Cuentos de Reflexión para Jóvenes

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“LA BRUJA”

En el primer piso vivía la Bruja, perdón, doña Celeste. Era doña


Celeste una mujer madura, una de las originarias inquilinas que,
en un momento de debilidad mental, nuestros mayores creyeron
apacible y honrada. Porque, como bien pronto se pudo comprobar,
doña Celeste era la maldad hecha carne: hablaba mal de todos,
era rencorosa y vengativa, siempre tramaba algo contra los demás
y difundía bulos que acabaron con más de un matrimonio. Ningún
vecino salía a la calle cuando estaba ella en el balcón, no fuera a
ser que difundiera en voz alta un bulo o le tirara una maceta en la
cabeza. Infundía el pánico en todos cuantos la trataban. Pero lo
peor no era esto. No. Doña Celeste había enviudado pronto de su
marido, un apocado abogado llamado don Fructuoso. Y contaban
las malas lenguas (malas, pero nunca tanto como la de doña
Celeste) que el marido no murió de muerte natural (como certificó
la autopsia) sino que ella lo mató. Y es más, algunas de esas
malas lenguas aseguraban que ella lo apuñaló, lo cual constituía
evidencia palmaria de la maldad de doña Celeste (pues se sabe
que, entre las mujeres, el modus operandi habitual consiste en
suministrar veneno) y, de paso, levantó leve sospecha de la
ineptitud del forense. Pero, por lo visto, nadie se molestó en dar
crédito a esos rumores y ella evitó cualquier roce con la justicia.
Además, doña Celeste, siempre muy hábil y astuta, trató de
mejorar su imagen mostrándose como una mujer bondadosa y
apesadumbrada durante el tiempo en que duró el luto. Tenía,
además, un niño pequeño al que alimentar, lo cual le sirvió para
redondear su ficción como madre coraje, viuda y abandonada.
Pero cuando pasó el luto, ella volvió a las andadas. Y el niño se
hizo grande y demostró tener los mismos genes de su madre
(pues del padre parecía no haber heredado ninguno): era
sanguíneo, violento, irritable y visceral (sí que es que el
significado de todos esos adjetivos se puede sumar); amenazaba a
los vecinos, amenazaba a los tenderos para que perdonaran las
deudas contraídas por su madre, nos amenazaba a nosotros. Y la
madre, peor aún: nos tenía ojeriza, a pesar de ser bizca (razón
por la cual los vecinos decían que tenía una mirada torva); nos
azuzaba a su hijo a la primera de cambio, sobre todo cuando no
teníamos cambio de la difunta peseta del pico del alquiler que, por
supuesto, nunca nos perdonaba. Y todavía seguimos así con la
dichosa señora y su hijo: a veces, en estado de guerra fría; a
veces en estado de guerra caliente (aunque esperemos que nunca
desentierren el puñal). Tan sólo en contadas ocasiones nos
conceden la tregua y nos hablan como personas civilizadas, pero
aun en esas ocasiones nos estremecemos de la sibilina maldad de
doña Celeste: de hecho, hace poco, en verano, vimos en su puerta
un crespón negro; sin que fuera día de cobro de alquiler, nos
atrevimos a llamar (aunque casi era un suicidio hacerlo) y a
interesarnos por tan luctuosa situación; doña Celeste abrió y, de
manera distendida y casi alegre, nos explicó que ponía ese
crespón porque así los ladrones pensarían que en esa casa
estaban de luto y entonces, movidos por la compasión, se
abstendrían de entrar a robar, para no acrecentar más la pena de
los que allí aún vivían.
El Bambú Japonés

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere
de buena semilla, buen abono y riego. También es obvio que quien
cultiva la tierra no se detiene impaciente frente a la semilla
sembrada, y grita con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita sea! Hay
algo muy curioso que sucede con el bambú y que lo transforma en no
apto para impacientes:

Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla


constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad


no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal
punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber
comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis


semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros!
¿Tardó sólo seis semanas crecer?

No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en


desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú


estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían
sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de


encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que
el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste
requiere tiempo.

El elefante encadenado

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me


gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros,
después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la
función, la enorme bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y
fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato
antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente
por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una
pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo
un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros
en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía
obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su
propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no


huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los
grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a
algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que
el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces
la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No
recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo
me olvide del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba
cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la
misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido
lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del
circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida
desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño
recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel
momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a
pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy
fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente
volvió a probar, y también al otro y al que le seguía… Hasta que un
día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su
impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se


escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y
recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco
después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar
seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su
fuerza otra vez…

La Rosa y el Sapo

Había una vez una rosa roja muy bella, se sentía de maravilla al
saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba
cuenta de que la gente la veía de lejos. Se dio cuenta de que al lado
de ella siempre había un sapo grande y oscuro, y que era por eso que
nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada ante lo descubierto le
ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo muy obediente
dijo: Está bien, si así lo quieres.

Poco tiempo después el sapo pasó por donde estaba la rosa y se


sorprendió al ver la rosa totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos.
Le dijo entonces:
Vaya que te ves mal. ¿Qué te pasó?

La rosa contestó: Es que desde que te fuiste las hormigas me han


comido día a día, y nunca pude volver a ser igual.

El sapo solo contestó: Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a


esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.

Moraleja: Muchas veces despreciamos a los demás por creer que


somos más que ellos, más bellos o simplemente que no nos “sirven”
para nada. Todos tenemos algo que aprender de los demás o algo
que enseñar, y nadie debe despreciar a nadie. No vaya a ser que esa
persona nos haga un bien del cual ni siquiera seamos conscientes.

La Ventana del Hospital

Dos hombres, seriamente enfermos, ocupaban la misma habitación


en el hospital. A uno de ellos se le permitía estar sentado una hora
todas las tardes para que los pulmones drenaran sus fluidos. Su cama
daba a la única ventana de la habitación.

El otro hombre tenía que estar tumbado todo el tiempo. Los dos se
hablaban mucho. De sus mujeres y familiares, de sus casas, trabajos,
el servicio militar, dónde habían estado de vacaciones.

Y todas las tardes el hombre que se podía sentar frente a la ventana,


se pasaba el tiempo describiendo a su compañero lo que veía por la
ventana. Éste, solamente vivía para esos momentos donde
su mundo se expandía por toda la actividad y color
del mundo exterior.
La ventana daba a un parque con un bonito lago. Patos y cisnes
jugaban en el agua mientras los niños capitaneaban sus barcos
teledirigidos. Jóvenes amantes andaban cogidos de la mano entre
flores de cada color del arco iris. Grandes y ancestros árboles
embellecían el paisaje, y una fina línea del cielo sobre la ciudad se
podía ver en la lejanía.

Mientras el hombre de la ventana describía todo esto con exquisito


detalle, el hombre al otro lado de la habitación cerraba sus ojos e
imaginaba la pictórica escena.

Una cálida tarde el hombre de la ventana describió un desfile en la


calle. Aunque el otro hombre no podía oír la banda de música- se la
imaginaba conforme el otro le iba narrando todo con pelos y señales.
Los días y las semanas pasaron.

Una mañana, la enfermera entró para encontrase el cuerpo sin vida


del hombre al lado de la ventana, el cual había muerto
tranquilamente mientras dormía. Se puso muy triste y llamó al doctor
para que se llevaran el cuerpo. Tan pronto como consideró apropiado,
el otro hombre preguntó si se podía trasladar al lado de la ventana.
La enfermera aceptó gustosamente, y después de asegurarse de que
el hombre estaba cómodo, le dejó solo.

Lentamente, dolorosamente, se apoyó sobre un codo para echar su


primer vistazo fuera de la ventana. Finalmente tendría la posibilidad
de verlo todo con sus propios ojos.

Se retorció lentamente para mirar fuera de la ventana que estaba al


lado de la cama. Daba a un enorme muro blanco. El hombre preguntó
a la enfermera qué había pretendido el difunto compañero contándole
aquel maravilloso mundo exterior.

Y ella dijo: – Quizás sólo quería animarle.

En Busca de la Aguja Perdida

Una tarde, en un pueblo pequeño donde todos se conocían, un grupo


de jóvenes vio a anciana Rabiya buscando desesperadamente algo en
el jardín frente a su choza. Todos se acercaron a la pobre anciana
para ver si la podían ayudar

Rabiya, ¿Qué le pasa? ¿Qué ha perdido? ¿Le podemos ayudar? -le


preguntaron.

La anciana con tono triste contestó – perdí mi aguja de oro…

Al oírla, los jóvenes se pusieron a buscar, pero de repente uno de los


jóvenes dijo:

Rabiya, el jardín es muy extenso y por contra, la aguja es muy


pequeña; además pronto anochecerá, ¿Puedes decirnos más o menos
por donde se le cayó y así poder centrarnos en esa zona?

La anciana levantó la mirada, señaló hacia su casa y le contesto: Sí


tienes razón. La aguja se me cayó allí, dentro de casa.

Esto enfadó al grupo de jóvenes- Rabiya, ¿te has vuelto loca? Si la


aguja se te cayó dentro de casa, ¿Por qué andamos buscándola aquí
afuera?
Entonces Rabiya sonrió y les dijo- Es que aquí afuera hay luz, cosa
que dentro de la casa no hay.

El joven que no entendía nada y pensaba que la anciana


definitivamente había perdido la cabeza dijo: Pero aun teniendo luz,
si estamos buscando donde no has perdido la aguja, ¿Cómo
pretendes encontrarla? ¿No es mejor llevar una lámpara al interior de
la casa y buscarla allí, donde la ha perdido?

La anciana volvió a sonreír y contestó: sois tan inteligentes para


ciertas cosas…. ¿por qué no empleáis esa inteligencia?

Y continuó diciendo: Sois tan inteligentes para las cosas pequeñas


¿cuándo vais a emplear esa inteligencia para vosotros mismos, para
vuestra vida interior?. Miles de veces os he visto a todos vosotros
buscando desesperadamente afuera. Buscando aquello que se os ha
perdido en vuestro interior. ¿Por qué buscáis la felicidad alrededor
vuestro? ¿Acaso la habéis perdido allí, o realmente, la habéis perdido
en vuestro interior?

Esto es lo que nos suele pasar habitualmente en nuestras vidas,


estamos tan inmersos en buscar fuera de nosotros que nos olvidamos
que la esencia del bienestar está dentro de nosotros y nada más.
Nuestra felicidad o bienestar auténtico no pueden estar en el exterior,
ni en dependencia de las circunstancias, de otras personas o las
relaciones que mantenemos. Este bienestar auténtico para que sea
real, ha de estar por encima de todo esto. Solo se puede mantener y
ser equilibrado si permanece dentro de nosotros.

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