Soberania Obediencia Y Salus Populi en Thomas Hobbes
Soberania Obediencia Y Salus Populi en Thomas Hobbes
Soberania Obediencia Y Salus Populi en Thomas Hobbes
1 . INTRODUCCIÓN
' HOBBES, Th ., De Cive, X111, 2, p. 112 . Todas las citas del De Cive se harán por la edición
bilingüe a cargo de JoAQuíN RODRfouEz FÉo (HOBBES, THOMAS, El ciudadano, Madrid, Debate,
CSIC, 1993), basada en la edición crítica que de dicho texto ha realizado, HowARD WARRENDER .
Para el resto de las citas de HOBBES nos remitiremos, en primer lugar, a la edición de MOLES-
woRTH (The English Works ofThomas Hobbes (E.W), Scientia Verlag Aalen,1966], y, en segun-
do lugar, a la edición castellana, entre corchetes, por ser ésta la que citemos en el texto.
2 Para una abundante información sobre su vida y obra, cfr. el clásico trabajo de TONNIES, F.,
Hobbes, vida y doctrina, Madrid, Alianza Universidad, 1988 .
3 Un interesante comentario de la historiografía hobbesiana nos lo ofrece NORBERTO BoB-
Blo («Breve historia de la historiografía hobbesiana», en Bobbio, N., Thomas Hobbes, Barcelo-
na, Paradigma, 1991, pp. 278-287), para quien, como observó CARL SCHMITT (Der Leviathan in
der staatslehre des Thomas Hobbes, Hanseatische Verlagsanstalt, Hamburgo, 1938), aparte del
nombre Leviatán, el estado hobbesiano no tenía nada de monstruoso; comenta BOBBIO, « . . . era
única y simplemente, en una época dominada por la concepción mecanicista del universo, una
gran máquina, la machina machinarum» (p . 104) . Frente a las acusaciones injustas que se han
hecho, para BOBBIO fue HoBBES un conservador, pero no un ideólogo del totalitarismo ; y tam-
poco fue, como han sostenido quienes han reaccionado contra su imagen de filósofo maldito
(Leo Strauss, Michel Oakeshott, Mario Cattaneo), un escritor liberal (cfr. idem) .
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artillería pesada se dirigió contra aquellos que, por una parte, alimentaban
el reino de las tinieblas, que no puede ser otro que el del engaño, la supers-
tición y la mentira, y, por otra, contra aquellos que, a su juicio, no eran
conscientes del peligro que sus ideas representaban para la paz. En este
último sentido, su obsesión fue la de encarar ese mal terrible que fue la
sangrienta guerra civil inglesa 10 y ofrecer los remedios que su filosofía se
creía con fuerzas y convicción para ofrecer. Bien es sabido, entonces, que
Hobbes admite la vieja enseñanza bíblica de que no se puede obedecer a
dos señores, y que, por tanto, para él el soberano, bien sea un hombre o
una asamblea de hombres, es la encarnación de un poder único, y, por
tanto, ilimitado, en el sentido de no estar supeditado a ninguna otra instan-
cia de poder. En este respecto, pues, es bien cierto que no hay más ley que
la ley positiva establecida por el soberano. Así las cosas, la fuente de la ley
es única, y sin límite, a saber, la sola voluntad soberana, pues sólo de este
modo se garantiza la obediencia única a la misma, y, de paso, se evitan los
problemas que, como la guerra civil inglesa vino a ejemplificar, arrastraría
la práctica de la doble obediencia.
mos traducir del siguiente modo: el bienestar del pueblo es la ley supre-
ma. Y estas palabras hay que tomarlas muy en serio, y no sólo ellas, sino
la explicación que de las mismas da el propio Hobbes : «Por salvación
debe entenderse no sólo la conservación de la vida de cualquier forma
sino, en la medida de lo posible, de la vida feliz. Porque esa fue la razón
por la que los hombres se agruparon voluntariamente en Estados institui-
dos, para poder vivir lo más felices posible en la medida en que lo permi-
te la condición humana. En consecuencia, los que han aceptado la admi-
nistración del poder supremo en esa clase de Estados, obrarían contra la
ley natural (al obrar contra la confianza depositada en ellos por los que
les encargaron la administración del poder), si no se esforzasen todo lo
que las leyes les permitan en que los ciudadanos estén provistos abun-
dantemente de todos los bienes necesarios no sólo para la vida, sino para
una vida placentera» 13. Resulta absurdo, pues, desde el esquema teórico
de nuestro autor, que la política pudiera ser ilimitada en el sentido de
poder poner en peligro la salus populi . Si una cosa tal aconteciera el
soberano se deslegitimaría como soberano, y el fundamento para la obe-
diencia se habría hecho añicos . ¿Para qué, si no, hemos salido del estado
de naturaleza, ese estado biológico, por así decirlo, en el que no hay bien
ni mal, sino tan sólo la más cruda pugna entre las pasiones y los hombres
que las encarnan? Ese estado biológico es la ley del terror, el triunfo del
miedo, la amenaza permanente de la muerte . Una situación así, que no se
ha dado en un momento de la Historia para después abandonarlo, sino
que está siempre ahí, latente, como una amenaza, aunque Hobbes nos lo
ejemplifica con los desastres de la guerra civil inglesa, en la que es Behe-
moth el monstruo desolador quien impera ; ese estado de naturaleza,
donde la barbarie es la forma de existencia, resulta insostenible por prin-
cipio: nadie tiene la vida asegurada, por lo que nace el deseo de encon-
trar una salida, una solución a tan insostenible situación 14 . Por eso, trans-
ferir en manos del soberano ese derecho a disponer de todo 15 , que
tenemos en el estado de naturaleza, es un ejercicio que demuestra racio-
nalidad, que demuestra sensatez 16 por parte de quienes han comprendido
que a través de la ley el soberano debe procurar « . . . que le vaya bien al mayor número y duran-
te el mayor tiempo posible; y de que no le vaya mal a nadie, salvo por culpa suya o por un
accidente imposible de prever» . De Cive, XIII, 2, 3 (p . 113) . Y esto se completa con su convic-
ción, tomada de la experiencia, de que la indigencia es la mejor semilla para la sedición . Cfr.
¡bid., XIII, 10 (p . 116) .
`s De Cive, XIII, 2, 3, 4 (p . 113) . Cfr. también De Corpore Politico, or the Elements of
Law, Moral and Politic, E .W, 4, Part II, IX, p. 213 (p . 220) .
'4 «El miedo a la opresión hace que un hombre espere o busque ayuda de la sociedad. No
hay otro modo de que un hombre pueda asegurar su vida y su libertad» . Leviathan, XI, p . 88
(pp. 88-89) .
' 5 Cfr. De Cive, V, 11 (p . 54) .
' 6 En este contexto resultan interesantes las palabras de HOBBEs en tomo a la conducta
opuesta, es decir, en torno a la insensatez. Esperemos que lo ilustrativo del texto nos disculpe de
su extensión : «El insensato se dice en su corazón que no existe tal cosa como la justicia ; y a
veces lo dice también con su lengua . Y alega, con toda seriedad, que, como la conservación y
felicidad de cada hombre está encomendada al cuidado que cada cual tiene de sí mismo, no
puede haber razón que impida a cada uno hacer todo lo que crea que puede conducirlo a alcan-
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que así, o con una amenaza así, no se puede vivir por mucho tiempo .
Pero la transferencia de ese derecho a disponer de todo que todos hace-
mos al soberano, y el deber de obediencia que esta transferencia compor-
ta, no significa que le hayamos entregado un cheque en blanco . La legiti-
midad del soberano está precisamente ahí: que tiene que velar por
nuestra seguridad y promover políticas que hagan de nuestra vida una
vida humana y agradable. Se le podrá acusar a Hobbes, como hizo Kant,
de promover una política paternalista, y aún esto habría que matizarlo,
pero desde luego, es una incoherencia total pensar que Hobbes, su siste-
ma de ideas, permitiría la figura de un soberano que pone en peligro la
vida y el bienestar de los ciudadanos 11 . De ser así no habríamos avanza-
do un palmo, seguiríamos en el tan denostado por Hobbes estado de natu-
raleza, en esa humillante e insoportable guerra de todos contra todos 18 .
32 A HOBBES le gusta ilustrar la necesidad del poder, por más que nos cueste reconocerla, del
siguiente modo : «Alguno pudiera aquí objetar que la condición de los súbditos es sobremanera
miserable, puesto que están sometidos a los deseos y a otras pasiones irregulares de aquel o aque-
llos que tienen en sus manos un poder tan ilimitado. ( . . .) Y quienes se quejan no reparan en que el
estado del hombre no puede estar nunca libre de incomodidades, y que aun la mayor que pueda
acaecer a la generalidad del pueblo bajo cualquier sistema de gobierno es insignificante si se le
compara con las miserias y horrores que acompañan a toda guerra civil, o a esa disoluta condición
en la que se hallan los hombres cuando no hay autoridad ni sujeción a las leyes, y donde falta un
poder coercitivo que les ate las manos y que no les permita caer en la rapiña y en la venganza . (. . .)
Todos los hombres, por naturaleza, están provistos de notables lentes de aumento, que son sus
pasiones y su amor propio, a través de las cuales cualquier pequeño pago les parece sobremanera
gravoso ; pero están desprovistos de esas otras lentes anticipadoras, esto es, las lentes de la moral y
de la ciencia civil, que les permitirían distinguir desde lejos las miserias que los esperan y que no
podrían evitarse sin esas contribuciones» . Leviathan, XVIII, pp, 169-170 (pp. 153-154) .
33 «La ley natural y la ley civil están contenidas la una en la otra, y
tienen igual extensión.
( . . .) En las querellas entre individuos particulares, para declarar qué es la equidad, qué es la jus-
ticia y qué es la virtud moral, y para hacer que estos principios tengan fuerza obligatoria, son
necesarias las ordenanzas del poder soberano, y es necesario que haya castigos prescritos para
quienes no las respeten. Esas ordenanzas son, por tanto, parte de la ley civil. Y, en consecuen-
cia, la ley natural es una parte de la ley civil en todos los Estados del mundo . También, recípro-
camente, la ley civil es una parte de los dictados de la naturaleza. (. . .), la obediencia a la ley
civil es también parte de la ley natural . La ley civil y la ley natural no son específicamente dife-
rentes, sino partes diferentes de la ley ; la parte escrita se llama civil, y la no escrita, natural» .
Leviathan, XXVI, pp . 253-254 (p . 217) .
34 «Concluyo, por tanto, que en todas las cosas que no son contrarias a la ley moral, es
decir, a la ley de naturaleza, todos los súbditos están obligados a obedecer como ley divina lo
que las leyes del Estado declaren como tal . Lo cual es evidente para la razón de todo hombre ;
pues cualquier cosa que no va contra la ley de naturaleza, puede hacerse ley en nombre de quie-
nes tienen el poder soberano ; ( . . .)». Leviathan, XXVI, p. 275 (p . 232) .
ss «Es verdad que todos los soberanos están sujetos a las leyes de naturaleza, pues dichas
leyes son divinas y no pueden ser derogadas por ningún hombre ni por ningún Estado» . Le-
viathan, XXIX, p . 312 (pp . 259-260) . No nos parece admisible, pues, decir, como hace NOR-
BERTo BoBBio, que el soberano puede violar las leyes naturales; más aún, para BoBBio, el poder
del soberano es ilimitado tanto con respecto a las leyes naturales, como respecto al derecho de
los súbditos. Y es que, en definitiva para BOBBIO, «(. . .) una vez erigido el Estado, las leyes natu-
rales no tienen razón de ser» . BOBBIO, N., op. cit ., p. 177 .
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para hacer de lo blanco negro y de lo negro blanco, sino para, una vez más,
unificar la fuente de poder en la figura del soberano. Pero el soberano tam-
bién está sujeto a las leyes de la lógica y no puede interpretar las leyes de
naturaleza, destinadas a preservar la vida, hasta el punto de que, amparán-
dose en una supuesta interpretación de las mismas, conseguir efectos con-
trarios. Esto, desde luego, sería inaceptable para Hobbes 36. El soberano es
el intérprete de la ley natural 37, pero la salus populi, el bienestar del pue-
blo, va a ser un límite que la experiencia va a imponer al soberano a lahora
de evaluar la racionalidad de su actuación política . Porque, en el esquema
hobbesiano, una política que no sea racional acabará produciendo unos
efectos prácticos negativos, desestabilizadores, pues la ausencia de una
política equitativa acarreará desajustes en sus destinatarios, y el malestar
social, con todo lo que arrastra a su paso, estará servido.
Por consiguiente, y a modo de conclusión, podríamos decir que el
soberano hobbesiano, y en esto hay que insistir, con independencia del
uso tergiversador que de las ideas de Hobbes pueda luego hacerse en la
práctica, no es tan fiero como a veces se pinta 38 . Por una parte, y como
marco fundamental para su política, tiene que tener en cuenta la fuente
de su legitimación : no la mera transferencia del poder, sino también la
tesis de Hobbes de que la salus populi es suprema lex. Tanto es así, que
de no contemplarse este principio fundamental no habría razones para la
obediencia, con lo cual el conflicto y la guerra estarían más que servidos .
Por otra parte, y como dictados o recomendaciones que la razón hace
para ser racionales, tanto el individuo concreto (en aquellas actuaciones
que no vengan impuestas por la ley positiva, es decir, en el ejercicio de
su libertad), como el Estado 39, única fuente de la ley, las «leyes» de natu-
36
Sería inaceptable para HOBBES porque la salus populi, el bienestar del pueblo, también
constituye un límite interpretativo importante, de manera que no se podría interpretar la ley
natural hasta el punto de poner en peligro la salus populi. Y es que HOBBES tenía muy claros los
compromisos asumidos tanto por el ciudadano (obediencia) como por el soberano (protección) .
Como una prueba más de ello, veamos el siguiente texto, que nos parece esencial: «¿Cuáles son
esas leyes llamadas fundamentales? Pues no entiendo cómo una ley puede ser más fundamental
que otra, con la sola excepción de la ley natural que nos obliga a todos a obedecer a aquél,
quienquiera que fuere, a quien legítimamente y por nuestra propia seguridad hemos prometido
obedecer; ni ninguna otra ley fundamental para un rey salvo la salus populi, la seguridad y bie-
nestar de su pueblo» . Behemoth, pp. 248-249 (pp . 88-89) .
37
Cfr. De Cive, XV, 17, pp . 144-145 .
38
HOBBES no niega que un soberano, persona o asamblea, pueda. tener intención de obrar
abusando de su poder, y, así, se dedique, como algunos temen, a robar, expoliar y matar. Y es
aquí donde HoBBEs nos da sus razones para no temer que esto suceda : «Pero ¿por qué iba a
hacerlo? No porque pueda, porque si no quiere no lo hace . ¿Acaso quiere despojar a los demás
en beneficio de uno o de pocos? En primer lugar, lo haría con derecho, esto es, sin inferir injuria
a nadie, pero no con justicia, es decir, no sin violar las leyes naturales, ni sin injuriar a Dios . Por
eso, del juramento de los principios sí se deriva alguna seguridad para los súbditos . Pero ade-
más, aunque lo pudiera hacer con justicia o aunque el juramento no tuviera ningún peso, no
aparece razón alguna de por qué iba a querer expoliar a sus ciudadanos cuando eso no es bueno
para él . Aunque no se puede negar que a veces el príncipe puede tener intención de obrar injus-
tamente». De Cive, VI ; 13, nota 3 (pp . 60-61) .
39
Por este motivo, discrepamos con la interpretación de Hobbes como mero iuspositivista
porque desconoce el importante papel que, como plataforma de racionalidad, juega la ley natu-
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Pero al decir que no hay ley injusta no está ya todo dicho. Porque
Hobbes admite la posibilidad de que una ley, que siempre será justa, pues
ella es la que imparte el criterio de lo justo, pueda promover la iniquidad.
Dicho de otro modo, para Hobbes justicia y equidad pueden ir por cami-
nos distintos, porque lo justo tiene que ver sólo con el estricto mandato y
cumplimiento de la ley. Bien es verdad que la afirmación de Hobbes de
que no hay ley injusta se ha prestado a ser interpretada en el sentido de
que, con ella, Hobbes estaría justificando cualquier política, pues ésta,
siempre que estuviera basada en la ley, sería justa. Pero esta conclusión
no es cierta, ni puntual, ni sistemáticamente hablando . Y no lo es porque
Hobbes distingue, como decimos, justicia y equidad 46. La equidad es un
mandato racional que ha de cumplir la ley, es una de las leyes de natura-
leza. Ya hemos hablado del carácter hipotético de la ley natural: nos orde-
na algo sólo si queremos ser racionales, sólo si hemos optado por una
convivencia pacífica 41 . El soberano no está obligado categóricamente a
preservar la equidad con sus leyes. Estará obligado sólo si quiere seguir
siendo soberano . Porque, desde luego, si la ley no es equitativa, si pro-
mueve desequilibrios y desajustes entre los gobernados, la crispación y
el malestar social, con todo lo que una dinámica así puesta en marcha
trae consigo, estarán servidos . No hay ley injusta, pero promover la ini-
quidad es taladrar los cimientos del Estado, los fundamentos de la convi-
vencia pacífica. Poner en peligro la equidad traerá como consecuencia,
más tarde o más temprano, que grupos sociales vean su seguridad, su
protección comprometida . El principio fundamental de la salus populi 48
corre peligro, y la obediencia a un soberano que pone en peligro la segu-
46 P or esta razón escribirá HOBBES : «Es cierto que quienes tienen poder soberano pue-
den cometer iniquidad, pero no injusticia o injuria, en el sentido más propio de estas pala-
bras» . Leviathan, XVIII, p. 163 (p. 149) . En A Dialogue between a Philosopher and a Stu-
dent of the Common Laws of England E.W. 6, pp . 25-26, insiste en la misma idea, y nos aclara
que «(. . .) injusticia es la transgresión de una ley estatutaria, e iniquidad la transgresión de una
ley de la razón» . Diálogo entre un filósofo y un jurista y escritos autobiográficos, Madrid,
Tecnos, 1992, trad . de Miguel Ángel Rodilla, p . 24 .
41
Al final del capítulo XIII del Leviathan, p . 116 (p. 109), nos dice HOBBES : «Y la razón
sugiere convenientes normas de paz, basándose en las cuales los hombres pueden llegar a un
acuerdo. Estas normas reciben el nombre de leyes de Naturaleza ( . . .)».
48 Insistir en la importancia que para HOBBES tiene la salus populi nos parece esencial, por
cuanto en ella descansa la garantía fundamental de los ciudadanos respecto del soberano :
«Todos los deberes de los gobernantes se encierran en este único : la ley suprema es la salvación
del pueblo . Y aunque los que detentan el poder supremo entre los hombres no pueden someter-
se a leyes propiamente dichas, esto es, a la voluntad de los hombres, porque es contradictorio
ser el más alto y someterse a otros, sin embargo es su deber obedecer a la recta razón, que es la
ley natural y divina, en la medida de sus fuerzas . Y dado que los poderes se han constituido en
orden a la paz, y la paz se busca para la salvación, el que tuviera el poder y lo utilizase para algo
distinto de la salvación del pueblo, obraría contra las razones de la paz, esto es, contra la ley
natural . Pero así como la salvación del pueblo es la que dicta la ley por la que los príncipes
conocen su deber, así también enseña el arte por medio del cual consiguen su propio beneficio .
Ya que el poder de los ciudadanos es el poder del Estado, esto es, de quien tiene en él el poder
supremo» . De Cive, XIII, 2 (p. 113) . Queda, así, clara cuál debe ser la mira de toda política para
HOBBES : la salus populi, que, como bien se recordará, significa lo siguiente : «Por salvación
debe entenderse no sólo la conservación de la vida de cualquier forma sino, en la medida de lo
posible, de la vida feliz». Idem .
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