Carta A León Ostrov. Alejandra Pizarnik.

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

Carta a León Ostrov.

15 de Julio de 1960.
Alejandra Pizarnik.

Muy querido León Ostrov:


Le envíe hace poco una carta desde una hermosa piecita, que ya no existe para mí, pues estoy
de nuevo con mi familia, hasta fines de este mes. Después va a venir Agosto y no sé qué haré,
hay un vacío en Agosto, una distancia hecha de un precipicio, que necesitaré saltar o, lo
mejor, cambiaré de camino. Le dije que le contaría sobre mi encuentro con S. de Beauvoir,
pero me es penoso rememorarlo. Quizás, y casi como siempre, veo con ojos lúgubres cosas
que objetivamente no lo son. Razonablemente hablando, tal vez fue un encuentro como
cualquier otro del estilo: una periodista preguntando sobre esto y aquello, y la entrevistada
que responde. Pero yo no me he recuperado aún de lo que fue para mí este encuentro: una
profunda experiencia de miedo. Y más profunda aún por lo inesperado de este miedo.
Comenzó el día del encuentro: despertar y sentir que el corazón me lleva y me trae. Horribles
sacudidas. Taquicardia. Esto fue nuevo. No era mi viejo miedo “espiritual” posible de
traducir en metáforas. Un nuevo miedo: cuerpo y alma encontrados por vez primera,
reunidos, celebrando nupcias horribles. Traté de beber, pero la primera gota me obligó a
permanecer tendida en la cama varios minutos, asistiendo a algo como una revolución.
Imposible pensar. Imposible todo. Imposible también la lenta agonía –con la mano en el
corazón- de mi ser paseándose hasta que se hizo la hora y yo entré en Les Deux Magots
rogando y rogándome que mi voz surgiera –pues mi miedo más profundo (el de los
exámenes) era que la garganta se cerrara. Y cuando llegó me calmé un poco pues su aspecto
no es en modo alguno aterrador. Le pregunté –con una seriedad excesiva, con la voz
estrangulada, con el ritmo del corazón siempre delirante- sobre la mujer y el arte y algunas
otras idioteces por el estilo que respondió con algunas frases de El segundo sexo. Cuando
finalizamos me preguntó a su vez sobre mí y mis cosas: y le dije de mis poemas, de mi
preocupación por la palabra, de mi angustia por mis poemas actuales, etc., exagerando un
poco, por supuesto, cuando dije, por ejemplo que “lo único que me interesa en este mundo es
hacer poemas”, lo que la sorprendió, sin duda, y me pidió mis libros. Creo que contenía o
reprimía su interés por mí, no sé por qué, pero seguramente a causa de su tiempo escaso, y
cuando nos despedimos, me insinuó que vuelve de Brasil –se va ahora con Sartre- en
Octubre, por lo que estará “a mi disposición”. Bueno, yo me quedé dos horas en el café –ella
ya se había ido- y me sentí repentinamente bien: “ya pasó el miedo”, me decía. Lo mismo
que en los exámenes.
Demás está decir que el corazón jamás volvió a molestarme sino que lo que le sucedió fue
festejo exclusivo para “el encuentro” (título de un cuento que hice sobre lo que le acabo de
contar). Olvidaba decirle que S. de B. me dijo que “por qué soy tan tímida y cómo voy a hacer
para persistir en los reportajes con tamaña timidez”. Me pregunto cómo haré ahora para
escribir un artículo sobe las idioteces que le pregunté. Quiere que se lo envíe cuando se
publique. (Conoce ese poema de Eliot: “¿y cómo podría yo atreverme?”).
Hablando de poemas hice varios nuevos y no son malos. Leo a Góngora y a los surrealistas y
me preocupo por la palabra –no sólo en la frase sino en sí, sino y sobretodo en sí. Creo haber
hecho un pequeño progreso en los últimos poemas. Y descubrí que se puede hacer poemas
sin tener nada pensado, sin pensar, sin sentir, sin imaginar, en cualquier instante y a
cualquier hora. En suma, “el poema se hace con palabras…”. Y con ganas de hacerlo, agrego.
Esto tal vez, para justificar mi apasionada declaración sobre mi vocación poética –de la que
me siento tan insegura como con todo- a S. de B.
También dibujo. Le mostré lo que hice a Octavio Paz y lo estima mucho. Con Paz tengo una
relación rara. Hay algo misterioso –nada sexual- que nos une y nos obliga a una familiaridad
que asomó en cuanto nos vimos.
Volviendo a lo del encuentro me dejó anonadada. Me refiero siempre al miedo incompresible
que sentí y que siento cuando me animo a recrearlo. “El miedo pegado a mi rostro como a
una máscara de cera”. Qué no me animaría a hacer ahora para desmentirme mi terror, mi ser
cobarde. Ir al fuego, al agua, a la perdición, al suplicio, sí, pero no es tan fácil; lo que no
podría hacer es otro reportaje. Y esto es para reírse. O no.
El reportaje fue el martes. Desde entonces hasta hoy, viernes, no he salido de esta casa –de
mi cuarto sombrío y no muy lindo. Ha llovido hermosamente y me han faltado ganas y
motivos de moverme. Leí varios libros, escribí varios poemas, no hablé con nadie –sino los
saludos convencionales de siempre- y descubrí que me sentía –apenas me atrevo a decirlo-
“casi feliz”. Exceptuando las veces en que me “acordaba”. “Estas en París; tienes que salir,
tienes que ver”. Entonces la angustia. “Mañana; juro que mañana saldré”. Pero un nuevo
libro, pero tal vez un nuevo poema. Y el silencio interno tan agradable después de haber leído
muchas horas, después de haber escrito. Ese silencio como una mano de terciopelo. Tal vez
un poco de hastío, pero no obstante, una sensación casi de dicha, una tristeza tan dulce que
deviene alegría. Un olvido absoluto de la realidad, de su horror. “Pero no puedes pasarte la
vida encerrada leyendo y haciendo poemas como Calipso, la tortuga-electrónica-poeta”. ¿No
puedo? ¿No se puede? ¿Por qué no se puede? ¿Por qué hay gente que trabaja diez o quince
horas por día en lo que le gusta y no siente que “no se puede”? Pero “no se puede”. Está
dicho. Hay que trabajar en cosas serias y ganarse la vida. Por otra parte, esta concentración
de ahora en la lectura y poesía no puede durar mucho. Mañana o pasado retomaré a mi
nebulosa mental y arrastraré un solo libro durante meses, en los que no escribiré una sola
línea. No obstante necesito leer, lo necesito para sobrevivir, estoy absolutamente convencida
de necesitar alimentos poéticos para mi poesía. Lo que se llama técnica poética –si bien no
existe- pero hay algo diferente que llaman con este nombre equívoco. Yo lo necesito.
Necesito hacer bellas mis fantasías, mis visiones. De lo contrario no podré vivir. Tengo que
transformar, tengo que hacer visiones iluminadas de mis miserias y de mis imposibilidades.
No sé si me explico bien. Por eso, hoy, por ejemplo, me apliqué varias horas a Góngora.
Lectura un poco penosa la vez primera. Y no obstante él “sabía”. Se daba cuenta de las
palabras, de todas y de cada una.
Aún no sé qué haré –me refiero a la “realidad”. Para quedarme necesito pensar en ganarme
la vida. Cuando pienso en ello pienso que no es justo aplazar siempre las cuestiones que
siento urgentes: leer, escribir, etc. Razonablemente hablando: pueden hacerse las dos cosas.
Sí. Pero mi sueño, mi aspiración más grande se enlaza a mi signo astrológico: Tauro –el
mismo que el de Balzac- signo asociado a la fecundidad, a la capacidad de trabajo, a la
voluntad, del que estoy desviada por alguna aberración pero gimiendo siempre por
incorporarme a sus fieles: sólo seré feliz cuando escriba innumerables volúmenes, cuando
escriba sin detenerme durante días y meses y años. Pero qué quiero escribir o sobre qué, me
pregunto, si en mí hay sólo silencio. Pero no me convenzo. Y la vieja aspiración sigue,
frustrada y persistente.
Otra vieja frustración –y esta carta deviene crónica- es el estudio. Saber que lo necesito para
mis poemas, lo necesito para justificarme, (no sé ante quién pero no deja de aterrarme que,
en un sentido social, si yo leo a Góngora para mí estoy “perdiendo el tiempo” mientras que si
lo leo para un examen “trabajo” y “me beneficio”). Además en tanto no finalice los estudios
seré siempre una vagabunda. Pero cómo seguir si “el miedo se adhiere a mi rostro como una
máscara de cera” cuando pienso en los exámenes, en hablar en público. La primera solución
que se me presenta es el psicoanálisis. Quizás me ayude a poder hablar sin miedo. Pero si no
fue posible curarme con su ayuda, por qué será posible con otra, cuál será mejor, es que
acaso hay alguien mejor que usted en Buenos Aires. Y no sólo el no poder hablar me lleva a
pensar en este tratamiento: es también el pasado que aquí despertó, que me sobreviene en
oleadas, que me molesta como una invasión de moscas venenosas. Me debato y mato, pero
vienen más y más. Hasta que caigo y viene el silencio.
Todo esto que cuento y digo sucede hoy. Mañana tal vez despierte y sonría con cierto
desprecio por la obsesiva de ayer, por sus planes “burgueses”, por su anhelo de seguridad. Y
tal vez la neurosis sea esencialmente un anhelo de seguridad. Un no saber que ella no existe.
(Descubrimiento durante el viaje). Pero aunque mañana venga Otra y pasando Otra, mi
visión de la felicidad es siempre la misma: un poder trabajar en y con las cosas que uno
quiere. Me pregunto si hay posibilidad de cura cuando alguien no lo puede. Si no puede
trabajar es porque no quiere, no tiene cosas que quiere. ¿Y alguien que es así está enfermo?
Oh me gustaría conversar con usted de estas cosas.
Hablé por teléfono con Verdeyone y tal vez nos veremos la semana próxima. Perdón por mi
lentitud en buscar las revistas: comenzaré “mañana”. Perdón también por esta carta aburrida
y excesiva. Abrazos para usted y Aglae,

Alejandra Pizarnik.

También podría gustarte