Hayakawa, Samuel Ichiye - El Lenguaje en El Pensamiento y en La Accion PDF
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El lenguaje en el pensamiento y
en la acción
ePub r1.2
Titivillus 19.06.15
Título original: Language in Thought and Action
Samuel Ichiye Hayakawa, 1949
Traducción: Andrés M. Mateo, 1967
Diseño/Retoque de cubierta: JeSsE
Editor digital: Titivillus
TESTIMONIO DE GRATITUD
El autor desea expresar su agradecimiento a los distintos editores y
poseedores de derechos de autor que le han dado permiso para reproducir los
textos siguientes:
Anderson & Ritchie: Fragmento de Words and Their Meanings, por
Aldous Huxley.
Appleton-Century-Crofts, Inc.: Fragmentos de The Illiteracy of the
Literate, por H. R. Huse, copyright, 1933, por D. Appleton-Century
Company, Inc.; de Political Ideals, por Bertrand Russell, copyright 1917, por
la Century Company.
The Bell Syndicate, Inc.: Fragmento de la “columna” de Dorothy Dix, 15
dic., 1948. Rcproducido con permiso especial de The Bell Syndicate, Inc., y
del Sun-Times de Chicago.
Brandt & Brandt: Fragmento de “Rain after a Vaudeville Show”, por
Stephen Vincent Benét. Copyright, 1918, 1920, 1923, 1925, 1929, 1930,
1931, por Stephen Vincent Bcnét.
Jonathan Cape Limiten “Naniing of Parts”, de A Map of Verona and Other
Poems, por Henry Rced. Reimpreso con permiso de los editores.
Constable and Company Limited: Fragmento de August 1914, de Barbara
Tuchman (publicado en E. U. A. con el título de The Guns of August).
Doubleday & Company, Inc.: Fragmentos de Literary Taste: How to Form
It, por Arnold Bennett; de Country Squire in the White House, por John T.
Flynn; “The Bailad of East and West”, por Rudyard Kipling.
ETC.: A Review of General Semantics: Fragmentos de obréis de S. I.
Hayakawa.
Faber and Faber, Ltd., Publishers: “Poem, or Beauty Hurts Mr. Vinal”,
Selected Poems, por E. E. Cummings.
Fawcett Publications, Inc.: Fragmentos de True Confessions, agosto de
1948. Obsequio de True Confessions. Copyright 1948, Fawcett Publications,
Inc.
Harcourt, Brace & World, Inc.: Fragmentos de T. S. Eliot; de The
Meaning of Meaning, 3a edición, por C. K. Ogden y I. A. Richards; de The
Child’s Conception of the World, de Jean Piaget; de Theory of Literature, de
Rene Wellek y Austin Warren, copyright, 1949, por Harcourt, Brace & World,
Inc.; “Naming of Parts”, de A Map of Verona and Other Poems, de Henry
Reed, copyright, 1947, por Henry Reed; de Modern Man in Search of a Soul,
de Cari Jung; “Poem, or Beauty Hurts Mr. Vinal”, copyright, 1926, por
Horace Liveright; renovado, 1954, por E. E. Cummings, reimpreso de Poems
1923-1954, por E. E. Cummings, con permiso de Harcourt, Brace & World,
Inc.
Harper & Row, Publishers, Incorporated: Fragmentos de People in
Quandaries, de Wendell Johnson; The Mind in the Making, de James Harvey
Robinson; de Union Now with Britain, de Clarence Streit; de Quo Vadimus?,
de E. B.
White; “Commuter”, de The Lady Is Cold, de E. B. White, copyright
1929, por Harper & Row, Publishers, Incorporated, reproducido con su
permiso.
Holt, Rinehart and Winston, Inc.: Fragmentos de Language, de Leonard
Bloomfield; “Terence, This Is Stupid Stuff”, de “A Shropshire Lad” —edición
autorizada— de Complete Poems, de A. E. Housman, copyright 1959, de
Holt, Rinehart and Winston, Inc, reprod. autorizada de Holt, Rinehart and
Winston, Inc.; “Happiness”, de Chicago Poems, de Cari Sandburg, copyright
1916 por Holt, Rinehart and Winston, Inc., copyright renovado en 1944, por
Carl Sandburg, reprod. con autorización de Holt, Rinehart and Winston, Inc.;
editorial “Forty nine Per Cent Sympathy”, de Forty Years on Main Street, de
William Alien White, copyright 1937 por William Alien White, reprod.
autorizada de Holt, Rinehart and Winston, Inc.
A. J. Liebling: Fragmentos de The Wayward Pressman.
Liveright Publishing Corporation: Fragmentos de: Lunacy Becomes Us, de
Adolfo Hitler y sus colaboradores, rec. por Clara Leiser. Con autorización de
Liveright, Publishers, N. Y. Copyright 1939, por Liveright Publishing Corp.
The Macmillan Company: “The Snare”, reimpreso con autorización del
editor de Collected Poems, de James Stephens, copyright 1915 por The
Macmillan Company, renovado en 1943 por James Stephens; fragmento
reimpreso con permiso de The Macmillan Company, de The Guns of August,
de Barbara W. Tuchman, copyright 1962, por Barbara W. Tuchman.
Masses & Mainstream: Fragmento de “The Cult of the Proper Word”, de
Margaret Schlauch, New Masses, 15 de abril, 1947.
David McKay Company, Inc.: Fragmento de Pragmatism, de William
James, copyright, 1907.
Hughes Mearns: “The Man Who Wasn’t There”. Reimpreso con permiso
del autor.
The Nation: Fragmento de The Nation, 26 de junio, 1948 (crítica de libros
de Rolfe Humphries, Jr.).
New Directions: “Salutation”, de Selected Poems, de Ezra Pound.
New Statesman & Nation: Fragmento de New Statesman & Nation, 5 de
junio, 1948.
Pittsburgh Courierit Fragmento de un artículo de Rose Wilder Lane,
publicado el 13 de mayo, 1944.
Political Science Quarterly: Fragmento de “An American Dilemma”, de
Frank Tannenbaum, Political Science Quarterly, septiembre de 1944.
Laurence Pollinger Limited: Fragmento de “Morality and the Novel” (en
Phoenix), de D. H. Lawrence, publicado en Inglaterra por William
Heinemann Ltd., con autorización de Laurence Pollinger Limited y del
Patrimonio de la fallecida señora Frieda Lawrence; “Happiness”, de Chicago
Poems, de Cari Sandburg, publicada en Inglaterra por Jonathan Cape Limited.
Random House: “Buick”, de Karl Shapiro. Copyright 1941 por Karl
Shapiro. Reimpreso de Poems 1940-1953, por Karl Shapiro, autorizada por
Random House, Inc.
The Reporter: Fragmento de “The Case of the Orange Orange”, de Marya
Mannes, The Reporter, 8 de marzo, 1956.
Routledge & Kegan Paul Ltd.: Fragmento de Modern Man in Search of a
Soul, por Cari G. Jung.
W. B. Saunders Company, Publishers: Fragmento de Principies of
Dynamic Psychiatry, de Jules Masserman.
Charles Scribner’s Sons: “Invictus”, de W. E. Henley; fragmentos de
“Haircut”, en Round Up, de Ring Lardner; de A Farewell to Arms de Ernest
Hemingway.
Simon and Schuster, Inc.: Fragmento de Mathematics and the
Imagination, autorizada por Simon and Schuster, Publishers. Copyright, 1940,
por Edward Kasner y James Newman.
Sociedad de Autores: “Terence, This Is Stupid Stuff”, de A. E. Housman,
con permiso de la Sociedad de Autores, como representante literario del
Patrimonio del fenecido A. E. Housman y señores Jonathan Cape Ltd.,
editores de Collected Poems, de A. E. Housman; extracto de “The Listeners”,
de Walter de la Mare, con permiso de los representantes literarios del mismo y
de la Sociedad de Autores, como representantes suyos.
St. Martin’s Press Incorporated: “The Snare”, de Collected Poems, de
James Stephens, publicada por Macmillan & Company Ltd. Reimpresa con
autorización de St. Martin’s Press Incorporated y la señora James Stephens.
Time: Fragmento de Time, 7 de octubre, 1929, 24 enero, 1949. Obsequio
de Time, Copyright Time Inc., 1929 y 1949.
The Viking Press, Inc.: Fragmento de “Morality and the Novel” (en
Phoenix), de D. H. Lawrence.
A. P. Watt & Son: Fragmento de “The Ballad of East and West”, de
Rudyard Kipling, de Barrack Room Ballads. Con autorización de la señora
George Bambridge, Macmillan Company of Canada Ltd., y señores Methuen
& Co. Ltd.
E. B. White: “Commuter”, de The Lady Is Cold, de E. B. White.
NOTA DEL TRADUCTOR
La traducción de un libro de esta naturaleza tiene que ser forzosamente algo
más que una mera versión literaria e ideológica de su contenido: debe tener
mucho de interpretación y, en algunas partes, no pocas, de adaptación para el
lector de habla española.
EL LENGUAJE EN EL PENSAMIENTO Y EN LA ACCIÓN está escrito
para un público de habla inglesa y sobre la perspectiva de la cultura, literatura
y sociología británica y norteamericana, con un sentido del humor y un
enfoque de los temas completamente distinto en muchos casos del que
adoptaría un pensador o un escritor de habla española. Esto se traduce
principalmente en las “Aplicaciones” de cada capítulo, llenas de citas,
fragmentos, poemas, discursos y dichos, chistes y hasta expresiones
paremiológicas que, conservadas y traducidas tal como están, no dirían gran
cosa al lector y estudiante español o hispanoamericano.
Pues bien, como el libro es de índole evidentemente didáctica, y así lo
manifiesta explícitamente el doctor Hayakawa en una porción de pasajes,
como cuando dice, en las “Aplicaciones” al Capítulo 1, que “uno de sus
objetos es ayudar al lector a entender más claramente cómo funciona el
lenguaje y a aplicar este entendimiento a las situaciones prácticas de la vida”,
me he permitido modificar, en aras de la utilidad para el lector, algunos
matices expresivos de las ideas del libro, adaptándolas al fondo y al contexto
cultural en que se mueve y está formado el público al cual va dirigida la obra.
He sustituido las citas literarias, sobre todo los poemas, por otros fragmentos
de obras españolas e hispanoamericanas, procurando conservar una
equivalencia, más o menos lograda, en cuanto a tema, estilo y autor de cada
una de estas citas literarias. Digo “más o menos lograda”, puesto que no
puedo pretender que la equivalencia sea perfecta, primero, porque,
objetivamente, no existen en muchos casos autores o fragmentos homólogos,
y segundo, porque buscarlos en el océano inmenso de la literatura hispánica, y
dar con réplicas o contrapartes exactas de los autores de habla inglesa,
requeriría una selección crítica, a la que ya no podría llamarse interpretación
ni adaptación, sino verdadera colaboración con el autor, cosa que no es el
objeto de esta presentación sin pretensiones en castellano de la obra original
del pensador Hayakawa.
El lector comprenderá que hay un capítulo, sobre todo el titulado “Poesía
y publicidad”, en que se han hecho particularmente necesarias esta adaptación
y estas sustituciones: ni el estilo de los anuncios, ni su sentido del humor, ni el
objeto o artículo anunciado pueden ser iguales en las culturas norteamericana
o británica y latinoamericana. En algunos casos, he respetado el criterio del
autor con anuncios reales de mercancías o específicos reales. Pero, en general,
me ha parecido más ético y menos comprometido inventar los anuncios, que
he llamado “imaginarios”.
En todo caso, he procurado ser fiel al que considero primer mandamiento
deontológico del traductor: respetar completamente la idea del autor (aunque
no se coincida con ella, como ocurre en algún pasaje de este libro) y procurar
expresarla con la energía, el colorido y la intención con que la expresaría él,
de conocer el castellano y escribir en la lengua de Cervantes[*].
A esto añado que en un libro sobre el lenguaje y la palabra, este respeto
debe ser particularmente esmerado, por lo trascendental del tema. En el
mundo caótico de hoy, la paz y la serenidad tienen que venir de la Palabra,
que es el Verbo, que es el Logos, que es Dios.
A. M. M.
PRÓLOGO
Pensar con mayor claridad, hablar y escribir con mayor exactitud, escuchar y
leer con mayor penetración: he aquí los objetivos del estudio del lenguaje
desde los tiempos del trivium medieval hasta la secundaria, el bachillerato y
los centros universitarios de nuestros días. En este libro se intentan realizar
estos objetivos tradicionales según los métodos de la semántica moderna, es
decir, por medio de la comprensión biológica y funcional de la misión que
cumple el lenguaje en la vida humana, y del entendimiento de los distintos
usos del mismo: el lenguaje para persuadir y para dirigir la conducta, el
lenguaje propio para transmitir informaciones y noticias, para crear y expresar
la cohesión social, y el lenguaje de la poesía y de la imaginación. Palabras
que no proporcionan noticia alguna pueden poner en movimiento vagones de
crema de afeitar o de pasteles, como vemos en los anuncios comerciales por
televisión. Las palabras pueden poner en marcha a una multitud por las calles,
y sublevar a otra para apedrear a los manifestantes. Palabras que no significan
nada en prosa pueden tener mucha profundidad en poesía. Palabras sencillas y
claras para unos pueden ser ambiguas y oscuras para otros. Con palabras
disimulamos nuestros motivos más inconfesables y nuestra peor conducta,
pero también con palabras expresamos nuestros ideales y aspiraciones más
sublimes. Comprender cómo funciona el lenguaje, qué defectos oculta, cuáles
son sus posibilidades, es entender la complicada esencia del negocio de vivir
la vida de un ser humano. Ocuparse de la relación entre lenguaje y realidad,
entre las palabras y lo que representan en los pensamientos y emociones de
quien las pronuncia o las escucha, es enfocar el estudio del lenguaje, como
disciplina intelectual y moral al mismo tiempo.
Acaso con un ejemplo expresemos mejor lo que queremos decir. ¿Qué
debe hacer el maestro cuando oye decir a uno de sus alumnos en la clase:
“Las cenorias no van a darse bien este año”? Tradicionalmente, los profesores
de castellano y del arte de hablar han creído que su deber era corregir la
gramática, pronunciación o dicción defectuosa del niño para educarlo
lingüística y literariamente. Pero el maestro que entienda de semántica
preferirá hacer otra cosa. Hará al pequeño preguntas como ésta: “¿A qué
zanahorias te refieres? ¿A las zanahorias de la finca de tu padre, o en general
a todas las del pueblo? ¿Cómo lo sabes? ¿Es observación personal tuya? ¿Se
lo has oído a gente que entiende de esto?”. En una palabra: el maestro de
semántica inculcará a sus estudiantes un positivo interés, ante todo, por la
verdad, la exactitud y la objetividad de cualquier cosa que diga. Ocurre
muchas veces que, cuando los alumnos que están ya aburridos de estudiar
gramática y componer frases, se interesan por el contenido y los fines de la
comunicación entre los hombres, se acaba su animosidad contra la instrucción
lingüística, y se resuelven sus problemas de corrección gramatical y
sintáctica.
Hoy la gente se hace cargo, quizá como nunca, del papel que desempeña
la comunicación en los asuntos humanos. Esto se debe en gran parte a las
tensiones apremiantes que existen por todas partes entre nación y nación,
clase y clase, individuo e individuo, en este mundo en proceso de rápido
cambio de reorganización. También se debe a los enormes poderes que laten
en los grandes medios de difusión o comunicación —la prensa, el cine, la
radio y la televisión— para bien y para mal, como hasta el hombre más
superficial es capaz de comprender.
El tubo de vacío especialmente ha producido en el siglo XX una revolución
en la comunicación, más profunda probablemente y de efectos más vastos que
la imprenta, inventada en el Renacimiento. Las aspiraciones cada día mayores
de los habitantes de la América Latina, de Asia y de Africa se deben a los
adelantos de los transportes y comunicaciones: el avión, el jeep y el
helicóptero, portadores de periódicos, revistas y películas, y especialmente la
radio. Discípulos míos africanos me dicen que, en millares de aldeas remotas,
la gente que antes no tenía más contactos culturales que el villorrio vecino,
hoy anda por todas partes con sus radios de bolsillo, operadas por baterías,
captando noticias de Londres, Nueva York, Tokio y Moscú, y empiezan a
sentir deseos de convertirse en ciudadanos de un mundo mayor que el que han
conocido hasta ahora.
La televisión está también contribuyendo a cambiar el mundo. Así, por
ejemplo, la televisión comercial norteamericana invita a todo el mundo a
gozar de los beneficios de una cultura industrial y democrática, comprando
dentífricos, detergentes y automóviles, interesándose por los asuntos
nacionales e internacionales, y compartiendo las emociones, ilusiones,
aspiraciones y valores descritos en sus entretenidos programas. Lo que la
televisión dice a los blancos, va dirigido igualmente, acaso sin caer en la
cuenta, a los negros, que constituyen una décima parte de la nación. No es
extraño, por tanto, que los negros busquen cada día con más interés, no sólo
mejores oportunidades de trabajo, sino la plenitud de sus derechos como
consumidores de alimentos, bebidas y artículos de vestir, gozando de todo
esto como cualquier otro norteamericano. Una revolución en los tipos y
técnicas de comunicación siempre produce más consecuencias de lo que uno
se imagina cuando se introducen las primeras innovaciones. La densidad
creciente de los medios de comunicación en la nación y en el mundo entero,
consecuencia de los progresos tecnológicos, representa un ritmo acelerado de
cambio social, y por tanto, una necesidad mayor de preparación semántica
para todos los hombres.
El contenido original de este libro, publicado en 1941 con el título de
Language in Action (El lenguaje en acción), constituyó en muchos aspectos
una reacción contra los peligros de la propaganda, evidenciados en el éxito
que tuvo Adolfo Hitler para arrastrar a millones de seres humanos a sus ideas
maniáticas y destructivas. Su autor estaba entonces convencido, y así sigue,
de que todo el mundo debe adoptar una actitud habitualmente crítica respecto
al lenguaje suyo y al de los demás, por su propio bien personal y para cumplir
adecuadamente sus funciones de ciudadano. Ya Hitler desapareció; pero, si
bien la mayoría de nuestros conciudadanos son más susceptibles a los lemas
del miedo y del odio racial que a los de la convivencia pacífica y el respeto
mutuo entre los seres humanos, nuestras libertades políticas están a merced de
cualquier demagogo elocuente y sin escrúpulos.
La semántica es el estudio de la interacción humana a través de la
comunicación. Esta lleva a veces a la cooperación, pero también al conflicto.
El postulado ético de la semántica, análogo al médico de que la salud es mejor
que la enfermedad, es que la cooperación es preferible al conflicto. Este
postulado, implícito en Language in Action, quedó explícitamente propuesto
como tema central y unificador en El lenguaje en el pensamiento y en la
acción, ampliación de la obra anterior, publicada en 1949. Sigue siendo el
tema central de la presente edición revisada.
Los cambios principales que se le han introducido son de dos clases. En
primer lugar, se le ha añadido mucho original nuevo, con el título de
“Aplicaciones”, al fin de cada capítulo. Un libro de semántica no es algo que
se lee y luego se olvida. Sus principios deben ensayarse en el propio pensar,
hablar, escribir y proceder, para que produzcan frutos; hay que comprobarlos
con la propia experiencia y observación. Por eso, las “Aplicaciones” tienen un
doble fin: ofrecen al lector un procedimiento para asimilar el punto de vista
del semántico, emprendiendo investigaciones y ejercicios de semántica por su
cuenta además de leer la teoría respectiva. Constituyen también un medio
para que el lector no se atenga a la simple palabra del autor respecto a la
verdad de cuanto se contiene en este libro. (Es de esperar además que las
“Aplicaciones” resulten amenas para el lector. Tenemos la suerte de que el
mundo esté lleno de individuos que dicen y escriben absurdos maravillosos
para el cuaderno de apuntes del semántico).
En segundo lugar, esta edición se ha revisado a fondo para aprovechar las
últimas obras y progresos en el campo de la semántica. El estudio de la
“orientación dilemática” se ha aumentado y detallado de conformidad con las
ideas actuales sobre el tema, especialmente en el campo de la sicología social.
La exposición de “la orientación intencional” se ha vuelto a escribir en aras de
una mayor claridad. La publicidad ha sido característica saliente del medio
semántico norteamericano, pero ha cobrado aún mayor importancia con el
desarrollo de la televisión, por lo cual cala más hondo que nunca en nuestra
vida. Se ha añadido un nuevo capítulo sobre “Poesía y publicidad” para
estimular el estudio, literario y sicológico, de la influencia exacta que ejerce
sobre nosotros el anuncio publicitario.
Merece mi reconocimiento más profundo Alfred Korzybski, por su
Semántica General (“sistema no aristotélico”). También he utilizado mucho
las obras de otros autores y elaboradores del pensamiento semántico,
especialmente C. K. Ogden y I. A. Richards, Thorstein Veblen, Edward Sapir,
Leonard Bloomfield, Karl R. Popper, Thurman Arnold, Jerome Frank, Jean
Piaget, Charles Morris, Wendell Johnson, Irving J. Lee, Ernst Cassirer, Anatol
Rapoport, Stuart Chase. También estoy profundamente agradecido a
numerosos sicólogos y siquiatras, que en uno u otro punto de vista importante
se inspiraron en Sigmund Freud, entre los cuales cito a los siguientes: Karl
Menninger, Trigant Burrow, Carl Rogers, Kurt Lewin, N. R. F. Maier, Jurgen
Ruesch, Gregory Bateson, Rudoph Dreikurs, Milton Rokeach. También me
han valido mucho las obras de antropólogos culturales como Benjamín Lee
Whorf, Ruth Benedict, Clyde Kluckhohn, Leslie A. White, Margaret Mead,
Weston La Barre.
La penetración en la conducta simbólica humana y en la interacción
humana a través de mecanismos simbólicos, procede de diversas disciplinas:
no sólo de la lingüística, filosofía, sicología y antropología cultural, sino de
las investigaciones sobre las actitudes y la opinión pública, de las nuevas
técnicas sicoterápicas, de la fisiología y neurología, de la biología matemática
y de la cibernética. ¿Cómo se combinan y sintetizan todos estos puntos de
vista heterogéneos? Esta es una tarea que no presumo haber realizado aquí,
pero he estudiado el problema con el suficiente detenimiento para llegar a la
conclusión de que no puede hacerse sin algún conjunto de principios amplios
e informadores, como los de la Semántica General de Korzybski.
Como una relación, aun incompleta, de las fuentes haría interminables
estas páginas, en lugar de una documentación detallada inserto al final de la
obra una lista de libros que me han parecido particularmente útiles. Pero
ninguno de los autores que he consultado es responsable de los errores o
defectos de este libro ni de las libertades que me he tomado en la nueva
explicación, aplicación y modificación de las teorías existentes.
Los profesores Leo Hamalian y Geoffrey Wagner, del Departamento de
Inglés del City College de Nueva York, amigos y colaboradores míos en esta
edición, han leído la preparación de cada una de estas páginas y aportado la
mayor parte de las nuevas “Aplicaciones”. Sus sugerencias e ideas, basadas
en muchos años de enseñanza académica de la semántica y en su vasta lectura
y erudición, han enriquecido todo este volumen. Expreso también mi gratitud
al fallecido profesor Basil H. Pillará, del Colegio de Antioquia, que me
asesoró en la edición de 1949, de El lenguaje en el pensamiento y en la
acción; muchas indicaciones y adiciones suyas forman todavía parte del
contenido y la estructura de la edición presente. También mi reconocimiento a
muchos estudiosos; a numerosos colegas de mi profesión docente; a jefes de
empresas, directores de adiestramiento y publicistas; a amigos del campo de
la medicina, del derecho, de las relaciones laborales y del Gobierno
(especialmente del servicio diplomático) cuyas críticas y observaciones me
han ayudado a esclarecer y ampliar mis puntos de vista.
S. I. H.
San Francisco State College
LIBRO PRIMERO
Cooperación
Cuando alguien nos grita, “¡Cuidado!”, y uno da un salto para evitar a duras
penas ser arrollado por un automóvil, debemos nuestra salvación al acto
cooperativo fundamental, merced al cual sobreviven los animales superiores,
o sea, la comunicación por el sonido. No vimos venir al vehículo, pero
alguien lo vio y emitió ciertos sonidos para ponernos en guardia. En otras
palabras: aunque nuestro sistema nervioso no percibió el peligro, salimos
indemnes porque otro sistema nervioso lo captó. Nos beneficiamos de este
otro sistema además del nuestro.
De hecho, casi siempre que oímos los ruidos que hace la gente, o vemos
sobre el papel las marcas negras que representan estos ruidos, estamos
aprovechando las experiencias de los demás para compensar lo que a nosotros
se nos escapó. Evidentemente, cuanto más pueda utilizar uno los sistemas
nerviosos de los demás para suplementar el propio, más fácil le será
sobrevivir, y desde luego, cuantos más individuos haya en un grupo
cooperativo de ruidos de uno a otro, mejor para todos, dentro de los límites,
naturalmente, de los talentos organizadores del grupo en el campo social. Las
aves y los demás animales se unen con los de su especie y emiten sus ruidos
cuando encuentran alimento o se asustan por algo. En realidad, lo mismo los
animales que los hombres tienen que aliarse para sobrevivir y defenderse,
uniendo sus sistemas nerviosos más todavía que su fuerza física. Las
sociedades animales y humanas pudieran considerarse casi como enormes
cooperativas de sistemas nerviosos.
Sin embargo, mientras los animales no utilizan más que unos cuantos
gritos, los seres humanos emplean sistemas extraordinariamente complicados
de farfullar, silbar, gorgotear, cloquear y arrullar, que reciben el nombre
común de lenguaje, con el cual expresan y comunican lo que pasa por sus
sistemas nerviosos. Además de complicado, el lenguaje es
extraordinariamente más flexible que los gritos animales de que deriva, hasta
el punto de que no sólo puede usarse para comunicar la inmensa variedad de
fenómenos que pasan por el sistema nervioso humano, sino para comunicar
estas comunicaciones. Es decir, cuando gañe un animal, quizá haga gañir a
otro, por imitación o por susto; pero el segundo no gañe sobre el gañido del
primero. En cambio, cuando un hombre dice, “Veo un río”, y otro replica,
“Este dice que ve un río”, tenemos una afirmación sobre otra afirmación.
Respecto a ésta pueden hacerse otras, y otras más. En una palabra, el lenguaje
puede versar sobre el lenguaje. En esto difieren fundamentalmente los
sistemas humanos de sonido, de los ritos animales.
El depósito común del saber
Además del lenguaje, el hombre ha desarrollado marcas y rayas más o menos
permanentes, expresivas del lenguaje, que pueden grabarse en tabletas de
arcilla, en pedazos de madera o de piedra, en pieles de animales y en papel.
Estas marcas le permiten comunicarse con hombres a quienes no llega el eco
de su voz, ni en el espacio ni en el tiempo. Es largo el proceso de evolución
desde los árboles marcados por los indios, que Ies indicaban sus sendas, hasta
los diarios metropolitanos; pero tienen en común que comunican a los demás
lo que un individuo ha visto para su bien o, en un sentido más amplio, para su
instrucción. Todavía pueden seguirse muchos de los senderos trazados en las
selvas canadienses a base de tocones y ramas marcadas por indios que
murieron hace mucho. Arquímedes murió, pero conservamos lo que escribió
sobre sus experimentos en física. Keats murió, pero todavía puede decirnos
sus impresiones cuando leyó por primera vez el Homero de Chapman. Por
nuestros periódicos y radios nos enteramos con gran rapidez de lo que ocurre
en el mundo en que vivimos. En los libros y revistas aprendemos lo que
pensaron y sintieron multitud de personas a quienes jamás podremos ver.
Toda esta información nos es útil tarde o temprano para proyectar luz sobre
nuestros propios problemas.
Así, pues, el ser humano nunca está sólo a expensas de su experiencia
para informarse. Hasta en una cultura primitiva puede utilizar la experiencia
de sus vecinos, amigos y parientes, que se la comunican por medio del
lenguaje. Por tanto, en lugar de padecer las limitaciones de su experiencia y
saber, en lugar de tener que descubrir lo que ya han descubierto otros y de
explorar las sendas falsas que ellos exploraron, repitiendo sus errores, puede
arrancar de lo que dejaron los demás, y continuar su trayectoria. Es decir, el
lenguaje hace posible el progreso.
En realidad, la mayor parte de las características humanas, como las
llamamos, de nuestra especie se expresan y desarrollan gracias a nuestra
capacidad de cooperar con nuestros sistemas de ruidos significativos y de
trazos expresivos sobre el papel. Aun los miembros de culturas atrasadas, en
las que no se había inventado la escritura, pueden intercambiar información y
transmitir de generación en generación considerables contingentes de saber
tradicional. Pero, sin embargo, parece haber un límite tanto para el volumen
como para lo exacto del saber que puede transmitirse oralmente[2]. Pero
cuando se inventa la escritura, se da un tremendo paso adelante. Puede
comprobarse una y otra vez, por las generaciones sucesivas de observadores,
la exactitud de los informes. Cesa de estar limitado el caudal del saber
acumulado, porque la gente puede recordar lo que se le ha dicho. La
consecuencia es que, en cualquier cultura de unos cuantos siglos, los seres
humanos que sepan leer y escribir acumulan vastos depósitos de saber, muy
superiores a lo que un solo individuo de dicha cultura es capaz de leer, cuanto
más de recordar, en toda su vida. Estos caudales de saber, en constante
aumento, quedan a disposición de cuantos los deseen, a través de
procedimientos mecánicos como la imprenta y de organismos distribuidores
como el mercado de libros, el periódico, la revista y los sistemas de
bibliotecas. Así, todos los que podemos leer los principales idiomas europeos
o asiáticos estamos potencialmente en contacto con los recursos intelectuales
de siglos de actividad humana en todo el mundo civilizado.
Un médico, por ejemplo, que no sepa cómo curar a un paciente de alguna
enfermedad rara, puede consultar la dolencia en el Index Medicus, el cual a su
vez lo mandará a los diarios médicos de todas las partes del mundo. En ellos
encontrará casos parecidos descritos por algún médico de Rotterdam,
Holanda, en 1913, o por otro de Bangkok, Siam, en 1935, y varios de Kansas
City en 1954. Una vez en posesión de esos datos, puede bandearse mejor con
su caso. Igualmente, si alguien tiene un problema ético, no tiene por qué
limitarse al consejo del pastor de la iglesia baptista próxima; puede acudir a
Confucio, Aristóteles, Jesús, Spinoza y tantos otros, cuyas reflexiones sobre
cuestiones éticas están publicadas. Si le preocupa un caso sentimental de
amor, no sólo puede consultárselo a su madre o a su amigo, sino a Safo,
Ovidio, Propercio, Shakespeare, Havelock Ellis, o a cualquiera de los millares
que supieron algo de eso y lo consignaron por escrito.
Es decir, el lenguaje es el mecanismo indispensable de la vida humana, de
una vida como la nuestra, formada, orientada, enriquecida y hecha posible
gracias a las experiencias pasadas de los miembros de nuestra especie. Que
sepamos, los perros, los gatos y los chimpancés no aumentan su sabiduría, su
información ni el control de su medio, de generación en generación. Pero los
seres humanos, sí. Los triunfos culturales de las edades, el invento del
cocinar, de las armas, de la escritura, de la imprenta, de los métodos de
construcción, juegos, diversiones, medios de transporte y los descubrimientos
de las artes y de las ciencias, nos llegan como dádivas gratuitas de los
muertos. Aunque no hemos hecho nada por merecerlas, nos brindan no sólo la
oportunidad de una vida superior a la de nuestros antepasados, sino la de
aumentar la suma de las realizaciones humanas con nuestras propias
aportaciones, por modestas que sean.
Por eso, saber leer y escribir es aprovechar y participar del logro mayor de
la humanidad, que hace posibles todos los demás, el depósito de nuestras
experiencias en los grandes archivos cooperativos del saber, a disposición de
todos, a excepción de los posibles privilegios, censuras o supresiones
especiales que se opongan a ello. Desde el grito de aviso del hombre
primitivo hasta el último documental fílmico o la última monografía
científica, el lenguaje es social. La cooperación cultural o intelectual es el
gran principio de la vida humana.
No es principio fácil de aceptar o comprender, ni mucho menos, pero nos
gustaría creerlo como verdad piadosa, porque somos gente de buenas
intenciones. Vivimos en una sociedad caracterizada por un alto grado de
competencia; cada cual trata de superar a los demás en dinero, popularidad o
prestigio social, vestido, grados académicos o resultados de golf. Al leer
nuestros diarios, siempre nos llegan noticias de conflictos, más bien que de
cooperación: conflictos entre obreros y patronos, entre corporaciones o
estrellas de cine rivales, entre partidos políticos y naciones antagonistas.
Sobre todos nosotros se cierne el pavor perpetuo de otra guerra más
inconcebiblemente horrible que la última. Muchas veces se siente uno tentado
a afirmar que el conflicto, no la cooperación, es el gran principio que regula la
vida humana.
Pero lo que pasa por alto esa filosofía, pese a toda la competencia
superficial, es que hay un enorme substrato de cooperación que no se advierte
siquiera, pero mantiene en marcha al mundo. La coordinación de las
actividades de los ingenieros, actores, músicos, camarógrafos, compañías de
valores, mecanógrafas, directores de programas, empresas publicitarias,
escritores y mil más, es necesaria para organizar un solo programa de
televisión. Centenares de millares de personas cooperan en la producción
automovilística, entre ellos, los abastecedores y proveedores de materias
primas de todas las partes del mundo. Cualquier actividad industrial
organizada es un acto de cooperación complicada, en que cada trabajador
aporta su granito de arena. El paro y la huelga constituyen un retiro de la
cooperación: se dice que se vuelve a lo normal cuando se restablece esa
cooperación. Quizá compitamos individualmente por un empleo, pero en
cuanto lo tenemos, nuestra función es contribuir a su tiempo y lugar a la serie
innumerable de actos cooperativos que con el tiempo se traducirán en
automóviles manufacturados, en pasteles expuestos en los escaparates de las
confiterías, en tiendas de departamentos al servicio de sus clientes, en la
salida a sus horas de trenes y aeroplanos. Pero lo que a nosotros nos importa
aquí es que toda esta coordinación de esfuerzos necesaria para que funcione la
sociedad, se logra a base del lenguaje, o no se logra en absoluto.
APLICACIONES
Como uno de los objetos de este libro es ayudar al lector a entender más
claramente cómo funciona el lenguaje y a aplicar este entendimiento a las
situaciones prácticas de la vida, insertamos al final de cada capítulo una
sección titulada “Aplicaciones”. Algunas tienen por fin probar hasta qué
punto ha entendido claramente el lector lo que se expone en el capítulo; otras
proponen ciertas actividades u operaciones con las cuales el mismo lector
puede comprobar experimentalmente las ideas expuestas.
En las Aplicaciones en que se invita al lector a analizar ejemplos del
lenguaje en acción, debemos advertir que rara vez hay una sola respuesta
acertada. Más bien se pretende que el lector comprenda lo que se está
explicando: qué suposiciones tácitas por parte del que habla o escribe, y por
parte del que escucha o lee, parecen encerrarse en un ejemplo determinado.
Si el lector discute sus análisis o experimentos con otros lectores de este
libro, debe procurar evitar los bizantinismos verbales y las disputas sobre
palabras. Está bien explicar claramente las razones por las que se llega a
determinado resultado, pero se puede aprender mucho escuchando lo que
hicieron los demás y qué razones tuvieron para llegar a sus conclusiones.
Las ideas de este libro serán útiles al lector en tanto que las compruebe
con su experiencia real y decida por sí mismo en qué grado le ayudan a pensar
y a vivir. Las Aplicaciones no son sino puntos de partida para lograr ese fin,
pero es importante que lo leído aquí sea sometido a la prueba de la
experiencia.
I
Todos tendemos a suponer que sin gran dificultad hemos entendido lo que
hemos leído. Pero no siempre ocurre así. Quizá interese al lector examinar y
comprobar sus procesos interpretativos (y quizá también la claridad con que
se expresa el autor) recorriendo la siguiente lista y notando con qué
afirmaciones está de acuerdo, con cuáles no y qué afirmaciones no tienen
relación con lo que se ha dicho en el capítulo:
1. Los seres humanos deben estudiar todo el reino animal para averiguar
qué animales son más dignos de ser imitados.
2. Los gentiles creen en la ley de la selva; los cristianos, no.
3. La llamada “Batalla de la Saliente”, decisiva en la segunda Guerra
Mundial, es ejemplo de lucha intraespecífica.
4. Los polvos contra las cucarachas y el DDT son armas de la lucha
interespecífica.
5. La lucha interespecífica debe ser sustituida por la cooperación, si se
quiere que la especie humana sobreviva.
6. Por lo que podemos observar, los animales no incrementan su acervo de
conocimientos de una generación a otra.
7. Si se enamora usted, lea un buen libro.
8. Por medio del lenguaje, el hombre puede aprovecharse de las
experiencias de los muertos y no sólo de los vivos de su especie.
9. Debería haber leyes que prohibieran las huelgas y los paros.
10. La cooperación cultural e intelectual es el gran principio de la vida
humana.
11. Sin embargo, pocas son las perspectivas de que la naturaleza humana
cambie hasta el punto de hacer posible la cooperación en gran escala.
12. Como estamos bajo una inundación torrencial de palabras, lo que debería
hacer todo el mundo es callar.
13. El hombre no puede controlar su medio ambiente semántico, o tiene
escasos medios para ello.
14. Siendo el lenguaje tan importante, la gente tiene que aprender a pensar
más lógicamente para resolver sus problemas.
15. Dada la importancia del lenguaje, es básico para la supervivencia
humana aprender las definiciones exactas de las palabras.
16. Lenguaje, pensamiento y conducta están relacionados íntimamente entre
sí.
17. Cuando en una discusión crece el desacuerdo, es que algo va mal con los
hábitos lingüísticos de una o más de las personas que intervienen en ella.
II
Pueden analizarse las siguientes anécdotas o situaciones a la luz del contenido
de este capítulo.
III
Puede hacerse el lector esta pregunta: “¿Cuál es mi Niágara diario de
palabras?” ¿A quién oye usted hablar todos los días? ¿En casa? ¿En el
trabajo? ¿En la iglesia? ¿En el casino? ¿Quiénes de estos influyen en sus
opiniones personales? ¿Qué periódicos y revistas lee usted? ¿Qué programas
de radio y televisión escucha? ¿Cuáles son los que absorben su atención, y
cuáles pone usted sin pensar, sólo para pasar el rato?
¿Qué mensajes o comunicaciones le trae a usted el pasado? ¿La Biblia?
¿La literatura clásica? ¿La historia, la ciencia, la ópera? ¿En qué anuncios se
fija usted especialmente? ¿En los de los periódicos y revistas, carteleras,
comerciales de radio y televisión? ¿En los que le llegan por correo? ¿Cómo
escoge usted lo que debe escuchar o leer cuidadosamente, entre los centenares
de miles de palabras que le llegan al día por todos los medios de difusión?
¿Qué le revelan sobre su persona los que usted prefiere?
IV
Quizá le interesen estas sugerencias y referencias como base de estudio,
discusión y ejercicios escritos:
El proceso simbólico
Los animales luchan entre sí por el alimento y el mando, pero no por otras
cosas que representen estos fines, como los seres humanos: como nuestros
símbolos del dinero en papel (billetes, acciones, títulos), las condecoraciones
o insignias que se prenden en la ropa, o las placas de licencia de bajo número,
que suponen categoría social en algunas personas. Para los animales, no
parece existir la relación de representación de una cosa por otra, como no sea
en forma muy rudimentaria[1].
Puede llamarse proceso simbólico el que siguen los seres humanos para
hacer que unas cosas representen caprichosamente a otras. Siempre que dos o
más personas hablan, pueden, de mutuo acuerdo, hacer que una cosa
represente a otra. Aquí tenemos, por ejemplo, dos símbolos:
X
Y
Podemos convenir en que X represente botones, y Y arcos; después
podemos modificar nuestro convenio, para que X designe a los Medias
Blancas de Chicago, y Y a los Rojos de Cincinnati; o X a Chaucer, y Y a
Shakespeare, o bien X a Corea del Norte, y Y a Corea del Sur. En nuestra
calidad de seres humanos, tenemos libertad única para crear, manejar y
adjudicar valores a nuestros símbolos, según nos plazca. Y podemos ir más
lejos; podemos crear símbolos que representen a otros símbolos; por ejemplo:
hacer que el símbolo M signifique todas las X del ejemplo anterior (botones,
Medias Blancas, Chaucar, Corea del Norte) y N todas las Y (arcos, Rojos de
Cincinnati, Shakespeare, Corea del Sur). Luego podemos formar otro
símbolo, T, que indique al M y al N, en cuyo caso tendríamos un símbolo de
símbolos de símbolos. Esta libertad de crear símbolos de cualquier valor y
símbolos de símbolos es esencial en el proceso que llamamos simbólico.
Adondequiera que volvamos los ojos, observamos procesos simbólicos.
Las plumas en la cabeza o los galones en la manga pueden simbolizar la
categoría militar; las conchas de moluscos, o los anillos de bronce, o ciertos
pedazos de papel impreso, pueden simbolizar la riqueza; dos bastones
cruzados pueden representar un sistema de creencias religiosas; los bolones,
los dientes de alce, las cintas, los estilos especiales de peinado ornamental o
tatuaje, pueden designar artificiosamente afiliaciones sociales. El proceso
simbólico invade a la vida humana, lo mismo en los niveles más primitivos
que en los más civilizados. Guerreros, brujos, policías, porteros, enfermeras,
cardenales y reyes llevan vestiduras que simbolizan sus ocupaciones y rangos.
Los indios norteamericanos coleccionaban cabelleras; los estudiantes
universitarios coleccionan llaves de sociedades honoríficas a que pertenecen,
para simbolizar triunfos logrados en los distintos campos. Pocas son las cosas
que hagan o quieran hacer los hombres, que posean o deseen poseer, que no
tengan un valor simbólico además del biológico o mecánico.
Todos los vestidos de moda, como ha observado Thorstein Veblen en su
Theory of the Leisure Class (1899), son altamente simbólicos: sus materiales,
corte y adornos sólo en mínimo grado obedecen a consideraciones de calor,
comodidad o carácter práctico. Cuanto más finas sean nuestras prendas de
vestir, más restringimos nuestra libertad de acción. Pero, con los finos
bordados, los tejidos que se manchan con cualquier mota, las camisas
almidonadas, el tacón alto, las uñas largas y puntiagudas, y otros sacrificios
de la comodidad por el estilo, las clases acaudaladas logran simbolizar, entre
otras cosas, el hecho de que no tienen que trabajar para vivir. Por su parte, los
que no están en tan buena posición simbolizan, al imitar estos símbolos de
fortuna, su convicción de que son tan buenos como cualquiera, aunque tengan
que trabajar para vivir.
Con los cambios que han ocurrido en la vida norteamericana desde los
tiempos de Veblen, se ha modificado de muchas maneras nuestra forma de
simbolizar la categoría social. A excepción de cuando hay que vestirse de
etiqueta para una reunión social, hoy suelen llevarse ropas cómodas e
informales en la calle, y sobre todo, se prescinde de los convencionalismos de
la vida de los negocios, por lo cual se usan camisolas deportivas de colores
llamativos para los hombres, y pantalones capri para las mujeres.
En los tiempos de Veblen, la piel atezada indicaba que se vivía y se
trabajaba en el campo, y las mujeres tenían por aquellos días mucho cuidado
en protegerse del sol con sombrillas, sombreros de alas anchas y mangas
largas. En cambio, hoy la palidez de la tez indica que está uno confinado en
oficinas y fábricas, y el bronceado del cutis indica una vida deportiva, viajes a
Florida, a Sun Valley y a Hawaii. De aquí que una piel requemada por el sol,
que antes se consideraba algo feo porque simbolizaba el trabajo, hoy es
hermosa porque simboliza descanso. “De lo que se trata es de cobrar un color
—dijo Slanton Delaplane en el Chronicle de San Francisco—, que, de nacer
con él, le dificultaría extraordinariamente a uno la entrada en los hoteles
principales”. Y los individuos pálidos de Nueva York, Chicago y Toronto, que
no pueden hacer viajes en pleno invierno a las Indias Occidentales, se
consuelan bronceándose con tintes de farmacia.
También el alimento es altamente simbólico. Los católicos, judíos y
musulmanes observan sus reglamentos dietéticos para simbolizar su adhesión
al propio credo. En casi todos los países hay alimentos específicos que
simbolizan determinados festivales y solemnidades; por ejemplo: el pastel de
cerezas se consume para conmemorar el nacimiento de Washington, y el
pavo, el Día de Acción de Gracias. El acto de comer juntos ha sido altamente
simbólico a lo largo de toda la historia de la humanidad: “compañero”
significa una persona con quien se comparte el pan.
La actitud, a todas luces ilógica, del sureño blanco respecto a los negros
puede atribuirse también a motivos simbólicos. A quienes no pertenecen a esa
región, les resulta a veces difícil comprender que los sureños blancos acepten
un contacto físico inmediato con sus criados negros, mientras les repugna la
idea de sentarse junto a individuos de color en los restaurantes y en los
autobuses. Es que los sureños tienen la idea de que los servicios de un criado
negro —aun los de carácter personal, como los de cuidar a un enfermo—
suponen simbólicamente desigualdad social, en tanto que la admisión de los
negros en los autobuses, restaurantes y escuelas integradas presupone
igualdad social.
Escogemos nuestro mobiliario para que simbolice visiblemente nuestro
gusto, fortuna y posición social. Frecuentemente nos decidimos por una
residencia, porque “es de buen tono tener una casa bonita”. Sustituimos
nuestros autos en perfecto estado por modelos más modernos, no siempre con
objeto de tener un medio de transporte mejor, sino para que la comunidad se
entere de que podemos hacerlo[2].
Esta conducta complicada y evidentemente innecesaria hace que los
filósofos, lo mismo los aficionados que los profesionales, se pregunten una y
otra vez: ¿por qué no podrán los seres humanos vivir con sencillez y
naturalidad? La complejidad de la vida humana nos impulsa a envidiar casi la
existencia sin complicaciones de los perros y de los gatos. Pero el proceso
simbólico que hace posible los absurdos de la conducta humana también hace
posible el lenguaje y, por tanto, todas las realizaciones humanas que de él
dependen. Que haya más complicaciones en el manejo de los automóviles que
en el de las carretas no es motivo para volver a éstas. De la misma manera, las
complicadas extravagancias del proceso simbólico no justifican la vuelta a la
vida canina o gatuna. Mejor será comprender el proceso simbólico para, en
lugar de ser sus víctimas, convertirnos más o menos en sus árbitros.
La palabra no es el objeto
Pero los ejemplos presentados no son sino manifestaciones notables de
actitudes confusas hacia las palabras y los símbolos. Para nada valdría
mencionarlos, si siempre y uniformemente comprendiésemos la
independencia de los símbolos respecto a las cosas simbolizadas, como
pueden y deben hacerlo todos los seres humanos, según cree el autor de estas
líneas. Pero no la comprendemos. La mayor parte tenemos hábitos inexactos
de valoración de uno u otro campo de nuestro pensamiento. Frecuentemente
se echa la culpa de esto a la sociedad: muchas sociedades fomentan
sistemáticamente la confusión habitual de símbolos y cosas simbolizadas en
relación con ciertos temas. Por ejemplo: cuando se incendiaba una escuela
japonesa, era obligatorio, en los tiempos en que se adoraba al emperador,
hacer lo posible por salvar su retrato aun a riesgo de la propia vida (porque en
todas las escuelas había un retrato suyo). Si se moría abrasado por las llamas,
se le concedían a uno honores póstumos. En nuestra sociedad, no importa
incurrir en deudas con tal de poder alardear de un nuevo y flamante
automóvil, como símbolo de prosperidad. Y lo extraño es que, de hecho, la
posesión de un automóvil flamante hace sentirse próspero y rico a su dueño.
En toda sociedad civilizada (y probablemente en muchas primitivas también),
los símbolos de piedad, virtud cívica o patriotismo suelen tenerse en mayor
estima que estas mismas virtudes. Sea de ello lo que fuere, todos somos como
el alumno brillante que hace trampa en los exámenes para conseguir su grado
académico: damos mucha más importancia al símbolo que a lo simbolizado.
La confusión habitual entre ambas cosas, lo mismo por parte de los
individuos como de las sociedades, es lo bastante grave en todos los niveles
de la cultura para crear un problema humano perpetuo[4]. Empero, la
expansión de los sistemas modernos de comunicación da al problema una
peculiar y apremiante urgencia. Nos están hablando constantemente maestros,
predicadores, agentes de ventas, agentes de relaciones públicas, organismos
gubernamentales y películas. Nos persiguen hasta la paz de nuestro hogar, por
radio y por televisión, los mercachifles de refrescos, detergentes y laxantes, y
conste que hay casas en que no se apagan los receptores de la mañana a la
noche. El cartero nos trae anuncios por correo. Las carteleras nos asedian
desde los lados de la autopista, y por si esto fuera poco, nos llevamos a la
playa nuestras radios portátiles.
Vivimos en un medio formado y creado en gran parte por influencias
semánticas desconocidas hasta ahora: periódicos y revistas de enorme
circulación, que reflejan los prejuicios y obsesiones extrañas de sus redactores
y dueños en numerosísimos casos; programas de radio, locales y nacionales,
casi completamente inspirados en motivos comerciales; agentes de relaciones
públicas que no son sino artesanos pingüemente pagados del arte de
manipular y alterar nuestro medio semántico con tal de atraer clientes. Es un
medio interesantísimo, pero lleno de peligros: apenas puede considerarse
exagerada la afirmación de que Hitler conquistó Austria con la radio. Hoy, los
recursos de las agencias de anuncios y de relaciones públicas, la radio, la
televisión, las películas comerciales y los noticiarios se ponen en juego para
influir nuestras decisiones en las campañas electorales, sobre todo en los años
de elecciones a la Presidencia.
Por tanto, los ciudadanos de la sociedad moderna necesitan más que aquel
“sentido común” ordinario que a uno le impulsaba a afirmar que la Tierra era
plana, según dijo Stuart Chase. Necesitan comprender a fondo los poderes y
limitaciones de los símbolos, especialmente de las palabras, para evitar
aturdirse totalmente con la complejidad del medio semántico. El primer
principio relativo a los símbolos es: El símbolo no es lo simbolizado; la
palabra no es la cosa representada por ella; el mapa no es el territorio que
describe.
Mapas y territorios
En cierto sentido, vivimos en dos mundos. Primero, en el de los hechos que
conocemos directamente. Este es un mundo extraordinariamente pequeño,
consistente únicamente en el conjunto de cosas que hemos visto, sentido u
oído, en el fluir de los hechos que pasan constantemente ante nuestros
sentidos. Este mundo de experiencia personal no incluiría a Africa,
Hispanoamérica, Asia, Washington, Nueva York o Los Angeles si no
hubiéramos estado allí. Si nos preguntamos qué es lo que directamente
conocemos, veremos que es muy poco.
La mayor parte de lo que sabemos, a través de los padres, amigos,
escuelas, periódicos, libros, conversaciones, discursos y televisión, lo hemos
adquirido verbalmente. Todo nuestro conocimiento de la historia, por
ejemplo, nos llega principalmente por palabras. La prueba fundamental que
tenemos de la Batalla de Waterloo son los informes recibidos acerca de ella.
Estos no siempre son de quienes vieron el hecho, sino que se basan en otros
testimonios: testimonios de testimonios de testimonios, que se remontan al de
quienes vieron directamente lo que pasó. Por tanto, la mayor parte de nuestro
saber se debe a informes o testimonios, y a informes de informes: informes
sobre el Gobierno, sobre lo que pasa en Corea, sobre la película que se exhibe
en tal o cual cine, y en realidad, sobre cuanto no conocemos merced a una
experiencia directa.
Llamaremos a este mundo que nos llega a través de las palabras, mundo
verbal, para distinguirlo del que conocemos o somos capaces de conocer por
propia experiencia, al que denominaremos mundo extensional. (Más tarde se
comprenderá por qué lo llamamos “extensional”). El ser humano comienza a
conocer el mundo extensional como cualquiera otra criatura, desde la
infancia. Pero, a diferencia de las demás criaturas, en cuanto aprende a
entender, recibe informes de informes de informes y testimonios de
testimonios de testimonios. Recibe además deducciones de ellos, deducciones
de esas deducciones, etc. A los pocos años, al conocer amigos en la escuela, y
en el centro de enseñanza dominical, ha ido acumulando un caudal
considerable de información de segunda y tercera mano sobre ética,
geografía, historia, la Naturaleza, la gente y los juegos, que constituye su
mundo verbal.
Pues bien; siguiendo la famosa metáfora de Alfred Korzybski en Science
and Sanity (1933), este mundo verbal tiene que estar en relación con el
extensional, de la misma manera que un mapa se relaciona con el territorio
que representa. Si el niño llega a la edad adulta con un mundo verbal en la
cabeza que corresponde al extensional que encuentra en torno suyo a través
de su experiencia cada día mayor, está en más o menos peligro de sentirse
sorprendido o herido por lo que ve, porque su mundo verbal le ha indicado
aproximadamente lo que iba a venir. Está preparado para la vida. Pero si va
creciendo con un mapa falso en la cabeza —es decir, lleno de errores y
supersticiones— se topará con obstáculos constantes, derrochará sus
esfuerzos y se conducirá como un insensato. No estará ajustado al mundo tal
como es, y hasta podría terminar en un manicomio, si el desajuste fuese
grave.
Algunas de las tonterías en que incurrimos por los falsos mapas que
llevamos en la cabeza son tan corrientes, que apenas paramos mientes en
ellas. Hay quienes se protegen contra los accidentes con una pata de conejo en
el bolso. Otros no quieren ocupar el piso 13 de un hotel, lo cual ha sido causa
de que hasta los hoteles más suntuosos de capitales populosas de nuestra
cultura científica no tengan piso “13”. Algunos hacen planes para su vida a
base de las predicciones astrológicas. Otros se dejan guiar por sus sueños.
Hay quienes esperan blanquear sus dientes cambiando de pasta dentífrica.
Todos estos individuos viven en mundos verbales que apenas tienen alguna
relación con el mundo extensional.
Ahora bien; por hermoso que sea un mapa, de nada le vale al viajero si no
indica con exactitud la relación de los lugares entre sí, la estructura del
territorio. Si, por ejemplo, dibujamos una gran hondonada en forma y con los
contornos de un lago, por razones artísticas nada más, para nada vale el mapa.
Si pintamos mapas por capricho, sin fijarnos en absoluto en la estructura de la
región, podremos dibujar cuantos relejes, curvas y sinuosidades se nos
antojen en caminos, lagos y ríos. A nadie hará daño, mientras no planee un
viaje a base de ese mapa.
De la misma manera, siguiendo los caprichos de nuestra imaginación, o
basándonos en deducciones falsas de informes buenos, o informes falsos, o
por mor de dar suelta a la fantasía o de realizar ejercicios retóricos, podemos
manufacturar con el lenguaje “mapas” sin relación alguna con el mundo
extensional. Tampoco habría perjuicio para nadie, siempre que no se le
ocurriera a alguien considerar esos mapas como descripciones de territorios
reales.
Todos heredamos un gran volumen de saber inútil, de equivocaciones y
errores (mapas que al principio se creyeron exactos), por lo cual siempre hay
que descartar muchas cosas que nos enseñaron. Pero el patrimonio cultural
que se nos ha transmitido —el depósito social común de nuestros
conocimientos científicos y humanos— se ha valorado principalmente a base
de los que nos han parecido mapas exactos de experiencia. La analogía de los
mundos verbales con los mapas es importante, y a ella aludiremos
frecuentemente en este libro. Pero debe observarse que hay dos maneras de
meternos en la cabeza mapas falsos del mundo: una, recibiéndolos; otra,
creándolos nosotros misinos cuando no leemos bien los mapas exactos que
recibimos.
APLICACIONES
El lector que quiera llevar a la práctica las ideas expuestas en esta obra,
debería adquirir un gran álbum para pegar recortes, o una carpeta archivadora,
o un fichero de cartulinas grandes. Luego sería conveniente que fuese
coleccionando citas, recortes de periódicos, editoriales, anécdotas, etc., que le
sirviesen para observar de una u otra manera la confusión reinante entre
símbolos y cosas simbolizadas. En capítulos posteriores de este libro se
indicarán otros confusionismos distintos. Búsquense ejemplos en que la gente
crea que hay relación necesaria entre el símbolo y lo simbolizado, entre las
palabras y lo que significan.
Cuando lleve coleccionados y estudiados unos cuantos ejemplos así, el
lector podrá reconocer que hay algo parecido en la manera de pensar de la
gente que le rodea, y hasta en sí mismo.
I
Los siguientes ejemplos del lenguaje en acción, tomados de distintas
procedencias, lo ponen a uno en guardia contra errores parecidos. El lector
deberá analizar y explicar los supuestos tácitos e inconscientes que el
protagonista de cada caso tuvo presentes sobre la relación de las palabras
(mapas) con los objetos (territorios).
9. Freud dijo en una conferencia que los hombres eran tan susceptibles
a los síntomas de la histeria como las mujeres. Al oírlo, un célebre
profesor vienés se salió airado de la sala.
“¡Qué disparate! —murmuró—. ¡Susceptibles de histeria los
hombres!
¡Pero si la palabra ‘histeria’ se deriva de la que en griego quiere decir
útero!”
—Anatole Rapoport, Science and the Goals of Man
11. Los ingleses adoptaron el color caqui para sus uniformes militares
después de la guerra de los bóers, y los alemanes se disponían a cambiar
el azul prusiano por un gris de campaña. Pero en 1912, los soldados
franceses seguían llevando las casacas azules y el quepis y los pantalones
rojos que usaban desde 1830, cuando el fuego de fusil no alcanzaba más
de doscientos pasos, y los ejércitos no necesitaban esconderse, porque
combatían muy de cerca. Al visitar el frente de los Balcanes en 1912,
Messimy vio las ventajas del color desvaído del uniforme búlgaro y
volvió a su tierra, decidido a que el francés fuese menos visible. Su plan
de vestir a los soldados de un gris azulado o verdoso provocó vivas
protestas… El Echo de París escribió que retirar “cuanto da colorido y
aspecto animado al militar es llevar la contraria no sólo al gusto francés,
sino a la función del Ejército”. Messizny replicó que eran cosas muy
distintas, pero sus adversarios no cejaron. Un exministro de la Guerra,
M. Etienne, habló en nombre de Francia en una sesión parlamentaria.
“¡Eliminar los pantalones rojos! —prorrumpió—. ¡Jamás! Le
pantalón rouge c’est la France!”
“Aquel apego tozudo e imbécil a los colores más visibles iba a
acarrear crueles consecuencias”, escribió después Messimy.
BARBARA W. TIICHMAN, The Guns of August
II
Selecciónese una palabra cargada de fuerte contenido emocional (negativo o
positivo), como “araña”, “pistola”, “matemática”, “rubia” o “mexicano”, y
explíquense los sentimientos asociados con ella. ¿De dónde proceden? ¿Hasta
qué punto se basan en reacciones al “mapa”, o al “territorio” real?
III
Escoja una naranja o una manzana que no tenga peculiaridades especiales y
descríbala con unas doscientas palabras. Luego colóquela entre otras frutas de
la misma clase, dé su descripción a un amigo y vea si la puede distinguir
fácilmente de las demás. Después, que él escoja otra y la describa, y trate
usted de identificarla a su vez.
IV
¿En qué consiste un mapa bueno y un mapa malo? Si se tratase de un mapa de
los Estados Unidos y se situasen las siguientes ciudades de esta manera, a la
izquierda San Luis, en el centro Washington y a la derecha San Francisco, el
mapa estaría mal. ¿Qué ocurriría si quisiese uno orientarse por ese mapa?
¿Qué habría que hacer para que el mapa estuviese bien? ¿Se reduce todo a
colocar los nombres en su sitio? ¿Cómo sabemos cuál es “su sitio”? El mapa
no es el territorio, claro está, pero ¿no hay ciertas semejanzas entre un buen
mapa y el territorio que representa? Describa por escrito algunas de estas
semejanzas y vea si pueden aplicarse a las palabras y a los objetos que
significan.
Puede estudiarse este tema en Alfred Korzybski, Science and Sanity
(1933), pág. 750, o Wendell Johnson, People in Quandries (1946), páginas
131-133.
V
No es fácil distinguir lo aprendido por experiencia directa de lo aprendido en
lecturas. Un reflexivo comentarista del periodismo contemporáneo escribe:
El periódico produce la impresión al lector de expresar mejor la vida que
un libro, y éste propende a confundir lo que ha leído en él con experiencias
que no ha tenido.
—¡Si hubiera usted visto a Charlie White! —me repitió un individuo
aburrido, ya maduro, en un bar—. Tenía un “gancho” izquierdo…
Yo ya lo sabía, porque lo había leído muchas veces, pero creo que él había
visto tanto a White como yo a Ty Cobb, sobre cuyo estilo para correr las
bases podía yo hablar como si lo hubiese visto mil veces. No creo que
conociese personalmente a Cobb, pero había visto a Hans Wagner y a Christy
Mathewson en un partido entre los Piratas y los Gigantes, cuando era
pequeño, y no recuerdo el aspecto que tenían aquel día, ni lo que hicieron. Lo
que sé de ellos, como lo que sé de Cobb, no es sino lo que he aprendido
acerca de ellos en los reportazgos y fotografías periodísticos, y así sé tanto de
Cobb como de los otros dos.
De la misma manera, el primer Presidente a quien vi con mis propios ojos,
fue Warren Gamaliel Harding, pero lo recuerdo más vagamente que al primer
Roosevelt, a Taft o a Wilson. Y aun hoy me parece increíble que no viese
jamás a Franklin D. Roosevelt, del que tuve una experiencia casi tan personal
como de mi propio padre.
—A. J. LIEBLING, The Wayward Pressman
¿Qué es lo que sabe el señor Liebling a través del “mapa” y qué conoce
directamente del “territorio”? Recuerde algunas experiencias parecidas de sus
lecturas y pasado.
VI
Comprobar la relación entre “mapas” y “territorios” es una empresa que no
tiene fin, porque constantemente vemos en torno a nosotros los mapas
ficticios que sustituyen a la realidad. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si tratase
usted de tener su casa como la presentan por televisión, al hacer los anuncios
comerciales, con la aspiradora en su funda, los cacharros de la cocina blancos
y resplandecientes, sin una sola mota de comida o de dulce, porque la
limpieza se hacía en dos minutos escasos y sin esfuerzo alguno? Piense
también en las aspiraciones atléticas de un colegio universitario, con sus
lecciones de espíritu deportivo, de formación de carácter, etc., y en lo que
pasa en realidad en muchos colegios que aspiran a victorias olímpicas.
Las discrepancias entre los mapas y los territorios han sido objeto de
sátiras, comedias y explosiones de indignación moral a lo largo de la historia
humana. He aquí unos cuantos ejemplos de diversos libros, que lo
demuestran:
Vilhjalmur Stefansson, The Standardization of Error (1927). Es una obra
ingeniosa y desconcertante, en que se explica cómo la gente parece preferir lo
absurdo a lo real.
Bergen Evans, The Natural History of Nonsense (1946). Divertido
catálogo de errores, supersticiones y patrañas que cree la gente.
Martha Wolfenstein y Nathan Leites, Movies: A Psychological study
(1950). Estudio clásico sobre cómo las películas crean mapas falsos de la
realidad en nuestra cabeza.
Robert Lindner, The Fifty-Minute Hour (1955). Estudio de individuos que
tienen mapas de la realidad extraordinariamente deformados. Hay muchas
otras obras siquiátricas y sicológicas que presentan ejemplos de confección
patológica del mapa.
Albert D. Biderman, March to Calumny: The Story of American POW’s in
the Korean War (1963). Se nos ha metido en la cabeza que fue vergonzosa la
conducta de los soldados norteamericanos hechos prisioneros en la guerra de
Corea. Se nos ha dicho que colaboraron completamente con sus aprehensores,
que fueron demasiado cobardes para resistir o escapar y demasiado
indisciplinados para organizarse y preparar su supervivencia. En este libro se
refutan estas afirmaciones comúnmente aceptadas sobre los soldados
norteamericanos en Corea.
3. INFORMES, DEDUCCIONES, JUICIOS
En suma: los distintos sonidos del habla humana tienen significados
diferentes. Estudiar esta coordinación de determinados sonidos con
determinado significado es estudiar el lenguaje. Dicha coordinación permite
al hombre “interaccionar” con gran precisión. Así, cuando, por ejemplo,
decimos a alguien la dirección de una casa que no ha visto, estamos haciendo
algo que ningún animal puede hacer.
LEONARD BLOOMFIELD
Deducciones
El lector comprenderá que escribiendo informes puede aumentar rápidamente
su saber lingüístico. Es un ejercicio que le proporcionará ejemplos, los suyos
propios, de los principios del lenguaje y de la interpretación que estamos
estudiando. Esos informes deben versar sobre experiencias directas, escenas
que el lector ha visto con sus propios ojos, reuniones y sucesos sociales en
que ha tomado parte, personas a las que conoce bien. Tienen que poder ser
comprobados y aceptados. No podrán entrar en el ejercicio las deducciones y
los comentarios.
No es que no sean importantes (porque no sólo en la vida diaria, sino en la
ciencia, tomamos como informes las deducciones así); en algunos campos del
pensamiento y la investigación, como la geología, la paleontología y la física
nuclear, los informes son la base, pero las deducciones (y las deducciones de
las deducciones) constituyen el cuerpo principal de la ciencia. Deducción, en
el sentido en que utilizamos nosotros la palabra, es una afirmación sobre lo
desconocido a base de lo conocido (que más bien debería llamarse inducción,
según la nomenclatura dialéctica). Podemos deducir cuál es la fortuna o
posición social de una mujer a juzgar por el género y el corte de su vestido; de
la forma de las ruinas y su estado, podemos deducir el origen del fuego que
destruyó el edificio; de las manos callosas de un hombre, el tipo de su
ocupación o actividad; de la votación de un senador a favor o en contra de un
proyecto de ley sobre armamentos, su actitud hacia Rusia; de la estructura
geológica de la Tierra, el paso de un glaciar prehistórico; del halo de una
placa fotográfica sin exponer, que ha estado junto a materiales radiactivos; del
ruido que hace una máquina, el estado de sus bielas. Las deducciones pueden
ser burdas o certeras. Pueden hacerse a base de una copiosa experiencia
anterior, o sin la menor experiencia previa. Así, las deducciones de un buen
mecánico sobre el estado interior de un motor pueden fundarse en que ha
escuchado atentamente sus ruidos, en tanto que las de un aficionado
obedecerán a detalles fútiles. Pero la característica común a las deducciones
es que se refieren a cosas no conocidas directamente y a base de lo que se ha
observado.
La eliminación de deducciones en el ejercicio que indicamos de redacción
de informes significa que no deben hacerse conjeturas sobre lo que piensan
otras personas. Cuando decimos: “Estaba enfadado”, no informamos, sino que
hacemos una deducción de hechos observables como el puñetazo que dio en
la mesa, la interjección que soltó y el directorio telefónico que tiró a la
mecanógrafa. En este caso concreto, la deducción parece certera; pero debe
tenerse presente, especialmente a efectos de irse acostumbrando y
adiestrando, qué es una deducción. Expresiones como “pensaba mucho en sí
mismo”, “tenía miedo a las mujeres”, “era víctima de un complejo de
inferioridad”, formuladas a base de observación social, son tan
considerablemente deductivas como las basadas en la lectura de los
periódicos, por ejemplo, “lo que verdaderamente quiere Rusia es implantar
una dictadura comunista mundial”. Debemos pensar en su carácter deductivo
o inferencial, y substituir esas frases en los ejercicios que estamos indicando,
por otras como: “rara vez hablaba con los subordinados de su fábrica”, “lo vi
en una reunión social, y sólo bailó cuando se lo pidió una muchacha”. “Nunca
solicitó una beca, aunque la habría conseguido fácilmente”, y “la delegación
rusa en la ONU ha solicitado A, B y C. El año pasado votaron contra M y N,
y a favor de X y Y. Ante hechos como éstos, el periódico que suelo leer
deduce que lo que Rusia quiere realmente es implantar una dictadura
comunista en el mundo entero. Estoy de acuerdo”.
A pesar de ejercitarnos en evitar las deducciones para sólo declarar lo que
hemos visto y experimentado, todos propendemos a equivocarnos, porque el
proceso de sacar consecuencias es rápido y casi automático. Cuando vemos
un coche que va en zigzag por una carretera, decimos sin querer: “Mira ese
conductor borracho”, aunque lo que vemos son únicamente los movimientos
extraños del coche. El que esto escribe vio una vez a un hombre dejar una
propina de un dólar en el mostrador de una cafetería y marcharse
inmediatamente. Mientras pensaba en lo raro de una propina tan generosa en
establecimiento tan modesto, llegó la camarera, cogió el dólar, registró en la
caja noventa centavos y se metió los otros diez en el bolso. Resultaba que me
había equivocado; no se trataba de la propina, sino de la cuenta entera.
Esto no quiere decir que nunca debamos hacer deducciones. La
incapacidad de hacerlas constituye un indicio de trastorno mental, Así, escribe
Laura L. Lee, especialista en curar los trastornos del habla: “La adulta afásica
a la que estaba tratando tenía gran dificultad, debido a su lesión cerebral, para
hacer deducciones sobre la foto que le mostré. Me explicaba perfectamente lo
que ocurría en la escena, pero no era capaz de decirme lo que podría haber
ocurrido inmediatamente antes o después de tomarse la foto[2]. Por eso, no se
trata de que no hagamos deducciones, sino de que comprendamos que son
deducciones.
Juicios
También deben excluirse los juicios del ejercicio que recomendamos.
Entendemos por juicios, todas las expresiones de aprobación o
desaprobación de los hechos, personas u objetos que describimos. Por
ejemplo: en el informe escrito no podríamos decir: “era un coche estupendo”,
sino algo por el estilo de esto: “lleva rodando 80.000 kilómetros y no ha
necesitado una sola reparación”. Igualmente, las afirmaciones como “Pedro
nos engañó” deben eliminarse y substituirse por algo que pueda comprobarse:
“Pedro nos dijo que no tenía las llaves de su coche, pero, al sacar el pañuelo
unos minutos después, se le cayeron unas cuantas”. Tampoco podría decirse
en un informe: “El senador era testarudo, cerrado y sin ganas de cooperar”, o
“fue valerosamente fiel a sus principios”; sino que debe declararse: “El voto
del senador fue el único contrario al proyecto de ley”.
Mucha gente considera como afirmaciones de hecho las siguientes:
“Pedro nos engañó”, “Juan es un ladrón”, “Gonzalo es inteligente”. Sin
embargo, en el sentido corriente, eso de “nos engañó” supone, primero, una
deducción (que deliberadamente nos expuso hechos falsos), y segundo, un
juicio (que quien lo dice reprueba lo que hizo Pedro, según sus deducciones).
En los otros dos ejemplos, podríamos cambiar las expresiones por éstas:
“Juan fue condenado por robo a dos años de cárcel”, y “Gonzalo toca el
violín, es el primero de su clase, y capitán del equipo de debates”. Repárese
en que decir que alguien es un ladrón es declarar una realidad: “Ha robado y
volverá a robar”, lo cual tiene más de predicción que de informe. Hasta “ha
robado” constituye una deducción (y al mismo tiempo, un juicio) sobre algo
discutible, inclusive para quienes estudiaron las pruebas del cargo. En
cambio, decir que “fue condenado por robo” es formular una declaración
comprobable en los archivos del tribunal y de la cárcel.
La posibilidad científica de comprobar algo estriba en la observación
externa de los hechos, no en la emisión de juicio. Si alguien dice: “Mario es
un gandul”, y otro replica: “Así lo creo yo también”, la afirmación no ha sido
comprobada. En los tribunales suele haber enormes confusiones creadas por
los testigos que no distinguen sus juicios personales de los hechos objetivos
en que se basan. Hay repreguntas por el estilo de:
TESTIGO: Ese cochino sinvergüenza me engañó.
JUEZ: Se admite la protesta. (La frase del testigo se elimina del acta).
Ahora, cuente al tribunal exactamente lo que ocurrió.
TESTIGO: ¡Me engañó ese cochino embustero!
Palabras-gruñidos y palabras-arrullos
Debemos tener muy presente que en este libro no estudiamos el lenguaje
como fenómeno aislado, sino en acción, en el contexto de hechos no
lingüísticos en que se desarrolla. Los ruidos hechos con los órganos bucales
constituyen una actividad muscular, muchas veces involuntaria, como las
demás actividades musculares. Nuestras reacciones a los estímulos poderosos,
como a las cosas que nos irritan, son hechos musculares y fisiológicos: la
contracción de los músculos para luchar, el aumento de la presión sanguínea,
la alteración en la química del cuerpo, el mesarse los cabellos y la emisión de
sonidos, como gruñidos o bufidos. Quizá no lleguemos a gruñir como perros,
pero sí mascullamos palabrotas y barbotamos: “¡Cochino tramposo!”,
“¡Marrano sinvergüenza!”, etc., entre ternos y maldiciones. Pero también
cuando algo nos produce placer, exclamamos: “¡Es la nena más bonita del
mundo entero!”, aunque no ronroneemos como un gafo ni meneemos la cola.
Estas expresiones de aprobación o reprobación directa son juicios en su
forma más rudimentaria, y podrían considerarse como equivalentes humanos
de los rugidos y arrullos. Que la nena es la más bonita del mundo no
constituye una afirmación, sino un arrullo o un ronroneo. Esto parece de clavo
pasado, pero, por extraño que parezca, tanto el que lo emite como el que lo
escucha creen que algo se ha dicho sobre la muchacha en cuestión. Así ocurre
principalmente con los gorgoritos de oradores y editorialistas, cuando se
despachan contra los rojos, contra los insaciables monopolistas, Wall Street,
los radicales, las ideologías extranjeras, etc., o se deshacen en repugnantes
ditirambos acerca de “nuestro modo de vida”. A todas horas creemos haber
oído un juicio sobre algo, arrastrados por la catarata impresionante de la
verborrea, por lo sonoro de las frases y por los trucos retóricos y eruditos.
Pero si nos detenemos un poco, veremos que lo único que encierran estas
exclamaciones son ideas poco más o menos así: “Lo que yo odio —sean los
rojos, Wall Street o lo que le dé a usted la gana— lo aborrezco a fondo”, y
“cuando algo me gusta —nuestro modo de vida— me arrebata de contento”.
Llamaremos a estas explosiones verbales, “palabras-gruñidos” y “palabras-
arrullos”. No tienen nada de informes sobre lo que pasa en el mundo
extensional.
El llamarlos así no quiere decir que no podamos formular este juicio en
absoluto, sino darle su valor preciso. Por ejemplo: al decir “es la niña más
bonita del mundo”, debemos dar a la frase el valor de que es un estado mental
de quien la pronuncia, no una descripción real de la muchacha. Si las palabras
“rojos” o “insaciables monopolistas” van acompañadas de informes
comprobables (lo cual supondrá además que ya sabemos a quiénes se refieren
concretamente), estaría justificada nuestra indignación, lo mismo que la de
quien habla así. Si las “palabras-arrullos” sobre la muchacha más bonita del
mundo van acompañadas de datos comprobables sobre su aspecto, maneras y
carácter, acaso también la admiremos nosotros. Pero, de no ser así, la única
pregunta que provocarían esos “gruñidos” y esos “arrullos”, sería: “¿En qué
se basa usted para afirmarlo?”
Generalmente no conduce a nada discutir si el Presidente tal o cual es un
gran estadista o sólo un político mañoso. Lo mismo ocurre con cuestiones
como éstas: “¿Es la música de Wagner la mejor de todos los tiempos, o se
reduce a estridencias histéricas?”, “¿Qué deporte es mejor, el tenis o el
béisbol?”, “¿Podría Joe Louis haber derrotado a Bob Fitzsimmons en sus
mejores tiempos?” Pronunciarse por la afirmativa o la negativa de estos
juicios es descender al nivel apasionado de los fanáticos. Pero preguntar a
alguien por qué le gusta la política presidencial o Wagner, o el tenis o Joe
Louis, vale para enterarse de los puntos de vista de los demás. Cuando ellos
se hayan explicado, sabremos algo más y podremos opinar sobre ello mucho
mejor que antes.
Los juicios estorban el pensamiento
Al afirmar que alguien es una buena persona, o que el servicio religioso fue
solemne, o que la caza es un deporte sano, o que fulanita es muy aburrida,
estamos asentando una conclusión a base de numerosos hechos observados.
Quizá sepa el lector que los estudiantes suelen tener dificultad para dar a los
temas escritos la longitud necesaria, porque se les acaban las ideas a los dos o
tres párrafos. Es que van en ellos tantos juicios, que apenas les queda nada
que decir después. Pero cuando se excluyen las conclusiones y se exponen
objetivamente los hechos observados, los trabajos tendrán la longitud
requerida y hasta tenderán a ser demasiado largos; porque, cuando se dice a
un individuo sin experiencia que consigne por escrito los hechos, suele
aportar más de los que se precisan, porque no distingue entre lo importante y
lo secundario.
Otra consecuencia de los juicios emitidos al comenzar el ejercicio escrito,
es que se cierra uno el camino para la exposición ulterior, lo cual ocurre
también con los juicios precipitados que formulamos interiormente a cada
momento. Si, por ejemplo, empezamos diciendo que fulano fue todo un
ejecutivo de negocios, o que fulanita era una perfecta compañera, lo que
escribamos después irá condicionado por estos juicios y no describirá ya al
ejecutivo o a la amiga en cuestión, sino que, prescindiendo de los hechos
observados, se ajustará sin querer a la idea que tenemos de un buen ejecutivo
o de una magnífica compañera, a base de las historias que hayamos leído, las
películas o fotos que hayamos visto, etc. Es decir: el juicio prematuro nos
impide ver lo que tenemos delante, y nuestra descripción se llena de
estereotipos. Por eso, aunque el escritor esté seguro al comenzar su informe
de que el hombre, el escenario o la mujer a quien describe son de tal o cual
manera, deberá descartar conscientemente esas opiniones, para no mermar
objetividad a su exposición ni cerrarse a sí mismo los ojos. No debe calificar a
nadie de “beatnik”, palabra que hoy está adquiriendo carta internacional de
naturaleza y que, habiéndose aplicado originalmente a los bohemios literarios
y artísticos, ha sido bastardeada por el periodismo sensacional y las películas,
hasta crear un tipo casi completamente fantasmagórico y desconcertante. Si
un escritor aplica esta u otras palabras por el estilo a cualquier ser viviente,
tendrá que derrochar raudales de energía para explicar después lo que no
quiso decir con eso, por lo que le recomendamos que no la emplee en
absoluto.
Selección deliberada
Al escribir las experiencias personales, se nos escaparán algunos juicios, a
pesar de todo el empeño que pongamos en eliminarlos. Así, por ejemplo, al
describir a alguien, quizá quede así el texto: “Estaba claro que no se había
afeitado desde hacía unos días, y tenía sucias las manos y la cara. Su calzado
estaba destrozado, y tenía la chaqueta, demasiado pequeña para él, salpicada
de cazcarrias resecas”. Pues bien; aunque no se ha formulado explícitamente
ningún juicio, hay uno que se deja caer por su propio peso. Comparemos esta
descripción con otra del mismo sujeto: “Aunque tenía la barba crecida y su
apariencia era desaliñada, había claridad en sus ojos y miraba fijamente a lo
lejos mientras descendía a paso rápido por el camino. Parecía muy alto; esta
impresión acaso se debiese a que la chaqueta era demasiado pequeña para él.
Llevaba un libro bajo el brazo izquierdo, y un gozquecillo corría pegado a sus
talones”. En este ejemplo se da una descripción considerablemente distinta
del mismo individuo, con sólo incluir nuevos detalles y pasar a un segundo
plano los desfavorables. No hay juicios explícitos en el texto, pero sí
implícitos.
¿Cómo podremos, entonces, redactar un informe imparcial? No
conseguiremos imparcialidad completa empleando el lenguaje cotidiano. La
tarea es a veces difícil, inclusive en el estilo altamente impersonal de la
ciencia. Pero sí podemos, siempre que caigamos en la cuenta de la impresión
favorable o desfavorable que algunas palabras y hechos pueden producir,
lograr suficiente imparcialidad a efectos prácticos. El caer en la cuenta de esa
impresión favorable o desfavorable nos hará equilibrar las palabras y
expresiones. Para aprender a hacerlo, sería bueno que escribiésemos dos
informes sobre el mismo tema, uno al lado del otro, ambos en un plan de
estricta objetividad: el primero consignaría los hechos y detalles que
probablemente producirían impresión favorable al lector, y el segundo los que
pudieran producirle una impresión desfavorable. Por ejemplo:
A FAVOR EN CONTRA
Tenía los dientes blancos. Sus dientes eran desiguales.
Tenía ojos azules, pelo rubio y Rara vez miraba a uno directamente a los
abundante. ojos.
Llevaba una camisa blanca
Su camisa estaba tazada por los puños.
limpia.
Hablaba con finura. Tenía voz chillona.
Su jefe hablaba con encomio de Su casero decía que se atrasaban el pago
él. del alquiler.
Le gustaban los perros. Le molestaban los niños.
La selección de detalles favorables o desfavorables al tema que se
describe es deliberada e intencionada. No se formulan juicios explícitos, pero
se da una impresión concreta y se provocan determinadas opiniones.
Supongamos que alguien publica este suelto en la prensa: “Cuando N estuvo
en Nueva York en noviembre, se le vio cenar con una estrella de cine…” Las
deducciones a que pudiera dar lugar la noticia cambian considerablemente
con las siguientes palabras: “… y con su marido y sus dos hijos”. Los
enemigos de N podrían perjudicarle gravemente, si fuese casado, con la
noticia a medias. Esta forma de expresarse, intencionada y maliciosa, tan a la
orden del día en la chismorrería social, y también en los “reportazgos
interpretativos” de los periódicos y revistas, bien podría llamarse mentira,
aunque en realidad no haya ninguna en su texto.
Este que veis aquí de rostro aguileno, de cabello castaño, frente lisa y
desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva aunque bien proporcionada,
las barbas de plata que no ha veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la
boca pequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal
acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos
con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color
viva, antes blanca que morena, algo cargado de espalda y no muy ligero de
pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la
Mancha y del que hizo el Viaje del Parnaso, llámase comúnmente Miguel de
Cervantes Saavedra; fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo,
donde aprendió a tener paciencia en las adversidades; perdió en la batalla
naval de Lepanto, la mano izquierda de un arcabuzazo; herida que, aunque
parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable
y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros,
militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra
Carlos V, de felice memoria.
—MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, Autorretrato
APLICACIONES
I
A continuación publicamos una serie de frases y descripciones, que el lector
deberá clasificar como juicios, deducciones o informes. Como no siempre se
distinguen claramente, con una sola palabra no bastará, y en algunos casos
habrá informe y deducción o juicio a la vez. Recuérdese que no nos interesa
su verdad o falsedad, sino la índole de las afirmaciones; así, por ejemplo, la
proposición, “el agua se congela a los 10° centígrados”, aunque errónea, es un
informe.
II
Además de los ejercicios indicados en este capítulo, excluyendo sus juicios y
deducciones, el lector puede escribir: a) informes fuertemente intencionados
contra personas u organizaciones de su preferencia, y b) a favor de personas u
organizaciones que no le gusten. Por ejemplo: imagínese que su club es una
organización subversiva, y relate sus actividades o hable de sus miembros en
sentido que pudiera tomarse como desfavorable; o bien imagine que uno de
sus vecinos más antipáticos ha recibido la oferta de un cargo a tres mil
kilómetros, y escriba una carta objetiva de recomendación para que se lo den.
También resulta divertido e instructivo escribir parodias de artículos
llenos de prejuicios, forzando tanto la nota que los ponga en ridículo. Un
artículo lleno de prejuicios es el que está hecho a base de noticias deformadas
y juicios sin fundamento. He aquí una cita de la revista Mad, en que se
describe a los Boy Scouts tal como supuestamente los ve el diario comunista
Pravda:
Después de tres años de servidumbre en los Cub Scouts, los muchachos,
ahora adolescentes rufianes, son obligados a incorporarse al grado superior y
más corrupto de los Boy Scouts. Son arrebatados a sus familias y llevados a
selvas primitivas, donde tienen que vivir en tiendas sin calefacción.
El ritual más embustero es la vergonzosa “Corte de Honor”, en que se
condecora a los jóvenes guerreros con las llamadas “medallas de mérito”.
Aquí es donde reciben los premios por su comportamiento en deportes tan
odiosos como “natación” (demolición y sabotaje bajo el agua), “química”
(guerra de gérmenes y gases venenosos), “seguir rastros” (contraespionaje) y
“actividades precursoras” (explotación de las naciones subdesarrolladas).
III
“A primeras horas de la mañana murieron un niño y un hombre maduro, y
salieron gravemente heridos tres adolescentes, en dos accidentes
automovilísticos”. Redáctese:
IV
Analice cómo utiliza la deducción Sherlock Holmes en el siguiente párrafo de
Conan Doyle. ¿Se parecen a las explicadas en este capítulo? Comente el valor
y el carácter comprobable de las consecuencias a que llega Holmes:
Con aire resignado y sonrisa ligeramente fatigada, Holmes rogó a la bella
visitante que tomase asiento y nos explicase qué le pasaba.
—Por lo menos, no se trata de su salud —le dijo el detective, clavándole
los ojos—. Una ciclista tan entusiasta tiene que estar llena de energía.
Ella se miró sorprendida a los pies, y yo observé en la parte inferior de su
calzado las ligeras raspaduras del pedal.
—Sí, monto mucho en bicicleta, señor Holmes…
Mi amigo levantó la mano sin guante de la joven y la examinó con la
atención y objetividad de un científico.
—Perdóneme; estoy seguro de que me perdonará. Es mi profesión —le
dijo, soltándole la mano—. Casi cometí la equivocación de creer que era
usted mecanógrafa. Ahora veo claro que se dedica a la música. Watson, ¿ve
usted estos dedos en forma de espátula, tan comunes en ambas profesiones?
Sin embargo, hay en su cara una espiritualidad —añadió, volviéndosela
ligeramente hacia la luz— que no es corriente en una mecanógrafa. Esta
señorita es música.
—Sí, señor Holmes, soy profesora de música.
—En alguna localidad campesina, supongo, a juzgar por su color atezado.
—Sí, señor; cerca de Farnham, en las proximidades de Surrey.
V
“Harry Thompson visitó a Rusia en 1958”; “Rex Davis es millonario”; “Betty
Armstrong no cree en Dios”; “el doctor Baxter no está de acuerdo con la
política de la American Medical Association”. Dando por ciertos estos
hechos, escriba un par de hojas de deducciones infundadas, y de deducciones
de otras deducciones sobre ellos. Claro que no sabe usted quiénes son estos
personajes, pero eso no importa; formule sus deducciones.
Este ejercicio es divertido e instructivo además para grupos de discusión,
al turnarse los grupos para sacar consecuencias.
VI
Elija un tema sobre el cual tenga poca información pero muchos prejuicios;
por ejemplo: “La Integración Latinoamericana”, “Beneficios de la Alianza
para el Progreso”, “Sistema Multilateral de pagos en el comercio de
Hispanoamérica”, “Sindicalismo y cultura”, o “Industrialización y
alfabetismo”, y escriba un ensayo de unas mil palabras, a base de grandes
generalizaciones, juicios valoradores y deducciones sin fundamento. Emplee
muchas palabras rimbombantes. Marque con cinco puntos (de un total posible
de 100) cada hecho comprobable utilizado. Si llega a una puntuación de 95 en
todos estos temas u otros por el estilo, y su gramática y ortografía son
impecables, deje su empleo actual. O abandone la escuela. Porque tiene usted
en la mano fama y fortuna.
4. LOS CONTEXTOS
[Contestación de un individuo a quien pidieron que definiese el jazz de
Nueva Orleáns]: Hombre, si tiene usted que preguntar qué es, no lo va a
saber nunca.
—LOUIS ARMSTRONG
Las definiciones de diccionario frecuentemente dan substitutos verbales
de una palabra desconocida, que no son sino maneras de disimular la
ignorancia. Así, quien busque en el diccionario [inglés-castellano] la
traducción de la palabra “bullfinch”, se quedará tan satisfecho [al leer
“pinzón real”] sin tener idea de cómo es esta ave. La comprensión no se
logra con el manejo de las palabras nada más, sino penetrando su
significado. Las definiciones del diccionario nos permiten ocultarnos a
nosotros mismos y a los demás nuestra ignorancia.
—H. R. HUSE (The Illiteracy of the Literate, 1933).
Los contextos indican muchas veces qué es lo que queremos decir, que no
hagan falta explicaciones para entendernos.
APLICACIONES
I
Suponga usted que está preparando un diccionario y que sólo tiene las
siguientes citas en que figura la palabra “shrdlu”. ¿Qué definición redactaría
de ella? No se contente con indicar un sinónimo, sino escriba una definición
de diez a veinte palabras.
II
Hemos introducido en este capítulo un neologismo, “extensional”, y hemos
empleado un adjetivo, “intencional”, en un sentido que difiere un tanto del
corriente, pero que se basa en la palabra “intención”, como de “extensión”
hemos derivado el neologismo “extensional”. Preferimos hacerlo así a utilizar
el adjetivo “extensivo”, que, según el diccionario, significa algo “que puede
extenderse”.
III
Hay palabras que unas veces significan determinada acción, y otras, los
resultados de la misma. Así ocurre con la palabra “construcción” en los
siguientes ejemplos:
IV
Explique en qué contextos pueden surgir las cuestiones siguientes, y cuáles de
ellas carecen de sentido. Explique por qué.
V
Tome nota de alguna discusión que haya presenciado usted en las últimas
veinticuatro horas, siguiendo estas preguntas:
¿De qué se discute?
¿Es una cuestión sin sentido? ¿O podría solucionarse analizando los
hechos discutidos?
¿Se pusieron de acuerdo los discutidores? ¿Totalmente? Si no llegaron a
un acuerdo, ¿se le ocurre algo que pudiera haber contribuido a la
conciliación de sus puntos de vista?
VI
En cualquier buen diccionario se definen las palabras en función de sus áreas
de significado, y la mayor parte de las palabras tienen áreas de significado
distintas. Trate de buscar áreas distintas de significado en las siguientes
palabras:
VIII
A continuación van unas cuantas frases sencillas, cuyos contextos colocamos
debajo de cada una, entre corchetes y cursiva. Antes de leer el contexto,
escriba su reacción inmediata a la frase. Por ejemplo:
FRASE: Ni siquiera sabe cuántos son uno y uno.
REACCIÓN: ¡Se
necesita
ser tonto!
5. EL LENGUAJE DE LA COMUNICACIÓN
SOCIAL
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul…
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
¡Poesía eres tú!
—GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, Rimas
ÉL: Ya lo creo; una de las mejores a que he asistido desde que estoy en la
universidad.
ELLA: ¡Oh!, ¿es usted alumno de esta universidad?
ELLA: Bueno.
Claro está que el marido tiene razón por su parte. Con hechos está
demostrando extensionalmente que la quiere. Los hechos son más elocuentes
que las palabras. Pero también ella tiene razón por otros motivos. ¿Cómo
saber que están abiertas las líneas de comunicación si no se ejercitan? Cuando
un ingeniero de sonido dice por el micrófono: “Uno… dos… tres… cuatro…
probando… ”, no dice gran cosa, pero es muy importante que cuente.
El lenguaje presimbólico ceremonial
Los sermones, las reuniones políticas, las convenciones y otras asambleas de
tipo ceremonial, demuestran que todos los grupos —religiosos, políticos,
patrióticos, científicos y profesionales— gustan de reunirse alguna vez para
cambiar impresiones, ponerse indumentarias especiales (los uniformes de
organizaciones religiosas, insignias masónicas, condecoraciones de
sociedades patrióticas, etc.), celebrar banquetes, sacar de las vitrinas las
banderas, gallardetes o emblemas del grupo y desfilar solemnemente. Parte de
estas actividades rituales es siempre una serie de discursos, de tipo general o
particularmente pergeñados para la ocasión, cuya función principal no es
comunicar alguna nueva al auditorio ni provocar en él nuevos sentimientos,
sino algo totalmente distinto.
En el Capítulo 7, “El lenguaje del control social”, analizaremos
detenidamente qué es “este algo”. Pero ahora podemos estudiar un aspecto del
lenguaje de esas alocuciones rituales. Veamos lo que ocurre, más o menos,
antes de un partido de fútbol entre dos equipos universitarios rivales. Cada
uno de ellos es presentado a sus partidarios, quienes ya los conocen de sobra.
Se invita a algún jugador a que “diga algo”. El farfulla unas cuantas frases
incoherentes, muchas veces sin gramática, que son recibidas con frenéticos
aplausos. Los directivos hacen entonces promesas fantásticas de convertir en
picadillo a los adversarios. La turba de fanáticos prorrumpe en vítores, que
casi nunca son más que berridos animales, emitidos en ritmos
extraordinariamente primitivos. Nadie se ha enterado de nada nuevo.
Las ceremonias religiosas son hasta cierto punto igualmente
desconcertantes a primera vista. El ministro o sacerdote pronuncia su
alocución, generalmente en un estilo no comprensible para la congregación
(en hebreo, si se trata de sinagogas judías ortodoxas; en sánscrito, si la
solemnidad se celebra en templos chinos o japoneses), con lo cual casi nunca
llega al auditorio idea o información nueva alguna.
Considerando estos hechos lingüísticos desde un ángulo imparcial, y
estudiando nuestras propias reacciones cuando nos dejamos llevar por el
espíritu de estas celebraciones, es indudable que, sea cual fuere el significado
de las palabras utilizadas en ellas, pocas veces pensamos en su contenido
durante la solemnidad ritual. Casi todos hemos repetido, por ejemplo, el Padre
Nuestro o las estrofas del himno nacional sin parar mientes en lo que
decimos. De niños, se nos meten en la cabeza estas palabras sin entender lo
que significan, y seguimos repitiéndolas rutinariamente toda la vida, sin
pensar en su sentido. Sólo el hombre superficial se limitará a decir que esto no
es sino una prueba más de lo atolondrados que somos los seres humanos. Pero
no podemos considerar sin sentido esas palabras, porque ejercen un efecto
positivo sobre nosotros. Salimos de la iglesia sin acordarnos quizá del tema
del sermón, pero con la sensación imponderable de que el servicio religioso
“nos ha hecho bien”.
¿Cuál es ese “bien”? La reafirmación de la cohesión social: el cristiano se
siente más prójimo de sus prójimos, y el norteamericano y el francés salen
más norteamericanos y más franceses de la función o reunión. Las sociedades
se coadunan y aprietan más con estas reacciones comunes a los estímulos
lingüísticos.
Por eso, los textos rituales, ya estén expresados en palabras de significado
simbólico corriente, ya en idiomas extranjeros o antiguos, o en antífonas
ininteligibles, utilizan en gran parte un lenguaje presimbólico; es decir: de
conjuntos rutinarios de sonidos sin particular carácter informativo, pero sí
emocional (frecuentemente cargados de emocionalismo de grupo). Rara vez
dicen nada gramaticalmente a los miembros de la congregación. El galimatías
de una tenida masónica puede parecer absurdo a quien no esté iniciado. Es
decir: cuando el lenguaje se hace ritual, su efecto se independiza
considerablemente del significado gramatical de las palabras.
APLICACIONES
I
Pruebe este juego con sus amigos. En una reunión o fiesta social, proponga
que durante un rato no se pronuncie más que esta palabra absurda e
inexistente: “Urglu”. Puede pronunciarse en cuantos tonos y tesituras sean
necesarios para expresar distintas situaciones. Pero, eso sí, no se permitirá en
absoluto, so pena de una multa, emplear el lenguaje ordinario. Observe todo
lo que puede expresarse con sólo este voquible, acompañado de cuantos
gestos, muecas o expresiones faciales hagan falta. (Y a propósito: ¿a qué se
debe que cualquiera de estos juegos sociales resulte tan insípido y tonto al ser
descrito, aunque sea divertido en acción?)
II
En la reunión siguiente de su club o de su comité, tome nota de: las veces en
que se utilice el lenguaje presimbólico. ¿En qué momentos de la reunión
parece ser útil al grupo? ¿Hay otras ocasiones en que estorbe la discusión?
O bien, observe cómo se conduce el presidente de un banquete, el
animador de una merienda al aire libre o el “maestro de ceremonias” de un
club nocturno. No sea demasiado “objetivo” en la práctica de este ejercicio,
no se siente como una estatua o como un etnólogo de una civilización distinta,
que se pone a tomar notas sobre las costumbres nativas. Entre más bien en el
espíritu de la fiesta, observe sus reacciones personales y las de los demás a las
expresiones sin sentido que caracterizan estas reuniones; Al día siguiente
podrá adoptar una actitud objetiva y distante, al escribir sus observaciones, las
peroratas, las reacciones del público y las suyas propias.
III
Fíjese un día en la cantidad de veces que los miembros de una reunión hacen
comentarios sobre el tiempo al llegar a ella. ¿A qué se deberá que el tiempo es
un tópico tan manido y tan fácil para entablar conversación? Claro que a las
mujeres les gusta más empezar a charlar con algún elogio al aspecto o vestido
de la recién llegada: “¡Qué sombrero tan bonito!”. “¿Dónde compraste esa
preciosidad de vestido?”. Se pregunta: ¿Tendrán los hombres temas peculiares
de su preferencia para trabar conversación con otros hombres?
Tengo para mí que los niños no suelen desarrollar lenguaje alguno
presimbólico para iniciar su trato con los demás. Observe con particular
atención cómo entran en conversación un niño y un adulto que no se conocen.
¿Qué significa en realidad “cómo está usted”? Sería de ver la sorpresa de
quien se lo pregunta por la mañana, si usted le contestase: “pues tengo una
temperatura de 36.7o”. ¿Está en realidad tan encantado como dice, el francés
que empieza su conversación con la exclamación de “Enchanté”? Reflexione
un poco sobre la fórmula cortés y caballeresca española de “beso a usted los
pies”, o “… que besa sus pies”, al terminar una carta, y el sufijo japonés “—
kun” con que un japonés llama a otro (“Hayakawa-kun, Yamada-kun”), que
antiguamente significó “príncipe”.
IV
Advierta las diferencias de las expresiones presimbólicas características de las
distintas clases sociales, grupos étnicos y países. El lector que conozca más de
una clase social o más de una nación puede establecer comparaciones y
contrastes en cuanto a esto entre ellos. El autor de estas líneas estima que hay
acusadas diferencias de estilo y expresiones presimbólicas entre la cultura
general de la clase media norteamericana y las de los grupos de inmigrantes
que conservan sus costumbres del mundo antiguo: Los labradores
escandinavos del “Medio Oeste”, los holandeses de Pensilvania, los judíos
neoyorquinos del distrito de las modas y vestidos, los italianos, los poloneses,
los alemanes del noroeste de Chicago, etc. También hay diferencias de clase y
ocupación: costumbres sociales entre la gente de teatro, camioneros, clubes de
mujeres, artistas y escritores de los barrios bohemios urbanos y los oficiales
navales. Hay un estilo particularmente gracioso y ceremonioso en las
reuniones de los negros norteamericanos de la clase media inferior.
Describa las diferencias presimbólicas entre dos o más grupos sociales, en
un ensayo de 1000 a 1500 palabras.
V
En los Estados Unidos se publican muchos libros sobre cómo “perfeccionar”
el silencio. Así, en los libros de educación social, se aconseja a las jóvenes a
hacer preguntas banales a sus parejas para que hablen. Hay cursos completos
de “conversación” y exposiciones sobre el “poder de las palabras” para los
adultos:
LECCIÓN NÚM. 2. Forma de trabar conversación. ¿No sabe qué decir cuando
se encuentra con gente desconocida? El tema de esta lección es cómo sentirse
a gusto con cualquiera y en cualquier parte: establecer conversación en un
grupo heterogéneo…
—Anuncio de estudio de conversación
Hay también libros interesantísimos, como los de Norman Vincent Peale y
el rabino Joshua Liebman, que enseñan a abrirse camino en la vida con la
palabra. Como todos saben, el libro más famoso de este tipo es How to Win
Friends and Influence People, en que Dale Carnegie recomienda: “Arranque
un ‘sí, sí’ a la otra persona inmediatamente”.
Geoffrey Wagner, profesor del City College de Nueva York, hombre
educado en Inglaterra, observa que los ingleses no tienen tanto interés en
evitar el silencio como los norteamericanos. “Un tío mío —escribe— estuvo
yendo a Nueva York veinte años con el mismo grupo de individuos, en el
mismo carruaje, y jamás se hablaron. Visite un club del West End. Entre en
los ascensores de Londres. Los ingleses generalmente no tienen ganas de
hablar”.
Recomendamos al lector que reflexione sobre sus experiencias personales
respecto a costumbres, conversación y etiqueta de su grupo social, que
examine cuidadosamente cosas que para él son naturales y que escriba un
ensayo de 1000 palabras describiendo el ceremonial de la bienvenida que se
dispensa a los que acaban de llegar de un país distante; por ejemplo: en
Hispanoamérica.
6. DOBLE MISIÓN DEL LENGUAJE
Han pasado decenas de milenios desde que nos cortamos la cola, pero
seguimos hablando gracias a un medio que arbitraron los aborígenes para
satisfacer sus necesidades… Quizá nos sonriamos de las ilusiones
lingüísticas del hombre primitivo; pero ¿podremos olvidar que la maquinaria
verbal de la cual hacemos tanto uso, y con la cual nuestros metafísicos siguen
todavía sondeando la naturaleza de la existencia, fue creada por él, y acaso
sean responsables de otras fantasmagorías no menos absurdas ni más
fácilmente desarraigables?
—C. K. OGDEN Y I. A. RICHARDS
Las connotaciones
Como hemos visto, el lenguaje informativo es de índole instrumental en
cuanto que contribuye a hacer algo; pero también hemos visto que se emplea
además para expresar directamente los sentimientos del que habla. Estudiando
el lenguaje desde el punto de vista de quien escucha, podemos decir que el
informativo nos transmite algo, pero que el expresivo (los juicios y las que
hemos llamado funciones presimbólicas) nos afecta; es decir: afecta a
nuestros sentimientos. Cuando el lenguaje es afectivo tiene algo de fuerza[1].
Un insulto, por ejemplo, provoca otro en contestación, lo mismo que una
bofetada provoca otra; una orden en voz alta y el tono autoritario empuja,
como si en efecto fuese un empujón; hablando y gritando se gasta energía,
como golpeándose el pecho.
Y el primer elemento afectivo del habla es, como hemos visto, el tono de
voz, su reciedumbre o suavidad, su agrado o desagrado, sus cambios de
volumen y entonación mientras se emiten las palabras.
Otro elemento afectivo del lenguaje es el ritmo. Entendemos por ritmo el
efecto producido por la repetición de los estímulos acústicos (o anestésicos) a
intervalos más o menos regulares. Desde el bumbum de un tamboril de niño
hasta las sutiles armonías de la poesía y de la música, hay un desarrollo y
refinamiento ininterrumpido de la reactividad humana al ritmo y a la
cadencia. Producirlos es atraerse la atención y el interés; tan afectivo es el
ritmo, que se apodera de nuestra atención aunque no queremos distraernos. El
ritmo y la aliteración son, como se sabe, modos de acrecentar la cadencia del
lenguaje, repitiendo sonidos parecidos a intervalos regulares. Los pasquines
políticos y los anuncios buscan, por eso, ritmos y aliteraciones especiales:
“Mejor mejora Mejoral”, “Bueno, Bonito y Barato, recuerde las tres BBB”,
“Máscaras, más caro el pan, más caro lo mascarán”, “Si no prueba, no
aprueba”… Muchas de estas frases son absurdas desde el punto de vista
informativo, pero se meten en la cabeza a base de su ritmo, y es difícil
quitárselas de encima.
Además de la voz y el ritmo, otro factor afectivo del lenguaje,
extraordinariamente importante, es el aura de sentimientos agradables o
desagradables que rodea a casi todas las palabras. Recuérdese la distinción
que hicimos en el Capítulo 4 entre denotaciones (o significado extensional) de
las cosas, y connotaciones (o significado intencional), que constan de ideas,
nociones, conceptos y sentimientos sugeridos en la mente. Estas
connotaciones pueden ser informativas y afectivas.
Connotaciones informativas
Las connotaciones informativas de una palabra son los significados
impersonales que socialmente se le han adjudicado, en tanto puedan
explicarse con otras palabras. Por ejemplo: podemos hablar de un “cerdo”,
pero no podemos expresar el significado extensional de este vocablo si no hay
un cerdo real que indicar. Pero podemos dar sus connotaciones informativas:
“Cerdo es un cuadrúpedo mamífero doméstico, como los que crían en los
ranchos para sacar de él jamón, tocino, manteca…”
Las connotaciones informativas pueden ser la definición de una palabra
(“el cerdo es un mamífero doméstico…”) y su denotación (este, ese o aquel
cerdo). Pero hay palabras con definición y sin denotación: así ocurre con
“sirena”, que se define: “una criatura mitad mujer y mitad pez”, pero que no
tiene denotación, porque no hay sirenas extensionales. Lo mismo cabe decir
de los términos matemáticos, que tienen “existencia lógica” sin referencia
extensional y connotaciones informativas, pero no denotación.
Quizá se crea que las denotaciones presentan pocos problemas de
interpretación, porque aquí tratamos de palabras destacadas de los
sentimientos personales que puedan producir. Pero no es así, porque la misma
palabra puede denotar cosas distintas para individuos de ocupaciones
diferentes o en distintas partes del mundo que hablan el mismo idioma.
Ejemplo interesante de la confusión en las denotaciones son los nombres de
las aves y demás animales y plantas. La víbora es un animal sumamente
venenoso; sin embargo, en muchas partes suele llamarse víbora a cualquier
culebra o reptil inofensivo. Entre distintos idiomas, las palabras procedentes
del mismo origen pueden tener significados totalmente distintos: el gato es un
animal doméstico, pequeño y normalmente de hábitos apacibles; pero “cat” en
inglés puede denotar un felino tan peligroso, voluminoso y fiero como el tigre
o la pantera. Y ambas palabras proceden del latín cattus. Puede formarse una
lista larguísima de palabras inglesas mal interpretadas del latín, que tienen
acepciones equívocas y pueden desorientar al traductor o al lector de habla
castellana: “actual”, “apparently”, “versatile”, “temperamental”, etc., están en
este caso.
A estas diferencias de la terminología popular y regional se debe, entre
otros motivos, que se establezca una nomenclatura científica para plantas y
animales, que es aceptada y empleada en toda la comunidad internacional de
las ciencias.
Connotaciones afectivas
En cambio, las connotaciones afectivas de las palabras son el conjunto de
sentimientos personales que provocan, como la palabra “cerdo”: “¡Uf!, qué
animales tan inmundos y apestosos”, etc. Aunque no todos estén de acuerdo
con las mismas reacciones —hay gente a quien gustan los cerdos—, la
existencia de estos sentimientos nos permite emplear las palabras, en
determinadas circunstancias, sólo por sus connotaciones afectivas, sin dar
importancia a las informativas. Es decir: cuando estamos considerablemente
emocionados, expresamos nuestros sentimientos por medio de connotaciones
afectivas nada más. Así, en un momento de ira, llamamos a la gente “zorras”,
“mulas”, “ratas”, o bien, “angelito”, “bomboncito”, “mi sol”, etc. En todas las
expresiones verbales de sentimientos hay más o menos connotaciones
afectivas.
Todas las palabras tienen carácter afectivo, según como se empleen, y
algunas tienen menos valor informativo que afectivo; por ejemplo: podemos
decir: “ese hombre”, “ese caballero”, “ese sujeto”, “ese individuo”, “ese
pajarraco” o “ese bribón”, refiriéndonos a la misma persona, pero con
diversas intenciones y sentimientos. Se llama a algunos restaurantes u hoteles,
“mesón”, “hostería”, u “Hostal del Rey Noble”, para darles cierto regosto de
antigüedad. Lo mismo ocurre con los nombres de las calles y de los jardines:
“Calle del Hombre de Palo” (Toledo), “Paseo de los Enamorados” (Coimbra)
o de los “Filósofos” (México). Los productores de perfumes buscan
frenéticamente el romanticismo, en esencias como “Mon Désir”, “Ramillete
de Novia”, “Flor de Blasón”, etc. Obsérvense las diferencias entre las
siguientes expresiones:
Tengo el honor de informar a Su Excelencia…
Quisiera advertirle que…
Debo hacerle notar, señor…
Le digo que…
Para que se le meta en la cabeza, tenga presente que…
He aquí dos columnas paralelas en que se dice extensionalmente lo
mismo, pero con distintas connotaciones afectivas:
El Poli aplasta al
Politécnico 5, Universidad 2.
Universidad.
Se desvive por su
Lo tiene mareado y harto.
marido.
Otra razón puede ser planear algo para lo futuro: “Supongamos que hay
un puente al otro extremo de esta calle; la congestionada circulación podría
tener una salida por él, y se despejaría el movimiento excesivo de las tiendas”.
Con esta perspectiva, podemos recomendar ese proyecto a nuestro
interlocutor, o disuadirlo de él. En el capítulo siguiente trataremos de la
relación de las palabras con acontecimientos futuros.
APLICACIONES
I
Lea cuidadosamente el siguiente suelto periodístico y redacte un ensayo
(bastaría con 1000 palabras) sobre el problema o problemas a que hace
referencia, y repita el ejercicio con otros casos de su experiencia personal:
CHICAGO, 31 de agosto. Los “chefs” o maestros de cocina norteamericanos
ven con pesimismo el futuro del arte culinario en el país. El problema
consiste, según lo han estudiado en tres días de sesión en esta ciudad, en que
son pocos los jóvenes que quieren ser cocineros, y éste es el primer paso en la
carrera de un “chef”. La entidad reunida fue la Asociación Culinaria
Norteamericana…
Una de las cosas más molestas, según los delegados, y más peligrosas
también para el futuro de la profesión, es la insistencia del Departamento de
Trabajo en clasificar a los “chefs” entre los “domésticos”. La misma palabra
“cocinero” es desagradable, declaró Seymour Weiss, presidente del Hotel
Roosevelt de Nueva Orleans, añadiendo que “era una desgracia que el
aspirante tuviese que hacerse primero cocinero para llegar a ser chef”.
Comentó que, debido al concepto que la palabra “cocinero” lleva a la
mente de los jóvenes, se está haciendo cada día más difícil interesar a la
juventud norteamericana en el estudio del arte culinario. En prueba de la gran
importancia que daba a este punto, el señor Weiss prometió un cheque
personal por valor de 1000 dólares a nombre de la federación si lograba
substituir esa palabra por otra que expresase la dignidad de esta profesión.
—New York Times
II
En un programa de radio de la British Broadcasting Company (BBC), titulado
“Brains Trust”, Bertrand Russell conjugó de la siguiente manera el verbo
“ser”, como paradigma de un verbo irregular:
Yo soy firme.
Tú eres terco.
Él es imbécil.
A base de este modelo, el New Stalesman and Nation ofreció diversos
premios a los lectores que presentasen los mejores “verbos irregulares” por el
estilo. He aquí unos cuantos de los presentados:
Yo soy ocurrente. Tú eres un charlatán. Él es un borracho.
Yo soy exquisito. Tú eres un latoso. Él es una vieja.
Yo soy un escritor creador. Tú tienes olfato periodístico. Él es un
escritorzuelo cualquiera.
Yo soy hermosa. Tú tienes bastante buenas facciones. Ella no está mal,
para quien le guste ese tipo.
Yo sueño despierto. Tú eres un “escapista”. El debe ver a un siquiatra. Yo
exhalo algo de la fragancia sutil, embriagadora y misteriosa del Oriente. Tú
estás exagerando, querida. Ella apesta.
“Conjúguense” de la misma manera las siguientes frases:
1. Yo soy esbelto.
2. Tengo unos cuantos kilos de más.
3. No bailo muy bien.
4. Naturalmente, me maquillo un poco.
5. Colecciono objetos raros y antiguos de arte.
6. No me gusta jugar al bridge con gente que lo toma muy en serio.
7. No pretendo saberlo todo.
8. Creo en el liberalismo a la antigua del laissez-faire.
9. Necesito dormir mucho.
10. Soy una mujer chapada a la antigua.
11. No me importan gran cosa las teorías: soy hombre práctico.
12. Creo en la sinceridad de la gente.
13. Tengo poco tiempo para leer libros.
III
Es importante saber extraer de la información dada, la carga afectiva que le
haya puesto el informador. Para educar nuestra percepción en este sentido, es
útil volver a escribir los artículos que uno lee, con la misma información o
fondo, pero cambiando los juicios. Por ejemplo: a continuación publicamos la
crítica que hizo Rolfe Humphries en Nation, del libro, The Frieda Lawrence
Collection of D. H. Lawrence Manuscripts: A Descriptive Bibliography, de E.
W. Tedlock, (1948):
He aquí una bibliografía notable. No sólo examina con el trabajo
concienzudo y objetivo del investigador los 193 manuscritos de la
colección de la señora Lawrence —y otros nueve para completarla—,
sino que trata el tema con interés, amenidad creciente, admiración y
comprensión, sin olvidar que el tema era un hombre, sin intentar
convertirlo en propiedad literaria, como tantas veces ocurre cuando los
estudiosos se imaginan haber recogido más datos sobre alguien que
ningún otro autor. Hay material sobrado en el libro del profesor
Tedlock para fascinar a los aficionados a detalles tan minuciosos como
el número exacto de centímetros que tienen los documentos de largo y
de ancho y lo perfecto de la paginación; también hay material para
quienes quieran estudiar cómo un artista mejoró, corrigió y amplió sus
balbuceos iniciales; pero, sobre todo, el libro interesa a quien desee
saber algo sobre Lawrence, de forma que, como dice Frieda Lawrence
en un breve prólogo, el amor y la verdad que había en él puedan hacer
brotar en otros amor y verdad también. El estudio del profesor
Tedlock es de gran valor y amenidad.
Ahora supongamos que el lector tiene un punto de vista totalmente
distinto del crítico, que le desagradan las obras de Lawrence y quienes las
admiran, y no comprende el mérito de la investigación literaria. Basándose en
los mismos datos, podría escribir una crítica contraria por el estilo de la que
va a continuación:
La bibliografía pasa revista, con la pesantez abrumadora del
pedante profesional, a los 193 manuscritos de la colección de la señora
Lawrence, y a otros nueve más, para echar el resto. El profesor
Tedlock saca las cosas de quicio completamente. Al igual que otros
adoradores del santuario Lawrence, se preocupa tanto por éste
personalmente como por sus obras. Tanto es así, que no se sabe por
qué no considera a Lawrence como una propiedad literaria, cosa que
tantas veces ocurre cuando los investigadores creen saber más de
alguien que ninguna otra persona. Hay material sobrado en el libro del
profesor Tedlock para fascinar a los aficionados a detalles tan
minuciosos como el número exacto de centímetros que tienen de largo
y ancho los documentos y apreciar si la paginación está bien; también
hay material para quienes, no contentos con el estudio de las obras
perfectas, quieren hurgar en los procesos de perfeccionamiento,
corrección y ampliación de los balbuceos del artista. Pero, sobre todo,
el libro es interesante para quienes, en los tiempos que corremos,
siguen preocupándose por Lawrence, de forma que el “amor” y la
“verdad” que lo caracterizó, como dice Frieda Lawrence en un breve
prólogo, despierten un “amor” y una “verdad” semejante en los
demás. Para los devotos del culto a Lawrence, el estudio del profesor
Tedlock es de positivo valor. Su estilo puede leerse.
Esta crítica no tiene por objeto echar por tierra la de Humphries, claro
está, ni entra en los méritos del profesor Tedlock o de D. H. Lawrence. Lo
único que se propone es cumplir con la doble misión de un crítico de libros:
aportar datos sobre él y expresar su opinión personal. En la crítica y en la
contracrítica hay algo de ambas funciones, más de la primera que de la
segunda, en la reseña de Humphries.
Quien lea ambas deducirá indudablemente la información básica común a
las dos: que el libro del profesor Tedlock es concienzudamente detallista en su
revisión de los manuscritos de Lawrence, que tanto el hombre como sus obras
le inspiran simpatía, que el libro puede ser útil a sus admiradores, etc. Para
desarrollar la capacidad de extraer esta información básica, prescindiendo de
los colores con que la adorne el autor, recomendamos a nuestros lectores
intentar contracríticas de este tipo. Las reseñas de libros se prestan
especialmente para ello. Se verá cómo algunos críticos dicen muy poco del
libro y mucho de sus gustos personales. Otros se limitan a dar la noticia,
describiendo más o menos el libro, sin expresar sus gustos y preferencias.
También sirven para esto las páginas deportivas de los diarios, en que no sólo
se dice lo que ocurrió, sino que se expresa una actitud personal hacia los
hechos y los individuos. Imagine el lector que encuentra en el periódico un
artículo por el estilo de éste:
En la pelea estelar de la función boxística que esta noche va a celebrarse
en el Coliseo Olímpico, se enfrentarán dos boxeadores de características
similares, aunque de edades distintas: “El Ciclón” y “Gladiador Hernández”.
El choque promete ser de poder a poder. Los dos poseen el mismo estilo:
estudio en los tres primeros asaltos, y después, ataques cuerpo a cuerpo. Por
tanto, la confrontación será tremenda en virtud del “pegue” de ambos y el
pronóstico se presenta problemático.
Pero el brío y juventud indiscutible del Ciclón, su nobleza de juego que
pone de pie al público, cada vez que se emplea a fondo, la simpatía que lo
caracteriza, su espíritu deportivo, la velocidad de sus manos y su capacidad de
improvisación le merecerán el triunfo rotundo en el encuentro. Pocas
probabilidades concedemos personalmente al Gladiador.
El ejercicio podrá consistir en llevar totalmente la contraria al crítico
deportivo, tanto en la primera parte de su reportazgo, sobre la dificultad de
predecir el resultado de la pelea, como en la segunda, en que se proclama
contradictoria y decididamente a favor de uno de los boxeadores.
IV
Reflexione sobre los dos siguientes pasajes y, si se siente emocionado, escriba
una página en que llame a las cosas por su nombre, sin que le importe un
comino lo que haya dicho el autor o el periodista al respecto:
V
La organización que antes se llamara Artificial Limb Manufacturers
Association lleva ahora el título de American Orthotics and Prosthetics
Association. La Sociedad Internacional para el Bienestar de los
Imposibilitados cambió su nombre por el de Sociedad Internacional para la
Rehabilitación de los Impedidos, en 1960. El Hospital de la Sociedad para el
alivio de los imposibilitados y lesionados, de Nueva York, se denomina ahora
Hospital de Cirugía especial. El hospital de Lincoln, Nebraska, para
“imposibilitados y deformados” como antes se llamara, es el actual Hospital
Ortopédico de Nebraska.
La Sociedad Nacional de Niños y Adultos imposibilitados tiene gran
interés en dar con la palabra debida para designar a los que pueden ser objeto
de programas de rehabilitación. Por lo visto, el vocablo “imposibilitado”
desanima a veces aun a quienes esperan poder rehabilitarse. ¿No habrá una
palabra mejor? “¿Impedido?” “¿Lesionado?” “¿Accidentado?” ¿Alguna otra?
Si conoce usted el inglés, escriba a la Sociedad (2023 W. Ogden Avenue,
Chicago 12, Illinois), presentándole las sugerencias terminológicas que se le
ocurran. ¿Debe continuarse con la actual denominación de “incapacitados”?
¿Qué otro adjetivo le parecería a usted mejor? Explique sus razones.
7. EL LENGUAJE DEL CONTROL SOCIAL
Nunca se ha estudiado como es debido el efecto que produce una serie de
frases sonoras en la conducta humana
—THURMAN W. ARNOLD
1. Casi siempre ese lenguaje está redactado con palabras que tienen
connotaciones afectivas, para que el pueblo quede respetuosamente
impresionado. Se emplea un vocabulario arcaico y anticuado o bien un
estilo solemne, que se sale del corriente. Por ejemplo: “¿Acepta usted,
Juan, por palabras de presente a esta mujer como legitima esposa?” “A
dieciséis del mes de julio del año del Señor de mil novecientos tres, los
firmantes de este contrato, Fulano de Tal y Mengano de Cual, que en el
texto de este instrumento legal se denominarán de aquí en adelante
respectivamente VENDEDOR y COMPRADOR, de acuerdo con las
cláusulas y convenios infrascritos, y en virtud de cuantas leyes,
disposiciones, documentos y escrituras legales… se comprometen a…”
2. Estas expresiones directivas van frecuentemente acompañadas de
invocaciones de derechos sobrenaturales, en virtud de los cuales
quedamos obligados a cumplir nuestras promesas, so pena de castigos
superiores y ultraterrenos. Por ejemplo: los juramentos solían terminar
antiguamente con expresiones parecidas a esta: “Si cumplís, que Dios os
lo premie, y si no, que os lo demande”. En casi todas las culturas, desde
las más primitivas a las más civilizadas, hay plegarias o invocaciones
que acompañan a la profesión de votos o a la formulación de promesas
importantes. Contribuyen a grabar esos votos en lo más hondo de nuestra
mente.
3. También se invoca el temor del castigo directo. Si Dios no nos castiga
por incumplir nuestros convenios, se estipula clara o implícitamente que
lo harán los hombres. Todos sabemos que podemos ser privados de la
libertad por abandono de familia o por bigamia; procesados por
incumplimiento de contrato; degradados por conducta contraria a los
deberes militares o eclesiásticos; sometidos a juicio de responsabilidades
públicas; ejecutados por traición.
4. La profesión formal y pública de los votos puede ir precedida de
disciplinas preliminares de índole diversa: cursos de preparación, ayunos
y sacrificios corporales antes de recibir el hábito monacal, ceremonias de
iniciación hasta con tormentos físicos, como las de los pueblos
primitivos para recibir la categoría de “guerrero”, o para ser admitido a
ciertas fraternidades estudiantiles actuales.
5. Al lenguaje directivo pueden acompañar determinadas actividades o
gestos para impresionar a los presentes. Por ejemplo: hay que levantarse
cuando se presenta el juez para abrir la sesión; grandes y gayos desfiles
acompañan a las ceremonias de coronación; en las aperturas de curso, los
profesores llevan sus togas académicas, etc.
6. A la profesión de votos pueden seguir inmediatamente banquetes, bailes
y otras manifestaciones de alegría, para subrayar la solemnidad. Así, hay
banquetes y fiestas de boda, bailes de graduación, festivales, para la
recepción de nuevos oficiales, y hasta en los círculos sociales más
modestos se organiza una celebración cuando algún miembro de la
familia entra a formar parte de la sociedad propiamente dicha; ejemplo:
las fiestas en honor de las “quinceañeras”. En las culturas primitivas, las
ceremonias de iniciación de los jefes tribeños iban seguidas de festines y
danzas que duraban varios días o semanas.
7. Cuando no hay solemnidad especial en la profesión de votos, la
repetición frecuente de los mismos suele ser la forma de que se graben
bien en la memoria. En la mayor parte de las escuelas hay un ritual diario
de la bandera (“Prometo lealtad a la bandera de los Estados Unidos…”).
Se repiten frecuentemente los lemas, que no son sino concisas directrices
generales; unas veces se graban en los platos, otras en la espada del
guerrero, otras en lugares bien visibles, como las puertas de la ciudad, las
murallas y en los dinteles, para que los vea la gente y recuerde sus
deberes.
Todas estas actividades que acompañan al lenguaje directivo, así como sus
elementos afectivos, producen un efecto profundo en la memoria. Se emplea
cuanto pueda impresionar a los sentidos, desde la tortura de los ritos de la
iniciación hasta los placeres de la mesa, de la música, de las vistosas
indumentarias y ornamentos suntuosos; se provoca cuanta emoción se puede,
desde el miedo al castigo divino hasta el orgullo de ser blanco de la atención
pública. Así, el que entra a formar parte de la sociedad —o sea, el que elabora
el mapa de un territorio todavía no existente— jamás olvidará que ese
territorio cobrará vida algún día.
Por eso tiene caracteres indelebles el recuerdo del día en que el cadete jura
la bandera, el adolescente judío recibe su barmitzvah, el sacerdote es
ordenado, el policía condecorado, un extranjero admitido a la ciudadanía de
otro país, o un Presidente aceptado en su alta magistratura, previo juramento.
Aun cuando después el interesado no cumpla sus promesas, lo perseguirá la
conciencia de que no debería haberlo hecho. Todos utilizamos estas
directrices rituales y reaccionamos a ellas. Las frases y discursos que
escuchamos revelan nuestras más profundas convicciones religiosas,
patrióticas, sociales, profesionales y políticas, más que los documentos o
credenciales que llevamos en el bolsillo, o las condecoraciones que
prendemos en nuestras solapas. Quien abandona su religión después de llegar
a la edad adulta suele sentir el deseo de volver a ella al escuchar los ritos que
oyera en su niñez. Por tanto, esto quiere decir que los seres humanos influyen
en el porvenir con sus palabras y controlan con ellas la conducta de los
demás.
Debe advertirse que muchas de nuestras directrices sociales y el
ceremonial que las acompañan son anticuadas y hasta insultantes para las
mentes adultas. Los rituales de los tiempos del terror ya no son necesarios
para estimular a la buena conducta a quienes tienen sentido de
responsabilidad social. Así, por ejemplo, una ceremonia matrimonial de cinco
minutos en un juzgado puede decir más a una pareja madura y responsable
que la pompa eclesiástica a otra pareja juvenil. A pesar de que la virtualidad
de las directrices sociales depende naturalmente de la buena voluntad,
madurez e inteligencia de aquellos a quienes van dirigidas, hay todavía gran
tendencia a atenerse a las ceremonias como eficaces de por sí. Es que la gente
sigue creyendo en la magia de las palabras, en que repitiéndolas en forma
ritual puede conjurarse el porvenir y obligar a las cosas a que respondan a
nuestros deseos. Ejemplo interesante de esta actitud supersticiosa hacia las
palabras y los ritos es educar a los niños en la democracia a base de saludos
ceremoniales a banderas cada vez más grandes y vistosas, y a multiplicar las
ocasiones para cantar a voz en cuello “God Bless America”.
APLICACIONES
I
Las siguientes frases constituyen directrices en el contexto en que suelen
encontrarse. ¿Cuáles de ellas tienen sanción colectiva? ¿Qué recompensas se
prometen a quienes las siguen, y qué castigos a quienes las desacatan? ¿O no
se prometen premios ni castigos? ¿Qué probabilidades hay de que se cumplan
esas promesas?
II
Estudie los siguientes párrafos, sentencias y versos según el contexto que
describen. ¿Cuáles son las directrices que contienen? ¿Hay algunas en que
apenas puede encontrarse lenguaje directivo?
1. Ese es un antinorteamericano.
EJEMPLO DE ANÁLISIS: Ordinariamente esta afirmación supone un
juicio muy severo —una “palabra-gruñido”— que expresa reprobación
de las ideas de una persona. Este juicio suele tener consecuencias graves
directivas: “¡Que lo expulsen!” o “¡No voten por él!” En contextos
especiales, en que el que habla y el que escucha han decidido dar un
significado concreto y comprobable al adjetivo “antinorteamericano”, la
afirmación puede ser un informe nada más. Pero estos contextos son
raros.
2. El marqués y su mujer
contentos quedan los dos:
ella se fue a ver a Dios
y a él lo vino Dios a ver.
—Epigrama anónimo
3. El hombre nació libre, y por todas partes está encadenado.
—ROUSSEAU
10. Hacemos tantas tonterías por los falsos mapas que llevamos en la
cabeza, que ya ni les damos importancia. Hay quienes tratan de
protegerse contra los accidentes, llevando una pata de conejo. Otros no
quieren dormir en el piso 13 de los hoteles.
—S. I. HAYAKAWA, Language in Thought and Action
III
Redacte el borrador de una campaña local para recaudar fondos con destino,
por ejemplo, a la Cruz Roja o a alguna otra organización benéfica, a base de
banquetes, comités designados especialmente para ese fin, etc. Procure tocar
fibras que alteren verdaderamente la conducta de la gente, persuadiéndola
para que contribuya a la causa. ¿Se puede exagerar un poco la cosa aun para
fines tan loables? Si es así, ¿cuáles son los límites de nuestro lenguaje
afectivo y directivo?
IV
En este capítulo hemos definido la propiedad como un conjunto de convenios
directivos, reconocidos por la sociedad, respecto al uso de ciertas cosas. Pero
la libertad de usarlas y de gozar de lo que es “mío” depende del tipo de
propiedad de que se trate; por ejemplo: sólo puedo conducir “mi” automóvil
si está legalmente matriculado y tengo mi licencia. ¿Qué diferencias tienen
los significados extensionales del adjetivo posesivo “mi” en las expresiones
siguientes?
V
En uno de los capítulos anteriores dijimos que el escritor o autor de un
diccionario es un historiador, no un legislador. Después de leer los siete
capítulos que van del libro, probablemente ponga usted en duda muchas
cosas, inclusive esta afirmación. Por ejemplo: ¿hasta qué punto es el
historiador un hombre que dirige además nuestro pensamiento y acción futura
con lo que relata? Porque puede no querer contarnos algunas cosas. Al
seleccionar las que nos refiere, les concede una importancia particular. ¿No
tendrá carácter directivo esta selección del material? Escriba quinientas
palabras sobre el teína “La Historia como valor directivo”.
VI
A continuación va una pequeña lista de libros sobre el tema tratado en este
capítulo. Redacte una crítica de uno o más de ellos, fijándose especialmente
en sus directrices explícitas e implícitas:
The Informed Heart (1960), de Bruno Bettelheim. Este eminente sicólogo
deduce las normas para sobrevivir de sus experiencias en Dachau y
Buchcnwald. Después de pasar revista a los métodos nazis empleados en
estos campos de concentración, explica las condiciones que hicieron posible
la vida y aplica las técnicas de resistencia a la existencia en nuestras
sociedades de masas.
Law and the Modern Mind (1930), de Jerome Frank. Estudio
interesantísimo de la semántica del derecho, realizado por un precursor de la
aplicación de las ideas sicológicas y sicoanalíticas al estudio de las reacciones
de abogados y jueces.
Survival Through Design (1954), de Richard Neutra, famoso arquitecto
que considera el diseño como factor coordinador de la arquitectura y como la
única defensa del hombre contra el ambiente hostil que le espera.
The Folklore of Capitalism (1938), de Thurman Arnold. Este ameno y
célebre libro, escrito por el fiscal general auxiliar, jefe de la División
Antimonopolística del Gobierno de Roosevelt, es un estudio clásico de cómo
ciertas directrices políticas y económicas muy arraigadas impiden a las
sociedades comprender y solucionar sus problemas.
La búsqueda contemporánea de soluciones prácticas al dilema de guerra o
rendición ha cristalizado en una porción de libros que presentan ideas
constructivas para una nueva política exterior y la interrupción de la carrera
de armamentos. Entre ellos están: The Peace Race (1962), de Seymour
Melman; In Place of Folly (1961), de Norman Cousins; May Man Prevail?
(1961), de Erich Fromm; The Limits of Defense (1962), de Arthur Waskow;
An Alternative to War or Surrender (1963), de Charles Osgood.
La propaganda es una de las directrices más poderosas; hay muchos libros
sobre el “control del pensamiento”. El de Leonard Doob, Public Opinión and
Propaganda (1949), es una exposición muy interesante de datos y hechos. Se
estudian aspectos sociales del problema de la propaganda en The Strategy of
Terror (1940), de Edmond Taylor; German Psychological Warfare (1942),
rec. por Ladislas Farago; y más recientemente, Truth Is Our Weapon, de
Edward Barrett (1953); Battle for the Mind, de William Sargeant (1957); The
Rape of the Mind, de Joost Meerloo (1956); Why Men Confess, de C. John
Rogge (1959); Thought Reform, de Robert J. Lifton (1961). Son excelentes
estudios de los métodos anunciadores como propaganda, The Hidden
Persuaders, de Vanee Packard (1957), y Madison Avenue, U. S. A., de Martin
Mayer (1958).
8. EL LENGUAJE DE LA COMUNICACIÓN
AFECTIVA
Lo que llamo “imaginación auditiva” es el sentimiento de la sílaba y del
ritmo, que penetra mucho más hondo que los niveles conscientes del
pensamiento y de la sensación, dando vigor a cada palabra; que se hunde en
lo más primitivo y olvidado, regresa al origen y devuelve algo, buscando el
principio y el fin. Obra a través de los significados sin duda alguna, o por lo
menos, no sin ellos en su acepción ordinaria, y funde lo viejo, lo esfumado y
trillado, con lo actual, lo nuevo y lo sorprendente, la mentalidad más arcaica
con la más civilizada.
—T. S. ELIOT
—¿Qué quiere decir todo ese lío de “un hombre, un voto”? —preguntó el
minero de Nottingham.
—Anda, éste; pos que a voto por barba —respondió Bill.
—Vaya, hombre; ¿por qué no lo dirán así de claro?
—HUCH R. WALPOLE
Hay que saber y reconocer no sólo el poder directo, sino el poder secreto
de la palabra.
—KNUT HAMSUN
El hipnotismo verbal
Ante todo, debemos indicar de nuevo que las frases sonoras, las palabras
largas y el aire de decir algo importante, en general, tienen virtualidad
afectiva independientemente de lo que se dice. Ocurre frecuentemente que al
oír o leer sermones elocuentes, discursos, alocuciones políticas, ensayos o
cualquiera buena obra literaria, suprimimos toda crítica y nos dejamos
arrastrar por los sentimientos melancólicos, alegres o iracundos que expresa el
autor. Como las serpientes bajo el hechizo de la flauta encantada, nos dejamos
mecer por las frases musicales del hipnotizador verbal. Si éste es hombre de
confianza, no hay motivo para no gozar estas delicias de cuando en cuando;
pero escuchar o leer habitualmente este tipo de literatura es un hábito que
debilita.
Sin embargo, hay un tipo de devoto que va a la iglesia a dejarse recrear
habitualmente por estas cadencias. Le gustan todos los sermones, traten de lo
que traten, estén bien o mal preparados, aun con desaliño retórico, siempre
que se pronuncien en tono impresionante y con ritmos musicales y físicos.
Pero estos oyentes no se encuentran sólo en las iglesias. El autor de estas
líneas se ha irritado muchas veces cuando, después de hablar en algún club
femenino sobre problemas que quería discutir a fondo, algunas oyentes le han
dicho: “Qué conferencia tan bonita, profesor. Tiene usted una voz tan
agradable…”
Es decir: hay quien nunca atiende a lo que se dice porque no le interesa lo
que podría llamarse el mensaje encerrado en el rumor de las palabras. De la
misma manera que les gusta a los gatos y a los perros que los acaricien, los
seres humanos gustan de ser acariciados verbalmente de cuando en cuando;
para ellos, es una forma de placer sensual rudimentario. Como estos oyentes
abundan, las fallas intelectuales pocas veces constituyen una barrera para
hacer carrera pública en la tribuna, en la escena, en los medios de difusión o
en el ministerio eclesiástico.
Elementos más afectivos
Ya hemos aludido al poder afectivo de la repetición de palabras análogas, en
forma de letanía o de títulos y lemas pegadizos. Pertenecen a una categoría
ligeramente superior las estructuras gramaticales, como:
Primero en la guerra,
primero en la paz,
primero en el corazón de sus connacionales…
El gobierno del pueblo,
por el pueblo,
para el pueblo…
Estas frases resultan extrañas desde el ángulo del informe científico; pero
sin su tono, la gente no las asimilaría. Lincoln pudo haberse limitado a decir
informativamente, “gobierno del, por y para el pueblo”, o más sencillamente,
“gobierno del pueblo o popular”. Pero no se proponía escribir una monografía
científica. Nos machaca tres veces la palabra “pueblo”, y con esa repetición,
al parecer innecesaria, añade más y más profundas connotaciones afectivas a
la palabra. No es este lugar a propósito para entrar en detalles sobre las
complejidades de las calidades afectivas que tiene de por sí el fonema, pero
debemos tener presente que el ritmo, la aliteración, la asonancia, la cadencia
interior y las sutilezas de la rima poseen excelencias literarias y oratorias,
únicamente por su valor fonético. Todos estos efectos de sonido contribuyen a
reforzar los otros valores afectivos.
El hablar directamente a un individuo o a un lector tiene también
virtualidad afectiva considerable. Por ejemplo: “¡Salga del césped! ¡A usted
se lo digo!” Otro ejemplo lamentable es la falsa intimidad con que el
anunciador de los comerciales por televisión habla “personalmente” a
millones de oyentes. Pero esta comunicación directa no es sola característica
del anunciador por televisión ni del pasquín pegado a la pared. Humaniza un
poco la impersonalidad de los discursos solemnes, por lo cual el orador o el
escritor apela frecuentemente a este estilo, lo mismo en la retórica más
preciosista que en la más sencilla. Placiendo uso de este lenguaje directo, que
muchas veces se convierte en apostrofe, el profesor dice, por ejemplo, en la
clase: “Ya recordarán ustedes lo que dice Kropotkin en su obra Ayuda mutua:
Factor de la evolución”, aunque sabe muy bien que el señor Pérez, aquel
alumno del fondo de la clase, arrellanado en su silla, no ha oído hablar jamás
de Kropotkin.
Tan común como el trato de “tú”, “vosotros” o “ustedes”, es el lenguaje en
primera persona de plural, “nosotros”. En este caso, el autor se identifica con
el lector o el oyente: “Pongamos, por ejemplo…” “Ahora vamos a
estudiar…” “Nuestra obligación es…” Así hablan casi siempre los
predicadores y maestros en sus pláticas exhortativas, y así lo hacemos en el
libro presente. También emplean este estilo las maestras de kindergarten y los
profesores de enseñanza elemental para clorar sus reprensiones: “Bueno,
Pepito, bueno; Paquito, no vamos a pelearnos ahora y a insultamos. ¿Verdad
que lo que tenemos que hacer es volver a ser amigos?” (Los niños suelen
creer que “cooperar” significa “obedecer”).
En el llamado “período retórico” se altera el hipérbaton por motivos
afectivos. En él se retrasa la terminación del pensamiento y del párrafo para
lograr el efecto dramático de tener en suspenso al lector o al oyente. Del
mismo tipo es la antítesis, en que se expresan ideas acusadamente contrarias
por medio de un paralelismo fonético que impresiona al lector con su
contraste: “Esclavo de nacimiento, murió siendo rey”. “Pobre, y orgulloso”.
“Inscripción sepulcral para cualquiera: ‘Fue lo que fue, sin ser lo que
debiera’”. (Campoamor, Humoradas).
Metáforas y comparaciones
Como hemos repetido, las palabras tienen connotaciones afectivas aparte de
su valor afirmativo, como se aprecia en frases como estas: “Llevo esperándote
desde hace un siglo: ¡vienes una hora más tarde!” “¡Está fardado de dinero!”.
“Estoy muerto de cansancio”; son expresiones que, aunque absurdas en su
sentido literal, tienen un sentido positivo. Lo imperfecto o inexacto de nuestro
lenguaje informativo muchas veces importa poco desde el punto de vista de la
comunicación afectiva. Así, podemos llamar a la Luna “rebanada de queso”,
“dama” o “hada”, “góndola de plata”, etc., para que estas palabras provoquen
los sentimientos que queremos en quien nos escucha o nos lee. Por eso, dicho
sea de paso, es tan difícil traducir literatura de un idioma a otro: la traducción
de las connotaciones informativas falsificará frecuentemente las afectivas, y
viceversa, de manera que los lectores que conozcan los dos idiomas quedarán
descontentos casi siempre, porque “se ha sacrificado el espíritu del original”,
o bien, porque la traducción está “llena de inexactitudes”.
Hay otro problema, además, en las traducciones: es que la metáfora
corriente en una cultura puede tener significado totalmente distinto en otra o
en otras. La ONU presentó en cierta ocasión una película corta, en que una
lechuza significaba la sabiduría. Esto produjo efectos totalmente contrarios en
algunos países asiáticos, y hubo que cambiar el texto. ¿Por qué? Porque,
según se averiguó, en esos países la lechuza era dechado de estupidez y objeto
de hilaridad.
Durante la larga época en que la metáfora y la comparación eran
consideradas como “ornamentos del lenguaje” —algo así como bordados o
galas que embellecen las telas sin aumentar en nada su utilidad— se desdeñó
la sicología de estos modos de comunicación. Tendemos a creer —como
explicaremos detenidamente en capítulos posteriores— que las cosas que nos
producen las mismas reacciones son idénticas. Si, por ejemplo, nos repugna la
forma de comer del vecino y sólo hemos experimentado esa sensación de asco
al ver atragantarse a los cerdos en su comedero, nuestra reacción inmediata e
involuntaria será: “Ese es un cerdo”. Identificamos cerdo y hombre.
Igualmente, la leda brisa primaveral nos produce grata sensación, lo mismo
que las manos suaves de una mujer bonita; por eso decimos: “La primavera
tiene manos suaves”. Este es el proceso básico por el cual llegamos a la
metáfora. Las metáforas no son “ornamentos del estilo”, sino expresiones
directas de valoraciones que surgen cuando tenemos sentimientos fuertes que
expresar. Por eso figuran con especial abundancia en la conversación
primitiva de la gente del pueblo, de los incultos, de los niños; y en el argot
profesional de la gente de teatro, de los bandidos y de quienes tienen
actividades peculiares y movidas.
Desde el punto de vista emotivo, no distinguimos entre objetos animados
e inanimados. Nuestro miedo es igual, ya lo provoque un ser animado o un ser
inanimado. Por eso decimos que el viento nos besa las mejillas, que las olas
rugen iracundas al estrellarse contra los acantilados, que las montañas se
miran en el mar, que las ametralladoras escupen proyectiles, que los volcanes
vomitan fuego y que la locomotora engulle toneladas de carbón. He aquí una
porción de metáforas personificadoras; o sea: que “tratan de animar las cosas
inanimadas”, como dicen los textos de retórica. Pero nosotros preferimos
describirlo como reacción que no distingue entre las cosas animadas y las
inanimadas.
La comparación
Sin embargo, aun en las etapas rudimentarias de la valoración, se ve
claramente que al llamar cerdo a un hombre no se toman en cuenta
debidamente las diferencias que hay entre uno y otro. Pensándolo mejor, lo
sustituiría uno por la frase: “es como un cerdo”. A esto se llama comparación,
o indicación de las semejanzas que vemos entre la persona y el cerdo. Por
tanto, es algo intermedio entre la expresión directa e irreflexiva y el informe,
aunque, naturalmente, más cerca de la primera que del segundo.
No se ha pensado suficientemente en que los que llamamos vulgarismos
se rigen por los mismos principios que la poesía. Así, empleamos
constantemente la metáfora y la comparación en nuestro lenguaje corriente;
por ejemplo: “aguzó el oído o estiró la oreja”, “es más largo que la
Cuaresma”, “no le llegaba la camisa al cuerpo”, “el hálito de la primavera”,
etc.
Ya en el último ejemplo puede verse cómo el proceso imaginativo es igual
en la poesía, donde se ven las cosas desde un ángulo científicamente
disparatado, pero emocionalmente expresivo:
Albor. El horizonte
entreabre sus pestañas
y empieza a ver.
—JORGE GUILLEN, “Los nombres”
Aún los valses del cielo no habían desposado al jazmín y la nieve, ni los
aires pensado en la posible música de tus cabellos, ni decretado el rey que la
violeta se enterrara en un libro.
—RAFAEL ALBERTI, “Tres recuerdos del cielo”
La metáfora muerta
La metáfora, la comparación y la personificación están entre nuestras figuras
comunicativas de dicción más útiles, porque tienen un poder afectivo que
hace innecesarias las palabras nuevas para expresar cosas o sentimientos
nuevos. Tan comúnmente las empleamos, que casi ni caemos en la cuenta. Por
ejemplo: hablamos de la “cabeza” de un alfiler, la “cola” de un piano, las
“entrañas” del volcán, “un brazo de mar”, las “manecillas” del reloj, la
“falda” de una montaña, etc. Todas ellas son metáforas. Se “agarra la ocasión
por los pelos”, se “retuerce” un argumento, se “desangra” al pueblo con los
impuestos. Hasta en el lenguaje prosaico de la banca y de las finanzas, hay
metáforas: se “liquidan” los depósitos, se “inundan” los mercados, se
“estrangula” la libre empresa, se “queman” los precios, se “paraliza” el
mercado, hay reacciones mercantiles “en cadena” y tiendas “en cadena”, etc.
Tan útiles son las metáforas que llegan a incorporarse al vocabulario. La
metáfora es quizá el medio más importante del desarrollo, cambio,
crecimiento y adaptación del lenguaje a nuestras constantes necesidades,
aunque a veces se pasan de rosca (¡otra metáfora!) y vienen a convertirse en
“leña seca” (como dicen los norteamericanos con otra metáfora), o clichés[1].
Es que cuando las metáforas hacen fortuna, “mueren”, o sea, dejan de serlo
para incorporarse al idioma.
Pocas veces tienen razón los que se oponen a los argumentos basados en
metáforas o en “pensar metafórico”. No importa que se empleen metáforas: lo
que importa es que representen semejanzas certeras.
La alusión
Otro medio afectivo de expresión es la alusión. Si, acodados en la borda de
nuestro trasatlántico en una noche de luna, recitamos:
La Luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul,
y ve el capitán pirata,
sentado alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa
y allá, a su frente, Estambul…
estamos evocando en la mente de quien conozca el poema de Espronceda,
los sentimientos que dejó expresados en su “Canción del pirata”, y
aplicándolos al momento presente. Por tanto, la alusión es un medio
extraordinariamente rápido de expresar y provocar en nuestros oyentes
determinados sentimientos. Con una alusión a la violenta metáfora de Jesús:
“¡Engendros de víboras!, ¿cómo podréis decir nada bueno si estáis
envenenados?”, podemos hacer estremecer o enmudecer a un auditorio; con
una alusión histórica como “Nueva York, la Babilonia moderna”, podemos
expresar emotivamente la suerte que merece una urbe corrupta por el pecado;
con una alusión literaria podemos evocar los sentimientos de un poema y
aplicarlos a un acontecimiento o situación análoga.
Pero las alusiones sólo son eficaces cuando el lector u oyente conoce el
caso histórico, la cita literaria, la gente aludida o los hechos a que se hace
referencia. Los chistes familiares, alusivos a hechos de la experiencia
hogareña, deben ser explicados a los profanos, lo mismo que las alusiones
clásicas a la gente que no conoce ese tipo de literatura. Pero cuando un pueblo
entero, o los miembros de toda una civilización, tienen memorias y
tradiciones comunes, es sumamente delicado y eficiente el empleo de la
alusión.
Por eso, una de las razones por las que la juventud de cualquier cultura
tiene que estudiar la literatura y la historia de su grupo nacional o lingüístico,
es la de capacitarse para entender las alusiones del grupo y poder comunicarse
con él. Los que no identifiquen las alusiones expresadas de paso a la historia
europea o norteamericana, a versos de Chaucer, Shakespeare, Milton,
Wordsworth, o a los personajes célebres de Dickens, Thackeray o Mark
Twain, pueden considerarse extraños a las tradiciones del pueblo o pueblos de
habla inglesa. Lo mismo ocurre con quienes no conozcan a los gigantes de la
historia, del arte, de la literatura y del folklore español. Por eso, con el estudio
de la historia, del arte y de la literatura, no sólo se adquiere una cultura social,
como suelen decir hombres que se tienen por prácticos, sino un medio
necesario para acrecentar la eficiencia de nuestro trato con los demás y
nuestro entendimiento de lo que ellos quieren comunicarnos.
Ironía, “pathos” y humor
Más complicado y difícil es el empleo de una metáfora, comparación o
alusión que no sólo no cuadran a la situación presente, sino que sugieren todo
lo contrario, con lo cual se acrecienta el valor humorístico, patético e irónico
de la frase. De ello resulta una sensación de conflicto entre nuestros
sentimientos sobre lo que estamos diciendo y los que provoca la expresión. Y
así, surge un tercer sentimiento nuevo. Volviendo a nuestro ejemplo anterior,
supongamos que nuestro trasatlántico surca un mar fangoso y hediondo, sin
luna ni brisa. Se producirá un conflicto mental entre las estrofas de
Espronceda y la situación presente que arrancará al oyente risas o lágrimas,
según el contexto. Hay muchos matices sentimentales que apenas pueden
provocarse de otra manera.
En el Capítulo 1 del Evangelio de San Juan, versículos 44 a 48, se lee:
Era Felipe de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro.
Halla Felipe a Natanael, y le dice:
—Aquel de quien escribió Moisés en la ley, y los profetas igualmente, le
hemos hallado: Jesús, hijo de José, el de Nazaret.
Y le dijo Natanael:
—¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Dicele Felipe:
—Ven y lo verás.
Vio Jesús a Natanael venir hacia sí y dice de él:
—Ahí tenéis verdaderamente un israelita, en quien no hay dolo.
Dícele Natanael:
—¿De dónde me conoces?
Respondió Jesús y le dijo:
—Antes de que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera, yo
te vi.
De aquí se deduce que el gentilicio “Nazareno” tenía entre el pueblo una
connotación derogatoria. Cuando sobre la cruz de Jesús se colocó la
inscripción INRI, siglas de la expresión en latín de “Jesús Nazareno Rey de
los Judíos”, se unieron, por tanto, dos que llamaremos “fuerzas” antagónicas
y, al parecer, paradójicas: un elogio glorioso y un título ignominioso, que
produjeron una tercera fuerza, de la manera que se expresa en el diagrama
siguiente:
Tan poderosa fue esa fuerza 3a, que ella produjo el CRISTIANISMO.
Categorías de escritos
La afectividad de los hechos —es decir, la de su presentación por el escritor
para arrancar un juicio al lector— varía considerablemente según quien sea
éste y según el tema.
Es interesante, en este sentido, establecer una comparación entre el
contenido de las revistas folletinescas, destinadas al populacho, y el de las
revistas de altura. De las primeras, los autores o escritores rara vez se fían de
la capacidad del lector para llegar a sus conclusiones personales, y formulan
los juicios por él. Cuanto mayor sea la categoría de la revista, más margen se
dejará al lector para que formule sus propios juicios, o para que difiera de los
que se le presentan, proporcionándole para ello datos suficientes.
Los siguientes pasajes de True Confessions constituyen ejemplo de juicios
formulados para el lector:
Ya de por sí era una pesadilla decírselo a la Sra. Jenks y a la Sra. Peters,
viendo la consternación que las abatía, pero lo peor era contárselo a Edie.
Estaba cerrada en un silencio helado, con los ojos dilatados de horror y duda,
y con la cara empalideciéndosele más y más.
—¡Hice lo posible por salvarlos! —exclamé—. Fue un accidente, un
accidente inevitable.
Pero en los ojos de Edie había una llama acusadora cuando prorrumpió,
ahogándose:
—¡Accidente!… ¡Si no se hubiese usted empeñado en llevárselos, ¡No
habría habido accidente! —Las lágrimas rodaban por su rostro arrugado,
mientras gritaba histéricamente—: ¡No quiero volver a verlo en mi vida! ¡
Asesino!
Me quedé mirándola unos momentos de horror, que me parecieron tan
largos como una vida entera, y, dando la vuelta, me retiré, mientras un millón
de demonios vociferaban desgarradamente en mi oído: “¡Tiene razón!”
¡Eres un asesino! ¡ Asesino!”
El veredicto forense calificó de “trágico error de juicio” haber cargado
excesivamente la barca… Pero nada era capaz de quitarme aquel peso de
remordimiento del corazón ni de acallar el eco de la voz acusadora de Edie:
“¡Asesino!” Repercutía en mis oídos día y noche, impidiéndome trabajar, y
más todavía, dormir. Hasta que busqué refugio en el olvido de la única
manera posible: emborrachándome…
* * *
Jim era fuerte y corpulento, de anchos hombros y con un gran penacho de
pelo rubio. Con sólo mirarlo se me excitaban los nervios y me quedaba sin
aliento. Su carcajada me hacía también reír a mí. El toque de su mano me
llenaba de un dulce deleite estremecido. El día que me invitó a la fiesta
estudiantil creí morir de felicidad.
Se lo dije a mi madre. Todavía me parece ver su fino rostro de bellos
rasgos contraerse como si hubiera recibido una ráfaga de nieve. A sus ojos
asomó una fría desconfianza, y la torcida sonrisa de sus labios me hizo dar un
vuelco al corazón…
El estilo de Ernest Hemingway es quizá el ejemplo clásico de la técnica
contraria —muy elaborada, digamos de paso—, consistente en relatar los
hechos escuetamente en forma de noticia, para que, sin más comentario,
lleguen al corazón del lector. He aquí el fin célebre de Adiós a las armas:
Entré en la habitación y me quedé con Catherine hasta que murió. Estuvo
inconsciente todo el tiempo y no tardó mucho en morir.
En el pasillo, hablé con el médico:
—¿Hay algo que pueda hacer yo esta noche?
—No. No hay nada que hacer. ¿Lo llevo a su hotel?
—No, gracias. Voy a quedarme aquí un rato.
—Sé que no hay nada que decir. No puedo expresarle…
—No —asentí—. No hay nada que decir.
—Buenas noches —dijo—. ¿No quiere que lo lleve al hotel?
—No, gracias.
—Era lo único que se podía hacer —dijo—. La operación resultó…
—No quiero hablar de ello.
—Quisiera llevarlo al hotel.
—No, gracias.
Se fue pasillo adelante. Yo me acerqué a la puerta de la habitación.
—No puede entrar ahora —me indicó una de las enfermeras.
—Ya lo creo que puedo.
—No puede entrar todavía.
—Salga usted —le dije—. Y la otra también.
Pero, después de hacerlas salir y cerrar la puerta, apagando la luz, no me
sentí nada mejor. Fue como decir adiós a una estatua. Al cabo de un rato, salí
del hospital y me volví al hotel bajo la lluvia.
Para qué es la literatura
La conclusión lógica y natural que deducimos de lo que llevamos dicho, es
que, como la expresión de los sentimientos personales es fundamental en la
literatura, también lo son sus elementos afectivos. Para valorar el mérito de
una novela, de un poema, de una comedia o de un cuento, lo mismo que de
los sermones, exhortaciones morales, alocuciones políticas y de cualquier
expresión directiva, muchas veces tiene importancia secundaria el “mapa”
que pueda describir de “territorios reales”. Si no fuese así, no tendrían razón
de ser las grandes novelas fantásticas de la literatura universal.
En segundo lugar, cuando decimos que un escrito afectivo es verdadero,
no queremos decir que lo sea “científicamente”, sino que estamos de acuerdo
con su sentimiento; acaso también queramos indicar que se ha expresado
perfectamente una actitud, o que las actitudes evocadas pueden inculcarnos
una conducta social o personal mejor.
El adjetivo “verdadero” tiene muchos significados. Quienes creen que hay
necesariamente conflicto entre la ciencia y la literatura o la ciencia y la
religión, suelen pensar a rajatabla, como si las cosas sólo fuesen blancas o
negras, verdaderas o falsas, buenas o malas. Para ellos, que la ciencia sea
verdadera indica que la literatura o la religión son algo absurdo; si la literatura
o la religión son verdaderas, la ciencia no es más que una ignorancia con
pretensiones. Lo que debemos entender por afirmaciones “científicamente
verdaderas”, es que son útiles y comprobables, que valen a efectos de una
actividad organizada en cooperación. Cuando oímos decir que los dramas de
Shakespeare o los poemas de Lope de Vega o de Dante son “eternamente
verdaderos”, es que provocan en nosotros actitudes hacia nuestros semejantes,
una comprensión de nosotros mismos o la conciencia del deber moral, que
valen para la humanidad en cualesquiera circunstancias.
En tercer lugar, examinemos un defecto importante del lenguaje
informativo y científico. Pedro Pérez, que quiere a María, no es Gonzalo
González, que quiere a Juanita; y éste no es Enrique Sánchez, que quiere a
Ana, ni Roberto García, enamorado de Isabel Martínez. Cada una de estas
situaciones es única, no hay dos amores exactamente iguales; ni siquiera el
amor de una pareja es el mismo hoy que mañana. La ciencia, que siempre
busca leyes de aplicación universal y la mayor generalidad posible, extraería
de estas situaciones sólo lo que tiene en común. Pero el que ama sólo es
consciente de lo único de sus sentimientos; cada uno cree, como todos
sabemos, que es el primero en el mundo en querer así. La literatura crea el
sentimiento de lo que se experimenta viviendo.
¿Cómo se logra el sentido de la diferencia? Aquí es donde el lenguaje
desempeña su parte más importante. Las diferencias infinitas de nuestros
sentimientos en relación con todas las experiencias por que pasamos, son
demasiado delicadas para narrarlas: hay que expresarlas, y así lo hacemos con
los diversos tonos de voz, con los ritmos, connotaciones, datos afectivos,
metáforas, alusiones y cuantos medios afectivos del lenguaje podemos
utilizar.
Con frecuencia, los sentimientos que hay que expresar son tan sutiles o
complejos, que no basta con unas cuantas líneas de prosa o con unos versos.
A veces, los autores tienen que escribir libros enteros, llenos de escenas,
situaciones y aventuras, que arrastran las simpatías del lector aquí y allá,
provocando en ellos sentimientos belicosos, tiernos, trágicos, hilarantes,
supersticiosos, de codicia, de sensualidad, de piedad. Sólo de estas maneras
puede el autor muchas veces producir en sus lectores los sentimientos que
quiere. A esto se deben quizá las novelas, poemas, dramas, cuentos, alegorías
o anécdotas: a arrancar comentarios como “La vida es trágica” o “Susana es
hermosa”, no diciéndonoslo, sino haciéndonos pasar por una serie de
experiencias que nos inspiren los mismos sentimientos hacia la vida y hacia
Susana que alienta el autor. La literatura es la expresión más exacta de los
sentimientos, y la ciencia el reportazgo o información más exacta. La poesía
que condensa todos los recursos afectivos del lenguaje en tipos de infinita
delicadeza rítmica, puede decirse que es el lenguaje de expresión de mayor
eficacia.
La experiencia simbólica
Por tanto, puede decirse con toda verdad que los que han leído buena
literatura han vivido más que quienes no saben o no quieren leer. Leyendo los
Viajes de Gulliver, se asquea uno con Jonathan Swift del proceder de los
humanos; leyendo Huckleberry Finn se siente uno navegando a la deriva, río
Misisipí abajo, en una balsa; la inmortal novela de Cervantes nos hace sentir
la gallardía de los ideales quijotescos y el prosaísmo sensato de Sancho;
Byron nos transporta en alas de su rebeldía neurótica contra una sociedad
decadente… Este es el efecto principal de la comunicación afectiva: sentimos
al unísono con los demás respecto a la vida, aunque vivan a miles de
kilómetros y de años. No es cierto que sólo se viva una vida; sabiendo leer,
vivimos cuantas existencias queramos.
El lector pudiera objetar a eso de “vivir” otras existencias distintas de la
propia. Hasta cierto punto, tiene razón, porque la palabra “vida” significa dos
cosas distintas al referirse a los libros y a la existencia personal. Pero se vive a
más de un nivel: moramos en el mundo extensional y en el de las palabras (y
otros símbolos). “Vivir las vidas de otros en los libros” es una experiencia
simbólica, a veces llamada “vicaria”.
Nuestro deleite mayor al entregarnos a una obra literaria o dramática —
novela, comedia o película— es observar que los protagonistas nos
simbolizan en cierta manera. Jessie Jenkins suspira de contento en la película
al ver cómo un hombre apuesto besa a Elizabeth Taylor, porque ella misma se
considera besada… y simbólicamente lo es. Porque se identifica con la
estrella y su papel en el filme. Cuando los espectadores ven a Kirk Douglas
luchando a brazo partido con un canalla, aprietan los puños como si también
ellos estuviesen tomando parte en la contienda… y lo están, simbólicamente.
Al identificarnos con los personajes de su obra, el dramaturgo o el novelista
nos hace pasar por series organizadas de experiencia simbólica.
Son grandes las diferencias que hay entre experiencias reales y
simbólicas, porque no salimos ni con un rasguño cuando contemplamos una
batalla en el cine, ni nos alimenta la cena suculenta de los personajes.
Además, las experiencias reales nos ocurren de manera desorganizada: las
comidas, las discusiones con la casera, la visita al ortopédico para que nos
remedie los arcos caídos, interrumpen el maravilloso curso del romance. En
cambio, el novelista sólo selecciona los hechos interesantes para su relato y
los organiza a su gusto. Esta doble actividad es, por tanto, la que constituye el
arte novelístico: seleccionar y organizar las situaciones. La elaboración del
plan, el desarrollo de los personajes, la estructura de la narración, el clímax, el
desenlace y todos los demás elementos técnicos de una obra literaria forman
parte de las experiencias simbólicas, para que ejerzan en el lector el efecto
deseado.
Todo el sabor literario y dramático de los cuentos de hadas infantiles, de
las películas y de la “gran literatura”, depende indudablemente más o menos
de la identificación imaginativa del lector con los personajes y las situaciones,
y de su proyección en ellas[2]. De la madurez de la obra y de la preparación
del lector depende esta identificación. Si un lector maduro no logra
identificarse con el héroe de una novela de vaqueros, es porque la sencillez
del personaje no le sirve de símbolo, ni los villanos simbolizan tampoco a sus
enemigos, o los hechos no tienen que ver con sus problemas.
Con todo, el mismo carácter elemental de los personajes y la
inverosimilitud de las aventuras de las películas del Oeste contribuyen a su
popularidad. Vivimos en una civilización compleja, en que la inmensa
mayoría llevamos una existencia pacífica y sin ímpetu. Cuando nos vemos en
problemas —porque declinan nuestras ventas y ganancias o peligran nuestros
empleos o no llegan las mercancías a tiempo o se quejan los clientes—
echamos la culpa a muchas cosas: a los productores, intermediarios,
sindicatos o al mercado de valores, o bien a lo elevado de los impuestos y las
rentas, a los ferrocarriles, al Gobierno o a los inevitables problemas de la
comunicación en sociedades tan vastas y complejas. Generalmente, No es
sólo un pillo ni un grupo de ellos, ni sólo un organismo, el que se convierte en
blanco potencial de nuestra ira cuando las cosas van mal. Por eso, el mundo
de las películas del Oeste, con sus hombres buenos (de sombrero blanco) y los
villanos (de sombrero negro) nos sirve de escape, porque, en medio de
paisajes que refrescan el espíritu, todo termina felizmente, derrotando los
buenos a los malos en una heroica refriega a tiro limpio. (Las películas en que
los “buenos” llevan sombrero negro son para los “adultos”). Decimos que la
gente no está madura, entre otros motivos, porque es incapaz de soportar la
tragedia, el dolor o lo desagradable del tipo que sea. Estas personas no
soportan por lo general un “final desventurado”, ni aun en una serie de
experiencias simbólicas. De aquí el deseo tan común de que terminen bien las
obras populares de la literatura, aunque traten de asuntos desventurados. Hay
que asegurar constantemente a la gente no madura que todo va a salir
perfectamente.
En cambio, los lectores que van madurando con la edad ensanchan
constantemente el margen de profundidad y delicadeza de sus experiencias
simbólicas. Bajo la guía de escritores hábiles, que han observado a fondo el
mundo y saben organizar sus observaciones, el lector maduro es capaz de
experimentar simbólicamente el asesinato, el crimen, la exaltación religiosa,
la bancarrota, la pérdida de los amigos, el descubrimiento de minas de oro o
de nuevos principios filosóficos, o bien la desolación de una invasión de
langosta. Cada nueva experiencia simbólica enriquece su comprensión de la
gente y de los hechos.
Al progresar en nuestras lecturas se ensancha nuestra conciencia.
Paulatinamente van haciéndose más plenos y exactos los territorios reales de
los seres humanos y su conducta, que describen los mapas de nuestras ideas,
en condiciones y sazones sumamente heterogéneas. También aumenta nuestra
simpatía hacia los seres humanos, al ampliarse nuestra visión y comprensión.
El novelista, el poeta y el dramaturgo nos presentan lo mismo a los faraones
de Egipto que al sacerdote tibetano cubierto por su máscara ceremonial, o al
desterrado político y al “rebelde sin causa”, en descripciones vividas e
íntimas, que nos permiten observar cómo vivieron, qué fue lo que les
preocupó y qué sentimientos alentaban por dentro. Al examinar así las vidas
de los demás, situadas en el tiempo y el lugar que se quiera, descubrimos con
asombro que todos ellos son seres humanos. Y este descubrimiento es la base
de todas las relaciones humanas civilizadas. Si seguimos sin civilizarnos —lo
mismo en la comunidad que en las relaciones industriales, nacionales o
internacionales— es principalmente porque no hemos llegado a hacer ese
descubrimiento. La literatura es uno de los medios más valiosos para lograrlo.
La ciencia y la literatura
Gracias a la comunicación científica, con sus sistemas internacionales de
pesas y medidas, con su nomenclatura universal y sus símbolos matemáticos,
podemos intercambiar nuestra información, hacer un depósito común de
observaciones y dominar nuestro medio colectivamente. Gracias a la
comunicación afectiva —la conversación y el gesto cuando podemos vernos,
y la literatura o las demás artes cuando no podemos— llegamos a
comprendernos, dejamos de mirarnos con sospechas estúpidas y poco a poco
vamos realizando la comunidad entre nosotros y los demás. En una palabra: la
ciencia nos capacita para cooperar y las artes acrecientan nuestra simpatía
para querer cooperar.
APLICACIONES
I
Para hacer la crítica literaria de lo que dice un autor y de lo que intenta decir,
hace falta conocer los principios expuestos en este capitulo. Su aplicación
sólo es posible en una lectura abundante y cuidadosa, y previo el desarrollo
del gusto por medio de la conciencia de lo que pasa en cada pieza literaria que
se lee, folletón de revista, cuento, novela o drama.
Es un buen ejercicio, aun para el lector experimentado, estudiar pasajes
breves de prosa y de verso —sobre todo los que uno conoce bien desde hace
tiempo— e investigar cuidadosamente: a) lo que el autor trata de decir; b) los
elementos afectivos que lo ayudan a ello; c) los que oscurecen su exposición,
si los hay; d) si el autor logra llevar sus ideas y sentimientos a la mente del
lector y en qué grado, y e) lo adecuado de sus metáforas para el tema que
trata. He aquí unos cuantos pasajes que pudieran servir para este tipo de
análisis:
II
El comienzo de una novela, poema, ensayo o libro tiene particular
importancia para dejar asentado el punto de vista del autor y conquistarse la
atención y el interés del lector, indicando su contenido y espíritu. ¿Qué puede
deducirse de comienzos como éstos, respecto al objeto del autor?
IV
Este ejercicio supone que el lector no es aficionado a la literatura folletinesca
y va a realizarlo desde fuera, sin que sienta la novela emotivamente. Luego
procederá a analizar otra obra —cuento, novela o comedia— que le interese e
intrigue de verdad. Deberá hacerse preguntas como ésta: “¿Qué fue lo que
reaccionó en mí a los elementos de la obra, y cuáles son éstos? ¿Qué significa
mi entusiasmo por lo que hace a sus méritos y respecto a mi persona?
¿Seguirá gustándome y emocionándome dentro de diez años?”
V
Hay una colección de artículos recopilados por Bernard Rosenberg y David
Manning White, bajo el título de Mass Culture (1957), que constituye un
tesoro de estudios de la realización de los deseos en la cultura popular, terreno
excelente, y el mejor, para estudiar este fenómeno. Vemos a nuestros tipos
nacionales en películas, libros cómicos, historietas gráficas, operetas y
canciones populares y anuncios. Tómese cualquier sección de este libro,
léanse sus cuatro o cinco artículos y redáctese una crítica de 500 palabras,
más o menos, a base de comentarios personales. Parecida es la obra,
Hollywood, the Dream Factory, de Hortense Powdermaker. Puede consultare
también, Movies: A Psychological Study de Martha Wolfenstein y Nathan
Leites (1950).
VI
Léase detenidamente la siguiente selección. Luego lea todos los textos de
literatura de ficción que se contengan en una revista de amplia circulación,
para mujeres o para lectores heterogéneos. Luego redacte un ensayo sobre
todo ello, de conformidad con las directrices trazadas por Marya Mannes;
debe tener unas 700 palabras:
Hablaba yo con una escritora de ficción que acababa de vender un cuento
a una publicación canadiense, después de que el semanario norteamericano
que solía comprarle sus originales lo rechazó de mala gana.
—Era un cuento feliz —me decía—, pero en él se mencionaba la muerte,
y los directores pretextaron que tenían por norma no hablar de la muerte en
forma alguna a sus lectores…
Con eso, nos pusimos a charlar, como era natural, de los tabúes, o sea, de
la “censura larvada” que ambas estábamos de acuerdo en que existía en
proporciones fantásticas en los medios de difusión del país. Le hablé del
cuento que casi vendí a una revista femenina. Los directores lo encomiaron
mucho, pero querían que hiciese unos cuantos cambios. El hombre del cuento
tenía treinta y cinco años y la mujer a quien quería, veintinueve. ¿Por qué no
cambiaba sus edades, poniendo treinta para él y veinticuatro para ella, porque
a los lectores no les interesaba el amor después de los treinta?
En segundo lugar, mi héroe era un refugiado checo, profesor de ciencias
en una universidad del Oeste Medio, pero los editores querían que fuese un
norteamericano del Oeste Medio; por ejemplo: un médico; preferían que el
interés romántico no se centrase en un extranjero…
Había otros tabúes más explicables. No podía admitirse la desigualdad de
edades entre una pareja enamorada. Para casar a un hombre de cuarenta con
una muchacha de veinticinco, tenía que haber motivos muy poderosos. Pero,
eso sí, nunca jamás podría escribirse acerca de una mujer de cuarenta años
que tuviese una relación feliz con un hombre de treinta y cinco…
Otro escritor, hombre, nos advirtió que sólo presentando a una muchacha
en la forma corriente y aceptable, podía ser atractiva en una revista de amplia
circulación. Podría describírsela de nariz corta, no larga; nada de dientes
irregulares; ni podía ser metidita en carnes, por deliciosa que fuese en otros
aspectos. No podría objetarse a ciertas artificialidades resultantes del
maquillaje, ni, por otra parte, alabar a una muchacha que prescindiese de los
recursos cosméticos…
Al intercambiar nuestras experiencias ficcionales, coincidimos en que
jamás se podía hablar mal de un médico o de un banquero, aunque podía
presentarse con caracteres antipáticos a un científico, a un escritor o a un
músico. La mujer de carrera no podía ser feliz y tendría que terminar por
sacrificarla en aras de una seguridad precaria. Una madre no podía estar
contenta con sus hijos ausentes. Ningún personaje de ninguna novela podía
discutir ideas abstractas o asuntos importantes corrientes, a excepción de
inundaciones o huracanes…
—MARYA MANNES, “The Case of the Orange Orange”, en Reporter
9. ARTE Y TENSIÓN
Pero lo que yo sostengo es que si intentamos descubrir lo que el poema
significa para el poeta, acaso nos enteraremos de una porción de
generalizaciones sobre lo que los poemas representan para todo el mundo.
—KENNETH BURKE
Tolerando lo intolerable
Los animales conocen su medio sólo gracias a la experiencia directa; el
hombre cristaliza su saber y sus sentimientos en representaciones fonéticas
simbólicas; con símbolos escritos toma nota de lo que va aprendiendo y
transmite su saber a otras generaciones. Los animales comen donde
encuentran alimento; pero el hombre, coordinando sus esfuerzos con los de
los demás por medios lingüísticos, come abundantemente un alimento
preparado por cien manos y traído desde muy lejos. Los animales sólo ejercen
control limitado sobre los otros animales; pero el hombre, a base de símbolos
también, establece leyes y sistemas étnicos, que son procedimientos
lingüísticos para imponer el orden y las normas de la conducta humana. La
adquisición del saber o del alimento y el establecimiento del orden social son
actividades importantes para el biólogo, porque contribuyen a la
supervivencia. Para los seres humanos tienen una dimensión simbólica,
imposible de captar por los animales.
Trataremos de explicar las funciones de la literatura en términos
científicamente comprobables, o sea, en términos de su valor biológico para la
supervivencia. Aunque es una tarea difícil en la etapa actual de la ciencia
sicológica, tenemos que intentarlo, porque la mayor parte de las explicaciones
sobre la necesidad o el valor de la literatura (y de las demás artes) se limitan a
“palabras-arrullo”, que ni son explicaciones ni son nada. Así, Wordsworth
dice que la poesía es “el hálito y espíritu sutil de todo saber”; Coleridge la
describe como “las mejores palabras en el orden mejor”. Las explicaciones
que dan de la literatura muchos maestros y críticos son también por el estilo, y
podrían resumirse en algo así como, “debe leer usted la buena literatura,
porque es muy buena, muy buena”. Si queremos enuclear científicamente las
funciones de la literatura, hay que ahondar más.
Incluyendo en el contenido de la palabra “literatura” todos los usos
afectivos del lenguaje, nos podemos valer de las recientes investigaciones
sicológicas y siquiátricas, así como de las ideas de los críticos y estudiosos de
la literatura. De todo ello deducimos que una de las funciones más
importantes de la poesía es aliviar las tensiones de quien la escribe. Todos
conocemos el desahogo de soltar una sarta de palabrotas cuando se está
profundamente irritado. Este alivio de la tensión sicológica —que Aristóteles
llama catarsis— se produce en todos los niveles del lenguaje afectivo, si
hemos de creer lo que dicen los escritores mismos sobre el proceso creador.
La novela, el drama o el poema brotan, como el juramento o la interjección,
por lo menos en parte, de una necesidad interna, cuando el organismo
experimenta una profunda tensión de alegría, dolor, confusión o desengaño. Y
al desahogarla en lo que se escribe, se mitiga más o menos, a veces sólo
momentáneamente.
El animal triste o desengañado poco puede hacer para remediar sus
tensiones[1]. En cambio, el ser humano, que dispone de una dimensión más
para moverse (el mundo de los símbolos), no sólo pasa por su experiencia,
sino que se la simboliza a sí mismo. Nuestras tensiones, sobre todo las
dolorosas, se hacen tolerables cuando las podemos expresar con palabras a un
amigo comprensivo, o consignarlas sobre el papel para un lector hipotético, o
para nosotros mismos[2]. Cuando nuestras simbolizaciones son adecuadas y lo
bastante hábiles, nuestras tensiones quedan controladas simbólicamente. Para
lograrlo, podemos desplegar las “tácticas simbólicas” de que habla Kenneth
Burke, que consisten en la “reclasificación” de nuestras experiencias para
“confinarlas” o aislarlas, y poderlas soportar mejor[3]. Bien sea “desahogando
el corazón”, bien por medio de las “tácticas simbólicas” o por otros
procedimientos, podemos utilizar las simbolizaciones como mecanismos de
alivio cuando se nos hacen intolerables las presiones de una situación.
Como todos sabemos, el lenguaje es social, y por uno que habla puede
haber muchos que escuchen. La expresión que alivia la tensión de quien la
profiere puede aliviar también otra parecida del oyente, si es que alguien la
escucha. Y como la experiencia humana es bastante constante, esto puede
ocurrir aunque el que habla y el que escucha estén separados por siglos o por
culturas distintas. La manipulación simbólica con que John Donne “confinó”
sus sentimientos de culpabilidad en uno de sus “sonetos santos” nos permite
también confinar nuestros remordimientos por otro tipo de pecados acaso en
otros tiempos y en otras circunstancias.
William Ernest Henley hizo frente a su invalidez crónica —estuvo
enfermo desde niño y se pasó grandes períodos de su vida en hospitales—
declarando en su célebre poema “Invictus”, su resistencia a ser derrotado:
Desde la noche que me cubre,
negra como socavón de polo a polo,
doy gracias a los dioses
porque nada mi alma abatir puede.
Los rudos golpes de la vida
ni un ¡ay! me han arrancado;
brota la sangre de mi testa herida,
¡pero no la he doblado!
Más allá de esta furia y estas lágrimas
las tinieblas se espesan,
mas no siento pavor por la amenaza
de los años que vengan.
Angosta es esta cárcel en que vivo;
mi cadena es pesada.
¡ Pero yo soy el dueño de mí mismo,
el capitán de mi alma!
Estos versos puede recitarlos cualquiera en medio de sus tribulaciones,
como lo demuestra el que constituyen uno de los poemas favoritos de los
negros norteamericanos, y a veces es cantado a coro o recitado por sus
organizaciones. El adjetivo “negra” del verso segundo, en un poema repetido
por negros, aguza más la intención original del autor. En realidad, todo el
poema tiene un sentido distinto, según sean los sufrimientos o zozobras del
lector y la noche que se cierna sobre él[4].
Se ha dicho muchas veces que la poesía es una medicina del alma.
Kenneth Burke la llama “equipo para vivir”. Si tomásemos en serio estas
afirmaciones podríamos hacer llegar sus derivaciones muy lejos. ¿Qué son,
por ejemplo, algunos tipos de manipulación simbólica, con los que tratamos
de equiparnos para hacer frente a la serie constante de dificultades y
tensiones, grandes o pequeñas, que nos salen al paso cada día? No es
necesario para la literatura, naturalmente, el estímulo de la tensión social,
pero sí constituye muchas veces un eficaz acicate para la creación.
APLICACIONES
I
Establézcase la comparación o el contraste de las ideas expresadas en este
capítulo con las que se contienen en los siguientes fragmentos. Con ello podrá
usted redactar un ensayo sobre “La función del arte”. También sería bueno
que escribiese trabajos más breves para acusar las diferencias posibles entre
cualquiera de los fragmentos y el punto de vista del autor.
1. Se escribe para instruir; el fin de la poesía es instruir deleitando.
—SAMUEL JOHNSON, Prefacio a Shakespeare
III
A la luz de lo tratado en este capítulo, estúdiense los siguientes poemas, para
ver:
Lenguaje y pensamiento
El estudiante de política debe tener cuidado también con las palabras
antiguas, porque las palabras persisten cuando la realidad que representan
ha cambiado. Es característico de nuestra actividad intelectual tratar de
aprisionar la realidad en la descripción que hacemos de ella. No tardamos en
ser nosotros los cautivos de la descripción antes de lo que nos imaginamos.
Desde entonces, nuestras ideas empiezan a degenerar en una especie de
folklore que nos transmitimos, creyendo que seguimos hablando de la
realidad que nos rodea.
Así, hablamos de libre empresa, sociedad capitalista, derecho de
asociación, o gobierno parlamentario, como si estas palabras significasen lo
mismo que antes. Las instituciones sociales son lo que hacen, no siempre lo
que nosotros decimos que hacen. El verbo es lo que importa, no el nombre.
Si esto no se comprende, nos convertimos en adoradores de símbolos. Las
categorías que desarrollamos antaño y que fueron las herramientas de
nuestra comunicación con la realidad, se embotan sin remedio. Entonces, las
realidades sociales y políticas a que creíamos enfrentarnos cambian y se
reforman independientemente del efecto colectivo de nuestras ideas. Nos
convertimos en criaturas de las realidades sociales, dejando de ser sus
socios. Al manipular categorías anticuadas, se desangra nuestra vitalidad
política y vamos dando tumbos de situación en situación, sin mapa, sin
brújula y con el timón apuntando a un derrotero que ya no seguimos.
Este es el verdadero momento de peligro para un partido político y para
los líderes y pensadores que lo sostienen. Porque, si ellos se han despegado
de la realidad, las masas no.
—ANEURIN BEVAN, In Place of Fear
PRÓLOGO
La vaca Palmira
El universo está en perpetuo movimiento. Las estrellas crecen, se enfrían,
explotan constantemente. La Tierra está sometida al mismo proceso:
erosiónanse las montañas, desvíase el cauce de los ríos, hácense más hondos
los valles. Toda la vida cambia a través de sus fases de nacimiento,
crecimiento, decadencia y muerte. Hasta lo que llamamos materia inerte —las
sillas, las mesas, las piedras—, vista submicroscópicamente, es un vórtice de
electrones. Si la mesa parece como era ayer, o como fue hace cien años, no es
que no haya cambiado, sino que sus cambios son demasiado minúsculos para
nuestra tosca percepción. La. ciencia moderna no reconoce materia sólida. A
nosotros nos lo parece, porque el movimiento de sus elementos es muy rápido
y microscópico para ser percibido. Tiene tanto de solidez como de blancura
un disco giratorio con todos los colores, o como de inmovilidad una peonza
en rotación. Nuestros sentidos son sumamente limitados, por lo cual usamos
constantemente microscopios, telescopios, velocímetros, estetoscopios y
sismógrafos, entre otros muchos instrumentos, para captar lo que nuestros
sentidos no son capaces de percibir directamente. La forma en que vemos y
sentimos las cosas es resultado del funcionamiento peculiar de nuestro
sistema nervioso. Hay objetos visibles que no podemos ver y sonidos que no
podemos oír. Por tanto, es absurdo creer que percibimos algo tal como es.
Pero aunque nuestros sentidos son limitados, nos revelan muchas cosas
con la ayuda de los instrumentos. Los microorganismos descubiertos por el
microscopio nos han permitido dominar la invasión de las bacterias; ni vemos
ni oímos ni sentimos las ondas electromagnéticas, pero podemos producirlas y
transformarlas a nuestro albedrío. La mayor parte de la conquista del mundo
exterior por la ingeniería, la química y la medicina, se debe a los artefactos
mecánicos que incrementan la capacidad de nuestro sistema nervioso. En la
vida moderna, nuestros sentidos se quedarían a mitad de camino si no
tuviesen alguna ayuda para abrirnos caminos en el mundo. Sin ayudas
mecánicas no podríamos obedecer las leyes de la velocidad ni llevar la cuenta
del gas o electricidad gastada en nuestro hogar.
Pero volvamos a la relación entre palabras y significados, y supongamos
que tenemos delante a una vaca llamada Palmira: es un organismo vivo, en
constante cambio e ingestión de aire y alimento, que transforma, para
segregarlo después. Circula su sangre; sus nervios transmiten mensajes. Vista
microscópicamente, es una masa ingente de corpúsculos heterogéneos, células
y organismos bacteriales; desde el ángulo de la física moderna, es una danza
perpetua de electrones. No podemos saber lo que es en su integridad; aunque
podamos asegurar qué fue en un momento concreto, ha cambiado tanto en el
siguiente que ya nuestra descripción no es exacta. Es imposible afirmar qué es
Palmira, ni nada: además, la vaca no es un objeto estático, sino un proceso
dinámico.
Pero la Palmira que experimentamos es otra cosa. Sólo nos llega la
experiencia de una fracción muy pequeña de la vaca total: las luces y sombras
de su figura exterior, sus movimientos, su forma general, los ruidos que hace,
las sensaciones que nos produce al tocarla. Y, debido a esta experiencia,
observamos después semejanzas entre Palmira y otros animales, a los que
aplicamos la palabra “vaca”.
El proceso de abstracción
Por tanto, el objeto de nuestra experiencia no es la cosa en sí misma, sino la
interacción entre nuestro sistema nervioso (con todas sus imperfecciones) y
algo extrínseco a él. Palmira es algo único; no hay en el mundo nada
exactamente igual a ella. Pero nosotros abstraemos o seleccionamos
automáticamente de ella los elementos en que se parece a otros animales,
como forma, funciones y hábitos, y la clasificamos como vaca.
Así, pues, cuando decimos que “Palmira es una vaca”, sólo notamos sus
semejanzas con otras vacas y pasamos por alto las diferencias. Más aún:
saltamos por encima de un inmenso abismo: del proceso dinámico que
llamamos Palmira, torbellino de actividades electro-químicas-nerviosas, a la
idea relativamente estática que representa la palabra “vaca”. Invitamos al
lector a que estudie la gráfica de este capítulo titulada “La escala de la
abstracción[1]”.
Como se observa en la gráfica, el objeto que vemos es una abstracción en
su nivel más bajo, pero abstracción al fin, porque prescinde de muchas
características del proceso que es la verdadera Palmira. Este nombre es el
nivel verbal inferior de abstracción, porque omite otras características, como
las diferencias entre la Palmira de ayer, de hoy y mañana, y sólo selecciona la
semejanza. La palabra “vaca” sólo selecciona las semejanzas entre Palmira
(vaca1) y las vacas 2, 3, 4, y así sucesivamente, y por tanto, pasa por alto más
peculiaridades de Palmira. La palabra “ganado” abstrae sólo los elementos
comunes entre Palmira, las ovejas, los cerdos, cabras, etc. La expresión
“propiedad agrícola” sólo selecciona los factores que Palmira tiene en común
con las dependencias, vallados, muebles, ganado, tractores, etc., de una
granja, por lo que está a un alto nivel de abstracción.
Quizá parezca extraño y fuera de lugar lo que estamos diciendo sobre el
proceso de abstracción, porque el estudio del lenguaje suele limitarse a
cuestiones de pronunciación, ortografía, vocabulario, gramática y estructura
de las frases. Los métodos de enseñanza de composición y oratoria según
sistemas anticuados tienen en gran parte la culpa de esta idea tan extendida,
de que el estudio del lenguaje debe ceñirse exclusivamente a las palabras.
Pero nuestra experiencia cotidiana nos dice que la enseñanza del lenguaje
no es sólo cuestión de palabras, sino de relacionarlas con los objetos o hechos
que representan. Aprendemos el lenguaje del béisbol jugándolo o
presenciándolo y estudiando cómo se desarrolla. No basta con que el niño
aprenda a decir “papá” o “perro”, sino que debe usar estas palabras
aplicándoselas a sus objetos. Como ha dicho Wendell Johnson: “El estudio del
lenguaje comienza con el estudio de su significado”.
En cuanto empezamos a considerar lo que significa el lenguaje, estamos
frente al problema de cómo funciona el sistema nervioso humano.
Cuando llamamos perro, lo mismo a un pastor alemán que a un
chihuahueño o a un pachón, tan distintos en tamaño, aspecto y reacciones, es
que nuestro sistema nervioso ha abstraído lo que es común a todos ellos,
prescindiendo de sus diferencias.
Las definiciones
Contra lo que cree la gente, las definiciones no nos indican nada de las cosas.
Sólo describen nuestros hábitos lingüísticos, los fonemas que emitimos en
distintas circunstancias. Las definiciones son declaraciones sobre el lenguaje.
Casa. Esta palabra puede sustituirse en el nivel inmediatamente superior
de abstracción, por la siguiente expresión: “Algo que tiene características
comunes con la residencia de Mengano, con la morada de Zutano, con la
choza de Perengano…”
Rojo. Se abstrae una característica común a los rubíes, a las rosas, a los
tomates maduros, al pechuelo de los petirrojos, a la carne cruda y a la barra de
labios, y esta palabra expresa esa abstracción.
Canguro. Los biólogos lo definen “mamífero hervíboro, marsupial de la
familia de los macropódidas”, pero la gente lo llama “canguro” a secas.
Se observará que mientras la definición de casa y de rojo indica bajos
niveles de abstracción, la de canguro sigue en el mismo nivel. Es decir:
podemos ir a ver las viviendas de Mengano, Zutano y Perengano, deduciendo
qué características tienen en común; así empezaremos a comprender cuándo
debemos usar la palabra “casa”. Pero lo único que sabemos del canguro es
que unos lo llaman de una manera y otros de otra. O sea: cuando nos
quedamos en el mismo nivel de abstracción, no definimos nada ni damos dato
alguno nuevo. Para no extenderse demasiado, los diccionarios tienen que dar
por supuestos en muchos casos que el lector ya sabe de qué se trata.
Consultamos en él la palabra “indiferencia”, y si se trata de un diccionario de
bolsillo, lo llamará “apatía”; y a la “apatía” la definirá como “indiferencia”.
Pero son más inútiles aún las definiciones que suben a niveles más altos
de abstracción por la escalera citada, a lo cual tendemos automáticamente.
Pregúntele de sopetón a algún amigo:
—¿Qué significa la palabra rojo?
—Pues, un color.
—¿Y qué es color?
—Es una cualidad que tienen las cosas.
—¿Y qué es cualidad?
—Bueno… ¿se puede saber a qué viene todo esto?
Lo ha metido usted en un mar de confusiones. Está perdido.
Pero si, por lo contrario, adquirimos la costumbre de bajar a niveles
inferiores de abstracción cuando se nos pregunta el significado de una
palabra, nos perderemos menos en los laberintos verbales, nos apegaremos a
lo real y sabremos de qué estamos hablando. He aquí un ejemplo:
—¿Qué quiere decir rojo?
—Cuando veas detenerse la circulación en un cruce, mira al semáforo.
También puedes ir al departamento de incendios y ver el color de los
camiones.
Definiciones operativas
Otra manera de no perder de vista los niveles extensionales en las
definiciones, es echar mano de las que llama el físico P. W. Bridgman
“definiciones operativas”. Según él:
Para averiguar la longitud de un objeto, tenemos que realizar ciertas
operaciones físicas. Por tanto, se establece el concepto de longitud cuando se
realizan las operaciones por las cuales se mide la longitud… En general, no
entendemos por un concepto más que determinada serie de operaciones; el
concepto es sinónimo de su correspondiente serie de operaciones[2].
Así, pues, como explica Anatol Rapoport, definición operativa es la que
indica “qué hay que hacer y observar para traer al campo de la experiencia el
objeto definido o sus efectos”. Pone este sencillo ejemplo de definición de
“peso”: vaya usted a una estación de ferrocarril o a una farmacia, busque una
báscula, súbase a ella, meta una moneda por la ranura y lea el número que
indica la aguja al detenerse; ese es su peso. Pero ¿si la cifra no es igual en
básculas distintas? Pues entonces, su peso estará, por ejemplo, entre 70 o 75
kilos, según lo que marque cada báscula. Pero no hay peso que constituya una
propiedad separada de las operaciones para medirlo. “Si la única manera que
tenemos para averiguar el peso es la báscula, la definición del peso tendrá que
hacerse en función de ésta”, dice Rapoport[3].
Este es el punto de vista científico sobre las definiciones operativas:
excluye absolutamente las declaraciones no extensionales y sin sentido. Lo
mismo ocurre en los problemas diarios de la vida y del pensamiento. De la
misma manera que no hay longitud ni peso fuera de las operaciones que lo
miden, no hay “democracia” fuera de la suma total de prácticas democráticas,
como el sufragio universal, la libertad de expresión, la igualdad ante la ley,
etc.; ni “hermandad” ni “caridad”, separadas de las acciones fraternales o
caritativas.
Los ejemplos mejores de definiciones operativas corrientes, son las
fórmulas de los libros de cocina en que se describen las operaciones por
medio de las cuales puede experimentarse extensionalmente la entidad
definida. He aquí una muestra: “Las alcachofas bien lavadas se colocan en la
olla exprés sobre la parrilla de la misma. Previamente se habrá puesto media
taza de agua en la olla…” No estaría nada mal que los escritores y oradores
leyesen de cuando en cuando algún libro de cocina para aclarar y precisar sus
definiciones.
I
Empezando por una de las afirmaciones que tengan nivel más bajo de
abstracción, ordene las siguientes de inferior a superior.
II
Según lo explicado en este capítulo, sobre todo respecto a las “definiciones
operativas”, aplique las palabras cuya lista va a continuación, a hechos del
mundo extensional; es decir: vaya bajando por la escala de la abstracción e
indique “qué hay que hacer y observar para traer al campo de la experiencia la
cosa definida o sus efectos”. Si puede traducir en definiciones operativas las
frases que acompañan a las palabras de la lista, hágalo. Si no, construya las
definiciones operativas que se le ocurran.
1. ARTE: “El arte es una necesidad espiritual para todos los hombres”.
2. TELEVISIÓN: “La televisión proporciona al público ocasión de elevarse
por encima de lo mundano y experimentar la liberación del corazón y del
entendimiento”.
3. RAZA: “Somos miembros de la raza superior”.
8. HONOR:
9. NOBLEZA: “El campeón boxeó durante todos los asaltos con la nobleza
que le caracteriza”.
10. LIBERTAD: “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos”.
—CERVANTES, Don Quijote de la Mancha Parte II, Cap. 58
12. RAZÓN: “La razón es la sustancia, el poder infinito que anima toda la
vida natural y espiritual; es, además, la forma infinita que pone en
movimiento lo material. La razón es la sustancia de la cual procede el ser
de todas las cosas”.
—HEGEL
III
Analícense los siguientes pasajes según sus niveles de abstracción :
—Fichero comercial
IV
Alfred Korzybski dice, en Science and Sanity (1933), que la conciencia de
abstraer nos permite, entre otras cosas, enterarnos de lo que ocurre cuando,
con una sola palabra, pasamos de los inferiores a los superiores niveles de
abstracción. Por ejemplo: preocuparse porque uno se preocupa o tener miedo
al miedo puede conducir a reacciones morbosas; pero, con otro grupo de
palabras, el nivel superior de abstracción cambia o anula los efectos del nivel
inferior, como en el “odio al odio”. Examine las reacciones que pueden
producirse cuando usted
V
V. Si queremos evitar errores de valoración, nuestra conciencia de abstraer
debe ser permanente o habitual.
Sabemos que cada palabra es una abstracción, pero se nos olvida.
Sabemos que toda palabra es una palabra de clase, que sólo abstrae (escoge
del objeto nombrado) las semejanzas de la clase a la que pertenece el objeto, y
prescinde de las diferencias. Pero se nos olvida.
—BESS SONDEL, The Humanity of Words
Escriba una nota de trescientas palabras con los ejemplos que recuerde de
este olvido en su experiencia personal. ¿Cuáles fueron las consecuencias
prácticas de esa falta de memoria?
11. EL HOMBRECILLO INEXISTENTE
Al subir por la escalera,
vi un hombre, que no era tal.
Ojalá el hombre se fuera:
hoy tampoco estaba allá.
—HUGHES MEARNS
Todo el mundo sabe que el hombre ordinario no ve las cosas tal como
son, sino sólo ciertos tipos fijos… El señor Walter Sickert suele repetir a sus
discípulos que no son capaces de dibujar un brazo concreto, porgue lo
consideran como un brazo; y como lo consideran así, se imaginan saber
cómo tiene que ser.
—T. E. HULMK
Los judíos
Pero pongamos un ejemplo, lleno de prejuicios para mucha gente: “El señor
Toledano es judío”. Al oír este gentilicio, algunos cristianos reaccionan en el
acto hostilmente, poniéndose en guardia contra sus tramposos manejos
financieros, reales o supuestos. Este “cristiano” confunde sus altos niveles de
abstracción sobre la palabra “judío” con el Toledano extensional, con el cual
se comporta como si fuese idéntico a su abstracción. La de judío es una de las
muchísimas abstracciones que pudieran aplicarse al señor Toledano, como,
por ejemplo, “padre”, “zurdo”, “jugador de golf”, “maestro de historia”, etc.
Pero el hombre lleno de prejuicios se concentra en sólo una abstracción,
“judío”, que acaso sea la menos importante de todas.
Además, da la casualidad de que la palabra “judío” es la más difícil de
situar en la escala de la abstracción. ¿Se refiere a una raza, a una religión, a
una nacionalidad, a un tipo físico, a un estado mental o a una casta? Si no
entra en ninguna de estas clasificaciones, ¿cuál es la que le corresponde? En
muchas conferencias y congresos de judíos norteamericanos, celebrados
últimamente, ha habido sesiones para dilucidar qué quiere decir ser judío. El
primer ministro de Israel y la mayor parte de los miembros de su gabinete no
ponen el pie en una sinagoga más que en contadas ocasiones de tipo político o
patriótico. ¿Son judíos? ¿Qué decir de la fanática secta de Jerusalén, Neturai
Karta, que además de tres servicios religiosos diarios recita una plegaria de
medianoche y celebra una vigilia por la venida del Mesías, y se niega a
reconocer al Estado judío y empuñar las armas por él? El Gobierno de Israel,
ante la inundación de refugiados “judíos” de muchas partes de Europa,
Oriente Medio y Asia, desistió hace mucho tiempo de definir el adjetivo
“judío”; hoy, la regla general es que quien se llame así lo es, definición
operativa difícil de mejorar.
Pero esta palabra tiene poderosas connotaciones afectivas en la cultura
cristiana por los numerosos accidentes históricos que han asociado a los
judíos con el dinero. Así, lleva una connotación peyorativa: “Tiene uñas de
judío”, “es más tacaño que un judío”, “eso se lo habrá vendido a usted
cualquier judío”, “eso es una judiada”… En algunas comarcas campesinas
norteamericanas, rondadas en otros tiempos por chamarileros y buhoneros
judíos, las madres metían miedo a sus hijos traviesos con esta amenaza: “¡Voy
a venderte al viejo judío!”
Pero volvamos al señor Toledano. Para quien confunda habitualmente la
idea que tiene en la cabeza con la realidad exterior, el ser judío significa que
el señor Toledano no es de fiar. Si le va bien en los negocios, es que los judíos
son listos. Si le va mal, ya tendrá colocado dinero en otra parte. Si tiene
costumbres de extranjero, es que los judíos son duros de asimilar; pero si es
igual que los demás conterráneos, es que “trata de pasar por uno de nosotros”.
No da limosna, porque los judíos son miserables; la da, y es que trata de
sobornar a la gente para entrar en la sociedad. ¿Que vive el señor Toledano en
el barrio judío de la ciudad? Ah, es que los judíos se cubren y protegen unos a
otros. ¿Que se traslada a una localidad donde no hay paisanos suyos? Es que
esa gente hace su nido en cualquier parte. En síntesis: El pobre Toledano está
condenado haga lo que haga, automáticamente.
Pero él puede ser lo mismo rico que pobre, santo que réprobo,
coleccionista de sellos, violinista, jardinero, físico, pulidor de lentes o director
de orquesta. Si, guiados de nuestras reacciones automáticas, retiramos nuestro
dinero al conocer al señor Toledano, acaso ofendamos a un hombre que nos
podría haber sido sumamente útil moral, espiritual o hasta financieramente si
se quiere, es decir, habremos cometido un grave error. Él no está identificado
con nuestra ideíca personal del judío, sea cual fuere esa ideíca.
Decir que la gente está cegada por los prejuicios es algo más que una
metáfora. Ralph Ellison llama “hombre invisible” al negro protagonista de su
novela titulada así: “The Invisible Man”. La mayor parte de los blancos que
se encuentran con un negro no ven en él más que la abstracción que tienen de
él en la mollera; obcecados por dar con “el hombrecillo inexistente”, el que
no estaba en la escalera, no se fijan en el negro que tienen delante.
Algo parecido pasa en Occidente con los árabes. Mucha gente se quedaría
de una pieza al saber que no todos los árabes son musulmanes (hay millares y
millares de cristianos en Líbano y Siria), que los árabes de Siria aborrecen a
los de Egipto, y que los del Líbano no hacen buenas migas con los de Siria y
los de Irak y que no es raro que los árabes sean altos, rubios y de ojos azules.
El occidental ignorante o lleno de prejuicios considera algunas veces al árabe
como hermano del judío. Esto no quiere decir que haya que prescindir de la
palabra “árabe”, sino que hay que usarla con mayor precisión. Según Edward
Atiyah, especialista en el mundo árabe, esta palabra puede tener tres
significados: el pueblo nómada que mora en los desiertos de Jordania, Arabia,
Siria y Africa septentrional, llamado beduino; el pueblo de la península
arábiga (llamado comúnmente “árabe”), tanto el nómada como el que vive en
las ciudades, en cuyo sentido denota un grupo étnico, los actuales sauditas,
yemenitas, kuwaitas y otros descendientes de la tierra árabe primitiva; y
finalmente, un grupo cultural, un bloque de comunidades de habla árabe que
ocupan desde el golfo Pérsico al Este hasta el Atlántico al Oeste. En este
vasto territorio, es muy reducido el porcentaje de nómadas; la mayoría son
fellahin (labradores) y habitantes de las antiguas y célebres ciudades Aleppo,
Damasco, Beirut, Latakia, El Cairo, Alejandría, Bagdad, Jerusalén, Túnez y
Argel, en otro tiempo focos de la civilización mundial. Por eso, si queremos
hablar con precisión y sin ofender a un grupo humano cuya importancia en el
mundo crece de día en día, debemos distinguir por lo menos entre estas
distintas abstracciones, y no emplear la palabra “árabe” como si sólo
significase la idea estereotipada que las películas de aventuras nos han
comunicado de la Legión Extranjera.
X. X., el “Criminal”
He aquí otro ejemplo de confusión abstractiva. Supongamos que nos
presentan a X. X. como “individuo que acaba de salir de la cárcel donde ha
estado tres años”. Ya de por sí, esto pertenece a un nivel bastante elevado de
abstracción, pero es un informe… Sin embargo, mucha gente pasa inmediata e
inconscientemente a niveles más altos de abstracción: “Si es un licenciado de
presidio, ¡es un criminal!” Ahora bien, la palabra “criminal” no sólo está
mucho más alta en la escala abstractiva que “el hombre que pasó tres años en
la cárcel”, sino que, como vimos en el Capítulo 3, constituye un juicio, en el
cual va implícita la deducción: “Ha cometido un crimen antes, pues cometerá
más después”. En consecuencia, si X. X. solicita un empleo y tiene que
declarar que ha pasado tres años en la cárcel, sus futuros jefes, confundiendo
automáticamente los niveles abstractivos, acaso digan, sin molestarse en hacer
más averiguaciones: “¡ Cómo voy a dar trabajo a criminales!”
Y el caso es que, a lo mejor, el hombre estuvo en la cárcel por una
injusticia o, si fue justa su sentencia, ha podido reformarse. Inútil. Al no
encontrar trabajo, acaso se diga, desesperado: “Puesto que todos me tratan
como a un criminal, voy a hacerme un criminal de verdad”, y se entrega al
robo y a la delincuencia. La culpa no ha sido totalmente suya.
Todos conocemos cómo corren los rumores, exagerándose cada vez más,
al ascender en la escala de la abstracción —de deducciones a juicio— y al
confundir, por si esto fuera poco, los niveles. He aquí cómo suele razonarse
en estos casos:
Informe. “María López no volvió a casa hasta las tres de la madrugada del
sábado”.
Deducción. “Habrá andado por ahí en malos pasos, vaya usted a saber”.
Juicio. “Es una perdida. Nunca me gustó su facha. Me dio mala espina
desde que la vi por primera vez”.
Si nos dejamos arrastrar por estos juicios temerarios, de abstracción tan
precipitada, muchas veces haremos desdichada la vida de los demás y la
nuestra.
Para terminar con un ejemplo de este tipo de confusión, obsérvese la
diferencia entre estas dos frases: “He fracasado tres veces”, y “¡Soy un
fracaso!”
Mundos engañosos
El hábito de la abstracción nos pone en guardia respecto a las cosas que
parecen iguales y no lo son, a las que llevan el mismo nombre, pero no son lo
mismo, y a los juicios basados en informes, pero que no son estos informes.
En una palabra: nos impide hacer el tonto. Sin el hábito de abstraer, o mejor
dicho, de frenar nuestras reacciones, que es la consecuencia de no confundir
el ver con el creer, estamos completamente impreparados para distinguir las
rosas auténticas de las de papel, el judío apriorístico del Toledano extensional,
el supuesto criminal del X. X. concreto.
Moderar estas reacciones es señal de madurez. Pero, por nuestra mala
educación o instrucción, por experiencias que nos asustaron en la niñez, por
las creencias tradicionales, la propaganda y otros factores que influyen en
nuestra vida, todos tenemos “áreas de insanidad” o, mejor quizá, “áreas de
infantilismo”, en que estamos a merced de reacciones semánticas equivocadas
y profundamente arraigadas en nosotros. Por algún susto que le dieron de
niño, fulano se atemoriza irremediablemente al ver a un guardia, el que sea: el
“policía” que lleva en la cabeza, “es” el guardia del mundo extensional
exterior, quien, probablemente, es el hombre mejor del mundo. Algunos
palidecen a la vista de una araña, del tipo que sea, aunque esté metida dentro
de un frasco. Otros reaccionan automáticamente en plan hostil al oír las
palabras “comunista”, “rojo”, “conservador”, “beaturrón”, etc.
El doctor G. Brock Chisholm, exdirector general de la Organización
Mundial de la Salud (1948-1953) y presidente de la Federación Mundial para
la Salud Mental, ha comentado con elocuencia la tiranía de las palabras
preñadas de prejuicios:
El poder que estas palabras tienen… es pasmoso… Son cadenas
que aherrojan al hombre a su pasado miserable y a su presente
desalentador. Son las premisas que le cargaron… cuando era
demasiado joven e impotente para defenderse usando su inteligencia.
Vemos que pocas veces puede hablarse inteligentemente, sin los
prejuicios arraigados que se nos imbuyeron en la niñez, de temas tan
corrientes como la salud, la ropa, los negros, la política, el patriotismo,
la conciencia, los judíos, las supersticiones, la guerra y la paz, el
dinero, el sexo, la propiedad, el matrimonio, la religión, algunas
enfermedades, la India, las escalas de sueldos, el socialismo, el
comunismo, los sindicatos, los partidos políticos, etc., según una lista
prolija que varía de lugar en lugar, de época en época y de familia en
familia. Muy poca gente es capaz de pensar con claridad y honradez
de estas cosas; y sin embargo ellas, y otras como ellas, son las que
constituyen la vida del hombre y las que han producido la mayor parte
del pavor y la miseria que hay en el mundo, por no ser comprendidas,
por enfocarlas mal y por combatirlas[1].
Desde luego, el doctor Chisholm no quiere decir que no debamos
aprender nada de nuestros mayores. Aprendemos dos cosas de nuestros
maestros: un cuerpo de ideas y creencias, y la manera de sostenerlas y
utilizarlas. Si las acompaña la conciencia abstractiva, pueden cambiarse
cuando son inexactas o erróneas. En otro caso —o sea, si confundimos
nuestros mapas mentales con el territorio objetivo— son prejuicios. Como
maestros y padres, no podemos menos de transmitir algún error informativo a
los pequeños, por mucho cuidado que pongamos. Pero, si les enseñamos
además a ser habitualmente conscientes del proceso abstractivo, les daremos
los medios para liberarse de cualquiera idea errónea que les hayamos
sugerido. Por tanto, nuestros esfuerzos pedagógicos no los “aherrojarán a un
pasado miserable”, sino los ayudarán a crecer al aumentar los años y la
experiencia.
La imagen de la realidad que nos formamos al faltarnos la conciencia
abstractiva no es mapa de territorio alguno existente. Es un mundo falaz. En
esa tierra ilusoria, todos los judíos tratan de engañarle a uno, todos los
capitalistas son obesos tiranos que fuman puros caros y enseñan los dientes a
los sindicatos; todas las culebras son venenosas; los automóviles, punibles a
golpes de barra, y los extranjeros, espías comunistas. Algunos de los que se
pasan demasiado tiempo en estos mundos engañosos, terminan en el
manicomio; pero, claro, “ni son todos los que están ni están todos los que
son”.
¿Cómo reducir estas áreas mentales de infantilismo? En primer lugar,
llegando a la convicción profunda de que no hay “relación necesaria” entre
las palabras y lo que significan. Por este motivo, el estudio de un idioma
extranjero siempre es útil, aparte de otras ventajas. Ya hemos indicado otros
medios: conocer el proceso abstractivo y comprender de verdad que las
palabras nunca dicen todo sobre las cosas. La escala de abstracción,
adaptación de un diagrama de Alfred Korzybski para presentar gráficamente
la relación entre palabras, objetos y hechos, tiene por objeto ayudarnos a
entender y no olvidar jamás el proceso abstractivo.
APLICACIONES
I
Indicamos al fin del Capítulo 2 que debían recogerse ejemplos del lenguaje en
un libro de recortes o en fichas. Ya hemos estudiado suficientes principios
generales sobre la relación entre lenguaje y conducta para aumentar la
colección. He aquí unos títulos orientadores:
Informes escuetos.
Artículos con deducciones e inferencias explícitas.
Artículos con deducciones que puedan tomarse por informes.
Reacciones a los juicios como si fuesen informes.
Cambios de sentido a consecuencia de cambios de contexto.
Palabras-gruñidos y palabras-arrullos tomadas por informes.
Indirectas,
Discusiones sobre temas absurdos.
Conversación social.
Reacciones excesivas a las connotaciones afectivas.
Directrices tomadas por informes.
Desencanto por directrices imperfectamente entendidas.
Abstracción en un nivel muerto.
Uso sin sentido de abstracciones de alto nivel.
Abstracciones de niveles superiores e inferiores bien relacionadas.
Ver y creer.
El hombrecillo inexistente.
Cuándo se lean los capítulos siguientes, surgirán nuevos títulos. En
cualquier tiempo y lugar pueden estudiarse las relaciones entre lenguaje y
conducta: en una oficina, en la escuela, en la iglesia, tras un mostrador
comercial o delante de él, en las fiestas sociales, en las asambleas, en todo lo
que se lee y en la vida íntima familiar o en las relaciones personales. Hasta
una colección desordenada de ejemplos valdrá al lector para comprender lo
que dice al autor en este libro y a qué viene lo que dice. Entonces, quizá
quiera aquilatar, ampliar o corregir alguna de sus afirmaciones, con lo cual
progresará en el estudio científico de las relaciones entre lenguaje y conducta.
Invito a todas veras al lector a que coopere conmigo.
II
¿Es cierto que algunas personas castigan a los niños que sueltan palabrotas,
haciéndoles lavarse la boca con jabón? Coméntense las reacciones semánticas
o los procesos mentales de quienes quieren corregir así el lenguaje de sus
hijos.
III
Los académicos de Lagado, en los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift,
hablan por el siguiente procedimiento, conscientes quizá de las deficiencias
del lenguaje:
Como las palabras sólo son los nombres de las cosas, estiman
conveniente que todos lleven consigo los objetos necesarios para
expresar el asunto particular que quieren tratar… Varias veces he
observado a dos de estos sabios, derrengados casi bajo el peso de sus
bultos, como quincalleros de los nuestros; cuando se encuentran en la
calle, dejan sus fardos, abren los sacos y se ponen a hablar… Otra
gran ventaja que se proponían obtener con este invento, era que podía
servir de lenguaje universal para todas las naciones civilizadas.
Antes de reírse de los filósofos de Lagado, piense en los casos en que
resulta conveniente enseñar objetos en lugar de hablar, para comunicar algo.
¿Puede usted señalar, utilizando los niveles de abstracción expuestos en este y
el anterior capítulo, qué es lo que está equivocado en él plan de dichos
filósofos?
IV
Publicamos un fragmento del ensayo de John Kenneth Galbraith, titulado “La
Edad del Hecho Verbal” (The Age of the Wordfact). Redacte un comentario de
500 palabras sobre el “hecho verbal”, con ejemplos de su experiencia o
lecturas personales.
En junio de 1960, volvió el presidente Eisenhower de un viaje al Pacífico
que, superficialmente, parecía un desastre sin paralelo en este tipo de cosas.
El Japón, objeto principal de la excursión presidencial, agitado por violentos
alborotos provocados por la visita, hubo de decirle que no fuese. Pero, gracias
a su secretario de prensa, el Presidente logró informar que el viaje había sido
un éxito…
El hecho verbal sirve para que las palabras substituyan a la realidad, lo
cual es una ventaja enorme. Significa que decir que algo existe equivale a su
existencia, y que algo va a ocurrir; al hecho en sí…
Por si alguien cree que esto es exageración… recordemos algunos triunfos
del hecho verbal durante los últimos años… Echando mano audazmente del
hecho verbal, logramos convertir a los dictadores sudamericanos en baluartes
del mundo libre… Aunque los campesinos están despoblando el campo a un
ritmo sin precedente, el secretario de Agricultura ha explicado esto… en un
libro que lleva el sugestivo título de Libertad para Labrar la Tierra (Freedom
to Farm).., Durante los días que inmediatamente siguieron al último
lanzamiento de los U-2, el hecho verbal, empleado profusamente, hizo
cambiar todas las circunstancias. Los aviones que volaban sobre otras
naciones se convirtieron en una especie de quinta libertad… Suspendiéronse
después los vuelos, y esto se alabó como un acto de sabia moderación…
He aquí el servicio que presta el hecho verbal al transformar la desgracia
en ventura.
—Atlantic
V
Defínanse las siguientes palabras:
VI
En relación claro con este capítulo, está la lectura, discusión y redacción de
trabajos sobre los prejuicios raciales y religiosos. La literatura antisemítica es
abundante y lo ha sido durante siglos. En los Estados Unidos constituye un
ejemplo curioso The Iron Curtain Over America (1951), de John Beaty, en el
que no sólo se echa la culpa de todas las calamidades norteamericanas (las
dos guerras mundiales y lo que ha venido después) a los judíos, sino que se
los acusa de ocultar la verdad al público merced al control que ejercen sobre
las casas editoras, los periódicos y otros medios de difusión. Adolfo Hitler
arremetió furiosamente contra los judíos (Norman H. Baynes, rec., The
Speeches of Adolf Hitler, 2 vols., 1942), lo mismo que sus colegas del Tercer
Reich. El intento de Hitler de acabar totalmente con la raza judía constituirá
un ejemplo eterno de vesania racial. Véase William Sliirer, The Rise and Fall
of the Third Reich (1960), y Gerald Reitlinger, The Final Solution: The
Attempt to Exterminate the Jews of Europe, 1939-1945 (1953).
Consideramos de especial interés para los estudiantes de semántica los
siguientes libros, de los publicados sobre los prejuicios raciales:
Harold Isaacs, Scratches on Our Minds: American Images of China and
India (1958). Este libro interesantísimo enseña cómo las películas, las
historietas cómicas, las guías de viajes y los estereotipos ficcionales
contribuyen a nuestras ideas sobre la gente de China e India. No estaría mal
que fuésemos corrigiendo esas ideas equivocadas, en estos días de grandes
cambios en las relaciones mundiales.
Morton Grodzins, Americans Betrayed: Politics and the Japanese
Evacuation (1949). Este volumen tiene importancia especial porque descubre
la contribución de los grupos de presión, de los líderes políticos y de la prensa
a la atmósfera que terminó por llenar de japoneses-norteamericanos, unos
ciudadanos y otros extranjeros, los campos de concentración de la costa
occidental norteamericana, durante la segunda Guerra Mundial.
Harry y David Rosen, But Not Next Door (1962). Informe
extraordinariamente extensional sobre lo que ocurrió en un fraccionamiento
particular destinado a viviendas familiares en Deerfield, Illinois, cuando se
supo que iban a habitar allí familias de negros. A base de entrevistas,
reportazgos periodísticos y sentencias judiciales, describe el libro tres familias
imaginarias para explicar los sentimientos y acciones de los pobladores de
dicha localidad. Pese a sus protestas de que no tenían sentimientos
antirraciales, no permitieron que el proyecto se convirtiese en realidad.
Julia Abrahamson, A Neighborhood Finds Itself (1959), y Herbert A.
Thelen, The Dynamics of Groups at Work (1954). Ambos libros son reflejo en
la experiencia de sus autores en un movimiento comunitario del distrito Hyde
Park-Kenwood, de Chicago. Se combatió el mal estado del barrio y se inició
su urbanización, al establecer, entre otras cosas, la comunicación entre
vecinos, sobre todo, blancos y negros, lo cual contribuyó notablemente a
limar asperezas y aliviar tiranteces. La señora Abrahamson expone más bien
los hechos; el doctor Thelen explica, como indica el título de su obra, las
consecuencias teóricas de la experiencia.
12. LA CLASIFICACIÓN
Cuando se establece una diferencia legal… entre el día y la noche, entre
la niñez y la madurez o cualesquiera otros extremos, hay que trazar una línea
divisoria, o irla marcando poco a poco merced a decisiones sucesivas, para
indicar dónde empieza el cambio. Considerada en sí misma, sin la necesidad
que la dictó, esta línea puede parecer arbitraria. Quizá debería caer un poco
más a la derecha o un poco más a la izquierda. Pero al comprender que es
necesaria y que no hay procedimiento matemático ni lógico de trazarla con
exactitud, la decisión de la legislatura debe ser aceptada, excepto cuando no
quepa duda de que está muy lejos de donde debería pasar.
OLIVER WENDELL HOMES
Porque, naturalmente, el verdadero significado de una palabra se
averigua observando cómo se emplea, no lo que se dice sobre ella.
—P. W. BRIDGMAN
La mente “bloqueada”
Pero lo malo es que la gente no siempre cae en la cuenta de cómo llega a sus
clasificaciones. Sin descender más a detalles, dice la palabra definitiva sobre
el señor Toledano cuando exclama: “Bueno, ¡un judío es un judío! ¡No hay
que darle vueltas!”
No es éste lugar para ocuparnos de las injusticias que se han cometido en
virtud de estos juicios precipitados, contra judíos, católicos, rojos, coristas,
ricachones, sureños, maestrillos, etc. Pensando más sensatamente, se habrían
evitado; aunque quizá no sea este el remedio, porque hay gente que piensa
cachazudamente y no se corrige. Lo que nos interesa es cómo dificultamos
nuestro desarrollo mental con estas reacciones irreflexivas.
En el ejemplo que hemos puesto, la gente confunde su judío mental con el
extensional. Podría recordársele que ha habido judíos gloriosos, pero ellos
dirán que son excepciones. Y exclamarán en tono de triunfo: “¡Pero, claro, la
excepción confirma la regla[1]!”, manera muy bonita de decir que los hechos
no interesan.
El autor de estas líneas, que vive en el condado californiano de Marín,
asistió en cierta ocasión a las sesiones del tribunal del condado, donde se
trataba de un proyecto de prohibición de discriminación racial para la venta y
alquiler de viviendas. (El objeto de esta discriminación en Marín es
principalmente el negro). Me impresionó que la mayoría de los que hablaron
se pronunciasen a favor del proyecto de ordenanza, pero no dejó de
impresionarme igualmente que bastantes con amigos negros, a quienes
querían e inclusive admiraban, atacasen una ley que iba a permitirles vivir en
cualquier parte del condado: serían “excepciones”, y su estereotipo mental del
negro seguía en su cabeza, pese a su experiencia personal.
Esta gente es refractaria, indudablemente, a una nueva información.
Siguen votando por la candidatura de su partido, por muchos errores que haya
cometido, y oponiéndose a los “socialistas” aunque hagan maravillas, y
considerando sagradas a las madres, sin distinguir entre unas y otras. Un
comité estudió el caso de internar en una casa de salud a una mujer,
considerada loca sin esperanzas por médicos y siquiatras. De pronto se
levantó un sujeto que, con el mayor respeto y reverencia, dijo: “Señores,
tengan ustedes presente que, después de todo, esta mujer es una madre[2]”.
Igualmente, algunos católicos siguen aborreciendo a los protestantes, sin
distinguir de colores. Y en política, el apasionamiento no tiene límites.
La vaca núm. 1 no es la vaca núm. 2
¿Cómo evitar quedar atrapados en estos callejones intelectuales sin salida, o
cómo escapar de ellos si ya estamos atrapados? Lo primero que hay que hacer
es tener presente que casi todas las frases hechas de la conversación corriente,
como “el negocio es el negocio”, o “los judíos son judíos”, o “los chicos
siempre serán chicos”, no son exactas. Por ejemplo:
—No creo que debamos hacer esto, socio.
—¡Bah! ¡El negocio es el negocio!
Aunque parece una declaración sobre un hecho, ni es tal declaración ni tan
simple. El sujeto denota la transacción que se discute; el predicado se refiere a
sus connotaciones. Se trata de una frase directiva, como si dijese: “Vamos a
tratar de esta transacción sin preocuparnos más que de la ganancia”. Y el
padre que dice para disculpar a sus hijos: “Los muchachos siempre serán
muchachos”, quiere expresar: “Consideremos las acciones de mis hijos con la
tolerancia indulgente que se merecen los muchachos”, aunque el vecino se
quede refunfuñando.
Hay una técnica sencilla para evitar que estas directrices perjudiquen a
nuestro pensamiento. Consiste en numerar las palabras, según sugiere
Korzybski: inglés1, inglés2, inglés3…; vaca1; vaca2, vaca3…; comunista1,
comunista2, comunista3… La palabra nos indica lo que tienen en común los
individuos consignados; el número, lo que tienen de peculiar. De aquí el título
de este párrafo, que debe servir de norma general para nuestros pensamientos
y nuestras lecturas: la vaca1 no es la vaca2; el judío1 no es el judío2… Esta
regla evita la confusión de los niveles de abstracción e impide que
deduzcamos conclusiones precipitadas de que más tarde tengamos que
arrepentimos.
La verdad
La mayor parte de los problemas intelectuales se reducen, en fin de cuentas, a
cuestiones de clasificación y nomenclatura.
Por ejemplo: ¿puede ser considerado como músico un tocador de
armónica en los Estados Unidos? La Federación Norteamericana de Músicos
dispuso hasta 1948 que la armónica era un juguete. Por tanto, quienes la
tocaban profesionalmente solían pertenecer al Gremio Norteamericano de
Artistas de Variedad. Pero en 1948, al ver la Federación que este género se
estaba haciendo popular y que quienes se dedicaban a él hacían la
competencia a los miembros de dicha unión laboral, resolvió que eran
músicos también, lo cual pareció mal al presidente del gremio, quien
inmediatamente declaró una guerra jurisdiccional a la Federación.
Thurman Arnold refiere otro caso de problema clasificador:
Cierta empresa de la construcción estaba sacando yeso a flor de
tierra. Si aquello se consideraba como una mina, pagaba un impuesto;
si como una empresa manufacturera, pagaba otro. Se citó a
especialistas, quienes casi llegaron a las manos; tanto les irritó la
estupidez de quienes no comprendían que aquello era esencialmente
una mina, o una manufactura. La consecuencia fue un extenso informe
que tuvo que estudiar la Suprema Corte del estado sobre este problema
importante de “hecho[3]”.
¿Es la aspirina una droga, o no? En algunos estados norteamericanos está
conceptuada legalmente como droga y, por tanto, sólo pueden venderla
farmacéuticos con licencia. Si la gente quisiera comprarla en tiendas de
comestibles, cafeterías, etc., como en otros estados, habría que volver a
clasificarla como “no droga”.
¿Es la medicina una profesión o un oficio? ¿Es músico el tocador de
armónica, o la aspirina es droga? Suele contestarse a estas preguntas
consultando el diccionario o posibles fallos legales anteriores, con cuantos
tratados estudian el tema; pero la decisión final no depende de la autoridad o
jurisprudencia asentada anteriormente, sino de lo que quiere la gente. Harán
que la Suprema Corte, o el sindicato, o la federación o el gremio definan las
cosas como quiere el público. Si a éste no le interesa la decisión de si es
músico o no el tocador de armónica, la adoptará el sindicato o la unión más
fuerte. La cuestión de si la aspirina es droga no se elucidará diccionario en
mano, sino a base de dónde y en qué condiciones quiere el pueblo comprarla.
Siempre es la sociedad la que clasifica las cosas como quiere, aunque
tenga que esperar a que se hayan muerto todos los magistrados de la Suprema
Corte, y a que se designe otro grupo judicial totalmente nuevo.
Y al lograrse la decisión deseada, la gente dice: “¡La verdad ha
triunfado!” En suma: la sociedad considera verdaderos los sistemas de
clasificación que producen los resultados apetecidos.
La prueba científica de la verdad es estrictamente práctica, lo mismo que
la prueba social, sólo que los “resultados apetecidos” se limitan más
severamente. Los resultados que desea la sociedad pueden ser irracionales,
supersticiosos o egoístas, pero los que desean los científicos se reducen a que
nuestros sistemas clasificadores produzcan resultados previsibles. Como ya
hemos repetido, las clasificaciones determinan nuestras actitudes y nuestra
conducta respecto al objeto o hecho clasificado. Cuando se consideraba el
rayo como “señal de la cólera divina”, sólo se apelaba a la plegaria para
impedir ser herido por la exhalación. Pero en cuanto se clasificó como un
fenómeno de “electricidad”, Benjamín Franklin frustró los efectos del rayo
con su invento del pararrayos. Antiguamente se clasificaban ciertos trastornos
físicos bajo la etiqueta de “posesión diabólica”, idea de la que salió el
“expulsar los demonios” con hechicerías o exorcismos. Los resultados no eran
seguros. Pero cuando se clasificaron estos trastornes entre las “infecciones
bacilares”, se arbitraron cursos de acción cuya aplicación condujo a resultados
más previsibles y positivos.
La ciencia sólo busca los sistemas de clasificación más útiles en general; y
de momento los considera como “verdaderos”, hasta que se crean
clasificaciones más útiles.
APLICACIONES
I
Deténgase a estudiar un poco la página de chistes de cualquier revista
popular, y los que encuentre en un espectáculo de variedad, en una comedia o
en una película, y analice los casos en que el humorismo depende de cambios
súbitos e inesperados de clasificación. Así, el que toca el bombo en una
orquesta, al golpear con su pequeño mazo a otro individuo en la cabeza, está
reclasificando ésta, al convertirla en instrumento musical. He aquí algunos
ejemplos:
II
Léanse con cuidado y coméntense los siguientes sueltos de prensa:
III
Hay una prueba sicológica que puede convertirse en la base de un ejercicio
interesante en su propia casa, sobre todo si hay niños. Tire sobre una mesa
una serie de objetos heterogéneos: un martillo, un destornillador, una
manguera, algo de equipo de cocina, cucharas de metal, cucharas de plástico,
piezas eléctricas, juguetes, tijeras, equipo de pesca o deportivo… hasta
veinticinco objetos, o más. Diga a sus amigos que hagan con ellos dos grupos
según distintos sistemas de clasificación, y que lo repitan por lo menos cinco
veces, cambiando de sistema, por iniciativa propia sin indicación alguna por
parte de usted. Tome nota de esos sistemas y del orden en que son utilizados
(por ejemplo: pintados y sin pintar; de metal y de otras substancias; juguetes y
no juguetes). Observe también dónde hubo indecisión por parte de los que
realizan la clasificación (¿pertenecen los martillos de juguete a las
herramientas? ¿es de plástico un objeto de goma dura?) y qué objetos parecen
no clasificables. Si no entiende usted alguna clasificación, pregúnteselo. Si
quieren hacer más de dos categorías, formando una tercera o cuarta pila, tome
nota de las razones que alegan. Escriba los resultados y deduzca las
conclusiones que se le ocurran.
Salvatore Russo y Howard Jaques son autores de un trabajo titulado
“Semantic Play Therapy[4]”, acerca de un muchacho de once años con
trastornos emocionales, que “se aferró tan rígidamente a sus categorías que
quedó esclavizado por ellas… Cuando su uso obstinado le resultaba molesto y
hasta doloroso, tenía crisis de depresión, llanto o cólera”. Los autores del
trabajo explican el tratamiento a que se le sometió: se reducía casi a dejarle
jugar con montones de objetos diversos. Este trabajo es instructivo para esta
aplicación.
IV
He aquí unos cuantos problemas difíciles de clasificar:
1. ¿Cuál puede ser la intención del individuo que dice: “Lo que la gente
llama conejos con liebres, y lo que llama liebres son conejos”?
2. Cuando se llama persona legal a una corporación, ¿qué características
personales se le atribuyen, y cuáles se omiten?
3. ¿En qué circunstancias se puede llamar “fruta” a los tomates, y en qué
circunstancias, “hortaliza”? ¿De qué otra manera pueden clasificarse?
4. ¿Cuándo es “amateur” un atleta? Investigue las normas del
“amateurismo” en tres o cuatro deportes (fútbol, boxeo, tenis, etc.) y las
compensaciones económicas que perciben. En Inglaterra, hasta 1962 se
distinguía entre “gentlemen” (amateurs) y “jugadores” (profesionales);
se vestían en diferentes cabinas y comían en diferentes mesas, aunque
jugasen en el mismo equipo de cricket. ¿A qué se debía esta diferencia, y
por qué se abolió? ¿Por qué no se paga a los atletas universitarios
norteamericanos un salario de profesionales, o, por lo contrario, no se les
considera completamente “amateurs”, sin compensación económica
alguna?
V
Dicen que Suecia es la primera nación del mundo en porcentaje de suicidios.
Pero hay quien alega que muchas de las muertes clasificadas de otra manera
en los demás países se consideran suicidios en Suecia. Quizá interese a
algunos lectores investigar este problema: ¿Hay mayor proporción de
suicidios en Suecia que en el resto del mundo? Expónganse algunos
significados de la palabra “suicidio”.
No estaría mal advertir, a propósito de esto, que el doctor F. G.
Crookshank atribuye el alto número de algunas enfermedades o incidencias
morbosas que los médicos creen que es la misma; por tanto, se trata de
diagnóstico, no de estadística: puede consultarse “The Importance of a Theory
of Signs and a Critique of Language in the Study of Medicine”, Suplemento
II, en The Meaning of Meaning, de C. K. Ogden e J. A. Richards.
VI
Según un autor por lo menos, los números-índice de que hemos hablado en
este capítulo no tienen la importancia que les atribuimos, sino que son un
engorro para la acción social. Hágase un comentario sobre esta opinión,
atacada enérgicamente en el siguiente pasaje:
Imaginémonos un semántico en Polonia, Francia, Noruega, Grecia o
cualquier país ocupado por los nazis… Allí, donde la resistencia
revolucionaria al yugo extranjero cía la única terapéutica constructiva, se
verían claramente los efectos contraproducentes del culto a la semántica.
Claro que el nazi1 no era el nazi2 ni el nazi3, pero lo importante para sus
víctimas era que todos observaban la misma conducta destructiva y
antihumana. En el período que se avecina… habrá, sin duda alguna, más
acciones destructivas de grupo, que deben contrarrestarse con luchas positivas
y heroicas de carácter constructivo. Las enconadas rivalidades imperialistas
amenazan aciagamente nuestros esfuerzos por la paz mundial. Nos vemos en
situaciones más críticas que las que hasta ahora conozca la historia humana.
En estos tiempos, aferrarse al culto semántico equivale a… exponernos sin
defensa a todos los tiros mientras nos dedicamos a juegos privados. Por eso
creo que esto no debe considerarse como otro pasatiempo curioso, sin
importancia, de los que presumen de intelectuales. Debe denunciarse como
una amenaza para la acción social constructiva, que tan urgentemente
necesitamos.
—MARGARET SCHLAUCH, “The Cult of the Proper Word”, New Masses
13. LA ORIENTACIÓN DILEMÁTICA
Los que han pasado por la universidad, dijo el estudiante, saben más y,
por tanto, son mejores jueces del pueblo. ¿Pero no está usted dando por
supuesto, le pregunté, que la universidad no sólo enseña lo que solemos
llamar “saber”, sino además lo que entendemos por “discreción” o
“prudencia”? Oh, replicó, usted cree que de nada vale estudiar en un centro
universitario.
—FRANGÍS P. CHISHOLM
En cuanto atribuimos a otro grupo categoría de enemigo, ya sabemos que
no puede uno fiarse de él… que quienes lo integran son la maldad
personificada. Y tergiversamos cuanto dicen para hacerlo encajar en nuestra
idea.
—JEROME D. FRANK
Cuando decimos: “Hay que escuchar a las dos partes”, suponemos, sin
más, que en toda cuestión hay dos partes, y sólo dos. Tendemos a pensar en
plan de términos opuestos: lo que no es bueno tiene que ser forzosamente
malo, y lo que no es malo es bueno. De niños, siempre preguntábamos si el
rey tal o cual era bueno o malo. Las masas políticas consideran al mundo
dividido entre buenos y malos, como en las películas del Oeste; entre
derechistas o izquierdistas, rojos o conservadores. Otro tanto ocurre con los
que no quieren creer en las naciones “neutralistas”: a la fuerza han de estar
con nosotros o con los rusos. A esta propensión simplista a repartir el mundo
en dos mitades opuestas, sin posición inedia alguna, la llamamos orientación
dilemática.
En una situación de lucha física, esta orientación es inevitable y necesaria:
todo se reduce, en el ardor del combate, a dos objetos: yo y el enemigo.
Ayuda a esta actitud a rajatabla del mundo, la hipertensión cardiaca, la
aceleración de la circulación sanguínea, la mayor tensión muscular y la
descarga de hormonas de las glándulas suprarrenales en nuestra sangre,
contrayendo nuestras arterias y haciendo más lento el fluir de la corriente
sanguínea en caso de daño corporal. Esta capacidad para movilizar todos los
recursos mentales y físicos individuales ante el peligro —que el fisiólogo
Walter B. Cannon llamó mecanismo de lucha o huida— ha sido necesaria
para la supervivencia de la raza humana a lo largo de la mayor parte de su
historia, y probablemente sigue siéndolo.
Sin embargo, no valen para la vida en un alto nivel de desarrollo cultural
los recursos primitivos del temor, del odio y de la ira. Aunque alguna vez
sintamos deseos de arremeter contra nuestros contrincantes, y hasta de
matarlos, casi siempre tenemos que contentarnos con ataques verbales:
ponerles motes, criticarlos, acusarlos al jefe, elevar quejas y hasta, en casos
raros, entablarles pleitos legales. Los insultos no quebrantan huesos ni hacen
brotar la sangre por sí solos, por brutales que sean. De aquí que algunos
individuos —sobre todos quienes pierden fácilmente los estribos y tardan en
recuperar su temple y serenidad—, están sometidos a un estímulo excesivo
casi constante, bajo la influencia de una concentración exagerada de
adrenalina en su organismo. Para estos individuos, la orientación dilemática
viene a constituir un modo de vida.
La lógica dilemática
La expresión “orientación dilemática” se debe a Alfred Korzybski, a quien
principalmente interesaban las orientaciones que determinan la cordura o el
trastorno mental de las reacciones semánticas humanas. Aunque afirmó que la
orientación dilemática era característica de un intelecto primitivo p
emocionalmente trastornado, no se pronunció contra la lógica dilemática. La
lógica corriente, por ejemplo, la que empleamos en aritmética, es
rigurosamente dilemática. En el plano de la aritmética ordinaria, dos más dos
son cuatro. Esta es la verdad, y cualquiera otra fórmula está equivocada.
Muchas demostraciones geométricas se basan en la llamada “prueba
indirecta”; es decir: para demostrar algo, se supone lo contrario, hasta que, en
el desarrollo del teorema, se advierte una contradicción evidente: ésta resulta
falsa, con lo cual se considera verdadera la proposición original. Aquí
también se aplica la lógica dilemática. Korzybski no se metía con la
aritmética ni con la geometría; tampoco el autor de este libro.
La lógica es un conjunto de normas que regulan la armonía o el acuerdo
en el uso del lenguaje. Cuando hablamos lógicamente, nuestras frases están de
acuerdo y en armonía entre sí; serán mapas exactos o no de territorios reales,
pero esto cae fuera del campo de la lógica. La lógica es el lenguaje sobre el
lenguaje, no sobre las cosas o los hechos. Dos y dos son cuatro, aunque se
trate de cosas distintas, porque lo único que se dice con esa proporción es que
“cuatro” es el nombre de “la suma de dos más dos”. Sobre ella, puede
preguntarse dilemáticamente: “¿Es verdadera o falsa?” Es decir: “¿Está o no
en armonía con el resto de nuestro sistema? Si decimos que sí, ¿no llegará un
momento en que nos contradigamos?” La lógica dilemática, conjunto de
reglas para establecer el raciocinio, es uno de los instrumentos que pueden
poner en orden el caos lingüístico. Es indispensable, naturalmente, en la
mayor parte de las matemáticas.
Al tratar de ciertos temas con algunos grupos especiales de gente, puede
“pulirse” el lenguaje, es decir, disciplinar las locuciones para que tengan la
claridad tan necesaria en las matemáticas. En esos casos, puede acordarse
llamar “gatos” a determinados animales, “democracia” a ciertas formas de
gobierno, y “helio” a un gas. También habría que determinar claramente qué
no eran estas tres cosas. La regla dilemática de la lógica tradicional
(aristotélica): “Esto es un gato o no lo es”, y su “ley de identidad”, a saber:
“Un gato es un gato”, prestan un gran servicio cuando entendemos estos
principios como medios para crear y mantener el orden en el vocabulario.
Podrían interpretarse así: “Para entendernos, tenemos que acordar si vamos a
llamar o no gato a este animal”. Y “una vez acordado esto, mantengámonos
fieles a ello”.
Desde luego, estos acuerdos no solucionan del todo el problema de qué
nombres deben ponerse a las cosas, ni garantizan la certeza de las
declaraciones lógicamente deducidas. En otras palabras, como se dijo en el
Capítulo 10: las definiciones no describen las cosas, sino los hábitos
lingüísticos, y muchas veces los prescriben. Por tanto, aun con los acuerdos
más estrictos respecto a qué animales llamar gatos, las deducciones lógicas
que saquemos acerca de los gatos pueden no ser verdaderas al examinar
extensionalmente al Gato1, …2 y …3.
Por ejemplo:
Los gatos son animales que mayan;
es así que A1, A2, y A3 son gatos,
luego mayan.
Pero ¿si A3 está ronco y no puede mayar? El gato pensado no es el gato
real. Cada gato es distinto, es un proceso en cambio constante, como la vaca
Palmira. Por tanto, la única manera de garantizar la verdad de las deducciones
lógicas es hablar del gato intencional, no de los gatos extensionales: los
primeros siempre mayan.
Este principio se entiende perfectamente en matemáticas. El punto
matemático —que no ocupa espacio alguno— y el círculo matemático —
figura cerrada, en que todos los puntos equidistan del centro— sólo existen en
su definición; cualquier punto real ocupa espacio, y cualquier círculo real
carece de circularidad. De aquí que, según dice Einstein, “las leyes
matemáticas no son ciertas en cuanto se refieren a la realidad; y en lo que son
ciertas, no se refieren a ella”. Por eso, hasta en la química, cuyo vocabulario
es estricto y está perfectamente “disciplinado”, las deducciones lógicas deben
comprobarse con la observación extensional. Este es otro motivo de la
importancia que tiene la regla de la orientación extensional: A1 no es A2. Por
mucho cuidado que se ponga en la definición de la palabra “gato”, y por muy
lógicamente que se razone, habrá que examinar a los gatos extensionales.
Se cree sin motivo que la lógica reducirá considerablemente la
incomprensión, aunque todos sabemos que con quienes es más difícil convivir
es con los que se jactan de su lógica. Esta sólo puede conciliar a la gente
cuando hay acuerdos previos y severos sobre lo que significan las palabras,
como en las matemáticas o en las ciencias. Pero sólo existen vagos acuerdos
lingüísticos entre católicos y protestantes, entre científicos y místicos, entre
deportistas y gente a quien sólo interesa el dinero. Por eso, tenemos que
aprender en la conversación corriente con las personas, su vocabulario: eso es
lo que hacen sin querer cuantos tienen sensibilidad y tacto.
Por tanto, no es de recomendar, excepto en matemáticas y en los campos
en que haya claros acuerdos lingüísticos, la lógica dilemática tradicional[5],
porque no tardará en convertirse en orientación dilemática, cuyos resultados
ya nos son conocidos.
Rara vez interesó a Korzybski el contenido concreto de las ideas de la
gente, religiosa o irreligiosa, liberal o conservadora. Le interesó más bien
cómo sostenían sus creencias y convicciones, a base de una orientación
dilemática (“yo tengo razón y todos los demás están equivocados”) o a base
de una orientación polifacética o multilateral (“no sé… veamos”). Korzybski
atribuía la orientación dilemática a la “internalización” de las leyes de la
lógica aristotélica:
A es A (ley de identidad);
Todo es A o no A (ley del “medio excluido”);
Nada es A y no A (ley de no contradicción).
Él consideraba su propio sistema como internalización de la lógica
moderna multilateral y de infinitos valores. Por eso, llamaba a la semántica
general “sistema no aristotélico”. Esto ha hecho pensar a algunos que se
pronunciaba contra Aristóteles, pero no era así. Sólo se pronunciaba contra la
locura individual y nacional. Aristóteles fue, sin duda, uno de los hombres
más cuerdos de su tiempo; pero el que se limite, en los nuestros, al saber y al
pensamiento de Aristóteles, difícilmente se conducirá con cordura.
Resultados contraproducentes
Es evidente que con orientaciones dilemáticas no se logran los fines
propuestos. Las turbas que durante la primera Guerra Mundial obligaban a
besar la bandera a los pacifistas o a los grupos religiosos disidentes, no
servían a la causa nacional, sino que la debilitaban con los resentimientos
enconados que creaban. Los linchamientos del sur de los Estados Unidos no
solucionaron el problema negro, sino lo intensificaron. Los criminales se
empecinan más en el crimen ante la manera como los trata la sociedad y la
policía dilemáticas. En una palabra: esta orientación de sí o no reactiva la
agresividad, pero reduce considerablemente la capacidad para valorar al
mundo. Cuando se utiliza para efectos distintos de la lucha, casi siempre se
obtienen resultados contraproducentes.
Sin embargo, algunos oradores y editorialistas se dejan arrastrar con
extraordinaria frecuencia por rudas actitudes dilemáticas, aunque dicen que es
en aras de la paz, de la prosperidad, del buen gobierno, etc. ¿Es que no
conocen otro estilo? ¿O tan bajo concepto tienen de su público, que creen que
“sale sobrando la delicadeza”? Acaso se deba a que son sinceros, o a que su
furor dilemático contribuye a distraer la atención pública de otros problemas
urgentes y prácticos, lo cual es una explicación poco agradable, pero
sumamente probable en muchos casos. Al levantar una polvareda sobre el
“ateísmo en la universidad”, “los comunistas que se infiltran en el gobierno”,
o “la guerra en el sudeste Asiático”, impiden que la gente se fije en la
desmoralización administrativa o en las terribles desigualdades sociales.
APLICACIONES
I
Es muy importante distinguir entre frases dilemáticas y orientación
dilemática. Casi todos pronunciamos las primeras en algún momento:
“Si no voy en avión, no voy”. Pero ¿cuándo podemos decir que la
orientación es dilemática? ¿Ha incurrido en ella el autor de este libro al hacer
alguna declaración? Repase la obra y vea en cuántos casos ha ocurrido esto.
¿Puede decirse, en consecuencia, que hay orientación dilemática?
Redacte un trabajo de 500 palabras, haciendo un esbozo de la mentalidad
dilemática que encuentre usted en su vida diaria.
II
Esta orientación existe acusada o débilmente, fina o violentamente, en los
fragmentos que reproducimos a continuación. Analícelos con cuidado,
reflexionando: “¿Hasta qué punto puedo fiarme del criterio del autor? ¿O no
puedo fiarme en absoluto? ¿Es una orientación dilemática meramente literaria
y estética?”
sellos de
“GUERRA AL COMUNISMO”
III
Stuart Chase, versado en la semántica aristotélica y en la que no lo es, y
siempre autor interesante y ameno, expone muchos ejemplos útiles y
divertidos de errores cometidos en el proceso de pensar, en su obra Guides to
Straight Thinking (1956). Otro libro útil es How to Think Straight, de Robert
H. Thouless (1950), especialmente interesante a propósito del entimema, o
silogismo de una premisa nada más. Véase también Richard D. Altick,
Preface to Critical Reading (1951), y Harold F. Graves y Bernard S. Oldsey,
From Fact to Judgment (1957).
14. LA ORIENTACIÓN MULTILATERAL
La fe en la razón no consiste únicamente en creer en nuestra razón, sino
más todavía en la de los demás. Así, aunque el racionalista se cree
intelectualmente superior a los demás, no quiere presumir de autoridad
porque sabe que si su inteligencia es superior a la de los otros (cosa difícil
para él de calibrar), sólo lo es en tanto que puede aprender de las críticas y
de las equivocaciones propias y ajenas, y que esto sólo es posible tomando en
serio a los demás y sus argumentos. Por tanto, el racionalismo tiene que
admitir que los demás tienen derecho a ser oídos y a sostener sus
argumentos.
—KARL. R. POPPER
Cuestión de grados
El lenguaje cotidiano se caracteriza, salvo en las discusiones y controversias
violentas, por la que pudiera llamarse orientación multilateral o polifacética.
Tenemos nuestras escalas de juicios: no basta el “bueno” y el “malo”, sino
que además tenemos el “muy malo”, “no está mal”, “regular”, “muy bueno”,
“sobresaliente”, “excepcional”; además formulamos juicios mixtos: tal o cual
cosa es en parte buena y en parte mala. En lugar de “cuerdo” y “loco”, hay
grados apreciativos de “completamente cuerdo”, “bastante equilibrado”,
“ligeramente neurótico”, “cuerdo en la mayor parte de los casos y temas”,
“neurótico”, “sumamente neurótico”, “sicótico”. Cuanto más distingamos,
más acciones posibles se presentan ante nosotros. Esto quiere decir que se
intensifica nuestra capacidad para reaccionar debidamente a las múltiples
situaciones complejas de la vida. El médico no establece dos categorías de
“sanos” y “enfermos”, en que quepan todos, sino que distingue numerosos
estados que pueden calificarse de “enfermedad”, y aplica un número
indefinido de tratamientos o combinaciones de tratamientos.
La orientación dilemática se basa, como hemos visto, en sólo un interés.
Pero a los seres humanos les interesan muchas cosas: comer, dormir, tener
amigos, publicar libros, vender fincas, construir puentes, oír música, mantener
la paz, dominar la enfermedad… Algunos de estos deseos son más fuertes que
los otros, y la vida presenta el problema perpetuo de comparar un conjunto de
deseos con otro y de tomar decisiones: “Desearía quedarme con el dinero,
pero me parece que es mejor que compre ese automóvil”. “No me gusta el
sabor de la medicina, pero quiero y necesito tomarla”. “Quisiera ser abstemio,
pero me gusta tanto el vino…” Para equilibrar los distintos y complicados
deseos que la civilización provoca en nosotros, necesitamos una escala cada
vez más finamente graduada de valores, y además, previsión, no sea que al
satisfacer un deseo dejemos fallidos otros más importantes. A esta capacidad
de ver las cosas en función de más de dos valores, la llamaremos orientación
multilateral.
APLICACIONES
I
Considere las ventajas de la orientación dilemática y polifacética en las
siguientes situaciones, exponiendo sus razones en cada caso:
II
Korzybski dice que la estructura idiomática indoeuropea contribuyó
considerablemente a nuestra tendencia a la orientación dilemática con su
acusado sentido del sí y del no. Benjamín Lee Whorf también reconoce la
influencia del lenguaje en el pensamiento; hablando el hopi o el thai, costaría
trabajo pensar como los que hablan inglés. (Véase Science and Sanity, de
Korzybski, especialmente los capítulos 4, 5 y 7; y The Selected Writings of
Benjamín Lee Whorf, rec. John B. Carroll).
Stuart Chase aplica de la siguiente manera, en su obra Power of Words
(1954), las teorías de Korzybski y Whorf sobre la relación de lenguaje y
pensamiento. Léase detenidamente y hágase un comentario sobre lo que cada
uno sepa o conjeture respecto a la China comunista de nuestros días:
Los lingüistas han indicado que el chino es un idioma multilateral, no
principalmente dilemático como el inglés y las lenguas de Occidente en
general. Nosotros decimos que las cosas tienen que ser buenas o malas,
verdaderas o falsas, limpias o sucias, negras o blancas, sin matices grises.
Cuando un economista habla de un término medio entre socialismo y
capitalismo, estos dos campos se abalanzan contra él para aniquilarlo. (Yo he
sido ese desgraciado economista).
Los chinos no son aficionados a estos extremismos: para ellos, la mayor
parte de las situaciones tienen matices grises, y reconocen fácilmente muchas
soluciones intermedias. Por eso, las ideologías chinas han sido tolerantes
tradicionalmente, sin el fanatismo occidental… Esta afortunada carencia de
actitudes dilemáticas plantea un interesante problema. El comunismo, tal
como lo formuló Marx y lo desarrolló Lenin, es rigurosamente dilemático. El
heroico obrero se enfrenta con el perverso capitalista, y uno u otro tiene que
salir derrotado. No hay margen para matices o tonalidades, ni tampoco para
espectadores inocentes. Los que no están con nosotros están contra nosotros.
¿De qué lado está usted?
El idioma ruso es indo-europeo, y el pensamiento dilemático es fácilmente
aceptado por sus oradores. Lo mismo ocurre con los altos lideres del
comunismo chino, porque fueron adoctrinados en Moscú y aprendieron el
ruso. Pero hay cuatrocientos millones de chinos que no han ido a Moscú ni
han aprendido el ruso… y son pocas las probabilidades de que lo hagan.
Entonces, ¿cómo podrá el pueblo chino llegar a ser buen comunista
ideológico, puesto que le resulta tan difícil, si no imposible, tomar en serio la
dialéctica esencial del marxismo? La estructura de su idioma parece excluir la
idea.
III
Una de las maneras mejores para entender y aplicar algunas de las principales
ideas de este capítulo, es hacer experimentos sobre la eficiencia de dichas
ideas con otros que lo hayan leído.
Por ejemplo: selecciónese algún tema discutible de interés verdadero para
el grupo conocedor de las distinciones que hemos hecho, como la censura de
las películas o de la televisión, el gobierno mundial, el seguro de salud para
todos los miembros de la nación, el pacifismo o la necesidad de sindicarse
para trabajar. Invítese a dos miembros del grupo a que presenten una
discusión del tema con una persona que haya pensado sistemáticamente de
forma dilemática sobre él (“todas las censuras son detestables”, “el gobierno
mundial acabaría con la libertad”); es decir: uno de los polemistas será de
pensamiento dilemático y el otro adoptará una orientación multilateral.
Después, organícese otra discusión sobre el mismo tema con dos
miembros distintos del grupo, adoptando uno de ellos la orientación
dilemática, y el otro la actitud de “explíquese usted… hábleme más de esto…
veamos”, que indicamos en el capítulo.
No hace falta que dure mucho; con tres o cinco minutos puede bastar. Un
comentario sobre la demostración, seguida quizá por otra, será suficiente para
apreciar lo que es una justa verbal, en comparación con la aplicación
sistemática de la orientación multilateral. Es conveniente que el primer
comentario crítico corra a cargo del que más haya intervenido en la
organización. Después deberá hablar su colaborador, y luego los demás
presentes.
15. POESIA Y PUBLICIDAD
El anuncio es una de las formas literarias modernas más interesantes y
difíciles.
—ALDOUS HUXLEY
Arte y vida
Como vimos en el Capítulo 8, para que el lector disfrute de la literatura y del
teatro tiene que identificarse con sus situaciones y personajes. El mismo
principio vale, naturalmente, para la poesía y la publicidad. Al leer versos,
nos identificamos con los paisajes exteriores o interiores creados por el poeta,
o con él mismo. El anunciador nos invita también a beber su refresco, a
probar su aceite en un sabroso pollo frito, o a sentarnos al volante del último
modelo de automóvil.
La identificación poética supone en el lector gran atención y poder
imaginativo; no todos logran identificarse con el protagonista de Platero y yo,
de Juan Ramón Jiménez, o con el enamorado de Teresa, de Espronceda. En
cambio, la identificación con el anuncio es fácil y agradable: le entran a uno
ganas de ponerse aquella flamante camisa o de adornar su cuello con aquellas
perlas maravillosas. Dejándose llevar por el clima de los anuncios, la vida es
alegre, llena de venturas… “¡Goce la vida a sorbos de esta cerveza!”
Poesía y publicidad se apoderan de nuestra imaginación y contribuyen a
que nos formemos las ideas que van a determinar en gran parte nuestra
conducta. Como dijo Oscar Wilde, “la vida es una imitación del arte”. Igual
pasa con la poesía y la publicidad: por eso son verdaderamente “creadoras”
las dos. Los profanos en el campo de la publicidad suelen extrañarse, y a
veces bromear, al enterarse de que se llaman “departamentos creadores” a
aquellos en que se confeccionan los anuncios, y su jefe recibe el título de
“director de creaciones”. Pero, pensándolo bien, el título es adecuado, aunque
a uno no le guste lo que allí se crea.
Llamemos poesía a esta magia (o treta) verbal, puesto que se propone dar
una dimensión imaginativa, simbólica o ideal a la vida y a cuanto hay en ella.
Si hablamos por separado de lo que ordinariamente llamamos poesía y
publicidad, califiquemos a la segunda de “poesía pagada”.
Entendiéndolo así, veremos que nuestra edad no está horra de poesía,
porque la metemos hasta en los bienes de consumo. Estamos más en contacto
con la poesía (o quizá mejor, la poesía viene a buscarnos más) que en ninguna
otra época de la historia. No puede uno oír cinco minutos de música por la
radio ni gozar diez de un programa de televisión, sin que nos espeten un
panegírico de la cerveza, o de determinado desodorante u hoja de afeitar. La
mayor parte de las revistas norteamericanas de gran circulación están
pletóricas de poesía pagada sobre repuestos eléctricos, prendas de vestir,
licores, automóviles, artículos de limpieza, etc., poesía vistosamente ilustrada
a todo color y sin escatimar el dinero, de modo que leer artículos o ensayos en
medio de aquella profusión abigarrada de anuncios llamativos es como
estudiar álgebra en plena Times Square la noche de Año Nuevo.
La miñón del poeta cortesano o protegido
El que la poesía esté pagada no quiere decir necesariamente que sea mala. En
todos los tiempos ha habido poetas protegidos por mecenas, aunque no
propiamente pagados. El poeta cortesano o laureado es ejemplo típico de ello.
El emperador, el rey o el noble le pasaba una pensión para que escribiese
odas, elegías o epopeyas en determinadas ocasiones, y cantaba la grandeza y
el poder de aquel a cuyo servicio estaba, celebrando la ventura del pueblo que
tenía la suerte de estar bajo su cetro benigno, justo y paternal. Los buenos
poetas protegidos se elevaron sobre el nivel de la lisonja personal y dieron a
veces expresión a los más altos ideales de su tiempo y de su patria. Virgilio
fue protegido por el emperador Augusto. Cuando escribió la Eneida, “lo que
tenía que hacer era escribir una obra de arte con gran escala, que representase
una acción gloriosa de la edad heroica, y al mismo tiempo expresase las ideas
y sentimientos esenciales de la época actual, lo que redundaría en gloria de
Roma y loor a su gobernante” (Enciclopedia Británica, 11a edición). En
suma: Virgilio tenía un Mecenas y una pensión. Sin embargo, debido al
carácter de Virgilio como poeta y como hombre y a la consagración auténtica
a su tarea, de allí salió un ilustre poema; según muchos, el más glorioso de su
tiempo.
En la poesía española, Garcilaso de la Vega, poeta cortesano, aunque no
precisamente a sueldo, si bien, como contino de la casa del rey, gozaba de
49.000 maravedíes de salario, fue prez y lustre de las letras castellanas. Así lo
atestiguan sus Eglogas inmortales, dedicadas al virrey de Nápoles, que
comienzan:
El dulce lamentar de dos pastores,
Salido juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
de pacer olvidadas, escuchando.
Muchos antes de él, en la Edad Media, cuando los monarcas tenían sus
cronistas, y después de él, Cervantes, por ejemplo, protegido del duque de
Sessa, entre otros poetas ilustres que pudiéramos citar, honraron la literatura
española, sin vender su musa. Los trabajos de Persiles y Sigismunda, novela
de Cervantes, fue dedicada, por su autor al conde de Lemos cuatro días antes
de morir.
A veces, el pendón patrio o las glorias nacionales dan pie también a
anuncios dé tipo comercial, como el de la compañía de seguros, publicado en
los periódicos de Boston y en las revistas nacionales norteamericanos, tras un
solemne epitafio al Soldado Desconocido de la segunda Guerra Mundial.
Helo aquí:
Ese desconocido es mi hermano
Esta es la historia de un hombre, a quien no conocí, aunque sé toda su
vida.
Murió y está enterrado en una tumba de pulido mármol, cuyo esplendor le
causaría sorpresa a él mismo. La gente viene de todas partes para inclinar ante
él la cabeza, con la mirada grave y los corazones anegados de tristeza por este
hombre a quien no conocieron.
Como vestía uniforme cuando murió, le llaman el Soldado Desconocido.
Creo que fue un buen soldado, aunque su oficio no fue nunca pelear. No me lo
dijo, pero estoy seguro de que era un hombre de paz.
Nació en un rancho de los Dakotas… ¿o no sería en la casilla de un
minero de Pensilvania, en una vivienda del Bronx, en una casa de campo de
Texas o en un apartamiento de Park Avenue? No sé qué decir, pero ahora
estoy ante su tumba, sombrero en mano, rindiendo honores a este hombre a
quien no conocí.
¿Sería un poeta, un tenedor de libros, un chofer de camión, un cirujano, un
leñador, un recadero, un estudiante? Cuando lo hirió el proyectil, ¿estaba
contando un chiste, maldiciendo a su sargento o escribiendo a su familia?
No sé. Porque cuando escogieron a este hombre entre todos los que
murieron ignorados, lo encerraron en silencio en un ataúd, y sólo Dios sabe
quién era.
Pero me consta que es acreedor a nuestro respeto y a nuestros honores.
Porque, fuera quien fuese, estoy seguro de que creyó, como yo, en la igualdad
de los hombres, en la promesa de los hombres, en el deber de los hombres a
vivir justamente unos con otros, y consigo mismo.
Por eso estoy aquí, sombrero en mano, en actitud reverente ante el
sepulcro de un extraño que es mi hermano, mi padre, mi hijo, mi paisano y mi
amigo.
—John Hancock Mutual Life Insurance Company,
Boston, Massachusetts
El autor de este anuncio desempeñó la misión de poeta laureado de una
nación que no tiene poetas laureados.
APLICACIONES
I
¿Hasta qué punto confirman los siguientes anuncios nuestra idea de que,
cualquiera que sea el objeto cuya venta se propone, el publicista debe darle,
como hace el poeta, un significado simbólico de algo superior a él? Desde
luego, es evidente la falta de información que hay en los anuncios y el diluvio
de connotaciones afectivas que los inunda. Sin embargo, es muy conveniente
analizar a fondo ejemplos como los que exponemos a continuación, separando
la información comprobable sobre el producto de sus significados afectivos y
simbólicos. ¿De qué se hacen simbólicos los productos de estos anuncios?
Recomendamos al lector que consigne en sendas columnas separadas los
valores informativos, por una parte, y afectivos y simbólicos, por otra:
Valores informativos:
El jugo de tomate se hace de tomates.
Valores afectivos y simbólicos:
Como usted es de gustos finos y sabe distinguir, preferirá el jugo de
tomate hecho de tomates superiores y excepcionales, al de tomates
ordinarios y comunes. La persona corriente no notará la diferencia, pero
usted sí. Tomar nuestro jugo de tomate equivale a simbolizar sus
personales gustos aristocráticos y su modo aristocrático de vida.
—Anuncio imaginario
III
En los siguientes anuncios no se hace publicidad de un articulo concreto ni de
un establecimiento comercial: tienen un objeto más general. Tratan de
modificar o confirmar ciertas opiniones y actitudes, sin el propósito de que el
lector salga a comprar un producto específico. ¿Cuáles son los hábitos y
actitudes que intentan fomentar los modelos de anuncios que ponemos a
continuación? ¿Son estos modos de pensar y proceder los suyos? Haga un
comentario a favor o en contra del contenido de estos anuncios, y exponga las
razones que tenga para ello.
—Anuncio imaginario
—Anuncio imaginario
No le cuesta NADA.
Es un servicio gratis de nuestra CRUZADA CONTRA LA ENFERMEDAD Y LA
MISERIA.
—Anuncio imaginario
16. SINFONOLAS HUMANAS
La costumbre de hablar a todas horas sin ton ni son es indicio de
deficiencia mental.
—WALTER BAGEHOT
La verborrea
La gente llama “beaturrón” al que reza mucho y va mucho a la iglesia. Sin
embargo, intencionalmente esta palabra significa una cosa muy distinta de sus
connotaciones extensionales. Quiere decir hombre que reza mucho y es
aficionado a ir a la iglesia, pero no indica que sean un buen cristiano, que
cumpla con los deberes de fidelidad a su esposa y a su hogar, siendo bueno
con sus hijos, honrado en los negocios, sobrio en su vida, etc. En cambio, si
por “beaturrón” entendemos “buen cristiano”, hablamos dilemáticamente: los
que no lo sean no tendrán estas cualidades.
Por tanto, podemos crear verbalmente con nuestras orientaciones
intencionales todo un sistema de valores, clasificando a los hombres en ovejas
y cabritos, según la parábola de Jesús, unos a la derecha y otros a la izquierda.
Es decir: de connotación en connotación podemos seguir hasta el infinito.
Como el mapa es independiente de todo territorio, podemos añadirle
montañas y más montañas, ríos y más ríos, enhebrando sermones, prédicas,
ensayos, libros y hasta sistemas filosóficos en torno a una sola palabra.
No hay manera de detener el proceso, porque una palabra tira de la otra en
verborrea interminable. Así es como muchos oradores, periodistas,
charlatanes, políticos y sacamuelas de secundaria son capaces de hilvanar una
perorata sobre cualquier tema en un santiamén. Muchos cursos sobre
“desarrollo de la personalidad” o “venta dinámica comercial”, y algunos sobre
castellano y redacción, no son sino didáctica barata de esta técnica de charlar
y charlar por los codos en tono solemne, sin tener nada que decir.
Esta manera de hablar, producto de la orientación intencional, puede
llamarse circular, porque, como todas las conclusiones posibles están ya
contenidas en las connotaciones de la palabra, hay que volver al punto de
partida por muchas vueltas que le demos. En realidad, ni siquiera nos hemos
alejado del punto de partida. Claro está, en cuanto nos enfrentamos con un
hecho tenemos que callar o poner otro disco. Por eso es de tan mal gusto sacar
a relucir datos concretos en las reuniones y conversaciones: se echa a perder
la fiesta[1].
Ahora bien; supongamos que los beaturrones 1, 2, 3, etc., son gente
irreprochable, pero que el 17 resulta ser infiel a su mujer y amante de lo
ajeno. Algunas personas no le entienden y se desorientan: ¿cómo puede un
rezador ser al mismo tiempo un bribón? Incapaces de separar los valores
intencionales de los extensionales cuando se pronuncia la palabra “beaturrón”
o “rezador”, tienen que aceptar una de estas tres absurdas conclusiones:
1. “Este es un caso excepcional”. Con lo cual quiere decirse que no por eso
debe cambiarse la idea que uno tenga de los que rezan mucho, los cuales
seguirán siendo buenas personas, por muchas excepciones que haya.
2. “Bueno, no es un hombre tan perverso. ¡No puede serlo!” Es decir: se
niegan los hechos para no tener que admitir sus consecuencias.
3. “Ya no se puede creer en nada. ¡ No voy a fiarme más en mi vida de
ningún beaturrón!”
APLICACIONES
I
Como este capítulo se presta a interpretaciones erróneas, no estaría mal que el
lector calificase las afirmaciones siguientes de “verdaderas’ o “falsas”,
entendiendo por verdaderas las que deja asentadas el autor en este capítulo, y
por falsas las que no están en este caso. (Ver [contestación])
II
En los anuncios modernos no suele haber ya los errores y exageraciones de
bulto, característicos de la publicidad de otros tiempos. Pero es muy común la
que pretende dar información sobre un producto, sin darla de hecho. Ejemplo
de ello es la que pudiéramos llamar “comparación no comparativa”; es decir:
sin “término de comparación”, como se decía en la retórica y en la filosofía
clásica: “Coca-Cola grande refresca mejor”, “Mejor Mejora Mejoral”… Sí,
pero ¿mejor que qué?
Lo mismo ocurre cuando, por ejemplo, se anuncia un remedio contra el
catarro, que contiene “no uno, ni dos, ni tres, sino cuatro ingredientes tan
preciosos para aliviar las molestias de un resfriado, que los médicos lo recetan
a todas horas”. Hay camelos anunciadores, como el de determinado cosmético
que “texturiza al limpiar”, o el cigarrillo “de sabor entero”, o la cerveza “de
barril embotellada”… Tienen su chiste. Como el título del folleto sanitario de
aquel charlatán que decía así: “Baños gratuitos a precios económicos”.
III
Redacte en lenguaje académico las siguientes sentencias:
IV
Algunos de los pasajes siguientes muestran una marcada orientación
intencional (o sea, una tendencia a dejarse arrastrar por las palabras, propias o
ajenas), y otros manifiestan una clara orientación extensional (o sea,
preocupación por as cosas o hechos reales, representados por las palabras).
Estúdielos y señale cuáles son principalmente intencionales y cuáles
extensionales, alegando las razones de su distinción.
Problemas “insolubles”
N. R. F. Maier, profesor de la Universidad de Michigan, realizó hace unos
años una serie de experimentos en torno de la inducción de la neurosis en las
ratas. Primero se las enseña a saltar desde el borde de una plataforma a dos
puertas. Saltando a la de la derecha, se cierra fuertemente, y el animal cae de
nariz en una red; saltando a la de la izquierda, se abre y la rata se encuentra
con un plato lleno de comida. Una vez adiestradas las ratas en esta reacción,
se cambia la situación: colócase la comida tras la otra puerta, por lo cual
tienen ahora que saltar hacia la derecha. (Pueden introducirse otros cambios,
como marcar de manera distinta las dos puertas). Si el animal tarda en
aprender el nuevo sistema y no sabe si le espera la comida o el golpe a cada
salto, desiste y ya no brinca más. “Muchas ratas prefieren morir de hambre a
decidirse por una de las puertas”, dice el doctor Maier.
Luego se obliga a las ratas a decidirse por corrientes de aire o por un
choque eléctrico. “Los animales forzados a responder en esta situación
insoluble —afirma el doctor Maier— se atienen a una sola reacción
específica, saltando, por ejemplo, únicamente hacia la puerta de la izquierda,
y así siguen, cualesquiera que sean las consecuencias… Esta reacción se
fija… En cuanto aparece la fijación, el animal es incapaz de aprender una
reacción que no se adapte a esta situación”. Cuando queda fijada su reacción
de preferencia por la puerta de la izquierda, puede abrirse la de la derecha, de
forma que la rata vea perfectamente el alimento, pero seguirá saltando hacia
la izquierda, más asustada cada vez. Si el experimentador insiste en obligar al
animal a decidirse, puede llegar a ser víctima de convulsiones, a correr
furiosamente por todas partes, a hacerse daño en las uñas, a saltar por sillas y
mesas y a quedar en un estado de violento temblor, hasta que termina por caer
en coma. En este estado pasivo, se niega a comer y no siente interés por nada:
puede rodársela como una pelota o colgarla por las patas, porque ya no le
importa nada. Está totalmente postrada por un “colapso nervioso[1]”.
Se lo ha producido lo “insoluble” del problema. Pues bien; como ha
demostrado el doctor Maier con sus estudios de niños y adultos trastornados,
ratas y seres humanos parecen pasar por etapas análogas. Primero, se les
enseña a decidirse de manera determinada frente a un problema concreto;
segundo, experimentan un choque terrible cuando cambian las condiciones y
su decisión no produce los resultados esperados; tercero, insisten en la
decisión primera, bien sea por el susto, la ansiedad o la frustración, y siguen
aferrados a ella sin reparar en las consecuencias; cuarto, se niegan
sombríamente a todo; quinto, cuando se les fuerza por medio de una coacción
externa a decidirse, vuelven a la reacción original; y finalmente, aunque ven
sin lugar a dudas que con sólo cambiar de reacción pueden conseguir lo que
se les ofrece, se desesperan al no lograrlo, dan vueltas alocadas, se acurrucan
en los rincones, negándose a comer, y, desengañados, cabizbajos y mohínos,
terminan por desinteresarse de cuanto pueda ocurrirles.
¿Exagero? No lo creo. El proceso se repite a lo largo de la vida humana,
desde las pequeñas tragedias domésticas hasta las internacionales que sacuden
al mundo. Para que el marido se corrija de sus faltas, la mujer lo reprende. El
insiste en ellas, por lo mismo, y ella lo reprende más, y más y más. Pero hace
como la rata: su reacción a las faltas de su marido es fija, y no sabe más que
una cantinela: machaca tozudamente, la situación empeora y los dos terminan
con los nervios deshechos.
Así ocurre con el problema negro. Los blancos, molestos por la incultura
y el elevado índice de delincuencia de los negros, los “segregan”, los
persiguen (la policía suele tratar peor a los negros que a los blancos) y les
niegan oportunidades de trabajar y progresar. Con eso se perpetúa su incultura
y su delincuencia, lo cual hace que se intensifique la persecución en un
tremendo círculo vicioso que está dando quebraderos de cabeza a pedagogos,
planificadores urbanos, organizaciones negras y a la administración local y
nacional.
Pongamos otro ejemplo: para mejorar la deficiente reacción de sus
discípulos, el maestro decide enseñarles gramática, ortografía y puntuación.
Pero no tiene en cuenta las ideas personales del estudiante, con lo que
destruye su interés por escribir bien. El discípulo empeora, en lugar de
perfeccionarse. El maestro insiste en su rutina, y entonces el discípulo termina
por aburrirse y adoptar una actitud rebelde.
Lo mismo ocurre en el plano nacional. Un país cree que la única manera
de garantizar la paz y la dignidad es armarse hasta los dientes y se lanza a una
desaforada carrera de armamentos. Las naciones vecinas recelan y empiezan a
armarse también. Crecen la zozobra y la tensión. El primer país estima que
debe duplicar su potencial armado en vista de ello, con lo que las naciones
vecinas aceleran más sus programas militares. Y se triplica el potencial
armado por una y otra parte[2]…
Claro que estos ejemplos son excesivamente simplistas; pero, por no caer
en la cuenta de estos círculos viciosos, es por lo que muchas veces el mundo
se encuentra al borde del desastre. Frecuentemente el objetivo es bien visible,
y lo único que hay que hacer para lograrlo es cambiar de método. Pero,
víctimas de reacciones fijas, como la rata, la esposa y los negros o el maestro
de redacción, las naciones no son capaces de detener su carrera frenética de
armamentos tan mortíferos, que no pueden usarse sin arrasar la civilización.
Pero hay una diferencia importante entre lo insoluble del problema de las
ratas y de los humanos. Los de las ratas son inducidos, y los humanos suelen
ser creados por los mismos hombres: son problemas religiosos y étnicos,
problemas de dinero, crédito, hipotecas y fluctuaciones en el mercado de
valores, problemas legales, de costumbres y organización social.
No es extraño que las ratas sean incapaces de solucionar los problemas
que les crea el doctor Maier; sus poderes de abstracción son limitados. Pero
no hay límites para la capacidad abstractiva humana y para sus facultades
organizadoras de dichas abstracciones. Por eso, cuando sus problemas son
insolubles porque sus reacciones son fijas y sólo saben una solución, a la cual
se aferran obcecadamente, están operando por debajo del nivel humano. Están
“copiando a los animales”, según la frase interesante de Korzybski. Wendell
Johnson supo sintetizar esta idea cuando dijo: “Para el ratón, el queso es
queso; por eso funcionan las ratoneras”. ¿De qué forma se dan estas fijaciones
en los seres humanos?
El rezago cultural
La razón principal de los problemas “insolubles” de nuestra sociedad, es la
que pudiera llamarse “inercia institucional”. Institución, en el sentido
sociológico, es “un tipo organizado de conducta de grupo, arraigado y
aceptado como parte fundamental de una cultura” (American College
Dictionary). Los seres humanos están constituidos de tal manera que
inevitablemente organizan sus energías y actividades en tipos de conducta
más o menos uniformes en todo grupo social. Por eso, los individuos
identificados con las instituciones tienen su manera peculiar de ver las cosas:
la población de una sociedad comunista o capitalista acepta y perpetúa los
hábitos comunistas o capitalistas de conducta económica; el soldado mira al
mundo con ojos de soldado y abstrae de él lo que se ha enseñado al soldado a
abstraer; igual es el caso del banquero, del líder sindicalista o del agente de
cambios y bolsa. Y a fuerza de ver así el mundo, tienden a creer que sus
abstracciones de la realidad, sus mapas de los distintos territorios, son
realidad: la defensa es defensa; el déficit es déficit; la huelga es huelga.
De ahí deriva el hecho peculiar de que, una vez habituado el hombre a las
instituciones, llega a creer que son las únicas que hacen bien las cosas. La
institución de la esclavitud y el sistema de castas de la India se creyeron
“ordenados divinamente”, y los ataques de que fueron objeto se consideraban
ataques a la ley natural, a la razón y a la voluntad de Dios. Y viceversa: los
que tenían instituciones contrarias creían que su sistema de trabajo libre
estaba “divinamente ordenado”, y que la esclavitud iba contra la ley natural,
contra la razón y contra la voluntad de Dios. Hoy ocurre lo mismo: los que
creen en la empresa capitalista la consideran como la única manera de
organizar la distribución de bienes, en tanto que los comunistas se aforran con
apasionamiento a sus convicciones. Se comprende esta lealtad a las
instituciones propias; casi todos piensan que son los fundamentos únicos de
una vida razonable, y la amenaza a esas instituciones constituye un peligro
para toda existencia ordenada.
En consecuencia, las instituciones sociales tienden a cambiar lentamente;
más aún: tienden a continuar existiendo aun después de no ser necesarias, y a
veces, aunque constituyan un estorbo y un peligro. Esto no quiere decir,
naturalmente, que todas las instituciones contemporáneas estén anticuadas.
Muchas cambian con la rapidez necesaria para amoldarse a los cambios de las
circunstancias. Pero otras muchas, no. A esto, a la continuación de hábitos y
formas institucionales trasnochadas, llaman los sociólogos “rezago cultural”.
El miedo al cambio
Por tanto, los problemas más apremiantes de nuestro mundo son los de rezago
cultural, los que surgen de organizar un mundo atómico, supersónico,
electrónico, de motores de reacción, con instituciones anticuadas. El ritmo del
progreso técnico durante casi dos centurias ha sido más rápido que el del
cambio de nuestras instituciones y de las ideologías y lealtades que las
acompañan; y está aumentando más bien que disminuyendo esta distancia.
Consecuencia de eso es que, en todas las culturas contemporáneas
técnicamente avanzadas, se estudia la disparidad de las instituciones del siglo
XIX (o del XVIII, de la Edad Media y hasta del Paleolítico) con las
circunstancias características del siglo XX. Cada vez son más alarmantes los
peligros de un nacionalismo a ultranza en nuestro mundo que se ha hecho uno
técnicamente; cada vez parece más imposible lograr un buen orden
económico mundial con los instrumentos del capitalismo o del socialismo del
siglo XIX. Dondequiera que se produzcan cambios técnicos sin que se
modifiquen también las instituciones sociales, el hombre padece y la
Humanidad experimenta tensiones.
Algunos países reaccionan a ellas de la única manera razonable:
esforzándose por cambiar o modificar las instituciones trasnochadas,
substituyéndolas por otras nuevas. Constantemente están introduciéndose
cambios en la enseñanza, en la organización gubernamental, en las
responsabilidades de los sindicatos, en la estructura de las corporaciones, en
las técnicas del mercado y de la agricultura, etc. Ejemplo particularmente
beneficioso de adaptación institucional es la Federal Deposit Insurance
Corporation. Antes de 1934, cuando los bancos quebraban, sus depositantes
perdían todos o casi todos sus ahorros: en cuanto surgía el pánico, era casi
imposible de frenar. Pero desde que se estableció esa Corporación, los pánicos
han desaparecido, son muy raras las bancarrotas y, aunque se produjesen, los
depositantes no perderían sus fondos. Hoy, el pueblo norteamericano cuenta
con la estabilidad de sus bancos y no siente la menor inquietud. Otro ejemplo
más reciente son los llamados Cuerpos de Paz: combinación ingeniosa de
elementos militares, de los “cuerpos civiles de conservación de los tiempos de
la depresión”, del Ejército de Salvación y de las organizaciones misioneras de
las iglesias cristianas. El mercomún, o Mercado Común Europeo, muestra
esplendorosamente lo que puede hacerse con un espíritu realista y decidido a
modificar las viejas instituciones sociales en aras de un orden económico más
viable.
Pero hay quienes, convencidos de que hay que realizar cambios, apelan a
remedios que son peores que la enfermedad, o absolutamente imposibles. En
algunas de las áreas más importantes de la vida humana, sobre todo en las
internacionales y en las relativas a un orden mundial económicamente justo,
estamos en el globo entero en un estado de rezago cultural y nuestra
incapacidad para arbitrar soluciones amenaza el futuro de la civilización
misma.
¿Cuáles son las causas de este rezago cultural? En muchos grupos, sin
duda alguna, la ignorancia. No conocen las realidades del mundo moderno.
Sus mapas representan territorios que dejaron de existir hace mucho tiempo.
En otros casos, el rezago se debe a intereses económicos o políticos “fijos”.
Muchos individuos tienen poder y prestigio dentro de la estructura de
instituciones anticuadas; y como los apoya la inercia institucional, creen,
encantados, que esas instituciones son algo maravilloso. No cabe duda que el
deseo de los ricos de conservar su riqueza y poder contribuye
considerablemente al rezago cultural de cualquier sociedad. Ante la amenaza
del cambio social, proceden con una miopía y un heroísmo suicida, y no
tienen inconveniente en destruir la civilización con tal de conservar sus
prerrogativas.
Pero esto no quiere decir que el rezago cultural acompañe siempre a la
existencia de una clase poderosa y rica, porque ha habido poderosos que han
patrocinado y hasta organizado los cambios, manteniendo así su posición
privilegiada y salvando también a la sociedad del desastre social. Cuando esto
ocurre, se procura que el rezago cultural sea pequeño para poder
administrarlo. En algunos países latinoamericanos se fluctúa entre reforma
social y revolución, y el resultado dependerá en gran parte de la disposición
de las clases privilegiadas a aceptar y asimilar el cambio.
Pero hasta la miopía e irresponsabilidad de los poderosos debe ir apoyada
por quienes no lo son, para conservar las viejas instituciones y oponerse a los
cambios. Por eso, hay también miopía en el ciudadano corriente, y sólo así
puede comprenderse el rezago cultural. Además de la inercia institucional,
fuerza tremenda que retiene a los seres humanos desarrollando actividades
que deberían haber desaparecido hace mucho tiempo, el miedo es otra fuerza
considerable del anquilosamiento institucional. Quizá tengan la culpa, en fin
de cuentas, del rezago cultural todas aquellas personas, de cualesquiera clases
sociales, a quienes ha metido miedo el cambio.
El resultado fatal
Cuando, tras un debate prolijo y estéril, pasan los años sin que se lleven al
cabo las reformas institucionales, se intensifica el rezago cultural. Al ser más
graves las dislocaciones sociales, se agravan también el pánico y la confusión,
y los individuos se desesperan al no hallar solución a sus problemas. Sin el
conocimiento y la confianza suficientes para intentar nuevos procedimientos,
y temerosas al mismo tiempo de que no den ya resultado sus métodos
tradicionales, las sociedades vienen a parecerse a las ratas del doctor Maier,
que no saben más que un camino y una solución estereotipada. La única
manera de aplacar a los dioses irritados es arrojar más niños todavía a los
cocodrilos; la única manera de proteger el orden social es cazar y quemar más
brujas; la única manera de fomentar la prosperidad es reducir los
presupuestos; y la única manera de garantizar la paz es acumular más y
mayores armamentos todavía.
Estos son los bloqueos mentales, la conducta obstinada, que nos impide
aplicar a nuestros problemas el modo extensional, que es el único que puede
resolverlos, porque no podemos hacer una mejor distribución de bienes,
alimentar a la gente o establecer una cooperación con nuestros vecinos a base
de definiciones intencionales y abstracciones de alto nivel. En el mundo
extensional hay que proceder con medios extensionales. Si, a fuer de
ciudadanos de una democracia, queremos contribuir a decisiones tan
importantes como los problemas de la paz y un orden mundial
económicamente justo, tenemos que prepararnos a descender de las nubes de
las abstracciones y a enfocar los problemas de esta tierra, en el plano local,
estatal, nacional e internacional, con la misma extensionalidad que si se
tratase de nuestro alimento, vestido o vivienda.
Pero si, por lo contrario, nos aferramos a fijaciones de orientación
intencional y dilemática, estamos condenados al triste destino de las ratas del
doctor Maier. Seguiremos incapacitados patológicamente para modificar
nuestros módulos de conducta y seguiremos condenados a las mismas eternas
soluciones erróneas. No es extraño que terminemos postrados por un “colapso
nervioso” político, desilusionados de la democracia y en manos de dictadores.
La actitud científica
La característica más notable de la ciencia ha sido su éxito constante para
resolver problemas “insolubles”. Antes se consideraba imposible viajar a más
de treinta kilómetros por hora y volar por la atmósfera; pero hoy el hombre se
ha lanzado a velocidades vertiginosas a la conquista del espacio. Creíamos
que la liberación de la energía atómica era mera teoría, pero para la ciencia no
hay imposibles, porque el científico está orientado extensionalmente. Se
comportará intencionalmente en el campo no científico, como en los
problemas políticos, sociales y familiares; pero su orientación como científico
es siempre extensional.
Como hemos visto, elaboran mapas certeros de territorios reales, con los
cuales pueden predecir hechos y fenómenos futuros. Si no funcionan, los
descartan y elaboran otros nuevos; es decir: organizan nuevos sistemas de
hipótesis que marcan nuevos cursos de acción[4]. Y vuelven a confrontar los
mapas con sus territorios, descartando los que no respondan a la realidad y
elaborando nuevas hipótesis, a las que se atienen de momento, siempre
dispuestos a descartarlas y a estudiar de nuevo el mundo extensional.
Cuando los científicos obran sin interferencias políticas o financieras, es
decir, cuando son libres para intercambiar sus descubrimientos con los del
mundo entero, comprobando la veracidad de sus mapas, comparándolos con
los de sus colaboradores mundiales, hacen progresos rápidos. Como sus
orientaciones son multilaterales y extensionales, están menos paralizados que
otros hombres con dogmas inmutables y cuestiones absurdas. Por eso, sus
conversaciones y sus escritos están llenos de reconocimientos de errores y de
declaraciones sinceras de ignorancia. “Según el último trabajo de Henderson,
aunque quizá luego haya que rectificar sus conclusiones…” “No sabemos
exactamente qué es lo que pasa, pero sospechamos…” “Lo que digo quizá
esté equivocado, pero es la única teoría razonable que hemos podido
hilvanar…” He aquí el estilo de los sabios: el conocimiento más importante es
el de las propias limitaciones.
Lo que no haría jamás un científico es atenerse a un mapa porque lo
heredase de su abuelo o porque lo utilizaron Washington o Lincoln. Si su
orientación fuese intencional, diría: “Fue bueno para Washington y Lincoln,
luego también es bueno para mí”. Pero llevado por su orientación extensional,
dice: “Todavía no lo sabemos hasta que lo hayamos comprobado”.
APLICACIONES
I
Anote los problemas de rezago cultural que tenga alguna sociedad bien
conocida por usted. Observe si hay alguno no mencionado en este capítulo.
¿Qué preguntas haría una persona extensionalmente orientada, a la que se
pidiese ayuda para resolver estos problemas? ¿A qué grupos o individuos
consultaría?
II
Suponga usted que dos amigos suyos, no muy bien informados, pero
apasionados, uno a favor y otro en contra de la “medicina socializada”
(entendida a su manera), van a ir esta noche a su casa para sostener una
conversación sobre el tema. Prepare algunos comentarios y preguntas que les
hagan ver el problema de la atención médica como una cuestión de ajuste
institucional (sin emplear expresiones tan altisonantes como esta), con lo cual
la discusión tomará un sesgo mas extensional. Una cosa le advierto: no
empiece por hacerles definir lo que es “medicina socializada”, y recuerde lo
que en el Capítulo 10 dijimos sobre las definiciones.
III
Los éxitos científicos del laboratorio se han debido en parte a que los sabios
tienen orientaciones extensionales y sumamente multilaterales, sin las trabas
de los dogmas fijos de otras personas. ¿Debe adoptar el Gobierno federal
norteamericano una actitud dilemática en los problemas de la integración
escolar en el Sur? ¿Cuáles serían las ventajas de dicha actitud y cuáles las de
una orientación multilateral? ¿No convendría que el Gobierno adoptase una
actitud dilemática para algunas cosas (donde haya una resistencia tenaz a la
ley) y multilateral en otras (donde la integración se va realizando
pacíficamente)? En este último caso, ¿ la actitud gubernamental se parecería a
la del científico?
IV
Supongamos que va a haber elecciones y son cuatro los candidatos. Todos
sienten sinceramente los intereses nacionales, todos creen en la justicia social
y en la democracia, aunque difieren en cuanto a los medios para realizar los
ideales democráticos. Supongamos que usted no quiere votar ni con la
etiqueta de liberal ni con la de conservador, sino, sencillamente, a favor del
candidato que sea más realista y extensional, porque será quien mejor
reconozca los aspectos reales de la situación y, por tanto, quien mejor va a
servir a sus ideales.
A continuación van fragmentos de los discursos pronunciados por los
cuatro candidatos. A base exclusivamente de su contenido, establezca un
orden de preferencia entre ellos, exponiendo las razones… y sin dejarse
influir por los nombres de los candidatos, claro está.
Candidato 1
Por tanto, el socialismo no es para mi únicamente la doctrina económica
mejor, sino el credo fundamental que profeso con mi cerebro y con mi
corazón. Laboro por la independencia hindú, porque el nacionalista que late
en mí no puede tolerar el yugo extranjero; más aún: porque es el paso
inevitable para nuestro cambio social y económico. Quisiera que el Congreso
se transformase en organización socialista y se incorporase a las demás
fuerzas del inundo que trabajan en pro de la nueva civilización. Pero
comprendo que acaso no esté preparada la mayoría del Congreso, tal como
hoy está constituido, para ir tan lejos. Somos una organización nacionalista y
pensamos y obramos en el plano nacionalista…
Por vehementes que sean mis deseos de que el socialismo prospere en este
país, no quiero obligar ni condicionar al Congreso, porque crearía dificultades
para la lucha que tenemos entablada por nuestra independencia. Estoy
dispuesto a cooperar de mil amores y con cuantas fuerzas tengo, con cuantos
laboran por nuestra independencia, aunque no estén de acuerdo con la
solución socialista. Pero lo haré, defendiendo francamente mi posición y
esperando convencer de ella, con el tiempo, al Congreso y a la nación, porque
sólo así creo que pueda lograr su independencia. Tenemos que apretar
nuestras filas cuantos creemos en la independencia, aunque nuestras ideas
sean distintas en lo referente al problema social…
¿Cómo encaja la doctrina del socialismo con la ideología actual del
Congreso? No creo que encaje…
—JAWAHARLAL NEHRU, discurso presidencial, Congreso Nacional Hindú,
Lucknow, abril de 1936
Candidato 2
Opino que el comunismo debería enseñarse en el sistema educativo, pero
con una orientación moral, de la misma manera que se enseña al estudiante de
medicina que el cáncer y la tuberculosis son enfermedades que hay que
desarraigar y extirpar. Creo que sin una orientación moral, la enseñanza del
comunismo puede ser sumamente peligrosa. En cambio, enseñándolo con una
orientación moral, se estudiarían a fondo los fundamentos básicos de la
civilización norteamericana, desenmascarando al enemigo que amenaza
destruirla y exponiendo las ideas erróneas que impulsan a los comunistas a
tratar de destruir la libertad, los métodos que para ello proponen, y lo que
debe hacerse para contrarrestarlos. Si esto se explica sin dirección moral, sólo
parecerá un sistema económico más con algunas virtudes superiores. Así se
ha hecho frecuentemente en épocas anteriores, y en lugar de combatir el
comunismo, tiende a hacer prosélitos para el comunismo.
Creo que el pueblo norteamericano tiene ante sí un gran problema:
imprimir a la educación una dinámica moral que presente al comunismo como
programa de asesinato, mentira y destrucción de la libertad. Es totalmente
inmoral, y hay que levantar en las mentes juveniles barreras mentales y
emocionales contra él.
—DR. FREDERICK SCHWARZ, en su testimonio ante el Comité de Actividades
Antiamericanas del Congreso, 29 de mayo de 1957
Candidato 3
La exposición de los conflictos e injusticias raciales es importante en un
estudio que verse sobre la posición del negro y el estado de la cultura
norteamericana. Pero las fricciones son un indicio sano. Indican un contacto
de múltiples aspectos entre las dos razas. Las fricciones son señal de que el
negro y el blanco viven en la misma comunidad y pugnan por los mismos
valores. Mientras las dos razas se afanen y disientan respecto a los múltiples
problemas de la convivencia en la misma cultura, están pasando por el
doloroso proceso de su acomodación recíproca y con el mundo. El verdadero
peligro sería que el negro viviese en un vacío donde no hubiese fricción
alguna con sus vecinos blancos; entonces sí que se correría el peligro grave de
desarrollar un sistema perpetuo de castas… Es conveniente que nada haya
estático hasta que los problemas planteados por la fricción hayan dejado de
inquietar y molestar a los blancos o a los negros. Aspirar a la paz, cuando los
contrastes son tan acusados, es como soñar con un mundo irreal. Esperar que
la comunidad blanca o la negra no sientan odio e indignación, y que no den
muestras de violencia o de temor cuando sus valores corren tanto peligro y
sus aspiraciones quedan tan fallidas, es pedir lo imposible… [La fricción]
indica que estos males están vivos, duelen y punzan. Obligan a los hombres a
hacer algo por remediarlos. Cometerán muchas equivocaciones en esta
empresa, pero también tendrán muchos aciertos.
—FRANK TANNENBAUM, “An American Dilemma”
10. Emplee números y fechas, para que no olvide que una palabra jamás
tiene exactamente el mismo significado dos veces.
El hombre1 no es el hombre2 ni el hombre3 ni el hombre4, etc. (En
una palabra: deben evitarse las generalizaciones fáciles, que en el libro
se han llamado “altos niveles de abstracción”).
“Conócete a ti mismo”
Hay otro campo en que necesitamos la conciencia abstractiva: en lo que nos
decimos de nosotros mismos. Somos mucho más complejos que la vaca
Palmira, y cambiamos constantemente mucho más que ella (Capítulo 10).
Además, todos nos describimos con determinado lenguaje, “cuadros
mentales”, “idealizaciones” o imágenes. Vienen a ser de este tenor, más o
menos claros: “Soy amante del hogar”, “Soy hermosa”, “O terriblemente fea”,
“Creo en lo práctico”, “Soy de buen corazón… no me entran en la cabeza las
matemáticas… tengo talento natural para la música… amo a los oprimidos…
no soy ese tipo de mujer…” etcétera. Todos estos juicios son mapas más o
menos exactos del territorio de nuestra persona. Unos saben levantar esos
mapas internos mejor que otros. Entonces decimos que ése “se conoce a sí
mismo”, que cae en la cuenta de sus defectos y virtudes, de sus facultades y
carencias emotivas. El sicólogo Carl R. Rogers llama a este mapa “idea de sí
mismo”, la cual puede ser realista o carente de realidad. Lo que hacemos, la
forma en que nos vestimos, nuestro estilo, las empresas que iniciamos o
descartamos, la sociedad que buscamos, etc., son valores que están menos
determinados por nuestras limitaciones y facultades reales que por la idea que
tenemos de ella[2].
Cuanto hemos dicho en este libro sobre mapas y territorios se aplica de
manera particular a la idea que tenemos de nosotros mismos. El mapa no es el
territorio, repetimos: la idea que tenemos de nosotros mismos no somos
nosotros. Un mapa no representa todo el territorio: la idea de nosotros mismos
omite una enorme cantidad de datos personales; nunca nos conocemos
completamente. Podemos hacer mapas de mapas de mapas de nosotros
mismos y deducir numerosas inferencias y generalizaciones en más altos
niveles de abstracción. Pero corremos el mismo peligro de equivocarnos en
nuestra propia valoración que cuando tratamos de valorar a otros individuos o
cualquier hecho exterior. En realidad, cuanto mejor nos conozcamos a
nosotros mismos, más probable es que conozcamos y valoremos mejor a lo
extrínseco a nosotros. ¿Qué clase de mapas elaboramos de nosotros mismos?
Hay individuos que tienen ideas completamente desprovistas de realidad
sobre su persona. El que se cree en condiciones de ser un buen gerente y
luego resulta un fracaso, porque no tenía talento para ello, se lleva el gran
desengaño y se lo produce a los demás. Igualmente, el que se cree bueno para
nada y lo toma en serio, puede disipar y destrozar por un motivo
completamente distinto, toda su vida y todos sus talentos. La mujer ya madura
y entrada en años que, como ocurre no pocas veces, se viste y se conduce
como si tuviese dieciocho, está también en las nubes; es decir: tiene una idea
peligrosamente irreal de sí misma.
Hay estudiantes que se cierran a sí mismos el camino, al empeñarse en
que no valen para las matemáticas o en que son incapaces de escribir con
buena ortografía. No lograrán avanzar en estos estudios, precisamente por
esta idea que tienen de sí mismos, no porque carezcan de capacidad.
Otros no parecen caer en la cuenta de que en la idea que tienen de sí
mismos no están todos los datos importantes de su persona. Como nos han
repetido los siquiatras, todos nos arreglamos para ocultarnos a nosotros y a los
demás las razones profundas de lo que hacemos, y apelamos para justificar
nuestros actos, a “racionalizaciones” más o menos elaboradas. Supongamos,
por ejemplo, que un crítico ataca a una obra por su “contenido sin altura y por
un pésimo estilo”. Supongamos también que sus verdaderas razones son
completamente distintas, como envidia profesional, miedo a las ideas
revolucionarias del libro, o el recuerdo de la discusión personal que tuvo con
el autor diez años antes. Si el crítico cree que la idea que tiene de sí mismo es
completa, la razón que a sí mismo se dé de que le disguste el libro es que se
imagina como “persona que cree en la lógica rigurosa y en los méritos del
estilo literario”. En otras palabras: el efecto más común de no comprender que
el concepto que se tiene de uno mismo no abarca todos sus detalles, es creerse
sus propias racionalizaciones. Hay quienes tan aferrados están a la idea que
tienen de sí mismos a fuerza de hábiles racionalizaciones, que son incapaces
de conocerse realmente.
El propio conocimiento es molesto muchas veces, claro está: cuesta
trabajo admitir que este o aquel libro no me gusta porque tengo envidia al
autor, o que no saco buenas calificaciones porque soy menos inteligente que
mis colegas. Por eso, sentimos frecuentemente la necesidad de creer nuestras
racionalizaciones: “Mis compañeros están contra mí”, “Este libro es una lata”.
Y quizá lleguemos a cerrar los ojos adrede a cualquier razón sensata en
contra.
¿Cómo evitar ser víctimas de esta confusión emocional? Los que ya han
caído en ella, quizá necesiten un consejero profesionalmente preparado o un
siquiatra. Los demás pueden aprender con los problemas diarios de acción y
toma de decisiones: cuanto más realista sea la idea que tienen de sí mismos,
más acertadas serán éstas. Entonces, ¿podremos hacer algo por adquirir un
realismo mayor sobre nosotros mismos? Es muy importante que lo
adquiramos, porque quienes no son realistas en cuanto a su persona
generalmente no lo son tampoco en sus relaciones con los demás.
Informes y juicios
Por lo menos en un aspecto, las personas capaces de estudiarse a sí mismas
más o menos pueden hacer por su bienestar lo que hacen los directores
sicológicos y los siquiatras. Como hemos indicado, elaboramos conceptos
falsos de nosotros mismos porque no soportamos otros más objetivos; es
decir: los juicios de nuestros amigos y vecinos, sean reales o imaginarios. Al
emplear la palabra “juicio”, obsérvese, como dijimos en el Capítulo 3, la
diferencia que hay entre, por ejemplo, “Soy un chofer” (lo cual es un
informe), y “No soy más que un chofer”, lo cual supone el juicio de que
debería ser algo más, y de que es una vergüenza que sólo sea eso.
Uno de los aspectos más importantes de la actividad profesional del
siquiatra, es que no formula juicio alguno acerca de su paciente. Cuando le
oye decir que no es más que un chofer, le contesta de palabra o on un ademán
que, aunque comprende su caso, no le reprocha el que lo sea, o el que haya
hecho tal o cual cosa. En otras palabras: ayuda al paciente a cambiar su juicio
de que no es más que un chofer y, por tanto, no vale gran cosa en el informe
de “Soy un chofer[3]”. Al ver la actitud de su siquiatra, el paciente tiende a
mejorar la idea derogatoria o peyorativa que tenía de sí mismo.
Nuestra receptividad de los juicios de los demás (reales o imaginarios), es
decir, el dejarnos influir por lo que piensen o creemos que piensan, es uno de
los motivos más comunes de nuestros sentimientos de inferioridad, culpa e
inseguridad. El negro que acepte el juicio que de los negros tienen algunos
blancos, se pasará la vida en una actitud desventurada de susceptibilidad y
defensa. Si el que gana cinco mil pesos al mes acepta el juicio real o
imaginario de quienes lo rodean, de que podría ganar diez mil si valiese para
algo, se considerará desgraciado con ese sueldo decente. Lo que dijimos en el
Capítulo 3 de que había que redactar los informes despojándolos de todo
juicio personal, se aplica también a los que escribimos acerca de nosotros
mismos. Debemos hacerlo con imparcialidad y sin orientaciones
intencionales.
Es bueno este ejercicio de consignar por escrito los hechos escuetos
relativos a nosotros mismos, especialmente si nos producen cierta vergüenza,
y preguntarnos a propósito de cada uno de ellos: “¿Es necesario que lo
juzgue?” “El que lo juzguen los demás ¿quiere decir que tenga yo que
juzgarlo también?” “¿No es posible ver las cosas de otra manera?” “¿Qué
tiene que ver el juicio que me merezcan mis acciones pasadas con lo que soy
hoy?” He aquí la forma práctica de aplicarnos estas valoraciones; va entre
paréntesis:
Soy chofer. (Algunos creen que es vergonzoso ser un simple chofer.
¿Tengo yo que pensar también de esa manera?)
Me arruiné. (¡Pero eso fue hace diez años! Desde entonces he adquirido
mucha más experiencia en los negocios. ¿Por qué va a volverme a ocurrir si
monto otro nuevo, o en otra localidad distinta?)
Volví de la guerra neurasténico. (Ya sé que hay quien me señala con el
dedo. Pero ¿estuvieron ellos en Corea? ¿Pasaron lo que yo pasé? Otros
resultaron heridos físicamente, yo lo fui sicológicamente. ¿Por qué no
condecoran a las víctimas siquiátricas?)
Soy ama de casa. (¿Y qué?)
Naturalmente, si tiene uno muy hondamente arraigadas las
racionalizaciones, esta técnica es difícil de practicar. Por ejemplo:
La razón verdadera de que no me guste este libro, es mi envidia
profesional. (¡Pero no! ¡Es un libro insoportable de estilo mazorral!)
Pero, al irnos sobreponiendo extensionalmente cada día más a nuestros
sentimientos, es decir, al aceptarnos a nosotros mismos sin hacer caso de los
juicios buenos o malos de los demás, necesitaremos engañarnos menos. En el
conocimiento de sí mismo, como en la ciencia, la conquista de pequeñas áreas
lleva a la de otras áreas mayores y más difíciles. A medida que se van
haciendo realistas las ideas que tenemos de nosotros mismos, nuestras
acciones y decisiones serán más acertadas, puesto que se basan en un mapa
más exacto del complejo territorio de nuestra personalidad.
Actitudes institucionalizadas
Otra forma de adquirir mayor orientación extensional, es distinguir entre
actitudes adoptadas institucional y extensionalmente. Como vimos en el
capítulo anterior, todos somos miembros de instituciones y nos asimilamos
determinadas actitudes exigidas por ellas. Si somos demócratas, apoyaremos a
todos los candidatos demócratas. Si somos montescos, adoptaremos una
actitud hostil a los capuletos.
El error valorador que suponen esas actitudes estriba en que se generaliza
a un alto nivel de abstracción, cuando las cosas ocurren en un plano
extensional. Muchas personas, por inseguridad emocional y por falta de
orientación extensional, no pueden desviarse de las actitudes institucionales,
adoptan su punto de vista oficial y sus ideas y emociones corrientes. Se creen
en la obligación de sentir al unísono con su partido político, su iglesia, su
grupo social o su familia. Les resulta más fácil y más seguro no tomarse la
molestia de examinar extensionalmente por su cuenta al candidato demócrata
o al capuleto en cuestión, porque eso podría conducirlos a valorar las cosas de
manera distinta.
Pero no tener más que actitudes institucionalizadas acaba con la propia
personalidad y termina por hacer al hombre incapaz de iniciativa alguna en
bien de su institución. Y además existe el peligro de acostumbrarse a la
vaguedad de las generalizaciones de alto nivel, perdiendo el contacto con las
realidades.
La regla indicada para evitar actitudes excesivamente intencionales ayuda
a su vez a evitar las excesivamente institucionalizadas, porque las primeras
son consecuencia de las segundas. Al comprobar que el demócrata1 o el
capuleto1 difieren del demócrata o capuleto número 2, acaso averigüemos que
la actitud institucional primera era la acertada, o también puede ser que
estimemos necesario separarnos de ella, como hicieron Romeo y Julieta[4].
Pero cualesquiera que sean las conclusiones a que lleguemos, lo importante es
que son nuestras, resultado de nuestro examen extensional personal.
Quienes no están acostumbrados a distinguir entre actitudes
institucionales y extensionales se exponen a engañarse de medio a medio,
porque no saben distinguir lo que se les ha repetido como un disco o como
una cotorra, y lo que es resultado de su propia experiencia. En consecuencia,
no son capaces de formarse una idea real de sí mismos; no pueden elaborar un
mapa exacto del territorio de sus ideas y actitudes.
[3] Elnombredeestepersonaje,“Elfamosohombredelacalle”,sedebea
Lillian y Hugh Lieber , de la Universidad de Long Island . La esposa de Mits se
llama , como es sabido , Wits . Véase The Education of T. C. Mits (1944 ) y Mits ,
Wits,andLogic(1960).<<
[4]¿Qué cabe decir de la influencia del lenguaje en los padres de dos niños, a
quienes se puso el nombre de John Glenn al día siguiente de haber dado la
vuelta al globo este astronauta? ¿Y de quienes ponen a sus hijos nombres
ficticios de nobleza, como Duque, Barón y Señor? <<
2. LOS SÍMBOLOS
[1] El investigador J. B. Wolfe enseñó a unos chimpancés a meter fichas de
póquer en una máquina expendedora (“chimpomat”) construida al efecto, de
la cual sacaban manzanas, plátanos y otros alimentos. Los chimpancés
llegaron a distinguir los distintos valores de las fichas (1 manzana, 2
plátanos,cero, etc.). y obraban en consecuencia, si los resultados eran más o
menos inmediatos. Pero tendían a dejar de trabajar cuando acumulaban fichas.
Indudablemente, su “sistema monetario” se limitaba a transacciones
rudimentarias e inmediatas. Véase Robert M. Yerkes, Chimpanzees: A
Laboratory Colony (1943)
Pudiéramos presentar otros ejemplos de animales que aprenden a entender las
cosas por lo que representan, pero, por lo general, estas reacciones animales
son extraordinariamente simples y limitadas en comparación con la capacidad
humana. Así, parece probable que pudiera enseñarse a un chimpancé a
conducir un vehículo sencillo, pero ocurriría, por ejemplo, que si se encendía
la luz roja cuando estaba en pleno cruce de una calle, se detendría en el acto,
y, al encenderse la verde cuando otro se le ponía por delante, seguiría su
camino sin reparar en las consecuencias. En otras palabras: la luz roja no
representa para el chimpancé la señal de parar: es la misma parada <<
[2] El autor de estas líneas tuvo un auto que venía funcionando en buenas
condiciones desde hacía ocho años. Un mecánico, amigo mío, que conocía el
estado del vehículo, insistía en que lo cambiase por un nuevo modelo. “Pero
¿por qué? —le pregunté—. Si está todavía en magníficas condiciones”. A lo
que replicó él despectivamente: “Ya; pero ¡qué diablo! lo único que tiene
usted es un medio de transporte”.
La expresión “auto de transporte” ha empezado a aparecer hace poco en los
anuncios; por ejemplo: “Dodge del 48. Funciona perfectamente; auto de
transporte. Me voy, tengo que venderlo. 100 dólares”. (Sección clasificada del
Pali Press, Kaliua, Hawaii). Por lo visto, eso significa que el vehículo no
tiene valor simbólico ni prestigio y sólo es bueno para ir y volver adonde uno
quiero: ¡Qué automóvil tan miserable! <<
[3]
Véase Hadley Cantril, The Invasion from Mars (1940); también, John
Houseman, “The Men from Mars”, Harper’s (diciembre, 1948). <<
[4]Recuérdese que lo que se reprochaba a los fariseos era su obsesión por los
símbolos de la piedad a expensas de la preocupación que debería merecerles
el espíritu piadoso. <<
3. INFORMES, DEDUCCIONES, JUICIOS
[1] Según la información proporcionada por la Asociación de Ferrocarriles
4. LOS CONTEXTOS
[1]El período entre la segunda edición del Diccionario Webster (1934) y la
tercera (1961) indica la tarea enorme de lectura y el trabajo extraordinario que
supone la preparación de un diccionario concienzudo de un idioma que
cambia tan rápidamente y se incorpora tantas palabras a su rico vocabulario,
como el inglés. <<
5. EL LENGUAJE DE LA COMUNICACIÓN
SOCIAL
[1] Este bromear recíproco tiene algo de rito de iniciación entre los
norteamericanos. Durante la segunda Guerra Mundial, se incorporó como
profesor de física al claustro de un colegio universitario del Medio Oeste, un
investigador judío que venía huyendo de Alemania. Era profesor de química
allí un individuo alegre, dicharachero y chancero, que siempre estaba
tomando el pelo a los demás profesores en el comedor. Solía meterse con el
recién llegado en forma que a muchos nos parecía grosera: “Oiga, Max, ¿qué
hicieron los judíos para que los echasen de Alemania?” El profesor Max,
herido aún en carne viva por la persecución nazi, no contestaba palabra y se
quedaba abochornado. Pero un día se le ocurrió una buena idea, y preguntó al
químico: “Oiga, profesor Schlemmer, ¿no tiene usted apellido alemán?”
“Hombre, sí —le contestó Schlemmer—; mis abuelos llegaron aquí de
Alemania por el año 1880 y tantos”. “Ah, vamos —replicó el profesor Max
—, entonces, echaron de allí a su familia dos generaciones antes que a la
mía”. Schlemmer soltó la carcajada y dio un abrazo a su compañero Max. <<
[2] No estaría mal añadir que no me puse a aplicar conscientemente los
principios de este capítulo en aquel episodio. Fue después cuando caí en la
cuenta. Lo único que me proponía, como hubiera hecho cualquier otro, era
romper el hielo y acabar con lo tirante de la situación. <<
[3]El doctor Karl Menninger comenta esta anécdota en Love Against Hate
(1942), y da la siguiente explicación sicológica de la intervención del
desconocido: “Hola, veo que ha sufrido usted un percance. No nos
conocemos, pero acaso pudiéramos ser amigos si yo tuviese la seguridad de
que no le parecería mal mi amistad. ¿Es usted una persona con quien se puede
hablar? ¿Es usted un individuo decente? ¿Tendría inconveniente en que le
ayudase? Me gustaría hacerlo, pero no quiero ser mal recibido. Ya lo notará
usted en el tono de mi voz. ¿Cómo suena la suya?” El joven debería haberse
limitado a decir sin rodeos: “Quisiera ayudarle”. Y el doctor Menninger
comenta: “Pero la gente es demasiado tímida y desconfiada para hablar con
esa determinación. Quieren oír la voz del otro. Necesitan estar seguros de que
los demás son como ellos”. <<
6. DOBLE MISIÓN DEL LENGUAJE
[1] Los adjetivos “emocional” y “emotivo”, que suponen distinciones confusas
9. ARTE Y TENSIÓN
[1] Puede estudiarse la conducta “sustitutiva o simbólica” de los gatos
sometidos a neurosis experimental en Behavior and Neurosis, de Jules
Masserraan (1943). Ante los datos que aporta, no puede negarse que los gatos
manifiestan en forma sumamente rudimentaria lo que podría llamarse
conducta “prepoética”, análoga al hecho de guardar un bucle del pelo de la
persona amada. Cuando tienen hambre, juegan con el botón que les valía para
proporcionarles mecánicamente comida, aunque saben de sobra que ya no
funciona (porque, después de oprimirlo, ya no van al cajón del alimento). <<
[2]En la investigación del doctor Charles W. Slack, de la Clínica Sicológica
de Harvard, se advierte la importancia de desahogarse hablando. Se
consiguió, a base de una remuneración modesta por horas, a unos cuantos
mozalbetes de los que vagaban sin hacer nada por las calles de Cambridge,
con objeto de investigar su comportamiento y estilo golfante. Lo único que
tenían que hacer era despacharse a su gusto sobre sí mismos y sus problemas,
para tomar sus declaraciones en cinta magnetofónica. La mayor parte de los
muchachos mejoraron notablemente de conducta, se dedicaron a trabajar y
disminuyó el número de detenciones entre ellos. <<
[5] Wendell Johnson, de la Universidad de Iowa, dice que ver la televisión,
12. LA CLASIFICACIÓN
[1] Este aforismo se formuló al principio de esta manera: “Exceptio probat
lugar a dudas que las mujeres son más seguras conduciendo vehículos que los
hombres. Las compañías aseguradoras no aumentan las primas a las familias
con hijas en edad de “manejar”, sino a las que tienen hijos en esa edad. <<
[3] Rosser Reeves, Reality in Advertising (1961), págs. 55-57. <<
[4]
Por ejemplo: en un folleto publicado por la “Brand Names Research
Foundation” (sin dirección), titulado “Your Bread and Butter: A Salesman’s
Handbook on the Subject of Brand Names”, se dice que la mayor parte de las
mujeres pertenecientes a organizaciones femeninas del movimiento de
consumo están “dedicadas de verdad a resolver los problemas eternos de las
compras con sentido común”, pero que se han convertido en portavoces de
todas, unas cuantas que “quieren normalizar la mayor parte de los bienes de
consumo, eliminar las marcas en competencia de los anuncios, extender los
controles gubernamentales a la producción, distribución y ganancias. Están
convencidas de las ventajas de una economía planeada, en que un monopolio
gubernamental de cerebros corra con la responsabilidad de toda la
planificación”. <<
[5] Claro está que no todos los propietarios de marcas registradas lo hacen así.
<<
17. RATAS Y HOMBRES
[1] Norman R. F. Maier, Frustration: The Study of Behavior Without a Goal
que arrasó Hiroshima, tendría la altura del Empire State Building, y una
bomba de 20 megatones alcanzaría la altura de la órbita del Sputnik I”.
Después de que Harrison Brown y James Real escribieron esto en su folleto,
Community of Fear (1960), el Gobierno de Khrushchev ha alardeado de tener
una bomba de 100 megatones. En la reunión de la Asociación Norteamericana
para el Progreso de la Ciencia, de diciembre de 1960, el doctor Ralph E. Lapp
calculó que Estados Unidos tenía entonces un volumen igual a 50.000 bombas
del tipo de la de Hiroshima, y que en tres años habría fabricado otras 30.000,
o su equivalente. Esto significa, claro está, que la URSS está también
almacenando un número parecido de armas atómicas y termonucleares. <<
[3] Véase Lester Markel, “The Real Sins of the Press”, Harper’s (diciembre de
1962). <<
[4] Alfred North Whitehead dice en su obra Science and the Modern World,
pudieran haber sido. De no haber tendido a confundir las deducciones con los
hechos, habrían vivido ambos un poco más. <<