La Sociologia Politica de Las Elites Pol PDF
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La Sociologia Politica de Las Elites Pol PDF
en el Sur
Un estado de la cuestión de los estudios
sobre la Argentina, Brasil y Chile
Gabriel Vommaro y Mariana Gené
(compiladores)
Las élites políticas en el Sur
Un estado de la cuestión de los estudios sobre
la Argentina, Brasil y Chile
Gabriel Vommaro y Mariana Gené
(compiladores)
ISBN 978-987-630-365-1
Al mismo tiempo, en la segunda mitad del siglo xx, a partir de los trabajos
de Floyd Hunter (1953) y de Charles Wright Mills (1963 [1956)]), el concepto
de élite sirvió como herramienta analítica para discutir la promesa igualitaria
de las democracias liberales, de modo que volvió a tener cierta vigencia entre
la sociología crítica, aun cuando la teoría marxista defendió el uso del término
“clase” (Miliband, 1964), o bien se inclinó, al movilizar la teoría de redes, por
tratar a ese grupo como la fracción dirigente de las clases económicamente
dominantes (Domhoff, 1967). No es el objetivo de este libro pronunciarse
respecto de este diferendo. En cambio, sí se trata de sostener que el estudio
de las capas dirigentes en las sociedades democráticas nos permite aprehender
el tipo de recursos sociales y económicos, las visiones del mundo y las cone-
xiones con otros universos sociales que predominan en diferentes momentos
históricos y en diferentes organizaciones que tienen a su cargo la dirección y
la coordinación de la vida económica y social o, en términos weberianos, la
administración de la dominación. Si estos grupos forman un colectivo más o
menos cohesionado en cuanto a propiedades sociales y visiones del mundo
es, en este sentido, un asunto a resolver empíricamente, así como la mayor o
menor heterogeneidad que existe entre diferentes tipos de élites vinculadas con
la vida política: aquellas que se ocupan de la vida partidaria, del gobierno, del
manejo de las agencias estatales…
A partir de la pregunta por el modo en que se recluta y define el personal
político que tiene a su cargo la administración de la dominación en un período
histórico determinado, el estudio de las élites ha estado estrechamente vincu-
lado, ora al interés político por la definición de la mayor o menor apertura de
las posiciones superiores a los diferentes segmentos y clases sociales –a la mayor
o menor capacidad, por ejemplo, de representar a sectores subalternos–, ora a
la posibilidad de establecer una clase dirigente con un proyecto y una visión
de futuro más o menos definida y compartida (el problema gramsciano de la
organicidad de la dominación y del “bloque histórico”). La tradición latinoame-
ricana no ha sido la excepción. Como veremos en los capítulos que componen
este libro, los estudios de las élites nacen, en buena medida, asociados al modo
en que las clases dirigentes promovían y/o se adaptaban a diferentes épocas
de modernización social y económica, así como a los momentos de apertura
democrática y de incorporación política. Así, el pasaje más o menos traumático
de regímenes oligárquicos a regímenes de incorporación electoral de masas,
como las transiciones de dictaduras a democracias liberales, fueron ocasiones
para que las ciencias sociales argentinas, brasileñas y chilenas se interrogaran
por las características y los modos de funcionamiento de sus élites.
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Introducción. Las élites políticas en el Sur: ¿regreso o renovación?
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Gabriel Vommaro y Mariana Gené
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Evitamos aquí extendernos en las citas de los trabajos específicos, salvo cuando se trata de
investigaciones canónicas que balizan el campo. Para un detalle exhaustivo de estas, invitamos
al lector a remitirse a cada uno de los capítulos.
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Introducción. Las élites políticas en el Sur: ¿regreso o renovación?
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Introducción. Las élites políticas en el Sur: ¿regreso o renovación?
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de otros universos sociales en los que se socializaron y con los que mantienen
relaciones en su ejercicio cotidiano de las “altas posiciones”.
Estos intentos de sintetizar y articular posiciones teóricas encontradas
vinieron de la mano de un aumento, en las últimas décadas, del interés por el
estudio de las élites políticas en los tres países (Mellado, 2008; Perissinotto y
Codato, 2008; Joignant, 2009). El regreso de la pregunta por las élites produjo,
ciertamente, revisiones de las miradas sobre los siglos xix y xx, pero también un
interés renovado por la consolidación de grupos que hacen de la vida política
o bien de la actividad estatal una profesión en el contexto de la consolidación
de regímenes democráticos que llevan, al menos, dos décadas y media en es-
tos países. Metodológicamente, también llevó a buscar innovaciones –el uso
combinado de la etnografía y los métodos cuantitativos, por ejemplo– que no
dejan de hundir sus raíces en la heterodoxia de los estudios fundadores de los
años sesenta.
Al mismo tiempo, algunas preguntas clásicas atraviesan los tres capítulos de
este libro. La cuestión de la cohesión o fragmentación de las élites es un tema
nodal para los estudios sobre grupos dirigentes y encontró respuestas diferentes
en cada país. Con su antecesor clásico en el debate entre pluralismo y elitismo
(encarnados, respectivamente, por Dahl, 1961, y Laswell y Lerner, 1965), el
interrogante por la relativa unicidad o multiplicidad de las élites no deja de
estar presente en estas latitudes. Los trabajos sobre Brasil señalan la existencia
de un grupo considerablemente homogéneo y articulado a principios del siglo
xx, pero luego van abandonando esa caracterización; los estudios sobre Chile
señalan continuidades y solidaridades entre élites dirigentes desde los apellidos
de las élites políticas del siglo xx, hasta la común preocupación por el orden
que permea diferentes grupos a lo largo del tiempo; mientras que en el caso
de la Argentina, la fragmentación entre “los que mandan” fue señalada desde
temprano y se revelaría perenne.
Algunos de los trabajos reseñados en estos capítulos, además, se preguntan
explícitamente por la relación entre estas dirigencias y el régimen democráti-
co. ¿Qué tipo de democracia habilitan estas élites? ¿Qué tan receptiva es a las
demandas e intereses de distintos grupos en pugna? En consonancia con ese
interrogante, el cierre o la apertura de los grupos dirigentes resulta un tema
central. ¿Qué tan conectadas o no están las élites con mundos sociales diferentes?
¿De qué espacios se nutren para reclutar cuadros, estéticas y retóricas que, con
ellos, llegan al Estado? Los textos aquí reseñados indagan de distinta manera
en los diferentes puentes que tienden las élites políticas con otros universos. En
Chile, se muestra desde temprano una conexión con las élites sociales, así como
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Bibliografía
Barman, Roderick y Barman, Jean (1976). “The Role of the Law Graduate in
the Political Elite of Imperial Brazil”. Journal of Interamerican Studies and
World Affairs, vol. 18, nº 4, pp. 423-450.
Bresser Pereira, Luiz Carlos (1974). Empresários e administradores no Brasil. San
Pablo: Editora Brasiliense.
Botana, Natalio (1977). El orden conservador: la política argentina entre 1880
y 1916. Buenos Aires: Hyspamerica.
Cammack, Paul (1990). “A critical assessment of the new elite paradigm”.
American Sociological Review, vol. 55, nº 3, pp. 415-420.
Cantón, Darío (1964). “El Parlamento argentino en épocas de cambio: 1889,
1916 y 1946”. Desarrollo Económico, vol. iv, nº 13, pp. 21-48.
Cardoso, Fernando Henrique (1964). Empresário industrial e desenvolvimento
econômico no Brasil. San Pablo: Difel.
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La sociología política de las élites políticas
y estatales de Brasil: un balance
de cincuenta años de estudios*
Introducción
* Una primera versión de este texto fue presentada en la II Jornada de trabajo “Transformações
recentes das elites políticas na América Latina”, Curitiba, 5 al 7 de octubre de 2015. Traducción
del portugués: Ignacio Cardone. Revisión técnica: Mariana Gené.
1
Por ejemplo, Miceli (2001), Oliveira, Gomes y Whately (1980), Pécaut (1990), Needell (1987),
Alonso (2002). Para una discusión de fuentes sobre ese tipo de estudios, ver Miceli (2002).
2
Apenas para mencionar algunos estudios: Delson (1995), Martins Filho (1995), Mathias
(2004), Manwaring (1978), Oliveira (1987). Para una revisión –ya desactualizada– sobre militares
brasileños, ver Zaverucha y Teixeira (2003); sobre los militares y el proceso político, el balance
más actual es el de Napolitano (2011).
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dato, 2013). Esto hizo que el campo de estudios sobre grupos de élite, antes
reducido a una media docena de libros inspiradores –entre los que se destaca
la tesis doctoral de Carvalho, de 1974, reeditada en un formato más amigable
recién en la década del noventa (Carvalho, 1996)– se convirtiese en un área
que produce decenas de papers académicos por año.
Presentaremos la literatura brasileña sobre élites políticas y estatales en dos
tiempos. En el primero, revisamos los estudios pioneros de los “brasilianistas”,
que estudiaron las élites políticas regionales de la Primera República (1889-
1930) y del Segundo Reinado (1841-1889), y mostramos cómo esa agenda fue
en parte eclipsada por el ascenso de los análisis centrados en las clases sociales,
con las investigaciones sobre los empresarios industriales como actores políticos
en primer plano. En un segundo tiempo, realizamos un inventario detallado
de la recuperación de esa agenda de investigación y de la especialización de los
análisis sobre dos élites: la estatal, al destacar la élite burocrática y la judicial,
de un lado; y la élite política propiamente dicha, con énfasis en los múltiples
estudios sobre los parlamentarios federales y los pocos estudios sobre dirigentes
partidarios.
5
Son exhaustivos los mapeos bibliográficos realizados, primero, por Stanley Stein y, luego,
por Thomas Skidmore acerca de la historiografía brasileña de los siglos xix y xx (Stein, 1960;
Skidmore, 1975; Skidmore, 1976). Para otros trabajos específicos sobre élites políticas, ver
Fleischer (1982: 14).
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La presencia de esta misma cuestión en tres trabajos publicados durante la primera mitad
de la década del setenta refleja un retorno del interés por la historia política brasileña en las
universidades estadounidenses. De acuerdo con Thomas Skidmore, con la radicalización de la
Revolución cubana, “America latina se transformó en un área de gran interés estratégico para
los Estados Unidos” (Skidmore, 1975: 719). Esto se reflejó en la atención que las agencias de
fomento a la investigación pasaron a dedicar a los estudios sobre Brasil.
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La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
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Incluso entre los puestos más altos de la élite política (como la presidencia de
Estado) la rotación era muy elevada. Eso evitó la profundización de los vínculos
con las élites locales, al tiempo que aseguró una “perspectiva nacional” en el
modo en que la política enfrentaba los problemas regionales.
Para comprobar esas ideas, Pang y Seckinger (1972) examinaron las biogra-
fías de los ministros imperiales (219 individuos), los presidentes del Consejo
de Ministros (23 casos) y los presidentes de tres Estados (123 personas): San
Pablo, Bahía y el Mato Grosso. La inclusión del Mato Grosso buscaba ofrecer
un contraste con los Estados más importantes desde el punto de vista de la
política imperial y de la economía nacional. Los resultados muestran que la
circulación geográfica de los presidentes de Estado (equivalente al cargo de
gobernador) era más intensa en el nivel regional que en el nacional. El 70%
de los gobernadores bahianos eran nacidos en Estados agrupados en la región
norte, y el 36,1% de ellos eran naturales del mismo Estado. El 60% de los
individuos designados para el Estado de San Pablo por el emperador (o el
primer ministro) eran nacidos en Estados de la región sur (apenas un 28%
había nacido en San Pablo). La ausencia de datos sobre el lugar de nacimiento
de un cuarto de los individuos del Mato Grosso impidió la realización de una
generalización confiable.
Por otro lado, las informaciones biográficas respecto de los ministros se
presentaron como más consistentes, y revelaron que los nativos de los cinco
Estados más importantes para la política imperial cubrían el 66,6% de los mi-
nisterios (fueron 146 individuos nacidos en Pernambuco, Bahía, Minas Gerais,
Río de Janeiro y San Pablo). Solamente siete no poseían título universitario y
la gran mayoría tenía formación en Derecho (67%) o en las academias mili-
tares (22,4%). Los patrones de carrera revelaron que los ministros contaban
con una extensa experiencia en la Administración Pública (51,1% ya habían
sido presidentes de Estado) y en el Parlamento (79,5% habían sido diputados
y 55,3% senadores).
El lugar de nacimiento de los que ocuparon el cargo de primer ministro
del Imperio revela la preponderancia de los cinco Estados mencionados (19
de 23 nacieron en ellos). Las funciones desarrolladas antes de ser nombrados
como primer ministro revelan que la experiencia política de esos individuos
era extensa. En el total de cargos acumulados por esos 23 notables a lo largo
de su carrera política, hay 19 que pasaron por la presidencia de Estado, 20
mandatos senatoriales, 22 cargos de diputados y 19 que pasaron por el Consejo
de Estado. La cima de la carrera ministerial nunca fue ocupada por outsiders
de la política imperial.
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La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
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Los autores publicaron dos años más tarde un artículo para discutir solamente cómo fue
elaborada esa base de datos (Barman y Barman, 1978). No incluimos ese artículo aquí debido
a que la discusión es de carácter estrictamente metodológico.
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El criterio para distinguir los Estados más o menos importantes es el Decreto Imperial Nº 1305
del 13 de agosto de 1852, que determinaba tres clases para los salarios de los presidentes de Estado.
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Según el Apéndice A que se repite en los tres libros, la nómina de cargos es la siguiente: gober-
nador; vicegobernador; secretario de Justicia; secretario de Finanzas; secretario de Agricultura;
secretario de Comunicaciones y Obras Públicas; secretario de Educación y Salud; secretario de
Defensa y Seguridad Interior; jefe de Policía provincial; presidente de Banco Estatal; intendente
de la capital; principales administradores de agencias; presidentes de los parlamentos y senados
provinciales; líderes de la mayoría parlamentaria; presidente del Tribunal Superior de Estado;
líderes de partido.
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Presidente de la República; vicepresidente (que era también presidente del Senado Federal);
ministro de Justicia; ministro de Economía; ministro de Agricultura; ministro de Comunicaciones
y Obras Públicas; ministro de Educación; ministro de Trabajo; ministro de Relaciones Exteriores;
presidente del Banco do Brasil; intendente del Distrito Federal; presidente del Departamento
Nacional do Café; presidente de la Cámara Parlamentaria; vicepresidente del Senado; líder de
la mayoría parlamentaria; líder de bancada estatal; miembros del Supremo Tribunal Federal.
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El análisis generacional fue el recurso empleado para los análisis diacrónicos. La primera
generación estuvo formada por los individuos nacidos en 1868 o con anterioridad. La segunda
generación incluyó a los nacidos entre 1869 y 1888 (los que alcanzaron, por lo tanto, la mayo-
ría de edad a mediados de la Primera República). Finalmente, la tercera generación reúne a los
miembros del universo de élites que nacieron durante el régimen republicano (luego de 1889).
Si se compara las mismas informaciones sobre los tres grupos, es posible verificar como un dato
se transforma a lo largo del tiempo.
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Otro dato que llama la atención es el porcentaje de individuos que poseen so-
lamente un cargo durante todo el período cubierto por el relevamiento: el 75%
en Pernambuco, contra 58% en Minas y 54% en San Pablo. El análisis de las
carreras revela diferencias importantes entre los Estados, ya que, en el 25% de
los pernambucanos que tuvieron más de un cargo no se verifica una trayectoria
bien definida a través de funciones políticas, mientras que “datos similares de
Minas y San Pablo indican que, en ambos lugares, los secretarios de Gobierno
si no pasaban rápidamente al palacio como presidentes (gobernadores), iban al
servicio federal. En cambio, en Pernambuco, un cargo en el secretariado estatal
era un fin en sí mismo” (Levine, 1980: 173).
Según Lavine, la estructura de ocupaciones privadas menos diversificada en
Pernambuco podría explicar la búsqueda de puestos públicos como sinecura.
Asimismo, ayuda a entender por qué la élite de ese Estado era más receptiva
a los jóvenes (17% ocupaban altas posiciones antes de los treinta años en Per-
nambuco, mientras que en Minas y en San Pablo esos valores eran de 5 y 4%,
respectivamente).
Los patrones de carrera revelan que los mineros y pernambucanos esta-
ban más inclinados a los mandatos legislativos en la Capital Federal que los
paulistas. Cerca del 50% de las dos élites exhibían una experiencia legislativa
a nivel federal, mientras que entre los paulistas lo hacía solamente un 31,7%.
Por otro lado, la experiencia en el legislativo estatal es más saliente entre los
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paulistas (48,6%) que entre los mineros (47,4%); y aún más que entre los
pernambucanos (30,9%). Los datos de los miembros de la comisión ejecutiva
del Partido Republicano Paulista (prp) confirman el inmovilismo de la élite
de San Pablo, ya que, según Love: “De los 64 miembros de la jefatura del prp
sobre los cuales se posee información entre 1889 y 1936, un 70% pertenecían
a la primera generación, 28% a la segunda, y solamente un 2% (es decir, una
única persona) a la tercera” (Love, 1982: 228).
San Pablo poseía el sistema más burocratizado, en el que la principal vía
de acceso era, según Love (1982), la carrera dentro del prp. Era común que
esta supusiera algunos años de servicio en ciudades del interior como condi-
ción para acceder a los puestos más elevados de la jerarquía del partido. Wirth
(1982) deja bien clara la división de las funciones dentro del universo de élites
minero, que permitiría la renovación de los jóvenes licenciados a través de las
nominaciones para el segundo escalón, al tiempo que profundizaría el vínculo
de los super-coroneis con las pequeñas ciudades del interior. La vía de acceso al
universo de élite en Pernambuco pasaba por la Universidad y por las conexiones
con las familias más influyentes de la capital. Esos dos atributos terminaron
siendo más importantes que la pertenencia a la élite económica, ya que “en una
sociedad predominantemente agrícola y orientada a la exportación, la inmensa
mayoría de los líderes políticos provenía de las profesiones liberales, no de los
grupos de interés del Estado” (Levine, 1980: 172).
Estos resultados corresponden al análisis de todos los individuos que com-
pusieron el universo de las élites en los tres Estados. Un problema importante
de dichos trabajos es que, en la composición del universo empírico, un indivi-
duo que tiene un pasaje rápido por el Congreso Nacional cuenta igual que un
parlamentario que permanece durante muchos años en el Poder Legislativo.
Eso ocurre porque la unidad de observación y la unidad de análisis es la misma.
El estudio del reclutamiento de las élites parlamentarias no puede tomar
como unidad de análisis al individuo, sino que debe tomar al titular del man-
dato en la Cámara de Diputados o en el Senado. Esta distinción es realizada
en aquel que puede ser considerado como el primer estudio de reclutamiento
político de las élites parlamentarias brasileñas, la tesis de maestría de Fleischer
sobre los 151 diputados federales que se eligieron en Minas Gerais entre 1890
y 1918, cuando el Estado tenía derecho a 37 diputados para cada legislatura12
(Fleischer, 1971).
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Al catalogar las variables con las primeras computadoras que existían en la década del setenta
(el trabajo fue publicado en 1971), Fleischer advierte: “Fueron usadas fichas sucesivas cuando un
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diputado cumplió más de un mandato en la Cámara. Lógicamente debería haber 333 fichas para
las nueve legislaturas. Sin embargo, debido a muertes, renuncias y substituciones, el conjunto
final contenía 363 fichas” (Fleischer, 1971: 24). Las fichas, en este caso, corresponden al método
de entrada utilizado para el banco de datos.
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En otro trabajo (Costa, 2014) distinguimos dos subgrupos de la élite empresarial: la élite
económica, compuesta por los altos dirigentes de las grandes empresas, y la élite empresarial, que
contempla a los dirigentes de entidades de representación empresaria. Articulada a estas dos
nociones, puede considerarse también la presencia de los empresarios en la élite política o en
parte de ella, por ejemplo, la élite parlamentaria. Sobre este último aspecto, ver Costa, Costa y
Nunes (2014).
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Ver, por ejemplo, Nelson Werneck Sodré (1967), Hélio Jaguaribe (1958), Florestan Fernandes
(1984) y Jacob Gorender (1981).
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rique Cardoso (1964), Luciano Martins (1968), Luiz Carlos Bresser Pereira
(1974) y Renato Boschi (1979) se abocaron a los altos dirigentes de grandes
empresas, aproximándose a los procedimientos metodológicos y, en menor
medida, a las cuestiones teóricas de los estudios de élites.
Cardoso entrevistó, a inicios de los sesenta, a los “emprendedores” que
dirigían grandes empresas industriales. Su estudio buscaba, por un lado,
verificar la participación de ese grupo en el desarrollo económico de Bra-
sil y, por el otro, detectar las consecuencias de las transformaciones en el
capitalismo brasileño sobre las “funciones empresariales”. Consideró a los
industriales como clase social, e intentó aprehender las condiciones sociales
de formación de la “burguesía industrial” y su “mentalidad” específica, o la
forma a través de la que tomaron conciencia de los problemas del desarrollo
económico y sus perspectivas políticas (Cardoso, 1964).
Martins (1968) analizó a la “burguesía nacional” y, más propiamente,
la “formación histórica y el comportamiento social” de aquel que sería el
“empresario industrial brasileño”, al establecer como objeto de investiga-
ción a los “grandes industriales”. Este autor implementó cuestionarios a
los dirigentes de los mayores grupos industriales de Río de Janeiro y de
San Pablo. Las preguntas giraban en torno a temas como la relación con
empresas extranjeras, las relaciones políticas, el conflicto con el sector
agrario, la autotributación de poder y la ocupación de los padres y abuelos
(Martins, 1968).
A mediados de los setenta, el trabajo de Bresser Pereira trató de los
“empresarios industriales y administradores”, e intentó verificar, a partir de
entrevistas con dirigentes de grandes industrias, el papel de los “empresarios
industriales brasileños” en la industrialización y en el desarrollo económico
y político del país. El estudio se focalizó en los orígenes étnicos y sociales,
la movilidad social y la carrera de los dirigentes de las empresas del Estado
de San Pablo (Bresser Pereira, 1974). Este autor constató que los indus-
triales pertenecían a las clases medias y que el ascenso social se había dado
en sucesivas etapas, con origen en sus abuelos, en su mayoría inmigrantes.
Al final de los setenta, Boschi estudió los “tipos de vínculos” entre la
“burguesía industrial nacional” y el Estado, en el contexto de una sociedad
capitalista en desarrollo, para determinar las condiciones de la “hegemonía
burguesa”. De allí surgió la cuestión de la iniciativa de la “burguesía local”
en la creación de “cuadros institucionales” para la integración del mercado
y para su expansión como clase. A través de entrevistas no estructuradas
con altos dirigentes, tanto de grandes empresas como de entidades de re-
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presentación del sector industrial, Boschi buscó información sobre los “valores
y posiciones de la élite industrial” (Boschi, 1979: 8).15
Esos trabajos fueron fundamentales para consolidar una cuestión que, más
allá de que ya estuviera presente en estudios anteriores, no había sido articulada
con la investigación empírica sobre la élite del empresariado: su fuerza políti-
ca. Pero si bien esa pregunta marcó profundamente las preocupaciones de los
estudios posteriores, no implicó una continuidad de las investigaciones sobre
los empresarios brasileños como élite o en el uso de procedimientos típicos del
estudio de élites. La atención de los académicos brasileños se volvió hacia las
entidades de representación (sindicatos y asociaciones empresarias), su agenda
de intereses corporativos y sus acciones políticas (Schmitter, 1971).
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Para una síntesis de ese debate, ver Bresser-Pereira (2007).
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una parte del Estado, siendo “el Estado”, entendido en términos más teóricos
que empíricos, el factor más importante del proceso de acumulación capitalista
en países periféricos como Brasil. En este sentido, interesaba más comprender
y explicar la lógica de acción del aparato de Estado y su “intervención” en la
economía, que sus dinámicas internas y los papeles desempeñados por sus di-
rigentes. Un libro que sintetiza y ejemplifica ese género de abordaje es Estado
e planejamento econômico no Brasil (Ianni, 1971). Otros trabajos intentaron
ampliar esa agenda de investigación, pero, aun cuando hubiesen privilegiado el
examen histórico y minucioso de la organización material del Estado durante la
era Vargas (Draibe, 1985), o realizado el diagnóstico de sus centros de poder y
decisión durante el régimen dictatorial-militar (Codato, 1997), permanecieron
básicamente bajo la misma perspectiva: las élites estatales no eran (o no de-
bían ser) el objeto prioritario de estudio. Así, el esfuerzo dedicado a hacer una
radiografía de los diferentes gobiernos a partir de 1930 estuvo más orientado
a una discusión sobre los modos en los que el Estado capitalista dependiente
cumplió su “función general”, que a un entendimiento sobre el papel específico
de los agentes burocráticos y sus mecanismos particulares de toma de decisiones.
La gran y extraordinaria excepción a ese patrón de investigaciones, todavía
inserto en la misma problemática del desarrollo y el papel económico del Estado,
fue la investigación de Luciano Martins sobre la creación del Banco Nacional de
Desenvolvimento Econômico, la Petrobrás y la industria siderúrgica nacional,
publicada bajo el título de Pouvoir et développement économique: formation et
évolution des structures politiques au Brésil (Martins, 1976). Focalizado en los
agentes que condujeron la política de industrialización entre 1930 y 1950, su
investigación arrojó luz sobre dos tipos de profesionales que operaron, en ese
contexto, como protagonistas:
El militar y el ingeniero, tomados aquí como “tipos ideales” son dos nuevos
actores –y esos dos personajes frecuentemente se confunden– que emer-
gen [de los] sectores [sociales] medios en el transcurso de las dos últimas
décadas del siglo pasado [xix] y las primeras del presente [xx]. En tanto
que actores políticos, se opondrán al licenciado. Los militares en general lo
harán para contestar a los políticos; y los ingenieros, a la economía política
de la oligarquía –sin que estos dos se constituyan en aliados necesarios de
los industriales (Martins, 1976: 83).
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(cne), ver Miceli (1982). Respecto a la Coordenação da Mobilização Econômica (cme), ver
Correia y Nogueira (1976). Sobre el Conselho Consultivo de Planejamento, ver Cruz (1978).
Sobre el Conselho Monetário Nacional (cmn), ver Lafer (1975), Vianna (1987). El único trabajo
sobre el Conselho de Segurança Nacional (csn) es el de Walder de Góes (1978). Luciano Martins
discutió la “práctica de Estado” durante el régimen de los generales a través del estudio del Banco
Nacional de Desenvolvimento Econômico (bnde), el Conselho de Desenvolvimento Industrial
(cdi) y de la Carteira de Comércio Exterior (cacex) del Banco do Brasil (Martins, 1985: 83-194).
27
Es el caso de los siguientes trabajos: Leff (1968), Martins (1968), C. Lafer (1970), Schmitter
(1971), Cardoso (1975), Martins (1976), Benevides (1979), Diniz y Boschi (1978), Boschi
(1979).
28
Así, el coporativismo era también, y por todo ello, una forma histórica específica de incorpo-
ración de las asociaciones privadas al seno del sistema estatal (Regini, 1986). Quien desarrolló
esas ideas fue O’Donnell (1976).
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A. Codato, R. Perissinotto, B. Bolognesi, L. D. Costa, L. Massimo y P. Costa
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Es preciso resaltar que “la noción del anillo burocrático implica que, como clase, el empresa-
riado no participa de las decisiones públicas y presenta baja capacidad de articular intereses; por
otro lado, sus sectores más poderosos, grupos restrictivos y específicos, presentan condiciones
de hacerse oír y de influir fuertemente junto a la burocracia de Estado” (Guimarães, 1977: 42).
30
Ver especialmente Martins (1985), Gouvêa (1994), Schneider (1994) y Loureiro (1997). Para
un rápido resumen de esa literatura, ver Figueiredo (2010).
31
Barroso estudió a las mujeres en cargos de cúpula (1988), Cheibub (1989) el Ministerio de
Relaciones Exteriores, y Loureiro y su equipo, el Ministerio de Economía (Loureiro, Abrucio y
Rosa, 1998; Loureiro y Abrucio, 1999).
42
La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
43
A. Codato, R. Perissinotto, B. Bolognesi, L. D. Costa, L. Massimo y P. Costa
32
El potencial de crecimiento de los estudios sobre la burocracia es inmenso gracias a la Ley de
Acceso a la Información (lai, Ley Nº 12527, de noviembre de 2011). En vigor desde 2012, la
legislación faculta a cualquier ciudadano brasileño a acceder a información producida o retenida
por los gobiernos y demás órganos de la administración pública. Eso comprende desde datos
institucionales de los órganos y entidades de los poderes Ejecutivos (federal, estatal, municipal),
hasta los registros de cualquier transferencia de recursos financieros. Para un balance de las
dificultades de implementación de la lai, ver Resende y Nassif (2015).
33
Ver Loureiro y Abrucio (1999), D’Araujo (2009), Cardozo y Pratti (2016), Cavalcante y
Palotti (2016), Codato y Franz (2017).
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La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
Élites judiciales
Hasta los noventa, los estudios de sociología del derecho en Brasil se orienta-
ban mucho más por cuestiones y procedimientos típicos de los profesionales
del área jurídica, que por problemáticas y metodologías características de las
ciencias sociales.39 Solo a partir de entonces, Brasil comenzó a vivir aquello que
la literatura especializada llamó “judicialización de la política” y empezaron a
aparecer estudios pioneros sobre las élites jurídicas.
El término “judicialización de la política” surgió a partir de la investiga-
ción comparativa de Tate y Vallinder (1995) y describe el creciente “activismo
judicial” encontrado en varios países, cuyo resultado sería una intervención
sistemática y cada vez mayor del Poder Judicial en la resolución de los conflic-
tos políticos.40 En el caso brasileño, ese proceso ha operado por medio de la
interferencia recurrente del Supremo Tribunal Federal (stf ) en la solución de
34
Ver Amorim Neto (2000), Vasselai (2009), Batista (2013), Inácio (2013), Inácio y Llanos
(2015).
35
Podemos citar apenas a Olivieri (2007), Codato et al. (2016a) y Loureiro (1997).
36
Ver, principalmente, D’Araujo (2007 y 2014), D’Araujo y Lameirão (2009), Santos (2009)
y también Lopez, Bugarin y Bugarin (2014), Lopez (2015), Praça, Freitas y Hoepers (2012).
37
Específicamente, Cavalcante y Lotta (2015), Cardoso Jr. (2011).
38
Es el caso de Soares (2008) y Codato, Ferreira y Costa (2015). Una notable ausencia es el
estudio sobre el personal político-administrativo a nivel estatal, como los secretarios estatales.
La investigación pionera de Berlatto (2016) constituye una excepción.
39
Ver, por ejemplo, Rosa (1996) y Morais (2002). Para un resumen del problema, ver Junqueira
(1993).
40
Sobre la judicialización de la política y el uso del Estado de derecho como “arma política”,
ver el importante texto de Maravall (2003).
45
A. Codato, R. Perissinotto, B. Bolognesi, L. D. Costa, L. Massimo y P. Costa
La literatura sobre el tema es inmensa. Ver, por ejemplo, Castro (1993), Adorno (1994),
41
46
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A. Codato, R. Perissinotto, B. Bolognesi, L. D. Costa, L. Massimo y P. Costa
42
Estudios decisionales (o actitudinales) son estudios que buscan establecer una relación entre
los atributos (sociales y normativos) de los agentes y sus decisiones. En ese sentido, se diferencian
de los estudios orientados por la teoría de la elección racional, para los que los autores toman
decisiones en las que procuran solo maximizar sus intereses como agentes institucionales; y de
los estudios legalistas, que derivan las decisiones exclusivamente de las limitaciones legales a las
que los decisores están sometidos. Para una revisión de la literatura estadounidense sobre los
modelos explicativos de las decisiones judiciales, ver Koerner (2007). Ejemplos paradigmáticos
de estudios decisionales (o actitudinales) son los de Steffensmeier y Britt (2001) y Steffensmeier y
Herbert (1999). Algunos capítulos de Carp, Stidham y Manning (2004) abordan el mismo tema.
48
La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
Sin embargo, a fines de la década del noventa e inicio de los 2000 hubo una
significativa renovación en las investigaciones sobre las élites judiciales, tanto
en lo que se refiere a los estudios más preocupados por la relación entre el perfil
de los magistrados y la nueva configuración del Poder Judicial luego de la rede-
mocratización, como a investigaciones orientadas por preocupaciones de tipo
sociológicas. En este último aspecto, para ser más precisos, las investigaciones
sobre las élites judiciales siguieron dos direcciones diferentes, aunque interrela-
cionadas. De un lado, se buscó analizar la élite judicial como un componente
del proceso de institucionalización o autonomización del “campo jurídico”; del
otro, algunos estudiosos orientaron su análisis a ese objeto desde el punto de
vista de la sociología de las profesiones. A continuación, analizaremos solamente
los trabajos más representativos de cada una de esas orientaciones.
Durante los años 2000, entre las investigaciones que se preocupaban por
continuar y actualizar las contribuciones de Corpo e alma da magistratura bra-
sileira, la más importante es la de Sadek (2006). En Magistrados: uma imagem
em movimento, el autor justifica el estudio de la élite judicial en función de la
relevancia que ese grupo pasó a tener en el proceso político nacional a partir
de 1988. Para la elaboración del estudio, utilizó el relevamiento realizado por
la Asociación de Magistrados de Brasil (amb) en 2005. En ese relevamiento, se
envió un cuestionario a todos los integrantes del amb con el objeto de trazar
un perfil demográfico, social, profesional y valorativo de los miembros de la
élite judicial nacional, y obtuvo una tasa de retorno del 28,9%. Así, a modo
de retrato demográfico, la investigación de Sadek trabajó con variables como
“sexo”, “franja etaria”, “color de piel” y “estado civil”. La dimensión social de la
investigación focalizó principalmente en el capital cultural propio y familiar. En
lo que se refiere a la trayectoria profesional de los entrevistados, el cuestionario
abordó el tiempo de ingreso en la magistratura luego de la obtención del título
de licenciado en Derecho y el peso del ejercicio de actividades académicas en
la carrera de los magistrados. El perfil evaluado, por último, contempló un
sinnúmero de cuestiones sobre la percepción de los magistrados acerca del
diseño institucional del Poder Judicial brasileño, las eventuales reformas ins-
titucionales, el problema del nepotismo, la creación del Consejo Nacional de
Justicia, etcétera.
Entre los estudios interesados en la “élite judicial” como componente del
proceso de institucionalización y autonomización del campo jurídico en Brasil,
los más representativos son, ciertamente, los realizados por Fabiano Engelman y
49
A. Codato, R. Perissinotto, B. Bolognesi, L. D. Costa, L. Massimo y P. Costa
43
Más específicamente, por investigadores franceses especializados en el estudio de cuestiones re-
lativas al campo jurídico, como Boigeol (1989), Dezalay, Sarat y Silbey (1989) y Bancaud (1989).
50
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Élites parlamentarias
Uno de los impulsos recientes a los estudios sobre las élites parlamentarias en
Brasil estuvo dado por los trabajos que toman a las instituciones políticas como
variables explicativas. De inspiración estadounidense, esa perspectiva analíti-
ca tuvo un desarrollo fecundo en las décadas recientes, propagándose en las
investigaciones en ciencia política en América Latina (Botero, 2011; Rincón,
2011; Moscoso, 2012) y más recientemente en Brasil. En esta sección realiza-
mos un balance de la literatura dedicada al estudio de las carreras políticas de
los legisladores nacionales, deteniéndonos específicamente en los trabajos de
corte neoinstitucionalista. Esa opción se justifica porque los mayores avances
empíricos y las mayores polémicas analíticas se encuentran dentro de esa pers-
pectiva. Existe, evidentemente, toda una agenda de investigaciones inspirada
en la sociología política, que demostró la conexión entre los perfiles partidarios
y los orígenes sociales (Rodrigues, 2002; Perissinotto y Miríade, 2009; Peris-
sinotto y Bolognesi, 2010), e identificó cambios en la composición social de
la clase política brasileña a partir del gobierno del Partido dos Trabalhadores
(Rodrigues, 2006; Rodrigues, 2014). Esos trabajos, menos preocupados por
las carreras y ambiciones políticas, y más por el perfil social de los agentes, se
concentraron en algunos indicadores de posición social que impactaron en el
mercado político:1) la posesión de títulos escolares y su importancia en la política
46
Nos referimos a la monografía de Wowk (2009), a la tesis de Maestría de Wagnitz (2014) y
a las tesis de Doctorado de Cardoso (2017) y Caldeira (2017).
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magnitud del patrimonio económico de los políticos y el hecho de si este facilita su acceso a
posiciones ejecutivas y legislativas.
53
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Un estudio similar, aunque sobre los senadores, puede ser leído en Codato et al. (2016b).
54
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Para un análisis mejor documentado de ese período, ver Di Martino (2009).
La segunda afirmación es una deducción forzada de los patrones de carrera encontrados. Dicho
50
de otro modo: la manutención del status quo institucional no puede ser reducida a los patrones
de carrera, y debe ser objeto de examen a través de otras variables, dimensiones y métodos de
investigación.
55
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Carreras Poder
discontinuas o Legislativo
cortas débil
Poder Carreras
Legislativo políticas
débil discontinuas
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como vía
CDCarreras Poder
Federalismo
Federalismo+ orientadas
obligada de Carreras
Legislativo
competitividad a lospasaje
Estados débil
sólidas
CD como vía
Federalismo Carreras
Federalismo ++ obligada de Carreras
competitividad sólidas
competitividad pasaje sólidas
Ese debate da un giro con el estudio de Pereira y Rennó (2013). Según los
autores, los diputados federales brasileños se encuentran siempre frente al si-
guiente dilema: “¿Debo permanecer en la actual Cámara o debo intentar otro
cargo en la próxima elección?”. ¿Hay un desinterés por el Legislativo nacional
o una búsqueda de reelección?54
Se trata de una pregunta importante, porque la literatura estadounidense
insiste en que las tasas de retorno al Capitolio son producto de la fuerza insti-
tucional y de poder decisorio concentrado en esa institución. Según Pereira y
Rennó (2013) esa teoría no se sostiene fuera de los Estados Unidos, y pretenden
cuestionarla a partir del caso brasileño. El rompecabezas es el siguiente:
54
Como se señaló anteriormente, cerca del 70% de los diputados federales intentan la reelección.
Ese dato elimina en parte la visión de que la Cámara de Diputados no interesaría a sus integrantes.
Entretanto, cerca del 30% de los diputados buscan otros cargos o no llegan siquiera a concluir
su mandato (y no vuelven a candidatearse para la Cámara) porque ya cambiaron de cargo.
59
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La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
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Los autores van aún más lejos al afirmar: “Como la mayoría de los legisladores continúan
ganando mandatos bajo las reglas en vigor, tienen pocos incentivos para cambiar el sistema de
profesionalización y mejorar la institucionalización del Poder Legislativo para tornarlo más
fuerte” (Pereira y Rennó, 2013: 76-77).
61
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Orientación heurística
Predictiva Retrospectiva
Recorte temporal
Cambio institucional y
Largo Profesionalización
ambición política
Élites partidarias
“Patronazgo partidario” es el nombre utilizado para designar la relación entre
la organización de un partido y la práctica de ocupar posiciones en institu-
ciones estatales y semiestatales en la búsqueda de ventajas y recursos de poder
para esas etiquetas partidarias (Kopecký y Mair, 2006). Según esa lógica, los
partidos serían controlados por sus dirigentes políticos electos y las burocracias
partidarias tendrían un papel secundario. Estas últimas apenas administrarían
el vínculo entre la élite política y las respectivas organizaciones56 (Jalali y Lisi,
2009; Ribeiro, 2014).
56
Hay diferencias importantes en el grado de dominio de un partido por la élite representativa,
como ya señaló Van Biezen (2000). Los partidos de origen externo y/o alineados a la izquierda
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La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
tienden a poseer una mayor autonomía en relación con los representantes del partido en el
Parlamento, por ejemplo.
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Apenas como ilustración, en las elecciones de 2014 había 32 partidos en disputa, mientras
que en 2016 tenemos 35 partidos registrados y activos.
64
La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
58
Existen, también, analistas preocupados por entender la organización del partido al tomar
como evidencia su actuación (Lawson, 1994; Downs, 1999; Aldrich, 2011; Wolinetz, 2002;
Janda, 1980).
59
No ignoramos el papel que Panebianco, Janda o Duveger dan a la composición social de los
partidos políticos. Ese es, ciertamente, un elemento que para los autores merece ser analizado.
Sin embargo, no es el principal elemento de sus análisis. Para un resumen sobre las corrientes
teóricas en el estudio de los partidos políticos, ver Harmel (2002).
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Conclusión
La literatura relevada en este capítulo, centrada en el estudio de las élites par-
lamentarias, partidarias, burocráticas y judiciales, comprende una multitud
de objetos empíricos, preguntas de investigación, perspectivas de análisis y
estrategias metodológicas. No obstante, es posible encontrar tres elementos
unificadores que guiaron tanto la formación como la transformación de este
campo disciplinar. Estos se refieren al papel estratégico de esos agentes, a los
progresivos cambios en su forma y escala de estudio, y a su reencuadre analítico.
Las primeras investigaciones sistemáticas sobre las élites en Brasil se consti-
tuyeron en un diálogo implícito con el marxismo académico. Para los trabajos
que tenían como propósito comprender o explicar el proceso de formación del
Estado nacional era preciso afirmar la autonomía funcional y, así, la importancia
estratégica de las élites políticas y estatales, no solamente como tema legítimo
de investigación, sino como agentes activos de aquel proceso histórico. Sin
desconocer por completo la importancia de la estructura de clases, pero sin
insistir en su papel condicionante, los autores que comenzaron a producir y
publicar sus trabajos en los setenta insistieron en el análisis de los ocupantes
de la cúpula del Estado como un tema con derecho propio. Se postulaba que
las variables estándar –el origen social, la carrera política y/o burocrática (muchas
veces confundidas en la práctica) y la ocupación profesional de los individuos que
controlaban la administración del Estado imperial– eran factores fundamen-
tales para entender la acción histórica de esos grupos dirigentes. No tenerlas
en consideración produciría un déficit significativo en el conocimiento sobre
68
La sociología política de las élites políticas y estatales de Brasil
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A. Codato, R. Perissinotto, B. Bolognesi, L. D. Costa, L. Massimo y P. Costa
Por fin, parece haber una laguna importante en los estudios enumerados a
lo largo de este capítulo. Son muy pocos los trabajos que conjugan las preocu-
paciones típicas de las investigaciones sobe élites políticas o estatales (atención
a los orígenes sociales, a la formación educativa, a la actuación profesional y
a la carrera política) con aspectos comportamentales de sus miembros. El pro-
blema del ejercicio del poder, esto es, la capacidad de influir directamente en
los procesos decisorios, no es la única pregunta importante cuando se trata
de discutir el perfil de los grupos dirigentes. Lo que este capítulo pretendió
mostrar es que hay un sinnúmero de preguntas de investigación, tan legítimas
como esta, que son respondidas por la literatura con una competencia cada vez
mayor. No obstante, la falta de conexión entre los datos de origen, de formación
y de carrera de las élites nacionales con el comportamiento político efectivo
de sus miembros es una ausencia innegable en todos esos estudios. Si una de
las dimensiones fundamentales de cualquier definición de “élite política” es la
capacidad de sus miembros de tomar decisiones que atañen, necesariamente, a
la vida de millones de personas, ese es un complemento obligatorio. La próxima
agenda de investigación sobre los grupos dirigentes en Brasil podría intentar,
justamente, enfrentar esa cuestión.
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Los estudios sobre élites políticas
en la Argentina: una historia de idas y vueltas
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Mariana Gené, Gabriela Mattina, Victoria Ortiz de Rozas y Gabriel Vommaro
en distintos momentos. Por otro lado, el vínculo entre las élites políticas y su
origen social, comprendiendo a lo social en términos más amplios de lo que
la noción de clase –en sentido económico– podía implicar, también estuvo
presente en distintas indagaciones. En muchos casos, no se trataría solamente
de una reivindicación de la importancia del background social de los miembros
de las élites para aprehender sus características principales, sino de comprender
lo que los recursos adquiridos en sus trayectorias y espacios de socialización
podían implicar para los modos de entrar en política, los estilos de representa-
ción allí desplegados, y los modos de interpelación y de conexión con diversos
universos y grupos sociales de partidos y movimientos políticos. Por último,
cabe mencionar el interés por el impacto que tuvieron en la conformación de
las élites políticas argentinas la modernización económica y social, los cambios
en el régimen político y el proceso de ampliación democrática de principios de
siglo xx, así como las transformaciones subsiguientes, en especial la ocurrida
con el advenimiento del peronismo y con el cambio socioeconómico que trajo
la última dictadura militar.
En lo que respecta a su temporalidad, entonces, las élites políticas han sido
estudiadas en distintos momentos clave de la historia argentina: la Revolución
de 1810, hito entendido como el momento de surgimiento de una élite política
local; el período de la República Conservadora, entre 1880 y 1916, cuando
se consolida una clase dirigente con pretensión de gobernar todo el territorio
nacional; el proceso de ampliación democrática iniciado en 1912, con el surgi-
miento del radicalismo como primer partido de masas; la llegada del peronismo
al poder en 1945; la inestabilidad política entre 1955 y 1976; la irrupción de
la dictadura y su impacto en las trayectorias de los miembros de la élite polí-
tica; la transición democrática y las décadas que siguieron, con la consecuente
rutinización de la vida democrática, del juego electoral y la consolidación de
la política como profesión más o menos continua.
El presente capítulo procura ofrecer un mapeo de los estudios sobre las
élites políticas en la Argentina al sistematizar estos antecedentes y mostrar los
sinuosos recorridos de la producción de las ciencias sociales desde los años
sesenta hasta la actualidad. Nos proponemos exponer los principales interro-
gantes que vertebraron dichas investigaciones, así como sus conclusiones más
salientes, dando cuenta de los principios teóricos y las estrategias metodológicas
por ellas movilizados. El criterio para organizarlos será cronológico y sistemá-
tico. Empezaremos por los estudios pioneros y repararemos en el estilo que
estos les imprimieron a las indagaciones sobre las élites; luego, señalaremos
los momentos en que estos estudios fueron más fuertes y aquellos en los que
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Los estudios sobre élites políticas en la Argentina: una historia de idas y vueltas
Es en la década del sesenta que aparecen los primeros trabajos cuyo objeto de
interés específico son las élites, y que inauguran un área de estudio en la que
sociólogos e historiadores compartirán interrogantes y aproximaciones teóricas.
Fuertemente imbuidos por los llamados “realistas” o “maquiavelistas”, los
estudios fundacionales parten de la constatación de la existencia de minorías
cuya acumulación de recursos –sociales, económicos, políticos– posibilita el
acceso a las más altas posiciones políticas, desde las que dirigen a las mayorías.
Precisamente, autores como Michels (1972 [1911]), Mosca (2006 [1896]) y
Pareto (1979 [1901]) habían considerado esta tajante distinción jerárquica
entre mayorías y minorías como un principio operativo en todo tiempo y lugar;
de hecho, el concepto de circulación de las élites acuñado por Pareto implica
la posibilidad de renovación de quienes conforman esta minoría sin que ello
conlleve una ruptura de tal división fundante.
Tiempo después, en un texto célebre de crítica a las visiones pluralistas de
la democracia estadounidense, Charles Wright Mills (2013 [1957]) estable-
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Mariana Gené, Gabriela Mattina, Victoria Ortiz de Rozas y Gabriel Vommaro
cería otra vertiente influyente en el estudio de los individuos que ocupan las
posiciones superiores en una sociedad. Abocado al estudio de las élites de los
Estados Unidos, Wright Mills mostró que, más allá de las especializaciones,
existía una “minoría del poder” (2013 [1957]: 26) que tendía a concentrar la
riqueza, el poder y el prestigio en pocas manos, y que producía una cúspide
social estrecha y unificada frente a la que las mayorías sociales aparecían como
“fragmentadas” e “impotentes” (2013 [1957]: 48). Más allá de los debates que
su argumento suscitó en las ciencias sociales estadounidenses,1 lo cierto es
que la metodología empleada por Wright Mills, que se llamó luego “método
posicional”, sentó las bases de una tradición de estudios críticos de las élites
políticas y económicas –perdurable hasta nuestros días– que sirvió de guía a los
estudios pioneros sobre el tema en la Argentina. El autor definió a la élite como
aquellos individuos que ocupan las posiciones más altas de dirección económica,
militar y política de una sociedad en virtud de, como dijimos, su acumulación
de riqueza, prestigio y poder. El énfasis en los orígenes sociales y las trayectorias
educativas y ocupacionales de los actores otorgaba un peso significativo a la
socialización al momento de pensar en las causas que llevaron a los actores a
ocupar esas posiciones elevadas. Esas fuentes de poder, en efecto, se adquieren
en las familias de origen, pero también en las instituciones educativas y de la
sociabilidad de las clases altas, y luego, en la ocupación de posiciones cada vez
más elevadas en las organizaciones que definen la dominación en las socieda-
des capitalistas: el Estado, las Fuerzas Armadas y la empresa. Así, el abordaje
propuesto por Wright Mills pone el foco en los elementos sociológicos que
aseguran la cohesión de las élites, y que producen individuos que llegan a los
“altos círculos del poder” ya equipados de recursos y competencias propias de
esas clases altas que los reclutaron y los formaron. Tanto la vida familiar –para
las clases altas establecidas– como las cámaras y los clubes, las universidades
y escuelas militares, para establecidos y arribistas, funcionan como “campos
de entrenamiento en que los jóvenes activos de la cumbre se ponen a prueba”
(Mills, 2013 [1957]: 57) y adquieren ese sentido práctico –por hablar como
Bourdieu– propio de la rulling class.2 En virtud de esta consistencia, la mirada
global que se desprende de su trabajo es la de un grupo considerablemente
1
En especial, en relación con los pluralistas como Robert Dahl, quienes criticaron a través de
trabajos empíricos en pequeñas comunidades la mirada homogeneizadora de las élites defendida
por Wirght Mills. Ver Dahl (1958 y 1961).
2
Digamos que, para los estudiosos de las élites que gustan cultivar la etnografía, el trabajo
de Wright Mills constituye una interesante hoja de ruta para observar los espacios formales
e informales de sociabilidad que hacen a la producción de la consistencia de un grupo social.
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3
Sobre las corrientes metodológicas y teóricas principales en los estudios clásicos sobre élites,
ver Codato, 2015.
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4
Según Pucciarelli (1993), el acceso de estos sectores al gobierno supuso que la oligarquía te-
rrateniente compartiese su hegemonía con el radicalismo en el plano político, pero la conservase
en materia económica, cultural e ideológica.
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ese Estado y expandieron sus esferas de influencia habían ampliado sus bases
de sustentación y disputado la definición de sus orientaciones. La inestabili-
dad política argentina daba cuenta de la imposibilidad de constituir un ciclo
de dominación durable, problema que traducía la dificultad de establecer un
acuerdo entre las distintas fracciones de los sectores dominantes, o bien entre
las clases populares y las diferentes fracciones burguesas, que pudiera definir
una orientación común. Para O’Donnell, esta imposibilidad, que tenía como
consecuencia un movimiento pendular de la orientación del Estado y de la
regulación económica de la alianza mercado-internista a la exportadora, no se
basaba, no obstante, en cuestiones de “voluntad” o de cultura política, sino en
la existencia de una contradicción estructural: el hecho de que los principales
bienes exportables fueran al mismo tiempo componentes de la canasta básica
del consumo popular, lo que hacía que se produjera un cierto juego de suma
cero entre exportadores y consumidores. La existencia de grupos sociales que
no lograban imponer sus proyectos, pero tenían, en cambio, la capacidad de
vetar aquellos de los otros, fue un rasgo característico del juego político en
la segunda mitad del siglo xx, al que Juan Carlos Portantiero (1977) llamó
“empate hegemónico”.
A caballo entre la sociología, la historia, la teoría y la ciencia política, las
energías investigativas asociadas al estudio de la relación entre Estado y clases
dominantes articulaban datos empíricos con preguntas teóricas, y se ubicaban
siempre al nivel de los macroprocesos.
En el campo de la historia, la intersección con las preocupaciones de la
sociología y la ciencia política se advierte en un trabajo ya clásico sobre la clase
política durante la última parte del siglo xix: El orden conservador, de Natalio
Botana, publicado en 1977, que aborda el período de la República Conserva-
dora (1880-1916). En cierta medida alejado de las preocupaciones dominantes
de la época, este texto revalorizó la historia política argentina al centrarse en
el régimen político que comienza a delinearse con la construcción del Estado
nacional. Botana reconstruye los modos de reclutamiento y las pautas –forma-
les e informales– de sucesión imperantes entre quienes ocupaban las máximas
posiciones políticas. Su obra muestra cómo, a fines del siglo xix y principios
del xx, en la práctica –más allá de lo que estipulaban los principios constitu-
cionales de 1853– el presidente se convertía en gran elector de su sucesor y
supervisaba los nombramientos de los gobernadores de provincia. No obstante,
pese al crecimiento del poder presidencial, las oligarquías provinciales no ve-
rían sustancialmente alterado su peso, pues las provincias y sus gobernadores
conservaban el poder de designar legisladores nacionales e integrantes de las
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Fue hacia fines de los noventa, y con más fuerza tras la crisis de 2001, que
los interrogantes sobre los elencos políticos y sus anclajes ganarían terreno
en el mundo de las ciencias sociales. Algunos balances han dado cuenta de la
revitalización de tales estudios (Gené, 2014a; Mellado, 2008; Heredia, 2005)
al calor de transformaciones políticas mundiales, regionales y nacionales. Por
una parte, el proceso de globalización y las consecuentes modificaciones de las
relaciones de poder reimpulsaron indagaciones sobre la circulación de las élites,
sus reconversiones durante épocas de cambio e incluso su internacionalización.
Por otra parte, la estabilidad del régimen político argentino más allá de sus
crisis marcó una singularidad respecto de gran parte del siglo xx y habilitó la
aparición de nuevos interrogantes centrados específicamente en las élites polí-
ticas. Finalmente, otros procesos como la descentralización del Estado en los
noventa, la creciente territorialización de la política o el surgimiento de nuevas
fuerzas partidarias contribuyeron al interés en estos estudios.
Así, los trabajos sobre el personal político en sus distintas escalas prolifera-
ron durante las últimas dos décadas, lo que convierte a un inventario de estos
en una empresa con ciertos desafíos. Una clasificación cronológica haría poco
inteligible su desarrollo, dado que la gran mayoría de ellos vieron la luz a la par.
Una división disciplinar o incluso metodológica sería posible, pero se correría
el riesgo de subsumir demasiados temas en grandes dimensiones, además de
que su enumeración podría volverse redundante y su separación artificial.
Optamos, entonces, por un mapeo temático de los estudios recientes sobre
élites políticas en cuatro grandes categorías: élites legislativas, subnacionales,
partidarias y estatales.5 No obstante, cabe aclarar que estas categorías no son
5
Como hicimos a lo largo de todo el capítulo, dejamos afuera de nuestra selección los trabajos
que tratan específicamente sobre élites sociales. No obstante, una mención especial merecen las
investigaciones de historiadores que durante las últimas décadas han renovado las preguntas
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Los estudios sobre élites políticas en la Argentina: una historia de idas y vueltas
por la sociabilidad de las élites de fines del siglo xix y principios del siglo xx. En este sentido, el
libro de Losada (2008) sobre la alta sociedad en la Buenos Aires de la belle époque o el de Hora
y Losada (2015) sobre la familia Senillosa entre 1810 y 1930, constituyen buenos ejemplos del
cruce entre historia social e historia cultural que revitaliza el estudio de las élites en el pasado.
Apoyados en grandes archivos epistolares y fotográficos, en el examen de trayectorias familiares y
bases prosopográficas, se interesan centralmente por documentar los estilos de vida de esos grupos,
sus prácticas culturales y estrategias de cierre, pero también por mostrar una cierta heterogeneidad
que desafía visiones establecidas sobre ellos. Sus concepciones sobre el Estado y la política, y su
participación en ella están también retratadas, aunque no se trata, en rigor, de élites políticas.
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las provincias (Jones et al., 2002; Jones, 2008; Micozzi, 2009; Ardanaz, Leiras
y Tommasi, 2012). Algo similar observa Lodola (2009) para los legisladores
provinciales, al mostrar que para ellos acceder a un cargo ejecutivo local se
encuentra en lo más alto de la jerarquía de sus ambiciones políticas.
En términos generales, para la ciencia política, las carreras de los legisla-
dores dependen fundamentalmente de factores institucionales, como las reglas
electorales que regulan el acceso a las candidaturas, y de variables relativas a la
organización partidaria, como los modelos de selección de candidatos. Son las
condiciones o la “estructura de oportunidades institucionales” las que moldean
las ambiciones de los legisladores (Schlesinger, 1966) y condicionan sus carreras
políticas. Se hace visible la influencia del institucionalismo de rational choice,
que estudia la forma en que las instituciones condicionan o crean el contexto en
el que los actores se desenvuelven, motivados por consideraciones estratégicas.
Distanciándose de esta perspectiva y recuperando en menor o mayor medida
los interrogantes de los estudios pioneros de la sociología de las élites, en los
últimos años surgieron trabajos de sociología política que se enfocaron en las
propiedades sociales y las visiones del mundo de las élites parlamentarias. En
ellos se delinean los perfiles políticos de sus integrantes, se analiza la incidencia
de la inestabilidad institucional en el modo de construcción de sus carreras y se
reconstruyen los cambios de sus posicionamientos ideológicos. Cabe mencionar
que todos estos trabajos se instalan en un diálogo crítico con aquellos produ-
cidos desde la ciencia política, cuya ponderación de los factores institucionales
y partidarios a la hora de dar cuenta de las modalidades de reclutamiento de
candidatos entraña el riesgo de abstraer a las élites políticas de sus mundos
sociales de pertenencia (ver Vommaro, 2013a y 2013b).
La sociología política desplaza el centro de análisis desde las instituciones
y partidos hacia el personal político (Aron, 1965) que las integra, consideran-
do no solo sus trayectorias en términos de cargos ocupados sino al atender,
también, sus trayectorias sociales. La reconstrucción de ciertos aspectos de las
trayectorias –lugar de procedencia, profesión u oficio, nivel educativo, entre
otras dimensiones ligadas a la “socialización difusa” que supone el oficio de
político (Offerlé, 2011)– permite obtener información sobre aquellos crite-
rios de elegibilidad no necesariamente codificados en las reglas que regulan la
actividad político-partidaria.
Canelo (2011) se centró en los senadores nacionales de cohortes previas y
posteriores a la última dictadura –1973, 1983 y 1989–, y consideró tanto su
origen social como aspectos relativos a su formación y ocupación, así como
el modo en que estos incidieron en la construcción de sus carreras políticas.
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Sobre los cambios en el mapa político argentino que promovieron un mayor peso del federa-
lismo, ver, entre otros, a Calvo y Escolar (2005) y Leiras (2007).
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caso meramente “refleja” procesos cuya interpretación reside en otro nivel. Por
el contrario, considera el espacio provincial bonaerense como un “territorio de
producción de lo político”, cuyos acontecimientos contribuyeron a delinear
un proceso político nacional. Esta línea interpretativa será recuperada por los
estudios subnacionales posteriores.
En el campo de la sociología y la historia política han aparecido, en forma
relativamente reciente, trabajos sobre diferentes aspectos de la política provin-
cial, que muchas veces mantienen un diálogo crítico con aquellos provenientes
de la ciencia política. El foco en las élites provinciales se comprende, en parte,
como producto del interés por ir más allá de las posiciones políticas nacionales
y por complejizar los objetos de estudio construidos en torno a esos referentes
empíricos. En este sentido, Frederic y Soprano (2009) sostienen que la mirada
subnacional se relaciona con una sensibilidad epistemológica específica, y que
el nivel provincial constituye una categoría analítica que supone la construcción
de problemas y objetos de estudio diferentes de la escala nacional.9 En este
plano, diversos estudios involucran el abordaje de las élites políticas en distintas
provincias desde la recuperación de la democracia. A partir de fuentes diversas
como entrevistas en profundidad, observaciones no participantes, documentos
oficiales, periódicos provinciales, registros electorales y materiales de archivo,
produjeron datos que serían analizados con técnicas cuanti y cualitativas.
Mellado (2006 y 2011) estudia las élites políticas mendocinas, tanto desde
una perspectiva horizontal (al tener en cuenta los lazos con grupos de interés
y corporaciones) como vertical (al analizar las relaciones de jerarquía entre los
grupos políticos y su inserción en el espacio geográfico). Su trabajo aborda los
perfiles y las trayectorias de legisladores nacionales y provinciales, goberna-
dores, vicegobernadores y ministros de gobierno de la provincia desde 1983.
Contribuye así al conocimiento sobre la conformación y el funcionamiento de
las élites políticas en una “coyuntura de cambio”, como la apertura democrá-
tica, y a sus transformaciones en el tiempo. A su vez, analiza la circulación de
dirigentes desde la década del ochenta, y nos ofrece una imagen opuesta a la
de una élite política compacta y estable. Por último, identifica casos en los que
la labor política constituyó una vía de ascenso social, pero muestra que en la
mayoría –de trayectorias generalmente intermitentes– la inserción en política
no implicó necesariamente dicho ascenso.
9
Ver, por ejemplo, los trabajos sobre la renovación peronista en distintas provincias compilados
por Ferrari y Mellado (2016), que se detallan en el apartado de élites partidarias.
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Los estudios sobre élites políticas en la Argentina: una historia de idas y vueltas
de las bases sociales de los partidos y las organizaciones gremiales, así como
la división del trabajo en el interior del Frente para la Victoria santacruceño
(fvs). Su investigación logra matizar la visión de los regímenes personalistas
como producto de las características y la acción de un único actor, y propone
comprender los fundamentos del liderazgo de Kirchner a partir de la puesta en
relación de las estrategias de representación desplegadas por él y un conjunto
de atributos culturales de Santa Cruz en un contexto de desintegración social.
La afinidad entre la posición subordinada y poco integrada de los grupos que
el fvs pretendió representar y la posición relativamente marginal de Néstor
Kirchner en la política provincial y en el espacio social local, constituyen para
la autora un rasgo determinante de su exitoso ascenso.
Si bien, como dijimos, la ciencia política se ocupó principalmente de las
dinámicas políticas provinciales en relación con la administración del federa-
lismo y de la conflictiva negociación con el nivel nacional, es posible encontrar
trabajos convergentes con el interés por las características de las élites políticas
provinciales.
Las investigaciones de Behrend (2008 y 2011) muestran que en 1983
algunos miembros de las familias que habían controlado la política provincial
argentina antes de la dictadura volvieron a las gobernaciones, y destaca las con-
tinuidades políticas a nivel provincial en el marco de un cambio mayúsculo a
nivel nacional. A partir de los casos de San Luis y Corrientes, la autora elabora
el concepto de “juego cerrado” de la política, en el que tienen un lugar impor-
tante las “familias políticas”, que se relevan en el poder y dan lugar a una escasa
alternancia –o una sucesión controlada– y a una exigua competencia política.
Dichas familias controlan el acceso a las principales posiciones de gobierno,
el aparato estatal, a los medios y a las oportunidades de negocios. Pese a que
aquel juego cerrado ha sido impugnado por diferentes movimientos de protesta
que buscaron mayor democratización o apertura, la autora concluye que sigue
existiendo como una institución informal en la política local. Sus trabajos
proveen un esquema analítico para abordar los mecanismos que resultan en la
estabilidad de los partidos gobernantes y en patrones de competencia política
limitada, a partir de lógicas de interacción fundamentalmente informales entre
actores políticos provinciales.
También desde la ciencia política de impronta más institucionalista está
ganando espacio el estudio de las carreras políticas de las élites subnacionales al
recuperar ciertas variables tradicionalmente estudiadas por la sociología. Dentro
del interés por las lógicas de reclutamiento, Lodola (2017) estudió a los gober-
nadores argentinos en el período 1983-2014, y consideró las características de
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Mariana Gené, Gabriela Mattina, Victoria Ortiz de Rozas y Gabriel Vommaro
sus carreras de modo articulado con sus propiedades sociales. El autor muestra
la existencia de un perfil homogéneo de los gobernadores, más allá del partido
y la región del país a la que pertenecen: son medianamente jóvenes, nacidos
en centros urbanos, con estudios universitarios, profesiones tradicionales y
lazos familiares con élites políticas establecidas. Por un lado, su trabajo permite
advertir el entrelazamiento entre lógicas sociales y políticas que se expresa en
sus carreras y, por el otro, constituye un antecedente de gran relevancia en la
medida que compila información comparada sobre los gobernadores en un
período amplio, frente a una literatura sobre carreras políticas que, en general,
centró su interés en las instituciones nacionales o bien en provincias específicas.
En suma, desde sus distintos objetivos y perspectivas de estudio, podemos
constatar que el abordaje de las élites políticas en el nivel provincial tuvo también
un importante crecimiento en la última década, y propuso visiones sobre estos
elencos y el funcionamiento de sus partidos que no podrían homologarse a lo
ocurrido en el nivel nacional. Las distinciones disciplinares se revelan persis-
tentes, y quizá uno de los mayores desafíos de estos trabajos resida en encontrar
puntos de diálogo y articulación.
120
Los estudios sobre élites políticas en la Argentina: una historia de idas y vueltas
frecuentemente empleado por los dirigentes para avanzar en sus carreras, pues
les permitía adquirir autonomía respecto de la cúpula de la organización y
acrecentar su gravitación en las negociaciones partidarias internas. No obstante,
según Ferrari, dicha práctica favoreció la quiebra del sistema representativo y
la consecuente frustración de las experiencias de profesionalización política de
muchos de los parlamentarios del período. Además de los políticos de “primer
orden”, entre las trayectorias biográficas estudiadas se cuentan las de los diri-
gentes intermedios, figuras importantes en la estructuración de las redes de
poder partidarias que constituyen, para la autora, un punto de vista privilegiado
para comprender los mecanismos de acción política (Ferrari, 2008). Su corpus
parte de dos tipos de agentes pertenecientes a los distritos de Buenos Aires y
Córdoba: parlamentarios nacionales y miembros de los colegios electorales;
los primeros, considerados a priori como miembros de las élites políticas, y los
segundos, considerados como exponentes de los políticos de menor jerarquía.
La elección de políticos de distinto orden se revela productiva para identificar
diferencias en su perfil y mostrar la existencia de un cursus honorum en el ra-
dicalismo durante el período analizado y el peso de la herencia política en el
caso de los parlamentarios nacionales. Aquellos “políticos de segundo o tercer
orden” en la escala nacional actuaban desde la estructura de los partidos y en
contacto directo con los votantes, e integraban redes de sociabilidad que existían
antes de los propios partidos. Por lo demás, estas redes territoriales revestían
una importancia capital para el radicalismo, como partido de masas. Ferrari
recurre al método prosopográfico (sobre el que reflexiona específicamente en
Ferrari, 2010), es decir al análisis de trayectorias individuales –su recorrido
político, pero también social, económico y cultural– para construir biografías
colectivas al destacar casos personales significativos. Su abordaje articula técnicas
cuantitativas con el recurso a fuentes cualitativas, como registros de memorias
y vivencias personales.
Otro aporte a los estudios recientes sobre radicalismo es el de Ana Virginia
Persello (2004 y 2007), quien aborda la historia del partido al dar cuenta de
sus dimensiones organizativas e identitarias en el marco de distintos contextos
políticos e institucionales. En consonancia con los postulados de Ferrari, la
autora señala que la faccionalización fue un elemento central de la dinámica
partidaria hasta 1943, tanto en los períodos en los que el radicalismo se desem-
peñó en el gobierno como en aquellos en los que fue oposición (Persello, 2004).
También advierte que dicha característica hacía difícil la consolidación de las
instituciones democráticas en nuestro país. La revisión de fuentes periodísticas,
documentación partidaria, registros de debates parlamentarios y corresponden-
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cia entre dirigentes le permite analizar el impacto que el acceso de los dirigentes
partidarios a la administración pública supuso para el radicalismo. Al extender
su análisis hasta el gobierno de la Alianza,10 Persello reconstruye el modo en que
el radicalismo se adaptó a los cambios económicos y sociales, ya sea mediante la
canalización del conflicto en diversas líneas internas o mediante la priorización
de la unidad partidaria.11 Asimismo, postula que la construcción de la identi-
dad radical combinó diversos elementos en tensión: la defensa de la Nación, la
bandera de la “causa” y su condición de partido entendido como parte de un
sistema mayor (Persello, 2007). De hecho, las sucesivas reconfiguraciones del
rol opositor del partido implicaron un esfuerzo de especificación identitaria,
así como recurrentes debates en torno a la pertinencia del abstencionismo y
a la intransigencia como estrategias políticas. En el recorrido por las diversas
líneas internas que agitaron la vida partidaria de la ucr, Persello reconstruye
las trayectorias de sus principales dirigentes, sus orígenes sociales y posiciona-
mientos políticos. También pueden encontrarse aportes en ese sentido en el
clásico libro de Acuña (1984) sobre el radicalismo desde el liderazgo de Frondizi
hasta el de Alfonsín, y en los trabajos de Ollier (2001) y de Dikenstein y Gené
(2014) sobre los distintos grupos que compusieron el gobierno de la Alianza.
En lo que respecta al peronismo, los estudios que se han ocupado de sus
orígenes y de sus distintos gobiernos y liderazgos son vastísimos, desde los
trabajos iniciales de Gino Germani que abrieron el campo de la sociología en
la Argentina, hasta los que se publican año a año en el mundo académico o en
el periodismo de investigación. Nos concentramos aquí en las investigaciones
–más bien recientes– que se ocuparon de sus élites partidarias. En efecto, en
los últimos años diversos estudios provenientes de la historia y la sociología
política se centraron en los anclajes sociales de los dirigentes peronistas y sus
prácticas de construcción de poder en el interior de la organización partidaria.
Las investigaciones de Ricardo Sidicaro (2002 y 2008) abordaron la relación
entre los gobiernos peronistas y las corporaciones empresarias, y entre las ideas
y el modo de organización de las élites peronistas y sus consecuencias sobre
el funcionamiento del sistema democrático entre 1946 y 1955. Por su parte,
Prol (2011) se interesó por la relación entre los orígenes sociales y el ejercicio
de la política parlamentaria de los legisladores sindicales peronistas entre 1946
10
“Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación” fue el nombre completo de la coalición
política entre la ucr y el Frepaso que estuvo vigente entre 1997 y 2001.
11
Un trabajo similar sobre la división partidaria y los conflictos entre las élites radicales de la
Capital Federal, desde el “Pacto de Olivos” hasta el final de la Alianza, puede encontrarse en el
libro de Obradovich (2016). Ver especialmente los capítulos 8, 9 y 10.
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Cabe decir que, a diferencia, por ejemplo, de Brasil (ver el artículo al res-
pecto en este libro), en la Argentina no existe una larga tradición burocrática
y, por tanto, no abundan los textos sobre altos funcionarios o carreras en el
Estado.14 Antes bien, diversos autores han señalado la inexistencia de burocra-
cias autónomas como un signo de debilidad estatal, y la discrecionalidad en los
nombramientos de funcionarios intermedios o la discontinuidad de sus carreras
como un límite a la racionalidad y eficacia del Estado. Entre los intentos por
responder a ese rasgo persistente de la Administración Pública argentina, se en-
contró la creación del cuerpo de administradores gubernamentales (ag) en 1984,
durante la presidencia de Raúl Alfonsín. Se trataba de un sistema de selección
y formación de altos funcionarios que buscaba suturar el hiato entre “política”
y “administración” y evitar el alto nivel de rotación en los puestos más altos de
la Administración Pública. Pero esa iniciativa de formación de funcionarios de
excelencia que pudieran ocupar distintas oficinas públicas y sirvieran de nexo
entre el personal político y la burocracia más rutinaria fue relativamente breve:
si bien en la actualidad muchos de los ag siguen en funciones, lo cierto es que
solo se reclutaron cuatro camadas de ellos (207 miembros en total), y la última
(y menos numerosa) se graduó durante los primeros años del gobierno de Car-
los Menem (Oszlak, 1994). Otro de los intentos de establecer una burocracia
profesional tuvo lugar durante la reforma del servicio civil de 1991 y 1992,
pero los alcances de esta también fueron restringidos (ver Ferraro, 2006; Thwai-
tes Rey, 2005; Zeller y Rivkin, 2005). El estudio reciente de Scherlis (2012)
sobre las designaciones partidarias en el Estado argentino documenta algunas
tendencias generales: existen escasos mecanismos formales y no discrecionales
de incorporación al Estado (ya sea porque los nombramientos se dan por vías
político-partidarias o bien mediados por los sindicatos de la Administración
Pública), las designaciones partidarias suelen concentrarse en los niveles altos y
medios del aparato estatal, el peso de los presidentes y sus círculos íntimos en
14
A diferencia de lo que puede observarse en Brasil, no existe una literatura profusa sobre las
élites judiciales. Los interesados en tal tema pueden consultar los tres tomos de la Historia de
la Corte Suprema Argentina compilados por Alfonso Santiago (2014), que van desde 1930 a
nuestros días. Ciertamente, su enfoque no se concentra principalmente en las élites, sino en los
fallos más resonantes (relacionándolos con el contexto histórico en el que tienen lugar) y en el
funcionamiento de la Corte a través del tiempo, pero también hay un extenso trabajo biográfico
sobre los distintos jueces que ocuparon esos puestos. Por su parte, el libro de Barrera (2012)
expone los resultados de un trabajo etnográfico en la Corte Suprema, en el que revisa también las
trayectorias de sus miembros y se refiere a las audiencias públicas que tuvieron lugar a partir de
2004 como modo de responder a las críticas sobre su elitismo y escenificar una relación mayor
con la “sociedad civil” (sobre este punto, ver Benedetti y Sáenz, 2016).
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(Beltrán, 2005; Camou, 1998 y 2006; Heredia, 2004 y 2012), las fundaciones
y expertos sobre pobreza y su incidencia en las políticas públicas (Vommaro,
2012), así como los vínculos más generales entre expertos, Estado y partidos
en nuestro país (Morresi y Vommaro, 2011b).
De forma reciente, en la sociología argentina se produjeron nuevos apor-
tes sobre el modo en que diferentes recursos, saberes y destrezas pueden ser
reconocidos en la actividad política a partir del estudio del Gabinete. Los tra-
bajos sobre los diferentes ministerios nacionales (Canelo, 2012; Gené, 2012;
2014b; Heredia, 2012; Heredia y Gené, 2009; Heredia, Gené y Perelmiter,
2012; Perelmiter, 2012) muestran que las destrezas de los actores reclutados y
que transitan con éxito las diferentes carteras de gobierno son disímiles, tanto
si pensamos en términos sincrónicos como diacrónicos. En el primer caso,
estas investigaciones dan cuenta de que las destrezas que son valoradas –por
los pares y por la organización– y permiten realizar recorridos más o menos
exitosos; en ellas varían del Ministerio de Economía –en el que el saber técnico
tiende a primar– al del Interior –en el que un saber-hacer de los acuerdos y
consensos políticos parece imponerse–, y que eso da cuenta de un tipo espe-
cífico de organización en que tiene lugar dicha actividad, tanto como de la
configuración política y moral que regula su desempeño. En el segundo caso,
estos saberes y destrezas valorados en cada organización cambian también a lo
largo del tiempo, y dan cuenta de transformaciones de las conducciones –por
ejemplo, en el Ministerio de Desarrollo Social se produjo un desplazamiento
de economistas y sociólogos por trabajadores sociales a partir del cambio de
autoridades en 2003–, así como de otras más globales en el campo del poder
que impactan directamente en los ministerios, por ejemplo, el ascenso de los
economistas como fenómeno global.
Estos y otros trabajos se inscriben en un nuevo interés por las élites mi-
nisteriales y el Gabinete nacional. Desde la ciencia política, numerosas inves-
tigaciones comparativas de los gabinetes en América Latina incluyeron entre
sus muestras al caso argentino, con preguntas ligadas a la conformación de
coaliciones de gobierno y al modo en que la designación de ministros puede
aportar apoyos legislativos –como cristalización de la alianza con otros parti-
dos políticos– a los proyectos presidenciales (Amorim Neto, 2006; Altman y
Castiglioni, 2008; Martinez-Gallardo, 2012). Sin embargo, en la Argentina,
los gabinetes suelen ser de partido único (Camerlo, 2013; Ollier y Palumbo,
2016) y el mentado “soporte legislativo de coalición” pierde relevancia, tanto
por el carácter fuerte del presidencialismo como por la tendencia constante –y
solo recientemente matizada– al bipartidismo. Es necesario, entonces, analizar
130
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En este sentido, los estudios sobre las élites que ocupan de forma inter-
mitente la cúpula de las instituciones estatales también se expandieron en los
últimos años y establecieron distintas discusiones y apoyaturas metodológicas
según las disciplinas. Los historiadores tendieron a centrarse en la génesis y el
derrotero de ciertas agencias públicas, al documentar los proyectos y grupos en
pugna que convivieron en su seno y los procesos por medio de los que tomaron
forma y se consolidaron ciertos actores dominantes en ellas; se preocuparon,
a la vez, por los saberes profesionales y expertos ligados al Estado y por su
pregnancia en distintas oficinas públicas, a partir de documentos, archivos y
bibliografía secundaria. Los politólogos desarrollaron comparaciones cuanti-
tativas a gran escala y análisis históricos de la política reciente en el Gabinete
nacional, interesándose, en general, por la relación entre Poder Ejecutivo y
Poder Legislativo, en los criterios y equilibrios partidarios que guiaron los
nombramientos, y en las razones que explicaron la duración o rotación de
ministros. Los sociólogos, por fin, sistematizaron sus propiedades sociales y
trayectorias político-profesionales mediante estudios prosopográficos, y ponde-
raron la valoración de aquellos atributos y credenciales mediante entrevistas en
profundidad, material de archivo y bibliografía secundaria. Así, dieron cuenta
de patrones generales por ministerio y por períodos históricos, e indagaron en
la articulación entre tipos de organizaciones y tipos de destrezas valoradas. A
tono con una agenda de estudios que crece en Latinoamérica, el conocimiento
disponible sobre ministerios y élites ministeriales se expandió, al tiempo que
ciertas preguntas se complejizaron para indagar en el tipo de ejercicio de la
política, su relación con distintos modos de expertise y sus desafíos específicos.
Uno de los retos para el futuro será, seguramente, fomentar el diálogo entre
los aportes provenientes de las distintas disciplinas, aun con la heterogeneidad
de sus presupuestos epistémicos e inquietudes principales.
A modo de conclusión
En este texto nos propusimos ofrecer un recorrido pormenorizado sobre los
estudios de las élites políticas en la Argentina, a fin de proveer a los lectores
de una cartografía sobre estos trabajos, sus definiciones, apoyaturas teóricas y
metodológicas, fuentes y principales argumentos. Para concluir, pueden des-
tacarse algunos puntos de filiación y tensión entre los estudios sobre grupos
dirigentes llevados adelante durante el siglo pasado y el actual. En primer
lugar, al igual que los trabajos de los sesenta, los estudios más recientes adscri-
ben a la idea de la heterogeneidad de las élites en la Argentina, pero divergen
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El estudio de las élites políticas en Chile:
figuras y sostenes del orden*
Introducción
La principal cuestión para tratar en este trabajo es cómo los estudios sobre las
élites políticas realizados en Chile lidian con una orientación predominante
en la cultura e institucionalidad política chilena en torno a la conservación del
orden. El orden está ahí, sea porque se lo entiende como una herencia hispana
y colonial, o como producto del Estado en cuanto formador de la nación; sea
porque se lo vislumbra en los “cauces institucionales” (el destacado es nuestro)
que Salvador Allende pretendía imprimir a la revolución socialista,1 o, de
manera radicalmente opuesta, porque es plasmado en la nueva Constitución
sancionada en dictadura; durante la transición a la democracia, vuelve también
a través de los pactos de élite o en la figura de los technopols… A partir de este
principio fundante de preservación del orden frente a la anarquía y los tumultos
populares, indagamos en el modo en que las ciencias sociales y la historiografía
* Este capítulo forma parte del proyecto Fondecyt Regular #1151503 dedicado al estudio de
las élites partidistas de la centro-derecha chilena. Investigadora responsable: Stéphanie Alenda
(Escuela de Sociología, Universidad Andrés Bello). Co-investigadores: Alejandro Pelfini (Depar-
tamento de Sociología, Universidad Alberto Hurtado) y Julieta Suárez-Cao (Instituto de Ciencia
Política, Pontificia Universidad Católica). Agradecemos a Carlos Vivallos por sus valiosos aportes
a una primera versión de este trabajo; también la relectura atenta y las sugerencias minuciosas
de Joaquín Fernández Abara.
1
Mensaje al Congreso Pleno, 21 de mayo 1971, citado en Allende, 2006: 111.
153
Stéphanie Alenda, Alejandro Pelfini, Miguel Ángel López y Claudio Riveros
han analizado a las élites políticas en Chile. Nuestro interés recae, por lo tanto,
en los sujetos del orden: las élites como sus restauradoras y/o forjadoras de ins-
titucionalidad. Se pretende revisar cómo las investigaciones conceptualizan a las
élites políticas, qué roles les atribuyen, cuán fijos son dichos roles, pero también
cómo se concibe la relación entre esas élites, las instituciones y el pueblo, o los
gobernados, a quienes conducen/representan/disciplinan.
Otro punto clave consiste en explorar la relación entre las élites políticas
y sus posibles colindantes en la esfera económica y cultural, lo que remite a la
pregunta sobre la competencia y diferenciación en el interior de los sectores
dirigentes, así como a sus vínculos e imbricación. Fundamentalmente, se trata de
dilucidar si esa imbricación llega a un grado tal que, en lugar de hablar de élites
en plural, competitivas y en permanente circulación, debiera recuperarse la clá-
sica categoría de “clase dominante” que nuclea al poder político y al económico.
Este ejercicio de precisión conceptual es también importante para comprender
cómo son pensadas las élites: ¿se parte de una supuesta homogeneidad (social,
económica y cultural) de quienes conforman los grupos dirigentes o se resalta
más bien la heterogeneidad de intereses, valores, capitales y proyectos? Cuando
se piensa en élites políticas, ¿se hace referencia a actores colectivos o la mirada
se deposita apresuradamente en individuos, en la medida en que son líderes y
grandes hombres (por no decir grandes hombres de Estado) que las representan
circunstancial o privilegiadamente?
En la mirada disciplinar, resulta relevante preguntarse por los posibles
contrastes entre las ciencias sociales y la historiografía al abordar el tema.
Será asimismo necesario dar cuenta de las controversias que atravesaron la
historiografía chilena desde los ensayos seminales de Alberto Edwards hasta
la “nueva historia política” que emerge después de1990, pasando por las bio-
grafías conservadoras de héroes o antihéroes del acontecer nacional. También
pondremos en evidencia los acercamientos y las diferencias de enfoque entre
la sociología y la ciencia política a partir de los años 2000, cuando se renue-
van y sistematizan los estudios sobre las élites partidarias, parlamentarias y
gubernamentales.
Mediante un recorrido principalmente cronológico, veremos cómo las élites
políticas se van constituyendo como objeto de investigación. Entender el modo
en que este objeto se configura nos llevará a prestar atención a tres cuestiones
transversales, tratadas en los diferentes estudios aquí presentados: a) la manera
en que se conciben el orden político y sus sujetos; b) los momentos de crisis
en los que se rompe el molde institucional y se recompone el orden; c) su con-
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El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
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El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
2
Así se lo llama a Diego Portales, que asume su primer ministerio el 6 de abril de 1830, en las
carteras del Interior, Relaciones Exteriores, y de Guerra y Marina, cuando Chile estaba todavía
en guerra civil. Durante este primer ministerio, que dura dieciséis meses, se dedica a sentar las
bases del autoritarismo.
157
Stéphanie Alenda, Alejandro Pelfini, Miguel Ángel López y Claudio Riveros
su principio dinástico, ya que ello habría sido ridículo o imposible, sino en sus
fundamentos espirituales, fuerza conservadora del orden y de las instituciones”
(Edwards, 1972: 47).3 Una vez muerto Portales y, particularmente, desde la
segunda mitad de siglo xix, la fronda aristocrática aquilató el poder del ejecutivo
al instaurar un régimen que le fue afín desde la revolución de 1891 hasta 1924:
la República Parlamentaria, a la que Edwards no acogió con buenos ojos. Para
él, fue también a fines del primer cuarto del siglo xx que la aristocracia criolla
fue afectada por una crisis terminal de carácter espiritual. Esta fue producto
de la llegada de nuevos miembros que le hicieron perder su espíritu original,
y de una relación cada vez más patente entre negocios y poder. Para Edwards,
en ese momento, se desencadenó una crisis general de la República, ya que la
aristocracia criolla había perdido su “sentido vocacional” por afanes cortopla-
cistas y económicos. Según el autor, lo único que podía salvar a la República
era un nuevo líder, un nuevo Portales, que dirigiera a la “extinta” aristocracia
o que la ayudara a reconstruir lo derribado (Edwards, 1928).
Luego de Edwards, varios historiadores vinieron a cimentar las propuestas
historiográficas de la escuela conservadora en Chile, pero es con la obra de
Mario Góngora del Campo que “el pensamiento conservador chileno alcanza
una madurez reflexiva” (Cristi y Ruiz, 1992: 143). No es extraño que Góngora
haya publicado su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos
xix y xx en el año 1981, si consideramos que ese año pone fin al período más
duro de la dictadura de Pinochet. El autor advertía en el prefacio de su obra que
los ensayos reunidos respondían a los sentimientos de angustia y preocupación:
[De] un chileno que ha vivido la década de 1970 a 1980, la más crítica y
grave de nuestra historia. Esos sentimientos me han forzado a mirar y a
reflexionar sobre la noción de Estado, tal como se ha dado en Chile, donde
el Estado es la matriz de la nacionalidad: la nación no existiría sin el Estado,
que la ha configurado a lo largo de los siglos xix y xx (Góngora, 1981: 5).
3
La idea de un Portales “restaurador” se encuentra bajo la pluma de varios autores: Jaime
Eyzaguirre (1948), Francisco Antonio Encina (1934), Mario Góngora (1981) y Bernardino
Bravo Lira (1985).
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El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
4
Ese mismo año salió un primer bosquejo biográfico de Eduardo Frei Montalva encomendado
a los historiadores Cristián Gazmuri, Patricia Arancibia y Álvaro Góngora por las fundaciones
Frei y Konrad Adenauer, seguido en el 2000 de una biografía de dos tomos. Si bien esta obra
se destaca por el vasto material de archivo, las entrevistas y fuentes bibliográficas que permiten
entender la época en la que se desenvolvió el expresidente también da cuenta de la admiración
de los autores por un hombre que prefirió al “parlamentarismo exagerado e irresponsable” (Frei
Montalva, 1949: 143) el régimen presidencial “de desmesurada concentración de poderes e
influencia”, mostrándose “aún más favorable al fortalecimiento del Ejecutivo, muchos años
después, siendo el presidente de la República” (Gazmuri, Arancibia y Góngora, 1996: 19-20).
5
Sobre este punto, remitimos al último ensayo biográfico de Cristián Gazmuri sobre Jaime
Guzmán (2013) y, en particular, al capítulo: “Jaime Guzmán y Diego Portales”.
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El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
y el Estado hacia los de abajo, sujetos invisibles del desarrollo capitalista (ver el
célebre Labradores, peones y proletarios. Origen y formación de la sociedad popular
chilena en el siglo xix, de 1985). Al asumir una postura de intervención social,
la historia se coloca también reactivamente “al servicio de la recomposición de
los ‘tejidos rotos’ del movimiento popular, y de su reemergente protagonismo
social, ideológico y político” (Salazar, 1990: 86).
En La violencia política popular en las “grandes alamedas” (1990), Gabriel
Salazar –el principal representante de este enfoque– sigue haciendo del régimen
portaliano el eje ordenador del acontecer nacional al distinguir tres grandes
períodos: el “autoritarismo portaliano, 1830-1891”; el “parlamentarismo
posportaliano, 1891-1925” y “la democracia neoportaliana, 1925-1973”.
Sin embargo, su postura se aparta de la visión conservadora al plantear que
la historia de Chile desde sus orígenes ha sido regida por “entelequias” –entre
ellas el Estado como paradigma universal– que se han superpuesto a la lógica
historicista de los sujetos sociales. Difiere también de esa visión en el hecho de
considerar a Portales como un escollo de la modernidad y no como el caudillo
que reencauzó al país en su senda (Salazar, 2005). Tal como escribe Jocelyn-
Holt en El peso de la noche:
De más está decirlo, pero ambas historiografías concuerdan en el diagnós-
tico histórico. Según estas, el país, en lo más profundo de su ser, es autori-
tario. La historia de Chile es la historia de su autoritarismo institucional.
Chile no tiene otra historia que la de su estado, sea este “portaliano” o
“antiportaliano”. De ahí que Portales sea el demiurgo de ambas posicio-
nes encontradas, y de ahí también su fantasmal ubicuidad (Jocelyn-Holt,
1997: 142).
orígenes del proletariado hasta las grandes huelgas de 1890, que se propagaron desde el norte
minero hasta el centro y sur del país.
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8
Varios trabajos cuestionan el papel atribuido a Portales en el proceso de construcción del Estado
al plantear que su rol fue sobredimensionado y hasta falseado. Sergio Villalobos sostiene al respecto
que “el influjo de Portales concluyó el día de su muerte, a pesar de las declaraciones e invoca-
ciones de los estadistas que ejercieron el poder en las dos décadas siguientes. Concluyó entonces
porque el ministro solo desempeñó el mando, concreto, directo, sin forjar la institucionalidad,
el respeto por el derecho y por el concepto abstracto de la autoridad” (Villalobos, 1989: 215).
9
Para comprender esta centralidad, remitimos en particular al trabajo de Sofía Correa Sutil (2004)
sobre el pensamiento político marcado por la sombra de Portales como figura mítica autoritaria.
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El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
Para los autores, la élite chilena del novecientos (la misma que se proyectó
durante casi todo el siglo xx) fue una oligarquía que se reprodujo conforme a
10
Los autores, de manera notable, hacen uso de novelas de corte realista precisamente escritas
por miembros de la élite, para retratar el ethos aristocrático. Como bien argumentan, “a diferencia
de otras formas literarias, así como de otros productos simbólicos, por ejemplo, el ensayo social,
la doctrina política, los tratados económicos, el autor realista no buscará en los demás un eco
a sus propias ideas y puntos de vista, sino que pretenderá mostrar lo que hay de peculiar en la
mentalidad y en el actuar de una época” (Barros y Vergara, 2007: 29).
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Stéphanie Alenda, Alejandro Pelfini, Miguel Ángel López y Claudio Riveros
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El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
13
La autora establece que cada familia tradicional había jugado hasta cierto punto un rol en la
construcción del Estado y de la nación, lo que contribuye a explicar la relativa facilidad con que
los miembros de la clase media dedicados a la “cosa pública” lograron su incorporación a esta.
165
Stéphanie Alenda, Alejandro Pelfini, Miguel Ángel López y Claudio Riveros
nómicas, políticas y sociales del estado en el que viven” (Reinsch, 1909: 508).
En su trabajo, el autor identificó una clase terrateniente poseedora de haciendas
en el valle central y de casas en Santiago, y una aristocracia industrial y minera.
Definió también al Congreso como el “consejo de la clase gobernante”, con
apellidos que se repetían en el tiempo: “Concha, Figueroa, Subercaseaux, To-
cornal, Errázuriz, Vergara, Zañartu, Irarrázaval, Edwards, Balmaceda, Walker,
etc.” (Reinsch, 1909: 508-509). Gran parte de la caracterización de la élite
chilena realizada por Reinsch (1909) mantuvo su influencia hasta el quiebre
de la democracia, en 1973, y sus conclusiones fueron refrendadas por trabajos
ulteriores sobre las élites parlamentarias. El geógrafo César Caviedes (1979)
se interesó por las familias chilenas en cargos del Poder Ejecutivo y Legislativo
entre 1810 y 1953, y la politóloga Karen L. Remmer (1984) analizó el porcen-
taje de congresistas que compartían un apellido paterno con uno de los “viejos
millonarios” chilenos entre 1870 y 1924.
Para el sociólogo Tomás Moulian, fue la constitución de 1833 la que sentó
las bases de un Estado oligárquico en el que las élites políticas y económicas
eran compatibles (Moulian 1985: 20). Sea que se las llame “clase dirigente” o
“clase gobernante” (Urzúa Valenzuela, 1968), “oligarquía” (Loveman, 2001:
139), “clase alta terrateniente” (Collier, 1993: 21-22), “aristocracia” (Boeninger
1997: 44-52), o “élite tradicional y terrateniente” (Jocelyn-Holt, 1997: 194),
diversos estudios ponen en evidencia las conexiones familiares de los actores
políticamente relevantes del siglo xix y la política de parentesco impuesta en
el período de la independencia, que terminó por limitar el gobierno a una
élite (Lowenthal Felstiner, 1976),14 con intereses en el ejercicio del poder para
oficiar como representantes orgánicos de la clase alta (Moulian, 1985: 33) y
“preocupaciones políticas e intereses económicos” en común (Jocelyn-Holt,
1997: 194). Estas pocas familias influyentes se concentraban en cuatro cuadras
del centro de Santiago (Bauer, 1975: 46, 206).
La veta comparativista tradicional de la ciencia política contribuyó también
a asentar la idea de una élite decimonónica cohesionada, inscrita en un sistema
político comparativamente estable, pero no inclusivo ni representativo. Ruth
Berins Collier y David Collier (1991: 106-107) encontraron así similitudes entre
los Estados oligárquicos de Chile y Brasil del siglo xix. Ambos eran repúblicas
civiles, descentralizadas, con una democracia corrupta y limitada, dominada por
14
Entre las contribuciones recientes, cabe mencionar el libro de Sarah C. Chambers (2015) que
aborda desde una perspectiva de género las interconexiones entre familias, y más ampliamente,
el vínculo entre familia(s) y política durante el siglo xix.
166
El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
15
En un sentido parecido, Donald Bray (1961) analiza en su tesis doctoral las dificultades que
tuvieron los empresarios árabes para irrumpir en la política a mediados del siglo xx y cómo, en
parte, lo lograron gracias al impulso del ibañismo.
16
Cabe señalar que las menciones a estas revoluciones burguesas abortadas se inscriben en un
debate político y académico que adquirió mucha relevancia desde la década del cincuenta en
adelante en el campo marxista, y que tuvo implicancias en el análisis social, histórico y en los
mismos cursos de acción, líneas estratégicas y política coalicional de los partidos de izquierda:
el de la existencia o no de una burguesía nacional o burguesía progresista.
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Stéphanie Alenda, Alejandro Pelfini, Miguel Ángel López y Claudio Riveros
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El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
afirma que si bien estas numerosas tensiones “contribuían a una imagen plura-
lista del sistema político […] había una clara tendencia de todos los grupos de
presión de la elite de actuar unidos en defensa del sistema” (Carrière, 1975: 27).
Tal vez el más completo análisis de la élite chilena anterior a 1973 fue
el realizado por Zeitlin y Ratcliff (1988). Los autores estudian las relaciones
internas de la élite chilena, con especial atención en la interrelación entre terra-
tenientes y empresarios durante la década del sesenta. Desde una perspectiva de
clase más cercana a Marx que a Weber, concentran el estudio en el análisis de
las esferas de dominación social: las organizaciones burocráticas económicas,
las relaciones de la propiedad privada y el Estado. Según Ratcliff (1974), para
1973 la clase capitalista chilena mantenía el poder de los latifundios, pero era
altamente dependiente de los intereses capitalistas extranjeros, su cuota de poder
era alta, pero disminuida en consideración al pasado. Incapaces de contener el
proceso democrático de reformas de los gobiernos de Eduardo Frei y Salvador
Allende que amenazaban su poder, recibieron con agrado el golpe militar de
Pinochet y colaboraron con él (Ratcliff, 1974: 83-89). El sociólogo marxista
James Petras (2001), estudioso de la política chilena en los sesenta y setenta,
desarrolló una postura aún más tajante sobre el rol de los grupos dirigentes en
la política chilena y el golpe de Estado de 1973. Para él, las causas del golpe no
son institucionales sino una muestra del poder de la élite chilena y del peso de
sus tradiciones autoritarias.
Así, desde diferentes disciplinas, varios autores mostraron la tensión que
existía entre unas élites que empezaron a ser más heterogéneas después de la
guerra civil de 1891, pero mantuvieron un alto grado de cohesión en torno a la
defensa de sus intereses y fuertes interconexiones entre sí. Aquella heterogenei-
zación estaba ligada a la ampliación de la representación que se produjo con la
emergencia de un sistema de partidos competitivo. Pero, ¿en qué medida esta
emergencia contribuyó a erosionar el poder de la élite tradicional?
169
Stéphanie Alenda, Alejandro Pelfini, Miguel Ángel López y Claudio Riveros
17
Remitimos a los libros Evolución histórica de los partidos políticos chilenos del político liberal René
León Echaiz (1939) y a la Historia de los partidos políticos chilenos del expresidente demócrata-
cristiano, Eduardo Frei Montalva (1949), que buscan dar continuidad a la obra de Edwards.
Ambos libros se caracterizan por realizar una historiografía reciente en una época en que todas
las historias generales de Chile terminaban en 1891.
18
El Frente de Acción Popular (frap) fue una coalición de partidos de izquierda vigente en
Chile entre 1956 y 1969. Fue reemplazada por la Unidad Popular (up), en 1969. Llevó como
candidato a la presidencia a Salvador Allende en las elecciones de 1958 y 1964.
170
El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
zada por una alta burguesía minera, manufacturera y comercial que crece sobre
las ruinas de la economía exclusivamente feudal de la primera mitad del siglo
xix, y da forma al Partido Liberal. Este, al convertirse en partido de gobierno a
partir de 1876, se estructura, en mayor medida, a partir de altos funcionarios y
empleados públicos en general, sin dejar de representar un grupo poderoso de
la aristocracia. Durante la primera mitad del siglo xx, se irá confundiendo cada
vez más con el Partido Conservador en sus enfoques, acciones y composición
socioeconómica, hasta la fusión de ambas fuerzas en 1966.19
En cuanto al Partido Radical, su núcleo inicial está constituido por “un
fuerte grupo de mineros, industriales y comerciantes, intelectuales y profe-
siones liberales”, que pertenecen a la pequeña o alta burguesía, perfil que se
mantiene hasta los años cuarenta y tiende a reforzarse a medida que se van
consolidando los partidos de izquierda. Si bien la composición social de los
grupos dirigentes del Partido Socialista (ps) difiere de modo sustancial de los
demás partidos, particularmente en lo que refiere a sus actividades centrales
(algunos parlamentarios son obreros) y complementarias (tienen un vínculo
con el mundo sindical), los dirigentes del ps no dejan de ser, principalmente,
“pequeño-burgueses, intelectuales y profesionales” (Urzúa Valenzuela, 1968:
197). Por su parte, los grupos dirigentes del pdc se caracterizan por tener ape-
llidos más heterogéneos que sus pares conservadores, liberales y radicales, por
provenir de oleadas inmigrantes relativamente recientes.
Tras analizar lo que denomina la transformación de la “oligarquía” en
“clase dirigente” durante el período parlamentario (1891-1920/25), y concluir
que hasta aproximadamente 1920 la composición social de los dirigentes de
los partidos Radical, Liberal y Conservador era todavía muy similar (Urzúa
Valenzuela, 1968: 150), el autor habla de “élite política” para referirse a un
grupo dirigente de igual estatus socioeconómico, con exclusión casi absoluta
del elemento obrero:
El estudio de los grupos dirigentes demuestra, precisamente, la escasa
penetración de este pueblo “real”, así como de sus valores e ideales polí-
tico-culturales. No hay “pueblo real” ni en las directivas de los partidos
tradicionales del siglo xix, ni en los partidos “populares” o clasistas de
estos años. Hay, en cambio, una oligarquía dirigente, un círculo interior
19
Frei Montalva plantea lo mismo respecto al origen social de las élites del Partido Liberal y
conservador a inicios del siglo xx: prácticamente la totalidad de sus directivos y parlamentarios
pertenecían a la antigua “aristocracia chilena”. Se trataba de una oligarquía que conjugaba poder
económico y político (Frei Montalva, 1949: 222).
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En algunos trabajos iniciales sobre los “pactos de élite”,20 estos son pre-
sentados como una necesidad para instalar y consolidar la democracia debido
a los consensos que provocan. Cavarozzi retoma la noción de pacto de élite o
“élite settlement” (Burton, Gunther y Higley, 199221) y argumenta que la tran-
sición a la democracia en Chile fue el resultado de un proceso de negociación
que implicó dos élites settlement parciales. Una, entre la Concertación, la gran
coalición opositora a Pinochet, y los elementos moderados que apoyaban el
autoritarismo; y otra, en el interior de la Concertación, entre sus dos principales
fuerzas, los demócrata-cristianos y los socialistas. Estudios posteriores utilizan
preferentemente la noción de “pacto político” –más amplia y descentrada de
las élites políticas–, para referirse a la baja calidad de la democracia chilena.
Para Posner (2008), la naturaleza misma del pacto transicional entre los que
apoyaban el autoritarismo y los demócratas impuso un tinte conservador a la
política chilena actual, sobre todo en lo referente a una mayor inclusión y parti-
cipación ciudadana. Posner menciona especialmente a los senadores designados
y al sistema electoral binominal, como ejemplos de instituciones autoritarias
que subsistieron en democracia como consecuencia del pacto transicional.
Más que un estudio sobre las élites, el de Posner es un trabajo sobre los efectos
de los acuerdos de transición en el Chile contemporáneo, en el que se plantea
que el neoliberalismo erosiona la capacidad de los grupos subalternos para la
acción colectiva. En efecto, “como consecuencia de esta estrategia de transición
controlada por la élite, la brecha entre los militantes de base y las élites de los
partidos se amplió significativamente, dejando a muchos en las bases con la
sensación de estar excluidos del proceso político” (Posner, 2008: 78). Sus con-
clusiones son compartidas por Cristóbal Rovira, quien distingue tres déficits
democráticos en el Chile actual: “La institucionalización de negociaciones a
puertas cerradas entre las élites, el anclaje de la ortodoxia neo-liberal y la tardía
20
Un pacto de élite es: “Un explícito, pero no siempre públicamente explicado o justificado,
acuerdo entre un grupo selecto de actores que busca definir (o mejor aún, redefinir) las reglas
que gobiernan el ejercicio del poder sobre la base de garantías mutuas para los ‘intereses vitales’
de los que entran en él” (O’Donnell y Schmitter, 1986: 37).
21
Michael Burton, Richard Gunther y John Higley extendieron la teoría de los pactos de élite
para aumentar su poder explicativo al distinguir entre un pacto de élite de settlement y otro
de convergence. En el primero, las élites en conflicto repentina y deliberadamente reorganizan
sus relaciones mediante la negociación de compromisos en sus desacuerdos más básicos. En el
segundo, que es mucho más frecuente y aplicado a países que ya transitaron a la democracia, los
campos opuestos y las facciones que forman una élite desunida comienzan a converger si una de
las élites en conflicto crea una coalición política amplia, capaz de movilizar suficientes electores
para ganar repetidamente las elecciones (Burton, Gunther y Higley, 1992: 13-30).
174
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enfoque que se inscriben la mayoría de los trabajos sobre las trayectorias de las
organizaciones partidarias, aprehendidas a través de sus élites.
22
Pereira escribe: “La mayoría de las veces la ideología se manifiesta entre los miembros de un
partido bajo la forma de una cultura política” (Pereira, 1994: 12).
23
Sobre el reclutamiento de las élites políticas desde los ochenta, ver Lobos Roco (2014).
24
La Juventud conservadora que adoptó el nombre de Falange siguió distanciándose del ideario
conservador hasta conformar el Partido Demócrata Cristiano en 1957.
176
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Durante el mismo período, la Iglesia también sufrió cambios, pues si bien no cuestiona el orden
25
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26
Sobre los fenómenos de migración política, ver Alenda y Sepúlveda (2009: 150) y Cuevas
(2015).
27
La udi nace bajo la forma de movimiento llamado “gremial”, en 1967, se formaliza como tal
en 1983 y se convierte en partido político en 1988. Es también uno de los principales actores de
la transición pues representa a los sectores que apoyaron al régimen militar. A fines de los sesenta,
ante la influencia creciente de las ideas socialistas, la doctrina socioeconómica gremialista sirve para
defender la autonomía de los cuerpos intermedios (grupos sociales ubicados entre los individuos
y el Estado entre los que figuran las organizaciones que agrupan actores de una misma profesión
o corporaciones). Para mayores detalles sobre la historia del partido, ver Muñoz Tamayo (2016).
179
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Sobre esas conexiones, se puede consultar el clásico libro de Dézalay y Garth (2002).
181
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Para un análisis de la génesis de este grupo en Chile, ver Brunner (1985), Puryear (1994) y
31
Mella (2008).
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guez, 1997: 7). Según Montecinos, el grupo de technopols chilenos habría sido
capaz de “eclipsar a los políticos tradicionales que no parecían preparados para
enfrentar los desafíos de una nueva era” (Montecinos, 2001: 188).
En un libro de referencia sobre las élites en Chile, Notables, Tecnócratas y
Mandarines editado por Alfredo Joignant y Pedro Güell (2011), varias de las
contribuciones confirman el peso de la tecnocracia en el país. Dávila (2011)
recuerda que el debate sobre la influencia de la tecnocracia en el gobierno y
en las decisiones de política pública siempre estuvo presente en el Chile po-
sautoritario, probablemente debido al poder de los Chicago Boys. Destaca su
rol en la formulación de políticas públicas, en las que se privilegia –además de
la estabilidad económica– la experticia técnica, la que no necesariamente se
presenta como un polo opuesto a la política dado el upgrade académico de la
clase política chilena. Esto plantea un problema, pues ¿cómo distinguir a un
tecnócrata “puro” de un político altamente educado y doctor en Economía?
En su análisis de la élite tecnocrática de los gobiernos de la Concertación, la
politóloga constata que la gran mayoría de los ministros y subsecretarios con
un alto nivel educacional (doctores o candidatos a doctores en Economía como
disciplina dominante en los asuntos públicos) eran también militantes de un
partido.
En el mismo libro, Aguilera y Fuentes (2011) amplían el espectro de élites
gubernamentales a las “élites expertas” que representarían un grupo de asesores
con la capacidad de influir en la formulación de las políticas públicas sin tener
una posición de privilegio en el sistema político, sino más bien ubicados en
un espacio gris entre el mundo de las ideas y el mundo político. Entre ellos se
destacan los especialistas provenientes de los centros de estudios o think tanks
cercanos a la coalición de gobierno, muchos de cuyos asesores se convirtieron
en ministros. El haber pertenecido a un think tank fue, por ejemplo, un factor
importante para la selección de funcionarios ministeriales del primer gobierno
de Michelle Bachelet; y lo sería en menor grado en el gobierno de Sebastián
Piñera (Olivares et al., 2014).
Los matices a veces tenues que existen entre estos diferentes tipos de éli-
tes son recogidos por Joignant (2011b) en una tipología que contempla tres
grupos de agentes. Esta se construye en función de los diferentes capitales que
predominan en cada grupo, pero busca también dar cuenta de tipos probables
de carrera política y gubernamental. De esta forma, complejiza la distinción
habitual entre “tecnócratas” y “políticos” enfrentados durante los gobiernos de
la Concertación. Los grupos distinguidos por Joignant son: a) tecnócratas, b)
dirigentes de partido y c) technopols. Subdivide primero a los tecnócratas entre
183
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32
La encuesta fue aplicada entre 2009 y 2010 a quienes ocuparon los cargos de ministros y
subsecretarios de los gobiernos de la Concertación.
33
Sobre la estabilidad de las élites ministeriales en sus cargos, ambos politólogos muestran, al usar
funciones de supervivencia, que la militancia partidaria “no constituye un factor que aumente las
probabilidades de sobrevivir a los ajustes ministeriales” (González-Bustamante y Olivares, 2016:
102), a diferencia de poseer “una profesión de prestigio” (González-Bustamante y Olivares,
2016: 99). Los ministros con un pasado en organizaciones sociales correrían también más riesgo
de perder su cargo, al tiempo que las crisis económicas (en el primer decenio de la Concertación)
y los casos de corrupción afectarían su supervivencia en el cargo.
184
El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
tecnocracia gubernamental exista en Chile desde fines de los años veinte. Esta
centralidad refleja a su vez un triple proceso de cambio: a) la generalización del
conocimiento “experto” para orientar las decisiones públicas; b) la especifici-
dad de la transición democrática chilena que llevó a una despolitización de la
gestión del Estado y a la reproducción de determinado perfil tecnocrático;34 c)
el peso adquirido por el mercado desde el régimen militar. Sin embargo, este
cambio no significa que no se mantengan formas tradicionales de distinción
o diferenciación de las élites que merecen mayores indagaciones, o que la
tendencia tecnocrática no coexista con la influencia de poderes corporativos o
grupos de intereses más informales y menos visibles que tratan de incidir sobre
las reglas del juego.
34
Los Cieplan Boys (miembros de la Corporación de Investigaciones Económicas para Latino-
américa que ocuparon la mayoría de los cargos dentro del equipo económico del gobierno de
Patricio Aylwin) y los Frei Boys, bautizados así por la prensa, suceden a los Chicago Boys. Silva
recuerda también que, a pesar de su programa crítico hacia la tecnocracia, “Michelle Bachelet
terminó nombrando al gabinete más tecnocrático que haya tenido Chile desde la restauración
de la democracia en 1990” (2008: 266), lo que demuestra el arraigo de esta figura de las élites
políticas en el Chile pre y posautoritario. Sobre la élite intelectual y política de cieplan, ver
Maillet et al. (2016).
185
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35
Sobre la importancia de distintas instituciones de Educación Superior en la formación de
tipos de “élites con vocación pública”, se puede también consultar el documento de trabajo de
Cristián Gazmuri (2001).
186
El estudio de las élites políticas en Chile: figuras y sostenes del orden
También han evolucionado las ocupaciones que solían tener los diputados,
destacándose la de “alto funcionario de gobierno (de manera más o menos
transversal a todos los partidos) y la de empresario o ejecutivo de empresas”
(Cordero y Funk, 2011: 58). Mientras esta última comprueba los vínculos
de poder que existen entre los empresarios y la política, la primera puede ser
indicativa de ciertos patrones de carreras políticas, entendidas como “el capi-
tal o el conjunto de competencias que conducen al desempeño de posiciones
de poder y de representación política” (Cordero y Funk, 2011: 62). Llama
retrospectivamente la atención la estabilidad de la élite parlamentaria en sus
cargos, ya que la tasa de renovación de diputados actual es inferior al 40%, lo
que contrasta con el período político que terminó en 1973, en el que la cifra
de recambio de diputados superaba el 50% (Cordero y Funk, 2011: 61-62).
Dentro de las rutas que conducen al poder parlamentario resulta impor-
tante haber sido dirigente estudiantil –cargo que ocuparon cerca del 40% de
los diputados en ejercicio durante el período considerado– y haber ocupado
un cargo partidario –es el caso de cerca del 60% de los diputados–, “lo que se
encuentra bastante más acentuado en los casos del ps, la dc y la udi” (Cordero
y Funk, 2011: 62). En las legislaturas previas a 1973, los diputados aparecen en
mayor medida ejerciendo cargos de elección popular de menor relevancia, como
alcaldes o regidores (concejales), lo que, según los autores, ha sido reemplazado
por el hecho de cumplir funciones en la administración del Estado: “El desem-
peño de cargos directivos en la administración pública no solo representa una
discontinuidad a nivel de las carreras políticas, sino que además emerge como
un nuevo preámbulo laboral de importancia entre los diputados de la nueva
democracia antes de llegar al parlamento” (Cordero y Funk, 2011: 64). El juicio
de los autores sobre los partidos, a la luz de sus evidencias, es tajante: estos son,
en la actualidad, más tecnocráticos y pragmáticos. Por sobre la representación
de los distintos grupos sociales, “han priorizado líderes con un perfil técnico y
profesional, que junto con tener capital electoral vengan provistos del capital
social necesario y mayores credenciales educativas y habilidades profesionales”
(Cordero y Funk, 2011: 65).
Estas conclusiones son exploradas por Vicente Espinoza (2010) desde otro
ángulo: las redes de poder y sociabilidad de los parlamentarios, estudiadas
mediante datos sociodemográficos y entrevistas a diputados y senadores. Hasta
cierto punto, la estabilidad del sistema político descansa en “el origen social
similar de los parlamentarios unido a una interacción social frecuente [que]
reduce el dramatismo de las diferencias ideológicas haciendo así más probable
las transformaciones políticas o el cambio del grupo en el poder” (Espinoza,
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Para una definición crítica del concepto, ver Alenda (2017).
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Conclusiones
Como primera conclusión de este mapeo de los principales trabajos sobre las
élites políticas en Chile se evidencia que el interés por ellas ha sido constante,
de larga data y que ha suscitado importantes controversias, aunque más en
la historia que en la ciencia política y en la sociología. De un objeto difuso y
opaco en la historiografía conservadora en la que élites, orden y Estado pare-
cían ensamblarse armónicamente, se evolucionó hacia estudios diferenciados,
con mayor evidencia empírica y un análisis de las élites en plural, en múltiples
funciones y ámbitos de desempeño, como se hace notorio con la expansión
de la ciencia política y la sociología en el país. En el ínterin, no debe dejar de
mencionarse el surgimiento de una historia social académica, que se concibe
como contrapunto de la historiografía conservadora centrada en los “grandes
hombres”, pero que tampoco logra hacer visibles a las élites como objeto, debido
a su preocupación por los procesos políticos construidos “desde abajo” y por
su sesgo ideológico. De todos modos, sea en el estudio explícito de las élites
como en su contracara, que pone el foco en sujetos negados por el Estado, lo
que vertebra este recorrido sigue siendo la centralidad del orden y la pregunta
por cómo mantenerlo, y coloca a las élites como los sujetos de esa estabilidad.
Sea en la forma oligárquica, la de la clase política más plural de mediados del
siglo xx o los technopols concertacionistas en la larga transición democrática,
las élites políticas son agentes de mantenimiento del orden y los equilibrios al
resguardar la institucionalidad.
Si retomamos, entonces, los ejes de análisis transversales que planteamos
en la introducción podemos dar cuenta sintéticamente de cómo los diversos
estudios recopilados: 1) conciben el orden político y a sus sujetos; 2) identifican
ciertos momentos de crisis y la manera en que se resuelven; y 3) conceptualizan
a las élites a partir de los ejes heterogeneidad/homogeneidad interna y autono-
mía/heteronomía respecto del poder social y económico.
1) Los sujetos del orden. Tal como indicamos, la mirada a las élites políticas
tiende a concebirlos principalmente como sujetos del orden, no tanto
como sus constructores o legitimadores (pregunta que estaría más presente
en la Argentina, por ejemplo), sino como sus sostenes. El orden ya está
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Ahora bien, es la última restauración del orden, la que viene con la dictadura
de Pinochet, la que obliga a repensar esta supuesta pluralización y competencia
en los sectores dominantes al destacar la continuidad de clase y la imbricación
entre élites políticas y económicas en un sólido bloque de poder (Fischer,
2017). El acento se pone entonces en la emergencia de nuevas élites o bien
en la reconversión de las que ya existen, como para asegurar la transición del
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La colección Política, políticas y sociedad reúne los textos relacio-
nados con las temáticas de política, política social, economía,
sociología, relaciones del trabajo y otras. Todas estas temáticas
son abordadas en las investigaciones de la Universidad, siempre
vinculadas al desarrollo de nuestra oferta académica y de docen-
cia y al trabajo con la comunidad.