Teoría Creacionista

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Teoría creacionista

Existen diversos grados de creacionismo. El creacionismo dogmático rechaza toda idea de evolución
y admite solamente la letra de la Biblia. El neocreacionismo propone la creación de las especies
originales que por una evolución posterior habrían dado diversas formas de interpretar el Diluvio
como un acontecimiento local. El creacionismo teístico admite las explicaciones científicas sobre el
origen de la vida y la evolución, incluso del hombre, con ciertas limitaciones, pero postula el proceso
evolutivo como obra básicamente divina sujeta a leyes dadas por Dios; los procesos de origen de la
vida y posterior evolución serían opinables, pues consideran a la Biblia como libro profético y ético,
pero no científico o histórico.

Posiciones y problemas actuales En la actualidad, el lamarckismo ha desaparecido, así como las


elucubraciones anacrónicas de Lysenko. El darwinismo se ha reinterpretado con explicaciones de
biología molecular. Algunos biólogos aún se adscriben a la evolución ortogénetica considerando que
puede haber una ley biológica que emergería de la organización del ser vivo, o que habría sido dada
por Dios como la postula la evolución de Theilard de Chardin, así como la teoría de diseño inteligente
(DI).

La evolución ortogénica y el creacionismo teístico no son sinónimos, pero tienen similitudes; ésta es
la posición actual de la iglesia católica y las grandes iglesias protestantes (luterana, episcopal,
anglicana etc.); por el contrario, las sectas evangélicas son completamente anti evolucionistas. Mucha
de la controversia se debe a una pobre o apresurada consideración del tema. Dice Zimmerman que
muchos científicos creen que el mundo debe explicarse por procesos físicos, pero de aquí concluyen
que debe toda idea de prepósito en la naturaleza, lo cual es saltar de la ciencia a la filosofía. En su
moderno libro afirma que para los creacionistas el origen de la vida y de su diversidad sólo es
explicable por un agente sobrenatural, y no hacerlo es negar a Dios: inversamente, pero con el mismo
error de juicio, muchos materialistas suponen que el poder dar una explicación determinista de un
fenómeno demuestra que Dios no existe y que Darwin hizo obsoleta la religión.

En ambos casos se extrapolan conceptos de la ideología a la ciencia y viceversa; un científico no


puede incluir ni excluir a Dios en su investigación; y bien afirma Trabulse que la ciencia moderna
conoce sus límites y, puesto que Dios no es uno de sus postulados, el problema de la fe carece de
significado para ella.7 En una alocución a un grupo de científicos, Juan Pablo II afirmó que la
evolución es aceptable para los católicos, excepto si se refiere a la evolución del alma:3 es obvio que
la ciencia no puede decir nada sobre el alma. Pero no es fácil desprenderse de conceptos que se han
interiorizado. Muchos creyentes son “más papistas que el Papa” y no pocos clérigos creen que el
conocimiento y ejercicio de la razón lleva a la pérdida de la fe. Existen también muchos cientificistas
que reducen toda la cultura a la ciencia y suponen que las humanidades, de Platón hasta Sartre,
pasando por Tomás de Aquino, son cosa de intelectuales ociosos. De manera incongruente, es en
Estados Unidos donde coexiste la más moderna tecnología y amplia escolaridad con un enorme
número de personas que rechazan el concepto y la enseñanza de la evolución. Pero algo positivo
existe en esta controversia: es una demostración de que la libertad intelectual, la libre investigación
y juego de ideas sigue siendo un distintivo de la civilización occidental, a diferencia de otras en donde
prevalece la represión en aras de una obediencia total a determinadas doctrinas o a las creencias y
costumbres impuestas por la tradición social. (Rojas Garcidueñas, 2006)

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