Argonaticas Garcia Gual PDF
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El tema del mito o de algún mito, puede ser pretexto más o me-
nos módico y frecuente para ensartar numinosas vaguedades. De
los múltiples modos de interpretar los mitos, los más destacados
están bien caracterizados en el importante libro de J. de Vries,
Forschungsgeschichte der Mythologie, Friburgo, 1961, al que ya le
falta alguna tendencia de las hoy más interesantes, como la que po-
dríamos llamar interpretación estructural, representada por nom-
bres como los de G. Dumézil y C. Lévi-Strauss. Sin embargo, no qui-
siera, por el momento al menos, abusar de las generalidades. Uso
las palabras mito, leyenda o saga en su sentido más corriente. Qui-
siera sólo destacar un punto : en los pueblos de tradición cultural
como el griego, los mitos se hallan vinculados a su transmisión lite-
raria. Cuando el mito se nos presenta con el ropaje de un género
literario, pierde carácter sacro y se hace irónico y mutable. Se sos-
(*) (Conferencia pronunciada en el local de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, en
Madrid, el 5 de mayo de 1970).
Aquí nos hemos ocupado de la tradición literaria hasta Apolonio de Rodas (s. III a.C.). Sin
embargo, la tradición de esta famosa saga ha sido aumentada con algunos detalles variados en el
poema épico del latino Valerio Flaco (a fines del s. I p.C.), y en los Argonautica Orphica (s. IV
p.C. ?); luego podría continuarse con el poema de Draconcia (s. V) en el umbral de la Edad
Media, o incluso considerar su transmisión en el Roman de Troje (s. XIV), que comienza con el
relato de los hechos de los Argonautas (vs. 155 al 2860). Pero esto nos habría llevado demasiado
lejos y a contextos literarios extraños, que hemos preferido evitar.
Algunos de los puntos aquí tratados se hallan aludidos en la breve introducción a mi versión
del canto III de Apolonio (Est. Clás. 57, Madrid, 1969). He modificado aquí los nombres propios
allí transcritos Aya y Ayetes, por Ea y Eetes, para adaptarme al uso más extendido.
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I. L. Radermacher, Mythos und Sage bel den Griechen, Viena, 1928 (cito por la segunda
edición, de 1938).
2. L. Séchan, «La légende de Médée», R.E.G., XL, 1927, p. 234 SS.
3. Sobre la influencia de la leyenda de los Argonautas en los viajes de Ulises puede verse
el interesante, documentado y confuso libro de R. Roux, Le probléme des Argonautes. Recherches
sur les aspects religieux de la légende, París, 1949, pp. 15 y ss., que tiende a exagerarla. Frente
a éste, podríamos notar la postura más cauta y escéptica de G. Germain, en su Genése de
l'Odyssée. Le fantastique et le sacré, París, 1954, pp. 489-91 y 645-6.
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4. L. A. Stella, La civiltd micenea nei documenti contemporanei, Roma, 1965, pp. 151 y 223
(notas 60 y 83).
5. Cf. H. L. Lorimer, Homer and tiw Monuments, Londres, 1950, p. 460; T. B. L. Webster,
La Gréce de Mycénes 6 Homére (tr. fr. 1962), p. 147.
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6. «The lason Tablet of Enkomi», Harvard SI. in Class. Philology, LXV 1961, p. 39-107.
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JASON Y MEDEA. EL MITO Y SU TRADICION LITERARIA
II
Casi diez siglos de tradición oral o literaria, son tiempo muy su-
ficiente para que una saga se altere y descomponga, reinterpretada
al gusto de cada época. Los dioses y los héroes pueden envejecer y
perderse por los laberínticos vericuetos del tiempo, del contar y
recontar. Un rápido análisis de algunos aspectos de esta leyenda,
que empezó siendo un mito arcaico para acabar en casi una novela
romántica, pasando por una escandalosa tragedia, en nuestro ejem-
plo de esta tarde. Comencemos, naturalmente, por los dioses.
Uno de los elementos más antiguos de la saga es su aparato di-
vino, que está vinculado a dos nombres : Hera, protectora de Jasón,
y Helios, padre de Eetes. El consejo olímpico familiar en Homero,
está aquí completamente ausente. Homero habla del cariño hacia
Jasón de Hera, a quien ayudan Atenea —«la Minoica», según Apolo-
nio (IV 583, 1691), y que aparece junto al héroe en las representa-
ciones cerámicas áticas, y que, en el poema de Apolonio, es quien
empuja a la nave a través de las Rocas Simplégades— y Afrodita
—que logrará infundir un loco amor a Medea ; aunque Apolonio
cuenta el episodio con un gusto preciosista muy helenístico, la inter-
vención de esta diosa se halla ya apuntada por Píndaro (Pít. IV
216 ss.). El apoyo de Hera se halla justificado de modo doble : Jasón
la ha transportado sobre sus hombros al vadear el torrencial río
Anauro, cuando la diosa vagaba disfrazada de vieja —un motivo
típico del folklore: el héroe teóforo, como Orión en el mito griego
y San Cristóbal en el cristiano—, y odio además al rey Pelias, que
no le ofrece sacrificios. No sé porqué Pelias comete la imprudencia
de no reverenciar a Hera, la aran diosa Argiva, protectora de Argos,
Micenas y Esparta —según Homero—, a quien Apolonio llama Hera
Pelásgide (I 187), recordando la antigüedad de su culto, confirma-
da ahora —para Mesenia y Creta— por la aparición repetida de su
nombre en las tablillas de Knosos y Pilos (cf. Stella, op. cit., p. 231).
También en Corinto, Medea está en relación con Hera. En Argos
la diosa tiene el epíteto de E.I.)1(.6t.a. 7 (la «Uncidora» o la «diosa del
yugo»), que puede aludir a la vaca unida a esta diosa, que Homero
llama «Boopis», la de ojos de vaca. Recordemos que uncir los toros
es la prueba mítica impuesta a Jasón. Otro de los santuarios más fa-
7. W. C. Guthrie, The Greeks and their Gods, Londres, 1962, 4.• ed., pp. 70-3.
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8. Guthrie, op. cit., p. 213; L. Gernet, Le genie Grec dans la religion, París, 1970, 2.. ed.,
pp. 211 y ss.
9. R. Gurney, The Hittites, Londres, 1969, 3.. ed., pp. 64-66 y 211-2.
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JASON Y MEDEA. EL MITO Y SU TRADIC1ON LITERARIA
bien, los caballos y las serpientes formaban parte, ante todo, del
simbolismo ctónico funerario. Por último, la entrada al Hades se
llamaba «la puerta del Sol». 10 También en Corinto se le sacrifican
caballos. "
Helios domina este país misterioso y sin nombre de Ea (ya que
ata es una palabra jónica que significa sólo Tierra ; en contra, cf.
L. Radermacher, op. cit., p. 223), donde reina Eetes (AidyrnÇ), cuyo
nombre deriva de ata, lo mismo que Atax6Ç, Eaco, el padre de Peleo
y juez de lo sinfiernos (Radermacher, op. cit., p. 369, nota 589), con
otro sufijo adjetival ; aunque Wackernagel (KZ XXVII, 1885, p. 276)
piensa que equivale etimológicamente a Aidés o Hades, el rey de las
sombras. Para Wilamowitz y Kérenyi, los Argonautas se dirigen al
más allá, el mundo de los muertos. Según la mitología, la esposa de
Helios se llama «Perse» («La Destructora»), sobrenombre de Héca-
te, diosa de las tinieblas y de la magia nocturna, relacionada con la
luna fatídica y los muertos. Perse es también Perséfone, esposa de
Hades. (Según otra versión, Hécate es hija de Perses, un hermano de
Helios.)
El aspecto brillante y el oscuro de los Helíadas se muestra en su
apasionado carácter. Circe, Eetes, Medea —cuyo hermano Apsirto 12
es llamado también Faetón, como su abuelo y catastrófico tío—,
tienen parentesco con otra impetuosa familia mítica: la cretense de
Pasífae, hija de Helios, madre de Ariadna y de Fedra, cuyo nombre
(«la brillante») es semejante al de Faetón. Ariadna frente a Teseo,
es un paralelo de Medea frente a Jasón. Apolonio lo recuerda alguna
vez. En ambos mitos aparecen los toros, animal con frecuencia li-
gado simbólicamente al sol. Medea, como su madre en Colcos, Iduya,
tiene un nombre que alude a su sabiduría mágica, émula de la de
su tía Circe (en cuya isla Eea se pone el sol). También el nombre
de los feacios puede aludir a un pueblo de estirpe solar ; como Fae-
tón, Fedra, Pasífae, su etimología parece derivar de la raíz (pm-,
«brillar».
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13. K. Kérenyi, Die Mythologie der Griechen, Munich, 1956, 2. « ed., pp. 124-5. Del mismo,
sobre la familia solar puede verse el arriesgado y sugestivo libro Tüchter der Sonne, Zurich, 1944.
14. Cf. Bjürck, «Der weinende Herr Helios», Philologus, 1939, p. 239 y ss.
15. Sobre Fineo, véase Roux, op. cit., p. 369 y as.; según el mismo autor, también el gigante
cretense Talos «es un demonio solar, protector de una isla consagrada a Helios, y sus tres vuel-
tas evocan un aspecto triple del astro> (p. 376).
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16. L. Gernet, «La notion mythique de la valeur en Gréce» (1948). Ahora recogido en Anthro-
pologie de la Gréce antique, París, 1968, pp. 119-37; esp. p. 123.
17. En .Die Abenteuern der Odyssee» (recogido ahora en Tradition und Geist. Gotinga, 1960,
pp. 47-124).
18. G. Germain, en su libro ya citado, señala que «no hay país en torno al Mediterráneo
y sobre una vasta extensión, en donde el Sol no haya recibido un culto. Aunque Aristófanes
haga de la adoración del Sol y de la Luna un hecho de los «bárbaros», no faltan textos que
aseguren, muy al contrario, que el Sol es objeto de una veneración universal» (pp. 204-5, con
testimonios y aclaraciones). «El rebaño del Sol corresponde a una realidad muy característica
del Oriente mediterráneo» (p. 209). En las págs. 208-10, Germain señala algunos datos sobre estos
rebaños consagrados al Sol, que nos han parecido muy interesantes. Sin embargo, la decadencia
de estos cultos solares se nota en que muchos de estos ritos son supervivencias aisladas, o se
trata de rasgos que no encajan en la religión tradicional de los Olímpicos.
Dato curioso: también la Odisea de N. Katsantsakis empezará con una invocación al Sol:
Inas, p.zyále tivaTokil-r/ xpovab axoucp‘ vo9 por,.
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C. GARCIA GUAL
III
En la historia de los Argonautas se han mezclado dos tramas di-
ferentes: la saga de Jasón, que partió hacia un país misterioso sin
nombre : Ea —atcc— (que en jonio significaba sólo «la tierra»), el
país donde nacía el sol y cuya entrada estaba guardada por unas
Rocas que chocaban entre sí, las Simplégades, negando el camino
hacia ese mundo maravilloso —acaso el Más Allá— en que se guar-
daba escondido el tesoro mágico (el Vellocino de Oro); y la leyenda
de los marinos intrépidos, héroes de diferentes regiones griegas, que
marcharon en el primer viaje naval hacia el Oeste, hacia las regiones
del oro y el ámbar, y encontraron pueblos extraños y vivieron extra-
ñas aventuras. El viaje de los Argonautas y la Jasonía se han unido,
al identificar Ea con una comarca concreta : la Cólquide, confín de
la tierra conocida en el Mar Negro, haciendo dar a Jasón luego una
tremenda vuelta por una pintoresca geografía, que estaba señalada
por las huellas legendarias de aquellos viajes exploratorios. Jasón
apenas interviene en las aventuras marinas —sólo por su relación
con Hipsípila, y con Medea en la isla de Circe y en Feacia—, mien-
tras que los demás Argonautas, a pesar de sus prodigiosos poderes,
dejan de actuar y no sirven de nada en Ea, en las pruebas para la
conquista del Vellocino de Oro, y en aquellos otros puntos en que
aparece Jasón (Cf. Radermacher, p. 202 y ss.; 217 y ss.). La manera
como Heracles es abandonado es sintomática de su superfluidad.
Los Argonautas se hacen a la mar en Quíos sin notar su falta, y lue-
go no les preocupa demasiado volver a buscarlo. Ferécides, que
como logógrafo se había interesado por estas singladuras geográfi-
cas, y Amsilao (Roux, op. cit., p. 34), dicen que dejaron a Hércules
porque su peso recargaba demasiado la nave (Jacoby, F. Gr. Hist.,
I. 419). Aunque la anotación parece ridícula, tiene su explicación.
Heracles tiene un peso heroico que puede hacer peligrar el campo
de acción de los demás héroes. Añadido a la saga, corre el peligro
de convertirse en protagonista de las hazañas del viaje, que en rigor
no le pertenece. (Más tarde fue Orfeo quien se destacó.)
Dejaremos aquí de lado a los numerosos héroes de abolengo
divino, entre los que destacan grandes figuras como Peleo, Tela-
món, Laertes, Oileo, que podrían situar la saga cronológicamente,
pues sus hijos combatirán ante Troya; Heracles y Orfeo, de amplio
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JASON Y MEDEA. EL MITO Y SU TRADICION LITERARIA
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19. Cf. K. Meuli, «Scythica», Hermes, 1935, p. 171 y SS. Y M. Eliade, El Chamanismo (Tr.
esp., México, 1960, pp. 304-5).
20. Las tres vueltas diarias de este gigante alrededor de la isla, según Roux, op. cit.,
p. 375, recuerdan un rito céltico de la Roma arcaica: el amburbium, que realiza un sacerdote
sobre un solo pie. La alusión al procedimiento de la cera perdida y las esculturas de bronce, la
encuentro en R. Graves, The Greek Myths, Londres, 1964 (6.• ed.), p. 317 (hay tr. esp.).
21. Odyssee und Argonautika, Berlín, 1921.
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SASON Y MEDEA. EL MITO Y SU TRADICION LITERARIA
podía tener como base el cuento popular del príncipe con sus ser-
vidores fabulosos, así Linceo, los veloces hijos de Bóreas, el sagaz
Tifis, los hijos de Hermes, etc.... podrían haber hecho uso de sus
maravillosas capacidades. Aunque ya Bacon (The voyage of the Ar-
gonauts, p. 88) notaba la poca influencia del equipaje mágico en la
conquista del «toisón», y Radermacher ha discutido la hipótesis de
Meuli con una gran claridad.
IV
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chos detalles. Por otra parte, la princesa que, por amor del extran-
jero, traiciona a su padre, es un elemento especialmente conocido
por otras leyendas griegas : así, la princesa Cometo, que corta la ca-
bellera dorada de su padre Pterclao por amor a Amfitrión (aunque
luego éste la condenará a muerte por parricidio), trama repetida en
la leyenda de Escila, Niso y Minos ; Hipodamía, que traiciona a Enó-
mao en la famosa carerra de carros, por amor a Pélope ; y sobre
todo, como evoca Apolonio, Ariadna, una prima precisamente de
Medea, que salvará a Teseo del Laberinto cretense. Con excepción
de la atlética Hipodamía, las restantes princesas bárbaras acaban
a la postre abandonadas por el héroe respectivo. (La diferencia pue-
de explicarse : Pélope pretende a Hipodamía, mientras que, en los
otros casos, es la princesa quien se inmiscuye en la empresa heroica
como auxiliar en un momento de peligro ; luego el héroe, al liberar-
se de ella, recobra una mayor independencia.) En este final, que
difiere de la boda feliz de nuestros cuentos, puede advertirse una
nota de misoginia, acaso de recelo, contra este tipo de mujer bárbara
y apasionada, que pretende un lugar en el mundo heroico. La prin-
cesa que traiciona a su padre, a su familia y su patria por amor a
un extraño, puede revestir aires de heroína sentimental en una épo-
ca romántica; pero para una mentalidad tradicional, que ve en el
genos el núcleo social básico y en la mujer un elemento sumiso a la
autoridad del padre, esta conducta revolucionaria debe ser violenta-
mente castigada.
Sin embargo, y aquí está lo más conocido y sorprendente de la
historia, el resultado es muy diferente en la separación de Jasón y
Medea. El fin de la leyenda es espectacularmente contrario al habi-
tual. Jasón, que vuelve triunfador a Yolcos, que ha derrotado el
alta mar y los famosos monstruos, que ha vuelto con el tesoro y la
princesa, acaba naufragando entre las manos de esta hechicera Me-
dea, que tiene aires de «mujer fatal». Ya se sabe, después de la em-
presa épica está la trágica muerte del héroe. A Agamenón victorio-
so, le aguarda en Micenas una alfombra de púrpura y el hacha im-
paciente de Clitemestra ; a Heracles, el inconsciente amor de De-
yanira ; a Edipo, el horror de su propia historia. Cuando Pelias mue-
re, Jasón no es nombrado rey de Yolcos ; intenta en vano ser rey
consorte en Corinto; intenta abandonar a Medea y sufre su vengan-
za, que le deja sin corona y sin hijos. Al fin, el héroe errante, aban-
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JASON Y MEDEA. EL MITO Y SU TRADICION LITERARIA
22. P. Diel, Le symbolisme dans la mythologie grecque, París, 1969, 2.. ed., p. 182.
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23. Para estas líneas nos ha servido el art, ya citado de L. Séchan, pp. 235-6, nota 7:
«Según Wilamowitz (Medea) en la primitiva tragedia de Tesalia, en que la imaginación popular
se ha dirigido hacia las cosas del más allá, Jasón debía, por motivos religiosos, en que Pelias no
intervenía, sacar el vellocino de oro de las profundidades de la tierra, Aya, cuyo soberano Aye-
tes equivale a Aidés o Hades, según la etimología de Wackemagel; era ayudado en su empresa
por la hija del rey de las sombras, que luego reconducia la luz. Más tarde, cuando los Infier-
nos, de subterráneos que fueron en un principio, hubieron sido relegados a los confines del
mundo y cuando Tesalia hubo dirigido su atención hacia el mar, la Aya en que Jasón va a con-
quistar el vellocino de oro se convierte en una isla fabulosa situada al fondo de los mares, que,
desde el río de Tesalia, se extiende hacia Oriente. Es la isla del sol levante, y Ayetes, su mo-
narca, es ahora concebido como el hijo de Helios, de quien Medea resulta nieta. Ulteriormente,
en fin, cuando los emigrantes tesalios hubieron introducido la leyenda del vellocino de oro en
Jonja, y cuando los Milesios le dieron su forma definitiva, prestando como meta al navío Argo
la de sus propias exploraciones en el Ponto Euxino, la misteriosa Aya fue la Cólquide, y se sabe
que el carácter cólquico ha permanecido distintivo de Medea en toda su carrera poética (ver
sobre esto Seeliger, ap. Roscher Lex., II, 2, c. 2486)..
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VI
Después del tratamiento dramático del incalificable Eurípides,
Jasón había perdido la partida. El ácido corrosivo de la psicología
se infiltraba en la figura del héroe y lo descomponía. Pero recordé-
mosle como era en sus buenos tiempos. Acudamos a Píndaro (Pít.
IV, 77 ss.): «...Y al pasar el tiempo, llegó con doble lanza un hom-
bre terrible. Por ambos lados le cubría la túnica nacional de los
Magnetos que se ajustaba a sus miembros admirables, y una piel
de pantera le abrigaba contra el escalofrío de la lluvia. Y no había
cortado los bucles espléndidos de su cabellera, sino que flameaban
por toda su espalda. En seguida avanzó directamente mostrando la
intrepidez de su ánimo y se detuvo en medio del ágora entre la
gran muchedumbre. No le conocían. Pero admirándole decíanse
uno a otro : "Desde luego eso no es Apolo ni el esposo de Afrodita,
el del carro de bronce. Y en la brillante isla de Naxos dicen que
ya han muerto los hijos de Ifimedea, Oto y el audaz soberano Epial-
tes. Y a Ticio lo cazó una fecha rauda de Artemis, disparada de su
invencible carcaj, para que cada uno pretenda lo que ama con mo-
deración».
Mientras charlaban así preguntándose mutuamente, con preci-
pitación, sobre su fuerte carro de mulas, llegó Pelias presuroso. Se
pasmó al punto en que vio asombrado el famoso calzado único en
su pie derecho, pero, ocultando en su ánimo su terror, le interpela-
ba: «¿De qué tierras te jactas de ser, oh extranjero?».
La magnífica aparición de Jasón y su modo resuelto de hablar,
muestran el tipo de héroe guerrero y audaz, que reclama el trono
de sus mayores y que va sin titubeos a la lejana empresa de la glo-
ria. El reconocimiento por la sandalia perdida es un elemento fol-
klórico bien conocido. Por la sandalia, símbolo sexual y autoritario,
se reconoce al héroe, que, como dice K. Kérenyi, «tiene un pie en
el otro mundo». Recuerden ustedes a Empédocles que la deja en el
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25. Para otras explicaciones de este detalle de la única sandalia, cf. Radermacher, op. cit.,
p. 185.
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VII
26. Carspecken, «Apollonius Rhodius and the Homeric Epic», Yate Cl. St. XIII, pp. 34-143;
esp. p. 99 y ss. «It is not the presence of human faults which destroys him as hero; it is the
lack of heroic virtues» (p. 102). La belleza poética de los detalles no compensa la falta de em-
puje heroico y de idealismo en el poema (cf. esp. pp. 138-9). Toda esta nueva y plástica belleza
poética de la obra de Apolonio es expresión de un mundo refinado y sensible, pero lejano al
culto heroico de la épica antigua. Cf. L. Gil, «La épica helenística».
En ambos trabajos, el de Carspecken y el de L. Gil, puede verse una bibliografía amplia
sobre este tema del héroe en Apolonio.
Para la confrontación de este héroe refinado con el tipo antiguo, ya un tanto caricaturizado
en Idas, cf. el art. de Fraenkel, •Ein Don Quijote unter den Argonauten des Apollonios», M Y.
1960, 1-20.
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27. C. G. Jung, L'homme a la découverie de son dme, Paris, 1962, p. 292 (hay trad. esp.).
28. En Licofrón, que alude varias veces a la saga, «Jasón llegó a Cita la Libia para cobrar
no sin pena el toisón, después de haber adormecido por su magia un dragón de cuatro fauces»
(vs. 1312 y as.).
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