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La Iglesia

que no pudieron
destruir
La Iglesia
que no pudieron
destruir
por John H. Ogwyn

La Iglesia de Dios ha perdurado a lo largo de los


siglos.

Es una “manada pequeña” (Lucas 12:32), pero


Dios ha sido fiel a su promesa de que “las puertas
del Hades” no prevalecerán contra ella” (Mateo
16:18).

Este folleto, lleno de información reveladora, narra


brevemente la fascinante historia de la verdadera
Iglesia de Dios.
Indice
Página

Capítulo 1
3 ¿En dónde está la Iglesia?
Capítulo 2
16 Una dramática transición
Capítulo 3
30 La Iglesia en el desierto
Capítulo 4
40 La Iglesia echa raíces en el Nuevo Mundo
Capítulo 5
50 Cismas, divisiones y un nuevo comienzo

¡Este folleto no es para la venta!


Es un servicio educativo gratuito que se ofrece en
beneficio del público.
Título original en inglés:
God’s Church Through the Ages
Traducción: Margarita Cárdenas
Director de la obra hispana: Mario Hernández
Primera edición diciembre de 2015
Reservados todos los derechos
© 2015 Living Church of God
Impreso en Canadá

Salvo indicación contraria, los pasajes bíblicos que se citan en esta


publicación han sido tomados de la versión Reina Valera, revisión de 1960.
Capítulo 1
¿En dónde está la Iglesia?

J
esucristo dijo: “Edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). ¿Qué iglesia edificó
Jesucristo y qué fue de ella?
Cuando la Biblia habla de una Iglesia, nunca se está refiriendo
a un templo ni a una organización humana incorporada por una
autoridad secular. La palabra en idioma griego que se traduce como
“iglesia” en español es ekklesia. En el uso no religioso, se refería
a una asamblea de ciudadanos que eran “llamados de” entre los
habitantes de la ciudad para deliberar sobre algún tema importante.
En la traducción griega del Antiguo Testamento, esta palabra se
emplea con frecuencia para referirse a la congregación de Israel o
la asamblea del pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento el mismo
significado se expresa con el término “congregación” o “asamblea”.
El concepto de “llamados a salir” dentro del significado
de ekklesia resulta fundamental para entender qué es la Iglesia.
En Génesis 12:1 vemos que Dios llamó a Abraham a salir de la
ciudad caldea de Ur. En Éxodo 12 leemos que Dios llamó a los
descendientes de Abraham, los hijos de Israel, a salir de Egipto. Fue
entonces cuando se convirtieron en la Iglesia o “congregación en el
desierto” (Hechos 7:38).
Una de las últimas advertencias de Dios a su pueblo es que
salgan de Babilonia (Apocalipsis 18:4). Los santos de Dios no deben
participar en los pecados de aquella cultura corrupta del tiempo
del fin para que no reciban los castigos divinos que caerán sobre
“Babilonia”.
Jesús afirmó claramente que nadie puede venir a Él y ser
parte de su Iglesia si el Padre no lo llama (Juan 6:44). Solamente los
que respondan al llamado del Padre, mediante el arrepentimiento y
el bautismo, recibirán el Espíritu Santo (Hechos 2:38), y es sólo por

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La Igleisa que no puedieron destruir

medio del Espíritu Santo de Dios que nos convertimos en parte de la


Iglesia que Jesucristo edificó (Romanos 8:9; 1 Corintios 12:13).
¿Qué se hizo la Iglesia que Cristo edificó? ¿Acaso se adaptó
a las épocas y evolucionó con el tiempo mediante una revelación
progresiva? ¿Se desvió acaso del rumbo establecido por Jesucristo
en su Palabra y se hizo necesaria una reforma a manos de individuos
como Martín Lutero y Juan Calvino? O bien, ¿ha habido un grupo de
creyentes que, siglo tras siglo, han mantenido, creído y practicado
las mismas doctrinas que enseñaron Jesucristo y los apóstoles en el
primer siglo de nuestra era?
Cuando miramos la historia de la iglesia tradicional, llamada
cristiana, salta a la vista una iglesia radicalmente diferente de aquella
que se describe en las páginas del Nuevo Testamento. En el libro de
los Hechos encontramos que la Iglesia de Dios celebraba los días
santos “judíos” (Hechos 2:1; 13:14, 42, 44; 18:21), que hablaba del
regreso de Cristo para juzgar al mundo (Hechos 3:20-21; 17:31),
y creía en el establecimiento de un verdadero Reino de Dios en la
Tierra (Hechos 1:3, 6; 3:9-21; 28:23).
Menos de trescientos años después, encontramos una iglesia
que dice ser de origen apostólico pero que observa el “Venerable
Día del Sol” en vez del sábado, o séptimo día. Cuando esta iglesia
reunió a sus obispos para tratar temas de doctrina en el Concilio de
Nicea, ¡el encuentro lo presidió un emperador romano, Constantino!
¿Cómo se produjo una transformación tan asombrosa? ¿Qué pasó?
El autor Jesse Lyman Hurlbut reconoció el cambio dramático
que había ocurrido. En su libro Historia de la Iglesia Cristiana,
escribió: “Después de la muerte de San Pablo, y durante cincuenta
años, sobre la Iglesia pende una cortina a través de la cual en vano
nos esforzamos por mirar. Cuando al final se levanta alrededor del
año 120 D.C., con los registros de los padres primitivos de la iglesia,
encontramos una iglesia muy diferente en muchos aspectos a la de
los días de San Pedro y San Pablo” (pág. 41).
La historia de la iglesia cristiana entre Pentecostés del año
31 D.C. y el Concilio de Nicea en el 325 D.C., casi 300 años más
tarde, es realmente insólita. Es la historia de cómo la ortodoxia de
ayer se convirtió en la herejía de hoy, y cómo las viejas herejías
4
¿En dónde está la Iglesia?

lograron aceptación como si fueran la doctrina cristiana ortodoxa.


Es la historia de cómo la tradición de las iglesias y las enseñanzas de
los obispos llegaron a imponerse por encima de la palabra de Dios
como fuente de doctrina. Es una historia más insólita que la ficción,
pero al mismo tiempo, es históricamente verificable.
Simón el mago y “otro evangelio”
En Hechos 8 se presenta en la escena un individuo utilizado
por Satanás para subvertir a la Iglesia de Dios. Se trata de Simón,
mago de Samaria, conocido en la historia como Simón el mago. Los
samaritanos pensaban que él era el representante elegido por Dios
(Hechos 8:9-10). En su Introducción al Nuevo Testamento, Eduard
Lohse afirma que la expresión: “el gran poder de Dios” representa
la “declaración de Simón de que él era el portador de la revelación
divina” (pág. 269). Simón fue bautizado y se convirtió en cristiano
de nombre, junto con los demás samaritanos, sin embargo, el apóstol
Pedro reconoció sus verdaderas intenciones, y en Hechos 8:22-23 lo
reprendió duramente por estar “en hiel de amargura y en prisión de
maldad”.
¿Quiénes eran los samaritanos? El libro segundo de los
Reyes dice que cuando el rey de Asiria hizo deportar a las tribus del
norte de Israel, ocuparon su lugar nuevos pobladores provenientes
de Babilonia. Estos samaritanos de origen babilónico siguieron
practicando su viejo paganismo babilónico pero con una infusión
de terminología bíblica que disimulaba lo que estaban haciendo (2
Reyes 17:33, 41). Aunque se decían seguidores del Dios de Israel, no
obedecían su ley (v. 34). Más aún, estos, como se indica claramente
en los libros de Esdras y Nehemías, se convirtieron en enemigos de
la verdadera Obra de Dios.
Los samaritanos, como los judíos, se dispersaron por el
mundo conocido a raíz de las conquistas de Alejandro Magno.
Había colonias samaritanas en varios de los grandes centros del
Imperio Romano, entre ellos Alejandría, Egipto y Roma. Simón
tenía admiradores y seguidores entre esta gente.
El samaritanismo, con su mezcla de paganismo babilónico
y acatamiento nominal al Dios de Israel, también sufrió una fuerte
5
La Igleisa que no puedieron destruir

influencia de la filosofía griega. Simón el mago añadió a esto un


reconocimiento de Jesucristo como el Redentor de la humanidad,
mas Jesús explicó que “no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará
en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre
que está en los cielos” (Mateo 7:21). Simón se valía del nombre de
Jesús pero en lugar de su mensaje enseñaba otro: ¡un mensaje
que eliminaba la necesidad de obedecer a Dios y guardar sus
mandamientos!
La obra de Eerdman, Handbook to the History of Christianity
(Manual de la historia del cristianismo), dice: “Los primeros
escritores cristianos consideraban a Simón como la fuente de todas
las herejías” (pág. 100). La enciclopedia británica (ed. 11), en su
artículo sobre Simón el mago, lo identifica como el “fundador de
una escuela de gnósticos y un padre de la herejía”. El destacado
historiador Edward Gibbon dice que los gnósticos “combinan con la
fe en Cristo muchas doctrinas abstractas y oscuras que se derivaron
de las filosofías orientales” (The Triumph of Christendom in the
Roman Empire, El triunfo de la cristiandad en el Imperio Romano,
pág 15).
El gnosticismo, término derivado de la palabra griega
que significa “conocimiento”, era un modo de vida sumamente
intelectual. Representaba una combinación de la religión de los
misterios babilónicos, la especulación filosófica griega y un barniz
de terminología bíblica. Entre los gnósticos, las narraciones bíblicas
no se tomaban literalmente sino como alegorías que se empleaban
para enseñar “verdades” más profundas. “Los gnósticos trataban
con profundo menosprecio la versión mosaica de la creación”
(Gibbon). Resaltaban el dualismo pagano con su énfasis en la
inmortalidad del alma y la maldad inherente en la materia. También
introdujeron mucha especulación vana sobre la naturaleza de Dios y
el reino espiritual. Varios libros del Nuevo Testamento -entre ellos el
evangelio de Juan, Colosenses y 1 Juan- se escribieron con el objeto
de refutar las herejías gnósticas que comenzaron a difundir Simón el
mago y muchos otros.
La cultura helénica, que imbuyó las regiones del Oriente
Medio y el Mediterráneo, era una visión diferente del mundo, que
6
¿En dónde está la Iglesia?

competía con la perspectiva y los principios de la Biblia. Destacaba


la supremacía de la razón y la lógica en vez de la revelación divina.
En épocas más tardías, los griegos, abochornados por las jugarretas
vulgares de sus dioses y héroes antiguos en los escritos de Homero
y Hesíodo, quisieron explicarlas como alegorías profundas. Los
judíos helénicos, como Filón de Alejandría, retomaron esta manera
de ver los escritos “inspirados” y la aplicaron a la Biblia. Tratar el
Antiguo Testamento como una alegoría fue un recurso muy cómodo
para los gnósticos y otros que pretendían evadir la obediencia a los
claros mandatos a la ley de Dios.
Unos 15 años después del bautismo de Simón el mago,
el apóstol Pablo se vio en la necesidad de advertir a la Iglesia en
Tesalónica que “ya está en acción el misterio de la iniquidad” (2
Tesalonicenses 2:7). Unos cinco años más tarde, les advirtió a los
corintios que ellos estaban en peligro de dejarse corromper por
falsos apóstoles que enseñaban “otro Jesús” y “otro evangelio”.
Simón y sus seguidores eran en realidad ministros de Satanás que se
hacían pasar por ministros de Cristo (2 Corintios 11:3-4, 13-15).
Hacia finales del decenio del 60 D.C., el apóstol Judas,
hermano de Santiago y de Jesucristo, exhortó a los cristianos a que
contendieran “ardientemente por la fe que había sido una vez dada
a los santos” (Judas 3). Les advirtió que ciertos individuos se habían
introducido encubiertamente en la organización de la Iglesia y
procuraban convertir la gracia en abolición de la ley enseñando que
ya no era necesaria (v. 4). En tiempos de judas, el hermano del señor,
la verdadera fe ya había sido dada. Los eruditos que sostienen que
correspondía a los teólogos de los siglos segundo y tercero empezar
a formular una idea correcta de la naturaleza divina, harían bien en
volver a leer Judas 3. ¡Es claro que Judas no da cabida a la llamada
“revelación progresiva”!
El apóstol Juan, escribiendo al cierre del primer siglo, o sea
casi 30 años después de completado el resto del Nuevo Testamento,
tuvo que vérselas con herejías que estaban mucho más difundidas que
en tiempos de los apóstoles Pablo y Judas. El apóstol Juan reiteró la
necesidad de guardar los mandamientos de Dios (1 Juan 2:3; 3:4, 22;
5:3). En 2 Juan 7, advirtió: “porque muchos engañadores han salido
7
La Igleisa que no puedieron destruir

por el mundo”. Por ejemplo, en 3 Juan 9-10 vemos a un dirigente


de nombre Diótrefes que había logrado el control de algunas
congregaciones en Asia Menor y estaba sacando de la Iglesia a los
cristianos verdaderos que seguían leales al anciano apóstol Juan y a
sus enseñanzas.
La Iglesia en transición
Veinticinco años antes de los escritos del apóstol Juan, había
ocurrido un hecho que tuvo amplias repercusiones en la Iglesia del
Nuevo Testamento. Se trata de la destrucción de Jerusalén por las
legiones romanas bajo el mando de Tito en el año 70 D.C. La Iglesia
de Dios en Jerusalén, encabezada por el sucesor del apóstol Santiago,
que fue Simeón (primo hermano de Santiago y de Jesucristo), huyó
de Jerusalén poco antes de ese año y se dirigió a Pella, una alejada
comunidad en el desierto. Muerto Simeón, la Iglesia de Dios de
Jerusalén tuvo 13 dirigentes en 28 años.
Muchas herejías que habían surgido anteriormente se
difundieron desde entonces. Además, muchos en la Iglesia se sentían
confundidos y abatidos. Las cosas no habían salido tal como se
esperaba. La Iglesia era cada vez más una mezcla de conversos
gentiles y cristianos de segunda o aun de tercera generación.
Hacia finales del primer siglo y comienzos del segundo,
el mundo romano manifestaba una creciente hostilidad hacia los
judíos. El Imperio Romano los castigaba con leyes e impuestos
sumamente onerosos. Entre la primera (66-73 D.C.) y la segunda
(132-135 D.C.) rebelión judía hubo muchos pogromos violentos
contra ellos en lugares como Alejandría y Antioquía. Reaccionando,
los judíos se amotinaron en Mesopotamia, Palestina y Egipto.
Los cristianos eran víctimas frecuentes de tales estallidos
porque las autoridades los consideraban como una secta judía. Al
mismo tiempo, los revolucionarios judíos los consideraban traidores
al judaísmo y a sus aspiraciones políticas porque se negaban a
luchar contra los romanos. En ese periodo, cientos de millares de
los que practicaban su culto el día sábado y estudiaban las Sagradas
Escrituras, perecieron a manos de los romanos o de los sublevados.
Durante este periodo azaroso, la Iglesia Romana bajo su
8
¿En dónde está la Iglesia?

obispo Sixto (116-126 D.C. aprox.) comenzó a celebrar servicios de


culto los domingos y dejó de guardar la Pascua anual, reemplazándola
con una Pascua “Florida” (o Domingo de Resurrección) y una
“Eucaristía”. El hecho quedó consignado por Eusebio de Cesarea,
erudito de finales del tercer siglo y comienzos del cuarto que llegó
a conocerse como el “padre de la historia eclesiástica”. Eusebio
citó información tomada de una carta que fue dirigida por Ireneo,
obispo de Lyon (130-202 D.C. aprox.) al obispo Víctor de Roma.
El Dr. Samuele Bacchiocchi, en su libro: From Sabbath to Sunday
(Del sábado al domingo) reconoce que: “hay un amplio consenso de
opinión entre los estudiosos de que Roma es efectivamente el lugar
donde nació la Pascua Florida. Hay quienes la llaman, con razón, la
Pascua Romana” (pág 20). Es interesante que los romanos siguieron
usando el término latino para su nueva fiesta: Paschalis, o Pascua.
Este rompimiento oficial con la ley divina fue el resultado natural
del “misterio de iniquidad” que confundía la gracia con la abolición
de ley y enseñaba que era innecesario obedecer esta última. Cuando
una práctica se considera innecesaria, es sólo cuestión de tiempo
hasta que el sentido de la comodidad dicte o bien su modificación, o
bien su abolición. Al irse acentuando el choque entre el judaísmo y el
imperio, muchos “cristianos” en Roma, bajo el liderazgo del obispo
Sixto, tomaron medidas para evitar que los fueran a considerar
judíos y someterlos a la consiguiente persecución.
En el año 135 D.C., al final de la segunda rebelión judía, el
emperador romano Adriano (Publius Aelius Adrianus) tomó medidas
drásticas contra los judíos. Le dio a Jerusalén un nuevo nombre: el
suyo y el del “dios” Júpiter Capitolinus -Aelia Capitolina- e impuso
la pena de muerte a cualquiera que llamándose judío, se atreviera
entrar en la ciudad.
En este punto, se convirtió en obispo de Jerusalén un italiano
de nombre Marcos. Gibbon anota en el capítulo 15 de su famosa obra
La decadencia y caída del Imperio Romano que “a instancias de él
[Marcos], la parte más considerable de la congregación renunció a
la ley mosaica, en cuya práctica habían perseverado más de un siglo.
Con este sacrificio de sus hábitos y prejuicios compraron la entrada
libre a la colonia de Adriano y cimentaron más firmemente su unión
9
La Igleisa que no puedieron destruir

con la Iglesia Católica” (vol. 1, pág. 390).


¿Qué les pasó a quienes seguían considerando que la ley de
Dios era de obligatorio complimiento para los cristianos? Gibbon
escribe: “Los crímenes de herejía y cisma se les imputaban a los
oscuros remanentes de los nazarenos que rehusaban aceptar a su
obispo latino… Pocos años después del regreso de la Iglesia de
Jerusalén, ya era tema de duda y controversia el que un individuo
que sinceramente reconocía a Cristo como el Mesías pero que
seguía observando la ley de Moisés pudiera tener alguna esperanza
de salvación” (pág 390).
Fue cuestión de tiempo hasta que los cristianos que habían
dejado de guardar el sábado “excluyeran a sus hermanos llamados
judaizantes de la esperanza de salvación… [y] rechazaran todo trato
con ellos en los asuntos corrientes de la amistad, la hospitalidad y la
vida social”.
¡Es increíble! Esto ocurrió aunque pocos años antes todos
habían guardado juntos las fiestas de Dios. Cuando el obispo Marcos
trajo las “nuevas verdades”, la mayoría de quienes profesaban
el “cristianismo” se unieron a él para condenar a aquellos
fieles cristianos que se aferraban a la fe histórica que todos habían
aprendido. Los que permanecieron leales a la verdad quedaron
relegados como fuente de “división” por las mayorías que buscaban
remplazar al cristianismo histórico con algo diferente.
¿Una teología de “nuevas verdades”?
Muchos de los escritos supuestamente “cristianos” que se
han preservado del segundo siglo en adelante, plantean una teología
muy distinta de aquella que enseñó el apóstol Juan apenas 10 o 20
años antes. Como asevera Bacchiocchi, “Ignacio, Bernabé y Justino,
cuyos escritos constituyen nuestra principal fuente de información
para la primera mitad del segundo siglo, fueron testigos y partícipes
en el proceso de separación del judaísmo que llevó a la mayoría de
los cristianos a abandonar el sábado y adoptar el domingo como
el nuevo día de culto” (pág. 390). Ignacio de Antioquía, alrededor
del año 110 D.C., escribió: “Es monstruoso hablar de Jesucristo
y practicar el Judaísmo” (Magnesianos). También habló de “no

10
¿En dónde está la Iglesia?

guardar más los sábados”. Sin embargo, el apóstol Juan declaró


en su evangelio escrito apenas 20 años antes, que Jesús guardó las
mismas fiestas que guardaba la comunidad judía (Juan 2:13; 7:2;
11:55).
Bernabé de Alejandría (no confundirlo con el apóstol
Bernabé), escribió una epístola alrededor del año 130 D.C. en la
cual alega que el Antiguo Testamento es una alegoría que no debe
tomarse literalmente. Considera que las prohibiciones de la ley
contra las carnes inmundas son una alegoría del tipo de personas que
los cristianos deben evitar (Epístola de Bernabé). También pretende
alegorizar el sábado, y afirma: “Conservamos el octavo día para
regocijo, en el cual también Jesús se levantó de la muerte” (Epístola
de Bernabé).
Dos destacados teólogos del segundo siglo, que cumplieron
un papel importante en la transición de la teología bíblica a la
católica romana, fueron bautizados en iglesias bajo el liderazgo del
fiel Policarpo. Policarpo (69-155 D.C. aprox.) fue discípulo personal
del apóstol Juan y era uno de los pocos dirigentes de la Iglesia en
su época que se aferraba a la verdad. Los dos individuos, Justino
Mártir (95-167 D.C. aprox.) e Ireneo (130-202 D.C.) mantuvieron
algunas de las verdades que habían aprendido bajo Policarpo a la
vez que buscaban acomodarse al nuevo rumbo de la teología romana
en nombre de la “unidad de la iglesia”. Ireneo, si bien se alejó de
muchas enseñanzas de Policarpo, lo admiró toda la vida como un
gran hombre de Dios.
Justino era un griego de Samaria que se hizo filósofo
platónico y luego, por influencia de Policarpo y sus discípulos, fue
bautizado como cristiano en Éfeso alrededor del año 130 D.C. Llegó
a Roma en el año 151 D.C., fundó una escuela y más tarde sufrió
el martirio en 167 D.C. Una vez en Roma, Justino quiso seguir un
camino centrista en torno a la ley. Henry Chadwick escribe:

“Justino creía que un cristiano judío era libre de guardar


la ley mosaica sin comprometer de ninguna manera su fe
cristiana, e incluso que un cristiano gentil podía guardar
costumbres judías si algún cristiano judío había influido
11
La Igleisa que no puedieron destruir

en él para hacerlo; solamente debía mantenerse que tales


observancias eran asunto de indiferencia y de conciencia
del individuo. Mas Justino tenía que reconocer que otros
cristianos gentiles no tenían una opinión tan liberal sino
que pensaban que no serían salvos quienes observaban
la ley mosaica” (The Early Church, La Iglesia Primitiva,
págs. 22-23).

Ireneo se crió en Asia Menor, y en su adolescencia oyó


predicar a Policarpo. Llegó a Roma en su juventud y más tarde fue
obispo de Lyon en Francia en 179 D.C. Ireneo era considerado el
primer gran teólogo católico y parece que hizo grandes esfuerzos
por promover la paz y el espíritu conciliatorio. Su deseo de paz,
sin embargo, era tan grande que estaba dispuesto a transigir con
la verdad con tal de mantener la unidad en la iglesia. Las iglesias
de Asia Menor bajo el liderazgo de Policarpo guardaban el sábado
y los días santos. Sin embargo, cuando Ireneo fue a Roma se
adaptó fácilmente a las prácticas romanas de guardar el domingo
y el Domingo de Resurrección. En Lyon había quienes guardaban
la Pascua el día 14 de Abib y otros que guardaban el Domingo de
Resurrección. Ireneo conservó este último pero quiso ser tolerante
con los que seguían guardando la Pascua.
Ciertamente se estaba produciendo una revolución teológica
en la Iglesia en el segundo siglo. “Justino Mártir ocupa una posición
central en la historia del pensamiento cristiano del segundo siglo…
Justino también adaptó el pensar de Ireneo, obispo de Lyon” (Chadwick
pág. 79). Aunque en Éfeso Justino se convirtió al cristianismo, “no
entendía que esto implicara abandonar sus inquietudes filosóficas y
ni siquiera renunciar a todo lo que había aprendido del platonismo”
(pág. 75). Creía que el dios de Platón era también el Dios de la Biblia.
“Justino no asevera rígida y exclusivamente que la revelación divina
sea de los judíos de tal modo que se invalide el valor de otras fuentes
de sabiduría. Abraham y Sócrates son igualmente cristianos antes de
Cristo” (Pág. 76). Este modo de pensar fijó el escenario para darle
nueva forma a la teología cristiana de modo que acogiera buena
parte del pensamiento filosófico griego acerca de la naturaleza de
12
¿En dónde está la Iglesia?

Dios.
Pese a todo lo anterior, Justino reconoció la autoridad del
libro del Apocalipsis y creía que “Cristo regresaría a una Jerusalén
reedificada para reinar con sus santos mil años”.
Ireneo, fuertemente influido por Justino, también enseñó
algunos aspectos de la verdad pese a comportarse conforme a
las prácticas romanas. Enseñó, correctamente, que “el propósito
de nuestra existencia es la formación del carácter mediante la
superación de las dificultades y tentaciones” (pág. 81). También se
mantuvo fiel a la esperanza literal de un milenio terrenal durante
el cual Cristo reinaría en la Tierra, y enseñó que la esperanza en el
milenio no se debía interpretar como un simple símbolo del Cielo,
si bien sus obras posteriores muestran menos insistencia sobre este
punto.
Abandono de la verdad en aras de la unidad y la
tradición
Dos errores fundamentales distinguían a los cristianos de
nombre de los que realmente representaban la continuidad de la
Iglesia fundada por Jesucristo. Los errores se refieren al tema de
si la ley de Dios seguía siendo obligatoria para los cristianos, y
al tema de qué y quién es Dios. Los errores respecto de estos dos
puntos generaron una divergencia cada vez mayor entre la iglesia
que profesaba ser cristiana y la verdadera Iglesia de Dios.
La importancia de la ley fue el principal tema de controversia
desde aproximadamente el año 50 D.C. hasta el año 200 D.C. No se
resolvió hasta los concilios de Nicea (325 D.C.) y Laodicea (363
D.C.), cuando se involucró el estado romano. La esencia del conflicto
se conserva en la confrontación entre Polícrates de Asia Menor y
Víctor, obispo de Roma, alrededor del año 190 D.C. Polícrates era
el sucesor de Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol
Juan. Ireneo narra que Policarpo había viajado a Roma a mediados
del segundo siglo para intentar persuadir a Aniceto, obispo de
Roma, acerca del verdadero día de la Pascua. Aniceto decía estar
obligado por la tradición de sus predecesores desde el obispo Sixto,

13
La Igleisa que no puedieron destruir

mientras que Policarpo declaraba que “él siempre había observado


[la Pascua] con Juan, discípulo de nuestro señor, y el resto de los
apóstoles, con quienes se asociaba” (Eusebio, xxiv).
Unos 50 años después del viaje de Policarpo, Víctor de
Roma quiso intimidar a las iglesias de Asia Menor para obligarlas a
conformarse a la práctica de la Pascua romana. Policarpo se dirigió
a Víctor por carta en estos términos:

“Nosotros, por tanto, observamos el día genuino [la


Pascua]; ni añadiéndole al mismo ni restándole. Porque en
Asia grandes luces han dormido, las cuales se levantarán
de nuevo en el día de la manifestación del Señor, cuando
vendrá con gloria del Cielo, y levantará a todos los
santos. Felipe, uno de los doce apóstoles, que duerme en
Hierápolis… Juan, quien se recostó en el seno de nuestro
Señor… Policarpo de Esmirna… Todos estos observaron
el decimocuarto día de la Pascua conforme al evangelio
sin desviarse en nada, sino siguiendo la regla de la fe… y
mis parientes siempre observaron el día en que la gente
se deshacía de la levadura [14 de Abib]. Por lo tanto yo,
hermanos, ya tengo 65 años en el Señor, quién habiendo
conferido con los hermanos en todo el mundo, y habiendo
estudiado la totalidad de las sagradas Escrituras, no estoy
para nada alarmado por aquellas cosas con las cuales me
amenazan para intimidarme. Porque aquellos que son
mayores que yo han dicho: “Hemos de obedecer a Dios
antes que a los hombres” (Eusebio, xxiv).

Mientras ardían las controversias en el siglo segundo, una


nueva modalidad de gobierno eclesiástico traería consecuencias de
proporciones monumentales. Esta modalidad era el énfasis en lo que
se denominó la “sucesión apostólica”.
En el primer siglo, Pablo había encomiado a los bereos por
su modo de verificar lo que él decía, inquiriendo diariamente en las
Escrituras para ver si estaba enseñando la verdad (Hechos 17:11).
Exhortó así a los tesalonicenses: “Examinadlo todo; retened lo
14
¿En dónde está la Iglesia?

bueno” (1 Tesalonicenses 5:2). Durante el primer siglo vemos que


se invoca constantemente la autoridad de las Escrituras.
A partir de los escritos de Clemente, obispo de Roma,
encontramos un nuevo giro. Clemente dirigió una carta a la iglesia
en Corinto alrededor del año 100 D.C., probablemente muy poco
después de la muerte de Juan. Los editores de Masterpieces of
Crhistian Literature (Obras maestras de la literatura cristiana)
resumen así las principales ideas de Clemente: “El camino a la paz
y la concordia es la obediencia a las autoridades establecidas, los
ancianos. Cristo gobierna a las iglesias por medio de los apóstoles,
los obispos por ellos nombrados y los sucesores aprobados de los
obispos”.
Unos diez años más tarde, Ignacio destacó el mismo punto:
“La unidad y la paz en la iglesia y la validez de la iglesia se adquieren
mediante la adherencia fiel al obispo” (Masterpieces).
A mediados del siglo siguiente, el argumento había adquirido
tal fuerza que Cipriano de África del Norte declaró: “El punto focal
de la unidad es el obispo. Abandonarlo es abandonar a la iglesia,
y no puede tener a Dios por Padre quien no tenga a la iglesia por
madre” (Chadwick).
Estos argumentos se sostenían con el objeto de mantener a los
hermanos dentro de una organización que ya se estaba convirtiendo
rápidamente en lo que hoy conocemos como la Iglesia Católica
Romana. Cuán diferentes son estos llamados de aquellos que vemos en
otros dirigentes de la Iglesia primitiva, quienes para su autenticación
invocaban las Escrituras y los frutos de su ministerio (ver 1
Corintios 11:1; Hechos 17:2). Incapaces ya de apelar claramente a
las Escrituras, los dirigentes eclesiásticos en los siglos segundo y
tercero reclamaban lealtad de los hermanos basados cada vez más
en su aseveración de ser sucesores debidamente ordenados de los
apóstoles y de los obispos que les siguieron. Mientras abandonaban
cada vez más las enseñanzas de los apóstoles, estos embaucadores
pretendían mantener unidos a los hermanos apelando a la unidad y
al recuerdo de los apóstoles.

15
Capítulo 2
Una dramática transición

¿

Qué ocurrió para que tantos se alejaran tan rápida y radicalmente?
Es la pregunta que salta a la mente cuando examinamos la
historia de la Iglesia primitiva.
Cuando falleció el apóstol Juan ya casi en los albores del
segundo siglo, el movimiento cristiano, aunque tenía que vérselas
con muchos problemas además de la presencia de falsos maestros, al
menos conservaba una semejanza reconocible con la Iglesia de Dios
que vemos en el libro de los Hechos. Pero ya a comienzos del tercer
siglo de nuestra era, la mayoría de estas mismas congregaciones,
que aún se llamaban “Iglesia de Dios”, se parecían mucho más en
su doctrina a la Iglesia Católica medieval que a la Iglesia de Dios en
tiempos de los apóstoles Pedro, Jacobo, Pablo y Juan.
Durante el segundo siglo, se presentaron una serie de
cambios graduales tanto en la doctrina como en la práctica de la gran
mayoría de las congregaciones. El escenario para aquellos cambios
se preparó mediante algunas de las ideas que habían empezado a
difundirse pocos años después de la resurrección y ascensión de
Jesucristo al Cielo. ¡Las ideas siempre traen consecuencias!
Otro evangelio
Cristo dedicó su ministerio a la predicación de la “buena
noticia” de un futuro gobierno divino, el cual reemplazará a los
gobiernos humanos opresivos que sus oyentes bien conocían. Los
discípulos le preguntaron qué señales indicarían que se acercaba ese
momento (Mateo 24:3). La última pregunta que hicieron, cuando
Él se disponía a ascender al Cielo, tenía que ver con el momento
en que se establecería el Reino de Dios y si ese momento ya había
llegado (Hechos 1:6). En la última etapa conocida del ministerio
de Pablo, encontramos que el apóstol seguía “predicando el reino

16
Una dramática transición

de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y


sin impedimento” (Hechos 28:31). Hasta el último libro inspirado
del canon del Nuevo Testamento trae por inspiración de Dios,
visiones sobre el establecimiento real del Reino de Dios en la Tierra
(Apocalipsis 19: 11-21; 20:4-6; 21).
Pese a estas constancias claras de lo que Jesucristo enseñó,
leemos en 2 Corintios 11:3-15 que se habían introducido falsos
ministros en la Iglesia, y ya 25 años después de su fundación estaban
enseñando lo que el apóstol Pablo llamó “otro evangelio”. En el
siglo segundo, el verdadero evangelio que Jesús enseñó ya se estaba
tildando de “opinión dudosa” por los líderes de la naciente iglesia
cristiana “ortodoxa”. Para el siglo tercero, las enseñanzas y el propio
ejemplo de Jesucristo se veían como franca herejía. Durante los
siglos segundo y tercero, el “evangelio” que se estaba predicando
era uno centrado casi exclusivamente en la persona de Jesús. Al
mismo tiempo, iban logrando aceptación los conceptos paganos
relativos a la inmortalidad del alma, así como el Cielo y el Infierno.
El concepto correcto de lo que es el Reino de Dios se
mantuvo hasta bien entrado el segundo siglo, incluso por individuos
como Justino Mártir e Ireneo. (No olvidemos, sin embargo, que
ellos iban seriamente a la deriva en otros aspectos, por ejemplo su
enseñanza relativa a la ley de Dios). Edward Gibbon escribe lo
siguiente acerca del aquel período:

“La seguridad en cuanto a tal Milenio era inculcada


cuidadosamente por… [quienes] trataron con los
discípulos inmediatos de los apóstoles… Mas cuando el
edificio de la iglesia estaba casi completo, se dejó de lado
el apoyo pasajero. La doctrina del reinado de Cristo en la
Tierra se trató primero como una alegoría profunda, pasó
gradualmente a considerarse como una opinión dudosa e
inútil, y al fin fue rechazada como el invento absurdo de la
herejía y el fanatismo” (La decadencia y caída del Imperio
Romano, Gibbon, vol. I, cap. 15).

Esta progresión fue resultado, en gran parte, de la influencia


17
La Igleisa que no puedieron destruir

de Orígenes. Orígenes fue, como pronto veremos, uno de los


individuos menos equilibrados que jamás hayan figurado como
teólogos cristianos. Desempeñó un papel principal en la formulación
de la doctrina católica sobre la Trinidad, la inmortalidad del alma y
el Reino de Dios.
A medida que se abandonaba el entendimiento fundamental
sobre la verdadera naturaleza del evangelio y el Reino de
Dios, fueron surgiendo consecuencias desastrosas. Una fue la
participación de los miembros de la iglesia en los sectores político
y militar. Los historiadores reconocen con virtual unanimidad que
los primeros cristianos evitaban tal participación. “Mas, a la vez que
inculcaban las normas de obediencia pasiva, se negaban a tomar
parte activa alguna en la administración civil y en la defensa militar
del Imperio” (Gibbon, El Triunfo de la Cristiandad en el Imperio
Romano, pág. 41). Sin embargo, para finales del tercer siglo ya había
legiones “cristianas” en el ejército romano. A quienes profesaban el
cristianismo se les decía que la participación política era aceptable.

El “alma inmortal”
La doctrina de la inmortalidad del alma, que es virtualmente
universal en el paganismo, no se enseña ni en el Antiguo ni en
el Nuevo Testamento. Veamos lo que al respecto reconoce el
Diccionario Bíblico Ilustrado de Vila y Santa María:

“La palabra hebrea nefesh (que es uno de los vocablos
traducidos generalmente en castellano por alma), aparece
754 veces en el Antiguo Testamento. Como puede verse en
la primera cita bíblica al respecto, significa “lo que tiene
vida” (Génesis 2:7) y se aplica tanto al hombre como a los
demás seres vivientes”.

El Interpreter’s Dictionary of the Bible (Diccionario bíblico


del interprete) agrega lo siguiente:
“La palabra “alma” representa casi exclusivamente
el término nefesh en hebreo. También suele llevar
connotaciones provenientes en última instancia del griego
18
Una dramática transición

filosófico (platonismo), del orfismo, y el gnosticismo,


que en nefesh están ausentes. En el Antiguo Testamento
jamás significa el alma inmortal, sino que es en esencia
el principio vital, o el ser viviente… Psique en el Nuevo
Testamento corresponde a nefesh en el Antiguo” (vol. 4,
pág. 428).
¿Cómo entró en el cristianismo el concepto de un alma
inmortal? Ya por el año 200 A.C., ciertas sectas judías, por influencia
griega, comenzaban a absorber esta idea y trataban de combinarla
con la enseñanza bíblica sobre la resurrección. El hecho se ilustra en
escritos apócrifos intertestamentarios como el Libro de los Jubileos
y el Libro Cuarto de Macabeos, así como en Filón y Josefo. Los
gnósticos, con su énfasis en el dualismo pagano, hacían hincapié en
la inmortalidad del alma en contraste con la resurrección del cuerpo.
La International Standard Bible encyclopedia (Enciclopedia
Bíblica Estándar Internacional) afirma: “Hay una distinción entre
la creencia platónica en la inmortalidad del alma sola y la enseñanza
bíblica sobre la resurrección de los muertos” (vol. 2 pág. 810).
Hacia finales del segundo siglo y comienzos del tercero,
escritores como Tertuliano y Orígenes cumplieron un papel
principal en la formulación de la doctrina católica respecto del
Cielo, el Infierno y la inmortalidad del alma. La enciclopedia citada
arriba prosigue: “Los cristianos primitivos solían estar influidos
por el pensamiento griego además del judío. Por ejemplo, muchos
estaban influidos por las enseñanzas de Pitágoras sobre la división
del alma en varias partes y su transmigración: Detrás del concepto
del alma sostenido por Orígenes estaban los conceptos platónico
y neoplatónico [especialmente de Plotino]… Tertuliano seguía el
pensamiento estoico” (vol. 4 pág. 588). La Encyclopedia of Religion
(Enciclopedia de la Religión) explica que muchos teólogos católicos
de gran influencia posterior “interpretaron los conceptos bíblicos del
alma siguiendo los lineamientos platónicos y en general la tradición
de Orígenes y su escuela”.

19
La Igleisa que no puedieron destruir

La Trinidad
No había una sola herejía respecto de la naturaleza de
Dios, sino que había muchas, y contradictorias. Tal parece que
había casi tantas ideas diferentes como escuelas y maestros de
filosofía. El pensamiento católico generalmente aceptado, de
donde surgió la doctrina protestante ortodoxa sobre el tema,
simplemente representa la versión herética que se impuso sobre
sus competidoras. Como esta es la enseñanza que ha perdurado, con
alguna modificación, hasta nuestros días, es la que examinaremos en
más detalle.
Los antecedentes de la enseñanza ortodoxa sobre el tema de
la Trinidad en el tercer siglo no aparecen en el texto bíblico sino
en los escritos de los filósofos griegos. Al respecto, The Roman
Catholic New Theological Dictionary (El nuevo diccionario
teológico católico romano) reconoce francamente varias cosas. En
cuanto a la enseñanza bíblica sobre la naturaleza del Espíritu Santo,
en su artículo “La Trinidad” dice: “Como tal, el Espíritu nunca es
objeto explícito de culto en el Nuevo Testamento, ni tampoco está
representado el Espíritu en las disertaciones del Nuevo Testamento
como si el mismo tuviera trato de modo interpersonal con el Padre y
el Hijo”.
Más adelante en el mismo artículo, eruditos católicos
modernos, comentando sobre los antecedentes de la enseñanza
ortodoxa sobre la Trinidad, confiesan la influencia pagana en su
teología:

“Los cristianos… conocedores de la filosofía, a la sazón


predominante del platonismo medio, aprovecharon la
oportunidad de proclamar y elucidar el mensaje cristiano
en una forma de pensamiento que tenía sentido para las
clases educadas de la amplia sociedad helénica. Este
movimiento, que la teología católica generalmente ha
evaluado como positiva, tendrá un impacto enorme en el
desarrollo de la teología cristiana… Confiados en que el
Dios que ellos [los filósofos paganos] predicaban era el

20
Una dramática transición

Padre de Jesucristo y que la salvación que proclamaban


era la de Jesús, los apologistas adoptaron buena parte de
la cosmovisión helénica… [A Tertuliano corresponde] el
primer uso conocido del término “Trinidad”.

Orígenes se apropió de la filosofía del platonismo medio


más sistemáticamente que los apologistas y Tertuliano. De hecho, su
“concepto de la generación eterna” fue una adaptación de la doctrina
del platonismo según la cual todo el universo de seres espirituales
era eterno. El hijo se deriva (o genera) eternamente del propio
ser de Dios y es, por tanto, la esencia del Padre, pero en segundo
lugar después del Padre… Orígenes, como Tertuliano, acuñó un
término genérico para el “tres” de la tríada divina. El Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo son “tres hipostasis”… El principal aporte de
Orígenes a la formulación de la doctrina trinitaria es la idea de la
generación eterna. Su término genérico para las “tres” hipostasis se
adoptará y refinará en el cuarto siglo” (pág. 1054).
Cuando miramos el desarrollo de la teología “cristiana” a
finales del siglo segundo y comienzos del tercero, aparecen una y
otra vez los nombres de Tertuliano y Orígenes. Tertuliano (150-224
D.C. aprox.), llamado el padre de la teología latina, fue “uno de los
escritores más poderosos de su época, con casi tanta influencia como
Agustín en el desarrollo de la teología en el Occidente (Eerdman,
Handbook to the History of Christianity, Manual de la historia del
cristianismo, pág. 77).
Tertuliano vivió en Cartago y fue uno de los primeros que
enseñaron que la muerte daba comienzo a un infierno ardiente. En
su edad más avanzada rompió con Roma y se hizo montanista. Esto
significa que aceptó los argumentos de dos mujeres poseídas del
demonio que se decían profetisas. Cayendo en un frenesí extático,
“hablaban en lenguas”, decían ser el “Paracleto” (término que
designa el Espíritu Santo en el evangelio de Juan) y enseñaban un
mensaje que se llamó la “Profecía nueva”.
Orígenes (185-254 D.C. aprox.) “fue el más grande de los
eruditos y el autor más prolífico de la iglesia primitiva” (Eerdeman,
pág. 104). Alrededor del año 203 D.C., sucedió a Clemente de
21
La Igleisa que no puedieron destruir

Alejandría como jefe de una famosa escuela que decía preparar


a los cristianos para el bautismo y ofrecía cursos de filosofía y
ciencias naturales para el pueblo en general. Por grande que fuera
su fama como gran erudito y profesor de teología, ¿cuánto entendía
Orígenes? Según Eusebio, historiador eclesiástico del cuarto siglo,
poco después de asumir las riendas de la escuela en Alejandría,
¡Orígenes se castró! Este acto se basó en su manera de entender (o
de no entender) Mateo 5:29-30.
Esta misma ausencia total de comprensión sana de lo que
son el verdadero significado y la intención de las Escrituras, se
manifiesta tristemente en buena parte de sus escritos sobre teología.
“Orígenes introdujo la posibilidad de un infierno correctivo
[purgatorio]” (International Bible Encyclopedia, Enciclopedia
bíblica internacional, “El infierno”). También contribuyó en forma
importante a lo que más tarde vino a ser el culto católico a María,
al proponer la idea de que María siguió siendo virgen después del
nacimiento de Jesús.
El arte religioso en el culto
Uno de los cambios más drásticos que afectaron a la Iglesia
después del primer siglo fue la introducción del arte religioso en el
culto. Era tan obvio el sabor idolátrico de tal innovación, y tan clara
su prohibición en el segundo mandamiento, que la aceptación se
tardó. Leamos:
“Tertuliano, lo mismo que Clemente de Alejandría,
consideraba que esta prohibición era absoluta y de obligatorio
cumplimiento para el cristiano. Las imágenes y las estatuas para el
culto pertenecían al mundo demoníaco del paganismo. De hecho, los
únicos cristianos de quienes se sabe que poseían imágenes de Cristo
en el segundo siglo eran los gnósticos radicales… Sin embargo,
antes de terminar el siglo segundo, los cristianos estaban expresando
libremente su fe en términos artísticos” (Henry Chadwick The
Pelican History of the Church, pág. 277).
Los primeros ejemplos de un templo que tenía imágenes en
la pared fue una edificación en Dura, sobre el Éufrates, que data
del tercer siglo. Aun entonces, las escenas eran principalmente
22
Una dramática transición

del Antiguo Testamento. Todavía en tiempos del emperador


Constantino, muchos dirigentes de la iglesia que se decía cristiana
se escandalizaban ante la idea de tener representaciones o imágenes
de Cristo. En la misma obra citada arriba, leemos:
“Alrededor del año 327 D.C., el erudito Eusebio
de Cesarea recibió una carta de la hermana del emperador,
Constanza, en que le pedía una imagen de Cristo… Eusebio
le redactó una respuesta muy firme. Sabía muy bien que se
encontraban representaciones de Cristo y los apóstoles. Estaban
a la venta en los bazares de Palestina y él mismo las había visto.
Mas Eusebio no pensaba que los pintores y tenderos que vendían
estos recuerdos a los peregrinos fueran cristianos para nada… Da
por sentado que solamente a los artistas paganos se les ocurría
hacer tales representaciones” (op. Cit. págs. 280-281).
Epifanio de Salamis, dirigente de la iglesia en el cuarto siglo,
se horrorizó al ver en Palestina el porche de una iglesia con una
cortina que tenía una imagen supuestamente de Cristo. No solamente
presentó una protesta vehemente ante el obispo de Jerusalén, sino
que personalmente arrancó la cortina y la destruyó. No obstante, en
la época de su muerte en el año 403 D.C., ya las representaciones de
Cristo y los santos se estaban difundiendo mucho. Las acompañaba
la veneración de María, que para el año 400 D.C. venía ocupando un
lugar cada vez mayor en la devoción particular.

La iglesia imperial
Pasados casi tres siglos de persecuciones que iban y venían
de parte del gobierno romano, se promulgó el edicto de Tolerancia
en Milán en el año 313 D.C. Poco después, el cristianismo pasó de
ser tolerado oficialmente por el Imperio Romano a ser la religión
oficial del estado. ¿Representó aquello un éxito para la iglesia
que Jesucristo edificó? ¿Había triunfado el verdadero cristianismo
bíblico en el Imperio Romano?
¡Lejos de eso! Lo que se empezó a tolerar y luego se impulsó
oficialmente, fue una religión saturada de influencias paganas, la
cual se apropió de la terminología cristiana mientras conservaba
sus tradiciones de origen gentil… todo ello de cumplimiento
23
La Igleisa que no puedieron destruir

obligatorio según imposición del emperador romano Constantino.


Aquello era diametralmente opuesto a la verdadera Iglesia que el
propio Jesucristo había establecido en el primer siglo. Constantino
reconocía el papel importante que podía desempeñar la religión en
la unificación del imperio, y que esta serviría para dar una identidad
común a su pueblo. Motivado ante todo por estos intereses políticos,
forjó una alianza con el obispo de Roma y dio inicio al proceso
de crear una “marca estandarizada” de “cristianismo” para todo el
Imperio. Constantino tuvo que ver con la convocación del Concilio
de Nicea en el año 325 D.C., y fue quien lo presidió. ¡Tengamos
en mente que Constantino ni siquiera estaba bautizado todavía! Es
más: Aplazó el bautismo hasta su lecho de muerte, momento en el
cual estaba demasiado enfermo para que lo sumergieran en agua. Su
ejemplo personal, al hacerse rociar con agua, contribuyó en mucho
al abandono del bautismo por inmersión.
El concilio de Nicea busca ante todo resolver dos
temas agudos que no se habían despejado del todo. Se trata de las
controversias sobre la naturaleza de Dios y sobre la Pascua vs. El
Domingo de Resurrección. Con el respaldo del poderío imperial,
la Iglesia Romana se impuso en el concilio. Toda oposición quedó
sofocada.
Constantino también fue quien hizo del “Venerable Día del
Sol” un día de fiesta estatal, cuando se cerraban los tribunales y la
mayoría de los negocios tenían que cerrar sus puertas.
Anteriormente, el emperador romano había sido devoto del
Sol invicto, y con su “conversión” entraron en el “cristianismo”
muchas características del culto al sol, como son el empleo de la cruz
y la aureola en el arte. Por esta época también comenzaron a verse
conversiones masivas del pueblo. Para facilitarlo, ciertas fiestas
populares, como las Saturnales y las Lupercales, se reciclaron para
convertirlas en nuevas observancias “cristianas” que ahora se
llamarían la Navidad y el Día de San Valentín. Los dirigentes de la
Iglesia en Roma aseveraban que se trataba de ampliar el camino, de
situar el cristianismo más al alcance de las masas y hacerlo sin duda
mucho menos “judío”. El antisemitismo fue una fuerza motivadora
en el cristianismo romano.
24
Una dramática transición

¿Dónde estaba la iglesia que Jesús edificó?


¿Qué se había hecho la Iglesia establecida mediante el
derramamiento del Espíritu Santo de Dios el Día de Pentecostés del
año 31 D.C.? ¿Dónde estaba Cristo y qué estaba haciendo mientras
todo aquello ocurría?
En los capítulos dos y tres del libro de Apocalipsis,
encontramos una serie de mensajes que Jesucristo hizo consignar
para las siete iglesias de Asia Menor. En el primer capítulo, el
apóstol Juan tuvo una visión de Cristo glorificado de pie en medio
de siete calderos de oro. Los siete calderos representan la Iglesia de
Dios en su totalidad a lo largo del tiempo (Apocalipsis 1:12-20). Las
siete ciudades de Asia Menor mencionadas en Apocalipsis estaban
situadas físicamente como siete escalas sucesivas en una ruta postal
romana. ¿Qué significado tienen estos siete mensajes?
Es claro que los mensajes tienen una aplicación histórica a
siete congregaciones en el primer siglo. Pero además de eso, y que es
más importante para nosotros hoy: Esas congregaciones representan
el panorama profético de las actitudes y problemas que habrían de
caracterizar a las siete eras sucesivas de la verdadera Iglesia de Dios
desde los días del apóstol Juan hasta el retorno de Jesucristo a la
Tierra.
Cuando miramos el contexto del libro del Apocalipsis,
debemos reconocer que es ante todo una profecía. Apocalipsis 1:1
indica que el propósito del libro es mostrar a los siervos de Dios las
cosas que pronto empezarían a ocurrir. Por tanto, debemos entender
que las siete iglesias representan ante todo la historia de la Iglesia de
Dios en siete eras sucesivas.
La primera carta en Apocalipsis 2 se dirige a la iglesia en
Éfeso, que ejemplifica la era apostólica. En el versículo 2 leemos
que la gran prueba de aquella primera era fue determinar quiénes
eran los verdaderos apóstoles de Cristo y quiénes eran mentirosos
(ver 2 Corintios 11:3-15). Fue aquella una era en la que se laboró por
largo tiempo y con mucho esfuerzo para cumplir la Obra de Dios.
Era que aguantó muchas dificultades y persecuciones. Los cristianos
verdaderos de la era de Éfeso eran los que rechazaban y odiaban las

25
La Igleisa que no puedieron destruir

Las siete iglesias del Apocalipsis


En los capitulos segundo y tercero del Apocalipsis, el apóstol Juan
deja consignado el mensaje de Jesucristo a las siete iglesias de
Asia Menor (en la actualidad el país de Turquía). Estas ciudades se
comunicaban entre sí por medio de una ruta de correo que el Impero
Romano había establecido. Nótese que Jesucristo se refirió a cada
iglesia en su respectivo orden geográfico. Como todo el libro del
Apocalipsis es un libro profético (Apocalipsis 1:1), es claro que estas
iglesias también representan la historia de toda la Iglesia de Dios a
través de los tiempos, como siete eras de la Iglesia que transcurren
en orden cronológico.
5) Mensaje a Sardis:
3) Mensaje a Pérgamo: “Tienes nombre de que
“Yo conozco tus obras... vives, y estás muerto”
Pero tengo unas pocas (3:1).
cosas contra ti” (2:13-14). 4) Mensaje a Tiatira:
“Yo conozco tus obras...
y que tus obras postreras
2) Mensaje a Esmirna:
son más que las primeras”
“Tendrás tribulación por
(2:19).
diez días. Sé fiel hasta la
muerte, y yo te daré la 6) Mensaje a Filadelfia:
corona de la vida” (2:10). “He puesto delante de ti
una puerta abierta, la cual
1) Mensaje a Éfeso: nadie puede cerrar... No
“Has probado a los que se has negado mi nombre”
dicen ser apóstoles, y no lo (3:8).
son... Pero tengo contra ti,
que has dejado tu primer
amor” (2:2,4).

7) Mensaje a Laodicea:
“Por cuanto eres tibio,
y no frio ni caliente, te
vomitaré de mi boca”
(3:16).

Patmos es la isla a donde fue exiliado el apóstol Juan. Allí


recibió la visión profética que fue consignada en el libro del
Apocalipsis.

26
Una dramática transición

prácticas de los nicolitas (seguidores de Simón el mago).


Sin embargo, tras la destrucción del templo de Jerusalén en
el año 70 D.C., la Iglesia cayó en el desánimo y el letargo espiritual.
Los hermanos habían tenido la esperanza de que Cristo regresaría
poco después de que los ejércitos romanos rodearan a Jerusalén,
pero ahora la mayor parte de Judea y Galilea estaban en ruinas y
ocupadas por las legiones romanas. Los cristianos judíos eran vistos
como traidores por sus compatriotas y como posibles revoltosos por
las autoridades romanas. La vida se había vuelto dura y peligrosa.
Los cristianos habían dejado su primer amor, aquel celo por
hacer la Obra. Los miembros empezaron a descuidar las doctrinas,
prácticas y prioridades que les daban su verdadera identidad y
propósito.
El mensaje de Cristo viviente a la era de Éfeso, era que, si
sus miembros no se arrepentían y volvían a sus primeras obras, o sea
la proclamación entusiasta del evangelio, Él quitaría el candelero
de ellos. La apostasía de la abrumadora mayoría en la iglesia de
Jerusalén en el año 135 (cuando la segunda revuelta judía contra
Roma quedó totalmente aplastada) suele tomarse como el final
de la era de Éfeso. La iglesia en general tildaba de “nazarenos”
(ver Hechos 24:5) a quienes se mantuvieron fieles durante estos
penosos días finales. Tal como ocurre hoy también, coexistían con
la verdadera Iglesia de Dios diversos grupos independientes que
mezclaban verdad y error en una amplia serie de ideas. A veces, la
Iglesia Romana los incluía con los “nazarenos” o “ebionitas” como
grupos igualmente “herejes”.
La iglesia en Esmirna es la segunda de las siete iglesias que
recibieron carta. El apóstol Juan falleció en Éfeso a finales del primer
siglo. El siguiente líder fiel en Asia Menor, como vimos en el capítulo
anterior, fue Policarpo, obispo de Esmirna. En su juventud, Policarpo
había sido discípulo personal del apóstol Juan y había guardado la
Pascua con él en varias ocasiones. Policarpo se destacó en el primer
par de decenios del segundo siglo. Las iglesias por él encabezadas
fueron unas de las pocas áreas donde se siguieron guardando las
fiestas de Dios durante lo que restaba del siglo segundo. Ya anciano,
Policarpo incluso viajó a Roma con la intención de convencer al
27
La Igleisa que no puedieron destruir

obispo de Roma, Aniceto, de sus errores al no celebrar la Pascua


en la fecha indicada en la Biblia y observar en su lugar, una fiesta
pascual anual el día domingo, así como una celebración semanal
llamada “Eucaristía”.
En las décadas finales del siglo segundo, surgió Polícrates,
fiel dirigente de la Iglesia que había sido formado personalmente
por Policarpo. Fue el único líder cristiano destacado que se mantuvo
fiel al ejemplo de los apóstoles de la Iglesia de Dios en Jerusalén.
Polícrates enseñó el verdadero evangelio del establecimiento real
del Reino de Dios en la Tierra, el estado de inconsciencia de los
muertos que esperan la resurrección, la importancia de guardar la
ley de Dios y la observancia de los días de fiesta bíblicos.
Hacia finales del segundo siglo, Víctor, obispo de Roma,
había comenzado a tildar de herejes (fuentes de discordia y de
cisma en la iglesia), a Polícrates y a quienes seguían sus enseñanzas.
Polícrates se mantuvo fiel pese a las presiones y el aislamiento
impuestos por sus “hermanos cristianos” y pese a la persecución y el
trato hostil a manos de la sociedad pagana que lo rodeaba. Fallecido
Polícrates, no se sabe de más líderes destacados y fuertes entre las
iglesias fieles de Asia Menor.
Lo que percibe el público es que los cristianos verdaderos
cedieron terreno a la Iglesia Romana, mucho más complaciente
y populista. Los creyentes de la verdadera Iglesia se redujeron
y quedaban cada vez más aislados. Menospreciados y tildados de
“ebionitas” por la iglesia popular, los individuos y grupos de familias
que permanecían fieles tenían que mudarse a regiones más apartadas
en Asia Menor.
Ya a finales del primer siglo, ciertas congregaciones
encabezadas por líderes apóstatas estaban echando fuera a los
verdaderos cristianos (3 Juan 8-10). En el segundo siglo, otros,
como los fieles remanentes que se negaban a aceptar las “nuevas
verdades” del obispo Marcos de Jerusalén, se veían obligados a
retirarse de sus congregaciones. Esto ocurrió a medida que líderes
infieles llevaban a la iglesia visible más y más a la deriva.
La gran prueba de la era de Esmirna se refería a dos
aspectos. Uno era su capacidad de distinguir entre la continuación
28
Una dramática transición

de la Iglesia de Dios verdadera y lo que era, en realidad, la aparición


de la sinagoga de Satanás. El otro aspecto de prueba era si estaban
o no dispuestos a soportar la persecución y aun la muerte con tal de
permanecer fieles a Dios (Apocalipsis 2:9-10).
Físicamente, los cristianos de aquella era fueron pobres y
perseguidos. Fueron rechazados como herejes por el movimiento
“ortodoxo” en rápido crecimiento, tildados de apóstatas de la
sinagoga por los judíos y vistos con menosprecio y suspicacia por
la sociedad romana pagana que los rodeaba. Mas a ojos de Dios,
los que permanecieron fieles durante ese tiempo espantoso, poseían
una riqueza espiritual de gran valor, y con el tiempo recibirán una
corona de vida (Apocalipsis 2:9-10).
Cuando en el año 325 D.C., Constantino empezó a hacer
cumplir sistemáticamente la teología romana, gran parte de los
remanentes de la Iglesia verdadera se vieron obligados a huir del
Imperio Romano a las montañas de Armenia, y más tarde a las zonas
de los Balcanes en Europa. Numéricamente eran pocos, carecían
de todo prestigio y riqueza, y un Imperio Romano supuestamente
“cristiano” los tenía fichados como enemigos del estado.
Mas a los ojos de Dios, eran preciosos. Dios no se proponía
convertir a su Iglesia verdadera en una gran organización
poderosa que “cristianizara” al mundo. Su verdadera Iglesia
habría de seguir siendo una “manada pequeña” (Lucas 12:32). Su
continuidad no se mediría por una serie de obispos orgullosos y
poderosos en determinada ciudad (Ver Hebreos 13:14), sino por una
serie de individuos convertidos y fieles quienes, aunque dispersos
y perseguidos, seguirían adorando al Padre en espíritu y en verdad
(Juan 4:23-24).
Habría momentos en que Dios levantaría líderes fieles para revitalizar
a su pueblo y hacer una obra que tuviera visibilidad ante el público,
al menos en áreas restringidas. En otros momentos, la Iglesia de Dios
siguió existiendo tan dispersa y perdida que era visible solamente
para Dios. Aun así, nunca se acabó.

29
Capítulo 3
La Iglesia en el desierto

D
espués del Concilio de Nicea, el emperador Constantino
y sus sucesores quisieron erradicar todas las versiones del
cristianismo que no se conformaran a la norma. Los grupos
que rehusaban conformarse a las enseñanzas y prácticas de la iglesia
“establecida”, que ahora se llamaba Iglesia Católica (Universal),
eran vistos no solo como herejes sino como subversivos y enemigos
del estado romano.
La verdadera Iglesia, simbolizada por una mujer en
Apocalipsis 12, se vio obligada a huir al desierto durante 1.260
“días”. En la profecía bíblica, un “día” frecuentemente representa
un año (Números 14:34; Ezequiel 4:6). Por tanto, la verdadera
Iglesia tendría que durar escondida 1.260 años después del Concilio
de Nicea. Históricamente, esto fue lo que ocurrió. Aunque fue
efectivamente la edad del oscurantismo, siguió brillando una
lucecilla, cuya llama a veces titilaba, pero nunca se apagó.
El estudioso o historiador que pretenda trazar el rumbo de
la Iglesia verdadera durante este periodo de 1.260 años afrontará
varios problemas, pues la historia de esa Iglesia no es la de una
organización humana continua. La historia preservada de la Iglesia
de Dios que guardaba el sábado ha sido escrita enteramente por
sus enemigos que la veían como hereje. Leemos de grupos que
fueron tildados por sus opositores con nombres como paulicianos,
bogomiles y valdenses. En diferentes momentos, algunos sectores
más o menos grandes de estos grupos parecen haber sido verdaderos
cristianos, fieles al patrón de la Iglesia de Jerusalén del primer siglo.
Otra dificultad es que las enseñanzas de cada grupo iban variando
con el tiempo, generalmente acercándose más a las de sus vecinos
católicos y protestantes.
Por otra parte, quienes escriben sobre estos temas suelen

30
La Iglesia en el desierto

juntar como “herejes” y bajo el mismo nombre a varios grupos, entre


ellos la Iglesia verdadera, sin distinguir las diferencias en cuanto a
lo que enseñaban. El gran reto para la historia eclesiástica, pues,
no es simplemente identificar quién enseñaba qué, sino reconocer
cuándo una iglesia dejaba de ser parte de la verdadera Iglesia y
cuándo trasladó Dios esa Iglesia verdadera a un nuevo lugar.
La Iglesia huye al desierto
Durante los tres primeros siglos de su existencia, la iglesia
sufrió períodos intermitentes de dura persecución. Mas no era
la única, pues con ella solían juntar a los judíos así como a una
variedad de sectas que profesaban a Cristo. Las persecuciones
fueron de duración limitada y de alcance local. El emperador
romano Diocleciano, desató la peor de estas persecuciones previas
al Concilio de Nicea entre los años 303 y 313 de nuestra era.
Cuando Constantino consolidó su poder en el imperio,
las cosas cambiaron mucho. Gibbon nos dice que su devoción
religiosa “se dirigía en particular al genio del Sol… y le agradaba
verse representado con los símbolos del dios de la Luz y la Poesía.
Las fechas certeras de esa deidad, el fulgor de sus ojos… parecen
señalarlo como el patrón de un joven héroe. Los altares de Apolo
estaban repletos de los exvotos [ofrendas] de Constantino; y la
multitud crédula aprendía que el emperador estaba facultado para
mirar con ojos mortales la majestad visible de su deidad tutelar…
El Sol era universalmente célebre como el guía invisible y protector
de Constantino” (The Triumph of Christendom, El triunfo de la
cristiandad, pág. 309).
Cuatro años antes del Concilio de Nicea, Constantino
proclamó para el Imperio Romano una ley que tendría amplias
implicaciones para el pueblo de Dios. “El primer reconocimiento
de la observancia del día domingo como un deber legal es una
constitución de Constantino fechada en el año 321 D.C., la cual
disponía que todos los tribunales de justicia, los habitantes de las
ciudades y los talleres debían descansar el domingo (venerabili die
solis, o sea el Venerable Día del Sol)… fue esta la primera de una
larga serie de constituciones imperiales, la mayoría de las cuales
31
La Igleisa que no puedieron destruir

están incorporadas en el código de Justiniano. Unos cuarenta años


más tarde, la Iglesia Católica le hizo el seguimiento a este edicto
imperial en “cánones” [29] del concilio de Laodicea [363 D.C.],
que prohíben a los cristianos judaizar y descansar el día sábado,
y los insta a trabajar ese día” (Enciclopedia Británica, ed. 11,
“Domingo”).
El hecho mismo de que en la segunda mitad del siglo cuarto la
Iglesia Católica sintiera la necesidad de legislar contra la observancia
del sábado muestra que los remanentes fieles, especialmente en
Asia Menor, conservaban la verdad. La iglesia romana, cada vez
más poderosa, insistía que ahora todos debían aceptar la versión
“cristianizada” del culto solar romano. Era fácil identificar a los
que rehusaban hacerlo, y si permanecían en las zonas urbanas del
Imperio Romano estaban impedidos para actuar. Por consiguiente, en
el cuarto siglo los cristianos llamados nazarenos desaparecieron de
las zonas populosas de Asia Menor. Los remanentes de la verdadera
Iglesia llevaban tres siglos allí, pero con la promulgación de la ley
del domingo, tuvieron que huir. El historiador católico Epifanio,
que escribió en el cuarto siglo, describe a estas personas, que se
distinguían “de los judíos y de los cristianos [católicos] porque son
formados en la ley… esta herejía de los nazarenos existe en Berea en
la vecindad de Coele, Siria y la de Decápolis en la región de Pella…
De allí tomó sus comienzos luego del éxodo de Jerusalén cuando
todos los discípulos se fueron a vivir a Pella” (Ray Pritz, Nazarene
Jewish Christianity, El cristianismo judío nazareno, pág. 34).

Los “paulicianos” aparecen en Armenia


En el siglo quinto, la Iglesia apareció en lugares remotos del
oriente de Asia Menor cerca del río Éufrates y en las montañas de
Armenia. Sus contemporáneos les decían “paulicianos”. ¿Quiénes
eran?
Según la erudita armenia Nina Garsoian en La herejía
pauliciana, “parecía, pues, que los paulicianos han de tomarse
como los sobrevivientes de la forma más antigua del cristianismo
en Armenia”. También dice la autora que a los paulicianos “los

32
La Iglesia en el desierto

acusaban de ser peores que otras sectas por cuanto añadían el


judaísmo” (pág. 213).
El mensaje de Cristo a esta tercera etapa de la Iglesia de Dios
(los paulicianos) está reflejado en la carta a la iglesia de Pérgamo
(Apocalipsis 2:12-17). La palabra Pérgamo significa “fortificado”, y
los miembros de la Iglesia en aquel periodo se distinguían por habitar
en las zonas montañosas apartadas. En Apocalipsis 2:13 Cristo dice
de la Iglesia en Pérgamo que habitan allí donde está el trono de
Satanás. Pérgamo era un centro de la antigua religión babilónica
de los misterios. En el año 133 A.C. Atalo III, el último rey-dios
de Pérgamo, murió y en su testamento dejó su reino y su título de
Pontifex Maximun (Supremo Edificador de Puentes entre el hombre
y Dios) a los romanos. Los gobernantes romanos tomaron el título y
lo retuvieron hasta que el emperador Graciano se lo concedió al papa
Damaso en el año 378 D.C. Los pontífices católicos siguen usando
ese título hasta el día de hoy. Por otra parte, históricamente el término
“trono de Satanás” hace alusión al antiguo reino de Nimrod, que
en la lejana antigüedad incluía Armenia y el alto Éufrates (Génesis
10). La iglesia de Pérgamo, es decir los paulicianos, se mudaron
a aquella zona después que Constantino impuso el domingo en el
Imperio Romano.
Ya en el siglo quinto encontramos a los paulicianos
condenados como herejes en documentos católicos. Sin embargo, su
primer líder destacado cuyo nombre no es familiar, es Constantino
de Mananali (620-681 D.C. aprox.) Alrededor del año 654 comenzó
a predicar, ayudando a revitalizar la Iglesia. Antes de su ministerio,
los miembros de la Iglesia eran en su mayoría descendientes de
cristianos que habían huido de Grecia y Asia Menor más de dos
siglos atrás. Conservaban los nombres de sus congregaciones
originales y seguían refiriéndose a sí mismos como la “iglesia de
Éfeso” o la “iglesia de Macedonia”, aunque se hallaban a cientos de
kilómetros de sus lugares originales.
En el año 681 D.C., Constantino de Mananali fue ejecutado
por soldados de Bizancio (Imperio romano del oriente) bajo el
mando de un oficial llamado Simeón. Profundamente abrumado por
el ejemplo y las enseñanzas de Constantino, este Simeón regresó en
33
La Igleisa que no puedieron destruir

el año 684 D.C., ya no como soldado romano sino como converso.


Llegó a ser un predicador pauliciano lleno de celo, y a su vez murió
como mártir tres años después, en el año 687 D.C.
En 1828, se descubrió en Armenia el manuscrito de un libro
antiguo titulado The key of Truth (La clave de la verdad). El libro,
del cual unas partes se remontan al año 800 D.C., nos da las
enseñanzas de los paulicianos con los mayores detalles. Traducido
al inglés por Fred Coneybeare alrededor del año1900, nos enseña
que los paulicianos se negaban a usar la cruz en el arte religioso
y el culto, llamándolos un “implemento maldito”. Condenaban la
guerra y guardaban la Pascua el décimo cuarto día del primer mes
según el calendario sagrado. Rechazaban el argumento de que la
Iglesia Católica Romana era la “Iglesia de Dios” e impugnaban el
concepto papal de la “sucesión apostólica”. Consideraban que la
Trinidad, el Purgatorio y la intercesión de los santos eran doctrinas
sin fundamento bíblico.
En su introducción a la versión inglesa de La clave de la
verdad, Coneybeare ofrece información histórica invaluable sobre
las prácticas de los primeros paulicianos. “También sabemos por
una notificación conservada en Ananias de Shirak que los pauliani,
que eran la misma gente en fecha anterior, eran cuartodecimanos y
que guardaban la Pascua a la manera primitiva y en la fecha judía.
El lenguaje de Juan de Otzun da a entender que quizá los antiguos
creyentes de Armenia durante el siglo séptimo eran cuartodecimanos,
como esperaríamos que fuesen” (Coneybeare, introducción).
Coneybeare afirma además: “Se guardaba quizá el sábado y no había
ninguna observancia dominical especial”. Prosigue diciendo que los
paulicianos “probablemente eran el remanente de una antigua iglesia
judeocristiana, la cual había surgido por Edessa y hasta Siuniq y
Albania” (pág. IXIII).
Ahora bien, en algún momento de su historia, muchos
paulicianos sucumbieron a un error fatal. Razonaron que podían
conformarse en apariencia con muchas prácticas de la Iglesia
Católica a fin de evitar la persecución siempre y cuando en el
corazón supieran que no era así. Este camino de la transigencia
llevó a muchos a bautizar según el rito católico a sus hijos, y a otros a
34
La Iglesia en el desierto

asistir a la misa. Jesucristo lo había profetizado así, amonestando a la


iglesia en Pérgamo respecto de los que guardaban doctrinas paganas
e inmorales (Apocalipsis 2:14-15). El resultado de su transigencia
fue que Dios permitió que sufrieran varias persecuciones. Cuando
llegó la persecución, algunos paulicianos atribulados pensaron que
la solución a sus penas era aliarse con los árabes musulmanes, que
para entonces hacían serias incursiones en el Imperio Bizantino.
Una serie de controversias entre los paulicianos en esos años llevó
al fraccionamiento del grupo.
Antes del año 800 D.C., un individuo importante en la
Iglesia, de nombre Baanes, asumió el liderazgo de los paulicianos
en Armenia y promulgó una doctrina de represalias militares. Poco
después, se destacó entre los paulicianos otro ministro, de nombre
Sergio. Como Sergio condenaba la guerra, chocando así con la
postura asumida por Baanes, lo acusaron de causar un cisma en el
grupo. Mas pese a las dificultades, el ministerio de Sergio duró mas
de 30 años, si bien una vez fallecido, la mayoría de sus seguidores
comenzaron a participar también en la guerra.
Surgimiento de los Bogomiles
En los siglos octavo y noveno, muchos paulicianos armenios
se asentaron en los Balcanes, trasladados allí a la fuerza por los
emperadores bizantinos como baluarte contra las tribus búlgaras
invasoras. Instalados en los Balcanes, los paulicianos llegaron a
conocerse como “bogomiles”.
¿Qué enseñaban estos bogomiles? “El bautismo había
de practicarse únicamente en hombres y mujeres adultos… Las
imágenes y las cruces eran ídolos” (Enciclopedia británica, ed.
11, “Bogomiles”). Enseñaban además, que los fieles deberían orar
en casa, no en edificios especiales como iglesias. Enseñaban que
la congregación estaba formada por los “elegidos” y que cada
individuo debía tratar de perfeccionarse en Cristo. Se dice que sus
ministros andaban sanando enfermos y echando fuera demonios.
En los siglos diez y once, muchos bogomiles se trasladaron
hacia el occidente y se radicaron en Serbia. Para fines del siglo
doce, muchos habían buscado refugio en Bosnia. Esos bogomiles
35
La Igleisa que no puedieron destruir

eran “solo una versión de un grupo de sectas heréticas relacionadas


que florecieron en toda Asia Menor y el sur de Europa durante la
Edad Media bajo diversos nombres, siendo los más conocidos los
cátaros y los albigenses” (Enciclopedia británica, ed. 15, vol. 29,
pág. 1090). Eran condenados como herejes por su convicción de
que “el mundo está gobernado por dos principios, el bien y el mal,
y los choques entre ellos determinan los asuntos humanos; todo el
mundo visible se ha entregado a Satanás” (Enciclopedia británica,
pág. 1098). La influencia de los bogomiles se extendió desde su
base en los Balcanes, impulsada inicialmente por una red comercial,
hasta el Piamonte en Italia y el sur de Francia. Cuando los otomanos
asumieron el poder en Bosnia, ya las semillas de la Verdad se habían
extendido en Europa hasta el Piamonte, Provenza y las regiones
alpinas.
Cátaros y valdenses
Al despuntar el siglo doce, hubo una revitalización de
la Verdad con el surgimiento de la siguiente fase de la Iglesia,
bajo el liderazgo de Pedro de Bruys en el sureste de Francia. Esta
fase en la historia de la Iglesia está caracterizada por la Iglesia de
Tiatira en Apocalipsis 2. El papa Urbano II describió los valles del
Piamonte en el sureste de Francia en 1096 como lugares “infestados
de herejía”. Fue allí, en el valle de Louis, donde surgió Pedro de
Bruys en el año de 1104 y comenzó a predicar el arrepentimiento.
Ganó muchos adeptos entre los cátaros inicialmente y luego entre el
público en general.
Los cátaros (que significa “puritanos”), entre los cuales
predicó de Bruys en un principio, eran remanentes de los
asentamientos bogomiles. Para esta época, la mayoría habían
aceptado diversas doctrinas novedosas y extrañas y estaban muy
divididos entre sí. La predicación de Pedro de Bruys y sus sucesores
generó una revitalización de la Iglesia en la primera mitad del
siglo doce en los valles del sureste de Francia. De Bruys pretendía
devolverle al cristianismo su pureza original. Al cabo de unos 20
años de ministerio, murió en la hoguera. Tras él surgieron, en rápida
sucesión, otros dos ministros influyentes: Arnold y Henri.
36
La Iglesia en el desierto

Muerto Henri en el año 1149, la Iglesia languideció y


pareció eclipsarse. Unos años después, un próspero comerciante de
Lyon, Pedro de Valdo, se sintió sacudido por circustancias fuera de
lo común y comenzó a predicar el evangelio en 1161. Cuando la
muerte repentina de un amigo cercano lo obligó a reflexionar sobre
el verdadero significado de la vida, Valdo consiguió un ejemplar de
las Sagradas Escrituras y empezó a estudiar la Palabra de Dios. Con
asombro encontró que lo que allí se enseñaba era diametralmente
opuesto a gran parte de lo que él había aprendido en su juventud
como católico.
El historiador Peter Allix cita así un antiguo texto valdense,
La noble lección: “El autor, dando por hecho que el mundo tocaba a
su fin, exhorta a los hermanos a orar, a velar… Repite los diversos
artículos de la ley, sin olvidar la que atañe a los ídolos” (Historia
eclesiástica de las antiguas iglesias del Piamonte, págs. 231-237).
En otra obra, Allix escribe que los dirigentes valdenses
“declaran que son los sucesores de los apóstoles, que tienen autoridad
apostólica y las llaves para atar y desatar. Tienen a la Iglesia de
Roma por la ramera de Babilonia” (Historia eclesiástica, pág 175).
Pedro de Valdo hizo de Lyon, Francia, el centro de su
predicación de 1161 a 1180. Luego se mudó al norte de Italia a
causa de la persecución. Desde el año de 1210 hasta su muerte,
siete años después, se dedicó a predicar en Bohemia y Alemania.
“Al igual que San Francisco [de Asís], de Valdo adoptó una vida de
pobreza a fin de estar libre para predicar, mas con esta diferencia:
que los valdenses predicaban la doctrina de Cristo mientras que
los franciscanos predicaban la persona de Cristo” (Enciclopedia
británica, ed. 11).
¿Qué otras doctrinas enseñaban los valdenses? ¿Hay algún
indicio de que los primeros valdenses guardaran el sábado? Uno
de los nombres que se les daban más antiguamente era Sabbatati.
En su obra Historia del sábado, publicada en 1873, el historiador
J. N. Andrews cita una obra anterior del historiador calvinista suizo
Goldastus, que data del año 1600 aproximadamente. Refiriéndose
a los valdenses, Golastus escribió: “[los llamaban] Insabbatati no
porque fueran circuncidados sino porque guardaban el sábado
37
La Igleisa que no puedieron destruir

judío”(pág. 410). Andrews cita además el testimonio del arzobispo


Ussher (1581-1656), quien reconoció que “muchos comprendían que
[a los valdenses] les dieron [los nombres de sabbatati o insabbatati]
porque adoraban en el día sábado judío”. Es claro, pues, que hacia el
final de la Edad Media, algunos eruditos protestantes estaban incluso
dispuestos a reconocer que muchos valdenses habían guardado el día
sábado. En su obra The history of the Christian Church (La historia
de la Iglesia Cristiana), publicada en 1845, William Jones escribió:
“Los investigadores informaron a Luis XII, rey de Francia,
quien reinó de 1498 a 1516, que ellos habían visitado todas las
parroquias donde habitaban los valdenses. Habían inspeccionado
todos sus lugares de culto… pero no hallaron imágenes, ni ninguna
señal de las ordenanzas que corresponden a la misa, ni sacramento
alguno de la Iglesia Romana… Guardaban el día sábado, observaban
la ordenanza del bautismo conforme a la iglesia apostólica, instruían
a sus hijos en los artículos de la fe cristiana y los mandamientos de
Dios… Los valdenses podían recitar de memoria gran parte de los
Testamentos Antiguo y Nuevo. Desprecian los dichos y exposiciones
de los varones santos [los padres de la Iglesia Católica Romana], e
invocan solamente la prueba de las Escrituras… Las tradiciones de la
Iglesia [Romana] no son mejores que las tradiciones de los fariseos,
y que más énfasis [hace Roma] en la observancia de la tradición
humana que en el cumplimiento de la ley de Dios. Desprecian la
Fiesta del Domingo de Resurrección y los demás festivales romanos
de Cristo y los santos” (A Handbook of Church History, Manual de
historia eclesiástica, págs. 234, 236, 237).
De nuevo: transigencias
Había empero, un grave problema que afectaba, tal como
había afectado a los paulicianos, a la mayoría de los grupos valdenses
en la última parte de la Edad Media. El problema era la tendencia
a participar en las ceremonias de culto católicas y a permitir que
los sacerdotes católicos “bautizaran” a sus hijos. Sabiendo que tales
ceremonias eran inútiles para alcanzar la salvación, muchos pensaban
que la conformidad exterior con Roma les evitaría la persecución
y les permitiría practicar la verdad en privado. Esta tendencia se

38
La Iglesia en el desierto

profetizó en relación con la iglesia en Tiatira en Apocalipsis 2:20-


24. Desde el punto de vista de Dios, lo que ellos hacían equivalía
a fornicación espiritual, y participar en la comunión católica
era “comer cosas sacrificadas a los ídolos”. ¿Qué se hicieron los
valdenses? “Los valdenses desaparecieron lentamente de los centros
demográficos principales y buscaron refugio en los remotos valles
alpinos. Allí, en los lugares recónditos del Piamonte… se hizo un
asentamiento de los valdenses, el cual dio su nombre a estos valles de
Vaudois… En ocasiones se hicieron intentos por erradicar la secta de
los vaudois, pero la naturaleza de la región que habitaban, así como
su aislamiento y olvido, hacían mayor la dificultad de eliminarlos
que las ventajas que ello traería” (Enciclopedia británica, ed. 11).
En 1487, el Papa Inocencio VIII emitió una bula en que pedía
su exterminio, y se llevó a cabo un serio ataque contra el baluarte de
ellos. Una neblina que se asentó sobre los ejércitos católicos y los
rodeó, salvó a los valdenses de la destrucción total. Sin embargo,
la mayoría estaban simplemente agotados y cayeron en un espíritu
de transigencia. Cuando pocos años después comenzó la reforma
protestante, los dirigentes valdenses enviaron emisarios a la Iglesia
Luterana. “De este modo”, afirma la Enciclopedia británica, “los
valdenses dejaron de ser una reliquia del pasado y se absorbieron
dentro del movimiento general del protestantismo”.
Mientras la mayoría de los remanentes valdenses se dejaban
consumir por la apostasía total para fines del siglo 16, Dios preservó
un remanente fiel. En Bohemia y Alemania se habían convertido
algunos individuos que fueron fruto de los últimos siete años del
ministerio de Valdo en el siglo trece. En regiones apartadas de los
montes Cárpatos, en Europa central y oriental, sobrevivieron grupos
pequeños. Incluso, un remanente fiel ha sobrevivido, aislado en
estas zonas, hasta los tiempos modernos (ver Apocalipsis 2:24-25).
Al acercarse el siglo 17, se disponía a aparecer en el escenario
la próxima era de la Iglesia de Dios. Ya en los siglos 14 y 15 habían
penetrado en Holanda e Inglaterra remanentes de los valdenses
alemanes, denominados lolardos por algunos ajenos a ellos. Mas
no fue hasta los últimos decenios del siglo 16 que la Iglesia pudo
emerger abiertamente en esos dos países.
39
Capítulo 4
La Iglesia echa raíces en el Nuevo Mundo

¿ Qué se hizo la Iglesia que Cristo edificó? ¡Perduró y sobrevivió


contra dificultades increíbles! Los hombres y mujeres que
fueron antecesores espirituales del actual pueblo de Dios eran
un ejemplo de fe y valentía. Vez tras vez a lo largo de los siglos,
tuvieron que mudarse para huir de la persecución externa o bien de
la apostasía y la transigencia internas. En estos momentos, cuando
parecía que la llama de la Verdad divina titilaba como un débil
destello, Jesucristo siempre levantaba algún líder fiel para reanimar
a los suyos y revitalizar la Obra de Dios.
Para finales del siglo 16, congregaciones que el mundo
llamaba “anabaptistas sabatarios” habían surgido de los remanentes
de los valdenses y crecían en el centro de Europa, Alemania e
Inglaterra. Los denominaron sabatarios porque enseñaban y
guardaban el día sábado. Los denominaron anabaptistas, que
significa “re-bautizadores”, porque se negaban a aceptar como
cristianos a quienes habían recibido únicamente el bautismo por la
aspersión en la infancia. Enseñaban que el bautismo era solo para
los adultos que hubiesen llegado a creer en el Evangelio y que se
hubiesen arrepentido de sus pecados (ver Hechos 2:38).
La historia del movimiento “anabaptista”
Entre ellos se encontraban hombres sobresalientes como
Osvaldo Glaidt, Andreas Fischer y Andreas Eossi. La zona de su
ministerio era principalmente Alemania, Polonia, Hungría y partes
de lo que más tarde se llamó Checoslovaquia y Romania. Estos
varones enseñaban el cumplimiento del sábado y los días santos así
como el rechazo al bautismo infantil y de la Trinidad. Dios se valió
de ellos para fortalecer al fiel remanente y dar un testimonio de la
Verdad mientras la turbulenta Reforma Protestante sacudía la misma
40
La Iglesia echa raíces en el Nuevo Mundo

región.
Glaidt y Fischer se conocieron en un viaje por el río Danubio
en 1527. Los dos escribieron libros en defensa del sábado. En
respuesta a quienes los acusaban de querer ganar la salvación por
cuanto enseñaban que era necesario obedecer los diez mandamientos,
Glaidt respondió: “La ley moral dice: ‘No matarás’; sin embargo
nadie sostendría seriamente que esto ya no está en vigor, como
tampoco sostendrían que el simple hecho de abstenerse de matar
sea un intento por ganarse la salvación a base de ‘obras’”. (Daniel
Lieichty, Sabbatarianism in the Sixteenth Century, El movimiento
sabatario en el siglo dieciséis, pág. 31). Glaidt fue ejecutado en
Viena en 1546. Poco antes de su muerte, les dijo a sus acusadores:
“Aunque me ahoguéis, no negaré a Dios y su verdad. Cristo murió
por mí y yo continuaré siguiéndolo, y moriría por su verdad antes
que abandonarla” (pág. 35). También Eossi, húngaro de noble cuna,
publicó libros y ensayos sobre el sábado y otros temas relacionados
a finales del siglo 16.
Para mediados del siglo 17, los remanentes de la Iglesia en
Europa central estaban sufriendo cada vez más persecución a manos
de una Iglesia Católica resurgente que recuperaba el control allí,
luego de las perturbaciones causadas por la Reforma Protestante.
Los verdaderos cristianos se veían ante la opción de sufrir grave
persecución o emigrar a una región que ofreciera más libertad para
practicar lo que creían. La aislada zona montañosa transcarpática,
que ya era domicilio de los remanentes valdenses, vino a ser un
refugio para muchos. En el siglo 18, la mayoría de los pocos
sabatarios alemanes restantes emigraron a Pennsylvania. También
había personas allí asociadas con el “movimiento anabaptista”
pero que aceptaban otras enseñanzas protestantes de la Reforma.
De ellos descienden grupos que hoy conocemos como los bautistas,
menonitas y amish.
Mientras tanto, otros remanentes de la Iglesia verdadera
habían llegado a Inglaterra. Estaban preparando el escenario para
la quinta etapa en la historia de la Iglesia de Dios, caracterizada
por la iglesia en Sardis. Los datos más antiguos que tenemos sobre

41
La Igleisa que no puedieron destruir

congregaciones sabatarias en Inglaterra se remontan al decenio de


1580. A comienzos del siglo 17 hubo un debate público sobre el tema
de si el sábado bíblico seguía en vigor o no. Durante ese periodo se
escribieron varios libros de los cuales quedan muchos sobre el tema
de la ley de Dios y el sábado.
John Traske fue uno de los primeros en publicar sobre el
sábado en Inglaterra. Escribió alrededor del año 1618, y por su
labor fue encarcelado. Algunos le atribuyen el establecimiento de
la iglesia Mill Yard en Londres, la iglesia sabataria más antigua que
conozcamos y que siga funcionando, y madre de otras iglesias que
más tarde guardaron el sábado en Norte América. Aunque otros
historiadores citan el decenio de 1580 para la fundación de Mill Yard,
mucho antes de Traske, lo cierto es que él fue pastor de la iglesia
a comienzos del siglo 17. Más tarde fue detenido y encarcelado.
Parece que estando allí se retractó de sus enseñanzas a fin de lograr
su liberación, si bien su esposa se negó hacer lo mismo y siguió fiel
a la verdad durante los 15 años de vida que le restaron y que pasó en
prisión.
John James, otro ministro de la Iglesia de Dios, fue detenido
en Londres en el año de 1661 por predicar la verdad.

“En sus últimas palabras ante el tribunal, simplemente les


pidió que leyeran los siguientes pasajes de las Escrituras:
Jeremías 26:14-15 y Salmos 116:15… Luego de su
ejecución, le sacaron el corazón y lo quemaron, los cuatro
cuartos de su cuerpo se colgaron en las puertas de la ciudad
y la cabeza se montó en un poste en Whitechapel frente a
la callejuela donde estaba su casa de reunión. Tal fue el
horrible precio que algunos estuvieron dispuestos a pagar
por obedecer a Dios en Inglaterra en el siglo 17” (Ivor
Fletcher, The Incredible History of God’s True Church,
La increíble historia de la verdadera Iglesia de Dios, pág.
176).

Otro líder extraordinario fue Francis Bampfield, copia de


cuya biografía, titulada La vid de Shem Acher, se ha preservado en la
42
La Iglesia echa raíces en el Nuevo Mundo

Biblioteca del Museo Británico. Desde el año 1662 hasta su muerte


en 1683, pasó la mayor parte del tiempo en la prisión o huyendo de
las autoridades inglesas. Cuando lo encarcelaron en la prisión de
Dorchester, la gente acudía allí para oírlo predicar. Fue en esta época
de persecución cuando ocurrió un hecho de amplias repercusiones.
Stephen Mumford y su esposa, miembros de la Iglesia, salieron de
Inglaterra rumbo al Nuevo Mundo y llegaron a Rhode Island en el
año 1664. A comienzos del siglo 18, la Iglesia de Dios en Inglaterra
estaba prácticamente muerta. La mayoría de los ministros de la
época, además de predicar el día sábado, se habían hecho pastores
de iglesias dominicales para ganar dinero adicional. La infidelidad
tuvo su precio.
La Iglesia en Norteamérica
Al llegar a Rhode Island, la única colonia norteamericana
fundada sobre el principio de la libertad religiosa, los Mumford
comenzaron a fraternizar con los bautistas en Newport, aunque
hablaban abiertamente de su convicción en cuanto al sábado. En
1665, habían llegado hacía menos de un año, se unió a ellos Tacy
Hubbard, quien comenzó a guardar el sábado con ellos y vino a
ser la primera conversa en Norteamérica. Poco después, se sumó su
esposo Samuel. En 1671 se dio comienzo oficialmente a la primera
iglesia sabataria, con siete miembros. William Hiscox fue su primer
pastor, desde 1671 hasta su muerte en 1704.
En 1708 se organizó oficialmente una segunda iglesia, en
Westerly, Rhode Island (que más tarde se llamó Hopkinton). Rhode
Island, así como Pennsylvania y New Jersey, parecen haber sido
las zonas principales donde se encontraban iglesias sabatarias en el
siglo 18. Durante ese tiempo, inmigraron a Pennsylvania grupos de
sabatarios alemanes. El más destacado de sus ministros fue Peter
Miller, amigo de Benjamín Franklin.
La época de la guerra de independencia fue difícil para
muchos creyentes. La historia de esa época demuestra también a
qué grado se encontraban espiritualmente muertos muchos de
los ministros y miembros. Varias congregaciones se fraccionaron
por diferencias en torno al tema de la guerra y la participación en

43
La Igleisa que no puedieron destruir

política. Jacob Davis, pastor de la Iglesia de Dios de Shrewsbury,


New Jersey, se inscribió como capellán del ejército Continental, y
muchos miembros, siguiendo su ejemplo, también se enrolaron. Un
miembro, de nombre Simeon Maxson, se opuso abiertamente y tildó
de “hijo del diablo” a todo miembro de la Iglesia que apoyara la
guerra carnal. (Richard Nickels, Six Papers on the History of the
Church of God, Seis monografías sobre la historia de la Iglesia de
Dios, pág. 60). Por esta postura, lo sacaron de la Iglesia.
A raíz de la Guerra, los sabatarios en la zona de Shrewsbury
empobrecieron y se fraccionaron. Muchos se mudaron a
Pennsylvania después de la independencia, y antes del año 1800,
la mayoría de estos se trasladaron a Salem, Virginia (que más tarde
fue West Virginia). La región de Salem se convirtió en uno de los
principales centros del pueblo de Dios desde comienzos del siglo 19
hasta entrado el siglo 20. Sin embargo, la historia del pueblo de Dios
en esta zona no es una historia de armonía ni del cumplimiento de
una gran obra, sino una historia de divisiones, apostasías y letargo
espiritual de la mayoría de los creyentes. Gran parte de esta actitud
se debió a la influencia de los Davis, familia destacada que produjo
muchos de los principales ministros en los siglos 18 y 19. Parece
que la abrumadora mayoría de los hermanos estaban a tal grado
muertos en lo espiritual, que siguieron ciegamente a sus ministros
apóstatas, los cuales los llevaron al protestantismo.
William Davis, nacido en Gales en 1663, pasó de la Iglesia
Anglicana a los cuáqueros y luego a los bautistas. En 1706 aceptó el
sábado y solicitó ingreso a la iglesia de Newport, pero lo rechazaron
porque sus doctrinas eran erradas. Finalmente, en 1710, fue acogido
y lo autorizaron para que predicara y bautizara. Él creía, sin embargo,
en la Trinidad, la inmortalidad del alma y en el concepto de “ir al
Cielo”, ¡todo ello contrario a las doctrinas que la Iglesia enseñaba
en ese entonces! Davis estuvo alternando el resto de su vida, a veces
dentro y a veces fuera de la congregación de la Iglesia. “Davis
desempeñó un papel importante en lo que habría de ser el futuro de
los bautistas sabatarios” (Nickels, pág. 55).
Al principio, no se pensó especialmente en darle un nombre
oficial a la Iglesia. En su correspondencia, las congregaciones se
44
La Iglesia echa raíces en el Nuevo Mundo

identificaban como “la Iglesia de Cristo que está en Newport” o


“la Iglesia de Dios que vive en Piscataway”. Los miembros, en
su mayoría, le decían simplemente “la Iglesia”. Los de afuera se
referían a ellos como sabatarios o bautistas sabatarios. La iglesia en
Newport recibió una constitución estatal oficial en 1819, aunque se
había establecido desde el año 1671. Se registró con el nombre de:
“Iglesia Bautista de Cristo del Séptimo Día”.
En 1803, ocho congregaciones que guardaban el sábado
organizaron una conferencia general en el nororiente del país a fin
de coordinar sus esfuerzos evangelistas y cooperar en la publicación
de sus escritos. En 1805 adoptaron el nombre de “La Conferencia
General Sabataria”. Para 1818, el nombre había cambiado a
Conferencia General de Bautistas del Séptimo Día, y la organización
había crecido hasta incluir congregaciones sabatarias fuera de la
región nororiental.
La Iglesia estaba sufriendo muchos cambios. Es evidente una
progresión de la posición antitrinitaria a la trinitaria, impulsada por
la familia Davis y otros. Una declaración redactada en 1811 defendía
la doctrina tradicional de la Iglesia, notando que “los bautistas
sabatarios creen que el Espíritu Santo es el poder operador o espíritu
de Dios… Hay pocos… que creen que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo sean tres personas distintas, absolutas e iguales… y a la vez
un solo Dios” (Nickels, pág. 9). Pero escasos 22 años después, en
el Expose of Sentiments (Exposición de sentimientos) fechado en
1833, la posición oficial era esta: “Creemos que existe una unión
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y que son igualmente
divinos y merecedores de nuestra Adoración” (Nickels). Todavía en
1866 se reconocía que algunos ministros le tenían fuerte aversión al
empleo de la palabra “Trinidad”.
Durante este tiempo, muchos ministros y miembros se
habían apartado a tal grado de la Verdad, que venían a ser simples
protestantes que se reunían los sábados. El diario Westerly Sun, en su
número fechado 18 de noviembre de 1983, describió bajo este titular
la celebración del aniversario de la más antigua iglesia sabataria
en los Estados Unidos: “Iglesia celebrará 275 años caracterizados
por los cambios”. El artículo decía que la “iglesia celebrará su
45
La Igleisa que no puedieron destruir

aniversario número 275 este fin de semana: experiencia que se ha


caracterizado por el cambio debido a presiones sociales, pese a su
costumbre de guardar el sábado”.
Los cambios producidos implican una erosión constante de
la Verdad y un paso al protestantismo tradicional. De hecho, hace
mucho tiempo que las iglesias bautistas del séptimo día en Rhode
Island dejaron de alojar a la verdadera Iglesia del Dios viviente. Son
simples edificios viejos, museos donde antaño se enseñó la Verdad y
se llevó a cabo la Obra de Dios. Las congregaciones que se reúnen
allí ahora creen en la Trinidad, guardan la Navidad y el Domingo de
Resurrección, e incluso han regresado a la construcción de las torres
de tipo aguja que son un claro símbolo pagano.
Mientras la mayoría de los sabatarios se iban alejando de la
Verdad, hubo miembros y congregaciones que permanecían fieles.
Los anales de la iglesia de South Fork, en West Virginia, indican que
a comienzos del siglo 19, allí se guardaba la Pascua y se evitaban las
carnes inmundas. Este pequeño grupo se vio obligado a “retirarse
de la comunión con la Conferencia General y demás organizaciones
bautistas del séptimo día, debido a diferencias doctrinales” (Nickels,
pág. 68). Sin embargo en la década de 1870, la mayor parte de la
iglesia de South Fork aceptó a la organización de los Bautistas del
Séptimo Día.
El ministro J. W. Niles, de Pennsylvania, organizó otro
grupo, que se llamó la Organización de Bautistas del Séptimo Día.
En los años treinta seguía funcionando. En el libro Historia de la
verdadera religión, Andrew Dugger la llamó “la Iglesia de Dios
verdadera más antigua que esté actualmente en funcionamiento en
el estado de West Virginia”.
El movimiento adventista
En el decenio de 1830, surgió entre las iglesias protestantes
en el occidente del estado de Nueva York un movimiento centrado
en el regreso de Jesucristo a la Tierra y en el establecimiento de
su Reino. Este mensaje, proclamado con fuerza inicialmente por
William Miller, era enteramente distinto de la doctrina protestante
aceptada. Sus enseñanzas respecto de la profecía despertaron mucho

46
La Iglesia echa raíces en el Nuevo Mundo

interés, y la expectativa se acentuó al irse acercando la fecha de


1844 que él había predicho para el regreso de Cristo. Después
de lo que se llamó “la gran decepción”, por no haber regresado
Cristo en esa fecha, estos adventistas protestantes cayeron en la
confusión. Ridiculizados por los protestantes tradicionales, unos se
desilusionaron y abandonaron del todo la religión. Otros siguieron
estudiando las Escrituras para ver donde se habían equivocado.
Frederick Wheeler era un ministro metodista de Washington,
New Hampshire, quien había aceptado el mensaje adventista de la
segunda venida de Cristo y el establecimiento de su Reino. Hacia
comienzos de 1844, recibió un visitante en su congregación. Una
señora de Nueva York, venía a visitar a su hija. Oyendo al señor
Wheeler instar a su congregación a obedecer a Dios y guardar sus
mandamientos en todas las cosas, la señora Oakes le señaló después
de los servicios la verdad de que el día sábado tenía mucho que ver
con los mandamientos divinos. Desconcertado, prometió estudiar el
tema, y en cuestión de semanas se convenció de la verdad sobre el
sábado y empezó a proclamarla. La verdad del sábado se propagó
como un incendio entre los adventistas desilusionados. Otros
por centenares, también respondieron ante la sencilla verdad del
evangelio verdadero y de la obediencia a todos los mandamientos.
A esta fraternidad de adventistas sabatarios entusiastas
llegó Roswell Cottrell, ministro que venía guardando el sábado
desde tiempo atrás, su familia se contó entre los primeros afiliados
a la iglesia de Rhode Island, pero la familia Cottrell se retiró de la
comunión con lo que entonces se llamaba la Iglesia Bautista del
Séptimo Día por cuestiones de doctrina. Hubo un tiempo en que
ese grupo estaba adoptando como doctrina oficial, cambios como
la Trinidad y la inmortalidad del alma. Unos 15 años después de su
llegada a los adventistas sabatarios, Cottrell se encontró de nuevo
envuelto en controversias. El ministro James White, que había
surgido como el principal líder entre las iglesias de Dios adventistas
sabatarias, estaba pidiendo una conferencia de organización y un
nombre oficial, que sería la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Hubo quienes se oponían al cambio por considerarlo contrario a la
Escrituras, y tampoco consideraban creíbles las visiones de la esposa
47
La Igleisa que no puedieron destruir

de White, de nombre Ellen G. White. Roswell Cottrell se opuso a los


cambios organizativos del señor White, y en la publicación Review
and Herald fechada el 3 de mayo de 1860, escribió: “No creo en el
papado; tampoco creo en la anarquía, sino en el orden bíblico, en la
disciplina y en el gobierno en la Iglesia de Dios” (Nickels, pág. 62).
En octubre de 1860, en una conferencia realizada en Battle
Creek, Michigan, la abrumadora mayoría de los presentes rechazaron
el nombre “Iglesia de Dios” y adoptaron el de Adventistas del
Séptimo Día como un nombre que describía sus creencias. Este
era el nombre por el cual abogaron los esposos White, a la vez que
se promovían cada vez más las visiones de la señora White como
“nuevas verdades” para la Iglesia.
A lo largo del decenio de 1860, la separación entre la
mayoría que seguía a los White y el remanente disperso que no los
seguía se hizo más decisiva. Durante la guerra civil, los miembros
de la Iglesia de Dios se plantaron firmemente contra la guerra por
razones de conciencia, al contrario de los Adventistas del Séptimo
Día bajo el liderazgo de los White. Una delegación de la Iglesia de
Dios se reunió con el presidente Abraham Lincoln en 1863 a fin de
establecer la condición de objetor de conciencia para los varones de
la Iglesia.
Una cita de una circular firmada por los hermanos en Marion,
Iowa, y que apareció en la publicación de la Iglesia The Hope of
Israel (La esperanza de Israel) el 7 de noviembre de 1864, da una
idea de lo que estaba ocurriendo en ese momento:
“El 10 de junio de 1860, poco más de 50 de nosotros adoptamos
una forma de pacto religioso, redactado por [M. E. Cornell]… Casi
año y medio después, ese mismo mensajero presentó públicamente
otros volúmenes al lado de la Biblia… y nos instó a adoptar sus
enseñanzas también, como normas de fe y disciplina. Una parte
de nosotros estaba renuente a aceptar estos nuevos tablones en la
plataforma de nuestra Iglesia… El resultado fue que la mitad de la
Iglesia decidió recibir estos volúmenes como Escrituras válidas, y
se apartaron de nosotros, o mejor dicho nos ahuyentaron de ellos,
denunciándonos como rebeldes… En cuanto a que seamos rebeldes,
afirmamos resueltamente que no somos rebeldes. No nos hemos
48
La Iglesia echa raíces en el Nuevo Mundo

rebelado contra la institución que adoptamos, pues nos mantenemos


firmes en ella… por lo cual el cargo de rebelión cae con vergüenza
sobre ellos, quienes lo han presentado, siendo ellos los que se han
alejado de su primera postura y han adoptado una nueva” (Robert
Coulter, La historia de la Iglesia de Dios, Séptimo día, pág. 16).
En agosto de 1863, en Michigan, la Iglesia empezó a publicar
un pequeño diario titulado The Hope of Israel. Comenzó con menos
de 40 suscriptores. En 1866, se mudó a Marion Iowa, y en 1888
pasó de allí a Stanberry, Missouri. Con los años, el periódico sufrió
varios cambios de nombre, quedando al final con el nombre The
Bible Advocate (El abogado de la Biblia).
Uno de los personajes más destacados en la Iglesia de Dios
en esa época fue Jacob Brinkerhoff, jefe de redacción del diario de
1871 a 1887 y nuevamente de 1907 a 1914. En 1874 A. F. Dugger
padre, de Nebraska, se incorporó al ministerio de la Iglesia de Dios
de tiempo completo. Desde entonces hasta poco antes de la Primera
Guerra Mundial, los ministros Brinkerhoff y Dugger contribuyeron
con muchos de los artículos que ayudaron a aclarar y cristalizar la
doctrina de la Iglesia. Se publicaron artículos sobre profecía, carnes
limpias e inmundas, el diezmo, la observancia correcta de la Pascua
y lo que significa “nacer de nuevo”.
Ya en 1866, los artículos sobre profecía enseñaban que los
judíos volverían a una patria en la tierra de Israel. Se restauró y
enseñó parte de la Verdad, pero en general los esfuerzos de la Iglesia
fueron débiles y llegaban sólo a pequeños grupos de personas,
principalmente en las zonas rurales del centro de los Estados Unidos.
La fase de historia eclesiástica que venimos describiendo en
este capítulo se describe en el mensaje de Jesucristo a la iglesia en
Sardis y consignado en Apocalipsis 3:1-6. A esta iglesia le dijo que si
bien tenía un nombre de viviente, en realidad estaba espiritualmente
muerta. “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir”
(Apocalipsis 3:2). Aunque la Iglesia en general se hallaba en estado
de letargo e incluso de muerte espiritual, había y hay aun entre
ellos algunos que, en palabras de Jesucristo, “no han manchado sus
vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son
dignas” (v. 4).
49
Capítulo 5
Cismas, divisiones y un nuevo comienzo

E
l siglo 20 fue sin duda el periodo de más rápido cambio en la
historia humana. Empezó cuando el coche tirado por caballos
era aún el principal medio de transporte. ¡Pero en cuestión de
70 años el hombre había viajado a la luna! El siglo 20 fue testigo
de dos grandes guerras mundiales y la introducción de las armas
de destrucción masiva. Por primera vez en la historia universal fue
posible aniquilar toda vida del planeta, tal como lo había predicho
Jesucristo (Mateo 24:22).
Otra profecía muy propia de este tiempo del fin es que el
verdadero evangelio del Reino de Dios se predicaría en todo el
mundo como testimonio y luego vendría el fin (v. 14).
El primer cuarto de siglo
Al despuntar el siglo 20, la Iglesia de Dios era pequeña y
dispersa, con menos de mil miembros, la mayoría de ellos en la
zona central de los Estados Unidos. La Conferencia General de la
Iglesia de Dios se estableció legalmente en 1900 en el estado de
Missouri. El diario de la Iglesia sufrió un cambio de nombre ese año,
convirtiéndose en The Bible Advocate (El abogado de la Biblia).
En 1903 murió Gilbert Cranmer, ministro desde la década
de 1850 y uno de los principales edificadores de la Iglesia luego del
rompimiento entre los Adventistas del Séptimo Día y la Iglesia de
Dios en la década de 1860. En 1910 murió igualmente Alexander
Dugger, quien había sido el líder de la Conferencia General desde sus
comienzos y jefe de redacción del Bible Advocate. Otro fiel pionero,
Jacob Brinkerhoff, falleció en 1916. Había sido jefe de redacción del
Advocate esporádicamente de 1871 a 1914. Muchos consideraban al
señor Brinkerhoff como el líder más sobresaliente de la Iglesia en
su época. “Jacob Brinkerhoff había servido a la Iglesia de Dios más
de 40 años… En vez de comprar casa en 1874, empleó el dinero
50
Cismas, divisiones y un nuevo comienzo

para comprar el equipo de impresión para el Advent and Sabbath


Advocate… (Advenimiento y abogado del sábado), al parecer,
el solo, impidió el derrumbe total de la Obra” (Richard Nickels,
Historia de la Iglesia de Dios del Séptimo Día, pág. 65).
Andrew N. Dugger, hijo de Alexander Dugger, comenzó su
ministerio en la Iglesia de Dios en 1906. Cuando Jacob Brinkerhoff
se retiró como jefe de redacción del Bible advocate en 1914, Dugger
asumió tanto la presidencia de la Conferencia General como el
cargo de jefe de redacción. “Durante su periodo como presidente y
jefe de redacción, Dugger ejerció mucha influencia sobre la Iglesia.
Durante todo el primer período de liderazgo de Dugger, la Iglesia de
Dios vivió uno de sus periodos de mayor y más rápido crecimiento”
(Coulter). Andrew Dugger mantuvo la jefatura desde junio de 1914
hasta el año de1932.
El tema de la organización y el gobierno había generado
controversias por largo tiempo en la Iglesia de Dios. reconociendo
que no se podía efectuar ninguna obra sustancial con los escasos
fondos que llegaban a la sede de Stanberry, Missouri (Menos de
mil dólares en 1917), Andrew Dugger tomó medidas para corregir
la situación. Envió una encuesta a los miembros en 1922 para
averiguar cuanto diezmo habían pagado el año anterior y a quien lo
habían pagado. Se descubrió entonces que la mayor parte del diezmo
lo recogían ministros individualmente y que uno en particular, que
“trabajaba poco”, había recaudado la mayor parte. Poco después,
se promulgó una norma según la cual todos los diezmos habían de
pagarse a las Conferencias Estatales, y que un diezmo de ese diezmo
se enviara a la Conferencia General. En 1923, los ingresos de la
Conferencia General en Stanberry subieron abruptamente a más de
18.000 dólares.
Alrededor del año 1904, G. G. Rupert se vinculó al ministerio
de la Iglesia de Dios. El señor Rupert había sido ministro de la Iglesia
Adventista del Séptimo Día y había levantado congregaciones en
América del Sur. Tras varios años de crecientes desacuerdos por
doctrinas, dejó a los adventistas en 1902. Entre otras cosas, el señor
Rupert había llegado a entender que tanto el sábado como los días
santos eran obligatorios para la Iglesia del Nuevo Testamento. En
51
La Igleisa que no puedieron destruir

1913, Jacob Brinkerhoff publicó en The Bible Advocate una serie de


artículos de G. G. Rupert que trataban el tema de la ley de Dios y
sostenían que los días santos de Levítico 23 eran obligatorios para
la Iglesia del Nuevo Testamento. Aunque la Iglesia en los Estados
Unidos prestó escaza atención a estas enseñanzas, muchas personas
en las congregaciones de Suramérica que el señor Rupert había
establecido, no solamente siguieron su ejemplo y abandonaron
a los adventistas, sino que también aceptaron los días santos de
Dios. A raíz de desacuerdos entre los señores Rupert y Dugger por
algunos puntos de la doctrina, y especialmente por el tema de la
organización y gobierno de la Iglesia, el señor Rupert siguió como
un ministro “independiente” de la Iglesia, publicando su propia
revista que tituló The Remnant of Israel, (El remanente de Israel),
hasta su fallecimiento en 1922.
Los años treinta y cuarenta: Un nuevo comienzo
La condición de la Iglesia de Dios a finales de los años veinte
y comienzos de los treinta era de virtual parálisis y de luchas políticas
y contiendas por doctrina. La Conferencia de la Iglesia en 1929 se
caracterizó por un alto grado de confusión y discordia. Los temas de
controversia giraban en torno a las doctrinas de “nacer de nuevo”,
las carnes limpias e inmundas, el tabaquismo, la fecha de la Pascua
(nisán 14 o 15) y la obra del Espíritu Santo (pentecostalismo). El
número de conversiones decayó y la obra de la Iglesia estaba casi
frenada.
Fue entonces, en el otoño de 1929, cuando la vida del señor
Herbert W. Armstrong se vinculó con la historia de la Iglesia de
Dios. Sin duda, el ministerio del señor Armstrong tuvo más impacto
y sobre más personas que el de cualquier otro ministro de la Iglesia
desde el primer siglo. Ante un reto de su esposa sobre cuál era el
día sábado semanal, así como el de una cuñada sobre el tema de
la evolución, el señor Armstrong comenzó un periodo de estudio
intenso que duró seis meses. En la primavera de 1927 llegó a
comprender que buena parte de lo que había creído en su infancia
y juventud no era la verdad bíblica. ¡Aprendió que tanto el sábado
como los días santos anuales son fiestas de Dios que todo cristiano

52
Cismas, divisiones y un nuevo comienzo

debe guardar hoy!


Completado este intenso estudio, el señor Armstrong se
enfrentó a la pregunta: ¿Dónde se encuentra la verdadera Iglesia?
Con el tiempo, empezó a fraternizar con los hermanos de la Iglesia
de Dios en el valle Willamette de Oregón, porque vio que ellos
conservaban más verdad que cualquier otro grupo.
En 1928, el señor Armstrong comenzó a enviar artículos
para que fuesen publicados en The Bible Advocate. Como no había
ministro en Oregón en ese momento, los hermanos en Eugene le
pedían con frecuencia que hablara ante la congregación. En junio de
1931, el señor Armstrong fue ordenado ministro por la Conferencia
de Oregón de la Iglesia de Dios, dando comienzo así a un ministerio
que duraría casi 55 años.
Mientras tanto, se estaban gestando problemas para la
Iglesia de Dios en general. En la Conferencia General celebrada en
agosto de 1933, Andrew Dugger, principal líder durante los 20 años
anteriores, perdió su cargo por un voto. Esto precipitó una crisis
que dividió al grupo por la mitad. “Por una parte, Andrew Dugger
y otros defendían la ‘reorganización’ del gobierno de la Iglesia, las
carnes limpias, la prohibición contra el tabaquismo, y la Pascua el
día 14 de nisán. Por otra parte, Burt F. Marrs encabezaba un grupo
de independientes que estaban a favor de comer cerdo y de fumar,
y consideraban que la Pascua debía ser el 15 de nisán. El tema de
cuándo guardar la Pascua se debatió durante tres días en la época
de la división” (Nickels, pág. 151). Andrew Dugger se retiró de la
Conferencia General de la Iglesia de Dios con sede en Stanberry
e hizo una reunión para reorganizar la Iglesia en Salem, West
Virgina, en noviembre de 1933. Se instituyó una nueva estructura
organizativa con “Doce Apóstoles”, “Setenta Ancianos”, y “Siete”
sobre las finanzas.
Los cargos se ocupaban por suerte en vez de voto. El señor
Armstrong, de Oregón, salió como uno de “Los Setenta”. Él y la
mayoría de los hermanos de aquel estado pasaron su afiliación de
la organización de Stanberry a la nueva organización con sede en
Salem. Aunque el señor Armstrong no recibía salario de Salem,
aceptó sus credenciales como ministro y presentaba informes
53
La Igleisa que no puedieron destruir

ministeriales mensuales.
“La división de la Iglesia (Séptimo Día) causó enorme
pena en los miembros y dirigentes. Muchas personas ya afiliadas
o con interés en afiliarse se sintieron desanimadas por los ataques
frecuentes lanzados por una iglesia contra la otra. En algunos casos,
los ministros cambiaban su afiliación, dejando desconcertados a
los miembros. En otros casos los miembros se redujeron a simples
fichas en la lucha entre ministros que competían por su lealtad y
apoyo. El crecimiento en los años treinta y cuarenta ni siquiera se
aproximó a lo logrado en los años veinte”. (Coulter, pág. 55). En
efecto, el número de miembros disminuyó durante este periodo.
Mientras esto ocurría, se estaban echando los cimientos para
una obra de Dios que tendría un impacto mundial sin precedentes.
En vez de desperdiciar su energía en luchas políticas internas dentro
de la Iglesia, el señor Armstrong comenzó a hacer transmisiones
radiales semanales con miras a llevar el evangelio al mundo. El
programa llamado Radio Church of God (Iglesia de Dios Radial)
se empezó a transmitir el primer domingo de enero de 1934, desde
una estación de 100 vatios llamada KORE, en la ciudad de Eugene,
Oregón. Ya en febrero de ese año el señor Armstrong comenzó a
publicar una “revista” mimeografiada que llamó The Plain Truth
(La Pura Verdad) y que se envió oficialmente a unas 200 personas.
Sin que él lo supiera, Cristo se estaba valiendo de él para levantar
la sexta era de la Iglesia, representada por la Iglesia en Filadelfia
(Apocalipsis 3:7-13).
Además del programa semanal, el señor Armstrong hizo
campañas evangelistas en toda la región. Si bien sus esfuerzos
dieron por fruto nuevas congregaciones, estas generalmente se
desbarataban o se iban a la deriva por falta de ministros fieles y
dedicados que sirvieran de pastores. En este periodo, el señor
Armstrong tuvo cada vez más roces con la sede de la Iglesia en
Salem a raíz de sus enseñanzas sobre la identidad de Israel y sobre
los sábados anuales. Aunque Andrew Dugger había reconocido en
privado que las enseñanzas del señor Armstrong respecto de las
“diez tribus perdidas” eran correctas, se negó a publicar un artículo
sobre el tema en The Bible Advocate.
54
Cismas, divisiones y un nuevo comienzo

Por último, el tema de los días santos estalló en 1937. La


siguiente es una cita de las actas de la reunión de negocios celebrada
en Detroit, Michigan, del 5 al 10 de mayo de 1937, por la junta de
Doce Apóstoles de la Iglesia de Dios (Séptimo Día) con sede en
Salem, West Virginia: “7 de mayo, a la 1:00 p.m. Lectura de la carta
del ministro Armstrong sobre la Fiesta de los Panes Sin Levadura,
La Pascua, Pentecostés, la Fiesta de los Tabernáculos, etc. Seguida
cada vez por discusión de los ministros a favor y en contra… se
tomó un decisión tal como aparece en la siguiente resolución: Por
cuanto algunos han inquietado a las Iglesias enseñando que deben
guardar la Fiesta de los Panes Sin Levadura y los sábados anuales…
reafirmamos las enseñanzas de la Iglesia de Dios sobre este punto…
que no observamos tal costumbre” (John Kiesz, Historia de la
Iglesia de Dios, pág.180). Según las actas oficiales suministradas
por Virginia Royer, bibliotecaria de la casa editorial de la Iglesia
de Dios en Salem, “en 1938 le pidieron [al señor Armstrong] que
entregara sus credenciales por continuar predicando lo contrario a la
doctrina de la Iglesia”.
Aunque el señor Armstrong ya no tenía credenciales
ministeriales de la Iglesia de Dios (Séptimo Día) después de 1938,
siguió enseñando y predicando con más determinación que nunca.
Como se informó en la revista Good News (Las Buenas Noticias)
de abril de 1939, el programa semanal Iglesia de Dios radial estaba
llegando a cien mil oyentes en la zona noroccidental del país. Ese
año también se celebró la primera Fiesta de los Tabernáculos de ocho
días completos en Eugene, con asistencia de 42 personas. (Entre
1933 y 1938, solamente hubo servicios en los días santos). Además
del señor Armstrong, otros ministros de la Iglesia de Dios, como
John Kiesz, predicaron durante la Fiesta hasta aproximadamente
1945.
A mediados del año 1942, el nombre del programa radial
cambió a The World Tomorrow (El Mundo de Mañana), y en el
área de los Ángeles se dio comienzo a un periodo experimental de
transmisiones diarias. Terminado el verano de 1942, más de 1.700
personas asistieron a una campaña evangelista que tuvo el señor
Armstrong en el teatro Biltmore en los Ángeles. La Obra que Dios
55
La Igleisa que no puedieron destruir

estaba haciendo por medio de él estaba creciendo y dando fruto. En


agosto de ese año, El Mundo de Mañana se comenzó a transmitir a
escala nacional, con un programa dominical en la estación WHO de
Des Moines, y en 1943 se agregó la estación WOAI de San Antonio.
Para 1944, la circulación de la Pura Verdad había alcanzado 35.000
ejemplares.
Mientras crecía el impacto de la obra que Dios estaba
haciendo por medio del señor Armstrong, la Iglesia de Dios (Séptimo
Día) siguió fraccionándose con más y más iglesias y ministros
independientes. Hubo esfuerzos de reunificación que dieron como
resultado la fusión de los grupos de Salem y Stanberry en 1949. Sin
embargo, la fusión misma generó mas cismas. Veintiún años más
tarde, en 1969, la publicación principal de esa Iglesia, The Bible
Advocate, tenía una circulación apenas superior a 2.000 ejemplares.
La Iglesia de Dios (Séptimo Día) representó la fase final de aquello
que se describe en Apocalipsis 3 como la Iglesia en Sardis: una
Iglesia espiritualmente muerta, si bien algunos de sus miembros
seguirían vestidos de blanco y andando con Cristo.
Puertas abiertas y crecimiento dramático
En 1946, Dios empezó a preparar la Iglesia de Dios Radial, y
la obra que se hacía por medio del señor Armstrong, para una fase de
gran crecimiento. Ante las presiones inherentes en una transmisión
radial diaria (a la cual Hollywood podía brindar buen apoyo técnico),
y reconociendo la necesidad de una institución educativa donde se
formaran ministros fieles y bien preparados, el señor Armstrong
estudió la posibilidad de mudarse al sur de California. Encontró una
propiedad en Pasadena y entabló negociaciones para su compra.
Por esa época, el matrimonio Armstrong hizo un viaje a
Europa para investigar la posibilidad de establecer una rama europea
de la institución, donde se formarían ministros para una Obra
internacional. ¡Imposible acusar al señor Armstrong de no pensar
en grande! Sin embargo, la mayoría de las personas pensaban que
esa idea no era práctica. Puesto que ¡en 1946 asistieron a la Fiesta
de los Tabernáculos, en Belknap Springs, solamente 50 personas! Ni
siquiera había una institución educativa funcionando en los Estados
56
Cismas, divisiones y un nuevo comienzo

Unidos… únicamente grandes sueños y una propiedad descuidada


con dos edificios que el señor Armstrong intentaba comprar. Otros,
dentro y fuera de la Iglesia de Dios, hablaban del momento en que
“todo esto se acabaría”. Sin embargo, la visión y la capacidad de
“pensar en grande” eran cualidades que el señor Armstrong poseía
en mayor cuantía, más que cualquier otro líder de la Iglesia de su
época. La Institución Ambassador abrió sus puertas en el otoño de
1947 con cuatro estudiantes y ocho instructores. La expansión y la
rama europea de la institución tendrían que esperar… un poquito.
En 1949, los estudiantes de la Institución Ambassador
realizaron su primera gira nacional de bautismos. Buena parte del
fruto de aquellas primeras giras bautismales se reflejó en el aumento
en el número de asistentes a la Fiesta: de 150 en 1951, a 450 en 1952.
En diciembre de 1952 el señor Armstrong ordenó a los primeros
evangelistas de esta fase de la Iglesia de Dios: Richard Armstrong,
Raymond Cole, Herman Hoeh, Paul Meredith y Roderick C.
Meredith. En febrero de 1953, fueron ordenados Marion y Raymond
McNair, con lo cual el número llegó a siete. Así comenzó un periodo
de rápido crecimiento y avance de la Obra.
Cuando se habían graduado las dos primeras promociones de
la Institución Ambassador, se estableció una escuela de teología de
posgrado. El señor Armstrong se valió de esta escuela como punto
de partida para ahondar más en una serie de temas, siendo los más
importantes la naturaleza de Dios y el destino del hombre.
A lo largo de la historia, la Iglesia de Dios ha sido
antitrinitaria, pues nunca aceptó las formulaciones de los concilios
católicos como guía válida para los cristianos. Sin embargo, en
tiempos modernos, fue en la primavera de 1953 cuando el señor
Armstrong y los demás ministros comenzaron a adquirir una clara
comprensión de la doctrina bíblica en el sentido de que Dios es
una Familia divina dentro de la cual nacerán en la resurrección los
hombres y mujeres convertidos. Al principio, quisieron demostrar el
error de tal concepto con base en la Biblia, pero lo que encontraron
fue que esta verdad vital se reafirma en toda la palabra de Dios. Si
bien el concepto estaba claramente implícito en muchas cosas que
se venían enseñando, para el señor Armstrong y los demás era difícil
57
La Igleisa que no puedieron destruir

aceptar tal verdad, tan sencilla como profundamente importante y


arrolladora. Esta enseñanza clave de las Escrituras, que nos dice que
nosotros podemos nacer como parte de la Familia de Dios, es quizá
la verdad más grande que Dios haya restaurado en Su Iglesia por
medio del señor Armstrong.
En 1953 se dieron dos grandes pasos en la predicación
del evangelio. El año comenzó con la apertura de dos puertas
importantísimas en la historia de la Obra. El primero de enero, Radio
Luxemburgo, que entonces era la estación radial más poderosa del
mundo, empezó a transmitir El Mundo de Mañana en Europa.
Además, el señor Armstrong consiguió cupo para una transmisión
diaria por toda la red radial ABC, en los Estados Unidos.
En febrero de 1953 Richard Armstrong (hijo del señor
Armstrong quien falleció en un accidente de tránsito en 1958)
abrió una oficina de correo en Londres. El año siguiente el señor
Armstrong, en compañía de su esposa Loma, de Richard Armstrong
y de Roderick C. Meredith, realizó campañas evangelistas en
Inglaterra. En 1956 y 1957 el señor Meredith regresó para hacer más
campañas. En 1958, de vuelta en los Estados Unidos, fue nombrado
segundo vicepresidente de la Iglesia.
La revista La Pura Verdad, en su número de junio de 1960,
traía un anuncio especial del señor Armstrong para los lectores
británicos: Se había programado una serie de campañas en Inglaterra
dirigidas por el señor Meredith. El señor Armstrong escribió: “El
señor Meredith está plenamente consagrado y es perfectamente
sincero… Va a decirles cosas que no pueden oír de ninguna otra
fuente… ustedes quedarán maravillados y sorprendidos. ¡Oirán más
verdad en una noche de estas reuniones que la que oyen la mayoría
de las personas durante años en las predicas de nuestros días!”
(Fletcher, pág. 256). En octubre de 1960 la segunda Institución
Ambassador abrió sus puertas en Bricket Wood, Inglaterra. En 1964
se abrió un tercer centro, en Big Sandy, Texas.
Al ir aumentando el número de ministros para realizar las
giras de bautismos y dirigir iglesias, también aumentaba la cosecha
dentro de la Obra. La asistencia a la Fiesta saltó de 750 en 1953 a
más de 2.000 en 1957. Para 1961 las cifras alcanzaban casi 10.000
58
Cismas, divisiones y un nuevo comienzo

y para 1967 se elevó a 40.000. La circulación de la Pura Verdad


sobrepasó el medio millón en 1964 y el millón en 1967. Para finales
de ese decenio, El Mundo de mañana se estaba transmitiendo
diariamente ante decenas de millones de oyentes en el mundo. En
medio de esta explosión mundial de interés por la palabra de Dios,
en 1967 se cambió el nombre legal de la organización de “Iglesia de
Dios Radial” a “Iglesia de Dios Universal”.
Durante aquel decenio de auge, Garner Ted Armstrong (hijo
menor del señor Armstrong), fue el principal presentador del
programa El Mundo de Mañana, además de vicepresidente de
la Iglesia. El Doctor Roderick C. Meredith (que en enero de 1966
había recibido su doctorado en teología en la Escuela Ambassador
de Posgrado en Teología), fue nombrado director del ministerio en
los Estados Unidos.
La señora Armstrong falleció en 1967, a la edad de 75 años.
Para finales de los setenta ya se hacían evidentes las señales de
futuros problemas para la Obra.
La Iglesia sufrió una zarandeada en enero de 1972, cuando
Garner Ted Armstrong fue destituido de su cargo. Cuatro meses
después fue reintegrado. Los años setenta vieron en la Iglesia, como
en todo el país, el surgimiento de un espíritu más libre y permisivo.
Varios ministros y miembros abandonaron la Iglesia en 1974; la
confusión doctrinal, unida a acusaciones de escándalo, sacudió la
Obra. Después de recuperarse de una falla cardiaca grave en 1977,
el señor Armstrong finalmente destituyó a su hijo de su cargo en la
primavera de 1978 y lo desasoció en el mes de junio.
En enero de 1979, la Iglesia quedó bajo una administración
judicial impuesta por el estado de California. Desde Tucson, Arizona
(donde seguía en vía de recuperación cardiaca), el señor Armstrong
designó de nuevo al doctor Meredith como director ministerial, con
el fin de restaurar la estabilidad en la Iglesia y en el ministerio durante
ese periodo turbulento. Al mismo tiempo, el señor Armstrong se dio
a la tarea de guiar a “la Iglesia nuevamente por el rumbo correcto”
en el aspecto doctrinal. Cuando acaeció su muerte en enero de 1986,
La Pura Verdad había alcanzado una circulación superior a los ocho
millones de ejemplares en siete idiomas. La asistencia a la Fiesta de
59
La Igleisa que no puedieron destruir

los Tabernáculos se acercaba a 150.000 personas en el mundo.


Cuando Joseph Tkach asumió el mando de la Iglesia de Dios
Universal después de la muerte del señor Armstrong en 1986, la
Iglesia parecía un cuerpo unificado. Parecía centrada en la Obra de
Dios que estaba por delante y dedicada a la Verdad. No obstante,
debajo de la superficie había problemas que se hicieron cada vez
más patentes.

Última fase de la historia de la Iglesia


En Apocalipsis 3, leemos de las dos últimas fases de la Iglesia
de Dios. La Iglesia de Filadelfia se caracteriza por el entusiasmo por
la Obra. Dios prometió ponerles una “puerta abierta” para predicar
el evangelio (v. 8) y protegerlos de la gran tribulación futura (v. 10).
Pero también habría una séptima y última etapa de la Iglesia, descrita
como la Iglesia de Laodicea. Esta Iglesia se caracteriza por la tibieza
y el letargo espirituales (vs. 15-17). Si bien el señor Armstrong le
había “devuelto su rumbo” a la Iglesia en los últimos siete años de
su vida, se hizo cada vez más evidente, a partir de los años setenta,
que dentro de la organización coexistían dos “espíritus” opuestos.
Aproximadamente un año después de la muerte del señor
Armstrong, empezó una tendencia gradual de regreso a la modalidad
permisiva y libre de los años setenta. En cuestión de pocos años, los
cambios pasaron muchos más allá de lo que se vivió en los setenta,
hasta caer en la total apostasía de la Verdad, llegando al extremo
de enseñar la Trinidad y que ya no era necesario obedecer la ley
de Dios (incluidas las normas sobre el sábado, los días santos, el
diezmo y las carnes inmundas). En diciembre de 1992, 40 años
después de ordenado, el doctor Meredith fue obligado a retirarse
de la Iglesia de Dios Universal por negarse a aceptar la apostasía.
A él se unieron hermanos y ministros fieles, con quienes el doctor
Meredith actuó rápidamente para revivir la Obra de Dios bajo el
nombre de “Iglesia de Dios Global”. En cuestión de seis semanas, la
Iglesia empezó a producir un programa radial semanal, y en mayo
de 1995 comenzó un programa de televisión semanal. En enero de
1995 los dirigentes de la Iglesia de Dios Universal dejaron de fingir
continuidad con las doctrinas históricas de la Iglesia de Dios para
60
Cismas, divisiones y un nuevo comienzo

acoger abiertamente la teología protestante. Esto ocasionó el virtual


colapso de la organización y la salida de miles de hermanos así
como veintenas de ministros en todo el mundo. Lamentablemente,
la separación después de 1995 dio origen a muchas organizaciones
que compiten entre sí y a la formación de multitud de ministerios
independientes que han seguido fraccionándose y separándose.
En noviembre de 1998, varios miembros de la junta de la
Iglesia de Dios Global intentaron dar “un golpe de estado” en esa
organización, sacando al doctor Meredith en contra de la voluntad
de la mayoría de los integrantes del Consejo de Ancianos. La mayor
parte de los miembros y ministros siguieron reconociendo al doctor
Meredith y a su consejo de ancianos como los líderes humanos de la
Iglesia bajo la dirección de Jesucristo. Tan pronto como lo sacaron
de la Iglesia de Dios Global, el doctor Meredith revivió la Obra bajo
el nombre de “Iglesia del Dios Viviente”. Con el apoyo de miles
de hermanos y ministros fieles, y en menos de dos meses, estaba
nuevamente en la televisión: ¡en la misma estación y a la misma
hora que habían cancelado los miembros rebeldes de la junta de la
Iglesia de Dios Global! Cuarenta semanas después de anunciarse la
formación de la “Iglesia del Dios Viviente”, la Iglesia de Dios Global
se declaró en bancarrota. Desde entonces, los grupos fraccionados
de aquella organización en quiebra han seguido dispersándose y
dividiéndose.
La Iglesia del Dios Viviente se ha mantenido centrada en
la obra de predicar al mundo el verdadero mensaje evangélico de
Jesucristo. Usted está leyendo este folleto gracias al espíritu de
colaboración y unidad que le ha permitido a la Iglesia del Dios
Viviente conservar aquel entusiasmo de la era de Filadelfia como su
ideal común, rechazando el espíritu de egocentrismo y obstinación
y de “dormirse sobre los laureles” que ha afligido a tantos miembros
de la era de Laodicea. La Iglesia del Dios Viviente está dedicada
a vivir por cada palabra de Dios, incluida la “gran comisión” de
Jesucristo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura” (Marcos 16:15). El pueblo de Dios se encuentra hoy, como
muchas veces en el pasado, en una encrucijada. Satanás ha sembrado
confusión y desánimo. Como resultado, muchos hermanos se
61
La Igleisa que no puedieron destruir

sienten dolidos y enojados, o bien están abrumados por los afanes


de la vida. Otros, dejándose engañar por falsos maestros, han caído
en la apostasía. Y otros se han vuelto tan letárgicos y tibios que
perdieron su visión y apenas si desean conservar congregaciones
locales sin importarles la Obra. Esto representa un cumplimiento de
la advertencia de Jesucristo a la Iglesia en Mateo 24:10-13.
Pese a todo aquello, el evangelio sí se predicará a todo el
mundo en este tiempo del fin (Mateo 24:14) y hay una creciente
asamblea de creyentes llena de celo por la Verdad y por el
cumplimiento de la obra divina. El pueblo de Dios hoy, al igual
que su pueblo a partir del primer siglo, tiene que “[contender]
ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas
3). Dios afirma claramente que Él “ejecutará su sentencia sobre la
tierra en justicia y con prontitud” (Romanos 9:28). ¿De quiénes se
valdrá para hacerlo? Según Daniel 11:32, “el pueblo que conoce a su
Dios se esforzará y actuará”. ¿Dónde está la Iglesia que Jesucristo
edificó? ¡No se ha muerto! Al contrario, ha desafiado las puertas
del Hades y las sigue desafiando milagrosamente. Hoy la Iglesia
del Dios Viviente sigue haciendo la obra de Dios, proclamando el
verdadero evangelio a un mundo que se encamina velozmente hacia
la destrucción. ¿Se contará usted entre aquellos que Dios usa para
completar su Obra en el tiempo del fin? ¿Tiene usted el verdadero
espíritu de Filadelfia que se extiende al mundo entero con amor y
compasión auténtica para compartir el mensaje divino de Verdad y
esperanza? ¿Considera usted que es importante advertir al mundo
acerca de la gran tribulación que marcará el fin de esta era? ¿Es la
Obra de Dios más importante para usted que su comodidad personal?
Los que formamos parte de la Iglesia del Dios Viviente
entendemos que somos una continuación de la era de Filadelfia que
Jesucristo levantó por medio del señor Herbert W. Armstrong hace
muchos años. Estamos motivados por un sentido de urgencia en estos
años que son el preludio inmediato a la gran tribulación. Creemos
sinceramente lo enseñado por Jesucristo: que debemos hacer las
obras del Padre mientras sea de día, porque viene la noche cuando
nadie podrá trabajar (ver Juan 9:4). ¿Escuchará usted también las
palabras de Jesucristo?
62
La Iglesia del Dios Viviente cuenta con una variedad
de publicaciones escritas específicamente para ayudar a
comprender mejor los propósitos de Dios para el mundo y para
cada uno de los seres humanos. Entre otros, usted puede solicitar
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¿Es este el único día de salvación?


Los Diez Mandamientos
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