Ware, K. (2008) Cómo Leer La Biblia

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CÓÓ MÓ LEER LA BIBLIA

Obispo Kallistos Ware

IGLESIA ÓRTÓDÓXA
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Cómo leer la Biblia

Obispo Kallistos Ware

Edición y revisión
Triantáphyllos
Ranchuelo
Villa Clara
Cuba
2008
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reemos que las Escrituras constituyen un todo coherente. Son simultáneamente divinamente
inspiradas y humanamente expresadas. Presentan un testimonio definitivo de la revelación hecha por Dios
de Él mismo — en la creación, en la Encarnación de la Palabra, y en toda la historia de la salvación. Y
como tales expresan la Palabra de Dios en lenguaje humano. Nosotros conocemos, recibimos, e
interpretamos las Escrituras a través de la Iglesia y en la Iglesia. Nuestra actitud ante la Biblia es de
obediencia.
Podemos distinguir cuatro cualidades clave que marcan una lectura Ortodoxa de las Escrituras,
señaladamente:

 nuestra lectura debe ser obediente,

 debe ser eclesiástica, en la Iglesia,

 debe ser centrada en Cristo,

 debe ser personal.

Leyendo la Biblia con Obediencia

Antes que nada, al leer las Escrituras, hemos de escuchar en un espíritu de obediencia. La Iglesia
Ortodoxa cree en la inspiración divina de la Biblia. Las Escrituras son una “carta” de Dios, en donde
Cristo mismo está hablando. Las Escrituras son el testimonio definitivo de Dios sobre Sí mismo.
Expresan la Palabra de Dios en nuestro lenguaje humano. Ya que Dios mismo nos está hablando en la
Biblia, nuestra respuesta es justamente de obediencia, de receptividad, y de escucha. Conforme leemos,
esperamos en el Espíritu.
Pero, aun cuando la Biblia está divinamente inspirada, también está humanamente expresada. Es una
biblioteca completa de diferentes libros escritos en varias épocas por distintas personas. Cada libro de la
Biblia refleja la perspectiva de la época en la que fue escrito y el punto de vista particular del autor.
Porque Dios no hace nada de manera aislada, la gracia divina coopera con la libertad humana. Dios no
suprime nuestra individualidad sino que la mejora. Y así es en la transcripción de las Escrituras inspiradas.
Los autores no fueron tan sólo un instrumento pasivo, ni una máquina de dictado grabando un mensaje.
Cada escritor de las Escrituras contribuye con sus dones personales particulares. Junto al aspecto divino,
hay también un elemento humano en las Escrituras. Debemos evaluar ambos.
Cada uno de los cuatro Evangelios, por ejemplo, tiene su propio enfoque particular. Mateo presenta más
en particular un entendimiento judío de Cristo, con un énfasis en el reino del cielo. Marco contiene
detalles específicos y pintorescos del ministerio de Cristo, que no se dan en ningún otro lugar. Lucas
expresa la universalidad del amor de Cristo, Su compasión que lo abarca todo y que se extiende de igual
manera al Judío y al Gentil. En Juan existe un enfoque más interno y más místico de Cristo, con un
énfasis en la luz divina y en la morada interna. Debemos disfrutar y explorar de lleno esta variedad
vivificante de la Biblia.
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Debido a que las Escrituras son de este modo la Palabra de Dios expresada en lenguaje humano, hay
lugar para una indagación honesta y exigente al estudiar la Biblia. Al explorar el aspecto humano de la
Biblia, hemos de utilizar al máximo nuestra razón humana otorgada por Dios. La Iglesia Ortodoxa no
excluye la investigación académica del origen, fechas, y paternidad literaria de los libros de la Biblia.
Junto a este elemento humano, de cualquier modo, siempre vemos el elemento divino. Estos no son
simplemente libros escritos por escritores humanos individuales. En las Escrituras escuchamos no sólo
palabras humanas, marcadas por una mayor o menor habilidad y perceptibilidad, sino la eterna, increada
Palabra de Dios mismo, la Palabra divina de salvación. Cuando nos acercamos a la Biblia, entonces, no lo
hacemos simplemente por curiosidad, para obtener información. Nos acercamos a la Biblia con una
pregunta específica, una pregunta personal sobre nosotros mismos: “¿Cómo puedo ser salvado?”
Como divina palabra de Dios de salvación en lenguaje humano, las Escrituras deben evocar en nosotros
una sensación de asombro. ¿Alguna vez ha sentido, al leer o escuchar, que todo se ha tornado demasiado
familiar? ¿Se ha vuelto la Biblia más bien aburrida? Necesitamos limpiar continuamente las ventanas de
nuestra percepción y ver con asombro, con nuevos ojos lo que el Señor pone ante nosotros.
Hemos de sentir hacia la Biblia una sensación de asombro, de expectación y sorpresa. Hay tantos lugares
en las Escrituras en los que aun debemos entrar. Hay tanta profundidad y majestuosidad para descubrir.
Si la obediencia significa asombro, también significa escuchar.
Somos mejores al hablar que al escuchar. Escuchamos el sonido de nuestra propia voz, pero con
frecuencia no hacemos una pausa para escuchar la voz de la otra persona que nos está hablando. Así es
que el primer requisito, cuando leemos las Escrituras, es dejar de hablar y escuchar — escuchar con
obediencia.
Cuando entramos a una Iglesia Ortodoxa, decorada de manera tradicional, y miramos hacia arriba del
santuario en el extremo este, vemos ahí, en el ábside, un icono de la Virgen María con sus manos alzadas
al cielo — la manera escritural antigua de orar que muchos aún utilizan hoy en día. Este icono simboliza
la actitud que debemos asumir al leer las Escrituras — una actitud de receptibilidad, de manos
invisiblemente levantadas al cielo. Al leer la Biblia, debemos seguir el modelo de la Bendita Virgen María,
porque ella es principalmente la que escucha. En la Anunciación ella escucha con obediencia y le
responde al ángel, “Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1:38). No hubiera podido llevar la Palabra de
Dios en su cuerpo si no hubiera primero escuchado la Palabra de Dios en su corazón. Después de que los
pastores adoraran al Cristo recién nacido, se dice de ella: “María guardó todas estas cosas y las ponderó
en su corazón” (Lc. 2:19). Nuevamente, cuando María encuentra a Jesús en el templo, nos es dicho: “Su
madre guardó todas estas cosas en su corazón” (Lc. 2:5l). La misma necesidad de escuchar es enfatizada
en las últimas palabras atribuidas a la Madre de Dios en las Escrituras, en el banquete nupcial en Caná de
Galilea: “Todo cuanto Él os diga, hacedlo” (Jn. 2:5), ella le dice a los sirvientes — y a todos nosotros.
En todo esto la Bendita Virgen María sirve como un espejo, como un icono viviente del Cristiano Bíblico.
Hemos de ser como ella al escuchar la Palabra de Dios: ponderando, guardando todas estas cosas en
nuestros corazones, haciendo todo lo que Él nos diga. Debemos escuchar en obediencia cuando Dios
habla.

Comprendiendo la Biblia a través de la Iglesia


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En segundo lugar, hemos de recibir e interpretar las Escrituras a través de la Iglesia y en la Iglesia.
Nuestra actitud ante la Biblia no es solamente obediente sino eclesiástica.
Es la Iglesia la que nos dice lo que son las Escrituras. Un libro no es parte de las Escrituras debido a
alguna teoría en particular acerca de su antigüedad y paternidad literaria. Aunque se pudiera comprobar,
por ejemplo, que el cuarto Evangelio no fue de hecho escrito por Juan, el amado discípulo de Cristo, esto
no alteraría el hecho de que nosotros los Ortodoxos aceptamos al Cuarto Evangelio como Santa
Escritura. ¿Por qué? Debido a que el Evangelio de Juan es aceptado por la Iglesia y en la Iglesia.
Es la Iglesia quien nos dice que es Escritura, y también es la Iglesia quien nos dice como se debe de
entender la Escritura. Al encontrarse con el Etíope mientras leía el Antiguo Testamento en su carro de dos
ruedas, Felipe el Apóstol le preguntó, “¿Entiendes lo que lees?” y el etíope respondió, “¿Y cómo podré,
si alguno no me enseñare?” (Hch. 8:30-31). Estamos todos en la posición del etíope. Las palabras de las
Escrituras no son siempre autoexplicativas. Dios le habla directamente al corazón de cada uno de
nosotros mientras leemos la Biblia. La lectura de las Escrituras es un diálogo personal entre cada uno de
nosotros y Cristo — pero también necesitamos una guía. Y nuestra guía es la Iglesia. Hacemos pleno uso
de nuestro entendimiento personal propio, auxiliados por el Espíritu, hacemos pleno uso de los
descubrimientos de la investigación Bíblica moderna, pero siempre sometemos la opinión privada — ya
sea la nuestra o la de los eruditos — a la experiencia total de la Iglesia a través de los siglos.
El punto de vista Ortodoxo se sintetiza aquí con la pregunta que se le hace a un converso en el
servicio de recepción utilizado por la Iglesia Rusa: “¿Reconoces que las Santas Escrituras deben
aceptarse e interpretarse de acuerdo a la creencia que ha sido transmitida por los Santos Padres, y que la
Santa Iglesia Ortodoxa, nuestra Madre, siempre ha conservado y aún conserva?”
Leemos la Biblia personalmente, pero no como individuos aislados. Leemos como miembros de una
familia, la familia de la Iglesia Católica Ortodoxa. Al leer las Escrituras, no decimos “Yo” sino
“Nosotros.” Leemos en comunión con todos los demás miembros del Cuerpo de Cristo, en todas las
partes del mundo y en todas las generaciones del tiempo. La prueba decisiva y el criterio para nuestro
entendimiento del significado de las Santas Escrituras es la mente de la Iglesia. La Biblia es el libro de
la Iglesia.
Para descubrir esta “mente de la Iglesia,” ¿dónde comenzamos? Nuestro primer paso es ver como las
Escrituras son utilizadas en el culto. ¿Cómo, en particular, se seleccionan las lecciones Bíblicas para su
lectura en las diferentes festividades? También debemos consultar los escritos de los Padres de la Iglesia,
y reflexionar sobre su manera de interpretar la Biblia. Nuestra manera Ortodoxa de leer las Escrituras es
de este modo tanto litúrgica como patrística. Y esto, como todos nos percatamos, está lejos de ser fácil
en la práctica, debido a que tenemos a nuestro alcance tan pocos comentarios Ortodoxos sobre las
Escrituras disponibles en español, y la mayoría de los comentarios occidentales no emplean este enfoque
litúrgico y patrístico.
Como un ejemplo de lo que significa el interpretar las Escrituras de manera litúrgica, guiándose por
el uso que se les dan en las Festividades de la Iglesia, veamos las lecciones del Antiguo Testamento
asignadas para las Vísperas en la Festividad de la Anunciación. Son tres en número: Génesis 28:10-17; el
sueño de Jacob de la escalera puesta de la tierra al cielo; Ezequiel 43:27-44:4; la visión del profeta del
santuario de Jerusalén, con la puerta cerrada a través de la cual nadie más que el Príncipe puede pasar;
Proverbios 9:1-11: uno de los grandes pasajes Sofiánicos en el Antiguo Testamento, que comienza así:
“La Sabiduría ha construido su casa.”
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Estos textos en el Antiguo Testamento, entonces, como su selección para la festividad de la Virgen
María lo indica, se deben entender todos como profecías acerca de la Encarnación de la Virgen. María es
la escalera de Jacob, proveyendo la carne que Dios encarnado toma al entrar a nuestro mundo humano.
María es la puerta cerrada quien es la única entre las mujeres que engendró un hijo aún permaneciendo
inviolada. María provee la casa que Cristo la Sabiduría de Dios (1 Cor. 1:24) toma como su morada.
Explorando de este modo la selección de las lecciones para las diferentes festividades, descubrimos capas
de interpretación Bíblica que de ningún modo son obvias en una primera lectura.
Tome como otro ejemplo las Vísperas en Sábado Santo, la primera parte de la antigua Vigilia
Pascual. Aquí tenemos no menos de quince lecciones del Antiguo Testamento. Esta secuencia de
lecciones nos presenta todo el esquema de la historia sagrada, y al mismo tiempo subraya el significado
más profundo de la resurrección de Cristo. La primera de las lecciones es el Génesis 1:1-13, el relato de
la Creación: La Resurrección de Cristo es una nueva Creación. La cuarta lección es el libro de Jonás
completo, con los tres días del profeta en el estómago de la ballena prefigurando la Resurrección de
Cristo después de tres días en la tumba (cf. Mateo 12:40). La sexta lección narra el cruce del Mar Rojo
por los Israelitas (Éxodo 13:20-15:19), que anticipa la nueva Celebración de Pascua por medio de la cual
Cristo pasa de la muerte a la vida (cf. 1 Cor. 5:7; 10:1-4). La lección final es la historia de los tres Santos
Niños en el horno ardiente (Dn.3), una vez mas una “especie” o profecía de la Resurrección de Cristo
desde la tumba.
Tal es el efecto de leer las Escrituras eclesiásticamente, en la Iglesia y con la Iglesia. Al estudiar el
Antiguo Testamento de esta manera litúrgica y utilizando a los Padres para ayudarnos, en todas partes
descubrimos señales que apuntan hacia el misterio de Cristo y su Madre. Al leer el Antiguo Testamento a
la luz del Nuevo, y el Nuevo a la luz del Antiguo — como el calendario de la Iglesia nos insta hacer —
descubrimos la unidad de las Santas Escrituras. Uno de las mejores maneras de identificar las
correspondencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamentos es el uso de una buena concordancia Bíblica.
Esto a menudo nos puede decir más acerca del significado de las Santas Escrituras que cualquier
comentario.
En los grupos de estudio de la Biblia en nuestras parroquias, es útil darle a una persona la tarea
especial de señalar cuando un pasaje particular del Antiguo o Nuevo Testamento es utilizado para una
festividad o día de un santo. Podemos entonces discutir juntos las razones por las cuales cada pasaje
específico fue elegido. A otros del grupo se les pueden asignar tareas para casa en los Padres, usando por
ejemplo las homilías Bíblicas de San Juan Crisóstomo. Los cristianos necesitan adquirir una mente
patrística.

Cristo, el corazón de la Biblia.

El tercer elemento en nuestra lectura de las Escrituras es que ésta debe Centrarse en Cristo. Las
escrituras constituyen un todo coherente porque todas están centradas en Cristo. La salvación a través
del Mesías es su tema central y unificador. Él es como un “hilo” que corre a través de todas las Santas
Escrituras, desde la primera oración hasta la última. Ya hemos mencionado la manera en la que Cristo
puede verse prefigurado en las páginas del Antiguo Testamento.
Mucho del estudio crítico moderno de las Escrituras en el Occidente ha adoptado un enfoque
analítico, dispersando a cada libro en diferentes fuentes. Los nexos conectivos se desmenuzan, y la Biblia
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se reduce a una serie de simples unidades primarias. Ciertamente hay valor en esto. Pero necesitamos ver
tanto la unidad como la diversidad de las Santas Escrituras, el final que todo lo abarca al igual que los
comienzos dispersos. La Ortodoxia prefiere ante todo un enfoque sintético en lugar de un enfoque
analítico, viendo a las Escrituras como un todo integrado, con Cristo en todas partes como el lazo de
unión.
Siempre buscamos el punto de convergencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y lo
encontramos en Jesús Cristo. La Ortodoxia le confiere un significado particular al método de
interpretación “tipológico,” en donde los “tipos” de Cristo, señales y símbolos de su trabajo, son
identificados a través del Antiguo Testamento. Un ejemplo notable de esto es Melquizedek, el rey-
sacerdote de Salem, quien le ofreció pan y vino a Abraham (Gén. 14:18), y quien es visto como un tipo
de Cristo no sólo por los Padres sino también en el Nuevo Testamento (Heb.5:6; 7: l). Otro ejemplo es la
manera en que, como hemos visto, la Antigua Pascua prefigura a la Nueva; La liberación de Israel del
Faraón en el Mar Rojo anticipa nuestra liberación del pecado a través de la muerte y Resurrección del
Salvador. Este método de interpretación debemos aplicar a lo largo de la Biblia. ¿Por qué, por ejemplo,
en la segunda mitad de la Cuaresma las lecturas del Génesis del Antiguo Testamento están dominadas por
la figura de José? ¿Por qué en la Santa Semana leemos el libro de Job? Porque José y Job son personas
que sufrieron inocentemente, y como tales son tipos o prefiguraciones de Jesús Cristo, cuyo sufrimiento
inocente sobre la Cruz la Iglesia está a punto de celebrar. Todo se relaciona entre sí.
Un Cristiano Bíblico es aquel que dondequiera que mira, en cada página de las Escrituras, encuentra
a Cristo en todas partes.

La Biblia como guía Personal.

En las palabras del temprano escritor asceta en el Oriente Cristiano, San Marcos el Monje: “El que
es humilde en sus pensamientos y está ocupado en su labor espiritual, cuando lee las Santas Escrituras,
aplicará todo a sí mismo y no a su semejante.” Como Cristianos Ortodoxos debemos buscar en todas
partes de las Escrituras una aplicación personal. No solamente debemos preguntar “¿Qué significa eso?”
sino “¿Qué significa para mí?” Las Escrituras son un diálogo personal entre el Salvador y yo — Cristo me
está hablando, y yo estoy respondiendo. Ese es el cuarto criterio en nuestra lectura de la Biblia.
He de ver todas las historias en las Escrituras como parte de mi propia historia personal. ¿Quién es
Adán? El nombre Adán significa “hombre,” “humano,” y de este modo el relato del Génesis sobre la caída
de Adán es también la historia acerca de mí. Soy Adán. Es a mí a quien Dios habla cuando le dice a Adán,
“¿Dónde estás?” (Gén. 3:9). “¿Dónde está Dios?” preguntamos con frecuencia. Pero la verdadera
pregunta es lo que Dios pregunta al Adán en cada uno de nosotros: “¿Dónde estás?”
¿Cuando, en la historia de Caín y Abel, leemos las palabra de Dios a Caín, “Dónde está Abel tu
hermano?” (Gén. 4:9), estas palabras, también, están dirigidas a cada uno de nosotros. ¿Quién es Caín? El
es yo mismo. Y Dios le pregunta al Caín en cada uno de nosotros, “¿Dónde está tu hermano?” El camino
hacia Dios radica en el amor hacia otras personas, y no hay otro camino. Al repudiar a mi hermano,
reemplazo la imagen de Dios con la marca de Caín, y niego mi propia humanidad vital.
Al leer las Escrituras, podemos tomar tres pasos. Primero, lo que tenemos en las Escrituras es
historia sagrada: la historia del mundo desde la Creación, la historia de la gente elegida, la historia de
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Dios Encarnado en Palestina, y las “portentosas obras” después de Pentecostés. El Cristianismo que
encontramos en la Biblia no es una ideología, ni una teoría filosófica, sino fe histórica.
Entonces debemos tomar un segundo paso. La historia que se presenta en la Biblia es una historia
personal. Vemos a Dios interviniendo en momentos y lugares específicos, a medida que entra en diálogo
con personas individuales. Él se dirige a cada uno por su nombre. Vemos que se nos presentan llamadas
específicas emitidas por Dios a Abraham, Moisés y David, a Rebeca y Ruth, a Isaías y a los profetas, y
luego a María y a los Apóstoles. Vemos la selectividad de la acción divina en la historia, no como un
escándalo sino como una bendición. El amor de Dios es universal en su campo de acción, pero Él elige
encarnarse en un rincón de la tierra en particular, en un tiempo en particular y de una Madre en particular.
De este modo hemos de saborear toda la singularidad de la acción de Dios como está registrada en las
Escrituras. La persona que ama a la Biblia ama los detalles de fechado y geografía. La Ortodoxia le tiene
una intensa devoción a la Tierra Santa, a los lugares precisos donde Cristo vivió y enseñó, murió y
resucitó. Una manera excelente de adentrarse más a fondo en nuestra lectura Escritural es hacer un
peregrinaje a Jerusalén y Galilea. Caminar donde Cristo caminó. Ir al Mar Muerto, y sentarse
solitariamente sobre las piedras, sentirse como se sintió Cristo durante los cuarenta días de su tentación
en el desierto. Beber del pozo en donde le habló a la mujer Samaritana. Ir durante la noche al Jardín de
Getsemaní, sentarse en la obscuridad bajo los antiguos olivos y mirar a través del valle hasta las luces de
la ciudad. Experimenta plenamente la realidad del escenario histórico, y lleva esa experiencia contigo de
regreso a tu lectura Escritural diaria.
Entonces hemos de tomar un tercer paso. Revivir la historia Bíblica en toda su particularidad, hemos
de aplicarla directamente a nosotros. Hemos de decirnos a nosotros mismos, “Todos estos lugares y
acontecimientos no están tan sólo lejos en tiempo y espacio, sino que también son parte de mi propio
encuentro personal con Cristo. Las historias me incluyen.”
La traición, por ejemplo, es parte de la historia personal de todos. ¿A caso no hemos traicionado a
otros en algún momento de nuestras vidas, y a caso no hemos sabido lo que es ser traicionado, y a caso
no deja el recuerdo de esos momentos cicatrices constantes en nuestra psique? Entonces, al leer el relato
de la traición de San Pedro a Cristo y de su restauración después de la Resurrección, nos podemos ver
como protagonistas en la historia. Imaginando lo que tanto Pedro como Jesús debieron haber
experimentado en el momento inmediatamente después de la traición, penetramos en sus sentimientos y
los hacemos propios. Soy Pedro; en esta situación ¿puedo también ser Cristo? Al reflexionar de igual
manera sobre el proceso de reconciliación — viendo como el Cristo Resucitado con un amor
completamente libre de sentimentalismo restauró al Pedro caído a la confraternidad, al ver como Pedro de
su parte tuvo el valor de aceptar esta restauración — nos preguntamos a nosotros mismos: ¿Que tan
parecido a Cristo soy ante los que me han traicionado? Y, después de mis propios actos de traición, ¿soy
capaz de aceptar el perdón de otros? — ¿soy capaz de perdonarme a mi mismo? ¿O soy tímido, tibio,
desidioso, nunca listo para entregarme por completo a nada, ni bueno ni malo? Como dicen los Padres del
Desierto, “Es mejor alguien quien ha pecado, si sabe que ha pecado y se arrepiente, que una persona que
no ha pecado y se cree recto.”
¿He adquirido el arrojo de Santa María Magdalena, su constancia y lealtad, cuando fue a ungir al
cuerpo de Cristo en la tumba (Jn. 20: l)? ¿Escucho al Salvador Resucitado llamarme por mi nombre,
como la llamó a ella, y respondo Rabboní (Maestro) con su sencillez y plenitud (Jn. 20:16)?
Al leer las Escrituras de este modo — en obediencia, como miembro de la Iglesia, encontrando a
Cristo en todas partes, viendo todo como parte de mi historia personal — sentiremos algo de la variedad
y profundidad que se han de encontrar en la Biblia. Aunque siempre hemos de sentir que en nuestra
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exploración Bíblica sólo estamos en el mero comienzo. Somos como alguien que zarpa en un pequeño
bote a un océano ilimitado.
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino” (Sal. 118 [119]:105).

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