Hayakawa, Samuel Ichiye - El Lenguaje en El Pensamiento y en La Accion PDF

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Las

funciones del lenguaje: Lenguaje y supervivencia. Los símbolos.


Informes, deducciones, juicios. Los contextos. El lenguaje de la
comunicación social. Doble misión del lenguaje. El lenguaje del control
social, de la comunicación afectiva. Arte y tensión. Lenguaje y
pensamiento: Cómo conocemos y qué conocemos. El hombre
inexistente. La clasificación. La orientación dilemática. La orientación
multilateral. La poesía y la publicidad. Sinfonolas humanas. Ratas y
hombres. Hacia el orden interno y externo. Epílogo.
Samuel Ichiye Hayakawa

El lenguaje en el pensamiento y
en la acción
ePub r1.2
Titivillus 19.06.15
Título original: Language in Thought and Action
Samuel Ichiye Hayakawa, 1949
Traducción: Andrés M. Mateo, 1967
Diseño/Retoque de cubierta: JeSsE
Editor digital: Titivillus

TESTIMONIO DE GRATITUD
El autor desea expresar su agradecimiento a los distintos editores y
poseedores de derechos de autor que le han dado permiso para reproducir los
textos siguientes:
Anderson & Ritchie: Fragmento de Words and Their Meanings, por
Aldous Huxley.
Appleton-Century-Crofts, Inc.: Fragmentos de The Illiteracy of the
Literate, por H. R. Huse, copyright, 1933, por D. Appleton-Century
Company, Inc.; de Political Ideals, por Bertrand Russell, copyright 1917, por
la Century Company.
The Bell Syndicate, Inc.: Fragmento de la “columna” de Dorothy Dix, 15
dic., 1948. Rcproducido con permiso especial de The Bell Syndicate, Inc., y
del Sun-Times de Chicago.
Brandt & Brandt: Fragmento de “Rain after a Vaudeville Show”, por
Stephen Vincent Benét. Copyright, 1918, 1920, 1923, 1925, 1929, 1930,
1931, por Stephen Vincent Bcnét.
Jonathan Cape Limiten “Naniing of Parts”, de A Map of Verona and Other
Poems, por Henry Rced. Reimpreso con permiso de los editores.
Constable and Company Limited: Fragmento de August 1914, de Barbara
Tuchman (publicado en E. U. A. con el título de The Guns of August).
Doubleday & Company, Inc.: Fragmentos de Literary Taste: How to Form
It, por Arnold Bennett; de Country Squire in the White House, por John T.
Flynn; “The Bailad of East and West”, por Rudyard Kipling.
ETC.: A Review of General Semantics: Fragmentos de obréis de S. I.
Hayakawa.
Faber and Faber, Ltd., Publishers: “Poem, or Beauty Hurts Mr. Vinal”,
Selected Poems, por E. E. Cummings.
Fawcett Publications, Inc.: Fragmentos de True Confessions, agosto de
1948. Obsequio de True Confessions. Copyright 1948, Fawcett Publications,
Inc.
Harcourt, Brace & World, Inc.: Fragmentos de T. S. Eliot; de The
Meaning of Meaning, 3a edición, por C. K. Ogden y I. A. Richards; de The
Child’s Conception of the World, de Jean Piaget; de Theory of Literature, de
Rene Wellek y Austin Warren, copyright, 1949, por Harcourt, Brace & World,
Inc.; “Naming of Parts”, de A Map of Verona and Other Poems, de Henry
Reed, copyright, 1947, por Henry Reed; de Modern Man in Search of a Soul,
de Cari Jung; “Poem, or Beauty Hurts Mr. Vinal”, copyright, 1926, por
Horace Liveright; renovado, 1954, por E. E. Cummings, reimpreso de Poems
1923-1954, por E. E. Cummings, con permiso de Harcourt, Brace & World,
Inc.
Harper & Row, Publishers, Incorporated: Fragmentos de People in
Quandaries, de Wendell Johnson; The Mind in the Making, de James Harvey
Robinson; de Union Now with Britain, de Clarence Streit; de Quo Vadimus?,
de E. B.
White; “Commuter”, de The Lady Is Cold, de E. B. White, copyright
1929, por Harper & Row, Publishers, Incorporated, reproducido con su
permiso.
Holt, Rinehart and Winston, Inc.: Fragmentos de Language, de Leonard
Bloomfield; “Terence, This Is Stupid Stuff”, de “A Shropshire Lad” —edición
autorizada— de Complete Poems, de A. E. Housman, copyright 1959, de
Holt, Rinehart and Winston, Inc, reprod. autorizada de Holt, Rinehart and
Winston, Inc.; “Happiness”, de Chicago Poems, de Cari Sandburg, copyright
1916 por Holt, Rinehart and Winston, Inc., copyright renovado en 1944, por
Carl Sandburg, reprod. con autorización de Holt, Rinehart and Winston, Inc.;
editorial “Forty nine Per Cent Sympathy”, de Forty Years on Main Street, de
William Alien White, copyright 1937 por William Alien White, reprod.
autorizada de Holt, Rinehart and Winston, Inc.
A. J. Liebling: Fragmentos de The Wayward Pressman.
Liveright Publishing Corporation: Fragmentos de: Lunacy Becomes Us, de
Adolfo Hitler y sus colaboradores, rec. por Clara Leiser. Con autorización de
Liveright, Publishers, N. Y. Copyright 1939, por Liveright Publishing Corp.
The Macmillan Company: “The Snare”, reimpreso con autorización del
editor de Collected Poems, de James Stephens, copyright 1915 por The
Macmillan Company, renovado en 1943 por James Stephens; fragmento
reimpreso con permiso de The Macmillan Company, de The Guns of August,
de Barbara W. Tuchman, copyright 1962, por Barbara W. Tuchman.
Masses & Mainstream: Fragmento de “The Cult of the Proper Word”, de
Margaret Schlauch, New Masses, 15 de abril, 1947.
David McKay Company, Inc.: Fragmento de Pragmatism, de William
James, copyright, 1907.
Hughes Mearns: “The Man Who Wasn’t There”. Reimpreso con permiso
del autor.
The Nation: Fragmento de The Nation, 26 de junio, 1948 (crítica de libros
de Rolfe Humphries, Jr.).
New Directions: “Salutation”, de Selected Poems, de Ezra Pound.
New Statesman & Nation: Fragmento de New Statesman & Nation, 5 de
junio, 1948.
Pittsburgh Courierit Fragmento de un artículo de Rose Wilder Lane,
publicado el 13 de mayo, 1944.
Political Science Quarterly: Fragmento de “An American Dilemma”, de
Frank Tannenbaum, Political Science Quarterly, septiembre de 1944.
Laurence Pollinger Limited: Fragmento de “Morality and the Novel” (en
Phoenix), de D. H. Lawrence, publicado en Inglaterra por William
Heinemann Ltd., con autorización de Laurence Pollinger Limited y del
Patrimonio de la fallecida señora Frieda Lawrence; “Happiness”, de Chicago
Poems, de Cari Sandburg, publicada en Inglaterra por Jonathan Cape Limited.
Random House: “Buick”, de Karl Shapiro. Copyright 1941 por Karl
Shapiro. Reimpreso de Poems 1940-1953, por Karl Shapiro, autorizada por
Random House, Inc.
The Reporter: Fragmento de “The Case of the Orange Orange”, de Marya
Mannes, The Reporter, 8 de marzo, 1956.
Routledge & Kegan Paul Ltd.: Fragmento de Modern Man in Search of a
Soul, por Cari G. Jung.
W. B. Saunders Company, Publishers: Fragmento de Principies of
Dynamic Psychiatry, de Jules Masserman.
Charles Scribner’s Sons: “Invictus”, de W. E. Henley; fragmentos de
“Haircut”, en Round Up, de Ring Lardner; de A Farewell to Arms de Ernest
Hemingway.
Simon and Schuster, Inc.: Fragmento de Mathematics and the
Imagination, autorizada por Simon and Schuster, Publishers. Copyright, 1940,
por Edward Kasner y James Newman.
Sociedad de Autores: “Terence, This Is Stupid Stuff”, de A. E. Housman,
con permiso de la Sociedad de Autores, como representante literario del
Patrimonio del fenecido A. E. Housman y señores Jonathan Cape Ltd.,
editores de Collected Poems, de A. E. Housman; extracto de “The Listeners”,
de Walter de la Mare, con permiso de los representantes literarios del mismo y
de la Sociedad de Autores, como representantes suyos.
St. Martin’s Press Incorporated: “The Snare”, de Collected Poems, de
James Stephens, publicada por Macmillan & Company Ltd. Reimpresa con
autorización de St. Martin’s Press Incorporated y la señora James Stephens.
Time: Fragmento de Time, 7 de octubre, 1929, 24 enero, 1949. Obsequio
de Time, Copyright Time Inc., 1929 y 1949.
The Viking Press, Inc.: Fragmento de “Morality and the Novel” (en
Phoenix), de D. H. Lawrence.
A. P. Watt & Son: Fragmento de “The Ballad of East and West”, de
Rudyard Kipling, de Barrack Room Ballads. Con autorización de la señora
George Bambridge, Macmillan Company of Canada Ltd., y señores Methuen
& Co. Ltd.
E. B. White: “Commuter”, de The Lady Is Cold, de E. B. White.
NOTA DEL TRADUCTOR
La traducción de un libro de esta naturaleza tiene que ser forzosamente algo
más que una mera versión literaria e ideológica de su contenido: debe tener
mucho de interpretación y, en algunas partes, no pocas, de adaptación para el
lector de habla española.
EL LENGUAJE EN EL PENSAMIENTO Y EN LA ACCIÓN está escrito
para un público de habla inglesa y sobre la perspectiva de la cultura, literatura
y sociología británica y norteamericana, con un sentido del humor y un
enfoque de los temas completamente distinto en muchos casos del que
adoptaría un pensador o un escritor de habla española. Esto se traduce
principalmente en las “Aplicaciones” de cada capítulo, llenas de citas,
fragmentos, poemas, discursos y dichos, chistes y hasta expresiones
paremiológicas que, conservadas y traducidas tal como están, no dirían gran
cosa al lector y estudiante español o hispanoamericano.
Pues bien, como el libro es de índole evidentemente didáctica, y así lo
manifiesta explícitamente el doctor Hayakawa en una porción de pasajes,
como cuando dice, en las “Aplicaciones” al Capítulo 1, que “uno de sus
objetos es ayudar al lector a entender más claramente cómo funciona el
lenguaje y a aplicar este entendimiento a las situaciones prácticas de la vida”,
me he permitido modificar, en aras de la utilidad para el lector, algunos
matices expresivos de las ideas del libro, adaptándolas al fondo y al contexto
cultural en que se mueve y está formado el público al cual va dirigida la obra.
He sustituido las citas literarias, sobre todo los poemas, por otros fragmentos
de obras españolas e hispanoamericanas, procurando conservar una
equivalencia, más o menos lograda, en cuanto a tema, estilo y autor de cada
una de estas citas literarias. Digo “más o menos lograda”, puesto que no
puedo pretender que la equivalencia sea perfecta, primero, porque,
objetivamente, no existen en muchos casos autores o fragmentos homólogos,
y segundo, porque buscarlos en el océano inmenso de la literatura hispánica, y
dar con réplicas o contrapartes exactas de los autores de habla inglesa,
requeriría una selección crítica, a la que ya no podría llamarse interpretación
ni adaptación, sino verdadera colaboración con el autor, cosa que no es el
objeto de esta presentación sin pretensiones en castellano de la obra original
del pensador Hayakawa.
El lector comprenderá que hay un capítulo, sobre todo el titulado “Poesía
y publicidad”, en que se han hecho particularmente necesarias esta adaptación
y estas sustituciones: ni el estilo de los anuncios, ni su sentido del humor, ni el
objeto o artículo anunciado pueden ser iguales en las culturas norteamericana
o británica y latinoamericana. En algunos casos, he respetado el criterio del
autor con anuncios reales de mercancías o específicos reales. Pero, en general,
me ha parecido más ético y menos comprometido inventar los anuncios, que
he llamado “imaginarios”.
En todo caso, he procurado ser fiel al que considero primer mandamiento
deontológico del traductor: respetar completamente la idea del autor (aunque
no se coincida con ella, como ocurre en algún pasaje de este libro) y procurar
expresarla con la energía, el colorido y la intención con que la expresaría él,
de conocer el castellano y escribir en la lengua de Cervantes[*].
A esto añado que en un libro sobre el lenguaje y la palabra, este respeto
debe ser particularmente esmerado, por lo trascendental del tema. En el
mundo caótico de hoy, la paz y la serenidad tienen que venir de la Palabra,
que es el Verbo, que es el Logos, que es Dios.
A. M. M.
PRÓLOGO
Pensar con mayor claridad, hablar y escribir con mayor exactitud, escuchar y
leer con mayor penetración: he aquí los objetivos del estudio del lenguaje
desde los tiempos del trivium medieval hasta la secundaria, el bachillerato y
los centros universitarios de nuestros días. En este libro se intentan realizar
estos objetivos tradicionales según los métodos de la semántica moderna, es
decir, por medio de la comprensión biológica y funcional de la misión que
cumple el lenguaje en la vida humana, y del entendimiento de los distintos
usos del mismo: el lenguaje para persuadir y para dirigir la conducta, el
lenguaje propio para transmitir informaciones y noticias, para crear y expresar
la cohesión social, y el lenguaje de la poesía y de la imaginación. Palabras
que no proporcionan noticia alguna pueden poner en movimiento vagones de
crema de afeitar o de pasteles, como vemos en los anuncios comerciales por
televisión. Las palabras pueden poner en marcha a una multitud por las calles,
y sublevar a otra para apedrear a los manifestantes. Palabras que no significan
nada en prosa pueden tener mucha profundidad en poesía. Palabras sencillas y
claras para unos pueden ser ambiguas y oscuras para otros. Con palabras
disimulamos nuestros motivos más inconfesables y nuestra peor conducta,
pero también con palabras expresamos nuestros ideales y aspiraciones más
sublimes. Comprender cómo funciona el lenguaje, qué defectos oculta, cuáles
son sus posibilidades, es entender la complicada esencia del negocio de vivir
la vida de un ser humano. Ocuparse de la relación entre lenguaje y realidad,
entre las palabras y lo que representan en los pensamientos y emociones de
quien las pronuncia o las escucha, es enfocar el estudio del lenguaje, como
disciplina intelectual y moral al mismo tiempo.
Acaso con un ejemplo expresemos mejor lo que queremos decir. ¿Qué
debe hacer el maestro cuando oye decir a uno de sus alumnos en la clase:
“Las cenorias no van a darse bien este año”? Tradicionalmente, los profesores
de castellano y del arte de hablar han creído que su deber era corregir la
gramática, pronunciación o dicción defectuosa del niño para educarlo
lingüística y literariamente. Pero el maestro que entienda de semántica
preferirá hacer otra cosa. Hará al pequeño preguntas como ésta: “¿A qué
zanahorias te refieres? ¿A las zanahorias de la finca de tu padre, o en general
a todas las del pueblo? ¿Cómo lo sabes? ¿Es observación personal tuya? ¿Se
lo has oído a gente que entiende de esto?”. En una palabra: el maestro de
semántica inculcará a sus estudiantes un positivo interés, ante todo, por la
verdad, la exactitud y la objetividad de cualquier cosa que diga. Ocurre
muchas veces que, cuando los alumnos que están ya aburridos de estudiar
gramática y componer frases, se interesan por el contenido y los fines de la
comunicación entre los hombres, se acaba su animosidad contra la instrucción
lingüística, y se resuelven sus problemas de corrección gramatical y
sintáctica.
Hoy la gente se hace cargo, quizá como nunca, del papel que desempeña
la comunicación en los asuntos humanos. Esto se debe en gran parte a las
tensiones apremiantes que existen por todas partes entre nación y nación,
clase y clase, individuo e individuo, en este mundo en proceso de rápido
cambio de reorganización. También se debe a los enormes poderes que laten
en los grandes medios de difusión o comunicación —la prensa, el cine, la
radio y la televisión— para bien y para mal, como hasta el hombre más
superficial es capaz de comprender.
El tubo de vacío especialmente ha producido en el siglo XX una revolución
en la comunicación, más profunda probablemente y de efectos más vastos que
la imprenta, inventada en el Renacimiento. Las aspiraciones cada día mayores
de los habitantes de la América Latina, de Asia y de Africa se deben a los
adelantos de los transportes y comunicaciones: el avión, el jeep y el
helicóptero, portadores de periódicos, revistas y películas, y especialmente la
radio. Discípulos míos africanos me dicen que, en millares de aldeas remotas,
la gente que antes no tenía más contactos culturales que el villorrio vecino,
hoy anda por todas partes con sus radios de bolsillo, operadas por baterías,
captando noticias de Londres, Nueva York, Tokio y Moscú, y empiezan a
sentir deseos de convertirse en ciudadanos de un mundo mayor que el que han
conocido hasta ahora.
La televisión está también contribuyendo a cambiar el mundo. Así, por
ejemplo, la televisión comercial norteamericana invita a todo el mundo a
gozar de los beneficios de una cultura industrial y democrática, comprando
dentífricos, detergentes y automóviles, interesándose por los asuntos
nacionales e internacionales, y compartiendo las emociones, ilusiones,
aspiraciones y valores descritos en sus entretenidos programas. Lo que la
televisión dice a los blancos, va dirigido igualmente, acaso sin caer en la
cuenta, a los negros, que constituyen una décima parte de la nación. No es
extraño, por tanto, que los negros busquen cada día con más interés, no sólo
mejores oportunidades de trabajo, sino la plenitud de sus derechos como
consumidores de alimentos, bebidas y artículos de vestir, gozando de todo
esto como cualquier otro norteamericano. Una revolución en los tipos y
técnicas de comunicación siempre produce más consecuencias de lo que uno
se imagina cuando se introducen las primeras innovaciones. La densidad
creciente de los medios de comunicación en la nación y en el mundo entero,
consecuencia de los progresos tecnológicos, representa un ritmo acelerado de
cambio social, y por tanto, una necesidad mayor de preparación semántica
para todos los hombres.
El contenido original de este libro, publicado en 1941 con el título de
Language in Action (El lenguaje en acción), constituyó en muchos aspectos
una reacción contra los peligros de la propaganda, evidenciados en el éxito
que tuvo Adolfo Hitler para arrastrar a millones de seres humanos a sus ideas
maniáticas y destructivas. Su autor estaba entonces convencido, y así sigue,
de que todo el mundo debe adoptar una actitud habitualmente crítica respecto
al lenguaje suyo y al de los demás, por su propio bien personal y para cumplir
adecuadamente sus funciones de ciudadano. Ya Hitler desapareció; pero, si
bien la mayoría de nuestros conciudadanos son más susceptibles a los lemas
del miedo y del odio racial que a los de la convivencia pacífica y el respeto
mutuo entre los seres humanos, nuestras libertades políticas están a merced de
cualquier demagogo elocuente y sin escrúpulos.
La semántica es el estudio de la interacción humana a través de la
comunicación. Esta lleva a veces a la cooperación, pero también al conflicto.
El postulado ético de la semántica, análogo al médico de que la salud es mejor
que la enfermedad, es que la cooperación es preferible al conflicto. Este
postulado, implícito en Language in Action, quedó explícitamente propuesto
como tema central y unificador en El lenguaje en el pensamiento y en la
acción, ampliación de la obra anterior, publicada en 1949. Sigue siendo el
tema central de la presente edición revisada.
Los cambios principales que se le han introducido son de dos clases. En
primer lugar, se le ha añadido mucho original nuevo, con el título de
“Aplicaciones”, al fin de cada capítulo. Un libro de semántica no es algo que
se lee y luego se olvida. Sus principios deben ensayarse en el propio pensar,
hablar, escribir y proceder, para que produzcan frutos; hay que comprobarlos
con la propia experiencia y observación. Por eso, las “Aplicaciones” tienen un
doble fin: ofrecen al lector un procedimiento para asimilar el punto de vista
del semántico, emprendiendo investigaciones y ejercicios de semántica por su
cuenta además de leer la teoría respectiva. Constituyen también un medio
para que el lector no se atenga a la simple palabra del autor respecto a la
verdad de cuanto se contiene en este libro. (Es de esperar además que las
“Aplicaciones” resulten amenas para el lector. Tenemos la suerte de que el
mundo esté lleno de individuos que dicen y escriben absurdos maravillosos
para el cuaderno de apuntes del semántico).
En segundo lugar, esta edición se ha revisado a fondo para aprovechar las
últimas obras y progresos en el campo de la semántica. El estudio de la
“orientación dilemática” se ha aumentado y detallado de conformidad con las
ideas actuales sobre el tema, especialmente en el campo de la sicología social.
La exposición de “la orientación intencional” se ha vuelto a escribir en aras de
una mayor claridad. La publicidad ha sido característica saliente del medio
semántico norteamericano, pero ha cobrado aún mayor importancia con el
desarrollo de la televisión, por lo cual cala más hondo que nunca en nuestra
vida. Se ha añadido un nuevo capítulo sobre “Poesía y publicidad” para
estimular el estudio, literario y sicológico, de la influencia exacta que ejerce
sobre nosotros el anuncio publicitario.
Merece mi reconocimiento más profundo Alfred Korzybski, por su
Semántica General (“sistema no aristotélico”). También he utilizado mucho
las obras de otros autores y elaboradores del pensamiento semántico,
especialmente C. K. Ogden y I. A. Richards, Thorstein Veblen, Edward Sapir,
Leonard Bloomfield, Karl R. Popper, Thurman Arnold, Jerome Frank, Jean
Piaget, Charles Morris, Wendell Johnson, Irving J. Lee, Ernst Cassirer, Anatol
Rapoport, Stuart Chase. También estoy profundamente agradecido a
numerosos sicólogos y siquiatras, que en uno u otro punto de vista importante
se inspiraron en Sigmund Freud, entre los cuales cito a los siguientes: Karl
Menninger, Trigant Burrow, Carl Rogers, Kurt Lewin, N. R. F. Maier, Jurgen
Ruesch, Gregory Bateson, Rudoph Dreikurs, Milton Rokeach. También me
han valido mucho las obras de antropólogos culturales como Benjamín Lee
Whorf, Ruth Benedict, Clyde Kluckhohn, Leslie A. White, Margaret Mead,
Weston La Barre.
La penetración en la conducta simbólica humana y en la interacción
humana a través de mecanismos simbólicos, procede de diversas disciplinas:
no sólo de la lingüística, filosofía, sicología y antropología cultural, sino de
las investigaciones sobre las actitudes y la opinión pública, de las nuevas
técnicas sicoterápicas, de la fisiología y neurología, de la biología matemática
y de la cibernética. ¿Cómo se combinan y sintetizan todos estos puntos de
vista heterogéneos? Esta es una tarea que no presumo haber realizado aquí,
pero he estudiado el problema con el suficiente detenimiento para llegar a la
conclusión de que no puede hacerse sin algún conjunto de principios amplios
e informadores, como los de la Semántica General de Korzybski.
Como una relación, aun incompleta, de las fuentes haría interminables
estas páginas, en lugar de una documentación detallada inserto al final de la
obra una lista de libros que me han parecido particularmente útiles. Pero
ninguno de los autores que he consultado es responsable de los errores o
defectos de este libro ni de las libertades que me he tomado en la nueva
explicación, aplicación y modificación de las teorías existentes.
Los profesores Leo Hamalian y Geoffrey Wagner, del Departamento de
Inglés del City College de Nueva York, amigos y colaboradores míos en esta
edición, han leído la preparación de cada una de estas páginas y aportado la
mayor parte de las nuevas “Aplicaciones”. Sus sugerencias e ideas, basadas
en muchos años de enseñanza académica de la semántica y en su vasta lectura
y erudición, han enriquecido todo este volumen. Expreso también mi gratitud
al fallecido profesor Basil H. Pillará, del Colegio de Antioquia, que me
asesoró en la edición de 1949, de El lenguaje en el pensamiento y en la
acción; muchas indicaciones y adiciones suyas forman todavía parte del
contenido y la estructura de la edición presente. También mi reconocimiento a
muchos estudiosos; a numerosos colegas de mi profesión docente; a jefes de
empresas, directores de adiestramiento y publicistas; a amigos del campo de
la medicina, del derecho, de las relaciones laborales y del Gobierno
(especialmente del servicio diplomático) cuyas críticas y observaciones me
han ayudado a esclarecer y ampliar mis puntos de vista.
S. I. H.
San Francisco State College
LIBRO PRIMERO

Las funciones del lenguaje


Se ha dedicado gran atención… a los lenguajes técnicos en que los
hombres de ciencia expresan su saber especializado… Pero la terminología
coloquial del habla cotidiana, los estilos literario y filosófico en que los
hombres expresan sus ideas sobre los problemas de la moral, de la política,
de la religión y de la sicología, han estado en extraño abandono. Decimos,
“esas son meras cuestiones de palabras”, en tono de desdén, como si
creyésemos que las palabras son cosas sin interés para una persona seria y
sensata.
Esta es una actitud de lo más lamentable. Porque las palabras
desempeñan un enorme papel en nuestra vida y merecen, por tanto, nuestro
más profundo estudio. La antigua idea de que las palabras tienen poderes
mágicos es falsa; pero su falsedad consiste en la deformación de una verdad
muy importante. Las palabras producen, es cierto, un efecto mágico, pero no
de la índole que suponían los magos, ni sobre los objetos en que trataban de
influir. Las palabras son mágicas porque afectan a la mente de quienes las
emplean. Hablamos despectivamente de “una mera cuestión de palabras”,
olvidando que tienen poder para forjar el pensamiento de los hombres, para
encauzar sus sentimientos, para dirigir su voluntad y su acción. La conducta
y el carácter están en gran parte determinados por la naturaleza de las
palabras que solemos usar para expresarnos a nosotros mismos y al mundo
que nos rodea.
—ALDOUS HUXLEY, Words and Their Meanings
PRÓLOGO

“Ojo-Rojo” y el problema de la mujer:


Anécdota semántica
Cuando se llega a un acuerdo o convenio en los asuntos humanos
—SE LOGRA MERCED A PROCESOS LINGÜÍSTICOS, O NO SE LOGRA EN
ABSOLUTO.

—BENJAMIN LEE WHORF


Una vez, hace mucho tiempo, decenas de milenios antes de que empezara
la historia, la gente se preocupaba por la condición caótica de su vida, como
ha venido ocurriendo tantas veces desde entonces. Porque, en aquellos
tiempos, los hombres se apoderaban por la fuerza de las mujeres que
deseaban. No había modo de detenerlos.
El que quería a una mujer, pero se enteraba de que ya era compañera de
otro hombre, no tenía más que matarlo y llevársela a rastras a su casa.
Naturalmente, otro podría matarlo después a garrotazos para arrebatársela,
pero había que jugarse ese albur si se quería a una mujer.
Por tanto, no había gran cosa de lo que pudiera llamarse vida de familia.
Los hombres estaban constantemente acechándose a hurtadillas.
Y el tiempo que pudiera emplearse en pescar, cazar o elevar de cualquiera
otra manera el nivel general de vida, se gastaba en incesantes e inquietas
medidas para defender a la propia mujer.
Mucha gente comprendía que aquella no era forma de vida propia de seres
humanos. Por eso, se decían unos a otros:
—La verdad es que somos criaturas extrañas. En algunos aspectos,
estamos altamente civilizados. Ya no comemos carne cruda como nuestros
salvajes antepasados. Nuestros técnicos han perfeccionado las cabezas de
flecha de pedernal e inventado poderosos arcos, de forma que podemos matar
al ciervo más rápido. Nuestros brujos predicen qué peces van a llenar los ríos,
y nuestros curanderos acaban con las enfermedades. En el Instituto de
Estudios Avanzados de Notecnirp, dicen que un grupo de jóvenes de talento
están organizando una danza para hacer que llueva. Poco a poco vamos
dominando los secretos de la Naturaleza, y estamos en condiciones de vivir
como hombres civilizados y no como animales.
“Sin embargo —continuaban diciendo—, no hemos logrado dominarnos a
nosotros mismos. Hay quienes siguen arrebatando por la fuerza a las mujeres,
por lo cual todos los hombres viven en constante temor de sus semejantes. La
gente comprende, claro está, que hay que acabar con toda esta matanza, pero
nadie lo hace. El problema fundamental de los problemas humanos, el de
tener una pareja y criar a sus hijos según un sistema decente y de orden, sigue
sin resolver. Mientras no arbitremos una manera para que la relación entre
hombre y mujer se asiente en una base decorosa y humana, carecen de sentido
nuestras aspiraciones a la civilización”.
Durante muchas generaciones los hombres sensatos de la tribu estuvieron
dando vueltas al problema. ¿Cómo podrían los hombres y las mujeres vivir
juntos en paz con sus hijos, protegidos de los atropellos de unos cuantos, que
mataban a troche y moche para poseer a sus mujeres?
Paulatinamente, tras siglos de discusiones tentativas, dieron con una
solución. Propusieron que los hombres y las mujeres decididos a vivir juntos
con carácter permanente se uniesen en virtud de un “contrato”, palabra que
para ellos significaba la pronunciación de solemnes promesas ante los
sacerdotes de la tribu, respecto a su conducta futura. Este contrato se llamó
“matrimonio”. El hombre que lo contraía se denominaría “marido”, y la
mujer, “esposa”.
Propusieron, además, que este contrato fuese observado y respetado por
todos los individuos de la tribu. O sea, si, por ejemplo la mujer Cañahejas era
la “esposa” de Cejas Negras, todos los miembros de la tribu tenían que estar
de acuerdo en que no se les podía molestar en sus relaciones domésticas.
Propusieron también que si alguno desdeñaba este contrato y mataba a otro
hombre para llevarse a su esposa, debería ser castigado por la fuerza colectiva
de la autoridad tribeña.
Para poner por obra estas propuestas, se convocó a una gran asamblea de
delegados de todas las ramas de la tribu. Unos se presentaron muy alegres,
con la esperanza de que la humanidad iba a entrar en una nueva era. Otros
llegaron alicaídos, pesimistas, con pocas ilusiones sobre los resultados de la
conferencia, aunque convencidos de que por lo menos valía la pena hacer
algo. Otros concurrieron sencillamente porque habían sido designados
delegados con todos los gastos pagados, y estaban dispuestos a apoyar a la
mayoría.
Pero, durante toda la conferencia, un corpulento e inculto salvaje, apodado
“Ojo Rojo, el Atavismo”, tan descarado que siempre tenía seguidores a pesar
de su roma personalidad, estuvo barbotando comentarios despectivos desde
los extremos del gentío. Llamaba a los delegados “visionarios”, “chalados”,
“teorizantes imprácticos”, “soñadores despiertos”, “mentecatos” y “poco
hombres”. Entre risotadas, zumbaba que muchos delegados habían sido
antaño ladrones de mujeres. (Desgraciadamente, en esto tenía razón).
Gritaba a Manos Velludas, uno de los delegados:
—No creerás que Patas Pardas va a dejar en paz a tu mujer porque haga
una promesa, ¿verdad?
Y gritó también a Patas Pardas:
—No creerás que Manos Velludas va a dejar en paz a tu mujer porque lo
prometa, ¿verdad?
Y se mofaba de todos los delegados, diciendo que aquella discusión eran
“paparruchas pedantes, porque ¿quién había oído hablar nunca de marido,
mujer y matrimonio, y todas aquellas majaderías elegantes en ‘choctaw’,
dialecto de la tribu?”
Luego “Ojo Rojo, el Atavismo” se volvió a sus seguidores, la turba de
gente timorata y pusilánime, que siempre se daba ánimos con el tono
destemplado de su voz, y berreó:
—Miren a estos delegados imbéciles, mírenlos. ¡Creen que van a poder
cambiar la naturaleza humana!
Al oír esto, la turba de secuaces suyos estalló en carcajadas y se puso a
repetir:
—¡Ah, ah! ¡Se creen que pueden cambiar la naturaleza humana!
Con aquello se acabó la conferencia. Pasaron otros dos mil años antes de
que el matrimonio quedase establecido definitivamente en la tribu, dos mil
años durante los cuales murieron innumerables hombres defendiendo a sus
mujeres, y los que no codiciaban las hembras de su prójimo se mataban unos
a otros para evitar ser muertos, dos mil años durante los cuales languidecieron
las artes de la paz, dos mil años que la gente pasó desesperando del soñado y
remoto futuro en que el hombre pudiera vivir con la mujer a quien quería, sin
tener que armarse hasta los dientes y montar guardia día y noche.
* * *
Quizá al lector le parezca deprimente esta anécdota inventada. Depende
de la consecuencia que deduzca de ella. Es verdad que “Ojo Rojo, el
Atavismo” se apuntó un triunfo entonces, pero también es verdad que el
matrimonio llegó a establecerse por fin, con sus imperfecciones y todo.
Pero nosotros no tenemos, en cambio, para llegar a los convenios sociales
que impidan la violencia internacional de nuestros días, dos mil años, ni
siquiera doscientos. Ni veinte. Acaso, ni dos.
Y ahí está nuestro problema.
1. LENGUAJE Y SUPERVIVENCIA
No puede uno menos de extrañarse de la expresión, “lograr algo de
balde”, repelida a todas horas, como si fuese la ambición peculiar y perversa
de los perturbadores de la sociedad. Excepto nuestro equipo animal, todo lo
que tenemos prácticamente se nos da gratis. ¿Puede el reaccionario más
satisfecho blasonar de haber inventado el arte de la escritura o de la prensa,
o de haber descubierto sus convicciones religiosas, económicas y morales, o
cualquiera de los procedimientos que le proporcionan alimento y vestido, o
cualquiera de las fuentes de regalo, como los que le brindan la literatura y
las bellas artes? En una palabra: la civilización apenas es algo más que
recibir buenas cosas de balde.
—JAMES HARVEY ROBINSON
Cuando se llega a un acuerdo o convenio en los asuntos humanos… se
logra merced a procesos lingüísticos, o no se logra en absoluto.
—BENJAMIN LEE WHORF

¿A qué animales debemos imitar?


La gente que se tiene por aferrada a las realidades, como los poderosos líderes
políticos y los hombres de negocios, así como los vividores y ganapanes de
pequeño calibre, tiende a suponer que la naturaleza humana es egoísta y que
la vida constituye una lucha en que sólo sobreviven los más aptos. Según esta
filosofía, la ley fundamental que debe regir la vida del hombre es, a pesar de
su barniz de civilización, la de la selva. Los más “aptos” son quienes pueden
desplegar en la lucha más fuerza, más astucia y menos escrúpulos.
Lo extendido de esta filosofía de la supervivencia de los mejores permite
a quienes proceden con dureza y egoísmo, ya sea en rivalidades personales,
ya en la competencia de los negocios o en las relaciones internacionales,
acallar el grito de su conciencia, diciéndose que no hacen sino obedecer la ley
de la Naturaleza. Pero el observador imparcial tiene derecho a preguntar si la
crueldad del tigre, la astucia del mono y la obediencia a la ley de la selva en
sus aplicaciones humanas prueban verdaderamente la aptitud del hombre para
sobrevivir. Si los seres humanos se empeñan en buscar sus modelos entre los
animales, ¿no pueden darle lecciones de supervivencia sino las fieras rapaces?
No estaría mal, por ejemplo, parar mientes en el conejo o en el corzo y
cifrar la aptitud de supervivencia en la rapidez de escapar de los enemigos.
Pudiéramos fijarnos en la lombriz de tierra o en el topo, y cifrarla en la
capacidad de esconderse y escabullirse. O estudiar a la ostra y a la mosca
casera, cuya capacidad de supervivencia consiste en que se propagan con más
rapidez que la de sus enemigos en devorarlas. De buscar a los animales por
modelo, ahí está el cerdo, al que muchos seres humanos han querido emular
desde el principio de los tiempos. (Recuérdese que Circe alentó en la Odisea
ingeniosa y prácticamente a quienes tenían esas tendencias). Vemos, en el
Brave New World de Aldous Huxley, un mundo obra de quienes quieren
modelar a los seres humanos como hormigas sociales. El mundo, dirigido por
un grupo de supercerebros, podría funcionar tan concorde y ordenadamente y
con la misma eficiencia que un hormiguero, y también tan sin ton ni son,
como indica Huxley. Basta con echar un vistazo al mundo de los animales, si
en ellos buscamos la “capacidad de supervivencia”, para ver que no hay limite
a los sistemas infrahumanos de conducta que pudieran imaginarse: podríamos
emular a las langostas, a los perros, a los papagayos, a los gorriones, a las
jirafas, a los zorrillos, y hasta a las lombrices parásitas, porque no cabe duda
que han sabido sobrevivir de una u otra manera. Pero todavía cabe preguntar
si la supervivencia humana no girará en torno a una capacidad
específicamente distinta de la de los animales.
Como en general la gente cree que el perro devora al perro, la
supervivencia de los mejores en nuestro mundo es una filosofía que debe
estudiarse a la luz de la ciencia presente, aunque la bomba de hidrógeno ha
abierto los ojos a algunos para comprender la necesidad de un cambio de
filosofía. Los biólogos distinguen dos tipos de lucha por la vida. Primero, la
lucha interespecífica, o sea, entre las distintas especies animales, como zorras
y venados, hombres y bacterias. Segundo, la intraespecífica, entre los
miembros de una misma especie, hombres contra hombres, o ratas contra
ratas. Hay muchos indicios en la biología moderna de que las especies que
han desarrollado medios complicados de competencia intraespecífica,
frecuentemente no son aptos para la lucha interespecífica, por lo cual o ya han
perecido esas especies o están en vías de extinción. Aunque la cola le valga al
pavo real para la competencia sexual con otros pavos reales, constituye un
engorro para abrirse camino en el medio ambiente o luchar con otras especies.
Por eso, el pavo real podría quedar eliminado de la noche a la mañana merced
a un cambio súbito en el equilibrio ecológico. Hay pruebas también de que el
vigor y la fiereza para atacar y matar a otros animales, lo mismo en la lucha
interespecífica que en la intraespecífica, nunca ha bastado por sí solo para
garantizar la supervivencia de la especie. Muchos gigantescos reptiles,
dotados de magníficas armas ofensivas y defensivas, dejaron de arrastrarse
por la tierra hace millones de años[1].
Para hablar de la supervivencia humana, una de las primeras cosas que
hay que hacer, aun suponiendo que los hombres tengan que luchar para vivir,
es distinguir entre las cualidades que les valen para defenderse del medio y de
otras especies (inundaciones, tormentas, al mismo tiempo que animales
salvajes, insectos o bacterias) y las que necesitan para luchar con otros
hombres (como la agresividad).
El principio de que si no peleamos juntos seremos ahorcados por
separado, fue descubierto por la Naturaleza mucho antes que por los hombres.
La cooperación dentro de la especie (y a veces, con otras especies) es esencial
para la supervivencia de la mayor parte de los seres vivos. Además, el hombre
es el animal que habla; y la teoría de su supervivencia que no tome en cuenta
este hecho no es más científica que la de la supervivencia del castor, haciendo
caso omiso de cómo usa este animal sus dientes y su cola aplastada. Veamos
lo que significa el habla, la comunicación humana.

Cooperación
Cuando alguien nos grita, “¡Cuidado!”, y uno da un salto para evitar a duras
penas ser arrollado por un automóvil, debemos nuestra salvación al acto
cooperativo fundamental, merced al cual sobreviven los animales superiores,
o sea, la comunicación por el sonido. No vimos venir al vehículo, pero
alguien lo vio y emitió ciertos sonidos para ponernos en guardia. En otras
palabras: aunque nuestro sistema nervioso no percibió el peligro, salimos
indemnes porque otro sistema nervioso lo captó. Nos beneficiamos de este
otro sistema además del nuestro.
De hecho, casi siempre que oímos los ruidos que hace la gente, o vemos
sobre el papel las marcas negras que representan estos ruidos, estamos
aprovechando las experiencias de los demás para compensar lo que a nosotros
se nos escapó. Evidentemente, cuanto más pueda utilizar uno los sistemas
nerviosos de los demás para suplementar el propio, más fácil le será
sobrevivir, y desde luego, cuantos más individuos haya en un grupo
cooperativo de ruidos de uno a otro, mejor para todos, dentro de los límites,
naturalmente, de los talentos organizadores del grupo en el campo social. Las
aves y los demás animales se unen con los de su especie y emiten sus ruidos
cuando encuentran alimento o se asustan por algo. En realidad, lo mismo los
animales que los hombres tienen que aliarse para sobrevivir y defenderse,
uniendo sus sistemas nerviosos más todavía que su fuerza física. Las
sociedades animales y humanas pudieran considerarse casi como enormes
cooperativas de sistemas nerviosos.
Sin embargo, mientras los animales no utilizan más que unos cuantos
gritos, los seres humanos emplean sistemas extraordinariamente complicados
de farfullar, silbar, gorgotear, cloquear y arrullar, que reciben el nombre
común de lenguaje, con el cual expresan y comunican lo que pasa por sus
sistemas nerviosos. Además de complicado, el lenguaje es
extraordinariamente más flexible que los gritos animales de que deriva, hasta
el punto de que no sólo puede usarse para comunicar la inmensa variedad de
fenómenos que pasan por el sistema nervioso humano, sino para comunicar
estas comunicaciones. Es decir, cuando gañe un animal, quizá haga gañir a
otro, por imitación o por susto; pero el segundo no gañe sobre el gañido del
primero. En cambio, cuando un hombre dice, “Veo un río”, y otro replica,
“Este dice que ve un río”, tenemos una afirmación sobre otra afirmación.
Respecto a ésta pueden hacerse otras, y otras más. En una palabra, el lenguaje
puede versar sobre el lenguaje. En esto difieren fundamentalmente los
sistemas humanos de sonido, de los ritos animales.
El depósito común del saber
Además del lenguaje, el hombre ha desarrollado marcas y rayas más o menos
permanentes, expresivas del lenguaje, que pueden grabarse en tabletas de
arcilla, en pedazos de madera o de piedra, en pieles de animales y en papel.
Estas marcas le permiten comunicarse con hombres a quienes no llega el eco
de su voz, ni en el espacio ni en el tiempo. Es largo el proceso de evolución
desde los árboles marcados por los indios, que Ies indicaban sus sendas, hasta
los diarios metropolitanos; pero tienen en común que comunican a los demás
lo que un individuo ha visto para su bien o, en un sentido más amplio, para su
instrucción. Todavía pueden seguirse muchos de los senderos trazados en las
selvas canadienses a base de tocones y ramas marcadas por indios que
murieron hace mucho. Arquímedes murió, pero conservamos lo que escribió
sobre sus experimentos en física. Keats murió, pero todavía puede decirnos
sus impresiones cuando leyó por primera vez el Homero de Chapman. Por
nuestros periódicos y radios nos enteramos con gran rapidez de lo que ocurre
en el mundo en que vivimos. En los libros y revistas aprendemos lo que
pensaron y sintieron multitud de personas a quienes jamás podremos ver.
Toda esta información nos es útil tarde o temprano para proyectar luz sobre
nuestros propios problemas.
Así, pues, el ser humano nunca está sólo a expensas de su experiencia
para informarse. Hasta en una cultura primitiva puede utilizar la experiencia
de sus vecinos, amigos y parientes, que se la comunican por medio del
lenguaje. Por tanto, en lugar de padecer las limitaciones de su experiencia y
saber, en lugar de tener que descubrir lo que ya han descubierto otros y de
explorar las sendas falsas que ellos exploraron, repitiendo sus errores, puede
arrancar de lo que dejaron los demás, y continuar su trayectoria. Es decir, el
lenguaje hace posible el progreso.
En realidad, la mayor parte de las características humanas, como las
llamamos, de nuestra especie se expresan y desarrollan gracias a nuestra
capacidad de cooperar con nuestros sistemas de ruidos significativos y de
trazos expresivos sobre el papel. Aun los miembros de culturas atrasadas, en
las que no se había inventado la escritura, pueden intercambiar información y
transmitir de generación en generación considerables contingentes de saber
tradicional. Pero, sin embargo, parece haber un límite tanto para el volumen
como para lo exacto del saber que puede transmitirse oralmente[2]. Pero
cuando se inventa la escritura, se da un tremendo paso adelante. Puede
comprobarse una y otra vez, por las generaciones sucesivas de observadores,
la exactitud de los informes. Cesa de estar limitado el caudal del saber
acumulado, porque la gente puede recordar lo que se le ha dicho. La
consecuencia es que, en cualquier cultura de unos cuantos siglos, los seres
humanos que sepan leer y escribir acumulan vastos depósitos de saber, muy
superiores a lo que un solo individuo de dicha cultura es capaz de leer, cuanto
más de recordar, en toda su vida. Estos caudales de saber, en constante
aumento, quedan a disposición de cuantos los deseen, a través de
procedimientos mecánicos como la imprenta y de organismos distribuidores
como el mercado de libros, el periódico, la revista y los sistemas de
bibliotecas. Así, todos los que podemos leer los principales idiomas europeos
o asiáticos estamos potencialmente en contacto con los recursos intelectuales
de siglos de actividad humana en todo el mundo civilizado.
Un médico, por ejemplo, que no sepa cómo curar a un paciente de alguna
enfermedad rara, puede consultar la dolencia en el Index Medicus, el cual a su
vez lo mandará a los diarios médicos de todas las partes del mundo. En ellos
encontrará casos parecidos descritos por algún médico de Rotterdam,
Holanda, en 1913, o por otro de Bangkok, Siam, en 1935, y varios de Kansas
City en 1954. Una vez en posesión de esos datos, puede bandearse mejor con
su caso. Igualmente, si alguien tiene un problema ético, no tiene por qué
limitarse al consejo del pastor de la iglesia baptista próxima; puede acudir a
Confucio, Aristóteles, Jesús, Spinoza y tantos otros, cuyas reflexiones sobre
cuestiones éticas están publicadas. Si le preocupa un caso sentimental de
amor, no sólo puede consultárselo a su madre o a su amigo, sino a Safo,
Ovidio, Propercio, Shakespeare, Havelock Ellis, o a cualquiera de los millares
que supieron algo de eso y lo consignaron por escrito.
Es decir, el lenguaje es el mecanismo indispensable de la vida humana, de
una vida como la nuestra, formada, orientada, enriquecida y hecha posible
gracias a las experiencias pasadas de los miembros de nuestra especie. Que
sepamos, los perros, los gatos y los chimpancés no aumentan su sabiduría, su
información ni el control de su medio, de generación en generación. Pero los
seres humanos, sí. Los triunfos culturales de las edades, el invento del
cocinar, de las armas, de la escritura, de la imprenta, de los métodos de
construcción, juegos, diversiones, medios de transporte y los descubrimientos
de las artes y de las ciencias, nos llegan como dádivas gratuitas de los
muertos. Aunque no hemos hecho nada por merecerlas, nos brindan no sólo la
oportunidad de una vida superior a la de nuestros antepasados, sino la de
aumentar la suma de las realizaciones humanas con nuestras propias
aportaciones, por modestas que sean.
Por eso, saber leer y escribir es aprovechar y participar del logro mayor de
la humanidad, que hace posibles todos los demás, el depósito de nuestras
experiencias en los grandes archivos cooperativos del saber, a disposición de
todos, a excepción de los posibles privilegios, censuras o supresiones
especiales que se opongan a ello. Desde el grito de aviso del hombre
primitivo hasta el último documental fílmico o la última monografía
científica, el lenguaje es social. La cooperación cultural o intelectual es el
gran principio de la vida humana.
No es principio fácil de aceptar o comprender, ni mucho menos, pero nos
gustaría creerlo como verdad piadosa, porque somos gente de buenas
intenciones. Vivimos en una sociedad caracterizada por un alto grado de
competencia; cada cual trata de superar a los demás en dinero, popularidad o
prestigio social, vestido, grados académicos o resultados de golf. Al leer
nuestros diarios, siempre nos llegan noticias de conflictos, más bien que de
cooperación: conflictos entre obreros y patronos, entre corporaciones o
estrellas de cine rivales, entre partidos políticos y naciones antagonistas.
Sobre todos nosotros se cierne el pavor perpetuo de otra guerra más
inconcebiblemente horrible que la última. Muchas veces se siente uno tentado
a afirmar que el conflicto, no la cooperación, es el gran principio que regula la
vida humana.
Pero lo que pasa por alto esa filosofía, pese a toda la competencia
superficial, es que hay un enorme substrato de cooperación que no se advierte
siquiera, pero mantiene en marcha al mundo. La coordinación de las
actividades de los ingenieros, actores, músicos, camarógrafos, compañías de
valores, mecanógrafas, directores de programas, empresas publicitarias,
escritores y mil más, es necesaria para organizar un solo programa de
televisión. Centenares de millares de personas cooperan en la producción
automovilística, entre ellos, los abastecedores y proveedores de materias
primas de todas las partes del mundo. Cualquier actividad industrial
organizada es un acto de cooperación complicada, en que cada trabajador
aporta su granito de arena. El paro y la huelga constituyen un retiro de la
cooperación: se dice que se vuelve a lo normal cuando se restablece esa
cooperación. Quizá compitamos individualmente por un empleo, pero en
cuanto lo tenemos, nuestra función es contribuir a su tiempo y lugar a la serie
innumerable de actos cooperativos que con el tiempo se traducirán en
automóviles manufacturados, en pasteles expuestos en los escaparates de las
confiterías, en tiendas de departamentos al servicio de sus clientes, en la
salida a sus horas de trenes y aeroplanos. Pero lo que a nosotros nos importa
aquí es que toda esta coordinación de esfuerzos necesaria para que funcione la
sociedad, se logra a base del lenguaje, o no se logra en absoluto.

El Niágara de las palabras


Y ¿de qué manera afecta todo esto al señor T. C. Mits[3]? Desde que abre la
radio para escuchar las primeras noticias matutinas hasta que cae dormido por
la noche sobre una novela o una revista, nada en un mar de palabras, como
cuantos viven en las condiciones civilizadas modernas. Directores de
periódicos, políticos, agentes de ventas, locutores de radio, columnistas,
oradores de almuerzos de clubes, clérigos, colegas suyos, amigos, parientes,
su mujer y sus hijos, los informes del mercado, los anuncios por correo, los
libros y las carteleras, lo asaltan con sus palabras el día entero. Y él, por su
parte, contribuye también a ese Niágara verbal cada vez que desencadena una
campaña publicitaria, pronuncia un discurso, escribe una carta o charla con su
familia.
Cuando las cosas no marchan bien en su vida —cuando está preocupado,
perplejo o nervioso; cuando los asuntos familiares, industriales o nacionales
no van como él quisiera; cuando le sale mal uno y otro negocio personal o
financiero— echa la culpa de sus dificultades a una porción de cosas. A veces,
se mete con el tiempo; otras lo achaca a su salud o al estado de sus nervios, o
bien a sus glándulas; si el problema es grave, quizá se lo reproche al medio, al
sistema económico en que vive, a alguna nación extranjera o a los valores
culturales de su sociedad. Cuando piensa en las dificultades de los demás,
acaso las atribuya también a causas análogas, y hasta añada otra: la
“naturaleza humana”. (No echa la culpa a su propia “naturaleza humana”,
como no sea que ande muy mal la cosa). Rara vez se le ocurre, si es que se le
ocurre, investigar, por ejemplo, la naturaleza y los elementos de ese Niágara
diario de palabras, como fuente posible de sus problemas.
De hecho, en muy pocas ocasiones piensa el señor Mits en el lenguaje. Se
detiene de cuando en cuando a cavilar sobre un punto gramatical. A veces, no
queda satisfecho con su expresión verbal y se pone a planear el mejoramiento
de su vocabulario. De cuando en cuando lee anuncios sobre “la manera de
mejorar su poder de expresión”, y cree que debería tomar medidas para
adquirir más capacidad persuasiva, y hasta quizá compre un libro o tome un
cursillo que lo tranquilizará por una temporada. Ante el Niágara torrencial de
palabras —las revistas que no tiene tiempo de leer y los libros que le consta
debería consultar— se pone a cavilar si no le convendría matricularse en un
curso de lectura rápida.
No es raro el caso de que le extrañe que algunas personas (entre las cuales
nunca se incluye, claro) tergiversen el significado de las palabras,
especialmente durante alguna discusión, con lo cual la terminología se
embrolla. De cuando en cuando advierte, casi siempre exasperado, que las
palabras significan cosas distintas para las distintas personas. Esto, piensa,
podría enmendarse con sólo que la gente consultase más a menudo su
diccionario y aprendiese la “acepción verdadera” de las palabras. Pero le
consta que no lo van a hacer —por lo menos, más a menudo que él, quien por
cierto no maneja el diccionario muy frecuentemente—, así que da carpetazo
al asunto, atribuyéndolo también a la debilidad de la naturaleza humana.
Desgraciadamente, éste es más o menos el límite de las especulaciones
lingüísticas del señor Mits; de ahí no pasa. Y conste que está representando en
esto no sólo al público en general, sino a muchos trabajadores científicos,
publicistas y escritores. Como la mayor parte de la gente, se preocupa tanto
por las palabras como por el aire que respira, y las acepta y emplea sin más ni
más. (Después de todo, viene hablando desde lo que alcanza a recordar). Su
cuerpo se acomoda automáticamente, con sus limitaciones, claro, a los
cambios climáticos y atmosféricos, del frío al calor, de la sequía a la
humedad, del aire fresco al viciado; no necesita un esfuerzo consciente para
amoldarse. Sin embargo, no tiene inconveniente en reconocer el efecto que el
clima y el aire ejercen en su bienestar físico, y toma las medidas necesarias
para protegerse del aire insano, retirándose a otra parte o creando sistemas de
aire acondicionado para purificarlo. Pero el señor Mits, como cualquiera de
nosotros, se ajusta también automáticamente a los cambios en el clima verbal,
de un estilo a otro, de una terminología a otra, alterando sus hábitos de
escuchar según las distintas situaciones sociales, sin esfuerzo consciente. No
obstante, tiene que reconocer el efecto de su clima verbal para su salud y
bienestar mental.
A pesar de todo, el señor Mits se arma un lío con las palabras que absorbe
y emplea cada día. Las que lee en el periódico le hacen descargar el puño
contra la mesa del desayuno. Las palabras que le hablan sus superiores lo
llenan de orgullo, o le hacen trabajar más duro. Las que ha oído a espaldas
suyas sobre su misma persona lo asquean. Las que pronunciara hace unos
años ante un ministro eclesiástico lo han atado a una mujer para toda la vida.
Palabras que escribiera en unas hojas de papel lo aherrojan a su empleo, o
bien son la causa de que le lleguen cada mes cuentas por correo, que le
obligan a pagar y pagar constantemente. Las escritas por otros individuos, en
cambio, los obliga a ellos a pagarle mes tras mes. Desempeñando un papel tan
importante las palabras en casi todos los detalles de su vida, parece extraño
que el señor Mits piense tan poco en el tema del lenguaje.
Ha observado, además, que cuando los gobiernos totalitarios, por ejemplo,
permiten a grandes masas de la población oír y leer únicamente palabras
cuidadosamente cribadas y seleccionadas, su conducta se hace tan extraña,
que le parecen locos. Pero también he notado que algunos individuos de la
misma cultura y con la misma oportunidad para manejar las distintas fuentes
de información de que él dispone, están igualmente locos. Escucha lo que
dicen algunos vecinos suyos y no puede menos de extrañarse: “¿Cómo podrán
pensar tales cosas? Pero ¿no ven con sus ojos las mismas cosas que yo?
¡Tienen que estar locos! ¿Se deberá esta insensatez también a la ‘fragilidad
inevitable de la naturaleza humana’?” El señor Mits se hace estas preguntas y,
como buen norteamericano a quien no gusta lo imposible, no se queda
satisfecho con la conclusión de que “no puede hacerse nada por remediarlo”,
pero muchas veces no ve salida a esa situación. En alguna ocasión se acerca
tímidamente a otra posibilidad: “A lo mejor, también estoy loco. ¡A lo mejor,
todos estamos chalados!” Pero esto le da tantos quebraderos de cabeza, que
pronto deja de pensar en ello.
Uno de los motivos por los cuales el señor Mits no se ocupa más del
lenguaje, es que cree, como tanta gente, que las palabras no tienen
importancia; lo que interesan son las “ideas” que expresan. Pero ¿qué es una
idea, sino la verbalización de una vibración cerebral? Pero esto apenas se la
ha ocurrido jamás al señor Mits. Que un conjunto de palabras pueda conducir
inevitablemente a callejones sin salida, y otros no; que las asociaciones
históricas o sentimentales de ciertas palabras hagan imposible una discusión
tranquila; que el lenguaje tenga una multitud de usos distintos y se produzca
una gran confusión al emplear una palabra por otra; que un individuo hable un
idioma de estructura totalmente distinta del inglés, como el japonés, el chino
o el turco, quienes quizá ni piensen siquiera las mismas ideas que un
individuo de habla inglesa, son conceptos extraños para el señor Mits, quien
siempre ha dado por supuesto que lo interesante es pensar claro, con lo cual
las palabras saldrán espontáneamente, sin preocuparse de ellas.
Pero, caiga en la cuenta o no, el señor Mits depende cada hora de su vida,
no sólo de las palabras que oye y emplea, sino también de sus ideas
inconscientes sobre el lenguaje. Si, por ejemplo, le gusta el nombre Alberto y
quisiera ponérselo a su hijo, pero supersticiosamente lo rechaza porque
conoció a un Alberto que se suicidó, está obrando, consciente o
inconscientemente, de acuerdo con ciertas suposiciones sobre la relación del
lenguaje con la realidad[4]. Estas suposiciones inconscientes determinan el
efecto que en él ejercen las palabras, el cual, a su vez, determina su forma de
proceder, sensata o atolondrada. Las palabras, tal como las emplea y como las
interpreta cuando las emplean los demás, contribuyen considerablemente a
sus convicciones, prejuicios, ideales y aspiraciones. Constituyen la atmósfera
moral e intelectual en que vive; en una palabra: su ambiente semántico.
Por eso este libro trata de las relaciones entre lenguaje, pensamiento y
conducta. Estudiaremos el lenguaje y los hábitos lingüísticos de la gente, tal
como se revelan en su manera de pensar (y noventa por ciento, por lo menos,
de ese pensar se manifiesta en hablar consigo mismo), de conversar, escuchar,
leer y escribir. Este libro se basa en la idea fundamental de que la
cooperación intraespecífica general por medio del lenguaje es el mecanismo
esencial para la supervivencia humana. Otra idea análoga será la de que,
cuando el uso del lenguaje cristaliza, como ocurre tantas veces, en la
creación o exacerbación de las disensiones y los conflictos, es que se ha
cometido alguna equivocación lingüística por parte del que habla, del que
escucha o de los dos. La “capacidad de supervivencia humana” supone saber
hablar, escribir, escuchar y leer, de manera que se amplíen las posibilidades de
vivir del hombre y de sobrevivir con los miembros de su especie.

APLICACIONES
Como uno de los objetos de este libro es ayudar al lector a entender más
claramente cómo funciona el lenguaje y a aplicar este entendimiento a las
situaciones prácticas de la vida, insertamos al final de cada capítulo una
sección titulada “Aplicaciones”. Algunas tienen por fin probar hasta qué
punto ha entendido claramente el lector lo que se expone en el capítulo; otras
proponen ciertas actividades u operaciones con las cuales el mismo lector
puede comprobar experimentalmente las ideas expuestas.
En las Aplicaciones en que se invita al lector a analizar ejemplos del
lenguaje en acción, debemos advertir que rara vez hay una sola respuesta
acertada. Más bien se pretende que el lector comprenda lo que se está
explicando: qué suposiciones tácitas por parte del que habla o escribe, y por
parte del que escucha o lee, parecen encerrarse en un ejemplo determinado.
Si el lector discute sus análisis o experimentos con otros lectores de este
libro, debe procurar evitar los bizantinismos verbales y las disputas sobre
palabras. Está bien explicar claramente las razones por las que se llega a
determinado resultado, pero se puede aprender mucho escuchando lo que
hicieron los demás y qué razones tuvieron para llegar a sus conclusiones.
Las ideas de este libro serán útiles al lector en tanto que las compruebe
con su experiencia real y decida por sí mismo en qué grado le ayudan a pensar
y a vivir. Las Aplicaciones no son sino puntos de partida para lograr ese fin,
pero es importante que lo leído aquí sea sometido a la prueba de la
experiencia.

I
Todos tendemos a suponer que sin gran dificultad hemos entendido lo que
hemos leído. Pero no siempre ocurre así. Quizá interese al lector examinar y
comprobar sus procesos interpretativos (y quizá también la claridad con que
se expresa el autor) recorriendo la siguiente lista y notando con qué
afirmaciones está de acuerdo, con cuáles no y qué afirmaciones no tienen
relación con lo que se ha dicho en el capítulo:
1. Los seres humanos deben estudiar todo el reino animal para averiguar
qué animales son más dignos de ser imitados.
2. Los gentiles creen en la ley de la selva; los cristianos, no.
3. La llamada “Batalla de la Saliente”, decisiva en la segunda Guerra
Mundial, es ejemplo de lucha intraespecífica.
4. Los polvos contra las cucarachas y el DDT son armas de la lucha
interespecífica.
5. La lucha interespecífica debe ser sustituida por la cooperación, si se
quiere que la especie humana sobreviva.
6. Por lo que podemos observar, los animales no incrementan su acervo de
conocimientos de una generación a otra.
7. Si se enamora usted, lea un buen libro.
8. Por medio del lenguaje, el hombre puede aprovecharse de las
experiencias de los muertos y no sólo de los vivos de su especie.
9. Debería haber leyes que prohibieran las huelgas y los paros.
10. La cooperación cultural e intelectual es el gran principio de la vida
humana.
11. Sin embargo, pocas son las perspectivas de que la naturaleza humana
cambie hasta el punto de hacer posible la cooperación en gran escala.
12. Como estamos bajo una inundación torrencial de palabras, lo que debería
hacer todo el mundo es callar.
13. El hombre no puede controlar su medio ambiente semántico, o tiene
escasos medios para ello.
14. Siendo el lenguaje tan importante, la gente tiene que aprender a pensar
más lógicamente para resolver sus problemas.
15. Dada la importancia del lenguaje, es básico para la supervivencia
humana aprender las definiciones exactas de las palabras.
16. Lenguaje, pensamiento y conducta están relacionados íntimamente entre
sí.
17. Cuando en una discusión crece el desacuerdo, es que algo va mal con los
hábitos lingüísticos de una o más de las personas que intervienen en ella.
II
Pueden analizarse las siguientes anécdotas o situaciones a la luz del contenido
de este capítulo.

1. Presentan a dos muchachas recíprocamente en una reunión social. La


anfitriona da sus nombres: Carolina y Patricia. Carolina contesta
inmediatamente: “Oh, no parece en nada una Patricia; parece una
María”.
2. Nellie Dewey, en The Psychology of Your Name (1924), dice que la letra
A indica energía y organización, por estar hecha de líneas rectas y
ángulos.
3. Noah Jonathan Jacobs hace una lista, en Naming-Day in Eden (1959), de
los puntos de partida que tenía Adán a su disposición para poner nombre
a las cosas: lugar de origen (el gran danés o dogo); tamaño (el tábano);
medios de mantenimiento (el oso hormiguero); emisión de un ruido
característico (la rana); forma (la culebrilla); método de locomoción (el
saltamontes); color (el petirrojo); olor (la rata almizclera).
(Pónganse más ejemplos de cada una de estas categorías. ¿Se le
ocurren a usted otros puntos de referencia o criterios para poner
nombres? ¿A los insectos, a las aves, a los mamíferos? ¿Las carreras de
caballos? ¿La gente?) Hay copiosa información sobre nombres y su
imposición en la obra de H. L. Mencken, The American Language,
Supplement II (1948), Capítulo 10, “Los Nombres Propios en Estados
Unidos”.
4. A los guerreros se les ponían antaño nombres protectores al entrar en
combate. Las estrellas de cine y los actores se ponen nombres como
Rock (Roca), Tempest Storm (Tempestad Tormenta, nombre de una
cabaretera), Nat “King” Cole (King significa Rey), y así en todos los
idiomas y naciones. En el campo de los deportes, están los “Tigres”, los
“Pumas”, los “Sultanes”, etc. A los huracanes, se les ponen nombres de
mujer. Hay una tradición judía según la cual se cambia de nombre al
enfermo para desorientar al Angel de la muerte.
Existió antiguamente el hábito de caracterizar a la gente por medio
de apodos: Malatesta, Cicerón, Ovidio Nasón, Cabeza de Vaca, los
Infantes de la Cerda… Lo mismo ocurre con los personajes literarios,
como Malvolio. Hotspur, Blunt, etc., de Shakespeare. El Halcón Negro,
Batman… Pumblechook y Scrooge, de Dickens; Mrs. Bold, de Trollope.
(El capítulo 16 de Theory of Literature, 1956, de René Wellek y Austin
Warren, hace algunos comentarios interesantes sobre el tema. Hay un
curioso estudio de la relación entre los nombres y su poseedores, en
Destiny and Motivation in Language, 1954, de A. A. Roback).
5. Ha habido muchas contiendas porque la gente no hablaba el mismo
idioma. Las palabras que no se entendían se tomaban como insultos y se
contestaban a golpes. Una francesa se dirigió a un ruso en francés. Él
contestó, como ocurre casi siempre, en ruso, diciendo “Nie ponimayu”
(que significa “No entiendo”). Entonces ésta se abalanza hecha una fiera
contra el ruso, gritándole furiosamente: “Animal, ni-pou-ni-maille tú”.
Afortunadamente, como yo conozco el polaco y unos cuantos idiomas
eslavos, pude evitar muchas trifulcas. Pero sigue en pie el hecho de que
el tono natural de algunos rusos y ucranianos suena con ecos ásperos y
desagradables en los oídos franceses.
—MICHELINE MAUREL, An Ordinary Camp

III
Puede hacerse el lector esta pregunta: “¿Cuál es mi Niágara diario de
palabras?” ¿A quién oye usted hablar todos los días? ¿En casa? ¿En el
trabajo? ¿En la iglesia? ¿En el casino? ¿Quiénes de estos influyen en sus
opiniones personales? ¿Qué periódicos y revistas lee usted? ¿Qué programas
de radio y televisión escucha? ¿Cuáles son los que absorben su atención, y
cuáles pone usted sin pensar, sólo para pasar el rato?
¿Qué mensajes o comunicaciones le trae a usted el pasado? ¿La Biblia?
¿La literatura clásica? ¿La historia, la ciencia, la ópera? ¿En qué anuncios se
fija usted especialmente? ¿En los de los periódicos y revistas, carteleras,
comerciales de radio y televisión? ¿En los que le llegan por correo? ¿Cómo
escoge usted lo que debe escuchar o leer cuidadosamente, entre los centenares
de miles de palabras que le llegan al día por todos los medios de difusión?
¿Qué le revelan sobre su persona los que usted prefiere?

IV
Quizá le interesen estas sugerencias y referencias como base de estudio,
discusión y ejercicios escritos:

1. La cuestión del origen del lenguaje ha interesado vivamente a la


gente desde hace mucho tiempo, y sigue interesándola. Nada puede
probarse respecto a su origen, porque el habla no deja huellas físicas a la
exploración e interpretación del arqueólogo. Si nos imaginamos que los
primitivos anteriores al alfabeto, hablaban o hablan una germanía
elemental e infrahumana de gruñidos guturales, estamos muy
equivocados, porque los idiomas de todos los pueblos primitivos
estudiados hasta ahora muestran grandes complejidades gramaticales de
declinación, conjugación y sintaxis. No existen idiomas primitivos, si
entendemos por “primitivos” algo intermedio entre los aullidos animales
y el habla humana. De aquí que todavía no se haya resuelto, y quizá no
pueda resolverse, el problema de cómo se desarrolló el lenguaje desde
sus orígenes supuestamente simples hasta su complejidad actual.
He aquí algunas obras que tratan de esto: Margaret Schlauch, The
Gift of Tongues (1942), obra interesante sobre la relación entre los
idiomas y los orígenes del lenguaje; Noah Jonathan Jacobs, Naming-Day
in Eden (1959); Joseph Vendryes, Language: A Linguistic Introduction
to History, trad. de Paul Radin (1951); C. F. Hockett, A Course in
Modern Linguistic (1958), especialmente págs. 580-585; Weston La
Barre, The Human Animal (1954), especialmente Capítulos 10, 11, 12.
2. Las relaciones entre lenguaje y pensamiento se estudian en Stuart Chace,
Power of Words (1954), especialmente el Capítulo 10; fuentes
importantes del tema son: Alfred Korzybski, Science and Sanity: An
Introduction to Non-Aristotelian Systems and General Semantics, 4a ed.
(1958), y John B. Carroll, rec., Language, Thought, and Reality: Selected
Writings of Benjamin Lee Whorf (1956).
3. ¿Es el hombre pugnaz por naturaleza, o amistoso? ¿Cuál es la ley básica
de su vida, el conflicto o la cooperación? En la idea de este libro han
influido profundamente obras como las de Petr Kropotkin, Mutual Aid: A
Factor of Evolution, con prólogo de Ashley Montagu (1955), y W. C.
Allee, Co-operation Among Animals, with Human Implications (1938).
2. LOS SÍMBOLOS
Esta necesidad básica, que sólo se observa en el hombre, es la necesidad
de simbolizar. La función simbólica es una de sus actividades primarias,
como comer, mirar o moverse. Es el proceso fundamental de la mente, que se
prolonga perpetuamente.
—SUSANNE K. LANGER
Las realizaciones del hombre se deben al uso de símbolos
—ALFRED KORZYBSKI

El proceso simbólico
Los animales luchan entre sí por el alimento y el mando, pero no por otras
cosas que representen estos fines, como los seres humanos: como nuestros
símbolos del dinero en papel (billetes, acciones, títulos), las condecoraciones
o insignias que se prenden en la ropa, o las placas de licencia de bajo número,
que suponen categoría social en algunas personas. Para los animales, no
parece existir la relación de representación de una cosa por otra, como no sea
en forma muy rudimentaria[1].
Puede llamarse proceso simbólico el que siguen los seres humanos para
hacer que unas cosas representen caprichosamente a otras. Siempre que dos o
más personas hablan, pueden, de mutuo acuerdo, hacer que una cosa
represente a otra. Aquí tenemos, por ejemplo, dos símbolos:
X
Y
Podemos convenir en que X represente botones, y Y arcos; después
podemos modificar nuestro convenio, para que X designe a los Medias
Blancas de Chicago, y Y a los Rojos de Cincinnati; o X a Chaucer, y Y a
Shakespeare, o bien X a Corea del Norte, y Y a Corea del Sur. En nuestra
calidad de seres humanos, tenemos libertad única para crear, manejar y
adjudicar valores a nuestros símbolos, según nos plazca. Y podemos ir más
lejos; podemos crear símbolos que representen a otros símbolos; por ejemplo:
hacer que el símbolo M signifique todas las X del ejemplo anterior (botones,
Medias Blancas, Chaucar, Corea del Norte) y N todas las Y (arcos, Rojos de
Cincinnati, Shakespeare, Corea del Sur). Luego podemos formar otro
símbolo, T, que indique al M y al N, en cuyo caso tendríamos un símbolo de
símbolos de símbolos. Esta libertad de crear símbolos de cualquier valor y
símbolos de símbolos es esencial en el proceso que llamamos simbólico.
Adondequiera que volvamos los ojos, observamos procesos simbólicos.
Las plumas en la cabeza o los galones en la manga pueden simbolizar la
categoría militar; las conchas de moluscos, o los anillos de bronce, o ciertos
pedazos de papel impreso, pueden simbolizar la riqueza; dos bastones
cruzados pueden representar un sistema de creencias religiosas; los bolones,
los dientes de alce, las cintas, los estilos especiales de peinado ornamental o
tatuaje, pueden designar artificiosamente afiliaciones sociales. El proceso
simbólico invade a la vida humana, lo mismo en los niveles más primitivos
que en los más civilizados. Guerreros, brujos, policías, porteros, enfermeras,
cardenales y reyes llevan vestiduras que simbolizan sus ocupaciones y rangos.
Los indios norteamericanos coleccionaban cabelleras; los estudiantes
universitarios coleccionan llaves de sociedades honoríficas a que pertenecen,
para simbolizar triunfos logrados en los distintos campos. Pocas son las cosas
que hagan o quieran hacer los hombres, que posean o deseen poseer, que no
tengan un valor simbólico además del biológico o mecánico.
Todos los vestidos de moda, como ha observado Thorstein Veblen en su
Theory of the Leisure Class (1899), son altamente simbólicos: sus materiales,
corte y adornos sólo en mínimo grado obedecen a consideraciones de calor,
comodidad o carácter práctico. Cuanto más finas sean nuestras prendas de
vestir, más restringimos nuestra libertad de acción. Pero, con los finos
bordados, los tejidos que se manchan con cualquier mota, las camisas
almidonadas, el tacón alto, las uñas largas y puntiagudas, y otros sacrificios
de la comodidad por el estilo, las clases acaudaladas logran simbolizar, entre
otras cosas, el hecho de que no tienen que trabajar para vivir. Por su parte, los
que no están en tan buena posición simbolizan, al imitar estos símbolos de
fortuna, su convicción de que son tan buenos como cualquiera, aunque tengan
que trabajar para vivir.
Con los cambios que han ocurrido en la vida norteamericana desde los
tiempos de Veblen, se ha modificado de muchas maneras nuestra forma de
simbolizar la categoría social. A excepción de cuando hay que vestirse de
etiqueta para una reunión social, hoy suelen llevarse ropas cómodas e
informales en la calle, y sobre todo, se prescinde de los convencionalismos de
la vida de los negocios, por lo cual se usan camisolas deportivas de colores
llamativos para los hombres, y pantalones capri para las mujeres.
En los tiempos de Veblen, la piel atezada indicaba que se vivía y se
trabajaba en el campo, y las mujeres tenían por aquellos días mucho cuidado
en protegerse del sol con sombrillas, sombreros de alas anchas y mangas
largas. En cambio, hoy la palidez de la tez indica que está uno confinado en
oficinas y fábricas, y el bronceado del cutis indica una vida deportiva, viajes a
Florida, a Sun Valley y a Hawaii. De aquí que una piel requemada por el sol,
que antes se consideraba algo feo porque simbolizaba el trabajo, hoy es
hermosa porque simboliza descanso. “De lo que se trata es de cobrar un color
—dijo Slanton Delaplane en el Chronicle de San Francisco—, que, de nacer
con él, le dificultaría extraordinariamente a uno la entrada en los hoteles
principales”. Y los individuos pálidos de Nueva York, Chicago y Toronto, que
no pueden hacer viajes en pleno invierno a las Indias Occidentales, se
consuelan bronceándose con tintes de farmacia.
También el alimento es altamente simbólico. Los católicos, judíos y
musulmanes observan sus reglamentos dietéticos para simbolizar su adhesión
al propio credo. En casi todos los países hay alimentos específicos que
simbolizan determinados festivales y solemnidades; por ejemplo: el pastel de
cerezas se consume para conmemorar el nacimiento de Washington, y el
pavo, el Día de Acción de Gracias. El acto de comer juntos ha sido altamente
simbólico a lo largo de toda la historia de la humanidad: “compañero”
significa una persona con quien se comparte el pan.
La actitud, a todas luces ilógica, del sureño blanco respecto a los negros
puede atribuirse también a motivos simbólicos. A quienes no pertenecen a esa
región, les resulta a veces difícil comprender que los sureños blancos acepten
un contacto físico inmediato con sus criados negros, mientras les repugna la
idea de sentarse junto a individuos de color en los restaurantes y en los
autobuses. Es que los sureños tienen la idea de que los servicios de un criado
negro —aun los de carácter personal, como los de cuidar a un enfermo—
suponen simbólicamente desigualdad social, en tanto que la admisión de los
negros en los autobuses, restaurantes y escuelas integradas presupone
igualdad social.
Escogemos nuestro mobiliario para que simbolice visiblemente nuestro
gusto, fortuna y posición social. Frecuentemente nos decidimos por una
residencia, porque “es de buen tono tener una casa bonita”. Sustituimos
nuestros autos en perfecto estado por modelos más modernos, no siempre con
objeto de tener un medio de transporte mejor, sino para que la comunidad se
entere de que podemos hacerlo[2].
Esta conducta complicada y evidentemente innecesaria hace que los
filósofos, lo mismo los aficionados que los profesionales, se pregunten una y
otra vez: ¿por qué no podrán los seres humanos vivir con sencillez y
naturalidad? La complejidad de la vida humana nos impulsa a envidiar casi la
existencia sin complicaciones de los perros y de los gatos. Pero el proceso
simbólico que hace posible los absurdos de la conducta humana también hace
posible el lenguaje y, por tanto, todas las realizaciones humanas que de él
dependen. Que haya más complicaciones en el manejo de los automóviles que
en el de las carretas no es motivo para volver a éstas. De la misma manera, las
complicadas extravagancias del proceso simbólico no justifican la vuelta a la
vida canina o gatuna. Mejor será comprender el proceso simbólico para, en
lugar de ser sus víctimas, convertirnos más o menos en sus árbitros.

El lenguaje como simbolismo


El lenguaje es la forma más desarrollada, sutil y complicada de simbolismo.
Se ha explicado ya que todos los seres humanos pueden convenir en que una
cosa represente a otra. Pues bien, a lo largo de siglos de dependencia mutua,
los hombres han convenido en que los múltiples ruidos que pueden producir
con los pulmones, garganta, lengua, dientes y labios, signifiquen
sistemáticamente determinados hechos de nuestro aparato nervioso. Por
ejemplo: se nos ha adiestrado a emitir estos sonidos, “Hay un gato”, cuando
nuestro sistema nervioso registra la presencia de este animal. El que nos lo
oye decir, espera encontrarse, al mirar en la dirección que le indicamos, con
una reacción parecida en su sistema nervioso, la cual le impulsará a emitir
casi los mismos sonidos. También se nos ha inculcado que, cuando sintamos
necesidad de comer, emitamos este sonido: “Tengo hambre”.
Como se ha dicho, no hay relación necesaria entre el símbolo y lo
simbolizado. De la misma manera que se puede llevar atuendo de pesca sin
haberse acercado siquiera al agua, puede decirse “tengo hambre” sin que sea
verdad. Igualmente, de la misma manera que la categoría social puede estar
simbolizada con las plumas que se llevan en el pelo, los tatuajes del pecho,
los áureos ornamentos o la cadena de oro del reloj, o de mil maneras distintas
según la cultura en que se vive, el hecho de sentir hambre puede simbolizarse
con diferentes sonidos, según la cultura en que vivamos: “J’ai faim”, o “Es
hungert michv o “Ho appetito”, o “Hara ga hetta”, etc.
Por naturales que parezcan a primera vista estos hechos, no lo son si nos
ponemos a recapacitar sobre ello. Símbolos y cosas simbolizadas son
independientes, lo cual no es obstáculo para parecemos que hay relaciones
necesarias entre unos y otras, y a veces obremos en consecuencia. Por
ejemplo: se nos antoja vagamente que los idiomas extranjeros son absurdos:
¿Por qué pondrán nombres tan chistosos a las cosas? ¿Por qué no las llamarán
por su nombre? De esta manera piensan principalmente los turistas que creen
hacerse entender mejor que los habitantes de los países que visitan,
hablándoles más fuerte. Recuerdan a aquel rapaz que decía: “Se llama cerdos
a los cerdos porque son tan sucios”, y se imaginan que el símbolo está
intrínsecamente relacionado de alguna manera con lo simbolizado. Y hay
gente para la que, como le parece que las culebras son criaturas repugnantes y
viscosas (aunque, dicho sea de paso, no son viscosas), la palabra “culebra” es
igualmente repugnante y viscosa.

Inconvenientes del drama


La ingenuidad del proceso simbólico se extiende también, claro está, a otros
símbolos que no son verbales. Por lo visto, hay en todos los espectáculos
teatrales, de cine o de televisión, espectadores que no llegan a comprender del
todo el carácter ficticio y simbólico de las representaciones. El actor es un
individuo que simboliza a otros personajes reales o imaginarios. Fredric
March hizo con gran acierto el papel de borracho en cierta película, hace unos
años. Su esposa, Florence Eldridge, dice que durante algún tiempo estuvo
recibiendo cartas de conmiseración y simpatía por parte de mujeres casadas
con alcohólicos. También hace unos años se dijo que cuando Edward G.
Robinson, quien encarnaba frecuentemente con extraordinario talento el papel
de bandido, visitó Chicago, los hampones de la localidad le telefonearon a su
hotel, ofreciéndole sus respetos profesionales.
Sabido es el caso del actor que, haciendo de villano en una gira teatral, fue
tiroteado en un momento particularmente tenso de la obra por un vaquero
indignado del auditorio. Y no se crea que este tipo de confusión se limita al
público sencillo del teatro. Hace poco tiempo, Paul Muni, después de
personificar a Clarence Darrow en la película Inherit the Wind, fue invitado a
pronunciar un discurso en la American Bar Association; Ralph Bellamy,
después de representar el papel de Franklin D. Roosevelt en Sunrise at
Campobello, recibió la invitación de diversos centros universitarios para
hablar sobre Roosevelt. Recuérdense aquellos patriotas dignos de mejor causa
que se lanzaron en avalancha a las oficinas de reclutamiento militar para
ayudar a defender la nación, cuando el 30 de octubre de 1938, los Estados
Unidos fueron “invadidos por un ejército marciano” en cierta dramatización
por radio[3].

La palabra no es el objeto
Pero los ejemplos presentados no son sino manifestaciones notables de
actitudes confusas hacia las palabras y los símbolos. Para nada valdría
mencionarlos, si siempre y uniformemente comprendiésemos la
independencia de los símbolos respecto a las cosas simbolizadas, como
pueden y deben hacerlo todos los seres humanos, según cree el autor de estas
líneas. Pero no la comprendemos. La mayor parte tenemos hábitos inexactos
de valoración de uno u otro campo de nuestro pensamiento. Frecuentemente
se echa la culpa de esto a la sociedad: muchas sociedades fomentan
sistemáticamente la confusión habitual de símbolos y cosas simbolizadas en
relación con ciertos temas. Por ejemplo: cuando se incendiaba una escuela
japonesa, era obligatorio, en los tiempos en que se adoraba al emperador,
hacer lo posible por salvar su retrato aun a riesgo de la propia vida (porque en
todas las escuelas había un retrato suyo). Si se moría abrasado por las llamas,
se le concedían a uno honores póstumos. En nuestra sociedad, no importa
incurrir en deudas con tal de poder alardear de un nuevo y flamante
automóvil, como símbolo de prosperidad. Y lo extraño es que, de hecho, la
posesión de un automóvil flamante hace sentirse próspero y rico a su dueño.
En toda sociedad civilizada (y probablemente en muchas primitivas también),
los símbolos de piedad, virtud cívica o patriotismo suelen tenerse en mayor
estima que estas mismas virtudes. Sea de ello lo que fuere, todos somos como
el alumno brillante que hace trampa en los exámenes para conseguir su grado
académico: damos mucha más importancia al símbolo que a lo simbolizado.
La confusión habitual entre ambas cosas, lo mismo por parte de los
individuos como de las sociedades, es lo bastante grave en todos los niveles
de la cultura para crear un problema humano perpetuo[4]. Empero, la
expansión de los sistemas modernos de comunicación da al problema una
peculiar y apremiante urgencia. Nos están hablando constantemente maestros,
predicadores, agentes de ventas, agentes de relaciones públicas, organismos
gubernamentales y películas. Nos persiguen hasta la paz de nuestro hogar, por
radio y por televisión, los mercachifles de refrescos, detergentes y laxantes, y
conste que hay casas en que no se apagan los receptores de la mañana a la
noche. El cartero nos trae anuncios por correo. Las carteleras nos asedian
desde los lados de la autopista, y por si esto fuera poco, nos llevamos a la
playa nuestras radios portátiles.
Vivimos en un medio formado y creado en gran parte por influencias
semánticas desconocidas hasta ahora: periódicos y revistas de enorme
circulación, que reflejan los prejuicios y obsesiones extrañas de sus redactores
y dueños en numerosísimos casos; programas de radio, locales y nacionales,
casi completamente inspirados en motivos comerciales; agentes de relaciones
públicas que no son sino artesanos pingüemente pagados del arte de
manipular y alterar nuestro medio semántico con tal de atraer clientes. Es un
medio interesantísimo, pero lleno de peligros: apenas puede considerarse
exagerada la afirmación de que Hitler conquistó Austria con la radio. Hoy, los
recursos de las agencias de anuncios y de relaciones públicas, la radio, la
televisión, las películas comerciales y los noticiarios se ponen en juego para
influir nuestras decisiones en las campañas electorales, sobre todo en los años
de elecciones a la Presidencia.
Por tanto, los ciudadanos de la sociedad moderna necesitan más que aquel
“sentido común” ordinario que a uno le impulsaba a afirmar que la Tierra era
plana, según dijo Stuart Chase. Necesitan comprender a fondo los poderes y
limitaciones de los símbolos, especialmente de las palabras, para evitar
aturdirse totalmente con la complejidad del medio semántico. El primer
principio relativo a los símbolos es: El símbolo no es lo simbolizado; la
palabra no es la cosa representada por ella; el mapa no es el territorio que
describe.

Mapas y territorios
En cierto sentido, vivimos en dos mundos. Primero, en el de los hechos que
conocemos directamente. Este es un mundo extraordinariamente pequeño,
consistente únicamente en el conjunto de cosas que hemos visto, sentido u
oído, en el fluir de los hechos que pasan constantemente ante nuestros
sentidos. Este mundo de experiencia personal no incluiría a Africa,
Hispanoamérica, Asia, Washington, Nueva York o Los Angeles si no
hubiéramos estado allí. Si nos preguntamos qué es lo que directamente
conocemos, veremos que es muy poco.
La mayor parte de lo que sabemos, a través de los padres, amigos,
escuelas, periódicos, libros, conversaciones, discursos y televisión, lo hemos
adquirido verbalmente. Todo nuestro conocimiento de la historia, por
ejemplo, nos llega principalmente por palabras. La prueba fundamental que
tenemos de la Batalla de Waterloo son los informes recibidos acerca de ella.
Estos no siempre son de quienes vieron el hecho, sino que se basan en otros
testimonios: testimonios de testimonios de testimonios, que se remontan al de
quienes vieron directamente lo que pasó. Por tanto, la mayor parte de nuestro
saber se debe a informes o testimonios, y a informes de informes: informes
sobre el Gobierno, sobre lo que pasa en Corea, sobre la película que se exhibe
en tal o cual cine, y en realidad, sobre cuanto no conocemos merced a una
experiencia directa.
Llamaremos a este mundo que nos llega a través de las palabras, mundo
verbal, para distinguirlo del que conocemos o somos capaces de conocer por
propia experiencia, al que denominaremos mundo extensional. (Más tarde se
comprenderá por qué lo llamamos “extensional”). El ser humano comienza a
conocer el mundo extensional como cualquiera otra criatura, desde la
infancia. Pero, a diferencia de las demás criaturas, en cuanto aprende a
entender, recibe informes de informes de informes y testimonios de
testimonios de testimonios. Recibe además deducciones de ellos, deducciones
de esas deducciones, etc. A los pocos años, al conocer amigos en la escuela, y
en el centro de enseñanza dominical, ha ido acumulando un caudal
considerable de información de segunda y tercera mano sobre ética,
geografía, historia, la Naturaleza, la gente y los juegos, que constituye su
mundo verbal.
Pues bien; siguiendo la famosa metáfora de Alfred Korzybski en Science
and Sanity (1933), este mundo verbal tiene que estar en relación con el
extensional, de la misma manera que un mapa se relaciona con el territorio
que representa. Si el niño llega a la edad adulta con un mundo verbal en la
cabeza que corresponde al extensional que encuentra en torno suyo a través
de su experiencia cada día mayor, está en más o menos peligro de sentirse
sorprendido o herido por lo que ve, porque su mundo verbal le ha indicado
aproximadamente lo que iba a venir. Está preparado para la vida. Pero si va
creciendo con un mapa falso en la cabeza —es decir, lleno de errores y
supersticiones— se topará con obstáculos constantes, derrochará sus
esfuerzos y se conducirá como un insensato. No estará ajustado al mundo tal
como es, y hasta podría terminar en un manicomio, si el desajuste fuese
grave.
Algunas de las tonterías en que incurrimos por los falsos mapas que
llevamos en la cabeza son tan corrientes, que apenas paramos mientes en
ellas. Hay quienes se protegen contra los accidentes con una pata de conejo en
el bolso. Otros no quieren ocupar el piso 13 de un hotel, lo cual ha sido causa
de que hasta los hoteles más suntuosos de capitales populosas de nuestra
cultura científica no tengan piso “13”. Algunos hacen planes para su vida a
base de las predicciones astrológicas. Otros se dejan guiar por sus sueños.
Hay quienes esperan blanquear sus dientes cambiando de pasta dentífrica.
Todos estos individuos viven en mundos verbales que apenas tienen alguna
relación con el mundo extensional.
Ahora bien; por hermoso que sea un mapa, de nada le vale al viajero si no
indica con exactitud la relación de los lugares entre sí, la estructura del
territorio. Si, por ejemplo, dibujamos una gran hondonada en forma y con los
contornos de un lago, por razones artísticas nada más, para nada vale el mapa.
Si pintamos mapas por capricho, sin fijarnos en absoluto en la estructura de la
región, podremos dibujar cuantos relejes, curvas y sinuosidades se nos
antojen en caminos, lagos y ríos. A nadie hará daño, mientras no planee un
viaje a base de ese mapa.
De la misma manera, siguiendo los caprichos de nuestra imaginación, o
basándonos en deducciones falsas de informes buenos, o informes falsos, o
por mor de dar suelta a la fantasía o de realizar ejercicios retóricos, podemos
manufacturar con el lenguaje “mapas” sin relación alguna con el mundo
extensional. Tampoco habría perjuicio para nadie, siempre que no se le
ocurriera a alguien considerar esos mapas como descripciones de territorios
reales.
Todos heredamos un gran volumen de saber inútil, de equivocaciones y
errores (mapas que al principio se creyeron exactos), por lo cual siempre hay
que descartar muchas cosas que nos enseñaron. Pero el patrimonio cultural
que se nos ha transmitido —el depósito social común de nuestros
conocimientos científicos y humanos— se ha valorado principalmente a base
de los que nos han parecido mapas exactos de experiencia. La analogía de los
mundos verbales con los mapas es importante, y a ella aludiremos
frecuentemente en este libro. Pero debe observarse que hay dos maneras de
meternos en la cabeza mapas falsos del mundo: una, recibiéndolos; otra,
creándolos nosotros misinos cuando no leemos bien los mapas exactos que
recibimos.

APLICACIONES
El lector que quiera llevar a la práctica las ideas expuestas en esta obra,
debería adquirir un gran álbum para pegar recortes, o una carpeta archivadora,
o un fichero de cartulinas grandes. Luego sería conveniente que fuese
coleccionando citas, recortes de periódicos, editoriales, anécdotas, etc., que le
sirviesen para observar de una u otra manera la confusión reinante entre
símbolos y cosas simbolizadas. En capítulos posteriores de este libro se
indicarán otros confusionismos distintos. Búsquense ejemplos en que la gente
crea que hay relación necesaria entre el símbolo y lo simbolizado, entre las
palabras y lo que significan.
Cuando lleve coleccionados y estudiados unos cuantos ejemplos así, el
lector podrá reconocer que hay algo parecido en la manera de pensar de la
gente que le rodea, y hasta en sí mismo.

I
Los siguientes ejemplos del lenguaje en acción, tomados de distintas
procedencias, lo ponen a uno en guardia contra errores parecidos. El lector
deberá analizar y explicar los supuestos tácitos e inconscientes que el
protagonista de cada caso tuvo presentes sobre la relación de las palabras
(mapas) con los objetos (territorios).

1. Las puertas de la exposición celebrada en Chicago el año 1933, del


Siglo del Progreso, se abrieron utilizando la célula fotoeléctrica, por la
luz de la estrella Arturo. Dícese que una mujer comentó al enterarse:
“Qué maravilla; estos sabios conocen los nombres de todas las estrellas”.
EJEMPLO DE ANÁLISIS: Por lo visto, la tal mujer, siguiendo el supuesto
inconsciente de que hay relaciones necesarias entre los nombres y los
objetos, creía que los científicos descubren el nombre de una estrella,
observándola con gran cuidado y asiduidad. Y ya que sale a colación,
¿cómo reciben sus nombres las estrellas? Porque, evidentemente, alguien
se los puso. Sin duda, los antiguos les ponían los nombres de sus dioses
y diosas, y a las constelaciones las denominaban por su parecido con
ciertos objetos, como la Osa Mayor (o Cazo, como se la llama en los
Estados Unidos) y la Silla o la Libra. Se pregunta: ¿Tienen hoy los
sabios normas más sistemáticas para poner nombre a los astros? Sin
duda. Búsquelo y dará con ello. Le ayudará una buena enciclopedia,
como la Británica (en lengua inglesa) o la Espasa en lengua española.
2. (Diálogo con un niño). “¿No podría haberse llamado Sol a la Luna, y
Luna al Sol? —No. —¿Por qué? —Porque el Sol es más brillante que la
Luna… —Pero, si todo el mundo hubiera llamado Sol a la Luna, y
viceversa, ¿sabríamos que estaba mal? —Sí, porque el Sol es siempre
más grande, y siempre está así, lo mismo que la Luna. —Sí, pero el Sol
no ha cambiado; sólo ha cambiado su nombre. ¿No se le podría llamar…
etc.? —No… Porque la Luna sale por la noche, y el Sol de día”.
—JEAN PIAGET, The Child’s Conception of the World

3. El Ayuntamiento de Cambridge, Massachusetts, aprobó por unanimidad,


en diciembre de 1939, una resolución declarando ilegal “poseer, guardar,
secuestrar, introducir o transportar dentro de los límites de la ciudad,
cualquier libro, mapa, revista, periódico, folleto, octavilla o circular, en
que figurasen las palabras Lenin o Leningrado”.
4. John McNaboe, senador por Nueva York, en mayo de 1937 se opuso
enérgicamente a un proyecto de ley para controlar la sífilis porque
“podría mancillarse la inocencia de los niños si se extendiese el uso de
esta palabra… que produce escalofríos a toda mujer y a todo hombre
decente”.
—STUART CHASE, The Tyranny of Words

5. La revista Life publicó una foto de un marinero, en el dorso de cuyas


manos estaban tatuadas las palabras “AGÁRRATE FUERTE”. Al pie se lee
esta explicación: “Así los marineros no se caerían de los penoles de las
vergas.’’
6. El delegado de Ucrania acusó a Grecia de motivos “antidemocráticos” al
tratar de desmilitarizar la frontera con Bulgaria. A lo que Philip
Dragoumis, subsecretario griego de Asuntos Exteriores, replicó en tono
adusto: “Democracia es palabra griega, y Grecia sabe interpretarla mejor
que nadie”.
—Recorte de periódico no identificado
7. Leído al revés, dice “Naturaleza”.
—Anuncio de una patente médica
8. Era muy grande para pensar en todo y en todas partes. Sólo Dios era
capaz de hacerlo. Trató de imaginarse lo grande de aquel pensamiento,
pero sólo pudo imaginarse a Dios. Dios era el nombre de Dios, como el
suyo era Esteban. Dieu era el nombre francés de Dios, quien también se
llamaba así; y cuando uno rezaba a Dios y decía Dieu, Dios conocía en
seguida que era una persona francesa la que rezaba. Pero, aunque los
distintos idiomas del mundo tenían nombres diferentes para Dios, y Dios
sabía lo que decían cuantos le rezaban en sus distintas lenguas, seguía
siendo el mismo Dios, y el nombre verdadero de Dios era Dios.
JAMES JOYCE, A Portrait of the Artist as a Young Man

9. Freud dijo en una conferencia que los hombres eran tan susceptibles
a los síntomas de la histeria como las mujeres. Al oírlo, un célebre
profesor vienés se salió airado de la sala.
“¡Qué disparate! —murmuró—. ¡Susceptibles de histeria los
hombres!
¡Pero si la palabra ‘histeria’ se deriva de la que en griego quiere decir
útero!”
—Anatole Rapoport, Science and the Goals of Man

10. “—A ver si me entiendes, Jim; ¿habla el gato como nosotros?


—No.
—¿Y la vaca?
—No; tampoco la vaca.
—¿Habla el gato como la vaca o la vaca como el gato?
—Claro que no.
—Es natural y está puesto en razón que hablen de manera
distinta, ¿no?
—Claro.
—¿Y no es natural y está puesto en razón que el gato y la
vaca hablen distinto de nosotros?
—Pos claro que sí.
—Entonces, ¿por qué no va a ser natural que un francés hable
distinto de nosotros? A ver si me lo explicas.
—¿ El gato es hombre, Huck?
—No.
—Pos entonces, no hay po qué hable el gato como hombre. Y
la vaca ¿es hombre?… ¿O es gato?
—No, no es nada de eso.
—Pos entonces, no tié po qué hablar como nenguno de ellos.
¿El francés es hombre?
—Si.
—¡Pos entonces! ¡ Mardita sea, po qué no habla como
hombre! ¡A ve si me lo explicas tú!”
Mark Twain, Huckleberry Finn

11. Los ingleses adoptaron el color caqui para sus uniformes militares
después de la guerra de los bóers, y los alemanes se disponían a cambiar
el azul prusiano por un gris de campaña. Pero en 1912, los soldados
franceses seguían llevando las casacas azules y el quepis y los pantalones
rojos que usaban desde 1830, cuando el fuego de fusil no alcanzaba más
de doscientos pasos, y los ejércitos no necesitaban esconderse, porque
combatían muy de cerca. Al visitar el frente de los Balcanes en 1912,
Messimy vio las ventajas del color desvaído del uniforme búlgaro y
volvió a su tierra, decidido a que el francés fuese menos visible. Su plan
de vestir a los soldados de un gris azulado o verdoso provocó vivas
protestas… El Echo de París escribió que retirar “cuanto da colorido y
aspecto animado al militar es llevar la contraria no sólo al gusto francés,
sino a la función del Ejército”. Messizny replicó que eran cosas muy
distintas, pero sus adversarios no cejaron. Un exministro de la Guerra,
M. Etienne, habló en nombre de Francia en una sesión parlamentaria.
“¡Eliminar los pantalones rojos! —prorrumpió—. ¡Jamás! Le
pantalón rouge c’est la France!”
“Aquel apego tozudo e imbécil a los colores más visibles iba a
acarrear crueles consecuencias”, escribió después Messimy.
BARBARA W. TIICHMAN, The Guns of August

II
Selecciónese una palabra cargada de fuerte contenido emocional (negativo o
positivo), como “araña”, “pistola”, “matemática”, “rubia” o “mexicano”, y
explíquense los sentimientos asociados con ella. ¿De dónde proceden? ¿Hasta
qué punto se basan en reacciones al “mapa”, o al “territorio” real?

III
Escoja una naranja o una manzana que no tenga peculiaridades especiales y
descríbala con unas doscientas palabras. Luego colóquela entre otras frutas de
la misma clase, dé su descripción a un amigo y vea si la puede distinguir
fácilmente de las demás. Después, que él escoja otra y la describa, y trate
usted de identificarla a su vez.

IV
¿En qué consiste un mapa bueno y un mapa malo? Si se tratase de un mapa de
los Estados Unidos y se situasen las siguientes ciudades de esta manera, a la
izquierda San Luis, en el centro Washington y a la derecha San Francisco, el
mapa estaría mal. ¿Qué ocurriría si quisiese uno orientarse por ese mapa?
¿Qué habría que hacer para que el mapa estuviese bien? ¿Se reduce todo a
colocar los nombres en su sitio? ¿Cómo sabemos cuál es “su sitio”? El mapa
no es el territorio, claro está, pero ¿no hay ciertas semejanzas entre un buen
mapa y el territorio que representa? Describa por escrito algunas de estas
semejanzas y vea si pueden aplicarse a las palabras y a los objetos que
significan.
Puede estudiarse este tema en Alfred Korzybski, Science and Sanity
(1933), pág. 750, o Wendell Johnson, People in Quandries (1946), páginas
131-133.

V
No es fácil distinguir lo aprendido por experiencia directa de lo aprendido en
lecturas. Un reflexivo comentarista del periodismo contemporáneo escribe:
El periódico produce la impresión al lector de expresar mejor la vida que
un libro, y éste propende a confundir lo que ha leído en él con experiencias
que no ha tenido.
—¡Si hubiera usted visto a Charlie White! —me repitió un individuo
aburrido, ya maduro, en un bar—. Tenía un “gancho” izquierdo…
Yo ya lo sabía, porque lo había leído muchas veces, pero creo que él había
visto tanto a White como yo a Ty Cobb, sobre cuyo estilo para correr las
bases podía yo hablar como si lo hubiese visto mil veces. No creo que
conociese personalmente a Cobb, pero había visto a Hans Wagner y a Christy
Mathewson en un partido entre los Piratas y los Gigantes, cuando era
pequeño, y no recuerdo el aspecto que tenían aquel día, ni lo que hicieron. Lo
que sé de ellos, como lo que sé de Cobb, no es sino lo que he aprendido
acerca de ellos en los reportazgos y fotografías periodísticos, y así sé tanto de
Cobb como de los otros dos.
De la misma manera, el primer Presidente a quien vi con mis propios ojos,
fue Warren Gamaliel Harding, pero lo recuerdo más vagamente que al primer
Roosevelt, a Taft o a Wilson. Y aun hoy me parece increíble que no viese
jamás a Franklin D. Roosevelt, del que tuve una experiencia casi tan personal
como de mi propio padre.
—A. J. LIEBLING, The Wayward Pressman

¿Qué es lo que sabe el señor Liebling a través del “mapa” y qué conoce
directamente del “territorio”? Recuerde algunas experiencias parecidas de sus
lecturas y pasado.

VI
Comprobar la relación entre “mapas” y “territorios” es una empresa que no
tiene fin, porque constantemente vemos en torno a nosotros los mapas
ficticios que sustituyen a la realidad. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si tratase
usted de tener su casa como la presentan por televisión, al hacer los anuncios
comerciales, con la aspiradora en su funda, los cacharros de la cocina blancos
y resplandecientes, sin una sola mota de comida o de dulce, porque la
limpieza se hacía en dos minutos escasos y sin esfuerzo alguno? Piense
también en las aspiraciones atléticas de un colegio universitario, con sus
lecciones de espíritu deportivo, de formación de carácter, etc., y en lo que
pasa en realidad en muchos colegios que aspiran a victorias olímpicas.
Las discrepancias entre los mapas y los territorios han sido objeto de
sátiras, comedias y explosiones de indignación moral a lo largo de la historia
humana. He aquí unos cuantos ejemplos de diversos libros, que lo
demuestran:
Vilhjalmur Stefansson, The Standardization of Error (1927). Es una obra
ingeniosa y desconcertante, en que se explica cómo la gente parece preferir lo
absurdo a lo real.
Bergen Evans, The Natural History of Nonsense (1946). Divertido
catálogo de errores, supersticiones y patrañas que cree la gente.
Martha Wolfenstein y Nathan Leites, Movies: A Psychological study
(1950). Estudio clásico sobre cómo las películas crean mapas falsos de la
realidad en nuestra cabeza.
Robert Lindner, The Fifty-Minute Hour (1955). Estudio de individuos que
tienen mapas de la realidad extraordinariamente deformados. Hay muchas
otras obras siquiátricas y sicológicas que presentan ejemplos de confección
patológica del mapa.
Albert D. Biderman, March to Calumny: The Story of American POW’s in
the Korean War (1963). Se nos ha metido en la cabeza que fue vergonzosa la
conducta de los soldados norteamericanos hechos prisioneros en la guerra de
Corea. Se nos ha dicho que colaboraron completamente con sus aprehensores,
que fueron demasiado cobardes para resistir o escapar y demasiado
indisciplinados para organizarse y preparar su supervivencia. En este libro se
refutan estas afirmaciones comúnmente aceptadas sobre los soldados
norteamericanos en Corea.
3. INFORMES, DEDUCCIONES, JUICIOS
En suma: los distintos sonidos del habla humana tienen significados
diferentes. Estudiar esta coordinación de determinados sonidos con
determinado significado es estudiar el lenguaje. Dicha coordinación permite
al hombre “interaccionar” con gran precisión. Así, cuando, por ejemplo,
decimos a alguien la dirección de una casa que no ha visto, estamos haciendo
algo que ningún animal puede hacer.
LEONARD BLOOMFIELD

Las formas vagas e insignificantes de hablar y el mal uso del lenguaje


han pasado desde hace tanto tiempo por misterios de la ciencia, y las
palabras duras o mal aplicadas, sin apenas sentido alguno, tienen, por
prescripción, tal derecho a que se las tome por saber profundo y talento
especulativo, que no va a ser fácil convencer ni a los que las pronuncian ni a
quienes las escuchan, de que sólo son tapaderas de la ignorancia y estorbos
para el verdadero saber.
JOHN LOCKE

El acto simbólico fundamental del intercambio de información, es la


relación de lo que hemos visto, oído o sentido: “Hay una cuneta a cada lado
de la carretera”. “No puede conseguirse esa herramienta en la ferretería de
fulano por $8.75”. “No hay pesca por ese lado de la laguna, pero sí por éste”.
También existen informes de informes: “Las cataratas más largas del mundo
son las de Victoria, en Rhodesia”. “La Batalla de Hastings se libró el año
1066”. “Según los periódicos, hubo un choque en la carretera de tal o cual
localidad”. Los informes deben atenerse a las siguientes reglas: primera,
deben ser comprobables; segunda, deben excluir, en lo posible, las
deducciones y los juicios. (Explicaremos más tarde estas dos palabras).
Posibilidad de comprobación
Los informes deben ser comprobables. Quizá no siempre podamos
comprobarlos personalmente, porque no podemos estudiar las pruebas de
cada detalle referido ni podemos ir a la carretera en cuestión antes de que
levanten los vehículos que han chocado. Pero, si convenimos más o menos en
el significado de las palabras, en qué es un metro, un kilo o una fanega, etc., y
en la medida del tiempo, es poco el peligro de que no nos entendamos. Aun
en el mundo de nuestros días, en que todos discuten con todos, nos fiamos
considerablemente de los informes recíprocos. Preguntamos por dónde se va a
tal sitio a gente totalmente desconocida. Seguimos las direcciones y señales
de la carretera sin sospechar quiénes las pusieron allí. Leemos libros de
ciencias, matemáticas, automovilismo, viajes, geografía, la historia del
vestido y temas por el estilo, y siempre suponemos que el autor se ha tomado
la molestia de informamos lo mejor que pueda. Y la mayor parte de las veces,
no nos equivocamos. Dado el interés que ponemos en discutir la intención
partidista de periódicos, propagandistas y, en general, de tantas
comunicaciones como recibimos, tendemos a olvidar que todavía nos queda
una enorme cantidad de información fidedigna, y que las noticias
deliberadamente falsas son, menos en tiempo de guerra, más bien excepción
que regla. El deseo de defenderse, que impulsó a los hombres a establecer un
intercambio de información, también los lleva a considerar merecedora de
reproche la información falsa.
En su nivel más alto, el lenguaje de los informes es el de la ciencia.
Queremos significar con “el nivel más alto” la mayor utilidad general.
Presbiterianos y católicos, obreros y capitalistas, alemanes del Este y del
Oeste están de acuerdo en el significado de símbolos como 2x2 = 4, 100° C.,
H2O, 3:35 A. M., 1940 a. de J. C., 1000 kilowatts, quercus agrifolia, etc. Pero
se preguntará: ¿cómo puede haber acuerdo entre individuos de ideas distintas,
sobre filosofía política, creencias religiosas, ética y la supervivencia de mi
negocio versus la supervivencia del suyo? Es que las circunstancias obligan a
los hombres a ponerse de acuerdo, les guste o no les guste. Si, por ejemplo,
hubiese en los Estados Unidos doce sectas religiosas, cada una de las cuales
se empeñase en marcar de manera diferente la hora del día y los días del año,
se haría imposible la vida al tener que elaborar doce calendarios distintos,
doce tipos de relojes y doce horarios para los negocios, los trenes y los
programas de televisión, eso sin referimos al esfuerzo que se necesitaría para
explicar las diversas nomenclaturas[1].
Por tanto, el lenguaje de los informes, incluso el más exacto de los
informes científicos, es un lenguaje de “mapa”, el cual, al presentarnos
descripciones bastante precisas del “territorio”, nos proporciona un buen
conocimiento. Quizá sea un lenguaje soso y sin interés a veces: no suelen
leerse las tablas de logaritmos y los directorios telefónicos por diversión, pero
nos son imprescindibles. Muchas veces tenemos que decir las cosas en
nuestra conversación y nuestros escritos corrientes, de manera que todos lo
entiendan bien y estén de acuerdo con lo que decimos.

Deducciones
El lector comprenderá que escribiendo informes puede aumentar rápidamente
su saber lingüístico. Es un ejercicio que le proporcionará ejemplos, los suyos
propios, de los principios del lenguaje y de la interpretación que estamos
estudiando. Esos informes deben versar sobre experiencias directas, escenas
que el lector ha visto con sus propios ojos, reuniones y sucesos sociales en
que ha tomado parte, personas a las que conoce bien. Tienen que poder ser
comprobados y aceptados. No podrán entrar en el ejercicio las deducciones y
los comentarios.
No es que no sean importantes (porque no sólo en la vida diaria, sino en la
ciencia, tomamos como informes las deducciones así); en algunos campos del
pensamiento y la investigación, como la geología, la paleontología y la física
nuclear, los informes son la base, pero las deducciones (y las deducciones de
las deducciones) constituyen el cuerpo principal de la ciencia. Deducción, en
el sentido en que utilizamos nosotros la palabra, es una afirmación sobre lo
desconocido a base de lo conocido (que más bien debería llamarse inducción,
según la nomenclatura dialéctica). Podemos deducir cuál es la fortuna o
posición social de una mujer a juzgar por el género y el corte de su vestido; de
la forma de las ruinas y su estado, podemos deducir el origen del fuego que
destruyó el edificio; de las manos callosas de un hombre, el tipo de su
ocupación o actividad; de la votación de un senador a favor o en contra de un
proyecto de ley sobre armamentos, su actitud hacia Rusia; de la estructura
geológica de la Tierra, el paso de un glaciar prehistórico; del halo de una
placa fotográfica sin exponer, que ha estado junto a materiales radiactivos; del
ruido que hace una máquina, el estado de sus bielas. Las deducciones pueden
ser burdas o certeras. Pueden hacerse a base de una copiosa experiencia
anterior, o sin la menor experiencia previa. Así, las deducciones de un buen
mecánico sobre el estado interior de un motor pueden fundarse en que ha
escuchado atentamente sus ruidos, en tanto que las de un aficionado
obedecerán a detalles fútiles. Pero la característica común a las deducciones
es que se refieren a cosas no conocidas directamente y a base de lo que se ha
observado.
La eliminación de deducciones en el ejercicio que indicamos de redacción
de informes significa que no deben hacerse conjeturas sobre lo que piensan
otras personas. Cuando decimos: “Estaba enfadado”, no informamos, sino que
hacemos una deducción de hechos observables como el puñetazo que dio en
la mesa, la interjección que soltó y el directorio telefónico que tiró a la
mecanógrafa. En este caso concreto, la deducción parece certera; pero debe
tenerse presente, especialmente a efectos de irse acostumbrando y
adiestrando, qué es una deducción. Expresiones como “pensaba mucho en sí
mismo”, “tenía miedo a las mujeres”, “era víctima de un complejo de
inferioridad”, formuladas a base de observación social, son tan
considerablemente deductivas como las basadas en la lectura de los
periódicos, por ejemplo, “lo que verdaderamente quiere Rusia es implantar
una dictadura comunista mundial”. Debemos pensar en su carácter deductivo
o inferencial, y substituir esas frases en los ejercicios que estamos indicando,
por otras como: “rara vez hablaba con los subordinados de su fábrica”, “lo vi
en una reunión social, y sólo bailó cuando se lo pidió una muchacha”. “Nunca
solicitó una beca, aunque la habría conseguido fácilmente”, y “la delegación
rusa en la ONU ha solicitado A, B y C. El año pasado votaron contra M y N,
y a favor de X y Y. Ante hechos como éstos, el periódico que suelo leer
deduce que lo que Rusia quiere realmente es implantar una dictadura
comunista en el mundo entero. Estoy de acuerdo”.
A pesar de ejercitarnos en evitar las deducciones para sólo declarar lo que
hemos visto y experimentado, todos propendemos a equivocarnos, porque el
proceso de sacar consecuencias es rápido y casi automático. Cuando vemos
un coche que va en zigzag por una carretera, decimos sin querer: “Mira ese
conductor borracho”, aunque lo que vemos son únicamente los movimientos
extraños del coche. El que esto escribe vio una vez a un hombre dejar una
propina de un dólar en el mostrador de una cafetería y marcharse
inmediatamente. Mientras pensaba en lo raro de una propina tan generosa en
establecimiento tan modesto, llegó la camarera, cogió el dólar, registró en la
caja noventa centavos y se metió los otros diez en el bolso. Resultaba que me
había equivocado; no se trataba de la propina, sino de la cuenta entera.
Esto no quiere decir que nunca debamos hacer deducciones. La
incapacidad de hacerlas constituye un indicio de trastorno mental, Así, escribe
Laura L. Lee, especialista en curar los trastornos del habla: “La adulta afásica
a la que estaba tratando tenía gran dificultad, debido a su lesión cerebral, para
hacer deducciones sobre la foto que le mostré. Me explicaba perfectamente lo
que ocurría en la escena, pero no era capaz de decirme lo que podría haber
ocurrido inmediatamente antes o después de tomarse la foto[2]. Por eso, no se
trata de que no hagamos deducciones, sino de que comprendamos que son
deducciones.

Juicios
También deben excluirse los juicios del ejercicio que recomendamos.
Entendemos por juicios, todas las expresiones de aprobación o
desaprobación de los hechos, personas u objetos que describimos. Por
ejemplo: en el informe escrito no podríamos decir: “era un coche estupendo”,
sino algo por el estilo de esto: “lleva rodando 80.000 kilómetros y no ha
necesitado una sola reparación”. Igualmente, las afirmaciones como “Pedro
nos engañó” deben eliminarse y substituirse por algo que pueda comprobarse:
“Pedro nos dijo que no tenía las llaves de su coche, pero, al sacar el pañuelo
unos minutos después, se le cayeron unas cuantas”. Tampoco podría decirse
en un informe: “El senador era testarudo, cerrado y sin ganas de cooperar”, o
“fue valerosamente fiel a sus principios”; sino que debe declararse: “El voto
del senador fue el único contrario al proyecto de ley”.
Mucha gente considera como afirmaciones de hecho las siguientes:
“Pedro nos engañó”, “Juan es un ladrón”, “Gonzalo es inteligente”. Sin
embargo, en el sentido corriente, eso de “nos engañó” supone, primero, una
deducción (que deliberadamente nos expuso hechos falsos), y segundo, un
juicio (que quien lo dice reprueba lo que hizo Pedro, según sus deducciones).
En los otros dos ejemplos, podríamos cambiar las expresiones por éstas:
“Juan fue condenado por robo a dos años de cárcel”, y “Gonzalo toca el
violín, es el primero de su clase, y capitán del equipo de debates”. Repárese
en que decir que alguien es un ladrón es declarar una realidad: “Ha robado y
volverá a robar”, lo cual tiene más de predicción que de informe. Hasta “ha
robado” constituye una deducción (y al mismo tiempo, un juicio) sobre algo
discutible, inclusive para quienes estudiaron las pruebas del cargo. En
cambio, decir que “fue condenado por robo” es formular una declaración
comprobable en los archivos del tribunal y de la cárcel.
La posibilidad científica de comprobar algo estriba en la observación
externa de los hechos, no en la emisión de juicio. Si alguien dice: “Mario es
un gandul”, y otro replica: “Así lo creo yo también”, la afirmación no ha sido
comprobada. En los tribunales suele haber enormes confusiones creadas por
los testigos que no distinguen sus juicios personales de los hechos objetivos
en que se basan. Hay repreguntas por el estilo de:
TESTIGO: Ese cochino sinvergüenza me engañó.

ABOGADO DE LA DEFENSA: ¡Protesto, Señoría!

JUEZ: Se admite la protesta. (La frase del testigo se elimina del acta).
Ahora, cuente al tribunal exactamente lo que ocurrió.
TESTIGO: ¡Me engañó ese cochino embustero!

ABOGADO DE LA DEFENSA: ¡ Protesto, Señoría!

JUEZ: Se admite la protesta. (De nuevo se elimina el comentario del testigo


del acta). Aténgase el testigo a los hechos escuetos.
TESTIGO: Pero si le estoy diciendo los hechos, Señoría. Ese me engañó.

Y sería el cuento de nunca acabar si el abogado que le repregunta no se


diese maña para hacerle atenerse a los hechos, omitiendo opiniones
personales. Para el testigo es un hecho que lo engañaron. A veces se necesita
un interrogatorio paciente para llegar a los motivos objeto de sus opiniones.
Muchas palabras encierran al mismo tiempo un informe y un juicio sobre
lo que se dice, naturalmente, pero de ello hablaremos detenidamente en otro
capítulo. En el informe escrito de que nos ocupamos, deben evitarse estas
palabras. En lugar de “se coló”, deberá decirse “entró sin hacer ruido”;
“diputados” o “candidatos”, por “políticos”; “cesante”, en lugar de “vago”;
“autoridad centralizada”, en lugar de “régimen dictatorial”; “disidente”, en
lugar de “picapleitos”. Un reportero no podría decir: “Un tropel de pánfilos
fue a escuchar ayer al candidato en ese rincón cursi que desfigura el barrio sur
de la ciudad”. Sino que debería decir: “Unas setenta y cinco u ochenta
personas escucharon su discurso en los jardines nuevos del barrio sur”.

Palabras-gruñidos y palabras-arrullos
Debemos tener muy presente que en este libro no estudiamos el lenguaje
como fenómeno aislado, sino en acción, en el contexto de hechos no
lingüísticos en que se desarrolla. Los ruidos hechos con los órganos bucales
constituyen una actividad muscular, muchas veces involuntaria, como las
demás actividades musculares. Nuestras reacciones a los estímulos poderosos,
como a las cosas que nos irritan, son hechos musculares y fisiológicos: la
contracción de los músculos para luchar, el aumento de la presión sanguínea,
la alteración en la química del cuerpo, el mesarse los cabellos y la emisión de
sonidos, como gruñidos o bufidos. Quizá no lleguemos a gruñir como perros,
pero sí mascullamos palabrotas y barbotamos: “¡Cochino tramposo!”,
“¡Marrano sinvergüenza!”, etc., entre ternos y maldiciones. Pero también
cuando algo nos produce placer, exclamamos: “¡Es la nena más bonita del
mundo entero!”, aunque no ronroneemos como un gafo ni meneemos la cola.
Estas expresiones de aprobación o reprobación directa son juicios en su
forma más rudimentaria, y podrían considerarse como equivalentes humanos
de los rugidos y arrullos. Que la nena es la más bonita del mundo no
constituye una afirmación, sino un arrullo o un ronroneo. Esto parece de clavo
pasado, pero, por extraño que parezca, tanto el que lo emite como el que lo
escucha creen que algo se ha dicho sobre la muchacha en cuestión. Así ocurre
principalmente con los gorgoritos de oradores y editorialistas, cuando se
despachan contra los rojos, contra los insaciables monopolistas, Wall Street,
los radicales, las ideologías extranjeras, etc., o se deshacen en repugnantes
ditirambos acerca de “nuestro modo de vida”. A todas horas creemos haber
oído un juicio sobre algo, arrastrados por la catarata impresionante de la
verborrea, por lo sonoro de las frases y por los trucos retóricos y eruditos.
Pero si nos detenemos un poco, veremos que lo único que encierran estas
exclamaciones son ideas poco más o menos así: “Lo que yo odio —sean los
rojos, Wall Street o lo que le dé a usted la gana— lo aborrezco a fondo”, y
“cuando algo me gusta —nuestro modo de vida— me arrebata de contento”.
Llamaremos a estas explosiones verbales, “palabras-gruñidos” y “palabras-
arrullos”. No tienen nada de informes sobre lo que pasa en el mundo
extensional.
El llamarlos así no quiere decir que no podamos formular este juicio en
absoluto, sino darle su valor preciso. Por ejemplo: al decir “es la niña más
bonita del mundo”, debemos dar a la frase el valor de que es un estado mental
de quien la pronuncia, no una descripción real de la muchacha. Si las palabras
“rojos” o “insaciables monopolistas” van acompañadas de informes
comprobables (lo cual supondrá además que ya sabemos a quiénes se refieren
concretamente), estaría justificada nuestra indignación, lo mismo que la de
quien habla así. Si las “palabras-arrullos” sobre la muchacha más bonita del
mundo van acompañadas de datos comprobables sobre su aspecto, maneras y
carácter, acaso también la admiremos nosotros. Pero, de no ser así, la única
pregunta que provocarían esos “gruñidos” y esos “arrullos”, sería: “¿En qué
se basa usted para afirmarlo?”
Generalmente no conduce a nada discutir si el Presidente tal o cual es un
gran estadista o sólo un político mañoso. Lo mismo ocurre con cuestiones
como éstas: “¿Es la música de Wagner la mejor de todos los tiempos, o se
reduce a estridencias histéricas?”, “¿Qué deporte es mejor, el tenis o el
béisbol?”, “¿Podría Joe Louis haber derrotado a Bob Fitzsimmons en sus
mejores tiempos?” Pronunciarse por la afirmativa o la negativa de estos
juicios es descender al nivel apasionado de los fanáticos. Pero preguntar a
alguien por qué le gusta la política presidencial o Wagner, o el tenis o Joe
Louis, vale para enterarse de los puntos de vista de los demás. Cuando ellos
se hayan explicado, sabremos algo más y podremos opinar sobre ello mucho
mejor que antes.
Los juicios estorban el pensamiento
Al afirmar que alguien es una buena persona, o que el servicio religioso fue
solemne, o que la caza es un deporte sano, o que fulanita es muy aburrida,
estamos asentando una conclusión a base de numerosos hechos observados.
Quizá sepa el lector que los estudiantes suelen tener dificultad para dar a los
temas escritos la longitud necesaria, porque se les acaban las ideas a los dos o
tres párrafos. Es que van en ellos tantos juicios, que apenas les queda nada
que decir después. Pero cuando se excluyen las conclusiones y se exponen
objetivamente los hechos observados, los trabajos tendrán la longitud
requerida y hasta tenderán a ser demasiado largos; porque, cuando se dice a
un individuo sin experiencia que consigne por escrito los hechos, suele
aportar más de los que se precisan, porque no distingue entre lo importante y
lo secundario.
Otra consecuencia de los juicios emitidos al comenzar el ejercicio escrito,
es que se cierra uno el camino para la exposición ulterior, lo cual ocurre
también con los juicios precipitados que formulamos interiormente a cada
momento. Si, por ejemplo, empezamos diciendo que fulano fue todo un
ejecutivo de negocios, o que fulanita era una perfecta compañera, lo que
escribamos después irá condicionado por estos juicios y no describirá ya al
ejecutivo o a la amiga en cuestión, sino que, prescindiendo de los hechos
observados, se ajustará sin querer a la idea que tenemos de un buen ejecutivo
o de una magnífica compañera, a base de las historias que hayamos leído, las
películas o fotos que hayamos visto, etc. Es decir: el juicio prematuro nos
impide ver lo que tenemos delante, y nuestra descripción se llena de
estereotipos. Por eso, aunque el escritor esté seguro al comenzar su informe
de que el hombre, el escenario o la mujer a quien describe son de tal o cual
manera, deberá descartar conscientemente esas opiniones, para no mermar
objetividad a su exposición ni cerrarse a sí mismo los ojos. No debe calificar a
nadie de “beatnik”, palabra que hoy está adquiriendo carta internacional de
naturaleza y que, habiéndose aplicado originalmente a los bohemios literarios
y artísticos, ha sido bastardeada por el periodismo sensacional y las películas,
hasta crear un tipo casi completamente fantasmagórico y desconcertante. Si
un escritor aplica esta u otras palabras por el estilo a cualquier ser viviente,
tendrá que derrochar raudales de energía para explicar después lo que no
quiso decir con eso, por lo que le recomendamos que no la emplee en
absoluto.
Selección deliberada
Al escribir las experiencias personales, se nos escaparán algunos juicios, a
pesar de todo el empeño que pongamos en eliminarlos. Así, por ejemplo, al
describir a alguien, quizá quede así el texto: “Estaba claro que no se había
afeitado desde hacía unos días, y tenía sucias las manos y la cara. Su calzado
estaba destrozado, y tenía la chaqueta, demasiado pequeña para él, salpicada
de cazcarrias resecas”. Pues bien; aunque no se ha formulado explícitamente
ningún juicio, hay uno que se deja caer por su propio peso. Comparemos esta
descripción con otra del mismo sujeto: “Aunque tenía la barba crecida y su
apariencia era desaliñada, había claridad en sus ojos y miraba fijamente a lo
lejos mientras descendía a paso rápido por el camino. Parecía muy alto; esta
impresión acaso se debiese a que la chaqueta era demasiado pequeña para él.
Llevaba un libro bajo el brazo izquierdo, y un gozquecillo corría pegado a sus
talones”. En este ejemplo se da una descripción considerablemente distinta
del mismo individuo, con sólo incluir nuevos detalles y pasar a un segundo
plano los desfavorables. No hay juicios explícitos en el texto, pero sí
implícitos.
¿Cómo podremos, entonces, redactar un informe imparcial? No
conseguiremos imparcialidad completa empleando el lenguaje cotidiano. La
tarea es a veces difícil, inclusive en el estilo altamente impersonal de la
ciencia. Pero sí podemos, siempre que caigamos en la cuenta de la impresión
favorable o desfavorable que algunas palabras y hechos pueden producir,
lograr suficiente imparcialidad a efectos prácticos. El caer en la cuenta de esa
impresión favorable o desfavorable nos hará equilibrar las palabras y
expresiones. Para aprender a hacerlo, sería bueno que escribiésemos dos
informes sobre el mismo tema, uno al lado del otro, ambos en un plan de
estricta objetividad: el primero consignaría los hechos y detalles que
probablemente producirían impresión favorable al lector, y el segundo los que
pudieran producirle una impresión desfavorable. Por ejemplo:

A FAVOR EN CONTRA
Tenía los dientes blancos. Sus dientes eran desiguales.
Tenía ojos azules, pelo rubio y Rara vez miraba a uno directamente a los
abundante. ojos.
Llevaba una camisa blanca
Su camisa estaba tazada por los puños.
limpia.
Hablaba con finura. Tenía voz chillona.
Su jefe hablaba con encomio de Su casero decía que se atrasaban el pago
él. del alquiler.
Le gustaban los perros. Le molestaban los niños.
La selección de detalles favorables o desfavorables al tema que se
describe es deliberada e intencionada. No se formulan juicios explícitos, pero
se da una impresión concreta y se provocan determinadas opiniones.
Supongamos que alguien publica este suelto en la prensa: “Cuando N estuvo
en Nueva York en noviembre, se le vio cenar con una estrella de cine…” Las
deducciones a que pudiera dar lugar la noticia cambian considerablemente
con las siguientes palabras: “… y con su marido y sus dos hijos”. Los
enemigos de N podrían perjudicarle gravemente, si fuese casado, con la
noticia a medias. Esta forma de expresarse, intencionada y maliciosa, tan a la
orden del día en la chismorrería social, y también en los “reportazgos
interpretativos” de los periódicos y revistas, bien podría llamarse mentira,
aunque en realidad no haya ninguna en su texto.

Dominando los prejuicios


Pero hay que andar con mucho cuidado en esto. Cuando, por ejemplo, un
periódico publica cierta noticia en forma que nos desagrada, porque omite
detalles importantes y deforma y altera otros, tendemos a exclamar: “¡Qué
manera de cambiar las cosas!” Al decir esto, estamos haciendo una
deducción, claro está, sobre el redactor de la noticia. Suponemos que lo que
juzgamos nosotros importante lo es igualmente para él, por lo cual inferimos
que dio un sesgo deliberadamente torcido al reportazgo. Pero ¿ocurre así
siempre? ¿Puede el lector desde fuera asegurar que el redactor deformó
deliberadamente la noticia, o vio éste los hechos así?
El caso es que, en virtud del proceso de selección y abstracción que nos
imponen nuestras preferencias y nuestra situación, la experiencia siempre nos
llega a todos, incluso a los reporteros, “con un prejuicio”. Si es usted
obrerista, o católico ferviente, o fanático de las carreras, su idea de lo que es
importante o no lo es variará forzosamente respecto a la de una persona
indiferente a su causa. Por tanto, cuando algunos periódicos parecen ponerse
del lado de la gran industria en cuanto a problemas de interés público, no se
trata tanto de deformación deliberada como de algo natural por parte de la
prensa, que, muchas veces, pertenece también a grandes empresas y suele
estar asociada con otras industrias de envergadura en sus actividades y en su
vida social. No obstante, los mejores periódicos, aunque sean propiedad de
grandes hombres de empresa, tratan de informarnos lo mejor posible de lo que
pasa en el mundo, porque están dirigidos por periodistas que cumplen con su
deber profesional de presentar objetivamente los puntos de vista contrarios en
cuestiones discutibles. Estos periodistas son verdaderos informadores.
Quien no tenga prejuicios evitará el estilo intencionado, salvo cuando trate
de lograr efectos literarios especiales. Pero es algo más que mera
imparcialidad y objetividad: se trata de algo más importante, de levantar
buenos mapas del territorio de la experiencia. El individuo lleno de prejuicios
no puede dibujar buenos mapas, porque sólo ve al enemigo como enemigo, o
al amigo como amigo, y no de otra manera. En cambio, el escritor auténtico,
el hombre de imaginación e intuición, puede enfocar el mismo asunto desde
muchos puntos de vista. He aquí unos cuantos ejemplos de descripciones
sólidas y logradas de este tipo:
Adán se volvió hacia él. Era casi como si lo viese por primera vez. Tenía
ante sus ojos los fuertes y negros hombros bajo el calicó de cuadros rojos, los
largos brazos colgando sobre las rodillas, las manos fuertes, nervudas y
callosas, empuñando las riendas. Le miró a la cara. Su mandíbula se
proyectaba poderosamente hacia adelante, pero sus labios eran gruesos y
caídos, y en su comisura había una paja, sujeta a los dientes. Tenía los
párpados péndulos, ligeramente abultados, y los ojos sanguinolentos. Adán
sabía que aquellos ojos podían clavarse penetrantes y dominadores. Pero
ahora, al contemplar aquella faz soñolienta y fláccida, apenas podía creerlo.
—ROBERT PENN WARREN, Wilderness

Este que veis aquí de rostro aguileno, de cabello castaño, frente lisa y
desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva aunque bien proporcionada,
las barbas de plata que no ha veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la
boca pequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal
acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos
con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color
viva, antes blanca que morena, algo cargado de espalda y no muy ligero de
pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la
Mancha y del que hizo el Viaje del Parnaso, llámase comúnmente Miguel de
Cervantes Saavedra; fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo,
donde aprendió a tener paciencia en las adversidades; perdió en la batalla
naval de Lepanto, la mano izquierda de un arcabuzazo; herida que, aunque
parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable
y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros,
militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra
Carlos V, de felice memoria.
—MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, Autorretrato

APLICACIONES

I
A continuación publicamos una serie de frases y descripciones, que el lector
deberá clasificar como juicios, deducciones o informes. Como no siempre se
distinguen claramente, con una sola palabra no bastará, y en algunos casos
habrá informe y deducción o juicio a la vez. Recuérdese que no nos interesa
su verdad o falsedad, sino la índole de las afirmaciones; así, por ejemplo, la
proposición, “el agua se congela a los 10° centígrados”, aunque errónea, es un
informe.

1. Sólo va a la iglesia para lucir sus vestidos.


EJEMPLO DE ANÁLISIS:
En circunstancias corrientes, esto
probablemente sería una deducción, porque la gente no suele admitir que
vaya a la iglesia por ese motivo. También se acusa positivamente un
juicio implícito, porque se da a entender que se debería ir a la iglesia por
motivos mejores.
2. Hay algo esencialmente sucio en comer carne y pescado.
3. Gary Grant tiene gran personalidad.
4. Licuadora de lujo. Base cromada. Vaso refractario graduado en tazas
y en litros, con capacidad de uno y medio litros. Con asa de diseño
anatómico incorporada. Nuevo diseño exclusivo de tapa. Dos
velocidades. Precio: $ 795.
—Catálogo Philips
5. Hay en el campanario cuatro ventanas
y de ellas suspendidas cuatro campanas;
con voz alegre a veces y a veces suave,
cosas dicen que el labio decir no sabe.
—FEDERICO BALART, “Las Campanas”

6. El asesinato es un delito en todos los casos.


7. El pueblo ruso no quiere la guerra.
8. Fulano es un burócrata típico.
9. El hombre inteligente crea sus propias oportunidades.
10. El diputado aprobó el proyecto de ley para atraerse a los obreros.
11. Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
—RUBÉN DARÍO, Sonatina
12. Tenía Adán ciento treinta años cuando engendró un hijo a su imagen
y semejanza, y le llamó Seth. Y fueron los días de Adán después de
engendrar a Seth, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. Fueron
todos los días de la vida de Adán novecientos treinta años, y murió.
—Génesis 5:3-5
13. “Los chocolates de esta casa no necesitan anunciarse. Se derriten en
los labios de puro sabrosos, y el mejor anuncio serán los herretes de su
bebé, que se relamerá de gusto”.
—Anuncio imaginario
14. William Jameson es un hombrecillo flacucho, contrahecho y
tuberculoso, que no pesa 60 kilos y tiene poco más de metro y medio de
estatura. Pero, hasta el último gramo y el último centímetro, es un
criminal redomado, incorregible, peligroso.
—World-Telegram & Sun, Nueva York
15. Los investigadores han demostrado que, lavándose los dientes con el
nuevo Ipana después de cada comida, se reducen las bacterias de la boca,
incluso las de la caries y del mal aliento, en un 84%.
—Anuncio de dentífrico
16. C’est Magnifique! Une maison Ranch trés origínale avec 8
habitaciones, 2 baños y medio… garaje para 2 Cadillacs… 21.990
dólares. Los “veteranos” no tienen que pagar al contado.
—Anuncio de un fraccionamiento en Long Island
17. Nuestro vergonzoso sistema de jueces de paz permite a muchos
ignorantes en cuestiones legales, más interesados en vaciarnos los
bolsillos que en defender nuestros derechos, administrar justicia en los
distritos rurales.
—Reader’s Digest
18. Pero los delegados no sabían a qué carta quedarse. “El Presidente
pronunció un buen discurso”, dijo uno de ellos después, “pero los hechos
son más elocuentes que las palabras. Nada de lo que dijo aquí esta
mañana fue suficiente para que se olvidase lo que hizo contra la industria
siderúrgica”. El mundo de los negocios tenía motivos para estar
preocupado. El Presidente no se opone teóricamente a la industria del
acero; probablemente crea que la está protegiendo. Pero el caso es que,
como hijo de un millonario sin experiencia en otra cosa que la política,
Kennedy ha estado protegido en su vida económica y no parece
comprender muy bien a la industria ni a sus hombres de empresa.
—Time

II
Además de los ejercicios indicados en este capítulo, excluyendo sus juicios y
deducciones, el lector puede escribir: a) informes fuertemente intencionados
contra personas u organizaciones de su preferencia, y b) a favor de personas u
organizaciones que no le gusten. Por ejemplo: imagínese que su club es una
organización subversiva, y relate sus actividades o hable de sus miembros en
sentido que pudiera tomarse como desfavorable; o bien imagine que uno de
sus vecinos más antipáticos ha recibido la oferta de un cargo a tres mil
kilómetros, y escriba una carta objetiva de recomendación para que se lo den.
También resulta divertido e instructivo escribir parodias de artículos
llenos de prejuicios, forzando tanto la nota que los ponga en ridículo. Un
artículo lleno de prejuicios es el que está hecho a base de noticias deformadas
y juicios sin fundamento. He aquí una cita de la revista Mad, en que se
describe a los Boy Scouts tal como supuestamente los ve el diario comunista
Pravda:
Después de tres años de servidumbre en los Cub Scouts, los muchachos,
ahora adolescentes rufianes, son obligados a incorporarse al grado superior y
más corrupto de los Boy Scouts. Son arrebatados a sus familias y llevados a
selvas primitivas, donde tienen que vivir en tiendas sin calefacción.
El ritual más embustero es la vergonzosa “Corte de Honor”, en que se
condecora a los jóvenes guerreros con las llamadas “medallas de mérito”.
Aquí es donde reciben los premios por su comportamiento en deportes tan
odiosos como “natación” (demolición y sabotaje bajo el agua), “química”
(guerra de gérmenes y gases venenosos), “seguir rastros” (contraespionaje) y
“actividades precursoras” (explotación de las naciones subdesarrolladas).
III
“A primeras horas de la mañana murieron un niño y un hombre maduro, y
salieron gravemente heridos tres adolescentes, en dos accidentes
automovilísticos”. Redáctese:

1. Un informe de los accidentes, con nombres y lugares supuestos.


2. Un informe intencionado para un periódico que desencadena una
campaña contra la delincuencia juvenil. (No se citen más que casos
concretos, para que el lector saque consecuencias y formule sus juicios.)
3. Otro informe intencionado para un periódico que está atacando
enérgicamente a la administración local. (Aténgase también a los hechos
únicamente.)

IV
Analice cómo utiliza la deducción Sherlock Holmes en el siguiente párrafo de
Conan Doyle. ¿Se parecen a las explicadas en este capítulo? Comente el valor
y el carácter comprobable de las consecuencias a que llega Holmes:
Con aire resignado y sonrisa ligeramente fatigada, Holmes rogó a la bella
visitante que tomase asiento y nos explicase qué le pasaba.
—Por lo menos, no se trata de su salud —le dijo el detective, clavándole
los ojos—. Una ciclista tan entusiasta tiene que estar llena de energía.
Ella se miró sorprendida a los pies, y yo observé en la parte inferior de su
calzado las ligeras raspaduras del pedal.
—Sí, monto mucho en bicicleta, señor Holmes…
Mi amigo levantó la mano sin guante de la joven y la examinó con la
atención y objetividad de un científico.
—Perdóneme; estoy seguro de que me perdonará. Es mi profesión —le
dijo, soltándole la mano—. Casi cometí la equivocación de creer que era
usted mecanógrafa. Ahora veo claro que se dedica a la música. Watson, ¿ve
usted estos dedos en forma de espátula, tan comunes en ambas profesiones?
Sin embargo, hay en su cara una espiritualidad —añadió, volviéndosela
ligeramente hacia la luz— que no es corriente en una mecanógrafa. Esta
señorita es música.
—Sí, señor Holmes, soy profesora de música.
—En alguna localidad campesina, supongo, a juzgar por su color atezado.
—Sí, señor; cerca de Farnham, en las proximidades de Surrey.

V
“Harry Thompson visitó a Rusia en 1958”; “Rex Davis es millonario”; “Betty
Armstrong no cree en Dios”; “el doctor Baxter no está de acuerdo con la
política de la American Medical Association”. Dando por ciertos estos
hechos, escriba un par de hojas de deducciones infundadas, y de deducciones
de otras deducciones sobre ellos. Claro que no sabe usted quiénes son estos
personajes, pero eso no importa; formule sus deducciones.
Este ejercicio es divertido e instructivo además para grupos de discusión,
al turnarse los grupos para sacar consecuencias.

VI
Elija un tema sobre el cual tenga poca información pero muchos prejuicios;
por ejemplo: “La Integración Latinoamericana”, “Beneficios de la Alianza
para el Progreso”, “Sistema Multilateral de pagos en el comercio de
Hispanoamérica”, “Sindicalismo y cultura”, o “Industrialización y
alfabetismo”, y escriba un ensayo de unas mil palabras, a base de grandes
generalizaciones, juicios valoradores y deducciones sin fundamento. Emplee
muchas palabras rimbombantes. Marque con cinco puntos (de un total posible
de 100) cada hecho comprobable utilizado. Si llega a una puntuación de 95 en
todos estos temas u otros por el estilo, y su gramática y ortografía son
impecables, deje su empleo actual. O abandone la escuela. Porque tiene usted
en la mano fama y fortuna.
4. LOS CONTEXTOS
[Contestación de un individuo a quien pidieron que definiese el jazz de
Nueva Orleáns]: Hombre, si tiene usted que preguntar qué es, no lo va a
saber nunca.
—LOUIS ARMSTRONG
Las definiciones de diccionario frecuentemente dan substitutos verbales
de una palabra desconocida, que no son sino maneras de disimular la
ignorancia. Así, quien busque en el diccionario [inglés-castellano] la
traducción de la palabra “bullfinch”, se quedará tan satisfecho [al leer
“pinzón real”] sin tener idea de cómo es esta ave. La comprensión no se
logra con el manejo de las palabras nada más, sino penetrando su
significado. Las definiciones del diccionario nos permiten ocultarnos a
nosotros mismos y a los demás nuestra ignorancia.
—H. R. HUSE (The Illiteracy of the Literate, 1933).

Cómo se hacen los diccionarios


La gente cree que todas las palabras tienen un significado exacto, el cual
conocemos principalmente a través de los maestros y gramáticos (aunque casi
siempre nos sale por una friolera, y nos contentamos con un castellano
ramplón), y que los diccionarios y las gramáticas son la autoridad suprema en
cuestiones de significado y empleo de los vocablos. Pocos se preguntan en
qué se basan quienes redactan diccionarios y gramáticas. El autor de estas
líneas discutió una vez con una inglesa sobre la pronunciación de cierta
palabra y le propuso consultar al diccionario. A lo que ella contestó: “¿Por
qué? Yo soy inglesa, nací y me crié en Inglaterra. Lo que hablo es inglés”.
Esta seguridad autoritaria no es rara entre los ingleses. En cambio, el
norteamericano que lleva la contraria al diccionario es tenido por loco o por
un bicho raro.
Veamos cómo se hacen los diccionarios y sus definiciones. Lo que
decimos sólo se aplica, claro está, a las oficinas donde se elaboran, a base de
investigación directa, los diccionarios originales, no a los copiados de ellos.
En primer lugar, hay que leer enorme cantidad de literatura sobre el período o
tema a que se refiere el diccionario. Al mismo tiempo, se van haciendo fichas
de cada palabra extraña o interesante, del empleo peculiar de un vocablo
común, de sus numerosos empleos corrientes y de frases en que aparece. O
sea, se toma nota del contexto de cada palabra, no sólo de la palabra aislada.
Para redactar un diccionario verdaderamente detallado, como el de la
Academia Española (o un buen Diccionario Enciclopédico, debidamente
documentado), se necesitan millones de fichas, y la tarea de componerlo dura
decenios (y está en constante actividad). Las fichas se clasifican por orden,
alfabético. Terminada la clasificación, para cada palabra podrá haber dos, tres
o varios centenares de ejemplos y citas, cada uno en ficha aparte.
Así, pues, para definir una palabra se estudia el conjunto de fichas sobre
ella; cada una representa el empleo de la palabra en cuestión por un autor de
algún prestigio en el campo de la literatura o de la historia. Se leen las fichas
cuidadosamente, se descartan algunas de ellas, vuelven a leerse las que
quedan y se clasifican según las diversas acepciones de la palabra.
Finalmente, se redacta la definición a base de la regla rigurosa de respetar el
significado que se deduce de las citas diversas. No puede el autor del
diccionario, ni sus diversos colaboradores, dejarse influir por lo que él cree
que deberían significar las palabras. Tiene que atenerse a las fichas o
abandonar la tarea.
Por tanto, la preparación de un diccionario no consiste en formular
declaraciones autorizadas sobre “el verdadero significado” de las palabras,
sino en tomar nota de lo que han significado para los escritores antiguos y
modernos. El autor de un diccionario es un historiador, no un legislador. Si,
por ejemplo, escribiésemos un diccionario en 1890, y hasta 1919, podríamos
decir que la palabra “radiar” significaba “despedir o arrojar rayos de luz o
calor”, no estaríamos en condiciones de decretar que, a partir del año 1921,
ese verbo iba a significar la transmisión de mensajes o música por radio. Así,
pues, la autoridad del diccionario no consiste en imposibles carismas
proféticos. Al elegir las palabras que hablamos o escribimos, nos orienta
históricamente el diccionario, pero no estamos esclavizados a él, porque las
nuevas situaciones, experiencias, inventos e ideas nos obligan a dar nuevos
sentidos a las antiguas y a crear constantemente nuevas palabras[1].

Contextos verbales y físicos


El proceso de redacción de un diccionario viene a ser el mismo que seguimos
al aprender los significados de las palabras desde niños, y que continúa
durante toda la vida. Supongamos, por ejemplo, que no hemos oído nunca la
palabra oboe, y que escuchamos la siguiente conversación:
Era el mejor tocador de oboe de la ciudad… Cuando llegaba al
solo de oboe del tercer movimiento, solía ponerse muy nervioso… Un
día lo vi comprando, una lengüeta nueva para su oboe en una tienda de
música… No le gustaba el clarinete desde que empezó a tocar el
oboe… porque, según decía, le resultaba demasiado fácil.
Aunque uno no conozca la palabra, va entendiendo lo que significa al
oírla en una conversación. A la primera frase, sabemos que el oboe es algo
que se toca, por lo que deducimos que se trata de un instrumento musical. A
cada frase va limitándose el margen de probabilidades, hasta llegar a una idea
más o menos clara de lo que quiere decir la palabra oboe. Así es como
aprendemos merced al contexto verbal.
Pero también aprendemos a través del contexto físico y social. El que
vaya a los toros por primera vez, se encontrará con una nomenclatura extraña
de “revoleras”, “molinetes”, “gaoneras”, “verónicas”, “manoletinas”, “mogón
del derecho”, “berrendo en negro”, etc. Pero cuando ve al público aplaudir
frenéticamente una faena, mientras uno o varios espectadores gritan “olé por
esa manoletina” o así “se pasa de pecho”, o “es una faenaza de poder a
poder”, al segundo toro tendrá ya alguna idea, al tercero podrá juzgar por su
propia cuenta, y quizá, cuando se lidie el sexto toro, estará en condiciones de
discutir (cosa muy taurina, por cierto), alguna supuesta hazaña del torero.
Este ejemplo de contexto físico y social puede aplicarse a cualquier
actividad deportiva, como el golf, el fútbol, etc., y a muchos otros terrenos de
la vida. Aprendemos prácticamente los significados de todas nuestras palabras
(que no son, recuérdese, más que sonidos complejos), no en los diccionarios
ni en las definiciones, sino en su asociación a situaciones reales de la vida,
por lo cual nos habituamos a relacionarlos con determinabas situaciones.
Hasta los perros aprenden el significado de las palabras, al asociarlas con
determinadas golosinas o castigos; lo mismo hacemos los hombres:
interpretamos el lenguaje, al caer en la cuenta de lo que ocurre cuando la
gente emite determinados sonidos verbales; en una palabra: aprendemos por
los contextos.
Las definiciones que los niños dan en la escuela muestran claramente
cómo asocian las palabras a las situaciones; casi siempre sus definiciones son
a base de contextos físicos y sociales: “Castigo… castigo es cuando uno ha
sido malo y lo encierran en un closet sin cenar”. “Los periódicos son los que
trae el ‘voceador’ por la mañana, que luego sirven para envolver la basura”.
He aquí dos buenas definiciones. No pueden ponerse en los diccionarios
principalmente porque son demasiado concretas; sería imposible hacer una
lista de las innumerables situaciones en que se emplea cada palabra. Por eso,
las definiciones de los diccionarios son muy abstractas; es decir: se descartan,
en aras a la confusión, detalles concretos. (En el Capítulo 10 se explica
detalladamente lo que es un alto nivel de abstracción). Por eso, es otra gran
equivocación creer que el diccionario nos dice en una definición cuanto hay
sobre determinada palabra.

Significado extensional e intencional


Los diccionarios versan sobre el mundo de significados intencionales, pero
hay otro mundo que ignoran por su misma naturaleza: el de los significados
extensionales. Significado extensional de una palabra es el que señala en el
mundo extensional (o físico), del que hablamos en el Capítulo 2. Es decir: no
puede expresarse con palabras, porque es lo que éstas representan. Se
comprenderá fácilmente, poniéndose la mano en la boca y señalando con el
dedo cuando se le pida a uno algún significado extensional.

Claro está, no siempre podemos indicar los significados extensionales de


las palabras que usamos. Por tanto, al hablar de significados, llamaremos
denotación de un vocablo a aquello que se habla. Por ejemplo: la denotación
de la palabra “Winnipeg” es la ciudad rodeada de prados del sur de Manitoba
que lleva ese nombre; la denotación de la palabra “perro” es una especie
animal, en la que entra el perro1 (Nig), perro2 (Dumbo), perro3 (Mora)…
perron.
El significado intencional de una palabra o expresión es, en cambio, lo
que indica (o connota) en la idea de quien la pronuncia. Hablando en términos
generales, cuando expresamos el significado de las palabras pronunciando
otras, estamos dándoles sentidos intencionales, o sea, connotaciones. Para
entenderlo, tápese los ojos y deje que las palabras le den vueltas en la cabeza.

Los vocablos y expresiones pueden tener, naturalmente, significado


extensional e intencional. Si no tienen este último, es decir, si no inspiran
ideas aunque les demos vueltas en la cabeza, son sonidos sin sentido, como
las palabras de un idioma desconocido. Al contrario, puede haber expresiones
que no tengan significado extensional, aunque puedan despertarnos ideas. La
frase, “los ángeles velan mi sueño por la noche”, tiene sentido intencional,
pero no extensional. Eso no quiere decir que no me velen. Con esto
significamos que no los podemos ver, tocar, retratar ni descubrir
científicamente su presencia. Por eso, si surge la discusión de si los ángeles
me velan o no, es imposible dejar satisfechos a quienes la entablan, cristianos
y no cristianos, creyentes y agnósticos, místicos y científicos. Así, pues,
creamos o no creamos en los ángeles, lo mejor será que no nos enzarcemos en
una polémica sobre el tema.
En cambio, cuando se trata de afirmaciones extensionales, por ejemplo,
“esta habitación tiene cinco metros de largo”, las discusiones pueden terminar
convincentemente, porque, sean cuales fueren las conjeturas sobre sus
dimensiones, el asunto se termina en cuanto uno saca un metro. Esta es, pues,
la diferencia principal entre significado extensional e intencional: las
discusiones sobre algo extensional pueden terminarse a satisfacción; pero si
versan sobre algo intencional exclusivamente, la diferencia de opiniones
puede durar eternidades y acabar en conflicto: quizá lleguen a romperse las
amistades y, en sociedad, provocan la ruptura de las organizaciones en grupos
enconados. En el campo internacional, pueden agravar hasta tal punto las
tensiones, que constituyan verdaderos obstáculos para el arreglo pacífico de
las disputas.
Este tipo de discusiones carece de sentido, porque de sus palabras no
puede deducirse sentido alguno. Que ponga el lector algunos ejemplos de
pleitos así. Hasta el ejemplo de los ángeles puede ofender a alguien, aunque ni
se niega ni se afirma su existencia. Pueden imaginarse las protestas a que
daría lugar la serie de ejemplos que pudieran exponerse de teología, política,
derecho, economía, crítica literaria y otros ramos del saber, en que no suele
distinguirse entre lo absurdo y lo que hace sentido.

El error de un solo significado para cada palabra


Quienquiera que se haya puesto a pensar sobre el significado de las palabras
habrá notado que están cambiando constantemente de sentido. La gente suele
creer que esto es una desgracia, porque le vuelve a uno “tarumba”, y se presta
a “confusiones mentales”. Para poner remedio a esto, acaso pretendan que
todos nos pongamos de acuerdo sobre el significado único que debe tener
cada palabra, y emplearla sólo en esa acepción. Luego verán que no es posible
hacer coincidir a la gente, aunque nombrásemos a un dictador de mano de
hierro, rodeado de una legión de lexicógrafos, que designasen censores en
todas las redacciones periodísticas y en todos los micrófonos domésticos. Por
tanto, hay que desistir de la empresa.
Pero todo esto puede evitarse, partiendo de un principio totalmente nuevo,
en el que se basan las modernas ideas lingüísticas a saber: que no hay palabra
que tenga dos veces el mismo significado exacto. Podemos demostrarlo de
distintas maneras. Primero, si aceptamos que el contexto de una expresión
determina su significado, como no hay dos contextos exactamente iguales,
tampoco podrá haber dos significados exactamente iguales. Ni siquiera
podemos “fijar el significado” de la expresión “creer en” cuando la utilizamos
en frases como esta:
Creo en ti (tengo confianza en ti).
Creo en la democracia (estoy convencido de sus principios).
Creo en Santa Claus (me inclino a pensar que existe).
Segundo, pongamos por ejemplo una palabra de significado sencillo: la
palabra “vaso”. Al oírla, Juan piensa en las características comunes a todos
los vasos que recuerda, y Pedro lo mismo. Ahora bien; por pequeñas y hasta
insignificantes que sean las diferencias de connotación para uno y para otro,
siempre piensan en algo distinto cuando oyen o pronuncian la palabra “vaso”.
Finalmente, analicemos algunas expresiones de sentido extensional.
Cuando Juan, Pedro, Gonzalo y Paco dicen “mi máquina de escribir”,
tendremos que fijarnos en cuatro instrumentos distintos, cada uno de los
cuales tiene su sentido extensional: para Juan, una Olivetti; para Pedro, una
Remington; para Gonzalo, una Smith-Corona portátil, y para Paco, una que
todavía no puede describirse, porque está pensando en comprarla: “La
máquina que voy a comprar es eléctrica”. También ocurre que la máquina a
que se refiere Juan hoy no será la misma de mañana; la palabra tendrá un
significado extensional distinto en cada caso, porque al día siguiente (y hasta
al minuto siguiente) ya habrá cambiado en virtud de procesos lentos de
desgaste constante y deterioro. Por eso, aunque las diferencias sean mínimas,
no podemos decir que la máquina sea exactamente la misma entre este minuto
y el siguiente.
Insistir apodícticamente en que una palabra significa determinada cosa
antes de ser pronunciada, es un disparate. Sólo podemos saberlo
aproximadamente. Después de pronunciada, interpretamos lo dicho en
función de sus contextos verbales y físicos, y obramos de conformidad. El
estudio del contexto verbal y de la misma expresión nos lleva a sus
significados intencionales; el del contexto físico nos indica sus sentidos
extensionales. Cuando Juan dice a Pedro: “¿Quieres darme ese libro?”, Pedro
mira en dirección adonde apunta Juan (contexto físico), recuerda lo que
hablaron anteriormente (contexto verbal) y deduce a qué libro se refiere.
Por tanto, la interpretación debe basarse en la totalidad de contextos. De
otra manera, no podríamos contar con que la gente nos entendiese si dejamos
de utilizar la palabra precisa en algunas ocasiones. Por ejemplo:
A: ¡Caray, mira cómo corre ese liebre!

B: (mirando hacia allá): Querrás decir ese galgo.

A: Hombre, claro, eso es lo que quiero decir.

A: ¡Qué mal pinta este lápiz!

B: ¿Te refieres a la estilográfica que tienes en la mano?

A: Es verdad… ¿dije “lápiz”?

Los contextos indican muchas veces qué es lo que queremos decir, que no
hagan falta explicaciones para entendernos.

La ignorancia de los contextos


Por tanto, es evidente que prescindir de los contextos en un acto interpretativo
constituye, por lo menos, una estupidez, y puede llegar a ser una costumbre
fatal. Ejemplo corriente de esto es el texto breve que se cita del discurso de un
personaje público, separándolo de su contexto, con lo cual se le da una
interpretación completamente falsa. Un profesor universitario norteamericano
declaró el “Día de los Veteranos”, en una junta de profesores, que la célebre
Alocución de Gettysburg fue “una poderosa pieza de propaganda”. Estaba
bien claro que empleaba la palabra propaganda no en su significado popular,
sino, como explicó él mismo, en el sentido de servir a “las finalidades morales
de la guerra”. Luego se vio igualmente que era un gran admirador de Lincoln.
Sin embargo, el periódico local, prescindiendo del contexto, expuso las cosas
de tal manera que parecía como si el orador hubiera llamado embustero a
Lincoln, y desencadenó una campaña contra el pobre maestro. A sus
disculpas, replicó el director del periódico: “No me importa qué fue lo que
dijo usted además. Usted afirmó que la alocución de Gettysburg era
propaganda, ¿no?” Y esto significaba para él que Lincoln había sido
denigrado y que el conferenciante debía ser destituido de su cargo
universitario. Algo parecido ocurre en los anuncios. En las solapas de un libro
puede decirse que “le falta poco para ser una obra extraordinaria”, pero
alguien puede citarlo fragmentariamente y decir sólo “una obra
extraordinaria”. Y no faltará quien salga en defensa de lo que pasó, diciendo:
“Pero allí se emplean las palabras ‘una obra extraordinaria’, ¿no es verdad?”
En el decurso de una polémica suelen quejarse ambas partes de que las
mismas palabras significan cosas distintas para diversas personas. En lugar de
lamentarse, lo que deben hacer es aceptar esas diferencias. Si la palabra
“justicia”, por ejemplo, significase lo mismo para todos los magistrados de la
Suprema Corte, las sentencias serían siempre por unanimidad. Más extraño
sería todavía que la palabra “justicia” significase lo mismo para Kennedy que
para Krhushchev. Si nos metemos bien metido en la cabeza el principio de
que una palabra no significa dos veces lo mismo, nos formaremos el hábito de
estudiar automáticamente los contextos, con lo cual entenderemos mejor lo
que dicen los demás. Sin embargo, propendemos a creer que entendemos
algo, siempre que conozcamos las palabras; pero no lo entendemos. Estamos
atribuyendo a alguien cosas que nunca quiso decir. Luego viene el derroche
inútil de energías de acusar airadamente a la gente de “falta de honradez
intelectual” o “abuso de palabras”, cuando lo único que han hecho es darles
una acepción distinta de la que nosotros les reconocemos, cosa que es natural,
sobre todo si su cultura y pasado son distintos de los nuestros. Claro que hay
casos de falta de honradez intelectual y de abuso del lenguaje, pero no
siempre ocurren donde la gente cree.
Los contextos tienen particular importancia para el estudio de la historia
de las culturas. Que no hubiese agua corriente o electricidad en una casa
inglesa del siglo XVI no tiene importancia alguna, pero seria una falta
imperdonable en una vivienda de Chicago en 1963. Igualmente, para
comprender la Constitución de los Estados Unidos no basta, como nos dicen
nuestros historiadores, consultar las palabras en el diccionario y leer las
interpretaciones escritas por los magistrados de la Suprema Corte. Hay que
considerarla en su contexto histórico: en las condiciones de vida, el estado
artístico, industrial y de las comunicaciones de aquel tiempo, las ideas
imperantes entonces, etc., todo lo cual contribuirá a fijar el significado de las
palabras de la Constitución. Después de todo, la misma expresión “Estados
Unidos de América” era el nombre de una nación completamente distinta en
volumen y cultura por el año 1790, de lo que es hoy. Cuando se trata de
asuntos de grandes proporciones, el contexto que hay que examinar —verbal,
social e histórico— puede ser también muy vasto.
Además, los que prescinden del contexto sicológico en las relaciones
personales cometen frecuentemente el error de interpretar como insultos lo
que no pretendía ser más que bromas.

La interacción de las palabras


Pero no queremos decir con todo esto que el lector pueda prescindir del
diccionario porque tengan tanta importancia los contextos. Cualquier palabra
de una frase, cualquier sentencia de un párrafo, cualquier párrafo de un
capítulo, cuyo significado se capta por el contexto, constituye parte del
contexto general. Por tanto, no siempre que se consulta el diccionario se
aprecia sólo el significado de una palabra, sino el resto de la frase, párrafo,
conversación o ensayo. Todas las palabras de un contexto determinado
ejercen relación recíproca entre sí.
Teniendo en cuenta que el diccionario es una obra histórica, deberíamos
entenderlo así: “La palabra madre ha sido principalmente empleada por el
pueblo de habla inglesa para indicar el partícipe femenino de la procreación”.
De ahí podemos deducir que, “si así se usó, probablemente es lo que significa
en la frase que estoy leyendo”. Y así lo hacemos normalmente, claro; pero si
al volver a leer el texto nos encontramos con la frase, “empezó a cuajar la
madre del vinagre”, habrá que mirar un poco más detenidamente el
diccionario.
Así, pues, la definición del diccionario es una guía de valor incalculable
para la interpretación. Las palabras no tienen sólo una significación, sino que
se aplican a grupos de situaciones análogas, que pudieran llamarse áreas de
significado. Para determinar estas áreas es para lo que es útil el diccionario.
Cada vez que se emplea una palabra, examinamos su contexto y las
circunstancias extensionales, si es posible, para descubrir la verdadera
acepción dentro del área de sus significados.

APLICACIONES

I
Suponga usted que está preparando un diccionario y que sólo tiene las
siguientes citas en que figura la palabra “shrdlu”. ¿Qué definición redactaría
de ella? No se contente con indicar un sinónimo, sino escriba una definición
de diez a veinte palabras.

1. Tenía extraordinaria habilidad con el shrdlu.


2. Dice que necesita un shrdlu para alisar las vigas.
3. Ayer compró Pedro un nuevo mango para su shrdlu.
4. La cabeza del shrdlu de Pedro estaba muy mellada.
5. No te hace falta una sierra ni una hacha; con un shrdlu harás el trabajo
mejor y más aprisa.
Formule una definición del adjetivo “norteado”, que no figura en el
diccionario de la Academia Española, en menos de veinte palabras, a base de
las siguientes frases:

1. Parece que está norteado a todas horas.


2. Unos se sienten norteados a primeras horas de la mañana, pero yo sólo
antes de cenar.
3. Si quieres dejar de estar norteado, toma estas pastillas.
4. Todos se sienten más o menos norteados en un día bochornoso.
5. No estoy de mal humor, sino norteado.

II
Hemos introducido en este capítulo un neologismo, “extensional”, y hemos
empleado un adjetivo, “intencional”, en un sentido que difiere un tanto del
corriente, pero que se basa en la palabra “intención”, como de “extensión”
hemos derivado el neologismo “extensional”. Preferimos hacerlo así a utilizar
el adjetivo “extensivo”, que, según el diccionario, significa algo “que puede
extenderse”.

III
Hay palabras que unas veces significan determinada acción, y otras, los
resultados de la misma. Así ocurre con la palabra “construcción” en los
siguientes ejemplos:

1. La construcción del estadio duró tres años.


2. Esta construcción del siglo XVI sigue en pie todavía.

En el primer caso, se trata de la acción de construir; en el segundo, de su


efecto. Ahora, a base de las siguientes palabras, componga sentencias
paralelas, en que el contexto indique significaciones distintas.
vela creación
cabo destrucción
pintura educación

IV
Explique en qué contextos pueden surgir las cuestiones siguientes, y cuáles de
ellas carecen de sentido. Explique por qué.

1. ¿Ha fracasado la democracia?


EJEMPLO DE ANÁLISIS: Si no se determina primero el sentido
extensional de las palabras “democracia” y “fracasar”, la discusión
probablemente no conduzca a nada. Podría subdividirse en otras
cuestiones más pequeñas. Por ejemplo: “Suponiendo que la democracia
triunfa si vota por lo menos 60% de los electores, ¿qué proporción de
ellos votó en las elecciones presidenciales de 1956, 1960 y 1964?”. “Si
se supone que ha triunfado la democracia cuando a los niños inteligentes,
pero sin medios económicos, se les da oportunidad para terminar su
instrucción, ¿qué porcentaje de alumnos de cuarto grado con C.I. de más
de 125 terminaron la secundaria?”. Pero si hablamos en términos
intencionales de las palabras “democracia” y “fracasar”, lo más probable
es que la discusión cobre tonos molestos. En muchos contextos en que se
planteó la discusión, resultó carente de sentido.
2. ¿Escribió Lincoln la Alocución de Gettysburg?
3. Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros, naciendo.
—CALDERÓN DE LA BARCA, La Vida es Sueño
4. ¿Fue Eisenhower mejor general que Napoleón?
5. ¿Gana más dinero Shirley MacLaine que Kim Novak?
6. ¿Deben trabajar las mujeres después de casarse?
7. ¿Por qué tuvo que ocurrirme esto?
8. ¿Son los negros más inteligentes que los blancos?
9. ¿Dónde se meten las moscas en invierno?
10. ¿Soy yo la primera muchacha que besas?
11. ¿Me son favorables las configuraciones estelares para iniciar un viaje el
29 de marzo, habiendo nacido el 6 de noviembre?
12. ¿Se expande el universo?
13. QUERIDA DOROTHY DIX: ¿Cómo puede saber una mujer si la quiere su
marido? Llevo casada diez años y mi marido y yo discutimos a todas
horas. Me pega y me llena de improperios, y luego viene a decirme que
me ama, y se arrepiente de todo entre lágrimas. Quisiera dejarlo y volver
con mi familia, pero no me deja. Dice que no puede vivir separado de
mí. Por favor, aconséjeme qué debo hacer. ¿Cree usted que me quiere de
verdad?
—UNA ESPOSA DESVENTURADA, Surt-Times, de Chicago

14. ¿Qué pasa a la juventud de hoy?


15. ¿Es usted honrado?

V
Tome nota de alguna discusión que haya presenciado usted en las últimas
veinticuatro horas, siguiendo estas preguntas:
¿De qué se discute?
¿Es una cuestión sin sentido? ¿O podría solucionarse analizando los
hechos discutidos?
¿Se pusieron de acuerdo los discutidores? ¿Totalmente? Si no llegaron a
un acuerdo, ¿se le ocurre algo que pudiera haber contribuido a la
conciliación de sus puntos de vista?

VI
En cualquier buen diccionario se definen las palabras en función de sus áreas
de significado, y la mayor parte de las palabras tienen áreas de significado
distintas. Trate de buscar áreas distintas de significado en las siguientes
palabras:

marco abierto orden


golpe rojo consejo
corte punto interés
EJEMPLO: corte.

El leñador hizo un corte en el tronco.


El corte superior del libro está por pulir.
La Suprema Corte dictó su fallo.
El orador es elocuente; no creo que se corte.
Es un traje de buen corte.
Son cortesanos, nobles de la corte real.
Corte usted por donde quiera.
VII
Siéntese en una silla y diga “mi silla”, apuntando a ella. Trasládese a otra

silla, y repita las mismas palabras, apuntando a ella igualmente. ¿Es igual

todavía el significado extensional de las palabras? ¿Sigue siendo el mismo su

significado intencional?

Escriba en una hoja de papel su nombre media docena de veces. Ante

usted tiene seis ejemplos del significado extensional de las palabras “mi

firma”. Compárelos con cuidado. ¿Hay algún grupo de dos que sean

exactamente iguales? ¿Son iguales sus significados extensionales? ¿Serían lo

mismo si estuviesen impresas las firmas?

Saque de su funda de papel un pedazo de goma de mascar y examínelo

con cuidado. Mastíquelo un poco y examínelo de nuevo. ¿Ha cambiado el

significado intencional de “esta goma de mascar”? ¿Y su significado

extensional?

VIII
A continuación van unas cuantas frases sencillas, cuyos contextos colocamos
debajo de cada una, entre corchetes y cursiva. Antes de leer el contexto,
escriba su reacción inmediata a la frase. Por ejemplo:
FRASE: Ni siquiera sabe cuántos son uno y uno.

REACCIÓN: ¡Se
necesita
ser tonto!





5. EL LENGUAJE DE LA COMUNICACIÓN
SOCIAL
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul…
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
¡Poesía eres tú!
—GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, Rimas

¿El objeto principal de las palabras, en la Comunicación Fática [“tipo de


lenguaje en que se crean vínculos de unión con el mero intercambio de
palabras”], es significar lo que es simbólicamente suyo? Nada de eso.
Cumplen una función social, y éste es su objeto fundamental, pero ni son
producto de la reflexión intelectiva ni provocan necesariamente alguna
reflexión en el que escucha.
—BRONISLAW MALINOWSKI

Los sonidos como expresión


Lo que complica, más que nada, los problemas de la interpretación, es que las
funciones informativas del lenguaje están íntimamente vinculadas a otras más
antiguas y profundas, de tal manera que sólo una pequeña proporción de
nuestras expresiones corrientes pueden considerarse exclusivamente
informativas. Tenemos motivos sobrados para creer que la capacidad
informativa de nuestro lenguaje se desarrolló relativamente tarde en el
proceso de la evolución lingüística. Mucho antes del estado actual de nuestro
lenguaje, probablemente nos limitábamos, como los animales irracionales, a
emitir gritos diversos, que expresaban nuestros estados internos de hambre,
miedo, soledad, deseo sexual y triunfo. Nuestros animales domésticos siguen
emitiendo estos ruidos. Poco a poco fueron diferenciándose más y más, según
parece; la conciencia aumentó. Los gruñidos y los gemidos se convirtieron en
lenguaje. Por tanto, aunque ahora podemos transmitir informes por medio de
él, casi universalmente tendemos a expresar ante todo nuestros estados
internos, y luego a decir algo, si hace falta: “¡Ay! (expresión). Me duelen las
muelas (informe)”. Como hemos visto al hablar de “palabras-gruñidos” y
“palabras-arrullos”, muchas expresiones nuestras son equivalentes vocales de
gestos, como enseñar los dientes de cólera, gritar cuando nos duele algo,
hacer mimos cariñosos, bailar de alegría, etc. En estos casos, el lenguaje se
emplea de manera presimbólica. Estos usos presimbólicos del lenguaje
coexisten con los simbólicos, de forma que nuestra conversación corriente es
simbólica y presimbólica a la vez.
En realidad, los factores presimbólicos de nuestro lenguaje corriente
abundan en las expresiones de profundo sentimiento. Cuando viene un coche
por la curva que estamos tomando, lo mismo da que alguien grite:
“¡Cuidado!” o “Kiwotsuke!” o “Hey!” o “Prends garde!”, o bien que se limite
a vocear, para llamarnos la atención. El temor que va en el grito y en su tono,
es el que provoca las sensaciones necesarias, no las palabras. Igualmente, las
órdenes dadas en tono brusco e iracundo suelen producir resultados más
rápidos que si se dan en tono más mesurado. Es decir, la cualidad misma de la
voz puede expresar sentimiento, independientemente de los símbolos que se
empleen. Podemos decir: “Esperamos volverlo a ver”, en una entonación que
indica claramente nuestro deseo de qué no vuelva el visitante. O también,
cuando la joven con quien paseamos exclama: “¡Qué hermosa está la Luna
esta noche!”, distinguimos por su tono si hace una observación meteorológica
o desea que la besemos.
Los nenes entienden desde muy pequeños, y antes de distinguir el valor dé
las palabras, el amor, el mimo o la irritación que hay en la voz de su madre.
La mayor parte de los niños conservan esta sensibilidad a los elementos
presimbólicos del lenguaje, y hasta algunos adultos, a quienes se atribuye
“intuición” o “delicadeza extraordinaria”. Su talento consiste en que saben
interpretar los tonos de voz, los gestos, expresiones y otros síntomas del
estado interno del que habla: no sólo escuchan lo que se dice, sino cómo se
dice. En cambio, quienes han dedicado la mayor parte de su vida a estudiar
los símbolos escritos (científicos, intelectuales, investigadores) tienden a ser
relativamente insensibles a cuanto no sea sentido exterior dé las palabras. Una
mujer de este tipo, tendrá que decir con todas las palabras a su novio que la
bese, si tal es su deseo.

Sonidos sin contenido


A veces, hablamos sólo para oírnos, como podríamos jugar al golf o bailar. La
actividad nos proporciona la grata sensación de estar vivos. Los pequeños que
balbucean, lo mismo que los adultos que cantan mientras se afeitan, están
recreándose en el eco de su voz. Otras veces, son grupos quienes emiten
sonidos colectivos, cantando, recitando, tarareando, por los mismos motivos
presimbólicos. En estos casos, nada importa el significado de las palabras.
Podemos expresar, por ejemplo, con las palabras más lúgubres nuestra tristeza
por un amor perdido, cuando en realidad no hemos estado jamás enamorados.
Lo que llamamos conversación social tiene también carácter presimbólico
en gran parte. En un té o en una cena, hablamos de cuanto hay: del tiempo, de
la última película de Natalie Wood, de la moda próxima o de la última novela
de Menganito. Rara vez, como no sea entre amigos íntimos, estas
conversaciones tienen valor informativo. Sin embargo, es de poca educación
no hablar. Y hasta constituye un error social no saludar o despedirse con
frases como “buenos días”, “mucho gusto en haberlo conocido”, “¿qué tal está
su familia?”, “ha sido una fiesta deliciosa”… etc. En numerosas situaciones
de cada día hablamos simplemente porque sería descortesía no hacerlo. En
cada grupo social hay su estilo peculiar y arte de conversación, o sus bromitas
y chacotas[1]. Por eso, puede afirmarse en general que ya es de por sí función
importante del lenguaje evitar los silencios, y que es completamente
imposible en nuestra sociedad hablar sólo cuando hay algo qué decir.
Esta charla presimbólica por charlar es una forma de actividad parecida a
los gritos de los animales. Sin hablar de nada en concreto, trabamos
amistades. El objeto de hablar no es llevar una noticia, como parecen indicar
los símbolos empleados (“¡ Qué día más bonito!”), sino establecer
comunicación con los demás. Hay muchas formas de establecerla entre los
seres humanos: comer juntos, jugar juntos, trabajar juntos. Pero la más fácil
de todas es hablar. Por eso, el factor más importante del trato social es la
conversación; sobre qué versa tiene un valor secundario.
Así, pues, la selección del tema obedece a ciertos motivos. Como el objeto
es establecer comunicación, procuramos hablar de algo en que estemos de
acuerdo de momento. Obsérvese, por ejemplo, lo que ocurre cuando dos
desconocidos sienten la necesidad o el deseo de hablar:
—Hermoso día, ¿verdad?
—Ya lo creo. (Hay acuerdo en este punto. Se puede seguir hablando).
—En general, ha sido un verano delicioso.
—Sin duda. También hemos tenido una bonita primavera. (De acuerdo en
dos puntos, el interpelado busca la coincidencia en otro más).
—Sí, fue una bonita primavera.
Por tanto, aquí ya no hay sólo comunicación en el hablar, sino en las
opiniones expresadas. Tras el acuerdo sobre el tiempo, se puede tratar de
coincidir en otros puntos: “Qué bello paisaje”, “qué manera tan escandalosa
de subir los precios”, “la ciudad es interesante cuando se está de visita, pero
se vive mucho mejor aquí, en el campo”, etc… A cada nueva coincidencia,
por tonta que parezca, va rompiéndose el hielo y aumentando la posibilidad
de trabar amistad. Esta surge cuando, en el decurso de la conversación, nos
enteramos de que tenemos amigos, ideas políticas, gustos artísticos o
aficiones comunes. Comienza la comunicación y cooperación auténtica.
He aquí un ejemplo de intercambio conversacional entre gente joven:
ÉL: ¿Querría bailar conmigo?

ELLA: Con mucho gusto.

ÉL: Me llamo Carlos.

ELLA: Yo, Juanita. Bonita fiesta, ¿verdad?

ÉL: Ya lo creo; una de las mejores a que he asistido desde que estoy en la
universidad.
ELLA: ¡Oh!, ¿es usted alumno de esta universidad?

ÉL: Sí. ¿Y usted?


ELLA: No… bueno, pero vine con un universitario. ¿Cuántos años lleva
usted aquí?
ÉL: Dos. ¿Quieres un refresco?

ELLA: Bueno.

ÉL: Espérame un momento, vuelvo en seguida.

Valor de los comentarios sin originalidad


Un incidente de la experiencia de quien esto escribe muestra lo necesario que
es a veces dar a la gente oportunidad de expresar su coincidencia. En los
primeros meses de 1942, pocas semanas después de haber empezado la
guerra, y cuando todavía corrían muchos rumores sobre los espías japoneses,
tuve que esperar dos o tres horas en una estación ferroviaria de Oshkosh,
Wisconsin, localidad donde no me conocía nadie. Pasaron los minutos y caí
en la cuenta de que la gente me miraba con recelo e intranquilidad. Había
sobre todo un matrimonio con un niño pequeño, que me observaban con
particular sospecha y cuchicheaban por lo bajo. Aproveché la primera ocasión
que se me presentó para decir al marido lo lamentable que era el retraso del
tren a aquellas horas altas de la noche y con tanto frío. Él me dio la razón.
Entonces yo seguí diciendo que tenía que ser particularmente molesto viajar
en invierno con una criatura, y más siendo tan inseguro el horario de los
trenes. A lo cual asintió también. Le pregunté qué edad tenía el nene y le dije,
que parecía muy fuerte y grande, para sus meses. Nuevo asentimiento, esta
vez acompañado de una leve sonrisa. La tensión iba suavizándose.
Tras otros dos o tres comentarios por mi parte, me preguntó:
—No quisiera que se molestara usted, pero es japonés, ¿verdad? ¿Cree
usted que los japoneses tienen probabilidades de ganar la guerra?
—Pues verá —respondí—; no tengo motivo especial para opinar. Sólo sé
lo que leo en los periódicos. (Y era verdad). Pero, tal como, veo las cosas, no
creo que los japoneses, con su penuria de carbón, acero y gasolina, y con su
limitada capacidad industrial, puedan derrotar a una nación tan
poderosamente industrializada como los Estados Unidos.
Reconozco que mi observación ni era original ni obedecía a una buena
información. Centenares de locutores de radio y editorialistas venían diciendo
exactamente lo mismo durante varias semanas. Pero, precisamente por eso, mi
comentario sonaba a algo familiar y puesto en razón, por lo cual era fácil
coincidir con él, cosa que hizo el hombre, visiblemente como si se le quitase
un peso de encima. Hasta qué punto se había derretido el hielo de la sospecha
fue algo que indicó su pregunta siguiente:
—Bueno, supongo que su familia no estará por allá mientras dura la
guerra, ¿eh?
—Pues sí, allí están… mi padre, mi madre y dos hermanitas.
—¿Tiene usted noticias de ellos?
—¿Cómo me pueden llegar?
—¿Quiere usted decir que ni va a poderlos ver ni a saber de ellos hasta
que termine la guerra?
Tanto él como su esposa parecieron entonces positivamente preocupados e
interesados por mí.
La conversación continuó, pero con sólo aquellos diez minutos ya habían
invitado al autor de estas líneas a visitarlos en su ciudad y a cenar con ellos en
su casa. Y las demás personas que estaban en la estación, al verlo en
conversación animada con gente que no parecía sospechosa, dejaron de
mirarlo y volvieron a sus periódicos y a clavar los ojos aburridos en el
techo[2].

Manteniendo líneas de comunicación


Estos usos presimbólicos del lenguaje no sólo establecen nuevas líneas de
comunicación, sino que mantienen las antiguas. Los viejos amigos gustan de
charlar aunque no tengan nada especial que decirse. Las operadoras
telefónicas de larga distancia, los técnicos de radio de los barcos y los
encargados de las comunicaciones militares en el frente charlan de cualquier
cosa aunque no haya mensajes oficiales que transmitir. Lo mismo pasa con los
vecinos de una casa o un barrio o los compañeros de una oficina. El objeto es,
en parte, matar el aburrimiento, pero también mantener abiertas las líneas de
comunicación, lo cual es más importante.
He aquí una situación corriente entre marido y mujer:
ELLA: Mario, ¿por qué no me hablas?

ÉL: (interrumpiendo la lectura de Schopenhauer o de la revista de


carreras): ¿Cómo decías?
ELLA: Que por qué no me hablas.

ÉL: Pero si no hay nada de qué hablar…

ELLA: Es que no me quieres.

ÉL: (dejando el libro y la revista, y un poco molesto): Vaya, no digas


tonterías. Tú sabes que te quiero. (Picado de pronto con un súbito deseo de
lógica). ¿Estoy entendido con otras mujeres? ¿No te entrego mi paga íntegra?
¿No me parto la cabeza trabajando para ti y para los niños?
ELLA (convencida lógicamente, pero no satisfecha del todo): Sin embargo,
yo quisiera que me hablaras de algo.
ÉL: ¿Por qué?

ELLA: Pues, porque…

Claro está que el marido tiene razón por su parte. Con hechos está
demostrando extensionalmente que la quiere. Los hechos son más elocuentes
que las palabras. Pero también ella tiene razón por otros motivos. ¿Cómo
saber que están abiertas las líneas de comunicación si no se ejercitan? Cuando
un ingeniero de sonido dice por el micrófono: “Uno… dos… tres… cuatro…
probando… ”, no dice gran cosa, pero es muy importante que cuente.
El lenguaje presimbólico ceremonial
Los sermones, las reuniones políticas, las convenciones y otras asambleas de
tipo ceremonial, demuestran que todos los grupos —religiosos, políticos,
patrióticos, científicos y profesionales— gustan de reunirse alguna vez para
cambiar impresiones, ponerse indumentarias especiales (los uniformes de
organizaciones religiosas, insignias masónicas, condecoraciones de
sociedades patrióticas, etc.), celebrar banquetes, sacar de las vitrinas las
banderas, gallardetes o emblemas del grupo y desfilar solemnemente. Parte de
estas actividades rituales es siempre una serie de discursos, de tipo general o
particularmente pergeñados para la ocasión, cuya función principal no es
comunicar alguna nueva al auditorio ni provocar en él nuevos sentimientos,
sino algo totalmente distinto.
En el Capítulo 7, “El lenguaje del control social”, analizaremos
detenidamente qué es “este algo”. Pero ahora podemos estudiar un aspecto del
lenguaje de esas alocuciones rituales. Veamos lo que ocurre, más o menos,
antes de un partido de fútbol entre dos equipos universitarios rivales. Cada
uno de ellos es presentado a sus partidarios, quienes ya los conocen de sobra.
Se invita a algún jugador a que “diga algo”. El farfulla unas cuantas frases
incoherentes, muchas veces sin gramática, que son recibidas con frenéticos
aplausos. Los directivos hacen entonces promesas fantásticas de convertir en
picadillo a los adversarios. La turba de fanáticos prorrumpe en vítores, que
casi nunca son más que berridos animales, emitidos en ritmos
extraordinariamente primitivos. Nadie se ha enterado de nada nuevo.
Las ceremonias religiosas son hasta cierto punto igualmente
desconcertantes a primera vista. El ministro o sacerdote pronuncia su
alocución, generalmente en un estilo no comprensible para la congregación
(en hebreo, si se trata de sinagogas judías ortodoxas; en sánscrito, si la
solemnidad se celebra en templos chinos o japoneses), con lo cual casi nunca
llega al auditorio idea o información nueva alguna.
Considerando estos hechos lingüísticos desde un ángulo imparcial, y
estudiando nuestras propias reacciones cuando nos dejamos llevar por el
espíritu de estas celebraciones, es indudable que, sea cual fuere el significado
de las palabras utilizadas en ellas, pocas veces pensamos en su contenido
durante la solemnidad ritual. Casi todos hemos repetido, por ejemplo, el Padre
Nuestro o las estrofas del himno nacional sin parar mientes en lo que
decimos. De niños, se nos meten en la cabeza estas palabras sin entender lo
que significan, y seguimos repitiéndolas rutinariamente toda la vida, sin
pensar en su sentido. Sólo el hombre superficial se limitará a decir que esto no
es sino una prueba más de lo atolondrados que somos los seres humanos. Pero
no podemos considerar sin sentido esas palabras, porque ejercen un efecto
positivo sobre nosotros. Salimos de la iglesia sin acordarnos quizá del tema
del sermón, pero con la sensación imponderable de que el servicio religioso
“nos ha hecho bien”.
¿Cuál es ese “bien”? La reafirmación de la cohesión social: el cristiano se
siente más prójimo de sus prójimos, y el norteamericano y el francés salen
más norteamericanos y más franceses de la función o reunión. Las sociedades
se coadunan y aprietan más con estas reacciones comunes a los estímulos
lingüísticos.
Por eso, los textos rituales, ya estén expresados en palabras de significado
simbólico corriente, ya en idiomas extranjeros o antiguos, o en antífonas
ininteligibles, utilizan en gran parte un lenguaje presimbólico; es decir: de
conjuntos rutinarios de sonidos sin particular carácter informativo, pero sí
emocional (frecuentemente cargados de emocionalismo de grupo). Rara vez
dicen nada gramaticalmente a los miembros de la congregación. El galimatías
de una tenida masónica puede parecer absurdo a quien no esté iniciado. Es
decir: cuando el lenguaje se hace ritual, su efecto se independiza
considerablemente del significado gramatical de las palabras.

Un consejo a los apegados a la letra


Las funciones presimbólicas del lenguaje tienen la característica de que su
eficacia no depende del empleo de palabras: pueden desarrollarse sin hablar
en absoluto. Así, por ejemplo, los ladridos o gañidos colectivos pueden crear
un sentimiento de grupo entre los animales, y los vítores de la multitud entre
los seres humanos, o bien los cantos a coro y otros ruidos en masa. La amistad
o el afecto pueden representarse por sonrisas y gestos, sin necesidad de dar
los buenos días; y los animales lo expresan oliéndose o acariciando hocico
con hocico. El ceño, la risa, los brincos, la sonrisa, pueden encerrar muchas
expresiones, sin apelar al empleo de palabras. Pero éste es el más corriente
entre los seres humanos, y así, por ejemplo, exteriorizamos nuestra ira con
una andanada verbal, sin necesidad de derribar a uno de un puñetazo. En lugar
de formar grupos sociales, apretujándonos como gozquecillos, escribimos
constituciones y cláusulas o inventamos rituales para expresar verbalmente
nuestra cohesión.
Entender los elementos presimbólicos del lenguaje cotidiano es
extraordinariamente importante. Nuestra conversación no puede ceñirse a dar
o pedir información, no podemos limitarnos a declaraciones propiamente
dichas, porque entonces no podríamos siquiera decir “mucho gusto en
conocerlo” cuando llegase el caso. Los Aristarcos intelectuales quieren que
sólo hablemos cuando tenemos algo que decir y que nos ciñamos a eso. Pero,
naturalmente, esto es imposible.
La ignorancia de los usos presimbólicos del lenguaje no es tan común
entre los hombres incultos (quienes perciben muchas veces estas cosas
intuitivamente) como entre los cultos. Estos, después de escuchar las
conversaciones que se desarrollan en los tés y en las recepciones, llegan a la
conclusión de que todos (menos ellos) son un hatajo de imbéciles, a juzgar
por lo trivial de los temas. Al enterarse de que la gente sale de la función
religiosa sin recordar bien el sermón que escucharon, toman a todos los
devotos por hipócritas o tontos. Cuando escuchan una soflama política, quizá
se extrañen de que haya quien crea “tanta superchería”, por lo cual se hacen a
la idea de que la democracia es una utopía, puesto que la gente tiene tan poca
cabeza. Casi ninguna de estas pesimistas conclusiones es justificable por esos
motivos, porque se han aplicado las normas del lenguaje simbólico a hechos
lingüísticos que, parcial o totalmente, son de carácter presimbólico.
Con otro ejemplo se entenderá esto mejor. Supongamos que estamos al
lado de la carretera, afanados en cambiar un neumático reventado. Un fulano
de tosca apariencia se acerca y nos pregunta en tono amistoso e inocente:
“¿Se les ha bajado una llanta?”. Si tomamos las palabras al pie de la letra,
veremos que ha sido una necedad, y nos vienen ganas de contestarle: “Pero
¿no ve usted, zoquete, lo que pasa?”. Pero si en lugar de atender a la letra de
las palabras nos fijamos en su intención, responderemos a su tono amistoso
con una observación de buen humor, y quizá hasta nos ayude el hombre a
cambiar la rueda[3]. Así hay muchas situaciones en la vida, en que no
debemos prestar atención a las palabras, porque su intención es muchas veces
más inteligente e inteligible que ellas. Nuestro pesimismo sobre el mundo, la
humanidad, la democracia, etc., se debe quizá en gran parte a que
inconscientemente aplicamos las normas del lenguaje simbólico a expresiones
presimbólicas.

APLICACIONES

I
Pruebe este juego con sus amigos. En una reunión o fiesta social, proponga
que durante un rato no se pronuncie más que esta palabra absurda e
inexistente: “Urglu”. Puede pronunciarse en cuantos tonos y tesituras sean
necesarios para expresar distintas situaciones. Pero, eso sí, no se permitirá en
absoluto, so pena de una multa, emplear el lenguaje ordinario. Observe todo
lo que puede expresarse con sólo este voquible, acompañado de cuantos
gestos, muecas o expresiones faciales hagan falta. (Y a propósito: ¿a qué se
debe que cualquiera de estos juegos sociales resulte tan insípido y tonto al ser
descrito, aunque sea divertido en acción?)

II
En la reunión siguiente de su club o de su comité, tome nota de: las veces en
que se utilice el lenguaje presimbólico. ¿En qué momentos de la reunión
parece ser útil al grupo? ¿Hay otras ocasiones en que estorbe la discusión?
O bien, observe cómo se conduce el presidente de un banquete, el
animador de una merienda al aire libre o el “maestro de ceremonias” de un
club nocturno. No sea demasiado “objetivo” en la práctica de este ejercicio,
no se siente como una estatua o como un etnólogo de una civilización distinta,
que se pone a tomar notas sobre las costumbres nativas. Entre más bien en el
espíritu de la fiesta, observe sus reacciones personales y las de los demás a las
expresiones sin sentido que caracterizan estas reuniones; Al día siguiente
podrá adoptar una actitud objetiva y distante, al escribir sus observaciones, las
peroratas, las reacciones del público y las suyas propias.

III
Fíjese un día en la cantidad de veces que los miembros de una reunión hacen
comentarios sobre el tiempo al llegar a ella. ¿A qué se deberá que el tiempo es
un tópico tan manido y tan fácil para entablar conversación? Claro que a las
mujeres les gusta más empezar a charlar con algún elogio al aspecto o vestido
de la recién llegada: “¡Qué sombrero tan bonito!”. “¿Dónde compraste esa
preciosidad de vestido?”. Se pregunta: ¿Tendrán los hombres temas peculiares
de su preferencia para trabar conversación con otros hombres?
Tengo para mí que los niños no suelen desarrollar lenguaje alguno
presimbólico para iniciar su trato con los demás. Observe con particular
atención cómo entran en conversación un niño y un adulto que no se conocen.
¿Qué significa en realidad “cómo está usted”? Sería de ver la sorpresa de
quien se lo pregunta por la mañana, si usted le contestase: “pues tengo una
temperatura de 36.7o”. ¿Está en realidad tan encantado como dice, el francés
que empieza su conversación con la exclamación de “Enchanté”? Reflexione
un poco sobre la fórmula cortés y caballeresca española de “beso a usted los
pies”, o “… que besa sus pies”, al terminar una carta, y el sufijo japonés “—
kun” con que un japonés llama a otro (“Hayakawa-kun, Yamada-kun”), que
antiguamente significó “príncipe”.

IV
Advierta las diferencias de las expresiones presimbólicas características de las
distintas clases sociales, grupos étnicos y países. El lector que conozca más de
una clase social o más de una nación puede establecer comparaciones y
contrastes en cuanto a esto entre ellos. El autor de estas líneas estima que hay
acusadas diferencias de estilo y expresiones presimbólicas entre la cultura
general de la clase media norteamericana y las de los grupos de inmigrantes
que conservan sus costumbres del mundo antiguo: Los labradores
escandinavos del “Medio Oeste”, los holandeses de Pensilvania, los judíos
neoyorquinos del distrito de las modas y vestidos, los italianos, los poloneses,
los alemanes del noroeste de Chicago, etc. También hay diferencias de clase y
ocupación: costumbres sociales entre la gente de teatro, camioneros, clubes de
mujeres, artistas y escritores de los barrios bohemios urbanos y los oficiales
navales. Hay un estilo particularmente gracioso y ceremonioso en las
reuniones de los negros norteamericanos de la clase media inferior.
Describa las diferencias presimbólicas entre dos o más grupos sociales, en
un ensayo de 1000 a 1500 palabras.

V
En los Estados Unidos se publican muchos libros sobre cómo “perfeccionar”
el silencio. Así, en los libros de educación social, se aconseja a las jóvenes a
hacer preguntas banales a sus parejas para que hablen. Hay cursos completos
de “conversación” y exposiciones sobre el “poder de las palabras” para los
adultos:
LECCIÓN NÚM. 2. Forma de trabar conversación. ¿No sabe qué decir cuando
se encuentra con gente desconocida? El tema de esta lección es cómo sentirse
a gusto con cualquiera y en cualquier parte: establecer conversación en un
grupo heterogéneo…
—Anuncio de estudio de conversación
Hay también libros interesantísimos, como los de Norman Vincent Peale y
el rabino Joshua Liebman, que enseñan a abrirse camino en la vida con la
palabra. Como todos saben, el libro más famoso de este tipo es How to Win
Friends and Influence People, en que Dale Carnegie recomienda: “Arranque
un ‘sí, sí’ a la otra persona inmediatamente”.
Geoffrey Wagner, profesor del City College de Nueva York, hombre
educado en Inglaterra, observa que los ingleses no tienen tanto interés en
evitar el silencio como los norteamericanos. “Un tío mío —escribe— estuvo
yendo a Nueva York veinte años con el mismo grupo de individuos, en el
mismo carruaje, y jamás se hablaron. Visite un club del West End. Entre en
los ascensores de Londres. Los ingleses generalmente no tienen ganas de
hablar”.
Recomendamos al lector que reflexione sobre sus experiencias personales
respecto a costumbres, conversación y etiqueta de su grupo social, que
examine cuidadosamente cosas que para él son naturales y que escriba un
ensayo de 1000 palabras describiendo el ceremonial de la bienvenida que se
dispensa a los que acaban de llegar de un país distante; por ejemplo: en
Hispanoamérica.
6. DOBLE MISIÓN DEL LENGUAJE
Han pasado decenas de milenios desde que nos cortamos la cola, pero
seguimos hablando gracias a un medio que arbitraron los aborígenes para
satisfacer sus necesidades… Quizá nos sonriamos de las ilusiones
lingüísticas del hombre primitivo; pero ¿podremos olvidar que la maquinaria
verbal de la cual hacemos tanto uso, y con la cual nuestros metafísicos siguen
todavía sondeando la naturaleza de la existencia, fue creada por él, y acaso
sean responsables de otras fantasmagorías no menos absurdas ni más
fácilmente desarraigables?
—C. K. OGDEN Y I. A. RICHARDS

Las connotaciones
Como hemos visto, el lenguaje informativo es de índole instrumental en
cuanto que contribuye a hacer algo; pero también hemos visto que se emplea
además para expresar directamente los sentimientos del que habla. Estudiando
el lenguaje desde el punto de vista de quien escucha, podemos decir que el
informativo nos transmite algo, pero que el expresivo (los juicios y las que
hemos llamado funciones presimbólicas) nos afecta; es decir: afecta a
nuestros sentimientos. Cuando el lenguaje es afectivo tiene algo de fuerza[1].
Un insulto, por ejemplo, provoca otro en contestación, lo mismo que una
bofetada provoca otra; una orden en voz alta y el tono autoritario empuja,
como si en efecto fuese un empujón; hablando y gritando se gasta energía,
como golpeándose el pecho.
Y el primer elemento afectivo del habla es, como hemos visto, el tono de
voz, su reciedumbre o suavidad, su agrado o desagrado, sus cambios de
volumen y entonación mientras se emiten las palabras.
Otro elemento afectivo del lenguaje es el ritmo. Entendemos por ritmo el
efecto producido por la repetición de los estímulos acústicos (o anestésicos) a
intervalos más o menos regulares. Desde el bumbum de un tamboril de niño
hasta las sutiles armonías de la poesía y de la música, hay un desarrollo y
refinamiento ininterrumpido de la reactividad humana al ritmo y a la
cadencia. Producirlos es atraerse la atención y el interés; tan afectivo es el
ritmo, que se apodera de nuestra atención aunque no queremos distraernos. El
ritmo y la aliteración son, como se sabe, modos de acrecentar la cadencia del
lenguaje, repitiendo sonidos parecidos a intervalos regulares. Los pasquines
políticos y los anuncios buscan, por eso, ritmos y aliteraciones especiales:
“Mejor mejora Mejoral”, “Bueno, Bonito y Barato, recuerde las tres BBB”,
“Máscaras, más caro el pan, más caro lo mascarán”, “Si no prueba, no
aprueba”… Muchas de estas frases son absurdas desde el punto de vista
informativo, pero se meten en la cabeza a base de su ritmo, y es difícil
quitárselas de encima.
Además de la voz y el ritmo, otro factor afectivo del lenguaje,
extraordinariamente importante, es el aura de sentimientos agradables o
desagradables que rodea a casi todas las palabras. Recuérdese la distinción
que hicimos en el Capítulo 4 entre denotaciones (o significado extensional) de
las cosas, y connotaciones (o significado intencional), que constan de ideas,
nociones, conceptos y sentimientos sugeridos en la mente. Estas
connotaciones pueden ser informativas y afectivas.

Connotaciones informativas
Las connotaciones informativas de una palabra son los significados
impersonales que socialmente se le han adjudicado, en tanto puedan
explicarse con otras palabras. Por ejemplo: podemos hablar de un “cerdo”,
pero no podemos expresar el significado extensional de este vocablo si no hay
un cerdo real que indicar. Pero podemos dar sus connotaciones informativas:
“Cerdo es un cuadrúpedo mamífero doméstico, como los que crían en los
ranchos para sacar de él jamón, tocino, manteca…”
Las connotaciones informativas pueden ser la definición de una palabra
(“el cerdo es un mamífero doméstico…”) y su denotación (este, ese o aquel
cerdo). Pero hay palabras con definición y sin denotación: así ocurre con
“sirena”, que se define: “una criatura mitad mujer y mitad pez”, pero que no
tiene denotación, porque no hay sirenas extensionales. Lo mismo cabe decir
de los términos matemáticos, que tienen “existencia lógica” sin referencia
extensional y connotaciones informativas, pero no denotación.
Quizá se crea que las denotaciones presentan pocos problemas de
interpretación, porque aquí tratamos de palabras destacadas de los
sentimientos personales que puedan producir. Pero no es así, porque la misma
palabra puede denotar cosas distintas para individuos de ocupaciones
diferentes o en distintas partes del mundo que hablan el mismo idioma.
Ejemplo interesante de la confusión en las denotaciones son los nombres de
las aves y demás animales y plantas. La víbora es un animal sumamente
venenoso; sin embargo, en muchas partes suele llamarse víbora a cualquier
culebra o reptil inofensivo. Entre distintos idiomas, las palabras procedentes
del mismo origen pueden tener significados totalmente distintos: el gato es un
animal doméstico, pequeño y normalmente de hábitos apacibles; pero “cat” en
inglés puede denotar un felino tan peligroso, voluminoso y fiero como el tigre
o la pantera. Y ambas palabras proceden del latín cattus. Puede formarse una
lista larguísima de palabras inglesas mal interpretadas del latín, que tienen
acepciones equívocas y pueden desorientar al traductor o al lector de habla
castellana: “actual”, “apparently”, “versatile”, “temperamental”, etc., están en
este caso.
A estas diferencias de la terminología popular y regional se debe, entre
otros motivos, que se establezca una nomenclatura científica para plantas y
animales, que es aceptada y empleada en toda la comunidad internacional de
las ciencias.
Connotaciones afectivas
En cambio, las connotaciones afectivas de las palabras son el conjunto de
sentimientos personales que provocan, como la palabra “cerdo”: “¡Uf!, qué
animales tan inmundos y apestosos”, etc. Aunque no todos estén de acuerdo
con las mismas reacciones —hay gente a quien gustan los cerdos—, la
existencia de estos sentimientos nos permite emplear las palabras, en
determinadas circunstancias, sólo por sus connotaciones afectivas, sin dar
importancia a las informativas. Es decir: cuando estamos considerablemente
emocionados, expresamos nuestros sentimientos por medio de connotaciones
afectivas nada más. Así, en un momento de ira, llamamos a la gente “zorras”,
“mulas”, “ratas”, o bien, “angelito”, “bomboncito”, “mi sol”, etc. En todas las
expresiones verbales de sentimientos hay más o menos connotaciones
afectivas.
Todas las palabras tienen carácter afectivo, según como se empleen, y
algunas tienen menos valor informativo que afectivo; por ejemplo: podemos
decir: “ese hombre”, “ese caballero”, “ese sujeto”, “ese individuo”, “ese
pajarraco” o “ese bribón”, refiriéndonos a la misma persona, pero con
diversas intenciones y sentimientos. Se llama a algunos restaurantes u hoteles,
“mesón”, “hostería”, u “Hostal del Rey Noble”, para darles cierto regosto de
antigüedad. Lo mismo ocurre con los nombres de las calles y de los jardines:
“Calle del Hombre de Palo” (Toledo), “Paseo de los Enamorados” (Coimbra)
o de los “Filósofos” (México). Los productores de perfumes buscan
frenéticamente el romanticismo, en esencias como “Mon Désir”, “Ramillete
de Novia”, “Flor de Blasón”, etc. Obsérvense las diferencias entre las
siguientes expresiones:
Tengo el honor de informar a Su Excelencia…
Quisiera advertirle que…
Debo hacerle notar, señor…
Le digo que…
Para que se le meta en la cabeza, tenga presente que…
He aquí dos columnas paralelas en que se dice extensionalmente lo
mismo, pero con distintas connotaciones afectivas:

Sabrosísimo filete de Carne de vaca superior.


primera.

El Poli aplasta al
Politécnico 5, Universidad 2.
Universidad.

¡Los ejércitos franceses La retirada estratégica de las fuerzas francesas a


retroceden posiciones previamente preparadas fue rápida y
precipitadamente! eficiente.

Se desvive por su
Lo tiene mareado y harto.
marido.

Es una monada de niño. No hay quien lo aguante.


Durante la guerra de los Bóers, la prensa inglesa los describía como
“tramposos y cobardes, que se escondían tras las rocas y arbustos”. Cuando
los ingleses aprendieron sus tácticas astutas, decían que “se estaban
aprovechando hábilmente de las irregularidades del terreno”.

Algo sobre las palabras tabú


En todos los idiomas parece haber palabras que no pueden mencionarse por
sus exageradas connotaciones afectivas, no del gusto de todos. Las primeras
que a uno se le ocurren de este tipo en inglés, son las que se refieren a las
excreciones y al sexo. Más o menos, pasa lo mismo en todos los idiomas. De
aquí que se busquen eufemismos para los lugares, acciones y chistes sobre
estos temas: “lavabos”, “tocadores”, “¿quiere usted lavarse las manos?”,
“hacer el amor”, etc. El lector puede hacer la lista a su gusto.
El dinero es otro tema de que no puede hablarse sin ciertas limitaciones:
puede aludirse a sumas de dinero, a diez mil dólares, o dos pesos cincuenta
centavos; pero se considera de mal gusto inquirir directamente el estado
financiero de los demás, aunque es verdaderamente necesario en la vida de los
negocios. Cuando los acreedores mandan sus facturas, no suelen mencionar la
palabra dinero, aunque ese es el único motivo de su correspondencia.
Emplean circunloquios como: “Quisiéramos que repare en su involuntario
descuido”, o “le rogamos preste atención a este punto”, o “¿podemos esperar
su amable envío?”
En vista de la lamentable y general confusión de los símbolos con las
cosas simbolizadas, mucha gente huye de la palabra “muerte” y de cuanto
tenga que ver con ella. Prefieren decir “funesto desenlace”, “se nos fue”, o “se
extinguió”, de gusto muy discutible en el periodismo, aunque no tan
reprobable como la desgraciada frase, tan a la orden del día en muchos
periódicos, “dejó de existir”. Para los creyentes, eso es un error filosófico y
religioso imperdonable.
Las palabras relativas a anatomía y sexo, aunque sólo vagamente hagan
referencia a ello, son tabús en la cultura norteamericana por sus notables
connotaciones afectivas. Las damas del siglo pasado, y hoy persiste en
muchos medios sociales, no podían pronunciar las palabras “pecho” o
“pierna” ni aun refiriéndose a estas partes del pollo, por lo cual inventaron los
febles eufemismos de “carne blanca” y “carne negra”. También era de mal
tono hablar de “ir a la cama”, y se substituía por “retirarse”. La palabra “toro”
se substituye en los medios rurales norteamericanos por derivados de “vaca”;
es decir: dando rodeos en torno a esta palabra, como “vaca macho”, y hasta
“vaca caballero” (male cow, gentleman cow, he cow). D. H. Lawrence fue
criticado vehementemente en casi todos los medios por haber empleado (en
un contexto sin intención) la palabra “garañón”, en su primera novela, The
White Peacock (1911). Hubo que cambiar la frase “nuestros corazones están
alegres, y nuestros vientres llenos”, por “nuestros corazones están alegres, y
nosotros llenos”, en la representación de la obra musical de Rodgers y
Hammerstein, Carousel, en 1962, ante la familia real inglesa. Como se ve, no
son solo los norteamericanos quienes gustan de estas delicadezas.
Estos tabús verbales, aunque a veces divertidos, crean problemas serios,
porque estorban la libre discusión de los asuntos sexuales. Los trabajadores
sociales con quienes habló de este punto el autor de las presentes líneas, dicen
que las jóvenes de las secundarias que contraen enfermedades venéreas, o
salen embarazadas antes de casarse, pasando por tremendos problemas de este
tipo, casi siempre ignoran los hechos más rudimentarios sobre el sexo y la
procreación. Por lo visto, su ignorancia se debe a que ni ellos ni sus padres
tienen un vocabulario sobre estas cosas: las palabras corrientes relativas al
sexo les resultan demasiado toscas y repelentes, y el vocabulario técnico y
médico les es totalmente desconocido. Por eso, los trabajadores sociales creen
que el primer paso que debe darse para ayudar a la gente joven suele ser
lingüístico: hay que enseñarles una nomenclatura con que expliquen sus
problemas, para poder ayudarlos.
Pero los tabús verbales más fuertes tienen un positivo valor social.
Cuando montamos en cólera y se nos va la lengua, la liberación de estas
palabras prohibidas nos proporciona una válvula de escape verbal para no
tirar los platos al suelo ni hacer cisco los muebles.
No es fácil explicar a qué se debe el que algunas palabras tengan
connotaciones afectivas tan fuertes, mientras que otras con las mismas
connotaciones informativas carecen de ellas. Algunas de nuestras reticencias
o retruécanos verbales, especialmente si tienen carácter religioso, van
sancionados con la autoridad de la Biblia: “No tomes en vano el nombre de
Yahveh, tu Dios; porque Yahveh no juzgará inocente a quien tome en vano su
nombre” (Exodo 20:7). “Rediez”, “estoy como don Diego”, “diantre”, “Pedro
Botero”, etc., son retruécanos castellanos para evitar la palabra “Dios”,
“diablo”, ‘Satanás”, etc. En inglés hay numerosas e ingenuas interjecciones
para evitar la palabra “Jesús”. En todas las culturas, lo mismo en las modernas
que en las primitivas, hay cierto respeto a los nombres de los dioses y de los
espíritus malignos, que no es bueno mencionar a la ligera.
La confusión primitiva de la palabra con el objeto, del símbolo con lo
simbolizado, hace que, en algunas partes del mundo, el nombre de la persona
se tome como parte de la misma. Por eso, conocer el nombre de alguien
equivale a tener poder sobre él. A eso se debe el que, en algunos pueblos, se
ponga a los recién nacidos un “nombre auténtico”, que sólo conocen los
padres y nunca se menciona, al mismo tiempo que un apodo o nombre
público. Así, el niño no caerá bajo el poder de nadie. El cuento alemán de
Rumpelstiltskin es un buen ejemplo de la creencia en el poder de los nombres.
Thomas Mann explica dramáticamente el poder de los nombres, según la
antigua creencia judía, en José y sus Hermanos:
[José, hablando de un león]. “Pero, si hubiera venido agitando la cola y
rugiendo tras su presa, como la voz de serafines cantores, tu hijo no se habría
asustado ante su furia… Porque ¿no sabe mi padre que las fieras temen y
huyen del hombre, porque Dios le dio el espíritu del entendimiento y le
enseñó los órdenes a que pertenecen las cosas? ¿No sabe que Shemmael lanzó
un alarido cuando el hombre de la tierra aprendió a poner nombre a la
creación como si fuese su dueño y su hacedor…? Y los animales se
avergüenzan y meten rabo entre piernas, porque los conocemos y tenemos
poder sobre sus nombres, gracias a lo cual podemos acallar el poderoso
rugido de cualquiera, llamándolo por su nombre. Pues bien, si hubiera venido
con largo paso amenazante, aullando y soltando espumarajos por sus
abominables fauces, el terror no me habría privado del sentido ni me habría
hecho palidecer ante su confusión. ‘¿Te llamas Sanguinario?’, le hubiera
preguntado, riéndome de él. ‘¿O Asesino Saltarín?’ Pero me sentaría erguido
frente a él y le gritaría: ‘¡León! Sí, tú eres el León, por tu naturaleza y por su
especie, y tu enigma se descubre ante mí, lo conozco, y pronuncio tu nombre
y me río de él, cara a cara.’ Y él se habría puesto a parpadear al oír su nombre,
y huiría mansamente ante aquella palabra, sin poder para contestarme. Porque
es muy torpe y no sabe nada de instrumentos de escritura”.

Palabras que encierran juicios


Las connotaciones informativas y afectivas a la vez de algunas palabras
complican de manera particular las discusiones entre los grupos religiosos,
raciales, nacionales y políticos. Para mucha gente, la palabra “comunista”
significa al mismo tiempo “uno que cree en el comunismo” (connotaciones
informativas) y “uno cuyos ideales y fines son totalmente repugnantes”
(connotaciones afectivas). Igualmente, las palabras con que se designan
actividades que reprobamos (“ratero”, “timador”, “prostituta”), y las que
sirven para denominar a los partidarios de filosofías que no son las nuestras
(“ateo”, “hereje”, “materialista”), encierran también muchas veces un hecho y
el juicio sobre ese hecho.
En algunas comarcas del sudoeste de los Estados Unidos hay fuertes
prejuicios contra los mexicanos, inmigrantes y nacidos en los Estados Unidos.
Este prejuicio se manifiesta en que los periódicos y la gente fina han dejado
de utilizar la palabra “mexicano” para substituirla por la expresión “individuo
de habla española”. Ha estado utilizándose durante tanto tiempo la palabra
“mexicano” con connotaciones despectivas, que muchos individuos de la
región mencionada creen que debe eliminarse de toda conversación educada.
En algunos sectores sólo se menciona con ella a los mexicanos de clase baja;
a los de clase alta se les aplica otra palabra: “politer”.
Hay temas que sólo pueden abordarse a base de rodeos, por no zaherir
susceptibilidades; por eso se habla del “mal de Lázaro”, para evitar la palabra
“lepra”, y “bebedores empedernidos”, para no llamarlos “borrachines”.
Estas tretas verbales hacen falta para huir de las connotaciones afectivas y
de las consecuencias desorientadoras de otras expresiones; no se trata sólo de
poner nombres raros a las cosas para engañar a la gente, como creen los
ingenuos. Como los nombres antiguos tienen connotaciones intencionadas,
imponen determinada conducta tradicional a las personas a quienes se aplican.
Cuando la gente se enteró de lo que tenían que hacer con los “gamberros” o
“golfos” o “pillastres juveniles”, se los metió a la cárcel y se les “zurraba la
badana”. Pero, en la cárcel, aquellos pillastres mostraron una tendencia
positiva a hacerse delincuentes redomados y hampones de verdad. Entonces,
la gente reflexionó sobre el problema y decidió emplear una terminología
distinta. ¿Cómo calificar a estos jovenzuelos inquietos y peligrosos? ¿Los
llamaremos “tarados” o “personalidades sicopáticas”? ¿O bien, “inadaptados”
o “neuróticos”? ¿“Desheredados”, “frustrados”, o “socialmente desplazados”?
“¿Aquejados por problemas de identidad?” ¿Hay que “internarlos”,
“castigarlos”, “tratarlos”, “educarlos” o “rehabilitarlos”? Gracias al estudio de
numerosos términos y expresiones como éstas, se han logrado descubrir y
arbitrar nuevos modos de enfocar mejor el problema.
Como hemos observado, el significado de las palabras cambia según
quien las pronuncie y según el contexto. “Jap”, “nigger” y “Yankee” son
palabras que suelen tener acepción malintencionada e insultante en inglés,
algo así como las palabras “indio” o “desgraciado” en algunos países de habla
española, particularmente en América Latina. En sí, no tienen significado
alguno vejatorio, pero la significación no está en la palabra, sino en la
intención. Etimológicamente, “desgraciado” significa “sin gracia”. “Indio” no
tiene por qué ser insultante sino en la connotación afectiva que se le dé y el
contexto en que se emplee, así como la persona que la pronuncie o a quien
vaya dirigida. “Nigger” se toma como un insulto en inglés, y en cambio
“negro” es palabra exenta de posibles torcidas interpretaciones.
Debemos observar otro hecho curioso respecto a las palabras empleadas
en los enconados debates sobre raza, religión y política. Todos conocemos a
alguien que se ufana de “llamar al pan pan y al vino vino” y “cantarle las
cuarenta a cualquiera”, o “no tener pelos en la lengua”. En general, esto
quiere decir que son capaces de llamar a las cosas, y aun a las personas, con
los nombres que tienen connotaciones afectivas más desagradables y más
fuertes. El autor de estas líneas nunca se ha explicado esta jactancia de
supuesta “franqueza”, cuando en realidad es descaro. A veces es necesario
violar los tabús verbales para darse a entender mejor y para pensar más claro;
pero llamar “al pan pan y al vino vino” es un hábito que propende a rebajar
frecuentemente nuestro pensamiento y nuestro vocabulario, traduciéndose en
manifestaciones reprobables de valoración y conducta.

Usos corrientes del lenguaje


Como se ve, el lenguaje diario difiere de los “informes” estudiados en el
Capítulo 3. Lo mismo que en ellos, tenemos que poner mucho cuidado para
elegir las palabras que lleven las connotaciones informativas que deseemos;
de otra manera, el lector o quien nos escuche no sabrá de qué estamos
hablando. Pero, además, debemos darles las connotaciones afectivas precisas
para que se interese o emocione con lo que estamos diciendo y sienta respecto
a las cosas igual que nosotros. Tenemos que procurar ambas cosas lo mismo
en la conversación ordinaria que en un discurso, en un escrito persuasivo o en
la literatura. Pero esto se logra en gran parte intuitivamente; sin caer en la
cuenta, adoptamos el tono de voz, el ritmo y las connotaciones afectivas
condicentes con lo que hablamos. Sobre las connotaciones informativas
ejercemos un control algo más consciente. Nuestros progresos para entender
el lenguaje y para usarlo dependen, por tanto, no sólo de afinar nuestro
sentido de las connotaciones informativas verbales, sino de aquilatar nuestra
comprensión de los elementos afectivos del lenguaje por medio de la
experiencia social, del contacto con individuos y situaciones de toda índole, y
del estudio de la literatura.
Vamos a explicar unos cuantos casos de lo que puede ocurrir en cualquier
conversación a cualquiera:

1. Las connotaciones informativas pueden ser insuficientes o des-


orientadoras, pero las afectivas quizá estén lo suficientemente expresadas
para poderlas interpretar acertadamente. Un individuo nos dice: “¡A que
no sabes a quién he visto hoy!; a ese fulano, cómo se llama… bueno, tú
ya sabes a quién me refiero… al zanganote ese que vive en… vaya,
cómo se llama la calle…” El hombre no nos da grandes datos, pero por
sus gestos y tono podremos quizá entender a quién se refiere.
2. Las connotaciones informativas acaso sean perfectas y los significados
extensionales claros, pero las connotaciones afectivas pueden ser
inadecuadas, confusas o ridículas. Esto ocurre cuando la gente adopta un
tono pedante: “Se comió tantos arachis hypogaea, vulgo cacahuates, que
no pudo ingerir más que unas partículas alimenticias en la cena de la
autora de sus días”. El interlocutor pudo perfectamente haberle
contestado, según la anécdota famosa: “Amice, elegante hablaste mente”.
3. Las connotaciones informativas y afectivas acaso estén bien y suenen
muy bonito, pero sin “territorio’’ correspondiente al “mapa”. Por
ejemplo: “Vivió felizmente muchos años en la paradisiaca región
montañosa del sur de Chicago”. Lo que pasa es que no hay tal comarca
montañosa al sur de Chicago.
4. Tanto las connotaciones informativas como las afectivas pueden
tener por fin crear conscientemente mapas de territorios que no existen.
Entre las diversas razones posibles de ello, vamos a mencionar sólo dos.
La primera puede ser para recrear el espíritu del lector:
Era un jardín sonriente;
era una tranquila fuente
de cristal;
era, a su borde asomada,
una rosa inmaculada
de un rosal.
Era un viejo jardinero
que cuidaba con esmero
del vergel,
y era la rosa un tesoro
de más quilates que el oro
para él.
A la orilla de la fuente
un caballero pasó
y la rosa dulcemente
de su tallo separó…
—SERAFÍN Y JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO

Otra razón puede ser planear algo para lo futuro: “Supongamos que hay
un puente al otro extremo de esta calle; la congestionada circulación podría
tener una salida por él, y se despejaría el movimiento excesivo de las tiendas”.
Con esta perspectiva, podemos recomendar ese proyecto a nuestro
interlocutor, o disuadirlo de él. En el capítulo siguiente trataremos de la
relación de las palabras con acontecimientos futuros.

APLICACIONES

I
Lea cuidadosamente el siguiente suelto periodístico y redacte un ensayo
(bastaría con 1000 palabras) sobre el problema o problemas a que hace
referencia, y repita el ejercicio con otros casos de su experiencia personal:
CHICAGO, 31 de agosto. Los “chefs” o maestros de cocina norteamericanos
ven con pesimismo el futuro del arte culinario en el país. El problema
consiste, según lo han estudiado en tres días de sesión en esta ciudad, en que
son pocos los jóvenes que quieren ser cocineros, y éste es el primer paso en la
carrera de un “chef”. La entidad reunida fue la Asociación Culinaria
Norteamericana…
Una de las cosas más molestas, según los delegados, y más peligrosas
también para el futuro de la profesión, es la insistencia del Departamento de
Trabajo en clasificar a los “chefs” entre los “domésticos”. La misma palabra
“cocinero” es desagradable, declaró Seymour Weiss, presidente del Hotel
Roosevelt de Nueva Orleans, añadiendo que “era una desgracia que el
aspirante tuviese que hacerse primero cocinero para llegar a ser chef”.
Comentó que, debido al concepto que la palabra “cocinero” lleva a la
mente de los jóvenes, se está haciendo cada día más difícil interesar a la
juventud norteamericana en el estudio del arte culinario. En prueba de la gran
importancia que daba a este punto, el señor Weiss prometió un cheque
personal por valor de 1000 dólares a nombre de la federación si lograba
substituir esa palabra por otra que expresase la dignidad de esta profesión.
—New York Times

II
En un programa de radio de la British Broadcasting Company (BBC), titulado
“Brains Trust”, Bertrand Russell conjugó de la siguiente manera el verbo
“ser”, como paradigma de un verbo irregular:
Yo soy firme.
Tú eres terco.
Él es imbécil.
A base de este modelo, el New Stalesman and Nation ofreció diversos
premios a los lectores que presentasen los mejores “verbos irregulares” por el
estilo. He aquí unos cuantos de los presentados:
Yo soy ocurrente. Tú eres un charlatán. Él es un borracho.
Yo soy exquisito. Tú eres un latoso. Él es una vieja.
Yo soy un escritor creador. Tú tienes olfato periodístico. Él es un
escritorzuelo cualquiera.
Yo soy hermosa. Tú tienes bastante buenas facciones. Ella no está mal,
para quien le guste ese tipo.
Yo sueño despierto. Tú eres un “escapista”. El debe ver a un siquiatra. Yo
exhalo algo de la fragancia sutil, embriagadora y misteriosa del Oriente. Tú
estás exagerando, querida. Ella apesta.
“Conjúguense” de la misma manera las siguientes frases:

1. Yo soy esbelto.
2. Tengo unos cuantos kilos de más.
3. No bailo muy bien.
4. Naturalmente, me maquillo un poco.
5. Colecciono objetos raros y antiguos de arte.
6. No me gusta jugar al bridge con gente que lo toma muy en serio.
7. No pretendo saberlo todo.
8. Creo en el liberalismo a la antigua del laissez-faire.
9. Necesito dormir mucho.
10. Soy una mujer chapada a la antigua.
11. No me importan gran cosa las teorías: soy hombre práctico.
12. Creo en la sinceridad de la gente.
13. Tengo poco tiempo para leer libros.

III
Es importante saber extraer de la información dada, la carga afectiva que le
haya puesto el informador. Para educar nuestra percepción en este sentido, es
útil volver a escribir los artículos que uno lee, con la misma información o
fondo, pero cambiando los juicios. Por ejemplo: a continuación publicamos la
crítica que hizo Rolfe Humphries en Nation, del libro, The Frieda Lawrence
Collection of D. H. Lawrence Manuscripts: A Descriptive Bibliography, de E.
W. Tedlock, (1948):
He aquí una bibliografía notable. No sólo examina con el trabajo
concienzudo y objetivo del investigador los 193 manuscritos de la
colección de la señora Lawrence —y otros nueve para completarla—,
sino que trata el tema con interés, amenidad creciente, admiración y
comprensión, sin olvidar que el tema era un hombre, sin intentar
convertirlo en propiedad literaria, como tantas veces ocurre cuando los
estudiosos se imaginan haber recogido más datos sobre alguien que
ningún otro autor. Hay material sobrado en el libro del profesor
Tedlock para fascinar a los aficionados a detalles tan minuciosos como
el número exacto de centímetros que tienen los documentos de largo y
de ancho y lo perfecto de la paginación; también hay material para
quienes quieran estudiar cómo un artista mejoró, corrigió y amplió sus
balbuceos iniciales; pero, sobre todo, el libro interesa a quien desee
saber algo sobre Lawrence, de forma que, como dice Frieda Lawrence
en un breve prólogo, el amor y la verdad que había en él puedan hacer
brotar en otros amor y verdad también. El estudio del profesor
Tedlock es de gran valor y amenidad.
Ahora supongamos que el lector tiene un punto de vista totalmente
distinto del crítico, que le desagradan las obras de Lawrence y quienes las
admiran, y no comprende el mérito de la investigación literaria. Basándose en
los mismos datos, podría escribir una crítica contraria por el estilo de la que
va a continuación:
La bibliografía pasa revista, con la pesantez abrumadora del
pedante profesional, a los 193 manuscritos de la colección de la señora
Lawrence, y a otros nueve más, para echar el resto. El profesor
Tedlock saca las cosas de quicio completamente. Al igual que otros
adoradores del santuario Lawrence, se preocupa tanto por éste
personalmente como por sus obras. Tanto es así, que no se sabe por
qué no considera a Lawrence como una propiedad literaria, cosa que
tantas veces ocurre cuando los investigadores creen saber más de
alguien que ninguna otra persona. Hay material sobrado en el libro del
profesor Tedlock para fascinar a los aficionados a detalles tan
minuciosos como el número exacto de centímetros que tienen de largo
y ancho los documentos y apreciar si la paginación está bien; también
hay material para quienes, no contentos con el estudio de las obras
perfectas, quieren hurgar en los procesos de perfeccionamiento,
corrección y ampliación de los balbuceos del artista. Pero, sobre todo,
el libro es interesante para quienes, en los tiempos que corremos,
siguen preocupándose por Lawrence, de forma que el “amor” y la
“verdad” que lo caracterizó, como dice Frieda Lawrence en un breve
prólogo, despierten un “amor” y una “verdad” semejante en los
demás. Para los devotos del culto a Lawrence, el estudio del profesor
Tedlock es de positivo valor. Su estilo puede leerse.
Esta crítica no tiene por objeto echar por tierra la de Humphries, claro
está, ni entra en los méritos del profesor Tedlock o de D. H. Lawrence. Lo
único que se propone es cumplir con la doble misión de un crítico de libros:
aportar datos sobre él y expresar su opinión personal. En la crítica y en la
contracrítica hay algo de ambas funciones, más de la primera que de la
segunda, en la reseña de Humphries.
Quien lea ambas deducirá indudablemente la información básica común a
las dos: que el libro del profesor Tedlock es concienzudamente detallista en su
revisión de los manuscritos de Lawrence, que tanto el hombre como sus obras
le inspiran simpatía, que el libro puede ser útil a sus admiradores, etc. Para
desarrollar la capacidad de extraer esta información básica, prescindiendo de
los colores con que la adorne el autor, recomendamos a nuestros lectores
intentar contracríticas de este tipo. Las reseñas de libros se prestan
especialmente para ello. Se verá cómo algunos críticos dicen muy poco del
libro y mucho de sus gustos personales. Otros se limitan a dar la noticia,
describiendo más o menos el libro, sin expresar sus gustos y preferencias.
También sirven para esto las páginas deportivas de los diarios, en que no sólo
se dice lo que ocurrió, sino que se expresa una actitud personal hacia los
hechos y los individuos. Imagine el lector que encuentra en el periódico un
artículo por el estilo de éste:
En la pelea estelar de la función boxística que esta noche va a celebrarse
en el Coliseo Olímpico, se enfrentarán dos boxeadores de características
similares, aunque de edades distintas: “El Ciclón” y “Gladiador Hernández”.
El choque promete ser de poder a poder. Los dos poseen el mismo estilo:
estudio en los tres primeros asaltos, y después, ataques cuerpo a cuerpo. Por
tanto, la confrontación será tremenda en virtud del “pegue” de ambos y el
pronóstico se presenta problemático.
Pero el brío y juventud indiscutible del Ciclón, su nobleza de juego que
pone de pie al público, cada vez que se emplea a fondo, la simpatía que lo
caracteriza, su espíritu deportivo, la velocidad de sus manos y su capacidad de
improvisación le merecerán el triunfo rotundo en el encuentro. Pocas
probabilidades concedemos personalmente al Gladiador.
El ejercicio podrá consistir en llevar totalmente la contraria al crítico
deportivo, tanto en la primera parte de su reportazgo, sobre la dificultad de
predecir el resultado de la pelea, como en la segunda, en que se proclama
contradictoria y decididamente a favor de uno de los boxeadores.

IV
Reflexione sobre los dos siguientes pasajes y, si se siente emocionado, escriba
una página en que llame a las cosas por su nombre, sin que le importe un
comino lo que haya dicho el autor o el periodista al respecto:

1. Cerdo… marrana… verraco… pocilga… etc., son palabras casi


prohibidas en el lenguaje corriente norteamericano… Consúltense sus
definiciones en cualquier diccionario. Resulta que el cerdo ha sido
ciudadano de lo que hoy son los Estados Unidos desde hace 417 años.
Desembarcó en Florida el 25 de mayo de 1539, casi un siglo antes que
los Peregrinos. Ha desempeñado un papel magnífico en nuestra historia
desde entonces. Hoy sigue constituyendo la segunda industria agrícola
desde el punto de vista de los ingresos que produce. Ha sido un
precursor. Ha ayudado a ganar las guerras. Nos ha sacado a flote durante
épocas enteras de penuria y hambre. Va marcando el paso plácidamente
hacia los mataderos para convertirse en 20 tipos distintos de carne, 50 de
medicinas y doscientos productos industriales. En pago de todo esto, su
nombre se ha convertido en símbolo casero de la glotonería y de la
suciedad, y él y sus descendientes son esclavos del precio del maíz…
Por eso creo que deberían ustedes sentarse a ponderar con calma los
derechos de ciudadanía del cerdo. ¿No les inspira curiosidad el lugar que
ocupa en nuestra historia, su contribución a nuestro nivel de vida, y el
papel que debería representar en nuestra economía diaria?…
Después, pásense una tarde por la escuela local y vean qué actitudes
se tienen allí respecto a los cerdos. Vayan directamente a entrevistarse
con el director o superintendente y pregúntenle qué se enseña a los niños
sobre El Cerdo en las clases de historia… en las de inglés… en las de
geografía y economía… Tiene que amanecer el día del gordo y sucio
cochino norteamericano, como se le llama vulgarmente. Y puede y debe
llegar la alborada del cerdo americano… limpio, listo y adaptable, para
convertirse en la fuente mejor de carne sabrosa y magra para nosotros. El
día de mañana, el porquerizo deberá tener el mismo prestigio social que
el vaquero.
—ROBERT WEST HOWARD, alocución a la Equity Co-operative Livestock
Sales Association
2. Forest Lawn es un cementerio en que nadie llama al pan pan y al
vino vino, Aquí, morir se dice “abandonarnos”, al cadáver se le
denomina “el amado” o “la arcilla querida”, los muertos son gente que se
“pierde de vista”. Millón y medio de visitantes anuales pueden pasear
por sus sendas, seguros de que no van a ver una sola tumba; los
sepulcros, señalados únicamente con lápidas de bronce, están a ras de
tierra, escondidos en parajes tan amenos como la Loma del Amanecer, el
Bosque del Ensueño, el Puerto del Reposo, las Dulces Memorias, el
Amor Inmarcesible. A los niños se los sepulta en Nenilandia, jardín “en
forma de un corazón de madre”, y en Nenilandia; sobre sus sepulturas se
colocan juguetes y árboles de Navidad. Durante todo el día brota una
leda música sinfónica de los megáfonos ocultos entre los arbustos; el
novelista Vaugh llegó a decir que había oído gorjeos de pájaros, y la
Llamada India de Amor, en cinta magnetofónica.
—Time

V
La organización que antes se llamara Artificial Limb Manufacturers
Association lleva ahora el título de American Orthotics and Prosthetics
Association. La Sociedad Internacional para el Bienestar de los
Imposibilitados cambió su nombre por el de Sociedad Internacional para la
Rehabilitación de los Impedidos, en 1960. El Hospital de la Sociedad para el
alivio de los imposibilitados y lesionados, de Nueva York, se denomina ahora
Hospital de Cirugía especial. El hospital de Lincoln, Nebraska, para
“imposibilitados y deformados” como antes se llamara, es el actual Hospital
Ortopédico de Nebraska.
La Sociedad Nacional de Niños y Adultos imposibilitados tiene gran
interés en dar con la palabra debida para designar a los que pueden ser objeto
de programas de rehabilitación. Por lo visto, el vocablo “imposibilitado”
desanima a veces aun a quienes esperan poder rehabilitarse. ¿No habrá una
palabra mejor? “¿Impedido?” “¿Lesionado?” “¿Accidentado?” ¿Alguna otra?
Si conoce usted el inglés, escriba a la Sociedad (2023 W. Ogden Avenue,
Chicago 12, Illinois), presentándole las sugerencias terminológicas que se le
ocurran. ¿Debe continuarse con la actual denominación de “incapacitados”?
¿Qué otro adjetivo le parecería a usted mejor? Explique sus razones.
7. EL LENGUAJE DEL CONTROL SOCIAL
Nunca se ha estudiado como es debido el efecto que produce una serie de
frases sonoras en la conducta humana
—THURMAN W. ARNOLD

Sin embargo, se equivoca el profano al creer que su falta de precisión y


decisión se debe a los abogados. La verdad es que la idea popular de las
posibilidades de la exactitud legal se basa en un concepto erróneo. La ley
siempre ha sido, es y será vaga y variable en grado sumo. ¿Cómo puede ser
de otra manera? La ley se refiere a las relaciones humanas en sus aspectos
más complicados. Todo el cambiante vértigo confuso de la vida desfila ante
ella, y en nuestra edad caleidoscópica, más confuso que nunca.
—JEROME FRANK

Haciendo que sucedan las cosas


La relación más interesante, y acaso la menos comprendida, entre nuestras
palabras y el mundo exterior, es la que existe entre ellas y los hechos futuros.
Cuando decimos, por ejemplo: “¡Ven acá!”, no estamos describiendo el
mundo extensional que nos rodea ni expresando sólo sentimientos: estamos
tratando de hacer que suceda algo. Las “órdenes”, “súplicas”, “ruegos” y
“mandatos”, como los llamamos, son las formas más sencillas con que
podemos hacer que ocurran las cosas por medio de palabras.
Pero hay otras formas más perifrásticas. Cuando decimos, por ejemplo,
“nuestro candidato es un gran patriota”, estamos haciendo un elogio
entusiasta de él, pero también influyendo en los demás para que voten a su
favor. Y cuando afirmamos: “la guerra que libramos contra el enemigo es una
guerra de Dios. Dios quiere que triunfemos”, decimos algo que, aunque no
puede comprobarse, arenga a los demás a seguir peleando. Aun limitándonos
simplemente a decir, “la leche contiene vitaminas”, podemos inducir a los
demás a que la tomen.
Fijémonos en esta frase: “Mañana me veré contigo a las dos frente al
Teatro de la Opera”. Obsérvese que esta declaración sobre hechos futuros sólo
puede caber en un sistema en que los símbolos son independientes de las
cosas simbolizadas. El futuro es una dimensión específicamente humana, lo
mismo que el pasado recordado. A un perro no le dice nada la expresión de
“una hamburguesa mañana”; nos mirará con ojos esperanzados, interpretando
el significado extensional de la palabra “hamburguesa” para ahora. Las
ardillas, es cierto, almacenan alimentos para el próximo invierno, pero el
hecho de que lo hagan sin saber si tienen sus necesidades ya cubiertas
demuestra que su proceder (llamado casi siempre “instintivo”) no obedece a
símbolos ni a otros estímulos interpretados. Los seres humanos son los únicos
que pueden reaccionar cuerdamente a expresiones como “el sábado que
viene”, “el primer aniversario de nuestra boda”, “veinte años después”, “algún
día, acaso dentro de quinientos años”, etc. Es decir: pueden crearse mapas,
aunque los territorios representados por ellos no sean todavía entidades reales.
Orientándonos por estos mapas del futuro, podemos imponer cierto carácter
previsible a hechos por venir.
Por tanto, podemos influir considerablemente en el control de los hechos
futuros con nuestras palabras. Por eso escriben los escritores, predican los
predicadores, reprenden los maestros, los padres y los patronos; publican
noticias los propagandistas y pronuncian discursos los políticos. Todos tratan
de influir de maneras diversas en nuestra conducta, a veces para nuestro bien,
a veces para el suyo. Estos intentos de controlar, dirigir o influir en las
acciones futuras de los seres humanos por medio de las palabras pueden
llamarse usos directivos del lenguaje.
Ahora bien; si el lenguaje directivo va a dirigir de verdad, no puede ser
aburrido ni cansado. Para influir en nuestra conducta deberá echar mano de
todos los elementos afectivos del estilo: entonaciones dramáticas distintas,
cadencia y ritmo, halago y reprensión, fuertes connotaciones afectivas,
repeticiones machaconas. Si el auditorio reacciona a sonidos o fonemas sin
contenido, hay que emitirlos; si a los hechos, habrá que darle hechos; si a los
ideales nobles, tendremos que presentarle propuestas nobles; si sólo
responden al miedo, tendremos que amedrentar a nuestros oyentes.
Como se comprenderá, el tipo de medios afectivos que debemos utilizar
en el lenguaje directivo está condicionado por la índole de nuestros fines. Si
tratamos de que la gente sea mejor entre sí, no podremos provocar
sentimientos de crueldad o de odio. Si queremos que piense y obre más
inteligentemente, no deberemos tocar fibras animales. Si nuestro fin es que el
pueblo viva mejor, deberemos excitar sus emociones más nobles. Por eso,
muchas de las obras literarias más gloriosas del mundo se basan en
enseñanzas y consejos, como las escrituras cristianas y budistas, las obras de
Confucio, la Aeropagítica de Milton, las pláticas de Don Quijote con Sancho
y el discurso de Lincoln en Gettysburg.
Pero hay ocasiones en que no se cree que baste el lenguaje afectivo para
producir los resultados que se desean, y lo suplementamos con gestos y
ademanes no verbales. Al decir “¡Ven!”, hacemos una señal con la mano. Los
anunciadores no se contentan con decir verbalmente maravillas de sus
productos, sino que se sirven además de colores y dibujos. Los periódicos no
se contentan con afirmar que el comunismo es un peligro, sino que publican
chistes políticos, en los cuales se describe a los comunistas como orates
criminales que dinamitan magníficos edificios representativos del “modo
norteamericano de vida”. Al valor afectivo de los sermones y arengas
religiosas, se añaden los ornamentos litúrgicos, el incienso, las procesiones,
los coros musicales y las campanas. Un candidato político no se fía sólo de su
verborrea electoral, sino que apela a charangas, banderolas, desfiles,
merendolas y puros a diestro y siniestro[1]. Hasta la aparición en público de su
esposa puede influir considerablemente en el elector.
Pero, aunque queramos que la gente haga algo por el motivo que sea, no
hay por qué excluir los factores afectivos. Algunos candidatos políticos
quieren que votemos por ellos, cualesquiera que sean nuestros motivos. Por
eso, si aborrecemos a los ricos, arremeterán contra ellos; si no nos gustan los
huelguistas, tronarán contra ellos; si ven que lo que nos gusta es la música,
pasarán por alto los problemas del Gobierno y nos recrearán los oídos con
bandas sonoras. Lo mismo pasa con muchas firmas industriales, que lo único
que quieren es que les compremos sus productos, sin importarles en absoluto
nuestros motivos: nos prometerán el oro y el moro si ven que eso nos
convence; nos dirán que con su producto atraeremos al otro sexo; nos
presentarán beldades en bikini, para que las asociemos con lo maravilloso de
sus productos, lo mismo si se trata de una crema de afeitar que de un
automóvil, de un seguro de vida, de una marca de pintura o de una
herramienta de trabajo. Si no fuera porque se lo prohíbe la ley, exhibirían sin
bikini a sus beldades anunciadoras. A juzgar por lo que vemos en muchas
revistas, los anunciadores no pararían mientes en vendernos lo que fuera.

Las promesas del lenguaje directivo


Casi todas las expresiones de carácter “directivo” dicen algo del futuro: son
mapas, explícitos o implícitos, de territorios por venir. Nos meten por los ojos
determinadas cosas, con la promesa explícita o implícita de que, si las
hacemos, lograremos determinados resultados: “Si vota usted por mí, yo haré
que le reduzcan los impuestos”; “Vive de acuerdo con estos principios
religiosos y tendrás paz de espíritu”; “Lea esta revísta y estará al tanto de lo
que ocurre en el mundo”; “Tome estas píldoras milagrosas y sabrá lo que es
salud y alegría”. Claro está, algunas de estas promesas se cumplen, pero otras
son completamente imposibles de garantizar.
No hay por qué meterse con los anuncios y la propaganda política, porque
se basan en “motivos emocionales”. Si el lenguaje directivo no tiene
virtualidad afectiva, no vale para nada. No nos oponemos a las campañas,
contra la pobreza, en que se nos diga: “Contribuya con su óbolo a remediar la
miseria de los niños depauperados”. Y, sin embargo, es una campaña
emocional. Ni nos parece mal que se nos recuerde el amor al hogar, a nuestros
amigos y a la patria en una soflama patriótica. Lo que debe uno preguntarse
cuando escucha cualquier manifestación directiva, es: “¿Se cumplirán esas
promesas si hago lo que me dicen? ¿Lograré la paz de espíritu aceptando su
filosofía? ¿Se reducirán los impuestos si voto por él?”
Nos molestan, y con razón, los anuncios que prometen maravillas sin
cumplir luego la promesa, y los políticos que se olvidan de las que hicieron,
aunque, en este caso, dicho sea en honor de la verdad, a veces no pueden
cumplirlas por circunstancias ajenas a su voluntad. La incertidumbre que
caracteriza nuestra vida no nos permite asegurar nada para lo futuro, así que
debemos estar preparados. Se nos indica cómo podemos lograr determinados
objetivos y evitar consecuencias indeseables. Si podemos fiarnos de la
perspectiva que nos presentan para lo futuro, se reducen las incertidumbres de
la vida. Pero nos abate el desaliento cuando las cosas no ocurren tal como nos
anunciaron, no se llena de paz nuestro espíritu ni bajan los impuestos. Este
desaliento puede ser superficial o profundo; pero son tan frecuentes las
frustraciones y desencantos de este tipo, que ya ni siquiera hacemos caso de
muchos de ellos. Sin embargo, todos tienen consecuencias de importancia,
todos contribuyen más o menos a minar la confianza mutua que hace posible
la cooperación y coaduna a la gente en una sociedad.
Por eso, cuantos tengan que utilizar un lenguaje directivo, acompañado de
promesas explícitas o implícitas, tienen la obligación moral de cerciorarse
moralmente —no hay certidumbre absoluta— de que no están creando falsas
ilusiones. Los políticos prometen acabar de raíz con la pobreza, los
anunciantes de determinado jabón nos aseguran que la felicidad volverá a
nuestro matrimonio gracias al lavado inmaculado de las prendas familiares,
los periódicos nos atemorizan con el desplome de la nación entera si no
votamos por su candidato político… Todos estos disparates son, por las
razones dichas, algo más que eso: constituyen verdaderas amenazas para el
orden social. Tanto da que se hable así por ignorancia o por error, o con el
propósito malévolo de engañar conscientemente: la desilusión que produce no
deja de ser destructiva de la confianza recíproca entre los seres humanos.

Los fundamentos de la sociedad


Pero la propaganda, por persuasiva que sea, no es la que forja la sociedad.
Podemos desdeñar sus recomendaciones. Ahora vamos a ocuparnos del
lenguaje directivo que no podemos despreciar si queremos continuar
organizados en grupos sociales.
Lo que llamamos sociedad es una vasta red de convenios mutuos. Nos
comprometemos a no asesinar a nuestros conciudadanos, y ellos hacen otro
tanto; a llevar la derecha en la carretera, a entregar determinados artículos,
que los otros se comprometen a pagar u observar los reglamentos de una
organización, que, a su vez, se compromete a dispensarnos sus privilegios.
Esta red de pactos, en que entra hasta el último detalle de nuestra vida y en
que basamos nuestras expectaciones, consiste esencialmente en afirmaciones
sobre hechos futuros que debemos realizar con nuestros propios esfuerzos.
Sin estos convenios no habría sociedad; nos guareceríamos en cavernas
miserables y solitarias, sin atrevemos a fiarnos de nadie. En virtud de estos
convenios, y contando con el propósito de cumplirlos por parte de la inmensa
mayoría del pueblo, la conducta empieza a clasificarse en tipos relativamente
previsibles y seguros; es posible la cooperación; se consolida la paz y la
libertad.
Por eso, para poder seguir viviendo como seres humanos, tenemos que
imponernos recíprocamente determinadas normas de conducta. Los
ciudadanos tienen que aceptar las costumbres sociales y cívicas, los maridos
tienen que ser fieles a sus esposas, los soldados valientes, los jueces justos,
los sacerdotes piadosos y los maestros celosos del bienestar de sus alumnos.
En las etapas primitivas de la cultura, los medios principales para imponer las
normas a seguir de la conducta se reducían, claro está, a la coerción física,
pero también podían imponerse por medio de palabras, es decir, del lenguaje
directivo, como sin duda descubrieron los seres humanos en los orígenes
mismos de la historia. Por tanto, las directrices relativas a asuntos que la
sociedad considera esenciales para su seguridad se presentan con caracteres
particularmente poderosos, con objeto de que nadie deje de experimentar la
conciencia de sus obligaciones. Para cerciorarse, la sociedad apoya además
esas directrices con la seguridad del castigo, el cual puede llegar al
encarcelamiento y a la ejecución de quienes no las acaten.

Directrices con sanción colectiva


Este lenguaje directivo, refrendado por la sanción colectiva cuyo objeto es
imponer determinadas normas de conducta al individuo en beneficio del
grupo entero, está entre los hechos lingüísticos más interesantes. No sólo
suele ir acompañado de determinado ritual, sino que suele constituir el objeto
principal del mismo. Quizá no haya directriz que tomemos más en serio, que
afecte más profundamente a nuestra vida, que celemos más apasionadamente.
De esta índole son las constituciones nacionales, los reglamentos de las
organizaciones, los contratos legales y los juramentos de fidelidad a nuestro
cargo; los votos matrimoniales, los ejercicios de confirmación, las ceremonias
de admisión y las iniciaciones son su factor esencial. Esas intrincadas y
aterradoras selvas verbales, llamadas leyes, no son sino directrices
acumuladas, codificadas y sistematizadas a lo largo de los siglos. La sociedad
desarrolla con sus leyes el esfuerzo colectivo más poderoso por imponer
normas de conducta a los ciudadanos.
Las expresiones de carácter directivo, apoyadas por la sanción colectiva,
pueden manifestar alguno de los elementos siguientes, o todos ellos:

1. Casi siempre ese lenguaje está redactado con palabras que tienen
connotaciones afectivas, para que el pueblo quede respetuosamente
impresionado. Se emplea un vocabulario arcaico y anticuado o bien un
estilo solemne, que se sale del corriente. Por ejemplo: “¿Acepta usted,
Juan, por palabras de presente a esta mujer como legitima esposa?” “A
dieciséis del mes de julio del año del Señor de mil novecientos tres, los
firmantes de este contrato, Fulano de Tal y Mengano de Cual, que en el
texto de este instrumento legal se denominarán de aquí en adelante
respectivamente VENDEDOR y COMPRADOR, de acuerdo con las
cláusulas y convenios infrascritos, y en virtud de cuantas leyes,
disposiciones, documentos y escrituras legales… se comprometen a…”
2. Estas expresiones directivas van frecuentemente acompañadas de
invocaciones de derechos sobrenaturales, en virtud de los cuales
quedamos obligados a cumplir nuestras promesas, so pena de castigos
superiores y ultraterrenos. Por ejemplo: los juramentos solían terminar
antiguamente con expresiones parecidas a esta: “Si cumplís, que Dios os
lo premie, y si no, que os lo demande”. En casi todas las culturas, desde
las más primitivas a las más civilizadas, hay plegarias o invocaciones
que acompañan a la profesión de votos o a la formulación de promesas
importantes. Contribuyen a grabar esos votos en lo más hondo de nuestra
mente.
3. También se invoca el temor del castigo directo. Si Dios no nos castiga
por incumplir nuestros convenios, se estipula clara o implícitamente que
lo harán los hombres. Todos sabemos que podemos ser privados de la
libertad por abandono de familia o por bigamia; procesados por
incumplimiento de contrato; degradados por conducta contraria a los
deberes militares o eclesiásticos; sometidos a juicio de responsabilidades
públicas; ejecutados por traición.
4. La profesión formal y pública de los votos puede ir precedida de
disciplinas preliminares de índole diversa: cursos de preparación, ayunos
y sacrificios corporales antes de recibir el hábito monacal, ceremonias de
iniciación hasta con tormentos físicos, como las de los pueblos
primitivos para recibir la categoría de “guerrero”, o para ser admitido a
ciertas fraternidades estudiantiles actuales.
5. Al lenguaje directivo pueden acompañar determinadas actividades o
gestos para impresionar a los presentes. Por ejemplo: hay que levantarse
cuando se presenta el juez para abrir la sesión; grandes y gayos desfiles
acompañan a las ceremonias de coronación; en las aperturas de curso, los
profesores llevan sus togas académicas, etc.
6. A la profesión de votos pueden seguir inmediatamente banquetes, bailes
y otras manifestaciones de alegría, para subrayar la solemnidad. Así, hay
banquetes y fiestas de boda, bailes de graduación, festivales, para la
recepción de nuevos oficiales, y hasta en los círculos sociales más
modestos se organiza una celebración cuando algún miembro de la
familia entra a formar parte de la sociedad propiamente dicha; ejemplo:
las fiestas en honor de las “quinceañeras”. En las culturas primitivas, las
ceremonias de iniciación de los jefes tribeños iban seguidas de festines y
danzas que duraban varios días o semanas.
7. Cuando no hay solemnidad especial en la profesión de votos, la
repetición frecuente de los mismos suele ser la forma de que se graben
bien en la memoria. En la mayor parte de las escuelas hay un ritual diario
de la bandera (“Prometo lealtad a la bandera de los Estados Unidos…”).
Se repiten frecuentemente los lemas, que no son sino concisas directrices
generales; unas veces se graban en los platos, otras en la espada del
guerrero, otras en lugares bien visibles, como las puertas de la ciudad, las
murallas y en los dinteles, para que los vea la gente y recuerde sus
deberes.

Todas estas actividades que acompañan al lenguaje directivo, así como sus
elementos afectivos, producen un efecto profundo en la memoria. Se emplea
cuanto pueda impresionar a los sentidos, desde la tortura de los ritos de la
iniciación hasta los placeres de la mesa, de la música, de las vistosas
indumentarias y ornamentos suntuosos; se provoca cuanta emoción se puede,
desde el miedo al castigo divino hasta el orgullo de ser blanco de la atención
pública. Así, el que entra a formar parte de la sociedad —o sea, el que elabora
el mapa de un territorio todavía no existente— jamás olvidará que ese
territorio cobrará vida algún día.
Por eso tiene caracteres indelebles el recuerdo del día en que el cadete jura
la bandera, el adolescente judío recibe su barmitzvah, el sacerdote es
ordenado, el policía condecorado, un extranjero admitido a la ciudadanía de
otro país, o un Presidente aceptado en su alta magistratura, previo juramento.
Aun cuando después el interesado no cumpla sus promesas, lo perseguirá la
conciencia de que no debería haberlo hecho. Todos utilizamos estas
directrices rituales y reaccionamos a ellas. Las frases y discursos que
escuchamos revelan nuestras más profundas convicciones religiosas,
patrióticas, sociales, profesionales y políticas, más que los documentos o
credenciales que llevamos en el bolsillo, o las condecoraciones que
prendemos en nuestras solapas. Quien abandona su religión después de llegar
a la edad adulta suele sentir el deseo de volver a ella al escuchar los ritos que
oyera en su niñez. Por tanto, esto quiere decir que los seres humanos influyen
en el porvenir con sus palabras y controlan con ellas la conducta de los
demás.
Debe advertirse que muchas de nuestras directrices sociales y el
ceremonial que las acompañan son anticuadas y hasta insultantes para las
mentes adultas. Los rituales de los tiempos del terror ya no son necesarios
para estimular a la buena conducta a quienes tienen sentido de
responsabilidad social. Así, por ejemplo, una ceremonia matrimonial de cinco
minutos en un juzgado puede decir más a una pareja madura y responsable
que la pompa eclesiástica a otra pareja juvenil. A pesar de que la virtualidad
de las directrices sociales depende naturalmente de la buena voluntad,
madurez e inteligencia de aquellos a quienes van dirigidas, hay todavía gran
tendencia a atenerse a las ceremonias como eficaces de por sí. Es que la gente
sigue creyendo en la magia de las palabras, en que repitiéndolas en forma
ritual puede conjurarse el porvenir y obligar a las cosas a que respondan a
nuestros deseos. Ejemplo interesante de esta actitud supersticiosa hacia las
palabras y los ritos es educar a los niños en la democracia a base de saludos
ceremoniales a banderas cada vez más grandes y vistosas, y a multiplicar las
ocasiones para cantar a voz en cuello “God Bless America”.

¿Qué son los “derechos”?


¿Cuál es el significado extensional del adjetivo “mío” en expresiones como
“el libro mío”, “mi finca”, “mi automóvil”? No describe las características del
objeto. Primero era tuyo, ahora pasa a ser mío, sin que cambie en ninguna otra
cosa. ¿Qué es lo que se ha alterado? Nuestros convenios sociales respecto a la
conducta que tenemos que observar con el automóvil. Cuando era tuyo,
podías hacer de él lo que te diese la gana, pero yo no. Ahora es mío, y las
cosas se han vuelto del revés. El significado de “tuyo” y “mío” no radica en el
mundo exterior, sino en cómo pensamos proceder. Y cuando la sociedad
reconoce mi “derecho de propiedad” (al extenderme, por ejemplo, un
certificado o una escritura), se compromete a protegerme en mis planes de
usar el automóvil y a oponerse a quienes quieran usarlo sin mi permiso, si es
preciso, mediante la policía. La sociedad conviene esto conmigo a cambio de
que obedezca sus leyes y contribuya con mis impuestos a los gastos
gubernamentales.
¿No son, pues, todos los títulos y declaraciones de propiedad, y de
derechos, directrices? ¿No podría decirse en lugar de “esto es mío”, “voy a
usar este objeto, no lo toque”? ¿No podría expresarse la frase, “todo niño
tiene derecho a recibir una educación”, en esta otra manera: “proporciónese
educación a todos los niños”? Y ¿no es la diferencia entre “derechos morales”
y “derechos legales”, la misma que entre los acuerdos que la gente cree que
deberían realizarse, y los que se han realizado con una sanción colectiva y
legislativa?
Directrices y desencanto
Debemos hacer unas cuantas advertencias antes de abandonar el tema del
lenguaje directivo. En primer lugar, hay que tener presente que como las
palabras no pueden decirlo todo, las promesas implícitas en el lenguaje
directivo nunca son más que “mapas generales” de “territorios no existentes
todavía”. El porvenir irá cubriendo esos mapas, muchas veces de forma
inesperada. Quizá no tenga el futuro relación alguna con nuestros mapas, pese
a todos los esfuerzos por provocar los hechos esperados. Siempre juramos ser
buenos ciudadanos, cumplir con nuestro deber, etc., pero ni lo somos ni lo
cumplimos en todos los momentos de nuestra vida. Comprendiendo que las
directrices no pueden imponer absolutamente el futuro, nos evitamos
ilusiones imposibles y, por tanto, desengaños innecesarios.
En segundo lugar, debe distinguirse entre lenguaje directivo e
informativo, que frecuentemente se parecen. Afirmar que un deportista es
caballeroso y valiente, o que los policías son defensores de los débiles, es
establecer metas, no siempre describir la situación presente. Esto es
sumamente importante, porque la gente suele tomar estas declaraciones como
descriptivas, y se desencantan cuando ven a un deportista brutal o a un policía
prevaricador. Entonces deciden no tener nunca que ver con deportistas ni
policías, lo cual es un disparate. Lo que ha pasado es que han tomado por
declaración informativa lo que no es sino una directriz muy genérica.
Otro motivo de desencanto por no entender debidamente el lenguaje
directivo, es encontrar en él promesas que no hay. En este error suelen incurrir
quienes, al leer anuncios médicos de antisépticos, creen que prometen la cura
radical o que evitan los catarros. Quienes pergeñan esos anuncios soslayan
cuidadosamente toda afirmación de que sus medicinas evitan o curan nada,
por lo menos en los Estados Unidos, porque lo prohíbe la Comisión Federal
de Comercio. Se contentan con afirmar que “alivia la gravedad de una
infección”, “remedian los síntomas del catarro” o “contribuyen a suprimir los
estornudos y otras molestias”. Si, al leer estos anuncios, los toma usted por
promesas seguras de cura o prevención total, está cometiendo la equivocación
que ellos intentaban. Otra cosa es cuando compra usted el producto
distinguiendo perfectamente lo que le prometieron y lo que no le prometieron.
Análogo error es el dar a las promesas un valor más concreto y específico
que el que encierran. Si vota usted a favor de un candidato político que
promete “ayudar al campesino”, y luego ve que, en efecto, ayuda al cultivador
de algodón, pero no al de patatas, no puede acusarlo de haber quebrantado su
promesa. O si ha prometido “proteger a los sindicatos” y luego se declara a
favor de medidas que ponen furioso a los líderes del suyo (porque trata de
proteger a los miembros sindicales de la política logrera de sus directivos), no
puede acusarlo de quebrantamiento de promesa, sino al contrario. Todo el
mundo conoce las ambigüedades de una campaña electoral.
Frecuentemente se echa en cara a los políticos que no cumplen sus
promesas. Y así ocurre con muchos, sin duda alguna. Pero téngase presente
que no suelen prometer tanto como interpretan sus electores. Los programas
partidistas son casi siempre vagos y abstractos, aunque los votantes les dan
sentido concreto y específico. Como dijo el cínico, “parecen prometer todo a
todos”. El desencanto producido por las soflamas políticas hay que
achacárselo algunas veces al político, pero otras, tiene la culpa el mismo
votante, porque ha entendido el programa en un nivel distinto de abstracción.
En capítulos posteriores explicaremos detenidamente lo que esto quiere decir.

APLICACIONES

I
Las siguientes frases constituyen directrices en el contexto en que suelen
encontrarse. ¿Cuáles de ellas tienen sanción colectiva? ¿Qué recompensas se
prometen a quienes las siguen, y qué castigos a quienes las desacatan? ¿O no
se prometen premios ni castigos? ¿Qué probabilidades hay de que se cumplan
esas promesas?

1. “Y recuerden, señoras y caballeros —suena la voz del locutor por la


radio—, que cada vez que pidan a su abastecedor “Café Odalisca”, nos
están dando las gracias”.
EJEMPLO DE ANÁLISIS: Este es lenguaje directivo, porque intenta influir
en la conducta del oyente. Afortunadamente, podemos no hacerle caso,
porque es en beneficio de una marca comercial y, por tanto, no tiene
sanción colectiva. Hay la promesa implícita de que si el oyente expresa
su agradecimiento comprando Café Odalisca, el productor seguirá
mandándole programas como el que precede al anuncio. Si hay un
número regular de gente que siga la directriz, lo probable es que se
cumpla fielmente la promesa.
2. Las efímeras pueden desarrollarse aunque no se las atienda, pero
dedicándoles un poco más de cuidado —plantándolas donde puedan
recibir por lo menos cuatro horas diarias de sol, aplicándoles algún
abono bien dosificado y regándolas más frecuentemente cuando
empiezan a florecer—, se obtendrán efectos extraordinarios.
—Flower Grower: The Home Garden Magazine
3. Profesamos como verdades evidentes, que todos los hombres son
criados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables, entre los cuales están el de la vida, el de la libertad y el de
la búsqueda de la felicidad.
—De la Declaración de Independencia
4. Se prohíbe el paso.
5. A unas rosas
Estas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!
A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.
—PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA

6. La Casa Francesa, bajo la dirección y el control del Departamento,


brinda a quien quiera una buena oportunidad para adquirir facilidad de
palabra. Los profesores franceses y bilingües viven en la Casa y ayudan
a dirigir la conversación. Se permite en ella residir a las mujeres, y
hombres y mujeres pueden ir allí a comer. Como no se explota con fines
financieros ni de ganancia, los precios son lo más bajos posible.
El Departamento encarece con todo interés a los estudiantes de
francés que tomen una habitación en la casa para aprovechar plenamente
la extraordinaria oportunidad de hablar ese idioma en todos los
momentos del día y oírlo en un ritmo normal de conversación.
Deben reservarse en seguida las habitaciones.
—Anuncio de la Universidad de Wisconsin
7. Aprended, flores, de mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui
y hoy sombra mía no soy.
La Aurora ayer me dio cuna,
la noche ataúd me dio;
sin luz muriera, sí no
me la prestara la Luna.
Pues de vosotras ninguna
deja de acabar así.
Aprended, flores, de mí… etc.
Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía,
pues quien me concedió un día,
dos apenas le dio a él;
Efímeras del vergel,
yo cárdena, el carmesí.
Aprended, flores, de mí… etc.
Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas más horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que retiene en sí.
Aprended, flores, de mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui
y hoy sombra mía no soy.
—LUIS DE GÓNGORA Y ARCÓTE
Letrilla sobre la brevedad de las cosas humanas

8. “Nobles, discretos varones


que gobernáis a Toledo:
en aquestos escalones,
desechad las aficiones,
codicias, amor y miedo.
Por los comunes provechos
dexad los particulares:
pues vos fizo Dios pilares
de tan altísimos techos,
estad firmes y derechos”.
—GÓMEZ MANRIQUE

Inscripción en las Casas Consistoriales de Toledo


9. Confiera a su hijo mejores grados por Navidad. Que empiece este
año escolar con una máquina portátil de escribir, marca X. Porque la
mecanografía mejora los grados, como lo prueban las fichas de los
alumnos. En cuanto empiezan a tomar a máquina sus apuntes y a escribir
a máquina sus tareas, sube casi inmediatamente su calificación escolar.
Los pedagogos lo saben y los exámenes de fin de curso lo han
demostrado. No hay como una portátil marca X. ¡ Hace verdaderos
milagros, es fácil de manejar y se aprende en seguida su funcionamiento!
—Anuncio periodístico

II
Estudie los siguientes párrafos, sentencias y versos según el contexto que
describen. ¿Cuáles son las directrices que contienen? ¿Hay algunas en que
apenas puede encontrarse lenguaje directivo?

1. Ese es un antinorteamericano.
EJEMPLO DE ANÁLISIS: Ordinariamente esta afirmación supone un
juicio muy severo —una “palabra-gruñido”— que expresa reprobación
de las ideas de una persona. Este juicio suele tener consecuencias graves
directivas: “¡Que lo expulsen!” o “¡No voten por él!” En contextos
especiales, en que el que habla y el que escucha han decidido dar un
significado concreto y comprobable al adjetivo “antinorteamericano”, la
afirmación puede ser un informe nada más. Pero estos contextos son
raros.
2. El marqués y su mujer
contentos quedan los dos:
ella se fue a ver a Dios
y a él lo vino Dios a ver.
—Epigrama anónimo
3. El hombre nació libre, y por todas partes está encadenado.
—ROUSSEAU

4. El domingo de amor te hechiza;


mas mira cómo
llega el Miércoles de Ceniza;
memento, homo…
Por eso hacia el florido monte
las damas van,
y se explican Anacreonte
y Omar Kayam…
Y, no obstante, la vida es bella,
por poseer
la perla, la rosa, la estrella
y la mujer…
—RUBÉN DARÍO, Poema del Otoño

5. El espectáculo empezará a las 8:30 en punto.


6. En cada puerto una mujer espera,
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar…
—PABLO NERUDA, Farewell

7. El que ha fumado cigarrillo tras cigarrillo de marcas diferentes, y ha


comparado su frescura, su suavidad y su aroma, ya no quiere más que los
‘Céfiros’.
(Anuncio imaginario)
8. En el lenguaje humano, los distintos fonemas tienen distintos
significados. Estudiar esta coordinación de sonidos y significados es
estudiar el lenguaje. Gracias a esta coordinación, el hombre puede influir
en los demás con gran precisión. Cuando, por ejemplo, decimos a
alguien la dirección de una casa que no ha visto nunca, estamos haciendo
algo que el animal no puede hacer.
—LEONARD BLOOMFIELD, Language

9. Ha muchos años que busco el yermo,


ha muchos años que vivo triste,
ha muchos años que estoy enfermo,
¡y es por el libro que tú escribiste!
¡Oh, Kempis!, antes de leerte, amaba
la luz, las vegas, el mar océano;
mas tú dijiste que todo acaba,
¡que todo muere, que todo es vano!…
—AMADO NERVO, “A Kempis”

10. Hacemos tantas tonterías por los falsos mapas que llevamos en la
cabeza, que ya ni les damos importancia. Hay quienes tratan de
protegerse contra los accidentes, llevando una pata de conejo. Otros no
quieren dormir en el piso 13 de los hoteles.
—S. I. HAYAKAWA, Language in Thought and Action

III
Redacte el borrador de una campaña local para recaudar fondos con destino,
por ejemplo, a la Cruz Roja o a alguna otra organización benéfica, a base de
banquetes, comités designados especialmente para ese fin, etc. Procure tocar
fibras que alteren verdaderamente la conducta de la gente, persuadiéndola
para que contribuya a la causa. ¿Se puede exagerar un poco la cosa aun para
fines tan loables? Si es así, ¿cuáles son los límites de nuestro lenguaje
afectivo y directivo?

IV
En este capítulo hemos definido la propiedad como un conjunto de convenios
directivos, reconocidos por la sociedad, respecto al uso de ciertas cosas. Pero
la libertad de usarlas y de gozar de lo que es “mío” depende del tipo de
propiedad de que se trate; por ejemplo: sólo puedo conducir “mi” automóvil
si está legalmente matriculado y tengo mi licencia. ¿Qué diferencias tienen
los significados extensionales del adjetivo posesivo “mi” en las expresiones
siguientes?

mi plancha eléctrica mi casa


mi lote de terreno mi Rembrandt auténtico
mis acciones de la Financiera mi cuarto de hotel

V
En uno de los capítulos anteriores dijimos que el escritor o autor de un
diccionario es un historiador, no un legislador. Después de leer los siete
capítulos que van del libro, probablemente ponga usted en duda muchas
cosas, inclusive esta afirmación. Por ejemplo: ¿hasta qué punto es el
historiador un hombre que dirige además nuestro pensamiento y acción futura
con lo que relata? Porque puede no querer contarnos algunas cosas. Al
seleccionar las que nos refiere, les concede una importancia particular. ¿No
tendrá carácter directivo esta selección del material? Escriba quinientas
palabras sobre el teína “La Historia como valor directivo”.

VI
A continuación va una pequeña lista de libros sobre el tema tratado en este
capítulo. Redacte una crítica de uno o más de ellos, fijándose especialmente
en sus directrices explícitas e implícitas:
The Informed Heart (1960), de Bruno Bettelheim. Este eminente sicólogo
deduce las normas para sobrevivir de sus experiencias en Dachau y
Buchcnwald. Después de pasar revista a los métodos nazis empleados en
estos campos de concentración, explica las condiciones que hicieron posible
la vida y aplica las técnicas de resistencia a la existencia en nuestras
sociedades de masas.
Law and the Modern Mind (1930), de Jerome Frank. Estudio
interesantísimo de la semántica del derecho, realizado por un precursor de la
aplicación de las ideas sicológicas y sicoanalíticas al estudio de las reacciones
de abogados y jueces.
Survival Through Design (1954), de Richard Neutra, famoso arquitecto
que considera el diseño como factor coordinador de la arquitectura y como la
única defensa del hombre contra el ambiente hostil que le espera.
The Folklore of Capitalism (1938), de Thurman Arnold. Este ameno y
célebre libro, escrito por el fiscal general auxiliar, jefe de la División
Antimonopolística del Gobierno de Roosevelt, es un estudio clásico de cómo
ciertas directrices políticas y económicas muy arraigadas impiden a las
sociedades comprender y solucionar sus problemas.
La búsqueda contemporánea de soluciones prácticas al dilema de guerra o
rendición ha cristalizado en una porción de libros que presentan ideas
constructivas para una nueva política exterior y la interrupción de la carrera
de armamentos. Entre ellos están: The Peace Race (1962), de Seymour
Melman; In Place of Folly (1961), de Norman Cousins; May Man Prevail?
(1961), de Erich Fromm; The Limits of Defense (1962), de Arthur Waskow;
An Alternative to War or Surrender (1963), de Charles Osgood.
La propaganda es una de las directrices más poderosas; hay muchos libros
sobre el “control del pensamiento”. El de Leonard Doob, Public Opinión and
Propaganda (1949), es una exposición muy interesante de datos y hechos. Se
estudian aspectos sociales del problema de la propaganda en The Strategy of
Terror (1940), de Edmond Taylor; German Psychological Warfare (1942),
rec. por Ladislas Farago; y más recientemente, Truth Is Our Weapon, de
Edward Barrett (1953); Battle for the Mind, de William Sargeant (1957); The
Rape of the Mind, de Joost Meerloo (1956); Why Men Confess, de C. John
Rogge (1959); Thought Reform, de Robert J. Lifton (1961). Son excelentes
estudios de los métodos anunciadores como propaganda, The Hidden
Persuaders, de Vanee Packard (1957), y Madison Avenue, U. S. A., de Martin
Mayer (1958).
8. EL LENGUAJE DE LA COMUNICACIÓN
AFECTIVA
Lo que llamo “imaginación auditiva” es el sentimiento de la sílaba y del
ritmo, que penetra mucho más hondo que los niveles conscientes del
pensamiento y de la sensación, dando vigor a cada palabra; que se hunde en
lo más primitivo y olvidado, regresa al origen y devuelve algo, buscando el
principio y el fin. Obra a través de los significados sin duda alguna, o por lo
menos, no sin ellos en su acepción ordinaria, y funde lo viejo, lo esfumado y
trillado, con lo actual, lo nuevo y lo sorprendente, la mentalidad más arcaica
con la más civilizada.
—T. S. ELIOT

—¿Qué quiere decir todo ese lío de “un hombre, un voto”? —preguntó el
minero de Nottingham.
—Anda, éste; pos que a voto por barba —respondió Bill.
—Vaya, hombre; ¿por qué no lo dirán así de claro?
—HUCH R. WALPOLE

Hay que saber y reconocer no sólo el poder directo, sino el poder secreto
de la palabra.
—KNUT HAMSUN

El lenguaje de los informes sirve para realizar el trabajo necesario en la


vida, pero no nos dice cómo es la sensación de vivir. Podemos comunicar
datos científicos a los demás, sin preocuparnos por sus sentimientos; pero
para que se establezcan el amor, la amistad y la comunidad entre los hombres,
a fin de que deseemos cooperar y convertimos en sociedad, tiene que haber
entre ellos, como hemos visto, simpatía recíproca. Esta surge gracias a los
usos afectivos del lenguaje. En medio de todo, casi nunca nos gusta
guardarnos los sentimientos, sino que tenemos deseos de expresarlos
plenamente. Estudiemos, pues, otras formas afectivas del lenguaje.

El hipnotismo verbal
Ante todo, debemos indicar de nuevo que las frases sonoras, las palabras
largas y el aire de decir algo importante, en general, tienen virtualidad
afectiva independientemente de lo que se dice. Ocurre frecuentemente que al
oír o leer sermones elocuentes, discursos, alocuciones políticas, ensayos o
cualquiera buena obra literaria, suprimimos toda crítica y nos dejamos
arrastrar por los sentimientos melancólicos, alegres o iracundos que expresa el
autor. Como las serpientes bajo el hechizo de la flauta encantada, nos dejamos
mecer por las frases musicales del hipnotizador verbal. Si éste es hombre de
confianza, no hay motivo para no gozar estas delicias de cuando en cuando;
pero escuchar o leer habitualmente este tipo de literatura es un hábito que
debilita.
Sin embargo, hay un tipo de devoto que va a la iglesia a dejarse recrear
habitualmente por estas cadencias. Le gustan todos los sermones, traten de lo
que traten, estén bien o mal preparados, aun con desaliño retórico, siempre
que se pronuncien en tono impresionante y con ritmos musicales y físicos.
Pero estos oyentes no se encuentran sólo en las iglesias. El autor de estas
líneas se ha irritado muchas veces cuando, después de hablar en algún club
femenino sobre problemas que quería discutir a fondo, algunas oyentes le han
dicho: “Qué conferencia tan bonita, profesor. Tiene usted una voz tan
agradable…”
Es decir: hay quien nunca atiende a lo que se dice porque no le interesa lo
que podría llamarse el mensaje encerrado en el rumor de las palabras. De la
misma manera que les gusta a los gatos y a los perros que los acaricien, los
seres humanos gustan de ser acariciados verbalmente de cuando en cuando;
para ellos, es una forma de placer sensual rudimentario. Como estos oyentes
abundan, las fallas intelectuales pocas veces constituyen una barrera para
hacer carrera pública en la tribuna, en la escena, en los medios de difusión o
en el ministerio eclesiástico.
Elementos más afectivos
Ya hemos aludido al poder afectivo de la repetición de palabras análogas, en
forma de letanía o de títulos y lemas pegadizos. Pertenecen a una categoría
ligeramente superior las estructuras gramaticales, como:
Primero en la guerra,
primero en la paz,
primero en el corazón de sus connacionales…
El gobierno del pueblo,
por el pueblo,
para el pueblo…
Estas frases resultan extrañas desde el ángulo del informe científico; pero
sin su tono, la gente no las asimilaría. Lincoln pudo haberse limitado a decir
informativamente, “gobierno del, por y para el pueblo”, o más sencillamente,
“gobierno del pueblo o popular”. Pero no se proponía escribir una monografía
científica. Nos machaca tres veces la palabra “pueblo”, y con esa repetición,
al parecer innecesaria, añade más y más profundas connotaciones afectivas a
la palabra. No es este lugar a propósito para entrar en detalles sobre las
complejidades de las calidades afectivas que tiene de por sí el fonema, pero
debemos tener presente que el ritmo, la aliteración, la asonancia, la cadencia
interior y las sutilezas de la rima poseen excelencias literarias y oratorias,
únicamente por su valor fonético. Todos estos efectos de sonido contribuyen a
reforzar los otros valores afectivos.
El hablar directamente a un individuo o a un lector tiene también
virtualidad afectiva considerable. Por ejemplo: “¡Salga del césped! ¡A usted
se lo digo!” Otro ejemplo lamentable es la falsa intimidad con que el
anunciador de los comerciales por televisión habla “personalmente” a
millones de oyentes. Pero esta comunicación directa no es sola característica
del anunciador por televisión ni del pasquín pegado a la pared. Humaniza un
poco la impersonalidad de los discursos solemnes, por lo cual el orador o el
escritor apela frecuentemente a este estilo, lo mismo en la retórica más
preciosista que en la más sencilla. Placiendo uso de este lenguaje directo, que
muchas veces se convierte en apostrofe, el profesor dice, por ejemplo, en la
clase: “Ya recordarán ustedes lo que dice Kropotkin en su obra Ayuda mutua:
Factor de la evolución”, aunque sabe muy bien que el señor Pérez, aquel
alumno del fondo de la clase, arrellanado en su silla, no ha oído hablar jamás
de Kropotkin.
Tan común como el trato de “tú”, “vosotros” o “ustedes”, es el lenguaje en
primera persona de plural, “nosotros”. En este caso, el autor se identifica con
el lector o el oyente: “Pongamos, por ejemplo…” “Ahora vamos a
estudiar…” “Nuestra obligación es…” Así hablan casi siempre los
predicadores y maestros en sus pláticas exhortativas, y así lo hacemos en el
libro presente. También emplean este estilo las maestras de kindergarten y los
profesores de enseñanza elemental para clorar sus reprensiones: “Bueno,
Pepito, bueno; Paquito, no vamos a pelearnos ahora y a insultamos. ¿Verdad
que lo que tenemos que hacer es volver a ser amigos?” (Los niños suelen
creer que “cooperar” significa “obedecer”).
En el llamado “período retórico” se altera el hipérbaton por motivos
afectivos. En él se retrasa la terminación del pensamiento y del párrafo para
lograr el efecto dramático de tener en suspenso al lector o al oyente. Del
mismo tipo es la antítesis, en que se expresan ideas acusadamente contrarias
por medio de un paralelismo fonético que impresiona al lector con su
contraste: “Esclavo de nacimiento, murió siendo rey”. “Pobre, y orgulloso”.
“Inscripción sepulcral para cualquiera: ‘Fue lo que fue, sin ser lo que
debiera’”. (Campoamor, Humoradas).

Metáforas y comparaciones
Como hemos repetido, las palabras tienen connotaciones afectivas aparte de
su valor afirmativo, como se aprecia en frases como estas: “Llevo esperándote
desde hace un siglo: ¡vienes una hora más tarde!” “¡Está fardado de dinero!”.
“Estoy muerto de cansancio”; son expresiones que, aunque absurdas en su
sentido literal, tienen un sentido positivo. Lo imperfecto o inexacto de nuestro
lenguaje informativo muchas veces importa poco desde el punto de vista de la
comunicación afectiva. Así, podemos llamar a la Luna “rebanada de queso”,
“dama” o “hada”, “góndola de plata”, etc., para que estas palabras provoquen
los sentimientos que queremos en quien nos escucha o nos lee. Por eso, dicho
sea de paso, es tan difícil traducir literatura de un idioma a otro: la traducción
de las connotaciones informativas falsificará frecuentemente las afectivas, y
viceversa, de manera que los lectores que conozcan los dos idiomas quedarán
descontentos casi siempre, porque “se ha sacrificado el espíritu del original”,
o bien, porque la traducción está “llena de inexactitudes”.
Hay otro problema, además, en las traducciones: es que la metáfora
corriente en una cultura puede tener significado totalmente distinto en otra o
en otras. La ONU presentó en cierta ocasión una película corta, en que una
lechuza significaba la sabiduría. Esto produjo efectos totalmente contrarios en
algunos países asiáticos, y hubo que cambiar el texto. ¿Por qué? Porque,
según se averiguó, en esos países la lechuza era dechado de estupidez y objeto
de hilaridad.
Durante la larga época en que la metáfora y la comparación eran
consideradas como “ornamentos del lenguaje” —algo así como bordados o
galas que embellecen las telas sin aumentar en nada su utilidad— se desdeñó
la sicología de estos modos de comunicación. Tendemos a creer —como
explicaremos detenidamente en capítulos posteriores— que las cosas que nos
producen las mismas reacciones son idénticas. Si, por ejemplo, nos repugna la
forma de comer del vecino y sólo hemos experimentado esa sensación de asco
al ver atragantarse a los cerdos en su comedero, nuestra reacción inmediata e
involuntaria será: “Ese es un cerdo”. Identificamos cerdo y hombre.
Igualmente, la leda brisa primaveral nos produce grata sensación, lo mismo
que las manos suaves de una mujer bonita; por eso decimos: “La primavera
tiene manos suaves”. Este es el proceso básico por el cual llegamos a la
metáfora. Las metáforas no son “ornamentos del estilo”, sino expresiones
directas de valoraciones que surgen cuando tenemos sentimientos fuertes que
expresar. Por eso figuran con especial abundancia en la conversación
primitiva de la gente del pueblo, de los incultos, de los niños; y en el argot
profesional de la gente de teatro, de los bandidos y de quienes tienen
actividades peculiares y movidas.
Desde el punto de vista emotivo, no distinguimos entre objetos animados
e inanimados. Nuestro miedo es igual, ya lo provoque un ser animado o un ser
inanimado. Por eso decimos que el viento nos besa las mejillas, que las olas
rugen iracundas al estrellarse contra los acantilados, que las montañas se
miran en el mar, que las ametralladoras escupen proyectiles, que los volcanes
vomitan fuego y que la locomotora engulle toneladas de carbón. He aquí una
porción de metáforas personificadoras; o sea: que “tratan de animar las cosas
inanimadas”, como dicen los textos de retórica. Pero nosotros preferimos
describirlo como reacción que no distingue entre las cosas animadas y las
inanimadas.

La comparación
Sin embargo, aun en las etapas rudimentarias de la valoración, se ve
claramente que al llamar cerdo a un hombre no se toman en cuenta
debidamente las diferencias que hay entre uno y otro. Pensándolo mejor, lo
sustituiría uno por la frase: “es como un cerdo”. A esto se llama comparación,
o indicación de las semejanzas que vemos entre la persona y el cerdo. Por
tanto, es algo intermedio entre la expresión directa e irreflexiva y el informe,
aunque, naturalmente, más cerca de la primera que del segundo.
No se ha pensado suficientemente en que los que llamamos vulgarismos
se rigen por los mismos principios que la poesía. Así, empleamos
constantemente la metáfora y la comparación en nuestro lenguaje corriente;
por ejemplo: “aguzó el oído o estiró la oreja”, “es más largo que la
Cuaresma”, “no le llegaba la camisa al cuerpo”, “el hálito de la primavera”,
etc.
Ya en el último ejemplo puede verse cómo el proceso imaginativo es igual
en la poesía, donde se ven las cosas desde un ángulo científicamente
disparatado, pero emocionalmente expresivo:
Albor. El horizonte
entreabre sus pestañas
y empieza a ver.
—JORGE GUILLEN, “Los nombres”

Aún los valses del cielo no habían desposado al jazmín y la nieve, ni los
aires pensado en la posible música de tus cabellos, ni decretado el rey que la
violeta se enterrara en un libro.
—RAFAEL ALBERTI, “Tres recuerdos del cielo”

En las galeras del viento


remaban los galeotes.
Vibraba el cordaje trágico
en sinfonía discorde:
—¡Lobos de mar, ea, ea…,
contra las olas de bronce!
Y el mar se hacia ilusorio
entre luces y entre voces.
(El pinar brinda sus copas
—llenas de viento hasta el borde—
en fracasados cristales
verdes contra cielos ocres.
La llanura, torva, empuña
un banderín de horizontes.
—¿Quién triunfará? —un fugitivo
gritar de herido se oye,
mientras Pan arrastra a Otoño
por las veredas del bosque).
Chiscaba espuma el espacio
en cárdenos nubarrones:
—¡Lobos de mar…, ea…, ea…,
contra las olas de bronce!
Y el mar —llanura infinita—,
firme, seco, gris, inmóvil.
¿Quién despertó de los pinos
el verde soñar de monjes?
En las galeras del viento
remaban los galeotes.
—LOPE MATEO, “Romance del viento en el pinar”
Capullito, capullito,
ya te vas volviendo rosa,
ya te va llegando el tiempo
de decirte alguna cosa.
“Cantar popular”
Echen las mañanas,
Después del rocío,
En espadas verdes
Guarnición de lirios,
—LOPE DE VEGA, “Peribáñez”

Las que llamamos frases hechas o dichos vulgares pueden considerarse,


por tanto, como poesía popular, porque vienen a desempeñar la misma
función que la poesía: expresan vividamente el pensar y sentir del pueblo
sobre las cosas de la vida.

La metáfora muerta
La metáfora, la comparación y la personificación están entre nuestras figuras
comunicativas de dicción más útiles, porque tienen un poder afectivo que
hace innecesarias las palabras nuevas para expresar cosas o sentimientos
nuevos. Tan comúnmente las empleamos, que casi ni caemos en la cuenta. Por
ejemplo: hablamos de la “cabeza” de un alfiler, la “cola” de un piano, las
“entrañas” del volcán, “un brazo de mar”, las “manecillas” del reloj, la
“falda” de una montaña, etc. Todas ellas son metáforas. Se “agarra la ocasión
por los pelos”, se “retuerce” un argumento, se “desangra” al pueblo con los
impuestos. Hasta en el lenguaje prosaico de la banca y de las finanzas, hay
metáforas: se “liquidan” los depósitos, se “inundan” los mercados, se
“estrangula” la libre empresa, se “queman” los precios, se “paraliza” el
mercado, hay reacciones mercantiles “en cadena” y tiendas “en cadena”, etc.
Tan útiles son las metáforas que llegan a incorporarse al vocabulario. La
metáfora es quizá el medio más importante del desarrollo, cambio,
crecimiento y adaptación del lenguaje a nuestras constantes necesidades,
aunque a veces se pasan de rosca (¡otra metáfora!) y vienen a convertirse en
“leña seca” (como dicen los norteamericanos con otra metáfora), o clichés[1].
Es que cuando las metáforas hacen fortuna, “mueren”, o sea, dejan de serlo
para incorporarse al idioma.
Pocas veces tienen razón los que se oponen a los argumentos basados en
metáforas o en “pensar metafórico”. No importa que se empleen metáforas: lo
que importa es que representen semejanzas certeras.

La alusión
Otro medio afectivo de expresión es la alusión. Si, acodados en la borda de
nuestro trasatlántico en una noche de luna, recitamos:
La Luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul,
y ve el capitán pirata,
sentado alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa
y allá, a su frente, Estambul…
estamos evocando en la mente de quien conozca el poema de Espronceda,
los sentimientos que dejó expresados en su “Canción del pirata”, y
aplicándolos al momento presente. Por tanto, la alusión es un medio
extraordinariamente rápido de expresar y provocar en nuestros oyentes
determinados sentimientos. Con una alusión a la violenta metáfora de Jesús:
“¡Engendros de víboras!, ¿cómo podréis decir nada bueno si estáis
envenenados?”, podemos hacer estremecer o enmudecer a un auditorio; con
una alusión histórica como “Nueva York, la Babilonia moderna”, podemos
expresar emotivamente la suerte que merece una urbe corrupta por el pecado;
con una alusión literaria podemos evocar los sentimientos de un poema y
aplicarlos a un acontecimiento o situación análoga.
Pero las alusiones sólo son eficaces cuando el lector u oyente conoce el
caso histórico, la cita literaria, la gente aludida o los hechos a que se hace
referencia. Los chistes familiares, alusivos a hechos de la experiencia
hogareña, deben ser explicados a los profanos, lo mismo que las alusiones
clásicas a la gente que no conoce ese tipo de literatura. Pero cuando un pueblo
entero, o los miembros de toda una civilización, tienen memorias y
tradiciones comunes, es sumamente delicado y eficiente el empleo de la
alusión.
Por eso, una de las razones por las que la juventud de cualquier cultura
tiene que estudiar la literatura y la historia de su grupo nacional o lingüístico,
es la de capacitarse para entender las alusiones del grupo y poder comunicarse
con él. Los que no identifiquen las alusiones expresadas de paso a la historia
europea o norteamericana, a versos de Chaucer, Shakespeare, Milton,
Wordsworth, o a los personajes célebres de Dickens, Thackeray o Mark
Twain, pueden considerarse extraños a las tradiciones del pueblo o pueblos de
habla inglesa. Lo mismo ocurre con quienes no conozcan a los gigantes de la
historia, del arte, de la literatura y del folklore español. Por eso, con el estudio
de la historia, del arte y de la literatura, no sólo se adquiere una cultura social,
como suelen decir hombres que se tienen por prácticos, sino un medio
necesario para acrecentar la eficiencia de nuestro trato con los demás y
nuestro entendimiento de lo que ellos quieren comunicarnos.
Ironía, “pathos” y humor
Más complicado y difícil es el empleo de una metáfora, comparación o
alusión que no sólo no cuadran a la situación presente, sino que sugieren todo
lo contrario, con lo cual se acrecienta el valor humorístico, patético e irónico
de la frase. De ello resulta una sensación de conflicto entre nuestros
sentimientos sobre lo que estamos diciendo y los que provoca la expresión. Y
así, surge un tercer sentimiento nuevo. Volviendo a nuestro ejemplo anterior,
supongamos que nuestro trasatlántico surca un mar fangoso y hediondo, sin
luna ni brisa. Se producirá un conflicto mental entre las estrofas de
Espronceda y la situación presente que arrancará al oyente risas o lágrimas,
según el contexto. Hay muchos matices sentimentales que apenas pueden
provocarse de otra manera.
En el Capítulo 1 del Evangelio de San Juan, versículos 44 a 48, se lee:
Era Felipe de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro.
Halla Felipe a Natanael, y le dice:
—Aquel de quien escribió Moisés en la ley, y los profetas igualmente, le
hemos hallado: Jesús, hijo de José, el de Nazaret.
Y le dijo Natanael:
—¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Dicele Felipe:
—Ven y lo verás.
Vio Jesús a Natanael venir hacia sí y dice de él:
—Ahí tenéis verdaderamente un israelita, en quien no hay dolo.
Dícele Natanael:
—¿De dónde me conoces?
Respondió Jesús y le dijo:
—Antes de que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera, yo
te vi.
De aquí se deduce que el gentilicio “Nazareno” tenía entre el pueblo una
connotación derogatoria. Cuando sobre la cruz de Jesús se colocó la
inscripción INRI, siglas de la expresión en latín de “Jesús Nazareno Rey de
los Judíos”, se unieron, por tanto, dos que llamaremos “fuerzas” antagónicas
y, al parecer, paradójicas: un elogio glorioso y un título ignominioso, que
produjeron una tercera fuerza, de la manera que se expresa en el diagrama
siguiente:

Tan poderosa fue esa fuerza 3a, que ella produjo el CRISTIANISMO.

La afectividad de los hechos


Tomamos del Sun-Times, de Chicago, el siguiente reportazgo de un accidente
automovilístico:
Alex Kuzma, de 63 años, con domicilio en North Maplewood
Avenue, número 808, fue atropellado tan brutalmente por un
automóvil, que le arrancó el antebrazo derecho y se lo llevó… Hubo
testigos que vieron cómo disminuyó la marcha del vehículo, cómo se
apagaron sus faros y por fin se perdió a toda velocidad. Después de
buscar inútilmente el brazo del cadáver, la policía llegó a la conclusión
de que debió de quedar en alguna parte del automóvil.
Pocos lectores dejarán de reaccionar afectivamente a esta historia, aunque
sólo sea por una sensación de horror ante lo truculento del accidente, y con
indignación hacia el proceder del conductor, que no se detuvo después de
atropellar a un ser humano. Los hechos pueden ser afectivos de por si,
especialmente en niveles inferiores de abstracción, sin necesidad de trucos
literarios para soliviantar los sentimientos.
Pero hay una diferencia importante entre la afectividad de los hechos y la
de los demás elementos afectivos del lenguaje. En éstos, el escritor o el orador
expresa sus sentimientos personales; en los primeros, los suprime; es decir:
refiere los hechos de forma que puedan ser comprobados por los
observadores, sean cuales fueren sus sentimientos personales.
Muchas veces, como en el ejemplo presentado, el informe escueto de los
hechos concretos es más afectivo que los juicios explícitos. Descendiendo aún
más en el nivel de abstracción —describiendo, por ejemplo, la cara
ensangrentada y la ropa desgarrada de la víctima, los ligamentos destrozados
que colgaban del muñón sanguinolento, etc.— puede intensificarse el carácter
afectivo del informe. Ya no hará falta decir al lector: “¡ Fue un accidente
truculento o macabro!” Lograremos que él lo diga por su cuenta. Por decirlo
así, el lector participa en el acto comunicativo, al dejarle que deduzca sus
conclusiones. El escritor capaz de seleccionar los hechos que van a hacer
reaccionar a sus lectores como él quiere, es hombre de talento. Tendemos más
a dejarnos llevar por ese estilo descriptivo que por una serie de juicios
explícitos, porque el escritor no nos pide que le creamos que el accidente fue
brutal. Esa conclusión es un descubrimiento del lector.

Categorías de escritos
La afectividad de los hechos —es decir, la de su presentación por el escritor
para arrancar un juicio al lector— varía considerablemente según quien sea
éste y según el tema.
Es interesante, en este sentido, establecer una comparación entre el
contenido de las revistas folletinescas, destinadas al populacho, y el de las
revistas de altura. De las primeras, los autores o escritores rara vez se fían de
la capacidad del lector para llegar a sus conclusiones personales, y formulan
los juicios por él. Cuanto mayor sea la categoría de la revista, más margen se
dejará al lector para que formule sus propios juicios, o para que difiera de los
que se le presentan, proporcionándole para ello datos suficientes.
Los siguientes pasajes de True Confessions constituyen ejemplo de juicios
formulados para el lector:
Ya de por sí era una pesadilla decírselo a la Sra. Jenks y a la Sra. Peters,
viendo la consternación que las abatía, pero lo peor era contárselo a Edie.
Estaba cerrada en un silencio helado, con los ojos dilatados de horror y duda,
y con la cara empalideciéndosele más y más.
—¡Hice lo posible por salvarlos! —exclamé—. Fue un accidente, un
accidente inevitable.
Pero en los ojos de Edie había una llama acusadora cuando prorrumpió,
ahogándose:
—¡Accidente!… ¡Si no se hubiese usted empeñado en llevárselos, ¡No
habría habido accidente! —Las lágrimas rodaban por su rostro arrugado,
mientras gritaba histéricamente—: ¡No quiero volver a verlo en mi vida! ¡
Asesino!
Me quedé mirándola unos momentos de horror, que me parecieron tan
largos como una vida entera, y, dando la vuelta, me retiré, mientras un millón
de demonios vociferaban desgarradamente en mi oído: “¡Tiene razón!”
¡Eres un asesino! ¡ Asesino!”
El veredicto forense calificó de “trágico error de juicio” haber cargado
excesivamente la barca… Pero nada era capaz de quitarme aquel peso de
remordimiento del corazón ni de acallar el eco de la voz acusadora de Edie:
“¡Asesino!” Repercutía en mis oídos día y noche, impidiéndome trabajar, y
más todavía, dormir. Hasta que busqué refugio en el olvido de la única
manera posible: emborrachándome…
* * *
Jim era fuerte y corpulento, de anchos hombros y con un gran penacho de
pelo rubio. Con sólo mirarlo se me excitaban los nervios y me quedaba sin
aliento. Su carcajada me hacía también reír a mí. El toque de su mano me
llenaba de un dulce deleite estremecido. El día que me invitó a la fiesta
estudiantil creí morir de felicidad.
Se lo dije a mi madre. Todavía me parece ver su fino rostro de bellos
rasgos contraerse como si hubiera recibido una ráfaga de nieve. A sus ojos
asomó una fría desconfianza, y la torcida sonrisa de sus labios me hizo dar un
vuelco al corazón…
El estilo de Ernest Hemingway es quizá el ejemplo clásico de la técnica
contraria —muy elaborada, digamos de paso—, consistente en relatar los
hechos escuetamente en forma de noticia, para que, sin más comentario,
lleguen al corazón del lector. He aquí el fin célebre de Adiós a las armas:
Entré en la habitación y me quedé con Catherine hasta que murió. Estuvo
inconsciente todo el tiempo y no tardó mucho en morir.
En el pasillo, hablé con el médico:
—¿Hay algo que pueda hacer yo esta noche?
—No. No hay nada que hacer. ¿Lo llevo a su hotel?
—No, gracias. Voy a quedarme aquí un rato.
—Sé que no hay nada que decir. No puedo expresarle…
—No —asentí—. No hay nada que decir.
—Buenas noches —dijo—. ¿No quiere que lo lleve al hotel?
—No, gracias.
—Era lo único que se podía hacer —dijo—. La operación resultó…
—No quiero hablar de ello.
—Quisiera llevarlo al hotel.
—No, gracias.
Se fue pasillo adelante. Yo me acerqué a la puerta de la habitación.
—No puede entrar ahora —me indicó una de las enfermeras.
—Ya lo creo que puedo.
—No puede entrar todavía.
—Salga usted —le dije—. Y la otra también.
Pero, después de hacerlas salir y cerrar la puerta, apagando la luz, no me
sentí nada mejor. Fue como decir adiós a una estatua. Al cabo de un rato, salí
del hospital y me volví al hotel bajo la lluvia.
Para qué es la literatura
La conclusión lógica y natural que deducimos de lo que llevamos dicho, es
que, como la expresión de los sentimientos personales es fundamental en la
literatura, también lo son sus elementos afectivos. Para valorar el mérito de
una novela, de un poema, de una comedia o de un cuento, lo mismo que de
los sermones, exhortaciones morales, alocuciones políticas y de cualquier
expresión directiva, muchas veces tiene importancia secundaria el “mapa”
que pueda describir de “territorios reales”. Si no fuese así, no tendrían razón
de ser las grandes novelas fantásticas de la literatura universal.
En segundo lugar, cuando decimos que un escrito afectivo es verdadero,
no queremos decir que lo sea “científicamente”, sino que estamos de acuerdo
con su sentimiento; acaso también queramos indicar que se ha expresado
perfectamente una actitud, o que las actitudes evocadas pueden inculcarnos
una conducta social o personal mejor.
El adjetivo “verdadero” tiene muchos significados. Quienes creen que hay
necesariamente conflicto entre la ciencia y la literatura o la ciencia y la
religión, suelen pensar a rajatabla, como si las cosas sólo fuesen blancas o
negras, verdaderas o falsas, buenas o malas. Para ellos, que la ciencia sea
verdadera indica que la literatura o la religión son algo absurdo; si la literatura
o la religión son verdaderas, la ciencia no es más que una ignorancia con
pretensiones. Lo que debemos entender por afirmaciones “científicamente
verdaderas”, es que son útiles y comprobables, que valen a efectos de una
actividad organizada en cooperación. Cuando oímos decir que los dramas de
Shakespeare o los poemas de Lope de Vega o de Dante son “eternamente
verdaderos”, es que provocan en nosotros actitudes hacia nuestros semejantes,
una comprensión de nosotros mismos o la conciencia del deber moral, que
valen para la humanidad en cualesquiera circunstancias.
En tercer lugar, examinemos un defecto importante del lenguaje
informativo y científico. Pedro Pérez, que quiere a María, no es Gonzalo
González, que quiere a Juanita; y éste no es Enrique Sánchez, que quiere a
Ana, ni Roberto García, enamorado de Isabel Martínez. Cada una de estas
situaciones es única, no hay dos amores exactamente iguales; ni siquiera el
amor de una pareja es el mismo hoy que mañana. La ciencia, que siempre
busca leyes de aplicación universal y la mayor generalidad posible, extraería
de estas situaciones sólo lo que tiene en común. Pero el que ama sólo es
consciente de lo único de sus sentimientos; cada uno cree, como todos
sabemos, que es el primero en el mundo en querer así. La literatura crea el
sentimiento de lo que se experimenta viviendo.
¿Cómo se logra el sentido de la diferencia? Aquí es donde el lenguaje
desempeña su parte más importante. Las diferencias infinitas de nuestros
sentimientos en relación con todas las experiencias por que pasamos, son
demasiado delicadas para narrarlas: hay que expresarlas, y así lo hacemos con
los diversos tonos de voz, con los ritmos, connotaciones, datos afectivos,
metáforas, alusiones y cuantos medios afectivos del lenguaje podemos
utilizar.
Con frecuencia, los sentimientos que hay que expresar son tan sutiles o
complejos, que no basta con unas cuantas líneas de prosa o con unos versos.
A veces, los autores tienen que escribir libros enteros, llenos de escenas,
situaciones y aventuras, que arrastran las simpatías del lector aquí y allá,
provocando en ellos sentimientos belicosos, tiernos, trágicos, hilarantes,
supersticiosos, de codicia, de sensualidad, de piedad. Sólo de estas maneras
puede el autor muchas veces producir en sus lectores los sentimientos que
quiere. A esto se deben quizá las novelas, poemas, dramas, cuentos, alegorías
o anécdotas: a arrancar comentarios como “La vida es trágica” o “Susana es
hermosa”, no diciéndonoslo, sino haciéndonos pasar por una serie de
experiencias que nos inspiren los mismos sentimientos hacia la vida y hacia
Susana que alienta el autor. La literatura es la expresión más exacta de los
sentimientos, y la ciencia el reportazgo o información más exacta. La poesía
que condensa todos los recursos afectivos del lenguaje en tipos de infinita
delicadeza rítmica, puede decirse que es el lenguaje de expresión de mayor
eficacia.

La experiencia simbólica
Por tanto, puede decirse con toda verdad que los que han leído buena
literatura han vivido más que quienes no saben o no quieren leer. Leyendo los
Viajes de Gulliver, se asquea uno con Jonathan Swift del proceder de los
humanos; leyendo Huckleberry Finn se siente uno navegando a la deriva, río
Misisipí abajo, en una balsa; la inmortal novela de Cervantes nos hace sentir
la gallardía de los ideales quijotescos y el prosaísmo sensato de Sancho;
Byron nos transporta en alas de su rebeldía neurótica contra una sociedad
decadente… Este es el efecto principal de la comunicación afectiva: sentimos
al unísono con los demás respecto a la vida, aunque vivan a miles de
kilómetros y de años. No es cierto que sólo se viva una vida; sabiendo leer,
vivimos cuantas existencias queramos.
El lector pudiera objetar a eso de “vivir” otras existencias distintas de la
propia. Hasta cierto punto, tiene razón, porque la palabra “vida” significa dos
cosas distintas al referirse a los libros y a la existencia personal. Pero se vive a
más de un nivel: moramos en el mundo extensional y en el de las palabras (y
otros símbolos). “Vivir las vidas de otros en los libros” es una experiencia
simbólica, a veces llamada “vicaria”.
Nuestro deleite mayor al entregarnos a una obra literaria o dramática —
novela, comedia o película— es observar que los protagonistas nos
simbolizan en cierta manera. Jessie Jenkins suspira de contento en la película
al ver cómo un hombre apuesto besa a Elizabeth Taylor, porque ella misma se
considera besada… y simbólicamente lo es. Porque se identifica con la
estrella y su papel en el filme. Cuando los espectadores ven a Kirk Douglas
luchando a brazo partido con un canalla, aprietan los puños como si también
ellos estuviesen tomando parte en la contienda… y lo están, simbólicamente.
Al identificarnos con los personajes de su obra, el dramaturgo o el novelista
nos hace pasar por series organizadas de experiencia simbólica.
Son grandes las diferencias que hay entre experiencias reales y
simbólicas, porque no salimos ni con un rasguño cuando contemplamos una
batalla en el cine, ni nos alimenta la cena suculenta de los personajes.
Además, las experiencias reales nos ocurren de manera desorganizada: las
comidas, las discusiones con la casera, la visita al ortopédico para que nos
remedie los arcos caídos, interrumpen el maravilloso curso del romance. En
cambio, el novelista sólo selecciona los hechos interesantes para su relato y
los organiza a su gusto. Esta doble actividad es, por tanto, la que constituye el
arte novelístico: seleccionar y organizar las situaciones. La elaboración del
plan, el desarrollo de los personajes, la estructura de la narración, el clímax, el
desenlace y todos los demás elementos técnicos de una obra literaria forman
parte de las experiencias simbólicas, para que ejerzan en el lector el efecto
deseado.
Todo el sabor literario y dramático de los cuentos de hadas infantiles, de
las películas y de la “gran literatura”, depende indudablemente más o menos
de la identificación imaginativa del lector con los personajes y las situaciones,
y de su proyección en ellas[2]. De la madurez de la obra y de la preparación
del lector depende esta identificación. Si un lector maduro no logra
identificarse con el héroe de una novela de vaqueros, es porque la sencillez
del personaje no le sirve de símbolo, ni los villanos simbolizan tampoco a sus
enemigos, o los hechos no tienen que ver con sus problemas.
Con todo, el mismo carácter elemental de los personajes y la
inverosimilitud de las aventuras de las películas del Oeste contribuyen a su
popularidad. Vivimos en una civilización compleja, en que la inmensa
mayoría llevamos una existencia pacífica y sin ímpetu. Cuando nos vemos en
problemas —porque declinan nuestras ventas y ganancias o peligran nuestros
empleos o no llegan las mercancías a tiempo o se quejan los clientes—
echamos la culpa a muchas cosas: a los productores, intermediarios,
sindicatos o al mercado de valores, o bien a lo elevado de los impuestos y las
rentas, a los ferrocarriles, al Gobierno o a los inevitables problemas de la
comunicación en sociedades tan vastas y complejas. Generalmente, No es
sólo un pillo ni un grupo de ellos, ni sólo un organismo, el que se convierte en
blanco potencial de nuestra ira cuando las cosas van mal. Por eso, el mundo
de las películas del Oeste, con sus hombres buenos (de sombrero blanco) y los
villanos (de sombrero negro) nos sirve de escape, porque, en medio de
paisajes que refrescan el espíritu, todo termina felizmente, derrotando los
buenos a los malos en una heroica refriega a tiro limpio. (Las películas en que
los “buenos” llevan sombrero negro son para los “adultos”). Decimos que la
gente no está madura, entre otros motivos, porque es incapaz de soportar la
tragedia, el dolor o lo desagradable del tipo que sea. Estas personas no
soportan por lo general un “final desventurado”, ni aun en una serie de
experiencias simbólicas. De aquí el deseo tan común de que terminen bien las
obras populares de la literatura, aunque traten de asuntos desventurados. Hay
que asegurar constantemente a la gente no madura que todo va a salir
perfectamente.
En cambio, los lectores que van madurando con la edad ensanchan
constantemente el margen de profundidad y delicadeza de sus experiencias
simbólicas. Bajo la guía de escritores hábiles, que han observado a fondo el
mundo y saben organizar sus observaciones, el lector maduro es capaz de
experimentar simbólicamente el asesinato, el crimen, la exaltación religiosa,
la bancarrota, la pérdida de los amigos, el descubrimiento de minas de oro o
de nuevos principios filosóficos, o bien la desolación de una invasión de
langosta. Cada nueva experiencia simbólica enriquece su comprensión de la
gente y de los hechos.
Al progresar en nuestras lecturas se ensancha nuestra conciencia.
Paulatinamente van haciéndose más plenos y exactos los territorios reales de
los seres humanos y su conducta, que describen los mapas de nuestras ideas,
en condiciones y sazones sumamente heterogéneas. También aumenta nuestra
simpatía hacia los seres humanos, al ampliarse nuestra visión y comprensión.
El novelista, el poeta y el dramaturgo nos presentan lo mismo a los faraones
de Egipto que al sacerdote tibetano cubierto por su máscara ceremonial, o al
desterrado político y al “rebelde sin causa”, en descripciones vividas e
íntimas, que nos permiten observar cómo vivieron, qué fue lo que les
preocupó y qué sentimientos alentaban por dentro. Al examinar así las vidas
de los demás, situadas en el tiempo y el lugar que se quiera, descubrimos con
asombro que todos ellos son seres humanos. Y este descubrimiento es la base
de todas las relaciones humanas civilizadas. Si seguimos sin civilizarnos —lo
mismo en la comunidad que en las relaciones industriales, nacionales o
internacionales— es principalmente porque no hemos llegado a hacer ese
descubrimiento. La literatura es uno de los medios más valiosos para lograrlo.

La ciencia y la literatura
Gracias a la comunicación científica, con sus sistemas internacionales de
pesas y medidas, con su nomenclatura universal y sus símbolos matemáticos,
podemos intercambiar nuestra información, hacer un depósito común de
observaciones y dominar nuestro medio colectivamente. Gracias a la
comunicación afectiva —la conversación y el gesto cuando podemos vernos,
y la literatura o las demás artes cuando no podemos— llegamos a
comprendernos, dejamos de mirarnos con sospechas estúpidas y poco a poco
vamos realizando la comunidad entre nosotros y los demás. En una palabra: la
ciencia nos capacita para cooperar y las artes acrecientan nuestra simpatía
para querer cooperar.
APLICACIONES

I
Para hacer la crítica literaria de lo que dice un autor y de lo que intenta decir,
hace falta conocer los principios expuestos en este capitulo. Su aplicación
sólo es posible en una lectura abundante y cuidadosa, y previo el desarrollo
del gusto por medio de la conciencia de lo que pasa en cada pieza literaria que
se lee, folletón de revista, cuento, novela o drama.
Es un buen ejercicio, aun para el lector experimentado, estudiar pasajes
breves de prosa y de verso —sobre todo los que uno conoce bien desde hace
tiempo— e investigar cuidadosamente: a) lo que el autor trata de decir; b) los
elementos afectivos que lo ayudan a ello; c) los que oscurecen su exposición,
si los hay; d) si el autor logra llevar sus ideas y sentimientos a la mente del
lector y en qué grado, y e) lo adecuado de sus metáforas para el tema que
trata. He aquí unos cuantos pasajes que pudieran servir para este tipo de
análisis:

1. En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no


ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero,
adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca
que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados,
lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
consumían las tres partes de su hacienda… Tenía en su casa una ama que
pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un
mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la
podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era
de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y
amigo de la caza.
—CERVANTES, Don Quijote de la Mancha
2. Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado;
El amor y la pena
despiertan en mi pecho una ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
la lengua dice al fin con voz doliente:
Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, oscura?
—FRAY LUIS DE LEÓN, “Noche serena”

3. Nunca como ahora las telas transparentes han invadido el campo de


la moda; vienen de chiffon, muselina, organzas y telas extraordinarias de
nuevas mezclas sintéticas con hilos de oro y plata, tan resistentes que
parece que por arte de magia sostienen el peso de los suntuosos bordados
que adornan los trajes para las grandes ocasiones.
Los dibujos son también inusitados. Igual vemos enormes gotas de
tamaño de un plato sopero sobre un fondo de color que destaque, como
listas, flores de todos tamaños o dibujos abstractos que fascinan.
Las listas de todos anchos y con una variedad de colores increíble se
trabajan por lo general horizontalmente; en muchos trajes, el dibujo se
hace especialmente para el corte del traje y de un gran círculo van
saliendo las ráfagas o círculos que aumentan hasta llegar a dar al corte
del traje precisamente el efecto que la fantasía del diseñador ha pensado.
—Excélsior, de México, Crónica de modas

4. Quizá haya un motivo, sólo uno, por el cual resulta beneficioso el


empleo de la fuerza por el Gobierno: disminuir el volumen total de
violencia que hay en el mundo. Es evidente, por ejemplo, que la
prohibición legal del asesinato disminuye el volumen total de violencia
que hay en el mundo. Y nadie será capaz de sostener que los padres
deben tener libertad ilimitada para maltratar a sus hijos. Mientras haya
hombres que desean ejercer violencia sobre los demás, no puede existir
libertad completa, porque o hay que frenar el deseo de ejercer violencia,
o debe abandonarse a las víctimas a su triste suerte. Por este motivo,
aunque los individuos y las sociedades gocen de la máxima libertad en
cuanto a sus asuntos personales, no deben tener libertad completa en su
trato con los demás. Dar libertad al fuerte para que oprima al débil no es
la forma de lograr la mayor cantidad posible de libertad en el mundo.
Esta es Ja base de la sublevación socialista contra el tipo de libertad que
defendían los economistas del “laissez-faire”.
—BERTRAND RUSSELL, Political Ideals

5. A aquellas antiguas espadas,


a aquellos ilustres aceros,
que encarnan las glorias pasadas…
Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas
y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,
al que ama la insignia del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las nieves y vientos del gélido invierno,
la noche, la escarcha
y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan la
marcha
triunfal…
—RUBÉN DARÍO, “Marcha triunfal”

6. Nadie puede entender el conservatismo si supone que “conservador”


es el hombre que se pone de parte de las riquezas, del poder y del lujo.
Porque conservador es más bien el realista, el que se pone de parte de
cuanto es real, permanente, básico, fundamental; el que se pone de parte
de las estrellas y de los mares; de los espesos bosques que han adquirido
fuerza y experiencia a lo largo de los siglos; de la tabla de multiplicar,
que ni John Dewey es capaz de cambiar; del espectro inexorable del
color y de las imprescindibles octavas de la escala musical, que fueron
antes de comenzar el tiempo lo que serán exactamente después de que el
tiempo termine; del Taj Mahal y del Partenón y de la catedral de
Chartres; de Esquilo y Dante y Bach y Rembrandt; del espíritu elemental
humano, en su abatimiento y en su gloria.
El conservador es un hombre que recela de la fluctuación del tiempo,
porque tiene su confianza puesta en la Eternidad que invade el tiempo
para hacerlo vivir. Y la muerte del mundo —en la primera Navidad y hoy
— está en la temporalidad vacilante que rehuye la Eternidad, única vida
del tiempo.
—E. MERRILL ROOT, “Flicker of Time”

7. El mar sus millares de olas


mece, divino.
Oyendo a los mares amantes,
mezo a mi niño.
El viento errabundo en la noche
mece los trigos.
Oyendo a los vientos amantes,
mezo a mi niño.
Dios Padre sus miles de mundos
mece sin ruido.
Sintiendo Su mano en la sombra,
mezo a mi niño.
—GABRIELA MISTRAL, “Meciendo”

8. Tenemos que aprender a despertarnos y a mantenernos despiertos, no


por medios mecánicos, sino por una infinita espera de la aurora, que no
se aparte de nosotros en nuestro sueño más profundo. No conozco nada
más alentador que la indiscutible capacidad del hombre para elevar su
vida por medio de una actividad consciente. Algo es ya poder pintar un
cuadro o esculpir una estatua y hacer objetos bellos, pero es mucho más
glorioso esculpir y pintar la atmósfera y el miedo misino a través del cual
miramos, lo cual podemos hacer moralmente. Influir en la cualidad del
día, he aquí la más sublime de las artes.
—HENRY DAVID THOREAU, Walden

II
El comienzo de una novela, poema, ensayo o libro tiene particular
importancia para dejar asentado el punto de vista del autor y conquistarse la
atención y el interés del lector, indicando su contenido y espíritu. ¿Qué puede
deducirse de comienzos como éstos, respecto al objeto del autor?

1. Desocupado lector, sin juramento me podrás creer que quisiera que


este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más
gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo
contravenir a la orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su
semejante. Y asi, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio
mío si no la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de
pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como
quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su
asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar
apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el
murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, son grande parte para
que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al
mundo que le colmen de maravilla y de contento.
—CERVANTES, Prólogo de Don Quijote de la Mancha

2. En tu alcoba techada de ensueños; haz derroche


de flores y de luces de espíritu; mi alma
calzada de silencio y vestida de calma,
irá a ti por la senda más negra de esta noche.
Apaga las bujías para ver cosas bellas:
cierra todas las puertas para entrar la ilusión;
arranca del Misterio un manojo de estrellas
y enflora como un vaso triunfal tu corazón.
—DELMIRA AGUSTINI, “La cita”

3. Ya soy un hombre entrado en años. La índole de mis actividades


durante los últimos treinta años me ha puesto en frecuente contacto con
una clase de hombres a quienes pudiera llamarse interesantes y un tanto
singulares, de los cuales, que yo sepa, todavía no se ha escrito nada: me
refiero a los pendolistas de bufete, escribientes o copistas. He conocido a
muchos de ellos, en mi vida privada y profesional; si quieren, podría
relatar historias diversas que quizá harían sonreír a los hombres de
buenos sentimientos y llorar a las almas más tiernas. Pero haré a un lado
las biografías de todos los escribientes y me contentaré con unos pasajes
de la vida de Bartleby, el más raro de los escribientes que jamás se haya
visto u oído.
—HERMAN MELVILLE, “Bartleby, el escribiente”.

4. El viejo y altivo castellano, arrodillado devotamente a las plantas del


santo ermitaño, narraba con sincera y profunda emoción todo el trágico y
llameante desastre de su vida, de aquella larga y tempestuosa existencia
consagrada por completo a los más crueles y satánicos cultos del vicio y
del crimen.
Sus manos feroces y acerbas de zarpa se cruzaban, ahora, sobre el
pecho en un ademán suplicante de fervorosa imploración o se tendían
desesperadas al cielo, trémulas y angustiosas en el supremo naufragio de
sus últimas esperanzas.
—FRANCISCO VILLAESPESA, El caballero del milagro

5. ¿Quieres averiguar, lector paciente,


si tiene la niñez principios fijos?
Ven a escuchar el diálogo siguiente
que aquí sostienen con calor mis hijos.
Concha tiene seis años; Margarita
los cinco va a cumplir; Juan, tres apenas;
pero ninguno de ellos necesita
fuego en el pensamiento ni en las venas.
—JUAN DE DIOS PEZA, “Reyerta infantil”.

6. Yo voy soñando caminos


de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
—La tarde cayendo está—.
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.
—ANTONIO MACHADO, “Yo voy soñando caminos…”
7. Sutpen se quedó de pie junto a la yacija de paja en que estaban
tendidos la madre y el bebé. Por entre las alabeadas tablas de la pared,
caía el tempranero sol matutino en largas pinceladas, listando sus piernas
abiertas y la fusta de cabalgar que llevaba en la mano, y cruzando la
silueta inmóvil de la madre, que lo miraba con sus quietos, inescrutables
y tristes ojos. A su costado yacía envuelto el hijo en un retazo de tela
deshilachada, pero limpia. Tras ellos, una vieja negra estaba sentada en
cuclillas junto a la tosca chimenea donde se consumía una exigua fogata.
—Bueno, Milly —dijo Sutpen—. Lástima que no sea una yegua.
Entonces podría darte un pesebre decente en el establo.
—WILLIAM FAULKNER, Wash

8. ¿A qué departamento pertenece la sicología? Propongo la palabra


curación. Pero ¿qué clase de curación? Yo no quiero ser curado de mi
hábito de elegir los colores naranja y negro, ni de fumar, ni de que me
guste una botella de cerveza. Ningún maestro tiene derecho a curar a un
niño de hacer ruido con un tambor. La única cura que debería practicarse
es la de la infelicidad.
Es niño difícil el que es infeliz. Está en guerra consigo mismo y, en
consecuencia, con el mundo.
Algo parecido ocurre con el adulto difícil. No ha habido hombre feliz
que haya alborotado en una reunión, o predicado la guerra, o linchado a
un negro. No ha habido mujer feliz que haya regañado con su marido o
con sus hijos. Ni hombre feliz que haya cometido un asesinato o un robo.
Ni patrono feliz que haya amedrentado a sus obreros.
Todos los crímenes, odios y guerras pueden reducirse a la infelicidad.
En este libro me propongo demostrar cómo se produce la infelicidad,
cómo arruina las vidas humanas y cómo puede educarse a los niños para
que no se produzca gran parte de esta infelicidad.
Más aún; este libro es la historia de un lugar —Summerhill— en que
se cura la infelicidad infantil y, lo que es más importante todavía, donde
se cría a los niños en la felicidad.
—A. S. NEIL Summerhill: A Radical Approach to Child Rearing
III
De dos maneras puede identificarse el lector con los personajes de una novela.
Primero, puede ver en el protagonista una representación más o menos
realista de sí mismo. (Por ejemplo: si advierte en el personaje incomprendido
por sus padres, sus experiencias personales, debido a lo dramático de la
narración). Segundo, al identificarse con el protagonista puede ver realizados
sus deseos (por ejemplo: si el lector es pobre, poco agraciado y nada preferido
por las muchachas, puede identificarse con el personaje novelesco rico,
apuesto y rifado por las mujeres bonitas). No es fácil marcar la división entre
estos dos tipos de identificación, pero el primero (que podríamos llamar
“identificación por el reconocimiento de sí mismo”) se basa esencialmente en
la semejanza de sus experiencias con las del personaje novelesco, y el
segundo (“identificación por realización de los propios deseos”) en la
diferencia entre la vida anodina del lector y la interesante del personaje.
Muchas novelas, quizá la mayor parte, tratan de lograr esta identificación por
los dos medios.
Estúdiese a fondo una novela de amor o una aventura masculina en una
película del Oeste, analizando la caracterización y la trama para ver cómo
producen en el lector estos dos tipos de identificación. No comience el
análisis de una obra por méritos literarios o de calidad, porque estos
mecanismos se advierten más clara y sencillamente en una novela destinada al
público sencillo.

IV
Este ejercicio supone que el lector no es aficionado a la literatura folletinesca
y va a realizarlo desde fuera, sin que sienta la novela emotivamente. Luego
procederá a analizar otra obra —cuento, novela o comedia— que le interese e
intrigue de verdad. Deberá hacerse preguntas como ésta: “¿Qué fue lo que
reaccionó en mí a los elementos de la obra, y cuáles son éstos? ¿Qué significa
mi entusiasmo por lo que hace a sus méritos y respecto a mi persona?
¿Seguirá gustándome y emocionándome dentro de diez años?”

V
Hay una colección de artículos recopilados por Bernard Rosenberg y David
Manning White, bajo el título de Mass Culture (1957), que constituye un
tesoro de estudios de la realización de los deseos en la cultura popular, terreno
excelente, y el mejor, para estudiar este fenómeno. Vemos a nuestros tipos
nacionales en películas, libros cómicos, historietas gráficas, operetas y
canciones populares y anuncios. Tómese cualquier sección de este libro,
léanse sus cuatro o cinco artículos y redáctese una crítica de 500 palabras,
más o menos, a base de comentarios personales. Parecida es la obra,
Hollywood, the Dream Factory, de Hortense Powdermaker. Puede consultare
también, Movies: A Psychological Study de Martha Wolfenstein y Nathan
Leites (1950).

VI
Léase detenidamente la siguiente selección. Luego lea todos los textos de
literatura de ficción que se contengan en una revista de amplia circulación,
para mujeres o para lectores heterogéneos. Luego redacte un ensayo sobre
todo ello, de conformidad con las directrices trazadas por Marya Mannes;
debe tener unas 700 palabras:
Hablaba yo con una escritora de ficción que acababa de vender un cuento
a una publicación canadiense, después de que el semanario norteamericano
que solía comprarle sus originales lo rechazó de mala gana.
—Era un cuento feliz —me decía—, pero en él se mencionaba la muerte,
y los directores pretextaron que tenían por norma no hablar de la muerte en
forma alguna a sus lectores…
Con eso, nos pusimos a charlar, como era natural, de los tabúes, o sea, de
la “censura larvada” que ambas estábamos de acuerdo en que existía en
proporciones fantásticas en los medios de difusión del país. Le hablé del
cuento que casi vendí a una revista femenina. Los directores lo encomiaron
mucho, pero querían que hiciese unos cuantos cambios. El hombre del cuento
tenía treinta y cinco años y la mujer a quien quería, veintinueve. ¿Por qué no
cambiaba sus edades, poniendo treinta para él y veinticuatro para ella, porque
a los lectores no les interesaba el amor después de los treinta?
En segundo lugar, mi héroe era un refugiado checo, profesor de ciencias
en una universidad del Oeste Medio, pero los editores querían que fuese un
norteamericano del Oeste Medio; por ejemplo: un médico; preferían que el
interés romántico no se centrase en un extranjero…
Había otros tabúes más explicables. No podía admitirse la desigualdad de
edades entre una pareja enamorada. Para casar a un hombre de cuarenta con
una muchacha de veinticinco, tenía que haber motivos muy poderosos. Pero,
eso sí, nunca jamás podría escribirse acerca de una mujer de cuarenta años
que tuviese una relación feliz con un hombre de treinta y cinco…
Otro escritor, hombre, nos advirtió que sólo presentando a una muchacha
en la forma corriente y aceptable, podía ser atractiva en una revista de amplia
circulación. Podría describírsela de nariz corta, no larga; nada de dientes
irregulares; ni podía ser metidita en carnes, por deliciosa que fuese en otros
aspectos. No podría objetarse a ciertas artificialidades resultantes del
maquillaje, ni, por otra parte, alabar a una muchacha que prescindiese de los
recursos cosméticos…
Al intercambiar nuestras experiencias ficcionales, coincidimos en que
jamás se podía hablar mal de un médico o de un banquero, aunque podía
presentarse con caracteres antipáticos a un científico, a un escritor o a un
músico. La mujer de carrera no podía ser feliz y tendría que terminar por
sacrificarla en aras de una seguridad precaria. Una madre no podía estar
contenta con sus hijos ausentes. Ningún personaje de ninguna novela podía
discutir ideas abstractas o asuntos importantes corrientes, a excepción de
inundaciones o huracanes…
—MARYA MANNES, “The Case of the Orange Orange”, en Reporter
9. ARTE Y TENSIÓN
Pero lo que yo sostengo es que si intentamos descubrir lo que el poema
significa para el poeta, acaso nos enteraremos de una porción de
generalizaciones sobre lo que los poemas representan para todo el mundo.
—KENNETH BURKE

Una antología poética bien seleccionada es un botiquín completo de


remedios para los trastornos mentales mis comunes, y puede utilizarse su
valor médico tanto para prevenir como para curar.
—ROUERT GRAVES

Tolerando lo intolerable
Los animales conocen su medio sólo gracias a la experiencia directa; el
hombre cristaliza su saber y sus sentimientos en representaciones fonéticas
simbólicas; con símbolos escritos toma nota de lo que va aprendiendo y
transmite su saber a otras generaciones. Los animales comen donde
encuentran alimento; pero el hombre, coordinando sus esfuerzos con los de
los demás por medios lingüísticos, come abundantemente un alimento
preparado por cien manos y traído desde muy lejos. Los animales sólo ejercen
control limitado sobre los otros animales; pero el hombre, a base de símbolos
también, establece leyes y sistemas étnicos, que son procedimientos
lingüísticos para imponer el orden y las normas de la conducta humana. La
adquisición del saber o del alimento y el establecimiento del orden social son
actividades importantes para el biólogo, porque contribuyen a la
supervivencia. Para los seres humanos tienen una dimensión simbólica,
imposible de captar por los animales.
Trataremos de explicar las funciones de la literatura en términos
científicamente comprobables, o sea, en términos de su valor biológico para la
supervivencia. Aunque es una tarea difícil en la etapa actual de la ciencia
sicológica, tenemos que intentarlo, porque la mayor parte de las explicaciones
sobre la necesidad o el valor de la literatura (y de las demás artes) se limitan a
“palabras-arrullo”, que ni son explicaciones ni son nada. Así, Wordsworth
dice que la poesía es “el hálito y espíritu sutil de todo saber”; Coleridge la
describe como “las mejores palabras en el orden mejor”. Las explicaciones
que dan de la literatura muchos maestros y críticos son también por el estilo, y
podrían resumirse en algo así como, “debe leer usted la buena literatura,
porque es muy buena, muy buena”. Si queremos enuclear científicamente las
funciones de la literatura, hay que ahondar más.
Incluyendo en el contenido de la palabra “literatura” todos los usos
afectivos del lenguaje, nos podemos valer de las recientes investigaciones
sicológicas y siquiátricas, así como de las ideas de los críticos y estudiosos de
la literatura. De todo ello deducimos que una de las funciones más
importantes de la poesía es aliviar las tensiones de quien la escribe. Todos
conocemos el desahogo de soltar una sarta de palabrotas cuando se está
profundamente irritado. Este alivio de la tensión sicológica —que Aristóteles
llama catarsis— se produce en todos los niveles del lenguaje afectivo, si
hemos de creer lo que dicen los escritores mismos sobre el proceso creador.
La novela, el drama o el poema brotan, como el juramento o la interjección,
por lo menos en parte, de una necesidad interna, cuando el organismo
experimenta una profunda tensión de alegría, dolor, confusión o desengaño. Y
al desahogarla en lo que se escribe, se mitiga más o menos, a veces sólo
momentáneamente.
El animal triste o desengañado poco puede hacer para remediar sus
tensiones[1]. En cambio, el ser humano, que dispone de una dimensión más
para moverse (el mundo de los símbolos), no sólo pasa por su experiencia,
sino que se la simboliza a sí mismo. Nuestras tensiones, sobre todo las
dolorosas, se hacen tolerables cuando las podemos expresar con palabras a un
amigo comprensivo, o consignarlas sobre el papel para un lector hipotético, o
para nosotros mismos[2]. Cuando nuestras simbolizaciones son adecuadas y lo
bastante hábiles, nuestras tensiones quedan controladas simbólicamente. Para
lograrlo, podemos desplegar las “tácticas simbólicas” de que habla Kenneth
Burke, que consisten en la “reclasificación” de nuestras experiencias para
“confinarlas” o aislarlas, y poderlas soportar mejor[3]. Bien sea “desahogando
el corazón”, bien por medio de las “tácticas simbólicas” o por otros
procedimientos, podemos utilizar las simbolizaciones como mecanismos de
alivio cuando se nos hacen intolerables las presiones de una situación.
Como todos sabemos, el lenguaje es social, y por uno que habla puede
haber muchos que escuchen. La expresión que alivia la tensión de quien la
profiere puede aliviar también otra parecida del oyente, si es que alguien la
escucha. Y como la experiencia humana es bastante constante, esto puede
ocurrir aunque el que habla y el que escucha estén separados por siglos o por
culturas distintas. La manipulación simbólica con que John Donne “confinó”
sus sentimientos de culpabilidad en uno de sus “sonetos santos” nos permite
también confinar nuestros remordimientos por otro tipo de pecados acaso en
otros tiempos y en otras circunstancias.
William Ernest Henley hizo frente a su invalidez crónica —estuvo
enfermo desde niño y se pasó grandes períodos de su vida en hospitales—
declarando en su célebre poema “Invictus”, su resistencia a ser derrotado:
Desde la noche que me cubre,
negra como socavón de polo a polo,
doy gracias a los dioses
porque nada mi alma abatir puede.
Los rudos golpes de la vida
ni un ¡ay! me han arrancado;
brota la sangre de mi testa herida,
¡pero no la he doblado!
Más allá de esta furia y estas lágrimas
las tinieblas se espesan,
mas no siento pavor por la amenaza
de los años que vengan.
Angosta es esta cárcel en que vivo;
mi cadena es pesada.
¡ Pero yo soy el dueño de mí mismo,
el capitán de mi alma!
Estos versos puede recitarlos cualquiera en medio de sus tribulaciones,
como lo demuestra el que constituyen uno de los poemas favoritos de los
negros norteamericanos, y a veces es cantado a coro o recitado por sus
organizaciones. El adjetivo “negra” del verso segundo, en un poema repetido
por negros, aguza más la intención original del autor. En realidad, todo el
poema tiene un sentido distinto, según sean los sufrimientos o zozobras del
lector y la noche que se cierna sobre él[4].
Se ha dicho muchas veces que la poesía es una medicina del alma.
Kenneth Burke la llama “equipo para vivir”. Si tomásemos en serio estas
afirmaciones podríamos hacer llegar sus derivaciones muy lejos. ¿Qué son,
por ejemplo, algunos tipos de manipulación simbólica, con los que tratamos
de equiparnos para hacer frente a la serie constante de dificultades y
tensiones, grandes o pequeñas, que nos salen al paso cada día? No es
necesario para la literatura, naturalmente, el estímulo de la tensión social,
pero sí constituye muchas veces un eficaz acicate para la creación.

Algunas “tácticas simbólicas”


En primer lugar, debemos mencionar, claro está, lo que se llama “escape”
literario, fuente abundante de literatura, poesía, drama, hilaridad y otras
formas de comunicación afectiva. Edgar Rice Burroughs, condenado a su
lecho de enfermo, se internó simbólicamente por la selva en la persona de
Tarzán, con sus alucinantes y victoriosas aventuras; gracias a esta
compensación simbólica, se le hizo tolerable su lecho de enfermo y, al mismo
tiempo, alegró la vida de millones de individuos débiles, raquíticos o
enclenques. Quizá no aprecie mucho algún lector las historias de Tarzán, pero
subrayamos que para aliviar el dolor o el tedio es necesario el proceso
simbólico para escribir y leer este tipo de libro; o sea: es preciso un sistema
nervioso humano.
Pongamos otro ejemplo de estrategia simbólica. Cuando un empleado
descontentadizo llama a su jefe “Hitler en miniatura”, ¿no está acaso
desplegando una “táctica”, que al ponerlo a la altura de un gran tirano
simbólicamente lo reduce a las proporciones razonables que dijera Kenneth
Burke? ¿No hizo, por ventura, otro tanto Dante, cuando metió en los antros
más terribles del infierno a los enemigos a quienes no podía castigar? Hay un
mundo de diferencia entre lo de “Hitler en miniatura”, tan sencillo, y el
destino que marcaba Dante a sus enemigos —y con su poema tiraba a otros
muchos blancos, además del castigo simbólico de sus enemigos—, pero ¿no
son ambas manipulaciones simbólicas con las que sus autores desahogaban
sus tensiones sicológicas?
Pongamos otro ejemplo. A Upton Sinclair le disgustaba el estado de los
mataderos, tal como estaban en 1906. Pudo haber hecho la vista gorda, pudo
haberse dedicado a leer o escribir sobre otros temas, sobre tierras idílicas
remotas en el tiempo y en el espacio o no existentes, como hacen quienes leen
o escriben literatura “escapista”, perdóneseme el barbarismo. Pudo haber
presentado el mal como parte de un gran “plan omnisciente de Dios”, que
también sería manipulación simbólica. Esta estrategia ha sido característica de
muchas religiones y de muchos autores. También podría haber emprendido la
reforma de las condiciones de los mataderos, para luego contemplarlos con
ecuanimidad: pero para eso tendría que haber sido un empleado importante de
alguna compañía empacadora o del Gobierno. Pero ¿qué fue lo que hizo?:
socializar su descontento; es decir: pasárselo a los demás, pensando
certeramente que si eran muchos los descontentos, acaso cambiase la
condición de los mataderos merced a una acción colectiva. La novela de
Sinclair, The Jungle (La jungla), molestó a tanta gente, que provocó una
investigación federal de la industria de la carne y una legislación regulando
algunas de sus prácticas.
Como todo el mundo sabe, cuando se experimentan constantes tensiones,
que van acumulándose, pueden desembocar en un trastorno sicológico más o
menos grave. La sicología moderna no cree que el remedio de ese trastorno
consista en desconocer o no preocuparse por lo malo que hay en el mundo. Es
un proceso dinámico, de día a día, de momento a momento, que supone tanto
el cambio del medio ambiente para amoldarlo a la propia personalidad como
la adaptación de los sentimientos personales a las condiciones existentes.
Cuantos más recursos tengamos para realizar y sostener el ajuste, más eficaz
será el proceso. La literatura parece ser uno de esos recursos.
Por tanto, la producción y el disfrute de la literatura, los medios
simbólicos para equiparnos diariamente para vivir, parecen ser extensiones de
nuestro mecanismo de ajuste más allá de las que nos proporciona la parte de
nuestro equipo biológico que tenemos en común con los animales. Si un
hombre consagrase años y años de su vida a analizar la constitución química
del agua salada, sin consultar lo que ya se había dicho al efecto en cualquier
libro elemental de química, estaría haciendo un uso muy imperfecto de los
recursos que han puesto a nuestra disposición los sistemas simbólicos
humanos. ¿No podría decirse igualmente que quienes se torturan con sus
desengaños individuales y son víctimas de irritaciones e hipertensiones
constantes, están haciendo un uso tremendamente imperfecto de nuestros
recursos de ajuste, al no buscar calma y fortaleza en la literatura y en las
demás artes?
De todo esto se deduce, por tanto, que la poesía (y las demás artes), buena
o mala, tosca o refinada, tiene una función biológica que desempeñar en
nuestra vida llena de símbolos: la de contribuir a nuestra salud y equilibrio
sicológico.

“Equipo para vivir”


Los siquiatras no fijan los límites precisos entre la cordura y la “insanidad
mental”. La cordura es cuestión de grados, de modo que el cuerdo es capaz de
mejorar o deteriorar su cordura, según sus experiencias y la fuerza y
flexibilidad del equipo interno con que las afronta. La salud física tiene que
sostenerse a base de alimento y ejercicio; de la misma manera podríamos
decir que la salud sicológica debe alimentarse con símbolos afectivos: con la
literatura que nos brinda nuevas fuentes de delicias, que remedia la soledad de
nuestra miseria, nos muestra los problemas personales a una nueva luz, nos
brinda posibilidades y áreas desconocidas de experiencia, y nos ofrece una
variedad de tácticas simbólicas para “aislar” nuestras situaciones o casos.
Pero hay ciertas clases de literatura que, como algunos tipos de alimentos
“procesados”, tienen el aspecto de valores nutritivos, pero no contienen los
ingredientes vitamínicos esenciales, por lo cual deben consumirse en grandes
cantidades para no padecer desnutrición espiritual[5]. (Estas vitaminas son los
mapas de territorios de experiencia humana, las directrices realistas y útiles,
etc). Hay algunos géneros populares de ficción que blasonan de iluminar los
problemas de la vida, pero que, como las medicinas, remedian los síntomas
sin curar la enfermedad. Otros prometen adormecer el dolor, como las drogas
y el alcohol, sin calar hasta el fondo de su causa. La vida en el mundo de la
fantasía —una de las características principales de la esquizofrenia— puede
empeorarse con el consumo excesivo de esta literatura narcótica. Hay además
otros tipos de ficción, como las películas, los programas de televisión, etc.,
que presentan panoramas falsos y rosados del mundo, al cual puede uno
ajustarse sin esfuerzo. Lo que pasa es que quienes van acomodándose a este
mundo irreal se despegan poco a poco del verdadero. Este “ajuste a lo irreal”
tiene forzosamente que producir terribles desengaños y desilusiones a los
jóvenes sencillos y sin malicia, cuando se enteran de que la vida no es como
la pintan los cuentos; románticos.
Pero tampoco debe tomarse al pie de la letra el principio de que la
literatura ayuda al equilibrio mental. Alguno dirá que si la literatura es un
instrumento de la salud mental, habrá que hacer un auto de fe de las obras de
muchos genios desequilibrados. Y al contrario, las tácticas simbólicas
desarrolladas por autores tremendamente torturados, como Dostoyevski,
Donne o Shelley, para aislar sus situaciones, tienen gran valor. Elaboraron
recetas poderosas para sus dolencias, que no sólo nos valen para remediar
males análogos, sino para prevenir padecimientos futuros.
Además, cuando se dice de una obra literaria que es grande o tiene valor
eterno, ¿no significa eso, por ventura, que la táctica simbólica que devolvió el
equilibrio al autor vale para otros individuos aquejados de trastornos distintos
en tiempos y lugares diferentes? ¿No servirá, por ejemplo, la lectura de
Sinclair sobre los mataderos de Chicago para tratar estratégicamente el
descontento de otras personas por las molestias industriales de Manchester,
Kobe, Montreal o Turín? Y si ya no existen condiciones y tensiones
parecidas, por lo que las tácticas de liberación ya no valen, ¿no nos parecerá
el autor anticuado y hasta muerto literariamente[6]? En cambio, si su obra es
capaz de suavizar las tensiones en cualquier tiempo y lugar, diremos que es
inmortal o universal.
La relación entre la literatura y la vida es algo sobre lo cual se conoce
científicamente poco, de momento. Sin embargo, todos creemos saber un
poco, a nuestra manera, de esa relación, porque experimentamos los efectos
de algún tipo de literatura a una u otra altura de nuestra vida. Todos hemos
sentido los efectos dañinos de tantas películas, revistas populares y libros
cómicos. Pero lo imperfecto de nuestros conocimientos científicos se pone en
evidencia al discutir la prohibición de algunas de estas obras: ambas partes
tienen que aportar sus razones; unos dicen que los libros de historietas
cómicas exaltan indebidamente la imaginación infantil y hasta inducen a los
niños al crimen, mientras otros afirman que eso sólo es propio de los niños
con trastornos síquicos, que los hubieran perpetrado de todas maneras, y que,
por lo contrario, las historietas cómicas o ilustradas los liberan de tendencias
agresivas y calman sus nervios. Cada uno tiene su opinión.
Como nadie ha resuelto todavía estos problemas, parece sumamente
conveniente que colaboren los estudiosos de la literatura y de la sicología.
Así, quizá llegue el día en que pueda asegurarse qué géneros literarios
contribuyen a la madurez del lector y cuáles lo van a retener en una etapa
eternamente infantil.

El arte como orden


Hay por lo menos otro elemento importante en el gusto que nos proporciona
escribir y leer literatura, pero sobre él se conoce aún menos científicamente.
Pertenece a los llamados valores artísticos o estéticos de una obra de la
fantasía.
En el Capítulo 8 hablamos de las relaciones mutuas entre incidentes y
personajes; por ejemplo, en la novela; es decir: de la exposición y selección
de experiencias que distingue a la novela de una narración descabellada.
Antes de hablar de la narración como novela, y por tanto, como obra de arte,
debemos decir que, vivamos o no la historia merced a la identificación
imaginativa con sus personajes, los episodios están más o menos ordenados.
Aunque no nos guste la trama o el argumento, diremos que está bellamente
expuesto, siempre que haya un orden más o menos interesante en sus
incidentes. A veces, el orden interno y la relación entre las partes de una
novela es tan excelente, que nos gusta aunque no tengamos simpatía por sus
personajes ni nos satisfagan sus episodios. ¿Qué tiene el orden para que sea
tan importante de por sí?
El autor de estas líneas opina que se debe a los procesos simbólicos
humanos, y a que los símbolos de los símbolos, y los símbolos de los
símbolos de los símbolos, y así sucesivamente, pueden ser manufacturados
por el sistema nervioso humano. Esto, que ya explicamos en el Capítulo 2 y
que se desarrollará más todavía en el 10, puede ayudarnos a comprender las
funciones de la literatura.
Como hemos observado, los animales viven en un mundo extensional; no
tienen un mundo simbólico. No hay en su existencia, según creemos, más
orden que el de los hechos físicos que entran en su vida. En cambio, el
hombre vive en el plano extensional y habla de su vida consigo mismo en el
simbólico, bien con palabras, bien con símbolos carentes de valor verbal,
como la pintura, la música y la danza. El ser humano no se contenta con un
conocimiento extensional, sino que casi no puede prescindir de hablar consigo
mismo sobre lo que ha visto, sentido y hecho.
Los datos de la experiencia aparecen llenos de contradicciones cuando se
comentan. La señora González adora a sus niños, pero los está echando a
perder con su amor mal dirigido; los campesinos analfabetos de una aldea
china dan muestras de mayor sensatez social y personal que la gente culta de
las grandes urbes; se dice que del crimen no puede sacarse nada bueno, pero
hay casos en que el criminal prospera; un joven que nació para el estudio y la
poesía se siente impulsado a perpetrar un asesinato político; la esposa que
fuera fiel a su marido durante veinte años, lo abandona sin motivo muy claro;
un fulano anodino, que nunca ha valido para nada, se porta heroicamente en
una situación de peligro… He aquí una serie de contradicciones que
encontramos a la vuelta de la esquina. Nuestras afirmaciones, desordenadas y
sin relación entre sí, sobre la experiencia, no sólo están descabaladas, sino que
son difíciles de usar o aplicar.
Este desorden de nuestras afirmaciones, conscientemente contradictorias,
constituye de por sí una fuente de tensiones. Debido a sus contradicciones no
pueden proporcionarnos una guía fija de acción, y nos dejan a expensas de
nuestra indecisión y perplejidad. Estas tensiones no se remedian hasta que
armemos las piezas descabaladas, hablando con nosotros mismos de nuestra
conversación interna (es decir, simbolizando nuestros símbolos), de modo
que, como decimos, ya las cosas dejen de carecer de significado. Las
religiones, las filosofías, la ciencia y el arte son también, por métodos
diferentes, remedios de las tensiones producidas por los datos contradictorios
de la experiencia, hablando sobre lo que hablamos, y hablando sobre lo que
hablamos de lo que hablamos, y así sucesivamente, hasta crear un orden entre
los datos.
Hablar de las cosas, hablar de que se habla, hablar de que se habla que se
habla, etc., equivale a hablar en diferentes niveles de abstracción. La
imposición del orden sobre nuestras representaciones del mundo es lo que
significa “comprensión”. Cuando decimos que un científico comprende algo,
quiere decir que ha ordenado sus observaciones en los niveles objetivos,
descriptivos y altamente deductivos de abstracción, para formar un sistema en
que todos los niveles se relacionan entre sí a base de unas cuantas
generalizaciones poderosas. Cuando un gran líder religioso o un filósofo
entiende la vida, significa que también ha ordenado sus observaciones en un
conjunto de actitudes, que frecuentemente cristalizan en directrices
extraordinariamente generales y poderosas. Lo mismo ocurre con el novelista
que entiende la vida de un sector de la humanidad o de toda ella: ha ordenado
sus observaciones en muchos niveles distintos de abstracción: el particular y
el concreto, el general y el universal (en el Capítulo 10 estudiaremos más
detenidamente los niveles de abstracción). Pero el novelista no presenta ese
orden en un sistema científico, ético o filosófico de generalizaciones
abstrusas, sino en un conjunto de experiencias simbólicas al nivel de los
informes afectivos, arrastrando los sentimientos del lector merced al
mecanismo de la identificación. Y estas experiencias simbólicas las entreteje
un buen novelista para formar una urdimbre congruente de actitudes de
desprecio, compasión, valor, afecto a los atropellados o futilidad, según el
caso.
La organización literaria de un conjunto de experiencias es a veces
puramente mecánica y externa, en virtud de las reglas para hacer una novela,
una comedia, un cuento, un soneto, o lo que sea. Pero son más importantes los
modos de organización que indican los materiales de la obra literaria, las
experiencias que el escritor quiere consignar. Cuando los materiales de un
relato no se amoldan a la forma convencional de una novela, el autor puede
crear una organización totalmente nueva, que se preste mejor a la descripción
de sus experiencias; es la que los críticos llaman “creación de una nueva
forma”. En este caso, también el orden puede parecer desorden al principio —
como el Ulysses de James Joyce, o Tristram Shandy, de Laurence Sterne—,
porque, como los principios orgánicos son nuevos, tienen que descubrirse
durante el proceso de la lectura. El motivo de que un poema, novela o
comedia adopte la forma que adopta por fin, es lo que debe estudiar el crítico
técnico literario: las exigencias externas e internas que estructuran los
materiales para formar una obra de arte.
Simbolizar las propias experiencias y ordenarlas en un todo coherente
constituyen un acto de integración. El buen novelista, dramaturgo o poeta ha
sintetizado y ha sabido dar cohesión a vastas áreas de experiencia humana.
Por eso, para ser grande en literatura, hace falta un vasto conocimiento
extensional de la gama de las experiencias humanas, junto con el talento
ordenador de las mismas. El artista creador siempre está aprendiendo, tanto
sobre las experiencias humanas (su material) como sobre la técnica de su arte
(o sea, los medios ordenadores).
También es de importancia fundamental desde el ángulo del lector, que el
lenguaje sea social. La serie ordenada de experiencias y actitudes presentada
por el escritor produce en el lector cierto orden en sus propias actitudes y
experiencias; o sea: queda un poco mejor organizado personalmente. He aquí
la función del arte.

APLICACIONES

I
Establézcase la comparación o el contraste de las ideas expresadas en este
capítulo con las que se contienen en los siguientes fragmentos. Con ello podrá
usted redactar un ensayo sobre “La función del arte”. También sería bueno
que escribiese trabajos más breves para acusar las diferencias posibles entre
cualquiera de los fragmentos y el punto de vista del autor.
1. Se escribe para instruir; el fin de la poesía es instruir deleitando.
—SAMUEL JOHNSON, Prefacio a Shakespeare

2. Enfermedad… En primer lugar, se pregunta quién está enfermo,


quién está loco, quién está epiléptico o paralítico: un badulaque de
tantos, cuya dolencia no tiene un solo aspecto intelectual y cultural, o un
Nietzsche, un Dostoyevski. En estos dos últimos casos, la enfermedad
produce frutos más importantes y beneficiosos para la vida y para su
desarrollo que cualquier normalidad sancionada por la medicina. La
verdad es que la vida nunca ha podido prescindir de lo doliente, y quizá
no haya refrán más disparatado que el que dice que “del enfermo, no
puede salir más que enfermedad”. La vida no se anda con
contemplaciones y quizá prefiera mil veces una dolencia creadora que
estimule al genio, que una salud prosaica; prefiere una enfermedad que
salte arrogantemente por encima de los obstáculos a caballo brincando
audazmente de pico en pico, a la salud de un papanatas vulgar. A la vida
no le gustan los melindres ni piensa jamás en establecer distinciones
morales entre la salud y la enfermedad. Arrebata el producto bruto de la
enfermedad, lo consume y lo digiere; y en cuanto lo ha asimilado, se
convierte en salud. Sobre la obra del genio enfermo, más genio todavía
por la enfermedad, se precipita toda una horda, toda una generación de
gente sana y sincera, que la admira y la encomia, la sublima hasta los
cielos, la perpetúa, la transforma y hace merced de ella a la civilización,
que no vive sólo del pan casero de la salud. Todos curan en nombre del
gran inválido, gracias a cuya locura ya no necesitan enloquecer. Su salud
se alimenta de su locura, y él recupera su salud en ellos.
—THOMAS MANN, “Dostoyevsky in Moderation”

3. Una gran obra de arte es como un sueño: pese a su aparente claridad,


no se explica a sí misma ni es nunca equívoca. Un sueño nunca dice, “Tú
deberías”, ni “ésta es la verdad”. Presenta una imagen de formas muy
parecida a como la Naturaleza permite crecer a una planta, y somos
nosotros quienes tenemos que sacar nuestras conclusiones. Cuando
alguien tiene una pesadilla, es que o propende mucho al miedo o tiene
muy poco miedo; y si sueña con el sabio de la antigüedad, quiere decir
que o es demasiado pedagógico o está necesitando un maestro. En el
fondo, ambos significados vienen a convertirse sutilmente en lo mismo,
como lo percibimos cuando logramos que la obra de arte produzca en
nosotros el mismo efecto que produjo en el artista. Para captar su
significado, debemos dejar que nos dé forma a nosotros, como dio forma
a él. Entonces comprendemos la naturaleza de su experiencia. Vemos
que ha bebido en las fuerzas curativas y redentoras de la siquis colectiva,
que palpita debajo de la conciencia con su aislamiento y sus dolorosos
errores; que ha penetrado en la matriz de la vida en la cual son gestados
todos los hombres, e imprime un ritmo común a toda la existencia
humana, permitiendo al individuo comunicar sus sentimientos y afanes a
toda la humanidad.
El secreto de la creación artística y de la efectividad del arte consiste
en el retorno al estado de participation mystique, al nivel de experiencia
en que es el hombre el que vive, no el individuo, y en el que las cuitas y
dolores del ser humano individual no cuentan, sino sólo la existencia
humana. Por eso, toda gran obra de arte es objetiva e impersonal, pero no
por eso deja de conmovernos profundamente a todos. Y por eso también
la vida personal del poeta no puede considerarse esencial para su arte,
sino, en todo caso, como una ayuda, o bien como un obstáculo, para su
tarea creadora. Lo mismo da que sea un filisteo que un buen ciudadano,
o un neurótico, un loco o un criminal. Su carrera personal puede ser fatal
e interesante, pero no explica al poeta.
—CARL JUNO, Modern Man in Search of a Soul

4. Obra clásica es la que proporciona placer a la minoría intensa y


permanentemente interesada en la literatura. Vive porque la minoría,
impaciente por renovar su sensación de placer, es eternamente curiosa y,
por tanto, se entrega al proceso eterno del redescubrimiento. La obra
clásica no sobrevive por ninguna razón ética… porque se ajuste a
determinados cánones, o porque el desprecio u olvido acabaría con ella.
Permanece porque es fuente de placer y porque los escasos apasionados
de ella no pueden desdeñarla, como la abeja no puede desdeñar a la flor.
Los escasos apasionados de ella no leen “las cosas de mérito“ porque
sean de mérito. Esto equivale a poner el carro delante del caballo. Las
cosas de mérito lo son únicamente porque les gusta leerlas a los escasos
apasionados…
No hay en absoluto quien esté en condiciones de acertar en la
selección de las obras modernas. Separar el trigo de la paja lleva
muchísimo tiempo. Las obras modernas tienen que pasar por la piedra de
toque de las generaciones venideras, casi cabalmente todo lo contrario de
lo que ocurre con las clásicas, que ya pasaron victoriosas la prueba: tu
gusto es el que tiene que pasar por la piedra de toque de los clásicos.
Ahí está la cosa. Si difieres de un clásico, eres tú quien está equivocado,
no el libro. Si difieres de una obra moderna, puedes tener razón o no,
pero no hay juez con autoridad para decidirlo. Tu gusto está por
formarse. Necesita una guía, una guía autorizada.
—ARNOLD BENNETT, Literary Taste: How To Form It

5. La idea de que la experiencia mental del lector es el poema mismo


lleva a la conclusión absurda de que no existe el poema si no es
experimentado y recreado en cada experiencia. Por tanto, no habría una
sola Divina Comedia, sino tantas como lectores tuvo, tiene y tendrá.
Terminamos en un completo escepticismo y anarquía, llegando al
aforismo de gustibus non est disputandum. Tomando esto en serio, no
podría explicarse cómo la experiencia que de un poema tiene
determinado lector va a ser mejor que la de otro, ni cómo es posible
corregir la interpretación de otro lector. Allí acabaría definitivamente la
enseñanza de la literatura, cuyo fin es aquilatar la comprensión y
apreciación de un texto…
Por interesante que sea de suyo la sicología del lector, o útil a efectos
pedagógicos, siempre quedará fuera del objeto del estudio literario —la
obra concreta de arte— y no vale para tratar de su estructura y valor.
—RENE WELLEK Y AUSTIN WARREN, Theory of Literature

6. La misión del arte es revelar la relación entre el hombre y el universo


que lo rodea, en el momento de la vida. De la misma manera que la
humanidad está siempre afanándose por relaciones antiguas, el arte va
siempre delante de los tiempos, que quedan constantemente a la zaga del
momento viviente Cuando Van Gogh pinta girasoles, revela, o realiza, la
relación vivida entre él mismo como hombre y el girasol como girasol,
en ese momento fugaz de tiempo. Su pintura no representa al girasol
mismo. Nunca sabremos lo que es el girasol. Y la cámara “visualizará” al
girasol mucho más perfectamente que Van Gogh.
La visión expresada en el lienzo es otra cosa, una tercera cosa
completamente intangible e inexplicable, descendencia del girasol y de
Van Gogh. La visión expresada en el lienzo no tiene proporción ni
comparabilidad o “conmensurabilidad” con el viento ni con la pintura ni
con Van Gogh, como organismo humano, ni con el girasol como
organismo vegetal. No se puede pesar ni medir ni describir siquiera la
visión del lienzo…
Es una revelación de la relación perfeccionada en determinado
momento entre un hombre y un girasol… Y esta relación perfeccionada
entre el hombre y su universo ambiente es la vida misma… Tanto el
hombre como el girasol se salen del momento al formar una relación
nueva. La relación entre todas las cosas cambia de día a día, en un
cambio sutil y fugaz. De aquí que el arte, que revela o logra otra relación
perfecta, sea siempre nuevo.
Pensando en ello, vemos que nuestra vida consiste en lograr esta
relación pura entre nosotros y el universo viviente que nos circunda. Así
es como “salvo mi alma” al realizar una relación pura entre mí y otra
persona, entre mí y los demás, entre mí y una nación, una raza de
hombres, los animales, los árboles o las flores, la Tierra, el firmamento,
el Sol, las estrellas y la Luna: una infinidad de relaciones puras, grandes
y pequeñas… esta es, debemos saberlo, nuestra vida y nuestra eternidad:
la relación sutil, perfecta, entre mí y todo mi universo ambiente…
En esto es en lo que radica la belleza y el gran valor de la novela.
Filosofía, religión y ciencia no hacen sino afanarse en clavar las cosas
para lograr un equilibrio estable. La religión, con su Dios único clavado
a machamartillo…; la filosofía, con sus ideas fijas; la ciencia con sus
“leyes”: todas, todas ellas quieren clavarnos constantemente a uno u otro
árbol.
Pero la novela, no. La novela es el ejemplo mejor de la interrelación
sutil que el hombre ha descubierto…
—D. H. LAWRENCE, “Morality and the Novel”, Phoenix
II
Teniendo presentes los dos últimos párrafos de “Equipo para vivir”, haga un
comentario sobre el siguiente artículo, bien sea en forma de ensayo breve de
200 palabras, bien verbalmente, leyéndoselo a algún grupo de amigos o en
una clase, como tema de discusión y de intercambio de ideas:
NUEVA YORK, 29 de marzo. No importa que el drama televisado termine
con una moraleja sana; o sea: que triunfe la virtud. El niño podrá ver y
reconocer la moraleja, pero el daño está hecho con sólo seguir allí sentado, en
un ambiente cómodo, viendo lo que traman los criminales o los maleantes.
Esta combinación del ambiente cómodo con la acción criminal acabará
tarde o temprano con la conciencia del muchacho. Y eso es precisamente lo
que los padres están tratando constantemente de imbuirle: una conciencia
firme…
Así piensa el profesor inglés H. J. Eysenck, del Instituto de Siquiatría de
la Universidad de Londres. Sostiene que al castigar los padres a los pequeños
por ser malos y al premiarlos por ser buenos, crean las reacciones
condicionadas que llamamos conciencia. De ser esto cierto, la violencia que
presencian los niños en el televisor puede “descondicionar” esas conciencias
que tanto tiempo ha llevado a sus padres crear…
Así, ocurre que el pequeño, calentito y a su gusto, quizá con una taza de
chocolate en la mano, no encuentra desagradable una pelea a puñetazo limpio
o un asesinato. Su conciencia va perdiendo paulatinamente la sensibilidad…
Y como la televisión llega a la niñez en masa… toda la de una nación
puede quedar despojada de eso tan sumamente necesario y tan altamente
incómodo que se llama conciencia.
—Associated Press

III
A la luz de lo tratado en este capítulo, estúdiense los siguientes poemas, para
ver:

a) Qué tensiones personales parece tratar de aliviar el autor (no estará


mal repasar la biografía del poeta)
b) qué tácticas simbólicas emplea;
c) si estas tácticas pueden valer para otros individuos y tras situaciones
(ponga algunos ejemplos);
d) hasta qué punto ha logrado el autor ordenar sus experiencias para
formar un todo coherente y lógico;
e) qué procedimientos afectivos ha utilizado el poeta para crear ese todo
coherente y significado (véase el Capítulo 8).

1. Vivo sin vivir en mí,


y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Aquesta divina unión,
del amor con que yo vivo,
hace a Dios ser mi cautivo
y libre mi corazón:
mas causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡ Ay, qué larga es esta vida,
qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero…
—SANTA TERESA DE JESÚS, “Letrilla”
2. Que te cante me mandas;
fuera preciso
que llegaran mis cantos
al paraíso;
donde el Profeta
colocó a las huríes
no osa el poeta.
Desde la baja tierra
donde yo moro,
te contemplo, te admiro
mudo y te adoro:
y al firmamento
de tu amor se enaltece
mi pensamiento.
Mi voz, que cuanto existe
con locos giros
canta, no halla al cantarte
más que suspiros:
yo la requiero,
y ella, indócil, suspira:
“Rosa, te quiero”…
—JOSÉ ZORRILLA, “Serenata”

3. Sólo ha quedado en la rama


un poco de paja mustia,
y en la arboleda la angustia
de un pájaro fiel que llama.
Cielo arriba y senda abajo,
no halla tregua a su dolor,
y se para en cada gajo
preguntando por su amor.
Ya remonta con su queja,
ya pía por el camino
donde deja en el espino
su blanda lana la oveja.
Pobre pájaro afligido
que sólo sabe cantar,
y cantando llora el nido
que ya nunca ha de encontrar.
—LEOPOLDO LUGONES, “El nido ausente”

4. Aquí, junto al mar latino,


digo la verdad:
siento en roca, aceite y vino
yo mi antigüedad.
¡ Oh, qué anciano soy, Dios santo!
¡Oh, qué anciano soy!…
¿De dónde viene mi canto?
Y yo, ¿adónde voy?
El conocerme a mí mismo
ya me va costando
muchos momentos de abismo
y el cómo y el cuándo…
* * *
Unas vagas confidencias
del ser y el no ser,
y fragmentos de conciencias
de ahora y ayer.
Como en medio de un desierto
me puse a clamar;
y miré al sol como muerto
y me eché a llorar.
—RUBÉN DARÍO, “¡ Eheu!”

5. Lo que no logres hoy, quizá mañana


lo lograrás; no es tiempo todavía;
nunca en el breve término de un día
madura el trigo ni la espiga grana.
No son jamás en la labor humana
vano el afán ni inútil la porfía;
quien con fe y con ardor lucha y confía
los mayores obstáculos allana.
Trabaja y persevera, que en el mundo
nada hay que sea rebelde o infecundo
para el poder de Dios o el de la idea…
¡Hasta la estéril y deforme roca
es manantial cuando Moisés la toca
y estatua cuando Fidias la golpea!
—MANUEL DE SANDOVAL, “¡Insiste!’’

6. Pluma, cuando considero


los agravios y mercedes,
el mal y el bien que tú puedes
causar en el mundo entero;
que un rasgo tuyo severo
puede matar a un tirano
y que otro torpe o liviano
manchar pueda un alma pura,
me estremezco de pavura
al extenderte la mano.
—ADELARDO LÓPEZ DE AVALA

7. Sálvame. ¡Oh, Dios!, que el agua llega al cuello.


En pantano fangoso estoy sumido
y no hallo ya donde los pies afirme.
He caído en el fondo de las aguas
y [siento que] me anega la corriente.
Ya fatigado de llamar me encuentro,
y mi garganta se ha quedado seca.
De esperar a mi Dios fallan los ojos.
Más que cabellos son de mi cabeza
los que me tienen odio sin motivo.
* * *
Del fango sálvame, por que no me hunda;
libérame de aquellos que me odiaron,
de las profundidades de las aguas…
Desfallecí; esperé que se apiadase
alguien de mí; ninguno aparecía;
y quien me consolara, mas no hállele.
Antes echaron hiel en mi comida,
y en mi sed me abrevaron con vinagre…
Ve que soy miserable y estoy triste.
¡Oh, Señor!, tu socorro me conserve.
De Dios el nombre alabaré con cánticos,
y con hipinos de gracias loaré…
—EL REY DAVID, “Salmo 68 [69]” (Trad. de Bover y Cantera.)

8. Una noche, una noche


toda llena de murmullos, de perfumes y de música de alas:
una noche en que ardían
en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda, muda y pálida,
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
por la senda florecida que atraviesa la llanura
caminabas;
y la luna llena
y la luna pálida,
por los cielos azulosos, infinitos y profundos
esparcía su luz blanca;
y tu sombra, esbelta y ágil,
fina y lánguida,
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectadas,
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban,
y eran una,
y eran una sola sombra
y eran una sola sombra larga…
—JOSÉ ASUNCIÓN SILVA, “Nocturno”

9. Silencio de cal y mirto.


Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!
sobre la tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡ Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y, al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡ Oh, qué llanura empinada
con veinte soles arriba!
¡ Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.
—FEDERICO GARCÍA LORCA, “LA MONJA GITANA”

10. ¡ Pobre barquilla mía,


entre peñascos rota,
sin velas desvelada,
y entre las olas sola!
¿Adónde vas perdida?
¿Adonde, di, te engolfas?
Que no hay deseos cuerdos
con esperanzas locas.
Como las altas naves,
te apartas animosa
de la vecina tierra,
y al fiero mar te arrojas.
Igual en las fortunas,
mayor en las congojas,
pequeña en las defensas,
incitas a las ondas.
Advierte que te llevan
a dar entre las rocas
de la soberbia envidia,
naufragio de las honras.
Cuando por las riberas
andabas costa a costa,
nunca del mar temiste
las iras procelosas.
Segura navegabas:
que por la tierra propia
nunca el peligro es mucho
adonde el agua es poca.
Verdad es que en la patria
no es la virtud dichosa,
ni se estima la perla
hasta dejar la concha.
Dirás que muchas barcas
con el favor en popa,
saliendo desdichadas,
volvieron venturosas.
No mires los ejemplos
de las que van y tornan,
que a muchas ha perdido
la dicha de las otras.
Para los altos mares
no llevas cautelosa,
ni velas de mentiras,
ni remos de lisonjas.
¿Quién te engañó, barquilla?
Vuelve, vuelve la proa;
que presumir de nave
fortunas ocasiona…
—LOPE DE VEGA, “La barquilla”
LIBRO SEGUNDO

Lenguaje y pensamiento
El estudiante de política debe tener cuidado también con las palabras
antiguas, porque las palabras persisten cuando la realidad que representan
ha cambiado. Es característico de nuestra actividad intelectual tratar de
aprisionar la realidad en la descripción que hacemos de ella. No tardamos en
ser nosotros los cautivos de la descripción antes de lo que nos imaginamos.
Desde entonces, nuestras ideas empiezan a degenerar en una especie de
folklore que nos transmitimos, creyendo que seguimos hablando de la
realidad que nos rodea.
Así, hablamos de libre empresa, sociedad capitalista, derecho de
asociación, o gobierno parlamentario, como si estas palabras significasen lo
mismo que antes. Las instituciones sociales son lo que hacen, no siempre lo
que nosotros decimos que hacen. El verbo es lo que importa, no el nombre.
Si esto no se comprende, nos convertimos en adoradores de símbolos. Las
categorías que desarrollamos antaño y que fueron las herramientas de
nuestra comunicación con la realidad, se embotan sin remedio. Entonces, las
realidades sociales y políticas a que creíamos enfrentarnos cambian y se
reforman independientemente del efecto colectivo de nuestras ideas. Nos
convertimos en criaturas de las realidades sociales, dejando de ser sus
socios. Al manipular categorías anticuadas, se desangra nuestra vitalidad
política y vamos dando tumbos de situación en situación, sin mapa, sin
brújula y con el timón apuntando a un derrotero que ya no seguimos.
Este es el verdadero momento de peligro para un partido político y para
los líderes y pensadores que lo sostienen. Porque, si ellos se han despegado
de la realidad, las masas no.
—ANEURIN BEVAN, In Place of Fear
PRÓLOGO

Historia de la ciudad A y de la villa B: Otra


anécdota semántica
Hubo una vez, iba diciendo el maestro, dos pequeñas comunidades,
distanciadas considerablemente en lo espiritual y en lo geográfico. Pero
ambas tenían en común que eran víctimas de una recesión económica que
había dejado sin trabajo a un centenar de familias en cada una de ellas.
Los padres de la ciudad A eran hombres de negocios sensatos y sólidos.
Los desempleados trataron de encontrar trabajo por todos los medios, con el
afán de todo desocupado; pero la situación no mejoraba. Les habían inculcado
la creencia de que siempre hay trabajo, con tal de que se busque
tesoneramente. Fiados de esto, los padres de la ciudad podían haberse
encogido de hombros sin dar mayor importancia al problema; pero eran
hombres de buen corazón. No podían soportar ver morirse de hambre a los
desempleados, a sus mujeres y a sus hijos, y pensaban en proporcionarles
algunos medios de vida. Pero, según sus principios, dar algo por nada los iba
a desmoralizar, y esto les producía más dolores de cabeza porque, o los
dejaban morirse de hambre o destruían su carácter moral.
Por fin, tras muchas discusiones y meditaciones, dieron con esta solución:
pasar a las familias sin trabajo subsidios mensuales por valor de doscientos
dólares; pero para que no los recibiesen como si tal cosa, decidieron
acompañar al subsidio una lección moral; a saber: hacer tan difícil, humillante
y desagradable la obtención del subsidio, que nadie sintiese tentaciones de
percibirlo si no lo necesitaba imprescindiblemente; serían el blanco de toda la
comunidad, y terminaría por prescindir de aquel beneficio para reconquistar
su dignidad. Algunos llegaron a proponer que se les negase el derecho a votar,
para que la lección moral se les grabase más profundamente. Otros optaban
por publicar sus nombres periódicamente en los diarios. Los padres de la
ciudad tenían bastante fe en la bondad de la naturaleza humana para suponer
que los beneficiados lo agradeciesen, porque obtenían algo por nada, sin
haber trabajado para ganarlo.
Pero ocurrió que, una vez puesto el plan en funcionamiento, los
“subsidiados” resultaron ser desagradecidos y de mal corazón. Les
molestaban los interrogatorios e inspecciones, porque los encargados de ellas
fisgoneaban, según decían, hasta el último detalle de su vida privada. A pesar
de los editoriales de La Tribuna, en que se los exhortaba a ser agradecidos, los
recibientes no asimilaban la lección moral, y se jactaban de “ser tan buenos
como cualquiera”. Iban, por ejemplo, al cine, permitiéndose ese raro lujo, y
sus vecinos los miraban con ojos torvos como diciendo: “Yo estoy sudando la
gota gorda y pagando mis impuestos para apoyar a gandules como tú, que se
dan la gran vida,”. Esta actitud los enconaba más todavía, de modo que se
mostraban cada día más ingratos y constantemente estaban esperando
insultos, reales o imaginarios, de quienes no creían que “fuesen tan buenos
como cualquiera”. Algunos terminaron por caer en un estado eterno de
abatimiento, y uno o dos llegaron a suicidarse. Otros, con la conciencia de su
inutilidad, no se atrevían a mirar la cara a sus mujeres y a sus hijos. Los hijos
de los “subsidiados” se sentían inferiores a sus condiscípulos y adquirieron
verdaderos complejos de inferioridad, que no sólo se reflejaron en sus grados
escolares, sino en su vida después de la graduación. Finalmente, hubo
“subsidiados” que después de intentar por todos los medios obtener un trabajo
honrado para salir de aquel estado intolerable de abyección, decidieron
entregarse al robo para no depender de nadie. Así lo hicieron, pero fueron a
parar a la cárcel.
Y la depresión se abatió sobre la ciudad A. El subsidio había acabado con
el hambre, era verdad, pero a costa del suicidio, de las rencillas personales, de
la infelicidad en los hogares, de la debilitación de las organizaciones sociales,
la inadaptación de los hijos y, finalmente, el crimen. La comunidad quedó
dividida en ricos y pobres, víctimas del odio de clases. La gente decía,
cabizbaja, que tenía razón desde el principio, que desmoralizaba dar algo por
nada. Y con el semblante triste, esperaba que volviese la prosperidad a la
ciudad, aunque cada día con menos optimismo.
La historia de la otra comunidad, la villa B, fue totalmente distinta. Era
una localidad relativamente aislada, a la que no llegaban las prédicas de los
mercachifles de la sabiduría. Pero uno de sus concejales, que tenía algo de
economista, explicó a sus compañeros de concejo que la enfermedad, el paro,
los accidentes, el fuego, las catástrofes meteorológicas o la muerte no
entienden de justos o pecadores cuando asuelan la sociedad moderna.
Continuó diciendo que las casas, jardines, calles, industrias y demás de la
villa, orgullo de todos, se debían al trabajo, en parte, de los mismos que
estaban ahora desempleados, y propuso un principio de seguro: si el trabajo
prestado por ellos podía considerarse como una “prima” pagada a la
comunidad como un anticipo para los tiempos de infortunio, las cantidades
que se les pasasen ahora para que no muriesen de hambre podían considerarse
como “derechos de seguro”.
En consecuencia, propuso que cualquier hombre honrado que hubiese
prestado a la comunidad servicios de la índole que fuesen, recibiesen un trato
de “ciudadanos accionistas”; es decir: con derecho a una subvención de
doscientos dólares al mes mientras no tuviesen trabajo. Naturalmente, tuvo
que hablar muy lenta y pacientemente, porque la idea era totalmente nueva
para sus compañeros de concejo. Pero la presentó como “una propuesta de
negocio”, y por fin, fue aceptada. Estudiaron todos los detalles y condiciones
para ser “accionistas” de aquel plan de seguro social, y decidieron pasar
cheques de doscientos dólares al mes a los cabezas de familia desempleados.
Los encargados de las investigaciones y pesquisas no se encontraron con
las dificultades de los de la ciudad A, ni fueron recibidos como fisgones,
porque, sin lección moral alguna que enseñar, sino portadores de una misión
de negocios, trataban a sus clientes con una cortesía ciudadana, más eficaz
para obtener la información que buscaban. Nadie se molestó. Además, dio la
casualidad de que la idea de la villa B llegó al conocimiento del director de un
periódico liberal de una gran ciudad situada en el otro extremo del estado, el
cual organizó una campaña publicitaria que levantó gran polvareda.
Los concejales decidieron entonces propagar el prestigio de la villa B a
todos los vientos, para lo cual, en lugar de mandar simplemente por correo los
primeros cheques a los subvencionados, decidieron entregárselos
públicamente en una ceremonia cívica monstruo. Invitaron al gobernador del
estado, quien se alegró de tener un pretexto para fomentar su escasa
popularidad en la villa; al rector de la universidad estatal, al senador del
distrito y a otros altos dignatarios. Cada una de las familias favorecidas por el
“cheque del seguro social” fue subiendo solemnemente a la plataforma, donde
el gobernador y el alcalde estrechaban la mano de cada uno de sus miembros,
ataviados todos ellos con sus mejores trajes. Se pronunciaron discursos
sonoros, hubo vítores y aplausos a raudales, y se publicaron las fotos de la
solemnidad, no sólo en los periódicos locales, sino en muchos otros órganos
metropolitanos de carácter gráfico.
En consecuencia, cada beneficiado experimentó la sensación de haber
recibido una condecoración personal, de vivir en una localidad pequeña, pero
maravillosa, y de que ya no había por qué temer el desempleo, puesto que su
comunidad velaba por él y su familia. Además, habían figurado entre los
grandes personajes, habían estrechado la mano del gobernador, y todos los
felicitaban entre bromas y veras por ello. Los muchachos se ufanaban en la
escuela de las fotos que publicaban de ellos los periódicos. Total, que nadie se
suicidó en la villa B, nadie se consideraba desventurado por no trabajar, no
hubo crímenes ni rencillas personales ni odio de clases, por la subvención
mensual de los doscientos dólares…
* * *
Cuando terminó el maestro su cuento, comenzó la discusión:
—Esto demuestra —dijo el publicista, que tenía fama de hombre realista
— lo que es capaz de hacer un buen trabajo promocional. El concejo de la
villa B tenía un buen sentido publicitario, y aquella ceremonia cívica fue una
obra maestra: hizo a todo el mundo feliz, organizó las cosas a lo grande…
Sobre todo, eso de llamar a esa pensión “seguro”: así se atrajo la simpatía de
todos.
—¿Qué es eso de “pensión”? —preguntó el Trabajador Social—. El plan
de la villa B no tenía nada de pensión. Era un verdadero seguro.
—¡Santos cielos! —exclamó el Publicista, estupefacto—. Pero ¿sabe
usted lo que está diciendo? ¿Insinúa que aquella gente tenía derecho a su
cheque? Repito que fue una buena idea llamarlo “seguro”, porque así los
beneficiados se sentían más felices. Pero sigue siendo un subsidio, una
pensión, por muchas vueltas que le dé. Bien está engatusar al público para que
se sienta a gusto, pero nosotros no tenemos por qué engañamos.
—¡Pero, si es que tenían derecho a ese dinero!… No están percibiéndolo
de balde. Es un seguro. Hicieron algo por la comunidad, y por ese algo,
percib…
—Pero ¿está usted loco?
—¿Quién es el loco?
—Usted. El subsidio es subsidio, ¿o no? Lo que debería hacer, era llamar
a las cosas por su nombre.
—¡Vamos, hombre! El seguro es seguro, ¿o no?
P. D. Los que crean que el Trabajador Social y el Publicista sólo estaban
discutiendo una cuestión de nombre, que vuelvan a leer detenidamente cada
palabra de su diálogo.
10. CÓMO CONOCEMOS Y QUÉ
CONOCEMOS
El punto esencial en el estudio de la conducta del lenguaje es la relación
entre éste y la realidad, entre palabras y no palabras. Si no comprendemos
esta relación, corremos el grave peligro de sacar de quicio la delicada
conexión que debe existir entre las palabras y los hechos, desorbitar el
sentido de aquéllas y crearnos una serie de fantasmagorías y espejismos.
—WENDELL JOHNSON

La vaca Palmira
El universo está en perpetuo movimiento. Las estrellas crecen, se enfrían,
explotan constantemente. La Tierra está sometida al mismo proceso:
erosiónanse las montañas, desvíase el cauce de los ríos, hácense más hondos
los valles. Toda la vida cambia a través de sus fases de nacimiento,
crecimiento, decadencia y muerte. Hasta lo que llamamos materia inerte —las
sillas, las mesas, las piedras—, vista submicroscópicamente, es un vórtice de
electrones. Si la mesa parece como era ayer, o como fue hace cien años, no es
que no haya cambiado, sino que sus cambios son demasiado minúsculos para
nuestra tosca percepción. La. ciencia moderna no reconoce materia sólida. A
nosotros nos lo parece, porque el movimiento de sus elementos es muy rápido
y microscópico para ser percibido. Tiene tanto de solidez como de blancura
un disco giratorio con todos los colores, o como de inmovilidad una peonza
en rotación. Nuestros sentidos son sumamente limitados, por lo cual usamos
constantemente microscopios, telescopios, velocímetros, estetoscopios y
sismógrafos, entre otros muchos instrumentos, para captar lo que nuestros
sentidos no son capaces de percibir directamente. La forma en que vemos y
sentimos las cosas es resultado del funcionamiento peculiar de nuestro
sistema nervioso. Hay objetos visibles que no podemos ver y sonidos que no
podemos oír. Por tanto, es absurdo creer que percibimos algo tal como es.
Pero aunque nuestros sentidos son limitados, nos revelan muchas cosas
con la ayuda de los instrumentos. Los microorganismos descubiertos por el
microscopio nos han permitido dominar la invasión de las bacterias; ni vemos
ni oímos ni sentimos las ondas electromagnéticas, pero podemos producirlas y
transformarlas a nuestro albedrío. La mayor parte de la conquista del mundo
exterior por la ingeniería, la química y la medicina, se debe a los artefactos
mecánicos que incrementan la capacidad de nuestro sistema nervioso. En la
vida moderna, nuestros sentidos se quedarían a mitad de camino si no
tuviesen alguna ayuda para abrirnos caminos en el mundo. Sin ayudas
mecánicas no podríamos obedecer las leyes de la velocidad ni llevar la cuenta
del gas o electricidad gastada en nuestro hogar.
Pero volvamos a la relación entre palabras y significados, y supongamos
que tenemos delante a una vaca llamada Palmira: es un organismo vivo, en
constante cambio e ingestión de aire y alimento, que transforma, para
segregarlo después. Circula su sangre; sus nervios transmiten mensajes. Vista
microscópicamente, es una masa ingente de corpúsculos heterogéneos, células
y organismos bacteriales; desde el ángulo de la física moderna, es una danza
perpetua de electrones. No podemos saber lo que es en su integridad; aunque
podamos asegurar qué fue en un momento concreto, ha cambiado tanto en el
siguiente que ya nuestra descripción no es exacta. Es imposible afirmar qué es
Palmira, ni nada: además, la vaca no es un objeto estático, sino un proceso
dinámico.
Pero la Palmira que experimentamos es otra cosa. Sólo nos llega la
experiencia de una fracción muy pequeña de la vaca total: las luces y sombras
de su figura exterior, sus movimientos, su forma general, los ruidos que hace,
las sensaciones que nos produce al tocarla. Y, debido a esta experiencia,
observamos después semejanzas entre Palmira y otros animales, a los que
aplicamos la palabra “vaca”.
El proceso de abstracción
Por tanto, el objeto de nuestra experiencia no es la cosa en sí misma, sino la
interacción entre nuestro sistema nervioso (con todas sus imperfecciones) y
algo extrínseco a él. Palmira es algo único; no hay en el mundo nada
exactamente igual a ella. Pero nosotros abstraemos o seleccionamos
automáticamente de ella los elementos en que se parece a otros animales,
como forma, funciones y hábitos, y la clasificamos como vaca.
Así, pues, cuando decimos que “Palmira es una vaca”, sólo notamos sus
semejanzas con otras vacas y pasamos por alto las diferencias. Más aún:
saltamos por encima de un inmenso abismo: del proceso dinámico que
llamamos Palmira, torbellino de actividades electro-químicas-nerviosas, a la
idea relativamente estática que representa la palabra “vaca”. Invitamos al
lector a que estudie la gráfica de este capítulo titulada “La escala de la
abstracción[1]”.
Como se observa en la gráfica, el objeto que vemos es una abstracción en
su nivel más bajo, pero abstracción al fin, porque prescinde de muchas
características del proceso que es la verdadera Palmira. Este nombre es el
nivel verbal inferior de abstracción, porque omite otras características, como
las diferencias entre la Palmira de ayer, de hoy y mañana, y sólo selecciona la
semejanza. La palabra “vaca” sólo selecciona las semejanzas entre Palmira
(vaca1) y las vacas 2, 3, 4, y así sucesivamente, y por tanto, pasa por alto más
peculiaridades de Palmira. La palabra “ganado” abstrae sólo los elementos
comunes entre Palmira, las ovejas, los cerdos, cabras, etc. La expresión
“propiedad agrícola” sólo selecciona los factores que Palmira tiene en común
con las dependencias, vallados, muebles, ganado, tractores, etc., de una
granja, por lo que está a un alto nivel de abstracción.
Quizá parezca extraño y fuera de lugar lo que estamos diciendo sobre el
proceso de abstracción, porque el estudio del lenguaje suele limitarse a
cuestiones de pronunciación, ortografía, vocabulario, gramática y estructura
de las frases. Los métodos de enseñanza de composición y oratoria según
sistemas anticuados tienen en gran parte la culpa de esta idea tan extendida,
de que el estudio del lenguaje debe ceñirse exclusivamente a las palabras.
Pero nuestra experiencia cotidiana nos dice que la enseñanza del lenguaje
no es sólo cuestión de palabras, sino de relacionarlas con los objetos o hechos
que representan. Aprendemos el lenguaje del béisbol jugándolo o
presenciándolo y estudiando cómo se desarrolla. No basta con que el niño
aprenda a decir “papá” o “perro”, sino que debe usar estas palabras
aplicándoselas a sus objetos. Como ha dicho Wendell Johnson: “El estudio del
lenguaje comienza con el estudio de su significado”.
En cuanto empezamos a considerar lo que significa el lenguaje, estamos
frente al problema de cómo funciona el sistema nervioso humano.
Cuando llamamos perro, lo mismo a un pastor alemán que a un
chihuahueño o a un pachón, tan distintos en tamaño, aspecto y reacciones, es
que nuestro sistema nervioso ha abstraído lo que es común a todos ellos,
prescindiendo de sus diferencias.

Por qué hay que abstraer


Este proceso de abstracción, de seleccionar unas características y dejar otras,
es indispensable. Supongamos que vivimos en una aldea aislada e integrada
por cuatro familias, cada una de las cuales tiene su casa, con su nombre
particular. Necesitamos una expresión general, en un nivel más alto de
abstracción, que tome en cuenta las características comunes de las cuatro
casas; pero como sería muy complicado (y prolijo) repetir esa expresión-
síntesis cada vez, hay que inventar un sonido abreviado, y así elegimos la
palabra “casa”. De necesidades así surgen nuestras palabras, que vienen a ser
expresiones taquigráficas. El invento de una nueva abstracción constituye un
gran paso adelante, porque hace posible la discusión, ya no de una posible
quinta casa, sino de cuantas puedan construirse o verse de viaje o en sueños.
Un productor de películas educativas dijo en cierta ocasión al autor de
este libro, que no puede filmarse el “trabajo”. Podrá filmarse el sinnúmero de
actividades laborales que es capaz de desarrollar el hombre, pero el trabajo en
sí es una palabra taquigráfica, perteneciente a un nivel superior de
abstracción, imposible de llevar a la pantalla. En cuanto al “trabajo” que
estudia la física, se deriva evidentemente de la abstracción de características
comunes a muchos tipos de trabajo.
Puede comprenderse lo indispensable de este proceso de abstracción,
estudiando qué es lo que hacemos cuando “calculamos”. Esta palabra procede
del latín calculus, que significa china, o guijarro. Los antiguos solían echar en
un recipiente una de estas piedrecillas por cada oveja que salía del redil, y así,
cuando volvían por la noche, podían comprobar si se había perdido alguna.
Será todo lo primitivo que se quiera este ejemplo, pero muestra cómo operan
las matemáticas. Cada guijarro es una abstracción que representa la “unidad”
de cada oveja; es decir: su valor numérico. Y como abstraemos de los hechos
extensionales principios claros y uniformes, los hechos numéricos de las
piedrecitas son, salvo circunstancias imprevistas, hechos numéricos sobre las
ovejas. Nuestras x, nuestras y y demás símbolos matemáticos son
abstracciones de otras abstracciones numéricas, y las hay de nivel superior
todavía. Valen para predecir hechos y realizar operaciones matemáticas,
porque son abstracciones deducidas exacta y uniformemente del mundo
extensional y, por tanto, las relaciones reveladas por esos símbolos serán,
salvo circunstancias imprevistas, repetimos, relaciones existentes en el mundo
extensional.

Las definiciones
Contra lo que cree la gente, las definiciones no nos indican nada de las cosas.
Sólo describen nuestros hábitos lingüísticos, los fonemas que emitimos en
distintas circunstancias. Las definiciones son declaraciones sobre el lenguaje.
Casa. Esta palabra puede sustituirse en el nivel inmediatamente superior
de abstracción, por la siguiente expresión: “Algo que tiene características
comunes con la residencia de Mengano, con la morada de Zutano, con la
choza de Perengano…”
Rojo. Se abstrae una característica común a los rubíes, a las rosas, a los
tomates maduros, al pechuelo de los petirrojos, a la carne cruda y a la barra de
labios, y esta palabra expresa esa abstracción.
Canguro. Los biólogos lo definen “mamífero hervíboro, marsupial de la
familia de los macropódidas”, pero la gente lo llama “canguro” a secas.
Se observará que mientras la definición de casa y de rojo indica bajos
niveles de abstracción, la de canguro sigue en el mismo nivel. Es decir:
podemos ir a ver las viviendas de Mengano, Zutano y Perengano, deduciendo
qué características tienen en común; así empezaremos a comprender cuándo
debemos usar la palabra “casa”. Pero lo único que sabemos del canguro es
que unos lo llaman de una manera y otros de otra. O sea: cuando nos
quedamos en el mismo nivel de abstracción, no definimos nada ni damos dato
alguno nuevo. Para no extenderse demasiado, los diccionarios tienen que dar
por supuestos en muchos casos que el lector ya sabe de qué se trata.
Consultamos en él la palabra “indiferencia”, y si se trata de un diccionario de
bolsillo, lo llamará “apatía”; y a la “apatía” la definirá como “indiferencia”.
Pero son más inútiles aún las definiciones que suben a niveles más altos
de abstracción por la escalera citada, a lo cual tendemos automáticamente.
Pregúntele de sopetón a algún amigo:
—¿Qué significa la palabra rojo?
—Pues, un color.
—¿Y qué es color?
—Es una cualidad que tienen las cosas.
—¿Y qué es cualidad?
—Bueno… ¿se puede saber a qué viene todo esto?
Lo ha metido usted en un mar de confusiones. Está perdido.
Pero si, por lo contrario, adquirimos la costumbre de bajar a niveles
inferiores de abstracción cuando se nos pregunta el significado de una
palabra, nos perderemos menos en los laberintos verbales, nos apegaremos a
lo real y sabremos de qué estamos hablando. He aquí un ejemplo:
—¿Qué quiere decir rojo?
—Cuando veas detenerse la circulación en un cruce, mira al semáforo.
También puedes ir al departamento de incendios y ver el color de los
camiones.

“Definamos nuestros términos”


Ejemplo corrientísimo de la actitud desprovista de realismo (supersticiosa, a
fin de cuentas) respecto a las definiciones, es el consejo manido académico:
“Definamos nuestros términos para que sepamos de qué estamos hablando”.
Como vimos en el Capítulo 4, no saber definir un partido de fútbol no quiere
decir que no se entienda el significado de su nomenclatura. Y viceversa, poder
definir muchas palabras no quiere decir que se sepan los objetos o acciones
que representan concretamente. Al definir una palabra, la gente cree que se ha
producido cierto tipo de comprensión, sin saber que los términos de una
definición muchas veces encierran mayores confusiones y ambigüedades. Si
lo entendemos así y queremos remediarlo definiendo los términos de la
definición sin salir de nuestra confusión, continuaremos tratando de definir las
palabras definidoras, y pronto nos habremos armado el gran lío. Lo mejor es
reducir al mínimo las definiciones e indicar los niveles extensionales cuando
sea necesario; es decir: poner ejemplos concretos de lo que estamos diciendo.

Definiciones operativas
Otra manera de no perder de vista los niveles extensionales en las
definiciones, es echar mano de las que llama el físico P. W. Bridgman
“definiciones operativas”. Según él:
Para averiguar la longitud de un objeto, tenemos que realizar ciertas
operaciones físicas. Por tanto, se establece el concepto de longitud cuando se
realizan las operaciones por las cuales se mide la longitud… En general, no
entendemos por un concepto más que determinada serie de operaciones; el
concepto es sinónimo de su correspondiente serie de operaciones[2].
Así, pues, como explica Anatol Rapoport, definición operativa es la que
indica “qué hay que hacer y observar para traer al campo de la experiencia el
objeto definido o sus efectos”. Pone este sencillo ejemplo de definición de
“peso”: vaya usted a una estación de ferrocarril o a una farmacia, busque una
báscula, súbase a ella, meta una moneda por la ranura y lea el número que
indica la aguja al detenerse; ese es su peso. Pero ¿si la cifra no es igual en
básculas distintas? Pues entonces, su peso estará, por ejemplo, entre 70 o 75
kilos, según lo que marque cada báscula. Pero no hay peso que constituya una
propiedad separada de las operaciones para medirlo. “Si la única manera que
tenemos para averiguar el peso es la báscula, la definición del peso tendrá que
hacerse en función de ésta”, dice Rapoport[3].
Este es el punto de vista científico sobre las definiciones operativas:
excluye absolutamente las declaraciones no extensionales y sin sentido. Lo
mismo ocurre en los problemas diarios de la vida y del pensamiento. De la
misma manera que no hay longitud ni peso fuera de las operaciones que lo
miden, no hay “democracia” fuera de la suma total de prácticas democráticas,
como el sufragio universal, la libertad de expresión, la igualdad ante la ley,
etc.; ni “hermandad” ni “caridad”, separadas de las acciones fraternales o
caritativas.
Los ejemplos mejores de definiciones operativas corrientes, son las
fórmulas de los libros de cocina en que se describen las operaciones por
medio de las cuales puede experimentarse extensionalmente la entidad
definida. He aquí una muestra: “Las alcachofas bien lavadas se colocan en la
olla exprés sobre la parrilla de la misma. Previamente se habrá puesto media
taza de agua en la olla…” No estaría nada mal que los escritores y oradores
leyesen de cuando en cuando algún libro de cocina para aclarar y precisar sus
definiciones.

Círculos viciosos normales


En consecuencia, lo que más debemos evitar en el terreno del pensamiento, es
no descender de los niveles superiores verbales de abstracción, para llegar al
mundo extensional:
—¿Qué entiende usted por democracia?
—La defensa de los derechos humanos.
—Y ¿qué entiende usted por derechos?
—Los privilegios que Dios nos otorga… bueno, los privilegios intrínsecos
del ser humano.
—¿Como por ejemplo?…
—La libertad.
—Y ¿qué entiende usted por libertad?
—Pues… la libertad religiosa y política.
—Y eso ¿qué quiere decir?
—Pues la que disfrutamos en una democracia.
Claro está que se puede hablar sabiamente sobre democracia, como
hablaron Jefferson y Lincoln, como habla Frederick Jackson Turner en The
Frontier in American History (1950), Karl R. Popper en The Open Society
and Its Enemies (1950), T. V. Smith y Eduard Lindeman en The Democratic
Way of Life (1939), para no citar más que unos cuantos ejemplos. Cuando un
orador no se apea de los niveles superiores de abstracción, el auditorio no
sabe a qué se refiere, y él mismo pierde su capacidad discriminatoria. Al no
posar los pies sobre la tierra, se pierde en círculos viciosos verbales, sin caer
en la cuenta de que está profiriendo sonidos carentes de significado.
Esto no quiere decir que nunca podamos emitir fonemas sin significación
extensional. Muchas veces los proferimos en el lenguaje directivo, al hablar
sobre el futuro, en los rituales y en la conversación social. No debe olvidarse
que nuestros altos poderes discursivos e imaginativos derivan de que los
símbolos son independientes de las cosas simbolizadas, de modo que no sólo
podemos pasar rápidamente de unos niveles bajos de abstracción a otros
sumamente altos (de las zanahorias a su riego, de este a la prosperidad
nacional, y de ésta a mejores generaciones humanas para el futuro) y a
símbolos de cosas que no existen (“Si todos los camiones de carga existentes
en el país se pusiesen en fila…”), sino que podemos manufacturar símbolos a
capricho, aunque sólo representen abstracciones de abstracciones, sin
contacto con el mundo extensional. Por ejemplo: los matemáticos hacen
juegos malabares con símbolos sin contenido extensional, para averiguar nada
más qué puede hacerse con ellos: a esto se llama “matemáticas puras”, que no
son mero pasatiempo inútil, porque, aunque los sistemas matemáticos se
elaboren sin pensar en sus aplicaciones extensionales, suelen resultar después
aplicables de forma útil e imprevista. Pero generalmente los matemáticos
saben lo que hacen al manipular símbolos no extensionales. También nosotros
tenemos que saberlo.
Sin embargo, todos, hasta los matemáticos, hacemos ruidos involuntarios
sin sentido en el lenguaje de la vida cotidiana. Ya hemos visto a qué
confusiones se presta esto. El objeto fundamental de la escala de abstracción,
es enuclear el proceso de la abstracción.
La desconfianza de las abstracciones
Utilizando nuestra escala de abstracción, podemos situar afirmaciones y
palabras en diferentes niveles de la misma. “La señora Banuet hace buenas
tartas”; he aquí una expresión en un nivel bastante bajo de abstracción,
aunque omite muchos elementos, como qué quiere decir “buenas”, y las
ocasiones raras en que no le salen bien las tartas. “La señora Banuet es una
buena cocinera” constituye una abstracción más elevada, porque no sólo se
refiere a su buena mano para las tartas, sino a su competencia para preparar
asados, macarrones, ensaladas, etc., aunque no hace mención concreta de lo
que es capaz de guisar. “Las mexicanas son buenas cocineras” es una
afirmación de nivel aún más alto de abstracción: puede formularse con sólo
consultar las estadísticas. “El arte culinario ha llegado a gran altura en
América” estaría todavía en un nivel de abstracción más elevado, porque
podía referirse a todo el continente y supone la observación de las comidas
servidas en hoteles y restaurantes, el conocimiento de lo que libros y revistas
americanos dicen sobre el arte culinario, lo que se enseña al respecto en los
centros docentes y de educación doméstica, etc.
Por desgracia, aunque se comprende, en nuestros tiempos hay una
tendencia a hablar con desprecio de las “meras abstracciones”. La capacidad
de subir más y más peldaños en la escala de la abstracción es una virtud
positivamente humana, sin la cual no serían posibles nuestros estudios
filosóficos y científicos. Para tener una ciencia química, se ha necesitado
alguien que arbitrase la fórmula del agua H2O, prescindiendo de su humedad,
dureza en estado gélido o fragmentación en estado de rocío, y demás
características extensionales del agua en el terreno objetivo. Para llegar a
formular una “ética”, ha habido que pensar en los elementos comunes de la
conducta en las distintas civilizaciones y circunstancias, abstraer lo que es
común a la conducta del carpintero, del político, del industrial, del soldado, a
lo que tienen de común las leyes que regulan la conducta budista, confuciana,
judía y cristiana. La fórmula más abstracta puede ser también la más general.
La famosa máxima de Jesús: “Haced a los demás lo que quisierais que ellos
os hiciesen”, es en este sentido una brillante generalización de directrices más
concretas, una generalización a un nivel tan alto de abstracción, que resulta
aplicable a todos los hombres de todas las culturas.
Pero las abstracciones elevadas se desprestigian al emplearlas consciente
o inconscientemente, como tantas veces ocurre, para confundir y desorientar a
la gente. La resistencia a pagar las cuotas del seguro social puede calificarse
de “defensa del sistema de libre empresa”; negar al negro norteamericano el
derecho a votar, violando la Constitución, puede interpretarse como “defensa
de los derechos de los estados”. La consecuencia de estos abusos de la
abstracción en los asuntos públicos, es que el pueblo los va mirando con ojos
escépticos, del tipo que sean.
Pero, como ha mostrado la escala de la abstracción, no conocemos sino
abstracciones. Lo que sabe usted de la silla en que está sentado es una
abstracción del total de la silla. Al comer un trozo de pan, no puede decir por
su sabor si tiene o no vitamina B, lo que da por supuesto.
Lo que sabe usted de su esposa, aunque hayan estado casados desde hace
treinta años, es también una abstracción. No puede desconfiarse
sistemáticamente de todas las abstracciones.
Por eso, la prueba de las abstracciones no es si pertenecen a un nivel alto
o bajo, sino si pueden referirse a niveles inferiores. Cuando uno habla de las
artes culinarias americanas, debe estar en posesión de datos inferiores en la
escala de abstracción, sobre restaurantes, cocinas hogareñas, técnicas, etc.,
hasta llegar a la señora Banuct. El profesor, predicador, periodista o político
cuyas elevadas abstracciones pueden descender sistemática y seguramente a
niveles inferiores de abstracción, no sólo está hablando, sino que dice algo,
algo más que meras palabras.

La abstracción a niveles fijos


El profesor de la Universidad de Iowa, Wendell Johnson, explica en su obra
People in Quandaries (1946) un fenómeno lingüístico, que llama “abstracción
a un nivel muerto” o fijo. Sin duda, hay individuos que se mantienen más o
menos permanentemente en determinados niveles de la escala de abstracción,
unos a niveles bajos y otros a niveles muy altos. Hay quienes, por ejemplo, se
aferran a un persistente nivel bajo:
Todos conocemos a ese tipo de personas que charlan y charlan por
los codos sin llegar a una conclusión general. Hay conversaciones
interminables que se reducen a él dijo y yo dije y ella dijo y yo dije y
él dijo, para terminar, ya entrada la tarde, con un “¡ Bueno, pues eso es
precisamente lo que le dije!” A este genero pertenecen muchas cartas
en que se describen las excursiones y viajes turísticos: se da todo tipo
de detalles minuciosos sobre los lugares que se han visto, las horas de
salida y llegada, lo que se ha comido, los precios pagados, lo duro o
blando de las camas, etc.
Se caracteriza especialmente por su vaguedad, ambigüedad y hasta
falta total de sentido. Con sólo recoger unas cuantas circulares, libros
baratos, ejemplares de revistas de la “nueva idea”, etc., puede
acumularse en poco tiempo un fichero considerable de material
ilustrativo. Naturalmente, encuéntrase mucho más en las librerías, en
los puestos de periódicos y en los programas de radio. Las
conversaciones corrientes, las clases académicas los discursos
políticos, las alocuciones de inauguración y los foros y discusiones de
mesa redonda proporcionan abundantes ejemplos de palabra que han
cortado las amarras y se desbordan a sus anchas.
(Hablaron una vez al autor de estas líneas, de cierto curso de estética,
dado en una gran universidad del Oeste Medio, en que durante todo un
semestre se daban clases de arte, de belleza y de los principios en que se
basaban. Pues bien; el profesor se resistió tenazmente, aunque se lo pedían los
estudiantes, a citar cuadros, sinfonías, esculturas u objetos bellos concretos,
que acreditasen sus principios. Respondía invariablemente: “A nosotros sólo
nos interesan los principios, no los casos concretos”).
Hay también aspectos siquiátricos en la abstracción muerta en los niveles
superiores, porque, cuando proliferan exageradamente los mapas sin
referencia a territorio alguno, el efecto es el engaño. Pero en cualquier nivel,
la abstracción muerta siempre se queda a mitad de camino y es inexpresiva:
El que habla en un nivel bajo lo exaspera a uno porque no sabe
qué hacer con la información que ha recibido. Y el aficionado a los
altos niveles, porque, sencillamente, no sabe uno de qué está
hablando… Lo mejor que puede hacer uno en ese estado molesto, que
intensifican más las reglas de la cortesía (o de la asistencia a clase), es
seguir tranquilamente sentado hasta que el que habla haya concluido,
distrayéndose con sus propios pensamientos, no prestándole atención
o echándose un sueñecillo.
Por tanto, el buen hablar y el buen escribir, lo mismo que el pensamiento
claro y el bienestar sicológico, requieren una combinación constante de
abstracciones de distinta altura y un juego constante de niveles verbales con
niveles no verbales. En la ciencia, esto ocurre constantemente, las hipótesis se
comprueban con las observaciones, y las predicciones con los resultados
extensionales. (Sin embargo, el estilo científico de algunas publicaciones
técnicas presenta ejemplos torturantes de abstracción casi muerta, por lo cual
resulta tan difícil leerlas. No obstante, continua la combinación de niveles
verbales y no verbales experimentales, porque de otra manera no habría
ciencia).
También se observa así en las obras de los buenos novelistas y poetas,
cuyo mensaje es de gran utilidad general por los aspectos que descubre sobre
la vida. Pero el novelista o el poeta dan a sus generalizaciones vigor y carácter
persuasivo, porque saben observar y describir las situaciones sociales
objetivas y los estados mentales. George F. Babbitt, el memorable personaje
literario de Sinclair Lewis, tiene valor descriptivo (en un bajo nivel de
abstracción) como retrato de un individuo, y valor general como descripción
de un hombre de negocios norteamericano “típico” de su tiempo. Igualmente,
el líder político sabe combinar los altos y bajos niveles de abstracción. Un
politicastro sólo conoce los niveles inferiores, las promesas con que puede
arrancar los votos, la fidelidad, no a los principios, sino a las personas (por
ejemplo, a los personajes del gobierno), y las ventajas inmediatas. En cambio,
el teorizante político sólo sabe de abstracciones elevadas (democracia,
derechos civiles, justicia social), pero no conoce bien los hechos concretos ni
los tejemanejes de intriga para ser elegido. El gran líder político, a quien
estarán eternamente reconocidos los estados y las naciones, o por lo menos,
su estado y su nación, es el que sabe combinar las altas metas de libertad,
unidad nacional, justicia, con fines tangibles de nivel inferior, como mejores
precios para el maíz, salarios mayores para los obreros de la industria textil,
etc.
El buen escritor, el informador escrupuloso, el pensador profundo y el
individuo cuerdo actúan en todos los niveles de la escala de abstracción,
trasladándose elegante y ordenadamente de los altos a los bajos, y viceversa,
con la agilidad y gracia de los simios en un árbol.
APLICACIONES

I
Empezando por una de las afirmaciones que tengan nivel más bajo de
abstracción, ordene las siguientes de inferior a superior.

1. Prefiero el automóvil al avión.


2. Me gustan los Ford.
3. Prefiero los coches alemanes a los norteamericanos.
4. Me gusta mi Chevrolet sedán de cuatro puertas.
5. Me encanta viajar.

1. Pepe conserva siempre en buen estado todos los aparatos de su casa.


2. Pepe es un genio mecánico.
3. Maneja muy bien Pepe las herramientas.
4. Pepe es un muchacho de palabra.
5. Ayer cambió Pepe un condensador quemado de la radio.
6. Pepe es de lo más servicial y útil que yo he visto.
7. Pepe se las arregla para hacer funcionar esa radio.

II
Según lo explicado en este capítulo, sobre todo respecto a las “definiciones
operativas”, aplique las palabras cuya lista va a continuación, a hechos del
mundo extensional; es decir: vaya bajando por la escala de la abstracción e
indique “qué hay que hacer y observar para traer al campo de la experiencia la
cosa definida o sus efectos”. Si puede traducir en definiciones operativas las
frases que acompañan a las palabras de la lista, hágalo. Si no, construya las
definiciones operativas que se le ocurran.

1. ARTE: “El arte es una necesidad espiritual para todos los hombres”.
2. TELEVISIÓN: “La televisión proporciona al público ocasión de elevarse
por encima de lo mundano y experimentar la liberación del corazón y del
entendimiento”.
3. RAZA: “Somos miembros de la raza superior”.

4. FILOSOFÍA: “¡Hay algo más en el cielo y en la tierra, Horacio, de lo


que ha soñado tu filosofía!”
—Hamlet, Acto I, Escena 5

5. LIBERAL: “El liberal se compadece vehementemente (aunque a veces


caprichosamente también) de la gente en abstracto y de la masa; su
respeto se cifra esencialmente en el pueblo común”.
—WILLIAM S. WHITE, Harper’s

6. CONSERVADOR: “El conservador siente cálida e inalterable compasión


por el individuo; su respeto se polariza más bien hacia el hombre que
hacia la Humanidad”.
—Ibíd.

7. LA BATALLA DE GETTYSBURG: “La batalla de Gettysburg se libró en las


cercanías de Gettysburg, Pensilvania, durante la Guerra Civil”.

8. HONOR:

“Al Rey la hacienda y la vida


se ha de dar, pero el honor
es patrimonio del alma
y el alma sólo es de Dios”.
—LOPE DE VEGA, El Alcalde de Zalamea (Escena XVIII de la 1a Jornada)

9. NOBLEZA: “El campeón boxeó durante todos los asaltos con la nobleza
que le caracteriza”.

10. LIBERTAD: “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos”.
—CERVANTES, Don Quijote de la Mancha Parte II, Cap. 58

11. ARMAS NUCLEARES: “Para preservar la paz, es preciso disponer de la


fuerza disuasiva de las armas nucleares”.

12. RAZÓN: “La razón es la sustancia, el poder infinito que anima toda la
vida natural y espiritual; es, además, la forma infinita que pone en
movimiento lo material. La razón es la sustancia de la cual procede el ser
de todas las cosas”.
—HEGEL

III
Analícense los siguientes pasajes según sus niveles de abstracción :

1. Fobia es el temor persistente y repetido de un objeto o situación


concreta que no representa peligro en la realidad objetiva, aunque el
paciente perciba un peligro simbólico abrumador. Las fobias proceden de
temores relacionados con determinada situación, y difieren de éstos
únicamente por su “racionalidad”, aspecto simbólico y generalización en
cuanto a los aspectos remotos de la situación. Por ejemplo: se comprende
el miedo a un tigre rampante, pero pueden considerarse anormales las
reacciones del paciente que tiene miedo a la distancia de un kilómetro y
en un parque zoológico bien protegido… y se asusta ante un gato común
en una película. Ni en el caso normal ni en el anormal, adviértase, es
preciso que el miedo se base en una experiencia directa del objeto
temido, aunque en los dos, naturalmente, el tigre se identifica
simbólicamente con el peligro físico. La diferencia consiste en que la
fobia, a diferencia del miedo, no se basa en razones conscientes, sino en
experiencias profundamente reprimidas y no siempre relacionadas con
un ataque directo de felino grande o pequeño alguno en toda la vida del
paciente. Por ejemplo:
Caso 7: Ana A…, muchacha de dieciocho años, fue llevada a la
clínica siquiátrica por su…
—JULES MASSERMAN, Principles of Dynamic Psychiatry
EJEMPLO DE ANÁLISIS: El autor comienza con una definición de fobia,
explicando las condiciones generales en que puede llamarse fobia al
miedo. También es general la frase segunda, que aporta información
sobre el origen de las fobias y muestra cómo se diferencian de los
“temores relacionados con situaciones determinadas”. Hasta ahora,
parece que el autor escribe a un alto nivel de abstracción, sin subir ni
bajar gran cosa de la escala. Pero en la frase siguiente desciende por ella
hasta un ejemplo concreto, capaz de ser visualizado por el lector (“tigre
rampante”) y poner casos particulares de fobias, como el del parque
zoológico y el de la película. Después de otras explicaciones más
generales, desciende a niveles más bajos todavía (descriptivos) de
abstracción, con los datos concretos de Ana A. Podrán estar o no de
acuerdo con el doctor Masserman otros especialistas, pero sabemos por
lo menos que cuando aplica la palabra fobia a este caso se refiere a él.
Desde el punto de vista de la relación entre niveles altos y bajos de
abstracción, este pasaje es una buena definición de fobia, orientada
extensionalmente.

2. Función… es una tabla que muestra la relación entre dos cantidades


variables, cuando el cambio de una supone cambio también en la otra. El
precio de una cantidad de carne es función de su peso; la velocidad de un
tren, función de la cantidad de carbón consumido; el volumen del sudor,
función de la temperatura. En cada uno de estos ejemplos, el cambio en
la segunda variable —peso, cantidad de carbón y temperatura— está en
relación con el cambio de la primera: precio, velocidad y cantidad de
sudor. El simbolismo de la matemática permite que las relaciones
funcionales se expresen sencilla y concisamente. He aquí ejemplos de
funciones expresadas formulariamente: y = x, y = x2, y = sin x, y = cos x,
y = ex.
—EDWARD KASNER y J. R. NEWMAN, Mathematics and the Imagination

3. ISLAS Alonso, Pedro, Reforma 406

ISLAS Álvarez, Antonio, Ave. Olmos 67

ISLAS Gutiérrez, María, Calz. Guadalupe 142

ISLAS Llanos, Andrés, Peña Redonda 279

ISUNZA Morales, Félix, Paseo Cipreses 13

—Fichero comercial

4. —Muy bien —le dije—; explíqueme qué entiende usted por


recurrencia… ¿Sólo vivimos esta vida y luego desaparecemos, o todo se
repite una y otra vez, quizá infinitamente, aunque nosotros no lo
sepamos ni lo recordemos?
—Esta idea de la repetición —replicó Gurdjieff— no es la verdad
plena y absoluta, sino lo que más se aproxima a ella. En este caso, la
verdad no puede expresarse con palabras. Pero lo que usted dice se
acerca mucho a ella. Y si comprende por qué no hablo de esto, se
acercará más todavía. ¿De qué vale que el hombre sepa lo que es
recurrencia si no es consciente de ello y no cambia? Podría inclusive
decirse que, si el hombre no cambia, la repetición no existe para él.
Háblele de repetición, y lo único que logrará con ello es que duerma
mejor. ¿A qué viene esforzarse hoy cuando hay por delante tanto tiempo
y tantas posibilidades… la eternidad entera? ¿A qué molestarse hoy? Por
eso es por lo que el sistema [del pensamiento, de Gurdjieff] no dice nada
de repetición y sólo toma en cuenta esta vida que conocemos. El sistema
no tiene sentido ni razón de ser sin esforzarse en el propio cambio. Y ese
esfuerzo tiene que empezar hoy, inmediatamente. Todas las leyes pueden
verse en una vida. El saber a través de la repetición de vidas no añadirá
nada al caudal del hombre si no ve cómo todo se repite en una vida, o
sea, en esta vida, y si no se esfuerza por cambiar para escapar de esta
repetición. Pero si cambia algo esencial suyo, es decir, si logra algo, no
puede perderse.
—P.D. OUSPENSKY, In Search of the Miraculous

5. Y Sem vivió después de engendrar a Arfacsad quinientos años, y


engendró hijas e hijas. Vivió Arfacsad cincuenta años, y engendró a Sale;
vivió después de engendrar a Sale trescientos años, y engendró hijos e
hijas. Vivió Sale treinta años, y engendró a Heber; vivió después de
engendrar a Heber cuatrocientos tres años, y engendró hijos e hijas.
Vivió Heber treinta y cuatro años, y engendró a Paleg.
—-Génesis, 11:11-18

6. Los pedagogos han hecho bastante menos de lo que pudiera haberse


esperado razonablemente de ellos, por explicar a la juventud la
naturaleza, las limitaciones y las enormes posibilidades para bien y para
mal del más trascendental de los inventos humanos: el lenguaje. Debería
enseñarse a los niños que las palabras son indispensables, pero que
también pueden ser fatales, que son los únicos orígenes de la
civilización, de la ciencia, de la perseverancia en los buenos propósitos,
de la bondad angélica, y también de la superstición, de la locura y
estupidez colectiva, del satanismo peor que bestial, de la serie histórica
de crímenes perpetrados en nombre de Dios, del Rey, de la Nación, del
Partido, del Dogma.
Jamás ha habido, gracias a los medios de difusión, tantos oyentes tan
completamente a merced de unos cuantos locutores. Jamás se ha abusado
tanto y tan desastrosamente como hoy de las palabras, esos instrumentos
terriblemente eficientes de todos los tiranos, beligerantes, perseguidores
y quemadores de herejes. Los generales, eclesiásticos, anunciadores y
gobernantes de los estados totalitarios tienen razones más que sobradas
para aborrecer la idea de la educación universal en el uso racional del
lenguaje. Para los militares, clérigos, propagandistas y autoritarios, esta
enseñanza resulta (y se explica) profundamente subversiva.
A quienes estén convencidos de que la libertad es algo bueno…
parece indispensable una educación a fondo sobre la naturaleza del
lenguaje, con sus usos y abusos. Pero no sabemos todavía si las
presiones cada vez más graves de la superpoblación y superorganización
de un mundo entregado aún con tanto entusiasmo a la idolatría
nacionalista permitirán que se adopte esta educación subversiva
lingüística ni en las naciones más democráticas.
—ALDOUS HUXLEY, “Education on the Nonverbal Level”, Perspective,
septiembre de 1962.

7. Fabio, las esperanzas cortesanas


prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más astuto nacen canas.
El que no las limare o las rompiere,
ni el nombre de varón ha merecido,
ni subir al honor que pretendiere.
El ánimo plebeyo y abatido
elija, en sus intentos temeroso,
primero estar suspenso que caído;
que el corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente
antes que la rodilla al poderoso.
Epístola moral a Favio

8. Es el momento de hablar de estos


Que hicieron a ultramar el viaje extraño y largo,
Que cayeron en llamas por el aire.
Mas son muchos sus nombres. No nombraré sus nombres Aunque
algunos de ellos eran mis conocidos;
Después de algunos años también muere el fantasma,
Y ese es el retrato de mi hijo en el muro Pero su novia ha tiempo que
se casó. Eso es todo.
Murieron en el lodo, o murieron de gripe en los campos de
concentración. Muertos están, y eso es cuanto hay.
—STEPHEN VINCENT BENÉT, “Oda Breve”
(Trad. de Jaime Tello, Cien Años de Poesía Norteamericana, 1965)

9. Lo que ha dado gloria a la literatura inglesa es la descripción; la


descripción sencilla y concentrada, no de lo que sucedió ni de lo que se
cree o sueña, sino de lo que existe y constituye la vida, la vida aislada, la
vida aislada de cada día. Es natural que una vida aislada sea eso. ¿Qué
podría interesar a una isla tanto como la vida aislada, la vida diaria
completamente aislada…?
Y luego tenemos la poesía que procede de la vida aislada diaria,
porque, suponiendo que una vida diaria de la isla es lo que es, y la vida
diaria inglesa de isla ha sido siempre completamente lo que es, hace falta
que la poesía no sea lo que pierden ni lo que sienten, sino las cosas en
que se han encerrado, lo que se ha encerrado en la vida aislada diaria, en
la vida diaria de isla sencillamente. Y así, la poesía de Inglaterra es lo
que es, es la poesía de las cosas con que todas ellas se encierran en su
vida diaria, en su vida de isla completamente diaria. Esto hace una
poesía muy bella, porque cuanto está encerrado en ella puede cantar…
Es fácil comprender todo esto.
—GERTRUDE STEIN, Lectures in America

10. He aquí que salió el sembrador a sembrar.


Y al sembrar él, una parte cayó a la vera del camino,
y viniendo los pájaros se la comieron.
Otra parte cayó en los peñascales,
donde no tenía mucha tierra,
y luego brotó por no tener profundidad de terreno;
y en saliendo el sol, se quemó,
y por no tener raigambre se secó.
Otra cayó entre espinos,
y subieron los espinos y la ahogaron.
Mas otra cayó en la tierra buena, y daba fruto,
de a ciento, de a sesenta y de a treinta.
El que tenga oídos para oír, que oiga.
—Mateo, 13:3-9

IV
Alfred Korzybski dice, en Science and Sanity (1933), que la conciencia de
abstraer nos permite, entre otras cosas, enterarnos de lo que ocurre cuando,
con una sola palabra, pasamos de los inferiores a los superiores niveles de
abstracción. Por ejemplo: preocuparse porque uno se preocupa o tener miedo
al miedo puede conducir a reacciones morbosas; pero, con otro grupo de
palabras, el nivel superior de abstracción cambia o anula los efectos del nivel
inferior, como en el “odio al odio”. Examine las reacciones que pueden
producirse cuando usted

1. siente curiosidad por la curiosidad;


2. duda de sus dudas;
3. está nervioso por su nerviosidad;
4. razona sobre el razonamiento;
5. trata de conocer lo relativo al conocimiento;
6. se irrita con su irritación;
7. no tolera la intolerancia;
8. se enamora del amor.

V
V. Si queremos evitar errores de valoración, nuestra conciencia de abstraer
debe ser permanente o habitual.
Sabemos que cada palabra es una abstracción, pero se nos olvida.
Sabemos que toda palabra es una palabra de clase, que sólo abstrae (escoge
del objeto nombrado) las semejanzas de la clase a la que pertenece el objeto, y
prescinde de las diferencias. Pero se nos olvida.
—BESS SONDEL, The Humanity of Words

Escriba una nota de trescientas palabras con los ejemplos que recuerde de
este olvido en su experiencia personal. ¿Cuáles fueron las consecuencias
prácticas de esa falta de memoria?
11. EL HOMBRECILLO INEXISTENTE
Al subir por la escalera,
vi un hombre, que no era tal.
Ojalá el hombre se fuera:
hoy tampoco estaba allá.
—HUGHES MEARNS

Todo el mundo sabe que el hombre ordinario no ve las cosas tal como
son, sino sólo ciertos tipos fijos… El señor Walter Sickert suele repetir a sus
discípulos que no son capaces de dibujar un brazo concreto, porgue lo
consideran como un brazo; y como lo consideran así, se imaginan saber
cómo tiene que ser.
—T. E. HULMK

Cómo no debe ponerse en marcha un automóvil


Publico el siguiente suelto periodístico con la esperanza de que el lector lo
encuentre tan instructivo (y deprimente) como el autor:
Más de un conductor ha deseado para sus adentros hacer lo que Samuel
Ríos, de 30 años, acusado de lo siguiente: Ayer, a las 12:30 de la noche, al
pasar por Williamsburg, dio un encontronazo accidental a otro coche
estacionado a la vuelta de una esquina, frente al número 141 de la calle
Hopkins. Furioso, según dice la policía, detuvo su vehículo, agarró la
manivela de la cajuela y la emprendió a golpes con el obstáculo que se puso
en su camino, haciendo añicos desde el parabrisas hasta los faros de
estacionamiento.
—Post, de Nueva York
Estudiemos el mecanismo de la reacción de este hombre. Se enfadó con el
coche estacionado, como pudiera haberse irritado contra una persona, un
caballo o una mula que se hubiesen desmandado. Por eso, decidió dar una
lección al vehículo. Aunque la reacción fue irreflexiva y automática, tuvo su
complejidad, porque supuso una abstracción respecto al coche (que le pareció
dotado de malas intenciones), y entonces él reaccionó a esta su abstracción
más bien que al vehículo molesto.
Los individuos de las sociedades primitivas suelen proceder de manera
parecida. Cuando viene una mala cosecha o los elementos se abaten sobre
ella, hacen un trato —o sea, ofrecen sacrificios— con los espíritus del campo
o de los elementos, para que en adelante los traten mejor. También nosotros
tenemos algunas reacciones por el estilo: a veces, al tropezar con una silla, le
sacudimos un puntapié y la insultamos; hay personas que se enojan con el
cartero porque no reciben carta. Estamos confundiendo la abstracción que se
desarrolla dentro de nuestra cabeza, con lo que hay fuera, y obramos como si
la abstracción fuese el mundo exterior. Creamos una silla imaginaria que se
pone en nuestro camino y castigamos a la silla extensional que no tiene la
culpa de nada; creamos un cartero imaginario y nos metemos con el real,
porque “nos está reteniendo el correo”, siendo así que tendría mucho gusto en
traernos la carta esperada.
En función de esta idea, Sigmund Freud trató de explicar el origen de la
religión: nuestros antepasados primitivos, atemorizados por fenómenos
naturales que no podían comprender, proyectaban sus temores y zozobras
sobre el mundo, las personalizaban en un Ser maléfico y luego trataban de
aplacarlo con sacrificios de diversos tipos. Tomaban sus abstracciones por
realidad.
Confusión de los niveles de abstracción
Pero, en un sentido más amplio, estamos constantemente confundiendo los
niveles de abstracción, tomando lo que está dentro de nuestra cabeza por lo
que hay fuera. Por ejemplo, hablamos del color amarillo de nuestro lápiz
como si fuese una propiedad suya, y no un producto de la interacción, como
hemos visto, de algo extrínseco a nuestro cuerpo con nuestro sistema
nervioso. Es decir, confundimos los dos niveles inferiores de la escala de
abstracción, cuya gráfica va en el capítulo anterior, y los tratamos como si
fuesen uno solo. Hablando con propiedad, no deberíamos decir “el lápiz es
amarillo”, lo cual constituye una declaración que atribuye el color amarillo al
lápiz, sino algo por el estilo de esto: “Lo que produce en mí el efecto de
inducirme a decir ‘lápiz’ igualmente produce en mí el efecto de inducirme a
decir ‘amarillo’”. Claro está que no precisa tanta minuciosidad para nuestro
lenguaje corriente, pero en la última expresión se toma en cuenta la parte que
desempeña nuestro sistema nervioso en la creación de nuestras imágenes de la
realidad, cosa que no ocurre con la primera frase.
Esta costumbre de confundir lo que ocurre dentro de nosotros con lo que
pasa fuera es esencialmente una reliquia de nuestro pensamiento precientífico.
Cuanto más avanza la civilización, más conscientes tenemos que ser de que
nuestro sistema nervioso prescinde automáticamente de algunas
características de los hechos. Si no lo entendemos así, si no comprendemos el
proceso de la abstracción, confundimos el ver con el creer. Si confunde usted,
por ejemplo, la serpiente cascabel número veintidós que ha visto en su vida
con la abstracción que se ha formado de las veintiuna anteriores, no irá muy
lejos en sus reacciones. Pero la vida civilizada plantea a nuestro sistema
nervioso problemas más complicados que estos reptiles.
Korzybski cita, en Science and Sanity, el caso de un hombre que contraía
la fiebre del heno en cuanto llevaban rosas a su habitación. En plan de
experimento, se le presentó de sopetón un ramillete de rosas, e
inmediatamente hubo un ataque violento de ese tipo de fiebre, aunque las
rosas eran de papel. Es decir, creer y ver era lo mismo para su sistema
nervioso.
Pero las palabras, como hemos visto en la escala de la abstracción, están a
un nivel superior al de los objetos reales. Cuantas más palabras tengamos en
los altos niveles de abstracción, más conscientes seremos de este proceso
abstractivo. Por ejemplo, la palabra “serpiente cascabel” omite todos los
factores importantes de este reptil. Pero, si se recuerda vividamente la palabra
como parte de todo un complejo de experiencias aterradoras con una de estas
culebras, la palabra puede provocar las mismas sensaciones que una real. Por
eso, hay quienes palidecen al oír esta palabra.
Es interesante la anécdota que refiere el profesor Leo Hamalian sobre los
soldados de Marina a quienes se dijo que terminarían su trabajo de a bordo al
día siguiente, cuando estuviesen en alta mar. Muchos de ellos vomitaron y
mostraron todos los síntomas del mareo. Pero el barco no se había movido del
puerto al día siguiente.
Este es, pues, el origen de la mágica verbal. Se toma la palabra “serpiente
cascabel” por el reptil en sí, y provoca las mismas reacciones. Esto parece un
disparate, claro está, y lo es. Pero desde el punto de vista de la lógica
precientífica se explica. Como dice Lévy-Bruhl en How Natives Think (1926),
la lógica primitiva se basa en eso: como la palabra y el objeto nos asustan, son
una sola cosa, o por lo menos, hay una “relación mística” o misteriosa entre
las dos. Este sentimiento de relación misteriosa es el que explicamos en el
Capítulo 2 al tratar de las actitudes ingenuas respecto a los símbolos; lo
llamamos “conexión necesaria”. En consecuencia, se atribuye “poder
misterioso” a las palabras que son “terribles, prohibidas, impronunciables”, y
se apropian así las características de los objetos que representan. Antaño se
llamó “gramático” al individuo que poseía poderes mágicos, es decir, versado
en el “grimorio”, que, por tanto, podía manipular el poder místico de las
palabras.
La idea de que la repetición de las palabras de la fórmula produce los
efectos deseados sigue en boga, pese al orgullo de nuestra cultura científica.
Durante el decenio de 1930, políticos, industriales y periódicos repetían,
como un encantamiento, las palabras “¡La prosperidad nos espera!” Los
fanáticos del fútbol vociferan interminablemente el nombre de su equipo,
como si tuviera poder mágico, etc. Con estos y otros vítores por el estilo,
repetidos, los espectadores quieren empujar el balón hacia la red contraria.

Los judíos
Pero pongamos un ejemplo, lleno de prejuicios para mucha gente: “El señor
Toledano es judío”. Al oír este gentilicio, algunos cristianos reaccionan en el
acto hostilmente, poniéndose en guardia contra sus tramposos manejos
financieros, reales o supuestos. Este “cristiano” confunde sus altos niveles de
abstracción sobre la palabra “judío” con el Toledano extensional, con el cual
se comporta como si fuese idéntico a su abstracción. La de judío es una de las
muchísimas abstracciones que pudieran aplicarse al señor Toledano, como,
por ejemplo, “padre”, “zurdo”, “jugador de golf”, “maestro de historia”, etc.
Pero el hombre lleno de prejuicios se concentra en sólo una abstracción,
“judío”, que acaso sea la menos importante de todas.
Además, da la casualidad de que la palabra “judío” es la más difícil de
situar en la escala de la abstracción. ¿Se refiere a una raza, a una religión, a
una nacionalidad, a un tipo físico, a un estado mental o a una casta? Si no
entra en ninguna de estas clasificaciones, ¿cuál es la que le corresponde? En
muchas conferencias y congresos de judíos norteamericanos, celebrados
últimamente, ha habido sesiones para dilucidar qué quiere decir ser judío. El
primer ministro de Israel y la mayor parte de los miembros de su gabinete no
ponen el pie en una sinagoga más que en contadas ocasiones de tipo político o
patriótico. ¿Son judíos? ¿Qué decir de la fanática secta de Jerusalén, Neturai
Karta, que además de tres servicios religiosos diarios recita una plegaria de
medianoche y celebra una vigilia por la venida del Mesías, y se niega a
reconocer al Estado judío y empuñar las armas por él? El Gobierno de Israel,
ante la inundación de refugiados “judíos” de muchas partes de Europa,
Oriente Medio y Asia, desistió hace mucho tiempo de definir el adjetivo
“judío”; hoy, la regla general es que quien se llame así lo es, definición
operativa difícil de mejorar.
Pero esta palabra tiene poderosas connotaciones afectivas en la cultura
cristiana por los numerosos accidentes históricos que han asociado a los
judíos con el dinero. Así, lleva una connotación peyorativa: “Tiene uñas de
judío”, “es más tacaño que un judío”, “eso se lo habrá vendido a usted
cualquier judío”, “eso es una judiada”… En algunas comarcas campesinas
norteamericanas, rondadas en otros tiempos por chamarileros y buhoneros
judíos, las madres metían miedo a sus hijos traviesos con esta amenaza: “¡Voy
a venderte al viejo judío!”
Pero volvamos al señor Toledano. Para quien confunda habitualmente la
idea que tiene en la cabeza con la realidad exterior, el ser judío significa que
el señor Toledano no es de fiar. Si le va bien en los negocios, es que los judíos
son listos. Si le va mal, ya tendrá colocado dinero en otra parte. Si tiene
costumbres de extranjero, es que los judíos son duros de asimilar; pero si es
igual que los demás conterráneos, es que “trata de pasar por uno de nosotros”.
No da limosna, porque los judíos son miserables; la da, y es que trata de
sobornar a la gente para entrar en la sociedad. ¿Que vive el señor Toledano en
el barrio judío de la ciudad? Ah, es que los judíos se cubren y protegen unos a
otros. ¿Que se traslada a una localidad donde no hay paisanos suyos? Es que
esa gente hace su nido en cualquier parte. En síntesis: El pobre Toledano está
condenado haga lo que haga, automáticamente.
Pero él puede ser lo mismo rico que pobre, santo que réprobo,
coleccionista de sellos, violinista, jardinero, físico, pulidor de lentes o director
de orquesta. Si, guiados de nuestras reacciones automáticas, retiramos nuestro
dinero al conocer al señor Toledano, acaso ofendamos a un hombre que nos
podría haber sido sumamente útil moral, espiritual o hasta financieramente si
se quiere, es decir, habremos cometido un grave error. Él no está identificado
con nuestra ideíca personal del judío, sea cual fuere esa ideíca.
Decir que la gente está cegada por los prejuicios es algo más que una
metáfora. Ralph Ellison llama “hombre invisible” al negro protagonista de su
novela titulada así: “The Invisible Man”. La mayor parte de los blancos que
se encuentran con un negro no ven en él más que la abstracción que tienen de
él en la mollera; obcecados por dar con “el hombrecillo inexistente”, el que
no estaba en la escalera, no se fijan en el negro que tienen delante.
Algo parecido pasa en Occidente con los árabes. Mucha gente se quedaría
de una pieza al saber que no todos los árabes son musulmanes (hay millares y
millares de cristianos en Líbano y Siria), que los árabes de Siria aborrecen a
los de Egipto, y que los del Líbano no hacen buenas migas con los de Siria y
los de Irak y que no es raro que los árabes sean altos, rubios y de ojos azules.
El occidental ignorante o lleno de prejuicios considera algunas veces al árabe
como hermano del judío. Esto no quiere decir que haya que prescindir de la
palabra “árabe”, sino que hay que usarla con mayor precisión. Según Edward
Atiyah, especialista en el mundo árabe, esta palabra puede tener tres
significados: el pueblo nómada que mora en los desiertos de Jordania, Arabia,
Siria y Africa septentrional, llamado beduino; el pueblo de la península
arábiga (llamado comúnmente “árabe”), tanto el nómada como el que vive en
las ciudades, en cuyo sentido denota un grupo étnico, los actuales sauditas,
yemenitas, kuwaitas y otros descendientes de la tierra árabe primitiva; y
finalmente, un grupo cultural, un bloque de comunidades de habla árabe que
ocupan desde el golfo Pérsico al Este hasta el Atlántico al Oeste. En este
vasto territorio, es muy reducido el porcentaje de nómadas; la mayoría son
fellahin (labradores) y habitantes de las antiguas y célebres ciudades Aleppo,
Damasco, Beirut, Latakia, El Cairo, Alejandría, Bagdad, Jerusalén, Túnez y
Argel, en otro tiempo focos de la civilización mundial. Por eso, si queremos
hablar con precisión y sin ofender a un grupo humano cuya importancia en el
mundo crece de día en día, debemos distinguir por lo menos entre estas
distintas abstracciones, y no emplear la palabra “árabe” como si sólo
significase la idea estereotipada que las películas de aventuras nos han
comunicado de la Legión Extranjera.

X. X., el “Criminal”
He aquí otro ejemplo de confusión abstractiva. Supongamos que nos
presentan a X. X. como “individuo que acaba de salir de la cárcel donde ha
estado tres años”. Ya de por sí, esto pertenece a un nivel bastante elevado de
abstracción, pero es un informe… Sin embargo, mucha gente pasa inmediata e
inconscientemente a niveles más altos de abstracción: “Si es un licenciado de
presidio, ¡es un criminal!” Ahora bien, la palabra “criminal” no sólo está
mucho más alta en la escala abstractiva que “el hombre que pasó tres años en
la cárcel”, sino que, como vimos en el Capítulo 3, constituye un juicio, en el
cual va implícita la deducción: “Ha cometido un crimen antes, pues cometerá
más después”. En consecuencia, si X. X. solicita un empleo y tiene que
declarar que ha pasado tres años en la cárcel, sus futuros jefes, confundiendo
automáticamente los niveles abstractivos, acaso digan, sin molestarse en hacer
más averiguaciones: “¡ Cómo voy a dar trabajo a criminales!”
Y el caso es que, a lo mejor, el hombre estuvo en la cárcel por una
injusticia o, si fue justa su sentencia, ha podido reformarse. Inútil. Al no
encontrar trabajo, acaso se diga, desesperado: “Puesto que todos me tratan
como a un criminal, voy a hacerme un criminal de verdad”, y se entrega al
robo y a la delincuencia. La culpa no ha sido totalmente suya.
Todos conocemos cómo corren los rumores, exagerándose cada vez más,
al ascender en la escala de la abstracción —de deducciones a juicio— y al
confundir, por si esto fuera poco, los niveles. He aquí cómo suele razonarse
en estos casos:
Informe. “María López no volvió a casa hasta las tres de la madrugada del
sábado”.
Deducción. “Habrá andado por ahí en malos pasos, vaya usted a saber”.
Juicio. “Es una perdida. Nunca me gustó su facha. Me dio mala espina
desde que la vi por primera vez”.
Si nos dejamos arrastrar por estos juicios temerarios, de abstracción tan
precipitada, muchas veces haremos desdichada la vida de los demás y la
nuestra.
Para terminar con un ejemplo de este tipo de confusión, obsérvese la
diferencia entre estas dos frases: “He fracasado tres veces”, y “¡Soy un
fracaso!”

Mundos engañosos
El hábito de la abstracción nos pone en guardia respecto a las cosas que
parecen iguales y no lo son, a las que llevan el mismo nombre, pero no son lo
mismo, y a los juicios basados en informes, pero que no son estos informes.
En una palabra: nos impide hacer el tonto. Sin el hábito de abstraer, o mejor
dicho, de frenar nuestras reacciones, que es la consecuencia de no confundir
el ver con el creer, estamos completamente impreparados para distinguir las
rosas auténticas de las de papel, el judío apriorístico del Toledano extensional,
el supuesto criminal del X. X. concreto.
Moderar estas reacciones es señal de madurez. Pero, por nuestra mala
educación o instrucción, por experiencias que nos asustaron en la niñez, por
las creencias tradicionales, la propaganda y otros factores que influyen en
nuestra vida, todos tenemos “áreas de insanidad” o, mejor quizá, “áreas de
infantilismo”, en que estamos a merced de reacciones semánticas equivocadas
y profundamente arraigadas en nosotros. Por algún susto que le dieron de
niño, fulano se atemoriza irremediablemente al ver a un guardia, el que sea: el
“policía” que lleva en la cabeza, “es” el guardia del mundo extensional
exterior, quien, probablemente, es el hombre mejor del mundo. Algunos
palidecen a la vista de una araña, del tipo que sea, aunque esté metida dentro
de un frasco. Otros reaccionan automáticamente en plan hostil al oír las
palabras “comunista”, “rojo”, “conservador”, “beaturrón”, etc.
El doctor G. Brock Chisholm, exdirector general de la Organización
Mundial de la Salud (1948-1953) y presidente de la Federación Mundial para
la Salud Mental, ha comentado con elocuencia la tiranía de las palabras
preñadas de prejuicios:
El poder que estas palabras tienen… es pasmoso… Son cadenas
que aherrojan al hombre a su pasado miserable y a su presente
desalentador. Son las premisas que le cargaron… cuando era
demasiado joven e impotente para defenderse usando su inteligencia.
Vemos que pocas veces puede hablarse inteligentemente, sin los
prejuicios arraigados que se nos imbuyeron en la niñez, de temas tan
corrientes como la salud, la ropa, los negros, la política, el patriotismo,
la conciencia, los judíos, las supersticiones, la guerra y la paz, el
dinero, el sexo, la propiedad, el matrimonio, la religión, algunas
enfermedades, la India, las escalas de sueldos, el socialismo, el
comunismo, los sindicatos, los partidos políticos, etc., según una lista
prolija que varía de lugar en lugar, de época en época y de familia en
familia. Muy poca gente es capaz de pensar con claridad y honradez
de estas cosas; y sin embargo ellas, y otras como ellas, son las que
constituyen la vida del hombre y las que han producido la mayor parte
del pavor y la miseria que hay en el mundo, por no ser comprendidas,
por enfocarlas mal y por combatirlas[1].
Desde luego, el doctor Chisholm no quiere decir que no debamos
aprender nada de nuestros mayores. Aprendemos dos cosas de nuestros
maestros: un cuerpo de ideas y creencias, y la manera de sostenerlas y
utilizarlas. Si las acompaña la conciencia abstractiva, pueden cambiarse
cuando son inexactas o erróneas. En otro caso —o sea, si confundimos
nuestros mapas mentales con el territorio objetivo— son prejuicios. Como
maestros y padres, no podemos menos de transmitir algún error informativo a
los pequeños, por mucho cuidado que pongamos. Pero, si les enseñamos
además a ser habitualmente conscientes del proceso abstractivo, les daremos
los medios para liberarse de cualquiera idea errónea que les hayamos
sugerido. Por tanto, nuestros esfuerzos pedagógicos no los “aherrojarán a un
pasado miserable”, sino los ayudarán a crecer al aumentar los años y la
experiencia.
La imagen de la realidad que nos formamos al faltarnos la conciencia
abstractiva no es mapa de territorio alguno existente. Es un mundo falaz. En
esa tierra ilusoria, todos los judíos tratan de engañarle a uno, todos los
capitalistas son obesos tiranos que fuman puros caros y enseñan los dientes a
los sindicatos; todas las culebras son venenosas; los automóviles, punibles a
golpes de barra, y los extranjeros, espías comunistas. Algunos de los que se
pasan demasiado tiempo en estos mundos engañosos, terminan en el
manicomio; pero, claro, “ni son todos los que están ni están todos los que
son”.
¿Cómo reducir estas áreas mentales de infantilismo? En primer lugar,
llegando a la convicción profunda de que no hay “relación necesaria” entre
las palabras y lo que significan. Por este motivo, el estudio de un idioma
extranjero siempre es útil, aparte de otras ventajas. Ya hemos indicado otros
medios: conocer el proceso abstractivo y comprender de verdad que las
palabras nunca dicen todo sobre las cosas. La escala de abstracción,
adaptación de un diagrama de Alfred Korzybski para presentar gráficamente
la relación entre palabras, objetos y hechos, tiene por objeto ayudarnos a
entender y no olvidar jamás el proceso abstractivo.

APLICACIONES

I
Indicamos al fin del Capítulo 2 que debían recogerse ejemplos del lenguaje en
un libro de recortes o en fichas. Ya hemos estudiado suficientes principios
generales sobre la relación entre lenguaje y conducta para aumentar la
colección. He aquí unos títulos orientadores:
Informes escuetos.
Artículos con deducciones e inferencias explícitas.
Artículos con deducciones que puedan tomarse por informes.
Reacciones a los juicios como si fuesen informes.
Cambios de sentido a consecuencia de cambios de contexto.
Palabras-gruñidos y palabras-arrullos tomadas por informes.
Indirectas,
Discusiones sobre temas absurdos.
Conversación social.
Reacciones excesivas a las connotaciones afectivas.
Directrices tomadas por informes.
Desencanto por directrices imperfectamente entendidas.
Abstracción en un nivel muerto.
Uso sin sentido de abstracciones de alto nivel.
Abstracciones de niveles superiores e inferiores bien relacionadas.
Ver y creer.
El hombrecillo inexistente.
Cuándo se lean los capítulos siguientes, surgirán nuevos títulos. En
cualquier tiempo y lugar pueden estudiarse las relaciones entre lenguaje y
conducta: en una oficina, en la escuela, en la iglesia, tras un mostrador
comercial o delante de él, en las fiestas sociales, en las asambleas, en todo lo
que se lee y en la vida íntima familiar o en las relaciones personales. Hasta
una colección desordenada de ejemplos valdrá al lector para comprender lo
que dice al autor en este libro y a qué viene lo que dice. Entonces, quizá
quiera aquilatar, ampliar o corregir alguna de sus afirmaciones, con lo cual
progresará en el estudio científico de las relaciones entre lenguaje y conducta.
Invito a todas veras al lector a que coopere conmigo.
II
¿Es cierto que algunas personas castigan a los niños que sueltan palabrotas,
haciéndoles lavarse la boca con jabón? Coméntense las reacciones semánticas
o los procesos mentales de quienes quieren corregir así el lenguaje de sus
hijos.

III
Los académicos de Lagado, en los Viajes de Gulliver, de Jonathan Swift,
hablan por el siguiente procedimiento, conscientes quizá de las deficiencias
del lenguaje:
Como las palabras sólo son los nombres de las cosas, estiman
conveniente que todos lleven consigo los objetos necesarios para
expresar el asunto particular que quieren tratar… Varias veces he
observado a dos de estos sabios, derrengados casi bajo el peso de sus
bultos, como quincalleros de los nuestros; cuando se encuentran en la
calle, dejan sus fardos, abren los sacos y se ponen a hablar… Otra
gran ventaja que se proponían obtener con este invento, era que podía
servir de lenguaje universal para todas las naciones civilizadas.
Antes de reírse de los filósofos de Lagado, piense en los casos en que
resulta conveniente enseñar objetos en lugar de hablar, para comunicar algo.
¿Puede usted señalar, utilizando los niveles de abstracción expuestos en este y
el anterior capítulo, qué es lo que está equivocado en él plan de dichos
filósofos?
IV
Publicamos un fragmento del ensayo de John Kenneth Galbraith, titulado “La
Edad del Hecho Verbal” (The Age of the Wordfact). Redacte un comentario de
500 palabras sobre el “hecho verbal”, con ejemplos de su experiencia o
lecturas personales.
En junio de 1960, volvió el presidente Eisenhower de un viaje al Pacífico
que, superficialmente, parecía un desastre sin paralelo en este tipo de cosas.
El Japón, objeto principal de la excursión presidencial, agitado por violentos
alborotos provocados por la visita, hubo de decirle que no fuese. Pero, gracias
a su secretario de prensa, el Presidente logró informar que el viaje había sido
un éxito…
El hecho verbal sirve para que las palabras substituyan a la realidad, lo
cual es una ventaja enorme. Significa que decir que algo existe equivale a su
existencia, y que algo va a ocurrir; al hecho en sí…
Por si alguien cree que esto es exageración… recordemos algunos triunfos
del hecho verbal durante los últimos años… Echando mano audazmente del
hecho verbal, logramos convertir a los dictadores sudamericanos en baluartes
del mundo libre… Aunque los campesinos están despoblando el campo a un
ritmo sin precedente, el secretario de Agricultura ha explicado esto… en un
libro que lleva el sugestivo título de Libertad para Labrar la Tierra (Freedom
to Farm).., Durante los días que inmediatamente siguieron al último
lanzamiento de los U-2, el hecho verbal, empleado profusamente, hizo
cambiar todas las circunstancias. Los aviones que volaban sobre otras
naciones se convirtieron en una especie de quinta libertad… Suspendiéronse
después los vuelos, y esto se alabó como un acto de sabia moderación…
He aquí el servicio que presta el hecho verbal al transformar la desgracia
en ventura.
—Atlantic
V
Defínanse las siguientes palabras:

vampiro criminal obscenidad


platillo volador presión política jueves
radiactividad música popular semántica
Aplique a cada palabra uno o todos los tipos de definiciones que van a
continuación. (Para mayor claridad, puede consultarse Science and the Goals
of Man, de Anatol Rapoport, 1950, Gap. 7) :

1. Definición por sinónimos: “Alcanzar significa conseguir”.


2. Definición por clasificación y diferenciación (aristotélica): “Autocracia
es una forma de gobierno en que la autoridad es ejercida por una sola
persona”.
3. Definición por enumeración de objetos contenidos en ella: “Especias son
la canela, el clavo, el jengibre, la pimienta, etc”.
4. Definición extensional: señalando o presentando lo que se define (véase
el Capítulo 4).

Indíquense los términos anteriores que no son susceptibles de definición


operativa.

VI
En relación claro con este capítulo, está la lectura, discusión y redacción de
trabajos sobre los prejuicios raciales y religiosos. La literatura antisemítica es
abundante y lo ha sido durante siglos. En los Estados Unidos constituye un
ejemplo curioso The Iron Curtain Over America (1951), de John Beaty, en el
que no sólo se echa la culpa de todas las calamidades norteamericanas (las
dos guerras mundiales y lo que ha venido después) a los judíos, sino que se
los acusa de ocultar la verdad al público merced al control que ejercen sobre
las casas editoras, los periódicos y otros medios de difusión. Adolfo Hitler
arremetió furiosamente contra los judíos (Norman H. Baynes, rec., The
Speeches of Adolf Hitler, 2 vols., 1942), lo mismo que sus colegas del Tercer
Reich. El intento de Hitler de acabar totalmente con la raza judía constituirá
un ejemplo eterno de vesania racial. Véase William Sliirer, The Rise and Fall
of the Third Reich (1960), y Gerald Reitlinger, The Final Solution: The
Attempt to Exterminate the Jews of Europe, 1939-1945 (1953).
Consideramos de especial interés para los estudiantes de semántica los
siguientes libros, de los publicados sobre los prejuicios raciales:
Harold Isaacs, Scratches on Our Minds: American Images of China and
India (1958). Este libro interesantísimo enseña cómo las películas, las
historietas cómicas, las guías de viajes y los estereotipos ficcionales
contribuyen a nuestras ideas sobre la gente de China e India. No estaría mal
que fuésemos corrigiendo esas ideas equivocadas, en estos días de grandes
cambios en las relaciones mundiales.
Morton Grodzins, Americans Betrayed: Politics and the Japanese
Evacuation (1949). Este volumen tiene importancia especial porque descubre
la contribución de los grupos de presión, de los líderes políticos y de la prensa
a la atmósfera que terminó por llenar de japoneses-norteamericanos, unos
ciudadanos y otros extranjeros, los campos de concentración de la costa
occidental norteamericana, durante la segunda Guerra Mundial.
Harry y David Rosen, But Not Next Door (1962). Informe
extraordinariamente extensional sobre lo que ocurrió en un fraccionamiento
particular destinado a viviendas familiares en Deerfield, Illinois, cuando se
supo que iban a habitar allí familias de negros. A base de entrevistas,
reportazgos periodísticos y sentencias judiciales, describe el libro tres familias
imaginarias para explicar los sentimientos y acciones de los pobladores de
dicha localidad. Pese a sus protestas de que no tenían sentimientos
antirraciales, no permitieron que el proyecto se convirtiese en realidad.
Julia Abrahamson, A Neighborhood Finds Itself (1959), y Herbert A.
Thelen, The Dynamics of Groups at Work (1954). Ambos libros son reflejo en
la experiencia de sus autores en un movimiento comunitario del distrito Hyde
Park-Kenwood, de Chicago. Se combatió el mal estado del barrio y se inició
su urbanización, al establecer, entre otras cosas, la comunicación entre
vecinos, sobre todo, blancos y negros, lo cual contribuyó notablemente a
limar asperezas y aliviar tiranteces. La señora Abrahamson expone más bien
los hechos; el doctor Thelen explica, como indica el título de su obra, las
consecuencias teóricas de la experiencia.
12. LA CLASIFICACIÓN
Cuando se establece una diferencia legal… entre el día y la noche, entre
la niñez y la madurez o cualesquiera otros extremos, hay que trazar una línea
divisoria, o irla marcando poco a poco merced a decisiones sucesivas, para
indicar dónde empieza el cambio. Considerada en sí misma, sin la necesidad
que la dictó, esta línea puede parecer arbitraria. Quizá debería caer un poco
más a la derecha o un poco más a la izquierda. Pero al comprender que es
necesaria y que no hay procedimiento matemático ni lógico de trazarla con
exactitud, la decisión de la legislatura debe ser aceptada, excepto cuando no
quepa duda de que está muy lejos de donde debería pasar.
OLIVER WENDELL HOMES
Porque, naturalmente, el verdadero significado de una palabra se
averigua observando cómo se emplea, no lo que se dice sobre ella.
—P. W. BRIDGMAN

Poniendo nombre a las cosas


En la figura que va a continuación, se ven ocho objetos, llamémoslos
animales: cuatro grandes y cuatro pequeños, cuatro con cabeza redonda y
otros cuatro con cabeza cuadrada, cuatro de cola retorcida y cuatro de cola
derecha. Andan rondando por el pueblo, pero como no se les da importancia,
nadie se fija en ellos y ni les ponen nombre.
Pero un día descubre usted que los pequeños devoran su trigo, y los
mayores no. Inmediatamante surge una diferenciación: a los A, B, C y D, les
pone un nombre arbitrario, y a los E, F, G y H, otro. Echa a los primeros y
deja en paz a los segundos. Pero su vecino ha tenido otra experiencia distinta:
los de cabeza cuadrada muerden; los otros, no. A unos y a otros pone nombres
distintos. Otro vecino se entera de que los de rabo retorcido matan las
culebras, los otros no. E igualmente, los diferencia con su abstracción y con
sus nombres.
Está usted reunido con sus dos vecinos mencionados, cuando pasa el
animal E. Los tres sueltan una exclamación, pero cada uno le llama por el
nombre que caprichosa y personalmente le ha puesto. ¿Cuál es el nombre
acertado? Discuten violentamente sobre ello, cuando se presenta otro aldeano,
que lo llama de otra manera: para él no es más que un animal comestible, y le
ha aplicado el nombre de cualquiera de los que tiene en su corral.

Como se ve, la pregunta de cuál debe ser el nombre apropiado carece de


sentido, es decir, no puede contestarse. Sólo habiendo una relación necesaria
entre los símbolos y los objetos simbolizados —relación que ya sabemos que
no existe— habría nombres apropiados. La línea que tracemos entre las cosas
que juzgamos distintas depende de nuestro interés y de los fines de la
clasificación. Así, por ejemplo, los animales se clasifican de una manera por
la industria de la carne, y de otra u otras por las del cuero o de la piel, o por el
biólogo. Ninguna de estas clasificaciones es definitiva; sólo sirven cada una a
su propósito.
Y lo mismo debe decirse de cuanto percibimos. Una mesa es mesa, porque
comprendemos su relación con nuestra conducta e intereses; comemos,
trabajamos y ponemos objetos sobre ella. Pero para una persona que viva en
alguna cultura donde no se usan mesas, puede significar un asiento muy
grande, una plataforma pequeña o una estructura caprichosa. Es decir, si
nuestra cultura y nuestra educación fuesen distintas, nuestro mundo no nos
parecería el mismo.
Muchos, por ejemplo, no distinguimos verbalmente entre salmones,
siluros, bonitos, meros, guachinangos, robalos, etc.; decimos: son pescados, y
a mí no me gusta el pescado. Pero, para un conocedor, estas palabras
significan la diferencia que hay entre una buena y una mala comida.
El zoólogo estima muy importantes otras distinciones más complicadas,
porque tiene diferentes puntos de vista. Cuando se nos dice que “este pescado
es un pámpano, trachinotus carolinus”, lo aceptamos como cierto, no porque
sea su nombre apropiado, sino porque así lo clasifican en su sistema completo
y más genérico quienes tienen profundo interés en los peces.
Así, pues, cuando ponemos nombre a algo, lo estamos clasificando. Un
objeto o un hecho no tienen nombre por sí ni pertenecen a una clase hasta que
lo incluimos en ella. Supongamos que vamos a dar significado extensional a
la palabra “coreano”. Comprenderíamos a todos los coreanos existentes en un
momento determinado y diríamos: “La palabra ‘coreano’ representa de
momento a las personas A, B, C… X”. Pero entre ellos nace Z. El sentido
extensional de la palabra “coreano” no ha incluido al Z, no pertenece a
clasificación alguna. Entonces, ¿por qué es también coreano? Porque así le
llamamos. Y al llamarle así, al fijar su clasificación, hemos determinado un
número considerable de actitudes futuras hacia Z: tendrá determinados
derechos en Corea, será tenido por extranjero en otras naciones y sometido a
sus leyes para los extranjeros.
En cuestiones de raza y nacionalidad, se ve particularmente claro cómo se
hacen las clasificaciones. Por ejemplo: el autor de este libro es canadiense por
nacimiento, japonés por raza, y actualmente norteamericano. Aunque fue
legalmente admitido con pasaporte canadiense en los Estados Unidos en
calidad de “inmigrante fuera de cuota”, no pudo solicitar la ciudadanía
norteamericana hasta 1952. Según la ley estadounidense de inmigración,
anterior y posterior a 1952, todo canadiense tiene derecho a ser, sin
dificultades, residente permanente de los Estados Unidos, siempre que no sea
de origen oriental, en cuyo caso sólo importa su raza y no se toma en cuenta
su nacionalidad. Si está llena la cuota, o cupo, de su raza —japonesa, por
ejemplo—, como suele estar siempre, y no puede clasificarse como
inmigrante fuera de cuota, no puede entrar en el país. ¿Son reales todas estas
clasificaciones? Ya lo creo que lo son; y si no, que lo digan los efectos que
acarrean al interesado.
El que esto escribe ha pasado toda su vida en Canadá y los Estados
Unidos, salvo breves visitas al extranjero. Habla torpemente el japonés, con
un léxico infantil y con acento norteamericano; ni lo lee ni lo escribe. Sin
embargo, debido a ese poder hipnótico que las clasificaciones ejercen sobre
cierta gente, se le atribuye (o se le acusa) de cuando en cuando, “mente
oriental”. Como lo mismo Buda que Confucio o el general Tojo, Mao Tse-
tung, Pandit Nehru, Syngman Rhee y el dueño del restaurante chino “El
Faisán de Oro”, tienen mente oriental, no sabe uno si sentirse halagado o
insultado.
¿Cuándo es negra una persona? Según la definición aceptada en Estados
Unidos, por exigua que sea la cantidad de sangre negra que lleve uno en las
venas, es “negro”. Tanto valdría como decir que, por exigua que sea la
cantidad de sangre blanca que lleva uno en las venas, es “blanco”. ¿Por qué
no vale este raciocinio? Pues porque el sistema de clasificación primero
conviene a los fines de quienes hacen la clasificación. Con ella no se trata de
identificar esencias, como tantos creen, sino de satisfacer una comodidad o
necesidad social, y las distintas necesidades siempre dan lugar a distintas
clasificaciones.
Pocas son las complicaciones para clasificar perros, gatos, cuchillos,
tenedores, cigarrillos y caramelos; pero cuando se trata de clasificaciones a
altos niveles de abstracción —la conducta, las instituciones sociales, los
problemas filosóficos y morales—, surgen dificultades serias. Cuando una
persona mata a otra, ¿se trata de un asesinato, de un arrebato de locura
pasajero, de un homicidio, de un accidente o de un acto heroico? En cuanto
termina el proceso clasificador, nuestras actitudes y nuestra conducta quedan
decididas en grado considerable. Ahorcamos al asesino, internamos al loco o
prendemos una condecoración en el pecho del héroe.

La mente “bloqueada”
Pero lo malo es que la gente no siempre cae en la cuenta de cómo llega a sus
clasificaciones. Sin descender más a detalles, dice la palabra definitiva sobre
el señor Toledano cuando exclama: “Bueno, ¡un judío es un judío! ¡No hay
que darle vueltas!”
No es éste lugar para ocuparnos de las injusticias que se han cometido en
virtud de estos juicios precipitados, contra judíos, católicos, rojos, coristas,
ricachones, sureños, maestrillos, etc. Pensando más sensatamente, se habrían
evitado; aunque quizá no sea este el remedio, porque hay gente que piensa
cachazudamente y no se corrige. Lo que nos interesa es cómo dificultamos
nuestro desarrollo mental con estas reacciones irreflexivas.
En el ejemplo que hemos puesto, la gente confunde su judío mental con el
extensional. Podría recordársele que ha habido judíos gloriosos, pero ellos
dirán que son excepciones. Y exclamarán en tono de triunfo: “¡Pero, claro, la
excepción confirma la regla[1]!”, manera muy bonita de decir que los hechos
no interesan.
El autor de estas líneas, que vive en el condado californiano de Marín,
asistió en cierta ocasión a las sesiones del tribunal del condado, donde se
trataba de un proyecto de prohibición de discriminación racial para la venta y
alquiler de viviendas. (El objeto de esta discriminación en Marín es
principalmente el negro). Me impresionó que la mayoría de los que hablaron
se pronunciasen a favor del proyecto de ordenanza, pero no dejó de
impresionarme igualmente que bastantes con amigos negros, a quienes
querían e inclusive admiraban, atacasen una ley que iba a permitirles vivir en
cualquier parte del condado: serían “excepciones”, y su estereotipo mental del
negro seguía en su cabeza, pese a su experiencia personal.
Esta gente es refractaria, indudablemente, a una nueva información.
Siguen votando por la candidatura de su partido, por muchos errores que haya
cometido, y oponiéndose a los “socialistas” aunque hagan maravillas, y
considerando sagradas a las madres, sin distinguir entre unas y otras. Un
comité estudió el caso de internar en una casa de salud a una mujer,
considerada loca sin esperanzas por médicos y siquiatras. De pronto se
levantó un sujeto que, con el mayor respeto y reverencia, dijo: “Señores,
tengan ustedes presente que, después de todo, esta mujer es una madre[2]”.
Igualmente, algunos católicos siguen aborreciendo a los protestantes, sin
distinguir de colores. Y en política, el apasionamiento no tiene límites.
La vaca núm. 1 no es la vaca núm. 2
¿Cómo evitar quedar atrapados en estos callejones intelectuales sin salida, o
cómo escapar de ellos si ya estamos atrapados? Lo primero que hay que hacer
es tener presente que casi todas las frases hechas de la conversación corriente,
como “el negocio es el negocio”, o “los judíos son judíos”, o “los chicos
siempre serán chicos”, no son exactas. Por ejemplo:
—No creo que debamos hacer esto, socio.
—¡Bah! ¡El negocio es el negocio!
Aunque parece una declaración sobre un hecho, ni es tal declaración ni tan
simple. El sujeto denota la transacción que se discute; el predicado se refiere a
sus connotaciones. Se trata de una frase directiva, como si dijese: “Vamos a
tratar de esta transacción sin preocuparnos más que de la ganancia”. Y el
padre que dice para disculpar a sus hijos: “Los muchachos siempre serán
muchachos”, quiere expresar: “Consideremos las acciones de mis hijos con la
tolerancia indulgente que se merecen los muchachos”, aunque el vecino se
quede refunfuñando.
Hay una técnica sencilla para evitar que estas directrices perjudiquen a
nuestro pensamiento. Consiste en numerar las palabras, según sugiere
Korzybski: inglés1, inglés2, inglés3…; vaca1; vaca2, vaca3…; comunista1,
comunista2, comunista3… La palabra nos indica lo que tienen en común los
individuos consignados; el número, lo que tienen de peculiar. De aquí el título
de este párrafo, que debe servir de norma general para nuestros pensamientos
y nuestras lecturas: la vaca1 no es la vaca2; el judío1 no es el judío2… Esta
regla evita la confusión de los niveles de abstracción e impide que
deduzcamos conclusiones precipitadas de que más tarde tengamos que
arrepentimos.

La verdad
La mayor parte de los problemas intelectuales se reducen, en fin de cuentas, a
cuestiones de clasificación y nomenclatura.
Por ejemplo: ¿puede ser considerado como músico un tocador de
armónica en los Estados Unidos? La Federación Norteamericana de Músicos
dispuso hasta 1948 que la armónica era un juguete. Por tanto, quienes la
tocaban profesionalmente solían pertenecer al Gremio Norteamericano de
Artistas de Variedad. Pero en 1948, al ver la Federación que este género se
estaba haciendo popular y que quienes se dedicaban a él hacían la
competencia a los miembros de dicha unión laboral, resolvió que eran
músicos también, lo cual pareció mal al presidente del gremio, quien
inmediatamente declaró una guerra jurisdiccional a la Federación.
Thurman Arnold refiere otro caso de problema clasificador:
Cierta empresa de la construcción estaba sacando yeso a flor de
tierra. Si aquello se consideraba como una mina, pagaba un impuesto;
si como una empresa manufacturera, pagaba otro. Se citó a
especialistas, quienes casi llegaron a las manos; tanto les irritó la
estupidez de quienes no comprendían que aquello era esencialmente
una mina, o una manufactura. La consecuencia fue un extenso informe
que tuvo que estudiar la Suprema Corte del estado sobre este problema
importante de “hecho[3]”.
¿Es la aspirina una droga, o no? En algunos estados norteamericanos está
conceptuada legalmente como droga y, por tanto, sólo pueden venderla
farmacéuticos con licencia. Si la gente quisiera comprarla en tiendas de
comestibles, cafeterías, etc., como en otros estados, habría que volver a
clasificarla como “no droga”.
¿Es la medicina una profesión o un oficio? ¿Es músico el tocador de
armónica, o la aspirina es droga? Suele contestarse a estas preguntas
consultando el diccionario o posibles fallos legales anteriores, con cuantos
tratados estudian el tema; pero la decisión final no depende de la autoridad o
jurisprudencia asentada anteriormente, sino de lo que quiere la gente. Harán
que la Suprema Corte, o el sindicato, o la federación o el gremio definan las
cosas como quiere el público. Si a éste no le interesa la decisión de si es
músico o no el tocador de armónica, la adoptará el sindicato o la unión más
fuerte. La cuestión de si la aspirina es droga no se elucidará diccionario en
mano, sino a base de dónde y en qué condiciones quiere el pueblo comprarla.
Siempre es la sociedad la que clasifica las cosas como quiere, aunque
tenga que esperar a que se hayan muerto todos los magistrados de la Suprema
Corte, y a que se designe otro grupo judicial totalmente nuevo.
Y al lograrse la decisión deseada, la gente dice: “¡La verdad ha
triunfado!” En suma: la sociedad considera verdaderos los sistemas de
clasificación que producen los resultados apetecidos.
La prueba científica de la verdad es estrictamente práctica, lo mismo que
la prueba social, sólo que los “resultados apetecidos” se limitan más
severamente. Los resultados que desea la sociedad pueden ser irracionales,
supersticiosos o egoístas, pero los que desean los científicos se reducen a que
nuestros sistemas clasificadores produzcan resultados previsibles. Como ya
hemos repetido, las clasificaciones determinan nuestras actitudes y nuestra
conducta respecto al objeto o hecho clasificado. Cuando se consideraba el
rayo como “señal de la cólera divina”, sólo se apelaba a la plegaria para
impedir ser herido por la exhalación. Pero en cuanto se clasificó como un
fenómeno de “electricidad”, Benjamín Franklin frustró los efectos del rayo
con su invento del pararrayos. Antiguamente se clasificaban ciertos trastornos
físicos bajo la etiqueta de “posesión diabólica”, idea de la que salió el
“expulsar los demonios” con hechicerías o exorcismos. Los resultados no eran
seguros. Pero cuando se clasificaron estos trastornes entre las “infecciones
bacilares”, se arbitraron cursos de acción cuya aplicación condujo a resultados
más previsibles y positivos.
La ciencia sólo busca los sistemas de clasificación más útiles en general; y
de momento los considera como “verdaderos”, hasta que se crean
clasificaciones más útiles.

APLICACIONES
I
Deténgase a estudiar un poco la página de chistes de cualquier revista
popular, y los que encuentre en un espectáculo de variedad, en una comedia o
en una película, y analice los casos en que el humorismo depende de cambios
súbitos e inesperados de clasificación. Así, el que toca el bombo en una
orquesta, al golpear con su pequeño mazo a otro individuo en la cabeza, está
reclasificando ésta, al convertirla en instrumento musical. He aquí algunos
ejemplos:

1. Ocurrió en una pequeña ciudad del sur de los Estados Unidos.


Entraron en una “fuente de sodas” dos mozalbetes blancos y uno negro.
Se treparon a los taburetes y pidieron sendos helados. El dueño los
observa tras el mostrador y les dice de repente:
—Lo siento, muchachos, pero ya saben que aquí hay segregación
racial.
—Sí —contestó el más decidido de los dos muchachos blancos—,
pero ya le tenemos segregado a éste. ¿No ve que lo hemos sentado entre
los dos?
—Reader’s Digest

2. Miró por la ventana y dijo a su mujer:


—Ahí va ésa de quien está enamorado nuestro vecino.
Ella dejó sobre la musita la taza de café y se abalanzó hacia el cristal,
estirando bien el cuello.
—¿Dónde? —preguntó, nerviosa.
—Ahí la tienes —le indicó él—, esa que está en la esquina, de
vestido azul.
—Eres tonto —repuso ella—. Si es su esposa…
—Ya lo sé —dijo él.
—Wall Street Journal

3. Khrushchev entrega un cohete a un general ruso, en una caricatura,


diciéndole:
—Y no lo olvide; los nuestros se llaman factores de paz; los suyos,
instrumentos de agresión.
—Settimana (Roma)

4. Un sordo se encuentra con otro sordo que lleva utensilios de pesca, y


entre ellos se cruza esta breve conversación:
—¿Qué, vas de pesca?
—No; voy de pesca.
—Ah, creí que ibas de pesca.

5. El gitano condenado a muerte está en capilla. Va a ser ejecutado al


amanecer. Se le acerca el director del penal y le dice:
—Ya sabe el sentenciado que tiene derecho a pedir lo que quiera en
esta última noche de su vida. ¿Qué es lo que desea?
—Aprender inglés, señó director.

II
Léanse con cuidado y coméntense los siguientes sueltos de prensa:

1. Escribo en nombre de un grupo de chinos, a quienes se está haciendo


objeto en los Estados Unidos de una grave injusticia. Ha expirado su
derecho de permanencia en el país, pero no pueden volver a China por
temor a la persecución física… Según tengo entendido, más de 500 van a
ser enviados a Holanda, sin más motivo que el haber llegado a Estados
Unidos a bordo de barcos holandeses. Nunca han estado allí, sino que,
sencillamente, arribaron en naves registradas en Holanda… Es un caso
análogo al de un marinero chino de un barco norteamericano, que
desertase en otro país. ¿Aceptarían los Estados Unidos la petición de este
país de que fuese deportado el marinero a los Estados Unidos?
—Carta de Pearl Buck, Post de Nueva York

2. WASHINGTON, 29 de agosto. La vaca se convirtió en caballo, y ahora


puede dispararse contra ella… Un corpulento animal salvaje de la
familia de los antílopes, llamado “Nehil Gae”, estaba haciendo estragos
en las cosechas, pero los labradores no eran capaces de molestarlo,
porque “Nehil Gae” significa “Vaca Azul”, y la vaca es sagrada en la
India. Pero ahora el gobierno le ha cambiado el nombre por el de “Nehil
Goa”, que quiere decir “Caballo Azul”… Y como los caballos no son
sagrados, ahora puede acribillarse a tiros al animal para proteger las
cosechas.
—Associated Press

3. La Suprema Corte de Israel falló la semana pasada que un católico


no puede ser judío. Se había estudiado el caso del padre Daniel, judío
polaco, que se había convertido al catolicismo y se había hecho
carmelita. Alegó ciudadanía israelita según lo dispuesto en la Ley de
Retorno del país, que estipula: “Todos los judíos tendrán derecho a venir
a Israel como inmigrante”… Pero el juez dictaminó: “… No puede
considerarse a un apóstata como perteneciente al pueblo judío”.
—Time

4. La entrevista es con Malcolm X, líder del movimiento de los


“Musulmanes Negros”. Lo primero que se le pregunta es por qué lleva
en lugar de apellido una X. Sonríe y contesta:
—Durante los tiempos de la esclavitud, los hombres de mi color
recibían el nombre de su amo, como marca de ganadería. Smith, Jones y
Williams no son apellidos africanos, sino anglosajones, que pusieron a la
fuerza al llamado “negro”. Antes que llevar la marca de la esclavitud y
de un amo, los musulmanes nos ponemos de apellido X, símbolo arábigo
de lo desconocido. Con eso nos borramos el estigma del blanco.
Se le pregunta por qué ha dicho “el llamado negro”.
—Es que —replica Malcolm— no contento con despojarnos de
nuestros nombres, el blanco nos despojó además de nuestra humanidad;
a eso llegó su maldad… y creó un nombre especial para su animal
esclavo: “negro”. Es un nombre sintético que significa bestia inmunda y
vil. Y eso no va con nosotros.
—Saga

III
Hay una prueba sicológica que puede convertirse en la base de un ejercicio
interesante en su propia casa, sobre todo si hay niños. Tire sobre una mesa
una serie de objetos heterogéneos: un martillo, un destornillador, una
manguera, algo de equipo de cocina, cucharas de metal, cucharas de plástico,
piezas eléctricas, juguetes, tijeras, equipo de pesca o deportivo… hasta
veinticinco objetos, o más. Diga a sus amigos que hagan con ellos dos grupos
según distintos sistemas de clasificación, y que lo repitan por lo menos cinco
veces, cambiando de sistema, por iniciativa propia sin indicación alguna por
parte de usted. Tome nota de esos sistemas y del orden en que son utilizados
(por ejemplo: pintados y sin pintar; de metal y de otras substancias; juguetes y
no juguetes). Observe también dónde hubo indecisión por parte de los que
realizan la clasificación (¿pertenecen los martillos de juguete a las
herramientas? ¿es de plástico un objeto de goma dura?) y qué objetos parecen
no clasificables. Si no entiende usted alguna clasificación, pregúnteselo. Si
quieren hacer más de dos categorías, formando una tercera o cuarta pila, tome
nota de las razones que alegan. Escriba los resultados y deduzca las
conclusiones que se le ocurran.
Salvatore Russo y Howard Jaques son autores de un trabajo titulado
“Semantic Play Therapy[4]”, acerca de un muchacho de once años con
trastornos emocionales, que “se aferró tan rígidamente a sus categorías que
quedó esclavizado por ellas… Cuando su uso obstinado le resultaba molesto y
hasta doloroso, tenía crisis de depresión, llanto o cólera”. Los autores del
trabajo explican el tratamiento a que se le sometió: se reducía casi a dejarle
jugar con montones de objetos diversos. Este trabajo es instructivo para esta
aplicación.

IV
He aquí unos cuantos problemas difíciles de clasificar:

1. ¿Cuál puede ser la intención del individuo que dice: “Lo que la gente
llama conejos con liebres, y lo que llama liebres son conejos”?
2. Cuando se llama persona legal a una corporación, ¿qué características
personales se le atribuyen, y cuáles se omiten?
3. ¿En qué circunstancias se puede llamar “fruta” a los tomates, y en qué
circunstancias, “hortaliza”? ¿De qué otra manera pueden clasificarse?
4. ¿Cuándo es “amateur” un atleta? Investigue las normas del
“amateurismo” en tres o cuatro deportes (fútbol, boxeo, tenis, etc.) y las
compensaciones económicas que perciben. En Inglaterra, hasta 1962 se
distinguía entre “gentlemen” (amateurs) y “jugadores” (profesionales);
se vestían en diferentes cabinas y comían en diferentes mesas, aunque
jugasen en el mismo equipo de cricket. ¿A qué se debía esta diferencia, y
por qué se abolió? ¿Por qué no se paga a los atletas universitarios
norteamericanos un salario de profesionales, o, por lo contrario, no se les
considera completamente “amateurs”, sin compensación económica
alguna?

5. ¿Es la maternidad un “acto de Dios”? Esto haría pensar a cualquiera,


por culto que fuese, con sus honduras metafísicas, religiosas y
fisiológicas. La contestación afirmativa no sería admitida por ateos ni
por agnósticos. La negativa sentaría mal a la gente de creencias. Hace
una semana se puso sobre el tapete el problema, cuya solución esperaba
el público.
La actriz Helen Hayes, esposa del comediógrafo Charles MacArthur,
se retiró hace poco de la representación de Coquetle, porque “iba a tener
un niño”. El productor Jed Harris dio órdenes de que se diese por
terminada la representación sin previo aviso. Cinco miembros de la
compañía solicitaron sueldo extra, alegando que se habían violado las
ordenanzas de la Actor’s Equity Association. Se discutía la cláusula del
contrato que decía: “La administración no responde de incendios,
huelgas o de ‘un acto de Dios’”. Y Harris dijo que lo del niño era, sin
duda alguna, “un acto de Dios”. Los actores sostenían que no.
Entonces, se reunieron los consultores de la Equity a discutir a Dios
y sus actos. Abrumados por las dimensiones cósmicas del problema,
disolvieron la asamblea, sin saber qué decir.
—Time (1929)
¿Qué aconsejaría usted a los consultores de la Equity?

V
Dicen que Suecia es la primera nación del mundo en porcentaje de suicidios.
Pero hay quien alega que muchas de las muertes clasificadas de otra manera
en los demás países se consideran suicidios en Suecia. Quizá interese a
algunos lectores investigar este problema: ¿Hay mayor proporción de
suicidios en Suecia que en el resto del mundo? Expónganse algunos
significados de la palabra “suicidio”.
No estaría mal advertir, a propósito de esto, que el doctor F. G.
Crookshank atribuye el alto número de algunas enfermedades o incidencias
morbosas que los médicos creen que es la misma; por tanto, se trata de
diagnóstico, no de estadística: puede consultarse “The Importance of a Theory
of Signs and a Critique of Language in the Study of Medicine”, Suplemento
II, en The Meaning of Meaning, de C. K. Ogden e J. A. Richards.
VI
Según un autor por lo menos, los números-índice de que hemos hablado en
este capítulo no tienen la importancia que les atribuimos, sino que son un
engorro para la acción social. Hágase un comentario sobre esta opinión,
atacada enérgicamente en el siguiente pasaje:
Imaginémonos un semántico en Polonia, Francia, Noruega, Grecia o
cualquier país ocupado por los nazis… Allí, donde la resistencia
revolucionaria al yugo extranjero cía la única terapéutica constructiva, se
verían claramente los efectos contraproducentes del culto a la semántica.
Claro que el nazi1 no era el nazi2 ni el nazi3, pero lo importante para sus
víctimas era que todos observaban la misma conducta destructiva y
antihumana. En el período que se avecina… habrá, sin duda alguna, más
acciones destructivas de grupo, que deben contrarrestarse con luchas positivas
y heroicas de carácter constructivo. Las enconadas rivalidades imperialistas
amenazan aciagamente nuestros esfuerzos por la paz mundial. Nos vemos en
situaciones más críticas que las que hasta ahora conozca la historia humana.
En estos tiempos, aferrarse al culto semántico equivale a… exponernos sin
defensa a todos los tiros mientras nos dedicamos a juegos privados. Por eso
creo que esto no debe considerarse como otro pasatiempo curioso, sin
importancia, de los que presumen de intelectuales. Debe denunciarse como
una amenaza para la acción social constructiva, que tan urgentemente
necesitamos.
—MARGARET SCHLAUCH, “The Cult of the Proper Word”, New Masses
13. LA ORIENTACIÓN DILEMÁTICA
Los que han pasado por la universidad, dijo el estudiante, saben más y,
por tanto, son mejores jueces del pueblo. ¿Pero no está usted dando por
supuesto, le pregunté, que la universidad no sólo enseña lo que solemos
llamar “saber”, sino además lo que entendemos por “discreción” o
“prudencia”? Oh, replicó, usted cree que de nada vale estudiar en un centro
universitario.
—FRANGÍS P. CHISHOLM
En cuanto atribuimos a otro grupo categoría de enemigo, ya sabemos que
no puede uno fiarse de él… que quienes lo integran son la maldad
personificada. Y tergiversamos cuanto dicen para hacerlo encajar en nuestra
idea.
—JEROME D. FRANK
Cuando decimos: “Hay que escuchar a las dos partes”, suponemos, sin
más, que en toda cuestión hay dos partes, y sólo dos. Tendemos a pensar en
plan de términos opuestos: lo que no es bueno tiene que ser forzosamente
malo, y lo que no es malo es bueno. De niños, siempre preguntábamos si el
rey tal o cual era bueno o malo. Las masas políticas consideran al mundo
dividido entre buenos y malos, como en las películas del Oeste; entre
derechistas o izquierdistas, rojos o conservadores. Otro tanto ocurre con los
que no quieren creer en las naciones “neutralistas”: a la fuerza han de estar
con nosotros o con los rusos. A esta propensión simplista a repartir el mundo
en dos mitades opuestas, sin posición inedia alguna, la llamamos orientación
dilemática.
En una situación de lucha física, esta orientación es inevitable y necesaria:
todo se reduce, en el ardor del combate, a dos objetos: yo y el enemigo.
Ayuda a esta actitud a rajatabla del mundo, la hipertensión cardiaca, la
aceleración de la circulación sanguínea, la mayor tensión muscular y la
descarga de hormonas de las glándulas suprarrenales en nuestra sangre,
contrayendo nuestras arterias y haciendo más lento el fluir de la corriente
sanguínea en caso de daño corporal. Esta capacidad para movilizar todos los
recursos mentales y físicos individuales ante el peligro —que el fisiólogo
Walter B. Cannon llamó mecanismo de lucha o huida— ha sido necesaria
para la supervivencia de la raza humana a lo largo de la mayor parte de su
historia, y probablemente sigue siéndolo.
Sin embargo, no valen para la vida en un alto nivel de desarrollo cultural
los recursos primitivos del temor, del odio y de la ira. Aunque alguna vez
sintamos deseos de arremeter contra nuestros contrincantes, y hasta de
matarlos, casi siempre tenemos que contentarnos con ataques verbales:
ponerles motes, criticarlos, acusarlos al jefe, elevar quejas y hasta, en casos
raros, entablarles pleitos legales. Los insultos no quebrantan huesos ni hacen
brotar la sangre por sí solos, por brutales que sean. De aquí que algunos
individuos —sobre todos quienes pierden fácilmente los estribos y tardan en
recuperar su temple y serenidad—, están sometidos a un estímulo excesivo
casi constante, bajo la influencia de una concentración exagerada de
adrenalina en su organismo. Para estos individuos, la orientación dilemática
viene a constituir un modo de vida.

La orientación dilemática en la política


En el sistema político bipartidista norteamericano, como ha observado
personalmente el autor de este libro, no se da ni un adarme de razón al
adversario: el republicano no deja caer ni por descuido una alabanza para el
demócrata, y viceversa. Se lo hice saber, extrañado, en cierta ocasión, a un
candidato, el cual me contestó: “Entre nosotros, las delicadezas salen
sobrando”.
Pero cuando las tradiciones (o falta de tradiciones) de una nación permiten
a un partido político creerse tan bueno que no debe haber ningún otro, y ese
partido llega al poder, declara que su filosofía es la manera oficial de pensar
de toda la nación y que representa los intereses del pueblo en su totalidad. “El
enemigo del partido nacional-socialista es enemigo de Alemania”, decían los
nazis. Aunque sintiese uno gran afecto por Alemania, era perseguido si no
estaba de acuerdo con el nacional-socialismo. En el sistema de partido único,
la orientación dilemática se convierte en la actitud oficial nacional, en su
forma más primitiva.
Como los nazis la hacían llegar a extremos de ridiculez y de barbarie, vale
la pena estudiar desde nuestro punto de vista semántico algunas de las
técnicas que desplegaron. Ante todo, la idea dilemática y exclusivista se
repetía explícitamente una y mil veces:
Tiene que cesar absolutamente la discusión de los asuntos que afectan a
nuestra existencia y a la de la nación. El que ose poner en tela de juicio la
legalidad del nacional-socialismo será considerado traidor.
—HERR SAUCKEL, gobernador nazi de Turingia, 20 de junio de 1933

Todos son en Alemania nacional-socialistas: los pocos que no pertenecen


al partido están locos o son idiotas.
—ADOLFO HITLER, en Klagenfurt, Austria, 4 de abril de 1938 (Citado por el
Times, New York, 5 de abril de 1938).
Quien no emplee el saludo “Heil Hitler”, o lo emplee rara vez y de mala
gana, es enemigo del Führer… El único saludo del pueblo alemán es “Heil
Hitler”. Al que no lo emplee se le considerará extraño a la comunidad de la
nación alemana.
—Los jefes del Frente del Trabajo en Sajonia, 5 de diciembre de 1937
Los nacional-socialistas dicen: Legalidad es lo que beneficia al pueblo
alemán; ilegalidad es lo que le perjudica.
—DR. FRICK, Ministro del Interior
El que se oponía a Hitler era un judío, un degenerado, un decadente, o un
“no ario”, el colmo de los insultos. En cambio el “ario” era por definición
noble, virtuoso, heroico y glorioso. El valor, la disciplina, el honor, todo lo
grande, era ario. Cuando encarecía algo a la gente, era para “responder a su
tradición o patrimonio ario”.
A esta orientación dilemática se sometían las artes, los libros, el pueblo, la
calistenia, las matemáticas, la física, los perros y los gatos, la arquitectura, la
moral, la culinaria, la religión. Lo que Hitler aprobaba era ario; lo que
reprobaba era enemigo de la raza aria y estaba dominado por los judíos.
Encarecemos que cada gallina ponga de 130 a 140 huevos al año. Este
aumento no podrá conseguirse con las gallinas bastardas (no arias) que
pueblan actualmente los corrales alemanes. Maten a estas indeseables y
substitúyanlas…
—Agencia Informativa del Partido Nazi, 3 de abril de 1937
Podemos asegurar que el conejo no es un animal alemán, aunque sólo sea
por su ridicula timidez. Es un inmigrante que goza de los privilegios de un
huésped. En cambio, se observan indiscutiblemente en el león características
fundamentales alemanas. Por eso, puede considerársele como un alemán en el
extranjero.
—GENERAL LUDENDORFF, en Am Quell Deutscher Kraft
Respirar bien contribuye a adquirir mentalidad nacional heroica.
Antiguamente el arte de respirar fue típico del verdadero arianismo, y
conocido de todos los líderes arios… Pues que el pueblo vuelva a practicar la
vieja sabiduría aria.
—WELTPOLITISCHE RUNDSCHAU, de Berlín, citado en La Nación
Las vacas o el ganado comprado directa o indirectamente a los judíos no
deben pastar con el toro de la comunidad.
—El alcalde de la Comunidad de Koenigsdorf, Baviera Tegernseerzeitung,
órgano del partido nazi, 1 de octubre de 1935
Heinrich Heme no puede entrar en ninguna colección de obras de poetas
alemanes… Si rechazamos a Heine, no es porque creamos malos todos sus
versos. El factor decisivo es que era judío. Por eso, no hay lugar para él en la
literatura alemana.
—Schwarze Korps
Como los japoneses fueron amigos de la Alemania de Hitler antes y
durante la segunda Guerra Mundial, se los clasificó como arios. Cuando
Alemania esperaba, en determinada etapa de la guerra, que México se aliase
con ella, el embajador alemán en esta nación anunció que los mexicanos
pertenecían a la raza nórdica, que habían emigrado por el estrecho de Bering
y avanzado hacia el Sur. Pero el mayor error de los nazis en cuestiones de
clasificación fue el calificar de “no arias” ciertas teorías físicas de Albert
Einstein, y confiscar a éste su propiedad, quitándole además su puesto y su
ciudadanía. Bien lejos estaba Hitler de sospechar que esas teorías iban a tener
consecuencias militares que rebasaban sus sueños más frenéticos.
La relación entre la orientación dilemática y la lucha se observa
claramente en la historia del nazismo. Desde que Hitler subió al poder, estuvo
diciendo al pueblo alemán que se hallaba rodeado de enemigos. Mucho antes
de la segunda Guerra Mundial, arengó al pueblo alemán a proceder como si
estuviese en guerra. Todos, hasta las mujeres y los niños, fueron obligados a
prestar servicios de guerra de uno u otro tipo.
Y para mantener su espíritu belicoso sin enemigos exteriores, mantuvieron
una constante lucha interior principalmente contra los judíos, pero también
contra todos los desafectos al régimen nazi. La educación se puso al servicio
de la guerra:
No existe el saber por el saber. La ciencia sólo puede ser el adiestramiento
militar de nuestra mente en servicio de la nación. La universidad tiene que ser
el campo de batalla para la organización del intelecto. ¡Heil Adolfo Hitler y su
Reich eterno!
—El rector de la Universidad de Jena
La misión de las universidades no es enseñar la ciencia objetiva, sino la
militante, la belicosa, la heroica.
—DR DRIECK, director de las escuelas públicas de Mannheim[1]
La orientación oficial nacional-socialista profesó siempre la convicción
dilemática de que o se es muy bueno o se es muy malo, sin términos medios:
“El que no está con nosotros está contra nosotros”.

La inhumanidad humana para el hombre


Las crueldades nazis con los judíos y otros “enemigos”, las ejecuciones en
masa, las cámaras de gas, los experimentos científicos, las muertes por
hambre y la vivisección practicada en los presos políticos, han parecido
muchas veces increíbles al mundo; todavía son consideradas por muchos
como patrañas antinazis.
Pero son creíbles para los que estudian las orientaciones dilemáticas. Si lo
bueno es absolutamente bueno, y lo malo absolutamente malo, según la lógica
primitiva de la posición dilemática, hay que exterminar al mal por todos los
medios posibles: en consecuencia, es un deber moral asesinar
sistemáticamente y a conciencia a los judíos. A juzgar por los hechos que se
revelaron en los procesos de Nuremberg y por el de Eichmann, así fue como
lo hicieron los nazis: sin ira ni espíritu de crueldad, como cuestión de deber
nada más. Aldous Huxley ha dicho que la propaganda logra realizar a sangre
fría lo que de otra manera habría que hacer con ferocidad. Y así ocurre,
particularmente con la propaganda dilemática.

La orientación dilemática marxista


Para los rusos, el mundo está dividido en “socialistas materialistas, que aman
la paz, son progresistas y científicos”, como ellos, es decir, los comunistas, y
“burgueses reaccionarios, capitalistas imperialistas, ávidos de sangre y
guerra”, como nosotros o cuantos no estén de acuerdo con ellos. Pero no
suelen hablar como los nazis, de sangre, instinto y alma, sino que su ideología
prefiere referirse a la “lucha de clases”, “realidad objetiva”, “necesidad
histórica”, y a la “naturaleza de la explotación y del colonialismo capitalista”.
En la Alemania nazi, la orientación dilemática se manifiesta a través de la
oratoria mitinesca popular; pero en la Rusia comunista son los teorizantes, los
filósofos y los intelectuales quienes más adoptan esta orientación.
Lenin hizo una arma política de la ideología de Carlos Marx, y el ardor
combativo de su revolución ha sido desde entonces uno de los factores
principales de la oratoria y programación comunista. Como ha dicho Anatol
Rapoport, Lenin “tenía una intensa inclinación a considerar irreconciliables
las diferencias de opiniones”.
Si alguien a quien él tuviese por enemigo expresaba un punto de
vista aceptable para él, se empeñaba en demostrar que o era una veleta
o tenía la cabeza a pájaros o estaba mintiendo (su explicación
favorita). Si algún partidario suyo declaraba algo inaceptable para él,
lo acusaba igualmente de poco seso, o bien decía que con el tiempo
pasaría a la posición del enemigo. Como escribió Lenin: “Enreda una
sola garra al pájaro y lo habrás atrapado… No puede eliminarse una
idea fundamental, una parte importante de esta filosofía del marxismo
(que es como un bloque de acero), sin abandonar la verdad objetiva,
sin caer en la falsedad burguesa y reaccionaria[2]”.
En una palabra: o se acepta completamente a Lenin (o a quien lleve las
riendas del partido) o es uno un proscrito.
Hay una curiosa preocupación por las etiquetas y los títulos en las
polémicas marxistas; necesitan calificar con un epíteto la posición ideológica
de un individuo o de una escuela. Para analizar la idea de un autor, una
tendencia filosófica o una teoría científica, la crítica marxista tiene que
decidir ante todo “qué es”. ¿Idealismo o materialismo? ¿Agnosticismo,
charlatanismo burgués, fideísmo, formalismo, inmanentismo o revisionismo?
¿Será trotskismo, kautskismo, machismo, kantismo o berkeleianismo?…
Algunos de estos ismos son buenos; otros, malos. Cuando los polemistas
marxistas tildan a una doctrina de mala, arremeten furiosamente contra ella.
Así, B. Bykhovsky aseveró en 1947 que “la filosofía semántica no era sino…
neonominalismo”, que trataba de implantar otra vez el desacreditado
“idealismo subjetivo”. Y aquí viene la andanada:
La chaladura semántica de la filosofía anglo-norteamericana es
una de las pruebas de la descomposición y degeneración
características de la filosofía idealista del imperialismo… Las muecas
de los oscurantistas semánticos, es decir, la Noche de Walpurgis, se
celebra en las tinieblas que invaden la vida espiritual de la burguesía
moderna… Como todas las corrientes de la moderna filosofía
idealista, el idealismo semántico es una arma espiritual del
imperialismo en su lucha con las ideas progresistas de nuestro tiempo.
Al envenenar la conciencia de los intelectuales con la ponzoña del
escepticismo, del nihilismo y del agnosticismo científico, moral y
político, los semánticos son los enemigos más malévolos de las ideas
progresistas[3].
Ejemplo irónico del carácter dilemático del pensamiento soviético es la
carrera de Stalin. Después de haber sido unido y de haber personificado la
fuerza, la sabiduría y la virtud comunista, a su muerte fue acusado de
crímenes innumerables, entre ellos de haber inventado el “culto a la
personalidad” para engrandecerse y asegurar su poder personal. Las calles y
las ciudades que recibieron su nombre lo perdieron para adquirir otro, y su
cadáver fue retirado de su glorioso panteón para ser enterrado en la
obscuridad. Por lo visto, la ideología oficial no encontró término medio entre
el héroe glorioso y el villano.
La actual generación soviética no está consagrada, como la anterior, a
crear un nuevo orden social. Triunfante la revolución, ya está de más el
espíritu revolucionario, hasta el punto de que uno de los problemas de los
directivos soviéticos es la apatía del público respecto a los lemas belicosos y
las polémicas enardecidas de otros tiempos. Para galvanizarla, provocan crisis
que unan al pueblo en la campaña contra las amenazas a la paz, técnica
practicada también en otras partes del mundo. Hay indicios de que cada día es
mayor el número de jóvenes que en lugar de reaccionar con fervor patriótico a
esta propaganda, se aburren y asquean de ella.
Pero la ideología oficial continúa en plan tan dilemático como siempre.
Maurice Hindus, que estudió durante muchos años el desarrollo de la Unión
Soviética, da cuenta de esta entrevista con un profesor soviético de filosofía:
—¿Y si algún estudiante —le pregunté— pone en duda el valor del
materialismo dialéctico?
—Debe tenerse presente —le contestó el profesor— que durante sus cinco
años de universidad, nuestro estudiante recibe clases de materialismo
dialéctico y otros temas relacionados con él. Además, el estudio de todas
nuestras disciplinas está impregnado de esta filosofía. No hay posibilidad de
que el estudiante la ponga en tela de juicio.
—¿Y si no está de acuerdo con el profesor en que no hay más verdad que
la del materialismo dialéctico? En los Estados Unidos, los estudiantes pueden
disentir de sus profesores.
—Entonces traemos a cuentas al estudiante. Al terminar la clase, se
dedican diez o quince minutos a preguntas, y el estudiante puede presentar
cuantas objeciones se le ocurran. El profesor contesta una por una a todas
ellas y demuestra su falsedad…
—Einstein —le dije— fue uno de los mayores sabios de todos los tiempos
y, que yo sepa, nunca aceptó la filosofía del materialismo dialéctico.
—Hemos traducido el libro que Eistein escribió con Enfield [Infeld],
Estudiamos el libro porque sus autores son grandes científicos. Pero
rechazamos sus doctrinas idealistas.
—¿Y si el estudiante las encuentra aceptables?
—Lo disuadimos.
—¿Y si no logran convencerlo?
—Imposible. Tenemos el tiempo para preguntas y los seminarios, y
terminamos por derrotar a nuestros enemigos ideológicos.
—Pero ¿si el estudiante insiste en llevar la contraria al profesor?
—Eso no ocurre nunca. No puede ocurrir. Nuestros argumentos son
irrefutables.
—¿Y si no lo fuesen?
Esta vez el profesor replicó en tono solemne:
—Entonces, el estudiante se colocaría fuera de nuestra sociedad
soviética[4].

La lógica dilemática
La expresión “orientación dilemática” se debe a Alfred Korzybski, a quien
principalmente interesaban las orientaciones que determinan la cordura o el
trastorno mental de las reacciones semánticas humanas. Aunque afirmó que la
orientación dilemática era característica de un intelecto primitivo p
emocionalmente trastornado, no se pronunció contra la lógica dilemática. La
lógica corriente, por ejemplo, la que empleamos en aritmética, es
rigurosamente dilemática. En el plano de la aritmética ordinaria, dos más dos
son cuatro. Esta es la verdad, y cualquiera otra fórmula está equivocada.
Muchas demostraciones geométricas se basan en la llamada “prueba
indirecta”; es decir: para demostrar algo, se supone lo contrario, hasta que, en
el desarrollo del teorema, se advierte una contradicción evidente: ésta resulta
falsa, con lo cual se considera verdadera la proposición original. Aquí
también se aplica la lógica dilemática. Korzybski no se metía con la
aritmética ni con la geometría; tampoco el autor de este libro.
La lógica es un conjunto de normas que regulan la armonía o el acuerdo
en el uso del lenguaje. Cuando hablamos lógicamente, nuestras frases están de
acuerdo y en armonía entre sí; serán mapas exactos o no de territorios reales,
pero esto cae fuera del campo de la lógica. La lógica es el lenguaje sobre el
lenguaje, no sobre las cosas o los hechos. Dos y dos son cuatro, aunque se
trate de cosas distintas, porque lo único que se dice con esa proporción es que
“cuatro” es el nombre de “la suma de dos más dos”. Sobre ella, puede
preguntarse dilemáticamente: “¿Es verdadera o falsa?” Es decir: “¿Está o no
en armonía con el resto de nuestro sistema? Si decimos que sí, ¿no llegará un
momento en que nos contradigamos?” La lógica dilemática, conjunto de
reglas para establecer el raciocinio, es uno de los instrumentos que pueden
poner en orden el caos lingüístico. Es indispensable, naturalmente, en la
mayor parte de las matemáticas.
Al tratar de ciertos temas con algunos grupos especiales de gente, puede
“pulirse” el lenguaje, es decir, disciplinar las locuciones para que tengan la
claridad tan necesaria en las matemáticas. En esos casos, puede acordarse
llamar “gatos” a determinados animales, “democracia” a ciertas formas de
gobierno, y “helio” a un gas. También habría que determinar claramente qué
no eran estas tres cosas. La regla dilemática de la lógica tradicional
(aristotélica): “Esto es un gato o no lo es”, y su “ley de identidad”, a saber:
“Un gato es un gato”, prestan un gran servicio cuando entendemos estos
principios como medios para crear y mantener el orden en el vocabulario.
Podrían interpretarse así: “Para entendernos, tenemos que acordar si vamos a
llamar o no gato a este animal”. Y “una vez acordado esto, mantengámonos
fieles a ello”.
Desde luego, estos acuerdos no solucionan del todo el problema de qué
nombres deben ponerse a las cosas, ni garantizan la certeza de las
declaraciones lógicamente deducidas. En otras palabras, como se dijo en el
Capítulo 10: las definiciones no describen las cosas, sino los hábitos
lingüísticos, y muchas veces los prescriben. Por tanto, aun con los acuerdos
más estrictos respecto a qué animales llamar gatos, las deducciones lógicas
que saquemos acerca de los gatos pueden no ser verdaderas al examinar
extensionalmente al Gato1, …2 y …3.
Por ejemplo:
Los gatos son animales que mayan;
es así que A1, A2, y A3 son gatos,
luego mayan.
Pero ¿si A3 está ronco y no puede mayar? El gato pensado no es el gato
real. Cada gato es distinto, es un proceso en cambio constante, como la vaca
Palmira. Por tanto, la única manera de garantizar la verdad de las deducciones
lógicas es hablar del gato intencional, no de los gatos extensionales: los
primeros siempre mayan.
Este principio se entiende perfectamente en matemáticas. El punto
matemático —que no ocupa espacio alguno— y el círculo matemático —
figura cerrada, en que todos los puntos equidistan del centro— sólo existen en
su definición; cualquier punto real ocupa espacio, y cualquier círculo real
carece de circularidad. De aquí que, según dice Einstein, “las leyes
matemáticas no son ciertas en cuanto se refieren a la realidad; y en lo que son
ciertas, no se refieren a ella”. Por eso, hasta en la química, cuyo vocabulario
es estricto y está perfectamente “disciplinado”, las deducciones lógicas deben
comprobarse con la observación extensional. Este es otro motivo de la
importancia que tiene la regla de la orientación extensional: A1 no es A2. Por
mucho cuidado que se ponga en la definición de la palabra “gato”, y por muy
lógicamente que se razone, habrá que examinar a los gatos extensionales.
Se cree sin motivo que la lógica reducirá considerablemente la
incomprensión, aunque todos sabemos que con quienes es más difícil convivir
es con los que se jactan de su lógica. Esta sólo puede conciliar a la gente
cuando hay acuerdos previos y severos sobre lo que significan las palabras,
como en las matemáticas o en las ciencias. Pero sólo existen vagos acuerdos
lingüísticos entre católicos y protestantes, entre científicos y místicos, entre
deportistas y gente a quien sólo interesa el dinero. Por eso, tenemos que
aprender en la conversación corriente con las personas, su vocabulario: eso es
lo que hacen sin querer cuantos tienen sensibilidad y tacto.
Por tanto, no es de recomendar, excepto en matemáticas y en los campos
en que haya claros acuerdos lingüísticos, la lógica dilemática tradicional[5],
porque no tardará en convertirse en orientación dilemática, cuyos resultados
ya nos son conocidos.
Rara vez interesó a Korzybski el contenido concreto de las ideas de la
gente, religiosa o irreligiosa, liberal o conservadora. Le interesó más bien
cómo sostenían sus creencias y convicciones, a base de una orientación
dilemática (“yo tengo razón y todos los demás están equivocados”) o a base
de una orientación polifacética o multilateral (“no sé… veamos”). Korzybski
atribuía la orientación dilemática a la “internalización” de las leyes de la
lógica aristotélica:
A es A (ley de identidad);
Todo es A o no A (ley del “medio excluido”);
Nada es A y no A (ley de no contradicción).
Él consideraba su propio sistema como internalización de la lógica
moderna multilateral y de infinitos valores. Por eso, llamaba a la semántica
general “sistema no aristotélico”. Esto ha hecho pensar a algunos que se
pronunciaba contra Aristóteles, pero no era así. Sólo se pronunciaba contra la
locura individual y nacional. Aristóteles fue, sin duda, uno de los hombres
más cuerdos de su tiempo; pero el que se limite, en los nuestros, al saber y al
pensamiento de Aristóteles, difícilmente se conducirá con cordura.

Resultados contraproducentes
Es evidente que con orientaciones dilemáticas no se logran los fines
propuestos. Las turbas que durante la primera Guerra Mundial obligaban a
besar la bandera a los pacifistas o a los grupos religiosos disidentes, no
servían a la causa nacional, sino que la debilitaban con los resentimientos
enconados que creaban. Los linchamientos del sur de los Estados Unidos no
solucionaron el problema negro, sino lo intensificaron. Los criminales se
empecinan más en el crimen ante la manera como los trata la sociedad y la
policía dilemáticas. En una palabra: esta orientación de sí o no reactiva la
agresividad, pero reduce considerablemente la capacidad para valorar al
mundo. Cuando se utiliza para efectos distintos de la lucha, casi siempre se
obtienen resultados contraproducentes.
Sin embargo, algunos oradores y editorialistas se dejan arrastrar con
extraordinaria frecuencia por rudas actitudes dilemáticas, aunque dicen que es
en aras de la paz, de la prosperidad, del buen gobierno, etc. ¿Es que no
conocen otro estilo? ¿O tan bajo concepto tienen de su público, que creen que
“sale sobrando la delicadeza”? Acaso se deba a que son sinceros, o a que su
furor dilemático contribuye a distraer la atención pública de otros problemas
urgentes y prácticos, lo cual es una explicación poco agradable, pero
sumamente probable en muchos casos. Al levantar una polvareda sobre el
“ateísmo en la universidad”, “los comunistas que se infiltran en el gobierno”,
o “la guerra en el sudeste Asiático”, impiden que la gente se fije en la
desmoralización administrativa o en las terribles desigualdades sociales.

APLICACIONES

I
Es muy importante distinguir entre frases dilemáticas y orientación
dilemática. Casi todos pronunciamos las primeras en algún momento:
“Si no voy en avión, no voy”. Pero ¿cuándo podemos decir que la
orientación es dilemática? ¿Ha incurrido en ella el autor de este libro al hacer
alguna declaración? Repase la obra y vea en cuántos casos ha ocurrido esto.
¿Puede decirse, en consecuencia, que hay orientación dilemática?
Redacte un trabajo de 500 palabras, haciendo un esbozo de la mentalidad
dilemática que encuentre usted en su vida diaria.

II
Esta orientación existe acusada o débilmente, fina o violentamente, en los
fragmentos que reproducimos a continuación. Analícelos con cuidado,
reflexionando: “¿Hasta qué punto puedo fiarme del criterio del autor? ¿O no
puedo fiarme en absoluto? ¿Es una orientación dilemática meramente literaria
y estética?”

1. La generosa musa de Quevedo


desbordóse una vez como un torrente
y exclamó llena de viril denuedo:
“No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando los labios, ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo…
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”
* * *
Pero hoy ¿dónde mirar? Un golpe mismo
hiere al César y a Dios. Sorda carcoma
prepara el misterioso cataclismo,
y como en tiempo de la antigua Roma,
todo cruje, vacila y se desploma
en el ciclo, en la tierra, en el abismo.
* * *
¡Libertad, libertad! No eres aquella
virgen, de blanca túnica ceñida,
que vi en mis sueños pudibunda y bella.
No eres, no, la deidad esclarecida
que alumbra con su luz, como una estrella,
los oscuros abismos de la vida.
* * *
No eres la vaga aparición que sigo
con hondo afán desde mi edad primera,
sin alcanzarla nunca… Mas ¿qué digo?
No eres la libertad, disfraces fuera,
¡licencia desgreñada, vil ramera
del motín, te conozco y te maldigo!
—GASPAR NÚÑEZ DE ARCE, “Estrofas”

2. Hombres necios que acusáis


a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;
si con ansia sin igual
solicitáis, su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
* * *
Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis;
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro,
que el que falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no está claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos si os tratan mal,
burlándoos si os quieren bien.
* * *
¿Pues para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis,
o hacedlas cual las buscáis.
—SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, “Redondillas”

3. La política, la vacilación, la tensión eterna que hay tras la sagacidad,


una mente “asombrosamente abierta”, como dijera H. G. Wells
refiriéndose al Presidente [Franklin Roosevelt], abierta por ambos
extremos, a través de la cual fluye todo tipo de ideas a medio fraguar, la
afición a lo espectacular, la preocupación por los problemas de la guerra
y los asuntos de Europa, con una borrosa percepción en cambio de los
problemas profundos de la economía y de las finanzas, que dominan en
nuestra escena, buenas intenciones mezcladas con confusos conceptos
étnicos; son los factores que han llevado al Presidente al punto trágico en
que lo único que puede salvar a su régimen es arrastrar al país al
histerismo de la guerra.
Siete años después de haber tomado posesión, hay once millones de
desocupados, está muerta la inversión privada, el problema agrario sigue
donde
él lo encontró, exactamente. Introdujo algunas reformas sociales que
estaba anhelando el país, pero ha habido que modificarlas casi
completamente. En cuanto a la recuperación, el Presidente no tiene
ningún plan. Todo esto ha costado veintidós mil millones de dólares, que
aún no se han pagado.
Si todo ha ocurrido así, es porque Franklin D. Roosevelt es así.
—JOHN T. FLYNN, Country Squire in the White House

4. Nehru, primer ministro de la India, niega, con razones un poco


forzadas, que su país sea neutral. Pero ¿quién de esta parte del mundo
creyó que lo fuese?… Nehru asegura que el marbete de “neutral” refleja
una mentalidad de guerra en quienes lo aplican a la India. Y trata de
corroborar esta débil idea con otra igualmente inconsistente. Dice que la
gente cree que todas las naciones deben tomar partido por uno de los dos
grandes grupos de países que se suponen “ser más o menos enemigos”.
¿Qué tiene de malo este concepto? El bloque rojo y las naciones
libres están divididos por un gran principio: el de la libertad, el de la
dignidad de la humanidad… Y sin embargo, afirma que la India debería
considerarse como “no comprometida” o, mejor, “independiente”. Si la
actitud de la India es la idea de independencia de Nehru, ha limitado
lamentablemente el sentido de esta palabra.
—Editorial del Democrat, de Arkansas

5. Repito: los conflictos sobre el capitalismo (y sobre cualquier cosa)


proceden de los dos puntos de vista opuestos de la naturaleza humana.
La cuestión fundamental es: ¿Están dotados todos los hombres por su
Creador de libertad inalienable? ¿O están todas las personas dominadas,
como el viento y el agua, por fuerzas exteriores?
Si todo el mundo contestase positivamente a esto, y en ello basase
todo su pensamiento lógicamente, no habría confusión, por lo menos, en
los asuntos humanos. Las líneas divisorias estarían claramente trazadas,
los enemigos formarían en ejércitos distintos y el problema quedaría
decidido para siempre quizá…
Ahora bien; el punto de vista pagano de que los seres humanos no
son individuos libres lleva directamente a algún tipo de esclavitud.
Porque si los hombres no se controlan a sí mismos, algo deberá
controlarlos, y este elemento tendría en la sociedad humana algún tipo de
hombre: sería un dios viviente, como el Mikado; un autócrata, llámase
emperador, rey, líder o dictador; o bien, algún grupo de personas, una
clase gobernante, un partido, un parlamento o una mayoría…
En todos estos casos, la economía estaría controlada… y como
nuestras necesidades primordiales son la comida, el vestido y la
vivienda, la mayor parte de las actividades humanas serán la agricultura,
la industria, el comercio… hoy, a eso lo llaman economía “planeada”.
Pero una economía controlada es una tiranía, y una tiranía es una
economía controlada… de diversas formas, que se llaman feudalismo,
comunismo, fascismo, sindicalismo y socialismo nacional o
internacional. En cualquier caso, la economía controlada es una forma de
tiranía que esclaviza a cuantos dependen de ella.
—ROSE WILDER LAÑE, Courier, de Pittsburgh

6. La negativa insensata del hombre blanco a reconocer la importancia


fundamental de la RAZA sólo puede conducir a su extinción. Está siendo
explotado, y sus IMPUESTOS se destinan a apoyar y fomentar el BIENESTAR
DE LOS NEGROS en beneficio de esta raza, que está multiplicándose
rápidamente más que los BLANCOS principalmente a expensas suyas. El
negro gasta el dinero en divertirse, paga unos impuestos mínimos y ni da
de comer a sus mal nacidos hijos.
¡AYUDANOS!
Nuestra naturaleza norteamericana,
Nuestra tradición cristiana y nuestro modo norteamericano de vida
necesitan tu activa defensa.
USA Y DISTRIBUYE

sellos de
“GUERRA AL COMUNISMO”

200 por $1; 1000 por $2


El uso de estos sellos es una forma fácil y barata de apoyarnos y ser
tomados en cuenta. A nadie hace daño más que a… los comunistas,
antianticomunistas, traidores, siervos de dos señores, compañeros de
viaje, defensores de un mundo unificado, papanatas crédulos (entre ellos,
los educadores y los eclesiásticos, varones y mujeres), “expertos” y
contemporizadores por profesión…
SAQUEMOS A LOS EE. UU. DE LA ONU, Y A LA ONU DE LOS EE. UU.

—Octavilla del American Birthright Committee, Los Angeles, California

7. Misisipí sigue sin las palabras que fomentan el amor y la compasión


de los hombres y la claridad de su pensamiento. Pero no tiene por qué ser
así. Acabó la conspiración del silencio que imperara antaño en todo el
sur. Los sureños se han pronunciado a millares contra la segregación,
porque es un modo de vida intolerable e injurioso para negros y blancos.
Millones más de sureños han dado un paso gigantesco hacia la realidad,
aferrándose a la roca inconmovible de su lealtad principal: el país y sus
leyes. O somos norteamericanos o no lo somos: no hay términos medios
en que se acepten los privilegios y se pasen por alto las obligaciones.
—LILIAN SMITH, Life

8. Es inútil, señor, andarse con paños calientes. Gritarán los caballeros


paz, paz, pero no hay paz. La guerra ya ha empezado. El próximo
huracán que se desencadene desde el norte traerá a nuestros oídos el
retumbar de las armas. Nuestros hermanos están ya en el campo de
batalla. ¿ Por qué nos quedamos aquí de brazos cruzados? ¿Qué quieren
los caballeros? ¿Qué desean? ¿Es tan dulce la vida o tan deliciosa la paz,
que no importa comprarla a costa de cadenas y esclavitud? ¡ No lo
permitas, Dios Todopoderoso! No sé lo que otros querrán, ¡ pero a mí,
dame la libertad o dame la muerte!
—PATRICK HENRY, en la Segunda Convención Revolucionaria, Richmond,
Virginia

III
Stuart Chase, versado en la semántica aristotélica y en la que no lo es, y
siempre autor interesante y ameno, expone muchos ejemplos útiles y
divertidos de errores cometidos en el proceso de pensar, en su obra Guides to
Straight Thinking (1956). Otro libro útil es How to Think Straight, de Robert
H. Thouless (1950), especialmente interesante a propósito del entimema, o
silogismo de una premisa nada más. Véase también Richard D. Altick,
Preface to Critical Reading (1951), y Harold F. Graves y Bernard S. Oldsey,
From Fact to Judgment (1957).
14. LA ORIENTACIÓN MULTILATERAL
La fe en la razón no consiste únicamente en creer en nuestra razón, sino
más todavía en la de los demás. Así, aunque el racionalista se cree
intelectualmente superior a los demás, no quiere presumir de autoridad
porque sabe que si su inteligencia es superior a la de los otros (cosa difícil
para él de calibrar), sólo lo es en tanto que puede aprender de las críticas y
de las equivocaciones propias y ajenas, y que esto sólo es posible tomando en
serio a los demás y sus argumentos. Por tanto, el racionalismo tiene que
admitir que los demás tienen derecho a ser oídos y a sostener sus
argumentos.
—KARL. R. POPPER

Cuestión de grados
El lenguaje cotidiano se caracteriza, salvo en las discusiones y controversias
violentas, por la que pudiera llamarse orientación multilateral o polifacética.
Tenemos nuestras escalas de juicios: no basta el “bueno” y el “malo”, sino
que además tenemos el “muy malo”, “no está mal”, “regular”, “muy bueno”,
“sobresaliente”, “excepcional”; además formulamos juicios mixtos: tal o cual
cosa es en parte buena y en parte mala. En lugar de “cuerdo” y “loco”, hay
grados apreciativos de “completamente cuerdo”, “bastante equilibrado”,
“ligeramente neurótico”, “cuerdo en la mayor parte de los casos y temas”,
“neurótico”, “sumamente neurótico”, “sicótico”. Cuanto más distingamos,
más acciones posibles se presentan ante nosotros. Esto quiere decir que se
intensifica nuestra capacidad para reaccionar debidamente a las múltiples
situaciones complejas de la vida. El médico no establece dos categorías de
“sanos” y “enfermos”, en que quepan todos, sino que distingue numerosos
estados que pueden calificarse de “enfermedad”, y aplica un número
indefinido de tratamientos o combinaciones de tratamientos.
La orientación dilemática se basa, como hemos visto, en sólo un interés.
Pero a los seres humanos les interesan muchas cosas: comer, dormir, tener
amigos, publicar libros, vender fincas, construir puentes, oír música, mantener
la paz, dominar la enfermedad… Algunos de estos deseos son más fuertes que
los otros, y la vida presenta el problema perpetuo de comparar un conjunto de
deseos con otro y de tomar decisiones: “Desearía quedarme con el dinero,
pero me parece que es mejor que compre ese automóvil”. “No me gusta el
sabor de la medicina, pero quiero y necesito tomarla”. “Quisiera ser abstemio,
pero me gusta tanto el vino…” Para equilibrar los distintos y complicados
deseos que la civilización provoca en nosotros, necesitamos una escala cada
vez más finamente graduada de valores, y además, previsión, no sea que al
satisfacer un deseo dejemos fallidos otros más importantes. A esta capacidad
de ver las cosas en función de más de dos valores, la llamaremos orientación
multilateral.

La orientación multilateral y la democracia


En casi todos los estudios inteligentes y discusiones públicas de algún interés,
se observa una orientación multilateral. Los directores de los periódicos de
altura y los colaboradores de las revistas serias evitan casi invariablemente la
orientación dilemática. Condenarán el comunismo, pero buscarán sus razones;
denunciarán el proceder de alguna potencia extranjera, pero no escurrirán el
bulto de las responsabilidades nacionales; atacarán a un gobierno, pero sin
perder de vista sus realizaciones positivas. Será por nobleza o por timidez,
pero hay escritores que nunca hablan de lo completamente bueno ni de lo
completamente malo, con lo cual abren la puerta a la conciliación de las
diferencias e intereses en conflicto. Quienes se oponen a estas medias tintas e
insisten en el sí o el no, son los que quieren cortar el nudo gordiano: quizá lo
deshagan, pero acaban con la cuerda.
El proceso democrático presupone en muchos aspectos una orientación
multilateral. Ni siquiera el antiquísimo procedimiento judicial del jurado, que
tiene que dictaminar si el acusado es culpable o no, no es tan dilemático como
parece, porque en la misma selección del cargo se escoge entre muchas
posibilidades, y además, frecuentemente el veredicto reconoce “circunstancias
atenuantes”.
Poniendo otro ejemplo, pocos proyectos de ley son aprobados en una
legislatura democrática en la forma en que fueron propuestos: hay sus tira y
afloja, sus negociaciones y concesiones mutuas, con objeto de llegar a
decisiones que se ajusten mejor a las necesidades de la comunidad. Cuanto
más desarrollada esté una democracia, más flexibilidad habrá en sus
orientaciones y mejor conciliará las diferencias del pueblo.
Más multilateral es aún el lenguaje de la ciencia. En lugar de decir
“caliente” o “frío”, damos la temperatura en grados de una escala previamente
acordada: 20° F., 37° G., etc. La fuerza se mide en caballos de fuerza o
voltios, la velocidad en kilómetros por hora, o metros por segundo. Ya no
tenemos dos o varias soluciones, sino infinitas, gracias a estos métodos
numéricos. Por eso puede afamarse que el lenguaje de la ciencia tiene una
orientación infinita de valores. Como dispone de medios para acomodar la
acción a un número infinito de situaciones, logra rápidamente sus fines
investigadores y prácticos.

Los peligros del debate


A pesar de cuanto hemos dicho, debe reconocerse que la orientación
dilemática es casi inevitable en la expresión de los sentimientos. Hay una
profunda verdad emocional en dicha orientación, a la que se deben las
expresiones fuertes del sentimiento, especialmente de la compasión o piedad,
como cuando se pide ayuda pata la lucha en campañas sociales, sanitarias o
políticas. Entonces se graban más honda y eficazmente los dilemas,
presentando un notable contraste entre lo que es bueno y lo que es malo.
Quien quiera promover una causa por escrito, apela igualmente al dilema.
Y se concibe cuando se trata conscientemente de presentar lo que se cree
verdadero, aunque se indican a veces los peros que pueden oponerse a lo
bueno y las partes buenas que pueda tener lo malo, con lo cual ya se introduce
en el texto algo de orientación multilateral de los problemas.
Aunque todos nos consideramos seres racionales, son muy pocos los que
no manifiestan una orientación dilemática en el calor de la controversia.
Cuando en el curso de un debate, una de las partes adopta una actitud
exagerada o extremista respecto a lo que se discute, sin caer en la cuenta
fuerza al adversario a una actitud igualmente radical hacia el extremo
contrario. En ese caso, corremos el peligro de desorbitar tanto la cuestión
como nuestro contrincante. Oliver Wendell Holmes lo expone perfectamente
en su obra Autocrat of the Breakfast-Table, cuando habla de la “paradoja
hidrostática de la controversia”:
¿No sabe usted lo que quiere decir esto? Pues yo se lo explicaré.
Comunique usted dos vasos por un tubo: uno de ellos es de tamaño
corriente; el otro, tan grande como el mar. Pues bien; el agua quedaría
al mismo nivel en ambos. Así ocurre con la discusión: iguala a los
sabios con los tontos… y los tontos lo saben.
Naturalmente, cuando esto ocurre, se está perdiendo el tiempo en la
discusión. La reductio ad absurdum se practica frecuentemente en las
controversias de los centros superiores y universitarios de enseñanza, tal
como todavía se practica en algunas localidades. Como ambas partes
exagerarán indudablemente su razón y desdeñarán la del contrario, apenas
saldrá nada limpio de allí si los maestros no orientan la polémica
multilateralmente y llaman la atención sobre los procesos de abstracción a que
debe someterse la cuestión debatida. En los parlamentos y en los congresos no
suele tratarse de entablar ninguna discusión a fondo: los discursos van
destinados principalmente a los electores, no a los compañeros de cámara. La
labor fundamental del Gobierno se desarrolla en el seno de los comités, donde
ya no impera la atmósfera tradicional del debate. Sin necesidad de adoptar
posiciones dilemáticas de afirmación o negación, los legisladores pueden allí
ventilar los problemas, investigar los hechos y llegar a conclusiones viables,
entre posibles extremos. Creemos que, mejor que discutir para triunfar en la
polémica, según se hacía en las escuelas medievales, convendría adiestrar a
los estudiantes que aspiren a ser ciudadanos de una democracia, en la práctica
de atestiguar ante comités de investigación y tomar parte en sus actividades.
En nuestra conversación diaria tenemos que evitar todas las actitudes
dilemáticas. En nuestra sociedad en competencia, la conversación suele
convertirse en inadvertido campo de batalla donde constante e
inconscientemente tratamos de triunfar, poniendo en evidencia los errores del
interlocutor, o su falta de información, apabullándolo ante todos con la
superioridad de nuestra erudición y lógica. Este afán de conquistar prestigio
está tan arraigado en casi todos, principalmente en los pertenecientes a los
círculos profesionales y universitarios, que cualquier junta de intelectuales se
presta a este tipo de reyertas verbales[1]. Y el caso es que, por fuerza de la
costumbre, ya nadie se molesta por las observaciones del adversario; pero, eso
sí, se gasta un tiempo precioso que podría aprovecharse en un intercambio de
información o de puntos de vista. Los aficionados a estos encuentros suelen
partir de la idea de que las afirmaciones del interlocutor son verdaderas o
falsas.
Una forma muy eficaz para que la conversación sea fructífera, es aplicar
sistemáticamente la orientación polifacética. En lugar de suponer que una
afirmación es verdadera o falsa, debiera pensarse que en ella hay un valor de
verdad, de 0 a 100 por ciento. Por ejemplo: supongamos que nos gusta el
sindicalismo y alguien nos espeta: “Los sindicatos son una guarida de
ladrones”. Si replicamos en el acto: “Mentira”, ya estamos enzarzados en una
discusión. Pero ¿no habrá algo de verdad en lo que dijo el otro, entre 0 por
100 (“en ningún sindicato hay negocios sucios”) y 100 por ciento (“todos los
sindicatos son antros de pillos”)? Pues concedámosle de momento 1 por
ciento de verdad (“en 1% de los sindicatos hay algún negocio sucio”) y
digámosle: “¿Sí? Cuénteme más de esto”. Si no tiene gran motivo para
declarar lo que declaró, empezará a disculparse, y ahí terminará la cosa; pero
si lo sabe por propia experiencia, aunque sea muy remota, nos lo referirá todo;
entonces le escucharemos con atención, y puede ocurrir algo de lo siguiente:

1. Podemos enterarnos de algo que no conocíamos y, sin renunciar a


nuestras ideas sindicales, modificarlas un poco en función de sus
defectos y de sus ventajas también.
2. El afirmante puede reconocer que “no ha tenido gran experiencia directa
con los sindicatos”, y referir lo que acaso pasó a alguien que él conocía,
rectificando la dureza de la palabra “ladrones” o “pillos”. De esta
manera, moderará sus declaraciones y las irá ajustando a la verdad.
3. Al invitarle a que nos hable con franqueza, establecemos líneas de
comunicación con él, lo cual nos prepara el camino para decirle algo que
esté dispuesto a escuchar.
4. Ambos aprovecharemos la conversación.

Al hacerlo así, todos nuestros contactos sociales pueden contribuir a


formar “el depósito de saber” a que antes nos referimos. Si sabemos escuchar
y no sólo hablar, habremos aprendido más cosas al ir viviendo, sin seguir
aferrados eternamente a los mismos prejuicios, a nuestros sesenta y cinco
años, que a los veinticinco, como hay tantas personas.
Lo que hablamos en nuestra conversación corriente siempre suele tener
algo de verdad, aunque se base en deducciones fugaces y en generalizaciones
precipitadas. Buscando la aguja de la verdad en el pajar de lo que dice el otro
es aprender algo, aunque nuestro interlocutor esté lleno de prejuicios o no
ande bien documentado. Y lo mismo le pasará a él con lo que le digamos
nosotros. A fin de cuentas, toda la vida civilizada depende de nuestra
disposición a aprender, no sólo a enseñar. Frenar un poco nuestras reacciones
y animar a hablar al otro, escuchando antes de reaccionar, constituye la
aplicación práctica de los principios teóricos expuestos en este libro: ninguna
afirmación, ni siquiera las nuestras, lo dicen todo sobre el tema de que se
trate; las deducciones e inferencias —por ejemplo, que nuestro interlocutor
antisindicalista es un reaccionario enemigo del obrero— deben ser
comprobadas antes de hablar u obrar en consecuencia; la orientación
multilateral es necesaria para la discusión democrática y para la cooperación
humana.

La mente abierta y la mente cerrada


En The Open and Closed Mind (1960), obra de Milton Rokeach, de la
Universidad del Estado de Michigan, se contienen valiosos puntos de vista
sobre la orientación multilateral. En primer lugar, dice el autor que deben
distinguirse dos elementos en toda comunicación: el que habla y su
afirmación. El oyente puede aceptar o rechazar al que habla (o lo que es lo
mismo, puede gustarle o no gustarle; y otro tanto ocurre con lo que dice,
puede estar o no de acuerdo con ello).
He aquí las cuatro maneras posibles en que puede reaccionar a lo que oye:

1. Puede aceptar al declarante y su declaración;


2. Puede aceptar al declarante, pero no su declaración;
3. Puede rechazar al declarante, aceptando su declaración;
4. Puede rechazar al declarante y su declaración.

El individuo a quien Rokeach llama “de mente cerrada” sólo reaccionará


de la primera y cuarta manera: o acepta al declarante y su declaración, o
rechaza a uno y otra. En cambio, el “de mente abierta” puede reaccionar,
además, de las maneras más complejas, señaladas con los números 2 y 3.
En verdad, la persona de mente cerrada tiene miedo a la vida. Si no está
de acuerdo con el que habla o con lo que dice, rechaza a los dos. Según
recordará el lector, esto era lo que solía ocurrir con Lenin: el partidario suyo
que decía algo inaceptable para él era un atontado o estaba sin querer de parte
del enemigo; y el “enemigo” que afirmase algo aceptable para él, también era
un atolondrado o estaba disimulando. En una palabra: la mente cerril está
presa en su orientación dilemática: o se acepta al declarante y su declaración,
o se rechaza a uno y otra.
Sicológicamente, según Rokeach, todos los seres humanos tratan de
averiguar más cosas sobre el mundo y, al mismo tiempo, quieren protegerse
de él, principalmente de cuanta información pueda resultarles molesta. Cuanto
mayor sea la necesidad de protegerse de ésta, menor será la curiosidad del
individuo respecto al mundo. (“Estará abierto a la información en lo posible,
y la rechazará, filtrándola o alterándola, si es necesario”).
Rokeach llama al conjunto de cosas que uno cree “sistema de creencias”,
y al conjunto de ideas en que no se cree, “sistema de descreencias”. (Para el
católico, su sistema de creencias será el catolicismo, y su sistema de
descreencias será el protestantismo, el judaísmo, el budismo, etc). Al
individuo seguro y bien organizado le gusta su sistema, pero tiene la mente
abierta para el sistema contrario, el de sus descreencias. (Si es católico, estará
dispuesto a oír el punto de vista del protestantismo, etc., para ver las
diferencias entre ambos sistemas). Eso es tener la mente abierta.
Pero el crónicamente inseguro, el miedoso, el atemorizado, se aferra
desesperadamente a su sistema de creencias para defenderse del contrario, y
no quiere ni oír hablar de él. Es decir: si, por ejemplo, el comunismo y el
socialismo constituyen parte de su sistema de descreencias, cuanto más miedo
tenga usted menos podrá distinguirlos entre sí, por falta deliberada de
información.
La palabra “socialismo” tiene numerosas acepciones: el capitalismo del
Estado, por el estilo de la URSS; el “socialismo democrático” (de Suecia e
Inglaterra), en que se adoptan medidas socialistas respecto a la salud pública,
el bienestar, pensiones de desempleo, etc., por procedimientos democráticos y
parlamentarios; medidas socialistas también impuestas por dictaduras
armadas con la ayuda de informadores y de la policía secreta, como la
colectivización agrícola rusa y china; los adversarios también llaman medidas
socialistas a la atención médica pagada, al seguro social, a la ayuda a los hijos
dependientes de sus padres, etc. El individuo que tiene miedo considera
iguales todas estas medidas, son a cual peores, son socialismo, lo cual
equivale a “comunismo”. También se tildan de comunistas otras áreas
molestas, como la “fluoración” del servicio público de agua, el arte abstracto
o la petición de igualdad de derechos para los negros. Esta incapacidad de
distinguir de colores y de matices demuestra, según Rokeach, una mente
cerrada, que pudiéramos llamar también “cerril”.
El que piensa así, mira a todas partes con ojos asustados y ve comunismo
por doquier (no cae en la cuenta de los retrocesos comunistas). De ahí pasa a
la consecuencia de que todos esos comunistas forman una conspiración
secreta, que triunfa siempre. Los comunistas son extraordinariamente fieles a
la causa y satánicamente astutos, se han infiltrado en el Gobierno, donde
tienen sus quintas columnas y sus simpatizadores, por lo cual hay que limpiar
de ellos las alturas, especialmente las gubernamentales y las educativas: “¡Los
más graves peligros de los Estados Unidos, o de cualquier país, son
interiores!”
Robert Welch, quien dijo que “Dwight Eisenhower es agente leal y
consciente de la conjura comunista”, y que aseguró en su obra principal, The
Blue Book of the John Birch Society, que Roosevelt y el general George C.
Marshall eran culpables de “traición descarada y sin paliativos” (pág. 99[2]),
constituye un ejemplo sin par de esta orientación dilemática y de sus
consecuencias lógicas. Asegura que los comunistas controlan o están a punto
de controlar a todas las naciones musulmanas del Mediterráneo, además de la
Europa oriental. Pero la mayor parte de la occidental está también en manos
comunistas: “Para mí… carece de realismo la idea de que Noruega no esté en
manos comunistas para todos los efectos prácticos, o de que Islandia y
Finlandia no lo están también completamente” (págs. 18-19). Los comunistas
han dominado la mayor parte de Asia “con la plena ayuda de nuestro
Gobierno, desorientado completamente por la influencia comunista” (pág.
14). Nehru es comunista, lo mismo que Nasser. Los comunistas se han
impuesto en la mayor parte de la América Latina. “Dominan absolutamente la
vida económica de Hawaii… hasta el punto de que ejercen un control político
virtual” (págs. 20-21). Están perfectamente atornillados y atrincherados en el
Departamento de Estado norteamericano; ejercen una enorme influencia en la
prensa, la radio y la televisión (pág. 21). Hay “por lo menos treinta enormes
circuitos comunistas de espionaje operando hoy en los Estados Unidos”. “En
virtud de las decisiones de la Suprema Corte, son montones los simpatizantes
comunistas comprobados que han vuelto a sus anteriores cargos en nuestro
Gobierno federal” (pág. 24).
La conspiración [comunista] está increíblemente bien organizada. Está tan
bien financiada, que dedica miles de millones de dólares al año a la
propaganda. Cuenta con decenios de experiencia victoriosa… Y está dirigida
por hombres que han necesitado la mayor astucia y carencia de escrúpulos
para llegar a los altos puestos que ocupan en la conjura.
Este pulpo es tan descomunal, que sus tentáculos llegan hoy a todas las
cámaras legislativas, a todos los sindicatos y uniones laborales, a la mayoría
de las colectividades religiosas y a la mayor parte de los centros docentes del
mundo entero. Su sistema nervioso central puede hacer que se encojan o se
estiren simultáneamente todos los tentáculos que tiene en los sindicatos de
Bolivia, en las cooperativas agrícolas de Saskatchewan, en las reuniones
partidistas de los demócratas sociales de Alemania occidental, en las aulas de
la Facultad de Derecho de Yale. Puede mover hacia la derecha o hacia la
izquierda todos estos tentáculos vibrátiles, o mover parte a la derecha y parte
a la izquierda al mismo tiempo, según las intenciones de su cerebro central de
Moscú o Ust-Kamenogorsk. El género humano no ha visto jamás un
monstruo de tanto poder, decidido a esclavizarlo (págs. 72-73).
Hace una generación, cuando liberales y conservadores estaban
preocupados (y con razón) por el auge del fascismo alemán e italiano, los
liberales más doctrinarios (y los comunistas) veían fascistas en cuantos sitios
ven hoy comunistas el señor Welch y sus partidarios. Es que la orientación
dilemática saca de quicio a cuantos sucumben a ella, bien sea hacia la
derecha, bien hacia la izquierda.
El autor de este libro no niega el peligro del nacionalismo agresivo y
belicoso de la URSS, ni que unos miembros del partido comunista y agentes
del espionaje ruso hayan conspirado, junto con sus equivocados simpatizantes
norteamericanos, contra los mejores intereses de los Estados Unidos. Lo
único que quiero es evitar que la preocupación justificada por el auténtico
peligro comunista dentro de nuestras fronteras o en el extranjero, se convierta
en miedo pánico a cualquiera que piense de manera distinta que nosotros.

APLICACIONES

I
Considere las ventajas de la orientación dilemática y polifacética en las
siguientes situaciones, exponiendo sus razones en cada caso:

1. Discusión sobre la preferencia del arte abstracto o del representativo.


2. Decisión, en unión con los otros miembros de la familia, respecto al
lugar en que van a pasar las vacaciones de verano.
3. Preparación de un discurso solicitando el apoyo de la ONU.
4. Acuerdo con Rusia sobre inspección de armas nucleares.
5. Estudio de la “segregación” en los autobuses, restaurantes, etc., del sur.
6. Decidir si debe concederse libertad de expresión a los: miembros del
Partido Nazi norteamericano o del Partido Comunista norteamericano.
7. Redactar el texto de una transmisión por radio a una nación enemiga en
tiempos de guerra.
8. Mandar una unidad de infantería en el frente.
9. Elegir alcalde de su municipio o ciudad. (No conteste a base de
generalizaciones sobre política, sino estudie extensionalmente las
condiciones concretas de la elección a ese cargo en su localidad.)
10. Aumentar la eficiencia y levantar el espíritu del departamento, oficina,
tienda o fábrica en que trabaje usted.
11. Supóngase que es alcalde de su municipio o ciudad y tiene que resolver
el problema del congestionamiento de vehículos en las calles principales.
12. Recabar el consentimiento de sus padres para casarse con alguien que no
pertenece a su grupo religioso o racial.
13. Convencer a sus hijos de que coman los alimentos que les convienen de
la manera que estime usted oportuno.

II
Korzybski dice que la estructura idiomática indoeuropea contribuyó
considerablemente a nuestra tendencia a la orientación dilemática con su
acusado sentido del sí y del no. Benjamín Lee Whorf también reconoce la
influencia del lenguaje en el pensamiento; hablando el hopi o el thai, costaría
trabajo pensar como los que hablan inglés. (Véase Science and Sanity, de
Korzybski, especialmente los capítulos 4, 5 y 7; y The Selected Writings of
Benjamín Lee Whorf, rec. John B. Carroll).
Stuart Chase aplica de la siguiente manera, en su obra Power of Words
(1954), las teorías de Korzybski y Whorf sobre la relación de lenguaje y
pensamiento. Léase detenidamente y hágase un comentario sobre lo que cada
uno sepa o conjeture respecto a la China comunista de nuestros días:
Los lingüistas han indicado que el chino es un idioma multilateral, no
principalmente dilemático como el inglés y las lenguas de Occidente en
general. Nosotros decimos que las cosas tienen que ser buenas o malas,
verdaderas o falsas, limpias o sucias, negras o blancas, sin matices grises.
Cuando un economista habla de un término medio entre socialismo y
capitalismo, estos dos campos se abalanzan contra él para aniquilarlo. (Yo he
sido ese desgraciado economista).
Los chinos no son aficionados a estos extremismos: para ellos, la mayor
parte de las situaciones tienen matices grises, y reconocen fácilmente muchas
soluciones intermedias. Por eso, las ideologías chinas han sido tolerantes
tradicionalmente, sin el fanatismo occidental… Esta afortunada carencia de
actitudes dilemáticas plantea un interesante problema. El comunismo, tal
como lo formuló Marx y lo desarrolló Lenin, es rigurosamente dilemático. El
heroico obrero se enfrenta con el perverso capitalista, y uno u otro tiene que
salir derrotado. No hay margen para matices o tonalidades, ni tampoco para
espectadores inocentes. Los que no están con nosotros están contra nosotros.
¿De qué lado está usted?
El idioma ruso es indo-europeo, y el pensamiento dilemático es fácilmente
aceptado por sus oradores. Lo mismo ocurre con los altos lideres del
comunismo chino, porque fueron adoctrinados en Moscú y aprendieron el
ruso. Pero hay cuatrocientos millones de chinos que no han ido a Moscú ni
han aprendido el ruso… y son pocas las probabilidades de que lo hagan.
Entonces, ¿cómo podrá el pueblo chino llegar a ser buen comunista
ideológico, puesto que le resulta tan difícil, si no imposible, tomar en serio la
dialéctica esencial del marxismo? La estructura de su idioma parece excluir la
idea.

III
Una de las maneras mejores para entender y aplicar algunas de las principales
ideas de este capítulo, es hacer experimentos sobre la eficiencia de dichas
ideas con otros que lo hayan leído.
Por ejemplo: selecciónese algún tema discutible de interés verdadero para
el grupo conocedor de las distinciones que hemos hecho, como la censura de
las películas o de la televisión, el gobierno mundial, el seguro de salud para
todos los miembros de la nación, el pacifismo o la necesidad de sindicarse
para trabajar. Invítese a dos miembros del grupo a que presenten una
discusión del tema con una persona que haya pensado sistemáticamente de
forma dilemática sobre él (“todas las censuras son detestables”, “el gobierno
mundial acabaría con la libertad”); es decir: uno de los polemistas será de
pensamiento dilemático y el otro adoptará una orientación multilateral.
Después, organícese otra discusión sobre el mismo tema con dos
miembros distintos del grupo, adoptando uno de ellos la orientación
dilemática, y el otro la actitud de “explíquese usted… hábleme más de esto…
veamos”, que indicamos en el capítulo.
No hace falta que dure mucho; con tres o cinco minutos puede bastar. Un
comentario sobre la demostración, seguida quizá por otra, será suficiente para
apreciar lo que es una justa verbal, en comparación con la aplicación
sistemática de la orientación multilateral. Es conveniente que el primer
comentario crítico corra a cargo del que más haya intervenido en la
organización. Después deberá hablar su colaborador, y luego los demás
presentes.
15. POESIA Y PUBLICIDAD
El anuncio es una de las formas literarias modernas más interesantes y
difíciles.
—ALDOUS HUXLEY

Tabaco y rapé vendo, con pepitas,


relojes y navajas y tijeras;
vendo encajes y cintas muy bonitas
para esposas y novias casaderas.
—W. S. GILBERT

Función del poeta


No se menciona muchas veces en el mismo título la poesía y la publicidad, y
menos aún, la publicidad de los anuncios. Todo el mundo sabe que la poesía
es la más sublime de las artes verbales. En cambio, la publicidad no llega
siquiera a la categoría de arte autónoma; no es sino criada del comercio.
Comprende verdades a medias, engaños y hasta fraudes descarados; halaga la
vanidad o provoca el temor, el falso orgullo o el deseo de ponerse a la
vanguardia de la moda; sus programas de radio y de televisión son a veces
horribles y llenos de voces chillonas y estridentes.
Pero hay muchos más contrastes entre la poesía y la publicidad. Sólo unos
cuantos parecen apreciar la buena poesía, que se les escapa a los más. En
cambio, los anuncios son celebrados, reídos y asimilados por las
muchedumbres. La poesía suele ser algo especial, típico de las aulas y de la
minoría culta, que se lee en ocasiones solemnes nada más. El anuncio es parte
de la vida diaria.
Y sin embargo, la poesía y la publicidad tienen muchas cosas en común.
En primer lugar, ambas usan la rima y el ritmo (“Es un ron que alegra el
corazón”). Ambas emplean palabras de valor afectivo y connotativo, más bien
que denotativo (“Auras primaverales refrescan la sien, cuando se perfuman
con…”). William Empson, crítico inglés dijo en su obra Seven Types of
Ambiguity, que los mejores poemas son ambiguos; es decir: tienen una
inspiración más profunda cuando pueden interpretarse de dos, tres o más
maneras. La publicidad también explota, aunque en nivel mucho más
primitivo, las ambigüedades y juegos de palabras: “Mejor Mejora Mejoral”.
Pero en lo que más se parecen la poesía y la publicidad, es en que ambas
tratan de dar significado a los hechos de la experiencia diaria, a hacer que los
objetos de la experiencia simbolicen algo trascendental. Poesía y anuncio
comercial se combinan cuando el jabón deja de ser un mero artículo químico
de limpieza para convertirse en ondas oceánicas de nacarada espuma, con
caricias embalsamadas de céfiro. Lo mismo si se trata de neumáticos que de
un dentífrico, de galletas o de camiones, la misión del anunciador es poetizar
los bienes más prosaicos de consumo, llamando “Pétalo”, por ejemplo, al
vulgar papel higiénico.

Arte y vida
Como vimos en el Capítulo 8, para que el lector disfrute de la literatura y del
teatro tiene que identificarse con sus situaciones y personajes. El mismo
principio vale, naturalmente, para la poesía y la publicidad. Al leer versos,
nos identificamos con los paisajes exteriores o interiores creados por el poeta,
o con él mismo. El anunciador nos invita también a beber su refresco, a
probar su aceite en un sabroso pollo frito, o a sentarnos al volante del último
modelo de automóvil.
La identificación poética supone en el lector gran atención y poder
imaginativo; no todos logran identificarse con el protagonista de Platero y yo,
de Juan Ramón Jiménez, o con el enamorado de Teresa, de Espronceda. En
cambio, la identificación con el anuncio es fácil y agradable: le entran a uno
ganas de ponerse aquella flamante camisa o de adornar su cuello con aquellas
perlas maravillosas. Dejándose llevar por el clima de los anuncios, la vida es
alegre, llena de venturas… “¡Goce la vida a sorbos de esta cerveza!”
Poesía y publicidad se apoderan de nuestra imaginación y contribuyen a
que nos formemos las ideas que van a determinar en gran parte nuestra
conducta. Como dijo Oscar Wilde, “la vida es una imitación del arte”. Igual
pasa con la poesía y la publicidad: por eso son verdaderamente “creadoras”
las dos. Los profanos en el campo de la publicidad suelen extrañarse, y a
veces bromear, al enterarse de que se llaman “departamentos creadores” a
aquellos en que se confeccionan los anuncios, y su jefe recibe el título de
“director de creaciones”. Pero, pensándolo bien, el título es adecuado, aunque
a uno no le guste lo que allí se crea.
Llamemos poesía a esta magia (o treta) verbal, puesto que se propone dar
una dimensión imaginativa, simbólica o ideal a la vida y a cuanto hay en ella.
Si hablamos por separado de lo que ordinariamente llamamos poesía y
publicidad, califiquemos a la segunda de “poesía pagada”.
Entendiéndolo así, veremos que nuestra edad no está horra de poesía,
porque la metemos hasta en los bienes de consumo. Estamos más en contacto
con la poesía (o quizá mejor, la poesía viene a buscarnos más) que en ninguna
otra época de la historia. No puede uno oír cinco minutos de música por la
radio ni gozar diez de un programa de televisión, sin que nos espeten un
panegírico de la cerveza, o de determinado desodorante u hoja de afeitar. La
mayor parte de las revistas norteamericanas de gran circulación están
pletóricas de poesía pagada sobre repuestos eléctricos, prendas de vestir,
licores, automóviles, artículos de limpieza, etc., poesía vistosamente ilustrada
a todo color y sin escatimar el dinero, de modo que leer artículos o ensayos en
medio de aquella profusión abigarrada de anuncios llamativos es como
estudiar álgebra en plena Times Square la noche de Año Nuevo.
La miñón del poeta cortesano o protegido
El que la poesía esté pagada no quiere decir necesariamente que sea mala. En
todos los tiempos ha habido poetas protegidos por mecenas, aunque no
propiamente pagados. El poeta cortesano o laureado es ejemplo típico de ello.
El emperador, el rey o el noble le pasaba una pensión para que escribiese
odas, elegías o epopeyas en determinadas ocasiones, y cantaba la grandeza y
el poder de aquel a cuyo servicio estaba, celebrando la ventura del pueblo que
tenía la suerte de estar bajo su cetro benigno, justo y paternal. Los buenos
poetas protegidos se elevaron sobre el nivel de la lisonja personal y dieron a
veces expresión a los más altos ideales de su tiempo y de su patria. Virgilio
fue protegido por el emperador Augusto. Cuando escribió la Eneida, “lo que
tenía que hacer era escribir una obra de arte con gran escala, que representase
una acción gloriosa de la edad heroica, y al mismo tiempo expresase las ideas
y sentimientos esenciales de la época actual, lo que redundaría en gloria de
Roma y loor a su gobernante” (Enciclopedia Británica, 11a edición). En
suma: Virgilio tenía un Mecenas y una pensión. Sin embargo, debido al
carácter de Virgilio como poeta y como hombre y a la consagración auténtica
a su tarea, de allí salió un ilustre poema; según muchos, el más glorioso de su
tiempo.
En la poesía española, Garcilaso de la Vega, poeta cortesano, aunque no
precisamente a sueldo, si bien, como contino de la casa del rey, gozaba de
49.000 maravedíes de salario, fue prez y lustre de las letras castellanas. Así lo
atestiguan sus Eglogas inmortales, dedicadas al virrey de Nápoles, que
comienzan:
El dulce lamentar de dos pastores,
Salido juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
de pacer olvidadas, escuchando.
Muchos antes de él, en la Edad Media, cuando los monarcas tenían sus
cronistas, y después de él, Cervantes, por ejemplo, protegido del duque de
Sessa, entre otros poetas ilustres que pudiéramos citar, honraron la literatura
española, sin vender su musa. Los trabajos de Persiles y Sigismunda, novela
de Cervantes, fue dedicada, por su autor al conde de Lemos cuatro días antes
de morir.
A veces, el pendón patrio o las glorias nacionales dan pie también a
anuncios dé tipo comercial, como el de la compañía de seguros, publicado en
los periódicos de Boston y en las revistas nacionales norteamericanos, tras un
solemne epitafio al Soldado Desconocido de la segunda Guerra Mundial.
Helo aquí:
Ese desconocido es mi hermano
Esta es la historia de un hombre, a quien no conocí, aunque sé toda su
vida.
Murió y está enterrado en una tumba de pulido mármol, cuyo esplendor le
causaría sorpresa a él mismo. La gente viene de todas partes para inclinar ante
él la cabeza, con la mirada grave y los corazones anegados de tristeza por este
hombre a quien no conocieron.
Como vestía uniforme cuando murió, le llaman el Soldado Desconocido.
Creo que fue un buen soldado, aunque su oficio no fue nunca pelear. No me lo
dijo, pero estoy seguro de que era un hombre de paz.
Nació en un rancho de los Dakotas… ¿o no sería en la casilla de un
minero de Pensilvania, en una vivienda del Bronx, en una casa de campo de
Texas o en un apartamiento de Park Avenue? No sé qué decir, pero ahora
estoy ante su tumba, sombrero en mano, rindiendo honores a este hombre a
quien no conocí.
¿Sería un poeta, un tenedor de libros, un chofer de camión, un cirujano, un
leñador, un recadero, un estudiante? Cuando lo hirió el proyectil, ¿estaba
contando un chiste, maldiciendo a su sargento o escribiendo a su familia?
No sé. Porque cuando escogieron a este hombre entre todos los que
murieron ignorados, lo encerraron en silencio en un ataúd, y sólo Dios sabe
quién era.
Pero me consta que es acreedor a nuestro respeto y a nuestros honores.
Porque, fuera quien fuese, estoy seguro de que creyó, como yo, en la igualdad
de los hombres, en la promesa de los hombres, en el deber de los hombres a
vivir justamente unos con otros, y consigo mismo.
Por eso estoy aquí, sombrero en mano, en actitud reverente ante el
sepulcro de un extraño que es mi hermano, mi padre, mi hijo, mi paisano y mi
amigo.
—John Hancock Mutual Life Insurance Company,
Boston, Massachusetts
El autor de este anuncio desempeñó la misión de poeta laureado de una
nación que no tiene poetas laureados.

Los problemas del poeta libre


Pero pasemos al poeta libre, a los que no escriben para satisfacer demanda
alguna exterior, sino para satisfacción de sí mismo. Desde hace varias decenas
de años, se ha venido lamentando el triste estado de la poesía moderna
norteamericana. Robert Hillyer, poeta, habla en un artículo publicado en la
Saturday Review, con el título de “Modern Poetry vs the Common Reader”,
de la confusión y frustración de los poetas de hoy. Se queja de la obscuridad
de su estilo, de “la fuga de la claridad”; como la llama. Está seguro de que
esto y el tono melancólico de tantos versos modernos se deben a los defectos
morales de los poetas. “Su confusión es indicio de afeminamiento artístico y
de egoísmo”, escribe.
Es cierto que muchos poetas modernos, desde T. S. Eliot hasta Ezra
Pound, Wallace Stevens, Delmore Schwartz y Robert Lowell, no son fáciles
de comprender a la primera, ni quizá a la segunda o tercera lectura. Pero
creemos que Hillyer está equivocado al atribuir las dificultades de la poesía
moderna a defectos morales de los poetas. No toma en cuenta el ambiente —
contexto, lo llamamos nosotros— en que tiene que escribir el poeta
contemporáneo: es un medio semántico en que la poesía que oye y lee la
gente a todas horas es la pagada y servil de los bienes de consumo. El
lenguaje poético se usa constante y tozudamente para vender, hasta el punto
de que es casi imposible decir nada con entusiasmo, brío o convicción sin
correr el peligro de que parezca que se trata de vender algo.
Ese comercialismo de la poesía no caracteriza de manera especial a la de
habla española. Pero también la literatura castellana, como las bellas artes
universales, ha pasado y está pasando por su etapa de ininteligibilidad, como
si fuese menester una iniciación esotérica para entender esas manifestaciones
artísticas:
Hay vaivenes que sienten profundidades evidentes y concretas,
y dulzones dibujos de niños sin cabeza.
Pero no importa:
el agua rinde purísimas líneas como el papel secante,
y estas agrietadas, tímidas manos, que hieden a cordera madre… etc.
Aprovechemos este instante como si alas
de Iodo y yodo a manchas o quejidos
son nuestras alas…
Fue inútil que el cabello
se buscara la huida
por la fresca maraña de los sesos;
y que las secas órbitas
rechinaran los goznes como espadas
amarillas…
Aunque parezca mentira, éstos son versos de poetas más o menos
laureados.
Permita el lector al traductor y adaptador de este libro (y permítalo el
autor también) recordar una anécdota rigurosamente histórica, en que
intervino indirectamente. En la redacción de un ilustre diario madrileño se
jugó a un famoso sonetista de la generación de la posguerra civil española la
broma de pergeñar un soneto nuevo con versos tomados de catorce sonetos
suyos.
Cada redactor seleccionó y aportó el suyo, guardando todas las leyes de
ritmo y rima del soneto. A decir verdad, no “sonaba” mal. Al leerlo el autor,
no reconoció las piezas distintas, y le pareció loable y brillantemente
parnasiano su conjunto, diciendo: “Quisiera yo ser capaz de escribir un soneto
así”.
Permítaseme también omitir nombres y títulos, por elegancia.
Nuestros símbolos
Repitámoslo: la publicidad es una actividad de manejo de símbolos. Se
utilizan los de la moda y la estética para anunciar prendas de vestir y
perfumes; los de la alegría juvenil para meter por los ojos los refrescos y los
dulces; los de la aventura y el deporte para promover la venta de cigarrillos y
licores; los del amor maternal para vender pañales, leches y alimentos
infantiles. La publicidad es una creadora y devoradora tremenda de símbolos,
incluso los patrióticos: es muy norteamericano, o muy mexicano, o muy
argentino, comprar determinados artículos. Hasta los símbolos religiosos se
explotan para las ventas navideñas y de Pascua de Resurrección. Ha habido
temporadas en que se ha puesto de moda, con fines benéficos o de
construcción o embellecimiento de alguna iglesia, el anuncio y la rifa de
misas… “Y buenas misas”, comentó zumbonamente una vez cierto feligrés
con ribetes volterianos. Los vendedores no tienen inconveniente en vender
también “la causa de Dios” y su “casa”. Por algo Jesús los arrojó del templo a
latigazos.
Así, pues, se comprende que los problemas del poeta libre sean graves en
este clima dominado por la publicidad y el anuncio. También los poetas
necesitan los símbolos de la cultura en que se mueven, aparte de los nuevos
que vayan creando. Casi todos los símbolos de la vida cotidiana —
especialmente los que expresan felicidad y alegría— han sido utilizados por
los anunciadores. Si los poetas parecen fundirse en actitudes negativas de
desesperación, escepticismo y desengaño, es en parte porque, las actitudes
positivas huelen demasiado a mercantilismo. Durante una generación por lo
menos, no ha habido en los Estados Unidos, o, mejor dicho, en la literatura
inglesa y norteamericana, autores que arrastrasen al público, como Tennyson
y Longfellow en su tiempo, ni siquiera Robert Frost o Carl Sandburg. Es que,
a nuestro entender, los símbolos familiares del amor, de la madre, de la patria
y de la Naturaleza se han mercantilizado tanto, que el poeta ya no quiere
utilizarlos. Se ve prácticamente obligado a acogerse a los símbolos obscuros
de los Upanishads o del Budismo Zen, para no recaer en los tópicos ya
manidos de los anuncios.
Símbolos de los tiempos presentes
“Los poetas son los legisladores anónimos del mundo”, dijo Shelley. Al crear
nuevas formas de sentimiento y percepción, los poetas contribuyen a crear
también nuevos modos de pensar de acuerdo con los cambios que va
experimentando el mundo. Toda época arbitra sus símbolos propios. En los
tiempos medievales, las imágenes religiosas significaban lo que la gente creía
y vivía: Dios, los ángeles y los santos. Durante el Renacimiento, la imagen
predominante era la del cuerpo humano, que se empleaba profusamente para
simbolizar las ideas humanísticas del tiempo.
¿Qué símbolos deberá emplear el poeta para armonizarnos con las
realidades de nuestra época? Las ciencias, la electrónica, la astrofísica, la
microbiología, la fotoelasticidad, el estudio de las proteínas nucleares y el
papel que desempeñan en la genética, las investigaciones sobre la
radiactividad y la física nuclear, han abierto nuevas áreas de pensamiento y
exploración durante los últimos decenios. No pasan muchos meses sin que
una nación recién constituida solicite su ingreso en la Organización de las
Naciones Unidas, y partes del mundo a las que jamás prestáramos atención, se
convierten de repente en objeto de preocupación para todos. Los astronautas
han invadido el espacio sideral, por lo cual los límites del planeta en que
vivimos ya no son los límites de nuestra exploración. Podemos describir y
explicar en el lenguaje de la ciencia estos progresos, y así lo hacemos; pero
¿cómo vamos a llevar al fondo de nuestros corazones y de nuestras mentes
estas nuevas y apremiantes realidades, si los poetas no nos proporcionan
nuevas imágenes con que experimentarlas?

APLICACIONES
I
¿Hasta qué punto confirman los siguientes anuncios nuestra idea de que,
cualquiera que sea el objeto cuya venta se propone, el publicista debe darle,
como hace el poeta, un significado simbólico de algo superior a él? Desde
luego, es evidente la falta de información que hay en los anuncios y el diluvio
de connotaciones afectivas que los inunda. Sin embargo, es muy conveniente
analizar a fondo ejemplos como los que exponemos a continuación, separando
la información comprobable sobre el producto de sus significados afectivos y
simbólicos. ¿De qué se hacen simbólicos los productos de estos anuncios?
Recomendamos al lector que consigne en sendas columnas separadas los
valores informativos, por una parte, y afectivos y simbólicos, por otra:

1. Verá cómo encuentra diferente el jugo de tomate extraído de tomates


aristócratas.
—Anuncio
EJEMPLO DE ANÁLISIS

Valores informativos:
El jugo de tomate se hace de tomates.
Valores afectivos y simbólicos:
Como usted es de gustos finos y sabe distinguir, preferirá el jugo de
tomate hecho de tomates superiores y excepcionales, al de tomates
ordinarios y comunes. La persona corriente no notará la diferencia, pero
usted sí. Tomar nuestro jugo de tomate equivale a simbolizar sus
personales gustos aristocráticos y su modo aristocrático de vida.

2. ¡Ha llegado la hora de la Pepsi… para la gente de gusto joven! ¡Para


quienes piensan en joven! Las reuniones son ahora más informales, más
divertidas. Reflejan el nuevo modo de vida. A esto se llama pensar en
joven. Vale la pena de vivir con Pepsi, con su sabor ligero, limpio,
vigorizante. Piense en joven. Diga: “Yo, Pepsi, por favor”.
—Anuncio

3. ¡Se acabó la guerra de Vietnam! Pero es porque nuestros


diplomáticos ya no se sientan en cojines y alfombras medievales, sino en
los modernísimos muebles JÚPITER, ¡dignos de ser el trono del dios del
Olimpo! Pruébelos, visítelos, compre…
—Anuncio imaginario

4. ESTANCIA DE EJECUTIVOS… Su aspecto irradia confianza en sí mismo,


talento decisivo, capacidad para delegar su autoridad, sabiduría para
administrar el tiempo… y para gozar también de la vida. Todo esto se
encierra en el puro de categoría que le ofrecemos. Fume usted
EMBAJADORES.

—Anuncio imaginario

5. Al comprar una de nuestras sillas, adquiere usted veinticinco a la vez.


Porque hemos estudiado las ventajas de las 25 marcas de sillas que hay
en el mercado, y todas las hemos concentrado en el modelo SIESTA que le
regalamos.
—Anuncio imaginario

6. ¡INCENDIO, BOMBEROS! Está ardiendo la esquina de la calle Tantos y


Cuantos… Son nuestras grandes sederías N. N., donde hemos
organizado una peligrosísima quema de precios. ¡ Aprovéchela! ¡ Y
traiga su escalera para el salvamento! ¡ Porque estamos tirando la casa
por la ventana!
—Anuncio imaginario

7. Si Rock Hudson viste la línea de nuestras camisas y playeras


SAGITARIO,

¿ por qué no va a emular usted al gran astro de la pantalla, visitando


nuestra exposición, sin dinero?… Su crédito es bueno para nosotros.
—Anuncio imaginario

8. ¡GRAN ROBO DE JOYAS! CUTEX roba la iridiscencia de las piedras


preciosas para sus uñas. ¡Qué suerte tiene usted! Cutex le pone en la
punta de los dedos una fortuna en perlas, amatistas y rubíes. Pero no
necesita asaltar un banco para tener estas joyas. Lo que más se parece a
ellas es el brillo luminoso de diamante que va a llevar a sus uñas Cutex.
—Anuncio

9. Cuando usted se siente al volante de un flamante Cadillac, hasta los


amigos
lo van a ver a una nueva luz. Sobre todo si el Cadillac es nuestro
modelo 1967… Cuando lo rodeen todos para curiosear, prepárese a
escuchar la explosión de “¡Oh!” y “¡Ah!”, que les va a arrancar la
elegancia, el lujo y la distinción de su despampanante Cadillac. Dese
prisa. No se pierda usted esta sorpresa que va a dar a todos. Haga
cómplice de ella a su agente vendedor de Cadillac.
—Anuncio

10. ¡MÁS POESÍA EN SU VIDA! ¿Quién que es no es romántico? Cantó Rubén


Darío. Amaneceres, arboledas, brisas, savias primaverales, alegría
fáustica del paisaje… todo será suyo, desde las ventanas de la NUEVA
CASA que le brindamos en el fraccionamiento Planeta. El paraíso será
suyo en aquel rincón delicioso…
—Anuncio imaginario

11. Complacemos a todos los gustos a la altura de todos los bolsillos…


No trabajamos sólo para los magnates multimillonarios, sino también
para el último obrero no calificado… Todos necesitan vestirse desde que
Adán dejó su ceñidor de hojas de higuera… ¡ Pasen a visitar nuestras
Galerías PERFIL, Adanes y Evas modernos!…
—Anuncio imaginario

III
En los siguientes anuncios no se hace publicidad de un articulo concreto ni de
un establecimiento comercial: tienen un objeto más general. Tratan de
modificar o confirmar ciertas opiniones y actitudes, sin el propósito de que el
lector salga a comprar un producto específico. ¿Cuáles son los hábitos y
actitudes que intentan fomentar los modelos de anuncios que ponemos a
continuación? ¿Son estos modos de pensar y proceder los suyos? Haga un
comentario a favor o en contra del contenido de estos anuncios, y exponga las
razones que tenga para ello.

1. ¿Quiere usted ver a sus pequeñuelos con rosetones de salud en las


mejillas? ¿Quiere que sus músculos sean fuertes, su mirada clara, su
pensamiento noble, su conducta de hombre de verdad?
Pues aliméntelos con PAN, con PAN DE TRIGO… En el PAN, el alimento
más completo del hombre, y el más antiguo desde que pasó de la cultura
de la caza a la del pastoreo y la agricultura, se contienen el calcio, las
proteínas, las féculas y las vitaminas que necesitan los huesos de sus
hijos, los tejidos todos de su cuerpo… y mente sana en cuerpo sano fue
el lema de los antiguos y deberá volver a ser el de las generaciones
futuras.
¡ALIMENTE CON PAN A SUS HIJOS!

—Anuncio imaginario

2. ¡CONSERVE LIMPIA NUESTRA CIUDAD! La limpieza del cuerpo es trasunto


de la limpieza del alma y del pensamiento. Un cuerpo limpio necesita
una casa limpia. Una casa limpia necesita una calle limpia. La limpieza
de la calle es la limpieza de la ciudad. ¡ Ayúdenos a conservar limpia
nuestra ciudad! ¡Es la morada de todos! ¡ En una ciudad limpia, el
ciudadano se siente más limpio, el crimen no encuentra arraigo, la
delincuencia desaparece y la salud vuelve por sus fueros en jardines,
plazas y vías de comunicación! No arroje en ellos desperdicios ni basura,
ni siquiera este volante que acabamos de poner en su mano.
¡CONSERVE LIMPIA NUESTRA CIUDAD!

—Anuncio imaginario

3. ¡VACÚNESE! Un niño enfermo es una pesadilla para el porvenir de su


hogar, de su localidad, de su nación, del mundo entero. ¡ Un niño sano es
garantía de triunfo y felicidad para su hogar, para su localidad, para su
nación y para el mundo entero!
¡VACÚNESE… Y VACUNE CONSIGO A TODOS SUS HIJOS!

Así contribuirá a aumentar el caudal común de la felicidad humana,


tan menguado en los tiempos críticos que corremos.
VACÚNESE Y VACÚNELOS.

No le cuesta NADA.
Es un servicio gratis de nuestra CRUZADA CONTRA LA ENFERMEDAD Y LA
MISERIA.

—Anuncio imaginario
16. SINFONOLAS HUMANAS
La costumbre de hablar a todas horas sin ton ni son es indicio de
deficiencia mental.
—WALTER BAGEHOT

La lengua es la estructura más móvil del cuerpo humano.


—WENDELL JOHNSON

Más de un conferenciante y clérigo práctico ha descubierto el principio de


que, cuando alguna persona del auditorio le hace una pregunta que no sabe
cómo contestar, lo mejor es empezar a soltar una sarta de fonemas y
locuciones sin sentido, porque son pocos los que caen en la cuenta de que la
pregunta sigue sin contestar. Unas veces adrede, y otras sin querer, las
palabras sirven de cortinas de humo para disimular la ignorancia.
Cuando, hace tiempo, el gobernador de Wisconsin obligó a dimitir al
entonces rector de la Universidad del estado, todos los periódicos discutieron
acaloradamente el caso. El autor de estas lineas daba entonces clases en dicho
centro docente, y la gente conocida y desconocida le preguntaba: “Pero,
doctor, ¿qué pasa en Madison? Todo es politiquería, ¿no?” Nunca logré
averiguar eso de “politiquería”, pero contestaba evasivamente: “Sí, así lo
creo”. Casi siempre el curioso se quedaba tan satisfecho, comentando: “Ya
decía yo…” En una palabra: “politiquería” era un vocablo que venía como
anillo al dedo en aquella situación, sin que nadie preguntase si el gobernador
había abusado de sus poderes políticos o se había extralimitado.
La orientación intencional
En capítulos anteriores hemos analizado ciertos tipos de valoración
equivocada, que podemos sintetizar aquí con la expresión de orientación
intencional, o sea, el hábito de guiarnos únicamente por las palabras, no por
los hechos a que debieran conducirnos las palabras. Sin querer, damos por
supuesto que cuando hay profesores, escritores, políticos u otros individuos
indudablemente responsables que abren la boca, es para decir algo
interesante. Y cuando somos nosotros quienes la abrimos, lo damos más por
supuesto todavía. Como dice Wendell Johnson: “Cada uno es su oyente más
interesado y apasionado”. Consecuencia de este no distinguir entre
expresiones con sentido y sin sentido, es que van acumulándose los “mapas”
sin “territorio” al que correspondan. Y a lo largo de nuestra vida, podemos
archivar sistemas enteros de sonidos sin significado, muy ajenos y sin
relación alguna con la realidad.
Bajo el título de “orientación intencional” pueden cobijarse multitud de
errores concretos, ya indicados: la ignorancia de los contextos, la tendencia a
las reacciones automáticas, la confusión de los niveles de abstracción
(tomando por realidad la idea que tenemos en la cabeza), advertir las
semejanzas y no las diferencias, explicar las palabras con definiciones, o sea,
con más palabras. Cuando nuestra orientación es intencional, “capitalistas”,
“burócratas” y “líderes obreristas” son lo que decimos que son. La gente de
los países comunistas tiene que ser desgraciada porque está gobernada por
comunistas, y los comunistas intencionales piensan lo mismo de los que viven
en países capitalistas. Los ateos son forzosamente individuos inmorales,
porque sin Dios no hay motivo para proceder bien, y los políticos son todos
politicastros; es decir: viven de sucios juegos políticos.

La verborrea
La gente llama “beaturrón” al que reza mucho y va mucho a la iglesia. Sin
embargo, intencionalmente esta palabra significa una cosa muy distinta de sus
connotaciones extensionales. Quiere decir hombre que reza mucho y es
aficionado a ir a la iglesia, pero no indica que sean un buen cristiano, que
cumpla con los deberes de fidelidad a su esposa y a su hogar, siendo bueno
con sus hijos, honrado en los negocios, sobrio en su vida, etc. En cambio, si
por “beaturrón” entendemos “buen cristiano”, hablamos dilemáticamente: los
que no lo sean no tendrán estas cualidades.
Por tanto, podemos crear verbalmente con nuestras orientaciones
intencionales todo un sistema de valores, clasificando a los hombres en ovejas
y cabritos, según la parábola de Jesús, unos a la derecha y otros a la izquierda.
Es decir: de connotación en connotación podemos seguir hasta el infinito.
Como el mapa es independiente de todo territorio, podemos añadirle
montañas y más montañas, ríos y más ríos, enhebrando sermones, prédicas,
ensayos, libros y hasta sistemas filosóficos en torno a una sola palabra.
No hay manera de detener el proceso, porque una palabra tira de la otra en
verborrea interminable. Así es como muchos oradores, periodistas,
charlatanes, políticos y sacamuelas de secundaria son capaces de hilvanar una
perorata sobre cualquier tema en un santiamén. Muchos cursos sobre
“desarrollo de la personalidad” o “venta dinámica comercial”, y algunos sobre
castellano y redacción, no son sino didáctica barata de esta técnica de charlar
y charlar por los codos en tono solemne, sin tener nada que decir.
Esta manera de hablar, producto de la orientación intencional, puede
llamarse circular, porque, como todas las conclusiones posibles están ya
contenidas en las connotaciones de la palabra, hay que volver al punto de
partida por muchas vueltas que le demos. En realidad, ni siquiera nos hemos
alejado del punto de partida. Claro está, en cuanto nos enfrentamos con un
hecho tenemos que callar o poner otro disco. Por eso es de tan mal gusto sacar
a relucir datos concretos en las reuniones y conversaciones: se echa a perder
la fiesta[1].
Ahora bien; supongamos que los beaturrones 1, 2, 3, etc., son gente
irreprochable, pero que el 17 resulta ser infiel a su mujer y amante de lo
ajeno. Algunas personas no le entienden y se desorientan: ¿cómo puede un
rezador ser al mismo tiempo un bribón? Incapaces de separar los valores
intencionales de los extensionales cuando se pronuncia la palabra “beaturrón”
o “rezador”, tienen que aceptar una de estas tres absurdas conclusiones:

1. “Este es un caso excepcional”. Con lo cual quiere decirse que no por eso
debe cambiarse la idea que uno tenga de los que rezan mucho, los cuales
seguirán siendo buenas personas, por muchas excepciones que haya.
2. “Bueno, no es un hombre tan perverso. ¡No puede serlo!” Es decir: se
niegan los hechos para no tener que admitir sus consecuencias.
3. “Ya no se puede creer en nada. ¡ No voy a fiarme más en mi vida de
ningún beaturrón!”

Quizá la consecuencia más grave de la orientación intencional sea una


complacencia infundada, a la que puede seguir fácilmente el desengaño. Y,
como hemos visto, todos tenemos orientaciones intencionales respecto de
algo. En el decenio de 1930, el Gobierno federal norteamericano creó, para
remediar el paro, la llamada Works Progress Administration, organismo que
contrataba a hombres y mujeres, cuyos servicios se empleaban en proyectos y
obras públicas. Estos empleos eran vistos con desprecio por los enemigos de
dicho organismo, quienes creían que las “obras verdaderas” eran las de la
industria privada, que entonces estaba en crisis. Y acabaron por decir en tono
tolerante que “los trabajadores de la WPA no trabajaban realmente”. A tal
grado llega la autointoxicación verbal que muchos de los que así se
expresaban pasaban diariamente ante brigadas enteras de obreros de la WPA,
bregando afanosamente en la construcción de puentes y carreteras, y seguían
afirmando con toda sinceridad: “Todavía no he visto que trabaje
decentemente un obrero de la WPA”. Otro ejemplo de esta ceguera inducida
por las palabras, es la opinión que se tiene de las mujeres conductoras de
vehículos. Hay centenares y millares de coches manejados impecablemente
por mujeres, lo cual no es obstáculo para que muchos hombres aseguren
completamente convencidos: “No he visto en mi vida una mujer que sepa
llevar un coche”. Por definición, conducir es cosa de hombres, y las mujeres
son tímidas, nerviosas, asustadizas, por lo cual no valen para el volante. Si
quienes así hablan conocen a mujeres que vienen conduciendo sus autos
desde hace muchos años sin percance alguno, dicen que es casualidad, o que
no “manejan” como mujeres[2].
Lo que queremos hacer resaltar en estos ejemplos es que las actitudes
descritas no son producto de la ignorancia, porque la ignorancia genuina no
adopta actitudes, sino de un falso conocimiento, al cual contribuimos en parte
con nuestra confusión de niveles de abstracción y con otros errores de
valoración, a los cuales nos hemos referido en capítulos anteriores. Pero gran
parte de ello se debe sencillamente a nuestro hábito universal de hablar
demasiado.
Realmente, son muchos los que se mueven eternamente dentro de un
círculo vicioso. Con su orientación intencional, charlan por los codos, y esta
misma verborrea intensifica su orientación intencional. Funcionan
automáticamente, como las sinfonolas: se les pone una moneda en la ranura, y
ya está: rompen a charlar. No es extraño que haya tanta gente que eche la
lengua a pacer, como dice el viejo refrán, no sólo contra las mujeres al
volante, los judíos, los capitalistas, los banqueros, los comunistas y los
sindicalistas, sino a propósito también de sus problemas personales, de su
madre, de sus parientes, dinero, éxito, fracaso, simpatía… y, sobre todo, de
“amor” y “sexo”.

La publicidad y la orientación intencional


Entre las fuerzas de nuestra cultura que contribuyen a la orientación
intencional, la publicidad es una de las más importantes. Su principal objeto,
anunciar productos, precios, nuevos inventos o ventas especiales, tiene que
lograrse a base de información concreta sobre ellos, cosa que nos parece muy
bien. Pero es el caso que, en los anuncios de carácter nacional dirigidos al
consumidor, rara vez son informativas las técnicas de la persuasión. Cómo
dijimos en el capítulo anterior, lo que se proponen por encima de todo es
poetizar los objetos que quieren vender, con nombres sugestivos o epítetos
pictóricos de connotaciones afectivas, en las cuales vayan sugerencias
relativas a la salud, riqueza, atractivo para el otro sexo, prestigio social,
ventura familiar, moda, elegancia, etc. Así se van creando orientaciones
intencionales hacia nombres sugestivos:
Si quiere usted ser amada apasionadamente, pruebe este exquisito
perfume… ¡Es irresistible! ¡Es femenino! ¡Es fascinador!… No hay
efluvios tan finos como los de este aroma enervante… Es la fragancia
que adoran los hombres. Frótese el cuerpo suavemente todos los días
con este etéreo perfume… ¡Todos sus sentidos se estremecerán de
delicia a su contacto! ¡Irá usted irradiando por todas partes un aura
celeste!
Además, los anunciadores estimulan los hábitos mentales intencionales
con superlativos abundantes y partículas hiperbólicas, como “súper”, “extra”,
etc., sin escatimar apreciaciones lexicológicamente discutibles, cursis o
delicuescentes.
Otra manera hábil de estimular con los anuncios los hábitos intencionales,
es multiplicar frases hechas sobre cualquier cosa, aunque puedan aplicarse lo
mismo a cualquier otro producto de la competencia: “Nuestros envases son de
cristal” (como los de cualquier otra cerveza), “purifica la dentadura” (como
cualquier otro dentífrico), “acaba con el mal olor” (como cualquier otro
desodorante[3]).
Cuando el hipnotismo verbal de los anuncios provoca estas orientaciones
intencionales, lavarse con determinado jabón o limpiarse la dentadura con
determinado dentífrico se convierte en nuestra mente en una experiencia
refrescante y venusina. Los cigarrillos de tal o cual marca dejan sabores de
néctar en nuestro paladar y hasta la aspirina es una manera de gozar los
deleites de la vida. Se nos venden paraísos de ensueño en cada, frasco de
aceite de ricino y gustos de elegancia suprema en cada escoba para el suelo.
Como se ve, la publicidad se ha convertido principalmente en el arte de
saturarnos con connotaciones afectivas agradables. Cuando el consumidor
solicita que, para no dejarse arrastrar por la sugestión de las marcas, ciertos
productos lleven etiquetas informativas y el marbete clasificador del
Gobierno, la industria de la publicidad pone el grito en el cielo por “la
interferencia gubernamental en los negocios[4]”. Y, sin embargo, las firmas
mercantiles, tanto al por mayor como al por menor, se guían en sus compras
por las normas establecidas gubernamentalmente.
En otras palabras: muchos anunciadores prefieren que sigamos
automáticamente nuestras reacciones a las marcas, sin fijarnos en los méritos
de sus productos. Eso se debe en buena parte a la mecánica moderna de la
distribución al por menor. Por ejemplo: los comestibles suelen comprarse en
supermercados, donde el ama de casa tiene que escoger entre enormes
cantidades de artículos envasados, sin que ningún empleado le explique las
ventajas de cada marca. Así que ya tiene hecha la elección antes de salir de
compras, influida por la repetición machacona por radio y televisión de los
títulos comerciales, sin pensar más.
Lo último que desean la mayor parte de los comerciantes es que se hagan
las compras pensando, porque, una vez que el comprador tiene metida
determinada marca en la cabeza, es pan comido para ellos, quienes pueden
hacerlo víctima de trucos como disminuir legalmente el peso de la mercancía,
el cual, desde luego, consta en letras microscópicas en alguna parte diminuta
del envase[5].
En los últimos años, la publicidad ha alcanzado un alto nivel de
abstracción, porque ya no se anuncian sólo productos concretos, sino que se
hace publicidad del anuncio en sí, cada día más. Se da por supuesto que
cuando se nos mete en la cabeza una marca, el producto tiene que ser bueno.
No puede imaginarse una más equivocada.
A veces parecen incompaginables los fines que se proponen el anunciante
y el pedagogo. Cuando éste dice: “Sepa lo que compra”, se refiere a que hay
que comprar para satisfacer las propias necesidades y después de enterarse
bien de los méritos del producto. Pero cuando lo dice el anunciador, significa:
“¡Compre nuestro producto, aunque no lo necesite y a ciegas, porque le valdrá
para todo!” El primero quiere que pensemos; el segundo, que compremos al
buen tuntún.
Sin embargo, creemos que este conflicto entre ambos puede arreglarse.
Cuando la publicidad es informativa, ingeniosa, educativa y con imaginación,
puede desempeñar su función comercial y contribuir a nuestra satisfacción en
la vida, sin hacernos esclavos de la tiranía de las palabras afectivas. Pero si,
por lo contrario, quieren venderse los productos a base de connotaciones
afectivas, el anuncio intensifica más las orientaciones intencionales, ya de por
sí profundas, que predominan en la masa del público. El esquizofrénico
atribuye más realidad a las palabras, a las fantasías, al soñar despierto y a los
“mundos privados”, que a los valores objetivos que lo rodean. Creemos que
es posible una publicidad eficaz sin agravar más todavía nuestra verbomanía
habitual. ¿No les parece?

Enseñanza superior, jerga culta y garrulería


científica
La cultura mal entendida contribuye también tremendamente a nuestras
orientaciones intencionales. Hay gente que cree que la cultura consiste
principalmente en dominar un vocabulario interesante (al cual pertenecería
también la expresión “orientación intencional”), sin que se les dé un ardite lo
que ese vocabulario significa.
Para aprender, los estudiantes tienen que leer muchos libros difíciles,
algunos de ellos particularmente confusos por su terminología
extraordinariamente complicada. Y se preguntan si no sería posible escribir
libros más claros.
Se puede contestar a esto con dos razones. La primera es que la dificultad
de algunas obras, de química o economía, por ejemplo, radica en lo abstruso
de sus ideas, que requieren determinada formación teórica en el lector. Pero
hay otro motivo de la dificultad de algunos libros: su vocabulario.
El léxico culto tiene la función de dar expresión a las ideas por difíciles
que sean, y además, la función social de dar importancia y prestigio al que lo
emplea. (“¡ Cuánto debe de saber este individuo! No le entiendo ni palabra”).
Puede asegurarse en general que, cuando la función social del léxico culto se
impone a la comunicativa, o sea, a la de dar expresión a las ideas, la
comunicación se deteriora y la jerigonza o germanía verbal aumenta. Así lo
confirma el pasaje siguiente de uno de los últimos números del American
Journal of Sociology:
Los objetivos de toda organización formal, reflejados en el sistema
de diferenciación funcional, dan por resultado un tipo distintivo de la
diferenciación de actividades. Y, a su vez, la diferenciación de
actividades, lo mismo si se consideran jerárquica que horizontalmente,
conduce al “pensar perspectivístico”, como dijera Mannheim; o sea: el
pertenecer a una categoría particular induce un conjunto peculiar de
percepciones, actitudes y valores. En cualquier organización, como en
la sociedad en general, los miembros de determinada categoría tienden
a dedicarse a metas y tareas subordinadas, dedicación que pudiera ser
“disfuncional” desde el punto de vista de los objetivos generales de la
organización. En otras palabras: “el pensar perspectivístico” puede
obstaculizar la coordinación de los esfuerzos conducentes a la
realización de los objetivos generales de la organización, produciendo
así presiones orgánicas para garantizar niveles adecuados de
eficiencia.
En este pintoresco pasaje, lo único que dice el autor es que, en toda
organización formal, los miembros desarrollan distintas actividades; que a
veces la gente se entrega tan exclusivamente a sus tareas especiales, que
estorba la realización de los fines generales de la misma; y por tanto, que ésta
tiene que frenarlos en aras de los fines generales. Lo único que está claro en
este párrafo es que su autor es un pozo de ciencia tan hondo que ni le importa
ser entendido. Y los pobres estudiantes tienen que hacer frente a lo abstruso
de sus ideas y a la maraña de su exposición confusa.
Pero, por lo menos, puede descifrarse lo que intenta decir. En cambio, hay
autores cuyos conceptos el estudiante casi no puede desentrañar, por lo menos
con visos de acierto. Por ejemplo:
El ser que existe es el hombre. Sólo el hombre existe. Las piedras
son, pero no existen. Los árboles son, pero no existen. Los caballos
son, pero no existen. Los ángeles son, pero no existen. Dios es, pero
no existe. La proposición, “sólo el hombre existe”, no quiere decir, ni
mucho menos, que sea el único ser real y que todos los demás son
irreales, y meras apariencias o ideas humanas. La proposición, “el
hombre existe”, significa: el hombre es el ser cuyo Ser se distingue
por el estar manifiesto, por el estar incluido en la inocultabilidad del
Ser, desde el Ser, en el Ser. La naturaleza existencial del hombre es el
motivo de que no pueda representar las cosas como tales, y de que
pueda ser consciente de ellas. Toda conciencia presupone la existencia
estáticamente entendida como essentia del hombre; y essentia
significa aquello por lo cual el hombre está presente en tanto que
hombre. Pero la conciencia no crea la apertura de los seres, ni es la
que hace posible que el hombre esté abierto a los seres. ¿Adónde y de
dónde y en qué dimensión libre podría moverse la intencionalidad de
la conciencia, si, sobre todo, la existencia no constituyese la esencia
del hombre[6]?
Hemos puesto dos ejemplos nada más entre los numerosos que podrían
seleccionarse, del tipo de obras abstrusas que tiene que estudiar todos los días
el alumno universitario, principalmente. A veces, el mismo profesor, quien
suponemos está versado en las tareas que asigna a sus discípulos, habla en los
mismos elevados planos de abstracción en sus clases, y el estudiante se queda
a la luna de Valencia, aun después de terminado el curso. ¿Qué consecuencia
saca en limpio? Pues, sin duda alguna, se queda con la impresión de que la
sencillez y claridad de estilo no lo llevarán a ninguna parte en su vida
intelectual, y que la idea más chabacana adquirirá bordoncillos académicos si
se expresa en un galimatías verbal incomprensible.
Quizá el estudiante confunda los símbolos de la cultura o de la sabiduría,
es decir, la terminología gárrula, con la sabiduría misma, incurriendo en el
error que tanto hemos tratado de desarraigar en este libro. Y al no ser capaz de
entender los libros que estudia, y echándose de ello la culpa, aprende de
carretilla las tareas que se le asignan hasta familiarizarse con la jerga
científica, porque, sin contenido, ya no puede llamarse vocabulario, y da
gallarda muestra de su bachillería verborreica en el examen escrito final. Si el
maestro no es muy avisado, a lo mejor se traga el anzuelo y aprueba al
charlatán.

APLICACIONES

I
Como este capítulo se presta a interpretaciones erróneas, no estaría mal que el
lector calificase las afirmaciones siguientes de “verdaderas’ o “falsas”,
entendiendo por verdaderas las que deja asentadas el autor en este capítulo, y
por falsas las que no están en este caso. (Ver [contestación])

1. “Orientación intencional” quiere decir que el que habla está lleno de


buenas intenciones.
2. La población de los países comunistas no es feliz porque está gobernada
por comunistas.
3. Para ser simpático y hacer amigos, es muy importante saber conversar
fácilmente sobre cualquier tema.
4. Lo más seguro es comprar siempre productos y marcas bien conocidos.
5. Los anuncios de marcas comerciales deberían ser prohibidos por la ley, y
todas las mercancías deberían ser clasificadas por el Gobierno.
6. No hay que fiarse de los que rezan mucho, si está de por medio la mujer
o el dinero del prójimo.
7. No son compatibles los propósitos de la publicidad y los de la educación.

II
En los anuncios modernos no suele haber ya los errores y exageraciones de
bulto, característicos de la publicidad de otros tiempos. Pero es muy común la
que pretende dar información sobre un producto, sin darla de hecho. Ejemplo
de ello es la que pudiéramos llamar “comparación no comparativa”; es decir:
sin “término de comparación”, como se decía en la retórica y en la filosofía
clásica: “Coca-Cola grande refresca mejor”, “Mejor Mejora Mejoral”… Sí,
pero ¿mejor que qué?
Lo mismo ocurre cuando, por ejemplo, se anuncia un remedio contra el
catarro, que contiene “no uno, ni dos, ni tres, sino cuatro ingredientes tan
preciosos para aliviar las molestias de un resfriado, que los médicos lo recetan
a todas horas”. Hay camelos anunciadores, como el de determinado cosmético
que “texturiza al limpiar”, o el cigarrillo “de sabor entero”, o la cerveza “de
barril embotellada”… Tienen su chiste. Como el título del folleto sanitario de
aquel charlatán que decía así: “Baños gratuitos a precios económicos”.

III
Redacte en lenguaje académico las siguientes sentencias:

1. De tal palo tal astilla.


EJEMPLO DE REDACCIÓN: Puede asegurarse más o menos que la
descendencia se parece a los progenitores, o tiene tendencia a parecerse a
ellos, en el aspecto exterior, en el sistema de actitudes, en la
configuración caracteriológica, en las normas de conducta o en todas
estas dimensiones de la estructura de la personalidad.

2. Ve despacio, que tengo prisa.


3. Va a la iglesia para lucir sus vestidos, nada más.
4. Agua que no has de beber, déjala correr.

IV
Algunos de los pasajes siguientes muestran una marcada orientación
intencional (o sea, una tendencia a dejarse arrastrar por las palabras, propias o
ajenas), y otros manifiestan una clara orientación extensional (o sea,
preocupación por as cosas o hechos reales, representados por las palabras).
Estúdielos y señale cuáles son principalmente intencionales y cuáles
extensionales, alegando las razones de su distinción.

1. Quizá el más glorioso discurso norteamericano de nuestro siglo sea


el del general Douglas MacArthur ante el Congreso cuando volvió de
Corea. Examine todos los demás, lea luego éste, y verá si tengo razón.
Muchos hablan maravillosamente… pero un discurso verdaderamente
grande requiere no sólo estilo grandilocuente, sino profunda sabiduría y
verdad, un gran corazón, un gran hombre y un gran momento…
El general MacArthur escribió esta alocución mientras volaba a
bordo del “Bataan” de San Francisco a Washington… y de su puño y
letra, como, según dicen, escribió Lincoln la Alocución de Gettysburg en
un sobre a bordo del tren que lo llevaba hacia la inmortalidad. Pudo
redactarlo porque entendía de qué hablaba. Expresaba la verdad porque
la sabía… Este orador hizo un gran llamamiento a la libertad. Estaba
rodeado de sucesos tristes y espantables. Este hombre recordó a sus
paisanos algo que era menester tener presente: que todos los hombres
que tomaron parte en esta guerra eran hombres nuestros, hombres que
ennoblecen los enhiestos y escarpados murallones coreanos… y mueren
allí todos los días.
En sus palabras había una profecía tan reveladora como un fanal de
luz… había esperanza: la de que íbamos a vivir en un mundo del que
podemos sentirnos orgullosos los norteamericanos… En estas palabras
había historia que resonaba como una vieja campana solemne: la
poderosa advertencia de que los poderosos Estados Unidos, una vez
entregados a esta guerra trascendental, no deben dejarla estancarse…
El discurso duró sólo 30 minutos. Contenía 3074 palabras.
—HENRY J. TAYLOR, News, de San Francisco

2. Pero ¿qué son las facultades? Hablamos de las facultades como si


fuesen algo distinto y separable; como si el entendimiento, la
imaginación, la fantasía, etc., se tuviesen igual que se tienen las manos,
los pies y los brazos. Este es un error capital. También oímos hablar de
las naturalezas “moral” e “intelectual” del hombre, como si fuesen
divisibles y estuviesen separadas. Las necesidades del lenguaje no
prescriben quizá esas formas de expresión; ya sé que tenemos que hablar
así, si queremos hablar. Pero las palabras no deben adquirir para nosotros
la dureza de las cosas. Creo que nuestra idea de esto está radicalmente
falsificada en su mayor parte por eso. Debemos saber además, y no
olvidarlo nunca, que estas divisiones no son en el fondo más que
nombres; que la naturaleza espiritual del hombre, la fuerza vital que
mora en él, es esencialmente una e indivisible; que lo que llamamos
imaginación, fantasía, entendimiento, etc., no son sino figuras distintas
del mismo poder de penetración, indisolublemente unidas entre sí y
fisonómicamente relacionadas; que si conocemos una de ellas, podemos
conocerlas todas.
—THOMAS CARLYLE., Heroes and Hero Worship
3. Durante las dos horas de Clase se trató de llegar a un acuerdo sobre
el significado genuino de la palabra “paz”. Al comenzar la clase, todos
los asistentes creían saberlo; pero cuando terminó, ya nadie estaba
seguro. ¿Es la paz únicamente la ausencia de todo conflicto armado?
Entonces, la esclavitud sena paz. ¿Es la ausencia de conflicto “físico”?
Entonces, ¿qué decir de la guerra sicológica, que subyuga a un pueblo
sin disparar un solo tiro?
¿Puede haber paz sin justicia? ¿Sin gobierno? ¿Sin amor? ¿Sin
religión? ¿Podrá haber paz entre naciones que no acatan una autoridad
común, o será sólo una tregua precaria? ¿Está la selva virgen en paz
cuando los animales no luchan, o siempre está en un estado de guerra
potencial?…
—SIDNEY J. HARRIS, Daily News, de Chicago

4. He aquí una pregunta que se formuló para hombres solos: ¿Qué es lo


que más le molesta, a usted de las mujeres al volante?
Un cartero: Lo peor es que nunca sabe uno lo que van a hacer.
Cuando saca una mujer la mano, de lo único que puede estar uno seguro
es de que el cristal está bajado…
Un camionero: La mayoría son demasiado nerviosas. Frenan
demasiadas veces de repente. Apartan los ojos de la carretera. Si va otra
mujer en el coche, es más importante charlar que conducir.
Un empleado de cierta compañía de transportes: … Parece que
siempre tiene prisa. Se pasa una hora acicalándose, y luego quiere
romper la barrera del sonido para llegar adonde va…
Un inversionista retirado: O no conocen los reglamentos, o son de lo
más desconsiderado…
Un almacenista: De una cosa puede usted estar seguro: de que en la
marcha atrás se arman un lío. No sé por qué será, pero se vuelven
tarumba al dar marcha atrás.
Un empleado de oficina: Las mujeres son incapaces de adaptarse a
una situación extraña. Se asustan a lo loco…
Un ingeniero cafetalero: No ceden el carril a nadie. Se meten en él y
es suyo exclusivamente… Creen que el espejo retrovisor es para atusarse
el pelo.
—Chronicle, de San Francisco

5. La educación supone enseñanza. La enseñanza supone saber. El saber


es la verdad. La verdad es en todas partes la misma; por eso la educación
debe serlo también.
—ROBERT M. HUTCHINS, The Higher Education in America

6. Pregunté a los maestros que enseñan el significado de la vida qué es


felicidad. Y consulté con directivos famosos, que gobiernan el trabajo de
millares de hombres.
Todos menearon la cabeza y me sonrieron, como si les estuviera
jugando una broma.
Hasta que, una tarde de domingo, paseando a la orilla del río
Desplaines, vi a un grupo de húngaros bajo los árboles, con sus mujeres
e hijos, con un barril de cerveza y un acordeón.
—CARL SANDBURO
17. RATAS Y HOMBRES
Los reactores que producen, por ejemplo, cinco millones de kilovatios son
demasiado grandes para nuestras actuales unidades económicas y políticas.
La escala de la nueva fuente de energía determinada por la lógica de la
economía y por la índole de la técnica, es mayor que la determinada por
nuestras fragmentadas estructuras políticas y económicas tradicionales. Pero
no es sólo la energía nuclear para fines pacíficos la que hace anticuado
nuestro dividido mundo. Como indicó John von Neumann hace unos diez
años, la bomba nuclear y los proyectiles intercontinentales contribuyen a
dejar anticuadas también nuestras fronteras geográficas. El imperativo
unificador, resultante del volumen enorme de la tecnología moderna, no se
limita a la energía nuclear. Nuestros sistemas de comunicaciones y
transportes, la posibilidad de utilizar cables de gran capacidad para la
transmisión eléctrica, y otros muchos progresos técnicos, señalan
acusadamente la desproporción entre la magnitud de nuestras unidades
políticas o económicas y nuestras técnicas. Creo que cuantos en ellas estamos
interesados sólo podemos esperar que, antes de que nos destruyan, nuestros
instrumentos políticos se acomoden a la lógica del volumen, y que el fruto
principal de esas nuevas técnicas sea un mundo unificado y en paz.
—ALVIN M. WEINBERG

Problemas “insolubles”
N. R. F. Maier, profesor de la Universidad de Michigan, realizó hace unos
años una serie de experimentos en torno de la inducción de la neurosis en las
ratas. Primero se las enseña a saltar desde el borde de una plataforma a dos
puertas. Saltando a la de la derecha, se cierra fuertemente, y el animal cae de
nariz en una red; saltando a la de la izquierda, se abre y la rata se encuentra
con un plato lleno de comida. Una vez adiestradas las ratas en esta reacción,
se cambia la situación: colócase la comida tras la otra puerta, por lo cual
tienen ahora que saltar hacia la derecha. (Pueden introducirse otros cambios,
como marcar de manera distinta las dos puertas). Si el animal tarda en
aprender el nuevo sistema y no sabe si le espera la comida o el golpe a cada
salto, desiste y ya no brinca más. “Muchas ratas prefieren morir de hambre a
decidirse por una de las puertas”, dice el doctor Maier.
Luego se obliga a las ratas a decidirse por corrientes de aire o por un
choque eléctrico. “Los animales forzados a responder en esta situación
insoluble —afirma el doctor Maier— se atienen a una sola reacción
específica, saltando, por ejemplo, únicamente hacia la puerta de la izquierda,
y así siguen, cualesquiera que sean las consecuencias… Esta reacción se
fija… En cuanto aparece la fijación, el animal es incapaz de aprender una
reacción que no se adapte a esta situación”. Cuando queda fijada su reacción
de preferencia por la puerta de la izquierda, puede abrirse la de la derecha, de
forma que la rata vea perfectamente el alimento, pero seguirá saltando hacia
la izquierda, más asustada cada vez. Si el experimentador insiste en obligar al
animal a decidirse, puede llegar a ser víctima de convulsiones, a correr
furiosamente por todas partes, a hacerse daño en las uñas, a saltar por sillas y
mesas y a quedar en un estado de violento temblor, hasta que termina por caer
en coma. En este estado pasivo, se niega a comer y no siente interés por nada:
puede rodársela como una pelota o colgarla por las patas, porque ya no le
importa nada. Está totalmente postrada por un “colapso nervioso[1]”.
Se lo ha producido lo “insoluble” del problema. Pues bien; como ha
demostrado el doctor Maier con sus estudios de niños y adultos trastornados,
ratas y seres humanos parecen pasar por etapas análogas. Primero, se les
enseña a decidirse de manera determinada frente a un problema concreto;
segundo, experimentan un choque terrible cuando cambian las condiciones y
su decisión no produce los resultados esperados; tercero, insisten en la
decisión primera, bien sea por el susto, la ansiedad o la frustración, y siguen
aferrados a ella sin reparar en las consecuencias; cuarto, se niegan
sombríamente a todo; quinto, cuando se les fuerza por medio de una coacción
externa a decidirse, vuelven a la reacción original; y finalmente, aunque ven
sin lugar a dudas que con sólo cambiar de reacción pueden conseguir lo que
se les ofrece, se desesperan al no lograrlo, dan vueltas alocadas, se acurrucan
en los rincones, negándose a comer, y, desengañados, cabizbajos y mohínos,
terminan por desinteresarse de cuanto pueda ocurrirles.
¿Exagero? No lo creo. El proceso se repite a lo largo de la vida humana,
desde las pequeñas tragedias domésticas hasta las internacionales que sacuden
al mundo. Para que el marido se corrija de sus faltas, la mujer lo reprende. El
insiste en ellas, por lo mismo, y ella lo reprende más, y más y más. Pero hace
como la rata: su reacción a las faltas de su marido es fija, y no sabe más que
una cantinela: machaca tozudamente, la situación empeora y los dos terminan
con los nervios deshechos.
Así ocurre con el problema negro. Los blancos, molestos por la incultura
y el elevado índice de delincuencia de los negros, los “segregan”, los
persiguen (la policía suele tratar peor a los negros que a los blancos) y les
niegan oportunidades de trabajar y progresar. Con eso se perpetúa su incultura
y su delincuencia, lo cual hace que se intensifique la persecución en un
tremendo círculo vicioso que está dando quebraderos de cabeza a pedagogos,
planificadores urbanos, organizaciones negras y a la administración local y
nacional.
Pongamos otro ejemplo: para mejorar la deficiente reacción de sus
discípulos, el maestro decide enseñarles gramática, ortografía y puntuación.
Pero no tiene en cuenta las ideas personales del estudiante, con lo que
destruye su interés por escribir bien. El discípulo empeora, en lugar de
perfeccionarse. El maestro insiste en su rutina, y entonces el discípulo termina
por aburrirse y adoptar una actitud rebelde.
Lo mismo ocurre en el plano nacional. Un país cree que la única manera
de garantizar la paz y la dignidad es armarse hasta los dientes y se lanza a una
desaforada carrera de armamentos. Las naciones vecinas recelan y empiezan a
armarse también. Crecen la zozobra y la tensión. El primer país estima que
debe duplicar su potencial armado en vista de ello, con lo que las naciones
vecinas aceleran más sus programas militares. Y se triplica el potencial
armado por una y otra parte[2]…
Claro que estos ejemplos son excesivamente simplistas; pero, por no caer
en la cuenta de estos círculos viciosos, es por lo que muchas veces el mundo
se encuentra al borde del desastre. Frecuentemente el objetivo es bien visible,
y lo único que hay que hacer para lograrlo es cambiar de método. Pero,
víctimas de reacciones fijas, como la rata, la esposa y los negros o el maestro
de redacción, las naciones no son capaces de detener su carrera frenética de
armamentos tan mortíferos, que no pueden usarse sin arrasar la civilización.
Pero hay una diferencia importante entre lo insoluble del problema de las
ratas y de los humanos. Los de las ratas son inducidos, y los humanos suelen
ser creados por los mismos hombres: son problemas religiosos y étnicos,
problemas de dinero, crédito, hipotecas y fluctuaciones en el mercado de
valores, problemas legales, de costumbres y organización social.
No es extraño que las ratas sean incapaces de solucionar los problemas
que les crea el doctor Maier; sus poderes de abstracción son limitados. Pero
no hay límites para la capacidad abstractiva humana y para sus facultades
organizadoras de dichas abstracciones. Por eso, cuando sus problemas son
insolubles porque sus reacciones son fijas y sólo saben una solución, a la cual
se aferran obcecadamente, están operando por debajo del nivel humano. Están
“copiando a los animales”, según la frase interesante de Korzybski. Wendell
Johnson supo sintetizar esta idea cuando dijo: “Para el ratón, el queso es
queso; por eso funcionan las ratoneras”. ¿De qué forma se dan estas fijaciones
en los seres humanos?

El rezago cultural
La razón principal de los problemas “insolubles” de nuestra sociedad, es la
que pudiera llamarse “inercia institucional”. Institución, en el sentido
sociológico, es “un tipo organizado de conducta de grupo, arraigado y
aceptado como parte fundamental de una cultura” (American College
Dictionary). Los seres humanos están constituidos de tal manera que
inevitablemente organizan sus energías y actividades en tipos de conducta
más o menos uniformes en todo grupo social. Por eso, los individuos
identificados con las instituciones tienen su manera peculiar de ver las cosas:
la población de una sociedad comunista o capitalista acepta y perpetúa los
hábitos comunistas o capitalistas de conducta económica; el soldado mira al
mundo con ojos de soldado y abstrae de él lo que se ha enseñado al soldado a
abstraer; igual es el caso del banquero, del líder sindicalista o del agente de
cambios y bolsa. Y a fuerza de ver así el mundo, tienden a creer que sus
abstracciones de la realidad, sus mapas de los distintos territorios, son
realidad: la defensa es defensa; el déficit es déficit; la huelga es huelga.
De ahí deriva el hecho peculiar de que, una vez habituado el hombre a las
instituciones, llega a creer que son las únicas que hacen bien las cosas. La
institución de la esclavitud y el sistema de castas de la India se creyeron
“ordenados divinamente”, y los ataques de que fueron objeto se consideraban
ataques a la ley natural, a la razón y a la voluntad de Dios. Y viceversa: los
que tenían instituciones contrarias creían que su sistema de trabajo libre
estaba “divinamente ordenado”, y que la esclavitud iba contra la ley natural,
contra la razón y contra la voluntad de Dios. Hoy ocurre lo mismo: los que
creen en la empresa capitalista la consideran como la única manera de
organizar la distribución de bienes, en tanto que los comunistas se aforran con
apasionamiento a sus convicciones. Se comprende esta lealtad a las
instituciones propias; casi todos piensan que son los fundamentos únicos de
una vida razonable, y la amenaza a esas instituciones constituye un peligro
para toda existencia ordenada.
En consecuencia, las instituciones sociales tienden a cambiar lentamente;
más aún: tienden a continuar existiendo aun después de no ser necesarias, y a
veces, aunque constituyan un estorbo y un peligro. Esto no quiere decir,
naturalmente, que todas las instituciones contemporáneas estén anticuadas.
Muchas cambian con la rapidez necesaria para amoldarse a los cambios de las
circunstancias. Pero otras muchas, no. A esto, a la continuación de hábitos y
formas institucionales trasnochadas, llaman los sociólogos “rezago cultural”.

El miedo al cambio
Por tanto, los problemas más apremiantes de nuestro mundo son los de rezago
cultural, los que surgen de organizar un mundo atómico, supersónico,
electrónico, de motores de reacción, con instituciones anticuadas. El ritmo del
progreso técnico durante casi dos centurias ha sido más rápido que el del
cambio de nuestras instituciones y de las ideologías y lealtades que las
acompañan; y está aumentando más bien que disminuyendo esta distancia.
Consecuencia de eso es que, en todas las culturas contemporáneas
técnicamente avanzadas, se estudia la disparidad de las instituciones del siglo
XIX (o del XVIII, de la Edad Media y hasta del Paleolítico) con las
circunstancias características del siglo XX. Cada vez son más alarmantes los
peligros de un nacionalismo a ultranza en nuestro mundo que se ha hecho uno
técnicamente; cada vez parece más imposible lograr un buen orden
económico mundial con los instrumentos del capitalismo o del socialismo del
siglo XIX. Dondequiera que se produzcan cambios técnicos sin que se
modifiquen también las instituciones sociales, el hombre padece y la
Humanidad experimenta tensiones.
Algunos países reaccionan a ellas de la única manera razonable:
esforzándose por cambiar o modificar las instituciones trasnochadas,
substituyéndolas por otras nuevas. Constantemente están introduciéndose
cambios en la enseñanza, en la organización gubernamental, en las
responsabilidades de los sindicatos, en la estructura de las corporaciones, en
las técnicas del mercado y de la agricultura, etc. Ejemplo particularmente
beneficioso de adaptación institucional es la Federal Deposit Insurance
Corporation. Antes de 1934, cuando los bancos quebraban, sus depositantes
perdían todos o casi todos sus ahorros: en cuanto surgía el pánico, era casi
imposible de frenar. Pero desde que se estableció esa Corporación, los pánicos
han desaparecido, son muy raras las bancarrotas y, aunque se produjesen, los
depositantes no perderían sus fondos. Hoy, el pueblo norteamericano cuenta
con la estabilidad de sus bancos y no siente la menor inquietud. Otro ejemplo
más reciente son los llamados Cuerpos de Paz: combinación ingeniosa de
elementos militares, de los “cuerpos civiles de conservación de los tiempos de
la depresión”, del Ejército de Salvación y de las organizaciones misioneras de
las iglesias cristianas. El mercomún, o Mercado Común Europeo, muestra
esplendorosamente lo que puede hacerse con un espíritu realista y decidido a
modificar las viejas instituciones sociales en aras de un orden económico más
viable.
Pero hay quienes, convencidos de que hay que realizar cambios, apelan a
remedios que son peores que la enfermedad, o absolutamente imposibles. En
algunas de las áreas más importantes de la vida humana, sobre todo en las
internacionales y en las relativas a un orden mundial económicamente justo,
estamos en el globo entero en un estado de rezago cultural y nuestra
incapacidad para arbitrar soluciones amenaza el futuro de la civilización
misma.
¿Cuáles son las causas de este rezago cultural? En muchos grupos, sin
duda alguna, la ignorancia. No conocen las realidades del mundo moderno.
Sus mapas representan territorios que dejaron de existir hace mucho tiempo.
En otros casos, el rezago se debe a intereses económicos o políticos “fijos”.
Muchos individuos tienen poder y prestigio dentro de la estructura de
instituciones anticuadas; y como los apoya la inercia institucional, creen,
encantados, que esas instituciones son algo maravilloso. No cabe duda que el
deseo de los ricos de conservar su riqueza y poder contribuye
considerablemente al rezago cultural de cualquier sociedad. Ante la amenaza
del cambio social, proceden con una miopía y un heroísmo suicida, y no
tienen inconveniente en destruir la civilización con tal de conservar sus
prerrogativas.
Pero esto no quiere decir que el rezago cultural acompañe siempre a la
existencia de una clase poderosa y rica, porque ha habido poderosos que han
patrocinado y hasta organizado los cambios, manteniendo así su posición
privilegiada y salvando también a la sociedad del desastre social. Cuando esto
ocurre, se procura que el rezago cultural sea pequeño para poder
administrarlo. En algunos países latinoamericanos se fluctúa entre reforma
social y revolución, y el resultado dependerá en gran parte de la disposición
de las clases privilegiadas a aceptar y asimilar el cambio.
Pero hasta la miopía e irresponsabilidad de los poderosos debe ir apoyada
por quienes no lo son, para conservar las viejas instituciones y oponerse a los
cambios. Por eso, hay también miopía en el ciudadano corriente, y sólo así
puede comprenderse el rezago cultural. Además de la inercia institucional,
fuerza tremenda que retiene a los seres humanos desarrollando actividades
que deberían haber desaparecido hace mucho tiempo, el miedo es otra fuerza
considerable del anquilosamiento institucional. Quizá tengan la culpa, en fin
de cuentas, del rezago cultural todas aquellas personas, de cualesquiera clases
sociales, a quienes ha metido miedo el cambio.

La revisión de los hábitos de grupo


Proceda el rezago cultural de la inercia, de la miopía egoísta, del miedo al
cambio o de todas estas y otras razones, la solución de los problemas sociales
estriba en adaptar las instituciones a las nuevas circunstancias.
Uno de los aspectos más dramáticos de la conducta humana es que
muchos problemas institucionales considerados “insolubles” se resuelvan en
cuanto estalla la guerra. La guerra se impone, por lo menos en la cultura
moderna, a todas las demás necesidades. Antes de la segunda Guerra Mundial
habría sido “imposible” mandar al campo por motivos de salud a los
chicuelos de los suburbios londineses; pero en cuanto empezaron los
bombardeos de Londres, todos ellos fueron evacuados en dos días. Los
teorizantes demostraron una y otra vez que Alemania y Japón no podían
entrar en la guerra sin un depósito adecuado de oro, pero lucharon
denodadamente, contra todas las predicciones de editorialistas y economistas
de prestigio. El Gobierno norteamericano organizó casi de la noche a la
mañana, después de terminar la guerra, dos grandes universidades para
excombatientes, en Sydenham, Inglaterra, y en Biarritz, Francia. Se mandaron
libros y equipo por avión, se construyeron dependencias elegantes para
millares de estudiantes, y de las principales universidades norteamericanas se
contrataron, con sueldos magníficos, los servicios de profesores famosos, para
deparar una fugaz utopía docente a los soldados norteamericanos fatigados
por la guerra. ¿Hubiera podido imaginarse el establecimiento de una
universidad parecida, por ejemplo, en el estado de Misisipí, el más necesitado
de una institución así, por lo bajo de su presupuesto docente? Una de las
lecciones de la guerra es que hasta las instituciones más poderosas y antiguas
dejan de ser rígidas si la necesidad apremia.
Por eso, lo que necesita el mundo es comprender esa necesidad —en las
relaciones internacionales, en los conflictos raciales, en la explosión
demográfica y en muchas otras áreas— para proceder a abandonar o
modificar algunas de nuestras instituciones. Una vez comprendida esa
necesidad, hay que buscar medios realistas y rápidos, con el mínimo de
padecimiento humano y el máximo de beneficios para la Humanidad en
general, con que abordar las reformas.
El enfoque extensional
Cualquier problema público que requiera un amplio debate —los cambios en
las leyes laborales o en los métodos para distribuir la atención médica, la
unificación de los servicios armados bajo un solo mando, el establecimiento
de normas nuevas para resolver los conflictos internacionales— se reduce, por
tanto, a una cuestión de adaptación institucional. Si nos empeñamos en seguir
discutiendo nuestros sistemas sociales en función de la lucha de la justicia
contra la injusticia, de la ley natural, de la razón y de la voluntad de Dios
contra las hordas de la anarquía y el caos, las reacciones de miedo y cólera se
generalizan en ambos bandos, paralizando las mentes e imposibilitando una
decisión inteligente. Para escapar a esta cerrazón dilemática, hay que
considerar los problemas sociales como cuestiones de adaptación
institucional. Empezaremos automáticamente a pensar con ideas más
extensionales, ya no preguntaremos si esto o aquello es bueno o malo,
progresista o reaccionario, sino a tener en cuenta los resultados: “¿A quién va
a beneficiar el cambio y en qué grado? ¿Quién saldrá perjudicado y hasta qué
punto? ¿Qué garantías hay de que no va a producirse un daño mayor? ¿Está el
pueblo preparado para estas innovaciones? ¿Cuál será su efecto en los
precios, en la mano de obra, en la salud pública, etc.? ¿Qué investigación ha
precedido a esta propuesta; qué especialistas la han estudiado?” Las
decisiones empezarán a surgir de las contestaciones extensionales a estas
preguntas extensionalmente formuladas. Y no será de derecha ni de izquierda.
Se ajustarán, sencillamente, a las realidades.
Supongamos que se propone por el municipio el paso de vehículos
pesados por tal o cual puente. Lo que tenemos que preguntarnos es si la
estructura del puente resistirá, si crecerá el peligro de accidentes callejeros de
circulación, cuál será el efecto en la de las vías adyacentes, si padecerá la
belleza de la ciudad, etc., sin tener en cuenta exclusivamente las ventajas que
la innovación va a producir a las compañías transportistas. Estudiados estos
puntos, cada votante podrá decidir con responsabilidad en interés propio y,
sobre todo, en interés de la comunidad.
Supongamos ahora que la medida en cuestión sólo beneficia a las
compañías transportistas. Estas tratarán de evitar que se discuta
extensionalmente el problema y procurarán inmediatamente enfocarlo desde
niveles superiores de abstracción, hablando de las “restricciones excesivas a
los negocios”, de que hay que proteger “la libre empresa”, y de que, si la cosa
ocurre en los Estados Unidos, “el modo norteamericano de vida” debe
prevalecer contra las intrigas de los políticos, de los paniaguados y de los
covachuelistas, elevando así una polémica local a la categoría de la defensa de
las libertades.
Lo malo no es que los incautos nos traguemos todo esto, sino que los
periódicos de muchas comunidades no nos proporcionan materiales
extensionales de discusión. Prefieren divertir al lector con historietas amenas
o sensacionales[3]. Y la televisión, en manos de quienes no quieren líos ni
controversias, muchas veces tampoco proporciona datos concretos.
Así las cosas, y así la opinión pública, ¿qué posibilidades hay para la
adaptación institucional con respecto a algunos de nuestros problemas más
urgentes? Lo más probable es que se quiera corregir un desajuste con otro
desajuste, o que continúen los viejos errores con nombres nuevos.

El resultado fatal
Cuando, tras un debate prolijo y estéril, pasan los años sin que se lleven al
cabo las reformas institucionales, se intensifica el rezago cultural. Al ser más
graves las dislocaciones sociales, se agravan también el pánico y la confusión,
y los individuos se desesperan al no hallar solución a sus problemas. Sin el
conocimiento y la confianza suficientes para intentar nuevos procedimientos,
y temerosas al mismo tiempo de que no den ya resultado sus métodos
tradicionales, las sociedades vienen a parecerse a las ratas del doctor Maier,
que no saben más que un camino y una solución estereotipada. La única
manera de aplacar a los dioses irritados es arrojar más niños todavía a los
cocodrilos; la única manera de proteger el orden social es cazar y quemar más
brujas; la única manera de fomentar la prosperidad es reducir los
presupuestos; y la única manera de garantizar la paz es acumular más y
mayores armamentos todavía.
Estos son los bloqueos mentales, la conducta obstinada, que nos impide
aplicar a nuestros problemas el modo extensional, que es el único que puede
resolverlos, porque no podemos hacer una mejor distribución de bienes,
alimentar a la gente o establecer una cooperación con nuestros vecinos a base
de definiciones intencionales y abstracciones de alto nivel. En el mundo
extensional hay que proceder con medios extensionales. Si, a fuer de
ciudadanos de una democracia, queremos contribuir a decisiones tan
importantes como los problemas de la paz y un orden mundial
económicamente justo, tenemos que prepararnos a descender de las nubes de
las abstracciones y a enfocar los problemas de esta tierra, en el plano local,
estatal, nacional e internacional, con la misma extensionalidad que si se
tratase de nuestro alimento, vestido o vivienda.
Pero si, por lo contrario, nos aferramos a fijaciones de orientación
intencional y dilemática, estamos condenados al triste destino de las ratas del
doctor Maier. Seguiremos incapacitados patológicamente para modificar
nuestros módulos de conducta y seguiremos condenados a las mismas eternas
soluciones erróneas. No es extraño que terminemos postrados por un “colapso
nervioso” político, desilusionados de la democracia y en manos de dictadores.

La actitud científica
La característica más notable de la ciencia ha sido su éxito constante para
resolver problemas “insolubles”. Antes se consideraba imposible viajar a más
de treinta kilómetros por hora y volar por la atmósfera; pero hoy el hombre se
ha lanzado a velocidades vertiginosas a la conquista del espacio. Creíamos
que la liberación de la energía atómica era mera teoría, pero para la ciencia no
hay imposibles, porque el científico está orientado extensionalmente. Se
comportará intencionalmente en el campo no científico, como en los
problemas políticos, sociales y familiares; pero su orientación como científico
es siempre extensional.
Como hemos visto, elaboran mapas certeros de territorios reales, con los
cuales pueden predecir hechos y fenómenos futuros. Si no funcionan, los
descartan y elaboran otros nuevos; es decir: organizan nuevos sistemas de
hipótesis que marcan nuevos cursos de acción[4]. Y vuelven a confrontar los
mapas con sus territorios, descartando los que no respondan a la realidad y
elaborando nuevas hipótesis, a las que se atienen de momento, siempre
dispuestos a descartarlas y a estudiar de nuevo el mundo extensional.
Cuando los científicos obran sin interferencias políticas o financieras, es
decir, cuando son libres para intercambiar sus descubrimientos con los del
mundo entero, comprobando la veracidad de sus mapas, comparándolos con
los de sus colaboradores mundiales, hacen progresos rápidos. Como sus
orientaciones son multilaterales y extensionales, están menos paralizados que
otros hombres con dogmas inmutables y cuestiones absurdas. Por eso, sus
conversaciones y sus escritos están llenos de reconocimientos de errores y de
declaraciones sinceras de ignorancia. “Según el último trabajo de Henderson,
aunque quizá luego haya que rectificar sus conclusiones…” “No sabemos
exactamente qué es lo que pasa, pero sospechamos…” “Lo que digo quizá
esté equivocado, pero es la única teoría razonable que hemos podido
hilvanar…” He aquí el estilo de los sabios: el conocimiento más importante es
el de las propias limitaciones.
Lo que no haría jamás un científico es atenerse a un mapa porque lo
heredase de su abuelo o porque lo utilizaron Washington o Lincoln. Si su
orientación fuese intencional, diría: “Fue bueno para Washington y Lincoln,
luego también es bueno para mí”. Pero llevado por su orientación extensional,
dice: “Todavía no lo sabemos hasta que lo hayamos comprobado”.

Otra vez la puerta de la izquierda


Obsérvense las diferencias entre las actitudes científicas que tenemos hacia
algunas cosas, y las intencionales que nos dominan hacia otras. Cuando
queremos que reparen nuestro automóvil, pensamos en función de los
resultados prácticos. No preguntamos: “¿Está la solución que usted propone
de acuerdo con los principios de la termodinámica? ¿Qué harían Faraday y
Newton en este caso? ¿Está usted seguro de que esa solución no representa
una tendencia desviacionista o derrotista en las tradiciones tecnológicas de
nuestra nación? ¿Qué pasaría si hiciésemos otro tanto a todos los
automóviles? ¿Qué dice Aristóteles de esto?” Son preguntas tontas. La única
que vale es: “¿Quedará bien la reparación?”
Pero es distinto cuando la reparación afecta a la sociedad. Pocos son los
que consideran a las sociedades como mecanismos, como colecciones de
instituciones en marcha. Habituados a reaccionar a los problemas sociales con
explosiones de indignación moral, denunciamos la perversidad de los
sindicatos o del capitalismo, condenamos a los que defienden o persiguen a
los negros, a Rusia si somos norteamericanos, o al imperialismo
norteamericano si somos rusos. Estamos saltándonos con eso el requisito
fundamental de hacer mapas de los problemas sociales; o sea: no cumplimos
la tarea inicial de describir las normas establecidas de la conducta de grupo
(expresadas en las instituciones) que constituyen una sociedad y crean sus
problemas. En nuestras protestas contra lo que no nos parece bien, no nos
preocupamos por el cambio institucional ni por sus resultados. Nos interesa
más castigar a los culpables. Y los remedios sociales que proponemos se
contienen casi siempre en preguntas a las que no puede darse contestación
comprobable: “¿Están esas ideas de acuerdo con una política económica
sana? ¿O con los principios del verdadero liberalismo? ¿Qué dirían de ello
Alexander Hamilton, Thomas Jefferson o Abraham Lincoln? ¿Iríamos con
ello hacía el comunismo o hacia el fascismo?, etc…”
Y perdemos el tiempo discutiendo cosas baladíes, sin ir al grano del
problema.
Hasta que alguien, cansado de tantas divagaciones, termina por proponer:
“Volvamos a la normalidad… apeguémonos a los principios ya comprobados
y acreditados… a la economía sana y fuerte… Tenemos que volver a lo que
ya conocemos, a lo antiguo y auténtico”. La mayor parte de estas actitudes
rutinarias no son sino invitaciones a seguir saltando hacia la puerta de la
izquierda, hasta que nos volvamos locos. Y es tanta nuestra confusión, que
aceptamos esas invitaciones, con los mismos resultados de siempre.

APLICACIONES
I
Anote los problemas de rezago cultural que tenga alguna sociedad bien
conocida por usted. Observe si hay alguno no mencionado en este capítulo.
¿Qué preguntas haría una persona extensionalmente orientada, a la que se
pidiese ayuda para resolver estos problemas? ¿A qué grupos o individuos
consultaría?

II
Suponga usted que dos amigos suyos, no muy bien informados, pero
apasionados, uno a favor y otro en contra de la “medicina socializada”
(entendida a su manera), van a ir esta noche a su casa para sostener una
conversación sobre el tema. Prepare algunos comentarios y preguntas que les
hagan ver el problema de la atención médica como una cuestión de ajuste
institucional (sin emplear expresiones tan altisonantes como esta), con lo cual
la discusión tomará un sesgo mas extensional. Una cosa le advierto: no
empiece por hacerles definir lo que es “medicina socializada”, y recuerde lo
que en el Capítulo 10 dijimos sobre las definiciones.

III
Los éxitos científicos del laboratorio se han debido en parte a que los sabios
tienen orientaciones extensionales y sumamente multilaterales, sin las trabas
de los dogmas fijos de otras personas. ¿Debe adoptar el Gobierno federal
norteamericano una actitud dilemática en los problemas de la integración
escolar en el Sur? ¿Cuáles serían las ventajas de dicha actitud y cuáles las de
una orientación multilateral? ¿No convendría que el Gobierno adoptase una
actitud dilemática para algunas cosas (donde haya una resistencia tenaz a la
ley) y multilateral en otras (donde la integración se va realizando
pacíficamente)? En este último caso, ¿ la actitud gubernamental se parecería a
la del científico?

IV
Supongamos que va a haber elecciones y son cuatro los candidatos. Todos
sienten sinceramente los intereses nacionales, todos creen en la justicia social
y en la democracia, aunque difieren en cuanto a los medios para realizar los
ideales democráticos. Supongamos que usted no quiere votar ni con la
etiqueta de liberal ni con la de conservador, sino, sencillamente, a favor del
candidato que sea más realista y extensional, porque será quien mejor
reconozca los aspectos reales de la situación y, por tanto, quien mejor va a
servir a sus ideales.
A continuación van fragmentos de los discursos pronunciados por los
cuatro candidatos. A base exclusivamente de su contenido, establezca un
orden de preferencia entre ellos, exponiendo las razones… y sin dejarse
influir por los nombres de los candidatos, claro está.
Candidato 1
Por tanto, el socialismo no es para mi únicamente la doctrina económica
mejor, sino el credo fundamental que profeso con mi cerebro y con mi
corazón. Laboro por la independencia hindú, porque el nacionalista que late
en mí no puede tolerar el yugo extranjero; más aún: porque es el paso
inevitable para nuestro cambio social y económico. Quisiera que el Congreso
se transformase en organización socialista y se incorporase a las demás
fuerzas del inundo que trabajan en pro de la nueva civilización. Pero
comprendo que acaso no esté preparada la mayoría del Congreso, tal como
hoy está constituido, para ir tan lejos. Somos una organización nacionalista y
pensamos y obramos en el plano nacionalista…
Por vehementes que sean mis deseos de que el socialismo prospere en este
país, no quiero obligar ni condicionar al Congreso, porque crearía dificultades
para la lucha que tenemos entablada por nuestra independencia. Estoy
dispuesto a cooperar de mil amores y con cuantas fuerzas tengo, con cuantos
laboran por nuestra independencia, aunque no estén de acuerdo con la
solución socialista. Pero lo haré, defendiendo francamente mi posición y
esperando convencer de ella, con el tiempo, al Congreso y a la nación, porque
sólo así creo que pueda lograr su independencia. Tenemos que apretar
nuestras filas cuantos creemos en la independencia, aunque nuestras ideas
sean distintas en lo referente al problema social…
¿Cómo encaja la doctrina del socialismo con la ideología actual del
Congreso? No creo que encaje…
—JAWAHARLAL NEHRU, discurso presidencial, Congreso Nacional Hindú,
Lucknow, abril de 1936
Candidato 2
Opino que el comunismo debería enseñarse en el sistema educativo, pero
con una orientación moral, de la misma manera que se enseña al estudiante de
medicina que el cáncer y la tuberculosis son enfermedades que hay que
desarraigar y extirpar. Creo que sin una orientación moral, la enseñanza del
comunismo puede ser sumamente peligrosa. En cambio, enseñándolo con una
orientación moral, se estudiarían a fondo los fundamentos básicos de la
civilización norteamericana, desenmascarando al enemigo que amenaza
destruirla y exponiendo las ideas erróneas que impulsan a los comunistas a
tratar de destruir la libertad, los métodos que para ello proponen, y lo que
debe hacerse para contrarrestarlos. Si esto se explica sin dirección moral, sólo
parecerá un sistema económico más con algunas virtudes superiores. Así se
ha hecho frecuentemente en épocas anteriores, y en lugar de combatir el
comunismo, tiende a hacer prosélitos para el comunismo.
Creo que el pueblo norteamericano tiene ante sí un gran problema:
imprimir a la educación una dinámica moral que presente al comunismo como
programa de asesinato, mentira y destrucción de la libertad. Es totalmente
inmoral, y hay que levantar en las mentes juveniles barreras mentales y
emocionales contra él.
—DR. FREDERICK SCHWARZ, en su testimonio ante el Comité de Actividades
Antiamericanas del Congreso, 29 de mayo de 1957
Candidato 3
La exposición de los conflictos e injusticias raciales es importante en un
estudio que verse sobre la posición del negro y el estado de la cultura
norteamericana. Pero las fricciones son un indicio sano. Indican un contacto
de múltiples aspectos entre las dos razas. Las fricciones son señal de que el
negro y el blanco viven en la misma comunidad y pugnan por los mismos
valores. Mientras las dos razas se afanen y disientan respecto a los múltiples
problemas de la convivencia en la misma cultura, están pasando por el
doloroso proceso de su acomodación recíproca y con el mundo. El verdadero
peligro sería que el negro viviese en un vacío donde no hubiese fricción
alguna con sus vecinos blancos; entonces sí que se correría el peligro grave de
desarrollar un sistema perpetuo de castas… Es conveniente que nada haya
estático hasta que los problemas planteados por la fricción hayan dejado de
inquietar y molestar a los blancos o a los negros. Aspirar a la paz, cuando los
contrastes son tan acusados, es como soñar con un mundo irreal. Esperar que
la comunidad blanca o la negra no sientan odio e indignación, y que no den
muestras de violencia o de temor cuando sus valores corren tanto peligro y
sus aspiraciones quedan tan fallidas, es pedir lo imposible… [La fricción]
indica que estos males están vivos, duelen y punzan. Obligan a los hombres a
hacer algo por remediarlos. Cometerán muchas equivocaciones en esta
empresa, pero también tendrán muchos aciertos.
—FRANK TANNENBAUM, “An American Dilemma”

Political Science Quarterly, septiembre de 1944


Candidato 4
Algunos miran las constituciones con reverencia religiosa y las consideran
como el Arca de la Alianza, demasiado sagradas para poderlas tocar.
Atribuyen una sabiduría sobrehumana a los hombres de tiempos anteriores, y
creen que lo que hicieron está por encima de toda enmienda…
Indudablemente, no me inclino a introducir cambios frecuentes y no probados
antes, en las leyes y en las constituciones… Pero también sé que las leyes y
las instituciones deben ir a la par con el progreso de la mente humana… A
medida que se realizan nuevos descubrimientos, que se descubren nuevas
verdades y cambian las opiniones y los modos de pensar al cambiar las
circunstancias, también deben avanzar las instituciones para amoldarse al
ritmo de los tiempos. Retener a la sociedad civilizada sometida al régimen de
sus incultos antepasados sería como obligar a un hombre a llevar siempre la
chaqueta que le venía bien de chico… Cada generación… tiene derecho a
procurarse la forma de gobierno que considere más conducente a su felicidad.
—THOMAS JEFFERSON
18. HACIA EL ORDEN INTERNO Y EXTERNO
Pero yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los hombres,
darán razón en el día del juicio. Porque por tus palabras serás absuelto como
justo y por tus palabras serás condenado.
—Mateo, 12:36-37

Reglas de la orientación extensional


Lo mismo que el mecánico lleva consigo unos alicates y un destornillador
para un caso de urgencia —y nosotros llevamos en la cabeza la tabla de
multiplicar para usarla en cualquier momento—, podemos aprendernos y
grabarnos en la memoria las reglas de la orientación extensional. No tienen
por qué ser complicadas; basta con unas cuantas fórmulas generales y
sencillas. Su objeto principal es evitar que empecemos a dar vueltas a ideas
intencionales, que nuestras reacciones sean automáticas, nuestros errores los
mismos de siempre y nuestras preguntas incontestables. No nos enseñarán
mágicamente las mejores soluciones, pero nos impulsarán a optar por mejores
cursos de acción. En consecuencia, las reglas siguientes constituyen un breve
resumen de las partes de este libro que directamente se refieren a problemas
de valoración. Hay que aprender de memoria estas reglas.

1. El mapa no es el territorio que representa: las palabras no son los


objetos.
Un mapa no representa todo el territorio: las palabras nunca lo dicen
todo.
Pueden construirse mapas de mapas y mapas de mapas de mapas, y
así sucesivamente, hasta el infinito, con relación o sin ella a un territorio.
(Capítulos 2 y 10).

2. Los significados de las palabras no están en ellas, sino en nosotros.


(Capítulos 2 y 11.)

3. Los contextos determinan los significados. (Capítulo 4):


Me gusta el pescado.
Fue pescado por la policía.
Ha pescado una gripe.
Lo ha pescado una mujer ambiciosa.

4. Debe distinguirse perfectamente entre “ser” y “estar”, si no quieren


cometerse errores de valoración.
La hierba es verde. (Pero téngase presente que nuestro sentido de la
vista es el que da color a las cosas. Capítulos 10 y 11).
El señor Sánchez es viejo. Lo cual no tiene la misma significación
que “el señor Sánchez está viejo”. (No confunda los niveles de
abstracción. Capítulos 11 y 12).
El territorio es cálido.
La tarde está calurosa.
Una cosa es lo que es. (Pero téngase presente que todo está en
proceso perpetuo de cambio. Capítulos 10, 12, 13 y 17).

5. No quiera cruzar puentes que todavía no se han construido. No abra el


paraguas antes de que llueva. Distinga entre proposiciones directivas e
informativas. (Capítulo 7.)

6. Distinga siempre todos los posibles sentidos de una palabra. Por


ejemplo:
Verdad, en su sentido moral, contrario a mentira; en su sentido
lógico, contrario a falsedad; en su sentido ontológico, contrario a irreal;
en su sentido dogmático y didáctico de principio o dogma; etc.
“Vela” puede ser substantivo (con significaciones totalmente
distintas), presente de indicativo del verbo velar, compuesto del verbo
ver y el pronombre la (el verbo ver en imperativo y en indicativo), etc.
7. Cuando quiera combatir el fuego con el fuego, recuerde que el
departamento de incendios suele utilizar agua. (Capítulo 14.)
8. La orientación dilemática es la puesta en marcha del aparato, no del
volante. (Capítulo 14.)
9. Cuidado con las definiciones que no son más que palabras sobre
palabras. Siempre que pueda, piense con ejemplos mejor que con
definiciones. (Capítulo 10.)

10. Emplee números y fechas, para que no olvide que una palabra jamás
tiene exactamente el mismo significado dos veces.
El hombre1 no es el hombre2 ni el hombre3 ni el hombre4, etc. (En
una palabra: deben evitarse las generalizaciones fáciles, que en el libro
se han llamado “altos niveles de abstracción”).

He aquí un decálogo de lo más sencillo y genérico de reglas para lograr


una orientación extensional en nuestro pensamiento y en nuestro lenguaje.
También valdrá para adoptar más de una decisión o curso de acción en la vida
práctica.

Síntomas de desorden mental


Si no se observan, consciente o subconscientemente, estos principios de
interpretación, se piensa y se reacciona infantil y primitivamente. Hay
muchos indicios de reacciones anormales en nosotros mismos. Una de las más
corrientes es la ira súbita. Cuando se altera la presión sanguínea, cuando hay
discusiones enconadas y en carne viva, cuando terminan en insultos e
interjecciones, es que algo no se ha valorado debidamente.
Otro síntoma manifiesto es la preocupación, cuando le damos vueltas y
más vueltas a la misma cosa. “La quiero… la quiero… ¡Si pudiese quitarme
de la cabeza que no es más que una camarera!” Pero la camarera1 no es la 2 ni
la 3. “¡ Qué gobernador más duro nos ha tocado…! ¡No es más que un
político!” Pero el político1 no es el 2 ni el 3. En cuanto rompamos estos
círculos que aprisionan nuestros pensamientos y nos dejemos de palabras para
atender a los hechos, se proyectará una luz nueva sobre nuestros problemas.
Otro síntoma es la susceptibilidad, la sensibilidad excesiva, y por tanto, la
vulnerabilidad a los juicios o a las palabras. La persona así se siente insultada
y ofendida por la cosa más baladí e inocente. Antiguamente se desenvainaba
la espada “por un quítame allá esas pajas”, como diría don Quijote, o se
desenfundaba la pistola, o se organizaba un duelo solemne, muchas veces
suicida. Se mataba “por un puntillo de honra”, sin más escrúpulo.
También hemos indicado que la tendencia a charlar por los codos, sin ton
ni son, no es buen síntoma de sanidad mental. Tampoco debemos “pensar
demasiado”. Es un error creer que los creadores se “calientan los cascos” más
que los demás. Lo que pasa es que piensan más eficientemente. “Pensar
demasiado” o “tener quebraderos de cabeza” significa muchas veces que en el
fondo de la mente tenemos una “certeza”, algún dato incontrovertible, o ley
inalterable, o principio eterno, que encierra toda la verdad sobre algo. Y, sin
embargo, la vida nos está mostrando a cada momento algo que hace
cuartearse esas nuestras interiores “certezas incontrovertibles”. Vemos
políticos que son honrados, amigos que nos traicionan, sociedades benéficas
que a nadie benefician. Pero, antes de apearnos de nuestro principio
inconmovible, preferimos dar vueltas y más vueltas en la cabeza a lo que nos
entra por los ojos.
Y caemos en la actitud dilemática, tan reprobable, de negar totalmente los
hechos o negar totalmente el principio, lo cual se traduce en reacciones
infantiles: “No volveré a fiarme de una compañía de seguros… ni de una
mujer… ni de un político… ni de un abogado… ¡Todos son unos bribones!”
En cambio, una mente madura sabe que las palabras nunca lo expresan
todo, por lo que el sabio prefiere la incertidumbre y la cautela. Por muy bien
que conozca la carretera, el motor y todos los detalles de su automóvil, el
buen conductor prefiere la cautela, lo cual no quiere decir que se sienta
inseguro, porque conduce su vehículo con absoluta serenidad y perfecta
confianza en sí mismo. Tampoco se siente inseguro el individuo maduro
intelectualmente porque no sepa todo: su seguridad procede de la infinita
flexibilidad de su mente, de su orientación “infinilateral”, por decirlo así.
Conociendo cómo actúa el lenguaje en nosotros y en los demás, ahorramos
tiempo y esfuerzo, porque evitamos dar vueltas en nuestra misma jaula verbal.
Con una orientación extensional, nos ajustamos a las incertidumbres
inevitables de toda nuestra ciencia y sabiduría. Y escaparemos, por lo menos,
a los problemas que nos creamos, ya que no a todos los que nos plantea el
mundo.

Los hijos perdidos en busca de padre


Existen también personas infelices porque no lo saben todo y quisieran
saberlo. Están en un estado crónico de ansiedad por no conocer todas las
soluciones y andan eternamente buscando la única. La única, la que los
tranquilice definitivamente. Van de iglesia en iglesia, de partido en partido, de
ideología en ideología, de siquiatra en siquiatra o de vidente en vidente, según
sea su cultura. Cuando encuentran a uno que “les acierta”, se llenan de alegría
y van contándoselo a todos.
Los siquiatras han estudiado el caso de estas personas. El hombre
emocionalmente maduro es capaz de resolver todos sus problemas y de
comprender que no hay una sola solución para ellos. Pero si no hemos
adquirido nuestra independencia interior, si seguimos necesitando el cariño y
el cuidado de nuestros padres, cuando ya pasamos la edad para ello,
maduramos física, pero no emocionalmente. Seguimos necesitando el símbolo
paternal de una autoridad a la que acudir en busca de solución a todos
nuestros problemas. Y buscaremos un símbolo parental tras otro, que puede
ser un maestro bondadoso, un sacerdote o director espiritual que nos inspire
confianza y respeto, un jefe paternal y protector, y hasta un líder político.
Desde nuestro punto de vista de estudiantes del lenguaje humano, los
aspectos verbales de esta busca de símbolos paternales merece que nos
detengamos un poco. Los que, por el motivo que fuere, no pueden aceptar
como símbolo paternal a un sacerdote, a un maestro o a un líder político,
acaso lo encuentren en una colección sistemática de palabras; por ejemplo: en
una voluminosa y obscura obra filosófica, en una filosofía político-económica
o en un sistema ideológico nuevo. Allí, afirman, está la solución de todos los
problemas. Esto es indicio de falta de madurez emocional y de candidez en el
proceso simbólico, a la que nos hemos referido anteriormente. Sin embargo,
se rodean con ello de cierta respetabilidad por el vocabulario
impresionantemente complicado y abstruso que sacan a relucir a las primeras
de cambio, y sabido es cuánto se respeta en nuestra cultura al que sabe hablar,
sobre todo en altos niveles de abstracción. Pero incurren en la candidez, ya
indicada, de suponer que un mapa verbal es capaz de consignar todo el
territorio de la experiencia.
Pero esto no quiere decir, huelga indicarlo, que sea señal de falta de
madurez sentir entusiasmo por algún “gran libro” o por un centenar de ellos.
Sin embargo, hay un abismo entre el entusiasmo de la persona madura y de la
inmadura. Esta, al encontrarse con un nuevo sistema intelectual o con una
filosofía que se ajusta a sus necesidades, tiende a adoptarla sin pero alguno, a
repetir a todas horas sus fórmulas verbales y a cerrarse en banda, sin admitir
que podría leerse algo más. En cambio, el hombre maduro quiere someter a
prueba el libro que tanto le ha entusiasmado. ¿Son estos principios nuevos tan
eficientes como parecen? ¿Tienen valor en diferentes culturas o contextos
históricos? ¿No necesitarán alguna revisión o retoque? ¿Responderán a los
distintos casos y condiciones? Al plantearse estas preguntas confirmará su
primera impresión, pero, con su profundo sentido común, comprenderá que
hay mucho más que aprender.
De hecho, cuanto mejor y más útil sea una nueva síntesis científica o
filosófica, más problemas planteará. Las soluciones que dio Darwin en su
Origen de las especies a las arduas cuestiones objeto de su estudio, no
agotaron la investigación biológica, sino que estimularon otras en los tiempos
modernos. Lo mismo ocurrió con Freud en el campo de la sicologia: abrió
áreas totalmente nuevas al estudio[1]. Grandes libros son los que plantean
grandes cuestiones nuevas. No están bien leídos cuando imprimen un alto a la
investigación.
En otras palabras: cuanto más sabio sea el hombre, lo mismo en ciencia
que en religión, política o arte, menos dogmático se irá haciendo. Es
indudable que cuanto mejor conozcamos el territorio de la experiencia
humana, mejor comprenderemos las limitaciones de los mapas verbales que
podemos trazar de ella. En el Capítulo II llamamos a este conocimiento
“consciencia abstractiva”. La persona madura utiliza esta consciencia o
conciencia aun en el estudio de las filosofías o ideologías que le producen el
mayor entusiasmo.

“Conócete a ti mismo”
Hay otro campo en que necesitamos la conciencia abstractiva: en lo que nos
decimos de nosotros mismos. Somos mucho más complejos que la vaca
Palmira, y cambiamos constantemente mucho más que ella (Capítulo 10).
Además, todos nos describimos con determinado lenguaje, “cuadros
mentales”, “idealizaciones” o imágenes. Vienen a ser de este tenor, más o
menos claros: “Soy amante del hogar”, “Soy hermosa”, “O terriblemente fea”,
“Creo en lo práctico”, “Soy de buen corazón… no me entran en la cabeza las
matemáticas… tengo talento natural para la música… amo a los oprimidos…
no soy ese tipo de mujer…” etcétera. Todos estos juicios son mapas más o
menos exactos del territorio de nuestra persona. Unos saben levantar esos
mapas internos mejor que otros. Entonces decimos que ése “se conoce a sí
mismo”, que cae en la cuenta de sus defectos y virtudes, de sus facultades y
carencias emotivas. El sicólogo Carl R. Rogers llama a este mapa “idea de sí
mismo”, la cual puede ser realista o carente de realidad. Lo que hacemos, la
forma en que nos vestimos, nuestro estilo, las empresas que iniciamos o
descartamos, la sociedad que buscamos, etc., son valores que están menos
determinados por nuestras limitaciones y facultades reales que por la idea que
tenemos de ella[2].
Cuanto hemos dicho en este libro sobre mapas y territorios se aplica de
manera particular a la idea que tenemos de nosotros mismos. El mapa no es el
territorio, repetimos: la idea que tenemos de nosotros mismos no somos
nosotros. Un mapa no representa todo el territorio: la idea de nosotros mismos
omite una enorme cantidad de datos personales; nunca nos conocemos
completamente. Podemos hacer mapas de mapas de mapas de nosotros
mismos y deducir numerosas inferencias y generalizaciones en más altos
niveles de abstracción. Pero corremos el mismo peligro de equivocarnos en
nuestra propia valoración que cuando tratamos de valorar a otros individuos o
cualquier hecho exterior. En realidad, cuanto mejor nos conozcamos a
nosotros mismos, más probable es que conozcamos y valoremos mejor a lo
extrínseco a nosotros. ¿Qué clase de mapas elaboramos de nosotros mismos?
Hay individuos que tienen ideas completamente desprovistas de realidad
sobre su persona. El que se cree en condiciones de ser un buen gerente y
luego resulta un fracaso, porque no tenía talento para ello, se lleva el gran
desengaño y se lo produce a los demás. Igualmente, el que se cree bueno para
nada y lo toma en serio, puede disipar y destrozar por un motivo
completamente distinto, toda su vida y todos sus talentos. La mujer ya madura
y entrada en años que, como ocurre no pocas veces, se viste y se conduce
como si tuviese dieciocho, está también en las nubes; es decir: tiene una idea
peligrosamente irreal de sí misma.
Hay estudiantes que se cierran a sí mismos el camino, al empeñarse en
que no valen para las matemáticas o en que son incapaces de escribir con
buena ortografía. No lograrán avanzar en estos estudios, precisamente por
esta idea que tienen de sí mismos, no porque carezcan de capacidad.
Otros no parecen caer en la cuenta de que en la idea que tienen de sí
mismos no están todos los datos importantes de su persona. Como nos han
repetido los siquiatras, todos nos arreglamos para ocultarnos a nosotros y a los
demás las razones profundas de lo que hacemos, y apelamos para justificar
nuestros actos, a “racionalizaciones” más o menos elaboradas. Supongamos,
por ejemplo, que un crítico ataca a una obra por su “contenido sin altura y por
un pésimo estilo”. Supongamos también que sus verdaderas razones son
completamente distintas, como envidia profesional, miedo a las ideas
revolucionarias del libro, o el recuerdo de la discusión personal que tuvo con
el autor diez años antes. Si el crítico cree que la idea que tiene de sí mismo es
completa, la razón que a sí mismo se dé de que le disguste el libro es que se
imagina como “persona que cree en la lógica rigurosa y en los méritos del
estilo literario”. En otras palabras: el efecto más común de no comprender que
el concepto que se tiene de uno mismo no abarca todos sus detalles, es creerse
sus propias racionalizaciones. Hay quienes tan aferrados están a la idea que
tienen de sí mismos a fuerza de hábiles racionalizaciones, que son incapaces
de conocerse realmente.
El propio conocimiento es molesto muchas veces, claro está: cuesta
trabajo admitir que este o aquel libro no me gusta porque tengo envidia al
autor, o que no saco buenas calificaciones porque soy menos inteligente que
mis colegas. Por eso, sentimos frecuentemente la necesidad de creer nuestras
racionalizaciones: “Mis compañeros están contra mí”, “Este libro es una lata”.
Y quizá lleguemos a cerrar los ojos adrede a cualquier razón sensata en
contra.
¿Cómo evitar ser víctimas de esta confusión emocional? Los que ya han
caído en ella, quizá necesiten un consejero profesionalmente preparado o un
siquiatra. Los demás pueden aprender con los problemas diarios de acción y
toma de decisiones: cuanto más realista sea la idea que tienen de sí mismos,
más acertadas serán éstas. Entonces, ¿podremos hacer algo por adquirir un
realismo mayor sobre nosotros mismos? Es muy importante que lo
adquiramos, porque quienes no son realistas en cuanto a su persona
generalmente no lo son tampoco en sus relaciones con los demás.

Informes y juicios
Por lo menos en un aspecto, las personas capaces de estudiarse a sí mismas
más o menos pueden hacer por su bienestar lo que hacen los directores
sicológicos y los siquiatras. Como hemos indicado, elaboramos conceptos
falsos de nosotros mismos porque no soportamos otros más objetivos; es
decir: los juicios de nuestros amigos y vecinos, sean reales o imaginarios. Al
emplear la palabra “juicio”, obsérvese, como dijimos en el Capítulo 3, la
diferencia que hay entre, por ejemplo, “Soy un chofer” (lo cual es un
informe), y “No soy más que un chofer”, lo cual supone el juicio de que
debería ser algo más, y de que es una vergüenza que sólo sea eso.
Uno de los aspectos más importantes de la actividad profesional del
siquiatra, es que no formula juicio alguno acerca de su paciente. Cuando le
oye decir que no es más que un chofer, le contesta de palabra o on un ademán
que, aunque comprende su caso, no le reprocha el que lo sea, o el que haya
hecho tal o cual cosa. En otras palabras: ayuda al paciente a cambiar su juicio
de que no es más que un chofer y, por tanto, no vale gran cosa en el informe
de “Soy un chofer[3]”. Al ver la actitud de su siquiatra, el paciente tiende a
mejorar la idea derogatoria o peyorativa que tenía de sí mismo.
Nuestra receptividad de los juicios de los demás (reales o imaginarios), es
decir, el dejarnos influir por lo que piensen o creemos que piensan, es uno de
los motivos más comunes de nuestros sentimientos de inferioridad, culpa e
inseguridad. El negro que acepte el juicio que de los negros tienen algunos
blancos, se pasará la vida en una actitud desventurada de susceptibilidad y
defensa. Si el que gana cinco mil pesos al mes acepta el juicio real o
imaginario de quienes lo rodean, de que podría ganar diez mil si valiese para
algo, se considerará desgraciado con ese sueldo decente. Lo que dijimos en el
Capítulo 3 de que había que redactar los informes despojándolos de todo
juicio personal, se aplica también a los que escribimos acerca de nosotros
mismos. Debemos hacerlo con imparcialidad y sin orientaciones
intencionales.
Es bueno este ejercicio de consignar por escrito los hechos escuetos
relativos a nosotros mismos, especialmente si nos producen cierta vergüenza,
y preguntarnos a propósito de cada uno de ellos: “¿Es necesario que lo
juzgue?” “El que lo juzguen los demás ¿quiere decir que tenga yo que
juzgarlo también?” “¿No es posible ver las cosas de otra manera?” “¿Qué
tiene que ver el juicio que me merezcan mis acciones pasadas con lo que soy
hoy?” He aquí la forma práctica de aplicarnos estas valoraciones; va entre
paréntesis:
Soy chofer. (Algunos creen que es vergonzoso ser un simple chofer.
¿Tengo yo que pensar también de esa manera?)
Me arruiné. (¡Pero eso fue hace diez años! Desde entonces he adquirido
mucha más experiencia en los negocios. ¿Por qué va a volverme a ocurrir si
monto otro nuevo, o en otra localidad distinta?)
Volví de la guerra neurasténico. (Ya sé que hay quien me señala con el
dedo. Pero ¿estuvieron ellos en Corea? ¿Pasaron lo que yo pasé? Otros
resultaron heridos físicamente, yo lo fui sicológicamente. ¿Por qué no
condecoran a las víctimas siquiátricas?)
Soy ama de casa. (¿Y qué?)
Naturalmente, si tiene uno muy hondamente arraigadas las
racionalizaciones, esta técnica es difícil de practicar. Por ejemplo:
La razón verdadera de que no me guste este libro, es mi envidia
profesional. (¡Pero no! ¡Es un libro insoportable de estilo mazorral!)
Pero, al irnos sobreponiendo extensionalmente cada día más a nuestros
sentimientos, es decir, al aceptarnos a nosotros mismos sin hacer caso de los
juicios buenos o malos de los demás, necesitaremos engañarnos menos. En el
conocimiento de sí mismo, como en la ciencia, la conquista de pequeñas áreas
lleva a la de otras áreas mayores y más difíciles. A medida que se van
haciendo realistas las ideas que tenemos de nosotros mismos, nuestras
acciones y decisiones serán más acertadas, puesto que se basan en un mapa
más exacto del complejo territorio de nuestra personalidad.

Actitudes institucionalizadas
Otra forma de adquirir mayor orientación extensional, es distinguir entre
actitudes adoptadas institucional y extensionalmente. Como vimos en el
capítulo anterior, todos somos miembros de instituciones y nos asimilamos
determinadas actitudes exigidas por ellas. Si somos demócratas, apoyaremos a
todos los candidatos demócratas. Si somos montescos, adoptaremos una
actitud hostil a los capuletos.
El error valorador que suponen esas actitudes estriba en que se generaliza
a un alto nivel de abstracción, cuando las cosas ocurren en un plano
extensional. Muchas personas, por inseguridad emocional y por falta de
orientación extensional, no pueden desviarse de las actitudes institucionales,
adoptan su punto de vista oficial y sus ideas y emociones corrientes. Se creen
en la obligación de sentir al unísono con su partido político, su iglesia, su
grupo social o su familia. Les resulta más fácil y más seguro no tomarse la
molestia de examinar extensionalmente por su cuenta al candidato demócrata
o al capuleto en cuestión, porque eso podría conducirlos a valorar las cosas de
manera distinta.
Pero no tener más que actitudes institucionalizadas acaba con la propia
personalidad y termina por hacer al hombre incapaz de iniciativa alguna en
bien de su institución. Y además existe el peligro de acostumbrarse a la
vaguedad de las generalizaciones de alto nivel, perdiendo el contacto con las
realidades.
La regla indicada para evitar actitudes excesivamente intencionales ayuda
a su vez a evitar las excesivamente institucionalizadas, porque las primeras
son consecuencia de las segundas. Al comprobar que el demócrata1 o el
capuleto1 difieren del demócrata o capuleto número 2, acaso averigüemos que
la actitud institucional primera era la acertada, o también puede ser que
estimemos necesario separarnos de ella, como hicieron Romeo y Julieta[4].
Pero cualesquiera que sean las conclusiones a que lleguemos, lo importante es
que son nuestras, resultado de nuestro examen extensional personal.
Quienes no están acostumbrados a distinguir entre actitudes
institucionales y extensionales se exponen a engañarse de medio a medio,
porque no saben distinguir lo que se les ha repetido como un disco o como
una cotorra, y lo que es resultado de su propia experiencia. En consecuencia,
no son capaces de formarse una idea real de sí mismos; no pueden elaborar un
mapa exacto del territorio de sus ideas y actitudes.

Por la lectura, hacia la cordura


Finalmente, debemos hacer algunas observaciones acerca de la lectura como
medio para lograr una orientación extensional. A veces, el estudio produce
excesiva orientación intencional, sobre todo el de la literatura, cuando el
estudio de las palabras —novelas, comedias, poemas, ensayos— se convierte
en un fin de por sí. Pero cuando se emprende como guía de la vida, su efecto
es extensional en el mejor sentido del vocablo.
La literatura obra por medios intencionales; o sea: mediante el manejo de
las connotaciones informativas y afectivas de las palabras. De esta forma no
sólo atrae nuestra atención a hechos desconocidos, sino que nos provoca
sentimientos nuevos, que, a su vez, vuelven a atraer nuestra atención a otros
hechos desconocidos. Estos nuevos sentimientos y estos nuevos hechos van,
por tanto, acabando con nuestras orientaciones intencionales y con nuestra
ceguera.
Repetidas veces hemos dicho que la persona orientada extensionalmente
no se guía sólo por palabras, sino por los hechos que éstas indican. Pero ¿qué
ocurriría si no hubiese palabras? ¿Nos guiaríamos sólo por los hechos? En la
inmensa mayoría de los casos, no. En primer lugar, nuestro sistema nervioso
es sumamente imperfecto, y sólo vemos las cosas en función de nuestra
preparación y de nuestros intereses: cuando éstos son limitados, vemos muy
poco, como al colillero, que mira constantemente al suelo, se le escapa lo que
ocurre en la calle. La experiencia también es una maestra sumamente
imperfecta: no nos dice qué es lo que estamos experimentando; simplemente,
las cosas ocurren porque sí. Y si no sabemos qué buscar en nuestra
experiencia, los acontecimientos no significan nada para nosotros.
Hay mucha gente que concede gran valor a la experiencia por si misma y
respeta involuntariamente a la persona que ha “hecho cosas”. “No quiero
pasarme la vida leyendo libros —dicen—; ¡ quiero correr mundo y hacer
cosas, viajar, tener experiencias!” Pero muchas veces esas experiencias no les
hacen ningún bien. Van a Londres, y lo único que recuerdan es su hotel y la
agencia de viajes; van a México y sólo se les quedan en la memoria los
trastornos gastrointestinales que padecieron. Así es cómo los que no han
viajado saben muchas veces más del mundo que quienes lo han recorrido.
La gente necesita que le abran los ojos, y ésta es la función trascendental
del lenguaje en su uso científico y afectivo. Los hechos triviales adquieren
importancia en las abstractas generalizaciones científicas. Cuando hemos
estudiado, por ejemplo, la tensión superficial, el posarse del zapatero o de la
libélula sobre un remanso se convierte en tema de discusión científica. Los
que no han leído a Wordsworth no entienden quizá la comarca lacustre
inglesa, aunque hayan vivido allí; ni los que no conozcan las estrofas de
Gabriel y Galán o de Machado entenderán a Castilla, con su misticismo
escueto y su apertura al horizonte de la aventura. Con el sentimiento
desplegado por la literatura, la experiencia humana se satura de esencias y
contenidos profundos.
Las comunicaciones procedentes de los demás aumentan la eficiencia de
nuestro sistema nervioso, si no se limitan a repetirnos los sentimientos y las
ideas que ya conocemos. Se ha llamado a los poetas y a los científicos
“lavadores de las ventanas de nuestra mente”, porque intensifican nuestros
intereses y la sensibilidad de nuestras percepciones.
Como hemos repetido en estas páginas, el lenguaje es social. Al leer, al
escuchar, al escribir, al hablar, desarrollamos constantes procesos de
interacción social, provocados por el lenguaje. A veces, como hemos visto, de
esta interacción social surge la participación del saber, el enriquecimiento de
las simpatías y comprensiones, y la consolidación de la cooperación humana.
Otras veces, la interacción social no produce tan opimos frutos, porque nos
comportamos como dos borrachos en un bar o dos delegados hostiles del
Consejo de Seguridad de la ONU, que toman las observaciones del otro como
muestras de la imposibilidad de colaborar con él.
Volvemos, por tanto, a los juicios a que explícitamente aludimos al
comienzo de este libro —los juicios éticos en que se basa todo este tratado—:
que la cooperación intraespecífica por medio del lenguaje es el mecanismo
fundamental de la supervivencia humana, y que, cuando de la conversación
surge el encono de los desacuerdos y los conflictos, algo no ha funcionado
bien por parte del que habla, del que escucha, o de los dos. Esto, como hemos
visto, es a veces consecuencia de la ignorancia del territorio, que se traduce en
mapas inexactos; otras, de no querer mirar al territorio, sino insistir en hablar
sin más ni más, en virtud de hábitos valoradores defectuosos; otras, de las
mismas imperfecciones del lenguaje, que ni el que habla ni el que escucha se
toman la molestia de corregir; y muchas veces, es consecuencia de emplear el
lenguaje como arma, no como instrumento de unión social. El objeto de este
libro ha sido exponer al lector algunas de las formas en que podemos utilizar
los mecanismos de la comunicación lingüística, lo mismo al hablar que al
escuchar. Del lector depende cómo quiera emplearlos.
EPÍLOGO
Aunque el propósito de los principios expuestos y razonados a lo largo de este
libro es fomentar la armonía y evitar los conflictos, habrá algunos individuos
que sientan la tentación de utilizarlos como armas para atizar la discordia y
las discusiones, o como garrotes con que dar a la gente en la cabeza: “Lo que
te pasa, Pepe, es que padeces un caso grave de orientación dilemática”. A lo
que él replica: “Por Dios, Elsa, no hables con tan bajo nivel de abstracción”.
Si esto es todo lo que han aprendido en las páginas precedentes, no pueden
sentirse muy ufanos.
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fue un lingüista y senador estadounidense. Escribió libros conocidos sobre
Semántica General, ”Language in Thought and Action” (El lenguaje en el
pensamiento y en la acción) (1938). Junto al doctor John Tanton,
HAYAKAWA fundó y dirigió la organización-movimiento «U.S. English»,
con el objetivo de convertir de que el inglés fuera la única lengua oficial de
Estados Unidos.
Notas
[*]El mismo doctor Hayakawa reconoce la dificultad de traducir cualquier
obra literaria, cuanto más una que trate precisamente del lenguaje y del estilo
en el pensamiento y en la acción. Dice así en el Capítulo 8 de esta obra: “Por
eso es tan difícil traducir literatura… porque la traducción de las
connotaciones informativas falsificará frecuentemente las afectivas, y
viceversa, de manera que los lectores que conozcan los dos idiomas quedarán
descontentos casi siempre porque ‘se ha sacrificado el espíritu del original’, o
bien, porque la traducción está ‘llena de inexactitudes’”. <<
[2]Así es, aunque hay pueblos analfabetos que muestran una memoria
fenomenal: recuerdan todas las señales y detalles de una jornada de hasta
centenares de millas, o repiten al pie de la letra consejas y leyendas populares,
que se necesitarían días para recitar. En cambio, los pueblos cultos, que
manejan cuadernos de apuntes y libros de consulta, tienen relativamente mala
memoria. <<

[3] Elnombredeestepersonaje,“Elfamosohombredelacalle”,sedebea
Lillian y Hugh Lieber , de la Universidad de Long Island . La esposa de Mits se
llama , como es sabido , Wits . Véase The Education of T. C. Mits (1944 ) y Mits ,
Wits,andLogic(1960).<<
[4]¿Qué cabe decir de la influencia del lenguaje en los padres de dos niños, a
quienes se puso el nombre de John Glenn al día siguiente de haber dado la
vuelta al globo este astronauta? ¿Y de quienes ponen a sus hijos nombres
ficticios de nobleza, como Duque, Barón y Señor? <<
2. LOS SÍMBOLOS
[1] El investigador J. B. Wolfe enseñó a unos chimpancés a meter fichas de

póquer en una máquina expendedora (“chimpomat”) construida al efecto, de

la cual sacaban manzanas, plátanos y otros alimentos. Los chimpancés

llegaron a distinguir los distintos valores de las fichas (1 manzana, 2

plátanos,cero, etc.). y obraban en consecuencia, si los resultados eran más o

menos inmediatos. Pero tendían a dejar de trabajar cuando acumulaban fichas.

Indudablemente, su “sistema monetario” se limitaba a transacciones

rudimentarias e inmediatas. Véase Robert M. Yerkes, Chimpanzees: A

Laboratory Colony (1943)

Pudiéramos presentar otros ejemplos de animales que aprenden a entender las

cosas por lo que representan, pero, por lo general, estas reacciones animales

son extraordinariamente simples y limitadas en comparación con la capacidad

humana. Así, parece probable que pudiera enseñarse a un chimpancé a

conducir un vehículo sencillo, pero ocurriría, por ejemplo, que si se encendía

la luz roja cuando estaba en pleno cruce de una calle, se detendría en el acto,

y, al encenderse la verde cuando otro se le ponía por delante, seguiría su

camino sin reparar en las consecuencias. En otras palabras: la luz roja no

representa para el chimpancé la señal de parar: es la misma parada <<

[2] El autor de estas líneas tuvo un auto que venía funcionando en buenas

condiciones desde hacía ocho años. Un mecánico, amigo mío, que conocía el
estado del vehículo, insistía en que lo cambiase por un nuevo modelo. “Pero
¿por qué? —le pregunté—. Si está todavía en magníficas condiciones”. A lo
que replicó él despectivamente: “Ya; pero ¡qué diablo! lo único que tiene
usted es un medio de transporte”.
La expresión “auto de transporte” ha empezado a aparecer hace poco en los
anuncios; por ejemplo: “Dodge del 48. Funciona perfectamente; auto de
transporte. Me voy, tengo que venderlo. 100 dólares”. (Sección clasificada del
Pali Press, Kaliua, Hawaii). Por lo visto, eso significa que el vehículo no
tiene valor simbólico ni prestigio y sólo es bueno para ir y volver adonde uno
quiero: ¡Qué automóvil tan miserable! <<
[3]
Véase Hadley Cantril, The Invasion from Mars (1940); también, John
Houseman, “The Men from Mars”, Harper’s (diciembre, 1948). <<
[4]Recuérdese que lo que se reprochaba a los fariseos era su obsesión por los
símbolos de la piedad a expensas de la preocupación que debería merecerles
el espíritu piadoso. <<
3. INFORMES, DEDUCCIONES, JUICIOS
[1] Según la información proporcionada por la Asociación de Ferrocarriles

Norteamericanos, “antes de 1883 había cerca de cien zonas horarias en


Estados Unidos. Hasta el 18 de noviembre de dicho año… no se adoptó un
sistema horario uniforme aquí y en Canadá. Antes de esa fecha no había más
que la hora local o ‘solar’… El Ferrocarril de Pensilvania se guiaba en el Este
por la hora de Filadelfia, cinco minutos atrasada con respecto a la de Nueva
York y otros cinco adelantada con respecto a la de Baltimore. La Compañía
Baltimore & Ohio se guiaba por la hora de Baltimore, para los trenes que
salían de esta ciudad, por la de Columbas para los que partían de Ohio y por
la de Vincennes (Indiana) para los que arrancaban de Cincinnati… A las 12
del día de Chicago, eran las 12:13 en Pittsburgh; las 12:24 en Cleveland; las
12:17 en Toledo; las 12:13 en Cincinnati; 12:9 en Louisville; 12:7 en
Indianapolis; 11:50 en San Luis; 11:48 en Dubuque; 11:39 en St. Paul, y
11:27 en Omaha. Sólo en Michigan había 27 zonas horarias locales… si el
viajero de Eastport, Maine. a San Francisco quería estar en hora
constantemente con la del ferrocarril y salir al tiempo exacto, tenía que
cambiar las manecillas de su reloj 20 veces durante el trayecto”. Daily News
de Chicago, 29 de septiembre de 1948. <<
[2]
“Brain Damage and the Process of Abstracting: A Problem in Language
Learning”, ETC.: A Review of General Semantics, XVI (1959), 154-162 <<

4. LOS CONTEXTOS
[1]El período entre la segunda edición del Diccionario Webster (1934) y la
tercera (1961) indica la tarea enorme de lectura y el trabajo extraordinario que
supone la preparación de un diccionario concienzudo de un idioma que
cambia tan rápidamente y se incorpora tantas palabras a su rico vocabulario,
como el inglés. <<
5. EL LENGUAJE DE LA COMUNICACIÓN
SOCIAL
[1] Este bromear recíproco tiene algo de rito de iniciación entre los
norteamericanos. Durante la segunda Guerra Mundial, se incorporó como
profesor de física al claustro de un colegio universitario del Medio Oeste, un
investigador judío que venía huyendo de Alemania. Era profesor de química
allí un individuo alegre, dicharachero y chancero, que siempre estaba
tomando el pelo a los demás profesores en el comedor. Solía meterse con el
recién llegado en forma que a muchos nos parecía grosera: “Oiga, Max, ¿qué
hicieron los judíos para que los echasen de Alemania?” El profesor Max,
herido aún en carne viva por la persecución nazi, no contestaba palabra y se
quedaba abochornado. Pero un día se le ocurrió una buena idea, y preguntó al
químico: “Oiga, profesor Schlemmer, ¿no tiene usted apellido alemán?”
“Hombre, sí —le contestó Schlemmer—; mis abuelos llegaron aquí de
Alemania por el año 1880 y tantos”. “Ah, vamos —replicó el profesor Max
—, entonces, echaron de allí a su familia dos generaciones antes que a la
mía”. Schlemmer soltó la carcajada y dio un abrazo a su compañero Max. <<
[2] No estaría mal añadir que no me puse a aplicar conscientemente los
principios de este capítulo en aquel episodio. Fue después cuando caí en la
cuenta. Lo único que me proponía, como hubiera hecho cualquier otro, era
romper el hielo y acabar con lo tirante de la situación. <<

[3]El doctor Karl Menninger comenta esta anécdota en Love Against Hate
(1942), y da la siguiente explicación sicológica de la intervención del
desconocido: “Hola, veo que ha sufrido usted un percance. No nos
conocemos, pero acaso pudiéramos ser amigos si yo tuviese la seguridad de
que no le parecería mal mi amistad. ¿Es usted una persona con quien se puede
hablar? ¿Es usted un individuo decente? ¿Tendría inconveniente en que le
ayudase? Me gustaría hacerlo, pero no quiero ser mal recibido. Ya lo notará
usted en el tono de mi voz. ¿Cómo suena la suya?” El joven debería haberse
limitado a decir sin rodeos: “Quisiera ayudarle”. Y el doctor Menninger
comenta: “Pero la gente es demasiado tímida y desconfiada para hablar con
esa determinación. Quieren oír la voz del otro. Necesitan estar seguros de que
los demás son como ellos”. <<
6. DOBLE MISIÓN DEL LENGUAJE
[1] Los adjetivos “emocional” y “emotivo”, que suponen distinciones confusas

entre los “aspectos emocionales” y los “aspectos intelectuales” del lenguaje,


deben evitarse en lo posible. Lo “emocional” siempre sugiere sentimientos
muy fuertes. En cambio, la palabra “afectivo”, en expresiones como los “usos
afectivos del lenguaje”, no sólo indica la manera en que éste puede despertar
sentimientos fuertes, sino reacciones sumamente delicadas y a veces
inconscientes. Además, el epíteto “afectivo” tiene la ventaja de no distinguir
indebidamente entre reacciones físicas y mentales.<<

7. EL LENGUAJE DEL CONTROL SOCIAL


[1]He aquí unos cuantos párrafos de la reseña de la Convención Nacional
Republicana, celebrada en 1948: “Sobre el escenario, una foto gigantesca del
candidato, quizá con colores muy vividos, miraba fijamente a la multitud.
Sobre los balcones colgaban otras fotografías: la familia Dewey, jugando con
su gran danés; los Dewey en el circo; Dewey en el campo. La infantería de
Dewey sirve refrescos y atiende a los papanatas, repartiendo premios a cada
visitante número 200. William Horne, empleado bancario de Filadelfia,
resultó ser el número 45.000 y recibió una pequeña escultura de plata”. Time
(5 de julio de 1948). “Por los megáfonos del Bellevue-Stratford llegaba una
serie ininterrumpida de advertencias oficiales para que la gente no se
amontonase a la entrada de las oficinas de Dewey. Eran parte del juego, pero
estaban justificadas. ¿Cómo no iba a haber amontonamientos, si se repartían
con la prodigalidad de una sesión de acertijos por radio, premios que iban
desde simples peines de bolsillo y goma de mascar hasta mantelerías de seda
y vestidos? Los partidarios de Dewey llegaron a organizar un espectáculo de
moda con ocho beldades nadando. Un corresponsal extranjero preguntó,
despistado, a un compañero: ‘¿Cómo voy a explicar a los lectores franceses
qué tiene que ver esto con la elección de un Presidente?’… Los representantes
de Stassen parecían estar rerervando su talento circense para el salón de
convenciones, donde se derrochó a raudales desde el jefe indio ataviado con
todo su atuendo, hasta la curvilínea muchacha con pantalones de marinero,
que bailó una rumba náutica en el proscenio”. Nation (3 de julio de 1948). <<
8. EL LENGUAJE DE LA COMUNICACIÓN
AFECTIVA
[1] La palabra “cliché” encierra otra metáfora. Puede verse su etimología en el

Webster’s Third New International Dictionary. <<


[2] ¿A qué edad empieza a observarse capacidad para la identificación
imaginativa del individuo con los personajes o las situaciones literarias? El
autor de estas líneas se inclina a creer, a base de una observación muy
limitada, que comienza a los dos años, o antes. Léase, por ejemplo, a una
nenita el cuento de los Tres Osos, o de Caperucita Roja, y verá cómo
comienza a identificarse con el Osito, o Caperucita. <<

9. ARTE Y TENSIÓN
[1] Puede estudiarse la conducta “sustitutiva o simbólica” de los gatos
sometidos a neurosis experimental en Behavior and Neurosis, de Jules
Masserraan (1943). Ante los datos que aporta, no puede negarse que los gatos
manifiestan en forma sumamente rudimentaria lo que podría llamarse
conducta “prepoética”, análoga al hecho de guardar un bucle del pelo de la
persona amada. Cuando tienen hambre, juegan con el botón que les valía para
proporcionarles mecánicamente comida, aunque saben de sobra que ya no
funciona (porque, después de oprimirlo, ya no van al cajón del alimento). <<
[2]En la investigación del doctor Charles W. Slack, de la Clínica Sicológica
de Harvard, se advierte la importancia de desahogarse hablando. Se
consiguió, a base de una remuneración modesta por horas, a unos cuantos
mozalbetes de los que vagaban sin hacer nada por las calles de Cambridge,
con objeto de investigar su comportamiento y estilo golfante. Lo único que
tenían que hacer era despacharse a su gusto sobre sí mismos y sus problemas,
para tomar sus declaraciones en cinta magnetofónica. La mayor parte de los
muchachos mejoraron notablemente de conducta, se dedicaron a trabajar y
disminuyó el número de detenciones entre ellos. <<
[5] Wendell Johnson, de la Universidad de Iowa, dice que ver la televisión,

leer los periódicos domingueros y otras diversiones por el estilo son


“chuparse el pulgar semánticamente”: hace uno como que come, pero sin
comer. <<
[6] En mi opinión, The Jungle está muy anticuada en muchos aspectos, aunque

sigue teniendo garra en otros. Ya no se trata tan mal al obrero norteamericano,


ni al de muchas otras partes del mundo, como se dice en esta novela, gracias a
los sindicatos y a los progresos técnicos, así como al gran desarrollo de la
conciencia pública. Pero desde que vio la luz esta obra, en 1906, la han leído
las clases trabajadoras de todo el mundo: pocos libros de los Estados Unidos
se han traducido a tantos idiomas.
Las tácticas simbólicas de las grandes obras literarias suelen ser, al contrario
que The Jungle, demasiado complicadas y sutiles para el análisis elemental
que hemos intentado hacer. Si hemos elegido esta obra, es porque libros así,
tan lejos de ser obras maestras y, sin embargo, con tanta eficacia para calar
hondo en la experiencia humana, son especialmente útiles para entender las
teorías literarias expuestas en este capítulo. Como las tácticas no son
demasiado delicadas, pueden apreciarse y describirse claramente. <<
10. CÓMO CONOCEMOS Y QUÉ
CONOCEMOS
[1]
La “escala de la abstracción” se basa en “el diferencial estructural”,
diagrama elaborado por Alfred Korzybski para explicar el proceso de la
abstracción. Puede estudiarse más detenidamente el diagrama y el proceso
que ilustra en su obra Science and Sanity: An Introduction to Non-Aristotelian
Systems and General Semantics (1933), especialmente el capítulo 25. <<
[2] The Logic of Modern Physics (1927), pág 5. <<
[3] Operational Philosophy (1953), pág 25. <<
11. EL HOMBRECILLO INEXISTENTE
[1] “Can Man Survive?” ETC., IV (1947), pág. 107. <<

12. LA CLASIFICACIÓN
[1] Este aforismo se formuló al principio de esta manera: “Exceptio probat

regulam”, o sea, “la prueba de una regla es la excepción”. <<


[2] No sabe uno qué pensaría este comité de Elizabeth Duncan, ejecutada por

asesinato en San Quintín el año 1962: su amor posesivo de su hijo la impulsó


a contratar asesinos para matar a su nuera en estado. <<
[3] The Folklore of Capitalism (1938), pág 182. <<
[4] ETC., XIII (1956), pags 265-271; reproducido en Our Language and Our

World, rec. por Hayakawa (1959), pags 133-140. <<


13. LA ORIENTACIÓN DILEMÁTICA
[1] Tomamos las citas nacional-socialistas de este capítulo, de Lunacy Become

Us (1939), recopilación de frases de Hitler y sus secuaces, por Clara Leiser.


<<
[2] “Death of Communication with Russia?” ETC., VIII (1950), pág. 89. <<
[3] B. Bykhovsky, “The Morass of Modern Bourgeois Philosophy” (trad.
Anatol Rapoport), ETC., VI (1948), págs. 13-15. Al pasar el tiempo y después
de morir Stalin, se ha impuesto un criterio mucho más moderado sobre la
semántica en los círculos marxistas. Véase Introduction to Semantics, del
filósofo polaco Adam Schaff (1962)’; y Teoría Poznaniya v Obschchei
Semanlike (Teoría del conocimiento de la semántica general), de G. Brutyan
(Erevan: Academia de Ciencias de la R. S. S. Armenia, 1959). Rapoport
estudia ambas obras en “Two Marxist Critiques of General Semantics”, ETC.,
XVIII (1961), págs. 289-314. El capítulo de Schaff sobre “General
Semantics” está traducido en ETC., XIX (1962), págs. 401-418. <<
[4] Maurice Hindus, Hou.se Without a Roof (1961). <<
[5] Es interesante advertir que, aun en matemáticas, hoy se insiste en que la

lógica dilemática sólo es un sistema más de lógica. La lógica de la


probabilidad, a base de la cual fijan sus primas las compañías de seguros y los
libreros sus cálculos, y con la cual predicen los físicos la actividad de los
neutrones, puede considerarse de valor infinito. <<
14. LA ORIENTACIÓN MULTILATERAL
[1] Stephen Potter comenta amenamente en Gamesmanship (1948) y
Lifemanship (1951), el empeño por “quedar encima” que caracteriza todas las
controversias y manifestaciones de nuestra vida social. <<
[2] The Blue Book se basa, según dice su autor, en una serie de conferencias

pronunciadas ante once oyentes en un hotel de Indianápolis, el 8 y 9 de


diciembre de 1958. De allí data la fundación de la John Birch Society por
Robert Welch y los once. La edición es privada; la referencia paginal es de la
cuarta, 1961. El comentario que hace Welch sobre el presidente Eisenhower
pertenece a su libro anterior, de edición privada también, The Politician. <<
16. SINFONOLAS HUMANAS
[1] “Cuando Harold Stassen dijo en un debate por radio que jamás había salido

progreso alguno como la penicilina de un país en que hubiera seguro médico,


Oscar Ewing replicó tranquilamente que la penicilina salió de Inglaterra”. <<
[2] Como todos saben, las estadísticas de las compañías de seguros indican sin

lugar a dudas que las mujeres son más seguras conduciendo vehículos que los
hombres. Las compañías aseguradoras no aumentan las primas a las familias
con hijas en edad de “manejar”, sino a las que tienen hijos en esa edad. <<
[3] Rosser Reeves, Reality in Advertising (1961), págs. 55-57. <<
[4]
Por ejemplo: en un folleto publicado por la “Brand Names Research
Foundation” (sin dirección), titulado “Your Bread and Butter: A Salesman’s
Handbook on the Subject of Brand Names”, se dice que la mayor parte de las
mujeres pertenecientes a organizaciones femeninas del movimiento de
consumo están “dedicadas de verdad a resolver los problemas eternos de las
compras con sentido común”, pero que se han convertido en portavoces de
todas, unas cuantas que “quieren normalizar la mayor parte de los bienes de
consumo, eliminar las marcas en competencia de los anuncios, extender los
controles gubernamentales a la producción, distribución y ganancias. Están
convencidas de las ventajas de una economía planeada, en que un monopolio
gubernamental de cerebros corra con la responsabilidad de toda la
planificación”. <<
[5] Claro está que no todos los propietarios de marcas registradas lo hacen así.

Prueba de ello son los siguientes comentarios de consumidores, publicados en


Consumer Reports: “Siempre me ha gustado que las cajas del cereal X estén
llenas hasta arriba, de forma que casi se derrama su contenido al abrirlas. ¡
Qué bonito es esto en el mundo comercial de hoy!” “Tengo sumo gusto en
manifestar que el envase de las galletas X muestra en grandes caracteres por
delante y por detrás el peso exacto de su contenido. Se le quita a una un peso
de encima”. educación pública, porque la orientación intencional se eleva a
categoría de principio guía en la vida del consumidor. <<
[6] Martin Heidegger, “The Way Back into the Ground of Metaphysics”, en

Existentialism from Dostoieusky to Sartre. Traducimos, y queremos dejar


constancia de ello, de la versión y recopilación de Walter Kaufmann (1957),
páginas 214-215. <<
[contestacion] Contestación a la Aplicación I: Todas las afirmaciones son “falsas”

<<
17. RATAS Y HOMBRES
[1] Norman R. F. Maier, Frustration: The Study of Behavior Without a Goal

(1949). Vcase especialmente el Cap. 2, “Experimental Evidence of Abnormal


Behavior Reactions”, y el Cap. 6, “Comparison of Motivational and
Frustration-Induced Behavior Problems in Children”. <<
[2] “Haciendo una gráfica representativa del poder explosivo… de la bomba

que arrasó Hiroshima, tendría la altura del Empire State Building, y una
bomba de 20 megatones alcanzaría la altura de la órbita del Sputnik I”.
Después de que Harrison Brown y James Real escribieron esto en su folleto,
Community of Fear (1960), el Gobierno de Khrushchev ha alardeado de tener
una bomba de 100 megatones. En la reunión de la Asociación Norteamericana
para el Progreso de la Ciencia, de diciembre de 1960, el doctor Ralph E. Lapp
calculó que Estados Unidos tenía entonces un volumen igual a 50.000 bombas
del tipo de la de Hiroshima, y que en tres años habría fabricado otras 30.000,
o su equivalente. Esto significa, claro está, que la URSS está también
almacenando un número parecido de armas atómicas y termonucleares. <<
[3] Véase Lester Markel, “The Real Sins of the Press”, Harper’s (diciembre de

1962). <<
[4] Alfred North Whitehead dice en su obra Science and the Modern World,

que no es raro que el científico se alegre cuando se le demuestra que está


equivocado, y que el progreso humano siempre ha dependido de “nuevas
preguntas”, mas bien que de “nuevas respuestas a antiguas preguntas”. <<
18. HACIA EL ORDEN INTERNO Y
EXTERNO
[1] Tengo la idea de que los comunistas no han sabido leer los libros de Marx,

que en su tiempo contribuyeron considerablemente a la ciencia social. Los


comunistas creen que todas las desviaciones de Marx (o de las
interpretaciones que ellos hacen de Marx) son ataques a la “verdad”, con lo
cual han hecho punto menos que imposible el progreso de la ciencia social en
la Unión Soviética. Véase Anatol Rapoport, “Dialectical Materialism and
General Semantics” ETC., V (1948), págs. 01-104. <<
[2] Véase Carl R. Rogers, Client-Centered Therapy (1951) y On Becoming a

Person (1961); también Prescott Lecky, Self-Consistency: A Theory of


Personality (1945); Gardner Murphy, Personality: A Biosocial Approach lo
Origins and Stucture (1947); Donald Snugg y Arthur Combs, Individual
Behavior (1949). <<
[3] Tuve hace tiempo un alumno que tardó varias semanas en decir a sus

condiscípulos que era bombero; pero desde aquel momento empezó a


contribuir con el producto de sus experiencias personales a las discusiones del
aula. <<
[4] Desde luego, Romeo y Julieta no fueron siempre tan extensionales como

pudieran haber sido. De no haber tendido a confundir las deducciones con los
hechos, habrían vivido ambos un poco más. <<

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