Psiquiatria Católica

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Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII

Joaquín García-Alandete

I. La Iglesia Católica y la actividad científica

La Iglesia Católica nunca ha sido indiferente al saber y la ciencia pro-


fanos. Muy al contrario, ha mostrado siempre un gran interés en conocer
−y, cuando ha sido el caso, no ha tenido inconveniente en asimilar, con el
debido ajuste a la doctrina−, tanto filosofías paganas −p. ej., el pensamiento
platónico y aristotélico− como los avances de las ciencias naturales, socia-
les y humanas, siempre que pudieran servir para una mejor comprensión,
articulación y exposición de los conocimientos sobre el hombre, el mundo
y la propia doctrina cristiana, en pos del conocimiento de la verdad. Como
enseña Pío XII en su Discurso a los participantes de la XXVIII Sesión del
Instituto Internacional de Estadística (10-09-1953), el conocimiento “con-
siste esencialmente en conducir a la unidad del espíritu la multiplicidad
de lo real; en descubrir, en la complejidad de un término, los elementos
permanentes que explican y hacen evidente su orden y en expresar luego, en
fórmulas sintéticas, las leyes que rigen los hechos” (§4)−.
Más todavía, la Iglesia Católica ha fomentado siempre el saber y la inves-
tigación filosófica y científica a través de la creación de universidades, acade-
mias, sociedades y centros de investigación, así como a través de labores de
conservación y transmisión de la ciencia y, en un sentido más amplio, de la
cultura (p. ej., Riaza, 1999). Por otra parte, la misma fe católica ha estimu-
lado en muchos creyentes en el pasado, lo mismo que sigue impulsando en

Artículo recibido el día 15 de febrero de 2018 y aceptado para su publicación el 16 de


abril de 2018.

Espíritu LXVII (2018) ∙ n.º 156 ∙ 493-517


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el presente y seguirá haciéndolo en los tiempos venideros, el afán por escrutar


y conocer, mediante la reflexión y la investigación empírica, al hombre y la
naturaleza, dando lugar a conocimientos científicos de primer orden −p. ej.,
el astrónomo Nicolás Copérnico, el químico Robert Boyle, el microbiólogo
Louis Pasteur, el genetista Jérôme Lejeune, entre otros muchos−.
Como muestra del aprecio, incluso necesidad, que la Iglesia Católica
siente por la ciencia −la misma necesidad, dicho sea de paso, que la ciencia
tiene de la fe católica si no quiere desfondar y desorientar su conocimien-
to de la naturaleza y del ser humano−, el Concilio Ecuménico Vaticano II
(Concilio Vaticano II) consideró a los científicos “buscadores de la ver-
dad”, “exploradores del hombre, del universo y de la historia”, “peregrinos en
marcha hacia la luz”. Asimismo, los Padres conciliares afirmaban compartir
con los científicos camino como “amigos de vuestra vocación de investiga-
dores, aliados de vuestras fatigas, admiradores de vuestras conquistas y, si es
necesario, consoladores de vuestros desalientos y fracasos” (Concilio Va-
ticano II, 1966, 736s.), toda vez que les exhortaba a continuar buscando
sin cansancio y sin desesperar de la verdad, teniendo claro el deber de pensar
y conocer la realidad sin dejar de lado la luz de la fe “en Aquel “que dijo y
pudo decir: Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino y la verdad y la vida””
(Concilio Vaticano II, 1966, 737).
La verdad filosófica y científica sobre el mundo y el hombre y la verdad
revelada no pueden entrar en contradicción, sino que, más bien, se exigen la
una a la otra para un verdadero y pleno conocimiento de la realidad natural
y humana. Esto sería afirmado por San Juan Pablo II en la Carta encíclica
Fides et Ratio, cuyo párrafo introductorio enseña que fe y razón “son como
las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contempla-
ción de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de
conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo
y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo” (3).
La Carta encíclica añade que el ser humano, por su misma naturaleza, es un
buscador de la verdad −que puede encontrar y reconocer− que dé sentido a
la vida desde la trascendencia (n. 33).
La actividad científica goza de legítima autonomía, sin que ello signifi-
que autosuficiencia en la comprensión y explicación de la realidad, ni inde-
pendencia de la verdad revelada, como si ciencia y fe fueran incompatibles,
como ya señalaba el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gau-
dium et Spes:
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 495

[…] por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas
de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado,
que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología par-
ticular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos
los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente cien-
tífica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria
a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un
mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por
penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como
por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el
ser. (n. 36)

Autonomía de la ciencia no significa ignorar el orden moral y trascen-


dente. Al respecto, San Juan Pablo II advierte en Fides et Ratio sobre el
peligro de olvidar la visión cristiana del mundo y la necesaria relación con la
metafísica y la moral en el conocimiento de la naturaleza y del hombre por
parte de la ciencia, en aras de la mentalidad positivista (n. 45). Más todavía,
el conocimiento científico puede conducir al hombre a la admiración por la
creación, al conocimiento de la verdad sobre ésta y a la experiencia contem-
plativa de Dios creador del mundo y del hombre, con el auxilio de la gracia:

[…] el hombre, entregado a los diferentes estudios de la filosofía, la his-


toria, las matemáticas y las ciencias naturales y ocupado en las artes, puede
contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a los conceptos
más altos de la verdad, el bien y la belleza y al juicio del valor universal, y así
sea iluminada mejor por la maravillosa Sabiduría, que desde siempre estaba
con Dios disponiendo todas las cosas con Él, jugando en el orbe de la tierra
y encontrando sus delicias en estar entre los hijos de los hombres.
Por esto mismo, el espíritu humano, menos esclavo de las cosas, puede ir
más fácilmente al culto mismo y a la contemplación del Creador. Bajo el im-
pulso de la gracia queda dispuesto a reconocer al Verbo de Dios, que antes
de hacerse carne para salvarlo todo y recapitular todo en Él, estaba (ya) en el
mundo como luz verdadera que ilumina a todo hombre (Io I,9-10)51. (n. 57)

51 
Las cursivas, como en el original.
496 Joaquín García-Alandete

II. Necesidad y exigencia del Magisterio de la Iglesia


sobre la ciencia psicológica

Es obvio que el profesional de la psicología debe conocer en profun-


didad su ciencia desde el punto de vista científico-técnico −su historia,
sus conceptos clave, sus modelos teóricos, sus técnicas y recursos para la
investigación y la práctica profesional, etc.−. Además, debe ser consciente
de las concepciones antropológicas que subyacen a los distintos modelos
teóricos de la psicología, las cuales resultan inadecuadas y que, en síntesis
y en conjunto, sostienen una concepción del ser humano meramente na-
turalista, material-mecanicista, puramente inmanente −psicoanálisis, con-
ductismo−, pelagianamente optimista −psicología humanista− o con defi-
ciencias metafísicas sustanciales (p. ej., Echavarría, 2005; Lego, 2010;
Seligmann, 2013).
Ante el déficit metafísico y las aporías antropológicas en que incurre la
psicología moderna, el psicólogo católico debe, además obviamente de ser
crítico, fundamentar sus conocimientos y su praxis psicoterapéutica e in-
vestigadora en una adecuada metafísica, antropología y moral, las cuales
encuentra en el pensamiento católico −esencialmente, en el tomismo−
(Martínez, 2011; Tomás de Aquino, 2011) y, de manera eminente,
en el Magisterio de la Iglesia. Acudir al mismo es para él una necesidad
y una exigencia. Es una necesidad en tanto que, siendo (1) el sujeto de su
saber y su práctica profesional la persona, y (2) su fin terapéutico el bien
del paciente como persona, (3) debe poseer una adecuada concepción de la
misma y saber en qué consiste su bien. Es una exigencia, por cuanto no pue-
de disociar su condición de miembro de la Iglesia y su quehacer profesional
y, en razón de ello, ha de conocer, estimar y ser fiel a su Magisterio. En el
Magisterio de la Iglesia, el psicólogo católico −y el psicólogo no creyente
“de buena voluntad”, podría añadirse− encuentra el fundamento para una
“sana psicología”, a la cual hace referencia el Concilio Vaticano II en el De-
creto Optatam Totius (n. 3 y n. 11) y que puede concebirse como “aquella
psicología que no sólo no entra en contrariedad con las verdades de la fe
y moral, sino que positivamente se funda y se nutre de los principios de la
antropología cristiana” (Verdier, 2014, 87).
De manera particular, el psicólogo católico no puede ignorar en su con-
cepción de la persona y en su práctica psicoterapéutica la naturaleza caída
del hombre, la realidad del pecado y el papel restaurador de la gracia divina,
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 497

pues “no es posible el cumplimiento pleno del orden natural sin su restau-
ración a partir del orden sobrenatural, y por tanto, que es imposible una
terapia sobre la base de un método natural, y menos único, que produzca por sí
misma la salud psíquica sin el auxilio de la gracia, y por tanto de la inserción
en la vida de la comunidad eclesial por parte de la persona en dificultad52”
(Andereggen, 2015, 65). Una psicología meramente naturalista no pue-
de recomponer íntegramente a la persona, pues en la raíz de toda perturba-
ción anímica se halla el pecado. En definitiva, es necesaria una psicología
católica (Cf. Andereggen et al., 2005).

III. El Magisterio de Pío XII sobre la ciencia psicológica

La psicología, como ciencia positiva −considerada como tal desde 1879,


año de fundación del laboratorio de psicología en la universidad de Leipzig
por parte de Wilhem Maximilian Wundt−, no ha sido ajena al Magisterio
pontificio, algo que ha sido puesto de relieve por distintos autores ( J. M.
Aubert, 1988; C. Caffarra, 1988; M. F. Echavarría, 2007; R. Pas-
cual, 2004). P. Verdier (2011) recopiló los documentos del Magisterio
pontificio sobre la psiquiatría y la psicología desde Pío XII hasta el pontifi-
cado de Benedicto XVI −concretamente, hasta el Discurso al Tribunal de la
Rota impartido el 29 de enero de 2009−. Los documentos de Pío XII revi-
sados y comentados en el presente trabajo fueron consultados en esta obra.
De manera particular, deben tenerse en gran consideración los discursos
en los que Pío XII, directa o indirectamente, se dirige a los cultivadores
de la psicología y la psicoterapia, por poderse considerar el sumo pontífice
con el que se abren estos temas en el Magisterio de la Iglesia Católica tras
la fundación de la psicología como ciencia experimental. Según Echavarría
(Echavarría, 2007, 98), el Magisterio de Pío XII sobre la ciencia psico-
lógica es particularmente importante por: (1) dirigirse directamente a los
cultores de la psicología, de manera más concreta de la psicoterapia, (2)
tratar los temas psicológicos sistemáticamente, (3) aportar luz sobre pro-
blemas nucleares de la psicología desde la antropología y la doctrina cató-
licas, basándose fundamentalmente en la doctrina tomista, y (4) valorar
positivamente la ciencia psicológica, toda vez que exhortando a la cautela
en relación con las implicaciones antropológicas y éticas de ciertas teorías

52 
La cursiva, como en el original.
498 Joaquín García-Alandete

y prácticas psicológicas −particularmente el psicoanálisis freudiano, el cual


es contrario a la concepción del hombre y la moral católicas−.
En este trabajo se revisan y comentan sucintamente algunos aspectos
del Magisterio de Pío XII sobre la ciencia psicológica. Concretamente, se
comentan el Discurso a los participantes en el V Congreso Internacional
de Psicoterapia y de Psicología Clínica (1953a; en lo sucesivo, CIPPC), el
Discurso a los participantes de la XXVIII Sesión del Instituto Internacio-
nal de Estadística (1953b; en lo sucesivo, IIE) y el Discurso a los partici-
pantes en el XIII Congreso Internacional de Psicología Aplicada (1958a;
en lo sucesivo, CIPA).
La selección de estos documentos obedece a que, bien de manera directa
tratan sobre la psicología y la psiquiatría −CIPPC y CIPA−, bien tienen
especial significación en relación con la naturaleza y objetivos del presente
trabajo −es el caso de IIE−: que el psicólogo, particularmente el psicólogo
católico, conozca el Magisterio de la Iglesia sobre su ciencia, de manera que
su concepción del paciente como persona −imagen y semejanza de Dios,
compuesto sustancial de cuerpo material y alma espiritual, libre y responsa-
ble, intrínsecamente valiosa, con vocación a la santidad y a la Vida Eterna,
cuya naturaleza herida por el pecado ha sido redimida por Nuestro Señor
Jesucristo− redunde en una adecuada práctica psicoterapéutica −el bien de
la persona en sentido integral, la práctica de las virtudes, la educación del
carácter, la metanoia−, así como en una práctica investigadora éticamente
correcta.
La exposición de los comentarios no se estructura siguiendo un orden
cronológico, sino atendiendo a la temática de los documentos: primero se
comentan CIPPC y CIPA, y posteriormente IIE. Pío XII se dirige directa-
mente a los psicólogos, particularmente a los psicoterapeutas, en IPPC y en
CIPA. Si bien estos documentos han sido comentados en trabajos previos,
como se ha indicado más arriba, se pretende sumar reflexiones que puedan
ser de interés y proyectar el Magisterio de Pío XII sobre la psicología y la
psicoterapia más allá de las fuentes eclesiásticas.
A los documentos pontificios indicados se suman aportes de los discur-
sos a los participantes en el I Congreso Internacional de Histopatología
del Sistema Nervioso (1952; en lo sucesivo, CIHSN), en el Encuentro Na-
cional de Enfermeras Profesionales y su Misión en el Campo de la Neu-
ropsiquiatría (1953c; en lo sucesivo, ENEP) y al Collegium Internationale
Neuro-Psycho-Pharmacologicum (1958b; en lo sucesivo, CINPP).
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IV. Discurso a los participantes en el V Congreso Internacional


de Psicoterapia y de Psicología Clínica (13 de abril de 1953)

En este discurso, toda vez que Pío XII reconoce la importancia y la auto-
nomía de la investigación psicológica, advierte que es necesario que en ésta,
tanto a nivel teórico como práctico, no se ignoren “las verdades establecidas
por la razón y por la fe, ni los preceptos obligatorios de la moral” (n. 2).
Asimismo, tiene como objetivo fundamental nada más y nada menos que,
tomando como referencia lo que enseñó en CIHSN, “indicar la actitud
fundamental que se le impone al psicólogo y al psicoterapeuta cristianos”
(n. 3), la cual queda sintetizada en que “la psicoterapia y la psicología clí-
nica deben considerar siempre al hombre: 1) como unidad y totalidad psí-
quica; 2) como unidad estructurada en sí misma; 3) como unidad social; 4)
como unidad trascendente, es decir, con tendencia hacia Dios” (n. 3). Estas
notas de la persona las recordará el pontífice en su discurso a las enfermeras
profesionales reunidas con motivo de su encuentro nacional el 30 de sep-
tiembre de 1953 (ENEP, §9).

IV.1. El hombre como unidad psíquica

La persona es un todo unitario en el que las “facultades y funciones psí-


quicas se encuadran en el conjunto de la persona como ser espiritual y se
subordinan a su finalidad” (n. 4). Todas y cada una de las “partes” de este
todo están orientadas al fin de la totalidad, siendo el alma lo que constituye
principalmente a la persona y fuente de la vida, centro de la dinámica psico-
lógica y gobernadora de todas sus energías. Considerando esto, la psicolo-
gía no puede pretender explicar el todo por una de sus partes, incurriendo
en un reduccionismo −psicologista− que alteraría la visión de la auténtica
naturaleza humana y el trato que a las personas debería dispensarse. Por
otra parte, es el alma espiritual, razón y voluntad, la que ha de gobernar las
facultades y energías psicológicas, y no al contrario (n. 5). Por tanto: tota-
lidad de la persona humana en la diversidad de sus potencias y funciones,
y primacía del alma espiritual. No se puede reducir la totalidad a ninguna
de sus partes, ni tampoco confundir el orden jerárquico en la estructura
ontológica de la persona. Podríamos decir, en relación con esto, por ejem-
plo, que la psicología contemporánea ofrece una visión fragmentada de la
actividad cognoscitiva del alma: nos habla de procesos perceptivos y aten-
500 Joaquín García-Alandete

cionales, mnemónicos y de aprendizaje, del lenguaje y del pensamiento, de


las emociones y la motivación, pero no ofrece −y no puede hacerlo, porque
es cuestión metafísica y no meramente psicológica: “lo psíquico pertenece
también al dominio de lo ontológico y de lo metafísico” (n. 7)− una res-
puesta adecuada a la pregunta sobre qué sea conocer la realidad. Por otra
parte, el documento pontificio señala que hay que aceptar que la persona es
un ser libre que siempre puede decidir: “autonomía de la voluntad” versus
“heteronomía del dinamismo instintivo”. Su autonomía no puede quedar
en entredicho restando responsabilidad a sus elecciones personales, incluso
en caso de padecer un trastorno mental. Al respecto, enseña el sumo pon-
tífice:

[…] no se pretenderá que las perturbaciones psíquicas y las enfermeda-


des que impiden el funcionamiento normal del psiquismo sean el estado
habitual. El combate moral para permanecer en el recto camino no prueba
la imposibilidad de seguirlo y no autoriza a retroceder. (n. 6)

Esto debe ser entendido en clave positiva: a la persona no se le puede


negar, en virtud de su dignidad, la capacidad y la posibilidad de elegir y
tomar las riendas de su destino y su vida, ni siquiera cuando padece un
trastorno mental. Por otra parte, ello es coherente con la idea de que lo
moral es superior a lo meramente psíquico. En relación con estas ideas, Pío
XII enseña en CINPP que el paciente es ante todo persona y, como tal,
“responsable de sus actos, comprometido en un destino que debe cumplir,
permaneciendo fiel a su conciencia y a Dios” (§12), y frente a quien el tera-
peuta ha de adoptar “una actitud de estima, consideración y respeto” (§14),
pues su intrínseca dignidad descansa en el hecho de ser imagen y semejanza
de Dios (§15).

IV.2. El hombre como unidad estructurada

El origen de la ley en virtud de la cual la persona es un todo unitario


ordenado a un fin es ontológico y, por tanto, metafísico, no meramente psi-
cológico y personal, y esto último pertenece −como se señaló más arriba− a
aquel dominio. Cada persona, como existente, participa de la esencia del
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 501

ser humano, responde a una naturaleza humana, a un “modo humano de


ser”: la esencia precede a la existencia −contrariamente a lo afirmado por el
existencialismo more sartreano−. La psicología no puede, por tanto, dejar
de lado la ley natural al explicar los fenómenos psicológicos y comporta-
mentales, a la hora de explicar sus desórdenes ni a la hora de aplicar reme-
dios para actuar sobre éstos. En relación con ello, “sería erróneo fijar para la
vida real normas que se apartaran de la moral natural y cristiana y a las que
se llamara de buen grado con la palabra “ética personalista”; ésta, sin duda,
recibiría de aquélla una cierta orientación, pero no supondría en igual me-
dida una estricta obligación. La ley de estructura del hombre concreto no
está por inventar, sino por aplicar” (n. 7).

IV.3. El hombre como unidad social

El hombre es, además de una realidad personal, una realidad social, que
está en contacto y entabla comunicación con otros. Por lo que atañe a la psi-
cología, particularmente a la psicoterapia, debe procederse con suma cau-
tela ante el hecho de que el paciente revele secretos personales y dinámicas
afectivas, con el fin de no llevar a cabo interpretaciones incorrectas y que
puedan, incluso, tener efectos bien morales −intromisión en la intimidad
espiritual− o iatrógenos −provocar en el paciente pensamientos y/o afectos
negativos innecesarios, escrúpulos, obsesiones, etc.−. Esto parece particu-
larmente importante en el caso de terapias que podríamos denominar “in-
vasivas de la intimidad espiritual personal”, como es el caso del psicoanálisis
−con el que el sumo pontífice es particularmente crítico−, al que Pío XII
hace explícita referencia en el documento: “Respecto a la moralidad, y al
bien común, en primer lugar, nunca se ponderará bastante el principio de la
discreción en la utilización del psicoanálisis. Se trata, evidentemente, ante
todo, no ya de la discreción del psicoanalista, sino de la del paciente, el cual
muchas veces no tiene en modo alguno derecho a disponer de sus secretos”
(n. 13).
Se advierte que la discreción no es norma sólo para el psicoterapeuta,
sino que lo es también para el paciente. ¿Qué hacer en el caso de que el
paciente no sepa discernir qué aspectos de su persona o vivencias han de
mantenerse “ocultas a ojos ajenos”, y cuándo pueden ser reveladas? En tales
casos debe ser el terapeuta el que, con recto juicio moral, preparación y sen-
502 Joaquín García-Alandete

sibilidad para el “cuidado médico de almas” (Allers, 1961), discierna los


límites de las revelaciones personales en la psicoterapia. Es claro, por tanto,
que no vale cualquier psicoterapeuta, ni la sola formación en técnicas de
intervención. Es cierto que mucho se ha avanzado en la puesta en claro de
las habilidades que ha de poseer un buen terapeuta −habilidades o compe-
tencias terapéuticas−, pero su conocimiento y práctica no son suficientes,
ya que hay aspectos de la persona que no se prestan meramente a un trato
auténtico, acogedor, de aceptación incondicional, sino que exigen en el te-
rapeuta, además, un profundo y adecuado conocimiento de la naturaleza
humana y una conciencia moral bien formada.

IV.4. El hombre como unidad trascendente

Esta unidad de dimensiones jerárquicas −ontológica, moral, psicológi-


ca− que es la persona está esencialmente abierta y orientada a la trascenden-
cia, a la experiencia de Dios. Aunque el estudio psicológico de esta apertura
y orientación a la trascendencia es absolutamente legítimo (n. 16), no puede
ser reducida a una mera experiencia o dinamismo psicológico, lo cual sería
un reduccionismo psicologizante de la religiosidad −menos todavía puede
ser reducida a un fenómeno psicopatológico− (Cf. García-Alandete,
2003), ni “inconciliable con la fe o con la razón” (n. 16). Debe reconocer-
se, por el contrario, que la experiencia religiosa, tanto a nivel social como
personal, está fundada en la revelación natural y positiva. Por ello mismo,
la psicología ha de ser muy cuidadosa en las explicaciones que ofrezca de
la experiencia religiosa y espiritual de la persona humana, cuidando parti-
cularmente de no incurrir en una reducción psicopatológica de la misma.
Además de ello, la psicología ha de considerar que, ante el fenómeno reli-
gioso, hay aspectos que no le competen, al menos en exclusiva, como son
los conflictos de conciencia y la culpabilidad, incluso cuando éstas se expre-
san en términos de “perturbación psicológica” (n. 17).
¿Cuántos problemas de este tipo se hallan a la base de trastornos
psicológicos y comportamentales? El psicoterapeuta deberá discriminar
cuándo se halla ante un problema mental, ante un problema moral y/o ante
un problema religioso, con el fin de derivar oportunamente al paciente. A
veces lo que se necesita no es un psicólogo, sino un director espiritual. Ade-
más de la ayuda psicológica, por añadidura, es necesario que el psicólogo
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 503

católico considere que, además de la ayuda psicoterapéutica, ante cuestio-


nes objetivas de culpa es necesario orientar a la ayuda de los Sacramentos,
particularmente el Sacramento de la Penitencia (Cf. Seligmann, 2014),
mediante el cual el penitente obtiene la absolución de sus pecados. Más allá
de la culpabilidad psicológica o subjetiva hay una culpa objetiva que des-
borda las posibilidades de la psicoterapia. Al igual que el psicoterapeuta no
puede erigirse en juez moral de las acciones del paciente, tampoco puede el
psicoterapeuta exonerarle de la culpa objetiva ni, menos todavía, oficiar de
dispensador de la gracia, lo cual sólo corresponde al sacerdote. Al igual que
en ocasiones el sacerdote derivará al psicoterapeuta, tras un prudente juicio
sobre la problemática que presenta el penitente, el psicoterapeuta −se en-
tiende que aquel que cree en la Iglesia Católica y, por tanto, en la eficacia de
sus sacramentos− tendrá que derivar a los servicios de un sacerdote, único
administrador de la gracia divina −sanadora de la totalidad de la persona,
como ha enseñado recientemente el Papa Francisco en su alocución duran-
te el rezo del Ángelus en la Jornada Mundial del Enfermo (11-02-2018):
Jesucristo es “verdadero médico del cuerpo y del alma”−.
Tampoco puede el psicoterapeuta, bajo ningún concepto, seguir nin-
guna técnica, ofrecer ningún consejo ni proponer ninguna conducta al
paciente que suponga la comisión de pecado material (n. 19). En relación
con esto último −los límites de la psicoterapia− es aplicable la enseñanza
del sumo pontífice en CIHSN, en el cual enseña que la frontera moral en
el empleo de procedimientos y métodos en aras del bien del paciente “es
la que está fijada por el juicio de la sana razón, la que está trazada por las
exigencias de la ley moral natural, que se deduce de la teleología natural
inscrita en los seres y de la escala de valores expresada por la naturaleza de
las cosas” (n. 16).
En síntesis, Pío XII reconoce la bondad de la psicología y la psicotera-
pia, si bien las vincula esencialmente a la naturaleza unitaria de la persona
humana, en la que el alma espiritual ocupa el lugar principal desde el punto
de vista ontológico, moral y psicológico, como ser de intimidad y abierto y
orientado a la trascendencia. A la vez, advierte a la psicología y a la psico-
terapia de ciertos límites que no pueden ser traspasados, tanto en relación
con la verdad y la dignidad de la persona como en relación con la fe y la
moral católicas. En relación con esto último, señala la psicoterapeuta Mer-
cedes Palet:
504 Joaquín García-Alandete

El psicólogo católico, en tanto que hijo de la Iglesia, recibe las enseñan-


zas del Magisterio como “camino de vida y de verdad”. Y, en cuanto que
hijo fiel de la Iglesia, “tiene el derecho [CIC can. 213] de ser instruido en
los preceptos divinos salvíficos que purifican el juicio y, con la gracia, sanan
la razón humana herida. Tiene el deber de observar las constituciones y los
decretos promulgados por la autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean
disciplinares, estas determinaciones requieren la docilidad en la caridad.
(Palet, 2007, 88)

V. Discurso a los participantes en el XIII Congreso Internacional


de Psicología Aplicada (10 de abril de 1958)

Este documento de Pío XII trata fundamentalmente de cuestiones


deontológicas en el desempeño profesional de la psicología. El sumo pontí-
fice responde a dos cuestiones: sobre el uso de tests psicológicos, “por me-
dio de los cuales se llega hasta auscultar sin escrúpulo las profundidades
íntimas del alma”, y sobre “la responsabilidad moral del psicólogo, el de la
extensión y límites de sus derechos y sus deberes en el empleo de los mé-
todos científicos, ya se trate de investigaciones teóricas, ya de aplicaciones
prácticas” (n. 1). Estos dos temas van a ser tratados por el sumo pontífice,
si bien entendiéndolos dentro de un contexto mayor: el de la moralidad y
la religiosidad de la personalidad humana. En relación con ello, desarrolla
tres puntos: (1) la definición de la persona humana desde el punto de vista
psicológico y moral, (2) las obligaciones morales del psicólogo respecto a
la personalidad humana, y (3) los principios morales fundamentales que
atañen a la personalidad humana en psicología.

V.1. Definición de persona humana desde el punto de vista psicológico


y moral

La persona es una “unidad psicosomática determinada y gobernada por el


alma” (n. 3), en la que lo moral, lo religioso y lo psicológico están engarzados
formando una unidad. La nota de unidad ya queda explicada en IPPC y no
requiere de más especificaciones. La nota de psicosomaticidad implica que
entre el cuerpo y el espíritu hay una intercomunicación tal que uno y otro
se afectan mutuamente –además, es obvio que remite a la doctrina hile-
mórfica aristotélico-tomista de la persona–. La nota de determinación y
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 505

gobierno por el alma significa que el yo personal “se posee y dispone de sí


mismo” (n. 3), es un yo común a todas las funciones y fenómenos psicológi-
cos y permanece estable: cambian las experiencias, pensamientos, actitudes,
afectos, etc., pero el yo sustancial permanece siendo el mismo. Un yo que
“como signo propio de la personalidad proviene, en última instancia, del
alma espiritual, se la define como “determinada por el alma”, y puesto que no
se trata de un proceso ocasional, sino continuo se añade: “gobernada por el
alma”” (n. 3). La persona, como ser espiritual, se encarna individualmente y
su personalidad tiene una serie de rasgos –que meramente enumeramos en
aras de la brevedad–, que deben ser de consideración para la ciencia psico-
lógica, tanto en relación con el paciente como del terapeuta: obra total de
Dios Creador, imagen y semejanza Suya e hijo Suyo en Cristo; posibilidad
de perfección natural según el plan divino mediante la observancia de nor-
mas morales objetivas –“como las de la deontología médica, que se imponen
a su inteligencia y a su voluntad y que le son dictadas por su conciencia y por
la revelación” (n. 4, b)–; libertad y responsabilidad personal en relación con
reglas morales objetivas.
Sí parece conveniente, por su importancia y en relación con este último
rasgo, explicitar que Pío XII exhorta a que se consideren los siguientes prin-
cipios relativos a las personas desde el punto de visto psicológico y terapéu-
tico −y deben ser reflexionados y llevados al terreno teórico y práctico con
seriedad y rigor−: (1) toda persona ha de ser considerada normal mientras
nada indique lo contrario −esto afecta a los criterios y definición de nor-
malidad, trastorno mental, disfunción, desorden, salud mental y similares,
propios de la ciencia psicológica−; (2) la persona normal es libre −por tanto,
moralmente responsable−; (3) la persona normal puede vencer las dificul-
tades que se oponen a que observe la ley moral −por tanto, es moralmente
competente−; (4) las circunstancias mentales anormales no siempre son in-
superables y no siempre impiden obrar con libertad −un trastorno mental
no exime, necesariamente y a priori al menos, de la responsabilidad moral−;
(5) se pueden dominar incluso los dinamismos inconscientes −conciencia,
libertad y responsabilidad son notas dominantes frente a lo inconsciente, de-
terminístico y mecánico, lo cual implica imputabilidad de los actos−; y (6) la
persona normal es normalmente responsable de sus actos −lo cual implica la
imputabilidad de sus consecuencias−. Estos seis principios sobre la persona
apelan directamente al papel de la conciencia, la libertad y la responsabili-
dad en el discernir, elegir y obrar personales, toda vez que se entiende que
506 Joaquín García-Alandete

estas notas no son meramente psicológicas, sino, en grado eminente, de


índole moral. A todo ello añade el sumo pontífice que la comprensión de
la personalidad implica la dimensión escatológica: las disposiciones que el
alma adquiere durante su existencia terrena quedan fijadas y, si bien esto es
secundario para la ciencia psicológica −pues por su naturaleza de ciencia
empírico-natural se ocupa de las realidades terrenas−, en cuanto “se ocupa
de estructuras psíquicas y actos que de ellas proceden y que contribuyen a
la elaboración final de la personalidad, el destino de ésta no debería serle
indiferente” (n. 4, d). Este apartado finaliza con unas observaciones sobre
(1) la inclusión de los individuos en grupos; (2) la personalidad, el carácter y
su relación con los valores y las normas morales, que incluyen la deontología
profesional; y (3) la superficialidad e inestabilidad de cierto tipo de perso-
nalidades, particularmente importante en el orden de los valores, y la tarea
de educadora del carácter que la psicología puede desempeñar. En relación
con esto último, puede señalarse la importante contribución del psiquiatra
católico vienés Rudolf Allers (1943), para quien la psicología ha de cumplir
un papel de educadora del carácter, al cual se hallan íntimamente vinculados
los valores, la verdad y la revelación. Echavarría ofrece una síntesis de las
ideas de Allers al respecto:

Para Allers el carácter se comprende en relación a los valores. El carácter


se desarrolla correctamente cuando el orden subjetivo de preferencia de los
valores, se adecua al orden objetivo de los valores. Los valores constituyen
un orden jerárquico en cuya cima está el Summum Bonum, que es a la vez
el máximo en la escala del ser. Educar el carácter implica el reconocimiento
de la verdad de las cosas, una verdad que en su integralidad implica también
la revelación.53 (Echavarría, 2013, 425).

V.2. Obligaciones morales del psicólogo respecto a la personalidad humana

Este punto trata, obviamente, de cuestiones deontológicas, respecto a las


cuales se abordan dos aspectos: (1) la licitud de ciertas técnicas psicológicas
y (2) principios religiosos y morales fundamentales tanto para el psicólogo
como para el paciente. Con respecto al primer aspecto, se aprueba y recono-
ce la utilidad de los tests psicológicos, si bien se exhorta a ser cauteloso con
53 
Las cursivas, como en el original.
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 507

el fin de penetrar indebidamente en la intimidad de la persona, pudiendo


incluso ocasionarse efectos iatrógenos (n. 5). En cuanto al segundo aspecto,
se consideran varios asuntos: el interés de la ciencia y la importancia de la
psicología (n. 6), el consentimiento del paciente (n. 7), el altruismo heroico
(n. 8) y el interés general y la intervención de los poderes públicos (n. 9).
Con respecto al interés de la ciencia y la importancia de la psicología, se
considera necesario atenerse a normas morales y trascendentales, ya que lo
más importante no es la ciencia psicológica per se, sino la persona humana
y, en virtud de su dignidad, atenerse a valores morales. Con respecto al con-
sentimiento del paciente, es un derecho del mismo consentir o no en que
se adentre en su intimidad, sin tener que asumir intromisiones indebidas
en la misma; en relación con ello, la psicología ha avanzado positivamente
incluyendo, tanto en los protocolos de investigación como en los de inter-
vención, el consentimiento informado por parte del paciente; no obstante,
tanto el psicólogo que se dedica a tareas de investigación como el terapeuta
deben examinar cuándo, incluso con el consentimiento informado por par-
te del participante/paciente, pueden estar incurriendo en una violación de
la intimidad con preguntas o procedimientos intrusivos en ámbitos perso-
nales que nunca y de ninguna manera deben quedar “a la vista ajena”. Con
respecto al altruismo heroico, los fines de la investigación y la práctica psi-
cológicas, por muy loables que sean, no justifican el uso de cualquier medio
−p. ej., prescribir actos intrinsece malum, contrarios a la moral semper et per
semper−. Con respecto al interés general y la intervención de los poderes
públicos, es obvio que la investigación psicológica puede proveer a la socie-
dad de conocimientos teóricos y prácticos de gran utilidad pública, pero de
ninguna manera el interés social puede suponer el uso de procedimientos
inmorales, que atenten contra la dignidad de las personas −p. ej., tortura
psicológica para obtener información, incluso cuando se trate de terroristas,
exigencia de valoraciones psicológicas por parte del Estado en virtud de in-
tereses políticos, entre otros−.

V.3. Principios morales fundamentales que atañen a la personalidad


humana en psicología

En el documento pontificio sólo se tratan las acciones contrarias a la mo-


ral, bien porque lo son intrínsecamente, bien porque se convierten en tales
508 Joaquín García-Alandete

según las circunstancias. Así, se distinguen tres tipos de acciones inmora-


les: (1) en sí mismas, (2) por falta de derecho del agente y (3) a causa del
peligro al que exponen sin que haya motivo proporcionado. En cuanto a
las acciones inmorales en sí mismas, tanto el uso de tests como de proce-
dimientos psicológicos que supongan violentar esencialmente una norma
moral deben ser rechazados absolutamente. En cuanto a las acciones inmo-
rales por falta de derecho del agente, son aquellas acciones para las que no
se ha adquirido derecho, pero que son moralmente legítimas si tal derecho
se adquiere −p. ej., mediante consentimiento informado−; si se cumplen
determinadas condiciones, el psicólogo puede realizar determinadas accio-
nes. En cuanto a las acciones inmorales a causa del peligro al que exponen
sin motivo proporcionado, el peligro no necesariamente ha de ser físico,
sino que puede ser también moral −p. ej., el honor y buen nombre del pa-
ciente−, pero se puede considerar legítimo moralmente asumirlo −p. ej.,
prescribir el ingreso en una unidad hospitalaria de salud mental, aun cuan-
do vaya a ser de conocimiento de los conocidos del paciente, pudiendo
afectar a su reputación o imagen social− cuando el efecto que se sigue está
proporcionalmente justificado, en relación con el bien amenazado −p. ej.,
la salud mental− y la proximidad del peligro amenazador −p. ej., la posibili-
dad de cometer suicido o matar a alguien−. Estas normas son de naturaleza
moral, advierte el sumo pontífice. El discurso finaliza con una exhortación
a los psicólogos, a quienes se exige:

[…] no sólo un conocimiento teórico de las normas abstractas, sino un


sentido moral profundo, meditado, largamente formado por una constan-
te fidelidad a su conciencia. El psicólogo realmente deseoso de no buscar
más que el bien de su paciente se mostrará tanto más celoso en respetar los
límites fijados a su acción por la moral en cuanto que tiene, por así decirlo,
en sus manos las facultades psíquicas de un hombre, su capacidad de obrar
libremente, de realizar valores más altos incluidos en su destino personal y
en su vocación social. (n. 11)

Algunas de las cuestiones tratadas en este documento pueden encon-


trarse en otros documentos de Pío XII. Así, por ejemplo, en CIHSN afir-
ma, adoptando un punto de vista fundamentalmente moral, que:
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 509

[…] para librarse de represiones, inhibiciones, complejos psicológicos, el


hombre no es libre de despertar en sí, con fines terapéuticos, todos y cada
uno de estos apetitos de la esfera sexual que se agitan o se han agitado en su
ser y mueven sus aguas impuras en su inconsciente o su subconsciente. No
puede hacer de ellos el objeto de sus representaciones o de sus deseos plena-
mente conscientes, con todas las conmociones y las repercusiones que entra-
ña tal conducta. Para el hombre y el cristiano existe una ley de integridad y de
pureza personal, de estima personal de sí mismo, que prohíbe sumergirse tan
totalmente en el mundo de las representaciones y de las tendencias sexuales.
El “interés médico y psicoterapéutico del paciente” encuentra aquí un límite
moral. No se ha probado, y es inexacto, que el método pansexual de ciertas
escuelas de psicoanálisis sea una parte integrante indispensable de toda psi-
coterapia seria y digna de este nombre; que el hecho de haber en el pasado
olvidado este método haya causado grave perjuicios psíquicos, errores en la
doctrina y en las aplicaciones en la educación, en la psicoterapia y no menos
en la pastoral; que sea urgente colmar esta laguna e iniciar a todos aquellos
que se ocupan de las cuestiones psíquicas en las ideas directrices y aun, si es
preciso, en el manejo práctico de esta técnica de la sexualidad. (n. 14)
[…] valdría más, en el dominio de la vida instintiva, conceder más aten-
ción a los tratamientos indirectos y a la acción del psiquismo consciente so-
bre el conjunto de la actividad imaginativa y afectiva. Esta técnica evita las
desviaciones señaladas. Ella tiende a esclarecer, curar y dirigir; así ejerce una
influencia sobre la dinámica de la sexualidad, sobre la que tanto se insiste, y
que debe encontrarse, e incluso realmente se encuentra, en el inconsciente
o el subconsciente. (n. 15)

En CIHSN afirma también que ni el progreso de la ciencia, ni el bien


del paciente, ni el bien común de la sociedad son criterios suficientes, ni
considerados independientemente ni en su conjunto, para rebasar el límite
de lo aceptable en virtud de principios morales objetivos de validez y vigen-
cia perenne −algo que recordará el sumo pontífice en CINPP, §16−. Prin-
cipios que, lejos de dificultar o frenar la investigación y la práctica científica,
también la del psicólogo:

[…] obligan a la marea impetuosa del pensamiento y del querer huma-


nos a deslizarse, como el agua de las montañas, por un lecho determinado;
510 Joaquín García-Alandete

la contienen para acrecentar su eficacia y utilidad; le sirven de dique para


que no desborde y no cause estragos, que no podrían jamás ser recompen-
sados por el bien aparente que persiguen. De hecho, ellas aportan su con-
tribución a lo que el hombre ha producido de mejor y de más bello para la
ciencia, para el individuo, para la comunidad. (n. 33)

En relación con lo expuesto puede añadirse que, como es obvio, se espera


del psicólogo que esté altamente cualificado, teórica y técnicamente, para el
ejercicio de su profesión. Esto exige una formación académica de alto nivel
y rigor científico, lo mismo que una formación permanente tras los años de
estudios universitarios. Y esto, a su vez, exige facultades de psicología, parti-
cularmente en las universidades católicas, fuertemente comprometidas con
una formación de calidad integral, lo cual implica la selección, formación y
compromiso tanto de su profesorado como de sus estudiantes en función
de su capacidad, esfuerzo, rendimiento previsto y adhesión a la fe y doc-
trina católicas −o, en su defecto, absoluto respeto por ellas y compromiso
de formación como psicólogo asumiéndolas como parte de su formación
en una universidad católica que no puede meramente conformarse con las
circunstancias intelectuales de cada época (Cf. Andereggen, 2014)−. Di-
cho sea de paso, esto será posible en la medida en que la ciencia armonice
con las verdades de la doctrina católica, y ello implicaría, entre otras cosas y
siguiendo a Benedicto XVI, tener siempre presente, como faro y guía en el
estudio, enseñanza e investigación en cualquier disciplina, en una universi-
dad católica, las enseñanzas de Santo Tomás, junto a las de los Padres de la
Iglesia y grandes místicos, como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz,
San Ignacio de Loyola y Santa Teresita del Niño Jesús, entre otros:

La universidad católica es un gran laboratorio en el cual, según las di-


versas disciplinas, se elaboran siempre nuevos recorridos de investigación
en una confrontación estimulante entre fe y razón, que intenta recuperar la
síntesis armónica alcanzada por Santo Tomás y los otros grandes del pensa-
miento cristiano una síntesis cuestionada lamentablemente por corrientes
importantes de la filosofía moderna. (Benedicto XVI, 2005, 3)

Junto a lo señalado, el psicólogo, particularmente el católico, ha de ca-


racterizarse por un profundo sentido moral, formado en conciencia rec-
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 511

tamente, a la escucha de las enseñanzas de la Iglesia, tanto en el ámbito


estrictamente moral como escatológico, orientado siempre al bien de las
almas que por su profesión se le confían como recto cumplimiento de sus
obligaciones. A ello habrá que sumar un profundo sentido de la compasión
hacia las personas con problemas mentales, con lo que el psicólogo católico,
amén de usar técnicas y procedimientos psicoterapéuticos con pericia, ha
de aportar consuelo al alma sufriente del paciente −en el caso de que sea
católico, además de propiciar la salud mental, “el sustraer un espíritu a la
demencia, previniéndolo o curándolo, es ganarlo inicialmente para Cristo,
pues se le pone en la posibilidad de volver a ser, de miembro atrofiado e
inerte, miembro consciente y activo de su Cuerpo Místico” (ENEP, §8)−.
Asimismo, Pío XII expresa un alto y sublime deseo en relación con la
profesión del psicólogo, que es el de que sus conocimientos “penetren cada
vez más en la complejidad de la persona humana, la ayuden a remediar sus
deficiencias y a responder más fielmente a los sublimes designios que Dios,
su Creador y su Redentor, ha formado para ella y le propone como ideal”
(n. 11). La vocación del psicólogo, a la luz del texto pontificio, no puede ser
más sublime: ayudar a la persona en su proceso de crecimiento y madura-
ción en términos de santidad, de vida en plenitud, de realización de todo su
potencial como imagen y semejanza de Dios mismo, hijo Suyo y llamado a
ser perfecto como Él lo es (Mt 5,48). Es algo que el pontífice indicará cla-
ramente en ENEP, al afirmar que “la perfección, el equilibrio y la armonía
del espíritu humano tienen su plenitud, acá abajo, en la tendencia hacia
Dios” (§9). También, por supuesto, en el caso de la persona diagnosticada
con una enfermedad mental. A su vez, esto exige serenidad, templanza de
carácter y equilibro espiritual y psicológico en la persona del profesional
de la psicoterapia −algo que la formación académica no da de suyo y exige
un trabajo personal más allá de lo académico, enraizado en una profunda
espiritualidad y forja del carácter mediante el cultivo de las virtudes−.
No bastan, pues, los conocimientos de la ciencia psicológica. Es necesa-
rio armonizarlos con una adecuada antropología trascendente −inclusive
en clave teológica: una adecuada antropología teológica− y una adecuada
formación moral, con la luz que a la razón aporta la fe −porque la perso-
na humana no se entiende cabalmente sin su necesaria referencia a Dios−.
Adecuadas antropología trascendente, formación moral e iluminación de
la razón que sólo la doctrina católica puede ofrecer, tanto a través del Ma-
gisterio como de sus autores más eminentes, como lo es en grado sumo el ya
512 Joaquín García-Alandete

citado Santo Tomás de Aquino (Cf. p. ej., R. Allers, 2016; I. Andere-


ggen, 1999; I. Andereggen et al., 2007; I. Andereggen - Z. Selig-
mann, 1999, 2005; F. Canals, 2004; L. H. Cavalcanti, 2011; M. F.
Echavarría, 2005, 2008, 2009, 2010, 2016).

VI. Discurso a los participantes de la XXVIII Sesión


del Instituto Internacional de Estadística (10 de septiembre de 1953)

El Magisterio de Pío XII incluye valiosas consideraciones sobre la es-


tadística, instrumento esencial para la investigación psicológica y ciencia
aparentemente lejana de las observaciones morales. En IIE, concretamen-
te, advierte que su aplicación “al examen de las cuestiones económicas y
sociales [puede añadirse: psicológicas] implica mucho más que una mera
habilidad matemática; requiere también el conocimiento del hombre, de su
naturaleza espiritual y de sus reflejos psicológicos” (§9), pues los datos que
maneja no dejan de estar condicionados por “el libre arbitrio del hombre
y sus sentimientos” (Ibid. ant.) y hay que considerar que “la ‘ley del gran
número’ nada demuestra contra la libertad de la voluntad del individuo”
(§10).
Centrándose en el papel de la estadística en la ciencia psicológica, el
sumo pontífice destaca que sirve para visibilizar “situaciones que podrían
pasar inadvertidas hasta a un buen observador” (§11), tales como miserias
humanas y sociales, toda vez que “nos revela mejor la faz del individuo”
(Ibid. ant.) y puede contribuir a “una mejora importante en las condiciones
de su vida material e intelectual” (§13). Asimismo, advierte que la com-
petencia estadística y la calidad de los procedimientos no son suficientes
por sí solos, sino que han de ir necesariamente acompañados de amor a la
verdad, rectitud de conciencia, rechazo de todo compromiso espúreo y dis-
tinción entre los datos y las consecuencias deducibles de los mismos (§14).
A la luz de la enseñanza de Pío XII, puede señalarse que la estadística
−que en relación con otras ciencias, como la psicología, desempeña una fun-
ción metodológica, no sustancial− puede cumplir un importante papel que
redunde en el bien de las personas y en el bien común −p. ej., coadyuvan-
do a conocer el status quaestionis de situaciones y problemáticas psicoso-
ciológicas, tales como la varianza explicada de riesgo suicida en personas
que padecen depresión, o aportando datos para evidenciar la eficacia de
determinada psicoterapia, entre otros−. Asimismo, las palabras del pontí-
Psicología y Psicoterapia en el Magisterio de Pío XII 513

fice exhortando a que el desempeño en los análisis estadísticos deben fun-


damentarse en el amor a la verdad −no al interés−, la recta conciencia y en
la orientación al bien, suscitan la reflexión, desde un punto de vista deon-
tológico de la práctica investigadora en psicología, de que los datos no de-
ben ser manipulados de ninguna manera −p. ej., duplicando o inventando
datos en archivos SPSS, o inventando resultados de análisis estadísticos−,
con el fin de obtener espúreamente resultados beneficiosos en relación con
objetivos personales relacionados con la carrera académica −p. ej., méritos
académicos, financiación de proyectos de investigación, etc.−.
Por otra parte, los datos estadísticos que se manejan habitualmente en
la investigación psicológica, que suelen ser relativos a muestras más o me-
nos grandes de participantes, no pueden suponer perder de vista el carácter
único, incomparable y valioso per se de cada una de las personas, tanto par-
ticipantes como aquellas a quienes se pretende generalizar los resultados de
la investigación. En relación con ello, los resultados estadísticos obtenidos
con muestras grandes, de suyo valiosos, deben ser aplicados prudencial-
mente a cada caso individual, lo cual exige el arte de ir más allá de “lo es-
tadísticamente significativo, representativo y generalizable” y atender a “lo
relevante en la vida real y en la práctica”, particularmente cuando se trata de
la psicoterapia, en la que debe primar el principio de “lo relevante en orden
al bien de la persona”. Es decir, considerando lo dicho en su conjunto, tam-
bién la práctica estadística ha de sujetarse a un canon personalista −en el
sentido de considerar a la persona más que a un promedio estadístico− ade-
cuadamente fundamentado −personalismo católico, basado en la filosofía
perene y el Magisterio de la Iglesia−.

VII. Conclusiones

El psicólogo católico −el formado y el que está en formación− no puede


ser ajeno a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica sobre su cien-
cia. Tampoco las facultades de psicología pertenecientes a universidades
católicas. El Magisterio pontificio incluye enseñanzas de Pío XII, tanto en
lo relativo a los fundamentos antropológicos y morales, como en lo relativo
a los niveles teórico y práctico −psicoterapia− de la psicología, de un gran
valor y que, en sus principios, son de plena actualidad. Incluso, se adelantan
y son superiores a propuestas como las de la psicología humanista (p. ej., A.
514 Joaquín García-Alandete

Maslow, 1962) o existencial-personalista (p. ej., V. E. Frankl, 1962), en


tanto que su fundamento es la verdadera doctrina sobre la persona humana
y la moral. Así, temas como la intrínseca dignidad del paciente, en tanto que
no deja de ser persona −imagen y semejanza de Dios− como consecuencia
de su trastorno; la consideración de su núcleo más íntimo −el alma− como
intocable por la patología y, en consecuencia, la conservación de su con-
ciencia, libertad y responsabilidad; el deber del terapeuta de respetar la
dignidad, intimidad y voluntad del paciente y ser acogedor, comprensivo y
misericordioso; la integridad moral que debe regir el uso de técnicas, pro-
cedimientos y recursos tanto en la investigación como en la práctica clínica;
la necesidad de que la teoría psicológica se ajuste a una adecuada antropo-
logía; el valor de cada paciente como persona única e irrepetible más allá
de la generalizabilidad de los datos estadísticos, entre otros que podrían
señalarse, son de interés permanente de la psicología que, por su naturale-
za, necesita descansar y construirse sobre saberes más fundamentales de los
que la Iglesia es maestra, como la antropología y la moral.

Joaquín García-Alandete
Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir
[email protected]

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