El Pacto de Dominacion Estado Clase y Reforma Social en Mexico 1910 1995 876957

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Viviane Brachet-Márquez

Estado, clase y reforma social


en México (1910-1995)

EL COLEGIO DE MEXICO
EL PACTO DE DOMINACIÓN
Estado, clase y reforma social en México (1910-1995)
CENTRO DE ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS
EL PACTO
DE DOMINACIÓN
Estado, clase y reforma
social en México
(1910-1995)

Viviane Brachet-Márquez

EL COLEGIO DE MÉXICO
309.2972
M317p

Márquez, Viviane Brachet de


£1 pacto de dominación : estado, dase y reforma social en México,
1910-1995 / Viviane Brachet-Márquez. — México : £1 Colegio de Méxi­
co, Centro de Estudios Sociológicos, 1996.
317 p. ; 21 cm.

ISBN 968-12-0580-4

1. México-Polftica social-Siglo XX. 2. México-Política y gobierno-Si-


glo XX. 3. México-Condiciones sociales-Siglo XX. 4. Estado, El-México.

Ésta es una versión corregida y aumentada de


The Dynamics ofDomination. State, Class, and
Social Reform in Mexico, 1910-1990,
publicado por University of Pittsburgh Press, 1994.
Traducción de Gilberto Conde

Portada de Mónica Diez-Martmez


Ilustración de Jordi Gironella, Después de la Revolución, carbón, 1994.
Fotografía de Jorge Contreras Chacel.

Primera edición en español, 1996

D.R. © £1 Colegio de México


Camino al Ajusco 20
Pedregal de Santa Teresa
10740 México, D.F.

ISBN 968-12-05804

Impreso en México/Printed in Mexico


ÍNDICE

Prólogo a la primera edición en español 11

I. Introducción 15
México: el escenario 17
Reformas sociales y trabajo 21
Métodos 25
Límites de estudio 27
Organización del libro 51

II. Luchas populares y reforma social: un enfoque de


interacción 35
Introducción 35
La visión “desde arriba” de las reformas sociales 40
£1 Estado sensible 45
La década perdida: reconsiderar el Estado mexicano 49
El pacto de dominación 54
El pacto de dominación: el caso mexicano 59
El pacto de dominación: una herramienta conceptual 63

III. De la Revolución a la institucionalización: de


1910-1940 65
El pacto porfirista de dominación 66
La década constitucionalista 1911-1920 69
Los sonorenses: 1920-1932 86
Cardenismo (1934-1940) 102
Conclusiones 110

IV. De la alianza a la confrontación: 1940-1970 115


Del cardenismo a la unidad nacional (1940-1946) 117
Apretando las tuercas (1946-1958) 131
Un “gobierno de extrema izquierda, dentro de la Cons­
titución” (1958-1964) 149
Conclusión 168

7
8 EL PACTO DE DOMINACIÓN

V. De administrar la riqueza a distribuir la pobreza:


1970-1993 173
Populismo sin pueblo ( 1970-1-976) 177
De la estabilización a la petrolización (1976-1982) 188
De mal en pire (1982-1988) 200
Entre milagro y espejismo (1988-1993) 213
Conclusión 222
VI. Conclusión 225
El pacto de dominación de 1910-1990: un resumen 226
Explicaciones alternativas 232
VII. Epílogo: prolegómenos a un derrumbe 249

Apéndice 1 271

Apéndice 2 279

Apéndice 3 283

Bibliografía 291

índice bibliográfico 313


A los que lucharon por el cambio
PRÓLOGO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

Entre los científicos sociales de México, el pastel intelectual se


reparte por “temas”: a cada quien le corresponde su trozo. De ahí
que la primera pregunta que se plantearon los dictaminadores de
este libro fue: ¿cuál es el tema? Pero como ninguno se imponía a
primera vista, cada lector eligió uno distinto, y emitió críticas
perfectamente justificadas bajo el supuesto de que había acertado.
El primero de ellos pensó que había querido analizar las
políticas sociales en México. Sobre esta base, observó que no había
tratado en su totalidad las políticas sociales del periodo abarcado,
y que tampoco había analizado con la profundidad debida las que
había incluido.
El segundo dictaminador pensó que había intentado hacer una
historia del movimiento obrero en México. Desde esa perspectiva,
el libro pecaba de repetir lo que otros habían escrito mejor.
Un tercer lector pensó que el libro presentaba un estudio del
Estado mexicano.1 Sin embargo, éste mostraba una cabeza dema­
siado visible, y sin ningún rodaje ni mecanismo internos. Viniendo de
alguien que se había dedicado (en una etapa anterior) a estudiar
las decisiones estatales, el trabajo demostraba francamente poco
oficio. Esta crítica fue la que más trabajo me costó merecer.
Formada por un gran gurú de la sociología organizacional,
había utilizado, en trabajos anteriores, las herramientas de esta1

1 Advierto, desde ahora, que los términos gobierno, Estado y régimen no son
sinónimos, como a veces los periodistas nos podrían hacer creer. Un gobierno es un
equipo gubernamental determinado (o sea, presidente y gabinete) que gobierna
el país durante un periodo también determinado. En este sentido, hablamos del
gobierno de Miguel de la Madrid o del de José Lopez Portillo. El Estado es el con­
junto de estructuras y mecanismos organizacionales que instrumentan el cuerpo de
leyes generado por el proceso parlamentario-gubernamental. Un régimen es un
conjunto de reglas y procedimientos para el acceso y el ejercicio del poder político.
El régimen estructura los mecanismos de funcionamiento del Estado y del gobierno.
En este sentido, no puede existir un Estado a secas, sino un Estado democrático o
un gobierno autoritario.

11
12 EL PACTO DE DOMINACIÓN

subdisciplina para acercarme al proceso estatal mexicano. Como


resultado, había adquirido una ceguera selectiva (pero ampliamen­
te compartida) que me impedía ver a la sociedad. Esta visión, que
critico a lo largo y ancho de este libro, retrata al Estado como una
maquinaria hiperracionalizada, y al presidente de la república
como un experto en manejarla, consciente en cada momento del
rumbo hacia el que se dirige el país. Todos los mexicanos —acadé­
micos y no académicos— sabemos que pocos presidentes del país
supieron manejar esta maquinaria, en realidad poco racionalizada,
y todavía menos tuvieron alguna idea de hacia dónde la dirigían.
No podemos culparlos de todo lo acontecido (aunque sí, algo de
responsabilidad tenemos que dejarles). La culpable es esa visión
simplista de la historia, que nos hace incapaces de percibir, y menos
de analizar, la interacción entre Estado y sociedad.
El propósito del libro no es ninguno de los que le atribuyeron
mis dictaminadores. No intento estudiar al Estado por sí sólo, ni
me parecen vitales los detalles sobre las políticas sociales que
omito. Tampoco intento apoderarme del trozo de pastel que corres­
ponde a los especialistas del movimiento obrero o de las políticas
analizadas. Propongo una narrativa histórica con una tesis, poco
enunciada hasta ahora, acerca del papel de los grupos subordi­
nados —particularmente pero no exclusivamente el movimiento
obrero— que conforman el México que empezó en 1910 y se está
acabando desde 1994. No obstante, esta narrativa no es una sim­
ple repetición de acontecimientos conocidos. Por el contrario, es un
relato que reordena unos y cambia la interpretación de otros de ma­
nera que las transformaciones políticas y sociales que describe se en­
tiendan como el resultado de un proceso de interacción dinámica
entre Estado y sociedad. En otras palabras, tanto las polítcas adop­
tadas (o rechazadas) como los actores que intervienen, son los datos
que utiliza para comprobar esta tesis. La narración, por lo tanto, tiene
valor analítico en relación con el argumento central sustentado.
Este argumento es muy simple: pretendo demostrar que los
grupos subalternos fueron partícipes en la conformación del sis­
tema autoritario sui generis que se arraigó en México. El mecanismo
de la participación de estos grupos en la transformación del régimen
es la confrontación con el Estado, que hace peligrar los principios
fundamentales que sostienen al régimen. Las políticas sociales
PRÓLOGO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL 13

surgen de la necesidad, para las élites estatales, de disuadir a las


bases de seguir la disidencia. El resultado es un proceso histórico
discontinuo de tensiones, confrontaciones, concesiones y retornos
sucesivos a la paz social. En términos analíticos, estas presiones
“desde abajo” son conceptuadas como fuerzas de transforma­
ción de lo que llamo el pacto de dominación, retomando una tradición
intelectual heredada de Femando Henrique Cardoso y Guillermo
O’Donnell. Esta tesis remite a una concepción del poder que no con­
siste en contar hombres, sindicalizados o fusiles, sino en entender
las presiones ejercidas sobre los delicados resortes de una legitimi­
dad estatal basada en una agenda redistributiva.
No se trata aquí de asignar un papel protagonista a los líderes
obreros oficializados (aunque también pueden tenerlo en algunos
momentos), sino de entender la importancia, para los actores esta­
tales, de conservar una base popular disciplinada frente al surgi­
miento de grupos disidentes que, en la mayoría de los casos, se re­
belan en nombre de los valores oficiales de la Revolución. Tales
retos amenazan con destruir la imagen cuidadosamente formulada
y apoyada por los medios masivos, que presentan los gobiernos a la
opinión pública. En otras palabras, el poder de los de abajo que se ejer­
ce —siempre coyunturalmente y seguido de represiones terribles— es
el de poner de manifiesto que el emperador anda desnudo. Para
impedirlo, los actores estatales han optado por ceder y conceder,
una y otra vez, haciendo efectivo el pacto revolucionario ante las
masas disciplinadas. En este proceso, aunque los rebeldes aparecen
como los perdedores, en realidad éstos son la condición del cambio.
Cuando empecé a escribir este libro en 1986, no se perfilaba
ningún reto a la autoridad estatal. Parecía como si la crisis de 1982
hubiera agotado la capacidad contestataria en la sociedad mexica­
na, especialmente en la dase obrera. Fue hasta cuando el libro estaba
prácticamente terminado, el momento en que surgió la rebelión
electoral de 1988 de las masas urbanas contra el pri, seguida del
desarrollo de Pronasol, cuya instrumentación se centró en las
zonas de resistencia cardenista.
La versión publicada en Estados Unidos ya estaba en el merca­
do, y terminada su traducción al español cuando la rebelión de
Chiapas volvió a cuestionar el frágil pacto de dominación estableci­
do entre el gobierno de Carlos Salinas de Gortari y las masas pau-
14 EL PACTO DE DOMINACIÓN

pérrimas. Por una vez, un movimiento campesino regional lograba


tener una resonancia nacional, amenazando a las estructuras vetus­
tas del corporativismo mexicano, y exigiendo que se hicieran
realidad las promesas de democracia y de justicia. Aunque el resul­
tado final todavía no está a la vista en el momento en que escribo
este prólogo, la tesis que aquí presento predice que este reto al
Estado tendrá consecuencias transformadoras mucho mayores que
cualquier promesa de autorreformá originada en el seno del go­
bierno en tumo.
Este libro, aunque represente un esfuerzo individual, debe
mucho a las instituciones, así como a los amigos y colegas que me
ayudaron a sostener mi esfuerzo. El impulso inicial fue dado por una
investigación sobre las políticas de salud, financiada conjuntamen­
te por el International Development Research Center de Canadá y
por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Empecé a redac­
tar el libro cuando fui invitada como Fullbright Fellow en el Center
for Social Policy and Planning in Developing Countries de la Uni­
versidad de Columbia en Nueva York. En relación con esta etapa,
tengo una gran deuda con Robert A. Alford, quien me aconsejó
incansablemente sobre el esquema teórico. Durante la etapa de
redacción de la parte empírica, recibí comentarios de los integran­
tes del seminario que se reunió con regularidad durante dos años
a mi regreso a México. En particular, deseo dar las gracias a María
Herrera, Susan Street, Karen Kovacs y José Antonio Aldrete Haas
por sus comentarios sobre diferentes capítulos del manuscrito.
Deseo también agradecer a Peter Cleaves su lectura cuidadosa y
crítica de todo el manuscrito; al profesor Víctor L. Urquidi por su
revisión del epílogo, y a mis dictaminadores anónimos y amigos
por sus comentarios y críticas. Entre éstos, quiero mencionar en
particular a Charles Perrow, Diane Davis y Barbara Helfferich.
Agradezco también la participación de Gilberto Conde, quien
tradujo la versión del inglés al español, y al Departamento de
Publicaciones de El Colegio de México por su cuidadosa revisión
del texto y su paciencia ante las carencias de mi español.

México, D. F., 10 de julio de 1995


I. INTRODUCCIÓN

La dominación, definida como la capacidad de imponer a otros


determinada conducta, es una relación que se perpetúa a sí misma
mientras los dominados permanecen incapaces de alterar por
cualquier medio posible su condición de subordinación. En las
sociedades capitalistas, la distribución desigual del excedente
económico constituye la forma central de dominación. Esta condi­
ción, identificada por el marxismo clásico como la raíz de la for­
mación de las clases, es la expresión específicamente económica de
la dominación capitalista mediante los mecanismos de mercado.
Sin embargo, los procesos que determinan el nivel de remunera­
ción de las distintas tareas y categorías de asalariados trascienden
al mercado. En cualquier sociedad capitalista, lo que efectivamente
se paga a los trabajadores resulta, en gran medida, de procesos
políticos en que los protagonistas con intereses de clase opues­
tos se confrontan y negocian condiciones de trabajo legalmente
instituidas, que a su vez son respaldadas por el poder coercitivo del
Estado.1
Estos procesos políticos y las reglas que rigen su curso, lejos
de ser independientes de los intereses de clase son, parcialmen­
te, producto de la participación de las clases subordinadas en los
procesos políticos. Por ello, aunque no podemos asumir, como lo
hicieron los primeros marxistas, que las relaciones de clase defini­
das económicamente conducen necesariamente al conflicto de
clase o a la acción colectiva de clase (Katznelson, 1986: 20), tampo­
co podemos afirmar que el contexto político de las sociedades
capitalistas sea independiente de las clases, en especial en lo que1

1 Marx suponía que el mercado determinaba el nivel de remuneración del


trabajo. Tal suposición sólo sería válida en una economía de laisserfaire en que la
fuerza de trabajo estuviese completamente atomizada, es decir, sin medio alguno
para afectar colectivamente las decisiones políticas relativas a los niveles salariales.
Claramente, estas suposiciones ya no son válidas en el capitalismo tardío.

15
18 EL PACTO DE DOMINACIÓN

mo cuarto del siglo xix,4 bajo la dictadura más represiva desde su


independencia. Lo hizo abriendo sus puertas a los capitales euro­
peos y estadunidenses para la explotación de sus vastos recursos
mineros y para la construcción de su infraestructura (ferrocarriles,
puertos, electricidad, etc.). También se volvió más capitalista al
intensificar su producción agrícola básica para la exportaciórt,
aunque esto no alteró las relaciones señoriales de producción en
el campo, heredadas del sistema de haciendas.
La historia de México en el siglo xx se inicia con el desmorona­
miento de este régimen que había permitido cierto desarrollo capi­
talista; pero que, simultáneamente, había perpetuado una forma
rígida de poder estatal incapaz de integrar las transformaciones
sociales que desataba. Después de 35 años de lo que se ha dado en
llamar la pax porfiriana, durante la cual México “se desarrolló" en el
sentido económico convencional del término y apareció una nueva
estructura de clases, el país pasó a ser el escenario de la primera
revolución social moderna del siglo xx. La composición social de
las fuerzas revolucionarias que participaron en esta conflagración
y su contribución subsecuente a la constitución de un nuevo ré­
gimen transformaron radicalmente las condiciones en que diferen­
tes grupos de la sociedad mexicana (el incipiente proletariado
industrial, el campesinado, los sectores medios liberales, los in­
versionistas extranjeros y la joven burguesía nacional) podían
relacionarse entre sí y con el recientemente establecido aparato de
poder político.
Después del establecimiento por la Revolución de un orden
que afirmaba ser más justo, México pasó por varias dislocaciones
y transformaciones, tanto en su estructura social interna, como en
sus relaciones con los inversionistas extranjeros y con el mercado
mundial. No lo hizo, sin embargo, bajo el ímpetu de una clase
empresarial dinámica, sino, aparentemente, como resultado de po­
líticas estatales sistemáticas. Con éstas, México creció hasta ser una
sociedad bastante industrializada. A pesar de reivindicar más
justicia y reconocimiento del papel jugado por las masas trabaja­

4 Con esto no cuestiono la teoría del sistema mundial cuando afirma que el
sistema de la hacienda, iniciado en el siglo XVI, era capitalista (Wallerstein, 1974,
Cockroft, 1972); simplemente indico cuándo fue el inicio del capitalismo industrial.
INTRODUCCIÓN 19

doras en tal proceso, éste se ha caracterizado (aún ahora) por


profundas desigualdades entre unos pocos ostentosamente ricos y
la mayoría de pobres.
Con todo y estas deficiencias, México ha sido, durante décadas,
un modelo para otras nacionesjóvenes del Tercer Mundo en la bús­
queda de “desarrollo”. A partir de los años setenta, no obstante,
esta imagen se comenzó a empañar, al deteriorarse la mayoría de los
indicadores económicos convencionales y hacerse evidentes los de­
sequilibrios profundos entre los distintos sectores. £1 más notorio
fue el estancamiento de la agricultura, evidenciado por la imposi­
bilidad del campesinado para alimentarse a sí mismo y al país,
seguido por el éxodo campesino masivo a Estados Unidos y a las
tres ciudades más grandes de México.
Después de un breve interludio de crecimiento basado en el
petróleo (1980-1982), México se sumió en la más profunda y du­
radera crisis económica de su historia, evidenciada en la fuga
masiva de capitales, la aplastante deuda externa, el desempleo sin
precedentes, la tasa de inflación de tres dígitos y la extensa
desindustrialización. Esta crisis dejó con malos salarios a los que
conservaron sus empleos y en peores condiciones a millones de
subempleados y desempleados, quienes quedaron sin otra ayuda
que la de sus familiares y la Virgen de Guadalupe. También
transformó de manera fundamental el alcance y el carácter de la
intervención estatal en la sociedad, dejando en su lugar un apara­
to de Estado mucho más reducido y parcialmente descentralizado.
Al mismo tiempo, fue recortada prácticamente toda la inversión
en servicios públicos (educación, salud, vivienda, transporte y
alimentación) para pagar la inmensa deuda externa.
En cualquier otro país de Latinoamérica, esta crisis masiva
habría conducido a conmociones políticas y a un cambio violento
de régimen. En México, asombrosamente, no ha cambiado nada en
los engranajes institucionales que definen la amplitud y los límites
del poder estatal. Es decir, nada ha cambiado en la configuración
formal del poder que permanece vigente: el partido oficial sigue
obteniendo la mayoría de votos (por medios ilegales de ser necesa­
rio) y el presidente Salinas de Gortari, quien tomó posesión sin
mayores contratiempos en diciembre de 1988, detentó firmemen­
te las riendas del gobierno hasta finalizar su periodo presidencial.
20 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Para científicos sociales, periodistas y ensayistas de distintos


horizontes, lo sucedido tras esta imponente fachada institucional
fue, en un inicio, fuente constante de especulación. Algunos enfo*
carón las reacciones políticas de las clases medias; otros escudriña­
ron los indicadores de democratización de la vida pública;5 otros
más examinaron la transformación de las relaciones políticas y
económicas entre el centro y las localidades.6 Pero como no se ha
observado ninguna señal claramente identificable de cambio polí­
tico, la mayor parte de los comentaristas abandonaron temporal­
mente la práctica de hacer predicciones futuristas, limitando su
análisis a las políticas dictadas día con día por la administración de
Salinas, ya se tratara de “modernización”, libre comercio o “solida­
ridad”.
Sin embargo, ninguna de estas discusiones tienen mucho fun­
damento, salvo la observación de acontecimientos inmediatos
que inspiran interpretaciones instantáneas. Debido a que todo el
esfuerzo de investigación de los últimos veinte años se ha orientado
a comprender la estabilidad y durabilidad política de México en
función de un poder estatal unilateral, pocos pueden ahora expli­
car la relación entre las inesperadas innovaciones en política social
del gobierno de Salinas y las conmociones políticas de los ochenta.
Aunque este libro no pretende tener todas las respuestas, sí
ofrece nuevos términos para comprender los profundos cambios
experimentados por el México posterior a la Revolución. Parte de
la premisa fundamental de que estos cambios no se pueden com­
prender mediante inferencias causales instantáneas de los proce­
sos económicos a los políticos. Tampoco puede guiarse el análisis
por la creencia en la invulnerabilidad de los mecanismos burocrá­
ticos de control estatal sobre las clases subordinadas.
Propongo centrar el análisis del México posrevolucionario en
el concepto de pacto de dominación para evidenciar las presiones
desde abajo a las que el régimen ha debido sujetarse en distintos
momentos históricos. Mediante este concepto, establezco una rela­
ción entre periodos de crisis política, que significa la ruptura parcial

9 Véase Brachet-Márquez, 1992, para una discusión crítica del análisis de los
cambios políticos en México en los años ochenta.
6 González Block, 1989, y Leyva Flores, 1990.
INTRODUCCIÓN 21

de los mecanismos institucionales, y concesiones ofrecidas por el


Estado mediante reformas sociales. Estas crisis constituyen co­
yunturas concretas, e históricamente específicas, qüe hacen más
visible el proceso de lucha de clases que ha moldeado al México
contemporáneo. Propongo así, que la clave para comprender las
relaciones entre esas crisis y las respuestas reformistas del Estado
se encuentra en el análisis de episodios específicos de conflictos de
dase de los que han surgido reformas sociales, observando cómo
estas fueron filtradas eventualmente por el aparato del Estado para
terminar formando parte del compromiso de clases institucionali­
zado.
Por qué estas crisis políticas, en lugar de llevar a cambios
violentos de régimen, como en la mayoría de los países latinoameri­
canos, han generado (hasta 1994 y quizás mucho más allá)
compromisos de clase consolidados por reformas sociales es el
enigma de la particularidad mexicana que se quiere aclarar.
La explicación propuesta es que México se salvó de las formas
extremas de represión y exclusión estatal de las clases subordi­
nadas, como se dieron en Argentina y Chile, no por la fuerza del Esta­
do, como con demasiada frecuencia se asume, sino por su periódica
vulnerabilidad y, de allí, su capacidad para dar respuesta a las
presiones desde abajo.

Reformas sociales y trabajo

En principio, cualquier grupo social podría ser seleccionado para


fundamentar la tesis aquí presentada. En la práctica, sin embargo,
las opciones están limitadas por la propia estructura del orden
político mexicano, que traza líneas institucionales alrededor de
tres agrupaciones formales: el agro, representado por la Confede­
ración Nacional Campesina (cnc); el trabajo, estructurado por el
Congreso del Trabajo (ct);7 y un sector intermedio residual, con­
gregado de manera poco estructurada entre 1943 y 1989 en la

7 Los profesores pertenecientes al Sindicato Nacional de Trabajadores de la


Educación (snte) también forman parte del CT, aunque estén afiliados a la Federa­
ción de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado (fstse). A pesar de que el
22 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Confederación Nacional de Organizaciones Populares (cnop), pos­


teriormente transformado en la une,8 para ser descontinuado en
1992 y rebautizado Frente Nacional de Organizaciones y Ciudada­
nos (fnoc) en 1993.
Aunque el movimiento sindical no sea el único que haya in­
fluido en las políticas sociales, fue el más importante hasta los
ochenta. Como tal, es el que más importa estudiar. Es también el
grupo que ha suscitado el mayor número de estudios de caso,
indispensables para el tipo de análisis secundario realizado aquí. A
diferencia de los sectores cnc y cnop/une del partido oficial, el
movimiento obrero mexicano debe su origen a su propia acción.
Nació en las últimas décadas del siglo xix combinando influencias
del anarquismo y del mutualismo89 (Hart, 1978). En su etapa
temprana de formación, fue muy influido por grupos extranje­
ros radicales, en particular el sindicato anarquista Industrial
Workers of the World (iww)10 de Estados Unidos. Las primeras
grandes huelgas de 1906 en las minas de cobre de Cananea y en
1908 en las fábricas textiles de Río Blanco marcaron el preámbulo
de la Revolución.
A pesar de su membresía reducida y su extrema fragmenta­
ción, los sindicatos obreros mexicanos han desempeñado un papel
central en el moldeamiento de las instituciones políticas desde el ini­
cio del proceso revolucionario. A medida que se fue desarrollando
y estabilizando la base institucional del Estado nacido de la Revo­
lución, el movimiento obrero se convirtió en el blanco principal de
las acciones gubernamentales orientadas, a la vez, a controlarlo y a

presente estudio incluye varios episodios de protestas magisteriales como preceden­


te de movilizaciones obreras reales o en potencia, no se centra en los profesores,
quienes deben ser considerados en relación con otra serie de políticas generadas
como variables dependientes.
8 Siglas misteriosas que no representan tres palabras, sino el término “une", es
decir, “unifica"; se acompaña del subtítulo “ciudadanos en movimiento”.
9 Mutualismo se refiere a las sociedades de ayuda mutua formadas por los
trabajadores desde fines del siglo pasado, emulando el modelo europeo. Por medio
de estas sociedades, los trabajadores juntaban sus recursos para enfrentar las con­
tingencias de muerte y enfermedad contra las que los patrones no ofrecían protec­
ción.
Véase Hart, 1978.
INTRODUCCIÓN 23

utilizarlo como arma política para sujetar a otros grupos. Este


proceso, a su vez, originó muchas transformaciones en la estructu­
ra y naturaleza de la clase obrera mexicana, tanto como resultado
de estas acciones gubernamentales, como de su propia lógica
interna. En cada etapa, el movimiento obrero mantuvo medios de
acción restringidos, aunque, como veremos, siempre en función de su
capacidad de organización e insurgencia independientes.
A diferencia del grueso de la historia del movimiento obrero,
este estudio enfocará a los trabajadores, no a los dirigentes. Los
últimos, sin embargo, tendrán una posición central en el análi­
sis en la medida en que hayan sido el origen de la movilización o
desmovilización de las bases. La pregunta teórica sobre si estos
líderes forman parte del Estado o de la sociedad no necesita ser
planteada en este momento. Digamos simplemente que esta distin­
ción no se requiere cuando el Estado y la sociedad son entendidos
como partes de un proceso interactivo. La pretensión de que los diri­
gentes obreros se presenten como representantes del Estado o de
los trabajadores, o efectivamente sean uno o el otro, no es algo que
pueda determinarse a priori.
Es tan imposible como innecesario estudiar la totalidad de las me­
didas sociales supuestamente redistributivas instrumentadas en
México desde la Revolución. Más que el desarrollo del Estado bene­
factor como tal, el objeto de esta investigación es estudiar el papel
directo o indirecto del movimiento obrero en la introducción de re­
formas sociales. Por tanto, la estrategia de estudio adoptada consiste
en identificar: 2) políticas sociales, que fueron adoptadas como
resultado de movilizaciones obreras previas; 2) acciones obreras
significativas que no hayan desembocado en reformas, y 3) medi­
das de protección social otorgadas a los trabajadores sin una
agitación previa de su parte. En el primer caso, se busca fundamen­
tar la hipótesis planteada; en el segundo y tercero, se trata de
negarla para obtener pruebas en el mismo sentido.
En el análisis se incluyen dos tipos de concesiones del Estado
al movimiento obrero. Las más inmediatas, aunque también las
más fáciles de revertir mediante la inflación,, son las alzas salariales.
Éstas, como veremos, siguen de cerca el patrón convencional de
demanda y respuesta. Eu cambio, las medidas sociales requieren
cambios estructurales (fiscales, burocráticos, etc.) más difíciles de
24 EL PACTO DE DOMINACIÓN

instrumentar, pero más duraderos. De ellas, hemos seleccionado


tres de importancia, orientadas al movimiento obrero organizado:
seguro social, reparto de utilidades y vivienda. La primera fue
adoptada en 1943 y marca un periodo en el que la relación entre
el Estado y el movimiento obrero pasaba por profundos cambios.
La segunda, fue adoptada en 1961, cuando parecían haber queda­
do atrás las violentas confrontaciones entre el Estado y algunos
elementos del movimiento sindical. La última ocurrió en 1972. Las
tres medidas se han mantenido, a pesar de los recortes presupués­
tales que siguieron a la crisis de la deuda en los ochenta, a la vez
que se han descontinuado reformas orientadas a otros sectores,
como el Sistema Alimentario Mexicano (sam) o la distribución
alimentaria mediante la Confederación Nacional de Subsistencias
Populares (Conasupo).
Entre los aumentos o reducciones salariales y las transferencias
de ingreso mediante las prestaciones sociales se encuentra la difu­
sa, y a menudo disputada, área institucional correspondiente a las
formas de acción colectiva que adoptan los protagonistas sindica­
les en sus intentos por presionar al Estado. En algunos casos (como
el del derecho de organización o de huelga) estas acciones pueden
formalmente apegarse a la ley, pero no necesariamente a las reglas
de facto que el Estado trata de imponer; en otros, se sitúan clara­
mente fuera de ambas. En ocasiones, los dirigentes obreros pueden
actuar como representantes de fuerzas contestatarias, mientras que
en otras actuarían en connivencia con el Estado, para resistir a
dichas presiones.
Otra pregunta que se debe anticipar, aunque sólo puede ser
respondida por completo en los capítulos empíricos, es por qué
nos seguimos refiriendo al Estado y no al capital como el protago­
nista frente al movimiento obrero. Baste por ahora decir que en
México, el capital y el trabajo, cuando se les deja a sus propios
medios, son incapaces de dirimir sus diferencias sin amenazar la
estabilidad con explosiones sociales. La participación del Esta­
do en la regulación de las relaciones obrero-patronales puede, por
ende, ser vista a la vez como una manera de asegurar su propia es­
tabilidad, y como una condición necesaria para el establecimiento
de condiciones favorables a la acumulación de capitaL
INTRODUCCIÓN 25

Métodos

El estudio se basa en el análisis secundario de múltiples fuentes que


alimentan un relato histórico. Por supuesto, este difiere del análi­
sis histórico convencional, aun si trata de emular las mejores
cualidades de los historiadores: integrar niveles de análisis; evitar
taxonomías simplistas; renunciar a generalizaciones empíricas pseu-
docientíficas (lo que no equivale a renunciar a la investigación
comparativa, ni a la explicación global) y, sobre todo, aceptar el
simple hecho de que los acontecimientos históricos, para que
ocurran, requieren de personas y de coyunturas únicas. Gracias a
estas calidades, los historiadores son más aptos que otros científi­
cos sociales para aprehender el carácter desigual y contingente de
las relaciones Estado-sociedad. Además, la perspectiva a largo
plazo que adoptan les da una visión de la que otras disciplinas
sociales suelen prescindir. Hasta hace poco los historiadores han
elaborado explicaciones, más de manera implícita que explícita.
Sin embargo, el auge de la “historia social” {social history) —que con
tanto éxito ha logrado la resurrección del tejido completo de rela­
ciones sociales— los ha situado ante la misma obligación que a los
sociólogos: que no sólo narren un buen relato, sino que ofrezcan
una perspectiva amplia de interpretación en la que las hipótesis
sirvan de hilos conductores a través de la masa de información
existente. En este terreno, se ha perdido prácticamente toda distin­
ción entre el historiador social y el sociólogo histórico.
El resultado final no es una “prueba” que pueda satisfacer los
cánones de la sociología “normal”, en el sentido dado por Kuhn a la
“ciencia normal”. Menos ambiciosamente, el relato pretende ofre­
cer una interpretación plausible, es decir, razonablemente acepta­
ble, de los acontecimientos narrados. En esta empresa, la única
decisión metodológica práctica es seguir lo menos posible un
método, salvo el intento de establecer, mediante el relato, la rela­
ción entre acciones y acontecimientos ocurridos dentro de grupos
subordinados y las acciones reformistas del Estado.
La dificultad para realizar esta modalidad de relato estriba en
encontrar un lenguaje apropiado que exprese el proceso histórico
que se desea analizar en términos de Estado y clase, mientras que
la literatura disponible insiste en que la opción sea entre Estado o
26 EL PACTO DE DOMINACIÓN

clase. Esto equivale a navegar sin mapa en una ruta llena de


arrecifes estadistas y clasistas. Davis resume esta situación de con*
flicto teórico cuando apunta que “muchos académicos han ignora­
do el papel central de las relaciones Estado-clase (al encontrarse)
atrapados entre rendir pleitesía, ya al enfoque del sistema mundial,
ya al estadista, o bien al clasista” (Davis, 1989a: 446). En este
estudio se logra estable- cer un lenguaje intermedio que relaciona
Estado con dase, principal- mente mediante el concepto de “pacto de
dominación”, desarrollado en el capítulo siguiente, que guía todo
el análisis. Mi propósito, al explorar este concepto, es vincular
las acciones y reacciones entre Estado y actores subordinados en
un proceso histórico continuo.
Finalmente, debemos notar que las políticas que se analizan, y
los procesos que las gestan, no se limitan a adopciones, como suele
aparecer en los estudios de políticas públicas (Grindle, 1981 ). Aquí,
las políticas son tratadas desde la aparición de las cuestiones
sociales que conducen o no a su adopción, y se rastrean por el desi­
gual camino de su instrumentación, que a menudo implica repen­
sar estas medidas ante nuevas situaciones. Muchas propuestas de
políticas jamás salen a la luz, y muchas más mueren de manera
prematura. No obstante, todas forman parte del proceso que
relaciona las luchas que suceden en la sociedad con las decisiones
de los gobiernos. El científico social debe tratar de abarcar todos
esos embriones sociales como manifestaciones de un proceso
social y como acontecimientos potenciales, independientemente
de lo que haya “sucedido” al final. Por ello, se dará especial
atención a las fuerzas que obstruyen la manifestación de ciertas
cuestiones o posponen su solución. Ese fue el caso, por ejemplo,
de la seguridad social; nominalmente llegó a la agenda guberna­
mental a inicios de los años veinte, y se discutió y archivó una y otra
vez durante varias décadas antes de ser finalmente adoptada en
1943. Incluso entonces, su instrumentación fue tan deficiente que
no entró en vigor, de manera alguna, a escala nacional, sino hasta
los años sesenta. En cuanto al reparto de utilidades, se incluyó en
el artículo 123 de la Constitución de 1917. Sin embargo, no formó
parte de las reivindicaciones obreras sino varias décadas después
(junto, como veremos, con la negociación de la seguridad social) y,
finalmente, se incluyó en el programa gubernamental en 1959,
INTRODUCCIÓN 27

cuando el movimiento obrero organizado ya no insistía en esta


demanda.
Las políticas adoptadas, por tanto, deben ser vistas como sobrevi­
vientes de largas listas de proposiciones no expresadas o rechazadas.
£ste proceso de eliminación debe ser considerado simultáneamente
como resultado de los aspectos estructurales del pacto de domina­
ción (que algunos autores llaman régimen); de las acciones, o no accio­
nes, por parte de los interesados potenciales o por sus opositores, y
de la correlación de fuerzas entre “corrientes políticas” reformis­
tas y las contrarias a las reformas dentro del aparato estatal.11 En
pocas palabras, las políticas son las resultantes de varios vectores
que convergen hacia el evento, rompiendo la uniformidad del
orden estructural y remodelándolo.

Límites del estudio

El alcance de este estudio está limitado de muchas maneras. Pri­


mera, sus hallazgos sólo son generalizables en el contexto restrin­
gido de países con destinos históricos similares al de México, o
de los que se encuentran en transición a una forma más estable de
régimen político civil (como las nuevas “democracias” del Cono
Sur). Aun así, el haber optado por la forma de estudio de caso no de­
be invalidar toda comparación. Al contrario, este estudio debería
ser considerado como un intento de aproximación general de estu­
dios históricos comparativos apegados a la especificidad de cada so­
ciedad, aunque sitúe a ésta dentro de un marco teórico que va más
allá del caso aislado.
Segunda, las políticas seleccionadas enfocan casi exclusiva­
mente la relación entre el Estado y la clase trabajadora urbana, a
veces con la influencia de la burguesía en las decisiones del Estado.
Esto ilustra el hecho de que el pacto de dominación no es un
arreglo unidimensional (como se aclara en el próximo capítulo),
sino un conjunto flexible de reglas, prácticas y prescripciones que
se aplican de manera selectiva. Las políticas cuya historia recons-11

11 Véase Katzenstein, 1978, Joseph, 1981 y Fox, 1992, para el concepto de


corrientes políticas.
28 EL PACTO DE DOMINACIÓN

truimos aquí nos dirán poco acerca de la formación del pacto


desde el punto de vista agrario o desde el de las luchas de grupos,
como los estudiantes, las mujeres o los ecologistas. Sin incluir a
éstos, es imposible comprender la complejidad total y las con­
tradicciones internas de los sucesivos pactos de dominación
posrevolucionarios. Por tanto, para apreciar mejor la utilidad de
esta perspectiva, necesitaríamos considerar un amplio abanico de
políticas que incluyeran la participación de una gama más comple­
ta de protagonistas. Huelga decir que una meta tan ambiciosa es
imposible de lograr en un solo estudio.
Hoy, como antes, el movimiento obrero en México sigue sien­
do numéricamente débil y organizativamente fragmentado (Biz-
berg, 1984; 1990). La mayoría de los análisis consideran que su
poder de negociación se ha visto severamente menguado por la
reorientación de la economía mexicana hacia el mercado mundial,
lo que ha comprimido los salarios e incrementado el desempleo.
Salvo reacciones aisladas de insurgencia,12 el movimiento obrero
organizado no ha intentado oponerse a las medidas de austeridad
que han deteriorado el nivel de vida de los trabajadores desde
1982. Esto lleva a preguntar si el papel del movimiento obrero
en el desarrollo de reformas sociales ha llegado a su fin, y si las
bases sociales de la protesta y la disensión política han cambiado.
Aquí, trato de ofrecer una respuesta tentativa y parcial a esta difícil
pregunta.
Una tercera limitación estriba en la naturaleza de la informa­
ción que sirve de base a la narración. Este estudio no pretende ir
a las fuentes originales, sino elaborar una nueva síntesis de los
trabajos de historiadores, sociólogos, politólogos, especialistas del
movimiento obrero y otros. Está, por lo tanto, limitado, hasta cierto
punto por las lagunas y los sesgos de cada fuente. En particular, el
sesgo estadista que suelen compartir puede llevar nuestro relato
a subestimar el grado de conflicto interno existente en el Estado, a

12 Los ejemplos más importantes de insurgencia sindical desde el inicio de la


presidencia de Salinas de Gortari han sido las huelgas de Sicartsa, la planta de acero
de propiedad estatal, de la mina de cobre paraestatal de Cananea, y de la cervecería
Modelo. Las tres han terminado en despidos masivos.
INTRODUCCIÓN 29

la vez que sobreestimar las divisiones internas en las organizaciones


obreras. Este tipo de sesgo es particularmente limitante dada la
importancia que la academia ha atribuido recientemente a las
divisiones internas en el Estado (Maxfield, 1990; Fox, 1992; Davis,
1989b). La información puede ver mermada su precisión de otras
maneras. Debido al carácter secreto de la política mexicana, es
difícil rastrear las luchas internas dentro de las entidades estata­
les o de las organizaciones laborales; ni unas ni otras han estado
dispuestas a revelarlas, ni siquiera cuatro décadas después. Adicio­
nalmente, mientras más nos acercamos a la época actual, más
brumosos y apresurados se hacen los análisis disponibles. A pesar
de esas limitaciones, veremos que las crisis han sido registradas y
que se ha recopilado suficiente información sobre ellas para reali­
zar una fundamentación verosímil de la hipótesis que guía el
análisis.
Una cuarta limitación puede referirse al carácter relativamente
inocuo de las políticas seleccionadas. Rara vez la salud y el bienes­
tar social obtienen el primer rango de interés en cualquier país,
menos aún en el Tercer Mundo. Escoger asuntos relacionados con
las preocupaciones de las masas trabajadoras en cuanto a alimen­
tación, vivienda o salud equivale, por tanto, a observar los puntos
menores de la agenda gubernamental. Los temas “calientes” son la
nacionalización del petróleo, las reformas fiscales, la nacionaliza­
ción de la banca, la entrada al gatt, el Tratado de Libre Comercio,
etcétera. El estudio de estos temas, sin embargo, tiene varios
inconvenientes. Uno es que casi siempre involucran exclusivamen­
te a la burguesía (extranjera o nacional) y al Estado, dejando a las
clases dominadas en la sombra. Aunque queda poca duda de que
la nacionalización de la banca de 1982, por ejemplo, haya tenido con­
secuencias profundas para la clase trabajadora (en especial como
consecuencia de la fuga de capitales y la desindustrialización, se­
guidas por las políticas deflacionistas que han reducido su poder
adquisitivo), el papel de ésta en dicha decisión prácticamente se ha
reducido a llenar el zócalo de la ciudad de México para brindar su
apoyo obligatorio a la medida. Así, centrarnos en asuntos “de
primer orden” nos conduciría a reforzar la visión vertical, según la
cual el Estado tiene a la clase trabajadora bajo control, de modo
que pueden esperarse pocas iniciativas desde abajo.
30 EL PACTO DE DOMINACIÓN

También, una política tibia tiene sus ventajas. Las medidas de


salud y bienestar social, a diferencia de las económicas, requieren
poco maquillaje y sufren limitadas reverberaciones turbulen­
tas desde otras esferas. Después de todo, se trata supuestamente
de medidas meramente “técnicas” con poco contenido político de
cualquier índole, salvo alguno sectorial y limitado. Esta aparen­
te inocuidad hace relativamente más fácil identificar quiénes son
sus protagonistas y cuáles sus intereses que si se tratara de políticas
económicas generales en las que, virtualmente, todo el mundo está
involucrado. Sin embargo, el análisis de las políticas seleccionadas
aquí sólo nos puede ofrecer una visión empírica imperfecta del
proceso histórico general que llamamos pacto de dominación.
Para corregir hasta cierto punto esta limitación, contextualicé los
elementos empíricos investigados, al incorporarlos a un abanico
más amplio de actividades estatales, que se presenta como el clima
político general que ejerce presiones sobre la posibilidad de refor­
mas sociales. También incluí demandas y concesiones salariales, a
pesar de que con demasiada frecuencia su impacto se desvanece
bajo los efectos de la inflación y la devaluación, medidas manipu­
ladas sin intervención del movimiento obrero organizado. La im­
portancia de estos procesos reside justamente en su continuidad,
es decir, en el hecho de que requieren de la participación activa y
constante de la dirección laboral y de sus seguidores, por lo que
éstos, necesariamente, influyen en el resultado de las cuestiones de
bienestar social que constituyen el punto focal de nuestro análisis.
Una quinta limitación es que el estudio es poco apropiado pa­
ra la evaluación de políticas. ¿Ha significado algo el seguro social
para la salud de la población mexicana? ¿Se han “repartido” real­
mente las utilidades o se trata de una medida simbólica en la ma­
yoría de los casos? No se ha hecho ningún intento de responder a
estas preguntas, materia de los llamados policy studies, cuyo propó­
sito principal es “decir la verdad al poder" (Wildavsky, 1979), en
otras palabras, ayudar a los administradores del Estado a compo­
ner la maquinaria.13 Este estudio sólo puede tratar de manera
tangencial el problema de la idoneidad de las políticas, su diseño

13 El representante más prominente de esa visión para América Latina es


John W. Sloan (1984).
INTRODUCCIÓN 31

interno o su eficacia. Si incluimos algo sobre la instrumentación de


las medidas, como, la asignación de recursos a los. programas
estatales adoptados, es por que se juzga relevante para nuestros
objetivos, en la medida que indica un compromiso real del Esta*
do.14 Suponemos que el efecto de las reformas analizadas en los
niveles de vida de la población mexicana es sólo una consecuencia
parcial de este proceso político. Los niveles de vida son el resultado
de una serie de condiciones adicionales que actúan fuera del cam­
po teórico del presente análisis. No obstante, la visibilidad política
de los indicadores de éxito o fracaso en la obtención de resultados,
y los mismos esfuerzos gubernamentales por inflar dichos resulta­
dos, constituyen elementos importantes de las batallas políticas
que describo.

Organización del libro

Este libro se divide en seis capítulos. Después de esta introducción,


en la que expongo el propósito general del estudio, el capítulo II
lo sitúa en los debates teóricos actuales, define conceptos clave y
plantea las hipótesis principales. Los tres capítulos subsecuentes
representan los eslabones sucesivos de una concatenación macro-
histórica general que rastrea la transformación del pacto posrevo­
lucionario. El capítulo III abarca desde 1910 hasta 1940, va de la
ruptura del porfiriato al perfeccionamiento del aparato que consti-

14 Pocos estudiosos de políticas públicas en América Latina se ocupan de lo


que sucede una vez adoptadas las medidas. En el caso de México, esta laguna con­
firma mucho la fe en la omnipotencia del Estado, dado que el proceso que va desde
la propuesta presidencial hasta la aprobación legislativa es, en gran medida, deco­
rativo, dada la aprobación automática por parte de los legisladores mayoritarios del
partido oficial. Excepciones relevantes son los trabajos de Grindle (1977, 1981 y
1984) en lo que respecta a las políticas de desarrollo rural, y de Bennett y Sharpe
(1985) en cuanto a la industria automotriz. Estos estudios muestran que el verda­
dero proceso político en México empieza después, y no antes de la votación. Este
proceso es el que determina si una política será, o no, puesta en práctica o si
representará: e) un gesto simbólico sin consecuencias (v.gr. la política de anticontar
minación hasta 1994) o b) un principio establecido de la legitimidad de la interven­
ción estatal que podrá ser discutido posteriormente, cuando la coyuntura política
sea más favorable (v.gr. el Seguro Social antes de 194S).
32 EL PACTO DE DOMINACIÓN

tuye el corporativïsmo de Estado. Un aspecto crucial de esta


estrategia es la creación, por parte del Estado, de un movimiento
obrero controlado corporativamente aunque éste no logre ofrecer
beneficios sustanciales como para hacer este control político soste­
nidamente aceptable para las bases. De ahí la brecha que, en forma
gradual, se va abriendo entre la masa de trabajadores y su dirigen­
cia, y la consiguiente fragilidad de la organización. El sistema se
disuelve al final de este periodo al verse masivamente abandonadas
las filas de la organización laboral oficial como consecuencia de la
depresión mundial y de la creación de un nuevo movimiento
obrero independiente que amenaza con integrar también a las
masas campesinas. Esta organización, pronto apoyada y fortalecida
por el Estado (pero también separada de las organizaciones cam­
pesinas), es de nuevo puesta bajo control gubernamental, aunque
a costa de grandes concesiones. El Seguro Social, aun si no es
adoptado en este periodo, es visto como un punto nodal de la
negociación entre trabajo, capital y Estado al igual que la transfor­
mación de la ley del trabajo, que modifica radicalmente las relacio­
nes entre obreros y patrones, sustituyendo el anticuado modelo de
desarrollo del siglo xix por uno capitalista moderno.
El segundo periodo, analizado en el capítulo IV, va de 1940 a
1970. La mayoría de los estudiosos de México lo asocian con el
“desarrollo estabilizador”, política económica que incita el creci­
miento en el contexto de un conservadurismo político y una
desigualdad crecientes, y que reprime los movimientos sociales de
campesinos, maestros, médicos y estudiantes, así como de trabaja­
dores. Pocos estudios del sistema político otorgan importancia a
las impetuosas luchas que tuvieron lugar durante esta época den­
tro del movimiento obrero organizado: primero, las que opusieron
a las tendencias “lombardista” y “velazquista” dentro de la Confe­
deración de los Trabajadores de México (ctm) a inicios de los
cuarenta; después, el periodo de luchas intern*.* por la democracia
sindical que culminaron con el “charrazo” de 1948, instituyen­
do la práctica de imponer los candidatos designados por el Estado
para encabezar los sindicatos. Diez años después, este periodo pasó
por una insurgencia de masas contra los sindicatos “charros” ani­
mada por movimientos insurgentes de trabajadores del petróleo,
ferrocarriles y telégrafos. Luego sobrevino un periodo de relativa
INTRODUCCIÓN 33

calma laboral (si bien con fuertes movimientos contestatarios de


médicos, maestros y estudiantes), que culminó en los traumáticos
acontecimientos de Tlatelolco en octubre de 1968, cuando la ma­
sacre y el encarcelamiento de cientos de estudiantes puso en tela
de juicio la legitimidad del edificio que hasta entonces había
albergado al régimen posrevolucionario.
El tercer periodo, analizado en el capítulo V, cubre desde
1970 hasta 1994. Puede describirse por el aumento de las presio­
nes desde abajo, que va acompañado con los intentos de algunas
élites estatales de preservar la alianza del Estado con las clases
populares. Esta época corresponde al resurgimiento de las
luchas por la democracia sindical y el difícil nacimiento de un mo­
vimiento obrero independiente. Con la crisis económica de 1976,
se da una inversión de la orientación reformista del gobierno. Este
breve periodo de austeridad presupuestal presencia el retorno a
una alianza más estrecha del Estado con el capital (1977-1979), cono­
cida bajo el nombre de “alianza para la producción”, y el crepúsculo
de los programas sociales.
La bonanza petrolera de 1980 a 1982 dio nueva y breve luz a
esfuerzos estatales por reformas sociales, en una atmósfera de
euforia en que las demandas del capital, de las clases trabajadora
y de las masas desempleadas ya no eran vistas como mutuamente
excluyentes. La debacle económica y financiera de 1981-1982,
desatada por la combinación de endeudamiento excesivo y una
súbita espiral descendente de los precios del petróleo, impidie­
ron a México pagar siquiera el servicio de su monumental deuda
externa, contraída durante este corto periodo de riqueza. Du­
rante esta última época, vemos el adelgazamiento del Estado
bajo la embestida de la crisis de la deuda, el correspondiente
intento de disminuir el papel del Estado en las políticas sociales
y los esfuerzos para debilitar las bases organizativas y la direc­
ción del poder obrero. La última parte del capítulo V resume los
cambios experimentados en los cinco primeros años del gobierno
de Salinas: los pasos iniciales en la transformación del sistema
corporativista, que ata todavía más estrechamente el movimiento
obrero al Estado, y la creación del Programa Nacional de Solidari­
dad (Pronasol), un paquete alternativo de bienestar social. Estos
últimos años son, sin duda alguna, de intensos cambios en el
Μ EL PACTO DE DOMINACIÓN

reparto, así como en los medios institucionales para transformar


el pacto de dominación.
El capítulo vi concluye revisando los resultados de los cuatro
periodos estudiados, centrándose en sus implicaciones para la
hipótesis que guía el análisis, y discutiendo algunos de los proble­
mas teóricos a los que se enfreta el estudio. Finalmente, a esta
edición en español se agrega un epílogo que postdata la edición en
inglés, para cubrir los eventos de 1994 a 1995 que amenazan con
transformar radicalmente el sistema político mexicano.
II. LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL:
UN ENFOQUE DE INTERACCIÓN

Introducción

En los análisis de la Revolución mexicana, el papel de las clases


populares1 en la coalición que derrocó a la dictadura de Díaz
nunca se ha puesto en duda. Sin embargo, se ha reconocido que
fue limitado y siempre subordinado a los caudillos que dirigieron
la lucha.12 *De la misma certidumbre goza la hipótesis de que el
apoyo popular ha sido la clave de la consolidación del régimen
posrevolucionario mexicano —caracterizado, en la mayor parte de
la literatura especializada, como una especie de “dictablanda” y
Estado benefactor limitado, en contraste con las formas más “ex*
cluyentes” de poder autoritario conocidas en varios países latino*
americanos durante los años setenta y parte de los ochenta?
Actualmente cualquier estudioso de México puede estar de
acuerdo con la aseveración de que la presencia de sectores popu­
lares en el partido oficial tiene que ver con la suavidad del autori­
tarismo mexicano, aunque pocos estarían dispuestos a indicar
alguna acción específica por parte de éstos que explicara dicho
fenómeno, fuera de las movilizaciones de masas del periodo revo­
lucionario y de finales de los años treinta, que se vieron frenadas
abruptamente en 1939 sin volverse a repetir. Aun así, y a excepción de
la reforma agraria, la mayoría de las reformas sociales que han mejo-

1 La versión original en inglés adopta y traduce el término “clases populares”


del español. En comparación con proletariado, tal como fue definido por el
marxismo clásico, incluye un abanico más amplio de clases subordinadas (desde
campesinos hasta vendedores ambulantes, pasando por los empleados, subemplea­
dos y desempleados).
8 Véase, por ejemplo, Cosío Villegas, 1965; Womack, 1969; Gilly, 1971; Hart,
1978; Tutino, 1986; Knight, 1986.
’ Tal como lo describen O’Donnell, 1973, 1977b, 1983, 1986; Malloy, 1977;
Collier, 1979; Stepan, 1978; Remmer y Merckx, 1982.

35
36 EL PACTO DE DOMINACIÓN

rado el nivel de vida de las masas -seguro social, cobertura médica


extensa, educación pública, vivienda, subsidios a la alimentación,
etcétera— aparecieron después de la era de movilización popular,
a veces hasta varias décadas más tarde. En lugar de atribuir estos
logros a luchas desde abajo, la mayoría de los analistas de la política
mexicana han vuelto sus ojos al Estado en busca de explicación,
minimizando la pujanza de las fuerzas provenientes de la base,
suponiéndolas desactivadas desde 1940.
Antes de los años ochenta, a pesar de la recurrencia episódica de
conmociones populares (como el movimiento henriquista de 1952,4
el conflicto ferrocarrilero, 1958-1959, o las insurgencias sindicales
de los setenta), los análisis políticos sobre México solían despreciar
las presiones desde abajo. Como consecuencia, estos análisis han
recurrido a una mezcla de determinismo estructural (presidencia­
lismo, control del partido oficial, centralismo, corporativism©) y
voluntarismo (la personalidad del presidente, los valores de las
élites políticas) para explicar casi todos los acontecimientos en la
vida política mexicana.5 En este marco general, las reformas socia­
les, sello del régimen mexicano posterior a la Revolución, son
tomadas como el resultado esperable de la racionalidad de la élite.
Por otra parte, las protestas populares ocasionales, así se expresen

4 Este movimiento, que toma el nombre de su dirigente, Henrique Guzmán,


buscaba la elección presidencial de éste en lugar de Ruiz Cortines, candidato
designado por el nu. En general, los analistas coinciden en que Guzmán ganó en su
propio estado, pero los resultados electorales fueron falsificados, simulando que
había perdido. Aunque el reconocimiento de su victoria no habría alterado los
resultados de la elección a escala nacional, probablemente pudo haber creado
presión para que se le eligiera gobernador. La posibilidad de que hubiera un
gobernador que no respondiera a las órdenes del presidente no era una opción'
política en esa época.
5 La falta de interés académico por las implicaciones de largo alcance de las
reformas sociales no se ha limitado a México. Son pocas las excepciones a esto en
estudios de otros países latinoamericanos. Aparte del fecundo estudio de James
Malloy acerca de la política de seguridad social en Brasil (1979) y el estudio
comparativo de Carmelo Mesa Lago acerca de los sistemas de seguridad social en
Latinoamérica (1978), se ha otorgado poca importancia hasta ahora al papel de las
reformas sociales como indicador que vierta luz sobre el papel de la sociedad —en
especial de las fuerzas populares organizadas- para modificar la acción estatal en
esa área.
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 37

en la deserción masiva de los sindicatos oficiales corruptos, en los


combates por la democracia sindical a mediados de los cuarenta o
en las manifestaciones estudiantiles de finales de los sesenta, han
sido percibidas como anomalías. Por lo tanto, no han sido incorpo­
radas centralmente en las explicaciones del sistema político mexi­
cano, sirviendo, por el contrario, para comprobar la capacidad del
Estado para reprimir, misma que se ilustra periódicamente en la
violación de los derechos humanos, los fraudes electorales, la cen­
sura y otros actos que invariablemente han sucedido a esas mani­
festaciones.
En los años ochenta, la sociedad civil reapareció con fuerza en
los análisis de la política mexicana, en parte a causa del interés
académico por los procesos de transición del autoritarismo a la de­
mocracia que tuvieron lugar en el resto de América Latina6 y
también como consecuencia del nuevo despertar de la política
electoral bajo el impulso de la reforma electoral de 1979.7 No
quedó claro, sin embargo, si este nuevo interés sobrevino por el
surgimiento de un nuevo fenómeno en la política mexicana o si
reflejaba simplemente la influencia de debates que ocurrían en
otros países de América Latina.8 Más aún, este renovado interés
por el cambio político tendió a dejar de lado sus implicaciones para
las políticas sociales, de manera que no se plantearon como dignas
de investigarse las consecuencias de la esperada liberalización
política mexicana para el futuro del Estado benefactor. Los avances
logrados por la corriente conservadora, que llevaron a la mayoría de

6 Véase, en particular, O’Donnell, Schmitter y Whitehead, 1986; O’Brien y


Cammack, 1985, y Malloy y Seligson, 1987.
7 Se pueden encontrar discusiones sobre la política electoral reciente en
México en Middlebrook, 1986; Alvarado, 1987; Gómez Tagle, 1987, 1988, 1990;
Peschard, 1988; Molinar, 1987a, 1987b, 1992; Molinar y Weldon, 1990; Torres Mejia,
1987; Tamayo, 1990, y Loaeza, 1990.
8 La influencia directa de latinoamericanistas estadunidenses al respecto no
debe ser descartada. La primera antología sobre el advenimiento de la democracia
en América Latina que se publicó a mediados de los ochenta (O’Donnell, Schmitter,
y Whitehead, 1986), incluía un artículo sobre la “liberalización** en México, con poco
que decir aparte de los relativamente modestos logros del conservador Partido de
Acción Nacional en 1982. De manera similar, el principal centro de discusiones
acerca de si México había entrado en un curso democrático en los ochenta estaba
en Estados Unidos, particularmente en la Universidad de San Diego, California.
38 EL PACTO DE DOMINACIÓN

los estudiosos a pronosticar una liberalización política,9 indicaban


que había fuertes preferencias entre los sectores medios y elevados
de la sociedad mexicana por una democracia de tipo excluyeme
(Remmer, 1986), es decir, una que redujera los programas de asisten­
cia así como la intervención del Estado en la economía. Se podría
decir lo contrario de los movimientos de base que, para media­
dos de los ochenta, se habían intensificado bajo el peso de la crisis
económica y las repercusiones del sismo de 1985. Estos representa­
ban, en potencia, nuevos protagonistas políticos clamando por que
se restituyeran los niveles de vida anteriores a la crisis y, por ende, se
renovara el papel redistributivo del Estado. No obstante, era dudo­
sa su capacidad para actuar políticamente de manera conjunta y
eficaz, y de ahí su relativa malquerencia por parte de los analistas
de los cambios políticos, a excepción de los especialistas en movi­
mientos sociales.10
A pesar de la turbulencia política de finales de los ochenta y
las acaloradas discusiones entre los académicos previas a la contro­
vertida elección de 1988, prevaleció la continuidad institucional.
Después de la toma de posesión del presidente Salinas de Gortari,
entre reclamos de fraude electoral y proclamaciones de desobe­
diencia civil por parte de los contendientes electorales vencidos,
las muestras públicas de disidencia política se fueron apagando
gradualmente. En lugar de un aparato estatal débil, acosado por la
deuda y el descontento, México experimentó una nueva era de
estabilidad política en la que el Estado pareció erguirse como el
principal arquitecto de la reconstrucción económica y el cambio
político.
En este nuevo contexto, el resurgimiento del Estado benefactor
fue un tanto sorprendente, dada la situación fiscalmente precaria
en que México se encontraba aún en 1989 y el discurso neoliberal
que adoptaba el nuevo gobierno en política económica. No ocurrió
lo mismo en cuanto a su origen: una vez más, el Estado había
actuado con fuerza para resolver un problema. La disidencia debía

9 Véase Loaeza, 1987, 1989, 1990; Molinar, 1987a, 1987b; Maxfield y Anzal-
dúa, 1987; Story, 1987, y Arriola, 1987.
10 Véase Street, 1991, donde se revisa la documentación acerca de la capacidad
de los movimientos sociales para influir en los cambios políticos en México.
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 39

recuperar su anterior característica superficial a ojos* de sus analis­


tas: manifestar un malestar llamando al cambio, pero sin amenazar
realmente al orden establecido.
Las dificultades que para diagnosticar esta situación experi­
mentan los analistas contemporáneos tienen en parte su origen en
las discontinuidades de orden teórico que han plagado la produc­
ción académica sobre México: en los años setenta se excluía a la
sociedad civil de los estudios; en los ochenta se volvió a introducir,
pero de tal manera que no se logró restituir sus pasadas contribu­
ciones a la formación del sistema político mexicano. Finalmente, el
resurgimiento del presidencialismo en 1989 obligó a los actores
societarios a desaparecer de nuevo, y a los analistas a reorientar su
atención hacia la promoción del cambio por el Estado.
El presente estudio intenta evitar estos bruscos virajes analíticos
al abarcar y restituir la importancia de la sociedad civil en el pasado
como en el presente. Partiendo de la premisa de su permanente
importancia en la vida política mexicana y de que la estabilidad del
Estado ha dependido de una multitud de negociaciones y arreglos
con varios grupos (Purcell y Purcell, 1980), reconstruyo la “simbio­
sis tensa” (Knight, 1990) que siempre ha caracterizado a la relación
entre el movimiento obrero organizado y el Estado desde la
Revolución. Esta simbiosis, como plantea la hipótesis central del libro,
es en gran medida la causa del estilo reformista de gobierno que
ha distinguido a México de otros países de América Latina. En vez de
tomar los años ochenta, la “década perdida”, como el final de este
orden o el preludio de una nueva forma de autoritarismo, el análisis
los trata como una transición hacia un nueva serie de relaciones entre
Estado y sociedad, en que la estabilidad de aquél y el consentimiento
de las clases subordinadas son hoy tan dependientes como antes, si no
más, de la suavización de las políticas de mercado abierto, con un
nuevo énfasis en políticas de bienestar, aunque de manera distinta a
la adoptada anteriormente.
Presento cómo el sistema político mexicano se moldeó y trans­
formó desde 1910, mediante un proceso dinámico de tensiones
sociales entre el Estado y varios sectores del movimiento obrero
organizado, y cómo éstas se resolvieron parcialmente por medio de
concesiones limitadas que condujeron a la lenta construcción de un
sistema de protección social poco equitativo. La intención es des­
40 EL PACTO DE DOMINACIÓN

mitificar la premisa, aún muy arraigada en los análisis de México,


de que las reglas de la dominación política (ya sean autoritarias,
como se describían en los setenta, ya protodemocráticas, como se
presentan en los ochenta y noventa) son fijadas desde arriba,
dejando a las clases populares inactivas después del periodo insu­
rreccional inicial. Para lograr esta reconstrucción, muestro cómo
confrontaciones específicas entre las élites estatales y el movimien­
to obrero organizado han tenido un papel determinante en la
conformación del sistema de beneficencia. También intento hacer
una suerte de proyección de lo que las configuraciones políticas
que están emergiendo en los noventa preparan para el futuro y el
papel de las medidas de bienestar en ese proceso.
Este capítulo inicia con un examen de la literatura sobre el siste­
ma político mexicano con miras a dar una fundamentación teórica
acerca del surgimiento y la transformación del Estado benefactor.
Más adelante, propongo un marco conceptual para analizar las
relaciones entre el movimiento obrero organizado y el Estado, que
nos permita ver la historiografía bajo una luz nueva.

La visión “desde arriba” de las reformas sociales

La idea de que las reformas sociales en México son preventivamen­


te otorgadas por el Estado, con poca o nula participación de los
posibles beneficiarios, resulta de la combinación de dos grandes
líneas conceptuales: el modelo autoritario que inspiró el estudio de
los regímenes militares del Cono Sur en los años setenta, y los
debates en círculos más pequeños de “mexicólogos”. Tras esta
combinación, México fue incorporado al debate general sobre el
Estado autoritario, pero como excepción. Para marcar su carácter
particular, se ofreció una gran variedad de calificativos de su
autoritarismo, todos los cuales buscaban expresar la posición pri­
vilegiada de las clases subordinadas de México en comparación
con sus contrapartes en las dictaduras militares.11 Las diferencias11

11 En un inicio, O’Donnell (1973) caracterizó a México como burocrático-au-


toritario; aunque luego se retractó (1977b). Cardoso (1979) restringió esa etiqueta
a los regímenes militares, excluyendo así a México. Reyna (1977) consideró que el
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 41

entre estos adjetivos y las disputas en cuanto a su aplicabilidad son


menos importantes para nuestro propósito que las concepciones
implícitas de reforma social que suelen compartir. Aunque se ha
revisado críticamente el valor de estos argumentos desde su formu­
lación por O’Donnell (1973) hace más de 20 años, siguen inspiran­
do mucho de la reflexión sobre el presente y el futuro políticos de
México. Por ello, constituyen un punto de partida útil.

El Estado magnánimo

Las obras de O’Donnell, Linz, Schmitter, y Stepan, caracterizan al


régimen político mexicano como “autoritario” y “corporativis­
ta”, ante todo.12 Según éstas, el poder estatal en México está
constituido por el todopoderoso ejecutivo, encabezado por el pre­
sidente, un legislativo extremadamente débil, en el que el predomi­
nio del partido oficial está garantizado (por fraude electoral de ser

término “populismo” era la caracterización correcta. Córdova (1985) lo etiquetó


como “paternalista”. Cotler (1979) argumentó que México se orientaba hacia el
autoritarismo burocrático debido a las crecientes presiones económicas para recor­
tar los gastos redistributivos. En términos más generales, el autoritarismo mexicano
fue calificado de “incluyente” (Stepan, 1978; Reyna y Weinert, 1977), a pesar de que
el significado exacto del término raramente se haya definido de manera más pre­
cisa que la “presencia” de los sectores populares en el régimen o su incorporación
al partido oficial.
12 Linz define el autoritarismo de la manera siguiente: “Los regímenes autori­
tarios son sistemas políticos con un pluralismo limitado y no responsable: sin una
ideología guía acabada (pero con mentalidades distintivas); sin movilización política,
intensiva ni extensiva (excepto en algún punto de su desarrollo), y en la que un líder
(u ocasionalmente un pequeño grupo) ejerce el poder con límites mal definidos
formalmente, aunque bastante previsibles” (Linz, 1970:255). El corporativismo, por
otro lado, es definido por Schmitter del modo siguiente: “El corporativismo puede
ser definido como un sistema de representación de intereses en los que las partes
constitutivas se organizan en un numero limitado de categorías singulares, obliga­
torias, no competitivas, ordenadas jerárquicamente y diferenciadas de manera fun­
cional, que son reconocidas o registradas (cuando no creadas) por el Estado, y se
les otorga, de manera deliberada, un monopolio de la representación dentro de
sus categorías respectivas a cambio de ejercer ciertos controles sobre la elección de sus
dirigentes y la articulación de demandas y apoyos.” (Schmitter, 1974: 93). Aunque
estos dos conceptos son claramente distintos, en el caso de México tienden a
conjuntarse.
42 EL PACTO DE DOMINACIÓN

necesario), y unjudicial prácticamente impotente. La piedra angu­


lar del poder ejecutivo es su habilidad para designar las direcciones
de los tres sectores del partido oficial —obrero, ctm; campesino, cnc,
y popular, cnop—13 (suprimiendo la democracia al interior de los
mismos). Más que un sistema de representación de intereses, como
lo estipula la definición original de Schmitter, este sistema es com­
prendido, en el contexto mexicano, como un mecanismo para limitar
la articulación de los intereses de las clases subordinadas mediante el
control estatal de los líderes de los sectores, quienes, por su lado,
deben garantizar que sus afiliados voten por el partido oficial.14
La imagen que se tenía en los años setenta era la de una base desac­
tivada y un liderazgo popular cooptado. En este orden, las iniciativas
políticas provenían invariablemente del ejecutivo. La legislatura,
completamente dominada por el partido oficial, las endosaba fiel­
mente. La reforma política de 1979 y sus enmiendas en los ochenta
han cambiado en cierta medida este retrato al permitir una con­
siderable representación de grupos opositores en el Congreso.
Con todo, se adoptaron reglas diferenciadas de representación para
evitar la posibilidad de victoria de cualquier partido opositor.
La explicación que en general ofrecen los autores que compar­
ten esta visión poco matizada del régimen político mexicano respec­
to a las reformas sociales es la predisposición de cada presidente
(en lo individual o sus asesores más cercanos) para entender cuán­
ta legitimidad le puede hacer perder la pobreza masiva, y percibir
la posibilidad de fortalecer el poder estatal (o simplemente su
propia popularidad) estrechando sus lazos con los sectores popu­
lares. Cada presidente, en tanto que individuo (social, motivado,
perceptivo, etcétera) es capaz de entender el potencial de las
reformas cooptadoras para robustecer el poder estatal. Por otro
lado, la posición reformista del Estado mexicano también pue­
de ser representada como la solución de necesidades estructurales del
capitalismo (Reyna, 1977) o como un mecanismo puesto en movi­
miento por “exámenes periódicos de sí” del sistema político (Cor-

19 Como se señaló, la cnop fue sustituida por la une en septiembre de 1989,


para ser disuelta en agosto de 1992 y reconstituida como fnoc en 1993.
14 El origen histórico de estos mecanismos institucionales es explicado en
detalle en el capítulo IV.
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 43

nelius, Gentleman y Smith, 1989:12), como si un sistema pudiese


tener brújula o una mente reflexiva.
Sean vistas desde una perspectiva teleològica o voluntarista, las
reformas sociales, según esta visión vertical, representan “incenti­
vos”, entregados desde arriba, que van de la mano con las “restric­
ciones” características de todos los regímenes autoritarios (Collier
y Collier, 1979). La única diferencia del contexto autoritario de Mé­
xico con el de otros sería el haber concedido, de alguna manera, una
proporción más alta de incentivos que de restricciones. Sin embargo,
si no podemos proponer alguna razón del por qué los presidentes
mexicanos están de algún modo más dispuestos que los de otros
países a ver las reformas con buenos ojos, no estamos en capacidad
de explicar esta sobrerrepresentación de los incentivos respecto a
las restricciones. Tampoco podemos aclarar el misterio de por qué
algunos presidentes mexicanos sí realizaron reformas y otros no,
lo que ha hecho que la proporción de incentivos sobre restricciones
sea extremadamente variable en el tiempo. Cuando el sistema de
sucesión presidencial produjo un Miguel Alemán (1946-1952), un
Ruiz Cortines (1952-1958) o un Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970),
pocas reformas se dieron a la luz; cuando un Lázaro Cárdenas
(1934-1940), un Adolfo López Mateos (1958-1964), un Luis Eche­
verría Álvarez (1970-1976) o un José López Portillo (1976-1982)
ocuparon la presidencia, fueron emprendidas algunas reformas.
Entonces, ¿cuando sabemos o cuándo saben los presidentes en qué
momento se requieren las reformas? Esta pregunta no tendría
respuesta, a menos que estuviéramos dispuestos a conceder que
sucede algo “afuera”, en la sociedad, que hace pensar al mandata­
rio supremo que es preciso introducir reformas. La mayoría de los
defensores de esta línea están de acuerdo en que “algo” sucede
para desenlazar épocas reformistas, pero esto nunca debe ser tan
significativo como para que constituya una amenaza para el siste­
ma, de modo que las reformas pueden interpretarse como inter­
venciones preventivas más que curativas. Así, lejos de mermar la
creencia en el poder presidencial, las presiones desde abajo pue­
den verse como mecanismos para reforzar el statu quo.15

is Véase Coleman y Davis (1983) y Stevens (1974) en este orden de ideas.


44 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Pocos estudiosos han adoptado completamente esta versión


extrema del autoritarismo mexicano, pero abundan los que se le
han acercado mucho, especialmente a inicios de los setenta, en el
punto culminante de la reacción contra la teoría de la moderniza*
ción. Ejemplos fehacientes de esta tendencia se encuentran en el
Estilo personal de gobernar, de Cosío Villegas (1965: 12), donde se
dice que el sistema político mexicano está dirigido de una manera
“personal” y no “institucional”; en Meyer (1977), quien plantea que
el autoritarismo, del que el personalismo es una característica
central, está encastrado en la vida política mexicana desde mucho
antes de la Revolución; o en Córdova (1985), quien califica al
régimen como paternalismo presidencial. También encontramos
ejemplos de tal postura entre analistas norteamericanos como
Kaufman (1973,1975), Smith (1979), Heilman (1983), Skidmore y
Smith (1984), Teichman (1988) y Cornelius y Craig (1988). Incluso
entre marxistas se está de acuerdo en que las clases dominadas no
ocuparon un espacio político significativo en un proceso etiqueta*
do, en general, de “revolución burguesa” y, por definición, carente
de un potencial inmediato y significativo para las luchas proleta­
rias.16 Por lo tanto, el control coercitivo del corporativismo sobre
los grupos populares es entendido por el pensamiento marxista
como un instrumento, ya sea en manos de un Estado bonapartista
(Leal, 1975, 1986; Hodges y Gandy, 1979; Semo, 1985), ya a la
disposición de un Estado paternalista que actúa a guisa del capital
monopolista (Córdova, 1985; Saldivar, 1985; Reyna, 1977). En
suma, la explicación de “quién recibe qué” no necesita en esta línea
interpretativa de la participación de los grupos subordinados.
La falla más obvia de la línea dura acerca del autoritarismo es
la suposición tácita de que el Estado dirige a la sociedad mediante
instrumentos invariablemente eficaces (trátese de corporativismo
o de presidencialismo), de modo que los únicos cambios que pueden

16 La Revolución mexicana es caracterizada como “burguesa” en la mayoría de


los análisis marxistas, y no porque la burguesía haya luchado por ella, sino porque
tarde o temprano resultó ser la beneficiada (Córdova, 1985). Históricamente, la
burguesía viene después de la revolución y, por ello, es considerada su principal
heredera. En oposición a esta ortodoxia, Gilly (1971) y Cockroft (1983) mantienen
que la revolución fue una revolución proletaria abortada (“interrumpida” para el
primero y “derrotada” para el segundo).
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 45

ocurrir son los decididos por los actores estatales. Para matizar esta
visión en extremo estructural, varios analistas recurren a las cir­
cunstancias particulares de la historia posrevolucionaria de México
que han generado mecanismos sui géneris de negociación entre la
cúpula y la base.

El Estado sensible

Imbricados en los debates sobre poder presidencial coercitivo o


anticipativo* y cooptador, encontramos tres rasgos relacionados entre
sí que suavizan el carácter autoritario del régimen mexicano,
distinguiéndolo de otros como más “incluyente”: el primero es un
argumento acerca de la cultura política; el segundo, el clientelismo,
y el tercero, la rivalidad entre élites.
Desde la perspectiva de la cultura política, los políticos mexi­
canos están en contacto con la sociedad gracias al ambiente de
concertación política que propicia el partido oficial, llevando al
aparato de Estado a una mayor apertura a “presiones y sugerencias
de las bases”, en comparación con la de los duros tecnócratas de
los regímenes burocrático-autoritarios (Cardoso, 1979: 47). Este
aprendizaje explica la capacidad de estos políticos para anticipar
demandas, adelantándose a ellas. Se dice que esta característica
explica la naturaleza flexible y pragmática de la política mexicana,
en que se prefieren la negociación y las concesiones a la imposición
abierta. No nos encontramos lejos de los pronunciamientos ante­
riores de Huntington, para quien las élites gubernamentales res­
ponden a los intereses de las masas porque, “subir a la cima de una
autoridad cívica institucionalizada, amplía los horizontes de un
hombre”. (Huntington, 1968:97)
El clientelismo, por otra parte, provee el canal estructural que
da curso a las negociaciones, creando agiotistas del poder, capaces

* En inglés, ‘‘preemptive”, término militar que se aplica a la idea de un ataque


sorpresivo para impedir que el enemigo tenga capacidad de ataque. En sociología,
se aplica esta idea en el contexto de políticas estatales que otorgan concesiones con
anticipación a las demandas correspondientes para impedir que los actores políticos
susceptibles de hacer tales demandas obtengan una victoria política. (N. del T.)
46 EL PACTO DE DOMINACIÓN

de ejercer suficiente presión para obtener beneficios limitados


para sus clientes (así como para sí mismos). (González Casanova,
1970:129). Las reformas sociales son un resultado natural de tales
mecanismos informales. Los dirigentes populares ya no son descri­
tos como “charros” incondicionalmente dóciles a las órdenes des­
de arriba, como en el modelo de línea dura, sino como “dirigencia
sindical”, concepto que conlleva una noción de independencia, aun­
que sea parcial, del Estado, expresada por medio de la negociación
en nombre de los agremiados. El propio presidente es visto como una
figura paternalista que da y concede, no sólo por racionalismo crudo,
sino por tener una comprensión profunda de cómo la gente puede ser
motivada en lugar de obligada, adquirida en la larga carrera política
que se presume recorrió en su ascenso a la presidencia. Este argumen­
to ha perdido terreno con el creciente reclutamiento de funciona­
rios de alto nivel y de presidentes entre tecnócratas, a partir de los
años setenta (Camp, 1983). No obstante, las calidades políticas del
político (Grindle, 1977a) o “empresario político” (Collier y Collier,
1991) permanecen, en gran medida, en el centro de las imágenes
teóricas de los estudios sobre México.
Finalmente, se ha visto la competencia entre élites dentro de la
“familia revolucionaria” como una apertura a las demandas populares
por parte de la estructura del poder (Collier, 1982; Collier y Collier,
1991). Dichos procesos, como dejarán en claro los capítulos siguien­
tes, bien podrían haberse desenvuelto durante los primeros años
de formación del régimen posrevolucionario, pero fueron remplaza­
dos desde hace mucho por una disciplina partidaria de las élites.
La validez empírica de estos argumentos varía entre un mo­
mento histórico y otro. Su valor teórico reside en su énfasis en la
flexibilidad de los mecanismos institucionales tal como lo muestran:
el pragmatismo tradicional de los políticos mexicanos (Coleman y
Davis, 1983; Levy y Szekely, 1985); la habilidad de distintos prota­
gonistas políticos para negociar con el Estado (Bennett y Sharpe,
1980, 1985; Story, 1986; Reyna, 1977); la capacidad de los pobres
de la ciudad para organizarse y obtener ciertas ventajas (Lomnitz,
1974,1975; Montaño, 1975; Cornelius, 1975; Eckstein, 1977; Ramírez
Saiz, 1990), e, incluso, una cierta imprecisión en los mecanismos
institucionales que permite que los actores negocien caso por caso,
en vez de seguir una lógica burocrática preestablecida (Purcell y
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 47

Purcell, 1980). Cuánta negociación ocurre de manera informal,


qué formas toma y cómo han evolucionado varía de un caso a otro
y de acuerdo con la esfera de que se trate. Aún así, todos los
estudios apuntan hacia la existencia de reglas no escritas que
dictan pragmatismo y flexibilidad ante los conflictos, así como la
necesidad de evitar la violencia. No obstante, no puede descartarse
la posibilidad de que una cultura que buscara evitar los conflictos
condujera a acuerdos secretos y a la corrupción con la misma
facilidad con que propicia las reformas. Por esto, tanto la versión
político-cultural como la dientelista del autoritarismo “incluyente”
quedan lejos de responder a la pregunta de por qué se emprendie­
ron reformas sociales.
A pesar de las importantes diferencias que los separan, estos
dos enfoques pueden ser considerados complementarios en lo
concerniente a los mecanismos que los identifican como centrales
para la reforma social. Ambos pecan de una visión hiperracional
del Estado, que describe a la burocracia estatal como una potente
maquinaria en manos de operadores altamente calificados, que
alternativamente aprietan o sueltan el acelerador o el freno según
sea necesario, atentos en cada momento a evitar los obstáculos y
prevenir los choques. Todos estamos de acuerdo en que la maqui­
naria estatal mexicana es impresionante. Si se tuviera alguna duda
respecto a su eficacia, su longevidad es aún más impresionante,
sobre todo después de los sacudimientos políticos de 1988 y 1994.
También queda claro que la mayoría de las élites de Estado, en especial
las cercanas a la cúspide, tienen todas las señas de los buenos adminis­
tradores.17 Finalmente, no hay duda posible de que ha habido refor­
mas sociales: el nivel de alfabetización es muy alto (pese a que el
número promedio de años de educación formal sigue siendo bajo);
la salud pública abarca a casi toda la población (aunque la distribu­
ción de estos recursos es muy desigual); hasta recientemente, la
mayoría de la población urbana ha tenido acceso a productos de

17 Aunque es cuestionable el argumento que presentan los defensores de la


“tecnocratización" creciente del Estado mexicano sobre la diferenciación entre “téc­
nicos” y “políticos” o el mayor profesionalismo de los primeros (como argumentaba
Lemer de Sheinbaum, 1983), los niveles académicos cada vez mayores de los
burócratas de alto rango son irrefutables (Cf., por ejemplo, Smith, 1979, 1986;
Camp, 1983,1986).
48 EL PACTO DE DOMINACIÓN

alimentación básica baratos (aunque una proporción alta de la


rural ha sufrido de desnutrición crónica) a pesar de la estrategia
de mercado abierto a la economía mundial.
Es muy tentador atribuir todos estos logros a la buena voluntad
y las habilidades profesionales de quienes encabezan la maquinaria
estatal, en especial cuando existen estudios de caso que indican la
ausencia de demandas populares por medidas específicas de polí­
tica social. Así, Kaufman argumenta de manera convincente que el
movimiento obrero no había demandado reparto de utilidades
durante los años inmediatamente anteriores a la decisión de 1961
de hacerlo obligatorio (Kaufman, 1975). De manera similar, los
campesinos no habían solicitado instalaciones para almacenar la
producción, ni tiendas comunitarias, cuando füeron creadas por
la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo) du­
rante la administración del presidente Echeverría (Grindle, 1977).
Tampoco pedían la creación del Sistema Alimentario Mexicano
(sam) instituido por la administración siguiente (Redclift, 1981;
Spalding, 1985; Luiselli, 1985; Austin y Esteva, 1987; Fox, 1992).
De hecho, cuando la administración del presidente Miguel de la
Madrid (1982-1988) desmanteló el sam, y Salinas de Gortari (1988-
1994) hizo lo mismo con la mayor parte de la Conasupo, no se
oyeron protestas. Spalding (1978) y Mesa Lago (1978), por otro lado,
mostraron que la seguridad social dividió, más que unió, al movi­
miento obrero organizado.
Observamos una equivalente ausencia de demandas de los
grupos que fueron incorporados al seguro social en los años cincuen­
ta y sesenta,18 o por los que se verían beneficiados por la decisión
de 1973 de extender la cobertura de esta institución a no afiliados.
Cuando esta decisión quedó en letra muerta, nadie protestó. El
plan de salud primaria del iMSS*Coplamar (rebautizado IMSS-Solida-
ridad después de 1988) que lo sustituyó siete años después fue tan
plácidamente aceptado como su ausencia había pasado desaperci­
bida. Tras un largo periodo de reducción del gasto social entre
1982 y 1988, fue creado, en 1989, un paquete complejo de medidas
orientadas a combatir la pobreza, bajo el título de Programa
Nacional de Solidaridad (Pronasol). En este caso, como antes, no

18 Cf., Spalding, 1978, y Wilson, 1981.


LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 49

hubo demandas específicas de esta medida, ni protestas expresas


por el deterioro de la asistencia pública desde el inicio de la crisis.
Partiendo de tales evidencias, parecería inevitable identificar
al Estado como el único iniciador de reformas sociales. Los móvi­
les que llevan a los reformadores sociales a tomar tales medidas pue­
den ser expuestos con suficiente imprecisión como para que las
preocupaciones de las élites aparezcan como las causas primarias,
y las fuerzas sociales organizadas como receptores inactivos de las
recompensas del Estado. Hasta los años ochenta, pocos académi­
cos habrían disputado esta tesis. Aún menos estarían dispuestos a
aceptar la verosimilitud de la hipótesis de que las luchas populares
fueran los detonadores de las reformas presidenciales. La transfor­
mación de paradigmas ocurrida durante los ochenta, altera este
panorama general, a la vez que plantea nuevas interrogantes acerca
del papel de las fuerzas populares en los cambios políticos.

La década perdida: reconsiderar el Estado mexicano

Hasta que todo el edificio del desarrollo impulsado por el Estado se


derrumbó en agosto de 1982, cuando México declaró la moratoria de
pagos de su deuda externa, se habían percibido pocas divergencias
entre los analistas del sistema político mexicano en cuanto a la pri­
macía del Estado. Un decenio después de la aguda crisis que arreme­
tió contra la economía mexicana, la creencia en el casi ilimitado
poder del Estado para contener las aspiraciones populares no ha
desaparecido del todo. Incluso cuando la oposición al pri alcanzó
su punto máximo, su carácter legitimista nunca fue puesto en tela
de juicio (Loaeza, 1987; Cornelius, Gentleman y Smith, 1989). La
aceptación tácita del fraude por parte de las fuerzas opositoras des­
pués de 1988 y el aparentemente genuino éxito del pri en las elec­
ciones legislativas de 1991 después de las promesas presidenciales
de reformar el partido, sigue colocando al Estado en la vanguardia
del cambio político.
En los años inmediatamente anteriores a la elección de 1988,
el proceso electoral pasó a ocupar el centro de atención académica
(Molinar, 1987a, 1992; Gómez Tagle, 1988; Luna, Tirado y Valdés,
50 EL PACTO DE DOMINACIÓN

1987; Bravo Mena, 1987; Arriola, 1987; Loaeza, 1987; Carr, 1986).
La mayoría de los estudiosos se preguntaba si la política mexicana
estaba evolucionando rumbo a un proceso electo ral más competitivo.
Esta hipótesis reflejaba las desusuales movilización política y ganan­
cias electorales del Partido Acción Nacional (pan) durante los ochen­
ta, acompañadas de una ineficacia relativa del movimiento obrero
y de los partidos de izquierda durante la misma época. Era muy
probable que, con esta oposición conservadora al partido oficial,
partidaria de las privatizaciones y del mer- cado libre, el Estado
benefactor tuviera pocos defensores. Loaeza notó, por ejemplo,
que la plataforma electoral del pan en 1988 no mencionaba com­
promiso *alguno con la justicia social, y comentó que esto reflejaba
“el reconocimiento, por parte del sector dominante de la desigual­
dad como un fenómeno cruel aunque natural, y por lo tanto
inevitable” (Loaeza, 1989: 361).
El inesperado surgimiento en 1987 del frente Democrático
Nacional (fdn) como contendiente en las elecciones presidencial y
legislativa de 1988 tomó por sorprésa a la mayoría de los analistas. Las
fuerzas opositoras de izquierda, hasta entonces dispersas y divididas
entre partidos de izquierda pequeños, resultado de esciciones ideo­
lógicas profundamente divisorias (Semo, 1986), movimientos so­
ciales localizados, con poca influencia política, y pequeños secto­
res sindicales disidentes (en especial magisteriales y petroleros) se
habían unido bajo la bandera del neocardenismo encabezado por
Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del venerado Lázaro Cárdenas, presi­
dente de México de 1934 a 1940. El origen del movimiento fue el
rechazo, por parte de la dirección del partido oficial, de un llama­
miento interno a la reforma democrática, formulado por la “Co­
rriente Democrática” del partido, llevando a la expulsión de ésta
del pri y su constitución como partido independiente. Este nuevo
contrincante cambió radicalmente la naturaleza de los desafíos
políticos que enfrentaría el partido oficial en 1988. Más que com­
petir con un opositor cuyas demandas conservadoras excluyen
implícitamente a la mayoría pobre de los mexicanos, el pri debió
enfrentar a un protagonista que revivía el discurso revolucionario de
justicia social, en un momento en que su desempeño en este
ámbito era algo menos que satisfactorio y el descontento con las
políticas económicas del gobierno era elevado.
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 51

La literatura sobre los movimientos sociales daba pocas pistas


sobre la posibilidad de este terremoto. Aunque rendía cuenta del
auge de tales movimientos bajo el efecto de la crisis económica
(Ramírez Saiz, 1986, 1990; Alonso, 1985, 1986; Calderón, 1986;
Foweraker, 1989,1990; Davis, 1990; Street, 1991; Cook, 1990; Prie­
to, 1986), aportó pocas evidencias de que ésta pudiera trans­
formarse en una nueva base social de movilización popular. De
hecho, la mayoría de los autores estuvieron de acuerdo en que es­
tos movimientos carecían de la capacidad para amenazar de mane­
ra real al gobierno (Carr, 1983, 1986; Needier, 1987; Foweraker,
1989; Street, 1991; Ramírez Saiz, 1989) o generar nuevas formas de
reivindicaciones políticas. Lejos de ser vistos como agentes direc­
tos de cambio, estos movimientos fueron percibidos como gestadores
de cambios profundos en los mecanismos institucionales que ha­
bían, hasta entonces, asegurado la estabilidad de los arreglos cor-
porativistas.
Este diagnóstico dejó prácticamente intacta la tesis de que el
Estado era la fuerza dominante en la iniciación de reformas socia­
les. Así, los especialistas en movimientos sociales hicieron poco
para socavar la versión vertical de la política mexicana heredada de
las décadas anteriores. Dada la decadencia del movimiento obrero
(Middlebrook, 1986; Carr, 1983), parecía que el tiempo había retro­
cedido, volviendo a definirse al Estado como agente central del
cambio. Sólo que, ahora, el cambio iba rumbo al retiro del Estado
de la responsabilidad de la redistribución y el control estricto de
los salarios en aras de fortalecer la competitividad internacional
del país. Por lo tanto, la movilización popular lograda por el Frente
Democrático Nacional, que se orientaba claramente a la renova­
ción de las medidas de bienestar, no dejó huella alguna en la
investigación sobre México. Al igual que movilizaciones anteriores,
se iba a ver, en retrospectiva, como un proceso para “soltar vapor”
(González Casanova, 1970), seguido de “autovaloraciones” perió­
dicas del sistema político (Cornelius, Gentleman and Smith, 1989),
pero sin impacto duradero.
En muchos sentidos, la visión vertical puede ser correcta para
los ochenta y noventa, así como para décadas anteriores, si se
entiende como una apreciación de la capacidad del Estado para
contener a la oposición e imponer soluciones. Cualquier intento de
52 EL PACTO DE DOMINACIÓN

contraponer la fuerza de los grupos populares al poder del Parti­


do-Estado está condenado a concluir en que éste es el dominante.
Los estudiantes manifestantes en 1968 no eran un enemigo temible
para los soldados que los diezmaron. El gobierno que los reprimió fue
capaz de mantener la continuidad política a pesar del repudio
generalizado entre el pueblo por la masacre de Tlatelolco. En 1940
y 1988 se cometieron fraudes electorales masivos sin consecuen­
cias visibles para los gobiernos que tomaron el poder por tales
medios.
El argumento más usual para explicar la propensión del Estado
a hacer concesiones a las clases subordinadas, a pesar de su poder
coercitivo superior, suele ser su supuesta necesidad de legitimidad.
Sin embargo, esta afirmación se vuelve circular si no se basa en la
premisa de que el Estado estaría en peligro, de un modo u otro, si
no mantuviera o recuperara su legitimidad. Esto implica, a su vez,
aceptar que grupos relativamente impotentes podrían amenazar al
Estado, de tener la capacidad de cuestionar su legitimidad.
La mayoría de los analistas de los movimientos sociales poste­
riores a 1968 asumen que se ha dado un proceso general de desmo­
vilización popular (tesis autoritaria), o bien consideran que los
grupos disidentes en México han sido demasiado pocos, dispersos y
mal organizados como para inducir cambios en el sistema político.
Tales premisas son las que impiden siquiera plantear esta pregunta,
precisamente porque presuponen que la capacidad para amenazar
la estabilidad del Estado se mide exclusivamente en función de la
pura fuerza militar de la oposición, haciendo caso omiso de las
repercusiones ideológicas en el resto de la población de la acción
opositora.19
Si partimos del supuesto contrario, a saber, que la disidencia
es peligrosa para el Estado porque da un ejemplo que puede encen­
der el descontento general —especialmente en momentos de crisis
coyunturales— tendríamos que concluir que la continuidad del
poder estatal depende de la habilidad de sus élites para preve­
nir la extensión de la disidencia. ¿Cómo puede lograrse esto a una
escala suficientemente grande? Convenciendo a un sector suficien­

19 Este error, sin embargo, rara vez es cometido por los estados autoritarios
“de verdad”. En estos, los disidentes son eliminados, por muy “débiles" que sean.
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 53

temente amplio de la población de que el gobierno sigue estando


de su parte y, por ende, que los disidentes están equivocados. Para
obtener tal resultado, un gobierno debe concretar (hasta cierto
punto) su propia retórica legitimadora. En México, tal retórica se
centra, inequívocamente, en el logro de la justicia social por los
medios designados en la Constitución de 1917, es decir, la reforma
social. Por tanto, ésta representa “una agenda constitutiva de
prioridades” (Fowley, 1991) de la que dependen las . élites para
mantener la paz social.
Según este supuesto, emerge una realidad política diferente,
en la cual la importancia de las presiones desde abajo no reside en
su fuerza en relación con el poder represivo del Estado, sino en su
posibilidad (a ojos de las élites estatales) de hacer el sistema incon­
trolable. Dicha posibilidad surge de la capacidad de los disidentes
para desprestigiar al Estado desde el punto de vista ideológico, al
mostrar la vacuidad del discurso gubernamental y, por lo tanto, la
inutilidad de la lealtad al sistema. En esta perspectiva, esto no es
comprendido como una “cultura cívica”, internalizada, ni una
pasividad incondicional, sino como el precio a pagar por el com­
promiso tácito, por parte del Estado, para mejorar los niveles de
vida de la mayoría de la población bajo su dirección. La disidencia
abre la posibilidad de presionarlo para que ofrezca mejoras tangi­
bles en lugar de promesas vagas. En otras palabras, los disidentes
preparan el terreno para transformar la concertación básica que
regula las condiciones de desigualdad en México, y de allí su
potencial para cambiar todo el sistema, aunque también la amenaza
para la estabilidad estatal y, en consecuencia, la continuidad del
régimen.
Desde esta perspectiva, las luchas sociales y las protestas públi­
cas indican los puntos de presión existentes en la relación entre el
Estado y las clases subordinadas. Las demandas de los de abajo, si
no son satisfechas, crean un clima general de agitación que puede
desatar demandas más firmes en favor del cambio y movilizar otros
puntos centrales de descontento. Las reformas sociales dosificadas,
por otro lado, constituyen instrumentos organizativos en manos de
los administradores del Estado para prevenir dichas movilizacio­
nes y restablecer un grado de paz social. La interacción entre luchas
y reformas pasa a ser el objeto de estudio que puede conducimos a
54 EL PACTO DE DOMINACIÓN

una comprensión más amplia de la paz social en las sociedades ca­


pitalistas en general, así como las raíces de la estabilidad del
régimen en México.

El pacto de dominación

Las reformas sociales, aunque realizadas por el Estado, se originan


en los conflictos creados por las desigualdades del desarrollo de
México. Propongo atribuir estas reformas a episodios efímeros,
pero significativos, de desestabilización desde abajo, a las cuales el
Estado ha respondido con una combinación de represión y refor-
mismo. Así, se considera que los grupos subordinados, sometidos
a diario, en cuanto individuos, a condiciones de explotación legal­
mente definidas, tienen una capacidad limitada para transformar
dichas condiciones de manera colectiva. Para analizar estos procesos,
utilizaré una herramienta heurística —el pacto de dominación— y
seleccionaré, de la historiografía, un número de confrontaciones so­
ciales en las que este pacto ha sido renegociado.
El concepto de “pacto de dominación” engloba dos elementos
aparentemente contradictorios: pacto implica negociación, resolu­
ción de conflictos e institucionalidad; mientras que dominación
tiene una connotación de desigualdad, antagonismo y coerción. La
yuxtaposición de ambos términos intenta expresar la idea de que la
gente acepta la subordinación y la explotación; mas no a cualquier
precio. La noción de dominación pactada, por lo tanto, denota
simultáneamente el control del Estado sobre las clases dominadas y
los medios institucionales o extrainstitucionales que éstas tienen a
su disposición para modificar los términos de su subordinación.
Un pacto de dominación, tal como se usa en este estudio, no
es una entidad claramente identificable ni socialmente reconocida,
como sería el caso en las democracias pactadas del Cono Sur.20 Por
pacto se entiende aquí, un constructo analítico orientado a captar

20 En Uruguay, por ejemplo, existe, desde la democratización de los ochenta,


un pacto formal que especifica las condiciones bajo las cuales los militares están
dispuestos a mantenerse fuera de la política. En Chile, desde 1989, la situación es
similar, aunque menos formalizada.
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 55

el proceso mediante el cual los antagonismos profundos —en


particular pero no exclusivamente los originados en las desigual­
dades de clase— son regulados por un orden institucional asentado
legalmente. Este concepto se entenderá como el conjunto de reglas
institucionalmente sancionadas y coercitivamente respaldadas que especi­
fican “quién obtiene qué” en un momento dado y dentro de los límites de
un territorio nacional dado. Incluye un elemento simbólico impor­
tante en la medida en que significa a la vez “quién debería obtener
qué” (de acuerdo con las reglas escritas y con la retórica oficial),
y “quién, de hecho, obtiene qué”. El grado de discrepancia entre
ambos y la presencia de protagonistas capaces de llamar la atención a
tal discrepancia serán vistos como factores detonantes en el proceso
de renegociación y transformación del pacto.
En el marco aquí definido, los pactos no provienen exclusiva­
mente de las decisiones del Estado ni de las acciones de los grupos
subordinados, sino de la interacción entre estrategias estatales de
control sobre éstos y modalidades de resistencia inventadas por los
dominados (Crisp, 1984, en Munck, 1987: 6). Los participantes en
estos procesos de transformación, tienen diferentes objetivos e
instrumentos estratégicos, y enfrentan distintas restricciones. Las
élites estatales persiguen, principalmente, metas limitadas de me­
didas concretas y juegos restringidos de poder dentro del contexto
general de la continuidad institucional, en la que las relaciones
capitalistas de producción se dan por sentadas (O’Donnell, 1977a).
Los actores de clase,21 por otra parte, buscan mejorar su situación
relativa dentro de este marco general. Tanto las clases dominantes,
como las dominadas, dependen del Estado para resolver sus dife­
rencias y poner en vigor las soluciones adoptadas. A la inversa, el
Estado no puede promover las condiciones de la estabilidad insti­
tucional requerida para su propia supervivencia a menos de lograr
una tregua en las luchas sociales. En otras palabras, los pactos de

21 Aquí, el término clase nada más representa a un grupo que comparte una
posición económica común. En este sentido tan limitado, no incluimos una sola
clase subordinada, sino toda una variedad de ellas, que, a menudo, tienen poco en
común aparte de su proximidad en una escala imaginaria de la distribución de
recursos económicos en la sociedad. Asimismo, hablar aquí de las clases como sujetos
únicamente indica grupos organizados con un fuerte —mas no exclusivo- compo­
nente de esta categoría social.
56 EL PACTO DE DOMINACIÓN

dominación representan transacciones resultantes de confronta­


ciones previas entre grupos dominados y dominantes, pero admi­
nistrados por el Estado con los recursos burocráticos legales a su
disposición.
No todos los grupos son “socios”, ni “opositores” en un pacto, ni
su voz tiene el mismo peso en su elaboración. Algunas fracciones
de clase en México han sido excluidas (de jure o de facto), sea por es­
tar demasiado fragmentadas y desorganizadas (por ejemplo, los cam­
pesinos sin tierra y los trabajadores no oiganizados), sea por haber
sido eliminadas por la fuerza (como los anarquistas, sinarquistas y
comunistas hasta 1934, y nuevamente entre 1940 y 1979). La noción
de negociación del pacto es, por lo tanto, inseparable de la de pertenen­
cia a un grupo socialmente activo. Dentro de dichos grupos, sin
embargo, los individuos pueden pasar de pasivos a activos (o vicever­
sa) en distintos momentos. Aunque los participantes activos suelen ser
pocos, la masa de inactivos que es potencialmente movilizable (o
desmovilizare) determina el poder de negociación del grupo activo
y, de allí, su capacidad para renegociar el pacto.
El término “pacto de dominación” no es nuevo en los textos
sobre América Latina. No obstante, los usos que se le ha dado son
tan variados que son necesarias algunas clarificaciones conceptua­
les. Femando H. Cardoso, quien acuñó el término, lo entendía
originalmente con base en una perspectiva instrumentalista del
Estado. En este sentido, debía incluir la idea de que “algunas clases
dominan a otras... y utilizan el aparato estatal (coercitivo así como
ideológico) para articular su dominación” (Cardoso, 1977a: 24).
Después, él mismo cambió su visión estructural, definiendo al
propio Estado capitalista como un “pacto de dominación” y, con
ello, como el mecanismo central de la reproducción de las relacio­
nes capitalistas de producción (Cardoso, 1979:39). En ambos casos
la dominación estatal es comprendida como un instrumento de
explotación de clase.
En un tercer ensayo, Cardoso insiste en que la perspectiva de
la dependencia, como él la concibe, “afirma la existencia de dominar
ción y lucha [y se ocupa fundamentalmente de] quiénes son las clases
y grupos que, en las batallas por el control o la reformulación del
orden existente hacen viable o transforman una estructura dada de
dominación” (Cardoso, 1977b: 16). Este planteamiento, que define
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 57

la continuidad capitalista como dominante, aunque transformable


por la lucha de clases, se acerca a mi definición del término.
Aparte de la obra de Cardoso, el término “pacto” se ha utiliza­
do frecuentemente en la literatura sobre América Latina. Por
ejemplo, O’Donnell define al Estado como el “garante y organiza­
dor del pacto de dominación” (1983: 19), aunque no utiliza más
este concepto en su análisis empírico. En el contexto mexicano, el
término es mencionado con frecuencia en las expresiones “pacto
social” o “pacto histórico”, siempre refiriéndose a la alianza posre­
volucionaria ex principio del Estado con las clases populares (Cor­
dera y Tello, 1981). Según una utilización más reciente del
término, Cornelius, Gentleman y Smith proponen que “la estruc­
tura mexicana de poder [puede] ser vista como una serie de
alianzas o pactos que embonan entre sí” (1989: 9). En tales ejem­
plos, sin embargo, poco se ha intentado explotar el potencial del
concepto, más allá de la noción general de acuerdos consensúales.
“Pacto” también se utiliza para referirse a una serie de estruc­
turas y reglas burocráticas del juego que regulan las relaciones
entre Estado y grupos específicos de la sociedad, como en la
expresión “pacto corporativista”. En este caso, “pacto” viene a ser
sinónimo de “régimen”. Convenios informales, aunque pública­
mente reconocidos, entre el Estado y sectores particulares de la
sociedad (por ejemplo, entre gobierno civil y ejército) también se han
definido como pactos, es el caso del término “democracia pactada”.
Aquí, significa que una de las partes pactantes tiene el poder de blo­
quear a la otra en caso de que ésta se saliera de los límites del acuerdo.
En cuanto a las antiguas dictaduras militares, la institución castrense
acepta mantenerse alejada de la política a condición de que el cursó
democrático no rebase lo que considere apropiado. Finalmente, un
pacto puede ser un convenio adoptado formalmente, como en la
actualidad el “Pacto de Estabilización y Crecimiento Económico”
(pece) en México, mediante el cual los sectores principales acorda­
ron detener precios y salarios con miras a frenar la inflación y
promover el crecimiento económico orientado a la exportación.
Todos estos usos del término, a excepción del de Cardoso, es­
tán íntimamente asociados con la noción de un contrato razonado,
bastante estable, al que se suman de manera voluntaria las distintas
partes pactantes. En contraste, en el enfoque que aquí se adopta,
58 EL PACTO DE DOMINACIÓN

este concepto se refiere a procesos históricos generales en que el


actuar humano estructura y transforma las reglas de dominación.
Aunque se asume que los protagonistas de dichos procesos son moti­
vados por metas, no se supone que su acción esté guiada, de manera
racional, por un pacto conocido. Por lo tanto, un pacto de domi­
nación, como uso la expresión, no es algo presente en las mentes
de los actores partícipes, sino una elaboración teórica de mediano
alcance que va más allá de la racionalidad individual o de grupo.
En el marco de este estudio, representará las formas concretas en
que los conflictos periódicos entre capital y trabajo que han tenido
lugar, se han negociado y, eventualmente, incorporado al conjunto de
reglas de dominación, relativamente flexibles, administrado por el
Estado. Lejos de referirse a una estructura fija, de lo que se trata
es de un proceso relativamente fluido e imprevisible a lo largo del
tiempo. Su principio motor es la sucesión histórica de luchas por
parte de los individuos, cuyas aspiraciones y medios de acción colec­
tiva están restringidos por las fuerzas que definen su posición econó­
mica y su conciencia política, por un lado, y por los pactos establecidos
en el pasado, por el otro.
En la medida en que estoy tratando con cambios en el tiempo, de­
bo hablar de una variedad de “pactos”, refiriéndome, con cada uno, a
una configuración distinta de lo precedente. Dada la continuidad
de los procesos políticos en México, las diferencias entre uno y otro
pacto a menudo son poco perceptibles. El propósito de mi análisis
es dejar tales diferencias en evidencia y repasarlas a cámara rápida,
mostrando los cambios, en la misma forma que las imágenes
individuales de una película simulan movimiento al ser pasadas
con rapidez una tras otra. Esta concepción exige que comprenda­
mos el origen sustantivo de los conflictos que llevan hacia una
modificación específica del pacto social, de cómo fue acordado, de
las reglas y estructuras que mantienen este orden, y de su evolución
hacia nuevos conflictos y acuerdos.22

22 El término acuerdo no debe ser equiparado con el de consenso normativo,


sino simplemente con asentimiento, es decir, aceptación. Que ese asentimiento y
aceptación se integren de manera emocional y normativa es un problenia que no
trato aquí. En las áreas urbanas de México, donde la cultura política entre las clases
populares es muy sofisticada, la suposición de que el discurso gubernamental es
aceptado como viene, simplemente ya no es razonable.
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 59

En resumen, mientras que se ha utilizado la noción de pacto


para dar a entender coerción de clase o Estado, o proceso político re­
lativamente consensual, en mi análisis incluye sus significados
tanto de conflicto como de consenso, cuya combinación se consi­
dera estar en la base del cambio. En tanto sirvan de instrumentos
para imponer una distribución desigual de los recursos económi­
cos y políticos, los pactos de dominación serán constantemente
puestos en tela de juicio, independientemente de cuán estables o
coercitivamente sustentados parezcan. Su flexibilidad depende: de
la capacidad de las clases subordinadas para resistir la explotación
y transformar las reglas políticas del juego; de la habilidad de
grupos excluidos para dar fuerza a sus demandas de participación;
del poder de las clases dominantes para imponer sus medidas al
Estado (es decir, la visión instrumentalista aquí se postula como una
posibilidad empírica más que como un principio teórico funda­
mental), o del poder relativo del Estado respecto a diversos grupos
en varias coyunturas.
Esta correlación interna de fuerzas, se verá, a su vez, como
dependiente, en gran medida, del lugar ocupado por un país en la
división internacional del trabajo, y de sus lazos políticos y económi­
cos con otras naciones, así como de situaciones puramente coyuntu-
rales (guerras, recesiones). El pacto de dominación, por lo tanto, es
el proceso mismo que relaciona al Estado con la sociedad y a dis­
tintos sectores de ésta con los demás por medio de confrontacio­
nes, negociaciones, empates y transacciones históricas que están
restringidos, aunque no determinados, por el orden estructural re­
sultante de episodios anteriores de estas confrontaciones.

El PACTO DE DOMINACIÓN: el CASO MEXICANO

En la medida en que representan a la vez procesos de reproducción


y de cambio, los pactos de dominación están profundamente
enraizados en el pasado. Por ello, para tomar la revolución de 1910
como punto de partida se requiere que entendamos la naturaleza
del pacto revolucionario en sus inicios, y cómo los acontecimientos
subsecuentes trajeron, o no, ciertos tipos de presiones para la apli­
cación o redefinición del pacto. Al contrario de la visión vertical,
60 EL PACTO DE DOMINACIÓN

ésta asume que los protagonistas constituyen fuentes permanentes


de resistencia y cambio (Crozier y Friedberg, 1977), incluso en las
condiciones más estrictas de dominación. Más que buscar la evi­
dencia de la demanda por el cambio, el estudio rastrea acciones y
sucesos que contribuyeron a la erosión del control estatal sobre el
movimiento obrero desde 1910 —a pesar de la formidable maqui­
naria que constituye el corporativismo— y que subsecuentemente
han conducido a reformas sociales.
Durante el periodo de formación del país después de la Revo­
lución, los trabajadores ocupan una posición estratégica importan­
te, en la medida en que su apoyo es una condición necesaria para
la defensa del régimen en contra de golpes contrarrevolucionarios e
intervenciones extranjeras. A medida que el régimen se estabilizaba
en los años veinte y gradualmente se solidificaba, los puntos neurál­
gicos en los que la representación oficial de los intereses laborales
podía presionar fueron cambiando. Después de 1940, estos puntos
se centraron en un sistema triangular de presiones mutuas entre la
dirección del movimiento obrero regimentado, la disidencia (dentro y
fuera del movimiento obrero) y el Estado. En la medida en que los
elementos disidentes (por ejemplo, los sindicatos independientes
de obreros o de maestros durante ciertos periodos, o los estudian­
tes en 1968) externaron agravios que encontraban un eco conside­
rable entre los trabajadores de base, amenazaron la autoridad del
Estado, independientemente de su debilidad desde el punto de
vista organizativo. En otras palabras, su fuerza residió en su potencial
para diseminar el descontento, con lo cual podían cortar las líneas
verticales tejidas por el corporativismo.
Durante periodos en que la actividad disidente está en auge,
aumenta el poder de negociación de los dirigentes sindicales ofi­
ciales para obtener concesiones del Estado a favor de las bases,
como incentivos para mantener la lealtad entre éstas. Si estos
líderes no optan por sacar ventaja de tales oportunidades, su poder
se ve mermado, con lo que el edificio corporativo estatal se hace más
frágil.
Mi tarea es analizar momentos históricos que representen
instancias de confrontación social capaces de conducir a la redefi­
nición de los pactos de dominación mediante los cuales el Estado
ha regulado las relaciones entre trabajo y capital desde 1910. Se
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 61

plantea el postulado de que las confrontaciones no necesariamente


son iniciadas por protagonistas sindicales, ni orientadas a obtener
los logros que estos eventualmente han recibido. Así, veremos que
el grueso de los trabajadores no luchó por la obtención del Seguro
Social, sino por mantener sus conquistas económicas y políticas de
antes de la guerra. Posteriormente, no luchó por extender dichos
avances, ni por un reparto de las ganancias del capital, sino por la
democracia sindical. La vivienda de interés social, por otra parte,
sobrevino como un regalo inesperado, cuando aún resonaban los
ecos del movimiento estudiantil de 1968. Así, las reformas sociales
rara vez representaron arenas políticas en sí. No obstante, forman
parte de una agenda permanente de cambios sociales que constitu­
ye la base de la legitimidad de los gobiernos posrevolucionarios.
Como tales, representan los instrumentos de negociación elegidos
por el Estado, así como por las élites sindicales, con base en la lista
de demandas permanentes de justicia social escritas en la Consti­
tución.
A menudo, tales reformas han sido tildadas de simple “coop­
tación”. Según esta visión, la clase trabajadora y otros grupos
subordinados son sometidos sin mucho esfuerzo por el Estado y a
un costo mínimo para el capital. Esta interpretación, que va de la
mano con la visión vertical de la política en México, es en exceso
simplista. Confunde las acciones del Estado orientadas a “comprar” a
los dirigentes populares oficiales con otras que favorecen a las bases.
En la perspectiva adoptada en este estudio, la cooptación se refiere
a los incentivos ofrecidos a los dirigentes oficiales para evitarles la
tentación de convertirse en líderes auténticos, respondiendo a las
demandas de justicia social. La cooptación, por ende, trata de
suprimir las demandas. Las reformas sociales, a la inversa, son el
precio que debe pagar ocasionalmente el Estado para motivar a las
bases a permanecer en las organizaciones oficiales. Cuando surgen
dirigentes naturales de las estructuras cooptadas o cuando líderes
independientes son escuchados fuera de estas estructuras, significa
que el sistema de cooptación no ha dado los resultados esperados.
Entonces, el asentimiento debe ser obtenido por otros medios. La
reforma social es uno de los medios para renovar esta aceptación
en la era posrevolucionaria; pero sólo bajo el acicate de las presiones
desde abajo que amenazan con pasar por encima del control estatal.
62 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Lo importante no es determinar si un grupo dado ha sido


“cooptado” o no, sino cuánto ha tenido que pagar el Estado por
ello, a menudo a pesar de la resistencia abierta del capital (así como
resistencias dentro del Estado) para mantener o restablecer la paz
social. Esto nos lleva de nuevo a la oposición entre incentivos y
restricciones que con demasiada frecuencia ha sido desatendida en
la documentación sobre México, a pesar de la evidencia de que se
han obtenido más concesiones para grupos selectos de entre las
clases dominadas que en otros contextos autoritarios menos esta­
bles. Argumento, por lo tanto, que los dirigentes oficiales han po­
dido ofrecer los incentivos necesarios para mantener la lealtad de
sus seguidores sólo en la medida en que se han obtenido concesio­
nes reales para las bases.
En resumen, el planteamiento que propongo pone el énfasis
en el cambio y en la acción empotrada en las estructuras institucio­
nales mexicanas, a diferencia del enfoque de régimen que se ha
orientado a relacionar la elaboración de políticas con un cuerpo
de reglas y estructuras fijas (Remmer, 1978). La transgresión de
reglas, en lugar de ser considerada como anómala o imprevisible,
es vista aquí como el mecanismo fundamental de cambio. Com­
prendidas así, estas reglas pierden el carácter augusto que han
adquirido en la literatura que trata al “régimen” como el principal
determinante de los valores, las orientaciones de políticas públicas
o las estrategias de “desarrollo” de las élites estatales. En este aná­
lisis, el régimen aparece como un conglomerado de pactos anterio­
res que funge como un aparato estructural de filtración, inhibien­
do ciertos tipos de acciones y facilitando otros. A pesar del sesgo
normal a favor de los intereses capitalistas en el régimen posrevolucio­
nario mexicano, las reglas que incorpora no son consideradas
inquebrantables por los de abajo. La tarea de esta investigación es
descubrir los cambios detrás de la fachada de continuidad del
régimen, y las fuerzas de los de abajo que han contribuido a dicho
cambio, a pesar de la apariencia de desactivación política.
LUCHAS POPULARES Y REFORMA SOCIAL 63

El PACTO DE DOMINACIÓN: una herramienta conceptual

Un concepto es fecundo en la medida en que nos permita proponer


interpretaciones de la realidad, que de otro modo no podríamos
abordar. Éstas, a su vez, ponen en relieve hechos y acontecimientos
que sin ellas no parecerían significativos, por lo cual, nos permiten
sacar nuevas conclusiones de la observación de estos hechos vistos
bajo una nueva luz. Desde un inicio, y antes de embarcamos en la difí­
cil tarea de usar la noción de pacto de dominación como herra­
mienta teórica, señalaré lo que espero ganar con su adopción.
A partir de la crítica de la literatura sobre el sistema político
mexicano, debería quedar claro que lo menos que puede esperarse
de la utilización de la noción de pacto, tal como la he definido, es
evitar caer en la posición que define al Estado como el único
protagonista o, al menos, como el que siempre vence. De hecho,
adoptar el enfoque de pacto de dominación cierra todo posible
diálogo con quienes encierran a toda la sociedad en el Estado,
pretextando que los protagonistas estatales dominan a los demás. Con
Estado, en este estudio, me refiero a la combinación de gobierno
(presidencia, gabinete, gobernadores, etcétera) y de los aparatos
burocráticos públicos; por sociedad, entiendo los protagonistas
fuera del Estado. En México, el traslape entre Estado y sociedad
se da en el partido oficial y en la legislatura, ambos totalmente
controlados por la presidencia. Sin embargo, los dirigentes sindicales,
a pesar de ser impuestos a las bases por el Estado, no son invariable­
mente parte de éste; para mantenerse en el poder, también deben
responder a las demandas desde abajo, tal como mi análisis deja en
claro.
La noción de pacto de dominación también provee un fuerte
antídoto contra la construcción del orden social sobre una base norma­
tiva: presenta a los seres humanos aceptando sus condiciones de
vida la mayor parte del tiempo, a pesar de que éstas no les parezcan
legítimas. Esto los hace, siempre (mas no automáticamente) suscep­
tibles de movilizarse para cambiar dichas condiciones. A la vez,
esta idea se aparta del enfoque del cambio por la vía revolucionaria,
para concentrarse en los cambios graduales negociados. El orden
social, desde este punto de vista, no es armónico, ni tampoco está
basado en intereses de clase antagónicos e irreconciliables.
64 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Al abandonar el mesianismo proletario al igual que el pesimis­


mo radical en lo que respecta al papel de la clase trabajadora en el
cambio social, podemos concentramos en la tarea, por tanto tiem­
po desdeñada, de registrar qué representan realmente —sea poco
o mucho— las acciones del movimiento obrero organizado en la
construcción del Estado benefactor mexicano. Tal examen, de
acuerdo con el marco analítico que propongo, no puede abstraer­
se de la particularidad de las instituciones y prácticas políticas
heredadas de episodios previos de la renegociación del pacto. Sin
embargo, tampoco puede derivarse a priori de estas institucio­
nes,23 debido simplemente a que el proceso en estudio no es
voluntarista, ni determinista, sino interactivo y contingente. Es
interactivo no sólo en el sentido sociológico atemporal típico, sino
también en el histórico: en este estudio, los trabajadores que lucha­
ban por la democracia sindical en 1946 o 1958 recordaban lo
sucedido en 1928 y 1934, lo mismo que las élites. Igualmente, las es­
trategias del Estado en los años cuarenta pretendían evitar las
movilizaciones obreras que habían tenido lugar en los años treinta,
mientras que los dirigentes sindicales buscaban aplicar, en los años
cuarenta, fórmulas que habían dado buenos frutos en la década
anterior. Las decisiones y estrategias, por lo tanto, no sólo se basan
en hechos y acontecimientos, sino en recuerdos de sucesos y sus
consecuencias, así como en anticipaciones de eventos y reacciones
hacia ellos, nacidos de esta experiencia histórica colectiva. El con­
cepto de “pacto de dominación” transmite este aspecto temporal
e intergeneracional. La construcción de este concepto vierte nueva
luz sobre los estudios a partir de los cuales se ha preparado este
análisis, transformando y engarzando una colección historiogràfi­
ca heterogénea en una argumentación coherente y teóricamente
significativa.

23 Los esfuerzos por relacionar régimen con políticas resultantes surge de una
larga e infructífera tradición en el estudio de América Latina, como infatigablemen­
te nos recuerda Remmer (1978,1986).
III. DE LA REVOLUCIÓN
A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940

En este período, el pacto de dominación forjado en las últimas


décadas del siglo xix se rompió súbita y violentamente en la
mayoría de sus rasgos distintivos por una serie de acontecimientos
que marcaron lo que se ha dado a llamar la Revolución mexicana,
lanzada inconscientemente por el llamado de Francisco 1. Madero
a la rebelión armada contra Porfirio Díaz, el 20 de noviembre de
1910. Durante esos años, se presenció un cambio de régimen,
entendido como la reestructuración radical de las reglas de acceso al
poder estatal y a su ejercicio. Simultáneamente, sucedieron cambios
de fondo en las relaciones entre la sociedad y el Estado: primero,
en la relación del Estado con los inversionistas extranjeros, quienes
se habían beneficiado de la política porfirista de puerta abierta
al capital extranjero y, segundo, en la relación entre Estado,
trabajo y burguesía, reflejando la transformación del pacto.
El presente capítulo hace un paralelo entre estas mutaciones
macrohistóricas generales y la nueva relación que surgió entre el
Estado, las burguesías industrial y minera y el trabajo. Las variables
dependientes de estas interacciones son el debate alternativamente
emprendido y abandonado sobre la seguridad social, las concesio­
nes en las condiciones de trabajo y la negociación en torno a los
aumentos salariales. Las cuestiones teóricas fundamentales son:
¿qué pactos de dominación fueron definidos durante las tres déca­
das posteriores a las primeras manifestaciones de la Revolución,
y en qué se distinguieron de los establecidos durante el porfiriato
(1876-1910)?
En términos más generales, encuentro que las estrategias y las
medidas se orientaron a cambiar la configuración del poder porfi­
rista para afianzar al nuevo régimen. Desde la perspectiva de las
élites estatales, la relación entre trabajo y Estado puede entender­
se como instrumental para dicha meta. No obstante, si los

65
66 EL PACTO DE DOMINACIÓN

objetivos de las altas élites estatales fueron bastante constantes, sus


medios para alcanzarlos variaron mucho. Desde el punto de vista de
los obreros, por otra parte, ese periodo puede ser visto como una serie
de decisiones estratégicas para obtener ventajas institucionales
(es decir, dentro del marco del nuevo régimen).
Para algunas corrientes del movimiento sindical, esos logros
constituyeron los cimientos de mayores concesiones políticas. Para
la mayoría, sin embargo, fueron medios para lograr mejoras tangi­
bles. Después de caracterizar de manera general el punto de par­
tida porfirista, distingo tres episodios que marcaron importantes
cambios en la transformación del pacto de dominación durante
este periodo: la década constitucionalista (1911-1920); la época
“sonorense" (1920-1932), y la administración cardenista (1934-
1940).

El pacto porfirista de dominación

La configuración del poder político y económico encontrada en


vísperas de la Revolución no era producto exclusivo del actuar de
Porfirio Díaz. El desarrollo capitalista había empezado hacia 1860,
una vez disipado el humo de la repelida invasión francesa. Se
distinguió por los esfuerzos sistemáticos del Estado para crear un
mercado nacional, principalmente por medio de la apertura de
México a las inversiones extranjeras y de una serie de reformas
administrativas y monetarias (Amaud, 1981: 129-157). A los capi­
talistas extranjeros, atraídos por el cobre, la plata y el petróleo, se
les ofrecieron condiciones excepcionales para la explotación de los
recursos minerales. A cambio, sólo pagaban impuestos módicos a
la exportación. Para el gobierno central, los impuestos foráneos
constituían una base fiscal estable fuera del alcance de los caudi­
llos que gobernaban los estados, y habían mostrado poco afán por
canalizar impuestos locales al gobierno central. A la vez, se realiza­
ron esfuerzos (la mayoría sin éxito) para suprimir los aranceles
interestatales o alcabalas que ofrecían ingresos independientes a
los estados, a la vez que limitaban la circulación de mercancías.
También se dieron incentivos al capital extranjero mediante
subsidios para la construcción de infraestructura como ferrocarriles,
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 67

puertos, telégrafos, teléfonos y electricidad.1 También se dictaron


reformas limitadas para simplificar el sistema monetario que, en
ese entonces, incluía varias formas de dinero para distintos tipos de
transacciones (incluyendo las precolombinas semillas de cacao). Em­
pero, esos esfuerzos fueron socavados por la alta demanda exterior
de plata mexicana (utilizada como patrón monetario en Estados
Unidos) y por la costumbre del gobierno porfírista de otorgar
concesiones múltiples a vanos bancos extranjeros que luchaban
entre sí por el control.
En la segunda mitad del siglo xix también se dio un crecimien­
to sin precedentes de las haciendas, consecuencia de las nuevas
oportunidades en el mercado internacional para colocar productos
como azúcar, henequén, algodón, hule, café y ganado. La produc­
ción que requería agricultura extensiva impulsó a los terratenientes
a absorber gradualmente la tierra de los campesinos independien­
tes, principalmente mediante la violencia y el fraude. Por lo general,
el Estado se hizo de la vista gorda ante estas violaciones flagrantes
a la ley sobre la propiedad, perpetradas por las autoridades locales a
favor de hacendados, y permitió a éstas que aplastaran las pro­
testas campesinas, ayudando ocasionalmente con sus tropas fede­
rales, los despiadados rurales porfiristas.12 El resultado de este
proceso fue la paulatina desintegración de las comunidades indí­
genas, cuya población se transformó en peones acasillados (sujetos
a las haciendas), enjornaleros, o bien en un proletariado sin tierra,
flotante, disponible por temporadas para recolectar la producción
de las haciendas.

1 En 1891, por ejemplo, México debía 56.7 millones de pesos a los inversionis­
tas extranjeros por concepto de subsidios a la construcción de 5 930 km de líneas
férreas; esto representaba 30 por ciento del valor de las exportaciones de ese año.
Cf. Bazant, 1968, en Arnaud, 1981.
2 El principal instrumento legal en esas acciones fue la aplicación fraudulen­
ta de la Ley de Terrenos Baldíos, o de tierras ociosas, creada inicialmente bajo
la Reforma (1848-1876) para fomentar la pequeña propiedad agraria. Permitía a
“compañías de agrimensura” especiales apropiarse de tierras desocupadas y vender­
las al mejor postor. Para 1906, cerca del 25 por ciento del territorio nacional (49
millones de hectáreas) habían sido “revisadas" por estas compañías. Una descrip­
ción más apropiada de este proceso es que la tierra era arrebatada por la fuerza a
las comunidades indígenas, cuyos miembros terminaban desprovistos de medios
independientes de supervivencia.
68 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Para 1910, los 834 hacendados catalogados en el censo de ese


año (de una población de 15 160 000 habitantes) poseían la mayor
parte del territorio.3 Vastas parcelas estaban en manos de compa­
ñías extranjeras; en Sinaloa, por ejemplo, el 75 por ciento de las
tierras irrigables pertenecía a una sola empresa estadunidense
(Hamilton, 1982: 45). Sin embargo, este proceso de concentración
de la tierra no era uniforme en todo el país. Mientras en el norte
y en el sur, las haciendas poseían entre 80 y 90 por ciento de todas
las tierras, en el centro subsistían comunidades de pequeños agri­
cultores independientes, y seguían su conflicto ancestral con las
usurpaciones de los hacendados (Womack, 1969; Tutino, 1986). En
Morelos, por ejemplo, sólo 23.7 por ciento de la población vivía
en haciendas; en Hidalgo, 20.7; en el Estado de México, 16.8; en
Puebla, 20.1, y en Oaxaca, 14.5 por ciento (Gilly, 1971: 29).
La actividad económica creció de manera fenomenal durante el
porfiriato. Entre 1877 y 1911, las exportaciones mexicanas aumen­
taron de 40.5 a 288 millones de pesos, y las importaciones, de 49 a
214 millones de pesos (Hamilton, 1982: 44; véase también Coats-
worth, 1975; Leal, 1975; Rosenzweig, 1960). La imagen que daba
el México prerrevolucionario era la de una relativamente próspera
economía de exportación de mercancías, casi totalmente depen­
diente del mercado norteamericano (más del 50 por ciento de sus
transacciones comerciales). El 77 por ciento de las inversiones in­
dustriales estaba en manos foráneas; otro 9 era de capitalistas
mexicanos, y 14 por ciento del Estado (Gilly, 1971:23). Estimulada
por esta mayor actividad económica, la población mexicana había
experimentado un crecimiento constante (Brachet-Márquez,
1976). Más de 70 por ciento de la población estaba constituido por
una masa de campesinos depauperados, cuya diferenciación inter­
na obedecía a la organización de la producción de las haciendas y
de la especialización regional. La clase dominante se componía de
grupos relativamente integrados de capitalistas agrarios y extran­
jeros y una muy pequeña burguesía nacional industrial y comercial
(Hamilton, 1982: 51), todos íntimamente ligados al gobierno de
Porfirio Díaz. Entre estos extremos de riqueza y pobreza se había

3 Sólo en el estado de Chihuahua, 7 millones de hectáreas pertenecían a un


solo propietario, la familia Terrazas-Creel.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 69

desarrollado un pequeño sector intermedio de obreros industria­


les, artesanos, trabajadores de servicios y profesionales de clase
media, en especial en los centros urbanos (Hamilton, 1982: 52).
Más que cambiar la estructura descentralizada del poder here­
dada de administraciones anteriores, Porfirio Díaz se había toma­
do la gran tarea de estabilizarla mediante la creación de un
“intrincado laberinto de alianzas y armisticios” (Womack, 1969:11 )
que controlaba él mismo desde el centro. Cuando cayó del poder
bajo la embestida del ejército de Madero, estas alianzas políticas se
disolvieron y debieron ser sustituidas por otra estructura capaz de
garantizar la supervivencia de la nueva dirección revolucionaria.4
Esta tarea debía ser llevada hasta sus últimas consecuencias en el
marco de una reacción generalmente hostil por parte de otros
gobiernos, en especial el de Estados Unidos. Más que la aplicación
de los ideales democráticos o distributivos de la Revolución, la
tarea inmediata de los dirigentes revolucionarios era prevenir la posi­
bilidad de retorno a un régimen neoporfirista y evitar una posible
intervención militar extranjera. Las alianzas formadas y disueltas
por los líderes de la Revolución deben ser entendidas como medios
para alcanzar esos fines, más que metas en sí mismas.

La década constitucionalista 1911-1920

Madero intentó reconciliar a la burguesía porfirista con los secto­


res liberales medios que lo habían apoyado bajo la bandera de la
democracia y la legitimidad constitucional. Su asesinato en 1913 y
su breve sustitución por el dictador neoporfirista Victoriano Huer­
ta (1913-1914)5 son pruebas suficientes de su fracaso; se apartó de
sus aliados naturales (las masas populares), armando a sus enemi-

4 Womack (1969) sostiene que esta disolución había sido iniciada antes por el
propio Díaz, dada su contradictoria táctica de anunciar su retiro político para luego
eliminar a sus sucesores potenciales.
5 Victoriano Huerta es el chico malo de la historia moderna de México. Su
nombre se asocia con atrocidades cometidas contra campesinos, en especial en
Morolos, lugar de origen del movimiento zapatista (Womack, 1969). Sigue siendo
un misterio por qué lo escogió Madero como uno de sus más cercanos colabora­
dores y soslayó repetidas advertencias de su traición inminente. Su nombre no debe
70 EL PACTO DE DOMINACIÓN

gos (el ejército), sin por ello lograr el apoyo de la vieja burguesía
porfírista.
El grupo que llevó a Madero a su victoria era muy heterogé­
neo, con pocas posibilidades de reconciliar sus diferencias inter­
nas. La división entre trabajadores industriales y campesinos era
total (Knight, 1987). La clase obrera, alfabetizada y laica,6 tenía
poco en común con un campesinado muy religioso y tradicionalis­
ta (Knight, 1987; Carr, 1976). A pesar de contar con 195 mil indi­
viduos en 1910, en contraste con los 11 millones de campesinos y
trabajadores agrícolas, los obreros se concentraban a lo largo de la
frontera norte, en el Valle de México y en los puertos. Además eran
receptivos a muchas corrientes de pensamiento, clubes políticos y
organizaciones sindicales. Por esto, había divisiones internas entre
la tradición católica de las sociedades de asistencia mutua7 y el
cooperativismo, y la tradición anarquista y sindicalista anticlerical.
La brecha cultural y “experiencial” entre los trabajadores y los cam­
pesinos llevó a la aparición de formas totalmente diferentes de
disensión política: entre los campesinos, ésta se fundaba en la indigna­
ción moral ante la injusticia y en la exigencia de respeto a los dere­
chos ancestrales; entre los obreros, se fundaba en la constitución liberal
de 1857, que les había dado el derecho a organizarse y negociar.8
El ala anarquista de la clase trabajadora, bajo la dirección de
los hermanos Magón, inicialmente había cargado con el peso de la
oposición a Díaz durante la represión de las grandes huelgas de

confundirse con el de Adolfo de la Huerta, constitucionalista convencido y colabo­


rador cercano de Alvaro Obregón y Venustiano Carranza en la campaña contra
Victoriano Huerta.
6 La tasa de alfabetización de la clase trabajadora era de alrededor de 70 por
ciento, mientras que en las zonas rurales era de 30 a 35 por ciento.
7 Estas sociedades, copiadas del modelo europeo, juntaban los magros recur­
sos de sus miembros para defenderlos de las enfermedades y la muerte. Proveían
fondos limitados a enfermos, minusválidos, viudas y huérfanos. No tenían compro­
misos políticos, aunque muchos eran adeptos a una doctrina de revolución gradual
mediante la organización de la sociedad en estas sociedades, seguida de la reestruc­
turación del trabajo sobre bases cooperativas.
8 Knight (1987) recuerda que miles de ejemplares de esa constitución fueron
vendidos a 10 centavos cada uno entre la clase obrera, lo que representaba un gasto
sustancial, dado que el salario diario rara vez rebasaba un peso, y a menudo era de
tan sólo SO centavos.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 71

1906-1907 en los sectores minero y textil (Ramos-Escandón, 1987;


Gamboa Ojeda, 1991). Estos episodios sangrientos, seguidos de con­
cesiones superficiales en los estados más industrializados (Nuevo
León y México), mermaron la capacidad de lo que quedaba de su
vanguardia para integrarse a la insurrección armada en sus fases
tempranas. En 1911, este joven movimiento anarcosindicalista
estaba a punto de desaparecer, sus líderes estaban en el exilio, muer­
tos, en prisión o laborando en algún campo de trabajo forzado en
Yucatán. A la vez, el Partido Liberal Mexicano (plm), bastión de este
movimiento, se había reorientado hacia posiciones más liberales,
acordes con los sectores urbanos medios y la burguesía provinciana
que apoyó a Madero en 1910. Éste, en vez de atizar la flama de la
militancia obrera con fines revolucionarios, se deslindó explicitar
mente de los hermanos Magón, acusándolos de “inflamar al país con
una revolución que no puede tener éxito [y para la cual] no se puede
dar un pretexto [sic]”.9
En vísperas de la Revolución, la clase obrera estaba relativa­
mente desmovilizada y amorfa. Los partidarios obreros de Madero
eran tan pocos como desprovistos de entusiasmo. Incluían a algunos
exmagonistas deseosos de reformas limitadas y ventajas personales,
así como no pocos oportunistas. No obstante, las bases esperaban
cambios positivos, como se demostró pronto con su propensión a
ir a la huelga. Esto podría considerarse como el resultado de la
actitud generalmente favorable de Madero hacia la organización
de los trabajadores.10
En contraste, los grupos reunidos en torno de Zapata y Villa
encamaban la indignación moral y las aspiraciones fervientes de
justicia de las masas rurales (Knight, 1986), exigiendo especialmen­
te el retomo de las tierras confiscadas por las haciendas, la supre­
sión del sistema de peones acasillados, pagos en especie y la
eliminación de las tiendas de raya. Con todo, estos movimientos

9 De la carta a C. Villarreal Márquez (Madero, 1985:156).


10 Durante su campaña presidencial, había hablado favorablemente de la
organización obrera en Orizaba y Veracruz, llamando a los patrones a aceptar la sin-
dicalización y abstenerse de despedir a los sindicalistas. Sin embargo, en Metepec,
durante la misma campaña, advirtió también que su presidencia se basaría en el
orden y el progreso y que “no podría ser interrumpida por ningún movimiento
obrero". (Cf. Meyer, 1971:5; Cumberland, 1972:22; y Ruiz, 1976:192).
72 EL PACTO DE DOMINACIÓN

eran local y regionalmente limitados. No lograron el apoyo de


otras comunidades campesinas, ni siquiera cuando el ejército vic­
torioso de Zapata avanzaba (Tutino, 1986).
Las clases dominantes también estaban divididas. Existían dos
fracciones: una, estrechamente ligada al Estado porfirista y, la otra,
opuesta a él por distintos motivos. En la primera se encontraba la
mayoría de los hacendados, los inversionistas extranjeros y la Iglesia
católica.11 La segunda, aún más heterogénea, incluía a los propie­
tarios mexicanos de industrias pequeñas afectados por las medidas
favorables a la inversión extranjera; políticos venidos a menos;
profesionales, intelectuales y liberales provenientes de diferentes
niveles de vida y, también, hacendados, como los propios Madero
o Carranza.
Dadas esas divisiones, ningún grupo podía dominar por com­
pleto el movimiento insurreccional. El llamamiento de Madero
tuvo su mayor eco entre unos cuantos miembros de la alta burgue­
sía porfirista disgustados por las prácticas políticas del régimen, y
los sectores urbanos liberales de clase media alta. El Plan de Ayala
de reparto agrario masivo propuesto por Zapata horrorizaba a la ma­
yoría de los constitucionalistas, a excepción de unos cuantos radi­
cales (Gilly, 1971). Pocos de los partidarios de Madero podían
tolerar una supresión total de sus derechos y privilegios sobre
tierra y riqueza. No obstante, aceptaron la expropiación de unos
cuantos hacendados a título de castigo por su defensa del régimen
de Díaz. Esas acciones, sin embargo, fueron excepcionales.
La dirección de la Revolución estaba condenada a debilitarse
constantemente por estas diferencias internas profundas, oscilando
entre los intereses de sus variados partidarios. En particular, la
viabilidad de las reformas sociales propuestas por los zapatistas,
los villistas y el ala izquierda del campo constitucionalista depen­
dían de la capacidad de Madero para hacerlas aceptables a, por lo
menos, una sustancial coalición de intereses, a la vez que vencer
las rebeliones armadas de los que se oponían.11 12
11 La Iglesia había cobrado nueva fuerza gracias a la no instrumentación de las
leyes de Reforma de 1867 que prohibían el control, por parte de la Iglesia, de la edu­
cación o del registro civil.
12 La mayoría de las insurrecciones armadas que los gobiernos posrevolucio­
narios debieron enfrentar -tres durante los 15 meses de la administración ma/Un*.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 73

Madero no percibió la necesidad de forjar alianzas para


consolidar la naciente democracia mexicana. Tenía “fe en la
capacidad de la gente para gobernarse con serenidad y sabidu­
ría” (Krauze, 1987a: 68). Ejercer el poder en forma coercitiva o
reprimir la expresión de intereses divergentes iba en contra de
esos principios y le parecía algo personalmente inaceptable. En
cuanto se consumó su victoria militar, con la capitulación de
Díaz en abril de 1911 (Acuerdo de Juárez), permitió que hubiera
un presidente interino —de la Barra— mientras se postulaba para las
elecciones, y esto a pesar de que claramente había sido él el
vencedor de la elección de 1910, en la que Díaz había cometido
fraude. También desmovilizó a su ejército victorioso mientras que
una legislatura y una burocracia porfiristas seguían en sus pues­
tos. Esta adopción de facto (si no estrictamente intencional) de la
estructura de poder del porfiriato prácticamente sin modifica­
ciones lo ató a una posición política en que todo cambio en el pacto
porfírista de dominación (ya sea desde arriba o respondiendo a las
demandas desde abajo) era prácticamente imposible.
Los inútiles esfuerzos de Madero para mantener el apoyo de
Emiliano Zapata, a la vez que responder a las presiones neoporfi-
ristas y de la clase media liberal en contra de la reforma agraria, se han
señalado como los hechos más importantes de su gobierno, que, al
mismo tiempo, lo llevaron a su fin. Aunque menos épica, la historia
de su relación con la clase trabajadora es igualmente ilustrativa de
su falta de proyecto para incorporarla como sostén de la aún débil
coalición constitucionalista.
La llegada de Madero no provocó ningún torbellino de entusias­
mo entre los trabajadores urbanos. Su Plan de San Luis, publicado
durante la campaña de 1910, no los mencionaba. En consecuencia, su
campaña de 1911 decía poco sobre la posibilidad de una reforma
laboral. Apenas semanas después de su triunfo sobre Díaz, de la
Barra reprimió una huelga, con el consentimiento tácito de
Madero, y se usaron armas de fuego en contra de los mineros
huelguistas en Coahuila (Ruiz, 1976:188). No obstante, la presi­

ta, que culminaron con la victoria de la cuarta; cuatro bajo Carranza; tres bajo
Obregón; otras tres bajo Calles— fueron fomentadas por coaliciones de terratenientes
tradicionales, compañías extranjeras, la Iglesia y caudillos aventureros insatisfechos.
74 EL PACTO DE DOMINACIÓN

dencia de Madero rompió los muros de contención a la transfor­


mación de las relaciones entre capital y trabajo erigidos por el
Estado porfirista al suspender la Constitución de 1857. Al reinsta­
lar el orden constitucional, el gobierno de Madero transformó, sin
habérselo propuesto, los medios institucionales que permitían a
los trabajadores presionar en pro de sus intereses. En efecto, el
documento de 1857 abogaba específicamente a favor de la forma­
ción de sindicatos y la resolución de los conflictos industriales
mediante acuerdos que comprometieran mutuamente a los tra­
bajadores y empresas, cuestiones, ambas, a las que se había
opuesto radicalmente el régimen porfirista. El gobierno de
Madero, y después el de Carranza, respetaron este documento
exhumado, ofreciendo (a menudo sin éxito) la mediación del
Estado para garantizar la solución ordenada de los conflictos
laborales.
A la inversa de los problemas enfrentados en el sector agra­
rio, esta política no desató la oposición de importantes centros
de poder, cuyo apoyo requería'el nuevo gobierno. La compañías
extranjeras industriales y mineras —con más del 70 por ciento
de las inversiones de capital en México— solían pagar más a sus
obreros y ofrecer mejores condiciones de trabajo que las empre­
sas de propiedad nacional, la mayoría de las cuales era de menor
tamaño y, por lo tanto, más vulnerable a la competencia. Madero
y su hermano (Ministro de Hacienda), se apegaban al credo li­
beral de que las grandes empresas, por definición más modernas
y progresistas, debían ser favorecidas frente a las pequeñas y
medianas (Ruiz, 1976: 191). Por ende, la oleada de demandas
obreras, cuyo foco eran las empresas mexicanas “anticuadas” —en
especial en el sector textil, concentrado en el estado de Vera-
cruz— coincidía tanto con la inclinación del presidente, como
con los intereses de las grandes empresas de propiedad extran­
jera. En la industria textil, por ejemplo, los salarios variaban
mucho entre hombres, mujeres y niños, llevando a cada catego­
ría de trabajadores a competir con las demás.13

13 En Veracruz, por ejemplo, los obreros textiles ganaban entre 56 centavos y


2 pesos diarios, las obreras, de 50 a 80 centavos por la misma carga de trabajo, y los
niños, entre 30 y 60 centavos (Ramos Escandón, 1987:25).
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 75

La situación de la clase trabajadora en vísperas de la Revolu­


ción era precaria. Abundaba la mano de obra y era fácilmente
sustituible. Los salarios se habían deprimido ante la lenta pero
continua inflación de los precios a todo lo largo del porfiriato, sin
aumentos compensatorios.14 Asimismo, las condiciones de trabajo
habían empeorado; las jomadas duraban de 12 a 14 horas, y los
días de trabajo eran seis, cuando no siete, por semana. Se imponía
una disciplina muy severa en las fábricas mediante duros castigos
y multas. Con todo, el contenido de la mayoría de las demandas
obreras (v. gr., las del Gran Círculo de Obreros Libres, Casa del
Obrero Mundial, Unión de Ferrocarrileros, Unión Minera, Confe­
deración de Artes Gráficas, etcétera) no era revolucionario, sino
concreto. Aunque la mayor parte de los sindicatos adhería a ideo­
logías de cambio social profundo, las demandas que emergían de
la base eran, sobre todo, por salarios decentes, jomada laboral
menos prolongada y semanas laborales de seis días. Más que nada,
los obreros querían respeto a su derecho a negociar. Cuando Ma­
dero tomó posesión, se multiplicaron las huelgas; entre enero y
septiembre de 1912 estallaron 40 huelgas (Ruiz, 1976:187-188). En
un momento dado, cerca del 80 por ciento de las fábricas en los
sectores minero y textil quedó paralizado por las huelgas (Ramos-
Escandón, 1987).
Madero había anticipado esta erupción de movilización labo­
ral. Previamente a su elección, propuso a la legislatura la creación
del Departamento del Trabajo en el Ministerio del Fomento, medi­
da que fue adoptada apenas un mes después de su investidura. En
abril de 1912, el departamento recibió instrucciones de convocar a
trabajadores y empresarios a úna Convención General de Trabaja­
dores Industriales y Textiles. El propósito de esta reunión era con­
frontar las propuestas obreras y patronales en términos de salarios
y condiciones de trabajo, en especial, en la conflictiva industria
textil. Se encomendó a los trabajadores que constituyeran el Co­
mité Central de Obreros para que presentaran sus demandas;
empero, este organismo no tenía poder de votación. Las pequeñas y
medianas empresas se opusieron a la convención, mientras que las

14 Walker (1981) calcuh que los trabajadores habían perdido 57 por dentó de
su poder de compra hacia fines del porfiriato.
76 EL PACTO DE DOMINACIÓN

grandes empresas extranjeras, generalmente con la iniciativa en la re­


dacción de las propuestas, tuvieron pocas objeciones al respecto?5
El Departamento del Trabajo jugó un importante papel de
árbitro en las disputas que se desataron en esta reunión. Sin em­
bargo, su eficacia para desmantelar las condiciones explotadoras
del trabajo fue casi nula: las principales demandas obreras —joma­
da de trabajo de 10 horas, semana laboral de seis días, salario míni­
mo diario de 1.25 pesos, aumento salarial generalizado de 10 por
ciento, aumento salarial para las mujeres y supresión del trabajo
infantil— no fueron otorgadas, ya fuera porque el gobierno no
estaba en posición de anular la inflexible oposición patronal —en
especial, en cuanto al aumento salarial y las reivindicaciones de las
mujeres y los niños—, o porque no pudiera imponer los acuer­
dos alcanzados de mala gana. En demasiadas ocasiones, las
empresas simplemente pasaron por alto los acuerdos al percibir la
debilidad del Departamento.15 16 ¡Incluso, en la primera reunión, ni
siquiera se reconocieron los derechos constitucionales elementales
de los trabajadores a formar sindicatos y enviar representantes a la
mesa de negociaciones! Sin embargo, esta institución significó un
primer paso hacia el mecanismo de conciliación y arbitraje, proce­
dimiento que pronto se establecería, sirviendo alternativamente de
mecanismo de apoyo de las demandas obreras y de control de éstas.
En este contexto de liberalismo bloqueado, la cuestión de la
seguridad social apareció brevemente. En 1908, se había legislado
sobre la responsabilidad limitada de las empresas en los accidentes
de trabajo, en los estados industriales de Nuevo León y México,
donde las movilizaciones obreras y la represión habían sido más
fuertes en 1905-1906. Sin embargo, estas medidas no se habían ins­
trumentado (Spalding, 1978: 87-89). Durante la fraudulenta elec­

15 Un administrador de la Compañía Industrial de Orizaba, una corporación


controlada por intereses extranjeros, dijo a un reportero que ¿1 mismo “no tenía
nada que temer, dado que el gobierno federal salvaguardaba los intereses de‘los
inversionistas extranjeros. Defendió, calificándola de sensata y sabia, la política de
Madero de dar peso a la voz de las corporaciones extranjeras en la determinación
de las formas para el capital y el trabajo** (Ruiz, 1976:200).
16 Inspectores del Departamento del Trabajo informaron que en muchas
fábricas textiles los trabajadores recibían sueldos de apenas SO centavos diarios
(Ruiz, 1976:200).
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 77

ción presidencial de 1910, tanto el Partido Democrático como el


Antirreeleccionista habían suscrito el principio de protección de
los trabajadores contra de los accidentes de trabajo (García Cruz,
1972). En su segunda campaña, en 1911, Madero reiteró su com­
promiso con la seguridad social (González Díaz Lombardo. 1973).
Empero, cuando fue electo, este asunto desapareció de la orden del
día. Por lo tanto, el Departamento del Trabajo no incluyó en su
programa el establecimiento de la seguridad social. La posición cons­
titucionalista, por ello, no era la de buscar el apoyo obrero con una
avanzada legislación laboral (confrontándose a los patrones), sino
restablecer los derechos básicos del trabajo consagrados por la
Constitución de 1857.
Las organizaciones obreras, también tomaron como referen­
cia el retomo al marco constitucional. Sus preocupaciones inmedia­
tas eran los urgentes aumentos salariales; desigualdades de sueldos
menos flagrantes entre las diferentes fábricas, regiones y categorías
de trabajadores, y condiciones de trabajo mínimamente más huma­
nas. Anteriores demandas de los anarco-sindicalistas de jornada de
ocho horas, salario igual por trabajo igual y compensación por
accidentes seguían todavía lejos de este plan de acción inmediata,
las pocas organizaciones obreras que las tenían por escrito (como la
Casa del Obrero Mundial) eran vistas con hostilidad por el gobierno
de Madero y tenían un eco tan sólo moderado entre los trabaja­
dores. En tales circunstancias, era poco probable que el pequeño
y mal dotado Departamento del Trabajo, criticado por otras buro­
cracias estatales más poderosas por haber favorecido demasiado al
trabajo (Ruiz, 1976), tomara iniciativas de importancia.
A la caída del gobierno de Madero, después de su asesinato en
1912, no hubo protestas públicas de los círculos obreros, salvo un
discurso de protocolo el lfl de mayo de 1913 (Meyer, 1971; 7). Al
contrario de lo que se esperaba (y de lo que dice la historia oficial
mexicana), Victoriano Huerta (1913-1914), el usurpador neoporfi­
rista, resultó ser relativamente más liberal hacia los trabajadores,
cuyo apoyo requería con urgencia, que el propio “apóstol de la
democracia". Para echar a andar la economía de nuevo, reglamen­
tó precios y salarios, y garantizó el flujo de materias primas,
proveyendo escoltas militares para la protección de mercancías
(Tuñón, 1982). El camino hacia nuevas relaciones capital-trabajo
78 EL PACTO DE DOMINACIÓN

tímidamente iniciado durante el gobierno de Madero no sólo no


fue revertido, sino, de hecho, perfeccionado: se extendieron las fun­
ciones del Departamento del Trabajo (v.gr., mediante la creación
de una bolsa de trabajo, la cual colocó a muchos desempleados), y
se aumentó su presupuesto; el acuerdo de 1912 sobre la industria
textil fue puesto en vigor como ley (mayo de 1914), y las fábricas
encontradas violándolo tuvieron que pagar un 8 por ciento adicio­
nal en impuestos (Tuñón, 1982). En términos globales, por tanto,
los trabajadores tenían, en principio, pocas razones para combatir
a Huerta. A diferencia de los campesinos de Morelos, sus medios
de subsistencia y sus propias vidas no estaban amenazados por el
dictador. De hecho, ofrecieron su colaboración al dictador para
"defender a la patria” contra los marines norteamericanos que
habían tomado Veracruz en 1914, en un tardío esfuerzo norteame­
ricano por frenar el flujo de armas para Huerta, provenientes de
Europa.17 Éste declinó la oferta y los envió a combatir al ejército
popular de Zapata (Meyer, 1971: 7). Sin embargo, a pesar de que
Huerta era capaz de otorgar concesiones a los obreros, se oponía
al principio de la representación laboral. Por lo mismo, hostigó
constantemente a las organizaciones sindicales, en particular a la
Casa del Obrero Mundial (com), obligándolas así a tomar partido
por el campo constitucionalista.
Las fuerzas constitucionalistas se reagruparon bajo el mando
de Venustiano Carranza, el gobernador de Coahuila. Poco faltó
para que su rechazo inicial a las reformas sociales le costara la
dirección de la campaña contra Victoriano Huerta, que el ejército
sureño de Zapata y la famosa División del Norte de Villa estaban
ganando en el terreno militar, amenazando con unirse en una
fuerza única. Para resolver esta pugna interna se convocó en 1914
la Convención de Aguascalientes; ésta desembocó, no obstante, en
la victoria de Zapata y de Villa, y en la consumación de la ruptura,
dentro del campo constitucionalista, entre reformistas y liberales.

17En un inicio, Estados Unidos había cerrado su frontera al tráfico de armas


y abastos, lo que peijudicó el esfuerzo de guerra constitucionalista, dejando las ma­
nos libres a Huerta para recibir pertrechos de Gran Bretaña a través de Veracruz.
No fue sino hasta el estallido de la I Guerra Mundial y bajo la sospecha de que
Huerta tenía fuertes inclinaciones a convertirse en aliado de Alemania cuando
Estados Unidos decidió ocupar Veracruz.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 79

La alianza subsecuente de Carranza con Alvaro Obregón, caudillo


favorable a los campesinos y a los trabajadores, y el programa de
reformas sociales que éste instrumentó durante su retirada militar
en Veracruz (1914), cambió la relación de fuerzas.18 El grupo de
Villa y Zapata, por su parte, tenía poco atractivo entre los obreros
(Knight, 1986), y no hizo ningún esfuerzo por lograr un acerca*
miento político con ellos. Villa carecía del todo de un programa de re­
formas sociales, y la imagen de Zapata era la de alguien interesado
exclusivamente en la reforma agraria, a pesar de que propuso a la
Convención de Aguascalientes una legislación laboral que limitara
la jornada de trabajo, protegiera a las mujeres y a los niños,
instituyera un seguro contra los accidentes de trabajo, estableciera
cooperativas y sociedades de asistencia mutua, y permitiera la sin-
dicalización y el derecho de huelga (Wolf, 1969: 39-40).
La separación final entre obreros y campesinos quedó sellada
con el pacto formal firmado en 1915 entre Carranza y la Casa del
Obrero Mundial (com), ésta de orientación anarquista. La Casa
aceptó "suspender sus actividades sindicalistas” y envió 3 100
hombres (los llamados Batallones Rojos) a apoyar a los constitucio*
nalistas, lo que entonces significaba combatir al ejército popular
de Villa. La mayoría de los historiadores (Meyer, 1971; Carr, 1976,
1979; Cumberland, 1972; Basurto, 1975) presentan el desemboque
final de la asociación de la com con Carranza como un fuerte gol­
pe para la clase obrera y como evidencia de la falta de intenciones
serias, por parte del gobierno, para admitir a este grupo en la
coalición revolucionaria. Ésta interpretación se funda en la ruptura
final entre Carranza y la com, en 1916, seguida de la liquidación de
ésta por fuerzas gubernamentales. Estos hechos, aunque irrefuta­
bles, restan importancia a otros más sustanciales, los cuales indican
que durante esta época el pacto de dominación evolucionaba a
favor de los trabajadores, como lo demuestran el contenido y la
frecuencia de sus reivindicaciones, así como su capacidad organi­
zativa. Lo que precipitó el conflicto final con el Estado no fue tanto
la ilegitimidad dé las demandas (o la tan citada antipatía personal
de Carranza por los trabajadores), sino la incapacidad del gobierno
para satisfacerlas ante la creciente inflación desatada por la emi-

18 Véase Ulloa (1979:15-25) acerca de las medidas adoptadas en Veracruz.


80 EL PACTO DE DOMINACIÓN

sión de papel moneda cuyo valor caía con rapidez, la hostilidad de


Estados Unidos19 y la empecinada resistencia de los capitalistas a
las reformas laborales del gobierno.
El gobierno de Carranza sólo se oponía a las reivindicaciones
obreras en la medida en que tendían a derrotar su estrategia de hacer
pagar a los consumidores el costo de la guerra y la de consolidar su
poder mediante la devaluación de los diversos billetes emitidos duran­
te su administración. Hubo en total cinco monedas distintas (además
de muchas otras impresas por varios generales constitucionalistas, de
las cuales pocas fueron finalmente reconocidas por el PrimerJefe). La
tasa de inflación resultante de estas manipulaciones monetarias fue
de 500 a 600 por ciento, sobre todo para los alimentos de primera
necesidad.20 Los obreros, que a diferencia de la población rural de­
pendían por completo de la economía monetaria, terminaron siendo
la única fuerza con la capacidad organizativa para oponerse a esta
política. Dada la actitud hostil de la mayoría de los gobiernos extran­
jeros al nuevo régimen,21 Carranza no tuvo más alternativa que
combatir a los obreros.
Un examen superficial del contenido y de la intensidad de las
reivindicaciones laborales durante estos años da una idea de la impor­
tancia de los cambios ocurridos desde las primeras negociaciones
en 1912-1913. Ahora, la jornada de trabajo de 10 horas, una vic­
toria en comparación con la de 12 o 14 acostumbradas hasta 1912,
era considerada excesiva, generalizándose la vieja demanda anar­
quista de 8 horas diarias. La compensación por los accidentes de
trabajo también formaba parte de las demandas obreras en

19 La hostilidad norteamericana se debía a las sanguinarias incursiones de Villa


en su territorio, que motivaron la “expedición punitiva”, dirigida por el Gral.
Pershing, que resultó ser una derrota ignominiosa para el gigante del Norte.
Después de la muerte de Huerta, Carranza, cuya antipatía hacia los Estados Unidos
no era ningún secreto, tuvo serias dificultades para convencer a ese país de que sa­
cara a sus marines del puerto de Veracruz.
20 Por ejemplo, los infalsificabies, emitidos en 1914, los billetes carrancistas más
“sólidos", habían perdido 25 por ciento de su valor durante ese mismo año; cerca
del 70 por ciento en el siguiente, y 91 por ciento en 1916 (Basurto, 1975:177).
21 Varios países, en especial Estados Unidos, mantenían reclamos por daños
considerables ocasionados durante la época de la lucha armada. Sólo ocasionalmen­
te recibirían alguna compensación por éstos.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 81

distintas regiones del país, en especial en los estados con las


legislaciones laborales más avanzadas (Veracruz, Yucatán, Coa­
huila, etcétera). El Departamento del Trabajo acordó, en repetidas
ocasiones, aumentos salariales a funcionarios públicos, e impuso
la jornada de 8 horas a las empresas comerciales. No obstante, el
problema real era que los aumentos salaríales nunca alcanzaban a
la inflación. Por lo mismo, era inevitable que los sindicatos empe­
zaran pronto a plantear nuevos aumentos salaríales: que el salario
mínimo diario fuese fijado en un peso oro o en su equivalente en
papel moneda. Esta reivindicación nunca fue satisfecha y, final­
mente, condujo al conflicto violento entre Carranza y la com,
terminando, en 1916, con el encarcelamiento de sus dirigentes
y la disolución de la Casa. Este conflicto también iba a favorecer el
éxito del golpe de Obregón contra Carranza.
Para 1916, la fuerza organizativa del movimiento obrero había
alcanzado magnitudes impresionantes: en enero del mismo, 18 de
los 36 sindicatos afiliados a la com formaron la Federación de los
Sindicatos Obreros del Distrito Federal, fsodf, para que los re­
presentara mediante un consejo federado. Aunque la fsodf se basaba
en el principio anarquista de oposición a la participación política,
Carranza evitó verse obligado a negociar con un rival poderoso al
disolver los Batallones Rojos. En marzo, la fsodf (encabezada por
Luis Morones, dirigente de los electricistas) convocó al Primer
Congreso Nacional Preliminar del Trabajo en Veracruz. Durante
esta reunión, los sentimientos antigubernamentales fueron libre­
mente ventilados, y se exigió vigorosamente la liberación de los
dirigentes de la com encarcelados. De allí salió la primera organi­
zación sindical nacional, la Confederación del Trabajo de la Re­
gión Mexicana (ctrm).
De inmediato, la ctrm adoptó una posición desafiante, dando
a los patrones hasta el 22 de mayo para que empezaran a pagar un
salario mínimo de un peso oro diario y limitaran la jornada a 8
horas. Como éstos no respondieron, estalló una huelga en esa
fecha, ante la cual el gobierno declaró que todo trabajador que no
se presentara a laborar al día siguiente sería despedido automáti­
camente. A la vez, el gobierno presionó a los patrones para que otor­
garan concesiones, obteniendo únicamente que los salarios fueran
pagados en infalsificabies en lugar de los totalmente devaluados
82 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Gobierno Provisional de Veracruz que recibían los trabajadores. Un


mes después, los propios infalsificabies estaban tan devaluados
que la fsodf volvió a enarbolar su demanda, así como la de un
aumento salarial adicional del 50 por ciento. Sólo unos cuantos
patrones progresistas pagaron el aumento de manera espontá­
nea. Los demás hicieron declaraciones vagas de que iban a
estudiar el problema, haciendo caso omiso de esas demandas
(Ulloa, 1983: 304-305). Se llamó a una huelga general para el 31
de julio, paralizando virtualmente toda la economía (agua, elec­
tricidad, transporte, etcétera). Buscando la mediación de Ca­
rranza, el comité de huelga de la fsodf solicitó una audiencia, lo
cual facilitó su arresto, seguido de la clausura de las oficinas de la
com. En adelante, la fsodf prácticamente desapareció.
El reloj de la reforma social parecía haber dado marcha atrás.
Con todo, tres meses después, el 23 de octubre de 1916, el gobier­
no decretó que los salarios debían ser pagados en infalsificabies,
indexados al precio del oro, cuyo tipo de cambio sería determina­
do cada diez días por el Tesoro. Al mes siguiente, la mitad de los
salarios debían ser pagados en oro y el resto en infalsificabies. Mu­
chas empresas se rehusaron a obedecer, algunas respondieron con
huelgas patronales, y otras con despidos masivos. Los trabajadores
recurrieron de nuevo a la huelga, en esta ocasión, en apoyo al
gobierno (Ulloa, 1983: 320). En el Distrito Federal un decreto
estipulaba que los despidos injustificados requerían del pago de
dos meses de sueldo, la mitad en oro y el resto en infalsificabies. En
las minas, el Departamento del Trabajo evitó una huelga masiva al
obtener el pago de 75 por ciento de los sueldos en oro. El año si­
guiente, el país retornó al patrón oro y plata.
La situación era análoga en la agricultura. Aunque se combatía
inexorablemente a los zapatistas, se dictó una nueva ley de reforma
agraria que llamaba a la restitución de toda propiedad confiscada en
violación a la ley de 1856. Se dio a los gobernadores el poder para re­
solver las disputas. A pesar de muchas irregularidades, los campe­
sinos con la suerte de vivir en estados con gobernadores progresistas
lograron beneficiarse, de manera limitada, de esta distribución. F.n
otros casos, se emitieron títulos legales en nombre de los propios
gobernadores, dando pie a una nueva clase conocida como la de
los “millonarios revolucionarios”.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 83

También se incorporaron importantes reformas laborales a la


Constitución de 1917, aunque los dirigentes de la com seguían tras
los barrotes. A pesar de que Carranza tenía poderes casi dictatoriales
y no cesaban las amenazas militares contra el régimen, nunca cejó
en su intención de restaurar un orden constitucional civil. Convo­
có a una asamblea constituyente a mediados de 1916 con decretos
preparatorios estableciendo las reglas electorales. En lo particular,
se excluía a todo el personal militar y a todos los culpables de haber
"ayudado con las armas o ejercido cargos públicos en gobiernos
hostiles a la causa constitucionalista”, para dejar afuera a los
zapatistas (Ulloa, 1983: 496).
Es generalmente aceptado que la redacción original propuesta
por Carranza a los representantes a la asamblea de Querétaro
difería poco de la Constitución de 1857, asegura a la que sólo
quería retocar (Ulloa, 1983; Carr, 1976; Còrdova, 1985). En parti­
cular, su propuesta omitía prácticamente los asuntos agrarios y
laborales. Este texto encontró la oposición cuasi unánime de la
Asamblea General y de los muy obregonistas comités revisores
encargados de redactar las enmiendas. El proyecto de Carranza fue
sustituido por propuestas que tomaban en consideración los im­
portantes cambios acaecidos en el pacto de dominación desde
1911. Toda la sección vi del artículo 123 se centró en el trabajo.
Además de los asuntos por los que luchó y que conquistó el
movimiento obrero en el pasado reciente, esta sección incluía otros
que apenas entraban en la orden del día. En la primera categoría
estaban la jornada laboral de 8 horas, seis días laborables por se­
mana; la prohibición del trabajo de los niños menores de 12 años
(y la estipulación de jomadas máximas de 6 horas para los de 12 a
16 años); el salario mínimo (a ser determinado por comités espe­
ciales); el pago de los salarios en circulante (en lugar de la moneda
de las empresas aceptada sola- mente en las tiendas de las mismas);
el derecho de los trabajadores y patrones a organizar sindicatos o
asociaciones profesionales; la creación de las Juntas de Concilia­
ción y Arbitraje con la misma representación de patrones y obreros,
e incluyendo un representante del gobierno para arbitrar en los
conflictos fabriles; el derecho de huelga (exceptuando a los esta­
blecimientos militares), y la obligación de pagar tres meses de
sueldo por despidos injustificados, incluso por entrar a un sindica-
84 EL PACTO DE DOMINACIÓN

to (lo que, implícitamente, introducía el derecho patronal a violar


la Constitución); y la prohibición de los paros patronales, a menos
de ser autorizados por las Juntas.
Como cuestiones nuevas se incluían los principios de la
seguridad social integrados a las disposiciones por accidentes o
enfermedades resultantes de las condiciones de trabajo; los princi­
pios de la igualdad de pago por un trabajo equivalente, inde­
pendientemente del sexo o la nacionalidad del trabajador; la
prohibición de trabajos peligrosos o insalubres para las mujeres y los
menores de 16 años; el pago de tres meses por maternidad; el
reparto de utilidades; el pago del cien por ciento suplementario
por las horas extras laboradas; el suministro de “vivienda confor­
table e higiénica para los trabajadores a precios moderados, así
como escuelas, dispensarios y otros servicios comunitarios” (pá­
rrafo 12).
Para muchos autores, el artículo 123 encama el reformismo
desde arriba supuestamente característico de los gobiernos pos-
revolucionarios subsecuentes (Córdova, 1985; Carr, 1976; Basurto,
1975). Esta posición peca al no establecer el lazo entre lo ofrecido
por dicho artículo y las demandas por las cuales lucharon los traba­
jadores durante los tormentosos años de 1911 a 1917. Mi posición,
basada en los indicios disponibles, es que el 123, en la mayoría de
sus párrafos, sólo daba carácter legal a las conquistas logradas me­
diante las luchas que se dieron entre trabajadores, Estado y capita­
listas. El carácter anticipatorio de algunas disposiciones (como la
prohibición de las condiciones insalubres de trabajo, el seguro
contra accidentes o el reparto de utilidades) no puede esconder
este hecho fundamental. En efecto, las propuestas que estaban
adelantadas para su época seguirían siendo letra muerta durante
varias décadas aun, hasta que nuevas confrontaciones las pusieran
de nuevo sobre la mesa.
Es generalmente reconocido que la Constitución de 1917 fijó
las bases de un Estado central fuerte, cuyas prerrogativas termina­
rían por restringir la capacidad del movimiento obrero para avan­
zar más allá de los términos alcanzados por las negociaciones en
1917. Sin embargo, en tiempos de Carranza, no se podían hacer
tales presagios. Hacia finales de la administración de Carranza, el
futuro del Estado mexicano distaba mucho de estar asegurado. La
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 85

destrucción económica provocada por la Revolución aún se encon­


traba fuera de control, en gran parte a causa de los esfuerzos de
Carranza por mermar los intereses económicos porfiristas y huer-
tistas, y de su incapacidad para obligar a las compañías extranjeras
a renegociar los términos de las concesiones obtenidas bajo
Porfirio Díaz (Hamilton, 1982: 64-65). Aunque Carranza había
reconocido la necesidad de destruir el Estado porfirista, en parti­
cular a su ejército (ibid.: 65), no percibió la urgencia de fortalecer
la base popular de apoyo que él mismo había contribuido a crear,
lo cual, más adelante, inclinó la balanza a favor de Obregón.
Carranza, un federalista convencido, tampoco supo acumular po­
deres en el centro. Durante su administración, la autoridad guber­
namental existía más en el papel que en los hechos.
La debilidad del Estado instituido por Carranza, y el papel
clave que los trabajadores desempeñarían en la reafirmación de
su autoridad se hizo evidente en 1919, cuando éste dejó el poder
conforme a la regla revolucionaria de no reelección. Cuando in­
tentó establecer un régimen títere al preferir a Manuel Bonilla, un
burócrata insípido, sobre el tan popular Obregón, éste rápidamen
te se hizo del apoyo obrero y campesino antes de tomar las riendas
del país por la fuerza. Sólo ocho horas antes de asestar su certero
golpe contra Carranza, Obregón firmó un acuerdo secreto con la
Confederación Regional Obrera Mexicana (crom), creada en 1918
gracias a los buenos oficios de Espinosa Mireles, el gobernador
laborista de Coahuila. A cambio del apoyo a Obregón, la crom
solicitó la creación de una cartera del trabajo en el gabinete,
encabezada por alguien “identificado con las necesidades morales
y materiales de los trabajadores” (Carr, 1976:113). Así, los secreta­
rios del trabajo y de agricultura no serían designados sin consultar
a la crom. El gobierno debía reconocer la autoridad legal de ésta
para discutir los problemas laborales directamente con el secre­
tario del trabajo, y ofrecer la asesoría necesaria para garantizar la
instrumentación de las medidas decididas por el comité central u
otras asambleas de la confederación. Estas cláusulas práctica­
mente otorgaron a la crom el monopolio de la representación de la
clase obrera mexicana. En 1919, esta confederación creó el Partido
Laborista Mexicano (plm), que de inmediato se puso a hacer cam­
paña a favor de Obregón.
86 EL PACTO DE DOMINACIÓN

El final de la presidencia de Carranza estuvo plagado de


actividad laboral insurgente favorable a Obregón (quien huyó de la
ciudad de México disfrazado de ferrocarrilero) y de caos político
generalizado. El 22 de abril de 1920, éste proclamó su Plan de
Agua Prieta, definiendo su programa gubernamental y negando
la autoridad de Carranza. Gran parte de las fuerzas armadas
lo siguieron. Este último fue derrotado militarmente y ejecutado
cuando intentaba escapar a Veracruz. Para resolver la crisis de
sucesión, el Congreso designó a Adolfo de la Huerta (entonces
gobernador de Sonora) como presidente interino de mayo a di­
ciembre de 1920. Durante esos meses, Obregón hizo su campaña y
ganó las elecciones.

Los sonorenses: 1920-1932

El ascenso al poder de la dinastía sonorense —Alvaro Obregón


(1920-1924), Plutarco Elias Calles (1924-1928), Emilio Portes Gil
(1928-1930), Pascual Ortiz Rubio (1930-1932) y Abelardo L. Rodrí­
guez (1932-1934)— implicaría varios cambios de envergadura: con­
tinuaría la exclusión de los terratenientes y de la Iglesia católica, los
militares perderían gradualmente el poder, los campesinos serían
relegados lentamente y la nueva burguesía revolucionaria crecería
en importancia. A la vez, el Estado pasaría a fortalecerse y centra­
lizarse más, producto de políticas sistemáticas de desmilitarización,
de control de las elecciones, de la fundación de un partido oficial
en 1928 y de la creación de instrumentos centrales de política
económica y monetaria (como el Banco de México en 1925).
A pesar de esos cambios, el Estado mantuvo su debilidad frente
a la burguesía extranjera, y fue incapaz, pese a varios intentos, de
renegociar los términos leoninos obtenidos en la época de Díaz. En
consecuencia, las relaciones con Estados Unidos seguirían tensas
no obstante las promesas originales de Obregón a Woodrow Wil­
son de que se garantizarían los intereses económicos de su país.22
La capitulación frente a la potencia del norte en el conflicto sobre

82 Irónicamente, Obregón escogió como enviado de esta misión de buena fe


al propio Luis Morones, cabeza de la crom.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 87

la propiedad del subsuelo, marcada por los Acuerdos de Bucarelli


de 1924, fue la aceptación de no instrumentar el Artículo 27
constitucional que declaraba la soberanía del Estado sobre el sub­
suelo. Esta concesión garantizó la colaboración estadunidense y
dio fuerza a la capacidad del gobierno para repeler el intento de
golpe de Adolfo de la Huerta en 1924, dejando al más conservador
Calles como sucesor de Obregón.
El gobierno de Obregón suele presentarse como la inauguración
del estilo paternalista de otorgar reformas anticipadas* limitadas
desde arriba, considerado característico de México. Sin embargo,
si observamos los acontecimientos que opusieron al trabajo y al
capital durante este periodo (1920-1924) desde la perspectiva de
los cambios en el pacto de dominación, aparece otro panorama.
Es más que probable que Obregón haya intentado controlar las
demandas obreras mediante su acuerdo secreto con la crom (cuya
existencia no fue de conocimiento público, sino hasta 1930); de ser
así, sus planes no dieron exactamente los resultados esperados.
Primero, el presidente quedó muy lejos de cumplir con la totalidad
de sus compromisos: no se creó una Secretaria del Trabajo inde­
pendiente (por falta de un fuerte apoyo presidencial el proyecto de ley
fue derrotado en el Congreso); no se consultó a la crom respecto a
nombramientos importantes del gabinete (aún menos en agricul­
tura), y tampoco se definió oficialmente a la crom como la única
representante del trabajo, lo que habría sido abiertamente anti­
constitucional. Los dirigentes de la crom debieron contentarse con
puestos gubernamentales secundarios. Esto, por otra parte, limitó
su capacidad para controlar a la clase obrera. Tanto la derecha, como
la izquierda del movimiento obrero guardaban su distancia con la
crom. La primera, por su convicción mutualista y cooperativista;
la segunda, por la preferencia anarquista, proclive a la confronta­
ción directa con el capital y la no colaboración con el gobierno.
A pesar de la insuficiente investigación del contenido de las
reivindicaciones obreras durante el gobierno de Obregón, puede
considerarse este periodo como el que correspondió al esfuerzo de los
sindicatos ajenos a la crom por afirmar su capacidad de negocia­

* N. T. “Preemptive” en inglés. Véase definición de este concepto en la N. del


T. de la p. 45.
88 EL PACTO DE DOMINACIÓN

ción y llevar a bien varios párrafos del 123 constitucional, en espe­


cial la jomada laboral de ocho horas. Asimismo, la seguridad
contra enfermedades y accidentes empieza a aparecer en los plie­
gos petitorios de la época. La crom trató de frenar estos movimien­
tos, pero no logró ser eficaz. En lugar de desalentar las demandas
de las bases, su incapacidad para apoyarlas redundó en el robus­
tecimiento de las organizaciones más militantes, en especial la cgt,
aliada al recientemente creado Partido Comunista de México
(pcm). El Estado hizo frente a estas confrontaciones alternando
represión y concesiones. Empero, los conflictos se resolvían a favor
de los trabajadores más que de los patrones: de las 951 huelgas
registradas entre 1920 y 1924, 30.9 por ciento se resolvió a favor
del trabajo; 17.4, a favor de la patronal, y 51.6, como transacciones
(Basurto, 1975).23
El súbito incremento de la frecuencia de huelgas —pasando
de 173 en 1920 (año supuestamente en extremo favorable para
las demandas obreras dada la buena disposición delahuertista),
a 310 en 1921 (Basurto, 1975:226)— da fe de la intención obrera de
hacer realidad sus demandas constitucionales. Según Basurto, la
principal causa de las huelgas en 1921 fue el rechazo patronal a
otorgar aumentos salariales a pesar de la merma del salario real por
la inflación. Ese año también se caracteriza por la creación de la
Confederación de Sociedades de Ferrocarriles (csf), una federa­
ción sindical independiente, aunque cercana a la cgt, a la que el
gobierno se opuso inicialmente. Luego de meses de confrontacio-

23 Por lo regular, hay una brecha considerable entre las actividades huelguísti­
cas reales y las declaradas en México. En esos años, sin embargo, las Juntas de
Conciliación y Arbitraje aún no adquirían el derecho a declarar legales o ilegales
las huelgas, haciendo las estadísticas relativamente más fiables que las subsecuen­
tes. Lo que en ellas desaparece, sin embargo, son las huelgas emplazadas, mas no
estalladas, por haber llegado a un acuerdo. Queda poca duda de que muchas
compañías deben haber preferido concertar en lugar de correr el riesgo de sufrir
una mutilante huelga, y de que el ejemplo de otras huelgas redundantes en acuerdos
favorables al trabajo deben haber representado un fuerte desaliento a la adopción
de actitudes cerradas. Así, las huelgas constituyen sólo la punta del iceberg del
proceso de reivindicaciones y de respuestas a éstas bajo la influencia del historial
de acuerdos y arreglos y del ambiente inmediato de cada empresa. Para ello, se
requieren de estudios serios de empresas particulares, basados en los archivos de
éstas y en crónicas de la época.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 89

nés a menudo violentas, la csf fue reconocida oficialmente, aunque


a regañadientes.
Se ha afirmado que, en 1922, la mayoría de las huelgas (192 en
total) estallaron porque los empresarios se negaron a reconocer a
los sindicatos como protagonistas legítimos. En 1923 y 1924, el nú­
mero de huelgas se redujo a 146 y 125, respectivamente. Su causa
principal fue la no aplicación de la jomada laboral de 8 horas
(Basurto, 1975: 226). Estos datos, en conjunto, dan una idea apro­
ximativa del carácter de las reivindicaciones obreras y del papel del
gobierno en su arbitraje: los trabajadores seguían luchando, taller
tras taller, por la instrumentación de los logros obtenidos desde
1910. Algunos ejemplos contundentes pueden damos una idea del
grado de interés entre las bases por estos asuntos. Por ejemplo,
los trabajadores de la compañía sueca de teléfonos Ericson declara­
ron una huelga para obtener aumentos salariales y la aplicación de
un acuerdo anterior referente a un seguro médico que cubriera
enfermedades (y no sólo accidentes de trabajo). También pedían
salario igual por trabajo igual y “buenos tratos” (Basurto, 1985:
232-235).24 El presidente intervino forzando a la compañía a que
aceptara un acuerdo de transacción. El primer día de enferme­
dad no sería pagado; los siguientes 15 serían pagados en su
totalidad, y los 15 siguientes, a la mitad. Ericson debió pagar
también el 50 por ciento de los salarios caídos durante la huelga
(Basurto, 1975:232).
En otras ocasiones, la intervención gubernamental evocaba los
viejos días porfiristas: en 1921, un manifestación de trabajadores
textiles en Querétaro fue recibida a tiros. Al año siguiente, otra
protesta de la fábrica textil de San Ildefonso, por el no cumplimien­
to de un acuerdo de aumento salarial fue seguida del secuestro y
la desaparición de su dirigente. Este acontecimiento provocó una
ola creciente de protestas violentas y huelgas de solidaridad or­
questadas por la CGT, ensanchando aún más la brecha entre ésta y
la crom (los de la última bastante atinadamente llamados los “ama­
rillos”; mientras que los de la cgt eran los “rojos”).

24 En esa época, eran frecuentes las quejas contra la violencia física y verbal de
los capataces, incluyendo la violación de mujeres trabajadoras.
90 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Al final de su presidencia, Obregón se ha descrito como cada


vez más intolerante frente a las demandas obreras. Esto suele ser
mencionado como un cambio inexplicable de actitud. Empero, si
enfocamos el potencial obrero para crear trastornos sociales, en
lugar del supuesto cambio de personalidad de Obregón, podremos
interpretar estas diferencias en términos del cambiante juego por
el poder que oponía al Estado y al movimiento obrero en esos años.
A lo largo del mandato de Obregón, la intervención activa del
gobierno en las disputas laborales había desarmado a muchos
patrones y desmovilizado a una amplia proporción de las bases,
como indica el descenso de la actividad huelguística. No obstante
la notoria preferencia gubernamental por los sindicatos afiliados a la
crom, aún no podemos discernir un patrón sistemático de repre­
sión gubernamental contra los sindicatos independientes mediante
los mecanismos de conciliación y arbitraje. De acuerdo con nuestro
marco analítico, los términos del pacto de dominación habían me­
jorado para todos los sectores del movimiento obrero organizado,
a tal punto que el gobierno impuso el respeto a la Constitución a
los capitalistas inconformes.
En 1923 y 1924, lo que quedó de la agitación obrera tomó un
giro diferente, relacionado con la creciente ambición de Adolfo de
la Huerta por ser el sucesor de Obregón. Del lado delahuertista
estaban la cgt y la federación ferrocarrilera; del obregonista, la
crom. Esta fisura interna la ilustra el conflicto obrero de 1923 en
los tranvías, ligado a la cgt. Una huelga anterior, en 1921, había
terminado a favor del sindicato con la intervención del gobernador
del Distrito Federal. Dos años después, la empresa dio a conocer
su intención de despedir al 10 por ciento de su personal. Dado que
muchos trabajadores tenían más de 15 años de servicio, la cgt
demandó una indemnización de un mes de sueldo por cada año
trabajado, además de los 3 meses de indemnización estipulados
por la ley. A cambio, los trabajadores ofrecieron desistir de su
exigencia de reparto de utilidades que debían obtener de acuerdo
con la constitución. Otras demandas incluían el pago y reembolso to­
tal de los gastos médicos en caso de enfermedad y el pago del 100
por ciento de los sueldos caídos en caso de huelga. Después del
rechazo patronal a estas peticiones, se declaró la huelga. En lugar
de encarar de frente a la cgt, el gobierno permitió a la crom que
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 91

infiltrara al sindicato independiente para tomar su dirección,


ayudándole con la expulsión por la policía de los dirigentes de la
cgt que protestaban. La nueva dirección del sindicato solicitó de
inmediato la afiliación a la crom que fue reconocida sin tardanza
por el gobierno como la representación legal de los trabajadores
de los tranvías. Como era de esperarse, el nuevo sindicato estaba
dispuesto a aceptar mucho menos de lo que había exigido la cgt.
No obstante, demandó mucho más de lo que la empresa estaba
dispuesta a ofrecer: los tres meses legales de indemnización, respe­
to a la antigüedad en la selección de los trabajadores despedidos y
pago del tiempo perdido en la huelga. La cgt intentó obstruir este
acuerdo con luchas callejeras violentas pero sus militantes fueron
dispersados por la policía montada. Las cárceles fueron vaciadas
para tener esquiroles que sustituyeran a los trabajadores en
huelga. Otros sindicatos de la cgt vinieron al rescate, llevando a
más luchas callejeras y a la intervención del ejército que disparó
contra los manifestantes de la cgt. En ese momento, Adolfo de la
Huerta, en- tonces ministro de Hacienda, intervino a favor de la cgt,
obligando a la empresa a volver a contratar a los trabajadores
despedidos. Asimismo, otras compañías que habían tomado medi­
das contra las manifestaciones de solidaridad con la cgt fueron
forzadas a contratar de nuevo a los trabajadores cesados. Muchos de
los detenidos fueron liberados, también gracias a la intervención
de De la Huerta.
Las cuestiones de la seguridad social y el reparto de utilidades
ilustran también el cambio de postura del gobierno respecto a las
demandas laborales. En su informe a la nación de 1921, Obregón
declaró que el seguro contra enfermedades y por vejez era una
medida urgente (Basurto, 1975:225; Spalding, 1978:91). Propuso
la creación de un fondo de reserva. Los patrones pagarían 10 por
ciento de todos los salarios, y se les liberaría de la obligación consti­
tucional de pagar el reparto de utilidades (que hasta entonces no
había sido mencionado). Dicho fondo pagaría una indemnización
a los trabajadores por riesgos profesionales, vejez y cierto tipo de
pensiones de viudez (Spalding, 1978:91). Finalmente se presentó
un proyecto de ley al Congreso, pero nunca entró al orden del día,
debido, supuestamente, a la falta de apoyo presidencial (Clark,
1932). Puede preguntarse por qué Obregón habría seleccionado
92 EL PACTO DE DOMINACIÓN

esta cuestión, si la seguridad social no sobresalía entre las reivindi­


caciones obreras. Sin embargo, muy probablemente, constituía un
asunto muy popular en la base, por lo que representaba la opor­
tunidad para el gobierno de suavizar las acciones de la policía en
contra de la dirección de los sindicatos militantes con una medida
no controvertida que beneficiaría directamente a las bases sin
necesidad del apoyo de los dirigentes sindicales. En su segunda
campaña, en 1927, haría una propuesta similar, pero esta iniciati­
va fue abortada por su asesinato.
Para 1923, quedó claro que Obregón había escogido a Calles,
candidato predilecto de la crom, como su sucesor, y no al más
prosindicalista De la Huerta. Éste intentó utilizar el apoyo obtenido
entre los sectores obreros más militantes para preparar un golpe
contra Obregón, pero fracasó. No carece de interés preguntarse
por qué De la Huerta falló en lo que Obregón había tenido éxito
cuatro años antes. Primero, a diferencia del gobierno de Carranza,
éste había sido notablemente más favorable al movimiento obrero
en su conjunto. Segundo, la crom todavía no era tan omnipotente
como pasaría a ser más tarde, aunque controlaba la mayor parte de
los sindicatos. Tercero, Estados Unidos se había vuelto más favora­
ble a Obregón, gracias al Acuerdo de Bucarelli, que dejaba sin
cambios la propiedad extranjera del subsuelo. El gobierno podía
entonces contar con un flujo permanente de armas para combatir
los intentos golpistas internos. Por lo tanto, el apoyo del movimien­
to obrero contra estos golpes había perdido su carácter indispensa­
ble para la supervivencia del régimen.
De 1924 a 1934, periodo conocido como el “maximato” (del
apelativo de Calles, “Máximo Jefe”), el poder del Estado creció aún
más mediante la continuación de las políticas de centralización,
desmilitarización y control de los movimientos populares. Los aná­
lisis de la historia del movimiento sindical durante esta década
suelen subrayar la pérdida de poder de la clase obrera mexicana,
resultante del ascenso de la crom, con apoyo gubernamental, a la
posición de único representante de los intereses de los trabajado­
res. No se desprende de esto, como a menudo dejan sobrentender
tales análisis, que el Estado haya dejado de apoyar al trabajo en sus
conflictos con el capital. Los cambios acaecidos en el pacto de do­
minación durante la administración de Calles frecuentemente se
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 93

hicieron en oposición a la burguesía industrial, aunque ésta termi­


naría siendo su principal beneficiaria.
Durante los gobiernos de Madero, Carranza y Obregón se
establecieron los primeros mecanismos de intervención estatal en
las relaciones obrero-patronales. Mas permanecieron frágiles, como
muestran las constantes violaciones de los acuerdos perpetradas
por las empresas, lo que, a su vez, desataba interminables rondas de
protestas obreras, y posteriores intervenciones estatales. Las Juntas
de Conciliación y Arbitraje de los estados tenían poco poder para
asegurar la instrumentación de sus decisiones. En cuanto al Depar­
tamento del Trabajo, ya vimos que su poder también estaba limita­
do. Por ello, el presidente tenía que intervenir constantemente,
apoyando una huelga en una ocasión, aplastándola en otra y
poniendo en peligro sus alianzas con varias élites en el ínter. A pe­
sar de estas intervenciones estatales permanentes, las condiciones
de la producción industrial seguían siendo caóticas, con efectos
adversos para la economía que aún no se recuperaba de los estra­
gos generados durante el periodo de lucha armada.
El federalismo constituía un impedimento capital al control de
los conflictos laborales. Cada estado tenía sus propios estatutos y
estructuras de poder. En consecuencia, los estados progresistas,
con legislaciones laborales avanzadas —como Yucatán, Coahuila y
Veracruz— podían coexistir con estados dominados por la burgue­
sía neoporfirista (como Nuevo León). El ejecutivo federal depen­
día de los gobernadores de los estados para instrumentar sus
políticas, pero carecía de cualquier garantía de que estos respon­
dieran. Cada gobernador podía fijar de manera independiente
las reglas del juego en las relaciones capital-trabajo, apoyado
por las empresas industriales locales. A los gobernadores les
tentaba ceder a las presiones empresariales en sus propios
estados, pasar sus propios acuerdos con las firmas extranjeras y
soslayar incluso la violación abierta de los párrafos más firmemen­
te establecidos del artículo 123 de la Constitución (como el dere­
cho de organización). Tales prácticas propiciaban los conflictos
laborales. Por lo tanto, era imperativo para las autoridades centra­
les crear mecanismos que contrarrestaran estas fuerzas centrífu­
gas, aunque sin distanciarse de la burguesía, y manteniendo el
apoyo de la clase obrera.
94 EL PACTO DE DOMINACIÓN

No obstante, Calles no hizo frente de inmediato al problema


del federalismo. Para dar fuerza a la voz estatal en los conflictos
obrero-patronales, empezó por pulir la alianza con la crom heredada
de Obregón. Se firmó un nuevo acuerdo que daba a esta confede­
ración bastante más poder del que había gozado con el presidente
anterior, transformándola de iure en una agencia estatal para la
reglamentación de los conflictos entre el capital y el trabajo. Por
ende, la crom fue definida como el único portavoz legítimo de los
intereses obreros. El gobierno accedió a pagar sus costos de opera­
ción (aparte de las obligatorias cuotas), a mediar en cualquier
conflicto con agencias estatales, y ayudarle en conflictos con cual­
quier otra organización capaz de “viciar” el pacto (sic). La crom, a su
vez, debía avisar al gobierno de cualquier iniciativa que emprendie­
ran los sindicatos afiliados y apoyar todas las decisiones del gobier­
no al respecto. Para sellar este acuerdo, Morones y sus colaboradores
más últimos recibieron lucrativos puestos gubernamentales: el Minis­
terio de Industria, Comercio y Trabajo a Morones y media docena
de puestos medios a sus subordinados inmediatos (en especial el
control de las imprentas, que podía usarse para controlar las publi­
caciones antigubernamentales).
Simultáneamente, se definían y codificaban las relaciones
obrero-patronales, dejando poco a la imaginación de los funciona­
rios sindicales o de las empresas individuales: se definieron con
precisión los procedimientos de despido, incluyendo la indemniza­
ción obligatoria; las compensaciones en caso de accidente; las re­
glas de antigüedad; los salarios mínimos diarios por región, y otras
medidas. Siguiendo la costumbre estadunidense, se introdujeron
los contratos colectivos (a diferencia de los anteriores acuerdos
fábrica por fábrica). La imposición de estas reglas era garantizada
por la presencia constante de inspectores del Ministerio de Indus­
tria, Comercio y Trabajo en los centros laborales.
Con estas medidas, la capacidad de concertación indepen­
diente de que habían gozado muchos sindicatos durante el go­
bierno anterior fue cortada de tajo. Pero, los verdaderos perdedores
en estos nuevos acuerdos no fueron las bases, sino los dirigentes de
los sindicatos independientes, la mayoría de los cuales eran de ten­
dencia anarcosindicalista. Después de 1924, todas las huelgas de la
cgt fueron declaradas ilegales y rotas por la fuerza por las institu-
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 95

ciones gubernamentales. Por otra parte, los sindicatos afiliados a


la crom tenían poco peso en la redacción o negociación de sus
respectivos contratos colectivos, dejados por completo a Morones
(y al presidente). Sin embargo, gracias a la superior capacidad de
regateo de la crom (apoyada por la fuerza coercitiva del poder
estatal), sus afiliados se beneficiaban de mejores salarios y condi­
ciones de trabajo que los trabajadores pertenecientes a los sindica­
tos independientes (Basurto, 1975: 248; Clark, 1932:110).
La reglamentación y burocratización de las relaciones labora­
les también limitó de manera significativa el poder individual de los
patrones, restringiendo sus posibilidades para burlar los acuer­
dos firmados o para apoyarse en la complacencia de las autoridades
locales. Esto, de por sí, tenía que disminuir la propensión de la
clase obrera a recurrir a la huelga, dado que las violaciones de los
derechos constitucionales básicos y de los acuerdos firmados había
constituido anteriormente el grueso de los conflictos laborales (es
decir, la negativa a reconocer a los sindicatos como interlocutores
en las negociaciones, el despido de trabajadores que formasen o inte­
grasen sindicatos, las disparidades salariales, etcétera). Los patro­
nes enfrentaban ahora a una organización única y una serie de
reglas burocráticas apoyadas por el Estado. Sus posibilidades para
ejercer coerción sobre los trabajadores o romper las reglas se había
reducido de manera drástica. También se había reducido la capaci­
dad institucional de las organizaciones obreras para cambiar los
términos del pacto de dominación.
Estas políticas ayudaron a fortalecer el mando del Estado y
contribuyeron al desarrollo del capitalismo: las huelgas (esto es, las
legalmente reconocidas) prácticamente desaparecieron. Nue­
vas empresas extranjeras, acostumbradas a las relaciones modernas
de trabajo, empezaron a aprovecharse de las excepcionales condi­
ciones riscales y de los bajos salarios que ofrecía México (Ford,
Palmolive Peet, Dupont, etcétera). No obstante, este orden no dio
los frutos esperados. En 1926 y 1927, una crisis económica profun­
da, desatada por la baja drástica de los precios internacionales del
petróleo y de la plata, principales productos de exportación de Mé­
xico, ejerció presiones fuertes sobre estos arreglos. La corrupción
cada vez mayor de los representantes de la crom también ponía en
peligro la capacidad del Estado para controlar los conflictos labo­
96 EL PACTO DE DOMINACIÓN

rales, lo cual incrementaba las posibilidades de violentos enfrenta­


mientos con los trabajadores. Como consecuencia, Calles empezó
a depender menos de Morones y, a partir de 1927, a quitar a los
estados el control sobre las relaciones laborales.
No obstante, antes de poder dedicar su plena atención al nuevo
código federal del trabajo, el presidente tenía que resolver la
inmediata y aguda crisis desatada por la sucesión presidencial de
1928. La creación por Calles del Partido Nacional Revolucionario
(pnr) a menudo se ha descrito en retrospectiva como una acción
racional y calculada para robustecer al Estado. En verdad, el
partido oficial fue fundado en circunstancias traumáticas en que
las decisiones parecían más producto de una inspiración de último
momento que estrategias calculadas. En 1927, la regla de no
reelección dictaba que Calles debía encontrar un sucesor adecua­
do. Sin embargo, no se encontraba un candidato que no desatara
una fuerte oposición dentro del clan revolucionario. Temeroso de
crear una situación que pudiera desembocar en nuevas luchas arma­
das, Calles recurrió a presentar a Obregón de nuevo, violando así
la regla de no reelección. La candidatura, sin embargo, fue acepta­
da por la mayoría de la banda de generales revolucionarios, quie­
nes constituían el centro del apoyo al gobierno.25 Obregón fue
electo en debida forma. Sin embargo, a pocas semanas de su
investidura, fue asesinado en condiciones misteriosas en que había
grandes sospechas contra la crom. De nuevo, la crisis de sucesión
quedaba abierta de par en par.
Fue en estas circunstancias en las que Calles creó al partido
oficial, como un esfuerzo desesperado para controlar las crecientes
disensiones intestinas que amenazaban con disolver al régimen.
Como hace notar Heilman, “poca gente que observara la desorde­
nada aglomeración de partidos, movimientos, grupos de interés y
bandas políticas parcialmente independientes dentro del pnr en
1929 podría haber creído que se convertiría algún día en una

25 Calles retiró a unos 60 generales durante su gobierno. Para dorarles la


pildora, muchos recibieron gobernaturas. La solución del problema militar había
acelerado las fuerzas centrífugas del federalismo, así como la corrupción, puesto
que estos generales usaban las leyes de reforma agraria para convertirse en terra­
tenientes.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 97

organización política unificada y sumamente poderosa” (1983:33).


En ese entonces, el pnr fue concebido como una maquinaria para
crear consenso entre las élites a fin de asegurar el traspaso pacífico
del poder de un gobierno a otro. Específicamente, Calles lo utilizó
como un instrumento para designar a los candidatos presidenciales
que seguirían bajo su mando. Los intereses agrarios y obreros no
estaban presentes en el pnr: se había excluido a los partidos Labo­
ral Mexicano (plm) y Comunista (pcm).
Los grupos campesinos radicales (como la Liga Nacional Cam­
pesina y el Partido Nacional Agrarista) esperaban tan poco de él
que no solicitaron su membresía (aunque posteriormente se les
obligó a integrarlo). Dentro del partido, el “consenso” se foijaba
mediante la expulsión sistemática de todo individuo que no fuera in­
condicionalmente leal a Calles o que expresara la menor duda
sobre la sabiduría de las decisiones presidenciales. Esta estrate­
gia fue seguida por todos los presidentes del partido (designados por
Calles), incluyendo a Lázaro Cárdenas, quien ocupó este puesto en
1930. En consecuencia, el pnr cumplió con su función de resolver
las subsecuentes crisis de sucesión al hacer de la selección de los
candidatos presidenciales, hasta 1934, una prerrogativa indiscuti­
ble del Máximo Jefe.26
Poco antes de la crisis política desatada por el asesinato de
Obregón, Calles había dado el primer paso para poner los asuntos
laborales bajo jurisdicción federal: en 1927, se constituyó el Tribu­
nal Federal de Conciliación y Arbitraje con poderes para autorizar
toda huelga y arbitrar en ella. Esto daba mayor legitimidad a la
prohibición de las huelgas anarco-sindicalistas, a la vez que quita­
ba algo de poder a la decadente crom. Acto seguido, Calles encargó
al presidente Ortiz Rubio la elaboración del código federal del
trabajo.

26 Un breve examen de la sucesión presidencial de Emilio Portes Gil (1928-


1930) a Pascual Ortiz Rubio (1930-1932) ilustrará la naturaleza de los procesos
políticos durante el maximato. En 1929, mientras la presidencia era ocupada
temporalmente por Portes Gil, se confió al PNR la tarea de encontrar un candidato
adecuado. Los aspirantes más populares eran Aarón Sáenz, apoyado por las organi­
zaciones campesinas, y José Vasconcelos, ideólogo de la izquierda (Liss, 1984).
Calles, no obstante, decidió que se nombrara al desconocido Ortiz Rubio. Antes de
la convención del partido, envió emisarios a cada miembro para obtener su pro-
98 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Las empresas privadas se opusieron en un principio al nuevo


código laboral. Empero, el apoyo de Calles al capital, junto con la
creciente brecha entre el régimen y las clases subordinadas (como
mostraba el control de la crom sobre las demandas obreras y el
freno a la reforma agraria) calmaron los temores de la burguesía
industrial. En consecuencia, Calles tuvo éxito en lo que podrían
haber fracasado presidentes más radicales: el Código Federal del
Trabajo fue adoptado en 1930.
Sin embargo, los patrones se sintieron amenazados por la
tendencia a un mayor control federal y a la protección del trabajo.
La iniciativa estatal de una ley de seguridad social en 1928 fue el
catalizador que los determinó a constituir la Confederación Patro­
nal de la República Mexicana (Coparmex) para defender sus inte­
reses, tanto contra el Estado, como contra el movimiento obrero
(Spalding, 1978: 98). No obstante, lo incluido en el código laboral
no era más que una formalización de reglas que habían adquirido le­
gitimidad bajo casi dos décadas, de cambios rápidos en las relacio­
nes entre capital y trabajo.
Hasta ahora, no se ha investigado el vínculo entre las reivindi­
caciones obreras por la seguridad social y la formación de un
verdadero Partido del Seguro Social, que se supone ayudó a la
reelección de Obregón en 1927. Aunque las direcciones sindicales
(sobre todo la de la crom) no habían reivindicado la seguridad
social, es obvio que representaba un asunto importante para las
bases, y que se sentirían motivadas a votar por Obregón a pesar de
la oposición abierta de la crom al candidato. Después del asesinato
de éste, se esperaba que Calles tomara la iniciativa al respecto.
Desde 1925, ya había propuesto un modelo limitado de seguridad
social (cubriendo enfermedades y accidentes de trabajo), a ser
financiada y administrada conjuntamente por patrones, trabajado­
res y Estado (Spalding, 1978: 93). Sin embargo, la depresión de
1926-1927 no había provisto un marco favorable para presionar a la

mesa individual de apoyar a Ortiz Rubio. Cualquier delegado que no hiciera la


promesa, simplemente no era “reconocido" por el comité organizador del parti­
do como delegado y se le negaba la entrada a la sala de reunión de la convención.
Aarón Sáenz fue uno de los que no pudieron entrar. Esta información proviene
de Garrido (1985), quien, en 1976, entrevistó personalmente al que encabezaba
el comité, y que recibió y aplicó las citadas instrucciones.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 99

industria. Calles no hizo ningún intento para doblegar su oposición.


Se limitó a instituir en 1925 programas limitados de seguridad
social para los funcionarios y el ejército, sin que ninguno de
estos grupos lo hubiese solicitado. Ambas decisiones aumentaron
la dependencia directa del Estado de dos fuentes de oposición
interna: el conjunto de los empleados del Estado y los rangos in­
feriores de las fuerzas armadas. En el programa no se incluyeron a
los maestros de escuela, en un inicio, pero se les integró tres años más
tarde, después de largas huelgas y protestas (Mesa Lago, 1978).
La segunda propuesta de seguridad social del maximato fue
introducida en 1928, como parte de un borrador del proyecto del
Código Federal del Trabajo. Al igual que para el caso de la fede-
ralización del procedimiento de conciliación y arbitraje, esta medi­
da podía ser entendida como anticipativa, en el sentido de debilitar
el poderío de la crom y atraer a las bases de los sindicatos inde­
pendientes. En lugar de seguir privilegiando a los afiliados de la
crom con prestaciones, mientras se dejaba fuera a los de las otras
organizaciones, esta nueva estrategia buscaba alentar a toda la
clase obrera a unirse bajo el control directo del Estado. Por primera
vez, esta segunda propuesta de seguridad iba más allá de la
tradicional cobertura de accidentes y enfermedades de trabajo,
probablemente bajo la creciente influencia de la Organización
Internacional del Trabajo (orr) fundada en 1925.27 El gobierno, sin
embargo, carecía del combustible provisto por los conflictos labo­
rales para hacer frente a la oposición patronal. Después de haber
inicialmente ventilado el tema en una convención de represen­
tantes patronales y obreros, la propuesta fue desechada en 1928
ante la oposición inamovible de los empresarios. De nuevo, en esta
ocasión, las condiciones económicas eran desfavorables: el país
apenas se recuperaba de la recesión de 1926-1927. No obstante,
una propuesta más modesta seguía en el borrador del código
laboral que “desató una tormenta de oposición patronal, y frenó la
acción estatal en favor de los derechos obreros” (Spalding, 1978:97).

87 Se puede encontrar información respecto al proselitismo de la orr a favor


de la seguridad social y ejemplos de tempranas adopciones en América Latina en
Spalding, 1978; Mesa Lago, 1978, y Malloy, 1979.
,100 EL PACTO DE DOMINACIÓN

A principios de los años treinta, México empezó a sentir los


efectos de la depresión mundial. El Máximo Jefe comenzaba a
perder su capacidad para controlar las manifestaciones abiertas de
oposición al gobierno, así como el fortalecimiento de intereses
potencialmente peligrosos para el grupo en el poder. Es difícil eva­
luar el peso de los desafíos desde abajo en este proceso. Hamilton
(1982:115) plantea que la historiografía es lo suficientemente am­
bigua como para conducimos a conclusiones diametralmente opues­
tas, dependiendo de si el observador desea interpretar el nuevo
cambio como una revolución “desde abajo” o una “desde arriba":
las revueltas campesinas, obreras y de consumidores de finales de
los veinte e inicios de los treinta aparecen, ya sea como profundas
conmociones sociales, ya como simples ondas superficiales. Esta
última interpretación implica que, debido a su debilidad organiza­
tiva, las fuerzas populares eran incapaces de representar una ame­
naza seria para el gobierno; la primera, al contrario, percibe que
el cardenismo cabalgó sobre una nueva ola de luchas de clases
desatada por la depresión mundial.
Sin embargo, todos los analistas concuerdan en que el control
estatal sobre las clases populares era cada vez menos eficaz. La
evidencia más clara de esto fue la deserción masiva por parte de los
trabajadores de la ya profundamente corrompida crom y otras fede­
raciones sindicales dispersas, y el concomitante renacimiento del
movimiento obrero militante con la creación en 1933 por Vicente
Lombardo Toledano, miembro malquistado de la crom, de la Confe­
deración General de Obreros y Campesinos Mexicanos (cgocm).
A partir de 1930, la correlación de fuerzas dentro del partido
oficial también empezó a cambiar. Calles, al no haber promulga­
do las reformas políticas y sociales favorecidas por muchos de los
que inicialmente lo habían apoyado, veía menguar sus bases (Bran­
denburg, 1964: 71-76; Basurto, 1975; Cornelius, 1973: 437). A pesar
de los métodos policiacos utilizados para mantener la cohesión inter­
na (como la acostumbrada expulsión de miembros disidentes del
pnr), una corriente de izquierda —los llamados “rojos”— había
tomado lentamente la delantera sobre los “blancos” (Garrido,
1985). Pronto, estos reformadores se unieron bajo el liderazgo de
Lázaro Cárdenas, partidario abierto de la reforma agraria y de la
legislación laboral (Hamilton, 1982: 117).
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 101

A inicios de los años treinta, el pnr estaba dividido casi por


mitad entre callistas y cardenistas. En 1931, Calles intentó sin éxito
cooptar a la Liga Nacional Campesina para restaurar el equilibrio
a su favor. Sin embargo, sólo logró atraer al Estado a un grupo
capaz de dar voz al agravio campesino (Hamilton, 1982: 100).
En 1932, en un esfuerzo tardío para recuperar el debilitado
apoyo obrero, Ortiz Rubio presentó un nuevo proyecto de ley de
seguridad social. Esta iniciativa fue interrumpida por la brusca
sustitución de éste por Abelardo Rodríguez, el último presiden­
te títere del maximato. Rodríguez convocó al Primer Congreso de
Derechos Industriales en el cual los representes del capital y del tra­
bajo siguieron discutiendo sobre el tema de la seguridad social, al
mismo tiempo que Cárdenas era nombrado candidato presidencial.
Durante este evento, una importante propuesta fue presentada por
dos expertos de la seguridad social —Fritz Bach y Adolfo Zamora—.
De allí en adelante, todas las discusiones iban a referirse a este
texto. Abarcaba una amplia gama de beneficios —accidentes de
trabajo, enfermedad, maternidad, jubilación, pensiones de viudez
y desempleo—. Contemplaba la incorporación gradual (por deci­
sión del presidente) de todos los trabajadores y sus respectivas
familias, desde los trabajadores industriales y agrícolas hasta los
empleados del Estado.28
Respondiendo a esta iniciativa, las empresas privadas tomaron
al nuevo código laboral, al cual muchos se habían inicialmente
opuesto, como base legal para rechazar el principio de la seguridad
social. Argüían que su responsabilidad constitucional no rebasa­
ba el seguro de desempleo que preveía la ley (Spalding, 1978:
100). Tanto los trabajadores como el Estado abogaban por un
programa centralizado con amplios beneficios. En el regateo de
quién iba a pagar y por qué concepto, la obligación constitucio­
nal de reparto de utilidades se convirtió en manzana de la
discordia: los empresarios pretendían que el cumplir con su
obligación de ofrecer un seguro social debería absolverlos de re­
partir utilidades, mientras que los trabajadores consideraban que su
contribución a la seguridad social debería provenir de los fondos
que habrían de percibir por este concepto. En ambos casos, la

28 Véase más detalles en Spalding, 1978:99-100.


102 EL PACTO DE DOMINACIÓN

segundad social vendría á ser una institución sumamente débil, al


depender para su sobrevivencia de las ganancias. Otro aspecto
interesante en este debate es que, por primera vez, los trabajadores
se unían a los empresarios en su oposición a la posición dominante
del Estado en el propuesto Instituto de Seguridad Social. Esta
propuesta, no obstante, no tendría efectos inmediatos durante la
administración de Cárdenas, a pesar de la importancia del apoyo
obrero en dos momentos dave de su turbulento gobierno (1936 y
1938, respectivamente). El motivo por el que la administración
dejó de propugnar por la seguridad social era consecuencia de los
cambios abruptos en el papel que el trabajo tendría en la estabili*
dad del nuevo gobierno.

Cardenismo (1934-1940)

En 1933, bajo la presión de las organizaciones agrarias radicales y


de los cardenistas, Calles pidió al presidente Abelardo Rodríguez
que renunciara y al partido que nombrara a Lázaro Cárdenas
como candidato a la presidencia de la república. Éste contaba con
el apoyo de varios grupos: de las masas obreras y campesinas que
veían en él una nueva oportunidad de reformas sociales y econó­
micas (Garrido, 1985); de los militares, marginados bajo Calles; y
de los propios callistas que, erróneamente, pensaban que sería fiel
a las directivas del Máximo Jefe. Su proyecto de llenar la mitad de
su gabinete con callistas probados era prueba suficiente de sus
buenas intenciones.
Desde el punto de vista estratégico de las élites callistas, el
nombramiento de Cárdenas era un riesgo calculado. Dada la
división por partes iguales entre cardenistas y callistas en el pnr en
1933, mantener la paz ya no era un simple asunto de entablar
múltiples negociaciones y transacciones personales, habilidad para
la que Calles era excelente (así como Porfirio Díaz). En ese momen­
to, el potencial explosivo del descontento popular ya palpable,
combinado con las aspiraciones políticas de los jóvenes cardenis­
tas, debía ser sopesado con el riesgo aparentemente menor de
perder algún terreno político. Acontecimientos posteriores demos­
trarían que Calles se había equivocado.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 103

La ausencia de reformas sociales administradas por el Estado


a favor de los trabajadores durante el gobierno del presidente más
obrerista de la historia del país puede parecer paradójica. La solu­
ción de este acertijo, sin embargo, es sencilla; la da el mismo
candidato presidencial, y posterior presidente, en cada discurso:
los trabajadores deben organizarse y “exigir sus derechos” (An­
guiano, 1986: 49) ejerciendo presión sobre los patrones para que
otorguen concesiones económicas.29 La campaña fue tan sólo la
primera parte de un plan maestro. La segunda era la organización
de las masas populares y su incorporación al nuevo partido oficial,
“depurado” (sic), democratizado y rebautizado Partido de la Revo­
lución Mexicana (prm). El apoyo campesino, obrero y militar, más
que las coaliciones de carácter personal entre caudillos de la
Revolución, pasó a ser la base del poder presidencial: los campesi­
nos fueron incorporados a la Confederación Nacional Campesina
(cnc), mientras que los obreros ingresaron a la Confederación de
Trabajadores de México (ctm), bajo la dirección de Vicente Lom­
bardo Toledano.
Calles no tardó en responder. El 12 de junio de 1934, pocos me­
ses después de la investidura de Cárdenas, condenó públicamente
la escalada de huelgas autorizadas por la Junta Federal de Concilia­
ción y Arbitraje, acusando a los “radicales” del partido, censuran­
do gravemente al gobierno y llamando a los huelguistas “traidores
a los intereses de la nación”. El documento concluía que “exacta­
mente lo mismo había sucedido al gobierno de Ortiz Rubio”,
indicando claramente que Cárdenas debía ser removido del Pala­
cio Nacional si no enderezaba el paso.
En vez de precipitar la renuncia del presidente (como habrían
pensado la mayoría de los observadores políticos de la época),
esta afirmación llevó a la impresionante victoria del cardenismo,
apoyado por todos los sectores de la clase obrera organizada. Al
día siguiente, una declaración presidencial muy concisa reiteró la

39 Referente a los trabajadores, véase el discurso electoral de Cárdenas del 11 de


mayo de 1934; el discurso presidencial de investidura del SO de noviembre de 1934;
el discurso presidencial a los obreros de Monterrey del 2 de septiembre de 1936, y
la alocución presidencial al Centro Patronal de Monterrey del 11 de febrero de 1936
(Cárdenas, 1984).
104 EL PACTO DE DOMINACIÓN

intención del gobierno de “completar el programa de la Revolu­


ción y llevar a cabo los dictados del plan sexenal, sin hacer caso del
grito de alarma de la clase capitalista” (Cárdenas, 1984, Hamilton,
1982: 125). El texto también indicaba claramente la ilegalidad de
la intervención de Calles. Simultáneamente, se removió a los callis­
tas de las posiciones clave del gabinete, del partido y del ejército.
Ante las probabilidades abrumadoras contra su recuperación
política, Calles optó por abandonar repentinamente el país. El año
siguiente, sin embargo, regresó, renovando sus ataques. Entonces,
las acusaciones ya no eran veladas: públicamente acusó a Cárdenas
de “llevar al país al comunismo” (Cornelius, 1973: 452). Esto pre­
cipitó la purga final de los elementos callistas del gobierno de
Cárdenas y del partido, acompañada de masivas manifestaciones
obreras en apoyo a Cárdenas. El 12 de abril de 1936, Calles y sus
seguidores más cercanos (incluyendo a Morones) fueron conduci­
dos al aeropuerto, pidiéndoseles que abandonaran el país. La
expulsión fue convertida en un acto público.
Los analistas de estos acontecimientos están en desacuerdo
respecto a la evaluación de estas estrategias. Algunos, como An­
guiano (1986) y Córdova (1985), las ven como una inmensa burla
a los obreros y campesinos; otros, como Cornelius (1973) y Hamil­
ton (1982), manifiestan su admiración por el maestro estratega que
evitó las maniobras de sus enemigos y reestructuró la sociedad
mexicana. Todos coinciden, sin embargo, en que el éxito del pre­
sidente no era un simple reflejo de su personalidad formidable.
Como dice Cornelius, “mantuvo una posición estratégica en el juego
de coaliciones. En su calidad de Presidente de la República, ejer­
ció un poder sin par sobre la distribución de los puestos de autoridad en
todo el aparato de Estado-partido oficial; dentro de su prerrogativa
legal estaba volver a delinear, casi a voluntad, la coalición ganadora”
(Cornelius, 1973: 448). El presidente, en otras palabras, se había
transformado en la presidencia, y las coaliciones dispersas de la Revo­
lución habían cristalizado en un régimen sólidamente atrincherado.
Este enfoque, sin embargo, no logra resaltar hasta qué punto
el poder de la presidencia se basaba en mantener un equilibrio
dinámico entre los centros de poder —capitalistas nacionales y
extranjeros, élites del partido, obreros y campesinos-, tarea parti­
cularmente difícil a inicios de los años treinta. Cada uno de estos
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 105

actores tenía el potencial de desestabilizar al Estado. Al respecto,


la clase obrera, recientemente independizada, era una fuerza insosla­
yable. Dos años antes de la toma de posesión de Cárdenas, se había
creado la cgocm, en un desafío abierto al sistema de organización
sindical cooptada y corrompida sobre el que el Estado había des­
cansado durante más de una década para controlar las demandas de
las bases. En 1934, esta nueva agrupación amenazaba con representar
también al campesinado, lo que habría creado una coalición de
proporciones pavorosas y con alto potencial disruptive.
Si se hubiese hecho cualquier intento por revivir el maximato
en esta coyuntura (como pretendía Calles), México habría encara­
do una situación explosiva conducente, en potencia, a una crisis de
ingobernabilidad. De allí la posibilidad de un golpe de Estado con­
servador que pusiera fin al régimen posrevolucionario. Lo que
sucedió, no obstante, fue la confluencia de una presidencia refor­
mista —cuya selección había resultado de fuertes presiones, tanto
desde abajo como dentro del partido oficial— con una fuerte
organización obrera que se convirtió en el aliado incondicional
del gobierno. Esta coincidencia, lejos de reflejar el mero control del
presidente sobre los trabajadores (como lo han afirmado algunos
autores), debe ser entendida en el contexto de la amenaza a la
estabilidad gubernamental. A cambio del apoyo sindical incondi­
cional, el gobierno de Lázaro Cárdenas estaba dispuesto a permitir
que la clase obrera cambiara el pacto de dominación. En otras pala­
bras, se había legalizado la “lucha de clases”, para usar los propios
términos del gobierno.
El programa del gobierno de Cárdenas no se limitaba a dis­
tribuir el pastel, también apuntaba a acrecentarlo. Alcanzó am­
bos objetivos con diversos grados de éxito. Se repartió más
tierra (50 por ciento más que por todos los antecesores de
Cárdenas juntos) y se reconstituyeron los ejidos con un sistema
de crédito (Banco Ejidal) para ayudar a los pequeños agriculto­
res.30 Se construyeron presas de riego en los estados del norte,
donde la agricultura comercial empezaba a desarrollarse bajo el im-

80 El monto disponible de crédito por este canal era tan modesto en relación
con el número de campesinos que recibieron tierra que según Hamilton (1982), tan
sólo 15 por ciento de ellos pudo sacarle provecho.
106 EL PACTO DE DOMINACIÓN

pulso de la Revolución Verde. Se construyeron caminos y puertos. Se


otorgaron concesiones aduaneras y fiscales a los industriales pa*
ra facilitar la industrialización por sustitución de importaciones,
se estimuló el comercio, etcétera. A pesar de la generalización de
los conflictos con el capital y de numerosas expropiaciones, el
producto nacional bruto creció más de 30 por ciento entre 1934 y
1940 (Nafinsa, 1977: 23, de Hamilton, 1982: 184). A la vez, los
gastos gubernamentales también se expandieron a medida que el
gobierno intentaba responder a las demandas de las masas de edu­
cación, salud y servicios básicos. Hasta entonces, las presiones
fiscales sobre la empresa privada habían sido moderadas, con miras
a estimular las inversiones. Al igual que sus predecesores, el go­
bierno de Cárdenas seguía dependiendo de los ingresos petroleros
para financiar el gasto público. Sin embargo, estos eran ahora
insuficientes para cubrir los vastos programas de reforma empren­
didos. Pronto, Cárdenas se encontró en la incómoda posición de
tener que pedir préstamos al sector privado para programas que
éste no aprobaba (Hamilton, 1982:193). Incapaz de obtener estos
fondos, recurrió cada vez más al financiamiento deficitario.
£1 combate legislativo por la seguridad social se interrumpió
durante los años de Cárdenas. ¿Cómo explicar este hecho aparen­
temente paradójico? Un primer argumento es la innegable prio­
ridad otorgada por el presidente a los problemas agrarios, en
particular su intento de reconstruir los ejidos, amenazados de ex­
tinción por una variedad de motivos, dándoles apoyo institucional.
En este marco, el gobierno tomó medidas significativas para ofre­
cer atención a la salud: se crearon más de cien centros de salud,
siguiendo el modelo de cooperativas de servicios de salud organi­
zado espontáneamente por un puñado de comunidades campesi­
nas (en particular en Michoacán, estado natal del presidente). Se
instituyó un Departamento de Medicina Social para coordinar estos
esfuerzos. Al igual que en los modelos de seguridad social propues­
tos anteriormente para los trabajadores, estos programas de salud
rural se conformaban según una estructura tripartita que incluía al
Departamento de Salud, los grupos campesinos y el Banco Ejidal.31

91 Para mayores detalles respecto a la organización de los centros de salud rural


y de su futuro bajo otras administraciones, véase González Block, 1989.
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910.1940 107

Otra de las causas que llevaron a la moderación de Cárdenas


respecto a la seguridad social fue que ni los patrones ni los obre­
ros estaban interesados en el tipo de fórmula que el Estado había
ofrecido hasta entonces. Los empresarios seguían esperando que
el Estado detuviera los conflictos fabriles, por lo que no se sentían
presionados a ofrecer nuevas concesiones. Los dirigentes sindica­
les, por su parte, preferían utilizar su reciente libertad de negociar
para demandar la seguridad social directamente a la empresa. Una
insistencia gubernamental al respecto habría equivalido a restrin­
gir dicha libertad. Finalmente, la seguridad social también podría
haber puesto en tela de juicio la frágil coalición obrera que apo­
yaba a Cárdenas, dada la división interna entre la izquierda anar-
co-sindicalista y comunista que propugnaba por prestaciones de
seguridad social mediante los contratos colectivos, y el centro
(antigua crom) que habría aceptado las prestaciones controladas
por el Estado.
Aunque, la lucha legislativa por la seguridad social se detuvo
durante todo el gobierno de Cárdenas, esta cuestión nunca perdió
su actualidad. Fue íntimamente asociada con los acontecimien­
tos históricos que condujeron a la nacionalización de la industria
petrolera en 1938. Hasta 1934, el activismo obrero en esta indus­
tria había sido detenido tanto mediante la represión patronal de las
organizaciones obreras cuanto por el control gubernamental de
las huelgas. Las compañías petroleras (cuyos impuestos aportaban
60 por ciento de los ingresos federales) estaban, por lo tanto, poco
dispuestas a aceptar la política del gobierno de integrar las organi­
zaciones sindicales y alentar sus reivindicaciones. Este súbito cam­
bio de política acabó con el acuerdo de caballeros con el que las
compañías petroleras extranjeras desalentaban el activismo obrero
(es decir, despidiendo a los dirigentes laborales) mientras que el
Estado se hacía de la vista gorda.
A pesar de los inmensos obstáculos, habían surgido algunos
sindicatos. Sin embargo, en su mayoría, eran sindicatos locales ais­
lados de los demás y presas fáciles de la manipulación patronal. Su
integración en el Sindicato de Trabajadores del Petróleo de la
República Mexicana (stprm), aprobada por el gobierno de Cárde­
nas en 1937 —paso necesario para garantizar que la clase obrera se
pusiera del lado del gobierno contra la coalición callista— cambió pro­
108 EL PACTO DE DOMINACIÓN

fundamente la situación. Una vez constituido, el stprm exigió de


inmediato la revisión del contrato colectivo para incluir aumentos
salariales y varias prestaciones adicionales, en particular la seguri­
dad social. Las compañías petroleras no aceptaron, de modo que
el sindicato llevó el caso a la Junta Federal de Conciliación y
Arbitraje. Su fallo, contra su costumbre durante administraciones
anteriores, fue a favor de los trabajadores. Empero, las empresas
petroleras siguieron negando la legalidad del contrato colectivo
propuesto, por lo que el asunto fue sometido a la Suprema Corte de
Justicia, que reiteró la decisión de la Junta (12 de marzo de 1938).
En adelante, ésta invalidó el contrato existente y declaró que la
actitud de las empresas petroleras era “rebelde” (Hamilton, 1982:
229). El 18 de marzo, el stprm llamó al paro de labores.
Cárdenas quedó atrapado entre dos opciones igualmente ries­
gosas: si cedía a las compañías extranjeras, se condenaba a perder
el apoyo obrero y ser sustituido por un gobierno neocallista me­
diante un golpe violento. Si nacionalizaba la industria del petróleo,
aumentaba su popularidad, pero los ingresos federales disminui­
rían estrepitosamente, al menos en un inicio. A pesar de todo,
Cárdenas optó por la segunda alternativa. La noche del 18 de
marzo de 1938, anunció públicamente la expropiación de todas las
compañías petroleras extranjeras. Hubo masivas manifestaciones
de euforia popular en apoyo a la decisión: por primera vez se había
puesto en su lugar a los extranjeros y el Estado había tomado
partido por los trabajadores. La expropiación recibió amplio apoyo
de la burguesía nacional e incluso de la Iglesia católica, cuyas
parroquias organizaron recolecciones de fondos para pagar la in­
demnización (Hamilton, 1982: 229). En medio del alboroto que
siguió a esta decisión, acompañado de amenazas estadunidenses
de intervención y boicot económico general de los productos
mexicanos (forzando a México, por ejemplo, a vender su petróleo
a Alemania), desaparecieron todas las iniciativas de nuevas refor­
mas sociales, incluyendo la seguridad social.
Desde el estricto punto de vista de “costos y beneficios”, la
burguesía sacó mucho más provecho del gobierno de Cárdenas
que del de Calles. El Estado había asumido actividades, como la
producción petrolera que, para seguir siendo rentables, iban a re­
querir inversiones extensas, o los ferrocarriles, que no podían ser
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 109

redituables a la larga. Aún más, estas expropiaciones sólo habían


afectado al capital foráneo. El Estado financiaba también la infraes­
tructura, con endeudamiento externo y déficit, en vez de impuestos
sobre las ganancias empresariales. La banca privada, la producción
industrial y la agricultura comercial se beneficiaron mucho con el
cardenismo, como muestra el aumento del 25 por ciento en la
producción industrial entre 1934 y 1938 (Mosk, 1950: 59; Cárde­
nas, 1987). Fue la expansión del mercado interno, lograda indirec­
tamente por las políticas de redistribución del ingreso, la que
permitió la absorción de este crecimiento. Por lo tanto, con base
en todos los indicadores objetivos racionales, la burguesía nacio­
nal, en tanto que clase, debería haber apoyado al cardenismo,
dándose cuenta de que los daños a la economía resultantes de las
reformas sociales eran mínimos en comparación con las venta­
jas obtenidas para el desarrollo capitalista. Aun así, mientras las
consecuencias benéficas a largo plazo del cardenismo todavía no
eran evidentes (o, al menos, los hombres de negocios mexicanos
no podían percibirlas con claridad), la atmósfera de inestabilidad
social y hostilidad contra los capitalistas generada en el proceso de
cambios radicales no ayudaba mucho a calmar los temores de los
empresarios individuales, menos a consolar a los que de hecho ha­
bían perdido dinero. Reaccionaron con su arma disuasiva más
poderosa: la fuga de capitales. Esto, a su vez, precipitó una crisis
económica conducente a una devaluación, forzando finalmente al
gobierno a adoptar una postura más conservadora, así como a
buscar un sucesor menos radical.
La expropiación de las compañías petroleras fortaleció mo­
mentáneamente a la titubeante alianza popular y atrajo a los
sectores más progresistas de la burguesía nacional. Pero también,
exacerbó a los sectores más conservadores del capital y contribuyó
a fortalecer su resolución de destruir esta alianza. La creciente
oposición interna al cardenismo se manifestaba en la reducción
masiva de las inversiones, la fuga de capitales, el bloqueo de
créditos y del comercio, e incluso una rebelión militar (rápida­
mente aplastada). También condujo a la creación del conserva­
dor Partido de Acción Nacional (pan) y a la movilización de
grupos fascistas (sinarquistas y camisas doradas) (Hamilton,
1982: 277). La tarea más imperiosa para el gobierno era detener
110 EL PACTO DE DOMINACIÓN

la fuga de capitales y prevenir la intervención estadunidense.


Durante el último año del sexenio de Cárdenas, el gobierno empe­
zó a mediar y, a veces, a detener por la fuerza las movilizaciones
obreras. Los trabajadores debían regresar bajo el ala del partido
oficial y permitir la vigilancia y el control por la ctm de sus
reivindicaciones.
Como en el caso de gobiernos anteriores, los únicos empleados
que obtuvieron la seguridad social durante el período de Cárdenas
—trabajadores de los nacionalizados ferrocarriles e industrias eléc­
trica y petrolera— no habían luchado por ella, aunque manifesta­
ban, de otros modos, su oposición al statu quo. Los trabajadores
de petróleos, en particular, obtuvieron un modelo de seguridad
social que, hasta la fecha, es motivo de envidia de todas las otras
organizaciones sindicales. Además, las capas medias y bajas del
ejército que habían servido fielmente al régimen (en especial
cuando se solicitó su protección contra la intervención de Calles)
fueron gratificadas con prebendas más extensas. Estas acciones,
mientras creaban precedentes que contribuían a imprimir aún más
dinamismo a esta cuestión, también tuvieron el efecto de fragmen­
tar a la clase obrera en distintas categorías de beneficiarios, lo que
acabaría por erigir obstáculos contra la creación de un sistema
único de cobertura.

Conclusiones

En este capítulo, se mostró que el poder de la clase obrera organi­


zada alterna entre períodos defensivos y ofensivos: entre 1910 y
1924, el potencial defensivo de esta clase constituyó para la Revo­
lución un elemento de legitimidad fundamental para la nueva
alianza popular, de allí que los obreros se convirtieran en aliados
tanto ideológicos como militares de ésta, de 1924 a 1934, aunque
se agotó el potencial defensivo de la clase obrera y se restringió
considerablemente su poder ofensivo con el corporativismo, el Es­
tado se vió obligado a competir con los sindicatos independientes
por la lealtad de las bases. Finalmente, de 1934 a 1940, al consti­
tuirse una vez más, en defensor del poder estatal como condición de
sobrevivencia de éste, el movimiento obrero recuperó su poder,
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 111

ofrecido por el Estado como incentivo institucional para que


siguiera en este papel. Lo importante para nuestra argumen­
tación es que, en cada uno de estos tres “momentos”, 1) la acción
del Estado en nombre del trabajo fue crucial para transformar el
pacto de dominación y, 2) si ofreció su apoyo fue porque, a cam­
bio, el sostén obrero era fundamental para la estabilidad política.
Capacidad defensiva’. El gobierno de Madero (1911-1913) repre­
sentó un intento fallido de conformar una coalición centrada en la
burguesía porfirista y los sectores medios. Rechazó los intentos de
los campesinos morelenses armados por entrar en esta alianza y
transformar las condiciones de su subordinación, llevándolos a la
insurrección. La clase trabajadora también se sintió excluida. No
obstante, la recuperación de la legitimidad constitucional permi­
tió a las organizaciones obreras, empezar a movilizarse para alige­
rar el carácter explotador de la relación establecida entre el capital
y el trabajo durante la dictadura de Díaz.
La débil posición del movimiento obrero para negociar duran­
te la breve administración de Madero cambió, gracias al inicio de
las luchas armadas acaecidas entre 1913 y 1917. El apoyo obrero y
campesino pasó a ser un importante factor político en la rivalidad
entre Obregón y Carranza a partir de 1917. Esta situación, lejos de
reflejar procesos típicos de rivalidad entre las élites, como sugiere
Collier (1982), fue un caso aislado que nunca se repitió.32 Por lo
tanto, debemos buscar explicación a la constante liberación de las
relaciones obrero-patronales y al concomitante mejoramiento de la
situación económica de los trabajadores durante este periodo
temprano.
Durante este primer periodo, el joven Estado revolucionario
era extremamente vulnerable a cualquier tipo de disensión interna.
Para desanimar a posibles golpistas (que podían apoyarse en la
ayuda externa), debía mantenerse y consolidarse, a toda costa, el
sostén de las masas populares que había acompañado la campaña
militar por reconquistar el territorio nacional entre 1913 y 1917.
En este sentido, no fue el poder militar de los Batallones Rojos, del

82 Como vimos, cuando Adolfo De la Huerta intentó atraer el apoyo obrero en


contra de Obregón, no lo logró.
112 EL PACTO DE DOMINACIÓN

ejército campesino de Zapata, ni el de la Division del Norte villista


lo que aumentó el poderío del campo constitucionalista (aunque
no se debe subestimar este elemento), sino la demostración públi­
ca, mediante su participación en la campaña contra Huerta, del
sentimiento “popular” respecto al régimen. Después de 1917, esta
alianza peligraba: Zapata y Villa, los dos héroes legendarios de la
etapa heroica de la Revolución, habían sido eliminados, y los
líderes de la Casa del Obrero Mundial encarcelados; razón de más
para exaltar ideológicamente a los campesinos y los obreros. Por
ello, la insistencia de Obregón en imponer el artículo 123 de la
Constitución de 1917 al reticente Carranza no era producto de una
pura ambición presidencial, sino de un buen sentido político. ¿De
qué otro modo podían probar su credibilidad los dirigentes del
nuevo régimen? Justamente, consolidando la alianza popular en un
documento único de enorme significado simbólico y potencial
para el cambio institucional.
Para cosechar los frutos de esta legitimidad, la joven Revolu­
ción debía hacer más que manipular símbolos (como lo hacen
regímenes bien establecidos); debía, asimismo, mostrar respeto
por las propias instituciones establecidas por ella. Los recuperados
derechos obreros de organización, negociación y huelga no cons­
tituyen más que un elemento pequeño de esta construcción más
amplia. El problema, sin embargo, era que otorgar estos nuevos
derechos al movimiento obrero también amenazaba la paz social
al provocar enfrentamientos obrero-patronales, y de allí la incohe­
rencia de la respuesta gubernamental ante los casos particulares
de huelgas y protestas obreras. Hasta los años treinta, las conse­
cuencias de la alteración estatal del pacto de dominación seguían
siendo poco claras. Por un lado, los trabajadores se encontra­
ban en la posición de ejercer presión directamente sobre sus patro­
nes; pero, éstos encendían sistemáticamente el descontento social
al despedir a los trabajadores recalcitrantes, al rehusarse a negociar
o al no respetar los acuerdos. Por lo tanto, la ampliación de los
derechos de los obreros para defender sus intereses no conducía
automáticamente a transformar las condiciones del pacto de domi­
nación. No fue sino con la —inicialmente tímida, aunque luego más
eficaz— intervención estatal como pudo romperse la resistencia
patronal y efectivamente transformarse el pacto de dominación de
DE LA REVOLUCIÓN A LA INSTITUCIONALIZACIÓN: 1910-1940 113

modo que reflejara el acrecentado poder de negociación del mo­


vimiento obrero.
¿Se puede decir, de este breve periodo, que el gobierno actuó de
parte del trabajo porque este último tenía la capacidad de pertur­
bar la coalición constitucionalista? Como he argumentado, los traba­
jadores no eran parte del grupo que eligió a Madero. Tampoco
parecían poder alterar el equilibrio de fuerzas desertando del
campo constitucionalista. En lugar de interpretar la capacidad
defensiva del movimiento obrero en términos estrictamente estra­
tégicos, deberíamos centrarnos en esta etapa temprana, en la
dependencia del Estado respecto al apoyo obrero, en términos de
la participación obrera en la alianza popular y del potencial nega­
tivo que su movilización contra el régimen podía tener en la solidez
de esta alianza.
Capacidad ofensiva, 1924-1934'. En 1924, el potencial defensi­
vo que revestía el movimiento obrero para la estabilidad del régi­
men llega a su fin, ante el robustecimiento general de la coalición
revolucionaria, logrado con la centralización del Estado, la desmi­
litarización y el apoyo estadunidense. Al mismo tiempo, sus posi­
bilidades ofensivas se convierten en un problema serio. En un
principio, se combate a las organizaciones obreras más militantes,
recurriendo a los métodos más represivos para, posteriormente,
basarse en el trato diferenciado de los sindicatos afiliados a la crom
respecto a los independientes. Lejos de resultar un empeoramiento
de las condiciones del pacto de dominación para la mayorías de las
bases, el favor gubernamental por la menos militante crom tiene su
precio: los obreros de ésta han de recibir mejores sueldos y sus
derechos han de ser protegidos mejor que los de los sindicatos
independientes. El código del trabajo funge como un instrumento
para mantener este pacto.
Capacidad defensiva, 1934-1940'. Esa segunda fase se ve inte­
rrumpida por una convergencia de factores que presionan hacia
un cambio en este orden institucional: la creciente incapacidad de
la crom para entregar resultados a las bases, con la consecuente
pérdida de control gubernamental sobre el movimiento obrero;
las repercusiones internas de la depresión mundial sobre los
niveles de empleo y de inversión, exacerbando esta situación, y las
circunstancias fortuitas que en 1934 colocaron al movimiento
114 EL PACTO DE DOMINACIÓN

obrero en una posición privilegiada para proteger al gobierno de


un golpe de Estado.
Da lo mismo que el presidente Cárdenas haya anunciado sus
medidas autorizando a los sindicatos a ejercer mayores presiones
sobre los capitalistas, antes o después de que su gobierno pasara a
depender del apoyo de los últimos para protegerse del intento de
golpe. Lo relevante para nuestro análisis es que los problemas
enfrentados por el nuevo gobierno no podían resolverse sin una
fuerte alianza popular forjada sobre bases lo suficientemente atrae*
tivas como para convencer a la independiente cgocm de transfor­
marse en ctm, es decir, de integrarse al Estado. El potencial del
trabajo para desestabilizar al Estado, si éste no respondía a sus
aspiraciones, era doble: para empezar, podía movilizar al campesi­
nado (ya había comenzado a hacerlo entre 1932 y 1934) y fomentar
un golpe populista; como alternativa, podía mantenerse pasivo,
dejando a Calles tomar el poder, sin ofrecer resistencia (así lo había
hecho con Huerta). En ambos casos, la suerte del gobierno de
Cárdenas habría pendido de un hilo. Para disuadir a este nuevo
protagonista político de no optar por ninguna de estas alternati­
vas, se requería otorgar algo más que una especie de negociación
mediada por el gobierno (de antemano rechazada en público por
este grupo): su exhortación a los obreros, durante su campaña
electoral, a sindicarse y a “exigir sus derechos”, es decir, a transfor­
mar, con la bendición gubernamental, el pacto de dominación, era
el incentivo necesario para garantizar la colaboración de los traba­
jadores. Sin el mayor poder que implicaba la independencia, sin
embargo, los trabajadores se hubieran encontrado en la misma
situación que el campesinado: “organizados” por el Estado, reci­
biendo directamente los beneficios otorgados por el gobierno,
siempre y cuando permanecieran como objetos pasivos de estas
transformaciones.
IV. DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN:
1940-1970

La mayoría de los politólogos y sociólogos ha decidido ver al


cardenismo como la piedra angular del corporativismo de Estado
y del desarrollo capitalista basado en una fuerza de trabajo dócil.
Los historiadores del movimiento obrero, por otro lado, suelen
presentar un proceso mucho más turbulento de confrontaciones y
negociaciones alternadas entre Estado, capital y trabajo durante
este periodo, planteando un curso de desarrollo capitalista suma­
mente riesgoso para México, conducente, tarde o temprano, a la
crisis política y económica de los setenta.
Quizás el principal malentendido que nubla la interpreta­
ción de este periodo es la disminución del papel político directo
de las organizaciones obreras en el proceso gubernamental,
reflejado, a su vez, en el desaliento consciente (tanto por el
gobierno como por los dirigentes sindicales) del activismo polí­
tico de las bases. Esta visión es la que conduce a muchos autores
a afirmar que las reformas introducidas después de 1940 son
simples instrumentos verticales de cooptación impuestos a una
mano de obra sosegada.
En este capítulo, mostraré los cambios en el pacto de domi­
nación que acompañan el declive del activismo político de los tra­
bajadores, y las circunstancias en que nació el Estado benefactor.
Se distinguen tres períodos: el primero abarca desde 1940 hasta
1946 y representa un intento de conciliar el apoyo gubernamental
a las demandas obreras con presiones ejercidas por una coalición
de fuerzas que exigía agresivamente un viraje a la derecha de la
política mexicana. Durante el segundo, que abarca de 1946 hasta
1958, el Estado fracasa en su intento de restringir la capacidad
reivindicativa institucional del movimiento obrero. Esto desenca­
dena reacciones que robustecen la independencia proletaria y
amenazan la estabilidad estatal. De 1958 a 1968, se vuelve a

115
116 EL PACTO DE DOMINACIÓN

consolidar la alianza entre el movimiento obrero y el Estado, a


pesar de la atmósfera generalmente represiva que predomina du­
rante la última parte de esta época y culmina con los trágicos
acontecimientos de Tlatelolco.
El marco económico de los dos primeros periodos se ha
caracterizado como de crecimiento con inflación (Solís, 1970:94),
siendo la principal causa de ésta el financiamiento del gasto públi­
co mediante la expansión monetaria. En consecuencia, los avances
obtenidos por los asalariados entre 1934 y 1940 se desvanecieron
gradualmente. Para corregir estas tendencias inflacionarias, que
frenaban la capacidad exportadora del país (en esa época las
exportaciones seguían creciendo a un ritmo mayor que la sustitu­
ción de importaciones), se efectuaron dos devaluaciones —una en
1948 y otra en 1954— que mermaron aún más el poder de compra
de las clases medias y bajas de las ciudades y llevaron, en los
cincuenta, a nuevas movilizaciones obreras.
El tercer periodo suele ser caracterizado por su propio eslogan
de desarrollo estabilizador. La acumulación sobreviene sin infla­
ción, ya que el gasto público es financiado por la deuda interna y
externa, así como por un gran influjo de capitales extranjeros.
Durante estos años, los asalariados recuperan lentamente la posi­
ción alcanzada en 1938 (Bortz, 1984). No obstante, la brecha entre
los sectores más pobres (la población rural y la urbana margi­
nal) y los ricos permanece amplia. Este periodo termina tu­
multuosamente con los trágicos acontecimientos de 1968 y sus
secuelas.
A lo largo de estos tres periodos, una creciente fracción de la
población fue accediendo a los servicios de salud básicos. Por ello,
la esperanza de vida aumentó gradualmente. Con todo, la fertili­
dad prácticamente no se vio alterada, incrementando la tasa de
crecimiento de 2.05 por ciento entre 1921 y 1950, a 3.1 en los
cincuenta y a 3.4 en los sesenta. Esta explosión demográfica,
aunada a la migración masiva del campo a la ciudad, exacerbó las
restricciones impuestas por el “desarrollo estabilizador” a la absor­
ción de los trabajadores por el mercado de trabajo. Asimismo,
debilitó la posición de los trabajadores en éste, pues tuvieron que
competir con los migrantes rurales. A pesar de tales desventajas es­
tructurales y de mercado, los últimos hicieron esfuerzos repetidos
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 117

por mejorar su posición económica, a lo que el Estado respondió


con un lento apuntalamiento del aparato benefactor.

Del CARDENISMO A LA UNIDAD NACIONAL (1940-1946)

La sucesión presidencial de Lázaro Cárdenas a Manuel Ávila Ca­


macho marca un momento de vulnerabilidad extrema del régimen
posrevolucionario. En 1939, el gobierno de Cárdenas debió enfrentar
con una coalición de oposición conservadora a sus políticas reformis­
tas, cuya fuerza era lo suficientemente grande como para tomar el
poder (por medios constitucionales o no), coincidiendo con fuertes ten­
dencias centrífugas dentro del partido oficial mismo. El prm, tal como
lo modeló Cárdenas, tenía la capacidad legal para determinar,
mediante una votación abierta, quién sería el candidato del partido
oficial. Esta estipulación de democracia interna dejaba poco mar­
gen de maniobra al presidente Cárdenas para poner diques a las
feroces batallas entre las distintas facciones, en particular dentro
del sector obrero, donde la ctm seguía pugnando por la hegemo­
nía, en primer término contra la vieja crom, y contra los sindicatos
independientes (como la froc de la industria textil de Puebla, el
sindicato ferrocarrilero y los sindicatos mineros) y, en segundo,
Contra los militares. El resultado fue el fraude electoral más emba­
razosamente notorio (aunque olvidado con demasiada frecuencia)
desde el que hiciera detonar la revolución en 1910. El gobierno de
transacción surgido de este proceso conflictivo debió debatirse
entre responder a las reivindicaciones obreras y restaurar la con­
fianza patronal. Esta combinación explosiva dio pie a una legisla­
ción social de capital importancia —el Instituto Mexicano del
Seguro Social— que inició la era del Estado benefactor en México,
consagrando, a la vez, el principio del desarrollo desigual.
La fragilidad del régimen y su dependencia del apoyo de la ctm
pueden apreciarse al revisar brevemente la situación prevaleciente
en vísperas de la nominación del candidato presidencial. El partido
oficial estaba dividido entre los sectores militar, campesino, obre­
ro, y “popular” (aunque éste todavía no definido legalmente); cada
uno con la posibilidad estatutaria de presentar su propio candidato.
La oposición, por otra parte, mostraba menores fisuras internas.
118 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Tras una división entre dos candidatos, se había unido en tomo al


más moderado de ambos —el General Andreu Almazán—, conside­
rado un caudillo auténtico, aunque partidario de Victoriano Huerta
durante el violento cuartelazo que derrocó al gobierno de Madero
en 1913.1 Para muchos mexicanos, Almazán encamaba la voz de la
sensatez y el retorno al orden luego de las conmociones sociales
del cardenismo. Representaba la tranquilidad para el capital, el
fin del conflicto religioso, y un reformismo moderado en lo labo­
ral. Para los trabajadores, dispuestos a apartarse del partido oficial,
Almazán hizo promesas de oro: la creación de cooperativas de
producción, mayores salarios, el cumplimiento de la promesa cons­
titucional de vivienda popular, la segundad social y un esquema
moderado de reparto de utilidades. Esta plataforma intentaba
atraer el voto de varios sindicatos (en especial los de ferrocarrile­
ros, electricistas y maestros de primaria que se habían separado de la
ctm). El partido oficial, por otra parte, estaba dividido entre Mú-
jica, representante de la extrema izquierda del partido (y favorito
de Cárdenas), Sánchez Tapia, cuyo perfil ideológico era nebuloso,
y el General Ávila Camacho, considerado por la mayoría como
moderado y controlable.
Siguiendo la tradición política mexicana de violar las normas
institucionales, empezó desde 1938 a darse un proceso de selec­
ción de candidato a favor de Ávila Camacho, muy distinto del
prescrito por los estatutos del prm, y a pesar de las protestas de los
otros candidatos. La primera iniciativa reconocida extraoficial­
mente provino de un grupo de gobernadores convocados por el ex­
presidente Portes Gil. A finales de 1938, los miembros de este
grupo ñrmaron un acuerdo para bloquear la candidatura del
General Francisco Mújica (considerado exageradamente radical) y
promover la de Ávila Camacho (Contreras, 1985:14). Más adelan­
te, se formó una coalición de parlamentarios, llamada mayoritarios,
bajo la dirección de Miguel Alemán, miembro del grupo de gober­
nadores favorables a Avila Camacho. Según Contreras (1985),
ambos grupos representaban los intereses de los terratenientes y
de los caciques anticardenistas. Sin embrgo, su información es

1 Su legitimidad en tanto que caudillo revolucionario proviene del posterior


perdón de Obregón.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 119

demasiado poco específica para apoyar esta hipótesis. Además, no


quedaba claro de inmediato por qué esos intereses debían decidir­
se por Avila Camacho en lugar de Almazán, dado que, en esta
etapa temprana, Almazán fácilmente podría haberse constituido
en el candidato del prm.
Tras este apoyo parlamentario inicial, la ctm también seleccio­
nó a Ávila Camacho en su convención anual a principios de 1939.
Aunque algunos autores se inclinan a favor de una interpretación
personalista de esta decisión, indicando que Vicente Lombardo
Toledano era amigo personal y aliado político firme de Ávila
Camacho (en especial en contra del ala derecha del ejército2),
parece más verosímil que la candidatura de Ávila Camacho fuera
más cercana al objetivo de Lombardo Toledano de formar una
coalición de centro-izquierda bajo la hegemonía de la ctm. Por otro
lado, éste confiaba en que el candidato oficial firmaría el Plan
Sexenal del prm, con el que la ctm habría tenido una gran influen­
cia. Este plan, publicado por el prm en 1939, parecía confirmar esta
idea. Llamaba a continuar el reparto agrario, dando preferencia a
los ejidos colectivos; propugnaba por la intervención estatal en las
decisiones económicas, y por una política de expropiaciones en
caso de resistencia por parte de los empresarios.
Sin embargo, no todas las organizaciones obreras favorecían
unánimamente al candidato mayoritario. Los sindicatos más radi­
cales (ferrocarrilero, eléctricista, textil) apoyaban a Almazán a
modo de contraestrategia frente a los intentos de la ctm por
controlar al movimiento obrero (Contreras, 1985; 81-83). Asimis­
mo, en 1939, un grupo de maestros de primaria se había escindido
del Sindicato de Trabajadores del Estado de la Revolución Mexica­
na (sterm), afiliado a la ctm, para unirse a la oposición almazanista
(Contreras, 1985: 92). Otros grupos habían abandonado el sterm,
de modo que, para 1940, éste prácticamente era ya una organiza­
ción finada, incapaz de encauzar votos hacia el candidato oficial
designado. Sólo el sector campesino parecía inclinarse poco a
apoyar a Almazán o, incluso, a Mújica, el más cercano a sus intereses.

2 El Ministerio de la Defensa organizó milicias con 90 mil miembros de la ctm


para desactivar la posibilidad de un cuartelazo durante la administración de Cár­
denas. En 1938, el General Cedillo dirigió un abortado golpe militar de derecha.
120 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Poco después de la convención de la ctm, la cnc también apoyó a


Ávila Camacho. En resumen, para la fecha en que la convención
del prm se efectuó, la elección de Avila Camacho era ya un asunto
concluido. El presidente Cárdenas, quien prefería a Mújica, se man­
tuvo en la sombra durante todo este proceso. También el presiden­
te del prm, considerado demasiado cercano a Cárdenas, había
juzgado sensato retirarse.
Aunque solventaba la crisis de sucesión, la formación de una
alianza de apoyo a Ávila Camacho no resolvía las diferencias
intestinas entre los que optaron por este candidato. En la ctm, la
principal fisura estaba entre lombardistas y moderados. Aquéllos
insistían con vehemencia en el Plan Sexenal, buscando orientar al
nuevo gobierno hacia un cardenismo suavizado. Los demás esta­
ban dispuestos a adoptar uña actitud más conciliadora con el
capital. Ávila Camacho anunció su propio programa, muy distinto
al propuesto por el prm: garantías a la empresa privada, la propie­
dad privada de la tierra (expresión que dejaba abierta la posibi­
lidad de desmantelar los ejidos colectivos) e importantes
medidas de beneficencia social; entre éstas, destacaban el salario
mínimo, el reparto de utilidades, la seguridad social y la vivienda
popular. Cada una de estas promesas, planteadas en medio de una
crisis fiscal y de fuga de capitales, representaba un peligro poten­
cial para el partido oficial frente a la oposición. En otras palabras,
el principio ideológico de la beneficencia dirigida por el Estado
sustituía al de la lucha de clases, (que todavía figuraba en el texto
del Plan Sexenal) para seducir a las bases obreras (incluso a las que
rehuían a la ctm), mientras que ofrecía garantías de orden social a la
burguesía.
Junto a este programa de transacción, la alianza mayorita-
ria contaba, para aquietar los temores de la burguesía y de los
sectores intermedios, con el aura personal del candidato. Se pensó
que el esfuerzo concertado (del gobierno y de la dirección de la
ctm) por calmar la agitación sindical a lo largo de 1939 conduciría
a una legitimación del régimen entre los sectores malquistados, sin
poner en entredicho la posición del movimiento obrero. No obs­
tante, la derecha solía identificar a la ctm y en especial a Lombardo
Toledano con el activismo sindical, a la vez que la izquierda los
acusaba de burocratismo.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN; 1940-1970 121

Las elecciones presidenciales se realizaron el 7 de julio de


1940. A pesar de las reiteradas promesas de Cárdenas de que la
elección sería “limpia”, las autoridades estatales y municipales no
pensaban permitir un triunfo almazanista (Medina, 1978:117-120).
Bloquearon o cancelaron sistemáticamente los votos opositores
por la fuerza, disparando contra los contestatarios en caso de nece­
sidad. Los partidarios de Almazán, por su lado, pagaron con la
misma moneda. El balance fue un gran número de muertos, en su
mayoría en los grandes centros urbanos, donde corría más riesgo
la posición del partido oficial. Fuertes rumores indicaban que los
almazanistas esperaban un fraude y que asaltarían el gobierno por
la fuerza en caso de derrota. A pesar de los intentos de Cárdenas
por hacer respetar su promesa, el día de la elección, el resultado
dependió de quién hubiese tomado el control de las casillas elec­
torales: ya fuera negando la entrada a miembros de la oposición,
ya quemando boletas de voto. Sólo el Distrito Federal permaneció
relativamente “limpio”, lo que condujo a la derrota del partido ofi­
cial. Un estudioso de esta época resume sobriamente la situación:

...toda recomendación salía sobrando porque simplemente no hubo


forma de establecer orden en la votación; los elementos oficiales se
habían propuesto impedir cualquier manifestación legal de la oposi­
ción, y ésta estaba dispuesta a hacer lo mismo (Medina, 1978:120).

Haciendo caso omiso de todas las evidencias de juego sucio, el


colegio electoral declaró la legalidad de la elección el 15 de agosto:
el veredicto final e inapelable fue de 2 476 641 votos para Ávila
Camacho; 15 101 para Almazán, y 9 840 para Sánchez Tapia, que
ni siquiera había hecho una campaña electoral propiamente dicha.
Poco después, Almazán dejó el país esperando (sin encontrarlo) el
apoyo estadunidense, o al menos neutralidad. Al mismo tiempo,
Cárdenas reestructuró la jerarquía militar. El gobierno de Estados
Unidos, que había sido debidamente consultado respecto de la
candidatura de Ávila Camacho, demostró su afán de colaboración
con el nuevo gobierno al negar incluso la visa de entrada a
Almazán. El sexenio de Ávila Camacho había empezado.
En circunstancias tan poco alentadoras, el programa presiden­
cial de Unidad Nacional, orientado a reconciliar la derecha y la
122 EL PACTO DE DOMINACIÓN

izquierda, parecía menos una estrategia sagaz que una necesidad


absoluta. La paz debía ser restaurada, y la economía puesta en
marcha en las nuevas y severas condiciones impuestas por la
guerra a un joven aparato industrial y a una tímida burguesía,
acostumbrada a exportar sus capitales a la menor provocación, y
cuya producción era sumamente dependiente de las importaciones
norteamericanas. £1 primer paso hacia la unidad ideológica y pro­
gramática fue la exclusión de los militares del partido oficial en
enero de 1941, apenas un mes después de la investidura del presi­
dente.3 Por sí misma, esta decisión eliminaba la posibilidad de un
cuartelazo almazanista, así como la constante oposición de este sec­
tor a la ctm dentro del partido oficial. Ésta, aún bajo la dirección
de Lombardo Toledano, se mantuvo como aliada del presidente y su
programa, pregonando la unidad del trabajo y el capital contra el
fascismo y el imperialismo, mientras recomendaba posponer la
lucha de clases a una etapa posterior de las luchas por el desarrollo.4
£1 segundo paso —resultante quizás más de un acuerdo mutuo que de
una iniciativa presidencial— fue la salida de Lombardo Toledano
de la ctm para proyectar una imagen menos militante de la misma.
Fidel Velázquez lo sustituyó, aunque durante un tiempo siguió la
línea de su predecesor.
La convergencia entre el nuevo programa de colaboración de
clases de la ctm y el programa presidencial de Unidad Nacional
culminó en el Pacto Obrero, firmado al año siguiente. Muchos
historiadores del movimiento obrero (por ejemplo, Basurto, 1984)
han denunciado este pacto como una traición de la nueva direc­
ción de la ctm, y la prueba de que el movimiento obrero ya había
perdido su poder. Esa interpretación se basa en que éste aceptó

A
La inclusión del ejército se habla decidido sobre bases constitucionales poco
sólidas desde un inicio, dictadas por la necesidad inmediata de proteger al régimen
contra la amenaza del callismo en los años treinta. Después de esta decisión, los
rangos inferiores dentro del sector militar podían participar en el partido oficial,
pero como miembros del sector “popular”, que todavía no había recibido un esta­
tuto legal claro. Veremos más adelante cómo Ávila Camacho definió este sector y lo
incorporó legalmente al partido oficial.
4 El argumento para posponer la lucha de clases se basaba en la noción
subrayada en la Tercera Internacional de que el capitalismo debía primero desarro­
llarse plenamente antes de poder realizar una revolución de carácter socialista.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 123

renunciar temporalmente a su derecho de huelga con el objetivo


de participar en el esfuerzo de guerra. Esta lectura es incompleta
y sesgada por el conocimiento de los eventos subsecuentes. De
hecho, el pacto, en su versión inicial, podía ser considerado como
una victoria obrera. Sería la recompensa pagada a la ctm por
apoyar a Ávila Camacho, y no al candidato más cercano a los inte­
reses obreros. No se limitaba a frenar las huelgas (el único punto
usualmente mencionado por sus detractores), sino que llamaba a
sentar los cimientos institucionales de la fuerza laboral en la
conducción del desarrollo capitalista: mediante el principio legal
de trípartitismo, definía el carácter legal de las decisiones concer­
tadas entre el trabajo, el capital y el Estado en las políticas indus­
triales, tanto a nivel de fábrica como a nivel nacional. Se creó un
Consejo Obrero que participaría con representantes del capital y
del Estado en una Comisión Nacional Tripartita con grandes
poderes. Simultáneamente, debían constituirse comités en las em­
presas siguiendo el mismo modelo. Estos debían examinar los
niveles adecuados de ganancias y salarios. El arquitecto del pacto
era Lombardo Toledano; su opositor más inflexible, la dirección
patronal (Durand, 1986: 67).
Para sus protagonistas, el Pacto Obrero era claramente una
gran victoria obrera. De instrumentarse, podía conducir de nuevo
al crecimiento económico y a la estabilidad financiera, siempre y
cuando cada parte estuviera dispuesta a negociar y a respetar las deci­
siones conjuntas. La meta del sector laboral era mantener las alzas
salariales de 97 por ciento obtenidas desde 1934;5 la del capital,
restaurar los niveles de utilidades anteriores a 1937 sin conflictos
fabriles. Empero, en 1942, la economía ya no estaba en un ciclo
ascendente. A pesar de las obvias ventajas de no tener que compe­
tir con productos estadunidenses, la economía sufría la falta de
integración interna y la dependencia de la importación de bienes
de capital y otros insumos. En consecuencia, más que desencade­
nar una expansión industrial, como fue el caso en la mayoría de los
países del Tercer Mundo, la guerra hizo decaer ligeramente la
producción en relación con la de los años treinta (Contreras, 1985;
Rivero, 1990:37). Al mismo tiempo, exportar los escasos alimentos

5 Véase Bortz, 1984.


124 EL PACTO DE DOMINACIÓN

a los aliados o conducir operaciones internas de mercado negro


había pasado a ser mejor negocio que fortalecer la capacidad
productiva o ampliar el mercado interno.
La burguesía mexicana, que constantemente se había resistido
a las reformas sociales progresistas contenidas en la Constitución
(en particular la seguridad social propuesta desde 1928), aún no
había evolucionado al punto de creer que los conflictos industria­
les debían ser regulados en lugar de suprimidos. Muchos de sus
integrantes seguían soñando con los viejos tiempos en que los con­
tratos laborales podían ser violados, y los empleados echados sin
más pretexto que su deseo de sindicalizarse. Las expectativas de
retornar a este antiguo pacto de dominación se veían alentadas por
el hecho de que el nuevo gobierno había nacido con una alianza
centrista. El nuevo gabinete, de acuerdo con la idea de “unidad
nacional”, era un collage político con todos los colores del espectro
ideológico, incluyendo a callistas de la vieja guardia y a un solo re­
presentante de la izquierda, el mismo Cárdenas (Secretario de
Defensa).
La aplicación franca del Pacto dependía de la disposición del
gobierno a ejercer fuertes presiones sobre la burguesía; pero era
precisamente esto lo que buscaba evitar el programa de Unidad
Nacional —una necesidad política imperiosa e impostergable en ese
entonces. Cualquier confrontación con los capitalistas estaba desti­
nada a avivar los sentimientos anticardenistas que por poco habían
acabado con el régimen en 1940. Pronto quedó claro que para la
burguesía el Pacto Obrero no constituía una obligación, salvo
naturalmente la cláusula contra las huelgas. Las autoridades guber­
namentales guardaron silencio cuando se produjeron los encuentros
violentos entre los trabajadores y las empresas, interviniendo a favor
de los primeros sólo ante la violación de sus derechos constitucio­
nales más básicos. Para excluir aún más una posible colisión frontal
entre el capital y el trabajo, no se constituyó la Comisión Tripartita,
dejando al Consejo Obrero sin función real, aparte de dar cierta
imagen de unidad dentro del movimiento laboral, y ofrecer un foro
para las quejas obreras. Por otra parte, las empresas se rehusaron a crear
los comités tripartitos internos facultados para vigilar sus ganancias y
determinar los salarios. En pocas palabras, México no sería el país
que diera a luz la cogestión entre el capital y el trabajo.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940*1970 125

El fracaso del Pacto Obrero terminaría alterando profunda­


mente las estrategias de sus protagonistas. Llevaría a agudizar las
divisiones en el movimiento obrero organizado y a desatar intentos
de varios grupos escindidos por liberarse de su dependencia del
Estado. Ante el silencio cetemista por la no aplicación del Pacto,
algunos sindicatos empezaron a estallar huelgas independientes. A
escasos tres meses de la firma del Pacto, el número de huelgas pasó
de 19 en 1942, a 562 en 1943 y a 721 en 1944 (Rivero, 1990: 39).
La ctm estaba amenazada, tanto desde dentro, como desde fuera.
A su interior, el decaimiento de su actitud militante provocó la
salida de los electricistas en 1941, de los ferrocarrileros en 1942 y
de los petroleros en 1946. También llevó a la creación, desde 1941,
de grupos alternativos como la Confederación de Obreros y Campesi­
nos Mexicanos (cocm) o el Bloque Nacional de Defensa Proleta­
ria (Loyo, 1990: 87). A escala nacional, también estaba en tela de
juicio la institucionalidad de la ctm. Sus militantes eran persegui­
dos sistemáticamente en varios estados, en especial en Nuevo León,
Jalisco, Guerrero y Veracruz (Basurto, 1984). En este último, incluso
se le obligó a disolver su organización local para evitar más asesi­
natos (Basurto, 1984: 29-35).6
Esta situación, empezó a acentuar la fisura dentro de la ctm
entre radicales, asociados con Lombardo Toledano, y moderados,
adeptos de Fidel Velázquez, el nuevo secretario. En julio de 1944,
el primero decidió sondear a diversos representantes de la izquierda
mexicana sobre la posibilidad de fundar un nuevo partido inde­
pendiente del prm (Medina, 1979:116; Durand, 1986). En septiem­
bre de 1944, tras una serie de seminarios en que varios dirigentes
de grupos de izquierda expusieron sus opiniones, se dio el primer
paso en esta dirección con la formación de la Liga Socialista Me­
xicana. La ctm debía constituir su semillero; pero también debía
incluir a sectores intermedios y a la burguesía progresista. Siguien­
do esta estrategia, la ctm firmó un Pacto Obrero-Industrial con

6 El gobernador de Veracruz era el sucesor y protegido de Miguel Alemán,


quien, a su vez, fue el partidario más prominente de Ávila Camacho, y el responsable
de conjuntar el apoyo parlamentario a favor de su candidatura. Fue, asimismo, su
coordinador de campaña. Posteriormente, encabezaría la cnop. Estas acciones
deberían haber sonado la alarma a la ctm para no apoyar la candidatura de Alemán,
pero no hicieron caso de la advertencia.
126 EL PACTO DE DOMINACIÓN

varios grupos empresariales, en particular con la Cámara Nacional


de la Industria de la Transformación (Canacintra) en abril de 1945,
con pocas implicaciones para las relaciones obrero-patronales,
salvo en lo referente a la independencia del gobierno. Esta acción
permitía, a todos los miembros de la ctm, votar por el nuevo
partido independientemente del prm. En otras palabras, la idea de
una coalición de centro izquierda se convertía en una posibilidad
real. En este contexto, la clase obrera organizada pasaba de aliada
del régimen a un rival capaz de ejercer presiones para transfor­
marlo. Por lo tanto, la situación no era tan distinta de la generada
con la disolución de la crom en 1932. Pero, el marco internacional
era muy diferente. La Segunda Guerra Mundial había terminado
y la Guerra Fría despuntaba. Por lo tanto, la independencia política
de México, así como la económica, ya no estaban garantizadas.
Después del fracaso del Pacto Obrero, el gobierno de Ávila
Camacho cambió su estrategia hacia la clase obrera organizada. La
situación política se hacía más explosiva a medida que los trabajado­
res se desencantaban con la ctm ante la caída constante de los
salarios reales.7 En respuesta, el presidente adoptó una estrategia
doble: controlar al movimiento obrero mediante un nuevo código
del trabajo, e impulsar con vigor un proyecto de ley de seguridad
social. El primero —apoyado por la ctm, mas no por otros sindicatos
(Loyo, 1990: 90)— ataba el derecho de huelga a un proceso com­
plejo de notificación previa y arbitraje estatal. El segundo ofrecía
al movimiento obrero organizado un sistema global de seguridad
de salud y accidentes, así como de jubilación.
En septiembre de 1942, una versión revisada del proyecto de
seguridad social fue muy halagada en la Primera Conferencia In-
teramericana sobre Seguridad Social celebrada en Santiago de Chile.
Tras una marejada mundial de conferencias y consultas en círculos
laborales y empresariales, se envió un proyecto al Congreso en
1942 que se aprobó en 1943. Para entonces, el principio de la
seguridad social había dejado de asociarse a la vanguardia progre-
7 Según Rivero (1990) quien se basa en el estudio de Kevin Middlebrook (1981)
sobre esa época, si 1940 es considerado como base, el índice del salario mínimo
urbano cayó a 63.53 por ciento en 1943, y a 58. 96 por ciento en 1945. Durante el
mismo periodo, los precios pasaron de 100, en 1940, a 158.5 en 1943, y a 213.5 en
1945.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 127

sista, pues vanos países de América Latina ya lo habían adoptado.


De hecho, México estaba rezagado al respecto. Para hacer atractiva
esta medida para la mayoría de los patrones, se señaló que, en el
pasado, la prestación inadecuada de beneficios a los trabajadores
y la falta de respeto por los contratos colectivos habían causado
numerosos paros laborales y huelgas (Spalding, 1978: 149). La solu­
ción de estos conflictos mediante una comisión tripartita sobre
seguridad social era presentada como la respuesta más indicada, y
como la condición para incrementar la productividad de la fuerza
de trabajo (García Téllez, 1942). La carga sobre los patrones
—según cálculos hechos por la orr, los costos de producción sólo
aumentarían en 1.14 por ciento— sería mínima y se introduciría
paulatinamente. La contribución obrera sería de 3 por ciento de sus
ya considerablemente mermados salarios, lo que necesariamente
provocaría resistencia, en especial de los sindicatos salidos de la
ctm, en ardua busca de causas para promoverse.
Varios grupos independientes manifestaron su oposición al
proyecto.8 Poco después, estallaron manifestaciones callejeras y
paros laborales. A pesar de la resistencia, su instrumentación se
impuso. En un inicio, sólo los trabajadores del Distrito Federal se be­
neficiarían y, aún así, sólo los de las empresas grandes (excluyendo
de esa manera a la mayoría de las empresas pequeñas y a los
trabajadores domésticos y rurales). En 1944, el recientemente
creado Instituto Mexicano del Seguro Social (imss) tenía poco que
ofrecer en concreto a los trabajadores: subcontrataba varios esta­
blecimientos médicos, cubriendo apenas 103 046 personas (Zertu-
che Muñoz et al., 1960). No obstante, la ley apuntaba a la

8 Entre los principales opositores obreros a la segundad social estaban la


Confederación Proletaria Nacional, el Sindicato de Empleados de Periódicos, la Alian­
za de Uniones y Sindicatos de Empleados de Artes Gráficas, la Unión Linotipográ-
fíca de la República Mexicana, la Unión de Trabajadores de Periódicos, el Sindicato
de Redactores, el Sindicato de Dibujantes y el Frente Nacional Proletario. Este
último, con mucho el más vociferante, se oponía tanto a Lombardo Toledano como
a Fidel Velázquez, y coaligaba a varios sindicatos disidentes, entre los cuales, el de
telefonistas, y la Federación de Obreros y Campesinos del Distrito Federal (sección
local de la focm). Su motivo era que la seguridad social protegería al 3 por ciento
de los asalariados que morían accidentalmente, mientras se empobrecía al 97 por
ciento que moría de muerte natural (Pozas Horcasitas, 1990:129).
128 EL PACTO DE DOMINACIÓN

incorporación gradual de toda la fuerza laboral. También repre­


sentaba una nueva victoria política para la ctm, a guisa de la
reencarnación del tripartitismo. Sin embargo, la simple fuerza
ideológica de esta medida puede haber determinado su eficacia,
dado que, durante 1945 y 1946, también disminuyó drásticamente
del número de huelgas, pasando de 721 en 1944, a 107 en 1945 y
24 en 1946 (Rivero, 1990: 39). En cuanto a los opositores obreros
minoritarios a la seguridad social, fueron reprimidos rápidamente,
y sus líderes arrestados por amotinamiento, injurias al presidente
y porte ilegal de armas (Pozas Horcasitas, 1990: 130). Los repre­
sentantes patronales y las compañías privadas de seguros intenta­
ron en vano enmendar la ley por la vía legislativa.
Las capas medias también tuvieron acceso a las prestaciones
sociales durante el periodo de Ávila Camacho. El prm fue transforma­
do en 1943 al integrar formalmente a un sector medio, la Confe­
deración Nacional de Organizaciones Populares (cnop), que hasta
entonces sólo había existido de facto. Este organismo incluía a
todos los funcionarios, entre otros, a los del recién creado Sindica­
to Nacional de Trabajadores de la Educación (snte), que sustituía
al difunto sterm, que no había podido atraer al magisterio a las
políticas del gobierno. Con el apoyo de la cnop, la estabilidad del
gobierno ya no dependía exclusivamente de la ctm. Por otro lado,
el único subsector fácilmente controlable de este sector “popular”
era el correspondiente a los burócratas.
El gobierno de Ávila Camacho dedicó, asimismo, una con­
siderable energía a reestructurar los intereses de las empresas:
se les integró en diversas agrupaciones designadas portavoces
oficiales de sus miembros en las negociaciones con el gobierno. La
Confederación de Cámaras Industriales (Concamin) incluía a las
grandes empresas; la Cámara Nacional de las Industrias de Trans­
formación (Canacintra), a las medianas y pequeñas, y la Confede­
ración de Cámaras Nacionales de Comercio (Concanaco), a las
comerciales. Esta nueva estructura buscaba disminuir el riesgo de
cristalización de un frente político común de los capitalistas contra
las políticas gubernamentales. Esta reestructuración se ha interpre­
tado como un indicio de control corporativista autoritario del gobier­
no sobre la iniciativa privada comparable al que pendía sobre el
movimiento obrero (Kaufman, 1975). No obstante los capitalistas
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 129

mexicanos no tenían prohibido pertenecer a la Confederación


Patronal de la República Mexicana (Coparmex) que había demos­
trado su independencia del Estado desde los años veinte, ni tam­
poco se les podía obligar a invertir en México. La idea del control
corporativista sobre el capital es, por lo tanto, un artificio de los
constructores de modelos más que una realidad.
La última jugada exitosa de la presidencia para consolidar el
régimen existente fue hacer que Lombardo Toledano retirase la
propuesta cetemista de constituir un nuevo partido y apoyara la can­
didatura de Miguel Alemán. Es un misterio cómo se logró esta
hazaña. Usualmente, los historiadores recurren, sin recato alguno,
al personalismo: Ávila Camacho “convenció” a Lombardo Toleda­
no de que retirara su propuesta (Medina, 1979). No se explica por
qué éste había de aceptarlo en lugar de continuar con su propio
plan. Muy probablemente, la posición de Lombardo Toledano ya
se había debilitado a causa de las divisiones internas en la Liga
Socialista Mexicana y del inicio del cisma entre él y Fidel Velázquez
dentro de la ctm, reduciendo al extremo las posibilidades de
victoria del nuevo partido en 1946. Además, el viejo conservador
callista Ezequiel Padilla representaba una alternativa mucho peor
para el movimiento obrero que Miguel Alemán, quien proyectaba
aún una imagen moderada, a tal grado que la embajada estaduni­
dense en México lo etiquetó inicialmente de radical y se opuso a
su candidatura.9 Para sellar la reparchada alianza en tomo a
Alemán, el prm fue disuelto formalmente el 18 de enero de 1946,
sustituyéndole el Partido Revolucionario Institucional (pri). Como
antes, quedaba claro, aunque no se estipulara formalmente, que las
organizaciones afiliadas al nuevo partido oficial le entregarían el
voto de la totalidad de sus miembros. No obstante, los sectores del
pri, a diferencia de los del prm, no tendrían derecho a seleccionar
a candidatos presidenciales de manera independiente.
La mayoría de los autores concluyen que en el sexenio de Ávila
Camacho acabó de sellar la subordinación del trabajo al Estado (si
no fue en el de Cárdenas), abriendo las puertas a la represión sis­
temática de las reivindicaciones obreras por el gobierno siguiente.

9 Tras varias reuniones secretas con representantes de Estados Unidos, Miguel


Alemán se tornó aceptable para dicho pais.
130 EL PACTO DE DOMINACIÓN

En este marco, las reformas sociales, si llegaran a ser mencionadas,


serían vistas como instrumentos de cooptación.10 Mas, si por coop­
tación se entiende la integración de la ctm al aparato político y
burocrático, entonces nada nuevo ocurre entre 1940 y 1946: al
igual que antes, la central sindical controlaba un cierto número de
escaños en el parlamento y algunos puestos menores en la función
pública; sus costos de administración eran cubiertos por el Estado,
y sus líderes respondían directamente al presidente (fuese por
convicción personal o por corrupción).
Más allá de esta estructura formal, una serie de elementos
nuevos indican que la cooptación política, concebida estrechamen­
te como la compra de líderes, puede mermar, más que reforzar, la
estabilidad del régimen. La campaña de Ávila Camacho mostró
que los acuerdos políticos con la dirección del movimiento obrero
no aseguraban los resultados electorales. El costo de corregir este
error fue un inmenso y riesgoso fraude electoral. Es imposible
valerse dos veces seguidas del mismo truco sin caer en violencia y,
por lo tanto, poner en peligró al régimen.
Durante este periodo también se dieron intentos fallidos de
concluir un pacto formal entre el capital y el trabajo, aceptable
para ambas partes y mediado por el Estado. En lugar de responder
al creciente poder de compra de los trabajadores con el aumento
de la producción, la burguesía optó por producir menos a mayores
precios, bajando así la participación de los salarios en el consumo
interno. Por su cuenta, el gobierno mantuvo la tradición de finan­
ciar el desarrollo con la expansión de la masa monetaria. Esta
visión estrecha de la vía al capitalismo, lejos de ser resultado de las
fuerzas impersonales de la dependencia, fiie adoptada en un momen­
to histórico de gran independencia del país respecto del mercado
mundial, de altos niveles de ahorro interno (capitales refugiados
por la guerra) y, por ende, de grandes posibilidades para acelerar
la tasa de acumulación. Por el contrario, lo que se tuvo fue una pro­
ducción ligeramente menor a la de los años de Cárdenas (princi­
palmente, debido a la contracción de la demanda interna) y casi
toda orientada a la exportación para los aliados, cuya rentabilidad

10Collier y Collier (1991) llegan al punto de afirmar que el periodo de


reformas sociales termina después de 1940, precisamente cuando empezó.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 131

sólo podía ser temporal. £1 final de la guerra redundaría forzosa­


mente en una recesión y en nuevas presiones contra los salarios.
También significaría la apertura de las fronteras al capital extran­
jero como la única salida del atolladero.
Fue la incapacidad del capital mexicano para adoptar una
visión amplia respecto de las relaciones obrero-patronales lo que
llevó al Estado a compensar los bajos salarios instituyendo garantías
sociales, como la seguridad social y algunas acciones en vivienda
de interés social. Estas reformas sobrevinieron en un momento
crítico en que tanto los trabajadores, como la dirección (lombardis-
ta) del movimiento obrero organizado amenazaban con abandonar
el partido oficial, desestabilizando, con ello, al régimen.
También se puede concluir que el gobierno de Ávila Camacho
erigió barreras institucionales para impedir la acción política di­
recta por parte de los sindicatos: primero, mediante la transforma­
ción del prm en pri; segundo, imponiendo a Fidel Velázquez a la
cabeza de la ctm; y, tercero, creando la cnop. El resultado fue una
estructura más coercitiva que, llegado el momento, tendría que
recurrir al fraude y la corrupción para mantenerse. Lo que cambió
en 1945, por lo tanto, fue la naturaleza de las concesiones estata­
les para afianzar el lazo entre el movimiento obrero organizado y el
partido oficial: la clase obrera ya no estaba autorizada a “luchar por
sus derechos”; debía aceptar lo que el Estado considerara necesa­
rio. Esto, no obstante, estaría determinado, en mucho, por los
acontecimientos de los años cuarenta, que demostraron la falta de
arrastre ideológico entre las bases de la nueva ctm y, en consecuen­
cia, la necesidad de atarlas al régimen mediante conquistas tangi­
bles. La capacidad desestabilizadora de la clase trabajadora había
vuelto a pasar de una posición defensiva a una ofensiva.

Apretando las tuercas (1946-1958)

No obstante su vehemente discurso a favor de la industrialización


y del desarrollo, el gobierno que iniciaba su periodo en 1946 no
dejaría al país sensiblemente más próspero que su predecesor. Por
encima de todo, consolidó el desarrollo desigual, al consagrar el
principio de bajos salarios y bajos impuestos como requisitos clave
132 EL PACTO DE DOMINACIÓN

del desarrollo económico. A menudo, los analistas de la situación


económica de la época (Vernon, 1963; King, 1970) quedan apabu­
llados por el crecimiento del producto interno bruto.11 Sin embar­
go, son notorias las dificultades encaradas por el Estado para
establecer una base económica duradera.
En 1946, desapareció la demanda generada por las fuerzas alia­
das y fue retirada la mayoría de los capitales refugiados en México
durante la guerra (Vemon, 1963:99). Aún así, las burguesías comer­
cial y manufacturera, cuyas filas engrosaron con las exportaciones
de guerra, no estaba preparada para la austeridad. Impaciente por
adquirir los bienes de lujo importados que ahora correspondían a
su status, precipitó una hemorragia de divisas y dificultades en la
balanza de pagos. Era necesaria una nueva oferta para que retoma­
ran las inversiones extranjeras a México. Se ofreció un paquete
sumamente interesante a los inversionistas potenciales: menores
restricciones al crédito; un mercado protegido (salvo en bienes de
capital y otras materias de requerimiento industrial); contratos
leoninos de transferencia de tecnología, y mayor participación
estatal en gastos de infraestructura (en especial, irrigación en el
norte para la nueva burguesía agroexportadora). Además, el peso
fue devaluado más del 60 por ciento para aligerar los problemas de
balanza de pagos. A la vez, los salarios vieron mermado su poder
de compra. Para 1950, el capital fugado entre 1945 y 1948 había
vuelto, obteniendo grandes utilidades de la devaluación, y partici­
pando en una nueva expansión industrial atizada por la guerra de
Corea.
La pérdida sistemática de poder político y económico sufrida
por la clase obrera organizada durante este periodo suele ser vista
como resultado natural de estos procesos macroeconómicos. Sin
embargo, en 1946, si bien el movimiento obrero estaba dividido
por la profunda escisión entre velazquistas y lombardistas y por las
numerosas deserciones de la ctm, no era, ni remotamente, débil.
Como indica Medina:

Las tendencias hacia la unificación [de la clase obrera] propiciadas


por Ávila Camacho, no sólo habrían disminuido los problemas inter-11

11 Véase apéndice.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 133

gremiales, habrían creado también una nueva conciencia de la nece­


sidad de fortalecer vínculos y de organizar el panorama sindical
(Medina, 1979:151).

En el sexenio de Ávila Camacho la izquierda oficial mantuvo


una fuerza política considerable, aunque sin desatar una reacción ma­
siva de la derecha, como durante el gobierno anterior. En otras
palabras, el porvenir del movimiento obrero mexicano aún no
estaba definido en 1946. La nueva ley del trabajo, aunque restrin­
gía el derecho de huelga, también había reducido la posibilidad
para los capitalistas de violar los contratos colectivos. Mediante es­
tos cambios graduales en el pacto de dominación, suavizados por los
inicios de una legislación social, los trabajadores y los capitalistas
habían aprendido a convivir, a pesar de la pérdida en el poder de
compra para los primeros, y las restricciones impuestas por el
Estado para los segundos.
Para los observadores contemporáneos, Miguel Alemán, selec­
cionado para afinar la política de unidad nacional, representaba la
candidatura de la continuidad. A diferencia con 1940, el candidato
opositor, Ezequiel Padilla, no representaba un peligro real para el
gobierno en tumo; lo desfavorecía su pasado anticlerical (Medina,
1979: 50), debilitando, sin duda alguna, el voto conservador. Por
ello, el triunfo electoral de Alemán era relativamente seguro. En
tales circunstancias, el partido oficial, fortalecido por el voto in­
condicional de laCNC y de la recién creada cnop, no tenía necesidad
imperiosa de ofrecer grandes concesiones al mundo del trabajo.
Durante los primeros dos años del gobierno de Alemán, las
aspiraciones de transformar a México en una social democracia se
vieron frustadas por una combinación de iniciativas gubernamen­
tales y decisiones autodestructivas de la élite laboral. Como resul­
tado, la izquierda del movimiento obrero organizado perdió la
posición minoritaria que había mantenido en él gobierno entre
1940 y 1946. Muchos autores adoptan una posición fatalista respec­
to a este resultado —responsabilizando a las ya existentes estructuras
corporativistas de la expulsión del lombardismo y de otros movi­
mientos disidentes del partido oficial, o bien culpando a Fidel
Velázquez de todo lo sucedido— los hechos históricos abren otras
posibilidades de interpretación. La dirigencia obrera se puso en
134 EL PACTO DE DOMINACIÓN

una posición de debilidad en que le era casi imposible ejercer


presiones sobre el gobierno, de donde resultó la postura inflexible
del gobierno de Alemán. Estas acciones, a su vez, fueron el preám­
bulo a la creación de una poderosa maquinaria represiva garante
de la disciplina partidaria del movimiento obrero y de su sumisión
al régimen. En adelante, los cambios desde abajo provendrían ya
del movimiento obrero disidente, ya de otros sectores subordina­
dos (maestros, campesinos), a muy altos costos.
El año 1946 marcó un cambio profundo, tanto para los trabaja­
dores mexicanos como para la economía del país. Los años cuaren­
ta habían presenciado el debilitamiento paulatino de la ctm y su
desprestigio creciente entre los sindicatos grandes, como los elec­
tricistas, ferrocarrileros y petroleros. En 1946, las relaciones llega­
ron a su punto más bajo. Esto debería haber acrecentado las
posibilidades de formar una coalición de centro-izquierda, como lo
soñaba Lombardo Toledano. Pero, en ese momento, tal decisión
hubiera tenido dos implicaciones claras: primero, el rechazo del
ala velazquista de la ctm, y, en consecuencia, la destrucción de este
organismo; y, segundo, la posibilidad de un divorcio abierto entre la
nueva coalición y el régimen. A pesar de que varias facciones en el
campo socialista ejercieron presiones en este sentido, Lombardo To­
ledano optó por dar su pleno apoyo a la candidatura de Alemán.
Todavía creía que era posible hacer un arreglo con Velázquez para
que la ctm fuera la base de su Partido Popular (pp). En esencia, pen­
só que era posible repetir lo sucedido en 1934, o sea, la unificación
de la izquierda con el centro. Pero el mundo y los principales
actores habían cambiado desde la guerra y esta fórmula ya no se
adecuaba a los hechos. La presencia del pcm en el campo lombar-
dista era a la vez una causa de fragmentación interna y de desprestigio
externo. Finalmente, se transformó en el obstáculo mayor al pro­
yecto de Lombardo Toledano de fundar una coalición de centro
izquierda.
Es acostumbrado tomar el charrazo de 1948 como el punto de
partida de este periodo de represión contra los trabajadores. Sin
embargo, el primer golpe fue dado a los petroleros apenas 18 días
después de la toma de posesión del nuevo presidente. El 18 de
diciembre de 1946, se rechazó la demanda de aumento salarial del
stprm, el sindicato petrolero independiente. La huelga declarada
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 135

ilegal, ante lo cual, el ejército ocupó Petróleos Mexicanos (Pemex).


Simultáneamente, se montó una ofensiva legal contra el sindicato
huelguista: los contratos de los organizadores de la huega fueron
rescindidos y el presidente dictó a la Junta Federal de Conciliación
y Arbitraje que “reexaminara” el contrato colectivo, considerado
demasiado ventajoso para los trabajadores. Alemán logró incluso
que Lombardo Toledano condenara públicamente la huelga, apro­
vechando su deseo de crear un partido independiente sin provocar
la oposición del presidente. Un nuevo congreso del stprm eligió una
dirección más receptiva a las directivas gubernamentales. Sólo enton­
ces se otorgaron las concesiones salariales.
Durante el mes dé marzo siguiente, la base de apoyo de Lom­
bardo Toledano fue debilitada aún más por su propia culpa. Cuan­
do llegó el momento de elegir secretariado de la ctm, aquél, en
lugar de apoyar a Gómez Zepeda, candidato independiente del
STFRM (pero independiente también de Lombardo Toledano), optó
por pasar un acuerdo secreto con Fidel Velázquez para que sus
partidarios votaran por Amilpa —heredero designado por éste— a
cambio de que la ctm fuera parte del Partido Popular. Sin embargo,
tras la elección de Amilpa, el nuevo secretario repudió pública­
mente el principio mismo de un partido independiente, declaran-
do que todos los afiliados a la ctm estaban obligados a votar por el
pri, so pena de expulsión (con la concomitante pérdida de sus
puestos de trabajo). Aunque dichas declaraciones violaban clara­
mente los. estatutos del pri, se apegaban cabalmente al ánimo del
nuevo partido. El gobierno de Alemán permaneció inactivo, dejan­
do las manos libres al grupo de Velázquez. El candidato perdedor,
por otra parte, abandonó la ctm con sus partidarios para formar
una federación sindical alternativa, la Central Única de Trabajado­
res (cut). Poco después, Lombardo Toledano y sus allegados,
fueron suspendidos de la ctm con el pretexto de que la reciente in­
vestidura del dirigente a la cabeza de la Confederación de Trabaja­
dores de América Latina (ctal), un organismo de tendencia de
izquierda, era incompatible con la pertenencia a la ctm. Con ello
se perdía otra parte importante de la frustrada militancia del
Partido Popular. Aún peor, el nuevo secretario cetemista estigma­
tizó la idea misma del Partido Popular como manifestación de la
conspiración internacional comunista (Basurto, 1984:131).
136 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Para 1948 había quedado claro que la economía mexicana no po­


día enfrentar la situación de la posguerra. Enjulio de ese año abrió
sus puertas de par en par a la inversión extranjera, devaluando su
moneda en 61.6 por ciento, de 4.85 a 8.01 pesos por dólar. Esta
medida desató una serie de protestas obreras capaces de desesta­
bilizar régimen, porque derrotó a la ctm y asustó a los capitales ex­
tranjeros. El stfrm, que ya había organizado varias manifestaciones
el año anterior contra el alto costo de la vida (Middlebrook, 1981:83),
organizó una marchajunto con empresarios de la Canacintra, pro­
testando contra la devaluación (Basurto, 1984: 218). La Coalición
de Asociaciones Obreras y Campesinas, asimismo, manifestó en las
zonas rurales (Middlebrook, 1981: 83). Ante la pérdida del poder
de compra desatada por la devaluación, los maestros, petroleros y
ferrocarrileros también emplazaron a huelga.
A inicios de enero, el stfrm había diseñado un pacto de soli­
daridad con los sindicatos minero-metalúrgico y petrolero. Esta
alianza decía contar con 185 mil miembros (más que la ctm).12 El
pacto estipulaba, entre otras cosas, el apoyo económico mutuo y la
coordinación en huelgas generales, (Middlebrook, 1981: 80). Para
febrero, la cut de Gómez Zepeda, los electricistas y otros sindicatos
se sumaron a esta coalición. Agrupados, podían desafiar a la ctm,
marginar a Lombardo Toledano y oponerse a las políticas econó­
micas del gobierno. Justo después de la devaluación, la amenaza se
hizo realidad. La alianza exigió aumento salarial de 100 pesos. A la
inversa, la ctm declaró que las huelgas de sus sindicatos únicamente
serían consideradas legales si las utilidades de las empresas afecta­
das se consideraban “excesivas” (Middlebrook, 1981: 83).
El gobierno fue puesto ante la disyuntiva ya sea de negociar
con esta oposición, corriendo así el riesgo de destruir a la tamba­
leante ctm (poniendo también en entredicho al pri), o de reprimirla.
En los hechos, sus acciones apuntarían más a desbandar la coalición
que a reprimir las demandas económicas de sus bases, la mayoría de
las cuales fueron concedidas a pesar de las amenazas públicas que
indicaban lo contrario. Los conflictos dentro del stfrm dieron la
oportunidad de aplicar la política de divide y vencerás. En septiem-

12 Esta cifra concordaba con un censo gubernamental de afiliación sindical


(Talavera y Leal. 1977).
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 137

bre, estalló la rivalidad entre Jesús Díaz de León (apodado “El


Charro” por su típica vestimenta) recientemente electo dirigente, y
Gómez Zepeda, exsecretario del stfrm y en vías de crear la cut. El
primero acusó al segundo de malversar 200 mil pesos. En lugar de
aplicar el procedimiento normal de investigación sindical, presen­
tó la acusación directamente ante la Procuraduría General de la
República, procediéndose a la suspensión del sindicato y de sus
más cercanos seguidores.13
En respuesta a esta violación de los estatutos sindicales, el
Secretariado del propio Díaz de León lo destituyó, eligiendo a un
nuevo secretario. Enseguida, El Charro atacó las oficinas del sindi­
cato con hombres armados, expulsando a la nueva mesa directiva.
El gobierno se mantuvo al margen, legitimando implícitamente la
maniobra. Acto seguido, Alemán solicitó la revisión del contrato
colectivo a la Junta Federal de Conciliación y Arbitrée, amenazan­
do con recortar el número de efectivos y los salarios, como en el caso
de los trabajadores petroleros. No obstante, Díaz de León le soli­
citó no efectuar los recortes, agraciándose así con las bases. Así fue
inventado el charrazo, y en adelante sería la fórmula utilizada para
suprimir la democracia sindical. Este acontecimiento no sólo debe
su importancia al hecho de representar un invento político que se
repetiría en otros sindicatos, sino, en especial, por haberse perpe­
trado contra un sindicato prominente en la política sindical y
económicamente crucial. El stfrm y sus aliados habían acumulado
un largo historial contestatario, incluyendo una marcha de protesta
contra las disposiciones antihuelguísticas, un llamamiento a au­
mentar el proteccionismo económico, una demanda de aumento
salarial y el apoyo público a la izquierdista ctal (en contraste con
el coqueteo de Amilpa con la Federación Americana del Trabajo,
afl) (Middlebrook, 1981: 80-81). Su control, por lo tanto, era un
asunto estratégico para el gobierno.
Mientras sucedía esto, la Liga Socialista Mexicana de Lombar­
do Toledano seguía debatiendo cómo crear un nuevo partido
independiente. Aparte de la ctm de Amilpa, y de la cut de Gómez

19 Según los defensores de Gómez Zepeda, dice Basurto (1984), dicho monto
había sido retirado de los fondos sindicales con la debida autorización de la
dirección. Su objetivo era financiar la cut.
138 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Zepeda, el Partido Comunista Mexicano, cuya presencia misma en


la Liga constituía un obstáculo a la ampliación de su base de apoyo
resultó ser otro opositor a este proyecto. Para los dirigentes comunis­
tas, su principal tarea era consolidar su propio partido. También
encontraban difícil administrar en común una nueva organización
cuyos dirigentes habían sido expulsados anteriormente de sus
propias filas.14 La Asociación Socialista Unificada (asu), encabeza­
da por un exmiembro del pcm, también se oponía a la idea de un
nuevo partido. Con todo y estos obstáculos, Lombardo Toledano
insistió en que la meta del Partido Popular (pp) no era debatir la
teoría marxista, sino combatir al pri. En público, sin embargo,
decía que el pp no albergaba aspiraciones electorales y era solamen­
te crítico del pri.
Contra viento y marea, el Partido Popular se fundó el 20 de
junio de 1948, apoyado por la Alianza de Obreros y Campesinos
de México, federación sindical creada en marzo del mismo año.15
Sin que obstara el repudio cetemista del nuevo partido (y, por
supuesto, de la nueva federación), estos sucesos eran potencial­
mente peligrosos para el nuevo bloque que apoyaba al gobierno de
Alemán. Primero, la nueva organización amenazaba con incorpo­
rar campesinos, tradicionalmente seguidores del partido oficial
con poca capacidad de resistencia. Segundo, se declaró pacifista,
repudiando con ello la Guerra Fría en que Estados Unidos habían
involucrado a México. Tercero y último, este movimiento conglo­
meraba a todas las fuerzas partidarias de la democracia sindical y
la independencia de los trabajadores respecto al Estado, incluyen­
do a los maestros cuyo apoyo a la cnop se deterioraba ante la
persistente actividad de un grupo disidente. Para protegerse, el
gobierno impuso un charrazo preventivo, antes de que la nueva
agrupación tomara mayor impulso. En consecuencia, la ugocm
surgió como una organización débil, públicamente etiquetada de
comunista. El Departamento del Trabajo se rehusó a reconocerle ca­
rácter legal, negándole así el derecho a negociar en nombre de

14 Dichos militantes expulsados, no obstante, como Valentín Campa, miembro


también del stfrm, nunca fueron tildados públicamente de comunistas.
15 Después rebautizada Unión General de Obreros y Campesinos de México,
UGOCM.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 139

sus afiliados. La elección legislativa de 1949 presenció la aplastan­


te derrota del Partido Popular, indudablemente inducida, pero no
determinada, por un fraude (Durand, 1990: 187-188). La cut,
asimismo, prácticamente había sido destruida por un charrazo. En
resumen, ningún opositor de la ctm había quedado en pie.
Cuando el gobierno de Ruiz Cortines tomó las riendas del
gobierno, el control estatal sobre la clase obrera parecía perfecto.
Los autores inclinados al enfoque vertical no dudan en señalar que
el nuevo presidente heredó un “Estado fuerte, al fíente del cual se en­
contraba un poder ejecutivo sin fisuras” (Reyna y Trejo, 1981:20).
Desde tal posición, quedan descartadas las posibilidades de cual­
quier desafío real al orden institucional (Reyna y Delabre, 1981:
34), en especial cuando se observa en retrospectiva. A pesar de
tales a priori, el sexenio de Ruiz Cortines confrontaría varios retos
a las estructuras autoritarias y visiblemente corruptas erguidas por
el gobierno anterior, conducente a una transformación sustantiva
del pacto de dominación. Los acontecimientos de los años cincuen­
ta demostraron que el régimen sí era vulnerable, como admitieron
post facto incluso autores ligados al enfoque vertical (Pellicer y
Reyna, 1978:10).
Cuando se acercaba a su fin el gobierno de Alemán, había
terminado la expansión económica asociada a la guerra de Corea.
La deuda externa había aumentado considerablemente16 y la co­
rrupción abierta de los altos funcionarios prácticamente había
vaciado las arcas públicas. Era el momento de volver a imponer
orden, ortodoxia monetaria y probidad moral en el gobierno
(Vernon, 1963:108). Para 1953, el crecimiento económico del país
estaba casi en cero.17 Como era de esperarse, los capitales volvie­
ron a salir del país (Vernon, 1963:109; King, 1970:35). La recesión
azotó a un proletariado urbano de por sí considerablemente depau­
perado. A lo largo de 1953, el gobierno estuvo sobresaltado por
emplazamientos a huelga,18 en particular planteados por los traba-

16 Véanse datos en el apéndice.


17 Véase apéndice.
18 La enmienda de 1940 a la ley del trabajo de 1930 obligaba a los sindicatos a
anunciar toda huelga con dos semanas de anticipación. Este lapso podía ser utili­
zado por la patronal y el trabajo para lograr un acuerdo, basándose en las reglas
140 EL PACTO DE DOMINACIÓN

jadores de teléfonos y ferrocarriles, supuestamente amansados


por la dirección charra (Reyna y Trejo, 1981: 53). La Canacintra,
representante de la empresa pequeña y mediana, productora sobre
todo de bienes manufacturados, por su cuenta, siguió alineada al
movimiento obrero organizado, reiterando, en su segundo con*
greso, en 1953, la necesidad de una mayor integración de las
medidas de producción industrial y de garantías sociales para las
masas trabajadoras (Reyna y Trejo, 1981:44).
Ante el lento estrangulamiento de la economía mexicana, el nue­
vo gobierno optó por crear incentivos para atraer el flujo del ca­
pital volátil: devaluación del peso en abril de 1954, de 8.50 a 12.50
por dólar, y congelamiento de salarios y precios. El sistema de
representación sindical ideado por la administración anterior dio
sus frutos de inmediato: todas las organizaciones obreras “oficia­
les” aplaudieron la medida al unísono. Esto no incluía sólo a la ctm,
sino también a la joven Confederación Regional de Obreros y
Campesinos (croc), que abarcaba formalmente a todos los malo­
grados sindicatos independientes, excepto la lombardista ugocm.19
Para compensar los aumentos de precios que el gobierno era
incapaz de controlar, éste decidió monopolizar la distribución de
frijol y maíz, creando la Compañía de Exportaciones e Importacio­
nes Mexicana S.A. (ceimsa), a pesar de la fuerte oposición de la
Concanaco.
Ningún sistema está libre de fisuras, por coercitivo que sea. A
medida que siguió decayendo el poder adquisitivo de los salarios,
afloraban las presiones de las bases propiciadas, esta vez, por la
dirigencia sindical oficial, es decir, por las propias fuerzas que
supuestamente debían aplacarlas. Para entonces, los salarios reales
habían caído a 83 por ciento de su valor de 1936, mientras el índice

anteriormente establecidas por el gobierno. En consecuencia, estallan mucho me­


nos huelgas que las emplazadas.
19 Pellicer y Reyna ( 1978:80) afirman que la croc fue formada a iniciativa del
gobierno. Empero, Alonso (1972:10) repona que nació de una coalición de fuer­
zas independientes en 1953. Ambas aseveraciones son emitidas sin citar fuentes.
Middlebrook (1981), se basa en Pellicer y Reyna. El indicio en que se fundamenta
es la asistencia del Secretario del Trabajo y Previsión Social a la ceremonia de
fundación de la CROC, y que ésta se afilió de inmediato al pri, a pesar de la
continuación de su rivalidad faccional con la CTM (Middlebrook, 1981: 90.91).
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 141

de precios se había multiplicado por cuatro durante el mismo


intervalo de tiempo (Flores de la Peña, 1971:15-31). Al año siguien­
te, perdieron otro 13.6 por ciento.
No habían pasado tres semanas de la devaluación, cuando los
telefonistas anunciaron su intención de emplazar a huelga. £s pro­
bable que muchos otros sindicatos hicieran lo mismo de manera
informal. Para el gobierno, era el momento de abandonar su
política inicial de congelamiento de precios y salarios. Aún así, sus
primeros pasos en este sentido fueron tímidos: el 14 de mayo, Ruiz
Cortines concedió la pertinencia de un aumento salarial del 10 por
ciento, dejando su otorgamiento a la buena voluntad de los patro­
nes. La ctm y la croc, como era de esperarse, expresaron su apro­
bación entusiasta de la propuesta, instando sin embargo, a las
empresas a apegarse a la recomendación presidencial. Simultánea­
mente, varios sindicatos empezaron a pedir mayores aumentos
salariales: hasta la crom, tan dócil en el pasado, demandaba ahora
un alza del 44.5 por ciento (Pellicer y Reyna, 1978: 93). La inde­
pendiente ugocm, por su cuenta, reivindicaba un aumento propor­
cionado al de los precios. Empero, dado que no había ley ni
decreto presidencial, los patrones se cruzaron de brazos, o, en todo
caso, citaron a reuniones para discutir lo apropiado de la sugeren­
cia del ejecutivo. Para junio, más sindicatos oficialistas habían
adoptado una actitud militante: de no haber un aumento de 24 por
ciento para el 12 de julio, se convocaría a una huelga general. En
respuesta, el gobierno retomó la iniciativa instruyendo a López
Mateos, Secretario del Trabajo, que finiquitara discretamente los
miles de casos pendientes ante la Junta Federal de Conciliación
y Arbitraje. Ésta concedió alzas que oscilaban entre 15 y 24 por
ciento, a pesar de la manifiesta mala voluntad de los empresarios.
Algunos de los analistas más identificados con el enfoque ver­
tical admiten que, en este momento, “la mayoría de la clase obrera
organizada, por la coyuntura de la devaluación ganó cierta autono­
mía” (Pellicer y Reyna, 1978: 98), haciendo caso omiso de su
anterior afirmación de un eficaz control corporativista sobre la
clase trabajadora organizada (Reyna, 1974 y 1977). Los autores
agregan que para paliar esta contradicción “el control del movi­
miento nunca se les escapó de las manos a los líderes obreros... las
estructuras sindicales, a pesar de mostrar ciertas discrepancias [es
142 EL PACTO DE DOMINACIÓN

de suponer que respecto a las políticas gubernamentales], fueron


una efectiva barrera de contención a las demandas obreras” (Pelli­
cer y Reyna, 1978: 99-102). La interpretación que propongo de los
mismos hechos es distinta: al acercarse la explotación del trabajo a
los límites de lo considerado aceptable por las bases, los dirigentes
sindicales optaron por hacerse eco de las demandas de éstas, en
vez de poner en peligro su posición al seguir ciegamente las
directrices del gobierno.
Solís mantiene esta interpretación, afirmando que “la respues­
ta de los sindicatos a la devaluación sacudió la estructura entera
del partido. Para calmar a los trabajadores se concedió un aumento
salarial pues resultó evidente que el crecimiento económico con
inestabilidad de precios no iba a ser aceptado” (Solís, 1977:1). Esta
respuesta gubernamental conciliatoria restableció rápidamente la
estabilidad. La extensión, en 1954, del sistema de seguridad social
a nuevas categorías asalariadas siguió el mismo modelo, aunque,
como indica Spalding (1978: 200), inicialmente fuera más simbóli­
ca que real. Afirmar a posteriori que no existía riesgo real de
inestabilidad del régimen en 1954 porque no hubo explosión de las
bases (sino que sólo amenazaron con ello) es una interpretación
que peca de un fuerte sesgo retrospectivo. La erradicación de la
democracia interna en los sindicatos mexicanos había permitido
retardar las demandas; sin embargo, los acontecimientos de 1954
muestran la imposibilidad de extirparlas.
El caso del sindicato ferrocarrilero ilustra las limitaciones de
la represión total contra los trabajadores como receta general para
mantener la estabilidad política. En el proceso global de aumentos
salariales tras la devaluación de 1954, los ferrocarrileros se queda­
ron atrás; sólo obtuvieron el 10 por ciento de aumento, mínimo
acordado originalmente, proporción que había sido más que dupli­
cada en muchos sectores de la economía. En términos reales, esto
equivalía a un descenso (de -0.3 por ciento) respecto al periodo
1952-1957 (Everett, 1967, Pellicery y Reyna, 1978: 166). Otras
reivindicaciones —como jubilación equivalente al salario completo,
30 por ciento de aumento para los operadores de maquinaria
Diesel, y semana inglesa- no fueron atendidas (Topete, 1961). En
consecuencia, un sector disidente empezó a tomar forma en oposi­
ción al demasiado complaciente sindicato oficial. Su estrategia
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 143

inicial fue el tortuguismo en los centros industriales vitales del


norte, a lo que el sindicato oficial y la empresa respondieron con
mano dura: expulsaron del sindicato (lo que representaba automá­
ticamente la pérdida del empleo) a los líderes “sospechados” (sic)
y los encarcelaron. La pensión de un trabajador jubilado, cuyas
actividades fueron declaradas “contrarias a los intereses de la
empresa” fue suspendida (Tiempo, 21 de septiembre de 1954, en
Pellicer y Reyna, 1978: 166). Estas y otras medidas represivas
restauraron el orden por un tiempo. Un año después, durante la
revisión del contrato colectivo, el sindicato charro aceptó congelar
los salarios durante el periodo 1955-1957. Esta sumisión a las
presiones gubernamentales desató protestas generalizadas entre la
base, a las cuales el sindicato respondió con una represión extrema:
pistoleros a sueldo silenciaron a los agitadores, a algunos definiti­
vamente. Estos sucesos, más que traer la paz, atizaron el movimien­
to independiente encabezado por Demetrio Vallejo, cuyas acciones
pondrían en tela de juicio el edificio del corporativismo construi­
do desde 1946.
Para la mayoría de los trabajadores, los salarios reales empeza­
ron a recuperarse poco después de la merma que sufrieron tras la de­
valuación, a tal punto que la brecha entre el capital y los salarios
dejó de ampliarse (Reynolds, 1974). Los años 1955 a 1957 se
caracterizarían por la relativa “paz laboral” (Miller, 1966, en Pellicer
y Reyna, 1978). Sin embargo, varias escaramuzas precederían a la
explosión de 1958. A mediados de 1956, los trabajadores de 72
empresas de electricidad declararon que irían a huelga si no recibían
un aumento de 30 por ciento. El Secretario del Trabajo (López
Mateos) negoció, obteniendo la contracción de esta cifra a 17 por
ciento, más prestaciones (en salud y pensiones, principalmente) equi­
valentes a un porcentaje del 4 al 10 de los salarios. Los electricistas
también fueron los primeros en obtener la semana laboral de 40 ho­
ras (Pellicer y Reyna, 1978:118). A pesar de estas concesiones, los
electricistas desencadenaron otra oleada de reivindicaciones sala­
riales en 1957. Entonces, la punta de lanza de las demandas era la
propia ctm, cuya dirección empezaba a cansarse de parecer menos
dispuesta a defender los intereses de sus afiliados que los sindicatos
independientes. El conflicto también fue resuelto suave y rápida­
mente con un modesto incremento salarial de 18 por ciento,
144 EL PACTO DE DOMINACIÓN

además de 12 por ciento a los sobresueldos. Finalmente, en 1957,


López Mateos, convertido en el candidato presidencial predilecto
del movimiento obrero, evitó en el último momento una huelga en
toda la industria textil, presionando exitosamente a los patronos
para que concedieran un alza salarial (Pellicer y Reyna, 1978:118).
Al mismo tiempo, la ctm solicitaba que el salario mínimo fuera
sustancialmente mayor, obteniendo sólo un 9 por ciento adicional.
Durante este periodo, el primer movimiento serio de disiden­
cia magisterial desde la creación del Sindicato Nacional de Traba­
jadores de la Educación (snte) tomó la delantera. En julio de 1956,
la dirección del sindicato había aceptado un aumento salarial de
14 por ciento en vez del 30 por ciento inicialmente solicitado. La
mayoría de los maestros se plegaron, a excepción de los capitali­
nos. El conflicto siguió incubándose durante 1957, para edosionar
a principios de 1958 (año de la sucesión presidencial), paralizando
la mayoría de las escuelas primarias de la ciudad de México. Tras
un ajuste de cuentas impresionante entre fuerzas disidentes y
gubernamentales (incluyendo éstas a la policía y al cuerpo de
granaderos), el Estado tomó una posición conciliatoria, otorgando
los salarios caídos durante la huelga, así como las demandas
salariales.
A la vez, los trabajadores de telégrafos y de petróleos empeza­
ron a movilizarse para sacudirse a sus charros respectivos. Durante
la primavera de 1958, una demanda salarial de los telegrafistas,
originada, asimismo, en un movimiento disidente en contra del
sindicato oficial corrupto, fue resuleta mediante concesiones inme­
diatas (Alonso, 1972: 104); le siguió otra de los electricistas, quie­
nes recibieron también 15 por ciento. El conflicto con éstos, sin
embargo, no fue resuelto con tanta facilidad. Presionados por sus
dirigentes sindicales a aceptar la revisión contractual sin cambios,
una minoría importante declaró que no seguiría reconociendo
legalmente al sindicato si la revisión se efectuaba en esos términos.
A pesar de la advertencia, se renovó el contrato, aunque sólo por
un año, lo que representaba una transacción en relación con las
propuestas anteriores. El movimiento disidente aceptó tácitamente
el acuerdo. Para mostrar su reconocimiento, la administración de
Pemex rindió un homenaje público al espíritu patriótico (sic) de
sus trabajadores (Alonso, 1972:105).
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 145

En resumen, se ve que entre 1956 y 1958 continuó el esquema


de conciliación existente en 1954, donde el gobierno actuaba como
intermediario, presionando a los patronos para el otorgamiento
de aumentos, o cedía ante sus propios empleados, como en el caso del
magisterio. Para algunos analistas de la situación, esta tendencia
daba vigor y legitimidad a los movimientos opositores, mientras
debilitaba la estructura oficial de los sindicatos charros (Alonso,
1972). De esta apreciación debería desprenderse que el conflicto
ferrocarrilero representaba una incursión más en el poder estatal,
y, por lo tanto, una amenaza al régimen. Para otros, estas concesio­
nes fueron un insignificante reto al poder del Estado (Pellicer y
Reyna, 1978). Este último diagnóstico hace imprevisible (y por lo
tanto excepcional por definición), el subsecuente conflicto con los
trabajadores de los ferrocarriles. En vez de tales a priori, examina­
remos más de cerca los detalles de este episodio para entender el
papel de este conflicto en la relación entre el Estado y el trabajo,
así como el porqué del despegue del Estado benefactor a inicios de
los sesenta.
Es cierto que en 1958 los trabajadores ferrocarrileros se movi­
lizaron contra toda posibilidad aparente de éxito; pero lo mismo
sucedió con los'maestros, los telegrafistas y los petroleros. Se
constituyó un nuevo movimiento disidente a iniciativa de la sección
XV del stfrm para elegir una comisión especial con representantes
en cada sección. Su tarea era colaborar con el Comité Ejecutivo
Nacional en la determinación del aumento salarial a ser considera­
do económicamentejustificado. Pronto surgió el conflicto entre la
comisión elegida democráticamente y el Secretario General del
stfrm, tras la declaración de aquélla de que se requería un alza de
350 pesos. El sindicato indicó a los secretarios locales que sólo
demandaran 200 pesos más y declaró disuelta la comisión. Sin
embargo, en lugar de disolverse, ésta organizó una reunión en la
ciudad de México el 24 de mayo, en la que acusó públicamente
a la dirección sindical de no responder a las demandas de los
trabajadores (Excélsior, 25 de mayo de 1958, en Alonso, 1972; 112).
Entre sus miembros, apareció un nuevo dirigente, Demetrio Valle-
jo, quien había militado, con Valentín Campa y Hernán Laborde,
en Acción Socialista, participante en el malogrado Partido Popular
de Lombardo Toledano.
146 IL PACTO DE DOMINACIÓN

Lo que distinguió al movimiento ferrocarrilero de los demás,


desde un inicio, fue su simbiosis con otras disidencias. Se organizaron
protestas masivas en la capital, donde trabajadores, estudiantes y
maestros empezaron a fraternizar. (Pellicer y Reyna, 1978: 151). Los
años de paz laboral terminaron, por tanto, en una atmósfera de
movilización generalizada que amenazaba con resquebrajar el princi­
pio corporativista de separación entre sectores y de negociación
vertical en los conflictos. El de los ferrocarrileros también difiere de
otros conflictos en que, más que la reivindicación salarial, lo que
estaba enjuego era el principio de representatividad sindical. En
mayo de 1958, la sección xui del sindicato, encabezada por Deme­
trio Vallejo, lanzó un programa que implicaba nada menos que la
sustitución de los representantes sindicales por otros electos libre­
mente. El Plan del Sureste, como se le denominó, llamaba a rechazar
el aumento de 200 pesos aceptado por el sindicato oficial. También
rechazaba el retraso de dos meses concedido a las varias compañías
para instrumentar el incremento, exigiendo, en lugar de este arreglo,
el aumento de 350 pesos a ser pagados de inmediato. Además, el
documento pedía a la remoción de todos los comités ejecutivos
locales. Por último, llamaba al Comité Ejecutivo Nacional a reco­
nocer las nuevas direcciones locales y a aceptar los 350 pesos. De
lo contrario, se efectuarían paros de labores (considerados explíci­
tamente ilegales por la ley del trabajo de 1943) de una hora el
primer día, dos el segundo, y así sucesivamente. En otras palabras,
lo acontecido era un contmcharraxo frente a las estructuras oficiales.
Objetivamente, existían pocas posibilidades de que esta inicia­
tiva fuera seguida por otras secciones del stfrm. Sin embargo, se
propagó como un incendio forestal. Los paros se iniciaron el 26
de junio, como estaba previsto (Alonso, 1972: 115). La Secretaría
Nacional del sindicato se rehusó a negociar con los rebeldes. Para
julio, el gobierno dio un paso conciliatorio, ofreciendo un incre­
mento salarial de 215 pesos en lugar de los 200 solicitados por el
sindicato (y de los 185 ofrecidos originalmente por la empresa).
Para entonces, las cámaras industriales y comerciales seguían toleran­
tes en su actitud hacia el movimiento, esperando que se arreglara
el conflicto con rapidez. A pesar de la aceptación inmediata del
ofrecimiento presidencial por los insurgentes, el conflicto conti­
nuó, concentrado ahora en el problema de la representación
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 147

sindical. Para agosto, los intereses empresariales, que ya no eran


tan tolerantes, exigían la “represión de los paros ilegales” (Excélsior,
2 de agosto de 1958, en Alonso, 1972:122). El 3 de agosto, la policía
secreta, la policía uniformada, y la temida policíajudicial irrumpie­
ron en las oficinas de varias secciones disidentes, arrestando a unos
200 trabajadores. Vallejo logró escabullirse. Los cargos se basaron
en que se había descubierto un pacto secreto de solidaridad acor­
dado entre diversas secciones disidentes de petroleros, maestros,
telegrafistas y electricistas. Su propósito explícito era coordinar las
luchas obreras en el futuro. Resulta que la policía tenía razón.
Dicho “pacto" sí existía, aunque apenas se encontraba en la fase
inicial de negociación. Su potencial destructor de la estructura
sindical oficial era innegable.
Mientras tanto, Vallejo anunció que se detendrían los paros en
cuanto se tuvieran elecciones sindicales libres. Además, exigió la
libertad de los trabajadores arrestados, la indemnización a las fa­
milias de los trabajadores asesinados por la policía y el final de las
represalias gubernamentales. En apoyo a estas demandas, los tele­
grafistas, maestros disidentes y petroleros declararon paros labo­
rales, mientras que los electricistas publicaban un manifiesto de
apoyo a las reivindicaciones de Vallejo.
En un inicio, el gobierno aparentó ceder. A condición de
reiniciar las labores se permitiría la organización de nuevas eleccio­
nes con voto secreto, bajo la supervisión tanto de representantes
sindicales disidentes, como oficiales. El gobierno también detuvo
las represalias policiacas. En la elección subsecuente, Vallejo obtu­
vo 59 759 votos contra 9 de su contrincante (Alonso, 1972: 129).
Sin embargo, ni siquiera esta rotunda victoria permitió el retomo
de la paz social. Otros grupos empezaron a agitarse. En la ciudad de
México, los estudiantes tomaban autobuses en protesta contra un
aumento de precios del transporte público, demandando su muni­
cipalización y la sindicalización independiente de los choferes (Hofs-
tadter, 1974: 58). Los petroleros también estaban en conmoción
permanente: habían destituido a sus representantes oficiales, sustitu­
yéndolos por dirigentes electos que no obtuvieron el reconocimiento
del Departamento del Trabajo. En lugar de pequeños incendios
sofocables de uno en uno, como en los años cincuenta, el gobierno
saliente enfrentaba una conflagración total y generalizada.
148 EL PACTO DE DOMINACIÓN

La importancia de la acción de los ferrocarrileros no estriba


en el hecho, como sostienen algunos autores, de su desafío —toma­
do de manera aislada— a la estructura oficial. Tampoco la posterior
derrota de este movimiento nos autoriza a afirmar que “no altera­
ron las líneas básicas del sistema” (Pellicer y Reyna, 1978:9-10). Su
importancia histórica reside en el potencial que representó, en un
momento histórico particular, para la transformación radical de
los medios institucionales al alcance de los trabajadores para
transformar el pacto de dominación. Es esto lo que explica la
reacción represiva del Estado, a diferencia de otros conflictos
similares solventados amistosamente. El conflicto ferrocarrilero
tuvo una resonancia profunda entre otros grupos, los electricistas,
el magisterio disidente y los petroleros en especial. Se esperaba que
estos últimos, cuyas demandas salariales habían sido satisfechas, se
mantuvieran tranquilos. Sin embargo, se sumaron a las manifesta­
ciones cuando los paros alcanzaron el límite de seis horas, seguidos
pronto por los estudiantes. El sector empresarial y los diputados
ferrocarrileros20 respondieron con protestas todavía más vociferan­
tes contra los rebeldes. Se acusó a Vallejo de servirse de tácticas
comunistas con miras a someter a los sindicalistas reacios {Excél­
sior, 9 de marzo de 1958; en Alonso, 1972:133).
La represión del magisterio disidente ocurrió en septiembre.
A pesar de esto, el movimiento petrolero disidente ganó terreno
en las nuevas elecciones internas. En esta atmósfera de agitación
laboral generalizada, hasta las declaraciones del propio Fidel Ve­
lázquez empezaron a sonar militantes, cuando demandó un au­
mento salarial de 25 por ciento, en desafío a la oposición patronal.
En seguida, Vallejo envió a Velázquez un mensaje muy cortés de
solidaridad con las heroicas luchas de la ctm a favor de la clase
obrera. Todos los indicios coinciden en que el movimiento laboral
estaba escapando de las manos del Estado, conduciendo incluso a
la dirección cetemista más reaccionaria a una posición desesperada
en busca de recuperar su legitimidad. Incluso Pellicer y Reyna

20 Esto expresión se refiere a los dirigentes sindicales ferrocarrileros recom­


pensados por su docilidad ante las directivas estatales con escaños en la cámara de
diputados, gracias al sistema no democrático de nombramiento por "rUda™” de
candidatos.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 149

admiten a estas alturas que “durante el segundo semestre de 1958


y el primero de 1959, México estaba muy cerca de la inestabilidad
política. Se había demostrado que el movimiento obrero, con una
organización apenas relativamente autónoma [sic], era capaz de
derrotar al sistema” (1978:196).21

Un "GOBIERNO DE EXTREMA IZQUIERDA. DENTRO DE LA CONSTITUCIÓN·


(1958-1964)

El 1® de diciembre de 1958, Adolfo López Mateos tomó posesión


de la presidencia de México para los siguientes seis años. Desde el
gobierno anterior, destacó por su tolerancia hacia las demandas
obreras y sus habilidades negociadoras, llevando a un autor a afir­
mar que “consistentemente intentó identificarse con los trabajadores”
(Kaufman, 1975:65). Sin llegar a tales extremos de reduccionismo
psicológico, debemos ver que el nuevo presidente había anunciado
reformas sociales capitales durante su campaña. En la primera fase
de su mandato llegó a afirmar que su “gobierno [era], dentro de la
Constitución, de extrema izquierda”.22 Sin embargo, su programa
progresista chocaba con numerosos obstáculos: una burguesía más
poderosa y acrecentada por las políticas económicas del gobierno
anterior, en exceso volátil y acostumbrada a la complacencia guber­
namental; un importante sector de la clase obrera organizada
removilizado, amenazando con formar un fuerte movimiento en
oposición al principio de un partido oficial controlado mediante
elecciones no democráticas; una población en rápida expansión,
necesitada de nuevas fuentes de empleo; una recesión económica
originada en Estados Unidos, que frenaba las exportaciones mexi­
canas, y el final de la llamada etapa “fácil” de sustitución de
importaciones de bienes de consumo. Como si esto no bastara, la
revolución cubana volvió a despertar la paranoia anticomunista en

21 Esto contrasta con la aseveración de Reyna y Trejo apenas tres años más
tarde de que “desde la fundación del partido oficial en 1929, no ha habido ni un
solo movimiento de oposición que haya puesto en peligro la cohesión interna [del
Estado]” (Reyna y Trejo, 1981:34).
82 Discurso pronunciado en Guaymas, el 7/1/1960.
150 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Estados Unidos y en el sector empresarial mexicano, haciendo que


las medidas progresistas tendientes a aligerar la carga que pesaba
sobre la fuerza de trabajo aparecieran como algo similar a un
complot comunista. También despertó a los estudiantes e intelec­
tuales del país, encabezados por nada menos que Lázaro Cárdenas
—la Juana de Arco de la política mexicana y, según Cosío Villegas
(1965), “el único hombre capaz de romper al pri en por lo menos
dos pedazos”. De todo esto, y en las condiciones menos favorables,
emergió la época más próspera, así como socialmente progresista,
de la historia posrevolucionaria de México, que (aunque muy
difamada por los intelectuales de izquierda) sería llamada de “de­
sarrollo estabilizador”. Durante este periodo se rompió el ciclo de
inflación-devaluación, a expensas de una deuda externa creciente
a ritmo vertiginoso. El crecimiento económico acabó temporal­
mente con el juego de suma cero entre capital y trabajo.
Durante los primeros meses del nuevo sexenio, el gobierno
parecía atrapado entre el conflicto ferrocarrilero, ya entonces
irreversible, sobre la representación sindical, una burguesía atemo­
rizada por la tónica general del nuevo gobierno (además de su
nerviosismo por la revolución cubana), y el posible renacimiento
de la izquierda mexicana. La nueva administración optó por repri­
mir al movimiento ferrocarrilero disidente y satanizar a su dirigente
mientras revitalizaba a los sindicatos oficiales, otorgando aumen­
tos salariales y reformas sociales. Asimismo, apoyó activamente la
revolución cubana en el exterior, mientras reprimía las manifesta­
ciones públicas de ese apoyo en el interior.23 En la esfera económi­
ca, en lugar de esperar la recuperación norteamericana, el go­
bierno sacó al país de la recesión aumentando el gasto público
orientado tanto a la industrialización como al bienestar social.
Como afirma Pellicer de Brody:

29 Entre los grupos más entusiastas por mostrar su apoyo activo al gobierno de
Fidel Castro se encontraban los maestros disidentes del Movimiento Revolucio­
nario del Magisterio, los restos de la oposisión sindical en ferrocarriles, el Consejo
Nacional Ferrocarrilero, y organizaciones estudiantiles de la unam y de la Escuela
Normal. Dada la reciente experiencia, de los años cincuenta, no es sorprendente
que el gobierno no estuviera dispuesto a dejar a estos grupos un foro para ventilar
sus demandas.
DE LA AUANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940*1970 151

[Este nuevo estilo de gobierno] se explica por el deseo de hacer frente


a ciertos grupos empresariales que se oponían a la política económica
gubernamental, así como a los grupos procubanos que giraban en
torno del general Cárdenas. Ante las presiones contradictorias de
ambos sectores López Mateos decidió acentuar la imagen progresista
del régimen como una maniobra destinada a mejorar su posición en
las negociaciones con la iniciativa privada, y a impedir que los sectores
procubanos fueran los únicos capaces de capitalizar el entusiasmo
inicial de la revolución cubana. (Pellicer y Reyna, 1978:23).

La novedad respecto de la intervención del Estado en la eco­


nomía residía en la sustitución de la expansión monetaria por la
deuda externa en el financiamiento del gasto social. En efecto, se
establecieron mecanismos diseñados para captar el ahorro interno
(ya iniciado, aunque a menor escala, por el gobierno anterior), en
especial el encaje legal, que estipulaba que los bancos privados
debían depositar cerca de la mitad de sus bienes en el banco
central, donde dicha liquidez sería usada con fines de desarrollo.
Además, se emitieron bonos estatales a tasas de interés atractivas,
no sólo para captar el capital especulativo, sino también parte del
menos volátil ahorro interior mediano y pequeño.
Existen varias interpretaciones del porqué el movimiento de
los ferrocarrileros fue definitivamente aplastado durante los pri­
meros meses de 1959. La mayoría se basa en factores coyunturales
que se alejan de la más fundamental cuestión de la democracia
sindical (o incluso de la democracia “a secas”) para un régimen
basado en el principio de partido único. Entre éstas encontramos la
penetración de la dirección sindical ferrocarrilera por presuntos
trotskistas más inclinados a la política de confrontación que a la
aceptación de arreglos negociados. También se cita la falta de
apoyo de Lombardo Toledano hacia el movimiento disidente24 y la
ausencia de coordinación y disciplina de la oiganización encabezada
por Vallejo. Un factor no despreciable que aumentaba el peligro de
acciones espontáneas no coordinadas era el hecho de que los ferro-

24 Lombardo Toledano había anunciado su apoyo incondicional al gobierno


desde el inicio de la administración de Ruiz Cortines, declarando que “no había
cambiado”, sino que la administración de Ruiz Cortines era la que había adoptado
su programa (Hofstadter, 1974:56).
152 EL PACTO DE DOMINACIÓN

caniles mexicanos, a pesar de haber sido nacionalizados décadas


atrás, aún mantenían las viejas divisiones regionales heredadas de
las empresa privada, y carecían de contrato colectivo. En cuanto
una división obtenía un acuerdo aceptable, otra iniciaba los empla­
zamientos a huelga; esto provocaba un caos en el sistema de trans­
porte, casi exclusivamente dependiente del ferrocarril en aquellos
años, y las concomitantes presiones empresariales por poner fin al
conflicto.
Nuestra lectura de los acontecimientos conducentes al arresto
de Vallejo y al retomo a un sindicato más dócil enfoca más de cerca
el papel de ejemplo que el triunfante sindicato libre representaba
para otros sindicatos y para la izquierda que de nuevo despertaba ante
la revolución nacionalista en Cuba. Entre los factores coyunturales,
también es importante notar que el intento de Vallejo por alterar la
posición institucional del trabajo dentro del régimen fue más lejos
de lo que entonces parecía políticamente viable. ¿De qué maneras
traspasó Vallejo los límites en que se podía negociar la explo­
tación? Primero, al definir tácitamente al sindicato que encabezaba
como administrador de la empresa en colaboración con la direc­
ción de ésta y, segundo, al utilizar esta posición usurpada (a ojos de
las élites estatales) para plantear exigencias salariales y de pres­
taciones que rebasaban la capacidad riscal del Estado, dada la bien
conocida reticencia de la burguesía a pagar mayores impuestos.25
Vallejo propuso una reorganización de los ferrocarriles que
eliminaría el trato preferencial otorgado a las empresas extranje­
ras. La reducción artificial de los precios del transporte por vía
férrea era en gran medida culpable del déficit de la empresa y de
su consecuente incapacidad para pagar salarios decentes a sus
obreros. Vallejo, primero, argumentó que si el gobierno deseaba
subsidiar a las empresas privadas, debía hacerlo a partir de fondos
provenientes del presupuesto federal. Segundo, propuso reducir y
acortar la jerarquía, lo que habría suprimido 868 puestos de pre­
benda bien pagados. Tercero, demandó mayores prestaciones so­
ciales: la ampliación del muy limitado plan de seguridad social
para que incluyera servicios de salud para las familias de los traba-

25 Esta tendencia se volvió a manifestar durante la administración de López


Mateos, que no logró imponer la prometida reforma fiscal.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 153

jadores; la construcción de viviendas para arrendarlas a los em­


pleados, y la constitución de un fondo de ahorro correspondiente
al 10 por ciento de las prestaciones. Cuarto, y último, insistió
(supuestamente bajo la influencia de sus asesores comunistas) en
incrementar en 36 pesos el aumento de 215 ya obtenido (Alonso,
1972: 139-144). Como si esto fuera poco, también se permitió
enviar al presidente un informe no solicitado sobre la industria
petrolera, expresando su desacuerdo con la posibilidad de su
reprivatización parcial (Pellicer y Reyna, 1978: 202).
Aunque la administración de López Mateos estaba dispuesta
a negociar salarios y medidas de bienestar social, no estaba prepa­
rada para compartir el poder con un insignificante peón, que repre­
sentaba a menos del 10 por ciento de la fuerza laboral organizada
y, tampoco, a correr el riesgo de que otros sindicatos siguieran el
ejemplo. Aún más, hacer concesiones a un sindicato abiertamente
comunista no era bueno para la popularidad del presidente ante los
capitalistas, cuya propensión a exportar sus capitales iba en aumen­
to durante 1959. A pesar de los esfuerzos de Lombardo Toledano
por mediar en el conflicto, Vallejo mantuvo su negativa a retroce­
der en cualquiera de sus demandas. Mientras tanto lo atacaron
públicamente la ctm, las cámaras de comercio y de industria,
grupos del congreso y el Bloque de Unidad Obrera (buo), organis­
mo sindical de cúspide que ligaba formalmente a la ctm con las
otras federaciones laborales.
A pesar de que el gobierno declaró ilegal la huelga anunciada
por Vallejo (si sus demadas no eran satisfechas), se interrumpieron
todas las labores en los ferrocarriles el 28 de marzo de 1959. A
continuación del paro de labores, Vallejo fue arrestado por “diso­
lución social".26 Al mismo tiempo, se despidió a 9 000 trabajadores.
Algunos dirigentes magisteriales y petroleros disidentes también
fueron arrestados. Para el 3 de abril, los ferrocarrileros restantes
regresaron a sus labores y se purgó del sindicato a todos los
elementos vallejistas.

26 “Disolución social” era una vieja ley heredada de 1916 que permitió a
Carranza aplastar a sus antiguos aliados de la Casa del Obrero Mundial. Según ella,
cualquier disturbio podía .ser definido como “disolución social”, ofensa que, en
principio, podía ser castigada con la muerte.
154 EL PACTO DE DOMINACIÓN

La mayoría de los análisis de este movimiento terminan en esta


debade, ya sea lamentándola, o erigiéndola como trofeo del poder
estatal. El punto focal de nuestro análisis es mostrar la relación
entre lo que se puede llamar la crisis del charrismo de finales de
los cincuenta, marcada por presiones crecientes de las bases del
movimiento sindical, y las reformas sociales de los años sesenta. La
rebelión ferrocarrilera no es más que la manifestación más fuerte
de esta crisis. Su represión muestra su incapacidad para derrotar
al sistema por sí sola y sustituirlo por otro; pero no su incapacidad
para promover reformas.
Antes de centrarnos en las iniciativas reformistas de la adminis­
tración de López Mateos, es importante recordar que las presiones
desde abajo no terminaron con el aplastamiento del movimiento
vallejista. Nacía, bajo la dirección del general Lázaro Cárdenas, el
Movimiento de Liberación Nacional (mln), un nuevo movimiento
popular reivindicador de reformas redistribuitivas. Aunque este
movimiento se agotó pocos años después de su nacimiento, es
importante acordarse de su existencia a inicios de los sesenta, ya
que permite comprender con mayor facilidad la revuelta estudian­
til de 1968, considerada por muchos como un hito singular en la
política mexicana.
Los movimientos reformistas encabezados por intelectuales y
cardenistas no eran novedad en el México de los sesenta. El henri-
quismo, llamado así por Henrique Guzmán, su dirigente, había
florecido brevemente a finales de los cuarenta y durante los cin­
cuenta, antes de ser aplastado por el gobierno de Ruiz Cortines.
Sin embargo, el movimiento iniciado al calor de la revolución
cubana era diferente, por dos motivos: primero, juntaba a grupos
muy heterogéneos, desde estudiantes e intelectuales hasta campe­
sinos y trabajadores y, segundo, no podía ser aplastado tan fácil­
mente a causa del inmenso prestigio de Cárdenas, su líder. El apoyo
a Fidel Castro en México era el eco interior del deseo, compartido
por muchos, de una sociedad másjusta. El mln, donde se originaba
este apoyo, carecía tanto de las tácticas como de las metas del
movimiento que había derrocado a Batista en Cuba (Pellicer y
Reyna, 1978: 106). Se trataba fundamentalmente de un grupo
reformista y nacionalista, poco inclinado a seguir las burila» del “Che”
Guevara. Más modesto, llamaba al renacimiento de las políticas
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 155

cardenistas: el control de la nación sobre los recursos naturales,


que eran comprados al por mayor por las empresas transnaciona­
les;27 una distribución más igualitaria del ingreso; exportaciones
más diversificadas; la continuación de la reforma agraria, etcé­
tera. La defensa de la revolución cubana era sólo una posición de
política exterior; nunca pasó de alternadamente vitorear a Cuba
y abuchear a Estados Unidos y, sin embargo, servía de punto
de convergencia de todos los participantes, independientemen­
te de sus diferencias respecto de la política interior.
Inicialmente, el mln incluía a todos los críticos de izquierda del
régimen. No obstante, pronto quedó claro que su ímpetu inicial
se debía al deseo de las organizaciones políticas establecidas de
capturar a esta nueva entidad, particularmente en el caso del Par­
tido Popular Socialista (pps, nombre adoptado por el antiguo Partido
Popular) de Lombardo Toledano y del Partido Comunista. Ambos
fallaron y, en consecuencia, abandonaron el movimiento, dejándo­
lo dividido y desorganizado. En junio de 1962 (a menos de un año
de la creación del mln), Lombardo Toledano anunció la salida del
pps de este organismo, debido a “profundas diferencias” que sepa­
raban a ambas formaciones. De allí en adelante se prohibía a todos
los militantes del pps participar en el mln, bajo el dudoso pretexto
de que la ley electoral prohibía la doble militancia. Dado que el mln
no estaba registrado como partido político, esta explicación era
patentemente espuria. La hostilidad de Lombardo Toledano estaba
motivada, en realidad, por el rechazo del mln a apegarse a los
estrechos canales disponibles para los partidos de oposición en
México.
El Partido Comunista también quería incrementar sus magras
filas con la sangre nueva del mln, con miras a reintegrarse al
sistema electoral, derecho que había perdido con la Guerra Fría.
En abril de 1963, creó el Frente Electoral del Pueblo (fep), llaman­
do a los miembros del mln a que se registraran como miembros.

27 Entre 1960 y 1965, la inversión extranjera directa pasó de 1080 a 1 745


millones de dólares, de los cuales 1465 provenían de compañías estadunidenses.
Para 1967, México pasaría a ser el país latinoamericano con el mayor número de
sucursales de compañías transnacionales, con el quinto lugar mundial (Wionzcek,
1981).
156 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Pocos siguieron el llamado. No obstante, el Frente pudo participar


en la contienda de 1964 como partido con registro legal; pero,
como era de esperarse, no logró consolidar ningún bastión políti­
co, ni siquiera el mínimo previsto por la ley, que otorgaba para los
partidos de oposición un número limitado de escaños “de vitrina”
en el Congreso. El éxito de esta iniciativa consistió en que logró
desorganizar al mln, al crear hondas divisiones en su seno. Al final,
Cárdenas se fue separando del movimiento; las figuras intelectua­
les clave también se retiraron, retornando a la vida universitaria
(Pellicer y Reyna, 1978: 114). De nuevo, un movimiento indepen­
diente había sido dividido y marginado, aunque más por culpa
propia que por represión estatal.
El clima político reformista de izquierda decayó en la segunda
mitad del sexenio de López Mateos. Por lo tanto, no se puede
afirmar que las reformas sociales de 1961 se ejecutaran bajo presio­
nes inmediatas. Hay que comprenderlas como respuesta a las pre­
siones de mayor alcance que fueron surgiendo a lo largo de los
sexenios de Alemán y Ruiz Cortines, con las que el presidente
estaba íntimamente relacionado. Además, la preparación de mu­
chas reformas requería de tiempo, desde su anuncio y adopción
hasta su instrumentación. Por ejemplo, el reparto de utilidades,
que aumentó los salarios entre 5 y 15 por ciento, se había preparado
desde inicios de 1960. Por otra parte, el ambiente internacional era
más favorable a las reformas sociales después del término de la cri­
sis de los misiles (octubre de 1962) y del inicio, en 1963, de la
Alianza para el Progreso. Para entonces, la economía estaba de
nuevo en expansión, de modo que podía esperarse menos oposi­
ción empresarial a las reformas.
Es difícil precisar las fechas de las distintas medidas reformis­
tas adoptadas durante el sexenio de López Mateos, puesto que,
durante ese periodo, la atemporalidad toma la delantera sobre la
historia en las ciencias sociales. En lugar de acontecimientos y
acciones, la información disponible es reducida a promedios y gene­
ralizaciones amplias. El estudio de Wilkie, por ejemplo (1970:130)
muestra un incremento de 30 por ciento (de 14.4 a 19.2) en la
proporción del presupuesto federal asignada al gasto social duran­
te la administración de López Mateos. Este fue el primer presidente
que rebasara el 18.3 por ciento del periodo cardenista, a pesar de las
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 157

serias dificultades económicas y fiscales confrontadas durante sus


primeros tres años (mientras que los efectos de la depresión habían
terminado cuando Cárdenas tomó posesión en 1934). Al mismo
tiempo, también crecía el tamaño del pastel federal, de manera que,
en 1954, el gasto social per capita aumentó en 80 por ciento (de 26
a 47 pesos) en relación con el gobierno de Ruiz Cortines (Wilkie,
1970:36). En contra de la interpretación de Wilkie, sobre su propia
información, este monto no representa un sacrificio de los gastos
sociales a favor de los administrativos (como afirma él en la página
38 de su trabajo). De hecho, éstos habían aumentado en sólo 73.4
por ciento durante el mismo periodo (de 59.5 a 103.2 pesos per
cápita). El gobierno de López Mateos también prosiguió con la
tendencia de dedicar mayores recursos al gasto administrativo que
al social. De acuerdo con las cifras de Wilkie, este último repre­
sentó el 41 por ciento del administrativo durante el sexenio de
Cárdenas, 38.1 durante el de Alemán, 43 durante el de Ruiz
Cortines, y 45 durante el de López Mateos (Wilkie, 1970: 36). De
cualquier forma, estos datos son tan agregados que apenas dan una
idea vaga de lo que estaba sucediendo. Por ejemplo, la proporción
de gastos considerados “económicos” según estos datos, cayó de
52.7 a 39 por ciento del sexenio de Ruiz Cortines al de López
Mateos (Wilkie, 1970: 32), lo que está en franca contradicción con
todos los indicios cualitativos que muestran que López Mateos
lanzó una nueva fase de intervencionismo estatal en la economía;
compró una serie de empresas privadas (en particular de acero y
electricidad) y estableció nuevos incentivos fiscales para las empre­
sas privadas, de acuerdo con una nueva clasificación de su relativa
importancia económica. Este nuevo papel no dejó de atemorizar a
las organizaciones corporativistas de la iniciativa privada (a excep­
ción de Canacintra, que aplaudía sistemáticamente las políticas
gubernamentales), revelando su hostilidad a esta estrategia en más
de una ocasión (Martínez Nava, 1982).
Lo que conocemos a partir de los indicios cualitativos disponi­
bles es que las reformas sociales fueron planeadas desde el inicio
del sexenio (y no cuando la economía mejoró), y a pesar de la
considerable oposición empresarial. En diciembre de 1959, se mo­
dificó la ley del seguro social para incluir nuevas categorías de
trabajadores: jornaleros agrícolas, integrantes de ejidos colectivos
158 EL PACTO DE DOMINACIÓN

y asociaciones de crédito, ejidatarios individuales y pequeños agri­


cultores (Hofstadter, 1974). A lo largo del sexenio, se distribuyó
más tierra a los campesinos que carecían de ella, colocando a Ló­
pez Mateos en segundo lugar, después de Cárdenas, en la refor­
ma agraria. El porcentaje de población urbana protegida por el
imss, por otra parte, casi se duplicó entre 1959 y 1964 —de 2 657
200 a 5 448 700— (Spalding, 1978:202), mientras se daba una gran
expansión de la institución (como la construcción del Centro Médico
de la ciudad de México y del centro vacacional de Oaxtepec). La se­
guridad social también pasó a abarcar a los trabajadores del Estado
(incluyendo al magisterio) en diciembre de 1959, con la creación
del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores
del Estado (issste), homólogo del imss para el sector público.
Durante el mismo periodo, los trabajadores petroleros, electricis­
tas y ferrocarrileros recibieron mejoramientos periódi- eos de sus
programas específicos de seguridad social (Wilson, 1981:121).
El reparto de utilidades ocupó un lugar importante entre las
medidas orientadas a aplacar la militancia obrera. Esta medida
también se planeó al inicio del ciclo político, incluso cuando
todavía se desarrollaban las huelgas ferrocarrilera y magisterial
(Kaufman, 1975:73). Cuando se envió al congreso la enmienda al ar­
tículo 123 constitucional en 1961, para hacer obligatorio el re­
parto de utilidades (tras la preparación legal del asunto durante
meses por una comisión secreta), la patronal fue tomada totalmen­
te por sorpresa, mostrando abiertamente su oposición y quejándo­
se de no haber sido consultada al respecto (Kaufman, 1975:75). En
efecto, la medida equivalía a una reforma riscal, sólo que era menos
propensa a desatar una oposición insuperable o una faga de capita­
les como habría provocado seguramente cualquier reforma fis­
cal profunda. Para cuando se acordó con los representantes del
capital la proporción exacta de utilidades a ser repartida los ne­
gocios traían de nuevo el viento en popa. Por tanto, la medida fue
aprobada en 1963 sin generar ningún conflicto político. La magni­
tud de la redistribución fue reducida por la bien sabida habilidad
de las empresas privadas para dar cifras equívocas acerca de las
ganancias y su capacidad para apartar varios tipos de “reservas”
de capital. No obstante, representó un logro simbólico de impor­
tancia para el movimiento obrero (así como un factor adicional
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 159

de desigualdad respecto de otros grupos subordinados). Kaufman


afirma que el trabajo no solicitó el reparto de utilidades de manera
que se acercara a un mecanismo pluralista (1975: 58). Al mismo
tiempo, aunque casi no dedica ningún espacio a las luchas obreras
de los años cincuenta, concede que la medida buscaba “hacer algo
a favor del movimiento obrero para desmovilizarlo” (Kaufman,
1975: 69). Este comentario indica que los trabajadores estaban,
de algún modo, “movilizados”, lo que se contrapone a la imagen de
una sociedad desmovilizada, dominada por el presidente, presen­
tada por esta autora al inicio de su libro.
López Mateos fue también el primer presidente que elevó la
vivienda urbana popular a algo más que un símbolo en las políticas
sociales de su sexenio. Aunque los gobiernos precedentes ya ha­
bían dado los primeros pasos para ofrecer créditos con bajas tasas
de interés para la vivienda privada —en especial para las clases
medias y las cúpulas sindicales oficiales (Arteaga, 1990; Aldrete
Haas, 1991)—, el alcance de su esfuerzo seguía siendo muy limita­
do. Aunque la presión demográfica sobre la ciudad de México
estaba aún en su fase inicial, cerca de 2 millones de trabajadores
requerían vivienda, a los que se unían por lo menos el doble de
esta cifra entre los marginados urbanos.
En diciembre de 1954 se constituyó el Instituto Nacional de la
Vivienda (inv) para ocuparse de los cinturones de pobreza y de los
asentamientos irregulares. Sus recursos económicos eran demasiado
limitados y físicamente inestables como para crear cualquier pro­
grama viable a largo plazo (Aldrete, 1991: 70). Las acciones de
vivienda popular durante el sexenio de López Mateos beneficiaron
principalmente a los empleados públicos: entre 1959 y 1967 (lo que
incluye los tres primeros años del gobierno siguiente), el issste cons­
truyó un total de 4 279 unidades habitacionales al año (Aldrete,
1991). Además, se ofrecieron facilidades de crédito a las clases
medias para la construcción de vivienda barata. El programa de
vivienda del imss, por otra parte, se canceló, como parte del
acuerdo con la empresa privada sobre el reparto de utilidades. No
obstante, se construyeron grandes complejos habitacionales para
los trabajadores en varias partes de la ciudad de México (como
Tlatelolco). También se adoptó una política de congelamiento de
alquileres en el sector central de esa ciudad.
160 EL PACTO DE DOMINACIÓN

En resumen, el gobierno de López Mateos representó un segun­


do momento reformista, después de la II Guerra Mundial, en
respuesta a las movilizaciones obreras de los años cincuenta. Los in­
dicadores económicos agregados nos dan una idea de los cambios
acaecidos para los asalariados en los sesenta: según los cálculos de
Looney (1982:59), mientras que los precios al consumidor aumenta­
ban en 31.4 por ciento durante todo el periodo de “desarrollo
estabilizador” (1960-1970), los salarios reales subieron en 91.5 por
ciento. En el periodo anterior (1950-1959) aquéllos se habían
incrementado en 85.2 por ciento, mientras que los salarios sólo en
31.7 por ciento.
Cuando el gobierno siguiente, encabezado por el presidente
Díaz Ordaz (1964-1970) tomó posesión, la clase trabajadora mexica­
na se había recuperado de las mermas de la posguerra. A menos que
se tomaran nuevas iniciativas para recortar estos logros, no había
motivos para mayores movilizaciones obreras. A partir de 1964 la
política de desarrollo estabilizador se interesó casi exclusivamente en
fomentar el crecimiento de las grandes empresas intensivas en capital,
preocupándose poco por iniciar nuevas reformas sociales, a excepción
de la redistribución de la tierra a los campesinos, resultado de un
esfuerzo por restar ímpetu al movimiento de guerrilla rural que ha­
bía estallado. Durante el gobierno de Díaz Ordaz, el clima político se
fue degradando, a medida que se hicieron patentes las limitaciones
del desarrollo estabilizador -en especial la incapacidad para crecer z
económicamente al mismo ritmo que la población, sin sacrificar la
estabilidad monetaria—. No obstante, la tranquilidad política se
mantuvo a pesar de la rebelión estudiantil de 1968, principalmente
porque los dos grupos subordinados mejor organizados —obreros y
magisterio— no se unieron al estudiantado. La pregunta a responder
en esta sección es por qué se mantuvo inactivo el movimiento obrero,
dejando intacta la estabilidad del régimen durante esos años.
De no haber coincidido este periodo con la era de protestas
estudiantiles en varios países del mundo occidental, tal vez habría­
mos tenido poco qué decir al respecto, salvo que atestigua el des­
gaste final del modelo de desarrollo estabilizador. Esto quedó de
manifiesto en la tendencia a la disminución gradual de la propor­
ción de la población protegida por el Estado benefactor, bajo el
efecto combinado de diferenciales rural-urbano e interregional en
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 161

crecimiento demográfico, y la incorporación relativamente lenta


de la fuerza de trabajo a los sectores protegidos por la legislación
social. A pesar de esta tendencia, el statu quo en México no parece
haber estado sujeto a un desafío capital durante estos años. Un
artículo publicado por Bataillon pocas semanas antes del tiroteo
contra los estudiantes manifestantes en Tlatelolco dice que “la
estabilidad en México no parece estar en tela de juicio: el progreso
económico sigue su curso; ningún grupo social contesta la unidad
nacional y los partidos políticos siguen jugando un juego que ha
durado varias décadas” (1968: 5)
Díaz Ordaz siguió difundiendo la retórica del desarrollo esta­
bilizador, cuyo éxito había sido demostrado por su predecesor.
No obstante, varios cambios se estaban operando. Primero, se llevó a
nuevos límites la capacidad del Estado para contener la inflación y
mantener el crecimiento económico al ritmo adecuado mediante gran­
des préstamos externos. En consecuencia, la deuda externa, incre­
mentada en 150 % durante el gobierno precedente, aumentó en otro
100 %, alcanzando los 3 762.4 miles de millones de dólares al 31
de diciembre de 1970 (Green, 1976: 150). Esto situaba a México
entre los principales deudores del mundo. La composición de esta
deuda también había cambiado. A medida que la amenaza a la
seguridad estadunidense que representaba supuestamente Cuba
perdía agudeza (con la estabilización del sistema político cubano, la
muerte del “Che” Guevara y la represión de los movimientos
guerrilleros en la mayoría de los países latinoamericanos), la con­
tribución de la Alianza para el Progreso y de otras instituciones
internacionales (como el bid y el ibrc) al gasto social en México
decayó abruptamente: de 89 000 000 de dólares en 1962-1964 a
25.1 millones en 1964-1970. La mayoría de los préstamos eran
contraídos para abastecer con agua y drenaje, dejando sólo un pe­
queño porcentaje a la educación y nada para la expansión de los
programas de bienestar existentes, como salud y vivienda.28 El
resto de las grandes deudas era para proyectos intensivos en

28 Esta información es tomada del análisis de la deuda externa bajo Díaz Ordaz
hecho por Rosario Green, en especial del cuadro 14, pp. 158-163 (incluido, aquí, en
el apéndice), que da detalles de acreedores, montos prestados y objetivo de cada
préstamo.
162 EL PACTO DE DOMINACIÓN

capital, dejando a la pequeña y mediana empresas en los márgenes


del sistema económico.29
Durante el sexenio de Díaz Ordaz, cambió tanto la fuente de
las demandas de cambio institucional como su naturaleza. En
lugar de los obreros o el magisterio, como en el pasado, el princi­
pal portavoz de esas reivindicaciones fue el estudiantado. Más
que el mejoramiento económico, lo que se puso a la orden del día
fue el cambio democrático. En 1964 fracasó el intento del presiden­
te del pri, Carlos Madrazo, de someter a elecciones internas de­
mocráticas la designación de los candidatos del partido oficial.
Bajo la presión de los cuadros priistas locales, las designaciones de
candidatos municipales fueron realizadas de acuerdo con el tradi­
cional sistema del dedazo, tras lo cual el reformador fue despedido
sumariamente por el presidente (Skidmore y Smith, 1984; Batai­
llon, 1968).
Durante ese mismo año, la decisión arbitraria de reducir los
salarios de los ya mal pagados médicos residentes del issste al
negarse su aguinaldo, desató una ola de protestas y una huelga
(Stevens, 1974).30 Las protestas fueron duramente reprimidas: los
dirigentes fueron encarcelados y se prohibió a los médicos huel­
guistas que ejercieran su profesión.31 Esta huelga prefiguró el
estilo de ese gobierno para manejar los conflictos sociales: desde
un inicio, los portavoces gubernaidente habíahusaron a tan siquie­
ra escuchar las demandas. Por ello, la protesta creció hasta un
punto en que sólo la represión policial podía detenerla. No obstan­
te, tras esta demostración de fuerza, se construyeron nuevas insta-

90
" A manera de ejemplo, sólo un préstamo a la Cía. San Cristóbal, una viga
empresa papelera que se vio obligada a vender gran parte de sus acciones a la Scott,
corresponde a más del 30 por ciento de la totalidad de todos los préstamos
extranjeros destinados a la educación durante tod-i el periodo 1964-1970. Véase
Green, 1976:158-163.
30 El aguinaldo no es una prima navideña, sino un ahorro forzoso que se
retiene de los pagos a lo largo del año.
91 No ha habido amnistía subsecuente ante dicha decisión. En consecuencia,
cientos de médicos debieron irse de México de manera definitiva.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 163

¡aciones para los médicos residentes.32 En adelante, no se volvió a


retirar el aguinaldo.
La estructura de bienestar existente, establecida por gobiernos
anteriores, siguió expandiéndose durante el intervalo de 1964 a
1970 en la medida en que estaba fiscalmente atada al crecimiento
industrial. El sistema de seguridad social administrado por el imss
siguió creciendo mediante las contribuciones obligatorias de los
patrones, los empleados y el Estado, de 6 228 700 afiliados en
1964, a 9 496 400 en 1970 (Spalding, 1978: 202).
Una breve descripción del levantamiento estudiantil de 1966 a
1968 ilustra la diferencia importante entre este caso y la huelga de
los médicos. Mientras que éstos representaban un grupo política­
mente aislado, que hablaba sólo por sí mismo y representaba poco
peligro para la estabilidad gubernamental, las demandas estudian­
tiles eran claramente de mayor significado político. En la primavera
de 1966, la reforma académica impulsada por el rector, Dr. Ignacio
Chávez, cardiólogo connotado, desató una huelga estudiantil en la
unam. Las nuevas reglas estipulaban que la entrada a todas las
facultades de la unam estaría sujeta a un examen de admisión. Por
lo tanto, terminar con éxito el bachillerato ya no garantizaba la
entrada a la universidad. Asimismo, los maestros debían compro­
bar su capacidad mediante un examen de “defensa” para cada
curso que fueran a impartir (Molina Pineiro, 1988).33 A los dirigen-

32 Estos mismos edificios se convertirían en la tumba de cientos de estudiantes


de medicina durante el terremoto de 1985, debido al manejo fraudulento de los
materiales de construcción. El alto funcionario responsable del fraude ocupaba una
secretaría de Estado en el momento del sismo.
33 En esa época, casi la mitad de los maestros universitarios eran profesionales
practicantes que ocasionalmente daban un curso. Por ello, estaban lejos de tener un
alto nivel de capacitación o actualización sobre las últimas investigaciones y méto­
dos de enseñanza en sus respectivas esferas. Dar clases en la UNAM daba prestigio y
conexiones a esos profesionales; pero muy poco dinero. La universidad, por otro
lado, ahorraba parte de su presupuesto pagando compensaciones mínimas a cientos
de estos profesores. Esta tendencia se revirtió desde mediados de los setenta,
cuando la unam empezó a contratar un número mayor de maestros de tiempo
completo con antecedentes académicos. No obstante, hasta la fecha, esta institución
sigue apoyándose en esos maestros bien intencionados, aunque básicamente subca­
lificados, para una gran proporción de las clases impartidas y, en algunos casos,
incluso contrata a estudiantes de tercero o cuarto año para enseñar a los de primero
o segundo.
164 EL PACTO DE DOMINACIÓN

tes de la huelga (iniciada en la Facultad de Derecho) se unieron


vanos maestros universitarios y estudiantes de bachillerato. Tras
infructuosos intentos de negociar, el rector optó por expulsar a los
líderes, prerrogativa impugnada por los organizadores de la huel­
ga. Después de varias semanas de disturbios, durante los cuales la
policía no intervino, los manifestantes tomaron por la fuerza la
oficina del rector. Éste renunció bajo presión, y fue sustituido por
el Ing. Javier Barros Sierra, quien inmediatamente restableció el
pase automático del bachillerato a la universidad (Bataillon, 1968,
Molina Pineiro, 1988). Se evitó una crisis de gran envergadura,
pero se fijó un mal precedente para el subsecuente manejo de las
manifestaciones estudiantiles. En efecto, la universidad había mos­
trado su incapacidad para controlar al estudiantado, poniendo así
en peligro el principio de-autonomía universitaria. Las universida­
des de los estados no corrieron la misma suerte: en octubre de
1966, el ejército irrumpió en la Universidad de Michoacán. Al año
siguiente surgieron otras protestas estudiantiles en Tabasco, More­
los y Puebla, todas violentamente reprimidas (Bataillon, 1968).
El año de 1968 empezó con una marcha de protesta de los estu­
diantes de Guanajuato, la capital de ese estado, a Morelia, capital
de Michoacán, exigiendo la libertad de los estudiantes encarcelados
en 1966. El ejército disolvió la marcha por la fuerza. El movimiento
estudiantil en la capital también empezó, a principios de 1968, con
peleas entre escuelas preparatorias rivales, en las que la policía
intervino con violencia, arrestando e hiriendo a decenas de estu­
diantes.34 Este despliegue de fuerzas gubernamental fue seguido
de semanas de mayor violencia, durante las cuales la policía secreta
y los granaderos intervinieron contra cualquier reunión estudiantil

34 El carácter de estas peleas no se indica con claridad en los análisis existentes,


que tienden a trivializarlas. Stevens niega una naturaleza política a las demandas
estudiantiles cuando afirma que “la mayoría de las preocupaciones que habían
motivado a los estudiantes mexicanos a protestar activamente habían sido estrecha­
mente locales por naturaleza y rara vez hubo vinculación con el espectro político
nacional** (Stevens, 1974: 195). Los escritores de la izquierda, por su parte, ponen
énfasis en el carácter ideológico de las demandas estudiantiles (Heilman, 1983;
Cockroft, 1983; Zermeño, 1978; Mabry, 1982). Para una visión desde la perspectiva
de los participantes, véase Revueltas, 1978.
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 165

de protesta contra la violencia policiaca o en conmemoración de la


revolución cubana. En una ocasión, se utilizaron bazukas para
forzar la entrada en una escuela (Heilman, 1985:173). Estos actos, a
su vez, provocaron la movilización de la población estudiantil de la
unam y del Instituto Politécnico Nacional, quienes se enfrentaron,
en batallas campales, contra la policía y los granaderos.
El 30 de julio, todas las preparatorias de la unam fueron cerra­
das indefinidamente, a pesar de la protesta del rector ante la
violación de la autonomía universitaria. Más de 10 000 estudian­
tes, maestros y padres de familia hicieron una manifestación den­
tro de la unam en contra de esta decisión; cientos fueron arrestados.
La espiral de violencia continuó hasta el fatal 2 de octubre, cuando
otra manifestación masiva de estudiantes, organizada en Tlatelol­
co, fue acordonada y los soldados ametrallaron a la multitud tras
recibir una señal de bengala desde los helicópteros de la policía
(Mabry, 1982; Hernández, 1971). Hubo cientos de muertos, y miles
de presos.35
Las dimensiones de la violencia que culminó el 2 de octubre
de 1968 ha llevado a la mayoría de los analistas de este periodo a
considerar este acontecimiento como un parteaguas en la historia
política reciente de México. Se ha recurrido a ellos para explicar,
entre otras cosas, el celo reformador del sexenio siguiente (encabe­
zado por la persona responsable, desde el punto de vista jerárqui­
co, de los hechos), entendido como un esfuerzo por restablecer un
mínimo de legitimidad para el régimen. Lo vital para nuestra tesis
no es tanto la fuerza de la represión policiaca, como el peligro de de­
sestabilización que la revuelta estudiantil de 1968 puede haber
desatado, ejerciendo así presiones hacia la aplicación de nuevas
reformas. En tanto que grupo, los estudiantes no eran vitales para
el régimen, dado que no constituían una parte funcional de la
maquinaria política basada en el partido oficial. Empero, su rebe­
lión podía ser peligrosa de dos modos: primero, “contagiando” a los

95 Según los cálculos oficiales hubo 49 muertos, pero éstos difícilmente podían
haber llenado los 300 ataúdes exhibidos en la UNAM al día siguiente. Cálculos
más realistas indican 500 muertos, 2 500 heridos y 1 500 arrestados (Cockroft,
1983:241).
166 EL PACTO DE DOMINACIÓN

sectores medios que formaban la base de la cnop (a la que vendrían


a pertenecer sus padres); segundo, movilizando a los trabajadores
y campesinos que habían quedado al margen de los beneficios
distribuidos por el desarrollo estabilizador. Al llamar la atención,
no sólo sobre la desigualdad y sobre la injusticia social, sino también
sobre los rasgos institucionales que las reproducían —el parti­
do oficial y el absolutismo presidencial— los estudiantes podían
llevar a los descontentos a poner en duda la estructura institucional
del régimen, algo que no había acontecido desde la huelga ferro­
carrilera.
En la superficie, el movimiento obrero, en su conjunto, no se
involucró en el conflicto. La posición oficial de la ctm era que “el des­
contento de algunos estudiantes desorientados [había] sido ex­
plotado por agentes subversivos de la derecha y de la izquierda
para mostrar inconformidad y para crear una atmósfera de caos
en el país” (Boletín de la ctm, 3 de septiembre de 1968, en Heilman,
1983:177,178). No obstante, no se podía contar con la ctm para con­
trolar a todas las organizaciones sindicales. En 1966 se había
constituido una nueva organización cúspide, el Congreso del
Trabajo (ct), para ocupar el lugar del ineficaz buo. En un intento
por evitar la reactivación de los elementos más volátiles del movi­
miento obrero, el presidente presentó un proyecto importante de
legislación laboral en la primavera de 1968. El artículo 111 de la
Ley del Trabajo debía ser modificado, de modo que las empresas
con más de 100 empleados debieran ofrecer vivienda a sus emplea­
dos tres años después de la adopción de la ley; mientras tanto,
debían otorgar dinero para los alquileres a manera de prestaciones
adicionales (Aldrete, 1991). Esto representaba un gesto significati­
vo, desatando la oposición inmediata de la Coparmex, la principal
organización patronal (Aldrete, 1991). Sin embargo, dado el plazo
de tres años otorgado para la puesta en vigor de la nueva medida,
había suficiente tiempo para que las empresas afectadas negocia­
ran con el gobierno siguiente. Además, más de 80 por ciento de las
empresas nacionales tenían menos del límite de 100 empleados, lo
cual dividía la posible oposición patronal, a la vez que dejaba sin
este beneficio a la mayoría de los trabajadores.
En el punto máximo de las huelgas estudiantiles, la ctm solicitó
un aumento salarial para sus afiliados, y lo obtuvo. Aún así, a pesar de
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 167

haberse logrado una aparente unidad sindical, esta medida fue de­
masiado limitada para garantizar el control total del sector obrero.
Sin embargo, por fortuna para el gobierno, la situación de los
salarios industriales no era crítica en 1968. Entre 1964 y 1970, el
índice de salarios reales de los trabajadores urbanos en el Distrito
Federal había aumentado de 74.2 a 96.9 por ciento respecto a 1938
(Bortz, 1984). La amenaza de apoyo obrero a los estudiantes no era,
por lo tanto, ni clara, ni inmediata.
A pesar de estas reformas preventivas, el movimiento estudian­
til empezaba a movilizar a varios grupos políticamente estratégi­
cos que incluían algunos obreros (principalmente ferrocarrileros,
electricistas y petroleros), campesinos, marginados urbanos y em­
pleados. Las brigadas políticas estudiantiles, el sector mejor organi­
zado del movimiento buscó activamente contactos con las or­
ganizaciones obreras y campesinas (Heilman, 1984:178). Las gran­
des multitudes que participaron en las manifestaciones masivas de
agosto y septiembre de 1968 incluían a obreros, taxistas, vendedo­
res ambulantes, pequeños comerciantes y campesinos. En otras
palabras, la oposición al régimen amenazaba de nuevo con rebasar
los estrechos canales verticales impuestos por el corporativismo
estatal. Lo novedoso era la presencia de las clases medias y de los
marginados urbanos, anteriormente ausentes de los desafíos al
régimen. Su presencia anunciaba la incapacidad de la cnop para
concentrar y neutralizar los sectores bajos de este grupo tan
heterogéneo.
Se dice que la masacre de Tlatelolco se inició cuando las mar­
chas de campesinos y obreros se sumaron a la concentración estu­
diantil (Cockroft, 1983:241). No obstante, no hay que sobreestimar
el papel de los trabajadores en esta acción. Füe la acumulación de
descontento entre varios sectores lo que ponía en peligro al gobier­
no, y no la presencia individual de uno u otro elemento. Fue
también el hecho de que habría sido difícil satisfacer las nuevas
demandas de libertad política si llegaban a ser compartidas por una
alta proporción de la población. No obstante, fue precisamente eso
lo que trató de hacer el siguiente gobierno.
Para cuando el humo de esta conflagración mayor se había
disipado, el gobierno ya había cambiado de manos. A todo lo largo de
la campaña presidencial, el candidato del partido oficial había
168 EL PACTO DE DOMINACIÓN

subrayado la necesidad de una apertura política, reconociendo


implícitamente que, hasta entonces, tal “apertura” había brilla­
do por su ausencia. Por lo tanto, las tácticas represivas del gobierno
de Díaz Ordaz habían instado al gobierno a aceptar la necesidad de
una reforma política. En otras palabras, aunque el pacto de domi­
nación no se había alterado sustancialmente desde 1964, sí estaban
cambiando las reglas institucionales sobre las que se podrían
realizar futuras demandas de cambios en el pacto. La limitada
reforma de vivienda más que representar una respuesta a una
amenaza inmediata, era una medida preventiva que sólo beneficia­
ría a un pequeño sector de las bases obreras, y a costo muy bajo. Es­
to contrastaba con los episodios anteriores que habían presenciado
la erosión gradual de los salarios industriales. La combinación de
estabilidad de precios y aumentos salariales, característica del
desarrollo estabilizador de los años sesenta, también impidió la
irrupción de movilizaciones obreras en el momento crucial en que
hubieran coincidido con el levantamiento estudiantil. La política
de prolongar la estabilidad monetaria, a pesar de la crisis fiscal que
forzosamente provocaría, era, por lo tanto, juiciosa desde un punto
de vista político, aunque imprudente desde el económico.

Conclusión

En el presente capítulo, hemos recorrido diversos episodios de la


transformación del pacto de dominación, desde el periodo carde­
nista hasta 1970, centrándonos en las acciones y reacciones entre
Estado y protagonistas sindicales, condicionadas por las coyuntu­
ras económicas, el clima ideológico de la época, las reacciones del
sector capitalista y las restricciones institucionales impuestas por
el Estado corporativista, tal como había evolucionado durante el
periodo anterior. La estrategia de los actores estatales a lo largo de
este periodo fue limitar la capacidad institucional del movimiento
obrero organizado para actuar de manera independiente, aunque
queda claro que estas estrategias no fueron exitosas, dado que las
luchas sociales periódicamente rebasaron los estrechos cauces
institucionales. Al amenazar la hegemonía de la ctm dentro del
partido oficial -y, con ello, la del partido oficial- las fuerzas disi-
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 169

dentes adquirieron temporalmente la capacidad de desestabilizar


el régimen. Hubo diversos episodios de fragilidad política: 1)
durante la sucesión presidencial de 1940, cuando varios grupos
obreros se sumaron a la coalición conservadora en un esfuerzo de­
sesperado por recuperar cierta independencia (del régimen y de la
ctm); 2) de 1944 a 1946, cuando la posibilidad de una escisión
dentro de la ctm amenazó con dividir el voto obrero, debilitando
con ello al partido oficial; 3) en 1948, cuando la pérdida de poder
adquisitivo, causada por la primera devaluación de la postguerra,
reactivó y unió al movimiento obrero contra esta medida; 4) en
1954, cuando la segunda devaluación de la postguerra desencade­
nó amplias protestas en el mundo laboral, llegando a conducir a la
propia ctm a tomar una posición desafiante; 5) de 1958 a 1959,
cuando el charrismo instituido en 1948 fue desafiado por los tres
sindicatos más poderosos fuera de la ctm; y 6) en 1968, cuando las
protestas estudiantiles amenazaron con movilizar a los grupos su­
bordinados, a pesar de que el movimiento obrero no estaba repre­
sentado significativamente en éstos.
La respuesta política de las élites estatales, en cada uno de estos
momentos históricos, como ya hemos visto, osciló entre la concilia­
ción y la represión abierta. £1 gobierno de Ávila Camacho (1940-
1946) intentó reunificar al movimiento obrero al ofrecer medidas de
bienestar: seguridad y vivienda sociales, que fueron tímidamen­
te instrumentadas, y reparto de utilidades, que se pospuso. Tam­
bién trató de revivir la deteriorada alianza de clases entre el capital
y el trabajo mediante un pacto formal de colaboración, mas no hizo
mayor esfuerzo por obligar al capital a atenerse al pacto. Para
finales del sexenio de Ávila Camacho, el fracaso, o la débil instru­
mentación, de la mayoría de estas mediadas amenazaban de nuevo
con debilitar el régimen por parte de los asalariados. Esto llevó a
la creación de la cnop, destinada a reducir la importancia del apoyo
obrero al Estado. El gobierno de Miguel Alemán (1946-1952) des­
truyó la democracia sindical y, con la transformación del prm en
pri, eliminó los últimos vestigios de capacidad de decisión política
por parte de los miembros del partido. Mientras que estas medidas
destruyeron por un tiempo el poder político del movimiento
obrero disidente, la mayoría de las demandas económicas de las
bases sindicales, fundamento de esta fuerza, fueron otorgadas.
170 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Las demandas económicas de los trabajadores recuperaron fuerza


durante el sexenio siguiente (1952-1958), ante la devaluación de
1954, y, de nuevo, fueron satisfechas parcialmente, a excepción
de las de los trabajadores ferrocarrileros, cuyos líderes intentaban
restablecer la democracia sindical, e incluso la cogestión capital-
trabajo. Esto amenazaba con debilitar los lazos entre el movimiento
obrero organizado y el partido oficial. Durante el sexenio de López
Mateos (1958-1964) se destruyó el movimiento encabezado por
Demetrio Vallejo, pero se intensificaron las medidas de bienestar
en seguridad social, vivienda y reparto de utilidades. Finalmente,
el gobierno de Díaz Ordaz (1964-1970), a pesar de ser, con mucho, el
más represivo de los cuatro examinados, dio pasos importantes
hacia la expansión del sistema de protección social de los trabaja­
dores, al hacer obligatorias, por primera vez, las cotizaciones
patronales para la vivienda social.
Por modesto que haya sido el papel del movimiento obrero
organizado en la crisis política de 1968 y en su resolución violenta,
quedó claro que, para 1970, los trabajadores ya no eran la única ni
la principal fúente de presiones sociales con capacidad de poner
en peligro al régimen establecido. A las demandas obreras se
aunaban ahora las de un número creciente de empleados de
oficinas (no todos protegidos por la seguridad social), de marginados
o semimarginados de las ciudades (vendedores ambulantes, peque­
ños comerciantes, taxistas, etcétera), de intelectuales, maestros,
estudiantes y de un puñado de grupos campesinos, algunos de los
cuales habían optado por la lucha armada. El sistema político no
podía soportar el asalto simultáneo de todos estos grupos malquis­
tados. Si se hubiera permitido que el descontento expresado por
los estudiantes en 1968 durase más tiempo, se habría posibilitado
realmente la organización de todas estas fuerzas en algún tipo de
fíente social democrático. El gobierno siguiente tenía que ofrecer
un cambio social progresista si deseaba restablecer su autoridad
por medios pacíficos. La importancia del movimiento obrero or­
ganizado durante el periodo posterior debe ser comprendida no
en términos de su capacidad para sacudir por sí sólo al sistema
(como en el pasado), sino como aliado potencial de los desconten­
tos de otros sectores. Por ello, siguió existiendo la amenaza de
movilización obrera, aunque ahora requería, para convertirse en
DE LA ALIANZA A LA CONFRONTACIÓN: 1940-1970 171

realidad, un esfuerzo de coordinación mucho mayor que en el


pasado. Por lo tanto, la exigencia corporativista de negociar con
cada sector por separado era, más que nunca, un requerimiento
para la supervivencia del régimen.
V. DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA
A DISTRIBUIR LA POBREZA: 1970-1993

Cuando la década de los sesenta se acercaba a su Fui, afloraron una


sene de problemas estructurales soslayados o simplemente pos­
puestos por los gobiernos pasados, justamente cuando las reformas
políticas y sociales mostraban un rezago prolongado. Las presio­
nes contradictorias generadas por los mismos problemas económi­
cos y políticos encarados durante los setenta condujeron a México a
una crisis fiscal de la que aún está por recuperarse.
Este capítulo se divide en cuatro períodos presidenciales con­
trastantes: el primero, de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976),
caracterizado por la reencarnación del populismo en el discur­
so gubernamental, el activismo sindical y los intentos del régimen
por ampliar el Estado de bienestar, a pesar de las fuertes restric­
ciones fiscales. El segundo, bajo José López Portillo (1976-1982),
muestra los signos de la crisis del crecimiento económico impulsado
por la deuda, y es seguido de un breve período de riqueza petrole­
ra, cuyas consecuencias sumieron al país en una profunda depresión
económica, analizada en los períodos tercero y cuarto, bajo las
presidencias de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988) y Carlos
Salinas de Gortari (1988-1994).* Estas subdivisiones, más que cro­
nológicas, corresponden a distintas seríes de oportunidades histó­
ricas para la operación de cambios en el pacto de dominación: La
primera presencia la liberación temporal de las restricciones polí­
ticas que habían impedido, desde los años cuarenta, la expansión
de las organizaciones obreras independientes, así como el renaci­
miento del activismo sindical. La segunda marca una pausa en este

* En la primera edición publicada en inglés, se cubre este último periodo


presidencial hasta finalizar 1990. En la edición presente se analiza hasta fines de
1993 en este capítulo. En el epílogo se cubre el último año del sexenio del presidente
Salinas de Gortari (1994) y los primeros cinco meses del periodo presidencial de
Ernesto Zedillo.

173
174 EL PACTO DE DOMINACIÓN

proceso, aunque sin fuertes reveses. La tercera abre una nueva era
de austeridad para México y de erosión de los pactos anteriores, así
como un viraje del centro de gravedad del des- contento popular.
Finalmente, durante la cuarta reaparece, bajo un distinto manto, el
reformismo estatal en respuesta al descontento popular provocado
durante el periodo anterior.
Los distintos males que se impusieron a la orden del día en
1970 no eran ninguna novedad. Ya se sabía que: 1) el modelo no
planificado ni integrado de sustitución de importaciones (consis­
tente, por lo general, en la importación de capitales y bienes
intermedios para producir bienes finales) tendía a generar un alto
volumen de importaciones que no podían ser fácilmente compen­
sadas por las exportaciones; 2) el subsidio a la sustitución del
capital privado por el Estado sólo podía mantenerse a costa de
aumentar la deuda externa; 3) la política de sostener artificialmen­
te la paridad cambiaría entre el peso y el dólar estadunidense
provocaba serias distorsiones en los precios, inhibía las exporta­
ciones y dolarizaba la economía; y, 4) la muy alta tasa de crecimiento
demográfico consumía, en gran medida, los beneficios del alto
crecimiento económico (reduciendo el crecimiento per cápita a
alrededor del 3 por ciento). También se sabía que la agricultura
—que había apoyado el esfuerzo de industrialización desde los
cuarenta, proveyendo divisas y alimentos baratos a la población
urbana mientras reducía a la mayoría de la población rural a una
pobreza abyecta— se había agotado a causa de la negligencia del
gobierno.1 Desde 1968, la producción agrícola ya no bastaba para
alimentar a la creciente población, en la medida en que las familias
que dependían de la agricultura de subsistencia eran cada vez
menos capaces de subsistir de la tierra y, a fortiori, de producir un
excedente. Desde los años cincuenta, los campesinos depauperados
no habían dejado de emigrar hacia las tres principales ciudades,
formando alrededor de éstas los llamados “cinturones de miseria”,
algunos de los cuales se habían convertido en ciudades (como
ciudad Nezahualcóyotl e Ixtapalapa, a un costado de la ciudad de

1 El gasto gubernamental en agricultura disminuyó a 9 por ciento del presu­


puesto federal en los años sesenta, mientras que el gasto para la industrialización
aumentó a 34 por ciento (Fitzgerald, 1979:30).
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 175

México). Esta población constituiría el gran “sector informal” de


la economía, políticamente amorfo aunque potencialmente movi-
lizable, que integraría al final del periodo organizaciones popular
res para la defensa de los derechos de los consumidores (a la tierra,
la alimentación, el agua, etcétera), en contraste con las organizar
ciones obreras convencionales.
Lo que distingue a los años setenta y ochenta de los sesenta es
la abrumadora magnitud de todos estos problemas antes soslaya*
dos. Seguirían presionando y terminarían por romper la capaci*
dad fiscal del Estado, no sólo para continuar abasteciendo de
alimentos básicos y servicios públicos a la población (a la vez que
subsidiando al capital privado mediante exenciones impositivas),
sino también para seguir pagando el servicio de la proliferante
deuda generada por esta estrategia de crecimiento económico. La
restricción más mutilante al proceso de desarrollo fue la incapaci*
dad de los administradores del milagro mexicano de establecer
una base riscal segura para los ingresos del Estado. Cediendo inva­
riablemente a las amenazas implícitas o explícitas de fuga de
capitales, ni la administración de López Mateos ni la de Díaz Ordaz
fueron capaces de hacer algo más que mejorar de manera marginal
la habilidad del Estado para extraer el excedente económico del
capital. En consecuencia, los ingresos estatales provenientes de los
impuestos apenas generaban 8.2 por ciento del ingreso del gobier­
no federal durante el periodo 1969-1972 (Fitzgerald, 1979: 32).
Esta situación se vio empeorada por la propensión inherente a las
desorganizadas políticas de sustitución de importaciones de generar
más importaciones que exportaciones, elevando el déficit de la ba­
lanza de pagos de 375.7 millones de dólares en 1965 a 905.8
millones de dólares en 1970 (en comparación con 35.6 millones en
1955), hasta alcanzar el 3 por ciento del pib (Looney, 1978: 20).
Además, la miopía de las élites estatales ante el peligro de alto
crecimiento demográfico (a pesar del debate entonces existente a
nivel mundial, así como nacional)2 limitaba severamente la de por

8 Ya en 1964, el tema de la población era candente entre los intelectuales


mexicanos. Tras la creación del Centro de Estudios Económicos y Demográficos en
El Colegio de México, se inauguró una nueva revista, Economía y Demografía. En su
preámbulo, Víctor Urquidi declara que la regulación de la fecundidad parecía cada
176 EL PACTO DE DOMINACIÓN

sf mínima capacidad de redistribución impuesta por un sistema


regresivo de impuestos, así como de creación de suficientes em­
pleos en los sectores más dinámicos de la economía para absorber
el exceso de fuerza de trabajo. Urquidi resume esta situación gene­
ral de necesidades infaldas y de capacidades reducidas para enfren­
tarlas en los términos siguientes:

Los importantes problemas estructurales no fueron suficientemente


encarados durante las “décadas de oro”, entre 1950 y 1970. Entre
ellos sobresalen: la insuficiente asignación de recursos a favor de la
industria petrolera; la peligrosa combinación de substitución de im­
portaciones no planificada y de proteccionismo basado en altas barre­
ras arancelarías y otras medidas, con una creciente sobreestimación
de la moneda (en especial después de mediados de los sesenta); la no
priorízación de la educación superior y de la investigación industrial;
la extrema limitación de los esfuerzos por mejorar la agricultura
tradicional; el rechazo a considerar la adopción de una política demo­
gráfica que facilitara una rápida disminución de la tasa de natalidad;
la ineficacia de las políticas para prevenir la excesiva concentración
poblacional e industrial eñ la zona metropolitana central. Algunas de
estas cuestiones empezaron a adquirir urgencia a finales de los sesen­
tas cuando un electorado más educado también empezó a cuestionar
al sistema político (Urquidi, 1988b: 7).

En resumen, el “desarrollo estabilizador” se había hecho “ines­


table” (Reynolds, 1977), creando una economía muy vulnerable,
además de una organización política seriamente retada por el
movimiento estudiantil de 1968. A lo largo del sexenio de Echeve­
rría se observarían esfuerzos gubernamentales por restablecer un
mínimo de autoridad moral, ofreciendo una “apertura política”,
mientras que, a la vez, se limitarían los efectos desestabilizadores
de esta misma política, en especial en el movimiento obrero. Éste
aprovecharía la nueva coyuntura política, volviendo a presionar al
gobierno para aumentar los salarios reales y el gasto social, lo que

vez más urgente. El semanario Siempre también abogaba a favor de la planificación


familiar durante la época. Entre 1964 y 1971, salieron a la luz un sinnúmero de
publicaciones que mostraban la necesidad de integrar políticas demográficas y
económicas. (Para mayores detalles acerca de las circunstancias de adopción de esta
política, véase Brachet-Márquez, 1984a y 1984b).
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 177

desataría la inflación y provocaría más demandas salariales (Barkin


y Esteva, 1982).

Populismo sin pueblo (1970-1976)

A ojos de todos, la credibilidad política del nuevo gobierno, enca­


bezado por el presidente Luis Echeverría Álvarez, parecía estar
severamente mermada. La participación electoral había sido de
sólo dos tercios del total de las personas en edad de votar; de éstos,
20 por ciento habían votado por la oposición y 25 por ciento había
emitido votos nulos. Por lo tanto, el presidente había sido elegido
por apenas el 37 por ciento del electorado (Spalding, 1981: 146).
Irónicamente, entre los académicos, esta es la época en que la
reputación de casi omnipotencia de la presidencia sustituyó al
paradigma "pluralista” de la política mexicana difundido por la
mayoría de los científicos sociales durante los años sesenta.3
El primer año del sexenio de Echeverría se vio entorpecido por
la recesión en Estados Unidos (Whitehead, 1980), a la que respon­
dió con ortodoxia monetaria: la suspensión de los créditos exter­
nos, la reducción del déficit en la balanza de pagos y la austeridad
presupuestaria. Al año siguiente, echando por la borda la sabiduría
monetaria, el gobierno emprendió un programa sumamente ambi­
cioso de reformas fiscales, estructurales y sociales, destinadas a
lograr las transformaciones consideradas necesarias para corregir los
desequilibrios creados por el desarrollo estabilizador. En esencia,
el gobierno intentaba mantener las altas tasas de crecimiento
económico de los sesenta, a la vez que trataba de corregir las desi­
gualdades generadas en el pasado, de allí el eslogan de "desarrollo
compartido” que sustituyó al de “estabilizador". Este programa
fue lanzado en un momento poco propicio, enmarcado en una si­
tuación internacional de "estagflación”. Mientras algunos analistas

3 No todos los observadores del escenario mexicano compartieron esta


opinión. Para subrayar la brecha entre las decisiones presidenciales y su realiza­
ción, Cosío Villegas (1965) había incluso afirmado que más que gozar de un poder
de decisión absoluto, el presidente de México era un predicador, es decir, alguien
que anunciaba lo que debería traer el futuro, y no tanto alguien que decidía cómo
este futuro sería.
178 EL PACTO DE DOMINACIÓN

tachan de irresponsable la política del gobierno (Solís, 1977a),


otros argumentan que simplemente pospuso la crisis, que de lo
contrario, se habría iniciado en 1974, cuando la empresa privada
dejó prácticamente de invertir, tanto en México, como en Estados
Unidos (Pellicer, 1977).
El gobierno se comprometió a crear nuevos empleos mediante
la expansión del sector paraestatal, lo que supuestamente también
acrecentaría los ingresos públicos.4 A los pequeños productores
agrícolas, se ofrecerían créditos, descuentos para algunos insumos
básicos, seguros contra cosechas malas, pequeños proyectos de irri­
gación y servicios sociales elementales (Heilman, 1983: 192).
Con miras a incrementar la producción y estimular las exportacio­
nes se reducirían los aranceles y se darían incentivos a la producción
de bienes de consumo popular. Se haría más estricta la legislación
acerca de las empresas de propiedad extranjera, en especial en lo
referente a la transferencia de tecnología (Nadal, 1977). Más aún,
se establecerían nuevas fábricas en las regiones menos desarrolla­
das. Se extenderían los servicios de educación, seguridad social y
salud a una mayor proporción de la población. La piedra angular de
este conjunto de reformas económicas y sociales era una reforma
fiscal. Sin embargo, tras una agria confrontación con el capital,
esta reforma fue suspendida abruptamente en 1972, dejando todo
el programa sin más base fiscal que el aumento de la deuda.
En el centro de la reforma política se encontraba la anunciada
disposición del ejecutivo federal para entrar en un “diálogo abier­
to” con varios protagonistas. Además de permitir a los partidos de
oposición una mínima representación en el Congreso, esta política
condujo al gobierno a alentar la formación de sindicatos indepen­
dientes, y a democratizar los oficiales, provocando el descontento
de los dirigentes de los últimos. Desechando la anterior pretensión
gubernamental de que las elecciones sindicales se realizaban en

4 Bravo Ahuja (1982) muestra una separación entre las empresas paraestatales
cuyo principal objetivo era ofrecer subsidios al capital privado (como electricidad,
petróleo y agua) y las destinadas a generar ingresos para el Estado. En una muestra
pareja de empresas nacionalizadas y privadas, el autor encuentra que la productivi­
dad y rentabilidad de aquéllas era comparable a las de éstas. Es por ende falso
asumir, como suelen hacer los ideólogos del neoliberalismo, que las empresas del
Estado son invariablemente antieconómicas.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 179

condiciones legales, el propio presidente dijo: “¿Cómo podemos


hablar de democracia en México si el proceso de elección del
comité ejecutivo de un sindicato es antidemocrático?” (Punto Críti­
co, 1972, en Molina, 1977:66). En respuesta a este llamado inespe­
rado, apareció una cantidad sin precedentes de sindicatos in­
dependientes.5 Al mismo tiempo, las estructuras charras de los
viejos sindicatos empezaron a dar señales de desgaste. Por ejemplo,
el stfrm, doblegado en el pasado, creó el Movimiento Sindical
Ferrocarrilero en 1971, en conflicto abierto con el sindicato ofi­
cial, afiliado a la ctm, purgado de sus elementos independientes en
1959. De manera similar, los maestros crearon la Coordinadora
Nacional de Trabajadores de la Educación (cnte) como alternativa
democrática al snte oficial.
Mientras esta proliferación diera lugar a organizaciones relati­
vamente pequeñas, sin lazos fuertes entre sí, el gobierno podía
mantener su postura democrática a la vez que seguir manteniendo
el control. Estos sindicatos apoyados (o, por lo menos, tolerados)
por el gobierno constituían un contrapeso estratégico al poderío
de Fidel Velázquez, quien no compartía la visión del presidente
respecto a las reformas democráticas y sociales. Al mismo tiempo,
el gobierno no podía permitirse perder del todo el apoyo de los
sindicatos oficiales.
Cuando la inflación siguió a la recesión económica, este frágil
equilibrio fue puesto en peligro. El viejo conflicto pendiente,
dentro del sindicalismo mexicano, entre la tendencia oficial y la
“democrática” volvió a surgir en el sector eléctrico. Este conflicto,
a su vez, desató otros similares en diversos sectores. Después de la
nacionalización de las compañías de electricidad extranjeras en
1960, la industria había mantenido su estructura sindical fragmenta­
ria previa a la nacionalización: la representación sindical era com­
partida por el Sindicato Nacional de Electricistas, Similares y
Conexos de la República Mexicana (snescrm), afiliado a la ctm, y el
Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana

5 Por ejemplo, la Unidad Obrera Independiente en la industria automotriz; el


Frente Auténtico del Trabajo, siguiendo la línea cristiano democrática; el Frente
Sindical Independiente, de orientación comunista, o la Confederación Obrera
Revolucionaria.
180 EL PACTO DE DOMINACIÓN

(sterm), encabezado por una dirección democrática. El Sindicato Me­


xicano de Electricistas, de menor talla, que se mantuvo al margen
de la disputa, representaba a los trabajadores de la Compañía de
Luz y Fuerza del Centro (aún de propiedad extranjera, pues se
nacionalizó hasta 1974). En 1966 y, de nuevo, en 1969, se firmó
un acuerdo entre el snescrm, el sterm y la Comisión Federal de
Electricidad (cfe) garantizando la pluralidad de la representa­
ción sindical (y por lo tanto también de los contratos colectivos) a
pesar de la nacionalización. El gobierno —que hizo un doblejuego,
dando alas a la democracia sindical a la vez que protegía su fuen­
te de apoyo político en las organizaciones obreras oficiales (Moli­
na, 1977: 70)— favoreció la ambición del snescrm de convertirse en
el único representante de los trabajadores en este sector. El sterm,
numéricamente inferior, lógicamente resistió todas las maniobras
encaminadas en esta dirección, ateniéndose al acuerdo de 1969
que aseguraba su superviviencia. En 1970, el conflicto se agudizó.
El sterm acusó públicamente a la cfe de maniobrar, buscando
integrar los dos sindicatos efn detrimento de la democracia sindi­
cal. Esta acusación no era infundada puesto que, en 1972, a
solicitud del snescrm, la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje
dictaminó que ambos sindicatos debían fusionarse, y que el sterm
ya no representaba a sus afiliados (Gómez Tagle y Miquet, 1976:
189-190; Trejo, 1979:140). El sterm declaró una huelga y organizó
una protesta masiva contra la violación del acuerdo de 1969 (Gó­
mez Tagle y Miquet, 1976: 151). Por primera vez desde la fatídica
huelga ferrocarrilera de finales de los cincuenta, varios sindicatos
de otras ramas industriales, incluidos los moderados, como la crom
y la croc, participaron en las marchas de protesta organizadas en
más de 40 ciudades.
En el contexto de una política de apertura, el gobierno no
podía rechazar abiertamente las demandas del sterm. Se llegó a
una mediación, con la que se constituía un nuevo sindicato conjun­
to —el Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la Repúbli­
ca Mexicana— con la mitad de la representación (sin elección) de
los órganos ejecutivos para cada una de las organizaciones rivales.
Se suponía que, independientemente de estos acuerdos, la supe­
rioridad numérica del snescrm terminaría por erosionar la base de
apoyo del sterm. Empero, a la inversa de estas expectativas, la Tenden-
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 181

da Democrática, dirigida por Rafael Galván, ganó terreno tras la


unificarión. Paulatinamente, el tono de sus demandas fue alzándo­
se hasta un nivel que rebasaba los límites de lo previsible o tolera­
ble dentro del marco político poco preciso de la apertura, que
había sido hecho a la medida de las aspiraciones de participadón
política de las dases medias, y no para abrir cauce al activismo
sindical.
Mientras este conflicto estallaba a la vista de todos, otros
sectores no obreros también empezaron a agitarse, en particular el
personal de la unam, incluido el académico, que formó su propio
sindicato seguido por la mayoría de las otras universidades. En
1972, asimismo, el Movimiento Sindical Ferrocarrilero, gremio
independiente, ocupó por la fuerza las oficinas de la dirección
charra del stfrm, y expulsó a sus integrantes. De inmediato, los
nuevos representantes fueron expulsados por el ejército. En un
gesto de concesión hacia los insurgentes, el gobierno nombró a
Gómez Zepeda a la cabeza del sindicato restituido (Molina, 1977:
70). Éste, aunque incondicionalmente dócil al régimen, contaba
por lo menos con un pasado de activismo democrático.6 Al año
siguiente, se constituyó una nueva confederación de sindicatos
“democráticos”, el Movimiento de Unión Revolucionaria, reunien­
do a empleados y profesores universitarios, maestros de escuela,
telefonistas, trabajadores textiles, del acero, petroleros, ferrocarri­
leros y cerveceros (Heilman, 1983:245). Todos estos acontecimien­
tos fueron registrados fielmente por un diario radical, Excélsior,
que pronto pasaría a ser blanco de la ira gubernamental.
En un esfuerzo por obtener el apoyo obrero para su programa
el gobierno anunció la creación de un fondo de vivienda —el
Instituto del Fondo Nacional de Vivienda para los Trabajadores
(Infonavit)— a ser administrado y financiado de manera conjunta
por patrones, trabajadores y gobierno, de acuerdo con el principio
tripartito aplicado a la seguridad social y al reparto de utilidades.7

6 Gómez Zepeda había constituido la CUT, escindida de la ctm a inicios de los


cuarenta. Véase capítulo 4, p. 129.
7 En otras palabras, seguía la estructura tripartita introducida por la adminis­
tración de Ávila Camacho. Aunque este esquema había fallado en tanto que
esquema global de organización para las relaciones obrero-Estado-patronales, man­
182 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Tras la derrota del gobierno en la cuestión de la reforma fiscal, la


buena voluntad patronal en esta medida representaba una victoria
parcial para el gobierno. Las empresas privadas, por su parte, se
preocupaban poco por un aumento del 5 por ciento en las nómi*
ñas. Como declaró abiertamente un vocero de la Concamin, este 5
por ciento podría fácilmente transferirse al consumidor (Conca­
min, 1973, en Aldrete, 1990). En comparación con el total de
financiamiento patronal que había pedido, sin instrumentarlo, el
gobierno pasado, la nueva ley era una bagatela. Más aún, la in­
dustria de la construcción estaba destinada a beneficiarse de esta
medida.
Esto nueva fuente de recompensas para las bases dóciles repre­
sentaba una oportunidad de oro para que la cim recuperara algún
terreno, siempre y cuando lograra controlar al nuevo instituto para
beneficiar únicamente a sus afiliados. No obstante, en lugar de
entregar el Infonavit a la ctm (como cualquiera hubiese esperado),
el presidente designó al frente de esta institución a Jesús Silva
Herzog, tecnòcrata dedicado e incorruptible. Éste procedió de
inmmediato a distribuir viviendas siguiendo criterios de necesidad
(inequívocamente determinados por una computadora igualmente
incorruptible), y a soslayar las presiones sutiles y a veces no tan
sutiles (como el sabotaje de obras en construcción) ejercidas por la
ctm. Se creó, de esto manera, un abismo profundo entre la ctm y
la presidencia, que perduró hasta el final del sexenio. Al mismo,-
tiempo, el programa del Infonavit no logró atender las necesidades
de los trabajadores más pobres. Al contrario de lo indicado por su
programa original, que preveía un 40 por ciento de gastos para
vivienda nueva acabada, dedicaba entre 80 y 85 por ciento de su
presupuesto a viviendas nuevas, lujosas y caras (en relación con el
nivel de vida de los obreros). Esta hazaña fue la respuesta a la poco
realista declaración pública del presidente de que se construirían
300 000 viviendas durante su sexenio. De hecho, la vivienda cons-

tuvo una cierta aplicación. Echeverría también creó una Comisión Nacional Tripar­
tita (Molina, 1977); pero éste apenas servía de canal de comunicación, pronto
obstruido por el creciente conflicto entre el Estado y la empresa privada durante
ese periodo.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 183

truida era demasiado cara para la mayoría de los trabajadores,


quienes ganaban entre 1 y 1.5 salarios mínimos.
El gasto social durante el sexenio de Echeverría no se limitó al
movimiento obrero, de modo que no se puede considerar que
todas las reformas realizadas durante esos años buscasen responder
políticamente a presiones por parte de este sector. Los pobres de
la ciudad también empezaron a obtener su parte del pastel con la
creación de su propio fondo para la vivienda —el Instituto Nacional
para el Desarrollo de la Comunidad (Indeco)— y la Comisión para
la Regularización de la Tenencia de la Tierra (Corett), creada esta
última para legalizar la propiedad de la tierra en asentamientos
urbanos irregulares. Los sectores intermedios también obtuvieron
un programa limitado de vivienda con el Fovissste. No obstante, a
juzgar por los resultados, había poca duda de que la mayor parte
fue otorgada al movimiento obrero: en cuatro años, Infonavit pro
dujo 154 626 unidades habitacionales; Fovissste, 14 655 e Indeco
alrededor de 28 mil (Aldrete, 1990: 87).
Los sectores intermedios también sacaron provecho de la vasta
campaña para mejorar el nivel educativo en el país, la cual duplicó el
número de empleados del Estado durante el periodo 1970-1976.
La mitad de este incremento se debía a la expansión de la educa­
ción básica (alcanzando, según las estadísticas, 15 millones de
niños en lugar del dato oficial anterior de 10 millones) y la creación
de una amplia red de escuelas técnicas, con miras a crear alternativas
a la educación universitaria. Además, la semana de cuarenta ho­
ras fue otorgada a los empleados públicos en 1972, aumentando con
ello el gasto de la nómina pública.8 La distribución por la Conasu­
po de alimentos de bajo costo también contribuyó a amortiguar los
peores efectos de la inflación entre los sectores medios y bajos de
la población urbana.9
En 1973, el gobierno intentó incluir parcialmente a la pobla­
ción rural y a los pobres de la ciudad en el sistema de seguridad

8 Tiras esta reforma, que nadie había solicitado, Fidel Velázquez montó una
campaña para obtener lo mismo para el resto de los trabajadores, pero en vano
(Molina, 1977:71).
9 Es significativo que esta red de distribución nunca se completó en las zonas
rurales, aunque las ciudades fueron ampliamente abastecidas.
184 EL PACTO DE DOMINACIÓN

social mediante el programa de “solidaridad social”. £1 cuarenta


por ciento del mismo debía ser financiado por los fondos destinados
a las pensiones por jubilación e invalidez (ya utilizadas para cubrir
el déficit de los programas de salud). Diversos protagonistas se
opusieron persistentemente al programa: el sector obrero oficial
veía sus privilegios amenazados; los expertos en seguridad social
cuestionaban el buen sentido fiscal de la medida; y la patronal que
se oponía en general a las reformas sociales del gobierno de Eche·
verría (Spalding, 1981). Supuestamente, la “solidaridad social” iba
a extender los servicios médicos y la compra de medicinas a la
población no afiliada al imss o al issste, en especial en las áreas
rurales. De hecho, su instrumentación fue limitada: según las ci­
fras oficiales (probablemente infladas), sólo 1.9 millones de per­
sonas tuvierori acceso al programa. Junto con las mejoras en los
entonces mal dotados servicios de salud de la Secretaría de Salud y
Asistencia (ssa), esta reforma estaba destinada a triplicar la cobertura
de salud en el campo. Un cálculo más conservador, hecho por
expertos no gubernamentales', habla de 700 mil personas (Spalding,
1981).10 11
Los únicos servicios relacionados con la salud provistos de
manera universal dondequiera que existieran instalaciones médicas
públicas (por tanto, principalmente en zonas urbanas) fueron los de
planificación familiar, convertida en ley en 1974 (Brachet-Márquez,
1984a, 1984b), y los servicios de emergencia hospitalaria.11
A pesar de estas reformas, el número de huelgas aumentó
constantemente a partir de 1972, culminando en 1974, cuando la
inflación alcanzó su máximo de 25 por ciento. El precio de la ca-

10 Según datos de la SSA, la cobertura de salud se refiere a la población incluida


en las zonas geográficas atendidas por una unidad de atención médica (clínica u
hospital). Por lo tanto, esta definición no tiene relación con la utilización real de los
servicios, ni con el funcionamiento de éstos. En algunas regiones, las áreas de
cobertura son demasiado extensas para los medios de transporte disponibles para
la población, mientras que en otras, esta extensión representa adecuadamente la
accesibilidad de los servicios. Una parte variable de clínicas rurales permanecía des­
provista de personal o medicinas durante meses, y aún así podía ser contabilizada
en la “cobertura”. En el caso del imss, la cobertura se refiere al número de afiliados
y sus dependientes.
11 A diferencia de las otras reformas sociales, la planificación familiar no fue
obstaculizada por restricciones fiscales, debido a la existencia de cuantiosos fondos
internacionales, haste 1976, para apoyarla.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 185

nasta básica de frijol y tortilla había aumentado en 50 por ciento,


rebasando el aumento salarial de 20 por ciento otorgado en la
primavera de 1973. Se desató una nueva ola de protestas labora­
les.12 £1 suterm volvió a ocupar los encabezados de los diarios en
1975, con la Declaración de Guadalajara que recordaba la del
movimiento ferrocarrilero de finales de los cincuenta. Este mani­
fiesto, que subrayaba los principios de independencia y democracia
sindicales, exigía un aumento salarial; una “escala móvil” perma­
nente para ajustar los salarios a la inflación; mayores prestaciones
de seguridad social y vivienda popular; la propiedad municipal del
transporte público; colectivización y planificación agrarias; nacio­
nalización del crédito y expropiación de las empresas extranjeras
imperialistas. Sin lugar a duda, Rafael Galván, dirigente del suterm,
estaba pisando terrenos escabrosos. Pocos meses después se
constituía un congreso ilegal del sindicato para expulsar a esta
dirección democrática (Trejo, 1979; Heilman, 1983). En adelante,
miembros destacados de la tendencia democrática fueron despedi­
dos y hostigados. No obstante, pudieron responder con una huelga
nacional a la que puso fin el ejército. En 1977, llegaron al punto de
plantar carpas junto al palacio presidencial, pero fueron inmediata*
mente dispersados por la policía. Durante el mismo periodo, el diario
Excelsior, cuyo tono también había rebasado el límite de tolerancia
del régimen, se convirtió en un receptor dócil del discurso guberna­
mental después del asalto ilegal (con hombres armados) de su
consejo directivo, y su sustitución por representantes escogidos por
el gobierno.13
Al final, ni el Infonavit, ni los esfuerzos por bajar los precios de
los alimentos y sostener los salarios bastaron para detener la marejada
de protestas sindicales desatadas en 1972, cuando la inflación empezó
a apropiarse de una proporción cada vez mayor de los ingresos de los

12 Por ejemplo, los trabajadores minero-metalúrgicos se fueron a huelga en


1975 y los telefonistas en 1976, logrando expulsar a su dirección charra con una
votación de 85 por ciento en su contra.
13 Este acontecimiento dio lugar al nacimiento de una publicación aún más
radical, el semanario Proceso, creado por el editor expulsado de Excéfator, y que, a la
fecha, es el crítico más severo de cualquier equipo gubernamental. Lamentable­
mente, su elevado precio evita una difusión más amplia, haciéndolo políticamente
más tolerable que un diario barato.
186 EL PACTO DE DOMINACIÓN

trabajadores. Por lo tanto, el esfuerzo gubernamental por proteger


a los asalariados de la inflación con miras a usarlos de contrapeso
político contra la oposición empresarial14 no tuvo éxito. En efecto,
a partir de 1974, el gobierno debió enfrentar la oposición simultánea
de los capitalistas, quienes exportaban masivamente sus fondos, y de
los dirigentes sindicales gobiernistas, los cuales se sentían traicionados
por la política de democracia sindical.
Finalmente, también tuvo que hacer fiente a la oposición de los
propios sindicatos obreros independientes, cuya mayor fuente de
reclutamiento era llamar la atención sobre el deterioro de la situación
económica de los trabajadores y la falta de acción de la ctm al respec­
to. Incluso los campesinos empezaron a manifestar inquietud. Para
algunos, la oposición se manifestó mediante la lucha armada y las
invasiones de tierras en los ricos distritos de riego del norte. La
cnc, como siempre, poco tuvo que ver con impulsar estas acciones
o exigir reformas sociales (Grindle, 1977b). De esta organización
sólo se podía esperar que, siguiendo su hábito entregara los votos
al pri en las sucesivas eleccioñes presidenciales.
El resultado neto de las políticas sociales y económicas del
gobierno de Echeverría fue la profundización de la crisis del
desarrollismo. Entre 1971 y 1975, los gastos federales casi se
cuadruplicaron al pasar de 41 a 145 000 millones de pesos, mien­
tras el déficit pasaba de 4.8 a 42 000 millones de pesos. A la vez,
el déficit en la balanza de pagos pasaba de 906 a 4 000 millones de
pesos y el de la cuenta corriente de 726 a 3 769 millones de pesos
(Looney, 1978: 65).15 Las exportaciones crecieron16 pero las im­
portaciones lo hicieron a un ritmo aún mayor.
En 1976, el 3.5 por ciento de crecimiento neto de la población
superó el 2 por ciento de crecimiento del pib. El gobierno de
Echeverría decidió poner un freno a su loca carrera hacia el abismo
fiscal. Se introdujo un programa de estabilización, incluyendo una

14 En caso de que, como afirman Whitehead (1980:501) y Saldivar (1980:112),


esta estrategia existiera realmente.
15 Estas cantidades se dan en pesos corrientes.
16 En especial, debido a la proliferación de maquiladoras a lo largo de la
frontera norte, la mayoría de las cuales pagaban salarios inferiores al mínimo y
ofrecían pocas, o ninguna, prestaciones sociales.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 187

reducción del crédito y del circulante. A pesar de estas medidas,


la atmósfera de especulación generada por la inflación y la agita*
ción política precipitaron la fuga de capitales.17 En agosto de 1976
parecía inevitable una devaluación; la tasa de cambio del peso
respecto al dólar estadunidense cambió —de 12.50 a 20.60— des­
pués de mantenerse fija desde 1954. A pocas horas de la devaluación,
tiendas y almacenes de la ciudad de México ya habían aumentado
los precios de sus productos entre el 20 y el 40 por ciento (Looney,
1978:125).
Los últimos cinco meses de la administración de Echeverría
fueron extremadamente agitados. El gobierno, generalmente débil
tras el destape del candidato presidencial del sexenio siguiente, fue
incapaz de imponer una congelación de los precios, por lo que las
nuevas etiquetas apresuradamente pegadas por los comerciantes
anularon los beneficios esperados de la devaluación. El Congreso
del Trabajo, que incluía a la mayoría de los sindicatos, pidió un
aumento salarial del 65 por ciento, recibiendo sólo un 10 por
ciento, fijado como tope para todos los incrementos de allí en
adelante. Mientras- tanto, circulaban los rumores más descabella­
dos respecto a un supuesto golpe militar destinado a perpetuar el
sexenio de Echeverría. La población vació apresuradamente los es­
tantes de alimentos de los supermercados. Estos rumores, que susti­
tuían los canales normales de comunicación (Loaeza, 1977) fue­
ron, a su vez, exacerbados por las vociferantes acusaciones presi­
denciales contra la iniciativa privada, responsabilizándola por el
clima de inseguridad. En respuesta, ésta aceleró la fuga de capita­
les, desatando una segunda devaluación en octubre, llevando el
peso a 26.50 por dólar (Looney, 1978: 127). En noviembre, el go­
bierno anunció la expropiación de cerca de 100 mil hectáreas de
tierras de riego en el norte, destinadas al reparto agrario (parte de las
cuales ya habían sido ocupadas a la fuerza por campesinos sin
tierra, instigados secretamente por el gobierno, según algunos
rumores). La burguesía agraria —pequeños y grandes propieta­
rios— se levantó en armas. El gobierno manifestó su proñmda

17 Se calcula que 4 000 millones de dólares abandonaron el país en 1976


(Reyna, 1979; Pellicer, 1977).
188 EL PACTO DE DOMINACIÓN

indignación ante esta infundada (según sus portavoces) campaña


de rumores e imputaciones.
A pesar de la oposición encontrada en la instrumentación de
sus reformas sociales, podemos concluir, sin embargo, que el sexe*
nio de Echeverría presenció progresos sustanciales en las leyes
sociales (a costos económicos considerables), tocando la mayor
parte al movimiento obrero, todavía el sector menos maleable del
partido oficial y, por lo tanto, el actor mejor situado para desestabi­
lizar al régimen. No obstante, los trabajadores ya no estaban solos en
el escenario político. La necesidad del gobierno de enmendar su
relación con los estudiantes, los intelectuales y los sectores medios
en general había conducido al presidente Echeverría a abrir el sis­
tema político al activismo obrero. Empero, la cnop también había
resultado problemática. Aunque creada para hacer contrapeso a
las divisiones internas del movimiento sindical, se había mostrado
capaz de desestabilizar al sistema por sí sola: ahora había también
que contar con los maestros, los empleados bancarios, los trabaja*
dores de la salud y empleados de otros sectores de servicios, estos
últimos menos fáciles de controlar, como los del transporte. Durante
el último año, el gobierno se reconcilió con la ctm; esto se hizo
evidente, sobre todo, con el destape del candidato favorito de esta
central, José López Portillo. También quedó clara en el regaño
público del titular del Infonavit (presuntamente por haber llevado a
cabo las propias instrucciones presidenciales), lo cual auguraba
una política de vivienda más “flexible” (es decir, corrupta) para el
futuro.

De LA ESTABILIZACIÓN A LA PETROLIZACIÓN (1976-1982)

El periodo presidencial de 1979-1982 se divide en dos subperiodos:


el primero, que va de 1977 a 1979, estuvo marcado por la estabili­
zación y la austeridad fiscal. El segundo, entre 1980 y 1982, podría
subtitularse el de la extravagancia presidencial. Ciertamente, la
renovada elevación de los precios internacionales del petróleo lanzó
a México a una frenética carrera al endeudamiento, llevando la
economía al borde del derrumbe. En agosto de 1982, los pagos de
la deuda debieron suspenderse y la reserva de dólares casi se agotó.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 189

Ya el Ie de diciembre de 1976, cuando el nuevo presidente


tomó posesión de su cargo, el país enfrentaba una crisis política y
económica seria (a la que había contribuido generosamente el
propio mandatario desde su cargo anterior de Secretario de Ha*
cienda). Por éste, y otros factores políticos, se produjo en la nación
una profunda crisis de confianza entre todos los sectores sociales:
los círculos empresariales ya no creían en el peso mexicano y te­
mían por sus propiedades. Igualmente desconfiados estaban los
trabajadores y los pobres urbanos, cuyos niveles de vida se habían
deteriorado a causa de la alta inflación. Entre unos y otros esta­
ban los intelectuales, quienes no habían alcanzado sus sueños de un
México más democrático.18 Entre las medidas más urgentes para
el gobierno de López Portillo era restablecer los vínculos entre el
gobierno y la empresa privada, acallar las protestas de los trabaja­
dores, los sectores medios (como el magisterio) y los campesinos,
así como reparar la profundamente deteriorada situación crediti­
cia del país en el exterior. La renovación del ciclo presidencial
daba nuevas esperanzas de cambio, a pesar de este inicio poco
prometedor.
Durante el discurso de su investidura, el nuevo presidente inten­
tó reparar sus relaciones con casi todo el mundo; antes que nada,
con los dueños del capital; pero también con el movimiento obrero
oficial. Evitando el mancillado término populista de campesinos,
aunque deseoso de dirigirse a la población rural, mencionó a los
“marginados", cuyas desventuras le hicieron derramar algunas
lágrimas (literalmente). El gobierno lanzó un nuevo lema: la “Alian­
za para la Producción”. El país entero se dedicaría a la productivi­
dad, la buena organización y la austeridad riscal, sin olvidar las
restricciones salariales, todo en nombre del servicio a la economía
nacional. En medio de este esfuerzo, inexplicadamente, se otorgó
un aumento de 263 por ciento al presupuesto del issste (Revel,
1980), lo que difícilmente podía considerarse una medida austera,
pero bien podía entenderse como un primer pago a cuenta del
apoyo de la cnop.

18 Durante su sexenio, Echeverría intentó en una ocasión visitar formalmente


la UNAM. Fue abucheado y recibido a tomatazos.
190 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Al día siguiente de la investidura presidencial, la bolsa de


valores volvía a subir y los empresarios volvían a convertir en pesos
sus dólares, que ahora valían el doble de lo que les habían costado.
£1 nuevo presidente les ofreció una guirnalda de olivo: además de
limitar los aumentos salariales a un tope de 10 por ciento, la
“Alianza para la Producción” significaba que los empresarios segui­
rían recibiendo subsidios estatales y el gobierno pasaría por alto
algunos aspectos de la reforma agraria (como la ilegalidad de inte­
grar varias parcelas). A cambio, las empresas deberían producir
con mayor eficiencia y crear más empleos.19 Los sindicatos acepta­
ron el incremento del 10 por ciento y recibieron las debidas
felicitaciones en el primer informe presidencial por su espíritu de
sacrificio. A los pobres del campo, por otra parte, se les prometió
un nuevo programa destinado a mejorar su capacidad para alimen­
tar al país mediante la Coordinadora General del Plan Nacional de
Zonas Deprimidas y Grupos Marginados, mejor conocida como
Coplamar. En esa etapa, sin embargo, este programa no era mucho
más que una promesa.20
El nuevo paquete de política económica, ordenado por el fmi
para hacer frente a los severos problemas crediticios fiscales, bus­
caba reducir la inflación, restablecer la balanza comercial externa
y aumentar las tasas de crecimiento económico y de empleo (ambas
expectativas poco realizables en un contexto de contracción credi­
ticia y salarial). El gasto público debía reducirse mediante la auste­
ridad presupuestaria y mayor eficiencia administrativa, con la
esperanza de limitar el déficit público al 2.5 por ciento del pib, en
lugar del 8 por ciento (Pellicer, 1977: 47). El gobierno proyectaba
“estabilizar” la economía durante los primeros dos años, para

19 Desde la perspectiva de los empresarios, estas metas eran contradictorias,


siendo más sencillo lograr los aumentos de productividad mediante una mecaniza­
ción y automatización subsidiadas que con las engorrosas tecnologías intensivas en
mano de obra.
La prunera actividad de Coplamar fue reunir información acerca de la
satisfacción de necesidades básicas (término puesto en boga en ese momento
por el Banco Mundial) en términos de vivienda, nutrición, salud y educación,
culminando, en 1982, en la publicación de cuatro volúmenes, bajo la dirección de
Julio Boltvinik (Coplamar, 1983), que resumían los conocimientos alcanzados
en dichos temas.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 191

después emprender un crecimiento no inflacionario. De hecho, la


primera etapa se redujo a un año y se saltó a la segunda. A partir
de 1978, el gobierno entró en un programa de alto crecimiento
basado en más deuda, concedida por los bancos internacionales
sobre la base de la recién descubierta gran riqueza petrolera del
país. Al final de esta loca carrera, el déficit gubernamental alcanzó
el 15 por ciento del pib (Secretaría de Programación y Presupuesto,
en García Alba y Serra Puche, 1984:30).
La estrategia adoptada por el gobierno para lograr el programa
inicial de estabilidad, al mismo tiempo que restaurar la paz social,
comenzaba por devolver poder a los sindicatos oficiales, aumentan*
do con ello la probabilidad de controlar temporalmente las demandas
salariales a pesar de la inflación; se trataba, en segundo lugar, de
reorientar las luchas políticas que se habían dado en el movimiento
sindical independiente de los setenta (por ejemplo, la Declaración
de Guadalajara del suterm) para alejarlas de los sindicatos; final*
mente, hacía falta quebrar la estructura de poder de los sindicatos
más problemáticos mediante la descentralización. Las primeras
dos estrategias estaban dirigidas específicamente al movimiento
obrero, y la tercera a los maestros, grupo que rápidamente se
convertía en una mayor amenaza para el corporativismo mexicano
que el movimiento obrero.
Para fortalecer a los sindicatos oficiales, el gobierno de López
Portillo utilizó el viejo método de acrecentar el dominio concedido
al sector laboral en las gobematuras y en el Congreso: se dieron
cuatro gobematuras (Nayarit, Querétaro, Zacatecas y Tamaulipas)
y múltiples escaños en ambas cámaras. También se creó una nueva
institución financiera, el Banco Obrero, cuya administración se dejó
en manos de la nomenclatura cetemista. Con dicho banco, estos
podían recompensar la disciplina partidaria entre los obreros, así
como mejorar su propia posición financiera y la de sus aliados más
cercanos. Pero, la concesión más importante, el máximo premio
ofrecido a la ctm a cambio de su renovado apoyo al gobierno, fue
el Infonavit, por cuyo control Fidel Velázquez había luchado a todo
lo largo del sexenio de Echeverría. El día mismo de la toma de pose­
sión del presidente, la computadora que desde 1972 había estado
asignando viviendas según criterios objetivos de necesidad, miste­
riosamente se autodestruyó. Pocas semanas después, un golpe
192 EL PACTO DE DOMINACIÓN

interno barrió con la dirección democrática del sindicato del


Infonavit; sustituyéndolo con elementos controlados por la ctm
(Aldrete, 1991:127). Al mismo tiempo, el nuevo director declaraba
una política de “promociones externas” en sustitución a la de
construcción directa. Estos significaba que ahora se encargarían
las obras a constructoras privadas, en su mayoría propiedad de
jerarcas sindicales, y que el Infonavit se transformaría en una
institución de financiamiento. La ctm había finalmente logrado el
control sobre un poderoso instrumento capaz de garantizar la
disciplina dentro de sus filas, y de marginar a los sindicatos inde­
pendientes. De ahí en adelante, pasó a ser común la pertenencia
oficial de trabajadores a la ctm y, secretamente, a algún sindicato
independiente (Roxborough, 1984).
La segunda estrategia estatal para detener la marejada democrá­
tica dentro del movimiento obrero fue paradójicamente la promesa
de una reforma política que diera una voz real —mas no el derecho
a ganar— a la oposición electoral. Con esta reforma se puso a los
sindicatos independientes en manos de los partidos de izquierda,
que no habían resuelto sus propios problemas de organización
interna (como por ejemplo, el intento de acercamiento a la ctm por
parte del Partido Comunista para aumentar las rilas de este parti­
do). Además, la oposición de derecha, representada por el Partido
de Acción Nacional (pan), estaba mucho mejor organizada que la
fragmentada izquierda y, por ello, con mejores posibilidades de
obtener buenos resultados en los comicios. Cualesquiera que fueran
los supuestos beneficios para la izquierda de este cambio en el pro­
ceso electoral, su consecuencia objetiva para los sindicatos, como
el propio presidente lo afirmó, fue limpiar los sindicatos de combates
políticos:

La limitación de la participación política de ciertos grupos organizados


de oposición estaba llevando a deformar, por ejemplo, la estructura
gremial y sindical. Estaban muchos grupos librando su lucha política
legítima, pero no legitimada, a través del sindicalismo, deformando
éste. En cuantas ocasiones las soluciones a problemas de trabajadores
se han impedido por vinculaciones con opiniones políticas que tenían
que expresarse ahí porque no tenían otra salida. Creemos noso­
tros que si institucionalmente reconocemos una participación de
todo tipo de opinión, aun siendo contrarias, si las organizamos y las
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 193

metemos a la institución, nos desahogarían más esas tensiones. (Uno-


másuno, Ia de diciembre de 1977).

Con la nueva institucionalizacíón de la oposición, los partidos


de izquierda —algunos de los cuales (en especial el Partido Comu­
nista) habían perdido su registro— pudieron salir al campo libre y
hacer campaña para reclutar nuevos miembros. Al contrario de lo
que se esperaba, lograron constituir un frente unido, representa­
do por el Partido Socialista Unificado de México (psum). No obstan­
te, no estaba claro que las metas electorales de este nuevo frente
fuesen compatibles con las de los sindicatos independientes. La
acción política del movimiento obrero, como ya lo hemos visto,
solía enfocarse estrechamente hacia las reivindicaciones más inme­
diatas, sólo excepcionalmente en políticas más amplias, y su alianza
con el psum no prometía garantizar la satisfacción de sus demandas.
Según Bizberg, el programa del psum tenía poca relación con los
intereses sindicales. Tanto el psum como el Movimiento de Sindica­
tos Revolucionarios (msr), organismo de cúpula de los sindicatos
independientes, mostraba poco interés por la democracia interna
o las preocupaciones concretas de las bases. Esto contrastaba con
la situación de organizaciones más representativas de los trabaja­
dores, como el Movimiento Proletario, que había crecido en la mi­
nero-metalúrgica sicartsa, la fundidora paraestatal de la costa
micboacana. El estudio de Roxbourough sobre los obreros del auto­
móvil durante esta época, y de Bizberg sobre los obreros de
sicartsa, confirma este diagnóstico: encontraron que los trabajado­
res mexicanos, lejos de desdeñar la política o de ser apáticos,
estaban centralmente preocupados por satisfacer sus demandas
concretas (Roxbourough, 1984, Bizberg, 1990).
Una última medida capaz de debilitar aún más la democracia
sindical fue la limitación del número de sindicatos independientes.
Los existentes no fueron perseguidos pero se impidió el nacimiento
de otros simplemente mediante la prerrogativa gubernamental de
no “reconocer” a más solicitantes de registro sindical. Esta estrate­
gia falló en el caso del steunam (más adelante suntu), el nuevo sin­
dicato nacional universitario, resultante de la fusión de los gremios
de trabajadores académicos y no académicos. Ante el clamor de
los estudiantes, empleados y maestros en favor de la amnistía y
194 EL PACTO DE DOMINACIÓN

liberación de presos políticos (Álvarez, 1986), el gobierno optó por


reconocer al nuevo sindicato. En general, la expansión del sindica­
lismo independiente había terminado.
Los confictos laborales durante esos años (en textiles, Volkswa­
gen, metalurgia, Cementos Tolteca, y otros) soh mencionados por
algunos autores como indicios de que incluso los sindicatos oficiales
se estaban radicalizando ante las repercusiones de la estabilización
(Heilman, 1983). Sin embargo, en la mayoría de los casos, estos
conflictos fueron resueltos con aumentos salaríales respetuosos del
tope oficial, que fue elevado gradualmente. Se presentaron dos
excepciones a esto: la huelga de los médicos de la Secretaría de
Salud y la del magisterio. Estos dos sectores habían sido los más
afectados por los recortes presupuestarios iniciales.
Resultó más difícil acallar a los maestros que a los obreros. A
menudo, los maestros debían esperar meses antes de cobrar sus
magros salarios. El golpe interno instigado por el gobierno ante­
rior para sustituir a un charro exigente por otro, supuestamente
más maleable, había fracasado completamente. La nueva dirección
del snte, encabezada porJonguitud Barrios, era igualmente exigen­
te, si no más, ya que debía fundar su credibilidad entre la base. Des­
de el inicio de la campaña electoral de 1976, el snte demandó la
creación de un nuevo ciclo educativo para maestros —la Universi­
dad Pedagógica Nacional (upn)— y la obtuvo en calidad de promesa
de campaña. Se suponía que dicha universidad ofrecería a los maes­
tros los medios para aspirar a mayores salarios (aunque no inmedia­
tamente) y a los dirigentes sindicales una base para restaurar su
hegemonía, amenazada por el crecimiento del movimiento demo­
crático disidente dentro de sus filas.21 Empero, la upn, lejos de
restablecer el control gubernamental sobre el sindicato o la disci­
plina corporativista entre las bases, desató un fuerte combate entre
la dirección del snte y la Secretaría de Educación Pública en tor­
no a la definición de lo que la upn debiera proponerse. Mientras la
primera deseaba una institución de educación superior masiva para
los maestros, que terminara admitiendo a la totalidad de éstos,
estableciendo así un currículo fijo para la obtención de mayores

21 la información sobre la upn de aquí en adelante se basa en el trabajo de


Kovacs, 1989.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 195

salarios (es decir, de hecho una prestación social controlada por el


gremio), la cúpula de la sep buscaba establecer un proyecto aca­
démico controlado por el gobierno, y diseñado para superar la
extremadamente baja capacitación de los maestros respecto de
las normas internacionales. Esto llevó a un proyecto dual: por un
lado, sería una “universidad abierta”, que asimilaría a la mayoría de
los maestros y, por el otro, una universidad más académica orien­
tada a crear una élite magisterial sobre bases tecnocráticas.
Esta concesión, sin embargo, no aumentó de inmediato el salario
de los maestros. El snte pasó por una severa crisis intema, a causa de los
efectos combinados de la inflación y de la política descentralizadora
de la sep, otro plan tecnocrático para dividir al perturbador sindi­
cato. El proceso de cambio de la educación federal a la estatal
provocó un caos, cuya consecuencia inmediata fue retrasar el pago
de salarios. De esta situación conflictiva surgió un nuevo movi­
miento magisterial democrático en el estado de Chiapas; sus mili­
tantes tomarían en serio el discurso gubernamental que describía
la descentralización como un paso hacia la democracia (Street,
1992). Exigían mayor autonomía local (otro elemento de la retórica
oficial para justificar el cambio), específicamente en términos de
la capacidad del sindicato local para negociar aumentos salariales
y prestaciones, y para exigir el pago puntual de los sueldos (Prieto,
1986). Este movimiento regional pronto se convirtió en nacional:
se realizó el primer Foro Nacional de Trabajadores de la Educación
y Organizaciones Democráticas en diciembre de 1979. Al segundo
día de sus trabajos, el congreso creó la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación (cnte); el movimiento democrático
del magisterio había surgido de las propias estrategias diseñadas
para destruirlo. Para calmar a este combativo sector, los salarios
magisteriales fueron incrementados considerablemente, restable­
ciendo la paz.
La segunda mitad del sexenio de López Portillo trigo poco
cambio en las políticas que afectaban al movimiento obrero, a
excepción de la elevación gradual y moderada del tope salarial
para evitar confrontaciones abiertas con los sindicatos. Aunque
México se declaró, abiertamente, un país rico en 1980, la mayor
parte de los nuevos ingresos obtenidos del petróleo fueron reinver-,
tidos en la modernización de dicha industria, que había tenido
196 EL PACTO DE DOMINACIÓN

poca atención oñcial en el pasado, excepto durante el periodo de


Echeverría. El interés del Estado en la reforma social durante el
lapso 1980-1982 se centró en llevar nuevos beneficios a la pobla­
ción rural mediante subsidios a los pequeños productores agrícolas
(en especial mediante el Sistema Alimentario Mexicano), apuntan­
do a lograr la autosuficiencia alimentaria. La provisión de atención
médica básica en las zonas rurales —ya iniciada, a una escala
moderada, durante el sexenio anterior— fue extendida, construyén­
dose 3 000 clínicas rurales y numerosos hospitales rurales en todo
el país.
No obstante, estas reformas no caben dentro de la hipótesis de
concesiones ante la presión. El sistema de salud de Coplamar22 fue
simplemente otorgado a un campesinado paciente. En algunos casos,
el proceso incluso se invirtió, como por ejemplo, cuando el pro­
grama Conasupo-Coplamar, que había creado una red de pequeñas
empresas campesinas, abrió oportunidades para la organización
local de los campesinos (Fox, 1989,1992).
La estrategia gubernamental de evitar conflictos con el movi­
miento obrero y el sindicato universitario se hace evidente en los
esfuerzos para compensar los topes salariales al aumentar las
prestaciones sociales incluidas en los contratos salariales (princi­
palmente por gastos de transporte y alimentación). Aunque se
limitaron los incrementos salariales, estos beneficios fueron en
aumento, particularmente en las empresas paraestatales y transna­
cionales (Bizberg, 1984). El issste, el imss, la Secretaría de Hacienda
y la unam ofrecían de todo a sus afiliados, desde papas hasta refri­
geradores, en tiendas especiales exentas del pago del nuevo im­
puesto al valor agregado (iva) del 15 por ciento con que se gravaban
todas las ventas para restablecer la solvencia riscal del gobierno. En
la reforma fiscal global que se puso en vigor, el gobierno no tuvo

Durante toda su existencia (1980-1988), Coplamar fue una institución


financiera que contrataba a otras dependencias gubernamentales para ofrecer
servicios a los marginados. El contrato por los servicios de salud de Coplamar fue
asignado al imss. Los servicios a la población rural del IMSS-Coplamar tenían un
costo unitario de aproximadamente un décimo del costo erogado por el IMSS para
los trabajadores. A partir de 1988, IMSS-Coplamar se rebautizó IMSS-Solidaridad.
Para mayores detalles acerca de las políticas de salud durante los ochenta, consúlte­
se Brachet-Márquez y Sherraden, 1994.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 197

cuidado de liberar a los grupos de ingresos más bajos de la


obligación de pagar impuestos (Revel, 1980). Los perdedores en
esta asignación desigual de beneficios sociales eran los empleados
de las pequeñas y medianas empresas nacionales, quienes debían
conformarse con los topes sin mecanismos compensatorios. Del
lado de los perdedores también se encontraban los pobres de las
ciudades, quienes pagaban el iva y enfrentaban la “liberación” de
los precios de 140 artículos controlados, decidida ante la presión
de la Concanaco.
En el caso de los maestros, no se pudo evitar el conflicto. El
movimiento democrático del magisterio se extendía como el fuego
en todo el territorio nacional, llegando a incluir maestros de veinte
estados. Se organizaron acciones de masas (como la manifestación
de 20 000 maestros oaxaqueños en la ciudad de México en mayo
de 1980) (Prieto, 1986: 77), amenazando con movilizar a los maes­
tros del Distrito Federal. La Coordinadora del movimiento disi­
dente, la cnte, también organizó varios foros nacionales que
unificaron a estos movimientos de base regionales y locales. El Es­
tado respondió con hostigamiento administrativo, asesinatos mis­
teriosos y despidos masivos de maestros manifestantes. Esto fue
ilustrado con la suspensión de los 40 000 maestros que participa­
ron en las protestas masivas por el asesinato de Misrael Núñez
Acosta, dirigentes de la cnte. A esta reprimenda siguieron más mar­
chas y protestas, tras lo cual, la sep llegó a una componenda con los
disidentes, concediéndoles cinco puestos en el Comité Ejecutivo
Nacional del snte, y la promesa de detener las represalias (Prieto,
1986). Se logró la paz con un aumento salarial justo a tiempo para
la campaña presidencial de Miguel de la Madrid, cuya elección
dependía incluso más del apoyo magisterial que del obrero, dada
su superioridad numérica.
Los pobres de las ciudades también empezaron a organizarse
hacia finales del sexenio de López Portillo. Una serie de elementos
—desde la galopante carestía de la vida y los inflados impuestos pre­
diales hasta la amenaza a la vivienda representada por las demoli­
ciones masivas emprendidas por el regente de la ciudad de México, y
la creación de juntas de vecinos bajo control del pri— abrieron el
camino a la creación de la Coordinadora Nacional del Movimiento
Urbano Popular (Conamup) en mayo de 1980, organización de
198 EL PACTO DE DOMINACIÓN

base urbana independiente. En mayo de 1982, cuando la inflación


y el desempleo atormentaban al país, la Conamup organizaría “paros
cívicos” y pasaría alianzas con varios grupos sindicales y campesi­
nos democráticos (Prieto, 1986: 82). Sin embargo, la amenaza de
un frente único entre estos movimientos y los sindicatos no se
concretó durante el gobierno de López Portillo.
En conclusión, aunque no se puede calificar al gobierno de
López Portillo de obrerista, tampoco es posible decir que haya cas­
tigado económicamente a los trabajadores. Por lo tanto, no había
razones mayores para que la contestación laboral fuera en aumento
como había sucedido durante el sexenio precedente, cuando el
ritmo de la inflación superó en mucho al de los incrementos
salariales. Si observamos la trayectoria de los precios durante todo
el periodo presidencial, notaremos cómo los topes salariales fue­
ron diseñados para prácticamente restablecer, cada mes de enero,
el poder de compra mermado gradualmente durante el año. El
tope impuesto pasó de 10 por ciento en 1977 a 29 por ciento en
1981, dejando el poder de compra de los asalariados prácticamen­
te constante.23 Así, podemos concluir que los trabajadores no
fueron las principales víctimas de la estabilización. Tampoco fue­
ron los beneficiarios de los años de expansión, con excepción de
los petroleros, cuyo sindicato redistribuyó a la base algo de los
premios obtenidos por sus líderes (Álvarez, 1986:54). Para el resto
del sector minero y manufacturero, 1981 fue el único año en que
se logró un aumento (del 8.9 por ciento), en los salarios reales,
justo antes de su derrumbe. Por ello, debemos declarar un empate
respecto de nuestra hipótesis principal en lo referente al movimiento
obrero (ni presiones, ni respuestas del Estado para este periodo).

no
Bizberg (1984) reporta las siguientes variaciones en el poder de compra
durante los años de López Portillo: 0.2 por ciento en 1977; 0.5 en 1978; se carece
de datos para 1980; -6.8 en 1981 (a pesar de la expansión petrolera), y 1.8 por ciento
en 1981. Comparando estas cifras con las del sexenio siguiente (-9.4 por ciento en
1982 y -28.6 por ciento en 1983, según la misma fuente), podremos apreciar la
diferencia entre la privación real y la relativa. Bortz presenta un cuadro similar en
lo referente a los cambios en el índice de salarios reales en el Distrito Federal.
Tomando 1938 como base, van de 125.7 en 1977 a 123.6 en 1978,122.8 en 1979,
116.8 en 1980 y 122.6 en 1981. El desplome comenzó en 1982, cuando el índice se
encontraba a 100.2 (Bortz, 1986:45).
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 199

No se puede decir lo mismo de los maestros, cuyas luchas,


aunque en un inicio reprimidas, Finalmente fueron recompensadas
con algunas concesiones, y cuyo movimiento democrático se con­
solidó dentro del snte, a pesar de los esfuerzos gubernamentales
por evitarlo. Entre las estrategias para prevenir la desestabilización
del régimen, esta organización, con 750 000 afiliados en 1981 (el
sindicato más grande de América Latina), le tomó la delantera al
movimiento obrero: éste tenía 605 000 afiliados entre todos sus
sindicatos (Alvarez, 1986). Algunas de las reivindicaciones magis­
teriales empezaron a ser satisfechas cuando el movimiento obrero
ya había dejado de ser la principal fuente potencial de disturbios
en la arena política. Pero su importancia se mantuvo: podría
convertirse en un factor agravante en caso de insurgencia magiste­
rial, o bien uno de consolidación del régimen si no se unía al
movimiento de los maestros. Por causas históricas, seguía conser­
vando la mejor posición entre las clases dominadas, con el imss, el
Infonavit y el reparto de utilidades como escudos. Los maestros,
por otra parte, aunque tenían acceso a algunas de estas ventajas
(issste y fovissste para salud y vivienda, respectivamente) seguían
luchando por demandas básicas.
Los últimos meses del sexenio de López Portillo también fueron
convulsos. Aunque la mayoría de los analistas (y de los voceros gu­
bernamentales en ese entonces) apuntan a la disminución de los
precios internacionales del petróleo como el principal factor res­
ponsable de la fuga de capitales en 1981, otros culpan al clima de
incertidumbre generado por las incongruencias entre las políticas
económicas anunciadas y las efectivamente instrumentadas (García
Alba y Serra, 1984: 63). Por ejemplo, a pesar del anuncio de una
reducción del gasto público en 4 por ciento en 1981 y 8 por ciento
en 1982, los fondos públicos siguieron fluyendo al mismo ritmo.
Asimismo, el peso se devaluó a escasas 24 horas después del
compromiso presidencial de defenderlo “como un perro”; el control
de cambios se estableció apenas unas semanas después de la
publicación de un documento, redactado por el director del Banco
de México, que se pronunciaba en contra de esa medida. La
forzada conversión de los depósitos bancarios en dólares a pesos
fue otro ejemplo de las políticas generadoras de pánico no única­
mente entre los inversionistas, sino también entre los pequeños
200 EL PACTO DE DOMINACIÓN

ahorristas, cuya confianza en el gobierno había abastecido la deuda


interna durante décadas. La nacionalización de la banca, prepara­
da en secreto y proclamada sorpresivamente el lfi de septiembre de
1982, también sobrevino como un acontecimiento inesperado para
la mayoría de los observadores (incluyendo al gabinete presi­
dencial).
A pesar del tumulto económico y de la reforma política, los
tiempos políticos del país no se vieron alterados. En 1982, Miguel
de la Madrid Hurtado, el candidato oficial del pri, designado por
el presidente (y, al igual que su predecesor, responsable en gran
medida del inmenso déficit presupuestal del gobierno saliente),
fue debidamente electo. Para la mayoría de los grupos organiza­
dos, era un individuo desconocido, educado en la tradición tecno­
cràtica del sector financiero. Con todo, no cabía duda de que su
principal tarea era “estabilizar” la economía tambaleante de Méxi­
co, sinónimo, como en otras tierras, de restricciones salariales y
austeridad presupuestaria.

De mal en PIRE (1982-1988)

El estrepitoso fracaso del desarrollismo basado en el petróleo fue casi


tan súbito y atemorizante para quienes lo vivieron, como el cata­
clismo sísmico que sacudiera a México escasos tres años después.
Para la mayoría del público inducido a creer que México adminis­
traba con éxito su afluencia providencial, los acontecimientos
posteriores a 1982 eran incomprensibles: la fuga de capitales en
magnitudes sin precedentes; las largas colas en los bancos para
cambiar pesos por dólares; las devaluaciones monetarias en casca­
da; la subida de precios en los centros comerciales casi a diario; el
proceso público a los malos de la película (el “Negro Durazo”,
compañero de escuela primaria de López Portillo y jefe de policía; el
director de pemex acusado de robar barcos petroleros enteros, y
hasta el propio López Portillo); pero, ante todo, el futuro poco
alentador delineado por el presidente entrante -el primero desde la
Revolución que no empezara el sexenio con una nota de esperanza
y renovación—. La mayoría de los mexicanos, acostumbrados a un
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 201

futuro previsible (aunque rara vez color de rosa), quedaron aturdí*


dos y atónitos. Cornelius logra captar el ambiente de la época:

Al extremo opuesto del crecimiento económico constante, del sen­


timiento de confianza y flexibilidad política característicos desde
1940, México parece haber entrado en una era de inestabilidad
económica, rigidez institucional, incertidumbre (tanto para los indivi­
duos, como para las instituciones), erosión de las relaciones tradicio­
nales entre el Estado y la sociedad, y desmoronamiento del consenso
entre las élites que habían apuntalado el modelo de desarrollo desde
1940 (Cornelius, 1986:1).

Esta afirmación, aunque puede exagerar el peso de las élites


en la conducción de la política en México, refleja fielmente la
fragilidad de las instituciones y su incapacidad para resolver nue­
vos problemas con los viejos métodos de estira y afloja que habían
regulado la lenta transformación del país desde los años cuarenta.
Este periodo presencia una nueva serie de presiones encami­
nadas a transformar el pacto de dominación. De 1982 a 1988, bajo
la presión externa de las fuerzas internacionales, el Estado tomó me­
didas que eliminaron todo el avance en los salarios reales logrado
en los últimos 25 años, y redujeron el gasto social. El efecto global
de la crisis, por otro lado, estimuló la activación de una diversi­
dad de movimientos urbanos locales coordinados de manera fle­
xible, pero con poca movilización obrera aparente. En 1988, los
sindicatos disidentes se unieron a estos y a otros movimientos de
descontento durante la mayor ofensiva electoral enfrentada por el
sistema desde 1940. Después de 1988, el Estado desmanteló siste­
máticamente las bases organizativas de esta embestida electoral, a
la vez que extendió el aparato de beneficencia para los pobres de
la ciudad (y, aunque menos, también para los del campo).
La magnitud de la crisis de 1982, arrastrada durante el resto de
la década, hacen parecer como insignificantes incluso las versiones
más pesimistas de las crisis anteriores. Durante ese año, cuando los
bancos internacionales suspendieron sus préstamos a México, el
país debió pagar 13.3 miles de millones de dólares anuales por
servicio de la deuda, equivalentes a 47.5 por ciento de las exporta­
ciones (Urquidi, 1988a). El crecimiento económico cayó de 8 por
ciento a -0.5 por ciento, y la inflación llegó al 60 por ciento. El dé-
202 EL PACTO DE DOMINACIÓN

ficit global del sector público alcanzó el 18 por ciento del pib (Nexos,
septiembre de 1985) y la deuda externa total llegó a 87.6 miles de
millones de dólares, o 61 por ciento más de lo que representaba
dos años antes (Urquidi, 1988a).
En diciembre de 1982, cuando el nuevo gobierno tomó posesión,
se introdujo el Programa Inmediato de Reordenamiento Económi­
co (pire), un plan de estabilización de tres años supervisado por el
fmi. El documento oficial para presentar el programa identificaba
cuatro culpables de las desventuras de México: 1) la ineficacia del
sistema productivo; 2) la generación insuficiente y el uso irracional
de divisas extranjeras; 3) la escasez de ahorro interno, y 4) las
desigualdades sociales generadas por el proceso de crecimiento
(García Alba y Serra, 1984: 73). Esto era, en efecto, una acusación
severa a un gobierno que había explícitamente aspirado a fijar un
ejemplo histórico de “buena administración”.24 La promesa formu­
lada al fmi a cambio de los préstamos necesarios para pagar el
servicio de la deuda fue la reducción del déficit público fiscal a 8.5
por ciento del pib en 1983,5.5 en 1984 y 3.5 en 1985. Esta reducción
sólo podía lograrse incrementando los impuestos y el precio de los
servicios públicos, los cuales, tradicionalmente, se habían manteni­
do bajos para proteger a los grupos de menor ingreso, a la vez que
estimular la inversión. Ambas medidas eran necesariamente infla­
cionarias, al menos a corto plazo. Dada la consagrada tradición
mexicana de evadir impuestos, tales ingresos sólo podían provenir
de los causantes cautivos: primero, del exiguo sector de empleados
con sueldos superiores al mínimo (en especial los sectores medios)
y segundo, de los impuestos sobre las ventas, cuyo peso principal
recaería sobre los pobres de la ciudad. Ambos grupos aportarían
mucha fuerza a la oposición electoral al pri durante los años

24 Durante el sexenio de López Portillo, se realizó una extensa reforma admi­


nistrativa que principalmente consistía en separar o fusionar secretarás interna­
mente conflictivas con miras a reducir las batallas interburocráticas. Así, se hizo
una división, por ejemplo, entre la Secretaría de Hacienda, encargada de la recau­
dación de impuestos, y la Secretará de Programación y Presupuesto, encargada de
gastarlos. También, se unificaron la Secretaría de Agricultura y la de Recursos
Hidráulicos. López Portillo también dió los primeros pasos en el proceso de des­
centralización de los servicios de educación y de salud.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 203

ochenta, aun cuando optarían por distintos lados del espectro


político para expresar su descontento.
Se esperaba una reducción de la inflación al 55 por ciento en
1983. Sin embargo, alcanzó 80 por ciento (incluso según fuentes
oficiales), mientras que el crecimiento económico llegó a los números
rojos (-5.5 por ciento). £1 descontento popular empezó a dejarse
sentir. Entre mayo y junio de 1983, tras soportar inicialmente las
medidas de austeridad, la ctm y el ct amenazaron con una huelga
general. La respuesta gubernamental fue un regaño público y un co­
queteo abierto con las entonces más dóciles crom y croc.25 Empe­
ro, el movimiento obrero había dejado el escenario principal de
las acciones populares. Con el acrecentado desempleo y el auge de la
economía informal, en la que las mujeres (quienes contribuían
cada vez más al sustento familiar) empezaron a tener un papel
central, las demandas populares cambiaron de las salariales a las
de bienes y servicios más baratos.
Durante el último año del gobierno precedente, México había
presenciado el nacimiento de las coordinadoras, organizaciones
de enlace de las acciones de varios movimientos populares. Las de
mayor prominencia fueron la cnte, de los maestros, la Conamup,
del movimiento urbano popular y la cnpa, de los campesinos. La
primera representó al magisterio disidente desde su constitución
en 1979. Durante el sexenio de Miguel de la Madrid, se organizó
el Frente Nacional de Defensa de los Salarios y Contra la Carestía
(Fendescac).26 La Conamup, como ya vimos, fue creada en mayo
de 1980 por una coalición de consejos de barrios. Estableció
esfuerzos colectivos para resolver los problemas más candentes de
los habitantes de la ciudad: vivienda y servicios básicos (agua,
drenaje, electricidad, etcétera).27
En octubre de 1983 las coordinadoras organizaron conjunta­
mente un Paro Cívico en el que aproximadamente dos millones de

25 Este coqueteo se reflejaría en repetidas alabanzas públicas a estas organiza­


ciones y en la ayuda del gobierno en sus esfuerzos de redutamiento.
26 Otra organización defensora de los consumidores, más ligada a la izquierda
oficial, era el Comité Nacional para la Defensa de la Economía Popular (cndep).
Estas dos organizaciones rivales se unificaron en junio de 1983 con el nombre de
Asociación Nacional Obrero Campesina Popular (anocp) (Carr, 1986:13).
27 Para mayores detalles sobre las coordinadoras véase Prieto, 1986.
204 EL PACTO DE DOMINACIÓN

personas participaron. Esta demostración de fuerza incitó al ct a


renovar sus demandas a finales del mismo año: suspensión del iva
(en un momento en que los ingresos fiscales eran una necesidad
absoluta); congelamiento de alquileres en la ciudad de México; y
negociación semestral de los contratos de trabajo. Entonces, el
regaño no fue tan fuerte. Se otorgaron algunas concesiones simbó­
licas: los incrementos en el transporte fueron suspendidos y se
adoptó una nueva ley para mantener los aumentos en los alquileres
por debajo de la tasa de inflación. La consecuencia inmediata de
esta medida fue la casi desaparición de los contratos de arrenda­
miento en la ciudad de México (y, por ende, también de los im­
puestos que los gravaban), y una mayor escasez (y carestía) de la
vivienda de alquiler, ya que los propietarios decidieron protegerse.
La demanda principal —negociación de los contratos salariales
cada seis meses—, cuyos efectos hubieran sido altamente inflacio­
narios, no fue satisfecha. En su lugar, el gobierno optó por decretar
aumentos salariales de emergencia, siempre que la presión infor­
mal del movimiento obrero creciera demasiado. Esto llevaba casi
al mismo resultado, pero evitaba vincular legalmente los salarios a
la tasa de inflación. De esta manera, los salarios seguían atrasados
respecto a la inflación, con la esperanza poco realista de que la
contracción de la demanda frenara ésta y la, no tan irrealizable, de
que el trabajo mal pagado se convirtiera en la principal ventaja
comparativa de México.28 26 *
El año de 1984 también fue escenario de duras protestas
populares. La ctm amenazó con una huelga general si no se
incrementaban los salarios. Esta amenaza fue apoyada por nume­
rosos emplazamientos. En junio del mismo año, se realizó un
segundo Paro Cívico, en el que participaron alrededor de 500 000
personas. Pasada dicha fecha, las coordinadoras ya no fueron

26 Según Álvarez (1986), quien utiliza datos publicados por el Banco Nacional
de México (Banamex), el costo promedio de una hora de mano de obra en julio de
1983 era de 0.91 dólares. Compárese esto con su costo en Singapur, de 1.75, en
Hong Kong, de 1.45 y en Estados Unidos, de 8 a 13. El único pais más barato entre
los de nueva industrialización era Malasia (0.49), incomparable con México en lo
referente a la experiencia industrial de la fuerza de trabajo y la proximidad al
mercado estadunidense.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 205

capaces de combinar sus esfuerzos para realizar nuevas huelgas


cívicas, a causa del fraccionalismo interno, la represión guberna­
mental de militantes individuales y la interferencia de los partidos
de izquierda, que se sentían fuera de lajugada (Middlebrook, 1989:
205). Pronto, la ctm volvió a tomar la ofensiva, proponiendo una
alternativa a las políticas de estabilización emprendidas: salarios
indexados, mayor reparto de utilidades, nacionalización de las em­
presas productoras de alimentos (muchas de ellas transnacionales)
y un mayor paquete de medidas sociales. En resumen, pedía al
gobierno que echara por la borda toda sabiduría fiscal y dejara de
pagar la deuda.
A la inversa de su actitud prepotente de 1983, Miguel de la
Madrid respondió con un relajamiento de las políticas estabilizado-
ras y nuevas promesas. Durante el último trimestre de 1984 y el
primero de 1985 (año de elecciones estatales) fue impulsada una
breve recuperación económica por un aumento en el gasto público
(Cornelius, 1986). El presidente llegó incluso a anunciar el final de
la austeridad. El resultado inmediato de este debilitamiento mo­
mentáneo fue una mayor inflación, otra ola de fuga de capitales y
una nueva contracción económica (además de la amonestación de
las autoridades del fmi al presidente). En respuesta, el presupuesto
fue recortado aún más en agosto. En septiembre, la tragedia del
terremoto redujo otra vez las esperanzas de recuperación. Paralizó
momentáneamente al gobierno, y renovó la capacidad de la acción
popular colectiva, ahora para salvar vidas. A pesar de la interfe­
rencia a menudo adversa de la policía y el ejército durante esta trage­
dia,29 la población organizó el rescate de las víctimas, el transporte

29 En los tres primeros días posteriores al terremoto se presenció una parálisis


casi total del gobierno y de su burocracia. La ciudadanía y, posteriormente, equipos
extranjeros, organizaron brigadas de rescate y distribución de alimentos en toda la
ciudad de México, sólo para ver su labor dificultada cuando el gobierno intervino.
Varios equipos extranjeros salieron molestos. Esta autora intentó, en vano, con un
grupo de profesores de El Colegio de México, salvar a las costureras agonizantes de
una fábrica clandestina en San Antonio Abad. En algunos casos, incluso los médicos
enviados por las autoridades de salubridad para asistir a las víctimas eran detenidos
por los soldados. Para una saga de la primera semana posterior al terremoto, véase
Arreola et al., 1986.
206 EL PACTO DE DOMINACIÓN

de los heridos, la donación y distribución de alimentos y medici­


nas. Organizaciones de base, como la Conamup, se convirtieron
en voceros de las victimas del sismo, negociando activamente con
el gobierno su reasentamiento y la reconstrucción de las viviendas
destruidas. A pesar de las extremas limitaciones presupuestarias,
sus demandas recibieron prioridad en la agenda gubernamental:
no podían ser desdeñadas con legitimidad. Tampoco se podía
permitir que los damnificados unieran su fuerza con otros des­
contentos (Massolo, 1986). De hecho, ya habían constituido una
organización, la Coordinadora Única de Damnificados (cud), que
se impuso a las autoridades como agente negociador: aprovechó
la buena disposición del gobierno, forzándolo a desechar sus
propios proyectos de renovación ante la movilización y organiza­
ción popular y a reconocerotros, alternativos, propuestos por los
movimientos populares (Foweraker, 1990).30 Al final de 1985, la
inflación se mantenía y la recesión se agravaba, como resultado
del derrumbe de la estrategia de precios de la opep (Banco Mun­
dial, 1986).
Los años subsecuentes de lenta reconstrucción no genera­
ron ningún mejoramiento notorio para las clases populares. Los
precios internacionales del petróleo continuaron cuesta abajo y la
inflación siguió sin bajar.31 Entre 1982 y 1988, el pib per cápita
decreció en 15 por ciento (Hernández Laos, 1993). Asimismo,
durante todo este periodo, las inversiones públicas disminuyeron en
más de 50 por ciento, y las privadas en 15, aunque éstas experimen­
taron un pequeño crecimiento de 3.3 por ciento entre 1986 y 1988
(Hernández Laos, 1989, 1993). En 1986, se introdujeron nuevos
recortes presupuestarios, sin por ello compensar la pérdida de
578 por ciento de ingresos petroleros. (Cornelius, 1986). Los
subsidios alimentarios se redujeron en 80 por ciento: el precio de
la tortilla aumentó en 140 por ciento, aunque se mantuvo el sub­
sidio del azúcar, para el beneficio principal de la industria del

Para un análisis del papel de los movimientos populares en el sismo de 1985,


véase, asimismo, Ramírez Saiz, 1986 y 1989; Aguilar Zinser tí al., 1986; Azuela, 1987;
Connelly, 1987.
S1 La inflación promedio entre 1982 y 1988 fue de 83.5 por ciento (Hernández
Laos, 1993).
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 207

refresco.32 £1 precio de la gasolina se duplicó, y la tarifa del metro


pasó de 1 a 20 pesos. La inflación se disparó, alcanzando los tres
dígitos. A pesar de todos estos recortes, el déficit fiscal alcanzó 12.4
por ciento del pib a finales de 1986. Las empresas estatales, como
Pemex, Conasupo y la cfe, empezaron a posponer los pagos a sus
abastecedores. £1 sector público se encontraba, virtualmente, en
una situación de bancarrota.
£1 descontento social creció a lo largo del sexenio de Miguel de
la Madrid, para culminar con el estallido de oposición electoral del
verano de 1988. Para comprender este acontecimiento inesperado
así como los subecuentes cambios en la relación entre el Estado y
las clases subordinadas, debemos recapitular sobre las repercusio­
nes sociales de las estrictas medidas de austeridad que golpearon
a las clases ya de por sí empobrecidas (principalmente a los traba­
jadores, los sectores intermedios, los pobres urbanos y el campesi­
nado).
Generalmente, los datos globales sobre las condiciones socia­
les no son satisfactorios, porque promedian las desigualdades
internas de las categorías sociales (entre hombres y mujeres; entre
los anteriormente empleados, los subempleados y los abiertamente
desempleados; entre la ciudad y el campo, etcétera), que en México
siempre han sido sumamente altas. No obstante, proveen una me­
dida aproximada de la profundidad de la caída económica de la
mayoría de la población mexicana durante la década de los ochenta.
Si tomamos 1980 como año base (índice 100), los salarios habían
caído a 43 para 1987 (Brachet-Márquez y Sherraden, 1993). Duran­
te el mismo periodo, el gasto total en salud pasó de 100 a S8.27.33

52 Después de 1986, las mujeres de las familias de ingresos bajos pudieron


obtener cupones para tortillas (tortibonos) y tarjetas especiales para la compra de
leche subsidiada, siempre que dispusieran del tiempo para hacer largas colas, a
veces desde las cinco de la mañana, para obtener estos productos. Dichas medidas
diseñadas para “focalizar” a los pobres excluían, en los hechos, a muchos de los po­
bres con empleo, pero sin el tiempo suficiente para transportarse a los centros de
distribución.
33 La información siguiente se basa en la investigación y análisis de Boltvi-
nik, 1987; Bronfman y Gómez de León, 1989; Ciemex-WEFA, 1989; González Block,
1989; Hernández Laos, 1989,1993; Lustig, 1987,1992; Stern tí ai, 1989, y Urquidi,
1988a y 1988b. Son resumidos en Brachet-Márquez, 1988 y 1990.
208 EL PACTO DE DOMINACIÓN

En lugar de medir los cambios en el salario mínimo, como en el


pasado, la investigación se ha centrado, recientemente, en los
cambios en el poder de compra del salario mínimo respecto a la
Canasta Normativa de Necesidades Esenciales (cnse), un paque­
te de productos y servicios básicos definido por Coplamar a inicios
de los ochenta (Coplamar, 1983).34 Boltvinik (1987) calculó que,
entre 1963 y 1977, el número de salarios mínimos necesarios para
comprar la cnse disminuyó de 3.4 a 1.6. De 1978 a 1982, la situación
se mantuvo relativamente estable. De 1983 en adelante, sin embargo,
este número fue en aumento constante, llegando a los 3.3 salarios
mínimos en 1987. Otro estudio muestra la evolución de la “brecha
legal de marginación”, representando el porcentaje de la población
cuyos patrones de consumo indican que no podía pagar la cnse.
Esta brecha cayó de 56 a 3 por ciento entre 1963 y 1977, para
mantenerse relativamente estable de 1977 a 1982, y crecer de nuevo
a 50 por ciento entre 1982 y 1987. En otras palabras, el nivel de
satisfacción de necesidades básicas en 1987 había retrocedido al
nivel de 1963.35
A esta lista de males debemos agregar otro hecho: contra las
pretensiones gubernamentales, los servicios de salud y bienestar
también sufrieron recortes considerables. El gasto en salud per
cápita había decaído en 47.7 por ciento entre 1980 y 1987 (Valdés
Olmedo, 1991), conduciendo a una mayor congestión de las insta­
laciones de salud pública. Sin embargo, el daño fue menor que el
experimentado por los salarios.36 Se puede decir que el paquete

94 La cnse incluye gastos familiares básicos en alimentación, vivienda, medica­


mentos, educación, vestido, calzado, transporte, recreación y cultura. Esta metodo­
logía, muy superior a intentos anteriores para calcular el ingreso familiar mediante
encuestas, sin embargo peca de una limitación metodológica de base, pues toma la
familia como unidad de análisis, sin ningún cálculo de la variación del número de
individuos o asalariados en cada familia. Los cálculos se basan en un promedio de 3.6
personas por familia.
95 De hecho, dado que el número promedio de asalariados por familia siempre
ha sido mayor que 1 (1.77 en promedio), la “brecha de marginación” pasó a ser
negativa en los años setenta; esto implica que se satisfacía algo más que las ne­
cesidades básicas. Volvió a ser positiva después de 1982.
96 La merma de los salarios reales del personal de salud durante este periodo
también redundó en ahorros presupuestarios, lo que permitió que no se redujera
y hasta aumentara el empleo en este sector.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 209

social fue defendido por el gobierno, a pesar de las presiones


políticamente insensibles de los acreedores. Al mismo tiempo, se
llevó a cabo una política de descentralización de la salud y la
educación. Alrededor del 25 por ciento de las clínicas del imss-Co-
plamar fueron incorporadas a la salud pública, aligerando parcial­
mente la responsabilidad presupuestaria federal en estos servicios.
El resultado inmediato fue un caos administrativo y mayores costos
para los beneficiarios (v. gr., la obligación de comprar los medica­
mentos, anteriormente gratuitos con Coplamar), lo que fácilmente
podía cristalizar en protestas sociales.37 La reforma fue detenida a
medio camino, dejando fuera a los estados potencialmente más
contestatarios (del norte y del sureste).
El 15 de septiembre de 1987, dos meses después del destape de
Carlos Salinas de Gortari como candidato del pri a la presidencia,
Miguel de la Madrid anunció un nuevo paquete de medidas econó­
micas —el Pacto de Solidaridad Económica (pse)— diseñado para
detener la inflación. La propuesta era una combinación de medidas
referentes a salarios, congelación de precios y control de la tasa de
deslizamiento del peso respecto del dólar. El presidente anunció
que, con esta política, México volvería a la estabilidad de precios y
al crecimiento sostenido a más tardar para diciembre de 1988,
fecha del cambio de poderes. Esta prédica dependía, como siem­
pre, de la disposición obrera a asumir los sacrificios necesarios.
Cuando se anunció el pse, las proyecciones económicas vaticinaban
135 por ciento de inflación para 1988 (la más alta desde la Revolu­
ción), y un déficit público de 18.5 por ciento del pib (Whitehead,
1989: 183). Desde 1982 los expertos del sector financiero habían
estado en desacuerdo sobre cuál era el mejor remedio para la crisis
económica: shock o no shock; control cambiario o libertad cambiaría,
etc. La decisión de lanzar el pse cortó el nudo gordiano que dividía
a las élites gubernamentales.
Ningún análista se ha acercado lo suficiente a los centros de
poder como para poder reportar qué negociaciones se realizaron
antes de adoptar esta decisión, o qué papel tuvieron los distintos

Para detalles acerca de la descentralización de los servicios de salud durante


el gobierno de Miguel de la Madrid y su repercusión negativa sobre la equidad de
su distribución, véase González Block, 1989.
210 EL PACTO DE DOMINACIÓN

actores políticos en su elaboración, pero se sabe que la congelación


de precios había sido una demanda constante del movimiento
obrero y de las organizaciones urbanas populares (las coordinadoras)
desde el inicio de la crisis. Además, la ctm había amenazado con
llamar a huelga general el Ie de enero de 1988 a menos que se
concedieran incrementos salariales sustanciales. En vísperas de
elecciones presidenciales —especialmente cuando el candidato
no era de la preferencia del movimiento obrero— no se podían
ignorar tales demandas. Empero, no sólo los trabajadores y las ma­
sas urbanas se beneficiaban con estas medidas, también saltaba a
la vista que las élites empresariales, invitadas a integrar la comi­
sión que vigilaría la instrumentación del pacto, obtuvo una muy
esperada entrada en el gobierno. Aunque, inicialmente, varios
elementos de ese grupo habían cuestionado algunos términos del
pacto, el conjunto del sector lo aprobaba. Para el gobierno, por
otra parte, la resultante pérdida relativa de autonomía en las de­
cisiones económicas, al incluir al empresariado, era compensada
con creces por su éxito en el desarme de la oposición empresa­
rial. A cambio de esta concesión, el gobierno podía contar, en ade­
lante, con la participación activa de la burguesía en el combate
contra la inflación, en lugar de la anterior incitación a invertir
su capital en el extranjero.38 Finalmente, los prestamistas interna­
cionales tenían todas las razones para aplaudir la medida.
Ya en marzo de 1988, mucho antes de los comicios, se había
logrado reducir sustancialmente la inflación, y declarado oficial­
mente el éxito del pse. En abril, se consolidó el “pacto” como
instrumento permanente y obligatorio, y se cambió de nombre por
Pacto de Estabilidad y Crecimiento Económico (pece). En conse­
cuencia, regresaron los capitales golondrinos, aprovechando la
nueva estabilidad monetaria y las extremadamente lucrativas tasas
de interés (fluctuantes entre 45 y 57 por ciento). En ese momento,
el pan dejó de ser el portavoz del gran capital mexicano, anticipan-

38 Es interesante hacer notar que las restricciones de precios en los supermer­


cados después de 1987 dieron una cierta ventaja competitiva a las grandes tiendas
frente a las pequeñas, que seguían cambiando sus etiquetas como si nada hubiera
sucedido.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 211

do la peligrosa posibilidad de una alianza conservadora entre éste


y los sectores medios.
A pesar del rápido éxito del pse, no se logró la paz política. T-a
campaña presidencial de 1988 resultó ser la más convulsa desde la
de Ávila Camacho (de manera inesperada para la mayoría de los
observadores de la vida política mexicana). Como ésta, se vio
mancillada por el fraude electoral, perpetrado para salvar al sistema,
ahora carente de legitimidad ante amplios sectores de la población,
tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político.39
Mientras que las elecciones estatales y municipales (de 1982,1985
y 1986) habían revelado la movilización política de la oposición
conservadora dirigida por el pan, un nuevo protagonista político
de centro izquierda, el Frente Democrático Nacional (fdn), había
aparecido en el escenario político, a partir de la coalición entre un
ala reformista dentro del pri y varios partidos de izquierda. Estaba
encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del legendario Lázaro
Cárdenas, quien cautivó instantáneamente a las masas, llenando el
Zócalo de ciudad de México, quizás por primera vez para un
candidato opositor. Esta nueva alternativa constituía una amenaza
mucho mayor para el partido oficial que el pan, porque repre­
sentaba la ideología oficial de justicia social por parte de un grupo
de poder “renegado” capaz de revitalizar los ideales revoluciona­
rios en un momento en que, aparentemente, todos los grupos
subalternos se sentían abandonados por el Estado. La propia
indefinición de metas y políticas económicas precisas por parte
de la nueva coalición logró la unión coyuntural de las aspiraciones de
cambio de un sector amplio de la población mexicana que superaba

39 Esta aseveración se basa en tres hechos daros; 1) el largo retraso en la emi­


sión de los resultados finales de la elección, a pesar del sumamente sofisticado sis­
tema de cómputo dispuésto; 2) el poco realista dato de 50 por ciento de ausentismo
electoral, a pesar de los testimonios oculares de un alto índice de movilización
política de la pobladón, en especial en los centros urbanos y, 3) la negativa
gubernamental a abrir los paquetes de votos originales sobre cuya base supuesta-
mente se habían calculado los resultados. Molinar y Weldon (1990) argumenta que
el pri habría ganado la elección presidencial de cualquier forma, aunque por un
margen mucho menor; pero perdiendo su mayoría legislativa. Aunque una ley de
“gobemabilidad” adoptada poco antes de las elecdones le habría restituido dicha
mayoría, difídlmente hubiera tenido respaldo popular.
212 EL PACTO DE DOMINACIÓN

todas las trabas impuestas por el orden corporativo. Atrajo a los


nuevos movimientos urbanos (Tamayo, 1990), al movimiento obrero
disidente, a maestros, campesinos, estudiantes, profesionales e in­
telectuales.
Los comicios presidenciales de 1988 representaron un punto
de inflexión crucial. Carlos Salinas de Gortari obtuvo 48.7 por
ciento de los votos a nivel nacional, perdiendo en las grandes ciuda­
des (México, Guadalajara y Monterrey); uno de cada cuatro candi­
datos del partido oficial fue desplazado por un candidato opositor
en la cámara de diputados. Oficialmente, Cuauhtémoc Cárdenas
obtuvo 30 por ciento de los votos, mientras que Manuel Clouthier,
del pan, 16.2 por ciento (Molinar y Weldon, 1990). Este aconteci­
miento puso en evidencia las fallas del mecanismo corporativo de
control sobre las clases subordinadas: en las ciudades, la vieja
maquinaria electoral había hecho agua por todos lados, y tuvo que
ser rescatada por el fraude electoral. Por lo tanto, 1988 presenció
la transmutación del descontento sectorial que anteriormente ha­
bía fluido por canales corporativos (recibiendo cada sector solu­
ciones limitadas y específicas) en una oposición electoral directa y
masiva (aunque todavía dividida). Finalmente, 1988 demostró la
poca disposición por parte de los cuadros del partido oficial para
aceptar la derrota electoral.
Tras retrasos interminables en el anuncio de los resultados
electorales, y en medio de protestas de la oposición, Carlos Salinas
de Gortari fue declarado vencedor. La actitud intransigente del
Colegio Electoral que examinó las quejas de fraude después de la
elección no dejó otra alternativa a los candidatos derrotados que
la aceptación o la rebelión en nombre de la democracia. Sin
embargo, poco después de los primeros llamamientos a la desobe­
diencia civil por parte de ambos candidatos, la efervescencia polí­
tica amainó sosegadamente. Se pueden dar dos explicaciones a este
súbito cambio de ánimos. Primero, las coaliciones tras los partidos
de oposición empezaban a perder su cohesión justo después de la
votación: el pan, porque el gran capital, seducido por su nuevo
papel en la toma de decisiones económicas, ya no lo apoyaba, y el
FDN, porque su frágil base organizada se veía amenazada, tanto des­
de adentro, como por la determinación gubernamental de disolver
la alianza. La segunda, y principal razón fue la resolución por parte
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 213

del presidente electo de responder a las demandas que casi le


habían costado su puesto.

Entre milagro y espejismo (1988-1993)

Carlos Salinas de Gortari tomó posesión del gobierno el primero


de diciembre de 1988 bajo circunstancias singularmente desfavo­
rables. Aunque había disminuido considerablemente la inflación
mediante la aplicación estricta del pece, la economía seguía en
recesión, y la deuda externa, estimada en 107 mil millones de
dólares, presionaba al extremo la capacidad financiera del país.
La tentativa (iniciada en 1979 y continuada durante el periodo
de De la Madrid) de mantener la hegemonía del partido oficial
mediante una reforma política limitada, había tenido resultados no
anticipados. Esta introdujo nuevos protagonistas políticos poten­
cialmente capaces de amenazar al régimen, y fortaleció otros más
allá de lo que se contemplaba con estos cambios. Como consecuen­
cia, la mayoría del pri había sido acosada desde ambos lados del
espectro político, lo cual generó presiones contradictorias para el
cambio político sobre el nuevo gobierno.
De esta conjunción, aparentemente irreconciliable, de las
demandas del empresariado, las clases medias y los sectores
populares surgió una combinación muy peculiar de reformis­
mo político, neoliberalismo económico y asistencialismo social.
El primero de éstos contemplaba destruir las bases corporativas
de la política y transformar al partido oficial en un órgano más
capaz de responder a las demandas de la población; el segundo
optaba por el libre comercio interregional; y el tercero resucitó
la alianza popular mediante un programa transformado de bie­
nestar social.
Si el sexenio del presidente De la Madrid careció de rumbo
político y económico muy claros, el salinista puede verse como una
serie de acciones claramente orientadas hacia objetivos. Salinas, en
lo político, dedicó el primer año de su mandato casi exclusivamen­
te a destruir o dividir a sus enemigos políticos más sobresalientes:
la coalición de izquierda, la oposición conservadora y los líderes
corporativistas desobedientes. En lo económico, robusteció e ins­
214 EL PACTO DE DOMINACIÓN

titucionalizó el pece y renegoció la deuda externa. En los social,


lanzó la idea de solidaridad, pero no fue más allá de ofrecer un
nuevo nombre para el programa Coplamar heredado de los dos
sexenios anteriores.
A partir del segundo año de su mandato y hasta 1993, el mayor
esfuerzo salinista se concentró en reorientar la economía mexica­
na hacia el exterior y generar ahorros presupuestarios con base en
la venta de empresas estatales previamente subvencionadas. Esta
nueva fuente de ingresos sirvió para lanzar plenamente el Programa
de Solidaridad cuyos resultados políticos se concretaron en el triun­
fo priista en las elecciones legislativas de 1991. A partir de éstas, y
hasta finalizar 1993, el mayor énfasis de la política salinista se hizo
en reestructurar las bases del apoyo al régimen y romper las ba­
rreras al liberalismo económico.
El desmantelamiento de las dos principales fuentes de oposi­
ción se instrumentó en varios pasos bien planeados. Primero, una
serie de nuevas leyes electorales, adoptadas por el partido triunfa­
dor, cerró la posibilidad futura de formar coaliciones electorales
de las características de la que surgió en los comicios de 1988. El
neocardenismo, si quería sobrevivir bajo la cobertura relativamente
protectora de un partido de oposición tolerado oficialmente, debía
persuadir de desaparecer a todos los partidos de izquierda, parti­
cipantes en el Frente, tarea casi imposible, dada la vieja tradición
de intensa rivalidad prevaleciente en su interior. También debía
ganarse la lealtad inquebrantable de las masas urbanas incorporadas
al joven movimiento urbano. Esta tarea además, era inmensa, a sa­
biendas de la resistencia de éste a incorporarse formalmente a
cualquier partido (Street, 1991). Con la disolución del fdn, Cuauh­
témoc Cárdenas intentó reconstruir la alianza de la izquierda,
creando el Partido de la Revolución Democrática (prd). Al iniciar­
se, el prd todavía podía optar entre proyectarse como un partido
de los movimientos populares, o adoptar el perfil más tradicional de
un partido preocupado por ganar elecciones. Cárdenas y sus
asociados eligieron lo segundo, y se enajenaron así a los líderes de
los movimientos populares que los habían apoyado en 1988 (Ha­
ber, 1995). Estos se verían posteriormente beneficiados por Prona­
sol, limitando paulatinamente su postura contestataria (Ibid.). No
obstante, pronto se perdió el impulso electoral. El prd logró con­
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 215

vertirse en otro partido de oposición tolerado oficialmente pero


políticamente débil.
El segundo paso fue quitar del poder a dirigentes sindicales
oficiales ineficaces o rebeldes: Joaquín Galicia, el conflictivo jefe
de los petroleros, quien se vanagloriaba de haber realizado aportes
financieros a la campaña cardenista, y Jonguitud Barrios, el exi­
gente jefe del sindicato magisterial, quien se había mostrado inca­
paz de acallar la “tendencia democrática” en su gremio. Tras una
huelga de los maestros que duró un mes, se hicieron concesiones
salariales al gremio de los maestros en abril de 1989. Por su parte,
la ctm quedó marginada aún más del poder, a favor de la croc,
como lo había sido durante el gobierno anterior.
El tercer paso, que coincidió con los objetivos inmediatos de
estabilización económica, consistió en institucionalizar el pece, lo
que equivalía a incorporar formalmente a la gran empresa en la
toma de decisiones gubernamentales. Como resultado, la posición
del empresariado se vió dividida entre los que seguían con la línea
contestataria marcada por el pan en 1988, y los que prefirieron
negociar desde el interior del aparato estatal. Como consecuencia,
el pan empezó a bajar su tono desafiante. Lo perdería totalmente
unos meses más tarde cuando Manuel Clouthier, el excandidato a
la presidencia del pan, quien se había rehusado a aceptar la victoria
de Salinas como legítima, sufrió un accidente mortal.
Finalmente, el gobierno salinista concluyó su primer año con
la renegociación de la deuda, obteniendo sólo una reducción de 7
mil millones de dólares en capital, pero de 1.5 billones anuales en
servicio de la deuda con la reconversión de parte de esta en bonos
a treinta años (Urquidi, 1995).
En cuanto al Pronasol, anunciado en el discurso de inaugura­
ción presidencial como un programa fundamental, fue, en esta
primera etapa, una simple reconversión de gastos dispersos en
diferentes partidas del presupuesto nacional.40 Sin embargo, Pro­
nasol, desde un principio, ocupó un lugar central en el proyecto
gubernamental. Su propósito, además de reconfigurar el apoyo

40 Durante el primer año de su inauguración, Pronasol gastó un total de


1 832.1 millones de nuevos pesos, equivalentes al 0.31 del pib, en comparación con
0.68 en 1992 (Lustig, 1994).
216 EL PACTO DE DOMINACIÓN

popular al régimen, era demostrar las bondades de una fórmula


de beneficencia presuntamente más adecuada que esfuerzos ante­
riores, por estar supuestamente focalizada en los más necesitados,
y relativamente poco burocratizada.
Una vez consolidado el poder presidencial y confirmado el
éxito del pece para estabilizar la economía, el gobierno salinista se
lanzó de lleno a los dos programas clave de su sexenio: la apertura
arancelaria y Pronasol, éste como presunto correctivo social de
dicha apertura. £1 primero se concretó en largas y complejas
negociaciones con Estados Unidos y Canadá, con miras a la firma
del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (tlc) y la negocia­
ción para la entrada de México a laoECD. Sólo nos detendremos en
el segundo, por ser el único relevante al objetivo del presente
análisis.
Como programa de combate a la pobreza, definido así por el
discurso gubernamental, Pronasol puede considerarse un fracaso.
En primer lugar, lejos de concentrarse en medidas destinadas a
aliviar la miseria (ya sea asegurando mínimos niveles de bienestar
para los pobres y los indigentes por medio de aportaciones direc­
tas, o creando empleo para éstos), gastó más del 40 por ciento de
sus fondos en obras de infraestructura (en algunos casos sin
ninguna relación con población de bajos ingresos), dedicando sólo
el 15 por ciento a proyectos productivos capaces de generar em­
pleos entre la población pobre. De hecho, Lustig reporta que si los
fondos gastados por Pronasol en 1990 se hubieran distribuido a los
pobres, el ingreso de éstos hubiera rebasado la línea de pobreza
(Lustig, 1994: 88). Lustig argumenta también que, al exigir una
contrapartida de los participantes de Pronasol para construir in­
fraestructura básica, el Estado estaba cobrando impuestos en forma
disfrazada. No es extraño, por consiguiente, que durante el sexenio
salinista, la proporción de los pobres haya aumentado (de 64 a 66
por ciento entre 1989 y 1992, según Boltvinik, 1994:158) en vez de
disminuir.41 Paralelamente, el empleo formal quedó estacionario
mientras se disparaba el informal, prueba de que el aparato pro­
ductivo mexicano no estaba preparado para un ambiente inter­

41 Estas proporciones representan el cálculo más conservador actualmente


existente. Otros calculan hasta el 76% de pobres en México.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 217

nacional competitivo: entre 1989 y 1993 (y a pesar de haber


crecimiento hasta 1992), el empleo formal sólo incorporaba a
medio millón de personas a la actividad económica, mientras que el
informal absorbía a 3.93 millones (Ciemex-WEFA, 1995: Cuadro 11).
Sin embargo, Pronasol fue un éxito si consideramos que logró su
objetivo no declarado de reconstituir el apoyo al régimen por medio
de reformas sociales de un tipo diferente al que se había dado
anteriormente. En este sentido, Pronasol puede considerarse como
la respuesta estatal al desafío electoral de 1988 que había revelado la
fragilidad del apoyo popular al partido oficial tras el largo periodo
de crisis anterior a estos comicios.
A partir de 1990, Pronasol fue tanto una versión ampliada de pro­
gramas anteriores como una fórmula muy nueva de participación
social. Proporcionó servicios urbanos (agua, drenaje, electricidad
y construcción de calles), anteriormente a cargo de la Secretaría de
Obras Públicas y Transportes, a los cinturones de miseria urbanos;
centros de atención médica primaria y hospitales rurales heredados
del programa IMSS-Coplamar; y créditos a comunidades rurales que
sustituyeron los otorgados por Bannirai. A estos programas básicos
se agregaron otros nuevos, con fondos mínimos pero de una
importancia política crucial, como las becas para escolares (de
primaria y secundaria), la ayuda financiera a pequeñas empresas,
grupos de mujeres, etcétera. Pero Pronasol era algo más que un
simple paquete social. La gran innovación, a la que debía sin duda
su gran éxito político entre los pobres urbanos, era la posibilidad
de participación activa de los beneficiarios en todos los programas
—especialmente mediante el financiamiento mutuo, pero también
en el diseño y la ejecución de los programas—. Finalmente, se había
inventado una fórmula política exactamente a la medida de las
necesidades políticas y presupuestarias: los pobres debían cofi­
nanciar todos los proyectos (aligerando así las presiones presu­
puestarias), pero a cambio se les hacía sentir parte activa de la
reconstrucción económica.
En comparación, el prd tuvo poco que ofrecer después de
1988.42 Las propias demandas con que había galvanizado a las

42 La asociación del reí con Pronasol fue abierta. Por ejemplo, el símbolo del pro­
grama en los anuncios de televisión era tres cordones entrelazados, cada uno con un
218 EL PACTO DE DOMINACIÓN

masas en 1988 estaban siendo satisfechas por el gobierno. La


disidencia, por lo tanto, había conducido, una vez más, a la reforma
social. Empero, como en el pasado, ésta también había perdido los
recursos políticos y el marco organizativo que le habían permitido
constituirse en amenaza al statu quo político. ¿Saldría de nuevo
beneficiada la alianza corporativa de esta crisis? Otra vez, la res­
puesta salinista evitaba la línea recta. Inaugurando un nuevo estilo
populista directo, el gobierno disolvió la cnop y elevó al Pronasol
a nivel del gabinete. Se mantuvo de pie al sector obrero del cor­
porativismo, aunque los viejos “dinosaurios” sindicales estaban
claramente en retirada: primero, habían perdido su representación
privilegiada en el Congreso, en la medida en que se reemplazaba
la maquinaria gubernamental por la influencia electoral directa
del partido oficial, basada en promesas de campaña. Segundo,
quedaron al margen de la política laboral, ya que su papel de
intermediarios fue sustituido por la negociación directa entre el
presidente y cada sindicato en especial. Los incrementos salariales
fueron atados a los aumentos de productividad, favoreciendo, así, a
los trabajadores de los sectores económicos dinámicos sin dar
alas a la inflación. En cuanto a la población rural, ésta se había
mantenido fiel a la cnc. Por el momento, no urgía sustituir esa
organización, en tanto las consecuencias de las reformas en el
sector agrícola no resultaran más fuertes que la capacidad del
gobierno para reprimir el descontento. La prueba de fuego de este
gran experimento fue la elección legislativa de 1991, que presenció
el triunfo del pri y la preterición del prd y del pan. El autoritarismo
mexicano perduró, aunque en forma modificada. El detonador de
este proceso fue el desafío desde abajo, contenido y transformado
por las reformas sociales. Aún no se podía anticipar cómo estos
cambios abrirían, a su vez, nuevos espacios y oportunidades para
futuros desafíos.
Al finalizar 1991, aunque las negociaciones del tlc todavía es­
taban en curso, no quedaba duda de que México iba a entrar a este
nuevo bloque económico. Por lo tanto, la obra salinista parecía

color de la bandera nacional, asociada por todo mexicano con el partido oficial, dado
que éste, en la práctica, ha monopolizado la bandera como su símbolo exclusivo.
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 219

acabada. En 1992, Solidaridad alcanzaría su apogeo.43 El pri ha­


bía reafirmado su hegemonía en las elecciones legislativas de abril.
Sin embargo, faltaba un elemento crucial en la transformación
económica de México; era necesario eliminar el lastre (desde el
punto de vista neoliberal) que representaba el campesinado
ejidal protegido por el Artículo 27 de la Constitución de 1917. En
noviembre de 1991, (o sea, pocos meses después de que los
campesinos habían votado en bloque por el partido oficial), se
derogó el Artículo 27 para permitir, por primera vez, el alquiler
y la venta de tierras ejidales. Sin embargo, el ejido como institución
quedaba en pie, aunque más como una cooperativa de tipo mo­
derno que como una unidad dirigida por un comisario férreamen­
te condicionado por la cnc, como en el pasado (Fox, 1995).
Atendiendo a otras presiones sociales, originadas a la derecha
del espectro político, en enero de 1992, se enmendaba el Artículo
130 de la Constitución que prohibía a los sacerdotes y otros reli­
giosos participar en la política. También se insertaba en el Artículo 3
sobre educación pública garantías constitucionales de “libertad de
creencias”, lo cual respondía a una demanda antigua de las clases
medias católicas. Con estas acciones, el gobierno salinista despla­
zaba el apoyo al partido oficial hacia el centro-derecha, donde se en­
contraba su contendiente principal, el pan. Junto con la represión
no oficial, pero sistemática al prd, estas medidas tenían como objetivo
asegurar que el pri no enfrentara en 1994 una coyuntura política
similar a la de 1988. Para prevenir la posibilidad de un repudio cam­
pesino al partido oficial, el gobierno anunció, en enero de 1993, el
programa Procampo que tenía como meta apoyar, vía subsidios direc­
tos, a los productores de maíz, una vez que el tlc empezara a operar.
En las vísperas del fatídico año nuevo de 1994, Carlos Salinas
de Gortari podía considerarse satisfecho de la obra lograda durante
su mandato. Había asegurado una moneda estable y alcanzado
(por lo menos nominalmente) su meta de una tasa inflacionaria de
un dígito. Se habían abierto las fronteras a la economía mundial
bajo la protección relativa de una unión aduanera con los países
vecinos, que pronto atraería suficiente inversión extranjera para

43 En 1992, el programa gastó 4 972.5 millones de nuevos pesos de 1988,


correspondiendo al 1.08% del pib (Lustig, 1994:88).
220 EL PACTO DE DOMINACIÓN

compensar los desequilbrios que inevitablemente se presentarían


en un principio. Había conjurado el peligro de una pluralización
política juzgada prematura, reconstruyendo la alianza del pri con
las bases populares y con las clases medias, a la vez que debilitando
sistemáticamente los mecanismos tradicionales de incorporación
política de estos grupos. Había encontrado un sucesor que los
nuevos socios comerciales y las instituciones prestamistas interna­
cionales aceptaban, y que aparentemente estaba dispuesto a conti­
nuar la obra salinista. No quedaban a la vista grandes fallas ni
mayores incerticumbres, salvo la elección presidencial y legislativa
del verano de 1994, la cual se llevaría a cabo bajo condiciones de
estricta vigilancia nacional e internacional, prueba suprema de la
fuerza política del régimen.
Por estas razones —las únicas que podían ser contempladas por
los actores en aquel momento— los sucesos de 1994 se salen de
todos los esquemas registrados en la memoria histórica reciente,
exceptuando el año de 1928, cuando la sobrevivencia del régimen
quedó en entredicho a raíz del asesinato de Álvaro Obregón.
No es necesario recurrir al conocimiento del futuro (que tra­
tamos en el epílogo) para valorizar correctamente ese presente.
Basta con hacer una lista de los problemas no resueltos que dejaba
el sexenio salinista. El predecir el futuro dependería de cuáles de
estos problemas emergerían, adquiriendo visibilidad y presencia,
al grado de exigir el cambio de las frágiles fórmulas económicas y
políticas diseñadas por este grupo de tecnócratas.
A los éxitos de Salinas debe agregarse una serie de olvidos y
omisiones compartidos con casi todos sus antecesores: en su pro­
grama para aliviar la pobreza, hizo a un lado a los más necesita­
dos, entre otros los pueblos indígenas de México, y en términos
generales las capas más pobres del campesinado; no combatió vigo­
rosamente la corrupción; y no frenó la penetración social, política
y económica del narcotráfico en la sociedad mexicana.
Si algunos de los errores que condujeron a México a la catás­
trofe económica de 1995 pueden calificarse de técnicos, los otros
son de orden moral.44 El primero, olvidar a los tradicionalmente

44 En realidad, es discutible que el neoliberalismo sea una fórmula técnica


exenta de connotaciones morales. Personalmente, considero que es un cuerpo
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 221

“olvidados”, es un cálculo pragmático ejercido prácticamente por


todos los hombre políticos: los más pobres no se pueden expresar.
Por consiguiente, es inútil (y hasta aventurado) dedicarles recursos
económicos o políticos. Sin embargo, proclamar los esfuerzos para
aliviar la pobreza, mientras se persiguen fines políticos distintos,
raya en el cinismo. El segundo y tercero son comportamien­
tos hábiles, también adoptados por la mayoría de los gobiernos
anteriores: limpiar de corrupción un sistema basado en el cliente-
lismo como modo de distribución de los recursos es una tarea casi
tan irrealizable como limpiar las caballerizas del Rey Augeas.45 En
cuanto al narcotráfico, su incorporación a un país de pobres, sin
fronteras económicas o monetarias con el mercado de consumo de
droga más grande del mundo, y con fuerzas policiacas y judiciales
eminentemente corruptibles era algo inevitable. Si la corrupción y
el narcotráfico mancharon el sexenio de Salinas más que a los
sexenios anteriores, es porque la curva de crecimiento histórico de
este fenómeno había llegado a tal punto que ya no podían soslayar­
se los problemas mencionados. Sin embargo, es precisamente lo
que se hizo.
No nos queda más que ofrecer una conclusión brechtiana al
sexenio salinista: la apuesta salinista para el desarrollo del país era
la mejor que se podía tener dentro de los postulados neoliberales
y las consignas amorales que formaban la base del proyecto guber­
namental. En otras palabras, Salinas difícilmente podía haber
evitado los errores que cometió, dada su orientación ideológica y
su ceguera adquirida. Por lo tanto, los únicos que hoy en día
tendrían el derecho a enjuiciarlo son los pocos que tuvieron el
valor y la calidad moral de oponerse a tales presiones y acciones
mucho antes de que se presentaran las consecuencias que conoce­
mos, y hemos padecido.

doctrinal que incorpora un compromiso moral (disfrazado de técnico) a acrecentar


las diferencias entre los ricos y los pobres.
45 Según la leyenda, esta tarea (una de las siete famosas) fue llevada a cabo por
Hércules. Lo logró con desviar un río para que pasara por las caballerizas en
cuestión, lo cual, las limpió, pero también las destruyó.
222 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Conclusión

Durante el periodo analizado en este capítulo, un nuevo elemento


—la reforma política dirigida por el Estado— complica las ofensivas
y contraofensivas de los protagonistas para transformar el pacto de
dominación. Aunque apuntaban el robustecimiento de la legiti­
midad del sistema de partido único, los motivos detrás de la
reforma siempre fueron distintos, como mostró nuestro análisis. Su
otro rasgo común fue el exceso de confianza, por parte de las élites
estatales, en su control del proceso político, resultante en la aper­
tura no anticipada de espacios institucionales, donde se podían
ejercer presiones desde abajo.
Durante el gobierno de Echeverría, la removilización del movi­
miento obrero fue utilizada como escudo político para detener la
oposición empresarial a las reformas sociales, consideradas nece­
sarias para restaurar la alianza popular ante las desigualdades
generadas por el “desarrollo estabilizador”. Pero esta estrategia
tuvo resultados opuestos a los contemplados, al poner en peligro
tanto la alianza con el movimiento obrero oficial como el control
estatal sobre la disidencia. Para reanimar la vieja alianza y sofocar
la independencia sindical, se adoptó una importante ley social, la
del Infonavit; pero en esta ocasión, la política tampoco alcanzó de
inmediato las metas esperadas.
Entre 1976 y 1982, se realizó una reforma política, entre otras
cosas, para canalizar y controlar la movilización obrera impruden­
temente desatada por el gobierno anterior, así como para revivir la
moribunda participación electoral. Mientras que esta reforma lo­
gró sus objetivos de control sobre la disidencia sindical, condujo a la
formación de organizaciones políticas locales que pronto se des­
prenderían del aparato oficial. Asimismo, estimuló el surgimiento
de movimientos sociales demandantes de democracia dentro del
sindicato magisterial e incluso dentro del propio partido oficial.
Durante el periodo que va de 1982 a 1988, el Estado se mostró
incapaz de controlar el crecimiento y la coalescencia de estas
fuerzas, ninguna de las cuales representaba, por separado, una
amenaza visible contra el statu quo. La convergencia histórica de
la creciente liberalización política, de un nuevo vocero de las masas
empobrecidas (el neocardenismo) y del descontento generalizado
DE ADMINISTRAR LA RIQUEZA A DISTRIBUIR LA POBREZA 223

condujo al desafío electoral de 1988. La reacción del Estado a esta


amenaza inesperada contra el régimen fue recurrir, de nuevo, a la
reforma social, así como a la transformación radical de las reglas
con que se mantendría la hegemonía del partido oficial en el fu­
turo. En este caso, una vez más, la paz social se había logrado a
costa de lo que aparentaba ser una reforma social de envergadu­
ra, desmantelando a las propias fuerzas que la habían hecho posible.
Como tantas veces en el pasado, el Estado había vuelto a controlar,
momentáneamente, los procesos políticos, pero los cambios sufridos
entretanto potenciaban, sin duda alguna, nuevos desafíos.
VI. CONCLUSIÓN

Las evidencias acumuladas a lo largo de los capítulos anteriores


muestran que, a pesar de la regulación estricta de sus derechos, el
movimiento obrero (a menudo junto con otros grupos subordina­
dos) se ha encontrado repetidamente en condiciones de ejercer
presión sobre el Estado, logrando con ello mejoras concretas. La
naturaleza de esos indicios, no obstante, es heterogénea. Queda
claro, por ejemplo, que no se pueden distinguir nítidamente los cam­
bios en los derechos institucionales de los trabajadores de las
concesiones en materia de salarios, condiciones de trabajo o medi­
das sociales. Por lo tanto, ocuparse únicamente de uno de estos
resultados, excluyendo los demás, como se acostumbra en la litera­
tura existente, habría sesgado gravemente los resultados. También
queda claro que las élites estatales tuvieron mucho margen en la
elección de los medios para agenciarse el apoyo obrero. Aún más,
pudieron revertir concesiones importantes durante periodos pro­
longados, ya sea dejando que los sueldos se rezagasen respecto a la
inflación, o acelerando o retardando la puesta en vigor de los
derechos laborales existentes.
Ahora es el momento de revisar los elementos recopilados del
registro histórico durante los tres periodos cubiertos, y de volver a
examinar los postulados iniciales, el instrumento analítico y las
hipótesis previas a la luz de los resultados. En lugar de un relato
fluido que seleccionara protagonistas y acontecimientos de acuer­
do con un marco analítico amplio, necesitamos esquematizar y
sistematizar las respuestas dadas por el registro histórico. Una
primera pregunta ¿dónde empieza un pacto de dominación y dónde
termina el anterior? Aunque el proceso histórico de cambio es con­
tinuo, las modificaciones se aceleran o se vuelven más lentas bajo
el efecto de sucesos, acciones y condiciones contextúales específi­
cos. Una segunda pregunta, complemento de la primera, es sobre
el protagonismo: ¿quién toma la iniciativa de presionar a favor del

225
226 EL PACTO DE DOMINACIÓN

cambio en el pacto de dominación en distintos momentos? Finalmente,


debemos hacer un breve inventario de lo logrado —aparte de la
satisfacción de encontrar un acomodo razonable entre explicación y
datos— al es- tablecer una relación entre presiones desde abajo y
reforma estatal. Estas preguntas van desde el tipo de problemas
que puede aclararse mediante estos hallazgos, hasta la utilidad de
la visión analítica que adoptamos para otros casos, pasando por la
sugerencia de nuevas líneas de investigación.

El pacto de dominación de 1910-1990: un resumen

De 1910 a 1913 los obreros luchan por transformar el pacto


porfírista de dominación. La restauración de la Constitución de
1857 los ayuda de dos maneras: sus demandas pasan a tener una
base legal y el Estado los apoya mediante la instrumentación
rudimentaria de la Constitución. La restauración de la carta
magna, aunque no busca específicamente beneficiar al trabajo,
refuerza su posición frente al capital. De esta etapa inicial, pode­
mos decir que las renacientes organizaciones laborales ejercen
presiones, caso por caso, sobre los patrones para cambiar el pacto
de dominación heredado del periodo anterior, y a pesar de la
resistencia de éstos.
¿En qué momento empieza el movimiento obrero a adquirir
|a capacidad de presionar al Estado? Gradualmente, desde 1917
hasta 1928, a medida que se va incorporando a la coalición de
apoyo al naciente Estado revolucionario. Se puede rastrear el
inicio de este proceso desde la redacción de la Constitución de
1917, interpretando así la decisión de Obregón de imponer una
redacción socialmente más progresista como resultado de la
dependencia de la alianza revolucionaria del apoyo obrero (y
campesino). Según la mayoría de los analistas, las concesiones
incluidas en la Constitución fueron anticipatorias. Nuestro aná­
lisis sugiere, por el contrario, que el cálculo político de Obregón
estaba influido en gran parte por la demostrada capacidad
insurgente de los obreros (y de los campesinos).
El proceso de institucionalización de este nuevo pacto no es
más fácil que el del propio régimen, al que sigue muy de cerca:
CONCLUSIÓN 227

resistencia patronal, activismo laboral y vaivenes del ciclo eco*


nómico, crean tensionés constantes entre los trabajadores descon­
tentos y los patrones poco cooperativos. Los esfuerzos del Estado
por estabilizar este proceso empiezan en serio después de su
reconocimiento político externo, obtenido a costa de indemni­
zaciones de guerra y concesiones económicas extremadamente
onerosas. La institución de un código laboral que fortalece los
logros pasados del movimiento obrero y funge como moderador,
tanto del capital como del trabajo, es el instrumento escogido
para esta tarea. Alcanzará su meta siempre y cuando se mantengan
las ventajas del movimiento obrero disciplinado sobre el inde­
pendiente. Por consiguiente, este orden se rompe cuando los direc­
tivos designados por el Estado se vuelven demasiado corruptos
como para transmitir las presiones desde abajo, y cuando ladepre-
sión económica mundial acaba con la capacidad estatal para man­
tener los avances acumulados por los obreros en el pasado. Para
entonces, el Estado ha perdido la iniciativa, y se ha vuelto depen­
diente del apoyo desde abajo. En otras palabras, se han creado las
condiciones para construir un nuevo pacto de dominación.
Entre 1934 y 1940, se retoma a las presiones directas sobre el
capital. Este cambio no viene “desde arriba”, ni tampoco “desde
abajo”, sino que resulta de una estrategia común: para el movi­
miento obrero significa la posibilidad de renegociar el pacto de
dominación a costa de incorporarse al Estado; para éste, repre­
senta renovar sus fuerzas a partir de la integración de un sector
movilizable, a costa de ejercer presiones sobre el capital. Induda­
blemente, este proceso es explosivo en gran medida a causa de los
repetidos intentos de Calles de derrumbar al gobierno y de la
testaruda resistencia de las compañías petroleras extranjeras a los
cambios operados en el pacto de dominación.
La generalizada reacción adversa de los capitalistas contra el
gobierno durante este periodo nos recuerda que, si el Estado no
puede imponer a los trabajadores los términos de la explotación
(el argumento que nos ocupa), tampoco puede hacerlo al capital.
En 1939, la conjunción de la recesión económica con la continua­
ción de las presiones obreras por mayores salarios y prestaciones
representa un potencial desastre para el régimen. Presionado por
la fuga de capitales y la amenaza de un proceso caótico de transi-
228 EL PACTO DE DOMINACIÓN

ción sexenal, el jefe del Estado toma la decisión de retardar el


proceso de transformación del pacto, ayudado en esta tarea por la
dirección del movimiento obrero.
A lo largo de los años cuarenta y hasta 1954, el Estado toma
una sene de iniciativas (algunas fallidas; otras exitosas) para res*
tringir los medios institucionales mediante los cuales el movimien­
to obrero se convierte en un agente político independiente, capaz
de presionar para obtener mayores cambios en el pacto de domi­
nación. Desde las suaves medidas iniciales de Unidad Nacional y
del fallido Pacto Obrero, hasta la supresión de la democracia
sindical de 1946-1948, se entra en una espiral de medidas cada vez
más coercitivas. La dirección obrera, como lo pretende el Estado, se
ve reducida a responder a las directivas que emanan desde arriba.
En efecto, el pacto cardenista de dominación ha sido destruido, y
se ha introducido por la fuerza un pacto nuevo y mucho menos
atractivo para los trabajadores.
Lejos de aceptar pasivamente este cambio, la dirección obrera,
desplazada por las nuevas políticas gubernamentales, amenaza con
reconstituir un movimiento obrero independiente. Esto conduce al
Estado a ofrecer la seguridad social con miras a mantener a los afi­
liados en las organizaciones sindicales controladas y limitar la
atracción de las bases por los movimientos independientes. El
pacto de dominación cambia de nuevo en beneficio del trabajo (o,
mejor, esta reforma edulcora las pérdidas sufridas) bajo la iniciati­
va del Estado.
El año de 1954 constituye un nuevo parteaguas: marca simul­
táneamente una devaluación, reduciendo aún más el ya bajo poder
de compra de los asalariados, el resurgimiento del activismo sindi­
cal y la adopción del financiamiento por déficit. A pesar de las
limitaciones impuestas a los medios legítimos dé protesta laboral,
por el pacto de dominación de la década de los cuarenta, los diri­
gentes sindicales oficiales son expulsados o presionados por las
bases, poniendo en riesgo de disolución, una vez más, al bloque
obrero del pri. La respuesta salarial y social conciliadora del Estado
restablece el orden, aunque sin alterar los términos institucionales
de la subordinación de los trabajadores.
El siguiente cambio en este arreglo proviene de las clases
medias, más que del trabajo: el levantamiento estudiantil de 1968
CONCLUSIÓN 229

representa el preámbulo de las aspiraciones de participación polí­


tica significativa por parte de un creciente sector intermedio edu­
cado. Aunque no queda claro que los disturbios hubieran podido
alcanzar a otros grupos, el Estado se adelanta a una posible movi­
lización obrera, prometiendo (aunque sin actuar) vivienda para los
trabajadores. Las secuelas del levantamiento estudiantil reorientan
al Estado durante el sexenio siguiente en el sentido de ofrecer una
apertura poli- tica que, a su vez, debilita los obstáculos institucio­
nales contra la renegociación del pacto por el movimiento obrero.
Las tensiones desatadas por el consiguiente resurgimiento de de­
mandas de democracia sindical conducen a más concesiones —el
Infonavit— y al cierre subsecuente del sistema político, introducien­
do a cambio una reforma política más limitada.
Este pacto de dominación podría haberse mantenido de no
haber llegado México a los límites del desarrollo financiado por
endeudamiento en 1981. Entre 1982 y 1988, sin embargo, la pérdi­
da de empleos y salarios sumerge a los trabajadores —junto con
otros sectores— en una vertiginosa espiral descendente. Alentado
por la ausencia de disturbios laborales y por la aparente decadencia
de las movilizaciones urbanas populares después de 1984, el go­
bierno no responde positivamente a la demanda sindical de conge­
lación de precios. El desafío electoral de 1988, que por poco pone
a México en la via del verdadero pluralismo político, altera dramá­
ticamente el pacto, así como la identidad de sus protagonistas.
Reorienta las respuestas estatales reformistas hacia una nueva for­
ma de populismo atomizado en el que los actores corporativistas pier­
den su función clave de intermediarios. Aunque las reformas
lanzadas permiten una participación política ligeramente mayor
de los sectores populares, inhiben la cristalización de un nuevo
protagonista colectivo capaz de defender y negociar un nuevo pac­
to de dominación.
En resumen el análisis presentado sugiere que, entre 1910
y 1990, los trabajadores de México han pasado por seis transforma­
ciones importantes de las condiciones que determinan su partici­
pación en el excedente económico, mediante una serie de reglas
institucionalmente sancionadas que en este estudio he definido
como pacto de dominación: la primera va desde la Revolución
hasta después de la Gran Depresión; la segunda cubre el periodo
230 EL PACTO DE DOMINACIÓN

cardenista, desde 1934 hasta 1940; la tercera va desde 1940 hasta


1954; la cuarta, desde 1954 hasta 1970; la quinta, de 1970 a 1982,
y la sexta de 1988 a 1994.1 A pesar de esta amplia periodización
las transiciones han sido fluidas por lo regular, salvo cuando el
derrumbe económico marca más nítidamente el cambio, como en
1930-1934, en 1982-1989. Por lo tanto, la noción de pacto conti­
nuamente cambiante, caracterizado por acontecimientos, decisio­
nes e interacciones generadores de cambio, refleja el rastro
histórico más fielmente que la idea de “pactos” distintos.
¿Algún protagonista toma de manera preponderante la inicia­
tiva de transformar el pacto? Esta pregunta es crucial, ya que fá­
cilmente puede reintroducir, por la puerta trasera, la idea de que
el cambio sobreviene preponderantemente “desde arriba”. En la
fase inicial, los trabajadores toman la iniciativa de plantear deman­
das a los patrones. El Estado apenas intenta mediar o reprimir estos
conflictos. Es la propia ineficacia de estos intentos (y sus concomi­
tantes peligros para la estabilidad política del régimen) lo que
mueve a las élites estatales a codificar, centralizar y regular las
relaciones capital-trabajo. No obstante, se trata de un proceso de
interacción, en el cual se van incorporando los cambios provoca­
dos por las movilizaciones obreras.
Aunque la intervención estatal facilita la negociación de los
cambios con el capital, también intenta reducir a un mínimo la ca­
pacidad de reacción de los trabajadores. El quid de la argumenta­
ción en este estudio es que este esquema tiene sus límites, como
indican las repetidas explosiones que han sacudido periódicamente
(para finalmente destruir) al corporativismo en México. El presen­
te estudio muestra cómo dichas explosiones han ocurrido en
momentos históricos cruciales, cuando las condiciones económicas
decaían abruptamente y los dirigentes obreros oficiales eran incapa­
ces de transmitir las presiones de las bases o, bien, eran pasados
por alto por las élites del Estado. Esto recalca el papel mediador
alternativamente represivo y motivador de estos dirigentes en el
proceso de cambio, a la inversa de las caricaturas que hace de ellos

1 He dejado el período 1982-1988 como tierra de nadie, en el que los


protagonistas son rebasados por la catástrofe económica, aunque todos tratan de
salirse de ella.
CONCLUSIÓN 231

gran parte de la literatura existente, hablando de insensibilidad,


corrupción y tendencia sistemática a evitar el cambio. Tal como
las élites estatales, estos dirigentes son protagonistas activos, parte
de la compleja dialéctica de cambio —cediendo en un lado, resis­
tiendo en otro (incluso ante directivas estatales)— aunque siempre
preocupados de no perder su posición. Además, al igual, que las
élites estatales, pueden calcular mal o perder la ofensiva, haciendo
más vulnerable con ello la estructura de dominación. Por tanto,
estos líderes no pueden ser considerados agentes del Estado (como
a menudo se les describe), ni auténticos dirigentes de sus bases
(como ellos quisieran aparecer), sino como desempeñando ambos
papeles alternadamente, según la apreciación de sus propios inte­
reses en situaciones dadas.
Aunque las élites estatales no siempre han tenido la iniciativa
en la transformación de los pactos, han seguido una estrategia
consistente: recompensar a las bases con reformas y decapitar a los
movimientos independientes, instigadores de las demandas resuel­
tas. De allí la imputación de que “cooptan” a los movimientos. Sería
más adecuado describir este proceso con el término de “desmovi­
lización” a la vez que de utilización de “la zanahoria y el garrote”.
Claramente, su meta era prevenir movilizaciones futuras. El hecho
de que esta estrategia nunca ha funcionado por un lapso prolonga­
do es atestiguado por las periódicas reorganizaciones y moviliza­
ciones de los trabajadores y de otros actores reprimidos en torno a
dirigentes y asuntos nuevos o viejos.
El decaimiento político de los sindicatos durante los ochenta,
más que evidenciar el éxito final del Estado, debe interpretarse a
la luz de la reestructuración de las organizaciones laborales, en
particular la descentralización del poder, la reestructuración de la
producción (especialmente regional, aunque también por ramas
de industria y productos) y la reorientación de la economía mexi­
cana hacia la exportación. Esto no significa que el movimiento
obrero esté llamado a resurgir tal cual; las movilizaciones urbanas
de los ochenta -cuya composición por sectores es mixta— indican
que éste no es el caso.
La línea de argumentación planteada en este libro no es que el
movimiento obrero, por sí solo, haya tenido la capacidad o la
misión histórica de renegociar los términos de subordinación al
232 EL PACTO DE DOMINACIÓN

capital, sino que ha sido uno de los principales y, por lo tanto, uno de
los mejores documentados. Su progresiva desaparición como prota­
gonista político individual o junto con otros protagonistas no
invalida, en modo alguno, esta argumentación.

Explicaciones alternativas

Desde el inicio del presente estudio, el postulado principal ha sido


que las presiones desde abajo constituyen el factor causante de las
reformas. Esto no significa que las respuestas reformistas del
Estado no puedan ser alentadas o inhibidas por otros elementos. Aho­
ra es el momento de examinar el efecto potencial de explicaciones
alternativas o de factores reforzadores o inhibidores de la pro­
babilidad de la adopción de una postura reformista por parte del
Estado.
Factores económicos'. Contra la hipótesis propuesta en este estudio,
se podría argumentar que* la propensión del Estado a ceder a las
reivindicaciones obreras puede ser influida por el ciclo económico
y por el modelo de desarrollo adoptado por el Estado. Por ejemplo,
el gobierno de López Mateos (1958-1964) supuestamente se encon­
traba en mejores condiciones que su predecesor para ofrecer
concesiones por coincidir su sexenio con la prosperidad econó­
mica; sin embargo, la decisión de imponer el reparto de utilidades
al capital fue tomada antes del repunte económico. El gobierno
de Miguel Alemán (1946-1952) enfrentó, en un inicio, una situa­
ción de fuga de capitales, lo que puede utilizarse para fundamentar
el porqué no cedió a la presión obrera; sin embargo, el mismo
gobierno también aprovechó la expansión económica de la Guerra
de Corea sin que se operaran cambios visibles para los trabajado­
res. Asimismo, el gobierno siguiente (1952-1958) se encontraba en
una situación económica tan grave que tuvo que devaluar la mone­
da nacional; a pesar de ello, cedió ante las presiones proletarias de
aumento salarial tras la devaluación, lo que estaría destinado a
contrarrestar los efectos positivos esperados de esa medida. Hay
otros ejemplos alternativos a una simple explicación cíclica: Ca­
rranza otorgó las demandas obreras muy a su pesar y en medio de
un desastre económico. Asimismo, Cárdenas empezó por realizar
CONCLUSIÓN 233

reformas sociales en su estado natal de Michoacán cuando la de­


presión mundial tocaba fondo, y siguió haciéndolo como presidente
antes de que la economía se hubiera recuperado por completo. Es
cierto, sin embargo, que las reformas operadas en buenos momen­
tos económicos fueron más fáciles de instrumentar mientras que
las otras enfrentaron a un capital acremente opuesto (como en
1939 o 1975-1976). También es cierto que el Estado ha tendido más
a ceder a las presiones de la patronal en momentos de recesión, al
no otorgar o limitar aumentos salariales, a menos que la agitación
social amenazara convertirse en un mal mayor que el descontento
de los empresarios. Estos ejemplos, más que invalidar nuestras
afirmaciones, indican que las presiones desde abajo y las reformas
sociales han implicado más riesgos políticos en épocas de recesión
que en las de auge para quienes se movilizan a favor del cambio,
así como para las élites estatales sensibles a estas presiones contra­
dictorias. Indican también que la contracción económica pospone,
y no evita, la instrumentación de programas sociales.
Una explicación economicista alternativa sería que sólo las
reformas limitadas y fiscalmente baratas son adoptadas durante
periodos de recesión, mientras que las caras se circunscriben a
épocas de expansión. Sin embargo, la seguridad social y el reparto
de utilidades fueron adoptados en épocas económicamente poco
propicias y recibieron la misma oposición heroica de los repre­
sentantes del capital que en los periodos prósperos previos. No
obstante, fueron adoptadas. El anuncio de la vivienda social, por
otra parte, no fue resultado de la expansión económica, y tuvo que
financiarse mediante deuda. Finalmente, cuando se decretó la
extensión de la seguridad social a la población no asegurada, en
1973, las arcas del Estado estaban prácticamente vacías y la deuda
externa alcanzaba niveles máximos. Al auge petrolero de 1980-1982,
por otra parte, no correspondieron mayores prestaciones sociales
para los trabajadores (aunque la población rural sí recibió los muy
esperados servicios de salud). Por último, el derecho constitucio­
nal a la salud fue declarado en 1984, cuando el país se encontraba
en la peor fase de la crisis económica de los ochenta y, por ende,
con mínimas posibilidades de satisfacer esta nueva obligación.
En general, el proceso de formación del sistema mexicano de
bienestar (y también, de la economía mexicana) ha sido fiscalmen-
234 EL PACTO DE DOMINACIÓN

te poco prudente. Los gastos sociales, por lo tanto, siempre han


sido onerosos. A lo largo de la historia posrevolucionaria, el Estado
mexicano, independientemente de su apariencia de fortaleza, ha
sufrido una incapacidad endémica para extraer del capital recur­
sos fiscales suficientes. Todo intento serio de incrementar los
impuestos a las empresas privadas (en especial por parte de Cárde­
nas y Echeverría) ha fracasado. Ante tales circunstancias es sor­
prendente que México haya podido llevar adelante algún tipo de
sistema de bienestar. La debilidad fiscal, sin embargo, ha retarda­
do el proceso de instrumentación de las medidas de bienestar, a la
vez que ha restringido el número de los que se han beneficiado de
ellas. La seguridad social, a pesar de su temprana adopción, ne­
cesitó mucho tiempo para extenderse más allá de un ínfimo
porcentaje de la población. El programa de solidaridad del gobier­
no de Echeverría, que buscaba incluir a toda la población en el
sistema de seguridad social, nunca fue llevado a cabo, excepción
hecha de algunos servicios muy restringidos, como urgencias
médicas y planificación familiar. El programa de Coplamar del
siguiente sexenio fue creado formalmente durante los primeros
meses de 1977; pero prácticamente sólo fue instrumentado duran­
te el boom petrolero.
Desde finales de los años cincuenta hasta 1982, el endeuda­
miento ha sido la única respuesta al permanente impasse fiscal del
país. Los inversionistas extranjeros fueron atraídos con los sala­
rios bajos (además de la infraestructura financiada por el Estado,
créditos ilimitados, la protección arancelaria y la ausencia de
límites a la contaminación), pero también han requerido que esta
fuerza de trabajo barata supiera leer y escribir, estuviera bien
alimentada y relativamente contenta con su suerte. El Estado ha
conciliado estos requerimientos contradictorios de crecimiento
económico y paz social manteniendo los sueldos deprimidos a la
vez que sosteniendo niveles de vida mínimos mediante los progra­
mas sociales. El modelo de “desarrollo estabilizador” basado en el
endeudamiento se adoptó en un momento en que todos los recur­
sos institucionales para controlar las reivindicaciones obreras,
aparte de la fuerza bruta, prácticamente se habían agotado. Por lo
tanto, no se adoptó una visión keynesiana del crecimiento eco­
nómico por simple imitación, sino por un verdadero requerí-
CONCLUSIÓN 235

miento interno para poder continuar la forma de dominación


política prevaleciente desde los años veinte.
Este modelo sólo podía funcionar mientras el crecimiento
económico se mantuviera arriba del endeudamiento. Cuando, a
partir de agosto de 1982, la situación dejó de cumplir con esta
premisa, los salarios retrocedieron a niveles correspondientes a los
de principios de los sesenta. Los gastos per cápita en salud y edu­
cación cayeron proporcionalmente menos, evidenciando la deci­
sión política de suavizar el declive de los niveles de vida. No
obstante, la merma continua de los salarios reales y de los niveles
de empleo durante los ochenta ha representado un riesgo perma­
nente para el régimen establecido, que culminó con la frustrada
rebelión electoral de 1988. Análogamente, el viraje en la orienta­
ción del modelo de desarrollo mexicano hacia una economía de
libre intercambio, pero con salarios controlados, evidente en los
noventa, incorpora un riesgo permanente de sublevación popular,
contra lo cual Pronasol ofrece sólo una respuesta temporal (y
probablemente efímera).
En resumen, es obvio que los ciclos económicos y los cambios
profundos en las concepciones de desarrollo han afectado los tiem­
pos y el grado de cambio en el pacto de dominación. Pero sigue
siendo cierto que ni los ciclos económicos, ni la reorientación de la
política económica bastan para explicar las concesiones gubernamen­
tales obtenidas por el movimiento obrero en el pasado al ejercer
presiones capaces de desestabilizar el régimen.
Influencia externa'. Se menciona a menudo el clima internacio­
nal o la influencia de otros estados sobre las decisiones oficiales
como factores determinantes en las políticas de bienestar. Según
esta interpretación, la extensión mundial de políticas gubernamenta­
les particulares no procede exclusivamente de las decisiones indepen­
dientes de los estados nacionales, sino de la difusión internacional
de la innovación (Rogers y Shoemaker, 1971). Collier y Messick
(1975) argumentan, por ejemplo, que la adopción de la seguridad
social en América Latina fue consecuencia de su difusión desde los
países desarrollados, explicable por el deseo de los dirigentes de
estos últimos de aparentar ser modernos y progresistas. De acuer­
do con esta concepción, Roemer (1971,1973) también notó que las
organizaciones internacionales, al establecer normas mínimas de
236 EL PACTO DE DOMINACIÓN

niveles de vida, influyeron en decisiones nacionales para la adop­


ción de leyes de seguridad social.
En el caso de México, la acción de organizaciones internacio­
nales como la orr y la difusión de la seguridad social en otros países
de la región (en particular Chile y Costa Rica) contribuyeron clara­
mente a suavizar la oposición conservadora. En el estudio preparado
por los expertos de la oit, proclamado como modelo en círcu­
los internacionales, se demostraba que, para los patronos mexica­
nos, otorgar la seguridad social sólo equivaldría al 6 por ciento de
los salarios, incrementando sus costos únicamente en 1.5 por
ciento. No obstante, la hipótesis de la difusión no permite explicar
los tiempos de adopción; en México correspondieron a la política
de Unidad Nacional· orientada a reconciliar capital y trabajo, a la
vez que restringir el activismo de éste y contener los salarios. Más
aún, la tesis de la difusión sólo es válida en la medida en que
existieron debates internacionales sobre los resultados de una
política gubernamental dada, cosa que no sucedió en cuanto al re­
parto de utilidades ni a la vivienda pública. Finalmente, la hipótesis
de la difusión se enfoca casi exclusivamente hacia la adopción de
las medidas, tomando como un hecho su instrumentación. En
México, como subrayamos antes, la adopción no estableció un
derecho universal ni automático de acceso a los beneficios de la
seguridad social. Aunque teóricamente todos los asalariados mexi­
canos debieron quedar incluidos en la seguridad social o la vivien­
da pública, su inclusión real fue gradual, sin jamás alcanzar el 100
por ciento. La decisión de quién sería beneficiado siempre fue una
prerrogativa presidencial, ejercida en momentos políticamente
estratégicos, a manera de un gesto de concesión a las demandas
desde abajo. La hipótesis de la difusión, por ende, aunque agrega
elementos importantes a nuestra hipótesis central, no puede susti­
tuir la explicación que aquí se propone.
Otra implicación de esta hipótesis es que los programas de
bienestar social deberían desaparecer de un país dado, cuando el
clima internacional propiciara los recortes presupuéstales para
tales programas. Sin embargo, lejos de emular a las dictaduras
del Cono Sur durante los años setenta y ochenta, o las supresiones
del gasto social del gobierno de Reagan, México mantuvo y exten­
dió su aparato de beneficencia hasta el derrumbe económico de
CONCLUSIÓN 237

1982. Induso después de esa fecha, el gasto social no decayó tan


rápido como otros indicadores de nivel de vida, y en ningún
momento el discurso oficial difundió los eslóganes antiproviden­
ciales del neoliberalismo. De hecho, el gobierno de Miguel de la
Madrid se vio en aprietos para demostrar (sirviéndose de estadís­
ticas incompletas y engañosas) que el tejido de beneficencia se
había extendido. La elevación de la salud a derecho constitucio­
nal en 1984, y los esfuerzos mantenidos para continuar y expandir
la red de servicios de salud de Coplamar también contradicen la
hipótesis de la difusión.
Otra versión de la teoría de la influencia externa se refiere a la
interferencia política directa o indirecta de otra potencia en las de­
cisiones internas. Se ha argumentado, por ejemplo, que las refor­
mas de Cárdenas eran viables porque se decidieron en la época de
la administración de Roosevelt en Estados Unidos, la que adoptara
políticas reformistas similares. Asimismo, las medidas antisindica­
les de los cuarenta coincidieron con el peor periodo de la Guerra
Fría, desatando un militante anticomunismo a lo largo y ancho de
América Latina por presuntos dictados de Estados Unidos. Análo­
gamente, las reformas de los sesenta también pueden percibirse
como consecuencia del clima reformista promovido activamente
por Estados Unidos en la región tras la revolución cubana, cuando
floreció brevemente la Alianza para el Progreso. Inversamente,
cuando disminuyó el empeño estadunidense por promover refor­
mas preventivas de revoluciones a mediados de los sesenta, los
programas sociales deberían haber declinado.
Al igual que ante la visión economicista, es innegable que
cuando la acción de Estados Unidos ha favorecido las reformas
sociales, ha sido más fácil hacerlas aceptables para sus detractores,
en especial cuando había fondos internacionales disponibles para
financiarlas, como durante los sesenta. No obstante, sería erróneo
pintar a los presidentes mexicanos como simples veletas políticas a
merced de las directrices fijadas por Estados Unidos. Cuando
López Mateos prometió, en 1958, formar un gobierno “de extrema
izquierda dentro de la Constitución”, la revolución cubana aún no
había triunfado, ni se había decidido tener la Conferencia de Punta del
Este. Lázaro Cárdenas, por su parte, no esperó al New Deal para
definir su perfil político. A la inversa, Gustavo Díaz Ordaz (1964-
238 EL PACTO DE DOMINACIÓN

1970) y Miguel Alemán (1940-1946) tenían antecedentes conocidos


de la violencia con que manejaban los conflictos políticos, por lo
que no requerían modelos a seguir.
Por encima de las explicaciones macroeconómicas basadas en
corrientes internacionales, queda el hecho de que la clase obrera
mexicana ha obtenido muy pocos beneficios económicos sin dar la
lucha, independientemente de qué aliados o enemigos haya encon­
trado en su camino.
Competencia entre las élites'. Se ha sugerido que la dinámica del
cambio en México es motivada más por rivalidades entre las élites
que por tensiones entre el Estado y los grupos subordinados. Ruth
Collier (1982), por ejemplo, plantea que la incorporación de los
sectores populares al régimen revolucionario se debió al papel
central de éste en las luchas por la hegemonía dentro de la élite
revolucionaria. De ser cierto esto, significaría que el equilibrio de
fuerzas entre los caudillos en la fase temprana de la Revolución
habría sido muy precaria para que la salida del movimiento obrero
de una fracción implicara la derrota política de ésta y la victoria de
sus oponentes.
Regresemos brevemente a 1917 para volver a examinar los da­
tos a la luz de esta hipótesis. Nos conduce a esperar que si Carranza
se hubiese resistido a la propuesta reformista de Obregón (Artícu­
lo 123 constitucional), éste habría podido movilizar a los obreros y
a los campesinos en contra del Primer Jefe, en cuyo caso, aquél
habría sido políticamente derrotado. Sin embargo, cuando con­
frontamos esta interpretación con la situación política de ese mo­
mento, aparece como muy poco plausible. De haber seguido dicha
estrategia “competitiva”, la facción victoriosa se hubiera colocado
en un grado de suma inseguridad. Los debates desarrollados en la
Convención de Aguascalientes tres años atrás, cuando la alianza
constitucionalista se reunió para definir su agenda, habían dejado
al descubierto las divisiones ideológicas internas dentro del campo
victorioso. Los seguidores de Obregón eran moderados que esta­
ban azorados por las demandas radicales de Zapata y ultrajados
por el bandidaje de Villa. Por lo tanto, Obregón no tenía las manos li­
bres para simplemente llevarse a sus seguidores, optando por
Zapata o Villa contra Carranza. Por el contrario, siguió apoyando
a Carranza, durante más de tres años en su intento de sofocar
CONCLUSIÓN 239

tanto al ejército de Villa como al de Zapata, sirviéndose de los


batallones obreros para consumar su derrota militar. Movilizar a
obreros y campesinos contra Carranza en 1917 no constituía una
opción política real: habría resucitado estos movimientos de base
y probablemente desatado de nuevo la guerra. Por lo contrario, el
Artículo 123 buscaba demostrar a los delegados campesinos y
obreros reunidos en Querétaro que no requerían de dirigentes
radicales del tipo de Villa y Zapata para ser incluidos en el nuevo
régimen. En pocas palabras, la competencia abierta por el apoyo
popular dentro de la alianza revolucionaria sólo podía poner en
peligro al nuevo régimen. El hecho de que Obregón fuera la fuerza
motriz de las reformas incorporadas a la Constitución da fe de su
perspicacia política, más que de su rivalidad con Carranza; esta
rivalidad, como todos aceptan, sólo se desarrolló dos años des­
pués, cuando éste intentó evitar que aquél lo sucediera en la silla
presidencial.
La hipótesis de la rivalidad entre élites se sustenta mejor con
base en la sucesión de Carranza por Obregón. No obstante, en este
caso también es poco probable que la crom o el campesinado
desmovilizado hubieran podido asegurar la victoria de Obregón.
De hecho, fue por medios militares como se logró sacar a
Carranza del poder. En adelante, el apoyo popular (refrendado
por elecciones) le permitió consolidar su gobierno. La paz social
ganada mediante reformas también facilitó la delicada tarea de
obtener el respaldo estadunidense, paso indispensable para
garantizar la defensa militar contra las repetidas intentonas
castrenses.
La explicación por la rivalidad entre las élites queda en una
posición aún peor tras el final de la era de los caudillos en 1924
cuando es designado ordenadamente el bastante conservador Plu­
tarco Elias Calles para suceder a Obregón. El intento de Adolfo de la
Huerta de organizar un cuartelazo en 1924, buscando apoyo de los
elementos más radicales del movimiento obrero, fracasó. Falló no
por la evidente debilidad de estos grupos frente al gobierno, sino
principalmente porque los beneficios otorgados por Obregón a los
trabajadores fueron suficientes para prevenir su agitación por
elementos anarcosindicalistas. En otras palabras, los sindicatos
radicales habían perdido su capacidad de movilización, gracias, en
240 EL PACTO DE DOMINACIÓN

gran medida, a las políticas conciliatorias de Obregórí hacia los


sindicatos no anarquistas, en especial la crom.
Finalmente, si con la competencia entre las élites sólo se hace
referencia a que el Estado siempre está dividido entre reformistas
y no reformistas, quienes rivalizan entre sí (lo cual es cierto en
cualquier Estado con algún grado de diferenciación interna), esto
no puede significar que las élites compitan por el apoyo popular
en el sentido pluralista del término, dada la naturaleza ritual de las
elecciones en México hasta 1988. Empero, puede significar que un
Estado con pluralidad interna se encuentre en mejores condiciones
que uno monolítico para percibir las presiones desde abajo y sus
posibles consecuencias para la estabilidad del régimen. Esta expli­
cación, por lo tanto, refiierza más que invalida la posición de que
las reformas son motivadas por las presiones desde abajo. También
promueve la pregunta de por qué y, sobre todo, cuándo el Estado
mexicano parece estar dispuesto a seleccionar élites reformistas y
atender sus sugerencias, a pesar de los principios abiertamente an­
tidemocráticos subyacentes a este proceso. Si las designaciones
como candidatos a la presidencia de Cárdenas y López Mateos
tiene algún significado, se podría inferir que el reclutamiento de
las élites también está influido por la dinámica de las presiones
desde abajo. Parecería, por ello, que la renombrada política mexi­
cana del “estira y afloja” no es la causa, sino la consecuencia de una
tendencia reformista e “incluyente”. Esta tendencia, como ya he­
mos visto, no es dada, sino históricamente aprendida, y reforzada
periódicamente por las presiones ejercidas para renegociar el
pacto de dominación.
El final del sindicalismo contestatario: Este argumento puede
tomar la forma siguiente: concediendo que, en el pasado, el movi­
miento obrero ha tenido un papel central en las reivindicaciones
que llevaron a reformas, en la actualidad lo ha perdido (mediante
el arbitraje, la reestructuración económica, el desmantelamiento
del corporativismo, etcétera), por lo que difícilmente se pueden
esperar presiones desde abajo en el futuro. El motivo para confron­
tar esta línea de argumentación no debe ser que el presente análisis
se haya basado principalmente en los trabajadores como fuerza
desde abajo, sino que aún subsisten algunos remanentes de la fe
marxista en la misión especial de los trabajadores para operar
CONCLUSIÓN 241

cambios políticos radicales. El fallecimiento del movimiento obre­


ro organizado en la era postindustrial puede, por ende, servir de
pretexto para predecir el final del cambio progresista.
Para empezar, vale la pena repetirlo, en ningún momento se
ha pretendido en este estudio que las organizaciones obreras ha­
yan forzado, por sí solas, la realización de reformas por parte
del Estado. Se ha insistido en que lo que estaba en tela de juicio
era el potencial movilizador de los trabajadores respecto a otros
sectores, así como el posible consecuente derrumbe del carácter
vertical de la organización política mexicana. Aunque el análisis
se ha centrado en el mundo del trabajo, debido a la necesidad de
aportar los indicios históricos relevantes con la profundidad reque­
rida, se ha esmerado por mostrar las movilizaciones que han
aparecido en el sector “popular” del pri (médicos, maestros y
estudiantes), así como sus repercusiones sobre la respuesta estatal
a los sindicatos. Es la capacidad ejemplar del movimiento obrero la
que ha planteado un desafío al régimen, como puedo reiterar
ahora, y no su fuerza medida en números o militancia. Precisa­
mente porque esta amenaza siempre ha sido más potencial que real
(así es el poder), es imposible aislar los criterios objetivos para
definir cuán serio es un desafío en un momento dado. La peor
falacia cometida por analistas modernos ha sido subestimar la im­
portancia de tales presiones a la luz de sucesos posteriores, impre­
visibles por los protagonistas. Para nosotros es fácil burlarnos de
los intentos de Lombardo Toledano de formar un partido inde­
pendiente en los cuarenta; pero ni a Ávila Camacho, ni a Miguel
Alemán les hacía gracia en aquellos tiempos. Reconstruyendo las
situaciones políticas sin la ventaja de la visión posterior vedada a
los protagonistas, el análisis ha intentado mostrar que era imposi­
ble no percibir la amenaza de la insurgencia desde abajo en esos
momentos cruciales.
Aun si el lector me concede que el movimiento obrero no
constituye el único protagonista político, ¿no se desprende de ello,
sin embargo, que su destrucción cambia inexorablemente la capa­
cidad de las clases subordinadas para presionar a favor de cambios?
Esta interrogante responde a la innegable mengua de las protestas
laborales y del activismo sindical en México desde los años ochenta.
Hay dos respuestas a esta pregunta tan importante, ambas tomadas
242 EL PACTO DE DOMINACIÓN

de la historia: la primera de 1946-1948 y la segunda de 1988-1990.


En el primer período, el Estado esencialmente intentó eliminar al mo­
vimiento obrero como actor político. Lejos de anunciar una edad
de oro para los capitalistas, la supresión de la democracia sindical
(necesidad urgente tras la devaluación de 1948) apenas pospuso la
insurgencia sindical. La era del “milagro mexicano” no sobrevino
de esta represión sino tras las reformas de 1954-1959 que restable­
cieron la paz. En este primer ejemplo, por lo tanto, el movimiento
obrero pudo reconstituirse como protagonista político a pesar de
la represión estatal.
¿Y qué pasa con el movimiento obrero en los noventa? Está
profundamente erosionado y falto de legitimidad, agobiado por
una gerontocracia cínica y corrupta mejor conocida como “los
dinosaurios”. Ha preseñciado la merma de sus filas por la destruc­
ción de empresas pequeñas y medianas durante la “década
perdida” y por el crecimiento de las maquiladoras, donde la
aplicación de las leyes laborales es mínima o nula. También ha visto
restringir aún más sus derechos por medio de las recientes
enmiendas a la ley del trabajo de 1943, diseñadas para permitir
contratos de empleo más “flexibles”, permitiendo a los patrones
despedir a su fuerza laboral sin causa “justificada”. ¿Quién habría
tomado en serio, a finales de los ochenta, una amenaza de los
sectores obrero o popular? Quizás nadie. Sin embargo, la amenaza
se cumplió y fue eficaz precisamente porque no se esperaba (un
poco como el desafío de Madero al porfirismo). El hecho intere­
sante para la argumentación que nos ocupa es que ninguna de las
partes de la alianza popular contra el pri que se constituyó en 1988
tenía alguna importancia en sí misma; de allí la dificultad para
prever (o incluso percibir) algo que había estado ausente hasta
prácticamente las vísperas de las elecciones. Lo que podía registrar­
se era la presencia de una serie de focos separados de descontento
organizado, que estaban tan dispuestos a una convergencia de
carácter único —y por ello altamente aleatorio— como a la continua­
ción de sus trayectorias separadas de acciones limitadas sin impac­
to global.
A finales de 1991, cuando se concluía la primera versión de
este libro, era difícil visualizar sobre qué base se ejercerían en el
futuro las presiones desde abajo para continuar con las tradiciones
CONCLUSIÓN 243

del pasado, ni qué grupo tomaría la iniciativa.2 Hasta principios de


1994, los protagonistas capaces de erigir un desafío al orden
establecido parecían haber decaído, para no decir desaparecido.
No obstante, el modelo analítico aquí propuesto deja abierta la
posibilidad de que aparezcan nuevos actores, o que resuciten
algunos de los viejos. Hasta que esto suceda, lo único que el
analista puede hacer es revisar los puntos débiles del pacto de
dominación vigente ¿seguirá Pronasol apaciguando las protestas
en las ciudades cuando los pobres urbanos descubran que no hay
lugar para ellos en la “modernización” de la economía? ¿Qué
sucederá con los millones de campesinos sin tierra ni empleo tras
las reformas al Artículo 27 constitucional? ¿De qué manera su
migración a las ciudades sobresaturadas afectará la economía
política de las zonas urbanas? Finalmente, ¿qué sucederá cuando
al fin muera Fidel Velázquez? Todas estas interrogantes apuntan a
la transformación de los protagonistas y de los procesos políticos
en el futuro. Aunque todavía es difícil vislumbrar en 1995 una
democracia anunciada prematuramente casi una década atrás, es
innegable que nuestras miradas deben apuntar al logro del plura*
lismo en el proceso político mexicano. Si el pasado alberga alguna
lección, esta pluralidad, más que un big bang electoral seguirá un
proceso de ruptura, acompañado de un estira y afloja con reveses
y avances inesperados. Lo que no puede suceder, si este análisis
es acertado, es que se ofrezca desde arriba un paquete perfecta­
mente armado o que se obtenga desde abajo una victoria heroica
que allane las instituciones existentes.
Excepcionalismo mexicano: De todas las posibles refutaciones a
las tesis presentadas en este libro, la más difícil de rebatir es que la
tesis que presento no se aplica a otras realidades nacionales. En
esencia, mi oponente imaginario diría: de acuerdo, este esquema
funciona para México, pero en realidad eso no tiene ninguna
implicación.

2 La versión original de este libro se publicó bajo el título The Dynamia of


Domination: State, Class and Social Reform in Mexico (1910-1990). University of
Pittsburgh Press, 1994. Esta versión en español, publicada dos años después de la
primera, contiene, además, un epílogo que cubre el periodo de 1990 a 1995.
244 EL PACTO DE DOMINACIÓN

La tradición de estabilidad del gobierno y del régimen en Mé­


xico es anómala. Reconstruir su génesis como una secuela de con­
frontaciones parciales y concesiones limitadas, aunque ofrece una
alternativa a la más determinista “visión desde arriba”, corre el
riesgo de agregar una piedra más al ya de por sí imponente edificio
de construcciones analíticas que han aislado a México de las teo­
rizaciones generales sobre el proceso político.
Lo verdaderamente excepcional y rotundamente específico de
México es la inigualable imbricación del poder presidencial, del
dominio del partido oficial y de la garantía de este dominio por los
sectores populares integrados al partido. £1 estrecho ensamblaje de
estos elementos ha asegurado la sucesión pacífica del poder duran­
te cerca de setenta años. Como si esto no fuera lo suficientemente
excepcional, México mantiene (con Costa Rica, cuyo régimen políti­
co es completamente distinto) una trayectoria de resolver sus
conflictos políticos internos sin hacer uso de la violencia militar.3
Esto significa que el poder coercitivo del Estado en realidad sólo
puede ser ejercitado contra grupos relativamente pequeños y fácil­
mente identificables (como los estudiantes contestatarios en 1968
y los levantamientos campesinos localizados durante los ochenta),
más no contra toda la población, como en algunos países latinoa­
mericanos. Por lo tanto, la dominación, en México, parece ser
básicamente un asunto organizativo. No obstante, el corporativis­
mo no es una panacea para la estabilidad, como ha mostrado la
historia de Argentina y Brasil. Las reglas, además, pueden ser
violadas, como repetidamente lo han sido en México. A pesar de
las restricciones impuestas por el corportivismo, el partido oficial
ha corrido el riesgo, en más de una ocasión, de ser abandonado
masivamente a causa de acciones de minorías que escaparon a la
lógica del sistema, pero que, sin embargo, lo han renovado al
obligar a sus defensores a efectuar cambios limitados. La erosión
de estos mecanismos en los ochenta, lejos de alterar esta dinámica

3 Aunque, México, a la inversa de Costa Rica, tiene un ejército, el hecho de que


su presupuesto para la educación sea superior a los gastos militares es un indicio
del peso relativo de las fuerzas castrenses en el orden político mexicano. No
obstante, el protagonismo del Ejército mexicano en la política nacional a raíz del
conflicto en Chiapas amenaza con invalidar esta afirmación.
CONCLUSIÓN 245

general de cambio, ha puesto al sistema político mexicano en una


nueva vía, mediante la cual se intenta mantener la fórmula flexible
de la dominación estatal, pero sin el corporativismo.
En el resto de América Latina, la rebelión de sectores popula*
res ha desatado más a menudo crisis de ingobernabilidad seguidas
de mando militar implacable que este tipo de reformismo flexi­
ble. Desde que varios países de la región han retomado al mando civil
basado en elecciones populares aún en medio del desastre económi­
co, el problema del manejo pacífico de tensiones y de concesiones
limitadas a las demandas desde abajo vuelve a ser prioritario, espe­
cialmente a la luz de retornos recientes al absolutismo estatal (como
en Perú tras el autogolpe de Fujimori). En algunos casos, este proble­
ma es resuelto anticipatoriamente por el recurso potencial de la fuerza
militar: en Chile pueden presentarse tanques y soldados ante el
más mínimo indicio de agitación pública. Tales regímenes, a veces
etiquetados de “democracias pactadas” (Malloy y Selingson, 1987),
deberían analizarse como regímenes militares administrados por
civiles. Empero, si quisiéramos visualizar un régimen democrático
que no tenga posible recurso al terror estatal, tendríamos que
enfrentar la dificultad básica de definir las condiciones bajo las
cuales tal régimen puede responder a las demandas desde abajo, en
especial en el marco de las políticas económicas neoliberales que
prácticamente excluyen a las masas.
En el México del pasado, este imperativo ha sido encarado
mediante una relación triangular entre Estado, fuerzas disidentes
y direcciones populares oficiales,-r-sduciendo las fricciones direc­
tas entre el capital y el trabajo. Lo que ahora debemos preguntar­
nos es si esta experiencia puede repetirse, de algún modo, o, si la
hipótesis del pacto de dominación, tal como ha sido presentada en
este libro, está condenada por su estrechez intelectual.
Para iniciar con la respuesta más obvia, la historiajamás puede
repetirse. Para ser persuasiva, la tesis aquí expuesta debe enraizar-
se sólidamente en la tierra mexicana. De poderse transplantar
algunos de los conocimientos derivados de ella, debe hacerse con
cuidado y, probablemente, no en su totalidad.
Empezaremos con las lecciones más generales a sacar del
estudio. Quizás la más importante, la que por sí mismajustifica el es­
fuerzo, sea la conclusión —seguramente transferible a otras socie-
246 EL PACTO DE DOMINACIÓN

dades— de que no debemos juzgar la solidez de un régimen político por


las supuestas virtudes de sus rasgos organizativos (sea corporativismo o
cualquier otro), sino, a la inversa, juzgar la solidez de estos rasgos por el
grado en que equilibren las demandas contradictorias de acumulación y
justicia social. Si el corporativismo ha sido exitoso al respecto en
México (al menos hasta hace poco) no se debe, como solían pensar
los científicos sociales, a sus principios organizativos (verticalismo,
centralización, clientelismo, presidencialismo, etcétera), sino a que
el tipo particular de corporativismo existente en México —hasta
hace diez años y a pesar de las reglas formales impuestas a los pro­
tagonistas— ha logrado equilibrar (de manera imperfecta y con
graves consecuencias fiscales) las demandas de justicia social con el
crecimiento económico.
Esta conclusión contiene muchas lecciones para el estudio
actual de la democracia que, con demasiada frecuencia, retrocede
al formalismo de las definiciones. La viabilidad de las democracias,
en especial las nacidas en vísperas de las dolorosas estabilizacio­
nes monetarias, deberían ser juzgadas en función de su capacidad
de moderar y posponer las aspiraciones progresistas por ellas
mismas despertadas: el asunto es, en otras palabras, cómo propician
las sucesivas renegociaciones de la dominación. Los requisitos del éxito
son difíciles de satisfacer, porque dependen de las tradiciones po­
líticas de las que carecen la mayoría de las democracias jóvenes, en
particular una cultura política de tolerancia y negociación.
Otra lección general tiene que ver con las implicaciones de la
codificación del pacto de dominación. La incorporación de secto­
res subordinados al régimen posrevolucionario ha estado marcada
por la lenta integración de las aspiraciones de estos grupos en los
textos constitucionales y jurídicos que constituyen la base del dis­
curso gubernamental. Gomo menciona Fowley (1991) estos textos y
los discursos gubernamentales legitimadores derivados de ellos
han conducido a la elaboración histórica por los sectores subordi­
nados de “agendas constitutivas” con las que han debido tratar las
élites estatales, aunque no siempre estuvieran dispuestas a respe­
tarlas. Si, por ejemplo, se comparan Argentina, Chile y México,
salta a la vista que, de los tres, sólo Argentina seguía careciendo de
ley laboral en 1930, y sólo allí se produjeron reacciones conserva­
doras excluyentes de larga duración ante la ola de reivindicaciones
CONCLUSIÓN 247

populares (principalmente obreras) entre 1946 y 1956, bajo Perón.


Mientras México y Chile manejaban sus pactos de dominación
antes de la Gran Depresión con base en políticas de Frente Popular,
Argentina atravesada la “década infame” de represión militar-oli­
gárquica contra los trabajadores. Los protagonistas que emergie­
ron de este proceso no tenían ningún sentido de la existencia de
reglas dejuego. La preferencia del “orden” por los militares (inclui­
dos los de tendencia progresista) parece excluir el tipo de proceso
conflictivo de estira y afloja que rige la transformación del pacto
de dominación. El mando militar, por lo tanto, bien puede ser una
receta para el desastre: prepara a la sociedad para la alternancia
entre regímenes civiles débiles, protodemocráticos, incapaces de
moderar las demandas desde abajo y regímenes militares que
imponen el orden con la simple y brutal represión de estas
demandas. Cualquier sociedad impregnada de esa tradición está
destinada a tener mayores dificultades para negociar un pacto
estable de dominación que una, como Chile, cuyo pasado demo*
crático puede ayudar a sacar gradualmente al país del dominio
militar.
¿Constituye la dominación manejable un avance tan grandioso
que debamos tratar de persuadir a otros países de que representa
una meta valiosa a perseguir? Después de todo, la clase trabajadora
mexicana tiene poco alarde que hacer de 70 años de luchas. Sus
logros y las sublevaciones sociales que le ha ahorrado a México han
sido muy costosos. Decididamente, esta conclusión no ofrece una
utopía muy atractiva para el futuro. ¿Pero constituye la fe ilimitada en
el mercado una mejor fórmula para resolver todos los problemas?
En vísperas del siglo xxi, los países pobres tienen pocas opcio­
nes. La lección a sacar de la historia de México por otros países
es que, sin importar cuan democráticas o no democráticas sean
las fórmulas políticas que se producirán históricamente, deberán
crear lazos institucionales mediadores para limitar la explota­
ción capitalista mediante el manejo dinámico del pacto de domi­
nación. Esta es la condición para que sean al menos mínimamente
progresistas y para que puedan detener el ciclo infernal de la
alternancia entre represión e ingobernabilidad. Dichos lazos pue­
den ser creados por partidos políticos, en la medida en que se
piense que éstos sean capaces de satisfacer tales requerimientos.
248 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Eso es especialmente difícil en la época de la mercadotecnia polí­


tica de masas y la cultura masiva. Por lo tanto, la democracia no
constituye una panacea, si por ella se entiende el derecho de voto,
más no el de decidir. Nuestro análisis del caso mexicano indica que,
si los conflictos generados entre los sectores subordinados por el
desarrollo desigual —el único contemplado en la actualidad por
las políticas económicas de la mayoría de los países reciente o
antiguamente pobres— no son efectivamente transmitidos a la
cúpula y negociados mediante mecanismos institucionales sólidos,
existirá un fuerte riesgo de que la protesta social desate respuestas
represivas y no reformistas. En la mayoría de los casos, esto llevará
de vuelta a estos países al militarismo o al limbo del totalitarismo.
Para México, el problema principal del futuro puede no ser
instaurar la democracia /œr se, sino sustituir los antiguos y erosio­
nados mecanismos institucionales de manejo de los conflictos por
otros nuevos, capaces de soportar y moderar las mayores desigual­
dades que despuntan en el horizonte. Aunque los gobiernos actua­
les y futuros, y sus intelectuales producirán, sin lugar a duda, una
variedad de esquemas para el futuro político de México, las fórmu­
las que finalmente manejan la dinámica de la dominación estarán his­
tóricamente construidas. Si la larga tradición política de México
sirve de algo para predecir el futuro, diríamos que las clases subor­
dinadas tendrán mucho que decir en la construcción de ese futuro.
Pero probablemente no podrán construirlo como quisieran.
VH. EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE

La mayoría de los trabajos sobre México posteriores a 1994 se


concentran casi exclusivamente en la explicación de la crisis finan­
ciera (catástrofe, diría yo) que se anunció en diciembre de 1994,
aunque empezó un año antes y, de alguna manera, se gestó a lo
largo del sexenio del presidente Salinas de Gortari. Mi objetivo no
es analizar esta crisis: quiero demostrar cómo se comprueba la
hipótesis central que guia el análisis entre los meses de diciembre
de 1993 y abril de 1995. Sin embargo, la depresión de 1995 no es
un mero telón de fondo de los acontecimientos políticos que se
desenvolvieron durante ese periodo, sino que esta íntimamente
ligada a éstos. Por lo tanto, es necesario presentar aquí un relato pre­
ciso, aunque resumido, de los principales componentes y detonantes
de esta crisis, describiendo la manera como estan entretejidos con
el cuestionamiento que desde abajo generó el movimiento armado
de los pueblos indígenas de Chiapas unidos bajo la bandera del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln). Más allá de la
cuestión de si este levantamiento amenazó al statu quo y, como con­
secuencia, obligó el gobierno a hacer concesiones, trataré también
la cuestión del futuro del autoritarismo mexicano a la luz de la
crisis política desatada por los acontecimientos de 1994-1995.
Teniendo en cuenta los puntos débiles del sexenio salinista que
señalé en el capítulo quinto, empezaré con una descripción de los
peligros potenciales que amenazaban al régimen cuando empezó
el año de 1994. Esto nos permitirá examinar cómo las élites go­
bernantes pudieron interpretar la extraordinaria convergencia de
los acontecimientos que desató la crisis política y económica, cuyo
final todavía no está a la vista en el momento en que se escribe este
epílogo.
Entre los peligros más visibles y más previsibles para los estu­
diosos de la realidad mexicana, se encontraba el estancamiento
económico que se había asentado a ríñales de 1993, y siguió a lo

249
250 EL PACTO DE DOMINACIÓN

largo de 1994. Este se evidenciaba en las dificultades de la econo­


mía mexicana para mantener su mercado interno, así como am*
pliar lo suficientemente su sector exportador y así contrarrestar la
explosión de las importaciones.1 Desde la crisis de 1982 las em*
presas industriales mexicanas habían resentido la necesidad apre­
miante de modernizar su equipo con el fin de poder incrementar
su productividad hasta alcanzar niveles de competitividad interna­
cional. Sin embargo, para la mayoría de las empresas medianas
y pequeñas, el alto nivel de la tasa de interés, impuesto con el fin
de atraer los capitales y garantizar así la estabilidad monetaria,
había creado obstáculos insuperables para la consecución de tales
objetivos. Algunas se habían endeudado, a pesar del alto costo del
crédito (y por consiguiente se encontrarían en 1994 en una situa­
ción financiera sumamente vulnerable), pero muchas se habían con­
vertido en importadoras de los mismos productos que habían
producido anteriormente (aprovechando sus redes comerciales).
Estos productos tenían una alta demanda, debido a la atracción de
productos importados y a la sobrevaluación creciente del peso
mexicano. En otras palabras, más que estimular las exportaciones,
la apertura comercial estaba alentando las importaciones, y agra­
vando, en vez de corregir, los desequilibrios estructurales que
padecía la economía. No obstante, muchas empresas habían cerra­
do sus puertas, lo cual había incrementado el desempleo. A pesar
del crecimiento económico modesto pero real que hubo durante
los primeros cuatro años del sexenio salinista,2 el desempleo bajó
menos de un punto?
De 1989 a fines de 1993, el déficit creciente en la balanza
comercial se había cubierto con las inversiones directas y los flujos
financieros (Urquidi, 1995), los cuales estaban siendo estimula-

E1 déficit de la balanza comercial pasó de 2.6 en 1989 a 20.5 mil millones de


dólares en 1993, significando a un incremento de más del 700 por ciento en apenas
cuatro años (Ciemex-WEFA, 1995).
2 El crecimiento del pib entre 1989 y 1993 fue de 3.3 en 1989,4.4 en 1990,3.6
en 1991,2.8 en 1992 y 0.4 en 1993 (Ciemex-WEFA, 1995).
8 El desempleo abierto pasó de 10 a 9.3 por ciento entre 1989 y 1993
(Ciemex-WEFA, 1995). Sin embargo, el sector informal aumentó, de 16.5 a 25.5 por
ciento {ibid.}. El año 1991 fue el único en que hubo un descenso en la tasa de
crecimiento del sector informal.
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 251

dos por la expectativa del tlc. Se esperaba que tanto éstos como
las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos y Canadá crece­
rían todavía más con la puesta en vigor del tratado a partir de enero
de 1994.
Dada esta precaria situación, no cabe duda de que el creciente
déficit de la balanza comercial representaba un peligro potencial del
que los estudiosos de México estaban plenamente conscientes
(excluyendo, por supuesto, al 80 por ciento de la población que
depende para informarse de las noticias cuidadosamente editadas
que difunden las cadenas de televisión mexicanas). De haberse
presentado otras presiones, el gobierno tenía opción entre tomar
las medidas de austeridad necesarias para corregir estos desbalan­
ces, o tratar el problema como si fuera meramente coyuntural. La
Secretaría de Hacienda optó por lo segundo.
Otro punto de presión en la estrategia salinista era el peligro
potencial de que la política de transferir los costos de la recupera­
ción económica a los asalariados fuera contraproducente, al re­
constituir las coaliciones de oposición recientemente disueltas, las
mismas que habían amenazado la supervivencia del régimen en
1988. Si las élites gobernantes no lograron percibir como grave el
desbalance comercial, menos podían estar conscientes de la posi­
bilidad de un nuevo brote de oposición. De hecho, todos los
indicadores apuntaban en dirección opuesta. La coalición carde­
nista había sido desmantelada, en parte por medio de las acciones
legales y extralegales del gobierno (como vimos en el capítulo
quinto), y en parte como resultado de los cismas internos del recién
creado Partido de la Revolución Democrática (prd), el cual no ha­
bía podidojuntar a todos los participantes en el fdn . El pan se había
vuelto más colaborador, debido a la participación real de las élites
empresariales en la política económica (por medio del pece), y a unas
cuantas victorias electorales concedidas por el partido oficial. La
mayoría de los movimientos urbanos, algunos de los cuales habían
votado por el fdn, estaban colaborando con el gobierno y recibien­
do los beneficios sin los cuales no podían sostener indefinidamente
a sus bases (Haber, 1995). Los campesinos y los pobres eran
participantes activos en programas focalizados —Pronasol y más
tarde Procampo— que les aportaban beneficios directos y desvia­
ban su atención del momento político. Los sindicatos obreros
252 EL PACTO DE DOMINACIÓN

habían perdido sus poderes tradicionales de intermediarios que les


había conferido el pri (Álvarez Bejar, 1991; Middlebrook, 1991;
De la Garza Toledo, 1992,1995; Bizberg, 1992,1995). Además, los
acuerdos directos entre cada sindicato y la presidencia habían
disminuido su capacidad de representación. Los focos aislados de
rebeldía obrera se habían combatido con una combinación de
promesas falaces y represión simple.4 Los maestros, cuyo movi­
miento disidente interno se había movilizado inicialmente en Chia­
pas a fines de los setenta y principios de los ochenta (Street, 1992),
eran los únicos en mostrarse todavía capaces de luchar por mejores
salarios. Lanzaron una serie de huelgas en 1989, a raíz de las cuales
el gobierno les concedió alzas salariales significativas, y entregas de
viviendas del Fovissste. Sin embargo, Jonguitud Barrios, el líder
oficial “vitalicio” del snte, tuvo que pagar el precio de su sustitu­
ción por no haber podido controlar la disidencia; fue reemplazado
por Elba Esther Gordillo, una líder presuntamente más disciplinada.
Podemos concluir, como lo hicimos en el capítulo quinto, que has­
ta el 1 de enero de 1994, el equipo salinista podía autofelicitarse por
haber logrado la paz social a un costo mínimo. El Time Magazine ha­
bía sacado la fotografía del presidente Salinas en su portada como el
“matador de gigantes”, y las instituciones financieras internacionales
no dejaban de halagarlo, lo mismo que a su equipo de tecnócratas.
En vísperas de 1994, el hecho de que los sectores más pobres
de la sociedad mexicana no estaban incluidos en los beneficios
limitados dd Pronasol (Molinar y Weldon, 1994; Cornelius, Craig y
Fox, 1994; Lustig, 1994), y que los fondos gastados por este concepto
se habían utilizado para construir infraestructura (incluyendo au­
topistas lujosas) más que para combatir la pobreza,5 no era algo

4 Los trabajadores huelguistas de la Cervecería Modelo habían sido engañados


con promesas de que serían recontratados. Sin embargo, la mayoría no lo fueron.
En las minas de cobre de Cananea, lugar de la gran huelga y represión genocida de
1906, volvieron a verse tropas de asalto para combatir a los obreros.
5 Los defensores de Pronasol alegaron que las calles, el agua y la pintura en las
fachadas también es parte del nivel de vida, y que por consiguiente las mejoras en
la infraestructura pueden entenderse como medidas para combatir la pobr^a Este
argumento me parece muy debatible, sobre todo cuando la infraestructura incluye
la autopista a Guadalajara, torres de agua en el Pedregal de San Ángel en la dudád
de México, y prisiones y cuarteles, como en el estado de Cbfrpa*.
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 253

que remordía la conciencia o inquietaba el sentido de interés


propio de las élites gobernantes. En el pasado, los programas para
combatir la pobreza, como por ejemplo el Sistema Alimentario
Mexicano o el Coplamar, tampoco habían cubierto a la población
que más lo necesitaba. Sin embargo, esto no había provocado
consecuencias adversas. La pobreza extrema de los tzotziles, los
tzeltales, los choies, chamulas y otros pobladores de Chiapas era
un hecho perfectamente bien documentado en las estadísticas na­
cionales, al igual que la miseria de los tarahumaras de Chihuahua,
de los huicholes de Nayarit y deJalisco, y de los zapotecas, mixtecas
y nahuas de Oaxaca. El peligro potencial de que estas subclases,
tradicionalmente desnutridas y explotadas, pudieran levantar la
cabeza colectivamente y causar un pánico financiero en el país se
hubiera tachado de pura fantasía si alguien hubiera sido capaz de
sugerirlo.
Existía un peligro menos visible: los desacuerdos crecientes en
el interior del partido oficial que continuaban, aún después de la
expulsión de la "tendencia democrática”. Aunque la mayoría de los
autores mencionan el problema, así como a las presiones internas
que resultaron de los esfuerzos de Salinas para hacer al partido
más competitivo (Cornelius, Craig y Fox, 1994; Brachet-Márquez y
Davis, 1995), pocos se aventuran a especificar qué disputas inter­
nas surgieron, ni sobre qué cuestiones. Queda claro que algunos
de estos conflictos tenían que ver con la estrategia seguida por el
presidente de marginar a los caciques locales y regionales. Se pue­
de sospechar, además, que las elecciones estatales y locales supues­
tamente ganadas por la oposición panista fueron, en realidad,
concesiones presidenciales que cancelaron victorias electorales
reales del pri. Estas decisiones, si efectivamente se tomaron, pue­
den haber generado profundos resentimientos entre las élites
priistas alejadas del poder en estas circunstancias. En particular, no
queda claro que la victoria del pan en Baja California haya sido
genuina. Finalmente, ningún analista se había aventurado en las
profundidades desconocidas de la corrupción del partido oficial y
de las élites gobernantes, ni tampoco explorado los posibles víncu­
los entre caciques priistas y/o algunos tecnócratas del equipo
salinista y los cárteles internacionales de la droga. Se extendía la
ley del silencio sobre tales problemas, al grado que la racha de
254 EL PACTO DE DOMINACIÓN

asesinatos de notables del partido que se desató entre marzo y


diciembre de 1994 tomó de total sorpresa a los que habían queda­
do fuera del círculo último del partido, incluyendo a muchos
tecnócratas colocados en los más altos niveles del gobierno.
El primer peligro se hizo realidad en enero de 1994, cuando el
ezln, creado y entrenado desde 1984, lanzó su ofensiva el día
primero, y proclamó sujurisdicción sobre el estado de Chiapas con
la Declaración de la Selva Lacandona y varios otros documentos
publicados en los diarios de México (ezln, 1994). La Declaración
exigía que el gobierno central proporcionara “trabajo, tierra, techo,
alimentación, salud, educación, independencia, libertad, demo­
cracia, justicia y paz” (ezln, 1994:35), y declaraba que “no (dejarían)
de pelear hasta lograr el cumplimiento de estas demandas básicas
de nuestro pueblo" (Ibid:).
La primera reacción del gobierno fue la represión, incluyendo
bombardeos aéreos que recordaron los métodos de Somoza para
resolver el conflicto revolucionario nicaragüense. No obstante, al
ver que no se podía obtenér una salida militar, y presionado por la
opinión nacional e internacional, Salinas optó por un acercamien­
to más diplomático, y por lo tanto más adecuado para tranquilizar
a la opinión pública, a los socios del tlc, así como a los llamados
“capitales golondrinos”. Se declaró un cese al fuego unilateral, y se
nombró a un “comisionado para la paz” cuya función era entablar
diálogo con los rebeldes. Aunque las conversaciones pronto se
empantanaron, y pudo verse que los alzados eran mucho mejor
organizados, entrenados y decididos de lo que se pudiera haber
previsto, el “matador de gigantes” parecía, una vez más, haber recu­
perado el control sobre el país.
Al alejar el conflicto en Chiapas del centro de los debates por
este medio, la paz retomó momentáneamente. Aunque rara vez se
podían leer en primera plana los acontecimientos de la campaña
presidencial de Luis Donaldo Colosio, el candidato escogido por
Salinas, el ciclo político volvió a tomar su camino habitual. Es­
te proceso siguió hasta el fatídico 23 de marzo, cuando Colosio fue
asesinado en un mitin, otro evento imprevisible que arrancó el te­
jido ya sensibilizado del proceso político mexicano. Por sí sólo, el
acontecimiento era capaz de desatar una fuga de capitales. Pero
junto con las acusaciones injustificadas, las declaraciones contra-
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 255

dictorías sobre la investigación del asesinato, los videos reeditados


y las mentiras transparentes emitidas por distintos portavoces
oficiales y programas de televisión, no cabía ninguna posibilidad
de que no se desatara la crisis de confianza que vació las arcas del
Banco de México.
En vez de enfrentar la crisis, la Secretaría de Hacienda optó,
una vez más por el corto plazo. Emitió una nueva variedad de
instrumento de captación de dinero, los llamados tesobonos, cuyo
valor era garantizado por el Banco de México contra la posibilidad
de pérdidas por trastornos en el régimen de cambio. Como era de
esperarse, los tesobonos tuvieron un gran éxito, especialmente en
Estados Unidos y Canadá. La crisis se había aplazado. No obstante,
ya se sabía que reembolsar a los compradores de estos títulos, en
caso de que no estuvieran dispuestos a renovar sus inversiones,
requeriría salidas de aproximadamente 30 mil millones de dólares
a partir del mes de diciembre de 1994 (Centro Tepoztlán, 1995).6
Además, para asegurar que estos bonos siguieran siendo atracti­
vos, el gobierno habría tenido que elevar considerablemente su
tasa de interés (Ibid.).
En efecto, el gobierno saliente había empeñado el futuro del
país. La ventaja del autoritarismo sobre la democracia para las
élites gobernantes se ilustra claramente en este ejemplo: no hubo
embarazosas discusiones públicas ni debate parlamentario, ni pu­
blicidad adversa. Apenas una semana después de la muerte de
Colosio, Ernesto Zedillo se colocaba en el lugar del candidato
presidencial asesinado, sin necesidad de engorrosos procesos
democráticos de selección de candidato al interior del partido oficial.
El ritual de cambio de sexenio podía proseguir sin más obstáculos. El
21 de agosto de 1994, un nuevo presidente y un nuevo congreso se
elegirían bajo condiciones estrictamente vigiladas. Si el pri podía
ganar en tales circunstancias, se restablecería la confianza y volve­
ría la estabilidad. Gomo último trofeo, Salinas estaba a punto de
ganarse la reputación de haber sido el mejor presidente en la
historia reciente, lo cual le abonaba méritos para presidir la Orga­
nización Mundial del Comercio.

6 En noviembre de 1993, el total de las reservas netas del Banco de México era
de aproximadamente 20 billones de dólares.
256 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Pero la estabilidad no volvió. Los inversionistas extranjeros (así


como los nacionales bien informados) no creyeron en el escenario
inventado por Salinas lo suficientemente como para revertir los
flujos financieros. A pesar de la aplastante victoria del pri en
agosto, acompañada por el proceso usual de largas negociaciones
sobre las “irregularidades” cometidas en las elecciones, la brecha
entre las entradas y las salidas de capitales siguió ensanchándose.
Apenas tres semanas después de la toma de posesión del presiden­
te Zedillo, el anuncio de un incremento en la banda de flotación del
peso precipitó un pánico financiero y el despido del portador de
malas noticias, el recién nombrado Secretario de Hacienda, Jaime
Serra Puche. Para enero, el déficit de la balanza comercial había
subido a 8 por ciento del pib y las reservas en dólares, según infor­
mación proporcionada por el Banco de México, eran de 3.5 mil mi­
llones de dólares, una baja considerable en relación con los 20 mil
millones de fines de 1993.7 Esta situación de emergencia llevó al
gobierno a pedir ayuda a las instituciones financieras internacio­
nales, y a anunciar el programa de emergencia llamado Acuerdo de
Unidad para Superar la Emergencia Económica. En este documento,
se daba por hecho que el déficit comercial para 1995 sería sólo del 4
por ciento del pib. Por lo tanto, las autoridades financieras del país
apostaban, una vez más, con la economía del país, previendo que
dicho déficit se reduciría milagrosamente a la mitad, casi de
inmediato.
Mientras tanto, varias instituciones financieras internacionales
(entre ellas el Fondo Monetario Internacional, el Banco Internacio­
nal de Pagos, la Unión Europea y otros) se ofrecieron para rescatar
a México con un paquete financiero que creció de un monto inicial
de 18 billones de dólares solicitados, a 25.5 mil millones. A esta
cantidad se agregaron otros 40 mil millones prestados por Estados
Unidos, garantizados con las exportaciones de petróleo. Más adelan­
te, esta oferta se cambió a 20 mil millones y otros 10 mil millones
del Fondo Monetario (que por sí solo entregaba 17.5 mil millones, un

7 El monto citado por el Banco de México (información inusitada para esta


institución) parece haber correspondido a los montos brutos, es decir, sin descontar
los pagos de deuda de corto plazo. La reservas netas estaban en cero, dado que la
deuda de corto plazo estaba en 3.5 billones en ese momento (Ciemex-WEFA, 1995).
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 257

monto nunca antes prestado a un solo país) para apaciguar las


protestas del Congreso norteamericano. Los bancos centrales eu­
ropeos ofrecieron otros 10 mil millones. Un total de 50 mil millo­
nes (equivalente a la mitad de la deuda externa que tenía el país
cuando Salinas asumió la presidencia) fue prometido para salvar a
México y para aminorar el “efecto tequila” que amenazaba al
sistema financiero global. La casi totalidad de esta suma gigantesca
(pero pequeña en relación con las deudas de corto plazo contrata­
das) estaba destinada a pagar la deuda pública. Los deudores
privados (en particular las empresas) no estaban incluidos en este
paquete, y tampoco se tenía en cuenta a los 66 millones de pobres.
Sin embargo, se esperaba de estos últimos que reembolsaran esta
deuda por la vía de los impuestos indirectos regresivos.
Fortalecido por estas perspectivas, y a pesar del acuerdo de
cese al fuego, el presidente Zedillo lanzó una operación militar
sorpresiva contra el ezln el 9 de febrero.8 Se reveló la presunta
identidad del subcommandante Marcos (esperando con ello des­
truir el aura de héroe popular que el misterioso personaje había
adquirido con el tiempo), y se arrestaron en todo el país a docenas
de “presuntos” (pero nunca comprobados) colaboradores y cuadros del
ezln, con lujo de información televisada sobre las redadas poli­
ciacas llevadas a cabo. Sin embargo, la rebelión no fue destruida,
aunque la credibilidad del presidente sufrió un bajón, tanto para
los partidarios como los oponentes del movimiento chiapaneco.
A fines de febrero, el Banco de México había recibido parte
del préstamo del fmi, clasificándolo como reserva monetaria. Pese
a tales acciones, la reserva de dólares seguía bajando. Los peque­
ños y medianos inversionistas así como los pequeños ahorrado­
res imitaban ahora a los grandes: se volvieron a ver, como en los
años ochenta, las largas colas de los que venían a cambiar sus pe­
queños ahorros en los bancos y las casas de cambio, con la esperan­
za de protegerlos contra el deterioro cada día mayor de la moneda
nacional.

8 En principio, no hubo tiros, por lo que técnicamente no se rompió el cese al


fuego; esto se debió a que el ejército no encontró rastros de los rebeldes en la zona
que ocuparon por la fuerza. (LaJomada, 11 de febrero de 1995.)
258 EL PACTO DE DOMINACIÓN

No habían transcurrido dos meses cuando el gobierno tuvo


que admitir que se había perdido la apuesta de un déficit del 4 por
ciento del pib. £1 nuevo Secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz
Martínez, declaraba públicamente que “(había dejado) de ser realis­
ta el diagnóstico que dio sustento al Acuerdo de Unidad, ya que no
(sería) posible financiar un déficit moderado del 4 por ciento del
pib" (LaJomada, 10 de marzo de 1995). Un nuevo plan de emergen­
cia, con un título (y un peso de sacrificios) todavía más largo — el
Programa de Acción para Refonarel Acuerdo de Unidad para Superar
la Emergencia Económica— se lanzaba en marzo de 1995. En el
discurso que anunciaba dicho Programa, se aclaraba que “se (da­
ría) prioridad inicialmente, mediante una política monetaria res­
trictiva a la estabilización de los mercados financieros” (Ibid.), pero
se prometía que “se (otorgaría) atención especial a los problemas
financieros de los bogares, las empresas y los bancos; y se (prote­
gería) el empleo y se (desarrollarían) programas públicos orienta­
dos al desarrollo social” (Ibid.). Dos meses más tarde, sólo se había
instrumentado la parte iñonetaria restrictiva, y el parcial rescate
bancario,9 desatando una ola de quiebras de empresas incapaces
de pagar las altísimas tasas de interés (80 a 120%), y despidos de
miles de trabajadores como consecuencia. Para ejemplificar cómo
entendía el gobierno “proteger al empleo”, iniciándose la Semana
Santa, se anunciaba el quiebre de la empresas estatal Ruta-100,
encargada del transporte público en la ciudad de México, y simul­
táneamente se encarcelaba, por diversos motivos, a sus represen­
tantes sindicales.10
¿Había sido previsible la crisis? Por un lado, podríamos decir
que la convergencia de acontecimientos que la desató fue única, y

9 Se inyectaron unos 6 488 millones de Nuevos Pesos (a través del Programa


de Capitalización Temporal), equivalente a poco más de mil millones de dólares a
seis bancos que se encontraban en serias dificultades para hacer frente a su cartera
vencida. Esto equivalía al 70.8 por ciento del capital contable de dichos bancos,
reembosables en acciones en caso de que dichos bancos no pudieran hacerlo en
efectivo (LaJomada, 7 de abril de 1995).
10 Entre las acusaciones a los líderes del sindicato no estahan incluidas su
independencia política, ni tampoco su simpatía hacia el ezln. Días después se
suicidaba el Director General de Ihmsportes y Vialidad del Departamento del
Distrito Federal en circunstancias poco verosímiles.
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 259

por lo tanto imprevisible: primero, la rebelión en Chiapas, seguida,


al poco, por el asesinato de Colosio, acompañado éste de un
inquietante despliegue público de incompetencia policiaca y judi­
cial; luego el nombramiento apurado de Ernesto Zedillo (sin rela­
ción aparente con las necesidades del momento, las cuales exigían
una figura conocida y reconocida); y finalmente el impasse económi­
co cada vez más perceptible, pero desatendido por el gobierno a
fin de mejorar su imagen en la batalla electoral de agosto. Siguió
el momento mismo de las elecciones, las cuales, a pesar de haber
sido ganadas por el pri por un amplio margen, fueron cargadas de
tensiones e incertidumbre. A este momento sucedió otro, igual­
mente cargado de emociones contradictorias, cuando fue asesina­
do José Francisco Ruiz Massieu, entonces Secretario General del
pri, lo cual desató una campaña de acusasiones y contraacusaciones
en el seno de la élite partidista, y lanzó una fracasada cacería de un
“presunto culpable”, esta vez en la persona del diputado Manuel
Muñoz Rocha,11 que culminó con el arresto de Raúl Salinas de
Gortari, hermano del presidente Salinas.
A medida que estos acontecimientos revelaban la consistencia
fangosa de la política intrapriista, parecía como si la élite gobernan­
te estuviera cada vez menos dispuesta a admitir el fracaso econó­
mico. Sin lugar a duda, si el estado de la economía se hubiera
hecho público durante las primeras semanas que siguieron a la
instrumentación del tlc, el espejismo salinista hubiera desapareci­
do de un golpe, y el pri habría perdido las elecciones de agosto.
Siguiendo el ejemplo de José Lopez Portillo en 1981, pero en una
escala mucho mayor, Salinas de Gortari adoptó una actitud de
après moi le déluge, con el fin de mantener una mano fuerte hasta el
final de su mandato. En este intervalo, México dejó de ser un país
con una economía estancada, una tasa de inflación del 8 por cien­
to, un alto nivel de reservas de divisas y tasas de interés modestas,

11 En México, los nombres de los sospechosos de crímenes se hacen públicos


sin que ninguna prueba de su culpabilidad se haya aportado, ni ningún juicio
llevado a cabo. Esto significa que los acusados son considerados culpables a priori
y deben comprobar su inocencia, una vez inculpados. Esa situación se diferencia de
los principios judiciales de los países democráticos, donde los derechos ciudadanos
incluyen el principio de presunción de inocencia en caso de acusación, y la obli­
gación por parte de las autoridades judiciales de comprobar la culpabilidad.
260 EL PACTO DE DOMINACIÓN

para regresar a su anterior estado de turbulencia monetaria y


cambiaría, acompañado de altos niveles de fugas de capitales,
especulación contra la moneda nacional, e inflación superior al
50%. Los remedios propuestos para resolver la situación también
eran curiosamente parecidos a los invocados en los ochenta, excep­
tuando la nacionalización de la banca:12 el congelamiento de los
salarios, pero casi ningún control sobre los precios (excepto en
artículos alimentarios de primera necesidad); los intereses estratos­
féricos, y las alzas generales en el precio de los bienes y servicios
públicos (agua, teléfono, transportes urbanos, gasolina), así como
en los impuestos (sobre todo los regresivos, como el iva).
¿Es comparable a otros retos desde abajo la rebelión chiapaneca?
La diferencia principal con las situaciones previas examinadas en
capítulos anteriores es la ubicuidad y simultaneidad de las amena­
zas contra el régimen: desde abajo por el ezln, desde adentro por
las pugnas intraelitistas, y desde afuera por los capitalistas asusta­
dos. La diferencia también estriba en la novedad de las causas de
la amenaza y la naturaleza del reto desde abajo. Desde un princi­
pio, el movimiento chiapaneco no sólo expresó la voluntad de
obtener, para la población indígena, mayor proporción de los
recursos nacionales, sino también señaló la ausencia de democra­
cia como responsable de la injusticia social.13 Por lo tanto, este

12 Sin embargo, el señalado rescate de los bancos por el Estado a cambio de


acciones se parece mucho a una nacionalización, aunque se circunscribió a unos
pocos bancos pequeños.
18 Citaremos sólo algunos extractos de los documentos del ezln que ilustran
este aspecto de su protesta: las graves condiciones de pobreza de nuestros compa­
triotas tienen una causa común: la falta de libertad y democracia. Nosotros conside­
ramos que el respeto auténtico a las libertades y a la voluntad democrática del
pueblo son los requisitos indispensables para el mejoramiento de las condiciones
económicas y sociales de los desposeídos de nuestro país. Por esta razón, al igual
que enarbolamos la bandera del mejoramiento de las condiciones de vida del
pueblo mexicano, presentamos la demanda de libertad y democracia políticas, para
lo cual pedimos la renuncia del gobierno ilegítimo de Carlos Salinas de Gortari y la
formación de un gobierno de transición democrática, el cual garantice elecciones
limpias en todo el país y en todos los niveles de gobierno" («tn, 1994:73).
El ezln busca que hayajusticia, que haya libertad, y que haya democracia para
que el pueblo elija a quien mejor le acomode su entender, y que esta voluntad,
cualquiera que sea, reciba respeto y entendimiento de los mexicanos todos y de
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 261

movimiento puso el cambio político en el primer plano (exigencia


que previamente había sido expresada únicamente por las clases
medias y los intelectuales), negó la capacidad de autorreforma del
Estado, y puso en tela de juicio la legitimidad y la autoridad moral
del presidente.
A diferencia de otros retos en el pasado, la rebelión chiapaneca
constituye un ejemplo clásico y sin precedente de lo que Tilly ha
llamado una “situación revolucionaria”, en la que un territorio
nacional esta peleado por dos autoridades estatales rivales, cada
una de las cuales reclama legitimidad y emite sus propias leyes
(Tilly, 1978). Finalmente, los rebeldes no compartieron la suerte
de movimientos disidentes anteriores, en la medida que el gobier­
no central no pudo ganar por la vía militar, a pesar de tener una clara
ventaja en equipo y personal. Esto se debió al amplio apoyo que reci­
bió el movimiento en la sociedad civil mexicana. Por consiguiente,
no se volvió a presentar el ya conocido escenario de la disidencia,
seguida por la represión, y posteriormente por las concesiones
estatales a las bases.14 Al haber resistido ya dos intentos de repre­
sión militar, y al seguir resistiendo, a pesar de la ocupación militar
y de la intimidación generalizada de la población local por las
fuerzas de ocupación, los rebeldes marcaron una victoria moral
sobre el gobierno central. Finalmente, las violaciones de los dere­
chos humanos cometidas por los gobiernos locales y las tropas de
ocupación dieron a la rebelión chiapaneca una gran visibilidad en
Estados Unidos y en Europa, donde la opinión de los ciudadanos
tiene algún peso (especialmente en el momento de las elecciones),
y por lo tanto podía influir en la decisión de los gobiernos de si

otros pueblos. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional pide que el gobierno, de


cualquier partido que sea, sea un gobierno legítimo, resultado de una elección
verdaderamente libre y democrática, y resuelva las necesidades más apremiantes de
nuestro pueblo mexicano... (ezln, 1994:79).
14 La distribución de alimentos y servicios de salud por las fuerzas armaria» en
las zonas conquistadas por los rebeldes no puede considerarse como concesión,
dado que la acompañan arrestos ilegales, chantaje y tortura, según observaciones
de las organizaciones de derechos humanos presentes en la región, mismos que
fueron blanco de la violencia estatal cuando la pgr destruyó el 9 de febrero de 1995
las instalaciones de la Coordinadora de Organizaciones No Gubernamentales para
la paz (LaJomada, 11 de febrero de 1995).
262 EX PACTO DE DOMINACIÓN

rescatar o no rescatar financieramente a México. Por todas estas


razones, el gobierno central tuvo que moderar sus tácticas represi­
vas y maniobrar de tal modo que los líderes del ezln, y no el
gobierno, aparecieran irracionales e incapaces de transigir.
No obstante, el movimiento chiapaneco comparte algunas
características con retos anteriores al poder del Estado. En primer
lugar, el peligro que representa para el régimen estriba más en la
posibilidad de difusión del conflicto hacia otras regiones (como
Oaxaca o Guerrero, con poblaciones y demandas económicas
similares) o hacia otros grupos sociales organizados que en su capa­
cidad de derrotar por sí solo al gobierno central. Segundo, aun cuan­
do la democracia ocupe un lugar importante en sus demandas,
la injusticia social constituye el trasfondo de su reclamo. Por lo
tanto, existe la posibilidad de que ésta pueda ser satisfecha,
por lo menos parcialmente, con medidas selectivas capaces de des­
movilizar a las bases y aislar a sus líderes. La entrada de un nuevo
actor —las fuerzas armadas— introduce, por consiguiente, un elemen­
to nuevo en el proceso político presenciado en casos anteriores.
Ante todo, la similitud del caso chiapaneco con otros anterio­
res estriba en la disposición del gobierno a resolver el conflicto
con reformas sociales. Pero aún así, el conflicto abierto entre los
rebeldes que representan los pueblos indígenas, y las autori­
dades locales, que tradicionalmente han respondido a los intere­
ses de los ganaderos del estado, no permite utilizar soluciones
reformistas conocidas. Esto se debe a que en el pasado, recursos des­
tinados a los indígenas fueron desviados por las autoridades loca­
les.15 De allí las renuncias forzadas de un gran número de ediles
prüstas así como del gobernador del estado que pueden considerar­
se, de antemano, como concesiones otorgadas por el gobierno
central.16 La resolución del conflicto chiapaneco incluye, por lo
tanto, problemas de representatividad política (tanto en los gobier­
nos locales como en el estatal), de justicia y de uso de la fuerza

19 Como ejemplo de lo anterior, en Chiapaa, los fondos de Pronasol fueron


desviados para construir una cárcel y un cuartel militar.
16 Para fines de abril de 1995, más del 45% de los alcaldes habían sido
remplazados (LaJomada, 22 de abril de 1995).
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 263

policiaca que, en el pasado, no habían coincidido con demandas


de carácter social.
En conclusión, la comprobación de la hipótesis planteada,
según la cual los pueblos indígenas de Chiapas (y probablemente
también de otros estados) se beneficiarán de la amenaza que el
ezln ha representado para el Estado, no puede ponerse en duda.
Aun antes de que las negociaciones de paz hubieran empezado, los
rebeldes ya habían obtenido una concesión fundamental: lejos
de ser, como unas semanas antes, criminales fugitivos, podían
sentarse con carácter de representantes legítimos de sus bases, en
la mesa de las negociaciones, con lujo de protección ciudadana
contra la posible mala fe o traición del gobierno.17 Aunque el
resultado final de estas negociaciones todavía no se conoce al mo­
mento de escribir este epílogo, no cabe duda de que: 1) el gobierno
tiene que llegar a un acuerdo de paz duradero; 2) habrá estructuras
de representación política más auténticas en el estado de Chiapas;
y, 3) el gobierno central atenderá mejor a las demandas de la
población del estado en el futuro. Estas condiciones futuras, lejos
de haber sido otorgadas gratuitamente por un Estado todopodero*
so, como lo proponía el esquema teórico tradicional de análisis del
autoritarismo mexicano, son concesiones que se arrebataron a un
gobierno sumamente reacio, y con pretensiones de democratiza­
ción muy por encima de las tímidas medidas de liberalización que
efectivamente se llevaron a cabo “desde arriba”.18

17 Me refiero aquí a los cordones humanos de seguridad formados alrededor


de la sede de las negociaciones, y a la presencia en la mesa de la Comisión Nacional
de Intermediación (conai), compuesta de miembros de la sociedad civil.
18 Al principio de los años ochenta, la mayoría de los estudiosos de México que
comentaban sobre la posibilidad de una transición democrática en México, no Hí·.
tinguían entre la noción de liberalización y la de democratización. La experiencia
vivida del sexenio salinista logró que se concediera que México se ha liberalizado
sin democratizarse, y que de hecho, los dos procesos aparecen inversamente co­
rrelacionados en este país (Cook, Middlebrook y Molinar, 1995). La razón de tal
relación inversa es bastante clara: la democracia es un proceso social que involucra
la participación y la contestación (en el sentido de contestatario) por parte de los
ciudadanos (Dahl, 1971), mientras que la liberalización es un proceso estatal de
reforma de las reglas bajo las cuales se desenvuelve el proceso social de participa­
ción y contestación democrática. Por supuesto, la democracia no puede desarrollar­
264 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Más que las limitadas (y a menudo carentes de instrumenta­


ción) medidas de liberalización, el cambio político más notable de
los últimos años ha sido el debilitamiento de las configuraciones
sociales que tradicionalmente habían sostenido la estabilidad del
régimen político: el Congreso del Trabajo y el movimiento sindical
independiente ahora profundamente debilitados; el sector popular
del pri varias veces descontinuado y vuelto a rearmar, pero sin éxito
aparente;19 y la cnc apenas sobreviviente (y en todo caso inmuta­
blemente pasiva). A la vez, el debilitamiento de estos vínculos no
ha sido lo bastante completo como para que surjan nuevos princi­
pios de cohesión política. Al subsistir nominalmente estas estruc­
turas, el pri posterior a 1994 no es ni un partido representativo en
el sentido democrático de la palabra, ni tampoco una maqui nana de
votación automática como en el pasado.20

se sin las libertades mínimamente indispensables (o sea, sin liberalización), pero


tampoco puede ordenarse desde arriba, y su desarrollo puede frenarse cuando la
liberalización queda por debajo del umbral mínimo que permite la participación
política ciudadana sin temor a las represalias (condición que todavía no se ha dado
en México). Para una discusión de este problema en relación con México, véase
Brachet Márquez, 1992 y Brachet-Márquez y Davis, 1993).
19 La debilidad del sector popular puede medirse por el número de nombres
que ha tenido recientemente. A principios de 1989, ios líderes del partido oficial
anunciaron la eliminación de la CNOP y sus sustitución por una nueva agrupación,
la Unión Nacional de Enlace (UNE). Este nuevo organismo incluiría no sólo a los
anteriores miembros de la cnop, sino también a los movimientos urbanos o movi­
mientos ciudadanos, y todos los sindicatos que desearan participar. Al redefinirse
de esta manera, une representaba un reto al poder institucional del sector obrero (y
a su capacidad de frenar al la política de liberalización económica). Se presentaba
como un nuevo mecanismo de participación democrática. Sin embargo, esta trans­
formación no tuvo éxito. Habían pasado apenas dos años cuando se desmanteló. A
principios de 1993, se creó un tercer organismo, el Frente Nacional de Organizaciones
y Ciudadanos (fnoc).
20 Esta indefinición se ilustra claramente en el acalorado debate sobre el
aumento de 50% del Impuesto al Valor Agregado (iva) que se dio en el Congreso
de la Unión entre febrero y abril de 1995. Aunque la totalidad de la sociedad civil
estaba opuesta a esta medida (incluyendo a los que habían elegido a la mayoría
priista de las asambleas legislativas), todos los representantes del pri menos uno se
pronunciaron a favor, olvidando, aparentemente, que la pérdida de confianza en el PRI
por parte de la población puede llevar al fracaso electoral de este partido en el futuro.
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 265

En épocas anteriores, las reformas apuntaban al reforzamiento


del control ejercido por las cúpulas sectoriales establecidas. Esto
se lograba por medio de excluir a las bases de las organizaciones
disidentes de los beneficios acordados a los miembros de las
oficiales, con lo cual se esperaba condenar el sindicalismo inde­
pendiente a una muerte precoz. Al reemplazar este mecanismo
tradicional de control por el clientelismo presidencial desligado de
las organizaciones cupulares que garantizan la hegemonía del pri,
esta estrategia se ha hecho obsoleta. Si examinamos Pronasol como
paradigma de esta transformación, constatamos que los beneficios
distribuidos por este programa se dirigieron a microgrupos, y por
lo tanto no pudieron tener efecto sobre la orientación política de
categorías sociales más amplias (sean éstas clases, etnias, regiones
o categorías ocupacionales). En vez de que estas medidas logren
cambios en el pacto de dominación que refuercen la legitimidad
del régimen ante amplios grupos sociales, hemos presenciado mi-
croacciones dispersas y ajustes marginales que han beneficiado a
ganadores individuales como en una lotería. Tales medidas pue­
den lograr mejoras temporales en la votación para el pri (como de
hecho ocurrió en 1991 y 1994), pero a la vez, constituyen bases
más débiles para el autoritarismo mexicano. La estabilidad del
régimen depende, ahora, de la capacidad de una élite gobernante
profundamente dividida para mantener dispersos a los desconten­
tos, en vez de incorporarlos, como en el pasado, a la vieja maqui­
naria cupular.
La pregunta que se hace todo el mundo es si esta situación de pre­
cariedad política puede seguir considerándose como “más de lo
mismo”, o si representa un paso cualitativo en dirección de un
nuevo tipo de régimen político en México. Aunque esta cuestión
queda explícitamente fuera de la discusión en este libro, la pers­
pectiva histórica adoptada tiene algo que ofrecer en este debate.
Un primer punto sugerido por nuestro análisis es que los retos al
poder estatal, impulsados por grupos subordinados organizados
que son relativamente aislados bastan para lograr un cambio en el ré­
gimen, pero no de régimen. Entonces ¿que faltaría para que tales
retos se volvieran potencialmente destructores del régimen? Este
libro indica, primero, que la amenaza debe ser efectiva, en el
sentido de lograr una amplia coalición de fuerzas sociales opuestas
266 EL PACTO DE DOMINACIÓN

al régimen; segundo que esta coalición debe ser integrada y lista


para actuar a tiempo para impedir el proceso “normal” de renova­
ción del ciclo político, o sea, para ganar las elecciones.
Estas dos condiciones excepcionales se han cumplido en dos
ocasiones: en 1940 y en 1988. Ambas veces, las políticas del gobier­
no saliente habían generado un descontento acumulado a lo largo
de varios años, el cual se transformó en un terremoto electoral que
amenazó con derrotar al partido oficial. En el primer caso, la causa
del descontento fueron las reformas cardenistas llevadas a cabo
entre 1934 y 1939, las cuales enfurecieron tanto a los que quedaron
fuera de ellas (los sectores medios, los pobres urbanos y las orga­
nizaciones obreras independientes) como a los que tenían que pagar
por ellas (los empresarios). El descontento pudo haberse aglutina­
do alrededor de la figura de Andrew Almazán, cuya plataforma
electoral puede describirse como moderadamente conservado­
ra, de hecho muy similar a las políticas que adoptó su contrincante
victorioso. En 1988, se pronunció a favor del fdn, encabezado por
el entonces prestigioso Cuahutémoc Cárdenas, una coalición hete­
rogénea: los desempleados, las masas populares urbanas, algunos
sindicatos independientes, los profesionistas e intelectuales, y
los movimientos sociales nacidos de la crisis de los ochenta. Tanto
en 1940 como en 1988, el partido oñcial (y por lo tanto el régimen)
utilizó prácticas electorales ilegales para salvarse, y posteriormente
dispersó a las coaliciones opositoras, principalmente por medio de
políticas que respondían a las demandas de sus participantes.
Si nos basamos en estos episodios para extrapolar hacia el
futuro, podemos entender por qué el gobierno de Salinas se rehusó
a admitir el fracaso de su estrategia económica antes de los comicios
de 1994. Al hacer más problemática la victoria del pri, las limitadas
(e imperfectamente instrumentadas) medidas liberalizadoras ha­
cían imprescindible guardar el secreto sobre una debacle económi­
ca que podía unir al país en contra del pri. Como consecuencia de
esta decisión, la crisis económica no pudo sumarse a los choques
provocados por los traumáticos acontecimientos de 1994. Por con­
siguiente, no se generó una ola de oposición capaz de provocar un
cambio político cualitativo. Sin duda, esta decisión preservó al
régimen, aunque hundió al país (y casi al sistema financiero lati­
noamericano entero) en la peor crisis de su historia.
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 267

Estos acontecimientos nos enseñan, entre otras cosas, que la


herencia más duradera del régimen posrevolucionario (que podrá
ser sumamente útil en una posterior transición a la democracia) es
el respeto cuasi religioso que manifiestan todos los actores políti­
cos mexicanos (incluyendo a los opositores del régimen) hacia el
ciclo político sexenal. Importa poco que tal respeto pueda atribuir­
se a la virtud cívica innata de los mexicanos, o a la incapacidad de
los partidos u otras organizaciones de carácter político de tener
vida fuera de los periodos electorales. El hecho inescapable es que,
a pesar del virtualmente universal rechazo a las políticas de cho­
que adoptadas por el gobierno del presidente Zedillo, la oposición
no coalesce en la etapa temprana de este nuevo ciclo político. Se ma­
nifiesta en foros restringidos a cuestiones específicas (como la re­
forma tributaria, el alza en las tarifas del transporte urbano, o las
tasas exorbitantes de intereses), y a participantes directamente
afectados por ellas. Inclusive los partidos de oposición expresan
sus desacuerdos asunto por asunto, sin referirse a alternativas
cabalmente formuladas al proyecto del gobierno. Este proceso
atomizador va de par con la organización por parte del nuevo
gobierno de foros de consulta popular en los cuales los ciudada­
nos interesados (en realidad los especialistas de las cuestiones, y los
representantes de los partidos) pueden opinar sobre el “Plan Na­
cional de Desarrollo” del equipo gubernamental en turno. Sin
embargo, en tales foros, no puede haber debates críticos de fondo
(v. gr., los efectos nefastos de las políticas del neoliberalismo
económico sobre la población, y cómo corregirlos).
En 1995 al igual que en periodos anteriores, la ausencia de vi­
siones alternativas sobre la base de las cuales examinar críticamente
las acciones del gobierno en tumo refuerza el convencimiento,
ampliamente compartido, de que las decisiones financieras y eco­
nómicas que se han impuesto a la población (sin consultar a los
ciudadanos, y utilizando a la mayoría priista y la colaboración
panista en el Congreso para arrasar con la oposición) son técnica­
mente necesarias, y por lo tanto inevitables. Con toda tranquilidad
se puede dejar (y hasta fomentar) que la ira popular se voltee contra
el presidente que salió o sus consejeros.
Para que el nivel de descontento, que es palpable durante el
primer semestre de 1995, se convierta en una fuerza capaz de
268 EL PACTO DE DOMINACIÓN

empujar hacia el cambio político, se necesitaría agregar dos condi*


ciones interrelacionadas: primero que el descontento siga vivo,
aunque en forma dispersa, hasta que surja el candidato a la presi­
dencia para el periodo 2000 a 2006 (lo cual implica la hipótesis
nada inverosímil de un periodo de recesión económica que se ex­
tienda hasta 1999);21 y segundo, que este descontento encuentre
una figura política reconocida y se consolide como movimientojusto
a tiempo para actuar en forma concertada en el momento electoral.
Esto implica la incapacidad por parte del gobierno de Zedillo de
levantar el país de una depresión económica mucho más devastadora
que la anterior, misma que había sido sólo parcial y temporalmente
solucionada por las políticas de apertura comercial.
Lo que no incluye el guión es la clase de transición política que
puede generarse dentro-de este escenario. Aunque las fuerzas
conservadoras actualmente coincidan con el gobierno en su visión
neoliberal del futuro del país, es posible que acaben por no estar
de acuerdo con la incompetencia y la corrupción que inevitable­
mente acompañan las transformaciones impulsadas por el pri. El
resurgimiento de la derecha católica y el nuevo papel político
otorgado por las reformas salmistas a la Iglesia católica, indican la
posibilidad de la futura conformación de una coalición conserva­
dora encabezada por el pan, especialmente si las gobernaturas y las
alcaldías arrebatadas al pri por ese partido sirven de ejemplo
político de lo que entiende Acción Nacional por “buena adminis­
tración”. La oposición de izquierda, por su parte, ha perdido tanto
en el atractivo inicial de su fündador como en estatura electoral,22
y tampoco ha ganado nada con el conflicto de Chiapas. En cambio,
la resolución relativamente pacífica de este mismo conflicto puede
ser capitalizada por la derecha para evidenciar la ingobemabilidad
creciente bajo la batuta del pri. Para triunfar sobre el partido

21 Según las promesas del presidente Zedillo, la selección del próximo candi­
dato a la presidencia será por medio de una elección interna del partido. Debemos
recordar, sin embargo, que Carlos Salinas de Gortari también anunció la democra­
tización de México cuando tomó el poder, y también había prometido que no
nombraría a su sucesor. Por lo tanto, es demasiado temprano para predecir cuáles
de las actuales promesas presidenciales tienen alguna probabilidad de cumplirse.
22 Esto se debe, en gran parte, a la represión sistemática del prd, evidenciada
por los cientos de asesinatos no resueltos de sus militantes desde la cración del prd.
EPÍLOGO: PROLEGÓMENOS A UN DERRUMBE 269

oficial, sin embargo, el pan tendrá que ampliar su atractivo ante los
excluidos de la gran bonanza anunciada por los neoliberales, es
decir, los pobres, que conforman más de la mitad de la población,
y seguirán creciendo en los años venideros.23 Esto implica que este
partido haga realidad algunas de las promesas incumplidas por el
pri, bajo condiciones de mínima credibilidad. De lo contrarío,
seguirá siendo un partido preponderantemente clasemediero y
provinciano.
En resumen, la actual precariedad política del régimen apunta
hacia una democratización de corte restrictivo, que aunque signifi­
que una transformación profunda de la cultura política del país,
no augura mejoras sustanciales para las clases subordinadas, pau-
perízadas por 13 años de un modelo de desarrollo que las excluye.

México, D. F., 10 de julio de 1995

28 La proporción de la población mexicana que se encontraba por debajo de


la línea de la pobreza en 1989 era del 64 por ciento. En 1992, esta proporción era
de 66% (Boltvinik, 1994).
APÉNDICE 1

Cronología general

Acontecimientos Leyes laborales Acontecimientos


nacionales y sociales internacionales
1906- Huelga en las mi­
1908 nas de Cananea y
la fábrica de texti­
les de Río Blanco

1908 Seguro contra acci­


dentes de trabajo en
los estados de Méxi­
co y Nuevo León

1910 Elección fraudu­


lenta; F. I. Madero
encarcelado

Declaración de la
rebelión armada
por Madero (20 de
noviembre)

1911 Elección de F. I.
Madero

Reinstauración de Libertad de asocia-


la Constitución de ción para los obreros
1857 (sindicatos); libertad
de acuerdos entre tra­
bajadores y patrones

Creación del mecanis­


mo de “Conciliación
y Arbitraje” para resol­
ver los conflictos in­
dustriales

271
272 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Acontecimientos Leyes laborales Acontecimientos


nacionales y sociales internacionales
1912 Asesinato de F. I.
Madero

1913- Golpe de Victoria­


1914 no Huerta

1914- Emiliano Zapata y Principia la pri­


1915 Francisco Villa de­ mera guerra mun­
rrocan a Huerta dial

1915 Convención de
Aguascalientes

1917- Venustiano Carran­ Revolución rusa


1920 za presidente

1917 Constitución de Art .123 de la Consti­


1917 tución de 1917

1918 TYatado de Versar


lies

1920 Golpe de Á. Obre­


gón; Adolfo de la
Huerta presidente
interino (mayo-
dic.); Á. Obregón
elegido (die.)

1920- Álvaro Obregón


1924 presidente

1923 Golpe fracasado de


Adolfo de la Huerta

1924 Acuerdo de Buca-


reli

1924- Plutarco Elias Ca­


1928 lles presidente
APÉNDICES 273

Aconteámientos Leyes laborales Acontecimientos


nocionales y sociales internacionales
1925 Fundación del Ban­ Seguro Social limita­ Fundación de la
co de México do para los funcio­ Organización In­
narios y las fuerzas ternacional del
armadas Trabajo (orr)

1927 Federalización de
“Conciliación y Arbi­
traje”

1928 Segunda elección Seguro social limita­


y asesinato de Á. do para los maestros
Obregón

1929 Creación del Par­ Principia la depre­


tido Nacional Re­ sión mundial
volucionario

1928- Emilio Portes Gil


1930 presidente

1930- Pascual Ortiz Ru­ Ley Federal del Tra­


1932 bio presidente bajo

1932- Abelardo Rodrí­


1934 guez presidente

1934 Propuesta Bach-Za-


mora para la Seguri­
dad Social

1934- Lázaro Cárdenas


1940 presidente

1938 Creación del Par­ Seguridad Social para


tido Revoluciona­ los trabajadores del
rio Mexicano; na­ petróleo y de los fe­
cionalización del rrocarriles
petróleo; creación
del Partido Acción
Nacional

1939 Principia la segun­


da guerra mundial
274 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Acontecimientos Leyes laborales Acontecimientos


nacionales y sociales internacionales
1940- Manuel Ávila Ca-
1946 macho presidente

1941 Exclusión de los


militares de la CTM

1942 Pacto Obrero


1943
Creación de la Con- Creación del Institu-
federación Nació- to Mexicano del Se­
ñal de Organiza- guro Social (imss)
ciones Populares
(CNOP)

Revisión de la Ley
Federal del Trabajo:
restricción del dere­
cho a huelga

1945 Fin de la segunda


guerra mundial

1946 Creación del Par­


tido Revoluciona­
rio Institucional
(PRI)

1946- Miguel Alemán


1952 presidente

1948 Devaluación

Creación del Par­


tido Popular

1950- Guerra de Corea


1953

1952- Adolfo Ruiz Cortí-


1958 nez presidente
APÉNDICES 275

Acontecimientos Leyes laborales Acontecimientos


nacionales y sociales internacionales
1954 Devaluación
Creación de la Cía. de
Export e Import Me­
xicanas, S. A., para
estabilizar el precio de
los productos agrícolas

1958- Adolfo López Ma­


1964 teos presidente

1959 Creación del Institu­ Revolución


to de Seguridad y cubana
Servicios Sociales de
los Trabajadores del
Estado (issste)

1961- Ley de Reparto de Invasión de Bahía


1962 Utilidades Cochinos y crisis
de los misiles

1963 Alianza para el


progreso

1964- Gustavo Diaz Or­


1970 daz presidente

1968 Movimiento estu­ Enmienda al Art. Ill Juegos Olímpicos


diantil; masacre de la Ley Federal del en México; movi­
de Tlatelolco Trabajo para ofrecer miento estudiantil
vivienda a los obreros francés

1970- Luis Echeverría


1976 presidente

1972 Creación del Infona­


vit, Fovissste e Indeco

1973 Crisis petrolera

1974 Ley de Población

1976 Devaluación
276 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Acontecimientos Leyes laborales Acontecimientos


nacionales y sociales internacionales
1976- José López Porti­
1982 llo presidente

1977 Reforma política Creación de Copla-


mar

1980 Creación del Sistema


Alimentario Mexica­
no (sam)

1981 Moratoria

1982 Nacionalización
de la banca

1982- Miguel de la Ma­ Descontinuación del


1988 drid presidente SAM

1984 Declaración del dere­


cho constitucional a
la salud

1985 Sismo Liberación de los


precios de alimentos
y del transporte

1987 Pacto de Solida­


ridad Económica
(pse)

1988- Carlos Salinas de


1994 Gortari presiden­
te

1989 Creación del Progra- Derrumbe dd muro


ma Nacional de Soli* de Berlín
daridad
APÉNDICES 277

Acontecimientos Leyes laborales Acontecimientos


_____________ nacionales__________ y sociales_________ internacionales
Renegociación de Descontinuación de Desintegración de
la deuda; crea* distribución de ali- la Unión Soviética
ción del Partido mentos por la Cona­
de la Revolución supo
Democrática
(prd)

1990 Descontinuación
de la cnop

1992 Derogación del Art


27 constitucional so­
bre propiedad ejidal

1994 Levantamiento ar­


mado del Ejército
Zapatista de Libe­
ración Nacional
(ezln); Tratado de
Libre Comercio;
asesinato de Colo­
sio; devaluación y
crisis financiera
aguda
APÉNDICE 2

Lista de abreviaturas

Bannirai Banco Nacional de Desarrollo Rural


ΒΙΟ Banco Internacional para el Desarrollo
BUO Bloque de Unidad Obrera
Canacintra Cámara Nacional de la Industria de la Transforma*
ción
CEIMSA Compañía de Exportaciones e Importaciones Mexi­
canas, S. A.
CFE Comisión Federal de Electricidad
CGOCM Confederación General de Obreros y Campesinos de
México
CGT Confederación General de Trabajadores
CNC Confederación Nacional de Campesinos
CNOP Confederación Nacional de Organizaciones Popula­
res
CNPA Coordinadora Nacional del Plan de Ayala
CNSE Canasta Normativa de Satisfactores Esenciales
CNTE Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Edu­
cación
COCM Confederación de Obreros y Campesinos de México
COM Casa del Obrero Mundial
Conai Comisión Nacional de Intermediación
Conamup Coordinadora Nacional de los Movimientos Urba­
nos Populares
Conasupo Compañía Nacional de Subsistencias Populares
Concamin Confederación de Cámaras Industriales
Concanaco Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio
Coparmex Confederación Patronal de la República Mexicana
Coplamar Coordinadora General del Plan Nacional de Zonas
Deprimidas y Grupos Marginados
Corett Comisión para la Regularización de la Tenencia de
la Tierra

279
280 EL PACTO DE DOMINACIÓN

CROC Confederación Revolucionaría de Obreros y Campe­


sinos
CROM Confederación Regional Obrera Mexicana
CSF Confederación de Sociedades de Ferrocarriles
CT Congreso del Trabígo
CTAL Confederación de Trabajadores de América Lati­
na
CTM Confederación de Trabajadores de México
CTRM Confederación del Trabajo de la Región Mexicana
CUT Central Única de Trabajadores
EZLN Ejército Zapatista de Liberación Nacional
FDN Frente Democrático Nacional
FEP Frente Electoral del Pueblo
FMI Fondo Monetario Internacional
FNDSCAC Frente Nacional en Defensa del Salario y Contra la
Carestía, Asociación Civil
FNOC Frente Nacional de Organizaciones y Ciudadanos
FOCM Federación de Obreros y Campesinos de México
Fovissste Fondo de Vivienda del Instituto de Seguridad y
Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado
FSODF Federación de Sindicatos Obreros del Distrito Fe­
deral
FSTSE Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio
del Estado
IMSS Instituto Mexicano del Seguro Social
Indeco Instituto Nacional para el Desarrollo de la Comu­
nidad
Infonavit Instituto del Fondo Nacional de Vivienda para los
Trabajadores
INV Instituto Nacional de la Vivienda
ISSSTE Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los
Trabajadores del Estado
IVA Impuesto al Valor Agregado
IWW International Workers of the World
MLN Movimiento de Liberación Nacional
MSF Movimiento Sindical Ferrocarrilero
MUR Movimiento de Unión Revolucionaria
PAN Partido Acción Nacional
APÉNDICES 281

PCM Partido Comunista Mexicano


PECE Pacto de Estabilización y Crecimiento Económicos
Pemex Petróleos Mexicanos
PIB Producto Interno Bruto
PIRE Programa Inmediato de Reordenamiento Económico
PLM Partido Laborista Mexicano
PNB Producto Nacional Bruto
PNR Partido Nacional Revolucionario
PP Partido Popular
PPS Partido Popular Socialista
PRD Partido de la Revolución Democrática
PRI Partido Revolucionario Institucional
PRM Partido de la Revolución Mexicana
Procampo Programa de Apoyos Directos al Campo
Pronasol Programa Nacional de Solidaridad
PRT Partido Revolucionario de los y las Trabajadores
PSE Pacto de Solidaridad Económica
PSUM Partido Socialista Unificado de México
SAM Sistema Alimentario Mexicano
SME Sindicato Mexicano de Electricistas
SNESCRM Sindicato Nacional de Electricistas, Similares y Cone­
xos de la República Mexicana
SNTE Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación
SS Secretaría de Salud (a partir de 1984; antes ssa)
SSA Secretaría de Salubridad y Asistencia
STERM Sindicato de Trabajadores del Estado de la República
Mexicana (antes de la fundación del snte)
STERM Sindicato de Trabajadores Electricistas de la Repúbli­
ca Mexicana
STFRM Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la Repú­
blica Mexicana
STPRM Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República
Mexicana
STUNAM Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacio­
nal Autónoma de México
SUTERM Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la
República Mexicana
TLC Tratado de Libre Comercio
282 EL PACTO DE DOMINACIÓN

UGOCM Unión General de Obreros y Campesinos de México


UNAM Universidad Nacional Autónoma de México
UNE Unión Nacional de Enlace
UPN Universidad Pedagógica Nacional
APÉNDICE 3
ESTADÍSTICAS HISTÓRICAS

Cuadro A.l
Pobladón mexicana, 1900*1994
Año Población
1900 13 607 272
1905 14 331 188
1910 15 160 369
1921 14 334 780
1930 16 552 722
1940 19 653 552
1950 25 791 017
1960 34 923 129
1970 48 225 238
1975 60 153 387
1980 69 392 835
1985 78 524 158
1990 85 124 000
1991 82 820 000
1992 84 420 000
1993 85 970 000
1994 87 520 000
Fuentes: inegi: 1900-1985; CEPAU 1990, y Ciemex-WEFA: 1995.

283
284 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Cuadro A.2.1
índice de salarios reales de los trabajadores,
Distrito Federal, 1938-1982
Año índice Año índice
1938 100.0 1961 66.4
1939 92.0 1962 70.9
1940 83.2 1963 75.7
1941 79.1 1964 74.2
1942 66.1 1965 79.9
1943 66.8 1966 84.6
1944 53.0 1967 90.7
1945 50.3 1968 91.4
1946 45.8 1969 99.8
1947 46.4 1970 96.9
1948 52.4 1971 99.5
1949 52.1 1972 107.5
1950 66.1 1973 116.6
1951 50.9 1974 125.7
1952 49.7 1975 117.6
1953 53.3 1976 143.5
1954 57.0 1977 125.7
1955 57.1 1978 123.6
1956 60.2 1979 122.6
1957 59.9 1980 116.8
1958 63.5 1981 122.6
1959 64.2 1982 100.2
1960 64.7
Fuente: Bortz, 1986:45.
APÉNDICES 285

Cuadro A.2.2
Salario mínimo anual,
1985-1994
Salario índice
nominal salario medio
Año <Nt) (1980=100)
1985 623.1 73
1986 1 054.1 66
1987 2 396.0 65
1988 4 676.9 59
1989 5 893.9 62
1990 7 668.9 64
1991 9 717.1 66
1992 12 072.6 71
1993 13 614.8 73
1994 14 813.9 74
Fuente: Ciemex-WEFA, julio de 1995.

Cuadro A.3
Producto Nacional Bruto, 1900-1991

Índice de precios _ PNB (millones de pesos)


(1980 = 100) Corrientes 1980
Año B A C
1900 0.74 1 316.80 176 799
1901 0.94 1 774.10 188 574
1902 0.94 1 672.30 177 753
1903 0.94 1 859.00 197 598
1904 0.92 1 835.70 199 273
1905 1.02 2 272.80 222 998
1906 1.02 2 216.60 217484
1907 1.02 2 346.00 230 181
1908 1.04 2 407.60 231 767
1909 1.12 2 643.10 236 583
1910 1.29 3 100.50 239 680
1921 2.12 5 455.00 257 700
1922 1.74 4 590.20 263 139
1923 1.84 5 013.60 272 123
1924 1.72 4 632.60 268 588
EL PACTO DE DOMINACIÓN

Cuadro A.3
(continuación)

PNB (millones de pesos)


(1980-100) Corrientes 1980
Año B A C
1925 1.84 5 468.80 296 830
1926 1.80 5 459.09 303 283
1927 1.72 4 987.00 289 135
1928 1.72 5 017.80 290 921
1929 1.74 4 862.90 278 772
1930 1.78 4 667.70 261 701
1931 1.55 4 218.80 272 462
1932 1.39 3 205.50 230 346
1933 1.47 3 781.70 257259
1934 1.51 4 150.90 275 040
1935 1.55 4 540.30 293 225
1936 1.69 5 345.70 317 139
1937 2.08 6 800.40 327 320
1938 2.18. 7 281.10 334 671
1939 2.21 7 785.10 351 504
1940 2.31 8 248.80 356 659
1941 2.35 9 232.40 392 534
1942 2.59 10 680.80 412 832
1943 3.04 13 035.30 429 075
1944 4.06 18 801.20 463 403
1945 4.29 20 565.70 479 119
1946 5.49 27 929.60 508 921
1947 5.88 31 022.60 527 595
1948 6.04 33 101.20 548 324
1949 6.29 36 411.80 578 737
1950 6.62 42 162.80 636439
1951 7.94 54 374.70 684 992
1952 8.55 60 992.60 713 731
1953 8.49 60 663.70 714 801
1954 9.41 73 935.60 785 880
1955 10.54 90 053.30 854 007
1956 11.29 102 919.90 911635
1957 12.05 118 205.70 980 635
1958 12.72 131 376.80 1 032 804
1959 13.23 140 771.50 1064 033
1960 13.88 159 703.20 1 150 865
1961 14.35 173 236.10 1207 456
1962 14.78 186 780.70 1263 876
APÉNDICES 287

Cuadro A.3
(conclusión)

índice fNB (millones de pesos)


(1980-100) Corrientes 1980
Año B A c
1963 15.25 207 952.30 1 363 729
1964 16.11 245 500.50 1 523 788
1965 16.48 267420.20 1 622 341
1966 17.13 297 196.00 1734 904
1967 17.62 325 024.80 1844 594
1968 18.05 359 857.70 1993495
1969 18.76 397 796.40 2 120 766
1970 19.60 444 271.40 2 266 691
1971 20.76 490 011.00 2 360 771
1972 22.05 564 726.50 2 561118
1973 24.87 690 891.30 2 777 743
1974 30.54 899 706.80 2946 303
1975 35.34 1 100 049.80 3112 867
1976 42.26 1 370 968.30 3 244 312
1977 55.12 1 849 262.70 3 355 268
1978 64.35 2 337 397.90 3 632 501
1979 77.36 3 067 526.40 3 965 200
1980 100.00 4 470 077.00 4 470 077
1981 126.00 6 127 632.00 4 863 200
1982 202.80 9 797 791.00 4 831 258
1983 386.10 17 878 720.00 4 630 593
1984 614.40 29471 575.00 4 796 806
1985 962.90 47 391 702.00 4 921 768
1986 1 672.90 79 191 347.00 4 733 776
1987 4 001.10 192 801 935.00 4 818 723
1988 7981.80 389 258 523.00 4 876 826
1989 10 006.70 503 667 765.00 5 033 305
1990 12 915.10 678 923 486.00 5256 819
1991 15 840.00 865 166 000.00 5464.00
1992 18 150.00 1 019 156 000.00 5 615.96
1993a 19 900.00 1 127 584.00 5 649.67
1994 21 424.00 1 253 021.00 5 848.30
1995b 29 110.00 1 632 754.00 5 609.54
a A partir de 1993, millones de nuevos pesos.
b Proyección.
Fuentes: Banco de México, Informes anuales. Ciemex-WEFA, 1995 (julio).
288 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Cuadro A.4.1
Deuda pública mexicana (pesos), 1913*1946
Año Externa Interna Total
1913 463 500 000 136 500 000 600 000 000
1922 1 037 116 145 113 475 388 1 150 591 533
1925 669 467 826 108 015 902 777 483 728
1929 656 500 000 116 000 000 772 500 000
1942 2 589 382 874 523 050 000 3112 432 847
1946 485 341 343 1 068 143 000 1 553 484 343
Fuente: Bazant, 1968:227.

Cuadro A.4.2
Deuda neta total del sector público1
Deuda económica amplia 1980*1994
(saldos promedios en millones de N$)
Millones de nuevos pesos Porcentajes de PIB
Años Total Externa Interna Total Externa Interna
1980 1 187 769 417 26.5 17.2 9.3
1981 1806 1090 716 29.5 17.8 11.7
1982 5 125 3 515 1610 52.3 35.9 16.4
1983 10 936 7917 3 019 61.2 44.3 16.9
1984 17 129 12 163 4 966 58.1 41.3 16.8
1985 27 580 19 935 7 645 58.2 42.1 16.1
1986 63 934 48 962 14 972 80.7 61.8 18.9
1987 148 149 118 631 29 518 76.6 61.4 15.3
1988 257 577 191 007 66 570 66.0 48.9 17.0
1989 302 218 202 837 99 381 59.5 40.0 19.6
1990 338 604 210 520 128 084 49.3 30.7 18.7
1991 339 552 208 273 131 280 39.2 24.1 15.2
1992 300 748 211 005 89 743 29.5 20.7 8.8
1993 274 631 213 105 61 526 24.4 18.9 5.5
1994p 310 211 256 096 54 115 24.8 20.5 4.3
Las cifras históricas de la Deuda Económica Amplia no coinciden con las
presentadas en informes anteriores debido a una revisión metodológica, resultado
de la consideración de nuevos conceptos de recursos y obligaciones del Banco de
México y de las bancas comerciales y de desarrollo.
p Preliminar
Fuente: Banco de México, Informe Anual, 1994. México, 1995.
APÉNDICES 289

Cuadro A.5.1
Servicio de la deuda externa pública de México
e ingresos por exportaciones, 1960*1973
(millones de dólares)
Servicio deuda
Ingresos por como porcentaje de
Año exportaciones Servicio/deuda exportación
1960 1 457.2 219.0 15.0
1961 1545.8 218.9 14.2
1962 1 664.0 321.5 19.3
1963 1 767.9 288.2 16.3
1964 1907.7 433.5 22.7
1965 2 112.5 483.8 22.9
1966 2 265.6 456.5 20.1
1967 2 324.5 469.8 20.2
1969 2 588.4 622.3 24.0
1970 2 868.0 493.5 24.2
1971 3 106.9 724.7 23.3
1972 3 736.1 851.2 22.8
1973 4 665.2 747.5 17.2
Fuente: Green, 1976:147.
290 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Cuadro A.5.2
Servico de la deuda externa pública,
ingresos por exportación y servicios de la deuda
como porcentaje de exportaciones, 1986-1994
(millones de dólares)
Servicio deuda
Ingresos por* Servicio como porcentaje
Año exportaciones deuda de exportación
1986 25.180 16.810 66.7
1987 31.443 16.909 53.8
1988 33.741 16.589 49.2
1989 38.126 16.984 44.5
1990 45.067 14.473 32.1
1991 45.354 17.887 39.4
1992 47.366 22.976 48.5
1993 50.202 19.131 38.1
1994* 60.882 17.467 28.6
* De 1985 a 1993 las cifras de exportaciones no incluyen las maquiladoras; en
1994, las maquiladoras (aproximadamente 26 mil millones de dólares) sí fueron
incluidas, por lo que el porcentaje del servicio de la deuda en relación con
exportaciones sin éstas sería de 49.9 por ciento.
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146,147,148,153
Alonso, Jorge, 51
Alvarado, Arturo, 37 C
Álvarez, Arturo, 194,198,199,204
Álvarez Béjar, Alejandro, 252 Calderón, Fernando, 51
Anguiano, Arturo, 103,104 Cammack, Paul, 37
Anzaldúa Montoya, Ricardo, 38 Camp, Roderick A., 46,47
Arnaud, Pascal, 67 Cárdenas, Enrique, 109
Arreola, Álvaro, 205 Cárdenas, Lázaro, 103,109
Arriola, Carlos, 38,50 Cardoso, Fernando H., 40,45,56
Arteaga, Javier, 159 Carr, Barry, 50, 51, 70, 79, 83, 84,
Austin, James E., 48 85,203
Azuela, Antonio, 206 Centro Tepoztlán, 255
Ciemex-WEFA, 207,216,250,256
B Clarck, Marjorie Ruth, 91,95
Coatsworth, John H., 68
Banco Mundial, 206 Cockroft, James, 18, 44, 164, 165,
Barkin, David, 177 167
Basurto, Jorge, 79, 80, 84, 88, 89, Coleman, Kenneth M., 43,46
91, 95, 100, 122, 125, 135, Collier, David, 16, 35, 43, 46, 130,
136,137 235
Bataillon, Claude, 161,162,164 Collier, Ruth B., 16, 43, 46, 111,
Bazant, Ian, 67 130,238
Bennett, Douglas C., 31,46 Concamin, 182
Bergquist, Charles, 16 Connolly, Priscilla, 206
Bizberg, Ban, 28,193,196,198,252 Contreras, Ariel J., 118,119,123
Boltvinik, Julio, 190,207,208,216, Cook, María L., 51,263
269 Coplamar, 208
Bortz, Jeffrey, 116,123,167,198 Cordera, Rolando, 57

313
314 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Còrdova, Arnaldo, 41, 44, 83, 84, G


104
Cornelius, Wayne, 42, 44, 46, 49, Gamboa Ojeda, Leticia, 71
51, 57, 100, 104, 201, 205, Gandy, Ross, 44
206,252, 253 García Alba, Pascual, 191,199,202
Cosío Villegas, Daniel, 35,44,150, García Cruz, Miguel, 77
177 García Téllez, Manuel, 127
Coder, Julio, 41 Garrido, Luis J., 98,100,102
Craig, Ann L., 44,252,253 Gendeman, Judith, 43,49,51,57
Crisp, 55 Gilly, Adolfo, 35,44,68, 72
Crozier, Michel, 60 Gómez de León, 207
Cumberland, Charles C., 71, 79 Gómez Tagle, Silvia, 37,49,180
González Block, 20,106,207 209
González Casanova, Pablo, 46,51
D González Díaz Lombardo, Francis­
co, 77
Dahl, Robert, 263 Green, Rosario, 161,162
Davis, Diane E., 26, 28, 43, 46, 51, Grindle, Marilee, 26,31,46,48,186
253,264
De la Garza Toledo, 252
Durand, Víctor M., 123,125,139 H

Haber, Paul L., 214, 251


E Hamilton, Nora, 68, 69, 85, 100,
103,104,105,106,108,109
Eckstein, Susan, 46 Hart, John, 22,35
Esping Andersen, Gosta, 16,17 Heilman, Judith A., 44, 96, 164,
Esteva, Gustavo, 48,177 165,166,167,178,181,185,
Everett, 142 194
Excélsior, 145,181 Hernández, Salvador, 165
ezln, 254,260,261 Hernández Laos, Enrique, 206,207
Hodges, Donald, 44
F Hofstadter, Dan, 147,152,158
Huntington, Samuel, 45
Fitzgerald, E. V. K., 174,175
Flores de la Peña, Horacio, 141 J
Foweraker, Joe, 51,206 Jornada, La, 257, 258, 261, 262
Fowley, Michael W., 53,246 Joseph, Paul, 28
Fox, Jonathan, 28, 48, 196, 219,
252,253 K
Friedberg, Erhart, 60
Friedland, Roger, 17 Katzenstein, Peter J., 28
ÍNDICE BIBLIOGRÁFICO 315

Katznelson, Ira, 15 Miquet, Marcello, 180


Kaufman, Susan, 44, 48, 128, 149, Molina, Daniel, 179,180,181,182,
158,159 183 .
King, Timothy, 132,139 Molina Pineiro, Luis, 163,164
Knight, Alan, 35, 39, 70, 71, 79 Molinar Horcasitas, Juan, 37, 38,
Kovacs, Karen, 194 49, 211,212,252,263
Krauze, Enrique, 73 Montaño, Jorge, 46
Mosk, Sanford, A., 109
L Munck, Ronaldo, 55

Leal, Juan F., 44,68,136 N


Lemer de Sheinbaum, B., 47
Levy, Daniel, 46 Nadal, Egea J., Alejandro, 178
Leyva Flores, René, 20 Nafinsa, 106
Linz, Juan, 41 Needier, Martin, 51
Lass, Sheldon B., 97 Nexos, 202
Loaeza, Soledad, 37,38,49,50,187
Lomnitz, Larissa, 46 O
Looney, Robert, 160,175,186,187
Loyo, Aurora, 125,126 O’Brien, Philip, 37
Luiselli, Casio, 48 O’Donnell, Guillermo, 35, 37, 40,
Lima, Matilde, 49 41,55,57
Lustig, Nora, 207, 215, 216, 219»
252 P

M Pellicer de Brody, Olga, 139, 140,


141,142,143,144,145,146,
Mabry, Donald, 164,165 148, 149,151, 153, 155, 156,
Madero, Francisco L, 71 178,187,190
Malloy, James, 35,36,37,245 Peschard, Jacqueline, 37
Martínez Nava, Juan M., 157 Pozas Horcasitas, R., 127,128
Massolo, Alejandra, 206 Prieto, Ana, 51,195,197,198,203
Maxfield, Sylvia, 28,38 Punto Critico, 179
Medina, Luis, 121,125,129,133 Purcell, Susan K., 39,46,47
Merckx, Gilbert, 35 Purcell, John F. H., 39,47
Mesa Lago, Carmelo, 36,48,99
Messick, Richard E., 235 R
Meyer, Jean, 71,77,78,79
Meyer, Lorenzo, 44 Ramírez Saiz, Juan M., 46,51, 206
Middlebrook, Kevin, 37, 51, 126, Ramos-Escandón, Carmen, 71, 74,
136,137,140,205,252,263 75
Miller, Richard, 143 Redclift, Michael R., 48
316 EL PACTO DE DOMINACIÓN

Remmer, Karen, 35,62,64 Székely, Gabriel, 46


Revel Mourez, Jean, 189,197
Revueltas, José, 164 T
Reyna, José L., 40, 41, 42, 44, 46,
139,140,141,142,143,144, Talavera, Fernando, 136
145,146,148,149,151,153, Tamayo, Jaime, 37,211
155,156,187 Teichman, Judith, 44
Reynolds, Clark, 143,176 Tello, Carlos, 57
Rivero, Martha, 123,125,126,128 Therborn, Góran, 16
Roemer, Milton J., 236 Tiempo, 143
Rogers, Everett M., 235 Tilly, Charles, 261
Rosenzweig, Fernando, 68 Tirado, Ricardo, 49
Roxbourough, Ian, 192,193 Topete, Jesús, 142
Rueschemeyer, D., 16 Torres Mejia, David, 37
Ruiz, Ramón, E., 71,73,74,75,76, Trejo Delabre, Raúl, 139,140,149,
77 180,185
Tuñón, Esperanza, 78
Tutino, John M., 35,68,72
S
U
Saldivar, Américo, 44
Schmitter, Phillip, 37,41 Ulloa, Berta, 79,82,83
Seligson, Mitchell A., 37,245 Unomásuno, 193
Semo, Enrique, 44,50 Urquidi, Víctor, 176,201,202,207,
Serra Puche, Jaime, 191,199,202 215, 250
Sharpe, Kenneth E., 31,46
Sherraden, Margaret, 196, 207 V
Shoemaker, Floyd, 235
Skidmore, Thomas, 44,162 Valdés Olmedo, Francisco, 50,208
Sloan, John W., 31 Vernon, Raymond, 132,139
Smith, Peter H., 43,44, 47,49, 51,
57,162 W
Solís, Leopoldo, 116,142,178
Spalding, Rose, 48, 77, 91, 98, 99, Walker, David, 75
101,127,142,158,163,177, Wallerstein, Immanuel, 18
184 Weinert, R., 41
Stepan, Alfred, 35,41 Weldon, Jeffrey A., 37, 211, 212,
Stephens, John D., 16 252
Stern, Claudio, 207 Whitehead, L., 37,177,186,209
Stevens, Evelyn H., 16,43,162,164 Wildavsky, Aron, 31
Story, Dale, 38,46 Wilkie, James, 156,157
Street, Susan, 51,195,214,252 Wilson, Richard, 48,158
ÍNDICE BIBLIOGRÁFICO 317

Wionczeck, Miguel, 155 Z


Wolf, Eric, 79
Womack, John Jr., 35,68,69 Zermeño, Sergio, 164
Wright, Erik Olin, 17 Zertuche Muñoz, Femado, 127
El pacto de dominación. Estado, clase y reforma social en Mixteo (1910-1995)
se terminó de imprimir en marzo de 1996
en los talleres de Corporación Industrial Gráfica, S. A. de C. V.
Cerro Tres Marías 354,04200 México, D. F.
Se tiraron 1000 ejemplares más sobrantes para reposición.
Tipografía y formación a cargo del Programa de Autoedición
de El Colegio de México.
Cuidó la edición el Departamento de Publicaciones.
Centro de
Estudios
Sociológicos

E
Juste libro representa una nueva interpretación de la evolu­
ción del régimen mexicano entre 1910 y 1995. Se examinan
tres grandes periodos que abarcan desde la víspera de la Revo­
lución hasta 1939 el primero; desde 1940 hasta 1970 el segun­
do, y desde 1970 hasta mediados de 1995 el tercero. Los datos
históricos de cada uno se analizan en función de la hipótesis de
que las reformas sociales surgen como resoluciones de los en­
frentamientos, en momentos críticos, entre actores subalternos
disidentes y élites estatales, que amenazan la estabilidad del Es­
tado. En tales momentos, éste se recupera cuando puede aislar
la disidencia recompensando la lealtad de las bases corporativas
del partido oficial por medio de políticas sociales.
De esta forma, la historia posrevolucionaria se lee como una
sucesión de crisis, durante las cuales se transforma el pacto de
dominación, seguidas por periodos de relativa paz social. En el
epílogo se analizan los acontecimientos de 1994-1995, diag­
nosticando un derrumbe de los arreglos flexibles que han carac­
terizado las relaciones entre élites estatales y clases populares
desde la Revolución, y señalando los obstáculos a la recompo­
sición del régimen sobre una base más democrática.
Este libro ofrece, además, una metodología para estudiar el
cambio sociopolítico no revolucionario en otros países de Amé­
rica Latina.

EL COLEGIO DE MÉXICO

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