Graciela Humanismo Cristiano
Graciela Humanismo Cristiano
Graciela Humanismo Cristiano
No debe confundirse con Humanismo, una filosofía y ética laica centrada en la primacía del humano sobre
lo divino.
No debe confundirse con Humanismo religioso, corrientes de Humanismo elevadas al carácter religioso.
El humanismo cristiano es un término que se refiere a los cristianos que siguen los principios del
humanismo.1 Según los proponentes del término, la palabra engloba principios como la dignidad humana
universal y la libertad individual, junto con la primacía de la felicidad humana como algo esencial y acorde
con los principios de las enseñanzas de Jesús.2 El filósofo francés Jacques Maritain afirmó que el
humanismo político tiene como pilares fundamentales la filosofía política y el humanismo integral; este
último es muy importante en los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II.3
Definiciones
Los proponentes del término «humanismo cristiano» establecen una continuidad con los humanistas del
Renacimiento, es decir los humanistas académicos, generalmente católicos, cuyas obras retoman el
pensamiento secular de la Antigüedad. Esta definición de «humanismo cristiano» marca una continuidad
entre los humanistas eruditos y los cristianos modernos que se identifican más con los «antiguos valores
seculares».4 Esta visión integra el Nuevo Testamento, las virtudes teologales y cardinales, la necesidad
de la gracia divina y la razón.5 Según su propia percepción, el humanismo cristiano, a diferencia de otros
humanismos, integra al ser humano en materia y espíritu.5
Otros humanistas rechazan la validez de términos como «humanismo cristiano». En The Wiley-Blackwell
Handbook of Humanism, Andrew Copson, de la International Humanist and Ethical Union y Humanists
UK, se refiere al humanismo cristiano como «un término híbrido [...] que algunos que provienen de un
contexto cristiano han intentado poner en circulación». Copson argumenta que los intentos de agregar
adjetivos como «cristiano» a la instancia del humanismo son incoherentes, ya que esto «provocó una
serie de críticas de aquellos identificados con otras tradiciones religiosas —ya sea culturalmente o en
convicciones— de que ellos también podían afirmar ser "humanistas". La sugerencia resultante —que del
"humanismo" existen dos tipos, "humanismo religioso" y "humanismo secular"— ha comenzado a enlodar
de manera seria las aguas conceptuales». Alienta a los creyentes a poner el énfasis en los aspectos
humanitarios de su fe para trazar, como el filósofo Karl Popper, una distinción entre «los "humanistas" y
los "humanitarios religiosos"».6
Historia de la doctrina social
La expresión "justicia social" fue acuñada por el sacerdote jesuita italiano Luigi Taparelli, en el libro Saggio
teoretico di dritto naturale, appoggiato sul fatto (“Ensayo teórico del derecho natural apoyado en los
hechos”), publicado en 1843, en Livorno, Italia, donde se lee: ..."la justicia social debe igualar de hecho a
todos los hombres en lo tocante a los derechos de humanidad...". Siendo así unos de los pioneros de la
Doctrina Social de La Iglesia. Propiamente la expresión “doctrina social” sería usada por primera vez por
Pío XI en su encíclica Quadragesimo annonota 1 quien cita a León XIII, aunque reconoce que la
preocupación por los problemas económicos y sociales es anterior a la Rerum novarum.
Los grandes cambios del siglo XIX como la revolución industrial y el consiguiente crecimiento de las
ciudades habían producido graves desigualdades sociales y económicas. Se debatía y se luchaba por
establecer una justa relación entre trabajo y capital y de ahí el problema conocido como cuestión obrera.
En 1864 el papa Pío IX en la encíclica Quanta Cura condenó el socialismo y el liberalismo económico,
por lo que hizo un primer esbozo de las enseñanzas que León XIII desarrollará: denunciaba
conjuntamente, por una parte, la pretensión del socialismo del siglo XIX de sustituir la Providencia Divina
por el Estado y, por otra, el carácter materialista del liberalismo económico que excluye el aspecto moral
de las relaciones entre capital y trabajo.
En 1891 el papa Leon XIII en la encíclica Rerum novarum dejó patente su apoyo al derecho laboral de
«formar uniones o sindicatos», pero también se reafirmaba en su apoyo al derecho de la propiedad
privada. Además discutía sobre las relaciones entre el gobierno, las empresas, los trabajadores y la
Iglesia, proponiendo una organización socioeconómica que más tarde se llamaría corporativismo.
En 1901 el papa León XIII, con la encíclica Graves de Communi Re rechazó el sindicalismo que implicaba
la lucha de clases.
Cuando en 1931 se cumplen 40 años de la publicación de la Rerum novarum, el papa Pío XI publicó la
Quadragesimo anno donde, además de repasar la doctrina anterior y aplicarla a la situación del momento,
afrontó los nuevos problemas ligados al crecimiento de empresas y grupos cuyo poder pasaba fuera de
las fronteras nacionales. Recuerda además la condena del socialismo así como la insuficiencia del
liberalismo.2
Pío XII vivió los años de la posguerra con otro orden internacional al que dedicó sus intervenciones.
Incluso no publicó encíclicas sobre temas sociales, no dejó de recordar a todos a través de sus
radiomensajes, la relación que corre entre la moral y el derecho positivo así como los deberes de las
personas en las distintas profesiones.3
Juan XXIII deja dos contribuciones: las encíclicas Mater et magistra y Pacem in terris. En la primera habla
de la misión de la Iglesia por construir comunión que permita tutelar y promover la dignidad del hombre.
En la segunda encíclica, además de afrontar el tema de la guerra (en tiempos de proliferación de
armamento nuclear), afronta el tema de los derechos humanos desde un punto de vista cristiano.
El Concilio Vaticano II trató en la constitución pastoral Gaudium et spes temas de actualidad social y
económica, como los nuevos problemas que afrontaba el matrimonio y la familia (por ejemplo, desde las
sucesivas facilidades al divorcio concedidas desde el liberalismo decimonónico y el socialismo), la paz y
concordia entre los pueblos (en el escenario de la llamada Guerra Fría), etc.
Con Pablo VI hace su entrada en los documentos del Magisterio el tema del desarrollo en la encíclica
Populorum progressio haciendo hincapié en la necesidad de que ese desarrollo sea de toda la persona y
de todos los hombres. Es en el periodo de Pablo VI, que también se establece y desarrolla lo que sería
el Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz.
Juan Pablo II, fuertemente marcado por su experiencia en Polonia, publicó diversas encíclicas sobre
temas sociales. La Laborem exercens presenta una espiritualidad y una moral propias del trabajo que
realiza el cristiano. La Sollicitudo rei socialis retoma el tema del progreso y el desarrollo íntegros de las
personas (publicada con motivo de los veinte años de la publicación de la Populorum progressio).
Finalmente la Centesimus annus —con motivo del centenario de la publicación de la Rerum novarum—
se detiene en la noción de solidaridad, que permite encontrar un hilo conductor a través de toda la
enseñanza social de la Iglesia. Aunque sus predecesores habían tratado temas sociales como
orientaciones para la ética social o para la filosofía, Juan Pablo II planteó la Doctrina social de la Iglesia
como una rama de la teología moral y dio orientaciones sobre el modo en que esta disciplina debía ser
enseñada en los seminarios.
Benedicto XVI publicó en 2009 la encíclica Caritas in Veritate, en la cual insistía en la relación entre la
caridad y la verdad, a la vez que defendió la necesidad de una "autoridad política mundial" para dar
respuesta adecuada a los problemas más acuciantes de la humanidad. 4
León XIII
Pío XI
Pío XII
Juan XXIII
Gaudium_et_Spes (1965)
Dignitatis humanae (1965)
Pablo VI
Juan Pablo II
Benedicto XVI
Francisco
CON ESTA PARABOLA PODEMOS ABORDAR LOS VALORES DEL HUMANISMO CRISTIANO
EL ARBOL DE PROBLEMAS
Aquel día había resultado especialmente desafortunado al carpintero que la buena señora había
contratado para que le ayudara a reparar una vieja granja. La cortadora eléctrica se había empeñado en
no funcionar y ahora, cuando ya anochecía, el viejo camión no quería arrancar. -Yo lo llevo en mi carro
hasta su casa -se ofreció amablemente la señora. Casi no se cruzaron una sola palabra a lo largo de todo
el camino. El rostro del hombre era una estampa de desánimo y cansancio. Sin embargo, cuando llegaron,
sonrió penosamente e invitó a la señora a que entrara un momento en su casa para que conociera a la
familia. Mientras se dirigían a la puerta, el carpintero se detuvo un rato frente a un pequeño árbol y le
estuvo acariciando sus ramas. Cuando entraron, ocurrió en él una transformación sorprendente: su cara
se iluminó con una ancha sonrisa, abrazó con júbilo a sus hijos y besó con entusiasmo y cariño a su
esposa. Se tomaron un café, conversaron alegremente un rato y luego, al despedirse, acompañó a la
señora hasta su carro. Al pasar junto al árbol, la señora sintió curiosidad de averiguar qué es lo que había
hecho en el arbolito unos minutos antes que lo había transformado de ese modo. -¡Oh, ese es mi árbol
de problemas! -contestó sonriendo el carpintero-. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo,
pero una cosa es bien segura: no me los llevo a la casa, no quiero atormentar con ellos ni a mi esposa ni
a mis hijos. Así que los cuelgo cada noche en el árbol antes de entrar en mi casa. A la mañana siguiente
los recojo, pero la verdad es que, durante la noche disminuyen y se debilitan mucho. Sería bueno que,
en la entrada de cada escuela, se colocara un árbol donde los maestros fueran dejando sus problemas,
las cosas que les preocupan o les angustian. Con demasiada frecuencia, son los alumnos los que pagan
los pleitos familiares de sus maestros, sus necesidades económicas, sus inseguridades y carencias
afectivas. Los alumnos no son culpables de que te hayas peleado con el esposo o con los hijos, de que
te haya regañado el director, de que no te alcance el dinero, o de que no pudieras conseguir carrito.
Tampoco deben pagar tu frustración existencial de que querías estudiar otra carrera y entraste a
educación porque sólo allí quedaban cupos. Los alumnos te necesitan alegre, positivo, entusiasta. Por
ello, deja los problemas antes de entrar en la escuela y proponte siempre ser la persona más alegre del
salón. Vive cada clase como una aventura, convierte tu salón en una fiesta. Recuerda siempre el
excelente poema de Celaya: Vivir es una fiesta. Tengo las manos llenas de alegrías explosivas y el
cerebro barrido de recuerdos. 18
19. Cada día que me dan es un de más. Nunca me cansaré de agradecerlo. Y de decir que no entiendo.
Vivo de día en día, de sorpresa en misterio (...) Dando gracias a todo lo que existe porque existe. “Vivo
de día en día, de sorpresa en misterio”. Todo es don, todo puede ser fuente de alegría. Vive en la
disposición de sacarle provecho a todo lo que te suceda, incluso a los problemas Dios te los envía y está
a tu lado: *** Recuerda la historia de aquel místico sufí que, después de un día de hambre, fatiga y frío,
empezó a darle gracias a Dios por haberles dado “un día tan maravilloso”. Al oír esto, sus embravecidos
compañeros se pusieron a murmura rentre ellos y a quejarse fastidiados del cinismo de su maestro. Al
rato, uno de ellos, no pudiendo contener su ira, le dijo: -No puedo creer que tu oración sea sincera. ¿Cómo
puedes llamar maravilloso un día tan horrible y hasta darle gracias a Dios por él?. ¿Dónde está lo
maravilloso? No hemos comido, estamos agotados, nos han despreciado donde hemos buscado
alojamiento y vamos a pasar la noche muertos de frío. -Verás, -replicó el místico con paciencia-, lo que
necesitamos esta noche es hambre, pobreza, frío. Si no lo necesitáramos, Dios no nos lo habría dado
.¿Cómo no vamos a estar pues agradecidos? El siempre se preocupa por nuestras necesidades. ¡Grande
es su nombre.