Caminos Hacia El Nirvana

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 6

CAMINOS HACIA EL NIRVANA

Dalai Lama

Todas las grandes religiones aspiran a transformar las emociones, a las que
consideran factores esenciales de nuestra vida. Las experiencias negativas y dolorosas
afectan nuestras emociones. La transformación significa conservar las emociones
positivas o, en algunos casos, fortalecer las positivas y atenuar las negativas. También
creo, como ya hemos dicho, que las grandes tradiciones se preocupan por la
transformación de las emociones, aunque los métodos que utilicen no sean los mismos;
y en muchas tradiciones, la transformación de las emociones se produce básicamente a
través de la fe, que es muy poderosa e importante.
Una fe muy fuerte en Dios, Alá, el señor Krishna, Shiva o Jesucristo suele tener
un impacto muy poderoso sobre nuestras emociones. Después de todo, el mensaje de
esos grandes maestros es básicamente el mismo, el mensaje del amor, de la compasión,
del perdón, de la tolerancia, de la disciplina y de la alegría. No en vano en ellas se asienta
el fundamento de las grandes tradiciones religiosas. Pero, en el caso del budismo, no
nos limitamos a tener fe en el Buda, sino que también lo investigamos. ¿De qué manera?
Hace ya tiempo que el Buda, el Buda histórico, ha desaparecido y lo único que podemos
es estudiar sus enseñanzas y preguntar a sus devotos seguidores. Cuanto más
investigamos su pensamiento y su conducta, más claramente advertimos el impacto que
han tenido sus enseñanzas. Asimilando de este modo sus enseñanzas y tratando de
emularlas en nuestra experiencia podremos, finalmente, desarrollar algún tipo de
convicción que no se derive exclusivamente de la fe, sino también de nuestra
investigación y del adecuado uso de nuestra inteligencia.
La sabiduría va más allá del conocimiento. Es el conocimiento que acumulamos
escuchando, analizando luego el significado mediante la razón y conectándolo,
finalmente, a nuestra experiencia. Ése es el camino que conduce a la convicción.
(...) Veamos ahora el tema de la ecuanimidad. Lo que perturba nuestra mente
son básicamente emociones negativas como el odio y el apego. Y uno de los antídotos
que pueden atenuar y aliviar esas emociones consiste en la práctica de la ecuanimidad.
Pero la ecuanimidad de la que hablamos no tiene nada que ver con la indiferencia, ni
con la ausencia de todo sentimiento, sino con la capacidad de diferencias positivas de
las negativas y lo correcto de lo erróneo. Debemos adoptar una forma de vida que
conceda importante a los valores positivos y trate, al mismo tiempo, de eludir los
negativos. Esta ecuanimidad, en suma, apunta a reducir la identificación y el odio.
Creo que la ecuanimidad puede ser practicada tanto por quien sustente un punto
de vista religioso como por quien no pertenezca a ninguna tradición religiosa. Y algo
parecido sucede con el cultivo de cualidades positivas como el amor y la compasión, que
lo mismo pueden basarme en el razonamiento y la comprensión desde una determinada
tradición religiosa, como desarrollarse de manera completamente ajena a todo
fundamento religioso. El practicante puede desarrollar la bondad y la compasión
pensando que, a través de tales prácticas, alcanzará la iluminación, porque ése fue el
camino enseñado por el Buda. Pero también es posible desarrollar esas cualidades
pensando que el desarrollo del amor y de la compasión proporcionará la serenidad

1
mental, el bienestar físico, la armonía y la paz en el seno de su familia, un tipo de
razonamiento que no está basado en ninguna tradición religiosa.
El cultivo de la ecuanimidad pasa por la necesidad de entender que emociones
negativas tales como el odio y el apego son inadecuadas porque están sesgadas y son
parciales, y cuando nuestra mente es parcial, no podemos ser objetivos ni ver la realidad.
Este tipo de compresión es el que nos permite consolidar la ecuanimidad. Muchos de
los problemas y dificultades a los que nos enfrentamos se derivan de nuestra
incapacidad para ver claramente la realidad. Una actitud mental sesgada o parcial es un
gran obstáculo para la comprensión de la realidad. La realidad, por ejemplo, es que las
cosas dependen de múltiples causas y factores, que están interconectadas, que son
interdependientes y que están interrelacionadas. Son muchos los problemas que se
derivan de nuestra incapacidad a la hora de ver esta realidad, porque entonces
tendemos a centrarnos en un solo factor -ya sea en la experiencia de la felicidad o, por
el contrario, en los problemas y dificultades que se nos presentan- y tratamos de buscar
explicaciones simples a situaciones complejas, en cuyo caso nos centramos
exclusivamente en un factor, soslayando al mismo tiempo el resto. De ahí, por cierto, se
deriva nuestra incapacidad para solucionar muchos de los problemas a los que nos
enfrentamos con el agravante de que, en ocasiones, no sólo no resolvemos los
problemas, sino que creamos otros nuevos.
Si queremos abordar de manera eficaz un determinado problema es muy
importante que nos preparemos mentalmente para contemplar con objetividad los
hechos y comprender la realidad de la situación. Uno de los principales factores que nos
impiden ver objetivamente las cosas es la parcialidad de nuestra mente. Por ello es tan
importante la práctica de la ecuanimidad. Asimismo es necesario el suficiente sentido
común para afrontar las situaciones difíciles. Cuando nos enfrentamos a situaciones
complejas y tratamos de resolver los problemas que ello implica, es importante
mantener una actitud holística más que una mente estrecha. Esta actitud es, en el
mundo actual, especialmente importante. Si sólo nos centramos en el interés de nuestra
familia soslayando a los demás, o si sólo nos centramos en los intereses de nuestra
nación olvidando al resto, es imposible que alcancemos una paz y una felicidad
duraderas. Si dejamos que las emociones negativas enturbien nuestra mente, ésta
perderá el equilibrio y se tornará parcial y unilateral, con lo cual no podremos desarrollar
una actitud holística.
Las tradiciones religiosas caen dentro de dos grandes categorías. La primera de
ellas cree en la existencia de un creador mientras que la otra -entre las que se encuentra
el budismo, el jainismo y parte de la tradición Samkhya - sostiene, por el contrario, que
las cosas se crean por sí solas. Para quienes sustentan la primera visión, Dios
proporciona una excelente oportunidad para el desarrollo de la ecuanimidad ya que,
cuando uno entiende que todo ha sido creado por Dios, se da cuenta de que todas las
criaturas proceden de la misma fuente. Esta visión es especialmente útil para el
desarrollo de la ecuanimidad cuando debemos enfrentarnos a un enemigo, es decir, a
alguien a quien consideramos como una persona problemática. No olvidemos que
nuestros “enemigos” son las personas o grupos que, bajo determinadas circunstancias,
nos crean problemas. Pero cuando contemplamos a esa persona o a ese grupo desde

2
una perspectiva más amplia y nos damos cuenta de que también forman parte de la
humanidad y de la creación divina, nuestros sentimientos negativos se atenúan. Por eso
digo que esta visión puede ser muy útil para el desarrollo de la ecuanimidad.
A veces creo que las personas religiosas, incluyéndome a mí mismo, asumimos
solamente los conceptos que mejor nos cuadran y soslayamos aquellos otros que nos
resultan incómodos. Olvidémonos, pues, de otras galaxias y centrémonos en este
planeta. ¿Qué sentido tiene la discriminación si el mismo creador dio origen a todos los
seres terrenales? No deberíamos, pues, establecer diferencias basadas en el color, la
clase social o, especialmente en este país, la casta.
Según el antiguo pensamiento indio, el papel del karma es esencial para la
práctica de la ecuanimidad, una visión que el budismo también comparte. Y esta
ecuanimidad implica, simultáneamente, no identificarnos con una cosa ni alimentar odio
hacia otra. En el antiguo pensamiento indio, este tipo de ecuanimidad se basa en la
comprensión del concepto de karma, un concepto que implica que todo lo que hoy en
día somos, tanto nuestros pensamientos positivos como nuestros pensamientos
negativos, nuestras expresiones y nuestras acciones, es, de algún modo, el resultado de
lo que hicimos en el pasado. Sólo cuando entendamos este punto podremos desarrollar
esa comprensión y gestionar mejor nuestras relaciones interpersonales, incluyendo las
desagradables. En tal caso, podremos entender que lo que ahora mismo está
expresando la persona con la que nos relacionamos es el resultado de su karma. De ese
modo, no culparemos a la persona, sino a su karma negativo y podremos mantener
hacia ella una actitud ecuánime. La vieja creencia india en la existencia de vidas pasadas
y vidas futuras puede ayudarnos asimismo a enfrentarnos más adecuadamente a
quienes, en esta vida, consideramos enemigos. En tal caso, en lugar de pensar que una
determinada persona está creándonos problemas, podemos pensar que, en el pasado,
puede haber sido nuestro mejor amigo o un pariente próximo, con lo que no resultará
tan sencillo desdeñarlo como un enemigo.
Según el Dharma del Buda, especialmente en las tradiciones Mahayana o
Sánscrita, todos los seres sensibles poseen la naturaleza búdica. De modo que cuando,
desde esa perspectiva, tenemos problemas con los demás, siempre podemos recordar
que son seres sensibles que poseen también, como nosotros, la naturaleza búdica. La
creencia en que la naturaleza última de todo el mundo es pura sosiega nuestra mente,
al tiempo que reduce también el peso de los sentimientos negativos.
Otro método muy poderoso para el logro de la ecuanimidad consiste en el
desarrollo de la comprensión de que todo el mundo aspira a la felicidad, a una felicidad
mayor y mejor. Usted no quiere sufrir y es incapaz de tolerar el más pequeño problema
y sufrimiento; éste es un deseo innato, una aspiración compartida por todo el mundo.
Cuando, en la práctica budista, hablamos del desarrollo de la ecuanimidad, nos
referimos a dos niveles diferentes. Es el primer nivel, nos damos cuenta de la necesidad
de no desarrollar una identificación especial con un grupo de personas odiando
simultáneamente a otro. En lugar de ello, desarrollamos un estado de equilibrio mental.
Algunos de los ejemplos que he dado ilustran el proceso de desarrollo de la ecuanimidad
a este nivel, que consiste en alcanzar un punto en el que no mantengamos una
identificación especial con un grupo ni un odio especial hacia otro. Todos estos ejemplos

3
indican que las cosas están interrelacionadas y que todo el mundo se halla sometido al
influjo de las emociones negativas y a la ley del karma que genera el sufrimiento.
Para desarrollar el segundo nivel de la ecuanimidad –que consiste en desear
beneficiar a los demás, independientemente de los sentimientos de distancia o
proximidad que nos unan a ellos- hay que reflexionar en el hecho de que, al igual que
nosotros, todo el mundo quiere ser feliz y evitar el sufrimiento. Debemos recordar que
todos somos de naturaleza similar y tenemos los mismos impulsos y los mismos anhelos.
Si queremos ayudar y beneficiar a los demás seres sensibles no tenemos que
marginarlos ni establecer distinciones entre ellos. Independientemente, pues, de lo
próximos o distantes que los sintamos, siempre podemos desarrollar una mente que no
establezca diferencias entre ellos. Y éste es un tipo de ecuanimidad que podemos
fortalecer reflexionando sobre las consecuencias destructivas de una actitud egoísta y
sobre los resultados positivos del altruismo y aspirando al bienestar de todos los seres
sensibles. Para reducir la actitud egoísta y desarrollar el altruismo y aspirando al
bienestar de todos los seres sensibles.
(…) La meditación sobre la vacuidad resulta muy útil para el desarrollo de la
ecuanimidad; si queremos entender el modo en que funciona esta meditación, conviene
reflexionar sobre los daños provocados por las emociones negativas. Consideremos, por
ejemplo, las consecuencias destructivas del odio y de la ira, que no sólo destruyen la paz
de la mente de los demás, sino que también resultan personalmente muy dañinas. El
odio y la ira suelen asumir formas agresivas que se expresan de manera violenta. Cuando
reflexionamos, sin embargo, en otros tipos de emociones negativas como el apego, por
ejemplo, parecen ser más suaves y amables, pero en el fondo, son también destructivas.
El apego, por su parte, está ligado a las posesiones, es decir, a las cosas que
consideramos que nos pertenecen, y al “yo” que creemos ser. El apego al “yo” se deriva
del hecho de que nos percibimos como algo concreto, objetivo e independiente. Esto es
así debido a la fuerte identificación con la aparente solidez de uno mismo. El odio, por
su parte, se desarrolla porque vemos al objeto de nuestro odio como algo independiente
y concreto. En el momento, por ejemplo, en que estamos enojados con el señor Gupta
porque creemos que es estúpido, estamos considerándole como un objeto, como si
tuviera una existencia independiente y concreta. Pero si, por el contrario, hacemos una
pausa y nos preguntamos: «¿Dónde está el señor Gupta?, ¿Quién es el señor Gupta? O
¿Es el señor Gupta su mente o su cuerpo?», no tardaremos en darnos cuenta de que no
es posible precisarlo. Y, cuando nos demos cuenta de la imposibilidad de identificar lo
que creemos que existe de manera concreta, nuestra identificación necesariamente se
relaja. Cuando, de manera parecida, estamos muy identificados con una persona
concreta y, haciendo una pausa, nos formulamos las mismas cuestiones, descubrimos
también la imposibilidad de determinar quién es esa persona concreta lo que,
obviamente, también relaja nuestra identificación. Y lo mismo sucede cuando
analizamos la fuerte identificación que tenemos con nosotros mismos como “yo”
individual.
Si hacemos una pausa y nos preguntamos «¿Dónde está ese yo con el que tan
identificado estoy?» descubriremos la imposibilidad de encontrarlo. Entonces nos
preguntáremos cómo pudimos haber desarrollado una identificación tan fuerte con algo

4
que ni siquiera podemos concretar. Advirtiendo así la ausencia de identidad de nuestro
yo, podremos atenuar la intensidad de emociones negativas como el odio y el apego.
Pero cuando hablamos de ausencia de identidad del yo, no debemos entender que
estamos refiriéndonos a la inexistencia del yo, sino tan sólo a su inexistencia objetiva e
independiente.
Si queremos desarrollar un antídoto para reducir la identificación con el yo,
podemos considerar el significado que, en las distintas tradiciones budistas, tiene la
ausencia de identidad del yo. Por ello, los budistas hablamos de la necesidad de
reflexionar sobre el significado de la ausencia de identidad de todos los fenómenos. Pero
tampoco estamos hablando aquí de la ausencia de identidad como falta de existencia
inherente de la persona, sino tan sólo con referencia a los objetos utilizados y empleados
por la persona. Independientemente, pues, de que nos refiramos al objeto disfrutado o
a la persona que lo disfruta, la realidad es la misma, porque ambos carecen de existencia
inherente. Esta visión de la ausencia de identidad se expone en la escuela Solo-Mente o
Chittamatra, según la cual no hay objeto que exista externamente. Todo es una creación
de la mente, todo está en la mente y usted no experimenta ningún objeto que esté
substancialmente separado de la mente.
(…) En este sentido, la escuela Madhyamika señala que no existe diferencia
alguna entre los objetos externos y los objetos internos y que ninguno de ellos posee,
en el fondo, existencia inherente. Si las cosas existieran de manera independiente, no
habría disparidad y diferencia alguna entre apariencia y realidad. Pero son muchas, en
nuestra vida, las experiencias de disparidad entre apariencia y realidad. No podemos,
por tanto, establecer distinción alguna entre los objetos y la mente. Así es como nos
presenta, la escuela Madhyamika, la ausencia de identidad del yo, una visión que nos
permite reconocer que, puesto que no hay objeto ni mente subjetiva alguna que lo
establezca y sostenga, tampoco hay fundamento alguno para el desarrollo del apego.
La enseñanza del Buda es conocida como las cuatro afirmaciones o sellos
budistas, según los cuales, todos los fenómenos condicionados son impermanentes,
todas las cosas contaminadas son sufrimiento, todos los fenómenos carecen de
identidad y están vacíos y, por último, que el nirvana o la liberación es la paz. La
comprensión, por ejemplo, de la primera enseñanza, según la cual todos los fenómenos
condicionados son impermanentes, nos permite advertir que todas las cosas están
causadas y que son, por tanto, transitorias e impermanentes. (…) De manera parecida,
la segunda enseñanza que dice que todas las cosas contaminadas son sufrimiento
significa que, al igual que mi mente está contaminada y que el sufrimiento forma parte
de mi naturaleza, lo mismo resulta también aplicable a los demás. Cómo podemos, pues,
desarrollar rechazo o apego hacia otros seres cuando todos somos lo mismo.
La comprensión de que todos los fenómenos están vacíos y carecen de identidad
nos lleva a la misma conclusión. Así pues, cuando decimos que el nirvana o paz o la
liberación es un estado de paz total, entendemos que todo el mundo posee una
naturaleza búdica y puede desarrollar fácilmente la ecuanimidad.
Pero si queremos desarrollar la ecuanimidad, debemos antes alcanzar el
conocimiento y emplear nuestra conciencia y nuestras experiencias para desarrollar esa

5
convicción. Éste es el modo adecuado de practicar hasta acabar sintiendo el impacto
que ello tiene sobre nuestras emociones.

También podría gustarte