Blanca Varela Arículo
Blanca Varela Arículo
Blanca Varela Arículo
Hace unos días terminé de leer a Varela. Mi primera impresión, acertada. Varela, en
estructura, nos pasea, recorre distancias larguísimas. Va, viene y nosotros ni siquiera
hemos empezado.
Introducción
Temas como la muerte y la eternidad laten en ella. Hay una predilección por las
imágenes lúcidas incluso en el más insano dolor.
Biografía
Blanca Varela nació el 10 de Agosto de 1926 en Lima. Fue hija de Alberto Varela y de
Esmeralda González Castro, escritora costumbrista.
Cuando tenía 16, ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a la facultad
de Letras y Educación. El paso por este lugar la marcaría, pues conoció a escritores
como Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren y Jorge Eduardo Eielson. De aquí
surge el denominado grupo “poetas puristas”. En este recorrido conoce también a César
Moro, Emilio Adolfo Westphalen y Manuel Jimeno, sus introductores a la corriente
surrealista y otras vanguardias.
Finaliza sus estudios en 1947 y dos años después se casa con el pintor peruano
Fernando de Szyslo, de quien más adelante se separaría. Es en el ‘49 que se traslada a
Paris, residiendo allí algunos años. Es aquí donde conoce a Octavio Paz, escritor
determinante en su carrera literaria, quien la conectó con figuras como Simone de
Beauvoir, Sartre, Michaux, Tamayo o Martínez Rivas.
Entre 1957 y 1969 vivió en Washington, donde la escritora se dedicó a la traducción y
el periodismo.
En 1959, a insistencia de Octavio Paz, es que publica su primer poemario: “Ese puerto
existe”, con el prólogo del mismo Paz.
En 2001 fue distinguida con el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, y en 2006 con
el Premio Internacional de Poesía García Lorca. Recibió también los premios poesía
Ciudad de Granada (2006) y Reina Sofía (2007).
Blanca Varela partió de este puerto el 12 de marzo de 2009, a los 82 años. Quién sabe,
en su mismo quehacer. Pues como escribió, alguna vez, Octavio Paz, Blanca “no se
embriagaba con su canto y sabía, ella, callar a tiempo”.
Sobre su obra
“Luz de Día” (1960-1963) nos presenta una propuesta que se venía gestando ya en el
poemario predecesor. Encontramos así en este, confesiones redactadas en prosa poética.
Aparecen además estas pequeñas vibraciones que generan las repeticiones de las
palabras que utiliza con intención. Esas vibraciones que generan una resonancia musical
especial.
En “Canto Villano” (1972- 1978) nos regresa a lo que siempre en su poesía late, el amor
y la soledad. Su utilización de los animales, de los insectos acontece en toda su poesía y
este poemario no es ajeno a ella. Con poemas tan hermosos como “Monsieur Monod no
sabe cantar” o algunos más angustiantes como “Media voz”, nuevamente, nos lleva aquí
y allá, a donde ella desea.
“Ejercicios Materiales” (1978 -1993), poemario intenso, con una nueva confesión
abordada con amor y desesperación: la maternidad. “Casa de Cuervos” resucita, en
nosotros, la pérdida. Nos hace emocionarnos, seamos madres o no, por aquel hijo que
simplemente ya no está.
“El libro de barro” (1993-1994), poemario que condensa poemas cada vez más duros y
crudos. Esas cuestiones, cosas que se escriben y a las que no se les puede dar un nombre
encapsulador, un título. Simplemente, eso es lo que se nos ha sido mostrado.
En “Concierto animal” (1999), encontramos poemas como el que dedica a su hijo que
murió. El matiz de este poemario es nostálgico, sombrío y doloroso.
Finalmente, en “Falso teclado” (2000), Blanca se nos despide. Arthur Rimbaud decía
que “el poeta es el gran vidente”. Y parece que Blanca presentía o sentía algo. Así cerró
su escritura, sus publicaciones, con “Nadie nos dice”, poema en el que nos hace su
última gran revelación. Y es nadie nos dice cómo morirnos; cómo, cuándo o dónde,
finalmente, es nuestra última impostergable ceremonia.
Conclusión
Blanca, poeta peruana, catalogada como una grande. Fiel representante de la voz poética
femenina peruana.
En su poesía entabla diálogos con ella misma. En su poesía las palabras tienen formas y
hasta colores, texturas y sonidos. En su poesía hallamos una honestidad brutal que
provoca un dolor agudo, penetrante.
Varela, hoy, a 9 años de su muerte, aún late. Respira a través de cada lector que con
mucho aprecio, curiosidad, intuición y respeto, por estos días, la lee.