Bebel Augusto - La Mujer Y El Socialismo PDF
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LA MUJE
SOCIALI
August Bebel
La mujer y el socialismo
Traducción
akal
ARGENTINA / ESPAÑA / MÉXICO
Prólogo a la edición castellana
8
actuará consciente y metódicamente, con conocimien
to de las leyes de su propio desarrollo». Pues, «el so
cialismo es la ciencia aplicada a todos los campos de
la actividad humana».
El problema femenino debe examinarse, por tanto,
como parte integrante del problema social. La situa
ción de la mujer como persona debe ir íntimamente
vinculada a la cuestión de su situación como miem
bro de la sociedad y dentro del contexto dél sistema
de propiedad privada en que actualmente vive. El
movimiento femenino, por terminar con una cita de
Lenin, « debe ser un movimiento de masas, debe ser
una parte del movimiento general de masas, no sólo
del movimiento de los proletarios, sino de todos los
explotados y oprimidos, de todas las víctimas del
capitalismo. En esto consiste la importancia del mo
vimiento femenino para la lucha del proletariado y
para su misión histórica creadora: la organización
de la sociedad comunista».
Madrid, 20 de noviembre de 1976
V ic e n t e R o m a n o G arcía
9
Prólogo a la vigesimoquinta edición
11
otro. Mientras que unos califican al libro de lo más
inútil y peligroso que ha aparecido en los últimos
tiempos (en este sentido se manifestaba un perió
dico antisemita publicado en Berlín), otros, entre
ellos dos pastores protestantes, lo proclaman como
uno de los libros más morales y útiles que hay. Los
dos juicios me satisfacen por igual. Un libro com
puesto sobre asuntos públicos ha de forzar una
toma de posición igual que el discurso que trata de
cuestiones de interés público. Sólo así alcanza su
objetivo.
Entre las numerosas réplicas y refutaciones que
ha provocado este libro a lo largo de los años, hay
dos que merecen atención especial debido al carác
ter científico de sus autores. Por ejemplo, el libro
del doctor H. E. Ziegler, profesor de Zoología de la
Universidad de Friburgo de Brisgovia, titulado
Die Naturwissenschaft und die sozialdemokratische
Theorie, ihr Verhaltnis dargelegt auf Grund der
Werke von Darwin und Bebel2, y el tratado del doc
tor Alfred Hegar, catedrático de Ginecología de la
misma Universidad, titulado Der Geschlechtstrieb 3.
Ambos libros dan la impresión de que sus autores
se han concertado para la «destrucción científica»
de mi libro. Los dos autores trabajan en la misma
Universidad, sus dos libros han aparecido en la mis
ma editorial y ambos justifican la publicación di
ciendo que la extraordinaria difusión que ha tenido
mi libro con sus «teorías acientíficas» y «falsas» los
ha impulsado a la refutación de las mismas. El mu
tuo acuerdo lo denuncia también la división del tra
bajo que se han repartido, al parecer, los dos auto
res. Mientras que Ziegler intenta refutar mis ideas
histórico-culturales y científico-naturales, Hegar se
dedica esencialmente a la caracterización psicológi
ca y fisiológica de la mujer, tal como la presento
2 Stuttgart, 1894, editorial de Gerdiaand Enke.
3 Stuttgart, 1894, editorial de Ferdinand Enke.
12
en mi libro, a fin de demostrar que es falsa. Luego,
cada cual desde su punto de vista, pasan a la refu
tación de mis concepciones económicas y sociopolí-
ticas, empresa que muestra que se mueven en un te
rreno ajeno a los dos y en el que, por eso, cosechan
menos laureles que en el del especialista, de quien
en primer lugar hubiera esperado una refutación
objetiva.
Ambos libros tienen también en común el tratar
en parte esferas muy lejanas de las que yo trato y
con las que nada tienen que ver o, como en especial
Hegar, se explayan en discusiones que no quiero
contradecir. Ambos escritos son, además, obras de
tesis que deben demostrar a cualquier precio que ni
la ciencia natural ni la antropología proporcionan
material ninguno para la necesidad y la utilidad del
socialismo. Los dos autores, como suele ocurrir en
las polémicas, han sacado fuera del contexto de mi
obra aquello que les convino, y omitido lo que no
les convenía, de manera que me costó trabajo re
conocer de nuevo lo dicho por mí antes.
Al reseñar los dos libros paso primero al tratado
de Ziegler, publicado antes que el otro.
Ziegler peca ya en el ‘título de su libro. Si quería
escribir una crítica de las teorías socialdemócratas
en relación con Darwin,, no debiera dirigir su crítica
a mi libro, pues eso sería una pretensión inaudita
de mi parte: quereme considerar uno de los teóri
cos socialistas; tendría que escoger para ello los es
critos de Marx y Engels, en cuyos hombros nos apo
yamos los demás. Eso lo ha omitido astutamente.
Pero tampoco podía contemplar mi libro como una
especie de dogma de partido, puesto que en la in
troducción declara explícitamente hasta qué punto
creo que puedo contar en mi libro con la aprobación
de mis correligionarios. Ziegler no podía pasar esto
por alto. No obstante, al adoptar el título menciona
do le interesaba más lo picante que lo correcto.
13
En primer lugar, tengo que rechazar aquí un insulto
grave que Ziegler le lanza a Engels, al reprocharle
que en su obra El origen de la familia, de la propie
dad privada y del Estado ha adoptado de un modo
acrítico todas las teorías de Morgan. En el mundo
científico Engels goza de una reputación demasiado
alta para que el reproche de Ziegler produzca nin
guna impresión. Cualquier estudio objetivo de la
obra de Engels muestra incluso al profano —al que
en este caso no pertenece Ziegler— que Engels adop
tó las ideas de Morgan solamente porque concorda
ban con las concepciones y estudios efectuados por
él y por Marx en este terreno. Y al adoptarlas, En
gels las volvió a fundamentar, de suerte que les sería
imposible a los adversarios poderlas combatir con
probabilidades de éxito. Lo que Ziegler aduce, prin
cipalmente a base de Westermarck y Starcke, contra
las nociones de Morgan, Engels y todos los que esen
cialmente pisan el mismo terreno que Morgan y En
gels, es falso e infundado y denota tal superficiali
dad que no aumenta precisamente mi respeto por
los científicos del tipo de Ziegler.
Este teme (pág. 15 de su obra) que se diga de él
lo mismo que he debido decir contra gran parte de
los sabios actuales, a saber, que se le acuse de utili
zar su posición científica en favor de las clases do
minantes. Protesto de haber calumniado a nadie. La
acusación de que se calumnia es algo que brota con
mucha facilidad de la pluma de nuestros catedrá
ticos, como se deduce también del ataque que me
hace Haeckel (ver pág. 378 de este libro). En tanto
expreso mis propias ideas, lo que escribo en este
libro es mi entera convicción, que puede estar equi
vocada, pero que nunca se dijo a sabiendas de lo
contrario, y esto es lo único que equivaldría a una
calumnia. Así, pues, no sólo creo lo que he manifes
tado en relación con gran parte de nuestros sabios,
sino que podría demostrarlo con numerosos hechos.
14
Pero me contento con añadir, junto al juicio de un
hombre como Buckle (pág. 374 de este libro), el de
un Friedrich Albert Lange, quien en la página 15 de
la segunda edición de su Arbeiterfrage (La cuestión
obrera) habla de una ciencia falsificada puesta a dis
posición de los capitalistas a la menor indicación.
Y al discutir Lange las opiniones predominantes
acerca de las ciencias políticas y de la estadística,
continúa de esta manera: «El que semejantes ideas
(como las de los monarcas) perduren también en
hombres de ciencia, se explica fácilmente por la di
visión del trabajo en el terreno intelectual. Dada la
rareza de una filosofía que reúna en un foco los re
sultados de todas las ciencias, nuestros investigado
res más sabios y eficaces son también, hasta cierto
grado, criaturas del prejuicio general al ver con gran
precisión dentro de su estrecho campo, pero al no
ver nada fuera del mismo. Si a ello se suma la
desgracia de una ’filosofía’ pagada por el Estado
y explotada comercialmente, siempre dispuesta a
explicar lo exigente como lo racional, se tendrán
bastantes motivos de reserva en donde las mismas
cuestiones científicas conducen directamente a los
elementos de las futuras revoluciones universales,
tal como ocurre con la ley de la competencia por la
existencia.»
Estas explicaciones de F. A. Lange son claras, no
necesitan ningún aditamento. Ziegler puede encon
trar más detalles de Lange en los capítulos primero
y segundo de su libro. Ziegler dice además que le
han aconsejado abandonar su escrito contra mí y
terminar su libro sobre embriología, iniciado hace
ya mucho tiempo, «cosa que sería más útil para su
carrera». Creo que también hubiera sido más sensa
to, no sólo por su carrera, sino también por su repu
tación científica, que no ha ganado nada con su libro
en contra mía.
No viene aquí al caso entrar con más detalle en
15
las objeciones que hace Ziegler contra las relaciones
sexuales de los pueblos que se hallan en las prime
ras fases del desarrollo humano, relaciones tomadas
cada vez más en el estudio científico desde Bacho-
fen y Morgan. Apenas pasa un día que no aporte
nuevas pruebas en el sentido de las ideas de Bacho-
fen y Morgan, y en la primera parte de este libro in
cluyo yo mismo algunos hechos nuevos para gran
des círculos de personas, hechos que en mi opinión
también confirman de manera irrefutable la verdad
de estas nociones. Mientras tanto, el tratado de Cu-
now Die Verwandtschaftsorganisationen der Austral-
neger (Las organizaciones de parentesco de los ne
gros australes), del que hablo en la primera parte
de este libro, aporta no sólo una gran profusión de
hechos nuevos en el mismo sentido, sino que tam
bién se ocupa con todo detalle de las ideas de West-
ermarck y Starcke, los garantes de Ziegler, y los
refuta a fondo. Para abreviar remito a Ziegler a la
obra mencionada.
Mientras Ziegler intenta demostrar por su cuenta
que la relación monógama entre hombre y mujer es
«una costumbre basada en la naturaleza» (pág. 88
de su libro), su demostración resulta muy fácil. Se
gún él, la relación monógama surgió una vez de
motivos puramente psicológicos: «amor, nostalgia
mutua, celos», pero luego dice que el matrimonio es
necesario, «pues con el casamiento público el hom
bre reconoce ante la sociedad la obligación de per
manecer fiel a su mujer, de cuidar y educar a sus
hijos». Por tanto, la monogamia es «una costumbre
basada en la naturaleza», una relación «por motivos
puramente psicológicos», esto es, quasi naturalmen
te evidente; unas páginas más adelante califica al
matrimonio de institución coercitiva legal, estable
cida por la sociedad para que el hombre se manten
ga fiel a su mujer, cuide de ella y eduque a sus hijos.
«Explícame, conde Orindur, esta escisión de la na
16
turaleza.» En Ziegler se confunden el buen ciuda
dano con el científico natural.
Si el casamiento público lo necesita el hombre
para ser fiel a su mujer, cuidarla y educar a sus
hijos, ¿por qué no dice Ziegler nada de la misma
obligación para la mujer? Sospecha instintivamente
que, en el matrimonio actual ,1a mujer se halla en
una situación forzada que le impone lo que el hom
bre ha de alcanzar a través de un voto solemne, pero
que no se alcanza en innumerables casos. Ziegler no
es tan corto de entendimiento ni tan ignorante para
no saber que, por ejemplo, ya en el Viejo Testamen
to la poligamia era la base de la familia patriarcal,
y que practicaban los patriarcas hasta el rey Salo
món, sin que se lo impidiese la «costumbre basada
en la naturaleza» o sin que les afectasen «los moti
vos psicológicos de la monogamia». La poligamia y
la poliandria, que existen en los tiempos históricos
desde hace miles de años y la primera de las cuales
la siguen reconociendo aún como institución social
cientos de millones de personas en Oriente, contra
dicen del modo más rotundo las razones «científico-
naturales» aducidas por Ziegler, reduciéndolas ab
absurdum. Ahí se va a parar precisamente cuando
se juzga con estrechos prejuicios burgueses las cos
tumbres ajenas y las instituciones sociales y se bus
can motivos científico-naturales donde tan sólo son
decisivas las causas sociales.
Ziegler podía ahorrarse también sus ejemplos de
la vida sexual de los monos antropoides para de
mostrar que la monogamia es una especie de nece
sidad natural, puesto que los monos no poseen una
organización social como los hombres, por primiti
va que sea, la cual domina su pensamiento y sus ac
ciones. Darwin, en quien se apoya para combatirme,
tuvo mucho más cuidado con sus juicios. Cierto, a
Darwin le parecía increíble la existencia de un «ma
trimonio por grupos», así como el estado precedente
17
de promiscuidad, pero era lo bastante objetivo para
decir que todos los que habían estudiado más a fon
do este asunto tenían una opinión distinta a la suya
y el «matrimonio comunitario» (este término espe
cífico es nuestro, el autor) constituyó la forma ori
ginaria y general de las relaciones sexuales en toda
la tierra, incluido el matrimonio entre hermanos4.
Pero desde Darwin ha avanzado mucho el estudio
del estado primitivo de la sociedad; hoy está claro
mucho de lo que antes podía ponerse en duda, y si
viviera, también Darwin abandonaría sus viejas du
das. Ziegler pone en tela de juicio la doctrina de
Darwin de que pueden heredarse las cualidades ad
quiridas y combate esta idea de la manera más enfá
tica. Pero acepta como infalible la concepción puesta
en duda por el mismo Darwin de que la monogamia
fuese la primitiva relación sexual entre los seres hu
manos, y lo hace con el fervor de un cristiano cre
yente que ve en peligro la salud de su alma si no
cree en el dogma de la Santísima Trinidad o como
católico en la Inmaculada Concepción de María.
Ziegler se engaña a sí mismo si cree poder refutar
las fases evolutivas en las relaciones sexuales de los
distintos estadios culturales de la humanidad con
sus dudas muy dogmáticas, pero histórica y científi
camente falsas, de hechos demostrados.
Con esta evolución, concebida en el sentido de
Morgan, de las relaciones sexuales en los distintos
estadios sociales le ocurre a Ziegler y a los que pien
san como él lo que le ocurre a la gran mayoría de
nuestros sabios con la concepción materialista de la
historia. No entienden la sencillez y naturalidad de
la misma, gracias a las cuales resultan claros y com
prensibles todos los procesos que de otro modo pa
recen tan contradictorios y confusos; es demasiado
4 Die Abstammung des Menschen und die geschlechtliche
Zuchtwahl, de Charles Darwin, cap. X X . Caracteres sexuales
secundarios del hombre, Halle.
18
fácil y no deja ningún espacio para la especulación.
Además, sin que a menudo sean conscientes de ello,
temen sus consecuencias para la permanencia del
orden social y estatal existente; pues si las leyes del
desarrollo también valen para la sociedad, ¿cómo
puede afirmar entonces la sociedad burguesa que no
hay ningún orden social mejor que el suyo?
Ziegler no entiende el nexo de las doctrinas de
Darwin con la concepción socialista del mundo; tam
bién le recomiendo aquí que lea los dos primeros
capítulos de Arbeiterfrage, de F. A. Lange, titulados
«Der Kampf um das Dasein» (la lucha por la exis
tencia) y «Der Kampf um die bevorzugte Stellung»
(la lucha por la posición preferida). Tal vez vea ahí
claro lo que no está claro en mi obra. En las pági
nas 374 y 375 de este libro he demostrado que Zie
gler tampoco tiene razón cuando cree que puede
utilizar contra mí la opinión de Virchow sobre el
darwinismo, el cual lleva al socialismo.
Al considerar yo las doctrinas científicas de Dar
win en íntima relación con la concepción socialista
del mundo, Ziegler cree también poder rebatir esta
concepción refiriéndose al juicio de Darwin sobre
las guerras y a sus ideas malthusianas. Ante todo
he de exigir que cuando se me cite, se haga correcta
mente. Lo que Ziegler cita en la pág. 186 de su libro
como mi concepción de la guerra eterna es funda
mentalmente falso y muestra su total incapacidad
para penetrar en la ideología de un socialista. Puede
admitirse sin reparo que algunas guerras han fo
mentado el desarrollo de la cultura, pero tan sólo
el ignorante puede afirmar que todas las guerras de
la historia han tenido este carácter. Y sólo un bár
baro puede seguir creyendo que las guerras de hoy
fomentan el progreso de la humanidad, con la muer
te en masa de los hombres más vigorosos, y
que ocasionan el florecimiento de las naciones ci
vilizadas con la destrucción masiva de medios
19
culturales. De acuerdo con la concepción de Zie~
gler y sus iguales, toda paz prolongada sería un
crimen contra la humanidad. Lo que dice Ziegler
en su libro sobre este capítulo no va más allá de la
más mezquina burguesía. Tampoco destaca más lo
que dice del malthusianismo, apoyándose en Darwin.
Toda la deficiencia de Darwin respecto de sus cono
cimientos económicos lo induce a las afirmaciones
más audaces, en tanto se trata de temas sociales;
pero desde los tiempos de Darwin se han efectuado
tales progresos en el terreno social que lo que to
davía era perdonable en Darwin no lo es ya para
uno de sus discípulos, en particular cuando, como
hace Ziegler, se presenta con la pretensión de tener
un juicio decisivo en este campo. Lo que podría de
cir contra él en este aspecto lo digo en la parte de
este libro titulada «Población y exceso de población».
Una de las principales bazas que Ziegler utiliza
contra mí afecta a mi idea de la capacidad evolutiva
del ser humano y especialmente de la mujer bajo
relaciones sociales sensatas y naturales, y en verdad
a través de la educación y la herencia. Ziegler expo
ne aquí su opinión divergente de que está excluida
la herencia de cualidades adquiridas o de que sólo
es posible en lapsos de tiempo infinitamente largos,
apoyándose para ello en Weismann, y la interpreta
de manera que la hace dependiente de la realización
de la idea socialista. Dice así: «Antes de que los
hombres se adaptasen a la nueva organización so
cial, ésta habría desaparecido ya desde hace tiempo»
(pág. 19). Esta frase denota la noción realmente in
genua que tiene Ziegler de las formaciones sociales
en desarrollo. Ignora que son las necesidades socia
les las que producen nuevas formaciones sociales,
esto es, que la formación social crece con los hom
bres y los hombres con ella, que uno surge del otro
y los dos conjuntamente. Es imposible una forma
ción social sin los hombres que la quieren, capaci-
20
tados para mantenerla viva y proseguir su desarro
llo. Si es que puede hablarse de adaptación en al
guna parte, ese sitio es éste. Las circunstancias más
favorables que contiene toda nueva formación social
frente a la anterior se transfieren también a los in
dividuos y se perfeccionan constantemente.
Según Ziegler, la noción de la herencia de cuali
dades adquiridas está ya tan rechazada que sólo los
anticuados creen en ella. En calidad de profano y
agobiado con los trabajos más diversos, ajenos a
este tema, no puedo evitar apoyarme en mis propias
experiencias y percepciones, pero la observación
atenta me ha mostrado que este tema que Ziegler
trata con seguridad tan apodíctica se presta a mu
cha controversia y tiene contra sí a los representan
tes más famosos del darwinismo. Así, por ejemplo,
el doctor Ludwig Büchner publicó el 13 de marzo
de 1894 en el Beilage zur Allgemeinen Zeitung, de
Munich, un artículo titulado «Naturwissenschaft
und Sozialdemokratie», en donde reseña el escrito
de Ziegler. Büchner se manifiesta no sólo contra la
concepción de Weismann-Ziegler, sino que al propio
tiempo indica que, además de Hauckel, también son
partidarios de la concepción darwinista Huxley, Ge-
genbaur, Fürbringer, Eimar, Claus, Cope, Lester
Ward y Herbert Spencer. También Hake se mani
fiesta contra Weismann en un escrito polémico muy
apreciado entre los especialistas, titulado Gestaltung
und Vererbung. Eine Entwiclungsmechanik der Or-
ganismen5. También Hegar se opone a Weismann en
su tratado escrito contra mí (pág. 130 y sig.). Tam
bién pisa totalmente el terreno de la teoría de la
herencia de cualidades adquiridas el profesor doc
tor Dodel, quien en la pág. 99 de su obra Moses und
Darwin. Eine Schulfrage6 dice literalmente lo si
guiente: «Ahora bien, son de la mayor importancia
5 Leipzig, 1893.
6 Stuttgart, 1895, 5.a edición aumentada.
21
los hechos de la herencia progresiva. La esencia de
ésta estriba en que también pueden pasar a los des
cendientes rasgos individuales, esto es, caracterís
ticas adquiridas últimamente, cualidades de la fecha
más reciente.» Y acerca de esta misma cuestión es
cribe Haeckel en una carta del 3 de marzo de 1894
a L. Büchner, citada en la reseña mencionada más
arriba del libro de Ziegler, lo siguiente: «Por el ar
tículo siguiente puede ver que en esta cuestión fun
damental mi punto de visto es invariablemente el
mismo, rigurosamente monista (y al mismo tiempo
Lamarckiano). Las teorías de Weismann y sus igua
les desembocan siempre en ideas dualistas y teleo-
lógicas, que se hacen al fin puramente místicas. En
la ontogenia llevan directamente al viejo dogma de
la preformación», y así sucesivamente.
El mismo suelo pisan Lombroso y Ferrero en su
obra Das Weib ais Verbrecherin und Prostituierte1,
cuando en la página 140 hablan de los instintos de
sumisión y de entrega que ha adquirido la mujer
mediante la adaptación. También Tarnowsky8habla
del carácter hereditario, en determinadas circuns
tancias, de la perversidad adquirida del instinto
sexual, y Krafft-Ebing9habla del carácter de la mu
jer, formado en una dirección determinada a través
de innumerables generaciones.
Estos datos prueban que con mi noción de la he
rencia de cualidades adquiridas me encuentro con
gente famosa y Ziegler afirma más de lo que puede
demostrar.
Conforme a su profesión civil, Ziegler es un cien
tífico natural,-pero en-cuanto zoon politikon, por
decirlo en términos de Aristóteles, es probablemen
te un nacional-liberal. Así lo denota la frecuente in-
7 Leipzig, 1894.
8 Die krankhaften Erscheinungen des Geschlechtssinnes,
Berlín, 1886.
9 Lehrbuch der Psychiatrie, vol. I, 2.° edición.
22
certidumbre de la forma de expresión cuando se ve
apurado en su argumentación. Así lo indican tam
bién los esfuerzos convulsivos que hace para con
certar todo el desarrollo de la humanidad con la
actual situación burguesa, intentando mostrar que
las instituciones sociales y políticas referentes al
matrimonio, la familia, el Estado, etcétera, fueron
en todos los tiempos semejantes a las actuales, con
lo cual se pretende demostrar que el filisteo burgués
no tiene que preocuparse de lo que le traiga el
siglo xx.
Vuelvo a Hegar. Este califica su libro de estudio
médico-social. Aunque hubiese borrado «social» y
omitido la correspondiente parte del tratado, no por
eso perdería mucho el trabajo. Pues la parte social
es sumamente pobre y denota un conocimiento muy
deficiente de nuestras relaciones y condiciones so
ciales. Hegar apenas se alza en ninguna frase sobre
el promedio burgués y, lo mismo que Ziegler, tam
poco es capaz de concebir un solo pensamiento que
vaya más allá de las concepciones burguesas más
estrechas. Dándose cuenta de sus propias posibili
dades, Hegar ha abandonado astutamente su plan
original (ver el prólogo de su libro): un análisis de
toda la cuestión femenina. Eligió un tema reducido
«para contrarrestar así las opiniones y doctrinas fal
sas y perjudiciales que se propagan entre las gran
des masas..., en especial a través de La mujer y él
socialismo, de Bebel». Y añade: en cambio, tienen
relativamente poco eco los buenos trabajos, apoya
dos en una base realmente científica, tales como
Sexuelle Hygiene, de Ribbing.
Este últimó libro lo conozco bien, y su autor es
un señor muy religioso. Pero el libro tiene muy poco
valor y expresa claramente su tendencia conserva
dora. También es de una tendencia muy marcada la
refutación que hace Hegar de mi obra. En su celo
por rebatir demuestra más de lo que puede demos
23
trar. En todas partes protege a las clases distingui
das, presentándolas como modelo de moralidad, lan
zando, en cambio, una piedra tras otra contra los
obreros, de suerte que en muchos pasajes uno cree
vérselas con un burgués consciente de su clase y no
con un hombre de ciencia. Pero cuando Hegar es
realmente objetivo en su exposición en cuanto cien
tífico, su obra contiene una serie de comunicaciones
instructivas, cuya difusión es de desear. En cambio,
uno busca en vano en su escrito puntos de vista
grandes y generales y normas de higiene social,
como las que sólo puede realizar el Estado o la so
ciedad tan pronto como se reconoce su necesidad,
a fin de educar a todo el género en el conocimiento
científico avanzado.
Existen en la sociedad burguesa dos clases que no
pertenecen al proletariado, pero que si pudieran
emanciparse de su extrema forma burguesa de pen
sar, aprobarían jubilosamente el socialismo: son los
maestros y los médicos (de higiene, ginecología y
medicina general). De ahí que debiera esperarse pre
cisamente de hombres como Hegar y sus iguales,
quienes por su profesión conocen los infinitos males
que padecen la inmensa mayoría de los seres huma
nos y en particular las mujeres a consecuencia prin
cipalmente de nuestras relaciones sociales, debiera
esperarse que se pronunciasen en favor de las gran
des medidas de salud y transformación sociales, úni
cas que realmente pueden ayudar. Pero no es así.
Más bien defienden unas condiciones que son la
misma antinaturaleza, y con su autoridad encubren
el podrido orden social de una sociedad que demues
tra diariamente lo perpleja que se hallá ante los
males cada vez mayores de índole física y moral.
Esto es precisamente lo indignante de la conducta
de tantos hombres de ciencia, quienes en parte sólo
tienen la única excusa de que el ambiente social en
que viven y las ventajas que éste les proporciona
24
como una segunda naturaleza les incapacita para
ver más allá de ellos; pese a toda su ciencia, son
unos «pobres de espíritu».
Lo mismo que Ziegler, también Hegar tiene una
manera peculiar de citar; también él destaca lo in
significante y omite lo esencial, construyendo luego
su refutación. La gran importancia que le doy a la
satisfacción normal del instinto sexual para perso
nas adultas es lo que le mueve principalmente en
contra mía, haciendo como si hablase yo de inmode
ración. Resalta que me refiero a Buda y a Schopen-
hauer y califica de anticuadas las manifestaciones
de Hegewisch y Busch, pero calla que autoridades
como Klencke, Ploss y Krafft-Ebing, quienes se ex
presan con más detalle que los anteriores, están de
mi parte. En la edición presente (págs. 166 y ss.)
cito también al estadístico moral conservador Von
Óttinger, quien con sus estudios estadísticos llega
a resultados muy parecidos a los míos. A todo esto
Hegar no tiene nada mejor que oponer que una esta
dística de Decarpieux sobre la mortalidad de los
solteros en Francia desde el año 1685 al 1745 y
otra de Bauer sobre los casados relativa a los años
1776 a 1834. Ambas estadísticas se efectuaron en una
época en que esta ciencia daba sus primeros pasos
y no pueden considerarse concluyentes.
Pero Hegar se lía también en contradicciones gra
ves. En la página 9 de su escrito aduce como prueba
del carácter inofensivo de la abstinencia sexual de
los adultos a los religiosos católicos y los miembros
de las órdenes masculinas y femeninas que adoptan
el celibato voluntariamente. Combate la objeción de
que estas personas no vivían en abstinencia; además
del sentido del deber los obliga a ello su posición
pública, pues todo paso en falso caería en el chis
morreo general y llegaría pronto a oídos del supe
rior. Pero en las páginas 37 y 38 de su libro dice
textualmente: «Un hecho confirmado por Druruy
25
(citado en Bertillon) se pronuncia de un modo muy
decisivo en favor de la influencia nociva directa del
instinto sexual reprimido sobre la producción de
esta categoría de crímenes (violación, atentados con
tra los niños, etcétera). Druruy ha contrastado los
ataques contra la moralidad ocurridos en treinta
meses en las escuelas dirigidas por laicos y por
religiosos. En 34.873 escuelas laicas ocurrieron
19 crímenes y ocho violaciones, mientras que en
3.581 escuelas religiosas tuvieron lugar 23 crímenes
y 32 violaciones.. Las instituciones regidas por con
gregaciones religiosas cuentan, pues, con cuatro ve
ces más crímenes y doce veces más violaciones con
tra la moralidad.» Creo que no necesito refutar a
quien se rebate a sí mismo de esta manera.
La obra de Hegar contiene numerosas contradic
ciones como ésta. En las páginas 18 y 19 presenta
cuadros de mortalidad en Francia, París, Bélgica,
Holanda, Prusia y Baviera, que informan del núme
ro de muertos en las diferentes edades para cada
1.000 casados o solteros. Casi todos estos cuadros
son favorables a mi exposición, pues resulta que la
mortalidad de los solteros, exceptuado el grupo más
joven de quince a veinte años, es por término medio
superior al de casados. Pero una proporción consi
derable de mujeres casadas muere en el parto o a
consecuencia de él en la edad comprendida entre los
veinte y los cuarenta años, y Hegar deduce de este
hecho, y de las numerosas enfermedades producidas
en las mujeres tras los nacimientos superados, que
la satisfacción de la necesidad sexual aumenta con
siderablemente la mortalidad en la mujer. Pero se
olvida de que no mueren por las relaciones sexuales,
sino por las consecuencias de las mismas, y ello se
debe únicamente a la constitución física de gran nú
mero de mujeres, la cual les dificulta que salgan
bien del parto. Y esta debilidad física es, a su vez,
el efecto de nuestras deplorables condiciones socia-
26
I
les: mala forma de alimentación, habitación y vida,
el tipo de ocupación, de educación espiritual y fí
sica, de vestido (el corsé), etcétera. Como especialis
ta que es, Hegar tiene que saber también que en
muchos casos la culpa de los sufrimientos graves de
las parturientas la tienen la asistencia deficiente o
falsa durante el parto o la infección causada por
el hombre. Todos estos defectos podrían subsanarse
mediante instituciones sociales razonables y méto
dos de educación, y de esta manera no existirían las
consecuencias que se dan hoy día. Al reprocharme
también Hegar que exagero mucho el efecto nocivo
del instinto sexual insatisfecho, cae en el otro extre
mo; describe de tal manera los daños del instinto
sexual satisfecho ocasionados a la mujer que el
apóstol San Pablo tendría razón en su doctrina de:
casarse es bueno; no casarse, mejor.
Hegar disputa además la corrección de mis ideas
respecto a que en los solteros la insatisfacción del
instinto sexual también influye en el número de sui
cidios. Remito aquí a las estadísticas de las páginas
166 y 167 de mi libro. Pero el mismo Hegar tiene que
admitirlo (pág. 23): «En términos generales la fre
cuencia de suicidios es mayor en los solteros.» ¿A
qué viene la disputa entonces?
Hegar combate asimismo mi concepción de que
la represión del instinto sexual en las mujeres con
duce a menudo a enfermedades mentales, a la sati-
riasis y a la ninfomanía. Pero también ha fracasado
en esta refutación de mi interpretación. En la pági
na 80 dice: «El sexo femenino padece más la locura,
en términos generales, que el masculino; pero la di
ferencia no es significativa. En cambio, sí se da una
gran diferencia entre solteros y casados, duplicándo
se aproximadamente el número entre los primeros.
La proporción resalta mucho más si se excluye a los
niños, en los que raras veces se observa la enferme
dad mental, y sólo se cuenta a los solteros de quince
27
años en adelante. Se obtiene entonces una cuota de
locura para los solteros de casi cuatro veces supe
rior a la de los casados.» Cierto, Hegar pretende ex
plicar por varias razones porque en ningún sitio
he afirmado que el instinto sexual reprimido sea la
única causa del estado morboso de los solteros. No
obstante, Hegar tiene que admitir al fin (pág. 31):
«Pero la diferencia entre solteros y casados es de
masiado grande como para explicarla exclusivamen
te por esto» (por las razones aducidas por él). Y
vuelvo a preguntarme: ¿A qué viene entonces la
disputa?
En la página 23 dice, además: «La ninfomanía y
la satiriasis nacen a veces de cambios anatómicos
muy considerables en el aparato sexual o también
en el aparato nervioso central.» Pero ofrece una ex
plicación muy insatisfactoria del origen de estas
perturbaciones. Admite que la insatisfacción consti
tuye una contribución al nacimiento de la dolencia.
«Sólo lo primero y lo principal es la excitación pro
vocada artificial y violentamente.» Pero esta exci
tación tiene su base en la naturaleza sexual del ser
humano, de otro modo sería imposible. Hegar admi
te también que el origen de la histeria se atribuía
ya en la antigüedad al impulso sexual reprimido,
pero no quiere que esta razón sea válida; no obstante,
dice en la página 35: «En la antigüedad y, aunque
más raramente, también en nuestros días se han ob
servado enfermedades frecuentes de histeria, psico
sis histérica, bailes de San Vito, en las instituciones
cerradas, tales como conventos de monjas, interna
dos de muchachas, que se suelen atribuir al impulso
sexual reprimido.» Hegar no contradice esto, tan
sólo pretende explicar las causas, que por mi parte
tampoco necesito explicar, puesto que, en parte, las
presento yo mismo: «La imagen morbosa adquiere
fácilmente, al menos en la mujer, un tinte sexual»,
dice Hegar, concesión que acepto una vez más. Y
28
sigue: «Es difícil determinar hasta qué punto la
represión violenta de un impulso sexual adecuado a
la fuerza y a la edad del participante contribuyó en
el origen de dolencias nerviosas y perturbaciones de
ánimo de tinte sexual.» También me basta esta
concesión.
En la parte VI de su escrito trata Hegar los males
que acarrea a la mujer el asunto de la reproducción.
Como ya se indicó más arriba, Hegar ve peligros
y males mucho mayores para la mujer casada que
para la soltera, aunque no quiere negar por com
pleto el aspecto sombrío de la insatisfacción. Y, sin
embargo, todo el semblante de las muchachas en
vejecidas, las llamadas solteronas, instruye incluso
al profano acerca de los males de no estar casado.
Hegar tampoco puede callarlo del todo y por eso
dice en la página 30: «Pero también hay otra clase
de muchachas que son enteramente sanas o al me
nos no presentan ninguna perturbación notable de
su desarrollo corporal y que avanzan paulatina
mente hacia una edad avanzada sin casarse. No po
cas veces presentan éstas, de una manera más o me
nos marcada, una imagen que tiene algo de común
con los anémicos: sentimiento de debilidad y decre
pitud, desgana para el trabajo, mal humor, gran irri
tabilidad, aspecto pálido, adelgazamiento, perturba
ciones de las funciones genitales, etcétera.» Así,
pues, estas frases contienen otra valiosa concesión.
Y, sin embargo, que me lleven los bandidos y asesi
nos sólo porque, menos restringido que él, llamo a
las cosas por su nombre.
No quiero gastar ninguna palabra en lo que dice
Hegar en la parte V II de su tratado acerca de la in
moderación en el placer sexual y las consecuencias
del llamado amor salvaje. En primer lugar, porque,
en tanto polemiza conmigo, no ha hecho sino inter
pretarme mal, voluntaria o involuntariamente, eso
29
no viene al caso, o porque se trata de argumentos
que no afectan, en absoluto, a los míos.
En lo demás, le ocurre a Hegar lo que a todos los
ideólogos burgueses: que pone el efecto en el lugar
de la causa, como, por ejemplo, al derivar el alco
holismo de «un defecto ético» en vez de causas so
ciales. En este libro me he manifestado tan a fondo
sobre el efecto de las condiciones sociales en todas
las relaciones de la vida de los hombres, que no
necesito añadir nada más aquí.
Hegar se indigna de que exponga lo a menudo que
son seducidas las hijas del pueblo por los miembros
de las «clases poseedoras y cultas». «Eso no es cier
to —dice—; los culpables son casi sin excepción
los soldados, obreros, oficiales artesanos, sirvientes,
raras veces figura un miembros de las clases altas,
el cual tiene que pagar luego bien caro su falta, en
la que tal vez no participó solo.» Apenas es posible
una afirmación más insolente que ésta. Cierto, los
padres de los 170.000 niños ilegítimos que nacen,
por término medio, cada año en Alemania sólo son,
en parte, miembros de las «clases poseedoras y cul
tas», pero proporcionalmente suponen un contingen
te extraordinariamente grande. Desgraciadamente
ocurre muy a menudo que criados, obreros y, en
particular, sirvientes de las casas aristocráticas es
tán dispuestos a cargar con los pecados de sus se
ñores. Que Hegar haga tan sólo la investigación co
rrespondiente en la Maternidad de Friburgo y apren
derá más, si es que es, en absoluto, susceptible de
aprendizaje. También le recomiendo la obra de su
colega más joven, el doctor Max Taube, de Leipzig,
Der Schutz der unehelichen Kinder10, que en la dis
cusión de este capítulo llega a juicios totalmente
opuestos a los de Hegar. Quien habla por Hegar es
el defensor ciego, lleno de prejuicios, de la sociedad
burguesa, cuando juzga especialmente los momentos
10 Leipzig, 1893.
30
sociales. Lo mismo hace cuando se alza en un pane
gírico formal en favor del sistema de dos hijos im
perante en Francia, que en su opinión ha de consi
derarse como una especie de estado ideal. En la se
gunda parte de este libro me he manifestado sobre
las causas y efectos de este sistema. Hegar, al pre
sentarse como defensor suyo, vuelve a pasar por
alto enteramente las consecuencias que tiene en el
estado moral de la población francesa. Hegar, el gi
necólogo, desconoce que de este modo se fomenta
mucho el aborto en masa, el infanticidio, el abuso
de los hijos y la impudicia antinatural.
Del mismo nivel conceptual son los demás puntos
de vista sociales y políticos que hace valer contra
mis argumentos. Así, por ejemplo, lo que dice sobre
el derecho al trabajo, que, como es sabido, jamás
reconoció la socialdemocracia alemana como deman
da programática, sobre las relaciones internaciona
les, las unidades de trabajo y la índole del dinero.
Sus opiniones económicas acerca de las cuestiones
agrarias denotan también una superficialidad ver
daderamente fenomenal. Según él, la ruina de la
agricultura inglesa se debe a la supresión de los
aranceles sobre el grano, que, como ya se sabe, se
eliminaron en 1846. El que varias veces destaque en
mi libro que hoy día se suele utilizar el suelo fértil
para plantar bosques, poblado luego de ciervos y ve
nados, a fin de que los señores elegantes y ricos
puedan satisfacer sus pasiones venatorias, le induce
(página 94) a soltar la réplica siguiente: «Para la
caza no se han plantado o no se han sustraído a su
verdadero destino en Alemania ningunas o muy po
cas tierras más útiles para otros fines. Apenas se
consigue proteger del exterminio total algunas es
pecies animales, como los ciervos y los jabalíes; na
turalmente, al partidario de un principio utilitario
unilateral le es indiferente todo esto y le parece bien
que se mate la última liebre y el último venado.
31
¡Cómo estarían entonces los bosques y los campos:!»
De esta forma escribe únicamente el hombre que
no tiene idea de lo que ocurre en realidad, pues de
otro modo tendría que saber que nuestros campesi
nos del Norte y del Sur, del Este y del Oeste, están
todos de acuerdo en que el daño causado por el aco
tamiento intencionado de la caza en todas partes de
Alemania ha alcanzado paulatinamente un nivel que
hay que calificar de calamidad. En los tiempos feu
dales apenas podía haber sido la situación peor de
lo que ya lo es en unas cuantas regiones de Alemania.
Hegar soluciona también de una manera muy sen
cilla la verdadera cuestión agraria. Así, escribe
(pág. 106): «La política comercial, el tipo de tribu
tación, la legislación y la buena voluntad de los lati
fundistas serán los que más tengan que hacer para
la protección del campesino pequeño y medio...»
Por lo tanto, espera del lobo la salvación de las
ovejas. Aquí falla mi capacidad y mi inclinación a
seguir la polémica.
Si el profesorado alemán no presenta contra el
dragón del socialismo a ningunos campeones más
hábiles que los Hegar y Ziegler, entonces este «mons
truo» moderno se hará dueño de la sociedad bur
guesa. Esta clase de Sigfridos no nos quitan el sueño.
Pascua de Resurrección, 1895.
A. B ebel
32
Prólogo a la XXXIV edición
33
sociedad puede poner fin a la descomposición cada
vez mayor de nuestra situación estatal y social.
El conocimiento de la necesidad de semejante
transformación no sólo ha arraigado en círculos
cada vez más amplios del mundo femenino prole
tario, también han avanzado las aspiraciones del
movimiento femenino burgués, planteando deman
das que antes sólo se atrevían a pedir los elementos
más progresistas. De año en año el movimiento fe
menino se ha afianzado cada vez más en casi todos
los países civilizados, y si en este movimiento aún
hay muchas cosas poco claras, a la larga no se les
oculta esta deficiencia a los elementos activos en él;
avanzan, quieran o no.
Otro rasgo muy peculiar del progreso del movi
miento es la inmensa bibliografía surgida en torno
a la cuestión de la mujer, siendo insuficientes las
fuerzas de un solo individuo para seguirla. Pero
raras veces marcha aquí la calidad de la mano de la
cantidad, aunque es signo de actividad intelectual,
y esta diferencia tampoco es menor en otros campos
de la actividad intelectual. Lo principal es que el
movimiento marche, y lo que no ve el conocimiento
del individuo, lo mejora el instinto de la masa, que,
una vez puesta en movimiento, no falla su camino.
Berlín-Schoneberg, 15 noviembre 1902.
A. B ebel
34
Prólogo a la L edición
35
leían tal vez con mayor celo que mis compañeros de
partido.
Cuando por fin se abolió en 1890 la Ley de los
Socialistas, emprendí una revisión total y una am
pliación significativa del libro, el cual apareció en
su novena edición en 1891 en la editorial actual. En
esta L edición se ha renovado bastante su contenido.
Con el aumento de los capítulos y la división de los
mismos en subdivisiones se ha hecho más claro su
contenido.
Hasta ahora el libro se ha traducido a 14 lenguas,
y en algunos países, como Italia y los Estados Uni
dos, ha tenido ya varias ediciones. Con su traduc
ción al servio aparece ahora en 15 lenguas dife
rentes.
Así, pues, el libro ha recorrido su camino, y puedo
decir sin arrogancia que ha abierto camino. No por
último han procurado sus adversarios impedir su
difusión.
Mas también ha tenido un reconocimiento diver
so. En su obra Die sexuelle Frage11, el profesor
August Forel lo llama «libro importante y curioso»,
que, con sus reservas, «había que calificar de pro
ducto significativo y excelente que había que apro
bar totalmente en lo esencial». Y en otro lugar dice
que, aunque se dirige contra una serie de puntos en
los que, según él, no llevo razón, «aplaude mi libro
como un trabajo significativo».
Este juicio se refiere a la segunda edición de 1883.
El profesor Forel no parece conocer las ediciones
posteriores, esencialmente revisadas y ampliadas.
Por eso tengo que omitir la crítica que hizo de la
edición de 1883.
Y un autor inglés, G. S. Howard, lo juzga así en
su obra A History of matrimonial institution. Lon
dres,1904, págs. 234 y 235: «En su excelente libro
11 Imprenta de M. Müller & Sohn, Munich, 4.a edición,
págs. 578 y 589.
36
sobre La mujer y el socialismo, August Bebel lanza
una violenta acusación contra las actuales relacio
nes matrimoniales.» Ofrece entonces un pequeño re
sumen del contenido y concluye: «Se piense lo que
se quiera del remedio que proponen los escritores
socialistas, por dudoso que nos parezca el que nues
tra única esperanza ha de basarse en la creación de
una república de cooperativas, una cosa es cierta:
los socialistas han prestado un valioso servicio a la
sociedad. De manera implacable han expuesto los
defectos que padece nuestra familia en el Estado
actual. Han demostrado claramente que el problema
del matrimonio y de la familia sólo puede solucio
narse en conexión con el sistema económico actual.
Han demostrado que sólo es posible hacer progresos
con la liberación total de la mujer y la absoluta
igualdad de los sexos en el matrimonio. A través
de todo esto han logrado que hoy día la generalidad
se haya formado ya un ideal muy superior de la vida
matrimonial.»
El movimiento femenino, tanto el burgués como
el proletario, ha conseguido mucho en los treinta
años que han pasado desde la aparición de mi libro,
y, en verdad, en todos los países civilizados de la
tierra. Apenas debe haber otro movimiento que en
tan poco tiempo haya obtenido resultados tan favo
rables. El reconocimiento de la igualdad de dere
chos políticos y civiles de la mujer y la admisión
de la mujer a los estudios -universitarios y a profe
siones que antes le estaban vedadas, ha efectuado
grandes progresos. Hasta los partidos que antes se
oponían al movimiento femenino moderno desde su
punto de vista fundamental, como el centro católico
y los cristianos sociales protestantes, han creído ne
cesario cambiar su actitud adversa en favorable.
Por la sencilla razón de no perder por completo su
influencia en los círculos femeninos accesibles a
ellos.
37
Pero si uno se pregunta: «¿Cómo se explica este
fenómeno?», la respuesta reza: «Esto lo ha origi
nado la gran revolución social y económica efectua
da en todas nuestras relaciones.» Si como, por ejem
plo, un antiguo ministro de Educación prusiano sin
fortuna, se tienen siete hijas y ha:y que llevarlas a
una posición aceptable, los duros hechos le inculcan
a uno la lógica y el conocimiento. Y Ib mismo que
a ése le ocurre a muchos de nuestros llamados círcu
los altos de la sociedad, incluso aunque no tengan
siete hijas a quienes procurar una posición corres
pondiente.
Es evidente que la agitación de las mujeres diri
gentes ha contribuido lo suyo en este desarrollo.
Pero sus éxitos sólo fueron posibles porque nuestra
evolución social y económica se los pusieron en las
manos, lo mismo que a la socialdemocracia. Hasta
los que hablan como los ángeles sólo tienen éxito
cuando existe una caja de resonancia adecuada a lo
que predican. Y no hay duda de que esta caja de
resonancia es cada vez más favorable, lo cual ase
gura nuevos éxitos. Vivimos ya en medio de la re
volución social, pero la mayoría no lo nota todavía.
Aún no han desaparecido las doncellas imprudentes.
Finalmente, tengo que expresar aquí mi más cá
lido agradecimiento a mi compañero de partido
N. Rjasanoff por la amplia ayuda que me ha pres
tado en la preparación de esta L edición. El es quien
ha efectuado la parte principal del trabajo. Sin su
ayuda me hubiera sido imposible publicar ahora el
libro en esta versión esencialmente mejorada, pues
la enfermedad redujo considerablemente mis facul
tades creadoras en los dos últimos años y, además,
otro trabajo mayor ocupó mi tiempo y mis energías.
Schoneberg-Berlín, 31 de octubre de 1909.
A. B ebel
38
Introducción
39
Sin embargo, es necesario tratar la cuestión feme
nina de una manera especial. La cuestión de cómo
era antes, es ahora y será en el futuro la posición de
la mujer, afecta, al menos en Europa, a la mitad
mayor de la sociedad, puesto que el sexo femenino
constituye la mitad mayor de la población. Las ideas
acerca del desarrollo que ha experimentado la posi
ción de la mujer en el curso de los milenios corres
ponden tan poco a la realidad que resulta necesario
dar una explicación. Pues en la ignorancia y la in
comprensión de la situación de la mujer se basa
buena parte de los prejuicios con que se contempla
el movimiento cada vez más potente en los circuios
más diversos, incluido el de las mismas mujeres.
Muchos afirman incluso que no existe ninguna cues
tión femenina, pues la posición que ha tomado la
mujer hasta ahora, y tomará también en el futuro,
le viene dada por su «profesión natural», que la
destina a ser esposa y madre y la limita al hogar.
Todo lo que trascienda sus cuatro paredes o no ocu
rra en íntima relación con sus deberes domésticos
no la atañe.
Así, pues, se enfrentan diversos partidos en la
cuestión de la mujer, lo mismo que en la cuestión
social general, en donde la posición de la clase obre
ra en la sociedad desempeña el papel principal. Quie
nes quieren que las cosas continúen como en los
viejos tiempos, se sacan rápidamente la respuesta
de la manga y creen solucionarlo refiriendo a la mu
jer a su «profesión natural». No ven que millones de
mujeres no están en condiciones de cumplir la «pro
fesión natural» que ellos reivindican como adminis
tradoras domésticas, paridoras y educadoras de ni-
ñor, por razones que se expondrán con todo detalle,
no ven que otros millones han fracasado bastante
en esta profesión, porque el matrimonio se convirtió
para ellas en yugo y en esclavitud y tienen que arras
trar sus vidas en la miseria y en la pobreza. Claro
40
que esto les preocupa a esos «sabios» tan poco como
el hecho de que millones de mujeres tengan que
matarse en los oficios más diversos, a menudo de
manera antinatural y excediendo a sus fuerzas, para
ganarse la simple vida. Ante este hecho desagrada
ble cierran ojos y oídos, lo mismo que hacen ante
la miseria del proletario, al consolarse y consolar a
otros diciendo que «siempre» ha sido y «siempre»
será así. No quieren saber nada de que la mujer
tiene derecho a participar completamente de los lo
gros culturales de nuestra época, a utilizarlos para
el alivio y mejora de su situación y a desarrollar
todas sus capacidades físicas y espirituales y em
plearlas todas ellas en interés suyo. Y si se les dice
que la mujer también tiene que ser económicamente
independiente a fin de serlo física y espiritualmente,
para no depender más de la benevolencia y compa
sión del otro sexo, entonces se acaba su paciencia,
se desata su cólera y lanzan un torrente de violentas
acusaciones contra la «locura de la época» y «sus
descabelladas aspiraciones emancipadoras».
Se trata de los filisteos masculinos y femeninos,
que son incapaces de salir del estrecho círculo de
sus prejuicios. Se trata del género de bichos raros
que aparece en dondequiera que impera el ocaso
y grita despavorido en cuanto cae un rayo de luz en
la oscuridad que le agrada.
Pero hay otra parte de los adversarios del movi
miento que no puede cerrar sus ojos a los hechos
evidentes; reconoce que en ninguna época anterior
hubo una proporción mayor de mujeres que, en com
paración con todo el desarrollo cultural, se hallase
en una situación tan insatisfactoria como en la ac
tualidad y que, por eso, es necesario averiguar cómo
elevar su situación, en tanto dependan de sí mismas.
A esta parte de los adversarios le parece, en cambio,
que la cuestión social termina para las mujeres que
han entrado en el puerto del matrimonio.
41
De ahí que esta parte pida que se le abran a la
mujer soltera aquellos campos del trabajo más ap
tos para sus fuerzas y capacidades para que pueda
competir con el hombre. Algunos van incluso más
lejos y exigen que la competencia no debe limitarse
a las ocupaciones y oficios inferiores, sino que tam
bién debe extenderse a las profesiones superiores,
a los ámbitos del arte y de la ciencia. Exigen la ad
misión de las mujeres al estudio en todas las insti
tuciones docentes superiores, particularmente en las
Universidades. Se recomienda, además, la admisión
a los puestos públicos del Estado (correos, telégra
fos, ferrocarriles), señalando los resultados conse
guidos por las mujeres especialmente en los Estados
Unidos. Uno y otro plantean también la demanda
de conceder derechos políticos a las mujeres. La
mujer es tan buena persona y tan buen ciudadano
como el hombre, y el manejo y legislación exclusivas
que han efectuado los hombres hasta ahora demues
tra que éstos no hacen sino explotar su privilegio en
favor suyo y tener a la mujer bajo su tutela en todos
los aspectos, cosa que hay que evitar.
Lo más notable de estas aspiraciones es que no
trascienden el marco del orden social actual. No se
plantea la cuestión de si se ha alcanzado en general
algo esencial y radical para la situación de las mu
jeres. Apoyarse en el orden social burgués, es decir,
capitalista, lo considera la igualdad de derechos bur
guesa entre el hombre y la mujer como solución
definitiva de la cuestión. Uno no es consciente o se
engaña en el sentido de que, por lo que se refiere
a la libre admisión de la mujer a las profesiones
industriales y comerciales, este objetivo se ha alcan
zado realmente, y por parte de las clases dominantes
recibe el más vigoroso impulso en su propio interés.
Pero en las circunstancias dadas, la admisión de las
mujeres a todas las actividades industriales ha de
tener el efecto de que se acentúe cada vez más la
42
lucha competitiva de las fuerzas del trabajo, y el
resultado final es: disminución de los ingresos para
la fuerza de trabajo femenina y masculina, ya sea en
la forma de honorarios o sueldos.
Es evidente que esta no puede ser la solución co
rrecta. La completa equiparación burguesa de la
mujer no es sólo el objetivo final de los hombres
que ven con buenos ojos estas aspiraciones femeni
nas en el terreno del orden social actual, sino que
también la reconocen así las mujeres burguesas ac
tivas en el movimiento. Ellas y los hombres que
piensan como ellas, se encuentran, pues, en contra
dicción con sus demandas a la parte de los hombres
que se opone al movimiento por limitación filistea
y por lo que se refiere a la admisión de las mujeres
a los estudios superiores y a los puestos públicos
mejor pagados, por bajo egoísmo y miedo a la com
petencia, pero no existe un conflicto de clase como
el que se da entre la clase obrera y la clase de los
capitalistas.
Suponiendo que el movimiento femenino burgués
impusiera todas sus demandas de igualdad de dere
chos con los hombres, no por eso se eliminarían la
esclavitud que es hoy día el matrimonio para innu
merables mujeres, ni la dependencia material de la
gran mayoría de las mujeres casadas respecto de sus
maridos. A la gran mayoría de las mujeres les es in
diferente que unos cuantos miles de sus compañeras
pertenecientes a las capas mejor situadas de la so
ciedad lleguen a la enseñanza superior, a la práctica
de la medicina o a una carrera científica o adminis
trativa cualquiera. Ello no altera en nada la situa
ción general del sexo.
En conjunto, el sexo femenino sufre doblemente:
de una parte sufre bajo la dependencia social de los
hombres, la cual se suaviza, pero no se elimina con
la igualdad formal de derechos ante la ley, y, de otra
parte, mediante la dependencia económica en que
43
se hallan las mujeres en general y las mujeres pro
letarias en particular, lo mismo que los hombres
proletarios.
De aquí resulta que todas las mujeres, sin distin
ción de su posición social, en cuanto sexo dominado
y perjudicado por el mundo masculino en el curso
de nuestro desarrollo cultural, están interesadas en
eliminar en lo posible este estado de cosas cambian
do las leyes e instituciones del orden social y políti
co existente. Pero la enorme mayoría de las mujeres
también está vivamente interesada en transformar
de raíz el orden social y estatal existente a fin de
eliminar tanto la esclavitud asalariada bajo la que
languidece generalmente el proletariado femenino,
como la esclavitud sexual vinculada estrechamente
a nuestras condiciones de propiedad y lucro.
Las mujeres del movimiento femenino burgués no
comprenden la necesidad de esta transformación ra
dical. Influidas por su posición privilegiada ven en
el movimiento femenino proletario, más avanzado,
aspiraciones peligrosas e impermisibles que tienen
que combatir. El conflicto de clase que se abre entre
la clase de los capitalistas y la de los obreros, y que
se acentúa de día en día con la agudización de nues
tras relaciones, existe también dentro del movimien
to femenino.
De todos modos las hermanas adversarias tienen,
en mayor proporción que el mundo masculino divi
dido en la lucha de clases, una serie de puntos de
contacto en los que pueden dirigir la lucha, mar
chando por separado, pero golpeando a un tiempo.
Así ocurre en todos los ámbitos de la igualdad de
derechos de las mujeres con los hombres, dentro del
orden social y político actual, esto es, la actuación
de la mujer en todos los terrenos aptos para sus
energías y capacidades y para la total igualdad de
derechos civiles y políticos con el hombre. Son estos
terrenos muy importantes y, como ya se verá, muy
44
amplios. Además, el mundo femenino proletario está
especialmente interesado en combatir hombro con
hombro con el mundo masculino proletario por to
das las normas e instituciones que protegen a la mu
jer trabajadora de la degeneración física y moral
y le garantizan sus facultades de madre y educadora
de los hijos. La proletaria tiene también.en común
con sus compañeros masculinos de clase y destino
la lucha por la transformación radical de la socie
dad, a fin de establecer una situación que facilite
la completa independencia económica y espiritual de
los dos sexos mediante las correspondientes institu
ciones sociales.
Así que no sólo se trata de realizar la igualdad
de derechos de la mujer con el hombre en el terreno
del orden social y político existente, lo cual consti
tuye el objetivo del movimiento femenino burgués,
sino, más aún, de eliminar todas las barreras que
hacen que el hombre dependa del hombre y, por
tanto, también a un sexo del otro. Esta solución de
la cuestión femenina va vinculada a la solución de
la cuestión social. De ahí que quien persiga la solu
ción total de la cuestión femenina debe unirse a
quienes han inscrito en su bandera la solución de
la cuestión social como cuestión cultural para toda
la humanidad, es decir, a los socialistas.
De todos los partidos, el socialdemocrático es el
único que ha incluido en su programa la completa
igualdad de derechos de la mujer, su liberación de
toda dependencia y opresión, y no por razones pro
pagandísticas, sino por necesidad. No puede haber
ninguna liberación de la humanidad sin la indepen
dencia social y equiparación de los sexos.
Todos los socialistas debieran estar de acuerdo
con la sideas fundamentales expuestas aquí. Pero
no podemos decir lo mismo respecto a la manera
en que pensamos realizar los objetivos finales, es
decir, cómo deben ser las medidas e instituciones in
45
dividuales que fundamentan la pretendida indepen
dencia e igualdad de derechos de todos.
Tan pronto como se abandona el suelo de la rea
lidad y se entra en la descripción de las formas fu
turas se le concede un vasto campo a la especula
ción. Las diferencias de opinión empiezan sobre
aquello que es probable o no probable. De ahí que
lo que se ofrece en este libro dentro de ese contexto
sólo puede considerarse como opinión personal del
autor, y los ataques que se le hagan sólo irán diri
gidos, por eso, contra su persona; él es el único res
ponsable de lo dicho.
Saludaremos los ataques objetivos y sinceros; en
cambio, dejaré pasar en silencio los ataques que fal
seen el contenido del libro o se apoyen en imputacio
nes falsas. Además, en los argumentos siguientes de
ben sacarse todas las consecuencias que requiere el
resultado del examen de los hechos. La mejor de
manda para el conocimiento de la verdad es la falta
de prejuicios y lo único que lleva a la meta es la
expresión desconsiderada de lo que es y tiene
que ser.
46
Se c c ió n p r im e r a
La m ujer en el pasado
I. La posición de la mujer
en la sociedad primitiva
48
ral». Por eso, la mujer, sobre todo, acepta, todavía
hoy, su posición subordinada como algo natural, y
no resulta fácil explicarle que esta posición es indig
na y que debe aspirar a ser un miembro de la socie
dad con los mismos derechos que el hombre, igual
en todos los aspectos.
Pero por mucha similitud que haya entre la po
sición de la mujer y la del obrero, hay una cosa en
que la mujer ha precedido al obrero: ella es el pri
mer ser humano que fue esclavizado. La mujer fue
esclava antes de que existiera el esclavo.
Toda la dependencia y opresión social radica en
la dependencia económica del oprimido respecto del
opresor. Esta es la situación en que se encuentra la
mujer desde la antigüedad, como nos revela la his
toria del desarrollo de la sociedad humana.
El conocimiento de este desarrollo es, por cierto,
algo relativamente nuevo. Lo mismo que el mito de
la creación del mundo, tal como lo enseña la Biblia,
no pudo sostenerse frente a las investigaciones de la
geografía, las ciencias naturales y la historia, basa
das en hechos indiscutibles y numerosos; también
resultó insostenible su mito de la creación y des
arrollo del hombre. A decir verdad, aún no se han
aclarado todas las partes de esta historia evolutiva,
todavía hay diversidad de opiniones entre los inves
tigadores sobre el significado y el contexto de tal o
cual fenómeno, pero en términos generales existe
claridad y coincidencia. Es un hecho que el hombre
no apareció sobre la tierra como hombre civilizado,
tal como afirma la Biblia respecto de la primera pa
reja humana, sino que a lo largo de espacios de
tiempo infinitamente largos, liberándose gradual
mente del puro estado animal, ha recorrido perío
dos evolutivos en los que sufrieron los cambios más
diversos tanto sus relaciones sociales como las re
laciones entre hombre y mujer.
La cómoda afirmación, constantemente repetida
49
por ignorantes o farsantes, tanto con respecto a la
relación existente entre el hombre y la mujer como
a la existente entre ricos y pobres, de que «siempre
ha sido así» y «simpre será así», es falsa, es falsa en
todos los sentidos, superficial e inventada.
Para los fines de la presente obra tiene especial
importancia hacer una exposición seguida de las re
laciones entre los sexos desde los tiempos primiti
vos, pues con ello queremos demostrar que, aunque
en el curso anterior del desarrollo de la humanidad
estas relaciones se transformaron en la medida en
que, de un lado, se desarrollaba el modo de produc
ción y, de otro, el modo de distribución de lo produ
cido, es también natural que en los cambios ulterio
res del modo de producción y de distribución,
cambiaran igualmente las relaciones entre los sexos.
Nada es «eterno», ni en la naturaleza ni en la vida
humana, lo eterno es únicamente el cambio, la trans
formación.
Por lo que podemos remontamos en la evolución
de la sociedad humana, la, primera comunidad hu
mana fue la horda1. Cuando aumentó el número y
se hizo más difícil la obtención del sustento, que a]
principio consistía en raíces, bayas y frutas, es cuan
do se dividieron o separaron las hordas y cuando se
vieron impulsadas a buscar nuevas zonas donde vi
vir. Este estado casi animal, sobre el que no dis
ponemos de ninguna prueba documentada, ha exis
tido indudablemente, a juzgar por todo lo que sabe
50
mos de los diferentes estadios culturales en los tiem
pos históricos o de los pueblos salvajes que todavía
viven. El hpmbre no ha nacido como un ser cultural
superior por orden de un creador, sino que ha te
nido que recorrer los estadios más diferentes a tra
vés de un proceso evolutivo infinitamente largo y
lento, y sólo gradualmente ha alcanzado el nivel ac
tual de cultura a través de períodos culturales ascen
dentes y descendentes y en constante diferenciación
con sus semejantes en todos los continentes y en
todas las zonas.
Y mientras en una parte de la superficie terrestre
hay grandes pueblos en los estadios más avanzados
de la civilización, en los continentes más diversos
se encuentran otros pueblos en los grados más di
versos de la evolución cultural. Estos nos ofrecen
un cuadro de nuestro propio pasado y nos muestran
las sendas que ha recorrido la humanidad en el lar
go curso de su desarrollo. De momento se han logra
do establecer puntos de vista comunes, generalmen
te admitidos, por los que la investigación cultural
debe efectuar sus estudios, de manera que se obten
drá tal abundancia de hechos que arrojarán una
luz totalmente nueva sobre las relaciones de los
hombres en el pasado y en el presente. Entonces nos
parecerán claros y naturales acontecimientos que
hoy nos resultan incomprensibles y que los críticos
superficiales atacan como irracionales, y no pocas
veces como «inmorales». Las investigaciones que
desde Bachofen ha efectuado un número distinguido
de hombres sabios, como Tylor, McLennan, Lub-
bock, etcétera, han levantado un poco el velo que se
había extendido sobre la historia más antigua del
desarrollo de nuestra especie. A ellos se unió Mor
gan con su obra fundamental, completada a su vez
por Friedrich Engels mediante toda una serie de
hechos históricos de índole económica y política y
51
en parte confirmada y en parte corregida reciente
mente por Cunow2.
Mediante las exposiciones claras y concluyentes
que ofrece Engels en su excelente obra, apoyándose
en Morgan, se arroja mucha luz sobre una cantidad
de acontecimientos incomprensibles, en parte apa
rentemente absurdos, en la vida de los pueblos de
civilización superior o inferior. Ahora es cuando po
demos examinar el edificio que la sociedad humana
ha construido a lo largo del tiempo. Según estos es
tudios, resulta que los conceptos que hasta ahora
teníamos del matrimonio, la familia y el Estado se
basaban en nociones totalmente falsas, de suerte
que éstas se presentan como un cuadro fantástico,
carente de toda base real.
Pero lo que se ha demostrado respecto del matri
monio, la familia y el Estado, también vale especial
mente para el papel de la mujer, la cual ha ocupado
en los diferentes períodos del desarrollo una posi
ción que también difiere muchísimo de la que se le
atribuye como «siempre ha sido así».
Morgan, al que se une Engels, divide la historia
anterior de la humanidad en tres épocas principa
les: salvajismo, barbarie y civilización. Cada una de
las dos primeras épocas la subdivide en un estadio
inferior, medio y superior, puesto que cada uno se
diferencia del otro por determinadas mejoras fun
2 E l libro de B a c h o f e n se publicó en 1861 con el título
de Das Mutterrecht. Eine Vntersuchung über die Gynako-
kratie der alten Weít nach ihrer religiosen und rechtlichen
Natur. Stuttart, editorial Krais & Koffmann. L a obra fun-
damental-de M organ apareció en la traducción alemana con
el título Die Urgesellschaft. JJntersuchungen über den Forts-
chritt der Menschheit aus der Wildheit durch die Barbarei
zur Zivilisation, en la editorial J. W . Dietz. Stuttgart, 1891.
En la misma editorial apareció E l origen de la familia, la
propiedad, privada y el Estado, de F. E ngels, 4 “ edición
aumentada, 1892. Además: Die Verwandtschaftsorganisatio-
nen der Australneger. Ein Beitrag zur Entwicklungsges-
chichte der Familie, de N e in r ic h C u n o w , 1894.
52
damentales, encaminadas a la obtención de los me
dios de vida y de sustento. Morgan ve totalmente la
característica principal del desarrollo cultural en el
sentido de la concepción materialista de la historia,
tal como la fundaron Karl Marx y Friedrich Engels,
en las transformaciones que en ciertas épocas sufrió
la configuración de la vida de los pueblos mediante
el progreso éfectuado en el proceso de producción,
esto es, en la obtención del sustento. Así, el período
de salvajismo constituye, en su estadio inferior, la
infancia del género humano, en la que, viviendo
parcialmente en los árboles, se alimenta principal
mente de frutos y raíces, y en la que también se ini
cia el lenguaje articulado. El estadio intermedio del
salvajismo comienza con el aprovechamiento de ani
males pequeños (peces, crustáceos, etcétera), para la
alimentación y con el empleo del fuego. Surge la
fabricación de armas, primero mazas y lanzas de
madera y piedra, iniciándose así la caza y también
la guerra con las hordas vecinas por la fuentes de
alimentación, por las zonas de residencia y de caza.
En esta fase aparece también el canibalismo, que
todavía persiste hoy día entre algunas tribus y pue
blos de Africa, Australia y la Polinesia. El estadio
superior del salvajismo se caracteriza por la per
fección de las armas en el arco y la flecha; surge
el tejido a mano, el trenzado de cestos de hilazas
o juncos y la producción de instrumentos de piedra
pulimentada. De este modo es posible trabajar la
madera para la fabricación de botes y chozas. Por
tanto, la configuración de la vida es ya muy variada.
Los instrumentos y herramientas existentes permi
ten la obtención de una alimentación más rica para
el sustento de sociedades humanas mayores.
El estadio inferior de la barbarie la inicia Morgan
con la introducción de la alfarería. Comienza la do
mesticación y cría de animales y, con ello, la produc
ción de carne y leche, la obtención de pieles, cuer-
53
nos, pelos, para los usos más diversos. Paralela
mente se inicia el cultivo de plantas. En Occidente,
el cultivo del maíz; en Oriente, el de casi todos los
cereales conocidos, a excepción del maíz. El estadio
intermedio de la barbarie nos muestra en Oriente la
domesticación cada vez más extendida de animales,
en Occidente el cultivo de plantas alimenticias por
medio del riego artificial. También se inicia ahora el
empleo de adobes secados al sol y de la piedra en
los edificios. La domesticación y cría de animales
fomenta la formación de rebaños y lleva a la vida
pastoril. Además, la necesidad de grandes cantida
des de alimentos para las personas y para el ganado
lleva al cultivo de los cereales. Esto significa, a su
vez, más vida sedentaria, aumento y diversidad de
los alimentos, desapareciendo gradualmente el cani
balismo.
El estadio superior de la barbarie comienza con
la fundición del mineral de hierro y la invención de
la escritura alfabética. Se inventa el arado de hierro,
que permite una agricultura más intensiva, se em
plean el hacha y la pala de hierro, que facilitan la
tala de los bosques. Con la elaboración del hierro se
inicia una cantidad de actividades que dan una con
figuración distinta a la vida. Las herramientas de
hierro facilitan la construcción de casas, barcos y
carros; con la elaboración de los metales surge, ade
más, la artesanía, la técnica perfeccionada de las
armas, la construcción de ciudades amuralladas.
Nace la arquitectura como arte; la mitología, la poe
sía, la historia se conservan y propagan gracias a la
invención de la escritura alfabética.
Son preferentemente el Oriente y los países del
Mediterráneo: Egipto, Grecia, Italia, en donde se
despliega esta forma de vida, la cual prepara el te
rreno para las transformaciones sociales que inci
den de un modo decisivo a lo largo del tiempo en el
desarrollo cultural de Europa y de toda la tierra.
54
2. Formas de la familia
55
Morgan descubrió que cuando vivía entre los ira
queses existía un matrimonio único, fácilmente so
luble por ambas partes, que él designa con el nom
bre de «familia de apareamiento». Halló también
que las denominaciones para el grado de parentesco,
tales como padre, madre, hijo, hija, hermano, her
mana, aunque no puede haber duda ninguna de su
empleo en nuestra opinión, se aplicaban, sin em
bargo, a relaciones totalmente distintas. El iroqués
no sólo llama hijos e hijas a sus propios niños, sino
también a todos los de sus hermanos, y los niños de
éstos lo llaman padre. La iroquesa, por el contrario,
no sólo llama hijos e hijas a sus niños, sino también
a todos los de sus hermanas, y los hijos de éstas,
a su vez, la llaman madre. En cambio, llama sobri
nos y sobrinas a los hijos de sus hermanos, y ellos
la llaman tía. Los hijos de los hermanos se llaman
hermanos y hermanas, e igualmente los hijos de las
hermanas. En cambio los hijos de una mujer y los
de su hermano se llaman mutuamente primos y pri
mas. Por tanto, se tiene la cosa curiosa de que la
denominación de parentesco no se rige, como ocurre
entre nosotros, por el grado de parentesco, sino por
el sexo del pariente.
Este sistema de parentesco mantiene su plena vi
gencia no sólo entre los indios americanos y entre
los aborígenes de la India, las tribus dravidianas del
Decán y las tribus gauras del Indostán, sino que, de
acuerdo con las investigaciones que se han efectua
do desde Bachofen, ha existido una situación seme
jante por todas partes en los tiempos primitivos.
Una vez que a base de estas afirmaciones se recojan
en todas partes las investigaciones sobre las relacio
nes sexuales y familiares de los pueblos que todavía
viven en estado de salvajismo o barbarie se pondrá
de manifiesto que lo que Bachofen descubrió entre
numerosos pueblos del mundo antiguo, Morgan en
tre los iraqueses y Cunow entre los negros austra-
56
líanos y otros pueblos, son formaciones sociales y
sexuales que constituían la base del desarrollo de
todos los pueblos de la tierra.
En las investigaciones de Morgan se destacan tam
bién otros hechos interesantes. Si la familia empa
rejada de los iroqueses está en insoluble contradic
ción con las denominaciones de parentesco emplea
das por ellos, resultaba, en cambio, que en las islas
Sandwich (Hawai) existía aún en la primera mitad
de este siglo una formación familiar que correspon
día efectivamente al sistema de parentesco que en
tre los iroqueses sólo persistía aún de nombre. Pero
el sistema de parentesco vigente en Hawai no co
rrespondía, a su vez, a la forma de familia realmente
existente allí, sino que. indicaba una forma de fa
milia más antigua, aún más primitiva, que ya no
existía. Allí todos los hijos de los hermanos figura
ban, sin excepción, como hermanos y hermanas, fi
guraban como tales no sólo para los hijos comunes
de su madre y de las hermanas de ésta, o de su pa
dre y los hermanos de éste, sino para todos los her
manos y hermanas de sus padres sin distinción
alguna.
El sistema de parentesco hawaiano correspondía,
por tanto, a una fase evolutiva inferior a la forma de
familia realmente existente. Se daba el hecho sin
gular de que en Hawai, lo mismo que entre los in
dios de Norteamérica, se practicaban dos sistemas
distintos de parentesco que no respondían ya a la
situación real, sino que habían sido superados ya
por una forma superior. Morgan se expresó en los
términos siguientes: «La familia es el elemento ac
tivo; nunca es estacionaria, sino que avanza de una
forma inferior a otra superior a medida que la so
ciedad se desarrolla de una fase inferior a otra su
perior. Los sistemas de parentesco, en cambio, son
pasivos; sólo en grandes intervalos registran los pro
gresos que ha efectuado la familia en el curso del
57
tiempo y sólo experimentan un cambio radical cuan
do la familia ha cambiado radicalmente.»
La concepción, todavía generalmente decisiva, te
nazmente defendida por los representantes de lo
existente como verdadera e irrefutable, de que la
forma de familia actualmente existente ha existido
desde los tiempos primitivos y, si no se quiere poner
en peligro a toda la civilización, tiene que mantener
se así para siempre, resulta, por tanto, absolutamen
te falsa e insostenible según estos descubrimientos
de los investigadores. El estudio de la prehistoria
no deja ya ningún lugar a dudas de que en las fases
más bajas del desarrollo de la humanidad, la rela
ción entre los sexos es muy diferente a la de los
tiempos posteriores y se crearon unas condiciones
que, juzgadas con los ojos de nuestro tiempo, pare
cen una monstruosidad y una charca de inmorali
dad. Sin embargo, igual que cada estadio social del
desarrollo de la humanidad tiene sus propias condi
ciones de producción, cada uno de ellos dispone
también de su código moral, que no es más que la
imagen refleja de su situación social. Moral es lo que
es costumbre, y costumbre es, a su vez, únicamente
lo que corresponde a la esencia íntima, es decir, a
las necesidades sociales de un período determinado.
Morgan llegó a la conclusión de que en el estadio
inferior del salvajismo imperaban unas relaciones
sexuales dentro de los grupos en las que cada mujer
pertenecía a todo hombre y cada hombre a toda mu
jer, es decir, en las que existía una promiscuidad
general. Todos los hombres vivían en poligamia y
todas las mujeres eñ poliandria. Impera la comuni
dad general de mujeres y de hombres, y también la
comunidad de los hijos. Estrabón informa (sesenta
y seis años antes de nuestra era) que entre los ára
bes los hermanos efectúan el coito con la hermana
y con la propia madre. En un principio, si no es por
el incesto, la propagación de los hombres no es po
58
sible, sobre todo si, como dice la Biblia, la descen
dencia proviene de una pareja. La Biblia se contra
dice a sí misma en este delicado punto; cuenta que,
después de matar a su hermano Abel, Caín huyó de
la vista del Señor y se fue a vivir en la tierra de Nod.
Allí conoció a su mujer, la cual concibió y dio a luz
un hijo. ¿Pero de dónde procedía su mujer? Los pa
dres de Caín fueron los primeros seres humanos.
Según la tradición judía, Caín y Abel tuvieron tam
bién dos hermanas, con las que procrearon en inces
to. Los traductores cristianos de la Biblia parecen
haber reprimido este hecho fatal para ellos. Por la
promiscuidad de los tiempos primitivos, es decir,
porque la horda era endógama, aunque las relacio
nes sexuales dentro de ella eran indiferentes, se
pronuncia también el hecho de que, según la mito
logía hindú, Brahma se casó con su hija Saravasti;
el mismo mito se repite en los egipcios y en la Edda
nórdica. El dios egipcio Amón era el esposo de su
madre y se vanagloriaba de ello; Odín era, según la
Edda, el marido de su hija Frija3. Y el doctor Adolf
Bastían cuenta que: «En Svaganwara, las hijas del
rajá tenían el privilegio de elegir libremente a sus
maridos. Los cuatro hermanos que se asentaron en
Kapilapur elevaron a Priya, la mayor de sus herma
nas, a reina madre y se casaron con las otras cuatro4.
Morgan supone que el estado de promiscuidad
general de los sexos evolucionó pronto a una forma
3 En el prólogo de su obra mencionada, Z ie g l e r se burla
de que se le atribuya al mito ninguna significación en la
historia de la civilización. A quí se revela toda la unilatera-
lidad del científico natural. E n los mitos subyace un sentido
profundo, han nacido del «alm a popular», descansan sobre
costumbres populares y usos antiquísimos que han ido des
apareciendo gradualmente, pero que, nimbados con la glo
ria de la religión, perviven en el mito. Si nos atenemos a
los hechos que explican el mito veremos que disponemos
de una razón importante para su significación histórica.
4 D r . A d o lf B a stía n : Reisen im Innern des Archipel, Sin-
gapore, Batavia, Manila und Japan, pág. 12, Jena, 1869.
59
superior de relaciones sexuales, que él designa con
el nombre de familia de parentesco consanguíneo.
Ahora los grupos que mantienen relaciones sexuales
se ordenan por generaciones, de suerte que los abue
los y las abuelas son maridos y mujeres dentro de
la asociación sexual. Sus hijos constituyen un círcu
lo de esposos comunes, así como los hijos de éstos
tan pronto como han alcanzado la edad correspon
diente. Así, pues, en contraste con la asociación se
xual de la fase inferior, en la que existen relaciones
sexuales sin ninguna diferencia, se excluyen las re
laciones sexuales de una generación con otra. En
cambio, estas relaciones persisten ahora entre her
manos y hermanas, primos y primas de primero,
segundo y más grados. Todos estos son hermanas
y hermanos entre sí, pero también son recíproca
mente marido y mujer. A esta forma de familia co
rresponde la relación de parentesco que durante la
primera mitad de este siglo existía aún nominalmen
te en Hawai, pero no de hecho. En cambio, según el
sistema de parentesco de los indios americanos, el
hermano y la hermana no pueden ser nunca padre
y madre del mismo hijo, aunque sí según el sistema
familiar hawaiano. La familia de parentesco consan
guíneo era también el estado existente entre los ma-
sagetas en tiempos de Herodoto, que él describe así:
«Cada uno se casa con una mujer, pero a todos les
está permitido utilizarla... Cada vez que un hombre
tiene ganas de mujer, cuelga su carcaj delante del
carro y cohabita tranquilamente a la mujer... Para
ello clava su vara en la tierra, una imagen de su pro
pia acción... El coito se practica abiertamente»5.
Situación parecida comprueba Bachofen entre los
licios, etruscos, cretenses, lesbios y egipcios.
Según Morgan, a la familia de parentesco consan
guíneo sucede una tercera forma, más elevada, de
60
asociación familiar que él denomina familia puna-
lúa. Punalúa: querido compañero, querida compa
ñera.
En su libro mencionado más arriba, Cunow se
dirige contra la concepción de Morgan en el sentido
de que la familia de parentesco consanguíneo, basa
da en la organización de clases de matrimonios ge
neralmente constituidos, es una organización ante
rior a la familia punalúa. No vé en ella la más pri
mitiva de las formas hasta ahora descubiertas de
comercio sexual, sino una forma intermedia surgida
con la agrupación sexual, un estadio de transición
hacia la pura organización gentil en la que trans
curre en forma variada, durante un espacio de tiem
po relativamente largo, la división en edades perte
neciente a la denominada familia de parentesco con
sanguíneo, junto con la división en agrupaciones
totémicas6. Cunow prosigue:
«L a división en clases — cada individuo, hombre
o mujer, lleva el nombre de su clase y de su agru
pación sexual (tótem)— sirve no sólo para excluir el
comercio sexual entre parientes colaterales, sino para
impedir la cohabitación entre parientes en línea as
cendente y descendente, entre padres e hijos, tías y
sobrinos, tíos y sobrinas. Expresiones como tía, tío,
etcétera, son nombres de clases.»
61
talle, lo defiende expresamente frente a los ataques
de Westermarck y otros. Dice así:
3. El derecho materno
62
como ya Goethe pone en boca de Federico en Años
de aprendizaje, la paternidad se basa «únicamente
en la buena fe». Si la paternidad resulta a menudo
dudosa en la monogamia, en la poligamia es imposi
ble de demostrar; sólo la descendencia materna es
cierta e irrefutable, de ahí que en el derecho ma
terno los hijos se denominen espurios, sembrados.
Igual que todas las transformaciones profundas ha
bidas en las relaciones sociales de los hombres en
un estadio primitivo de civilización sólo se efectúan
lentamente, así también ha tardado mucho tiempo
en efectuarse la transformación de la llamada fami
lia de parentesco consanguíneo en familia punalúa,
siendo interrumpida por algunos retrocesos que se
advierten todavía en tiempos muy posteriores. El
primer motivo externo para el desarrollo de la fa
milia punalúa pudo haber sido la necesidad de divi
dir el creciente número de personas para poder ocu
par nuevos terrenos para prados o tierras de labor.
Mas también es probable que en los estadios más
altos de civilización se hicieran valer gradualmente
ciertos conceptos sobre el carácter nocivo y la im
procedencia del comercio sexual entre hermanos y
parientes próximos, conceptos que exigían otro or
den conyugal. El hecho de que así fue lo defiende
una bonita tradición que, según refiere Cunow, en
contró Gasón entre los dieyeries, una de las tribus
sudaustralianas, sobre el origen del murdu (la agru
pación sexual). Esta tradición dice:
63
dividirse en distintas ramas y, para diferenciarlas,
darles nombres distintos, según los objetos animados
o inanimados, como, por ejemplo, el dingo, el ratón,
el emú, la lluvia, la iguana, etcétera. Los miembros
de un mismo grupo no podían casarse entre sí, pero
sí los de un grupo con otro. Así, p or ejemplo, el hijo
de un dingo podía unirse al ratón, al emú, a la rata
o a cualquier otra familia.»
64
radas consecuencias de la endogamia, y aunque la
constitución gentil hace ya miles de años que des
apareció, entre los judíos la tradición se ha man
tenido, como hemos visto, en el prejuicio.
Las experiencias que se hicieron pronto en la cría
de animales debieron poner de manifiesto el carác
ter nocivo dej a endogamia. El alcance de estas ex
periencias se deduce del libro primero de Moisés,
capítulo 30, versículos 32 y siguientes, según el cual
Jacob supo engañar a su suegro Labán al cuidar de
que nacieran cabras y ovejas manchadas que, con
forme le había prometido Labán, debían ser suyas.
Así, pues, los antiguos israelitas habían estudiado
ya, en la práctica, el darwinismo mucho antes de
Darwin.
Después de haber hablado de la situación impe
rante entre los antiguos judíos, mencionemos aún
otros hechos, que demuestran que en los tiempos
primitivos regía efectivamente entre ellos la suce
sión materna. Así, en el libro primero de Moisés,
capítulo 3, 16, se dice concretamente en relación
con la mujer: «Y tu deseo será para tu marido,
y él se enseñoreará de ti.» Este verso se varía tam
bién así: «La mujer abandonará al padre y a la ma
dre y se unirá a su marido», pero en el libro primero
de Moisés, 2, 24, se dice: «Por tanto, dejará él hom
bre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer,
y serán una sola carne.» El mismo texto se repite
en San Mateo 5, San Marcos 10, 7 y en la carta a los
Efesios 5, 31. Se trata, pues, de un mantenimiento
emanado de la sucesión materna con el que los in
térpretes de la Biblia no saben qué hacer y, por tan
to, lo presentan bajo una luz totalmente falsa.
La sucesión materna se deduce también del libro
cuarto de Moisés, capítulo 32, versículo 41. Allí se
dice que Jair tenía un padre que venía de la tribu
de Judá, pero su madre era de la tribu de Manasés,
y a Jair se le llama expresamente hijo de Manasés
65
y heredó en ésta. Otro ejemplo de la sucesión ma
terna entre los antiguos judíos se halla en Nehe-
mías 7, 63. Allí los hijos de un sacerdote que tomó
mujer entre las hijas de Barzilai —un clan judío—
se llaman hijos de Barzilai, esto es, no se llaman
según el padre, sino según la madre.
En la familia punalúa se casan, según Morgan,
una o varias series de hermanas de una agrupación
familiar con una o varias series de hermanos de otra
agrupación familiar. Las hermanas carnales o pri
mas de primero, segundo y más grados eran las mu
jeres comunes de sus maridos comunes, que no po
dían ser sus hermanos. Los hermanos carnales o
primos de distinto grado eran los maridos comunes
de sus mujeres comunes que no podían ser sus her
manas. Al cesar así la endogamia, la nueva forma
de familia contribuyó indudablemente al desarrollo
más rápido y vigoroso de las tribus, proporcionan
do a quienes habían adoptado esta forma de vínculo
familiar una ventaja sobre quienes aún conservaban
la antigua forma de relaciones.
La relación de parentesco resultante de la familia
punalúa era la siguiente: los hijos de las hermanas
de mi madre son sus hijos, y los hijos de los her
manos de mi padre son sus hijos, y todos ellos son
mis hermanos. En cambio, los hijos de los herma
nos de mi madre son sus sobrinos y sobrinas, y los
hijos de las hermanas de mi padre son sus sobrinos
y sobrinas, y todos ellos son mis primos y primas.
Además, los maridos de las hermanas de mi madre
son todavía sus maridos, y las mujeres de los her
manos de mi padre son sus mujeres, pero las her
manas de mi padre y los hermanos de mi madre
están excluidos de la comunidad familiar, y sus hi
jos son mis primos y primas9.
Al avanzar la civilización se desarrolla el boicot
66
al comercio sexual entre hermanos y se extiende
gradualmente a los parientes colaterales más leja
nos por el lado materno. Surge un nuevo grupo de
parentesco consanguíneo, la gens, que en su primera
forma se constituye a base de una serie de hermanas
carnales y más lejanas, junto con sus hijos y sus
hermanos carnales o más lejanos del lado materno.
La gens tiene* una madre fundadora, de la que pro
ceden generacionalmente los descendientes femeni
nos. Los maridos de sus mujeres no pertenecen al
grupo de parentesco consanguíneo al que pertenece
la gens de sus esposas, sino a la gens de sus herma
nas. En cambio, los hijos de estos hombres perte
necen al grupo familiar de sus madres, puesto que
la descendencia se rige por la madre. La madre es
el cabeza de familia, surgiendo así el «derecho ma
terno», que durante mucho tiempo constituye la
base de las relaciones de familia y de herencia. De
manera correspondiente, las mujeres —en tanto se
reconocía la descendencia materna— tenían voz y
voto en el consejo de la gens, elegían los jefes de
paz y de guerra y los disponían. Cuando Aníbal con
certó su alianza con los galos en contra de Roma,
en caso de desaveniencias con los aliados, el fallo ar
bitral debía confiarse a las matronas galas. Tan
grande era la confianza de Aníbal en la imparciali
dad de éstas.
Herodoto decía lo siguiente de los licios, que re
conocían el derecho materno:
«Sus costumbres son en parte cretenses, en parte
carias. Sin embargo, tienen una costumbre que los
distingue de todas las demás naciones del mundo.
Si le preguntas a un licio quién es, te responderá con
su nom bre propio, luego el de su m adre y así suce
sivamente en línea materna. Más aún, si una m ujer
libre se casa con un esclavo, sus hijos son ciudadanos
libres; si un hom bre libre se casa con una extranjera
67
o toma una concubina, los hijos pierden todos sus
derechos civiles, aunque él sea la persona más alta
del Estado.»
68
y profético, por eso prestan atención al consejo de
las mujeres y obedecen sus sentencias.» La posición
de la mujer en Egipto indigna sobremanera a Dio-
doro, que vivió en tiempos de César; había visto que
en Egipto eran las hijas y no los hijos quienes ali
mentaban a sus padres viejos. Por eso se encoge des
preciativamente de hombros ante los esclavos del
Nilo, que otorgaban a los miembros del sexo débil
derechos en la casa y en vida pública y les permitían
libertades que debían parecerles inauditas a un grie
go o a un romano.
Bajo el derecho materno imperaba generalmente
un estado de relativa libertad. Las relaciones eran
íntimas y pequeñas, la forma de vida primitiva. Las
distintas tribus se diferenciaban entre sí, pero res
petaban mutuamente su territorio. Si una era ata
cada, los hombres estaban obligados a defenderla,
y las mujeres los apoyaban del modo más vigoroso.
Según Herodoto, las mujeres de los escitas partici
paban en la lucha; como él afirma, la joven sólo
podía casarse después de haber matado a un ene
migo. En general, en los tiempos primitivos, las di
ferencias físicas e intelectuales entre el hombre y
la mujer eran mucho menores que en nuestra socie
dad. Entre casi todos los pueblos salvajes y bár
baros, las diferencias en el peso y el tamaño del ce
rebro son menores que las de los pueblos civiliza
dos. En esos pueblos, las mujeres apenas van a la
zaga de los hombres en fuerza física y en habilidad.
Así se deduce no sólo del testimonio de los autores
antiguos sobre los pueblos que dependían del dere
cho materno, también lo atestiguan los ejércitos fe
meninos de los ashantis y del rey de Dahomey en
Africa Occidental, que se distinguían por su bravura
y salvajismo. También lo confirman el juicio de Tá
cito sobre las mujeres de los antiguos germanos y los
datos de César sobre las mujeres de los iberos y de
los escoceses. Colón tuvo que ganar antes de Santa
69
Cruz un combate con una chalupa india en el que las
mujeres lucharon con tanta valentía como los hom
bres. Esta opinión la confirma también Havelock
Ellis: «Entre los adombies del Congo, según H. H.
Johnstone, las mujeres tienen que trabajar duro y
arrastrar cargas pesadas, pero llevan una vida ente
ramente feliz. A menudo son más fuertes que los
hombres, están mejor desarrolladas y poseen figuras
magníficas». De los maninemas del Arruwimi, en la
misma región, dice Parke: «Son criaturas hermosas,
especialmente las mujeres son muy bellas y pueden
llevar cargas tan pesadas como los hombres». En
Norteamérica, un cabecilla indio le decía a Hearne:
«Las mujeres han sido creadas para trabajar, una de
ellas puede llevar o levantar tanto como dos hom
bres.» Schellong, que ha estudiado meticulosamente
a los papúes del protectorado alemán de Nueva Gui
nea desde el punto de vista antropológico, halló a las
mujeres más robustas que a los hombres. En Austra
lia central ocurre de vez en cuando que los hombres
pegan a sus mujeres por celos, pero en tales ocasio
nes ocurre, a menudo, que la mujer se toma la re
vancha y, sin ayuda de nadie, le propina al hombre
una buena paliza. En Cuba las mujeres luchaban al
lado de los hombres y gozaban de una gran indepen
dencia. Entre algunas razas indias, como, por ejem
plo, entre los pueblos de Norteamérica y entre los
patagones, las mujeres son de la misma estatura
que los hombres, y, por lo que a la talla se refiere,
tampoco existe gran diferencia entre los sexos de
los rusos, ingleses o franceses10.»
Pero también en la gens capitaneaban las mujeres,
en determinadas circunstancias, un regimiento, y ay
del hombre que fuese demasiado indolente o torpe
para aportar su porción al sustento general. Se le
mostraba la puerta y bien volvía a su gens, donde
10 H avelock E l l is : Mann und Weib (H om bre y m ujer).
Leipzig, 1894, págs. 3-4.
70
se le acogía con cara de pocos amigos, o bien entra
ba en otra gens, donde se era más indulgente con él.
En sus Missionary travels and researches in Sou
thern Africa, Londres 1857, Livingstone cuenta cómo
se enteró, con gran sorpresa suya, de que la vida
conyugal de los indígenas del interior de Africa aún
posee este carácter. En el Zambezi se encontró con
los balonda, una tribu negra agrícola, hermosa y
fuerte, en la que vio confirmados los informes de
los portugueses, que al principio le parecían increí
bles, según los cuales las mujeres gozaban de una
posición preferente. Se sientan en el consejo; el jo
ven que se casa tiene que emigrar de su aldea a la
de la mujer; se compromete a proveer de leña a la
madre de su mujer durante toda la vida, y en caso
de separación, los hijos siguen siendo propiedad de
la madre. En cambio, la mujer debe cuidar de la ali
mentación del hombre. Aunque a veces se dan pe
queñas disputas entre hombres y mujeres, Living
stone halló que los hombres no se enojaban por ello,
viendo, por el contrario, que los hombres que habían
ofendido a sus mujeres eran castigados de una for
ma sensible, concretamente en el estómago. El hom
bre llega a casa a comer —cuenta Livingstone— ,
pero una mujer lo manda a otra y no recibe nada.
Cansado y hambriento se sube a un árbol en la parte
más poblada de la aldea y clama con voz quejum
brosa: «¡Escuchad! ¡Escuchad! Creía que me había
casado con mujeres, pero son brujas. ¡Estoy soltero,
no tengo una sola mujer! ¿Es esto justo con un ser
como yo?»
71
II. Lucha entre derecho materno y paterno
72
en mayor medida aún la fabricación de herramientas
y aperos que pasaron a ser preferentemente propie
dad de los hombres. El hombre, que ocupaba el pri
mer plano en esta evolución, se convirtió en el ver
dadero señor y propietario de estas fuentes de
riqueza.
A medida que aumentó la población y el deseo de
prados y tierras de labor más amplios, surgieron,
sin embargo, no sólo roces y luchas por la posesión
de las mejores tierras, sino que también surgió la
necesidad de fuerzas de trabajo. Cuanto más nume
rosas eran estas fuerzas, tanto mayor era la riqueza
de productos y rebaños. Esto condujo, primeramen
te, al rapto de mujeres, luego a la esclavización de
los hombres vencidos, que al principio se mataban.
Se introdujeron así dos elementos en la vieja consti
tución gentil que, con el tiempo, no concordaron con
ella.
Más tarde se sumó otra. Con la mayor diferencia
ción de las actividades, y debido a la creciente nece
sidad de herramientas, utensilios, armas, etcétera,
nace la artesanía, que emprende una evolución inde
pendiente y se separa gradualmente de la agricultu
ra. Surge una población particular, que practica la
artesanía y con intereses totalmente distintos, tanto
en lo que se refiere a la propiedad como a su
herencia.
Mientras la descendencia por línea materna era
decisiva, los parientes gentiles heredaban de sus
compañeros gentiles muertos por línea materna. El
patrimonio quedaba en la gens. En la nueva situa
ción, en la que el padre se había convertido en pro
pietario, es decir, poseedor de rebaños y esclavos,
de armas y provisiones almacenadas, en artesano o
comerciante, su propiedad, en tanto pertenecía él a
la gens de la madre, no recaía a su muerte en sus
hijos, sino en sus hermanos y hermanas. Los hijos
propios se quedaban con las manos vacías. El deseo
73
de cambiar esta situación era, pues, muy fuerte y se
cambió. En lugar del matrimonio múltiple surgió
primeramente la familia por emparejamiento. Un
hombre determinado vivía con una mujer determi
nada, y los hijos nacidos de esta relación eran sus
propios hijos. Estas familias por emparejamiento
aumentaron en la medida en que las prohibiciones
emanadas de la organización gentil dificultaban el
matrimonio y las nuevas condiciones económicas
hacían deseable la nueva forma de vida familiar.
El viejo estado de cosas, basado en el comunismo,
resultaba incompatible con la propiedad privada. La
posición y el oficio decidían en la necesidad de ele
gir el lugar de residencia. De la producción de mer
cancías que ahora nace brotó el comercio con los
pueblos vecinos y extraños, lo cual motivó la eco
nomía monetaria. Fue el hombre el que inició y do
minó esta evolución. Por tanto, sus intereses priva
dos no tenían ya ningún punto esencial de contacto
con la vieja organización gentil, cuyos intereses eran
a menudo opuestos a los suyos. Así se fue hundiendo
cada vez más la significación de ésta. Por último,
apenas quedó de la gens poco más que la manipu
lación de las funciones religiosas para la agrupación
de familias; su significación económica había des
aparecido y la disolución completa de la organiza
ción gentil era tan sólo una cuestión de tiempo.
Al separarse del orden gentil disminuyeron rá
pidamente la influencia y la posición de la mujer.
El derecho materno desapareció, ocupando su lugar
el derecho paterno. Como propietario particular, el
hombre estaba interesado en tener hijos que él pu
diera considerar legítimos y hacerlos herederos de
su propiedad, por eso impuso a la mujer la prohibi
ción de mantener relaciones con otros hombres.
En cambio, se tomó el derecho de adquirir, ade
más de la mujer propiamente dicha o de varias de
ellas, tantas concubinas como sus condiciones le
74
permitieran. Y los hijos de estas concubinas eran
tratados como hijos legítimos. A este respecto en
contramos dos pruebas importantes en la Biblia. En
el libro primero de Moisés, capítulo 16, versículos 1
y 2, se dice: «Sarai, mujer de Abraham, no le daba
hijos, y ella tenía una sierva egipcia que se llamaba
Agar. Dijo entonces Sarai a Abraham: Ya ves que
Jehová me há hecho estéril; te ruego, pues, que te
llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella.
Y atendió Abraham al ruego de Sarai.» La segunda
mención notable se encuentra en el libro primero de
Moisés, capítulo 30, versículos 1 y siguientes. Allí se
dice: «Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob,
tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame
hijos o si no me muero. Y Jacob se enojó contra
Raquel y dijo: ¿Soy yo acaso Dios, que te impidió
el fruto de tu vientre? Y ella dijo: He aquí mi sierva
Bilha; llégate a ella. Así le dio a Bilha, su sierva, por
mujer; y Jacob se llegó a ella.»
Jacob, por tanto, no sólo tenía por mujer a las
hijas de Labán, dos hermanas, al mismo tiempo, las
dos le dieron además a sus siervas, lo que, según la
costumbre de la época, parecía absolutamente «mo
ral». Como es sabido, había comprado a las dos
mujeres principales sirviendo durante siete años a
su padre Labán por cada una de ellas. Por entonces
era costumbre general entre los judíos comprar a la
mujer, pero además de comprar las mujeres practi
caban un vasto rapto de mujeres entre los pueblos
vencidos por ellos; así, por ejemplo, robaron los
hijos de Benjamín las hijas de Silo La mujer pri
sionera se convertía en esclava, en concubina. Mas
podía ascender a esposa legítima en cuanto cumplie
se las siguientes normas: tenía que dejarse cortar el
pelo y las uñas, tenía que quitarse el vestido en que
fue hecha prisionera y cambiarlo por otro que se le
entregaba; luego tenía un mes para llorar al padre
1 Libro de los Jueces, cap. 21, vers. 20 y sigs.
75
y a la madre, de este modo debía morir para su
pueblo, convertirse en una extraña para él, entonces
podía subir al lecho conyugal. Como es sabido, el
mayor número de mujeres lo tenía el rey Salomón,
quien según el libro primero de los Reyes, capítu
lo 11, tuvo no menos de 700 mujeres y 300 concu
binas.
Pero tan pronto como se impuso el derecho pa
terno, es decir, la descendencia masculina, en la or
ganización gentil de los judíos, las hijas quedaron
excluidas de la herencia. Sin embargo, esto cambió
más tarde, al menos en el caso de que un padre mu
riese sin hijos. Así se deduce del libro cuarto de
Moisés, capítulo 27, versículo 2 a 8, donde se infor
ma que cuando Eleazar murió sin hijos y las hijas
se quejaron amargamente de que quedaban exclui
das de la heredad de su padre, la cual debía volver
a la tribu de José, Moisés decide que en este caso
las hijas deben heredar. Mas cuando éstas preten
dían seguir la vieja costumbre de casarse en otra
tribu, quéjase la tribu de José porque de ese modo
perdería la herencia. A lo que Moisés decidió (4, 36)
que las herederas tienen libertad de elección, pero
están obligadas a casarse en la tribu de su padre.
Por consiguiente, el viejo orden matrimonial se in
validó a causa de la propiedad. Además, en los tiem
pos del Antiguo Testamento, es decir, en los tiempos
históricos, el derecho paterno predominaba ya entre
los judíos y la organización de clan y de tribu des
cansaba, como entre los romanos, en la sucesión
masculina. Según ésta, las hijas estaban excluidas
de la heredad, como puede leerse ya en el libro pri
mero de Moisés, capítulo 31, versículo 14 y 15, don
de incluso se quejan Lea y Raquel, las hijas de La-
bán: «¿Tenemos acaso parte o heredad en la casa
de nuestro padre? ¿No nos tiene ya como por extra
ñas, pues que nos vendió y aun se ha comido del
todo nuestro precio?»
76
Como en todos los pueblos en los que la descen
dencia paterna ocupó el lugar de la materna, la mu
jer judía carecía por completo de derechos. El ma
trimonio era comprado. A la mujer se le imponía la
castidad más rigurosa, mientras el hombre no esta
ba sujeto a este mandamiento, disfrutando además
el derecho a poseer varias mujeres. Si en la noche
de bodas el hombre creía haber descubierto que la
mujer había perdido ya su virginidad antes del ma
trimonio, tenía derecho no sólo a repudiarla, sino
que también debía ser lapidada. Este castigo tocaba
también a la adúltera, pero al hombre solamente en
tanto cometía adulterio, con una esposa judía. Según
el libro quinto de Moisés, capítulo 24, versículos 1
ál 4, el hombre también tenía derecho a repudiar a
la mujer recién casada si ella no hallaba favor a sus
ojos, aunque sólo fuera por un disgusto. Entonces
debía escribirle la carta de divorcio, entregársela én
su mano y despedirla de casa. Otro signo de la baja
situación que ocupaba después la mujer entre los
judíos se encuentra en el hecho de que todavía hoy
las mujeres asisten a los oficios divinos en la sina
goga en un espacio separado de los hombres, ni tam
poco se incluyen en los rezos2. Según la antigua con
cepción judía no formar parte de la comunidad, re
ligiosa y políticamente es un cero. Sí se reúnen diez
hombres pueden celebrar los oficios divinos, pero
1 En el barrio más antiguo de Praga se halla una peque
ña sinagoga que procede del siglo vx de nuestra era y que
debe ser la sinagoga más antigua de Alemania *. Cuando el
visitante b aja unos siete escalones y entra en la habitación
semioscura, descubre en la pared de enfrente unos peque
ños agujeros que dan a una habitación totalmente oscura.
A la pregunta de a dónde llevan esas aberturas, el guía
nos responde: al cuarto de las mujeres, desde donde asis
ten al culto divino. Las sinagogas modernas son más ale
gres, pero mantienen la separación de las m ujeres respecto
de los hombres.
* Praga form aba parte del Im perio alemán cuando Be
bel escribió este libro.
77
por muchas mujeres que se junten, nunca podrán
hacerlo.
De modo parecido ordenó Solón en Atenas que la
esposa debía casarse con su agnado masculino más
próximo, incluso aunque los dos perteneciesen a la
misma gens y semejante casamiento estuviese pro
hibido según el derecho anterior. Solón dispuso tam
bién que un propietario no tenía que legar su pro
piedad a su gens, como venía haciéndose hasta en
tonces, en caso de que muriese sin hijos, sino que
mediante testamento podía designar otro heredero
cualquiera. Vemos que el hombre no domina la pro
piedad, sino que la propiedad lo domina a él y se
convierte en su señor.
El dominio de la propiedad privada selló la sub
yugación de la mujer al hombre. Vinieron luego los
tiempos del menosprecio y hasta del desprecio de
la mujer.
La vigencia del derecho materno significaba el
comunismo, la igualdad de todos; él advenimiento
del derecho paterno significó él dominio de la pro
piedad privada y, al mismo tiempo, la opresión y
subyugación de la mujer. Así lo reconocía también
el conservador Aristófanes, que caricaturiza del
modo más severo a las mujeres cuando en su co
media La asamblea de las mujeres hace que se apo
deren del Estado y que introduzcan el comunismo.
Es difícil demostrar de qué manera se efectuó
este cambio radical en sus detalles. Tampoco esta
primera gran revolución que se desarrollaba en el
seno de la humanidad se impuso al mismo tiempo
entre los antiguos pueblos civilizados ni tampoco se
ha consumado del mismo modo en todas partes.
Entre los pueblos de Grecia fue Atenas donde por
primera vez se impuso el nuevo orden de cosas.
F. Engels cree que esta gran transformación se
efectuó de un modo enteramente pacífico y que, una
vez que se dieron todas las condiciones para el nue
78
vo derecho, sólo se requería una simple votación
en las gens para establecer el derecho paterno en
lugar del materno. Bachofen, en cambio, basándose
en los autores antiguos, cree que las mujeres opu
sieron una enconada resistencia a esta transforma
ción radical. Especialmente en las leyendas de los
reinos de las amazonas, que se encuentran en la his
toria de Asia: y de Oriente y que también ha apare
cido en Sudamérica y en China, ve pruebas de la
resistencia y de la lucha que opusieron las mujeres
al nuevo orden.
Con el dominio de los hombres las mujeres per
dieron también su posición en la comunidad, fueron
excluidas de la asamblea y de toda influencia direc
toría. El hombre le impone la fidelidad conyugal,
que no se reconoce a sí mismo; si rompe esta fidel>
dad, comete entonces el mayor engaño que puede
ocurrirle al nuevo ciudadano; le trae a casa hijos
ajenos como herederos de su propiedad, por lo que
entre todos los pueblos antiguos el adulterio de la
mujer se castigaba con la muerte o la esclavitud.
79
co días, esta fiesta en honor de Deméter, a la que
ningún hombre podía asistir. Algo parecido ocurría
en la antigua Roma en honor de Ceres. Deméter y
Ceres eran las diosas de la fertilidad. También en
Alemania se celebraban tales fiestas hasta bien en
trada la Edad Media cristiana, fiestas que se hacían
en honor de Frija, diosa de la fertilidad para los an
tiguos germanos, estando también excluidos los
hombres de participar en estas fiestas.
En Atenas, donde el derecho materno cedió antes
el sitio al paterno, aunque, al parecer, con la enco
nada resistencia de las mujeres, esta transformación
se manifiesta de un modo patético en Las Euméni-
des, de Esquilo. El asunto es el siguiente: Agame
nón, rey de Micenas, esposo de Clitemnestra, sacrifi
ca en su marcha a Troya, por orden del oráculo, a
su hija Ifigenia. La madre se indigna por el sacrifi
cio de su hija, que, según el derecho materno, no co
rresponde a su marido, y durante la ausencia de Aga
menón se casa con Egisto, con lo cual no hizo nada
inmoral según el viejo derecho. Cuando Agamenón
vuelve a Micenas tras muchos años de ausencia, lo
mata Egisto por incitación de Clitemnestra. Orestes,
hijo de Agamenón y de Clitemnestra, se venga, por
instigación de Apolo y de Atenea, de la muerte del
padre asesinando a su madre y a Egisto. Las erinias
persiguen a Orestes por el asesinato de la madre.
Representan el derecho antiguo. Apolo y Atenea, que
según el mito carece de madre, pues nació de la ca
beza de Zeus, defienden a Orestes, pues representan
el nuevo derecho paterno. La decisión se lleva ante el
areópago, ante el que se desarrolla el siguiente diá
logo, en el que se manifiestan las dos concepciones
hostilmente opuestas:
Erinias: ¡Qué! ¿El dios profeta (A polo) te había
de inducir a m atar a tu madre?
Orestes: Y hasta aquí cierto que no tengo que acu
sar a mi fortuna.
80
i
Erinias: Si la votación te es contraria, pronto mu
darás de parecer.
Orestes: Espero confiado. M i padre m e auxiliará
desde el sepulcro.
Erinias: ¡Confía en los muertos, m atador de tu
madre!
Orestes: Sobre ella había caído la mancha de un
doble crimen.
Erinias: ¿Cómo? Demuéstralo ante los jueces.
Orestes: A l matar a su marido mató a mi padre.
Erinias: ¿Y qué? Tú vives aún, mientras que ella
pagó con la muerte.
Orestes: ¿Y por qué no la perseguiste en vida?
Erinias: Ella no era de la misma sangre del hom
bre a quien mató.
Orestes: Pues, ¿yo soy de la misma sangre de mi
madre?
Erinias: Pues, ¡malvado! ¿Cómo, si no, te alimentó
en sus entrañas? ¿Renegarás de la sangre amadísima
de una madre?*
81
llaman su hijo, sino sólo nodriza del germen sem
brado en sus entrañas. Quien con ella se junta es el
que engendra. La m ujer es como huéspeda que recibe
en hospedaje el germen de otro y le guarda si el
cielo no dispone de otra cosa. Te daré la prueba de
mi proposición. Se puede llegar a ser padre sin ne
cesidad de madre, y de ello aquí tenemos un testigo,
la hija de Zeus Olímpico, que no se nutrió en las ti
nieblas de materno seno; pero criatura cual diosa
ninguna hubiera podido engendrarla.
83
la casa. Este era el fin primordial del aislamiento.
Esta transformación de las costumbres se expresa
ya en La Odisea. Telémaco, por ejemplo, proscribe
a su madre Penélope la presencia entre los preten
dientes al ordenarle:
Mas vuelve ya a tu habitación, ocúpate en las labo
res que te son propias, el telar y la rueca, y ordena
a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de ha
b lar nos ocuparemos los hombres y principalmente
yo, cuyo es el mando en esta casa.
84
pagar su frivolidad, según la ley de Solón, con su
vida o con su libertad. El hombre podía venderla
como esclava.
La posición de la mujer griega de aquellos tiem
pos se revela plásticamente en la Medea, de Eurípi
des. Esta se queja así:
85
tinencia frente a otras mujeres. Surgió así el hetci
vismo. Las mujeres que se distinguían por su be
lleza e inteligencia, generalmente forasteras, prefe
rían una vida libre en el trato más íntimo con los
hombres antes que la esclavitud del matrimonio.
No se veía nada detestable en ello. El nombre y la
fama de estas hetairas que mantenían relaciones ín
timas con los primeros hombres de Grecia y parti
cipaban en sus conversaciones eruditas y en sus ban
quetes, ha llegado hasta nuestros días, mientras que
los nombres de las mujeres legítimas se han olvida
do o han desaparecido en su mayor parte. Así, la
hermosa Aspasia era la amiga íntima del famoso Pe-
ricles, que luego la hizo su esposa; el nombre de la
hetaira Friné se convirtió luego en el nombre gené
rico de las mujeres que se entregaban por dinero.
Friné mantenía relaciones íntimas con Hiperides y
sirvió de modelo para la Afrodita de Praxíteles, uno
de los principales escultores de Grecia. Dánae fue
la amante de Epicuro; Arqueanasa, la de Platón.
Otras hetairas famosas fueron Lais de Corinto, Gna-
tea, etcétera. No hay ningún griego famoso que no
tuviese trato con hetairas. Esto formaba parte de
su vida. Demóstenes, el gran orador, precisó así, en
su discurso contra Neara, la vida sexual de los hom
bres de Atenas: «Nos casamos con la mujer para
tener hijos legítimos y una guardiana fiel en la casa.
Mantenemos concubinas para nuestro servicio y cui
dado diario, las hetairas para gozar, del amor.» La
esposa no era más que el aparato de parir hijos, un
perro fiel que vigila la casa. El señor de la casa, en
cambio, vivía a su gusto, a su bon plaisir. Con fre
cuencia también es así hoy día.
A fin de satisfacer la apetencia de mujeres com
prables, sobre todo entre los hombres jóvenes, sur
gió la prostitución, desconocida cuando imperaba la
sucesión materna. La prostitución se diferencia del
libre comercio sexual en que la mujer vende su cuer
86
po a cambio de ventajas materiales, bien sea a un
hombre o a una serie de hombres. La prostitución
existe tan pronto como la mujer convierte en in
dustria la venta de sus encantos. Solón, que formuló
el nuevo derecho para Atenas y que se celebra como
fundador del nuevo estado de derecho, fue también
el que fundó las casas públicas de mujeres, el deic-
terion (burdel público), rigiendo el mismo precio
para todos los visitantes. Según Filemón ascendía a
un óbolo, unos 25 pfennig * de nuestro dinero. El
deicterion, al igual que los templos de los griegos
y romanos y las iglesias cristianas en la Edad Media,
era inviolable, se hallaba bajo la protección de la
fuerza pública. Hasta el año 150 a. n. e., aproximada
mente, el templo de Jerusalén era también el lugar
habitual de reunión de las prostitutas.
Por el favor que Solón hizo a los hombres ate
nienses al fundar los deicterios, uno de sus con
temporáneos lo cantó con las palabras siguientes:
«¡Loado sea Solón! Pues compraste mujeres públicas
para el bien de la ciudad, para las costumbres de
una ciudad llena de hombres jóvenes y fuertes, que,
sin tu sabia institución, se entregarían á las moles
tas persecuciones de las mujeres honorables.» Vere
mos cómo en nuestros días se justifica exactamente
con las mismas razones la necesidad de la prostitu
ción y de los burdeles del Estado. De este modo,
las leyes del Estado reconocían a los hombres, como
un derecho natural, acciones que se consideraban
abominables y un crimen grave si las cometían las
mujeres. Como es sabido, todavía hoy existen no
pocos hombres que prefieren la compañía de una
hermosa pecadora a la de su esposa, y, a menudo,
forman parte de los «pilares del Estado», las «co
lumnas del orden».
De todos modos, las mujeres griegas parecen ha
berse vengado más a menudo en sus maridos de la
* 25 Pfennig = 25 centésimas partes de u n marco.
87
represión a que se veían sometidas. Si la prostitu
ción es el complemento del matrimonio monógamo
por un lado, el adulterio de las mujeres y los cuer
nos de los hombres son el complemento del otro
lado. Entre los dramaturgos griegos, Eurípides figu
ra como misógino porque en sus dramas prefiere
hacer de las mujeres el objeto de sus ataques. Don
de mejor se ve lo que les reprocha es en el ataque
que dirige contra Eurípides una griega de Las Tes-
moforias, de Aristófanes.
¿Qué ultrajes hay que no nos prodigue (Eurípides)?
¿Qué ocasión de calumniamos no aprovecha en
cuanto tiene muchos o pocos oyentes, actores y co
ros? N os llama adulteras, desenvueltas, borrachas,
traidoras, charlatanas, inútiles para nada de prove
cho, peste de los hombres. Por esto cuando nuestros
maridos vuelven del teatro nos m iran de reojo y re
gistran la casa para ver si hay oculto algún amante.
Y a no nos permiten hacer ló que hacíamos antes;
¡tales sospechas ha inspirado ese hom bre a los es
posos! ¿Se le ocurre a una de nosotras hacer una
corona? Y a la creen enamorada. ¿Deja caer otra una
vasija en sus domésticas faenas? E l marido pregun
ta enseguida: «¿En honor de quién se h a quebrad?
esa olla? Sin duda del extranjero de C orinto»6.
88
mujer o su hija para la noche. Murner habla de esta
costumbre, que aún regía en Holanda durante el
siglo xv, con estas palabras: «En Holanda existe el
hábito de que el posadero que tiene un huésped
querido le deja en buena fe a su mujer.»
Las crecientes luchas de clase en los estados grie
gos, y la triste situación en que se encontraban mu
chas pequeñas comunidades, motivaron los estudios
de Platón sobre la mejor constitución y organización
del Estado. En su República, que establece como
ideal, Platón exige para la primera clase de ciuda
danos, los guardianes, la completa equiparación de
las mujeres. Deben participar en los ejercicios bé
licos igual que los hombres y cumplir todos los de
beres de éstos, sólo que deben efectuar las tareas
más ligeras «por la debilidad del sexo». Afirma que
las disposiciones naturales están repartidas por
igual entre los sexos, sólo que la mujer es más débil
que el hombre en todo. Además, las mujeres deben
ser comunes a los hombres, lo mismo que los hijos,
de suerte que ni el padre conozca a su hijo ni el
hijo a su padre7.
Aristóteles tiene ya ideas burguesas. Según su Po
lítica, la mujer debe tener libertad en la elección del
esposo, pero debe estar sometida a él, aunque sí te
ner derecho a «dar un buen consejo». Tucídides ma
nifiesta una opinión que aplauden todos los filisteos.
Dice que la mujer más digna de encomio es aquélla
de la que no se oye nada bueno ni malo fuera de
la casa.
Con tales ideas el respeto a la mujer tenía que ser
cada vez menor. El temor a la superpoblación llevó
incluso a eludir el trato íntimo con ella. Se llegó a
la satisfacción antinatural del instinto sexual. Los
estados griegos eran ciudades con pocas tierras, las
cuales no podían ya alimentar a la población más
allá de un número dado. Este miedo a la superpo
7 Platón, República, Libro V, cap. X V II.
89
blación indujo a Aristóteles a aconsejar a los hom
bres que se mantuviesen alejados de las mujeres y
se entregasen, en cambio, a la pederastía. Con ante
rioridad, Sócrates había elogiado ya la pederastía
como un signo de educación superior. Finalmente,
ensalzaron esta pasión antinatural los hombres más
distinguidos de Grecia. La estimación de la mujer
descendió a los niveles más bajos. Había casas de
prostitutas masculinas, lo mismo que las había de
femeninas. En este ambiente social podía decir Tu-
cídides que la mujer era peor que la ola del mar
azotada por la tormenta, que las llamas del fuego
y que la caída del torrente salvaje. «Si hay un dios
que inventó a la mujer, sepa dondequiera que se
halle, que es el autor fatal del mayor mal.»
Si los hombres griegos ensalzaban la pederastía,
las mujeres cayeron en el otro extremo: en el amor
entre miembros del propio sexo. Así ocurría particu
larmente entre las habitantes de la isla de Lesbos,
por lo que esta aberración se denominó, y aún se
sigue denominando, amor lesbiano, puesto que no
ha desaparecido y todavía persiste entre nosotros.
La principal representante de este amor fue la fa
mosa poetisa Safo, «el ruiseñor lesbiano», que vivió
600 a. n. e. Su pasión tiene ardiente expresión en su
oda a Afrodita, a la que suplica así:
¡Oh tú en cien tronos Afrodita reina,
hija de Zeus, inmortal, dolosa:
no me acongojes con pesar y tedio
ruégote, Cipria! *
90
por el poder, se hallaba aún bajo el derecho mater
no, situación que era totalmente extraña a la mayo
ría de los griegos. La tradición cuenta que una vez
le preguntó un griego a un espartano qué castigo se
le aplicaba en Esparta a los adúlteros. Á lo que el
último respondió «¡Forastero, entre nosotros no hay
adúlteros!» Forastero: «¿Y si hubiese uno?» «En
tonces —se burló el espartano— tiene que entregar,
como castigo, un buey tan grande que su cabeza se
alce por encima del Taigeto y pueda beber en el
Eurotas.» Ante la sorpresa del forastero: «¿Cómo
puede haber un buey tan grande?», respondió el
espartano riendo: «¿Cómo es posible que haya un
adúltero en Esparta?» En cambio, la autosuficiencia
de la mujer espartana se ponía de manifiesto en la
orgullosa respuesta que la mujer de Leónidas dio a
una extranjera cuando ésta le dijo: «Vosotras, lace-
demonias, sois las únicas mujeres que imperáis sobre
vuestros hombres», a lo que respondió: «También
somos las iónicas mujeres que parimos hombres.»
La libre situación de la mujer bajo el derecho ma
terno fomentaba su belleza y realzaba su orgullo,
su dignidad e independencia. El juicio de todos los
autores antiguos coincide en que estas cualidades
estaban sumamente desarrolladas entre ellas en
tiempos del derecho materno. El estado de sojuzga-
miento que advino después tuvo necesariamente
efectos nocivos; el cambio se revela incluso en la
diversidad del vestido en ambos períodós. El vestido
de la mujer dórica se sujetaba libre y ligeramente al
hombro, dejando al aire los brazos y las piernas; es
el vestido que lleva Diana, representada con libertad
y osadía en nuestros museos. En cambio, el vestido
jónico ocultaba la figura y estorbaba el movimiento.
La manera en que se viste la mujer es, mucho más
de lo que generalmente se cree, y en verdad hasta
en nuestros días, un signo de su dependencia y causa
de su desamparo. El tipo del vestido femenino en
91
torpece, hasta en nuestros días, a la mujer y le im
pone el sentimiento de debilidad, lo cual se pone de
manifiesto, al fin y al cabo, en su actitud y en su
carácter. La costumbre de los espartemos de dejar
que las muchachas anduviesen desnudas hasta la
pubertad, cosa que permitía el clima del país, contri
buyó esencialmente, en opinión de un autor antiguo,
a desarrollar en ellas el gusto por la sencillez y el
cuidado por el decoro externo, y, conforme a las
ideas de aquellos tiempos, no tenía nada que ofen
diera el pudor o excitase la lascivia. Las muchachas
participaban también, igual que los muchachos, en
todos los ejercicios físicos. De este modo se crió un
género de mujeres vigoroso, consciente de sí mismo,
de su valor, como demuestra la respuesta de la mu
jer de Leónidas a la extranjera.
92
das las trabas y considera toda exclusividad como
un pecado contra su divinidad. » 8 La complacencia
ulterior de la diosa había que comprarla mediante
ese sacrificio de la virginidad a un extraño. En el
sentido de la antigua concepción actuaban también
las muchachas libias cuando adquirían su dote en
tregándose. Según el derecho materno, mientras es
tuvieran solteras eran sexualmente libres, y los
hombres no veían nada de inmoral en ello, puesto
que preferían como mujer a la que más se había
deseado. Lo mismo ocurría con los tracios en tiem
pos de Herodoto: «No vigilan a las jóvenes, sino que
las dejan en completa libertad para mezclarse con
quien quieran. En cambio, vigilan rigurosamente a
las mujeres: las compran a sus padres por mucha
hacienda.» Famosos eran los hieródulos del templo
de Afrodita en Corinto, en donde se reunían más de
1.000 muchachas, y constituían uno de los principa
les puntos de atracción para los hombres griegos.
Y de la hija del rey Keops, de Egipto, cuenta la le
yenda que hizo construir una pirámide con las ga
nancias que obtuvo de la entrega de sus encantos.
Situación semejante persiste todavía hoy en las
Marianas, las Filipinas y las islas de la Polinesia,
y además, según Waitz, entre varias tribus africanas.
Otra costumbre que subsistió hasta muy tarde en
las Baleares, y que ponía de manifiesto el derecho
de todos los hombres a la mujer, era que, en la no
che de bodas, se permitía a los parientes consan
guíneos disfrutar de la novia, uno tras otro por or
den de edad. El último era el novio. Esta costumbre
se ha cambiado en otros pueblos en el sentido de
que los sacerdotes o jefes (reyes) de la tribu ejercen
este privilegio con la novia en calidad de represen
tantes de los hombres de la tribu. Así. en la costa de
Malabar los patamares (sacerdotes) de Caimar co
bran por desflorar a sus mujeres... El sacerdote su-
8 B a c h o f e n , Das Mutterrecht.
93
premo (namburi) está obligado a prestarle este ser
vicio al rey (zamorín) cuando éste se casa, y el rey
le paga con 50 piezas de oro9. En la India interior
y en varias islas del Pacífico, unas veces son los
sacerdotes y otras los jefes tribales (reyes) los que
se someten a este cargo 10. Lo mismo ocurre en Se-
negambia, donde el jefe de la tribu practica como
deber de su cargo el desfloramiento de la virgen,
obteniendo por ello un regalo. En otros pueblos, la
desfloración de la virgen, a veces de la niña de sólo
unos meses de edad, se efectuaba y se efectúa me
diante los ídolos establecidos para este fin. También
debe admitirse que el jus primae noctis (el derecho
de pernada), aplicado hasta bien entrada la Edad
Media entre nosotros en Alemania y en Europa, pro
viene de la misma tradición. El señor feudal, que se
consideraba dueño de sus vasallos o siervos de la
gleba ejercía el derecho heredado del jefe tribal.
Más adelante hablaremos más de esto.
Reminiscencias del derecho materno se revelan
además en la costumbre peculiar de las tribus suda
mericanas —que también debe haberse conservado
entre los vascos, pueblo con usos y costumbres an
tiquísimos— de que en lugar de la parturienta se
mete el hombre en la cama, se porta como una mu
jer que va a dar a luz y se hace cuidar de la partu
rienta. La costumbre debe subsistir todavía entre
varias tribus montañeras de China, y no hace mucho
que aún existía en Córcega.
En las memorias que el gobierno imperial entregó
al Reichstag (sesión de 1894/95) sobre las colonias
alemanas, se encuentra en la: memoria sobre la re
gión del Sudoeste africano, página 239, el pasaje si
guiente: «Sin su consejo, de los más viejos y acauda
94
lados, no puede (el jefe tribal de una aldea herero)
tomar ni siquiera la decisión más pequeña, y no sólo
los hombres, sino que a menudo también dan su
consejo las mujeres, e incluso los sirvientes.» Y en
el informe sobre las ideas Marshall se dice lo si
guiente en la página 254: «El poder soberano sobre
todas las islas del grupo Marshall no ha estado nun
ca en manos de un solo jefe... Pero como ya no vive
ningún miembro femenino de esta clase (los irody)
y la madre es la única que da al hijo nobleza y ran
go, los irody se extinguen con los jefes.» La forma
de expresión y descripción de los informadores pone
de manifiesto lo extrañas que les son las condicio
nes mencionadas, no aciertan a desenvolverse en
ellas u.
95
El doctor Heinrich v. Wlislocki, que pasó años
entre los gitanos de Transilvania y, finalmente, fue
adoptado por una de sus tribus, informa 12que entre
las cuatro tribus gitanas que habían conservado su
vieja constitución en la época en que aún vivía con
ellos, en dos de ellas, la de los aschani y los tschale,
imperaba la sucesión materna. Si se casa el gitano
ambulante, entra en la estirpe de su mujer, que es
la dueña de toda la institución del hogar gitano.
El patrimonio existente es propiedad de la mujer
o de la familia de ésta; el hombre es un extraño.
Y conforme al derecho de la sucesión materna tam
bién permanecen en el clan de la madre los hijos.
Incluso en Alemania persiste todavía el derecho ma
terno. La segunda página de la Westdeutsche Runds
chau, del 10 de junio de 1902, informa, por ejemplo,
que en la comunidad de Haltern (Westfalia) aún se
mantiene vigente el primitivo derecho materno de
las gens para la herencia del patrimonio civil. Los
hijos heredan de ta madre. Hasta ahora se han es
forzado inútilmente por suprimir esta «rancia cos
tumbre».
La difusión del matrimonio por compra y del ma
trimonio por rapto, de la poligamia y de la polian
dria, demuestran todavía cuán poco pueden figurar
la forma actual de familia y la monogamia como
instituciones primitivas y eternas.
También en Grecia la mujer era objeto de com
pra. Tan pronto como entraba en casa de su esposo
dejaba de existir para su familia. Esto se expresaba
simbólicamente quemando a la puerta de éste el
garante es un hombre de ojos abiertos, que penetra en el
fondo de las cosas, ¿cuántos de los que viven entre estos
pueblos semisalvajes hacen lo mismo? De ahí las falsas
descripciones de la «inm oralidad» de esos indígenas.
96
hermoso carro que la había llevado a casa de su
marido. Entre los ostiakos de Siberia, el padre ven
de todavía a la hija; trata con los enviados del novio
el monto del precio que se ha de pagar. Igualmente
persiste en varias tribus africanas, como en tiempos
de Jacob, la costumbre de que el hombre que pre
tende a una muchacha entre a servir con la futura
suegra. Como es sabido, tampoco se ha extinguido
entre nosotros el matrimonio por compra, incluso
predomina más que nunca en la sociedad burguesa.
El matrimonio por dinero, habitual casi en términos
generales entre nuestras clases poseedoras, no es
más que un matrimonio por compra. También hay
que considerar como símbolo de la adquisición de la
mujer como propiedad el regalo de novia que, se
gún la costumbre existente, hace el novio a la novia.
Junto al matrimonio por compra existía el matri
monio por rapto. El rapto de mujeres no sólo lo
practicaban los antiguos judíos, sino que era general
en la antigüedad, se da en casi todos los pueblos.
El ejemplo histórico más conocido es el rapto de
las Sabinas por los romanos. El rapto de mujeres
era una adquisición natural donde había escasez de
ellas o donde se practicaba la costumbre de la poli
gamia, como suele ocurrir en Oriente. Aquí alcanzó
grandes proporciones sobre todo durante la existen
cia del imperio árabe, de los siglos vn al xn de nues
tra era.
Simbólicamente se da también el rapto de muje
res entre los araucanos del sur de Chile. Mientras
los amigos del novio tratan con el padre de la novia,
aquél se desliza a los alrededores de la casa y pro
cura atrapar a la novia. Tan pronto como la ha aga
rrado, la echa sobre el caballo ya preparado y huye
con ella al bosque cercano. Acto seguido, las muje
res, hombres y niños organizan un gran griterío e
intentan impedir la fuga. Pero en cuanto el novio
ha alcanzado la espesura del bosque con su novia,
97
el matrimonio se considera consumado. Y así lo es
cuando el rapto se efectúa contra la voluntad de
los padres. Costumbres parecidas perduran también
entre las tribus australianas.
■Nuestra costumbre del viaje de novios recuerda
aún el rapto de mujeres;, la novia se rapta del hogar.
El cambio de anillos, por el contrario, recuerda la
sumisión y el encadenamiento de la mujer al
hombre. Esta costumbre surgió originariamente en
Roma. Como signo de su encadenamiento al hombre,
la novia recibía de éste un anillo de hierro. Luego
este anillo se confeccionó en oro, y no fue sino hasta
mucho más tarde cuando se introdujo el cambio re
cíproco de anillos como signo de mutua vinculación.
A la poligamia, tal como la conocimos entre los
pueblos orientales y como persiste todavía entre
éstos, aunque, teniendo en cuenta el número de mu
jeres disponibles y los gastos de su sustento, sólo
pueden practicarla los privilegiados y ricos, se opo
ne la poliandria. Esta existe principalmente entre
las tribus montañesas del Tibet, entre los garras de-
la frontera entre la India y China, los baigas de
Godwana, los nairs del extremo meridional de la
India y también entre los esquimales y aleutianos.
Como es el único modo posible, la descendencia .se
determina por la madre, los hijos le pertenecen a
ella. Los maridos de la mujer suelen ser, por regla
general, hermanos. Cuando se casa el hermano ma
yor, los demás hermanos se convierten también en
maridos de la mujer, pero la mujer tiene derecho
a tomar también otros hombres. Los hombres, en
cambio, tienen .el. derecho a poseer varias mujeres.
Aún no se han elucidado las condiciones que die
ron lugar a la poliandria. Como las tribus polián-
dricas residen sin excepción en países de altas mon
tañas o en zonas frías, es probable que para la po
liandria sea decisivo un fenómeno del que nos habla
98
Tarnowski13. Tarnowski oyó decir a viajeros de con
fianza que la estancia prolongada en alturas impor
tantes reduce el instinto sexual, que vuelve con nue
vo vigor al descender de ellas. Esta disminución de
la actividad sexual, opina Tarnowski, puede muy
bien ser la explicación del crecimiento relativamente
escaso de la población en los países montañosos y,
al heredarse; uno de los factores de degeneración
que influyeron en la perversión del sentido sexual.
Pero la permanente residencia y vida en regiones
muy altas o frías dará también lugar a que la po
liandria no plantee ningunas exigencias excesivas a
la mujer. Las mismas mujeres están ya influencia
das de acuerdo con su naturaleza, lo cual se corro
bora con el hecho de que las muchachas esquimales
no suelan tener la menstruación hasta los diecinue
ve años, mientras que en las zonas cálidas la tienen
ya a los nueve o diez años y en las templadas a los
catorce o dieciséis. Si, como generalmente se admite,
las tierras cálidas ejercen una influencia muy esti
mulante en el instinto sexual, por lo que es precisa
mente en los países cálidos donde tiene difusión la
poligamia, las regiones frías, y entre ellas se cuentan
los países de altas montañas, limitarán considerable
mente el instinto sexual. La experiencia enseña tam
bién que la concepción es más rara entre mujeres
que cohabitan con varios hombres. Por eso es débil
el aumento de población en la poliandria y se adapta
a la dificultad de la obtención del sustento existente
en las tierras frías o en las altas montañas. Así se
demostraría que también en este estado de polian
dria, tan extraño para nosotros, el modo de produc
ción tiene una influencia decisiva en las relaciones
de los sexos. Habría que comprobar aún si entre es
tos pueblos que viven en las altas montañas y en las
zonas frías se practica aún la muerte de las niñas,
13 Tarnowski, Die krankhaften Erscheinungen des Gesch-
lechtssinnes, Berlín, 1886.
99
como se dice de las tribus mongólicas que habitan
las altas montañas de China.
100
estaban en su fundación y poseían la mayor influen
cia en virtud de su poder social: en manos de los
poseedores. Así, pues, se enfrentaron aristocracia de
la propiedad y democracia, incluso allí donde impe
raba completa igualdad de derechos políticos.
Entre las antiguas relaciones de derecho materno
no existía ningún derecho escrito. Las relaciones
eran sencillas y la costumbre sagrada. En el nue
vo orden, mucho más complicado, el derecho escrito
era uno de los requisitos más importantes y se pre
cisaban órganos especiales que lo manejasen. Pero
a medida que las relaciones y condiciones jurídicas
se fueron complicando cada vez más, se formó una
clase especial de gente que se impuso la tarea de
estudiar las normas jurídicas y, finalmente, tenía
también un interés especial en hacerlas cada vez
más complicadas. Surgieron los jurisconsultos, los
juristas, quienes, debido a la importancia que tenía
para toda la sociedad el derecho creado, se convir
tieron en el estamento más influyente. El nuevo or
den jurídico, burgués, tuvo su expresión clásica con
el curso del tiempo en el Estado romano, de ahí la
influencia que el derecho romano ha ejercido hasta
el presente.
Así, pues, el orden estatal es la consecuencia ne
cesaria de una sociedad escindida, a un nivel supe
rior de la división del trabajo, en un gran número
de oficios diversos, con intereses diversos, a menudo
contrapuestos y en lucha unos con otros. De ahí,
necesariamente, el sojuzgamiento del más débil.
Esto lo reconocían también los nabateos, una tribu
árabe que, según Diodoro, decretó la orden de: no
sembrar, no cultivar, no beber vino ni construir ca
sas, sino vivir en tiendas, porque, si lo hiciesen, po
drían ser obligados fácilmente por una potencia su
perior (el poder estatal) a obedecer. También los
rachebitas, los descendientes del suegro de Moisés,
101
disponían de normas parecidas 14. En general, la le
gislación mosaica está dirigida a no dejar que los
judíos sálgan d,e una sociedad agrícola, pues, de otro
modo, temían sus legisladores, desaparecería su co
munidad democrático-comunista. De ahí también la
elección de la «tierra prometida» en una región limi
tada, de un lado, por una cadena de montañas poco
accesible, el Líbano, y, de otro lado, sobre todo al
Este y al Sur, por zonas poco fértiles y en parte por
desiertos, es decir, que facilitaban el aislamiento.
De ahí también el alejamiento de los judíos respecto
del mar, que facilitaba el comercio, la colonización
y la acumulación de riqueza; de ahí, además, las ri
gurosas leyes sobre la reclusión entre otros pueblos,
la rigurosa prohibición de casarse fuera, las leyes
sobre los pobres, las leyes agrarias, el año de ju
bileo, todo ello instituciones calculadas para impe
dir que los individuos acumulasen grandes riquezas.
Debía impedírseles a los judíos convertirse en un
pueblo creador de un Estado. Por eso mantuvo hasta
su total disolución la organización tribal basada en
la constitución gentil, y todavía sigue persistiendo
hoy, parcialmente, entre ellos.
En la fundación de Roma participaron, evidente
mente tribus latinas que habían superado la evolu
ción matriarcal. Las mujeres que les faltaban las
robaron, como ya indicamos, de la tribu de los sa
binos, llamándose éstos quirites. Todavía en la épo
ca posterior se llamaba a los ciudadanos romanos
quirites en la asamblea del pueblo. Populus roma-
nus significaba en general la población libre de
Roma, mas populus romanus quiritium expresaba la
descendencia y la cualidad de ciudadano romano.
La gens romana era patriarcal. Los hijos heredaban
como herederos carnales; si no había hijos, hereda
ban los parientes por línea masculina, y si no exis
14 Mosaisches Recht, de Joh. David Michaelis, vol. I„ 2.a
edición. Reutlingen 1793.
102
tían éstos, el patrimonio recaía en la gens. Al ca
sarse, la mujer perdía el derecho a participar de la
herencia de su padre y de la de los hermanos de
éste, salía de su gens y, por tanto, ni ella ni sus
hijos podían heredar de su padre ni de los hermanos
de éste. De otro modo, la parte de la herencia se
perdía para la gens paterna. La división en gentes
y fratrías constituía en Roma, durante siglos, la base
de la organización militar y del ejercicio de los dere
chos civiles. Pero al desmoronarse las gentes pa
triarcales y desaparecer su significación, se crearan
condiciones más favorables para las mujeres roma
nas; más tarde no sólo heredaban, sino que les co
rrespondía a ellas la administración de su fortuna,
es decir, gozaban de mejor posición que sus herma
nas griegas. Esta posición más libre, a la que llega
ron gradualmente, fue la causa de que Catón el Vie
jo, nacido el año 234 a. n. e., se quejase así: «Si
cada padre, siguiendo el ejemplo de sus antecesores,
procurase mantener a su mujer en la debida sumi
sión, no habría tanto que hacer públicamente con
todo el género.» Y cuando, 195 a. de C., algunos
tribunos presentaron la propuesta de derogar una
ley promulgada anteriormente contra el lujo feme
nino en los vestidos y en las joyas, entonces se oyó
tronar: «Si cada uno de nosotros hubiese mante
nido deliberadamente ante su mujer el derecho y la
mayoría del hombre, tendríamos aquí menos difi
cultades con todas las mujeres: Ahora, nuestra li
bertad superada en el hogar la destroza y pisotea
también aquí, en el foro, la indomabilidad feme
nina, y como no podemos hacerle frente individual
mente, las tememos en conjunto... Nuestros ante
pasados querían que las mujeres no pudieran llevar
a cabo ni siquiera un solo asunto privado sin la
intervención de un tutor, que estuvieran en manos
de sus padres, hermanos, maridos: Incluso permi
timos que se apoderen de la república y que hasta
103
intervengan en la asamblea del pueblo... Soltad las
riendas de su naturaleza despótica, a la criatura in
domable, y esperad que ellas mismas pongan límites
a su arbitrariedad. Esto es lo menos que se les ha
impuesto a las mujeres de espíritu indignado por la
costumbre o por la ley. A decir verdad, quieren li
bertad, no el desenfreno en todas las cosas... Y si
han empezado a ser iguales a nosotros, pronto nos
superarán.»
Mientras vivía el padre, éste tenía la tutela de su
hija, incluso aunque estuviera casada, en los tiem
pos que Catón menciona en el discurso anterior, a
menos que el padre nombrase un tutor. Si moría
el padre, le sucedía como tutor el pariente masculi
no más cercano, incluso aunque fuese declarado in
capaz como agnado. El tutor tenía el derecho de
transferir en cada momento la tutela a cualquier
tercero. Por tanto, al principio, la mujer romana
carecía ante la ley de voluntad propia.
Las formas de matrimonio eran diversas y sufrie
ron numerosos cambios a lo largo de los siglos. El
matrimonio más solemne se celebraba ante el sacer
dote supremo en presencia de al menos diez testi
gos, y los novios comían juntos, en señal de la unión,
un pastel hecho de harina, sal y agua. Como se ve,
se trata de una ceremonia que guarda un gran pare
cido con la partición de la hostia en la cena cris
tiana. Otra forma de matrimonio era la toma de po
sesión, que se consideraba consumada tan pronto
como una mujer, con el consentimiento de su padre
o tutor, había convivido bajo un mismo techo, du
rante un año, con su elegido. Otra tercera forma era
el tipo de compra recíproca, dándose mutuamente
monedas de oro y la promesa de querer ser marido
y mujer. En tiempos de Cicerón15 se había introdu
cido ya, generalmente, para las dos partes el divor
cio libre e incluso se dudaba que fuese necesario
15 Nacido el 106 a. n. e.
104
anunciar el divorcio. La lex Julia de adulteriis, em
pero, prescribía que el divorcio debía anunciarse
públicamente, lo cual se ordenó porque, a menudo,
las mujeres que habían cometido adulterio y se les
debía pedir responsabilidades, apelaban a que el
matrimonio se había disuelto. Justiniano 16 prohibió
el divorcio, a menos que las dos partes quisieran
entrar en un convento. Su sucesor, Justino II, se vio
obligado a permitirlo de nuevo.
A medida que aumentó el poder y la riqueza de
Roma, la antigua rigidez moral cedió el sitio al vicio
y al desenfreno de la peor especie. Roma se convir
tió en la central desde donde se difundían por todo
el mundo civilizado de entonces la lascivia, la disi
pación y el sibaritismo. Los desenfrenos, particulár-
mente en la época imperial, favorecidos en gran me
dida por el emperador, adoptaron tales formas que
sólo la locura podía condescender. Hombres y mu
jeres competían en el vicio. El número de burdeles
públicos era cada vez mayor, y, junto a ellas, el
amor griego (la pederastía) se difundía cada vez más
entre los hombres. A veces, el número de hombres
jóvenes que se prostituían en Roma era mayor que
el número de mujeres prostitutas 17.
Las hetairas, rodeadas de sus admiradores, apa
recían pomposamente en las calles y paseos, en el
circo y en el teatro, a menudo llevadas en meridia
nas por negros, donde, con un espejo en la mano,
resplandecientes de joyas y piedras preciosas, ya
cían casi desnudas, con esclavos abanicándolas a su
105
lado, rodeadas de un enjambre de muchachos, eunu
cos, flautistas; enanos grotescos cerraban el cortejo.
Estos desenfrenos tomaron tales proporciones en
el imperio romano que se convirtieron en un peligro
para su existencia. Las mujeres siguieron el ejem
plo de los hombres; había mujeres —dice Séneca— 18
que contaban los años, no por los cónsules, como
era costumbre, sino por el número de sus maridos.
El adulterio era general, y para evitar los duros cas
tigos que se les imponían, las mujeres, entre ellas
las damas más distinguidas de Roma, se inscribían
como prostitutas en las listas de los ediles.
Además de estos desenfrenos, las guerras civiles y
el sistema latifundista incrementaron en tal medida
el celibato y la falta de hijos que se redujo conside
rablemente el número de ciudadanos y patricios ro
manos. Por eso, Augusto promulgó el año 16 a. de C.
la llamada Ley Julia19, que premiaba la procreación
de hijos y castigaba el celibato de los ciudadanos
y patricios romanos. Quien tenía hijos precedía en
rango a quien estuviera soltero o sin hijos. Los sol
teros no podían recibir ninguna herencia, salvo la
de sus parientes más cercanos. Quienes carecían de
hijos sólo podían heredar la mitad. El resto pasaba
al Estado. Las mujeres que podían ser acusadas de
haber cometido adulterio, tenían que entregar una
parte de su dote al marido engañado. Por eso había
hombres que se casaban especulando con el adul
terio de sus mujeres. Esto motivó la siguiente ob
servación de Plutarco: «Los romanos no se casan
para tener herederos, sino para heredar.»
Más tarde se intensificó la Ley Julia. Tiberio or
denó que no podía entregarse por dinero ninguna
mujer cuyo abuelo, padre o marido no hubiera sido
o fuese caballero romano. Las mujeres casadas que
18 Vivió entre el 2 y el 65 de nuestra era.
19 Augusto, hijo adoptivo de César, pertenecía por adop
ción a la gens Julia, de ahí la denominación de Ley Julia.
106
se inscribían en el registro de prostitutas deberían
ser desterradas fuera de Italia por adúlteras. Claro
que para los hombres no se aplicaban los mismos
castigos. Como dice Juvenal, el asesinato del marido
con veneno era un fenómeno frecuente en la Roma
de su tiempo (en la primera mitad del primer siglo
de nuestra era).
107
III. El cristianismo
108
padres, acumulaban bienes y tesoros. Les llama las
«personas peores», un «pueblo detestable» 1.
Al desenfreno se opuso el otro extremo, la más
rigurosa abstinencia. Igual que antes el desenfreno,
también el ascetismo tomó ahora formas religiosas.
Un fanatismo exaltado hacia propaganda de él. La
disipación y sensualidad ilimitadas de las clases do
minantes guardaba el más vivo contraste con la pe
nuria y la miseria de los millones y millones que la
Roma conquistadora arrastraba como esclavos a
Italia desde todos los países del mundo entonces
conocido. Entre ellos había también numerosas mu
jeres que, separadas del hogar, de los padres y del
marido, y arrancadas de los hijos, sentían del modo
más profundo la miseria y ansiaban redención. Gran
número de mujeres romanas, asqueadas de lo que
pasaba a su alrededor, se hallaba en un estado de
ánimo parecido. Cualquier cambio de su situación
lo veían con buenos ojos. Un anhelo profundo de
cambio, de redención, prendió en amplias capas de
la población, y el redentor parecía acercarse. La
conquista del reino judío y de Jerusalén por los ro
manos tuvo por consecuencia la destrucción de la
independencia nacional y engendró entre las sectas
ascéticas de aquel país visionarios que predicaban
el advenimiento de un nuevo reino, que traería la
libertad y la felicidad para todos.
Llegó Cristo y surgió el cristianismo. Este encar
naba la oposición contra el materialismo bestial que
reinaba entre los grandes y ricos del imperio roma
no, representaba la rebelión contra el desprecio y la
opresión de las masas. Mas como provenía del ju
daismo, que sólo conocía la falta de derechos de
la mujer, y, presa de la noción bíblica de que ella
era la causante de todo mal, predicaba el desprecio
de la mujer, la abstinencia y destrucción de la carne,
que tanto pecaba en aquellos tiempos, indicando
1 Tácito, Historias, libro V.
109
con sus expresiones de doble sentido un reino fu
turo que unos interpretaban como celestial y otros
como terrenal, que traería libertad y justicia para
todos. Con estas doctrinas, el cristianismo encontró
suelo fértil en el cenagal del imperio romano. La
mujer, como todos los miserables, esperando la li
beración y redención de su situación, se unió fer
vorosa y prontamente a él. Hasta hoy día no ha
habido en el mundo ningún gran movimiento signifi
cativo en el que no se hayan destacado también las
mujeres como combatientes y mártires. Quienes en
comian el cristianismo como un gran logro cultural
no debieran olvidar que es precisamente a la mujer
a la que debe una gran parte de sus éxitos. Su pro-
selitismo desempeñó un papel importante tanto en
el imperio romano como entre los pueblos bárbaros
de la Edad Media. Con frecuencia fue a través de
ellas como se convirtieron al cristianismo los más
poderosos. Así, por ejemplo, fue Clotilde la que in
dujo a Clodoveo, rey de los francos, a que aceptase
el cristianismo. Fueron Berta, reina de Kent, y Gi
sela, reina de Hungría, las que introdujeron el cris
tianismo en sus países. A la influencia de las muje
res se debe la conversión de muchos grandes. Pero
el cristianismo recompensó malamente a la mujer.
Contiene en sus doctrinas el mismo desprecio por
la mujer que todas las religiones orientales. Le or
dena ser la sierva obediente del hombre, y todavía
hoy tiene que prometerle obediencia ante el altar.
Oigamos lo que dicen la Biblia y el cristianismo
acerca de la mujer y del matrimonio.
Los diez mandamientos del Antiguo Testamento
se dirigen exclusivamente al hombre. En el noveno,
la mujer se nombra al mismo tiempo que la servi
dumbre y los animales domésticos. Al hombre se le
advierte que no debe codiciar la mujer del prójimo,
ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno ni
cosa alguna de su prójimo. Por tanto, la mujer es
110
un objeto, un trozo de propiedad, que el hombre no
debe codiciar cuando otro la posee. Jesús, que per
tenecía a una secta que se había impuesto un rigu
roso ascetismo (abstinencia) y la autocastración2,
respondió así cuando sus discípulos le preguntaron
si era bueno casarse: No todos son capaces de re
cibir esto, sino aquéllos a quienes es dado. Pues hay
eunucos que* nacieron así del vientre de su madre,
y hay eunucos que son hechos eunucos por los hom
bres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron
eunucos por causa del reino de los cielos3. Según
esto, la castración se presenta como una obra agra
dable a Dios y la abstinencia del amor y del matri
monio como un acto bueno.
San Pablo, a quien puede llamarse fundador del
cristianismo en mayor grado que el mismo Jesús,,
San Pablo, que fue el primero en imprimirle a esta
doctrina el carácter internacional y la arrancó del
limitado sectarismo judío, escribe a los Corintios:
«En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno
le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de
las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer
y cada una tenga su propio marido...» «El matrimo
nio es un estado bajo; casarse es bueno, no casarse
es mejor.» «Marchad en el espíritu y resistid los de
seos de la carne. La carne se conjura contra el es
píritu y el espíritu contra la carne.» «Aquellos a
quienes ha conquistado Cristo, han crucificado su
carne junto con sus pasiones y deseos.» El mismo
cumplió sus doctrinas y no se casó. Este odio con
tra la carne es el odio contra la mujer, pero también
el temor a la mujer, que se representa como seduc
tora del hombre —véase la escena del paraíso—.
En este espíritu predicaron los apóstoles y los pa
dres de la Iglesia, en este espíritu actuó la Iglesia
durante toda la Edad Media, creando conventos e
2 M a n te g a z z a ,
L ’amour dans l'humanité.
3 San Mateo, cap. 19, vers. 11 y 12.
111
introduciendo el celibato de los sacerdotes, y aún
sigue actuando en este espíritu.
Conforme al cristianismo, la mujer es la impura,
la seductora, que trajo los pecados al mundo y arrui
nó al hombre. Por eso, los apóstoles y padres de la
Iglesia han considerado siempre el matrimonio como
un mal necesario, lo mismo que se dice hoy de la
prostitución. Tertuliano clama: «¡Mujer! Debieras ir
siempre vestida de luto y de andrajos para hacer
olvidar que eres tú la que arruinaste al género hu
mano. ¡Mujer! ¡Tú eres la puerta del infierno!» Y:
«Debe elegirse el celibato, aunque vaya a pique el
género humano.» Jerónimo dice: «El matrimonio es
siempre un vicio, todo lo que puede hacerse es dis
culparlo y santificarlo», por lo que se hizo de él un
sacramento de la Iglesia. Orígenes explica: «El ma
trimonio es algo profano e impuro, medio del placer
sensual», y para resistir a la tentación se castró.
San Agustín enseña: «Los célibes brillarán en el cie
lo como estrellas resplandecientes, mientras que sus
padres (que los engendraron) se parecen a las estre
llas oscuras.» Eusebio y Jerónimo concuerdan en
que la sentencia bíblica «Creced y multiplicaos» no
responde ya a los tiempos y no debe preocupar a los
cristianos. Podrían indicarse cientos de citas de los
maestros más influyentes de la Iglesia, todas las
cuales señalan en la misma dirección. Y con sus
continuadas doctrinas y prédicas han difundido esas
nociones antinaturales sobre cosas sexuales y sobre
el comercio sexual, comercio que es un mandamien
to de la naturaleza y cuyo cumplimiento constituye
uno de los deberes más importantes de la finalidad
de la vida. La sociedad actual sufre todavía las con
secuencias nocivas de esta doctrina, y sólo se va re
cuperando de ellas lentamente.
San Pedro clama enfáticamente: «Mujeres, sed
obedientes a vuestros maridos.» San Pablo escribe
a los Efesios: «El hombre es la cabeza de la mujer
112
como Cristo es la cabeza de la Iglesia», y a los Co
rintios: «El hombre es la imagen y gloria de Dios
y la mujer la gloria del hombre.» Según esto, cual
quier pazguato puede tenerse por algo mejor que la
mujer más excelente, y en la práctica así es hasta
hoy. San Pablo levanta también su poderosa voz
contra la educación superior de la mujer, pues en la
primera epístola Timoteo, cap. 2, vers. 11 y sig., dice:
«La mujer aprenda en silencio con toda sujeción.
Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer
dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.»
Y a los Corintios, cap. 14, vers. 34 y 35: «Vuestras
mujeres callen en las congregaciones; porque no les
es permitido hablar, sino que estén sujetas, como
también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo,
pregunten en casa a sus maridos, porque es inde
coroso que una mujer hable en la congregación.»
Santo Tomás de Aquino (1227-1274) dice: «La mujer
es una mala hierba que crece rápidamente, es una
persona imperfecta, cuyo cuerpo alcanza su desarro
llo completo más rápidamente sólo porque es de
menos valor y porque la naturaleza se ocupa menos
de él.» «Las mujeres nacen para estar sujetas eterna
mente bajo el yugo de su dueño y señor, a quien la
naturaleza ha destinado al señorío por la superiori
dad que le ha dado al hombre en todos los aspectos.»
Estas doctrinas no son peculiares únicamente del
cristianismo. Lo mismo que el critianismo es una
mescolanza de judaismo y filosofía griega y estos
dos, a su vez, tienen sus raíces en las culturas más
viejas de los indios, babilonios y egipcios, así tam
bién la posición subordinada que el cristianismo
asignaba a la mujer era común a la del viejo mundo
cultural después de existir el derecho materno. Así,
por ejemplo, se dice en el códico indio de Manu:
«La causa de la deshonra es la mujer, la causa de
la enemistad es la mujer, la causa de la existencia
terrenal es la mujer; por eso debe evitarse la mu
113
jer.» La denigración de la mujer expresa siempre de
una manera ingenua el temor a ella; así, por ejem
plo, se dice en el Manu: «Las mujeres se inclinan
siempre, por naturaleza, a la seducción del hombre:
por eso el hombre no debe sentarse nunca en un
lugar aislado ni con su parienta más cercana.» La
mujer es, pues, la seductora tanto según la concep
ción india como la del Antiguo Testamento y la cris
tiana. Toda relación de dominio contiene la degrada
ción del dominado. Y la posición subordinada de
la mujer se ha mantenido hasta hoy en la rezagada
evolución cultural de Oriente más aún que entre los
pueblos de concepción cristiana. Lo que gradual
mente mejoró la posición de la mujer en el llamado
mundo cristiano no fue el cristianismo, sino la cul
tura de Occidente adquirida en la lucha contra la
concepción cristiana.
El cristianismo no es la causa de que la población
de la mujer sea hoy superior a la que ocupaba en
la época de su origen. Tan sólo en contra de su
voluntad y a la fuerza ha negado su verdadera esen
cia en relación con la mujer. Quienes sueñan con la
«misión liberadora de la humanidad por parte del
cristianismo», piensan ciertamente de otra manera.
Afirman más bien que el cristianismo ha liberado a
la mujer de la baja posición anterior, v se apoyan
para ello, especialmente, en el culto a María o a la
Madre de Dios que adquirió validez más tarde en
el cristianismo y que constituye un síntoma de la
estima del sexo femenino. La iglesia católica, que
fomenta este culto, apenas podría pensar así. Las
manifestaciones ya citadas de los santos y padres de
la Iglesia, que podrían aumentarse fácilmente, se
pronuncian todas ellas en contra de la mujer y del
matrimonio. El concilio de Macón, que en el siglo vi
discutió sobre si la mujer tenía alma o no y en el
que se decidió que sí por un voto de mayoría, se
pronuncia también contra esa concepción favorable
114
a la mujer. La introducción del celibato de los reli
giosos por parte de Gregorio V II \ motivada para
tener un poder sobre los religiosos célibes, cuyos
intereses de familia los alienarían del servicio ecle
siástico, sólo fue posible gracias a las nociones sub
yacentes a la Iglesia acerca del carácter pecaminoso
del deseo carnal. Tampoco han dejado lugar a dudas
sobre la concepción misógina del cristianismo algu
nos reformadores, especialmente Calvino y los reli
giosos escoceses5.
Al introducir la Iglesia católica el culto a María,
la colocó astutamente en lugar del culto de las dio
sas paganas, existente en todos los pueblos sobre los
que por entonces se extendió el cristianismo. María
sustituyó a Cibeles, Mylitta, Afrodita, Venus, Ceres,
etcétera, de los pueblos meridionales, y a la Freya,
Frija, etcétera, de los pueblos germánicos; única
mente se idealizó de manera cristiano-espiritual.
115
IV . La mujer en la Edad M edia
117
terno entre los alemanes. Los hijos heredaban del
padre, y si faltaban, lo hacían los hemanos y el tío
por línea paterna y materna. La admisión del her
mano de la madre como heredero, aunque la descen
dencia del padre fuese decisiva para la herencia, se
explica por el hecho de que el antiguo derecho ape
nas acaba de desaparecer. Las reminiscencias del
antiguo derecho eran también la causa de la es
tima en que tenían los alemanes al sexo feme
nino y que tanto asombraba a Tácito. También halló
que las mujeres atizaban al máximo su valentía. El
pensamiento de ver a sus mujeres caer en la prisión
y en la esclavitud era el más horrible que podía
tener el antiguo alemán y lo incitaba a ofrecer la
mayor resistencia. Mas también las mujeres estaban
animadas de un espíritu que imponía a los romanos.
Cuando Mario les denegó a las prisioneras de los
teutones dedicarse como sacerdotisas a Vesta (la
diosa de la castidad virginal), se suicidaron.
En tiempos de Tácito, los alemanes se habían
asentado ya; el reparto de la tierra se efectuaba
anualmente por lotes, mientras que existía la pro
piedad común de los bosques, las aguas y los prados.
Su forma de vida era todavía muy simple, su riqueza
consistía principalmente en ganado; su vestimenta
era de burdos mantos de lana o de pieles. Las muje
res y los nobles llevaban ropa interior de lino. La
elaboración de metales la practicaban tan sólo las
tribus que vivían demasiado alejadas para importar
productos industriales romanos. En los asuntos de
poca monta, la justicia la administraba el jefe; en
los importantes decidía la asamblea del pueblo. Los
jefes eran elegidos y, generalmente, de la misma fa
milia, pero la transición al derecho paterno favore
ció la herencia del puesto y condujo, finalmente, a
la fundación de una nobleza tribal de la que más
tarde surgió la monarquía. Lo mismo que en Grecia
y en Roma, la gens alemana se desmoronó también
118
a causa de la naciente propiedad privada, el desarro
llo de los oficios y del comercio y por la mezcla con
miembros de tribus y pueblos extranjeros. La gens
fue sustituida por la comunidad rural o marca, la
organización democrática de campesinos libres que
a lo largo de muchos siglos constituyó un sólido ba
luarte en las luchas contra la nobleza, la Iglesia y
los príncipes/y que ni siquiera desapareció por com
pleto después de hacerse con el poder el Estado feu
dal y convertir, en masa, a los campesinos antes
libres en siervos de la gleba y vasallos.
La marca estaba representada por los cabezas de
familia. Las mujeres casadas, hijas y nueras estaban
excluidas del consejo y de la dirección. Habían pa
sado ya los tiempos en los que las mujeres cuidaban
de la dirección de los asuntos de una tribu, circuns
tancia que extrañaba muchísimo a Tácito y sobre la
que informa con observaciones despectivas. En el
siglo v, la ley Sálica anuló la sucesión hereditaria
del sexo femenino para los bienes hereditarios de la
tribu.
Todo miembro de la comunidad tenía derecho,
desde el momento en que se casaba, a un lote del
suelo común. Los abuelos, padres e hijos vivían por
regla general bajo un mismo techo en comunidad
doméstica, y a menudo ocurría que, a fin de conse
guir otro lote, el padre casaba al hijo menor de
edad, sexualmente inmaduro, con una doncella casa
dera, siendo el padre el que cumplía los deberes
matrimoniales en vez del hijo2. Los jóvenes casados
recibían una carretada de madera de haya y la ma
dera para el blocao. Si el matrimonio tenía una hija,
recibían una carretada de madera; en cambio, si el
119
recién nacido era un hijo, recibía dos 3. El sexo fe
menino se estimaba que valía la mitad4.
El casamiento era sencillo. No había ninguna ce
remonia religiosa, bastaba con la mutua declaración
de voluntad, y tan pronto como la pareja subía al
tálamo conyugal, se consideraba consumado el ma
trimonio. La costumbre de que, para ser válido, el
matrimonio necesitaba un acto religioso, no surgió
hasta el siglo ix, y hasta el siglo xvr no se declaró
el matrimonio, por decisión del concilio de Trento,
un sacramento de la Iglesia católica.
120
gradualmente en un estado de agotamiento y empo
brecimiento a causa de las continuadas guerras de
conquista y querellas de los grandes, cuyas cargas
tenían que soportar. Ya no podían cumplir la obli
gación de atender al llamamiento de guerra. En su
lugar, los príncipes y la alta nobleza reclutaban ser
vidores, poniéndose los campesinos y su hacienda
bajo la protección de un señor laico o eclesiástico
—pues la Iglesia supo convertirse en una gran po
tencia en el curso de muy pocos siglos— , a cambio
de la cual pagaban tributos. De este modo, la hacien
da campesina, hasta ahora libre, pasó a ser una ha
cienda tributaria que, con el tiempo, se fue gravan
do con nuevas obligaciones. Una vez colocada en
esta situación de dependencia, no duró mucho y el
campesino perdió incluso su libertad personal. El
vasallaje y la servidumbre de la gleba se fueron
extendiendo cada vez más.
El señor disponía casi de un modo ilimitado de
sus siervos y vasallos. Tenía el derecho de obligar
a casarse a todo joven que alcanzase la edad de die
ciocho años y a toda muchacha que hubiese cum
plido los catorce. Podía fijarle el hombre a la mujer
y la mujer al hombre. Tenía el mismo derecho para
con los viudos y viudas. En calidad de señor de sus
súbditos creía disponer del aprovechamiento sexual
de sus siervos y vasallos femeninos, uoder que se
manifestaba en el jus primae noctis (derecho de la
primera noche o derecho de pernada). Este derecho
lo poseía también su representante administrador,
caso de que no renunciase a la aplicación del mismo
a cambio de un tributo, cuyo nombre denunciaba
ya su naturaleza: tributo de cama, de virgen, de
camisa, de delantal, etcétera.
Se discute mucho la existencia real de este dere
cho de pernada. A mucha gente le resulta incómodo
por practicarse en una época que, desde cierta pers
pectiva, se quisiera presentar como modelo de bue
121
ñas costumbres y de devoción. Ya indicamos cómo
este derecho de pernada fue originariamente una
costumbre relacionada con los tiempos del derecho
materno. Al desaparecer la vieja organización fami
liar, se conservó al principio la costumbre de entre
gar la novia en la noche de bodas a los hombres de
la comunidad. Mas con el tiempo este derecho se
restringe hasta pasar, finalmente, al jefe de la tribu
o al sacerdote. El señor feudal lo toma como ema
nación de su poder sobre la persona que pertenece
a sus tierras, y ejerce este derecho, si así lo desea,
o renuncia a él a cambio de un pago en especie o
en dinero. La realidad de este derecho de pernada
se deduce del Weistümer, I, 43, de Jakob Grimm,
donde se dice lo siguiente: «Pero hablando de la
boda, debe invitar a un administrador y también a
su mujer; el administrador debe entregarle al novio
una olla..., también llevará el administrador a la
casa de los novios una carretada de madera, el ad
ministrador y su mujer llevarán un cuarto de cerdo,
y recibidos estos dones el novio dejará que el ad
ministrador yazga con su mujer la primera noche,
o bien lo redimirá con cinco chelines y cuatro
pfenning.»
Sugenheim5 opina que el derecho de pernada,
como derecho del señor feudal, proviene de que éste
tenía que dar su permiso para el casamiento. De
este derecho surgió en Béarn el que los hijos primo
génitos de un matrimonio en el que se hubiera ejer
cido el derecho de pernada fuesen libres. Más tarde
este derecho era redimible generalmente mediante
un impuesto. Según-Sugenheim, quienes con mayor
tenacidad se aferraron a este impuesto fueron los
obispos de Amiens y, en verdad, hasta comienzos
del siglo xv. En Escocia, el derecho de pernada lo
* Geschichte der Aufhebung der Leibeigenschaft und
Hdrigkeit in Europa bis um die M itte des neunzehnten
Jahrhunderts, San Petersburgo 1861.
122
declaró redimible por un impuesto el rey Malcom III
a fines del siglo xi. Pero en Alemania se mantuvo
durante mucho más tiempo. Según el libro de al
macén del convento de Adelberg, en 1496 los siervos
asentados en Bórtlingen tenían que redimir este
derecho mediante una lonja de sal, por parte del
novio, y una libra y siete chelines o una sartén, «de
suerte que uno se pudiera sentar en ella», por parte
de la novia. En otros sitios, las novias tenían que
pagarle al señor feudal, como tributo de redención,
queso o mantequilla por el tamaño y peso de sus
posaderas. En otros lugares tenían que entregar un
bonito sillón cordobés, «que pudieran justamente
llenar» 6. Según Welsch7, miembro del tribunal su
premo de Baviera, todavía en el siglo x v i i i existía
en este país la obligación de redimir el jus primae
noctis. Engels dice también que el derecho de per
nada se mantuvo durante toda la Edad Media entre
los galeses y los escoceses, sólo que aquí, al conser
varse la organización gentil, no era el señor feudal
o su representante, sino el jefe del clan, en calidad
de representante de todos los maridos, el que ejercía
este derecho en tanto no se redimía.
Por consiguiente, no hay duda de que el derecho
de pernada no sólo existió y desempeñó un papel
en el código del derecho feudal durante la Edad Me
dia, sino también hasta bien entrada la Edad Mo
derna. En Polonia, los nobles se arrogaban el dere
cho de violar a la doncella que les viniese en gana,
y mandaban dar cien palos a quien se quejase. El
que el sacrificio de la honra virginal le parezca to
davía hoy algo natural al terrateniente o a su fun
6 Memminger, S talin y otros, Beschreibung der württem-
bergischen Ámter, cuaderno 20 (Oberam t Goppingen). Hor-
mayr, Die Bayern im Morgenlande, nota de la pág. 38. Véa
se Sugenheim, 1. c., pág. 360.
7 Über Stetigung und Ablosung der bauerlichen Grund-
lasten mit besonderer Rücksicht auf Bayern, Württemberg,
Badén, Hessen, Preussen und Osterreich, Landshut 1848.
123
cionario no sólo ocurre, más a menudo de lo que se
cree, en Alemania, sino que también se da con mu
cha frecuencia en todo el Este y Sureste de Europa,
como afirman los conocedores de estas tierras y
gentes.
En la época feudal, los casamientos se hacían en
interés del señor feudal, pues los hijos nacidos de
ellos entraban en la misma relación de vasallaje
que sus padres; de este modo se aumentaban sus
fuerzas de trabajo y se elevaban sus ingresos. Por
eso favorecían los casamientos de sus vasallos tanto
los señores feudales religiosos como los laicos. La
Iglesia cambiaba de actitud en cuanto veía alguna
posibilidad de hacerse con la tierra prohibiendo el
matrimonio. Pero, en general, esto sólo afectaba a
los libres más bajos, cuya situación, como ya hemos
indicado, se hizo cada vez más insoportable, y quie
nes cedían su propiedad a la Iglesia a fin de buscar
protección y paz tras las murallas de los conventos.
Otros, a su vez, se ponían bajo la protección de la
Iglesia a cambio de tributos y servicios. Pero a me
nudo sus descendientes corrían la suerte a que sus
antecesores quisieron escapar, y fueron cayendo gra
dualmente en el vasallaje de la Iglesia o se conver
tían en novicios de los conventos.
124
dado, creció en éstos la hostilidad hacia los recién
llegados que querían establecerse como artesanos,
viendo en ellos competidores molestos. Se levanta
ron barreras contra los recién llegados. Elevados
impuestos para establecerse, costosos exámenes de
maestro, limitación de los oficios a cierto número
de maestros y oficiales obligaron a miles de perso
nas a perder' su independencia, a llevar una vida
extramatrimonial y de vagabundeo. Cuando en el
siglo xvi, por causas que más adelante indicaremos,
se acabó la época de esplendor de las ciudades y se
inició su decadencia, las limitadas nociones de la
época hicieron que aumentasen aún más los impe
dimentos para establecerse y hacerse independien
tes. También actuaron otras causas.
La tiranía de los señores feudales aumentó de un
siglo a otro, de suerte que muchos de sus vasallos
preferían cambiar su vida miserable por la del men
digo, del vagabundo o del bandido, favorecida por
los grandes bosques y el mal estado de las vías de
comunicación. 0 , debido a las numerosas disputas
bélicas de la época, se convertían en lansquenetes
(mercenarios) que se vendían a quien mejor sueldo
les diese y más botín les prometiese. Surgió así un
numeroso lumpenproletariado masculino y femeni
no que se convirtió en una plaga. La Iglesia contri
buyó lo suyo a la corrupción general. Si en el celiba
to de los religiosos radicaba ya una de las causas
principales de los desenfrenos sexuales, éstos se vie
ron fomentados aún más por el tráfico incesante
con Italia y Roma.
Roma no era solamente la capital de la cristian
dad por ser residencia del Papa, sino también, fiel
a su pasado de la época imperial de los tiempos pa
ganos, la nueva Babel, la escuela superior europea
de la inmoralidad, y la corte papal se convirtió en
su sede más principal. Al desmoronarse, el imperio
romano había legado todos sus vicios a la Europa
125
cristiana. Estos se cultivaban en Italia y, favoreci
dos por el tráfico de los religiosos con Roma, pe
netraron en Alemania. El elevadísimo número de
personas religiosas, constituido en gran parte por
hombres, cuyas necesidades sexuales se veían suma
mente incrementadas por una vida ociosa y lujurio
sa y cuyo obligado celibato los impulsaba a satisfa
cerla de un modo ilegítimo o antinatural, fomentó
la inmoralidad en todos los círculos de la sociedad;
se convirtió en un peligro pestífero para la moral
del sexo femenino en las ciudades y aldeas. Los con
ventos de frailes y monjas, que se contaban por le
giones, sólo se distinguían a menudo de las casas
públicas por el hecho de que en ellos la vida era aún
más desenfrenada y libertina. Y numerosos críme
nes, sobre todo infanticidios, podían ocultarse más
fácilmente porque en ellos sólo podían ejercer la
justicia quienes a menudo se hallaban a la cabeza
de esta corrupción. Muchas veces los campesinos
procuraban salvar a sus hijas y mujeres de la seduc
ción de los religiosos no aceptando como pastor de
sus almas a quien no se obligase a tomar una con
cubina. Circunstancia ésta que indujo a un obispo
de Constanza a imponer a los párrocos de su dióce
sis un impuesto de concubinato. Por esta situación
se explica el hecho históricamente documentado de
que en la Edad Media, que nuestros románticos pre
sentan tan devota y moral, en el concilio de Cons
tanza, por ejemplo, celebrado en 1414, estuvieran
presentes no menos de 1.500 mujeres ambulantes.
Pero esta situación no se dio, en absoluto, al final
de la Edad Media,'sino que existía ya antes, dando
lugar, incesantemente, a quejas y ordenanzas. Así,
por ejemplo, en el año 802 Carlomagno promulgó
una ordenanza en la que se decía: «Los conventos
de monjas deben someterse a una rigurosa vigilan
cia, las monjas no deben vagabundear, sino custo
diarse con el mayor rigor, tampoco deben vivir ri
126
ñendo unas con otras ni desobedecer lo más mínimo
a las directoras o abadesas o actuar en contra de
ellas. Donde estén sometidas a una regla conventual,
la observarán fielmente. No deben darse al puterío,
ni a la embriaguez ni a la codicia, sino que han de
vivir de un modo correcto y sobrio. Tampoco debe
entrar en sus conventos ningún hombre, con la sola
excepción de fcelebrar la misa, y en tal caso deberá
abandonarlo inmediatamente después.» Y una orde
nanza del año 869 determinaba que: «Cuando los
sacerdotes tengan varias mujeres, o viertan la san
gre de cristianos o paganos, o rompan las reglas
canónicas, serán despojados del sacerdocio, pues son
peores que los laicos.» El hecho de que en aquellos
tiempos se les prohibiera a los sacerdotes tener va
rias mujeres induce a creer que todavía en el siglo ix
no eran nada raros los matrimonios con varias mu
jeres. En realidad, no había ninguna ley que los pro
hibiese.
Sí, más tarde aún, en tiempos de los Minnesanger
(trovadores alemanes), en los siglos xn y xxu, no se
veía inmoral la posesión de varias mujeres. Así, por
ejemplo, en una poesía de Albrecht von Johansdorf,
en la colección Minnesangs-Frühling8, se dice:
127
tumbres que hasta entonces se ignoraban práctica
mente en Europa Occidental.
La situación de la mujer se vio también muy per
judicada por el hecho de que, además de las trabas
que fueron dificultando gradualmente el casamiento
y el establecimiento en un lugar, su número era mu
cho mayor que el de los hombres. Las principales
causas de esta circunstancia estriban, en primer lu
gar, en las numerosas guerras, luchas y contiendas
y en los peligrosos viajes comerciales de aquella
época. Y también, debido a la inmoderación y a la
intemperancia, la mortalidad de los hombres era
más elevada, y la mayor disposición para las enfer
medades y la muerte, resultante de este modo de
vida, se hacía sentir especialmente en tiempos de
peste, que con tanta frecuencia se desencadenaba
en la Edad Media. Así, por ejemplo, en el período
que va desde 1326 a 1400 se contaron treinta y dos
años de peste; de 1400 a 1500, cuarenta y uno, y de
1500 a 1600, treinta9.
Grupos de mujeres recorrían los caminos hacien
do de prestidigitadoras, cantoras, artistas, en com
pañía de estudiantes y clérigos, e inundaban las fe
rias y mercados. En los ejércitos de los lansquenetes
formaban secciones especiales con sus propios sar
gentos mayores y, de acuerdo con el carácter gremial
de la época, estaban organizadas en gremios, adju
dicándoseles los distintos cargos según su belleza y
su edad. So penas graves, no podían entregarse a
nadie fuera de este círculo. En los campamentos
tenían que recoger, junto con los bagajeros, el heno,
la paja y la leña, rellenar fosas y zanjas, atender a
la limpieza del campamento. En los sitios tenían que
rellenar los fosos con ramas y haces de arbustos
para facilitar el asalto, ayudaban a colocar las piezas
128
de artillería y, cuando éstas se atascaban en los ca
minos, tenían que ayudar a sacarlas 10.
A fin de contrarrestar en cierto modo la miseria
de estas mujeres desamparadas, se fundaron en mu
chas ciudades, desde médiados del siglo x iii , las lla
madas instituciones de beguinas, sometidas a la ad
ministración de la ciudad* Se las recogía en ellas
para que llevasen una vida decente. Pero ni estas ins
tituciones ni los numerosos conventos de mujeres
podían acoger a todas las que imploraban ayuda.
Las dificultades para el matrimonio, los viajes de
los príncipes, de los señores laicos y eclesiásticos,
con su séquito de caballeros y siervos, los cuales
llegaban a las ciudades, los jóvenes de las mismas
ciudades, sin olvidar tampoco los hombres casados
que, dichosos de vivir y sin escrúpulos, buscaban
un cambio de placeres, crearon también la necesidad
de prostitutas en la Edad Media. Y lo mismo que
cualquier oficio de aquellos tiempos estaba organi
zado y regulado y no podía existir sin ordenación
gremial, también ocurría así con la prostitución. En
todas las ciudades mayores había casas de mujeres
que eran regalía de la ciudad, del príncipe o de la
Iglesia y cuyos beneficios iban a parar a las cajas
correspondientes. Las mujeres de estas casas tenían
una directora autoelegida encargada de la disciplina
y del orden, la cual tenía que vigilar celosamente de
que las competidoras no pertenecientes al gremio,
las «Bonhasen», no perjudicasen el negocio legítimo.
En caso de ser sorprendidas eran castigadas oficial
mente. Así, por ejemplo, las inquilinas de' una casa
de mujeres de Nuremberg se quejaban ante las auto
ridades municipales de sus competidoras no perte
necientes al gremio en el sentido de que «también
otros posaderos mantienen mujeres que salen por
la noche a las calles y acogen a hombres casados
y otros y practican eso (su oficio) en gran escala
10 Dr. K arl Bücher, 1. c., pág. 35.
129
y de un modo mucho más burdo que ellas en la casa
común (gremial), que eso es digno de lástima, que
eso se haga en esta loable ciudad» Las casas pú
blicas gozaban de protección especial; las pertur
baciones del orden en sus cercanías se castigaban
doblemente. Las que pertenecían al gremio tenían
derecho a salir también en las procesiones y feste
jos, en los que siempre intervenían los gremios. Con
frecuencia eran invitadas también a las mesas de
los príncipes y de los consejos. Las casas de mujeres
se consideraban útiles para «la mejor preservación
del matrimonio y de la honra de las doncellas». Es
el mismo argumento con el que se justificaban los
burdeles del Estado en Atenas y con el que se justi
fica aún hoy la prostitución. Sin embargo, tampoco
faltaban las persecuciones contra las prostitutas,
emanadas de los mismos hombres que mantenían
la prostitución con sus exigencias y su dinero. Así,
por ejemplo, el emperador Carlomagno ordenó que
se arrastrase desnuda por el mercado y se azotase
a una prostituta; él mismo, rey y emperador «de to
dos los cristianos», no tenía menos de seis mujeres
a la vez; tampoco sus hijas, que evidentemente si
guieron el ejemplo del padre, eran ningún dechado
de virtudes. Le hicieron pasar más de un mal rato
con su forma de vida y le dieron varios hijos ilegí
timos. Alcuino, amigo y consejero de Carlomagno,
prevenía a sus discípulos contra las «palomas coro
nadas que durante la noche volaban por el Palti-
nado», refiriéndose a las hijas del emperador.
La misma comunidad que organizaba oficialmente
el sistema de burdeles, los tomaba bajo su protec
ción y concedía a las sacerdotisas de Venus toda
clase de privilegios, imponía los castigos más duros
y crueles a la pobre que se veía abandonada. La in
fanticida, que, llevada de la desesperación, había
11 J o h S c h e r r , Geschichte der deutschen Frauenwelt,
4.a edic., Leipzig 1879.
130
matado al fruto de su vientre, era sometida a las
penas de muerte más crueles, mientras nadie hacía
caso del desalmado seductor. Tal vez formase parte
del mismo tribunal que la condenaba a muerte12.
También se castigaba con la mayor dureza el adul
terio de la mujer, pues al menos estaba segura de
que sería expuesta a la vergüenza pública, mientras
que el adulterio del hombre se cubría con el manto
del amor cristiano.
En Würzburg, el dueño de la casa de mujeres juró
al magistrado «ser fiel y amable para con la ciudad
y reclutar mujeres». Lo mismo en Nuremberg, Ulm,
Leipzig, Colonia, Francfort, etcétera. En Ulm, donde
se suprimieron las casas públicas en 1537, los gre
mios volvieron a solicitar su introducción en 1551,
«a fin.de evitar peores males». Se ponía a disposi
ción de los forasteros importantes prostitutas con
cargo a la ciudad. Cuando el rey Ladislao llegó a
Viena en 1452, las autoridades municipales lo reci
bieron con una delegación de prostitutas públicas,
quienes, vestidas con una ligera gasa, mostraban sus
más hermosas formas corporales. Y el emperador
Carlos V * también fue recibido, al entrar en Am-
beres, por una delegación de doncellas, escena que
Hans Makart ensalzó en un gran cuadro que se en-
cuenta en el museo de Hamburgo. Estos aconte
cimientos apenas suscitaban ningún escándalo en
aquellos tiempos.
131
particularmente moral y animada üe verdadera ve
neración de la mujer. El realce se lo tiene que dar
especialmente la época de los trovadores, del si
glo x i i al xiv. El servicio de amor de la caballería,
que se conoció por primera vez entre los moriscos
de España, debe dar fe de la alta estima que gozaba
la mujer en aquellos tiempos. Pero hay que recordar
algunas cosas. En primer lugar, la caballería sólo
constituye un porcentaje muy escaso de la pobla
ción y, en consecuencia, ocurría lo mismo con las
mujeres de los caballeros entre la población feme
nina; en segundo lugar, tan sólo una parte muy pe
queña de la caballería practicó ese glorificado servi
cio de amor; en tercer lugar, la verdadera índole
de este servicio de amor se ha ignorado o desfigu
rado sensiblemente. La época en que floreció este
servicio de amor fue la del peor derecho del más
fuerte en Alemania, época en la que se soltaron to
dos los vínculos del orden y la caballería se entregó
de un modo desenfrenado a saltear los caminos, al
robo y al pillaje. En estos tiempos de las violencias
más brutales no es precisamente cuando predomi
nan los sentimientos tiernos y poéticos. Al contrario.
Esta época contribuyó sensiblemente a destruir el
poco aprecio que aún se le tenía al sexo femenino.
La caballería, y en verdad tanto en el campo como
en las ciudades, se componía en gran parte de tipos
rudos, salvajes, cuya pasión favorita, además de pe
lear y beber desmesuradamente, era la satisfacción
más desenfrenada de los apetitos sexuales. Los cro
nistas de la época no saben narrar bastantes viola
ciones-y actos brutales cometidos por la nobleza
tanto en el campo como en las ciudades, en la$ que
tenía en sus manos el regimiento de la ciudad hasta
el siglo xm y, en parte, también el xiv y xv. Y los
maltratados rara vez tenían la oportunidad de ha
cerse justicia, pües la nobleza rural poseía en la ciu
dad el banco de escabinos y en el campo era el señor
132
feudal el que hacía y deshacía. Por tanto, es una
burda exageración decir que nobles y señores con
tales hábitos y costumbres tenían en una estima es
pecial a la mujer y que la tenían en palmitas como
una especie de ser superior.
Una minoría muy pequeña parecía entusiasmarse
con la belleza, femenina, pero este entusiasmo no era
en absoluto platónico, sino que perseguía fines muy
reales. Hasta ese Arlequín entre los entusiastas de
«las mujeres amorosas», ese Ulrich von Lichtenstein
de ridicula memoria, sólo era platónico mientras
tenía que serlo. En el fondo, ese servicio de amor
era la adoración de la amada a costa de: la mujer
legítima, un hetarismo transferido al cristianismo de
la Edad Media, tal como existía en tiempos de Pe-
ricles. La mutua seducción de las mujeres era tam
bién en tiempos de la caballería un servicio de amor
muy practicado, tal como se repite hoy día, de un
modo parecido, en ciertos círculos de nuestra
burguesía.
Indudablemente, en aquella época, al tener en
cuenta abiertamente los placeres sensuales, se reco
nocía que el instinto implantado en toda persona
sana y adulta tiene derecho a ser satisfecho. En este
sentido, puede hablarse de una victoria de la natu
raleza sana sobre el ascetismo del cristianismo. Por
otro lado, hay que destacar una y otra vez que este
reconocimiento sólo se tenía en cuenta para un sexo,
que el otro se trataba como si no pudiera ni debiera
tener los mismos instintos. La más mínima trans
gresión por su parte de las leyes morales prescritas
por los hombres se castigaba de la forma más dura.
Y a consecuencia de la prolongada represión y de la
educación particular, el sexo femenino se ha acos
tumbrado tanto a las ideas de su dominador que
encuentra este estado, hasta hoy día, como algo
natural.
¿No hubo también millones de esclavos que veían
133
la esclavitud como algo natural, no resurgían para
ellos los liberadores de la clase de los esclavistas?
Cuando la legislación de Stein debía liberarlos de]
vasallaje, ¿no solicitaban los campesinos prusianos
que se les dejase en él, pues «quién se iba a cuidar
de ellos cuando enfermasen o envejecieran»? ¿Y no
ocurre algo parecido ahora con el movimiento obre
ro? ¡Cuntos obreros se dejan influenciar y embaucar
todavía por sus explotadores!
El oprimido necesita quién le estimule y enardez
ca, puesto que le falta la iniciativa para la indepen
dencia, Así ha sido en el movimiento proletario mo
derno y así es en la lucha por la emancipación de
la mujer. Los portavoces nobles y eclesiásticos abrie
ron el camino incluso a la burguesía, que gozaba
de una situación relativamente favorable en su lucha
liberadora.
Por muchos defectos que tuviese la Edad Media,
tenía una sensualidad sana, que respondía a una na
turaleza popular, robusta y alegre que el cristianis
mo fue incapaz de reprimir. La hipócrita mojiga
tería y la escondida lascivia de nuestros tiempos,
que se avergüenza y se inhibe de llamar a las cosas
por su nombre y hablar de un modo natural sobre
las cosas naturales, le era extraña. Tampoco conocía
esa ambigüedad picante en la que se envuelven lás
cosas que, por falta de naturalidad o por gazmoñe
ría convertida en costumbre, no se quieren llamar
por su nombre, haciéndolas así tanto más peligro
sas, puesto que tal lenguaje excita, pero no satisface,
tan sólo permite sospechar, pero no expresa clara
mente. Nuestra conversación social, nuestras nove
las y nuestro teatro están llenos de estas ambigüe
dades picantes, y su efecto es bien manifiesto. Este
esplritualismo del roué *, que se oculta tras el espl
ritualismo religioso, tiene un gran poder.
* Taimado.
134
V. La Reform a
1. Lutero
135
raleza sea naturaleza, a que el fuego no arda, el agua
no moje, el hombre no coma, ni beba ni duerma?»
Y en su sermón sobre la vida matrimonial dice así:
«Igual que no puedo impedir ser hombre, tampoco
puedes tú impedir estar sin hombre, pues no se tra
ta de una libre voluntad o consejo, sino de una cosa
natural y necesaria el que todo lo que sea hombre
debe tener una mujer, y lo que sea mujer debe tener
un hombre.» Pero Lutero no sólo se declara parti
dario de esta manera enérgica de la vida conyugal
y de la necesidad del comercio sexual, también se
dirige contra el hecho de que la Iglesia y el matri
monio tengan nada de común entre sí. En este as
pecto se hallaba por completo en el terreno de los
viejos tiempos, cuando el matrimonio se conside
raba un libre acto de voluntad de los participantes,
terreno que nada importaba a la Iglesia. Y dice:
«Sabed, pues, que el matrimonio es una cosa exter
na, como otra ocupación mundanal. Lo mismo que
puedo comer, beber, dormir, marchar, cabalgar,
hablar, comprar y comerciar con un pagano, judío,
turco o hereje, también puedo casarme y quedarme
con él. Y no le hagas caso a las leyes locas que lo
prohíben... Un pagano es tan hombre y_mujer, tan
bien creado por Dios, como San Pedro y San Pablo
y San Lucas, sin hablar ya de un falso cristiano.»
Además, como otros reformadores, Lutero se oponía
a toda restricción del matrimonio y quería volver
a permitir el matrimonio de los divorciados, contra
el que se oponía la Iglesia. Dice así: «Sobre cómo
han de llevarse los asuntos conyugales o el divorcio,
ya os he dicho que se debe dejar en manos de los
juristas o de laicos, puesto que el estado de casado
es algo externó y laico.» De acuerdo con estas ideas,
la boda eclesiástica no llegó a ser un presupuesto
del matrimonio válido para los protestantes hasta
finales del siglo xvn. Hasta entonces regía el deno
minado matrimonio de conciencia, es decir, la sim-
136
pie. obligación mutua de considerarse marido y mu
jer y querer vivir juntos en matrimonio. Tal matri
monio lo consideraba legal el derecho alemán. Lu-
tero fue incluso tan lejos que reconocía a la parte
insatisfecha en el matrimonio —aun cuando esta
fuese la mujer— el derecho a procurarse satisfac
ción fuera del matrimonio, «a fin de que se satisfaga
la naturaleza' a la que uno no se puede resistir» *.
Lutero establece aquí principios que provocarán la
viva indignación de una gran parte de los «hombres
y mujeres honrados» de nuestro tiempo, los cuales
se remiten gustosamente a Lutero en su celo religio
so. En su tratado «De la vida cónyugal», II, 146,
Jena, 1522, dice: «Si una mujer apta recibiese en
matrimonio a un hombre inepto y no pudiese tomar
a otro públicamente, y si no quisiera actuar de bue
na gana en contra de su honra, debiera hablarle así
a su marido: Mira, querido, no puedes ser culpable
de mí, engañándome a mí y a mi joven cuerpo, po
niendo en peligro la honra y la felicidad, y como
para Dios no existe ninguna honra entre nosotros
dos, déjame que entre en matrimonio secreto con
tu hermano o el amigo más próximo y tú lleves el
nombre para que tu hacienda no vaya a parar a un
heredero ajeno, y deja que yo te engañe voluntaria
mente, igual que tú me has engañado involuntaria
mente.-» El marido —prosigue Lutero— tiene que
permitirlo. «Si no quiere, ella tiene el derecho a
abandonarlo y marcharse a otro país y casarse con
otro. Y, a su vez, cuando una mujer no pueda ejer
cer sus deberes matrimoniales, el marido tiene el
derecho de cohabitar a otra, sólo que debe decírselo
antes»2. Como puede verse, las ideas que expone el
gran reformador son muy radicales y hasta escan
137
i
dalosas en nuestros tiempos tan ricos en hipocresía
y gazmoñería.
Lutero decía únicamente lo que pensaba la gente
de entonces. Así, por ejemplo, Jakob Grimm cuenta
que:
«D aer ein Man were, der sinen echten wive ver
frowelik recht niet gedoin konde, der salí si sachtelik
op sinen ruggen setten und draegen sie over negen
erstnine und setten si sachtelik neder sonder stoeten,
slaen und werpen und sonder enig quaed w oerd of
oevel sehen, und roipen dae sine naebur aen, dat sie
inne sines wives lives noet helpen weren, und o f sine
naebur dat niet doen wolden of kunden, so salí he si
senden up die neiste kermisse daerbi gelegen und dat
sie sik süverlik toe make und verzere und hangen or
einen buidel w ail mit golde bestickt up die side, dat
sie selft w at gewerven kunde; kumpt sie danrioch
w ider ungeholpen, so help or dar der duifel.»
138
tunistas, por complacer a los príncipes en cuestión,
cuya poderosa protección o favor permanente inten
taban adquirir o conservar. El landgrave de Hesse,
Felipe I, amigo de la Reforma, tenía, además de su
mujer legítima, una amante que sólo estaba dis
puesta a complacerlo a condición de que se casara
con ella. El caso era espinoso. Divorciarse de la es
posa sin razones convincentes daría lugar a un gran
escándalo, y estar casado con dos esposas a la vez
era un acontecimiento inaudito en un príncipe de
los tiempos modernos, suceso que provocaría no
menos escándalo. No obstante, llevado de su ena
moramiento, Felipe se decidió por el segundo paso.
Lo único que había que establecer era que este paso
no estaba en contradicción con la Biblia y que lo
aprobasen los reformadores, en particular Lutero y
Melanchthon. Primero se iniciaron las negociaciones
del Landgrave con Butzer, quien aceptó el plan y
prometió ganar para el mismo a Lutero y Melanch
thon. Butzer motivó su parecer diciendo que: tener
varias mujeres a un tiempo no va contra el Evan
gelio. San Pablo, que informa mucho acerca de quie
nes no heredarán el reino de Dios, no dice nada, en
cambio, de los que tienen dos mujeres. San Pablo
dice, más bien, «que un obispo debe tener una sola
mujer, igual que los siervos. Si hubiera sido nece
sario que cada uno tuviera una mujer, él lo habría
ordenado de este modo y habría prohibido tener
más mujeres». Lutero y Melanchthon se apoyaron
en estas razones y autorizaron el matrimonio doble,
después que la esposa del landgrave permitió el ca
samiento con la segunda mujer bajo la condición
de que «él cumpliera con sus deberes matrimoniales
para con ella más de lo que venía haciendo hasta
ahora»3. A Lutero le había dado ya dolores de ca
beza la cuestión de justificar la bigamia cuando se
3 J o h J an ssen , Geschichte des deutschen Volkes 1525
bis 1555, Friburgo de Brisgovia.
139
trató de permitir el matrimonio doble de Enri
que V III de Inglaterra. Así se deduce de una carta
escrita al canciller sajón Brink en enero de 1524,
en la que dice: «Es obvio que, fundamentalmente, no
puede él, Lutero, reprobar la bigamia, pues no se
opone a las Sagradas Escrituras4, pero considera
enojoso que ocurra entre los cristianos, quienes
también tenían que prescindir de cosas permitidas.»
Y tras la boda del landgrave, que se celebró real
mente en marzo de 1540, escribió (10 de abril) en
un mensaje de reconocimiento: «Que Vuestra Mer
ced siga el consejo que le hemos dado, que quisié
ramos que guardase en secreto. Pues, de otro modo,
quizá hasta los toscos campesinos (siguiendo el
ejemplo del landgrave) lo apliquen en causas gran
des y mayores, con las que tendríamos mucho que
hacer.»
A Melanchthon le costó menos trabajo aprobar la
bigamia del landgrave, pues ya le había escrito antes
a Enrique V III que «todo príncipe tiene derecho a
introducir la poligamia en su territorio». Mas la bir
gamia del landgrave levantó tal escándalo en su país,
que en 1541 difundió un escrito en el que defendía
la poligamia como algo que no era contrario a las
Escriturass. Ya no se vivía en el siglo ix o en el x i i
cuando se podía tolerar la poligamia sin escandali
zar. Además, la bigamia del landgrave de Hesse no
era la única que causó gran escándalo en amplios
círculos. Estas bigamias de los príncipes se repitie
ron tanto en el siglo x v i i como en el xvm, como ya
veremos.
Cuando- Lutero explicaba la satisfacción del ins-
140
tinto sexual como un mandato de la naturaleza, no
hacía sino expresar lo que pensaban sus contem
poráneos y, en particular, reclamaban para sí los
hombres. Gracias a la Reforma, que suprimió el ce
libato de los religiosos y los conventos en los países
protestantes, creó la posibilidad a cientos de miles
de personas de satisfacer su instinto natural en for
ma legítima. Naturalmente, otros cientos de miles
quedaban también excluidos de hacerlo, debido al
régimen de propiedad existente y a las leyes creadas
por él.
La Reforma fue la protesta de la gran burguesía
naciente contra los vínculos feudales de la Iglesia,
del Estado y de la sociedad. Esta gran burguesía
naciente aspiraba a liberarse de los vínculos estre
chos de los derechos de gremios, cortes y destierro,
aspiraba a la centralización del Estado, a la simpli
ficación de la suntuosidad de la Iglesia, a la elimi
nación de las numerosas sedes de hombres ociosos,
de los conventos y a su empleo en oficios útiles.
En el ámbito religioso, Lutero era el representan
te de estas aspiraciones burguesas. Si era partidario
de la libertad de matrimonio, sólo podía tratarse
del matrimonio burgués, que no se ha realizado sino
hasta nuestros días, .gracias a la ley de matrimonio
civil y a la inherente legislación burguesa, libertad
de residencia, de industria y de asentamiento. Ahora
estudiaremos hasta qué punto cambió la posición
de la mujer. Mientras tanto, las cosas no habían
prosperado mucho en tiempos de la Reforma. Si la
Reforma creó para muchos la posibilidad de casar
se, por otro lado se aplazó con la fuerte persecución
del libre comercio sexual. Si el clero católico había
manifestado cierta relajación y tolerancia para con
los desenfrenos sexuales, el clero protestante, una
vez que sus necesidades estaban cubiertas, lanzó
ahora las mayores invectivas contra ellos. Se declaró
la guerra a las casas públicas, se cerraron por ser
141
«cuevas de Satanás», se persiguió a las prostitutas
como «hijas del diablo» y toda mujer que cometía
un «traspié» se exponía, igual que antes, a la ver
güenza pública como prototipo de toda maldad.
El alegre pequeño burgués de la Edad Media, que
vivía y dejaba vivir, se convirtió en el burgués mez
quino, beato, austero y sombrío, que ahorraba para
que sus descendientes posteriores de la gran bur
guesía pudieran disfrutar más de la vida y despil
farrar más. El honrado burgués, con su tiesa cor
bata, su estrecho punto de vista, su moral rígida e
hipócrita, se convirtió en el prototipo de la sociedad.
La mujer legítima, con la que la sensualidad de la
Edad Media, tolerada por la Iglesia católica, no se
encontraba muy a gusto, estaba muy conforme con
el espíritu puritano del protestantismo. Pero tam
bién tuvieron una influencia nociva para la mujer
otras circunstancias que influyeron desfavorable
mente en la situación general de Alemania.
2. Consecuencias de la Reforma.
La Guerra de los Treinta Años
142
mente bajo el dominio de los príncipes. Por último,
la burguesía, amenazada por la recesión económica,
procuraba establecer barreras cada vez más altas
a fin de protegerse contra la competencia desagra
dable, y los príncipes atendían gustosos a estas de
mandas. Aumentó el anquilosamiento de la situa
ción y, con ello, también el empobrecimiento.
Las consecuencias ulteriores de la Reforma fue
ron las luchas religiosas y las persecuciones —utili
zadas por los príncipes como pretexto para sus fines
políticos y económicos— que se desencadenaron por
Alemania, salvo algunas interrupciones, durante más
de un siglo y que terminaron con su completo ago
tamiento al final de la Guerra de los Treinta Años.
Alemania era un inmenso campo de cadáveres y de
ruinas. Países y provincias enteros quedaron devas
tados, cientos de ciudades, miles de aldeas quedaron
total o parcialmente reducidas a cenizas, y muchas
de ellas desaparecieron para siempre de la faz de
la tierra. En muchos lugares la población se redujo
a una tercera, cuarta, quinta e incluso octava y dé
cima parte. Así ocurrió, por ejemplo, con ciudades
como Nuremberg o con toda Franconia. Ante esta
necesidad extrema, y a fin de repoblar lo más rápida
mente posible las despobladas ciudades y aldeas, se
tomaron las medidas drásticas de permitir excepción
nalmente dos mujeres a un hombre. Las guerras ha
bían aniquilado a los hombres, pero había mujeres
en exceso. Así, pues, el 14 de febrero de 1650, el dis
trito franco de Nuremberg tomó la decisión de «que
los hombres menores de sesenta años no podían
entrar en los conventos»; las mismas autoridades
ordenaron además que «se casaran en matrimonio
los sacerdotes párrocos y canónigos». «Además, de
bía permitírsele a cada hombre casarse con dos mu
jeres y recordarles a todos y cada uno de los hom
bres con frecuencia, incluso desde el pulpito, que se
comportasen de acuerdo con esto y procurar actuár
143
con la debida discreción y cuidado para que, como
hombre casado, a quien se le han confiado dos mu
jeres, no sólo cuide necesariamente de ambas es
posas, sino que también evite desavenencias entre
ellas.»
Por tanto, se utilizó incluso el púlpito para pro
pagar la bigamia y dar normas administrativas a los
maridos. También se paralizaron el comercio, el
tráfico y la industria en este largo período, sí, a me
nudo, se destruyeron por completo y sólo pudieron
recuperarse poco a poco. Una gran parte de la po
blación se embruteció y desmoralizó y se desacos
tumbró a todo tipo de actividad ordenada. Si duran
te las guerras fueron los ejércitos mercenarios los
que robaban, saqueaban, violaban y asesinaban, los
que recorrían Alemania de un extremo a otro, impo
niendo tributos de guerra y sojuzgando simultánea
mente a amigos y enemigos, después de las guerras
fueron los innumerables grupos de bandidos, men
digos y vagabundos los que aterrorizaban a la pobla
ción e impedían el comercio y el tráfico o lo des
truían. Se inauguró, sobre todo para el sexo feme
nino, un largo período de sufrimientos. En esta
época de desenfreno hizo sus mayores progresos el
desprecio por la mujer, cuyos hombros soportaban,
más que nadie, la falta general de trabajo. Las mu
jeres, igual que los hombres vagabundos, poblablan
a miles los caminos y los bosques y llenaban los
asilos y las cárceles. A todos estos sufrimientos se
sumó la expulsión violenta de numerosas familias
campesinas por una nobleza hambrienta de tierra.
Si ésta había tenido que humillarse, cada vez más,
desde la Reforma al. poder de los príncipes, y había
caído en una dependencia cada vez mayor respecto
a éstos a través de los puestos cortesanos y milita
res, ahora procuraba resarcirse de los daños que le
habían causado los príncipes robando el doble y el
triple a los campesinos. En cambio, la Reforma les
144
ofrecía a los príncipes el pretexto para apoderarse
de los cuantiosos bienes de la Iglesia, apropiándose
de innumerables yugadas de tierra. El elector Augus
to de Sajonia, por ejemplo, había enajenado de su
primitiva finalidad, a finales del siglo xvi, no menos
de 300 fincas eclesiásticas6. Y lo mismo que él hi
cieron también sus hermanos y primos, los demás
príncipes protestantes, sobre todo los Hohenzoller.
La nobleza siguió el ejemplo, embolsándose las tie
rras comunales aún existentes o las haciendas cam
pesinas que habían quedado sin dueño, expulsando
de su casa y hacienda tanto a los campesinos libres
como a los siervos y enriqueciéndose con sus tierras.
Las fracasadas rebeliones campesinas del siglo xvi
les proporcionaron el pretexto deseado. Y una vez
que el intento tuvo éxito, no faltaron razones para
proseguir del mismo modo violento. Con ayuda de
toda clase de vejaciones, hostigamientos y rábulas
jurídicas, a quienes el derecho romano, ya estableci
do en términos generales, ofrecía un cómodo pre
texto, los campesinos fueron obligados a vender a
los precios más bajos o expulsados de sus propie
dades, a fin-de redondear las posesiones de la no
bleza. Aldeas enteras, haciendas campesinas de me
dias provincias fueron destruidas de esta manera.
Así, por mencionar tan sólo algunos ejemplos, de
12.543 fincas campesinas que aún poseía Mecklen-
burg en tiempos de la Guerra de los Treinta Años,
sólo quedaban 1.213 en el año 1848. En Pomerania
desaparecieron más de 12.000 fincas rústicas desde
1628. La transformación de la economía campesina,
efectuada a lo largo del siglo xvn, fue otro estímulo
para llevar a cabo la expropiación de las haciendas
campesinas y para convertir los últimos restos de
tierras comunales en propiedad de la nobleza. Se
introdujo la rotación de cultivos, que permitía cam-
6 Joh. Janssen, Geschichte des deutschen Voltees, tomo
III.
145
biar el cultivo de la tierra en períodos determinados.
La tierra de cereal se cambiaba por cierto tiempo
en pradera, cosa que favorecía la cría de ganado y
permitía reducir el número de fuerzas de trabajo.
La situación de las ciudades no era mucho mejor
que la existente en el campo. Antes también se les
había permitido, sin conflictos, que las mujeres ob
tuvieran el título de maestría y empleasen a oficia
les y aprendices, sí, incluso se las obligó a entrar
en gremios a fin de que se atuviesen a las mismas
condiciones de competencia. Así, pues, había muje
res independientes en la tejeduría de lino, de lana,
manufactura de paños, sastrería, elaboración de al
fombras; había hilanderas y batidoras de oro, ela-
boradoras de cinturones y correas, etcétera. Así, por
ejemplo, encontramos peleteras en Francfort y en
las ciudades de Silesia, panaderas en las ciudades
del Rin central, bordadoras de escudos de armas y
elaboradoras de cinturones en Colonia y Estrasbur
go, elaboradoras de correas en Bremen, tundidoras
de paños en Francfort, curtidoras en Nuremberg,
hilanderas y batidoras de oro en Colonia7. Pero a
medida que empeoró la situación de los oficios ma
nuales, aumentó especialmente la animada aversión
contra las competidoras femeninas. En Francia se
excluyó a las mujeres de la industria a finales del
siglo xiv y en Alemania a fines del xvn. Al principio
se les prohibió hacerse con la maestría —a excep
ción de las viudas—, luego se las excluyó como ayu
dantes. La supresión del suntuoso culto católico me
diante el protestantismo perjudicó también muchí
simo a una cantidad de oficios, especialmente artís
ticos, o los destruyó por completo, y precisamente
en estos oficios trabajaban muchas mujeres. Ade
más, la confiscación y secularización de las grandes
fortunas de la Iglesia causaron una disminución en
146
el cuidado de los pobres, sufriendo en primer lugar
las viudas y los huérfanos.
La decadencia económica general que, por todas
las causas indicadas, se inició en el siglo xvi y pro
siguió en el xvn, motivó, pues, una legislación cada
vez más rígida del matrimonio. A los oficiales arte
sanos y personas en servicio (criados y criadas) se
les prohibió generalmente el matrimonio, a no ser
que pudieran demostrar que no había ningún peli
gro, para la comunidad a la que pertenecían, de ser
una carga con sus familias futuras. Se castigaban
con las penas más duras, en parte bárbaras, los ca
samientos que se celebrasen sin los requisitos lega
les, según el derecho bávaro, por ejemplo, con lati
gazos y cárcel. Mas los que sufrían persecuciones
particularmente duras eran los llamados matrimo
nios salvajes, que se formaban con tanta más fre
cuencia cuanto más difícil era obtener tina licencia
para casarse. El miedo a la superpoblación domina
ba los ánimos, y para reducir el número de mendigos
y vagabundos, se promulgaba, para todo el país, un
decreto tras otro, a cada cual más duro.
147
V I. El siglo xviix
148
del agrado del príncipe. La amoralidad y la desver
güenza dominaban amplios círculos.
Donde peor estaban las cosas era en las dos capi
tales alemanas, en Viena y Berlín. En la Capua ale
mana, en Viena, reinó ciertamente, durante nnq
gran parte del siglo, la austera María Teresa, pero
era impotente frente a las prácticas de una nobleza
rica, hundida en los placeres sensuales y de los círcu
los burgueses que la imitaban. Con sus comisiones
de castidad, establecidas por ella y con cuya ayuda
se organizó una extensa red de espionaje, provocó
la irritación, de una parte, y el ridículo, de otra.
El éxito fue nulo. En la Viena frívola de la segunda,
mitad del siglo xvin corrían dichos como éstos:
«Hay que amar al prójimo como a sí mismo, es
decir, hay que amar a la mujer de otro como a la
suya propia.» O: «Cuando la mujer va a la derecha,
el hombre puede marchar a la izquierda. Si ella
toma un sirviente, él se busca una amiga.» Cuán
frivolamente se tomaban en aquella época el matri
monio y el adulterio puede verse por una carta del
poeta E. Ch. v. Kleist que éste escribió a su amigo
Gleim en 1751. En ella se dice esto: «Ya conoce las
aventuras del margrave Enrique. Ha enviado a su
esposa a sus fincas y quiere separarse de ella porque
encontró al príncipe de Holstein acostado con ella...
El margrave hubiera hecho mejor callándose en vez
de darle que hablar ahora a todo Berlín y a medio
mundo. Además, uno no debe enfadarse tanto por
una cosa tan natural, sobre todo cuando uno no
está tan firme de sus ideas como el margrave. El
hastío es enteramente inevitable en el matrimonio,
y todos los hombres y mujeres son incitados a ser
infieles mediante las ideas que tienen de otras per
sonas amables. ¿Cómo puede castigarse aquello que
uno se ve obligado a hacer?» Sobre la situación de
Berlín, el embajador inglés Lord Malmesbury escri
bió en 1772 lo siguiente: «En todas las clases reina
149
una total corrupción de costumbres en ambos sexos,
a lo que se suma una gran pobreza, introducidas ne
cesariamente, en parte, por la tributación impuesta
ahora por el rey y, en parte también, por el amor al
lujo, que ha aprendido de su abuelo. Los hombres
llevan la vida más disoluta con los medios más limi
tados, pero las mujeres son imas arpías sin vergüen
za. Se entregan a quien mejor las pague. La ternura
y el verdadero amor les son desconocidos.»
Donde peor iban las cosas era en Berlín, bajo el
reinado de Federico-Guillermo II, entre 1786 y 1797.
El mismo daba el peor ejemplo a su pueblo. Su
capellán'de corte, Zóllner, se rebajó incluso a ca
sarlo con su concubina Julia von Voss, en calidad
de segunda esposa. Y cuando poco después murió
ésta en el primer parto, Zóllner volvió a casarlo con
su segunda concubina, la condesa Sofía von Dónhoff.
El mal ejemplo que dio Federico-Guillermo II a
fines de siglo, lo habían dado ya algunos de sus
primos a principios de siglo. A finales de julio
de 1706, el duque Eberhard Ludwig de Württemberg
se casó, en calidad de segunda esposa, con su que
rida, la Grávenitz, la «corruptora del país», como
aún se la llama en Württemberg. Este matrimonio
lo selló un joven religioso, M. Pfahler, párroco de
Mühlen a. N. Y el primo carnal de Eberhard Lud
wig, el duque Leopold Eberhard, de Mómpelgard,
aún fue a más: tenía simultáneamente tres esposas,
dos de las cuales eran, además, hermanas. De sus
13 hijos casó a dos de ellos entre sí. La conducta de
estos soberanos provocaba gran indignación entre
sus súbditos, pero en eso quedaba todo. Tan sólo
con el duque de Württemberg consiguió la interven
ción imperial de 1708 revocar el matrimonio con la
Grávenitz. Pero ésta entró pronto en un matrimonio
ficticio con el degenerado conde de Würben y siguió
siendo durante veinte años la amante del duque y
la «corruptora del país» para los suabios.
150
2. El mercanti
y la nueva legislación sobre el matrimonio
152
promulgar una ley por la que todas las personas
que se casaran entre los dieciocho y los veinticinco
años quedaban exentas de. todos los tributos e im
puestos por una serie de años. Las personas caren
tes: de medios recibían incluso una dote de las cajas
públicas. Ademas se les prometía exención total-de
impuestos y tributos a los padres de al menos seis
hijos legítimos masculinos. España fomentó también
la inmigración y la colonización.
En Francia, Luis xiv se vio obligado a contrarres
tar la despoblación que había ocasionado con sus
guerras, autorizando a todos los aldeanos obligados
a pagar el impuesto de taille, y entre ellos se con
taba la inmensa mayoría de la población, a quedar
exentos de impuestos por cuatro o cinco años si se
casaban antes de los veinte o veintiuno. Además, se
concedía exención total a todos los obligados a pa
gar impuestos que tuviesen diez hijos vivos, ningu
no de los cuales fuese sacerdote, fraile o monja. Los
nobles con el mismo número de hijos, ninguno de
los cuales fuese religioso, recibían una pensión anual
de 1.000 a 2.000 libras, y los burgueses no sometidos
al impuesto de taille recibían, en las mismas condi
ciones, la mitad de esta suma. El mariscal Moritz
de Sajonia incluso le aconsejó a Luis XIV que sólo
permitiera los casamientos por una duración de
cinco años.
En Prusia se intentó fomentar la inmigración me
diante las ordenanzas de los años 1688, 1721, 1726
y 1736, así como mediante las correspondientes me
didas estatales, en particular la de los que por su
religión eran perseguidos en Francia y Austria. La
teoría de la población de Federico el Grande se re
vela drásticamente en una carta que dirigió a Vol-
taire el 26 de agosto de 1741, en la que decía: «Con
sidero a las personas como un rebaño de ciervos en
el coto de un gran señor, los cuales no tienen más
cometido que el de poblar el coto.» Pero con sus
153
guerras creó la necesidad de volver a poblar su coto.
También se favoreció la inmigración en Austria,
Württemberg y Braunschweig y, como en Prusia, se
prohibió en estos Estados la emigración. Además,
Inglaterra y Francia suprimieron en el siglo x v i i i
todas las trabas puestas al matrimonio y al asenta
miento, ejemplos que siguieron otros Estados. En
los primeros tres cuartos del siglo xvm, los econo
mistas, al igual que los gobiernos, consideraban un
gran número de población como causa de la mayor
felicidad de los Estados. Hasta finales del siglo xvm
y principios del xix no volvió a efectuarse un cam
bio, povocado por las graves crisis económicas y los
acontecimientos revolucionarios y bélicos que se
prosiguieron durante la primera mitad del siglo xix,
especialmente en el sur de Alemania y en Austria.
Ahora volvió a elevarse la edad en la que se podía
celebrar el matrimonio, y para el casamiento se exi
gían pruebas de disponer de una fortuna determi
nada o de unos ingresos seguros y una posición de
terminada en la vida. A los faltos de medios se les
hizo imposible concertar un matrimonio, concedién
doseles a los Ayuntamientos una gran influencia en
la fijación de las condiciones de aceptación y de
casamiento. En algunos sitios se prohibió incluso a
los campesinos que edificaran casas de jornaleros
o se ordenó, como en Baviera, que hasta en nuestros
días tiene una legislación local atrasada, la demoli
ción de las casas de jornaleros construidas sin el
permiso del gran elector. Tan sólo en Prusia y Sajo
nia se mantuvo una legislación relativamente liberal
sobre el matrimonio. La consecuencia de estas limi
taciones fue que como la naturaleza humana no
puede reprimirse, surgieron, a pesar de todos los
impedimentos y cortes, numerosas relaciones de
concubinato y el número de hijos ilegítimos se apro
ximó en algunos pequeños Estados alemanes al de
los legítimos. Estos fueron los efectos de un régimen
154
patriarcal que se ufanaba de su moralidad y de su
cristianismo.
155
bajo una presión de plomo y las condiciones más
miserables.
Llegó la revolución francesa, que en Francia ba
rrió el viejo orden estatal y social, enviando también
un soplo de su espíritu a Alemania, al que lo viejo
no pudo resistirse ya por mucho tiempo. El dominio
extranjero francés tuvo, especialmente para Alema
nia, el efecto de una revolución; derrumbó lo viejo,
caduco, o aceleró, como en Prusia, su caída. Y por
mucho que se intentase en el período de reacción
después de 1815 volver a dar marcha atrás a la rueda
de la historia, lo nuevo era ya demasiado poderoso y
salió finalmente victorioso.
Los privilegios gremiales, la vinculación personal,
los derechos de mercado y de destierro fueron a pa
rar gradualmente al cuarto trastero en los Estados
avanzados. Las nuevas mejoras técnicas y los inven
tos, sobre todo la invención y el perfeccionamiento
de la máquina de vapor y el consiguiente abarata
miento ulterior de las mercancías, dieron trabajo
en masa, y especialmente también a las mujeres.
La gran industria celebraba su nacimiento. Se crea
ron fábricas, ferrocarriles y barcos de vapor, crecie
ron rápidamente la minería, las fundiciones, la ma
nufactura de vidrio y de porcelana, la industria tex
til en sus diversos ramos, la construcción de máqui
nas, etcétera; las universidades y escuelas técnicas
suministraban las fuerzas intelectuales que necesi
taba este desarrollo. La clase naciente, la gran bur
guesía capitalista, apoyada por todos los que salu
daban el progreso, presionaba por eliminar la situa
ción cada vez más insostenible. Lo que la revolución
de abajo sacudió en los años movidos de 1848 y 1849,
lo eliminó la revolución de arriba en 1866. Advino
la unidad política según el corazón de la burguesía,
seguida del desmantelamiento de las barreras eco
nómicas y sociales aún existentes. Advino la libertad
de industria, la libertad de residencia, la supresión
156
de las restricciones al matrimonio, la libertad de
establecimiento, en suma, toda esa legislación que
necesitaba el capitalismo para desarrollarse. Además
del obrero, fue especialmente la mujer la que se
benefició de esta nueva evolución, que le abrió ca
minos más libres.
Ya antes del nuevo orden de cosas creado por el
año 1866 había caído un número de barreras en
distintos Estados alemanes, induciendo a algunos
reaccionarios anquilosados a profetizar el fin de la
moralidad. Así, por ejemplo, ya en 1863 se quejaba
el obispo de Maguncia, el señor Von Ketteler, de
que «el desmantelamiento de las barreras existentes
para el casamiento suponía el fin del matrimonio,
pues ahora los consortes pueden separarse cuando
quieran», una queja que contiene el reconocimiento
involuntario de que el vínculo moral del matrimonio
actual es tan débil que tan sólo la mayor coacción
mantiene unidos a los cónyuges.
Ahora bien, la circunstancia de que, en compara
ción con la situación anterior, los matrimonios mu
cho más numerosos motivasen un aumento rápido
de la población y de que el sistema industrial, enor
memente desarrollado bajo la nueva era, crease mu
chos inconvenientes sociales antes desconocidos,
volvió a provocar, como en los períodos anteriores,
el miedo a la superpoblación. Ya veremos lo que
significa este temor a la superpoblación; lo reduci
remos a su verdadero valor.
157
S e c c ió n se g u n d a
La m ujer en el presente
VII. La mujer como ser sexual
1. El instinto sexual
160
do hablamos del pueblo, solemos pensar por regla
general en los hombres. La mujer es una magnitud
que no se tiene en cuenta, siendo el hombre, en todo
caso, su dueño. Los hombres lo creen en orden y la
mayoría de las mujeres lo acepta hasta ahora como
un ineludible designio providencial. En esta concep
ción se refleja la situación del sexo femenino.
Independientemente de que la mujer sea oprimi
da como proletaria, lo es en el mundo de la propie
dad privada como ser sexual. Continuamente existen
para ella una serie de obstáculos e impedimentos
que el hombre desconoce. A ella le están prohibidas
muchas de las cosas que le están permitidas al
hombre; toda una serie de derechos y libertades so
ciales que goza éste son una falta o un crimen si
ella los ejerce. Sufre como ser social y como ser
sexual. Es difícil de decir en cuál de estas dos con
diciones sufre más, y por eso se comprende el deseo
de muchas mujeres de haber nacido hombres y no
mujeres.
Entre todos los instintos naturales que posee el
hombre, el instinto sexual es, junto con el de comer
para vivir, el más fuerte. El instinto de continuar la
especie es la expresión más potenciada de la «volun
tad de vivir». Este instinto está profundamente
arraigado en toda persona normalmente desarrolla
da, y después de alcanzada la madurez, su satisfac
ción es una condición esencial para su salud física
y espiritual. Lutero tiene razón cuando dice: «Quien
quiera resistirse al instinto natural y no deje hacer
lo que la naturaleza quiere y tiene que hacer, no
hace sino resistirse a que la naturaleza no sea natu
raleza, que el fuego no queme, el agua no moje, el
hombre no coma, ni beba ni duerna.» Había que gra
bar estas palabras en piedra sobre las puertas de
nuestras iglesias, en las que tanto se predica contra
la «carne pecaminosa». Ningún médico ni fisiólogo
puede designar con más acierto la necesidad de sa
161
tisfacer las necesidades amorosas del ser humano.
Es un mandamiento del hombre para consigo mis
mo, que tiene que cumplir si quiere desarrollarse
de un modo normal y sano, el que no abandone el
ejercicio de ningún miembro de su cuerpo ni niegue
a ningún instinto natural su satisfacción normal.
Todo miembro debe cumplir las funciones para las
que está destinado por naturaleza, so pena de per
judicar al organismo. Las leyes de la evolución física
del hombre tienen que estudiarse y cumplirse lo
mismo que las del desarrollo intelectual. La activi
dad intelectual del hombre depende de la constitu
ción fisiológica de sus órganos. La completa salud
de ambos va íntimamente unida. La perturbación
de una parte debe tener efectos perturbadores en
la otra. Las llamadas necesidades animales no ocu
pan un rango distinto a las espirituales. Tanto unas
como otras son efecto del mismo organismo, influ
yéndose unas a otras. Esto rige tanto para el hombre
como para la mujer.
De aquí se deduce que el conocimiento de las pro
piedades de los órganos sexuales es tan necesario
como el de todos los demás órganos, y el ser huma
no tiene que prestarle el mismo cuidado. Tiene que
saber que los órganos e instintos están implantados
en cada ser humano y constituyen una parte muy
esencial de su naturaleza; si en ciertos períodos de
su vida lo dominan por completo, no deben ser ob
jeto de secreteo, falsa vergüenza y total ignorancia.
De aquí se deduce, además, que el conocimiento de
la fisiología y anatomía de los distintos órganos y
de sus funciones en los hombres y en las mujeres
debe estar tan difundido como el de cualquier otra
rama del saber. Armado con un conocimiento exac
to de su naturaleza física, el ser humano verá con
ojos diferentes muchas relaciones de la vida. Se im
pondría por sí sola la eliminación de inconvenientes
que la sociedad actual rodea silenciosamente en san-
162
to pudor, pero que exigen atención en casi todas las
familias. En todas las demás cosas el saber figura
como virtud, como la meta más deseable, más her
mosa para el hombre, pero no así en las cosas que
guardan la relación más íntima con la esencia y la
salud de nuestro propio yo y con la base de todo
desarrollo social.
Kant dice: «El hombre y la mujer constituyen jun
tos el ser humano pleno y completo, un sexo comple
menta al otro.» Schopenhauer explica: «E l instinto
sexual es la manifestación más perfecta de la volun
tad de vivir, la concentración de toda volición...
La afirmación de la voluntad de vivir se concentra
en el acto de procreación, y éste es su expresión más
decisiva.» Y mucho antes que éstos dijo Buda: «El
instinto sexual es más fuerte que el gancho con que
se doman los elefantes salvajes; es más ardiente que
las llamas, es como una flecha que penetra en el
espíritu del ser humano.»
Dada esta intensidad del instinto sexual, no es de
extrañar que la abstinencia sexual en edad madura
influya, tanto en un sexo como en otro, de tal modo
sobre la vida nerviosa y todo el organismo que lleve
a graves perturbaciones y confusiones, y, en deter
minadas circunstancias, a la locura y al suicidio.
Cierto, el instinto sexual no se hace valer por igual
en todas las naturalezas: también se puede refrenar
mucho mediante la educación y el dominio de sí
mismo, particularmente evitando el estímulo como
consecuencia de la correspondiente conversación,
lectura, alcoholismo y cosas por el estilo. En gene
ral, el estímulo debe ser menor en las mujeres que
en los hombres, dándose en algunas mujeres cierta
aversión contra el acto sexual. Pero ésta es una pe
queña minoría, en la que las disposiciones fisiológi
cas y psicológicas producen este estado.
Puede decirse, pues, que en la medida en que se
traducen los instintos y manifestaciones vitales en
163
los sexos, en que manifiestan su forma y carácter
tanto en la formación orgánica como espiritual, tan
to más perfecto es el ser humano, sea hombre o mu
jer. Cada sexo ha llegado a la suma perfección de sí
mismo. «En el hombre moral —dice Klencke en su
obra Das Weib ais Gattin (La mujer como esposa)—
la coacción de la vida de la especie está sometida,
sin duda, a la dirección del principio moral dictado
por la razón, pero ni siquiera a la libertad más po
sible le sería posible hacer callar por completo el
apremiante requerimiento de la conservación de la
especie que la naturaleza puso en la expresión orgá
nica normal de ambos sexos, y cuando los indivi
duos masculinos o femeninos no cumplían de por
vida con este deber para con la naturaleza, no se
trataba de la libre decisión de la resistencia, incluso
cuando debía presentarse como tal o designarse
como libre voluntad, engañándose a sí mismo, sino
la consecuencia de cohibiciones sociales y conclusio
nes que mermaban el derecho natural y hacían mar
chitar los órganos, pero también abren al organismo
total, tanto en la manifestación como en el carácter,
el tipo de deformación, de oposición sexual, produ
ciendo direcciones y estados morbosos del ánimo
y del cuerpo mediante la irritación nerviosa. El hom
bre se afemina, la mujer se masculiniza en forma y
carácter porque la oposición sexual no se realizó en
el plan natural, porque el hombre permaneció uni
lateral y no alcanzó el complemento de sí mismo, no
llegó al punto culminante de su existencia.» Y la doc
tora Elisabeth Blackwell dice en su escrito The mo
ral education of the young in relation to sex: «El
instinto sexual existe como condición imprescindi
ble de la vida y de la fundamentación de la sociedad.
Es la fuerza más poderosa de la naturaleza huma
na... Aún no desarrollado, sin ser objeto del pensa
miento, mas no por eso deja de ser el fuego central
de la vida, este instinto inevitable es el protector
164
natural de cualquier posibilidad de destrucción.» 1
El pragmático Lutero da en seguida consejos posi
tivos. Recomienda lo siguiente: «Quien no se encuen
tre capacitado para la castidad, que la deje de lado,
que cree algo y tengo algo en que trabajar, y lo haga
en nombre de Dios y se case. El muchacho, al menos
cuando tenga veinte años; la doncella, cuando llegue
a los quince^ o dieciocho, para que estén sanos y
hábiles, y dejad que Dios se cuide de alimentarlos
a ellos con sus hijos. Dios hace a los hijos y también
se cuidará de alimentarlos. » 2 Desgraciadamente, la
observación de estos' consejos de Lutero es imposi
ble en nuestras condiciones sociales, y ni el Estado
cristiano ni la sociedad cristiana quieren saber nada
de la confianza en Dios para alimentar a los hijos.
Por tanto, la ciencia concuerda con las ideas de
los filósofos y con el sentido común de Lutero, de
lo que se deduce que el ser humano debe poder
satisfacer de forma natural los instintos, estrecha
mente vinculados a su ser más íntimo, sí, que son
su propio ser. Si las instituciones o los prejuicios
sociales se lo impiden, se verá obstaculizado en el
desarrollo de su carácter. Las consecuencias de esto
las conocen nuestros médicos, hospitales, manico
mios y prisiones, sin hablar ya de los miles de vidas
familiares destruidas. En un escrito aparecido en
Leipzig, el autor se manifiesta así: «El instinto se
xual no es ni moral ni inmoral, tan sólo es natural,
como el hambre y la sed, y la naturaleza no sabe
nada de moralidad»3, pero la sociedad está muy
lejos de reconocer este principio.
165
2. Celibato y frecuencia de suicidios
166
En el Imperio alemán, el número de suicidios en
los años 1898 a 1907 fue el siguiente:
1898 1899 1900 1902 1904 1907
167
Entre las personas viudas y divorciadas se revela
también un número de suicidios superior al prome
dio. En Sajonia, los suicidios de los hombres divor
ciados son siete veces, los dé las mujeres divorcia
das tres veces, superiores a la media de suicidios
de hombres y mujeres. El suicidio entre los hombres
y mujeres divorciados y viudos es también más fre
cuente cuando carecen de hijos. Entre las mujeres
solteras que se suicidaron entre los veintiuno y los
treinta años, hay algunas que lo hicieron a conse
cuencia de una traición de amor o de un «desliz».
La estadística pone de manifiesto que, por lo gene
ral, a un aumento en el porcentaje de nacimientos
ilegítimos corresponde un incremento en el número
de mujeres que se suicidan. Entre éstas, también es
extraordinariamente grande su número en la edad
de dieciséis a veintiún años, lo cual se deduce tam
bién del hecho de que la insatisfacción del instinto
sexual, la pena de amor, el embarazo secreto 9 el
engaño por parte de los hombres tienen mucho que
ver con ello.
Sobre la situación de la mujer como ser sexual
dice el profesor Krafft-Ebing7:
«U n a fuente que no debe tenerse en menos para
la locura de la m ujer estriba, en cambio, en la po
sición social de la misma. La mujer, que por natura
leza está más necesitada del sexo que el hombre, al
menos en sentido ideal, no conoce más satisfacción
honrosa de esta necesidad que el matrimonio (Mauds-
ley).
»Este le ofrece también el único acomodo. Su ca
rácter se ha ido formando en esta dirección a tra
vés de innumerables generaciones. La niña pequeña
juega ya a las madres con su muñeca. L a vida mo
derna, con sus exigencias cada más mayores, ofrece
cada vez menos posibilidades de satisfacción a través
168
del matrimonio. Así es sobre todo para las clases
1 altas, en donde los matrimonios se celebran más tar
de y con menos frecuencia.
«Mientras el hombre, como más fuerte, se procu
ra fácilmente satisfacción sexual gracias a su mayor
fuerza intelectual y física y a su posición social li
bre, o halla sencillamente un equivalente en su pro
fesión, que exige toda su energía, estos caminos les
están cerrados a las mujeres solteras de las clases
acomodadas. Esto conduce, primeramente, dé un
modo consciente o inconsciente, a la insatisfacción
misma y con el mundo, a tramas morbosas. Durante
cierto tiempo se busca una compensación en la re
ligión, aunque inútilmente. De la exaltación religiosa,
con o sin masturbarción, surge toda una serie de
enfermedades nerviosas' entre ellas no pocas veces
la histeria y la locura. Sólo así se comprende el he
cho de que la m ayor frecuencia de locura se de, en
las mujeres, entre los 25 y los 35 años, es decir, la
época en que desaparece la flor de la vidá y, con
ella, las esperanzas, mientras que en los hombres
la demencia es más frecuente entre los 35 y los 50
años, la época en que son mayores las exigencias en
la lucha por la existencia.
»N o es por cierto casual el hecho de que a medi
da que aumenta el celibato se pone cada vez más en
el orden del día la cuestión de la emancipación de
la mujer. Yo la considero como señal de alarm a de
una situación social de la m ujer en la sociedad mo
derna, situación que se hace cada vez m ás insopor
table a medida que avanza el celibato, como señal
de alarma de una exigencia justificada a la sociedad
de procurarle a la m ujer un equivalente p ara aquello
de lo que depende p o r naturaleza y que las condicio
nes sociales modernas le niegan en parte.»
Y el doctor H. Ploss dice en su obra Das Weib in
der Natur y Volkerkunde8La mujer en la naturaleza
* 2.* edic., tomo II, Leipzig 1905, pág. 606.
169
y en la etnología), al discutir los efectos que la defi
ciente satisfacción del instinto sexual causa en las
mujeres solteras:
«E s sumamente notable, no sólo para el médico,
sino también para el antropólogo, que haya un me
dio eficaz y siempre seguro para contener este pro
ceso de marchitamiento (en las solteronas) no sólo
en sus avances, sino también para hacer volver el
esplendor ya desaparecido, aunque no en toda su
antigua lozanía, sí en grado considerable, siendo de
lamentar únicamente que nuestras condiciones so
ciales sólo permitan o faciliten su aplicación en ca
sos rarísimos. Este medio estriba en un comercio
sexual regular y ordenado. N o es raro ver, preci-
samenté, que en una muchacha ya marchita o pró
xima a marchitarse, si todavía se le ofrece la opor
tunidad de casarse, vuelven a redondearse todas sus
formas al poco tiempo de casarse, recupera el color
rosado de sus mejillas y sus ojos vuelven a brillar
con el fresco esplendor de antes. Por consiguiente,
el matrimonio es la verdadera fuente de juventud
para él sexo femenino. La naturaleza tiene, pues, sus
leyes fijas que exigen con rigor inexorable su dere
cho, y cada vita praeter naturam, toda vida antina
tural, todo intento de adaptación a condiciones de
vida que no correspondan a la especie, no pueden
pasar sin dejar huellas notables de degeneración en
el organismo, tanto en el animal como en el hu
mano.»
170
V III. El m atrim onio moderno
171
ser humano completo. La evolución del género hu
mano se basa en la unión normal de los sexos. La
satisfacción del instinto sexual es una necesidad
para el sano desarrollo físico y espiritual del hom
bre y de la mujer. Pero el ser humano no es ningún
animal y, por consiguiente, no se conforma con la
simple satisfacción física de su impetuoso instinto,
sino que también exige atractivo espiritual y con
cordancia con el ser al que se une. Si no se dan és
tos, la unión sexual se efectúa de un modo pura
mente mecánico, y entonces es inmoral. El hombre
superior exige que el atractivo mutuo dure también
después de consumado el acto sexual y que su efecto.
ennoblecedor se extienda a los seres vivos que bro
tan de la unión mutua K El hecho de que en la socie
dad actual no se le puedan exigir estas cosas a innu
merables matrimonios indujo a Varnhagen v. Ense
a escribir lo siguiente: «Lo que tenemos ante nos
otros, tanto en este tipo de matrimonios ya cele
brados como en el de los que todavía cleben cele
brarse, no se hizo para darnos una buena idea de
tal unión; por el contrario, toda la institución, que
debiera basarse únicamente en el amor y el respeto
y en que en estos ejemplos vemos que están basados
en todo menos en eso, resulta para nosotros algo
vulgar y despreciable, y clamamos en conformidad
con el aforismo de Federico Schlegel, que leemos en
un fragmento del Ateneo: Casi todos los matrimo
nios son concubinatos, matrimonios de mano iz
quierda o más bien intentos provisionales y lejanas
aproximaciones a un matrimonio verdadero, cuya
1 «Los sentimientos con que se acercan dos esposos tie
nen indudablemente una influencia decisiva en el efecto del
acto sexual y transfieren ciertas cualidades características
al ser en gestión.» Dr. E. B lack w ell, The moral education
of the young in rélation to sex. Véase también G oeth e,
Wahlverwandtschaften, quien describe claramente el efecto
que producen los sentimientos de dos personas que man
tienen un trato íntimo.
172
esencia propiamente dicha estriba, de acuerdo con
todos los derechos espirituales y temporales, en que
varias personas sólo deben ser una.» 2 Esto concuer
da por completo con el sentido de Kant.
La alegría por la descendencia y la obligación para
con ella hacen que la relación amorosa de dos per
sonas perdure más. Una pareja que quiera estable
cer una relación conyugal debe tener bien presente
si sus cualidades mutuas son apropiadas a tal unión.
Pero la respuesta tendría que ser también imparcial.
Y esto sólo puede ocurrir manteniendo alejado todo
interés que no tenga nada que ver con el fin propia
mente dicho de la unión, la satisfacción del instinto
sexual y la propagación del ser propio en la propa
gación de la raza, y con cierto grado de comprensión
que domina la pasión ciega. Pero como estas condi
ciones no se dan en numerosísimos casos en la so
ciedad actual, resulta que el matrimonio actual está
muy lejos de cumplir sus verdaderos fines y que, por
tanto, está justificado el considerarlo como un ma
trimonio ideal.
No puede demostrarse cuántos matrimonios se
conciertan basándose en concepciones enteramente
distintas a las expuestas. Los interesados están inte
resados en presentar ante el mundo su matrimonio
distinto a como es en realidad. Existe aquí un estado
de hipocresía mayor que el de cualquier período
social anterior. Y el Estado, representante político
de esta sociedad, no tiene ningún interés en efectuar
estudios cuyo resultado ponga en tela de juicio la
sociedad. Las máximas que el propio Estado sigue
en relación con el casamiento de sus funcionarios
y servidores no resisten una escala de valores como
la que debe servir de base al matrimonio.
174
y se pone mucho más sombrío cuando el recién na
cido tiene la desgracia de ser una niña.
Por eso, puede decirse que tanto los matrimonios
como los nacimientos están dominados por las con
diciones económicas. El ejemplo más clásico lo te
nemos en Francia. Aquí la agricultura se caracteriza
por el sistema parcelario. Pero la tierra, dividida
más allá de cierto límite, no alimentaba ya a nin
guna familia. De ahí el famoso sistema de dos hijos,
que en Francia se ha convertido en institución social
e incluso mantiene casi estacionaria la población de
muchas provincias, para terror de los dirigentes del
Estado, sí, que hasta da lugar a un considerable des
censo de la misma. Lo que el desarrollo de la pro
ducción mercantil y de la economía monetaria pro
duce en el campo, lo crea en mayor medida aún la
industria en las ciudades. Aquí disminuye más rápi
damente la fecundidad matrimonial.
El número de nacimientos no sólo disminuye
constantemente en Francia, a pesar del aumento de
los casamientos, sino también en la mayoría de los
países civilizados. En esto se revela, como conse
cuencia de nuestra situación social, una evolución
que debería dar que pensar a las clases dominantes.
En 1881 nacieron en Francia 937.057 niños, pero en
1906 tan sólo 806.847, y en 1907, 773.969. Así, pues,
los nacimientos del año 1907 fueron en 163.088 in
feriores a los del año 1881. Pero lo característico es
que el número de nacimientos ilegítimos, que en
1881 ascendió a 70.079, y en el período de 1881 a 1890
alcanzó su punto máximo en 1884 con 75.754, toda
vía era de 70.866 en 1906, de suerte que la disminu
ción de los nacimientos se efectuó exclusivamente
en los legítimos. Esta disminución de los nacimien
tos es una característica que se ha hecho notar a tra
vés de todo el siglo. El número anual de nacimientos
en Francia por cada 10.000 habitantes fue:
175
NACIMIENTOS EN FRANCIA POR
CADA 10.000 HABITANTES
, w , wj
Años Naci Años Naci- Años 3 Í2 Años ■§
mientos mientos « •§ 2 ,H
1801 a 1810 333 1831 a 1840 290 1860 a 1870 261 1905 206
1811 a 1820 316 1841 a 1850 273 1881 a 1890 239 1906 206
1821 a 1830 308 1851 a 1860 262 1891 a 1900 221 1907 197
N A C IM IE N T O S E N A L E M A N IA PO R
CADA 10.000 H A B IT A N T E S
176
PORCENTAJE DE NACIMIENTOS POR CADA
1.000 HABITANTES
IN G L A T E R R A
Y G ALES 35,4 32,5 29,9 28,1 26,3
ESCO C IA 34,9 32,3 30,2 28,9 27
IR L A N D A '26,5 23,4 23 23,2 23,2
IT A L IA 36,9 37,8 34,9 32,6 31,5
S U E C IA 30,5 29,1 27,2 26,1 25,5
A U ST R IA 39 37,9 37,1 35,8 35 (1906)
H U N G R IA 44,3 44,0 40,6 37,2 36
B E L G IC A 32,3 30,2 29 27,7 25,7 (1906)
S U IZ A 30,8 28,1 28,1 28,1 26,8
HOLANDA 36,2 34,2 32,5 31,5 30,0
177
N IÑ O S LE G ITIM O S NACIDOS V IV O S POR CADA 1.000
MUJERES CASADAS DE 15 A 49 AÑOS DE EDAD
(M E D IA AN U A L)
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1876-1885 250 271 250 244 262 240 259 246 234 239
1886-1895 229 255 245 235 259 231 246 250 225 230
1896-1905 203 235 264 217 246 219 244 242 216 225
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1876-1885 268 273 276 267 288 266' 293 264 167 248
1886-1895 258 265 263 250 259 248 286 236 150 249
1896-1905 243 250 259 216 262 251 272 213 132 232
178
mujer en la lucha por la existencia, y si, a pesar de
todo, toma parte en la lucha, no pocas veces la per
sigue el sexo fuerte con odio por hacerle una com
petencia desagradable. Los enemigos más encona
dos de la competencia femenina suelen ser los hom
bres de las capas altas, siendo también los que más
la combaten. El que también los obreros pidan la
exclusión del trabajo de las mujeres es algo que
sólo se da excepcionalmente. Así, por ejemplo, cuan
do en 1876 se presentó una moción semejante en un
congreso de trabajadores franceses, la gran mayoría
se opuso a ella. Y desde entonces ha hecho enor
mes progresos precisamente entre los obreros con
conciencia de clase la noción de que la obrera es
un ser con los mismos derechos, como demuestran
en particular las resoluciones de los congresos obre
ros internacionales. El obrero con conciencia de
clase sabe que la actual evolución económica obliga
a la mujer a presentarse como competidora del hom
bre, pero también sabe que prohibir el trabajo fe
menino sería tan absurdo como prohibir el empleo
de las máquinas, y por eso lucha por explicarle a
la mujer su posición en la sociedad y educarla a que
sea una compañera en la lucha de liberación del pro
letariado contra el capitalismo.
179
sumisa de la mujer frente al hombre «león». Stein
escribe: «El hombre quiere un ser que no sólo le
ame, sino que también le comprenda. Quiere alguien
cuyo corazón no sólo lata por él, sino cuya mano
le limpie también la frente, un ser que en su mani
festación irradie la paz, la tranquilidad, el orden, el
callado dominio sobre sí mismo y las mil cosas a
las que vuelve diariamente; quiere alguien que di
funda por todas esas cosas la fragancia inefable de
la feminidad, que sea el calor reanimador de la vida
de la casa.»
En este aparente panegírico a la mujer se oculta
su humillación y el egoísmo del hombre. El señor
profesor pinta a la mujer como un ser aromático,
pero que, equipado con la necesaria aritmética prác
tica, sabe mantener en equilibrio el debe y el haber
de la economía y además, cual céfiro, cual prima
vera sonriente, flota en torno al señor de la casa,
el león altivo, le lee en los ojos cada uno de sus
deseos y le alisa con su suave mano la frente que
él, el «señor de la casa», tal vez arrugue meditando
sobre sus propias tonterías. En suma, el señor pro
fesor pinta una mujer y un matrimonio como ape
nas hay ni puede haber uno entre cien. No ve ni sabe
nada de los muchos miles de matrimonios desgra
ciados ni del gran número de mujeres que nunca
llegan a casarse, como tampoco de los millones que
desde por la mañana temprano hasta por la noche
tienen que cuidar del marido como animales de car
ga y matarse trabajando para adquirir el poquito
pan de cada día. En todas éstas, la realidad dura
y acerba se lleva el colorido poético con más facilidad
que quita la mano el polvillo cromático de las alas
de la mariposa. Una mirada a esas innumerables
sufridoras destruiría alevosamente el poético cuadro
del señor profesor y le echaría a perder su concepto.
Las mujeres que él ve, sólo constituyen una minoría
180
minúscula, y es dudoso que éstas se hallen a la altu
ra de su tiempo.
Un aforismo muy citado dice así: «El mejor bare-
mo de la cultura de un pueblo es la posición que
ocupe la mujer.» Admitamos su validez, pero ya ve
remos que nuestra cacareada cultura está aún muy
lejos de ello. JEn su obra Die Hdrigkeit der Frau (La
servidumbre de la mujer) —el título caracteriza la
noción que el autor tiene de la posición de la mu
jer—, Joh Stuart Mili dice lo siguiente: «La vida de
los hombres se ha hecho más hogareña. La creciente
civilización pone al hombre más trabas que a la
mujer.» Esto es en cierto modo correcto, en el sen
tido de que entre el hombre y la mujer existe una
relación conyugal sincera, pero es dudoso que este
aforismo tenga validez para una fuerte mayoría. El
hombre inteligente creerá ventajoso para él mismo
que la mujer salga cada vez más del estrecho círculo
de la actividad doméstica y se vaya familiarizando
con las corrientes de la época. Las «trabas» que así
se impone no aprietan. Surge, en cambio, la cuestión
de si la vida moderna no ha introducido en la vida
conyugal factores que destruyen el matrimonio en
mayor grado que antes.
El matrimonio se ha convertido, en gran medida,
en objeto de especulación. El hombre que quiere
casarse procura casarse también con la propiedad,
además de la mujer. Esta era ya hace mucho tiempo
la razón principal de que volvieran a poder heredar
las hijas, que, al principio, cuando se hizo decisiva
la descendencia paterna, habían quedado excluidas
de la herencia. Pero en ninguna época anterior fue
el matrimonio objeto de especulación y mero nego
cio de dinero como lo es hoy, y de un modo tan cíni
co, en el mercado abierto por así decirlo. Actual
mente, el trapicheo del matrimonio se practica a me
nudo con tal desvergüenza que la tan repetida frase
sobre la «santidad» del matrimonio parece una pura
181
burla. Como todas las cosas, este fenómeno tiene su
razón suficiente. En ninguna época anterior les fue
más difícil a la gran mayoría de las personas con
seguir cierto bienestar, como les cuesta hoy; pero
tampoco fue tan general en ninguna época el deseo
justificado de una existencia digna del hombre y el
de gozar la vida. Quien no alcanza la meta propues
ta, la encuentra tanto más difícil, pues todos creen
tener el mismo derecho a disfrutar. Formalmente no
hay ninguna diferencia de clases o estamentos. Cada
cual conseguirá lo que, según su situación vital, con
sidere como objetivo deseable. Pero muchos son los
llamados y pocos los elegidos. Para que uno pueda
vivir cómodamente en la sociedad burguesa, otros 20
tienen que sufrir privaciones. Y para que uño pueda
regodearse en todos los placeres, cientos o miles
de personas tienen que permanecer en la miseria.
Pero todos quieren formar parte de los privilegiados
y echan mano de cualquier medio que parezca con
ducirlos a la meta, partiendo del supuesto de que
no se comprometa demasiado. Uno de los medios
más cómodos y naturales de alcanzar una posición
social preferente es el matrimonio por dinero. El de
seo de obtener la mayor cantidad posible de dinero,
por un lado, y el anhelo de rango, títulos y digni
dades, por otro lado, halla de esta manera satisfac
ción mutua en las capas superiores de la sociedad.
Aquí el matrimonio se suele considerar como un
negocio, es un vínculo convencional que ambas par
tes respetan exteriormente, aunque en lo demás, casi
siempre, cada parte actúa de acuerdo con sus incli
naciones \
3 Para completarlo, mencionemos el matrimonio por ra
zones políticas efectuado en los círculos más elevados. En
estos matrimonios ha existido por regla general y, a decir
verdad, en m ayor grado para el hom bre que para la m u
jer, el privilegio, tácitamente aceptado, de actuar fuera del
matrimonio de acuerdo con sus gustos y necesidades. H ubo
tiempos en los que era de buen tono para un príncipe el
182
En toda ciudad mayor hay lugares y días deter
minados en los que las clases altas se reúnen prin
cipalmente con el fin de concertar matrimonios. Por
eso estas reuniones se califican acertadamente de
«bolsas de matrimonios». Pues, igual que en la Bol
sa, la especulación y el chalaneo desempeñan tam
bién el papel principal, sin excluir el engaño y la
estafa. Oficiales cargados de deudas, pero que pue
den presentar un viejo título de nobleza, truhanes
arrumados por el libertinaje que quisieran restable
cer en el puerto conyugal su salud destrozada y ne
cesitan una enfermera, fabricantes, comerciantes,
banqueros, que se hallan a un paso de la bancarrota
o de la cárcel y quieren salvarse, finalmento todos
los que pretenden conseguir o aumentar su dinero
o sus riquezas aparecen junto a funcionarios con
posibilidades de ascenso, pero con dificultades mo-
mantener al menos una querida; form aba parte, por así
decirlo, de los atributos principescos. Así, según Scherr,
Federico Guillermo I de Prusia (1713-1740), p o r lo .demás
conocido por su formalidad, tenía al menos p ara guardar
las apariencias, relaciones con una generala. E n cambio,
es sabido generalmente que, por ejemplo, Augusto el Fuerte
de Sajonia, rey de Polonia, fue padre de 300 hijos ilegíti
mos y que el rey Víctor Manuel de Italia, el re galantuomo,
dejó 32 hijos ilegítimos. N o hace mucho tiempo existía to
davía una pequeña residencia alemana, situada en un lugar
romántico, donde hay aproximadamente una docena de vi
llas encantadoras que el correspondiente «padre de la pa
tria» mandó edificar para retiro de sus queridas despedi
das. Sobre este asunto podrían escribirse gruesos libros,
igual que existe, como es sabido, una voluminosa biblio
teca sobre estos acontecimientos picantes. L a historia in
terna de la mayoría de las cortes principescas y familias
nobles de Europa es una chronique scandaleuse casi inin
terrum pida para todo especialista. Ante estos hechos es
ciertamente necesario que los sicofantes pintores de his
toria no sólo dejen fuera de dudas la legitimidad de los
distintos y sucesivos «padres y madres de la patria», sino
que también se esfuercen por presentarlos como modelos
de virtudes domésticas, como maridos fieles o madres
buenas. Aún no han desaparecido los augures y, como los
romanos, siguen viviendo de la ignorancia de las masas.
183
netarias por el momento, en calidad de clientes y
conciertan el comercio matrimonial. Y no pocas ve
ces es indiferente que la futura mujer sea joven o
vieja, bonita o fea, derecha o jorobada, culta o in
culta, devota o frívola, cristiana o judía. ¿No rezaba
el aforismo de un estadista muy famoso: «Es muy
recomendable el matrimonio entre un caballo cris
tiano y una yegua judía» ? 4 La imagen, tomada típi
camente del establo, la aprueban calurosamente,
como muestra la experiencia, en los altos círculos
de nuestra sociedad. El dinero compensa todos los
daños y todos los defectos. El código penal alemán
(artículos 180 y 181) castiga con duras penas de pri
sión o cárcel el proxenetismo, pero cuando los pa
dres, tutores o parientes prostituyen para toda la
vida a sus hijos, pupilos o parientes a un hombre
o a lina mujer no queridos, solamente por el dinero,
la ganancia, la categoría social o cualquier otra ven
taja, ningún fiscal puede intervenir, aunque nos
hallamos ante un crimen. Existen numerosas agen
cias matrimoniales bien organizadas y proxenetas
y alcahuetas de toda especie que actúan por el botín
que les corresponda y buscan candidatos y candi-
datas para el «sagrado estado del matrimonio». Es
tos negocios son muy rentables cuando «trabajan»
para los miembros de las clases altas. En 1787 se
celebró en Viena un proceso criminal contra una
alcahueta por envenamiento, el cual terminó con su
condena a quince años de prisión. En el juicio se
estableció que el antiguo embajador francés en Vie
na, el conde de Banneville, le había pagado a esta
mujer 22.000 florines por la adquisición de su es
posa. También se vieron sumamente comprometidos
en este proceso otros miembros de la alta aristo
cracia. Ciertos órganos estatales permitieron duran
te años que esta mujer llevase a cabo sus activida
des oscuras y criminales. El por qué debiera estar
4 Véase Fürst Bismarck tind siene Leute, de Busch.
184
claro después de lo dicho. En la capital del imperio
alemán se cuentan historias parecidas, son un acon
tecimiento diario siempre que se encuentran los que
buscan matrimonio. Objeto especial de los corredo
res matrimoniales, que en los últimos decenios tra
bajan para la empobrecida nobleza europea, son las
hijas y herederas de la rica burguesía norteameri
cana, que, por su parte, necesita el rango y las dig
nidades que no existen en su país americano. Sobre
estas actividades han informado toda una serie de
publicaciones aparecidas en el otoño de 1889 en una
parte de la prensa alemana. Según ellas, un caballe
ro industrial noble se había recomendado a sí mis
mo en California como agente matrimonial en los
periódicos austríacos y alemanes. Las ofertas que
recibió ponían de manifiesto la concepción que los
respectivos círculos tenían acerca de la «santidad»
del matrimonio y su aspecto «ético». Dos oficiales
prusianos, pertenecientes a la más rancia nobleza
prusiana, estaban dispuestos a aceptar las ofertas
matrimoniales porque, como declaraban abierta
mente, tenían juntos deudas superiores a los 60.000
marcos. En su carta al proxeneta decían textual
mente:
«E s obvio que no podemos pagar ningún dinero por
adelantado. Obtendrá su remuneración después del
viaje de bodas. Recomiéndenos únicamente damas de
familias decentes. Igualmente sería muy deseable que
nos presente a damas cuyo físico sea lo más agrada
ble posible. Si así lo requiere, entregaremos nuestras
fotografías para fines discretos a su agente, quien nos
explicará los detalles y nos enseñará fotografías, etc.
Consideramos todo el asunto en la m ayor confianza
como cosa de honra ( ! ) y, naturalmente, exigimos lo
mismo de usted. Esperamos su pronta respuesta a tra
vés de su agente local, caso de que tenga uno aquí.
Berlín, Friedrichstrasse 107, Artur de W ...»
15 diciembre 1889 B arón de M...
185
Un joven noble alemán, Hans von H., escribía
desde Londres que medía cinco pies y diez pulgadas,
era de una vieja familia noble y trabajaba en el
Servicio Diplomático. Confesaba que su fortuna casi
había desaparecido en apuestas desafortunadas de
carreras de caballos y, por tanto, se veía obligado
a buscar una novia rica a fin de poder cubrir el
déficit. También estaría dispuesto a emprender in
mediatamente un viaje a los Estados Unidos.
El mencionado caballero industrial afirmaba que,
además de muchos condes, barones, etcétera, se ha
bían presentado como candidatos matrimoniales
tres príncipes y dieciséis duques. Mas no sólo a los
nobles, sino también a los burgueses les apetecían
americanas ricas. Así, por ejemplo, el arquitecto
Max W., de Leipzig, pedía una novia que no sólo
tuviera dinero, sino también belleza y educación.
Desde Kehl del Rin escribía un joven fabricante,
Robert D., que se contentaría con una novia que
tuviese solamente 400.000 marcos y prometía, por
anticipado, hacerla feliz. Mas a qué mirar tan lejos
cuando la felicidad se tiene tan cerca. Echese tan
sólo un vistazo a los numerosos anuncios matrimo
niales de los grandes periódicos burgueses y se ve
rán a menudo solicitudes matrimoniales que sólo
pueden brotar de unas convicciones totalmente envi
lecidas. Las prostitutas callejeras que ejercen su ofi
cio por acuciante necesidad, son a veces un dechado
de decencia y virtud comparadas con estos busca
dores de matrimonio. Un expedidor socialdemócrata
que permitió uno de estos anuncios en su periódico
fue expulsado del partido. Mas la prensa burguesa
no se avergüenza de estos anuncios, aportan dinero,
y piensa como el emperador Vespasiano: non olet
(no huele). Pero ello no impide a esta prensa afanar
se contra las tendencias destructoras del matrimo
nio en la socialdemocracia. Nunca ha habido una
época tan hipócrita como la nuestra.
186
Las páginas de anuncios de la mayoría de nues
tros periódicos son hoy día agencias matrimoniales.
Siempre que un hombrecito o mujercita no encuen
tra nada apropiado para casarse, confía su necesi
dad amorosa a periódicos conservadores piadosos
o moralmente liberales, que por dinero y sin buenas
palabras cuidan de que se reúnan las almas que
piensan igual*. Podían llenarse páginas enteras con
el producto de un solo día de los mayores perió
dicos. De vez en cuando se da también el hecho inte
resante de que por medio del anuncio se procura
conquistar también como maridos a religiosos y,
viceversa, los religiosos buscan una esposa. A veces,
los pretendientes, con la condición de que la mujer
deseada sea rica, se declaran también dispuestos a
pasar por alto un desliz. En suma, la degeneración
moral de ciertos círculos de nuestra sociedad puede
verse perfectamente en esta especie de solicitación
matrimonial.
187
IX . Destrucción de la fam ilia
188
ra se exigen pruebas palpables, pruebas que deshon
ran o menoscaban a una parte ante la opinión pú
blica, pues de otro modo no se pronuncia la sepa
ración. El hecho de que la Iglesia católica no per
mita en absoluto el divorcio, salvo dispensa especial
del Papa, que es muy difícil de conseguir y en un
caso extremo sólo se entiende como separación de
mesa y cama; empeora la situación bajo la que su
fren todas las poblaciones católicas. También la le
gislación burguesa alemana ha dificultado mucho el
divorcio. Así, por ejemplo, ha desaparecido el divor
cio por consentimiento mutuo, que el derecho pru
siano permitía, disposición ésta sobre cuya base se
pronunciaban un número considerable de divorcios
y, a menudo, también otros en los que había causas
mucho más graves, pero que se callaban en conside-.
ración al año que se le podía hacer a la parte cul
pable. Así, por ejemplo, de los 5.623 divorcios que
se llevaron a cabo en Berlín entre 1886 y 1892, 1.400
de ellos, un 25 por 100 aproximadamente, se efectua
ron por mutuo consentimiento. En numerosos casos
el divorcio sólo puede iniciarse cuando la solicitud
se ha presentado dentro de los seis meses a partir
del momento en que el consorte denunciante ha te
nido conocimiento del motivo de la separación (ar
tículos 1.565 a 1.568 del Código). Según el derecho
prusiano, el plazo duraba un año. Tomemos, por
ejemplo el caso de que una mujer descubra al poco.
tiempo de casarse que se casó con un hombre que
no es ningún marido. Dadas las circunstancias, su
pone pedirle mucho presentar la solicitud de divor
cio dentro de los seis meses, requiriéndose para ello
cierta fortaleza moral. Como motivo de las dificul
tades puestas se ha indicado que: «Tan sólo hacien
do el divorcio lo más difícil posible puede contra
rrestarse la progresiva disolución de la familia y
afirmar nuevamente la familia.» Es un razonamien
to que padece una contradicción interna. El matri-
189
monio destruido no resulta más soportable por el
hecho de que se obligue a los cónyuges a permane
cer juntos a pesar de la alienación interna y de la
aversión mutua. Tal estado, apoyado por la ley, es
enteramente inmoral. La consecuencia es que en
tantos y tantos casos se crea una causa de adulterio,
que el juez tiene que tomar en consideración, con lo
que ni el Estado ni la sociedad salen ganando. Tam
bién supone una concesión a la iglesia católica que
se adoptase la separación de mesa y cama, extraña
al derecho civil anterior. Tampoco es ya causa de
divorcio el que el matrimonio no tenga hijos por
culpa de uno de los cónyuges. También supone una
concesión a las iglesias el que en el código civil se
tomase la disposición (artículo 1.588) de que: «Las
normas de este apartado (sobre el matrimonio) no
afectan para nada a las obligaciones eclesiásticas en
cuanto al matrimonio.» Tan sólo tiene un significa
do más decorativo, pero caracteriza el espíritu que
reina en Alemania desde comienzos del siglo xx.
A nosotros nos basta la confesión de que se dificul
ta el divorcio para contrarrestar la progresiva diso
lución de la familia.
Así, pues, hay personas que de por vida permane
cen encadenadas unas a otras en contra de su vo
luntad. Una parte se convierte en esclava de la otra
y se ve obligada a someterse a los abrazos más ínti
mos de la otra parte por «deber conyugal», cosa que
tal vez le repugne más que los insultos y malos tra
tos. Con toda la razón dice Montegazza: «No hay ma
yor tortura que aquélla que obliga a un ser humano
a aguantar las caricias amorosas de una persona no
querida. . . » 1 ¿Ño es un matrimonio así peor que la
prostitución? Hasta cierto punto, la prostituta tiene
la libertad de retirarse de su ignominioso oficio, y
si no vive en una casa pública, tiene el derecho a
rechazar la compra del abrazo de quien, por cual-
1 Die Physiologie der Liebe.
190
quier razón, no le agrade. Pero la esposa vendida
tiene que aguantar los abrazos de su marido, aunque
tenga cien razones para odiarlo y despreciarlo.
Si desde un principio, con conocimiento de ambas
partes, el matrimonio se ha concertado por dinero
o es un casamiento de conveniencia, las cosas mar
chan entonces mejor. Uno se acomoda al otro y se
acuerda un rnodus vivendi. No se quiere ningún es
cándalo y, sobre todo, la consideración a los hijos
que pueda haber obliga a evitarlo, aunque son pre
cisamente éstos los que más sufren bajo la vida fría,
sin amor de los padres, incluso aunque no pase a
hostilidad abierta, a riñas y altercados. Más frecuen
te aún es la acomodación para evitar daños mate
riales. Por regla general es la conducta del hombre
en el matrimonio la que constituye la piedra del es
cándalo, como demuestran los procesos de divorcio.
Pero gracias a su posición de dominio sabe resarcir
se en otra parte cuando el matrimonio no le agrada
o no le satisface. La mujer tiene más dificultad en
pisar otros senderos, en primer lugar por razones
fisiológicas, pues al ser la parte que queda preñada
es mucho más peligroso para ella y, además, porque
toda transgresión de la fidelidad conyugal cometida
por ella se considera un crimen que la sociedad no
perdona. La mujer es la única que comete un «des
liz» —ya sea esposa, viuda o doncella— ; el hombre
actúa a lo sumo «dé un modo incorrecto» en el mis
mo caso. Así, pues, la misma acción se juzga de una
manera enteramente distinta, según la cometa un
hombre o una mujer, y las mismas mujeres son las
más duras e implacables contra una hermana
«caída»2.
Por regla general, tan sólo en casos de la peor
2 Alejandro Dumas dice con mucha razón en Monsieur
Alphonse: «E l hombre ha establecido dos clases de moral:
una para sí mismo, otra para la m ujer; una que le permite
el am or con todas las mujeres, y la otra que sólo permite.
191
infidelidad masculina o de malos tratos se decidirá
la mujer a solicitar el divorcio, por encontrarse ge
neralmente en una situación de dependencia mate
rial y verse obligada a considerar el matrimonio
como una institución de acomodo, y también por
que, como mujer divorciada, no ocupa ninguna po
sición socialmente envidiable. Se considera y trata
como algo neutro, por así decirlo. Sin embargo, la
mayoría de las demandas de divorcio parten de las
mujeres, lo cual demuestra la tortura moral que su
fren. En Francia, antes de que entrase en vigor la
nueva legislación sobre el divorcio (1884), eran ya
las mujeres las que más demandas de separación de
mesa y cama presentaban. Sólo podían pedir judi
cialmente el divorcio del hombre en caso de que
éste acogiese en el domicilio conyugal la mujer con
la que mantenía relaciones íntimas, en contra de la
voluntad de la esposa. El promedio de demandas
de separación de mesa y cama presentadas anual
mente fue:
192
PORCENTAJES DE DEMANDAS
W tfl
Países en los afios del hombre de la mujer 11
A U STR IA 1897-1899 4,9 16,6 78,5
FR AN C IA 1895-1899 15,9 84,1 —
IN G LA TE R R A
Y GALES 1895-1899 3,0 97,0 —
ESCOCIA 1898-1899 — 100 —
En los Estados Unidos, donde ahora disponen de
una estadística que se extiende por más de cuarenta
años, las demandas de divorcio se extienden del
modo siguiente:
DEMANDAS DE D IVO R CIO
1867-1886 % 1887-1906 % 1906 %
HOM BRES 112.540 34,2 316.149 33,4 23.455 32,5
MUJERES 216.176 65,8 629.476 66,6 48.607 67,5
193
Por tanto, vemos que las mujeres presentan más
de dos tercios de todas las demandas de divorcio 4.
Y un cuadro semejante ofrece Italia. En los años
1887 y 1904 se solventaron 1.221 y 2.103 demandas
de divorcio. De ellas, la mujer motivó 593 y 1.142;
el hombre, 214 y 454; ambos cónyuges, 414 y 507.
Pero la estadística nos enseña no sólo que las
mujeres presentan la mayoría de las demandas de
divorcio, nos enseña también que el número de di
vorcios aumenta rápidamente. Desde 1884 el divor
cio dispone de una nueva regulación legal en Fran
cia, y desde entonces los divorcios han aumentado
considerablemente de año en año. En 1884 se efec
tuaron 1.657 divorcios; en 1885, 4.123; en 1890, 6.557;
en 1895, 7.700; en 1900, 7.820; en 1905, 10.019; en
1906, 10.573; en 1907, 10.938.
También aumentan los divorcios en Suiza. El pro
medio anual entre 1886 y 1890 fueron 882 divorcios;
el de 1891 a 1895, 898; 1897, 1.011; 1898, 1.018; 1899,
1.091; 1905, 1.206; 1906, 1.343.
En 1899 hubo en Austria 856 divorcios y 133 se
paraciones; en 1900, 1.310 y 163; en 1905, 1885 y 262.
Así, pues, en el curso de un decenio ha habido más
del doble de divorcios y separaciones. En Viena se
celebraron de 1870 a 1871, 148 divorcios, fueron au
mentando de año en año y de 1878 a 1879 llegaron
a 319 casos. Pero en Viena, una ciudad predominan
temente católica, los divorcios son difíciles de con
seguir; no obstante, a mediados de los 80 un juez
de Viena pudo hacer la declaración siguiente: «Las
demandas por matrimonios rotos son tan frecuentes
como las que se presentan por ventanas rotas.»
En los Estados Unidos, el número de divorcios
en 1867 fue de 9.937; en 1886, 25.535; en 1895, 40.387;
en 1902, 61.480; en 1906, 72.062. Si el número de
divorcios en proporción con la población del
4 Marriage and divorce. 1887 a 1906. Bureau o f the Cen-
sus, Bulletin 96, pág. 12. Washington 1908.
194
año 1905 hubiese sido el mismo que en 1870, la cifra
absoluta de divorcios en 1905 sólo hubiese sido de
24.000 y no de 67.791, como fue en la realidad. En
total, entre 1867 y 1886 el número de divorcios as
cendió allí a 328.716; entre 1887 y 1906, a 945.625.
En general, es en los Estados Unidos donde se da el
mayor número de divorcios en términos absolutos
y relativos. Dé cada 100.000 matrimonios existentes
hubo en 1870, 81 divorcios; en 1880, 107; en 1890,
148; en 1900, 200.
Las razones de que allí sean más frecuentes que
en ningún otro país podrían buscarse en que, en
primer lugar, el divorcio, particularmente en los
Estados individuales, es más fácil que en la mayoría
de los demás países, y en segundo lugar, que las
mujeres ocupan una posición mucho más indepen
diente que en ningún otro país y, por eso, no se de
jan tiranizar tanto por sus maridos.
En Alemania el número de fallos firmes de divor
cios entre 1891 y 1900 fue el siguiente:
A ÑO S: 1891-1892-1893-1894-1895-1896-1897-1898-1899-1900
D IVO R CIO S: 6678-6513-6694-7502-8326-8601-9005-9143-9563-7928
matrimonios
matrimonios
Por 100.000
0
Por 100.000
Quinquenio
Divorcios
Divorcios
1
Io
^
1836-1840 356 121 1891-1895 921 138
1846-1850 395 121 1896-1900 1.131 151
1871-1875 581 122 1901-1905 1.385 168
A U S T R IA — 19,4 19,7 31
H U N G R IA 31,6 30,4 30,5 58
R U M A N IA 37,3 52,3 73,1 98
IT A L IA 11,8 11,3 10,6 15
FR ANCIA 33,9 75,9 80,9 129
IN G LA T E R R A
Y GALES 6,5 7,4 7 10,5
ESCOCIA 12,3 13 16,7 26
IR LA N D A ...0,6 0,4 1,1 1
B E LG IC A 25,5 31,9 43 72
H O LA N D A — — — 78
NORUEGA 13,9 12,1 19,3 33
SU E C IA 28,5 28,6 31,6 45
F IN L A N D IA 16,1 7,8 10,0 29
S U IZ A 220 200 188 199,9
196
Sería falso querer sacar de la gran diversidad de
las cifras entre los distintos países consecuencias fa
vorables o desfavorables sobre el diferente «estado
moral». Nadie querrá afirmar que la población sue
ca tiene cuatro veces más causas de divorcios que
la inglesa. En primer lugar hay que tener en cuenta
la legislación, que en un país dificulta y en otro
facilita el divorcio5. En segundo lugar hay que tener
en cuenta el estado moral, es decir, una media de
razones que unas veces el hombre y otras la mujer
consideran decisivas para presentar una demanda
de separación. Pero las cifras confirman que: en ge
neral, los divorcios aumentan más rápidamente que
la población, y aumentan mientras los casamientos
disminuyen mucho. De ello hablaremos más adelante.
En los divorcios tiene una influencia muy consi
derable la gran diferencia de edad de los cónyuges,
bien que el hombre sea mucho más viejo que la mu
jer o que ésta sea mucho más vieja que aquél. Así
lo demuestra el siguiente resumen efectuado a base
de la estadística oficial suiza:
N U M E R O A N U A L D E D IV O R C IO S PO R CADA 100.000
M A T R IM O N IO S D E LA M IS M A D IF E R E N C IA D E E D A D
1881-1890 1891-1900'
197
Sobre la cuestión de cómo se distribuyen las de
mandas de divorcio entre las distintas capas de la
población, disponemos, entre otros, de los datos de
Sajonia para los años 1905 a 1906 y de Prusia para
1895 a 19056.
Sajonia Prusia
AG R IC U LT U R A 59 34
IN D U S T R IA 220 158
C O M ERCIO 297 229
S E V IC IO P U B LIC O Y
PR O F E SIO N E S LIB R E S 346 165
198
cudirse de encima el yugo que les parece inso
portable.
199
En las clases altas y medias de la sociedad, por
tanto, la fuente principal de los males radica en el
matrimonio por dinero y de conveniencia. Mas el
matrimonio se corrompe aún más con el modo de
vida de estas clases. Esto afecta también a la mujer,
que con frecuencia se abandona al ocio o a ocupa
ciones corruptoras. A menudo, su alimento espiri
tual estriba únicamente en la lectura de novelas am
biguas y de obscenidades, en la asistencia a obras
de teatro frívolas, en el disfrute de música excitante,
en estímulos embriagadores de los nervios, en las
conversaciones sobre los escándalos de todo tipo.
O bien el ocio y el aburrimiento las induce a buscar
aventuras galantes, que el hombre busca con más
frecuencia aún. Corre de un placer a otro, de un
banquete a otro, y en el verano se apresura hacia
los lugares de veraneo para recuperarse del ajetreo
del invierno y encontrar nueva conversación. La
chronique scandaleuse se nutre de este modo de
vida; uno seduce y se deja seducir.
En las clases bajas el matrimonio por-dinero es
prácticamente desconocido. Por regla general, el
obrero se casa por inclinación, pero tampoco faltan
causas perturbadoras del matrimonio. La abundan
cia de hijos crea preocupaciones y trabajos, y con
demasiada frecuencia los visita la penuria. Las en
fermedades y la muerte son huéspedes frecuentes
en las familias obreras. El desempleo eleva la mise
ria a su punto más alto. Y tantas cosas que le re
ducen la ganancia al obrero o durante cierto tiempo
res», a la_ casa, y a la familia. Las aspiraciones de los mo
dernos amigos de la m ujer le parecen mero «diletantis
m o», y espera finalmente que «pronto vuelva a los buenos
caminos», aunque evidentemente es incapaz de mostrar un
camino eficaz. Esto también es imposible, desde el punto
de vista burgués. Tanto las condiciones conyugales como
la situación de todas las mujeres no se crean arbitraria
mente, son el producto natural de nuestro desarrollo so
cial. Pero este desarrollo cultural se efectúa de acuerdo
con leyes inmanentes.
200
se la quitan por completo. Las crisis comerciales e
industriales lo dejan sin trabajo, la introducción de
nuevas máquinas o métodos de trabajo lo plantan
en la calle, las guerras, los desfavorables contratos
aduaneros y comerciales, la introducción de nuevos
impuestos indirectos, el castigo por parte de los em
presarios a causa de actuar de acuerdo con sus con
vicciones, etcétera, destruyen su existencia o la da
ñan gravemente. Unas veces ocurre una cosa, otras
veces otra, con lo que permanece parado durante
períodos más o menos largos, es decir, pasa hambre.
La inseguridad es la marca de su existencia. Estos
golpes del destino engendran el mal humor y la
amargura, y tal estado de ánimo se exterioriza en
primer lugar en la vida doméstica, cuando cada día
y cada hora se exige lo más necesario, demandas és
tas que no pueden hallar satisfacción. Saltan las ri
ñas. La consecuencia es la ruina del matrimonio y
de la familia.
O bien los dos, el hombre y la mujer, van al tra
bajo. Los niños se abandonan a sí solos o a la su
pervisión de hermanos mayores que necesitan
ellos mismos ser vigilados y educados. Precipitada
mente se traga la miserable comida de mediodía,
suponiendo que los padres tengan, en absoluto,
tiempo para correr a casa, cosa que en miles de
casos no es posible debido a la gran distancia exis
tente entre los lugares de trabajo y la vivienda y a
la brevedad de las pausas; cansados y extenuados
vuelven ambos a casa por la noche. En vez de un
hogar acogedor y agradable, encuentran una vivien
da estrecha e insalubre, carente a menudo de aire
y de luz y en la que suelen faltar también las como
didades más imprescindibles. La creciente escasez
de viviendas, con los terribles inconvenientes deri
vados de ella, es uno de los aspectos más sombríos
de nuestro orden social, que conduce a numerosos
males, al vicio y al crimen. Y la escasez de viviendas
201
aumenta cada año pese a los intentos de contrarres
tarla en las ciudades y en los distritos industriales.
Capas cada vez más amplias se ven afectadas por
ella: pequeños industriales, funcionarios, maestros,
pequeños comerciantes, etcétera. La munjer que por
las noches vuelve a casa cansada y rendida tiene
de nuevo quehaceres a manos llenas; tiene que tra
bajar atropelladamente para arreglar lo más nece
sario en la economía. Los niños se marchan preci
pitadamente a la cama, la mujer se sienta y se pone
a coser y a remendar hasta tarde, bien entrada la
noche. Le falta la conversación y el consuelo tan
necesarios para ella. El hombre suele ser ignorante;
la mujer sabe aún menos, y lo poco que se tienen
que decir se soluciona rápidamente. El hombre se
marcha a la taberna para buscar allí las amenidades
que faltan en casa; bebe, y por poco que sea, con
sume demasiado para su condición. En determina
das circunstancias cae en el vicio del juego, que tam
bién exige muchas víctimas en los círculos altos de
la sociedad, y pierde aún más de lo que se bebe.
Mientras tanto, la mujer permanece sentada en casa
y gruñe; tiene que trabajar como una bestia de car
ga, para ella no hay ningún descanso ni recreo; el
hombre utiliza lo mejor que puede la libertad que
le proporciona la suerte de haber nacido hombre.
Surge así la desavenencia. Pero si la mujer es menos
cumplidora de sus deberes, y por la noche, después
de volver a casa cansada del trabajo, se busca un
reposo justificado, la economía retrocede y la mi
seria es doble. Pero, a pesar de todo, vivimos en
«el mejor de los mundos».
De este modo, el matrimonio del proletario se va
destruyendo cada vez más. Hasta las épocas de tra
bajo favorable ejercen su influencia destructora,
pues lo obligan a trabajar los domingos y a hacer
horas extraordinarias y le ocupan el tiempo que aún
le queda para su familia. En innumerables casos em
202
plea horas enteras en llegar al lugar del trabajo; le
es imposible emplear la pausa de mediodía para vol
ver a casa; se levanta muy temprano por la mañana,
cuando los niños están aún bien dormidos, y vuelve
tarde por la noche, cuando se encuentran ya en el
mismo estado. Miles de obreros, sobre todo los de la
construcción, en las grandes ciudades permanecen
alejados de áus casas durante toda la semana debido
a la gran distancia y sólo vuelven con su familia al
final de la misma. ¡En estas condiciones debe pros
perar la familia! Ahora bien, el trabajo femenino va
aumentando cada vez más, particularmente en la
industria textil, que emplea las memos baratas de
las mujeres y de los niños en sus miles de telares
de vapor y máquinas de hilar. Aquí se ha invertido
la relación anterior. La mujer y el niño van a la
fábrica y no es raro ver al hombre parado en casa,
atendiendo a los quehaceres domésticos. «Así, por
ejemplo, en el distrito de Chemnitz, en los talleres
de acabado, se encuentran muchas mujeres que sólo
trabajan en el invierno, puesto que sus maridos no
ganan nada en absoluto o tan sólo muy poco en el
invierno, de obreros manuales ,albañiles, carpinte
ros, etcétera. En otros distritos, las mujeres de los
obreros de la construcción buscan trabajo en las
fábricas durante los meses de invierno. Ocurre con
mucha frecuencia que durante la ausencia de la mu
jer el hombre atiende a la economía de la casa.» 3
En Norteamérica, que, con su rápido desarrollo ca
pitalista, produce en mayor volumen todos los males
de los países industriales europeos, se le ha dado
un nombre muy característico a la situación que es
tas condiciones han creado. Los lugares industriales
en los que trabajan principalmente mujeres, mien
tras que los hombres permanecen en casa, se llaman
she towns, o sea, pueblos femeninos9.
8 Technik und Wirtschaft, agosto 1909, pág. 377.
’ Así lo corrobora la siguiente noticia del Levest. Jour-
203
El acceso de las mujeres a todos los oficios indus
triales es algo que todo el mundo admite hoy día.
La sociedad burguesa, siempre a la caza del bene
ficio y de la ganancia, descubrió hace tiempo el exce
lente objeto de explotación que es la obrera compa
rada con el hombre, la cual se somete y doblega más
fácilmente y es menos exigente10. Así, el número de
oficios y ocupaciones en los que las mujeres hallan
empleo como obreras aumenta de año en año. La
expansión y mejora de la maquinaria, la simplifica
ción del proceso de trabajo, la creciente lucha com
petitiva de los capitalistas entre sí, así como de los
países industriales que rivalizan por el mercado
mundial, favorecen el empleo cada vez mayor del
trabajo femenino. Se trata de un fenómeno común
a todos los países industriales. Pero en la medida
en que aumenta el número de obreras, se convierten
éstas en competidoras de los obreros masculinos.
nal de 1893, en donde se dice: «U n a de las particularidades
de los pueblos fabriles de Maine es la clase de hombres
que acertadamente se designan con el nom bre de 'amos
de casa'. Casi en cada pueblo donde-hay mucha industria
se encuentra un gran número de estos hombres. Quien pase
poco después de mediodía, los verá con sus mandiles ata-'
dos lavando platos. A otras horas del día se les puede ver
haciendo tímidamente las camas, lavando a los niños, lim
piando y cocinando... Estos hombres atienden la casa por
la sencilla razón de que sus mujeres pueden ganar más que
ellos en las fábricas, y supone un ahorro de dinero el que
las mujeres vayan a trabajar.»
10 «E l señor E„ un fabricante, me inform ó que en sus
telares mecánicos empleaba exclusivamente mujeres; de
preferencia casadas, en particular a las que tienen fam ilia
en casa que depende de ellas para su sustento; estas son
mucho más-atentas y dóciles que las solteras y están obli
gadas a los esfuerzos más extremos para procurarse los
medios de subsistencia necesarios. De este modo, las vir
tudes características del carácter femenino revierten en
perjuicio suyo: todo lo ético y tierno de su naturaleza se
convierte en medio para esclavizarla.» (Discurso de Lord
Ashley sobre la Ley de las diez horas.) K a r l Marx, E l capi
tal, libro I, tomo II, pág. 120-121 de nuestra versión edita
da por R. Akal, M adrid 1976.
204
Así lo confirman numerosas declaraciones de los in
formes de los inspectores fabriles y los datos de las
estadísticas sobre el trabajo de las obreras.
La peor es la situación de las mujeres que traba
jan en ramos industriales predominantemente feme
ninos, tales como en la industria de confección de
ropas y vestidos, sobre todo en las ramas laborales,
en las que el trabajo se hace en la propia vivienda
para los patronos. Las investigaciones realizadas so
bre la situación de las obreras en la fabricación de
ropa blanca y en la rama de la confección, organi
zadas por la Cámara Alta en 1886, han dado también
por resultado que el miserable sueldo de estas obre
ras las obliga muchas veces a buscar un sobresueldo
vendiendo su cuerpo.
Nuestro Estado cristiano, cuyo cristianismo se
suele buscar inútilmente allí donde debiera aplicar
se, y se encuentra allí donde resulta superfluo o
perjudicial, este Estado cristiano actúa como el bur
gués cristiano, lo cual no sorprende a quien sabe
que el Estado cristiano no es más que el dependiente
de nuestro burgués cristiano. Al Estado le cuesta
mucho promulgar leyes que limiten el tiempo de
trabajo de la mujer a una medida soportable y pro
híban el trabajo infantil, como tampoco concede a
muchos de sus funcionarios ni suficiente descanso
dominical ni un tiempo normal de trabajo, perjudi
cando así su vida de familia. Funcionarios de co
rreos, ferrocarriles, prisiones, etcétera, tienen que
atender a su servicio, con frecuencia, más allá de su
tiempo admisible, pero su sueldo está en relación
inversa.
Como, además, los alquileres de las viviendas son
demasiado elevados en comparación con los ingresos
del obrero, del funcionario bajo y del hombre pe
queño, tienen que limitarse hasta el máximo. Se to
man muchachos para dormir o muchachas en pen
205
sión, y a menudo ambos a la vez u. Viejos y jóvenes
habitan las habitaciones más estrechas, amontona
dos sin distinción de sexo, testigos frecuentes de los
acontecimientos más íntimos. Existen hechos ate
rradores sobre lo que ocurre con el pudor y la mo
ralidad. El tan discutido aumento del endurecimien
to y primitivismo de la juventud se debe mayormen
te a estas condiciones, existentes en la ciudad y en
el campo. ¿Y qué efecto puede tener el trabajo para
los niños? El peor que se pueda imaginar, tanto en
lo físico como en lo moral.
La creciente ocupación industrial incluso de la
mujer casada tiene las consecuencias más funestas,
sobre todo, en los embarazos, partos y en los prime
ros meses de la vida de los niños, cuando dependen
del alimento materno. Durante el embarazo surge
toda una serie de enfermedades que actúan de un
modo destructor tanto sobre el fruto de sus entra
ñas como sobre el organismo de la mujer y que
provocan partos prematuros y abortos. Una vez que
nace el niño, la madre se ve obligada a volver lo an
tes posible a la fábrica a fin de que una competi
dora no le arrebate el puesto. Las consecuencias in
evitables para los pequeños son: cuidado negligente,
alimentación inadecuada, incluso falta total de ali
mentos; para tranquilizarlos, se les administran
opiados. Y las consecuencias ulteriores son: morta
lidad masiva o padecimientos crónicos y raquitismo,
“ Según los resultados del censo de población prusiano
de 1900, se contaban 3.467.388 personas que no estaban em
parentadas con el cabeza de familia, y, en el promedio ge
neral para Prusia, estos elementos ajenos a las familias
constaban aproximadamente en una cuarta parte de com
pañeros extraños de casa y habitación (378.348 inquilinos
y 455.322 compañeros de habitación), en el campo tan sólo
una séptima parte y en las ciudades, en cambio, una ter
cera parte y en Berlín mucho más de la mitad (57.180 in
quilinos y 99.795 compañeros de habitación). G. v o n M a y r,
Statistik und Geselschaftslehre, tomo III, pág. 89. Tübin-
gen 1909.
206
en una palabra: degeneración de la raza. Muchas ve
ces los niños crecen sin disfrutar de verdadero amor
materno o paterno y sin sentir verdadero amor por
los padres. Así nace, vive y muere el proletariado. Y
el Estado y la sociedad se maravillan de que se acu
mulen la rudeza, la inmoralidad y el crimen.
Cuando a comienzos de los años sesenta del siglo
pasado muchos miles de obreras se quedaron sin
trabajo en los distritos algodoneros ingleses a con
secuencia de la guerra civil norteamericana, los mé
dicos hicieron el sorprendente descubrimiento de
que la mortalidad infantil disminuyó a pesar de la
gran penuria de la población. La causa estaba en
que los niños disfrutaban ahora del alimento de la
madre y recibían mejor cuidado del que jamás tu
vieron. El mismo hecho han constatado los médicos
en la crisis de los años setenta en Norteamérica, par
ticularmente en Nueva York y Massachusetts. El des
empleo obligaba a las mujeres a quedarse en casa,
dejándoles tiempo para cuidar a los niños. Experien
cias parecidas se han hecho en Suecia durante la
huelga general (agosto y septiembre de 1909). Las
cifras de mortalidad no han sido nunca tan favo
rables como en las semanas de esta gigantesca huel
ga en Estocolmo y también en otras grandes ciuda
des suecas. Una de las autoridades médicas más des
tacadas de Estocolmo se ha manifestado en el sen
tido de que la proporción extraordinariamente satis
factoria de mortalidad, así como de salud en gene
ral, guarda una conexión directa con la gigantesca
huelga. Lo más importante es, sin duda, el hecho
de que grandes grupos de personas, de los que se
componía el «ejército del ocio» durante las semanas
de la huelga, tuvieron oportunidad de moverse ince
santemente al aire libre y respirar el aire puro, cosa
que, naturalmente, le vino muy bien a la salud física.
Por amplias que sean las normas sanitarias vigentes
para los lugares de trabajo, el aire de los locales de
207
trabajo es siempre de tal naturaleza que resulta más
o menos perjudicial para la salud. Tampoco debería
subestimarse la prohibición del alcohol durante la
huelga general.
En la industria doméstica, que los románticos de
la economía presentan de una manera tan idílica, las
condiciones tampoco son mejores. Aquí, junto con
el hombre, la mujer se ve encadenada al trabajo des
de por la mañana temprano hasta por la noche, y los
niños se ven sujetos al mismo trabajo desde la edad
más temprana. Amontonados en la habitación más
pequeña viven el hombre, la mujer, la familia y cual
quier persona auxiliar en medio de los desperdicios
del trabajo y entre los vahos y olores más desagra
dables. Al cuarto de estar y de trabajo corresponden
los dormitorios. Por regla general, agujeros oscuros,
sin ventilación, serían ya peligrosos para la salud si
sólo durmiera en ellos una parte de los seres huma
nos que en ellos se cobija.
La lucha, cada vez más dura, por la existencia
también obliga a menudo a los hombres y a las mu
jeres a cometer acciones que, en otras circunstan
cias, les repugnarían. Así, por ejemplo, en 1877 se
constató en Munich que entre las prostitutas regis
tradas y vigiladas por la policía había no menos de
203 mujeres de obreros y trabajadores manuales.
Y cuantas mujeres casadas se entregan por necesi
dad, sin someterse al control policial, que hiere hon
damente el pudor y la dignidad humana.
208
X. El matrimonio como acomodo
209
Por tanto, vemos que, debido a la crisis de 1893-94,
el número de matrimonios en 1894 no sólo no ex
perimenta ningún aumento, sino que disminuye en
12.512. El mismo fenómeno se repite en 1904, que
representa una disminución de 4.987.
Los casamientos celebrados en Francia presentan
el cuadro siguiente:
210
1871 1876 1881 1886 1891 1896 1901
Estados a a a a a a a 1907
1875 1880 1885 1890 1895 1900 1905
INGLATERRA Y GALES 17,08 15,34 15,14 14,70 15,16 16,14 15,60 15,80
ESCOCIA 14,98 13,76 13,76 18,02 13,68 14,94 14,00 14,00
IRLANDA 9,72 9,04 8,66 8,66 9,48 9,87 10,40 10,20
BELGICA 15,44 13,94 13,94 14,34 15,24 .16,45 16,20 16,20
HOLANDA ' 16,64 15,76 14,28 14,04 14,48 14,88 15,00 15,20
DINAMARCA 15,88 15,54 15,38 13,94 13,84 14,79 14,40 15,20
NORUEGA 1,584 14,40 13,82 12,76 12,92 13,73 12,40 11,80
SUECIA 14,04 13,20 12,84 12,20 11,45 12,04 11,80 12,00
FINLANDIA 17,68 15,72 14,90 14,40 12,98 15,34 13,00 13,60
RUSIA EUROPEA,
EXC. LA REGION
DEL VISTULA 19,62 17,62 18,06 17,94 17,08 17,80 — —
BULGARIA — — 18,04 17,24 16,07 — — —
SERVIA 22,80 23,32 22,14 21,76 19,84 — — —
Profesiones %
AG R IC U LT U R A 4,78
IN D U S T R IA Y M IN E R IA 7,17
COM ERCIO 7,75
PR O F E S IO N E S L IB R E S Y OTRAS 6,63
PROMEDIO 5,92
212
f
N casados solteros
.§ en edad en edad
„ de 25-30 de 40-50
g anos anos
D IS T R IT O DE
NEUENBÜRG 79,6 20,4 0,0 63,6 4,4
E S T E D E STUTTGAR T 78,9 17,7 3,4 51,3 8,1
SU R D E STUTTGART 67,6 24,8 - 7,6 48,6 8,7
N. D E STUTTGART 56,5 34,8 8,8 50,0 10,0
SE L V A N E G R A 50,2 42,2 7,6 48,6 10,1
ALTO N E C K A R 43,6 40,3 16,1 44,3 10,8
PASO A L E ST E 39,5 47,6 12,8 48,7 10,0
N E . SALVO N. D E H A L L 22,2 50,1 27,7 38,8 10,6
A LB SUABO 20,3 40,8 38,3 38,8 7,5
S U A B IA S U P E R IO R N. 19,7 48,0 32,3 32,5 9,7
ESTE DE H ALL 15,5 . 50,0 34,5 32,5 13,8
R E G IO N D E L
LAGO C O N S T A N ZA 14,2 61,4 24,4 23,5 26,4
S U A B IA S U PE R IO R
C E N T R A L Y M E R ID IO N A L 12,6 41,1 46,3 30,0 19,1
2. Infanticidio y aborto
213
Código Penal. Entre ellas se cuentan los medios más
diversos empleados para impedir la concepción o,
si ésta se efectuó involuntariamente, la eliminación,
del fruto de sus entrañas, el aborto. Sería falso afir
mar que estos medios los utilizan solamente muje
res frívolas, sin escrúpulos. A menudo se trata más
bien de mujeres muy cumplidoras de su deber, que
quisieran limitar el número de hijos, y para escapar
al dilema de tener que rechazar al marido u obligar
lo a tomar caminos equivocados que se inclina a
recorrer, prefieren someterse al peligro que supone
el empleo de medios abortivos. Además, hay muje
res que, para ocultar un «desliz» o por aversión a las.
incomodidades del embarazo, del parto y de la crian
za, o por temor a perder más rápidamente sus en
cantos y su estimación ante el marido o los hombres,
cometen tales acciones y por una buena cantidad de
dinero encuentran médicos dispuestos a ayudarlas.
A juzgar por varios síntomas, el aborto artificial
se practica cada vez más. El aborto se aplicaba ya
can hoy tanto los civilizados como los bárbaros. Los
con frecuencia entre los pueblos antiguos, y lo apli-
antiguos griegos lo practicaban a menudo sin que se
le opusieran las leyes del país. En tiempos de Platón
seles permitía a las comadronas producir abortos,
y Aristóteles prescribía el parto prematuro para los
casados en aquellos casos en que «la mujer quedó
embarazada en contra de toda previsión» *. Según
Jules Rouyer, las mujeres de Roma recurrían al
aborto por varias razones. Unas veces querían hacer
desaparecer el resultado de sus relaciones prohibi
das, otras querían poder entregarse ininterrumpida
mente al desenfreno y también querían evitar los
cambios que producen en el cuerpo de la mujer el
214
embarazo y el parto2. Entre los romanos, la mujer
era ya vieja a los veinticinco-treinta años y, por eso,
ésta evitaba todo lo que pudiera menoscabar sus
encantos. En la Edad Media, el aborto se castigaba
con duras penas corporales, incluso se amenazaba
con la muerte, y la mujer libre que lo efectuaba se
convertía en sierva.
Actualmente el aborto se practica, sobre todo, en
Turquía y en los Estados Unidos. «Los turcos creen
que el feto carece de vida real hasta el quinto mes;
tampoco tienen escrúpulos en producir el aborto.
Este tampoco deja de practicarse menos en los tiem
pos en que es punible. Tan sólo en el transcurso
de seis meses se trataron en Constantinopla, en 1872,
más de 3.000 casos de aborto artificial.»3
Todavía es más frecuente en los Estados Unidos.
En todas las grandes ciudades de la Unión hay esta
blecimientos en donde las muchachas y mujeres
pueden llevar a cabo un parto prematuro: muchos
periódicos' americanos contienen anuncios de tales
establecimientos4. En aquella sociedad se habla del
aborto artificial con la misma naturalidad que se
habla del parto normal. En Alemania y otros países
europeos se tienen otros conceptos del mismo, y el
Código Penal alemán, por ejemplo, amenaza con pe
nas de presidio tanto a los autores como a los co
laboradores.
En muchos casos, el aborto va acompañado de
las peores consecuencias, no pocas veces ocurre la
muerte, y muchas veces el resultado es la destruc
ción de la salud para siempre. Los dolores del em
barazo y del parto más dolorosos son infinitamente
menores que los dolores derivados del aborto arti
2 Jules Rouyer, Études médicáles sur Vancienne Rome,
París 1859.
3 E. M etsch n ik o ff, 1. c., págs. 134, 135.
4 P. B rouardel, L'avortement, París 1904, págs. 36-39.
Según una encuesta oficial, en Nueva Y o rk se contaron
hasta 200 personas que vivían del aborto.
215
ficial5. La esterilidad es uno de los efectos más co
rrientes. A pesar de todo, se practica cada vez más
en Alemania. Así, por ejemplo, en los años 1882
a 1886 fueron condenadas en Alemania 839 personas
por aborto, en 1897 a 1901 lo fueron 1.565 y en 1902
a 1906, 2.2366. La chronique scandáleuse de los últi
mos años se ha ocupado varias veces con casos de
aborto que despertaron gran escándalo por verse
implicados en ellos médicos prestigiosos y mujeres
de la sociedad elegante. A juzgar por el número cre
ciente de las respectivas ofertas aparecidas en nues
tros periódicos, aumentan los establecimientos y lu
gares en donde se les ofrece a las mujeres casadas y
solteras la oportunidad de esperar en todo secreto
las consecuencias de los «deslices»7.
El temor a tener un gran número de hijos con
miras a la propiedad disponible y a los gastos de
la educación ha llevado también en clases y en pue
blos enteros la aplicación de normas preventivas a
un sistema que amenaza con convertirse en calami
dad pública. Así, por ejemplo, es un hecho conocido
que en casi todas las capas de la sociedad francesa
se practica el sistema de dos hijos. En pocos países
civilizados son relativamente los matrimonios tan
numerosos como en Francia, pero en ningún país es,
por término medio, el número de hijos tan pequeño
y el aumento de la población tan lento. El burgués
francés, lo mismo que el pequeño burgués y el cam
pesino que trabaja una parcela, siguen este sistema,
y el obrero francés se une a ellos. En algunas comar
cas alemanas, las peculiares condiciones campesinas
5 Ed. Reich, Geschichte und Gefahren der Fruchtabtrei-
bung, 2.a ed., Leipzig 1893.
6 Statistik des Deutschen Reiches, tomo 85. Kriminálsta-
tistik für das Jahr 1906.
7 En Suecia se investigaron los siguientes abortos cri
minales por cada 100.000 habitantes: 1851 a 1880, 3,04; 1881
a 1890, 6,66; y de 1891 a 1900, 19,01. F. Prinzing, 1. c., pá
gina 44.
216
parecen haber llevado a estados semejantes. Así, por
ejemplo, en una encantadora comarca del sudoeste
alemán, en donde en el huerto de cada granja se
hallan plantas que se utilizan como medios aborti
vos. En otra zona de la misma región existe ya des
de hace tiempo, entre los campesinos, el sistema de
dos hijos; no quieren dividir sus granjas. También
resalta la medida en que aumentan el volumen y las
ventas, en Alemania, de la bibliografía que trata y
recomienda los medios de la «esterilidad facultati
va». Naturalmente se cobija bajo la bandera «cien
tífica», apuntándose a la superpoblación, supuesta
mente amenazadora.
Además del aborto y del impedimento artificial
de la concepción, el crimen desempeñó también un
papel. En Francia aumentan los infanticidios y el
abandono de niños, fomentados ambos por la prohi
bición del Código Civil francés de investigar la pa
ternidad. El artículo 340 del Code Civil dispone que:
«La recherche de la paternité est interdite», mientras
que el artículo 314 dice: «La recherche de la rriater-
nité est admise.» Está prohibido investigar la pater
nidad, pero se permite investigar la maternidad, ley
que pone de manifiesto, abiertamente, la injusticia
contra la seducida. Los hombres de Francia pueden
seducir tantas mujeres y muchachas como quieran,
están exentos de toda responsabilidad y no tienen
que pagar ningunos alimentos. Estas disposiciones
se han promulgado con el pretexto de intimidar al
sexo femenino para que no seduzca a los hombres.
Como puede verse, es siempre el hombre débil, este
miembro del sexo fuerte, el que es seducido y nunca
seduce. La consecuencia del artículo 340 del Code
Civil fue el artículo 312, que dispone así: « L ’enfant
congu pendant le mariage a por pére le mari» (el
niño concebido durante el matrimonio tiene por pa
dre al marido). Una vez prohibida la indagación de
la paternidad, el marido coronado de cuernos tiene
217
que permitir, lógicamente, el tener que considerar
como propio el hijo que su mujer concibió de un
extraño. Al menos no puede negársele a la burguesía
francesa ser consecuente. Todos los intentos de
derogar el artículo 340 han fracasado hasta ahora.
Por un lado, la burguesía francesa procuró com
pensar con la fundación de inclusas la crueldad que
cometía al hacerle imposible, por ley, a la mujer
engañada, pedirle alimentos al padre de su hijo. Por
tanto, no sólo se le privaba al recién nacido del pa
dre, sino también de la madre. Conforme a la ficción
francesa, los niños expósitos son huérfanos y, de
este modo, la burguesía francesa hace que sus hijos
ilegítimos se críen y eduquen a costa del Estado
como «hijos de la patria». Magnífica institución. En
Alemania se tiende a seguir el ejemplo francés. Las
normas del Código Civil para el imperio alemán con
tienen irnos principios sobre las relaciones jurídicas
de los hijos ilegítimos que se contradicen con el de
recho anterior, más humano. Así, por ejemplo, se
dice: «El hijo ilegítimo y su padre no figuran como
emparentados.» En cambio, el emperador José II
decretó ya la equiparación de los hijos ilegítimos
con los legítimos. «Carece de padre el hijo ilegítimo
cuya madre tuvo la conceptio plurium (el trato con
varios hombres) en el tiempo de la concepción.» La
ligereza, debilidad o pobreza de la madre se castiga
en el hijo. La ley no conoce ningún padre frívolo.
«La madre tiene el derecho y el deber de cuidar de
la persona del hijo ilegítimo. No le corresponde la
patria potestad. El padre del hijo ilegítimo está obli
gado a darle al hijo, hasta cumplir los dieciséis años,
el sustento correspondiente a la posición de la ma
dre, incluidos los costes de la educación. Esta obli
gación persiste para el padre más allá de los die
ciséis años cuando, por cualquier enfermedad, el
hijo está incapacitado para mantenerse él mismo.
El padre está obligado a pagar los gastos del parto,
218
así como los de la manutención durante las seis pri
meras semanas después del parto y cualesquiera gas
tos que sean necesarios como consecuencia del em
barazo o del parto.» Y así sucesivamente. Pero se
gún el derecho prusiano, el autor del embarazo tenía
que indemnizar a la mujer soltera o viuda de buena
reputación, preñada fuera del matrimonio, mas la
cuantía de la indemnización no debía exceder la
cuarta parte de la fortuna del causante del emba
razo. El hijo ilegítimo tenía derecho a exigir del pa
dre el sustento y la educación, sin tener en cuenta
si la madre era de buena reputación o no, pero tan
sólo por el importe de lo que costaba la educación
de un hijo legítimo a un campesino o burgués co
mún. Si el comercio sexual extraconyugal se había
efectuado bajo la promesa de matrimonio futuro,
el juez tenía que reconocerle a la disminuida el nom
bre, estado y rango del autor del embarazo, así como
todos los derechos de los hijos engendrados en un
matrimonio válido. Ya no es así. El movimiento re-
trógado es lo que distingue a nuestra legislación.
En el período que va desde 1831 a 1880, las audien
cias francesas trataron 8.568 casos de infanticidio
y, concretamente, su número aumentó de 471 entre
1831 y 1835 a 970 en los años de 1876 a 1880. En el
mismo espacio de tiempo se juzgaron 1.032 casos de
aborto y, concretamente, 100 en el año 18808. Natu
ralmente, tan sólo la porción más pequeña de los
casos de aborto artificial llega a conocimiento de los
tribunales, por regla general únicamente cuando el
aborto va seguido de enfermedades graves o muer
tes. En los infanticidios, la población rural participó
con el 75 por 100, mientras que las ciudades efectua
ron el 67 por 100 de los abortos. Las mujeres de las
ciudades disponen de más medios para impedir el
parto normal, de ahí los numerosos casos de aborto
8 A. P ou zol, La recherche de la paternité, París 1902,
página 134.
219
y los pocos de infanticidio. En el campo se invierte
la proporción. En Alemania se condenaron por in
fanticidio durante los años 1882 a 1886, 864 perso
nas; de 1897 a 1901, 887; de 1902 a 1906, 7459.
Tal es el cuadro que ofrece la sociedad actual res
pecto a sus relaciones más íntimas. Difiere mucho
de los cuadros diseñados por los visionarios poéti
cos, solamente tiene la ventaja de ser verdadero.
Pero aún quedan por añadirle algunas pinceladas ca
racterísticas.
220
en todos los círculos aumenta la necesidad del inter
cambio de ideas, y la descuidada formación intelec
tual de la mujer se revela como un gran error que
se venga en el hombre.
En el hombre, al menos así se afirma, aunque a
menudo el fin no se alcanza con los medios emplea
dos, ni muchas veces tampoco debe alcanzarse, la
formación se" dirige al desarrollo del entendimiento,
a agudizar la capacidad intelectiva, a ampliar los
conocimientos reales y a consolidar la voluntad, en
suma, a la formación de las funciones del entendi
miento. En la mujer, por el contrario, la educación
de las clases altas se extiende principalmente a pro
fundizar las facultades afectivas, a la educación for
mal y estética, mediante la cual sólo se eleva su
excitación nerviosa y su fantasía, como la música,
las bellas letras, el arte, la poesía. Esta es la mayor
equivocación que puede cometerse. Aquí se pone de
manifiesto que los poderes que deciden sobre la
cuantía de la educación de la mujer se rigen única
mente por sus prejuicios sobre la esencia del ca
rácter femenino y la restringida posición de la mu
jer en la vida. La vida afectiva y la fantasía de la
mujer no debe desarrollarse todavía más, puesto que
no hace sino aumentar su disposición al nerviosis
mo; sino que, al igual que con el hombre, también
debe desarrollarse en ella la actividad del intelecto
y familiarizarla con los fenómenos de la vida prácti
ca. Sería de lo más ventajoso para ambos sexos el
que la mujer tuviera, en vez de tanto afecto, que
a menudo resulta desagradable, una buena porción
de entendimiento agudizado y de facultad de pensar
exacta, en vez de excitación nerviosa y de carácter
intimidado, firmeza de carácter y coraje físico, en
vez de conocimientos estéticos, en la medida en que
eso es cierto, conocimientos del mundo, del ser hu
mano y de las fuerzas naturales.
En general, hasta ahora se ha alimentado desme
221
suradamente la vía afectiva y espiritual de la mujer,
mientras que se ha obstaculizado su desarrollo inte
lectual, descuidándolo mucho o reprimiéndolo. En
consecuencia, sufre literalmente una hipertrofia de
vida afectiva y espiritual y, por eso, es accesible a
casi todas las supersticiones y milagrerías, un suelo
fértilísimo para las charlatanerías religiosas y de
más, un instrumento dócil para cualquier reacción.
Los hombres torpes se quejan a menudo de esto,
porque sufren por ello, pero tampoco cambian nada
la situación porque ellos mismos se hallan aún, en
su gran mayoría, hasta las mismas orejas, llenos de
prejuicios.
Por el hecho de que las mujeres son generalmente
tal como las hemos descrito, ven el mundo de mane
ra diferente a los hombres, creándose así una fuente
abundante de diferencias entre los dos sexos.
La participación en la vida pública es hoy uno de
los deberes esenciales de cada hombre; el que mu
chos de ellos no lo comprendan aún, no cambia en
nada las cosas. Pero cada vez es mayor el círculo de
quienes reconocen que las instituciones públicas
guardan una conexión íntima con las relaciones pri
vadas del individuo, que la felicidad y la desgracia
de la persona y de la familia dependen más del es
tado de las instituciones públicas que de las cualida
des y acciones personales. Se reconoce que es inútil
el mayor esfuerzo del individuo contra los defectos
que radican en el estado de las cosas y determinan
su situación. Por otro lado, la lucha por la existencia
requiere esfuerzos muy superiores a los de antes.
Generalmente, hoy día se le exigen al hombre cosas
que cada vez requieren en mayor medida su tiempo
y sus energías. Pero la mujer ignorante, indiferente,
las contempla sin comprenderlas. Puede decirse in
cluso que la diferencia intelectual entre el hombre
y la mujer es hoy mayor que antes, cuando las rela
ciones eran pequeñas y estrechas y más próximas al
222
entendimiento de la mujer. Además, la ocupación
con los asuntos públicos reclama un número de
hombres mucho mayor que antes, lo cual amplía su
horizonte, pero lo enajena cada vez más del medio
doméstico. De este modo, la mujer se siente humi
llada, abriéndose así una nueva fuente de diferen
cias. Muy pocas veces sabe el hombre entenderse
con la mujer y convencerla. Por regla general el
hombre piensa que lo que él quiere no atañe a la
mujer, que ella no lo comprende. No se toma el
esfuerzo de explicárselo. «Eso no lo entiendes», es
la respuesta estereotipada, en cuanto la mujer se
queja de que él la posterga. La incomprensión de
las mujeres no hace sino aumentar con la incom
prensión de la mayoría de los hombres. En el pro
letariado se establece una relación más favorable
entre el hombre y la mujer, en el sentido de que
ambos reconocen que los dos tiran de la misma cuer
da y que para su porvenir humano no hay más que
un medio: la radical transformación de la sociedad,
transformación que convertirá a todos en seres li
bres. En la medida en que este conocimiento se va
extendiendo cada vez más entre las mujeres del pro
letariado, se idealiza su vida conyugal, a pesar de
la penuria y la miseria. Ambas partes tienen ahora
un objetivo común que persiguen y una fuente in
agotable de estímulo mediante el cambio de impre
siones a que los lleva su lucha común. El número
de mujeres proletarias que llega a este conocimiento
es mayor cada año. Se desarrolla aquí un movimien
to que tiene tina importancia decisiva para el futuro
de la humanidad.
En otros matrimonios, en los años de la madurez,
se hacen cada vez más patentes las diferencias educa
tivas e ideológicas que al principio del matrimonio,
cuando todavía predomina la pasión, se pasan fácil
mente por alto. Pero a medida que se va apagando
la pasión sexual, debiera sustituirse cada vez más
223
por la armonía intelectual. Mas, prescindiendo de
que el hombre tenga un concepto de los deberes ci
viles y los cumpla, gracias a su posición profesional
y a su tráfico constante con el mundo exterior, se
halla en contacto continuo con los más diversos ele
mentos y concepciones en las ocasiones más diver
sas, y entrando así en' un ambiente espiritual que
amplía su horizonte. En contraste con la mujer, se
encuentra en una especie de muda espiritual, mien
tras que a la mujer, debido a su actividad domés
tica, que la ocupa desde por la mañana temprano
hasta por la noche, se le roba el tiempo para edu
carse y, de este modo, se embrutece y atrofia inte
lectualmente.
Esta miseria doméstica en que viven actualmente
la mayoría de las mujeres casadas la describe acer
tadamente el burgués Gerhard von Amyntor en
Randglossen zum Buche des Lebens10. Aquí, entre
otras cosas, se dice lo siguiente en el capítulo titu
lado «Picaduras mortales»:
«N o son los acontecimientos estremecedores a los
que nadie escapa y que unas veces producen la muerte
del esposo, otras la ruina m oral de un hijo querido,
que unas veces consisten en una enfermedad larga y
grave y otras en el fracaso de un plan cálidamente aca
riciado, los que minan su (del ama de casa) frescor y
su vigor, sino las pequeñas preocupaciones, diariamen
te repetidas, y la consumen hasta la médula de los
huesos... Cuántos millones de buenas madrecitas con
sumen sus energías vitales en la cocina y fregando,
sacrificando sus- rosadas mejillas y sus hoyuelos al
servicio de las preocupaciones domésticas, hasta con
vertirse en momias arrugadas, secas, deshechas. La
pregunta eternamente nueva: '¿qué vamos a preparar
hoy de comida?’, la necesidad siempre repetida de lim
piar y sacudir, de barrer y quitar el polvo, es la gota
224
continua que va consumiendo lenta, pero seguramente,
su espíritu y su cuerpo. E l fogón es el lu gar donde se
hacen los balances más tristes entre ingresos y gastos,
donde se hacen las observaciones más deprimentes so
bre el constante encarecimiento de los medios de vida
y la obtención cada vez más difícil del dinero necesa
rio. En el flameante altar donde cuece el puchero de
sopa se sacrifica la juventud y el candor, la belleza
y el genio alegre, ¿y quién reconoce en la vieja coci
nera, encorvada por las preocupaciones, de ojos hun
didos, a la novia rebosante de salud, traviesa, coqueta,
adornada con su corona de mirto? E l hogar era ya
para los antiguos algo sagrado, y junto a él colocaban
sus lares y dioses protectores: mantengamos nosotros
también el hogar como algo sagrado donde la m ujer
burguesa alemana, fiel cumplidora de su deber, ofrece
el lento sacrificio de su vida para mantener amena la
casa, puesta la mesa y sana a la fam ilia.»
225
dorada), de donde se reclutan los señoritos pisaver
des, esa clase despreciable de hombre que podría
colocarse muy bien al mismo nivel de los chulos.
Esta jeunesse dórée proporciona también el contin
gente principal para la seducción de las hijas del
pueblo trabajador y considera que su oficio consiste
en vagar y despilfarrar.
De las condiciones descritas se han formado cier
tas cualidades características de la mujer, que se
van perfeccionando de una generación en otra. Los
hombres prefieren escandalizarse de ellas, pero ol
vidan que ellos mismos son la causa y que las favo
recen con su conducta. Entre estas cualidades feme
ninas tan censuradas se cuentan la temida locuaci
dad y chismorreo, la tendencia a mantener conver
saciones interminables sobre las cosas más nimias
e insignificantes, el dirigir sus pensamientos a lo
puramente externo, la manía de la moda y de .gustar
y la consiguiente inclinación por todos los caprichos
de la moda; además, la envidia y los celos fáciles
contra las compañeras de sexo, la tendencia a la fal
sedad y a la fantasía.
En el sexo femenino, estas cualidades se observan
ya generalmente, sólo que en grado distinto, en la
edad juvenil. Son cualidades que brotan bajo la pre
sión de las condiciones sociales que la herencia, el
ejemplo y la educación se encargan de ampliar. Una
persona irracionalmente educada no puede educar
racionalmente a otra.
Para explicarse las causas originarias y el desarro
llo de las cualidades de los sexos y de los pueblos
enteros hay que proceder según el mismo método
que aplican las ciencias naturales modernas para
establecer el origen y el desarrollo de los seres vivos
y de sus cualidades características. Son las condicio
nes materiales de la vida las que imprimen en gran
medida a cada ser vivo sus cualidades característi
cas; habrá que adaptarse a las diferentes condicjo-
226
nes vitales que, en último término, se convierten en
su naturaleza.
Él hombre no constituye ninguna excepción a lo
que en la naturaleza rige para todos los seres vi
vos u; el hombre no está fuera de las leyes naturales,
es, desde el punto de vista fisiológico, el animal más
desarrollado. Pero esto es algo que no se quiere
admitir. Hace ya siglos que los antiguos, aunque
desconocían las ciencias naturales modernas, tenían
en muchas cosas humanas ideas más racionales que
los modernos, y lo principal es que aplicaban en la
práctica sus ideas basadas en la experiencia. Se elo
gia con admiración la belleza y el vigor de los hom
bres y mujeres de Grecia, pero se olvida que no
fue el clima favorable y la naturaleza encantadora
del país, a orillas de un mar rico en bahías, lo que
influyó de una manera tan favorable en el carácter
y desarrollo de la población, sino que fueron las
máximas de educación y formación física, conse
cuentemente ejecutadas por el Estado, concebidas
para unir la belleza, el vigor y la agilidad con la
agudeza y la elasticidad del espíritu. Cierto, enton
ces también se descuida ya a la mujer en lo inte
lectual, en comparación con el hombre, mas no así
en lo referente al desarrollo corporaln. En Esparta,
que iba más lejos que nadie en la formación física
de ambos sexos, los muchachos y las muchachas an
daban desnudos hasta la edad adulta y practicaban
juntos los ejercicios físicos, los juegos y los comba
227
tes. La exposición desnuda del cuerpo humano y el
trato natural de lo natural tenía el efecto de que no
surgían las sobreexcitaciones sensuales que se crean
artificialmente, sobre todo, mediante la separación
del tráfico entre ambos sexos desde la juventud.
El cuerpo de un sexo no era ningún secreto para el
otro. En esas condiciones no podría brotar ningún
juego de ambigüedades. La naturaleza era naturale
za. Un sexo gozaba con la belleza del otro.
Y para volver a un trato natural, libre, entre los
sexos, la humanidad tiene que desprenderse de las
nociones espiritualistas e insanas que actualmente
predominan acerca del ser humano y crear los mé
todos educativos que introduzcan una regeneración
física y espiritual.
Entre nosotros predominan todavía nociones muy
atrasadas, sobre todo acerca de la educación feme
nina. Se considera herético, «antifemenino», el que
la mujer también debe tener fuerza, valor y deci
sión, aunque nadie podrá negar que esas cualidades
podrían protegerla de muchas inclemencias y dis
gustos.
En cambio, se obstaculiza en todo lo posible su
desarrollo físico, igual que el intelectual, en lo que
desempeña también un papel esencial la irracionali
dad del vestido. Este no sólo obstruye su desarrollo
físico de un modo irresponsable, a menudo la arrui
na directamente, y, sin embargo, hasta los mismos
médicos no se oponen a él. El temor a desagradar a la
paciente los induce a callarse o incluso adulan sus
locuras. El vestido moderno le impide en gran me
dida a la mujer el uso libre de sus fuerzas, perju
dica su desarrollo físico y despierta en ella el senti
miento de impotencia y debilidad. También es este
vestido un peligro para la salud de su entorno, pues
en la vivienda y en la calle la mujer es una creadora
ambulante de polvo. La rigurosa separación de los
sexos en la escuela y en el trato social, que corres-
228
ponde totalmente a las ideas espiritualistas que el
cristianismo ha implantado profundamente en nos
otros, obstruye igualmente el desarrollo de la mujer.
La mujer, que no llega a desplegar sus disposi
ciones y facultades, se mantiene encogida en el círcu
lo más estrecho de ideas, y casi entra en contacto
únicamente con miembros de su sexo, no puede al
zarse por encima de lo cotidiano y habitual. Su ho
rizonte intelectual gira solamente en torno a los
acontecimientos de su ambiente más cercano, en
torno a las relaciones familiares y lo que con ellas
se relaciona. La conversación arrogante sobre las
mayores nimiedades, la inclinación al chismorreo se
fomenta así con todas las fuerzas, pues las cuali
dades intelectuales vivas en ella reclaman actividad
y ejercicio. Y el hombre, complicado a menudo en
contrariedades, impulsado a la desesperación, mal
dice entonces las cualidades que él, como «cabeza
de la creación», lleva principalmente en su con
ciencia.
No debe ignorarse que, recientemente, van apa
reciendo los comienzos de una concepción más ra
cional de la vida, pero no son más que comienzos,
y que únicamente afectan a pequeñas capas de la
sociedad.
229
adornos y la manía de gustar, que alcanza su nivel
espantoso en los caprichos cada vez más excéntricos
de la moda y, a menudo, pone en los mayores apuros
y necesidades a los padres y maridos. La explicación
es bien sencilla. Para el hombre, la mujer es, en
primer lugar, un objeto de placer; económica y so
cialmente sojuzgada, tiene que contemplar su aco
modo en el matrimonio y, por tanto, depende del
hombre y se convierte en una porción de propiedad
suya. Su situación resulta aún más desfavorable por
el hecho de que, por regla general, el número vde
mujeres es mayor que el de hombres, capítulo éste
del que ya hablaremos con más detalle. Con esta
desproporción aumenta la competencia de las mu
jeres entre sí, reforzada aún más porque, por las
razones más diversas, cierto número de hombres no
se casa. De este modo, la mujer se ve obligada a
entrar en la competencia por el hombre mediante la
exposición más favorable posible de su aspecto ex
terno.
Obsérvese la larga duración de esta desproporción
a través de muchas generaciones y ya no extrañará
que estos fenómenos hayan tomado su actual forma
extrema, dado que las mismas causas siguen actuan
do constantemente. A ello se suma el que, tal vez,
la lucha competitiva de las mujeres por los hombres
no fue en ninguna época tan violenta como en la
actual, en parte por lo ya expuesto, en parte por ra
zones. que ya discutiremos. Además, tanto las difi
cultades cada vez mayores por lograr una existencia
suficiente como las crecientes demandas sociales
inducen más que nunca a la mujer a considerar el
matrimonio como una «institución de acomodo».
Los hombres aceptan gustosos esta situación,
pues son ellos los que obtienen ventajas de ella.
Le conviene a su orgullo, a su vanidad y a su interés
jugar el papel del señor, y en este papel de soberano,
lo mismo que todos los soberanos, es difícil que
230
atiendan a razones. De ahí que las mujeres estén
tanto más interesadas en la creación de unas condi
ciones que las liberen de esta posición degradante.
Las mujeres no deben esperar ayuda de los hom
bres, como tampoco los obreros la ayuda de la bur
guesía.
Si se piensa además en las cualidades caracterís
ticas que la lucha por la posición privilegiada des
pliega también en otros terrenos, como por ejemplo
el industrial, tan pronto como los empresarios se
enfrentan unos a otros, con qué medios infames
y canallescos se combate, cómo se despiertan el
odio, la envidia y la calumnia, entonces se explicará
el hecho de que en la lucha competitiva de las mu
jeres por los hombres se pongan de manifiesto ca
racterísticas parecidas. De ahí proviene el hecho de
que, por término medio, las mujeres se aguanten
mutuamente menos que los hombres, que incluso
las mejores amigas riñan con facilidad cuando se
trata de la estima ante un hombre, de quién tiene
la personalidad más atractiva, etcétera. De ahí tam
bién la observación de que siempre que se encuen
tran dos mujeres, por muy extrañas que sean la una
para otra, se consideren por regla general como dos
enemigas. De una sola mirada se descubren mutua
mente dónde la otra ha aplicado un color impropio
o puso incorrectamente un lazo o cometió un error
fundamental parecido. En las miradas con que am
bas se enfrentan puede leerse involuntariamente el
juicio que cada una tiene de la otra. Es como si cada
una quisiera decirle a la otra: «Sé arreglarme mejor
que tú para atraer hacia mí las miradas.»
Por otro lado, la mujer es, por naturaleza, más
impulsiva que el hombre, reflexiona menos que éste,
es más desinteresada, ingenua y, por tanto, la domi
na más la pasión, que presenta su aspecto más bello
en el sacrificio heroico que hace por su hijo o en la
preocupación por sus familiares y su cuido en las
231
enfermedades. En cambio, esta pasión tiene su ex
presión más fea cuando se enfurece. Pero tanto los
aspectos buenos como los malos se ven influencia
dos, favorecidos, obstaculizados o transformados,
en primer lugar, por la posición social. El mismo
instinto que, en condiciones desfavorables, se pre
senta como un defecto, resulta, en condiciones fa
vorables, una fuente de felicidad para ella y para
los demás. Fourier tiene el mérito de haber demos
trado de modo brillante cómo los mismos instintos
del ser humano producen resultados enteramente
opuestos en condiciones diversas13.
A los efectos de una educación intelectual errónea
se suman también los no menos importantes de la
educación física equivocada o insuficiente respecto
al fin natural. Todos los médicos están de acuerdo
en que la preparación de la mujer para su oficio
de madre y educadora de los hijos lo deja casi todo
por desear. «Se instruye al soldado en el manejo
de las armas y al obrero manual en el de su herra
mienta, todo oficio requiere sus estudios; hasta el
monje tiene su noviciado. La mujer es la única que
no se educa para sus serios deberes de madre.» 14
Nueve décimas partes de las doncellas que tienen
oportunidad de casarse entran en el matrimonio
con una ignorancia casi absoluta acerca de la ma
ternidad y de sus deberes. El temor irresponsable,
incluso de las madres, a hablar con la hija adulta
sobre las funciones sexuales tan importantes, las
deja en la más negra ignorancia acerca de sus de
beres para consigo misma y su esposo. Al entrar en
el matrimonio, la mujer pisa, por regla general, ün
terreno totalmente extraño; se ha hecho un cuadro
fantástico de él, sacado generalmente de las novelas
13 A. B e b e l, Charles Fourier, sein Leben und seine Theo-
rien, Stuttgart 1907, J. H. W. Dietz.
14 I r m a v o n T r o ll- B o r o s ty a n j, Die Mission unseres Jahr-
hunderts. Eine Studie zur Frauenfrage, Pressburg y Leipzig.
232
de la peor especie, que se adapta muy poco a la
realidad15. Los deficientes conocimientos económi
cos que, tal como están las cosas, son necesarios
para el matrimonio, aunque se hayan suprimido mu
chas actividades de la mujer que antes se conside
raban propias de ella, también son motivo de dife
rencias. Unas no entienden nada de la economía
porque se consideran demasiado altas para ocuparse
de esas cosas y creen que es asunto de los criados;
a otras, integrantes de las grandes masas, la lucha
por la existencia les impide formarse para el oficio
de economistas, pues desde por la mañana temprano
hasta por la noche tienen que estar en el taller o
en la fábrica. Cada vez se pone más de manifiesto
que el desarrollo de las condiciones le hace perder
terreno a la economía individual y sólo puede man
tenerse a base del sacrificio absurdo de dinero y
tiempo.
Otra causa que para muchos hombres anula el
fin conyugal estriba en el desarrollo físico de mu
chas mujeres. Nuestro modo de comer, vivir, traba
jar y entretenernos, en suma, todo el modo de vida
tiene muchas veces más efectos nocivos que favo
rables en nosotros. Con perfecto derecho puede ha
blarse de una época nerviosa; mas el nerviosismo
corre paralelo con la degeneración física. La anemia
ls En Les femmes qui tuent et les fem m es qui votent,
Alejandro Dumas hijo cuenta que un religioso católico de
alto rango le dijo en una conversación que de cada cien
de sus antiguas alumnas que se casaban, al cabo de un mes
al menos ochenta volvían a él y le decían que estaban des
engañadas del matrimonio, que estaban arrepentidas de ha
berse casado. Esto parece muy probable. L a volteriana bu r
guesía francesa halla compatible con su conciencia el edu
car a sus hijas en los conventos, pues parte de la opinión
de que la m ujer ignorante es más fácil de llevar que la
culta. Es lógico que surjan conflictos y desengaños. Laboy-
laye aconseja directamente mantener a las m ujeres en una
ignorancia moderada, pues «notre empire est détruit, si
l’homme est reconnu» (nuestro imperio se destruye en
cuanto se reconozca al hom bre).
233
y la nerviosidad están enormemente difundidas, so
bre todo entre el sexo femenino. Se van convirtien
do cada vez más en una calamidad social que, caso de
que aún dure algunas generaciones sin que se logre
colocar nuestra organización social en condiciones
normales de desarrollo, llevaría a la degeneración
de nuestra especie16.
En lo que al fin sexual se refiere, el organismo fe
menino necesita un cuidado muy especial, particu
larmente buena alimentación y, en determinados pe
ríodos, también protección suficiente. Ninguna de
estas cosas existe para la inmensa mayoría del sexo
femenino y, en las condiciones actuales, apenas pue
den realizarse. La mujer se ha acostumbrado tam
bién a la modestia de tal modo que, por ejemplo,
numerosas mujeres consideran un deber conyugal
darle los mejores bocados al marido y contentarse
ella con una alimentación insuficiente. Del mismo
modo, a menudo se les da preferencia en la alimen
tación a los muchachos sobre las muchachas. Se
halla muy difundida la creencia de que la mujer no
sólo puede bastarse con menos alimento que el hom
bre, sino también peor. De ahí el triste cuadro que
ofrece al especialista particularmente nuestra juven-
234
tud femenina17. Una gran parte de nuestras donce
llas es físicamente débil, anémica, extremadamente
nerviosa. Las consecuencias son trastornos de mens
truación, enfermedades de los órganos relacionados
con el fin sexual, que a menudo aumentan hasta la
incapacidad o el peligro vital de parir o amamantar
hijos. «Si esta degeneración de nuestras mujeres
avanzase del mismo modo que lo ha hecho hasta
ahora, no estaría ya muy lejos el momento en que
podría dudarse si el hombre civilizado se cuenta ya
entre los mamíferos o no.» 18 En vez de una compa
ñera sana y alegre, -de una madre capaz, de una es
posa cumplidora de sus deberes domésticos, el hom
bre tiene una mujer enferma, nerviosa, de cuya casa
no se sale el médico, y que no puede soportar nin
guna corriente de aire ni el menor ruido. No que
remos extendernos más sobre este asunto, pues
cada cual puede seguir pintando el cuadro; ejem
plos los hay de sobra en el propio ambiente de la
familia o de los amigos.
Los médicos entendidos aseguran que más de la
mitad de las mujeres casadas, sobre todo en las
ciudades, se halla en un estado más o menos anor
mal. Conforme al grado del mal y al carácter de
los cónyuges, esas uniones deben ser desgraciadas,
y en la opinión pública se le otorga al hombre el
derecho a permitirse libertades extraconyugales,
cuyo conocimiento tiene que producir en la mujer
el estado de ánimo más desgraciado. A veces, la gran
diferencia en las demandas sexuales de una parte
o de otra provoca también desaveniencias profun
das sin que sea posible la tan deseable separación.
A este respecto, no debe callarse que una parte
considerable de los hombres son culpables de los
235
graves padecimientos físicos que sufren sus muje
res en el matrimonio. A causa de los desenfrenos,
una parte considerable de los hombres padece en
fermedades venéreas crónicas, que, a ménudo, como
no les causan grandes molestias, se toman a la lige
ra. Mas en el comercio sexual con la mujer le pro
ducen a_ ésta enfermedades del bajo vientre muy
desagradables y de efectos nefastos que aparecen
poco después del casamiento y con frecuencia llegan
hasta la incapacidad de concebir o de parir hijos.
Habitualmente, la desgraciada mujer no tiene nin
guna idea de la verdadera causa de su enfermedad,
que le oprime el ánimo, le amarga la vida y destru
ye el fin del matrimonio, y se hace y recibe repro
ches sobre su estado, que la otra parte ha causado.
¡Cuántas mujeres florecientes sucumben, apenas ce
lebrado el matrimonio, a una enfermedad crónica
qué ni ella ni los familiares se explican porque el
médico se vé obligado a guardar silencio!
Como han demostrado investigaciones recientes,
este hecho —el que a consecuencia de la gonorrea
el semen del hombre no contiene ya ninguna célula
espermática y, por tanto, el hombre está incapaci
tado de por vida para engendrar hijos— es una cau
sa relativamente frecuente de esterilidad conyugal,
en contraste con la vieja y cómoda tradición de los
señores de la creación, siempre dispuestos a echarle
a la mujer la culpa de la falta de hijos19.
Como puede verse, hay toda una serie de causas
que en la mayoría de los casos no dejan que la vida
conyugal actual sea lo que debe ser. Por eso, no deja
de ser una instrucción de valor dudoso el que hasta
los mismos sabios crean despachar las aspiraciones
236
emancipatorias de la mujer remitiéndola al matri
monio, que mediante nuestras condiciones sociales
se va convirtiendo cada vez más en una caricatura
y cada vez corresponde menos a su verdadera fina
lidad.
237
XI. Las oportunidades del matrimonio
238
criminal y prostituta). No hemos conocido ninguna
obra científica de tal volumen —abarca 590 pági
nas— que contenga tan pocas pruebas sobre el tema
tratado en ella. El material estadístico, del que se
sacan las conclusiones más audaces, es, por lo ge
neral, muy escaso. A menudo les basta a los autores
una docena de casos para sacar de ellos las conse
cuencias más graves. El material más útil de la obra
lo ha procurado, de modo característico, una mujer,
la doctora Tarnovskaya. La influencia de las rela
ciones sociales, del desarrollo cultural, se dan casi
por completo de lado, todo se juzga unilateralmente
desde el punto de vista fisiológico-psicológico, y en
la argumentación se entretejen muchas comunica
ciones etnográficas de los pueblos más dispares, sin
analizar más a fondo la índole de estas comunica
ciones. Según los autores, igual que en Schopen-
hauer, la mujer es un niño grande, una mentirosa
par excellence, débil de juicio, veleidosa en el amor,
incapaz de ningún acto heroico propiamente dicho.
La inferioridad de la mujer frente al hombre la de
muestra un gran número de diferencias y cualidades
físicas. «El amor de la mujer no es en el fondo más
que un carácter secundario de la maternidad; todos
los sentimientos cariñosos que atan la mujer al hom
bre no brotan de impulsos sexuales, sino de los ins
tintos de sumisión y entrega adquiridos a través de
la adaptación.»2 Cómo se adquirieron y adaptaron
estos «instintos» es algo que los autores no inves
tigan; tendrían que haber investigado entonces la
posición social de la mujer a lo largo de los mile
nios, posición que ha hecho de ella lo que es. Cierto,
los autores describen el estado de esclavitud y de
pendencia de la mujer én los pueblos y períodos cul
turales más diversos, pero, como darwinianos con
anteojeras, lo derivan todo de causas fisiológicas y
239
no sociales y económicas, que influyen sobremanera
en la evolución fisiológica y psicológica de la mujer.
Los autores hablan también de la vanidad de la
mujer y llegan a la conclusión de que, en los pueblos
de bajo nivel cultural, los hombres son el sexo vani
doso, cosa que se ve, todavía hoy, por ejemplo, en
las Nuevas Hébridas, en Madagascar, en los pueblos
del Orinoco, en muchas islas de la Polinesia y en un
número de pueblos africanos y del Pacífico. ¿Pero
por qué y cómo? La respuesta es bien sencilla. En
los pueblos de bajo nivel cultural predominan las
condiciones matriarcales o todavía no hace mucho
que se superaron. El papel que la mujer desempeña
en ellos la exime de la necesidad de competir por el
hombre, es el hombre el que la solicita, y a tal fin
se adorna, se hace vanidoso. En los pueblos de nivel
cultural superior, y particularmente en los pueblos
civilizados, no es el hombre el que lisonjea a la
mujer, salvo muy pocas excepciones, sino la mujer
al hombre, aunque raras veces ocurra que la mujer
tome la iniciativa y se ofrezca al hombre. Se lo im
pide la denominada decencia; pero, en realidad, el
ofrecimiento se hace mediante su forma de presen
tarse, mediante la suntuosidad de sus vestidos, el
lujo que despliega, la manera en que se adorna y se
presenta y coquetea socialmente. Su superioridad
numérica y la necesidad social de considerar el ma
trimonio como institución de acomodo, o como una
institución mediante la cual puede únicamente satis
facer su instinto sexual y vale algo socialmente, le
impone esta conducta. Por tanto, vuelven a ser cau
sas puramente económicas y sociales las que produ
cen una cualidad, unas veces en el hombre y otras
en la mujer, que se suele considerar como algo total
mente independiente de las causas sociales y econó
micas. De aquí se deduce también que tan pronto
como la sociedad llega a una situación social en la
que cesa toda dependencia de un sexo respecto del
240
otro y ambos son igualmente libres, la vanidad y las
locuras de la moda desaparecen igual que otros mu
chos defectos que hoy consideramos inextirpables
porque parecen ser innatos en el ser humano.
Por lo que se refiere especialmente a Schopen
hauer, éste, en su calidad de filósofo, juzga a la mu
jer de un modo tan unilateral como la mayoría de
nuestros antropólogos y médicos, que sólo ven en
ella el ser sexual, nunca el ser social. Schopenhauer
tampoco estuvo nunca casado y, por consiguiente,
no ha contribuido lo suyo a que una mujer cumplie
ra con la deuda de vida que él le atribuye. Y llega
mos así al otro lado de la medalla, que en modo
alguno es el más bello.
Todo el mundo sabe que muchas mujeres no se
casan porque no pueden casarse. La costumbre pro
híbe a la mujer ofrecerse ella misma; tiene que ser
pedida en matrimonio, es decir, dejar elegir, ella mis
ma no puede pedir en matrimonio. Si no encuentra
ningún pretendiente, engrosan el numeroso ejército
de esas pobres que equivocaron el fin de su vida
y ante la falta de un sueldo material seguro caen ge
neralmente en la penuria y en la misesria y con de
masiada frecuencia se exponen también a la burla.
¿De dónde brota, pues, la desproporción de los se
xos? Muchos tienen la respuesta a mano: nacen de
masiadas muchachas. Quienes afirman esto, están
mal informados, como ya veremos. Otros deducen
del hecho de que si, en la mayoría de los países civi
lizados, las mujeres son más numerosas que los
hombres, debería permitirse de buen o mal grado
la poligamia. Pero la poligamia no sólo se contradice
con nuestras costumbres, también es una degrada
ción para la mujer, cosa que Schopenhauer, en sü
menosprecio y desdén por la mujer, no se molesta
én explicar: «La poligamia es un beneficio para el
sexo femenino en su conjunto.»
Muchos hombres no se casan porque creen qüe
241
no pueden mantener confome a su posición social
a una mujer y a los hijos que puedan venir. Pero
mantener a dos mujeres sólo pueden hacerlo una
pequeña minoría, y entre ésta hay muchos que tie
nen dos y más mujeres, una légitima y otra o varias
ilegítimas. Estos privilegiados por la riqueza no de
jan que nada les impida hacer lo que les place.
También en Oriente, donde la poligamia existe
desde hace milenios por costumbre y por ley, relati
vamente pocos hombres poseen más de una mujer.
Se habla de la desmoralizante influencia de la vida
de harén turca. Pero se pasa por alto que ésta sólo
pueden permitírsela una fracción diminuta de hom
bres, y, en verdad, dentro de la clase dominante,
mientras que la gran masa de los hombres vive en
monogamia. En la ciudad de Argel había a fines de
los años 60, 18.282 matrimonios, de ellos no menos
de 17.319 con sólo una mujer, 888 con dos y tan
sólo 75 con más de dos mujeres. Constantinopla,
capital del imperio turco, no debería presentar un
cuadro muy distinto. En la población rural de Orien
te, la proporción es todavía más favorable a la mono
gamia. Lo mismo que entre nosotros son también
las condiciones materiales las que obligan a los
hombres a limitarse a una sola mujer3. Pero si éstas
fuesen igualmente favorables a todos los hombres,
la poligamia sería, no obstante, irrealizable, puesto
que harían falta mujeres. En condiciones normales,
el número casi igual de personas de ambos sexos
apunta en todas partes a la monogamia. Aportamos
aquí, como prueba, el resumen publicado por Bücher
en un artículo del Allgemeinen Statistischen Archiv4.
3 Por lo que se refiere a la poligamia, en toda la India
tiene úna difusión muy moderada. Según el censo de 1901,
incluyendo a todas las religiones, a cada 1.000 hombres ca
sados corresponden en todo el imperio 1.011 mujeres casa
das; la perturbación del equilibrio monógamo por la poli
gam ia es, pues, insignificante.» G. v o n M ayr , 1. c., pág. 77.
4 K a r l B ü c h e r, Ü ber die Verteilung der beiden Geschle-
242
V A R O N E S Y H E M B R A S POR C O N T IN E N T E S
Hembras
Varones Hembras Total P°^
varones
EURO PA 170.818.561 174.914.119 345.732.680 1.024
AM E R IC A 41.643.389 40.540.386 82.183.775 973
A SIA 177.648.044 170.269.179 347.917.223 958
O C E A N IA 2.197.799 1.871.821 4.069.620 852
AFRICA 6.994.064 6.771.360 13.765.424 968
243
de Italia, Bosnia, Herzegovina, Costa Rica, Argen
tina, Transvaal, Estado de Orange, Chipre, Formosa
y Pescadores, la población censada de la tierra as
ciende entonces a 882 millones, con una proporción
media de 991 hembras por cada 1.000 varones... Por
tanto, puede admitirse una representación casi igual
de ambos sexos en la población censada —probable
mente con un exceso minúsculo de hombres.» 5
La situación es distinta en Europa, que nos inte
resa más que los otros continentes. Con excepción
de los países del Sudeste europeo, Bosnia, Herzego
vina, Serbia, Bulgaria, Rumania y Grecia, la pobla
ción femenina es en todas partes superior a la mas
culina. Entre los grandes países, esta proporción es
más favorable en Hungría y en Italia: a cada 1.000
varones corresponden 1.009 y 1.010 hembras; luego
viene Bélgica, en donde por cada 1.000 hombres hay
1.013 mujeres. En cambio, Portugal (1.093) y Norue
ga (1.082) ofrecen la proporción más desfavorable.
A continuación, vienen Gran Bretaña e Irlanda:
1.063 mujeres por cada 1.000 hombres. Francia, Ale
mania, Austria y Rusia ocupan un lugar intermedio,
con 1.033, 1.032, 1.035 y 1.029 hembras por cada
1.000 varones6.
En Alemania ha mejorado en los dos últimos de
cenios, con cada censo, la proporción entre pobla
ción femenina y masculina. El 1 de diciembre de 1885
la población femenina era mayor que la masculina
en 988.376 personas; en el censo del 1 de diciembre
de 1890 este exceso ascendía a 966.806; en 1895, a
957.401; en 1900, a 892.684, y el 1 de diciembre
de 1905 había descendido a 871.916 (1.029 mujeres
5 G. v o n M a y r , 1. c., págs. 36-37. A l mismo resultado llega
también el Dr. G. Schnapper-Amdt, Sozialstatistik, pág. 105,
Leipzig 1908: «E n términos generales debe haber bastante
igualdad entre ambos sexos.»
6 Según G. S c h n a p p e r-A rn d t, 1. c., págs. 107-108. Sobre
la base de los resultados de los últimos censos, principal
mente en tom o al cambio de siglo.
244
por cada 1.000 hombres). Una causa principal de
esta reducción de la diferencia estriba en la dismi
nución de la emigración,,en la que participaba, so
bre todo, el sexo masculino. Esto se revela clara
mente en la proporción de los sexos en la Unión
norteamericana, hacia donde se dirige la corriente
principal de los emigrantes, que presenta una esca
sez de mujeres casi tan grande como el exceso de
las mismas que tiene Alemania (por cada 1.000 hom
bres había en 1900 solamente 953 mujeres). La emi
gración de Alemania descendió de 220.902 personas
en 1881 a 22.073 en 1901 y a 19.883 en 1908.
Por consiguiente, la fuerte emigración de los hom
bres en comparación con la de las mujeres motiva,
en primer lugar, la diferencia entre el número de
personas de ambos sexos. De este modo, Italia, que
a principios de los años 40 era todavía un país con
exceso de hombres, se ha convertido en un país con
exceso de mujeres, a consecuencia de la emigración
extraordinariamente grande.
Además, se accidentan más hombres que mujeres
en la agricultura, la industria y el comercio, y tam
bién hay más hombres que mujeres de paso en el
extranjero —comerciantes, marineros, soldados de
marina, etcétera.
Otro fenómeno comprobado por las estadísticas
y de mucho peso es que las mujeres viven, por tér
mino medio, más que los hombres y por eso hay
más mujeres que hombres en las edades superiores.
Este cuadro muestra que hasta los veintiún años
el número de muchachos supera al de muchachas7.
Este exceso de muchachos se debe, en primer lu
gar, a la proporción de nacimientos. En todas partes
245
PR O PO R C IO N D E SEX O S PO R E D ADES S E G U N
E L C E N SO D E 1900
Años
1890 1900
D IF E R E N C IA D E
M UJER ES 1.382.903 1.543.683
247
De estas personas viudas, había en la edad de
1890 1900
Edad Hombres Mujeres Hombres Mujeres
40.a 60 años 222.286842.920 225.191900.357
60 y más » 506.319 1.158.712 537.116 1.299.905
248
Por tanto, entre los solteros comprendidos en la
edad de quince y cuarenta años había 875.888 más
hombres que mujeres, circunstancia que parece muy
favorable para estas últimas. Pero, salvo raras ex
cepciones, los hombres comprendidos entre los
quince y los veintiún años no pueden casarse, y eran
3.175.453 contra 3.064.567 mujeres. Tampoco pueden
fundar una fámilia los hombres comprendidos entre
los veintiuno y los veinticinco años —y remitimos
tan sólo a los militares, estudiantes, etc.—, mien
tras que casi todas las mujeres de esta edad sí pue
den hacerlo. Suponiendo, además, que un gran nú
mero de hombres no se casa, en absoluto, por las
razones más diversas —tan sólo el número de sol
teros de más de cuarenta años ascendía a 567.804,
a los que hay que sumar también los viudos y divor
ciados, frente a 812.181 solteras, a las que hay que
añadir también las viudas y divorciadas con más de
dos millones—, resultará que la situación del sexo
femenino es muy desfavorable con respecto al casa
miento. Por consiguiente, en las circunstancias ac
tuales, un gran número de mujeres se ven obligadas
a renunciar a la satisfacción legítima del instinto
sexual, mientras que los hombres buscan y encuen
tran satisfacción al mismo en la prostitución. La si
tuación de las mujeres sería muy distinta desde el
momento en que, transformando nuestras condicio
nes sociales, se eliminasen los obstáculos que en la
actualidad impiden a muchos miles de hombres fun
dar un matrimonio.
Como ya hemos observado, la emigración a ultra
mar produce un desplazamiento considerable en el
número de los sexos. El servicio militar lleva tam
bién a muchos hombres, y concretamente a los más
fuertes, al extranjero. En 1900, según el informe pre
sentado oficialmente al Reichstag sobre los resulta
dos del complemento del Ejército, se había conde
nado a 135.168 hombres por emigración ilícita, y por
249
la misma razón se estaban investigando aún otros
13.055. Las cifras comprenden las quintas hasta los
cuarenta y cinco años. Es considerable la pérdida
que se causa a Alemania por esta emigración ilícita
de hombres. La emigración es particularmente fuer
te en los años que siguen a las grandes guerras, como
ocurrió después de 1866 y en los años 1871 a 1874.
También se pierden muchos hombres a causa de
los accidentes. El número de personas que sufrieron
accidentes mortales en Prusia entre los años 1883
y 1905 ascendió nada menos que a 297.983 (de ellas,
en 1905, 11.792 del sexo masculino y 2.922 del feme
nino). Entre los años 1886 y 1907, el número de per
sonas muertas en empresas de seguro obligatorio
en la industria, la agricultura, la administración pú
blica y municipal, ascendió a 150.719, de ellas sólo
una fracción fueron mujeres. Otra parte considera
ble de las personas ocupadas en estas empresas que
dan, a consecuencia de los accidentes, inválidos per
manentes e incapacitados para fundar una familia
(40.744 desde 1886 a 1907), otros mueren prematura
mente y dejan a su familia en la miseria. Grandes
pérdidas de vidas de hombres ocurren también en
la navegación.. En el período que va desde 1882 a
comienzos de 1907 se perdieron 2.848 barcos con
4.913 miembros de la tripulación —salvo muy raras
excepciones, hombres— y 1.275 pasajeros.
Una vez que se haya afianzado el pleno aprecio
al valor de la vida humana, cosa que ocurrirá en
grado sumo dentro de una sociedad socialista, la so
ciedad podrá evitar la mayoría de los accidentes, es
pecialmente también en la navegación marítima. En
innumerables casos se pierden vidas o miembros
humanos mediante el inapropiado ahorro de la clase
empresarial, en otros muchos casos la causa está
en la prisa y la extenuación en el trabajo. La carne
humana es barata; si muere un obrero, hay muchos
más que ocupan su lugar.
250
Especialmente en la navegación marítima se lle
van las cosas de un modo bastante irresponsable.
Gracias a las revelaciones de Plimsoll ante el parla
mento inglés a mediados de los años 70 ha llegado
a conocimiento de todo el mundo el hecho de que,
llevados por su criminal codicia, numerosos propie
tarios de barcos aseguran por sumas muy elevadas
barcos sin cualidades ya para navegar y los abando
nan sin conciencia, junto con su tripulación, al me
nor accidente marítimo, a fin de percibir las eleva
das primas del seguro. Se trata de los llamados bar
cos ataúdes, que también se conocen en Alemania.
No pasa ningún año sin que las oficinas marítimas
lleguen a emitir su juicio sobre un gran número de
accidentes de barcos, indicando en ellos que la edad
demasiado avanzada, o el exceso de carga, o el esta
do deficiente, o el insuficiente aparejo del barco,
o varias de estas causas a la vez, motivaron la des
gracia. En una gran parte de los barcos naufragados
no puede determinarse, en absoluto, la causa del
naufragio. En este terreno se cometen precisamente
los delitos más graves. Las medidas de protección
en las costas para salvar a los náufragos son tam
bién muy defectuosas e insuficientes, puesto que su
instalación depende casi exclusivamente de la acti
vidad privada. La salvación de los náufragos en las
costas extranjeras lejanas se encuentra en una si
tuación totalmente desesperada. Una comunidad que
tenga por cometido supremo exigirles a todos lo
mismo cuidará de que estas desgracias apenas se
den. Pero el imperante sistema económico de rapiña,
que calcula con los seres humanos como si fuesen
números a fin de obtener la mayor ganancia posible,
destruye no pocas veces una vida humana si con ello
puede ganar un tálero.
251
2. Trabas y dificultades para el matrimonio.
El exceso de mujeres
252
médicos militares. Para otros funcionarios militares
con rango de oficial, las nuevas normas matrimonia
les son más suaves, pero más rigurosas para los ofi
ciales del Estado Mayor. En el futuro, el oficial asig
nado al Estado Mayor no debe casarse en absoluto;
el verdadero capitán de Estado Mayor menor de
treinta años necesita una fianza de 36.000, y después,
de 24.000 florines. En Alemania rigen, desde 1902,
principalmente las disposiciones siguientes: el per
miso para casarse de un oficial o de un oficial de
sanidad con un sueldo inferior al de un capitán (de
caballería) de primera clase sólo puede solicitarse
una vez que se haya demostrado que el oficial u ofi
cial de sanidad tienen irnos ingresos extraordinarios,
que deben ascender al menos: en un capitán (de ca
ballería) de segunda clase salarial y en un oficial
de distrito de la gendarmería con un sueldo de 4.500
marcos anuales, 1.500 marcos; en un oficial de la gen
darmería con un sueldo de 3.300 marcos anuales,
2.100 marcos; en un cazador del cuerpo de cazadores
a caballo, 2.500 marcos anuales. También el cuerpo
de suboficiales está sometido a disposiciones repre
sivas en lo referente a los casamientos, y el subofi
cial necesita del permiso de sus superiores para ca
sarse. He aquí pruebas drásticas de la concepción
materialista que el Estado tiene acerca del matri
monio.
En general, la opinión pública cree que los hom
bres no debieran casarse con menos de veinticuatro
o veinticinco años y, en verdad, en consideración a
la autonomía civil que, por regla general, no se ad
quiere sino hasta esta edad. Sólo en las personas
que se hallan en la agradable situación de no tener
que conquistarse una posición independiente, como,
por ejemplo, en los miembros del estamento princi
pesco, está bien visto que el hombre se case a los
dieciocho o diecinueve años y la mujer a los quince
o dieciséis. El príncipe adquiere también su mayoría
253
de edad a los dieciocho años, considerándosele en
tonces apto para gobernar al pueblo más numeroso.
Los mortales corrientes sólo alcanzan su mayoría
de edad a los veintiún años.
Esta diferencia de opinión respecto a la edad en
que es deseable el casamiento pone de manifiesto
que, en este respecto, lo decisivo son únicamente las
consideraciones sociales; no tienen nada que ver con
el ser humano en cuanto ser sexual. Pero el instinto
natural no se ata a determinadas condiciones socia
les y a las opiniones que de ellas se derivan. En cuan
to el ser humano ha alcanzado su madurez, el ins
tinto sexual se hace valer con toda su intensidad.
El acceso a la madurez sexual en el sexo femenino
varía según el individuo, el clima y la forma de vida.
En la zona cálida aparece ya a la edad de nueve
o diez años, y en ella se ven a menudo mujeres que
a esta edad llevan ya al primer retoño en los brazos,
pero también se han marchitado ya a los veinticinco
o treinta años 10. En las zonas templadas se alcanza,
por regla general, entre los catorce y los dieciséis
años, y en algunos casos aún después; la madurez
sexual de las muchachas varía también en la ciudad
y en el campo. En las campesinas sanas, robustas,
que trabajan vigorosamente, la menstruación apa
rece, por término medio, después que en nuestra
señorita de ciudad, mal alimentada, debilitada, hi-
pernerviosa, etérea. Allí la madurez sexual se des
arrolla de un modo normal, aquí el desarrollo nor
mal constituye la excepción: aparecen toda clase de
síntomas morbosos, que no pocas veces desesperan
al médico. Cuántas ,veces se veri obligados los mé
dicos a explicar que la mejor cura es el matrimonio.
¿Mas cómo aplicar este remedio? Existen obstáculos
insuperables que se oponen a la realización de este
consejo.
10 E. M e ts c h n ik o f f , Studien über die Natur des Mens-
chen, Leipzig 1904, págs. 118-119.
254
Todo esto pone de manifiesto dónde hay que bus
car el cambio. Por un lado, se trata de crear nng
educación totalmente distinta, que tenga en cuenta
tanto el aspecto físico como el espiritual del ser
humano; por otro lado, crear una forma de vida y
de trabajo enteramente distinta. Pero sólo es posible
crear ambas cosas en condiciones sociales totalmen
te distintas. '•
Nuestras condiciones sociales han creado una pro
funda contradicción entre la persona como ser se
xual y como ser social. Esta contradicción no ha
resaltado en ninguna época tanto como en la actúal,
dando lugar a una cantidad de males y enfermeda
des que afectan preferentemente al sexo femenino.
Por un lado, su organismo depende, en un grado mu
cho mayor que el hombre, de su disposición sexual
y sufre la influencia de ésta —por ejemplo, la vuelta
regular de los períodos— ; por otro lado, la mujer se
encuentra con la mayoría de los obstáculos que im
piden satisfacer su más fuerte instinto sexual de una
manera natural. Esta contradicción entre la necesi
dad natural y la coacción social lleva a lo antina
tural, a los vicios y excesos secretos, que minan todo
organismo débil.
La satisfacción antinatural se fomenta muchas ve
ces de un modo desvergonzado. Se elogian, de una
forma más o menos encubierta, ciertos productos
que, por regla general, se recomiendan en la sección
de anuncios de los periódicos y publicaciones de en
tretenimiento que penetran en la familia. Estos elo
gios van calculados preferentemente a la porción
mejor situada de la sociedad, pues los precios de los
productos son tan elevados que la persona de pocos
medios apenas podría permitírselos. Paralelamente
a estos anuncios discurre el encarecimiento, calcu
lado para ambos sexos, de las imágenes obscenas
(particularmente series enteras de fotografías), de
poesías y obras en prosa de contenido semejante,
255
cuyos títulos están calculados ya para la excitación
sexual y que provocan la persecución de la policía
y de los fiscales. Pero éstos tienen demasiado que
hacer con la socialdemocracia destructora de la «ci
vilización, el matrimonio y la familia», como para
prestarles plena atención a estas actividades. Una
parte de nuestras novelas actúa en esta dirección.
Sería de maravillar que los excesos sexuales, exci
tados incluso artificialmente, no aumentasen hasta
convertirse en una enfermedad social.
La vida ociosa y exuberante de muchas mujeres
de las clases adineradas, el estímulo nervioso me
diante los medios más refinados, la sobrealimenta
ción con una especie determinada de placer artís
tico, que en ciertos géneros se cultiva artificial
mente, y que la parte del sexo femenino que sufre
de hipertrofia afectiva y de sobreexcitación nerviosa
considera a menudo como los medios más elegantes
de conversación y educación, intensifica las excita
ciones sexuales y conduce necesariamente a los ex
cesos. Entre los pobres hay ciertas ocupaciones pe
nosas, particularmente aquéllas en que se está sen
tado, que favorecen la concentración de la sangre
en los órganos del bajo vientre y fomentan las exci
taciones sexuales. Una de las ocupaciones más peli
grosas en este sentido es el trabajo, tan difundido
en la actualidad, en la máquina de coser. Esta tiene
efectos nocivos que, con un trabajo diario de diez
a doce horas, el organismo más fuerte se arruina
en pocos años. Excesivas excitaciones sexuales fo
menta también el trabajo prolongado en las salas
con temperatura' siempre alta, como, por ejemplo,
en las refinerías de azúcar, lavanderías, talleres de
estampado de telas, trabajo nocturno con luz de gas,
en talleres abarrotados, especialmente cuando am
bos sexos trabajan juntos.
Se trata, una vez más, de una serie de fenómenos
que ilustran nítidamente la irracionalidad e insalu-
256
bridad de nuestras condiciones actuales. Pero estos
maleá hondamente arraigados en nuestras condicio
nes sociales no se eliminan ni con sermones morales
ni con paliativos que dispensan los curanderos y cu
randeras sociales y religosas. El hacha hay que apli
carla a la raíz del mal. Por eso, se trata de crear
condiciones sociales que permitan una educación
natural, formas de vida y de trabajo sanas y la sa
tisfacción normal de los instintos naturales y sanos
a cada cual.
Para el hombre no existen una cantidad de con
sideraciones que sí existen para la mujer. En virtud
de su posición de dominio está en sus manos, mien
tras no se lo impidan las barreras sociales, la libre
elección en el amor. El carácter del matrimonio
como institución de acomodo, el exceso de mujeres,
las costumbres, impiden a la mujer expresar su vo
luntad y la obligan a esperar que la soliciten. Por
regla general, aprovecha pronto la primera ocasión
que se le presenta de hallar un hombre que la salve
del desprecio y abandono social que se depara al
pobre ser llamado «vieja solterona». A menudo mira
con desprecio a sus hermanas, que, llevadas del sen
timiento de su dignidad humana, no se venden en
prostitución conyugal al primero que se presente
y prefieren recorrer solas el espinoso camino de la
vida.
Por otro lado, el hombre que quiere obtener en
el matrimonio la satisfacción de sus necesidades vi
tales, suele estar atado a las barreras sociales. Tiene
que hacerse la pregunta siguiente: ¿Puedes alimen
tar a una mujer y a los niños que vengan de tal ma
nera que estés libre de preocupaciones graves?
Cuanto más ideales sean sus opiniones acerca del
matrimonio, cuanto más decidido esté a casarse úni
camente por afecto, con tanta más seriedad debe
plantearse esta cuestión. Para muchos, dadas las re
laciones actuales de trabajo y propiedad, responder
257
afirmativamente es algo imposible y prefieren per
manecer solteros. Otros, que son menos conscientes,
se imponen otras dudas. Miles de hombres llegan
relativamente tarde a una posición adecuada a sus
pretensiones, pero sólo pueden alimentar a una mu
jer «conforme a su posición social» cuando ésta po
see una gran fortuna. Cierto, muchos hombres jó
venes tienen nociones exageradas sobre la llamada
vida conforme con su posición social, pero, debido
a la educación equivocada y a los hábitos sociales
de un gran número de mujeres, tienen que estar
también preparados, por este lado, a deseos que ex
ceden sus fuerzas. Con frecuencia no llegan a cono
cer a las mujeres buenas, de pretensiones modestas;
éstas se retraen y no se encuentran donde uno se
ha acostumbrado a buscar a la mujer. Y las que
ellos conocen son a menudo aquéllas que pretenden
ganar al hombre más mediante su aspecto externo,
mediante la apariencia, y lo engañan con respecto
a sus cualidades personales y a su posición material.
Mas los cebos de toda clase se emplean con tanto
más fervor cuanto más se acercan estas damas a la
edad en que urge casarse. Si una de estas damas
consigue conquistar a un hombre, entonces está tan
acostumbrada a la representación, las chucherías y
los placeres costosos, que tampoco quiere prescindir
de ellos en el matrimonio. Se abre así un abismo
para los hombres, de suerte que muchos prefieren
dejar la flor que resplandece a su borde y sólo pue
de cogerse a riesgo de romperse la cabeza. Andan
solos su camino y se buscan esparcimiento y placer
sin perjtüeio de su libertad. El engaño y el fraude
son prácticas que están en boga por todas partes en
el trato de la sociedad burguesa. No es de extrañar
que también se apliquen en los casamientos, y caso
de que tengan éxito, afecten gravemente a ambas
partes.
La estadística muestra que las clases socialmente
258
mejor situadas e instruidas suelen casarse a una
edad más avanzada que las inferiores. Así, por ejem
plo, la edad media de casamiento en Copenhague,
durante los años 1878-1882 (según Westergaard) as
cendió a 32,2 años para las profesiones libres, fabri
cantes, grandes comerciantes y banqueros; a 31,2
años para artesanos y pequeños comerciantes; a 29,7
paro los dependientes de comercio y empleados; a
28 para camareros y criados; a 27,5 para obreros
fabriles, marineros y jornaleros. En Prusia, entre
1881 y 1886, la edad media de casamiento de los
hombres ascendió a 27,6 en la minería; a 27,7 para
los obreros fabriles; a 28 para los metalúrgicos; a
28,2 para la industria de las piedras; a 28,6 en la
construcción; a 28,7 en la industria de la madera;
a 29 en la fabricación de máquinas; a 29,1 en la en
señanza; a 29,6 en la agricultura; a 30 en el trans
porte; a 30,9 en el comercio; de 31,8 a 33,4 para Jos
sanitarios, los eclesiásticos y los funcionarios. Se
gún Ansell, entre 1840 y 1871, en Inglaterra la edad
de casamiento de los mejor situados e instruidos
fue por término medio de 29,95 años, aunque desde
entonces se ha elevado para estas clases. Para los
diferentes oficios, la edad media de casamiento en
tre 1880 y 1885 fue
Oficios Años
M IN E R O S 23,56
O BRERO S T E X T IL E S 23,88
IN D U S T R IA S D E C O N FE C C IO N 24,42
AR T E SA N O S 24,85
JORNALER OS 25,06
D E P E N D IE N T E S 25,75
CO M E R C IA N T E S . 26,17
AR R EN D A TAR IO S 28,73
PR O F E S IO N E S L IB R E S Y R E N T IS T A S 30,72
259
Estas cifras demuestran palmariamente que la si
tuación social influye en los casamientos. Si en la
mayoría de los países europeos se ha rebajado algo
la edad media de casamiento en los últimos decenios
del siglo xix, ello se debe, una vez más, a la fuerte
industrialización de la sociedad. Y lo mismo en el
Imperio alemán, Austria y Suecia, donde el aumento
de los matrimonios jóvenes guarda relación con el
incremento considerable de los obreros industriales.
En cambio, la edad de casamiento es mayor en los
antiguos países industriales, en Francia y en Ingla
terra. Rusia constituye una excepción, pues aquí el
aumento de la edad de casamiento es consecuencia
de la supresión de la propiedad comunal.
Continuamente aumenta el número de hombres
que no se casan por las razones más diversas. Y, con
cretamente, es en las llamadas clases y profesiones
altas en donde a menudo los hombres no se casan;
en primer lugar porque las exigencias son demasia
do grandes, y en segundo lugar porque precisamente
los hombres de estos círculos encuentran placer y
esparcimiento fuera del matrimoñio. Por otro lado,
las condiciones son muy desfavorables para las mu
jeres en los lugares donde residen muchos pensio
nistas con las familias y pocos hombres jóvenes. Allí
aumenta el número de mujeres que no pueden ca
sarse al 20-30 y más por 100. En general, el déficit
de candidatos matrimoniales afecta más a las capas
femeninas que, por su posición social, tienen mayo
res exigencias, pero no pueden ofrecerle ninguna
fortuna al hombre que afanosamente la busca. Esto
afecta particularmente a los miembros femeninos
de numerosas familias que viven de un sueldo, figu
ran socialmente como personas respetables, pero ca
recen de medios. La vida de las mujeres de esta capa
es relativamente la más triste de sus compañeras
de infortunio. De estas capas se recluta también,
preferentemente, la peligrosa competencia que se
260
le hace a las obreras en el bordado, costura, fabrica
ción de flores, modistería, costura de guantes y de
sombreros de paja, en suma, en todas las ramas del
trabajo cuyos productos prefiere fabricarlos el pa
trono en la vivienda de la obrera. Estas damas tra
bajan por los salarios más bajos, porque en muchos
casos no se trata para ellas de ganar todo el susten
to, sino tan solo de un suplemento, de ganar para
los gastos de ropa y fines de lujo. El patrono pre
fiere utilizar el trabajo competitivo de estas damas
para reducirle el salario a la pobre proletaria y ex
traerle hasta la última gota de sangre, viéndose obli
gada a tensar sus fuerzas hasta el agotamiento. Tam
bién muchas mujeres de funcionarios, cuyos mari
dos están mal pagados y no pueden facilitarles el
modo de vida «conforme a su posición social», em
plean su tiempo libre en esta sucia competencia que
resulta tanto más grave para amplias capas de pro
letarias.
La actividad desplegada por las asociaciones de
mujeres burguesas para el fomento del trabajo fe
menino y el acceso de las mujeres a las profesiones
altas se encamina principalmente a que las mujeres
de las clases altas se procuren una mejor posición.
Y para poder lograrlo con más probabilidades de
éxito, les gusta ponerse bajo el protectorado de las
damas más altas. Las mujeres burguesas no hacen
sino imitar el ejemplo de los hombres burgueses,
a quienes también gustan estas protecciones y que
se apasionan con aspiraciones que sólo tienen éxito
en pequeños cítculos, nunca en grandes proporcio
nes. Se lleva a cabo un trabajo de Sísifo y se enga
ñan a sí mismos y a los demás sobre la necesidad
de reformas radicales. También se reprime por esa
parte toda duda en la racionalidad de los fundamen
tos de nuestra organización estatal y social. La ín
dole conservadora de estas aspiraciones impide que
esas asociaciones se vean afectadas por las llamadas
261
tendencias destructoras. Cuando en la Convención
Femenina de 1894 en Berlín, una minoría expresó
la idea de que las mujeres burguesas debían ir de
la mano con las proletarias, es decir, las socialde-
mócratas, se elevó en la mayoría de ellas una tor
menta de indignación. Pero las mujeres burguesas
no conseguirán salir por sí solas de la ciénaga.
No puede establecerse con exactitud cuán grande
es el número de mujeres que tienen que renunciar a
la vida conyugal por los hechos mencionados.
El excedente de mujeres que tiene Alemania se
distribuye de un modo muy desigual tanto por los
diferentes países y distritos como por las edades.
Según el censo de población de 1900 (Estadística del
Imperio Alemán, tomo 150, pág. 92) correspondían,
por ejemplo,
262
dente de mujeres en todo el Imperio alemán ascien
de a ocho por cada 1.000 hombres, y como dentro
de estas edades hay 11.100.673 hombres y 11.187.779
mujeres, tenemos un excedente de 87.106 mujeres.
Y se comprende fácilmente, pues entre las 11.146.833
mujeres alemanas que en 1900 estaban en edad de
parir (dieciocho a cuarenta y cinco años), sólo había
6.432.772 (57,71 por 100) casadas, 283.629 (2,54 por
100) viudas, 31.176 (0,28 por 100) divorciadas y
4.399.286 (39,47 por 100) solteras.
En los mismos cuatro grupos de edades (según la
Estadística del Imperio Alemán, tomo 150, pág. 91),
la proporción de los sexos en otros países es la si
guiente:
•§
Más de 60
0cn
1 40-60
Años
i—i
in
263
ESCO CIA 1891 973 1.073 1.165 .1.389
IR LA N D A 1901 968 1.037 1,103 1.032
ESTADO S U N ID O S 1900 979 969 889 937
E G IPT O 1897 943 996 943 1.015
JAPON 1891 978 962 951 L146
N U E V A GA LES D E L SU R 1891 978 827 679 665
QUEÉNSLAND 1891 976 698 559 611
T A S M A N IA 1891 977 877 898 632
N U E V A ZELANDA 1891 979 927 661 654
CABO D E B U E N A
E SPE R A N ZA 1891 989 1.008 939 1.019
264
y nociva de los instintos naturales reprimidos. La
llamada ninfomanía de las mujeres, así como otras
clases de histeria, brotan en la mayoría de los casos
de esta fuente. Ataques histéricos produce también
la insatisfacción en el matrimonio, que a menudo
provoca la esterilidad.
Así son, en sus rasgos principales, nuestra vida
conyugal actual y sus efectos. El resultado es éste:
el matrimonio actual es una institución íntimamen
te vinculada a las condiciones sociales existentes,
dándose y desapareciendo con ellas. Pero este ma
trimonio se halla en proceso de disolución y ruina,
exactamente lo mismo que la propia sociedad bur
guesa. Pues, ¿qué es lo que hemos averiguado acerca
del matrimonio burgués?
266
XII. La prostitución: Institución social
necesaria del mundo burgués
1. Prostitución y sociedad
267
modo más drástico, y también indignante, la de
pendencia de la mujer respecto del hombre que
esta concepción y apreciación, fundamentalmente
distintas, de la satisfacción del mismo instinto
sexual.
La situuación es muy favorable para el hombre. La
naturaleza ha asignado las consecuencias del acto
generador a la mujer, mientras que el hombre, apar
te del placer, no tiene trabajo ni responsabilidad.
Esta posición favorable frente a la mujer ha fomen
tado ese desenfreno en las demandas sexuales que
caracteriza a una gran parte de los hombres. Mas
como hay muchas causas que impiden la satisfac
ción legítima del instinto sexual o la permiten de
un modo insuficiente, la consecuencia es la satisfac
ción salvaje del mismo.
Por tanto, la prostitución se convierte en una ins
titución social necesaria para la sociedad burguesa,
lo mismo que la policía, el ejército activo, la Iglesia,
la patronal.
Esto no es nada exagerado, como vamos a de
mostrar.
Ya hemos explicado cómo contemplaba el mundo
antiguo la prostitución y la consideraba necesaria,
sí, la organizaba estatalmente, tanto en Grecia como
en Roma. También hemos expuesto las ideas que
se tenían acerca de ella en la Edad Media cristiana.
Hasta el mismo San Agustín, que, después de San
Pablo, debe figurar como el pilar más importante
del cristianismo y predicaba apasionadamente el as
cetismo, no pudo contenerse de gritar: «Reprimid
las prostitutas públicas y la violencia de las pasio
nes lo arrojará todo por la borda.» Y Santo Tomás
de Aquino, que figura hasta ahora como la mayor
autoridad en el terreno de la teología, lo ha expresa
do en términos más drásticos aún: «La prostitución
de las ciudades es como las cloacas del palacio; su
primid las cloacas y el palacio se convertirá en un
268
lugar impuro y hediondo.» En este sentido se ma
nifestó el concilio provincial de Milán en 1665.
Escuchemos lo que dicen los modernos.
El doctor F. S. Hügel dice: «La progresiva civi
lización cubrirá gradualmente la prostitución con
formas más amenas, pero sólo desaparecerá de la
tierra con el fin del mundo.»1Es una afirmación atre
vida, pero quien no puede ver más allá de la forma
burguesa de la sociedad no reconoce que la sociedad
se transformará para llegar a un estado sano y na
tural; ése estará de acuerdo con el doctor Hügel.
De un modo parecido se manifiesta también el
famoso higienista M. Rubner, profesor de la Uni
versidad de Berlín y director del Instituto de Higie
ne: «La prostitución de la mujer ha existido en to
dos los tiempos y en todos los pueblos de la tierra,
es algo indestructible, porque sirve al comercio se
xual, sé deriva de la naturaleza humana y, en mu
chos casos, la inclinación a la prostitución dimana,
por así decirlo, de defectos innatos de algunas mu
jeres. Exactamente lo mismo que en una población
suelen estar representados el genio y el imbécil, el
gigante y el enano y otras divergencias del medio
general, normal, también aparecen mediante el juego
del nacimiento las anormalidades que conducen ne
cesariamente a la prostitución. » 2
A ninguno de los mencionados se le ocurre pensar
que, con otro orden social, podrían desaparecer las
causas de la prostitución; ninguno intenta analizar
sus causas. Algunos de los que se ocupan de esta
cuestión empiezan a darse cuenta de que la triste
situación social bajo la que sufren numerosas mu
jeres pudiera ser la causa principal de que tantas
de ellas vendan su cuerpo; pero este pensamiento
1 F. Hügel, Zur Geschichte, Statistik und Regelung der
Prostitution in Wien, 1865.
2 M ax R u b n e r, Lehrbuch der Hygiene, 8.* edición,Leipzig
1907, pág. 654.
269
ijo avanza hasta la consecuencia de que, por consi
guiente, es necesario crear otras condiciones socia
les. Entre los pocos que reconocen que la cáusa prin
cipal cié la prostitución son las relaciones económi
cas, se cuenta Th. Bade.3: «Las causas del profundo
hundimiento moral del que surge la muchacha pros
tituida radican- en las correspondientes condiciones
sociales... Es, sobre todo, la disolución burguesa de
las clases medias y de sus existencia, particularmen
te de los artesanos, de los que tan sólo una fracción
muy pequeña trabaja hoy día de una manera inde
pendiente.» Bade concluye sus observaciones dicien
do: «La penuria de la existencia material que, en
parte, ha arruinado ya a las familias de la clase
media y, en parte, arrumará, conduce también a la
destrucción moral de la familia y, en particular, a la
del sexo femenino. » 4
Pero la prostitución no sólo es una institución
creada por la naturaleza, que, como dice R. Schmól-
der, «en lo que humanamente cabe apreciar será
siempre un constante acompañante de la humani
dad» s. También es una institución social sin la que
la sociedad burguesa sería inimaginable.
El médico policial de Leipzig, el doctor J. Kühn,
dice: «La prostitución no es sólo un mal que hay
que tolerar, sino un mal necesario, pues protege a
las mujeres de la infidelidad (que sólo los hombres
3 Th. Bade, Über Getegenheitsmacherei und offentliches
Tanzvergnügen, Berlín 1858.
4 De hecho, una estadística que la jefatura superior de
policía de Berlín llevó a cabo en 1871-72 sobre el origen
de las 2.224 prostitutas registradas, puso de manifiesto que
1.015 = 47,9 por 100 procedían de la clase artesanal,
467 = 22,0 por 100 de obreros fabriles, 305 = 14,4 por 100
de los pequeños funcionarios, 222 = 10,4 por 100 de los co
merciantes, 87 = 4,1 por 100 de la agricultura y 26 = 1,2
por 100 de la clase militar. 102 no indicaron la profesión
del padre.
5 R. Schmolder, Die Bestrafung und polizeiliche Behan-
lung der gewerbsmdssigen Vnzucht, Düsseldorf 1892.
270
tienen derecho a cometer, A. B.) y a la virtud (na
turalmente la femenina, pues los hombres no nece
sitan ninguna, A. B.) de los ataques ( sic.) y, por tan
to, de la caída. » 6 Estas palabras caracterizan, en su
forma más desnuda el craso egoísmo de los hom
bres. Kühn adopta el punto de vista correcto de un
médico de la policía, que tiene el cometido de pro
teger a los hombres de enfermedades molestas me
diante la supervisión de la prostitución. Se piensa
únicamente en el hombre, para el que la vida célibe
es un horror y una tortura; pero los millones de
mujeres célibes tienen que conformarse. Lo que está
bien en los hombres está mal en las mujeres: inmo
ralidad y crimen.
Otro señor interesante es el doctor Fock, que con
sidera la prostitución como «correlación necesaria
de nuestras instituciones civilizadas»7. Teme que
haya una superproducción de seres humanos si
todos se casan cuando alcancen la capacidad de
engendrar, y por eso considera importante «regular»
estatalmente la prostitución. Encuentra justificado
que el Estado regule y supervise la prostitución y se
encargue de suministrar a los hombres prostitutas
libres de sífilis. Propugna la vigilancia más rigurosa
a todas las mujeres que lleven una vida licenciosa.
¿Incluso aunque las damas de «vida licenciosa» per
tenezcan a las clases altas? Se trata de la vieja can
ción. El doctor Fock pide también la tributación de
las prostitutas y su concentración en calles determi
nadas. Dicho en otras palabras, el Estado cristiano
debe hacerse con ingresos monetarios procedentes
de la prostitución, organizándola y protegiéndola
para bien de los hombres. ¿Qué decía el emperador
271
Vespasiano en un caso parecido? ¡Non oletl (No
huele). Un tal doctor Heinrich Severus 8, que tam
bién se declara partidario del reconocimiento legal
de la prostitución, adopta un punto de vista singu
lar. Ve en ella una institución muy útil por ser un
fenómeno que acompaña necesariamente al matri
monio, sin el cual se reduciría la libertad de deci
sión para el matrimonio. Según él, la prostitución es
una especie de válvula de seguridad para la sociedad
burguesa. Afirma así: «Una gran parte de la miseria,
cuya existencia crea hoy condiciones sociales tan
desagradables, se deriva del hecho de que los ma
trimonios se celebran de un modo irreflexivo, sin
examinar la cuestión de dónde se va a procurar el
necesario sustento. El Estado está interesado en que
estos matrimonios no se lleven a cabo, pues los hijos
nacidos de ellos, cuyo sustento no pueden procurar
los padres en medida suficiente, pero que como hi
jos legítimos no pueden ir tampoco a la inclusa,
amenazan la seguridad de la sociedad.» Pero la pros
titución evita que, «bajo la coacción de la ley natu
ral, se celebren matrimonios que conduzcan a un
aumento del pueblo con elementos cuya educación,
omitida por necesidad, y cuyos pensamientos hosti
les al Estado, nacidos de una juventud triste, los
convierten en adversarios de la sociedad». Por con
siguiente, en la prostitución regulada por el Estado
se tendría incluso un remedio y una protección con
tra la socialdemocracia, una opinión que, al menos,
es original.
0 sea/seguimos en-las mismas: ¡la prostitución es
una institución social necesaria del mundo burgués,
exactamente lo mismo que la policía, el ejército ac
tivo, la Iglesia y la patronal1
.
272
2. La prostitución y él Estado
273
mentó y, sin embargo, el Estado la tolera y protege.
En otras palabras, nuestra sociedad, que se jacta de
su moralidad, su religiosidad, su civilización y cultu
ra, tiene que tolerar que la inmoralidad y la corrup
ción corroan su cuerpo como un veneno lento. Pero
hay otra cosa que brota de esta situación. El Estado
cristiano confiesa que el matrimonio es insuficiente
y el hombre tiene derecho a exigir la satisfacción ile
gítima del instinto sexual. Para tal Estado, la mujer
sólo cuenta en tanto en cuanto acceda a los ilegíti
mos deseos masculinos, es decir, se prostituya. Asi
mismo, la supervisión y el control ejercidos por los
órganos estatales sobre las prostitutas registradas
tampoco afectan al hombre que las busca, cosa que
sería muy natural si es que el control sanitario quie
re tener sentido y un poco de éxito, prescindiendo
ya de que la justicia exige que la ley se aplique por
igual a ambos sexos.
Esta protección del hombre ante la mujer por
parte del Estado pone patas arriba la índole de las
relaciones. Parece como si los hombres fuesen el
sexo débil y las mujeres el fuerte, como si la mujer
fuese la seductora y él pobre y débil hombre él se
ducido. El mito de la seducción entre Adán y Eva en
el paraíso pervive aún en nuestras ideas y leyes,
dándole la razón al cristianismo: «La mujer es la
gran seductora, la vasija de los pecados.» Los hom
bres deberían avergonzarse de este papel triste e
indigno. Pero les agrada este papel de «débil» y «se
ducido», pues cuanto más protegidos estén, tanto
más podrán pecar.
Cuando los hombres se reúnen en masa, parece
como si no pudieran divertirse sin prostitutas. Así
lo demuestran, entre otras cosas, los acontecimien
tos de la fiesta de tiradores alemanes en Berlín du
rante el verano de 1890, acontecimientos que induje
ron a 2.300 mujeres a desahogarse en una petición
dirigida al alcalde de la capital alemana: «Distin-
274
guido Señor: Permítanos que, en relación con el
Campeonato Alemán de Tiro celebrado este año cer
ca de Pankow entre el 6 y el 13 de julio, le mencio
nemos lo que a través de la prensa y otras comuni
caciones ha llegado a las provincias acerca de esta
fiesta. Los informes, de los que hemos tomado nota
con indignación y repugnancia, describían las exhi
biciones de ésa fiesta como: 'Primer heraldo ale
mán, el mayor café cantante del mundo.» 'Cien da
mas y cuarenta señores.’ Además, cafés cantantes
menores y casetas de tiro, desde donde mujer-
zuelas indiscretas se arrojaban en brazos de los
hombres. Y también concierto al aire libre’, cu
yas camareras, con las ropas más ligeras posibles,
invitaban al 'descanso del tirador’ sonriendo seduc
toramente, con frescura y naturalidad, a los estu
diantes de bachillerato y a los padres de familia, al
adolescente y al hombre... La policía podría haber
eliminado oportunamente la 'dama' apenas vestida,
que invitaba a visitar la caseta 'Los secretos de
Hamburgo o una noche en St. Pauli’ *. Y luego lo
horrible, lo que los sencillos ciudadanos y ciudada
nas de provincias apenas pueden concebir de la tan
famosa capital del Imperio, el rumor de que la di
rección de la fiesta ha permitido que se empleen
'jóvenes mujerzuelas' en grandes cantidades, sin
paga alguna, como escanciadoras, en vez de camare
ros... Nosotras, mujeres alemanas, en calidad de
esposas, madres y hérmanas hemos de enviar a Ber
lín a nuestros maridos, hijos, hijas y hermanos, por
mil razones, al servicio de la patria, y, por eso, ro
gamos a usted, distinguido señor, con toda sumisión
y segura confianza, que, dada la gran influencia que
tiene como funcionario supremo de la capital del
Imperio, se sirva ordenar la investigación pertinen
te sobre esos acontecimientos indignos o tome las
275
medidas que considere necesarias a fin de que no
se repitan esas orgías, sobre todo en la próxima
fiesta de Sedan...»
En todas las grandes fiestas, incluidas las llama
das nacionales, en las que los hombres se reúnen en
gran número, se repite lo mismo10.
Los gobiernos alemanes intentaron varias veces
salir de la contradicción en la que se halla la praxis
de la fuerza pública con la legislación penal con
respecto a la prostitución. Presentaron proyectos de
leyes que, entre otras cosas, autorizaban a la policía
a asignar residencias a las prostitutas. Se admitía
que la prostitución no podía reprimirse y, por eso,
lo más práctico era tolerarla y controlarla en de
terminados lugares. Una ley así —en eso todos es
taban de acuerdo— volvería a dar vida a los bur-
deles que en los años 40 del siglo pasado fueron
oficialmente suprimidos en Prusia. Estos proyectos
de ley motivaron un gran revuelo y una cantidad de
protestas, en las que, por el contrario, se aducía
que el Estado se presentaba como protector de la
prostitución, dando así a creer que el empleo de la
prostitución no iba en contra de la moral y que era
una industria oficialmente permitida. Estos proyec
tos de ley, que tuvieron su más flagrante contradic
ción en el pleno y en las comisiones del Reichstag,
aún no se han resuelto. Pero el hecho de que pu
dieran aplazarse pone de manifiesto el atolladero
en que se encuentran.
La regulación y el control estatal de la prostitu
ción da lugar no sólo a que los hombres crean que
el Estado favorece la prostitución, sino que el Es
tado los protege también en la enfermedad, y esta
creencia fomenta el uso de la prostitución y la lige-
10 «Cuando en el circo de Busch se reúne la Federación
de Agricultores o se celebran en Berlín grandes congresos,
entonces suben los precios... de la carne humana.» Satyr,
Lebeweltnüchte der Friedrichstrasse, Berlín 1907, pág. 16.
276
reza de los hombres. Los burdeles no reducen las
enfermedades venéreas, sino que las fomentan, los
hombres se hacen más libertinos y descuidados. El
concepto que produce la protección estatal de los
burdeles se ve por el hecho de que en Inglaterra,
basándose en la ley sobre la prostitución, se llaman
a las prostitutas registradas, burlonamente, mujeres
de la reina, por verse privilegiadas mediante una ley
promulgada por la reina.
La experiencia ha enseñado que ni el estableci
miento de instituciones de prostitución policialmente
controladas (casas de tolerancia, burdeles) ni el re
conocimiento médico ordenado por la policía ofre
cen garantías contra el contagio.
Así, por ejemplo, el consejero médico doctor Al-
bert Eulenburg escribía en 1898 en relación con una
petición hecha por el Comité Femenino de Viena con
tra el Acuartelamiento de la Prostitución: «En la cues
tión de la supervisión policial de las prostitutas —y
sin ignorar, naturalmente, las dificultades prácticas
de su ejecución inmediata— comparto en principio
y totalmente el punto de vista de su petición y con
sidero injusta, indigna y, además, muy inapropiada
para lograr el fin mencionado con cierta seguridad
la práctica que se ha venido desarrollando normal
mente en la mayoría de los países.»
El 20 de julio de 1892, la Sociedad Médica de Ber
lín se manifestó en el sentido de que la reintroduc
ción de los burdeles no era recomendable ni desde
el punto de vista de la higiene ni del de la moral.
La índole de estas enfermedades es tal que no
pueden reconocerse fácil ni inmediatamente, y si
se quieren tener ciertas garantías de seguridad ten
drían que efectuarse varios reconocimientos diarios.
Pero esto es imposible, dado el número de mujeres
en cuestión y teniendo en cuenta los gastos. Cuando
de 30 a 40 prostitutas tienen que «despacharse» en
una hora, el reconocimiento apenas es algo más que
277
una mera farsa, y también es enteramente insufi
ciente el número de uno o dos reconocimientos por
semana. Así, por ejemplo, el doctor Blaschko dice11:
«El supuesto de que el control de las prostituas pro
tege contra el contagio es, desgraciadamente, un
error muy difundido y funesto. Más bien puede de
cirse que todo el que trata con una prostituta o con
una muchacha libertina se expone cada vez a un
gran peligro.»
Pero el éxito de estas medidas fracasa también
por el hecho de que los hombres que transmiten el
germen de la enfermedad de una mujer a otra están
libres de toda molestia. La prostituta que acaba de
pasar el reconocimiento y se encuentra sana, se ve
contagiada a la hora por un hombre con enferme
dades venéreas, y el contagio dura hasta el control
siguiente o hasta que ella misma se dé cuenta de
la enfermedad, transmitiéndose a toda una serie de
clientes. El control no sólo es ilusorio, sino que es
tos reconocimientos son efectuados de modo militar
por médicos masculinos en vez de femeninos, que
hieren profundamente el pudor y contribuyen a su
total destrucción. Así lo confirman un gran número
de médicos que tienen que ver con este controln.
Así lo confiesa incluso el informe oficial de la Jefa
tura Superior de Policía de Berlín, en donde dice:
«También cabe admitir que el registro hundirá aún
11 Handbuch der Hygiene, editado por el Dr. med. Th.
Weyl, vol. 10, Hygiene der Prostitution und venerischen
Krankheiten, elaborado por el Dr. A. Blaschko, Berlín. Jena
1901, pág. 111.
n «Más,- en realidad,- mediante todo el sistema regulador
no se combaten con ningún éxito en absoluto las enferme
dades venéreas, ni tampoco se reducen de un modo apre-
ciable. La engañosa seguridad que se les da a los hombres
les hace más descuidados; el incremento de las relaciones
recíprocas aumenta el peligro de contagio al menos tanto
como lo reduce la eliminación de algunos enfermos graves
por el médico.» August Forel, Die sexuelle Frage, Munich
1907, págs. 338-339.
278
más, moralmente a las efectadas por él.» 13 Las pros
titutas hacen todo lo posible por escapar a este con
trol. Otra consecuencia de estas normas policiales
consiste en que se les. dificulta extraordinariamente
a las prostitutas, sí, se les hace imposible, volver a
un trabajo decente. La mujer que cae bajo el control
de la policía se pierde para la sociedad; por regla
general suele hundirse en la miseria a los pocos años.
El V Congreso para la Lucha contra la Inmoralidad,
celebrado en Ginebra, se pronunció de un modo
certero y exhaustivo contra la regulación policial de
la prostitución, declarando: «El reconocimiento mé
dico obligatorio de las prostitutas es un castigo tan
to más cruel para la mujer cuanto que las desgracia
das que violentamente se someten a él se corrompen
por completo al destruir el resto de pudor que to
davía puede quedar en las más depravadas. El Esta
do, que quiere regular policialmente la prostitución,
olvida que debe proteger por igual a ambos sexos,
corrompe moralmente y degrada a la mujer. Todo
sistema de regulación oficial de la prostitución tiene
por consecuencia la arbitrariedad de la policía y la
violación de las garantías jurídicas que se le asegu
ran a cada individuo, incluso al mayor criminal,
contra el encarcelamiento arbitrario. Como esta vio
lación jurídica sólo ocurre para perjuicio de la mu
jer, se deriva de ella una desigualdad antinatural
entre la mujer y el hombre. La mujer se degrada
a un simple medio y no se trata ya como persona.
Se halla fuera de la ley.»
Un ejemplo convincente de lo poco que sirve el
control médico-policial nos lo proporciona Inglate
rra. Antes de comenzar la reglamentación legal en
1867, los casos de enfermedades venéreas infeccio
sas entre los militares ascendían al 91 por 1.000.
En .1886, o sea, tras diecinueve años de existencia
° Segundo informe de la jefatura superior de policía
de Berlín para los años 1881 a 1890, págs. 351 a 359.
279
de la reglamentación, era del 110 por 1.000; pero
en 1892, seis años después de suprimir la reglamen
tación, solamente 79 por 1.000. Entre 1879 y 1882,
es decir, durante la reglamentación, los casos de sí
filis en la población civil fueron de 10 por 1.000,
mientras que entre 1885 y 1889, o sea, después de
suprimirla, fueron 8,1 por 1.000.
Mas, sobre las prostitutas sometidas al reconoci
miento, la ley tuvo efectos muy diferentes a los de
las tropas: en 1866 se dieron 121 casos de enferme
dad por cada 1.000 prostitutas; en 1868, cuando la
ley llevaba ya dos años en vigor, 202; luego fueron
disminuyendo gradualmente, aunque en 1874 supe
raron en 16 casos el número de 1866. Las defuncio
nes entre las prostitutas aumentaron también, de
una manera espantosa, bajo el dominio de la ley.
En 1865 se dieron 9,8 muertes por cada 1.000 pros
titutas, mientras que en 1874 fueron 23. Cuando a
finales de los años 60 el Gobierno inglés intentó ex
tender la ley sobre el reconocimiento a todas las
ciudades inglesas, se alzó una tormenta de indigna
ción entre las mujeres. Consideraban la ley como
una ofensa a todo el sexo. La ley de habeos corpus,
esa ley fundamental según la cual el ciudadano in
glés está protegido contra los ataques de la policía,
debía suprimirse para las mujeres; debía permitír
sele a cualquier funcionario de policía, brutal, ven
gativo o impulsado por otro bajo motivo, atacar a
la mujer más honrada cuando el policía sospeche
que es una prostituta, mientras que sigue sin ser
molestado el desenfreno de los hombres, sí, hasta la
misma ley lo protege y alimenta.
Aunque esta intervención de las mujeres inglesas,
bajo la dirección de Josephine Butler, en favor de la
escoria de su sexo las expuso a falsas interpretacio
nes y observaciones degradantes de hombres limi
tados, se opusieron con gran energía a la introduc
ción de tal ley. Los «pros» y los «contras» se discu
280
tieron en artículos de periódico y folletos, impidién
dose su extensión y derogándose en 188614.
La policía alemana tiene un poder semejante, y
los frecuentes casos que salen a la luz pública en
Berlín, Leipzig, Colonia, Hannover y muchos lugares
más, demuestran que el abuso o el «malentendido»
se dan fácilmente en el ejercicio de este poder, pero
entre nosotrós se observan pocos indicios de oposi
ción enérgica a estas facultades15. Hasta en la No
ruega pequeño burguesa se prohibieron los burdeles
en 1884, y en 1888 se suprimió en la capital cristiana
el registro obligatorio de las prostitutas y el recono
cimiento inherente a él. En enero de 1893 se decretó
la misma disposición para todo él país. La señora
Guillaume-Schack dice con mucha razón, en relación
con las «medidas de protección» del Estado para los
“ Los ayudantes más fieles de las m ujeres fueron los
obreros ingleses. «Decidimos», escribe Josephine Butler
en su famosa obra Historia de una cruzada, «apelar a la
nación». Y a en el otoño de 1869 habíamos escrito personal
mente a cada diputado de ambas cámaras y a muchos di
rigentes más de los partidos laicos y religiosos. De todas
las respuestas que recibimos, unas pocas estaban totalmen
te de acuerdo con nosotras... Como recibimos tan escasa
animación por parte de los círculos con cuyo interés con
tábamos en un principio, nos dirigimos a la población
obrera del país. Aquí nos acogieron de un modo entera
mente distinto. Soy consciente de que la clase obrera tiene
sus defectos y, como las demás clases populares, tampoco
carecen de egoísmo; pero estoy firmemente convencida de
que el pueblo, tan pronto como se apela a él en nombre
de la justicia, demuestra siempre unos sentimientos leales
y seguros.» Citado por P. Kampffmeyer, 1. c., pág. 69.
15 «E n 1901, el agente de policía Neuhofer maltrató en
Viena, b a jo el griterío de la multitud, a una francesa, la
arrojó a la cárcel de prostitutas y la sometió violentamente
a reconocimiento médico. Este caso provocó cinco inter
pelaciones en el Reichstag. En 1902 se detuvieron en Ham-
burgo y Kiel algunas damas bajo sospecha de prostitución
y en parte las trataron brutalmente. Estos casos llevaron
el 8 de septiembre a una gigantesca demostración en Ham-
burgo, en la que participaron miembros de todos los par
tidos». P. Kampffmeyer, 1. c., pág. 66.
281
hombres: «¿Para qué les enseñamos a nuestros hijos
a observar 1¿ virtud y la moral si el Estado declara
la inmoralidad como un mal necesario? ¿Si le en
trega al joven, antes de que haya alcanzado la ma
durez intelectual, la mujer, a la que la autoridad le
ha puesto el sello de mercancía, como un juguete
de pasiones?»
Por muchos de estos seres desgraciados que un
hombre con enfermedades venéreas contagie en su
desenfreno, seres desgraciados que en su mayoría
practican este ignominioso oficio por la más acu
ciante necesidad o por seducción, el hombre sarnoso
sigue sin ser molestado, pero desgraciada la prosti
tuta enferma que no se haya sometido inmediata
mente a tratamiento médico. Las plazas militares,
las ciudades universitarias y portuarias, etcétera,
con su acumulación de hombres sanos y vigorosos,
son los principales focos de la prostitución y de sus
peligrosas enfermedades, que se llevan desde aquí
a los rincones más alejados del país y propagan por
todas partes la corrupción. La calificación moral de
una gran parte de nuestros estudiantes la describe
la Korrespondezblatt zur Bekampfung der ojrentli-
chen Sittenlosigkeit16 en estos términos: «Entre las
secciones más amplias dél estudiantado, las ideas
actuales sobre las cosas morales son espantosamente
bajas, si, realmente encanalladas.» Y de estos círcu
los, que se enorgullecen de su alemanismo y de su
«moral alemana», se reclutan nuestros funcionarios
administrativos, nuestros fiscales y jueces.
Cuán mal deben andar las cosas especialmente
entre Ios-estudiantes- se deduce por el hecho de que
en el otoño de 1901 un gran número de profesores
y médicos, entre los que se contaban los más renom
brados, se dirigieron en un llamamiento al estudian
tado alemán, en donde llamaban la atención expresa
282
mente sobre las tristes consecuencias de los desór
denes sexuales y también sobre el exceso del alcohol,
que en tantos casos estimula el desenfreno sexual.
Se comprende, finalmente, que ya no se puede seguir
disimulando, sino que hay que llamar a las cosas por
su nombre a fin de poder controlar en cierto modo
desgracias imprevisibles. Estas advertencias tam
bién deben tomarse en serio en otras clases.
«Serás castigado por tus pecados en tus descen
dientes hasta el tercero y cuarto miembro.» Esta
sentencia de la Biblia afecta a las personas disolu
tas, con enfermedades venéreas, en el sentido literal
de la palabra, aunque por desgracia también a la
esposa inocente. «Los ataques de apoplejía en hom
bres y mujeres jóvenes, formas de tabes dorsal y de
reblandecimiento cerebral, dolencias nerviosas de
varias clases, perturbaciones visuales, caries ósea
e infección intestinal, esterilidad, padecimientos cró
nicos no se deben muchas veces más que a una sífilis
vieja, desconocida, pasada en silencio por razones
obvias... Tal como están hoy las cosas, la ignorancia
y el libertinaje terminarán por hacer de las exube
rantes hijas del país criaturas enfermizas, marchi
tas, que, bajo la carga de sus infecciones crónicas,
tienen que pagar por las extravagancias premarita-
les y extraconyugales de sus maridos.» 17 Y el doctor
A. Blaschko dice, entre otras cosas: «Epidemias
como el cólera y la viruela, difteria y tifus, cuyos
efectos presentes, por su rapidez, importunan direc
tamente a todo el mundo, son el terror de la po
blación, aunque apenas igualan a la sífilis en mal
dad y están muy lejos de compararse a ella en di
fusión. .. En cambio, la sociedad tiene ante la sífilis
una actitud de- espantosa indiferencia.» 18 La culpa
estriba en que se considera «indecente» hablar pú
17 Die. gesundheitsschadliche Tragweite der Prostitution,
por el Dr. Oskar Lassar, Berlín 1892, August Hirschwald.
18 Die Behandlurtg der Geschlechtskranjcheiten in Kran-
283
blicamente de estas cosas. El Reichstag alemán no
ha podido decidirse una sola vez de cuidar por ley-
de que las personas que padecen enfermedades ve
néreas reciban tratamiento, igual que los demás en
fermos, a través del seguro de enfermedad19.
El veneno sifilítico es, en sus efectos, el más tenaz
y difícil de erradicar. Muchos años después de haber
superado una enfermedad y de que el curado cree
destruida toda huella de ella, se revelan a menudo
las consecuencias en la mujer, cuando se está casado
o en el recién nacido, y toda una serie de las enfer
medades de las mujeres casadas y de los niños pro
vienen de las enfermedades venéreas del marido o
de los padres. En una petición que la Asociación
para Protección de la Juventud envió en el otoño
de 1899 al Reichstag se indica que en Alemania hay
unos 30.000 niños ciegos de nacimiento a causa de
infección de gonorrea y que el 50 por 100 de las
esposas estériles deben su esterilidad a la misma
causa*°. Efectivamente, es aterrador el gran número
de matrimonios sin hijos y aún van en aumento.
También los hijos retrasados o imbéciles deben a
menudo sus dolencias a la misma causa, y hay ejem
plos palpables del daño que puede causar una gotita
de sangre sifilítica en la vacunación antivariólica.
El elevado número de los que sufren enfermeda
des venéreas ha suscitado repetidas veces la idea
kenkassen tmd Heilanstalten, Berlín 1890. Fischers Medizi-
nische Buschhandlung.
19 Esta disposición de la ley sobre seguro de enferme
dad (art. 6a), que faculta a los municipios determinar que
en las enfermedades causadas por los desórdenes sexuales
no se conceda ningún subsidio de enfermedad en absoluto
0 sólo en parte, ha sido derogado por la ley complemen
taria del 25 de mayo de 1903, que ha entrado en vigor el
1 de enero de 1904.
” Entre los moradores de los asilos para ciegos, se ha
bían quedado ciegos por infección al nacer: 21,3 en Berlín,,
31 en Viena, 35,1 en Breslau, 47,9 en Budapest, 73,8 en M u
nich. Th. Weyl, Soziale Hygiene, Jena 1904, pág. 62.
284
de promulgar una ley imperial que prescriba espe
cialmente el tratamiento de la persona con una en
fermedad venérea. Hasta ahora no se han podido
decidir a tomar un paso en este sentido, probable
mente por miedo a la magnitud del mal que enton
ces saldría a la luz. En los círculos especializados
se tiene generalmente la convicción de que la go
norrea, considerada antes como inofensiva, es una
de las enfermedades más peligrosas. Aparentemente
curada, se mantiene activa en el cuerpo humano> de
suerte que, como dijo el doctor Blaschko en una con
ferencia celebrada en Berlín el 20 de febrero de 1898,
en los reconocimientos policiales efectuados en Ber
lín tan sólo se descubre una cuarta o a lo sumo una
tercera parte de las prostitutas afectadas de esta
enfermedad. Pero, en realidad, la inmensa mayoría
de las prostitutas padece gonorrea, mientras que en
el control sólo se confirma en una fracción de ellas.
Y como de estas últimas, a su vez, sólo se cura una
pequeña parte, tenemos aquí que la sociedad se en
frenta a un mal para el que,, de momento, carece de
remedio, pero que, sobre todo, amenaza con grandes
peligros al sector femenino de la población.
3. La trata de blancas
285
se evidenciaría que sus inquilinas, carentes a menudo
de origen y de educación superior, pero en posesión
de encantos físicos tanto más grandes, guardan las
relaciones más íntimas con la crema de la sociedad,
con hombres de gran inteligencia y formación. Por
ellas circulan ministros, militares de alta gradua
ción, consejeros, representantes del pueblo, jueces,
etcétera, junto a los representantes de la aristocra
cia de cuna, del comercio y de la industria, hombres
que de día y ante la sociedad se presentan con toda
dignidad y seriedad como «representantes y guardia
nes de la moral, del orden, del matrimonio y de la
familia» y se hallan a la cabeza de las instituciones
cristianas de beneficencia y de las asociaciones para
la «represión de la prostitución». El propietario de
uno de estos locales de ocasión en la calle..., de Ber
lín, publica incluso su propia hoja ilustrada, en la
que se describen las actividades de la sociedad que
por allí circula. El local dispone de 400 asientos,
donde circula por las noches un público elegante,
que, como público habitual, forma parte —así reza
en la hoja— de la más alta aristocracia de cuna
y de las finanzas. El jolgorio adquiere dimensiones
realmente alarmantes cuando, como ocurre casi to
dos los días, numerosas damas del teatro y conoci
das bellezas de la vida mundana están presentes y
cuando la ingeniosa dirección, para coronar la ale
gría, organiza una pesca de anguilas a una avanzada
hora de la madrugada... Las hermosas visitantes del
bar, con sus ropas levantadas, se agachan en el
estanque y tratan de agarrar una anguila. Y así
sucesivamente. La policía conoce exactamente estas
actividades, pero se guarda bien de molestar a la
sociedad elegante en sus diversiones. No es sino pro
xenetismo de la peor especie cuando un estableci
miento de baile berlinés envía la siguiente invitación
a los hombres distinguidos: «La administración aba
jo firmante de lá sala de caza, a cuya dirección lé
286
ha sido recomendado usted, distinguido señor, como
cazador apasionado, tiene el alto honor de llamarle
la atención sobre un magnífico terreno de caza, re
cién abierto, con caza abundante y excelente, e invi
tarle a la primera caza mayor, que se celebrará el
26 de agosto en las salas de caza. Una circunstancia
especial permite que nuestro nuevo distrito forestal
aparezca muy agradable y cómodo: los terrenos de
caza se encuentran en el centro de la residencia, la
caza no está sometida a ningún miramiento.» Nues
tra sociedad burguesa se asemeja a un gran carnaval
en donde uno procura engañar a otro y decirle que
es un loco. Cada cual lleva su traje oficial con dig
nidad, para entregarse después, de un modo no ofi
cial y tanto más desenfrenado, a sus inclinaciones
y pasiones. Y exteriormente todo es moral, religión
y decencia. En ninguna época fue la hipocresía ma
yor que en la nuestra. El número de augures aumen
ta cada día.
La oferta de mujeres para el placer crece con más
rapidez que la demanda. Las condiciones sociales
cada vez peores, la penuria, la seducción, el gusto
por una vida exteriormente esplendorosa, aparente
mente libre, proporcionan candidatas de todas las
capas sociales. Una novela de Hans Wachenhusen
describe de un modo característico la situación exis
tente en la capital imperial alemana21. El autor re
fiere así el objetivo de su novela: «Mi libro habla
especialmente de las víctimas del sexo femenino y
de su creciente desvalorización mediante el carácter
antinatural de nuestras relaciones sociales y burgue
sas, la culpa propia, el abandono de la educación,
la necesidad de lujo y la creciente y frívola oferta
en el mercado de la vida. Habla del creciente exceso
de este sexo, que cada día desespera más a lo que
nace, hace más inútil lo que crece... Escribí a la ma
21 Was die Strasse verschlingt, novela social en tres to
mos, Berlín, A. H óffm ann & Komp.
287
ñera en que, por ejemplo, el fiscal compone la vida
de un criminal para resumir.su culpa. Por tanto, si
por novela se entiende algo inventado, lo opuesto
de la verdad, esto no es, en este sentido, ninguna
novela, sino un verdadero cuadro de la vida sin re
tocar.» En Berlín, la situación ,no es mejor ni peor
que en otras grandes ciudades. Es difícil de decidir
si es la ortodoxa San Petersburgo o la católica
Roma, la cristiano-germana Berlín o la pagana París,
la puritana Londres o la alegre Viena, la que más
se parece a la antigua Babilonia. Las mismas con
diciones sociales producen los mimos fenómenos.
«La prostitución tiene sus leyes escritas y no escri
tas, sus fuentes auxiliares, sus lugares de recluta
miento ( variows resorts), desde la choza más hu
milde hasta el palacio más espléndido; sus infinitos
grados, desde el más bajo hasta el más refinado
y cultivado; tiene sus diversiones especiales y sus
lugares públicos de reunión; su policía, sus hospita
les, sus cárceles y su literatura. » 22 «Ya no celebra
mos las fiestas de Osiris, las bacanales ni las orgías
indias en el mes de la primavera, pero en París y
otras grandes ciudades hay gente que se entrega,
en la oscuridad de la noche, tras los muros de las
casas públicas y privadas, a orgías y bacanales que
la pluma más audaz no se atrevería a describir23.»
En estas condiciones, el comercio con la carne
humana ha adquirido dimensiones enormes. Se prac
tica del modo mejor organizado y a la mayor escala,
sin que apenas lo observen los ojos de la policía,
en medio de los lugares de la civilización y la cul
tura. Todo un ejército de corredores, agentes y trans
portistas masculinos y femeninos practican el ne
gocio con la misma frialdad que si se tratase de la
distribución de cualquier mercancía; se falsifican
documentos de identidad y se extienden certificados
22 D r. E lisábeth B lackwell, The moral education.
23 M a n te g a z z a ,
L'am our dans l’humanité.
288
que contienen una descripción exacta de las cuali
dades de las «piezas» individuales, que los trans
portistas se encargan de pasar a los compradores.
Como en cualquier mercancía, el precio se rige de
acuerdo con la calidad, y la mercancía se clasifica
y expide en distintos lugares y países conforme al
gusto y a las exigencias de la clientela. Mediante las
manipulaciones más refinadas se procura eludir la
atención y la persecución de la policía, y no pocas
veces se emplean también grandes sumas para ce
rrar los ojos de los guardianes de la ley. En París
se ha constatado cierto número de estos casos24.
Alemania goza de la triste fama de ser el mercado
de mujeres para medio mundo. El afán inherente
del alemán por viajar parece animar también a una
parte de las mujeres alemanas, de suerte que, más
que las mujeres de otros pueblos, excluido el austro-
húngaro, proporcionan un contingente mayor a la
prostitución internacional. Mujeres alemanas pue
blan los harenes de los turcos y las casas públicas
desde el interior de Siberia hasta Bombay, Singa-
pur, San Francisco y Chicago. En su libro de viajes
Aus Japan nach Deutschaand durch Sibirien, el
autor W. Joest se manifiesta así sobre la trata ale
mana de blancas: «En nuestra Alemania moral la
gente se acalora a menudo por el comercio de escla
vos que lleva a cabo cualquier príncipe negro de
Africa Occidental o sobre la situación reinante en
24 La actitud de la policía ante la prostitución es, por lo
general, interesante en más de un aspecto. Así, por ejem
plo, en 1899 se estableció en un proceso de B erlín que un
comisario de policía utilizaba a una prostituta para vigilar
y sonsacar a un estudiante de quien el comisario sospechaba
que era anarquista. Y en Praga, en agosto de 1902, el
jefe de policía comunicaba a un periódico local que se le
había retirado a la m ujer de uno de los funcionarios bajos
de policía la licencia de una casa pública tolerada porque
su marido había maltratado a un preso. Por tanto, la po
licía de Praga recompensa a sus funcionarios concedién
doles licencias para casas públicas. ¡Magnífica situación!
289
Cuba y Brasil, mientras debiera recordar mejor la
viga de su propio ojo, pues en ningún país se co
mercia de tal manera con esclavas blancas, desde
ningún país se expide tanta mercancía de este tipo,
como precisamente desde Alemania y Austria. El ca
mino que recorren estas muchachas puede seguirse
con toda exactitud. En Hamburgo se embarcan con
destino a Sudamérica, Bahía, Río de Janeiro recibe
una cuota, pero la mayor parte va destinada a Mon
tevideo y Buenos Aires, mientras que un pequeño
resto cruza el estrecho de Magallanes y va a Valpa
raíso. Otra corriente se dirige a través de Inglaterra
o directamente hacia Norteamérica, pero aquí tiene
que competir tenazmente con el producto local, por
eso se distribuye, Mississippi arriba, hasta Nueva
Orleáns y Texas o, por el Oeste, hacia California.
Desde allí se abastece la costa, por el Sur, hasta
Panamá, mientras que Cuba, las Indias Occidenta
les y Méjico se abastecen de Nueva Orleáns. Bajo
el rótulo de 'Bohemas’, otros grupos de muchachas
alemanas se exportan, por los Alpes, a Italia y luego,
más al Sur, a Alejandría, Suez, Bombay, Calcuta y
Singapur, sí, hasta Hong-Kong y Shanghai. Las In
dias Holandesas y Asia Oriental, sobre todo el Ja
pón, son malos mercados, puesto que Holanda no
tolera ninguna muchacha blanca de esta especie en
sus colonias, y en el Japón las hijas del propio país
son demasiado bonitas y baratas; la competencia
americana, llevada a cabo desde San Francisco, es
tropea también la hermosa coyuntura. Rusia se abas
tece desde Prusia Oriental, Pomerania y Polonia. La
estación suele ser Riga. Aquí se aprovisionan los
comerciantes de San Petersburgo y Moscú y envían
su mercancía en grandes cantidades a Nishni y Nov-
gorod y, por los Urales, hasta Irbit y Krestovski,
sí, hasta las regiones más remotas de Siberia; así,
por ejemplo, me encontré a una muchacha alemana,
negociada de este manera, en Chita. Este magnífico
290
comercio está perfectamente organizado, median en
él agentes y viajantes, y si el Ministerio de Asuntos
Exteriores del Imperio alemán pidiera informes de
esto a sus cónsules, se establecerían cuadros estadís
ticos muy interesantes.»
Este comercio florece plenamente, como han cons
tatado repetidas veces los diputados socialdemócra-
tas en el Reichstag alemán.
El comercio de carne femenina se practica de una
manera particularmente intensa desde Galizia y
Hungría hacia Constantinopla y las demás ciudades
turcas. Se trapichean allí, sobre todo, muchas ju
días, que, por lo general, es raro ver en las casas
públicas. El dinero para el viaje y los gastos lo sue
len enviar ya los agentes por anticipado. Para enga
ñar y confundir a las autoridades se envían telegra
mas discretos a los compradores.
Algunos de estos despachos rezan así: «5 cubas
de vino húngaro llegan tal día y a tal hora a Varna»,
indicando así cinco bonitas muchachas; o bien:
«3 sacos de patatas enviados en vapor Llyodd Miner
va». Aquí se trata de tres muchachas menos bonitas
o de «mercancía corriente». Otro despacho dice así:
«Arribo el viernes con la cobra. Tengo a bordo dos
balas de seda fina.»
4. Aumento de la prostitución.
Madres ilegítimas
291
años 60 el número de prostitutas de Londres se esti
maba en 80.000. En París, el número de prostitutas
registradas el 1 de enero de 1906 ascendía a 6.196,
pero más de un tercio de ellas se sustrae al control
policial.
En todo París había en 1892 unos 60 burdeles con
600 a 700 prostitutas, y 42 en 1900. Esta cifra dismi
nuye constantemente (en 1852 había 217 burdeles).
En cambio, se ha hecho mucho mayor el número de
prostitutas secretas. Sobre la base de una investiga
ción que organizó en 1889 el Consejo Municipal de
París, el número de mujeres que se prostituyen se
indican con la cifra enorme de 120.000. El prefecto
de policía de París, Léfrine, estima el número de
prostitutas registradas en 6.000, por término medio,
y en 70.000 las secretas. Entre 1871 y 1903 la policía
detuvo a 725.000 prostitutas, enviando a la cárcel a
150.000. En 1906, el número de detenidas ascendió
a nada menos que 56.19625.
En Berlín, el número de prostitutas registradas en
la policía fue: 1886, 3.006; 1890, 4.039; 1893, 4.663;
1897, 5.098; 1899, 4.544; 1905, 3.287.
En 1890 había empleados seis médicos, cada uno
de los cuales efectuaba dos horas diarias de recono
cimientos. Desde entonces, el número de médicos
ha aumentado a 12, y desde hace algunos años, con
tra la oposición de muchos médicos masculinos, se
ha empleado también a un médico femenino para
estos reconocimientos. También en Berlín, las pros
titutas registradas en la policía no constituyen más
que una pequeña fracción de las mismas, que los
entendidos estiman en 50.000, por lo menos. (Otros,
como Lesser, calculan 24.000 a 25.000, y Raumer,
30.000.) En 1890 había, solamente en las tabernas de
Berlín, 2.022 camareras, casi todas las cuales se en
tregaban a la prostitución. El número cada vez ma-
25 Dr. Sicard de Plauzoles, La fonction sexuelle, París
1908, pág. 67.
292
yor de prostitutas detenidas por transgresión de las
normas morales revela que la prostitución aumenta
continuamente en Berlín. El número de estas de
tenidas supuso en 1881,.10.878; en 1890, 16.605; en
1896, 26.703; en 1897, 22.915. De entre las rameras
detenidas en 1897, se pusieron a disposición del juez
17.018 para que les impusiera condena, por lo que
se juzgaron en cada día de juicio unas 57.
¿Cuáles son las cifras de las prostitutas en toda
Alemania? Algunos afirman que ascienden a unas
200.000. Strómberg calcula el número de prostitutas
públicas y secretas de Alemania en 92.200 o entre
75.000 y 100.000. En 1908 Kamillo K. Schneider in
tentó dar el número exacto de prostitutas registra
das. Su cuadro abarca, para 1905, 79 ciudades.
«Como no faltan grandes lugares en los que podría
esperarse un número mayor de muchachas, cree que
se podría dar la cifra bastante exacta de 15.000. Lo
cual da una media, con una población total de unos
60.600.000 habitantes, de una registrada por cada
4.040 habitantes.» En Berlín hay una prostituta por
cada 608, en Hannover por cada 529, en Kiel por
cada 527, en Danzig por cada 487, en Colonia por
cada 369, en Braunschweig por cada 363 habitantes.
El número de prostitutas controladas disminuye
constantemente26. Según los diversos cálculos, la
proporción de prostitutas oficiales con las secretas
es de una a cinco y hasta diez. Uno tiene que habér
selas, por tanto, con un gran ejército que considera
la prostitución como sustento y, en corresponden
cia, tenemos el número de víctimas que exige la en
fermedad y la muerte11.
El hecho de que la mayoría de las prostitutas está
harta de su forma de vida, sí, siente repugnancia
26 K a m il l o K arl S c h n e id e r , Die Prostituierte und die
Gesellschaft. Eine soziologisch-ethische Studie, Leipzig 1908,
páginas 40 a 41 y 188 a 189.
27 Por cada 1.000 miembros del seguro de enfermedad
293
por ella, lo confirman todos los especialistas en la
materia. Sin embargo, una vez que han caído en la
prostitución, muy pocas son las que tienen ocasión
de salir de ella. La sociedad afiliada hamburguesa
de la federación británica, continental y general or
ganizó en 1899 una encuesta entre las prostitutas.
Aunque tan sólo unas pocas respondieron a las pre
guntas que se les hicieron, sus respuestas son muy
características. A la pregunta de ¿Mantendría usted
esta industria si pudiera alimentarse de otra mane
ra?, una respondía: ¿Qué es lo que una puede hacer
si toda la gente la desprecia? Otra respondió: He
pedido ayuda desde el hospital. Una tercera: Mi
amigo me ha redimido pagando mis deudas. Todas
ellas sufren la esclavitud de las deudas con los due
ños de los burdeles. Una comunica que le debe a
su patrona 700 marcos. Vestidos, ropa blanca, ob
jetos de adorno, todo lo suministra el dueño a pre
cios horrendos, e igualmente se les incluyen comida
y bebida a los precios más altos. Además tienen que
entregarle al dueño un determinado tanto diario por
la vivienda. Este alquiler asciende a seis, ocho, diez
marcos y más por día; una escribe que tiene que pa
garle diariamente a su chulo de 20 a 25 marcos. Nin
gún patrono las suelta sin que antes hayan pagado
las deudas. En las declaraciones se explican también
muchas cosas sobre la conducta de la policía, que se
pone más de parte de los patronos que de las des
amparadas muchachas. En suma, tenemos aquí, en
medio de la civilización cristiana, una esclavitud de
de Berlín se dieron los casos siguientes de enfermedad:
Gonorrea Chancro suave Sífilis
Varones Hembras Varones Hembras Varones Hembras
1892-1895 34,6 9,8 8,8 1,5 10,2 7,7
1896-1900 42,4 8,4 11,9 1,6 12,1 4,5
1901-1902 45,8 9,7 13,0 2,0 15,9 7,0
F. Prinzing, 1. c„ pág. 229.
294
la peor especie. Y para defender mejor sus intereses
de clase, los dueños de burdeles fundaron incluso
un órgano especial con carácter internacional.
El número de prostitutas aumenta a medida que
lo hace el número de mujeres que trabajan como
obreras en las ramas más diversas de la industria
y del comercio, y a menudo con sueldos demasiado
altos para morir y demasiado bajos para vivir. La
prostitución la fomentan también las crisis indus
triales, convertidas en una necesidad del mundo
burgués, y que llevan la miseria a cientos de miles
de familias. Según una carta del jefe de policía Bol-
ton a un inspector fabril, del 31 de octubre de 1865,
durante la crisis algodonera de Inglaterra, provo
cada por la Guerra de Secesión norteamericana, el
número de jóvenes prostitutas había aumentado
más que en los últimos veinticinco años28. Mas no
sólo las obreras caen víctimas de la prostitución,
ésta también recluta a sus miembros de entre las
«profesiones altas». Lombroso y Ferrero citan a
Macé29, quien dice de París que «el certificado de
institutriz de mayor o menor grado es menos un
cheque para el pan que para el suicidio, el robo y la
prostitución».
Parent-Duchátelet, por su parte, ha establecido
una estadística según la cual, entre 5.180 prostitutas
había 1.441 que se prostituían por la falta de medios
y la miseria, 1.255 carecían de padres y de medios,
86 se prostituían para mantener a padres, hermanos
o hijos pobres, 1.425 eran concubinas abandonadas
de sus amantes, 404 habían sido seducidas por ofi
ciales y soldados y arrastradas a París, 289 eran
criadas seducidas y despedidas por sus señores, 280
emigraron a París para ganarse allí el pan.
La señora Butler, la entusiasta adalid en defensa
28 K arl M arx , El Capital, 2.a edic., vol. I, pág. 480. (E di
ción de Akal, libro I, tomo II, pág. 192.)
25 L. c., pág. 458.
295
de las más pobres y desgraciadas de su sexo, dice:
«Circunstancias fortuitas, la muerte de un padre,
una madre, el desempleo, un salario insuficiente, la
miseria, imas promesas falaces, la seducción, las re
des tendidas, la han llevado a la corrupción.» Muy
instructivas son las manifestaciones que hace Karl
Schneidt en el folleto Das Kellnerinnenelend in Ber
lín 30sobre las causas que con tanta frecuencia arro
jan a las camareras en brazos de la prostitución.
Llama la atención el gran número de criadas que
se hacen camareras, lo que casi siempre significa
prostitutas. En las respuestas que Schneidt reco
mendaba a las camareras en su cuestionario, se de
cía, por ejemplo: «Porque tuve un niño de mi señor
y tenía que ganar.» Otras indican: «Porque se me
estropearon las cosas»; y otra: «Porque se gana muy
poco cosiendo camisas y cosas parecidas»; o: «Por
que cuando me despidieron de la fábrica donde tra
bajaba no encontré trabajo»; o: «Porque murió el
padre y aún quedaban cuatro hermanos pequeños.»
Es sabido que especialmente las criadas, una vez
que han sido víctimas de la seducción de sus seño
res, forman un gran contingente de las prostitutas.
Sobre el gran número de criadas seducidas por sus
señores o por los hijos de éstos se manifiesta en
tonos muy acusatorios el doctor Max Taube en un
escrito31. Mas también las clases altas proporcionan
su contingente a la prostitución, sólo que no es la
necesidad, sino la seducción y la inclinación a una
vida libertina, de lujo y placeres. En la obra Die ge-
falienen Madchen und die Sittenpolizei32 se dice a
este respecto:
«Petrificado de espanto oye algún que otro buen
ciudadano, algún que otro pastor, alto funcionario
30 Berlín 1893, Moderner Verlag.
31 Dr. med. M ax Taube, Der Schutz der unhelichen K in
der, Leipzig 1893.
32 Berlín 1899, Wilh. Issleib (Gustav Schur).
296
y alto militar, entre otros, que su hija se dedica se
cretamente a la prostitución, y si fuese lícito nom
brar a todas estas hijas, entonces habría que desen
cadenar una revolución social o, de otro modo, los
conceptos de honra y virtud sufrirían un daño grave
en el pueblo.»
Son sobre todo las prostitutas más finas, las de
alto copete entre ellas, las que se reclutan de estos
círculos. También una gran parte de las actrices,
cuyos gastos en vestidos guardan la mayor despro
porción con su sueldo33, depende también de esta
sucia fuente de trabajo. Lo mismo puede decirse de
numerosas muchachas que se alquilan como depen-
dientas y cosas parecidas. Hay patronos que son lo
bastante infames como para justificar el bajo nivel
del salario indicando que las ayudan los «amigos».
Costureras, modistas, obreras fabriles, por cientos
de miles, se encuentran en una situación parecida.
Los patrones y sus funcionarios, comerciantes, terra
tenientes, etcétera, suelen considerar como una es
pecie de privilegio emplear para sus placeres a obre
ras y empleadas. Nuestros piadosos conservadores
prefieren oponer la situación moral del campo como
una especie de idilio frente a las grandes ciudades
y distritos industriales. Quien conoce las condiciones
del campo sabe que no es así. Así lo confirma tam
bién una conferencia que un terrateniente aristócra
ta dio eñ el otoño de 1889 y sobre la cual informaron
los periódicos de Sajonia:
«Grimma. El terrateniente aristócrata Dr. v. Wach-
ter, de Rocknitz, ha dado hace poco, en una asam
blea diocesana que se celebró en este mismo lugar,
una conferencia sobre la inmoralidad sexual exis
297
tente en nuestros municipios rurales, y no ha pin
tado la situación de color de rosa precisamente. Con
tal ocasión, el conferenciante ha reconocido abierta
mente que muchas veces son los patronos, incluso
los casados, los que guardan relaciones muy íntimas
con su servidumbre, cuyas consecuencias se com
pensan luego bien mediante pago en metálico o se
sustraen a los ojos del mundo mediante un crimen.
Desgraciadamente no debería ocultarse que la inmo
ralidad existente en los municipios rurales no sólo
la alimentan las muchachas que se han envenenado
en la ciudad trabajando de nodrizas y por mozos
que lo han aprendido en el servicio militar, sino
qué, desgraciadamente, también han llevado la in
moralidad al campo los círculos ilustrados, los ad
ministradores de los latifundios y los oficiales con
motivo de las maniobras militares. Como dijo el
doctor v. Wáchter, sólo debe haber realmente aquí
en el campo pocas muchachas que lleguen a los die
cisiete años sin haber caído.» El sincero conferen
ciante ha recibido por respuesta a su amor a la ver
dad un boicot social que le impusieron los oficiales
ofendidos. Algo parecido le ocurrió al pastor Wagner
de Pritzerbe, en la Marca de Brademburgo, quien
en su escrito Die Sittlichneit auf dem Lande les de
cía verdades bastante molestas a los señores terra
tenientes M.
La mayoría de las prostitutas se ven impulsadas
a este comercio a una edad en la que apenas pueden
considerarse competentes para juzgar. De las pros
titutas secretas arrestadas en París entre los años
1878 y 1887j-12.615-(46,7 por 100) eran menores de
edad, y en los años 1888 a 1898 lo fueron 14.072
34 Por incitación del pastor Wagner, en la conferencia
de las sociedades de m oralidad celebrada el 20 de septiem
bre de 1894, se decidió llevar a cabo una encuesta. Los re
sultados se han publicado en una obra de dos tomos, Die
geschlechtlich-sittlichen Verhaltnisse der evangelischen
Landbewohner im Deutschen Reiche. 1895 bis 1896.
298
(48,8 por 100). «Un resumen tan lacónico como tris
te de Le Pileur establece para la mayoría de las
rameras de París el esquema siguiente: desflorada
a los dieciséis años, prostituida a los diecisiete, si
filítica a los dieciocho.»35
En 1898, entre 846 prostitutas registradas por pri
mera vez en Berlín, había 229 menores de edad
y concretaménte:
7 de 15 años 59 de 18 años
21 de 16 » 49 de 19 »
33 de 17 » 66 de 20 » 36
299
fanticidio ofrecen un cuadro sombrío e ilustrativo.
Así, por ejemplo, en el otoño de 1894 se llevó ante
el jurado de Krems (Baja Austria) a una muchacha
joven a la que, ocho días después de dar a luz, echa
ron del hospital de Viena y pusieron en la calle con
su hijo y sin recursos de ningún tipo. Llevada de la
desesperación mató a su hijo y el jurado la condenó
a la horca. Del canalla del padre no se dijo nada.
Y en la primavera de 1899 se transmitió la noticia
siguiente de Posen: «El lunes se llevó ante el jurado
de Posen, acusada de asesinato, la obrera de veinti
dós años Katharina Gorbacki, de Alexanderruh, cerca
de Neustadt a. W. La acusada había estado emplea
da en 1897 y 1898 en casa del prepósito Merkel de.
Nuestadt. Como resultado del trato íntimo habido
con él dio a luz en junio pasado una niña, que se
dejó al cuidado de unos familiares. El prepósito
pagó durante cada uno de los dos primeros meses
7,5 marcos para los gastos de la niña, pero, al pa
recer no quería seguir pagando más, al menos así
lo declaró la Gorbacki. Como ésta tenía que lavar
la ropa de la niña y, además, tenía otros gastos,
decidió eliminar a la niña. Un domingo de septiem
bre del año pasado la ahogó con un cojín. El jurado
la declaró culpable de homicidio sin premeditación
y le concedió circunstancias atenuantes. El fiscal pi
dió el castigo máximo de cinco años de cárcel. El
tribunal la condenó a tres.» De este modo, la mujer
seducida, canallescamente abandonada, llevada a la
desesperación y al oprobio, echa mano de lo peor,
mata al fruto de su vientre, la procesan y recibe la
cárcel o ia pena de muerte. El verdadero asesino sin
conciencia sale libre de todo castigo, y tal vez se
case poco después con la hija de una «familia hones
ta, decente» y se convierte en un hombre muy hon
rado y devoto. Andan por ahí algunos que se rodean
de honras y dignidades que llevan su honor y su
conciencia manchados de este modo. Si las mujeres
300
tuviesen algo que decir en la legislación, las cosas
serían diferentes en este sentido. Evidentemente,
son muchos los infanticidios que no se descubren.
A fines de julio de 1899 se acusó a una criada de
Frankentahl de haber ahogado en el Rhin a su hijo
ilegítimo recién nacido. El fiscal pidió a todas las
policías ribereñas, desde Ludwigshafen hasta la
frontera holandesa que comunicasen si, dentro de
un tiempo determinado, habían descubierto el ca
dáver de un niño. El sorprendente resultado de esta
petición fue que, dentro del plazo correspondiente,
las autoridades sacaron del Rhin no menos de 38 ca
dáveres de niños, con cuyas madres no se había
podido dar hasta entonces.
La legislación más cruel es, como ya hemos dicho,
la francesa, que prohíbe indagar la paternidad, pero
fundó las inclusas. La decisión correspondiente de
la Convención del 28 de julio de 1793 dice así: «La
nation se charge de l’éducation physique et morale
des enfants ábandonnés. Désormais, ils seront dé-
signés sous le seul nom d’orphelins. Aucune autre
quálification ne sera permise.» (La nación se encar
ga de la educación física y moral de los niños aban
donados. Desde ahora se designarán con el único
nombre de huérfanos. No se permitirá ninguna otra
calificación.) Esto era muy cómodo para los hom
bres, quienes así declinaban la responsabilidad del
individuo en la colectividad para no exponerlo ante
el público ni ante su mujer. Se construyeron orfa
natos e inclusas. El número de huérfanos y niños
expósitos ascendió en 1833 a 130.945. Uno de cada
diez se estimaba legítimo, del que los padres querían
desprenderse. Pero estos niños no recibían ningún
cuidado especial y, por tanto, su mortalidad era muy
grande. En aquella época morían en el primer año
de vida el 50 por 100. A comienzos de los años 60
había 175 inclusas, en 1861 entraron en ellas 42.194
enfants trouvés (niños expósitos), a los que se su-
301
marón 26.156 enfants abandonées (niños abandona
dos) y 9.716 huérfanos, que hacían un total de 78.066
niños cuidados a costa del erario público. En 1905
se registraron 3.348 expósitos. La cifra de niños
abandonados fue de 84.271. En términos generales,
el número de niños abandonados apenas se ha redu
cido en los últimos decenios.
En Austria e Italia se fundaron también inclusas
de cuyo mantenimiento se encargó el Estado. «Jet
on fait mourir les enfants» (aquí se deja morir a los
niños) parece que fue el rótulo apropiado que re
comendó un monarca para las inclusas. Pero en Aus
tria van desapareciendo paulatinamente; actualmen
te sólo quedan ocho de estos establecimientos, en
donde a comienzos de los años 90 aún se atendían
más de 9.000 niños, mientras que más de 30.000
se colocaron fuera de la institución. Su gasto ascen
día a unos dos millones de florines. En los últimos
años se ha reducido considerablemente el número
de niños expósitos, pues en 1888 aún se atendían
en Austria, incluida Galizia, 40.865 niños, de los que
10.466 estaban en instituciones y 30.399 se habían
colocado en hogares privados, y requerían un gasto
de 1.817.372 florines. La mortalidad era menor en
las instituciones estatales que en las casas privadas,
sobre todo en Galizia. Aquí murieron en 1888, en los
establecimientos oficiales, el 31,25 por 100 de los
niños, más que en los de otros países; pero de los
niños que estaban al cuidado particular murieron el
84,21 por 100, un verdadero genocidio. Parece como
si los mataderos polacos quisieran acabar lo antes
posible con la vida de estos pobres gusanos.
En toda Italia se aceptaron en los años 1894 a 1896
118.531 niños. La media anual fue de 29.633; 58.901
niños y 59.630 niñas; 113.141 ilegítimos, 5.390 legí
timos (tan sólo el 5 por 100). La magnitud de la
302
mortalidad puede verse por el resumen siguiente37:
M O R TAN D AD IN F A N T IL
1890-1892 1893-1896 1897
N.° D E N IÑ O S ACOGIDOS 91.549 109.899 26.661
M U E R TO S E N E L
P R IM E R A Ñ O 34.186 41.386 9.711
TANTO PO R C IE N T O . 37,3 37,6 36,4
M O R TALID AD D E HIJOS
IL E G IT IM O S E N IT A L IA 25,0 27,2 23,4
M O R TALID AD D E HIJOS
LE G IT IM O S 18,0 17,5 15,9
303
«E s característico, y una prueba decisiva de la es
trecha relación existente entre la prostitución y la
triste situación de los criados y empleados rurales, el
hecho de que de los 94.779 nacidos ilegítimamente en
1906 pertenecían, según el oficio de la madre: 21.164
a criadas domésticas, 18.869 a empleadas rurales, o sea,
un total de 40.033 ó 42 por 100. Uniendo las empleadas
rurales con las jornaleras y obreras del campo resulta
que su participación es del 30 por 100, mientras que
las dependientes de la industria y oficios manuales
participan con un 14 por 100 (13.460)»3S.
304
N IÑ O S N AC ID O S M U E R TO S
305
Mas la moderación resulta difícil, sobre todo a la
juventud que vive en la abundancia. De ahí el gran
número de «ancianos jóvenes» en las capas altas de
la sociedad. El número de roués viejos y jóvenes es
considerable y, embotados y ahitos por los excesos,
tienen necesidad de excitaciones especiales. Incluso
prescindiendo de quienes sienten inclinación innata
por el propio sexo (la homosexualidad), muchos
caen en las prácticas antinaturales de los tiempos
griegos. El amor entre hombres está más difundido
de lo que generalmente se cree; sobre esto podrían
publicar hechos aterradores las actas secretas de
algunas comisarías de policía42. Pero también re
surgen cada vez más las prácticas antinaturales de
la antigua Grecia entre las mujeres. El amor lesbiano,
el safismo, parece estar bastante difundido entre las
mujeres casadas de París y, según Taxel, en propor
ciones enormes entre las damas distinguidas de esta
ciudad. En Berlín, una cuarta parte de las prostitu
tas debe practicar el lesbianismo, mas tampoco fal
tan discípulas de Safo entre los círculos de nuestras
mujeres distinguidas.
Otra satisfacción antinatural del instinto sexual
son las violaciones de niños, que se han multipli
cado en los últimos decenios. Así, por ejemplo, en
Alemania se sentenciaron por crímenes y actos con
tra la moralidad las personas siguientes: en 1895,
10.239; en 1905, 13.432; en 1906, 13.557. De ellas, por
el artículo 174 (actos deshonestos con niños) en
1902, 58; en 1907, 72 personas, y por el artículo 176,
apartado 3 (actos deshonestos con personas meno
res de catorce años), en 1902, 4.090; en 1906, 4.548;
en 1907, 4.397. En Italia, el número de crímenes
contra la moralidad ascendió, entre 1887 y 1889, a
42 Desde entonces, los procesos de Moltke, Lynar, Eulen-
burg han sacado a la luz un cuadro todavía más espantoso
de lo que^ cabía esperar. H an demostrado que esta perver
sidad está muy difundida en los altos círculos sociales,
particularmente entre los círculos militares y cortesanos.
306
4.590; en 1903, 8.461 ó 19,44 y 25,67 por cada 100.000
habitantes. El mismo hecho se ha constatado en Aus
tria. «El fuerte aumento de los delitos contra la mo
ralidad entre los años 1880 y 1890 —dice con toda
razón H. Herz— pone de manifiesto que la estruc
tura económica del presente, con el incremento de
la cifra de célibes y su condicionamiento por las
migraciones en el país, se ha convertido en no pe
queña proporción en la causa de las malas condi
ciones morales. » 43
Las «profesiones liberales», a las que pertenecen
esencialmente miembros de las clases altas, contri
buyen en Alemania con el 5,6 por 100, aproximada
mente, de los crímenes, pero proveen el 13 por 100
de crímenes por violación de niños. Este porcentaje
sería aún mayor si en esos círculos no se dispusiera
de medios para ocultar el crimen. Las espantosas re
velaciones que en los años 80 del siglo pasado hizo
la Pall Malí Gazette sobre el abuso de los niños en
Inglaterra pusieron de relieve la situación existente
en este terreno.
Acerca de las enfermedades venéreas y su incre
mento ilustran las cifras siguientes sobre los casos
de enfermedades venéreas tratados en los hospitales
del Imperio alemán:
ENFERM EDADES VENER EAS
Años Gonorrea Sífilis
1877-1879 23.344 67.750
1880-1882 28.700 79.220
1882-1885 30.038 65.980
1886-1888 32.275 53.664
1889-1891 41.381 60.793
1892-1894 50.541 78.093
1895-1897 53.587 74.092
1898-1901 83.374 101.225
1902-1904 68.350 76.678
307
Tomando la media anual resulta que en el espacio
de veinticinco años se ha pasado de 7.781 (gonorrea)
y 22.583 (sífilis) a 22.750 y 25.559, respectivamente.
La población ha aumentado solamente en el 25 por
100, pero el número de enfermos de gonorrea en
182 por 100 y el de sifilíticos en el 19 por 100.
Disponemos aún de una estadística que no se ex
tiende por muchos años, sino que comprende sola
mente un día e indica cuántos pacientes recibieron
tratamiento médico el 30 de abril de 1900 por go
norrea, chancro y sífilis. Esta estadística se hizo por
incitación del Ministerio de Educación prusiano. Se
distribuyó un cuestionario entre todos los médicos
de Prusia. Aunque sólo respondieron el 63,5 por 100,
la pregunta dio por resultado que el 30 de abril
de 1900 había en Prusia unos 41.000 pacientes de
enfermedades venéreas que recibían tratamiento mé
dico, 11.000 de ellos estaban afectados de sífilis re
ciente. Sólo en Berlín había ese día 11.600 personas
con enfermedades venéreas, entre ellas 3.000 sifilí
ticos recientes. Por cada 100.000 habitantes adultos
se hallaban bajo tratamiento médico:
Países y zonas Hombres Mujeres
E N B E R L IN 1.419 457
E N 17 C IU D AD E S D E M AS D E
100.000 H A B IT A N T E S 999 279
E N 42 C IU D A D E S DE 30.000 A
100.000 H A B IT A N T E S 584 176
E N 47 C IU D A D E S D E M E N O S DE
30.000 H A B IT A N T E S 450 169
E N E L R E STO DE LAS CIUDADES
Y M U N IC IP IO S R UR ALES 80 27
E N TODA A L E M A N IA 282 92
308
comercio, industria y guarnición. (Konigsberg, por
cada 100.000 habitantes, 2.152 hombres y 619 muje
res; Colonia, 1.309 y 402; Francfort del Meno, 1.505
y 309.)
Por lo que respecta a Berlín, Blaschko encuentra
«que en una gran ciudad como Berlín caen anual
mente enfermos de gonorrea casi 200 de cada 1.000
hombres jóvenes entre los veinte y los treinta años,
o sea, casi una quinta parte, y de sífilis reciente, 24.
Ahora bien, el tiempo durante el cual la juventud
masculina está expuesta al peligro de una infección
venérea asciende a más de un año; para algunas
capas de la población asciende a cinco y, a veces,
a diez años y más. Por tanto, el hombre joven adqui
rirá, después de cinco años de celibato, una vez go
norrea, y dos veces a los diez años. A los cuatro
o cinco años, uno de cada diez, a los ocho o diez
años, uno de cada cinco adquirirá sífiles. O dicho
en otras palabras: de los hombres que se casan con
más de treinta años, cada uno habrá tenido gonorrea
dos veces, y uno de cada cuatro o cinco será sifilíti
co. Se trata de cifras sacadas de los cálculos más
cuidadosos posibles y que a nosotros los médicos,
a quienes se nos confiesa algún que otro mal guar
dado en silencio para los demás, no nos parecen
exageradas».
Los resultados de la encuesta del 30 de abril
de 1900 se ven confirmados en un detallado trabajo
sobre este tema en el ejército prusiano, procedente
del año 1907 y compuesto por el capitán médico
doctor Schwiening44.
Resulta que los distritos militares, que en térmi
nos generales —aunque no por completo— coinci
den con las provincias, suministran anualmente la
misma cuota aproximada de reclutas con enferme
44 Véase la obra del general médico profesor Dr. Sc h u m -
burg, Die Geschlechtskrankheiten, ihr Wesen, ihre Verbrei-
tung, Leipzig 1909.
309
dades venéreas. Algunos cuerpos de ejército se dis
tinguen por sus elevadas cifras. Así, por ejemplo,
el tercer cuerpo, que se forma con reclutas de Bran-
demburgo. Es a Berlín al que hay que atribuir en lo
esencial la culpa del 2 por 100 de reclutas con en
fermedades venéreas. En el noveno cuerpo, Berlín
es sustituido por Altona (Hamburgo), en el duodé
cimo por Dresde y en decimonoveno por Leipzig.
La propagación de las enfermedades venéreas entre
la población civil se deduce, con más exactitud aún,
por el cálculo que hace Schwiening del porcentaje
de reclutas con enfermedades venéreas que corres
ponde a los distintos distritos administrativos.
De cada 1.000 empleados padecían enfermedades
venéreas:
Países y zonas 1903 1904 1905
B E R L IN 40,9 37,2 45,2
27 C IU D AD E S C O N M AS D E
100.000 H A B IT A N T E S 14,9 . 16,7 15,8
26 C IUD A D ES D E 50.000 A
100.000 H A B IT A N T E S 11,6 9,6 9,5
33 C IUD A D ES D E 25.000 A
50.000 H A B IT A N T E S 8,2 6,8 9,1
C IU D A D E S C O N M E N O S D E
25.000 H A B IT A N T E S Y
M U N IC IP IO S R UR A LE S 4,3 5,0 4,0
ESTADO 7,6 8,1 7,8
310
para Francia, a 27,1; para Italia, a 85,2; para Ingla
terra, a 125; para Bélgica, a 28,3; para Holanda, a
31,4; para Rusia, a 40,5; para Dinamarca, a 45. El
número de enfermedades venéreas es particularmen
te elevado en la marina: en la alemana ascendió en
1905-06 a 113,6 por 1.000 para los embarcados en el
extranjero; en las aguas nacionales, a 58,8; en tierra,
a 57,8, y en la* inglesa, a 121,55 para 1905 y a 121,94
para 1906.
Vemos, por tanto, cómo, a consecuencia de las
condiciones sociales, se producen y aumentan el
vicio, el desenfreno, los delitos y crímenes de toda
especie. Toda la sociedad llega a un estado de in
quietud, bajo el cual son las mujeres las que más
sufren.
Las mujeres lo sienten cada vez más y buscan ayu
da. Exigen, en primer lugar, autonomía e indepen
dencia económica, que, como el hombre, tenga ac
ceso a todas las actividades apropiadas a sus fuer
zas y aptitudes; exigen, en particular, el acceso a
las denominadas «profesiones libres». ¿Están justifi
cadas estas aspiraciones? ¿Ayudan? Se trata de pre
guntas que requieren una respuesta urgente.
311
X III. La posición laboral de la mujer
312
ofrecerse más barata; por término medio está some
tida más veces que el hombre a perturbaciones cor
porales que producen una interrupción del trabajo
y dan lugar fácilmente a éstas, debido a la combi
nación de las fuerzas de trabajo que existen en la
gran industria. El embarazo y el puerperio exigen
tales pausas 1. El patrono se aprovecha de esta cir
cunstancia y obtiene, a cambio de las molestias que
le causan estas perturbaciones, una doble recom
pensa en el pago de salarios mucho más bajos. La
mujer también está atada al lugar de su residencia
o de sus inmediaciones; no puede cambiar de resi
dencia, como suele ocurrir con la mayoría de los
hombres.
Además, el trabajo, sobre todo el de las mujeres
casadas, como puede verse por la cita de la pági
na 128 *, del Capital, de Marx, tiene su encanto es
pecial para los patronos. Como obrera, la mujer
casada es mucho más «atenta y dócil» que la sol
tera; la preocupación por sus hijos la obliga a hacer
el mayor esfuerzo a fin de adquirir el sustento ne
cesario, y de este modo aguanta cosas que la soltera
no aguantaría y mucho menos el obrero. En gene
ral, la obrera se atreve raras veces a unirse a sus
compañeros para conseguir mejores condiciones de
trabajo. Esta circunstancia eleva aún más su valor
a los ojos del patrono; en sus manos constituye a
’ Según las listas de numerosos seguros médicos prepa
radas por el inspector fabril Schuler, el número de días
de enfermedad que anualmente corresponden a cada socio
femenino del seguro es de 7,17, mientras que el del mascu
lino es solamente de 4,78. L a duración de las enfermedades
individuales ascendió en los socios femeninos a 24,8 días
y en los masculinos a 21,2 días. O. Sc h w a r z , «D ie Folgen
der Beschaftigung verheirateter Frauen in Fabriken vom
Standpunkt der óffentlichen Gesundheitspflege», Deutsche
Vierteljahrshefte für offentliche Gesundheitspflege 1903,
vol. 35, pág. 424.
* En nuestra versión de Akal, libro I, tomo II, págs. 120-
21, nota 142.
313
menudo hasta un buen triunfo contra los obreros
masculinos rebeldes; además, más paciencia, más
habilidad en sus dedos, en un sentido más desarro
llado del gusto, cualidades que la hacen más hábil
que el hombre para toda una serie de trabajos.
Estas virtudes femeninas sabe apreciarlas plena
mente el virtuoso capitalista y, de este modo, la
mujer va encontrando, a medida que se desarrolla
nuestra industria, un campo de aplicación cada
vez mayor, pero —y esto es lo decisivo— sin mejo
rar notablemente su situación social. Cuando se uti
liza fuerza de trabajo femenina, se suele liberar fuer
za de trabajo masculina. Mas la fuerza de trabajo
masculina quiere vivir, se ofrece a un salario infe
rior, y esta oferta presiona de nuevo sobre los sala
rios de la obrera. La disminución del salario se
convierte en un tornillo que se pone en movimiento
mediante la técnica del proceso de trabajo, que se
halla en continuo cambio, sobre todo porque este
proceso de transformación libera también a obre
ros femeninos mediante el ahorro de fuerzas de tra
bajo, lo que a su vez aumenta la oferta de «brazos».
Las nuevas ramas industriales contrarrestan esta
continua producción de fuerza de trabajo relativa
mente sobrante, mas no lo bastante como para al
canzar condiciones de trabajo cada vez mejores.
Pues en estas industrias, como, por ejemplo, la elec
trotécnica, la fuerza de trabajo masculina es des
plazada por la femenina. Así, en toda la fábrica de
motores pequeños de la AEG, la mayoría de las má
quinas de trabajo las atienden muchachas. Cada
subida del salario más allá de cierto punto induce
al patrono a contemplar otras mejoras en sus má
quinas, sustituir las manos y el cerebro humanos
por la máquina sin voluntad, automática. En el
comienzo de la producción capitalista, el obrero
masculino es casi el único que se enfrenta al obrero
masculino en el mercado de trabajo, ahora se en
314
frentan sexo contra sexo y edad contra edad. La mu
jer desplaza al hombre, y la mujer es desplazada a
su vez por la gente joven y los niños. Tal es el «or
den moral» de la industria moderna.
Finalmente, este estado sería insoportable si no
lo contrarrestase con todas sus fuerzas el poder de
la organización de los obreros en sus sindicatos. Afi
liarse a estas organizaciones es también un impera
tivo de la necesidad, especialmente para la obrera,
porque ella sola puede ofrecer mucha menos resis
tencia al patrono que el obrero. Así estaban afilia
das a los sindicatos libres en Alemania: en 1892,
4.355; en 1899, 19.280; en 1900, 22.884; en 1905,
74.411; en 1907, 136.929; en 1908, 138.4432. En 1892
sólo eran 1,8 por 100 de todos los miembros de los
sindicatos, en 1908 constituían ya el 7,6 por 100.
Después del quinto informe internacional sobre el
movimiento sindical, el número de miembros feme
ninos ascendía en Inglaterra a 201.709; en Francia,
a 88.906; en Austria, a 46.401.
La aspiración de los patronos a prolongar la jor
nada laboral, a fin de extraer más plusvalía de sus
obreros, la facilita la menor resistencia que ofrecen
las obreras. De ahí el fenómeno de que, por ejem
plo, en la industria textil, donde las mujeres consti
tuyen mucho más de la mitad de todas las fuerzas
de trabajo, el tiempo de trabajo es por todas partes
el más largo, por lo que hubo de intervenir precisa
mente aquí la protección estatal mediante la limita
ción legal del tiempo de trabajo. Acostumbrada por
la actividad doméstica a que para ella no haya nin
guna medida de tiempo para el trabajo, aguanta sin
resistirse las crecientes demandas que se le hacen.
En otros ramos, como la fabricación de adornos,
315
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316
de flores, etcétera3, los salarios y el tiempo de tra
bajo empeoran por el hecho de que se llevan trabajo
extra a casa y no se dan cuenta de que así sólo se
hacen la competencia a sí mismas y con dieciséis
horas de trabajo no ganan más de lo que ganarían
en una jornada regular de diez horas.
El cuadro de la página 316 ilustra la importancia
que ha adquirido la ocupación profesional de la mu
jer en varios países civilizados tanto como respecto
a las personas activas según el sexo como en rela
ción con la población4.
Este cuadro muestra, además, que el número de
mujeres asalariadas en todos los países civilizados
ocupa un porcentaje muy considerable de la pobla
ción total. Siendo el mayor en Austria, Francia e
Italia —debido probablemente, para Austria e Italia,
al tipo de recuento, en el sentido de que no sólo se
cuentan ias ocupadas en un oficio principal, sino
también las que tienen un trabajo secundario— , y
menor en los Estados Unidos. Pero también es im
portante hacer una comparación con la población
activa en períodos anteriores. Tomemos en primer
lugar Alemania.
Población Asalariarins Porcentaje P® -1®?
total Asalariados de asalariados asalariados
eran
1
§
1882 22.150.749 25.071.364 13.415.415 5.541.517 60,57 24,02 71,24 28,76
1895 25.409.161 26.361.123 15.531.841 6.578.350 61,13 24,96 70,25 29,75
1907 30.461.100 31.259.429 18.599.236 9.492.881 61,06 30,37 66,21 33,79
3 «M uy especialmente en las empresas de confección. Pero
también en las otras fábricas. Así, por ejemplo, en las fá
bricas de juguetes de Sonneberg, en las fábricas de ropa
blanca, en las de cigarrillos, en las de zapatos, en las de
objetos de papel.» R. Wilbrandt, Arbeiterinnenschutz und
Heimarbeit, pág. 84, Jena 1906.
4 Handwórterbuch der Staatswissenschaften, vol. 2, 3.”
edición, pág. 832. F. Z a h n , Beruf und Berufsstatistik.
317
Del cuadro se deduce que el círculo de los asala
riados rebasa en mucho el aumento de la población,
que la afluencia de fuerzas femeninas al trabajo asa
lariado rebasa aún más este grado de incremento,
que el número de la población activa masculina per
manece relativamente estacionario, mientras que
el de la población activa femenina crece en términos
relativos y absolutos, que el trabajo femenino des
plaza cada vez más al trabajo masculino.
El número de asalariados aumentó desde 1882
a 1895 en el 16,6 por 100 y desde 1895 a 1907 en el
19,34, y, concretamente, el de los hombres emplea
dos en el 15,8 o el 19,35 por 100, pero el de las mu
jeres empleadas en el 18,7 por 100 de 1882 a 1895
y en el 44,44 por 100 de 1895 a 1907. Como el aumen
to de la población sólo fue del 19,8 por 100 de 1882
a 1885 y del 19,34 por 100 desde 1895 a 1907, el nú
mero de personas activas ha aumentado en términos
generales, pero mientras que el crecimiento del nú
mero de hombres activo se mantuvo relativamente
al mismo ritmo del crecimiento de la población to
tal, el número de mujeres activas ha crecido mucho
más, lo cual corrobora el hecho de que la lucha
por la existencia requiere esfuerzos mayores que
antes.
Desde 1882 a 1895 y desde 1895 a 1907 aumenta
ron ( + ) o disminuyeron (—) en la población total
de Alemania:
1882-1895 1895-1907
Mujeres
asalariadas + 1.005.290 = 23,60 % + 2.979.105 = 56,59 %
Hombres
asalariados + 2.133.577 = 15,95 % + 3.077.382 = 19,85 %
Criadas + 31.543 = 2,46%— 64.574 = 4,91 %
Criados — 17.151 = 40,35 % — 9.987 = 39,38 %
318
Las personas asalariadas se distribuían así:
Años 1882 1895 1907
Hembras Varones Hembras Varones Hembras Varones
Agricultura y
bosques 2.534.909 5.701.587 2.753.154 5.539.538 4.598.986 5.284.271
Industria
y minas 1.126.976 5.269.489 1.521.118 6.760.102 2.103.924 9.152.330
Comercio
y tráfico 298.110 1.272.208 579.608 1.758.903 931.373 2.546.253
Trabajo asalariado
de tipo variable 183.836 213.746 233.865 198.626 320.904 150.791
Servicios públicos
y profesiones
libres 115.272 373.593 176.648 618.335 288.311 799.025
Ejército y Marina — 542.282 — 630.978 — 651.149
Aumentaron o disminuyeron las personas acti
vas en
IMMS9S 1895-1907
Hembras *» Varones H Hembras % Varones H
T R A B A JO A SA L A R IA D O D E
T I P O V A R IA B L E + 50.029 27,20 - 15.120 7,10 + 87.039 37,22 - 47.835 24,08
S E R V IC IO S P U B L IC O S Y
P R O F E S IO N E S L IB R E S + 61.376 53,2S + 154.285 33,25 + 111.663 — + 180.690 —
319
Entre las personas empleadas había
1895 1907
. Hembras % Varones % Hembras % Varones %
1907 1895
IN D U S T R IA
(I. D O M E ST IC A ) 477.290 519.492 — 42.202 = 8,10 %
COM ERCIO 246.641 202.616 + 44.025 = 21,77%
AG R IC ULTUR A 328.237 346.896 — 18.659 = 9,04 %
1907 1895
320
Los ramos en los que el número de obreras excede
al de obreros en Alemania son, principalmente, los
siguientes:
Mujeres Hombres
321
Total
IN D U S T R IA D E L A ...........
P IE D R A Y T IE R R A 528.474 805.185 53 5.006
E LA B O R A C IO N D E M ETA
LE S E IN D U S T R IA
D E M A Q U IN A S 812.915 1.228.504 52 61.233
C O N ST R U C C IO N 764.911 1.128.680 47 2.485
IN D U S T R IA T E X T IL 1.094.636 1.155.397 5 663.222
322
A pesar de todo, el trabajo de la mujer a vuelto a
aumentar a costa del masculino. Además se puso de
manifiesto también que las fuerzas de trabajo fe
meninas más jóvenes desplazan a las más viejas.
Y como la mayoría de las mujeres menores de vein
ticinco años están solteras y las mayores de esa edad
suelen estar casadas o viudas, las muchachas son
las que ocupán el lugar de las mujeres casadas o
viudas.
Los ramos en los que las obreras exceden consi
derablemente a los obreros en Inglaterra eran, prin
cipalmente, los siguientes:
Mujeres Hombres
S E R V IC IO S D O M ESTICO S 1.690.686 124.263
IN D U S T R IA D E LA C O N FE C C IO N 711.786 414.637
IN D U S T R IA T E X T IL 663.222 492.175
D E ELLAS IN D U S T R IA ALG O D O N E R A 328.793 193.830
LAN A Y ESTAM BRE 153.311 106.598
CAÑAMO, Y U T E 104.587 45.732
SED A 22.589 8.966
BORDADOS 28.962 8.587
323
nómeno nos encontramos en la industria del papel,
en la encuadernación de libros y en la industria de
zapatos. El trabajo femenino se paga particularmen
te mal en la confección de ropa blanca, donde 10 che
lines por semana supone ya un buen sueldo. «En ge
neral, una mujer gana un tercio o la mitad del sala
rio semanal de un hombre. » 1
Diferencias parecidas de salario existen entre los
hombres y las mujeres en correos y en la enseñanza.
Tan sólo en la industria algodonera de Lancashire
ambos sexos ganaban casi los mismos salarios por
tiempo igual de trabajo.
En los Estados Unidos, el trabajo femenino tuvo
el desarrollo siguiente:
1880 % 1890 % 1900 %
Agricultura 594.510 678.884 977.336
Profesiones libres 177.255 311.687 430.597
Servicios domés
ticos y perso
nales 1.181.300 1.667.651 2.095.449
Comercio y
transporte 63.058 228.421 503.347
Fábricas 631.034 1.027.928 1.312.668
324
21 por 100. En términos relativos, también dismi
nuye incesantemente el número de hombres ocupa
dos, que son_desplazados por las mujeres. Así, por
ejemplo, por cada 100 asalariados había 18,8 mujeres,
mientras que en 1880 no había nada más que 14,7.
Apenas hay profesión, salvo nueve (de 312), en la
que no trabajen mujeres. Según el censo de 1900,
incluso había entre ellas cinco prácticos de puerto,
45 maquinistas y fogoneros de tren, 185 herreros, 508
maquinistas, 11 taladradores, 8 caldereros. «Estas ci
fras carecen, naturalmente, de gran significación
sociológica. Demuestran tan sólo que hay muy po
cos oficios de los que las mujeres estén excluidas
absolutamente, ya sea por su constitución natural
o por consideraciones de la ley. » 8
Las mujeres están muy representadas en las pro
fesiones siguientes: criadas y camareras, 1.213.828;
fabricación de ropa de mujer, 338.144; obreras
agrícolas, 497.886 ¡lavanderas, 332.665; maestras,
327.905; propietarias de granjas, 307.788; obreras
textiles, 231.458; amas de llaves, 147.103; dependien-
tas, 146.265; costureras, 138.724; enfermeras y par
teras, 108.691; sin calificar, 106.916. En estos 12 ofi
cios se cuentan 3.583.333 (74,1 por 100) de todas las
mujeres asalariadas. Además hay todavía 85.086 es-
tenografistas, 82.936 sombrereras, 81.000 auxiliares
de comercio, 72.896 contables, etcétera; en un total de
19 oficios con más de 50.000 mujeres hay 4.293.894
( 88,8 por 100) de todas las mujeres activas.
Las mujeres ocupan una posición dominante en
las profesiones siguientes. Por cada 100 asalariados
había en
Mujeres Hombres
C O N F E C C IO N DE ROPA B LA N C A 99,4 0,6
F A B R IC A C IO N D E ADORNOS
D E M ODA 98 2
325
Mujeres Hombres
COSTURERAS Y COSTUREROS 96,8 3,2
F A B R IC A C IO N D E CUELLO S 77,6 22,4
TE JE D U R IA 72,8 27,2
F A B R IC A C IO N D E G U A N T E S 62,6 37,4
E N C U A D E R N A C IO N 50,5 49,5
O BRER O S D E FABRICAS
T E X T IL E S 50 50
AM AS D E LLA V E S 94,7 5,3
S E R V IC IO D E E N FE R M O S 89 10,1
LA V A N D E R IA S 86,8 13,4
PE R S O N A L D E S E R V IC IO 81,9 18,1
A L Q U IL E R D E H A B IT A C IO N E S 83,4 16,6
ESTEN O G R AFISTAS 76,7 23,3
M AESTR O S Y M AESTRAS 73,4 26,6
M AESTR O S Y M AESTRAS
D E M U SIC A 56,9 43,1
326
De 303 oficios en que se ocupan mujeres hay
Hombres % Mujeres %
Menos de 7 dólares 18 Menos de 7 dólares 66,3
De 7 a 9 dólares 15,4 De 7 a 9 dólares 19,6
De 9 a 20 dólares 60,6 De 9 a 15 dólares 13,2
De 20 a 25 dólares 4,8 De 15 a 20 dólares 0,8
Más de 25 dólares 2 De 20 a 25 dólares 0,1
327
menos de 720 dólares, mientras que sólo el 16,7 por
100 de los hombres recibe esa cantidad10.
Según el censo de 1901, la población activa de
Francia ascendía a 19.715.075; de ellos 12.910,565
hombres y 6.804.510 mujeres. La distribución por
oficios es la siguiente:
Hombres °/o Mujeres %
Agricultura 5.517.617 72 2.658.952 28
Comercio 1.132.621 65 689.999 35
Servicios domésticos 223.861 23 791.176 77
Profesiones libres 226.561 67 173.278 33
Industria 3.695.213 63,5 2.124.642 36,5
328
Por lo que se refiere al salario, el burgués E. La-
vasseur dice que en casi todos los casos el salario
de las mujeres muy pocas veces alcanza a dos ter
cios del de los obreros y muy a menudo sólo llega
a la mitad14.
329
IN D U S T R IA T E X T IL 111.194
A L IM E N T A C IO N Y E S T IM U L A N T E S 39.080
IN D U S T R IA D E LA PIE D R A Y T IE R R A 19.475
V E S T IM E N T A Y L IM P IE Z A 13.156
IN D U S T R IA D E L PA PE L 11.049
E L A B O R A C IO N D E M E T A LE S 10.739
IN D U S T R IA D E LA M AD ER A Y TALLAS 5.635
IN D U S T R IA S PO LI GRAFICAS 4.770
IN D U S T R IA D E M A Q U IN A S 4.493
IN D U S T R IA Q U IM IC A 4.380
OTRAS 5.365
TO TAL 229.334
330
carón muy a menudo como razón para trabajar en
la fábrica la insuficiencia del sueldo del marido. En
Berlín, según el informe de dos inspectores, el 53,62
por 100 de las asalariadas afirmaban que los ingre
sos del sostén de la familia eran insuficientes. De
igual modo se manifiestan los inspectores de los dis
tritos de Prusia Occidental, Francfort del Oder,
Franconia central, Württemberg II, Baja Alsacia,
etcétera. El funcionario de Magdeburgo indica la
misma razón para la mayoría de las mujeres ocu
padas; pero otras tenían que trabajar también por
que el hombre consumía demasiado o era libertino.
Otras mujeres trabajaban por costumbre y porque
no habían sido educadas para la profesión de mu
jer. Admitiendo que estas razones son válidas para
una pequeña minoría, en la mayoría de los casos la
mujer trabaja porque tiene que hacerlo. Así lo ha
confirmado también el sindicato obrero de la ma
dera en Stuttgart con motivo de una encuesta efec
tuada el año 1900. El funcionario de la Baja Alsacia
constata que la razón principal para el trabajo de
la mujer casada hay que buscarla en la cultura mo
derna, los medios de transporte y la exigencia de la
industria de fuerzas de trabajo baratas, exigencia
creada por la ilimitada competencia. También se le
da trabajo a la mujer casada porque en ella se tiene
una mayor seguridad y continuidad en la relación
laboral. El inspector fabril de Badén (doctor Wó-
rishhoffer) dice:
«Pero, sobre todo, son los bajos salarios de las obre
ras los que hacen que los patronos les den trabajo en
todas partes donde pueden hacerlo. Prueba suficiente
de esto es que donde más bajos están los salarios es
donde se emplea un gran número de obreras... Por
eso, en estas ramas industriales, la posibilidad de ocu
p ar a muchos obreros femeninos motiva en las fa
milias obreras la necesidad de hacer que las mujeres
trabajen efectivamente.»
331
El funcionario de Koblenz dijo: «Las mujeres ca
sadas son, en general, más seguras y trabajan con
más ahínco que las muchachas jóvenes. Las obreras
jóvenes sienten aversión contra los trabajos sucios
y desagradables que, por tal motivo, se dejan prefe
rentemente para las mujeres menos exigentes. Por
eso, por ejemplo, trabajan muchas mujeres en la
clasificación de trapos viejos. » 17
Por lo que respecta a los salarios es un hecho co
nocido que, en general, el trabajo femenino está
peor pagado que el masculino, incluso allí donde
rinde lo mismo. En esto, el patrono privado no se
distingue ni del Estado ni del Ayuntamiento. Las
mujeres que trabajan en el ferrocarril y en correos
ganan menos que los hombres por el mismo tra
bajo; todo municipio paga peor a las maestras que
a los maestros. Las razones son: la mujer necesita
menos que el hombre y, sobre todo, está más des
amparada; su trabajo no es en muchos casos más
que un complemento de los ingresos del marido
o del padre en calidad de sostén de la familia; el ca
rácter dilentante, provisional y casual del trabajo
femenino; el gran ejército industrial de reserva de
las obreras y, por tanto, su menor capacidad de
resistencia; la «desleal competencia» de la llamada
«clase media» en sastrería, artículos de moda, indus
tria de flores y papel; por regla general, la mujer
también está atada a su lugar de residencia. Por eso
el trabajo de las mujeres es el más largo, si es que
no interviene la legislación para protegerlas.
En una investigación sobre los salarios de los
obreros fabriles de Mannheim en 1893, el difunto
doctor Wórishoffer dividía los ingresos semanales
en tres clases 18: la clase inferior abarcaba un salario
332
semanal de hasta 15 marcos, la media de 15 a 24
y la alta de más de 24 marcos.
Según esto, los salarios presentaban el cuadro si
guiente:
Bajos Medios Altos
TODOS LOS O BRER O S 29,8 % 49,8 % 20,4 %
HOM BRES ' 20,9 % 56,2 % 22,9 %
M UJERES 99,2 % 0,7 % 0,1 %
333
carece de límite y de medida en la temporada. Tam
bién se practica mucho en la industria doméstica
el sistema de sudor, es decir, el trabajo lo reparten
intermediarios, quedándose éstos —administrador,
maestro, etcétera— con una parte considerable del
salario pagado por el patrono en concepto de indem
nización por los esfuerzos de la administración.
Los siguientes datos sobre las condiciones reinan
tes en Berlín ponen de manifiesto lo miserablemente
que se paga el trabajo en la industria doméstica.
Las camisas de hombre en colores, que en 1889 se
pagaban aún de 2 a 2,5 marcos la docena, las reci
bía el empresario en 1893 por 1,2 marcos. Una cos
turera de mediana calidad tiene que trabajar desde
por la mañana temprano hasta bien entrada la no
che para terminar de seis a ocho camisas por día;
la ganancia por semana asciende a cuatro o cinco
marcos. Una costurera de faldas gana de 2,5 a 5
marcos por semana; una de corbatas, de cinco a
seis marcos; una costurera hábil de blusas, seis mar
cos; una costurera muy hábil, áe, trajes de mucha
cho, de ocho a nueve marcos; una ducha en chaque
tas, de cinco a seis marcos. Una costurera muy du
cha en camisas finas puede ganar 12 marcos en ple
na temporada y trabajando desde las cinco de la
mañana hasta las diez de la noche. Las modistas que
pueden copiar los modelos por sí solas ganan 30
marcos al mes; las oue se dedican a confeccionar
adornos, ágiles y con varios años de experiencia, ga
nan durante la temporada de 50 a 60 marcos por
mes. La temporada comprende en total cinco meses.
Una confeccionadora de paraguas gana semanalmen
te de seis a siete marcos trabajando doce horas.
Estos salarios de hambre obligan a las obreras a
prostituirse, pues ni en las exigencias más modestas
puede vivir en Berlín ninguna obrera por menos de
nueve a diez marcos semanales.
Los hechos mencionados muestran que la evolu
334
ción moderna arranca cada vez más a la mujer de
la vida familiar y del hogar. El matrimonio y la fa
milia se arruinan y disuelven y, desde el punto de
vista de estos hechos, también es absurdo remitir la
mujer al hogar y a la familia. Esto sólo puede ha
cerlo el que vive irreflexivamente, el que no ve o no
quiere ver las cosas que se desarrollan a su alre
dedor.
En un gran número de ramas industriales se em
plean exclusivamente obreros femeninos, en un nú
mero mayor constituyen la mayoría y en casi todas
las demás ramas industriales se emplean más o me
nos obreras, su número es cada vez mayor y pe
netran en ramos profesionales siempre nuevos.
La nueva regulación industrial alemana del año
1891 establecía un tiempo normal de trabajo de once
horas diarias para la ocupación de obreras adultas
en las fábricas, disposición ésta que se violaba muy
a menudo mediante toda una serie de excepciones
que podían permitir las autoridades. También se
prohibía el trabajo nocturno de las obreras en las
fábricas, aunque el Consejo Federal también podía
permitir aquí algunas excepciones para fábricas de
trabajo ininterrumpido o determinadas actividades
de temporada (como, por ejemplo, las fábricas de
azúcar). Tan sólo después que la convención inter
nacional de Berna del 26 de septiembre de 1906 pres
cribe la introducción de un descanso nocturno de
once horas (para las fábricas), después de que la
socialdemocracia ha pedido enérgicamente, durante
años, la prohibición del trabajo nocturno de las mu
jeres y la reducción del tiempo de trabajo diurno
a ocho horas, ceden por fin, después de una larga
resistencia, el gobierno y los partidos burgueses. En
tonces se sacó de la amplia ley complementaria para
la ordenación industrial, que había quedado deteni
da en la comisión, la porción referente a la regula
ción del trabajo femenino. Además de esta disposi-
335
ción se preveían en la ley del 28 de diciembre de 1908
una jornada máxima de diez horas de trabajo para
las mujeres en todas las empresas en donde trabaja
sen al menos diez obreros. Las vísperas de domin
gos y festivos la duración del trabajo no debe exce
der las ocho horas. Las obreras no deben trabajar-
antes y después del parto durante ocho semanas en
total. Su reincorporación queda vinculada al com
probante de que han transcurrido al menos seis se
manas después del parto. Las obreras tampoco de
ben trabajar en las fábricas de coque ni deben em
plearse para el transporte de materiales en las cons
trucciones de cualquier especie. A pesar de la enér
gica resistencia de la socialdemocracia se aceptó
una petición de que las autoridades administrativas
superiores podían permitir el trabajo extra durante
cincuenta días.
Merece atención especial el artículo 137 a), que
constituye la primera intervención en la explotación
del trabajo a domicilio. Esta disposición reza así:
«Queda prohibido al patrono entregar trabajo para
su ejecución fuera de la empresa, o por cuenta de
un tercero, a las obreras y obreros adolescentes en
los días en que hayan efectuado en la empresa el
trabajo legalmente permitido.» Pese a sus deficien
cias, la nueva ley supone un progreso frente al esta
do actual.
Pero el enrolamiento cada vez mayor de la mujer
al trabajo industrial no sólo afecta a los tipos de
ocupación apropiados a su menor fuerza física, sino
a todas las actividades en las que los explotadores
pueden obtener una ganancia de su empleo. Entre
ellas figuran tanto las más duras como las más des
agradables y las más peligrosas para la salud, y de
este modo se reduce a su verdadera significación esa
noción fantástica que ve en la mujer solamente el
ser tierno, sensible, que los poetas y románticos sue
len describir para la voluptuosidad del hombre.
336
Los hechos son cosas obstinadas, y sólo tenemos
que vérnoslas con hechos, pues éstos nos guardan de
sacar falsas conclusiones y de los vaniloquios sen
timentales. Pero los hechos nos enseñan, como ya
sabemos, que las mujeres trabajan, entre otras co
sas: en la industria textil, en la química, en la meta
lurgia, en la del papel, en la de maquinaria, en la de
la madera, en la de alimentación y estimulantes, en
las minas al aire libre —en Bélgica también en las
minas bajo tierra, una vez que la obrera ha cumpli
do los veintiún años—. Además, en el amplio campo
de la horticultura, agricultura y ganadería y las in
dustrias relacionadas con ellas, y, finalmente, en los
distintos ramos en los que desde hace tiempo, como
una especie de privilegiadas, eran de su dominio ex
clusivo: en la producción de la ropa blanca y de
mujer, en las diferentes ramas de la moda, en el
puesto de dependientas, empleadas de oficina, maes
tras, niñeras, escritoras, artistas de toda especie,
etcétera. Decenas de miles dé mujeres de la pequeña
clase media trabajan como esclavas en las tiendas y
en los mercados, siendo así sustraídas a casi toda
actividad doméstica y, en particular, a la educación
de los niños. Por último, las mujeres jóvenes y, so
bre todo, guapas encuentran cada vez más empleo,
para mayor perjuicio de toda su personalidad, en los
locales públicos de todo tipo, como personal de ser
vicio, cantantes, bailarinas, etcétera, como medio de
atraer a los hombres ansiosos de placeres, campo
éste en el que reinan las condiciones más abomina
bles y donde la esclavitud blanca celebra sus peore.s
orgías.
Entre las ocupaciones mencionadas hay muchas
que ofrecen el mayor peligro. Así, por ejemplo, exis
te el peligro de la influencia de gases sulfurosos y
alcalinos en la fabricación y lavado de sombreros
de paja, el peligro de la inhalación de vapores de
cloro en el blanqueo de materias vegetales; peligro
337
de envenenamiento existe en la fabricación de papel
y de obleas en color y de flores, en la cromotipia
y en la producción de venenos y productos quími
cos, en el pintado de juguetes y de soldados de plo
mo. El revestimiento de los espejos con azogue es
precisamente mortal para el feto de las embarazadas.
Si de los niños nacidos vivos en el Estado prusia
no mueren por término medio del 21-22 por 100 en
el primer año de vida, según el doctor Hirt, de los
nacidos vivos a las revestidoras de espejos muere
el 65 por 100; a las pulidoras de cristales, el 55 por
100; a las obreras del plomo, el 40 por 100. En 1890,
de 78 parturientas que habían estado trabajando en
las fundiciones de tipos del distrito de Wiesbaden,
sólo dieron a luz normalmente 37. Según el doctor
Hirt, a partir de la segunda mitad del embarazo,
es especialmente peligroso trabajar en la fabricación
de papel en colores y de flores artificiales, el llama
do espolvoreo de los encajes de Bruselas con blanco
de plomo, la producción de calcomanías, el revesti
miento de espejos, la industria del caucho y todas
las fábricas en donde las obreras están expuestas a
la inhalación de gases nocivos, óxido de carbono,
ácido carbónico, sulfuro de hidrógeno. Sumamente
peligrosa es también la fabricación de fósforos y el
trabajo con los deshechos de lana. Según los infor
mes del inspector industrial de Badén para el
año 1893, el promedio anual de partos prematuros
entre las mujeres activas aumentó de 1.039 entre
los años 1882 y 1886 a 1.244 entre 1887 y 1891. El
número de partos que hubieron.de ir precedidos de
una operación ascendió de la media anual de 1.118
entre 1882 y 1886 a la de 1.385 entre 1887 y 1891.
Hechos más graves aún saldrían a la luz si se efec
tuasen investigaciones semejantes por toda Alema
nia. Mas, por regla general, los inspectores indus
triales se conforman en sus informes con la obser
vación: «No se observaron perjuicios especiales en
338
el empleo de mujeres en las fábricas.» ¿Cómo po
dían observarlos en sus cortas visitas y sin el con
sejo del dictamen médico? Se ha comprobado que
existen también graves peligros para la vida y las
articulaciones, especialmente en la industria textil,
en la fabricación de cerillas y en el trabajo con
máquinas agrícolas. Además, muchos de los trabajos
mencionados‘son de los más pesados y duros, inclu
so para los hombres, como puede deducirse echando
una mirada a la lista, de por sí muy incompleta.
¿De qué sirve decir siempre que tal o cual ocupación
es indigna de la mujer si no se le puede dar otro
trabajo más digno?
El doctor H irt 20 designa como ramas industriales
o como manipulaciones en ramas industriales en las
que no debieron trabajar en absoluto las muchachas
por el peligro que ello supone para su salud, espe
cialmente por el daño que se ocasiona a sus funcio
nes sexuales: la producción de colores en bronce,
papel aterciopelado y de lija, de sombreros, el es
merilado (de objetos de cristal), el rastrilleo del lino,
arrancar las crines de caballo, cardar fustán, estañar
chapa de hierro, trabajar en los molinos de lino y
con los deshechos de lana.
En las ocupaciones siguientes sólo debieran tra
bajar las muchachas jóvenes si se dan y comprueban
las medidas necesarias de protección (aparatos de
ventilación, etcétera): en la fabricación de papeles
pintados, porcelana, lápices, chatarra de plomo, acei
tes volátiles, alumbre, ferrocianuro potásico, bromo,
quinina, sosa, parafina y azul de ultramar, papeles
de colores (venenosos) obleas (venenosas), cromoti
pia, cerillas de fósforo21, verde de Schweinfurt y flo
20 Die gewerbliche Tatigkeit der Frauen, 1878.
21 Mediante un acuerdo internacional del 26 de septiem
bre de 1906 establecido entre Dinamarca, Alemania, Fran
cia, Italia, Luxemburgo, los Países B ajos y Suiza se prohi
bió en estos países el uso de fósforo blanco en las cerillas
339
res artificiales. Además, con el cortado y clasifica
ción de trapos viejos, clasificación y trituración de
hojas de tabaco, tundido de algodón, devanado de
lana y seda, limpieza de colchones de plumas, clasifi
cación de pelos para pinceles, lavado (azufrado) de
los sombreros de paja, vulcanización y disolución
del caucho, con el teñido y la estampación de telas,
la pintura de soldados de plomo, empaquetado le
rapé, la pintura de telas metálicas, el revestimiento
de espejos, el esmerilado de agujas de coser y plu
mas de acero.
No es ningún espectáculo hermoso ver a las mu
jeres, incluso embarazadas, porfiar con los hombres
en el arrastre de carretas muy cargadas en la cons
trucción de ferrocarriles o contemplarlas de peones
en la construcción de casas, mezclando cal y cemen
to o llevando pesadas cargas de piedras, o lavando
carbón o mineral de hierro. De este modo se priva
a la mujer de todo lo femenino y se pisotea su femi
neidad, lo mismo que, por el contrario, en muchos
tipos diferentes de trabajo se priva a nuestros hom
bres de toda masculinidad. Nuestras corruptas con
diciones sociales ponen las cosas patas arriba.
Se comprende que, dada la extensión que toma el
trabajo femenino en todos los campos de la activi
dad industrial, y que amenaza seguir tomando, los
hombres interesados no lo vean con buenos ojos.
Indudablemente, con esta expansión del trabajo fe
menino se destruye cada vez más la vida familiar
del obrero, siendo consecuencia natural la disolu
ción del matrimonio y de la familia y aumentando
en proporciones espantosas la inmoralidad, la des
moralización, la degeneración, las enfermedades de
a partir del 1 de enero de 1911. En Alemania ya no está
permitido fabricar estas cerillas desde el 1 de enero de
1907, ni tampoco ofrecerlas en venta desde el 1 de enero
de 1908. En Inglaterra se ha aprobado una ley parecida
en 1909.
340
toda especie y la mortalidad infantil. Según la es
tadística de población del Imperio alemán, la mor
talidad infantil ha aumentado considerablemente en
las ciudades que en los últimos decenios se han con
vertido en verdaderas ciudades fabriles. Además,
aumenta en los municipios rurales, donde el encare
cimiento y la privación de la leche reduce la calidad
de la alimentación. La mayor mortalidad infantil
se da en el Alto Palatinado, en la Alta y la Baja
Baviera, en algunos distritos de Liegnitz y Breslau
y en la capitanía de Chemnitz. Así, por ejemplo,
en 1907, de cada 100 nacidos vivos murieron en el
primer año de vida 40,14 en Stadtamhof (Alto Pala-
tinado), 40,06 en Parsberg (Alto Palatinado), 39,28
en Freidberg (Alta Baviera), 37,71 en Kelheim (Baja
Baviera), 37,63 en Munich, 33,48 en Blauchau (Sa
jonia), 32,49 en Waldenburg (Silesia), 32,49 en Chem
nitz, 32,18 en Reichenbach (Silesia), 31,41 en Anna-
berg, etcétera. Peores aún son las condiciones en la
mayoría de los grandes pueblos fabriles, algunos de
los cuales tienen imas cifras de mortalidad entre
el 40 y el 50 por 100. A pesar de todo, esta evolución
social que produce resultados tan tristes supone un
progreso, del mismo modo que es un progreso la
libertad de industria, la libertad de movimiento, la
libertad de casamiento, etcétera, que favorecen el
desarrollo del gran capital, pero con el que nuestra
clase media recibe el golpe mortal.
Los obreros no se sienten inclinados a ayudar al
pequeño comercio cuando éste intenta restringir la
libertad de industria y de movimiento y restablecer
las barreras gremiales, a fin de mantener artificial
mente viva la industria enana, pues no puede tra
tarse de otra cosa. Pero tampoco puede volverse a
la vieja situación en lo que se refiere al trabajo fe
menino, lo cual no excluye que haya rigurosas leyes
protectoras que impidan los excesos de la explota
ción del trabajo femenino y prohíban el trabajo in
341
dustrial de los niños en edad escolar. Aquí los inte
reses del obrero coinciden con los dél Estado y los
intereses culturales generales de la humanidad. Por
ejemplo, si el Estado se ve obligado, como ha ocu
rrido varias veces en los últimos decenios, la última
en 1893, a reducir la talla mínima para el Servicio
Militar porque, debido a los efectos degeneradores
de nuestro sistema económico, cada vez es mayor el
número de mozos nó aptos para el Servicio Militar,
todos estarán interesados en las medidas protecto
ras 22. El objetivo final debe ser eliminar los perjui
cios que producen el sistema de máquinas, las herra
mientas perfeccionadas y el modo moderno de tra
bajo, y, en cambio, hacer que las enormes ventajas
que han creado para la humanidad, y aún pueden
crear en mayor medida, redunden en beneficio de
todos los miembros de la sociedad mediante la co
rrespondiente organización del trabajo humano.
Es un absurdo y una injusticia manifiesta que
los avances culturales y las conquistas que son pro
ducto de la colectividad sólo beneficien a quienes,
gracias a su poder material, pueden apropiarse de
ellos, que, por el contrario, miles de diligentes obre
ros y obreras, artesanos, etcétera, se ven presa del
pánico y de las preocupaciones cuando oyen hablar
que el espíritu humano ha vuelto a hacer un nuevo
invento que efectúa el trabajo de muchas manos,
con lo que se ven ante la posibilidad de que los lan
342
cen a la calle por inútiles y sobrantes23. De este
modo, lo que todos debieran saludar con alegría, se
convierte en objeto de sentimientos hostiles, que en
los decenios anteriores fue más de una vez la causa
de que se asaltasen las fábricas y se destruyeran las
máquinas. Una hostilidad parecida existe aún, con
frecuencia, entre el hombre y la mujer en cuanto
obreros. Esto es también algo antinatural. Por tan
to, hay que procurar crear un estado social en el que
rija la completa igualdad de todos sin distinción de
sexo.
Esto es realizable tan pronto como todos los me
dios de trabajo se conviertan en propiedad de la so
ciedad, tan pronto como todo el trabajo alcanza el
mayor grado de productividad mediante el empleo
de todas las ventajas y recursos técnicos y científi
cos en el proceso de trabajo y existe para todos los
aptos para trabajar el deber de efectuar cierta can
tidad de trabajo necesario para la satisfacción de
las necesidades sociales, por lo que la sociedad, a su
vez, concede a cada cual los medios para el desarro
llo de sus facultades y el goce de la vida.
La mujer debe ser, igual que el hombre, un miem
bro útil y con los mismos derechos de la sociedad,
23 E l inspector fabril A. Redgrave dio a finales de 1871
una conferencia en Bradford en la que, entre otras cosas,
dijo lo siguiente: «L o que m e ha sorprendido desde hace
algún tiempo es el aspecto cambiado de las fábricas lane
ras. Antes estaban llenas de mujeres y niños, ahora parece
que la maquinaria hace todo el trabajo. Interrogado por
mí, un fabricante me dio la siguiente explicación: 'Con el
viejo sistema empleaba a 63 personas; tras introducir la
maquinaria perfeccionada reduje m i mano de obra a 33,
y recientemente, debido a las nuevas y grandes modifica
ciones, he podido reducir los 33 a 13.'» Por consiguiente,
en el curso de muy pocos años se efectuó una reducción
de casi el 80 por 100 en el número de obreros, continuando
al menos la misma masa de productos. E l Capital, de K a r l
M arx, ofrece numerosos ejemplos en este sentido. (Véase
nuestra versión de Akal, libro I, tomo II, pág. 181 y sigs.
V. R.).
343
igual que el hombre debe poder desarrollar plena
mente todas sus facultades físicas y espirituales,
y, al cumplir sus deberes, poder exigir también sus
derechos. Enfrentándose como libre e igual al hom
bre, se verá asegurada contra las exigencias indignas.
La evolución actual de la sociedad avanza cada
vez más hacia semejante estado, y son precisamente
los grandes y graves males de nuestro desarrollo los
que necesitan introducir una nueva situación.
344
X IV . La lucha de la m ujer por la educación
345
mitar en lo posible los conocimientos y la educación
a su capa social. Por eso, al principio, las ideas nue
vas sólo conquistan a una pequeña minoría y, por
regla general, ésta se ridiculiza, difama y persigue.
Pero si las nuevas ideas son buenas y racionales, si
se han derivado necesariamente de las condiciones
existentes, se irán extendiendo gradualmente, la mi
noría se convertirá, finalmente, en mayoría. Así ha
ocurrido hasta ahora con todas las nuevas ideas a lo
largo de la historia, y la idea de conquistar la eman
cipación real y plena de la mujer tendrá el mismo
éxito.
¿No fueron también los primeros cristianos una
pequeña minoría? ¿No tuvieron los reformadores,
la burguesía moderna, poderosos adversarios? A pe
sar de todo vencieron. ¿O se iba a destruir la social-
democracia porque se la amordazara en el Imperio
alemán con doce años de leyes excepcionales? Nun
ca su victoria fue tan segura como cuando se creía
que se la había matado.
La referencia a la profesión natural de la mujer,
según la cual debe ser ama de acasá y niñera, es tan
sensata como la referencia a que siempre tiene que
haber reyes, porque mientras hubo historia existie-
roñ en alguna parte. No sabemos dónde surgió el
primer rey, como tampoco sabemos dónde apareció
el primer capitalista, pero sabemos y vemos que la
monarquía ha cambiado sustancialmente a lo largo
de los siglos, y la tendencia de su evolución consiste
en desprenderse cada vez más de su poder, hasta
que llegue el tiempo, que no está muy lejano, en que
resulte superflua. Lo mismo que la monarquía, toda
institución estatal y social está sometida también
a continuos cambios y transformaciones y, final
mente a su desaparición. En las exposiciones de esta
obra hemos visto que la forma actualmente vigente
del matrimonio y la posición de la mujer no fue,
en absoluto, «eterna» como hoy, que, más bien, am
346
bas son producto de un proceso histórico que en
modo alguno ha concluido todavía. Si hace unos
dos mil trescientos cincuentas años Demóstenes in
dicaba como única profesión de la mujer «parir hi
jos legítimos y ser guardiana fiel de la casa», este
punto de vista se ha superado hoy día. ¿Quién se
atrevería hoy a defenderlo como «natural» sin incu
rrir en el reproche de menospreciar a la mujer? Cier
to, todavía hay bichos raros que interiormente com
parten las ideas de los viejos atenienses, mas ningu
no se atreve a expresarlas en público, cosa que hace
milenios podía declarar libre y abiertamente como
algo natural uno de los hombres más importantes
de Grecia. En eso radica el progreso.
Si la evolución moderna ha enterrado millones
de matrimonios, por otro lado, también ha influido
favorablemente el desarrollo del matrimonio. Hace
pocos decenios era algo natural en toda casa bur
guesa y campesina no sólo que la mujer cosiera,
hiciera punto y lavara, aunque ya se había pasado
bastante de moda, también cocía el pan, hilaba, te
jía, blanqueaba, hacía cerveza, jabón, velas. Mandar
hacer una pieza de vestido fuera de casa se. consi
deraba un despilfarro inmenso. El agua corriente,
el alumbrado de gas, las cocinas de gas o de petró
leo, etcétera —sin mencionar la electricidad—, jun
to a un sinnúmero de otras instalaciones existentes
hoy día en la casa y en la cocina, eran cosas desco
nocidas. Cierto, todavía subsisten condiciones anti
cuadas, pero son la excepción. La mayoría de las
mujeres abandona muchos de los trabajos conside
rados antes como algo natural, porque la industria
los proporciona mejor, más práctico y barato que
el ama de casa, operaciones para las que, al menos
en las ciudades, tampoco están preparados los hoga
res. De este modo, en el curso de pocos decenios,
se ha efectuado una gran revolución dentro de nues
tra vida familiar, a la que prestamos tan poca aten
347
ción porque la consideramos algo natural. Los cam
bios que, por así decirlo, se operan en el hombre a
ojos vistos no los toma en cuenta a menos que no
se le enfrenten de repente y perturben el orden ha
bitual, pero se opone a las nuevas opiniones que
amenazan con sacarlo de la rutina habitual.
Esta revolución que se ha efectuado en nuestra
vida doméstica y que cada vez avanza más ha cam
biado también, sustancialmente, la posición de la
mujer en otro sentido. La mujer se ha hecho más
libre, más independiente. Nuestras abuelas, caso de
qué fuesen honradas amas de casa, no podían pen
sar, ni tampoco pensaban, por ejemplo, en alejar de
la casa y de la mesa a los obreros y aprendices, pero
sí, en cambio, en asistir al teatro, a los conciertos
o a los locales de diversión, incluso en un día de
semana. ¿Y cuál de esas buenas y viejas mujeres
se atrevería a pensar en preocuparse de los asuntos
públicos, como ocurre ya con muchas mujeres? Se
fundan asociaciones para los fines más diversos, se
sostienen y fundan periódicos,, se convocan congre
sos. Como obreras, se afilian a los sindicatos, asis
ten a las asambleas y reuniones de los hombres y en
algunos sitios —hablamos aquí de Alemania— tie
nen el derecho a elegir consejos profesionales de ar
bitraje, derecho que la retrógada mayoría del Reich
stag * les ha vuelto a quitar en el año 1890.
Algún que otro anticuado quisiera eliminar los
cambios descritos, aunque es cierto que, junto a los
lados buenos, también hay lados malos relacionados
con nuestras condiciones en fermentación y descom
posición, pero predominan los lados buenos. Las
mismas mujeres, por conservadoras que sean gene
ralmente hasta ahora, no sienten ya ninguna inclina
ción por volver a las condiciones viejas, estrechas,
patriarcales, de antes.
* Parlamento alemán.
348
En los Estados Unidos la sociedad descansa tam
bién sobre un terreno burgués, pero no tiene que
luchar contra viejos prejuicios europeos ni con ins
tituciones superadas y, por consiguiente, es mucho
más apropiada para adoptar nuevas ideas e institu
ciones, siempre que prometan una ventaja. Allí ya
hace tiempo que se ve la posición de la mujer de
una manera diferente a la nuestra. Así, por ejemplo,
en los círculos mejor situados de este país hace
tiempo que se ha llegado a la convicción de que no
sólo es trabajoso y pesado, y ni siquiera ventajoso
para el bolsillo, que la mujer se cueza ella misma
su pan y haga cerveza, también se considera super-
fluo que cocine en su propia cocina. La cocina cen
tral de la comunidad alimentaria, provista de toda
máquina posible y de todos los medios útiles, ha
sustituido la cocina privada; las mujeres de la co
munidad se turnan en el servicio, y la comida resul
ta más barata y sabrosa, ofrece más variedad y su
producción cuesta mucho menos trabajo. Los ofi
ciales de nuestro Ejército, que no son socialistas ni
comunistas, hacen algo parecido; constituyen en sus
casinos un economato, nombran a un administra
dor, que se encarga de comprar los medios de sub
sistencia al por mayor, se acuerda el menú y se lleva
a cabo la preparación de las comidas en la cocina
del cuartel. Viven mucho más barato que en el hotel
y tienen una comida al menos tan buena como la
que les puedan servir en éste. Como es sabido, miles
de las familias más ricas viven también durante
todo el año o parte del año en hoteles y pensiones
sin que echen de menos la cocina de casa; conside
ran un gran placer verse liberados de la cocina pri
vada. La actitud negativa particularmente de las mu
jeres acomodadas y ricas contra el trabajo en, o
con la cocina corrobora también el hecho de que
esta actividad no forma parte de la «profesión natu
ral» de la mujer, sí, el hecho de que las familias
349
aristocráticas, lo mismo que los grandes hoteles,
contraten todas ellas a cocineros para la preparación
de las comidas induce a creer que el cocinar es una
ocupación masculina. Vaya esto para quienes no
pueden imaginarse a la mujer sin una cuchara de
cocinar.
Ahora bien, no hay nada más natural que instalar,
junto con la cocina central, el lavadero central y los
secaderos correspondientes para uso general, como
han instalado y acreditado excelentemente en todas
las grandes ciudades las personas privadas ricas o
los especuladores, y además de la cocina central, la
calefacción central, con el agua caliente y fría, y se
eliminarán toda una serie de trabajos molestos y que
roban mucho tiempo. Los grandes hoteles, muchas
casas privadas, hospitales, escuelas, cuarteles, esta
blecimientos públicos de toda clase, etcétera, tienen
estas instalaciones y otras parecidas —luz eléctrica,
baños, etcétera—, la falta está en que sólo son los
establecimientos públicos, y las clases acomodadas
las que gozan de estas ventajas, que, puestas al
acceso de todos, ahorrarían muchísimo tiempo, es
fuerzo, fuerza de trabajo y material e incrementa
rían considerablemente el nivel de vida y el bienes
tar de todos. En el verano de 1890 publicaron los
periódicos tina descripción de los progresos que se
estaban haciendo en los Estados Unidos en lo refe
rente a la calefacción y ventilación centrales. Entre
otras cosas, se decía lo siguiente:
350
Recientemente se hacen también esfuerzos no sólo
por efectuar la calefacción, sino también el aprovisio
namiento de aire fresco, ya sea en estado caliente o
frío, desde una central, para distintos barrios que no
sean muy extensos.»
351
la vida doméstica y según lo cual, la mujer, igual
que los judíos en el desierto, claman por las ollas
de Egipto, sino que reclama la salida de la mujer
fuera del estrecho círculo del hogar y su plena parti-
cipación en la vida pública —en la que ya no se con
tará únicamente con los hombres solos— y en las
tareas culturales de la humanidad. Laveleye tiene ra
zón cuando escribe: «A medida que aumenta lo que
solemos denominar civilización, se debilitan los sen
timientos de piedad y el vínculo de la familia y ejer
cen menos influencia en las acciones de los hom
bres. Este hecho es tan general que puede verse en
él una ley del desarrollo social. » 1 No sólo es dife
rente la posición de la mujer, sino también la del
hijo y la hija respecto de la familia, que gradual
mente han adquirido una independencia que antes
era inimaginable, sobre todo en los Estados Unidos,
en donde la educación a la autonomía y a la inde
pendencia es mucho más fuerte que entre nosotros.
Los lados malos que también presenta hoy día esta
forma de desarrollo no son necesariamente inheren
tes a ella, sino que radican en las condiciones socia
les de nuestro tiempo.
La sociedad burguesa no produce ningún nuevo
fenómeno agradable que no tenga también su lado
malo, es doble y disonante en todos sus progresos,
como tan agudamente destacó ya Fourier.
Lo mismo que Laveleye, también el doctor Scháf-
fle reconoce el carácter modificado de la familia de
nuestro tiempo como efecto del desarrollo social.
Dice así:
«A través de la historia se manifiesta la tendencia
discutida ya en el apartado II, la vuelta de la familia
a sus funciones específicas. La familia va abando
nando una tras otra las funciones que ha tenido de
modo provisional e interino, cede, en tanto sólo ha
1 Das Vreigentum, cap. X X , Hausgemeinschaft, Leipzig
1879.
352
bía hecho de sucedáneo de las funciones sociales,
a las instituciones autónomas de derecho, orden, po
der, iglesia, enseñanza, técnica, etcétera, tan pronto
como se forman estas instituciones. » 2
353
admisión de las mujeres en las universidades ha
provocado una fuerte hostilidad que se opone parti
cularmente a su acceso al estudio de la Medicina.
Así, por ejemplo, Pochhammer, Fehling, S. Binder,
Hegar, etcétera. Von Bárenbach, en particular, creía
poder rechazar la capacitación de la mujer para la
ciencia diciendo que hasta ahora no había surgido
ningún genio entre las mujeres y que, evidentemen
te, estaban incapacitadas para el estudio de la Filo
sofía. Si el mundo dispone ya de suficientes filóso
fos masculinos, puede renunciar muy bien a los fe
meninos. La objeción de que las mujeres no han
producido aún ningún genio no es sólida ni conclu
yente. Los genios no caen del cielo, hay que darles
una oportunidad para formarse y desarrollarse, y
ésta le ha faltado hasta ahora a las mujeres, pues
durante milenios se las ha reprimido, no se les ha
dado o se les ha restringido la oportunidad y posi
bilidad de formar sus facultades intelectuales. Decir
que las mujeres no tienen ninguna predisposición
al genio, porque se cree poder rehusarlo pese al
crecido número de mujeres notables que han existi
do, es tan falso como afirmar que entre los hombres
no ha habido más genios que los considerados como
tales. Pero cualquier maestro de escuela de pueblo
sabe la cantidad de aptitudes que no se desarrollan
plenamente éntre sus discípulos porque carecen de
la posibilidad de hacerlo. Sí, cada uno de nosotros
ha conocido en su vida a personas que, si hubieran
podido desplegar sus facultades en condiciones más
favorables, serían la gala de la comunidad, seres
geniales. El número de talentos y genios existentes
entre los hombres es mucho mayor del que hasta
ahora se ha podido revelar en público. Exactamente
lo mismo ocurre con las facultades del sexo feme
nino, intelectualmente mucho más reprimido, impe
dido y mutilado que el masculino desde hace miles
de años. No disponemos de ninguna medida por la
354
que pudiéramos estimar exactamente la abundancia
de fuerzas y capacidades intelectuales que se des
arrollarían en el hombre y en la mujer tan pronto
como éstas pudieran desplegarse en condiciones
naturales.
Hoy día ocurre en la humanidad lo mismo que en
el mundo vegetal. Millones de gérmenes preciosos
no llegan a desarrollarse por ser desfavorable el
suelo sobre el que caen o estar ya ocupado, quitán
dosele de este modo a la joven planta el aire, la luz
y el alimento. En la vida humana rigen las mismas
leyes que en la naturaleza. Si un jardinero o agri
cultor afirmase que una planta no se dejaría perfec
cionar, aunque él no lo intentase, cada uno de sus
vecinos más listos lo tendría por un necio. Lo mismo
ocurriría si se negase á cruzar uno de sus animales
domésticos hembra con el macho de tina raza más
perfecta a fin de obtener un animal mejor.
Hoy día ya no existe ningún campesino tan igno
rante que no comprenda las ventajas de un trata
miento racional de sus plantas o de su ganado, otra
cosa es que sus medios le permitan introducir el
método más perfeccionado; tan sólo en el terreno
humano hay gente, incluso sabia, que se niega a
admitir lo que considera ley incontestable para el
resto del mundo. Y, sin embargo, cualquiera puede
hacer observaciones instructivas en la vida, sin ne
cesidad de ser un naturalista. ¿De dónde proviene
la diferencia entre los hijos de los campesinos y los
niños de las ciudades? ¿Cómo es que los hijos de
las clases acomodadas se diferencian generalmente
de los niños pobres por la conformación del rostro
y del cuerpo y por ciertas cualidades intelectuales?
Pues, por la diferencia en las condiciones de vida
y de educación.
El exclusivismo que radica en la formación para
un oficio determinado imprime al ser humano un
carácter especial. En la mayoría de los casos es fácil
355
reconocer a un cura o a u n maestro de escuela por
sus modales y por la expresión de su cara, lo mismo
que a un militar, incluso aunque vaya en traje civil.
Un zapatero se distinguirá fácilmente de un sastre,
un carpintero de un cerrajero. Dos gemelos que en
su infancia eran muy parecidos, presentarán en
edad avanzada diferencias notables si su profesión
fue totalmente distinta, si la de uno fue un duro tra
bajo manual, por ejemplo, herrero, y el otro se
dedicó al estudio de la Filosofía. La herencia, por
un lado, y la adaptación, por otro, desempeñan un
papel decisivo en el desarrollo humano y en el reino
animal, y el hombre es, por cierto, la criatura más
dócil y flexible. Con frecuencia tan sólo bastan unos
pocos años de vida o profesión distinta para cam
biar a una persona. Los cambios externos nunca se
manifiestan tan a las claras como cuando una per
sona pasa de una situación miserable a otra funda
mentalmente mejor. Donde tal vez niegue menos su
pasado será en su cultura espiritual; esto se debe
a que la mayoría de las personáis, pasada cierta edad,
no sienten deseos de ampliar su formación intelec
tual ni tampoco lo necesitan. Por eso, el advenedizo
sufre poco bajo este concepto. En nuestra época,
interesada por el dinero y los medios materiales,
uno se inclina de mejor grado ante el hombre con
la bolsa bien repleta de dinero que ante el hombre
de saber y de grandes dotes intelectuales, sobre todo
cuando éste tiene la desgracia de ser pobre y carecer
de rango social. La adoración del becerro de oro no
fue nunca mayor que en nuestros días. Para ello
vivimos «en el mejor de los mundos».
El ejemplo más palpable de lo que las condiciones
de vida y la educación radicalmente distintas hacen
del ser humano lo vemos en nuestros distritos in
dustriales. En ellos, los obreros y los patrones cons
tituyen exteriormente tal contraste que parece como
si formasen parte de dos razas humanas distintas.
356
Este contraste nos saltó a la vista, de un modo casi
espantoso, con motivo de una reunión electoral ce
lebrada durante el invierno de 1877 en una ciudad
industrial del Erzgebirge (Montes Metálicos). La re
unión, en la que debía realizarse una controversia
con un profesor liberal, se organizó de tal manera
que ambos partidos estaban representados por igual.
Los adversarios habían ocupado la parte anterior de
la sala y eran ,casi sin excepción alguna, personas
sanas y vigorosas, a menudo corpulentas; en la par
te posterior de la sala y en el gallinero se hallaban
los obreros y pequeños burgueses, nueve décimas
partes de los cuales eran tejedores, en su mayoría
figuras pequeñas, estrechas de pecho, pálidos, en
cuyos rostros se podían leer las preocupaciones y
las necesidades. Unos representaban la virtud satis
fecha y la moral solvente del mundo burgués; los
otros, las laboriosas abejas y bestias de carga, gra
cias a los cuales, al producto de su trabajo, los se
ñores tenían tan buen aspecto. Si se colocase a una
generación bajo las mismas condiciones favorables
de vida, veríamos que el contraste desaparecería en
la mayoría de ellos y que se borraría con toda segu
ridad en sus descendientes.
En general, es más difícil determinar la posición
social entre las mujeres que entre los hombres, pues
se acomodan con mayor facilidad a las nuevas con
diciones y adoptan más rápidamente los hábitos su
periores de vida. Su capacidad de adaptación es
mayor que la de los hombres, más torpes que ellas.
Lo que para las plantas suponen un buen suelo,
la luz y el aire, lo son para el ser humano unas re
laciones sociales sanas que le permitan el desenvol
vimiento de sus disposiciones físicas y espirituales.
El conocido aforismo: «El hombre es lo que come»
expresa, tal vez demasiado unilateralmente, una idea
parecida. No se trata solamente de lo que el hombre
come, sino de toda su posición vital, del ambiente
357
social en el que se desenvuelve, el cual estorba o fa
cilita su desarrollo físico y espiritual, influye en
sentido favorable o desfavorable sus sentimientos,
ideas, acciones. Todos los días vemos que también
se hunden intelectual y moralmente personas que
gozan de buena situación material, porque fuera del
estrecho marco de sus condiciones domésticas y per
sonales reciben influencias desfavorables de índole
social y pueden tanto en ellas que las llevan por mal
camino. Las condiciones generales bajo las que cada
cual vive son incluso más importantes que las con
diciones de familia. Pero si las condiciones sociales
de desarrollo son las mismas para ambos sexos, si
no existe ningún impedimento para ninguno de los
dos, y si el estado social de la sociedad es sano,
la mujer se elevará a un nivel de perfección de su
ser del que aún no tenemos verdadera idea porque
aún no se ha dado tal estado en la historia de la
humanidad. Lo que algunas mujeres aisladas consi
guieron temporalmente nos permite guardar las me
jores esperanzas, pues se destacan sobre la masa
de sus congéneres tanto como los genios masculinos
sobre la de sus compañeros de sexo. Medidas por el
patrón con que se suelen medir, por ejemplo, los prín
cipes, las mujeres han demostrado incluso más talen
to en el Gobierno, por término medio, que los hom
bres. Sirvan de ejemplo: Isabel y Blanca de Castilla,
Isabel de Hungría, Catalina Sforza, duquesa de Mi
lán y de Imola, Isabel de Inglaterra, Catalina de Ru
sia, María Teresa, etcétera. El hecho de que las mu
jeres gobernaron de un modo excelente en todas las
razas y en todas las partes del mundo, incluso sobre
las hordas más salvajes y turbulentas, indujo a Bur-
bach a hacer la observación de que, con toda pro
babilidad, las mujeres serían más apropiadas para
la política que los hombres3. Cuando en 1901 murió
3 Dr. Havelock Ellts, Mann und Weib, versión alemana
358
la reina Victoria de Inglaterra, un gran periódico
inglés propuso que en Inglaterra se sucedieran ex
clusivamente las mujeres en el trono, puesto que la
historia de Inglaterra muestra que sus reinas han
sido mejores gobernantes que sus reyes.
Más de un gran hombre se achicaría mucho en la
historia si se supiera lo que debe a sí mismo y lo
que debe a los demás. Al conde de Mirabeau lo con
sideran los historiadores alemanes, por ejemplo, Sy-
bel, como uno de los mayores genios de la Revolu
ción Francesa. Pero la investigación ha descubierto
que debía los conceptos de casi todos sus discursos
a la generosa ayuda de unos cuantos sabios que tra
bajaron silenciosamente para él y que Mirabeau'
supo aprovechar. Por otro lado, casos como los de
Safo, Diotima en tiempos de Sócrates, Hipatia de
Alejandría, la señora Roland, Mary Wollstonecraft,
Olimpia de Gouges, la señora de Staél, George Sand,
etcétera, merecen la mayor estima; a su lado palidece
más de un astro masculino. También es sabido lo
que influyeron las mujeres como madres de. hom
bres importantes. Las mujeres han rendido lo que
les fue posible, en términos generales, en las cir
cunstancias sumamente desfavorables para ellas, y
esto nos permite ya tener las mejores esperanzas
para el futuro. Efectivamente, la segunda mitad del
siglo xix acaba de empezar a allanarle el camino
a las mujeres en gran número y permitirles compe
tir con los hombres en los terrenos más diversos.
Los resultados alcanzados son muy satisfactorios.
Pero aún suponiendo que las mujeres no sean,
por término medio, tan capaces de desarrollarse
como los hombres, si no hubiese entre ellas ningún
genio ni filósofo, ¿acaso fue esta circunstancia deci
siva para los hombres cuando, según el texto de las
autorizada del Dr. Hans Kurella, Leipzig 1894, pág. 201, edi
torial Georg H . Wigand.
359
leyes, se les concedió la igualdad con los «genios»
y «filósofos»? Los mismos sabios que niegan a la
mujer aptitudes superiores se inclinan a juzgar lo
mismo a los trabajadores manuales y demás obre
ros. Cuando la nobleza se remite a su sangre «azul»
y a su genealogía, ellos sonríen burlonamente y se
encogen de hombros; mas ante el hombre de clase
baja se consideran tina aristocracia que no debe
lo que es a las circunstancias favorables de la vida,
sino únicamente a su propio talento. Los mismos
hombres que en un campo carecen de prejuicios
y tienen escasa opinión de quienes, como ellos, no
piensan libremente, son limitados hasta la torpeza
y hostiles hasta el fanatismo en otros terrenos, tan
pronto como se trata de sus intereses de clase, de
su vanidad o de su egoísmo. Los hombres de eleva
da posición social juzgan desfavorablemente a los
de las esferas inferiores y lo mismo piensan todos
los hombres acerca de las mujeres. En su gran ma
yoría, los hombres no ven en las mujeres más que
medios para su provecho y placer, siendo contrario
a sus prejuicios contemplarlas como sus iguales en
derechos. La mujer debe ser sumisa y humilde, debe
limitarse a la casa y dejar todo lo demás al dominio
del «señor de la creación». La mujer debe aplicar
todo freno imaginable a sus pensamientos e inclina
ciones y aguardar lo que su providencia terrenal, el
padre o el esposo, decida sobre ella. Cuanto más se
accede a estas exigencias, tanto más fama de «racio
nal, honrada y virtuosa» adquiere, aunque perezca
bajo la carga de sus sufrimientos físicos y morales,
que son la consecuencia de su situación oprimida.
Pero, si se habla de la igualdad de todos los seres hu
manos, resulta absurdo querer excluir de ella a la
mitad del género humano.
La mujer tiene el mismo derecho que el hombre
al desarrollo de sus energías y a la libre actuación
de las mismas; es un ser humano igual que el hom-
360
bre y, lo mismo que éste, debe tener libertad para
disponer de sí misma. El hecho fortuito de haber
nacido mujer no debe cambiar las cosas en absoluto.
Excluir a la mujer de la igualdad de derechos por
que haya nacido mujer y no hombre ■ —circunstancia
en la que el hombre tiene tan poca culpa como la
mujer— es tan injusto como querer hacer que los
derechos y las libertades dependan del azar de la
religión o de las ideas políticas y tan absurdo como
que dos personas se consideren enemigos por la
circunstancia de que la casualidad los haya hecho
nacer como miembros de tribus diferentes o nacio
nalidades distintas. Estas ideas son indignas de un
ser humano libre. El progreso de la humanidad es
triba en suprimir todo lo que mantiene a un hombre
dependiente y esclavo de otro, a una clase de otra,
a un sexo de otro. Ninguna desigualdad tiene razón
de ser más que aquélla que la naturaleza creó en la
diversidad de los seres individuales y para él logro
del fin natural. Pero ningún sexo saltará las barreras
naturales, puesto que, de ese modo, destruiría su fin
natural.
3. La diversidad en la constitución
física y espiritual entre él hombre y la mujer
361
una serie de diferencias en sus estados fisiológicos
y psíquicos. Son hechos que nadie puede negar ni
negaré, pero ellos no establecen ninguna diferencia
en la igualdad de derechos sociales o políticos entre él
hombre y la mujer. La humanidad, la sociedad, cons
ta de ambos sexos, ambos son imprescindibles para
la continuación de la misma. También al hombre
más genial lo parió una madre, a la que a menudo
debe lo mejor que tiene. Por consiguiente, ¿con qué
razón se quiere negar a la mujer la igualdad de dere
chos con el hombre?
Las diferencias más sustanciales que, en opinión
de las autoridades más sobresalientes, resultan de la
constitución física y espiritual entre el hombre y
la mujer, son las siguientes: con respecto a la talla,
por ejemplo, encontramos en Havelock Ellis que la
talla media del hombre es de 170 centímetros, mien
tras que la de la de la mujer es de 160 centímetros
(en Vierordt, 172 y 160; en el norte de Alemania,
según Krause, 173 y 163 centímetros, respectiva
mente). Por tanto, la diferencia asciende por térmi
no medio a 10 ó 12 centímetros. La proporción entre
las tallas es igual a 100 : 93. El peso medio para
los adultos es de 65 a 54 kilos. La relativa longitud
del tronco en el sexo femenino es una diferencia co
nocida desde hace mucho; pero, como se deduce de
investigaciones exactas, se suele valorar demasiado.
En una mujer de talla media, las piernas son 15 milí
metros más cortas que las de un hombre de talla
media, y Pfitzner duda que esta diferencia se pueda
notar al contemplar la figura. «La división de la
longitud del cuerpo en longitud del tronco y de las
piernas sólo viene influenciada por la estatura y es
independiente del sexo.» En cambio, el brazo feme
nino es marcadamente más corto que el masculino
(100 : 91,5). Prescindiendo del tamaño y de la an
chura de la mano humana, en el hombre el anular
es, por regla general, más largo que el índice, y en
362
la mujer al contrario. La mano masculina se parece
así más a la del mono, siendo también una caracte
rística «pithecoide» la mayor longitud del brazo.
Por lo que respecta al tamaño de la cabeza, puede
establecerse una proporción entre los valores abso
lutos de la altura de la cabeza masculina y femenina
igual a 100 : 94; pero las alturas relativas de la ca
beza presentan la relación 100 : 100,8, de donde re
sulta una cabeza menor, en términos absolutos, pero
mayor, en términos relativos, para la mujer. Según
Pfitzner, las longitudes absolutas de la cabeza guar
dan la proporción de 100 : 96,1. Pero la longitud re
lativa de la cabeza del hombre con la de la mujer
guarda la proporción de 100 : 103; aquí se ve algo
mejor la cabeza relativamente mayor de la mujer.
Los huesos de la mujer son más pequeños, delgados
y blandos, y su superficie es más lisa, pues la mus
culatura, más débil que la del hombre, necesita apo
yarse en superficies menos ásperas. Este menor des
arrollo de la musculatura es una de las cualidades
más destacadas de la mujer; se manifiesta en el me
nor grosor de los distintos músculos, siendo además
los músculos de la mujer más suaves y más ricos en
agua. (El contenido de agua de la musculatura as
ciende, según Von Bibra, al 72,5 por 100 en el hom
bre y al 74,4 por 100 en la mujer.) Esta proporción
de la musculatura es inversa en el tejido adiposo.
En la mujer está mucho más desarrollado que en
el hombre. El tórax es relativamente más corto y
compacto, habiendo otras diferencias que dependen
directamente de la finalidad del sexo. Los datos de
varios autores acerca del peso absoluto y relativo de
las visceras se contradicen a menudo en mucho. Así,
por ejemplo, la proporción entre el peso del cora
zón y el del cuerpo es en el hombre, según Vierordt,
de 1 : 215; según Cleudining, de 1 : 158; y en la mu
jer, según los mismos autores, de 1 : 206 y 1 : 149,
respectivamente. En general, puede admitirse que
363
las visceras femeninas, aunque suelen ser menores
en términos absolutos, son relativamente más pe
sadas en relación con el peso del cuerpo. El peso del
corazón del hombre se establece en 350 gramos y el
de la mujer en 310.
Para la sangre resulta un contenido de agua algo
mayor (80,11 por 100 contra 78,15 por 100), un nú
mero menor de células sanguíneas (corpúsculos san
guíneos) por unidad de volumen (4,5 contra 3 millo
nes por milímetro cúbico) y un contenido inferior
de hemoglobina (la diferencia, según Ellis, es del
8 por 100). En la mujer, el menor tamaño del cora
zón, el sistema vascular más estrecho y probable
mente también el mayor contenido de agua en la
sangre lleva a un consumo menos intensivo de mate
ria y a una alimentación más escasa. También puede
entenderse en este sentido el sistema de quijadas
más débil. «Así se explica que también el hombre
civilizado esté aún más próximo del animal en algu
nas cosas, sobre todo del mono, que la mujer, que
el hombre presenta un carácter 'pithecoides' entre los
que debe incluirse, además de la evolución del es
queleto de la cara, la longitud de las extremidades.»
Por lo que se refiere a las diferencias craneanas
entre los sexos, hay que destacar inmediatamente
que, según Bartels, no se conoce hasta ahora ningu
na característica radical, demostrable en todo caso
individual, para la pertenencia de un cráneo a uno
de ambos sexos, ni tampoco existe en absoluto. En
términos absolutos, el cráneo masculino es mayor
en todas sus dimensiones que el de la mujer. Por
consiguiente, también es mayor la cavidad craneana
y el peso (la proporción es 1.000 : 888). Pero el es
tudio separado del cerebro y del rostro lleva a otros
resultados. El cráneo facial del hombre no sólo es
mayor en términos absolutos, sino también en tér
minos relativos. En cambio, las dimensiones de la
parte del cráneo que contiene el cerebro son relativa-
364
mente mayores en la mujer. Las cifras del volumen
indican también un cráneo relativamente mayor en
la mujer.
Como promedio para todos los cerebros normales
de las personas adultas resulta, para el hombre, un
peso de 1.388 gramos y, para la mujer, de 1.252 gra
mos 4. La inmensa mayoría de los pesos para el sexo
masculino (84 por 100) está entre 1.250 y 1.550, y
para el femenino (91 por 100) oscila entre 1.100
y 1.450. Pero estos pesos no son directamente com
parables, puesto que la mujer es más pequeña que
el hombre. Dependemos, pues, del peso relativo del
cerebro. En comparación con el peso del cuerpo, al
hombre le corresponden 21,6 gramos, y a la mujer
23,6 gramos de sustancia cerebral por kilogramo de
peso. La explicación de esta preponderancia se bus
ca principalmente en el hecho de que la estatura
femenina es menor5.
Los resultados son distintos si se comparan indi
viduos de igual tamaño y sexo diferente. Según Mar-
chand, el peso del cerebro femenino es, para todos
los tamaños, excepcionalmente inferior al de los
hombres de igual tamaño. Pero este procedimiento
es tan poco correcto como la comparación con la
talla. Supone como demostrado lo que aún queda
por demostrar: la relación directa entre talla y peso
4 Por término medio pesa, según:
Cerebro Cerebro
masculino femenino
365
del cerebro. Sobre la base de los datos y mediciones
inglesas, Blakeman, Alice Lee y Karl Pearson han
confirmado que, en cuanto al peso del cerebro, no
existe ninguna diferencia relativa notable entre el
hombre y la mujer, es decir, un hombre de igual
talla, edad y medidas de cabeza que la mujer media
no mostraría ninguna diferencia en el peso del cere
bro respecto de ésta6.
Incluso Marchand pone de relieve que la pequeñez
del cerebro femenino tal vez esté condicionada por
la mayor fineza de sus elementos nerviosos. «Cierto
—dice Grosser—, aún no se ha demostrado esto mi
croscópicamente y sería difícil de comprobar. Mas,
por vía de analogía, debe indicarse que el globo
ocular y el laberinto de la oreja son también algo
más pequeños en la mujer que en el hombre, sin que
por ello estos aparatos sean en ningún sentido me
nos finos y eficientes. Otra razón, la principal, del
desarrollo realmente más pequeño del cerebro fe
menino estriba en el hecho de que la musculatura
femenina está menos desarrollada. » 7
Mientras las diferencias indicadas se basen en la
naturaleza de la diferencia de sexo no se puede,
naturalmente, hacer nada por cambiarlas. De mo
mento no podemos emitir ningún juicio concreto
acerca de hasta qué punto podrían modificarse estas
diferencias en la sangre y en el cerebro mediante
otro modo de vida (alimentación, gimnasia espiri
tual y física, ocupación, etcétera). Parece un hecho
cierto que la mujer actual se diferencia más del hom
bre que la de los tiempos primitivos o las mujeres
de los pueblos atrasados, cosa fácil de explicar si se
tiene en cuenta él desarrollo social que ha experi-
6 J. B lakeman, A lice L ee y K. Pearson, A Study of the
biometric constants of english Brainweights, Biometrika
1905, vol. IV.
7 Dr. Otto Grosser, D er Korperbau des Weibes in « Mann
und W eib», editado por el profesor Dr. Kossmann de Ber
lín y el Dr. S. Waliss de Viena, Stuttgart 1907, pág. 40.
366
mentado la mujer durante los últimos mil a mil qui
nientos años en los pueblos civilizados.
Según Havelock Ellis, la capacidad craneana de
la mujer (suponiendo la del hombre = 1.000) as
cendía a:
N E G R O S 984 R USO S 884
H O T E N T O T E S 951 A L E M A N E S 838 a 8978
H IN D U E S 944 C H IN O S 870
E S Q U IM A LE S 931 IN G L E S E S 860 a 862
H O L A N D E S E S 919 (909) P A R IS IN O S (siglo x ix ) 858
367
que ocupaba el tercer puesto por su tamaño era el
de un loco del condado de Hants; el cerebro de un
obrero corriente pesó 1.925 gramos, que también
analizó Bischoff. Los cerebros femeninos más pesa
dos dieron entre 1.742 y 1580 gramos, dos de ellos
procedían de dos enfermas mentales. En el Congreso
Alemán de Antropología, celebrado en agosto de 1902
en Dortmund, el profesor Waldeyer constató que el.
análisis del cráneo del filósofo Leibniz, muerto
en 1716, ha dado por resultado que su volumen sólo
es de 1.450 centímetros cúbicos, que corresponden
a un peso cerebral de 1.300 gramos. Según Hanse-
mann, que analizó los cerebros de Mommsen, Bun-
sen y Adolph von Menzel, el cerebro de Mommsen
pesaba 1.429,4 gramos y, por tanto, no era más pe
sado que el cerebro medio de un hombre adulto.
El de Menzel pesó solamente 1.298 gramos y el de
Bunsen aún menos, 1.295 gramos, es decir, menos
del promedio y no mucho más que el de la mujer.
Se trata de hechos sorprendentes, que destruyen por
completo la vieja idea de que las facultades intelec
tuales pueden medirse por el volumen craneano.
Tras un estudio de los datos ingleses, Raymond
Pearl llega a la conclusión siguiente:
368
para nada como escalas para medir las facultades in
telectuales.» 10
Kohlbrügge, que se ha presentado en los últimos
años con una serie de investigaciones sobre los ce
rebros de las razas humanas, dice así:
«Inteligencia y peso cerebral son dos magnitudes ente
ramente distintas una de otra. También se rechaza por
inconcluyente el m ayor peso del cerebro de hombres fa
mosos, sacado a relucir con frecuencia, porque el peso
general medio, no excede el de la clase social alta a la
que pertenecían todos estos hombres. Mas con estos ar
gumento no debe ponerse en duda que el peso cerebral
puede aumentar especialmente con el estímulo excesivo
al trabajo durante la juventud, con lo que el mayor
cerebro de las clases sociales altas o de los alumnos
m ejor situados (capacidad craneana) podría explicarse
si, como suele ocurrir en la gente m ejor situada, se
suma la sobrealimentación. Este aumento de peso pro
vocado por el exceso de esfuerzo intelectual tiene tam
bién, como es sabido, sus lados malos: a menudo los
cerebros de los locos son muy pesados. L o principal
es que no se puede demostrar que la inteligencia (algo
enteramente distinto al rendimiento del trabajo) guar
da ninguna relación con el peso. También puede de
cirse de la formación externa que, hasta ahora, no se
ha podido demostrar ninguna relación entre formas
determinadas y educación, genialidad o inteligencia
superiores» “.
369
des mamíferos, el elefante, la ballena, el delfín, et
cétera, tienen cerebros grandes y pesados. Con res
pecto al peso relativo del cerebro superan a la ma
yoría de los peces, aves y mamíferos pequeños. Te
nemos animales muy pequeños (hormigas, abejas)
que exceden en inteligencia a otros más grandes
(oveja, vaca), exactamente lo mismo que, con fre
cuencia, personas de gran estatura son mucho me
nos inteligentes que las pequeñas e insignificantes.
Es muy probable que dependa menos de la masa
cerebral que de. la organización del cerebro y del
ejercicio y aplicación de las fuerzas cerebrales.
«E n m i opinión» — dice el profesor L. Stieda— « la
estructura más fina de la corteza cerebral es la causa
indudable de la diversidad de las funciones psíquicas:
las células nerviosas, la sustancia intermedia, la dis
posición de los vasos sanguíneos, la constitución, for
ma, tamaño y número de las células nerviosas, sin ol
vidar tampoco su alimentación, el metabolismo de
e lla s »12.
370
Havelock Ellis permite solamente una limitación.
Cree que la amplitud de variación de las caracterís
ticas es menor en el sexo femenino que en el mascu
lino. Pero Karl Pearson ha demostrado con todo
detalle que no es más que una superstición cien
tífica 14.
Nadie que conozca algo la historia de la evolución
de la mujer discutirá, sin embargo, que desde hace
siglos se ha venido obrando mal contra ella y aún
se sigue obrando. Cuando el profesor Bischoff, por
el contrario, afirma que la mujer ha podido formar
su cerebro y su inteligencia igual que el hombre,
esta afirmación pone de manifiesto, en lo que al
objeto mencionado se refiere, una proporción im
permisible e inaudita de ignorancia. La exposición
que hemos hecho en esta obra sobre la posición de
la mujer a lo largo de nuestra evolución cultural
hace que parezca totalmente comprensible que la
posición dominante del hombre, que ha durado mi
lenios, es la que ha motivado esencialmente las gran
des diferencias en el desarrollo intelectual y físico.
Nuestros naturalistas debieran reconocer que las
leyes de su ciencia también son aplicables entera
mente al ser humano. Lu herencia y la adaptación
rigen para el ser humano igual que para cualquier
otro ser natural. Pero si el hombre no constituye
ninguna excepción en la naturaleza, también debe
aplicarse a él la doctrina de la evolución, con lo que
resulta clarísimo lo que de otro modo permanece
turbio y oscuro para convertirse luego en objeto de
la mística científica o de la ciencia mística.
Conforme a la distinta educación de los sexos —si
se permite esta denominación para una gran parte
del pasado y no es mejor la expresión crianza— se
ha desarrollado también la formación del cerebro
en los sexos. Los fisiólogos están de acuerdo en que
14 K. Pearson, Variation in Man and Woman in Chances
of Death. Londres, 1897, vol. I, pág. 376.
371
las partes del cerebro que influyen en el entendi
miento yacen en las partes anteriores del cerebro y
las que influyen preferentemente en los sentimientos
y el ánimo hay que buscarlas en el centro de la ca
beza. En el hombre está más desarrollada la parte
anterior de la cabeza, mientras que en la mujer lo
está la parte central. Conforme a esto se ha formado
el concepto de belleza para el hombre y para la mu
jer. Según el concepto griego de belleza, que aún si
gue siendo decisivo hoy día, la mujer debe tener una
frente estrecha y el hombre una frente alta y, sobre
todo, ancha. Y este concepto de belleza, que es expre
sión de su degradación, está tan marcado en nues
tras mujeres que consideran fea una frente alta y
procuran corregir la naturaleza por el arte, tapán
dose la frente con el cabello para que parezca más
baja.
372
también es en lo físico, por término medio,
débil que el hombre, cosa que no ocurre en absoluto
entre muchos pueblos salvajes 16. Lo que son capaces
de lograr la práctica y la educación puede verse, por
ejemplo, en las mujeres del circo y en las acróbatas,
que consiguen las cosas más asombrosas en valor,
temeridad, habilidad y fuerza corporal.
Cómo semejante desarrollo es cosa de las condi
ciones de vida y de la educación, de la «cría», por
emplear una cruda expresión de las ciencias natu
rales, puede admitirse con certeza que la vida espi
ritual y física de los seres humanos lleva a los re
sultados más hermosos tan pronto como el ser hu
mano interviene de un modo consciente en su des
arrollo.
Igual que las plantas y los animales dependen de
sus condiciones de existencia, lo mismo que las fa
vorables los benefician y las desfavorables les per
judican, y las condiciones forzosas los obligan a
cambiar de ser y de carácter, suponiendo que no
perezcan bajo su influencia, así también ocurre con
el ser humano. La manera en que el hombre se gana
y conserva la vida, influye no sólo su aspecto exter
no, sino también sus sentimientos, sus pensamientos
y sus acciones. Si las condiciones desfavorables de
la existencia de los seres humanos —es decir, la
deficiencia del estado social— son la causa de un
desarrollo individual deficiente, tendremos que al
cambiar sus condiciones de vida, es decir, su estado
social, también cambiará el propio ser humano. Por
tanto, se trata de organizar las condiciones sociales
16 Como ya hemos dicho, el D r . H avelock E llis presenta
pruebas de esto en su libro varias veces citado. Según él,
entre muchos pueblos salvajes y semisalvajes, la mujer no
sólo es igual en fuerza física y en talla al hombre, sino que,
en parte, lo supera. En cambio, E llis también coincide con
otros autores en que, a consecuencia de nuestro desarrollo
cultural, ha aumentado la diferencia en el volumen cra
neano de ambos sexos.
373
de tal manera que cada persona tenga la posibilidad
de desarrollar plena y libremente su ser; que las le
yes de la evolución y de la adaptación, denominadas
darwinismo, se realicen conscientemente para todos
los hombres. Pero esto sólo es posible en el socia
lismo.
Como seres pensantes y cognoscentes, los seres
humanos tienen que cambiar y perfeccionar, con
conciencia de su propósito, sus condiciones de vida,
es decir, sus condiciones sociales y todo lo relacio
nado con ellas, y, a decir verdad, de tal suerte que
existan para todos las mismas condiciones favora
bles de vida. Cada individuo debe poder desarrollar
sus disposiciones y aptitudes para su propio benefi
cio y para el de la colectividad, pero no debe tener
el poder de perjudicar a otros o a la comunidad.
Su propio beneficio y el de todos deben coincidir.
La armonía de intereses debe sustituir los intereses
antagónicos que dominan hoy día la sociedad.
Como toda ciencia verdadera, el darwinismo es
una ciencia democrática17, y si una parte de sus ex
ponentes afirma lo contrario es porque ignora el
alcance de su propia ciencia. Los adversarios, par
ticularmente el clero, que dispone siempre de un
buen olfato para percibir las ventajas y los perjui
cios, así lo han comprendido y por eso denuncian
el darwinismo como socialista o ateo. En esto, el
profesor Virchow concuerda también con sus más
enconados adversarios, quien en la asamblea de na
turalistas celebrada en Munich en 1877 clamó contra
el profesor Haeckel: «La teoría de Darwin lleva al
socialismo. » 18 Virchow intentaba desacreditar el
17 «D ie H alle der Wissenschaft ist der Tempel der De-
xnokratie» (E l pórtico de la ciencia es el templo de la demo
cracia). B u c k le , Geschichte der Zivilisation in England,
vol. II, parte 2, 4 “ ed. traducción de A. Ruge. Leipzig y Hei-
delberg, 1870.
18 Z iegler, 1, el., págs. 11 y 12, duda que éste sea el sentido
de los argumentos de V ir c h o w . Pero su propia indicación
374
darwinismo porque Haeckel exigía la adopción de
la teoría de la evolución en las escuelas. Enseñar en
la escuela las Ciencias Naturales en el sentido de
Darwin y de la nueva investigación es contrario a
todo lo que quiere mantener el orden actual de co
sas. Se conoce el efecto revolucionario de estas teo
rías, de ahí el deseo de que sólo se enseñen en el
círculo de los elegidos. Mas nosotros creemos que:
si las teorías de Darwin conducen al socialismo,
como afirma Virchow, esto no demuestra nada con
tra estas teorías, sino en favor del socialismo. Los
hombres de ciencia no deben preguntarse si las con
secuencias de una ciencia llevan a tal o cual direc
ción política, a tal o cual estado social, o si lo jus
tifican. Deben comprobar si las teorías son correc
tas, y si lo son, hay que admitirlas con todas sus
consecuencias. Quien actúe de otra manera, ya sea
por sus ventajas personales, por el favor de arriba
o por intereses de clase o de partido, actúa de un
modo despreciable y no hace ningún honor a la
ciencia. Los representantes de la ciencia especiali
zada, especialmente en nuestras Universidades, sólo
pueden reclamar autonomía y carácter en casos muy
contados. El temor a perder las prebendas, el favor
de los argumentos de V i r c h o w a silo confirma: «Ahora ima
gínense cómo se representa la teoría de la descendencia en la
cabeza de un socialista. (Risas.) Sí, señores míos, esto puede
parecerle ridículo a algunos, pero es m uy serio y espero
que la teoría de la descendencia no nos traiga todos los
horrores que semejantes teorías han ocasionado realmente
en el país vecino. Al fin y al cabo, esta teoría, si se lleva
a cabo de un modo consecuente, tiene también su lado
mato,, y el hecho de que el socialismo haya tomado con
tacto con ella no se les habrá pasado p or alto, espero. De
bemos darnos cuenta de esto.» Ahora bien, hemos hecho lo
que V i r c h o w temía, hemos sacado las consecuencias de
la teoría de D a r w in , consecuencias que el propio D a r w in
y una parte de sus partidarios no sacaron o sacaron en
falso. Y V i r c h o w previene contra la gravedad de estas doc
trinas, pues preveía que el socialismo sacará y tiene que
sacar las consecuencias que ellas encierran.
375
de los de arriba, a tener que renunciar a títulos, ór
denes y ascensos, induce a la mayoría de estos re
presentantes a humillarse y a ocultar sus conviccio
nes o incluso a decir públicamente lo contrario de
lo que creen y saben. Cuando un Du Bois-Reymond
clama con motivo de un homenaje en la Universidad
de Berlín en 1870: «Las Universidades son los cen
tros educadores de la guardia espiritual de los
Hohenzollern», puede juzgarse entonces cómo pien
sa la mayoría de los demás sobre la ciencia, mayoría
que está muy por debajo de Du Bois-Reymond19. La
ciencia se ha rebajado a criada del poder.
Es comprensible que el profesor Haeckel y sus
partidarios, el profesor O. Schmidt, von Hellwald y
otros, se defiendan contra el terrible reproche de
que el darwinismo conduce al socialismo y afirmen
que lo cierto es lo contrario, que el darwinismo es
aristocrático, pues enseña que en toda la naturaleza
el ser vivo mejor organizado y más fuerte es el que
oprime al inferior. Y como, según ellos, las clases
poseedoras e ilustradas son las que representan a
estos seres vivos mejor organizados y más fuertes
dentro de la sociedad, consideran su dominio como
algo obvio, justificado por naturaleza.
Esta escuela de nuestros darwinianos no tiene la
menor idea acerca de las leyes económicas que do
minan la sociedad burguesa, cuyo ciego dominio no
eleva a la cumbre social ni a los mejores, ni a los
más hábiles ni a los más laboriosos, sino con fre
cuencia a los más taimados y corrompidos, ponién
dolos en situación de hacer que las condiciones de
existencia y de desarrollo de sus descendientes sean
las más agradables, sin que éstos tengan que pre
ocuparse de mover un solo dedo para ello. Por tér
mino medio, no hay ningún sistema económico don
19 En relación con ataques anteriores que le hicieron,
Du Bois-Reymond repitió la frase en febrero de 1883, en
el aniversario del nacimiento de Federico el Grande.
376
de los individuos con cualidades humanamente bue
nas y nobles tengan tan pocas posibilidades de as
cender y permanecer en las alturas como en el or
den capitalista. Puede decirse, sin exagerar, que esta
improbabilidad aumenta a medida que este sistema
económico tiende hacia su punto culminante. La
brutalidad y la falta de escrúpulos en la elección y
aplicación dé los medios son armas infinitamente
más efectivas, más prometedoras de éxito que todas
las virtudes humanas juntas. Y considerar la socie
dad construida sobre tales cimientos como una so
ciedad «de los más aptos y mejores» sólo puede
hacerlo alguien cuyos conocimientos del carácter y
de la naturaleza de esta sociedad sean nulos o quien,
dominado por los prejuicios burgueses, se ha olvi
dado de pensar y de sacar conclusiones. La lucha
por la existencia se da en todos los organismos, sin
penetrar en las circunstancias que obligan a ella, se
lleva a cabo de un modo inconsciente. Esta lucha
por la existencia se da también en el mundo huma
no, entre los miembros de cada sociedad, desapa
rece en la solidaridad o no se ha hecho valer aún.
Esta lucha por la existencia varía según las formas
que adoptan entre sí, a lo largo del desarrollo, las
relaciones sociales de los seres humanos; adopta el
carácter de luchas de clase que se efectúan a escala
cada vez mayor. Pero estas luchas llevan ■ —y en eso
se diferencian los hombres de los demás seres— a
una comprensión cada vez más profunda del carác
ter de la sociedad y, finalmente, al conocimiento de
las leyes que dominan y condicionan su desarrollo.
Por último, los hombres sólo necesitan aplicar este
conocimiento a sus instituciones políticas y sociales
y transformarlas en consecuencia. Por tanto, la dife
rencia entre el hombre y el animal estriba en que
el hombre puede calificarse de animal pensante,
mientras que el animal no es ningún hombre pensan
te. Esto no lo concibe una gran parte de nuestros
377
darwinianos. De ahí el círculo vicioso que efectúan20.
El profesor Haeckel y sus partidarios también
ponen en duda que el darwinismo conduzca al ateís
mo, y de este modo, después de haber eliminado al
«creador» con todas sus argumentaciones y pruebas,
hacen esfuerzos desesperados por meterlo por la
puerta falsa. A tal fin se construye su propia especie
de «religión», que se denomina «moralidad supe
rior», «principios morales», etcétera. El profesor
Haeckel llegó incluso a intentar, en 1882, en el Con
greso de Naturalistas de Eisenach y en presencia de
la familia de los grandes duques de Weimar, no sola
mente salvar la religión, sino presentar a su maestro
Darwin como un hombre religioso. El intento fra
casó, como puede comprobar todo el que haya leído
esa conferencia y la citada carta de Darwin21. La
20 De la plum a del profeso E nrico Ferri procede un es
crito titulado Sociálismus und moderne Wissenschaft, Dar-
win-Spencer-Marx (traducido y completado por el D r. H ans
K urella. Leipzig, 1895, editorial Georg H. Wigands), en el
que demuestra, especialmente frente a H aeckel, que el dar-
winismo y el socialismo se hallan en perfecta armonía y es
un error fundamental de H aeckel — como ha hecho hasta
los tiempos más recientes— caracterizar de aristocrático el
darwinismo. N o estamos enteramente de acuerdo con Ferri
y no compartimos especialmente su punto de vista en el
enjuiciamiento de las cualidades de la mujer, puesto que
se apoya sustancialmente en el punto de vista de L omboso
y Ferrero. En su Mann und Weib (H o m bre y m ujer), E llis
ha demostrado que si las cualidades del hom bre y de la
m ujer son distintas, son, no obstante, equivalentes, lo cual
es una confirmación de la sentencia kantiana de que el
hombre y la m ujer son los que juntos constituyen el ser
humano. N o por eso deja de ser apropiada la obra de Ferri ,
sólo que el- traductor podría haberse ahorrado hablar, en
una nota de la pág. 10, donde se hace mención de Z iegler,
«de las ligeras afirmaciones de B ebel». Demostrar esta «li
gereza» es la nota a unas frases de Ferri con las que es
tamos enteramente de acuerdo.
21 En el número 8 de la revista Zukunfut (Berlín, 1895),
el profesor H aeckel publicó un artículo sobre la moción
sobre la subversión presentada en el Reichstag, en cuyo
final observa, entre otras cosas, lo siguiente: «N o soy, por
378
carta de Darwin decía lo contrario, aunque en ex
presiones cuidadosas, de lo que debía decir según el
profesor Haeckel. Darwin tuvo que tomar en consi
deración la «devoción» de sus compatriotas, los in
gleses, y, por eso, no se atrevió a expresar pública
mente su verdadera opinión sobre la religión. Pero
sí lo hizo en, privado, como se supo poco después
del Congreso de Weimar, ante el doctor L. Büchner,
a quien comunicó que, desde que cumplió los cua
renta años —es decir, desde 1849—, ya no creía por
que no había podido llegar a ninguna prueba de la fe.
Darwin sostuvo también, en los últimos años de su
vida, un periódico ateo que se publicaba en Nueva
York.
379
tras relaciones, a los círculos femeninos burgueses.
Las mujeres proletarias no están directamente inte
resadas, pues, de momento, les están cerrados estos
estudios y los puestos a que ellos dan acceso. No
obstante, este movimiento y sus éxitos son de inte
rés general. En primer lugar, se trata de una deman
da de principio, que afecta a la posición de la mujer
en general frente a los hombres; luego debe demos
trarse lo que las mujeres son capaces de rendir ya,
en condiciones que, por lo general, son sumamente
desfavorables para su desarrollo. Además, las mu
jeres están interesadas, por ejemplo, en casos de en
fermedad, en que las traten médicos de su sexo, de
quienes se avergüenzan menos que de los mascu
linos, caso de que consideren necesario el tratamien
to. Para una gran parte de nuestras mujeres, los
médicos femeninos son un beneficio, pues el hecho
de que en casos de enfermedad y en sus molestias
físicas relacionadas con el sexo, tan diversas, tengan
que encomendarse a los hombres, les impide, a me
nudo o en absoluto, solicitar ayuda médica. De ello
se derivan toda mía serie de inconvenientes y las
peores consecuencias no sólo para las mujeres, sino
también para sus maridos. Apenas hay un médico
que no se haya quejado de esta reserva, a veces
criminal, de las mujeres y de su aversión a confesar
sus males. Esto es comprensible; lo irracional es
que los hombres, y sobre todo también muchos mé
dicos, no quieran reconocer lo justificado y nece
sario que es también, por eso, el estudio de la me
dicina para las mujeres.
Los médicos femeninos no son nada nuevo. En la
mayoría de los pueblos antiguos, especialmente tam
bién entre los antiguos alemanes, eran mujeres que
se dedicaban a la medicina. En los siglos ix y x, en
el Imperio árabe, especialmente bajo el dominio de
los árabes (moros) en España, donde estudiaban en
la Universidad de Córdoba, hubo médicos y opera
380
doras de gran fama. A la influencia de los moros
se debía también el estudio de las mujeres en diver
sas Universidades italianas, como las de Bolonia y
Palermo. Cuando más tarde desapareció la influen
cia «pagana», se pasó a la prohibición de estos estu
dios. Así, por ejemplo, en 1377, el claustro de profe
sores de la Universidad de Bolonia decretó que:
«Como la mujer es la cabeza de los pecados, el
arma del diablo, la causa de la expulsión del paraíso
y la corrupción de la antigua ley, y como, por eso,
hay que evitar celosamente toda conversación con
ella, prohibimos expresamente que nadie se atreva
a introducir en el citado claustro a ninguna mujer,
por honorable que sea. Y si, a pesar de todo, alguien
lo hace, el rector deberá castigarlo duramente.»
La admisión de las mujeres al estudio tiene, sobre
todo, el éxito de que la competencia femenina es
muy ventajosa para la aplicación de nuestra juven
tud masculina, que deja mucho que desear, como se
confirma desde los lados más diversos. Esto supone
ya una gran ganancia. Con ello mejorarían también,
esencialmente, sus costumbres. El afán de beber y
pelear, la vida de taberna de nuestros estudiantes,
recibiría así un vigoroso impulso: en los lugares de
donde salen principalmente nuestros estadistas, jue
ces, fiscales, funcionarios superiores de policía, reli
giosos y representantes populares, etcétera, se adop
taría un tono más en consonancia con las tareas
para las que se fundaron y se sostienen. Y según
el juicio unánime de especialistas imparciales se
necesita urgentemente mejorar este tono.
El número de Estados que permite a las mujeres
estudiar en sus Universidades y escuelas superiores
ha aumentado rápidamente en los últimos decenios.
Ninguno que pretenda ser un Estado civilizado pue
de oponerse mucho tiempo a esta demanda. El pri
mero en este respecto fueron los Estados Unidos,
seguidos de Rusia, dos Estados que presentan los
381
más agudos contrastes. En la Unión norteamericana
se permite a las mujeres estudiar en todos los Es
tados: en Utah desde 1850, en Iowa desde 1860, en
Kansas desde 1866, en Wisconsin desde 1868, en
Minnesota desde 1869, en California y Missouri des
de 1870, en Ohio, Illinois y Nebraska desde 1871-,
y luego siguieron todos los demás Estados. Confor
me a esta expansión del estudio de la mujer, las mu
jeres se han conquistado también sus puestos en los
Estados Unidos. Según el censo de 1900 había 7.399
médicos y cirujanos femeninos, 5.989 escritores,
1.041 arquitectos femeninos, 3.405 pastores femeni
nos, 1.010 abogados femeninos y 327.905 maestras.
En Europa fue, sobre todo, Suiza la que abrió sus
Universidades al estudio de las mujeres. La totali
dad de estudiantes, incluidos oyentes masculinos y
femeninos, ascendía a:
Estudiantes Oyentes
femeninos femeninos
1896-97 4.181 391 728
1900-01 5.301 854 1.429
1905-06 7.676 1.502 2.757
1906-07 8.521 1.904 3.156
382
En 1905 había en Francia 33.168 estudiantes, entre
ellos 1.922 mujeres (774 extranjeras). Se distribuyen
del modo siguiente: Derecho, 57; Medicina, 386;
Ciencias Naturales, 259; Literatura, 838; resto, 382.
Los países en los que se permite estudiar a las mu
jeres en las Universidades son Estados Unidos, In
glaterra, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia, No
ruega, Rusia/Alemania, Austria, Hungría, Italia, Sui
za, Francia, Turquía y Australia. Los médicos feme
ninos están permitidos en India, Abisinia, Persia,
Marruecos, China, etcétera. Los médicos encuentran
cada vez más terreno, especialmente en los países
orientales, Las restricciones que la religión y la cos
tumbre imponen a la mujer en estos países hacen
que los médicos femeninos supongan un gran alivio.
Finalmente, tras largas luchas y grandes esfuer
zos, también ha entrado Alemania por nuevos de
rroteros, aunque tímidamente al principio. Por de
cisión parlamentaria del 24 de abril de 1899 se ha
permitido el acceso de las mujeres a los exámenes
de médico y de dentista, así como al de farmacia,
en las mismas condiciones que los hombres. Por un
segundo acuerdo del 28 de julio de 1900 se admitie
ron en el Imperio alemán las médicos aprobadas en
el extranjero, siempre que tengan la nacionalidad
alemana, contándoseles también a las médicos sus
estudios iniciados en el extranjero. Ya antes del
año 1898 se permitía estudiar a las mujeres en al
gunas Universidades alemanas, como ,por ejemplo,
en Heidelberg y Gottingen. En el semestre de invier
no 1901-02 se contaban ya 1.270 oyentes femeninos
en las Universidades. También se crearon institutos
y escuelas secundarias para muchachas en una serie
de ciudades alemanas, como Karlsruhe, Stuttgart,
Hannover, Kónigsberg, Hamburgo. Francfort del
Meno, Breslau, Berlín, Schóneberg, Mannheim, etcé
tera. El senado de la Universidad de Berlín volvió
a rechazar en la primavera de 1902 la solicitud de
383
matrícula de las estudiantes que tenían un certifi
cado de haber terminado sus estudios en un insti
tuto alemán. Aún no se había roto la resistencia de
influyentes círculos contra el estudio de las mujeres
en Alemania. El ministro de Educación prusiano
pronunció en marzo de 1902 un discurso ante el
parlamento prusiano en el que, entre otras cosas,
dijo lo siguiente: los institutos femeninos son un
experimento que debía rechazar la administración
docente; temía que las diferencias entre hombre y
mujer, dadas por la naturaleza y desarrolladas por
la cultura, sufrieran asistiendo a los Institutos y
Universidades. Había que conservar en lo posible,
para la familia alemana, la peculiaridad de la mujer
alemana. Se trata del viejo patrón. Incluso una gran
parte de los profesores alemanes seguía rechazando
el estudio de las mujeres, aunque otros admitían
que muchas de las mujeres a las que se les permitía
estudiar respondían por completo a las exigencias
que se les hacían, y algunas de ellas lo hacían in
cluso de un modo excelente..Y cómo pensaba sobre
el estudio de las mujeres una parte del estudiantado
—probablemente la inmensa mayoría— nos lo de
muestra una protesta de los clínicos de Halle, publi
cada en marzo de 1902 y dirigida a los clínicos de
Alemania. Después de discutir que la agitación de
la asociación «Educación de la mujer-Estudio de la
mujer», con sede en Berlín, en favor de la admisión
de las mujeres al estudio de la medicina es la que
había motivado su protesta, seguían así: «Después
de llevar la cuestión, con este paso, ante el foro pú
blico, los clínicos de Halle se dirigen a los círculos
a quienes interesa e importa en primer lugar tomar
una decisión en este asunto, a los clínicos de las
Universidades alemanas, puesto que o ignoran por
propia experiencia las mencionadas cosas insoporta
bles o bien pueden imaginarse las situaciones emba
razosas, que ponen en ridículo todo pudor, a que
384
ha de llevar esta enseñanza clínica conjunta, situa
ciones que son demasiado desagradables como para
poder precisarlas aquí sin producir escándalo. La
Facultad de Medicina de la Universidad de Halle es
una de las primeras que ha permitido en el Imperio
alemán el acceso de las mujeres al estudio de la
medicina, y este intento hay que calificarlo decidida
mente de frataso. En los lugares de aspiraciones ho
norables ha entrado, junto con las mujeres, el cinis
mo, y están a la orden del día escenas igualmente
escandalosas para los maestros y para los pacientes.
La emancipación de la mujer se convierte aquí en
calamidad, aquí entra en conflicto con la moralidad,
y, por eso, hay que echarle aquí un cerrojo. ¡Cole
gas! ¿Quién se atrevería, a la vista de estos hechos,
a oponerse a nuestras justas demandas? Exigimos
que se excluya a las mujeres de la enseñanza clínica,
puesto que la experiencia nos ha enseñado que la
enseñanza clínica conjunta de estudiantes masculi
nos y femeninos es tan ajena a los intereses de un
estudio clínico fundamental como a los principios
de la decencia y de la moral. La cuestión suscitada
por nosotros ha perdido ahora su carácter local. Ya
se ha dejado traslucir algo en las altas instancias
sobre la admisión definitiva de las mujeres al estu
dio de la medicina. Todos vosotros estáis ahora
igualmente interesados en nuestro asunto y, por eso,
os pedimos: tomad posición ante este asunto y unios
con nosotros en una protesta común.»
Esta «protesta» es una prueba palpable de la es
trechez de miras, y también de la envidia competi
tiva, de los estudiantes clínicos, pues de esta última
es de donde emanan los reparos morales. Para Ale
mania resultaría peligroso lo que, en parte, desde
hace decenios se ha permitido en la mayoría de las
naciones civilizadas sin ningún perjuicio para la
moral o el decoro de los estudiantes. Los estudiantes
alemanes no tienen fama de gran virtuosidad y de
385
bieran abandonar estas bromas n. Si el decoro y la
moral no sufren lo más mínimo porque las enfer
meras asistan en presencia de los médicos a toda
clase de operaciones efectuadas a enfermos mascu
linos y femeninos y presten una preciosa ayuda en
ellas, si es decente y moral que docenas de hombres
jóvenes participen como espectadores, con fines de
estudio, en el lecho de una parturienta o en opera
ciones de enfermos femeninos, entonces resulta ri
dículo querer privar a las estudiantes del mismo
derecho.
El desaparecido profesor Bischoff adujo otra ra
zón muy distinta a la de los clínicos de Halle contra
la admisión de las mujeres al estudio de la medi
cina, a saber: ¡la brutalidad de los estudiantes!, so
bre la que podía juzgar mejor que nadie. Pero cual
quiera que sea la posición que los hombres estre
chos o temerosos de la competencia tomasen ante
la admisión de las mujeres a los estudios universi
tarios, la cuestión se ha zanjado en favor del sexo
femenino. El 18 de agosto de 1908 apareció un de
creto relativo a la admisión de las mujeres a los es
tudios universitarios en Prusia, que hasta ahora sólo
les permitía asistir como oyentes. Las normas para
los estudiantes de las Universidades del país se apli
can a las mujeres a tenor de que las nacionales del
Imperio, en un caso, y las extranjeras, en todos los
casos, necesitan el permiso del ministro para ma
tricularse 23. El número total de mujeres matricula
das en las Universidades alemanas en el semestre de
22 Una .estadística ,compuesta por B laschko ofrece la si
guiente información sobre la propagación de las enferme
dades venéreas en las distintas profesiones. E l prim er lugar
lo ocupan las prostitutas con el 30 p o r 100, luego vienen
los estudiantes con el 25 por 100, los comerciantes con el
16 por 100 y los obreros con el 9 por 100.
23 Por razones fundadas, y con autorización del ministro,
las mujeres pueden ser excluidas de participar en algunas
clases.
386
invierno de 1908-09 ascendía a 1.077 frente a 377 en el
verano de 1908 y a 254 en 1906. De ellas estudiaban
400 en Berlín, 69 en Bonn, 50 en Breslau, 11 en Er-
langen, 67 en Freiburg, 23 en Giessen, 71 en Góttin-
gen, 5 en Greifswald, 22 en Halle, 109 en Heidelberg,
13 en Jena, 2 en Keil, 17 en Kónigsberg, 44 en Leip
zig, 27 en Marburgo, 134 en Munich, 6 en Tübingen,
7 en Würzburg. Tan sólo en las Universidades de Es
trasburgo, Rostock y Münster no hay ninguna toda
vía. El número de mujeres oyentes en el semestre
de verano de 1908 era de 1787, y en el semestre de
invierno de 1908-09 era de 1.767; de ellas 313 en Ber
lín, 249 en Estrasburgo, 168 en Breslau, 131 en Mu
nich, 120 en Bonn, 116 en Kónigsberg, 95 en Leipzig,
93 en Giessen, 73 en Góttingen, 67 en Tübingen,
54 en Halle, 50 en Friburgo y menos de 50 en todas
las demás. De las mujeres matriculadas, 3 estudia
ban Teología, 31 Jurisprudencia, 334 Medicina, 709
Filosofía.
La admisión de las mujeres a los estudios univer
sitarios hizo necesaria una profunda reforma de las
escuelas femeninas superiores. Las disposiciones del
31 de marzo de 1899 preveían un estancia en la es
cuela de nueve años, por regla general, para la escue
la femenina superior, y una duración excepcional de
diez años. La evolución presionaba cada vez más
por la introducción de una décima clase en el plan
docente de la escuela femenina superior. Mientras
que, según la estadística de 1901, de las 213 escuelas
superiores públicas para muchachas había 90 con
nueve cursos y 54 con diez; en octubre de 1907 el
número de escuelas con nueve cursos se había redu
cido de 90 a 69 y el de las de diez cursos había
aumentado de 54 a 132. Y también entre las escuelas
femeninas superiores privadas había en octubre
de 1907, junto a 110 de nueve cursos, 138 con diez.
No quedaba más que poner el sello burocrático a
esta evolución efectiva y salvar en lo posible «la
387
peculiaridad de la mujer alemana». Tras la reforma
del 18 de agosto de 1908 la escuela femenina supe
rior constará desde ahora de diez cursos ascenden
tes. A fin de «completar su formación en el sentido
de las futuras tareas de una mujer alemana», se
proyecta la construcción de un liceo para uno o dos
años. Y para facilitar la preparación de las mucha
chas de las clases altas para las profesiones acadé
micas, se han planeado instituciones docentes que
deben unirse a las escuelas femeninas superiores
bajo una misma dirección.
De éste modo, un experimento que la administra
ción de enseñanza había rechazado todavía en marzo
de 1902, lo aprueba ahora el mismo ministerio seis
años después, bajo la presión del desarrollo econó
mico, realizándolo a escala nacional. Oigamos la
justificación oficial:
« E l rápido desarrollo de nuestra cultura y el consi
guiente desplazamiento de las relaciones sociales, la
borales y educativas del presente han dado lugar a que
precisamente en las clases medias y altas queden mu
chas muchachas sin atender y esté ociosa mucha ener
gía femenina de gran valor para la comunidad. E l ex
ceso de la población femenina sobre la masculina y el
creciente celibato de los hombres en las clases altas
obligan a un elevado porcentaje de muchachas de los
círculos ilustrados a renunciar a su profesión natural
de esposas y madres. H ay que abrirles los caminos de
una profesión apropiada a su educación, que en la ma
yoría de los casos sirva también para la adquisición
de los medios necesarios para el sustento, no sólo en
la carrera de maestras superiores de prim era enseñan
za, sino también en otros puestos, basados en los es
tudios universitarios, en tanto entran en considera
ción para la m ujer.»
388
bajan ya, en mayor o menor número, en todos los
países civilizados de la tierra e incluso en algunos
que aún no figuran como civilizados. El difunto
Li Hung-chang había nombrado como su médico
de cabecera a una médico china que había hecho sus
prácticas en el hospital de mujeres de su ciudad
natural, Fuchang. La difunta señora Kovalewska, la
famosa matemática, fue catedrático de Matemáticas
en Estocolmo desde 1889 hasta su muerte en 1891.
En Estados Unidos hay gran número de mujeres
catedráticos, y alguna que otra también en Italia,
Suiza, Inglaterra, Francia, donde la famosa física
Marie Curie, que junto con su marido descubrió los
elementos radioactivos radio y polonio, ha sucedido
ahora (1906) a su marido, tras la muerte de éste, en
la Universidad. Vemos mujeres médicos, dentistas,
juristas, jueces, químicos, físicos, geólogos, botáni
cos, maestras superiores, etcétera, trabajando en
puestos públicos o privados, y es asunto exclusivo
de las mujeres demostrar por sí mismas, a través de
su actividad, que pueden desempeñar tan bien
como los hombres los puestos que se les confían.
En el verano de 1899, incluso la mayoría de los elec
tores del cantón de Zurich se han pronunciado en
las elecciones populares por la admisión de las mu
jeres al ejercicio de la abogacía. El acuerdo corres
pondiente se tomó por 21.717 votos contra 20.046.
En América se admiten mujeres abogados en 34 Es
tados, y también en Francia, Holanda, Suecia, Di
namarca, Finlandia, Rusia, Canadá y Australia.
Lo que induce a muchos hombres, sobre todo en
los círculos ilustrados, a oponerse al estudio de las
mujeres, es que temen una degradación de la cien
cia, cuyo prestigio tiene que sufrir en general inclu
so si las mujeres pudieran llevar a cabo estudios
científicos. Contemplan el estudio científico como
una preferencia especial que sólo debiera ser acce
sible a los elegidos del sexo masculino.
389
Desgraciadamente, nuestro sistema universitario,
como todo el sistema educacional, se halla todavía
en un estado deficiente. Lo mismo que en la escuela
primaria se le roba al niño el tiempo más precioso
para rellenar su cerebro con cosas que no guardan
relación ni con la razón ni con el conocimiento cien
tífico, lo mismo que se le carga con una masa de
lastre que no puede utilizar en la vida y que más
bien obstaculiza su progreso y su desarrollo, así tam
bién ocurre en nuestras escuelas superiores. En los
centros preparatorios para las Universidades se les
inculca a los alumnos una cantidad de enseñanzas
secas, inútiles y cosas de memoria, que ocupan la
mayor parte de su tiempo, sus más preciosas ener
gías mentales, siguiendo por el mismo camino en
las Universidades. Junto a lo útil y bueno se les
enseña una cantidad de cosas tradicionales, anticua
das y superficiales. Los apuntes, una vez redactados,
los recitan la mayoría de los catedráticos, hasta con
los mismos chistes, semestre tras semestre. La ele
vada instancia docente se convierte para muchos en
oficio habitual, y los educandos ño necesitan ningún
ingenio para seguirlo. Los conceptos tradicionales
sobre la vida universitaria cuidan también de que
los jóvenes no se tomen en serio los años de estudio,
y algunos que quieran tomárselos en serio se verán
desalentados por la forma pedante y molesta de en
señar de muchos catedráticos. La disminución del
afán por aprender y estudiar es un hecho general
mente observado en nuestras Universidades y escue
las superiores, circunstancia que da que pensar in
cluso en'los círculos dominantes. Intimamente rela
cionado con esto va el arribismo y el protectorado
que hacen los mayores progresos en nuestros tiem
pos pobres de carácter y que cada vez sofocan más
nuestras Universidades. Las buenas relaciones de
familia, las «buenas ideas» sustituyen el saber y el co
nocimiento, extendiéndose cada vez más; ser patrio
390
ta, es decir, un hombre que carece de opinión propia
y que se rige cuidadosamente por lo que le dicen
desde arriba, que ve de dónde sopla el viento y se
arrastra y se doblega, vale más que un hombre de
carácter y de saber. Cuando llega el tiempo de los
exámenes, el arribista empolla durante un par de
meses, cosa que parece absolutamente necesaria
para poder aprobar por los pelos. Una vez que se
ha pasado afortunadamente el examen y se consigue
un puesto oficial o profesional, la mayoría de estos
estudiados sólo trabaja de un modo mecánico y ruti
nario, pero les sienta muy mal que una «persona no
estudiada» no los salude con el mayor respeto ni los
considere y trate como una raza humana superior.
La mayoría de los miembros de nuestras altas pro
fesiones, de los abogados, jueces, médicos, profeso
res, funcionarios, artistas, etcétera, no son más que
artesanos de su disciplina, contentos de tener cu
bierto él riñón. Tan sólo el hombre aplicado descu
bre más tarde la cantidad de cosas inútiles que ha
aprendido y que a menudo ni siquiera aprendió lo
que le era más necesario, empezando ahora a apren
der. Durante la mejor parte de su vida se le ha tor
turado con cosas inútiles o perjudiciales; otra parte
de la vida la necesita para deshacerse de lo inútil
y perjudicial y elevarse a la altura de los tiempos,
convirtiéndose entonces en un miembro útil de la
sociedad. Muchos no pasan del primer estadio, otros
se quedan atrancados en el segundo y pocos tienen
la energía de elevarse al tercero.
Pero el decoro requiere que se conserven las anti
guallas medievales y las enseñanzas inútiles, y como
hasta ahora, debido a su sexo, las mujeres estaban
excluidas de antemano de las escuelas y centros pre
paratorios, esta circunstancia constituye un cómodo
pretexto para cerrarles las puertas de las aulas uni
versitarias. En Leipzig, durante los años 70, uno de
los catedráticos más famosos de Medicina hizo esta
391
sincera declaración ante una dama: « La educación
de los institutos no es, por cierto, necesaria para
comprender la Medicina, pero hay que hacer de ella
una condición previa para la admisión a fin de que
no sufra el prestigio de la ciencia.»
Gradualmente se hizo notar también en Alemania
lá oposición contra la necesidad de la educación clá
sica para el estudio de la Medicina. Los enormes
avances efectuados en las Ciencias Naturales y su
importancia para toda la vida condicionan la ini
ciación en las mismas; pero la enseñanza de los ins
titutos, con su preferencia por las lenguas clásicas,
griego y latín, considera las Ciencias Naturales como
inferiores y las descuida, y así ocurre que los estu
diantes carecen a menudo de los necesarios conoci
mientos previos en Ciencias Naturales, los cuales son
de una importancia decisiva para ciertas disciplinas,
como, por ejemplo, la Medicina.
Contra esta forma unilateral de educación se ha
levantado incluso la oposición dentro de los círculos
docentes. En el extranjero, por ejemplo en Suiza, se
ha puesto el peso principal en el estudio de las
Ciencias Naturales y se admite al estudio de la Me
dicina a todo el que, aun sin la llamada preparación
clásica, posea suficientes conocimientos previos de
las Ciencias Naturales y de Matemáticas.
En el mismo sentido se opera en Rusia, en los Es
tados Unidos, etcétera.
En Rusia, en donde una de las máximas del Esta
do estriba en la persecución y falta de derechos de
los judíos, un decreto imperial de 1897 prescribe
que en el- entonces recién inaugurado Instituto Mé
dico Femenino sólo podía admitirse un 5 por 100
de oyentes no cristianas. Y de éstas, tan sólo el
3 por pueden ser judías, quedando reservado el otro
2 por 100 a las oyentes de origen musulmán. Se tra
ta de uno de los retrocesos que en Rusia están a la
orden del día. El. Gobierno ruso tiene tanta menos
392
causa para promulgar estas disposiciones, puesto
que, por un lado, todavía hacen falta muchos médi
cos en el enorme Imperio y, por otro lado, las médi
cos rusas, sin diferencia de religión u origen, han
dado pruebas del mayor sacrificio en su profesión.
Así lo dice el profesor doctor Erismann, que trabajó
muchos años en Rusia, en una conferencia que pro
nunció en el LIV Congreso de la Asociación Médica,
celebrado en Olten, con las palabras siguientes: «En
estos primeros años se hicieron también experien-
ciás muy favorables en relación con la actividad de
los médicos femeninos. Desde un principio estas mu
jeres supieron ganarse la confianza de la población;
en la noble competencia con sus colegas masculinos
se alzaron incluso con la victoria; pronto resultó que
a cada médico femenino acudían, por término me
dio, al año, más pacientes que a los médicos mascu
linos, aunque estos últimos desempeñaban también
su oficio con gran dedicación y sacrificio, dirigién
dose a los esculapios femeninos las mujeres enfer
mas en masa solicitándoles asistencia médica. » 24
Por otro lado, la competencia de las mujeres, tan
temida por los hombres interesados, sobre todo en
la práctica de la medicina, no se ha notado desfa
vorablemente en ninguna parte. Por un lado, parece
que las mujeres médicos obtienen una clientela de
su propio sexo, que raras veces y sólo en casos ex
tremos piden consejo a un médico masculino, y, en
segundo lugar, se ha constatado también el hecho
de que una gran parte de las mujeres que se dedica
ron a los estudios, una vez casadas, no abrieron nin
guna consulta, en absoluto, o la abandonaron al
poco tiempo. Resulta que las tareas domésticas
planteadas a la mujer casada en el mundo burgués,
393
particularmente cuando también entran en conside
ración los hijos, son tan grandes que a muchas mu
jeres les es imposible servir a dos señores a un tiem
po. Especialmente, la mujer médico debe estar lista
cada hora, de día y de noche, para el ejercicio de
su profesión. Y esto es imposible para muchas25.
Después que Inglaterra26, junto con los Estados
Unidos y Francia, fueron los primeros países en em
plear mujeres para la inspección industrial, siendo
esta necesidad tanto mayor puesto que, como ya
indicamos, cada año aumenta el número de obreras
y el de empresas en las que trabajan de un modo
exclusivo o predominante las mujeres, han seguido
también el ejemplo una serie de Estados alemanes.
Badén, Baviera, Hesse, el reino de Sajonia, Weimar,
Württemberg, etcétera, han puesto a disposición de
los inspectores industriales ayudantes femeninos, y
algunas de ellas se han conquistado ya, gracias a su
actividad, un gran reconocimiento. En Prusia, la
supervisión industrial dispone en Berlín de tres fun
cionarías, y en Düsseldorf, Breslau y Wiesbaden, de
una cada una. Este hecho demuestra que también
en este aspecto Prusia va muy por detrás de lo que
realmente sería necesario. Pues, por absolutamente
necesarias que san, no hay una sola ayudante ni si
25 Sobre las dificultades de las mujeres que tienen una
fam ilia y al mismo tiempo quieren o tienen que ejercgr
un puesto profesional ofrece gran abundancia de material
interesante el libro de A dele Gerhard y H elene Sim ó n ,
Mutterschaft und. geistige Arbeit (Berlín, 1901, Georg Rei-
m er). Son las escritoras, artistas, cantantes, actrices, ect.,
las que hablan y emiten su juicio sobre la base de sus
experiencias. Y estos juicios inducen a creer que esta so
ciedad tiene que transform ar radicalmente sus relaciones
sociales si quiere que actúe plenamente la gran abundancia
de inteligencia femenina existente y en pugna por actuar,
lo cual interesa sumamente a la sociedad.
“ Según el último informe de 1908 hay en Inglaterra
16 inspectores industriales femeninos; la jefe, señorita
A. M. Anderson, y 16 auxiliares.
394
quiera en distritos como Potsdam (con 32.229 obre
ras), Francfort del Oder (con 31.971) y Liegnitz (con
31.798), así como varios más. También se pone aquí
de manifiesto que la obrera tiene una gran confian
za en una representante de su sexo y les hacen a los
inspectores femeninos ciertas revelaciones que les
ocultaban a sus colegas masculinos. Una falta de la
institución sigue siendo aún que estas funcionarlas
auxiliares no tienen en todas partes la posición in
dependiente que se necesita para el desempeño de
su actividad, y el pago deja también mucho que
desear. Por parte de la mayoría de los Gobiernos
sólo se anduvo a tientas con la nueva institución27.
En Alemania, la desconfianza y la hostilidad com
petitiva contra el empleo de mujeres en los cargos
profesionales públicos es, particularmente, fuerte
porque la clase militar crea todos los años tantos
oficiales y suboficiales retirados del servicio como
aspirantes a todos los puestos posibles del servicio
público y municipal que apenas queda sitio para las
fuerzas de trabajo procedentes de otros círculos.
No obstante, si se colocan las mujeres, sólo es con
un sueldo mucho más pequeño, con lo que se pre
sentan de antemano ante los hombres envidiosos
como seres inferiores, de un lado, y también como
fuerzas que presionan para reducir los salarios.
La diversidad de las capacidades femeninas se
puso de manifiesto especialmente en la exposición
de Chicago de 1893. Los arquitectos femeninos no
sólo construyeron el suntuoso edificio de la exposi-
sión para los productos artísticos e industriales fe
meninos, sino que también los productos de exhibi
ción procedentes únicamente de las mujeres se ad
miraron mucho por su gusto y por su ejecución ar
27 Desde 1897, cuando se nom bró en Babiera la primera
inspectora fabril, hasta 1909, el número de funcionarios
ascendió a 26. Catorce Estados federados no tenían toda
vía ninguna.
395
tística. En el ámbito de las invenciones, las mujeres
han rendido también cosas bastante grandes y ren
dirán aún más en el futuro. Así, por ejemplo, un
periódico especializado americano publicó una lista
de invenciones hechas por mujeres y que se refieren
a los objetos siguientes: una máquina de hilar per
feccionada; un telar rotatorio, que produce tres ve
ces más que el normal; un elevador de cadena; un
cigüeñal para vapores de hélice; un aparato de salva
mento para caso de incendios; un aparato para pe
sar la lana, una de las máquinas más sensibles que
jamás se haya inventado, y de un valor inapreciable
para la industria lanera; un depósito de agua por
tátil para apagar incendios; un procedimiento para
utilizar petróleo en vez de madera y carbón como
combustible para las máquinas de vapor; un colec
tor de chispas perfeccionado para las locomotoras;
una señal para los cruces de ferrocarriles; un sis
tema de calefacción de vagones sin fuego; un fieltro
lubricante para reducir la fricción (en los ferroca
rriles); una máquina de éscribir; un cohete de seña
les para la marina; un telescopio submarino; un sis
tema para amortiguar el ruido del ferrocarril aéreo;
un fumívoro; una máquina para plegar sacos de pa
pel, etcétera. Las mujeres han efectuado, sobre todo,
muchas mejoras en las máquinas de coser, como,
por ejemplo, un dispositivo para coser velas y paños
pesados, un aparato para enhebrar durante la mar
cha de la máquina, una mejora en la máquina para
coser cuero, etcétera. Esta última invención la hizo
una mujer que desde hace años explota una tala
bartería -en -Nueva York. El telescopio submarino,
inventado por lá señora Mather y perfeccionado por
su hija, es un invento de la mayor importancia, pues
permite ver la quilla del barco más grande sin lle
varlo al dique seco.. Con ayuda de este telescopio
pueden verse desde la cubierta los barcos hundidos,
divisar obstáculos para la navegación, torpedos, etc.
396
Entre las máquinas que por su complicación ex
traordinaria y su construcción genial despertaron la
atención en América y en Europa hay que incluir
una para la fabricación de sacos de papel. Muchos
hombres, entre ellos mecánicos destacados, habían
intentado hasta ahora, sin ningún éxito, producir
semejante máquina. Una mujer, la señorita Maggi
Knight, la inventó; desde entonces, esta dama ha
vuelto a construir una máquina para plegar sacos
de papel, la cual efectúa el trabajo de 30 personas;
ella misma dirigió la exposición de esta máquina en
Amherts, Massachusetts.
397
XV. La posición jurídica de la mujer
398
pendencia de esclavitud respecto del hombre. Así
era antes en Roma. Había ciudadanos romanos y
mujeres de ciudadanos romanos, pero no ciudadanas.
En Alemania, el estado jurídico ha mejorado para
la mujer en el sentido de que, en lugar del abigarra
do muestrario, hay un derecho civil uniforme, ha
biéndose generalizado así derechos que poseía aquí
y allí. En consecuencia, la mujer soltera obtuvo la
admisión ilimitada a la tutela; las mujeres recibie
ron el derecho de actuar como testigos en los casa
mientos y en los testamentos; además, la mujer ob
tuvo la plena capacidad de gestión, es decir, el de
recho a concertar contratos, salvo que se obligue
(como esposa) en persona a una prestación, tampo
co puede tomar ninguna tutela sin el consentimiento
de su marido. La obligación a la comunidad matri
monial existe para ambas partes, siempre que las
exigencias de una no resulten en abuso de los dere
chos de la otra. Pero si existen opiniones contradic
torias entre los cónyuges, es al hombre a quien co
rresponde la decisión, y en particular es él quien
decide también sobre el lugar de residencia y la vi
vienda. El abuso por parte del hombre exime a la
mujer de la contrapartida. A la mujer le correspon
de en exclusiva el trabajo de la casa; tiene en sus
manos la llamada potestad de llaves, gracias a la cual
puede atender, dentro del campo de acción domés
tico, a los negocios del hombre y representarlo. El
hombre responde de las obligaciones contraídas por
ella. Pero el hombre puede anular por completo o
limitar la potestad de llaves de su mujer. Si abusa
de este derecho, el tribunal de tutelas puede anular
la limitación. La mujer casada está obligada a acep
tar trabajos en el hogar o en el negocio del marido,
pero sólo cuando tal actividad es habitual en las con
diciones de vida del esposo.
El Reichstag rechazó la petición de introducir
como norma la separación matrimonial de bienes.
399
Esta sólo puede garantizarse mediante contrato ma
trimonial, cosa que se omite con bastante frecuencia
al concertar el matrimonio y que después crea gra
ves inconvenientes. En cambio, se introdujo la de
nominada comunidad de administración. Según ésta,
le corresponde al marido la administración y usu
fructo del patrimonio de la mujer, aunque quedando
limitados a los bienes aportados. En cambio, la mu
jer tiene la ilimitada administración y disposición
de lo que adquiera durante el matrimonio mediante
su trabajo o la explotación de un negocio. El hom
bre no tiene derecho a obligar a la mujer, mediante
negocios jurídicos, el patrimonio aportado por ella.
La mujer puede exigir también garantías en caso de
que tenga temores fundados de que sus aportacio
nes corren peligro, cosa que a menudo aprende de
masiado tarde. También puede presentar demanda
de anulación de la comunidad administrativa en caso
de que el marido ponga en peligro, con su conducta,
el sustento de la mujer y los hijos. El hombre res
ponde de los daños que surjan de la mala adminis
tración.
A la mujer puede hacérsele una gran injusticia
mediante el divorcio. En caso de separación, queda
en manos del hombre el patrimonio adquirido me
diante el trabajo común de los cónyuges, incluso
aunque el hombre sea el culpable y la mujer haya
aportado la mayor parte, mientras que la mujer sólo
puede reclamar el sustento adecuado a su posición
social en tanto no pueda conseguirlo de los ingresos
de su propia fortuna o del producto de su trabajo.
En caso de separación, queda también en manos del
hombre el patrimonio que, por ejemplo, se reunió
a base de los ingresos no gastados de la fortuna de
la mujer.
La potestad paterna se sustituye por la de los
padres, pero en caso de diversidad de opinión preva
lece la del padre. Si muere el padre, pasa a la madre
400
el ejercicio de la potestad paterna, incluido el usu
fructo de la fortuna del hijo. Una mujer divorciada,
incluso aunque le corresponda la educación, carece
del derecho de representación y de la administración
del patrimonio de los hijos, mientras que el padre
disfruta de los plenos derechos paternos.
En Inglaterra el derecho consuetudinario del país
atribuía hasta 1870 al hombre la posesión que tu
viese la mujer en bienes muebles. Ella sólo conser
vaba el derecho de propiedad de los bienes inmue
bles, pero el marido poseía el derecho de adminis
tración y usufructo. La mujer inglesa era un cero
ante los tribunales; no podía emprender ninguna
clase de acciones jurídicas y ni siquiera extender un
testamento válido; era sierva de su marido. El ma
rido era responsable del crimen que ella cometiera
en su presencia; se consideraba menor de edad. Si
le hacía daño a alguien, se juzgaba como si lo hu
biese cometido un animal doméstico: el marido te
nía que responder del daño. Según una conferencia
pronunciada en 1888 por el obispo J. N. Wood en la
capilla de Westminster, hace cien años la mujer no
podía sentarse a la mesa a comer, ni hablar hasta
que no se le preguntase. Encima de la cama se col
gaba un látigo como signo de la potestad señorial
del marido, látigo que el hombre podía manejar
cuando la mujer mostraba mal humor. Tan sólo las
hijas le debían obediencia, los hijos la consideraban
una criada.
Gracias a las leyes de 1870, 1882 y 1893, la mujer
no sólo es la única poseedora de todo lo que aporta
al matrimonio, sino también de todo lo que adquie
ra o reciba en herencia o de regalo. Estas relaciones
jurídicas sólo pueden modificarse mediante contra
to especial entre los cónyuges. En esto, la legislación
inglesa siguió el ejemplo de la de los Estados Uni
dos. Desde la Custody of Intants Act de 1886, la po
testad paterna pasa, tras la muerte del padre, a la
401
madre. En el derecho sucesorio reformado, vigente
desde la Interstate Estates Act de 1890, se sigue dan
do preferencia al hombre. Los dos cónyuges poseen
libertad de testar. Pero si no se han tomado ningu
nas disposiciones, el padre recibe todo el patrimo
nio mueble de la mujer difunta. La viuda, en cam
bio, sólo recibe un tercio de los bienes muebles y un
tercio de la renta de la propiedad inmueble, lo de
más corresponde a los hijos. Según la nueva Mar
ried Women's Property Act de 1908, la mujer casada
debe el sustento a los padres y al marido. Pero toda
vía quedan muchos residuos del viejo derecho me
dieval que menoscaban mucho la situación de la
mujer casada. Como ya hemos visto, hasta ahora el
derecho de divorcio es muy desfavorable para la
mujer. El adulterio del marido no es aún ninguna
causa de separación para la mujer, sino tan sólo
unido a crueldad, bigamia, violación, etcétera1.
En general, aún sigue siendo muy atrasado para
la mujer el derecho civil en Francia y en todos los
países —en su mayoría latinos— muy influidos por
el Code Civil francés o donde aún rige directamente,
con algunas excepciones. Así, por ejemplo, en Bél
gica, España, Portugal, Italia, la Polonia rusa, en los
Países Bajos y en la mayoría de los cantones suizos.
Sobre lo que Napoleón I pensaba respecto de la po
sición de la mujer, existe una expresión característi
ca que todavía es vigente: «No es francesa la mujer
que puede hacer lo que guste.» 2 Desde el momento
en que se casa, la mujer cae bajo la tutela del ma
rido. Según el artículo 215 del Code Civil, no puede
aparecer ante el juzgado sin consentimiento del ma
rido, incluso aunque tenga un comercio público. Se
gún el artículo 213, el hombre debe proteger a la
mujer, y ésta debe obedecerle. El administra el
1 A. C h apm an y M. C hapman , The status of women under
the english Law. Londres, 1909.
2 L. B riedel, La puissance maritale. Lausanne, 1879.
402
patrimonio aportado por su mujer al matrimonio,
puede vender los bienes de ésta, enajenarlos e hipo
tecarlos, sin que se requiera la colaboración o apro
bación de ella. La consecuencia es que la mujer se
encuentra a menudo en un estado de mera esclavi
tud. El marido disipa con las prostitutas o en la
taberna lo que la mujer gana, o endeuda o se juega
las ganadas'de la mujer, mientras ésta y los hijos
sufren privaciones, sí, hasta tiene el derecho a re
clamar del patrono el pago de lo que su mujer haya
ganado. ¿Quién puede echarle en cara que, dadas
estas circunstancias, renuncie al frívolo casamiento,
como ocurre tantas veces en Francia?
Además, en la mayoría de los países latinos —en
Francia hasta 1897—, tampoco puede figurar como
testigo en la conclusión de contratos, testamentos y
actas notariales. En cambio, se le permite —curiosa
contradicción— actuar de testigo, ante el juzgado,
en todos los casos criminales, donde, en determina
das circunstancias, su testimonio puede producir la
ejecución de una persona. Desde el punto de vista
del derecho criminal se le reconoce en todas partes
su pleno valor y se mide por el mismo patrón que
ál hombre en todos los crímenes y delitos. Nuestros
legisladores no son conscientes de esta legislación.
En calidad de viuda puede extender un testamento
sobre la sucesión de bienes, pero en muchos países
se le prohíbe figurar como testigo en los testamen
tos, aunque según el artículo 1.029 del Code Civil
puede ser nombrada albacea testamentaria. Desde
1877 también se la admite como testigo de plenos
derechos en Italia, en lo que se refiere al derecho
civil.
La preferencia del hombre se pone claramente de
manifiesto en la legislación sobre el matrimonio.
Según el Code Civil, en Francia se le permitía al
hombre solicitar el divorcio tan pronto como la mu
jer fuese culpable de adulterio, mientras que según
403
el artículo 230 la mujer sólo podía presentar tal
solicitud siempre que el hombre acogiese a su con
cubina en el hogar común. Este artículo se ha elimi
nado con-la ley sobre el Divorcio de 21 de julio
de 1884, pero en el derecho penal francés se man
tiene la diferencia, cosa característica del legislador
francés. Si la mujer comete adulterio, se la castiga
con tres meses a dos años de cárcel. Al hombre se
le condena solamente cuando, según el mencionado
artículo 230 del Code Civil mantiene una concubina
en el hogar del matrimonio y la mujer lo denuncia.
Pero en caso de que se le reconozca culpable, sólo se
le castiga con una multa de 100 a 2.000 francos. (Ar
tículos 337 y 339 del Code Penal.) Tal desigualdad
jurídica sería imposible si las mujeres estuviesen
también en el Parlamento francés. Un derecho pare
cido existe también en Bélgica. La pena por el adulte
rio de la mujer es la misma que en Francia: el
marido sólo puede ser castigado en caso de que el
adulterio se cometa en la vivienda de los cónyuges,
aplicándole al marido de un mes a un año de cárcel.
En Bélgica se es algo más justo que en Francia, aun
que también hay dos clases de derecho para el hom
bre y para la mujer. Por influencia del derecho fran
cés, las mismas disposiciones rigen también en Espa
ña y Portugal. El derecho común italiano (derecho
civil) de 1865 sólo le permite la separación a la mujer
cuando el marido mantiene a la concubina en la casa
o en un lugar en donde la estancia de la concubina
debe considerarse una ofensa grave para la esposa.
En 1907, junto con la ley (de 21 junio) que ha modi
ficado una .serie de artículos del Código Civil rela
tivos a los casamientos, las dos Cámaras, aprobaron,
finalmente, la ley de 13 de julio, que convierte a la
mujer en propietaria exclusiva de todo lo que ella
misma gane o reciba en herencia o donación. El ma
rido ha perdido su derecho a disponer de los bienes
parafernales. Se trata de la primera brecha efectua
404
da en la legislación francesa, y la mujer francesa se
halla ahora a la misma altura que la ley de 1870
colocaba a la mujer inglesa.
El nuevo Código Civil suizo va mucho más lejos
que el francés o el alemán, Código que se aprobó el
10 de diciembre de 1907 y entra en vigor el 1 de ene
ro de 1912. Suiza recibe ahora una ley uniforme en
lugar de las' distintas leyes de los cantones indivi
duales que regían en parte con referencia al Code
Civil francés, como ocurría en Ginebra, Waadt y en
la suiza italiana y, en parte, al derecho austríaco,
como en Berna y Lucerna, o al viejo derecho con
suetudinario, como en Schwyz, Uri, Unterwalden,
etcétera. Se garantiza la libertad de la mujer y de
los hijos. La nueva ley reconoce también a la mujer
una parte de la ganancia del matrimonio (un tercio)
si sólo ha trabajado de auxiliar o de ama de casa.
También en el derecho sucesorio está mejor situada
que en el derecho alemán. Así, junto a los padres del
marido, recibe, además de la mitad de la herencia,
el usufructo vitalicio de la otra mitad. Los deudores
de los maridos que descuiden la asistencia a la mu
jer y a los hijos pueden recibir instrucciones del
juez para que efectúen sus pagos a la mujer. No se
ha incluido entre los impedimentos para el matri
monio la prohibición de que el cónyuge divorciado
se case con quien cometió el adulterio. (El corres
pondiente artículo 298 del Code Civil de Francia se
anuló también en 1904.) En lo esencial, el derecho
de bienes matrimoniales se regula lo mismo que en
el Código Civil. En primer lugar decide el contrato
matrimonial, que puede extenderse tanto antes como
después del matrimonio. Si se hizo promesa de ma
trimonio a la madre, los hijos ilegítimos tienen de
recho no sólo a los alimentos, como en el derecho
alemán, sino también a la sucesión civil del padre,
adquiriendo así los derechos de los hijos legítimos.
Con la ley del 11 de diciembre de 1874, Suecia
405
aseguraba a la mujer casada el derecho a disponer
libremente de lo que gane con su trabajo personal.
Dinamarca convirtió en 1880 el mismo principio en
derecho vigente. De acuerdo con el derecho danés,
la propiedad de la mujer no puede reclamarse por
deudas del marido. Exactamente lo mismo reza la
ley noruega de 1888 y la filandesa de 1889: la mujer
casada tiene la misma capacidad de disponer de sus
bienes que la soltera y únicamente se preveen algu
nas excepciones que se mencionan en la ley. En la
ley noruega se dice expresamente que la mujer pier
de su libertad al casarse.
«E n los países escandinavos, como en casi todos los
demás, este movimiento universal para ampliación de
los 'bienes parafernales’ de la m ujer ha llegado exac
tamente al mismo punto en que se asentó también en
Inglaterra: la ganancia del trabajo de la mujer. Las
clases dominantes abandonaron mucho más gustosa
mente la posición patriarcal del hombre pequeño so
bre la m ujer trabajadora que la del hom bre de su pro
pia clase sobre la m ujer poseedora»3.
406
En Rusia, la mujer casada tiene el derecho a dis
poner únicamente de su propia fortuna. En lo que
respecta a su actividad lucrativa, depende por com
pleto de su marido. Sin su permiso, jamás se le con
cede un pasaporte, que es indispensable en todo
cambio de residencia. Para aceptar un puesto o des
empeñar cualquier trabajo ha de tener también el
permiso de su marido. La ley vigente dificulta tanto
el divorcio que sólo puede llevarse a cabo en muy
contados casos. Mucho más independiente era antes
la posición de la mujer en las viejas comunidades
campesinas, lo cual se debe a las instituciones co
munistas aún existentes o al recuerdo de éstas. Era
la administradora de sus posesiones. En general, el
comunismo es el estado social más favorable a las
mujeres, como se ha podido ver al describir la si
tuación en tiempos del matriarcado4. En los Esta
dos Unidos las mujeres se han conquistado la plena
igualdad de derechos civiles, impidiendo también
que se introdujeran las leyes inglesas sobre la pros
titución u otras parecidas.
4 Cuán justa es esta noción se deduce también de la
comedia de A ristófanes La asamblea de las mujeres (tra
ducción de Hieronymus Müller. Leipzig, 1846). E n esa co
media, A ristófanes pinta cómo el Estado ateniense estaba
tan embrollado que nadie sabía ya qué hacer. Los pritanos
plantearon en la asamblea popular de los ciudadanos de
Atenas que se discutiera la cuestión de cómo salvar el Es
tado. Entonces, un hom bre disfrazado de m ujer propone
confiar la dirección del timón del Estado a las mujeres,
aceptándose la propuesta, sin protesta alguna, «p o r ser lo
único que aún no había ocurrido jam ás en Atenas». Las
mujeres tomaron el timón del Estado e introdujeron inme
diatamente el comunismo. Naturalmente, Aristófanes pre
senta esta situación como algo ridículo; mas lo caracterís
tico de su poesía es que hace que las mujeres, tan pronto
como reciben la oportunidad de decir algo decisivo en los
asuntos públicos, introducen el comunismo como la única
constitución pública y social racional desde su punto de
vista. A ristófanes no sospechaba que acertaba con sus
bromas.
407
2. La lucha por la igualdad
de derechos políticos
408
de la Maiñtenon, querida de Luis XIV, y de la Pom-
padour, la amante de Luis XV. El gran movimiento
intelectual que se realizó en el siglo xvm entre hom
bres como Montesquieu, Voltaire, d'Alembert, Hol-
bach, Helvetius, Lamettrie, Rousseau y muchos
otros, afectó también a las mujeres. Si muchas de
ellas participaron en este movimiento, bien por se
guir la moda o su inclinación a la intriga, o por cual
quier otro motivo no siempre encomiable, movi
miento que puso en duda y minó la justificación de
todas las bases del Estado y del orden feudal, toda
una serie de estas mujeres participaron en él por
vivo interés y entusiasmadas por sus grandes obje
tivos. Decenios antes de estallar la gran revolución,
que sacudió a Francia como una tormenta purifica-
dora, haciendo huir a todo lo viejo y echándolo por
tierrá y produciendo la entusiasta aprobación y ale
gría de los espíritus más progresistas de todo él
mundo civilizado, las mujeres acudían en masa a los
clubs científicos y políticos en donde se discutían
cuestiones filosóficas, científicas, religiosas, sociales
y políticas con una audacia hasta entonces insólita,
participando en los debates. Y cuando por fin, con
el asalto a la Bastilla, se inició la revolución en
julio de 1789, hubo mujeres, tanto de las capas altas
como del pueblo que intervinieron muy activamente
en el movimiento y ejercieron una influencia notable
en pro y en contra. De un modo excesivo, tanto en
el bien como en el mal, participaron dondequiera
que se les presentó la ocasión. La mayoría de los
historiadores han hablado más de los excesos de la
revolución, que eran muy naturales en las circuns
tancias dadas, pues eran consecuencia de toda la
exasperación por la indecible corrupción, explota
ción, engaño, infamia, envilecimiento y traición de
las clases dominantes para con el pueblo.. Bajo, la
influencia de estas descripciones unilaterales com
puso Schiller su verso: «...las mujeres se.convier-
409
ten en hienas y se burlan con espanto». Y, sin em
bargo, dieron en aquellos años tantos ejemplos de
heroísmo, magnitud de ánimo y admirable capaci
dad de sacrificio, que escribir un libro imparcial
«sobre las mujeres en la gran revolución» equival
dría a erigirles una brillante columna de honor5.
Pues, hasta según el propio Michelet, fueron la van
guardia de la revolución. La miseria general que
sufría el pueblo francés bajo el gobierno de rapiña
y oprobio de los Borbones, afectaba sobre todo a.
las mujeres, como ocurre siempre en igualdad de
condiciones. Excluidas por la ley de casi todo tra
bajo honrado, caían por decenas de miles víctimas
de la prostitución. A ello se sumó la epidemia de
hambre de 1789, que elevó al máximo su miseria
y la de los suyos. Esta la impulsó en octubre al asal
to del Ayuntamiento y a la marcha masiva hacia
Versalles, sede de la corte; pero también indujo
a muchas de ellas a pedir en la asamblea nacional
«que se restableciera la igualdad entre el hombre y
la mujer, que se les diera libertad de trabajo y ocu
pación y se les reservasen puestos apropiados a sus
capacidades». Y como comprendieron que, para ob
tener sus derechos, debían tener poder, y el poder
sólo se puede conquistar si se organizan y unen en
masa, crearon en toda Francia sociedades femeninas
que en parte alcanzaron un número muy elevado de
socios, y participaron también en las reuniones de
los hombres. Si la genial Madame Roland prefirió
jugar un papel político dirigente entre los «estadis
tas» de la revolución, los girondinos, la fogosa y elo
cuente Olimpia de Gouges tomó la dirección de las
mujeres del pueblo en sus manos y las defendió con
el mayor entusiasmo, que iba muy bien a su tempe
ramento.
410
Cuando en 1793 la Convención proclamó los de
rechos del hombre, reconoció inmediatamente que
sólo se trataba de derechos de los «hombres». Fren
te a éstos, Olimpia de Gouges, junto con Rosa La-
combe y otras, estableció en 17 artículos los «dere
chos de la mujer», que defendieron en 1793 ante
la comuna de París con argumentos que aún tienen
plena justificación hoy día y en los que se contenía
esta frase, correspondiente a la situación: «Si la
mujer tiene el derecho a subir al patíbulo, también
debe tener el derecho a subir a la tribuna.» Sus de
mandas quedaron sin cumplir. En cambio, su indi
cación al derecho de la mujer a subir al patíbulo,
dado el caso, tuvo una confirmación sangrienta. Su
defensa de los derechos de las mujeres, por un lado,
y su lucha contra los atropellos de la Convención,
por otro, hicieron que ésta la mandase al patíbulo;
su cabeza rodó el 3 de noviembre del mismo año.
Cinco días después rodaba también la cabeza de la
señora Roland. Ambas murieron como heroínas.
Poco antes de su muerte, el 30 de octubre de 1793,
la Convención había confirmado sus convicciones
hostiles a la mujer decidiendo la supresión de todas
las asociaciones femeninas, y más tarde fue incluso
tan lejos, cuando las mujeres siguieron protestando
contra la injusticia que se les hacía, que les prohibió
la asistencia a la Convención y a las asambleas pú
blicas, tratándolas de rebeldes.
Cuando la Convención declaró a «la patria en peli
gro» contra la amenazante Europa monárquica y
ordenó la movilización masiva, las mujeres de París
se ofrecieron a hacer lo que veinte años después eje
cutaron las entusiasmadas mujeres prusianas: de
fender la patria con el fusil en la mano, esperando
demostrar así su derecho a la igualdad. Pero en la
comuna se les enfrentó el radical Chaumette, quien
les gritó:
411
«¿Desde cuándo se les permite a las mujeres abju
rar de su sexo y convertirse en hombres? ¿Desde cuán
do es costumbre verlas abandonar el devoto cuidado
de su casa, la cuna de sus hijos, para venir a los lu
gares públicos, pronunciar discursos desde la tribuna,
alistarse en las tropas, en una palabra, cumplir debe
res que la naturaleza ha atribuido únicamente al hom
bre? La naturaleza ha dicho al hombre: ¡sé hombre!
Las carreras, la caza, la agricultura, la política y los
esfuerzos de todo tipo son privilegio tuyo! Y ha dicho
a la m ujer: ¡Sé mujer! E l cuidado de tus hijos, los
detalles del hogar, la dulce inquietud de la materni
dad, esos son tus trabajos!
— M ujeres indiscretas, ¿por qué queréis ser hom
bres? En nom bre de la naturaleza, seguid siendo lo
que sois; y lejos de' envidiar nuestra vida tan tempes
tuosa, quedad satisfechas con hacérnosla olvidar en
el seno de nuestras familias, permitiendo que nuestros
ojos descansen en el espectáculo encantador de nues
tros hijos felices gracias a vuestros tiernos cuidados.»
413
bién había en Alemania, tan atrasada entonces, un
escritor —Th. G. von Hippel— que publicó un libro,
al principio anónimo, con el título Über die bürger-
liche Verbesserung der Weiber (Sobre la mejora ci
vil de las mujeres), Berlín, 1792, en donde defendía
la igualdad de derechos de las mujeres. Eran tiem
pos en los que habría tenido la misma justificación
en Alemania escribir un libro «sobre la mejora civil
de los hombres». Por eso, merece tanta más admira
ción el valor de un hombre que sacó y defendió con
habilidad e inteligencia en este libro todas las con
secuencias para la igualdad de derechos sociales y
políticos entre los sexos.
Desde entonces no se movió durante mucho tiem
po la demanda de la igualdad de derechos políticos
entre las mujeres y los hombres, pero esta demanda
se ha convertido gradualmente en uno de los pos
tulados del movimiento femenino avanzado de todos
los países civilizados, habiéndose realizado en parte
en un número de países. En Francia, los saintsimo-
nianos y los fourieristas defendieron la igualdad so
cial de los sexos, y el fourierista Considérant solicitó
en 1848, en el Comité Constitucional del Parlamento
francés, la concesión de la igualdad de derechos po
líticos a las mujeres. En 1851 repitió Pierré Leroux
la misma solicitud ante la Cámara, aunque también
sin éxito.
Hoy día las cosas son muy diferentes. Toda la
evolución, todas las condiciones, se han transforma
do mucho desde entonces y han modificado también
la posición de la mujer. Más que nunca están vincu
ladas con todas las fibras de su existencia a la mar
cha del desarrollo social e intervienen ellas mismas
más que nunca. Vemos cómo miles y millones de
mujeres actúan, en todos los países civilizados, igual
que los hombres en los oficios más diversos, y cada
año aumenta el número de las que, dependientes de
sus propias fuerzas y facultades, han de dirigir la
414
lucha por la existencia. Por tanto, debe importarles
a las mujeres tanto como a los hombres cómo están
constituidas nuestras relaciones sociales y políticas.
Por ejemplo, cuestiones como: cuál es la política
interior y cuál la política exterior que se siga, si tal
política favorece o no a la guerra, si el Estado re
tiene anualmente a cientos de miles de hombres sa
nos en el Ejército y envía a decenas de miles al ex
tranjero, si los artículos de primera necesidad se
encarecen con los impuestos y aranceles, afectando
tanto más a la familia cuanto más numerosa sea
ésta, y ello en una época en la que los medios de
vida son sumamente escasos para la gran mayoría,
todas estas cuestiones importan a la mujer tanto
como al hombre. También paga la mujer impuestos
directos e indirectos de su sustento y de sus ingre
sos. El sistema educativo es del mayor interés para
ella, pues el tipo de educación decide en alto grado
la posición de su sexo; como madre tiene un interés
doble en ella.
Además, los cientos de miles y millones de muje
res que trabajan en cientos de oficios participan
muy activamente en el Estado de nuestra legislación
social. También tienen muchísimo interés para ellas
las cuestiones relativas a la duración del tiempo de
trabajo, al trabajo nocturno, de los sábados y de los
niños, los plazos de pago y de despido, las medidas
de protección en las fábricas y en los talleres, en
una palabra, la protección en el trabajo, y además
toda la legislación sobre la seguridad, el sistema de
juzgados laborales, etcétera. Los obreros sólo tienen
un conocimiento deficiente, o no tienen ninguno, so
bre. el estado de muchas ramas industriales en don
de trabajan de modo exclusivo o predominante obre
ras. Los patronos están muy interesados en encubrir
las anomalías que se deben a ellos, pero la Inspec
ción Laboral se extiende muchas veces no sólo a
ramas industriales en las que trabajan exclusiva
415
mente mujeres, también es muy insuficiente, y es
aquí, precisamente, donde son más necesarias las
medidas de protección. Sólo basta con recordar los
talleres de nuestras grandes ciudades en donde se
amontonan costureras, sastres, modistas, etcétera.
Apenas llega una queja de estos sitios y ninguna
investigación penetra, hasta ahora, en ellos. La mu
jer, en calidad de compradora, también está intere
sada en la legislación comercial y aduanera y en
todos los derechos civiles. Por tanto, no puede haber
la menor duda de que, igual que el hombre, tiene el
mayor interés en poder influir en la configuración
de nuestra situación a través de la legislación. Su
participación en la vida pública le daría un gran im
pulso y abriría una cantidad de nuevos puntos de
vista.
De estas demandas se deduce la respuesta fácil
y negativa: las mujeres no entienden nada de polí
tica y en su mayor parte no quieren saber nada de
ella, ni tampoco saben utilizar su derecho al voto.
Esto es cierto y falso a la vez. Hasta ahora, es cierto
que, al menos en Alemania, no han pedido la igual
dad de derechos políticos grandes círculos de muje
res. La primera mujer que los defendió ya a prin
cipios de los años 60 en Alemania fue la señora
Hedwig Dohm. En la actualidad son principalmente
las obreras de ideas socialdemócratas las que abogan
enérgicamente en favor de esta igualdad de derechos.
La objeción de que, hasta ahora, las mujeres han
mostrado poco interés por el movimiento político,
no demuestra nada. Si hasta ahora las mujeres no
se preocuparon de política, ello no demuestra que
no tengan que preocuparse. Las mismas razones que
se alegan contra el voto de la mujer se hacían valer
en la primera mitad de la década del 60 contra el
voto general de los hombres. El autor de esta obra
se contaba aún en 1863 entre los que se oponían a
ese derecho al voto, y cuatro años más tarde debía
416
a él su elección al Reichstag. A decenas de miles les
ocurrió lo mismo, y de Saulos se convirtieron en
Pablos. También hay muchos hombres que no utili
zan o no saben utilizar su importante derecho polí
tico, pero esto no es razón para retenérselo, ni tam
poco puede ser ninguna razón para querérselo qui
tar. Por regla general, en las elecciones para dipu
tados del Reichstag no votan del 25 al 30 por 100 de
los electores, y éstos forman parte de todas las cla
ses. Y entre el 70 al 75 por 100 que participan en
las elecciones, la mayoría vota, en nuestra opinión,
de la manera que na debiera votar, si comprendiera
la verdadera índole de sus intereses. El que aún no
la haya comprendido se debe a la falta de formación
política.
Pero la formación política no se obtiene alejando
a las masas de los asuntos públicos, sino permitién-
a la gran mayoría del pueblo bajo su tutela política.
Sin ejercicio no hay maestro. Hasta ahora, las clases
dominantes han sabido mantener, en interés propio,
a la gran mayoría del pueblo bajo su tutela política.
Por eso, hasta la hora actual, sólo se ha reservado
a una minoría con conciencia de clase y de objetivos
combatir con energía y entusiasmo por los intereses
de la comunidad y sacudir a la gran masa amodo
rrada y arrastrarla tras sí. Así ha ocurrido hasta
ahora en todos los grandes movimientos y, por tanto,
no hay que admirarse ni desanimarse porque las
cosas sean también así en el movimiento femenino.
Los éxitos conseguidos hasta ahora ponen de mani
fiesto que los esfuerzos y sacrificios encuentran su
recompensa, y el futuro traerá la victoria.
En el momento en que las mujeres obtengan los
mismos derechos que los hombres, también brotará
en ellas la conciencia de los deberes. Requeridas
para dar sus votos, se preguntarán: ¿para qué?,
¿para quién? Y desde este instante se darán entre
el hombre y la mujer una serie de estímulos que,
417
lejos de perjudicar sus relaciones recíprocas, las
mejorarán sustancialmente. Naturalmente, la mujer
menos instruida recurrirá al hombre que lo está
más, naciendo de aquí un intercambio de ideas y
una instrucción mutua, un estado como sólo ha exis
tido hasta ahora en contadísimos casos entre hom
bre y mujer. Esta circunstancia dará un nuevo en
canto a su vida. La desafortunada diferencia de edu
cación y de ideas entre los sexos, que con frecuencia
lleva a diferencias de opinión y a disputas y que
hace discrepar al hombre de sus diversos deberes,
desaparecerá progresivamente. En lugar de un freno,
el hombre hallará un sostén en la mujer que piense
igual que él; cuando los deberes le impidan partici
par, incitará al hombre a cumplir con su deber. Tam
bién verá con buenos ojos que sé gaste una fracción
de los ingresos en un periódico o para- fines de agi
tación, pues el periódico también le sirve a ella de
entretenimiento e instrucción, y comprende la nece
sidad de sacrificarse por la agitación, para conquis
tar lo que les falta a ella, al marido y a los hijos:
una existencia digna del ser humano.
De este modo, la lucha de ambos por el bien co
mún, tan íntimamente ligado al bien propio, enno
blece en grado sumo. Sucederá lo contrario de lo
que afirman los miopes o los enemigos de una co
munidad basada en la igualdad de derechos de to
dos. Esta relación entre los dos sexos se embelle
cerá a medida que las instituciones sociales liberen
al hombre y a la mujer de las preocupaciones mate
riales y del trabajo excesivo. En este caso, como en
otros, ayudarán el ejercicio y la educación. Quien
no entra en el agua no aprende a nadar; quien
aprende ima lengua extranjera y no la practica, ja
más la hablará. Todos encuentran esto natural, pero
muchos no comprenden que lo mismo es aplicable
también a los asuntos del Estado y de la sociedad.
¿Acaso son nuestras mujeres más incapaces que los
418
negros, situados mucho más por debajo, a quienes
se les ha reconocido en Norteamérica la igualdad
de derechos políticos? ¿O debe tener una mujer alta
mente inteligente menos derechos que el hombre
más bruto e ignorante; como, por ejemplo, que un
jornalero analfabeto del centro de Pomerania o que
un obrero ultramontano de Polonia porque la casua
lidad quiso que nacieran hombres? El hijo tiene más
derechos que la madre, de la que tal vez heredó sus
mejores cualidades y que hizo de él lo que es. ¡Real
mente curioso!
Además, ya no nos arriesgamos a saltar en las ti
nieblas, en lo desconocido. Norteamérica, Nueva Ze
landa, Australia y Finlandia han abierto ya el ca
mino. El juez Kingmann, de Laramie City, escribía el
12 de noviembre de 1872 al Wornen's Journal (Dia
rio de mujeres), de Chicago, lo siguiente acerca de
su efecto:
419
hombres declarase culpable a nadie por haber dispa
rado el revólver; pero si dos o tres mujeres form aban
parte del jurado, este atendía siempre las instruc
ciones del tribunal...»
420
res sociales de distinta especie. Lo cierto es que el
ejercicio del derecho electoral de las mujeres tuvo
las consecuencias más beneficiosas para Wyoming,
y ni una sola desventaja se derivó de él. Esta es la
justificación más brillante de su introducción.
El ejemplo de Wyoming lo imitaron en otros si
tios. En los Estados Unidos, las mujeres de Co
lorado obtuvieron el derecho de sufragio político el
año 1893; las de Utah, en 1895; Idaho, en 1896; Da-
kota del Sur, en 1908; Washington, en 1909, e inme
diatamente eligieron un número de representantes
femeninas. En 1899, después de haber existido du
rante cinco años la innovación en Colorado, el Par
lamento adoptó por 45 votos contra 3 la resolución
siguiente:
421
cretamente, las mayorías contrarias a la emancipa
ción política del sexo femenino se han ido reducien
do cada vez más.
«Sumamente abigarrado es lo que las mujeres han
alcanzado en el terreno comunal; aunque en términos
generales estos logros no son muy significativos. N a
turalmente, las mujeres poseen plenos derechos civiles
comunales en los cuatro estados en los que el voto
político les es propio. Prescindiendo de esto> tan sólo
les ha sido reconocido en un sólo estado, en Kansas,
el voto comunal activo y pasivo, que incluye el voto
activo y pasivo para las administraciones escolares y
el derecho de referéndum en cuestiones de autoriza
ción de impuestos. Los estados de Louisiana, Montana,
Iow a y Nueva Y o rk les han concedido el voto en cues
tiones comunales de autorización de impuestos. Las
mujeres han conseguido en el terreno de la adminis
tración escolar más influencia que en los asuntos ge
nerales de la comunidad. Disfrutan del derecho elec
toral para las administraciones escolares en Connet-
ticut, Delaware, Illinois, Massachusetts, Minnesota,
Montana, Nebraska, N e w Hampshire, N e w Jersey,
Nueva York, Dakota del Norte y del Sur, Ohio, Oregon,
Vermont, Wisconsin, Washington y el territorio de Ari-
zona. Sólo poseen el voto activo para las escuelas en
Kentucky y en el territorio de Oklahoma, aunque en
el prim er estado sólo se le otorga a ciertas clases de
mujeres y b ajo determinadas condiciones. En Califor
nia, Iowa, Louisiana, Maine, Pennsylvania y Rhode-
Island se les ha concedido a las mujeres él voto pa
sivo para las escuelas, pero sólo para ciertos puestos
de la administración escolar» 6.
422
En Nueva Zelanda, las mujeres poseen el derecho
de sufragio político desde 1893. Han participado
muy activamente en las elecciones parlamentarias
y, concretamente, más que los hombres; pero sólo
poseen el voto activo, pues únicamente pueden ser
elegidos los hombres. De 139.915 mujeres mayores
de edad se han inscrito en 1893, en las listas elec
torales, no menos de 109.461, es decir, 785 de cada
1.000. En las elecciones participaron 90.290, o sea,
645 por 1.000. En 1896, el número de votantes fue de
108.783 (68 por 100); en 1902, de 138.565; en 1905,
de 175.046.
En Tasmania las mujeres obtuvieron el voto co
munal en 1884 y el voto político en 1903; en Austra
lia del Sur las mujeres poseen el voto político des
de 1895; en Australia Occidental, desde 1900; en
Nueva Gales del Sur, desde 1902; en Queensland,
desde 1905; en Victoria, desde 1908. La federación
de estos Estados coloniales introdujo en 1902' el
voto femenino en el Parlamento Federal. El recono
cimiento del derecho al voto va vinculado al derecho
de elegibilidad, aunque hasta ahora ninguna mujer
ha sido elegida al Parlamento.
A las mujeres mayores de edad se les reconoció
el voto activo y pasivo para el Parlamento en las
mismas condiciones vigentes para los hombres. La
administración municipal es menos democrática. El
derecho a participar en la administración municipal
va vinculado al Servicio Militar. Desde 1889, las mu
jeres que pagan impuestos pueden ser elegidas a los
consejos de beneficencia de los municipios urbanos
y rurales. También pueden elegirse mujeres para la
dirección de los asilos, siendo además elegibles a los
consejos y direcciones de las escuelas.
A consecuencia de la grandiosa huelga general de
Octubre de 1905 y de la victoria de la revolución
rusa se restableció en Finlandia la constitución. La
clase obrera consiguió, mediante presiones externas,
423
que el Parlamento estamental adoptase como ley el
derecho general al sufragio, incluidas las mujeres.
Quedaban excluidos quienes disfrutaban de la be
neficencia o quienes debían impuestos personales
al Estado, dos marcos para los hombres, un marco
para las mujeres. En 1907 se eligieron 19 mujeres
al Parlamento; en 1908, 25.
En Noruega, las mujeres participan en la admi
nistración escolar desde 1889. En las ciudades pue
den pasar del consejo municipal a los consejos esco
lares. Las mujeres con niños pueden votar en la
elección de inspectores de escuela. En el campo, to
dos los que pagan impuestos tienen derecho, sin dis
tinción de sexo, a participar en las reuniones de las
comunidades escolares. Las mujeres pueden ocupar
el puesto de inspector de escuelas. También se les
ha concedido gradualmente influencia a las mujeres
en otros asuntos comunales. En 1901 recibieron el
voto comunal activo y pasivo todas las mujeres no
ruegas que hayan alcanzado la edad de veinticinco
años, sean ciudadanas noruegas y residentes cinco
años en el país y hayan pagado ellas mismas, en el
último año fiscal, impuestos estatales o municipales
por unos ingresos mínimos anuales de 337,50 mar
inos (300 coronas) en los distritos rurales, y 450
marcos (400 coronas) en la ciudad, o vivan en comu
nidad de bienes con un hombre que haya pagado im
puestos por las cantidades fijadas. 200.000 mujeres
obtuvieron el derecho al voto, de ellas sólo 30.000
en Christiana. En la primera elección que se celebró
con participación de las mujeres fueron elegidas
90 de ellas (y 160 representantes) en las asambleas
de diputados rurales y urbanos, de ellas seis dipu
tados y una representante en Christiana. El 1 de ju
lio de 1907 también obtuvieron las mujeres norue
gas el sufragio político, aunque no en las mismas
condiciones que los hombres. Para la votación po
lítica de las mujeres rigen las mismas disposiciones
424
que para el voto comunal. Unas 250.000 proletarias
mayores de edad siguen aún sin derechos políticos.
En Suecia las mujeres solteras tienen desde 1862
el voto activo para las elecciones provinciales y mu
nicipales en las mismas condiciones que los hom
bres, es decir, cuando son mayores de edad, pagan
impuestos por unos ingresos mínimos de 562,50 mar
cos y han pagado sus impuestos. En 1887, de 62.000
mujeres sólo votaron 4.000. El derecho a ser elegidas
a los puestos comunales se les negó totalmente a
las mujeres en un principio, aunque en 1889 una ley
concedía el derecho a ser elegidas para los con
sejos de beneficencia y de las escuelas. Y en febrero
de 1909 obtuvieron las mujeres suecas el voto pasivo
para todas las asambleas municipales y urbanas.
En 1902 se rechazó por 114 contra 64 votos, en la
segunda cámara, el derecho de sufragio político de
las mujeres, y en 1905, por 109 contra 88.
En Dinamarca, tras una agitación de muchos años,
las mujeres obtuvieron el derecho electoral activo
y pasivo para los municipios en abril de 1908. Po
seen derecho a votar todas las mujeres que hayan
alcanzado los veinticinco años de edad y tengan unos
ingresos anuales de 900 marcos en la ciudad (en los
distritos rurales, menos) o vivan en comunidad de
bienes con un hombre que haya pagado impuestos
por la cantidad de ingresos establecida. Además,
tienen el derecho de sufragio las sirvientas cuya co
mida y alojamiento se incluyen como salario. En la
primera elección, celebrada en 1909, fueron elegidas
en Copenhague siete mujeres para la asamblea de
diputados urbana. En Islandia las mujeres tienen el
derecho de sufragio activo y pasivo para los muni
cipios desde 1907.
La lucha por el derecho de sufragio de las muje
res tiene en Inglaterra una historia formal. Segyin
el antiguo derecho, en la Edad Media tenían derecho
al voto las mujeres que eran terratenientes, y en
425
calidad de tales ejercían también el poder caballe
resco. Con el tiempo perdieron estos derechos. En
la ley de reforma electoral de 1832 se utilizó la pala
bra «person», que en inglés incluye a personas de
ambos sexos, hombre y mujer. Sin embargo, con re
lación a las mujeres, la ley tuvo una interpretación
restrictiva, rechazándolas donde intentaron elegir.
En la ley de reforma electoral de 1867, en cambio,
se colocó la palabra «man» en vez de «person», con
la argumentación expresa de que entonces, en las
mismas circunstancias, las mujeres dispondrían del
voto lo mismo que los hombres. La ponencia fue re
chazada por 194 votos contra 73. Dieciséis años des
pués (1883) volvió a intentarse en la Cámara Baja
que se concediera el voto a las mujeres. La ponencia
se rechazaba por una mayoría de sólo 16 votos.
En 1884 volvió a rechazarse otro intento, con una
ocupación mucho más fuerte de la Cámara, por una
mayoría de 136 votos. Pero la minoría no se dejó
arredrar. En 1886 consiguió que se aceptase en dos
lecturas una ponencia para otorgar a las mujeres el
derecho de voto para el Parlamento. La disolución
del Parlamento impidió la decisión definitiva.
El 29 de noviembre de 1888 pronunció Lord Salis-
bury un discurso en Edimburgo, en el que, entre
otras cosas, dijo: «Espero seriamente que no esté
muy lejano el día en que las mujeres puedan com
partir con los hombres el voto para las elecciones
parlamentarias y decidan con ellos la dirección polí
tica del país.» Y Alfred Russel Wallace, conocido
como naturalista y partidario de Darwin, se mani
festó en los términos siguientes sobre la misma
cuestión: «Cuando los hombres y las mujeres dis
pongan de libertad para seguir sus mejores impul
sos, cuando no se impongan ningunas falsas restric
ciones a un ser humano por el azar del sexo y cuan
do la opinión pública esté regulada por los más sa
bios y mejores y se le inculque sistemáticamente a
426
la juventud, veremos que se hará valer un sistema
de selección humana que tendrá por consecuencia
una humanidad reformada. Mientras las mujeres se
vean obligadas a considerar el matrimonio como un
medio por el que pueden escapar á la pobreza y al
abandono, están y estarán en desventaja compara
das con los hombres. Por eso, el primer paso para
la emancipación de las mujeres estriba en allanar
todas las restricciones que les impiden competir con
los hombres en todos los ámbitos de la industria y
del trabajo. Pero tenemos que avanzar y permitir
a las mujeres el ejercicio de sus derechos políticos.
Muchas de las limitaciones que han sufrido las mu
jeres hasta ahora podrían habérselas ahorrado si
hubieran tenido una representación directa en el
Parlamento.»
El 27 de abril de 1892 volvió a rechazarse por 175
contra 152 votos la adopción en segunda lectura de
una ponencia de sir A. Rollit. En cambio, la Cámara
Baja adoptó el 3 de febrero de 1897 una ponencia
sobre el derecho al voto, pero, a consecuencia de
toda clase de maniobras de sus adversarios, el pro
yecto correspondiente no llegó a la tercera lectura.
En 1904 se ha repetido el mismo proceso. De los
miembros de la Cámara Baja elegidos en 1906, la
mayoría de ellos se habían declarado partidarios del
sufragio de la mujer antes de las elecciones. El
21 de junio de 1908 se celebró en Hyde park una
grandiosa manifestación. El 28 de febrero se adoptó
por 271 votos contra 92 la ponencia de Stranger, que
pedía el sufragio de la mujer dentro de los límites
que rigen hoy para los hombres.
En él terreno de la Administración Local se va
extendiendo cada vez más el sufragio de la mujer.
En las asambleas de las parroquias, las mujeres que
pagan impuestos tienen acceso y voto lo mismo que
los hombres. Desde 1899, las mujeres de Inglaterra
tienen, en las mismas condiciones que los hombres,
427
el derecho electoral activo y pasivo para el Ayunta
miento, los consejos de distrito y de condado. En
los Ayuntamientos y distritos rurales, así como en
las beneficencias, tienen derecho al voto todos los
propietarios e inquilinos —mujeres incluidas— que
residen en el municipio o en el distrito. El derecho
electoral pasivo para las llamadas Corporaciones lo
poseen todos los habitantes mayores de edad sin
distinción de sexo. En los consejos escolares, las
mujeres poseen el derecho de sufragio activo, y des
de 1870 el pasivo, en las mismas condiciones que
los hombres. Sin embargo, en 1903 la reaccionaria
ley inglesa de enseñanza le há quitado a las mujeres
el derecho de sufragio pasivo para las administra
ciones de escuelas en el condado de Londres. Des
de 1869, las mujeres independientes y solteras po
seen el derecho de voto para los consejos de Estado.
Dos leyes de 1907 estatuyen para Inglaterra y Es
cocia la elegibilidad de las mujeres solteras en los
consejos de condado y en los Ayuntamientos. Sin
embargo, la mujer que es elegida a presidente de
una de estas asambleas no puede desempeñar el
cargo de juez de paz vinculado a ella. Además, tam
bién son elegibles ahora a los consejos de parroquia
y de beneficencia. La primera alcaldesa fue elegida
el 9 de noviembre de 1908 en Aldeburgh. En 1908
había en los consejos ingleses de beneficencia 1.162
mujeres y 615 eran inspectores de enseñanza. En
Inglaterra, en tanto son pagadoras independientes
de impuestos, las mujeres tienen el derecho áctivo
de sufragio para los municipios desde 1887 y desde
1896 también el derecho de sufragio activo y pasivo
para la beneficencia. En el imperio colonial britá
nico de Norteamérica la mayoría de las provincias
han introducido el derecho de las mujeres al voto
en el terreno comunal, generalmente en las mismas
condiciones que existe en Inglaterra. En las colonias
africanas de Inglaterra también se ha introducido
428
el derecho de las mujeres a votar en el ámbito
comunal.
En Francia, el primer pequeño progreso lo aportó
la ley del 27 de febrero de 1880. Con ella se creó un
cuerpo electoral al que pertenecen directoras de
escuela, inspectoras superiores, inspectoras de los
asilos. Este cuerpo electoral debe ocuparse del sis
tema escolar.* Otra ley del 23 de enero de 1898 con
cede a las mujeres comerciantes el derecho a parti
cipar en las elecciones de los tribunales de comercio.
La ley del 27 de marzo de 1907, que reforma los tri
bunales industriales, ha otorgado también a las mu
jeres el derecho de sufragio activo para esta Cor
poración, y desde el 25 de noviembre de 1908 las
mujeres poseen el derecho de sufragio pasivo.
En Italia, en contraste con Alemania, las mujeres
tienen desde 1893 el derecho de sufragio activo y
pasivo para las elecciones de los tribunales indus
triales. También son elegibles para miembros de la
presidencia y de la administración de hospitales, or
felinatos, instituciones de asistencia social y de en
señanza, comisiones escolares.
En Austria las mujeres que gracias a sus posesio
nes pertenecen a la curia de grandes propietarios,
pueden ejercer personalmente o de un mandatario
masculino el derecho de sufragio activo para las
elecciones a la Cámara Alta y a la Baja. En los mu
nicipios, las mujeres gozan del derecho electoral
para la representación municipal en tanto en cuanto
tienen veinticuatro años de edad y pagan un impues
to directo, como vecinos, sobre su propiedad mate
rial, industria o ingresos; las mujeres casadas ejer
cen su derecho de voto a través del marido, las otras
a través de un apoderado. Por lo que respecta al de
recho de sufragio para la Dieta, en la clase latifun
dista las mujeres tienen en todas partes el derecho
de sufragio, que, prescindiendo de la Baja Austria,
no pueden ejercer personalmente. Tan sólo en la
429
llamada tierra de la corona determina la ley de 1896
que los latifundistas pueden votar personalmente
sin distinción de sexo. Para los tribunales industria
les, las mujeres poseen solamente el derecho de su
fragio activo, como en los Países Bajos.
En Alemania las mujeres están excluidas expresa
mente del derecho de sufragio activo y pasivo para
las Corporaciones Parlamentarias propiamente di
chas. Para las elecciones municipales, las mujeres
disponen en algunos Estados o partes de ellos del
derecho de voto. Las mujeres no poseen el derecho
electoral pasivo en ningún municipio urbano o ru
ral. En las ciudades también están excluidas del
derecho de sufragio activo. Las únicas excepciones
a esta regla son las ciudades del gran ducado de
Sajonia-Weimar-Eisenach; de los principados de
Schwarzburg-Rudolstadt y Schwarzburg-Sonderhau-
sen, de la Baviera de la orilla derecha del Rhin y de
la pequeña ciudad de Travemünde, en Lübeck.
En las ciudades bávaras tienen el derecho de voto
todas las propietarias de casas, en la de Sajonia-
Weimar y en las de Schwarzburg todas las ciuda
danas. Pero sólo en Travemünde tienen derecho a
ejercerlo personalmente7. Por lo que se refiere a los
municipios rurales, las mujeres poseen casi regular
mente el derecho de sufragio activo en todos los
municipios en los que el derecho de voto está vincu
lado a la propiedad rural o a determinados tributos.
Sin embargo, deben ejercer su derecho de voto
a través de representantes, y tampoco son elegibles.
Así es, por ejemplo, en Prusia, Braunschweig, Schles-
wig-Holstein, Sachsen-Weimar, Hamburgo y Lübeck.
En el reino de sajonia, según el ordenamiento de
municipios rurales, la mujer sólo puede ejercer el
derecho de voto si es propietaria rural y está soltera.
Si está casada, el derecho de voto pasa al marido.
7 Politisches Handbuch für Frauen. Berlín, 1909, pág. 86.
430
En los Estados donde los municipios vinculan el
derecho de voto al derecho civil municipal, las mu
jeres carecen de él en la mayoría de los casos. Así,
por ejemplo, en Württemberg, en el Palatinado
bávaro, en Badén, Hesse, Oldenburg, Anhalt, Go-
tha y Reuss. En Sajonia-Weimar-Eisenach, Koburg,
Schwarzburg-Rudolstadt y Schwarzburg-Sonderhau-
sen, sin embargo, las mujeres no sólo pueden ad
quirir el derecho civil en las .mismas condiciones
que los hombres, sino que también poseen el mismo
derecho de voto separado enteramente de la pro
piedad. De todos modos, también les está prohibido
aquí el ejercicio personal del mismo.
En las comarcas prusianas donde existe el limi
tado derecho de sufragio comunal de las mujeres,
las que lo poseen participan también, de un modo
directo o indirecto, en las elecciones a las represen
taciones de los distritos rurales. En la asociación
electoral de los grandes terratenientes, de los repre
sentantes de las empresas mineras e industriales, las
mujeres eligen directamente los diputados de las
dietas de distrito, pero en los municipios rurales lo
hacen de un modo indirecto, puesto que allí las
asambleas municipales o Ayuntamientos no eligen
ellas mismas a estos representantes, sino más bien
tan sólo a compromisarios. Como las dietas de dis
trito eligen diputados para las dietas provinciales,
el pequeño número de mujeres con derecho de voto
pueden ejercer indirectamente una influencia suma
mente modesta en la administración de la provincia.
En los últimos años, cada vez se llevan más mu
jeres, y cada vez con más éxito, a la beneficencia
y a los orfanatos (con la sola excepción de Baviera),
y en algunas ciudades también a los comités esco
lares (Prusia, Badén, Württemberg, Baviera, Sajo
rna) y a los comités de investigación de las viviendas
(Mannheim). El único terreno público en el que las
mujeres tienen el derecho electoral activo y pasivo
431
sigue siendo el seguro de enfermedad; el derecho
elctoral para los tribunals industriales y de comercio
les sigue estando prohibido.
Así, pues, el derecho de sufragio, casi sin excep
ción, no está vinculado en los casos mencionados
de Alemania y Austria a la persona, sino a la propie
dad. Esto es muy instructivo para la dominante mo
ral de Estado y el derecho vigente. Políticamente, el
ser humano es un cero si no tiene dinero ni hacienda.
No es el entendimiento ni la inteligencia lo que deci
de, sino la propiedad.
Por tanto, se ha roto, efectivamente, el principio
de no permitir a la mujer, en calidad de menor de
edad, ningún derecho de voto. Sin embargo, se es
reacio a reconocerle el derecho pleno. Se dice que
es peligroso otorgarle a la mujer el derecho de voto
porque es fácilmente accesible a los prejuicios reli
giosos y conservadora. Pero sólo es ambas cosas
porque es ignorante; que se eduque y se instruya
acerca de sus verdaderos intereses. Además, se suele
exagerar la influencia religiosa en las elecciones. La
agitación ultramontana tuvo tanto éxito en Alema
nia solamente porque supo unir el interés social al
religioso. Los capellanes ultramontanos compitieron
durante mucho tiempo por descubrir la podredum
bre social. De ahí su influencia entre las masas. Con
el fin del Kulturkampf * va desapareciendo paulati
namente su influencia. El clero se ve obligado a
abandonar su oposición al poder estatal. Simultánea
mente, el creciente antagonismo de clases le obliga
a tener más consideraciones con la burguesía y la
nobleza católicas, y de este modo debe observar una
mayor reserva en el terreno social. Así pierde in
fluencia ante el obrero, sobre todo cuando la consi
deración al poder estatal y a las clases dominantes
le obliga a aprobar o tolerar acciones y leyes que
* Lucha entre el Estado y la Iglesia católica, que duró
de 1872 a 1880, particularmente en Prusia.
432
van dirigidas contra los intereses de la clase obrera.
Las mismas razones hacen que disminuya también
la influencia del clero en las mujeres. Cuando éstas
se enteren en las asambleas y por los periódicos
y aprendan por experiencia propia dónde radican
sus verdaderos intereses, se emanciparán del clero
lo mismo que el hombre8
En Bélgica^ en donde el ultramontanismo domina
aún, de un modo casi ilimitado, amplios círculos
populares, una parte del clero católico ve en la con
cesión dei derecho de voto a las mujeres un arma
efectiva contra la socialdemocracia, por lo que lo
exige. También en Alemania, algunos diputados con
servadores, en cuanto la socialdemocracia planféó
en el Reichstag la demanda de la concesión del dere
cho de voto a las mujeres, se han declarado parti
darios de él, razonando que en tal derecho pueden
disponer de un arma contra la socialdemocracia.
Indudablemente estas ideas tienen su base dada la
ignorancia política, todavía existente, de las mujeres
y el poder que ejerce sobre ellas, sobre todo, el cle
ro. Pero esto no es motivo para negarles el derecho
de voto. Actualmente hay aún millones de obreros
que eligen, en contra de sus intereses de clase, re
8 E l clero ha reconocido en seguida que este peligro
puede presentarse. Dados el gran significado y el volumen
que el movimiento femenino ha tomado incluso en los círcu
los burgueses, las cabezas dirigentes del centro católico re
conocieron que de nada les servía seguir negando, y em
prendieron un cambio completo de frente. Con la astucia
que siempre ha caracterizado a los servidores de la igles'ia,
se apoya ahora lo que antes se combatía. Y a no sólo se
aboga por el estudio de la mujer, también se les concede
a las mujeres la plena libertad de asociación y reunión.
Quienes miran al futuro se declaran incluso partidarios de
otorgarles el derecho de voto, en la esperanza de que la
iglesia se beneficie más que nadie de este derecho. Asimis
mo se fomenta la organización de las mujeres, incluso la
de las criadas. Pero no se fomentan estas aspiraciones por
sentimientos de justicia, sino para no arro jar a la m ujer
en brazos de los adversarios eclesiásticos y políticos.
433
presentantes de los partidos burgueses y eclesiás
ticos, demostrando así su minoría de edad política,
sin que por esta razón se les quiera privar de su
derecho de voto. La retención o la privación del de
recho de voto no se practica porque se tema la ig
norancia de las masas —incluidas las mujeres—,
pues éstas son lo que las clases dominantes han
hecho de ellas, sino porque se teme que gradual
mente aprendan y tomen entonces sus propios
caminos.
Mientras tanto, algunos Estados alemanes estaban
tan retrasados que ni siquiera se les permitía a las
mujeres el derecho de asociación política. En Pru
sia, Baviera, Braunschweig y toda una serie de otros
Estados alemanes, no podían formar ninguna aso
ciación política; en Prusia ni siquiera podían parti
cipar en los festejos de las asociaciones políticas,
como decidió explícitamente el Tribunal Supremo
todavía en 1901. Incluso en el otoño de 1901, el rec
tor de la Universidad de Berlín cometió la falta de
delicadeza, considerada imposible, de prohibir que
una mujer pronunciase una conferencia en la Socie
dad Estudiantil de Ciencias Sociales. La policía de
Braunschweig también prohibió en el mismo año
que las mujeres participasen en las discusiones del
Congreso Evangélico-Social. El hecho de que el mi
nistro prusiano del interior se declarase dispuesto
en 1902 a otorgar, con suma complacencia, a las mu
jeres el derecho a asistir como oyentes a las reunio
nes de las asociaciones políticas, partiendo del su
puesto de que, como las mujeres judías en la sina
goga, tomen asiento en un departamento especial
de la sala, caracteriza la mezquindad de nuestra si
tuación política. Todavía en febrero de 1904 podía
declarar solemnemente Posadowsky en el Reichstag:
«Las mujeres deben mantener sus manos lejos de
la política.» La situación anterior resultaba incó
moda hasta para los partidos burgueses. Pues el mo
434
vimiento femenino proletario ha vencido los obstácu
los al derecho de asociación. Y, por fin, la nueva ley
de Asociación del 19 de abril de 1908 —es la única
mejora que puede calificarse de sustancial— produ
jo el establecimiento de la igualdad de derechos de
las mujeres en la vida de asociación y runión.
El derecho de sufragio pasivo tiene que ir imido,
naturalmente1 , al activo. «¡Una mujer en la tribuna
del Reichstag! ¡Sería curioso!», oímos clamar. Efec
tivamente, en otros países se sientan ya en el Parla
mento, y hace tiempo que estamos acostumbrados
a verlas en las tribunas de los congresos y asam
bleas de -toda especie. En Norteamérica aparecen
también en el púlpito y en el banco de los jurados.
¿Por qué no en la tribuna del Reichstag? La prime
ra mujer que entre en el Reichstag sabrá imponerse.
Cuando los primeros obreros entraron en él, creye
ron que se podían burlar de ellos y afirmaban que
los obreros reconocerían pronto la locura que ha
bían cometido al elegir a tales diputados. Pero sus
representantes supieron crearse pronto respeto, y
ahora se teme que haya demasiados de ellos. Los
graciosos objetan: «¡Figuraos una mujer embaraza
da en la tribuna del Reichstag! ¡Qué cosa tan anti
estética!» Pero los mismos caballeros encuentran
correcto que las mujeres embarazadas se utilicen en
los trabajos más antiestéticos, en los que se piso
tean la dignidad femenina, la decencia y la salud.
El hombre que se burla de una mujer embarazada
es un tipo miserable. El simple pensamiento de que
su propia madre tuvo una vez ese mismo aspecto
antes de parirlo tendría que ponerle la cara roja de
vergüenza, y el pensamiento de que él, burlón brutal,
espera de un estado semejante de su mujer el cum
plimiento de sus más caros deseos tendría que ha
cerlo callar de vergüenza9.
9 «L a mitad de los diputados femeninos de Finlandia
son madres o esposas... De las representantes socialdemó-
435
La mujer que pare hijos presta a la comunidad al
menos el mismo servicio que el hombre que defien
de con su vida el país y el hogar contra un enemigo
conquistador; pare y educa también al hombre pos
terior, cuya vida se desangra con demasiada frecuen
cia en el llamado «campo del honor». Además, la
vida de la mujer se juega en cada caso de materni
dad; todas nuestras madres han contemplado el ros
tro de la muerte en nuestro nacimiento y muchas
de ellas sucumbieron en el acto. «En Prusia, por
ejemplo, el número de mujeres que mueren al dar
a luz —entre ellas se cuentan también las víctimas
de la fiebre puerperal— supera en mucho a las
muertes por tifus. En 1905 y 1906 murieron de tifus
0,73 y 0,62, respectivamente, por cada 10.000 muje
res vivas, mientras que en el parto murieron 2,13 y
1,97, respectivamente. «¿Cuál hubiera sido la situa
cratas casadas, tres se hicieron madres durante la activi
dad parlamentaria habida hasta hora, y, a decir verdad, sin
más consecuencias molestas que tuvieron que dejar de asis
tir a las sesiones por unas cuantas semanas. Sin embargo,
durante la actividad parlamentaria se concibió general
mente como algo natural y, por tanto, no era nada m ara
villoso ni extraño. Más bien podría decirse que esta cir
cunstancia tuvo un efecto educador en la asamblea. Ahora
bien, por lo que se refiere al trabajo parlamentario de las
mujeres en sentido estricto, debe acentuarse que también
fueron elegidas por sus partidos para las comisiones espe
ciales. Y esta es la prueba de que los partidos estaban con
vencidos de la capacidad de trabajo de las mujeres. En la
comisión para los asuntos obreros, donde se elaboraban
las leyes para la protección y seguridad de los obreros
y la nueva ley industrial, había también, junto a doce hom
bres, cuatro mujeres, y tres habían sido elegidas suplen
tes. En -la- comisión para leyes, así como en la comisión
para la constitución había dos mujeres en cada una de
ellas en calidad de miembros ordinarios, y en cada una
se había elegido a una en calidad de suplente. Y las mu
jeres han afirmado elocuentemente sus lugares en los co
mités.» Señorita H. Parsinen, miembro del Parlamento de
Finlandia, Das Frauenstimmrecht und die Beteiligung der
Frauen an den parlamentarischen Arbeiten in Finnland,
«Dokumente des Fortschritts, julio de 1909, págs. 542-548.
436
ción —observa con razón el profesor Herff— si los
hombres hubieran estado expuestos a estos sufri
mientos en igual número?» 10El número de mujeres
que mueren o languidecen a consecuencia de los par
tos es mucho mayor que el de hombres que mueren
o son heridos en el campo de batalla. De 1816 a 1876
cayeron en Prusia no menos de 321.791 mujeres víc
timas exclusivamente de la fiebre puerperal, un pro
medio de 5.363 por año. En Inglaterra, el número de
mujeres que murieron en el puerperio entre 1847
y 1901 ascendió a 213.533, y, a pesar de todas las
medidas higiénicas, siguen muriendo no menos de
4.000 cada año u.
Se trata de un número mucho mayor que el de los
hombres muertos durante el mismo espacio de tiem
po en las distintas guerras o a consecuencia de sus
heridas. Y a este número enorme de mujeres muer
tas en la fiebre puerperal se suma el número mucho
mayor de las que enferman para siempre o mueren
prematuramente a consecuencia del puerperio12. Tam
bién por este motivo merece la mujer la plena igual
dad de derechos con el hombre. Esto hay que decír
selo, sobre todo, a quienes hacen valer el deber de
la defensa de la patria por parte del hombre como
un factor preferente contra la mujer. Además, la
mayoría de los hombres, debido a nuestras institu
ciones militares, ni siquiera cumple este deber, sino
que únicamente figura sobre el papel para los más
de ellos.
Todas estas objeciones superficiales contra la ac-
10 Profesor D r . O tto v . H e r f f , Im Kam pfe gegen das
Kindbettfieber. Leipzig, 1908, pág. 266.
11 W . W il l ia m s , Deths in Childbed. Londres, 1904, págs. 6-7.
n «P o r cada m ujer que muere hoy en el parto, hemos
de contar 15 ó 20 que son más o menos infectadas y salen
con perturbaciones de los órganos del b a jo vientre y de la
salud en general, molestias de las que a menudo sufren du
rante toda su vida.» Señora Dr. med. H. B. A dam s , Das
Frauenbuch. Stuttgart, 1894, vol. I, pág. 363.
437
tividad pública de la mujer serían inimaginables si
las relaciones entre ambos sexos fuesen naturales
y no existiese un antagonismo artificialmente ali
mentado entre los sexos. Al fin y al cabo se los
separa ya desde la más tierna juventud en el trato
social y en la educación. Especialmente es el anta
gonismo debido al cristianismo el que mantiene se
parados continuamente a los sexos e ignorantes el
uno del otro, circunstancia que impide un trato so
cial más libre, la confianza mutua y el recíproco
complemento de las características 13.
Una de las tareas primeras y más importantes de
una sociedad racionalmente organizada debe ser eli
minar esta funesta división y restablecer la natura
leza en sus derechos. Lo antinatural empieza ya en
la escuela. Por un lado separación de los sexos, lue
go enseñanza falsa o ninguna sobre aquello que afec
ta al ser humano como ser sexual. Cierto, en toda
escuela medianamente buena se enseña hoy día his
toria natural: el niño aprende que los pájaros ponen
huevos y que los incuban; aprende también cuándo
empieza la época de apareamiento, que el macho y
la hembra son necesarios para ello, que los dos se
ocupan de construir el nido, de la incubación y del
cuidado de los polluelos. Aprende, además, que los
mamíferos paren crías vivas; oye hablar de la época
de celo y de la lucha de los machos por las hembras
durante la misma; aprende también el número ha
bitual de crías y quizá el tiempo de gestación de la
hembra. Pero se le deja a oscuras respecto al origen
y evolución de su propio sexo, que se recubre de
un velo misterioso. Luego, cuando el niño intenta
satisfacer su curiosidad natural haciendo preguntas
13 Todavía en el año 1902 los representantes municipales
de Neuss del Rhin negaron una subvención para la cons
trucción de una piscina pública p o r ser contrario a la mo
ralidad que los muchachos, vestidos con un pantaloncito,
se vieran unos a otros sus cuerpos desnudos.
438
a los padres, sobre todo a la madre —nunca se atre
ve a hacérselas al maestro—, se le dicen los cuentos
más tontos que no pueden satisfacerle y que produ
cen un efecto tanto peor cuando, a pesar de todo,
averigua un día la naturaleza de su origen. Habrá
pocos niños que no lo hayan averigurado ya al cum
plir los doce años. A ello se suma la circunstancia
de que en cada pueblo, y especialmente en el campo,
los niños contemplan ya, desde la edad más tem
prana el apareamiento de las aves y de los animales
domésticos en el corral, en la calle, al llevar el ga
nado a pastar, etcétera. Oyen cómo la satifacción
del celo y el acto de nacer, en los diversos animales
domésticos, se convierte en tema de discusiones im
portantes por parte de los padres, de la servidumbre
y de los hermanos mayores, y ello con todo detalle
y sin la menor vergüenza. Todo esto hace dudar al
niño acerca de la exposición que le hacen los padres
de su propia llegada al mundo. Finalmente, llega el
día del conocimiento, pero de otro modo a como
hubiera ocurrido con una educación natural y ra
cional. El secretó del niño constituye el extrañamien
to entre hijo y padres, sobre todo entre hijo y ma
dre. Se consigue precisamente lo contrario de lo que
se quería alcanzar con la irracionalidad y la miopía.
Quien piense en su propia infancia y en sus com
pañeros de juventud sabe cuáles son, a menudo, las
consecuencias.
Una mujer americana14 dice en un escrito, entre
otras cosas, que para satisfacer las continuas pre
guntas de su hijo de ocho años acerca de su origen,
y como no quería decirle ningún cuento, le descu
brió su verdadero origen. El niño la escuchó con la
mayor atención, y desde el mismo día en que supo
las preocupaciones y dolores que causó a su madre,
14 Womanhood, Its Sanctities and Fidelities, p o r I sabella
B e c h e r -H o o k e r ,
Boston, Lee and Shepard, Publishers. Nue
va York, 1874, Lee, Shepard and Dillingham.
439
la trató con una ternura y aprecio hasta entonces
desconocidos, demostrándoselos también a las de
más mujeres. La autora parte de la concepción co
rrecta de que sólo mediante la educación natural
puede esperarse una mejora sustancial, sobre todo
un mayor respeto y autodominio del sexo masculino
para con el femenino. Quien piense libre de prejui
cios llegará a la misma conclusión.
Se parta del punto que se parta en la crítica de
nuestras condiciones, en último término se volverá
siempre a la conclusión de que: se necesita una
transformación radical de nuestras condiciones so
ciales y, a través de ella, una transformación radical
en la situación de los sexos. A fin de llegar antes a
su meta, la mujer tiene que buscar aliados, que se
le presentan naturalmente en el movimiento prole
tario. El proletario consciente inició hace tiempo el
asalto a la fortaleza, el Estado clasista, que mantie
ne también el dominio de un sexo sobre otro. Hay
que rodear la fortaleza con zanjas por todos los
lados y obligarla a que se rinda con cañones de to
dos los calibres. El ejército de asedio encuentra en
todas partes a sus oficiales y las armas apropiadas.
La ciencia social y las ciencias naturales, la investi
gación histórica, la pedagogía, la higiene y la esta
dística suministran munición y armas al movimien
to. La Filosofía no se queda atrás y anuncia, en la
«Filosofía de la redención», de Mainlánder, la pronta
realización del «Estado ideal».
La conquista del Estado clasista y su transforma
ción la facilitará la división en las filas de sus de
fensores, quienes, pese a toda la comunidad de inte
reses contra el enemigo común, se combaten mutua
mente en la lucha por el botín. El interés de una
capa se enfrenta al de otra. Además, lo que nos apro
vecha es la insubordinación cada día mayor en las
filas de los enemigos, cuyos combatientes, son, en
gran parte, carne de nuestra carne, pero que por
440
error se enfrentan a nosotros y se combaten ellos
mismo, aunque cada vez van abriendo más los ojos
y se unen a nosotros. También nos ayuda la deser
ción de los hombres honestos, entrados en razón,
de las filas de los pensadores hasta ahora hostiles,
quienes se ven incitados por su sabiduría y sus me
jores conocimientos a elevarse por encima de sus
bajos intereses de clase y, siguiendo su impulso ideal
de justicia, se unen a la liberación de las masas
anhelantes.
Muchos no son aún conscientes de la fase de des
composición en que se hallan el Estado y la sociedad,
circunstancia que hace necesaria esta exposición.
441
S e c c ió n tercera
El Estado y la sociedad
XVI. El Estado clasista
y el proletariado moderno
444
le parece a otro demasiado, considerándolo debili
dad y condescendencia irresponsables, que no hacen
sino despertar el deseo de concesiones mayores. Así
se deduce palpablemente de los infinitos debates de
todos los Parlamentos, mediante los que se crean le
yes e instituciones siempre nuevas sin que se consi
ga la tranquilidad y la satisfacción. Dentro de las
propias clases dominantes existen contradicciones,
en parte insalvables, que agudizan aún más las lu
chas sociales.
Los gobiernos —y, por cierto, no sólo en Alema
nia— oscilan como caña al viento; tienen que apo
yarse, pues sin apoyo no pueden existir, y de este
modo se inclinan una vez de este lado y otra del
otro. Casi en ningún Estado avanzado de Europa
posee el Gobierno tina mayoría parlamentaria dura
dera con la que pueda contar con seguridad. Las
contradicciones sociales arruinan y disuelven las
mayorías, y el curso siempre variable, especialmente
en Alemania, mina el último resto de confianza en
sí mismas que les queda a las clases dominantes.
Hoy un partido es el yunque, otro el martillo, y ma
ñana al revés. Uno arranca lo que el otro construyó
laboriosamente. La confusión es cada vez mayor, el
descontento cada vez más persistente, las fricciones
se acumulan y aumentan y arruinan en meses más
fuerzas que antes en otros tantos años. Además,
aumentan las demandas materiales en forma de dis
tintos tributos e impuestos y las deudas públicas
crecen desmesuradamente.
Por su índole y por su carácter, el Estado es un
Estado de clases. Ya vimos cómo fue necesario así
a fin de proteger la propiedad privada surgida y las
relaciones para ordenar mediante instituciones y le
yes estatales a los propietarios entre sí y a éstos con
los no propietarios. Cualquiera que sea la forma que
a lo largo de la evolución histórica tome la apropia
ción de la propiedad, es propio de la naturaleza de
445
ésta que los propietarios más grandes sean las per
sonas más poderosas del Estado y que lo organicen
de acuerdo con sus intereses. Mas también es propio
del carácter de la propiedad privada que el indivi
duo jamás reciba bastante de ella y que procure
aumentarla por todos los medios. Por tanto, se es
fuerza por configurar el Estado de modo que con
su ayuda pueda alcanzar sus intenciones del modo
más perfecto posible. De esta suerte, las leyes e ins
tituciones del Estado son de por sí leyes e institu
ciones de clase. Pero el poder estatal y todos los que
están interesados en el mantenimiento del orden es
tatal existente, no podrían mantenerlo mucho tiem
po contra la masa de quienes no están interesados
en él si esta masa llegase a conocer la verdadera
naturaleza de este orden existente. Por tanto, hay
que impedirlo a toda costa.
A tal fin, la masa debe mantenerse en la mayor
ignorancia posible acerca de la naturaleza de las
condiciones existentes. Hay que enseñarle que el or
den existente fue y será eterno, que el querer supri
mirlo significa alzarse contra un orden establecido
por el mismo Dios, razón por la cual se toma la
religión al servicio de este orden. Cuanto más igno
rantes y supersticiosas sean las masas tanto mejor;
por tanto, el mantenerlas en tal estado resulta en in
terés del Estado, en el «interés público», es decir,
en interés de las clases que ven en el Estado existen
te la institución protectora para sus intereses de
clase. Además de los propietarios está la jerarquía
estatal y eclesiástica, y todos juntos trabajan unidos
para proteger sus intereses.
Mas con el deseo de adquirir propiedad y el au
mento de los propietarios se eleva la cultura. Se hace
mayor el círculo de los ambiciosos que quieren par
ticipar de los progresos logrados y de los que hasta
cierto punto también lo consiguen. Sobre una base
nueva, surge una clase nueva que, sin embargo, la
446
clase dominante no reconoce como igual en dere
chos y valor, pero que hace todo lo posible por serlo.
Finalmente, brotan nuevas luchas de clase e incluso
revoluciones violentas por las que la nueva clase
impone su reconocimiento como clase cogobernante,
en especial al presentarse como abogado de la gran
masa de oprimidos y explotados, con cuya ayuda
consigue la victoria.
Pero tan pronto como la nueva clase llega a com
partir el poder y el dominio, se alia a sus antiguos
enemigos contra sus antiguos aliados, y al cabo de
cierto tiempo vuelven a comenzar las luchas de cla
ses. Pero como la nueva clase dominante, que mien
tras tanto imprimió a toda la sociedad el carácter
de sus condiciones de existencia, sólo puede exten
der su poder y su propiedad concediendo también
una parte de sus logros culturales a la clase opri
mida y explotada por ella, incrementa así la capaci
dad y los conocimientos de los oprimidos y explo
tados. Y de este modo les proporciona las armas de
su propia destrucción. La lucha de las masas se di
rige ahora contra todo dominio de clase, cualquiera
que sea su forma.
Como esta última clase es el proletariado moder
no, su misión histórica estriba no sólo en la propia
liberación, sino también en producir la liberación
de todos los demás oprimidos y, por tanto, también
de las mujeres.
La naturaleza del Estado clasista, sin embargo,
condiciona no sólo el que las clases explotadas se
mantengan en la mayor carencia posible de dere
chos, sino también que los costos y cargas para la
conservación del Estado se echan en primer lugar
sobre los hombros de los explotados. Esto resulta
tanto más fácil cuando la manera de allegar las
cargas y costos se efectúa bajo formas que ocultan
su verdadero carácter. Es evidente, que los impues
tos directos elevados para cubrir los gastos públicos
447
deben incitar tanto más a la rebelión cuanto más
bajos sean los ingresos de la persona a quien se
exigen. Por tanto, la astucia ordena aquí a las clases
dominantes guardar la medida y, en lugar de los
impuestos directos, imponer los indirectos, es decir,
impuestos y tributos sobre los artículos de primera
necesidad, porque de este modo se efectúa una dis
tribución de las cargas sobre el consumo diario, que
para la mayoría se expresan de modo invisible en el
precio de las mercancías y los engañan acerca de
las cuotas impositivas que pagan. La mayoría igno
ra, y le resulta difícil calcular, cuántos impuestos
o aranceles, etc., paga cada cual sobre el pan, la sal,
la carne, el azúcar, el café, la cerveza, le petróleo;
no sospechan hasta qué extremos los despluman.
Y estos tributos aumentan en proporción al número
de miembros de su familia, esto es, constituyen el
modo de imposición más injusto que imaginarse
pueda. Las clases poseedoras, por el contrario,
hacen gala de los impuestos directos que ellas
pagan y se atribuyen, de acuerdo con su monto, los
derechos políticos que niegan a la clase no posee
dora. A ello se suman las ayudas y subvenciones
estatales que las clases poseedoras se otorgan anual
mente, a costa de las masas, por valor de muchos
cientos de millones, mediante primas estatales y
aranceles sobre todos los medios de vida posibles
y mediante toda clase de ayudas. A ello se suman,
además, las gigantescas explotaciones efectuadas
mediante la subida de los precios de los más varia
dos artículos de primera necesidad, subida que las
grandes organizaciones patronales capitalistas lle
van a cabo a través de los trusts y sindicatos y que
el Estado fomenta con su política económica o tole
ra sin replicar, si es que no los apoya con su propia
participación.
Mientras las clases explotadas pueden mantenerse
ignorantes de la naturaleza de todas estas medidas,
448
no encerrarán ningún peligro para el Estado ni para
la sociedad dominante. Pero tan pronto como lle
guen a conocimiento de las clases perjudicadas —y
la creciente educación política de las masas las va
capacitando cada vez más para ello— , estas medi
das, cuya injusticia manifiesta es evidente, estimu
lan la animosidad e indignación de las masas. Se ex
tingue la última chispa de fe en el sentimiento de
justicia de los poderes dominantes, reconociéndose
la naturaleza del Estado que aplica tales medios
y el carácter de la sociedad que los fomenta. La con
secuencia es la lucha hasta la destrucción de ambos.
En el deseo de hacer justicia a los intereses más
opuestos, el Estado y la sociedad acumulan unas
organizaciones sobre otras, pero sin eliminar total
mente ninguna de las viejas y sin llevar a cabo, fun
damentalmente, ninguna de las nuevas. Se hacen las
cosas a medias y no satisfacen a ninguna parte. Las
necesidades culturales nacidas de la vida popular
exigen, si no se quiere poner todo en juego, alguna
consideración, y en su ejecución truncada requieren
también sacrificios notables, tanto más significati
vos por existir en todas partes gran cantidad de
parásitos. Pero, además, no sólo se mantienen todas
las instituciones que están en contradicción con los
fines culturales, más bien se amplían a consecuencia
de los antagonismos de clase existentes y se hacen
más molestas y pesadas a medida que los conoci
mientos, cada vez mayores, las van declarando su
perfinas. El sistema policial y militar, la organiza
ción judicial, las cárceles, todo el aparato adminis
trativo se hacen cada vez más extensos y costosos,
pero con ello no aumenta ni la seguridad externa
ni interna, sino que más bien ocure lo contrario.
Entre las distintas naciones se ha formado gra
dualmente un estado enteramente antinatural de las
relaciones internacionales. Estas relaciones aumen
tan a medida que crece la producción mercantil, a
449
medida que el intercambio de mercancías resulta
cada vez más fácil con ayuda de los medios de co
municación cada vez más perfectos y los logros eco
nómicos y científicos se van convirtiendo en patri
monio general de todos los pueblos. Se firman con
tratos comerciales y aduaneros, con la ayuda de me
dios internacionales se construyen costosas vías de
comunicación (canal de Suez, túnel de San Gotardo,
etcétera). Los Estados subvencionan con grandes
sumas las líneas de vapores que contribuyen a in
crementar el tráfico entre los países más diversos
de la tierra. Se creó la Asociación Postal Interna
cional —un progreso cultural de primera catego
ría—, se convocan congresos internacionales para
todos los fines prácticos y científicos posibles, se
difunden los productos intelectuales más excelentes
de las distintas naciones mediante traducciones a las
lenguas más diversas de los principales pueblos cul
turales y gracias a todo esto se trabaja cada vez más
en favor de la internacionálización y fraternización
de los pueblos. Pero el estado político y militar de
Europa y del mundo civilizado se halla en un cu
rioso contraste con esta evolución. La xenofobia y
el chovinismo se fomentan artificialmente acá y allá.
En todas partes, las clases dominantes procuran
mantener la fe de que son los pueblos los que, sien
do mortalmente enemigos uno de otro, sólo espe
ran el momento de poder lanzarse uno contra otro
para aniquilarlo. La lucha competitiva de la clase
capitalista de los distintos países entre sí adopta, en
el terreno internacional, el carácter de una lucha de
la clase capitalista de un país contra la de otro y,
apoyada por la ceguera política de las masas, produ
ce una carrera de armamento militar como el mundo
no ha conocido jamás. Esta carrera ha creado ejér
citos de un tamaño inexistente antes, ha creado ins
trumentos de muerte y destrucción de tal perfec
ción para la guerra terrestre y marítima como
450
sólo es posible en una época de la más avanzada
técnica como la nuestra. Esta carrera produce un
desarrollo de los medios de destrucción que lleva,
finalmente, a la autodestrucción. El mantenimiento
de los ejércitos y de las flotas de guerra exige sa
crificios cada vez mayores y que, finalmente, arrui
nan al pueblo más rico. En 1908, tan sólo Alemania
pagaba por su Ejército y su Marina de Guerra, en
conceptos de gastos regulares y únicos —incluidos
los gastos de jubilación y los intereses de la deuda
imperial en tanto se hizo para fines bélicos—, mu
cho más de 1.500 millones de marcos, y esta suma
aumenta cada año. Según Neymarck, los gastos de
los Estados europeos importaron en
M ILLO N E S DE FRANCOS
1866 1870 1887 1907
451
Los que más sufren bajo estos gastos son los fines
educativos y culturales, abandonándose las tareas
culturales más urgentes y adquiriendo tal prepon
derancia los gastos para la protección exterior que
llega a minarse la propia finalidad del Estado.
Los ejércitos, cada vez mayores, comprenden la por
ción más sana y fuerte de las naciones; para su des
arrollo y formación se reclaman todas las fuerzas
intelectuales y físicas, de tal suerte que la educación
para el genocidio es el mayor gasto de nuestro tiem-.
po. Los instrumentos de guerra y de muerte se per
feccionan constantemente, han alcanzado tal perfec
ción en lo referente a rapidez, alcance y eficacia que
son terribles para el amigo y el enemigo. Si algún
día se pone en funcionamiento este monstruoso apa
rato —con lo que las potencias europeas se enfren
tarán en el campo de batalla! con 16 a 20 millones de
hombres—, se pondrá de manifiesto que resulta in
gobernable e incontrolable. No hay ningún general
que pueda mandar tales masas, ningún campo de
batalla que sea lo bastante grande como para dispo
nerlas, ni ningún aparato administrativo que sea ca
paz de alimentarlas continuamente. En caso de ba
talla faltan hospitales para acoger el número de
heridos y será casi imposible enterrar a los nume
rosos muertos.
Si, además, se tienen en cuenta las terribles per
turbaciones y devastaciones que ocasionará en el
futuro una guerra en el terreno económico, puede
decirse, sin exagerar, que: la próxima gran guerra
será la última. El número de bancarrotas será ma
yor que nunca. La exportación se paraliza, con lo
que se paran miles de fábricas; también se paraliza
la importación de medios de subsistencia, cuya con
secuencia es el encarecimiento enorme de los me
dios de vida, y el número de familias cuyos sostenes
están en el campo de batalla y tienen que ser ayu
dadas, asciende a millones. ¿De dónde se van a to
452
mar los medios? Así, por ejemplo, el mantenimiento
del Ejército y de la Marina en pie de guerra le cuesta
al Imperio alemán de 45 a 50 millones de marcos
diarios.
El estado político-militar de Europa ha tomado
una evolución que puede terminar fácilmente en
una gran catástrofe que puede acabar con la socie
dad burguesa. En la cima de su desarrollo, esta so
ciedad ha creado situaciones que hacen insostenible
su existencia, se prepara la ruina con medios que
se ha creado ella misma como la más revolucionaria
de todas las sociedades existentes hasta ahora.
Gradualmente nuestras comunidades han llegado a
nna situación desesperada, las cuales apenas saben
cómo van a cubrir las demandas cada vez mayores.
Son, sobre todo, a nuestras grandes ciudades y cen
tros industriales en rápido crecimiento, a los que el
acelerado aumento de población plantea una canti
dad de demandas que en la mayoría de los munici
pios indigentes no se pueden satisfacer de otro
modo sino imponiendo elevados impuestos y acep
tando deudas. La construcción de escuelas, carrete
ras, instalación de alumbrado, presas y depósitos de
agua, los gastos para sanidad, beneficencia y educa
ción, para policía y administración, aumentan de
año en año. Y es precisamente la minoría acomoda
da la que en todas partes hace las reclamaciones
más costosas a la comunidad. Exige instituciones
de enseñanza superior, la construcción de teatros y
museos, la instalación de barrios elegantes y par
ques con el alumbrado correspondiente, asfaltado,
etcétera. Si la mayoría de la población se queja de
estas preferencias, es natural que así sea. La mino
ría tiene el poder, y lo utiliza para satisfacer sus
necesidades culturales, cargando todos los gastos
posibles a costa de la colectividad. En y de por sí,
tampoco puede objetarse nada contra estas crecien
tes necesidades culturales, pues suponen un progre
453
so, el error estriba únicamente en que principalmen
te se benefician de ellas las clases poseedoras, mien
tras que todos deberían participar de ellas. Otro in
conveniente consiste en que, a menudo, la adminis
tración no es la mejor y sí la más costosa. No pocas
veces los funcionarios son insuficientes y carecen de
conocimientos bastantes para las necesidades múlti
ples, que a menudo presuponen una gran competen
cia. Pero en la mayoría de los casos, los consejeros
municipales tienen demasiado que hacer y preocu
parse con sus asuntos privados, de modo que no
pueden aportar el sacrificio requerido para el ejer
cicio de sus deberes. Con frecuencia, estos puestos
se emplean para favorecer los intereses privados,
con gran perjuicio de la comunidad. Las consecuen
cias recaen sobre los pagadores de impuestos. La
sociedad no puede pensar en un cambio radical de
esta situación, que ha satisfecho en cierto modo.
Cualquiera que sea la forma en que se recauden los
los impuestos, el descontento aumenta. En pocos de
cenios estos Ayuntamientos son incapaces de satis
facer sus demandas en la forma actual de adminis
tración y contribución. En el ámbito municipal, lo
mismo que en el estatal, se plantea la necesidad de
efectuar reformas radicales, pues es a los Ayunta
mientos a los que más se les exige para fines cul
turales; el Ayuntamiento constituye el núcleo del
que ha de partir la transformación social tan pronto
como se den la voluntad y el poder para ello.
¿Pero cómo se van a satisfacer estas demandas si
actualmente los intereses privados lo dominan todo
y se superponen a los intereses comunales?
Este es, en pocas palabras, el estado de nuestra
vida pública, que no es más que el reflejo del estado
social de la sociedad.
454
2. Agudización de las contradicciones de clase
455
rrorosa y caen en brazos de la beneficencia pública.
No pocas veces, la desesperación impulsa a los pa
dres a cometer los crímenes más horribles contra
ellos y contra los hijos, al homicidio y al suicidio.
Estos actos de desesperación se acumulan en pro
porciones aterradoras, sobre todo, en las épocas de
crisis. Pero a las clases dominantes no les molesta
esto. En el mismo periódico que comunica estos
actos de miseria y desesperación pueden leerse re
portajes sobre las fiestas más embriagadoras y bri
llantes exhibiciones oficiales, como si todo nadase
en la alegría y la abundancia.
La miseria general y la lucha cada vez más difícil
por la existencia empujan cada vez a más mujeres
y muchachas hacia la prostitución y la corrupción.
Se acumulan la desmoralización, brutalidad y co
rrupción, y lo que prospera son las cárceles, las pri
siones y los llamados reformatorios, que apenas dan
cabida a la masa de inquilinos.
Los crímenes van íntimamente relacionados con
el estado de la sociedad; cosa que ésta no quiere
reconocer. Mete la cabeza en la arena, como el aves
truz, para no tener que reconocer la situación acusa
dora, engañándose a sí misma de que todo se debe
únicamente a la «holgazanería» y el «afán de lujo»
de los obreros y a su falta de «religión». Se trata
de una ilusión de la peor especie o de una hipocresía
del tipo más repugnante. Cuando más desfavorable
sea el estado de la sociedad para la mayoría, tanto
más numerosos y graves serán los crímenes. La lu
cha por la existencia adopta su forma más brutal
y violenta, creando un estado en el que cada cual con
sidera al prójimo como un enemigo mortal. Se rela
jan los vínculos sociales y el hombre se enfrenta al
hombre como enemigo2.
2 P latón conocía ya las consecuencias de tal Estado. Es
cribe así: «U n Estado en el que existen clases no es uno,
sino dos: uno lo constituyen los pobres, otro los ricos, aun-
456
Las clases dominantes, que no ven o no quieren
ver las cosas en su raíz, procuran confrontar el mal
a su manera. Si aumentan la pobreza, la miseria
y, consecuentemente, también la desmoralización y
el crimen, no se busca la fuente del mal para ta
parla, sino que se castiga a los productos de esta
situación. Y cuanto mayores son los males y el nú
mero de maleantes, tanto más duras las persecucio
nes y castigos que, en su opinión, deben aplicarse.
También el profesor Haeckel encuentra natural que
se apliquen contra el crimen las penas más duras
posibles y, sobre todo, la pena de muerte3. En este
punto está perfectamente de acuerdo con los reac
cionarios de toda ralea, quienes, por lo demás, son
enemigos mortales suyos. Haeckel opina que los cri
minales y vagos incorregibles debieran extirparse
como la mala hierba, que priva a las plantas de luz,
aire y suelo. Si Haeckel se hubiese ocupado de estu
diar las Ciencias Sociales, en vez de ocuparse exclu
sivamente con las Ciencias Naturales, sabría que es
tos criminales pueden transformarse en miembros
útiles y provechosos de la sociedad humana, en caso
de que la sociedad les ofreciera las correspondientes
condiciones de vida. Descubriría que la destrucción
o neutralización del criminal individual no impide
que surjan nuevos criminales, lo mismo que se eli
minan las malas hierbas de un campo, pero se ol
vidan de destruir las raíces y semillas. Nunca podrá
el hombre evitar absolutamente la formación de or
ganismos nocivos en la naturaleza, pero sí es posible
457
perfeccionar la propia organización social, creada
por él mismo, de suerte que produzca unas condi
ciones de vida favorables para todos, dé a cada cual
la misma libertad de desarrollo, a fin de que no se
vea obligado a satisfacer su hambre o su instinto de
propiedad o su ambición a costa de los demás. Que
se estudien las causas de los crímenes y se eliminen,
y se eliminarán los crímenes4.
Quienes quieran eliminar los crímenes eliminando
sus causas, no pueden contentarse naturalmente con
medios violentos de represión. No pueden impedir
que la sociedad se proteja a su manera contra los
criminales, a los que no puede permitirles sus acti
vidades, pero reclaman con tanta más urgencia la
transformación radical de la sociedad, es decir, la
eliminación de las causas del crimen.
Los estadísticos y políticos sociales han demostra
do la conexión entre la situación social y el delito
y el crimen5. Uno de los delitos más evidentes en
los tiempos en que los negocios van mal, y que nues
tra sociedad considera delito a pesar de todas las
doctrinas cristianas acerca de la caridad, es la men
dicidad. La estadística del reino de Sajonia nos dice
que, a medida que aumentó la gran crisis de ventas,
que en Alemania se inició en 1890 y alcanzó su punto
culminante en 1892 y 1893, aumentó también el nú
mero de personas judicialmente condenadas por
mendicidad. En 1890 se castigaron por este delito
8.815 personas; en 1891, 10.075, y en 1892, 13.120. Lo
mismo en Austria, donde en 1891 se condenó a 90.926
4 Algo parecido diee P latón en su República: «Los crí
menes tienen su causa en la mala educación y en la insti
tución del Estado.» Así, pues, P latón conocía el carácter
de la sociedad m ejor que muchos de sus ilustrados suce
sores después de veintitrés siglos. N o es nada precisamente
halagüeño.
5 M . S u rsky , «A us der neuesten Literatur über die wirt-
schaftlichen Ursachen der Kriminalitat», Neue Zeit, vol. 2,
año X X III.
458
personas por vagabundeo y mendicidad, y en 1892,
a 98.9986. Es, pues, un incremento considerable.
La característica de nuestro período histórico es,
principalmente, la proletarización masiva, de un
lado, y la creciente riqueza, de otro. El hecho de que
en los Estados Unidos cinco hombres, J. D. Rocke-
feller, el recientemente fallecido Harriman, J. Pier-
pont Morgan* M. K. Vanderbilt y J. Gould, poseye
ran juntos en 1900 más de 3.200 millones de marcos,
y su influencia bastase para dominar la vida econó
mica de los Estados Unidos y, en parte, también la
de Europa, pone de manifiesto la dirección del des
arrollo en el que nos hallamos inmersos. En todos
los países civilizados, las grandes asociaciones de
capitalistas constituyen el fenómeno más notable de
los tiempos modernos, y su influencia social y polí
tica resulta cada vez más decisiva.
459
XVII. El proceso de concentración
en la industria capitalista
1. El desplazamiento de la agricultura
por la industria
460
con un infante desarmado. Esta lucha desigual se
desarrolla cada vez más en todos los terrenos, y la
mujer, en calidad de fuerza de trabajo más barata,
después de la fuerza de trabajo de los adolescentes
y niños, desempeña en ella un papel cada vez más
importante. La consecuencia de tal estado es la di
visión, cada vez más pronunciada, en un número re
lativamente pequeño de capitalistas poderosos y una
gran masa de desposeídos, dependientes de la venta
diaria de su fuerza de trabajo. En esta evolución, la
situación de la clase media empeora cada vez más.
La explotación capitalista se va apoderando de un
campo de trabajo tras otro en donde, hasta ahora,
aún predominaba la pequeña industria. La compe
tencia de los capitalistas entre sí los obliga a buscar
continuamente nuevos campos de explotación. El
capital se pasea «como un león rugiente y busca a
quién tragarse». Las existencias pequeñas y más dé
biles se destruyen, y si no logran salvarse en otro
terreno —cosa que cada vez es más difícil e impo
sible—, se hunden en la clase de los jornaleros o
de las existencias catilinarias. Todos los intentos
para impedir el hundimiento del artesanado y de
la clase media mediante leyes y disposiciones que
sólo pueden sacarse del cuarto trastero del pasado,
resultan inútiles; cabe que engañen a tal o cual
persona, durante un corto espacio de tiempo, acerca
de su situación, pero la ilusión desaparece pronto
ante el peso de los hechos. El proceso de absorción
de los pequeños por los grandes resulta evidente y
palpable para cada cual con la fuerza y la inexora
bilidad de una ley natural.
Los resultados de los censos industriales de los
últimos veinticinco años —desde 1882 a 1895 y des
de 1895 a 1907— nos permiten comparar hasta qué
punto se ha modificado la estructura social de Ale
mania en este corto espacio de tiempo.
Había:
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462
Estas cifras muestran que dentro de los veinticin
co años mencionados hubo un desplazamiento extra
ordinariamente fuerte de la población y de su tra
bajo. La población que vive de la industria (minería
y construcción), comercio y transporte, se ha incre
mentado a costa de la población agrícola; casi todo
el aumento de población —6.548.171 de 1882 a 1895
y 9.950.245 desde 1895 a 1907— lo reclamaron las
dos primeras actividades. Concretamente, el núme
ro de personas que trabajan principalmente en la
agricultura aumentó en 1.646.761, pero quedó muy
por debajo del crecimiento de la población total,
y el número de familiares de esta categoría descen
dió incluso en 1.544.279 (8 por 100).
Muy diferente es la situación en la industria (in
cluidas la minería y la construcción) y en el comer
cio y transporte. En ambas categorías aumentó mu
cho el número de trabajadores y el de sus familia
res, y, concretamente, más de lo que aumentó la
población. El número de personas activas en la in
dustria, que alcanzó ya en 1895 el de trabajadores
de la agricultura, lo rebasó ahora en 1.372.997 o en
el 15 por 100. Pero el número de sus allegados ex
cedió el de los parientes de los trabajadores de la
agricultura en 8.705.361 o en el 49 por 100 (en 1895,
en 1.751.934). Un aumento aún mayor ofrecen las
cifras de trabajadores y familiares en el comercio
y el transporte.
El resultado es que la población agrícola, es decir,
la parte conservadora propiamente dicha de la po
blación, que constituye los pilares principales del
viejo orden de cosas, es desplazada cada vez más
y a ritmo más rápido por la población activa en la
industria, el comercio y el transporte. El considera
ble aumento que experimentaron desde 1882 las per
sonas activas, junto con sus familiares, en el servi
cio público y profesiones libres, no cambia para
nada este hecho. Además, hay que tener en cuenta
463
que este sector profesional sufrió en el último censo
una pequeña pérdida —solamente relativa— en tra
bajadores, aunque en los familiares prosiguió el
aumento en 1895 y en 1907 frente a 1882, si bien el
aumento es mucho menor de 1882 a 1895, en un
38,29 por 100, y de 1895 a 1907, tan sólo en un 21,96
por 100. El fuerte aumento de los sin profesión y
sus familiares se debe al incremento de los pensio
nistas, incluidos los pensionistas por accidente, in
validez, edad, al mayor número de receptores de li
mosnas, de estudiantes de todo tipo, de inquilinos
de los asilos, hospitales, manicomios y cárceles.
También es característica la pequeña reducción
de trabajadores en el servicio doméstico y la dismi
nución directa de sirvientes, lo que induce a creer,
en primer lugar, que relativamente, disminuye el
número de aquéllos cuyos ingresos les permiten dar
ocupación a tales personas, y, en segundo lugar, que
las proletarias, que aspiran a una mayor indepen
dencia personal, prefieren cada vez menos esta pro
fesión.
En 1882, las personas cuya actividad principal era
la agricultura, constituían el 43,38 por 100; en 1895,
el 36,19 por 100, y en 1907, tan sólo el 32,69 por 100
de la población activa. Toda la población agrícola
comprendía en 1882 el 42,51 por 100; en 1895, el
35,74 por 100, y en 1907, no más del 28,65 por 100
de la población en general. En cambio, las personas
cuya principal actividad estaba en la industria (in
cluidas la minería y la construcción) constituían
en 1882 el 33,69 por 100; en 1895, el 36,14 por 100,
y en 1907, el 37,23 por 100. Con sus familiares for
maban en 1882 el 35,51 por 100; en 1895, el 39,12
por 100, y en 1907, el 42,75 por 100. Las cifras co
rrespondientes para las personas activas y familia
res en el comercio y el transporte ofrecen los por
centajes siguientes:
464
AÑOS 1882 1895 1907
Con familiares 10,02 11,52 13,41
Sin familiares 8,27 10,21 11,50
2. Proletarización progresiva.
El predominio de la gran empresa
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Por tanto, en la agricultura no sólo ha disminuido
el número de autónomos, sino también el de la ser
vidumbre y los jornaleros; el aumento del sector
profesional agrícola con respecto al censo anterior
se debe al fuerte incremento de la ayuda familiar,
especialmente de la femenina.
Las cosas, son distintas en la industria. Aquí, en
el espacio de los veinticinco años, el número de los
autónomos disminuyó en 234.024 (10,6 por 100);
de 1882 a 1895, en 139.382 (5,2 por 100); mientras
que la población aumentó el 36,48 por 100 (de 1882
a 1895, en el 14,48 por 100). Y, en verdad, las que
corren con la pérdida son las empresas individuales
y las que tienen dos auxiliares. El número de obre
ros aumentó de 1882 a 1895 en 1.859.468, y de 1895
a 1907 en otros 2.637.414. Tomando ahora los obre
ros propiamente dichos, excluidos los familiares au
xiliares, su número ascendió de 5.899.708 en 1895
a 8.460.338 personas en 1907. Tres cuartas partes de
todas las personas activas en profesiones industria
les son obreros (75,16 por 100).
En el comercio y el transporte volvemos a tener
la proporción inversa, puesto que tanto el número de
autónomos como, al igual que en la industria, el de
empleados y obreros aumentó considerablemente.
En el comercio son especialmente las mujeres las
que aumentan como autónomos, y, concretamente,
son viudas que procuran salir adelante con un pe
queño comercio o mujeres casadas que, de este
modo, procuran mejorar los ingresos del marido.
El número de autónomos ha aumentado en 310.584
(44,3 por 100) entre 1882 y 1907, pero el número de
empleados y obreros aumentó más aún (en 364.361,
258,8 por 100, y en 1.232.263, 196,4 por 100). Una
prueba contundente del desarrollo extraordinario
del comercio al por mayor, especialmente desde
1895 a 1907. El número de empleados casi se dupli
467
có, mientras que el de empleadas aumentó en seis
veces.
En total, entre 1882 y 1907, el número de autóno
mos en las tres categorías aumentó en el 5,7 por 100,
quedando, pues, muy por debajo del incremento de
la población (36,48 por 100). En cambio, el número
de empleados aumentó en el 325,4 por 100, lo cual
confirma que en todos los ámbitos se desarrolló la
gran empresa, que necesita empleados, y el número
de obreros aumentó en el 39,1 por 100. Hay que
establecer aquí que entre los 5.490.288 autónomos
se encuentra un gran número de existencias que lle
van una vida puramente proletaria. Así, por ejem
plo, entre los 2.086.368 empresas industriales había
no menos de 994.743 individuales y 875.518 que ocu
paban hasta cinco personas. En el comercio, entre
709.231 empresas principales, había en 1907 no me
nos de 232.780 empresas individuales y, además, en
tre los autónomos del comercio y del transporte
había 35.306 individuales en el comercio ambulante,
5.240 mozos, jornaleros, etcétera, miles de agentes
de seguros, libreros ambulantes, etcétera.
También debe tenerse en cuenta que, en las tres
categorías el número de autónomos no corresponde
al de empresas. Si, por ejemplo, un propietario po
see docenas de filiales, como ocurre con el comercio
del tabaco, o una cooperativa de consumo posee
tantas y tantas tiendas, cada filial se cuenta como
una empresa individual. Lo mismo ocurre con las
empresas industriales, por ejemplo, cuando una fá
brica de máquinas posee también una fundición de
hierro y Tina carpintería, etcétera. Por tanto, las ci
fras indicadas no proporcionan suficiente informa
ción sobre la concentración de empresas, por un
lado, ni sobre la calidad de vida, por otro.
Y, a pesar de todas las deficiencias, los resultados
del último censo industrial del 12 de junio de 1907
ofrecen un cuadro de la más poderosa concentración
468
y centralización del capital en la industria, el comer
cio y el transporte. Ponen de manifiesto que, con la
creciente industrialización de todo el sistema eco
nómico, corre paralela una gigantesca concentración
de todos los medios de producción en unas pocas
manos.
Los autónomos que trabajan solos, que en 1882
ascendían aún a 1.877.872, han disminuido todavía
m ás desde 1895; en 1895 se contaban 1.714.351, y
en 1907, tan sólo 1.446.286, o sea, una reducción de
431.586 (22,9 por 100). La parte, la porción de indus
trias pequeñas ha disminuido mucho de un censo a
otro. En 1882 comprendía el 59,1 por 100; en 1895,
el 46,5 por 100, y en 1907, tan sólo el 37,3 por 100
de todas las personas activas. La gran empresa efec
tuó un movimiento opuesto, aumentando del 22 al
29.6 y al 37,3 por 100, respectivamente. Cuanto
más grandes son las empresas, tanto más rápido es
el crecimiento. De 1895 a 1907 el de las empresas
pequeñas aumentó en el 12,2 por 100; el de las me
dias, en el 48,5 por 100, y el de las grandes, en el
75.7 por 100. Con 5.350.025 personas activas en 1907,
la gran empresa se ha convertido en el grupo más
grande, con mucho, mientras que en 1882 ocupaba
a muchas menos personas que la empresa individual.
En siete grupos industriales ocupa la posición do
minante con más de la mitad de todas las personas.
Así, por ejemplo, de cada 100 personas, las grandes
empresas ocupaban:
MINERIA 96,6 %
INDUSTRIA DE MAQUINAS 70,4 %
INDUSTRIA QUIMICA 69,8 %
INDUSTRIA TEXTIL 67,5 %
INDUSTRIA PAPELERA 58,4 %
INDUSTRIA DE PIEDRAS Y TIERRA 52,5 %
INDUSTRIA DE JABON,
GRASAS Y ACEITES 52,3 %
469
En los demás grupos, la gran empresa tenía ya la
mayoría en 1895, pero su posición se ha fortalecido
mucho en todas partes (metalurgia, 47 por 100; in
dustrias poligráficas, 43,8 por 100; transporte, 41,6
por 100; construcción, 40,5 por 100 de todas las per
sonas activas). Así, pues, en casi todos los campos
la evolución ha beneficiado a las empresas mayores.
La concentración de empresas, y, lo que es igual,
la concentración de capital, se efectúa con particu
lar rapidez allí donde la empresa capitalista llegó
a dominar plenamente. Tomemos, por ejemplo, la
fabricación de cerveza. En la región fiscal cervecera,
de la que quedan excluidas Baviera, Württemberg,
Badén y Alsacia-Lorena, había:
AÑOS Cervecerías en De ellas, Con una obtención
funcionamiento industriales en miles de Hl.
1873 13.561 10.927 19.655
1880 11.564 10,374 21.136
1890 8.969 8.054 32.279
1900 6.903 _ 6.283 44.734
1905 5.995 5.602 46.264
1906 5.785 5.423 45.867
1907 5.528 5.251 46.355
El número de cervecerías en funcionamiento dis
minuyó, por tanto, de 1873 a 1907 en 8.033 (59,3 por
100); el de cervecerías industriales, en 5.676 (51,9
por 100), mientras que la producción de cerveza
aumentó en 26.700.000 hectolitros (135,7 por 10Ó).
Esto significa el colapso de las empresas pequeñas
y medianas y la poderosa ampliación de las grandes,
cuya capacidad de rendimiento se multiplicó en va
rias veces: en 1873 correspondían 1.450 hectolitros
por cervecería, y en 1907 recaían 8.385. Así ocurre
en todas partes donde domina el capitalismo. En
Austria había, en 1876, 2.248 fábricas de cerveza que
producían 11.671.278 hectolitros de mosto de cerve-
470
za> y en 1904-05, tan sólo 1.285 que producían
19.098.540 hectolitros.
Resultados parecidos ofrece el desarrollo de la
producción de carbón de piedra y de toda la indus
tria minera y metalúrgica del Imperio alemán. En la
primera, el número de empresas que entre 1871 y
1875 fue de una media de 623, se redujo en 1889
a 406, aumentando al mismo tiempo la producción
de 34.485.400 toneladas a 67.342.200, y el personal
medio aumentó de 172.074 a 239.954. El cuadro si
guiente ilustra este proceso de concentración en la
obtención de hulla y lignito desde 1900 hasta 1907:
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Ig-
de toneladas
de toneladas
Cantidad
Cantidad
en miles
en miles
Empresas
Empresas
Personal
Personal
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1900 338 413.693 109.290,2 569 50.911 40.498,0
1905 331 493.608 121.298,6 533 54.969 52.512,1
1906 322 511.108 137.117,9 536 58.637 56.419,6
1907 313 545.330 145.185,7 535 66.462 62.546,7
Por consiguiente, en la producción de hulla, el nú
mero de empresas se redujo en un 49,8 por 100 des
de los años 70, mientras que el de obreros ocupados
en ellas aumentó en un 216,9 por 100 y la producción
incluso en un 420,6 por 100.
En toda la industria minera y metalúrgica había,
en los años
Cantidad
Empresas Personal medio en miles
de toneladas
1871-1875 3.034 277.878 51.056,0
1887 2.146 337.634 88.873,0
1889 1.962 368.896 99.414,0
1905 1.862 661.510 205.592,6
1906 1.862 688.853 229.146,1
1907 1.968 734.903 242.615,2
471
Por tanto, el número de empresas se redujo en
el 35,5 por 100, mientras que el de obreros ocupados
aumentó en el 164,4 por 100 y la producción en el
374,5 por 100.
A un número menor, pero mucho más rico, de
patronos se oponía un número significativamente
mayor de proletarios. De 1871 a 1875 correspondían,
por término medio, 92 obreros por empresa; en 1887
eran 160, y en 1907, 307, pese al aumento de las em
presas a 1862 en 1906 y a 1958 en 1907.
«E n la región industrial de Renania-Westfalia había
aún en 1907, 156 empresas, pero 34 (21,8 por 100) de
ellas disponían de más del 50 p or 100 de la producción.
Aunque la estadística sólo enumera 156 minas en el
Ruhr, el sindicato del carbón, al que,, salvo muy pocas
excepciones, pertenecen todas las empresas, tenía úni
camente 76 miembros; a tales extremos ha llegado ya
la concentración de empresas. Según la comprobación
de febrero de 1908, la cifra de participación en el sin
dicato carbonero era de 77,9 millones de toneladas» \
473
Carga
Año Vapores en tonladas Tripulación
de arqueo
1871 147 81.994 4.736
1901 1.390 1.347.875 36.801
1905 1.657 1.774.072 46.747
1908 1.922 2.256.783 57.995
1909 1.953 2.302.910 58.451
más que en
1871 1.806 2.221.006 53.715
474
Los caballos de vapor contados en Prusia fueron:
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475
Y ante este desarrollo fabuloso de las fuerzas pro
ductivas y la gigantesca concentración de capital se
intentará todavía interpretar erróneamente este he
cho. Tal es el intento que hizo en el X I Congreso
del Instituto Internacional de Estadística de Co
penhague (agosto de 1907) el economista francés
Ivés Guyot. Sobre la base de una ligera estadística
propuso borrar las palabras «concentración» de la
estadística. Le respondió, entre otros, Karl Bücher:
«T al aumento del número de empresas puede ocu
rrir muy bien con una fuerte concentración de las
mismas. Ahora bien, en todas partes donde se hicieron
encuestas por establecimientos, es inevitable que mu
chos se cuenten dos veces; un banco con 100 sucursales
se cuenta como 101; una fábrica de cerveza con 50 ta
berneros provistos por ella de local e inventario da 51
establecimientos. Los resultados de semejante estadís
tica no podrían demostrar nada para el fenómeno pre
tendido.
Conforme a las investigaciones efectuadas hasta aho
ra, la agricultura parece ser la única que no está so
metida a este proceso; en los campos de la minería,
del comercio, del transporte, de los seguros y de la
construcción es evidente; en el terreno de la industria
es más difícil de reconocer porque todo pueblo civi
lizado que se desarrolla vigorosamente tiene que pre
sentar ion aumento de la producción industrial y, a
decir verdad, por las razones siguientes 1) por la
adopción de funciones económicas anteriores por par
te de la industria; 2) a causa de la sustitución de pro
ductos naturales en el consumo por productos indus
triales (m adera por hierro, añil, granza e índigo por
colorantes de anilina, etc.); 3) por los nuevos inventos
(automóvil); 4) por la posibilidad de exportación. Por
eso se efectúa, precisamente aquí, una concentración
inmensa sin que disminuya el número de empresas,
sí, incluso con un aumento de las mismas. En todas
partes donde la industria produce mercancías de ca
476
rácter típico listas para el uso, resulta inevitable la
destrucción de la pequeña empresa independiente. As'í,
pues, las form as capitalistas de producción están em
peñadas en un rápido progreso en los campos econó
micos más importantes. N o es de sabios combatir a
los socialistas en lo que tienen razón, y cuando afir
man que la concentración aumenta tienen indudable
mente ra z ó n »4.
477
Por consiguiente, los Estados Unidos están a la
cabeza del mundo en cuanto país industrial, su ex
portación de productos industriales y agrarios au
menta de año en año, y las gigantescas acumulacio
nes de capital que esta evolución tiene por conse
cuencia buscan empleo más allá de las fronteras del
país e influyen también, en alto grado, la industria
y el comercio de Europa. Y ya no es el capitalista
individual el que se oculta como agente tras este
desarrollo, son los consorcios de capitalistas y pa
tronos, las coaliciones de capitalistas las que ahogan
a los empresarios privados más fuertes dondequiera
que dirigen su actividad. ¿Qué puede hacer contra
semejante evolución el empresario medio y pequeño
si hasta el grande tiene que recoger velas?
3. Concentración de la riqueza
478
sos inferiores a 300 marcos, y luego hasta 400. En
1882, el número de personas libres de impuestos fue
de 75.697 (6,61 por 100) de las calculadas, mientras
que en 1904 fue de 205.667 (11,03 por 100). Téngase
en cuenta que, en Sajonia, los ingresos de las mu
jeres y los de los miembros de familia menores de
dieciséis se le incluyen al marido o al padre de
familia.
Los pagadores de impuestos entre 400 y 800 mar
cos fueron en 1882 el 48 por 100 de los calculados,
en 1904 tan sólo el 43,81 por 100, o sea, que una
parte de los mismos pasó a engrosar las clases de
ingresos superiores. Los ingresos medios del paga
dor de impuestos pasaron en este período de 421
a 582 (37 por 100), quedándose aún por debajo de
la media de 600 marcos. Los contribuyentes con
unos ingresos entre 800 y 1.250 marcos constituían
en 1882 el 12 por 100 de los estimados; en 1904, el
24,38 por 100, mientras que los calculados entre
1.250 y 3.300 marcos (desde 1895 con 3.400) forma
ban en 1882 el 20 por 100 y en 1904 solamente el
16,74 por 100 de los evaluados. En 1882 tuvieron
unos ingresos inferiores a 3.300 marcos el 97,60 por
100 de los calculados, y en 1904 el 95,96 por 100 tu
vieron menos de 3.400 marcos. Si se tiene en cuenta
que en 1863 Lasalle calculó para Prusia los ingresos
superiores a 3.000 marcos en el 4 por 100 de todos
los ingresos, que, mientras tanto, los alquileres im
puestos y casi todas las necesidades vitales han su
bido de precio, así como las demandas del nivel de
vida, resultará que apenas ha mejorado la situación
de las grandes masas. Los ingresos medios de 3.400
a 10.000 marcos sólo constituían en 1904 el 3,24 por
100 de los evaluados, y los ingresos de más de 10.000
marcos, menos del 1 por 100 (0,80). El número de
censados con 12.000 a 20.000 marcos era el 0,80 por
100. El número de ingresos superiores a 12.000 mar
cos aumentó de 4.124 en 1882 a 11.771 en 1904, o sea,
479
en el 188 por 100. El ingreso máximo en 1882 fue
de 2.570.000, y en 1905, a 5.900.000 marcos. El resul
tado es que los ingresos inferiores han experimen
tado, por cierto, un aumento, pero han sido más que
compensados por la subida de precios; las clases
medias fueron las que, proporcionalmente, mejora
ron menos, mientras que el número y los ingresos
de la gente rica fueron los que más aumentaron.
Por consiguiente, se acentúan las contradicciones de
clase.
En sus estudios sobre la distribución de la renta
nacional en Prusia entre 1882 y 1902, el profesor
Adolf Wagner llegó a los resultados siguientes. Dis
tribuye la población de Prusia en tres grupos: bajo
(inferior hasta 420 marcos, medio hasta 900, supe
rior de 900 a 2.100), medio (inferior de 2.100 a 3.000,
medio de 3.000 a 6.000, superior de 6.000 a 9.500
marcos), superior (inferior de 9.500 a 30.500, medio
de 30.500 a 100.000, superior con ingresos de más de
100.000 marcos). La renta total se distribuye casi
en partes iguales entre estos tres grupos. El 3,51
por 100 del grupo superior dispone del 32,1 por 100
de la renta total; el grupo bajo, que comprende el
70,66 por 100 de los libres de impuestos, dispone
también de unos ingresos que suponen el 32,9 por
100 de la renta total, y la clase media, con un 25,83
por 100, dispone del 34,9 por 100 de la renta total.
Si se tienen en cuenta solamente los ingresos sujetos
a tributación, veremos que sobre los censados con
ingresos de 900 a 3.000 marcos, que en 1882 consti
tuían el 86,99 por 100 y en 1902 el 88,04 por 100 de
todos los censados, recaían algo más de la mitad de
ingresos sujetos a tributación, a saber, el 51,05 por
100 en 1892 y el 52,1 por 100 en 1902. Sobre los in
gresos de más de 3.000 marcos, que formaban el
13 y el 12 por 100, respectivamente, de todos los
censados, recaían, aproximadamente, el 49 por 100
en 1892 y el 48 por 100 de todos los ingresos sujetos
480
a tributación en 1902. Los ingresos medios de los
pequeños censados ascendieron para toda Prusia,
en 1892 a 1.374, y en 1902 a 1.348 marcos, es decir,
se redujeron en 1,89 por 100. En cambio, los ingre
sos medios de los grandes censados aumentaron de
g_811 marcos en 1892 a 9.118 en 1902, o sea, en un
3 48 por 100. La clase alta, que en 1892 sólo formaba
eí 0,5 por 100 y en 1902 el 0,63 por 100 de todos los
censados, se llevaba en 1892 el 15,95 por 100 y en
1902 el 18.37 por 100 de la renta total. El incremento
más débil lo experimentaron la clase baja y media,
siendo algo más fuerte en la clase baja superior,
pero el más fuerte y, por cierto, en aumento a me
dida que aumentan los ingresos de un grupo a otro,
los experimentaron la clase media superior y, de
modo absoluto, en la clase alta superior. Cuanto ma
yores son los ingresos de los censados de un grupo,
cuanto más ricos son, más aumenta relativamente
su número. Y cada vez aumenta más el número de
censados con ingresos mayores y máximos, pero
que, por término medio, también obtienen ingresos
cada vez mayores o, dicho en otros términos, cada
vez se realiza una concentración mayor de ingresos
no sólo entre los individuos especialmente ricos,
sino entre una capa económica que comprende a los
ingresos mayores y máximos y que aumenta mucho
en número, aunque este número es siempre pequeño
en términos relativos y absolutos. «De aquí se de
duce que el desarrollo económico moderno ha be
neficiado ciertamente a todo el pueblo, incremen
tando sus ingresos y a cada clase socio-económica
al elevar el número de sus componentes, pero en me
dida muy desigual, beneficiando en primer lugar,
y más que a nadie, a los ricos, luego a la clase baja
y, por último, menos que a las otras, a la media; que,
en consecuencia, también ha aumentado la diferen
481
cia social de clases, en tanto se apoya en la magni
tud de los ingresos. » 7
Según la tasación del impuesto sobre la renta
de 1908, había en Prusia 104.994 censados con unos
ingresos superiores a 9.500 marcos y una renta total
de 3.123.273.000 marcos. Entre ellos 3.796 con ingre
sos superiores a 100.000 marcos y una renta total
de 934.000.000 marcos. Se contaron 77 censados con
ingresos superiores al millón de marcos. Los 104.994
censados, o el 1,78 por 100, con más de 9.500 marcos
tenían los mismos ingresos que los 3.109.540 (52,9
por 100) con ingresos entre 900 y 1.350 marcos.
En Austria, «sobre una media del 12 al 13 por 100
de los censados en el grupo de ingresos de 4.000
a 12.000 coronas recae el 24 por 100, aproximada
mente, de la renta neta tasada. Si se abarcan los
ingresos hasta 12.000 coronas, caen dentro de este
grupo más del 97 por 100 de los censados y el
74 por 100 de los ingresos. Para el 3 por 100 restante
de los censados queda, pues, el 26 por 100 de los in
gresos tasados-»8. El mínimo libre de impuestos es
superior al de Prusia — 1.200 coronas o 1.014 mar
cos—. Los pequeños censados, con ingresos entre
1.200 a 4000 coronas, constituían en 1904 el 84,3 por
100 de todos los contribuyentes. El número de los
más ricos, con ingresos superiores a las 200.000 co
ronas, ascendía en 1898 a 255, y en 1904 a 307 o el
0,32 por 100 de todos los censados.
Según L. G. Chiozza, la mitad de la renta nacional
(más de 16.600 millones de marcos) pertenece en
Gran Bretaña e Irlanda a una novena parte de la
7 A d o lf W agner , Zur Methode der Statistik des Volk-
seinkommens und Volksvermogens und weitere statistische
Untersucheungen über die Verteilung des Volkseinkommens
in Preussen afu Grund der neuen Einkommenstatistik 1892
bis 1902», Zeitschrift des koninglich preussischen statistis-
chen Landesamtes, 1904.
8 F. L e it e r , Die Verteilung des Einkommens in Osterreich.
Leipzig, 1908, pág. 123.
482
población. Divide la población en tres grupos: ricos,
con más de 700 libras esterlinas (14.000 marcos),
acomodados, con ingresos de 160 (3.200 marcos) a
700 libras esterlinas, y pobres, con menos de 160 li
bras esterlinas.
Con familiares Ingresos en
libras esterlinas
RICOS 25.000 1.250.000 585.000.000
ACOMODADOS 750.000 3.750.000 245.000.000
POBRES 5.000.000 38.000.000 880.000.000
43.000.000 1.710.000
483
medida según los distintos países... E l desarrollo cre
ciente ha intensificado mucho la desigualdad de rique
za y de ingresos a medida que han aumentado las con
tradicciones de clase»
484
X V III. Crisis y competencia
486
otra. El círculo de interesados y afectados se am
plía. No pueden cumplirse toda una serie de obliga
ciones contraídas en la esperanza de una prolongada
duración del estado actual, intensificando la crisis,
mayor cada mes. Toda una masa de mercancías al
macenadas, herramientas, máquinas, resulta casi in
útil. Las mercancías se venden a precios tirados.
Esta venta a cualquier precio arruina a menudo no
sólo a los poseedores de estas mercancías, sino tam
bién a docenas de otros que mediante esta venta
a precios tirados se ven obligados, a su vez a vender
sus mercancías por debajo del precio de coste. Pero
los métodos de producción también se perfeccionan,
constantemente, durante la crisis, pensando en ha
cer frente a la intensificada competencia; pero este
medio encierra, a su vez, la causa de nuevas crisis.
Después que la crisis ha durado varios años y se ha
eliminado gradualmente la superproducción median
te la venta de los productos a precios tirados, la li
mitación de la producción y la destrucción de los
pequeños empresarios, la sociedad empieza a recu
perarse paulatinamente. Crecen las necesidades y
con ellas vuelve a aumentar también, en seguida,
la producción. Al principio con lentitud y cuidado,
pero a medida que se prolonga la situación favora
ble empieza de nuevo la vieja actividad. De nuevo
se quiere recuperar lo que se perdió y uno espera
cubrirse antes de que estalle una nueva crisis. Maís
como todos los empresarios abrigan el mismo pensa
miento, cada uno de ellos perfecciona los medios de
producción a fin de quedar «por encima» del otro,
provocándose una vez más la catástrofe de manera
acelerada, con efectos todavía más funestos. Nume
rosas vidas se lanzan al aire y caen como juegos
de pelota, y de esta constante acción recíproca surge
ese estado horrible que experimentamos en cada
crisis. Las crisis se acumulan a medida que la pro
ducción masiva y la lucha competitiva se intensifican
487
no sólo entre los individuos, sino entre naciones
enteras. La lucha por la clientela en pequeño y la
zona de ventas en grande es cada vez más violenta
y termina, finalmente, con pérdidas enormes. Se han
almacenado en cantidades inmensas mercancías y
existencias, pero la masa de personas que podría
consumirlas y no puede comprar, padece hambre y
miseria.
Los años 1901 y 1907-08 han demostrado una vez
más la corrección de la exposición ofrecida. Tras
años de depresión comercial, durante la cual hizo
progresos ininterrumpidos el desarrollo del gran ca
pital, se inició el movimiento ascendente, no menos
estimulado por las transformaciones y nuevas ad
quisiciones que requerían el sistema militar y ma
rino. Durante este período comenzaron a brotar tina
serie de nuevas empresas industriales de la especie
más diversa, se aumentó y amplió un gran número
de otras, para ponerlas a la altura que permitía el
nivel de la técnica, a fin de incrementar su rendi
miento. Pero en la misma medida creció también el
número de empresas que pasaron de manos de los
capitalistas individuales a ser propiedad de socieda
des capitalistas (sociedades anónimas), transforma
ción a la que siempre va vinculada una ampliación
más o menos significativa de la empresa. Las socie
dades anónimas recién fundadas representan mu
chos miles de millones de marcos. Por otro lado, los
capitalistas de todos los países aspiran a establecer
acuerdos nacionales e internacionales. Carteles, con
sorcios, trusts brotan como hongos, mediante los
cuales deben fijarse los precios y regularse la pro
ducción a base de datos estadísticos precisos, a fin
de evitar la superproducción y la baja de precios.
Ha aparecido una enorme monopolización de ramas
industriales completas para beneficio de los patro
nos y a costa de los obreros y de los consumidores,
como no había existido nunca antes. Muchos creían
488
que, de ese modo, el capital se había hecho con el
medio que le permitiría dominar el mercado en to
dos sus aspectos, para perjuicio del público y en
beneficio propio. Pero las apariencias engañan. Las
leyes de la producción capitalista resultan siempre
más fuertes que los representantes más astutos del
sistema, quienes creían tener la regulación en sus
manos. La crisis advino a pesar de todo, y volvió
a ponerse de manifiesto que los cálculos más inteli
gentes resultaron un engaño y que la sociedad bur
guesa no escapa a su destino.
Mas el capitalismo sigue trabajando en la misma
dirección, pues no puede salir de su piel. Mediante
el modo en que tiene que actuar tira por la borda
todas las leyes de la economía burguesa. La libre
competencia —alfa y omega de la sociedad burgue
sa— debe llevar a los más competentes a la cima
de las empresas. Pero la experiencia muestra que,
por regla general, sólo llegan a la cumbre los más
taimados y faltos de escrúpulos. La sociedad anó
nima elimina también toda individualidad. El cartel,
el trust, el consorcio, van todavía más lejos; no sólo
desaparece el empresario individual como persona
independiente, también la sociedad anónima se con
vierte en eslabón de una cadena que tiene en sus
manos una comisión de capitalistas, cuyo cometido
estriba en exprimir y saquear al público. Un puñado
de monopolistas se alza en dueño y señor de la so
ciedad, ellos dictan los precios de las mercancías
y las condiciones salariales y de vida de los obreros.
Esta evolución pone de relieve lo superfluo que
se ha hecho el empresario privado y que la produc
ción dirigida a escala nacional e internacional es el
objetivo al que se encamina la sociedad. Tan sólo
con la diferencia de que, finalmente, la producción
y distribución organizadas no debe beneficiar a la
clase capitalista, como ocurre hoy día, sino a la co
lectividad.
489
La revolución económica descrita, que impulsa
rápidamente la sociedad burguesa al punto cumbre
de su desarrollo, se intensifica con acontecimientos
importantes siempre nuevos. Si, por un lado, Euro
pa se ve cada año más amenazada en sus mercados
y, finalmente, también en su zona más íntima por el
rápido aumento de la competencia norteamericana,
por otro lado, también se levantan en Oriente enemi
gos que, con el tiempo, harán aún más crítica la si
tuación económica del mundo.
Como dice el manifiesto comunista, la competen
cia persigue al capitalista por toda la superficie de
la tierra. Está siempre al acecho de nuevas zonas
de ventas, es decir, de países con pueblos a los que
pueda venderles sus mercancías y donde pueda
crear nuevas necesidades. El celo con que los distin
tos Estados se esfuerzan en los últimos decenios
por conseguir colonias, en especial también Alema
nia, que, por cierto, logró ocupar grandes territo
rios, pero habitados por pueblos muy primitivos
que no tienen ninguna necesidad digna de mención
de mercancías europeas, revela un aspecto de esta
pretensión. El otro pretende llevar la cultura capi
talista moderna a pueblos que se hallan ya en una
fase cultural superior, pero que hasta ahora se han
resistido más o menos a entrar en la evolución mo
derna. Así ocurre, por ejemplo, con la India, el Ja
pón y China. Se trata de países que comprenden más
de una tercera parte de la población de la Tierra,
pero también de países que —como los japoneses
demostraron ya en la guerra con Rusia—, una vez
que se ha dado en ellos el motivo y el ejemplo, son
capaces de desarrollar el modo de economía capi
talista y, por cierto, en condiciones que irán acom
pañadas de las consecuencias más funestas para los
pueblos avanzados. La capacidad de rendimiento de
los pueblos mencionados es indudable, pero también
lo es la falta de necesidades —favorecida sobre todo
490
por el clima— y la habilidad con que, si se ven obli
gados a ello, saben adaptarse a las nuevas condicio
nes. Aquí le surge al Viejo Mundo, incluidos los Es
tados Unidos, un competidor económico que puede
aportar la prueba de la imposibilidad de sostener la
forma capitalista de economía en toda la superficie
de la Tierra.
Mientras tanto, las diversas naciones competido
ras —en primer lugar, los Estados Unidos, Inglate
rra y Alemania— procuran aventajarse, y se emplean
todos los medios para, asegurarse la mayor porción
posible del dominio del mundo. La lucha por el do
minio del mercado mundial lleva a la política mun
dial a la intervención en todos los acontecimientos
internacionales importantes, para poder intervenir
aquí con éxito, adquieren especialmente los arma
mentos marítimos un volumen hasta ahora desco
nocido, con lo que se crea de nuevo el peligro de
grandes catástrofes políticas.
De este modo, a medida que aumenta la zona de
competencia económica, crece también la política.
Las contradicciones se intensifican a escala inter
nacional y producen en todos los Estados capitalis
tas desarrollados los mismos fenómenos y las mis
mas luchas. Y lo que crea esta situación desastrosa
no es sólo la forma, sino también el modo en que se
distribuye lo producido.
2. El comercio intermediario
y la distribución de los medios de vida
491
competencia destructora, desaparece como produc
tor de la lista de existencias independientes, procura
abrirse paso, en nueve de cada diez casos, como co
merciante entre productor y consumidor, a fin de
prolongar su existencia 2.
De ahí el sensacional aumento de los intermedia
rios, comerciantes, tenderos, revendedores, corredo
res, agentes, etcétera, como se ha comprobado esta
dísticamente más arriba. La mayoría de estas perso
nas, entre las que las mujeres tienen una fuerte re-
presenatción como propietarias independientes de
negocios, suelen llevar una vida llena de preocupa
ciones y una existencia miserable. Para sostenerse,
muchas se ven obligadas a especular con las pasiones
más bajas de sus prójimos y favorecerlas. De ahí la
preponderancia de los anuncios comerciales, parti
cularmente en todo lo que va dirigido a la satisfac
ción de la sensualidad.
Ahora bien, es indiscutible, y muy satisfactorio,
visto desde un elevado punto de vista, que en la
sociedad moderna se hace notar el deseo del goce
de la vida. Los seres humanos empiezan a compren
der que, para ser humano, hay que llevar una vida
492
humana, y procuran satisfacer esta necesidad en for
mas que corresponden a su concepto del goce de la
vida. Pero en su formación de riqueza, la sociedad
se ha hecho mucho más aristocrática que en los pe
ríodos anteriores. Hoy día, la distancia entre los más
ricos y los más pobres es más grande que nunca,
mientras que la sociedad es más democrática en sus
ideas y leyes '3. La masa exige mayor igualdad, y bus
ca la igualdad hasta en lo falso, puesto que, en su
ignorancia, desconoce los caminos que llevan a su
realización, a saber, intentando imitar a los de arri
ba y procurándose todo placer asequible. Todos los
estimulantes deben servir para explotar este instinto
y las consecuencias son muchas veces graves. Un
deseo justificado en y de por sí lleva en muchos ca
sos a caminos equivocados, incluso al crimen, y la
sociedad interviene a su modo en contra de ello, sin
que de esa forma cambie lo más mínimo.
La creciente cantidad de intermediarios crea mu
chos inconvenientes. Aunque los, interesados suelen
esforzarse mucho y trabajan llenos de preocupacio
nes, son en su mayoría una clase de parásitos, im
productivos, y que viven también del producto del
trabajo de otros, lo mismo que la clase patronal.
El encarecimiento de las necesidades.de la vida es
la inevitable consecuencia del comercio intermedia
rio. Estas encarecen de tal suerte que, a menudo,
cuestan el doble y más del precio que el productor
obtiene por los mismos artículos4. Pero si no es
aconsejable ni posible un encarecimiento sustancial
3 E l profesor A d o lf W a g n e r expresa un pensamiento pa
recido en la prim era refundición del Lehrbuch der politi-
schen Okonomie. En la pág. 361 dice lo siguiente: «L a cues
tión social es la contradicción, ya consciente entre el des
arrollo económico y el principio social de libertad e igual
dad, que se tiene como ideal y se realiza en la vida política.»
4 Así, por ejemplo, el D r. E. Sax dice en su obra Die
Hausindustrie in Thüringen, entre otras cosas, que en 1869
la producción de 244.500.000 pizarrines había arrojado un
493
de las mercancías, porque de ese modo se produciría
una limitación del consumo, se empeoran artificial
mente, se echa mano de la adulteración de medios
de subsistencia y de falsas pesas y medidas a fin de
obtener las ganancias que no conseguirían de otro
modo. El químico Chevalier informa que entre las
diversas especies de adulteraciones de los medios
de subsistencia conoce 32 para el café, 30 para el
vino, 28 para el chocolate, 24 para la harina, 23 para
el brandy, 20 para el pan, 19 para la leche, 10 para
la mantequilla, nueve para el aceite de oliva, seis
para el azúcar, etcétera. En las tiendas se lleva a
cabo un fraude principal con la venta de mercancías
ya pesadas; a menudo sólo se suministran 900 ó 950
gramos por un kilo y, de este modo, se procura ga
nar el doble de lo que se gana en el precio. Quienes
más sufren son los obreros y gente pobre, que se
llevan la mercancía fiada y, por tanto, tienen que
salario de 122.000 a 200.000 florines para los obreros, mien
tras que el precio de venta había aumentado en la última
mano a 1.200.000 florines, es decir, ascendió, por lo menos,
a seis veces más de lo que había recibido el productor. En
el verano de 1888 se pagaban a cinco marcos los cinco quin
tales de bacalao fresco de primera mano. E l detallista pa
gaba 15 al mayorista, y el público 125 marcos. También
se destruyen cantidades grandes de medios de subsisten
cia porque los precios no recompensan los costes de trans
porte. Así, por ejemplo, en años de abundante pesca de
arenques se utilizan como abono cargamentos enteros,
mientras que en el interior viven miles de seres humanos
que no pueden comprarlos. Lo misino ocurrió en California
en 1892 con una abundante cosecha de patatas. Cuando
en 1901 bajó mucho el precio del azúcar, un periódico es
pecializado propuso, seriamente que se tirasen al agua una
parte dé las existencias y destruirlas a fin de elevar los
precios. También es sabido que Charles Fourier se vio
incitado a desarrollar su sistema societario porque, siendo
aprendiz en una tienda de Toulon, recibió el encargo de
tirar al m ar un cargamento de arroz para que subieran los
precios. Y se dijo: una sociedad que recurre a medidas
tan bárbaras y absurdas tiene que apoyarse sobre una base
falsa, y se hizo socialista.
494
ca lla rse , aunque perciban el fraude. También se
efectúa gran abuso del peso falso en la venta de
galletas y bollos. La estafa y el fraude están ineludi
blemente entrelazadas con nuestro estado social, y
ciertas instituciones estatales, como, por ejemplo,
elevados impuestos indirectos y aranceles, fomentan
la estafa y el fraude. Las leyes contra las adultera
ciones de medios de subsistencia arreglan bien poco.
La lucha por la existencia obliga a los estafadores
a emplear medios cada vez más refinados, y muy
raras veces existe un control fundamental y riguroso.
Además, todo control serio se paraliza bajo el pre
texto de que para descubrir las adulteraciones se
necesita un aparato administrativo más extenso y
caro —lo cual es cierto— , bajo el que también «su
fre el negocio legítimo». Pero si las medidas de con
trol intervienen eficazmente, motivarán una subida
considerable de los precios, puesto que el precio más
bajo sólo era posible mediante la adulteración de
la mercancía.
Para contrarrestar estos males del comercio, bajo
los que siempre y en todas partes es la masa la que
más sufre, se ha pasado a la creación de sociedades
de consumo. Las cooperativas de consumo han ad
quirido, especialmente en Alemania, tal significa
ción para los militares y funcionarios que numero
sos comercios se han arruinado por ellas. Mas tam
bién. han experimentado un gran desarrollo las
cooperativas de consumo obreras y, en parte, han
pasado también a la producción propia de ciertos
objetos de uso. Las cooperativas de consumo de
Hamburgo, Leipzig, Dresde, Stuttgart, Breslau, Vie-
na, etcétera, se han convertido en organizaciones
ejemplares, y las ventas anuales de las cooperativas
de consumo alemanas ascienden a cientos de mi
llones de marcos. Desde hace algunos años existe
también en Hamburgo un centro de compras para
las cooperativas de consumo obreras alemanas, el
495
cual adquiere las mercancías en la mayor escala
para permitir así el suministro más barato posible
a las cooperativas individuales. Por tanto, estas
cooperativas ponen de manifiesto la superfluidad
del comercio intermediario disperso. Esta es la ma
yor ventaja que tienen, además de proporcionar ver
daderas mercancías. Las ventajas materiales para
sus miembros no son muy significatvias, ni tampoco
bastan las facilidades que les ofrecen para procurar
se una mejora sustancial en su vida. Pero la funda
ción de cooperativas de consumo es un síntoma de
que en los más amplios círculos se ha reconocido la
superfluidad del comercio intermediario. La socie
dad llegará, finalmente, a una organización por la
que el comercio resultará superfluo al llegar los
productos, sin más intermediarios que los que re
quieren el transporte de un lugar a otro y la distri
bución y se hallan al servicio de la sociedad, a ma
nos de los consumidores. Tras la adquisición común
de los medios de subsistencia importa, además, plan
tear la demanda de una preparación común para la
mesa, realizada en gran escala, lo que, a su vez, su
pondría un gigantesco ahorro de fuerzas, espacio,
material y gastos de todo tipo.
496
X IX . La revolución en la agricultura
497
más bajos, pues en el campo, los terratenientes son,
por así decirlo, al mismo tiempo legisladores y eje
cutores de leyes, ponen con sus medios a muchos
candidatos y tienen en sus manos la administración
y la policía. Estas son las razones por las que aumen
ta cada año el número de comidas al vapor en el
campo. La agricultura y la industria entran en una
relación recíproca cada vez más íntima, ventaja ésta
que beneficia principalmente a la gran explotación
agrícola.
El desarrollo capitalista, que también ha alcanza
do en Alemania a la gran propiedad rural, ha pro
ducido en parte las mismas condiciones que en In
glaterra y los Estados Unidos. En el campo no im
peran ya las relaciones idílicas que existían aún hace
pocos decenios. La cultura moderna se ha extendido
gradualmente hasta el último rincón del campo.
Particularmente el militarismo ha ejercido, en con
tra de su voluntad, una influencia revolucionaria. El
fuerte aumento del Ejército permanente, en tanto
afecta al tributo de sangre, supone una carga muy
fuerte para el campo llano. Una gran parte de los
soldados del Ejército permanente se saca de la po
blación rural. Mas cuando el hijo campesino, el jor
nalero o mozo vuelve al campo, después de pasar
dos o tres años en el ambiente poco moral de la
ciudad y del cuartel, ha aprendido toda una serie
de nuevas concepciones y necesidades culturales que
quiere satisfacer en el futuro. Para poder hacerlo,
exige, en primer lugar, salarios más altos; la vieja
moderación se hizo añicos en la ciudad. O, en mu
chos "casos, prefiere alejarse por completo del cam
po, cosa que consigue a pesar de todos los intentos
de las autoridades militares por devolverlo a él. Los
medios de transporte, cada vez más extensos y per
feccionados, contribuyen también a elevar las nece
sidades en el campo. Mediante el tráfico con la ciu
dad, el hombre del campo aprende a conocer el
498
mundo desde una perspectiva enteramente nueva y
seductora, se ve asediado por ideas y exige conoci
miento de necesidades culturales que hasta ahora
¡e eran totalmente desconocidas. Eso hace que esté
descontento de su situación. Las demandas cada vez
mayores que plantean el Estado, la provincia, el
Ayuntamiento, etcétera, afectan tanto al campesino
como al obrero agrícola y hacen que se rebelen más
todavía.
A ello se suman otros factores muy importantes.
La agricultura europea y especialmente también
la alemana, ha entrado desde finales de los años 70
del siglo anterior en una nueva fase de su desarro
llo. Mientras que, hasta entonces, los pueblos depen
dían de los productos agrarios de la propia agricul
tura o, como, por ejemplo, Inglaterra, de los países
vecinos —Francia y Alemania—, la situación cam
bió desde ese momento. Debido a la mejora y des
arrollo grandioso de los medios de transporte •—na
vegación marítima, construcción de ferrocarriles en
Norteamérica—, se inició la importación de me
dios de subsistencia de América a Europa, echando
aquí por tierra los precios de los cereales, de suerte
que la plantación de las principales especies de ce
reales empezó a dejar de ser rentable en Europa
central y occidental, a menos que se cambiasen por
completo las relaciones de producción. También
aumentó considerablemente la zona de producción
internacional de cereales. Además de Rusia y Ru
mania, que procuraban aumentar todo lo posible su
exportación de cereales, apareció en el mercado par
ticularmente cereal argentino, australiano, indio y,
a veces, canadiense. A lo largo del desarrollo ulterior
se sumó otro factor desfavorable. Comenzó el éxodo
de los pequeños campesinos y obreros rurales, quie
nes, estimulados por las causas mencionadas, emi
graban al otro lado del océano o marchaban en gra
pos a las ciudades y distritos industriales, de suerte
499
que escaseaban las fuerzas de trabajo en el campo.
Las relaciones patriarcales supervivientes, sobre
todo al Este de Alemania, y el mal trato y la posición
sumamente subordinada del obrero agrícola y de la
servidumbre intensificaron este éxodo rural.
La medida en que se produjeron pérdidas por mi
gración, por ejemplo, entre 1840 y el censo de 1905,
la indica el hecho de que las provincias de Prusia
Oriental y Occidental, Pomerania, Posen, Silesia, Sa
jonia y Hannover perdieron 4.049.200 personas, y en
el mismo espacio de tiempo Baviera, Württemberg,
Badén y Alsacia-Lorena perdieron 2.026.500 perso
nas, mientras que Berlín, por ejemplo, aumentó
su población, en el mismo espacio de tiempo, en
1.000.000 de habitantes; Hamburgo, en 402.000; el
reino de Sajonia, en 326.200; Renania, en 343.000;
Westfalia, en 246.100*.
2. Campesinos y latifundistas
500
directos para todos los fines posibles a costa de la
colectividad. Ha sido, sobre todo, la propiedad me
dia y grande la que, partiendo del supuesto de que
se explote de una manera que se halle medianamente
a la altura de la técnica, ha vuelto a ver satisfechos
sus deseos, como confirman los precios de las mer
cancías, extraordinariamente altos, en los últimos
años.
Si se quiere que la agricultura prospere, es nece
sario que una sociedad dominada por el capitalismo
se explote también al modo capitalista. Aquí, lo mis
mo que en la industria, rige también el principio
de complementar o sustituir la fuerza de trabajo hu
mana por la máquina y la técnica superior. El que
así ocurre en medida cada vez mayor lo corrobora el
hecho de que, en Alemania, entre 1882 y 1895, el nú
mero de arados de vapor utilizados en la agricul
tura pasó de 836 a 1.696 y el número de máquinas
trilladoras subió de 75.690 a 259.364. En compara
ción con lo que podría rendirse con máquinas agríco
las, esto es todavía muy poco y confirma, por un
lado, el gran atraso de la agricultura y, por otro, tam
bién el hecho de que tanto la falta de medios como
la insuficiencia de la superficie individualmente cul
tivada hicieron imposible hasta ahora el empleo de
máquinas. Si quiere explotarse de un modo racional,
la máqunia exige que se la aplique a una superficie
mayor, empleada en un mismo cultivo. A ello se
oponen el gran número de explotaciones agrícolas
pequeñas y medianas con sus propiedades dispersas
y sus cultivos diversos.
Los cuadros de la página 502 ponen de manifiesto
la manera en que se distribuye en el Imperio alemán
la superficie agrícola2.
501
Entre los 5.736.082 explotaciones existentes en
1907, no menos de 4.384.786 eran inferiores a las
cinco hectáreas (76,8 por 100) de todas las explota
ciones que, en tanto no son hortícolas o tienen un
suelo excelente, sólo proporcionan a sus cultivadores
una pobre existencia, pues entre ellas hay 2.731.055
explotaciones que tienen una extensión de una hec
tárea y menos.
Empresas Núm . de Aumento o
agrícolas empresas disminución
1882 1895 1907 de 1882 de 1895
a 1895 a 1907
Menos de 2 Ha. 3.061.831 3.236.367 3.378.509 + 174.536 + 142.142
Menos de 5 Ha. 981.407 1.016.318 1.006.277 + 34.911 — 10.041
Menos de 20 Ha. 926.605 998.804 1.065.539 + 72.199 + 66.735
Menos de 100 Ha. 281.510 281.767 262.191 + 257 — 19.576
Más de 100 Ha. 24.991 25.061 23.566 + 70 — 1.495
5.276.344 5.558.317 5.736.082 + 281.973 + 177.765
Empresas Superficie agrícola Aumento o
agrícolas explotada en Ha. disminución
1882 1895 1907 de 1882 de 1895
a 1895 a 1907
Menos de 2 Ha. 1.825.938 1.808.444 1.731.317 — 17.494 — 77.127
Menos de 5 Ha. 3.190.203 3.285 984 3.304.872 + 95.781 + 18.888
Menos de 20 Ha. 9.158.398 9.721.875 10.421.565 + 568.477 + 699.690
Menos de 100 Ha. 9.908.170 9.869.837 9.322.106 — 38.333 — 547.731
Más de 100 Ha. 7.786.263 7.831.801 7.055.013 + 45.538 — 776.788
31.868.972 32.517.941 31:834.873 + 648.969 — 683.068
502
ten a su cultivador una existencia miserable a pesar
de su trabajo duro y prolongado. Puede decirse, sin
temor de exagerar, que nueve décimas partes de
los agricultores carecen de medios y conocimientos
para explotar su suelo como podría explotarse. Tam
poco recibe el campesino pequeño y medio el precio
que debiera recibir por sus productos, tiene que
habérselas con el intermediario, que lo tiene en sus
manos. El comerciante, que en determinados días o
épocas del año recorre el campo y, por regla general,
vuelve a vender a terceros, quiere obtener su pro
vecho; pero la acumulación de muchas cantidades
pequeñas le cuesta mucho más trabajo que un gran
cargamento en un gran propietario; por eso, el cam
pesino pequeño y mediano recibe por su mercancía
menos que el agricultor grande, y si la calidad de
la mercancía es deficiente, cosa que ocurre a me
nudo con la forma primitiva de economía que prac
tica, tiene que aceptar el precio que quieran darle.
A ello se suma el hecho de que el campesino o arren
datario no puede esperar, con frecuencia, el tiempo
en el que el producto ofrecido por él alcanzaría el
mayor precio. Tiene que hacer pagos por el arrenda
miento, los intereses, los impuestos, tiene que devol
ver los préstamos tomados o saldar las deudas con
traídas con tenderos y artesanos, es decir, tiene que
vender, por desfavorable que sea el momento. Ha
hipotecado para mejorar su tierra o para compensar
a los herederos o hijos; pero no tiene muchos pres
tamistas donde elegir y, en consecuencia, las condi
ciones no son favorables. Los elevados intereses y
los plazos fijos de reembolso se le hacen duros; una
cosecha mala o una falsa especulación en el tipo de
cultivo para el que contaba con un buen precio, lo
ponen al borde de la ruina. A menudo, el comprador
de los productos del suelo y el prestamista es la
misma persona, está, pues, en manos de un acree
dor. Los campesinos de lugares y distritos enteros
503
se hallan de este modo en manos de unos cuantos
acreedores, como, por ejemplo, los cultivadores de
lúpulo, vino, tabaco y hortalizas en el sur de Alema
nia y en el Rhin, los pequeños campesinos de Ale
mania central. El tenedor de la hipoteca les chupa
la sangre, dejándolos trabajar como propietarios en
sus parcelas, que en realidad ya no les pertenecen.
Pero el vampiro capitalista encuentra a menudo mu
cho más útil esta explotación que hacerse cargo del
suelo y explotarlo él mismo o venderlo. De este
modo figuran en el catastro miles y miles de campe
sinos como propietarios, aunque en realidad ya no
lo son. Claro está, también cae víctima de un capita
lista usurero algún que otro latifundista que no
supo administrarse o tuvo mala suerte o se hizo
cargo de la finca en condiciones desfavorables. El
capitalista se hace dueño del suelo y, para obtener
ganancias dobles, practica la matanza de fincas; las
parcela porque, de este modo, obtiene un beneficio
mucho más alto que si las vendiese enteras. Además,
con un número mayor de pequeños propietarios tie
ne más oportunidades de proseguir su negocio usu
rero con el mayor éxito. Como es sabido, también
son las casas urbanas con muchas viviendas peque
ñas las que más renta producen. Un número de pe
queños campesinos interviene y compra una parte
de la finca parcelada, el benefactor capitalista está
dispuesto también a cederles parcelas mayores con
tra un pequeño primer pago, dejando el resto en hi
poteca con un buen interés. Esta es la madre del
cordero. Si el pequeño propietario tiene suerte y
consigue, poniendo todas sus fuerzas, sacarle a su
tierra un producto regular o, excepcionalmente, ob
tener dinero barato, podrá salvarse, de otro modo
terminará como hemos dicho.
Si al pequeño campesino o arrendatario se le mue
ren unas reses, será una gran desgracia para él; si
tiene que casar a una hija, el ajuar de ésta aumen
tará sus deudas, perdiendo, además, una fuerza de
trabajo barata; si se casa su hijo,' éste exige
su parcela de tierra o una compensación en dinero.
Muy a menudo tiene que omitir mejoras necesarias
del suelo; si el ganado no le produce suficiente abo
no —lo cual no es raro—, se reducirá la cosecha por
no poder comprar fertilizantes. Con frecuencia care
ce de medios para hacerse con semillas mejores,
más rentables; le está vedado el empleo ventajoso
de las máquinas; a menudo no puede realizar la
rotación de cultivos correspondiente a la composi
ción química de su suelo. Tampoco puede aprove
char las ventajas que ofrecen la ciencia y la expe
riencia para un mejor aprovechamiento de los ani
males domésticos. La falta de pienso apropiado, de
estabulación adecuada y demás instalaciones se lo
impiden. Por tanto, son muchas las causas que
dificultan la existencia al campesino pequeño y
mediano3.
La situación es muy distinta para la agricultura a
gran escala, que se extiende sobre un número relati
vamente pequeño de explotaciones, pero sobre una
superficie considerable. Por la estadística men
cionada vemos que las 23.566 explotaciones con
7.055.013 hectáreas de superficie cultivable poseen
2.019.824 hectáreas más que los 4.384.786 explotacio
nes con menos de cinco hectáreas de superficie.
Pero la estadística de explotaciones y la de pro
piedad no coinciden; así, pues, en 1895 había no
menos de 912.959 arrendamientos puros de todos los
tamaños, 1.694.251 explotaciones con tierra parcial
mente suya y parcialmente arrendada, y 983.917 ex
plotaciones que se cultivaban en otras formas, como,
por ejemplo, tierra en especie, tierra de servicios,
porción de tierras comunales, etcétera.
Y, al contrario, algunos individuos mencionan
3 Véase A. H ofer , «D er Bauer ais Erzicher», Neue Zeit,
1908-09, vol. II, págs. 714, 786 y 810.
505
toda una serie de explotaciones agrícolas como su
yas propias. El mayor terrateniente alemán es el rey
de Prusia, que tiene 83 fincas con 98.746 hectáreas,
viniendo a continuación:
P R IN C IP E D E PLE SS con 75 fincas y 70.170 Ha.
P R IN C IP E
H O H E N Z O L L E R N -S IG M . con 24 fincas y 59.968 Ha.
D U Q U E D E UJEST con 52 fincas y 39.742 Ha.
P R IN C IP E
H O E N L O H E -Ü H R IN G E N con 52 fincas y 33.096 Ha.
P R IN C IP E D E R A T IB O R con 51 fincas y 33.096 Ha.
506
y adueñarse de toda la tierra campesina que pueda,
como ocurre en la Alta Silesia, Lausitz, el gran du
cado de Hesse, etcétera, regiones en las que repeti
damente se efectúan compras de propiedad campe
sina en gran escala.
En Austria, la gran propiedad predomina mucho
más que en Alemania o en Prusia. Aquí, además de
la nobleza y de la burguesía, ha sido la iglesia cató
lica la que se ha asegurado una parte de león en el
botín de la tierra. La expropiación de los campesi
nos está también en pleno vigor en Austria. En
Steiermark, Tirol, Salzburgo, Alta y Baja Austria,
las montañas de los Sudetes, se intenta desalojar
por todos los medios a los campesinos de sus tierras
y transportar sus parcelas en propiedad señorial. El
mismo espectáculo que ofrecían Escocia e Irlanda se
desarrolló ahora en las más hermosas comarcas aus
tríacas. Individuos y sociedades compran enormes
complejos de tierra, y lo que de momento no se
puede comprar, se arrienda para convertirlo en co
tos de caza. El acceso a los valles, montes y caseríos
lo cierran los nuevos señores y los propietarios ter
cos de algunas explotaciones y alpes que se resisten
a los señores se ven obligados mediante toda clase
de vejaciones a enajenar su propiedad a los propie
tarios ricos de montes y bosques. Antiguas tierras de
cultivo, de las que han vivido muchas generaciones
desde hace miles de años, se transforman en selva
habitada por ciervos y corzos, mientras que las mon
tañas, que el capitalista noble burgués llama suyas,
constituyen la residencia de rebaños enteros de ga
muzas. Comunidades enteras caen víctimas de la
pobreza porque se les prohíbe que su ganado paste
en los prados de las montañas o se les niega, en ab
soluto, el derecho de pastoreo. ¿Y quiénes son los
que atenían contra los bienes de los campesinos y
su independencia? Además de Rothschild y el barón
de Mayer-Melnhoh, los duques de Koburg y Meinin-
507
gen, los príncipes de Hohenlohe, el príncipe de Lich-
tenstein, el príncipe de Braganza, la princesa de Ro-
shenberg, el príncipe de Pless, los condes de Schon-
feld, Festetics, Schafgotsch, Trauttmannsdorff, la
sociedad cinegética Conde Károloy, la sociedad ci
negética Barón Gustadt, la aristocrática sociedad
cinegética de Blühnbach, etcétera. Por todas partes
se extiende la gran propiedad rural. Así, por ejem
plo, en 1875 había solamente nueve personas en la
Baja Austria, cada una de las cuales poseía más de
5.000 yugadas con una superficie total de 89.490 hec
táreas, y en 1895 había ya 24 personas que poseían
un total de 213.574 hectáreas.
En toda Austria, la gran propiedad rural com
prende una superficie de 8.700.000 hectáreas, mien
tras a la pequeña propiedad rural le corresponden
21.300.000 hectáreas. Los propietarios de fideicomi
sos, 297 familias, poseen 1.200.000 hectáreas. A los
millones de pequeños propietarios rurales, que cul
tivan el 71 por 100 de toda la superficie, se oponen
unos miles de grandes terratenientes que disponen
de más del 29 por 100 de la superficie de Austria.
Hay muy pocos distritos fiscales en los que no haya
grandes terratenientes. En la mayoría de los distri
tos hay dos o varios latifundistas, los cuales ejercen
una decisiva influencia política y social. Casi la mi
tad de los latifundistas están hacendados en varios
distritos del país, y muchos en varias posesiones de
la corona del Imperio. En la Baja Austria, Bohemia,
Moravia, no hay ningún distrito que carezca de
ellos. Tan sólo la industria pudo desplazarlos un
poco, como, por ejemplo, en el norte de Bohemia y
en el límite entre Bohemia y Moravia. Por lo demás,
el latifundio aumenta por todas partes: en la Alta
Austria, donde, entre todas las tierras de la corona,
existe todavía la clase de campesinos acomodados;
lo mismo que en Górz y Gradiska, en Steiermark,
en Salzburgo, en Galizia y en la Bukowina, siendo
508
menos fuerte en los países que constituyen ya el
dominio de los latifundistas, sobre todo en Bohemia,
Moravia, Silesia y Baja Austria.
En la Baja Austria, de una superficie total de
1.982.300 hectáreas correspondían al latifundio (393
propietarios) 540.655 hectáreas, y a la Iglesia 79.181
hectáreas, 13 posesiones de más de 1.000 hectáreas
cada una comprenden 425.079 hectáreas (9 por 100)
de la superficie total, entre ellos el conde de Hoyos-
Sprinzenstein con 33.124 hectáreas. La superficie
de Moravia asciende a 2.081.220 hectáreas, de ellas
corresponden 81.857 hectáreas a la Iglesia (3,8 por
100), 116 posesiones de más de 1.000 hectáreas abar
can más que otras 500.000 con una extensión de has
ta 10 hectáreas, las cuales forman el 92,1 por 100 de
todas las propiedades. De las 514.677 hectáreas de la
superficie de la Silesia austríaca, la Iglesia poseía
50.845 hectáreas y 79 propietarios; juntos, 204.118
hectáreas. Bohemia, con una superficie de 5.194.000
hectáreas, tiene, aproximadamente, 1.237.085 propie
tarios. La distribución de la propiedad rural se carac
teriza por un número extraordinariamente grande
de propiedades de tamaño diminuto, de un lado, y el
gran latifundio, de otro. Casi el 43 por 100 de todas
las explotaciones tienen menos de media hectárea,
y más de cuatro quintas partes no rebasan las cinco
hectáreas. Estas 703.577 posesiones (81 por 100)
comprenden únicamente el 12 por 100 de la superfi
cie de Bohemia. En cambio, 776 personas poseen el
35,6 por 100 de toda la superficie, mientras que sólo
constituyen el 0,1 por 100 de todas las posesiones.
La distribución de la propiedad se destaca todavía
más si analizamos la categoría mayor de «más de
200 hectáreas». El resultado es el siguiente:
509
Hectáreas Total de Ha,
380 presonas poseen cada una 200-500 116.143
144 personas poseen cada una 500-1.000 101.748
104 personas poseen cada una 1.000-2.000 150.567
151 personas poseen más de 2.000 1.436.084
510
más, transformándolas en cotos de caza. Aldeas en
teras, cientos de caseríos, sus habitantes, son expul
sados de la tierra, y el lugar de las personas y del
ganado destinado al alimento humano, lo ocupan los
corzos, ciervos y gamuzas. Algunos de los que de
vastan de esta manera medias provincias se levan
tan luego en los Parlamentos para hablar de la «mi
seria del campesino» y abusan de su poder para re
clamar la ayuda del Estado en forma de aranceles
sobre los cereales, la madera, el ganado y la carne,
primas a los impuestos del aguardiente, etcétera,
a costa de los desposeídos.
En los Estados industriales más avanzados no
son, como en Austria, las necesidades de lujo de las
clases privilegiadas las que desplazan a la pequeña
propiedad, sino la necesidad de organizar de modo
capitalista, ante los deseos de una población cada
vez más denso, el sistema económico a fin de poder
producir las cantidades de alimentos requeridas.
Así se comprueba, primeramente, en Bélgica, indus
trialmente muy desarrollada. Conforme al Annuaire
statistique, citado por Emil Vandervelde en el ar
tículo «Das Grudeigentum in Belgien in den Zei-
traum von 1834 bis 1899» (La propiedad rural en
Bélgica entre 1834 y 1899) se dice lo siguiente: son
exclusivamente las explotaciones menores de cinco
hectáreas y, sobre todo, las menores de dos hectá
reas, las que han reducido su número. Las explota
ciones de más de 10 hectáreas, en cambio, han au
mentado a 3.789. La concentración de la propiedad
rural, que se corresponde con el avance de la gran
empresa y la cría racional de ganados, resalta de
un modo claro. Desde 1880 ha surgido un movimien
to que corre, precisamente, en sentido opuesto al
de 1866 a 1880. Mientras que en 1880 aún había
910.396 explotaciones agrícolas, en 1895 sólo había
829.625, lo cual supone, en quince años, una dismi
nución de 80.771 explotación (9 por 100). Y esta
511
disminución afecta concretamente a las explotacio
nes con menos de cinco hectáreas, mientras que las
de cinco a diez hectáreas aumentaron en 675; las de
10 a 20 hectáreas, en 2.168; las de 20 a 30 hectáreas,
en 414; las de 30 a 40 hectáreas, en 164; las de 40
a 50 hectáreas, en 187; las de más de 50 hectáreas,
en 181.
512
miento de los productos agrarios, se mantiene el
aumento de los ingresos, eso significa una limitación
en el resto de las necesidades, entre las que en este
caso sufren, en primer lugar, la industria y el
comercio.
Para el agricultor, las cosas son bien diferentes.
Igual que el industrial quiere sacar la mayor utili
dad posible á su negocio, y le es indiferente el pro
ducto que se lo proporcione. Si la importación de
cereales extranjeros le impide obtener la ganancia
deseada, que él considera necesaria, del cultivo de
cereales, se dedica a cultivar otros productos que le
den más utilidad. Cultiva remolacha azucarera para
la producción de azúcar, y patatas y cereales para
la producción de bebidas alcohólicas en vez de trigo
y centeno para pan. Emplea las tierras más fértiles
para el cultivo del tabaco en vez de verduras y hor
talizas. Otros dedican miles de hectáreas de tierra
para la cría de caballos, pues éstos tienen un precio
elevado para fines militares y bélicos. Por otro lado,
vastas extensiones de bosques que podrían utilizarse
en la agricultura, se reservan para los gustos cine
géticos de los señores aristocráticos, a menudo en
regiones en donde podría emprenderse la tala de
unos cientos o miles de hectáreas de bosque y trans
formarlas en suelo cultivable, sin que la reducción
del bosque tuviese efectos perjudiciales en la hume
dad de la comarca correspondiente.
Desde este punto de vista, aún podrían ganarse
en Alemania miles de kilómetros cuadrados de suelo
fértil para la agricultura. Pero a estas transforma
ciones se opone tanto el interés material de una par
te de la jerarquía de funcionarios como el interés
cinegético de los latifundistas que no quieren perder
sus terrenos de caza ni su placer de cazar. Es natu
ral que semejante tala de bosques sólo se lleve a
cabo donde supone una verdadera ganancia. Por otro
lado, podrían repoblarse, para provecho del país,
513
grandes extensiones de tierra, particularmente terre
nos montañosos y estériles.
Recientemente se impugna la gran influencia del
bosque en el desarrollo de la humedad. Evidente
mente sin razón. El libro de Parvus y el doctor Leh-
m a n n Das hungernde Russland (La Rusia hambrien
ta) suministra pruebas contundentes sobre el alto
grado en que el bosque influye en la humedad del
país y, con ello, en la del suelo. Los autores estable
cen que las talas desmesuradas y sin plan efectua
das en las provincias más fértiles de Rusia son las
principales causantes de las malas cosechas que pa
decen en los últimos decenios estas regiones antes
tan fértiles. Además de otros muchos hechos, cons
tatan que en el curso de los años han desaparecido
del distrito de Stavropol cinco pequeños ríos y seis
lagos; en el distrito de Samara, seis pequeños ríos;
en el de Bugurislav, dos pequeños ríos. En los dis
tritos de Nikolaievsk y Novousensk hay cuatro ríos
que apenas se conservan conteniéndolos con estiér
col. Muchas aldeas que antes tenían agua corriente
en sus proximidades carecen ahora de ella, y la pro
fundidad de los pozos llega muchas veces a los 45
y 60 metros. En consecuencia, el suelo es duro y
agrietado. Con la tala de los bosques se secaron las
fuentes y disminuyó la lluvia.
La explotación capitalista del suelo lleva también
a condiciones capitalistas. Una parte de nuestros
agricultores, por ejemplo, ha obtenido durante mu
chos años beneficios horrendos del cultivo de la
remolacha y de la inherente producción de azúcar.
El sistema de tributación favorecía la exportación
de azúcar y, concretamente, de tal modo que el pro
ducto de la imposición de la remolacha y del consu
mo de azúcar se destinaba en proporción conside
rable a las primas de la exportación.
El reembolso concedido a los fabricantes de azú
car por quintal doble de azúcar era sustancialmente
514
superior al impuesto que ellos pagaban por la remo
lacha, y esta prima los ponía en situación de vender
barato al extranjero grandes cantidades de azúcar
a costa del contribuyente interno, aumentando má<¡
todavía el cultivo de la remolacha. El beneficio que
obtenían de este sistema de impuestos los fabrican
tes de azúcar suponía más de 31 millones de mar
cos por año. Cientos de miles de hectáreas de tierra
(en 1907-08, 450.030), que antes se dedicaban al cul
tivo de cereales, etcétera, se emplean ahora para la
remolacha, creándose fábricas y más fábricas, ter
minando necesariamente en el crac. Los altos be
neficios del cultivo de la remolacha influyeron favo
rablemente en el precio del suelo. Este subió. La
consecuencia fue la compra de las pequeñas pose
siones, cuyos propietarios se dejaron inducir a la
venta, seducidos por los elevados precios. El suelo
se explotó para la especulación industrial, limitán
dose el cultivo de cereales y patatas a tierras de me
nor calidad, con lo que aumentó la necesidad de im
portar medios de vida del extranjero. Finalmente,
los inconvenientes que surgieron del sistema de pri
mas al azúcar y que gradualmente habían tomado
un carácter internacional, obligaron a los Gobiernos
y los Parlamentos a suprimir los pagos de primas
para volver una vez más a las condiciones medio
naturales.
En tales condiciones, el campesino pequeño y mu
chos de los medianos no pueden, a pesar de todos
sus esfuerzos y privaciones, alcanzar la posición
social a la que tienen derecho como ciudadanos de
un Estado cultural. Todo lo que hagan el Estado
y la sociedad para que se conserven estas capas, que
constituyen una de las bases fundamentales del sis
tema político y social actual, no dejará de ser cha
puzas y remiendos. Los aranceles agrarios perjudi
can a esta parte de cultivadores más que los benefi
cian. La gran mayoría no cultiva más de lo que nece
515
sita para el sustento; depende de la compra de una
parte de sus artículos de primera necesidad, adqui
riendo los medios para efectuarla mediante trabajo
adicional industrial o de otra especie. Una gran par
te de nuestros pequeños campesinos está más inte
resada en el estado favorable de nuestra industria y
del comercio que en la agricultura, puesto que sus
propios hijos se ganan la vida trabajando en la in
dustria y el comercio, hijos para los que, de otro
modo, no habría ningún trabajo ni ingresos. Una co
secha desvaforable aumenta el número de campesi
nos que se ven obligados a comprar sus productos
agrícolas. Por tanto, ¿de qué sirven los aranceles
agrarios, las prohibiciones de importación y las me
didas de boicot agrario al que nada o muy poco tie
ne que vender, pero sí tiene que comprar algunas
y, en determinadas circunstancias, muchas cosas?
Esta es la situación en la que se encuentra el 80 por
100 de todas las explotaciones agrícolas.
La manera en que un agricultor explote su tierra
es, en la era de la propiedad privada, asunto perso
nal suyo. Cultiva lo que le parece más rentable, sin
tener en cuenta las necesidades o el interés de la
sociedad, es decir, vía libre.
El industrial también hace lo mismo. Fabrica cua
dros obscenos, libros inmorales y construye fábricas
para la adulteración de alimentos. Estas y otras mu
chas actividades son perjudiciales para la sociedad,
minan la moral y fomentan la corrupción. Pero pro
porcionan dinero y, en verdad, más que los cuadros
morales, los libros científicos y la venta de medios
de vida sin adulterar. El industrial ávido de ganan
cia sólo tiene que preocuparse de que no lo descu
bra la policía, y puede practicar su industria inmo
ral con la certeza de que la sociedad lo envidiará
y lo tratará con respeto por el dinero que gane
con ella.
El carácter de Mammón de nuestra época se dis
516
tingue del modo claro en la Bolsa y sus actividades.
La tierra y los productos industriales, medios de
transporte, las condiciones climáticas y políticas, la
escasez y la abundancia, la miseria masiva y los ac
cidentes, las deudas públicas, los inventos y descu
brimientos, la salud o la enfermedad y muerte de
personas influyentes, la guerra y el grito de guerra,
a menudo inventado tan sólo para este fin, todo esto
y muchas cosas más son objeto de especulación y se
emplean para la explotación y la estafa mutua. Los
personajes principales del capital logran la influen
cia más decisiva en el estado de toda la sociedad
y, favorecidos por sus poderosos medios y conexio
nes, acumulan las riquezas más inmensas. En sus
manos, los ministros y los gobiernos son muñecos
que tienen que actuar como ordenen los personajes
principales de la Bolsa, que los manipulan entre bas
tidores. No es el poder estatal el que tiene a la Bolsa
en sus manos, sino, viceversa, la Bolsa al poder esta
tal. En contra de su voluntad, el ministro tiene que
abonar el «árbol venenoso» que le gustaría arrancar
de cuajo, y tiene que aportarle nuevas energías
vitales.
Todos estos hechos, cada día más evidentes para
todo el mundo, puesto que los males aumentan to
dos los días, requieren un remedio rápido y radical.
Pero la sociedad no sabe qué hacer con esos males,
lo mismo que ciertos animales de la montaña; gira
constantemente como un caballo en el molino, sin
saber qué hacer, sin recursos, ofreciendo una ima
gen de la aflicción y de la estupidez. Los que podrían
ayudar son todavía demasiado débiles; a quienes de
bieran ayudar les faltan todavía conocimientos; quie
nes podrían ayudar no quieren; se entregan al poder
y, en el mejor de los casos, piensan lo mismo que
Madame Pompadour: Aprés nous le déluge (después
de nosotros, el diluvio). ¿Y si el diluvio llega antes
de que mueran?
517
S e c c ió n cuarta
La socialización de la sociedad
XX. La revolución social
1. La transformación de la sociedad
520
todo intento de sacudir su situación privilegiada. In
cluso las protestas y leyes que no alteran lo m á s
mínimo las bases del orden social existente ni su
posición privilegiada les producen la mayor irrita
ción tan pronto como afectan o pudieran afectar a
sus bolsillos. En los Parlamentos se imprimen mon
tañas enteras de papel con discursos, hasta que la
montaña pare" un ratoncito. Se reciben las demandas
más naturales de la protección en el trabajo con tal
resistencia que parece depender de ellas la existen
cia de la sociedad. Y si después de luchas intermi
nables se les arrancan algunas concesiones, se por
tan como si hubiesen sacrificado una gran parte de
su fortuna. La misma resistencia tenaz ofrecen cuan
do se trata de reconocer formalmente la igualdad de
derechos de las clases oprimidas y, por ejemplo en
la cuestión del contrato laboral, tratarlas como
iguales.
Esta resistencia ante las cosas más sencillas y las
demandas más naturales confirma el viejo principio
práctico de que ninguna clase dominante se deja
convencer por razones si el poder de las circunstan
cias la obliga a reconocer las cosas y a ceder. Pero
la fuerza de las circunstancias radica cada vez más
en el conocimiento que el desarrollo de nuestras re
laciones crea en los oprimidos. Las contradicciones
de clase son cada vez más agudas, visibles y sensi
bles. Llega a las clases explotadas y oprimidas el
conocimiento de la imposibilidad de sostener lo
existente; su indignación crece y, con ella, el deseo
imperioso de transformar y humanizar el estado de
cosas. Al extenderse este conocimiento a círculos
cada vez más amplios, conquista finalmente la in
mensa mayoría de la sociedad interesada más direc
tamente en esta transformación. Pero en la misma
medida en que se extiende en la masa el conocimien
to de la necesidad de su transformación radical dis-
minuye la capacidad de resistencia de la clase do
521
minante, cuyo poder se basa en la ignorancia de las
clases oprimidas y explotadas. Esta acción recíproca
es evidente, y por eso tiene que ser bien visto todo
lo que la fomente. Los avances del gran capital, jior
un lado, se compensan con el creciente conocimiento
de la contradicción en que se halla el orden social
actual con el bienestar de la inmensa mayoría del
pueblo. Aunque la solución y eliminación de las con
tradicciones sociales exigen grandes sacrificios y es
fuerzos, se llegará a ella tan pronto como las con
tradicciones hayan alcanzado el punto culminante
de su desarrollo, al que se acercan rápidamente.
Las medidas que se han de tomar en las distintas
fases del desarrollo dependen de las circunstancias
correspondientes. Es imposible predecir qué medi
das serán necesarias, dadas las circunstancias de
cada caso individual. Ningún Gobierno, ningún mi
nistro, por poderoso que sea, sabe de antemano lo
que las circunstancias lo obligarán a hacer el año
próximo. Esto tampoco puede decirse, ni mucho me
nos, de medidas que se ven influenciadas por cir
cunstancias cuya aparición no se puede calcular ni
predecir. La cuestión de los medios es la cuestión de
la táctica en un combate. Pero la táctica se rige por
el adversario y por los recursos de que dispongan
ambas partes. Un medio que hoy es excelente puede
resultar perjudicial mañana, porque han cambiado
las circunstancias que justificaban su empleo ayer.
Teniendo presente el objetivo, los medios para su
alcance dependen del tiempo y de las circunstancias;
sólo se necesita que se eche mano de los más efi-
caces y radicales que permitan el tiempo y las cir
cunstancias. Por tanto, en la descripción de las for
mas del futuro sólo se puede proceder de una ma
nera hipotética: hay que partir de hipótesis que se
suponen dadas.
Partiendo de este punto de vista, suponemos que
en un momento dado se habrán llevado a tales extre-
522
trios todos lós males descritos, que serán visibles y
sensibles a la gran mayoría de la población, que les
parecerán insoportables y que se verá poseída de un
anhelo general, irresistible, de transformar radical
mente la situación, considerando entonces la ayuda
más rápida la más apropiada.
Todos los males sociales emanan, sin excepción,
del orden social de cosas, que, como hemos demos
trado, se basa actualmente en el capitalismo, en el
modo capitalista de producción, en virtud del cual
la clase capitalista es la propietaria de todos los
medios de trabajo —suelo, minas, materias primas,
herramientas, máquinas, medios de transporte—,
practicando con ellos la explotación y opresión de la
gran mayoría del pueblo, lo cual tiene por conse
cuencia la creciente inseguridad de la vida, de la
opresión y degradación de las clases explotadas. Por
consiguiente, el paso más corto y rápido sería la
expropiación general de esta propiedad capitalista
y su transformación en propiedad social (propiedad
comunal). La producción mercantil se transforma en
socialista, practicada para y por la sociedad. La gran
empresa y la cada vez mayor productividad del tra
bajo social, hasta ahora fuente de la miseria y de la
opresión de las clases explotadas, se convierten aho
ra en él mayor bienestar de la formación armónica
de todos.
523
nido. Gradualmente, la organización estatal va per
diendo también su suelo y desaparece él Estado; en
cierto modo, se elimina él mismo.
En la primera sección de esta obra se expuso por
qué tenía que surgir el Estado. Es el producto de
una evolución social, originado en la sociedad primi
tiva, basada en el comunismo, y que se disuelve a
medida que se desarrolla la propiedad privada. Con
la aparición de la propiedad privada surgen, dentro
de la sociedad, los intereses antagónicos. Brotan las
contradicciones de clase, que llevan necesariamente
a luchas de clase entre los distintos grupos de inte
reses y amenazan la existencia del nuevo orden so
cial. Mas para poder reprimir a los adversarios del
nuevo orden social y proteger a los propietarios
amenazados se requiere una organización que re
chace estos ataques y declare la propiedad «legal»
y la pronuncie «sagrada». Esta organización y fuerza
protectora y conservadora de la propiedad es el Es
tado. Mediante las leyes asegura al propietario su
propiedad y se enfrenta como juez y vengador ante
quien ataque el orden legalmente establecido. Por
consiguiente, de acuerdo con su esencia más íntima,
el interés de una clase dominante de propietarios
y el de la fuerza pública son siempre conservadores.
La organización estatal sólo cambia cuando así lo
requiere el interés de la propiedad. Por tanto, si el
Estado es la organización necesaria de un orden so
cial basado en el dominio de clase, perderá su nece
sidad y posibilidad de existencia tan pronto como
hayan desaparecido los antagonismos de clase al su
primir la propiedad privada. Con la eliminación de
las relaciones de dominio, el Estado deja de existir
gradualmente, igual que se acaba la religión cuando
deja de existir la fe en seres sobrenaturales o en
fuerzas éxtrasensibles, dotadas de razón. Las pala
bras deben tener un contenido; si lo pierden, dejan
de constituir conceptos.
524
Cabe que, a estas alturas, un lector capitalista
objete: muy bien, pero, ¿con qué «base jurídica» va
a justificar la sociedad estas transformaciones radi
cales? La razón jurídica es la misma que hubo siem
pre que se trató de efectuar modificaciones y cam
bios parecidos, el bien común. La fuente del derecho
no es el Estado, sino la sociedad, la fuerza pública
sólo es el dependiente de la sociedad que tiene el
derecho de administrar y medir. Hasta ahora, la
sociedad dominante la constituía tan sólo una pe
queña minoría, pero ésta actuaba en nombre de
toda la sociedad (del pueblo), presentándose como
«la sociedad», como hacía Luis XIV con respecto al
Estado. L ’état c’est moi (el Estado soy yo). Cuando
nuestros periódicos escriben: la temporada comien
za, la sociedad corre a la ciudad; o: la temporada
ha terminado, la sociedad corre al campo, no se
refieren al pueblo, sino a los 10.000 de arriba que
constituyen «la sociedad», lo mismo que constituyen
el «Estado». Las masas constituyen la plebe, vile
multitude, canalla, pueblo. De acuerdo con este es
tado de cosas, todo lo que el Estado hace en nombre
de la sociedad para el «bien común» ha sido, en pri
mer lugar, útil y provechoso para las clases domi
nantes. En su interés se hacen las leyes. «Salus rei
publicae suprema lex est» (el bien de la comunidad
es la ley suprema) rezaba, como es sabido, un viejo
principio jurídico de la antigua Roma. ¿Pero quién
formaba la comunidad romana? ¿Los pueblos sub
yugados, los millones de esclavos? No. El número
relativamente pequeño de ciudadanos romanos, en
primer lugar la aristocracia romana que se hacía
alimentar por los subyugados.
Cuando la nobleza y los príncipes medievales sa
queaban el bien común, lo hacían «por derecho» en
«interés del bien común», y la historia de la Edad
Media a la Moderna, en cada una de sus hojas, nos
revela lo a fondo que entraron en la propiedad co-
525
murtal y en la de los campesinos desamparados. La
historia agraria de los últimos mil años es la del
robo ininterrumpido de la propiedad comunal y
campesina, practicado por la nobleza y la Iglesia
en todos los Estados civilizados de Europa. Luego,
cuando la gran revolución francesa expropió los bie
nes de la nobleza y de la Iglesia, lo hizo «en nombre
del bien común», y la mayor parte de los ochó mi
llones de propietarios rurales que constituyen los
pilares de la Francia burguesa debe su existencia a
esta expropiación. En nombre del «bien común»
confiscó España varias veces la propiedad eclesiás
tica, e Italia la confiscó por completo, aplaudida por
los defensores más vehementes en la «propiedad sa:
grada». Durante siglos, la nobleza inglesa ha robado
la propiedad del pueblo irlandés e inglés y se regaló
a sí misma entre 1804 y 1832, «en interés del bien
común», no menos de 3.511.710 acres de tierras co
munales. Y cuando en la gran guerra norteamerica
na por la liberación de los esclavos se declaró libres
a millones de éstos, que eran propiedad legalmente
adquirida de sus amos, sin que se les indemnizara,
se hizo «en nombre dei bien común». Todo nuestro
desarrollo burgués es un proceso ininterrumpido de
expropiación y confiscación, en el que el fabricante
explota y succiona al artesano, el latifundista al
campesino, el gran comerciante al pequeño y, final
mente, un capitalista a otro, es decir, el grande al
chico. Si escuchamos a nuestra burguesía, todo esto
sucede en interés del «bien común», en «beneficio
de la sociedad».
Los napoleonistas «salvaron» el 18 Brumario y
el 2 de diciembre la «sociedad», y la «sociedad» los
felicitó; cuando la sociedad se salve a sí misma en
el futuro, volviendo a tomar en sus manos la pro
piedad que ella ha creado, emprenderá' la mayor
hazaña histórica, pues no actúa para reprimir a unos
en favor de otros, sino para otorgar a todos la igual
526
dad de las condiciones de vida y facilitar a cada uno
una existencia digna del hombre. Se trata de la me
dida moralmente más grandiosa que haya realizado
jamás la sociedad.
No puede predecirse bajo qué formas se efectuará
este gran proceso de expropiación social y bajo qué
modalidades. ¿Quién puede saber cómo serán las re
laciones de entonces?
En su cuarta carta social a Von Kirchmann, titula
da Das Kapital*, Rodbertus dice en la pág. 117: «No
es ninguna quimera la sustitución de toda la propie
dad social, sino muy posible desde el punto de vista
de la economía política. También sería, por cierto, la
ayuda más radical para la sociedad, que, por decirlo
en pocas palabras, adolece del crecimiento de la ren
ta, de la renta del suelo y de la del capital. Por eso
sería la única forma de eliminar la propiedad del sue
lo y del capital, que tampoco interrumpiríá por mo
mentos él comercio y el progreso de la riqueza nacio
nal.» ¿Qué dicen nuestros agrarios de esta opinión de
uno de sus antiguos camaradas?
No puede exponerse de modo concluyente cómo
serán probablemente las cosas tras semejante medi
da. Nadie puede saber cómo van a estructurar las
generaciones futuras sus organizaciones sociales ni
satisfacer mejor sus necesidades. En la sociedad, lo
mismo que en la naturaleza, todo se halla en flujo
constante, una cosa viene, otra pasa, lo viejo y ca
duco se sustituye por lo nuevo y más viable. Los
inventos, descubrimientos y mejoras de la especie
más numerosa y diversa, cuyo alcance y significa
ción a menudo nadie puede prever, se hacen, empie
zan a ser eficaces y revolucionan y, según su impor
tancia, transforman la vida humana, toda la sociedad.
Por tanto, en los análisis siguientes sólo puede
tratarse del desarrollo de principios generales, cuya
exposición resulta por sí sola de las discusiones he
' Berlín, 1884.
527
chas y cuya ejecución puede preverse hasta cierto
grado. Hasta ahora, la sociedad no era ningún ente
que se dejara regir y conducir por los individuos,
aunque así apareciese con frecuencia —«uno cree
que empuja y resulta que es empujado»—, sino un
organismo que se desarrolla de acuerdo con deter
minadas leyes inmanentes; en el futuro, toda direc
ción de acuerdo con la voluntad individual quedará
excluida. La sociedad será una democracia que ha
descubierto el secreto de su carácter, ha descubierto
las leyes de su propio desarrollo, y las aplica metó
dicamente para su desarrrollo ulterior.
528
XXI. Leyes fundamentales
de la sociedad socialista
1. Empleo en el trabajo
de todos los capaces de trabajar
529
del trabajo. La primera, que el trabajo sea mode
rado en el tiempo y no canse excesivamente a nadie;
la segunda, que sea lo más agradable posible y ofrez
ca variedad; la tercera, que sea lo más productivo
posible, porque de ello depende la cantidad de tiem
po de trabajo y de placeres. Pero estas tres condi
ciones dependen, a su vez, del tipo y de la cantidad
de medios y fuerzas de trabajo disponibles y de las
demandas que la sociedad plantee a su tren de vida.
La sociedad socialista no se forma para ser proleta
ria, sino para suprimir la forma de vida proletaria
de la gran mayoría de los hombres. Pretende dar a
cada uno la mayor cantidad posible de comodidades
de la vida, de donde surge la pregunta: ¿hasta dónde
llegarán las exigencias de la sociedad?
Para poder determinarlo se requiere una admi
nistración que abarque todos los ámbitos de activi
dad de la sociedad. A tal respecto, nuestros muni
cipios constituyen una base adecuada; si son dema
siado grandes para alcanzar una visión de conjunto,
se dividen en distritos. Lo mismo que antes en la
sociedad primitiva, también" ahora todos los miem
bros de la comunidad mayores de edad, sin distin
ción de sexo, participarán en las elecciones y deter
minarán las personas de confianza que han de llevar
la administración. A la cabeza de todas estas admi
nistraciones locales se halla la administración cen
tral —teniendo en cuenta que no se trata de un go
bierno con fuerza dominante, sino de un colectivo
que lleva la administración—. Es indiferente que la
administración central la nombre directamente la
colectividad ó las administraciones municipales. En
el futuro estas cuestiones no tendrán el significado
qüe tienen hoy día, pues no se trata de la ocupación
de puestos que permiten mayor poder e influencia,
sino de puestos de confianza en los que se colocan los
más útiles, ya sean hombres o mujeres, y que pue
den ser relevados de sus puestos o reelegidos de
530
acuerdo con las necesidades y según les parezca bien
a los electores. Todos los puestos son solamente
temporales. Por tanto, los titulares de estos puestos
carecen de una especial «calidad de funcionarios»,
falta la cualidad de una función permanente y el
orden jerárquico de ascenso. Por los puntos de vista
discutidos resulta también indiferente que haya o
no grados intermedios entre la administración cen
tral y las locales, tales como administraciones pro
vinciales, etcétera. Si se consideran necesarias, se
establecen; si no lo son, se pasa sin ellas. Sobre todo
esto decide la necesidad, tal como resulte de la pra
xis. Si los avances efectuados por la sociedad hacen
innecesarias viejas organizaciones, se las suprime
sin ninguna ceremonia ni disputa, pues nadie está
interesado personalmente en su existencia, y se es
tablecen otras nuevas. Por tanto, esta administra
ción basada en los más amplios cimientos democrá
ticos es radicalmente distinta de la actual. ¡Qué lu
cha en los periódicos, qué combates retóricos en
nuestros Parlamentos, qué golpes de actas en nues
tras cancillerías por el menor cambio en la Admi
nistración o el Gobierno!
De momento, la tarea principal estriba en com
probar el número y el tipo de fuerzas disponibles,
el número y especie de los medios de trabajo, fábri
cas, talleres, medios de transporte, tierras, etcétera,
y su productividad. Además, hay que comprobar las
reservas existentes y las cantidades de artículos y
objetos que se usan a fin de cubrir las necesidades
en un determinado espacio de tiempo. Lo mismo
que ahora el Estado y las distintas comunidades fi
jan anualmentesus presupuestos, también se hará
en el futuro para todas las necesidades sociales, y
para ello se tendrán en cuenta las modificaciones
que requieran las necesidades ampliadas o nuevas.
La estadística desempeña aquí el papel principal;
es la ciencia auxiliar más importante en la sociedad
531
nueva; es la que proporciona la medida de toda la
actividad social.
La estadística se aplica ya hoy, de un modo am
plio, para fines semejantes. Los presupuestos impe
riales, estatales y comunales se basan en un gran
número de datos estadísticos que se toman anua
mente en las distintas ramas administrativas. Los
facilitan las largas experiencias y cierta estabilidad
en las necesidades corrientes. En condiciones nor
males, todo empresario de una gran fábrica, todo
comerciante, es capaz también de poder determinar
con exactitud sus necesidades para el trimestre si
guiente y cómo ha de organizar su producción y sus
compras. Si no se dan cambios excesivos, puede
satisfacerlas fácilmente y sin esfuerzo.
La experiencia de que las crisis se producen me
diante la producción anárquica y ciega, es decir,
porque se produce sin conocimiento de las existen
cias, de las ventas y de las necesidades de los distin
tos artículos en el mercado mundial, hace años que
indujo, como ya se destacó, a los grandes industria
les de las ramas más diversas a unirse en carteles
y trusts a fin de, por un lado, fijar los precios y, de
otro, para regular la producción a base de las expe
riencias y de los pedidos hechos. Conforme a la ca
pacidad de producción de cada empresa individual
y las ventas probables se determina cuánto puede
producir cada empresa para los meses próximos.
Las transgresiones se castigan con elevadas penas
convencionales y con el vacío. Los empresarios no
establecen estos convenios para provecho del pú
blico,-sino para perjuicio de éste y en beneficio pro
pio. Su finalidad radica en utilizar el poder de la
coalición para procurarse las mayores ventajas. Me
diante la regulación de la producción se pretende
exigir del público precios que nunca se conseguirían
en la lucha competitiva de los empresarios indivi
duales. Por tanto, se enriquecen a costa de los con
532
sumidores, los cuales tienen que pagar el precio
exigido por un producto que necesitan. Y lo mismo
que los carteles, trusts, etcétera, perjudican al con
sumidor, también lo hacen al obrero. La regulación
de la producción por los empresarios libera a una
parte de los funcionarios y obreros que, para poder
vivir, trabajan por salarios más bajos que sus com
pañeros. Además, el poder social de los trusts es tan
grande que raras veces pueden vencerlo incluso las
organizaciones obreras. Por consiguiente, los patro
nos tienen una ventaja doble: obtienen precios altos
y pagan sueldos bajos. Esta regulación de la produc
ción por las asociaciones patronales es lo contrario
de la que debe establecerse en la sociedad socialista.
Hoy día es decisivo el interés de los patronos, en el
futuro será el interés de la colectividad. Pero en la
sociedad burguesa tampoco el cartel mejor organi
zado puede prever ni calcular todos los factores;
la competencia y la especulación en el mercado mun
dial sigue causando estragos a pesar del cartel y, de
este modo, resulta de repente que el cálculo tiene un
fallo y el edificio artificial se derrumba.
Lo mismo que la gran industria, el comercio dis
pone también de vastas estadísticas. Todas las se
manas, los grandes centros comerciales y portuarios
suministran informes sobre las existencias de pe
tróleo, café, algodón, azúcar, cereales, etcétera, esta
dísticas que a menudo son inexactas porque los po
seedores de mercancías están muchas veces intere
sados en no dar a conocer la verdad. Pero, en térmi
nos generales, estas estadísticas son bastante segu
ras y ofrecen al interesado una visión de conjunto
sobre la configuración del mercado en los próximos
meses. Mas también aquí hay que tener en cuenta
la especulación que frustra todos los cálculos y los
tira por la borda, haciendo muchas veces imposible
todo negocio real. Pero lo mismo que es imposible
la regulación general de la producción en la socie
533
dad burguesa frente a los miles de productores pri
vados con sus intereses contrapuestos, también es
imposible la regulación de la distribución de los
productos dada la índole especulativa del comercio,
el gran número de comerciantes y el antagonismo
de sus intereses. Lo que se ha hecho hasta ahora
pone de relieve tan sólo lo que puede obtenerse tan
pronto como desaparezca el interés privado y el in
terés colectivo lo domine todo. Prueba de esto son,
por ejemplo, las estadísticas sobre las cosechas, or
ganizadas por el Estado y tomadas todos los años
en los países civilizados, las cuales permiten sacar
conclusiones sobre el nivel del producto de la cose
cha, el nivel de provisión de las necesidades propias
y la probabilidad de los precios.
En una sociedad socializada, empero, las relacio
nes están completamente ordenadas, toda la socie
dad está solidariamente unida. Todo se efectúa de
acuerdo con un plan y un orden, y así resulta fácil
establecer la medida de las distintas necesidades.
Una vez que se disponga de alguna experiencia, el
resto será un juego. Por ejemplo, una vez compro
bado estadísticamente cuáles son las necesidades de
pan, carne, zapatos, ropa, etcétera, y una vez que,
por otro lado, se conoce exactamente la productivi
dad de los centros de producción que hacen al caso,
podrá obtenerse el promedio de tiempo de trabajo
diario, socialmente necesario. Podrá obtenerse, ade
más, el conocimiento de si se necesitarán más cen
tros de producción para determinados artículos o si
han resultado supérfluos y se pueden destinar a
otros fines.
Cada individuo decide sobre la rama de trabajo
en la que le gustaría trabajar. La gran diversidad
de los campos de trabajo permitirá satisfacer los
deseos más diversos. Si en un campo resulta un
exceso y en otro una escasez de fuerzas de trabajo,
la administración tendrá que hacer los arreglos ne
534
cesarios y lograr una compensación. Organizar la
producción y ofrecer a las distintas fuerzas la posi
bilidad de ser utilizadas en el lugar apropiado será
la tarea principal de los funcionarios elegidos. A me
dida que se acoplen todas las fuerzas el engranaje
irá más suave. Los distintos ramos del trabajo y
sectores eligen los ordenadores que han de llevar la
dirección. No se trata de maestros de disciplina,
como los actuales inspectores de trabajo y capata
ces, sino compañeros que ejercen la función admi
nistrativa que les han encargado en vez de una pro
ductiva. No está excluido el que, dada una organi
zación avanzada y una educación superior de todos
los miembros, estas funciones sean alternativas, esto
es, que según un turno determinado, las ejerzan to
dos los interesados sin distinción de sexo.
2. Armonía de intereses
535
propuesta e ideas K Por tanto, se tendrá precisamen
te lo contrario de lo que afirman los adversarios del
socialismo. ¡Cuántos inventores y descubridores pe
recen en el mundo burgués! ¡Cuántos de ellos se
echan a un lado después de explotarlos! Si el espí
ritu y el talento, en vez de la propiedad, estuvieran
a la cabeza de la sociedad burguesa, la mayor parte
de los patronos tendría que dejar el sitio a sus obre
ros, capataces, técnicos, ingenieros, químicos, etcé
tera. Estos son los hombres que en el 99 por 100 de
los casos efectuaron los inventos, descubrimientos
y mejoras que luego explota el hombre de la bolsa
grande. Cuántos miles de descubridores e invento
res ha sucumbido por no dar con el hombre que
proporcionase los medios necesarios para la reali
zación de sus descubrimientos e inventos, cuántos
descubridores e inventores de mérito se ven oprimi
dos bajo la miseria de la vida cotidiana es algo que
escapa a todo cálculo. No es la gente de mente clara
y entendimiento agudo, sino la que dispone de gran
des medios, quienes dominan el mundo, con lo que
no queremos decir que no se den en una misma
536
persona una mente clara y la posesión de una bolsa
llena.
Todo el que vive la praxis sabe con cuánta descon
fianza acepta actualmente el obrero cualquier me
jora, cualquier nuevo invento que se introduzca. Por
regla general, no es él quien se beneficia, sino su
empleador; debe temer que la nueva máquina, la me
jora que se introduce, lo lance a la calle por resultar
superfluo. En vez de aprobar complaciente el inven
to, que honra a la humanidad y debe ser ventajoso,
lo recibe con una maldición en los labios. Y hay me
joras en el proceso de producción descubiertas por
un obrero y que no se introducen. El obrero se las
calla porque teme que no le acarreen ningún bene
ficio, sino perjuicios. Estas son las consecuencias
naturales del antagonismo de intereses2.
En la sociedad socialista se elimina el antagonis
mo de intereses. Cada cual desarrolla sus facultades
en beneficio propio y, al mismo tiempo, en el de la
colectividad. Hoy día la satisfacción del egoísmo
2 V o n T h ü n e n , D er Isolierte Staat (Rostock), dice: «E n
los intereses contrapuestos radica la causa de que prole
tarios y poseedores sigan enfrentándose de una manera
hostil y permanezcan irreconciliados, en tanto no se elimi
ne la división de los intereses. De vez en cuando, también
puede aumentarse mucho la renta nacional, y no sólo el
bienestar de su patrono, mediante los descubrimientos he
chos en las fábricas, la construcción de calzadas y ferroca
rriles, la conexión de nuevas relaciones comerciales. Pero
en nuestro orden social actual, el obrero sigue igual, su
situación sigue siendo la misma de antes, y todo el incre
mento de los ingresos caen en manos de los patronos, capi
talistas y terratenientes.» Esta última frase es casi una
anticipación de la de Galdstone en el Parlamento inglés,
donde en 1864 declaró que «este embriagador aumento de
los ingresos y del poder (que ha experimentado Inglaterra
en los últimos veinte años) ha quedado limitado exclusiva
mente a la clase poseedora». Y en la pág. 207 de su obra
dice v. T h ü n e n : «E l mal radica en la separación del obrero
respecto de su producto.»
En sus Prinzipien der Gesetzgebung (Principios de legis
lación). M o relly dice así: «L a propiedad nos escinde en
537
y del bien común suelen ser generalmente contradic
ciones que se excluyen; en la nueva sociedad se ha
brán anulado estas contradicciones, la satisfacción
del egoísmo personal y el fomento del bien común se
hallan en armonía, coinciden3.
Es evidente el gran efecto de semejante estado
moral. Aumentará considerablemente la productivi
dad del trabajo. Especialmente, la productividad del
trabajo aumentará también mucho por el hecho de
que dejará de existir la enorme dispersión de las
fuerzas de trabajo en cientos de miles y millones de
empresas diminutas, que producen con las herra
mientas y medios de trabajo más imperfectos. Ya
expusimos más arriba el número inmenso de em
presas pequeñas, medianas y grandes en que se dis
persa la actividad industrial alemana. Con la con
centración de las pequeñas y medianas en las gran
des empresas, equipadas con todas las ventajas de
la técnica más moderna, se suprimriá un gasto enor
me de fuerza, tiempo, material de todo tipo (luz, ca
lefacción, etcétera) y espacio, y se aumentará la pro
ductividad del trabajo en varias veces. La diferencia
en la productividad de las empresas pequeñas, me
dianas y grandes la ilustra un ejemplo tomado del
censo industrial del Estado de Massachusetts del
538
año 1890. Se dividieron en tres categorías las em
presas de diez ramas industriales principales. Entre
las inferiores se contaban las que producían un va
lor en productos inferior a 40.000 dólares; entre las
medianas, las que producían un valor mercantil en
tre 40.000 y 150.000 dólares, y en las superiores, las
que producían mercancías por valor de más de
150.000 dólares.
El resultado fue el siguiente:
Producción total _,
Número de % de las distintas \ )S or
establecimientos del total clases J¡í*4 *
en dólares Producto
539
presas en las distintas ramas, estableciendo así sus
cálculos. En ellos se incluye el cultivo de 10.500.000
hectáreas de suelo laborable y tres millones de hec
táreas de prados, que deben bastarle a la población
mencionada para cubrir sus necesidades de produc
tos agrícolas y carne. En sus cálculos Hertzka inclu
yó también la creación de viviendas, de suerte que
cada familia tenga una casita propia de 150 metros
cuadrados con cinco habitaciones, la construcción,
la producción de harina y de azúcar, la industria del
carbón, del hierro y de maquinaria, la de confección
y las químicas necesitaban 615.000 fuerzas de tra
bajo que debían estar ocupadas durante todo el año
el tiempo medio diario que suelen estarlo ahora.
Pero estas 615.000 personas sólo constituían el 12,3
por 100 de la población de Austria apta para traba
jar, excluyendo de la producción a todas las mujeres
y a todos los hombres menores de dieciséis y mayo
res de cincuenta años. Si en tiempos del cálculo tra
bajasen los cinco millones de hombres igual que los
615.000, cada uno de ellos necesitaría trabajar sola
mente 36,9 días, unas 6 semanas, produciendo así
las necesidades vitales más necesarias de los 22 mi
llones de personas. Pero tomando 300 días de trabajo
al año en vez de 37, sólo se necesitarían, suponiendo
que la jomada de trabajo era de 11 horas al princi
pio, en la nueva organización del trabajo 1,3/8 horas
para cubrir las necesidades más indispensables.
Hertzka tiene también en cuenta las necesidades
de lujo de los mejor situados y descubre que su pro
ducción requiere, con una población de 22 millones,
otros 315.000 obreros. Por tanto, en total, tomando
en consideración algunas industrias insuficiente
mente representadas en Austria, se necesitaría, se
gún Hertzka, aproximadamente un millón, igual al
20 por 100 de la población masculina apta para el
trabajo, con exclusión de los menores de dieciséis
y mayores de cincuenta años, para cubrir en sesenta
540
días las necesidades totales de la población. Volvien
do a tener en cuenta toda la población masculina
apta para trabajar, esta sólo tendría que efectuar
por término medio dos horas y media de trabajo
diarias4.
Este cálculo no sorprenderá a nadie que tenga
una visión general de la situación. Suponiendo que
en ese moderado espacio de tiempo trabajen tam
bién todos los hombres mayores de cincuenta años,
a excepción de los enfermos e inválidos, que, ade
más, también podría trabajar la juventud menor de
dieciséis años, e igualmente una gran parte de las
mujeres, en tanto no son necesarias para la educá-
ción de los niños, la preparación de las comidas, et
cétera, resulta que el tiempo de trabajo podría re
ducirse todavía: más o que las necesidades podrían
aumentarse de modo considerable. Tampoco habrá
nadie que ponga en duda que todavía se harán avan
ces muy significativos, de momento imprevisibles,
en el perfeccionamiento del proceso de trabajo,
avances que crearán nuevas ventajas. Por otro lado,
no se trataba de satisfacer una cantidad de nece
sidades para todos, que sólo puede satisfacer hoy
día una minoría, y a medida que se eleva el nivel
cultural surgen nuevas necesidades que también hay
que satisfacer. Hay que repetir una y otra vez que la
nueva sociedad no quiere vivir cómo los proletarios,
exige vivir como un pueblo cultural altamente des
541
arrollado y, a decir verdad, para todos sus miembros,
del primero al último. Mas no sólo debe satisfacer
todas sus necesidades materiales, también debe faci
litar a todos tiempo suficiente para formarse en las
artes y ciencias de toda especie y para descansar.
542
tilos de los europeos y se pasa a los de los japone
ses, indios, chinos, etcétera— se desgastan y aban
donan en unos cuantos años. Nuestros industriales
del arte apenas saben ya qué es lo que van a hacer
con todos los modelos. Apenas se han decidido por
un «estilo» y creen poder sacar para los gastos, apa
rece otro «estilo» nuevo que exige una vez más gran
des sacrificios de tiempo y dinero, de energías físi
cas y espirituales. En esta precipitación de una moda
a otra y de un estilo a otro se refleja del modo más
expresivo el nerviosismo de la época. Nadie preten
derá afirmar que en este apresuramiento hay senti
do y entendimiento y que ha de contemplarse como
síntoma de la salud de la sociedad.
El socialismo devolverá una mayor estabilidad a
los hábitos de la sociedad; permitirá descansar y dis
frutar y liberará de las prisas y de la excitación im
perantes hoy día. Entonces desaparecerá el nervio
sismo, azote de nuestra época.
Pero el trabajo debe ser también lo más agrada
ble posible. Para ello se requieren centros de
producción prácticos y de buen gusto, que oferzcan
la mayor protección posible contra el peligro, eli
minación de olores desagradables, de vapores y de
humos, etcétera; en suma, de todas las influencias
molestas y perjudiciales para la salud. Al principio,
la nueva sociedad produce con los recursos y medios
de trabajo heredados de la vieja. Pero éstos son in
suficientes. Numerosos talleres dispersos, sumamen
te insuficientes en todos los aspectos, herramientas
y máquinas deficientes que recorren todos los esta
dios de su utilidad, no bastan al número de ocupa
dos ni a sus demandas de comodidad y amenidad.
Por tanto, la creación de una cantidad de talleres
más amplios, claros, ventilados, equipados y adorna
dos del modo más perfecto, es una necesidad urgen
tísima. El arte y la técnica, la habilidad mental
y manual encontrarán inmediatamente un amplio
543
campo de actividad. Todas las esferas de la cons
trucción de máquinas, de la fabricación de herra
mientas, de la construcción y de las ramas de tra
bajo dedicadas a la instalación interior de las ha
bitaciones tendrán las mejores oportunidades para
desarrollar sus actividades. Se aplicará todo lo que
la inventiva humana sea capaz de crear en cuanto
a edificios cómodos y amenos, ventilación, ilumina
ción y calefacción adecuadas, instalaciones y dispo
sitivos de limpieza mecánicos y técnicos. El ahorro
de fuerzas motoras, calefacción, iluminación, tiem
po, así como las amenidades del trabajo y de la vida
de todos permitirá la concentración más adecuada
de los lugares de trabajo en determinados puntos.
Las viviendas estarán separadas de los talleres y li
bres de las molestias de la actividad industrial y labo
ral. Y, a su vez, estas molestias se reducirán a un mí
nimo y, en última instancia, se eliminarán, gracias a
las adecuadas instalaciones y precauciones de todo
tipo. El estado actual de la técnica dispone ya de
medios suficientes para liberar por completo de sus
peligros a las profesiones más arriesgadas, como la
minería, las industrias químicas, etcétera. No se
aplican en la sociedad burguesa porque ocasionan
grandes gastos y no hay ninguna obligación de pro
teger a los obreros más allá de lo estrictamente ne
cesario. Las molestias inherentes, por ejemplo, al
trabajo de las minas pueden eliminarse mediante
otra clase de laboreo, ventilación amplia, ilumina
ción eléctrica, reducción considerable del tiempo de
trabajo y cambio frecuente de las fuerzas de tra-
bajov Tampoco se necesita ingenio especial para ha
llar medios preventivos que, por ejemplo, hagan casi
imposibles los accidentes en las obras y el trabajo
en ellas sea uno de los más agradables. Así, por ejem
plo, pueden crearse suficientes dispositivos de pro
tección contra el sol y la lluvia en las grandes obras
y en todos los trabajos al aire libre.
544
En una sociedad socialista, que dispone de sufi
cientes fuerzas de trabajo, será fácil cambiar a me
nudo las fuerzas de trabajo y la concentración de
ciertos trabajos a estaciones del año u horas del
día determinadas.
La cuestión de la eliminación del polvo, humo
hollín, malos olores, puede solucionarse ya en nues
tros días, perfectamente, con la técnica y la química.
No se soluciona, o sólo se hace parcialmente, por
que los empresarios privados no quieren gastarse
los medios necesarios para ello. Los centros de pro
ducción del futuro, por tanto, donde quiera que se
encuentren, ya sea en la superficie o debajo de tie
rra, se distinguirán del modo más ventajoso respec
to de los actuales. Mejorar las instalaciones es para
la economía privada, en primer lugar, una cuestión
de dinero, es decir: ¿puede soportarlo el negocio,
será rentable? Si no es rentable, que sucumba el
obrero entonces. El capital no actúa donde no pro
duzca beneficio. La humanidad no tiene ninguna co
tización en la Bolsa5.
En la sociedad socialista perderá su panel la cues
tión del beneficio, para ella no habrá más conside
ración que el bienestar de sus miembros. Tiene que
introducirse todo lo que aproveche y proteja a éstos,
y abandonarse todo lo que los perjudique. Nadie
estará obligado a participar en un juego peligroso.
Si se ponen en marcha empresas que pueden ser pe
ligrosas, uno puede estar seguro de que habrá volun
tarios suficientes, y, por cierto, muchos, por no tra
tarse jamás de empresas destructoras de la cultura,
sino fomentadoras de la misma.
545
4. Aumento de la productividad del trabajo
547
ballos de fuerza por acre. Aunque nuestros ingenie
ros no han dado aún con la manera de explotar esta
gigantesca fuerza de energía, no me cabe duda que,
al fin, lo conseguirán. Cuando se agoten las reser
vas de carbón de la tierra, cuando las fuerzas hi
dráulicas no cubran ya nuestras necesidades, sacare
mos de esa fuente toda la energía necesaria para
completar el trabajo del mundo. Entonces, los cen
tros industriales se trasladarán a los ardientes de
siertos del Sahara y el valor de la tierra se medirá
según lo apropiada que sea para instalar las grandes
'trampas de rayos solares’. » 7 Según esto, desapare
cería la preocupación de que alguna vez nos quede
mos sin combustibles. Y como, gracias a la inven
ción de los acumuladores, es posible controlar gran
des cantidades de energía y guardarlas para cual
quier lugar o momento, de suerte que además de
la energía que nos suministra el sol, el flujo y re
flujo del mar, la fuerza del viento y de los torrentes,
que sólo puede obtenerse, conservarse y explotarse
periódicamente, no habrá, finalmente, ninguna acti
vidad humana para la que no exista, dado el caso,
fuerza motora.
La electricidad es la que ha hecho posible la cons
trucción de fuerzas hidráulicas en gran escala. Se
gún T. Koehn, las fuerzas hidráulicas disponibles en
ocho Estados europeos son las de la tabla siguiente.
Entre los Estados federados alemanes, Badén y
Baviera son los que disponen de las mayores fuer
zas hidráulicas. Tan sólo Badén puede obtener del
alto Rhin 2Q0.000 caballos de fuerza, y Baviera dis
pone de-300.000 caballos de fuerza sin aprovechar
(además de 100.000 aprovechados). El profesor
7 En 1864, Augustin Mouchot intentó ya utilizar directa
mente el calor solar para fines industriales y construyó una
máquina solar que luego perfeccionó Pifré. L a máquina so
lar más grande (heliomotor) está en California y sirve de
aparato de bombeo. E l agua se saca del pozo a una velo
cidad de 1.100 litros por minuto.
548
Caballos de fuerza Por 1.000 habitantes
G RAN B R E T A Ñ A 963.000 23,1
A LE M A N IA 1.425.900 24,5
SUIZA 1.500.000 138,0
ITALIA 5.500.000 150,0
FRANCIA 5.857.000 169,0
A U ST R IA -H U N G R IA 6.460.000 454,5
SUECIA 6.750.000 1.290,0
noruega 7.500.000 3.409,0
549
propulsadas por esta hulla «blanca» o «verde», por
la fuerza de los torrentes y cascadas, tampoco ten
drán chimeneas ni fuego.
La electricidad permitirá también aumentar en
más del doble la velocidad de nuestros ferrocarriles.
Estas esperanzas casi se cumplieron cuando a co
mienzos de los años 90 del siglo pasado el señor
Meems, de Baltimore, creía posible construir un co
che eléctrico que recorriese 300 kilómetros por hora,
y el profesor Elihu Thomson, de Lynn (Massachu-
setts), creía en la posibilidad de fabricar motores
eléctricos que, reforzando adecuadamente la super
estructura de las vías y mejorando de modo corres
pondiente el sistema de señales, recorran 260 kiló
metros a la hora. Las pruebas efectuadas en la vía
militar Berlín-Zossen dieron ya la posibilidad de
una velocidad de 150 kilómetros por hora. Y en los
ensayos efectuados en 1903, el coche Siemens ha
alcanzado una velocidad de 201 y el de la AEG 208
kilómetros. En los años siguientes se han alcanzado
también velocidades de 150 kilómetros por hora y
más en pruebas con locomotoras de vapor.
Ahora, la consigna es de 200 kilómetros por hora.
Y en la arena se ha presentado ya August Scherl con
su nuevo proyecto de tren rápido que deja las vías
existentes al tráfico de mercancías y une las grandes
ciudades mediante trenes de vía sencilla que corren
a 200 kilómetros por hora10.
La cuestión de la electrificación de los ferrocarri
les está a la orden del día en Inglaterra, Austria, Ita
lia y .América. En Filadelfia se ha proyectado un
550
tren rápido eléctrico con una velocidad de 200 kiló
metros por hora.
Asimismo aumentará la velocidad de los vapores.
En éstos, el papel decisivo lo desempeña la turbina
de vapor11. «Hoy día ocupa el primer plano del in
terés técnico. Parece llamada a desplazar la máqui
na de vapor de émbolos en muchos campos de apli
cación. Mientras que la mayoría de los ingenieros
consideraba todavía la turbina de vapor como una
tarea del futuro, se ha convertido en una cuestión
actual que ha llamado la atención de todo el mundo
técnico por sus éxitos... Ha sido la electrotécnica
la que con sus rápidas máquinas ha creado un gigan
tesco campo de aplicación para este nuevo motor.
La gran mayoría de todas las turbinas de vapor que
se hallan hoy en funcionamiento se utilizan para
propulsar dínamos. » 12 La turbina de vapor ha de*-
mostrado su superioridad sobre el motor de émbolo
en los viajes transoceánicos. Así, por ejemplo, el
transatlántico inglés Lusitania, equipado con turbi
nas de vapor, ha cubierto en agosto de 1909 la dis
tancia Irlanda-Nueva York en cuatro días, once ho
ras y cuarenta y dos minutos, con una velocidad me
dia de 25,85 nudos (unos 48 kilómetros) por hora.
El Amerika, construido en 1863, el barco más rápido
de entonces, iba a una velocidad de 12,5 nudos (23,16
kilómetros)13. Y no está lejano el día en que se so
11 Mientras que la vieja máquina de vapor sólo hace
girar de un modo indirecto (p o r mediación del ém bolo)
los volantes y las ruedas motrices, la turbina de vapor
produce directamente un movimiento de rotación, igual que
el aire hace girar las ruedas de viento.
12 C. M a t s c h o s s , Die Entwicklung der Dampfmaschine.
Berlín, 1908, vol. II, págs. 606-607.
13 «E n los años 50, los barcos de vela empleaban por
término medio seis semanas en llegar a Nueva York, el
vapor hacía el viaje en dos semanas; en los años 90 se re
corría la distancia en una, ahora se hace en cinco días
y medio. Gracias a estos progresos, los dos continentes
están ahora más cerca uno de otro que lo estaban Berlín
551
lucione felizmente la propulsión eléctrica de los
grandes barcos. En los pequeños ya se aplica. En
tretenimiento sencillo y elevada seguridad de fun
cionamiento, buena autorregulación, marcha libre de
sacudidas convierten a la turbina de vapor en fuerza
motriz ideal para la producción de energía eléctrica
a bordo. Y paralela a la electrificación de toda la
red de ferrocarriles irá también la electrificación de
toda la construcción de barcos.
La electricidad revolucionará también la técnica
del transporte de cargas. «Si la fuerza de vapor
abrió en general la posibilidad de construir elevado
res con energía natural, la transmisión eléctrica ha
producido un cambio radical en la construcción de
máquinas de elevar, en el sentido de que, por pri
mera vez, permite a estas máquinas movimiento
libre y funcionamiento continuo.» El funcionamiento
eléctrico ha introducido, entre otras cosas, la más
profunda transformación en la construcción de
grúas. «Con su enorme y arqueado pico de hierro
laminado, apoyada en pesados cimientos de sillería,
con movimientos lentos y grandes bufidos del va
por de escape, la grúa de vapor produce la impre
sión de un monstruo de los tiempos primitivos. Una
vez que ha agarrado, desarrolla una gigantesca fuer
za elevadora, pero necesita personas que la ayuden
y sujeten la carga con cadenas a sus ganchos. Debido
a su incapacidad de agarrar, a su lentitud y pesadez,
sólo es apropiada para cargas pesadas, pero no
puede utilizarse en rápidos movimientos de masas...
Una imagen muy distinta nos ofrece ya, en su aspec
to puramente exterior, la moderna grúa de fundi
ción impulsada eléctricamente: contemplamos un
delicado enrejado de acero tensado sobre la nave, y
sobresaliendo de él, un delgado brazo de tenazas que
se mueve en todas las direcciones; todo lo domina
y Viena hace cien años.» E. R ey er , Kraft. Leipzig, 1908,
pág. 173.
552
un solo hombre, quien, con ligera presión de la pa
lanca de mando, dirige las corrientes eléctricas, obli
gando con ellas a que los delgados miembros de
acero de la grúa ejecuten movimientos rápidos, de
suerte que, sin la intervención de ningún auxiliar,
agarran el bloque de acero candente y lo balancean
en el aire, y en todo esto no se oye más ruido que
el suave susurro de los motores eléctricos. » 14 Sin la
ayuda de estas máquinas no podría dominarse el
cada vez mayor transporte de masas. La evolución
que desde mediados del siglo xix se ha efectuado en
relación con el aumento de la capacidad de carga
se deduce de la comparación de estas magnitudes
entre la grúa del muelle de Pola y la de Kiel. La ca
pacidad de carga de la primera era de 60 toneladas;
la de la segunda, de 200. El funcionamiento de una
fundición Bessemer sólo es posible, en general,
cuándo se dispone de máquinas elevadoras que tra
bajan rápidamente, puesto que, de otro modo, no
podrían transportarse en los moldes las enormes
cantidades de acero líquido que se producen en poco
tiempo. Tan sólo en la fundición Krupp, de Essen,
funcionan 608 grúas con una capacidad de carga
global de 6.513 toneladas, equivalente a la de un tren
de mercancías de 650 vagones. Los bajos costes de
los fletes marítimos, que constituyen la condición
vital del transporte mundial hoy día, no serian po
sibles si no se explotase de un modo tan intensivo
el capital invertido en los barcos mediante una rá
pida descarga. Al equipar un barco con grúas eléc
tricas de cubierta se redujeron los costos anuales
de funcionamiento de 23.000 a 13.000 marcos, o sea,
a casi la mitad. Y téngase en cuenta que esta compa
ración abarca solamente los avances efectuados en
un decenio, aproximadamente.
553
Cada día se producen nuevos éxitos transcenden
tales en todos los campos de la técnica del transpor
te. El problema de volar, que hace dos decenios pa
recía insoluble, se ha resuelto ya. Y si las naves
aéreas dirigibles y los distintos aparatos de volar
no se utilizan para el transporte ligero y barato de
masas, sino para el deporte y el militarismo, tam
bién incrementarán luego las fuerzas productivas
de la sociedad. El sistema de telegrafía y telefonía
sin hilos hace grandes progresos igualmente; su em
pleo aumenta cada día. En pocos años, todo el tráfi
co descansará así sobre cimientos nuevos.
Toda la explotación de minas, a excepción del la
boreo, se está transformando hoy día de tal modo
como aún era imposible imaginarse hace diez años.
Esta transformación estriba en la introducción de la
electricidad para el agua, la ventilación, extracción,
galerías. El motor eléctrico ha revolucionado las
máquinas de trabajo, las bombas, cabrías, máquinas
de extracción.
También son fabulosas las perpectivas que pintó
el antiguo ministro francés de Educación, el profe
sor Berthelot (muerto el 1 de marzo de 1907), en
la primavera de 1894 en un discurso sobre la signifi
cación de la química en el futuro, pronunciado en
un banquete del Sindicato de Fabricantes Químicos.
El señor Berthelot describía en su discurso cómo
estarán las cosas en química hacia el año 2000, y
aunque su cuadro encierra cierta exageración humo
rística, contiene tantas cosas ciertas, que citaremos
algunos pasajes del mismo. El señor Berthelot ex
puso lo que la química había rendido en unos cuan
tos decenios y, entre sus rendimientos, distinguía lo
siguiente: «La fabricación de ácido sulfúrico, soda,
blanqueo y tintes, el azúcar de remolacha, los alca
loides terapéuticos, el gas, el dorado y plateado, et
cétera; luego vino la electroquímica, que transformó
radicalmente la metalurgia, la termoquimica y la
554
química de explosivos, que ha provisto de nuevas
energías a la industria minera y a la guerra, el mi.
¡agro de la química orgánica en la producción de
colores, perfumes, medios terapéuticos y antisépti
cos, etcétera.» Pero esto no es más que un principio,
pronto se resolverán problemas mucho más impor
tantes. Hacia el año 2000 no habrá ya ninguna agri
cultura ni ningún campesino, pues la química habrá
anulado la existencia de los cultivos tal como se
vienen efectuando hasta ahora. No habrá minas de
carbón y, por tanto, ya no habrá tampoco huelgas
de mineros. Los combustibles se sustituirán por pro
cesos físicos y químicos. Se abolirán los aranceles y
las guerras; la navegación aérea, que se servirá de
materias químicas como medio de propulsión, pro
nunciarán la sentencia de muerte a estas instalacio
nes anticuadas. El problema de la industia consiste
en hallar fuentes de energía que sean inagotables y
se renueven con el menor trabajo posible. Hasta
ahora hemos producido vapor con la energía quími
ca del carbón de piedra quemado; pero el carbón
de piedra es difícil de obtener y sus reservas van
disminuyendo de día en día. Hay que ir pensando en
aprovechar el calor solar y el calor del interior de la
tierra. Hay esperanzas fundadas de emplear ilimita
damente ambas fuentes. Taladrar un pozo de 3.000
a 4.000 metros no es nada que vaya más allá de las
posibilidades actuales, y menos aún de las de los
ingenieros futuros. Se abriría así la fuente de todo
calor y de toda industria; si a ello añadimos el agua,
se puede hacer que sobre la tierra funcionen todas
las máquinas posibles, y esta fuente de energía ape
nas sufriría merma notable en cientos de años.
Con el calor de la tierra se resolverían numerosos
problemas químicos, entre ellos el mayor problema
de la química, la producción química de alimentos.
En principio ya se ha resuelto; la síntesis de las
grasas y aceites se conoce desde hace tiempo, tám-
555
bién se conocen el azúcar y los hidratos de carbono,
y pronto se conocerá la composición de los elemen
tos del nitrógeno. El problema de los medios de
subsistencia es puramente químico; el día que se ob
tenga la energía barata correspondiente, se produci
rán medios de vida de toda especie con el carbono
de los ácidos carbónicos, con el hidrógeno y el oxí
geno del agua y el nitrógeno de la atmósfera. Lo que
hasta ahora han hecho las plantas lo hará la indus
tria, y de un modo más perfecto que la naturaleza.
Llegará el día en que cada cual lleve una caja de
productos químicos en el bolsillo, con la que podrá
satisfacer sus necesidades alimentarias de albúmina,
grasa e hidratos de carbono, sin preocuparse de la
hora del día o de la estación del año, de la lluvia
o de la sequía, de heladas, granizo o insectos devas
tadores. Entonces ocurrirá tal transformación que
ahora no podemos ni imaginar. Desaparecerían los
campos de frutales, las viñas y los prados; el hom
bre ganaría en suavidad y moral, pues ya no viviría
de la muerte y la destrucción de seres vivos. Enton
ces desaparecerá también la diferencia entre regio
nes fértiles y yermas, y quizá se convirtiesen los
desiertos en la residencia favorita de los hombres,
pues sería más sano vivir allí que en las tierras em
papadas y en las llanuras pantanosas donde ahora
se practica la agricultura. El arte llegará a desarro
llarse plenamente, junto con todas las bellezas de la
vida humana. La tierra ya no se deformará, por así
decirlo, con las figuras geométricas que traza ahora
la agricultura, sino que se convertirá en mi jardín
en donde se podrán cultivar, a discreción, hierba y
flores, arbustos y bosques, y en donde el género hu
mano vivirá en la abundancia, en la edad de oro. Por
eso, el hombre no caerá en la holgazanería y en la
corrupción. El trabajo forma parte de la felicidad,
y el ser humano trabajará para llevar al más alto
grado su desarrollo espiritual, moral y estético.
556
El lector puede considerar correcto lo que mejor
le parezca de la conferencia de Berthelot, pero lo
cierto es que, en el futuro, y gracias a los adelantos
más diversos, aumentarán la calidad de modo gi
gantesco, la cantidad y la diversidad de los produc
tos y las amenidades de la vida de las generaciones
futuras mejorarán de modo insospechable.
El profeso^ Elihu Thomson coincide con Verner
Siemens, quien en 1887, en el Congreso de Natura
listas de Berlín, expresó ya la opinión de que gra
cias a la electricidad será posible transformar direc
tamente las materias primas en alimentos. Mientras
que Werner Siemens opinaba que alguna vez, aun
que no hasta dentro de mucho tiempo, se producirá
artificialmente un hidrato de carbono, como, por
ejemplo, la glucosa, o su pariente cercano el almi
dón, con lo que sería posible obtener «pan de las
piedras», el químico doctor V. Meyer afirma, que
será posible convertir la fibra de madera en una
fuente de alimentación humana. Entre tanto (1890),
’p.mil Fischer ha producido realmente, de modo ar
tificial, la glucosa y la fructosa, haciendo así un
descubrimiento que Werner Siemens creía probable
«en tiempo lejano». Desde entonces la química ha
hecho otros progresos. El índigo, la vainilla, el al
canfor se fabrican ahora artificialmente. En 1906,
W. Lób ha conseguido efectuar, mediante la inter
vención de altas tensiones eléctricas, la asimilación
de los ácidos carbónicos fuera de las plantas hasta
llegar al azúcar. En 1907, Emil Fischer obtuvo uno
de los cuerpos sintéticos muy complicados, muy pró
ximo a la proteína natural (una albúmina). Y en
1908, R. Willstátter y Benz produjeron clorofila en
estado puro y demostraron que es una combinación
de magnesio. Además, se ha fabricado artificialmen
te una serie de los cuerpos más importantes, que jue
gan un papel en la reproducción y la herencia. De
este modo se ha colocado en el ámbito de un futuro
557
no muy lejano la solución del problema capital de
la química orgánica: la obtención de la albúmina.
5. Anulación de la contradicción
entre trabajo intelectual y manual
558
para aprender un trabajo parcial, en donde luego,
de acuerdo con el sistema de explotación imperante,
con un tiempo de trabajo largo, sin variación ni con
sideración a sus inclinaciones, se mantienen en ten
sión y se convierten ellos mismos en una parte de
la máquina1S. También se eliminará este estado en la
nueva organización de la sociedad. Hay tiempo de
sobra para lás habilidades manuales y las prácticas
artísticas. Grandes talleres de aprendizaje, provis
tos de todo el confort y de la técnica más perfecta,
facilitarán a jóvenes y viejos el aprendizaje de cual
quier actividad. Habrá laboratorios químicos y físi
cos, conforme a todas las demandas del estado de
estas ciencias, y también maestros suficientes. En
tonces es cuando se sabrá el mundo de impulsos
y facultades que reprimió el sistema capitalista de
producción o lo desarrolló de modo falso16.
Mas no sólo existe la posibilidad de tener en cuen
ta la necesidad de cambiar de trabajo, el fin de la
sociedad tiene que consistir en satisfacerla, puesto
que en ella descansa la formación armónica del hom
15 «E n Inglaterra, lo mismo que en la mayoría de los
demás países, la gran masa de obreros tiene m uy poca li
bertad para elegir su trabajo o su residencia; en la práctica
depende de reglas fijas y de voluntades ajenas, como puede
serlo en cualquier sistema, salvo el de la verdadera escla
vitud.» J o h n S tuart M ill, Economía Política. Hamburgo,
1864.
16 Un obrero francés escribe a su regreso de San Fran
cisco: «Jamás hubiera creído que iba a ser capaz de des
empeñar todos los oficios que he practicado en California.
Estaba firmemente convencido de que no servía para nada
más que impresor... Una vez en medio de ese mundo de
aventureros, que cambian más fácilmente de oficio que de
camisa, a fe m ía que hice lo que los demás. Como el tra
bajo en las minas no era bastante remunerador, lo aban
doné y me fui a la ciudad, donde trabajé, sucesivamente,
de tipógrafo, techador, fundidor de plomo, etcétera. Gracias
a esta experiencia de servir para todos los trabajos, me
siento menos molusco y más hom bre.» K a r l M a rx , E l capi
tal. M adrid, 1976, libro I, tomo II, pág. 230 (nota), de nues
tra versión publicada por Akal.
559
bre. Las fisionomías profesionales que presenta hoy
día nuestra sociedad —cuando este oficio con
siste en determinados trabajos unilaterales de cual
quier tipo o en el ocio—- desaparecerán gradualmen
te. Actualmente hay muy pocas personas que tengan
la posibilidad de cambiar de actividad. A veces hay
personas favorecidas por condiciones especiales que
se sustraen a la rutina del oficio diario, después "de
haber pagado su tributo al trabajo corporal, y des
cansan en el intelectual. Y, por el contrario, de vez
en cuando encontramos trabajadores intelectuales
que se ocupan en cualquier actividad manual, jardi
nería, etcétera. El efecto benéfico de una actividad
basada en el cambio de trabajo intelectual y manual
podrá confirmarlo cualquier higienista, esa es la úni
ca actividad natural. Partiendo del supuesto de que
toda actividad debe ejercerse con moderación y co
rresponda a las fuerzas individuales.
En su escrito Die Bedeutung der Wissenschaft und
der Kunst (El sentido de la ciencia y del arte), el
conde León Tolstoi flagela al carácter hipertrófico
y antinatural que han adoptado el arte y la ciencia
en la antinatural de nuestra sociedad. Condena de
la forma más aguda el desprecio hacia el trabajo
manual que se muetra en la sociedad actual y reco
mienda la vuelta a las condiciones naturales. Cada
persona que quiera vivir natural y placenteramente
debería pasar el día, primero, trabajando manual
mente en la agricultura; segundo, ocupado en algún
trabajo de tipo artesanal; tercero, en trabajo inte
lectual; cuarto, en el trato social ilustrado. El hom
bre no debe efectuar más de ocho horas de trabajo
físico. Tolstoi, que practica esta forma de vida y,
desde que la practica, es cuando se siente como un
ser humano, como él dice, olvida solamente que para
él, hombre independiente, es posible hacer lo que
resulta imposible para la gran mayoría de los seres
humanos en las condiciones actuales. Una persona
560
que debe trabajar duramente de diez a doce horas,
y más, diarias para asegurarse la existencia más mí
sera y se educó en la ignorancia, no puede procu
rarse la forma de vida que recomienda Tolstoi. Tam
poco pueden hacerlo todos los que luchan por la
vida y tienen que someterse a las exigencias de esta
lucha, y los pocos que, como Tolstoi, podrían hacer
lo, no tienen, en su mayoría, ninguna necesidad de
ello. Se trata de una de esas ilusiones a que se en
trega Tolstoi, de creer que con la predicación y el
ejemplo se pueden cambiar las sociedades. Las ex
periencias que Tolstoi hace en su forma de vida de
muestran lo racional que es ésta; mas para poder
introducir esta forma de vida como costumbre gene
ral, se requieren otras relaciones sociales, una nueva
sociedad.
La sociedad futura dispondrá de estas condiciones,
tendrá innumerables sabios y artistas de toda espe
cie, pero cada uno de ellos trabajará físicamente du
rante una parte del día y el resto del tiempo lo dedi
cará, según sus gustos, al estudio y al arte y al trato
social17.
La contradicción existente entre trabajo intelec
tual y manual, contradicción que las clases dominan
tes procuran acentuar todo lo posible a fin de ase
17 Lo que puede llegar a ser el ser humano en condi
ciones favorables para su desarrollo lo vemos, p o r ejemplo,
en Leonardo da Vinci, que fue un pintor excelente, escultor
famoso, arquitecto e ingeniero solicitado, excelente cons
tructor de guerra, músico e improvisador. Benvenuto Celli-
ni era un orfebre famoso, modelador distingudio, "buen es
cultor, reconocido constructor militar, soldado excelente y
músico hábil. Abraham Lincoln fue leñador, agricultor, sub
oficial, dependiente y abogado hasta que subió a la silla
de la presidencia de los Estados Unidos. Puede decirse, sin
temor a exagerar, que la mayoría de las personas tienen
un oficio qué no corresponde á sus facultades, puesto que
el camino no se lo marcó la libre voluntad, sino la coac
ción de las condiciones. Algunos malos catedráticos harían
buenas cosas de zapateros, y algunos zapateros serían tam
bién buenos catedráticos.
561
gurarse también los medios espirituales del dominio,
tendrá que anularse, por tanto.
562
«vender» y «comprar», sino que produce cosas ne
cesarias para la vida, que se consumen, de otro modo
carecen de sentido. En ella, la capacidad de consu
mo no tiene su límite, como en el mundo burgués,
en la capacidad adquisitiva del individuo, sino en la
capacidad productiva de la colectividad. Existiendo
los medios y las fuerzas de trabajo para ello, puede
satisfacerse cualquier necesidad. La capacidad social
de consumo sólo tiene su límite en la saciedad de
los consumidores.
Pero si en la sociedad nueva no hay ninguna «mer
cancía», tampoco hay ningún dinero en última ins
tancia. Aparentemente, el dinero es lo opuesto de la
mercancía, pero es de por sí una mercancía. Mas el
dinero, aunque él mismo es mercancía, es al mismo
tiempo, la forma de equivalente social, la medida de
valor de todas las demás mercancías. Pero la nueva
sociedad no produce mercancías, sino objetos nece
sarios, valores de uso, cuya fabricación requiere
cierta cantidad de tiempo de trabajo social. El tiem
po de trabajo necesario por término medio para pro
ducir un objeto es la única medida que se utilizará
para el uso social. Diez minutos de tiempo social de
trabajo en mi objeto son iguales a diez minutos de
tiempo social de trabajo en otro, nada más ni nada
menos. La sociedad no quiere ganar, sólo quiere
efectuar el intercambio de objetos de igual calidad,
del mismo valor de uso entre sus miembros, y, final
mente, ni siquiera necesita fijar un valor de uso,
produce lo que necesita. Por ejemplo, si la sociedad
descubre que para la fabricación de todos los pro
ductos requeridos se necesita un tiempo de trabajo
diario de tres horas, entonces lo fija en esas tres
horas 18. Si los métodos de producción mejoran de
563
suerte que las necesidades pueden producirse en
dos horas, fijará entonces estas dos horas como
tiempo de trabajo. En cambio, si la colectividad
exige la satisfacción de necesidades mayores de lo
que puede producirse en dos o tres horas a pesar
del aumento del número de fuerzas de trabajo y de
la mayor productividad del proceso de trabajo, en
tonces establecerá más horas. Su voluntad es su
gloria.
Resulta fácil calcular cuánto tiempo social de tra
bajo necesita la fabricación de cada producto19. Por
él se mide la proporción de esta parte del tiempo de
trabajo con todo el tiempo de trabajo. Cualquier
certificado, un trozo de papel impreso, oro o latón,
certifica el tiempo de trabajo rendido y pone al
poseedor en situación de cambiar estos tiempos por
objetos necesarios de las especies más diversas M. Si
que era un gran fabricante, es decir, que puede figurar
como entendido, consideraba — en el prim er cuarto del
siglo x ix— que era suficiente un tiempo de trabajo de dos
horas.
19 «L a cantidad de trabajo social encerrada en un pro
ducto no necesita fijarse de un modo indirecto; la expe
riencia directa muestra directamente cuánto se necesita
por término medio. La sociedad puede calcular sencillamen
te cuántas horas de trabajo se contienen en una máquina
de vapor, en un hectolitro de trigo de la última cosecha,
én 100 metros cuadrados de paño de determinada calidad.
N o puede ocurrírsele expresar en un tercer producto la
cantidad de trabajo cristalizada en los productos que co
noce directa y absolutamente, ni en una medida solamente
relativa, incierta, insuficiente, inevitable antes como recur
so, en vez de hacerlo en su medida natural adecuada, abso
luta, el tiempo... Tendrá que organizar el plan de produc
ción conforme a los medios de producción, entre los que se
cuentan especialmente las fuerzas de trabajo. Los efectos
útiles de los diversos objetos de uso, ponderados entre sí
y frente a las cantidades de trabajo necesarias para su
producción, determinarán en última instancia el plan. La
gente lo ajusta todo de un modo muy sencillo sin la inter
vención del 'valor’.» F r ie d r ic h E ngels , Anti-Dühring.
20 En sus Irrlehren sobre la desaparición del dinero en
la sociedad socialista — no se suprime, desaparece p o r sí
564
ve que sus necesidades son inferiores a lo que ob-
obtiene por su trabajo, trabajará menos tiempo. Si
quiere regalar lo que no consume, nadie podrá impe
dírselo; si quiere trabajar voluntariamente para
otro, para que éste pueda dedicarse al dolce jar nien-
te, o si quiere compartir con él sus demandas de
productos sociales, nadie se lo impedirá. Mas nadie
podrá obligarlo a trabajar en beneficio de otro, na
die podrá retenerle una parte de sus derechos por
el trabajo rendido. Cada cual puede tener en cuenta
todos los deseos y demandas que puedan cumplirse,
pero no a costa de los demás. Recibe lo que da a la
sociedad, ni más ni menos, y escapa a toda explota
ción por un tercero.
misino al resultar superfluo, debido a la eliminación del
carácter mercantil de los productos del trabajo— , el señor
Eugen Richter está tan sorprendido que le dedica a este
proceso un capítulo especial. Sobre todo, no ve que es
indiferente que el certificado sobre el tiempo de trabajo
rendido sea un trozo de papel impreso, oro o latón. Dice
así: mas con el oro volvería a entrar el diablo del orden
actual en el estado socialista — el hecho de que, en último
término, sólo hay una sociedad socialista y no un «Estado»
socialdemócrata, lo pasa obstinadamente por alto, pues de
otro modo perdería su base una buena parte de su polémi
ca— , pues el oro tiene un valor metálico independiente,
puede guardarse fácilmente y, de esta suerte, la posesión
de piezas de oro permitiría la acumulación de valores para
escapar al deber de trabajar e incluso prestar p or interés.
Hay que tener a los propios lectores p o r grandes imbé
ciles para ofrecerles tal hojalata p o r nuestro oro. E l señor
Richter, que no puede desprenderse del concepto de capi
tal, tampoco puede concebir, naturalmente, que donde no
hay capital, donde no hay mercancía, tampoco puede haber
ningún «dinero», y donde no hay ningún «capital» ni ningún
«dinero», tampoco puede haber ningún interés. E l señor
Richter está tan aferrado al concepto de capital que es
incapaz de imaginar un mundo sin «capital». Por nuestra
parte, nos gustaría saber cómo el m iem bro de una sociedad
socialista puede «a h orrar» su áureo certificado de trabajo
o prestárselo a otros y obtener un «interés» p o r él, si todos
los demás poseen también lo que uno ofrece y de lo que
él vive.
565
7. Igualdad del deber de trabajar para todos
566
en la francachela comete una ofensa, pues éste es
un hombre «honorable».
Ahora bien, ¿cómo están las cosas en la nueva
sociedad? Todos se desarrollan bajo las mismas con
diciones y cada cual trabaja donde le dicen sus in
clinaciones y habilidades, por eso serán solamente
pequeñas las diferencias en el rendimiento21. La at
mósfera de la sociedad que estimula a cada uno a
superar al otro contribuye también a equilibrar las
diferencias. Si uno descubre que en un terreno no
puede rendir lo que en otros, elige otro campo que
corresponda mejor a sus fuerzas y facultades. Quien
trabaja en un establecimiento junto con un gran nú
mero de personas sabe que quien resulta incapaz
e inútil en cierta actividad, pasa a otro puesto que
desempeña mucho mejor. No hay ningún ser huma
no normal que responda incluso a las más altas
demandas en una u otra actividad tan pronto como
se le coloca en el puesto adecuado. ¿Con qué razón
reclama uno algún privilegio ante el otro? Si alguien
resulta tan poco favorecido por la naturaleza que,
pese a su mejor voluntad, no puede rendir lo que
otros, la sociedad no podrá castigarlo por los erro
res de la naturaleza. Y, por el contrario, si alguien
ha recibido de la naturaleza facultades que lo eleven
sobre los demás, la sociedad no estará obligada a
recompensar lo que no sea mérito personal suyo.
Para la sociedad socialista hay que tener en cuenta,
además, que todos disponen de las mismas condicio
nes de vida y de educación, que a todos se le ofrece
la posibilidad de formar sus conocimientos de acuer
!1 «Todos los hombres bien organizados nacen con una
inteligencia casi igual, pero la educación, las leyes y las
circunstancias los hacen diferentes. E l interés individual
bien entendido se funde con el interés común o público.»
H elv etiu s , Sobre los hombres y su educación. H e l v e t iu s
tiene razón en relación con la inmensa m ayoría de los hom
bres; lo que varían son las disposiciones de los individuos
para los oficios más diversos.
567
do con sus disposiciones e inclinaciones, garantizán
dose también que, en la sociedad socialista, los co
nocimientos no sólo son mayores que en la burgue
sa, sino también que están distribuidos más homo
géneamente y, sin embargo, son más variados.
Cuando Goethe estudiaba la catedral de Colonia
con motivo de un viaje por el Rhin, descubrió en los
documentos de la construcción que los antiguos ar
quitectos eran pagados, igual que los obreros, por
el tiempo; lo hacían porque querían un trabajo bue
no y realizado a conciencia. Esto le parecerá una
anomalía a la sociedad burguesa. Introdujo el sis
tema de destajo, mediante el cual los obreros se
obligan mutuamente a trabajar con exceso a fin de
que el patrono pueda reducirles más fácilmente los
salarios. Con el trabajo intelectual ocurre lo mismo
que con el material. El hombre es producto del tiem
po y de las circunstancias en que vive. Un Goethe
que, en las mismas condiciones de desarrollo, hubie
se nacido en el siglo iv en vez de en el xvm, habría
sido probablemente un gran padre de la Iglesia que
habría eclipsado tal vez a San Agustín en vez de un
famoso poeta y naturalista. Pero si en vez de ser el
hijo de un rico patricio de Francfort lo hubiese sido
dé un pobre zapatero de la misma ciudad/ Goethe
no habría sido ministro del gran ducado de Weimar,
sino que con toda probabilidad habría seguido dé
zapatero y muerto como tal. El mismo Goethe re
conocía la ventaja que suponía para él el haber na
cido en una posición material y socialmente favora
ble y haber llegado así a su desarrollo; así, por
ejemplo, en su Wilhel Meister. Si Napoleón I hubie
se nacido diez años después jamás habría sido em
perador de Francia. Sin la guerra de 1870-71 Gam-
betta no hubiera sido jamás lo que fue. Poned al
hijo de padres inteligentes, bien dispuesto, entre los
salvajes y será un salvaje más. Uno es lo que la so
ciedad ha hecho de él. Las ideas no son un producto
568
que brote de la inspiración superior de la cabeza de
un individuo, sino el producto que la vida social
y circunstancias en que se mueve, «el espíritu de la
época», crean en la cabeza del individuo. Un Aristó
teles no podía tener las mismas ideas de un Dárwin,
y un Darwin tenía que pensar de modo distinto a
un Aristóteles. Cada cual piensa como lo obliga a
pensar el espíritu de la época, es decir, su entorno
v sus fenómenos. De ahí la observación de que, a
menudo, personas distintas piensan simultáneamen
te la misma cosa, de que simultáneamente se hacen
los mismos inventos o descubrimientos en puntos
muy apartados entre sí. De ahí también el hecho de
que una idea expresa con cincuenta años de ante
rioridad deje indiferente al mundo, pero que, repe
tida cincuenta años más tarde, ponga a todo el mun
do en movimiento. El emperador Segismundo podía
atreverse en 1415 a romper su palabra dada a Hus
y quemarlo en Constanza; Carlos V, aunque era mu
cho más fanático que él, tuvo que ceder ante Lutero
en la dieta de Worms. Las ideas son producto de la
cooperación social, de la vida social. Y lo que rige
para la sociedad en general es aplicable expecial-
mente a las clases más diversas de las que se com
pone la sociedad en una época histórica determi
nada. Como toda clase tiene sus intereses particu
lares, también posee sus ideas y concepciones par
ticulares, las cuales llevan a esas luchas de clase que
llenan las épocas históricamente conocidas de la hu
manidad y que han alcanzado su punto culminante
en las contradicciones y luchas de clase del presente.
Por tanto, no sólo importa en qué época viva al
guien, sino también dentro de qué clase social de
una época determinada viva, con lo que se determi
narán sus sentimientos, ideas y acciones.
Baste esto acerca de la cualificación del trabajo
físico y espiritual. De aquí se deduce, además, que
tampoco puede haber ninguna diferencia entre tra
569
bajo superior e inferior, como ocurre hoy, por ejera-
pío, cuando un mecánico se considera más que un
jornalero que trabaja en las carreteras y otros tra
bajos de peón. La sociedad sólo permite que se ha
gan trabajos socialmente útiles y, en consecuencia,
todo trabajo es de igual valor para ella. Si los tra
bajos desagradables, repugnantes, no pueden efec
tuarse de un modo mecánico o químico y transfor
marse en trabajos agradables mediante un procesó
cualquiera —cosa que resulta indudable ante los
progresos que hemos hecho en el campo técnico y
químico—, y si no se hallasen voluntariamente las
fuerzas necesarias, cada uno estará obligado, en
cuanto le toque su turno, a rendir su medida de
trabajo. No habrá ninguna falsa vergüenza ni nin
gún desprecio absurdo del trabajo útil. Estos sólo
se dan en nuestro Estado de zánganos, en donde el
ocio se considera una suerte envidiable y en donde
el obrero se desprecia tanto más cuanto más duros,
penosos y desagradables son los trabajos que él eje
cuta y cuanto más necesarios resultan para la so
ciedad. Hoy día, el trabajo se paga peor en la misma
medida en que es más desagradable. La razón estri
ba en que disponemos de una cantidad de fuerzas
de trabajo en el grado más bajo de cultura que, de
bido a la constante revolución del proceso de pro
ducción, se hallan en la calle como ejército de reser
va, y estas fuerzas, para poder sobrevivir, se entre
gan a los trabajos más bajos, que incluso no resulta
rentable emplear máquinas en tales trabajos. Así,
por ejemplo, el. trabajo del picapedrero es uno de
los literalmente peor pagados y más desagradables.
Sin embargo, sería una pequeñez hacer picar las
piedras por medio de máquinas, como se hace en Es
tados Unidos, pero disponemos de tal cantidad de
fuerzas de trabajo baratas que la máquina no es
570
«rentable» n. La limpieza de calles y cloacas, el trans
porte de basura, los trabajos subterráneos, etcétera,
de toda especie podrían efectuarse ya, dado el nivel
actual de nuestro desarrollo, con ayuda de máquinas
e instalaciones técnicas, de suerte que pierdan toda
huella de inconvenientes para los obreros. Pero, en
s e n t id o estricto, el obrero que limpia las cloacas
para proteger a las personas de miasmas peligrosos
para la salud, es un miembro muy útil de la socie
dad, mientras que un profesor que enseña historia
falseada en interés de las clases dominantes, o un
teólogo que procura ofuscar las mentes con doctri
nas sobrenaturales transcendentes, son individuos
sumamente perjudiciales. Los eruditos que hoy día
22 «S i hubiera que elegir entre el comunismo y todas sus
oportunidades y el Estado social actual con todos sus su
frimientos e injusticias; si la consecuencia necesaria de la
institución de la propiedad privada fuese que el producto
del trabajo se repartiese tal como lo vemos ahora, en pro
porción inversa al trabajo — que las proporciones mayores
recaen en quienes no han trabajado nada en absoluto; las
que le siguen en tamaño, en aquellos cuyo trabajo es casi
exclusivamente nominal, y así sucesivamente, con la recom
pensa reduciéndose en la misma proporción en que el tra
bajo se hace más pesado y desagradable, hasta que, final
mente, el trabajo más penoso y agotador no puede estar
seguro de ganar para cubrir las necesidades más elemen
tales; si, por tanto, la alternativa fuese: esto o el comunis
mo, todas las dudas sobre el comunismo, grandes y peque
ñas, no afectarían en nada la balanza.» J o h n S t u a r t M i l l ,
Economía política. M i l l ha hecho grandes esfuerzos por
«reform ar» el mundo burgués y hacerlo entrar en «razón».
Y así, como todo hombre inteligente que reconoce el estado
de cosas, se ha hecho, finalmente, socialista. Pero no se
atrevió a confesarlo en vida, sino que dispuso que, después
de su muerte, se publicase su autobiografía, la cual con
tiene su profesión de fe socialista. Le ocurrió lo que a D a r -
w in: que no quería que en vida lo conocieran por ateo.
Esta es la comedia que la sociedad burguesa impone a mi
les de personas. La burguesía afecta lealtad, religión y fe
en la autoridad, porque su dominio se basa en el recono
cimiento de estas «virtudes» por parte de las masas, pero
en sus fueros internos se ríe de ellas.
571
ocupan los puestos y las dignidades en nuestra so-
ciedad, representan en gran parte un gremio desti
nado y pagado para defender y justificar con la auto
ridad de la ciencia el dominio de las clases dirigen
tes, presentarlo como justo y necesario y mantener
los prejuicios existentes. En realidad, este gremio
practica, en proporción considerable, pseudociencia,
envenenamiento cerebral, trabajo anticultural, tra
bajo asalariado espiritual en interés de la burguesía
y de sus clientes 23. El Estado social que en el futuro
haga imposible la existencia de tales elementos, eje
cutará un acto liberador para la humanidad.
Por otro lado, la verdadera ciencia va unida a me
nudo a un trabajo desagradable, repugnante. Así,
por ejemplo, cuando un médico diseca un cadáver
que se halla en proceso de descomposición u opera
partes purulentas del cuerpo, o cuando un químico
analiza excrementos. Se trata de trabajos que, a me
nudo, son más repugnantes que los más repugnantes
que puedan efectuar los jornaleros y obreros no cua
lificados. Nadie piensa en reconocerlo. La diferencia
estriba en que para hacer un trabajo se requieren
muchos años de estudio, mientras que el otro puede
efectuarse sin estudios de consideración. De ahí la
estimación radicalmente distinta. Pero en una socie
dad en la que debido a la posibilidad que todos tie
nen de recibir la más alta educación, desaparecen
todas las distinciones entre cultos e incultos exis
tentes hoy día, también desaparecerán las contradic
ciones entre obreros cualificados y sin cualificar,
y tanto más, puesto que el desarrollo de la técnica
no conoce límites que impidan que el trabajo ma
nual no puedan efectuarlo las máquinas o los proce
sos técnicos. Véase tan sólo la evolución de nuestra
artesanía, por ejemplo, del grabado en cobre, de la
a «L a erudicción sirve, a menudo, tanto para la ignoran
cia como piara el progreso.» B uckle , Geschichte der engli-
schen Zivilisation.
572
xilografía, etcétera. Lo mismo que los trabajos más
desagradables son con frecuencia los más útiles, así
también es superficial, aferrado solamente a cosas
externas, nuestro concepto de trabajo agradable y
desagradable, igual que otros muchos conceptos del
mundo burgués.
573
vamente pequeño de personal administrativo. Todo
el comercio se transformará en una actividad cen
tralizada, puramente administrativa, que ha de des
empeñar funciones sumamente sencillas y lo serán
cada vez más gracias a la centralización de todas las
instituciones sociales. Todo el sistema de transpor
tes experimenta también una transformación pa
recida.
Telégrafos, teléfonos, ferrocarriles, correos, nave
gación fluvial y marítima, tranvías, automóviles de
carga y de pasajeros, naves aéreas y aparatos de
volar y como quiera que se llamen las instituciones
y vehículos que efectúan la comunicación de la so
ciedad, son ahora propiedad social. Muchas de estas
instituciones, como correos, telégrafos, teléfonos, la
mayoría de los ferrocarriles son ya instituciones es
tatales en Alemania, y su transformación en propie
dad colectiva no es más que una cuestión formal.
Aquí no pueden herirse ya más intereses privados.
Si el Estado sigue actuando en la dirección actual,
tanto mejor. Pero estas empresas administradas por
el Estado no son todavía empresas socialistas, como
erróneamente se supone. Son establecimientos que
el Estado explota de una manera tan capitalista
como si estuviesen en manos de los empresarios pri
vados. Ni los funcionarios ni los obreros obtienen
ninguna ventaja especial. El Estado no los trata de
un modo distinto a como lo hacen los empresarios
privados; así, por ejemplo, cuando en los estableci
mientos de la marina imperial y de la administra
ción de ferrocarriles se decretan disposiciones para
no emplear a obreros que tengan más de cuarenta
años, se trata de una medida que lleva en la frente
el carácter de clase del Estado como Estado de los
explotadores y que tiene que indignar a los obreros
contra el Estado. Estas medidas y otras parecidas,
emanadas del Estado en calidad de patrono, son, sin
embargo, mucho peores que si partiesen de un em
574
presario particular. Frente a aquél, éste es siempre
un pequeño empresario, y el trabajo que él niega
lo concede tal vez otro. En cambio, el Estado puede
de un golpe lanzar a la miseria a miles de personas
con tales máximas, en su calidad de patrono mono
polizado. Por tanto, no tiene nada de socialista, sino
que es capitalista, y los socialistas tienen toda la ra
zón para oponerse a que la empresa estatal actual
se considere empresa socialista y la realización de
las aspiraciones socialistas.
Del mismo modo que las grandes instituciones cen
tralizadas sustituyen a los millones de empresarios
particulares, comerciantes e intermediarios de toda
especie, también adopta otra forma el sistema global
de transportes. Los millones de pequeños envíos que
parten diariamente a casi otros tantos propietarios
y suponen un gran despilfarro de trabajo, tiempo y
materiales de toda especie, se convierten ahora en
grandes transportes que se envían a los depósitos
colectivos y a los centros de producción. Así, pues,
el trabajo también se simplifica mucho aquí. Por
ejemplo, lo mismo que el transporte de materias pri
mas para un establecimiento de miles de obreros es
mucho más sencillo que para cientos de pequeñas
empresas dispersas, también los lugares de produc
ción y distribución centralizados supondrán un aho
rro muy importante de todo tipo para comunidades
enteras o parte de ellas. Esto beneficia a toda la so
ciedad, pero también a cada individuo, pues ahora
coinciden el interés colectivo y el privado. De este
modo cambiará por completo la fisonomía de nues
tros centros de producción, del sistema de transpor
tes y, en especial, también de nuestros lugares de
residencia, tendrán un aspecto mucho más ameno.
El ruido enervante, las apreturas y prisas de nues
tras grandes ciudades, con sus miles de vehículos de
todo tipo, se acabarán en lo esencial. La construc
ción de calles, su limpieza, toda la forma de vida
575
y de vivienda, el trato de las personas entre sí, todo
sufrirá una gran transformación. Ahora podrán rea
lizarse con gran facilidad medidas higiénicas qUe
hoy no pueden implantarse en absoluto o tan sólo
con los mayores gastos y de un modo incompleto
y a menudo solamente para los barrios más elegantes.
En estas circunstancias, el sistema de comunica
ción debe alcanzar su mayor perfección; tal vez sea
entonces la navegación aérea el medio de transporte
preferido. Los medios de transporte son. las arterias
que llevan el intercambio de productos —la circula
ción sanguínea— por toda la sociedad, medianizan
las relaciones personales y espirituales entre los
hombres y, por eso, son apropiados en grado sumo
para difundir un mismo nivel de bienestar y educa
ción por toda la sociedad. La expansión y ramifi
cación de los medios de comunicación más perfectos
hasta los lugares más alejados de las provincias es,
por tanto, una necesidad y un interés social general.
La sociedad nueva se verá aquí ante tareas muy su
periores a las que puede plantearse en la actualidad;
Este sistema de comunicación, perfeccionado en gra
do sumo, favorecerá también la descentralización,
por todo el país, de las masas humanas aglomeradas
actualmente en las grandes ciudades y en los cen
tros industriales y, de este modo, tendrán una impor
tancia decisiva para la salud y para el fomento cul
tural, material y espiritual.
576
X X II. Socialismo y agricultura
1. Eliminación de la propiedad
privada del suelo
577
(sectas religiosas, Müntzer, guerras campesinas), en
el imperio azteca e inca, en los movimientos sociales
de la Edad Moderna— la propiedad de la tierra fita
sido la demanda principal de los combatientes. Tam
bién hoy hay hombres que encuentran justificada la
propiedad colectiva de la tierra —Adolf Samter,
Adolf Wagner, doctor Scháffle, Hcnry George y
otros— , que no quieren saber nada de propiedad co
lectiva en otros campos l.
1 En los siglos en que todavía predom inaba la propiedad
común, pero el robo de lá misma adoptaba proporciones
cada vez mayores, los padres de la Iglesia, papas y obispos
tampoco pueden abstenerse de m ostrar su celo por el co
munismo. Naturalmente, el sílabo y las enciclopedias del
siglo xix desconocen ya esté tono;: también los papas de
Roma- se han sometido a la sociedad burguesa y sé presen
tan: como sus más celosos defensores frente a los socia
listas. Así, por ejemplo,, el obispo C lem e n t e i (muerto el
año 102 de n. e.) dijo:. «E l uso de las cosas de esté mundo
debe ser común a todos. Es una injusticia decir: ésto es
mío> esto me pertenece a m í y éso a otro. De ahí viene la
división entre los hombres.» É l obispo A m b r o s io , de Milán,
que vivió hacia el año 374, clamaba: « L a naturaleza da
todos los bienes a todos los hombres en común, pues Dios
ha creado todas las cosas para que el disfrute de ellas sea
común a todos y para que la tierra sea propiedad colectiva.
Por tanto, la naturaleza ha creado el derecho de la comu
nidad, y el derecho de propiedad lo; produce solamente la
arrogación injusta (usurpado).» S an J cane C r is ó s t o m o (m uer
to en el' 407) declaraba en sus homilías dirigidas contra la
inmoralidad y corrupción de la población dé Constantino'
pía: «Q ue nadie llame nada suyo; todo lo hemos recibido
de Dios para góee común, y las palabras tuyo y mío son
mentira.» S a n Á gü S tí N (muerto en el 430) decía: «P o r exis
tir la propiedad individual, existen también lós procesos,
fes enemistades, las disputas, las guerras, las rebeliones,
los pecados, las injusticias, los asesinatos. ¿De dónde pro
vienen todos estos azotes? Solamente dé la propiedad. Por
tanto, abstengámonos, hermanos, dé poseer una cosa en
propiedad, o al menos abstengámonos d e arriarla.» Él papa
Gregorio el Grande declaraba hacia e l año 600: «Deben
saber que lia tierra de la que proceden y de la que están:
hechos es común a iodos los hombres y que, p o r tanto, los
frutos que ella produce deben ser de todos sin distinción.»
B o ssu et , el famoso obispo de Meaux, muerto en 1704, dice
El bienestar de la población depende» en primer
lugar, del cultivo y explotación de la tierra. Elevar
su cultivo al grado máximo es algo de interés ge
neral, en el sentido más estricto. Ya aclaramos que
este desarrollo máximo no es posible bajo la forma
de la propiedad privada. Pero la explotación máxi
ma de la tierra no depende únicamente de su cultivo,
también hay que tener en cuenta otros factores que
no puede controlar ni el mayor propietario particu
lar ni la asociación más poderosa, factores que, en
determinadas circunstancias, transcienden el marco
del Estado y requieren un tratamiento internacional.
580
eso los países costeros, por ejemplo, apenas conocen
los climas extremados propiamente dichos. Pero ta
les climas extremados no son buenos ni para las
plantas ni para las personas. Un amplio sistema de
canales, imido a medidas relativas a la silvicultura,
sería indudablemente beneficioso. Tal sistema de ca
nales, junto con la construcción de grandes depó
sitos como colectores de agua serían muy útiles en
caso de que el deshielo o las fuertes lluvias hagan
crecer y desbordarse los ríos y corrientes. Las mis
mas construcciones serían necesarias también para
los ríos y torrentes de las montañas. Así serían im
posibles las inundaciones, con sus efectos devasta
dores. Amplias superficies de agua, con su mayor
evaporación, podrían fomentar también las lluvias
regulares. Además, las construcciones de este tipo
permitirían la instalación de obras de bombeo para
regar grandes extensiones de tierras, caso de que
fuese necesario.
Grandes regiones, que hasta ahora han permane
cido casi estériles, podrían convertirse en comarcas
fértiles mediante el riego artificial. Donde ahora las
ovejas apenas encuentran escaso alimento y, en el
mejor de los casos, raquíticos pinos silvestres ex
tienden sus flacas ramas al cielo, podrían criarse
cosechas exuberantes y una población densa podría
hallar alimento abundante y placer. Así, por ejem
plo, sólo es cuestión de gasto de trabajo, transfor
mar los vastos arenales de la Marca, la «salvadera
del sacro imperio germánico», en un edén de ferti
lidad. Así lo destacó también un conferenciante en
un discurso pronunciado con motivo de la exposi
ción agrícola alemana, en Berlín, en la primavera
de 18942. Pero los terratenientes de la Marca son
2 En el informe oficial sobre la exposición de Chicago
se dice también: «E l aprovechamiento del agua para la
fruticultura y horticultura debe ampliarse cada vez más,
y la creación de cooperativas de agua p ara tal fin podría
hacer paraísos de nuestros desiertos.»
581
incapaces de emprender las construcciones necesa
rias de canales, riegos, mejoras y mezclas de suelos,
etcétera, y, de este modo, ante las mismas puertas
de la capital imperial, existen amplias franjas de
tierra en tal estado de cultivo que les parecerá in
concebible a las generaciones futuras. Por otro lado,
también pueden drenarse mediante canalizaciones
amplias regiones pantanosas y convertirlas en tie
rras de cultivo, como, por ejemplo, en el norte y el
sur de Alemania. También pueden explotarse las co
rrientes de agua para piscicultura y suministrarían
una abundante fuente de alimentación y, además, las
comunidades que carecen de ríos podrían construir
los más hermosos baños públicos3.
He aquí algunos ejemplos de los efectos del re
gadío. En las cercanías de Weisenfeld, siete hectá
reas y media de prados bien regados producían 480
quintales de segunda hierba, mientras que cinco
hectáreas adyacentes de prados sin regar, con idén
tica constitución del suelo, sólo producían 32 quin
tales. Por tanto, los primeros habían producido diez
veces más que los segundos. Cerca de Riesa, en Sa
jorna, 65 acres de prados regados aumentaron el
producto neto de 5,850 a 11.100 marcos. Según Bu-
chenberg, después de regar el suelo arenoso y estéril
de la landa de Bocker, a la orilla derecha del Mppe,
por un gasto total de 124.000 marcos, se ha obteni
do, en una superficie que antes era casi estéril, una
ganancia bruta de 400.000 marcos, aproximadamen
! «Así, por ejemplo, en una de las comarcas más culti
vadas de la monarquía austríaca — en Bohemia— necesitan
drenarse 656.000 hectáreas, es decir, una cuarta parte de
toda la superficie cultivable, y una parte de la superficie
total de pradera, de 174.000 hectáreas, es demasiado seca
o demasiado húmeda. Naturalmente, las cosas están mucho
peor en comarcas que, en términos generales, están econó
micamente atrasadas, como ocurre, sobre todo, en Galizia.»
D r . E u g en v o n P h i l i p p o v i c h , Volkswirtschaftspolitik. Tü-
bingen, 1909, pág. 97.
582
te. Las mejoras efectuadas en el suelo de la Baja
Austria han producido, con un gasto de un millón
de coronas, un aumento de seis millones de coronas
en el valor del producto. Los elevados costes de
construcción son rentables. Ahora bien, además de
la Marca, hay en Alemania vastas regiones cuyo sue
lo, constituido fundamentalmente de arena, sumi
nistra un rendimiento regular cuando el verano ha
sido muy- húmedo. Estas regiones, atravesadas y re
gadas por canales y con la constitución de su suelo
mejorada, producirían en poco tiempo de cinco a
diez veces más. En España hay ejemplos en los que
el producto de las tierras bien regadas ha sido 37
veces superior al de las tierras sin regar. Por tanto,
venga agua y se sacarán del suelo nuevas masas de
alimentos.
No pasa casi ningún año sin que ocurran inunda
ciones más o menos grandes producidas por los
arroyos, ríos y corrientes, una, dos y más veces, en
las provincias y Estados más diversos de Alemania.
Grandes extensiones del suelo más fértil son barri
das por la violencia de las olas, otras se cubren con
arena, piedras y escorias, haciéndolas estériles du
rante años o para siempre. Se arrancan plantaciones
enteras de frutales que necesitaron decenios para
criarse. Las aguas se llevan casas, puentes, carrete
ras, presas, ferrocarriles, se sacrifican vidas huma
nas, se pierde el ganado, se destruyen las mejoras
del suelo y Estados enteros. Grandes extensiones de
terrenos, que a menudo están expuestas al peligro
de las inundaciones, no se protegen, en absoluto,
o tan sólo muy poco, a fin de evitar una y otra vez
estos daños. Estas riadas las refuerzan las grandes
devastaciones de bosques, sobre todo en las monta
ñas, efectuadas especialmente por propietarios par
ticulares. La tala absurda de los bosques, realizada
para el beneficio privado, ha motivado una reduc
ción de la fertilidad del suelo en las provincias de
583
Prusia y Pomerania, en Carintia y Estiria, en Italia,
España, Rusia, etcétera.
La consecuencia de la devastación de los bosques
en las montañas son las frecuentes inundaciones.
Las inundaciones del Rhin, Oder y Weichsel se atri
buyen principalmente a las devastaciones de bos
ques efectuadas en Suiza, Galizia y Polonia, respec
tivamente. A la misma causa se deben las frecuentes
inundaciones de Italia, particularmente del Po. Y por
las mismas causas han perdido la mayor parte de
su fertilidad Madeira, grandes partes de España, las
provincias más fértiles de Rusia, amplias extensio
nes de tierras de Asia Anterior, antes exuberantes
y fértiles \
Por fin, también se ha comprendido en la so
ciedad burguesa que hay que terminar con las ar
bitrariedades en este terreno y que, una vez apli
cadas las medidas racionales, las fuerzas destructo
ras de la cultura pueden transformarse en fomenta
doras de la misma. Así se avanza en la construcción
de grandes presas, que reúnen el agua en masas
gigantescas, aprovechando sus fuerzas para la elec
trificación de la industria y de la agricultura. Espe
cialmente el Estado de Baviera ha emprendido la
construcción en gran escala de embalses en los ríos
y torrentes de las montañas para obtener así la ener
gía para la electrificación de sus ferrocarriles y He
todos los establecimientos industriales posibles. De
este modo, la vieja Baviera agraria se va transfor
mando gradualmente en un moderno país industrial.
584
3. Transformación de la agricultura
585
ra. Por tanto, volveremos a ganar para otros cultivos
grandes superficies de terrenos y muchas fuerzas
de trabajo. Ultimamente se sustraen superficies de
muchos kilómetros cuadrados a la agricultura y se
arrasan lugares enteros, porque las nuevas armas
de largo alcance y las nuevas formas de combatir
necesitan terrenos de tiro y de ejercicios en los que
puedan maniobrar cuerpos enteros de ejército.
El gran campo de la agricultura, silvicultura y
aprovechamiento del agua es, desde hace mucho, ob
jeto de discusión de una bibliografía muy vasta. Nin
gún campo ha quedado sin tocar: silvicultura, rega
díos y drenajes, cultivos de cereales, leguminosas y
tubérculos, horticultura, cultivo de bayas, flores y
plantas ornamentales, forrajes para el ganado, pra
dos, la cría racional de ganado, peces, aves, abejas,
abonos y fertilizantes, utilización y aplicación de los
residuos en la economía y en la industria, análisis
químico del suelo y su empleo y preparación para
éstos u otros cultivos, índole de las semillas, rota
ción de cultivos, máquinas y herramientas, disposi
ción metódica de edificios económicos de toda espe
cie, condiciones climáticas, etcétera, todo se ha in
cluido en el círculo de discusiones y análisis científi
cos. No pasa casi ningún día sin que se hagan nue
vos descubrimientos y experiencias que llevan a me
joras y perfeccionamientos para uno u otro de los
diversos campos. Desde Thaer y J. v. Liebig, la agri
cultura se ha convertido en una ciencia y, por cierto,
en una de las primeras y más importantes, que ha
alcanzado tal volumen y significación como pocas
actividades dedicadas a la producción material. Pero
si comparamos esta enorme profusión de avances de
todo tipo con el estado real de nuestra agricultura,
hay que afirmar que, hasta ahora, sólo una fracción-
de los propietarios privados ha estado en condicio
nes de explotar en cierto modo los progresos, y to
dos se preocupan exclusivamente de sus intereses
586
particulares, sin tener en cuenta el bien común. La
mayor parte de nuestros agricultores, puede decirse
muy bien que él 99 por 100 de los mismos, no está
en condiciones de poder hacer uso de todas las ven
tajas y progresos que les ofrecen la ciencia y los
avances de la técnica; carecen de medios o de cono
cimientos, o de ambas cosas a la vez. La sociedad
nueva tiene aquí un campo teórica y prácticamente
bien preparado, que sólo necesita organizar para al
canzar los resultados más grandiosos.
587
pleadas en la gran empresa, prescindiendo ya de los
medios de trabajo más racionales, con los que tra
bajan, rinden mucho más que cincuenta personas
ocupadas en la pequeña empresa. La combinación
y dirección de las fuerzas de trabajo en la forma
más adecuada sólo la permite la gran empresa. A
ello se suman las enormes ventajas que permiten el
empleo y explotación de todas las máquinas posibles
e instalaciones perfeccionadas, el aprovechamiento
industrial de los productos, la cría más racional de
ganado y de aves, etcétera. La aplicación de la elec
tricidad a la agricultura ofrece ventajas muy espe
ciales que eclipsan a los demás métodos de trabajo.
P. Mack5 afirma que con la introducción del tra
bajo mecánico se consigue un ahorro de más de
5.000 días caballo y, con un gasto único de un capi
tal de 40.000 marcos, se obtiene un abaratamiento
del producto superior a los 12.000 marcos o de 48
marcos por hectárea, sin tener en cuenta la mayor
productividad al introducir los cultivos hondos, así
como la mayor exactitud de los mismos lograda con
las máquinas6.
El aumento de producción en granos se calcula en
el 20 al 40 por 100 con el cultivo hondo, mientras
que la producción de leguminosas aumenta a me
588
nudo en el 50 por 100. Pero suponiendo que el au
mento es, por término medio, solamente del 20 por
100, la finca en cuestión obtendría unos beneficios
de 55,45 marcos más por hectárea, lo que, unido al
ahorro ya mencionado, equivaldría a un total de
103,45 marcos por hectárea. Suponiendo que el pre
cio de la hectárea de tierra es de 800 marcos, la ga
nancia extra será entonces del 13,5 por 100. Por con
siguiente, se trataba de crear las centrales eléctricas
necesarias para mantener la empresa. Pero entonces
no sólo se ponen en funcionamiento todas las má
quinas susceptibles de empleo en general, sino que
también se gana calefacción e iluminación. Con ayu
da de las instalaciones eléctricas también pueden
proveerse de iluminación eléctrica, además de las
viviendas y calles, los establos, graneros, sótanos,
almacenes y edificios fabriles y, en caso de necesi
dad, también puede cosecharse durante la noche.
Mack calcula que, con la introducción general de la
electricidad en la explotación agrícola podrían aho
rrarse dos tercios de los animales de trabajo exis
tentes hasta ahora (1.741.300), lo que supondría una
ganancia neta anual de 1.002.989.000 marcos. Si se
deducen de aquí los gastos de la energía eléctrica,
quedaría un ahorro de unos 741.794.000 marcos
anuales.
La aplicación de la empresa eléctrica presta cada
vez más a la agricultura el carácter de un proceso
meramente técnico-industrial. El resumen siguiente
ofrece un cuadro de la aplicación múltiple de la elec
tricidad en la explotación agrícola7:
El motor eléctrico puede impulsar: 1) Máquinas
que aumentan el producto bruto: a) para el cultivo:
máquinas para limpieza de semillas de cereales, cla
sificadoras de grano, arados eléctricos (desarrollo ter-
7 K u rt K r o h n e , «D ie Erweiterte Anwendung des elek-
trischen Betriebs in der Landwirtschaft», Elektrotechnische
Zeitschrift, 1908, cuadernos 39 a 41.
589
minado); b) para la cosecha: máquinas de segar con
atadóres automáticos (se ha iniciado su elaboración),
cosechadoras de patatas (existen en una perfección
cási insuperable), instalaciones para regar. 2) Má
quinas que reducen los gastos: a) elevadores, des
cargadores en graneros, elevadores para el transpor
te de cereales y paja en los silos o en los graneros,
así como el heno en el suelo, elevadores de sacos,
bombas de agua de estiércol; b) medios de trans
porte: cintas transportadoras y máquinas soplantes
para él transporte de granos, ferrocarriles portátiles
y cabrestantes para cargas pesadas; c) para la ex
plotación: prensadoras de paja, molinos, cortapajas
para la venta. 3) Las máquinas dé la industria agrí
cola: a) máquinas para destilerías y para la fabri
cación de almidón, bombas dé agua para todos los
fines; b) centrales lecheras: refrigeradoras de leche,
centrifugadoras, mantequeras, amasadoras, prensas,
etcétera; c) aserraderos, sierras circulares y de hojas
múltiples; d) máquinas de carretería, sierras de cin
ta, taladradoras, tornos, máquinas de ruedas. 4) Má
quinas de preparación de forrajes para la ganadería:
cortapajas, cortarremolachas, molinos trituradores,
trituradores de patatas, avena, etcétera, bombas de
agua. Según los informes, él motor eléctrico efectúa
ya el 15 por 100 del trabajo de esta manera, con el
aprovechamiento económico del tiempo y de los
medios.
El trabajo manual necesario para la trilla y pre
paración para el envío de 1.000 kilos de cereal se
calculó así:
- ......... - - Horas de
trabájo
1. Todos los trabajos hechos a manó ............. 104,0
2. Empleando pequeñas trilladoras con cabres
tante y lim piadora ..................... ............ 41,4
3. Em pleando trilladora eléctrica con motor
de 20 caballos ............ * ... ........................ 26,4
4. Empleando trilladora gigante eléctrica con
¡cargadores y ventiladores de granzas y paja
corta., prensadora de p a ja y .elevado]:, accio
nada por un motor de 60 caballos .... ... ... 10,5
592
qunia de inducción usada hasta ahora por rectifi
cadores de mercurio hechos por él mismo, estos en
sayos se han extendido en los años 1906 a 1908 a una
superficie de 10 hectáreas, aportando la prueba im
portante de que la red de alambre puede tener una
altura de cinco metros sobre el suelo, sin interrum
pir el efecto favorable sobre el producto de la cose
cha. Se trata* de una altura que permite que los ve
hículos cosechadores pasen cómodamente debajo de
ella, aunque vayan bien cargados, y, en general, efec
tuar sin molestias todos los trabajos agrícolas, como
el laboreo de los tubérculos, mientras que según
Lemstróm, la red metálica no debía estar más allá
de 40 centímetros respecto de las plantas sobre las
que debía influir8. Varios molineros efectuaron en
sayos comparativos de cochura y descubrieron que
el trigo electrizado daba una harina para pan mu
cho mejor que el no electrizado. Por consiguiente,
el nuevo procedimiénto está ya listo para pasarlo
con éxito a la praxis de la agricultura y de la horti
cultura.
El arado de vapor de Fowler con dos locomotoras
compuestas necesita, para ser explotado adecuada
mente, una superficie de 5.000 hectáreas, es decir,
una superficie mayor que la de la mayoría de las
comunidades campesinas. Se estima que si, por
ejemplo, toda la tierra cultivable existente en 1895
se hubiera explotado con el empleo de las máquinas
más diversas y todas las demás ventajas, se habría
obtenido un ahorro de 1.600 millones de marcos.
Según Ruhland9, una lucha eficaz contra las enfer
medades de los cereales bastaría por sí sola para
8 M. B r esla u ér , «Beeinflussung des Pflanzanwachstuins
durch Elektrizitat», Elektrotechnische Zeitschrift 1908, cua
derno 38, pág. 1.915. En las cercanías de Berlín se construye
un pequeño campo de experimentación dirigido por el mis
mo Breslauer.
9 D r. G R u h l a n d , Die Grundprinzipien aktueller Agrar-
politik. Tübingen, 1893.
593
anular las importaciones actuales de cereales por
parte de Alemania. En el folleto Unsere Wiesen-und
Feldkrauter, del doctor med. Sonnenberg, de Worms,
se dice que, según una encuesta oficial efectuada en
Baviera, la agricultura bávara pierde anualmente un
30 por 100 de la cosecha a causa de las malas hier-
bs. En dos superficies de cuatro metros cuadrados
cada una, una limpia de malas hierbas y otra no,
Nowatzki halló los resultados siguientes:
Tallos Granos Paja
En la superf. con malas hierbas 216 180 239 gr.
En la superficie limpia 423 528 1.077 gr.
595
dobles por hectárea. Una parte considerable del sue
lo que actualmente se dedica a centeno podría ex
plotarse para la producción de trigo mejorando el
abono y el cultivo, de modo que la producción media
de cereales panificables —dos quintos de trigo y tres
de centeno —podría estimarse en 28,8 quintales do
bles por hectárea. Deduciendo la semilla y el cereal
de baja calidad, quedarían 26 quintales dobles para
alimentación. Los 7,9 millones de hectáreas que ac
tualmente se dedican al cultivo de cereal panificable
podrían incrementarse en 1,5 millones de hectáreas
de parados, eriales y terrenos baldíos —landas y ma
rismas 11— , de suerte que, con una producción me
dia de 26 quintales dobles por hectárea y con una
superficie cultivable de 9,4 millones de hectáreas,
podría conseguirse una producción de 251,92 millo
nes de quintales dobles de cereal panificable. Con
un consumo anual de 175 kilos por cabeza se podría
producir entonces cereal panificable para 144 millo
nes cte personas. Según el censo de 1900, Alemania
tenía, en números redondos, 56.345.000 habitantes,
por lo que, con aquel nivel de la técnica y de la
ciencia, el suelo alemán podía proveer de cereal pa
nificable a una población dos veces y media mayor
que la suya. Dada la forma económica actual de pro
piedad privada fragmentada, Alemania se ve obliga
da a importar, por término medio, un noveno de sus
necesidades de cereal panificable del extranjero.
Y aunque en la forma económica actual se alcanza
sen resultados aproximados, los elevados precios de
los medios de vida harían que la mayoría de las per
sonas no tuviera dinero suficiente para comprarlos,
con lo que no se lograría el fin perseguido. Estos
596
resultados sólo pueden alcanzarse bajo el comunis
mo a gran escala, cosa en la que los autores mencio
nados no piensan, naturalmente. Conforme a un
cálculo establecido por ellos, introduciendo el culti
vo intensivo en la agricultura alemana podría obte
nerse un aumento de:
145.1 millones de Qms. dobles en cerealespanificables
444.0 millones de Qms. dobles en patatas
78,7 millones de Qms. dobles en avena, cebada, guisan
tes y judías
146.2 millones de Qms. dobles en heno
110.0 millones de Qms. dobles en forrajes
226.0 millones de Qms. dobles en tubérculos forrajeros de
Mack
597
las instalaciones higiénicas en la gran mayoría de
los establos, las instalaciones de alimentación y el
cuidado de ganado y aves. El campesino del siglo xx
ignora todavía que la limpieza, la luz y el aire son
tan necesarios a los animales como a las personas.
Es natural que así se efectuará en condiciones mu
cho más racionales, sanas y ventajosas la obtención
y producción de leche, mantequilla, queso, huevos,
miel, carne.
Pero con la hábil combinación y utilización de
las fuerzas humanas y mecánicas existentes se po
drá efectuar el cultivo y la recolección de los cam
pos en proporciones hasta ahora insospechadas. La
construcción de grandes naves de protección, seca
deros, etcétera, permitirá que se pueda cosechar en
cualquier tiempo, y su rápida recolección evitará las
pérdidas enormes que con tanta frecuencia se dan
ahora. Así, po rejemplo, según Goltz, en una sola
recolección desfavorable de Mecklenburg se perdie
ron de ocho a nueve millones de marcos, y en el
distrito de Kónigsberg, de 12 a 15 millones de
marcos.
598
rras que son famosas por sus frutas, como Württem-
berg. He aquí un gran campo para la actividad hor
tícola. Lo mismo ocurre con el cultivo de bayas, que
apenas se halla en sus comienzos.
Empleando calor y humedad artificiales en naves
grandes y protegidas podrá efectuarse, en términos
generales, el cultivo de hortalizas, frutas y bayas en
cualquier época del año. Muestras tiendas de flores
de nuestras grandes ciudades presentan en el más
riguroso invierno un surtido de flores que compite
con el del verano. Uno de los avances más grandio
sos en el campo de la fruticultura artificial lo tene
mos, por ejemplo, en la «viña» artificial del director
de jardines Haupt, de Brieg, Silesia, que, entre tanto,
ha tenido muchos imitadores y antecesores en otros
países, como en Inglaterra, pongamos por caso. Su
instalación y sus resultados se describieron de un
modo tan atractivo en el Vossische Zeitung del 27 de
septiembre de 1890, que merecen destacarse algunos
pasajes del mismo. El periódico decía así:
«E n una superficie casi cuadrada de 500 m2, es de
cir, la quinta parte de una yugada, se ha .construido él
invernadero, con una altura de 4,5 a 5 metros, cuyas
paredes están orientadas exactamente al Norte, Sur,
Este y Oeste. E n la dirección Sur-Norte se han colo
cado doce hileras de emparrados dobles a una distan
cia de 1,8 m. cada uno, que sirven al mismo tiempo
de sostén al tejado ligeramente inclinado. E n un ban
cal de 1,25 m. de profundidad sobre una papa de ba
sura d e 25 cm. que contiene una red de tubos de dre
naje y tubos verticales para la ventilación del suelo,
un bancal cuyos lechos pesados se han hecho porosos
y fértiles añadiéndoles cal, escombros, arena, manti
llo, arina de huesos y sal potásica, el señor H aupt
plantó en cada em parrado doble 360 vides de los ti
pos que producen los mejores racimos en Reihngau,
o sea: una riesling blanca y roja, traminer, moscatel
blanca y azul y borgoña.
La ventilación del espacio se efectúa, además de va
rias aperturas en las paredes laterales, a, través de
grandes ventanales de 20 m. de largo en el tejado, que
se abren y cierran y que pueden fijarse en cualquier
posición mediante un dispositivo elevador provisto
de husillo roscado y manivela. P ara regar las vides se
emplean 26 bocas de regadera fijadas a una mánguera
de gom a de 1,25 m. de largo que cuelga de una tubería
de agua. E l señor Haupt introdujo en su 'viña' otro
medio realmente ingenioso para el riego rápido y com
pleto: la lluvia artificial. Por debajo del tejado hay
cuatro largos tubos de cobre, provistos de agujeros
finos cada medio metro. Los delgados chorros de agua
que salen hacia arriba p o r estos agujeros chocan con
tra pequeños coladores de gasa y, al atravesarlos, el
agua se esparce en una fuente fina; la inyección por
medio de la manguera requiere siempre varias horas;
pero sólo se requiere abrir un grifo para que, desde
lo alto, caiga una lluvia suave y fresca sobre las vides,
el suelo y los senderos de losas de granito de todo el
invernadero. E l aumento de la temperatura, efectuado
sin ninguna clase de calefacción artificial, sino única
mente mediante las cualidades naturales del inverna
dero, alcanza de 8 a 10 grados Reaüm ur por encima
de la atmósfera exterior. Para proteger a las vides
contra su peor enemigo, el piojo de la vid, basta con
cerrar los tubos de drenaje y abrir todos los grifos
del agua. Como es sabido, este enemigo no resiste la
consiguiente inundación de las cepas. E l tejado de
cristal y las paredes protejen la viña artificial contra
la tormenta, el frío, la helada, la lluvia inecesaria; una
fin a'rejilla metálica la proteje contra el granizo; el
dispositivo de lluvia artificial, contra la sequía. E l vi
ticultor de esta 'viña’ crea su propio tiempo y puede
reírse ante los peligros de todos los caprichos incal
culables de la naturaleza 'indiferente' o cruel, y que
amenazan con destruir el fruto de los esfuerzos y tra
bajos del viticultor.
Ocurrió exactamente lo que esperaba el señor Haupt.
Las vides crecieron excelentemente en el clima cálido
y regular. Las uvas m aduraron perfectamente y en el
otoño de 1885 dieron ya un mosto que no desdecía
en absoluto de los mostos conseguidos generalmente
en Rheingau, por su abundante glucosa y su escasa
acidez. También se criaron excelentemente las uvas
al año siguiente y en 1877, que fue un año desfavora
ble. Una vez que las vides hayan alcanzado toda su
altura de 5 metros y produzcan uvas en abundancia
hasta su copa, este espacio producirá anualmente unos
20 hectolitros de vino, y los costos de una botella de
vino de gran calidad no escederán los 40 céntimos de
marco.
N o puede predecirse ninguna circunstancia que pu
diera im pedir en términos generales la explotación,
enteramente fabril, de esta nueva viticultura, que pro
mete rendimientos máximos y regulares. Invernaderos
de este tipo sobre una superficie de 1/5 yugada po
drían instalarse indudablemente en terrenos de una
yugada de grandes, con las mismas instalaciones de
ventilación, riego y drenaje. En ellos, la vegetación co
mienza también unas semanas antes que al aire libre,
los racimos estarán protegidos contra las heladas de
mayo, la lluvia, el frío durante la floración, contra la
sequía durante el crecimiento de las uvas, contra los
pájaros y ladrones, contra la humedad durante la ma
duración, contra el piojo de la vid, y colgarán de las
parras hasta noviembre y diciembre. E n su conferen
cia pronunciada en 1888 ante la Asociación para el Fo
mento de la Horticultura, que le hizo una visita, con
ferencia de la que he sacado los aspectos técnicos de
la descripción de esta 'viña' de Haupt, su descubridor
y fundador pintó al final esta perspectiva seductora
para el futuro: Como esta viticultura es ppsible en
toda Alemania, pero, sobre todo, en suelo de otro
modo estéril, arenoso y pedregoso (como, por ejemplo,
en las peores tierras de la M arca), que puede hacerse
601
cultivable y regarse, se deduce de todo esto el gran in
terés que ofrece la 'viticultura' b a jo 'cristal'. Quisiera
denominar este cultivo la ' viticultura del futuro’.»
603
suelo, lo mismo que no todo alimento es igualmente
nutritivo para el hombre. Hay que darle al suelo los
mismos componentes químicos que ha perdido en la
producción de una cosecha, y tienen que dársele en
una cantidad mayor de lo que requiere el cultivo de
una planta determinada. De ahí que el estudio de la
química y su aplicación práctica se amplíen en pro
porciones desconocidas hasta ahora.
Ahora bien, los desechos humanos y animales con
tienen los componentes químicos apropiados para la
reproducción del alimento humano. Por tanto, hay
que procurar el modo más perfecto de obtenerlos y
distribuirlos. En este sentido se cometen aún mu
chos errores. Especialmente en las ciudades y los
lugares industriales, que reciben cantidades masivas
de alimentos y sólo devuelven al suelo una peque
ñísima parte de los preciosos residuos y desechos.
La consecuencia es que las tierras más alejadas de
las ciudades y centros industriales, las cuales les
llevan anualmente la mayor parte de sus productos,
carecen sensiblemente de abonos, pues con mucha
frecuencia no basta el estiércol del personal y del
ganado existentes en las fincas, porque éstos sólo
consumen una porción de la cosecha del suelo, y de
este modo se establecería un sistema de robo que
privaría al suelo de sus energías y reduciría las co
sechas si no se sustituyese con abonos artificiales la
falta de los naturales. Todos los países que exportan
productos agrícolas y no reciben abonos a cambio,
arruinan necesariamente, más tarde o más tempra
no, su suelo, como ha ocurrido con Hungría, Rusia,
los principados del Danubio, etcétera.
A mediados del siglo pasado, Liebig estableció la
doctrina de la reposición de materias para el suelo
laborable, de donde se dedujo la aplicación de los
fertilizantes concentrados. Schulze-Lupitz demostró
materias, aprovechando adecuadamente las letrinas y cloa
cas.» L ie b ig , Chemische Briefe. Leipzig y Heidelberg, 1865.
604
que, aunque ciertas plantas no recibían ningún abo
no nitrogenado, enriquecían, sin embargo, el suelo
con nitrógeno, fenómeno cuya explicación y solución
dio Hellriegel. Este demostró que son miles de mi
llones de bacilos los que, en simbiosis con ciertas
leguminosas, suministran directamente el nitrógeno
del aire a las plantas13. Si la química agrícola cons
tituye, desde Liebig, un aspecto de la agricultura, la
bacteriología agrícola constituye el otro. En sus de
pósitos de potasa y cainita, en el superfosfato y el
ácido fosfórico, Alemania posee una serie de fuentes
inagotables de abonos minerales, cuyo correcto em
pleo, unido al cultivo racional del suelo, permite pro
ducir cantidades enormes de alimentos.
Sobre la importancia de los distintos abonos arti
ficiales no da una idea el dato de que en 1906 Ale
mania consumió una cantidad de ellos por valor de
300 millones de marcos, entre ellos amoniaco sulfú
rico, por valor de 58,3 millones; salitre de Chile, por
120 millones, mientras que el resto corresponde a la
harina Thomas y al superfosfato, sales de potasio,
guano y demás. El más importante de estos fertili
zantes es el abono nitrogenado. La extraordinaria
importancia de sus efectos la revelan los datos si
guientes. Mientras que, según los estudios de Wag
ner, la producción de avena en un campo de Hesse
disminuía, frente a un abono completo, en el 17 por
100 si carecía de ácido fosfórico y en el 19 por 100
si faltaba la potasa, lo hacía en 89 por 100 cuando
se omitía el nitrógeno. En medio de todos los ensa
yos y años de experimentos se obtuvo una ganancia
neta, calculada por año y por hectárea: de 96 mar
cos, con abono completo; de 62 cuando faltaba la
potasa; de 48 cuando al abono completo le faltaba
el ácido fosfórico; de cinco cuando al abono com
13 Die deutsche Landwirtschaft an der Jahrhundertwen.de,
discurso pronunciado en la Real Academia de Agricultura
p o r el D r . M ax D elbrück el 12 de enero de 1900.
605
pleto le faltaba el nitrógeno. Se ha calculado que si
Alemania duplicase sus abonos nitrogenados, no
sólo cubriría sus necesidades globales de cereales y
patatas, sino que incluso sobrarían cantidades consi
derables para la exportación. Y la fuente principal
dé este valiosísimo abono, los depósitos de salitre
de Chile, lo mismo que los depósitos de guano, se
agotarán rápidamente, mientras que cada vez au
mentan más las necesidades de preparados nitroge
nados —en Alemania, Francia, Inglaterra y, en los
últimos diez años, también en Estados Unidos.— El
químico inglés William Crookes planteó ya esta
cuestión en 1899, calificándola como un asunto de
mayor importancia que la posibilidad del agotamien
to próximo de los yacimientos carboníferos británi
cos. Según él, la tarea fundamental de la química es
triba en resolver el problema de fabricar abonos ni
trogenados a base del inmenso depósito de carbono
existente en el aire. Téngase en cuenta, solamente,
que la cantidad de aire que se halla por encima de
un centímetro cuadrado de suelo pesa, aproximada
mente, un kilo y que cuatro quintas partes de éste
son nitrógeno, con lo que se estima que el contenido
en nitrógeno de la atmósfera terrestre asciende en
números redondos a 4.000 millones de toneladas. Y
el consumo anual de salitre asciende actualmente a
300,000 toneladas de nitrógeno. Por consiguiente, si
no se encontrase ningún sustituto del nitrógeno, su
combinación química bastaría para cubrir las nece
sidades presentes de salitre en el mundo durante
más de 14.000 millones de años,
Y este problema ya se ha resuelto. En 1899,
A. Frank y N. Caro produjeron cianamida de calcio
mediante la acción del nitrógeno atmosférico sobre
el carbonato cálcico (cal y carbono) a una tempera
tura elevada, con un contenido de nitrógeno en la
masa bruta del 14 al 22 por 100. El nuevo abono
ha entrado en el mercado con el nombre de cal ni
606
trogenada. Pero este procedimiento no es el único.
Los noruegos C. Birkeland y S. Eyde lograron en
1903 transformar directamente el nitrógeno del aire
en ácido nítrico mediante combustión eléctrica. El
nuevo procedimiento proporciona un producto igual
en todos los aspectos al nitrato de Chile, y en ciertas
clases de suelo, incluso superior. Desde hace algunos
años figura en el mercado de abonos alemán con el
nombre de nitrato de Noruega. Y en 1905, Otto
Schónherr dio con un procedimiento más ventajoso
aún que el de Birkeland-Eyde desde el punto de vista
técnico. Fuera de la energía eléctrica, solamente re
quiere los materiales más baratos el agua y piedra
caliza. En cambio, para la producción de cal nitro
genada se requiere también carbón, y el nitrógeno
necesario no puede aplicarse en forma de aire, sino
que tiene que separarse de éste. De este modo se le
ha suministrado a la agricultura un nuvo abono que
se produce por medio de un proceso puramente téc
nico-industrial y del que se dispone en cantidades
inmensas M.
Según A. Miiller, un adulto sano elimina por tér
mino medio 48,5 kilos de excrementos sólidos y
438 kilos de excrementos líquidos al año. Conforme
al nivel actual de los precios de los abonos, estos
14 Según el profesor Bernthsen, Vber Luftsalpetersaure,
conferencia pronunciada en él V I I Congreso Internacional
de Londres, publicada en la Zeitschrift für angewandte Che-
rtíie, 1909, cuaderno 24. Como la nueva industria necesita
fuerzas hidráulicas baratas para la producción de elec
tricidad, la Badische Anilin und Sodafabrik y otras fábri
cas químicas alemanas sé aseguraron, en unión de la socie
dad franco-noruega constituida por Birkeland-Eyde, fuerzas
hidráulicas convenientes en Noruega. Se fundaron dos so
ciedades, cada una de ellas con un capital de 16.000.000 de
coronas, para la explotación de las fuerzas hidráulicas no
ruegas y la obtención de nitrato. Además, la Badische Ani-
lin und Sodafabrik (B S F ) ha solicitado al Gobierno bávaro
la concesión de un plan para la obtención de unos 50.000
caballos de fuerza del Alz y para la construcción de una
fábrica cerca de Burghausen, al sureste de Baviera.
607
materiales representan un valor monetario de 5,15
marcos si pudieran utilizarse sin pérdidas por eva
poración, etcétera. La gran dificultad en aprovechar
plenamente estas materias estriba fundamentalmen
te en la creación de depósitos adecuados y amplios
y en los elevados costos de transporte. Una gran
parte de los excrementos de nuestras ciudades va a
parar a los ríos y corrientes, ensuciándolos. Igual
mente, los desperdicios de la cocina, de los comer
cios e industrias, que también podrían utilizarse de
abono, se despilfarran con mucha ligereza.
La sociedad nueva encontrará formas y medios de
contrarrestar este despilfarro. Resolverá este proble
ma más fácilmente y, concretamente, por el hecho
de que las grandes ciudades dejarán de existir gra
dualmente al ir descentralizándose la población.
608
y del comercio, confluyen las vías de circulación, re
siden los propietarios de las grandes fortunas, las
autoridades centrales, las comandancias militares,
los tribunales superiores. En ellas están los grandes
centros de educación, las academias de artes, los
grandes centros de placer y esparcimiento, exposi
ciones, museos, teatros, salas de conciertos, etcétera.
A miles de ellos los lleva la profesión; a otros, el pla
cer, y a muchos miles más la esperanza de ganar
más y vivir mejor.
Pero dicho en metáfora, esta formación de gran
des ciudades produce la impresión de un hombre
cuya barriga aumenta constantemente de volumen,
mientras que las piernas adelgazan cada vez más,
hasta que, finalmente, ya no pueden soportar la car
ga. Las aldeas que están en las inmediaciones de es
tas ciudades, y en las que se amontona el proleta
riado, adoptan también un carácter urbano. Los
Ayuntamientos, que en su mayoría carecen de me
dios, tienen que tensar al máximo la capacidad tribu
taria y, a pesar de ello, no pueden satisfacer las de
mandas planteadas. Si, por fin, se acercan a la gran
ciudad y ésta se aproxima a ellos, vuelan hacia ella
como lo hace un planeta que se acerca demasiado al
Sol. Pero con ello no mejoran las condiciones mu
tuas de vida. Más bien empeoran con el hacinamien
to de las masas en viviendas abarrotadas. Estos
amontonamientos de masas, necesarios en el des
arrollo actual y que, en cierto modo, constituyen los
centros de la revolución, han cumplido su misión en
la sociedad nueva. Su disolución gradual es necesa
ria puesto que ahora, por el contrario, es la pobla
ción. Entre 1885 y 1905 Leipzig pasó de 170.000 a 503.672
habitantes; Colonia, de 161.000 a 478.722; Magdeburg, de
114.000 a 240.633; Munich, de 270.000 a 538.983; Breslau,
de 299.000 a 470.904; Francfort del Meno, de 154.000 a 334.978;
Hannover, de 140.000 a 250.024; Dusseldorf, de 115.000 a
253.274; Nuremberg, de 115.000 a 294.426; Chemnitz, de 111.000
a 294.927; Essen, de 65.074 a 239.692, y así sucesivamente.
609
ción de las grandes ciudades la que emigra al campo,
crea allí nuevas comunidades correspondientes a las
nuevas condiciones y compagina su actividad indus
trial con la agrícola.
La emigración empezará tan pronto como la po
blación urbana, gracias a la organización de los me
dios de comunicación, instalaciones de producción,
etcétera, tiene la posibilidad de traspasar al campo
todas las necesidades culturales habituales que po
see, de encontrar allí sus establecimientos de ense
ñanza, museos, teatros, salas de conciertos, biblio
tecas, locales sociales, etcétera. La vida disfrutará
de las comodidades de la gran ciudad actual sin su
frir sus inconvenientes. La población vivirá mucho
más sana y confortablemente. La población rural
participará en la industria, y la población en la agri
cultura y en la horticultura, cambio de ocupación
que actualmente muy pocas personas disfrutan y,
por lo general, solamente bajo la condición de un
exceso de tiempo de trabajo y de esfuerzos.
Como en todas las esferas, también en ésta el
mundo burgués inicia este desarrollo al trasladar
cada año más empresas industriales al campo. Las
desfavorables condiciones de vida de la gran ciudad,
alquileres caros, elevados salarios, obligan a muchos
patronos a efectuar este traslado. Por otro lado, los
latifundistas devienen cada vez más industriales (fa
bricantes de azúcar, de aguardiente, de cerveza, ce
mento, objetos de cerámica, madera, papel, etcétera).
Hoy día, miles de personas viven en los suburbios
de las grandes ciudades, a quienes los medios de
transporte permiten esta forma de vida.
Con la descentralización de la población desapare
cerá también él contraste actualmente existente en
tre la población rural y la urbana.
El campesino, ilota moderno, hasta ahora aisla
do de todo desarrollo cultural superior, se conver
tirá ahora en un ser libre, por que se convertirá ple
610
namente en un ser cultural16. El antiguo deseo del
príncipe Bismarck de ver destruidas las grandes ciu
dades se habrá cumplido, pero en un sentido muy
diferente al que él esperaba17.
611
X X III. Eliminación del Estado
612
listas son a menudo más pesadas que el sino incier
to y miserable del obrero. Se ahorrarán las excita
ciones de la especulación qiie causan tantos dolores
y ataques de corazón a nuestros agiotistas de la Bol
sa y los agobian de nerviosismo. Su destino y el de
sus descendientes estará libre de preocupaciones y
se encontrarán a gusto en él.
Con la suprecisión de la propiedad privada y la
anulación de los antagonismos de clase desaparece
también, gradualmente, el Estado.
«E l modo capitalista de producción, al convertir
más y más en proletarios a la inmensa mayoría de
los individuos de cada país, crea la fuerza que, si no
quiere perecer, está obligada a hacer esa revolución.
Y, al forzar cada vez más la conversión en propiedad
del Estado de los grandes medios socializados de pro
ducción, señala ya por sí mismo el camino por el que
esa revolución ha de producirse...
E l Estado era el representante oficial de toda la so
ciedad, su síntesis en un cuerpo social visible; pero lo
era sólo como el Estado de la clase que en su época
representaba a toda la sociedad: en la Antigüedad era
el Estado de los ciudadanos esclavistas; en la Edad
M edia el de la nobleza feudal; en nuestros tiempos es
el de la burguesía. Cuando el Estado se convierta fi
nalmente en representante efectivo de toda la sociedad
será por sí mismo supérfluo. Cuando ya no exista
ninguna clase social a la que haya que mantener some
tida; cuando desaparezcan, junto con la dominación
de clase, junto con la lucha por la existencia indivi
dual, engendrada por la actual anarquía de la produc
ción, los choques y los excesos resultantes de esto, no
habrá ya nada que reprim ir ni hará falta, por tanto,
esa fuerza especial de represión que es el Estado. El
prim er acto en que el Estado se manifiesta efectivamen
te como representante de toda la sociedad; la toma de
posesión de los medios de producción en nom bre de
la sociedad, es a la p ar su último acto independiente
613
como Estado. L a intervención de la autoridad del Esta
do en las relaciones sociales se hará supérflua en un
campo tras otro de la vida social y, cesará p or sí mis
ma. E l gobierno sobre las personas es sustituido por
la administración de las cosas y por la dirección de
los procesos de producción. E l Estado no será 'aboli
do; se extingue’» '.
614
Los cientos de miles de antiguos representantes
del Estado se dedicarán a los oficios más diversos y
ayudarán con su inteligencia y sus fuerzas a aumen
tar la riqueza y las comodidades de la sociedad. En
el futuro no se conocerán ni crímenes ni delitos po
líticos o comunes. Desaparécerán los ladrones, por
haber desapraecido la propiedad privada y cada cual
podrá satisfacer fácil y cómodamente sus necesida
des mediante el trabajo. También dejarán de existir
los «vagabundos», pues son el producto de una so
ciedad basada en la propiedad privada, y tan pronto
como ésta desaparezca también desaparecerán ellos.
¿Homicidios? ¿Para qué? Nadie puede enriquecerse
con el otro, también el homicidio por odio o por
venganza depende directa o indirectamente del esta
do de la sociedad. ¿Los falsos testimonios, la falsifi
cación de documentos, el fraude, la captación de
herencias, las quiebras fraudulentas? Falta la pro
piedad privada contra la que podrían cometerse es
tos crímenes. ¿Incendios intencionados? ¿Quién va
a sentir alegría o satisfacción con ellos si la sociedad
le ha quitado toda posibilidad de odiar? ¿Delitos
monetarios? «¡Ah, el oro es pura quimera!», los es
fuerzos serían en vano. ¿El sacrilegio? Un contrasen
tido; se deja a Dios todopoderoso y todo bondad que
castigue a quien le ofende, partiendo del supuesto
que todavía se discuta la existencia de Dios.
De esta suerte, todos los fundamentos del «orden»
actual se convierten en un mito. Los padres les ha
blarán luego de ellos a los niños como si se tratase
de antiguos tiempos fantásticos. Y los relatos de los
atropellos y persecuciones con que antes se castiga
ba a los representantes de las ideas nuevas les pro
ducirá el mismo efecto que nos produce a nosotros
el oír hablar de las quemas de herejes y brujas. To
dos los nombres de los «grandes hombres» que se
destacaron por sus persecuciones contra las ideas
y a quienes las cortas entendereras de sus contem
615
poráneos hayan aplaudido por este hecho, caerán en
el olvido y, a lo sumo, dará con ellos el historiador
cuando hojee libros viejos. Desgraciadamente no vi
vimos todavía en los tiempos felices en que la hu
manidad pueda respirar libremente.
616
X X IV . El porvenir de la religión
617
da en el dominio de clases. Se forma una casta que
se encarga de esta función y emplea toda su sagaci
dad en conservar y ampliar la institución, porque
con ello aumenta su propio poderío y prestigio.
Al principio fetichismo, en el estadio cultural más
bajo, en las relaciones sociales primitivas, la reli
gión se convierte en politeísmo en el desarrollo su
perior, monoteísmo en la cultura más avanzada aún.
No son los dioses los que crean al hombre, son los
hombres los que se hacen los dioses, a Dios. «To
mándose a sí mismo (al hombre) por imagen, lo creó
(a Dios) como modelo», y no viceversa. El monoteís
mo se ha disuelto ya en un panteísmo que todo lo
abarca y penetra, y cada día se volatiliza más y más.
Las ciencias naturales convirtieron en un mito la
doctrina de la creación de la tierra en seis días; la
Astronomía, las Matemáticas y la Física han conver
tido el cielo en una estructura de aire, las estrellas
de la bóveda celeste, donde tienen su trono los án
geles, en estrellas fijas y planetas, cuya naturaleza
excluye toda vida de ángel.
La clase dominante, que ve amenazada su existen
cia, se aferra a la religión como sostén de la auto
ridad, como ha hecho hasta ahora toda clase diri
gente 2. La burguesía misma no cree en nada, y con
618
toda su evolución, con la ciencia moderna nacida en
su seno, ha destruido la fe en la religión y toda auto
ridad. Su fe es sólo aparente, y la Iglesia acepta la
ayuda de la falsa amiga porque ella misma está ne
cesitada de ayuda. «La religión es necesaria para el
pueblo.»
Para la nueva sociedad no existen ningunas reser
vas mentales; Su bandera es el incesante progreso
humano y la ciencia verdadera. Si alguien tiene to
davía necesidades religiosas, puede satisfacerlas con
sus semejantes. La sociedad no se preocupa de eso.
También el sacerdote tiene que trabajar para vivir,
y como así aprende, también para él llegará el día
en que reconozca que lo supremo es: ser hombre.
Las buenas costumbres y la moral existen tam
bién sin religión; sólo los imbéciles y los farsantes
pueden sostener lo contrario. Las buenas costum
bres y la moral son la expresión de concepctos que
regulan las relaciones de los hombres entre sí y sus
acciones, la religión comprende las relaciones de los
hombres con seres sobrenaturales. Mas lo mismo
que la religión, también los conceptos sobre la mo
ral brotan del correspondiente estado moral de los
hombres3. El caníbal considera la antropofagia
como algo muy moral; los griegos y romanos consi
deraban moral la esclavitud, el señor feudal de la
Edad Media, la servidumbre de la gleba y el vasa
llaje; al capitalista moderno le parece altamente mo
ral la relación entre salario y trabajo, la explotación
de las mujeres y la desmoralización de los niños por
619
el trabajo asalariado4. Cuatro estadios sociales y
cuatro conceptos de la moral, pero en ninguno de
ellos impera el concepto supremo de moral. El más
alto estado moral es aquél en donde los hombres se
enfrentan como seres libres e iguales, en donde el
principio: «No hagas a nadie lo que no quieras que
te hagan a ti», rige todas las relaciones humanas.
En la Edad Media regía el árbol genealógico, en el
presente decide su propiedad, en el futuro regirá el
hombre como hombre. Y el futuro pertenece al so
cialismo.
620
X X V. El sistema socialista de educación
621
clinaciones son diferentes y, por estar fundamenta
das en la naturaleza del hombre, lo seguirán siendo,
pero cada cual podrá desarrollarse conforme a las
condiciones de existencia iguales para todos. La
igualdad uniforme que se imputa al socialismo es,
como tantas otras cosas, un absurdo. Si él la pre
tendiese, actuaría de un modo irracional, pues en
traría en contradicción con la propia naturaleza del
hombre y tendría que renunciar a ver desarrollarse
la sociedad según sus principios2. Sí, aún cuando
el socialismo pudiera apoderarse por sorpresa de
la sociedad y le impusiera condiciones antinaturales,
al poco tiempo estallarían estas nuevas condiciones,
que se harían sentir como cadenas, y el socialismo
terminaría para siempre. La sociedad se desarrolla
622
conforme a leyes inmanentes, y actúa de acuerdo con
ellas3.
Una de las tareas principales de la sociedad nueva
debe ser educar de modo adecuado a las generacio
nes nuevas. Todo niño, varón o hembra, es para la
sociedad un crecimiento dichoso y deseable; en él ve
la posibilidad de su perpetuación, de su propio des
arrollo ulterior; por tanto, también siente la obliga
ción de intervenir con todas sus fuerzas en favor de
la nueva criatura. Por consiguiente, el primer objeto
de su preocupación es la mujer embarazada, la ma
dre. Vivienda cómoda, entorno agradable, precaucio
nes de todo tipo, como corresponden a este estadio
de la maternidad, solícitos cuidados para ella y el
niño, son las primeras condiciones. Es natural que
se conserve para el niño el pecho materno mientras
sea posible y necesario. Moleschott, Sonderegger,
todo los higienistas y médicos están de acuerdo en
que no hay nada que pueda sustituir el alimento de
la madre.
Quienes, como Eugen Richter, se indignan de que
la joven madre vaya a una casa de maternidad, donde
está rodeada de todo lo que hoy día sólo permite la
riqueza —y esta no puede dar lo que estos estableci
mientos—, debieran recordar que, actualmente, al
menos cuatro quintas partes de los seres humanos
nacen bajo las condiciones más primitivas, que son
un escarnio para nuestra cultura y civilización. Y de
la última quinta parte de nuestras madres, sólo una
minoría puede disfrutar en cierto modo el cuidado
y las comodidades qüe debe recibir una mujer en
este estado.
Efectivamente, en las ciudades con instalaciones
3 Es de m aravillar que, dada la inmensa estrechez men
tal de los adversarios del socialismo, nadie haya afirmado
todavía que en la sociedad socialista cada cual recibirá una
misma porción de alimento y piezas de ropa y vestidos de
igual tamaño, para «coron ar» la obra de la igualdad uni
forme.
623
excelentes para las parturientas hay ya no pocas mu
jeres que, tan pronto sienten llegada su hora, mar
chan a esos establecimientos y esperan el parto. Pero
los costos de estos sanatorios son tan elevados que
muy pocas mujeres pueden servirse de ellos; a otras,
sin embargo, las retienen los prejuicios. Por tanto,
volvemos a encontrarnos con otro ejemplo de cómo
en todas partes el mundo burgués lleva en su seno
él germen de las formas futuras.
La maternidad de la mayoría de nuestras mujeres
ricas recibe además un gustillo peculiar por el hecho
de que, en cuanto pueden, traspasan a una nodriza
proletaria los deberes maternos. Como es sabido, la
Lausacia (el Spreewald) es la comarca de donde re
clutan las nodrizas las mujeres de la burguesía ber
linesa que no quieren o no pueden amamantar a sus
recién nacidos. La cría de nodrizas, consistente en
hacer que las muchachas campesinas queden emba
razadas para que, tras el nacimiento de sus hijos,
puedan alquilarse como nodrizas a una familia aco
modada de Berlín, se practica en plan de negocio. No
son raras las muchachas que tienen tres y cuatro hi
jos ilegítimos para poder alquilarse como nodrizas, y
según ganen en este negocio así las desean por espo
sa los jóvenes del Spree. Desde el punto de vista de
la moral burguesa, se trata de una acción reprocha
ble, pero desde el punto de vista del interés familiar
de la burguesía resulta encomiable y deseable.
Crecido el niño, sus compañeros le esperan para
jugar en común bajo la misma vigilancia. Existirá
todo lo que, de acuerdo con el nivel de los conoci
mientos .y de~ las necesidades, puede darse para su
desarrollo espiritual y físico. Todo el que haya ob
servado a los niños sabe que estos se educan más
fácilmente en compañía de sus iguales; es muy vivo
su instinto de sociabilidad y de limitación. Especial
mente, los menores toman gustosamente a los mayo
res por modelo y ejemplo, y los siguen más que a los
padres. Estas cualidades pueden explotarse con ven
624
taja para la educación4. Tras las salas de recreo y los
jardines de infancia vendrá la introducción —jugan
do— en los comienzos del saber y de las diversas ac
tividades profesionales. Luego viene el trabajo inte
lectual y físico adecuado, junto con ejercicios gim
násticos y el movimiento libre en los lugares de
recreo y gimnasios, en las pistas de patinaje sobre
hielo, en las piscinas; se seguirán y complementarán
las marchas, las luchas y ejercicios para ambos sexos.
Importará formar una especie sana, endurecida, nor
malmente desarrollada en lo físico y en lo espiritual.
La iniciación en las diversas actividades prácticas,
horticultura, agricultura, sistema fabril, técnica del
proceso de producción, vendrá poco a poco. Tampo
co se olvidará la instrucción intelectual en las dis
tintas ramas del saber.
En el sistema de educación se aplicará el mismo
proceso de limpieza y mejora que en el sistema de
producción. Se abandonará toda una serie de méto
dos y enseñanzas anticuados, inútiles, que obstacu
lizan el desarrollo físico y espiritual. El conocimien
to de las cosas naturales, adaptado al entendimiento,
estimulará más el aprendizaje que un sistema de
educación en el que un objeto de enseñanza se halle
en contradicción con otro y anule su efecto, como,
por ejemplo, cuando por un lado se enseña religión
sobre la base de la Biblia y, por otro lado, ciencias
naturales e historia. Las aulas, instalaciones educa
tivas y los medios de formación estarán equipados
conforme al elevado nivel cultural de la sociedad
nueva. La sociedad suministrará los medios de edu
cación y enseñanza, vestido, entretenimiento; no ha
brá discípulo favorecido a expensas de otro5. Se tra
4 Y a lo expuso brillantemente F o u r ie r , si bien cae en lo
utópico cuando expone sus ideas. A. B ebel , Charles Fourier,
sein Leben und seine Theorien. Stuttgart, 1907, 3.a ed.
5 C o n d o r c e t exigía en su plan de educación: «L a educa
ción debe ser gratuita, igual, general, física, intelectual, in
dustrial y política, y perseguir realmente la verdadera igual
625
ta de otro capítulo que indigna mucho a nuestros
«burgueses de orden»6. Quieren convertir la escuela
en cuartel, a los padres se les priva de toda influen
cia sobre los hijos, claman los adversarios. Pero no
hay nada de eso. Como en la sociedad futura dispon
drán de muchísimo más tiempo libre del que actual
mente disponen la mayoría de ellos —recuérdese que
la mayoría de los obreros, funcionarios de correos,
ferrocarriles, prisioneros y policía trabajan diez ho
ras y más, el tiempo de trabajo de muchos industria
les, pequeños campesinos, comerciantes, militares,
muchos médicos, etc., podrán dedicarse a sus hijos
en una proporción que ahora les resulta imposible.
Además, los padres tienen en sus manos el orden del
sistema educacional, pues ellos deciden las medidas
y disposiciones que han de tomarse e introducirse.
Viviremos entonces en una sociedad enteramente de
mocrática. Los comités de educación existentes esta
rán compuestos de padres —hombres y mujeres—,
y de educadores. ¿Puede creerse que estos actuarán
en contra de sus sentimientos e intereses? Esto es lo
que ocurre en la sociedad actual, en donde el Estado
impone sus intereses educativos en contra xle la vo
luntad de la mayoría de los padres.
Nuestros adversarios actúan como si uno de los
mayores placeres de los padres fuese tener a su alre
dedor, durante todo el día, a los niños para educarlos.
En realidad es muy diferente. Las dificultades y es
fuerzos que ocasionan la educación de un niño pueden
juzgarla mejor que nadie los padres que están o han
estado en esta situación. Cierto, varios niños facili
tan la educación, pero, dan tanto trabajo que, sobre
dad.» E igualmente R oussea u en su Economía política-. «S o
bre todo, la educación debe ser pública, igual y común, debe
form ar hombres y ciudadanos.» También A r istó teles exige:
«Como el Estado no tiene más que un objeto, debe dar
a todos sus miembros una sola y misma educación, y el
cuidado de ésta debe ser asunto del Estado y no particular.»
6 Como, por ejemplo, E ugen Ric h te r en sus Irrlehren.
626
todo la madre, que lleva la carga principal con ellos,
se alegra cuando llega el tiempo de la escuela para
poder verlos fuera de la casa una parte del día. Tam
bién es cierto que la inmensa mayoría de los padres
sólo puede educar a sus hijos de un modo muy insu
ficiente. Les falta tiempo para ello, los padres tienen
que atender a sus negocios, las madres a sus traba
jos de la casa; si no tienen que ir también a trabajar
por dinero. Pero si tienen ellos mismo tiempo para
la educación, en innumerables casos carecen de ca
pacidad para ello. ¿Cuántos padres están en condi
ciones de seguir la marcha de la educación de sus
hijos en la escuela y echarles una mano? Muy pocos.
La madre, que en muchos casos podría hacerlo an
tes que el padre, raras veces está capacitada por no
estar ella misma bastante preparada. Asimismo, los
métodos y el material de enseñanza cambian tan a
menudo que los padres no los comprenden.
Además, las instalaciones domésticas de la inmen
sa mayoría de los niños son tan pobres que no tie
nen la necesaria comodidad ni orden ni tranquilidad
para hacer sus deberes escolares en casa o que les
presten la ayuda apropiada. A menudo falta lo más
necesario. La vivienda es deficiente y está abarrota
da, todos se mueven en el espacio más estrecho; el
mobiliario es pobre y no ofrece la menor comodidad
al niño que quiere trabajar. No pocas veces carecen
de luz, ventilación y calefacción; los materiales de en
señanza y trabajo son, en caso de que existan, de la
peor calidad; a menudo, también el hambre corroe
las entrañas de los pequeños, robándoles el sentido y
el placer por su actividad. Además, muchos cientos
de miles de niños se emplean en toda clase de traba
jos para la casa y para ganar dinero que les amargan
la juventud y los rinden incapaces de terminar sus
escasas tareas escolares. A menudo, los niños tienen
que vencer también la resistencia de los padres es
trechos de mente, cuando quieren tomarse tiempo
627
para hacer sus deberes o para jugar. En suma, los
obstáculos son tantos que sólo cabe maravillarse de
que, a pesar de todo, la juventud esté tan bien edu
cada. Una prueba más de la salud de la naturaleza
humana y de su inmanente afán de progreso y per
fección.
La sociedad burguesa misma reconoce una parte
de estos males al facilitar la educación de la juven
tud introduciendo la gratuidad de la enseñanza y con
cediendo de vez en cuando, gratuitamente, los mate
riales escolares, dos cosas que, todavía a mediados
de los años 80, el entonces ministro de educación de
Sajonia calificaba de «exigencias social-demócratas»
ante los diputados socialistas del parlamento. En
Francia, donde, después de un largo abandono, la
educación popular ha hecho grandes progresos, se
ha ido todavía más lejos, al menos en París, y se les
da comida a los niños a costa del ayuntamiento. Los
pobres reciben la comida gratuitamente, y los hijos
de padres acomodados tienen que pagar un pequeño
importe por ella. Por tanto, se trata ya de una orga
nización comunista que se ha acreditado perfecta
mente para satisfacción de los padres y de los niños.
La insuficiencia de las escuelas actuales —muchas
veces no pueden cumplir las moderadas tareas que
se imponen— la corrobora además el hecho de que
miles de niños sean incapaces, debido a una alimen
tación deficiente, de cumplir con sus deberes escola
res. No pasa ningún invierno en el que miles de niños
de nuestras ciudades lleguen a la escuela sin haber
desayunado. La alimentación de otros cientos de mi
les es insuficiente. La manutención y vestimenta pú
blicas sería un gran favor para estos niños; no con
templarían como «cárcel» un sistema comunal que
mediante el sustento y la vestimenta ordenados les
enseña lo que supone ser una persona. La sociedad
burguesa no puede negar esta miseria, y, por eso, se
reúnen almas caritativas para fundar establecimien-
628
I
í
629
temados, seminarios, escuelas de sacerdotes, etc.
Aquí se educan muchos miles de niños, en parte per
tenecientes a las clases más ricas, del modo más uni
lateral y equivocado y en la más rigurosa clausura
conventual, preparándolos para las profesiones más
diversas. Muchos miembros de las clases acomoda
das, que viven en el campo o en pueblos pequeños,
donde trabajan de médicos, religiosos, funcionarios,
fabricantes, terratenientes, etc., y donde faltan esta
blecimientos docentes superiores, envían también
sus hijos a las pensiones de las grandes ciudades y,
durante todo el año, no los ven más que en las va
caciones, como máximo.
Por consiguiente, es contradictorio que nuestros
adversarios se escandalicen de la educación comunis
ta de los niños y del alejamiento de los hijos respecto
de sus padres, y hayan introducido para sus propios
hijos una educación parecida, sólo que de manera
chapucera, falsa, insuficiente. Sobre la educación de
los hijos de las clases acomodadas por nodrizas, ins
titutrices, maestros particulares, podría escribirse un
capítulo aparte, que explicaría aspectos curiosos de
su vida familiar, Se pondría de manifiesto que tam
bién aquí impera la hipocresía y que no deja de ser
un estado ideal, tanto para los educadores como para
los educandos.
El número de maestros debe aumentar en confor
midad con el sistema de educación totalmente modi
ficado, que tiene presente el desarrollo y la forma
ción físicos y espirituales de la juventud. En la edu
cación de las nuevas generaciones de la sociedad de
biera proeederse de igual modo que en la institución
militar con la instrucción de los soldados, donde por
cada diez de ellos hay un suboficial. Si en el futuro
tenemos que un maestro enseña a ese número de
alumnos, habremos llegado adonde debe llegarse. La
iniciación en las actividades mecánicas, en talleres
perfectamente equipados, en los trabajos agrícolas y
630
de jardinería, formará también una parte esencial de
la educación juvenil. Todo esto se sabrá realizar al
ternando las actividades y sin trabajar con exceso en
ninguna de ellas, a fin de obtener seres humanos con
la mejor formación posible.
Además, la educación debe ser igual y común para
ambos sexos. La separación de estos sólo se justifica
en los casos en que la diferencia de sexo lo impone
como necesidad absoluta. En este tipo de educación
nos aventajan mucho los Estados Unidos. Allí, la
educación común de ambos sexos se practica desde
la escuela primaria hasta la universidad. No sólo es
gratuita la enseñanza, sino también los materiales es
colares, incluidos los objetos para los trabajos ma
nuales y las clases de cocina, para las clases de quí
mica y física, y los que él alumno necesita en la mesa
de experimentos y trabajo. La mayoría de las escue
las disponen de gimnasios, piscinas, campos de re
creo. En las escuelas superiores también se educa a
las mujeres en el atletismo, la natación, el remo, las
marchas8.
El sistema socialista de educación producirá cosas
mejores aún. Convenientemente regulado y ordenado
y suficientemente controlado, durará hasta la edad
declarada mayor por la sociedad. Ahora los dos sexos
estarán plenamente capacitados para satisfacer to
dos los derechos y deberes en este sentido. La socie
dad estará entonces segura de haber educado sola
mente a miembros competentes, desarrollados en
todos los aspectos, personas a las que nada les es
extraño, y que tendrán tanta confianza en su propia
naturaleza y en su propio ser como en el carácter y
en el estado de la sociedad en la que viven como
miembros de pleno derecho.
Desaparecerán todos los vicios qüe cada día au
631
mentan en nuestra juventud actual y que son con
secuencia natural de un estado social afectado por la
pereza y la corrupción. La rebeldía, indisciplina, in
moralidad y la brutal avidez de placeres, tal como se
manifiestan en la juventud de nuestros estableci
mientos docentes superiores, en nuestros institutos,
politécnicas y universidades, etc., vicios provocados
y reforzados por el desorden y la intraquilidad de la
vida doméstica y las influencias perniciosas de la
vida social. También acabarán los efectos nocivos del
sistema fabril, de los inconvenientes de la vivienda,
de la licencia y autonomía de la juventud en una edad
en que el ser humano necesita generalmente el freno
de la educación para criarse y dominarse a sí mismo.
Todos estos males los evitará la sociedad futura, sin
que tenga necesidad de emplear medios coercitivos.
Los harán imposibles las instituciones sociales y el
ambiente espiritual que emanará de ellas y domina
rá toda la sociedad. En la sociedad, como en la na
turaleza, no se producen enfermedades ni perturba
ciones sino allí donde existe un proceso de descom
posición.
Nadie puede negar que nuestro sistema actual de
educación padece males graves y peligrosos y, con
cretamente, las escuelas e instituciones superiores
más que las inferiores. Una escuela de aldea es un
modelo de salud moral frente a un instituto, una es
cuela femenina de artes y oficios para niños pobres
es un modelo de moralidad frente a un gran número
de internados aristocráticos. La causa no hay que
buscarla muy lejos. En las clases altas de la sociedad
se ahoga toda aspiración a fines más altos, carecen
ya de ideales. A consecuencia de la falta de ideales y
de actividad consciente superior son presa del afán
de placeres y del desenfreno, con todas sus aberra
ciones físicas y morales. ¿Cómo puede ser distinta la
juventud que se cría en este ambiente? Lo que ve y
conoce es únicamente el goce material de la vida, sin
632
medida ni límite. ¿Para que aspirar a más, si la ri
queza de los padres hace que la aspiración resulte
supérflua? El máximo de educación ,de la gran ma
yoría de los hijos de nuestra burguesía consiste en
aprobar el examen voluntario de un año. Logrado
este resultado, creen haber escalado el Pelión y el
Ossa, y se sienten como unos semidioses. Con un tí
tulo de oficial de la reserva en el bolsillo, su orgullo
y su arrogancia no conocen límites. La influencia
que ejerce en la mayoría de sus miembros esta gene
ración débil de carácter y saber, pero fuerte en ha
bilidad política y en ambición es lo que caracteriza
el período actual como época de los oficiales de re
serva. Su particularidad estriba en tener muchos
sentimientos, pero ningún carácter y muy pocos co
nocimientos. Se es servil para los de arriba, arrogan
te y brutal para los de abajo.
Las hijas de las clases altas se educan en gran par
te para ser muñecas de escaparate, esclavas de la
moda y damas de salón, que corren de placer en pla
cer, hasta que, finalmente, hartas de aburrimiento,
sufren todas las enfermedades posibles, reales e ima
ginarias. Viejas, se convierten en beatas, espiritistas,
ensalmadoras, que ponen los ojos en blanco ante la
corrupción del mundo y predican el ascetismo. Para
las clases inferiores se intenta rebajar el nivel de
educación. El proletario podría ser inteligente, har
tarse y rebelarse contra sus dioses terrenales. Cuan
to más tonta la masa, tanto más fácil de dominar
y gobernar. «El obrero más tonto es el mejor para
nosotros», declararon repetidamente los terratenien
tes de la cuenca oriental del Elba en sus asambleas.
En esta frase se encierra todo un programa.
Así, pues, en lo relativo a la educación y a la ins
trucción, la sociedad actual no se encuentra menos
desconcertada que en otras cuestiones. ¿Qué hace?
Clama por la estaca y predica la religión, es decir,
sumisión y resignación a quienes están demasiado
633
sometidos y demasiado resignados; predica la abs
tinencia a quienes tienen que abstenerse de las cosas
más necesarias, por carecer de ellas. A quienes se re
belan se los mete en los llamados correccionales, co
locados bajo influencia pietista. Con ello termina la
sabiduría pedagógica de nuestra sociedad. Toda la
corrupción de los métodos educativos para los niños
proletarios envilecidos se pone de manifiesto en los
numerosos casos de abusos cometidos por las perso
nalidades directoras en los denominados hogares
educacionales y que terminaron en procesos penales
contra ellas. Se descubrió cómo la fanática beatería
religiosa cometió con placer sádico abusos que po
nen los pelos de punta. ¡Y cuántos horrores perma
necerán ocultos para el público!
634
XXVI. Arte y literatura en la
sociedad socialista
635
una vez que existiesen condiciones dignas del hom
bre. Es una obra curiosa porque apareció inmedia
tamente después de una revolución fracasada en la
que Wagner había participado *. Wagner predice lo
que traerá el futuro; se dirige directamente a la clase
obrera, que tendrá que ayudar a los artistas a fundar
el verdadero arte. Entre otras cosas, decía lo siguien
te: «Cuando para los hombres libres del porvenir, el
ganar el sustento ya no sea el fin de la vida, sino
cuando, por el contrario, con el advenimiento de una
nueva fe, o, mejor aún, ciencia, la obtención del sus
tento esté asegurada mediante una actividad natural
correspondiente, en suma, cuando la industria no sea
ya nuestra dueña sino nuestra sierva, entonces el ob
jeto de la vida será la alegría de vivir, y aspirar a
que, mediante la educación, nuestros hijos sean ca
paces y hábiles para gozar realmente de esta dicha.
La educación, basada en el ejercicio de la fuerza y el
cuidado de la belleza corporal, será puramente artís
tica por afecto tranquilo al hijo y por amor a la
prosperidad de su belleza, y cada persona será de
algún modo un verdadero artista. La diversidad de
las inclinaciones naturales hará que las más variadas
direcciones alcancen una riqueza insospechada.» He
aquí un pensamiento socialista que coincide absolu
tamente con nuestra exposición.
En el futuro, la vida social será cada vez más pú
blica. Esta tendencia la vemos del modo más claro
en la posición de la mujer, enteramente cambiada
en comparación con épocas anteriores. La vida do
méstica se limitará a lo estrictamente preciso, mien
tras que la necesidad de sociabilidad tendrá el más
vasto campo ante sí. Grandes locales de reunión para
conferencias y debates y para discutir todos los asun
tos públicos, sobre los que en el futuro decidirá so
beranamente la colectividad, comedores, salas de
juegos y de lectura, bibliotecas, salas de conciertos
* A. B ebel se refiere a la revolución de 1848.
636
y teatros, museos, gimnasios y campos de deportes,
parques, paseos, baños públicos, establecimientos de
educación e instrucción de toda especie, laborato
rios, etc., todo ello equipado de la mejor manera po
sible, ofrecerán al arte y a la ciencia, y a toda clase
de esparcimiento las mejores oportunidades para
producir lo máximo. También responderán a las má
ximas exigencias los establecimientos para el cuida
do de los enfermos y ancianos.
¡Qué mezquina nos parecerá nuestra época, antes
tan alabada! Esta adulación por el favor y el sol de
los de arriba, estos sentimientos serviles, de perro,
esta lucha celosa de unos contra otros por el puesto
preferido, llevada a cabo con los medios más odiosos
y más bajos; y al mismo tiempo, opresión de las ver
daderas convicciones, ocultación de las buenas cua
lidades, que podrían disgustar a los poderosos, cas
tración del carácter, doblez de ideas y sentimientos
—estas cualidades, que podrían calificarse en pocas
palabras de cobardía e hipocresía, resultan cada día
más repugnantes. Lo que enaltece y ennoblece al
hombre, la dignidad personal, la independencia e in-
corruptibilidad de las convicciones, suelen ser en las
condiciones actuales errores y debilidades. A menu
do, estas cualidades arruinan a su portador, si es que
no puede reprimirlas. Muchos no sienten su propio
envilecimiento porque están acostumbrados a él. El
perro encuentra muy natural tener un amo que le dé
a probar el látigo cuando está de mal humor.
En medio de todos estos cambios de la vida social
también experimentará una modificación radical
toda la producción literaria. La literatura teológica,
que actualmente figura con el mayor número de pu
blicaciones en los catálogos anuales, desaparecerá
junto con los libros jurídicos. Ya no habrá interés
por unos, ni necesidad de los otros; también desapa
recerán los productos relativos a las instituciones es
tatales porque estas habrán dejado de existir. Los
637
estudios correspondientes tendrán un carácter histó-
rico-cultural. La cantidad de productos literarios frí
volos, debidos a la depravación del gusto, a menudo
sólo posibles gracias a los sacrificios que hace la
vanidad del autor, desaparecerán igualmente. Desde
el punto de vista de las condiciones actuales, puede
decirse incluso, sin temor a exagerar, que desapare
cerán del mercado cuatro quintas partes de los pro
ductos literarios, sin que sufra por ello ni un sólo in
terés cultural. Tan grande es la masa de productos
superficiales o nocivos y sin valor en el campo de la
producción literaria. La beletrística y el periodismo
se verán afectados en la misma medida. No hay nada
más insulso y superficial que la mayor parte de nues
tra literatura periodística. Si el nivel de nuestros lo
gros culturales y de nuestros puntos de vista científi
cos se midiera por el contenido de nuestros periódi
cos, resultaría bastante bajo. La actividad de las per
sonas y el estado de las cosas se juzga desde un pun
to de vista propio de los siglos pasados y que nuestra
ciencia hace tiempo demostró que eran insostenibles.
Una porción considerable de nuestros periodistas son
gente que, como dijo una vez Bismarck, «se equivo
caron de profesión», pero cuyo estado de educación
y demandas salariales responden al interés de la
burguesía por el negocio. Además, como la mayoría
de las hojas literarias, estos periódicos tienen la ta
rea de favorecer los más repugnantes anuncios; su
sección bursátil responde al mismo interés, aunque
en otra esfera. El interés material de los patronos de
termina el contenido. Las bellas letras no son, por
término medio, mejores que la literatura de periódi
co. Tratan señaladamente motivos de orden sexual
con todas sus aberraciones, elogiando unas veces la
aclaración enfermiza y otras los prejuicios más irra
cionales y la superstición. El objetivo es presentar el
mundo burgués, a pesar de todos sus defectos, que
638
tímidamente se reconocen, como el mejor de los
mundos.
En este campo vasto e importante, la sociedad del
futuro tendrá que hacer una limpieza radical. La
ciencia, la verdad, la belleza, la emulación por lo me
jor, lo dominarán todo. Todo el que produzca algo
de valor tendrá la oportunidad de participar. Ya no
dependerá deí favor del librero, del interés moneta
rio, del prejuicio, sino del juicio de expertos impar
ciales, acuerdo en el que también él participa y con
tra el que, si no le satisface, siempre puede apelar a
la colectividad, cosa que hoy le hacen imposible la
redacción del periódico o el librero, que sólo atienden
a sus intereses privados. La concepción ingenua de
que en la comunidad socialista se reprimirá la di
versidad de opinión sólo pueden defenderla quienes
consideran el mundo burgués como la sociedad más
perfecta y, por hostilidad, procuran calumniar y me
noscabar el socialismo. Una sociedad basada en la
igualdad perfecta, democrática, no conoce ni permite
ninguna opresión. Tan sólo la más completa libertad
de opinión hace posible el progreso ininterrumpido,
que constituye el principio vital de la sociedad. Tam
bién es un burdo engaño presentar a la sociedad bur
guesa como defensora de una verdadera libertad de
opinión. Los partidos que representan los intereses
de las clases dominantes publicarán en la prensa
solamente lo que no perjudique a estos intereses de
clase, ¡y desgraciado del que se oponga! Sellará su
ruina social, como sabe todo el que conoce esta si
tuación. Y los escritores podrían contamos cómo los
libreros se quitan de encima los trabajos literarios
que no les convienen. Finalmente, nuestra legislación
de prensa y penal revela también el espíritu que do
mina a las clases gobernantes y rectoras. La verda
dera libertad de opinión les parece el peor de los
males.
639
X X V II. El desarrollo de la personalidad
1. La tranquilidad de la existencia
640
Además, la sociedad necesita provisiones abundan
tes de medios de vida de toda especie a fin de satis
facer todas las necesidades. Por consiguiente, la so
ciedad regulará el tiempo de trabajo de acuerdo con
las necesidades; imas veces será más largo y otras
más corto, tal como lo requieren sus demandas y la
naturaleza de la estación del año. En una estación se
dedicará principalmente a la producción agrícola, en
la otra a la industrial y artística; dirige las fuerzas de
trabajo según lo exigen las necesidades; combinando
muchas fuerzas de trabajo con las instalaciones téc
nicas más perfectas podrá realizar sin esfuerzo em
presas que hoy parecen imposibles.
Lo mismo que la sociedad se encarga del cuidado
de la juventud, también cuidará de los ancianos, en
fermos e inválidos. Quien por cualquier circunstan
cia haya quedado incapacitado para trabajar recibirá
la ayuda de la colectividad. No sé trata de un acto de
beneficiencia sino de un deber, no de un favor sino
del cuidado y ayuda, efectuados con todos los mira
mientos posibles, que deben impartirse a quienes en
sus años de vigor y productividad cumplieron con su
deber para con la colectividad. El otoño de la vida
embellecerá la vejez con todo lo que la sociedad pue
da darle. Ahora no perturbará a los viejos el pensa
miento de que los demás esperan su muerte para he
redar. También desaparecerá el temor de que, una
vez viejos e inútiles, se les echará a un lado como si
se tratase de un limón exprimido. No dependerán de
la caridad y ayuda de sus hijos ni de las limosnas del
municipio *. La situación en que se hallan la mayoría
1 «E l hom bre que ha pasado toda su vida, hasta la edad
más avanzada, trabajando honrada y asiduamente, no debe
vivir en su vejez de la caridad de sus hijos ni de la sociedad
burguesa. Una vejez independiente, libre de todo cuidado,
de toda pena, es la recompensa más natural de los esfuer
zos no interrumpidos hechos en los años de salud y de
fuerza.» V o n T h ü n e n , D er isolierte Staat. ¿Mas cómo están
las cosas en la sociedad burguesa?
641
de los padres que en su vejez depende de la ayuda
de sus hijos es un hecho bien conocido. ¡Y qué efec
tos tan desmoralizadores tiene en los hijos, y todavía
más en los parientes, la esperanza de poder heredar!
¡Qué pasiones tan bajas se despiertan, y cuántos crí
menes provoca: asesinato, desfalcos, caza de heren
cias, perjurio, extorsión.
El estado moral y físico de la sociedad, su forma
de trabajo, vivienda, alimento, vestido, su vida so
cial, todo contribuirá a evitar los accidentes y las
enfermedades. La muerte natural, la extinción de las
energías vitales, será cada día más la regla general.
La convicción de que el cielo está en la tierra y mo
rir significa su fin, inducirá a los hombres a vivir
racionalmente. Quién más goza es el que goza por
más tiempo. Son precisamente los religiosos que pre
paran a los hombres para el «más allá», los que me
jor saben apreciar una larga vida. La tranquilidad de
su existencia les permite alcanzar la edad media más
alta.
643
una vida agradable y tranquila nos obliga a declarar
le la guerra a un gran número de seres vivos en for
ma de bichos de toda especie y a destruirlos, y, para
no ser devorados nosotros mismos, tenemos que ma
tar y exterminar bestias salvajes. El dejar vivir a los
«buenos amigos del hombre», a los animales domés
ticos, aumentaría de tal modo el número de estos
«buenos amigos» en pocos decenios que nos «come
rían» al privarnos de alimento. También es falsa la
afirmación de que la dieta vegetariana produce sen
timientos suaves. Dentro de los indios suaves y vege
tarianos también se despertó la «bestia» cuando la
brutalidad de los ingleses los indujjo a la rebelión.
El valor nutritivo de un alimento en relación con
la albúmina no sólo se juzga por la cantidad que con
tenga de ella. También hay que tener en cuenta la
parte de albúmina tomada con el alimento corres
pondiente y que queda sin digerir. Desde este punto
de vista, y en relación con la albúmina, la proporción
existente, por ejemplo, entre la carne y el arroz o
las patatas es de 2,5 y 20 ó 22, es decir, de 100 gramos
de albúmina tomada con la carne vuelven a ajparecer
en las heces 2,5 gramos y de 100 gramos de albúmina
absorbida en el arroz o las patatas vuelven a apare
cer 20 y 22 gramos respectivamente. El famoso fisió
logo ruso Pavlov y su escuela han demostrado que en
la digestión del pan se elimina mucho más fermento
que en la de la carne. Pavlov ha demostrado, además,
que los jugos digestivos que se desprenden de las
glándulas del estómago son, cuantitativamente, de dos
magnitudes: el jugo gástrico se produce, de una par
te, al estimular la membrana del estómago con los
alimentos respectivos y, por otro lado, como «jugo
del apetito» al estimular los órganos sensoriales me
diante los alimentos. El jugo de apetito depende, por
un lado, del estado correspondiente de nuestra psi
que, por ejemplo, hambre, preocupación, enojo, ale
gría, etc., y, por otro lado, de la índole del alimento
644
respectivo. Pero la significación del jugo del apetito
para la digestión tiene un peso muy diferente para
cada alimento. Algunos de ellos, como, por ejemplo,
el pan, la albúmina de ave cocida o el almidón puro,
no pueden digerirse en absoluto, como se ha com
probado directamente en el experimento cuando su
digestión no va precedida del jugo de apetito; sólo
pueden digerirse cuando se toman con apetito (o al
mismo tiempo que otros alimentos). En cambio,
como ha demostrado Pavlov, la carne puede digerir
se en parte sin jugo del apetito, y si se toma con él,
la digestión de la carne es mucho más rápida (cinco
veces más).
«H em os de tomar en consideración circunstancias
que van vinculadas a la psique del hombre. Aquí se
ha construido el puente entre los hechos de la fisiolo
gía alimentaria y las relaciones sociales. E l habitante
moderno de las ciudades, sobre todo la gran masa de
la clase obrera, vive en unas condiciones sociales que
deben matarle todo apetito normal. E l trabajo en la
fábrica enrarecida, la constante preocupación por el
pan de cada día, la falta de tranquilidad espiritual y
de alegría, él total agotamiento físico, todo ello son
factores que minan el apetito.
En este estado psíquico no estamos en condiciones
de suministrar el jugo del apetito, necesario para ata
car y dominar la digestión del alimento vegetal. E n la
carne, p o r el contrario, tenemos un alimento que — si
se nos permite la expresión— se encarga él mismo de
su digestión: no sólo se digiere en buena parte sin
apetito, sino que además actúa como un poderoso
estimulante de nuestro apetito. Así, pues, la carne fa
vorece la digestión de los vegetales que se toman con
ella, asegurándonos así un m ejor aprovechamiento
de las materias absorbidas con ella. E n eso consiste,
en nuestra opinión, la gran ventaja del alimento ani
mal para el hom bre m odern o»3.
645
Sonderegger da en el clavo cuando dice: «No exis
te ninguna jerarquía de la mayor o menor necesidad
de tales o cuales alimentos, sino una ley inmutable
para la mezcla de sus sustancias nutritivas.» Es cier
to que nadie puede alimentarse exclusivamente de
carne, y sí de vegetales, a condición de que pueda
elegir a su gusto. Por otro lado, nadie se conformará
con una determinada dieta vegetariana, por muy nu
tritiva que sea. Así, por ejemplo, las judías, los gui
santes, las lentejas, en suma, las leguminosas son los
alimentos más nutritivos de todos. Pero tener que
alimentarse exclusivamente de ellas —lo cual es po
sible—, sería una tortura. Así, por ejemplo, Karl
Marx relata en el primer tomo de El Capital que los
propietarios de minas chilenos obligan a sus obreros
a comer judías durante todo el año porque este ali
mento les da vigor y los pone en situación, mejor
que ningún otro, de transportar pesos enormes. Pero
los obreros rechazan las judías, pese a su poder nu
tritivo, aunque se les obliga a contentarse con ellas.
La felicidad y el bienestar del hombre no depende en
absoluto de una dieta determinada, como afirman
los vegetarianos fanáticos. El clima, las relaciones
sociales, los hábitos y el gusto personal son deci
sivos 4.
4 «L a alimentación aborigen es casi exclusivamente ve
getal, con poca añadidura de sustancias animales. Nadie
podrá negar hoy que hoy día también se puede vivir bien
de esta manera. Sí, la dieta exclusivamente vegetal, que,
con una elección apropiada, ofrece también una gran varia
ción al gusto, es perfectamente compatible con el bienestar.
Pero está claro que en todos los continentes imperan deseos
distintos, se abandona la alimentación simple obtenida del
suelo, se pide el aumento de especias y alimentos, y, entre
ellos, se cuenta la carne, que tanto se aprovecha en la
cocina. Estas exigencias de cambio de la dieta se manifies
tan en todas partes, y lo mismo que desaparecen las cos
tumbres sencillas, los hábitos, los trajes populares, también
se combaten las viejas formas de alimentación. Esta trans
formación se pone de manifiesto en todos los países, inclu
so en Japón, donde antes im peraba la dieta peculiar del
646
A medida que aumenta la cultura, la dieta vegetal
va sustituyendo gradualmente la dieta casi exclusiva
de carne, tal como se da entre los pueblos de caza
dores y nómadas. La variedad en el cultivo de las
plantas es un signo de cultura superior. Además, en
una superficie dada de terreno pueden cultivarse más
sustancias nutritivas vegetales que producirse carne
mediante la cría de ganado. Esta circunstancia da
siempre mayor preponderancia al alimento vegetal.
Los transportes de carne, que actualmente proviene
de países lejanos, particularmente de Sudamérica y
Australia, se terminarán en pocos decenios. Por otro
lado, no sólo se criará ganado por la carne, sino tam
bién por la lana, pelo, cerdas, pieles, leche, huevos,
etcétera. Toda una serie de industrias y muchas nece
sidades humanas dependen de ello. Por otro lado,
muchos residuos de la industria y del hogar sólo pue
den aprovecharse mediante la cría de animales. En
el futuro, también el mar abrirá a la humanidad, en
mayor medida que lo ha hecho hasta ahora, su rique
za de alimentos animales. Entonces no ocurrirá, co
mo ahora, cuando se efectúan pescas abundantes se
emplean cargamentos enteros como abono porque
los medios de transporte o de conserva no permiten
guardarlos o los costes del transporte impiden su
venta. Y es muy probable que al eliminar el contraste
entre la ciudad y el campo, cuando la población de
las grandes ciudades se mude al campo el trabajo en
las fábricas cerradas vaya unido con el agrícola, la
dieta de carne volverá a retroceder respecto de la ve
getal. Cierto, se puede compensar la falta de estimu
lantes en la alimentación vegetal mediante una
preparación correspondiente y prudente a base de
país; la dieta europea va desplazando al viejo régimen, y
la marina ha introducido incluso la nueva dieta porque ésta
resulta m ejor para el hom bre que se halla de servicio. Es
un deseo general llegar a esta dieta concentrada, rica en
grasas y con mucho sabor.» M. Rtjbner, Volksernahrungs
fragen. Leipzig, 1908, págs. 31 a 32.
647
especias. Mas, para la sociedad futura, la vida pura
mente vegetariana no será probable ni necesaria.
3. Cocina comunista
648
sobre todo, como ocurre en la mayoría de las fami
lias, cuando los medios son escasos. La eliminación
de la cocina privada será una redención para innu
merables mujeres. La cocina privada es una institu
ción tan retrasada y superada como el taller del pe
queño maestro, ambos son poco económicos, supo
nen un despilfarro de tiempo, fuerzas, material de
alumbrado y de calefacción, sustancias nutritivas, et
cétera.
El valor nutritivo de las comidas aumenta con su
mayor capacidad de asimilación; esta es decisiva5.
Por tanto, la alimentación natural sólo puede facili
tarla la sociedad nueva. Catón dice de la antigua
Roma que hasta el siglo vi (200 a. n. e.), había en la
ciudad conocedores de la medicina, pero faltaba tra
bajo. Los romanos vivían de un modo tan sobrio y
sencillo que raras veces caían enfermos y la forma
normal de morir era por debilidad senil. Este estado
de cosas no cambió sino cuando la disipación y la
ociosidad, en una palabra, el desarreglo de la vida
para unos, la miseria y los tormentos para otros, oca
sionaron víctimas. La disipación y la vida desorde
nada serán imposibles en el futuro, pero también el
hambre la miseria y las privaciones. Habrá bastante
para todos. Ya lo cantó Enrique Heine:
649
«Quien come poco, vive bien» (es decir mucho
tiempo), decía el italiano Cornaro en el siglo xvi, se
gún cita Niemeyer. Por último, en el futuro también
intervendrá la química, de modo hasta ahora desco
nocido, en la producción de alimentos nuevos y me
jorados. Hoy día se abusa mucho de esta ciencia
para hacer adulteraciones y estafas; pero está claro
que un alimento químicamente preparado, que tenga
todas las propiedades de un producto natural, cum
plirá el mismo fin. La forma de obtenerlo es secun
daria, partiendo del supuesto de que el producto res
ponda a todas las exigencias.
650
los ascensores eléctricos ahorran el trabajo de subir
las escaleras. Se dispondrá el equipo interior de las
casas, de los suelos, paredes, muebles de manera que
todo se limpie del modo más fácil y no se acumulen
ningún polvo ni bacterias. La basura y los desperdi
cios de todo tipo se transportarán fuera de las vi
viendas por conductos similares a los del agua. En
los Estados Unidos, en algunas ciudades europeas,
por ejemplo, Zurich, Berlín y sus alrededores, Lon
dres, Viena, Munich, hay ya casas instaladas con to
dos los refinamientos, en las que viven numerosas
familias ricas —otras no podrían sufragar los gas
tos— que disfrutan de una gran parte de las ventajas
descritas7.
7 De 2.521 viviendas construidas en 1908 en W ilm ersdorf
tenían:
Calefacción central 1.001 o el 39,71 %
Agua caliente ........ 1.373 o el 54,46 %
Luz eléctrica ........ 1.288 o el 51,09 %
Cuarto de baño ... 2.063 o el 81,09 %
Ascensor ............... 699 o el 27,73 %
A s p ira d o r a ............. 304 o el 12,06 °/o
Gas había en todas las viviendas.
En Berlín y en sus alrededores existen ya varias casas
grandes con una sola cocina. Aquí se prepara la comida
para todos los inquilinos de la casa en la cocina común.
Por tanto, la sociedad burguesa lleva ya, en todos los te
rrenos, los gérmenes de la transformación socialista de la
sociedad: «L a ciudad-jardín del futuro dispondrá también
de la cocina central de toda la comunidad, junto con .la
casa comunal con la central de gas, electricidad y calefac
ción, las escuelas y los locales de reunión. Luego no es im
posible que las galerías en las que se hallan los cables de
la luz y los tubos de la calefacción se amplíen de manera
que la comida se transporte a las viviendas en cochecitos
automáticos, de un modo semejante a como se transportará
el planeado correo eléctrico subterráneo a las oficinas prin
cipales en las grandes ciudades, al pedirla directamente por
teléfono. Esto es mucho menos difícil y mucho más fácil
de conseguir que la solución al problema de volar, que
hasta hace poco parecía tan utópico.» E. L il ie n t h a l , «Re-
form der Hausarbeit», Dokumente des Fortschritts, cua
derno 9, 1909.
651
Volvemos a tener una prueba más de que la socie
dad burguesa marca también el camino a la revolu
ción de la vida doméstica, aunque sólo para sus pri
vilegiados. Una vez que se haya transformado radi
calmente, del modo indicado, la vida doméstica, des
aparecerá el criado, ese «esclavo de todos los capri
chos de la señora». Pero también desaparecerá la
dama. «Sin criados no hay civilización», exclama có
micamente el señor Treitschke. No puede imaginarse
la sociedad sin criados, lo mismo que tampoco podía
imaginársela Aristóteles sin esclavos. Lo sorprenden
te es que Von Treitschke considere a nuestros cria
dos como «portadores de nuestra civilización». A
Treitschke, lo mismo que a Eugen Richter, le preocu
pa la limpieza de sus botas y de su ropa, algo que
cada uno no puede hacerse de ninguna manera. Aho
ra bien, un 90 por 100 de las personas se lo hacen
ellas mismas, o la mujer se lo hace al hombre, o una
hija o un hijo lo hacen para toda la familia, y podría
responderse que lo que hasta ahora han hecho las
nueve décimas partes podría hacerlo también el res
to. Pero también hay otra salida. ¿Por qué no podría
utilizarse, en el futuro, a la juventud, sin distinción
de sexo, para efectuar estos y otros trabajos necesa
rios? El trabajo no deshonra, aunque consista en
limpiar botas, cosa que ha podido comprobar algún
oficial de la vieja nobleza que, a causa de las deudas,
se vio obligado a salir corriendo para los Estados
Unidos y allí se convirtió en criado o limpiabotas. En
un folleto sobre la cuestión de la limpieza de las bo
tas, el señor Eugen Richter echa por los suelos al
«canciller socialista» y-saca de la trampa al «estado
socialista del futuro». El «canciller socialista» se nie
ga a limpiarse él mismo las botas, lo que constituye
su desgracia. Los adversarios se han divertido de. lo
lindo con esta descripción, dando así únicamente
pruebas de la pequeñez de sus pretensiones a llevar
a cabo una crítica del socialismo. El señor Eugen
652
Richter tuvo que presenciar cómo uno de sus com
pañeros de partido inventó en Nuremberg, poco des
pués de aparecer su folleto, una máquina de limpiar
zapatos, y cómo en 1893, en la exposición mundial
de Chicago, se exhibió una máquina limpiabotas eléc-
tica, que efectuaba este trabajo del modo más perfec
to. Así, pues, la principal objeción que Richter y
Treitschke hacen contra la sociedad socialista la ha
tirado prácticamente por la borda un invento que se
ha hecho incluso dentro de la sociedad burguesa.
La transformación revolucionaria que cambiará ra
dicalmente todas las relaciones vitales de los hom
bres y, en particular, también la posición de la mu
jer, se efectúa, por tanto, ante nuestros propios ojos.
No es más que una cuestión de tiempo el que la so
ciedad emprenda esta transformación en gran medi
da y acelere y generalice el proceso de cambio, ha
ciendo que todos sin excepción participen de sus nu
merosas y múltiples ventajas.
653
X X V III. La mujer en el futuro
655
teramente modificado eliminará todos los escrúpulos
y estorbos que influyen hoy en la vida matrimonial
y que con tanta frecuencia impiden su desenvolvi
miento o la hacen totalmente imposible.
Círculos cada vez más amplios son conscientes de
las restricciones, contradicciones y aspectos antina
turales de la posición actual de la mujer, cosa que se
expresa vivamente en la literatura social y en las no
velas; a menudo de forma equivocada. Ningún pen
sador niega ya que el matrimonio actual cumple cada
vez menos su fin, y, por tanto, no hay que maravillar
se de que encuentren natural la libertad en la elec
ción amorosa y la libre disolución de la relación con
traída incluso las personas que, en lo demás, no es
tán dispuestos a sacar las consecuencias que llevan
al cambio de nuestro estado social actual; creen que
sólo deben reclamar la libertad en el comercio sexual
para las clases privilegiadas. Así, por ejemplo, en una
polémica contra las aspiraciones emancipatorias de
la escritora Fanny Lewald, Mathilde Reichhardt-
Stromberg dice lo siguientel:
«Cuando usted (F. L.) demanda la completa igualdad
de derechos entre las m ujer y el hombre en la vida
social y política, George Sand debe tener necesaria
mente razón en sus aspiraciones emancipatorias, que
reclaman nada menos que lo que el hombre ha poseído
siempre sin discusión. Pues, al fin y al cabo no hay
ninguna razón lógica por la que solamente la cabeza
y no también el corazón de la m ujer participe en esta
igualdad de derechos y sea libre para dar y \reeibir
como el hombre. Por el contrario: si la mujer, de
acuerdo con su naturaleza, tiene el derecho y también
el deber — no hemos de disimular las cargas que nos
incumben— de poner en tensión las fibras de su ce
656
rebro para hallarse en condiciones de luchar con los
titanes intelectuales del otro sexo, también como a
ellos nos será lícito, para mantener el equilibrio, ace
lerar los latidos del corazón, según este lo crea con
veniente. Todas hemos leído, sin que nuestro pudor se
alarmase en lo más mínimo, con cuánta frecuencia
— por citar tan sólo el ejemplo del más grande— de
rrochó Goethe con diversas mujeres el ardor de su
corazón y el entusiasmo de su gran alma. E l hombre
de buen sentido sólo ve en esto algo natural, precisa
mente porque el alm a de Goethe era muy difícil de
satisfacer, y sólo el moralista estrecho lo reprocha.
¿Por qué quiere burlarse entonces.de las 'grandes al
m as' existentes entre las mujeres...? Supongamos que
el género femenino consistiera únicamente de grandes
almas como la de George Sand; que toda m ujer fuese
una Lucrecia Floriani, cuyos hijos son todos fruto del
am or y a los que también educase con verdadero amor
y abnegación maternos y con inteligencia y compren
sión. ¿Qué sería entonces del mundo? N o hay ninguna
duda de que el mundo podría seguir existiendo y hacer
progresos como hoy y quizá hasta se sintiera a gusto.»
658
hoy miles de personas que no pueden compararse
con ellos, y sin perder el menor prestigio ante la so
ciedad. Sólo hay que tener una posición reputada
para que todo resulte natural. Sin embargo, desde el
el punto de vista de la moral burguesa, la libertades
de un Goethe o de una George Sand son inmorales,
pues atentan contra las leyes morales trazadas por la
sociedad y se' contradicen con nuestro estado social.
El matrimonio obligado es, para la sociedad burgue
sa, el matrimonio normal, la única unión «moral»
de los sexos, y toda otra unión sexual es inmoral.
Como hemos demostrado de modo irrefutable, el ma
trimonio burgués es la consecuencia de las relacio
nes de propiedad burguésas. En íntima relación con
la propiedad privada y el derecho de herencia, se
concierta a fin de obtener hijos «legítimos» como
herederos. Y, bajo la presión de las circunstancias
sociales, se le impone también a aquellos que no tie
nen nada que heredar3, se convierte en derecho so
cial cuya infracción castiga el Estado metiendo en la
cárcel a hombres y mujeres que viven en adulterio y
se separan.
Pero en la sociedad socialista no habrá ya nada
que heredar, a no ser que se quieran considerar los
utensilios domésticos y el inventario personal como
parte de la herencia, y, por tanto, también desapare
cerá, desde este punto de vista, la forma actual de
matrimonio. De este modo se solventa también la
cuestión del derecho hereditario, que el socialismo
3 En su obra Bau und Leben des socialen Korpers, el
D r . S c h S ffl e dice: «R ela jar el lazo conyugal facilitando el
divorcio no es, por cierto, deseable, iría contra los deberes
morales del emparejamiento humano y sería perjudicial
para la conservación de la población y para la educación
de los niños.» De lo expuesto, resulta que no sólo conside
ramos que estas ideas son incorrectas, sino que tendemos
a tenerlas por «inm orales». Sin embargo, también el
D r . S c h a f f l e admitiría que es imposible introducir o con
servar en una cultura muy superior a la actual instituciones
que atentan contra sus conceptos morales.
659
no tiene que suprimir necesariamente. Si ya no existe
ninguna propiedad privada, tampoco puede haber
ningún derecho hereditario. Por tanto, la mujer es
libre, y sus hijos no le coartan esta libertad, sólo
pueden aumentar su alegría de vivir. Enfermeras,
educadoras, mujeres amigas, la juventud femenina,
estarán a su lado en los casos en que necesite ayuda.
Es posible que en el futuro haya también hombres
que, como A. Humbolt, digan: «No he nacido para
ser padre de familia. Además, creo que casarse es
un pecado y tener hijos un crimen.» Y esto, ¿qué im
porta? La fuerza del instinto natural se encargará de
hallar la compensación en otros. No nos preocupa
ni la hostilidad al matrimonio de Humboldt ni el pe
simismo filosófico de Schopenhauer, Mainlánder o
Hartmann, quienes en el «Estado ideal» ponen a la
humanidad ante la perspectiva de la autodestruc-
ción. Fr. Ratzel tiene razón cuando dice:
«E l hom bre no debe considerarse más una excepción
de las leyes naturales, sino que debe empezar final
mente a indagar lo que está conforme a la ley en sus
acciones y pensamientos y aspirar a llevar una vida
en consonancia con las leyes naturales. Llegará a or
ganizar la vida común con sus iguales, es decir, la fa
milia y él Estado, no conforme a los preceptos de si
glos ya lejanos, sino según los principios racionales
de un conocimiento natural. La política, la moral, los
principios jurídicos, que provienen ahora de todas las
fuentes posibles, se organizarán solamente de acuerdo
con las leyes naturales. La existencia digna del hom
bre, con la que se viene soñando desde hace milenios,
se convertirá finalmente en una realidad»4.
660
donde partió, a la propiedad comunista y a la plena
igualdad y fraternidad, aunque no sólo de los miem
bros de la gens, sino de todos los hombres. Este es
el gran progreso que hace. El socialismo realizará
lo que la sociedad burguesa pretendió en vano y
aquello en lo que fracasa y tiene que fracasar: la
libertad, igualdad y fraternidad de todos los hom
bres. La sociedad burguesa sólo podía establecer la
teoría, pero la praxis contradecía también aquí, co
mo en tantas otras cosas, sus teorías. El socialismo
conciliará la teoría y la praxis.
Pero al volver la humanidad, en su desarrollo, al
punto de partida, lo hace a un nivel cultural infinita
mente más alto que aquél del que partió. Si la so
ciedad primitiva poseía la propiedad colectiva en
la gens, en el clan, era solamente en forma burda y
a un nivel no desarrollado. La marcha evolutiva que
se ha efectuado desde entonces ha disuelto la pro
piedad colectiva, salvo pequeños restos insignifican
tes, destrozado las gentes y finalmente atomizado
toda la sociedad, pero, en sus distintas fases, tam
bién ha aumentado de modo gigantesco las fuerzas
productivas de la sociedad y la diversidad de las ne
cesidades, de las gentes y tribus ha hecho naciones
y grandes Estados, pero volviendo a crear así una
situación que se contradice palpablemente con las
necesidades de la sociedad. La tarea del futuro estri
ba en resolver esta contradicción emprendiendo, so
bre la más amplia base, la reversión de la propiedad
y de los medios de trabajo a propiedad colectiva.
La sociedad vuelve a tomar lo que antes poseyó y
ella misma ha creado, pero les permite a todos, de
acuerdo con las nuevas condiciones de vida, llevar
una forma de vida al nivel cultural más alto, es decir,
concede a todos lo que, en las condiciones primiti
vas, sólo podía ser el privilegio de individuos o clases
aisladas. Y ahora, la mujer vuelve a tomar el papel
661
activo que tuvo antes en la sociedad primitiva, mas
no como señora, sino como igual en derechos.
«El fin de la evolución estatal se asemeja al co
mienzo de la existencia humana. En último término
vuelve la igualdad originaria. La existencia maternal
mente material abre y cierra el ciclo de las cosas hu
manas», escribe Bachoofen en su obra Das Mutter-
recht (El matriarcado). Y Morgan dice:
662
vada— de la libertad, igualdad y fraternidad de las
antiguas gentes» 5.
663
X X IX . El internacionalismo
665
económica de un pueblo, conoce también, en lo fun
damental, la de todos los demás. Aproximadamente
lo mismo que, en la naturaleza, los animales de la
misma especie presentan un esqueleto igualmente or
ganizado y construido, y si se dispone de una parte
ael mismo se puede construir teóricamente todo el
animal.
La otra consecuencia es que, donde se dan bases
sociales idénticas, también han de ser iguales sus
efectos: la acumulación de caudales y su opuesto: la
esclavitud del salario, la servidumbre de las masas
bajo la maquinaria, la dominación de las masas por
la minoría poseedora, con todas las consecuencias
que de ello se derivan.
En realidad vemos que los antagonismos y luchas
de clases que remueven Alemania, también ponen en
movimiento toda Europa, los Estados Unidos, Aus
tralia, etc. En Europa, desde Rusia a Portugal, desde
los Balkanes, Hungría e Italia hasta Inglaterra e Ir
landa, reina el mismo espíritu de descontento, se ma
nifiestan los mismos síntomas de fermento social, de
malestar general y descomposición. Exteriormente
distintos, según el grado de desarrollo, el carácter de
la población y la forma de su estado político, estos
movimientos son en esencia los mismos. Su causa ra
dica en los profundos contrastes sociales. Cada año
se agudizan más y más, penetran más hondo la fer
mentación y el descontento en el cuerpo de la socie
dad, hasta que finalmente cualquier motivo, tal vez
insignificante, produce la explosión y esta se extien
de como el rayo por todo el mundo civilizado, desa
fiando a los espíritus a tomar partido en pro o en
contra.
La lucha del nuevo mundo contra el viejo se ha
encendido. Las masas aparecen en el escenario, se
lucha con tal profusión de inteligencia como el mun
do no vio en lid alguna y como no volverá a ver.
Pues esta será la última lucha social. Al principio del
666
siglo xx vemos cómo esta lucha se acerca a la última
de sus fases, en la que vencerán las nuevas ideas.
La sociedad nueva se fundará sobre una base inter
nacional. Los pueblos fraternizarán unos con otros,
se darán mutuamente la mano y procurarán extender
gradualmente el nuevo estado a todos los pueblos
de la tierra *. Un pueblo no irá a otro como enemigo,
para explotar y oprimir, no irá ya como represen
tante de otra fe que quiere imponerle, sino como
amigo que quiere hacer de todos los hombres seres
civilizados. Los trabajos de civilización y coloniza
ción de la sociedad nueva se diferenciarán por su
carácter y por sus medios respecto de los actuales lo
mismo que se diferencian radicalmente las dos so
ciedades por su carácter. No se utilizarán ni la pólvo
ra y el plomo ni el aguardiente y la biblia; se empren
derá la misión civilizadora exclusivamente con me
dios pacíficos, que presentarán a los civilizadores
ante los ojos de los bárbaros y salvajes no como ene
migos, sino como benefactores. Los viajeros e inves
tigadores expertos saben desde hace tiempo el éxito
que puede tener este procedimiento.
Una vez que los pueblos civilizados se hayan unido
en una gran federación, llegará la hora en que «callen
para siempre las tormentas de la guerra». La paz
eterna no será ya ningún sueño, como quieren hacer
creer hoy día al mundo los señores que se pasean en
uniforme. Esta hora habrá sonado en cuanto los pue
blos hayan reconocido sus verdaderos intereses. Es
tos intereses no los favorecen la lucha y las dispu
tas, los armamentos que arruinan países y pueblos,
sino la comprensión pacífica y los trabajos cultura
les comunes. Además, las clases dominantes y sus
gobiernos procuran que, como expusimos más arriba
1 «E l interés nacional y el interés de la humanidad se
hallan hoy en abierta hostilidad. Ambos intereses se unirán
en una civilización más adelantada y serán uno solo.» V on
Thünen, D er isolierte Staat.
667
los armamentos militares y las guerras acaben
con su propia monstruosidad. De este modo, las úl
timas armas, igual que tantas como les precedieron,
terminarán en las colecciones de antigüedades, para
mostrar a las generaciones futuras como las anterio
res, durante milenios, se destrozaban a menudo
como animales salvajes, hasta que por fin el hombre
triunfó sobre el animal que lleva dentro.
Una declaración del desaparecido mariscal Moltke
confirma que son las particularidades nacionales y
los contrastes de intereses —artificialmente alimen
tados aquí y allí por las clases dominantes— los que
provocan las guerras. En el primer volumen de sus
obras postumas, que trata de la guerra franco-ale
mana de 1870-71, dice, entre otras cosas, en las ob
servaciones preliminares:
«Mientras las naciones lleven una vida aislada habrá
disputas que sólo podrán solventarse con las armas,
pero, en interés de la humanidad, es de esperar que
las guerras sean cada vez menos frecuentes, igual que
se han hecho más terribles.»
669
XXX. La cuestión de la población
y el socialismo
1. Temor a la superpoblación
670
suficientes para alimentar a una familia, puesto que,
de otro modo, no habrá ningún sitio en la «mesa de
la naturaleza» para los que vengan.
El miedo a la superpoblación es muy antiguo. Se
dio ya, como hemos mencionado en esta obra, entre
los griegos y los romanos, y luego al final de la Edad
Media. Platón y Aristóteles, los romanos, los peque
ños burgueses de la Edad Media lo tenían, así como
Voltaire, quien publicó en el primer cuarto del si
glo x v i i i un tratado sobre este tema. Le siguieron
otros escritores, hasta que finalmente surgió en Mal-
thus quien expresaría estos temores del modo más
gráfico.
El temor a la superpoblación aparece siempre en
períodos en los que se halla en descomposición el
estado social existente. El descontento general que
surge entonces se cree poder atribuirlo, en primer
lugar, al exceso de gente y a la escasez de medios de
de vida, y no al modo en que se obtienen y distri
buyen.
Toda explotación del hombre por el hombre des
cansa en la dominación de clase. Pero el principal
medio de la dominación de clase es la toma de pose
sión de la tierra. De ser propiedad colectiva pasa
gradualmente a ser propiedad privada. La masa que
da desposeída y se ve obligada a ponerse al servicio
de los poseedores para adquirir su porción de medios
de subsistencia. En tales circunstancias se siente
como una carga todo aumento de la familia o todo
nuevo competidor. Aparece el fantasma de la super
población, que extiende el terror a medida que la
tierra deviene más y más un monopolio y pierde
fuerza productiva, ya sea porque no se cultiva bas
tante, o porque se convierten los mejores terrenos
en praderas para las ovejas, o porque se reservan
como coto de caza para placer de su dueño, sustra
yéndolos así al cultivo de alimentos humanos. Roma
e Italia tuvieron la mayor escasez de alimentos cuan
671
do las tierras se hallaban en manos de unos tres mil
latifundistas. De ahí el grito de espanto: los latifun
dios arruinan a Roma. Las tierras de Italia se trans
formaron en inmensos cotos de caza jardines de
placer para goce de sus propietarios aristócratas,
dejándose a menudo sin cultivar, puesto que su cul
tivo mediante esclavos resultaba más caro qüe el
precio del trigo importado de Africa y Sicilia, situa
ción que abrió las puertas a la usura del trigo, en la
que participaba sobre todo la rica nobleza romana.
Esta fue una de las principales razones para aban
donar el cultivo de las tierras locales. La aristocra
cia ganaba más con la usura de los cereales que con
el cultivo de los mismos en sus propias tierras.
En tales circunstancias, el ciudadano romano o el
patricio empobrecido prefería renunciar al matri
monio y a los hijos, cosa que no pudo impedirse a
pesar de todas las primas que se establecieron para
el casamiento y los hijos a fin de evitar la disminu
ción de la clase dominante.
A fines de la Edad Media volvió a darse un fenó
meno semejante, después que, durante siglos, la no
bleza y el clero habían robado por todos los medios
de la astucia y de la fuerza la propiedad de numero
sos campesinos. Cuando, a consecuencia de los malos
tratos sufridos, los campesinos se rebelaron y fue
ron vencidos, prosiguiéndose entonces a mayor es
cala aún la rapiña por parte de la nobleza, y de los
bienes de la Iglesia por parte de los príncipes refor
mados, aumentó como nunca el número de ladrones,
mendigos y vagabundos. Su número fue mayor des
pués de la~ Reforma. La población rural expropiada
afluía a las ciudades. Pero también aquí, por causas
antes descritas, las condiciones de vida habían em
peorado más y más, habiendo una «superpoblación»
por todas partes.
Malthus aparece en el período de la industria in
glesa en el que, debido a los nuevos inventos de Har-
672
greaves, Arkwright y Watt se efectuaron grandes
transformaciones en la mecánica y en la técnica, que
alcanzaron principalmente a la industria del algodón
y del lino y que dejaron sin trabajo a decenas de
miles de obreros de estas industrias. La concentra
ción de la propiedad rural y el desarrollo de la gran
industria adquirió grandes dimensiones por aquel
tiempo en Inglaterra. Con el rápido incremento de
la riqueza, por un lado, creció también la miseria de
las masas, por otro. En una época así, las clases do
minantes, que tienen toda la razón para considerar
este mundo como el mejor de todos, tenían que bus
car una explicación plausible, exoneradora, de un fe
nómeno tan contradictorio como la pauperización de
las masas en medio de la creciente riqueza y del ma
yor florecimiento industrial. Nada más cómodo que
echar las culpas al aumento demasiado rápido de los
obreros por tener muchos hijos y no al hecho de re
sultar superfluos por el proceso capitalista de pro
ducción y la acumulación de las tierras en manos de
los latifundistas. En tales circunstancias, el «plagio
superficial y curesco» que publicó Malthus ofrecía
una justificación de los males existentes que expre
saba los pensamientos y deseos secretos de las clases
dominantes y los justificaba ante el mundo. Por eso
se explica la inmensa aprobación que le dieron unos
y la violenta guerra que le declararon otros. Para la
burguesía inglesa, Malthus había pronunciado la pa
labra correcta en él momento apropiado, y así, a pe
sar de que su escrito «no contenía ni una sola frase
pensada por él mismo», se convirtió en un hombre
grande y famoso y su nombre en santo y seña de toda
la doctrina*.
673
2. Producción de la superpoblación
676
afectadas por la enfermedad y tan sólo 5 estaban
exentas de ella. La enfermedad, que antes sólo se
conocía en el campo, penetró en las ciudades porque
el proletariado hacinado en ellas se vio aumentado
por la proletarizada población rural, que constituía
focos de infección de la enfermedad.
3. Pobreza y fecundidad
677
El sistema capitalista de producción, sin embargo,
no sólo engendra la superproducción de mercancías
y obreros, sino también de inteligencia. La intelec
tualidad termina también ¡por ¡hallar dificultades de
empleo, la oferta excede de modo permanente a ¡la
demanda. Tan sólo hay una cosa -que no es supérflua
en este mundo capitalista, el capital y su poseedor,
el capitalista.
Si los economistas burgueses son malthusianos,
son lo que tienen que ser por ínteres burgués, solo
que no deben transferir sus extravagancias aburgue
sas a la sociedad socialista John Stuant Mili dice:
«E l comunismo es precisamente él estado de cosas
del que puede esperarse -que la opinión pública se
declare con la mayor intensidad contra esta especie
de exceso egoísta. Todo aumento de población que
disminuya la situación cómoda de la colectividad y
aumente sus trabajos, debería traducirse entonces
en inconvenientes directos y evidentes para cada 'in
dividuo de la asociación, y estos no debieran cargar
se a la avaricia de los patronos o a los privilegios in
justos de los ricos. En condiciones tan diferentes ía
opinión pública manifestaría inevitablemente su
descontento, y, si eso no bastara, se reprimirían con
toda clase de castigos la incontinencia que causara a
la colectividad un perjuicio general. Por tanto, a la
teoría comunista no le afecta en absoluto el reproche
derivado del peligro de la superpoblación; es más,
esta se recomienda por el hecho de qüe tendría una
tendencia marcada a obviar este inconveniente.» Y
el profesor A. Wagner manifiesta en la pág. 376 del
Lehrbuch der politischen Okonomie: «En -la colec
tividad socialista podría concederse al menos, por
principio, la libertad de matrimonio o la libertad de
la paternidad.» Los autores mencionados parten,
pues, de la opinión de que la tendencia a la superpo
blación es común a todos los estados sociales, pero
ambos reivindican para el socialismo la propiedad
678
de' poder equilibrar, mejor que cualquier otra forma
de sociedad, la relación entre población y alimentos.
Cierto, ha habido algunos socialistas que, seduci
dos por las ideas de Malthus, temían que el peligro
de la superpoblación «estuviera cercano». Pero estos
malthusianos socialistas han desaparecido. El cono-
cimiento profundo de la naturaleza y del carácter de
la sociedad burguesa les enseña cosas mejores. Las
quejas de nuestros agrarios nos enseñan también
que producimos demasiados alimentos —desde el
punto de vista del mercado mundial—, de suerte que
los precios bajos derivados de esta circunstancia no
hacen rentable su producción.
Nuestros malthusianos se imaginan, y el coro de
portavoces burgueses lo repiten mecánicamente, que
la sociedad socialista, en la que existe la libre elección
amorosa y todos llevarán una existencia digna del
hombre, se convertirá en una «conejera»; caería en
el más desenfrenado placer sexual y en la producción
masiva de niños. Ocurriría precisamente lo contra
rio. Hasta ahora, no son, por término medio, las
capas ricas las que tienen el mayor número de hijos,
sino por el contrario, las pobres. Sin temor a exage
rar, puede decirse incluso que: cuanto más pobre es
la situación de una clase proletaria, tantos más hijos
suelen tener por término medio; admitiendo excep
ciones en un lado y en otro. Así lo confirma también
Virchow, quien a mediados del siglo pasado escribía:
«Lo mismo que el obrero inglés, en su más profundo
ensimismamiento, en la extrema desnudez del espí
ritu, sólo conoce dos fuentes de placer, la embriaguez
y el coito, así también la población de la Alta Silesia
concentraba, hasta hace pocos años, todos sus deseos
en estas dos cosas. El placer del aguardiente y la sa
tisfacción del instinto sexual la dominaban por com
pletó, y por eso se explica fácilmente que la pobla
ción aumentase con tanta rapidez como perdía fuer
za física y firmeza moral.»
679
Karl Marx se manifiesta en términos semejantes
en El Capital cuando escribe: «En realidad, no sólo
la masa de nacimientos y muertes sino también la
magnitud absoluta de las familias está en proporción
inversa al nivel del salario, es decir, a la masa de
medios de vida de que disponen las distintas catego
rías de obreros. Esta ley de la sociedad capitalista
parecería absurda entre salvajes o incluso entre co
lonizadores civilizados. Recuerda la reproducción
masiva de especies animales individualmente débiles
y muy perseguidas.» Y Marx Laing se manifiesta así:
«Si todo el mundo se hallase en circunstancias có
modas, pronto se despoblaría.» Por tanto, Laing opi
na lo contrario de Malthus, la buena vida no contri
buye al aumento, sino a la reducción de los nacimien
tos. Lo mismo cree Herbert Spencer, quien dice:
«Siempre y en todas partes están opuestas la perfec
ción y la capacidad de procreación. De dónde se si
gue que el desarrollo al que la humanidad se aproxi
ma implicará probablemente una disminución de su
procreación.» Por tanto, en este aspecto coinciden
hombres que en otras cosas tienen puntos de vista
enteramente distintos, y su opinión la compartimos
nosotros también.
680
hay que hacer frente a estas objeciones a fin de que
no puedan decir que no tenemos respuesta para
ellas.
Afirman que el peligro de la superpoblación en un
plazo no lejano subyace en la ley de la «productivi
dad decreciente del suelo». Nuestras tierras cultiva
bles «se extenúan», no podemos esperar cosechas
cada vez mayores, y como las nuevas tierras cultiva
bles serán cada vez más escasas, el peligro de que los
alimentos escaseen es inmediato si la población si
gue aumentando. En el capítulo sobre la explotación
agrícola del suelo, de esta obra, creemos haber de
mostrado ya, de un modo irrefutable, los progresos
enormes que todavía puede efectuar la humanidad
desde el punto de vista de la agronomía actual en lo
relativo a la obtención de nuevas cantidades de ali
mentos, pero nos gustaría añadir algunos ejemplos
más. Un latifundista muy hábil y reconocido econo
mista, es decir, un hombre que supera mucho a Mal
thus en ambos sentidos, dijo ya en 1850, esto es,
cuando la química agrícola estaba aún en pañales, lo
siguiente: «La productividad de la reproducción, es
pecialmente de sustancias nutritivas, no quedará en
el futuro por detrás de la productividad en la fabri
cación y en el transporte... Es ahora cuando la quí
mica abre a la agricultura unas perspectivas que, sin
duda alguna, todavía llevarán a algún camino falso,
pero que, en última instancia, pondrán la creación de
sustancias nutritivas bajo el poder de la sociedad lo
mismo que hoy puede esta suministrar las cantidades
de paños que le plazcan, caso de disponer de las exis
tencias necesarias de lana»4.
Justus von Liebig, padre de la química agrícola,
opina que, si se dispone de suficiente cantidad de
trabajo humano y de abonos, el suelo es inagotable y
da ininterrumpidamente las cosechas más ábundan-
681
tes.» La ley de la decreciente producción del suelo es
una extravagancia de Malthus que podría aceptarse
dado el bajo nivel científico de la agricultura de su
tiempo, pero que han refutado ya hace mucho la
ciencia y la experiencia. La ley es, más bien, esta: La
producción de un campo está siempre en relación
directa con él trabajo humano empleado en él (in
cluidas la ciencia y la técnica) y con el abono corres
pondiente al mismo. Si la Francia de pequeños cam
pesinos pudo cuadruplicar su producción agrícola en
los últimos noventa años, mientras la población ni
siquiera se duplicó, de la sociedad socialista han de
esperarse resultados enteramente distintos. Además,
nuestros malthusianos pasan por alto el hecho nde
que, en las condiciones actuales, no sólo hay que te
ner en cuenta nuestro suelo, sino el de todo el mun
do, es decir, en gran parte, tierras que rinden veinte,
treinta y más veces que las nuestras de la misma ex
tensión. A decir verdad, los hombres han tomado ya
posesión de la tierra en proporciones considerables,
pero, a excepción de una pequeña porción, no se cul
tiva y explota como podría hacerse. No sólo Gran
Bretaña podría producir una cantidad de alimentos
mayor que la actual, sino también Francia, Alemania,
Austria y, en mayor grado aún, los demás países de
Europa. El pequeño Württemberg, con sus 879.970.
habitantes de tierras trigueras, podría aumentar su
cosecha media de 6.140.000 quintales de trigo a
9.000.000, con que sólo aplicase el arado de vapor.
La Rusia europea, tomando como medida la po
blación de Alemania, podría alimentar a 475 millones
en vez de los casi 100 que actualmente tiene. La Ru
sia europea cuenta hoy con unos 19,4 habitantes por
kilómetro cuadrado, y Sajonia con más de 300.
La objeción de que Rusia tiene vastas extensiones
de tierra que resultan imposibles de cultivar debido
al clima es cierta, pero, eri cambio, tiene sobre todo
en el Sur un clima y una fertilidad muy superiores
682
a los de Alemania. Además, la densidad de población
y la consiguiente intensificación del cultivo del suelo
producen cambios en el clima que aún no pueden
calcularse. En todas partes donde el hombre se
amontona en grandes cantidades se producen modifi
caciones climáticas. Damos poca importancia a es
tos fenómenos, ni tampoco podemos calcular toda
su amplitud, porque no tenemos ningún motivo ni,
tal como están las cosas hoy día, tampoco ninguna
posibilidad de efectuar experimentos a gran escala.
Así, por ejemplo, Suecia y Noruega, hoy escasamen
te pobladas, podrían constituir una fuente abundante
de alimentos para una población densa, pues dispo
nen de bosques inmensos, de una riqueza mineral
inagotable, además de sus numerosos ríos y su lito
ral marítimo. Los medios y organizaciones adecuados
para explotar la riqueza de estos países no pueden
procurarse en las condiciones actuales y, por tanto,
incluso tiene que emigrar una parte de la escasa po
blación.
Lo que puede decirse del Norte, adquiere tina im
portancia mucho mayor para el Sur de Europa: para
Portugal, España, Italia, Grecia, los países del Da
nubio, Hungría, Turquía, etc. Un clima excelente,
una tierra tan fecunda y fértil como no las hay pa
recidas en los mejores puntos de los Estados Unidos,
dio otras veces alimento abundantísimo a innumera
bles grupos de población. Las malsanas condiciones
políticas y sociales de esos países motivaron que
cientos de miles de personas emigraran al otro lado
del Atlántico en vez de quedarse en su país o de asen
tarse en uno de los limítrofes, más próximo y cómo
do. Pero en cuanto se hayan instituido condiciones
sociales y políticas racionales, se necesitarán nuevos
millones de personas para elevar esos países vastos
y fértiles a un nivel cultural más elevado.
Durante mucho tiempo todavía, y para poder al
canzar objetivos culturales sustancialmente más al
683
tos, no tenemos en Europa exceso de habitantes, sino
más bien falta de ellos, y, en tales circunstancias, es
absurdo tener ningún miedo a la superpoblación5.
Además, hay que tener siempre presente que la ex
plotación de las fuentes actuales de alimentación,
con la debida aplicación de la ciencia y del trabajo,
no conoce límites y cada día aporta nuevos descu
brimientos que multiplican las fuentes para la obten
ción de alimentos.
Si de Europa pasamos a los otros continentes, re
sulta que todavía es mayor la escasez de hombres y el
exceso de tierras. Los países más exuberantes y fér
tiles de la tierra están aún entera o casi enteramente
sin explotar debido a que su roturación y explotación
no puede emprenderse con unos cuantos miles de
hombres, sino que requiere colonizaciones masivas
de muchos millones para poder dominar, sólo en
cierto grado, la naturaleza superabundante. Entre
ellos están América Central y del Sur, con cientos
de miles de millas cuadradas. En 1892, por ejemplo,
Argentina sólo había cultivado unos 5 millones de
hectáreas, pero el país dispone de 96 millones de hec
táreas de suelo fértil. El suelo de Sudamérica apto
para el cultivo dél trigo y que aún se halla sin rotu
rar, se estima en 200 millones de hectáreas por lo
menos, mientras que los Estados Unidos, Austria,
Hungría, Gran Bretaña e Irlanda, Alemania y Fran
cia juntos, sólo dedican unos 105 millones de hectá
reas al cultivo de cereales. Hace cuatro decenios Ca
rey afirmaba que tan sólo el valle del Orinoco, con
sus 360 millas de longitud, puede producir tal canti
dad de alimentos que con ellos podría alimentarse
5 Esto es aplicable especialmente a Alemania. A pesar
del constante aumento de la población, también ha dismi
nuido constantemente la emigración; en 1891, por ejemplo,
fue de 120.089 y en 1907 solamente de 3.696 habitantes. La
inmigración ha aumentado, por el contrario, por carecerse
de obreros locales en distintas ramas industriales. Por
ejemplo, en 1900 su número fue de 757.151, y en 1909, de
1.007.149.
684
toda la humanidad. Aceptamos la mitad, y ya es su
ficiente. En todo caso, Sudámerica podría alimentar,
por sí sola, un múltiplo de la población actual de la
tierra. El valor nutritivo de un terreno plantado de
plataneros y el de otro igual dedicado al cultivo del
trigo guarda la relación de 133 por 1. Mientras que
nuestro trigo, cultivado en suelo favorable, da el 20
por 1, el arroz da en su país de origen una recolec
ción del 80 al 100 por 1; el maíz de 250 al 300 por 1.
y en algunas regiones, como, por ejemplo, Filipinas,
el rendimiento del arroz se estima en el 400 por 1.
En todos estos alimentos se trata de hacerlos lo más
nutritivos posibles por medio de la preparación. En
cuestiones de alimentación, la química tiene ante sí
un campo inagotable de desarrollo.
América Central y del Sur, especialmente Brasil,
que por sí sólo es casi tan grande como Europa
—tiene una extensión de 8.524.000 Km.2, con unos 22
millones de habitantes, frente a los 9.897.010 Km .2
de Europa y sus 430 millones de habitantes— , rebo
san de tal exuberancia y fertilidad que provocan el
asombro y la admiración de todos los viajeros Y es
tos países son también ricos en minerales y metales.
Pera aún están sin explotar porque su población es
indolente y demasiado escasa e inculta para adue
ñarse de la poderosa naturaleza. La situación de Afri
ca nos la han revelado los descubrimientos de los
últimos decenios. Aunque una gran parte del interior
de Africa jamás sea aprovechable para la agricultu
ra europea, sí son explotables en un grado muy ele
vado otros territorios de gran extensión tan pronto
como se empleen principios racionales de coloniza
ción. Por otro lado, en Asia hay países grandes y fér
tiles que podrían aumentar a muchos millones. El
pasado nos ha enseñado cómo, en regiones actual
mente estériles, casi desérticas, el clima suave arran
ca alimento abundantísimo del suelo, cuando el
hombre sabe darle el agua beneficiosa. Con la des
685
tracción, en salvajes guerras de conquista, de los
grandiosos acueductos y canales de riego de Asia An
terior, de las tierras del Tigris y del Eúfrates, etcé
tera, y la demencial opresión de la población, países
de miles de millas cuadradas se transformaron en de
siertos de arena6. Lo mismo que en Asia ocurrió
también en el Norte de Africa, México, Perú. Llevad
allí millones de hombres civilizados y brotarán ma
nantiales inagotables de alimentación. La palma da
tilera prospera en Asia y Africa en cantidades casi
increíbles y necesita tan poco espacio que 200 de
ellas apenas recubren una yugada de terreno. En
Egipto, la «durrha» da un producto de más del 3.000
por 1, y, sin embargo, el país es pobre. No por el ex
ceso de habitantes, sino a consecuencia del sistema
de rapiña que consiguió que el desierto -se fuese ex
tendiendo más y más de un decenio a otro. Escapan
a todo cálculo los resultados que obtendrían en to
dos estos países los procedimientos agrícolas y hor
tícolas usados en el centro de Europa.
Los Estados Unidos de Norteamérica pueden ali
mentar, cómodamente, según el nivel actual de la
producción agrícola, quince o veinte veces su pobla
ción presente (85 millones), esto es, a 1.250-1.700 mi
llones; Canadá podría igualmente dar alimento para
varios cientos de millones en vez de los 6 que tiene
actualmente. Además están Australia, las numerosas
islas, en parte grandes y extraordinariamente férti
les, del Pacífico y del Indico, etc. Aumentar él núme
ro de hombres, y no disminuirlo, es el grito que se
alza a la humanidad en nombre de la civilización.
En todas partes son las organizaciones sociales
686
—el modo existente de producción y distribución de
los productos— las que crean la escasez y la miseria,
y no el exceso de hombres. Unas cuantas cosechas
abundantes y sucesivas rebajan de tal modo los pre
cios de los alimentos que más de un agricultor ter
mina en la ruina. En vez de mejorar la situación de
los productores, empeora. Una buena parte de los
agricultores considera actualmente que una buena
cosecha es una desgracia porque reduce los precios.
¿Y estas son condiciones racionales? A fin de privar
nos de las cosechas de otros países, se establecen
aranceles altos sobre los cereales para dificultar la
importación del trigo extranjero y elevar el precio
del nacional. No tenemos sino superabundancia de
alimentos, lo mismo que la tenemos de productos
industriales. Lo mismo que millones de seres huma
nos tienen necesidad de productos industriales de
todo tipo, pero no pueden satisfacerla bajo las ac
tuales relaciones de propiedad y trabajo, así tam
bién, millones de seres humanos carecen de los me
dios de vida más necesarios por no poder pagar sus
precios, aunque hay medios de vida en superabun
dancia. La locura de este estado social es evidente.
A menudo, cuando se tiene una cosecha abundante,
nuestros especuladores cerealistas dejan a propósito
que el fruto se arruine porque saben que el precio
aumentará progresivamente a medida que el fruto
escasee. ¿Y quieren que tengamos miedo a la super
población? En Rusia, el Sur de Europa y muchos
países más del mundo se destruyen anualmente
cientos de miles de cereal por carecer de almacenes
y medios de transporte adecuados. Muchos millones
de quintales de alimentos se desperdician porque los
medios de recolección son imperfectos o por care
cer, en el momento decisivo, de brazos para cose
charlos. Más de una parva, más de un granero lleno
y explotaciones enteras son pasto de las llamas por
687
que la prima del seguro aumenta la ganancia; se des
truyen medios de vida por la misma razón que se
hunden barcos con tripulación y cargamento7.
En nuestras maniobras militares se arruinan todos
los años cosechas importantes —los costes de una
maniobra que dure tan sólo unos cuantos días as
cienden a centenares de millares y, como es sabido,
la estimación es siempre inferior al daño causado—,
y cada año hay muchas de estas maniobras. Por la
misma razón se arrasan aldeas enteras y se sustraen
grandes extensiones a toda clase de cultivo.
Tampoco debe olvidarse que a todas las menciona
das fuentes de alimentación hay que agregar el mar,
cuya extensión guarda con la de la tierra la propor
ción de 18 a 7, es decir, es dos veces y media mayor,
y aún aguarda impaciente la explotación racional de
su enorme riqueza alimenticia. Por tanto, se nos pre
senta para el porvenir un cuadro muy distinto a los
cuadros sombríos que nos pintan los malthusianos.
¿Quién puede decir, en general, dónde puede tra
zarse el límite a nuestros conocimientos químicos,
físicos, fisiológicos? ¿Quién puede atreverse a pre
decir las gigantescas empresas que llevará a cabo la
humanidad en los siglos venideros a fin de obtener
cambios sustanciales en las condiciones climáticas
de los países y de su agricultura?
7 Y a en tiempos de San Basilio (muerto en el año 379)
debían existir condiciones semejantes, pues les grita a los
ricos: «¡Desdichados! ¿Qué responderéis ante el divino juez?
Recubrís con tapices- la desnudez de vuestras paredes, pero
no cubrís con vestidos la desnudez del hombre. Adornáis
los caballos con mantas suaves y preciosas y despreciáis a
vuestros hermanos cubiertos de andrajos. Dejáis que vues
tro trigo perezca en los graneros y en las granjas, y ni si
quiera os permitís echar una mirada a quienes no tienen
ningún pedazo de pan que llevarse a la boca.» De poco ha
servido la prédica m oral a los grandes señores y ae nada
servirá en el futuro. Cámbiense las instituciones sociales
p a ra que nadie pueda actuar injustamente contra su próji
mo y el mundo será dichoso.
688
Hoy día vemos ya en la forma capitalista de la so
ciedad que se realizan empresas que hace un siglo
parecían imposibles y demenciales. Se perforarán an
chos istmos y se unirán los mares; largos túneles de
muchas millas excavados en las entrañas de las mon
tañas unirán a los países antes separados por los
montes más elevados; otros se abrirán bajo el fondo
del mar para acortar distancias, evitar molestias y
peligros que resultan para los países separados por
el mar. ¿Dónde está, pues, el punto para que alguien
pueda decir: «Hasta aquí hemos llegado y de aquí
no pasaremos»? La ley de la producción decreciente
del suelo no sólo la niega nuestra experiencia actual,
también hay abundancia de tierras cultivables que
esperan aún a que las exploten millones de hombres.
Si todas estas tareas culturales se emprendiesen
inmediatamente, no tendríamos exceso, sino escasez
de hombres. La humanidad tiene que aumentar mu
cho para cumplir todas las tareas que la aguardan.
Ni el suelo cultivado se explota como podría explo
tarse ni para tres cuartas partes de la superficie te
rrestre existen hombres para cultivarla. La super
población relativa que, hoy día, el sistema capitalista
produce continuamente para perjuicio del obrero y
de la sociedad, resultará un beneficio en un estadio
cultural superior. Una población más numerosa no
es obstáculo sino medio para el progreso cultural y,
por cierto, exactamente lo mismo que la actual su
perproducción de mercancías y medios de vida, la
destrucción del matrimonio con el empleo de las mu
jeres y los niños en la industria moderna, la expro
piación de las capas medias por el gran capital, son
las condiciones previas para llegar a un estadio cul
tural superior.
689
5. Relaciones sociales y capacidad
de reproducción
690
Fichtelgebrirge, la selva de Turingia, el Harz, etcé
tera, son los lugares de mayor densidad de pobla
ción, cuyo principal alimento lo constituye la patata.
También es cierto que los tuberculosos tienen el ins
tinto sexual muy desarrollado y que, a menudo, en
gendran hijos en un estado de debilidad que parece
imposible.
Es una ley natural, manifiesta también en las ci
tas de Herbert Spencer y de Laing, reemplazar en
cantidad lo que se pierde en calidad. Los animales
superiores y más fuertes: león, elefante, camello, et
cétera, nuestros animales domésticos, como el ca
ballo, el asno, la vaca, suelen tener poca cría, mien
tras que los animales de organización inferior se
multiplican en proporción inversa, como, por ejem
plo, todas las especies de insectos, la mayoría de los
peces, etc., los mamíferos menores, como los cone
jos, las ratas, los ratones, etc. Por otro lado, Darwin
confirmó que ciertos animales, como, por ejemplo,
el elefante, pierden su fecundidad tan pronto como
salen del estado salvaje y el hombre los domestica.
Con ello se demuestra que la modificación en las
condiciones de vida y el consiguiente cambio en la
forma de vida es lo decisivo para la mayor o menor
facultad de reproducción.
Ahora bien, es precisamente en los darwinianos
que comparten el temor a la superpoblación en don
de se apoyan nuestros modernos malthusianos. Nues
tros darwinianos tienen siempre mala suerte cuando
aplican sus teorías al hombre, porque proceden de
un modo meramente empírico y no tienen en cuenta
que el hombre es el animal más organizado, y, en
contraste con los animales, conoce las leyes natura
les y puede dirigirlas y utilizarlas conscientemente.
La teoría de la lucha por la existencia, la doctrina
de que los gérmenes de las nuevas vidas existen en
un grado mucho mayor de lo que permiten los me
dios de vida existentes, podría aplicarse también a
691
los seres humanos si estos, en vez de quebrarse la ca
beza y recurrir a la ciencia para aprovechar el aire,
el suelo y el agua de un modo sistemático, pastasen
como rebaños o se entregasen sin freno, como los
monos, a la satisfacción de su instinto sexual, es de
cir, se convirtiesen ellos mismos en monos. Dicho
sea de paso, también es un hecho que, salvo en el
hombre, sólo en el mono no se halla el instinto se
xual limitado a ciertos períodos, prueba concluyente
de su mutuo parentesco. Pero aunque sean parientes
próximos, no quiere decir que sean iguales; no pue
den colocarse al mismo nivel ni medirlos por el mis
mo rasero.
El hecho de que, hasta ahora, en las relaciones
de propiedad y producción, también haya existido y
exista para el individuo humano la lucha por la exis
tencia y muchos no encuentren las necesarias condi
ciones de vida, es cierto. Pero no encuentran medios
de existencia, no porque escaseen, sino porque se les
priva de ellos mediante las relaciones sociales, en
medio de la mayor afluencia. Y también es falso de
ducir que por el hecho de que así-haya sido hasta
ahora, así tenga que serlo por toda la eternidad. Aquí
es donde flaquea la argumentación de los darwinia-
nos; pues, si han estudiado bien la zoología y la an
tropología, no así la sociología, sino que siguen sin
reflexionar a nuestros ideólogos burgueses. Y así es
como llegan a sus falsas conclusiones.
El instinto sexual es perenne en el hombre, es su
instinto más fuerte, que exige satisfacción si no quie
re que sufra su salud. Por regla general, este instinto
es también más fuerte cuanto más sano y normal
sea el desarrollo del hombre, lo mismo que un buen
apetito y una buena digestión denotan un estómago
sano y son las condiciones fundamentales de un cuer
po sano. Pero satisfacción del instinto sexual y con
cepción no son la misma cosa. Sobre la fecundidad
del género humano se han establecido las teorías más
692
diversas. En términos generales, todavía andamos a
tientas en estas cuestiones sumamente importantes,
y, principalmente, durante muchos siglos se ha te
nido el temor más absurdo a ocuparse de las leyes
del origen y desarrollo del ser humano, a estudiar a
fondo las leyes de su procreación y evolución. Pero
esto va cambiando poco a poco y aún tiene que cam
biar mucho más.
Por un lado se establece la teoría de que el des
arrollo espiritual más elevado y la intensa ocupación
intelectual, en general, la actividad nerviosa supe
rior, reprime el instinto sexual y debilita la capaci
dad de procreación. Por otra parte, se ruega esta teo
ría. Se señala el hecho de que las clases acomodadas
tienen, por término medio, menos hijos, cosa que no
hay que atribuir únicamente a medidas preventivas.
Cierto, la intensa actividad intelectual reprime el ins
tinto sexual, pero es muy discutible que la practique
la mayoría de nuestra clase poseedora. Por otro lado
también influye de un modo represivo el exceso de
esfuerzo físico. Pero todo esfuerzo excesivo es per
judicial y por eso, debe rechazarse.
Otros afirman que la forma de vida, especialmen
te la alimentación, determina, junto con cierto esta
do físico por parte de la mujer, la capacidad de
engendrar y concebir. Como se puede ver también
en los animales, una alimentación adecuada influye
más que todo lo demás en el efecto del acto de pro
creación. La influencia que ejerce el tipo de alimen
tación en el organismo de ciertos animales se ha
constatado de modo sorprendente en las abejas, que
cuando reciben alimento diferente eligen una reina
nueva. Por tanto, las abejas se hallan más adelanta
das que las personas en lo que se refiere al conoci
miento de su desarrollo sexual. Parece que no se íes
ha venido predicando en vano durante dos mil años
que es «indecente» e «inmoral» preocuparse de las
cosas sexuales.
693
También es sabido que las plantas crecen más lo
zanas en un buen suelo y bien abonado, pero no dan
ninguna semilla. Tampoco puede haber duda de
que, en las personas, el tipo de alimentación influye
también en la composición del semen masculino y en
la capacidad de fecundación del huevo femenino, por
lo que la facultad de aumentar la población depen
derá en alto grado del tipo de alimentación. Tam
bién desempeñan un papel otros factores, cuya índole
es aún poco conocida.
En el futuro, uno de ellos tendrá una importancia
decisiva para la cuestión de la población. Se trata
de la posición más elevada, más libre, que ocuparán
entonces todas nuestras mujeres sin excepción. Pres
cindiendo de las excepciones, las mujeres inteligen
tes y enérgicas no suelen sentir ninguna inclinación
a tener muchos hijos, a sacrificar la vida como «de
signio providencial» y pasar los mejores años de su
vida embarazadas o dándole el pecho al niño. Esta
aversión a tener muchos hijos, que sienten ya la ma
yoría de nuestras mujeres actuales, se intensificará
antes que reducirse a pesar de todos los cuidados
que la sociedad socialista le dedique a la mujer em
barazada y a la madre, y, en nuestra opinión, esta
será la causa de que es muy probable que en la so
ciedad socialista el aumento de población sea más
lento que en la burguesa.
Nuestros malthusianos no tienen realmente ningu
na razón para romperse la cabeza por el aumento de
la población en el futuro. Hasta ahora es cierto que
han desaparecido pueblos por la reducción de sus
habitantes,.pero nunca, por su número excesivo. En
este sentido, Karl Marx también tiene razón para el
futuro; su concepción de que todo período de des
arrollo económico tiene también su ley peculiar de
población se confirmará también bajo el dominio
del socialismo.
En su escrito Die künstliche Beschrankung der
694
Kinderzahl (La limitación artificial del número de
hijos), H. Ferdy opina así: con su oposición al mal-
thusianismo, la socialdemocracia pretende una bri
bonada. El rápido aumento de la población favorece
la proletarización de las masas, y esta fomenta el
descontento. Si se consiguiese dominar la superpo
blación, se pondría fin a la propagación de la social
democracia y se enterraría de una vez por todas su
estado socialdemócrata con todas sus excelencias.
Tenemos otro medio más, el malthusianismo, con el
que se mata la socialdemocracia8.
Entre quienes padecen el temor a la superpobla
ción y, por eso, exigen la limitación de la libertad de
matrimonio ,y de asentamiento, especialmente para
los obreros, se encuentra también el profesor doctor
Adolf Wagner. Se queja de que los obreros se casan
demasiado pronto, en comparación con la clase me
dia. Wagner, lo mismo que quienes tienen las mismas
ideas, que los miembros masculinos de la clase me
dia alcanzan en edad más avanzada una posición que
les permita concertar un matrimonio «decente».
Pero esta abstinencia la compensan con la prostitu
ción. Si se les dificulta a los obreros el matrimonio,
se les empujará por el mismo camino. Por consi
guiente, que no se quejen de las consecuencias ni de
«la degeneración moral y de las costumbres». Que
695
nadie se indigne tampoco si hombres y mujeres,
pues estas tienen los mismos instintos que los hom
bres, viven en relaciones ilegítimas a fin de satisfa
cer su instinto natural y grupos de hijos ilegítimos
pueblan la ciudad y el campo. Pero las ideas de Wag-
ner y compañía se contradicen también con los in
tereses de la burguesía y de nuestro desarrollo eco
nómico, que necesita el mayor número posible de
brazos a fin de poseer fuerzas de trabajo que lo pon
ga en condiciones de competir en el mercado mun
dial. Con propuestas mezquinas, demandas de filis
teos y retrógrados miopes, no se curan los males de
la época. A comienzos del siglo xx no hay ninguna
clase, ningún poder estatal bastante fuerte para re
tener el desarrollo natural de la sociedad. Todo in
tento termina en fracaso. La corriente del desarrollo
es tan fuerte que rebasa cualquier obstáculo que se
interponga en su camino. La solución no estriba en
dar marcha atrás, sino en avanzar, y quien todavía
crea en impedimentos es un estafado.
En la sociedad socialista, en la cual, y solamente
en la cual será realmente libre y estará establecida
sobre su base natural, la humanidad dirigirá su pro
pio desarrollo. En lo relativo a la producción y dis
tribución, así como al aumento de la población, ha
actuado en todas las épocas anteriores sin conoci
miento de sus leyes, es decir, de un modo inconscien
te; en la sociedad nueva actuará consciente y metó
dicamente con conocimiento de las leyes de su propio
desarrollo.
El socialismo es la ciencia aplicada a todos los
campos de la actividad humana.
696
Conclusión
697
queños que ejercían su influencia sobre el conjunto.
En comparación con un sólo gobierno central, los
numerosos Estados necesitaban un aparato burocrá
tico extraordinariamente grande, cuyos miembros
requerían cierta educación superior. De este modo
surgieron muchas escuelas superiores y universida
des, en número mayor que en ningún otro país de
Europa. Los celos y la ambición de los diferentes go
biernos desempeñaron un gran papel. Lo mismo ocu
rrió cuando los distintos gobiernos empezaron a in
troducir la enseñanza primaria obligatoria. El afán
de no quedar por detrás del Estado vecino se tradu
jo esta vez en algo bueno. La necesidad de intelectua
les aumentó cuando la creciente instrucción y el
simultáneo desarrollo material de la burguesía des
pertaron el deseo de participación política, de repre
sentaciones populares y autoadministración de los
municipios. Eran corporaciones pequeñas para paí
ses y distritos pequeños, pero incitaban a los hijos
de las clases altas a anhelar un puesto en ellas y en
caminar su instrucción a tal fin.
Con las artes ocurrió lo mismo que con las cien
cias. Ningún país de Europa tiene proporcionalmen
te tantas escuelas de pintura, de arte y de técnica,
museos y colecciones artísticas como Alemania. Cabe
que otros países tengan cosas más significativas en
sus capitales, pero ninguno dispone de una distribu
ción por todo el Imperio como en Alemania. En lo
referente al arte, tan sólo Italia.
Todo este desarrollo ha dado al espíritu alemán
cierta profundidad; la ausencia de grandes luchas
políticas daba tiempo libre para cierta especie de
vida contemplativa. Mientras otras naciones pugna
ban por el dominio del mercado mundial, se distri
buían entre sí la superficie de la tierra y llevaban a
cabo grandes luchas políticas internas, los alemanes
permanecían sentados en sus casas soñando y filo
sofando. Pero este soñar, cavilar y filosofar, favore
698
cido por un clima que obliga a la vida doméstica y
al esfuerzo, engendró ese espíritu crítico, observa
dor por el que, una vez despiertos, empezaron a dis
tinguirse los alemanes.
Mientras que la burguesía inglesa se había con
quistado ya una influencia decisiva en el Estado a
mediados del siglo xvn y la francesa a finales del
xvm, la burguesía alemana no conquistó una in
fluencia relativamente moderada, sino hasta el año
1848. Pero 1848 fue el año de nacimiento de la bur
guesía alemana como clase consciente, que represen
tada en el liberalismo, se presentaba ahora en escena
como partido político independiente. También aquí
se puso de manifiesto la peculiaridad del desarrollo
alemán. No eran fabricantes, comerciantes y finan
cieros los que llevaban la batuta, sino mayormente
profesionales liberalizantes, profesores, escritores,
juristas y doctores de todas las facultades. Eran los
ideólogos alemanes, y así resultó su obra. Después
de 1848, la burguesía alemana se tranquilizó, de mo
mento, en lo político; pero aprovechó la tranquilidad
de los años 50 para activar su negocio. La explosión
de la guerra austro-italiana, el advenimiento de la
regencia en Prusia, excitaron de nuevo a la burgue
sía a extender la mano hacia el poder político. Co
menzó el movimiento de unión nacional. La burgue
sía estaba ya demasiado avanzada para seguir
permitiendo más tiempo las numerosas barreras po
líticas, que al mismo tiempo eran económicas, den
tro de los numerosos Estados individuales; e hizo
un gesto revolucionario. El señor Bismarck recono
ció la situación y la aprovechó a su modo para con
ciliar los intereses de la burguesía con los de la
monarquía prusiana, que nunca fue hostil a la bur
guesía, pues temía a la revolución y a las masas. Fi
nalmente cayeron las barreras que habían impedido
su desenvolvimiento material. Dada la riqueza de
Alemania en carbón y minerales, y la existencia de
699
una clase obrera inteligente, pero fácil de contentar,
la burguesía logró en unos cuantos decenios un des
arrollo gigantesco, y que, exceptuando los Estados
Unidos, no alcanzó ningún país en tan corto espacio
de tiempo y en tal medida. De esta suerte Alemania
llegó a ocupar el segundo lugar de Europa como
país industrial y comercial, y aspira a ser el primero.
Pero este rápido desarrollo material también te
nía su reverso. El sistema de aislamiento que se
mantuvo en casi todos los Estados alemanes hasta
la fundación de la unidad nacional había prolongado
la existencia de muchísimos obreros manuales y pe
queños campesinos. Con la supresión repentina de
todas las barreras protectoras, estos se hallaron de
momento ante un proceso capitalista de producción
de desarrollo desenfrenado. Llegaron así a una situa
ción desesperada. La época de prosperidad de co
mienzos de los años 70 hizo que, al principio, el peli
gro no pareciese tan grande, pero fue tanto más sen
sible cuando empezó la crisis. La burguesía había
aprovechado la época de prosperidad para su gran
dioso despliegue y ahora hacía sentir su presión,
multiplicada por diez, mediante la producción masi
va. Desde este momento aumentó de un modo rápido
y gigantesco el abismo entre poseedores y desposeí
dos. Este proceso de desintegración y absorción,
cada vez más rápido, fomentado por el aumento del
poder material, por un lado, y la cada vez menor ca
pacidad de resistencia, por otro, puso a clases ente
ras en apuros cada vez mayores. Ven cada vez más
amenazada su posición vital y, con exactitud mate
mática, el fin de sus días.
En esta lucha desesperada, muchos buscan su sal
vación cambiando de profesión. Los viejos no pue
den efectuar ya este cambio, en poquísimos casos
se les puede dejar fortuna a los hijos, por lo que se
hacen los últimos esfuerzos y se emplean los últimos
medios para que los hijos e hijas lleguen a puestos
700
con ingresos fijos, para los que no se requiere ningún
capital. Son los puestos burocráticos imperiales, es
tatales y municipales, la cátedra, el servicio de co
rreos y ferrocarriles, los puestos altos al servicio de
la burguesía, en las oficinas, en los almacenes y fá
bricas, como empleados, químicos, técnicos, ingenie
ros, constructores, etc., y además las llamadas pro
fesiones liberales: turistas, médicos, teólogos, escri
tores, artistas, arquitectos, maestros y maestras, et
cétera.
Miles y miles de personas que antes hubieran to
mado un oficio industrial, buscan ahora cualquier
posición en las profesiones mencionadas porque no
hay ya ninguna posibilidad de independencia ni de
existencia suficiente. Todo empuja hacia la instruc
ción superior y hacia el estudio. Escuelas secunda
rias, institutos, politécnicas, etc., brotan del suelo
como hongos, y las existentes están abarrotadas; en
la misma medida aumenta el número de estudiantes
universitarios, de alumnos de los laboratorios quí
micos y físicos, de las escuelas de arte, de las escue
las industriales y comerciales, de los establecimien
tos de educación femenina superiores de todo tipo.
En todas las materias, sin excepción ninguna, se ad
vierte una concurrencia elevadísima, y la afluencia
es cada vez mayor. Cada vez se oyen más demandas
de creación de institutos y de establecimientos de
educación superior a fin de acoger al número de
alumnos y estudiantes. Las autoridades y personas
privadas lanzan una advertencia tras otra, referentes
a tal o cual estudio o disciplina. Hasta la teología,
que en los decenios anteriores se veía amenazada de
muerte por falta de candidatos, recibe la bendición
de la concurrencia y ve ocupadas de nuevo sus pre
bendas. En todos los rincones se oye este grito: «En
señaré la fe en diez mil dioses y en el diablo, si así
$e quiere, pero dadme un puesto del que pueda vi
vir.» A menudo, los ministros respectivos se niegan
701
a dar su consentimiento para la aprobación de nue
vos establecimientos de enseñanza superior, «porque
los existentes bastan para cubrir las necesidades de
los candidatos en todas las disciplinas».
Esta situación se intensifica por el hecho de que
la lucha competitiva y destructora de la burguesía
entre sí misma obliga a muchos de sus hijos a bus
car puestos oficiales. Además, el ejército permanente,
cada vez mayor, con sus enjambres de oficiales, cuyo
ascenso se detiene en los largos períodos de paz,
lleva a la jubilación de una cantidad de ellos en su
mejor edad, quienes, favorecidos por el Estado, bus
can acomodo en todos los puestos oficiales posibles.
La gran cantidad de postulantes a los puestos civiles,
provenientes de los grados bajos del ejército les qui
ta el pan a otras capas. A ello se suma el hecho de
que el gran ejército de funcionarios imperiales, esta
tales y municipales de todos los grados educa y tiene
que educar, en primer lugar, a sus hijos para profe
siones como las mencionadas. La posición social, el
nivel de educación y las demandas de estos círculos
exigen alejar a los hijos de las llamadas ocupaciones
bajas, que, además, también están abarrotadas.
El sistema de enganche voluntario por un año, que
tras la obtención de cierto grado de educación y me
diante algunos sacrificios materiales, permite termi
nar el servicio militar en uno en vez de dos o tres
años, incrementa también el número de candidatos a
todos los puestos. Son, sobre todo, muchos hijos de
campesinos acomodados los que no quieren volver a
la aldea ni a la profesión del padre.
Debido a todas estas circunstancias, Alemania po
see, más que cualquier otro país del mundo, un pro
letariado extraordinariamente numeroso de sabios
y artistas, un fuerte proletariado en las llamadas
profesiones libres, cada vez mayor, y que lleva hasta
los altos círculos de la sociedad la efervescencia y el
descontento por el actual estado de cosas. Esta ju-
702
ventud siente el reto y el estímulo a ejercer la crítica
de lo existente, y contribuye a acelerar sustancial
mente el trabajo general de descomposición. De este
modo, el estado actual de cosas se ve atacado y mi
nado por todas partes.
Todas estas condiciones han llevado a que la so-
cialdemocracia alemana haya tomado el papel direc
tor en la gigantesca lucha del porvenir. Fueron los
socialistas alemanes los que descubrieron las leyes
del movimiento de la sociedad moderna y fundaron
científicamente el socialismo como forma social del
futuro. En primer lugar, Karl Marx y Friedrich En-
gels, siguiéndoles, por el fuego que su agitación echó
en las masas, Ferdinand Lasalle. También han sido
en muchas ocasiones los socialistas alemanes los pio
neros en difundir el pensamiento socialista entre los
obreros de los pueblos más diversos.
Hace medio siglo, sobre la base de su estudio del
espíritu y la educación alemanes, Buckle pudo escri
bir que Alemania tenía, por cierto, un elevado nú
mero de los más grandes pensadores, pero que no
había ningún país en donde fuese mayor la distancia
entre la clase de los sabios y la masa del pueblo.
Esto ya no es cierto. Así fue mientras en Alemania
la ciencia se restringía a los círculos eruditos aleja
dos de la vida práctica. Desde que Alemania efectuó
su revolución económica, la ciencia se vio obligada
a ponerse al servicio de la vida práctica. La misma
ciencia se hizo práctica. Se comprendió que sólo tie
ne pleno valor cuando se convierte en medio para la
vida, a lo que la forzó el desarrollo de la producción
capitalista. De esta suerte se han democratizado en
Alemania, durante los últimos decenios, todas las ra
mas del saber. Por un lado, el gran número de jóve
nes educados para las profesiones superiores ha con
tribuido a llevar la ciencia al pueblo; luego, la ense
ñanza general, que en Alemania es superior a la de
la mayoría de los países, ha facilitado a las masas la
703
aceptación de toda una serie de productos intelectua
les. Pero, especialmente, ha sido el movimiento socia
lista, con su literatura, su periodismo, sus asociacio
nes y reuniones, su representación parlamentaria y la
crítica incesantemente ejercida a través de todos es
tos factores en todos los ámbitos de la vida pública,
el que ha elevado significativamente el nivel inte
lectual de las masas.
Tampoco ha cambiado' en nada las cosas la ley de
excepción contra la socialdemocracia (de 1878 a
1890). Restringió un poco el movimiento y aminoró
algo su ritmo. Mas, por otro lado, contribuyó a pro
fundizar el movimiento y engendró una gran indig
nación contra las clases dominantes y los poderes
estatales. La abolición final de la ley de excepción no
fue más que la consecuencia de los avances efectua
dos por el partido social-demócrata y el desarrollo
económico de la nación, y, de esta suerte, el movi
miento marcha como debe marchar bajo las condi
ciones dadas.
Y lo mismo que en Alemania, el movimiento socia
lista también ha hecho progresos insospechados en
todos los países civilizados durante los últimos de
cenios, una de cuyas pruebas elocuentes la constitu
yen los congresos obreros internacionales, que cada
vez se ven más asistidos.
De esta suerte se ha encendido la gran lucha de los
espíritus en todos los países civilizados, llevándose a
cabo con el mayor de los celos. Junto a las ciencias
,sociales, el vasto campo de las ciencias naturales, la
higiene, la historia de la civilización y la filosofía
constituyen él arsenal de donde se sacan las armas.
Las bases de lo existente se atacan desde todos los
flancos, y los golpes más fuertes se dirigen contra
los pilares de la vieja sociedad. Los pensamientos
revolucionarios penetran en los círculos más conser
vadores y crean la mayor confusión en las filas de
nuestros enemigos. Artesanos y sabios, labriegos y
704
artistas, comerciantes y funcionarios, hasta fabrican
tes y banqueros, en suma, hombres de todas las po
siciones se unen a los obreros, que forman el grueso
del ejército que lucha por la victoria y la conseguirá.
Todos se ayudan y complementan mutuamente.
También se le pide a la mujer en general y a la
proletaria en particular que no se quede atrás en
esta lucha, en la que también se combate por su li
beración y su redención. Ella es la que debe demos
trar que ha comprendido cuál es su verdadera posi
ción en el movimiento y en las luchas del presente
por un futuro mejor y que se ha decidido a tomar
parte en ellas. Es asunto de los hombres ayudarla a
que se desprenda de todos los prejuicios y tome parte
en la lucha. Que nadie subestime su fuerza y crea que
estas cosas no van con él. En la lucha por el progreso
de la humanidad no puede prescindirse de ninguna
fuerza, por pequeña que sea. Y de muchas gotas se
forma el arroyo, de los arroyos el río, y de varios
ríos la gran corriente. Finalmente, no habrá ningún
obstáculo capaz de impedir su majestuoso curso. Lo
mismo ocurre en la vida intelectual de la humani
dad. Si todos los que se sienten llamados intervienen
con todas sus fuerzas en esta lucha, la victoria final
será cierta.
El triunfo será tanto más señalado si cada indivi
duo sigue el curso trazado con todo celo y resolu
ción. Las dudas sobre si el individuo llegará a vivir
aún el principio de una época cultural nueva y más
hermosa, a pesar de todos los sacrificios, esfuerzos
y trabajos, no deben retener a nadie, ni mucho me
nos desviarlo del camino emprendido. Cierto que no
podemos determinar la duración ni el carácter de
cada fase evolutiva, como tampoco podemos precisar
la duración de nuestra vida. Pero lo mismo que nos
domina el gusto de vivir, también podemos albergar
la esperanza de presenciar esta victoria. Al fin y al
cabo, nos hallamos en una época que avanza con
705
botas de siete leguas, por así decirlo, y, en conse
cuencia, hace temblar a todos los enemigos de un
orden social nuevo, superior.
Cada día aporta nuevas pruebas del rápido creci
miento y de la poderosa difusión de las ideas socia
listas. Actúan y avanzan en todos los terrenos. Se ex
tiende con fuerza la aurora de un hermoso día. Por
tanto, luchemos y marchemos hacia adelante, sin
preocuparnos de «dónde» y «cuándo» se levantarán
los postes fronterizos de una era nueva y mejor para
la humanidad. Y si caemos en el curso de esta gran
lucha liberadora de la humanidad, los que nos siguen
ocuparán nuestro puesto. Caeremos conscientes de
haber cumplido con nuestro deber de seres huma
nos y convencidos de que se alcanzará la meta, se
defiendan como se defiendan las potencias enemigas
del progreso dé la humanidad.
706
índice
Páginas
Sección primera
LA M UJER E N E L PASADO
707
Páginas
V. La R e fo r m a ............................................. 135
1. L u t e r o ................................................ 135
2. Consecuencias de la Reforma: La
Guerra de los Treinta A ñ o s ............ 142
Sección segunda
LA MUJER EN EL PRESENTE
708
Páginas
709
Páginas
Sección tercera
E L ESTADO Y LA SO CIED AD
Sección cuarta
LA S O C IA L IZ A C IO N D E LA SOCIEDAD
710
Páginas
712