Oviedo-El Futuro de La Teología

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CARTHAGINENSI

Revista de Estudios e Investigación Volumen XXXV


Instituto Teológico de Murcia O.F.M. Julio-Diciembre 2019
ISSN: 0213-4381 e-ISSN: 2605-3012 Número 68

SUMARIO
Presentación: Bernardo Pérez Andreo (Dir.)

SECCIÓN MONOGRÁFICA: El futuro de la Teología; la Teología del futuro.

José Ignacio González Faus


Qué dice el Espíritu a la Iglesia: La Teología del siglo XXI como escucha del
Espíritu.......................................................... 301-321
Martín Carbajo Núñez
"Everything is connected". Communication and integral ecology in the light of
the encyclical Laudato Si' . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323-342
Joíio Manuel Duque
Para uma teologia do futuro como futuro da teologia. ..................... 343-376
Lluís Oviedo Torró
El futuro de la teología, teología del futuro: diagnóstico y pronóstico......... 377-398

SECCIÓN MISCELÁNEA
Francisco Martínez Fresneda
La paz y los musulmanes en San Francisco y en el Papa Francisco. ......... 399-423
Marta María Garre Garre
La antropología de Juan A/faro y sus repercusiones en el acto de fe .......... 425-442
Vicente Llamas Roig
Poiesis y alienación en la dialéctica marxista. ........................... 443-483
Antonio Sánchez-Bayón
Renovación de la Teología política y Sociología de la religión en la posglobaliza-
ción: revitalización del movimiento santuario para inmigrantes en EE.UU. . . . . 485-51 O
Santiago Hernán Vázquez
Terapéutica del Alma en Evagrio Póntico: La acción curativa del Gnóstico a la
luz de la intervención angélica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 511-535

NOTAS Y COMENTARIOS
Francisco Henares Díaz
Loor y gloria. El motivo de la encarnación. Última obra de Vincenzo Battaglia. 537-552

BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 553-584
LIBROS RECIBIDOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 585-586
ÍNDICE DEL VOLUMEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 587-590
Carth XXXV/68 Julio-Diciembre (2019) 377-398

E L FUTURO DE LA TEOLOGÍA, TEOLOGÍA DEL FUTURO:


DIAGNÓSTICO Y PRONÓSTICO

THE FUTURE OF THEOLOGY, THEOLOGY OF THE FUTURE:


A DIAGNOSIS AND A PROGNOSIS

LLUÍS ÜVIEDO TORRÓ OFM


Pontificia Universidad Antonianum
[email protected]

Recibido 30 de diciembre de 2018 / Aceptado 3 de febrero de 2019

Resumen: Una percepción bastante pesimista de la situación que atraviesa ac-


tualmente la teología obliga a reflexionar sobre los motivos que afectan a su pérdida
de relevancia, como una condición previa que permita dilucidar posibles estrategias
de futuro. Se propone, en un segundo momento, asumir una actitud más falibilista y
abierta a la corrección; una orientación empírica e interdisciplinar; y asumir un mode-
lo más evolucionista. Por último, se plantean grandes retos que determinan las posibi-
lidades de futuro de la teología: que contribuya a frenar la marea secularizadora; que
acompañe la búsqueda espiritual; que se adecue a la mentalidad científica; y que recu-
pere su capacidad veritativa y normativa dentro de la Iglesia. La propuesta de futuro
debe partir de una revisión de las limitaciones que se observan en el momento actual.
Palabras clave: Autorreferencia; Ciencia; Falibilidad; Método empírico; Secu-
larización.

Abstract: A rather pessimistic perception of the current situation that afflicts theo-
logy invites us to reflect on the reasons for its loss of relevance, as a precondition for
elucidating possible future strategies. It is proposed, in a second moment, to assume
a more fallibilist attitude and open to correction; an empirical and interdisciplinary
orientation; and to assume a more evolutionary stance. Finally, big challenges need
to be addressed for a theology with sorne future: that it contributes to curb the secu-
larizing tide; that it might accompany the spiritual search; that it might suit in the
scientific mentality; and that it recovers its veritative and normative capacity within
the Church. Any proposal for the future must start from a review of the limitations
observed at the present time.
Keywords: Self-reference; Science; Fallibility; Empirical method; Secularization.

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Introducción

Al tratar de concebir la teología del futuro, conviene plantearse como


paso previo un diagnóstico sobre su situación actual, que nos permita tam-
bién imaginar los escenarios futuros o si tendrá un espacio propio en el
panorama social, cultural y eclesial del mañana. Sólo a partir de una ob-
servación de los límites, los desafíos y las oportunidades que emergen en
nuestro tiempo, se puede diseñar una orientación de futuro. En realidad, se
trata de aplicar la invitación conciliar sobre la necesidad de leer los 'signos
de los tiempos' a la propia teología, cuya tarea principal era contribuir a
dicha lectura y a desvelar su sentido.
En general la impresión no puede ser más pesimista y desengañada: la
teología actual, en su mayoría, tiene muy poco futuro, sea en la propia Igle-
sia, o - todavía menos - en la sociedad y cultura de su ambiente. Las razo-
nes principales que justifican una visión tan desencantada se pueden dividir
entre externas e internas. Entre las externas, las principales son la crisis que
marca la tendencia secularizadora, que vuelve completamente irrelevante el
esfuerzo teológico, y el predominio de una mentalidad más crítica y cien-
tífica que cuestiona profundamente las raíces y la validez cognoscitiva de
la empresa teológica. Además, el avance en estos últimos años de los es-
tudios científicos de la religión, vuelven a la teología obsoleta en el intento
de comprender el fenómeno religioso y de corregir sus excesos. Entre las
razones internas, cabe distinguir unas internas al ambiente eclesial y otras
internas a la misma teología. Dentro de la Iglesia, la causa más aparente del
desprestigio de la teología son las tendencias anti-intelectualistas, que domi-
nan desde hace tiempo en muchos sectores de la Iglesia, y que cuestionan la
utilidad de la labor teológica, que a lo sumo sería una pérdida de tiempo, una
distracción, y en el peor de los casos, una fuente de confusión. Si se va a la
teología misma, las razones de la crisis que arrastra son varias, quizás la más
importante haya sido su incapacidad para afrontar los verdaderos problemas
de la fe, las cuestiones más relevantes o los retos de mayor calibre, y haberse
vuelto muy autorreferencial, y en definitiva anodina o especulativamente
vacía, un discurso que no interesa a casi nadie.
Cualquier intento de diseñar un futuro para la teología pasa necesaria-
mente por la voluntad de subsanar todos los problemas que se han descrito,
o al menos de afrontarlos sin sentirnos intimidados por un cierto 'complejo
de inferioridad epistémica' o por el temor de ser ninguneados en el circo
mediático y cultural.
Seguramente la teología tiene futuro, pero para ello debe cambiar radi-
calmente muchos de sus planteamientos y orientaciones, así como sus cua-
dros de interés, o de lo contrario tendrá que conformarse con volverse un

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discurso marginal, también dentro de las comunidades cristianas, una acti-


vidad de conservación de la memoria histórica sin incidencia en el presente,
o simplemente un instrumento para la selección y formación de los cuadros
eclesiales.
El análisis que propongo en este artículo parte de una revisión de las
causas que han llevado al desprestigio e irrelevancia actual del discurso teo-
lógico, para intentar, en un segundo momento, marcar las orientaciones que
podrían animar la tarea teológica para que se vuelva más adecuada a las
exigencias de nuestro tiempo. Por último, quiero plantear una serie de retos
y tareas que la teología debería afrontar si quiere ser una reflexión útil y
significativa en el futuro.

l . Una propuesta de revisión

1.1. La teología en la encrucijada de una sociedad y una cultura no


religiosas

Ante todo, tengo la impresión de que la mayor parte de la elaboración


teológica actual no ha tomado conciencia del inmenso cambio cultural que
se ha producido en las llamadas 'sociedades avanzadas', y que ha vacia-
do en gran medida de significado la propuesta cristiana y - aún más - la
reflexión teológica. En pocas palabras, la organización social en esos am-
bientes ha vuelto la oferta religiosa poco útil e incluso molesta, pues dichas
sociedades prescinden en buena parte de la dimensión religiosa para admi-
nistrar sus servicios, y la mayoría de sus ciudadanos no necesitan 'religión'
para dar sentido a sus vidas. Si no hace falta religión, entonces todavía
hace menos falta la teología, que se antoja a muchos un discurso hueco,
una curiosidad del pasado, un ejercicio retórico sin contenido relevante o
de mínima utilidad ante los problemas que afronta la gente.
Si hacemos un somero análisis de la producción teológica de los últi-
mos 50 años, parece bastante obvio que muy poco ha cambiado en dicho
panorama y que el impacto de ese ambiente fuertemente secularizado ha
sido mínimo, es decir se ha seguido haciendo teología como si todavía
estuviéramos inmersos en sociedades cristianas o muy marcadas por la
dimensión religiosa, lo que evidentemente no es el caso. Claro, la pregunta
es cómo debería haber encajado la teología dicho impacto cultural, en qué
medida se podía adaptar al nuevo ambiente marcado por la no-religión.
Una primera respuesta apunta a la exigencia de una orientación más apo-
logética ante las dificultades que vivía la fe, y de un diálogo con la cultura
que le permitiera buscar y ofrecer posibilidades de nueva relevancia. De

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nuevo tengo la impresión de que se ha hecho muy poco al respecto. Hay


que tener en cuenta, sólo como un ejemplo, que - en su inmensa mayoría
- los teólogos de mi generación y la anterior se preocuparon muy poco
de leer los estudios que trataban de explicar lo que estaba ocurriendo en
el ámbito religioso, ese desgaste constante que - a falta de una palabra
mejor - se designó como 'secularización'. Dominó entre los años 70 y 90
una interpretación bastante pobre y parcial de dicho fenómeno, a causa de
la falta de información o del desinterés ante un problema que sobrepasaba
a los teólogos, o que les remitía a un campo en el que muchos se sentían
incómodos y desorientados: la sociología de la religión, ante la que se nu-
trían muchos prejuicios y una gran incomprensión.
Sea como sea, la teología hoy paga las consecuencias de una situación
que se le ha ido de las manos, pero que le afecta directamente. De hecho
una de las consecuencias más inmediatas del declive religioso es la consi-
derable pérdida de estudiantes de los centros teológicos, sean seminaris-
tas, consagrados o laicos, lo que obliga a redimensionar muchas de dichas
instituciones académicas y mortifica a los profesores, que a menudo deben
dar sus lecciones en aulas casi vacías, con la consecuencia de un fuerte
desánimo y falta de motivación para profundizar en la mejor preparación e
investigación, cuando pensamos que todo ese esfuerzo va a aprovechar al
final a pocos estudiantes. La dimensión religiosa interesa cada vez menos
en sociedades descristianizadas, y la reflexión que trata de comprenderla
se vuelve algo anecdótico y muy periférico en el ámbito académico.
Otro factor externo que afecta negativamente al desarrollo de la teo-
logía ha sido la profusión en estos últimos quince años de los nuevos es-
tudios científicos de la religión, que se convierten en una propuesta que
desplaza a la teología como modelo teórico que permite comprender mejor
el fenómeno religioso. De hecho, un cierto interés por lo religioso sí exis-
te, al menos a causa de su incidencia en varios frentes internacionales,
los problemas que se asocian a ciertos comportamientos religiosos, y que
un sector cristiano todavía juegue un papel bastante fuerte en el panora-
ma político norteamericano y en otras latitudes. En general preocupan los
efectos negativos de la religión y su incidencia en el plano de la estabili-
dad política y económica, sobre todo en algunas regiones, así como las
patologías que se asocian a dichas creencias, aunque también interesa su
utilidad en procesos terapéuticos y otros beneficios que cabe esperar en un
ambiente de post-secularización. De todos modos, en los últimos años, los
nuevos estudios científicos de la religión, sobre todo los cognitivos y los
biológicos-evolucionistas, claramente han desplazado a las disciplinas clá-
sicas, como la teología y la filosofía de la religión, a la hora de comprender

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procesos religiosos de cierto alcance, e incluso en el intento de 'explicar'


la religión 1 •
El problema descrito se inscribe en otro más amplio, de tipo epistemo-
lógico o sobre el lugar del conocimiento teológico en el conjunto de los
saberes académicos. Está claro que las ciencias y sus aplicaciones técnicas
dominan dicho panorama, y se convierten en el patrón o estándar ante el que
deben medirse todos los demás saberes y disciplinas. Pues bien, la teología
claramente se queda muy atrás en dicha comparación, y - todavía peor - se
ve muy afectada por la mentalidad científica dominante, que la vuelve un
desarrollo muy poco plausible en términos de los criterios que certifican la
calidad epistémica de un discurso o una disciplina académica. En general,
la inmensa mayoría de los teólogos han ignorado ese reto, y han dado por
buena una supuesta separación y distribución de tareas que consagraría un
principio de inconmensurabilidad entre las ciencias naturales y la teología,
lo que debería garantizar su autonomía y la no interferencia de las primeras
en la segunda. Ese planteamiento, por desgracia, no se sostiene, y de hecho
las ciencias afectan de muchos modos a la fe, y por ende, a la reflexión que
la acompaña. Cabe decirlo de forma franca: el gran desarrollo científico ha
pillado a la teología desprevenida, y en su mayor parte ha sido incapaz de
reaccionar y de adecuarse a dicho contexto para hacer valer sus propuestas
en relación con esa mentalidad. En la mayor parte de los casos, hemos perdi-
do el respeto de los científicos, que ven nuestra disciplina como una reliquia
poco plausible del pasado. Por poner sólo un ejemplo de la inadecuación
de la teología a la ciencia, la mayor parte de la antropología teológica se
ha seguido elaborando de espaldas a los muchos desarrollos de las ciencias
aplicadas al conocimiento de la condición humana, con grave merma de la
credibilidad de una visión que no sabía qué hacer con el tema del pecado
original después de los avances en los estudios sobre la evolución humana,
a pesar de que ese es un tema imprescindible y central de la soteriología
cristiana: sin una comprensión del mal antropológico, difícilmente podre-
mos comprender la propuesta cristiana de salvación, que incluye una forma
de redención.

1.2. La teología ante su crisis de relevancia eclesial

La otra fuente de crisis y desprestigio actual de la teología tiene que ver


con su propio ambiente intraeclesial. Decía el gran teólogo español Olega-

1
J.W. Jones, Can Science Explain Religion?: The Cognitive Science Debate (Oxford,
New York: Oxford University Press, 2015).

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rio González de Cardedal que los tres lugares de la teología son: el aula, la
iglesia y la plaza2 • Se refería obviamente a los ámbitos en los que se vuelve
útil y significativa: el de la enseñanza, el de la predicación y catequesis, y
el foro público o en el diálogo con la cultura del propio tiempo. Considero
que dicha descripción es adecuada, aunque seguramente debemos incluir en
el segundo ámbito la orientación a los pastores, o el asesoramiento que la
reflexión teológica puede prestar a los dirigentes eclesiales para que adopten
las decisiones más convenientes.
Mi impresión es que cada vez se han reducido más dichos ámbitos y que
en general la teología tiene casi la única función de seleccionar y acompa-
ñar a los candidatos a los ministerios y a otros oficios eclesiales; las otras
dos funciones casi se han desvanecido. La teología ha dejado hace mucho
tiempo de ser un sujeto en el debate público, aunque en este caso es difícil
decidir sobre las causas; en buena parte se debe al problema de irrelevancia
al que he apuntado en el título anterior, pero por otra puede ser debido a
la inhibición de los teólogos o a la falta de canales de diálogo y encuentro
con otros expertos; de hecho somos pocos los teólogos que asistimos a con-
gresos sobre el estudio de la religión, sobre cuestiones de antropología o
todavía menos de cuestiones sociales. En general la teología se ha retraído
de muchos foros donde su presencia sería muy útil y conveniente, además
de devolverle cierta relevancia a través de su capacidad de interlocución.
De todos modos, es más preocupante la crisis de relevancia de la teología
en el segundo ámbito señalado, que es la iglesia, entendida como el lugar de
la comunidad cristiana y en referencia a los ministerios de discernimiento
y enseñanza. El problema principal es que se ha instalado en estas últimas
décadas un ambiente muy anti-intelectualista que aflige cualquier intento de
reflexión más exigente y de diálogo entre fe y razón3 • Cabe distinguir a ese
respecto dos niveles: el popular y el de los dirigentes o pastores. A nivel po-
pular se observa desde hace tiempo una cierta distancia e incluso desconfian-
za de los fieles ante los teólogos. A veces las tendencias más devocionalistas
ponen a la teología bajo fuerte sospecha de enfriar los corazones y de pro-
piciar una fe desarraigada, demasiado racional. En otras ocasiones, algunos
sectores desconfían de la teología por distraer de las tareas más urgentes, por
no aportar nada útil a la transformación que anuncia el Evangelio. También

2
O. González de Cardedal, El quehacer de la teología (Salamanca: Sígueme 2008),
238.
3
Lluís Oviedo Torró, «La teología ante el reto del anti-intelectualismo en la
Iglesia», en Testimonio y sacramentalidad: Homenaje al Profesor Salvador Pié-Ninot,
ed. por J.L. Cabria y R. de Luis, (San Esteban: Salamanca, 2015), 307-332.

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en este caso no es fácil atribuir responsabilidades: por un lado, estaría una


cierta desafección del pueblo y de muchos sacerdotes; pero por otro estaría
también una incapacidad de la teología de salir al paso de las preguntas que
se hacen los fieles, o de las que se hacen los que van dejando la Iglesia ante
la falta de respuestas. Este punto no es sólo una impresión personal, sino algo
que recordaba también el conocido teólogo español Salvador Pié i Ninot en
unas Jornadas de Teología Fundamental celebradas en Murcia en 2013.
Otro signo preocupante es que el programa del Papa Benedicto XVI que
apremiaba a un diálogo comprometido y profundo entre fe y razón ha pasa-
do a ser uno de los puntos de su magisterio que menos ha calado en los am-
bientes teológicos, y menos aún entre el clero o los pastores, o incluso entre
los entusiastas del pensamiento de Ratzinger. De hecho, esa otra función a
la que aludía anteriormente, es decir, el asesoramiento a los pastores de cara
a discernir mejor los signos de los tiempos y tomar las decisiones más ade-
cuadas, deja mucho que desear. Un síntoma de esa situación ha sido la fatiga
para restaurar en España un ámbito de diálogo entre obispos y teólogos, tras
años de crisis, tensiones y desconfianza mutua. Lo mismo cabe decir respec-
to de otras autoridades, como superiores mayores y regionales, que en gene-
ral prescinden completamente del asesoramiento de quienes deberíamos ser
reconocidos como los 'expertos' de la fe cristiana y de la lectura de los 'sig-
nos de los tiempos'. Es cierto que éste no es ni mucho menos el único sector
en que se mira con sospecha y recelo a los expertos, pero es triste que no se
reconozca el esfuerzo de quienes más han estudiado y tratan de comprender
la realidad de la fe y sus problemas. De nuevo cabe pensar que la teología
en general no se ha preparado para cumplir dicha misión, o lo que es peor,
que su asesoramiento en el pasado ha sido todo menos acertado o útil, y
ciertamente tengo en la memoria algunos casos. Ahora bien, estamos ante el
problema central: que la teología no se ha concebido ni practicado como un
discurso que trata de ser útil a partir de un diagnóstico de los signos de los
tiempos y de ofrecer propuestas de renovación o que ayuden a recuperar el
significado de la fe que profesamos.

1.3. Una teología demasiado ensimismada

La última frase del punto anterior conecta decididamente con el tercer


campo en nuestro análisis de las causas del malestar teológico actual, o me-
jor todavía de su carácter anodino o inane fuera y dentro de la Iglesia. Como
ya se ha apuntado varias veces, una buena parte del problema estriba en
las limitaciones internas de la teología que se ha elaborado en los últimos
treinta años. El Concilio Vaticano II fue un momento álgido para la teología
católica, en el que se reconocieron los esfuerzos y méritos de una entera

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generación de grandes maestros, que a menudo habían sido hasta poco antes
marginados e incomprendidos; dicha teología marcó claramente la agenda
de aquel sínodo y propició una corriente de renovación que se prolongó
al menos por otros diez años. Sin embargo, no se podía vivir de esa renta
por mucho más tiempo, y tras el declive de aquella generación 'heroica' no
bastaba con repetir los mismos temas y de seguir comentando aquellos do-
cumentos, descuidando los potentes cambios culturales que se estaban pro-
duciendo y que no podían ser previstos por los padres conciliares. Muchos
seguían mirando al pasado, a la gran gesta del Concilio y a sus directrices,
mientras las cosas ya estaban cambiando de una manera precipitada.
Asistimos a partir de mitad de los años 70 - en mi periodo formativo - a
una transformación social y cultural en toda Europa que no se acompañó en
general de una reacción teológica adecuada. El largo papado de Juan Pablo
11 marcó una cierta división entre tendencias de distinto signo en el panora-
ma teológico, pero no una atención focalizada en los retos que estaban sur-
giendo y en los problemas que vivía la fe, quizás distraídos por otros acon-
tecimientos a nivel internacional, como fue la crisis del comunismo y el fin
de su amenaza para los creyentes. No obstante, lo que fue sin duda un éxito
epoca!, hizo que muchos dejaran de observar otras dificultades más sutiles
e insidiosas que ya estaban afectando a la fe y a su reflexión. En aquellos
años teníamos muchos la impresión de que la teología aquí en Roma - don-
de estoy escribiendo estas páginas - debía ser un comentario y obsequio al
magisterio del Papa y de los obispos, y no una instancia reflexiva autónoma
con capacidad crítica y de diálogo con los pastores, y todavía menos un
observatorio desde el que se pudieran discernir los problemas reales, las
amenazas, y sugerir soluciones. ¿Dónde estaba la teología cuando más falta
hacía a la hora de corregir los graves errores de gestión de los abusos sexua-
les en la Iglesia?
No es raro que en el panorama descrito, de una teología cada vez menos
significativa, haya quien se refiera a una parte de la elaboración reciente con
el poco correcto término inglés de bullshit theolog-y4. Este término denota en
inglés un discurso retórico vacío, que trata de justificarse de forma engaño-
sa, y que no sirve para nada. El término lo consagró el joven teólogo cana-
diense Randall Rauser contra estilos teológicos incapaces de argumentar de
forma convincente y de ofrecer un desarrollo capaz de suscitar ideas claras
y respuestas eficaces, para lo que el autor se refería a dos autores contem-

Randall Rauser, «Theology as a Bull session», en Analytic Theology: New


4

Essays in the Philosophy o f Theology, ed. por O.D. Crisp & M.C. Rea (Oxford
University Press: Oxford, 2009), 70-85.

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poráneos del ámbito alemán y americano. De todos modos, el término se


aplica hoy a un sinfín de expresiones teológicas, y basta dar una ojeada a un
buscador de Internet para hacerse una idea de su extensión. La cuestión es
que mucho ha de cambiar el estilo o modo de hacer teología para sustraerse
de una calificación tan negativa, y para recuperar un poco de respetabilidad
académica. Desde luego no ha ayudado a ese fin la simpatía que han des-
pertado en algunos teólogos las tendencias del pensamiento postmoderno,
que han sido recibidas con gran entusiasmo por un sector que aprovechó el
río revuelto para descalificar a la racionalidad moderna y a la producción
científica y para proponer un discurso teológico a menudo enredado y poco
inteligible, como suele ser la jerga postmoderna. Claro que tampoco han
sido de gran ayuda la profusión de teologías que conectaban con las nue-
vas sensibilidades culturales y sociales, como las cuestiones de género, de
raza, o de minorías culturales. A pesar de sus bienintencionados intentos de
conectar con sensibilidades muy actuales, en realidad se volvían a menudo
una distracción respecto de los grandes problemas que atraviesa la fe en un
mundo que cada vez prescinde más de la misma, y que amenaza con hacer
de los creyentes verdaderos grupos marginados, sobre todo en ciertas áreas
occidentales, tanto o más que otros de los sectores sociales y culturales que
atraen la atención de esas nuevas teologías.
Así las cosas, necesitamos modelos alternativos que puedan desbloquear
la tarea teológica para hacerle recuperar la relevancia que había perdido.
Para ello sería un buen comienzo tener en cuenta los problemas señalados
y tratar de responder o de encontrar soluciones, A menudo los retos se con-
vierten en oportunidades cuando los sujetos y las instituciones aprenden de
los propios fallos y maduran a partir de nuevos intentos.

11. Una teología con visión de futuro

En esta segunda parte de la reflexión que propongo conviene aprender de


las limitaciones señaladas, para intentar corregirlas o afrontar los retos que
se han ido acumulando en ese elenco de males que sufre la teología tanto ad
intra como ad extra. Las propuestas se refieren más a cuestiones de método,
o si queremos de 'estilo' - en el sentido al que apunta Christoph Theobald5
- que de contenido, pero con ello se invita a dar un cierto giro y a superar
formas de hacer teología que me parecen bastante obsoletas en el panorama
cultural y académico actual.

5
Christoph Theobald, El estilo de la vida cristiana, Salamanca: Sígueme, 2016.

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2.1. Una teología más falible

En primer lugar, indico la necesidad de que la teología se acerque al ideal


y modelo de otras muchas actividades científicas asumiendo un cierto esta-
tus de 'falibilidad'. De 'infalibilidad' se ha hablado mucho, y todos somos
conscientes de que se trata de una atribución de carácter excepcional en el
magisterio del Papa y - por extensión - de la Iglesia. No sería prudente,
claro, abusar de dicha atribución ni aplicarla a demasiadas áreas o discursos
de la Iglesia. Una cierta modestia y reconocimiento de los propios límites y
de la gran probabilidad de equivocarnos nos vuelve mucho más creíbles que
cuando se cae en la arrogancia de creernos infalibles.
La idea de falibilidad se asocia actualmente a un principio bien asentado
en la epistemología científica: la investigación propone teorías e interpreta-
ciones de datos siempre parciales que va recogiendo; de ahí nacen también
predicciones sobre el desarrollo de sistemas o de tendencias. Si las predic-
ciones no se cumplen, habrá que revisar las teorías, o habrá que recoger más
datos. El principio que nutre una buena parte de la búsqueda de la verdad y
del desarrollo contemporáneo de la razón es que todo es un poco provisio-
nal, que necesitamos estar abiertos a reconocer el error y a corregir, como
condición para progresar y mejorar nuestros conocimientos y nuestra actua-
ción en vistas al progreso. El siglo XX nos ha enseñado- entre otras muchas
cosas - a ser más cautos en cuanto a las pretensiones de racionalidad, o a
las ambiciones de la razón moderna. Dicha cautela ha podido ser percibi-
da como un cierto debilitamiento de la razón contemporánea, pero también
como su verdadera fuerza, la clave de su éxito. De hecho, sólo los sistemas
que son capaces de reconocer sus propios errores pueden aprender y avanzar
tras corregirse: esa es la grandeza de la racionalidad más avanzada, que deja
de ser totalitaria y absolutista para ser una actitud siempre dispuesta a la
corrección y abierta al aprendizaje.
Considero tremendamente importante este punto sobre las orientaciones
de la racionalidad de nuestro tiempo si queremos que la teología también se
haga respetar como un discurso creíble y eficaz. Es cierto que la elabora-
ción teológica no procede como la científica, en el sentido de recoger datos,
analizarlos y formular predicciones que se puedan verificar o desmentir,
pero tampoco estaría de más que se acercara al mismo, algo que no se me
antoja tan difícil. De hecho, también la tarea teológica parte de datos, sobre
todo de dos tipos: por una parte, de los revelados y, por otra, de los que se
dan en el ambiente social, cultural y eclesial. La reflexión ofrece análisis a
la luz de dichos datos y formula orientaciones que en muchos casos tienen
un carácter normativo, en el sentido de distinguir entre lo que contribuye a
la comprensión y vitalidad de la fe cristiana y qué la vuelve irrelevante o

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EL FUTURO DE LA TEOLOGÍA, TEOLOGÍA DEL FUTURO: DIAGNÓSTICO... 387

anodina en un determinado ambiente y tiempo. El siguiente paso, es decir,


el de revisión de orientaciones a la luz de su utilidad o capacidad de animar
a las comunidades cristianas o de volver la fe más creíble, parece desconta-
do, aunque debo reconocer que son escasos los esfuerzos que se orientan en
dicho sentido. Dos ejemplos pueden servimos para aclarar las cosas. En pri-
mer lugar, la llamada 'teología de la secularización' que se promovió en las
décadas de los 60 y 70, pero que dejó una profunda huella en las siguientes,
puede ser vista hoy como una orientación que merece una profunda revisión
a la luz de los desarrollos vividos en estos últimos años y los muchos estu-
dios publicados. También la 'teología de la liberación' conoce convenientes
revisiones a la luz de los desarrollos sociales y económicos y de una me-
jor percepción de las condiciones de vida real de las poblaciones que han
inspirado ese laudable empeño teológico. Sería demasiado fácil desestimar
dichos esfuerzos como 'periféricos' a la tarea teológica central, ¡sería un
grave error! Esas teologías fueron un intento de hacer las cuentas con la
realidad del momento, y de corregir lo que no iba o se ignoraba en formas
anteriores; hubiera sido mucho peor para la teología si no hubiéramos con-
tado con dichos desarrollos. Precisamente las revisiones propuestas no se
plantean en contra de los mismos, sino más bien como intentos de mejorar y
volver más plausible y eficaz unos análisis inspirados en la fe que - de otro
modo - podrían ser completamente desdeñados en la comunidad académica
por no tener en cuenta muchos datos y análisis disponibles.

2.2. La importancia de la dimensión empírica

Seguramente el punto apenas señalado enlaza con la conveniencia de que


la teología tenga más en cuenta los datos de la realidad concreta, y evite ser
un discurso demasiado especulativo y sin referencias en el mundo de la vida.
De hecho, lo que más invita a corregir desarrollos teológicos como los ape-
nas descritos en el punto anterior es la percepción de que las cosas estaban
de otro modo, o no se correspondían con las descripciones y las indicaciones
de la teología mayoritaria.
En este caso también conviene hacer una reflexión previa. Una buena
parte de la teología moderna y contemporánea ha aplicado un programa
claramente idealista, es decir, una visión en la que las ideas, o la coherencia
de los planteamientos, su tono convincente, era lo que contaba, aunque no
se ajustaran a la realidad. Como se suele comentar en tono de sarcasmo del
idealista filosófico: cuando las ideas no se ajustan a la vida real, ¡peor para
la realidad! Lo cierto es que la mayor parte de la teología se había instalado
en una 'zona de confort' teórica y especulativa en la que era fácil caer en
los sesgos más habituales cuando se rehúye la confrontación con la realidad

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concreta: la proyección de las propias ilusiones y expectativas; la profecía


autocumplida; o la conformidad al propio ambiente interno. Sigue siendo
difícil que el trabajo teológico se abra a los métodos empíricos, y es una em-
presa ardua convencer a los estudiantes e investigadores para que adopten
dichos métodos a la hora de realizar sus tesis o sus estudios, incluso cuando
se ocupan de cuestiones que podemos calificar como 'teología práctica',
algo que debería ser una dimensión de toda teología.
Sería deseable que la teología- si quiere tener futuro y ganar respetabi-
lidad - se abriera más a la aplicación de métodos empíricos como una ayu-
da eficaz a la hora de discernir los signos de los tiempos; de distinguir entre
orientaciones teológicas acertadas, y las que se alejan de la realidad; y para
contribuir a corregir visiones que simplemente se apartan de la vida real,
de sus exigencias y demandas. Dicho programa incluye - p o r supuesto - l a
escucha a las preguntas que proceden de los fieles y de los alejados, algo
que a menudo ha sido completamente descuidado, o no hemos sido capaces
de efectuar a causa de la falta de instrumentos o de una cultura académica
sensible a dichos inputs. Todo ello ha nutrido una fuerte desconexión entre
las dificultades y expectativas de nuestro ambiente cultural y eclesial, y
la elaboración de los teólogos, que a menudo estaban en otra cosa, o bien
entendían su profesión como una hermenéutica de textos antiguos, simple-
mente a la luz de lo que se considera actual en un sentido amplio, aunque
no contrastado con los datos. Necesitamos además procedimientos que nos
permitan verificar qué propuestas teológicas son más acertadas y acercan
más el anuncio cristiano a generaciones cada vez más alejadas de esa fe y
de esos valores, algo que no debería ser tan difícil cuando contamos con
una amplia variedad de métodos de observación que hemos aprendido de
las ciencias sociales, de las que la teología puede recibir muchas aportacio-
nes útiles.

2.3. Una teología más interdisciplinar

El Papa Francisco, en su constitución apostólica Veritatis Gaudium, in-


siste varias veces en que la teología también tiene que asumir una actitud de
'salida' o de superación de las tentaciones que llevan a la autorreferencia. Se
alude claramente a la necesidad de adoptar un método más interdisciplinar o
a la 'transdisciplinariedad' como ejercicio más adecuado para una teología
con vocación de apertura y de diálogo. Lo cierto es que ya el Papa Benedicto
XVI apretaba en esa misma dirección, cuando llamaba a un mayor empeño
de diálogo entre fe y razón, algo que claramente implica una actitud de sali-
da por parte de la teología y de encuentro e intercambio con la filosofía y las
ciencias. Tengo la impresión de que ese ha sido el punto que menos eco ha

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EL FUTURO DE LA TEOLOGÍA, TEOLOGÍA DEL FUTURO: DIAGNÓSTICO... 389

encontrado en el Magisterio del Papa emérito, que sí ha sido celebrado por


muchos admiradores en otras áreas.
De nuevo nos encontramos con un problema similar al que ya se ha revi-
sado en el punto anterior: la teología tiene que abandonar su 'zona de con-
fort' si quiere empeñarse en un diálogo fecundo con otros saberes y ciencias.
Ahora bien, esa es la cuestión: si preferimos seguir un programa autorrefe-
rencial, y que se construye sólo dentro de la propia tradición, o si avanzamos
hacia un programa abierto y dialogante, dispuesto a aprender de otros 'luga-
res teológicos'. Dicho dialogo sólo podría aportar ventajas a la investigación
teológica, que a menudo ha ignorado - a su propio riesgo - los resultados
de otros estudios que podrían ayudar a conocer mejor aspectos críticos de la
realidad y de claro impacto en la fe y su vivencia. El ejemplo ya citado de la
teología que trataba de hacer las cuentas con la secularización galopante es
sólo un botón de muestra. Lo cierto es que una generación de teólogos igno-
ró los estudios de los sociólogos de la religión sobre el problema del declive
religioso, sus debates y los análisis que se han prodigado después, cuando
ese tema ha estado más candente y ha motivado innumerables estudios y pu-
blicaciones. La incapacidad para aprovechar todo aquel bagaje se tradujo en
una visión completamente desenfocada de uno de los problemas más graves
que sufre la fe cristiana en las regiones occidentales. Todavía se percibe un
cierto retraso o casi una desgana teológica a la hora de hacer las cuentas con
la profusión de estudios que tratan de dar razón de las distintas formas de
desinterés religioso o de desafección hacia las iglesias. El tema sigue siendo
la cenicienta en los intentos de presentar el valor de la fe cristiana, un des-
cuido incomprensible cuando se tiene en cuenta la amplitud del problema.
El tema de la interdisciplinariedad sigue siendo una asignatura pendiente
y una prioridad si queremos renovar el discurso teológico. Esta indicación
es más pertinente en unos casos que en otros. Por ejemplo, en el tratado de
antropología teológica sería un grave error no tener en cuenta los estudios
sobre el ser humano en varias áreas disciplinares, los numerosos debates
que tienen lugar y las muchas publicaciones y congresos que tratan de com-
prender aspectos enigmáticos de la persona, como su autoconciencia, su len-
guaje o su capacidad moral. Pero no es ese el único tratado al que le afecta
más el contacto con los conocimientos externos ¿Qué decir de los estudios
recientes de corte científico sobre la religión y su incidencia en la teología
de la fe? ¿Qué sobre el estudio de las organizaciones e instituciones para la
eclesiología? Por no hablar de disciplinas más prácticas, y también de la teo-
logía moral, a medio camino entre la teoría y la práctica, y siempre expuesta
a los desarrollos de la ética en todas sus facetas y complejos ámbitos de
aplicación. Ciertamente seguir tales desarrollos exige que los teólogos sean
capaces de manejarse en la lengua inglesa, en la que se publica el 90% de

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esos estudios. La lengua de referencia de la teología cuando yo estudiaba era


el alemán, y lo aprendimos los que creíamos que era el ámbito de la mejor
teología; casi nadie aprendía el inglés ni leía textos en esa lengua, que algu-
nos incluso despreciaban. Eso ha cambiado y en nuestros días el inglés se
impone como la lengua académica fundamental, también para una teología
que mire al futuro.
Hay un motivo más. Una parte de la epistemología científica insiste en
la necesidad de cualquier propuesta de conectarse a la red de conocimien-
tos disponibles y de establecer una tensión coherente con el conjunto. Si
la teología quiere ser reconocida y aceptada debe ser capaz de conectarse
con dicha red y de proponerse como un nudo que aporta conocimiento a los
demás, al tiempo que se vuelve compatible con otras ideas y percepciones
de lo real. En ese sentido la teología está llamada a validarse en el contac-
to y la interacción con otros saberes de los que aprende y a los que aporta
conocimientos sobre una dimensión de la realidad que permanece invisible
para otros muchos observadores, pero que se vuelve importante y debe ser
tematizada por un discurso sistemático y exigente, para el bien de todos.

2.4. Una teología en clave de evolución

La visión que tenemos de la realidad está cada vez más marcada por
el modelo evolucionista, algo que también afecta a la cultura, y cómo no
a la dimensión religiosa. Puede resultar demasiado obvio afirmar que las
religiones evolucionan, siguiendo ciertas pautas similares a otros procesos
evolutivos: variaciones, selección y adaptación al propio ambiente. Sin em-
bargo, no siempre hemos sabido sacar las consecuencias de dicho cambio de
perspectiva, que pasa de una visión estática o estable de la realidad, o de la
fe vivida, a otra más dinámica, abierta al cambio y a adaptaciones sucesivas.
Esa dinámica afecta también a la teología que no puede dejar de evolucionar
y de adaptarse, y por tanto, no puede vivir sólo del recuerdo del pasado o de
los momentos en que consiguió adaptarse mejor a un ambiente que no era ni
mucho menos el nuestro.
Por supuesto que la fe cristiana proclama unos contenidos revelados que
son fijos, esa revelación se ha cerrado para configurar un corpus canónico,
y una cierta estabilidad es necesaria para mantener el depósito de la fe y el
valor normativo de la tradición. Pero no es menos cierto que basta una mira-
da a la historia de la teología y de la Iglesia para darnos cuenta de lo mucho
que ha cambiado a lo largo de los siglos, de las sucesivas interpretaciones
que incluso han afectado a la imagen de Cristo, como nos recuerda el co-
nocido estudio de Pelikan Jesús a través de los siglos (1989). También las
instituciones e ideas dentro de la Iglesia han sufrido crisis y han afrontado

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EL FUTURO DE LA TEOLOGÍA, TEOLOGÍA DEL FUTURO: DIAGNÓSTICO... 391

procesos de extinción, mientras otras nuevas surgían y se afirmaban como


mejor adaptadas o más adecuadas a los nuevos retos que se iban planteando.
El principio de evolución se aplica asimismo a la exigencia que ya expresó
el joven Ratzinger en Introducción al cristianismo (1968) de asumir un ca-
rácter dinámico de la fe como consecuencia de su compromiso con la razón,
cuyo carácter dinámico y evolutivo está fuera de duda.
El punto es que la teología que quiera tener futuro debe presentarse tam-
bién desde una perspectiva evolutiva, en el sentido de ser capaz de observar
su propia historia y desarrollo en esa clave, y de plantear sus propuestas
actuales como ejercicios de selección entre muchas posibilidades y de adap-
tación a según qué contextos o situaciones cambiantes. Tal programa su-
pone conceder prioridad al principio de supervivencia. El símil biológico
me parece muy adecuado en este caso: la teología debe convertirse en una
reflexión que ayuda a discernir las condiciones de supervivencia de la fe en
medio de procesos culturales y sociales que pueden resultar hostiles, o que
plantean escenarios de fuerte competencia con otras propuestas que también
presionan y buscan sus propios nichos y asegurarse condiciones para sobre-
vivir.
El planteamiento puede parecer demasiado pragmático, pero el marco
que facilitan los modelos de evolución cultural nos ayudan a comprender
dinámicas que de otro modo podrían resultar más oscuras, y a plantear el
ejercicio de la teología como una actividad enmarcada en procesos evolu-
tivos más amplios en los que la fe puede jugar un papel importante, en el
sentido de contribuir no sólo a la supervivencia del propio ámbito religioso
o de las iglesias, sino de asistir a la supervivencia de toda la sociedad huma-
na. Cuando nos volvemos más conscientes de la abundancia de tendencias
culturales mal-adaptativas y de sus amenazas, la fe puede ser reivindicada
dentro de esa clave como correctivo e impulso que ayuda a una mejor adap-
tación de la humanidad a contextos cada vez más difíciles. Pero claro, para
asumir un papel tan ambicioso es la misma fe guiada por la teología la que
debe evolucionar y adecuarse a las necesidades de estos tiempos, en lugar de
estar ensimismada en sus soluciones pasadas, que en muchos casos fueron
muy útiles en aquellos ambientes, y por tanto nos transmiten lecciones de
interés, pero que no pueden proveer respuestas o soluciones en contextos
completamente nuevos, tanto desde el punto de vista cognitivo, como de las
estructuras sociales que conocemos.
Todos estamos expuestos a dinámicas evolutivas, nos guste o no, lo que
obliga a repensar nuestra función en una clave de utilidad y competencia,
algo que debería ser recibido como saludable y no como una amenaza o un
estrés, sino más bien como un estímulo para hacer mejor teología.

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111. Retos para una teología con capacidad de futuro

Llegados al final del recorrido propuesto, es el momento de plantear los


retos más urgentes si la teología quiere volverse un discurso útil y central
en la vida de la Iglesia, y no algo marginal y sin apenas incidencia en la
misma. La reflexión partía de un diagnóstico crítico sobre las causas del des-
fase entre teología, cultura e Iglesia, para seguir con algunas propuestas que
permitan actualizar, agilizar y devolver relevancia a un discurso que para
muchos se había vuelto una curiosidad casi esotérica. Si se asumen las indi-
caciones metodológicas señaladas en el apartado segundo, entonces quedan
pendientes las cuestiones que deberían presidir la agenda de los teólogos en
los próximos años, si aceptamos que la teología debe tener una función prác-
tica y debe ser una elaboración útil para la fe. Considero como más urgentes
los siguientes desafíos: recuperar la relevancia de la fe y contener la marea
secularizadora; acompañar la búsqueda espiritual; adecuar la teología a las
claves del conocimiento científico de la realidad; y devolver a la teología su
capacidad veritativa y normativa para la vida de la Iglesia.

3.1. Contener la secularización y devolver valor a la fe

Aunque el tema ya ha aparecido algunas veces a lo largo de estas pá-


ginas, no está de más plantearlo de forma directa y bajo el prisma de las
necesidades básicas. La idea es que ha cambiado en gran medida el contexto
sociocultural en el que se movía la fe, como ha señalado sabiamente Charles
Taylor en su magna obra Una era secular (2007). Estábamos acostumbra-
dos a vivir en una sociedad cristiana en la que la opción normal era creer,
y hemos pasado en pocas décadas a una situación en la que lo normal es
dejar de creer o de practicar la fe, que a lo sumo se convierte en un trasfon-
do cultural, en un vestigio social que sigue teniendo una relativa presencia
y ocupando nuestros imaginarios colectivos, pero con un alcance práctico
cada vez más limitado. Ese cambio epocal ha trastocado no sólo la estructu-
ra de la Iglesia, que deja de verse como guía espiritual y moral de sociedades
enteras, sino también a la reflexión que animaba dicha fe, y que debe hacer
ahora las cuentas con un escenario completamente distinto en el que no pue-
de dar por presupuesta ninguna de las ideas que hasta los años 70 parecían
adquiridas para siempre.
Ante este panorama la teología debe plantearse como un discurso que
tiene sobre todo como objetivo mantener viva la comunicación de la fe y la
trascendencia, para poder frenar las tendencias a su disolución, a la irrele-
vancia de todo lo que aluda a un ámbito sagrado, sobrenatural o trascenden-
te. Este principio implica reivindicar de todas las formas posibles la capaci-

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dad de esa fe para contribuir de forma positiva a la realización personal y al


progreso colectivo, como un antídoto frente a sus peores tendencias, y como
una dimensión constructiva para todos. Para ello, la teología debe recuperar
una dimensión apologética que ha perdido desde hace mucho tiempo y que
la ha vuelto tímida o incluso la ha dejado inerme a la hora de afrontar críti-
cas y objeciones, o simplemente de reivindicarse como un valor positivo o
como una aportación conveniente en las sociedades avanzadas.
Hay mucho que hacer en ese campo si queremos que la teología sea un
instrumento eficaz en la lucha contra la marea secularizadora, una tarea que
debería empeñar a toda la Iglesia. Ya se ha señalado que siendo la actividad
que provee un conocimiento experto, la teología debe analizar con la ayuda
de todas las disciplinas auxiliares a su alcance las distintas dimensiones de
ese problema: sus causas, los factores que lo influyen y sus consecuencias,
para poder ofrecer modelos alternativos, soluciones, líneas de acción que
puedan ayudar a recuperar espacios perdidos para la fe, para que se pueda
seguir hablando de Dios y de su gracia a pesar del silencio o de la banaliza-
ción que a menudo sufre en las culturas dominantes.
Hay mucho que se puede hacer a ese respecto para restituir un ámbito
religioso y para revindicar la dimensión trascendente en una realidad que
parece volverse sólo inmanente y material. Se dan varios intentos teológicos
en ese sentido que animan a recuperar el sentido religioso o la dimensión
espiritual 6 • Lo cierto es que la teología sólo podrá sobrevivir en el futuro si
sobrevive la fe o si sigue reconociéndose la dimensión trascendente de la
realidad, de lo contrario será sólo un discurso sobre la historia de las ideas,
un reflejo de un tiempo pasado, en el que todavía se presentía la presencia
de lo sagrado, pero que dejaría de tener sentido en una época sin religión.

3.2. Acompañar la búsqueda espiritual de nuestro tiempo

Seguramente el lector percibirá esta formulación como algo que va a


contracorriente de lo descrito en el punto anterior, y de hecho la exploración
espiritual que se percibe en nuestra cultura y en muchos ámbitos puede ser
leída en clave de contraste con las tendencias secularizadoras, o bien como
un síntoma de lo que se ha dado en llamar 'post-secularización'.

6
C. Knight, The God o f Nature: Incarnation and Contemporary Science, (Fortress
Press: Minneapolis, MN, 2007); A. Yong, The Spirit o f Creation: Modern Science and
Divine Action in the Pentecostal-Charismatic Imagination, (Eerdmans: Grand Rapids, MI,
2011).

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Lo cierto es que para muchos observadores el renovado interés por la


dimensión espiritual no es más que una manifestación del ambiente secular,
en el que la renuncia e incapacidad para recurrir a canales tradicionales que
podían nutrir dicho interés, hace que bastantes entre nuestros contemporá-
neos vayan a buscar fuentes de inspiración lejos de la fe cristiana, e incluso
planteen una dualidad entre lo 'religioso' y lo 'espiritual'. De hecho, en
algunos estudios empíricos se plantea a los encuestados la posibilidad de
marcar la casilla- cuando se exploran las tendencias religiosas - de 'espiri-
tual pero no religioso/a'.
Más allá de esas anécdotas, lo cierto es que se percibe en estudios de
campo un interés o búsqueda espiritual, que a menudo encuentra reflejos en
los medios, y que recurre a ambientes que se nos pueden antojar extraños,
por esotéricos, culturalmente distantes e incluso banales o regresivos desde
un punto de vista de la evolución religiosa. Sin embargo, dicha desorienta-
ción puede convertirse una vez más en un síntoma de la inadecuación de la
teología contemporánea para convencer a las presentes generaciones sobre
el valor de la fe cristiana como una fuente importante de alimento espiritual,
o como un sistema de creencias y prácticas capaz de satisfacer a los más
exigentes buscadores de intensidad espiritual.
También la teología conoce una especialidad más bien práctica - la teo-
logía espiritual - que debería dedicarse a esos menesteres y animar a todos
a vivir la fe como una fuente de crecimiento espiritual, pero probablemente
algo no hemos hecho demasiado bien cuando muchos van buscando en cual-
quier otro sitio y ambiente fuera de las Iglesias cristianas.
El reto consiste en conectar la oferta cristiana de fe, a través de una bue-
na teología, con las búsquedas que registramos, lo que requiere mucho más
'trabajo de campo' - también para la teología espiritual - y menos herme-
néutica del pasado, para ofrecer a nuestros contemporáneos contenidos y
orientaciones de interés y caminos efectivos de crecimiento espiritual.

3.3. Adecuarse a un ambiente marcado por el conocimiento científico

Está claro que este es el tercer gran reto que debe plantearse una teología
con vocación de futuro, y que no se conforma con ser sólo un vestigio de
un pasado glorioso. El tema está claro: el conocimiento científico marca las
condiciones epistémicas de todo conocimiento, y aunque pueden concebirse
saberes alternativos, es mejor que pasen o que se adecuen a los 'controles de
calidad' que exige la ciencia, y que asegura una comprensión más precisa y
útil de la realidad.
Ya nos hemos referido al riesgo de que la teología se vuelva un discurso
de tono retórico, cercano a la literatura, de cierto impacto emocional, pero

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EL FUTURO DE LA TEOLOGÍA, TEOLOGÍA DEL FUTURO: DIAGNÓSTICO... 395

de escaso alcance cognitivo, en el sentido de ofrecer una representación


convincente de la realidad o de proveer buenos argumentos que ayuden a
cualificar la visión de la fe como algo pertinente en nuestro tiempo. Son
muchas las estrategias y estilos que se ensayan en estos años en los inten-
tos de validar la fe ante la ciencia y ofrecer una 'teología de la ciencia' o
que encuentra inspiración o 'lugares teológicos' en desarrollos científicos.
Se trata de un campo abierto y con muchas posibilidades, pero al mismo
tiempo delicado y difícil. Las tentaciones son varias: por un lado, entre-
garse a la ciencia y asimilarnos completamente a ella, lo que conduce al
racionalismo y al naturalismo con la consiguiente caída del sentido de tras-
cendencia. Pero la tentación opuesta es refugiamos en un cierto ti.deísmo
que resulta de una declaración de separación y no-interferencia, una vía
que ya ha sido muy transitada en teología y ha servido como pretexto para
evitar el difícil compromiso de diálogo con los científicos y de reconocer
sus avances.
Ciertamente un equilibrio es deseable pero complejo, y la fe tiene de-
recho a reivindicar una cierta 'reserva' de contenidos que son extraños al
conocimiento científico, pero no hay que abusar de lo excepcional. Es con-
veniente mantener una cierta tensión constructiva, que respete las diferen-
cias entre ambos estilos epistemológicos, pero que sea capaz de aprender
de la otra parte y de mantener un cierto margen critico en el acercamiento
a su interlocutor. Lo que está claro es que la teología sale perdiendo si
ignora esa realidad y esa fuente masiva de conocimiento que determina
en buena medida nuestro acceso a lo real. Se puede aprender mucho y hay
una tarea ingente para actualizar una proporción de contenidos de la fe y
adecuarlos a un tipo de discurso y de visión del mundo bastante distinta de
las categorías metafísicas con las que nos sentíamos tan cómodos desde la
Edad Media. Todo eso ha cambiado de forma radical e ignorarlo supondría
de nuevo poner en peligro el futuro de la teología.
El principio apuntado se aplica por extensión a la capacidad de diálogo
con las culturas más exigentes y críticas que están presentes en nuestro
entorno cultural. Si el teólogo/a no es capaz de debatir al mismo nivel con
sus colegas filósofos o de otras disciplinas humanísticas, tampoco podrá
cualificar su propio discurso como creíble y razonable. Esta actitud invita
a los teólogos a hacerse presentes en foros académicos donde se discute
sobre todo de religión, un tema que hoy por hoy trasciende los límites de
las Facultades de Teología, y nos arriesgamos a perder nuestra autoridad
en esa materia ante otros análisis alternativos con su propio espacio aca-
démico.

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3.4. La capacidad veritativa y normativa de la teología en la Iglesia.

Las referencias con las que se cierra el apartado anterior apuntan ya cla-
ramente a la necesidad de que la teología se haga respetar como un discurso
capaz de transmitir un conocimiento verdadero, es decir preciso, sobre la
realidad de que se ocupa, y de recuperar su carga normativa, o de orientar
la actuación sobre todo dentro de la Iglesia.
La teología recupera una autoridad como discurso verdadero cuando se
somete a criterios exigentes de control de calidad sobre sus resultados y
propuestas. Para ello ya se han apuntado algunas condiciones, que me limi-
to a refrescar ahora. En primer lugar, ese discurso debe tener en cuenta los
avances en campos cercanos, o que intentan comprender realidades y pro-
cesos que también interpreta la reflexión de la fe. De ahí que los teólogos
deban necesariamente estar bien informados sobre el desarrollo en otras
disciplinas que estudian la persona humana, la sociedad, y por supuesto
la religión. Es inexcusable la ausencia de teólogos en ambientes académi-
cos, como congresos internacionales, en los que se presenta lo más reciente
en la investigación sobre la religión o sobre la persona. Esa exigencia se
extiende a la necesidad de estar bien informados sobre las publicaciones
de mayor impacto y los estudios en curso que marcan la agenda de la in-
vestigación en esos campos. No es admisible que los teólogos ignoren ese
bagaje cuando tratan de entender la fe, el ser humano, la Iglesia, y su lugar
en la sociedad de hoy; no podemos - si queremos ser tomados en serio
como discurso veritativo - basarnos sólo en los textos de nuestra tradición
plurisecular. No es de recibo que algunos teólogos hablen de economía sin
haberla estudiado, o de medicina sin saber de qué va, y por extensión de
otros campos científicos. Hay que ser en esto serios y rigurosos si queremos
que nos respeten.
El otro principio para que nos crean es que seamos capaces de apoyar
con datos nuestras afirmaciones y propuestas, es decir que seamos capaces
de asumir un método más empírico. Es algo que ya me ha pasado algunas
veces cuando he tratado con colegas del estudio científico de la religión: me
han preguntado cuál es la evidencia empírica que sostiene mis análisis. Por
supuesto que yo también lo exijo a mis colegas de otras disciplinas cuando
quieren hablar de religión o de fe, para que no frivolicen en ese campo tan
delicado; ahora bien, dicha exigencia es mutua y requiere por nuestra parte
un cierto compromiso con la realidad empírica. Lo mismo ocurre cuando
presentamos nuestras conclusiones a pastores o a creyentes cualificados:
si queremos evitar la sospecha de que nuestro discurso se basa en especu-
laciones sin mucho alcance y esperamos ser tomados en serio, entonces la
teología tiene que ser capaz de aportar datos, sean históricos o bien fruto de

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laboriosa recolección en trabajos de campo, encuestas y formas varias de


verificación empírica.
El tercer punto que hay que asumir en ese esfuerzo de credibilidad es
el de un giro más pragmático, es decir, que la teología se plantee cons-
tantemente cuáles son los problemas mas acuciantes que afronta la fe y la
comunidad de creyentes, y que intente afrontarlos con los instrumentos más
adecuados a su alcance, sin limitarse a su propia tradición o a los recursos
internos. Debería haber terminado la época en la que los teólogos no nos
sentíamos concernidos si la Iglesia sufre ataques o atraviesa graves crisis
de credibilidad a causa de escándalos o de su pérdida de significado so-
cial. La actitud del teólogo o de la teóloga debería ser más similar a la del
ingeniero/a que trata de solucionar los problemas y de facilitar que las cosas
funcionen mejor, lo demás es secundario.
Todo ello pone en juego la capacidad normativa de la teología, es decir,
su aportación a la hora de discernir qué es mejor y qué es peor en la praxis de
la Iglesia, cómo conviene anunciar la fe, qué hay que corregir para superar
dificultades, cómo afrontar los retos más urgentes. Está en juego el recono-
cimiento de los teólogos como expertos en grado de orientar y asistir en la
toma de decisiones y en la acción de la Iglesia. La teología no es un adorno
retórico ni una actividad gratuita cercana a la contemplación, sino un empe-
ño imprescindible a la hora de decidir cuáles son las estrategias eclesiales
más adecuadas en un momento muy crítico para la fe.
La teología puede y debe tener un futuro brillante, pero sólo si cambia
bastante de estilo y de orientación, si asume los retos que tiene ante sí y se
cualifica como discurso de cierto prestigio académico. Ello le hará ganar
reconocimiento tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, algo que por
ahora estamos bastante lejos de lograr.

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398 LLUÍS OVIEDO TORRÓ

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