Notas Sobre La Pizarra Magica PDF

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1

Sigmund Freud
Obras completas
comentarios v notas
es Strachev.
ción de Anna Freud

El yo y ci ello
V otras obras
(1923-1925)

XIX

morrortu editore
Nota sobre la «pizarra mágica»
(1925 [1924])
Nota introductoria

« N o t i z über den "Wunderblock"»

Ediciones en alemán

1925 Int. Z. Psychoanal., 11, n? 1, págs. 1-5.


1925 GS, 6, págs. 415-20.
1931 Theoretische Schriften, págs. 392-8.
1948 GW, 14, págs. 3-8.
1975 SA, 3, págs. 363-9.

Traducciones en castellano*

1930 «El "block maravilloso"». BN (17 vols.), 14, págs.


277-82. Traducción de Luis López-Ballesteros.
1943 Igual título. EA, 14, págs. 287-92. El mismo tra-
ductor.
1948 Igual título. BN (2 vols.), 2, págs. 414-6. El mis-
mo traductor.
1953 Igual título. SR, 14, págs. 221-5. El mismo tra-
ductor.
1967 Igual título. BK (3 vols.), 2, págs. 506-8. El mismo
traductor.
1974 Igual título. BN (9 vols.), 7, págs. 2808-11. El mis-
mo traductor.

Este trabajo fue redactado probablemente en el otoño de


1924, pues en noviembre de dicho año Freud le informaba
en una carta a Abraham que lo estaba revisando (Jones,
1957, págs. 124-5).
En cuanto al curioso artefacto que sirvió de base a Freud
para preparar esta ingeniosa y esclarecedora reseña de los
sistemas «conciencia», «preconciente» y «percepción-con-
'' {Cf. la «Advertencia sobre la edición en castellano», supra, pás
xiii y n. 6.}

241
ciencia», todavía es posible conseguirlo, al menos en Gran
Bretaña.* A quienes estén en condiciones de hacer la ins-
pección directa de uno de estos artefactos, ella les aclarará
mucho el contenido del artículo.

James Strachey

* {Strachey escribía esto en 1961; en Gran Bretaña la «pizarra


mágica» se difundió con la marca «Printator».,'

242
Si desconfío de mi memoria —es sabido que el neurótico
lo hace en medida notable, pero también la persona normal
tiene todas las razones para ello—, puedo complementar y
asegurar su función mediante un registro escrito. La super-
ficie que conserva el registro de los signos, pizarra u hoja
de papel, se convierte por así decir en una porción materia-
lizada del aparato mnémico que de ordinario llevo invisible
en mí. Si tomo nota del sitio donde se encuentra depositado
el «recuerdo» fijado de ese modo, puedo «reproducirlo» a
voluntad en cualquier momento y- tengo la seguridad de que
se mantuvo inmodificado, vale decir, a salvo de las desfigu-
raciones que acaso habría experimentado en mi memoria.
Si quiero servirme con mayor amplitud de esta técnica
para mejorar mi función mnémica, caigo en la cuenta de
que dispongo de dos procedimientos diversos. En primer
lugar, puedo escribir sobre una superficie que conserve in-
cólume durante un tiempo indefinidamente largo la noticia
que se le confía: por ejemplo, una hoja de papel sobre la
cual escribo con tinta. Obtengo así una «huella mnémica
duradera». La desventaja de este procedimiento consiste en
que la capacidad de recepción de la superficie de escritura
se agota pronto. La hoja se llena, no queda ya espacio para
nuevos registros y me veo precisado a servirme de otra hoja,
no escrita todavía. Y hasta la ventaja de este procedimiento,
el hecho de que brinde una «huella duradera», puede perder
su valor para mí, si mi interés por la noticia se extingue
trascurrido cierto lapso y ya no quiero «conservarla en la
memoria». El otro procedimiento está libre de ambos defec-
tos. Por ejemplo, si escribo con tiza sobre una pizarra, dis-
pongo de una superficie de recepción que sigue siendo recep-
tiva sin límite temporal alguno y cuyos caracteres puedo
destruir tan pronto dejen de interesarme, sin tener que deses-
timar por ello la superficie de escritura. La desventaja, en
este caso, consiste en que no puedo obtener una huella dura-
dera. Si quiero registrar nuevas noticias en la pizarra, me
veo obligado a borrar las que ya la cubren. Por tanto, capa-
cidad ilimitada de recepción y conservación de huellas du-

243
raderas parecen excluirse en los expedientes con que susti-
tuimos a nuestra memoria; o bien es preciso renovar la
superficie receptora, o bien hay que aniquilar los signos
registrados.
Todos los aparatos auxihares que hemos inventado para
mejorar o reforzar nuestras funciones sensoriales están cons-
truidos como el órgano sensorial mismo o partes de él (gafas,
cámara fotográfica, trompeta para sordos, etc.).' Compa-
rados con estos, los dispositivos auxiliares de nuestra me-
moria parecen particularmente deficientes; en efecto, nuestro
aparato anímico opera lo que ellos no pueden: es ilimitada-
mente receptivo para percepciones siempre nuevas, y además
les procura huellas mnémicas duraderas —aunque no inalte-
rables—. Ya en La interpretación de los sueños (1900a)-
formulé la conjetura de que esta insólita capacidad debía
atribuirse a la operación de dos sistemas diferentes {dos
órganos del aparato anímico). Poseeríamos un sistema P-Cc
que recoge las percepciones, pero no conserva ninguna huella
duradera de ellas, de suerte que puede comportarse como
una hoja no escrita respecto de cada percepción nueva. Las
huellas duraderas de las excitaciones recibidas tendrían ca-
bida en «sistemas mnémicos» situados detrás. Después, en
Más allá del principio de placer (1920¿),'' puntualicé que
el inexplicado fenómeno de la conciencia surgiría en el sis-
tema percepción en lugar de las huellas duraderas.
Ahora bien, hace algún tiempo ha aparecido en el comer-
cio, con el nombre de «pizarra mágica», un pequeño artificio
que promete un mayor rendimiento que la hoja de papel o
la pizarra. No pretende ser otra cosa que una pizarra de la
que pueden eliminarse los caracteres mediante un cómodo
manejo. Pero si uno lo estudia de más cerca, halla una nota-
ble concordancia entre su construcción y la de nuestro apa-
rato perceptivo tal como yo lo he supuesto, y se convence
de que efectivamente puede ofrecer ambas cosas: una super-
ficie perceptiva siempre dispuesta y huellas duraderas de
los caracteres recibidos.
La pizarra mágica es una tablilla de cera o resina de color
oscuro, colocada en un marco de cartón; hay sobre ella una
hoja delgada, trasparente, fija en el extremo superior de la
tablilla de cera, y libre en el inferior. Esta hoja es la parte
' [Esta idea es ampliada en El maleslar en la cultura (1930d), AE,
21, págs. 89-90.]
- [/lE, 5, pág. 533. En Más allá del principio de placer (1920^;),
AE, 18, pág. 25, Freud afirma que este distingo ya había sido hecho
por Brcuer en su contribución teórica a Estudios sobre la histeria
(Breuer y Freud, 1895), AE, 2, pa'gs. 200-lff.]
•• \AE. 18, pág. 25.]

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más interesante del pequeño aparato. Consta de dos estratos
que pueden separarse entre sí, salvo en ambos márgenes
trasversales. El de arriba es una lámina trasparente de celu-
loide, y el de abajo, un delgado papel encerado, también
trasparente. Cuando el aparato no se usa, la superficie infe-
rior del papel encerado adhiere levemente a la superficie
superior de la tablilla de cera.
Para usar esta pizarra mágica, se trazan los signos sobre
la lámina de celuloide de la hoja que recubre a la tablilla
de cera. A tal efecto no se requiere lápiz ni tiza, pues la
acción de escribir no consiste en aportar material a la super-
ficie receptora. Es una vuelta al modo de escribir de los anti-
guos sobre tablillas de cera o de arcilla. Un punzón aguzado
rasga la superficie, y sus incisiones producen el «escrito».
En el caso de la pizarra mágica la acción de rasgar no es
directa, sino que se produce por mediación de la hoja que
sirve de cubierta. El punzón, en los lugares que toca, hace
que la superficie inferior del papel encerado oprima la
tablilla de cera, y estos surcos se vuelven visibles, como una
escritura de tono oscuro, sobre la superficie clara y lisa del
celuloide. Si se quiere destruir el registro, basta con tomar
el margen inferior libre de la hoja de cubierta, y separarla
de la tablilla de cera mediante un ligero movimiento. De ese
modo cesa el íntimo contacto entre papel encerado y tablilla
de cera en los lugares rasgados (es justamente lo que hace
visible el escrito), y no vuelve a establecerse cuando ambas
se tocan de nuevo. Ahora la pizarra mágica ha quedado libre
de toda escritura y preparada para recibir nuevos registros.
Desde luego, las pequeñas imperfecciones del artificio ca-
recen de todo interés para nosotros, puesto que sólo nos
proponemos estudiar su semejanza con la estructura del apa-
rato perceptivo del alma.
Si, estando escrita la pizarra mágica, se separa con cuidado
la lámina de celuloide del papel encerado, se verá el escrito
con igual nitidez sobre la superficie del segundo, y acaso se
pregunte para qué se necesita de la lámina de celuloide de la
hoja de cubierta. El experimento mostrará enseguida que el
delgado papel se arrugaría o desgarraría fácilmente si se escri-
biese directamente sobre él con el punzón. La hoja de celu-
loide es entonces una cubierta que protege al papel encera-
do, apartando los influjos dañinos provenientes de afuera. El
celuloide es una «protección antiestímulo»; el estrato genui-
namente receptor es el papel. Ahora puedo señalar que en
Más allá del principio de placer^ expuse que nuestro aparato

^ \.\hid., págs. 27 y sigs,]

245
de percepción consta de dos estratos: una protección anti-
estímulo externa, destinada a rebajar la magnitud de las exci-
taciones advinientes, y, bajo ella, la superficie receptora de
estímulos, el sistema P-Cc.
La analogía no tendría mucho valor si no se la pudiera
llevar más adelante. Separando toda la hoja de cubierta —ce-
luloide y papel encerado— de la tablilla de cera, el escrito
desaparece y, según hemos consignado, tampoco reaparece
luego. La superficie de la pizarra mágica queda exenta de
escritura, receptiva de nuevo. Pero es fácil comprobar que
en la tablilla de cera misma se conserva la huella duradera de
lo escrito, legible con una iluminación adecuada. Por tanto,
el artificio no sólo ofrece, como la pizarra escolar, una super-
ficie receptiva siempre utilizable, sino también huellas dura-
deras de los caracteres, como el papel común; resuelve el
problema de reunir ambas operaciones distribuyéndolas en
dos componentes —sistemas— separados, que se vinculan
entre sí. Ahora bien, según mi supuesto ya mencionado, es
ese exactamente el modo en que nuestro aparato anímico
tramita la función de la percepción. El estrato receptor de
estímulos —el sistema F-Cc— no forma huellas duraderas;
las bases del recuerdo tienen lugar en otros sistemas, con-
tiguos.
El hecho de que en la pizarra mágica no se saque partido
de las huellas duraderas de los registros recibidos no nece-
sita perturbarnos; baste con que estén presentes. Es evidente
que la gnalogía entre un aparato auxiliar de esta clase y el
órgano modelo tiene cjue terminar en alguna parte. En efecto,
la pizarra mágica no puede «reproducir» desde adentro el
escrito, una vez borrado; sería realmente una pizarra mágica
si, a la maneta de nuestra memoria, pudiera consumar eso.
Comoquiera que fuese, ahora no me parece demasiado osado
poner en correspondencia la hoja de cubierta, compuesta de
celuloide y papel encerado, con el sistema V-Cc y su protec-
ción antiestímulo; la tabhlla de cera, con el inconciente tras
aquel, y el devenir-visible de lo escrito y su desaparecer, con
la iluminación y extinción de la conciencia a raíz de la per-
cepción. Confieso, no obstante, que me inclino a llevar más
lejos aún la comparación.
En la pizarra mágica, el escrito desaparece cada vez que
se interrumpe el contacto íntimo entre el papel que recibe
el estímulo y la tablilla de cera que conserva la impresión.
Esto coincide con una representación que me he formado
hace mucho tiempo acerca del modo de funcionamiento del
aparato anímico de la percepción, pero que me he reservado

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hasta ahora. ^ He supuesto que inervaciones de investidura
son enviadas y vueltas a recoger en golpes periódicos rápidos
desde el interior hasta el sistema P-Cc, que es completa-
mente permeable. Mientras el sistema permanece investido
de ese modo, recibe las percepciones acompañadas de con-
ciencia y trasmite la excitación hacia los sistemas mnémicos
inconcientes; tan pronto la investidura es retirada, se extin-
gue la conciencia, y la operación del sistema se suspende."
Sería como si el inconciente, por medio del sistema P-Cc,
extendiera al encuentro del mundo exterior unas antenas que
retirara rápidamente después que estas tomaron muestras de
sus excitaciones. Por tanto, hago que las interrupciones, que
en la pizarra mágica sobrevienen desde afuera, se produzcan
por la discontinuidad de la corriente de inervación; y la inex-
citabilidad del sistema percepción, de ocurrencia periódica,
remplaza en mi hipótesis a la cancelación efectiva del con-
tacto. Conjeturo, además, que en este modo de trabajo dis-
continuo del sistema P-Cc se basa la génesis de la represen-
tación del tiempo.
Si se imagina que mientras una mano escribe sobre la su-
perficie de la pizarra mágica, la otra separa periódicamente
su hoja de cubierta de la tablilla de cera, se tendría una
imagen sensible del modo en que yo intentaría representarme
;a función de nuestro aparato anímico de la Dercepción.'

•'' [En realidad, ya lo había mencionado en Más allá del principio


de placer (1920^;), AE, 18, pág. 28. Vuelve a referirse a lo mismo en
«La negación» (1925/)), injra, pág. 256. En forma embrionaria, la
noción ya está presente en el «Proyecto de psicología» de 1895
(Freud, 1950a), AE, 1, págs. 382-3.1
'•' [Esto concuerda con el «principio de la inexcitabilidad de los
sistemas no investidos», que examino en una nota al pie de «Com-
plemento mctapsicológico a la doctrina de los sueños» (\9\ld), AE.
14, págs. 225-6, n. 14.]
' [Freud había sugerido esto en Más allá del principio de placer
(1920g), AE, 18, pág. 28, y lo había insinuado atín antes, en «Lo
inconciente» (I915e), AE, 14, pág. 185. Algo semejante sostiene
en «La negación» (1925/)), infra, pág, 256, donde, sin embargo, es
el 70 el que extiende las antenas hacia el mundo exterior.]

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