz (o Quirós, como prefieren llamarlo los españoles) había participado en las
expediciones españolas a las islas Salomón, lo que lo llevó a planear otros [177] viajes
por el Pacífico en busca de las tierras australes de cuya existencia estaba seguro: con el
apoyo del virrey del Perú organizó una expedición que fracasó en su meta inicial, pero
que le permitió arribar a las Tuamotu en Polinesia, y luego a las Nuevas Hébridas, hoy
Vanuatu, y entonces bautizadas Australia del Espíritu Santo. Creía haber llegado al
continente austral -que, por otra parte, ya visitaban los indonesios con cierta
regularidad-.
C. A. CARANCI
Con el ánimo de seguir impulsando los aún escasos estudios sobre un área geográfica
prácticamente olvidada, la Asociación Española de Estudios del Pacífico (AEEP) ha
logrado dar continuidad a la tarea comenzada tras la celebración en 1988 de las I
Jornadas sobre el Pacífico español, reuniendo a diferentes especialistas que se han
acercado al tema a través de distintas disciplinas como historia, lingüística o
antropología, y dentro de un amplio marco cronológico que se extiende desde el siglo
XVI hasta la época actual.
Uno de los archipiélagos de la Micronesia es objeto de tres estudios; así, Antonio EGEA
LÓPEZ hace un recorrido histórico por Las Islas Marianas, provincia española: una
introducción a su estudio, mientras que Belén POZUELO se centra en El final de la
presencia española en las Islas Marianas. Desde el análisis lingüístico, Rafael
RODRÍGUEZ-PONGA escribe sobre Huellas de la lengua española en Micronesia.
La década de los años 90 del pasado siglo fue clave en lo que se refiere al Pacífico
español, tan descuidado por las autoridades peninsulares de la época. No obstante, hubo
un importante grupo de españoles, entre los que destacaron algunos miembros del
ejército, así como diferentes economistas y geógrafos, que plantearon la necesidad de
conservar para España aquellas lejanas tierras; fueron, al [178] tiempo, dignos
estudiosos y conocedores de todo el Asia Oriental, como estudia Luis TOGORES al
hacer un repaso de lo que bien puede denominarse La Escuela Española de
Orientalistas Ochocentistas.
En esa misma época un nuevo y poderoso país asiático, el Japón Meiji, comenzó a
inquietar a España por lo que se refiere a la seguridad de las posesiones oceánicas.
Dicha problemática es abordada por M.ª Dolores ELIZALDE, que se centra en Las
relaciones entre España y Japón en torno a las Carolinas, y por Agustín RODRÍGUEZ,
quien desde diferente óptica estudia El peligro amarillo en el Pacífico español, 1880-
1898.
Como nexo de enlace desde el punto de vista histórico entre los siglos modernos y la
época actual, José U. MARTÍNEZ CARRERAS escribe sobre El equilibrio
internacional en el Pacífico Sur-Oceanía, del Colonialismo a la Descolonización; a
pesar de haber sido un proceso relativamente exento de tensiones por lo que a las
potencias colonialistas se refiere, lo cierto es que en determinados momentos se han
producido situaciones conflictivas entre las poblaciones indígenas por situaciones
generadas en la propia época colonial, como estudian tanto Francisco UTRAY en el
caso de Las Islas Fidyi: actualidad política y económica, como Carlo A. CARANCI,
que se refiere a las Poblaciones autóctonas y alógenas: conflictividad étnica en la
Oceanía actual.
Para concluir, queda citar dos últimos trabajos centrados en el campo antropológico; por
un lado, José M. GÓMEZ-TABANERA detalla algunos Aspectos de la expansión
polinesia a la luz de la Antropología, y, por otro, José A. NIETO realiza un trabajo de
documentación sobre el tema de la Antropología de la Sexualidad: una bibliografía
polinesia.
Varios autores: Australasie, La Découverte, París 1989, Hérodote, n.º 52, I/1989, 195
págs.
Hérodote, revista francesa «de geografía y geopolítica» dirigida por Yves Lacoste,
dedica este número, monográfico como todos, a «Australasia». Este término tuvo
mucha difusión en el mundo anglosajón, y pese a su inconsistencia científica, de la que
es consciente, Lacoste, en el editorial, justifica su recuperación para aplicarlo a un
conjunto geopolítico «nuevo», que tendría sentido sobre todo proyectado «hacia el
futuro», formado por dos países asiáticos y dos oceanianos (Indonesia y Filipinas,
Papúa-Nueva Guinea y Australia), que componen en cierto modo un continuum
geográfico insular, pero poco más. Uno de ellos, Australia, es un país desarrollado, los
otros tres, no; pertenecen a áreas culturales diferentes, y sus respectivas historias pocas
veces los han acercado, y sus relaciones son mínimas [179] hoy, aunque, como dice
Lacoste, «van a aumentar en un futuro próximo»: razón, pues, para desempolvar el
término «Australasia».
Sea como sea, el sumario es interesante. Cuatro trabajos sobre Indonesia: «El sistema
político indonesio: ¿qué futuro?»; «Indonesia: estrategias japonesas»; «Aceh, o el
retorno de un bastión del Islam en Indonesia»; y «Los musulmanes indonesios:
aspiraciones de ayer y frustraciones de hoy». Tres trabajos sobre Filipinas: «¿Cuál es la
situación de las Filipinas?»; «La crisis de las Filipinas»; y «Los moros: berberiscos de
los mares orientales». Uno sobre Papúa-Nueva Guinea: «Melanesia, Nueva Guinea:
algunas vías después de la independencia». Y tres sobre Australia: «¿Cuál es la
situación de Australia?»; «¿Cuál es la situación de los aborígenes de Australia?»; y la
breve nota «Carta de Australia».
C. A. CARANCI
PONS, Xavier: Le Géant du Pacifique, Ed. Económica, París 1988, 350 págs.
Partiendo de unos antecedentes históricos que avanzan hasta la época actual, Xavier
Pons, profesor de la Universidad de Toulouse-le-Mirais, especialista en temas
australianos, analiza profundamente el papel que ha jugado y juega Australia en una
zona geopolítica de gran importancia como es el Pacífico.
La tesis que se plantea es que dicha área se ha transformado en el nuevo centro del
mundo (antes lo fueron el Mediterráneo y posteriormente el Atlántico), destacando tanto
por su potencial industrial y comercial como por su posición estratégica, siendo
escenario del enfrentamiento entre Occidente y el mundo comunista.
Esta joven nación de grandes recursos en materias primas, sobre todo en minerales que
se exportan a los países industrializados, especialmente a Japón, no obstante ha
mantenido también relaciones con toda la cuenca del Pacífico.
Ello sirve de punto de partida para dividir el libro en tres partes que se corresponden con
las tres fases de estas relaciones, desde los tiempos coloniales hasta nuestros días.
La primera parte, «El período expansionista, 1770-1920», abarca toda la época del
colonialismo británico en la región para culminar en la gestación y consolidación del
propio imperialismo australiano, favorecido por el Tratado de Versalles.
La tercera parte del libro, «El período contemporáneo», arrancaría entre 1969 y 1971
cuando se anuncian cambios derivados, por ejemplo, de la «doctrina Guam» enunciada
por Nixon en 1969, y que obligaba a Australia a tomar las riendas de su propia defensa
y seguridad tras la retirada de los contingentes militares estadounidenses; ello significó
que Australia finalmente saliera de su letargo y tomara la iniciativa en cuestiones de
índole exterior.
Desde el punto de vista interno, si hasta 1972 gobernaron los conservadores, desde la
fecha asumió el poder el Partido Laborista hasta 1975, lo cual derivó en una serie de
transformaciones en la proyección exterior de Australia. Así, se produjo el
reconocimiento de la República Popular de China, la retirada de las tropas australianas
de Vietnam (guerra que, por otro lado, había suscitado una fuerte oposición en distintos
sectores de la sociedad australiana), se condenaron los ensayos atómicos franceses en
Moruroa (Francia es para Australia y Nueva Zelanda lo que el profesor Pons considera
el «intruso por excelencia»), e incluso se aceleró el proceso de independencia de Papúa-
Nueva Guinea.
En este sentido, no hay que olvidar que en la evolución política del Pacífico Sur se
produce también el fenómeno de la descolonización, clave para dilucidar las nuevas
relaciones internacionales de Australia, ese «gigante del Pacífico», con los pequeños
países recientemente independientes.
LAFFIN, John: The Australian Army at War (1899-1975), Osprey, Londres 1989, Men-
at-Arms Series, n.º 123. Ilustraciones de M. Chappell, 42 págs.
C. A. CARANCI
HARCOMBE, David: Solomon Islands. A Travel Survival Kit, Lonely Planet, South
Yarra (Vict., Australia) 1988, 245 págs.
Otra de las magníficas guías de esta editorial australiana, cuyo subtítulo reza
modestamente «A travel survival kit». Pero, como los demás títulos, es mucho más que
una simple guía.
Se trata -como, repitámoslo, los demás títulos anteriores- de panoramas completos sobre
diversos países oceanianos y asiáticos: historia, geografía, lingüística, política, etc.,
dedicando la mayor parte de los volúmenes, obviamente, a la descripción de regiones,
localidades y lugares diversos, con profusión de ilustraciones, fotografías y mapas muy
exactos, de gran ayuda también para el estudioso.
En este caso se trata de las islas Salomón, país melanesio independiente desde 1978. El
autor nos hace su historia, en una buena síntesis; describe la geografía, la flora y la
fauna; la forma de gobierno, la política exterior, la economía, la población y lenguas, la
cultura, la religión, el arte, etc.
C. A. CARANCI [182]
KAY, Robert F.: Tahiti & French Polynesia. A Travel Survival Kit, Lonely Planet,
South Yarra (Vict., Australia) 1988, 166 págs.
Esta excelente guía ofrece una panorámica completa sobre la Polinesia francesa, uno de
los pocos territorios coloniales que todavía existen en el Pacífico (y en el mundo).
En una segunda parte describe los diferentes archipiélagos -muy distintos entre sí- que
componen este Territorio de Ultramar francés: las Islas de la Sociedad, la más
importante de las cuales es Tahití, sede del gobierno colonial y la más famosa y
conocida en Europa; las islas Taimado, las Marquesas, las Australes (o Tubuai) y las
Gambier.
C. A. CARANCI
Esta extensa y densa obra reúne las ponencias del I Simposium Internacional sobre la
presencia de España y Portugal en el Extremo Oriente, celebrado en Madrid entre el 7 y
10 de noviembre de 1988.
La primera incluye trabajos sobre fuentes documentales: sobre los archivos del
Ministerio de Asuntos Exteriores español (F. Rodao), los archivos portugueses (L. E.
Togores), los de la Marina (A. R. Rodríguez González), sobre la presencia española en
Japón (T. Yanaguida), sobre los documentos españoles en el MARC de Guam (J. L.
Porras), las Marianas en el siglo XIX (B. Pozuelo), las Molucas (B. Bañas), etc.
La segunda incluye trabajos sobre fuentes bibliográficas: sobre la historia del Asia
oriental (J. U. Martínez Carreras y J. Moreno), el Extremo Oriente en los boletines del
Instituto Libre de Enseñanza (J. Paniagua), la historia de la Iglesia en Extremo Oriente
(L. Tormo) y otros.
SUE-HEE KIM
SUE-HEE KIM
Varios autores: Australia, Historia 16, Madrid 1989. Cuadernos Historia 16, n.º 187, 40
págs.
El último estudio se centra en los viajeros que hicieron conocer a los europeos y a los
propios australianos este enorme país-continente («Haciendo caminos», de P. Carter).
[185]
Completa esta pequeña obra, como es habitual en la colección, una antología de textos
sobre Australia, seleccionada por G. Zaragoza.
C. A. CARANCI
SPENCE, Jonathan D.: The search for modern China, Hutchinson, London-Sidney-
Auckland-Johannesburg, 1990, 876 págs.
Eminente especialista de renombre internacional, Spence nos ofrece en esta obra, fruto
de treinta años de trabajo, un estudio completo de la Historia de China, desde finales del
siglo XVI hasta los sangrientos sucesos de la plaza de Tiananmen en junio de 1990.
El autor mantiene la tesis de que la Historia de China es tan rica y tan singular como la
de cualquier otro país, y su destino está ya unido al de las demás naciones en los
mismos objetivos comunes, como la necesidad de materias primas y recursos
energéticos de que carece, y del intercambio comercial y cultural con todos los pueblos.
Sin embargo, China durante mucho tiempo ha permanecido desconocida para
Occidente, e incluso todavía parece permanecer apartada quizá por la influencia de su
idioma, costumbres y talante. Pero ahora, con más de mil millones de habitantes, está
sufriendo muchas tensiones internas que solamente podemos vislumbrar: los vaivenes
de su vida política, las actitudes en su comportamiento cultural, las terribles sacudidas
de su economía, y el hecho de que su periódica hostilidad a la influencia extranjera se
ve acompañada por sonrisas de bienvenida, hace que todo ello nos mantenga en un
estado de desconcierto acerca de la naturaleza real de China.
Para Spence, esa nación no es más difícil de entender que cualquier otra, lo que ocurre
es que en el caso de China vale la pena intentarlo porque su historia es asombrosa y
tiene mucho que enseñarnos. Con una historia de cerca de cuatro mil años, y con una
sociedad que ha conservado su vitalidad y su propia conciencia histórica perfectamente
documentada, se hace muy difícil elegir un punto de partida para narrarla, pues en
cualquier fecha ya existen sucesos, personalidades y acontecimientos culturales e
históricos. Por ello el autor comienza su relato a fines del siglo XVI, porque piensa que
a partir de esa época es más fácil examinar y dar sentido a los problemas de la China
actual, ya que muchas situaciones parecen, con los debidos cambios, repetición de
hechos ocurridos anteriormente. Por ejemplo, lo ocurrido en 1644 aparece en 1911, y de
nuevo en 1949, y en las tres circunstancias la desilusión con el presente se combina con
una cierta nostalgia del pasado y una apasionada esperanza por un futuro, en el que
desapareciera el viejo orden y se abriera paso uno nuevo e incierto. El autor estima que
el conocimiento de ese pasado, factor constante en la historia de China, nos ayudará a
comprender las fuerzas que allí se enfrentan y podemos examinar las oportunidades que
existen a favor y en contra para que China alcance su lugar en un mundo moderno.
En el comienzo de su relato, al analizar la decadencia de la dinastía Ming, Spence
estudia la enorme incidencia que la importación de la plata mexicana procedente de
Filipinas tuvo en la economía de China. Desde 1570, en que los españoles se
establecieron en Manila, una numerosa colonia china se fue agrupando en la ciudad con
el fin de comerciar con aquéllos. En muy pocos años, a medida que el tráfico del Galeón
con Acapulco se desarrollaba, el flujo de plata aumentó de forma impresionante
ocasionando en China graves problemas: inflación, especulación y un errático
crecimiento económico en algunas ciudades que [186] destruyó los tradicionales
modelos económicos. La situación fue realmente grave, pagando sus consecuencias la
población campesina obligada a pagar sus impuestos en plata, mientras que sus
cosechas las vendían obligatoriamente en monedas de cobre. Todo esto ocasionó
corrupción, evasión de impuestos, etc., precipitando la caída de los Ming.
Hemos mencionado este asunto de la plata porque creemos que es un aspecto poco
estudiado de la repercusión que el comercio del Galeón de Manila tuvo en la economía
de China, pues los trabajos que se han hecho son todavía insuficientes dada la
importancia del tema.
La obra se completa con los siguientes Anexos: notas con bibliografía específica;
bibliografía ampliatoria para cada uno de los 25 capítulos; vocabulario onomástico,
histórico y geográfico; ilustraciones en color; fotografías; un índice de extraordinario
valor para la investigación; y, finalmente, una explicación sobre el sistema Pinyin para
leer el idioma chino.
LEROI-GOURHAN, Arlette y André: Un voyage chez les Aïnous, Albin Michel, París
1989, 156 págs.
Poco se sabía sobre los ainu en Europa, sobre su origen étnico, su lengua y su historia,
un poco más sobre sus manifestaciones culturales y estructura social. Hoy se sabe más,
los conocimientos sobre los ainu han aumentado apreciablemente, pero no todo lo que
cabría esperar (basta dar una ojeada a obras recientes, como Las religiones en los
pueblos sin tradición escrita, volumen 11 de la Historia de las religiones Siglo XXI, en
el capítulo «Las religiones de los pueblos árticos», apartado «Los ainu»; o a
Civilizaciones extinguidas, tomo 2 de la Historia de las civilizaciones de Alianza
Editorial/Labor, para darnos cuenta de lo que decimos).
Pero no cabe duda de que la misión etnológica de los Leroi-Gourhan hizo conocer
bastante mejor a los ainu, resolvió algunos problemas pendientes y aireó una situación
de declive y opresión étnica de la que eran víctimas los ainu por parte de los japoneses,
que les negaban (y niegan) todo derecho y trataban y tratan de asimilarlos y hacer
desaparecer su cultura.
En tiempos del estudio los ainu que todavía hablaban su lengua no eran más de dos mil,
sobre una población de unos 16.000 largos en total. Su cultura estaba ya en declive, sus
costumbres se desvanecían y estaban mestizados en buena medida a causa de la
colonización japonesa. Con todo, sus tradiciones pervivían en parte, y con fuerza
suficiente como para poder apostar por su supervivencia.
Cuando los Leroi-Gourhan llevan a cabo su estudio todavía una porción relativamente
apreciable de la población ainu seguía viviendo según las normas y formas [187]
tradicionales, conservaban sus rituales -en particular, el culto del oso-, los tatuajes de las
mujeres, la caza, la agricultura, la filosofía, cte. Esto es lo que nos describen, a través de
unas páginas claras y densas a un tiempo.
Los dos últimos capítulos son especialmente interesantes, pues trazan la historia de los
ainu. Los ainu serían los habitantes primitivos del archipiélago japonés y de las tierras
cercanas: la importante cultura Jomon del Japón primitivo ha de atribuirse, sin duda, a
los ebisu o antepasados de los ainu. La aparición de poblaciones mongoloides
provenientes del sur, los antepasados de una parte de los japoneses actuales, va
empujando a los ainu hacia las islas septentrionales, las «islas del frío», al tiempo que se
establecen relaciones diversas y que se inician conflictos de los que resultarán
vencedores los recién llegados, que acabarán ocupando todo el archipiélago.
C. A. CARANCI
CAMPBELL, Joseph: Las máscaras de Dios: mitología oriental, Alianza Editorial,
Madrid 1991, trad. de B. Urrutia, 594 págs.
Este volumen es el segundo de una obra en cuatro tomos, cuyo título de conjunto es Las
máscaras de Dios (los demás son Mitología primitiva, Mitología occidental y Mitología
creativa), y cubre lo que en Occidente, de forma abusiva, suele llamarse «Oriente» -
desde el Próximo Oriente al Extremo Oriente- y que refleja más una exclusión que una
definición.
Pasa luego a estudiar las mitologías de la India, desde las primeras civilizaciones del
Indo, preindoeuropeas, hasta las arias (la edad védica, la época budista, el período de las
grandes creencias, después de la era cristiana, hasta la invasión musulmana). [188]
C. A. CARANCI
Esta biografía de Sinibaldo de Mas es la primera que aparece en España -tras algunas
publicaciones contemporáneas al personaje, durante el pasado siglo-, publicada en
catalán, al amparo de la iniciativa regionalista de la Caixa de Barcelona, que bajo la
colección «Gent Nostra», que cuenta ya con casi cien títulos dedicados a glosar
catalanes ilustres. Entre éstos se encuentra el libro en cuestión. dado que Mas nació en
Barcelona en 1809, lo que afortunadamente le ha hecho acreedor de un estudio sobre su
vida y obra.
A lo largo de su azarosa vida cubrió las dos grandes facetas de las figuras del siglo XIX:
fue hombre de letras con notable grado de erudición, al tiempo que aventurero de
primera fila, de categoría similar al mítico Ali Bey, también de origen catalán. Esta
obra, a pesar de su brevedad, cubre con profundidad la vida de Mas. Analizando
inicialmente su etapa de diplomático, la faceta sin lugar a dudas más importante de su
personalidad, narrando entre otros temas su gran viaje desde el Próximo Oriente hasta
Filipinas, que discurrió entre 1834 y 1842, sino también su primer viaje a Macao como
representante de España entre 1843 a 1844, y los posteriores a China entre 1848 a 1850
y 1863 a 1868, respectivamente, en los que logrará la firma del primer tratado entre
España y el Celeste Imperio.
El trabajo de A. Homs analiza igualmente su obra como político, con especial reseña a
su faceta iberista, al tiempo que presenta su amplia producción escrita con trabajos tanto
sobres cuestiones lingüísticas, como de índole científico -«Empolladura artificial de
huevos de gallina en Egipto», publicado en el Seminario pintoresco de Madrid en 1834-
, literarios o políticos, o sobre la acción colonizadora de los europeos en Asia -«A
Iberia», publicado en Lisboa entre 1851 y 1852; «Informa sobre el estado de las islas
Filipinas, en 1843, «L'Angleterre, la Chine et I'Inde», texto en francés publicado en
1858, etc.-. Destacando finalmente su carácter de hombre «del renaixement», con su
cuidada cultura, su capacidad [189] para hablar los más importantes idiomas europeos,
junto a varios asiáticos como el persa, urdu, y algo de chino..., en combinación casi
enfermiza por su pasión por la pintura, afán coleccionista que le llevó varias veces al
borde de la ruina, al tiempo que habilidad con la que se ganó la vida en Bombay y la
India cuando los recursos del Ministerio de Estado no llegaban, cosa por otra parte muy
común.
La obra de A. Homs deja algunos estadios y facetas de la vida de Mas que podrían haber
sido cubiertos, al parecer por desconocer algunas fuentes documentales el autor.
Carencias que podrían haber sido subsanadas con la consulta del expediente personal de
Mas en su calidad de diplomático, que se encuentra depositado en el Archivo del
Ministerio de Asuntos Exteriores de Madrid, así como con los diversos legajos sobre
China en los que la presencia de Mas es constante. También se echa en falta en la lista
de publicaciones algunos de los trabajos de Mas sobre la India o los publicados para la
Sociedad de Orientalistas de París, como el referente a la cuestión de Borneo, entre
otros.
Para finalizar, destacaría el interés de esta obra, no sólo para los estudiosos de la historia
de las relaciones internacionales, para quienes la vida y la actuación diplomática de Mas
pueden descubrir muchas cuestiones hasta ahora olvidadas, sino también para aquéllos
que quieran comprender mejor la historia de España y de los países de Asia Oriental en
las décadas centrales del pasado siglo. Curiosidad que a través de esta biografía puede
quedar suficientemente perfilada, y llevar a una mayor profundización de la cuestión.
Finalmente, señalar que en esta obra se une el interés histórico con una forma agradable
y rápida en la narración, junto a una «trama» propia de una novela de aventuras, de la
que la vida de Mas está repleta, demostrándose una vez más que en muchos casos la
realidad supera con creces a la ficción.
KNIGHT, Ian: Queen Victoria's Enemies (4): Asia, Australasia and the Americas,
Osprey, Londres 1990, Men-at-Arms Series, n.º 224, ilustrac.: R. Scollins, 48 págs.
En Asia estudia las campañas en China -Guerras del Opio, Rebelión de los Taiping, la
Guerra de los Boxers-, las campañas de Bhután (1864-65) y Tíbet (1903, que cae
cronológicamente fuera del reinado de Victoria, pero dentro de los planes coloniales
decididos durante éste), las de Birmania a lo largo del siglo XIX, las de las Indias
Orientales (Borneo).
En América estudia las campañas de Canadá contra los fenianos (1866-71), contra los
mestizos franco-indios (1870), y en Jamaica contra los esclavos negros rebeldes en
1865.
La parte dedicada a Oceanía recoge las Guerras Maoríes y las resistencias de los
aborígenes australianos.
Las primeras cubren las guerras contra la penetración británica en Nueva Zelanda y
contra el robo de tierras por parte de la administración colonial, en los años 40, en los
60 y finalmente en los 70 del pasado siglo. La derrota maorí pone [190] fin a la
independencia de las entidades políticas locales, y abrirá el país a la inmigración
británica masiva.
C. A. CARANCI
Varios autores: Jornadas sobre «Las relaciones entre España y Japón en el Pacífico»,
Asociación Española de Estudios del Pacífico/Dpto. de Historia Contemporánea de la
Fac. de Geografía e Historia/Centro Estudios Históricos del CSIC, UCM, Madrid 1990,
460 págs.
Desde una perspectiva sociológica, M.ª Dolores RODRÍGUEZ DEL ALISAL habló
sobre 1868. Encrucijada en la historia de Japón y España. Análisis comparado de un
cambio. Por su parte, Sue-Hee Kim abordó la temática del arte en su comunicación
sobre La presencia de Japón en la Exposición Universal de Barcelona de 1888 y su
repercusión en la sociedad española finisecular.
El día 25 se organizó una mesa redonda, presidida por el profesor Juan Carlos
PEREIRA, con objeto de analizar cuestiones tales como el balance de la historiografía
sobre Japón disponible en España, centros de documentación, fuentes para el estudio de
las relaciones hispano-japonesas, incidencia de la cuestión de Extremo Oriente en la
política exterior de la España contemporánea, etc.
«En este relato todo es verdad y el narrador de él huye de ser un novelador, se niega a
serlo o a parecerlo», estas palabras del autor revelan la esencia de esta obra magistral.
Utilizando como hilo conductor la figura de Dolores Armijo, la amante o amada de
Larra, enviada a Manila por su familia cuando el escritor se suicidó, para que se
reuniese con su esposo, José María Cambronero, que allí tenía un alto cargo en la
administración, Ortiz Armengol nos introduce en la vida de Manila de 1837 a 1840.
Todos los personajes son reales y están colocados con total exactitud de tiempo y lugar.
La documentación utilizada por el autor ha tenido que ser enorme y en muchos casos
inédita o poco conocida. Ejemplo de esto último son las memorias del capitán general
García Camba, gobernador del Archipiélago, que sirven de cimiento a toda la narración.
Sin embargo, este libro tiene, a nuestro juicio, un mérito aún mayor: el de contar mucho
de la historia de la presencia española en Oriente, sus logros y fallos, de una manera
sencilla, narrativa, casi sin darle importancia, pero que, sin duda, ha significado un
enorme esfuerzo de síntesis. Ortiz de Armengol ha volcado en su obra no sólo sus
conocimientos, sino su larga experiencia en aquel país.
Para los que amamos a Filipinas y conocemos algo de su devenir histórico, de su tierra y
de sus gentes, constituye un verdadero placer leer este libro. Los comentarios [192] y
opiniones que expresan algunos de los protagonistas, las descripciones de la ciudad, de
sus monumentos, de sus paisajes, de sus habitantes, y de todo el conglomerado de razas,
de tipos diversos, costumbres, etc., vale más que cualquier historia puramente científica.
Así pues, el autor nos describe incluso el calor y el ardiente sol de Filipinas como
componentes fundamentales de la vida de sus habitantes; las torres de algunas iglesias,
octogonales por influencia china; las Milicias pampangas, flor de la fidelidad filipina; lo
que significaba aquel país, «masa fermentada en tres siglos de talentos y heroísmos»;
los mestizos, «lo que une y liga a españoles y filipinos»; el temor al creciente número de
clérigos indígenas; la no aplicación de la Constitución española en el Archipiélago; la
maravilla del crepúsculo en la bahía de Manila; las tensiones entre el poder eclesiástico
y las Autoridades; el heroico papel de los párrocos en los pueblos; la influencia y el
poder de los chinos; el despertar de las apetencias inglesas y francesas sobre Filipinas;
los barruntos de un inminente nacionalismo; y nos deleita también cuando nos explica
Intramuros, la vieja ciudad murada de Manila, bárbaramente destruida en la última
guerra mundial, y a la que también dedicó una obra memorable publicada en 1958.
Finalmente deseamos transcribir literalmente un párrafo, en el que nos parece que Ortiz
Armengol resume espléndidamente lo que constituyó, en esencia, la presencia española
en las islas de poniente; cuando nos relata la fundación y desarrollo del Hospital de San
Juan de Dios dice «el lego Juan Clemente, el que recibía a los leprosos, a los paralíticos,
a los ciegos en la portería del convento, a todo malayo o chino, malabar o japonés, ¿no
sería el arma secreta principal de la conquista? Que un tagalo enfermo y hecho una
ruina recibiera de ese español afecto y cuidado, amor y atención, trato y tiempo, debió
de atraer hacia esos barbudos blancos -de cabeza monda y de faldas como las mujeres
castilas- la adhesión instantánea de los miles y miles que lo presenciaran o que lo
supieran. No puede comprenderse de otro modo que poco más de doscientos españoles -
y muchos años después todavía menos de mil- pudieran establecerse en siete mil islas
durante un tercio de milenio, sin que hubiera un arma mágica muy superior a las tres o
cuatro docenas de arcabuces de los hombres que desembarcaron, y hemos de apuntar
que el arma empleada fue ésta sencilla de la caridad ejercida con el más débil. Los
tagalos y después los demás se entregaron a la protección del barbudo y no despertaron
de ella sino tres siglos más tarde».
MARÍN, Fermín: El Japón Tokugawa, Historia 16, Madrid 1991, Cuadernos de Historia
16, n.º 250, 40 págs.
El Japón Tokugawa abarca un período de más de dos siglos, de 1600 a 1868, es decir,
hasta la Revolución Meiji. En este Cuaderno el autor sintetiza la historia de esta etapa
tan compleja de la historia japonesa, a la que se considera habitualmente como
«conservadora». El primer Tokugawa pone fin al «período de las guerras», unifica el
país y refuerza los vínculos feudales que unían al shogun con los daimyo. Estos dos
siglos se caracterizan por el aislamiento en todos los campos y la pervivencia del
feudalismo, pero al mismo tiempo ve cómo aumenta la presencia europea en Japón. El
país queda «congelado», lo que tendrá repercusiones negativas sobre el futuro.
Completan el Cuaderno una cronología, una bibliografía y una antología de textos sobre
la época.
C. A. CARANCI
DE LA TORRE, Rosario y LANGA LAORGA, Alicia: Japón: de los Meiji a hoy,
Historia 16, Madrid 1991, Cuadernos de Historia 16, n.º 255, 40 págs.
Es un período que ve surgir a Japón como gran potencia, competidora de las europeas y
asiáticas, y que, en cierto modo, es como una reacción a la presión europea y
norteamericana a su injerencia en los asuntos japoneses, y a la constatación de la
debilidad del país y del atraso relativo respecto a los occidentales. Pone fin al período
conservador Tokugawa y abre al Japón al mundo. La Revolución Meiji es obra del
emperador y de una exigua oligarquía reformista, que va a iniciar la industrialización,
desarrollar la economía, modernizar el ejército, reprimir a las fuerzas tradicionalistas, y
que va a crear una estructura política más o menos formalmente occidental,
parlamentaria, con partidos políticos, una Prensa (no libre), una Constitución (1889),
una diplomacia «modernizada» y va a adoptar una política expansiva a costa de los
países vecinos, que llevará a guerras con China y Rusia.
La segunda parte, debida a Langa Laorga, se centra en el Japón del siglo XX. Cubre los
años anteriores al período Meiji hasta hoy: Primera Guerra Mundial -en la que Japón
participa junto a la Entente-, expansión en China y en Manchuria, enfrentamiento
económico y diplomático con Estados Unidos, que conducirá a la guerra en 1941-45 y
al fin del imperio autoritario japonés. Cubre, finalmente, los años de la posguerra, la
democratización del país, el espectacular crecimiento económico, la consolidación
política y los primeros pasos del expansionismo renovado de los años 70 a 90.
C. A. CARANCI
SCURR, John: The Malayan Campaign 1948-60, Osprey, Londres 1990, Men-at-Arms
Series, n.º 132, ilustrac.: M. Chappell, 40 págs.
Este título de la serie Men-at-Arms cubre la campaña de los británicos contra las
guerrillas comunistas surgidas al calor de la lucha contra los japoneses durante la
Segunda Guerra Mundial, de los cambios políticos y descolonizaciones de la posguerra
y de los éxitos de los comunistas en China y otros países, y que aspiraban a poner fin al
colonialismo británico e instaurar regímenes de izquierda. La guerra se prolonga desde
1948 a 1960, con intermitencias, y presenta componentes anticoloniales, ideológicos y
nacionalistas, y se extiende geográficamente por Malaya y Borneo septentrional
británicos, que la potencia colonial quería convertir en un Estado único pero artificial,
controlado neocolonialmente (y esto ocurrirá una vez derrotadas las guerrillas, y
desviada la amenaza de anexión indonesia).
La guerra fue dura, trajo consigo grandes destrucciones y la muerte de miles de civiles,
muchos pertenecientes a etnias minoritarias reclutadas por los británicos, y miles de
muertos en combate (casi siete mil guerrilleros, amén de los capturados y rendidos; 615
británicos, incluidos 169 gurjas, 27 australianos y 16 neozelandeses, y 1.475 miembros
de la fuerzas armadas y policiales malayas).
La obra se completa, como todas las de la Serie, con fotografías, ilustraciones y láminas
en color con los uniformes y armamento de las tropas que participaron en el conflicto.
C. A. CARANCI [195]
Se describen luego las costas americanas, desde California al sur de Chile, desde el
punto de vista geográfico -incluidas las corrientes marinas-, económico -pesca, guano,
etc.-, faunístico, etc.
C.A. CARANCI
El estudio realizado se centra en la actitud mostrada por el Reino Unido a lo largo del
conflicto hispano-norteamericano de 1898, en el cual Londres declaro su neutralidad, al
tiempo que apoyaba diplomática y logísticamente la agresión estadounidense contra las
posesiones ultramarinas de España. Los sucesos de este conflicto se desarrollan en tres
grandes escenarios: el antillano, en torno a la Cuba española; el europeo, centrado en las
grandes cancillerías, y a los problemas surgidos en torno a Gibraltar; y finalmente el
escenario situado en Extremo Oriente, en las posesiones españolas de Filipinas, y los
archipiélagos del Pacífico, los cuales son valorados en su importancia en el índice del
libro. Así, tras el prólogo del profesor Jover, nos encontramos un conjunto de nueve
capítulos que en primer lugar tratan de crear un marco general, «Marco y objetivos de la
política exterior británica», al que siguen un análisis de la situación antes del estallido
del conflicto; «Inglaterra y la intervención de las potencias europeas en el conflicto
hispano-norteamericano», para entrar en el núcleo principal del trabajo, el análisis de los
caracteres que tomó la neutralidad británica durante la guerra; «La declaración de
neutralidad británica ante el comienzo de la guerra hispano-norteamericana», «Los
comportamientos», «Los comportamientos en el Lejano Oriente», «Las actitudes y las
declaraciones», «Inglaterra y la preparación de la Paz», «Gibraltar y el [196]
planteamiento del problema de garantías exteriores». Para ya terminar con el capítulo
titulado «Valoración española de la neutralidad británica».
En lo referente a Extremo Oriente, en las páginas de este libro se hace una puesta al día
de los conocimientos que hasta la actualidad se tienen sobre los sucesos allí acaecidos
en 1898. Mostrando cómo en este marco geográfico del 98 se encuentran una serie
importante de lagunas, lógicas si consideramos la tradicional desatención por parte de la
historiografía española a esta parte del mundo, que resulta inevitable llenar en unos
momentos en que se aproxima el primer centenario de estos sucesos, y dentro de un
marco de creciente importancia de todo lo referente a la cuenca del Pacífico -en especial
en su parte asiática-, interés general de la humanidad del que la sociedad española aun
parece seguir marginado. Futuras investigaciones deberán demostrar esa cara oculta del
conflicto, su parte asiática, que sin lugar a dudas llevarán a una revisión total de
nuestros conocimientos sobre este suceso fundamental para la comprensión de la
historia contemporánea de España.
CARANCI, Carlo A.: El Imperio portugués, Historia 16, Madrid 1990, Cuadernos
Historia 16 n.º 215, 40 págs.
A principios del siglo XV, Portugal es una realidad política dotada de una base social y
económica suficientemente estructurada. En el proceso de formación de las
nacionalidades europeas, el occidente peninsular es capaz de presentar para entonces
uno de los más acabados modelos existentes sobre el continente. Ahora, su propia
realidad geográfica le empujará hasta los primeros planos de la historia universal.
Encerrado entre una Castilla siempre temida y despreciada y el Océano Atlántico,
Portugal se ve obligado a encontrar en este último su espacio de expansión natural.
Todo -tal como afirma el autor de este texto- predispone entonces a Portugal hacia la
consecución de las aventuras marítimas. La pujante burguesía comercial impulsa el
perfeccionamiento de las técnicas de navegación, que en muy pocos años permitirán a
los marinos lusos los viajes de cabotaje por el litoral africano, para pasar luego hasta el
extremo oriente asiático y, comenzada la carrera de Indias, establecer puestos de
ocupación en las costas del Brasil.
Esta breve pero densa obra recorre de forma rigurosa toda esta prolongada trayectoria
de cerca de seis siglos de duración. Una secuencia ésta que convierte al Imperio
portugués en una de las estructuras de dominación suprarregional más prolongados de la
Historia. Carlo Caranci, gran conocedor de la realidad colonial en todas sus facetas, ha
conseguido aquí establecer una notable síntesis de este complejo y rico período, que
media entre los años 1415 y 1975, a través de cuatro continentes y tres océanos.
En el estilo directo y lineal que le caracteriza, Caranci entra con brevedad cargada de
sugerencias a anotar y valorar todos los elementos presentes en esta formidable aventura
de un país tradicionalmente olvidado, y aun menospreciado, por una Europa que mira
hacia occidente saltando por encima de él. La realidad africana y sudamericana de hoy
es inexplicable sin considerar estos antecedentes previos, tratados aquí con una forma
sinóptica, obligada por las limitaciones de espacio, pero solamente posible para un
perfecto conocedor de la materia considerada.
HEADRICK, Daniel R.: Los instrumentos del Imperio, Alianza, Madrid 1989, Alianza
Universidad-Historia, 187 págs.
La aparición de la obra de este historiador británico, impresa por primera vez en Oxford
en 1981, nos muestra la vigencia y progreso que las investigaciones sobre el pasado
siglo tienen en la actualidad, presentando un vigor historiográfico que hace posible que
autores ya clásicos como Hobson, Fieldhouse, Brunschwig, Cameron o Langer se
encuentren en la actualidad en vías de ser superados. El libro de Headrick servirá de
guía y aliento para todos aquellos que, aún en la actualidad, piensen que los sucesos
comprendidos entre la Revolución francesa y la Gran Guerra son un campo de
investigación y trabajo repleto de preguntas todavía sin contestar.
Analizando la vertiente biológica de esta expansión, Crosby muestra cómo los europeos
se adueñaron de las zonas templadas del planeta con suma facilidad gracias al rápido
triunfo alcanzado, de forma paralela al éxito de los humanos por animales, plantas y
gérmenes que les acompañaron en su proceso de expansión y conquista.
Sobre esta hipótesis de trabajo -¿el triunfo del imperialismo europeo tiene un
componente biológico, un factor ecológico?- se construye este renovador y sugerente
trabajo.
En los capítulos 3, 4 y 10 (Los normandos y los cruzados; Las Islas Afortunadas; Nueva
Zelanda) hace un pormenorizado análisis de distintos intentos de creación de colonias
de poblamiento europeas en diferentes zonas geográficas y momentos temporales, unas
cerradas con el fracaso y otras con el más rotundo éxito, que mediante la comparación
permiten la formulación de un marco referencial sobre los factores determinantes que
coadyuvan al establecimiento exitoso de una «Nueva Europa».
Será en los capítulos 5 y 6 (Los vientos; Accesible pero indómito) donde centre los
factores tecnológicos y biológicos que han permitido que sean los europeos y no otras
culturas las que se han extendido y colonizado todo el planeta.
Como cuarto punto a tratar, capítulos 7, 8 y 9 (Las malas hierbas; Los animales; Las
enfermedades) analiza los aliados que los europeos llevan en su expansión y cómo estos
colaboraron tanto en vencer la resistencia de los nativos y de la propia naturaleza, como
a construir una nueva biota aceptablemente semejante a la que los colonizadores blancos
habían dejado en sus países de origen.
A partir del siglo XVII las flotas de Indias decaen y se suprimen en el XVIII. El autor
describe además su organización, los barcos que las componían, los cargamentos, las
travesías, el tornaviaje, etc. Una pequeña antología de textos de la época completa esta
breve obra.
C. A. CARANCI
MARÍN, Fermín: Los últimos descubrimientos, Historia 16, Madrid 1991, Cuadernos,
n.º 263, 40 págs.
Los europeos -explica Marín- habían penetrado ya en buena parte de América, en parte
de África y Asia, y habían cruzado el Pacífico. Ahora, a partir del siglo XVII, van a
primar las relaciones coloniales, los intentos de control de mercados y centros de
producción de materias primas, la ocupación de enclaves, puertos [201] y territorios que
aseguren los monopolios comerciales -importantes serán las compañías comerciales-.
Pero también van a seguir siendo importantes los intereses religiosos y la investigación
científica -se crearán compañías y asociaciones dedicadas al estudio de las nuevas
tierras y pueblos-.
C. A. CARANCI
Se incluyen seguidamente los grandes viajes por tierras de África, Asia y América, y
también la planificación, la ciencia y la técnica de los descubrimientos: la [202] náutica
y sus instrumentos, los navíos, las rutas y las cartas, así como sus relaciones con la
ciencia moderna: la práctica del método científico, los tratadistas, y la investigación y su
aplicación tecnológica. Se estudia la organización de los «mundos» portugueses, desde
Brasil al Océano Índico y Extremo Oriente; y se analizan las causas de la expansión
marítima: geográficas, económicas, ideológicas, políticas, humanas y sociales.
Bateson, además, fue el introductor de lo que en esos años era una novedad en los
estudios antropológicos de campo: la fotografía y, sobre todo, el cine. Hizo además
aportaciones conceptuales de relieve, en el ámbito de la psicología antropológica y de
las relaciones individuo-cultura: fue el popularizador del términos ethos, en el sentido
de estandarización cultural de instintos y emociones, y de los estudios sobre este
concepto. Estudió la personalidad desde una perspectiva antropológica y las alteraciones
patológicas de aquélla a causa de los factores culturales, lo que fue entonces una
novedad. Estableció el concepto de cismogénesis (o formación de fracciones en el seno
de un grupo humano, según, en términos generales, distintas formas de interpretar el
mundo, o a causa de la influencia de los procesos de cambio cultural, o de aculturación,
etc.) y el de eidos, relacionado con los aspectos cognitivos de la personalidad
individual, con el pensamiento.
Volviendo a Naven, se trata de un estudio sobre los iatmul, etnia de la región del río
Sepik medio, en la actual Papúa-Nueva Guinea. Concretamente, Bateson estudia el
ritual llamado naven.
Este ritual consistía en una ceremonia destinada a felicitar a los miembros de [203] la
comunidad que habían conseguido algún tipo de éxito social en algún campo. En ella,
entre otras cosas, se invertían temporalmente ciertas reglas sociales, por ejemplo la
diferenciación entre los sexos, normalmente muy acentuada, representándose en el ritual
comportamientos que podrían considerarse transvestistas u homosexuales.
C. A. CARANCI
DRIVER, Marjorie: An account of the island of the Ladrones, The Journal of Pacific
History, vol. 26, n.º 1, 1991. 20 págs.
Los primeros folios del manuscrito contienen una breve descripción de los sucesos
ocurridos a la llegada de un galeón a las Ladrones, ahora islas Marianas, en su ruta entre
Acapulco y Manila. Los grabados nos muestran a los habitantes, en pequeñas
embarcaciones, intercambiando sus productos alimenticios por el hierro que les facilitan
desde el galeón.
El profesor Boxer relata que dos barcos hicieron la carrera entre Acapulco y Manila en
1590, precisamente la fecha que lleva la «Relación», la capitana Santiago y su buque
escolta. A bordo de la capitana iban el nuevo gobernador de Filipinas Gómez Pérez
Dasmariñas y su hijo Luis. Boxer cree que el galeón que figura en el grabado era el
Santiago y que bien el Gobernador o su hijo escribieron el manuscrito u ordenaron
redactarlo.
Este artículo es una prueba más de la gran labor que, desde hace años, lleva a cabo su
autora, verdadera autoridad en las materias relacionadas con la presencia hispana en el
Pacífico hasta 1899.
El autor nos relata que «ésta es una visión de la vieja Manila, tal como eran su recinto
amurallado y sus alrededores en los primeros años del siglo XVIII, según el admirable
trabajo del piloto y cartógrafo canario don Antonio Fernández de Roxas, quien la
delineó por los años 1714 a 1720».
Manila era entonces la más importante ciudad «europea» de Asia. Desde su fundación
por Miguel López de Legazpi el 24 de junio de 1571, tuvo desde sus comienzos una
personalidad y unas características completamente distintas a las de su entorno.
Además, ni los asentamientos portugueses ni los holandeses, ni más tarde los ingleses y
franceses, tuvieron importancia como nuevas formas urbanas europeas introducidas en
el mundo asiático. Manila, sin embargo, fue una de las espléndidas urbes hispanas de las
tierras ultramarinas. La ciudad fue el centro espiritual, cultural y comercial de una vasta
red que fue extendiéndose hasta los archipiélagos malayo-musulmanes del sur, los de la
Polinesia por el este, Taiwan, el Sudeste Asiático, China y Japón hasta 1650.
En el folleto o librito que acompaña el dibujo, Ortiz de Armengol explica todas las
circunstancias históricas que rodearon al famoso trabajo de Fernández de Roxas; cómo
fue grabado -«esculpido», se decía entonces- por fray Hipólito Jiménez, de la Orden
Hospitalaria de San Juan de Dios; una pequeña biografía de Fernández de Roxas; el
método de trabajo que se siguió; las vicisitudes que sufrió el dibujo; los motivos por los
que se hizo: el robo efectuado por el almirante Draper durante la ocupación inglesa de
Filipinas en 1762; y, finalmente, su destino actual en la Sección Cartográfica del British
Museum de Londres, junto con otros mapas y grabados antiguos de Filipinas. [205]
En fin, una vez más, Ortiz de Armengol nos deleita con otra obra sobre Filipinas, en
este caso con un homenaje al esforzado navegante, cosmógrafo, ingeniero y dibujante,
que fuera don Antonio Fernández de Roxas.
En 1975 apareció otro magnífico estudio del profesor Schütte: el volumen I de la serie
MHJ, con el subtítulo de Textos Calalogarum Japoniae, en el que publica y analiza los
Catálogos y textos análogos de la Compañía de Jesús de Japón, de interesante contenido
histórico, conservados desde 1553. Se trata, también, de otro formidable archivo de
datos, esencial para elaborar trabajos sobre los jesuitas, otros religiosos y figuras
políticas japonesas o relacionadas con Japón desde 1547 hasta 1650.
El autor presenta los documentos en su forma original, lo cual es muy útil para
conocerlos directamente, sin tener que recurrir a las ediciones antiguas, por ejemplo las
Cartas de Coimbra (1565 y 1570), las de Alcalá de Henares (1575), y en especial las de
Évora (1598), edición preferida hasta ahora por los autores como fuente prioritaria.
Igualmente se nos ofrece la situación política y social del país en aquellos tiempos y
unas biografías sintetizadas de los autores de los Documentos y una extensa bibliografía
de gran utilidad e interés.
Espléndido el trabajo de Ruiz de Medina, fundamental, desde ahora, para el estudio del
comienzo de las relaciones entre Occidente y el legendario Cipango.
Este libro narra un viaje por las islas Galápagos. A lo largo de un itinerario sin orden -
pero no desordenado-, el autor lleva a cabo una descripción minuciosa, hecha con
sencillez y lenguaje coloquial, alimentada por una gran curiosidad, por el amor a la
naturaleza, por la pasión de viajar, por la tranquila admiración ante el descubrimiento de
lo nuevo y de lo extraño. Todo ello salpicado por jugosas observaciones ecológicas,
zoológicas, sociológicas o históricas, que hacen de este libro de viajes un agradable y
sosegado paseo por una de las tierras más extrañas del planeta, todavía paraíso natural,
pese al deterioro de las últimas décadas, todavía santuario de iguanas, gigantescas
tortugas y aves únicas.
Oteiza hace una breve historia de este archipiélago ecuatoriano, para pasar
inmediatamente a iniciar su itinerario, describiendo las islas, sus paisajes, sus gentes,
sus personajes pintorescos o famosos, sus plantas y animales. Un buen libro de viajes,
pero no precisamente una guía, sino, más bien, un recorrido personal, pero no
intransferible.
C. A. CARANCI [207]
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2010 - Reservados todos los derechos
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