Territorios Espacialidades (IMPRESIÓN) PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 240

T E R R I T O R I O S Y E S PA C I A L I D A D E S

Abordamientos disciplinares
Red Visión Compleja de los Territorios:
Historia, Sociedad, Arquitectura y Patrimonio
T E R R I T O R I O S Y E S PA C I A L I D A D E S
Abordamientos disciplinares

Lilia Varinia Catalina López Vargas


Mariana Figueroa Castelán
José Rodolfo García Cuevas
Coordinadores

Benemérita Universidad Autónoma de Puebla


Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”
Facultad de Arquitectura
Facultad de Filosofía y Letras
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Alfonso Esparza Ortiz


Rector
René Valdiviezo Sandoval
Secretario General
Francisco M. Vélez Pliego
Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”
Rafael Cid Mora
Director de la Facultad de Arquitectura
Ángel Xolocotzi Yáñez
Director de la Facultad de Filosofía y Letras

Estelí Morales Huitzil


Diseño y Formación
Julio Broca
Portada

Territorios y espacialidades… es producto del CA “268 Procesos Territoriales” de


la buap y fue financiada con recursos del Programa de Apoyo a Cuerpos Acadé-
micos 2015

Primera edición, 2016


D.R. © Lilia Varinia Catalina López Vargas, Mariana Figueroa Castelán,
José Rodolfo García Cuevas. Coordinadores
D.R. © benemérita universidad autónoma de puebla
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”
Av. Juan de Palafox y Mendoza 208, Centro Histórico
C.P. 72000 Puebla, Pue. Tel. 229 55 00, ext. 3131 www.icsyh.org.mx
Facultad de Arquitectura
Blvd. Valsequillo s/n, C. P. 72570 Puebla, Pue. Tel. 229 5500, ext. 7950
Facultad de Filosofía y Letras
Av. Juan de Palafox y Mendoza 229, Centro Histórico, C. P. 72000
Puebla, Pue. Tel. 229 5500, ext. 5425

Esta obra fue arbitrada por dictaminadores externos.

isbn: 978-607-525-183-7

Impreso y hecho en México


Printed and made in Mexico
ÍNDICE

Introducción 7

Del espacio al territorio y al lugar y viceversa


Apuntes metodológicos 27
Abilio Vergara Figueroa

La calle; táctica vital y place making gubernamental 63


Pablo Gaytán Santiago

Retos y límites de la participación infantil en la recuperación


del contacto con la naturaleza en espacios urbanos 79
María Isabel Reyes Guerrero

Vulnerabilidad y defensa del paisaje sociocultural


de la Sierra Norte de Puebla 95
Lilia Varinia Catalina López Vargas, Mónica Erika Olvera Nava
y Agustín López Romero

Apropiación del territorio del Centro Histórico de la Ciudad


de Puebla por el turismo con base en la política globalizadora 115
Delia del Consuelo Domínguez Cuanalo, Juan Manuel Guerrero Bazán
y Liliana Olmos Cruz

Prácticas religiosas, espacios y tensiones sociales


El caso de los cultos al Señor de las Maravillas y la Santa Muerte
en la ciudad de Puebla 133
Luis Arturo Jiménez Medina
Cetro y plato: apropiación y significación del territorio
sociorreligioso de los diez barrios de San Pedro Cholula 153
Verónica del Rocío Sánchez Menéndez

Movilidad senil en situación de encierro 171


Martha Ivett Pérez Pérez

Desacralizando el territorio
Las políticas de turismo como pivotes de conflicto
y transformaciones en una comunidad teenek de la Huasteca
potosina, el caso del Sótano de las Golondrinas 187
Imelda Aguirre Mendoza

Espacio público urbano con perspectiva de género 203


Andrea Milena Burbano

El territorio de la nostalgia
y memoria en la migración internacional: La Villita de Chicago 223
Miriam Reyes Tovar
INTRODUCCIÓN

Lilia Varinia Catalina López Vargas 1,


José Rodolfo García Cuevas 2 y Mariana Figueroa Castelán 3

Estamos a menos de un lustro de encontrarnos con el año 2020, en un


mundo en el que cerca de 7 650 millones de personas configurarán,
como ahora, diversidad de espacios heterogéneos, que usan, perciben,
sienten, disfrutan o padecen mediante vivencias múltiples en territo-
rios de distintas escalas interactuantes a la vez, que van desde el terri-
torio interno, el personal, el familiar, el de un lugar geográfico local, el
barrio, la ciudad, el territorio rural, hasta alcanzar escalas más amplias
como los transterritorios (Mançano, 2008) o el territorio virtual, que no
se da en un espacio delimitado físicamente, lo que permite tener acceso
a bases de datos gráficos interactivos, en forma de imágenes tridimen-
sionales explorables y visualizables en tiempo real, capaces de provo-
car una sensación de inmersión y de moverse físicamente. La creciente
virtualización de la vida cotidiana se expresa en la moneda virtual,
la banca virtual, la educación virtual, la salud virtual, la corporación
virtual, por mencionar algunos factores relevantes que están configu-
rando una nueva geografía del poder en el mundo (Boisier, 2009).

1
  Profesora investigadora de la Facultad de Arquitectura de la buap; Doctora en Ciu-
dad, Patrimonio y Territorio, por la Universidad de Valladolid, España; miembro del
Cuerpo Académico 268 en Procesos Territoriales; Perfil prodep, Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores, Nivel 1.
2
  Profesor investigador del Colegio de Antropología Social de la buap, Maestro en
Ciencias Políticas de la buap; miembro del Cuerpo Académico 65 de Antropología So-
cial.
3
  Profesora investigadora del Colegio de Antropología Social de la buap, Maestra en
Antropología Social.
7
8  Territorios y espacialidades

En los transterritorios, interactúan un conjunto de territorios na-


cionales con espacios de diversas escalas de gobernanza, incluidos
los territorios privados y los comunitarios que como expresión dialó-
gica, por la imposición de proyectos neoliberales para el denominado
“progreso”, producen conflictualidades y territorios de dominación
(Ceceña, Aguilar, y Motto, 2008) y territorios de resistencia, que en
el caso de América se configuran por la política y acciones de Orde-
namiento Territorial de la Región materializado, entre otros, con la
puesta en marcha de los megaproyectos para la Integración de la In-
fraestructura Regional Sudamericana iirsa, desde una lógica de ap-
ropiación paulatina de los territorios que contienen materias primas
y recursos estratégicos, refuncionalizando el espacio para ser con-
trolado por los grandes centros de producción y consumo4 (Ceceña,
Aguilar, y Motto, 2008).
Ante la complejidad de la globalización con sus innumerables in-
terretroacciones entre procesos diversos, ya sean económicos, socia-
les, demográficos, políticos, ideológicos, religiosos, ambientales, etc.,
que se expresan en él y los territorios, con sus actores, es evidente que
los entramados conceptuales soportados en los límites propios de
las disciplinas, que durante mucho tiempo han guiado el camino al
conocimiento, se ven desbordados ante la necesidad de nuevas mira-
das que den cuenta de esa complejidad, para poder entender mejor
los problemas fundamentales, que están imbricados en esta policrisis

⁴  “Los Planes de Ordenamiento Territorial Americano, se operan a escala transna-


cional impactando las escalas nacionales, locales, comunitarias y personales. Se han
configurado de manera que van transformando paulatinamente los territorios me-
diante planes económicos: Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan),
el Tratado de Libre Comercio de Centro América y República Dominicana (cafta-rd),
el programa de Integración de Infraestructura para Sudamérica (iirsa), el Plan Puebla
Panamá (ppp), el Corredor Biológico Mesoamericano (cbm); los Planes de Control Mi-
litar y los Megaproyectos de Infraestructura para facilitar y abaratar a favor de quien
controle, el movimiento de Petróleo, Gas y Minerales, así como modificar las fronteras
actuales para asegurar además de la movilidad de capitales y mercancías, la de tropas
y pertrechos militares que garanticen el respeto a la propiedad privada, sin importar
que ésta se haya establecido desplazando a los habitantes originarios de estas tierras.
Evidentemente esto no es posible si no se gestionan medidas de ajustes y desregula-
ción promovidas a través de Fondo Monetario Internacional (fmi) y el Banco Mundial
(bm)” (Ceceña, Aguilar, y Motto, 2008), como las Reformas Estructurales, que en nues-
tro país ya dan muestras de su neoliberal factura.
Introducción  9

planetaria de múltiples rostros (Morin, 2011). Es necesario cambiar de


rumbo, de repensar las instituciones (educación, iglesia, familia, esta-
do) (Touraine, 2014) e incluso el propio conocimiento de la humani-
dad y sus procesos; se trata, como diría Morin, a la vez, globalizar y
desglobalizar, crecer y decrecer, desarrollar e involucionar, conser-
var y transformar, fortalecer el desarrollo de lo local, dentro de lo glo­
bal, promoviendo las relocalizaciones y la reordenación territorial de
las actividades, en un entorno de una democracia participativa local y
regional, de respeto, e inclusión que fomente la convivencia y regene­
ración de las solidaridades (Morin, 2011).
Para caminar el rumbo planteado es necesario, repensar el terri-
torio y sus espacialidades, mirando y conociendo distintas voces, dis-
tintas perspectivas, distintos saberes, no como una mera sumatoria de
datos aislados, sino como procesos interactuantes que se definen, rede-
finen, actúan, retroactúan, de manera que contribuyan al entendimien-
to, la planeación y la ejecución de instancias y agentes que trasciendan
la conceptualización aislada de los lugares, de los espacios, de los terri­
torios, entendidos como simples “plataformas físicas para la acción” y
en cambio basen su tratamiento en el reconocimiento de las múltiples
dimensiones que los definen, dimensiones que son operadas por acto-
res sociales diversos con intencionalidades incluso contrapuestas. Los
espacios, territorios y lugares son parte y condición de las prácticas y
los mundos sociales (Urrejola, 2005).
Estas designaciones y escalas espaciales también deben ser pen-
sadas, según Licona (2014), como sistemas actorales de interrelaciones
múltiples que sujetos geosociales de manera recursiva activan, de-
sactivan, reactualizan o crean. La dimensión relacional, estructural,
empírica y temporal de los espacios señalan la existencia de agentes
que se definen por sus posiciones y niveles de organización en ellos,
que de acuerdo con la composición de sus capitales —económico,
medio ambiental, cultural, social y simbólico—, constituyen visiones
particulares del mundo. Por lo tanto, el espacio (en su dimensión más
general) no es geográfico, es social; retomando a Bourdieu (1990), es un
campo de fuerzas pluridimensionales de posiciones, diferenciaciones,
desigualdades, distinciones e identificaciones en donde los sujetos
construyen representaciones del mundo.
10  Territorios y espacialidades

Las espacialidades, estructuran realidades y construyen significa-


ciones en la medida de su pertinencia como espacios trasmutables de
posiciones, disposiciones y toma de decisiones (Bourdieu, 1997) que
constantemente están por ser y hacerse (Licona, 2014). Por tanto, el
espacio social funciona como un espacio simbólico de modos de vida
y de grupos de estatus diferenciados que se caracteriza por constantes
luchas simbólicas, en torno a las condiciones reales de existencia y de
clasificación (Bourdieu, 2007).
Las prácticas sociales como fabricaciones semánticas que descri-
ben e interpretan el espacio (Licona, 2014) proceden de la significación
que los grupos sociales experimentan en él, en tiempos específicos, por
lo que cada agente construye una visión del mundo, una perspectiva,
puntos de vista (Bourdieu, 2007) que armados con signos y símbolos
determinan estilos de vida (Licona, 2014).
La importancia de repensar a los espacios bajo su condición de
vida cotidiana o de sentido común permite reconocerlos y atenderlos
como estructura (Licona, 2014); como lazo social (Vergara, 2013); como
momento en el que se entrecruzan saberes, información, sociabilidades
y sujetos múltiples; son los lugares que habitamos, que recorremos, de
los que nos apropiamos, nos alejamos, o nos enamoramos, aquellos
que incluso imaginamos, los espacios sociales son política, realidad y
metáfora (Tamayo, 2006).
Como resultado de las reconfiguraciones espaciales operadas
mediante nuevas políticas de gestión del territorio bajo diversas mo-
dalidades, ya sea urbanística, turística, energética, de “conservación y
rescate” propias del modelo neoliberal contemporáneo, se están trans-
grediendo las relaciones persona-espacio, se están despojando de sus
territorios heredados a diversidad de comunidades, ocasionando lo
que se ha denominado cataclismo biocultural (Boege, 2008) y se está
limitando, sólo por mencionar algunos, el derecho a la ciudad y al terri­
torio. Las respuestas sociales/ciudadanas se ven reflejadas en actos de
resistencia, protesta, exclusión, abandono, miedo y violencia, que se
trasladan a los ámbitos más íntimos de las personas, y estos últimos
ámbitos son los encargados de producir las dinámicas y representa-
ciones que atribuyen sentido a los espacios, y son al mismo tiempo los
que carecen de atención al momento de planear obras y proyectos.
Introducción  11

Ante esta realidad, quienes conformamos la Red Visión Compleja


de los Territorios5 —estudiantes y profesores investigadores del Co-
legio de Antropología Social— somos conscientes que es necesario
incidir en ella caminando el rumbo de la integración del conocimien-
to sobre el territorio, sus actores y sus espacialidades, reformando el
pensamiento que ha guiado desde las disciplinas nuestros quehace-
res, para proponer una postura abierta que trascienda lo aprendido,
en pos de comprender las múltiples interacciones de los procesos que
se expresan en nuestro entorno. Esto implica observar a los espacios a
diversas escalas, desde los miniterritorios personales, los paisajísticos,
hasta los que conllevan un nivel organizativo, conflictivo, relacional,
emosensorial y vivencial de los grupos sociales que coexisten bajo una
dimensión temporal específica.
En una primera aproximación en este andar, presentamos en esta
obra el resultado de esta interacción de intereses académicos y civiles
por comprender y aportar al conocimiento de la situación actual del
país (y de otros) respecto a dinámicas diversas. La intención de quienes
participamos en esta tarea es compartir material inter y multidiscipli-
nario que aporte a la reflexión y el repensar el panorama complejo
de nuestros territorios, de otros territorios; de realidades de diver-
sas escalas espacio-temporales de análisis, en los que también coexis­
ten significados, imaginarios, prácticas, relaciones y discursos que con-
figuran realidades globales, pero también locales y personales.
Este libro reúne 11 trabajos de investigación, análisis y reflexión
que permiten acercarnos a las voces de niños, jóvenes, adultos, y adul-
tos mayores; urbanitas, indígenas, campesinos y migrantes de diversos
contextos socioculturales. Sujetos que significan las espacialidades de
su vida diaria, pues quienes las habitan hacen uso de ellas, las viven
y se relacionan con ellas de múltiples formas y en distintas tempora­
lidades, observando en la construcción de identidades, adscripciones
de género, cosmovisiones, narrativas, y expresiones religiosas, pro-

⁵  La Red Visión Compleja del Territorio está conformada por profesores investiga-
dores del Cuerpo Académico 268 en Procesos Territoriales, del Cuerpo Académico 65
de Psicología Social, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y profesores
investigadores de la Universidad Piloto en Bogotá, Colombia. La Red desde el mes de
agosto de 2015 comenzó a trabajar en modalidad de Seminario de Investigación.
12  Territorios y espacialidades

cesos continuos de autoreconocimiento que crean estrategias de reafir-


mación, actualización y reproducción de los diversos ámbitos que dan
forma a la estructura social, desde las dimensiones emotivas de los
sujetos hasta las materiales-productivas y conflictivas.
El orden elegido para la presentación de los trabajos derivó de la
consideración de diversas escalas de análisis, partiendo de una visión
teórica amplia sobre el lugar, el territorio y el espacio, incorporando
en segundo y tercer lugar temáticas generales sobre la calle y la parti­
cipación infantil en espacios urbanos; después aparecen cinco trabajos
que refieren ámbitos de Puebla: el tema de la defensa del territorio en
la Sierra Norte en el estado; en la escala de la ciudad de Puebla y su
área Metropolitana, políticas de turismo en el Centro Histórico de la
ciudad; el culto al Señor de las Maravillas y la Santa Muerte; la impor-
tancia del Cetro y el Plato, elementos simbólicos, en los diez barrios
de San Pedro Cholula; y el caso de la movilidad senil en situación de
encierro. Saliendo del ámbito de Puebla, se incorpora la investigación
sobre los impactos provocados por las políticas de turismo, en una co-
munidad indígena ubicada en la Huasteca potosina; para finalizar con
los textos sobre espacios urbanos y perspectiva de género realizado en
Bogotá, Colombia, y la migración mexicana al norte del país, hacien-
do referencia a “La Villita de Chicago”. A continuación se reseñan los
contenidos:

El texto de Abilio Vergara Figueroa, “Del espacio al territorio y al lugar


y viceversa. Apuntes metodológicos”, nos conduce desde la reflexión
sobre el lugar, el espacio, el territorio, región, a concebir los fenómenos
humanos en su complejidad, tiene como objetivo central contextuar la
discusión de la definición del concepto de lugar, distinguiéndolo de
otros usos, especialmente del lenguaje cotidiano. Para el autor, “lugar
imbrica extensión espacial con relación social exclusiva-excluyente,6
refiriendo, inevitablemente, a la escala del enfoque. Plantea que no exis-
te la “desterritorialización” casi absoluta que evocan los que reniegan
del lugar en este proceso globalizador. El lugar, los lugares, el territo-

⁶  Esta puede ser la diferencia con la heterotopía, lugares donde “caben” muchas re-
laciones provenientes, incluso de temporalidades diferenciadas. Ver Michel Foucault
(año), María García (2014) y Abilio Vergara (2013).
Introducción  13

rio, los territorios, al mismo tiempo, son y forman parte en diferentes


escalas de interconexiones de flujos o redes y viceversa. Los cambios
de lugar no necesariamente tienen que implicar la desaparición de los
territorios, los seres humanos somos capaces de experimentar proce-
sos de desterritorialización y reterritorialización, como en el caso de
los migrantes, que van modulando el espacio a través de inscribir
tiempo (exploración, experiencia) en dichos espacios nuevos mediante
prácticas que afectan la identidad de los actores interactuantes. En los
lugares, los significados y las emociones sentidas, sean compartidos
o valorados juegan un papel importante en la diferenciación entre lo
que se ha denominado no-lugar y el lugar como contenedor-productor
de relaciones sociales y de emosignificaciones que le dan sentido del
mundo.
Los actores sociales y sus relaciones con el espacio son fundamen-
tales en la mirada del autor para definir el territorio, en el que demar-
caciones y fragmentaciones de diversas escalas espaciales posibilitan
determinadas relaciones sociales, que interactúan dialógicamente entre
jerarquías de poderes desiguales y contrapuestos de manera comple-
mentaria, diferenciada o antagonista, no desprovistos de simbolismos
ni significaciones. Abilio Vergara propone “subdividir y analizar con
detenimiento estas escalas, cotejándolas a través de la acción de sus
diversos agentes y actores: nación, región, subregión, microrregión,
localidad, paraje, barrio, hasta llegar a los lugares como las casas, tem-
plos, fábricas, talleres, casas comunales, comercios, etc. y a la inversa”,
lo que permitirá dar cuenta de la complejidad del territorio, los proce-
sos y sus interacciones, internos, externos y transversales contenidos,
siendo ésta una aportación muy interesante al conocimiento y abordaje
teórico metodológico del mismo.

Pablo Gaytán Santiago, en “La calle: táctica vital y place making guber-
namental” a manera de crónica-reflexión, inspirado en Walter Benja-
min, presenta a la calle como arena de lucha entre tácticas e iniciativas
de control sobre el espacio público que, además de ser un lugar de
tránsito, es un lugar de encuentro y conflicto entre transeúntes, jóvenes
y los dispositivos del régimen urbano de “gubernamentalidad”. El au-
tor nos invita, desde una apuesta descargada de los rigores impuestos
14  Territorios y espacialidades

para los artículos de corte científico,7 a imaginar acompañándolo en su


andar las relaciones, vivencias e interacciones que se dan en calles de
la ciudad de México.
Gaytán, primero desde su individualidad, describe el panorama
de la urbe, que desde sus referentes observa al despertar, para luego
fundirse como parte de la colectividad urbana, en la dinámica de la
calle y de la ciudad, en la que es testigo de las diferencias tipológicas
de los espacios urbano arquitectónicos históricos, contenedores de re-
laciones desiguales e inequitativas, de opulencia, de despojo de apro-
piación y exclusión, que forman parte de las políticas modernizadoras
que conciben a la ciudad como mera mercancía, objeto desprovisto de
personas, de historias, de sueños. En el espacio público, los dispositi-
vos que se van adhiriendo al cuerpo crean un espacio personal, que
aleja al uno del otro, del que está a lado, invisibilizándose a sí mismo
y a los demás.
El autor reflexiona sobre el derecho de todos a la ciudad, la acce-
sibilidad universal, la seguridad, el control ejercido sobre el espacio
público, por parte de las autoridades, y sobre la necesidad de que las
colectividades sean reconocidas; hace especial referencia a los colec-
tivos culturales y artísticos como expresiones identitarias en movi-
miento, que alimentan la memoria colectiva de su comunidad urbana,
misma que forma parte de un modo de vida. La colectividad implica
aspiraciones de igualdad, justicia social y reciprocidad. Pablo Gaytán
mediante la remembranza y comparación de las expresiones sonoras y
de la literatura nos muestra rostros diversos del sentir urbano.

Los niños, actores, muchas veces olvidados y excluidos de las acciones


de política pública y de otros espacios son retomados como tema de re-
flexión en la obra de María Isabel Reyes Guerrero, denominada “Retos
y límites de la participación infantil en la recuperación del contacto con
la naturaleza en espacios urbanos”. Para la autora, la reconstrucción
del espacio urbano mediante la participación social de los habitantes
incluidos los niños en interacción con la naturaleza es fundamental,
siendo sujetos transformadores de la realidad por su capacidad de re-

⁷  En donde las citas y referencias continuas entrelazan los dichos de los estudiosos
sociales.
Introducción  15

producir o construir nuevos imaginarios y prácticas sociales. La refe-


rencia contextual de partida son los efectos de la industrialización y la
agresiva urbanización, expresados en la crisis ambiental actual y en la
creación de espacios urbanos construidos desde la lógica mercantil y
no de la vida social, ni de la necesidad de la naturaleza, por lo que Ma-
ría Isabel Reyes rescata la importancia de la misma y de las interaccio-
nes humanas, como factores fundamentales en nuestros entramados
relacionales. Afirma que somos seres biológicos cuyo contacto con la
naturaleza es vital para el bienestar humano y no como mero paisaje
para contemplarlo y transformarlo, ya que nuestras necesidades emo-
cionales están ligadas a la naturaleza misma. Situación que fue invi-
sibilizada con el proyecto civilizatorio de la modernidad; en nuestros
días estamos viviendo la fase de agresión, en la que el ser humano hace
uso de la tecnología para someter a la naturaleza para sus propósitos
sin considerarla más que de manera instrumental.
La autora plantea que la participación social puede constituir un
referente de cambio de los imaginarios sociales dominantes, para crear
nuevos espacios y formas sociales que produzcan un espacio distin-
to, en el que se reconozcan las interacciones, de interacciones geo-físi-
co-químico-biológicas y sociales. La participación social en un sentido
amplio, vista y ejercida como formas autónomas de acción, buscaría
alternativas de organización basadas en la igualdad, solidaridad y la
protección del medio ambiente. En este proyecto de construcción y re-
construcción colectiva, la participación activa de los niños y niñas es
pieza fundamental para generar nuevas propuestas, potencialidades,
e interacciones, ya que son seres racionales y emotivos, que miran con
curiosidad la realidad, se abren a la vivencia y acceden más direct-
amente a lo que acontece, están más dispuestos que los mayores a
asumir lo inédito y lo indeterminado, lo posible y lo imposible, lo real
y lo imaginario, más allá del razonamiento, lo que podría facilitar la
reproducción o construcción de nuevas significaciones en torno a su
relación con la naturaleza y con los propios adultos.

Las expresiones de organización y participación comunitaria tienen


muchas facetas, dependiendo del lugar, del espacio, del territorio que
se trate, y los motivos por los cuales estas expresiones surgen o recons-
16  Territorios y espacialidades

truyen a través del tiempo. En el texto “Vulnerabilidad y defensa del


paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla”, los investigado-
res, Lilia Varinia Catalina López Vargas, Mónica Erika Olvera Nava y
Agustín López Romero, exponen la lucha comunitaria que en los úl-
timos años en la Sierra Norte de Puebla se ha desatado por la defensa
del territorio por parte de los pobladores, y de organizaciones civiles
afines, ante lo que han denominado “proyectos de muerte” (extracción
minera a cielo abierto, presas hidroeléctricas, ciudades sustentables),
que de concretarse significarían un deterioro biocultural, ya que aca-
barían con sus modos de vida.
Se hace referencia a la capacidad autogestiva y de organización
de las comunidades de la región, fincada en una larga tradición de
participación que inicia en la década de los años sesenta del siglo xx,
que con el paso de los años y las experiencias adquiridas han apren-
dido a desarrollar formas de organización, lucha y reclamo, propias
de las reinvidicaciones campesinas e indígenas, en una evolución ante
los cambios de política pública para ser más eficientes en sus logros,
mismos que han acompañado de propuestas y proyectos productivos
alternativos. Esto les ha permitido reorganizarse y reagruparse como
sujetos apegados a la solidaridad y a la colectividad para defenderse
ante el impacto que estas magnas obras pueden ocasionar, demostran-
do que la participación activa y corresponsable de la población en las
decisiones sobre el territorio es fundamental, en un entorno donde es
necesario reconocer la existencia de diferentes niveles de realidad, re-
gidos por diferentes lógicas, por distintas éticas, incluso contrapuestas
e inequitativas. Los autores reflexionan sobre la necesidad de recono-
cer que todo ser humano tiene derecho a su territorio. En este trabajo
se pone de manifiesto el impacto que acciones operadas en un ámbito
territorial con intereses transnacionales tienen sobre territorios locales
y la respuesta de sus pobladores, configurando la dialógica de los te-
rritorios de dominación y los de resistencia.

En otro ámbito, estas dialógicas también se expresan con diferentes


matices en “Apropiación del territorio del Centro Histórico de la Ciu-
dad de Puebla por el turismo con base en la política globalizadora”,
realizado por Delia del Consuelo Domínguez Cuanalo, Juan Manuel
Introducción  17

Guerrero Bazán y Liliana Olmos Cruz. Los investigadores analizan los


impactos de la globalización y el turismo sobre el patrimonio de Mé-
xico, particularmente en la ciudad de Puebla, mediante la referencia a
los procesos económicos, políticos sociales y territoriales que han mo-
dificado la imagen urbana de la ciudad y su Centro Histórico, con la
consecuente pérdida de identidad y modificación de su patrimonio. El
análisis de partida está cimentado en entender que la ciudad es un es-
cenario de interrelaciones, donde se produce, se consume, se disfruta,
se padece, se aprehende, se vincula, se negocia se vive, siendo al mismo
tiempo el lugar de disputa del territorio, del conflicto, de la apropia-
ción y despojo, para facilitar o apoyar proyectos, intereses particulares
e inversiones con visiones globalizadoras y poco integradoras con el
contexto histórico y excluyentes de los actores que durante décadas
han habitado el Centro Histórico de la Angelópolis. Puebla como parte
del país se subsume a las estrategias nacionales, mismas que a partir
de finales del siglo xx, siguiendo la política económica globalizadora,
se han enfocado al fortalecimiento del sector turismo como un soporte
importante del desarrollo nacional.
Los autores hacen referencia a los programas nacionales enfoca-
dos al turismo, poniendo énfasis en los que han sido operados sobre el
patrimonio y sus resultados; en el caso de la modernización del Centro
Histórico de la ciudad de Puebla, declarado Patrimonio Mundial de
la Humanidad por la unesco, bajo el discurso de la competitividad,
se han realizado desde los tres órdenes de gobierno (federal, estatal y
municipal) acciones de política pública enfocadas a la promoción del
turismo, bajo el modelo neoliberal globalizante aprovechando y al mis-
mo tiempo deteriorando la riqueza histórica, cultural, arquitectónica
y urbana, las condiciones de centralidad y su fuerte simbolismo, me-
diante la permanente apropiación con fines de carácter político y eco-
nómico desplazando a la población que habitaba en este lugar, dando
como resultado un espacio escenográfico en varias zonas para ser ad-
mirado por propios y extraños, desprovisto de vida comunitaria y con
sectores que contienen inmuebles deteriorados, abandonados y en rui-
nas, poniendo en peligro este patrimonio histórico de la humanidad.

La riqueza del Centro Histórico de la ciudad se expresa no sólo en el


18  Territorios y espacialidades

patrimonio arquitectónico y urbano, sino también en las expresiones


cargadas de simbolismo y sentido como son las prácticas religiosas,
que bajo el análisis de Luis Arturo Jiménez Medina en “Prácticas re-
ligiosas, espacios y tensiones sociales. El caso de los cultos al Señor
de las Maravillas y la Santa Muerte en la ciudad de Puebla” muestra
cómo estas prácticas realizadas por creyentes y seguidores expresan de
manera interactuante la experiencia religiosa, así como conflictos, ten-
siones y disputas en el espacio urbano del Centro Histórico de la ciu-
dad de Puebla. La diversidad de prácticas religiosas que realizan los
creyentes de ambas entidades sagradas se expresan, a decir del autor,
“en la calle en términos casi espectaculares debido, entre otras cosas,
al número significativo de personas que participan en ellas, el tipo de
acciones culturales que realizan, la forma de expresarse ante los ‘espec-
tadores’ en la calle, entre otras prácticas; en donde la calle se convierte
en un escenario, además del impacto que dichas elaboraciones cultura-
les tienen en el ámbito urbano, las cuales alteran tanto la vida cotidiana
como las vialidades de la zona mencionada”.
Jiménez Medina expone las dialógicas contenidas en los discursos
y narrativas que se enfrentan y oponen entre el discurso hegemónico
religioso que está basado en una serie de costumbres y tradiciones de
tipo católico expresado en la institución eclesiástica y el discurso de los
creyentes y seguidores de ambas imágenes religiosas. Para los fieles,
las prácticas se dan de manera más espontánea, donde la creatividad es
un factor fundamental. En este trabajo, los actores involucrados en las
prácticas religiosas y su sentir, incluso contrapuesto, en este sector del
Centro Histórico son piezas clave para entender estas manifestaciones.
Así los creyentes y seguidores de las imágenes religiosas, los habitan-
tes y usuarios de las vialidades del Centro Histórico de la ciudad de
Puebla, las autoridades eclesiásticas y representantes de la presidencia
municipal de la ciudad, son los protagonistas de la festividad ritual en
honor a la Santa Muerte y la procesión del Viernes Santo, poniendo
especial atención a las manifestaciones de los creyentes y seguidores
del Señor de las Maravillas. Estas acciones rituales relacionadas con
la creencia de seres y fuerzas místicas constituyen procesos sociales
y culturales teniendo como escenario diversos espacios públicos del
Centro Histórico, en los que a partir de estas expresiones simbólicas
Introducción  19

se llenan de colorido, de personas, de sonidos, pero también de emo-


ciones encontradas: tensión, alegría, conflicto, plenitud, frustración,
completud…

Como parte de la complejidad humana, lo mítico, místico y religioso


está presente de una u otra manera en nuestras vidas, forma parte de
nuestros referentes socioculturales y se expresa en el territorio de di-
versas maneras. En el trabajo realizado por Verónica del Rocío Sánchez
Menéndez “Cetro y plato: apropiación y significación del territorio so-
ciorreligioso de los diez barrios de San Pedro Cholula” se analiza a
partir de dos objetos rituales: cetro y plato, utilizados en el territorio
sociorreligioso de los diez barrios de la ciudad de San Pedro Cholula,
la materialización física y la expresión simbólica de sus actores socia-
les, mismos que mediante la organización social en el que interactúan,
el sistema de cargos, la iglesia católica oficial, la religiosidad popular y
los santos patronos, articulan al ritual. De esta manera ha prevalecido
viva, a través del tiempo, la memoria colectiva, que además encuentra
en espacios públicos diversos, lugares y trayectorias sagrados.
La investigadora parte de concebir al barrio como espacio socio-
cultural de apropiación y significación, en el que los elementos comu-
nitarios y redes sociales juegan un papel importantísimo, mismos que
están sustentados en elementos relacionales como el parentesco y la
vecindad, en torno a las actividades religiosas heredadas de su origen
mesoamericano, conformándose entonces una barrialidad con identi-
dad, como resultado de procesos históricos y socioculturales que están
presentes en la memoria colectiva y que se han resignificado en el tiem-
po. Esto es una clara expresión de la evolución de los rasgos de identi-
dad que no permanecen estáticos, al ser modificados y transformados
por los actores sociales involucrados, como resultado de sincretismos,
apropiaciones, selecciones, adaptaciones, agregaciones y eliminaciones
que han garantizado la continuidad de los actos rituales, siendo cetros y
platos objetos-signo, que coadyuvan en la conformación de un lenguaje
ritual que comunica, otorga sentido y significación, a manera de proce-
sos o ciclos que dan sentido a los miembros del territorio y lo jerarqui-
zan. Estos actos rituales y simbólicos son una muestra clara de procesos
organizativos comunitarios que han prevalecido a través del tiempo.
20  Territorios y espacialidades

La investigación realizada por Martha Ivett Pérez Pérez nos llama a


voltear la mirada hacia la reflexión sobre el qué será de nosotros cuan-
do lleguemos a lo que muchos nos resistimos: la edad adulta, la ve-
jez y a comprender a quienes ya están en esta etapa de su vida, en
una sociedad que ha tendido a invisibilizar lo que se considera no lo
suficientemente productivo o una carga. El texto “Movilidad senil en
situación de encierro” en el ámbito de la actual discusión de la accesi-
bilidad universal, en específico de la movilidad, plantea el andar senil
como una muestra de dicha movilidad, cargada de significado y emo-
tividad, configurada a través de la historia de vida individual y de
sus relaciones personales, plasmadas intangiblemente en los espacios,
lugares y territorios recorridos.
La investigadora mediante ejemplos etnográficos nos muestra el
rostro de la vida institucional que un sujeto senil puede llegar a experi-
mentar en una situación de encierro, su proceso de envejecimiento, su
situación de in-dependencia, la vida cotidiana en una institución para
adultos mayores y cómo ésta puede influir en su manera de andar.

Bajo el manto globalizante de la economía neoliberal en búsqueda de


mercados económicos, los espacios sagrados, el patrimonio histórico,
ambiental, cultural e incluso paisajístico son tocados y muchas veces
transformados por las acciones de política pública que han visto estos
lugares como zonas de oportunidad, ofreciéndolos como atractivos en-
claves turísticos. En el texto denominado: “Desacralizando el territorio,
las políticas de turismo como pivotes de conflicto y transformaciones
en una comunidad teenek de la Huasteca potosina, el caso del Sóta-
no de las Golondrinas”, Imelda Aguirre Mendoza pone de manifiesto
cómo esta conversión e imposición de actividades y formas de vida,
diferentes a las locales, incluidas las de consumo del espacio, impactan
y alteran el territorio, referido por la autora como “una entidad multi-
dimensional que resulta de los muchos tipos de prácticas y relaciones;
y también establecen vínculos entre los sistemas simbólico/culturales y
las relaciones productivas que pueden ser altamente complejas”.
El estudio se centra en el Sótano de las Golondrinas, un “abismo
natural” localizado en Tamapatz, comunidad de Aquismón, en donde
la mayor parte de sus habitantes se reconocen como teenek, el sitio fue
Introducción  21

reconocido en el año 2001 Área Natural Protegida bajo la Modalidad


de Monumento Natural. Se trata de un ecosistema único que es sitio
de anidación y refugio de fauna silvestre, destacando las aves y los
murciélagos, que juegan un papel importante en la ecología regional.
A decir de la investigadora Aguirre Mendoza, este Sótano de las
Golondrinas es un atractivo de interés mundial que está considerado
como la sexta vertical subterránea más grande del mundo y la más
hermosa en su género, lo que ha generado el flujo de un turismo des-
controlado. Y pese a que el sitio cuenta con declaratoria, plan de ma-
nejo y políticas de protección, las consecuencias de la implementación
del turismo sustentable, del turismo de aventura y del etnoturismo en
las comunidades de la región, no han sido del todo favorables: en la
organización social interna se han detonado una serie de conflictos y
tensiones entre los habitantes en torno al dinero; se han transformado
algunas prácticas alimentarias y terapéuticas; a la cosmología nativa
se han incorporado elementos de distintas procedencias en la relación
con la alteridad; se ha privatizado el acceso a un territorio que antes
se consideraba de todos, fragmentando así el sentido de comunidad.
En este trabajo queda expuesta la dialógica operada en los territo-
rios, por un lado la cosmovisión, formas de vida y organización de las
comunidades respecto a un territorio que consideran: sagrado, vivo, el
corazón del mundo, morada de distintas clases de seres; y por el otro,
en constante interacción, la visión de un lugar para practicar rapel,
avistar aves y ver indígenas, que junto con su entorno son cosificados
para ser consumidos por los visitantes. Una vez más se demuestra que
la política turística operada así, por más sustentable que parezca, lejos
de resolver los problemas de marginación, en este caso de los indíge-
nas de la Huasteca potosina y de impulsar el desarrollo regional, sólo
está creando una mayor desigualdad entre los pobladores prestadores
de servicios y entre quienes viven al margen de la actividad turística.

Los territorios, lugares y espacios son vividos de distintas maneras, de


acuerdo a procesos interactuantes que constituyen a su vez referentes
culturales y simbólicos, que dan pautas a formas de relacionarse con
los otros y con lo otro. Los estudios desde la perspectiva de género
22  Territorios y espacialidades

abonan en ese conocimiento de uso, disfrute y valoración, o no, de un


lugar o situación determinada, coadyuvando a poder entender los dis-
tintos matices que un territorio puede tener. Andrea Milena Burbano,
en “Espacio público urbano con perspectiva de género”, en un primer
momento nos remite a la inclusión de los estudios con esta perspectiva
en los análisis geográficos, como una forma de aportar a la ampliación
de los significados y de las construcciones culturales en relación con
las prácticas y las normas sociales que se ven reflejadas en el espa-
cio. La investigadora refiere que el género se construye socialmente,
siendo una categoría sociológica y cultural que facilita el análisis de
las nociones de lo femenino y lo masculino, adquiridas y transmitidas
generacionalmente. El género se expresa en las relaciones espaciales de
orden social, confiriéndole diferenciación a los sistemas territoriales,
culturales y económicos, de manera tal que se dan situaciones de mar-
ginación, exclusión y discriminación, que legitiman el poder de quien
domina los espacios, adquiriendo un carácter no neutral.
En este trabajo, el análisis de los espacios a través del género se
convierte en un elemento esencial para comprender la multiplicidad
de relaciones que se dan en la sociedad contemporánea y que pue-
den percibirse en la delimitación del espacio público por las prácticas,
contenidos y símbolos que las personas construyen en su uso, dando
lugar a la producción del territorio, y de su territorio, que hologra-
máticamente expresa “la espacialización del poder y el soporte de los
diferentes comportamientos y manifestaciones de la sociedad humana,
en las que se incluye el género”.
Andrea Milena refiere su investigación desde esta perspectiva a la
ciudad de Bogotá, Colombia, con una visión etnográfica que permite el
abordaje y la inclusión de los actores, que en este caso concreto son las
mujeres en el espacio público urbano. La constatación de la no neutra-
lidad en el uso del espacio público y la búsqueda de la perspectiva de
género en los instrumentos jurídicos técnico-normativos y de política
pública, de diferentes órdenes o escala de gobierno (nacional, distrital),
para este tipo de espacios son elementos fundamentales que guiaron la
indagación en el caso de estudio.
Burbano atinadamente insiste sobre lo que otros investigadores
sociales han apuntado acerca del carácter de control, excluyente y limi-
Introducción  23

tante, de los espacios públicos y la necesidad de democratizarlos, para


posibilitar la participación igualitaria, no sólo de las mujeres, sino de
otras identidades en las determinaciones sobre el espacio público, que
posibilitaría el avanzar a formas relacionales equitativas, sin ningún
tipo de discriminación.

El estudio de los procesos socioterritoriales que viven los migrantes


ha permitido un acercamiento al fenómeno de la territorialización,
desterritorialización o lo que algunos estudiosos como Roger Bartra
han llamado territorios líquidos. La investigación realizada por Miriam
Reyes Tovar: “El territorio de la nostalgia y memoria en la migración
internacional ‘La Villita de Chicago’, desde la mirada interpretativa de
la Geografía Humana, analiza el territorio y la migración como pro-
veedores de un conocimiento de la diversidad cultural y de las mani-
festaciones en cuanto a pertenecer a un territorio con expresiones de
identidad que llevan a sus ámbitos cotidianos, evocando sus lugares y
sus territorios de origen.
La autora vincula la migración y el territorio simbólico desde el
uso de la memoria de aquello que se ha dejado, lo que permite mirar a
la identidad como una cuestión de sentido de “ser en el mundo” que
tendrá significado desde su relación personal, familiar y grupal. Esto
conlleva necesariamente a relacionar subjetividad con la espacialidad,
donde las vivencias de los actores sociales, le dan sentido a su entorno
en el cual “la concepción de las diversas formas de simbolización que
se crean para constituir y reafirmar los sentimientos de inscripción del
sujeto en el espacio permite entender la expresión y simbolización del
ser en el espacio”.
Desde el análisis de los procesos socioculturales que se viven en
La Villita de Chicago”, Miriam Reyes observa en los territorios de la
migración, tanto de origen como de arribo, puntos donde convergen
intercambios, interacciones y encuentros, que pueden ser analizados
como lugares de múltiples saber-ser del sujeto; lo que los convierte en
espacios-tiempos interactivos, dinámicos, cambiantes, traducidos y/o re-
configurados, que le otorgan al migrante, “estar aquí y estar allá”, le
permite crear diferentes identidades para el territorio en función de sus
prácticas y niveles de apropiación y significación simbólico-territorial.
24  Territorios y espacialidades

Las aportaciones vertidas en los trabajos que aquí se presentan nos


invitan a la reflexión sobre la importancia que tienen las experiencias
vividas por los diversos actores que construyen territorios y espaciali-
dades, mismos que son necesario incluir en el re-pensar la relación su-
jeto-espacio en los diversos ámbitos y escalas de análisis, intervención
y gestión. Lo que permitirá desde una posición incluyente y respetuo-
sa, el reconocimiento de los usos y las significaciones propias de cada
lugar, espacio o territorio.

Referencias

Boege, E. (2008). El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de Mé-


xico. (1a ed.). inah-cdi. Recuperado el 23 de febrero de 2016, de
http://www.cdi.gob.mx/biodiversidad/biodiversidad_0_prelimi-
nares_1-31_eckart_boege.pdf
Boisier, S. (2009). El retorno del actor territorial a su nuevo escenario. Recu-
perado el 19 de julio de 2016, de http://www.revistaambienta.es/
WebAmbienta/marm/Dinamicas/pdfs/versionpdf/boisier.pdf
Bourdieu, P. (1990). Sociología y Cultura. México: Grijalbo/Conaculta.
(1997). Capital cultural, escuela y espacio social. México: Siglo xxi.
(2007). Cosas dichas. Argentina: Gedisa.
Ceceña, A. E., Aguilar, P., yy Motto, C. (2008). Territorialidad de la Do-
minación. iirsa. Observatorio Latinoamericano de Geopolítica.
Recuperado el 12 de julio de 2016, de http://www.geopolitica.ws/
article/territorialidad-de-la-dominacion-iirsa/
Licona, E. (2014). Espacio y espacio público. Contribuciones para su estudio.
México: buap, ffyl, cas.
Mançano, B. (23 de octubre de 2008). Sobre la tipología de los territorios.
Recuperado el 15 de julio de 2016, de http://web.ua.es/es/giecryal/
documentos/documentos839/docs/bernardo-tipologia-de-territo-
rios-espanol.pdf
Morin, E. (2011). La Vía para el Futuro de la Humanidad. (1a ed.). Madrid:
Paidós. Recuperado el 7 de febrero de 2016.
Tamayo, S. (2006). Espacios de ciudadanía, espacios de conflicto. En
Introducción  25

Sociológica, (21)61.
Touraine, A. (8 de enero de 2014). Alan Touraine: “Lo que llamamos
política es hoy una realidad muy degradada”. (F. Gambaro, en-
trevistador, y Clarín, editor) Ideas Ñ Revista de Cultura. Recupera-
do el 12 de marzo de 2016, de http://www.revistaenie.clarin.com/
ideas/Alain-Touraine-llamamos-politica-hoy-realidad-degrada-
da_0_1062493967.html
Urrejola, L. (2005). Hacia un concepto de Espacio en Antropología. Algunas
consideraciones teórico-metodológicas para abordar su análisis. Chile:
Universidad de Chile.
Vergara, A. (2013). Etnografía de los lugares. Una guía antropológica para
estudiar su concreta complejidad. México: inah.
DEL ESPACIO AL TERRITORIO
Y AL LUGAR Y VICEVERSA
Apuntes metodológicos

Abilio Vergara Figueroa 1

Este texto tiene como objetivo central contextuar la discusión de la defi-


nición del concepto de lugar. Desde que publiqué un prólogo tratando
el tema en 2001 y un libro en 2013,2 en diversas exposiciones en clases,
pláticas, seminarios, congresos, etc., he constatado que la enjundia di-
rigida a negar su pertinencia teórica y metodológica proviene más de
no haber leído y escuchado bien qué es lo que conceptúo como lugar,
que se distingue de otros usos, especialmente del lenguaje cotidiano,
porque lugar imbrica extensión espacial con relación social exclusiva-ex-
cluyente,3 refiriendo, inevitablemente, a la escala del enfoque. Para ello,
confrontaré lugar a espacio y territorio.
Por lo anterior, no ignoraré a quienes han sostenido la “extinción
del lugar” como, por ejemplo, un conocido semiólogo colombiano me
decía, en una conferencia que yo impartía, que hoy “es tiempo de los
sitios y no de los lugares”, ejemplificando sus “sitios” con las paredes
grafiteadas, a lo que le respondí señalando que él hablaba desde afuera,
mientras que yo estaba allí dentro, en ese auditorio, en ese lugar, donde
precisamente se desplegaba una relación social: la relación académica,

¹  Profesor investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, enah-inah,


México, y profesor del Doctorado en Estudios Territoriales, Universidad de Caldas,
miembro del Consejo científico de la retec. ([email protected])
²  Vergara, A. (2013). Etnografía de los lugares. Una guía antropológica para estudiar
su concreta complejidad. México: enah, inah, Ediciones Navarra.
³  Ésta puede ser la diferencia con la heterotopía, lugares donde “caben” muchas re-
laciones provenientes, incluso de temporalidades diferenciadas. Ver Michel Foucault
(año), María García (2014) y Abilio Vergara (2013).
27
28  Territorios y espacialidades

es decir, salvo que algún relajiento lo interrumpiera, que allí no podía-


mos hacer chacota, echarnos unas chelas, cantar o silbar alguna melo-
día: estábamos en un lugar, un lugar destinado a una determinada y
específica relación social: insisto: la relación académica.
Desde otra posición, quienes insisten en la “desterritorialización”
casi absoluta, quienes representan a la globalización como una condi-
ción de levedad, y al cuerpo casi como flotando sostenido en los hilos
de la comunicación y el viaje, son también los que reniegan del lugar
y no se dan cuenta de que aun cuando, en este momento, me estén
leyendo en el asiento de un avión o un autobús, vienen de algún lugar
y van a otro: que el origen y el horizonte tienen imágenes conocidas
o por conocer o lugarizar y territorializar. Habría que insistir que asu-
mir el concepto de lugar, no hace que el territorio desaparezca, sino
que debemos abordarlo conscientes de la escala a que refiere y, en la
“realidad”, queda para todos, y más aún para los “de abajo”, puesto
que, aun cuando cada vez más, los de “más arriba” lo tratan como
espacio —duermen, comen, aman, estudian, escriben, trabajan, hacen
negocios—, en lugares de diferente forma y función. Esto no impide
ver que dichos lugares4 estén conectados a territorios y a flujos o redes,
al contrario.
Así, con referencia al concepto de lugar (o de cualquier otro) no
se puede negar algo que desconocemos, o, mejor dicho, si no sabemos
a-qué-definición-nos-confrontamos: ¿bajo cuál definición de lugar se pue-
de (o no) afirmar que los lugares ya no existen, y bajo cuál sí? Y esto
tiene correlatos con la propia experiencia cotidiana de la gente y el
desplazamiento o arraigo de poblaciones que así lo muestra.
En este sentido, los emigrantes y los inmigrantes enfrentan pro-
cesos de desterritorialización y reterritorialización (Haesbaert, 20115)
o la modulación del espacio a través de inscribir tiempo (exploración,
experiencia) en dichos espacios nuevos mediante prácticas que afectan
la identidad de los actores interactuantes. Sus conflictos con los nativos

⁴  Insisto en la categoría lugar porque lo prefiero a términos como “estancia” o “esta-


blecimiento”, como de alguna manera lo denominan Giddens y Goffman, respectiva-
mente. Quizá el término goffmaniano incluya mejor una sensación de permanencia, ya
que el de Giddens pareciera temporalizar demasiado.
⁵  Este autor señala que el migrante más que habitar la desterritorialidad, habita la
multiterritorialidad, es decir, el del origen y de los que conquista-apropia.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  29

(territorio) y lugareños (lugar) es porque los que llegan aún no conocen


las delimitaciones del territorio (pues para estos recién llegados, es espa-
cio): ¿dónde se debe-puede hacer qué? Los nativos hacen sentir su poder
sobre el territorio ¡incluso cuando dan la bienvenida! Los que arriban
se confrontan, negocian, se adaptan, y en este proceso se apropian del
territorio contribuyendo a una (nueva) delimitación-uso de espacios
que progresivamente convierten en lugares.
En este sentido, por ejemplo, los procesos de gentrificación de los
Centros Históricos, en las ciudades con historia, consisten en desdibu-
jar la condición de sus lugares para hacer territorios light, para así reo-
cuparlos expulsando a los habitantes empobrecidos de dichos centros
para, una vez reconvertidos y redecorados, ponerlos en el mercado,
hasta el internacional. Así, el territorio y sus lugares modifican sus fun-
ciones, recomponen o remplazan sus actores, se invisten de diferentes
expresividades y significaciones, aligeran el peso del tiempo y la his-
toria, o ponen dicha historia como un aditamento más de la mercan-
cía-territorio.

Espacio

Para desarrollar el proceso de definición y caracterización del espacio


como categoría antropológica, se debe remarcar que existe una articu-
lación progresiva —y, a veces, de doble vía— entre espacio, entendido
como “materia prima”; territorio, como aquel, pero recortado, practica-
do y significado; y lugar, también como espacio acotado, pero a escala
corporal humana, y que se constituye en la copresencia.
Con este último razonamiento, podemos continuar enfocando
nuestra mirada al espacio como “materia prima”, puesto que, al decir
de Simmel, “es una forma que en sí misma no produce efecto alguno”
(Simmel,1972, p. 644), por lo que requiere de la intervención humana
para contener (delimitar) significación y adquirir utilidad diversa. Son
las acciones de territorialización las que posibilitan la expresión6 de las

⁶  En el sentido de creación-producción y como comunicación. Por ejemplo, cuando


digo que expreso mis sentimientos, no sólo estoy diciendo que los muestro, sino que en
ese mostrar, los produzco y, quizá, los intensifico.
30  Territorios y espacialidades

energías potenciales del espacio (por ejemplo, como recurso económi-


co o como materia para la imaginación, ver Samivel, 1979 y Bachelard,
1997) porque en sus configuraciones se depositan-expresan las relacio-
nes sociales, económicas, políticas, culturales y afectivas. El espacio es
una posibilidad que se modula desde la actuación de actores que se
sitúan, por lo que es arena de contienda y las formas que adquiere son
resultado de la contraposición o confluencia de intereses, desplegando
diversos grados de conflictividad y cooperación (ver Simmel, 2010 y Sen-
net, 2012).
Existe una polisemia diversa en los usos del término espacio que
es necesario considerar para continuar con estas reflexiones y estable-
cer sus relaciones con el lugar y el territorio, pues en muchos de estos
usos, es el sentido de materia prima la que provee la imagen para que
sea simbolizada y metaforizada o connotada; así, se habla con frecuen-
cia de: espacio interior, espacio exterior, espacio aéreo, marítimo, vital,
natural, físico, urbano, rural, arquitectónico, escénico, intergaláctico,
interplanetario, público, privado, etcétera.
Luego de imaginar los múltiples usos y referencias de dicha po-
lisemia, veamos con más detalle este carácter o condición de “materia
prima”, ya que, como lo señala Georg Simmel (1972), lo importante, en
términos sociales es el “eslabonamiento y conexión de las partes del
espacio, producidos por factores espirituales” (p. 644, cursivas mías), y no
el espacio en sí mismo; Simmel antes había propuesto que “No son las
formas de la proximidad o distancia espaciales las que producen los fe-
nómenos de la vecindad o extranjería, por evidente que esto parezca”
(p. 644), sino las afecciones y/o contenidos que los actores le inyectan
desde las posiciones y los posicionamientos que conquistan, negocian
o conservan.
Por ello, remarca que “el espacio no es más que una actividad
del alma, la manera que tienen los hombres de reunir, en institucio-
nes unitarias, los efectos sensoriales que en sí mismo no poseen lazo alguno”
(Simmel, 1977, p. 645, cursivas mías). Al realizarse estas acciones que
relacionan unos hombres con otros, “se siente como el acto de llenar un
espacio”, produciendo lo que el mismo Simmel llama espacio entre. Así
vemos que el espacio entre se llena y anima cuando quienes habitan sus
lados entran en relación, llenando lo que previo al contacto-interrela-
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  31

ción estaba vacío. No obstante, considero que este espacio vacío puede
en algún momento tener una función a partir de esta condición como
intervalo, límite o resto, cumpliendo así también una función significati-
va en las clasificaciones sociales.
Habría que puntualizar que este espacio entre puede tener dos sig-
nificaciones: a) como separación entre dos objetos, sujetos o territorios,
y b) como lo que engloba al interior de alguna comunidad excluyendo
a los otros: “entre la ciudad de México y Toluca” o “entre nosotros”,
respectivamente. En un caso remite al espacio material que dista; en el
segundo, expresa una comunidad de sentido o de identidad delimitada
por el territorio. Ambos usos o expresiones refuerzan las clasificacio-
nes sociales y los emplazamientos de los entes separados-clasificados.7
Para nuestro tiempo, podemos enumerar algunas de las formas de este
espacio entre: mesa de negociación, donde se recompone el espacio pú-
blico como esfera pública; o, por el contrario, como espacios de con-
frontación, por ejemplo, el mitin, la marcha, la represión, entre otros.
Volviendo a la condición de “materia prima” del espacio, pero
desde otra entrada, encontramos que Aristóteles remarcó que la posi-
ción o punto de vista del actor8 define la dirección en/del espacio:

Estas direcciones, arriba y abajo, derecha e izquierda, no lo son sólo con


respecto a nosotros; desde nuestro punto de vista no son siempre cons-
tantes; dependen del lugar que ocupemos, por lo que frecuentemente arriba
y abajo, derecha e izquierda, delante y detrás (no) son lo mismo. Pero en
la naturaleza cada una de las direcciones está individualmente determi-
nada. Arriba no es una dirección cualquiera, sino aquella a donde son
llevados la llama y lo ligero. Igualmente, abajo no es algo arbitrario, sino

⁷  En este contexto, quizá sería interesante hacer una fenomenología de la palabra


entre-ver, pues pareciera procurarnos una imagen muy interesante de la exclusión que
atisba o la opacidad que se insinúa: la posición del que entre-ve, es ambigua sólo en
cierto sentido, pues su condición de extraño no está garantizada porque quizá no está
incorporado en aquello que ve sólo temporalmente, y, de alguna manera está viendo
(“espiando”) su lugar o su territorio, ya sea porque duda o porque quiere ver más, o
ver de diferente manera: “Nos hizo entre-ver los riesgos de asumir tal posición”.
8  Que yo emplazaría en dos procesos: sincrónico y diacrónico, es decir, en la circunstan-
cia de la experiencia concreta que está viviendo y de la trayectoria de vida que formó (y
sigue formando) su imaginario espacial.
32  Territorios y espacialidades

el lugar donde se encuentran la tierra y lo pesado. Así, pues, las direc-


ciones no se distinguen sólo por la situación, sino también por su efecto”
(Aristóteles, en Bollnow, 1969, p. 34, cursivas mías).

Obsérvese que el espacio es un ámbito o escenario de múltiples


posibilidades que los hombres organizados modulan en-para diferentes
recortes y usos. La organización del espacio es fruto y reflejo de la or-
ganización social del poder y el lenguaje que lo delimita,9 expresa y
vehicula, también escenifica la vida social y personal. Así, si miramos a
nuestros diferentes entornos, describiremos diciendo que alguien cae,
que otro sube, como metáforas espaciales en la política o en el campo
laboral, recurriendo a la imaginación material (Bachelard, 1997) para
significar y expresar el devenir espacio-temporal.
Podemos observar dichos recortes diferenciando lugar (como lo
habitual), espacio (sin ocupar-aún), sitio (ocupado o disponible, espa-
cio mínimo donde sólo cabe un cuerpo o una cosa10), emplazamiento
(como ocupación clasificada), dar espacio (“darse un respiro”), hacer
sitio-obstruir, ceder, avanzar-retroceder, ir-regresar, contener algo, te-
ner espacio para recibir algo (“no cabe”), espacio intermedio (entre),
holgura-estrechez, trecho. Lugar social como lo que le corresponde (“se
da su lugar”).
Otra categoría que dé una cualidad fundamental del espacio (usa-
do, que se está usando, y que también se aplica a la temporalidad)
es la de dirección como una modulación del espacio y construcción de
perspectivas y horizontes, espaciales, temporales, espacio-temporales, in-
dicando también un sentido de libertad, es decir, ausencia de presión
física o metafísica, aunque estrechamente vinculada a una matriz, di-
gamos, sistémica ordenadora. Diría que dirección no sólo refiere a un
horizonte o perspectiva espacial, sino depende de una posibilidad clasifi-
catoria que ordene. Bollnow lo señala así:

⁹  Los nombres instituyen territorios, los verbos señalan desplazamientos, los artículos
articulan, etcétera.
10
  Salvo en arqueología, donde puede denominarse “sitio” a un territorio al llamarlo
“sitio arqueológico” a una ciudad antigua cuyos restos pervivientes son objeto de es-
tudio o de visita turística.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  33

Del mismo modo se arregla un cuarto colocando de nuevo en su sitio


todo lo que está disperso sin orden ni concierto a causa de un empleo
negligente, y así se obtiene, después del desorden opresor, espacio para
moverse o, como se dice en el lenguaje descuidado, ‘se consigue un respi-
ro’ (Bollnow, 1969, p. 42, cursivas mías).

Cotejando lo dicho, y desde una combinación de escalas, podemos


ver otra acepción de espacio, es decir, como “el sitio apropiado para
un despliegue o una extensión”, logra restringirse, según Grimmsche
Wörterbuch, cuando aparece su “antítesis” que “es el lugar que apare-
ce luego en un tal espacio” (Bollnow, 1969, p. 43, cursivas mías), cons-
triñendo, agregaría, sus posibilidades de despliegue, ya que el lugar
ya se rige por sus usos y relaciones más frecuentes (rutinarizados), así
como por una normatividad que le es propia, específica que le fue asig-
nada-construida por sus lugareños a lo largo del tiempo y según el
carácter del lugar.
Como criterios metodológicos para el análisis del espacio, resu-
miendo, propongo las consideraciones siguientes:

• Podemos considerar espacio aquello que envuelve a las cosas,


edificaciones, personas y de-marca su posición material y, por
ende, social y significativa. Aquí predomina la perspectiva local,
considera a los actores en sus interacciones.
• Dona u otorga el margen de juego necesario para poder moverse
libremente, y a las cosas comunicarse mediante las diferentes
prácticas de los actores. Remite a la organización social del grupo.
• El espacio libre no debe concebirse como una infinitud abstrac-
ta, sino de la posibilidad de un avance sin impedimentos dentro de
un marco social que define lo funcional y significativo de territo-
rialización. Aquí ya se incorpora el nivel estético y significativo
del espacio en su ocupación social, política y cultural.
• El espacio requiere, para cumplir su función social, que se lo
recorte, delimite, distribuya, controle y administre. Aquí se puede
ubicar el espacio entre que separa y vincula objetos y sujetos,
éstos dotados de poderes diferenciados que operan incidiendo
de diferente manera sobre el espacio-territorio-lugar.
34  Territorios y espacialidades

Debemos considerar, que lo físico soporta,11 en determinadas situa-


ciones y circunstancias, un plus que lo connota y simboliza; por ejemplo,
viajar o desplazarse puede tener significaciones diferentes: “Al andar
—o viajar en coche, tren, etc.−—, siguiendo un camino hacia una meta
que alcanzar, la antítesis de delante y detrás adquiere su sentido deter-
minado, irreversible, fijado por la dirección del camino” (Bollnow, 1969,
p. 55, cursivas mías), situación a la que es indiferente la vía y el vehí-
culo porque la significación y las emociones del que viaja, van con él o
ella, sin que siquiera los que van en el mismo vehículo lo sepan.
En otros contextos, el desplazamiento adquiere una significación
aún mayor cuando se liga a sentidos compartidos y valorados, y pue-
de adquirir “un carácter moral” surgiendo “el sentido figurado”. Si lo
enfocamos hacia los lugares, ésta puede ser la diferencia entre la mera
posición en el espacio (no-lugar) frente al lugar como contenedor-produc-
tor de relaciones sociales y de emosignificaciones: no sólo es extensión,
sino amor-odio, filosofía, estética, ética, sentido del mundo. Una de sus
formas físicas se puede mostrar en, por ejemplo, regresar no es lo mis-
mo que retroceder, difiere también el mirar para hacia atrás metafísico12
del mirar meramente físico.

Territorio, territorialidad

…la ocupación regular en el tiempo


se asemeja mucho a la fijeza en el espacio.
Simmel, 1977

A la definición de territorio como red de lugares que itinerarios, trayecto-


rias (ambos como prácticas de actores) e instituciones (lo definido por
el poder) tejen (Vergara, 2013a), habría que agregar que el territorio
surge de la inscripción del tiempo en el espacio (Vergara, 2013b), ya que
11
  En su doble sentido: sostiene algo sobre sí y recibe la presión de aquello que “sostie-
ne”, dicho de otra manera, denota y connota (e incluso, deconnota, Vergara, 1997).
12
  El mito de las “aldeas sumergidas”, basada en el diluvio de la Biblia, y que se
expandido por el mundo, según la interpretación del antropólogo peruano Efraín Mo-
rote Best (1988), parece señalar esta connotación: mirar para atrás, en el sentido de
involucionar políticamente, es morir, es petrificarse.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  35

ambos “constituyen la urdiembre en que se halla trabada toda realidad”


(Cassirer, 2003). Urdiembre tejida a lo largo de la historia por grupos
humanos con poderes diferenciados que sedimentan en su cultura, en
sus prácticas, somatizan en sus cuerpos y perduran-modulan en sus ins-
tituciones. Así, el estudio del territorio significa un reto a las disciplinas,
impele a la interdisciplinaridad.
Esta inscripción del tiempo establece no sólo una cronología te-
rritorial, sino también una estructura incorporada de sucesiones y coor-
dinaciones, que yo denominaría cronotopismos procesuales,13 tiene una
estrecha relación con el orden social y el orden simbólico que se expresa
en las nominaciones y las clasificaciones que demarcan-orientan y emplazan
las prácticas. De esta manera, al interiorizar el orden espacio-temporal
de su comunidad, el sujeto se apropia también, (es poseído por) “el
orden social, y al mismo tiempo (incorpora) la estructura cognoscitiva
y ética que ordena su vida psíquica y corporal” (Signorelli, 1999, p.
58). Signorelli, dice además que al “...apropiarse cognoscitiva y opera-
tivamente de un espacio culturalmente modelado significa integrarse
en el grupo social artífice de aquel proceso de modelamiento” ( p. 59),
produciendo diferentes grados de integración y/o contradicción.
Proyectándonos hacia el estudio del territorio, podemos abordarlo
a partir de definir sus elementos constitutivos, por ejemplo:

• Demarcaciones y fragmentaciones de diversa escala: reali-


za-expresa la extensión reconocida (legítima), donde los dife-
rentes actores construyen-realizan determinadas relaciones
sociales.
• Jerarquías provenientes de poderes, desiguales y contra-
puestos, que construyen-habitan en esas demarcaciones,
interactuando de manera complementaria, diferenciada o an-
tagonista.
• Medios de articulación y/o contraposición: vías, espacios, ve-
hículos.

13
  Cronotopo ya no sólo como la cita puntual que fusiona un sitio con un día-hora, sino
la historia y la memoria diacrónicas procesuales y puntuales al mismo tiempo, que, por
ejemplo, el monumento o el lugar simbólico materializan en la conmemoración de una
batalla o de un nacimiento o muerte célebres.
36  Territorios y espacialidades

• Usos funcionales, recursos, enmarcados dentro de límites re-


conocidos, aunque cuestionables. Identificar criterios de (i)
legitimidad. Es necesario ubicarlo en sus contextos y escalas.
• Comunidad humana y ecológica.
• Tradiciones e historia que sedimentan las territorializaciones
en narrativas y nominaciones; remite al lenguaje del territorio.
• Significaciones, simbolismos y rituales, que se traducen en
sendas, hitos, áreas, demarcaciones.

Un primer elemento a observar tiene que ver con la estabilidad y


procesualidad de las demarcaciones y fragmentaciones socioterritoriales,
por ejemplo, distinguiendo entre el lugar de estancia actual y el lugar al
que el sujeto pertenece, que, aunque generalmente, hasta hace unas dé-
cadas, podían todavía coincidir; hoy, con los amplios desplazamientos
poblacionales (migración, refugio, exilio), pueden no corresponderse
ya, y no necesariamente son coherentes, dificultando la continuidad
territorial14 de las identidades.
En segundo lugar, hay que advertir que las jerarquías se sujetan a
las lógicas del ordenamiento territorial y varían a lo largo de la historia.
Bollnow (1969) nos ilustra con un caso medieval: “Las casas de una po-
blación se ordenan alrededor de un punto central. En las circunstancias
más claras del Medioevo eran la iglesia o el mercado de donde depen-
dían con toda evidencia las calles, y de este modo el emplazamiento de
cada una de las casas” (p. 61). Hoy la centralidad de los asentamientos
humanos que refieren a territorios históricos viene sufriendo variacio-
nes y en muchas ciudades se asiste al declive de los centros que, para
mantener algo de ese crucero de jerarquía, se convierten en “Centros
Históricos” y generalmente comparten su atracción con otros centros
que provienen de una suerte de división espacial del trabajo. Muchos
márgenes se han convertido en polos de atracción de algún tipo, por
ejemplo, financiero en el caso de Santa Fe en México, o residencial dis-
tinguido, en La Molina en Lima, expresando las mutaciones de las rela-
ciones sociales y de poder y de sus poseedores, en cada periodo.
Lo anterior deriva en escalas que se sujetan en jerarquías que de-
marcan y enclasan, por ejemplo, desde la periferia se dice voy “a la
14
  Ver la propuesta de Rogelio Haesbaert (2011) sobre la multiterritorialidad.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  37

ciudad” y remite a un centro y en otras escalas se producen jerarquiza-


ciones por las dimensiones, densidad, poder económico-político, pue-
blos se someten a las ciudades, por conurbación, las ciudades pequeñas
con las de mayor importancia y estas últimas con la capital. Bollnow
(1969) señala que “existe una cadena de referencias en que cada vez mi
espacio de experiencia subjetiva está contenido y mantenido por un todo
mayor” (p. 61, cursivas mías), lo que metodológicamente es muy im-
portante tomar en cuenta para señalar no sólo el contexto que posibili-
ta u obstaculiza el desarrollo de cada localidad, sino para comprender
las cualidades que cada frontera encierra-articula.
Giménez (2000) señala que es el poder el que construye el terri-
torio, a través de tres operaciones: “delimitar las superficies creando
‘mallas’, implantando ‘nudos’ y trazando ‘redes’” (p. 22). Las mallas,
dice Giménez, refieren a la noción de frontera y, explica que resultan
de la división y subdivisión del espacio en diferentes escalas o niveles,
por ejemplo, delimitación municipal, provincial, regional, teniendo
por finalidad el buen funcionamiento de las actividades sociales que
contienen, y también buscan el control tanto de la población como del
territorio, la que también se ejerce por la construcción o eliminación de
las vías de acceso y circulación.
Los nudos, para el mismo autor (2000), serían los cruceros o cen-
tros “de poder o de poblamiento jerárquicamente relacionados entre sí
(aldeas o pueblos, ciudades, capitales, metrópolis…) que simbolizan la
posición relativa de los actores sociales dentro de un territorio” (. 23);
mientras que la red refiere a las articulaciones que se posibilitan por
un “entramado de líneas que ligan entre sí por lo menos tres puntos o
‘nudos’. Se deriva de la necesidad que tienen los actores de relacionarse
entre sí, de influenciarse recíprocamente, de controlarse, de aproximarse o
alejarse el uno con respecto al otro” (p. 23, cursivas mías).
Así, llega a definir un vocabulario inicial para la descripción del
territorio bajo las metáforas de malla, nudo y red, de cuya articulación
deriva lo que denomina el sistema territorial:

El sistema de mallas, nudos y redes jerárquicamente organizados —que


constituye el sistema territorial— permite, en su conjunto, asegurar el con-
trol sobre todo lo que puede ser distribuido, asignado o poseído dentro de
38  Territorios y espacialidades

un determinado territorio; imponer uno o varios órdenes jerarquizados


de poder y jurisdicción; y, en fin, garantizar la integración y la cohesión
de los territorios. Así estructurados, los territorios constituyen en última
instancia el envoltorio material de las relaciones de poder, y pueden ser
muy diferentes de una sociedad a otra (Giménez, 2000, p. 23, cursivas
mías).

En este contexto, reitero la importancia de la escala en el estudio del


territorio como recurso metodológico porque introduce una compleji-
dad mayor, porque permite articular las unidades desde lo pequeño
hasta lo mayor y la totalidad (y viceversa), prefigurando la construc-
ción de los datos y de las vinculaciones necesarias para situar y relacio-
nar. Desde esta perspectiva metodológica, podemos ubicar la categoría
región —a la que considero una escala o dimensión del territorio— como
útil para ensayar las diversas extensiones que representan y expresan
las relaciones sociales, de poder y culturales históricamente moduladas.
Para una clasificación de los caracteres que remiten a los tipos de
estudio del territorio, propongo los siguientes:15

1. Instrumental-sígnico. Vinculado al dispositivo, a la coordinación


viso-motora. Ubica al actor en el espacio contiguo a la corpo-
ralidad y la interacción interpersonal. Refiere tanto al espacio
doméstico como al público: es la forma en que se constituye el
territorio personal-familiar-comunitario-barrial.
2. Cognitivo-técnico. Vinculado a la proyección-medición sistemá-
tica del espacio-territorio, vinculado a la actividad científica
tecnológica y sus derivaciones técnicas y prácticas, como la ar-
quitectura, al mapa, al urbanismo, la estadística, la tecnología,
la geografía, entre otras.16

15
  Este esquema, con ligeras diferencias, fue propuesto en Vergara, 2003.
16
  Sobre este espacio, que se denomina también espacio teórico o científico: Otto F. Bo-
llnow (1969) señala: “el espacio de la geometría, en el cual han sido suprimidas todas
las diferencias concretas de nuestra experiencia sensible inmediata. Ya no poseemos
un espacio visual, táctil, acústico u olfativo. El espacio geométrico hace abstracción
de toda la variedad que nos es impuesta por la naturaleza dispareja de nuestros sen-
tidos; nos encontramos con un espacio homogéneo, universal, y sólo por esta nueva
característica del espacio pudo llegar el hombre al concepto de un orden cósmico único,
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  39

3. Expresivo-estético. Vinculado al arte y la creación, pero también


a las diversas armonías y fricciones cotidianas.
4. Imaginal-simbólico. Vinculado a lo cosmogónico, filosófico, mís-
tico, ético. Se realiza en los rituales, en los templos y lugares
sagrados, en las celebraciones y conmemoraciones cívicas, en
las plazas, en los monumentos y estatuas, en los cantos y los
himnos, etcétera.
5. Emotivo-comunitario. Vinculado con lo simbólico y a las identi-
dades.

Concretando lo propuesto, podemos emplazar a la región como


una categoría compleja que permite observar muchos de los caracteres
enumerados, ya que exige delimitación, determinación de sus contex-
tos, observación de sus componentes espaciales (sub-micro-regiones y
localidades), los simbolismos y estéticas que alimentan su identidad,
sus narrativas, rituales y celebraciones (por ejemplo, sus fundaciones,
desarrollos y rupturas), etcétera.

La región como categoría territorial 17

El término región tiene —como en el lugar18— una polisemia que es nece-


sario considerar si buscamos definir claramente el uso que queremos
darle en los estudios territoriales. Someramente podemos enumerar
algunos de sus usos como espacio: región anterior y región posterior
(Goffman, 1989), regionalización como localización de lo sistémico (Gi-
ddens, 1998), descentralización y regionalización (políticas estatales
y populares de nuevas demarcaciones), región andina, región cuatro
(mercados en la era global), etcétera.
Estos usos refieren a características específicas, mientras que el
concepto de región que postulo (siguiendo una tradición muy larga

sistemático” (p.76).
17
  Uno está tentado de decir social, política, cultural, etc., pero cuando digo territorial
abarco todas esas facetas, aspectos y funciones del espacio definido como territorio.
18
  Como veremos más adelante, incluso, ambos son confundidos y usados hasta como
sinónimos.
40  Territorios y espacialidades

en la geografía y la historia) refiere a un aspecto central de la comple-


jidad territorial históricamente determinada, que, digamos, “combina”
varias de esas características o factores.
Utilizar el concepto de región en los estudios territoriales tiene
por finalidad emplazar y dimensionar algo. Emplazar determinados fe-
nómenos sociales en espacios delimitados que llamamos territorio sig-
nifica otorgar una escala específica y hacer dialogar dichos fenómenos
sociales con otras escalas mayores y menores a fin de comprender sus
contextos, y también sus relaciones y especificidades internas estable-
ciendo sus marcos y fronteras, así como considerar la pertinencia de
las dimensiones y el carácter de dichas delimitaciones. En esta direc-
ción, un aspecto crucial de la delimitación-caracterización regional y, por
ende, de la pertinencia del concepto región es precisamente determinar
hasta dónde llegan y dónde terminan efectivamente19 las influencias de
determinadas fuerzas (sociales, culturales, políticas, económicas, iden-
titarias, etc.) como haces interactuantes y cuál es la forma y el poder
de interacción entre cada fuerza y si hay convergencia suficiente para
asignar a un espacio determinado (por el investigador) la cualidad de ser
región.
En este sentido, mostrando la problematicidad de su aplicación,
Van Young (1997) ha señalado que las regiones son hipótesis a demostrar
y que, cuando escribimos historia regional, “estamos tratando de ha-
cer justamente eso, antes que describir entidades previas” (p. 101); y,
parafraseando a Lévi-Strauss, agrega que son “buenas para pensar”.
La región, como categoría territorial, refiere a las dimensiones, a
una cierta extensión. En este sentido, un problema importante, que no
siempre fue detectado o discutido, es la relación entre lo micro y lo
macro. Eric Van Young reconoce que ha sido el antropólogo Robert
Redfield quien “ha tratado de tender un puente desde las pequeñas
comunidades locales hasta las sociedades de nivel nacional, mediante
la construcción de un continuum folk-urbano”; luego agrega que, en el
campo teórico, “el análisis regional puede hacer por el sistema espacial

  Además, determinar qué es efectivamente es también un problema, pues cuando


19

uno-se-ubica en lo que podríamos determinar como los “límites” de una región a otra
no hay certeza absoluta ya de dónde vienen tales o cuales “influencias”. A nivel lin-
güístico se denominan zonas diglósicas.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  41

lo que Redfield intentó para el cultural: reconciliar la microperspectiva


con la macroperspectiva” (Redfield, 1997, p. 104, cursivas mías).
Los diferentes fenómenos sociales que se relacionan de manera
jerarquizada y la regionalización que pretende el investigador deben
mostrar, de manera sistemática, que hay alcance efectivo y que este
alcance “produce” una cierta homogeneidad. Las categorías producción,
intercambios, poder, movilidades, polos de atracción y repulsión,
etc., refieren tanto a interacciones como a demarcaciones, es decir,
territorializan. Lo anterior impone la necesidad de hipotetizar y lue-
go demostrar que la estructura interna regional constituye un haz de
convergencias en el espacio físico, además de que tiene una expresividad
narrativa, comunicativa que, con diferencias de clase comprensible, es
visualizado en una suerte de identidad regional por sus pobladores, y
que probablementetambién tiene su cuerpo de promotores-guardia-
nes. Así, la espacialización y la escala, entonces se puede decir que, en
principio, la región abarca un espacio geográfico más amplio que una
localidad, pero más pequeño que la que corresponde a un Estado-nación
y que es “un espacio geográfico con una frontera que lo delimita, la
cual estaría determinada por el alcance efectivo de algún sistema cuyas
partes interactúan en mayor medida entre sí que con sistemas externos” (Van
Young, 1997, pp. 101-102, cursivas mías).
Habría que agregar/insistir sobre lo señalado por este autor que
es necesaria la presencia de varios sistemas convergentes y no sólo de
alguno y que ese “alcance efectivo” los haga confluir en políticas de
identidad regional. También es pertinente mantener una cierta cautela
porque quizá dicha convergencia ya no se dé de una manera tan nítida
—que alimentaban y se alimentaban de las pugnas interregionales—,
porque también es menester señalar que la región es una construcción
subjetiva20 que implica cierta duración que sedimenta el espacio-tiem-
po-emosignificado21 en cultura e identidad, como lo señala Dolfus:

20
  Cuando en el Perú, en los varios intentos de regionalización se intentó crear la re-
gión Libertadores-Wari, que debía incorporar a los departamentos de Huancavelica,
Ayacucho e Ica, ninguno cedió y se frustró.
21
  El pensador peruano Mariátegui (2002) señala esta implicación: “Una región no
nace del estatuto político de un Estado. Su biología es más complicada. La región tie-
ne generalmente raíces más antiguas que la nación misma. Para reivindicar un poco
de autonomía de ésta, necesita precisamente existir como región” (p. 184). Es posible
42  Territorios y espacialidades

Durante varias generaciones los pobladores de una determinada área


territorial experimentaron las mismas vicisitudes históricas, afrontaron los
mismos desafíos, tuvieron los mismos líderes y se guiaron por modelos de
valores semejantes: de aquí el surgimiento de un estilo de vida peculiar
y, a veces, de una voluntad de vivir colectiva que confiere su identidad a la
colectividad considerada (Giménez, 2000, p. 36, cursivas mías).

Como podemos observar, Dolfus está enfocando hacia cómo se


procesa el tiempo en el espacio o, a la inversa, subrayando no sólo
la escala, sino la interrelación efectiva y, agregaría yo, afectiva entre las
“partes” por acción de sus pobladores organizados que compartiendo
el pasado y el presente se proyectan del pasado hacia los “desafíos”
(futuro), colectivamente.
De otro lado, me parece importante destacar el cuidado que se
debe tener frente a las delimitaciones políticas y administrativas,22
puesto que son los que generalmente moldean nuestros mapas (y sus
escalas). En este sentido, el antropólogo peruano Gálvez (1977) definió
la región como:

El espacio que comprende una región no es asunto de demarcación ad-


ministrativa. Aunque tienen importancia, tampoco son centrales los lí-
mites geográficos: ‘regiones naturales’ o pisos ecológicos. La región es
fundamentalmente un espacio económico. Los límites de este espacio que-
dan señalados por las relaciones económicas que efectivamente entablan
unidades sociales básicas y que articuladas con relaciones políticas y
culturales, configuran una unidad. En este ámbito predomina un régimen
productivo, cuya evolución histórica puede modificar —constriñendo o
expandiendo— el espacio regional. Fundamentalmente, el régimen pro-
ductivo marca los diversos periodos y le da una especificidad y caracte-
rísticas a la región, que la diferencian de otras unidades regionales (p. 54,
en Degregori, 1986, pp. 103-104).

que ahora, por la globalización, muchas regiones se han reestructurado, difuminado


o desaparecido.
22
  Es cierto, de alguna manera, éstas “contienen” determinadas poblaciones e intentan
fijar sus interrelaciones; sin embargo, no siempre logran dicha contención.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  43

A pesar de la quizá excesiva importancia que otorga a los factores


económicos y la búsqueda de precisión de este factor, este énfasis tiene
el efecto positivo de disminuir el poder simbólico del mapa oficial y de
las marcas identitarias derivadas como los documentos de identidad
personal que refieren a un lugar de nacimiento. Asimismo, su énfasis
en la historicidad condicionada por la producción y la estructura de
clases que genera es importante y ayuda a buscar reforzar los otros
elementos que configuran históricamente a las regiones.
En esta dirección, me gustaría introducir, para aguzar la mirada
territorial (regional o local), la necesidad de observar estos tres elemen-
tos característicos:

• Diferenciación funcional entre sus partes. Esta diferenciación


puede tener como “objetivo” complementarse o contradecir-
se.23
• Jerarquización a partir de relaciones asimétricas de poder den-
tro del sistema regional que adquiere especificidad en la exis-
tencia-construcción de actores emplazados territorialmente.
• Articulación o interacción predecible entre los elementos de
dicho sistema, que abarca varios sectores o áreas: económico,
social, cultural, político.24

Articulación, jerarquización y diferenciación que en conjunto tejen


ciertas imágenes que, a pesar de ser compartidas desigualmente, po-
seen capacidad identificatoria que articula memoria, Historia y pro-
yección. Es posible también anticipar que en la actualidad muchas de

23
  A distintos niveles y aspectos, por ejemplo, podríamos encontrar esta complemen-
tariedad de la diferencia en los intercambios de productos agrícolas de las regiones na-
turales de puna y quechua en los andes, donde a cambio de papa y tubérculos menores
(oca, mashua, olluco) consiguen maíz, frutas (muy importante por el déficit de azúcar
en las zonas altoandinas). Sin embargo, de esta complementariedad, se observan con-
tradicciones entre ellos, una de cuyas muestras es que los pobladores de los valles
llaman chutos a los indígenas de las zonas altas, adjetivo sustantivado que designa una
condición casi salvaje.
24
  Es posible que algunos de estos sectores o aspectos no tenga la fuerza que los em-
place en las mismas áreas que las otras, por ejemplo, el poder de una clase emergente
y dominante no llega hacia los confines donde sí llega la cultura regional, como el
consumo musical o la gastronomía.
44  Territorios y espacialidades

estas relaciones y características manifiesten velocidades distintas para


cambiar y que la permanencia de determinados indicadores de la figu-
ración regional, cambie y, por ello, lo que se considera territorio regio-
nal, se restrinja o expanda. Por ejemplo, el huayno,25 hibridado con la
cumbia que produce el género musical denominado chicha se expande
en Perú; igual la ranchera, de fuerte carácter rural, se hace nacional
en México; también el cebiche y el mole se nacionalizan, de la costa
peruana hacia los andes en el primer caso, y de Puebla o Oaxaca hacia
el territorio nacional, en México, en el segundo caso. Los límites regio-
nales no permanecen ni iguales, ni tienen la misma fortaleza a lo largo
del tiempo, ni operan en cada rubro de igual manera.
Otra muestra de estas mutaciones históricas lo dan otras referen-
cias también culturales. Hace unas décadas, en algunos países, la an-
tropología designaba a la región como área cultural, un ejemplo es el
caso de la región Ayacucho-Chanka (Perú) que había sido definida por
el antropólogo y escritor José María Arguedas con las siguientes carac-
terísticas:

La misma forma dialectal del quechua, una notable unidad folklórica musical
—aunque de entraña asaz variada por acentos provinciales—; una ar-
quitectura popular de procedencia hispánica pero muy aclimatada, cuya
característica más sobresaliente es el amplio corredor cuyo techo aparece
sostenido por columnas de madera de base de piedra de diseño y forma
muy característicos; el danzante de tijeras; las andas ornadas de cenefas y
aparatos muy barrocos de cera. (Arguedas, 1983, p. 152).

Como puede observarse, el énfasis en los elementos culturales


dificulta observar los componentes económicos y políticos de la de-
marcación e impide delinear los factores que inciden en la distribu-
ción-monopolio del poder y su área de influencia.
Asimismo, resaltar alguna característica de un elemento puede
obnubilar otros, por ejemplo, cuando describe la “unidad” de la cons-

25
  El huayno, si bien puede considerarse generalizado en la región andina del Perú,
tiene variaciones regionales que se corresponden en cierta medida con los territorios
ocupados por cada variación dialectal del quechua. Al fusionarse con la cumbia, ya como
chicha, se extiende hacia las regiones naturales de la costa y la selva.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  45

trucción de las casas, describe la vivienda de la clase hegemónica (sin


mencionarla) blanca o mestiza, ignorando las formas de la vivienda
indígena. Además, las limitaciones señaladas también pueden ser un
indicio de cómo cualquier generalización que la escala impele para
buscar homogeneidades caracterizadas como regionales —que se opo-
nen a las otras—, oculta, inevitablemente la diversidad, las desigualda-
des, y también la dominación de clase.
Así, las demarcaciones, según la escala que abarquen, “ignoran” y
“nivelan” las discontinuidades y diferencias, y de esta manera las fron-
teras nacionales, en cuyo interior habitan indígenas, se les desconocen
sus prácticas y territorios.26 La región como la patria son construcciones
históricas (militares, políticas, discursivas, simbólicas, institucionales)
afirmativas que implican negaciones; y no se niega sólo frente a la es-
cala semejante que se le opone (por ejemplo, rivalidad interregional),
sino frente a los actores internos que no tienen poder, o lo tienen poco.
Enfocar a la escala regional27 implica entonces enfatizar en las múltiples
relaciones espacializadas, en cierto tipo de interacciones sociales-cul-
turales-políticas articuladoras, y no dejar de lado aspectos importantes
de la estructura (lo que pre-domina) y el cambio (lo que nace o es dife-
rente), como la etnicidad y el conflicto étnico o clasista, por ejemplo.
Asimismo, observamos que lo étnico no se conflictúa solo, y ge-
neralmente encubre o se acompaña de otros factores que orillan a la
contradicción y/o el antagonismo, por ejemplo en las luchas indíge-
nas contra las mineras y el Estado —quien, de manera “paradójica,”28
siendo su obligación defender a la Patria y a sus territorios, es aliada
de las transnacionales—, están de por medio los recursos mineros o

26
  Por ejemplo, por utilidad pública o “nacional”, pueden sus tierras ser expropiadas
para ser entregadas a las transnacionales mineras, petroleras o para la construcción de
megaproyectos. El entonces presidente del Perú, Alan García, llamó “perros del hor-
telano” a los indígenas de Bagua, quienes defendían sus tierras ante un megaproyecto
que trastocaría la ecología del área que habitan en la Amazonía.
27
  Hay algunos que manifiestan que la escala no importa; sin embargo, habría que
remarcar que, si bien la dimensión considerada es relativa, siempre será mayor que la
localidad o comunidad, es más, debe incorporar la articulación de varias localidades y
sentir el influjo de un centro de poder: político, económico, social, cultural y afectivo.
28
  Entrecomillo “paradójica” porque quiero visualizar el carácter de clase que tiene el
Estado, lo que lo hace compatibilizar, “naturalmente”, con los intereses del capitalis-
mo neoliberal.
46  Territorios y espacialidades

energéticos como mercancías, por un lado, y un sistema de vida y una


cosmovisión, por otro.
Lo anterior muestra que a escala nacional y regional hay contradic-
ciones internas de diverso carácter, como las de tipo económico entre las
clases en pugna, y existen imaginarios que los expresan y repercuten
en la importancia que se le asigna a una escala u otra, de igual forma al
marco de sus horizontes espaciales y horizontes temporales, que provie-
nen de —y repercuten en— sus interacciones reales e imaginarias. Así,
en los estudios del territorio se pueden plantear preguntas como las
siguientes: ¿Cuál es el horizonte temporo-espacial de quien sólo-habita el
territorio y de quien se-indigna-y-organiza frente a un riesgo o peligro?
¿Cuál es la relación entre la demarcación política (legal) del espacio y las
prácticas productivas, prácticas sociales comunicacionales o de la resisten-
cia? ¿Continúa siendo el mismo territorio cuando se percibe una ame-
naza y cuando no, y quiénes la vislumbran o no?
Continuando y volviendo a la cuestión de las escalas en el estudio
del territorio-regional, se puede ver que Van Young (1997) intuye pro-
blemas, en determinación de las posibles interrelaciones entre ellos:

…determinar el nivel superior con el que se relacionan las regiones; esa


matriz mayor en la que encajan, ¿es una metarregión, una nación-esta-
do, el sistema mundial o qué? En la práctica, definir la jerarquía de ese
nivel superior es una tarea más difícil que definir la del más bajo, que es
posiblemente una ciudad, pueblo, villa o aún una empresa individual en
algunos casos” (p. 105, cursivas mías).

Para mí, la resolución de las fronteras de una región incorpora


dificultades en ambos niveles, pues ¿hasta qué punto puedo decir y
verificar que esta localidad o microrregión pertenece a ésta y no a la re-
gión vecina, sin afectar dicha escala? A veces es claro, hasta tiene ríos,
desiertos, montañas u otros “accidentes naturales” que lo visibilizan,
pero no siempre es así. Por ejemplo, en la región Ayacucho-Chanka,
que mencioné, el departamento de Huancavelica pertenecería a esta
región porque hablan la misma variedad dialectal del quechua,29 pero

  El quechua, en el Perú, tiene seis variaciones dialectales: Cusco-Collao, Ayacu-


29

cho-Chanka, Junín-Huanca, Cajamarca-Cañaris, Ancash-Huaylas.


Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  47

no podría decirse hoy lo mismo de su economía porque sus relaciones


comerciales —y culturales— más intensas ahora ya son con Huancayo,
la capital de Junín, cabecera de la región Wanka. Así, las relaciones
mercantiles no coinciden necesariamente con la condición idiomática
de los huancavelicanos, como tampoco con las delimitaciones adminis-
trativas, y ni siquiera ya con las que la historia habían sedimentado en
los territorios y sus gentes.30
Por ello, propongo subdividir y analizar con detenimiento estas
escalas, cotejándolas a través de la acción de sus diversos agentes y
actores: nación, región, subregión, microrregión, localidad, paraje, ba-
rrio, hasta llegar a los lugares como las casas, templos, fábricas, talleres,
casas comunales, comercios, etc., y a la inversa. Es posible observar
sistemáticamente el territorio a partir de la interacción pragmática e ins-
titucional de sus detalles y, al mismo tiempo, sobrevolarlas para verlas
en conjunto.
En una escala, al interior de la región se ubica la localidad,31 que
generalmente se expresa como comunidad. Para la noción-concepto32
de comunidad, podemos remitirnos al clásico trabajo de Robert Nisbet
(1969), quien señala que “abarca todas las formas de relación caracteri-
zadas por un alto grado de intimidad personal, profundidad emocio-
nal, compromiso moral, cohesión social y continuidad en el tiempo”
(pp. 117-118). La comunidad pretende comprometer al hombre en su
totalidad porque resulta ser una fusión de sentimiento y pensamiento,
de tradición y compromiso, de pertenencia y volición.
En el pasado esta condición tenía asideros sociales impregnados
de referentes metafísicos, como lo señala Alfredo López Austin (1994):

Cada calpulli estaba formado por familias que se vinculaban entre sí por
vecindad, tenencia conjunta de la tierra, fuertes obligaciones de coopera-

30  Los huancavelicanos, en especial los políticos y empresarios, se han negado a per-
tenecer a la probable región Ayacucho-Chanka, salvo que esta región tuviera como
su “cabecera” (capital) a la ciudad de Huancavelica, que es su capital departamental.
31
  Por falta de espacio en el artículo, no me detengo en esta escala.
32
  La caracterizo como noción y concepto, porque es noción en el uso cotidiano y con-
cepto cuando se la usa en contextos académicos. Como noción se la habita también con
el sentimiento —es una emosignificación— y como concepto, mediante una definición
racional lo más rigurosa posible.
48  Territorios y espacialidades

ción entre sus miembros, unidad administrativa frente al gobierno; pero


sobre todo, se vinculaban por el oficio común. Los antiguos nahuas re-
montaban el origen de los oficios a las concesiones que cada uno de los
antepasados había hecho a sus descendientes (p. 30).

Asimismo, señala este autor que el dios patrono de cada grupo se


denominaba calpulteotl, con quien uno de los antepasados se confun-
día. Se observaba que entre sus miembros circula abundante y detalla-
da información, se sabe mucho de los otros, hay afección (positiva o
negativa) hacia casi todos, territorializando los datos y los afectos. Así,
las relaciones sociales están imbuidas con sentimientos y emociones,
la confianza y la desconfianza tienen asideros en el territorio y produ-
cen-refuerzan identidades que se personalizan agrupando.
Desde otra perspectiva, y sin negar dichas características, Van
Young critica considerar siempre positivamente el comunalismo ba-
sado en el lugar y en las relaciones personales: “no hay bases concep-
tuales para considerar las relaciones cara a cara más puras, auténticas
relaciones sociales, que las relaciones mediadas por el tiempo y la dis-
tancia”, agrega su crítica señalando que al postular “una sociedad de
relaciones inmediatas cara a cara como el ideal, los teóricos de la comu-
nidad generan una dicotomía entre la sociedad ‘auténtica’ del futuro
y la sociedad ‘no auténtica’ en la que vivimos, que se caracteriza sólo
por la enajenación, burocratización y degradación”. Deriva de allí que
“racismo, chauvinismo étnico y devaluación de las clases (…) se dan
en parte por el deseo de comunidad”, y que “la identificación positiva
de algunos grupos se consigue a menudo definiendo primero a otros
grupos como ‘los otros’, los semihumanos devaluados” (Harvey, 2010,
p. 46, cursivas mías).
Ahora veamos cómo se hace el territorio y la localidad.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  49

Territorialidad y poder

La territorialidad es la forma espacial primaria de poder


Sack, 1997

Las relaciones entre el poder y el espacio se definen en la territoriali-


zación, o, dicho de otro modo, el territorio no es más que el espacio
apropiado, construido, incluyendo a unos y excluyendo a otros; estos
actores generalmente se han disputado dicho espacio y pueden seguir
disputándoselo.
En este sentido, Robert D. Sack define a la territorialidad como “el
intento de un individuo o de un grupo de afectar, influir o controlar
gente, elementos y sus relaciones, delimitando y ejerciendo un control
sobre un área geográfica. Esta área puede ser denominada ‘territorio
específico’” (Sack, 1997, pp. 194-195). Señala también que el espacio,
al que denomina “delimitaciones generales” se convierte en territorio
específico “solamente cuando sus fronteras se usan para afectar el comporta-
miento de sus componentes controlando el acceso al mismo” (p. 195, cur-
sivas mías). Vemos que el establecimiento de fronteras va aparejado al
control33 doble: cómo y quiénes habitan y desde afuera, cómo y quiénes
entran, comprometiendo en ambos casos, la cualidad, las frecuencias,
los usos, las extensiones, las duraciones, etc., todo esto administrado
por instituciones que vehiculan y expresan dicha delimitaciones y el
poder de quienes las establecieron y/o conservan.
Desde el punto de vista metodológico, y observando cómo el terri-
torio se (re)construye en/por el conflicto, me parece interesante resaltar
la relación entre territorialidad y poder. Sack (1997) señala que su enfo-
que se confronta con las perspectivas y niveles de análisis instituidos
porque contempla “tanto las perspectivas de los controlados como de
los que ejercen el control, sean individuos o grupos. Opera sobre activi-
dades físicas, sociales y psicológicas” (p. 198), introduciendo variables
que impelen a la interdisciplinaridad.

33  Es obvio que el control no es siempre efectivo ni riguroso: las migraciones clandes-
tinas, así como los desplazamientos de refugiados ponen en entredicho esta capacidad
o facultad.
50  Territorios y espacialidades

Cuando la territorialidad se procesa exitosamente (es decir, cuando


algún grupo impone su perspectiva, lo que dura un tiempo), se expresa
en la forma en que sus pobladores ocupan el sentido común,34 porque
la territorialidad se constituye en una forma de clasificación espacializa-
da, que se sobrentiende porque se vuelve rutinario. La territorialidad
es trabajada sobre el tiempo, es el tiempo que sedimenta y somatiza las
normas, las perspectivas, los horizontes, desde-y-con las prácticas, ya
sean éstas utilitarias, comunicacionales o simbólicas: familiariza, hace
que sus pobladores actúen “sin pensar”, mecánicamente, produce un
“estado de cosas”, se interioriza, “naturalizándose”, más que un repre-
sentar e inducir un orden, es el orden; produce a los propios y a los ex-
traños. Sin embargo, cuando está en disputa hay necesidad de recordar,
remarcar, reivindicar, retomar, renombrar… Las reglas del territorio
son sensibles al tiempo, pero más al conflicto, por lo que se modifican las
admisiones y prohibiciones…
Un territorio es también un sistema de comunicación que sedimen-
ta: habla, construye y puntualiza sus hitos, edifica sus monumentos,
produce y circula sus relatos y tradiciones, modula sus personajes,
nombra. Estos lenguajes, en conjunto y en diálogo, son la forma sim-
bólica del territorio, ayudan a visualizar sus mapas: del espacio y del
tiempo.
La territorialidad específica nos devuelve a lo que ya había señala-
do con referencia a la atención que se debe tener con los detalles,35 por
ejemplo al observar cómo se desplazan, quiénes lo hacen, con qué ob-
jetivos y qué espacialidad consumen-abarcan (que implica velocidad
constante —ritmo—, es decir tiempo), lo que podemos ver cuando re-
gistramos cómo se disputan los territorios con los inmigrantes con los
receptores. Estas diferencias podemos verlas también cuando alguien,
un campesino, compra un terreno en la ciudad, no lucha por el territorio
sino por un lugar, mientras que cuando invaden colectivamente sí luchan
por el territorio construyéndolo, ya sea en el campo o en la ciudad; es
más, la invasión produce comunalidad —en el movimiento social— que
es base de la territorialidad.

34
  Aquello que como un dispositivo interior nos hace hacer las cosas naturalmente, sin
pensarlo.
35
  Ver Vergara y Rovira, 2010.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  51

La relación social no es neutra y Sack (1997) remarca que en el mo-


vimiento y el contacto se trasmite “energía e información” que afecta,
influye y cuya finalidad es también “controlar las ideas y las acciones
de otros y su acceso a los recursos. Las relaciones espaciales humanas
son el resultado de influencia y poder. La territorialidad es la forma espa-
cial primaria de poder” (p. 203, cursivas mías). Debemos recalcar que es
histórica, y cuando cambia el poder, también cambia el espacio.
Habría también que señalar, para el caso de los territorios indí-
genas actuales, que son producto de conquistas violentas, y que este
proceso no ha cesado y que se constituye a partir de superposiciones
que con-funden sus fronteras, aun cuando haya claridad entre los con-
tendientes (indígenas, transnacionales, Estado) es motivo de disputa
porque los criterios sociopolíticos (económicos en las transnacionales,
vitales en los indígenas) desde donde se formulan son divergentes.
Arribamos a un punto central que busca debatir este texto. Al
inicio, había expresado la importancia de leer juiciosamente36 las defi-
niciones específicas de cualquier concepto antes de desacreditarlos o
aceptarlos; lo que sigue pretende enfatizar lo ya expresado (Vergara,
2001 y 2013b, entre otros) para posibilitar dicho debate. Una definición
o delimitación conceptual es propia y apropiada en referencia a un
marco teórico que lo emplaza y sustenta. Es necesario considerarlo en
la lectura, para evitar el juicio anticipado (el prejuicio).

El lugar y su confusión con la localidad y la región

Existe una amplísima pluralidad de usos pragmáticos en el lengua-


je común, y también una extendida confusión en la academia en los
significados otorgados a la palabra37 y el concepto de lugar: “tengo un
lugar reservado en el teatro”, “encontró un lugar en el autobús”, “él ya
no tenía lugar en la organización”, “sin lugar a dudas”, etc., son fra-
ses que manifiestan dicha pluralidad significativa. De las confusiones
advertidas, la que me interesa mostrar en estas líneas es la confusión

36
  Me gusta esta forma colombiana de expresar la emosignificación que interpreta la
rigurosidad y la afección o compromiso.
37
  La palabra puede ser polisémica, en el concepto se busca claridad, precisión.
52  Territorios y espacialidades

que ocurre en la academia. Una primera cosa que debo decir es que
lugar, localidad y región son formas territoriales, son expresiones de
territorialidad ejercida en diferentes escalas, que se diferencian por su
tamaño, por su extensión, aunque no por ello se queda en lo cuantita-
tivo, como veremos más adelante.
Viendo ya las confusiones académicas, por ejemplo, David Har-
vey, hace uso indistinto de las categorías de lugar y territorio (en este
caso en su forma local), pues nomina alternativamente lugar a la locali-
dad como a la región. Por ejemplo, al relatar un incidente en un condo-
minio en Baltimore señala que, luego de que en Guilford (Baltimore)
ocurriera un asesinato de una pareja, dos médicos retirados, de 80
años, la “comunidad” propuso cercarla hacia la zona donde habitaban
negros y de menores ingresos, pero no hacia el oeste y el norte, donde
habitaban blancos de clase más alta; en este contexto, surgió el debate
por las “divisiones raciales y de clase”, obviamente expresadas en te-
rritorios. Harvey (2010) concluye que, en dicha perspectiva, “el lugar
debía protegerse de los factores incontrolables de la espacialidad”38 (p.
20, cursivaa mía). Lo interesante de su descripción, a pesar de su con-
fusión, es que destaca que la modulación del espacio se presenta como
política (producto de deliberación) y al reflexionar señala:

Entonces, ¿qué clase de lugar es Guilford? Tiene un nombre, un límite


y características sociales y físicas específicas. Ha logrado cierta clase de
‘permanencia’ en medio de los flujos y reflujos de la vida urbana. La pro-
tección de esta permanencia se ha convertido en un proyecto político-económi-
co no sólo para los residentes de Guilford sino también para un amplio

38
  Remarco que para mí, uno de los propósitos de este texto, que señalo desde el
principio, es concebir el espacio como lo desconocido o lo aún no modulado o delimitado.
Bauman lo ejemplifica bien al describir las dos formas en que se trasladó del aeropuer-
to al hotel y de éste al aeropuerto; la primera vez conducido en el automóvil de una
“docente joven, hija de una pareja local de profesionales educados y ricos” y la segun-
da, en un taxi. Él señala bien la diferencia de los mapas que guiaron sus recorridos: “La
afirmación hecha por mi guía, que me había asegurado que no había manera de evitar
el tráfico del centro, no fue falsa. Fue sincera y fiel a su mapa mental de la ciudad en
la que había nacido y en la que vivía desde entonces. Ese mapa no tenía registro de las
calles de los ‘barrios bajos’ por los que me llevó el taxista. En el mapa mental de mi
guía sólo había, pura y simplemente, un espacio vacío” (Bauman, 2006,p. 112, cursivas
mías). Los territorios del taxista son el espacio de la joven docente.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  53

rango de instituciones en la ciudad (el gobierno, los medios y las finanzas


en particular) (Harvey, 2010. p. 22, cursivas mías).

Aquí podemos notar la presión del territorio exterior sobre la locali-


dad (el entorno pobre de Guilford) y de ésta sobre el lugar (desde cada
casa se pide más seguridad), que en otras circunstancias puede devenir
también en presión interna, como dramáticamente ilustra la película La
zona, donde quienes se amurallan para aislarse de un exterior conside-
rado peligroso, se organizan presionando a sus pobladores, ejerciendo
violencia sobre sí mismos (se habla de traidores cuando no obedecen
ciegamente sus acuerdos), luego de que tres jóvenes pobres entran a
través de una torre que cae en la tormenta sobre los muros alambrados,
para robar.
Lo interesante, sin embargo, es que Harvey, al entender la territo-
rialidad como objeto de políticas, define su historicidad y procesuali-
dad. No obstante, reitero, Harvey utiliza la categoría lugar de manera
dual: refiere tanto a las configuraciones urbanas como los suburbios o
barrios, así como a los espacios más acotados como templos o casas.
Como un ejemplo del segundo sentido señala:

Los mundos del mito, de la religión, de la memoria colectiva y de la


identidad regional o nacional son constructos espacio-tiempo que cons-
tituyen y se constituyen mediante la formación de lugares distintivos
(capillas, lugares de culto, íconos en las historias, etc.). Los lugares que
expresan creencias distintivas, valores imaginarios y prácticas sociales
e institucionales, han sido construidos desde hace mucho tiempo tanto
material como discursivamente. El afán de perpetuar tales procesos de
construcción de lugares continúa hasta hoy. Muchas instituciones tra-
dicionales, como son la iglesia y la nación, dependen crucialmente de la
existencia de toda una red de lugares simbólicos para asegurar su po-
der y expresar su significado social. Los lugares, como permanencias, se
vuelven simbólicos y sugerentes de esos valores (como fama, autoridad,
identidad y poder), construidos mediante prácticas espacio-temporales
(Harvey, 2010, pp. 39-40).
54  Territorios y espacialidades

El geógrafo norteamericano Robert Sack también confunde las es-


calas cuando describe y narra el territorio, no obstante que la escala es
metodológicamente fundamental para estudiar el espacio, él incurre
en esta confusión, por ejemplo, cuando dice: “al hablar de ‘un territo-
rio’ hablamos también de ‘una cierta especie de lugar’”. Más adelante
la confusión es explícita, porque escribe ya sin comillas: “También es
importante distinguir entre un territorio específico como lugar especial y
otros tipos de lugares” (Sack, 1997, p. 195, cursivas mías).

La confusión entre lugar y territorio


¿es sólo cuestión de escala?

Si bien la confusión entre territorio y lugar debe analizarse en función


de la escala o extensión (cuando el espacio es convertido en territorio)39
que, en cada caso, el investigador asigna al comportamiento de deter-
minado problema a determinada escala de espacio, debemos considerar
que la diferencia de escala no remite sólo a una cuestión de carácter
cuantitativo, sino también refiere a diferentes complejidades, por lo que
produce —y es producido por— diferentes tipos actores y por ende,
diferentes tipos de identidad y alteridad. Esta situación tiene impli-
caciones en el diseño de investigación, así como en la ubicación de las
fuentes de investigación, en la construcción de los datos y su posterior
análisis. Veamos sus expresiones en la academia, que es precisamente
donde se da mayormente la confusión.
La socióloga colombiana Clara Inés García, después de señalar
que el concepto de región entra en crisis por las críticas de geógrafos,
antropólogos y sociólogos, informa que se lo reemplazó con el de lu-

39
  Así como la duración es una categoría central del estudio del tiempo, así la extensión
refiere a la modulación del espacio. Su delimitación en el estudio no siempre es fácil
por las complejas relaciones que soporta, contiene y proyecta. Si observamos sólo este
último término, proyecta, veremos que no son sólo las relaciones que los habitantes del
territorio las que importan, sino también refiere a los condicionamientos estructura-
les, sistémicos, institucionales y contextuales (espacio-temporales) de dichas formas
de habitar, que, metaforizando, diríamos, “vienen de afuera”, aunque esta afirmación,
obviamente, es sólo una figura, porque el “sistema”, está “adentro”, a su manera pecu-
liar: lugareña, localizada, regional.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  55

gar. “Hoy en día, una vez aclarada la discusión, ya no se teme utilizar


el concepto de ‘región’, asimilándolo al de ‘lugar’ con el cual se rea-
lizó la deconstrucción del anterior y la propuesta nueva. Hoy se usan
indistintamente” (García, 2009. p. 74, cursivas mías). La obviedad de las
consecuencias confusionistas de esta indistinción en el uso de las ter-
minologías me exime reflexionar con detenimiento sobre la facilidad
con que se concluye a partir de la “deconstrucción”; sin embargo, debo
remarcar que la forma en que se “resuelve” el problema conceptual es
muy simple, pero sus consecuencias en la dirección del estudio pue-
den ser muy limitantes.
La misma autora, utilizando la propuesta de John Agnew (1993),
menciona que la diferenciación entre regiones es “la manera cómo in-
teractúan las especificidades de los contextos geohistóricos concretos
con las condiciones de la producción como proceso estructurante y
orientado en escalas espaciales más amplias: nacional y global” (Gar-
cía, 2009, pp. 74-75). Lo cual nos indica que no ignora que para abordar
al territorio se debe determinar la escala y luego establecer sus articula-
ciones, digamos hacia lo grande y hacia lo pequeño.
No obstante, en este sentido, lo que se puede destacar, a nivel me-
todológico, es la insistencia en la procesualidad de la construcción territo-
rial, al señalar que “en adelante no podrá pensarse entonces lo ‘local’
o lo ‘regional’ sino definido en la dialéctica que se establece entre los
procesos de más amplia escala con las especificidades locales. De ahí que
el lugar no es solamente local sino también localización” (Agnew, 1993, en
García, 2009, p. 75, cursivas mías). No obstante, como podemos ver,
aunque Agnew (2005) pareciera tener clara la distinción entre región y
localidad,40 confunde localidad con lugar, al señalar que:

En este caso ‘local’ y ‘regional’ también pueden ser usados indistinta-


mente. El origen de estos términos depende de la escuela de la cual pro-
cedió la crítica a los viejos conceptos de ‘región’. Tres raíces intelectuales
se pueden identificar en este pensar la diferenciación espacial:
• La fenomenología que enfatiza la conexión entre ‘estar en el mundo’ y el

40
  Esta aparente o real confusión viene de otra: confundir el proceso (localización) con
el producto de este proceso (lugar). Sería equivalente a confundir con territorialidad con
territorio.
56  Territorios y espacialidades

sentido del lugar asociado al vivir en lugares específicos.


• La del análisis del desarrollo desigual del capitalismo y la geografía de
los ‘layers’ de inversión asociados con cambios en la división del trabajo.
• El intento de la sociología y la geografía humana de crear una geo-
grafía contextual de la acción humana en la cual el lugar o la región
(el uso varía) es visto como una mediación geográfica entre la agencia
humana y la estructura social para producir las semejanzas y las di-
ferencias geográficas ( p. 370, en García, 2009, p. 75, cursivas mías).

No obstante, la propuesta de Agnew es útil para señalar la histori-


cidad de la confusión ya que lo emplaza en las corrientes teóricas que las
sustentan, pero el espacio del trabajo que aquí presento no me da tiem-
po para examinar esta ruta de manera más amplia. Un concepto nue-
vo aparece en este enfoque procesual, el de localización, que puede ser
utilizado tanto para observar prácticas de territorialización realizados
por actores ubicados a diferentes escalas (aunque apunta a lo mismo,
el concepto de regionalización de Giddens), dado que, también a mi pa-
recer, construir-habitar un lugar es también localizar relaciones sociales
específicas, también se puede usar para designar la tarea del cartógrafo
o del antropólogo o historiador al indicar, dónde, con qué alcance y en
qué periodo se desarrolla tal o cual fenómeno o grupo.
Cabe señalar que la triple confusión se emplaza por la indefinición
de los procesos y las situaciones: si localización y regionalización41 son
dos formas de territorialización, es pertinente usarlos indistintamente
porque se refiere a los procedimientos, mientras que en las situacio-
nes generadas por dichos procesos es indispensable distinguirlos en
escalas, aunque yo prefiero denominar localización a la concreción cir-
cunstanciada (en la localidad o el lugar) de procesos más generales y/o
abstractos (sistémicos, estructurales) y regionalización a lo mismo, pero
a escala regional, es decir, en un espacio donde confluyen-organizándose
muchas localidades.
41
  Remito al sentido que le otorga metodológicamente Anthony Giddens (1998): “La
postura de actores en contextos de interacción y el entretejimiento de esos contextos
mismos son esenciales para aquellas tareas. Pero si se quiere mostrar que esas cues-
tiones se entraman con aspectos más amplios de sistemas sociales, es indispensable
considerar la manera en que conviene a la teoría social abordar —en concreto, no en
filosofía abstracta— lo ‘situado’ de la interacción en tiempo y espacio” (p.143).
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  57

Vemos cómo el punto de partida de los enfoques hace variar las


perspectivas: la fenomenología significa una suerte de mirada crítica
a la región desde lo micro y la vida, mientras que partir del sistema
capitalista elabora un punto de vista desde las estructuras, que como con
el microscopio va acercando: en uno se amplía el zoom y en otro se res-
tringe hasta ver seres humanos en relaciones particulares, específicas
que donan experiencia y lazos sociales. También puede entrar la di-
mensión subjetiva y su articulación con lo político, social y económico,
que, por ejemplo, pueden verse en las regionalizaciones fracasadas o
en el hogar-prisión en que habitan los más pobres y excluidos.
La construcción de lugares debe verse como espacialización de las
relaciones sociales complejas, sus correlatos institucionales y las impli-
caciones en la constitución de los actores, como por ejemplo el género
y las espacialidades: territorializar es también visibilizar, por ejemplo,
la violencia doméstica tiene sus geografías acotadas en un ámbito co-
presencial:42 territorial, social, étnica, rural-urbana, etcétera.

Finalmente, ¿cómo conceptúo el lugar?


precisiones a considerar

Lo primero que debo volver a recordar y remarcar es que la escala, en


el estudio del espacio, supera el nivel cuantitativo, por lo que no refiere
sólo a la relación macro-micro, sino a las diferencias cualitativas de las
relaciones sociales por las diferentes complejidades que (se) contienen
(en) las diferentes extensiones. En segundo término, debo subrayar
que contiene y promueve predominantemente una relación social: fa-
miliar, laboral, recreativa, sagrada, política, etc., por lo que hay lugares
como casas-hogares, centros de trabajo, teatros, templos, locales par-
tidarios, respectivamente. Estas relaciones sociales que se realizan en/
desde estos lugares no sólo son tales, sino adquieren un plus que los
legitima y posibilita, que tiene carácter significativo, emotivo, expre-
sivo, etc. En tercer término, el lugar que estoy definiendo como con-
cepto antropológico es un espacio acotado en-el-que-se-puede-entrar,

42  Lo que no impide que funja como marco (Halbwachs, 2004) para otras prácticas,
además para rememorar, añorar, ensoñar, incluso a la distancia.
58  Territorios y espacialidades

y donde se habita en-con determinada relación social: hace del sujeto


un familiar, un colega, un espectador, un feligrés, un camarada, etc.,
respectivamente, en referencia a los tipos de lugares que enumeré.
En esta dirección, he definido el lugar como:

el espacio que, circunscrito y demarcado, contiene determinada singulari-


dad emosignificativa43 y expresiva; es el espacio donde específicas prácti-
cas humanas construyen el lazo social, (re)elaboran la memoria a través
de la imaginación demarcándolos por el afecto y la significación: en su
imbricada función de continente, es tanto un posibilitador situado, como
también punto de referencia memorablemente proyectivo, depositario
y crucero de códigos y posibilidades, de permanencia y cambio. Está
demarcado por límites físicos y/o simbólicos, tiene un lenguaje específi-
co, una fragmentación interior ocupada por la diferencia-que-complementa,
actores estructurantes y estructurados con jerarquías variables, y propi-
cia-produce unas formas rutinarias y ritualizadas de experiencia que (re)
construye la identidad, entre otros componentes. Con-forma a los lugare-
ños, aunque no elimina el surgimiento de contradicciones y conflictos (Ver-
gara, 2013, p. 35).

Por ello, he resaltado que dicha demarcación espacial que deno-


mino lugar, no es exclusivamente física y utilitaria, sino también

expresiva en el sentido significativo, simbólico y estético, es decir imaginario,


además de pragmático o funcional. Y esto refiere tanto al hogar como a la
plaza pública, a la esquina que coloniza44 la agregación juvenil, como a las
escuelas y a las prisiones, al templo y al burdel, a las aperturas como a los
encerramientos: ellos refieren a un mundo que haciéndolos nosotros, nos

43
  La categoría emosignificación refiere a la “fusión” de significación y emoción ya sea
a nivel individual (exaltación, indignación, sumisión, etc.) o colectivo (comunitas, ren-
cor social). No es un proceso que se genere concientemente, generalmente puede ser
irruptivo o permanente: la rabia frente a un abuso de poder o se puede habitar como
tranquilidad que deviene del apego, la felicidad que viene del amor (Vergara, 2003, 2010
y 2013).
44
  Pongo en cursivas esta palabra para significar que la agregación juvenil permanece
durante un tiempo, que allí refiere su identidad grupal frente a otros grupos, que en
este espacio acotado están, hacen y se sienten comunidad emocional.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  59

condicionan en nuestras actuaciones; los significamos, tanto al habitarlos


como en nuestras ensoñaciones y relatos, en las prácticas cotidianas y en
nuestros viajes por la ciudad (Vergara, 2013, p. 35).

Por lo tanto, los lugares pertenecen a (están en) territorios y redes,


y se correlacionan en las prácticas de los lugareños, quienes a través
de sus desplazamientos, narrativas e imágenes las asocian u oponen y
contribuyen a constituir sus mapas de la geografía de sus trayectorias
y también una “diferenciada experiencia y conceptuación de la espa-
cialidad y temporalidad de los lugares y de sus territorios y articulan,
diversificadamente, tradición y modernidad, identidades e identifica-
ciones45, instituciones y socialidad. Hay que subrayar también que la
centralidad de los lugares es una construcción en el tiempo, requieren
durar para ser” (Vergara, 2013, p. 37).
Cada “campo” social, económico, cultural, político, etc., tiene sus
lugares y tiene un sector de la población que lo posee-realiza de manera
particular, siendo uno de los factores por los que se los identifica; aun-
que los urbícolas no sólo habitan-practican un lugar, sino unen, en sus
itinerarios, lugares diversos en la ciudad —algunos contradictorios—,
por lo que, metodológicamente, iluminar lugares etnográficamente no
significa quedarse en ellos, sino abordar las problemáticas referidas a
sus interrelaciones, al desplazamiento y al viaje, a los accesos diversos,
desde los físicos hasta los simbólicos y sus articulaciones, para ubicar
la sincronía de los itinerarios —que conforman viajes— en la diacronía de
las trayectorias —que conforman biografías sedimentadas en la memo-
ria—, de esa forma podremos abarcar la condición urbana que origina,
separa y conjunta lo diverso (lo diverso que ancla en lugares), al mismo
tiempo observando la fragmentación y especialización del espacio y
del tiempo: los lugares son espacios de cruce de sentidos, son puntos
de múltiples tejidos que despliega y/o contiene la urbe en las prácticas
lugareñas.
Así, reitero, enfocar a los lugares no elimina estudiar los flujos,
los contextos, los procesos, las estructuras, pues la etnografía sólo es

  Un ejemplo de la diferencia entre identidad e identificación, que expresan la perma-


45

nencia y lo efímero respectivamente, es cómo un monumento histórico puede ser lugar


de cita frecuente de dos enamorados.
60  Territorios y espacialidades

posible en un contexto territorial, estructural, teórico e histórico. Cla-


sificaciones que definen paradigmas de lugares: políticos, históricos,
religiosos, sociales, residenciales, punitivos, recreacionales, etc.
Finalmente, remarco que en el lugar cabe una relación social, o una
predominante, por lo que mientras se ocupa, no se puede implan-
tar otra; mientras que la espacialidad se presenta como disponibilidad
o como ámbitos sobre los que no hay control, información y signifi-
cación, pero también como disposición de relaciones, posibles o no,
que se pueden efectuar por procesos de territorialización, localización y
lugarización; así conceptúo las relaciones entre espacio, territorio y lugar;
procesuales, históricas, conflictividades que comparten con armoni-
zaciones, y demás.

Referencias

Arguedas, J. M. (1983). Obras completas. Lima: Horizontes.


Bachelard, G. (1997). El agua y los sueños. México: fce.
(2000). La poética del espacio. México: fce.
Bataillon, C. (1997). Espacio centralizado/focalizado o espacio reticu-
lado: ¿Un problema de escala?. En Hoffmann, O. y Salmerón, F.
(coords.), Nueve estudios sobre el espacio. Representaciones y formas de
apropiación. (pp. 33-43). México: ciesas, Ediciones de la Casa Chata
Baudrillard, J. (1990). El sistema de los objetos. (pp. 31-70). México: Siglo
xxi.
Bauman, Z. (2001). Guerras por el espacio: informe de una carrera. En
La globalización. Consecuencias humanas. (pp. 39-73). México: fce.
Bollnow, O. (1969). Hombre y espacio. Barcelona: Labor.
Cassirer, E. (2003). Filosofía de las formas simbólicas I. México: fce.
Foucault, M. (1978). Vigilar y Castigar. México: Siglo xxi.
García, C. (2009). Nuevo enfoque para el análisis regional. En García,
C. y Aramburu, C. (edits.), Universos socioespaciales. Procedencias
y destinos. (pp. 69-85). Colombia: Siglo del Hombre Editores, ier,
Universidad de Antioquia.
García, N. (1999). La globalización imaginada. (pp. 21-36 y 129-139).
México: Paidós.
Del espacio al territorio y al lugar y viceversa  61

Giddens, A. (1998). La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la


estructuración. Buenos Aires: Amorrotu.
Giménez, G. (2000). Territorio, cultura e identidades. La región socio-
cultural. En Rosales, R. (coord.), Globalización y Regiones en México.
(pp. 19-52). México: unam-Porrúa.
Goffman, E. (1989). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Buenos
Aires: Amorrotu.
Haesbaert, R. (2011). El mito de la desterritorialización. Del “fin de los te-
rritorios” a la multiterritorialidad. (pp. 279-308). México: Siglo xxi.
Harley, B. (2005). Hacia una deconstrucción del mapa. En La nueva na-
turaleza de los mapas. (pp. 185-207). México: fce.
Harvey, D. (2010). Del espacio al lugar y de regreso. En Berenzon, B. y
Calderón, G. (coords.), El tiempo como espacio y su imaginario. (pp.
19-67). México: unam.
López, A. (1994). Breve historia de la tradición religiosa mesoamericana.
México: Fondo para la Cultura y las Artes e Instituto Nacional In-
digenista.
Mariátegui, J. C. (2002). Regionalismo y centralismo. En Siete ensayos
de interpretación de la realidad peruana. (pp. 175-205). México: Era.
Morote, E. (1988). Aldeas sumergidas. Cultura popular y sociedad en los
andes. Cusco: cera Bartolomé de las Casas.
Nisbet, R. (1969). La formación del pensamiento sociológico I. Buenos Ai-
res: Amorrotu.
Phillips, S. (2009). La Historia de Gallo: la importancia social del tatuaje
en la vida de un pandillero chicano. (pp. 111-140). En E. Morin y A.
Nateras, (coords.), Tinta y carne. México: Contracultura (pp. 111-
140).
Sack, R. (1997). El significado de la territorialidad. En Pérez, P. (comp.),
Región e Historia en México (1700-185). (pp. 194-204). México: Insti-
tuto Mora.
Samivel. (1979). Espace montagnard et imaginaire. En varios, Espaces et
imaginaire. (pp. 69-88). Grenoble: Presses Universitaires de Grenoble.
Sennet, R. (2012). Juntos. Rituales, placeres y política de cooperación. Bar-
celona: Anagrama.
Simmel, G. (1908) (1977). El espacio y la sociedad. En Sociología. Estu-
dios sobre las formas de socialización. (pp. 643-740). Madrid: Bibliote-
62  Territorios y espacialidades

ca de la Revista de Occidente.
Van Young, E. (1997). Haciendo historia regional: consideraciones me-
todológicas y teóricas. En Pérez, P. (comp.), Región e historia en
México. (pp. 99-122). México: Instituto Mora.
Vergara, C. A. (2003). Imaginarios y símbolos del espacio urbano. Québec,
La Capitale. México: Conaculta, inah, aieq.
— (2013). La inscripción del tiempo en el espacio. En Nates, B. (coord.),
Enfoques y Métodos en Estudios Territoriales. (pp.69-95). Manizales: re-
tec, Universidad de Caldas.
— (2013). El palimpsesto como dispositivo de re-presentación del territorio,
ponencia presentada al XII Seminario Internacional sobre Territo-
rio y Cultura, San Agustín Huila, retec.
— (2014). El re-descubrimiento del territorio en el conflicto, ponencia pre-
sentada en el XIII Seminario Internacional sobre Territorio y Cul-
tura, retec.
LA CALLE: TÁCTICA VITAL
Y PLACE MAKING GUBERNAMENTAL

Pablo Gaytán Santiago 1

…el que toma una calle no necesita, en principio, de una mano que le guíe
y oriente; no la toma con temores de explorador sino que antes suele quedar
fascinado por la alfombra del monótono asfalto que se despliega ante él.
Walter Benjamin, 2013, París

Umbral

En Calle de dirección única (2011), Walter Benjamin llama la atención


sobre la necesidad de alternar la acción y la escritura, modestas formas
que corresponden a una probable influencia en las comunidades más
activas, entre aquellas se encuentran las octavillas, los folletos, los artí-
culos en revistas, los carteles. Ya que “su rápido lenguaje puede surtir
un efecto que se encuentre a la altura del momento”. Siguiendo esa
indicación escribo el presente artículo-crónica-reflexión, no con afanes
miméticos, sino como un ejercicio que permite al cientista social y al
humanista describir sus emociones y demandas frente a la ciudad y
sus territorios concretos. En este caso: la calle, lugar en donde todos los
fenómenos posibles ocurren sin dejar rastro, salvo cuando son magni-
ficados por la historia, el accidente o la catástrofe natural.
Así, a lo largo del mismo tránsito de la corporalidad de la ciudad,
la fusión entre cuerpo-sujeto y cuerpo-ciudad, para cruzar de un lado
a otro y encontrar las tácticas juveniles de apropiación de la calle, al
mismo tiempo lugar en donde los jóvenes configuran sus derechos,
la rebelión frente a la autoridad, la confrontación con las estrategias
urbanas de privatización de la calle, así como con las estrategias de gu-

  Pablo Gaytán Santiago. Doctor en Ciencias Sociales, Profesor Investigador del De-
1

partamento de Relaciones Sociales, uam-Xochimilco. Actualmente realiza estancia


post-doctoral en el Colegio de Antropología Social, de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. ([email protected])
63
64  Territorios y espacialidades

bernamentalidad propias de las sociedades de control, incluida la me-


moria urbana, que han heredado a las nuevas generaciones citadinas,
algunos escritores que han experimentado la calle y la ciudad entre la
acción y la escritura. Invito al lector y al escucha a derivar por esta calle
que imaginariamente le propongo.

Diógenes en el lugar donde nace el humo

Cada mañana que abro los párpados, lentamente la luz del día se hace
entre armonías de un trino urbano lejano, que decae o toma fuerza
conforme el instante eterno transcurre. De frente a mi nubentana co-
tidiana, según el día, la temporada o su artificial estado de humor, la
ciudad emerge entre humo, cromas naranjas, azules o tonos grises; al
poniente, la ciudad siglo xxi ha dejado atrás los miasmas acumulados
en los antiguos basureros de Santa Fe; al oriente, la luz rasga la cúpula
de los azul-gris de un cielo que no desea separarse de los contamina-
dos y salitrosos charcos del exlago de Texcoco. En el instante eterno
del amanecer, las aves metálicas que aterrizan se hunden en la línea de
fuga sobre el suelo que desaparece mientras el sol camina venciendo la
modorra suburbana.
Al norte, ha desaparecido el domo del Toreo de Cuatro Caminos
para darle paso a la tríada de cristal y hormigón formado por el girato-
rio Hotel de México, la postmoderna Torre Mayor, la neocolonial Torre
bbv-Bancomer y la rebanada Torre Reforma, que han dejado fuera de
cuadro a la Torre Pemex, enunciando por sí misma la transnacionali-
zación territorial de la ciudad de México. Desde el sur alto; instalado
en mi Cinosargo como si fuera un Diógenes humeante, veo a los ojos
a la ciudad viviente que refleja millones de urbanitas que van de prisa
para llegar a ningún lado. Leo sobre un espectacular: conspiremos con
la palabra
Vuelvo abrir los ojos para rasgar el telón contaminante al verti-
ginoso ritmo de Stravinsky como águila que cae sobre el asfalto, para
convertirme en uno más del colectivo joven cuerpo urbanita. Ahora
deambulo entre el vértigo inmóvil de la ciudad, en donde mi percep-
ción no es la suma de los datos visuales, táctiles o audibles, sino la
La calle  65

manera total con mí ser, que les habla a todos mis sentidos a un mismo
tiempo. Mi cuerpo se funde con la ciudad, en la red asfáltica atestada
de signos desorientadores, por donde derivo entre pisadas homogé-
neas, todas iguales a una, una iguales a todas.
Vuelvo la mirada hacia los reflejos de los edificios de cristal, en
donde me encuentro con la mirada congelada de alguna escultura,
vago entre cornisas y contornos, hasta llegar a las telarañas perdidas
del vecindario sobre la azotea de un centenario edificio a punto de de-
rrumbarse al igual que sus jubilados habitantes. Solo ha sido un con-
toneo terrenal. Mantengo los ojos bien abiertos. Allí, el grito silencioso
de los jóvenes tlacuilos ha escrito Somos la plata encantada, oxidada y
nacarada/Somos el sentido y el sinsentido, la vuelta agresiva e imaginativa
en powerline y brillos del ser uno mismo/Rebeldes contra la miopía vestida de
autoridad.
El cuerpo de la ciudad es el cuerpo de sus habitantes. Miro zonas
infantilizadas, otras juvenilizadas, unas más, en reserva, algunas en
constante renovación, las más, son derrumbadas por la fuerza del bul-
dozer inmobiliario o cremadas por el fuego clandestino de los hombres
del dinero. ¡El cuerpo-ciudad es una mercancía que se renta o se vende!
Sobre ese territorio en especulación, los cinceles de spray del anónimo
colectivo urbanita han escrito Somos realistas delirantes, real-visceralistas
que tatuamos las calles, las plazas, los resquicios/Somos las sombras destellan-
tes que claman transgresiones/…a pesar del ojo vigilante.
Fundido en ella, en el cuerpo-ciudad, la mirada de este cuerpo ya
no puede ocupar la plaza pública, se lo impiden los cuerpos del ar-
gos-autoritario, el making place de los urbanistas temáticos, los cuerpos
virtuales que ofrecen la figura de temporada, los cristales que opacan
la vida misma, las carpas digitales que velan los símbolos comunita-
rios, las luces engañosas de la fama instantánea, los fractales que dis-
traen al cuerpo-mente, que ahora tropieza con el último ornamento
burocrático impuesto por el régimen urbano. Puede ser un holograma
en honor al tirano, una escultura de bronce bañada en ácido, una co-
lumna de luz que traga millonarias cantidades de dinero, objetos, los
cuales, representan el mal gusto de los hombres del gobierno urbano.
Asimismo relatan las anécdotas de la fauna fantástica de la burocracia
del arte urbano, de la cual huye este cuerpo fundido en el metal y el
66  Territorios y espacialidades

concreto suburbanos. Piel rugosa sobre la cual, los guerreros del verbo
anónimo escriben imágenes poéticas, eslameras, sucias e ilegales: ¡somos los
antihéroes de la sobredosis/somos la catástrofe sin sentido!
El cuerpo se fragmenta en un solo, en un individualismo de masas
que fluye con armadura hecha de prótesis auditivas, oculares, corpora-
les para no tocarse ni mirase con el de junto; es el cuerpo solipsista del
yo-smart. Solo, el cuerpo joven existe para sí mismo en su selfi o como
espejo de los otros. In-material cuerpo que se expande en el ambiente
como si fuera una conciencia cremada en el horno de los signos mer-
cantiles y la actualidad. Junto a ese cuerpo juvenilizado, el cuerpo tam-
bién disiente, se aleja, se invisibiliza para vivir en las llanuras urbanas,
en los escondrijos, en las coladeras a flor de piel de concreto, cuerpo
que con su mirada se encuentra con otras miradas para crear otro mun-
do suburbano; paralelo, configurado en afinidades, en diferencias, en
memorias, sonidos, rituales de paso, o en escrituras que claman justicia
y un lugar en la plaza alisada. Es el cuerpo que mira a los otros cuerpos
en el cuerpo-ciudad, que busca realizar aunque sea por unos instan-
tes sus deseos, sea en algún proyecto que prefigure lo que quisiera
ser como individuo-colectivo, sea como colectivo-individuo, no para
la posteridad, sino para el aquí y ahora, como si estos fueran sombras
fosforescentes que huyen de los celadores de sueños en medio de las
llanuras urbanas. Encontrando siempre otros ojos que desean cambiar
la ciudad, el mundo. Vuelvo a cerrar los ojos en eterno flujo vital, para
dar lugar a otra luz: la interna.

La calle es de todos

Si bien es cierto que la calle es un espacio “de todos”, en ella, los jóve-
nes derivan sin saber qué encontrarán a la vuelta de la esquina; tal vez
la aventura o la represión.
La arteria pavimentada por el azar, tal vez, los conduzca a un pe-
riplo sin fin o una salida rápida al tan escaso futuro, nada es seguro
sobre las tatuadas banquetas, escenario de incidentes, asaltos, aganda-
lles de la pandilla vecina, balaceras impredecibles, accidentes de trán-
sito, baches, topes sin fin, señalizaciones desorientadoras, obstáculos
La calle  67

diseñados por comerciantes o trabajadores de diversos oficios y único


lugar de encuentro con la banda. La calle es de todos.
¡Sí pero no! ¿Cómo? La calle debería ser de todos pero no lo es,
ya que de un lado es un lugar común “administrado” por las autori-
dades delegacionales o municipales, quienes por ese motivo deberían
dar mantenimiento a las banquetas, jardineras donde las hay o cuidar
que las luminarias siempre estén funcionando. Pero como no lo hacen,
el resultado es que la calle se vuelve una trampa para los niños o las
personas de la tercera edad o dadas sus condiciones el lugar donde se
junta la banda, que al decir de los vecinos, en esas esquinas descuida-
das “hacen de las suyas”. En esas condiciones, el extraño chavo o la
banda del barrio se vuelven parias del lugar donde nacieron o nada
más por andar “tirando rostro” los vecinos y la “autoridad” los hacen
responsables de los hechos antisociales —asaltos, tráfico de enervan-
tes, violencia verbal o física hacia las jóvenes— que ocurren en las ca-
lles del barrio. En realidad la calle es de quien la administra y la vigila,
los peatones nada más transitan en ella.
Las autoridades que administran y vigilan son al mismo tiempo
irresponsables en sus tareas básicas, pero muy eficientes para encon-
trar “chivos expiatorios” a quienes extorsionar. Ese chivo es el chavo
extraño o la banda del barrio, así para los supuestos dueños de la calle,
la calle misma se vuelve un peligro, ya que ésta se convierte en el esce-
nario de persecuciones contra éstos; de las comunicativas jefas de fa-
milia que inventan anécdotas sobre el grupo de chavos que se junta en
tal andador, de los aislados jefes de familia que no tienen contacto con
los vecinos pero sí andan chismeando en el feis sobre “los vagos que
se juntan en tal lugar”, asimismo la extorsión de los patrulleros nada
más porque “portas esa cara” o porque “vistes así”, o de plano por-
que hubo un operativo escudo de la Secretaría de Seguridad Pública y
soportar sin protestar el basculeo por “la propia seguridad del chavo”.
En verdad, la calle no es de todos es de quien la vigila y regula como
si fuera un inmenso reclusorio sin puertas. La calle hoy día funciona
como un lugar de las sociedades del control.
Las autoridades no cumplen con su cometido y la policía y los
vecinos paranoicos sólo se dedican a vigilar. En esas condiciones, la
calle deja ser de todos, ya que las familias han abandonado las calles,
68  Territorios y espacialidades

no conocen a sus vecinos y, lo que es peor, no ejercen sus derechos para


demandar a las autoridades el mantenimiento de las guarniciones, re-
posición de las luminarias, la mejora de las jardineras, las plazas, los
parques y los deportivos, pero eso sí, demandan seguridad para que
controlen policialmente a los hijos de los vecinos. El resultado es que
en un ambiente a veces lúgubre en cada esquina se oculta un policía en
espera de su próximo extorsionado. A oscuras y desunidos, los vecinos
son cómplices de los ojos vigilantes.
En esta situación los chavos no son inocentes víctimas, ya que
también tienen sus responsabilidades. Me refiero a la mayoría silencio-
sa de los jóvenes, que por distintas razones sólo utiliza su hogar como
dormitorio, ya sea porque son trabajadores o estudiantes, así como a
los chavos sin matrícula ni empleo, quienes “pasan el tiempo” en la
calle, en la esquina, en el andador, en el parque “pensando en la inmor-
talidad del cangrejo”, fumando, tomando unas guamas, molestándose
entre sí, “muchachos visionudos” diría mi abuela. Quienes en la inme-
diatez de sus sueños frustrados también participan del descuido de la
calle común, de la calle de todos. Puede ser por ignorancia o por des-
cuido, pero estos jóvenes y no tan jóvenes no conciben la calle como un
lugar en donde ejercer sus derechos; el derecho a transitar, el derecho
a vestir como ellos quieran, el derecho a demandar a las autoridades
el mantenimiento de las calles, el derecho a ocupar los espacios colec-
tivos y sobre todo el derecho a cuidarse ellos mismo sin la necesaria y
extorsionadora presencia de la policía. Los jóvenes en la calle pueden
cuidarse a sí mismos y a su propia comunidad sin la presión de los
“pitufos”, los “judas” o los “granalocos”, ya que la seguridad comuni-
taria se define a partir del respeto de los derechos de los otros. Como
decía un slogan en las tocadas autogestivas de finales de la década del
noventa: “la seguridad somos todos”.
¿Por qué afirmo que la seguridad somos todos? La seguridad es
una función que las autoridades se han apropiado para sí con el fin
de mantener el control de la calle, su vigilancia y así determinar las
conductas que son legales y las que no son legales; la policía es la que
define la legalidad de los comportamientos de los jóvenes. No debería
ser así. Para que esto no suceda, los chavos del barrio, la banda, el
grafitero, el rapero, el patineto, el músico, el responsable consumidor
La calle  69

de “mostaza”, el estudiante que colabora con su comunidad podrían


crear sus propias iniciativas de reapropiación de la calle, primero ha-
ciendo de ella un lugar digno en donde todos se cuiden a sí mismos
y a sus vecinos, y en donde por obra del trabajo común demanden el
cumplimiento de sus responsabilidades a las autoridades, también ese
ejercicio de reapropiación de los espacios comunes implica la colabo-
ración entre la pluralidad del ser de los chavos. ¿Qué sucedería si el
grafitero, el estudiante de música, el joven informático, el carpintero y
el herrero, ente otros, conjugan sus habilidades para mejorar sus calles
y el ejercicio de sus derechos para hacer de la calle un espacio de todos
junto con sus familias? Claro, es una utopía urbana; ¿pero qué más
podemos imaginar?

El colectivo en la calle

En la ciudad de México la calle siempre ha sido el lugar de la creación


juvenil. Ella, generación tras generación, al menos desde el siglo xix,
ha sido territorio de pelados, caifanes, tarzanes, xipitecas, pandilleros,
chavos banda, “esos del barrio” o chacas, quienes en solitario o en gru-
po han convertido la calle en escaparate de fachas y desmadre y me-
dio; pero también en vitrina de la recreación de disonancias musicales,
cromáticos ensueños en medio de grises edificios, lugares del deporte
popular, escenario de danzas acrobáticas, pistas de aspirantes a ser los
primeros a la velocidad de la tabla urbana, de colectivos en pos de la
cultura recreada, siempre limitada por los agentes de la vigilancia. Aun
así, una y otra vez la novedad alcanza la calle.
Hablemos de historia colectiva. Desde hace poco más de tres
décadas, en las calles de las colonias populares, pueblos originarios,
unidades habitacionales y barrios urbanos suena el eco del colectivo;
palabra-imagen-deseo que motiva las aspiraciones de miles de jóve-
nes suburbanos. En el principio sólo algunos iniciados la conjugaban;
“voy al colectivo” decían algunos, “vamos hacer un colectivo” decían
otros, “¿qué es un colectivo?” preguntaban otras; pronto para muchos,
la palabra se convirtió en la palabra clave que ayudaría a desertar de
los adjetivos delincuenciales impuestos por la policía del pensamien-
70  Territorios y espacialidades

to. Prófugos de las palabras impuestas, quienes primero la conjuga-


ron fueron las pandillas punks; así nació el colectivo punk, con todo
y sus fanzines. Los primeros nombres de los colectivos manifestaron
sus sueños; colectivo A, Anti-Todo, Punks Never Died (pnd), Brigada Sub-
versiva, entre otros, para filtrar poco a poco las enlodadas calles de la
periferia defeña, los verdes bulevares del sur de la ciudad y las univer-
sidades en donde surgirían tiempo después, colectivos estudiantiles
o colectivos de artistas de clase media. Lo cierto es que los primeros
colectivos nacieron en las calles de las colonias San Felipe de Jesús,
Santa Fe, Ejidos de Iztapalapa y Ciudad Neza. Ese fue su origen en la
década del ochenta.
En la actualidad, la palabra-imagen-deseo se ha convertido en sig-
no de identidad de todos aquéllos y aquéllas que buscan ser ellos mis-
mos, gobernando sus sueños y su destino, con el firme deseo de crear
música bajo cualquier género, pintura urbana, poesía, contrainforma-
ción, o que pretenden educar, escribir la crónica de su comunidad, así
como dando lugar a una infinidad de posibilidades de ser colectivos
bajo la consigna del “hazlo tú mismo”, la solidaridad y la ayuda mu-
tua. Nada de todos contra todos, sino todos con todos.
Esta recreación la sigue haciendo el anónimo colectivo, en las ca-
lles de las periferias urbanas, en donde tú o yo vivimos y en donde
coinciden artistas sin renombre, profesionistas desempleados, deserto-
res del trabajo precario institucional o excluidos del sistema oficial de
cultura, quienes debido a las leyes mercantiles quedan fuera del dere-
cho a ocupar la calle y por tanto a gozar y recrear su propia cultura; ya
que el artista, comunicador, bailarina o promotor de un espacio cultu-
ral es al mismo tiempo un creador, ciudadano y miembro de un colec-
tivo con derechos y obligaciones frente a la comunidad. Por lo tanto,
el integrante de un colectivo está sujeto a las distintas dimensiones de
los derechos universales y culturales. En primer lugar, a los derechos
individuales (por ejemplo; el respeto a sus derechos de autor); en se-
gundo lugar, a sus derechos sociales (por ejemplo, el acceso no exclu-
yente a museos, adquisición de insumos como los libros o a la banda
ancha para cultivar su estética del arte en la red o el acceso a los medios
públicos con el fin de difundir sus obras); y en tercer lugar, a sus dere-
chos grupales (los cuales no están reconocidos, y no lo están, porque
La calle  71

un colectivo de danza o un colectivo de comunicadores, además de


pertenecer a un pueblo originario o un barrio urbano, pertenecen a una
comunidad productora de arte y cultura). Así, cuando las instituciones
y la comunidad misma no les reconocen o dan posibilidad de exponer
su imaginación, en los hechos los están discriminando, negándoles así
el derecho a la “propia cultura”.
Esta perspectiva implica reconocer que las diversas agrupacio-
nes y colectivos que crean coreografías urbanas, muralismo urbano,
medios impresos, creaciones digitales, música de los más variados gé-
neros, espacios culturales y centros sociales con los más diversos ob-
jetivos copertenecen a colectividades concretas en barrios, unidades
habitacionales y colonias populares, que por cierto carecen muchas
veces del más elemental de los equipamientos educativos y culturales;
en esos lugares es donde tienen puntos de referencia comunes alimen-
tados mutuamente por habitantes, su público, y ellos mismos. Los co-
lectivos en sí mismos ponen en tela de juicio la lógica autorreferencial
de la cultura y el arte promovidos por las industrias culturales y las
políticas públicas del entretenimiento. No se bastan a sí mismos, ya
que necesitan a su colectividad circundante para hacer y ser.
Un colectivo produce con toda su dedicación una variedad indefi-
nible de realizaciones, de interpretaciones, modulaciones en sus obras
y comunicaciones con un sentido identitario sin fin y continuo; son
expresiones identitarias en movimiento. Si hay algo que les caracteri-
za, es su relación con el tiempo, ya que sus creaciones son duraderas
que alimentan la memoria colectiva de su comunidad urbana. Lo es
porque su creación está incorporada a un modo de vida. Asimismo es
un modo de ser colectivo, diverso, con aspiraciones de igualdad, pro-
motor de la reciprocidad y su propio modo de ser.
El colectivo cultural significa comunión, comunidad y aspiración
a la justicia social; por esos motivos a los colectivos culturales se les
debe garantizar la gratuidad del uso de las instalaciones públicas (ca-
sas de cultura, museos, plazas, auditorios), dar las facilidades para
crear Centros Culturales Colectivos (autogestivos o independientes)
para que no se les trate como centros de entretenimiento, garantizarles
la seguridad social como artistas, promotores y creadores; ya que si un
creador no tiene seguridad social evidentemente no tiene condiciones
72  Territorios y espacialidades

para hacer respetar sus derechos culturales, sociales y políticos. Así, la


creación colectiva toma la calle.

Digitales y reprimidos: los sonidos de la calle

Los sonidos callejeros tienden a desaparecer en el iPod. Pienso, luego


escucho, mientras un joven ensimismado en su prótesis auditiva tara-
rea en voz alta el ritmo de su preferencia y una joven vendedora ofer-
ta audífonos con entrada universal a los somnolientos pasajeros del
transporte colectivo metro. Los ensordecidos sonidos callejeros se di-
luyen frente a los sonidos artificiales que la o el joven escucha desde la
individualidad de sus audífonos. La música proveniente de terminales
digitales desconfigura los sonidos dada la ausencia de instrumentos
que no son captados cuando los ritmos son bajados vía internet. Esto
cambia la sensibilidad auditiva de los sujetos, y por ende, establece
una relación auditiva con la música de manera aparente, lejana a lo
real y lo «natural». Las industrias culturales de nuestros días son res-
ponsables de esta interacción que inhabilita la percepción originaria
del universo musical, en la medida que la música bajada al artefacto o
trasmitida digitalmente pierde su dimensión externa. Es decir, usa un
medio que le crea otra forma de sentir sonidos individualizados y no
de forma conjunta en su complejidad musical. Cada quién escucha lo
que quiere y se pierde en su propio ruido.
La experiencia de escuchar música en iPod o teléfono celular es
resultado de la fragmentación de estímulos binarios (digitales) que
anteriormente eran escuchados mediante sistemas analógicos (discos,
acetatos, cintas). Frente a este fenómeno de orden mental y psíquico,
algunos expertos suelen aplaudir y edificar discursos entusiastas; por
otro lado, se encuentran los especialistas escépticos en torno a estos
cambios tecnológicos. Pero nadie duda que escuchar música a través
de los medios digitales, los jóvenes participan en un nuevo campo de
experiencia y nuevas interpretaciones de la realidad auditiva que no
se detectan con tanta facilidad. Actualmente, en nuestro país son muy
escasos los estudios sobre los cambios preceptúales producidos por el
uso de la telefonía móvil. Para comprender la nueva sensibilidad sóni-
La calle  73

ca habría que recurrir al poeta Paul Valéry quien en la década del trein-
ta del siglo pasado visualizó la “distribución de la realidad sensible a
domicilio”, esto es, cuando los sonidos de la calle mueren lentamente
en medio de los avances tecnológicos y leyes que promueven una su-
puesta sustentabilidad ambiental.
En mi opinión, fenecen los movimientos líricos del alma colectiva,
aquellos que fueron alimentados por las bocinas a todo volumen en
las esquinas; los días de fiesta; las improvisadas pistas de baile de los
tíbiris de los setenta; o cuando la calle era ocupada por sonideros de
música tropical y afroantillana. En ese espacio social, los ondulantes
cuerpos populares se disolvían rítmicamente de forma colectiva, un
cuerpo de identidad mestiza que configuraba la condición sónica de
la vida urbana. En aquella aguerrida década se decía que la música
popular es cultura porque fluía rítmicamente la identidad de la colonia
o barrio.
La sonografía de las diversas colectividades urbanas creció des-
de entonces en los lugares donde la banda escuchaba y danzaba rock
urbano; en las pistas tecnificadas con luz y sonido del naciente high
energy; en las calles alegres del tíbiri; en las plazas donde se escucha-
ban sones huastecos; en las danzas de mexicatiuahuis con teponaztles
y caracoles; en los carnavales del barrio; en los bailes populares donde
se escuchaba desde un taconeo regional hasta una estridente guitarra
eléctrica del grupo de rock barrial. Los sonidos coloreaban la vida co-
tidiana de barrios y plazas populares. Las ondulaciones y frecuencias
nacían y morían en las calles y barrios que aún vemos en algunas zonas
urbanas. Rapsodia de fragmentos de las vidas amorosas o ahogadas
del transcurrir colectivo, por donde aún desfilan miradas, accidentes,
sorpresas, naufragios, deseos, complicidades, protestas, peligros, hue-
llas, risas, sueños y utopías a veces acompasas por la violencia de los
rituales de iniciación.
Sónica vida colectiva que va desapareciendo junto con las mi-
croempresas culturales populares (sonidos y grupos de música de
cualquier género) quienes mantenían la cultura del uso común del es-
pacio público. Donde los rituales, la iniciación corporal, los juegos y el
hedonismo colectivo esbozaban la memoria oral y musical en una dan-
za popular que está por extinguirse. Junto a las descargas de música en
74  Territorios y espacialidades

línea, la individualización del goce musical, el reino de las industrias


culturales de la música, la ausencia de memoria colectiva, hoy día, los
sonidos colectivos tienden a desaparecer debido a la aplicación de le-
yes que los prohíben.
Las reformas a la Ley de Cultura Cívica del 31 de marzo de 2014
así lo indica, ya que éstas plantean “contribuir a generar un ambiente
libre de contaminación auditiva de terceros y aplicable en las zonas
de vivienda de interés social, popular o residencial”, en su artículo 24
fracción III. Asimismo prohíbe “Producir o causar ruidos por cualquier
medio que notoriamente atenten contra la tranquilidad o represente
un posible riesgo a la salud de los vecinos”.2
Hoy día a quien denuncie o sorprenda infringiendo dicho artículo
se le aplica una multa equivalente de 10 a 40 salarios mínimos o arresto
de 13 a 24 horas. Este ordenamiento dictado por un gobierno que apo-
ya fiscalmente y cede en comodato los espacios públicos a las empresas
multinacionales del espectáculo, limita toda posibilidad de realización
de conciertos, tocadas y sonidos colectivos, particularmente los reali-
zados por jóvenes en las colonias y barrios populares. El gobierno de
“participación social” impide la libre expresión de los sonidos en la
calle, dando al traste las más variadas expresiones musicales en vivo,
mismo que recrea el alma colectiva de un barrio o colonia popular,
donde los jóvenes son protagonistas vitales y creativos de dar vida so-
nora a la calle.

La calle a través de la literatura chilanga:


crónica juvenil de lo ausente

La literatura es un link de la memoria urbana. Y como tal, en ella, la ca-


lle esculpida a golpe de suela por los jóvenes de distintas generaciones
es el escenario de historias, crónicas y leyendas urbanas. La calle en el
papel o la red se ha convertido en región de imaginación y continua-
ción de la existencia juvenil misma en donde los pequeños hombres

2
 Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal. Última Reforma publicada en la Gaceta
Oficial del Distrito Federal el 18 de diciembre de 2014. Recuperado de http://www.
aldf.gob.mx/archivo6281984ec3e57f452e875c0815dbdb32.pdf
La calle  75

y mujeres aprenden las leyes de la vida urbana; es la retícula de la


ciudad-cuerpo por donde los torrentes de energía juvenil se desgastan
de la misma manera que las suelas de tenis que cambian de color con-
forme desfilan las modas. Las arterias de concreto son el papel sobre
el cual los escritores urbanos han dejado la memoria de lo que fueron
y deseaban, como los románticos estudiantes del norte de la ciudad
recreados en Ahora que me acuerdo por Agustín Ramos (1985).
La calle, interminable ofrenda de fachadas, rostro tatuado de tags,
murales y cromas que recuerdan el origen regional de las familias que
habitan las viviendas con domo de ozono, es la piel de los recuerdos
pedagógicos. Es la pantalla en donde se escriben las crónicas de las zo-
nas urbanas periféricas, protagonizadas por escritores-personajes que
las conocen y han salido a explorarlas para contarles a las futuras ge-
neraciones que la aventura, la educación sentimental y la escuela de la
vida está ahí, en la calle. Lo han hecho con la mirada de un cartógrafo
que interpreta el mapa del tesoro de los encuentros al azar, como quien
se enfrenta a los horrores del Apocalipsis o como quien descubre la fra-
ternidad del camarada, del vecino, la novia o novio, de la banda, de la
palomilla, del crew, del colectivo, de la pandilla, siempre en cotidiana
travesía en busca de lo mejor de sí mismos y su grupo de afinidad.
En la literatura urbano-popular el escritor se vuelve un cronista y
el lector un personaje que puede haber vivido o no el viaje iniciático.
Evoco mientras releo La leyenda escandinava de Nelson Oxman (1989),
una historia que sucede en la frontera de las colonias Tacubaya y Es-
candón, en la aurora de la década del ochenta, años aquellos cuando
las pandillas juveniles emergieron entre las colonias y barrios popula-
res a lo largo y ancho del archipiélago urbano de la ciudad de México.
Generación de la crisis para algunos, generación podrida para otros,
los jóvenes que se agregaban en las bandas con sus propios códigos,
lenguajes, y necesidades buscaban salir de la crisis entre las rendijas
urbanas. Los sueños habían acabado sin iniciar.
Esta no fue ni la primera ni la última generación en deambular
en esas condiciones, al igual que las actuales, la de los ninis —según
los sociólogos institucionalmente cursis—, los jóvenes urbanos sin
futuro siguen en la calle experimentando viejas y nuevas formas de
hacer-sentir-existencialmente la calle, materia prima de las más intrin-
76  Territorios y espacialidades

cadas novelas y cuentos submetropolitanos, si no léase los Cuartos para


gente sola (2008) de J. M. Servín. Una forma de vivir la calle de añeja
tradición, que sin ir muy lejos nos lleva a recordar a personajes tan
queridos como el chanfalla, el alter ego del maestro Gonzalo Martré,
quien ha recreado la periferia del Centro Histórico de la ciudad en no-
velas como Entre tiras, porros y caifanes (1982), El chanfalla (1984) o Los
símbolos rotos (1993), considerada la novela del otro 68. O las vivencias
de los jóvenes trabajadores petroleros y chavos sin oficio ni beneficio
en las calles de los barrios de Azcapotzalco de El Vengador (1973) de
Gerardo de la Torre. Así como el fondo de la existencia humana a flor
de banqueta de los teporochos y la cultura barrial del baile, la música
y el futbol relatadas por el tepiteño Armando Ramírez en Chin, chin el
teporocho (1969) y Tepito (1983).
Sobre la pasarela de asfalto y tinta también han desfilado los jó-
venes contraculturales y desencantados del norte de la ciudad de
Agustín Ramos, los vagos de ciudad Neza que pueblan la literatura
de Emiliano Pérez Cruz, el Tunas de Enrique Serna, el habla y los có-
digos de honor de las bandas de Tacubaya revisited de Víctor Manuel
Navarro o Eddy tennis boy de Eduardo Villegas y por supuesto el Ulises
de La leyenda escandinava de Nelson Oxman donde la diaria aventura
por sobrevivir adquiere dimensiones épicas, hasta llegar a La esquina
de los ojos rojos (2012) de Rafael Ramírez Heredia, quien nos lleva por
los mundos paralelos de los jóvenes sicarios, la corrupción policíaca,
la violencia urbana, y el no hay más futuro que ahora mismo de los
jóvenes de los barrios de la ciudad de México.
Para todos estos personajes imaginariamente reales, de carne y
concreto, héroes y antihéroes, pata de perro, en busca de sentido exis-
tencial, la calle es el único camino que los lleva al próximo callejón
vital, al futuro inmediato de la vida misma, como diciendo la calle está
ahí y es nuestra. Ya que la calle es el primer poro del rostro de la ciu-
dad y que, aunque como transeúnte, el escritor o el cronista, según sea,
observe que las puertas y ventanas están cerradas, siempre detrás de
ellas están otros seres que tal vez tengan los mismos pensamientos y
los mismos deseos, por ese mismo motivo la calle está viva en su apa-
rente parsimonia que puede ser alterada por un acto inesperado o un
azaroso choque de cuerpos. Pues sí, es así porque la calle es espacio
La calle  77

de tránsito y plaza de diálogo que conecta al anónimo peatón con la


urbe. La calle es, al mismo tiempo como la viven épicamente el Tunas,
el Eddy, el Chanfalla, el Ulises, entre otros, un refugio, un océano en
busca de cartógrafos, un desierto inexplorado, un campo de batalla, un
lugar para el encuentro, un sitio de comunión entre el joven peatón y
el inmenso cuerpo de la ciudad que cada día se escapa ante los ojos del
joven paseante y el escritor imaginario.

Esquina

Regreso al atardecer a la esquina urbana, la lluvia cae como masa líqui-


da sobre el cacarizo asfalto. Sobre éste se recortan las siluetas de cada
ser que corre para no desaparecer en la inmanencia del gris lluvioso
apenas iluminado por las intermitentes luces móviles que explotan al
rugir del rayo y el trueno. Es verano, en esta quietud lluviosa, desde el
Cinosargo observo el movimiento de la cortina de lluvia y humo que
cubre la enorme maqueta de concreto y acero para hacerla desaparecer
en fade out para dar paso a la noche de neón.

Referencias

Benjamin, W. (2013). París. España: Casimiro.


(2011). Calle de dirección única. Madrid: Abada Editores.
Martre, G. (1982). Entre tiras, porros y caifanes. México: Edamex.
(1982). El chanfalla. México: V Siglos.
(2001). Los símbolos rotos. México: Conaculta/Lecturas mexicanas.
Navarro, V. M. (1983). Tacubaya revisited. México: Oasis (Los libros del
Fakir).
Oxman, N. (1989). La leyenda escandinava. México: Diana.
Ramírez, A. (1971). Chin, chin el teporocho. México: Novaro.
(1983). Tepito. México: Terranova.
Ramírez, R. (2012). La esquina de los ojos rojos. México: Alfaguara.
Ramos, A. (1985). Ahora que me acuerdo. México: Grijalbo.
Servín, J. M. (2008). Cuartos para gente sola. México: Joaquín Mortiz.
78  Territorios y espacialidades

De la Torre, G. (1973). El Vengador. México: Joaquín Mortiz.


Varios. (2014). Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal. Última Re-
forma publicada en la Gaceta Oficial del Distrito Federal el 18 de
diciembre de 2014. Recuperado de http://www.aldf.gob.mx/archi-
vo6281984ec3e57f452e875c0815dbdb32.pdf
Villegas, E. (2006). Eddy tennis boy. México: Nueva Imagen.
RETOS Y LÍMITES DE LA PARTICIPACIÓN INFANTIL
EN LA RECUPERACIÓN DEL CONTACTO
CON LA NATURALEZA EN ESPACIOS URBANOS

María Isabel Reyes Guerrero 1

Introducción

Uno de los imaginarios sociales dominantes que la modernidad nos


heredó fue la supuesta superioridad del ser humano sobre la naturale-
za y con ello la supuesta distancia de nosotros como especie hacia ella,
imaginario que se reforzó a partir de la industrialización y la agresiva
instrumentalización de la naturaleza a través de la urbanización, cuyos
efectos se dejan ver tanto en la crisis ambiental actual como en la cons­
tante creación de espacios urbanos cuyos intereses son los de la lógica
mercantil y no de la vida social, y menos del planeta Tierra.
Considerando que la participación social es una forma de recons­
truir los espacios urbanos, el objetivo de este trabajo es indagar sobre
los retos y límites de la participación infantil, y de qué tipo, para recu-
perar el contacto con la naturaleza en los espacios urbanos, reconocien-
do que los niños y las niñas son sujetos transformadores de la realidad,
a partir de su capacidad de reproducir o construir nuevos imaginarios
y prácticas sociales al respecto.
Este documento se divide en tres apartados: el primero hace refe­
rencia al entramado relacional que sostiene nuestra vida humana que
quedó invisibilizado con el imaginario social dominante sobre la su-
puesta distancia sociedad-naturaleza; el segundo indica a la partici-

1
  Maestrante en Desarrollo Económico y Cooperación Internacional, en el Centro de
Estudios del Desarrollo Económico y Social, de la Facultad de Economía en la Benemé-
rita Universidad Autónoma de Puebla. ([email protected])
79
80  Territorios y espacialidades

pación social como la herramienta que permite crear, modificar y con


ello potencializar o detener procesos en un espacio reconstruyéndolo;
y el tercer apartado habla sobre las aportaciones de la participación
infantil pensándola de una manera más amplia, para la reconstrucción
del espacio urbano.

El distanciamiento ficticio sociedad-naturaleza


en espacios urbanos

En el planeta Tierra los seres humanos cohabitamos y somos interde-


pendientes de otros seres vivos, cuyas especies son incluso más lon-
gevas en tiempos planetarios; todos los seres vivos tenemos proyectos
de vida, que de acuerdo a Foladori (2001) es la adaptación del medio
ambiente a las necesidades del organismo, entendiendo que se trata
de una interacción no dada y que se construye de acuerdo a las posibi­
lidades y necesidades de los organismos, quienes además no se rela-
cionan de manera autónoma, al contrario, según Challenger (1998), las
relaciones entre especies “parecen ser un componente especial de la
estrategia de vida de los organismos, que les permite adquirir una por-
ción adecuada de los recursos del ambiente para crecer, sobrevivir y
reproducirse” (p. 25).
Es decir, las interacciones de las que hablamos se dan de manera
relacional entre organismos vivos y entre éstos y los componentes no
vivos, en causa-consecuencia de acuerdo a las necesidades, posibili-
dades y condiciones de los distintos proyectos de vida que convergen
y/o compiten entre sí, aunados a los procesos geofísicos que se dan en
la Tierra, lo que ha conllevado a la biodiversidad actual compuesta
por la variedad de especies, variedad genética y variedad de los eco-
sistemas en los que se dan las interacciones. Esta diversidad biológica
sostiene todas las formas de vida en el planeta, incluida la humana, es
decir, que los organismos a través de un entramado relacional interde-
pendiente soportan la existencia individual y como especie mediante
las interacciones que han surgido y que procuran la supervivencia.
Por lo anterior, es comprensible que el contacto con la naturale-
za sea vital para el bienestar humano, en primer lugar, porque para
Retos y límites de la participación infantil  81

que un ser humano sobreviva debe obtener las condiciones materiales


que permitan su coexistencia, derivadas del entramado relacional an-
tes señalado, por ejemplo, los seres humanos para alimentarse deben
acceder a alimentos producidos por la agricultura; y, en segundo lu-
gar, porque además de que los humanos seamos una especie también
somos seres sociales y nuestras necesidades emocionales están ligadas
no sólo con la interacción con otras personas, sino con la naturaleza
misma.
No obstante, este entramado relacional que sostiene nuestra vida
quedó invisibilizado con el proyecto civilizatorio de la modernidad,
según Villoro (1992), el pensamiento moderno se construyó con la
suma de tres elementos: 1) la pérdida del centro, motivada por los des­
cubrimientos geográficos, misma que se asocia también al distancia-
miento de explicaciones religiosas y a la posibilidad del hombre de
elegir su forma de vida; 2) la separación del mundo natural del mundo
humano, la naturaleza entonces se volvió un objeto de contemplación
y transformación mientras que el mundo humano se expresaría en
el conjunto de libertades individuales —cabe señalar que éstos sólo
fueron otorgados a hombres adultos y de cierto estrato social—; y 3) la
cultura, elemento diferenciador de los seres humanos respecto a otros
seres vivos y a su entorno mismo.
Las ciudades buscaron convertirse en los lugares para crear y re-
afirmar la supremacía y separación del ser humano sobre y de la natu-
raleza, pasaron a ser las sedes de la cultura y civilización modernas, tal
como señala Carlos Guevara:

La ciudad vuelve posibles y a la vez simboliza los valores de lo moderno


en una intrincada red de imaginaciones y valoraciones, que incluyen las
dicotomías entre lo urbano y lo rural, que es también la oposición entre
lo moderno y lo antiguo, lo que cambia y lo tradicional, lo que indivi­
dualiza y lo comunitario. Es también el triunfo de la civilización sobre
la barbarie, de la cultura sobre la naturaleza, del orden sobre el caos, de
la racionalidad sobre la pasión. Su magnitud, su belleza, la velocidad de
sus transportes internos, su centralidad y su traza, simbolizan y dan fe
del grado de avance de la sociedad (Guevara, 2011, p. 19).
82  Territorios y espacialidades

Como estipula Perló (1990), debido a las innovaciones tecnológi-


cas que cambiaron los medios de comunicación y transporte entre es-
pacios, se favoreció la concentración de la población en los territorios
denominados urbanos por dedicarse a la industrialización y a la ma-
quinaria; en este sentido, es posible señalar la falsa idea de una sep-
aración entre humanidad y naturaleza que se instauró como uno de
los imaginarios sociales dominantes heredados a los espacios conside­
rados urbanos, lo que ha conllevado no sólo a subrayar la superioridad
de nuestra especie, sino que también a invisibilizar nuestra necesidad
y dependencia (a nivel individual y como especie) hacia las interac-
ciones que se dan en la naturaleza para nuestra supervivencia.
La Revolución Industrial entonces podría ser considerada el par-
teaguas que instauró la fase agresiva que refiere Boff (2013) en las tres
fases históricas en la relación entre el ser humano y la naturaleza: la
primera que existió fue de interacción porque había sinergia y coope­
ración entre ser humano y naturaleza; b) la segunda fue la intervención,
cuando el ser humano comenzó a utilizar instrumentos, y mediante el
trabajo se buscó modificar a la naturaleza; y c) la fase actual de agresión,
en la que el ser humano hace uso de la tecnología para someter a la
naturaleza para sus propósitos sin considerarla más que de manera
instrumental.
Esta relación sociedad-naturaleza agresiva en la urbanidad de-
manda la transformación de espacios, y, al mismo tiempo, el mante­
nimiento del estilo de vida urbana genera un metabolismo social que
menoscaba el entramado relacional que la naturaleza sostiene, enten­
diendo que dicho proceso “comienza cuando los seres humanos social-
mente agrupados se apropian de materiales y energía de la naturaleza
(input) y finaliza cuando depositan desechos, emanaciones o residuos
en los espacios naturales (output) (Toledo, 2013, p. 47).
Durante el metabolismo social podemos distinguir cinco fenó­
menos: la apropiación, la transformación, la circulación, el consumo
y la excreción, mediados por una serie de instituciones, erigidas por
imaginarios sociales, uno de los cuales es la supuesta separación en-
tre humanidad naturaleza, por lo tanto, las prácticas de las personas
que habitan los espacios urbanos están mediadas por los imaginarios
sociales dominantes, lo que significa objetivar a la naturaleza, verla
Retos y límites de la participación infantil  83

de manera instrumental y, para nuestros intereses, considerar que los


humanos podemos extraer de ella cuanto queramos sin preocuparnos
por los residuos que generamos, etcétera.
Cabe señalar que los imaginarios sociales2 que se produjeron en la
modernidad fueron absorbidos de manera automática por el discurso
del desarrollo, cuya premisa central ha sido el crecimiento económico
aunado a la industrialización, urbanización y objetivación de la natu-
raleza, por lo tanto, no es sorpresa que los Estados-Nación pugnen por
planes de desarrollo que sostienen la transformación de los territorios
en espacios urbanos, sirvientes a los intereses de la acumulación y no
al consumo social (Iracheta, 1997).
En este sentido, ¿cómo es posible que la participación social pueda
marcar un giro a los imaginarios sociales dominantes? Consideremos
lo que Cornwall y Gaventa señalan al respecto:

El acto de participar puede ser visto como dar vida a espacios existentes
así como crear nuevos espacios y crear nuevas formas sociales con su
propio impulso e ímpetu. Los espacios para la participación pueden en-
tonces ser pensandos en términos abstractos como las formas en que po-
drían concebirse o percibirse las oportunidades para involucrarse y, más
concretamente, en términos de los sitios concretos que son ocupados y
animados por ciudadanos (Lefebvre, 1991, en Cornwall y Gaventa, 2003,
p. 2).

Es así que la participación puede crear nuevas formas y prácticas


sociales que produzcan un espacio distinto, mejor dicho, el espacio ur-
bano no es un espacio dado con características fijas —generalmente
otorgadas por los planes gubernamentales—, sino que es un espacio
de interacciones, de interacciones geo-físico-químico-biológicas y de
interacciones sociales; es al mismo tiempo un ambiente que un encuen-
tro y desencuentro de habitantes, es un trampolín para reproducir los
mismos imaginarios sociales o una oportunidad de generar distintos.

2
  De acuerdo a Manuel Antonio Baeza (2003), los imaginarios sociales son múltiples
y variadas construcciones mentales (ideaciones) socialmente compartidas de signifi-
cancia práctica del mundo, en sentido amplio, destinadas al otorgamiento de sentido
existencial.
84  Territorios y espacialidades

La reconstrucción del espacio urbano


mediante la participación

La urbanización no significa lo mismo que la construcción de una ciu-


dad, la primera se refiere a un proceso que modifica espacios a fin de
imponer formas y modos de vida ligados a la modernidad que hoy en
día se ha mal llamado modernización, en este proceso sólo se consi­
deran las condiciones materiales y físicas que requiere el mercado como
eje rector organizador, en cambio, la ciudad debería ser un proyecto en
el que los habitantes ejerzan sus derechos y tengan la posibilidad de
hacerlos válidos, cuestión que parece inexistente actualmente.
Cabe señalar que seguimos denominando ciudades a ciertos espa-
cios por su importancia y en función de las relaciones con sus espacios
próximos las denominamos metrópolis o megalópolis, la metrópolis
“es una gran ciudad que tiene extensas áreas de influencia con las que
establece un entramado complejo de interrelaciones, conformando las
denominadas áreas y zonas metropolitanas” (Cabrera, 2010, p. 40);
el área metropolitana se refiere al área de un municipio o delegación
con el de otro por la extensión más o menos continua de sus zonas
urbanizadas, mientras la zona metropolitana contiene a la metrópoli
con el papel central, de la que parten y confluyen flujos y materiales,
de personas, información y comunicación, que hacen a la zona metro-
politana un territorio integrado funcionalmente; finalmente, la región
metropolitana se refiere a un ámbito territorial mayor que incluye a la
mancha urbana y centros ubicados de una línea imaginaria delimitada
por niveles de interacción presentes o potenciales (Cabrera, 2010).
La clasificación gira en torno a un espacio central y las interac-
ciones derivadas del mismo con las zonas próximas y/o articuladas
en función de las interacciones económicas, cualesquiera que sean
la importancia y papel, en este trabajo considero como espacios ur-
banos aquellos en los que las formas y prácticas de vida responden
a una lógica de mercado cuyos intereses predominantes se orientan
a los imaginarios sociales anteriormente referidos: industrialización,
modificación del territorio y objetivación de la naturaleza, así como
el consumismo que se convierte en un elemento preponderante de la
vida urbana.
Retos y límites de la participación infantil  85

La urbanización se mueve en función de la lógica del mercado y al


mismo tiempo impone las condiciones materiales con las que los habi-
tantes sobreviven, considerando que la sociedad en espacios urbanos
también está imbricada en relaciones de poder de clase, raza, género
y edad, sumada al poder “hegemónico” y “legítimo” del Estado-Na-
ción mediante sus políticas públicas. Ante este panorama, ¿cómo es
posible reconstruir el espacio urbano desde la participación? Cornwall
y Gaventa (2003) nos recuerdan que Lefebvre señala al espacio social
como un espacio producido, y tal vez podríamos aportar producién-
dose, al ser resultado de acciones, y que a su vez permite que ocurran
nuevas acciones, potencializando o fortaleciendo unas y debilitando o
fortaleciendo otras.
Partiendo de la premisa anterior, el espacio urbano es resultado de
acciones erigidas en función de la modernización, el progreso y el de-
sarrollo,3 particularmente acciones emprendidas por el Estado-Nación,
sin embargo, las personas que habitan dicho espacio también pueden
llevar a cabo acciones que modifiquen las anteriores, potencializado o
debilitando ciertas interacciones.
Es aquí donde entra la participación “que se extiende más allá
de las invitaciones a participar, hacia formas autónomas de acción a
través de las cuales los ciudadanos crean sus propias oportunidades
y términos de involucramiento” (Cornwall y Gaventa, 2003, p. 4), en
este sentido, y a raíz de que la lógica del mercado es la que instau-
ra las condiciones materiales de vida, la participación en un amplio
sentido buscaría alternativas “que representan formas de organización
económica basadas en la igualdad, solidaridad y la protección de me-
dio ambiente” (De Sousa y Ramírez, 2006, p. 132).
Si bien existen alrededor del mundo diversas alternativas, ejemplo
de ello son las experiencias de trueque o los tianguis que funcionan
con monedas sociales, los sujetos que han emprendido estas acciones
en espacios urbanos son los adultos, parecería normal pensarlo así,
3
  El desarrollo entendido como una ideología que absorbió los imaginarios sociales
de la modernidad y que se erigió como el objetivo e ideal para los Estados-Nación a
partir del discurso emitido por Truman en 1949, en el que diferenció a los países por el
grado de desarrollo que tuvieran y al mismo tiempo ofreció ayuda para que los países
“en desarrollo” llegaran a los niveles de desarrollo que países como Estados Unidos
tenían.
86  Territorios y espacialidades

ya que los niños y las niñas aún no alcanzan ese estado de madurez
para organizarse, pues bien, esta idea de la infancia necesitada de pro-
tección y guía también es herencia de la modernidad, lo que conlleva
a invisibilizarlos como sujetos capaces de realizar o no acciones que
modifiquen el espacio en el que habitan.
Es necesario señalar que habitar también debe ser comprendido
en amplia medida; habitar no significa sólo el hecho de tener un lu-
gar donde dormir, habitar significa estar y vivir en los diferentes es-
pacios en los que nos podemos mover considerando nuestros propios
roles, en caso de los niños y niñas, que han sido reducidos a espacios
domésticos y relegados a pocos espacios públicos siendo invisibiliza-
dos de esta forma (Contreras y Pérez, 2011), sin embargo, no significa
que los niños y las niñas no sean capaces de transformar su realidad a
través de la participación.

Una nueva y real participacion infantil


en la reconstrucción del espacio urbano

Tal como Borja refiere:

la ciudad, más que un agregado de hombres y mujeres [y niños y niñas]…


implica una posibilidad distinta a la mera suma de sus partes, la posi­
bilidad de un entendimiento político, de la construcción de una comu-
nidad y de un proyecto de vida colectiva. La urbanización no es ciudad
automáticamente, en muchos casos constituye negación de ella misma,
lo urbano es un insumo de ciudad que hay que materializar a través del
ejercicio de la democracia, la política, la participación y la ciudadanía
(Borja, en Correa, 2013, p. 4).

En este sentido, podríamos señalar a la participación como una


herramienta que permite construir ese proyecto de vida colectiva, mis-
ma que se manifiesta en las diversas formas y dispositivos institucio-
nalizados que diferentes agentes otorgan (Estado, organizaciones no
gubernamentales, agencias de cooperación, etc.) para que las perso-
nas tomen parte en las decisiones que afectan su habitar, y esta par-
Retos y límites de la participación infantil  87

ticipación de manera convencional es pensada como la participación


ciudadana, aquella que permite a las personas tomar su rol como ciu-
dadanos activos y puedan opinar y actuar al respecto.
Dado que la participación ciudadana se asocia a la idea de ciu-
dadanía, en un sentido tradicional podríamos referirnos a los niños y
las niñas como ciudadanos y ciudadanas del futuro, sin embargo, sería
un error porque negaríamos sus capacidades actuales, además de re-
ducir la noción de infancia a la visión hegemónica que los ha descrito
como “objetos preferentes de protección, control y estudio, situándose
en ellos la potencialidad máxima del progreso o la decadencia de la
sociedad, pero a la vez… suelen resultar invisibles u opacos, en cuanto
a sus interpretaciones de la realidad y a su capacidad de influir en sus
entornos” (Vergara, Chávez y Vergara, 2015, p. 58).
Por lo tanto, la participación infantil pensada desde un ámbito
convencional no es ciudadana ahora, más bien es una fase preparatoria
para formar ciudadanos a futuro, si bien el objetivo de esos dispositivos
es una formación ciudadana, sino es el caso, podrían ser sólo eventos
aislados cuyo objetivo no es escuchar a los niños y a las niñas, al con-
trario, sólo buscan legitimar las supuestas políticas hacia la niñez y
cumplir con los lineamientos de la Convención sobre los Derechos del
Niño, adoptada por México en 1990.
Ahora bien, habría que hacer mención de dicha Convención, ya
que a partir de este instrumento internacional se reconocieron a los
niños y a las niñas como sujetos y sujetas de derechos, incluyendo la
participación, sin embargo, tal como establece Manfred Liebel, dicho
derecho asentado en los artículos 12 al 15 y 17:

Se basa en el concepto de derechos individuales que tiene el niño en el


sentido de ser escuchado y de poder opinar. Pero los niños son consi­
derados seres que viven separados del mundo adulto y que recién se
encuentran en proceso de convertirse en un adulto (pleno). Asimismo, su
derecho a opinar se limita en asuntos que afecten al niño, de modo que
los excluye totalmente de cualquier responsabilidad política o económi-
ca. Por lo tanto, en procesos económicos vitales no está prevista la parti­
cipación actuante (Liebel, 2013, p. 104).
88  Territorios y espacialidades

Derivado de lo anterior, la participación infantil y, con ello, los


dispositivos e instrumentos actuales dirigidos a los niños y niñas ado-
lecen de acciones que verdaderamente aporten a la construcción de un
proyecto de vida colectiva en cualesquiera de los espacios en los que
se desenvuelven, ya que los niños y niñas viven en un mundo dirigido
por y para los adultos, de acuerdo a Bustelo (2012), esta asimetría adul-
tocéntrica se visualiza en el siguiente cuadro:

Cuadro 1. Diferencias percibidas respecto


a la idea de adultos y niños
ADULTO NIÑO
Maduro Inmaduro
Racional Emocional (irracional)
Autónomo Dependiente
Mayor Menor
Autoridad Obediencia
Competente Incompetente
Completo Incompleto
Público Privado
Cultura Naturaleza
Independiente Dependiente
Trabaja Juega
Actor Objeto
Visible Invisible
Fuerte Vulnerable
Formado Maleable
Fuente: Elaboración propia con datos de Buste-
lo, G. (2012).

De lo anterior, podemos observar el papel subestimado que tienen


los niños y las niñas en la esfera pública, particularmente en espacios
urbanos, ya que los imaginarios sociales dominantes subrayan la im-
Retos y límites de la participación infantil  89

portancia de la dinámica económica y no de las necesidades de los


habitantes.
En este orden de ideas, es importante recordar y rescatar que la
participación, como se estipuló en el apartado anterior, significa más
que los dispositivos e instrumentos institucionalizados y permitidos,
participar es la creación y construcción de acciones no necesariamente
institucionalizadas a fin de crear ese proyecto de vida colectiva, pen-
sando en formas alternativas de organización económica que recons­
truyan el espacio urbano hasta como lo habíamos pensado hoy, sin
embargo, esa reconstrucción no debe ser necesariamente dirigida sólo
por adultos, al contrario, abrir la participación a niños y niñas per-
mitirían nuevas propuestas, potencialidades, interacciones y una re-
construcción del territorio incluyéndolos.
Ahora bien, recuperando el primer argumento de la falsa idea de
la separación de la sociedad con la naturaleza, la participación tam-
bién sería aquel instrumento que permita recrear nuevas formas de
organización a favor de la recuperación del contacto con la naturaleza
en espacios urbanos, y no sólo hablando de una conciencia ambiental
respecto a una menor utilización de recursos naturales porque estarí­
amos objetivándola de nuevo, sino reconociéndonos como parte de la
misma.
Además, el escaso contacto de los niños y las niñas con la naturale-
za los predetermina a reproducir los imaginarios sociales dominantes
y no a construir espacios sustentables, lo que genera la reproducción
y dominación del modus vivendi en los espacios urbanos y cierra las
posibilidades de pensar en formas de vivir distinto, lo que conlleva
a una niñez pasiva y unos futuros adultos consumistas mas no ciu-
dadanos ni corresponsables con otras personas y mucho menos con
la naturaleza. Ante este panorama nos encontramos con el dilema de
cómo a través de la participación es posible recuperar el contacto con
la naturaleza en espacios urbanos a fin de reconstruir la relación so-
ciedad-naturaleza en dichos espacios si la misma urbanización nos ha
distanciado de la naturaleza y del hecho verdadero de que depende­
mos y somos parte de ella para sobrevivir.
Es posible superar dicho dilema si abrimos la participación no
sólo a propuestas adultas ni sólo a dispositivos institucionalizados
90  Territorios y espacialidades

segregando a los niños y niñas como meros sujetos que sólo pueden
“hablar” de algunas cuestiones sin proponer algo real, si reconocemos
que la niñez tiene más potencialidades que limitaciones, que no sólo
tienen la “capacidad de comprender esta realidad y reflexionar sobre
ella para poder adaptarse o transformarla” (Shabell, 2013, p. 164).
Los niños y las niñas son seres racionales a la vez que emotivos,
dado que “ellos miran con curiosidad la realidad, se abren a la viven-
cia y acceden más directamente a lo que acontece, porque están más
dispuestos que los mayores a asumir lo inédito y lo indeterminado.
Permiten que su experiencia se manifieste dentro de una apertura que
concibe un vaivén constante entre lo posible y lo imposible, lo real
y lo imaginario” (Corona y Morfín, 2001, p. 33), que va más allá del
razonamiento, es decir, en función de las emociones y sensaciones, y
dirigido a la reproducción o construcción de las mismas o nuevas sig-
nificaciones respecto a su relación con la naturaleza y con los propios
adultos.
Pensemos entonces en abrir el marco de la participación, de la in-
clusión de los niños y las niñas al pensar en alternativas en contra de
la lógica del mercado y a favor de las necesidades sociales, recordemos
que los adultos de ahora fueron/fuimos niños antes y que los niños
de ahora serán adultos después, es decir, la categoría de edad ha sido
dada por la sociedad pero en el fondo somos personas, tal como refiere
José Sánchez (2004):

Quienes sólo hablan sobre el niño son incapaces de pensar conceptual-


mente los términos de una definición de la infancia. En primer lugar,
el niño no deja de ser niño para devenir adulto, sino que es su misma
persona la que se hace adulta; en segundo lugar, el mismo niño es sujeto
de su “devenir”, y por consiguiente “produce el adulto” que él mismo
va a ser; en tercer lugar, por consiguiente, el adulto que deviene el niño
en una sociedad no es necesariamente el mismo adulto de la sociedad
anterior; e incluso cabría añadir… tampoco la sociedad en la que el niño
ha devenido adulto era la misma sociedad en la que había sido niño.
(Sánchez, 2004, p. 184).
Retos y límites de la participación infantil  91

Conclusiones

En los espacios urbanos existe un imaginario social dominante que ha


sido heredado por la modernidad y ahora por el desarrollo: el ser hu-
mano es superior y se diferencia del resto de las especies y por ello
existe una distancia entre la sociedad y la naturaleza: cuestión falsa, ya
que como seres vivos en el planeta necesitamos de otras condiciones
bióticas y abióticas que se encuentran en la naturaleza para sobrevivir,
por lo que es necesario repensarnos como parte de la naturaleza y para
ello una de las puertas es la participación.
El espacio urbano tiene condiciones materiales que los Esta-
dos-Nación proveen, y parece complicado pensar en una participación
que realmente cambie las interacciones, sin embargo, si pensamos al
espacio como un lugar socialmente producido, podremos dar cuenta
de la potencialidad de la participación como generadora de prácticas a
favor de sus habitantes, particularmente y por la urgencia de nuestra
supervivencia, de nuestro modo de relacionarnos con la naturaleza.
No obstante, al tener impregnado en gran medida el imaginario
social dominante de la separación sociedad-naturaleza, pareciera difí-
cil pensar en las alternativas para no instrumentalizar ni objetivar a la
naturaleza, es aquí donde los niños y las niñas pueden abrir nuestro
panorama si los hacemos partícipes de la reconstrucción del espacio
urbano en pro de una mejor relación sociedad-naturaleza y también
a favor de incluir las necesidades y aspiraciones sociales como un
proyecto de vida comunitario.
Entonces, si pensamos que todos somos personas, podremos pen-
sar en una verdadera participación e inclusión de aquellos que buscan
construir una vida colectiva, incluyendo a niños y niñas, y esto signifi-
ca abrir el panorama de la participación infantil como un derecho de la
Convención y de los dispositivos dispuesto para eso, significa buscar
integrar a los niños y las niñas en las alternativas ya en marcha no sólo
para disciplinarlos al respecto, sino para escuchar verdaderamente sus
propuestas y hacerlos válidos en esos espacios.
Por lo tanto, si pensamos en reconstruir los espacios a través de la
participación, ésta debe pesarse con las siguientes características:
92  Territorios y espacialidades

a) Ser horizontal e intergeneracional, incluir tanto a niños y niñas


con su capacidad de imaginar y proponer como a personas
consideradas ancianas cuya experiencia es infinita.
b) Incluir a la niñez en prácticas alternativas existentes como las
cooperativas, los tianguis con moneda social, entre otros, más
allá de meros aprendices, sino como sujetos activos y proposi-
tivos.
c) Abrir espacios de participación institucionalizados y formales
o no que puedan generar espacios de diálogo y no sólo de es-
cucha formal.
d) Interactuar con otras prácticas que piensan y sienten a la natu-
raleza en distinta manera, es decir, participar en otros espacios
y dejar que otros participen en los propios.

Finalmente, debemos asumirnos como seres vivos que sólo pue­


den existir en un solo planeta Tierra, siendo interdependientes de
otros seres vivos y otros aspectos abióticos, y al mismo tiempo pode­
mos crear no un mundo sino diferentes mundos posibles, al fin y al
cabo debemos recordar que la “realidad es un campo de posibilidades
en el que caben alternativas que han sido marginadas o que ni siquiera
han sido intentadas” (Santos, en De Sousa y Ramírez, 2006).

Referencias

Baeza, M. (2003). Imaginarios sociales. Apuntes para la discusión teórica y


metodológica. Chile: Universidad de Concepción.
Boff, L. (2013). La sostenibilidad. Qué es y qué no es. España: SalTerrae.
Bustelo, G. (septiembre-diciembre 2012). Notas sobre infancia y teoría:
un enfoque latinoamericano. Salud Colectiva. 8 (3). (pp. 287-298).
Cabrera, V. (coord.). (2010). Diagnóstico de competitividad del Municipio
de Puebla. Puebla: buap.
Challenger, A. (1998). Utilización y conservación de los ecosistemas terres-
tres en México. Pasado, presente y futuro. México: Conabio y unam.
Contreras, C. G. y Pérez, A. J. (2011). Participación invisible: niñez y
prácticas participativas emergentes. Revista Latinoamericana de
Retos y límites de la participación infantil  93

Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. 2, 811-825.


Cornwall, A. y Gaventa, J. (2003). El diseño y la apertura de espacios:
reposicionando la participación en el desarrollo. ids, Cuaderno de
Investigación. (pp 1-38). México: iis-uam.
Corona, Y. y Morfín, M. (2001). Diálogo de saberes sobre participación in-
fantil. México: Universidad Autónoma Metropolitana.
Correa, L. (enero-abril 2012). Políticas de ciudad: planear la ciudad
para reivindicar la dimension humana. Polis, Revista de la Univer-
sidad Bolivariana. 11.
De Sousa, B. y Ramírez, C. (2006). Para ampliar el canon de la pro-
ducción. En B. De Sousa et al., Desarrollo, eurocentrismo y economía
popular. Más allá del paradigma neoliberal. Venezuela: Gobierno de
Venezuela.
Foladori, G. (2001). Controversias sobre sustentabilidad. Zacatecas: Uni-
versidad Autónoma de Zacatecas.
Guevara, C. (2011). Conciencia periférica y modernidades alternativas en
América Latina. México: Instituto Nacional de Bellas Artes y Lite­
ratura.
Iracheta, A. (1997). Planeación y desarrollo. Una visión del futuro. México:
Plaza y Valdés.
Liebel, M. (2013). Niñez y Justicia social. Repensando sus derechos. Chile:
Pehuen Editores.
Perló, M. (1990). La modernización de las ciudades en México. México: Ins­
tituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autóno-
ma de México.
Sánchez, J. (2004). Orfandades infantiles y adolescentes: introducción a
una sociología de la Infancia. Ecuador: Universidad Politécnica Sale­
siana, Abya Yala y Save the Children.
Shabell, P. (2013). Los niños y niñas como constructores de conocimien-
to: un caso de investigación participativa. Revista Latinoamericana
de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. 12. 159-170.
Toledo, V. (otoño 2013). El Metabolismo social: una nueva teoría socio-
ecológica. Relaciones. 136, 41-71.
Vergara, A., Peña, M., Chávez, P. y Vergara, E. (2015). Los niños como
sujetos sociales: El aporte de los Nuevos Estudios Sociales de la
infancia y el Análisis Crítico del Discurso. Perspectivas. 14, 55-65.
94  Territorios y espacialidades

Recuperado de http://www.psicoperspectivas.cl
Villoro, L. (1992). El pensamiento moderno: Filosofía del Renacimiento.
México: Fondo de Cultura Económica.
VULNERABILIDAD Y DEFENSA DEL PAISAJE SO-
CIO-CULTURAL DE LA SIERRA NORTE DE PUEBLA

Lilia Varinia Catalina López Vargas 1,


Mónica Erika Olvera Nava 2 y Agustín López Romero 3

Introducción

El paisaje que envuelve a la Sierra Norte de Puebla constituye una rea-


lidad dinámica que denota todo un proceso histórico que ha sido cons-
truido y moldeado por la interacción del hombre y el medio natural,
cuyo resultado se expresa en un territorio con una identidad y riqueza
biocultural que lo ha vuelto un espacio estratégico y de gran valor en
términos económicos y políticos a nivel nacional e internacional.
En los últimos años en esta región, se ha desatado una lucha por la
defensa del territorio por parte de los pobladores, ante lo que han de-
nominado “proyectos de muerte” que de concretarse acabarían con los
1
  Doctora en Ciudad, Territorio y Patrimonio, por el Instituto Universitario de Ur-
banística de la Universidad de Valladolid, España, y doctora en Ciencias de la Arqui-
tectura por el cipac, ac. Arquitecta y Maestra en Ordenamiento del Territorio por la
Facultad de Arquitectura-buap. Profesora investigadora en dicha Facultad. Miembro
del Cuerpo Académico 268 en Procesos Territoriales. Perfil prodep. sni nivel 1. (vari-
[email protected])
²  Profesora investigadora de la buap, Maestra en Ordenamiento del Territorio. Estu-
diante del Doctorado en Procesos Territoriales de la misma institución. Investigadora
del Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales, Cupreder y co-
laboradora del Cuerpo Académico 268 en Procesos Territoriales. (olveranava@gmail.
com)
³  Doctor en Restauración de Sitios y Monumentos Históricos por la Universidad Au-
tónoma “Benito Juárez de Oaxaca”, Arquitecto y Maestro en Conservación del Patri-
monio Edificado fa-buap. Profesor investigador en dicha Facultad de la buap. Perfil
prodep. Miembro del Cuerpo Académico 268 en Procesos Territoriales. (agustinlrome-
[email protected])
95
96  Territorios y espacialidades

modos de vida de los pueblos serranos. Con estos proyectos, el dete-


rioro biocultural no se hará esperar, los reubicados dejarían sus formas
de vida y producción para intentar adaptarse a nuevas condiciones
ambientales y socioeconómicas, para las cuales no están preparados.
Existe en la región una tradición organizativa fincada en la exis-
tencia de organizaciones sociales que han aprendido a desarrollar for-
mas de organización, lucha y reclamo. Han ido evolucionando ante
los cambios de política pública para ser más eficientes en sus logros,
mismos que han acompañado de propuestas y proyectos productivos
alternativos.
Ahora ante los megaproyectos, las organizaciones serranas han
tenido la capacidad de reorganizarse y reagruparse como sujetos ape-
gados a la solidaridad y a la colectividad para defenderse técnica y ju-
rídicamente ante el impacto que estas magnas obras pueden ocasionar.
Esto pone de manifiesto que la participación activa y corresponsa-
ble de la población en las decisiones sobre el territorio es fundamental
en la construcción de la comunidad, en un entorno donde es necesario
reconocer la existencia de diferentes niveles de realidad, regidos por
diferentes lógicas, por distintas éticas, incluso contrapuestas e inequi-
tativas. Tendríamos que reconocer que todo ser humano tiene derecho
a su territorio.

Riqueza y transformación del paisaje

La Sierra Norte de Puebla se ha vuelto nuevamente un referente social


y de lucha por la preservación de su territorio que al igual que otros
estados del país se ven amenazados por megaproyectos que sin duda
alguna someterán su medio físico y sociocultural a un proceso de mo-
dificaciones arbitrarias y con daños irreversibles en muy poco tiempo.
Definir el paisaje que envuelve el territorio serrano no era una tarea
difícil hasta hace poco, ya que pese a la propia intervención del hom-
bre, es uno de los ambientes naturales que más se ha conservado hasta
el momento.
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  97

Foto 1. Las Hamacas. Sierra Norte de Puebla. Fuente: Cupreder, 2005

Sus condiciones bióticas y características socioculturales nos lle-


van a recordar una cita de Alexander Humboldt donde precisaba al
“paisaje como una unidad espacial organizada y compleja, producto
de la interrelación de los elementos que la componen”, pero es hasta
hace pocos años que vemos y entendemos la concepción del paisaje
como un producto también sociocultural sometido a un proceso de
evolución y cambio constante en el cual el hombre imprime su huella,
y sin duda alguna, la Sierra Norte hoy más que nunca está resintiendo
esta transformación pero no precisamente por la intervención de los
que ahí la habitan, sino de los ojos de poderosos empresarios que ven
un territorio rico, sí, pero en términos de extracción minera y energéti-
ca, y no por la rica diversidad de expresiones sociales, culturales, am-
bientales y paisajísticas que por cientos de años ha sido aprovechada y
cuidada por sus pobladores quienes viven hoy en día una gran incer-
tidumbre y temor ante la llegada de estos “proyectos de desarrollo y
beneficio social” como engañosamente se hacen llamar.
Es sabido también que, desde tiempos inmemoriales, el territorio
de la Sierra Norte y los pueblos que la conforman ha constituido una
base importante de su reproducción sociocultural y de su condición de
pueblos indígenas que mantienen una especial relación con su tierra,
sin embargo el territorio no sólo les permite su conservación y super-
98  Territorios y espacialidades

vivencia, también ofrece la tierra en la que surcan sus mono y poli-


cultivos, van criando sus animales, protegen, conservan y aprovechan
los bosques, la fauna y los abundantes ríos necesarios para la vida; es
también y sobre todo, la base de su organización social y el lugar en el
que interactúan y construyen redes sociales comunitarias, el espacio
físico donde nacieron y crecieron sus ancestros, donde están enterra-
dos los abuelos y donde se encuentran todavía muchos de sus dioses.
Este territorio serrano vincula a los indígenas con el pasado y también
con el futuro; les otorga sentido de continuidad, arraigo, pertenencia y
desde luego la fuerza necesaria e inagotable para defender su casa, su
tierra y su permanencia.

Foto 2. Mural en una de las calles de Cuetzalan. Fuente: Olvera, M. 2015

No olvidemos que el despojo de tierras y la exclusión de los in-


dígenas durante el siglo xix se puede explicar en parte por la puesta
en marcha de una política dirigida hacia la erradicación de la pobla-
ción indígena y así “blanquear” al país. Desde las leyes de Reforma,
de Juárez y de desamortización de Lerdo, los reformistas habían he-
cho todo lo posible por borrar al indio del mapa de México, con leyes
dirigidas contra las tierras colectivas de las comunidades indígenas,
mismas que pudieron resistir mediante el sistema de cargos (Korsbaek
y Samano, 2007).
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  99

Con esa perspectiva, es comprensible que hoy las organizacio-


nes indígenas, en particular y los pueblos indígenas, en general, con-
sideren que un pueblo sin territorio está condenado a la extinción y
que durante las últimas décadas reivindiquen el territorio a través de
movilizaciones y reclamaciones de distinta índole. Ya hemos podido
observar a lo largo de la historia de este país, que el reconocimiento
de los derechos indígenas implica precisamente reconocer que los in-
dígenas tienen derecho a recursos de distinta índole que garanticen
su continuidad, así como el ejercicio, aun cuando fuere relativo, de su
autonomía.

La idea indígena de territorio implica más que el reconocimiento de la


propiedad de la tierra; significa la aceptación de un uso cultural. Se trata
del territorio en el cual el pueblo indígena ejerce poder y un derecho a
la autonomía en relación con el uso y desarrollo de su territorio (Jimeno,
1996, p. 66). Cabe destacar, sin embargo, que tales reconocimientos ocu-
rren en un contexto de creciente conflicto ocasionado por la diversidad
de intereses presentes en la cuestión territorial y que reflejan una virtual
lucha de visiones diferentes respecto de la relación del ser humano con
la naturaleza. Los indígenas, como hemos visto, reivindican su derecho
a la tierra como condición sine qua non de su supervivencia y del ejercicio
de su libertad. Por su parte, los sectores dominantes de la sociedad, que
coinciden con la visión que al respecto tienen los latifundistas vinculados
con la agroindustria y la actividad agropecuaria en general, los madere-
ros, los mineros y las petroleras, entre otros, ven los recursos naturales
y el territorio sólo desde una perspectiva de uso y explotación. De ahí
que todos ellos vean en las reivindicaciones indígenas y en los recono-
cimientos territoriales indígenas por parte de los Estados un obstáculo
para el crecimiento económico y para el desarrollo de un país. Entran en
conflicto así dos visiones contrapuestas: la del hombre como un miembro
más y parte integral de la naturaleza y la del hombre como amo y señor
de la misma”.4

⁴  (Traducción del original en inglés: The indigenous territory idea involves more than
recognition of land ownership; it means acceptance of a cultural use. It is territory in which the
indigenous people have power and a right to autonomy in respect of the use and development of
the territory). (coleccion.educ.ar/colección, 2000)
100  Territorios y espacialidades

Foto 3. Pobladores de la junta auxiliar de Reyeshogpan, Cuetzalan.


Fuente: Olvera, M., 2014.

La zona norte de Puebla es una región predominantemente rural


y con un índice muy alto también de población indígena (calculada en
85 % del total). Este territorio con aproximadamente 100 kilómetros
de longitud lo conforman 68 municipios clasificados con alta y muy
alta marginación, estas comunidades son habitadas en su mayoría por
grupos indígenas: nahuas, totonacas, otomíes y tepehuas, además de
contar con características peculiares que los distingue por su variedad
de etnias, sus facciones, la lengua y su blanca vestimenta. La población
nahua en el estado de Puebla es la que ocupa el primer lugar a nivel
nacional, siendo mayoritaria en la Sierra Norte de Puebla.
Las condiciones en las que vive la mayoría de la población son
de pobreza y marginación; existe un alto nivel de analfabetismo, un
gran número de viviendas en condiciones precarias, pisos de tierra,
materiales de construcción poco adecuados para las condiciones cli-
matológicas, la falta de servicios básicos, energía eléctrica, agua entu-
bada, drenaje, y desde luego la ausencia y mala calidad sobre todo en
servicios de salud y educativos, así como falta de carreteras y caminos
en mal estado, lo que dificulta el acceso a algunas zonas, sobretodo en
épocas de lluvias. De esta manera la población indígena de estas comu-
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  101

nidades se encuentra en situación de fuerte desigualdad y exclusión


social frente a la población no indígena de la región y del país.

Foto 4. Vivienda precaria de la Sierra Norte de Puebla.


Fuente: Cupreder, Olvera, M. 2010

El estado de alta marginación en el viven la mayoría de los serra-


nos, así como las transformaciones lentas pero continuas en términos
urbanos, incluido el deterioro del medio físico ambiental, es producto
de una serie de procesos que son comunes en otros asentamientos in-
dígenas de nuestro país con características similares, lo que nos per-
mite entender cuál ha sido el efecto en esos otros asentamientos, por
ejemplo, de las acciones emprendidas por las políticas públicas, las in-
digenistas, las destinadas al café y ahora las de corte neoliberal como
el denominado “Programa de Pueblos Mágicos”, idea que pretende
rescatar pueblos mediante su inclusión en la selectiva designación de
pueblos mágicos y que deviene como producto del papel otorgado en
el imaginario, nacional y global, al turismo cultural y de aventura como
fuente alternativa y eficaz para detonar el desarrollo económico y con
ello la automática derivación, cual cascada, de los beneficios sociales.
Posición, por cierto, emparentada con la idea de detonación e irradia-
ción otorgada a los polos de desarrollo en la teoría regional, si bien
ambas ideas mantienen direcciones contrarias en la jerarquía espacial.
102  Territorios y espacialidades

En el proceso de transformación, masiva y puntual, generada has-


ta la actualidad por la aplicación del programa, destaca la actuación
en el patrimonio cultural edificado de mayor visibilidad y que resume
los rasgos de singularidad que el programa busca capitalizar. Con ello
se produce otra acción selectiva que deja al resto del poblado aparen-
temente sin tocar, aunque en realidad su vida toda, sus actividades,
creencias e imaginarios, en suma, su identidad, no escapa a los impac-
tos erosionadores.
Aunado a esto se tiene la pretendida puesta en marcha de lo que
han denominado los “Proyectos de Muerte”, mismos que han estado
introduciéndose silenciosamente en buena parte de la sierra y que por
sus características y condiciones depredadoras y excluyentes de la bio-
diversidad cultural de la zona, implican un irreversible y drástico daño
medio ambiental y el desplazamiento de cientos de familias indígenas
de la región que ya de por sí viven en condiciones de desigualdad,
sin mencionar el alto grado de vulnerabilidad y riesgo de los suelos
que caracterizan de por sí a la Sierra Norte y que es precisamente ahí
donde se asientan muchas de estas familias expulsadas en el mejor de
los casos, ya que no se desprenden del todo de su entorno y sus activi-
dades productivas; otros, por el contario, llegan a la ciudad de Puebla
a vivir en deplorables condiciones y sitios inseguros, trabajando como
vendedores ambulantes o vigilantes de estacionamientos de grandes
supermercados donde desde luego deben también dar una cuota por
el pago de piso.
Son estas historias las que detienen a muchos en sus comunida-
des, indígenas en su mayoría, quienes prefieren enfrentar las múltiples
luchas contra la marginación, la pobreza y el continuo despojo de sus
tierras ahora ante la avalancha de proyectos de empresas nacionales y
trasnacionales que de llevarse al cabo afectarían la vida de casi 600 mil
habitantes de la sierra.
Los proyectos avalados por el gobierno federal consisten en más de
25 concesiones para la explotación minera a cielo abierto en aproxima-
damente 160 000 hectáreas, la construcción de 10 presas hidroeléctri-
cas, la exploración y extracción de gas y petróleo, así como el establecer
varias “ciudades rurales sustentables”, aunado al riesgo promovido
con la reforma energética que apoya la explotación petrolera mediante
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  103

la ecocida técnica del fracking (fractura hidráulica) que utiliza millones


de litros de agua y contamina la tierra, el agua y el aire (Durán, 2014).
Con estos proyectos el deterioro biocultural no se hará esperar, con las
consabidas consecuencias ambientales, sociales, económicas y de vul-
nerabilidad y riesgo, tanto para los desplazados como para el medio
natural.
Se les ha calificado como “proyectos de muerte” ante el panorama
desolador que acabaría con los modos de vida de los pueblos indíge-
nas y campesinos, veamos algunos datos:
Las 160 000 hectáreas concesionadas a la minería se ubican en las
partes altas donde inicia la captación de agua que alimenta importan-
tes afluentes de la sierra; las hidroeléctricas se ubicarán en las zonas
medias de las cuencas de los ríos Apulco, Zempoala y Ajajalpan; la
exploración y extracción de gas y petróleo se ha proyectado en las zo-
nas bajas que al año 2014 involucraba a quince municipios de la Sierra
Norte de Puebla (Durán, 2014).
La explotación minera y petrolera requiere de importantes vo-
lúmenes de agua y del uso intensivo de energía eléctrica, que serían
abastecidas por las presas hidroeléctricas; en las ciudades rurales pre-
tenden reubicar a las familias que viven en los terrenos afectados por
las presas, minas y los pozos petroleros (Ramírez, 2014). Para quienes
piensen que esto es una exageración:

Los proyectos extractivos devastarían las montañas, los ríos y los bos-
ques; además, se contaminarían la tierra y el agua con explosivos y sus-
tancias como el cianuro para la minería o el cóctel de 600 químicos que
utiliza el fracking para extraer gas y petróleo (cada pozo utiliza entre
nueve millones y 30 millones de litros de agua). El cianuro mata inme-
diatamente a los humanos y a los animales y los químicos del fracking
provocan cáncer y enfermedades congénitas (algo ya comprobado en Es-
tados Unidos) (Ramírez, 2014).

Con las modificaciones legales derivadas de la reforma energética


se ha agravado la condición de indefensión y vulnerabilidad de los
pueblos indígenas y comunidades, se calcula que el 17 % de las tierras
indígenas han sido concesionadas a la minería, ya que sus territorios
104  Territorios y espacialidades

han sido identificados para desarrollar proyectos extractivos y otras


actividades consideradas estratégicas para el Estado (Centro Mexicano
de Derecho Ambiental, 2015).
Como una acción de política pública en favor de los megaproyec-
tos, la Secretaría de Economía y Semarnat autorizaron la exploración
de minerales en Cueztalan, Zacapoaxtla y Tlatlauquitepec, sin que me-
diara consulta alguna con los pueblos (Fernández, 2014). Entre los apo-
yos del Estado mexicano están las reformas a las leyes energéticas, la
inminente reforma a la Ley de Aguas Nacionales y las reformas que en
el estado de Puebla ya se hicieron, que favorecen la privatización del
vital líquido (dominiociudadano.org, 2015).
La modificación al paisaje natural implica la irrupción en la di-
námica biótica y abiótica; para la construcción de las megapresas se
requieren grandes extensiones de terreno afectando a la biodiversidad,
se desvían ríos, se construyen carreteras y se desplazan comunidades
en su mayoría indígenas o de campesinos. Ya en la etapa de operación
se llena el embalse, inundando en el área de afectación: zonas de culti-
vo, áreas con vegetación, poblados, zonas arqueológicas, manantiales,
etc. (Gómez, 2007), quedando bajo el agua la historia y la cultura de los
pueblos.
Las afectaciones como bucle recursivo no se dejan esperar, am-
bientalmente hablando, el agua acumulada en las presas tiende a en-
friarse y al ser descargada río abajo la diferencia de temperatura mata
algunas especies de peces y a toda la biodiversidad que depende de
las inundaciones naturales, con lo que se desplaza y mata a animales
de los ecosistemas, elimina humedales, fuentes subterráneas de agua,
bosques únicos y perjudica la fertilidad de las tierras, por los sedimen-
tos naturales que ya no llegan (Gómez, 2007).
El almacenamiento de las aguas también puede ocasionar el cam-
bio de microclimas por reflexión de la radiación solar y evaporación;
la putrefacción del agua embalsada provoca desprendimiento de gases
de efecto invernadero, zonas de desecación, aparición de vegetación
arvense, fauna nociva, cambios en las características en la calidad del
vital líquido, contaminación, afectación del agua subterránea, entre
otros. Estos efectos se dejan sentir inmediatamente al inicio de la ope-
ración de las presas, aguas abajo, se forman grandes extensiones de
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  105

zonas pantanosas y amplias zonas desecadas que antes no existían,


contribuyendo ambos fenómenos al proceso de calentamiento global
mundial. Aunado a esto, el aumento sustancial en la temperatura del
agua y la consecuente elevación de los niveles de evaporación del agua
del embalse provocan la salinización del líquido que a su vez ocasiona
la muerte de los suelos ribereños, la alteración y envenenamiento gra-
dual de los terrenos de regadío (Gómez, 2007).

Foto 5. Vaciado y desazolve de la presa La Soledad, municipio


de Tlatlauquitepec, acción que provocó la muerte de peces, contaminación
de pozos en Tenampulco y afectaciones a la salud de algunos pobladores.
Fuente: Olvera, M. 2015

La cadena de afectaciones podría tener repercusiones aún mayo-


res, ya que estudios recientes reportan que las cuencas donde se asien-
tan las represas resienten inmediatamente el enorme peso del agua
artificialmente colocada encima de ellas. Este peso deforma la corteza
terrestre, creando el riesgo de temblores. Al respecto, están documen-
tados 70 casos en el mundo de represas que ya presentan estos fenó-
menos. Otro grupo de científicos teme que los desplazamientos físicos
que provocan las grandes cantidades de agua retenidas por las repre-
sas estén afectando, incluso, la rotación de nuestro planeta, alterando
su velocidad y campo gravitatorio (El Espectador, 2015).
106  Territorios y espacialidades

La apertura de caminos para el paso de maquinaria y otra infraes-


tructura obliga a talar más bosques con lo que se abre la puerta a los
traficantes de madera. No se reforestan áreas contiguas con el fin de
mitigar los impactos. Para desplazar a la población y reasentarla se
destruye más bosque, lo que causa la pérdida de más biodiversidad y
paisaje.
Estas acciones no se dan bajo un terso pacto social, ya que las pro-
testas por parte de los afectados y organizaciones civiles no se hacen
esperar, desatando incluso actos violentos en el desalojo de los pue-
blos, así como prácticas de engaño e intimidación entre quienes se
oponen a dejar sus tierras, y ante las promesas de mejora incumplida,
queda en el ánimo de la población afectada, desilusión, sensación de
indefensión y resentimiento social.

La respuesta comunitaria

Ante la ofensiva en la Sierra Norte de Puebla de las empresas mineras


por explotar los recursos que están debajo de la riqueza biótica y de la
construcción de hidroeléctricas, como soporte al proceso de la produc-
ción minera, han surgido reacciones ciudadanas para hacer frente a la
“amenaza” que representa para sus tierras, sus recursos hídricos, la
tipología misma de sus pueblos con sus costumbres y formas de vida
comunitaria. Una buena parte de pobladores de la Sierra Norte de Pue-
bla empiezan a reunir fuerzas con otro grupo que venía ya organizán-
dose y trabajando, los habitantes del municipio de Cuetzalan, quienes
a partir de la construcción de un instrumento de política territorial,
el Programa de Ordenamiento Ecológico Territorial del municipio de
Cuetzalan (poet), y el Esquema de Desarrollo Urbano Sustentable del
municipio de Cuetzalan (edus), mismos que fueron debidamente pu-
blicados en el Periódico Oficial del Estado e inscritos en el Registro
Público de Propiedad y del Comercio conforme a la legislación vigente
desde el 2010, conforman el Comité de Ordenamiento Territorial Inte-
gral de Cuetzalan, hoy conocido no sólo en la Sierra Norte de Puebla,
sino en gran parte del país como el cotic, que ha caminado gracias al
trabajo colectivo de mujeres, hombres y niños comprometidos, quienes
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  107

han logrado en la práctica que el instrumento normativo (Ordenamien-


to Territorial) funcione como un escudo para defender el territorio de
prácticas monopólicas, la devastación de los recursos naturales y así
asegurar la permanencia de las prácticas y actividades que permitan el
desarrollo local y regional.
Así pues, el cotic junto con otras organizaciones sociales, asocia-
ciones civiles, académicos, universitarios, por mencionar sólo algunos
de los muchos que cada vez se van sumando a esta difícil lucha, han
constituido un Comité por la defensa de la vida, el agua y el territorio,
los Altepetajpianij.

Foto 6. Sexta Asamblea Informativa por la Defensa del Territorio contra Minas,
Hidroeléctricas y la Privatización del Agua, Atotocoyan, Yaonáhuac, 2015.
Fuente: Lajornadadeoriente.com

Entre los testimonios recogidos en las primeras reuniones de éste


Comité de defensa se decía:

Comenzamos a plantearnos la idea de fraguar una estrategia legal para


defender el territorio. Conseguimos con la buena voluntad de diferentes
actores reunirnos para conocer casos de comunidades afectadas por la
108  Territorios y espacialidades

minería, casos muy lamentables por la dinámica que implica la explota-


ción minera a cielo abierto, consecuencias que quienes las han sufrido y
enfrentado saben, ellos nos mostraron el camino y su experiencia orien-
tó mucho nuestro planteamiento y nos ayudó a plantear una estrategia
exacta para nuestra defensa por la vía legal.
Casos como el de los compañeros de La Parota en San Luis Potosí, Ca-
ballo Blanco en Veracruz, y Carrisalillo en Guerrero, además de la suma
de compañeros investigadores fue como comenzamos a contactar a los
abogados (Barillas, 2015).

Comienza una ardua tarea informativa en diferentes comunida-


des con el propósito de informar a la población sobre la repercusión
sustancial que los proyectos mineros e hidroeléctricos tendrían sobre
la vida en el territorio. Inician así las “asambleas comunitarias infor-
mativas”.

Foto 7. Pobladores de la Sierra caminan rumbo


a la 11a asamblea informativa realizada en Cuetzalan.
Fuente: Olvera, M. 2016

Ha sido un trabajo arduo y permanente pero gracias al interés y


respuesta de los pobladores se ha mantenido un ritmo constante para
continuar informando hasta a nivel de localidad y barrios como fue el
caso de la cabecera municipal. Se han desarrollado hasta el momento
doce asambleas informativas en las siguientes comunidades y juntas
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  109

auxiliares: Tzcuilan, Xocoyolo, Yogualichan, Zacatipan, Xiloxochico,


Atotocoyan, Pepexta, Yancuitlalpan, San Miguel Tzinacapan, Reyesho-
gpan, Ciudad de Cuetzalan y municipio de San Antonio Rayón.
En estas asambleas el cotic y otras organizaciones informan a la
población sobre los efectos e impactos de este tipo de proyectos, para
promover que en su calidad de pueblo maseual, indígena náhuat, se
pueda hacer uso de nuestro derecho a la autodeterminación.

Es importante señalar que estos proyectos de gran magnitud, represen-


tan en nuestros territorios grandes riesgos, aun sin estar presentes den-
tro de la demarcación política del territorio municipal. Estos proyectos
mineros e hidroeléctricos producen graves impactos a la naturaleza, a la
población y a la vida en general, que repercuten sobre toda una cuenca.
Existen otras concesiones mineras e iniciativas de hidroeléctricas que im-
pactan sobre las cuencas de los ríos Apulco y Zempoala, sobre los cuales
tenemos el derecho a ser consultados como pueblo maseual, toda vez
que impactarán seriamente en nuestras formas de vida.

Foto 8. Asamblea informativa. Cabecera municipal de Cuetzalan.


Fuente: Olvera, M. 2016

Dicen e invitan los miembros del Órgano Técnico del cotic en las
muchas asambleas en las que intervienen:
110  Territorios y espacialidades

Para afianzar nuestra facultad de reconocernos y autodefinirnos como


pueblo maseual, indígena náhuat, emprendamos las acciones correspon-
dientes para salvaguardar nuestro territorio. Es importante vigilar que
todas las autoridades cumplan con su obligación de respetar, proteger,
promover y garantizar los derechos humanos, ya que si los lesionan, in-
curren en responsabilidad de incumplimiento a los tratados internacio-
nales sobre derechos humanos, que ha firmado y ratificado México.

Conclusiones

Ante el panorama nada gratificante, por la pretendida instalación de


los megaproyectos, tendríamos que plantearnos como sociedad qué
queremos que ocurra con nuestro territorio, nuestros pueblos, y hacia
dónde vamos y de esa manera determinar cuáles caminos debemos
recorrer.
Existe, sin temor a equivocarnos, en la Sierra Norte un actor que
ha perdurado pese a todas las presiones, represiones, y que lucha coti-
dianamente por la preservación de la magia y defensa de su territorio,
la “organización social comunitaria”.
Misma que está fincada en una larga tradición de participación
que inicia en la década de los años setenta, con el paso de los años y las
experiencias adquiridas han aprendido a desarrollar formas de orga-
nización, lucha y reclamo propios de las reivindicaciones campesinas e
indígenas. Han ido evolucionando ante los cambios de política pública
para ser más eficientes en sus logros, mismos que han acompañado de
propuestas, proyectos productivos alternativos.
Ahora ante la política neoliberal y los megaproyectos que amena-
zan su entorno biocultural, las organizaciones serranas han tenido la
capacidad de reorganizarse y reagruparse como sujetos apegados a la
solidaridad, y a la colectividad para defenderse técnica y jurídicamen-
te ante el impacto que estás magnas obras pueden ocasionar.
Con esto se pone de manifiesto que la participación activa y co-
rresponsable de la población en las decisiones sobre el territorio es fun-
damental en la construcción de la ciudadanía, en un entorno donde
es necesario reconocer la existencia de diferentes niveles de realidad,
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  111

regidos por diferentes lógicas, por distintas éticas incluso contrapues-


tas e inequitativas.
Tendríamos que reconocer que todo ser humano tiene derecho
a su territorio como habitante de la Tierra, misma que tendríamos la
obligación de preservar, conservar y cuidar ante las difíciles situacio-
nes de sustentabilidad del planeta que están llevando a la humanidad
hacia una perspectiva de alto riesgo, comprometiendo nuestra sobre-
vivencia.
Aunado a esto, la creciente incomprensión entre los individuos y
los conflictos de todas las órdenes son causados principalmente por las
disputas de poder.
Solamente protegiendo lo que tenemos en común, nuestro plane-
ta, nuestro territorio, nuestros recursos es que podríamos optar por un
camino distinto al de la exclusión, la marginación y la pobreza (Cabre-
ra, López y López, 2015).
“Cuando un pueblo se une para defender su territorio nada lo de-
tiene”….

Referencias

Alfaro, G. A. (diciembre de 2012). Votan en Cuetzalan vs. megaproyectos


mineros e hídricos en la entidad. Recuperado el 13 de noviembre de
2014, de Noticias Educativas 2012, La Jornada de Oriente: http://
anuario.upn.mx/2012/index.php de diciembre de 2012
Báez, L. (2004). Nahuas de la Sierra Norte de Puebla (1a ed.). México: Co-
misión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Re-
cuperado el 12 de marzo de 2014.
Baltazar, J., y Morales, G. (26 de mayo de 2010). Recuperado el 18
de junio de 2014, de http://revistacontratiempo.wordpress.
com/2010/05/26/voladores-en-cuetzalan-una-crisis-cultural/ (E.
Garduño, entrevistador) Bartra, A. (2003). Cosechas de Ira. Economía
política de la contrarreforma agraria (1a ed., vol. i). México: Instituto
Maya, A. C. Recuperado el 10 de octubre de 2014.
Boege, E. (2012). Las mineras y los mecanismos de cómo se legitiman
frente a los pueblos indígenas, campesinos o pequeños propietarios.
112  Territorios y espacialidades

Recuperado el 10 de diciembre de 2014, de Biblioteca Digital


uam-Iztapalapa: http://sgpwe.izt.uam.mx/files/users/uami/lauv/
Boege_Eckart_Las_mineras_y_los_mecanismos_de_como_se_le-
gitiman_frente_a_los_pueblos_indigenas-_campesinos_o_peque-
nos_propietarios_Eckart_Boege.pdf
Cabrera, V., López, L. y López, A. (2015). Cuetzalan, “Pueblo Mágico”.
Transformación y defensa de su territorio. Puebla: cipac, ac..
Centro Mexicano de Derecho Ambiental. (14 de abril de 2015). Se
amparan en bloque pueblos indígenas en contra de concesiones
mineras. Recuperado el 14 de abril de 2015, de http://www.cem-
da.org.mx/04/se-amparan-en-bloque-pueblos-indígenas-en-con-
tra-de-concesiones-mineras/
Consejo Tiyac Tlali. (2014). Tiyac Tlali, en defensa de nuestro territorio.
Recuperado el 11 de diciembre de 2014, de http://consejotiyattlali.
blogspot.mx/p/quienes-somos.html
Coop. Tosepan Titataniske. (2004). Cultivo de café en Cuetzalan, Pue-
bla. Cuetzalan: Vinculando.org. Recuperado el 12 de junio de
2014, de http://vinculando.org/documentos/cuetzalan/cultivo_
cafe_cuetzalan.html
dominiociudadano.org. (19 de marzo de 2015). La privatiza-
ción del agua “por acá no pasará”. Recuperado el 19 de
marzo de 2015, http://dominiociudadano.org/2015/03/la-priva-
tizacion-del-agua-aca-no-pasara-advierten-pueblos-de-la-sie-
rra-norte-poblana
Duran, O. L. (17 de junio de 2014). El ordenamiento territorial ecoló-
gico de Cuetzalan, una herramienta para la defensa del territorio
ante megaproyectos. Los Condenados de la Sierra, suplemen-
to de La Jornada de Oriente. Recuperado el 7 de noviembre de
2014, de http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2014/06/17/
el-ordenamiento-territorial-ecologico-de-cuetzalan-una-herra-
mienta-para-la-defensa-del-territorio-ante-megaproyectos-el-ca-
so-del-proyecto-de-pemex/
El Espectador. (19 de marzo de 2015). ¿Hidrosogamoso pudo causar
el temblor de la semana pasada? El Espectador. Recuperado el 7 de
enero de 2016, de http://www.elespectador.com/vivir/hidrosoga-
moso-pudo-causar-el-temblor-de-semana-pasada-articulo-550266
Paisaje sociocultural de la Sierra Norte de Puebla  113

Enciso, L. A. (23 de marzo de 2011). México, ejemplo del deterioro que


trae el capital, dicen en Cuetzalan. Recuperado el 26 de noviembre
de 2014, de La Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2011/03/23/
sociedad/043n1socEnviada
Fernández, A. (9 de abril de 2014). Cuetzalan, defenderse y construir.
La Jornada. Recuperado el 14 de febrero de 2015.
García, M. (2 de marzo de 1997). Desplazarán a 18 mil chinantecos
para elevar el nivel de dos presas. La Jornada. Recuperado el 18 de
noviembre de 2014, de http://www.jornada.unam.mx/1997/03/02/
chinantecos.html
Gómez, M. (11 de junio de 2007). Instituto Nacional de Ecología. Re-
cuperado el 2 de junio de 2014, de www.inecc.gob.mx/descargas/
cuencas/cong.../06_mario_gomez.pdf
(12 de noviembre de 2014). La nominación de Pueblo Mágico no nos ha
beneficiado. (A. López Romero, entrevistador)
Huerta, A. (15 de marzo de 2015). Impacto del nombramiento Pueblo
Mágico. (A. López Romero, entrevistador)
Korsbaek, E. y Samano, R. (enero-abril 2007). El indigenismo en Mé-
xico: Antecedentes y actualidad. Revista Ra Ximhai., 3(001). (pp.
195-224). Recuperado de: http://www.ejournal.unam.mx/rxm/
vol03-01/RXM003000109.pdf
Ramírez, C. J. (21 de junio de 2014). La resistencia en la tierra norte, un
mensaje del México profundo. La Jornada del Campo, suplemen-
to de La Jornada (81). Recuperado el 11 de noviembre de 2014, de
http://www.jornada.unam.mx/2014/06/21/cam-sierra.html
Tiyat Tlali. (5 de junio de 2014). Los procesos de minería a cielo abierto
y su impacto en la salud y en el medio ambiente. Recuperado de
http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2014/06/05/los-procesos-
de-mineria-a-cielo-abierto-y-su-impacto-en-la-salud-y-medio-
ambiente/
APROPIACIÓN DEL TERRITORIO DEL CENTRO
HISTÓRICO DE DE PUEBLA POR EL TURISMO
CON BASE EN LA POLÍTICA GLOBALIZADORA

Delia del Consuelo Domínguez Cuanalo 1,


Juan Manuel Guerrero Bazán 2 y Liliana Olmos Cruz 3

Introducción

La presente investigación se desarrolla con base en un enfoque de la


teoría de sistemas complejos y de la sustentabilidad, por lo que en este
sentido se considera que la trasformación del Centro Histórico de la
ciudad de Puebla, es el resultado del conjunto de procesos interrela-
cionados de carácter económico, cultural y político que se han desarro-
llado en la ciudad, por más de 25 años a partir de su reconocimiento
como ciudad Patrimonio de la Humanidad, con estrategias soportadas
por parte de los gobiernos municipal y estatal en políticas del modelo
económico neoliberal globalizado. Estos procesos han generado im-
pactos tanto positivos como negativos en la ciudad. En este enfoque
consideramos que la sustentabilidad integra como bien o recurso no
sólo a la naturaleza, sino también los legados culturales y sociales que

1
  Doctora en Arquitectura con especialidad en Restauración de Sitios y Monumentos
por la Universidad Autónoma “Benito Juárez de Oaxaca” (uabjo). Profesora investiga-
dora, tiempo completo en la buap, Perfil prodep. Líneas de investigación: Teoría e His-
toria de la Arquitectura, Conservación y Sociedad. Integrante del Cuerpo Académico
268 en Procesos Territoriales buap.
² Doctor en Arquitectura con especialidad en Restauración de Sitios y Monumentos
por la uabjo. Profesor investigador, tiempo completo en la buap. Perfil prodep. Líneas
de investigación, Teoría e Historia de la Arquitectura, el urbanismo, y los procesos
territoriales. Integrante del Cuerpo Académico 268 en Procesos Territoriales buap.
³  Liliana Olmos Cruz Licenciada en Diseño Urbano Ambiental fa-buap. Profesora
investigadora, medio tiempo en la Facultad de Arquitectura buap. Colaboradora del
Cuerpo Académico 268 en Procesos Territoriales buap.
115
116  Territorios y espacialidades

son fundamentales para las generaciones actuales y futuras. Son la


base de la cultura que estamos construyendo, y es al mismo tiempo, la
herencia para nuestros descendientes a la cual se le agregará la nueva
ciudad que estamos desarrollando.

Enfoque

Esta investigación se basa en los lineamientos teóricos y metodológicos


derivados de la complejidad, que considera que: a) el objeto de estudio
es un sistema que está en constante interacción con el contexto en el
cual se inserta: b) las condiciones de contorno inciden en sus pautas
de comportamiento; c) el objeto de estudio tiene múltiples componen-
tes que interactúan y determinan su estructura y su expresión (Morin,
2000).
Con base en esta visión, la ciudad de Puebla es un territorio donde
se desarrolla la participación de los ciudadanos, se producen patrones
de interacción social y confrontación de ideas en búsqueda de moder-
nidad y/o del arraigo histórico, es por lo tanto un espacio de cohesión,
una construcción social producto de la acción y de las ideas de los di-
ferentes individuos. La ciudad de Puebla es la correspondencia entre
objetos, individuos y materialidades, donde la arquitectura construida
y su desarrollo urbano son diversos y contrastantes, expresando dife-
rencias sociales evidentes, tanto por los contenidos estéticos como por
las diferencias urbanas contrastantes y disímbolas. Es un espacio para
el disfrute y la recreación, un lugar de entrada y de salida de personas
y mercancías; con cambios sociales, económicos y políticos; cambios
que dificultan una lectura nítida de los procesos.
La ciudad también es vista desde una manera institucional ya sea
de participación o de apropiación; son también prácticas de poder don-
de las obras transforman las vocaciones propias de cada sector en fun-
ción de los intereses colectivos o de los intereses económicos de grupos
en el poder. …se producen patrones de interacción social y confronta-
ción de ideas en búsqueda de modernidad o del arraigo histórico, es
un espacio de cohesión, es una construcción social, es producto de la
acción y de las ideas de los diferentes individuos, la ciudad de Puebla
Apropiación del territorio del chcp por el turismo  117

es la correspondencia entre objetos, individuos y materialidades, es un


espacio para el disfrute, la recreación y los encuentros, es un lugar de
entrada y salida con cambios sociales económicos y políticos (Tamayo,
2016). La ciudad también es interacción entre la población, sus tradi-
ciones y costumbres y formas de vida, que se expresan en su arquitec-
tura, calles, espacios públicos, festividades, monumentos, etcétera.
Parte importante en el análisis presente es entender que la ciudad
es un escenario donde se produce, se consume, se disfruta, se padece,
se aprehende, se vincula, se negocia, se vive, son todas y cada una de
las formas de vida de la sociedad que la habita. Pero también es el
lugar de disputa del territorio, del conflicto, de la apropiación en el
poder, para facilitar o apoyar proyectos e intereses particulares con vi-
siones modernistas globalizadoras y poco integradoras con el contexto
histórico, donde se busca privilegiar sobre todo el impacto que genere
inversiones, enfocándose en un solo sector, el económico, subordinan-
do el desarrollo social.
Puebla como parte del país se subsume a las estrategias naciona-
les, mismas que a partir de finales del siglo xx, siguiendo la política
económica globalizadora, se han enfocado al fortalecimiento del sector
turismo como un soporte importante del desarrollo nacional. En este
sector, se han considerado dos ejes de desarrollo: el de sol y playa que
es el principal generador de divisas al cual se le suma el turismo de
naturaleza y aventura que está incorporando cada vez más destinos
nacionales. El segundo eje es el turismo cultural que se apoya en las
zonas arqueológicas, las ciudades patrimonio de la humanidad y, no
hace más de 15 años, los Pueblos Mágicos. Tomando como base lo se-
ñalado, abordamos a continuación las políticas nacionales referentes al
turismo cultural, del cual forma parte nuestro objeto de estudio.

Políticas de turismo cultural en México

Las políticas globalizadoras del Gobierno mexicano en los últimos


años del siglo xx y en lo que va del presente siglo le han apostado a los
servicios turísticos, como uno de los sectores del desarrollo económico
del país. Este sector ha desarrollado un extenso programa de destinos
118  Territorios y espacialidades

turísticos de sol y playa que abarca gran parte de las costas del terri-
torio nacional; destacan los grandes complejos turísticos de Cancún,
Mazatlán, Acapulco, Puerto Vallarta, Ixtapa- Zihuatanejo, Los Cabos,
entre otros.
El turismo cultural por su parte basado se enfoca a las zonas ar-
queológicas, que corresponden a las culturas prehispánicas, a las ciu-
dades coloniales, en especial las diez ciudades denominadas que están
inscritas como patrimonio de la humanidad, recientemente se integran
los Pueblos Mágicos distribuidos en todo el país y finalmente los par-
ques nacionales. Es en el turismo cultural donde se ubica nuestro ob-
jeto de estudio.
Para el turismo cultural, la Secretaría de Turismo de México (Sec-
tur) ha desarrollado programas de impacto nacional, entre ellos uno
que tiene que ver fundamentalmente con las ciudades coloniales y pa-
trimoniales como se presenta a continuación.

Programa Tesoros Coloniales

Este programa tiene como objetivo posicionar a las ciudades deno-


minadas Tesoros Coloniales como una marca corporativa turística,
ubicándola como un multidestino para vacacionar, por su gran varie-
dad de atractivos, apoyados en cuatro segmentos: cultural, negocios,
convenciones y alternativo. En el período 2001-2006 se llevaron a cabo
acciones encaminadas a fortalecer el producto turístico de Tesoros Co-
loniales del Centro de México, agrupadas en las ocho líneas estratégi-
cas siguientes:

1. Ofertar un producto regional diferenciado, que contribuya a la


consolidación del programa en los mercados turísticos nacio-
nal e internacional.
2. Crear sinergias para optimizar recursos y llevar una coordina-
ción de los mismos mediante una planeación estratégica en la
región.
3. Trabajar en equipo, mediante objetivos comunes, para generar
un mayor impacto en las acciones que realicen los siete estados
Apropiación del territorio del chcp por el turismo  119

que participan en el programa.


4. Garantizar la sustentabilidad de los destinos para que sean
más limpios, más seguros y se mantengan en armonía con el
medio ambiente y el entorno social y cultural.
5. Incrementar la comercialización de los circuitos para lograr un
aumento real de la demanda del turismo en estos destinos.
6. Hacer competitivo el programa, a fin de posicionarlo en los
mercados meta, como un multidestino de nuestro país.
7. Conseguir los más altos estándares de calidad a través de un
programa que certifique sus servicios y así conformar una ex-
celente opción turística en México.
8. Lograr un caso exitoso con resultados de acuerdo a lo planea-
do, comprometido con sus lineamientos, efectivo y bien es-
tructurado.

Como se aprecia en las estrategias, desde el objetivo mismo se enfo-


ca como una mercancía al posicionar las ciudades “Tesoros Coloniales
como una marca corporativa turística”, donde se anula la diversidad
cultural y social, mientras que la estructura de las líneas estratégicas
está enfocada a fortalecer el modelo económico al ofertar estos destinos
como un producto más, con una tendencia a incrementar la competiti-
vidad para atraer más turistas; pretende certificar también los servicios
que se ofertan en éstas con estándares internacionales; sólo en una de
las estrategias se hace referencia a los aspectos culturales y sociales y
de manera tangencial, sin enfatizar en su arraigo y/o conservación, se
aprecia que los aspectos culturales y locales no son prioritarios.
Y se ha desarrollado, en este proceso de implementación, un con-
junto de acciones adicionales descritas a continuación.

Acciones adicionales

Se realizarán acciones junto con los gobiernos estatales y municipales


y con la iniciativa privada, que permitan incrementar la afluencia de
visitantes a la región, aumentar la estadía y el gasto e incrementar el
empleo:
120  Territorios y espacialidades

1. Impulsar el desarrollo turístico regional y consolidar el turis-


mo como prioridad nacional.
2. En el marco del desarrollo sustentable, preservar el medio am-
biente, los valores culturales e integrar a las comunidades a los
beneficios del turismo en la región.
3. Fomentar programas de calidad y certificación en instalacio-
nes y servicios de las entidades del programa.
4. Mantener e incrementar los niveles de rentabilidad de los ne-
gocios turísticos.
5. Impulsar y apoyar el desarrollo de operadores receptivos re-
gionales.
6. Alcanzar el máximo nivel de satisfacción del visitante en la
región.
7. Crear programas de promoción y comercialización adecuados
para cada segmento y línea de producto.
8. Apoyar la creación y el desarrollo de atractivos que comple-
menten la oferta turística en los destinos del programa. (Sec-
tur, 2014)

Sin embargo, a pesar de contar con un programa muy bien estruc-


turado, en la forma de operar del mismo no ha logrado los resultados
que se esperaban en el corto plazo. La Sectur ha planeado acciones en
las ciudades denominadas ciudades patrimonio mundial, entre las que se
ubica al Centro Histórico de la ciudad de Puebla, donde predominan
los contenidos estéticos, urbanos y arquitectónicos. Estas acciones se
manejan para presentar una imagen urbana atractiva y así favorecer
intereses comerciales, mientras que en el discurso político se habla de
favorecer a las comunidades a través de las derramas turísticas, mani-
festándose en las encuestas de crecimiento económico como número
de visitantes, cuartos de hotel disponibles, derrama económica, etc.;
sin embargo no se presentan estudios de mejora o incremento de em-
pleos, desplazo a otras actividades, expulsión a las periferias de habi-
tantes, etc. En la actualidad, esto no se ha reflejado de esta manera, por
el contrario, se han seguido pautas de desarrollo insustentable (Cabre-
ra, 2008).
Apropiación del territorio del chcp por el turismo  121

El sitio de estudio

Puebla antes de que en 1987 se reconociese como ciudad patrimonio


mundial, se consideraba ya un centro de comercio, educación, servi-
cios profesionales y financieros, el cual se había soportado en un fuer-
te desarrollo industrial, además de ser el centro de gestión estatal y
municipal. Esta posición reforzada desde la localización en 1964 de la
planta automotriz Volkswagen en uno de los municipios periféricos,
que aunado a la construcción de corredores industriales, propició una
salida de la industria local hacia la periferia de la ciudad y municipios
colindantes. Este proceso agudiza el despoblamiento del centro de la
ciudad y el crecimiento expansivo de la periferia, generando el aban-
dono y deterioro de parte del centro histórico.

Gráfica 1. Usos del suelo predominante en la zona de monumentos


de la ciudad de Puebla en el momento de su declaratoria

Fuente: Elaboración propia con información tomada de http://catarina.udlap.


mx/u_dl_a/tales/documentos/lar/priesca_d_m/capitulo2.pdf

Para la década de 1960, el Centro Histórico de la ciudad de Puebla,


debido a su ubicación privilegiada, al valor del suelo y a una visión
modernizadora que buscaba imponer lo nuevo sobre lo histórico, se
encontraba en riesgo de perder su patrimonio, debido a la destrucción
de inmuebles para construir edificios modernos de varios niveles que
rompían con la unidad del mismo, así como el alto deterioro, deriva-
do en muchos casos por actividades comerciales incompatibles, como
ocurrió en un gran número de ciudades de México. Ante esta situación
122  Territorios y espacialidades

se genera una iniciativa de rescate y conservación del Centro Históri-


co, apoyada por la academia y las organizaciones civiles en pro de la
defensa cultural, a la cual se tienen que sumar los gobiernos municipal
y estatal para proteger un perímetro declarado en 1977 como zona de
monumentos. En la gráfica 1 es evidente aún el predominio del uso
habitacional, prevalentemente sobre el uso de otros destacados en la
zona de monumentos.
Esta zona quedaría bajo las atribuciones y normativa del Instituto
Nacional de Antropología e Historia (inah) y bajo los lineamientos de
la Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicas. Con el desa-
rrollo e impulso a nivel internacional, el patrimonio invaluable de la
humanidad se nombra por la unesco en 1987, Ciudad Patrimonio de la
Humanidad, la cual consta de 391 manzanas y 2 619 edificios con valor
histórico con una temporalidad del siglo xiv al siglo xix (ver figura
1). Con la declaratoria primero de monumento nacional y después de
Ciudad Patrimonio de la Humanidad, se pudo conservar y rescatar un
número importante de edificios de alto valor arquitectónico, mante-
niendo también el trazado urbano que la ha caracterizado.
A partir de 1987 el Centro Histórico de Puebla se hace más atrac-
tivo para las actividades comerciales y turísticas, se presenta una alta
concentración del desarrollo económico destacando los servicios finan-
cieros, educativos y turísticos, pero dichas actividades han ido despla-
zando la vivienda y la microindustria ubicada en este sitio. Entre 1980
y 1990 el decremento del uso habitacional fue aproximadamente del
10 % (González, 1999, p. 29), con ello se dan golpes certeros al carácter
polifuncional del Centro Histórico, y por ende a su vitalidad. En entre-
vista con el maestro Martín Limón Osorio y con el arquitecto Andrés
Sánchez, coordinador y perito respectivamente de la Sección de Mo-
numentos del Centro inah, Puebla, con más 25 años de experiencia, y
con datos que se fundamentan en las solicitudes y autorizaciones para
las adaptaciones de los inmuebles con valor histórico en la zona mo-
numental de la ciudad de Puebla, es que nos dan los datos (ver gráfica
2), ya que a la fecha, según la conversación, no existe un catálogo ofi-
cial actualizado desde 1977, cuando se presentó la declaratoria de zona
monumental (Limón, 2016).
Figura 1. Delimitación de la zona de monumentos del Centro Histórico
de la ciudad de Puebla

Fuente: Planos base de la Declaratoria de la Zona de Monumentos, otorgado


y autorizado para uso de divulgación e investigación, con oficio No-401.B(22)136.2016/3599, de fecha 12 de septiembre de 2016.
Apropiación del territorio del chcp por el turismo  123
124  Territorios y espacialidades

Gráfica 2. Usos del suelo predominante en la zona de monumentos de la ciudad


de Puebla y su transformación en la actualidad

Fuente: Elaboración propia, información basada en datos aproximados que otor-


gan en la entrevista el Mtro. Martín Limón Osorio y el Arq. Andrés Vázquez.

Políticas aplicadas al Centro Histórico de Puebla

El centro histórico de la ciudad de Puebla es probablemente una de las


áreas más estudiadas respecto a la ciudad, pese a esta abundancia de
estudios, de planes y programas de conservación y de una recurrente
actuación millonaria por parte del gobierno, el proceso de deterioro
social, patrimonial y, por consiguiente, estético avanza en frontal burla
a las acciones de maquillaje que se despliegan para su embellecimiento
y modernización. Acciones que expresan una muy pobre idea de la es-
tética de la ciudad que sólo depara en la fisonomía, ignorando el valor
estético y de su entrelazamiento con valores históricos, arquitectóni-
cos, urbanos y fundamentalmente sociales.
Se aprecia una tendencia, desde que se otorga el nombramiento
como ciudad patrimonio de la humanidad, a favorecer el turismo ex-
tranjero y nacional, con una visión centrada en acciones de mejora-
miento de fachadas y vialidades, sobre todo en sectores centrales y de
edificaciones de alto valor arquitectónico, además se han desarrollado
campañas publicitarias en el ámbito internacional y nacional que, si
bien han incrementado el turismo, no han sido capaces de detener el
deterioro constante que se presenta en los sectores medios y periféricos
del Centro Histórico y que en la banda colindante a éste se ha perdido
la arquitectura de transición de principios del siglo xx (Cabrera, 2013).
Apropiación del territorio del chcp por el turismo  125

El turismo para Puebla,


una ciudad patrimonio de la humanidad

Los valores de competitividad, eficiencia e individualismo, propios


de la sociedad globalizada, actúan cobijando acciones que reducen las
cualidades estéticas e históricas a la superflua expresión escenográfica;
aunados a los modelos de desarrollo turísticos tradicionales basados
en el turismo masivo, que se caracteriza por el desplazamiento sincró-
nico de gran cantidad de personas, en épocas muy marcadas del año.
En general, para este tipo de turismo se tienden a generar desarrollos
de tipo exógeno basados en la gran empresa y la inversión extranjera,
esto deriva en el surgimiento de economías de enclave turístico que se
caracterizan por la existencia de una escasa interacción entre la comu-
nidad receptora y el turista.
Se ha creado a partir del siglo xx una gran industria que, si bien
no contamina de forma tradicional, sí ha contribuido a modificar las
culturas locales, e incluso en algunos casos a modificar las formas ar-
quitectónicas y de vida urbana, para adaptarlas a las demandas de los
visitantes (Guerrero, 2010). En estos destinos culturales la imagen que
se presenta al visitante debe ser más atractiva y con mejor escenografía,
que las otras ciudades para hacerla más competitiva, como lo indica
Cabrera Becerra (2013): las acciones de embellecimiento y maquillaje
continúan desplegándose con fines de modernización y aprovecha-
miento de la centralidad y de los valores históricos y arquitectónicos
para favorecer el desarrollo de la actividad turística “cultural”.
En este desarrollo, los beneficios económicos locales son la apro-
piación de la renta del suelo para los sectores económicos inmobilia-
rios, el comercio asociado al sector turístico, entre otros. Se favorece
con estas acciones el posicionamiento político de la autoridad en turno,
lo que constituye otra finalidad reiteradamente buscada.
Mientras tanto, el problema social, la degradación de la vivienda
popular, el deterioro creciente en la calidad de vida de sus habitantes y
el daño al patrimonio cultural edificado continúan presentes en un cen-
tro histórico como el de Puebla, ciertamente más “embellecido”. Que
por otra parte sí ha incrementado los indicadores turísticos, posicio-
nándose como una de las ciudades patrimonio de la humanidad más
126  Territorios y espacialidades

competitiva. El Centro Histórico poblano que se ha venido forjando du-


rante varios periodos gubernamentales posteriores a su reconocimien-
to como patrimonio de la humanidad es un ejemplo paradigmático de
una estética cosmética puesta al servicio de la promoción turística y de
la competitividad de este sector. En tanto la contextualidad e historici-
dad de los edificios, así como su simbolismo, se va perdiendo cada vez
más. Se construyen nuevos recorridos y paseos que sólo tienen como
referentes los edificios de mayor relevancia histórica o arquitectónica,
como museos, iglesias, parques centrales, etcétera.

Competitividad turística en la Ciudad de Puebla

Con el reconocimiento de Puebla como ciudad patrimonio y debido a


la promoción desarrollada para este sitio, se fueron incrementando las
actividades relacionadas con el turismo, de acuerdo con la información
de crecimiento económico mostradas por sectur, después de 25 años
representan una nueva fuente de ingresos y de generación de empleo.
Así también, se han creado nuevas instalaciones hoteleras y servicios
asociados como restaurantes, museos, centros de artesanías, etc., que
han fortalecido este sector.
El turismo cultural ha tenido una incidencia en la derrama econó-
mica de la Ciudad de Puebla que ha incrementado en la misma medida
en que ha crecido el número de visitantes (ver cuadro 1).

Cuadro 1. Indicadores turísticos. Ciudad y estado de Puebla 2008-2014


Pueblo Porcentaje
Visitantes Derrama Económica
Mágico de Ocupación
  2008 2014 2008 2014 2008 2014
Estado
6,461,699 12,172,739 $5,516,030,374 $11,203,988,762 n, d. n, d.
de Puebla
Ciudad
4,252,284 8,519,568 $4,214,217,277 $8,694,584,787 53.71 % 65.7 %
de Puebla
Fuente: Elaboración propia con datos de sectur Puebla 2008 y 2014.
Apropiación del territorio del chcp por el turismo  127

Así podemos ver que la derrama económica en la ciudad de Pue-


bla generada por los visitantes en 2008 ascendió a más de 4,214,217,277
de pesos, en con una ocupación del 53.71 % y 4,252,284 visitantes. Para
el año 2014 la ocupación fue de 65.7 %, con una afluencia de 8,519,568
visitantes y una derrama económica de 8,694,584,787 de pesos. Esto re-
presenta aproximadamente 90 % de crecimiento de este sector en sólo
seis años. Es importante destacar que aproximadamente el 75 % de la
actividad turística del Estado se concentra en la ciudad de Puebla, por
lo que el 25 % restante tiene poco impacto en el desarrollo del interior
del estado. Una gran parte de este desarrollo turístico está asociado al
Centro Histórico y a los programas de promoción para el mismo.

Competitividad de Puebla
respecto a otras ciudades patrimonio de México

La oferta hotelera de la ciudad de Puebla, comparada con las 10 ciu-


dades Patrimonio de México, se encuentra en un nivel alto, en el año
2010 contaba con 91 hoteles de todos los niveles, con una capacidad de
5 398 habitaciones, oferta superada solamente por la Ciudad de Méxi-
co, la capital del país, que cuenta con 212 hoteles y una disponibilidad
de 28 417 habitaciones, mientras que la ciudad de Oaxaca, un destino
turístico de importancia internacional, tiene 172 hoteles pero con una
disponibilidad menor sólo de 4 928 habitaciones. Los otros destinos de
turismo en ciudades patrimonio de la humanidad que tiene México
tienen una menor oferta de hotelería, entre estas se encuentran algunas
de las ciudades con reconocimiento internacional como es el caso de
Guanajuato, Morelia y Zacatecas (ver cuadro 2).
En este crecimiento es fundamental la política pública de los go-
biernos municipal y estatal que han capitalizado el nombramiento de
Puebla ciudad patrimonio, para difundirla nacional e internacional-
mente. Se ha creado la imagen para esta ciudad patrimonio de la hu-
manidad, ya que se ha presentado en ferias turísticas, así como también
se ha creado un sitio en internet para dicho efecto, que se ve reflejado
en el número de visitantes que tiene la ciudad.
128  Territorios y espacialidades

Cuadro 2. Hospedaje en ciudades con patrimonio colonial en México


Camas
Cabañas
No. No. adicionales
Ciudad o Total
Hoteles Habitaciones albergues
deptos.
u hostales
Ciudad de México 212 27 635 782   28 417
Puebla 84 5 326 64 8 5 398
Oaxaca 172 4 771 136 21 4 928
Morelia 82 3 587 28 6 3 621
Querétaro 60 3 020 76   3 096
Guanajuato 69 2 662 32   2 694
Zacatecas 53 2 463 73   2 536
San Miguel de Allende 80 1 067     1 067
Tlacotalpan 6 89     89
Fuente: Elaboración propia con información de http://zonaturistica.com/hoteles-mexico.
php?cd= (10/04/2010)

Problemas que causa el turismo


en los Centros Históricos

En el análisis anterior se han presentado las bondades de este Progra-


ma de Tesoros Coloniales y Ciudades Patrimonio de la Humanidad,
todos ellos de índole económica. En el caso de Puebla, además se ha
posicionado como uno de los destinos más competitivos de este tipo,
por lo que se ha convertido en un lugar atractivo para los inversionis-
tas y cadenas hoteleras del sector turístico.
En el proceso de posicionamiento competitivo de la ciudad de
Puebla con respecto a otros destinos similares, mucho tiene que ver
los problemas políticos del estado de Oaxaca, ya que desde el año 2000
su Centro Histórico se ha convertido en lugar de plantones y mani-
festaciones por parte de la cnte y de otros grupos sociales; en el caso
de Morelia y Zacatecas, los problemas de inseguridad que viven los
estados son otro factor que incide en la pérdida de competitividad.
Este tipo de dificultades se han vuelto una constante, y han permitido
a otras ciudades como Puebla, Guanajuato, San Miguel de Allende y
Apropiación del territorio del chcp por el turismo  129

Querétaro atraer el turismo que llegaba a esos destinos. La apropia-


ción del Centro Histórico de la ciudad de Puebla, y en general de las
ciudades patrimonio, se concentra cada vez más en las actividades tu-
rísticas, desplazando a una gran parte de la población local, sobre todo
de escasos recursos, para los cuales el centro representaba el lugar de
reunión y esparcimiento con bajo costo. Con la llegada de cadenas co-
merciales nacionales e incluso internacionales, los precios de consumo
han aumentado por lo que la apropiación de este espacio se da para las
clases medias y el turismo.
Por otra parte, no se han considerado los daños que causa el turis-
mo en ciudades patrimonio, pueblos mágicos, zonas naturales de alto
valor patrimonial, los cuales están asociados a la modificación en sus
formas de vida, en función de una demanda específica, esto propicia
que se desligue de su interacción regional y local, se modifica hacia
una nueva oferta que cubra los estándares internacionales del turismo,
en los cuales intervienen de forma determinante las cadenas transna-
cionales.
En los lugares pequeños y zonas naturales, además, se rebasa la
capacidad de soporte ambiental, y encarece la forma de vida afectando
a la población local que tiene que buscar nuevas formas de vida inte-
gradas a este nuevo desarrollo, abandonando los elementos culturales,
sociales, económicos y ambientales que le valieron el reconocimiento.
Un impacto adicional es el crecimiento de la población migrante que
contribuye a reforzar el cambio cultural en el lugar y la expulsión a lu-
gares colindantes de la población local que no se integra a estas nuevas
formas de vida. Mientras tanto, el problema social, la degradación de
la vivienda popular, el deterioro creciente en la calidad de vida de sus
habitantes y el daño al patrimonio cultural edificado continúan pre-
sentes en un centro histórico, ciertamente más embellecido.
Así vemos que, en función del desarrollo turístico, muchos luga-
res patrimoniales y de belleza natural se han desligado de la población
local quedando para el uso y disfrute del visitante externo, del turista
de playa y ciudad, soportado por las políticas públicas de los gobier-
nos locales y nacionales. La infraestructura, el equipamiento y los ser-
vicios se realizan buscando fortalecer este tipo de desarrollo y no tanto
de las necesidades de los habitantes locales; entonces, aparecen hote-
130  Territorios y espacialidades

les, aeropuertos, carreteras de alta circulación, museos, centros comer-


ciales, de convenciones, se crean zonas de caminata, escalada, etc. De
acuerdo con las demandas específicas, en México se tienen ejemplos
como Guanajuato, San Miguel de Allende, Puebla, Xcaret, Xel-Há en
Cancún, adaptación de Tulum, etc., transformando el medio natural o
construido para un mercado y no para la conservación del patrimonio
integral, naturaleza, edificios y cultura local.

Consideraciones finales

La modernización del Centro Histórico de la ciudad de Puebla para


promover el turismo es un objetivo que atraviesa la política pública
que durante varias gestiones de gobierno, tanto municipal como es-
tatal, ha sidoparte de la política globalizadora neoliberal. La riqueza
histórica, arquitectónica y urbana, las condiciones de centralidad, su
fuerte simbolismo son objeto de una permanente apropiación con fines
de carácter político y económico desplazando la población que habita-
ba en este lugar.
En relación al turismo, se ha favorecido su desarrollo con la aper-
tura de los gobiernos hacia esta actividad, la oferta hotelera ha crecido
con la construcción de nuevos hoteles en la periferia y la remodelación
de edificios históricos destinados a este fin en el centro histórico. En
este mismo contexto se ha promocionado adecuadamente la imagen
de Puebla Ciudad Patrimonio convirtiéndose ya no en un elemento
valor cultural, sino en una marca comercial incidiendo fuertemente en
el crecimiento competitivo de la ciudad. Lográndose posicionar entre
las primeras en este sector de “turismo cultural”.
Los servicios complementarios han tenido un fuerte crecimiento,
tal es el caso de restaurantes, cafeterías, tiendas de artesanías y recuer-
dos. Así mismo se ha incrementado la oferta de cultura con la creación
de nuevos museos. Se creó la Secretaría de Turismo en el estado y el
municipio para generar planes y programas que contribuyan a su de-
sarrollo. Entre los elementos positivos se destaca la importancia que
estas actividades tienen en la incidencia de la conservación del patri-
monio edificado; así también, ha impactado en el desarrollo económico
Apropiación del territorio del chcp por el turismo  131

del municipio y del estado con un fuerte crecimiento en la creación de


empleos en este sector.
En el tiempo que tiene como Patrimonio de la Humanidad, el Cen-
tro Histórico de la Ciudad de Puebla se ha transformado para poder
hacer frente a la demanda de los turistas, se ha integrado a los destinos
turísticos de ciudades culturales de México, y se posiciona ya entre las
que reciben mayor número de visitantes nacionales y está buscando
tener una mayor cantidad de visitantes extranjeros.
Los beneficios económicos son la apropiación de la renta del suelo
para los sectores económicos inmobiliarios. Así como favorecer el posi-
cionamiento político de la autoridad en turno constituye otra finalidad
reiteradamente buscada. En la medida en que se dé mayor difusión
al patrimonio cultural y sobre todo al edificado, se le podrá proteger
mejor en virtud de su presencia en la memoria colectiva haciendo más
difícil su manipulación trasformación o destrucción.
Sin embargo, este enfoque del crecimiento económico globaliza-
dor ha generado un cambio en el uso y apropiación de este espacio,
desplazando a la población local de bajos recursos que es un grupo
muy importante en la ciudad para ofertarse al turismo. Con ello se
encarece la parte central de este lugar y se pierde el arraigo de la co-
munidad local. Por otro lado, el uso turístico de este espacio ha modi-
ficado la imagen y el interior de los edificios de valor patrimonial, al
modificarse para estas nuevas actividades.
Si bien el turismo ha propiciado un crecimiento en esta actividad
y ha vuelto más competitiva a la ciudad de Puebla con respecto a otros
destinos similares, ha propiciado la pérdida de la multifuncionalidad,
turismo, comercio, habitación, educación y otros servicios que se de-
sarrollaban de forma equilibrada en este sector. La apropiación del
mismo se da ahora en manos de los grupos empresariales del sector
hotelero.

Referencias

Cabrera, V. y Milían, G. (2009). Las investigaciones para el ordena-


miento del territorio desde la perspectiva de la sustentabilidad.
132  Territorios y espacialidades

México: buap.
Cabrera, V. (septiembre 2013). Modernización, turismo cultural y des-
valorización del patrimonio edificado. En Congreso Internacional,
Arte de América Latina y relaciones artísticas entre Polonia y Lati-
noamérica. Lodz, Polonia.
(septiembre 2013). Política pública hoy: El individualismo moderniza-
dor, estética escenográfica. Centro Histórico de Puebla. México.
En Congreso Internacional, Arte de América Latina y relaciones
artísticas entre Polonia y Latinoamérica. Lodz, Polonia.
García, R. (2006). Políticas de intervención en los centros históricos.
Caso Puebla (1982-2001). México: buap.
González, J., Álvarez, H. (coords.). (1999).
Guerrero, J. M. (2010). El turismo cultural como factor de difusión y
conservación del patrimonio edificado e impulso a la competiti-
vidad de las ciudades: Centro Histórico de la ciudad de Puebla.
México: buap.
Morin, E. (2000). Gedisa. Barcelona, España.
— (2005). Scripta Nova, Revista electrónica de geografía y ciencias socia-
les. 
9(194).

Artículos en internet

Sectur. http://www.sectur.gob.mx/es/sectur/sect_programa_tesoros_co-
loniales
http://catarina.udlap.mx/u_dl_a/tales/documentos/lar/priesca_d_m/
capitulo2.pdf.

Otros

Planos base de la Declaratoria de la Zona de Monumentos, otorgado


y autorizado para uso de divulgación e investigación, con oficio No-
401.B(22)136.2016/3599, de fecha 12 de septiembre de 2016.
PRÁCTICAS RELIGIOSAS, ESPACIOS
Y TENSIONES SOCIALES
El caso de los cultos al Señor de las Maravillas
y la Santa Muerte en la ciudad de Puebla

Luis Arturo Jiménez Medina 1

Introducción

El objetivo de este texto es mostrar que las prácticas religiosas que rea-
lizan los creyentes y seguidores, en algunas ocasiones en el año, del
Señor de las Maravillas y de la Santa Muerte expresan no sólo sus ex-
periencias religiosas, sino una serie de conflictos, tensiones y disputas
en el espacio urbano del Centro Histórico de la ciudad de Puebla.
La diversidad de prácticas religiosas que realizan los creyentes
de ambas entidades sagradas se expresan en la calle en términos casi
espectaculares debido, entre otras cosas, al número significativo de
personas que participan en ellas, el tipo de acciones culturales que rea-
lizan, la forma de expresarse ante los “espectadores” en la calle, entre
otras prácticas; en donde la calle se convierte en un escenario, además
del impacto que dichas elaboraciones culturales tienen en el ámbito
urbano, las cuales alteran tanto la vida cotidiana como las vialidades
de la zona mencionada. Igualmente, con las prácticas religiosas en las
calles del centro histórico poblano, aparecen dos tipos de discursos
y narrativas que se enfrentan y se oponen, por una lado, el discurso
hegemónico religioso que está basado en una serie de costumbres y
tradiciones de tipo católico expresada en la institución eclesiástica y
el discurso que emiten los creyentes y seguidores de ambas imágenes
religiosas en donde las prácticas plantean una narrativa menos insti-

1
  Doctor en Antropología, profesor investigador titular de tiempo completo del Cole-
gio de Antropología Social de la buap. ([email protected])
133
134  Territorios y espacialidades

tucional y más espontánea, menos reglamentada por una autoridad


religiosa y más espontánea donde el creyente recurre a su propia crea-
tividad.
Los actores involucrados en las prácticas religiosas, a las cuales
se hará referencia más adelante, son: los creyentes y seguidores de las
imágenes religiosas, los habitantes y usuarios de las vialidades del
Centro Histórico de la ciudad de Puebla, las autoridades eclesiásticas
y las autoridades y representantes de la presidencia municipal de la
ciudad mencionada.
Las prácticas religiosas a las que se hará referencia en este texto
son principalmente la festividad ritual en honor a la Santa Muerte y
la procesión del Viernes Santo poniendo especial atención a las mani-
festaciones de los creyentes y seguidores del Señor de las Maravillas.
Ambas se realizan en diversos espacios públicos del Centro Histórico
de la capital poblana. Como se sabe, Durkheim (s/f) considera a las
prácticas religiosas como aquellas acciones referidas a las cuestiones
sagradas. Dichas acciones, para el caso de este estudio, son precisa-
mente las cuestiones referidas renglones arriba y que en antropología
se les conoce también como ritos, acciones rituales o rituales. Al respec-
to, se toma como referencia la definición que propone Turner (1988, p.
21) de ritual: una conducta formal prescrita en ocasiones no dominada
por la rutina tecnológica y relacionada con la creencia de seres o fuer-
zas místicas.
Para realizar el análisis de lo mencionado, se tomarán como base
conceptual algunos de los diversos planteamientos que Turner (1998,
1988, 1980) ha sugerido para el ámbito de la antropología política, así
como la excelente interpretación que realiza Díaz (2014) de la obra del
autor escocés. Las prácticas religiosas en consecuencia se consideran
como procesos sociales y culturales, en donde el término proceso hace
referencia al curso general de la acción social y cultural.

Un breve contexto

Las esculturas religiosas que se expresan en el escenario urbano, como


ya se mencionó, son el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte. Am-
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  135

bas entidades sagradas, desde su aparición en el Centro Histórico de la


capital poblana, han convocado a un significativo número de creyentes
y seguidores. El primer culto surgió casi a la mitad del siglo xx y el
culto a la Santa Muerte data de los primeros años del presente siglo;
las sedes principales de ambos cultos están en el Centro Histórico de
la capital poblana y geográficamente hablando, están muy cercanos
mediados por el popular mercado 5 de Mayo y una dinámica vial muy
significativa, en donde el primero se encuentra en el templo Santa Mó-
nica del siglo xvii sobre la calle 5 de Mayo entre la 16 y 18 poniente; el
segundo, surgió en un local en donde se venden artículos y paraferna-
lia diversa de tipo esotérico, y ahí mismo se construyó y acondicionó
un espacio para un pequeño templo dedicado al culto a la otra deidad
y que está sobre la calle 9 norte entre la 12 y la 14 poniente. Cabe se-
ñalar que la escultura que representa al Señor de las Maravillas se ha
convertido en la entidad religiosa más milagrosa y que más devotos
tiene y, por tanto, la más famosa de la ciudad y del estado (Jiménez
2013, pp. 283-285).
Como se podrá deducir, ambos cultos son propios de los tiempos
modernos y están muy cercanos en términos geográficos, además, es-
tán ubicados en una de las zonas conflictivas de la ciudad cuando me-
nos por las siguientes fenómenos sociales: desde la perspectiva de las
vialidades, en la zona circulan muchas rutas del transporte público; es
uno de los lugares con varios espacios comerciales conformadas alre-
dedor del mercado mencionado, en donde se venden infinidad de mer-
cancías y productos, así como locales en donde se ofrecen también una
variedad de servicios; igualmente, en la zona se advierte una presión
demográfica, ya que existen muchas vecindades y áreas habitacionales
combinadas con áreas de almacenaje y de bodegas para el resguardo
de productos diversos.
En esos contextos, la presencia de la delincuencia urbana (robo a
transeúntes y de autopartes de automóviles, principalmente), del al-
coholismo, el narcomenudeo y la prostitución son parte del paisaje de
dicha zona; desde la perspectiva de los sistemas de creencias, en esa
zona proliferan una diversidad de ofertas religiosas que se expresan en
templos y centros de reunión como son los grupos evangélicos y pen-
tecostales; espiritualistas trinitarios marianos de los cuales muchos de
136  Territorios y espacialidades

ellos son también católicos; devotos a la Santa Muerte y una diversidad


de templos católicos; en la zona se concentra una significativa pobla-
ción indígena en donde predominan los nahuas, totonacos y mixtecos,
principalmente, los cuales viven en las diferentes viviendas y vecin-
dades con rentas “congeladas” y muy bajas con significativos grados
de hacinamiento; finalmente, la zona de los alrededores del mercado
mencionado frecuentemente muestra un paisaje donde en varias esqui-
nas sobresalen montones de basura de diferente tipo, predominando
la basura y desperdicios orgánicos —provenientes de frutas, verduras,
vísceras de pollo, res y puerco; escamas y huesos de pescado, así como
conchas y cascarones de huevo tanto de gallina como de tortuga—,
pero también es significativa la basura de plástico, unicel, papel y car-
tón, principalmente. Casi todos los días y ya cayendo la tarde, surgen
ejércitos de “pepenadores” revisando y eligiendo entre los montones
de basura.

Las prácticas religiosas


como dramas sociales y culturales

Las prácticas religiosas que llevan a cabo los creyentes y seguidores del
Señor de las Maravillas y de la Santa Muerte son consideradas como
procesos culturales en curso y que expresan un momento inarmónico
en el contexto de la vida cotidiana que se vive en el Centro Históri-
co de la capital poblana, porque se manifiestan de manera pública y
de irrupción tensional en la calle y otros espacios públicos como las
plazas, pero también emiten una narrativa religiosa alternativa a la
normatividad de la institución eclesiástica. A partir de lo expuesto, se
considera factible entender desde este momento a las prácticas reli-
giosas como dramas culturales y sociales. Dicho término se va a utilizar
siguiendo los argumentos del antropólogo escocés Turner (1998) y de
Díaz (2014). Este último elabora una interpretación y una exposición
de la utilidad de varios de los argumentos del antropólogo de la es-
cuela de Manchester, además de su potencialidad, y que nos parecen
pertinentes para este texto. Sin más rodeos, el antropólogo Díaz Cruz,
siempre siguiendo a Turner, indica que la vida humana se caracteriza
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  137

por un flujo incesante de tensión entre certezas e incertidumbres, así


como entre orden y desorden (Díaz, 2014, pp. 82-83); es decir, la vida
humana está llena de dramas sociales, culturales y de diverso tipo. Esto
significa que el drama expone las diferentes dimensiones y niveles de
la vida como son las contradicciones estructurales, las inconsistencias
y los conflictos entre las normas, los grupos, hombres y mujeres; o tam-
bién las diferentes interpretaciones que todo conflicto necesariamente
suscita; la forma en que se expresan las continuidades y cambios en
las relaciones de poder, el poder que tienen los símbolos; los modos en
que se ventilan los intereses divergentes.
En los contextos de los dramas sociales, se movilizan razones,
intenciones, deseos, fantasías, emociones, aspiraciones, intereses,
voluntades, desenlaces, en otras palabras, los conflictos que hay, las
sociedades, los grupos y los individuos (Díaz, 2014, pp. 62-63 y 75).2

²  Se piensa que el término de drama social es central en toda la obra de Victor Turner,
por lo que, desde nuestra perspectiva, existen muchas formas de describirlo en la obra
de Turner. Se han tomado algunas referencias del antropólogo mencionado, siguiendo
el sugerente texto de Díaz (2014): “Los dramas sociales son una unidad de descripción
y análisis de procesos sociales en conflicto, esto es, de puesta en juego, operación y
exposición de relaciones de poder. Por tanto, y en la medida en que tal es su objeto
de estudio, los dramas sociales no necesitan partir del supuesto de la existencia de
culturas, sociedades, lugares o instituciones discretas, delimitadas” (p. 62). De una
obra del propio Turner, Díaz (p. 63) resalta la siguiente anotación, la cual es pertinente
como reflexión general y punto de partida sobre el asunto y que fue tomado de un
texto de Turner precisamente de 1982 denominado From ritual to theatre. The human
seriousness of play, paj publications, New York: “En las sociedades modernas, los dra-
mas sociales pueden ascender de un nivel local a revoluciones nacionales o adoptar
desde el principio la forma de una guerra entre naciones. En todos los casos, desde el
nivel familiar y comunal hasta el conflicto internacional, los dramas sociales revelan
los planos <subcutáneos> de la estructura social, ya que cada sistema, desde la tribu
hasta la nación y los campos de las relaciones internacionales, están compuestos por
muchos grupos, categorías sociales, estatus, roles, ordenados en jerarquías y dividi-
dos en segmentos. En las sociedades de menor escala existen oposiciones entre clanes,
subclanes, linajes, familias, grupos de edad, asociaciones religiosas. En nuestras socie-
dades industriales, los habitantes están familiarizados con oposiciones entre clases,
subclases, grupos étnicos, sectas y cultos, regiones, partidos políticos y asociaciones
basadas en el género, la división laboral y la edad relativa”. Por otro lado, “El drama
social se propone también revelar el carácter individual, el estilo personal, la destreza
retórica, las diferencias morales y estéticas, las narrativas en competencia que en él se
van enunciando, la toma y ejecución de decisiones, la instrumentación de estrategias
en situaciones conflictivas. En los dramas sociales el clima emocional de los actores es
138  Territorios y espacialidades

Siguiendo los argumentos de Turner (1988, pp. 103 y 139), se conside-


ran a las prácticas religiosas de los devotos y seguidores del Señor de
las Maravillas y de la Santa Muerte, como dramas sociales y cultura-
les que pertenecen a la dimensión de la estructura, como una forma
genérica de las relaciones humanas, pero también se dan expresiones
de communitas. Como lo apunta el autor mencionado, la estructura y
la communitas son dos modelos de interacción humana, yuxtapuestos
y alternativos; las relaciones humanas en el primero suelen ser más
pragmáticas y propias de este mundo, en cambio, en el segundo, hay
más especulación e incluso se producen imágenes e ideas filosóficas.
Los dramas sociales y culturales no se dan en el vacío, forman
parte y se desarrollan en campos. En el caso de Turner, éste refiere
a campo político, el cual es definido como un campo de tensión, lleno
de antagonistas inteligentes y determinados, solos y agrupados, que
están motivados por la ambición, el altruismo, el interés personal y
por el deseo del bien público, y quienes en situaciones sucesivas están
vinculados uno con otro a través del interés personal o del idealismo y
separados u opuestos por los mismos motivos (Swartz, Turner y Tuden
1998, p. 105). El campo es la unidad de espacio y la unidad de tiem-
po, es decir, es el tiempo histórico en el cual hay tensiones, conflictos,
competencias, en donde están involucrados actores, relaciones, reglas,
instituciones, metas, intereses, recursos escasos, por los que se compite
y a los que se busca controlar […]: espacio de posiciones, de fuerzas
y luchas (Díaz, 2014, p. 127). Desde esta perspectiva, una procesión,
una celebración religiosa, entre otras acciones que se realizan en los
espacios públicos de la calle o, incluso, en el atrio, pueden considerar-
se en determinadas situaciones como campo no estrictamente políti-
co pero sí religioso y cultural, porque en dichos ámbitos también hay
disputas, tensiones, actores que compiten, reglas, instituciones, recur-
sos escasos, entre otros aspectos. Las prácticas religiosas que realizan
los devotos y seguidores tanto del Señor de las Maravillas como de

intenso, “está impregnado de tormentas, relámpagos, corrientes de aire cambiantes”.


En estas situaciones —combates, debates, luchas por el poder, resistencias, silencios
elocuentes—, los participantes no sólo hacen cosas, muestran a otros lo que hacen o
qué es lo que han hecho; en el “modo agonístico primordial y perpetuo implicado en
todo drama social, las acciones son realizadas para sí y los otros contendientes” (Díaz,
2014, pp. 63-64).
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  139

la Santa Muerte, en determinadas circunstancias y momentos, se con-


vierten en un enfrentamiento entre dos instancias en conflicto. Aquí
es donde es importante y conveniente incorporar la noción de arena.
Al respecto y siguiendo a Díaz (2014, pp. 125-126), el drama social y
cultural entendido también como un proceso conflictivo y en tensión
implica precisamente una arena que, como se sabe, Turner elabora una
analogía que retoma de las luchas entre gladiadores o de las corridas
de toros. En ciertas prácticas religiosas de los creyentes de las dos en-
tidades sagradas, se enfrentan abiertamente con otros contendientes
visibles y lidian entre sí. En dicha arena cultural y religiosa, hay juicios,
debates, interacción de conductas sofisticadas que muestran hostilidad
y que se expresan con un rico simbolismo y otra diversidad de mani-
festaciones culturales mostrando relaciones de poder que se ponen en
juego entre los contendientes. Por tanto, una arena es un ámbito que
funciona como escenario para la interacción antagónica y que se llega
a una solución públicamente reconocida, independientemente de que
sea institucionalizado o no.
Ahora podemos pasar a lo relativo al espacio. Las prácticas reli-
giosas conforman y constituyen el lugar, ya que dichas prácticas no se
hacen en el vacío ni en el aire, se hacen en espacios específicos, funda-
mentalmente la calle y la plaza pública en el Centro Histórico de la ciu-
dad de Puebla. Existen interesantes e importantes estudios como los
de García (1976), la compilación de Lisón (1993) y Vergara (2013) que,
desde una perspectiva antropológica abordan el asunto del espacio,
el territorio, el lugar y de cuestiones relacionadas con dichos temas.
Se dirá solamente, siguiendo a García (1976, p. 26), que el territorio
es un espacio con unas características de carácter social y cultural, en
otras palabras, el territorio es un espacio socializado y culturalizado.
Dicha definición, aunque es muy general, metodológicamente refiere a
cualquier formalización y/o simbolismo que opera sobre una base es-
pacial, actúa como elemento sociocultural en el grupo humano, como
son las peregrinaciones, los rituales de agradecimiento, las procesiones
y cualquier tipo de práctica religiosa y ritual. En este sentido, el autor
de referencia indica que “…el territorio es un espacio socializado y
culturalizado, de tal manera que su significado sociocultural incide en
el campo semántico de la espacialidad” (García, 1976, p. 27).
140  Territorios y espacialidades

Lo expuesto anteriormente se puede complementar con el argu-


mento de que el espacio se encuentra precisamente entre el medio
urbano y la cultura y, a partir de dicha premisa, “…la cultura mode-
la el espacio y unas tramas urbanas refuerzan unas formas de vida y
comportamientos sociales que se manifiestan en unas determinadas
intensidades y contenidos de uso de ese espacio, una identificación
y apropiación del mismo o por el contrario un desarraigo” (Alcázar,
Trabada y Camacho 1993, p. 213).
Por su parte, Vergara (2013, pp. 19-21) sugiere que al espacio se
le configura bajo la forma en que se le modula, luego, éste condiciona
nuestras acciones; la cual nos remite a una cosmovisión cuando menos
momentánea porque produce una cierta estabilidad existencial. En re-
lación a las prácticas religiosas y rituales, se puede afirmar que éstas
configuran un cuerpo de imágenes, valores y normas acerca de lo que
se puede hacer en la calle o en la plaza. En dichos espacios, se realizan
comportamientos tanto individuales como colectivos y que solamente
en esas circunstancias y ocasiones se realizan (Vergara, 2013, p. 85).

Las prácticas religiosas de los creyentes


en contextos urbanos

Al principio de este escrito, se hizo alusión a lo espectacular. La justi-


ficación a dicho adjetivo es a la irrupción de la imagen religiosa en los
espacios urbanos. El espacio urbano es, en este caso, un escenario para
que se expresen, tanto la imagen religiosa como sus seguidores, como
una especie de unidad cultural que se distinguen por sus movimientos
corporales, sus insignias, sus cantos y ruidos y el uso extraordinario de
la calle o de la plaza que, en esos momentos, no está dispuesta para la
circulación de los peatones ni de los vehículos; tampoco los negocios
están dispuestos para realizar sus funciones porque a pesar de la aglo-
meración de la gente, ésta no se encuentra interesada en circular como
peatón ni en realizar transacciones comerciales; su interés radica, más
bien, en identificarse con la escultura que considera sagrada, pero tam-
bién está dispuesto a enfrentarse con algún potencial opositor que de-
see cuestionar sus acciones; el creyente está dispuesto a situarse en una
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  141

relación de tensión y conflicto y disputar lugares, certezas narrativas,


derechos, defender lo propio en ese momento pero también mostrar lo
que es suyo o con quién se identifican a los otros que funcionan como
espectadores, entre otras cosas. Es por eso que lo “casi espectacular”
se refiere a la presencia de la imagen religiosa, sus seguidores, los es-
pectadores en un escenario urbano, la cual tiene que ver con acciones
rituales o simbólicas como caminar, exhibir y exhibirse, en el contexto
de un espacio urbano específico (Grimes, 1981, p. 61).
Lo descrito en los párrafos anteriores, en términos generales, será
una de las constantes en la exposición de ciertas imágenes etnográficas
relativas a los cultos al Señor de las Maravillas y la Santa Muerte. Ade-
más, dichas prácticas religiosas producen cohesión entre los seguido-
res y creyentes pero también, diferencias, conflictos y tensiones con las
autoridades eclesiásticas y religiosas, al igual que con las autoridades
municipales representadas por la policía y los agentes de tránsito y,
para completar el “espectáculo”, se conforma una masa de observado-
res que sin participar activamente se convierten en espectadores. En
otras palabras, dichos eventos son una especie de irrupción en la vida
cotidiana de los habitantes del Centro Histórico de la capital poblana.
En la mayor parte de los días del año, las prácticas religiosas de
los cultos aludidos se realizan al interior de los templos y, en varias
ocasiones, se llegan a usar las banquetas, ya que ambos lugares sagra-
dos no cuentan con un atrio o un lugar específico para realizar dichas
acciones sagradas. Sin embargo, ambos cultos realizan en muy pocas
ocasiones durante el año, una serie de prácticas religiosas como el uso
de varias calles o de la plaza del zócalo del centro histórico poblano.
Con respecto al culto a la Santa Muerte, durante la festividad
anual del 15 de abril, la calle 9 norte se cierra cuando menos dos días
a la circulación vial, ya que los encargados del pequeño templo orga-
nizan una diversidad de actos festivos como espectáculos musicales y
de entretenimiento, encuentros de lucha libre, disposición de mesas y
sillas para el consumo de alimentos y la convivencia de los devotos y
curiosos. Dicha calle es una de las más importantes de la zona porque
sobre esa misma circula un significativo número de rutas del trans-
porte público que diariamente atraviesan el centro histórico y que se
dirigen a los cuatro puntos cardinales de la ciudad.
142  Territorios y espacialidades

El acto festivo mencionado se complementa con la llegada de visi-


tantes en peregrinaciones pequeñas, provenientes de diversos lugares
de la ciudad y del estado poblano principalmente, así como de visitan-
tes y devotos de la ciudad de México, ya que dicho templo fue funda-
do por algún familiar de “Doña Queta”, la señora que, según varios
estudios (Reyes, 2011, p. 55 y Villamil 2011, p. 34), fue la que se animó
a compartir su devoción cuando sacó el primer altar a la vía pública en
el barrio de Tepito y su difusión rápida en la propia ciudad de México
y otras ciudades del país. Cabe señalar, pero sin abordar dicho asun-
to en este texto, en otro punto del centro histórico poblano, incluso
muy cercano a la catedral ya que está sobre la calle 8 oriente, se ubica
un templo dedicado al culto a la Santa Muerte fundado, al parecer,
por el obispo Romo y que, cuando éste personaje celebró la primera
misa en plena calle en honor a la también llamada Niña Blanca en el
año del 2004, causó un escándalo político religioso en el arzobispa-
do de Puebla a grado tal que el arzobispo Rosendo Huesca —jubilado
actualmente— condenó públicamente el acto ritual. Como se sabe, el
obispo Romo —actualmente en la cárcel— quiso apropiarse del culto
e integrarlo a la Iglesia Tradicionalista México-usa (Gaytán, 2008, pp.
41-42), la cual perdió su registro un poco después de la misa callejera
en Puebla.
Evidentemente, los eventos rituales mencionados inmediatamen-
te ubican cuando menos dos opositores: la arquidiócesis de Puebla y,
en menor grado pero no sin tensiones, la policía y los agentes de viali-
dad del gobierno municipal poblano. En el primer caso, las tensiones
y los conflictos se ubican en el plano de los discursos. De manera siste-
mática y desde la aparición del culto a la Santa Muerte, la arquidióce-
sis de Puebla ha implementado una diversidad de descalificaciones y
adjetivos peyorativos tanto al culto como a sus devotos y seguidores.
A manera de ejemplo, expongo un fragmento de lo que recogió un pe-
riodista un día después de la primera misa a la Santa Muerte en una de
las calles del Centro Histórico poblano:

En su rueda de prensa de ayer, el arzobispo Rosendo Huesca y Pacheco


condenó el ritual, calificando de “crédulos” a quienes veneran a la también
llamada “Niña Blanca”, y “apóstatas” a los sacerdotes que la celebran.
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  143

—¿De qué se trata, monseñor?, ¿es hechicería, santería, idolatría? —pre-


guntó una reportera. —¡No lo sé! ¡yo creo que todo eso que tú dijiste y
ponle más! —respondió el jerarca católico, dictando línea a la periodista.
El prelado tronó contra la secretaría de Gobernación y sus “glorias de-
mocráticas”. Son las autoridades las que tienen la culpa, dijo, porque re-
conocen como “AR” (Asociación Religiosa) a “cualquier grupo pequeño”
que les presenta un reglamento para funcionar. “Eso no sucede en otros
países”, apuntó, instando a los informadores a comparar la laxitud de la
ley de cultos nacional con la de otras en el mundo en las que se exige a
las organizaciones religiosas tener una base doctrinal “sana” (Hernández
2004).

Por su parte, el actual arzobispo Víctor Sánchez Espinosa, con un


tono más moderado, también cuestiona a los creyentes que le dan culto
a la Santa Muerte. El siguiente fragmento periodístico ilustra lo men-
cionado:

En el contexto de la celebración mexicana por el Día de Muertos, el ar-


zobispo Víctor Sánchez Espinosa consideró que la adoración a la Santa
Muerte es una devoción mal orientada. […]. Luego, monseñor dijo que
los católicos no celebran a la muerte en sí misma, sino a los difuntos, “a
los seres queridos que han dado el paso a la vida eterna”. Reitero que las
personas que incluso se dicen católicas y son devotos de la Santa Muerte,
no son rechazadas por la iglesia y únicamente se les reorienta en su fe y
trata de catequizarlos y hacerles ver que su devoción solo está mal enca-
minada en el caso de la Santa Muerte (De la Luz, 2013).

También se han registrado algunos sermones dominicales en al-


gunos templos católicos, sobre todo en los tiempos de la celebración
anual del mes de abril, así como en la época del Día de Muertos; en
dichas homilías se puede escuchar cómo los sacerdotes emiten comen-
tarios y una serie de calificativos peyorativos sobre el culto y sus devo-
tos a la Santa Muerte, que van desde que “la mayoría de los creyentes
en ‘La Flaquita’ se dedican a las actividades delictivas”; de que “no es
una devoción sino un invento de satanás”, entre otras cosas. Mientras
las prácticas religiosas mencionadas se realizan en la calle, se produ-
144  Territorios y espacialidades

cen aglomeraciones de gente y de vehículos provocando situaciones


de tensión entre una diversidad de actores como transeúntes, auto-
movilistas, pasajeros, choferes, comerciantes, entre otros, que aunque
no participan de las prácticas religiosas mencionadas, se ven involu-
crados. Aquí es donde entra la autoridad municipal desplegando una
serie de recursos para hacer menos caóticas varias zonas del centro
histórico. En efecto, agentes policiacos y de tránsito, así como el área
de protección civil, tratan de evitar o cuando menos controlar las aglo-
meraciones. Dichas instancias del gobierno municipal poblano tienen
que realizar toda una serie de operativos en los cuales destinan recur-
sos humanos como policías, vigilantes, también agentes de tránsito;
igualmente, se utilizan unidades móviles de vigilancia y de tránsito,
la mayor parte terrestres, entre otros recursos. Estas acciones tienen
como objetivo principal garantizar la seguridad de los participantes en
las actividades rituales, las vías de tránsito de la gente, y reestructurar
los flujos de la vialidad para que los vehículos que transitan por la
zona sean desviados a otras vialidades alternativas durante el tiempo
que tarda el evento. Igualmente, deben de garantizar la seguridad de
los locales comerciales que existen en la zona.
Aunque dichos recursos municipales no producen hostilidad
abierta con los participantes de las prácticas religiosas, la sola presen-
cia de los agentes uniformados, los cuales portan armas, casco, chalecos
antibalas y la placa, principalmente, inhibe algunos comportamientos
como el acoso sexual, el robo, la ingesta de sustancias prohibidas como
drogas y bebidas embriagantes, o los actos considerados como obsce-
nos, principalmente.
Desde los primeros años de la segunda mitad del siglo xix, la pro-
cesión3 del Viernes Santo en la ciudad de Puebla dejó de celebrarse
debido a los conflictos entre la Iglesia católica y el gobierno liberal de
Juárez. Es hasta los primeros años de la década de los noventa del siglo
xx y por iniciativa de un movimiento cultural que se formó en la ciu-
dad, que se plantearon la necesidad de rescatar la tradición de dicha

³  Por procesión se entiende como un movimiento ritual en el espacio. Las actividades


típicas que se desarrollan en las procesiones son caminar, transportar, mostrar, ver,
rezar, cantar y ser visto. En una procesión, estas acciones humanas ordinarias cobran
extraordinaria significación simbólica (Grimes, 1981, p. 51).
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  145

procesión con el objetivo de “recuperar los valores de la poblanidad”


(Jiménez y Escalante, 2011, p. 16) y ahí se incorporó a la escultura del
Señor de las Maravillas. Desde aquellas épocas a la fecha, la procesión
del Viernes Santo se ha convertido en uno de los eventos más represen-
tativos y más esperado de la ciudad, además de que se le ha agregado
un objetivo religioso que es hacer que dicha procesión “se interprete
como un encuentro de reflexión y de renovación espiritual sobre la
pasión y muerte de Jesucristo”.
La procesión es realizada por las cinco esculturas sagradas con-
sideradas como las más veneradas en la ciudad y que son La Virgen
Dolorosa del Carmen, ubicada en la capilla de Santa Teresa del templo
del Carmen; Nuestra Señora de la Soledad, ubicada en el templo del
mismo nombre a cargo de la orden religiosa llamada Las Carmelitas
Descalzas; Jesús de las Tres Caídas del templo de Analco; Jesús Naza-
reno del templo de San José donde se originó la cofradía de nazarenos
que es la más antigua de la ciudad y el Señor de las Maravillas del
templo de Santa Mónica. Sin embargo, la escultura del Señor de las
Maravillas es la más famosa y venerada que atrae a muchos creyentes
tanto del estado poblano, del país y fuera de éste. Son las organizacio-
nes religiosas, las autoridades del arzobispado, sectores de la iniciativa
privada, el gobierno municipal, principalmente las que sufragan tanto
la organización como los gastos del evento.
La disposición de la gente sigue toda una normatividad que es
impuesta por los organizadores y que consiste en lo siguiente: en la
procesión solamente participan, además de las imágenes religiosas ya
mencionadas, los grupos religiosos correspondientes a cada escultura
y que provienen de los diversos templos; la extensa cofradía de los
nazarenos y algunos grupos de órdenes religiosas. También colaboran
organizaciones de boys scouts que ayudan a los agentes policiales en
la seguridad y control de las masas que participan como espectadores
pero que también muestran sus expresiones de devoción antes las es-
culturas sagradas, principalmente. Ellos desfilan por la calle ataviados
con uniformes y vestimentas en donde predominan los colores oscuros
como el negro, guinda, azul oscuro, café, gris y el blanco; casi todos
portan alguna insignia o distintivo colocado en el brazo o portándolo
como corbata que indica casi siempre el grupo de procedencia; igual-
146  Territorios y espacialidades

mente al inicio de cada grupo están colocadas banderas y estandartes.


Cada escultura se complementa con un grupo musical que entona can-
tos religiosos mientras se realiza la caminata. Los cargadores de las
cinco esculturas sagradas, en muchos casos, tienen que cumplir una
serie de requisitos para realizar tan importante labor y que son el ayu-
no, la abstinencia sexual y un comportamiento que observe los valores
cristianos en la vida cotidiana; los cargadores en su mayoría son hom-
bres y, solamente cargan mujeres en el caso de la escultura de la Vir-
gen Dolorosa del Carmen. La columna de la procesión es encabezada
por los presbíteros, algunos personajes dirigentes de organizaciones
religiosas, representantes del gobierno municipal y uno que otro inte-
lectual.
Por otra parte y desde antes del recorrido, las banquetas son ocu-
padas por los espectadores, que están conformados por creyentes, cu-
riosos, turistas nacionales y extranjeros, policías uniformados que se
infiltran entre la gente para el resguardo de la seguridad. Desde la pri-
mera ocasión en que se realizó trabajo de campo con motivo de dicha
procesión en el año 2006, se observó cómo el numeroso público desde
las banquetas por todas las calles que recorre la procesión manifiesta
su piedad y devoción a las cinco esculturas pero, en especial, al Señor
de las Maravillas; lo mismo sucede con la venta de parafernalia alu-
siva, se venden más fotos, adornos, pedazos de tela de la vestimenta
que usa el cristo mencionado que de las otras imágenes (Jiménez y
Escalante, 2011, p. 18).
En la última ocasión que se registró la procesión, en el año 2014, se
pudo captar que la gente se desinhibe más, ya que además de mostrar
su piedad y devoción con oraciones en voz alta o baja o inclinando la
cabeza; la mayoría de la gente echa porras, gritos, avienta pétalos de
flores, ramos de flores, confeti, y algunas señoras que llevan a sus hijos
en los brazos los alzan al paso de las esculturas pero, en particular,
cuando pasa el Señor de las Maravillas. Cabe señalar que la escultura
que cierra la columna de la procesión es precisamente la escultura que
tiene más seguidores. En términos generales, los participantes de la
procesión asumen actitudes que parecen que todos están absortos en el
sobrecogimiento por la experiencia piadosa de ir caminando, cual pe-
nitentes, junto a las esculturas sagradas; por el contrario, la gente que
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  147

está ubicada en las banquetas en calidad de espectadores muestra más


bien actitudes festivas, de alegría, de romería y de cierta satisfacción
por ver pasar a la escultura santa fuera de los lugares de costumbre
como son los templos.
Las expresiones discursivas, las cuales son realizadas por el ar-
zobispo en dos ocasiones principalmente, tienen como contenido as-
pectos alusivos a los significados de la pasión y muerte de Jesucristo.
Hasta donde se sabe, el evento de la procesión del Viernes Santo no se
utiliza como tribuna y espacio para la condena y la descalificación de
algunas otras creencias, tampoco para la crítica al papel de los políticos
en turno, ni tampoco para comentar alguna situación social anómala.
Más bien, se insiste en la meditación y la reflexión por el acontecimien-
to histórico y mítico en relación a Jesucristo. Por el contrario, la gente
sin emitir un discurso convencional construye una narrativa más flexi-
ble y abierta a las acciones espontáneas en relación al acontecimiento
mítico.
Obviamente para este evento, las autoridades municipales ya han
planeado con antelación los diversos operativos a realizar en esas cir-
cunstancias ya que, como se dijo, ellas mismas forman parte de la mis-
ma organización de la procesión. En este caso, el uso de recursos por el
gobierno municipal es expedito, pero también el día del Viernes Santo
es un día que la gente utiliza para las vacaciones, el descanso y, por
tanto, muchas de las actividades cotidianas desde comercios hasta los
servicios suspenden actividades. Es por eso que la colaboración del
municipio es muy amplia y sin grandes obstáculos.
A partir de haber expuesto dos dramas de tipo religioso que se rea-
lizan en tiempos y algunos lugares diferentes, alusivas a dos entidades
sagradas también diferentes, se pueden identificar varias situaciones.
Tanto la fiesta en honor a la Santa Muerte como la procesión del Vier-
nes Santo, en donde el Señor de las Maravillas es una de las esculturas
más importantes en el imaginario religioso de los creyentes poblanos,
coinciden en ser puntos de atracción y por tanto de devoción y creen-
cia, por parte de los sectores poblaciones poco favorecidos en términos
sociales, políticos, económicos, culturales y religiosos. Sin lugar a du-
das, ambas entidades sagradas han gozado de prestigio debido a que
la gente recurre de manera desbordante porque a cambio no sienten la
148  Territorios y espacialidades

obligación de cumplir con normas convencionales sujetas a doctrinas y


mandamientos. La relación que establecen los creyentes con la entidad
sagrada es más abierta, espontánea y creativa y esto se expresa en las
liturgias, rituales y prácticas que realizan éstos, los cuales no siguen
algún criterio que provenga de alguna autoridad religiosa.
Tanto los participantes de la festividad de la Santa Muerte como
las personas que se ubican en las banquetas al paso de la procesión del
Viernes Santo crean una especie de modelo “más cargado” a lo que
Turner (1988, p. 143) sugiere como “communitas espontánea”, la cual
“…no puede expresarse nunca adecuadamente en forma estructural,
pero puede surgir en cualquier momento y de manera imprevista entre
seres humanos a los que se considera o define institucionalmente como
miembros de cualquiera, de todas o de ninguna clase de agrupación”.
En relación al comentario mencionado de Turner, se puede con-
trastar, sobre todo entre los participantes de la procesión del Viernes
Santo, en donde las acciones de los participantes son muy estructura-
das, siguiendo normas, patrones corporales de conducta, además de
otras actitudes, hay poco espacio para la espontaneidad; a diferencia
de las acciones que ejecutan los participantes de la fiesta a la “Niña
Blanca” o las personas que se aglomeran en las banquetas. Cabe seña-
lar también, que los participantes en la procesión pueden conformar
una “communitas normativa”, en la que, para asegurar ciertos fines
propuestos, es imperativo ejercer un control social entre los miembros
del grupo (Turner, 1988, p. 138).
Por otro lado, en el campo de los discursos, es evidente que ambos
eventos religiosos funcionan como arenas de lucha. En el caso de la
fiesta en honor a la Santa Muerte la tensión y el conflicto es más abierto
y por eso se sugiere que se crean los espacios para las descalificaciones
y la confrontación. Se pueden utilizar una diversidad de argumentos,
el hecho es que unos van cobrando arraigo y atrayendo seguidores y
otros tienen que buscar fórmulas más eficientes para corregir las su-
puestas desviaciones.
Aunque ya tienen varios años de celebrar la fiesta en honor a la
Santa Muerte, ésta todavía produce molestias e incomodidades a los
transeúntes, así como a los usuarios del transporte público y los que
recorren las vialidades cercanas al pequeño templo. No obstante, se ha
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  149

observado cómo diversos agentes policiales de tránsito, burócratas y


empleados diversos, obreros, amas de casa y jóvenes, los cuales crecen
en un número significativo, comienzan a simpatizar con la devoción
a la Santa Muerte. Situación diferente que sucede en realización de
la procesión del Viernes Santo. Hasta donde se tiene conocimiento, la
realización de dicha procesión no impacta de manera significativa en
los transeúntes; tampoco genera situaciones críticas de vialidad; más
bien, se podría decir que los habitantes de la ciudad están esperando
la realización de dicho evento para participar en una “communitas es-
pontánea” como apuntamos arriba.
Los eventos religiosos aludidos también tienen como común de-
nominador el uso de los espacios públicos en contextos urbanos. Como
si fuera de manera repentina, la calle se convierte en una especie de
escenario para las manifestaciones y las prácticas religiosas, es decir,
la calle es un sitio que sirve de escenario a una manifestación de iden-
tidad y fervor no sólo religioso, sino también secular, en su cualidad
de espacio como lugar practicado pero, además, al ser tomadas tem-
poralmente las calles por la fiesta y la procesión, lo que se evidencia
es la aprehensión del espacio en el cual se inscribe la identidad, las
relaciones y la historia de los que participan, en otras palabras, la apro-
piación del “lugar antropológico” (Augé 1993), produciendo de esta
manera un espacio sagrado al participar de la fiesta o estar en la proce-
sión, pues el participante lleva consigo lo sagrado (Jiménez y Escalan-
te, 2011, pp. 22-23). Para complementar lo señalado, los participantes
de ambos eventos rituales se convierten en una especie de “transeúnte
ritual” (Delgado, 1999), ya que al mismo tiempo al formar parte de esta
situación ritualizada puede ser considerado como un ser marginal,
porque al desplazarse de un sitio a otro, no sólo hace suyo el espacio,
sino que crea otros mundos y realidades, como un uso simbólico de un
código compartido.
De lo expuesto hasta este momento, se puede identificar una es-
pecie de tipología de conflictos y tensiones a partir de los dramas re-
ligiosos mencionados. Dichos conflictos y tensiones están latentes en
mayor o menor grado. De esta manera, se identificaron los conflictos
de tipo administrativo-político. Cuando menos, las autoridades del
gobierno municipal de la ciudad de Puebla tienen que destinar una
150  Territorios y espacialidades

serie de recursos humanos y materiales para reorganizar el flujo de


la vialidad que se altera por las prácticas rituales que los creyentes de
ambas entidades sagradas realizan en la vía pública. Al mismo tiempo,
dichas autoridades tienen que garantizar y resguardar la seguridad de
los creyentes y devotos que participan en los diversos actos religiosos
que hemos mencionado. Otro tipo de tensiones y conflictos los identi-
ficamos en los campos de las ideologías, los conceptos y las cosmovi-
siones. Sin lugar a dudas, es en estos ámbitos donde la tensión es más
explícita. Aquí, la institución eclesiástica busca por todos los medios
tratar de controlar y mediatizar el uso popular del culto al Señor de
las Maravillas y la descalificación y el desprestigio en torno al culto a
la Santa Muerte. También se identifican tensiones en los ámbitos de lo
secular y lo religioso. Aunque toda alteración de la “normalidad” pro-
voca incomodidades, anomalías y una ruptura e irrupción en la vida
cotidiana, desde una perspectiva de tradición histórica de los habitan-
tes de la ciudad de Puebla, el evento del Viernes Santo es más aceptado
por la población tradicionalmente católica, además de que dicho vier-
nes está considerado como “día de asueto” y la gente se adapta más a
las circunstancias.
En relación a la fiesta en honor a la Santa Muerte, a pesar de que
todavía altera e irrumpe las concepciones de varios de los habitantes
de la ciudad por el hecho “raro” y, hasta cierto punto, “exótico” y “ex-
travagante” de adorar a un esqueleto, conforme está pasando el tiem-
po, poco a poco el culto a dicha deidad está siendo aceptado como
parte de la vida cotidiana del centro histórico. En ambos casos, se pue-
de afirmar que cuando menos el centro histórico poblano con todo y
los recursos urbanos de la actualidad y como una expresión de lo mo-
derno y secular es también un espacio para la expresión de lo religioso
con tintes espectaculares, teatrales y performativos.

Conclusiones

Cualquier acto humano de tipo colectivo, puede ser considerado como


un drama social y cultural y, como tal, supone el conflicto. Se considera
que las prácticas religiosas realizadas en los espacios públicos produ-
Cultos: el Señor de las Maravillas y la Santa Muerte  151

cen un campo de tensión entre diferentes actores. Dentro de dichas


prácticas religiosas, se pueden identificar momentos que funcionan
como “arenas” porque se enfrentan concepciones religiosas no sola-
mente diferentes, sino también en oposición, uno siguiendo el criterio
de reorientar lo mal encaminado y el otro actuando en una especie de
resistencia o de contestación. Las prácticas religiosas aquí mencionadas
en relación al Señor de las Maravillas y a la Santa Muerte, además de ser
actos religiosos también son “arenas” en donde se dirimen diferencias.
Por otro lado, los rituales religiosos, como los que se realizan ante
el Señor de las Maravillas y a la Santa Muerte, tienen como función no
solamente integrar, sino también mostrarse y exhibirse para plantear
una suerte de exclusión y división entre participantes y no participan-
tes, entre simpatizantes y no simpatizantes, entre adoctrinamiento y
resistencia de ambas entidades sagradas. Los ámbitos urbanos y las
ciudades son en la actualidad un escenario que se sacraliza o se secula-
riza en términos espaciales y temporales con el uso que sus habitantes
y usuarios realizan.
Finalmente, se puede afirmar que la puesta en escena pública de
los rituales religiosos relativos a las entidades sagradas del centro his-
tórico poblano, tratadas en este escrito, operan como una propuesta
de diversidad de concepciones sobre el mundo e ilustran que en las
ciudades y en los ámbitos urbanos, como la ciudad de Puebla, la diver-
sidad de creencias y de expresiones es una muestra de la complejidad
del mundo actual.

Referencias

Alcázar, M., Trabada, C. y Camacho, J. (1993). Grupos informales y


apropiación del espacio urbano. En J. C. Lisón, (comp. y ed.), Es-
pacio y cultura. (pp. 227-243). Madrid: Coloquio.
Augé, M. (1993). El genio del paganismo. Barcelona: Muchnik.
Delgado, M. (1999) El animal público. Hacia una antropología de los espa-
cios urbanos. (Col. Argumentos). Barcelona: Anagrama.
De la Luz, V. (2013). La devoción a la Santa Muerte está mal orientada:
Víctor Sánchez Espinosa. Síntesis. Recuperado el 13 de octubre de
152  Territorios y espacialidades

2012, de www.síntesis.mx/noticias/
Díaz, R. (2014). Los lugares de lo político, los desplazamientos del símbo-
lo. Poder y simbolismo en la obra de Víctor W. Turner. Barcelona:
uam-i-Gedisa.
Durkheim, E. (s/f). Las formas elementales de la vida religiosa. México: Co-
lofón.
García, J. L. (1976). Antropología del territorio. Madrid: Taller de edicio-
nes Josefina Betancor.
Gaytán, F. (enero-junio 2008). Santa entre los malditos. Culto a la Santa
Muerte en el México del siglo xxi. En Limina R. Estudios sociales y
humanísticos, 6(1). (pp. 40-51).
Grimes, R.onald (1981). Símbolo y conquista. Rituales y teatro en Santa Fe
de Nuevo México. México: fce.
Hernández, M. (2004). La Santa Muerte fue celebrada por primera vez
en público en la Angelópolis. En La Jornada de Oriente. Recuperado
el 13 de octubre de 2012, de www.lajornada.unam.mx
Jiménez, L. A. y Escalante, N. (julio-diciembre 2011). La procesión del
Viernes Santo en la ciudad de Puebla: ¿Una irrupción en la cotidia-
nidad del devenir del tiempo y de la apropiación espacial de las
calles del centro histórico? En Escritos, revista del Centro de Ciencias
del Lenguaje, (44). 15-36.
(mayo-agosto 2013). El culto al Señor de las Maravillas, una expresión
de la religiosidad de tipo urbano en la ciudad de Puebla. En Cui-
cuilco, 20(57). 279-295.
Lisón, J. C. (comp. y ed.). (1993). Espacio y cultura. Madrid: Coloquio.
Reyes, C. (septiembre-octubre 2011). Historia y actualidad del Culto a
la Santa Muerte. En El Cotidiano, (169), 51-57.
Swartz, M. J., Turner, V. W. y Tuden, A. (1998). Antropología política:
una introducción. En Alteridades. 101-126.
Turner, V. (1980). La selva de los símbolos. Madrid: Siglo xxi.
(1988). El proceso ritual. Madrid: Altea, Taurus, Alfaguara.
Vergara, A. (2013). Etnografía de los lugares. Una guía antropológica para
estudiar su concreta complejidad. México: enah-inah y Navarra.
Villamil, R. R. y Cisneros, J. L. (septiembre-octubre 2011). De la niña
blanca y la flaquita, a la Santa Muerte (Hacia la inversión del mun-
do religioso). En El Cotidiano, (169), 29-38.
CETRO Y PLATO: APROPIACIÓN Y SIGNIFICACIÓN
DEL TERRITORIO SOCIORRELIGIOSO
DE LOS DIEZ BARRIOS DE SAN PEDRO CHOLULA

Verónica del Rocío Sánchez Menéndez 1

El territorio sociorreligioso

La acotación espacial que defino como territorio sociorreligioso resulta


de la suma de diez barrios, entendiendo al barrio como apropiación y
significación sociocultural espacial urbana, la cual posee algunas ca-
racterísticas como gran peso en elementos comunitarios y redes socia-
les, a través de elementos como el parentesco y la vecindad, donde la
religión desempeña un papel importante, una herencia rural, etc., lo
que, en concordancia con la propuesta de Gravano (2003), deriva en
prácticas específicas que implican identidad, conformándose entonces
una barrialidad.
Aunado a lo anterior, puede decirse que estos barrios son “origi-
narios”,2 dado que son resultado de procesos históricos sociocultura-
les almacenados en la memoria colectiva, que incorporan elementos
de tradiciones procedentes de diversas espacialidades, en este caso,
principalmente mesoamericanas y europeas, a través de mecanismos

¹  Maestra, Escuela Nacional de Antropología e Historia. (serviralmultiverso@gmail.


com)
²  El término originario ha sido ampliamente utilizado y discutido a nivel mundial,
sobre todo para referirse a “lo indígena”, “nativo”, “propio”, etc. El referente más
cercano al sitio que aquí ocupa es la macroárea mesoamericana, específicamente, su
desenvolvimiento en el Distrito Federal. Dicho término ha derivado en una categoría
más que académica, en un concepto importante de carácter práctico y político, aborda-
do en gran medida desde el interior de diversos grupos, en defensa de la delimitación
de su espacio, tiempo y prácticas para legitimar su diferencia.
153
154  Territorios y espacialidades

de apropiación, al efectuarse sincretismos, selecciones, adaptaciones,


agregaciones y eliminaciones, traducidas en resignificaciones que han
mantenido continuidad, aunque con margen a ciertas transformacio-
nes. Algunos de los elementos que definen a estos barrios como origi-
narios, de acuerdo a la caracterización propuesta por Medina (2007),
son: poseer una estructura y organización social comunitaria de matriz
mesoamericana y colonial, depositada en diversos dispositivos como
las redes de parentesco biológico, político y vecinal, el sistema de car-
gos, y la religiosidad popular; toponimia y apellidos en náhuatl; prác-
ticas y costumbres específicas, como ritualidad, alimentación, etcétera.
Tanto el centro —sede de la cabecera municipal— y los barrios
conforman la ciudad de San Pedro Cholula, municipio del mismo
nombre, en el estado de Puebla. Ambas demarcaciones, son delimita-
ciones espaciales que integran territorios sociorreligiosos diferencia-
dos, contando con herencia prehispánica, colonial y contemporánea.
En cuanto a estos barrios, han sido abordados por la antropología
social, destacándose entre otros autores Carrasco (1971), Bonfil (1973) y
Olivera (1971). Los barrios referidos son: San Miguel Tianguisnahuac,
Jesús Tlatempa, Santiago Mixquitla, San Matías Cocoyotla, San Juan
Texpolco, San Cristóbal Tepontla, Santa María Xixitla, La Magdalena
Coapa, San Pedro Mexicalzingo y San Pablo Tecama.3
Ahora bien, el conjunto de estos diez barrios es lo que denomi-
no territorio sociorreligioso. Dicha categoría resulta de retomar plan-
teamientos míos (Sánchez, 2012, 2014a, 2014b y 2014c), que a su vez
aglutinan a diversos autores como Licona (2007a, 2007b), Barabas
(2003), Broda, Iwaniszewski y Montero (2001), Broda y Gámez (2009),
Portal (1997), etc.; interpretándose como una acotación del espacio —
en este caso conformada por barrios que cuentan con elementos socio-
culturales comunes—, que implica la construcción y delimitación de
una geografía física, simbólica y sagrada; natural y socialmente cons-

³  La conformación de estos barrios ha variado a lo largo de su historia, siendo en la


actualidad los indicados anteriormente. Para mayor información respecto a su trans-
formación, consultar entre otros a Bonfil (1973) y Carrasco (1971). Actualmente, los
barrios de San Matías Cocoyotla y San Cristóbal Tepontla oficialmente operan también
como presidencias auxiliares (pueblos) del municipio de San Pedro Cholula, dada su
distancia respecto al centro de la ciudad, aunque sociorreligiosamente se les considera
dentro de los diez barrios.
Territorio sociorreligioso en San Pedro Cholula  155

truida; significada y apropiada a través de un sistema ritual territorial, el


cual es contenedor de prácticas sociorreligiosas rituales, articuladas por el
sistema de cargos y los santos patronos. Todo ello clasifica y jerarquiza
espacialmente al territorio en niveles, lugares y trayectorias sagrados, y
temporalmente en calendarios, ciclos y eventos rituales; siendo los actores
sociales que se adscriben a ello, o miembros del territorio, quienes le otor-
gan sentido a dicho sistema, y por tanto, genera identidad.
Dicho territorio, además, se halla inserto en un contexto multi-
cultural, depositario de lo urbano, lo “moderno”, lo plurirreligioso, lo
económico, lo social y lo cultural; contemplándose dentro del área de
Cholula —integrada por otros territorios sociorreligiosos, como el cen-
tro de la ciudad de San Pedro Cholula, barrios y pueblos (oficialmente
denominados en la actualidad presidencias auxiliares) de este y otros
municipios cercanos4—, el valle Poblano-Tlaxcalteca, la ciudad de Pue-
bla, además de los ámbitos regional, nacional, internacional y mundial;
ubicándose por tanto, física y simbólicamente, lo local dentro de lo glo-
bal (Appadurai, 2001), generándose entonces, intercambios simbólicos
de significación, simétricos y asimétricos, fluidos o conflictivos.

Complejidad ritual del territorio sociorreligioso

Las prácticas sociorreligiosas rituales se manifiestan a través de un sis-


tema ritual territorial, que a su vez es integrado por un sistema (o sub-
sistema) de objetos, elementos y actividades rituales. Estas tres instancias
se correlacionan en una complejidad interactiva, de la que por ahora
destacaremos únicamente a dos objetos, cetro y plato, los cuales, ade-
más de ser objetos rituales, coadyuvan en la construcción espacial del
territorio, poseen simbolismos, se hallan impregnados de estética, y
son generadores de identidad.

⁴  Lo que denomino área de Cholula, por sus características geográficas, históricas y


socioculturales, se conforma en la actualidad por los municipios de San Pedro Cholula,
San Andrés Cholula, Santa Isabel Cholula, Coronango, Cuautlancingo, San Gregorio
Atzompa, San Jerónimo Tecuanipan y Juan C. Bonilla. (Sánchez, 2014a).
156  Territorios y espacialidades

Cetro y Plato: Objetos rituales

Inicialmente, cetro y plato, entendidos como par de genéricos —exis-


tiendo varios de éstos—, son objetos rituales interactuantes que inter-
vienen en casi todos los eventos rituales del territorio; por tanto, son
especiales, no ordinarios, sagrados. Se hallan vinculados a la religión
católica oficial, a la religiosidad popular y al sistema de cargos. Dichos
objetos pueden ser rituales desde su origen, o ritualizados a través de
una transformación, conferida por gestos, actos o eventos rituales; de
tal modo que están cargados de poder (González, 1993) social y reli-
gioso, espiritualidad, y esencia; así como energía sobrenatural o me-
tafísica, condensando naturaleza y cultura; por tanto, representan y
significan a entidades numinosas, actualmente interpretadas como
santos patronos.
Ello se debe, como indica Augé (1996), a que es necesario transfor-
mar en accesible, comprensible y manipulable lo sobrenatural, preten-
diendo hacerlo alcanzable al humano, de acuerdo a marcos culturales
determinados; de esta manera, lo ritual, sagrado, mágico y religioso se
manifiesta a través de la materialidad de los objetos.
Por otro lado, Braudillard (1990) plantea que un objeto no puede
comprenderse aisladamente, de tal modo que siempre pertenece a un
contexto social y se halla asociado a otros objetos, estableciéndose en-
tonces sistemas de objetos vinculados entre sí. Así, dependiendo del
evento o momento ritual de que se trate, cetros y platos interactúan
con otros objetos rituales, tales como estandartes, que en ocasiones
conforman con éstos una trilogía tradicional e importante; pero ade-
más, pueden relacionarse con flores, cohetes, velas, etc. Asimismo, se
establecen conexiones con otros elementos, como música, colores o
formas; además de actividades como tañir de campanas, comidas, y
demás.
En consecuencia, cetros y platos son objetos-signo, pues confor-
man un lenguaje ritual que comunica y otorga sentido, aportando
coherencia y significación dentro de un código complejo de cadenas
sintagmáticas, a manera de procesos o ciclos, de acuerdo a la propues-
ta de Millán (2008), al que dotan de sentido los miembros del territorio.
Territorio sociorreligioso en San Pedro Cholula  157

Cetro y Plato, coadyuvantes


en la construcción espacial del territorio

En segundo lugar, los cetros y platos coadyuvan en la construcción del


territorio, ya que son representativos de su delimitación, clasificación
y jerarquización.
Estos objetos rituales, como sistemas en pareja, son generadores
prístinos de casi todos los demás sistemas de objetos rituales del terri-
torio; estableciendo jerarquizaciones vinculadas, además de los santos
patronos y el sistema de cargos, al modelo espacial del altepetl. Estos
tres aspectos ubican a los objetos rituales en gradaciones simbólicas, en
concordancia con la propuesta de Turner (1980), existiendo entonces
rangos: símbolos dominantes, secundarios, terciarios, etc., dentro de
un sistema de niveles, lugares y trayectorias sagrados.
De tal modo que existen los niveles circular, no circular pero que
aglutina a los diez barrios y barrial, y dentro de éste, central barrial y er-
mita. Dentro de estos niveles se ubican lugares y trayectorias sagradas,
así como calendarios, ciclos y eventos rituales, con sus correspondien-
tes objetos, actividades y elementos, destacándose cetros y platos.
Los niveles se articulan con un sistema de lugares, entendiéndose
lugar, de Acuerdo a Vergara (2013), como sitio significativo y de alta
densidad social, y más específicamente, de acuerdo a la propuesta de
Elíade (1998), como lugar sagrado, interpretado como geométrico, y
relevante, planteado en contraposición delimitativa al espacio profano,
el cual es amorfo, vacío, intrascendente.
Dichos lugares sagrados se establecen de acuerdo al modelo pre-
hispánico mesoamericano del altepetl, abordado entre otros autores
por Lockhart (1999) y González-Hermosillo (2005), el cual deriva de
una estructura teocrática, articulante de un esquema político-religioso,
establecido en torno a un lugar, sede de un centro de poder físico, po-
seedor de atribuciones simbólicas naturales y culturales de alta signifi-
cación sagrada, natural y sobrenatural, pudiendo ser éste un cerro, una
cueva, una pirámide, etc. Dicho lugar abarca un radio determinado
de influencia; de donde derivan sucesivamente otros lugares y sus co-
rrespondientes alcances de adscripción, conformándose entonces una
jerarquía gradada, circunscrita al centro principal.
158  Territorios y espacialidades

El principal centro socio-religioso de este territorio, dada su im-


portancia, y al ser sede de peregrinaciones, siguiendo a autores como
Garma y Shadow (1994) o Turner y Turner (1978), pertenece también
a la categoría de santuario, natural y construido, a lo que se suma el
título conferido por la iglesia católica oficial, la memoria sagrada del
lugar y su utilización continua desde la época prehispánica hasta la
actualidad, como sede de prácticas sociorreligiosas rituales relevantes.
De tal modo que, el Santuario-Pirámide de la Virgen de los Reme-
dios, Tlachihualtepetl o “cerrito”, en términos de Elíade (1994), es el
axis mundi de los diversos territorios sociorreligiosos que integran el
área de Cholula, incluyéndose en ésta los diez barrios. La relevancia de
este lugar es corroborada por la investigación de Rivera (2009), quien
aborda la rica tradición oral del lugar, traducida en mitos y leyendas.
Dicho templo, dada su importancia, es generador del nivel circu-
lar, anteriormente indicado, remitiendo, en concordancia con Bonfil
(1973) y Olivera (1971), a una organización social rotativa, derivada del
sistema de cargos, donde a cada uno de los diez barrios corresponde
“llevar la circular” anualmente, en estricto orden secuencial, sustenta-
do en un origen histórico. Ello implica atender lo relacionado al lugar,
objetos, elementos, actividades y eventos, concernientes al numen de
la Virgen de los Remedios, siendo el cetro, el plato y demás objetos ri-
tuales pertenecientes a esta entidad, los más importantes del territorio.
Otro templo circular, aunque en un rango inferior al Santuario de
la Virgen de los Remedios es la Capilla Real, encabezada por las enti-
dades numinosas de la Virgen de Guadalupe y San Pedro de Ánimas,
poseedoras cada una también de cetros, platos y otros objetos rituales.
Del nivel circular dependen los demás templos del territorio, en
gradaciones susecuentes de rangos, respectivos a los niveles ya indica-
dos. Ejemplo de templo no circular pero que aglutina a los diez barrios
es el Santuario del Cerrito de Guadalupe, con sus respectivos cetro,
plato y otros objetos rituales.5 El nivel barrial se subdivide en templos
centrales barriales, como el de Santa María Xixitla, y templos ermitas,

⁵  El templo no circular pero que aglutina a los diez barrios más importantes en el te-
rritorio es la Parroquia de San Pedro, sin embargo, al ser esta sede central oficial de la
iglesia católica para dicha circunscripción, y al no hallarse directamente empoderada
por el sistema de cargos, su entidad numinosa no cuenta con cetro y plato.
Territorio sociorreligioso en San Pedro Cholula  159

como Perpetuo Socorro, adscrito al templo central barrial de dicho ba-


rrio. Las entidades numinosas de todos estos niveles también poseen
cetros, platos y otros objetos rituales.
A partir del nivel barrial, cetros, platos y objetos se multiplican,
ya que existen, en cada templo central barrial, un cetro y un plato de
la mayordomía principal, varios de otras organizaciones mayores, y
de las denominadas mayordomías menores. Por ejemplo, el templo
central barrial de Santa María Xixitla posee cetro y plato principal ba-
rrial, cetro y/o plato de las otras tres organizaciones principales de su
templo: mayordomía de la Xóchitl Mayordoma, mayordomía del Niño
Telpox y Asociación Pro-María, y cetro y/o plato de otras mayordo-
mías, como la de San José.
Asimismo, algunas organizaciones principales y mayordomías
menores centrales barriales no siempre cuentan con ambos objetos, va-
riando las causas en cada caso, pudiendo entonces sustituirse alguno
con el otro, contarse con solo uno, o no poseerse ninguno. Por ejemplo,
nuevamente en el templo central barrial de Santa María Xixitla, la ma-
yordomía del Señor de Chalma cuenta con cetro y estandarte, pero no
con plato, la mayordomía del Señor de las Misericordias cuenta sólo
con estandarte, y el padrinazgo de San Antonio de Padua no cuenta
con ninguno de éstos.
En el nivel de ermita, también se poseen cetros y platos de sus ma-
yordomías principales y en ocasiones, de sus organizaciones menores,
aplicando las mismas situaciones del nivel central barrial.
Inferior al nivel de ermita, se ubican progresivamente los nive-
les que corresponden a los domicilios de protagonistas del sistema de
cargos, sedes de organizaciones no adscritas directamente a la igle-
sia (gremiales, por entidad numinosa, etc.), vecinal y familiar. Dado
que estos niveles ya no se vinculan directamente a templos, y poseen
menor rango, no cuentan con cetro y plato; sin embargo, estos obje-
tos pueden ser llevados hacia sus sedes correspondientes por diversos
motivos (eventos rituales, custodia de los responsables, entre otros).
No obstante, en estos niveles pueden poseerse otros objetos rituales
(imágenes, medallas, velas, y demás); aunque naturalmente, contarán
con menor jerarquía que los adscritos a templos.
160  Territorios y espacialidades

Por último, los lugares sagrados del territorio se vinculan a través


de trayectorias, entendidas como procesiones y peregrinaciones, existen-
tes en los niveles espaciales antes indicados, a lo largo de las que tam-
bién transitan y se efectúan actos y gestos rituales con cetros y platos,
de acuerdo al evento o momento del que se trate.

Cetro y Plato, poseedores de simbolismos

En tercer lugar, consecuentemente a los puntos anteriores, cetros y


platos condensan imbricadas interconexiones de simbolismos profun-
dos y densos. Varios de estos simbolismos en ocasiones subyacen de
manera inconsciente, intrínseca y connotada, de tal modo que pueden
aparentar invisibilidad, aunque, dependiendo del caso, pueden ser
también más o menos evidentes.
Dichos simbolismos han sido suministrados en la memoria colecti-
va, y transferidos socialmente, de manera oficial, a todos los miembros
del territorio mediante la vía institucional, tanto a través de la religión
católica como del sistema de cargos. No obstante, estos simbolismos
también son interpretados con base en la experiencia y percepción in-
dividual de cada uno de los miembros, como en el caso de devociones
particulares, atribuciones específicas de poder, etcétera.
De tal modo que cetros y platos, por un lado indican el santo pa-
trón al que se vincula un momento, evento o ciclo ritual determinado,
ya que se hallan rematados en su parte superior por éstos; mientras
que por otro, informan sobre el rango, función y procedencia de algún
sujeto, organización o corporativo, representando entonces la comple-
ja jerarquización piramidal del territorio y la clasificación del espacio,
así como el intercambio, reciprocidad, don y contradón, distinción y
estatus, de acuerdo al sistema de cargos, según lo indicado por Bonfil
(1973), Carrasco (1976), Olivera (1971) o García (1979).
Además, de lo institucional-oficial en este territorio, tanto la re-
ligión católica, otras tradiciones religiosas y el sistema de cargos, en
ocasiones se fusionan dentro de la categoría de religiosidad popular,
siendo algunos que trabajan dicha categoría Gómez (2004, 2009) y Pa-
drón (2009, 2011). Ésta se conforma por elementos procedentes de di-
Territorio sociorreligioso en San Pedro Cholula  161

versas espacialidades y épocas, en un momento dado amalgamados,


pero en perpetua construcción y deconstrucción, conformando un bu-
cle dialéctico, polifónico y polisémico de producción y transformación
continua de sentidos, generador de apropiación y significación, tradu-
cidas en interpretaciones locales.
Entonces, cetros y platos, al ser resultado de procesos, oficiales y
no oficiales, narran la historia social de cada organización, contenida
en la memoria colectiva de los miembros del territorio, y de acuerdo
al planteamiento de Hallbwachs (2004), es factible que simultánea y
paradójicamente se respete la tradición, y a la vez se cuente con posi-
bilidad de innovación.
Todo ello incide en la carga simbólica de cetros y platos, reflejada
en diversos momentos rituales existentes en el territorio; por ejemplo,
en el acto denominado “adorar los objetos”, un sujeto ofrece el cetro o
el plato a otro sujeto para que sea besado, lo que indica instantes cere-
moniales de alta sacralidad, aún en momentos festivos; refrendándose
con esto el acatamiento institucional a la iglesia católica y al sistema
de cargos. Situaciones como éstas, otorgan sentido al tiempo-espacio
sagrado, y connotan el carácter ritual de tales objetos.
En el territorio, el cetro remite a un origen remoto, inicialmente in-
terpretado como vara de mando prehispánica (González, 2001), y dado
que hasta mediados del siglo xx este sitio desarrolló actividades agríco-
las importantes, destacándose el ciclo del maíz, fundamental en el área
mesoamericana (Broda, 1996 y 2004; Gámez, 2012 y 2003), se confirma
su esencia arquetípica fálica, por tanto, generalmente es portado por
integrantes del género masculino, evocándose fecundación de la tierra,
protección, poder, atracción de lo bueno, como la lluvia.
En complemento opuesto al cetro, el plato, por su forma redonda,
puede referirse a lo femenino, al vientre, por lo tanto, evoca fertilidad;
de tal modo que generalmente es portado por mujeres o por organiza-
ciones esencialmente femeninas.6

⁶  En virtud de trabajo etnográfico realizado en otros sitios, y de revisión bibliográfica,


no se sabe que exista o que se utilice el plato de manera semejante o igual a como se
realiza en los diversos territorios sociorreligiosos que conforman el área de Cholula,
por ello, se supone como objeto específicamente local. Contrariamente, el cetro y la
vara de mando han sido y son de uso generalizado, tanto en la macroárea mesoameri-
cana como en otros sitios del mundo, por lo que se propone como arquetípico.
162  Territorios y espacialidades

Así pues, dado que ambos objetos rituales muchas veces se


acompañan, representan metafóricamente a la reproducción vegetal
alimenticia y al matrimonio monogámico heterosexual, es decir, la per-
petuación de la vida.
El plato, en ocasiones posee un rango menor respecto al cetro, no
obstante, también puede ser emblema de organizaciones o corpora-
tivos que no cuentan con cetro, de esta manera, es más abundante y
versátil, además de que es más portable, dado su tamaño, peso y ade-
cuación ergonómica a las manos. Uno de los barrios que mayor núme-
ro de platos posee es San Matías Cocoyotla.

Cetro y Plato, impregnados de estética

En cuarto lugar, los cetros y platos se hallan impregnados de estética,


por lo que necesariamente se vinculan al arte y a un ideal de belleza.
Dichos objetos contienen creación, sensaciones, iconografía sacra, di-
seño propio, perseverancia, utilidad y funcionalidad; significándose a
través del tacto y la vista. Generalmente estos objetos remiten a estilos
coloniales, y dado el abigarramiento decorativo puede corresponder al
barroco occidental; no obstante, dicho recargamiento también podría
referir a una estética mesoamericana ritual, retórica, desbordada.
El material utilizado en estos objetos, a partir de la Colonia, es
esencialmente plata o metal plateado, por lo que remite a persistencia
a lo largo del tiempo, pero también a riqueza económica y joya; lo que
refuerza el estatus y admiración, en virtud del protagonismo conferido
por el sistema de cargos a algunos elegidos. No obstante, en los platos
pueden usarse otros materiales, como madera policromada, tela o resi-
na, ya que poseen, por tanto, mayor versatilidad respecto al cetro.
La antigüedad es un elemento más que añade valor artístico e his-
tórico a estos objetos, siendo los platos más antiguos referidos, el de la
Virgen de los Remedios y el del Niño Telpox del templo central barrial
de Santa María Xixitla.
Cetros y platos además contribuyen a la circulación económica,
pues se requiere trabajo artesanal especializado en su elaboración y
restauración. Para ello, se contratan en la medida de lo posible servicios
Territorio sociorreligioso en San Pedro Cholula  163

otorgados por miembros del territorio; utilizándose fundamentalmen-


te las redes del sistema de cargos, y sus vínculos con gremios y parti-
culares, lo que promueve intercambios en dinero, trabajo o especie, a lo
que se agregan motivos devocionales. Un ejemplo es el Señor Roldán,
platero reconocido y habitante del barrio de Santa María Xixitla.
Finalmente, estos objetos pueden ser decorados en ciertos mo-
mentos, lo que proporciona mayor información respecto a cada evento
ritual, modas y gusto de quien los tiene a su resguardo. En ello inter-
vienen colores e implementos como flores, globos o listones, a manera
de señales de ciclos o santos patronos, por ejemplo, si un evento se re-
laciona con la virgen de la Asunción, se utilizan colores azul y blanco,
o si es del Niño Dios, amarillo y blanco.

Cetro y Plato, generadores de identidad

En quinto lugar, cetros y platos son generadores de identidad, pues in-


tervienen en la cohesión social de los miembros del territorio al promo-
ver comunalidad, emotividad y pertenencia. Según Oehmichen (1992),
la identidad deriva en un ethos colectivo, por lo que se conforman, de
acuerdo a Giménez (2006), delimitaciones que establecen un adentro
y un afuera, evidenciadas en la auto y heteropercepción, derivando
en significaciones que implican apropiaciones, construcciones, recons-
trucciones, adecuaciones o modificaciones.

Consideraciones finales

• El territorio sociorreligioso de los diez barrios de la ciudad de San


Pedro Cholula se integra a través de un sistema ritual territorial,
el cual es depositado en prácticas, manifestadas espacialmente
en niveles, lugares y trayectorias sagradas; y temporalmente en
calendarios, ciclos y eventos rituales. Todo ello es articulado por
el sistema de cargos y los santos patronos, que a su vez son depo-
sitarios de la religión católica oficial y una religiosidad popular
propia, almacenada en la memoria colectiva. Dichas prácticas son
164  Territorios y espacialidades

significadas por actores sociales específicos, denominados miem-


bros del territorio.
• Este territorio se define como una delimitación espacial, física y
simbólica, significada y apropiada por los miembros del territo-
rio, la cual demarca el espacio y el tiempo de manera local, dife-
renciándose así de la globalidad, específicamente en relación a
un contexto urbano hegemonizante, de tal modo que establece
distinciones socioculturales a partir del ámbito religioso.
• Las prácticas sociorreligiosas rituales del territorio son vertidas
en actividades, elementos y objetos.
• Los objetos rituales son la materialización física y la expresión
simbólica de la cultura sociorreligiosa del territorio. Tales objetos
son especiales, no ordinarios, sagrados, cargados de poder y aso-
ciados en diversos sistemas de objetos.
• Dentro de los objetos rituales del territorio, destacan, en términos
estructurales y estructurantes, cetro y plato como generadores
prístinos de la mayoría de los demás sistemas de objetos existen-
tes en el territorio.
• Cetro y plato implican apropiación y significación por parte de
los miembros del territorio, ya que son quienes otorgan sentido
ritual a estos objetos.
• El cetro y el plato, además de ser objetos rituales, coadyuvan en
la construcción espacial del territorio, poseen simbolismos, se ha-
llan impregnados de estética y son generadores de identidad.
• Cetro y plato construyen el territorio porque lo clasifican y jerar-
quizan a través del sistema de cargos y los santos patronos, coad-
yuvando en la delimitación de niveles espaciales, en conjunción
con un sistema de lugares, que a su vez articulan trayectorias, y
que temporalmente se manifiestan a través de calendarios, ciclos
y eventos rituales, sustentándose en el modelo espacial del alte-
petl, lo que genera gradaciones simbólicas de rangos, cuyo eje es
la entidad numinosa de la Virgen de los Remedios y su Santuario.
• Cetro y plato poseen simbolismos, ya que:
• son signos metonímicos de la institucionalidad del sistema
de cargos del territorio, pues representan estatus, niveles
espaciales de adscripción y procedencia, intercambio, don,
Territorio sociorreligioso en San Pedro Cholula  165

contradon y reciprocidad, contenidos en la estructura y orga-


nización social;
• conforman un lenguaje ritual a manera de código, solo enten-
dible entre los miembros del territorio;
• condensan procesos históricos almacenados en la memoria
colectiva, traducidos en significaciones sociales e individua-
les, de tal modo que su antigüedad es un elemento relevante
en lo referente a la profundidad de su significación;
• otorgan sentido al espacio y tiempo sagrados, indicando mo-
mentos, sitios y circunstancias determinadas;
• son objetos interpretados generalmente como pareja mascu-
lino-femenina, manifestando la importancia de la reproduc-
ción y la fertilidad, traducida en el ciclo agrícola.
• Cetro y plato se hallan impregnados de estética porque comu-
nican artística y creativamente, tanto con propósitos sociales
(económicos, artísticos, de convivencia y congregación) como es-
pirituales (honrar a entidades numinosas), además de que refle-
jan épocas y modas depositadas en la memoria colectiva.
• Cetro y plato son generadores de identidad, pues marcan nive-
les espaciales significados por cada grupo social que se adscribe
a éstos, estableciendo entonces diferencias a manera de fisiones
identitarias cohesionadas dentro de sí mismas, cooperativas y
armónicas, aunque en ocasiones también competitivas y con-
flictivas, a manera de particularidades. A ello se agrega que si-
multáneamente se establece una unicidad identitaria territorial
colectiva fusionada, que define a los miembros del territorio, a
manera de totalidad.
• Además, ambos objetos rituales, al ser específicos del territorio,
fungen como delimitadores de un afuera y de un adentro en ma-
teria sociorreligiosa y cultural respecto a los no miembros, a los
otros; considerándose todo lo que pudiera incluirse en esto últi-
mo, por lo que se conforma una auto y heteropercepción, de tal
modo que estos objetos son los principales generadores de iden-
tidad territorial.
• Por lo tanto, para los miembros del territorio, cetros y platos son
objetos rituales densos y complejos socioculturalmente hablando;
166  Territorios y espacialidades

intrínsecamente simbólicos y extrínsecamente materiales. Refle-


jan adscripción, delimitan y jerarquizan al territorio, coadyuvan
en la configuración del espacio en niveles lugares y trayectorias
sagrados, y del tiempo en calendarios, ciclos y eventos rituales;
articulándose a través de prácticas sociorreligiosas rituales, el
sistema de cargos y los santos patronos, connotando institucio-
nalidad, religiosidad popular y memoria colectiva; simbolismos
y estética; vivencia, intensidad y apego; cohesión social, comuna-
lidad, emotividad, pertenencia y adscripción; por tanto significa-
ción, apropiación e identidad.

Referencias

Appadurai, A. (2001). La modernidad desbordada: Dimensiones culturales


de la globalización. Buenos Aires: Trilce-fce.
Augé, M. (1998). Dios como objeto: Símbolos-cuerpos-materias-palabras.
Barcelona: Gedisa.
Barabas, A. (coord.). (2003). Diálogos con el Territorio: Simbolizaciones so-
bre el espacio en las culturas indígenas de México. (vol. i). (Serie Ensa-
yos. Col. Etnografía de los Pueblos Indígenas de México). México:
Conaculta, inah.
Bonfil, G. (1973). Cholula: La ciudad sagrada en la era industrial. México:
iih/unam.
Baudrillard, J. (1990). El sistema de los objetos. México: Siglo xxi.
Broda, J. (1996). Calendarios, cosmovisión y observación de la natura-
leza. En S. Lombardo y E. Nalda (coords.), Temas mesoamericanos.
(pp. 427-469). México: inah, Conaculta.
(2004). Ciclos agrícolas en la cosmovisión prehispánica: el ritual mexi-
ca. En J. Broda y C. Good (eds.). Estudios Monográficos. Historia y
vida ceremonial en las comunidades mesoamericanas: los ritos agrícolas.
(pp. 33-60). México: iih/unam, inah.
Broda, J., Iwaniszewski, S. y Montero, A. (coords.). (2001). La montaña
en el paisaje ritual. México: unam-inah-enah-conaculta-buap.
Broda, J. y Gámez, A. (coords.). (2009). Cosmovisión Mesoamericana y
ritualidad agrícola. Estudios interdisciplinarios y regionales. Puebla:
buap.
Territorio sociorreligioso en San Pedro Cholula  167

Carrasco, P. (1971). Los barrios antiguos de Cholula. Estudios y docu-


mentos de la región de Puebla-Tlaxcala. 3.
— (1976). La jerarquía cívico-religiosa de las comunidades mesoame-
ricanas: antecedentes prehispánicos y desarrollo colonial. Estudios
de Cultura Náhuatl. 12, 165-184.
Elíade, M. (1998). Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Paidós Ibérica.
— (1994). Imágenes y símbolos. Madrid: Planeta/Agostini.
Gámez, A. (2012). Cosmovisión y ritualidad agrícola en una comunidad ngi-
wá (popoloca). México: ffyl/buap, iia/unam.
— (2003) El ciclo agrícola ritual en una comunidad popoloca del sur de
Puebla. Graffilya, (2), 39-53.
García, A. (1979). Las mayordomías en México, un caso específico: San Pedro
Cholula. Tesis de licenciatura en Antropología Social. enah. Méxi-
co.
Garma, C. y Shadow, R. (coords.). (1994). Peregrinaciones religiosas:
una aproximación. (Texto y Contexto; 20. Col. Iztapalapa). México:
uam-i.
Giménez, G. (2006). Teoría y análisis de la cultura. (vol. i). (Col. Interac-
ciones). México: Conaculta e Instituto Coahuilense de Cultura.
Gravano, A. (2003). Antropología de lo barrial. Estudios sobre producción
simbólica de la vida urbana. Buenos Aires: Espacio.
Gómez, R. (2004). Mayordomos, santos y rituales. Tesis de licenciatura en
Etnohistoria. enah. México.
— (2009). Imágenes de Santos en el contexto de la religiosidad popular.
En J. Broda J. y A. Gámez, (coords.), Cosmovisión Mesoamericana y
ritualidad agrícola. Estudios interdisciplinarios y regionales. (pp. 283-
296). Puebla: buap.
— (2014). Los brazos y piernas del Santo. La función social de los
mayordomos desde la reflexión antropológica. En R. Gómez, E.
Serrano y M. Cruz (comps.). Pastoral Urbana y Mayordomías. (pp.
21-33). México: Ediciones Paulinas.
González, Y. (1993). Confesión y enfermedad. En B. Dahlgren, (comp.).
Tercer Coloquio de historia de la religión en Mesoamérica y áreas afines.
(pp. 13-21). México: iia-unam.
— (coord.). (2001). Animales y plantas en la cosmovisión mesoamericana.
México: conaculta, inah, Plaza y Valdés.
168  Territorios y espacialidades

González-Hermosillo, F. (enero-abril 2005). De tecpan a cabecera.


Cholula o la metamorfosis de un reino soberano naua en ayun-
tamiento indio del rey de España durante el siglo xvi. Dimensión
Antropológica. 12(33), (pp. 8-67).
Hallbwachs, M. (2004). La memoria colectiva. Zaragoza: Prensa Univer-
sitaria de Zaragoza.
Licona, E. (2007a). Habitar y significar la ciudad. México. Conacyt, uam.
— (2007b). Espacio y cultura: un acercamiento al espacio público. En
E. Licona, (coord.). El Zócalo de la ciudad de Puebla. Actores y apro-
piación social del espacio. (pp. 19-44). Puebla: buap, uam-i, Conacyt.
Lockhart, J. (1999). Los nahuas después de la Conquista. Historia social y
cultural de la población indígena del México central, siglos xvi-xviii.
México: fce.
Medina, A. (coord.). (2007). La memoria negada de la ciudad de México: sus
pueblos originarios. México: iia/unam, cesc/uacm.
Millán, S. (enero-abril 2008). Sintaxis y semántica en los rituales indíge-
nas contemporáneos. Cuicuilco, Nueva Época, 15 (42), 61-76.
Oehmichen, C. (enero-junio 1992). El carnaval de Culhuacán: expresio-
nes de identidad barrial. Iztapalapa. 12(25), 29-42.
Olivera, M. (1971). La importancia religiosa de Cholula. En I. Marqui-
na, (coord.). Proyecto Cholula. México: Artes de México. 18(140).
Padrón, M. (2009). Petición de lluvia en el Mazatépetl, San Bernabé
Ocotepec, Ciudad de México. En J. Broda y A. Gámez (coords.).
Cosmovisión Mesoamericana y ritualidad agrícola. Estudios intresdisci-
plinarios y regionales. (pp. 313-330). Puebla: buap.
— (2011). San Bernabé Ocotepec: Religiosidad, organización comunitaria y
resistencia social de un pueblo en la ciudad de México. Tesis de docto-
rado en Historia y Etnohistoria. enah. México.
Portal, M. (1997). Ciudadanos desde el pueblo: identidad urbana y religiosi-
dad popular en San Andrés Totoltepec, Tlalpan, México, D. F. México:
uam-i, Conaculta, dgcp.
Rivera, L. (2009). La montaña sagrada de Cholula y su entorno sobrenatural.
Tesis de doctorado en Antropología. iia/unam. México.
Sánchez, V. (2012). Identidad, barrio y ritual: Santa María Xixitla, San Pe-
dro Cholula, Puebla. Ensayo Científico. Maestría en Antropología
Social. enah. México.
Territorio sociorreligioso en San Pedro Cholula  169

— (septiembre-diciembre 2014a). Significación del espacio y el tiempo,


la memoria apropiada en el territorio: Los diez barrios de la ciu-
dad de San Pedro Cholula, Puebla. Cuicuilco, 21(61), 211-244.
— (2014b). El sistema de cargos del templo central barrial de Santa Ma-
ría Xixitla, San Pedro Cholula, Puebla, como generador de identi-
dad. En R. Gómez, E. Serrano y M. Cruz (comps.). Pastoral Urbana
y Mayordomías. (pp. 79-91). México: Ediciones Paulinas.
— (2014c). Conexiones con la ciudad y el habitar: El territorio socio-
rreligioso de los diez barrios de San Pedro Cholula, México. En
Memorias. 10, 11, 12 ed., Conferencia Internacional Antropología,
2010, 2012, 2014. La Habana: Instituto Cubano de Antropología.
Turner, V. (1980). La selva de los símbolos: aspectos del ritual ndembu. Mé­
xico: Siglo xxi.
Turner, V. y Turner, E. (1978). Image and Pilgrimage in Christian culture:
Anthropological Perspectives. Oxford: Basil Blackwell.
Vergara, C. (2013). Etnografía de los lugares. Una guía antropológica para
estudiar su concreta complejidad. México: enah, Ediciones Navarra.
MOVILIDAD SENIL
EN SITUACIÓN DE ENCIERRO

Martha Ivett Pérez Pérez 1

Introducción

La situación de vejez y envejecimiento en México ha cobrado interés


debido al aumento en el porcentaje del sector senil. De acuerdo a los
datos proporcionados por Rosaura Avalos Pérez, académica de la Es-
cuela Nacional de Trabajo Social (ents) de la unam, menciona que la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal) afirma
que en 1950 el porcentaje de envejecimiento entre la población mexi-
cana fue de 7.1 %; en 1975 descendió a 5.7 %, en 2000 subió a 6.9 %; en
2025 se incrementará a 13.9 %, y en 2050, a 26.5 %.2 Así, pese a que la
última Encuesta Intercensal llevada a cabo por el inegi afirma que la
población mayor de 65 años en el 2015 equivale tan sólo un 7.2 %, ésta
irá en aumento y con ello sus necesidades también.
Es por ello que las instituciones que tienen como propósito aten-
der la vejez y el envejecimiento han proliferado en los últimos años,
tan sólo en la ciudad de Puebla se han localizado alrededor de 23 ins-
tituciones sociales que van desde asilos hasta casas hogar, estancias,
club de día, casas de retiro o reposo y residencias. Actualmente, la vida

¹  Estudiante de la Maestría en Antropología Social, buap. Sus líneas de investigación


giran en torno al espacio, el encierro y las instituciones sociales. Miembro del Semina-
rio Académico de Investigación “Espacios, Territorios, Lugares y Procesos Sociocultu-
rales”. ([email protected])
²  Dato obtenido del artículo “Para el 2050, más de la cuarta parte de la población en
México será vieja”, recuperado de http://enes.unam.mx/?lang=es_MXycat=sociedad-
ypl=para-el-2050-mas-de-la-cuarta-parte-de-la-poblacion-en-mexico-sera-vieja
171
172  Territorios y espacialidades

de muchos adultos mayores se lleva a cabo en este tipo de instituciones


en las que se llega por voluntad propia y, otras veces, por abandono,
necesidad o imposibilidad de los familiares por hacerse cargo de ellos;
las situaciones varían por diversos aspectos sociales, económicos, cul-
turales y/o legales.
El internamiento en este tipo de instituciones, ya sea por voluntad
propia o por decisión de un tercero, conlleva un aislamiento sociocul-
tural en el que se aleja de un contexto familiar, de lugares conocidos y
también se separa de las personas cercanas. A partir de dicho interna-
miento es cómo podemos hablar de un encierro experimentado por el
adulto mayor, sin embargo, es necesario aclarar la manera en que se
entiende el encierro.
Existen distintas conceptualizaciones del “encierro”, desde uno
más riguroso como lo es la reclusión en una cárcel o un hospital psi-
quiátrico hasta un encierro más “íntimo” y consensuado como el que
experimenta un ama de casa, un niño en una casa hogar, un joven en
la escuela o un adulto mayor en un asilo. Es por ello que la noción de
encierro representa y contiene una complejidad en cuanto a su con-
notación y a los distintos matices que conlleva y requiere cada tipo de
espacio, por lo que algunos se vuelven más flexibles que otros, y ello
muchas veces depende por el tipo de sujetos sociales que agrupa en su
interior.
Así, hablar de encierro como categoría analítica refiere tanto a una
construcción sociocultural como a una situación física de aislamiento
que interconecta algunos elementos tales como: a) la interiorización de
una estructura o habitus del encierro que es expresada en una ideología
en el interno; b) la regulación de tiempos, espacios y prácticas para
todo individuo involucrado; c) un alejamiento social, que en conse-
cuencia genera una modificación de estatus del sujeto interno al ser
incorporado a otro espacio social; d) existe una distinción muy mar-
cada entre un afuera y un adentro; e) se presenta una objetivación del
encierro experimentado reflejada en el cuerpo.
Todos estos elementos son observados en el adulto mayor que
vive en una institución social, ya sea un asilo, una casa hogar, una casa
de retiro o una residencia. Sin embargo, existen factores de flexibilidad
que minimizan un encierro total, se muestran aperturas a la vida ins-
Movilidad senil en situación de encierro  173

titucional que pretenden alcanzar metas más humanistas y con mayor


calidad de vida para sus internos. Dichos factores van desde perma-
nencias cómodas y con privilegios hasta la facilidad institucional para
paseos, salidas familiares o con amigos, y excursiones organizadas por
la misma.
Y es justamente en los casos arriba mencionados que se pue-
de apreciar la movilidad senil en el exterior, en lugares públicos que
visitan, lugares donde compran, pasean, recuerdan, etc., todos ellos
vinculados a sus experiencias. Si bien se puede hablar de distintos des-
plazamientos que los adultos mayores llevan a cabo en su vida cotidia-
na ya sea al interior de la institución (como los recorridos que hacen
dentro de las instalaciones, los traslados al jardín, que no todos los
residentes logran hacer debido a la limitación que presenta una silla
de ruedas o un bastón, hasta mecanismos alternos que los trasladan a
otros lugares mediante relatos del pasado, recorridos mentales o fren-
te a una televisión) o en el espacio exterior, este artículo sólo tocará el
último punto. La movilidad senil en el espacio público está influen-
ciada por diversos factores biográficos del adulto mayor tales como la
situación sociofamiliar, la dependencia física y legal, la salud mental y
biológica y las circunstancias económicas, principalmente.
Con ello, además de exponer las maneras de vivir y lidiar con el
encierro, también se pueden observar recorridos del adulto mayor, lo-
grando conectar lugares que forman parte de sus recuerdos, de su vida
pasada y experiencias que van y siguen construyendo en su presente.
Por esta razón, se vuelve interesante mostrar los diversos andares se-
niles que aún logran movilizar estos sujetos, ya que se llega a asociar al
adulto mayor solamente con la vejez, la dependencia y deterioro, por
lo que a partir de la movilidad y desplazamientos se pueda mostrar
más de estos sujetos que aún pueden ser considerados actores sociales.
Por último, cabe señalar que este trabajo forma parte de una inves-
tigación más profunda que resultará en la tesis3 para obtener el grado
de Maestría en Antropología Social, por lo que este artículo pretende
reflexionar el concepto “espacio de encierro” a partir de la conexión
con la movilidad, el andar senil y las salidas permitidas que hablan

³  La tesis es titulada La dialéctica del encierro: entre el espacio vivido representado y el espa-
cio institucional en la Fundación para adultos mayores Gabriel Pastor.
174  Territorios y espacialidades

de un aislamiento socioespacial con distintos matices y características


tanto de la institución como de la comunidad que alberga, y que ade-
más se puede llegar a presentar una movilidad que es mediada por la
experiencia del encierro.

Algunas concepciones de movilidad

Existen variadas nociones de movilidad desde las ciencias sociales y


humanas que la entienden como un mero tránsito o en relación con
el estatus, el ingreso, la ocupación, el ascenso y descenso social, y la
demografía.
En el primer caso, Manuel Delgado (1999) afirma que en el espa-
cio público sólo se transita sin generar permanencias, apropiaciones o
construcción de significados. Contrario a esto, Ernesto Licona (2013)
entiende a la movilidad como “un proceso de apropiación social del
espacio y no únicamente como suceso de marcha” (p. 20), en donde se
expresa una práctica de sujetos y se construyen lazos con el espacio.
Por otro lado, la movilidad también es entendida tomando en
cuenta nociones que refieren a la forma en que la población y el terri-
torio se condicionan mutuamente teniendo la movilidad como base.
Así, Módenes (2006) ofrece una agrupación retomando a autores como
Scheiner y Kasper (2003) y a Beck y Beck-Gernsheim (2008), teniendo
lo siguiente: a) Movilidad desde lo geodemográfico: En este tipo de
análisis se considera la manera cómo la población hace ocupación y
uso del espacio en función primordial de su rango de edad, su genera-
ción y la coyuntura histórica, donde dichos factores permiten analizar
patrones de ocupación por edad que se relacionan con la utilización de
modalidades de desplazamiento. b) Movilidad desde las asignaciones
de las poblaciones a los territorios: se afirma que las razones para mo-
vilizarse son más variadas, pero tienen que ver con la expectativa de
mejora de las condiciones de vida y de adopción de nuevos estilos de
vida socialmente legitimados.
Sin embargo, las anteriores concepciones sobre movilidad refieren
a otro tipo de procesos que no son útiles para el caso de este artículo,
por lo que se parte de la noción más antropológica donde se presta ma-
Movilidad senil en situación de encierro  175

yor atención a los sujetos de la movilidad y se entiende dicho concepto


como “un proceso de traslación de sujetos situados, que construyen
figuras asociativas, desarrollan prácticas, enuncian significados y esta-
blecen lazos durables o efímeros con el espacio público en temporali-
dades específicas, formulando un tipo de experiencia urbana” (Licona,
2013, p. 20)
Por todo ello, se considera que es necesario el uso de otra categoría
analítica sin perder de vista el de movilidad. Así, a continuación, se
hablará del “andar”.

El andar de Michel de Certeau

La concepción de Michel de Certeau de un espacio que es construido


desde las prácticas del andar permite hacer alusión a lo que un sujeto
senil recrea en cada salida al espacio público en relación a las experien-
cias previas que se anclan a recuerdos, lugares y personas.
Una primera definición que el autor brinda sobre el andar como
un espacio de enunciación, es “un proceso de apropiación del sistema
topográfico por parte del peatón (…) es una realización espacial de
lugar (del mismo modo que el acto de habla es una realización sonora
de la lengua) (Certeau, 2000, p. 110).
Así, para los objetivos de este artículo, entendemos el andar como
una movilidad emotiva y también de socialización. Por ello, el concep-
to de movilidad deja de lado lo afectivo y la posibilidad de construir
significaciones para el propio actor, por lo que la categoría de “anda-
res” retomada de Michel de Certeau sirve más para entender lo que
ocurre en las salidas de adultos mayores que se encuentran inmersos
en una institución social.

Encierro senil y la Fundación Gabriel Pastor

Una de las instituciones para adultos mayores más reconocidas en la


ciudad de Puebla fue inaugurada en julio de 1956 con el mismo nom-
bre de su fundador y como iniciativa del filántropo español Gabriel
176  Territorios y espacialidades

Pastor Gomila con la intención de “construir instalaciones decorosas


donde se pudiera atender a personas de la tercera edad”4 y que funcio-
nara como una institución de beneficencia privada.
Pese a los constantes fallecimientos y nuevos ingresos, actualmen-
te la Fundación Gabriel Pastor alberga entre 50 y 60 adultos mayores,
de los cuales gran número son mujeres y sólo 15 %, aproximadamen-
te, son hombres. Los “residentes”, como el personal a veces les llama,
deben cumplir con ciertas normativas para poder ingresar: tener más
de 65 años, que la persona pueda moverse y atenderse por sí misma,
y no tener enfermedades contagiosas; además deben entregar un re-
porte socioeconómico, con el cual se establecerá la cuota mensual a
pagar. Posteriormente a ello se realiza una entrevista de trabajo social
en la cual se establece el apoyo familiar, es decir se deja en claro que el
residente debe ser visitado con frecuencia además de ser posible salir
de la institución, sin embargo, ambas situaciones a veces no llegan a
cumplirse debido a que algunos no cuentan con familia que los visiten
o son esporádicas las visitas y casi nulas las salidas con sus familiares.
La mayoría de residentes pasan de los 80 años, algunos teniendo
poco tiempo de ser ingresados y otros más porque ya han pasado mu-
chos años allí. Existen diversos motivos por los cuales tanto ellos como
los familiares toman la opción del ingreso a una institución, entre los
cuales se encuentran: carencia de familiares, falta de tiempo para cui-
dados y atención, decisión del anciano para evitar “ser una carga para
los hijos”, sensación de soledad en su hogar, necesidad de compañía,
inexistencia de un hogar, aburrimiento, vigilancia y restricciones por
parte de sus hijos, necesidad de cuidados especiales y constantes.
Pero una vez dentro de la Fundación, también se presenta una
variedad de opiniones y percepciones de su situación. Existen algu-
nos residentes que se sienten encerrados, olvidados y abandonados
por sus familiares,5 que entre su deterioro mental piden salir de allí
o tienen aún la esperanza de que sus familiares los saquen por fin.

4
  Dato tomado de la página web de la Fundación Gabriel Pastor.
⁵  Existen varios ejemplos de adultos mayores abandonados, tal es el caso de la señora
“Esperancita”, como le llaman, quien tiene pocas visitas de sus familiares y al hablar
con ella lo primero que menciona es el olvido que sufre por sus hijos, además de cons-
tantemente mencionar que desea volver a su casa.
Movilidad senil en situación de encierro  177

Por otro lado, están los residentes que afirman sentirse mejor vivien-
do en Gabriel Pastor, pues tienen cuidados adecuados, compañía de
otros adultos mayores, son cubiertas sus necesidades de alimentación
y aseo, cuentan con actividades recreativas y terapias, entre otros be-
neficios que ofrece la institución.

Foto 1 y 2. La vida institucional. Desde la fachada de la institución hasta


en su interior se hacen notorios los amplios espacios
y grandes puertas que, pareciera, achican a sus actores.
Fuente: Pérez, I. 2015

Los residentes presentan variantes que generan experiencias de


encierro diversas y que además son matizadas con los parámetros que
la institución establece, ya que son organizados tanto social como es-
pacialmente de acuerdo a factores como la cuota mensual, el género
y a su estado de salud. Así, la Fundación Gabriel Pastor cuenta con
cuatro áreas que dividen a los residentes: el Pabellón 2 para mujeres;
Pabellón 1 sólo para residentes varones; el Pabellón 5 conocido como
“el de distinción”, donde se paga una cuota mayor; y las “suites” que
son departamentos apartados del resto de pabellones donde se paga la
mensualidad más alta de toda la institución.
Pabellón 2: aquí se encuentran solamente mujeres, las cuales pa-
gan la cuota más baja por lo que comparten la habitación. Las cuotas
varían dependiendo la fecha de ingreso, ya que cada año suben la men-
sualidad, pero los costos en esta área están alrededor de 6 500 pesos.
En cada habitación se encuentran dos camas, dos burós, dos closets y
un lavamanos con tocador que se comparte. Algunas camas cuentan
con barandal para la seguridad del residente, pues evita que pueda
178  Territorios y espacialidades

caerse pero ello depende de la condición en la que éste se encuentre.


Los pasillos fungen como lugar de socialización, ya que es donde se
encuentran los sillones del fondo y ahí las compañeras de pabellón se
reúnen para platicar, sobre todo las que aún caminan solas; este pa-
bellón está caracterizado como el “más animado” (a diferencia de los
otros), ya que durante el día se observa más actividad por parte de las
residentes, ya sea platicando, con visitas o escuchando música.
Pabellón 1: en este pabellón están únicamente los hombres. Al
igual que en el pabellón 2, aquí también se comparten las habitaciones
entre dos residentes, aunque como es menor el número de hombres,
algunos se encuentran solos en la habitación. Por las tardes, algunos
señores juegan baraja o dominó y es común observar que los adultos
mayores que aún pueden andar empujen las sillas de ruedas de sus
compañeros. Todos los dormitorios cuentan con un buró para cada
residente, que pueden contener objetos personales como fotografías
familiares, imágenes o esculturas religiosas, muñecos y lámparas; aquí
se encuentran los objetos más personales o de mayor valor económico
y emotivo. Los clósets, además de la ropa, también contienen objetos
de aseo personal que cada residente se encarga de comprar, como pa-
pel higiénico, toallas de limpieza, servilletas, pasta de dientes, jabón,
crema corporal, shampoo, entre otras cosas.
Pabellón 5: aquí los adultos mayores pagan un poco más que los
del Pabellón 1 y 2, ya que cuentan con baño y habitaciones individua-
les; de igual forma, los costos varían, pero la mensualidad es de 8 500
pesos, aproximadamente. A los residentes de este pabellón les llaman
“de distinción” debido a la mensualidad y a los privilegios que ello
conlleva en sus habitaciones. El número de residentes aquí es menor
debido al costo. Sin embargo, otro de los motivos es la soledad de la
que muchos adultos mayores quieren escapar, y por ello algunas resi-
dentas prefieren compartir habitación porque les permite, como dice
una de ellas, “hablar con alguien y no volverse loca… por eso yo le dije
a mis hijos que quería estar aquí” [en el pabellón 2, donde compartía
habitación con la Mtra. Magda que a finales del 2015 falleció]”.6
Las suites o departamentos: con estas dos denominaciones es
como se les conoce a las áreas que se encuentran en la parte baja de

⁶  Aveldaño, C., 70 años de edad (febrero 2015). Comunicado personal.


Movilidad senil en situación de encierro  179

la institución y que están separadas de los pabellones. Algunas no-


minaciones que distinguen a esta área del resto de los pabellones es
con referencia al “arriba” y “abajo”, por lo que los residentes nuevos
van aprendiendo estas categorías coloquiales, como el señor Humber-
to, piloto aviador, a quien María Luisa invitaba para que “subiera” a
platicar. Aquí es donde se encuentran “los riquillos”, como algunos les
llaman, pues son quienes pagan una mensualidad mayor al resto de re-
sidentes, “pues está rebien… estos cuartos son residenciales, aquí pa-
gan mucho…”,7 pero casi no tienen contacto con los demás residentes.
Hasta el mes de marzo aproximadamente sólo ocho adultos mayores
son los que se encuentran aquí. En estos departamentos llegan a vivir
matrimonios que traen algunas de sus cosas (como vajillas, adornos
o muebles). Aquí cuentan con un recibidor y comedor colectivo y las
habitaciones son más grandes. Ellos comen aquí, por lo que no acuden
al comedor con el resto de los residentes y, según la enfermera, casi no
salen de sus cuartos.

Construcción etnográfica del paseo

La señora María Luisa, con 92 años de edad y casi año y medio en la


Fundación Gabriel Pastor, es aún independiente, pues a pesar de su
problema de columna y pérdida paulatina de la vista aún puede cami-
nar con ayuda de un bastón y salir de la institución. Quedó viuda des-
de hace 10 años y no tuvo hijos. A la muerte de su esposo vivió sola en
su casa pero le tomó cuatro años decidir vivir en la Fundación pero su
principal motivo, dice, fue “porque no me gusta estar sola… me daba
miedo”, pues en dos ocasiones robaron su casa, así que la necesidad de
estar cuidada y segura con otras personas es lo que la motivó y afirma
no arrepentirse de su decisión.
María Luisa se encuentra en el pabellón 5 en una habitación indi-
vidual. Ella paga la mensualidad de la habitación con su pensión y la
de su marido, además tiene la solvencia económica para cubrir otros
servicios y gustos personales como la línea telefónica que mandó ins-
talar en su cuarto, las vacaciones con su sobrino, las excursiones que

⁷  Palacios, C., 80 años de edad (marzo 2015). Comunicado personal.


180  Territorios y espacialidades

realiza con algunas compañeras de la institución o los paseos con sus


amistades del exterior quienes la visitan cada semana.
Durante muchos años trabajó como educadora y es probable que
al llevar una vida laboral tenga la necesidad de buscar constantes que-
haceres y actividades, por lo que ella misma asegura “siempre estoy
ocupada”. Generalmente organiza sus actividades personales —como
las visitas y salidas con sus amigas, las ocasiones que asiste a la clínica
a recoger su medicamento, las compras de artículos de aseo y otros,
las idas a la iglesia de su antigua casa, etcétera— con las actividades
institucionales —tales como los rosarios, las terapias, la misa de las
mañanas o actividades con voluntarias y estudiantes de servicio so-
cial—, pero en otros momentos deja de lado algunas de estas últimas
para hacer sus planes, ya que la flexibilidad institucional les permite
cierta agencia y libertad, siempre y cuando gestione sus salidas y avise
al personal a cargo.

Foto 3. Pase de salida. Este pequeño papel representa un mecanismo de control,


no porque se les tenga cautivos y se les prohíba salir, sino porque el control se
mantiene de acuerdo al estado de salud físico y psicológico para permitir o no
permitir que los adultos mayores salgan solos o únicamente con familiares.
Fuente: Elaboración propia, 2015
Movilidad senil en situación de encierro  181

Paseos y salidas de la institución: Para que un residente de la Fun-


dación pueda salir cada vez que lo solicite, debe cumplir con ciertas
características: poder caminar sólo o con ayuda de un bastón, no tener
ningún tipo de enfermedad grave o crónica, estar sano de sus faculta-
des mentales y que el familiar responsable (o tutor) autorice la capaci-
dad de decisión de su adulto mayor. Al cumplir con estos requisitos los
residentes acuden con la enfermera a cargo de su pabellón para pedirle
un “pase de salida” (ver foto 3) y le sea autorizada.
De esta forma es como la señora María Luisa solicita regularmente
su “pase de salida” a la enfermera en turno, el cual es válido sólo por
un día. De acuerdo al motivo de su salida, son las pertenencias que lle-
vará con ella; por ejemplo, si debe recoger sus medicamentos cargará
su credencial del seguro y una bolsa para traer todas las pastillas, en
cambio, si sale a comer o tomar el café con una amiga, lleva su bolsa de
mano y un suéter para cuando regrese. Antes de salir no puede faltar
el lápiz labial y una ida al baño “por si las dudas”, además de la indis-
pensable despedida de sus compañeras, con la mano y a distancia, lo
que propicia cierto reconocimiento de que ella sí puede salir y tiene la
posibilidad física y mental para hacerlo. Poco antes de salir de la insti-
tución, los residentes deben entregar el “pase de salida” al vigilante de
la entrada, quien lleva un registro de los residentes que salen y cuándo
deben regresar.
Si la salida es para recoger medicamento o por alguna consulta
con un médico privado, regularmente es la trabajadora social quien
acompaña a los residentes en la camioneta de la Fundación; el vehículo
se distingue por las letras a los costados indicando: “Fundación Ga-
briel Pastor”, “Casa hogar”, la dirección y teléfono y en la parte trasera,
un letrero señalando tener precaución porque se transporta a personas
de la tercera edad. Es común que coincidan varios residentes en este
tipo de salidas en la camioneta, ya que aprovechan para llevarlos (ver
foto 4).
182  Territorios y espacialidades

Foto 4. Camioneta de la Fundación. El vehículo está adaptado para el traslado


de adultos mayores, pues en la parte trasera se encuentra la rampa
para subir las sillas de ruedas.
Fuente: Elaboración propia, 2015

Foto 5. En camino. La señora María Luisa (derecha) y la señora Trini (izquierda)


esperando a la trabajadora social y al chofer para ir a consulta y por medicamen-
tos, por lo mientras se saludan y platican sobre ellas y otros residentes.
Fuente: Elaboración propia, 2015.
Movilidad senil en situación de encierro  183

Pero justamente estas salidas son un claro ejemplo de que la mo-


vilidad senil adquiere otros matices. Aunque pareciera que es un mero
traslado de la institución a determinado lugar, como afirman las de-
finiciones clásicas del concepto de movilidad, lo que se observa en el
transcurso son dos procesos. El primero tiene que ver con la sociali-
zación entre residentes en donde se llevan a cabo conversaciones que
intercambian “chismes”, situación de salud, quejas o inconformidades
con la institución, experiencias familiares, etc., pero todas ellas carga-
das de significados sensitivos y de su situación de vejez (ver foto 5).
En relación a ello, viene el segundo proceso que involucra lo emo-
tivo, ya que el recorrido también implica el paso por lugares conocidos
y también extraños, pues dice María Luisa “si me llevan por la nueva
Puebla, ya no conozco”, ante sus ojos las nuevas construcciones, via-
lidades y ampliación de la ciudad son nuevos para ella y mucho más
por el hecho de que sus andares en la capital ya no son tan constantes
ni de la misma manera, anteriormente se trasladaba en su automóvil,
trazaba sus rutas y conocía los rumbos; ahora, siempre que sale de la
institución es en vehículo de sus amistades o en la camioneta de la
Fundación, debido a que su vista ya no está completa y caminar por
las calles y banquetas fracturadas y gastadas podrían ocasionarle una
caída. Entre los lugares conocidos siempre figuran las casas y colonias
donde vivieron o los lugares donde trabajaban, se hace un hábito se-
ñalar mentalmente o comentando al acompañante del paseo “ésta es
la iglesia de los Remedios”, se vuelve una especie de recorrido guiado
por los recuerdos del adulto mayor.
Cuando el residente regresa, ya sea de una salida ocasional, un
viaje o excursión, o la salida familiar de cada fin de semana con los
hijos y amistades, las compañeras y compañeros preguntan al cami-
nante “cómo fue el paseo”, ansiosos de escuchar los detalles de lo que
vio, comió y los lugares a donde fue. De esta forma la movilidad en
contexto institucional se vuelve, muchas veces, una estrategia para no
envejecer, para lidiar el encierro y no extrañar el afuera.
184  Territorios y espacialidades

A manera de conclusión

La emotividad del andar tiene que ver con recuerdos y experiencias


que remiten los paseos y los recorridos del residente. Desde el pasar
por donde era su casa, por el parque al que llevaba a sus hijos a jugar,
la iglesia a la que asistía, el restaurante en el que comía, la calle en la
que vivió de niño, y muchos más recuerdos. Porque el adulto mayor
no sólo utiliza una salida para ir por su medicamento, consulta, tomar
una taza de café con una amiga o comer en casa de algún hijo, sino
también para volver a los lugares que frecuentaba anteriormente.
Los andares no sólo implican el traslado con los pies, sino tam-
bién un desplazamiento desde la ventanilla de un automóvil, en donde
a través del cristal se recorren calles y avenidas que tanto recuerdan
hechos, personas y lugares; además se experimenta extrañeza por las
transformaciones que los paisajes de la ciudad han tenido con el paso
de los años, cambios que los ojos de un adulto mayor en situación de
encierro no han podido seguir ni ser testigo. De esta manera, tanto lo
conocido como la extrañeza en el andar generan significados y emoti-
vidades que se intensifican por la situación de encierro experimentado
en una institución social.
El andar senil conlleva un gran significado para sus caminantes:
es una manera de “salir” momentáneamente, de estar nuevamente en
contacto con el exterior y recordar la vida que tenían, pues, aunque los
discursos que la mayoría de residentes hacen con respecto a su perma-
nencia en la institución afirmando estar a gusto y felices, en algunas
conversaciones más íntimas confiesan que extrañan sus casas, a sus
familias y llevar a cabo su vida de antes.
Es por ello que las salidas y andares en el exterior se vuelven muy
apreciados, y como dice una de ellas en un tono melancólico, “ya no
salgo como antes”, y esto es debido a que entre más dependientes fí-
sicamente, ya sea de un bastón o una silla de ruedas, se reducen los
lugares y posibilidad de desplazamiento y junto con ello la movilidad
se limita a los lugares rutinarios y repetidos.
Movilidad senil en situación de encierro  185

Referencias

De Certau, M. (2000). La invención de lo cotidiano. 1 Artes de hacer. Méxi-


co: uia.
Foucault, M. (1976). Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. México:
Siglo xxi.
(1981). Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Madrid: Alianza
Editorial.
Goffman, E. (2001). Internados: ensayos sobre la situación social de los en-
fermos mentales. (Trad. María Antonia Oyuela de Grant). Buenos
Aires: Amorrortu Editores.
Hernández, O. R. y Sarquis, Z. E. (2009). El encierro institucionalizado.
Revista electrónica de Psicología Iztacala. 12(1).
Licona, E. (2013). Espacio público y movilidad: un acercamiento etno-
gráfico. Papeles de Coyuntura, 3(35), 13-20.
López, F., Nieto, D. B. y Arias, C. (2010). Relaciones entre el concepto
de movilidad y la ocupación territorial de Medellín. Revista eia.
(13).
Módenes, J. A. (2006). Movilidad espacial: uso temporal del te-
rritorio y poblaciones vinculadas. Ponencia presentada al X
Congreso de la Población Española. Recuperado de: http://do-
cplayer.es/9601525-Movilidad-espacial-uso-temporal-del-territo-
rio-y-poblaciones-vinculadas-juan-antonio-modenes.html
Paz, C. (2010). El encierro: ¿protección o mutilación del ser humano?
Casa del Tiempo, 3(31), 57-62.
— (s.f.) Para el 2050, más de la cuarta parte de la población en Méxi-
co será vieja. Recuperado de la Universidad Nacional Autónoma
de México. [En línea]. Disponible en: http://enes.unam.mx/?lan-
g=es_MX&cat=sociedad&pl=para-el-2050-mas-de-la-cuarta-par-
te-de-la-poblacion-en-mexico-sera-vieja
DESACRALIZANDO EL TERRITORIO
Las políticas de turismo como pivotes de conflicto
y transformaciones en una comunidad teenek
de la Huasteca potosina.
El caso del Sótano de las Golondrinas

Imelda Aguirre Mendoza 1

El corazón del mundo


Anotaciones introductorias

El Sótano de las Golondrinas se localiza en Unión de Guadalupe, uno


de los 26 barrios que integran la comunidad de Tamapatz, a unos doce
kilómetros en dirección oeste de Aquismón, la cabecera municipal.
Desde la geología, un sótano es definido como una “cavidad de eje
vertical [que] se presenta como un hoyo, sus paredes son verticales o
bien en la forma de una campana pudiendo alcanzar grandes dimen-
siones” (Gil, 2010, p. 13). El Sótano de las Golondrinas ha sido carac-
terizado como una cueva cónica, una fractura vertical formada por la
erosión de la tierra, la cual se encuentra a 740 metros sobre el nivel del
mar y tiene una circunferencia de 55 metros. El también llamado abis-
mo natural tiene una profundidad total de 512 metros.2 Éste fue “des-
cubierto” en 1966 por T. R. Evans, Charles Borland y Ronald Stearns,
miembros de la Asociación para el estudio de cuevas mexicanas y la
Frederik Troglophyllic Association (Gil, 2010, p. 13).
El Sótano de las Golondrinas es refugio natural de murciélagos
y de gran cantidad de aves, entre las que destacan el loro verde o kila
(aratinga holochlora). Desde luego, ahí también habita el vencejo de cue-

¹  Candidata a Doctora en Antropología por la Universidad Autónoma de México.


Instituto de Investigaciones Antropológicas-unam. ([email protected])
²  Información obtenida en la señalética que se encuentra en las inmediaciones del
Sótano de la Golondrinas.
187
188  Territorios y espacialidades

llo blanco (streptoprocne zonaris), comúnmente identificado en la región


como “golondrina”, mismo que devora hasta mil insectos por día, sien-
do un integrante clave de las cadenas alimentarias y contribuyendo al
equilibrio homeostático del entorno huasteco (Gil, 2010, p. 13).
Además de su función ecológica, el Sótano tiene una importancia
crucial en la mitología teenek. En distintos mitos que pude recopilar en
la región se menciona que ésta es la morada del Trueno (Mámláb) y de
sus ayudantes, hombres-rayo (tsok inik) encargados de llevar la lluvia
hacia las distintas comunidades. De acuerdo con don Plácido, un sabio
anciano teenek, el Sótano de las Golondrinas “es el mero corazón del
mundo”. Para don Eduardo, el Sótano es el lugar por el que la Tierra
respira, sin éste —dice— “no entraría el aire para abajo y la Tierra se
muere, porque el Sótano es como su nariz”.
El territorio, como lo ha planteado Escobar (2015), es un mundo
relacional, “una visión ontológica en donde puede existir una conti-
nuidad lo biofísico, humano y sobrenatural”. En este sentido, el Sótano
de las Golondrinas es un lugar crucial para la construcción de un mun-
do relacional entre el colectivo teenek. Ya que además de ser la morada
del Mámláb (Trueno) y sus tsok inik (hombres-rayo), en algunos mitos
se aprecia cómo en este sitio corre un río cuyo cause se dirige hacia
otras cuevas trascendentes en la cosmología nativa, tal es el caso de
la cueva de Huichihuayán, igualmente conocida como la cueva de la
fertilidad (Aguirre, 2008, 2011).
Hace unos treinta años los indígenas del lugar acudían frecuen-
temente hacia el Sótano para “cazar golondrinas”, éstas eran aprove-
chadas como alimento y como recurso medicinal. Doña Juana describe
que las golondrinas eran cocinadas en caldo o eran fritas en manteca
que luego se usaba a manera de ungüento “para remedio cuando está
hinchado el cuerpo”.
Don Samuel indica que “en aquel tiempo […] la gente se iba a
matar golondrinas con carrizos, cuando volaban bajito, las atravesába-
mos. Las golondrinas son para comer nomás, a veces también curan,
por decir, va a caminar uno muy lejos y te cansas mucho; con el caldo
de las golondrinas vas a llegar a donde sea, no te vas a cansar”. Ya
que, como lo menciona el mismo hombre, la golondrina es una fuente
importante de fuerza. Como veremos más adelante, en la actualidad la
Desacralizando el territorio  189

caza de golondrinas se encuentra restringida debido a las declaratorias


de protección que se han hecho hacia el Sótano en conjunto con la flora
y la fauna que se localizan en sus inmediaciones.
Con todo esto, el territorio puede ser concebido como “una enti-
dad multidimensional que resulta de los muchos tipos de prácticas y
relaciones; y también establecen vínculos entre los sistemas simbólico/
culturales y las relaciones productivas que pueden ser altamente com-
plejas” (Escobar, 2000, p.120).

El Sótano de las Golondrinas


como monumento natural

En los años setenta, ante la llegada de distintas personas interesadas


en conocer el Sótano, luego de su “descubrimiento” en 1966, la comu-
nidad decidió cobrar una cuota de cinco pesos a los visitantes. Don
Bonifacio comenta que en ese tiempo daban boletos provisionales, ela-
borados por los integrantes del comité conformado en Unión de Gua-
dalupe para hacerse cargo de todos los menesteres relacionados con
el sitio. Él mismo menciona que durante los años en que no existió
control en la admisión hacia el Sótano “llegaba gente de México, po-
nían redes y se robaban a los periquitos, las golondrinas se atoraban,
entonces na más las aventaban, esas no se las llevaban. Hasta que un
día decidimos que ya no íbamos a dejar que se los llevaran porque ya
se estaban acabando”. De esta forma, comenzaron a proteger el lugar
que, con el supuesto “descubrimiento” por parte de los espeleólogos
profesionales, también comenzó a verse vulnerado por gente ajena a la
comunidad.
Fue hasta 2001 cuando se realizó un decreto bajo el cual se decla-
raba al Sótano como Área Natural Protegida bajo la Modalidad de Mo-
numento Natural. Las áreas naturales protegidas pueden ser definidas
como “porciones terrestres o acuáticas del territorio nacional represen-
tativas de los diversos ecosistemas, en donde el ambiente original no
ha sido esencialmente alterado y que producen beneficios ecológicos
cada vez más reconocidos y valorados” (Suarez, et al., s/f, p.11).
190  Territorios y espacialidades

En dicho decreto, Fernando Silva Nieto, gobernador del estado


de San Luis Potosí para aquel entonces, consideraba, entre otras cosas
que:

…en el barrio de Unión de Guadalupe [existe un] alto nivel de margina-


lidad [una] pérdida de las prácticas tradicionales de aprovechamiento
múltiple. En este lugar se ubica el Sótano de las Golondrinas, el cual es
un evento geológico de gran magnitud, donde se resguarda un ecosis-
tema único que es sitio de anidación y refugio de fauna silvestre, desta-
cando las aves y los murciélagos, que juegan un papel importante en la
ecología regional.
Este Sótano es un atractivo de interés mundial considerado como la sex-
ta vertical subterránea más grande del mundo, y el más hermoso en su
género, lo que ha generado el flujo de un turismo descontrolado atraído
por la fama del lugar y la facilidad del reciente acceso por la construcción
de caminos rurales.
Y considerando “que los habitantes de Unión de Guadalupe de la comu-
nidad de Tamapatz, han solicitado al Ejecutivo del Estado, declarar a esta
zona como Área Natural Protegida, bajo la modalidad de Monumento
Natural.3

En el Sótano se han venido desempeñando distintas actividades


relacionadas con el turismo de aventura. Sus paredes rocosas son uti-
lizadas para la práctica de rapel y en un tiempo hubo quien acudía
para realizar paracaidismo y, de acuerdo a lo dicho por Miguel, uno
de los jóvenes encargados del cuidado del lugar, se prohibió cuando la
cavidad fue decretada monumento natural debido a que el estruendo
provocado por la apertura del paracaídas al interior de la misma, esta-
ba perjudicando la reproducción de las aves que ahí habitan, las cuales
terminaban emigrando hacia otros sótanos o cuevas.
Luego de la declaratoria, la Secretaría de Ecología y Gestión Am-
biental (Segam) de San Luis Potosí coordinó las tareas que realizó la
Agenda Ambiental de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí

³  Otras de las consideraciones y cláusulas del decreto se pueden consultar en el Su-


mario de Periódico Oficial de Estado de San Luis Potosí, publicado el 15 de marzo de
2001.
Desacralizando el territorio  191

(uaslp) a fin de elaborar el Plan de Manejo del Sótano de las Golon-


drinas. Con ese instrumento se definieron las políticas de protección y
el establecimiento de reglas para conciliar “adecuadamente el aprove-
chamiento turístico del sitio”, ponderando aspectos como la “conser-
vación de la belleza escénica, la protección del entorno y los grupos de
aves que habitan el sitio” (Martínez, 2008). Entre las medidas de pro-
tección se acordó que “no se pueden realizar descensos en cuerda si las
aves están en el sótano, lo que limita el horario de descensos de las 9:00
a las 15:00; tampoco se permiten actividades si las aves no abandonan
la cueva por mal clima; si [se] desea descender el sótano hay que con-
tactar al comité local para solicitar el permiso” (Suarez, et al. s/f., p. 13).
Para el año 2007 el Sótano de las Golondrinas fue nombrado una
de las trece maravillas naturales de México,4 título promovido por (TV
Azteca) y el Consejo de Promoción Turística de México (cptm), auspi-
ciado por la Secretaría Federal de Turismo a partir de una votación por
internet, registrando un total de 1 421 434 votos (Ibídem).
Por último, a finales de 2014, la unesco aceptó un proyecto impul-
sado por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí-Zona Huasteca,
en el cual dicha región se promueve como “candidata” para ser de-
cretada como geoparque. Tal denominación reconocería a la Huasteca
potosina como un patrimonio natural, de riqueza geológica y belleza
paisajística. Dicha propuesta se vio alentada por la propuesta de Re-
cinatur (Red Iberoamericana de Ciencia, Naturaleza y Turismo), en la
que se pretende establecer una red de geoparques basada en el “tu-
rismo responsable” y en la preservación de la “identidad natural” de
paisajes en América Latina, “en donde las tradiciones y cosmovisiones
autóctonas están en peligro debido al uso irresponsable del patrimonio
geológico”.5

⁴  Otras de las denominadas Maravillas Naturales de México fueron los arrecifes de


Veracruz, las barrancas de cobre (Chihuahua), el Cañón del Sumidero (Chiapas), la
Reserva de la Biosfera El Cielo (Tamaulipas), la Reserva de la Biosfera de El Pinacate
y el Desierto del Altar (Sonora), la Reserva de la Biosfera de la mariposa monarca (en
Michoacán y el Estado de México), el paisaje agavero de Tequila (Jalisco), los pantanos
de Centla (Tabasco), la Peña de Bernal (en Querétaro), los Prismas Basálticos (Hidalgo)
y Xel-há (Quintana Roo).
⁵  Para mayor información se puede consultar la nota “Huasteca potosina busca califi-
car como geoparque” en diario Milenio, 26/06/2015.
192  Territorios y espacialidades

La organización local frente a las declaratorias


y la efervescencia del turismo

Los grupos locales no han sido receptores pasivos de las declaratorias


y de las políticas de protección en torno al Sótano. Así reconfiguraron
su organización y adquirieron nuevos conocimientos, muchos de los
cuales se derivaron de las capacitaciones provistas por el personal de
la Secretaría de Turismo, a fin de hacerlos más “competitivos” para el
recibimiento de turistas en grandes cantidades.
Alrededor del proyecto se involucró una organización comunita-
ria más amplia. Como ya se ha dicho, se conformó un comité para la
representación del resto de la comunidad ante cualquier decisión con-
cerniente al área natural protegida, incluyendo el mantenimiento del
lugar, la gestión y la administración de recursos económicos derivados
del turismo. Dicho comité cuenta con un presidente, un secretario y un
tesorero, como funcionarios principales.
Asimismo, se designaron un par de espeleólogos locales capa-
citados por espeleólogos profesionales, con el fin de que guiaran los
descensos de los turistas interesados. Don Bonifacio es uno de estos
espeleólogos locales, él cuenta que fue “entrenado” en el Sótano del
Cepillo, cavidad de unos cincuenta metros de profundidad, también
perteneciente a la comunidad de Tamapatz. Don Bonifacio ha descen-
dido al Sótano de las Golondrinas unas cuatro veces pero su compañe-
ro ha bajado más de veinte veces, siendo reconocido por el resto de los
vecinos como el mejor espeleólogo del lugar.
Don Bonifacio y otros tres compañeros rentan arneses, cuerdas y
el resto del equipo necesario para que los turistas practiquen rapel. El
costo de un descenso guiado oscila entre los 3 000 y 3 500 pesos; si los
visitantes deciden descender por cuenta propia y sólo alquilan el equi-
po, se les cobra 2 000. Aunque el grueso de los turistas no desciende,
tiene la posibilidad de colocarse las cuerdas y los arneses para simular
que lo harán y así tomarse una “fotografía de recuerdo”, dicho servicio
tiene un costo de 50 pesos.
Los niños son los principales guías dentro del área natural prote-
gida, ellos se encargan de llevar a los visitantes de la entrada del sitio
hacia la cavidad a cambio de alguna propina, siguiendo para esto bre-
Desacralizando el territorio  193

chas y caminos convenidos. Los niños organizan sus turnos mediante


fichas que les son otorgadas en la caseta de entrada, pues como señala
Miguel “es para que no se peleen cuando vienen muchos turistas y así
a todos les toque”.
El conocimiento empírico que la gente de la comunidad tiene sobre
las llamadas golondrinas fue aprovechado por la Secretaría de Turismo
y por los encargados del lugar para ofertar un “espectáculo natural”
basado en el vuelo que dichas aves emprenden durante las mañanas, a
su salida del Sótano, y al atardecer, cuando regresan a pernoctar. Don
Santos narra que él conoció el Sótano cuando tenía 10 años,

íbamos a matar las golondrinas, no, nomás nosotros, toda la gente íba-
mos. Nos levantábamos a las dos de la mañana, íbamos a amanecer allá.
Allá vamos con el carrizo para poder golpear. Como salían bien bajito,
como tienen su tiempo esos pájaros tiernitos, ya acabando de que salgan
los tiernitos, dura unas dos horas, después se paran y salen hasta las
nueve los más macizos.

Miguel menciona que las golondrinas salen de la cavidad entre


las 6:00 am y 10:00 am, para regresar entre 5:00 pm y 7:00 pm. De tal
suerte, gran parte de los turistas prefieren ingresar al sitio por la tarde,
para así presenciar la llegada de las golondrinas.
Aunque en el lugar existen algunas palapas bajo las cuales se pue-
de acampar, muchos de los involucrados en el comité están dispuestos
a recibir visitantes en sus viviendas, proporcionándoles alimentos y un
lugar donde pernoctar a cambio de una “compensación voluntaria”.
De esta forma, lo que inicialmente fue planteado como un espacio para
el turismo de aventura, también ha devenido en etnoturismo, mismo
que Sectur define como aquel relacionado “con los pueblos indígenas y
su hábitat, con el fin de aprender de su cultura y tradiciones” (Morales,
2008, p. 125). Según dicha dependencia, parte de las actividades del
etnoturismo consisten en “vivencias místicas”, siendo éstas “la expe-
riencia de conocer y participar en la riqueza de las creencias, leyendas
y rituales espirituales de un pueblo, heredados de sus antepasados”.
Otra de las actividades derivadas del etnoturismo es el “aprendizaje
de dialectos […] del lugar visitado, así como sus costumbres y orga-
194  Territorios y espacialidades

nización social” (Morales, 2008, p. 126). Bajo este panorama no sólo el


territorio, sino también las personas que en él habitan terminan siendo
ante las políticas de turismo una curiosidad rentable sujeta a exhibi-
ción, una suerte de piezas de un gran museo al aire libre donde se cosi-
fican los conocimientos y las relaciones entre las personas y su entorno.
Resulta ilusorio pensar que con pernoctar una noche en el lugar en
cuestión o con permanecer en la comunidad, a lo sumo un par de días,
se podrá aprender “el dialecto” —como Sectur lo llama— o se podrá
comprender la compleja organización social de una comunidad de 26
barrios dispersos entre la Sierra de Aquismón.
Hay quienes han tratado de establecer diferencias entre el etno-
turismo y el turismo indígena. Mientras en el primero la comunidad
aparece como un sujeto pasivo ante las políticas públicas, en el segun-
do existe “un desarrollo integral comunitario consciente, responsable
y solidario” (Morales, 2008, p. 133). El turismo indígena puede ser ca-
racterizado como “una empresa indígena de turismo que incide en la
preservación de los recursos naturales, así como en el fortalecimiento
de las bases para que sus miembros participen corresponsablemente
en los asuntos de política ambiental y turística” (Morales, 2008). En
éste las organizaciones locales son vistas como microempresas “con la
expectativa de fortalecer capacidades; son un puente estructurado y
permanente con el que pueden lograr estrategias comunes de difusión,
gestión, revaloración cultural, conservación y uso alternativo de los
recursos naturales” (Ibídem). En el turismo indígena dichas microem-
presas buscan “dar un servicio competitivo sustentable sin perder su
identidad cultural” (Morales, 2008, p.135).
Es posible que con la categoría de turismo indígena se busque
reivindicar el papel de las sociedades que son objeto de etnoturismo,
presentándolas ahora como agentes activos en la toma de decisiones
sobre su territorio, sus recursos naturales y su cultura en términos am-
plios. No obstante, lo que las disquisiciones del término muestran es
un interés por tratar a las organizaciones locales como microempresas
prestadoras de servicios, siendo precisamente su territorio, sus conoci-
mientos y su forma de vida los bienes a ofertar.
Como observa Escobar, una de las nuevas tendencias para el con-
trol y la explotación del territorio es aquella que se empeña en “conver-
Desacralizando el territorio  195

tir la naturaleza en una mercancía” (2000, p. 131). En dicha tendencia,


“muchas formas de lo local se ofrecen para el consumo global, desde el
parentesco hasta los oficios y el ecoturismo” (Escobar, 2000, p. 129), ese
es el caso de la Huasteca potosina. En 2014, durante el Sexto Congre-
so Internacional de la Red Académica de Comercio y Negocios Inter-
nacionales, Enrique Abud6, Secretario de Turismo en turno, impartió
una conferencia que llevó por título “Turismo sustentable, alternativa
de desarrollo para San Luis Potosí”, ahí propuso a la actividad turís-
tica como un “importante factor de desarrollo regional”, asegurando
que una de las prioridades para llegar a esto es el “aprovechamien-
to sustentable de recursos naturales, sociales y culturales para fines
del turismo de acuerdo a las nuevas condiciones y características que
se encuentran cada vez más entre turistas y operadores de viajes que
buscan llevar a cabo sus consumos en destinos, en los cuales las carac-
terísticas de sus recursos naturales se encuentran en las mejores condi-
ciones ecológicas”. Otra de las propuestas de Abud era “hacer que las
manifestaciones culturales mantengan rasgos de originalidad”.
Con el fin de hacer la Huasteca potosina “un destino líder en el
turismo cultural y de naturaleza que ofrece al visitante experiencias
culturales, recreativas y de negocios, innovadoras y de calidad que
se caracterizan por ser un espacio atractivo, seguro y accesible, que
aproveche sus ventajas competitivas, creando productos segmentados,
consolidando destinos turísticos, asegurando la calidad en sus empre-
sas turísticas y se posicione en los principales mercados, a través de
la promoción de su cultura y respeto a la naturaleza para la mejora
de la calidad de vida de sus habitantes” (Abud, 2015), el Programa de
Desarrollo Turístico implementado por Fonatur (Fondo Nacional de
Fomento al Turismo), se empeñó en dotar a los sitios turísticos de la
región, en particular al Sótano de las Golondrinas, de un equipamien-
to con gradas y descansos de acceso, con barandales de seguridad y
miradores, con sanitarios ecológicos, también se habilitaron áreas de
convivencia y senderos, se dieron cursos de capacitación en las comu-
nidades indígenas para conformar guías especializados en excursionis-
mo y en primeros auxilios. Asimismo, se instaló señalética donde un

6  Un año después este funcionario renunció a su cargo al mismo tiempo que fue acu-
sado de evasión fiscal por 500 millones de pesos.
196  Territorios y espacialidades

quexquémetl, prenda tradicional en las mujeres teenek ha sido adopta-


do como “identidad de marca Huasteca potosina”. No obstante, para
la cultura local el quexquémetl está lejos de ser una “marca” de algo.
Estas prendas se caracterizan por la recurrencia de figuras como aves,
maíces espigando, serpientes, flores y estrellas, importantes elementos
en la cosmología teenek.7
Con dichas acciones, Enrique Abud planteaba que la pobreza se-
ría combatida y que los niveles de “marginación” de los municipios
de la Huasteca decrecerían. No obstante, las consecuencias de la im-
plementación del turismo sustentable, del turismo de aventura y del
etnoturismo en las comunidades de la región no han sido del todo fa-
vorables. En Tamapatz, hacer del Sótano de las Golondrinas un lugar
medular para el turismo en la Huasteca, ha tenido efectos en la orga-
nización social interna detonando una serie de conflictos y tensiones
entre los vecinos. El decreto del Sótano como área natural protegida ha
traído consigo un conjunto de transformaciones en algunas prácticas
alimentarias y terapéuticas, mientras que la llegada masiva de turistas
de distintas procedencias introdujo en la cosmología nativa varios ele-
mentos, configurando diferentes formas de pensar la alteridad. En lo
que sigue me detendré en dichos aspectos.

Disputas y tensiones alrededor del Sótano

En Tamapatz la tenencia de la tierra es de carácter comunitario. El


comisariado de bienes comunales y su equipo de trabajo son las au-
toridades máximas en el lugar, ellos se encuentran auxiliados por re-
presentantes de bienes comunales en cada uno de los 26 barrios. Todas
las decisiones tomadas por el comité formado en torno al área natural
protegida, Sótano de las Golondrinas, deben ser antes aprobadas por
el comisariado, que generalmente las somete ante los vecinos de todos
los barrios, quienes son convocados periódicamente a asambleas.
En teoría, los recursos económicos derivados de la actividad tu-
rística en el Sótano deben destinarse a la conservación y las obras de
mantenimiento requeridas dentro del área protegida, todo esto con la

7  Para mayor información sobre esto, se puede consultar a Aguirre (2014).


Desacralizando el territorio  197

supervisión del representante del barrio y del comisariado. Los exce-


dentes deben consignarse al tesorero de la comunidad para que así los
recursos también beneficien al resto de los vecinos, ya sea en infraes-
tructura para sus barrios, en la generación de un fondo para cubrir los
gastos derivados de la vida política y ritual, o en cualquier otra emer-
gencia que se presente a nivel colectivo.
A pesar de estos acuerdos, en la mayoría de los vecinos prevalece
un estado de inconformidad. Gran parte de ellos mencionan que la
única familia beneficiada es la encargada del comité. La mayoría de
los interlocutores dicen nunca haber recibido directa o indirectamente
algún ingreso o beneficio procedente de la actividad turística que hay
en el Sótano.
Aunque se ha estipulado que todos los vecinos de la comunidad
pueden entrar libremente al área natural protegida, hay quienes dicen
que dejaron de visitarlo porque en ocasiones se les ha cobrado el acce-
so. Así lo menciona don Guillermo, quien vive en un barrio vecino a
Unión de Guadalupe:

para ir uno a ver el Sótano, tiene que pagar. Mas antes no, iba mucha
gente a visitar, ahora no van para allá. Nada más para ellos es el dinero,
ni para el barrio ni la comunidad. Hace unos años el presidente del co-
mité de la Unión de Guadalupe se aventó dos casas de dos pisos. Tienen
mejores cosas que los gringos, viene dinero de otros lados, dicen que
tienen puros dólares. Se hicieron ricos con el Sótano pero se van a venir
muriendo y eso se va quedando.

Puede advertirse que las distintas declaratorias en torno al Sótano


y las actuales políticas de turismo, lejos de ser una alternativa de desa-
rrollo sustentable para la comunidad, han venido, desde algunas opi-
niones, a privatizar el acceso a un territorio que antes se consideraba
de todos y ahora se emplea de manera lucrativa. De la misma manera,
han venido a fragmentar el sentido de comunidad, siendo la distribu-
ción de dinero un eje clave de las disputas.
198  Territorios y espacialidades

Prohibiciones en la caza de golondrinas

Como ha sido señalado, la gente de Tamapatz solía “cazar golondri-


nas” en el Sótano para así emplearlas como medicina o como alimento.
Dicha actividad se vio restringida sobre todo desde la declaratoria de
la cavidad como monumento natural. Uno de los curanderos más re-
conocidos de la comunidad menciona:

Es muy buena la golondrina, tomada [como caldo] y untada en la piel.


Mi esposa con eso se alivió porque se me enfermó y a mí me recetaron
eso, entonces yo fui al Sótano mayor, al Sótano de las Golondrinas y a
otros dos más chicos. Yo fui, saqué unas cuantas de los tres lugares, le
unté la manteca de golondrina en el cuerpo de la señora, la tapé bien con
la cobija. Lo hice para hoy y al día siguiente se deshinchó y hasta ahora
está bien. Es un buen remedio la golondrina, pero las autoridades nos
prohibieron ya matar. Antes cuando nacían, salían y apenas empezaban
a volar. Entonces nosotros las juntábamos, mucha gente la junta pero
como ya hubo una orden, ya las dejamos.

Aunque existen otras cavidades de menores dimensiones en don-


de la gente eventualmente puede “cazar golondrinas”, se reconoce al
Sótano de las Golondrinas nombre como el principal lugar para la ani-
dación y la proliferación de las mismas. Actualmente remedios como
el que describió el curandero están cayendo en desuso, en gran medida
por la prohibición que existe ante el aprovechamiento de dichas aves,
las cuales no necesariamente han resultado mejor protegidas con la lle-
gada masiva de turistas a su lugar de refugio y las consecuencias eco-
lógicas que esas visitas, en ocasiones poco planificadas, pueden traer
consigo.

La alteridad a través del Sótano

Cuenta don Bonifacio que en los años sesenta, cuando los primeros pa-
racaidistas comenzaron a descender hasta la profundidad del Sótano,
no permitía la intromisión de los vecinos de la comunidad: “nosotros
Desacralizando el territorio  199

teníamos la curiosidad de verlos porque eran gringos” —dice—, “pero


ellos decían que podíamos descomponer sus aparatos”. Es evidente
que, con el supuesto descubrimiento del Sótano hecho por espeleó-
logos norteamericanos, la gente del lugar fue observando la llegada,
cada vez más frecuente, de personas procedentes de distintos sitios, y
por lo tanto, construyendo un conjunto de relaciones con “lo otro”, en
gran medida diferente a lo propio. Hoy en día el Sótano recibe visitas
de gente originaria de otras partes del país, pero también de distintas
partes del mundo. Ver “gringos” ya es para algunos vecinos de Unión
de Guadalupe algo común, de hecho la mayoría de las personas rubias
o blancas son conceptualizadas como tal. Miguel recuerda que en oca-
siones ha llegado gente de Australia o de China, quienes les resultan
aún más ajenos que los estadounidenses.
Para muchas personas de la comunidad, el Sótano se ha tornado
algo tan exclusivo que hay quienes piensan, como es el caso de doña
Juana, que en la actualidad sólo los “gringos” pueden ingresar: “ahí
nada más entran los gringos. Ahora ya no dejan pasar, ahora está vigi-
lado”, me dijo esta mujer al preguntarle si alguna vez ha ido al Sótano
de las Golondrinas.
Existe un relato muy difundido donde se cuenta que en alguna
ocasión hubo “un gringo” que descendió y ya nunca regresó. Así lo
relató don Tomás:

Cuando empezaron a venir los gringos, se fue un gringo a otro escalón


para abajo y ya no regresó. Hay un escalón donde pasear y no sé qué es lo
que sacan, después está otro escalón para abajo. Los gringos se cuelgan
de un cable para abajo, aquel gringo le hablaron con la comunicación
[radios portátiles] y ya no contestó, ya no volvió, sacaron el puro cable y
el gringo ya no regresó.

Para comprender las palabras de don Tomás, es menester expli-


car que, de acuerdo con la cosmología nativa, debajo de la comunidad
existe una dimensión alterna, el al tsémláb, traducido como “el lugar de
los muertos”, que igualmente puede identificarse con el inframundo.
En dicho espacio habitan un conjunto de seres que conviven continua-
mente con los hombres. Además de los muertos, como ya se había di-
200  Territorios y espacialidades

cho, parte del al tsémláb es ocupado por el Trueno y sus asistentes. El


Sótano de las Golondrinas es visto como el principal punto de conexión
entre la superficie terrestre y dicha dimensión. El “escalón donde pa-
sear” mencionado en la narrativa de don Tomás pertenece a la comu-
nidad de los vivos, en tanto que “el escalón de abajo” forma parte del
lugar de los muertos, así la gente del lugar se explica que “el gringo”
ya no haya podido regresar hacia la superficie. Desde las exegesis lo-
cales, vulnerar la morada de los seres del inframundo es algo que trae
consigo severas consecuencias. Lo que se relata como un incidente ha
venido a insertarse en los fundamentos cosmológicos de los teenek de
Tamapatz, para quienes los descensos de los turistas son una suerte de
trasgresión hacia la morada del Trueno y de un conjunto de existentes.

Conclusiones
Las tensiones de los mundos en relación

Alrededor del Sótano de las Golondrinas se confrontan y median ten-


siones entre distintos mundos en relación —el indígena y el procedente
de contextos exógenos—, cuyas formas de conceptualizar el territorio
resultan disímiles. Así tenemos la organización implementada desde
lo colectivo frente a la visión empresarial impulsada por las políticas
de turismo, basada en capacidades y competencias donde el “servicio
rentable” resulta ser precisamente el territorio y las formas de vida
locales.
En cada uno de estos mundos, el Sótano es categorizado de mane-
ra diferente. Mientras que para unos es un ser vivo, es el corazón del
mundo, el sistema respiratorio de la Tierra, para otros es un “monu-
mento natural” de singular “belleza escénica”, una “maravilla” que
ofrece un “espectáculo natural”. Mientras que para los indígenas de
la región el Sótano de las Golondrinas es la morada de distintas clases
de seres, para los funcionarios que norman la industria turística, para
las agencias de turismo y para el turista mismo, es un lugar donde se
puede practicar rapel, avistar aves y ver indígenas. Así me lo señaló
un turista en la cabecera municipal: “vengo acá a ver el Sótano, las cas-
cadas, a desestresarme, y dicen que hay indígenas, hay que ver cómo
Desacralizando el territorio  201

viven, cómo dicen cosas en sus dialectos, hay unos que se visten como
indios”.
Puede advertirse que las políticas inherentes al turismo en la
Huasteca potosina, no sólo se cosifica y se esencializa el territorio, sino
las personas que lo habitan con todo y los conocimientos que poseen,
de ahí que éstos sean referidos como “vivencias místicas” dispuestas
para ser presenciadas y experimentadas por el turista.
En las políticas del turismo en la región las premisas de conserva-
ción del territorio suelen ir de la mano de las acciones para preservar
y fomentar las “costumbres indígenas”, pues mientras el territorio se
oferta como una “maravilla natural”, las segundas se proponen como
reminiscencias de un pasado que se ha conservado casi de manera in-
tacta. Entre más prístinas parezcan dichas prácticas, más exóticas y,
por lo tanto, más atractivas resultarán ante los ojos de los espectadores.
Estas estrategias, lejos de resolver los problemas de marginación
de los indígenas de la Huasteca potosina y de impulsar el desarrollo
regional, sólo están creando una mayor desigualdad entre los presta-
dores de servicios y entre quienes viven al margen de la actividad tu-
rística; entre las comunidades que saben capitalizar de mejor forma sus
“costumbres y tradiciones”, preservando unas e inventándose otras,
resultando económicamente mejor favorecidos en comparación con
quienes no portan los trajes tradicionales, ni les interesa hablar teenek
frente a los extraños, y por lo tanto, quedan excluidos de los supuestos
beneficios de la actividad turística. Hay así una diferencia ontológica
abismal entre pensar al Sótano como el corazón del mundo y entre
pensarlo como un monumento que atrae ingresos a la región.

Referencias

Abud, E. (2014). Turismo sustentable, alternativa de desarrollo para


San Luis Potosí. Sexto Congreso Internacional de la Red Académi-
ca de Comercio y Negocios Internacionales. México: Universidad
Autónoma de San Luis Potosí.
Aguirre, I. (2008). Trayectorias perpetuas. Concepciones alrededor de la
muerte entre los teenek de la Sierra Gorda de Querétaro. Tesis de licen-
202  Territorios y espacialidades

ciatura inédita. Universidad Autónoma de Querétaro, México.


(2011). El poder de los seres. Organización social y jerarquía en el cosmos de
los teenek de Tamapatz. Tesis de maestría inédita. El Colegio de San
Luis, México.
(2014). Hilvanando el universo: el arte del bordado de los teenek de
la Huasteca potosina, México. Revista del Patrimonio Cultural del
Ecuador, 13, 15-19)
Escobar, A. (2000). El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar.
En E. Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y cien-
cias sociales. Perspectivas latinoamericanas. (pp. 113-143). Buenos Ai-
res: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.
(2015). Tejiendo el pluriverso. La ontología política de las luchas te-
rritoriales en América Latina. VI Congreso Latinoamericano y V
Congreso Colombiano de Etnobiología. Colombia: Popayán.
Gil, D. (2010). Propuesta de Plan de Aprovechamiento turístico-espeleológico
en el Sótano de Golondrinas S. L. P. Tesis de licenciatura inédita. Uni-
versidad Nacional Autónoma de México. México.
Martínez, J. L. (9 de mayo 2008). Plan de manejo para el Sótano de las
Golondrinas. El Sol de San Luis.
Morales, M. (2008). ¿Etnoturismo o turismo indígena? Teoría y Praxis,
5, 123-136.
Suarez, B. et al. (s/f). Sótano de las Golondrinas… Maravilla Natural de
México, Acciones para su conservación como destino de turismo de natu-
raleza. México: Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
Torres, I. (26 de junio de 2015). Huasteca potosina busca califi-
car como geoparque. Milenio. Recuperado de http://www.
milenio.com/region/Huasteca_potosina-geoparque_Ciudad_Va-
lles_0_543545688.html
ESPACIO PÚBLICO URBANO
CON PERSPECTIVA DE GÉNERO

Andrea Milena Burbano1

Género, espacio público y territorio

La discusión del espacio público con perspectiva de género remite a


la introducción del género en los análisis geográficos que aporta a la
ampliación de los significados y de las construcciones culturales en
relación con las prácticas y las normas sociales que se ven reflejadas
en el espacio. Como categoría sociológica y cultural, el género se cons-
truye socialmente. Permite el análisis de las nociones de lo femenino
y lo masculino que son adquiridas y transmitidas generacionalmente,
lo cual se analiza a partir de las diferencias que, desde el género, se
consideran socialmente originadas.2

1  Doctora en Estudios Territoriales de la Universidad de Caldas, Colombia; Magíster


en Gestión Urbana de la Universidad Piloto de Colombia y Arquitecta de la Univer-
sidad de la Salle, Bogotá. Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, Colombia. (arq-
[email protected])
2  Tal como la literatura científica ha mostrado, el género no es equivalente al sexo, el
primer término es una categoría sociológica y cultural, éste alude a una construcción
social que se ha elaborado históricamente, en el que las nociones de lo femenino y lo
masculino son adquiridas y transmitidas a lo largo de las generaciones. El sexo, por
su parte, se refiere a una categoría biológica que señala las diferencias biológicas entre
hombres y mujeres (García, 1985; McDowell, 2000; Veleda Da Silva, 2003; Alonso y
Brandariz, 2004). Autoras como Beauvoir (1987) abordan el género como un constructo
social que encierra la dimensión cultural y social, sobrepuesto a la biología del sexo
que no implica subordinación de la mujer por sus condiciones biológicas, perspectiva
clásica del feminismo que trasciende a diversas disciplinas. Esta construcción cultural
del ser mujer, Beauvoir la resume en la frase “no se nace mujer, se llega a serlo” (p. 87).
203
204  Territorios y espacialidades

El género se define en términos de las diferencias entre hombres y


mujeres opuestas a las diferencias relacionadas con el sexo de natura-
leza biológica y no social.
La inclusión del género en los análisis del espacio, en términos
generales, se da a partir de dos líneas discursivas: el racionalismo y el
esencialismo, las cuales se sitúan en el asiento de los planteamientos de
Beauvoir y de Arendt, anotadas por Veleda Da Silva (2003) y McDowell
(1983). La base discursiva sobre el género muestra la conexión de éste y
los fenómenos urbanos a partir de investigaciones, teorías y análisis, con
sustento en las relaciones diferenciales que las mujeres y los hombres
mantienen en el espacio en diferentes sistemas territoriales, culturales
y económicos, así como en las diferencias en las funciones socialmente
asignadas a cada género (Sabaté, 2000). En este marco las relaciones es-
paciales de orden social comprenden las relaciones de género. Se entien-
de entonces que el género es una construcción que atraviesa la sociedad
siendo también una variable de la diferenciación social.
La geografía del género, al incluir el acercamiento al enfoque plu-
ral como apuesta por la heterogeneidad de las mujeres, entiende el gé-
nero como categoría de estudio necesaria para comprender el espacio.
Se da evidencia que existe relación entre ciertas categorías identitarias
del género con otras variables, por ejemplo, las asociadas a la desigual-
dad, como la clase o la raza, con lo que se argumenta en mayor medida
la heterogeneidad de las mujeres, deconstruyendo con ello la catego-
ría fija y homogénea de la mujer para adaptarla a contextos espaciales
diferentes buscando que sean inclusivos (Muxí, 2011), igualitarios y
orientados a la sociabilidad (Pineda, 2007; Paravicini, 2002; Project for
Public Spaces, 2002; Karsten, 2003; Ortiz, 2007; Soto, 2011).3
La relación recíproca entre el género y el espacio permite eviden-
ciar la forma en la cual los significados simbólicos del espacio trans-

3  La investigación de género aborda el campo de la mujer desde una perspectiva


amplia, la cual se contrapone al esencialismo biológico en el cual se sitúa la condición
de mujer como estrictamente delimitada por la biología aceptando estereotipos de lo
femenino y sus elecciones, lo cual representa una esencia femenina limitada cultural
y socialmente. Este tipo de acercamiento hace énfasis en la perspectiva de las expe-
riencias y las necesidades de las mujeres, las cuales están condicionadas a su edad,
orientación sexual, lugar de residencia y muchas otras circunstancias individuales y
culturales entre las cuales se encuentra el uso del espacio.
Espacio público urbano con perspectiva de género  205

miten constructos culturales acerca del género, a la vez que el espacio


impacta y representa la manera en la cual se comprende el género en la
sociedad (Massey, 1994). Desde esta apuesta teórica, el espacio es do-
minante, en tanto es masculino, donde los modos de producción y de
reproducción social fomentan la subordinación de las mujeres, a través
del control espacial y de los roles genéricos espacializados.
A partir del estudio de la producción y reproducción del espacio,
éste se generiza mediante las relaciones e interacciones sociales cotidia-
nas (Massey, 1994; Lefebvre, 1974), desde las cuales se conjetura que
el espacio no es neutral respecto al género, al ser resultado de dichas
relaciones e interacciones (Ortiz, 2004; 2007; Wachs, 2006; Soto, 2007;
Páramo y Burbano, 2011; Trachana, 2013). El espacio al establecerse
como el soporte sobre el cual se estructuran tales interacciones sociales
da lugar a la producción territorial (Cutillas, 2011; Díaz, 2013). En esta
línea argumental se reafirma que el espacio es una construcción social
producto de las relaciones sociales de carácter dinámico en la que con-
vergen las relaciones de poder, subordinación y dominación social; los
hechos sociales a diversas escalas muestran una manifestación espacial
(Massey, 1994).
El planteamiento que toma al espacio como medio de dominación
es coherente con el del espacio como medio de control e incluso de
discriminación de las mujeres, en el que se legitima el dominio mas-
culino de la sociedad. Este acercamiento espacializa las desigualdades
sociales. En dicho espacio, el control espacio-temporal es una de las
lógicas de dominación a través de la cual opera el género en el espacio
público urbano, que se relaciona estrechamente con la forma en la cual
se concibe (Soto, 2011).
La relación espacio-género examina la manera en la que los proce-
sos sociales producen y reproducen los espacios y las relaciones entre
los géneros, a la vez que analiza la forma en la cual estas relaciones en-
tre hombres y mujeres afectan la producción y reproducción espacial
y las manifestaciones espaciales del género. Al asumirse que el espacio
es no neutral, se da cabida a la incorporación de las diferencias socia-
les en los análisis del territorio, lo cual da lugar a la comprensión de
su organización social y del espacio como medio de control social y
político. Dichos análisis del espacio han sido trasladados al espacio pú-
206  Territorios y espacialidades

blico. En este marco, dicho espacio es visto como un contrato espacial,


una manifestación de la multiplicidad contemporánea y una esfera de
relaciones conflictivas, conformada por prácticas de contestación y ne-
gociación cotidianas (Massey, 1994).
El espacio público es examinado a manera de referencia identita-
ria en la cual los sujetos construyen la trama social, donde las estruc-
turas espaciales expresan las prácticas sociales y los comportamientos
(Soto, 2009). Siendo así, se da en este espacio un dominio masculino
mediante el cual se excluye a las mujeres a través de formas de inti-
midación y acoso, que a su vez ha sido un espacio concebido como
producto de las relaciones de género, las prácticas sociales cotidianas y
los comportamientos espaciales en los que las mujeres no tienen poder
de decisión. Los mencionados aspectos se sustentan históricamente en
la diferenciación de las experiencias de la mujer y del hombre en el es-
pacio, dadas como producto de la asignación del espacio público a los
hombres y de la marginación de la mujer a los espacios privados o in-
teriores (Folguera, 1982; Páramo y Cuervo, 2006, 2009; Alarcón, 2007).
En dichos análisis la geografía de género desnaturaliza la separación
dicotómica de los espacios privados y públicos a través de la visibiliza-
ción de las relaciones materiales y simbólicas de poder que atraviesan
diversas escalas espaciales que son analizadas como variaciones geo-
gráficas de la femineidad, masculinidad y sus significados (Massey,
1994; McDowell, 1983).
Para diversas geógrafas de género, las diferencias territoriales en-
tre hombres y mujeres tienen que ver con los roles y las relaciones de
género derivadas de las particularidades genéricas (Sabaté, 1995). Des-
de esta perspectiva, el uso diferencial del espacio público obedece a
que la relación con el entorno se entabla en sincronía o como extensión
de los roles femeninos delimitados por el cuidado familiar y del hogar
(Jaeckel y Van Geldermalsen, 2006; Castillo, 2007; Trachana, 2013).
Lo anterior logra reflejarse en la delimitación del espacio público
por las prácticas, contenidos y símbolos que las personas construyen
en su uso, lo cual da lugar a la producción del territorio. Así entonces,
el territorio se comporta como una totalidad socioespacial que expresa
la espacialización del poder y el soporte de los diferentes comporta-
mientos y manifestaciones de la sociedad humana, en las que se in-
Espacio público urbano con perspectiva de género  207

cluye el género. Desde esta línea, el territorio se funda no sólo en el


espacio, sino en las prácticas sociales que son diferenciales desde el
género. En la medida en que las personas llevan a cabo prácticas, se
configura el espacio como territorio, al ser reacomodado por su uso.
Además, nuevamente se enfatiza en que el espacio no es neutral, dadas
las prácticas que allí ocurren (Hayden, 1981; McDowell, 1983; Wekerle,
1984; García, 2008).
Como es sabido, el territorio implica procesos de construcción
(Montañez y Delgado, 1998), donde los comportamientos de los acto-
res sociales son los que conforman dichos procesos diferenciales que
delimitan unas maneras desiguales de apropiarse y producir territorio
(Montañez y Delgado; 1998). El territorio, así entonces, implica tres
nociones centrales: la primera es la apropiación, el ejercicio de dominio
es la segunda y finalmente, la tercera es el control sobre una porción
de superficie (Escobar, 1993). Se entiende, por tanto, como una “ma-
nifestación concreta, empírica e histórica de todas las consideraciones
que en un plano conceptual se hacen en torno del espacio” (Escobar,
1993, p. 43). Es delimitado a través del ejercicio excluyente del poder
que determina unas características propias (Blanco, 2007); conformado
por dimensiones, entre las cuales se encuentran la social, la cultural y
la normativa, entre otras, y la interrelación de éstas conlleva a la apro-
piación del territorio en un sentido amplio (Brunet,1993).
El territorio visto desde la óptica del presente análisis es resultado
de la apropiación del espacio (Giménez, 2000), que a su vez es materia
prima del territorio que se caracteriza por la cualidad que le otorga el
uso que las personas hacen de éste. A través de la producción, el te-
rritorio responde a las necesidades sociales de cada sociedad que está
basada en las prácticas sociales que lo transversalizan (Giménez, 2000).
Las interacciones sociales, desde este particular, tienen una función im-
portante por cuanto tienen ocurrencia en el territorio y son expresadas
a manera de una territorialidad, producto de un conjunto de prácticas
sociales, simbólicas y materiales que garantizan la apropiación de un
actor social o de un grupo social por un territorio (Montañez y Delga-
do, 1998). En esta dirección, la apropiación se asocia de manera directa
con la territorialidad donde se le otorga importancia a las interacciones
sociales (Montañez y Delgado, 1998).
208  Territorios y espacialidades

Desde la perspectiva que se analiza el territorio en el presente


abordaje, en relación con el género y el espacio público urbano, des-
de donde se implica una transformación del espacio, resultado de un
uso diferenciado que comienza en el género. Así entonces, este uso se
define a partir de la confluencia de ciertos aspectos, entre los que se
encuentran: el acceso al espacio público urbano, los elementos obje-
tuales con que éste cuenta, la seguridad que las personas deben sentir,
los comportamientos que se dan y las prácticas sociales que se llevan
a cabo.
El uso del espacio público es diferencial desde el género; en tanto,
se dan diferencias en la forma en la cual las mujeres se apropian del
espacio público urbano (Sabaté, 1984; Ortiz, 2007). En este sentido se
ha indicado que las prácticas sociales llevadas a cabo por las mujeres
son diferentes, por tanto, generizan el espacio. En dicho espacio los
roles sociales de las mujeres también son espacialmente organizados
(Massey, 1994). Por su parte, el acceso al espacio público visto como
un atributo que, a su vez, se analiza en relación al género, la edad y
el tiempo disponible de las personas para estar y hacer uso de dichos
espacios (Díaz y Jiménez, 2010). Desde este acercamiento, la accesibili-
dad es diferencial entre hombres y mujeres, incluso dentro del grupo
genérico de las mujeres. Estas diferencias son evidentes al cruzar el
género en el territorio con ciertas categorías identitarias.
En esta línea argumentativa, la organización espacial urbana de la
ciudad y sus respuestas sobre ciertas lógicas masculinas de la planea-
ción y la gestión dan lugar a analizar los desplazamientos de las muje-
res y especialmente de quienes combinan sus obligaciones familiares
y de cuidado con las laborales en tiempos parciales (Sánchez, 2004).4
En lo que respecta a los elementos objetuales del espacio público,
en otras palabras, al mobiliario presente en dichos espacios, éstos ac-
túan como generadores de las prácticas sociales (Ortiz, 2007; Licona,
2007). Dichas prácticas tienen la característica de repetirse de forma

4  Los horarios a los cuales responden los desplazamientos que se realizan en servicios
públicos de transporte se consideran poco responsivos, delimitan otras situaciones de
inseguridad por la poca afluencia de personas en horas valle, siendo la seguridad en
los desplazamientos un factor de diferencia altamente relacionado con el género. Aun
esto, la accesibilidad se garantiza a través de diseños universales sin importar las ca-
racterísticas físicas de estatura o fuerza física, entre otras.
Espacio público urbano con perspectiva de género  209

regular y continua y ser mantenidas por normas sociales, lo que las


hace significativas en la estructura social.5 La sociabilidad permite a las
mujeres apropiarse de territorios a través de la significación de frag-
mentos espaciales transformando su sentido transitorio, de espacios
de paso o conexión a espacios para la permanencia en donde las inte-
racciones sociales entre las personas que usan estos espacios son flui-
das. Paralelamente a la sociabilidad, se dan otras prácticas como salir,
permanecer, esperar, platicar, mirar y consumir, entre otras, las cuales
se relacionan con el espacio público urbano dado que se hacen presen-
tes en éstos y son significativas al configurar los espacios cotidianos
(Soto, 2009, 2011), que en el presente análisis tienen importancia en la
medida que son generadoras de sociabilidad.
Las prácticas sociales requieren de las reglas sociales para garan-
tizar que se den y se orienten a la apropiación del territorio por parte
de las mujeres. Las reglas actúan como descripciones verbales que es-
tablecen las consecuencias de un comportamiento (Hayes, 1989). Es-
tas influencian y guían las formas de actuar de las personas basadas
en la autorregulación de sus comportamientos, que también afectan
la manera en la cual establecen las interacciones sociales en el espacio
público (Páramo, 2010).
Las interacciones sociales como generadoras de respuestas emo-
cionales al hacer uso del espacio público dan cuenta de las formas en
las cuales se producen y reproducen diferencias de género en el uso
espacial urbano.6 Diversos autores han evidenciado que las personas
se apropian de los espacios públicos urbanos a través de procesos per-
ceptivos, simbólicos y afectivos, en tanto, la misma experiencia de las
personas en los espacios públicos es constituida por emociones, recuer-

5  Una de dichas prácticas es la sociabilidad, la cual se constituye en una muestra del


uso de los espacios públicos urbanos, que se irradia en la apropiación que hacen las
mujeres de tales espacios, lo cual es base fundamental para que éstos puedan com-
prenderse como territorio.
6  Para que se generen las prácticas sociales en el espacio público, éste debe brindar
seguridad que permita contrarrestar las respuestas emocionales de los miedos de las
mujeres. La existencia de posibilidades para la sociabilidad de las mujeres en los espa-
cios públicos está necesariamente relacionada con la reducción de las dificultades para
establecer interrelaciones sociales. Estas dificultades y limitaciones en la sociabilidad
en los espacios públicos se ven permeadas por el acceso a éstos y la seguridad que en
ellos se percibe.
210  Territorios y espacialidades

dos, sentimientos, sueños, miedos y deseos más allá de la experiencia


espacial que puede considerarse como tangible (Bailly y Béguin, 1992;
Delgado, 2007; Tello y Quiroz, 2009).
En el territorio la posibilidad de simbolizar se relaciona estrecha-
mente con los procesos emocionales de las personas, no sólo desde los
sentimientos agradables, sino también desde los desagradables, lo cual
hace de los espacios depositarios de significados (Soto, 2011). En este
sentido, para Lindón (2006) la apropiación territorial es situacional,
multiescalar y permeada por las relaciones de poder y por las emocio-
nes, desde la perspectiva de género la territorialidad se desarrolla en la
espacialidad inscrita en la vida cotidiana, en donde a través de las si-
tuaciones y actividades cotidianas las mujeres significan y sienten con-
trol espacial del entorno, lo cual se logra en el uso del espacio público.
Por su parte, la seguridad de los espacios públicos desde las
apuestas de la geografía de género está orientada a garantizar la se-
guridad informal y natural a través de la vitalidad espacial basada en
el uso activo y simultáneo del espacio público y en las prácticas de
sociabilidad, de encuentro y de colaboración entre las personas (Ortiz,
2007; Ciocoletto et al., 2014), para hacer de estos espacios territorios. El
temor o el miedo en dichos espacios es diferencial desde el género, lo
cual hace que las mujeres limiten o condicionen su experiencia en los
espacios urbanos en términos de la accesibilidad, los desplazamientos
y el disfrute (Sabaté et al., 1995; Ortiz, 2007; Lindón, 2006; Soto, 2009).7
Los mencionados análisis se logran extrapolar a la dinámica la-
tinoamericana, donde se ha hecho énfasis en los efectos de la globa-
lización en las formas de interacción social, siendo la fragmentación,
la polarización, la segregación social y la ruptura de las relaciones so-
ciales solidarias, aspectos que tienen correspondencia en la estructura
territorial de las ciudades latinoamericanas contemporáneas con claras
implicaciones en las prácticas sociales y, en general, en la experiencia

7  Desde los análisis propios de la geografía de género se ha mostrado correlación en-


tre la percepción de temor, la inseguridad y los factores sociales —falta de vitalidad, la
percepción que se tiene de las demás personas que usan el espacio público y físicos del
entorno, el deterioro, el abandono, el desaseo, la falta de iluminación, la poca accesi-
bilidad, la estrechez, la aglomeración espacial, lugares abiertos y baldíos—, con lo que
se hace énfasis en los efectos diferenciales en la experiencia de las mujeres (McDowell,
1983; Valentine, 2001; Ortiz, 2007; Lindón, 2006; Soto, 2011).
Espacio público urbano con perspectiva de género  211

de las personas en los espacios públicos (De Mattos, 2001; Ciccolella,


1998; Castells, 2000; Usach y Garrido, 2009; Borja y Castells, 2012; Bor-
sdorf, 2012; García, 2012).
En relación con el marco que brinda la globalización y fungien-
do a manera de contexto, aparece el neoliberalismo, el cual ha sido
descrito como un proceso dinámico y de restructuración económica
que implica transformaciones urbanas basadas en las nuevas políti-
cas, algunas de ellas relacionadas con la mercantilización del espacio
público de la ciudad. En este sentido la producción espacial neoliberal
implica varias dimensiones en las cuales se incluyen la base discursiva,
las actuaciones administrativas que comportan estrategias técnicas y
financieras, así como la transformación de la gestión a través de instru-
mentos y directrices jurídicas (Lefebvre, 1991).8
En este ámbito, las interacciones sociales situadas en los espacios
públicos urbanos se articulan a través de las actividades comerciales
en espacios especializados para la compra y la venta, como los centros
comerciales. Las actividades recreativas, entre otras funciones urba­
nas, tienden a ubicarse en espacios autosegregados considerados más
seguros, como los conjuntos habitacionales y los barrios cerrados, que
en sí mismos son la máxima expresión de la segregación social espacial
urbana, mientras que los problemas de inseguridad se intensifican en
los espacios públicos (De Mattos, 2001; Ciccolella, 1998; Castells, 2000;
Usach y Garrido, 2009; Borja y Castells, 2012; Borsdorf, 2012; García,
2012). En tal sentido la sociabilidad se estandariza y sectoriza dadas las
nuevas formas de habitabilidad delimitadas por el urbanismo contem-
poráneo en atención al poder adquisitivo de las personas (Trachana,
2013).

8 Se delimitan algunas dimensiones generalizadas del neoliberalismo en las ciuda-


des latinoamericanas: a) la participación que fundamenta la gobernanza urbana, b) la
estética aséptica que se da producto de la reconfiguración de la ciudad y sus espacios
públicos en atención a la comercialización del espacio público para los turistas, c) la
ejecución de proyectos cooperativos entre la empresa privada y el sector público a
través de alianzas que reordenan el poder político a escala local, y d) la destrucción
del espacio público mediante las políticas espaciales que excluyen del espacio urbano
a personas consideradas no deseables y que atentan contra la convivencia o por el
contrario la creación de espacios defensivos autosegregados que se consideran más
seguros, a la par que se cimienta la seguridad espacial urbana en la vigilancia privada
y el control a través de nuevas formas tecnológicas (Janoschka, 2011).
212  Territorios y espacialidades

Por su parte, los procesos de zonificación de las ciudades, propios


de los modelos urbanos contemporáneos que se enmarcan en la globa­
lización, aglutinan y homogenizan las funciones sociales, los que han
sido señalados también como condicionantes para la accesibilidad y
sociabilidad de las mujeres, al etiquetarse algunos espacios como ina­
propiados para ellas (Páramo y Burbano, 2011). Estos procesos han
hecho que las mujeres sean exiliadas en sus propios hogares, al dispo­
ner que el hogar esté alejado de otras instituciones sociales que cum-
plen funciones de sociabilidad y ocio, siendo el acceso desigual a los
espacios públicos una forma de segregación de género (Oldenburg,
1999; Soto, 2007).
En esta perspectiva, Bogotá puede considerarse representativa de
la dinámica latinoamericana, la cual comporta elementos de planifi-
cación urbana que se caracterizan igualmente por tender a la priva­
tización, a la segregación espacial, a la baja densidad y a la aglutinación
funcional que delimita una ciudad fragmentada y polarizada social-
mente, producto de la renovación física urbana en el marco del empre-
sarialismo y marketing urbano (Fainstein, 2000; Duarte y Vargas, 2013;
Williams, 2014). Desde una dirección más amplia, se le resta importan-
cia a la conformación del espacio público como espacio de encuentro,
de recreación y de sociabilidad, con lo que se disminuye la posibilidad
de las mujeres de apropiarse de los espacios públicos (Lindón, 2006,
Páramo y Burbano, 2011).

Bogotá: el caso de estudio

Con el propósito de comprender la relación entre el género, espacio


público territorio, se muestra la discusión lograda a partir de los datos
que arrojó una investigación etnográfica emprendida en la ciudad de
Bogotá, para mostrar el análisis, la concepción, el uso y la gestión del
espacio público,9 que, según la tesis que maneja, son facetas que inter-

9  En su nivel más epistemológico, el enfoque etnográfico se considera un modo de


abordaje y comprensión de los actores en un territorio, en el caso particular, de las mu-
jeres en el espacio público urbano de mencionada ciudad. Para este propósito se buscó
dar relevancia a los actores sociales y también a algunas fuentes documentales que se
Espacio público urbano con perspectiva de género  213

vienen en la transformación del espacio público en territorio. La in-


vestigación mencionada discute acerca del supuesto de la neutralidad
que es el que aparentemente ha orientado la concepción de la gestión
del espacio público urbano, entre los años 1991 y 2012, y es lo que se
irradia en el uso de dicho espacio. Aunque lo más evidente ha sido la
visión neutral en la concepción, uso y gestión del espacio público, que
refleja un sujeto sin distinción de género; al deconstruir dicha visión,
se evidencia que no existe tal neutralidad. Y aunque han existido inten-
tos por incorporar cuestiones que tienen que ver con la perspectiva de
género y la experiencia de las mujeres, no han sido consideradas en su
totalidad y no han logrado verse reflejadas en su aplicabilidad desde la
regulación y el control que se hace del espacio público urbano.
En Bogotá se hizo posible observar una estructuración genérica
que responde a una ausencia de la perspectiva de género que ha sido
trasladada a la regulación y control del espacio público urbano. En este
sentido, los acercamientos normativos y técnicos desde la gestión de
dicho espacio desarrollan perspectivas generalizadoras que tienden a
la universalización del ciudadano, análisis que desde la perspectiva de
la geografía de género ha mostrado ser segregacionista de la plurali-
dad y de la diferencia desde el género.
Inicialmente, a nivel nacional se reconoce una concepción del es-
pacio público desde la perspectiva jurídica que lo funda y lo define
como el conjunto de inmuebles y elementos arquitectónicos y natu-
rales públicos destinados a la satisfacción de las necesidades urbanas
colectivas (Ley 9 de 1989; Ley 388 de 1997; Decreto 1504 de 1998). Pers-
pectiva legal que se considera base para la comprensión de esa noción
de espacio público a nivel nacional, reconocida por los expertos téc-
nicos que conformaron el grupo de entrevistados de la investigación
realizada, pero que no llega a involucrar la perspectiva de género y la
experiencia de las mujeres.
La manera en que el espacio público se concibe en la Constitución
Política Nacional de 1991 en Colombia brinda el marco de definirlo

consideró necesario revisar. Lo anterior en consideración a que el enfoque ocupado


se delimita como práctica y concepción de conocimiento a través de lo cual se busca
la comprensión de los fenómenos de orden social desde la perspectiva de los actores
sociales.
214  Territorios y espacialidades

como derecho ciudadano y una obligación del Estado. El espacio pú-


blico un derecho de todas las personas siendo a la vez una obligación
y un deber del Estado su administración, mantenimiento, regulación
de los usos sociales y apropiación social en condiciones de equidad e
igualdad de género, argumento expresado en las entrevistas realizadas
a los expertos que tienen injerencia en el espacio público urbano de la
ciudad de Bogotá.
Desde la regulación institucional distrital, el espacio público es
concebido como un espacio democrático al ser entendido como el an-
dén, como bien colectivo y público (Por la Bogotá que queremos, 1998;
Mockus, 2003; Bogotá Humana, 2012), escenario de la sociabilidad, la
convivencia y el ejercicio de la ciudadanía desde la diversidad (Por
la Bogotá que queremos, 1998; Bogotá sin indiferencia un compromi-
so social contra la pobreza y la exclusión, 2004; Plan Maestro de Es-
pacio Público del año 2005) y que pertenece al ciudadano (Mockus y
Bormberg, 1997; Bogotá positiva: por el derecho a la ciudad y a vivir
mejor, 2008). De igual forma, al ser concebido el espacio público para
la formación de las personas, se esperaría que dicha formación esté
dada desde el reconocimiento de la diferencia desde el género (Formar
ciudad, 1995; Mockus, 1997; Bogotá para vivir todos del mismo lado,
2001).
En términos concluyentes el estudio realizado en Bogotá dio evi-
dencia que la concepción del espacio público que ha orientado la ges-
tión en las dos últimas décadas en la ciudad, específicamente en el
periodo comprendido entre 1991 y 2012, muestra tener una ausencia
de la perspectiva de género. Aunque han existido intentos en incor-
porar cuestiones que tienen que ver con dicha perspectiva y la expe-
riencia de las mujeres, no han sido consideradas en su totalidad y no
han logrado verse reflejadas en su aplicabilidad desde la regulación y
el control que se hace del espacio público urbano, mostrando con ello,
que existe una aparente neutralidad.
Los argumentos que sustenta la mencionada conclusión transitan
por la comprensión de las lógicas de dominación que subyacen en la
concepción del espacio público urbano y en las relaciones de género
en el espacio. Se encontró que la ausencia de la distinción de género
en la concepción del espacio público urbano no permite visibilizar su
Espacio público urbano con perspectiva de género  215

estructuración genérica. Paralelamente, que la concepción del espacio


público urbano reproduce las relaciones de producción y reproduc-
ción, y por tanto la estructuración genérica del espacio, lo cual refleja
las maneras cómo el género se construye y tiene efectos sobre la socie-
dad, donde no se tiene en cuenta dicha estructuración genérica.
Desde el marco normativo nacional, la gestión neutral del espacio
público se recoge en cuatro actos legislativos. El primer acto presen-
tado cronológicamente es la Ley 9 de 1989 que define legalmente el
concepto de espacio público en el país y se considera vigente en térmi-
nos de su conceptualización en la actualidad; al respecto de la gestión
del mismo, la Ley establece la acción popular como mecanismo para
la defensa y protección del espacio público (artículo 8). Posteriormen-
te, la Constitución Nacional de 1991 establece algunas cualidades del
espacio público y en general de los bienes públicos, que delimitan los
procesos de regulación del espacio público en Colombia. Estas cuali-
dades tienen que ver con que el espacio público es inalienable, inem-
bargable e imprescriptible. El tercer acto legislativo nacional, la Ley
388 de 1997 conocida como Ley de Ordenamiento Territorial, en la que
además de establecer las acciones administrativas, políticas y de pla-
nificación física mediante las cuales los municipios de manera autóno-
ma promuevan el ordenamiento territorial, define la gestión de forma
más inclusiva, al incorporar el mejoramiento de la calidad de vida de
las personas con un enfoque plural y de respeto a las diferencias. Y el
cuarto acto legislativo es el Decreto 1504 de 1998, que establece en el
artículo 1 que el Estado es garante de la protección del espacio público;
los municipios y el distrito deben liderar todos los procedimientos de
gestión del espacio público incluyendo su planeación, construcción y
mantenimiento, que son prioridad en los usos del suelo.
En una escala distrital, la gestión es posible observarla desde los
planes de desarrollo de la ciudad de Bogotá de cada una de las admi-
nistraciones, en los que se presenta una serie de artículos referidos a
la regulación del espacio público. Desde algunos de estos contenidos
se da nuevamente sustento concluyente a la tesis de la ausencia de la
perspectiva de género, dado que es posible ver que, aunque se han
involucrado aspectos que dan lugar a una apertura de la gestión del
espacio público, es importante que se vincule de manera más directa
216  Territorios y espacialidades

dicha perspectiva. Si bien es cierto, algunos de los planes de desarrollo


vinculan una gestión democrática, es fundamental que ésta se logre
irradiar en todos los componentes mediante los cuales se gestiona el
espacio público urbano. Asimismo, ocurre con algunos de los planes
de desarrollo en los cuales se menciona haber tenido en cuenta una
gestión equitativa, inclusiva y justa.
Aspectos sobre la gestión del espacio público evidencian que se
encuentran plasmados en algunos documentos de carácter técnico que
muestran la intencionalidad de una gestión a través de políticas de uso
de forma tal que permita el acceso equitativo a la ciudad por parte de
todos, siendo la recuperación y defensa del mismo esenciales, en el
marco del aprovechamiento económico.
No se puede desconocer que ciertas posturas de la gestión, que se
analizan como democratizadoras en las que se vincula la participación,
han sido ampliamente cuestionadas al considerarse que legitiman de-
cisiones que ya han sido claramente definidas por la administración
distrital y la maquinaria privada con intereses económicos en el espa-
cio público. La gestión del espacio público debe, en tanto, posibilitar
la participación igualitaria, no sólo con la participación de las mujeres,
sino de otras identidades en las determinaciones sobre el espacio pú-
blico, como bien se está realizando en la última administración de la
cuidad de Bogotá. Con esto se aporta desde la democratización de la
gestión del espacio público, donde la participación igualitaria en las
decisiones urbanas y, en general, en la planificación de los espacios
públicos, supone avances frente a la equidad social y espacial, al ser
garante del acceso al espacio público y a la ciudadanía sin discrimina-
ción de género u otra categoría identitaria.
Aún lo visto, en los instrumentos normativos, en términos del in-
terés de vincular una gestión ampliada del espacio público, la gestión
respecto al género sigue siendo aparentemente neutral. Tener en cuenta
la perspectiva de género implica vincular en su verdadera dimensión
la gestión del espacio público diferencial, que reconoce la aproxima-
ción referente al reconocimiento de la heterogeneidad de las personas;
la gestión para un espacio público equitativo, según la cual se reconoce
desde un enfoque de derechos la gestión para la equidad social; la ges-
tión inclusiva, desde la que se hace referencia a las particularidades de
Espacio público urbano con perspectiva de género  217

la gestión desde la perspectiva de género; y la democratización de la


gestión del espacio público urbano.
Es importante tener en cuenta sobre especular una posible gene-
ralización de estos hallazgos para la situación en Latinoamérica que
ameritaría hacer estudios comparados al respecto, a pesar de que la
investigación presentada parte de la idea de que Bogotá puede consi-
derarse como una ciudad representativa de la dinámica latinoamerica-
na en correspondencia a la problemática de la relación entre el género
desde la geografía del género, el territorio y el espacio público urbano.
Por último, el estudio presentado da lugar a un despliegue de implica-
ciones y proyecciones a nivel científico y social de lo que se considera
debe seguirse desarrollando. Así entonces, entre las implicaciones y
proyecciones a nivel científico y social que se consideran que deben
continuar profundizándose, está el asunto de la comprensión de las
lógicas de dominación que se manifiestan en el territorio, que subya-
ce de una concepción neutral del espacio público urbano. Con ello se
busca impactar positivamente en la gestión del territorio. Lo anterior
se da al desnaturalizar la gestión neutral basada en la comprensión del
espacio público urbano como producto de las interacciones sociales en
las cuales el género es estructurador.
Desde el orden social genérico y su manifestación en el espacio
público, que ha significado para las mujeres la imposición de barreras
de orden social y espacial que limitan el ejercicio de la ciudadanía, se
busca al dar evidencia teórica y empírica de estas lógicas de domi-
nación en el espacio. Esto se examina con base en el género para que
se valide la experiencia diferenciada de las mujeres para corroborar
y atender sus necesidades espaciales que se desligan de un reconoci-
miento de la importancia de la perspectiva del género.
En esta dirección, la dominación masculina del espacio eviden-
ciada desde la concepción del espacio público como inseguro y hostil
debe ser abordada a partir de todos los componentes que hacen parte
de la experiencia de las mujeres en dicho espacio. Entre éstos, se debe
incluir la seguridad objetiva y la seguridad percibida haciendo énfasis
en un espacio público concebido para los todos, incluidos los hom-
bres, las mujeres y otras identidades de género. Lo anterior, se da al
reconocer la experiencia diferencial que transita por el reconocimiento
218  Territorios y espacialidades

del plano de lo corporal como condición que desexualiza el espacio


público para la igualdad entre hombres y mujeres en el espacio público
urbano.

Referencias

Alarcón, M. B. (2007). Lugares significativos para la mujer en Bogotá,


de 1910 a 1948. Pre-Til, 13, 8-28.
Alonso, M. y Brandariz, G. (2004). Género y espacio Público Urbano.
Conferencia dictada en el instituto Hanna Arendt. Buenos Aires,
Argentina. Recuperado de: http://www.arquitectura.com/amai/
inv-0005.htm
Bailly, A y Béguin, H. (1992). Introducción a la Geografía Humana. Barce-
lona, España: Masson. (pp. 54-69).
Blanco, J. (2007). Espacio y territorio: elementos teórico-conceptuales
implicados en el análisis geográfico. En F. Caso, M. Victoria y R.
Gurevich, (coords.). Geografía. Nuevos temas, nuevas preguntas. Ar-
gentina: Biblos.
Beauvoir, S. (1987). El Segundo Sexo (1a ed.). Argentina: Siglo xx.
Borja, J. y Castells, M. (2012). La ciudad multicultural. Asociación del
Arte y la Cultura de Valladolid. Recuperado de: http://ddooss.org/
articulos/textos/castells_Borja.htm
Borsdorf, A. (2012). Hacia la ciudad fragmentada. Tempranas estructu-
ras segregadas en la ciudad latinoamericana. Scripta Nova. Revista
electrónica de geografía y ciencias sociales. 7(146) 122. Recuperado de
http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(122).htm
Brunet, R., Ferras, R. y Théry, H. (1993). Les mots de la géographie,
dictionnaire critique. Cahiers de géographie du Québec, 37(102), 591-
592. Recuperado de: http://id.erudit.org/iderudit/022390ar DOI:
10.7202/022390ar
Castells, M. (2000). La era de la información: economía, sociedad y cultura.
México: Siglo xxi.
Castillo, S. F. (2007). ¡Las uvas de la ira!: Geografía, género y agroin-
dustria en Chile. Revista Universitaria de Geografía, 16(1), 179-199.
Ciccolella, P. (1998). Globalización y dualización en la Región Me-
Espacio público urbano con perspectiva de género  219

tropolitana de Buenos Aires: Grandes inversiones y reestructu-


ración socioterritorial en los años noventa. EURE, 25(76), 5-27.
Recuperado de http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttex-
t&pid=S0250-71611999007600001&lng=es&tlng=es. 10.4067/S0250-
71611999007600001.
Cutillas, E. (2011). Geografía de género. Geografía Social y del Bien-
estar. Material de curso: Parte 1. Los estudios de género en Geo-
grafía: evolución, temas de interés y significado. Recuperado de:
https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/17341/1/Tema%205.%20
Geograf%c3%ada%20de%20G%c3%a9nero.pdf
De Mattos, C. A. (mayo-agosto 2001). Movimientos del capital y ex-
pansión metropolitana en las economías emergentes latinoameri-
canas. Revista de Estudios Regionales, 2(60), 5-43).
Delgado, M. (2007). Sociedades movedizas. España: Anagrama.
Díaz, M. A. y Jiménez, F. J. (2010). Transportes y movilidad: ¿necesida-
des diferenciales según género? Memorias del Segundo Seminario
Internacional sobre Género y Urbanismo. Infraestructuras para
la Vida Cotidiana etsam, upm. Madrid, España: Departamento de
Geografía. Universidad de Alcalá.
Díaz, I. A. (2013). Mujeres y mercado de trabajo del turismo alternativo
en Veracruz. Economía, Sociedad y Territorio. 42, 351-380.
Duarte, C. y Vargas, M. (2013). Modelo de ciudad en Colombia. Uni-
versidad Nacional de Colombia.
Escobar, M. (1993). Territorios de dominacao estatal e fronteirasnacio-
nais. En M. Santos (comp.), Fin de seculo e globalizacao, Brasil: Hu-
citec-Anpur.
Fainstein, S. (2000). New Directions in Planning Theory. Urban. Affairs
Review, 35(4), 451-478. Recuperado de: https://es.scribd.com/docu-
ment/211242600/New-Directions-in-Planning-Theory
Folguera, P. (1982). La presión del espacio urbano sobre la actividad
de la mujer: espacio interior y exterior. Estudios Territoriales, 5,107-
124.
García, M. D. (2008). ¿Espacios asexuados o masculinidades y femini-
dades espaciales?: hacia una geografía del género. semata, Ciencias
Sociales y Humanidades, 20, 25-51.
García, I. (2012). Los procesos globalizadores, la ciudad y los espacios
220  Territorios y espacialidades

públicos. En: Etnografía de un espacio público: Las Vizcaínas en el cen-


tro histórico de la ciudad de México. Una propuesta de antropología del
espacio. Tesis doctoral. Escuela Nacional de Antropología e Histo-
ria. Posgrado de Antropología Social.
Giménez, G. (2000). Territorio, cultura e identidades. En: R. Rosales,
Globalización y regiones en México. (pp. 19-33). México: Porrúa.
Hayden, D. (1981). What would a non-sexist city be like? Speculations
on housing, urban design, and human work. En C. R. Stimpson et
al. (eds.), Women and the American City (1981), en R. T. Le Gates
y F. Stout, The City Reader (2000).503-518.
Hayes, S. C. (ed.). (1989). Rule-governed behavior: Cognition, contin-
gencies, and instructional control. New York: Plenum.
Jaeckel, M. y Van Geldermalsen, M. (marzo 2006). Gender equality and
urban development: building better communities for allen. Glo­
bal Urban Development Magazine, 2(1). Recuperado de: http://www.
globalurban.org/GUDMag06Vol2Iss1/Jaeckel%20&%20van%20
Geldermalsen.htm.
Janoschka, M. (2002). El nuevo modelo de la ciudad latinoamericana:
fragmentación y privatización. EURE, 28(85), 14-15). Recuperado
de http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0250-
Karsten, L. (2003). Children´s use of public space: the gendered world
of playground. Chilhood, 10(4),457-473)
Lefebvre, H. (1991) [1974]. The production of space. Oxford: Blackwell.
Licona, E. (2007). Habitar y significar la ciudad. México: Conacyt y Casa
Abierta al Tiempo.
Lindón, A. (2006). Territorialidad y género: una aproximación desde la
subjetividad espacial, en Pensar y Habitar la ciudad: Afectividad,
memoria y significado en el espacio contemporáneo. (pp. 13-33).
España: uam-Iztapalapa y Antrhtopos, Cuadernos A.
McDowell, L. (1983). Towards the understanding of the gender divi-
sion of urban space. Environment and Planning D: Society and Space,
1(1), 59-72.
Montañez, G y Delgado, O. (1998). Espacio, territorio y región: con-
ceptos básicos para un proyecto nacional. Cuadernos de Geografía,
2(1-2), 120-134
Muxí, M. Z., Casanovas, R., Ciocoletto, A., Fonseca, M. y Gutiérrez V.
Espacio público urbano con perspectiva de género  221

B. (junio2011). Qué aporta la perspectiva de género al urbanismo?


Revista Feminismo/s, 17, 105-129.
Oldenburg, R. (1999). The great good place: Cafés, coffee shops, bookstores,
bars, hair salons and other hangouts at the heart of a community. New
York: Marlowe.
Ortiz, A. (2007). Hacia una ciudad no sexista. Algunas reflexiones a
partir de la geografía humana feminista para la planeación del
espacio urbano. Revista Territorios, 5, 16-17, 11-28. Recuperado de
http://www.redalyc.org/pdf/357/35701702.pdf
Páramo, P., y Burbano, A. M. (2011). Género y espacialidad: análisis de
factores que condicionan la equidad en el espacio público urbano.
Universitas Psychologica, 10(1), 61-70. Recuperado de http://www.
redalyc.org/articulo.oa?id=64719284006
Páramo, P., y Cuervo, M. (2006). Historia social situada en el espacio públi-
co de Bogotá. Bogotá, Colombia: Ediciones Universidad Pedagógica
Nacional.
Páramo, P. (2010). Aprendizaje situado: creación y modificación de
prácticas sociales en el espacio público urbano. Revista Psicologia y
Sociedade, 22 (1), 130-138. Recuperado de http://www.redalyc.org/
articulo.oa?id=309326443016
Paravicini, U. (2002). Rol y uso social de espacios públicos en una pers­
pectiva de género. El renacimiento de la cultura urbana. Munici-
palidad de Rosario, Argentina.
Pineda, J. (2007), Hacia una ciudad incluyente: género e indicadores
sociales en Bogotá. Pre-Til, 13, 29-47.
Project for Public Spaces. (2002). How to turn a place around. A hand-
book for creating succesful public spaces. Project for Public spaces.
Sabaté, A. (1984). Mujeres, geografía y feminismo. Anales de Geografía
de la Universidad Complutense, 4.
(2000). Género y medio ambiente y acción política: un debate pendi-
ente en la geografía actual. Anales de la Geografía de la Universidad
Complutense, 20, 177-191.
Sánchez, I. (2007). Urbanismo con Perspectiva de Género. España: Instituto
Andaluz de la Mujer.
Soto, P. (enero-julio 2007). Ciudad, ciudadanía y género. Problemas y
paradojas. Revista Territorios, 16-17, 29-45.
222  Territorios y espacialidades

(2009). Lo público y lo privado en la ciudad. Casa del Tiempo, 2(17), 54-


58.
(2011). La ciudad pensada, la ciudad vivida, la ciudad imaginada:
Reflexiones teóricas y empíricas. La ventana. Revista de estudios de
género, 4(34), 7-38.
Tello, R. y Quiroz, H. (2009). (eds.). Ciudad y diferencia. Género, cotidia-
neidad y alternativas. España: Bellaterra.
Trachana, A. (2013). Espacio y género [en línea]. En: Á. Recto. Revista
de estudios sobre la ciudad como espacio plural, 5(1), 117-131. Recupe­
rado de http://www.ucm.es/info/angulo/volumen/Volumen05-1/
varia01.htm
Usach, N. y Garrido, R. (2009). Globalización y ciudades en Améri-
ca Latina: ¿Es el turno de las ciudades intermedias en la Ar-
gentina? (pp. 7-38). Recuperado de http://www.scielo.org.ar/
scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1851-37272009000200001&l-
ng=es&nrm=iso
Wachs, M. (1996). The automobile and gender: An historical perspec-
tive. Recuperado el 12 de enero de 2010 de http://www.fhwa.dot.
gov/ohim/womens/chap6.pdf
Wekerle, G. (1984). A Woman’s place is in the city. Antipode, 16(3), 11-
19.
Williams, J. (2014). Bogotá, urbanismo posmoderno y la transfor-
mación de la ciudad contemporánea. Revista de Geografía Norte
Grande, (57), 9-32. Recuperado de: http://www.redalyc.org/articu-
lo.oa?id=30030855003-
EL TERRITORIO DE LA NOSTALGIA Y MEMORIA
EN LA MIGRACIÓN INTERNACIONAL
La Villita de Chicago

Dra. Miriam Reyes Tovar1

Introducción

La demarcación simbólica del territorio, desde un viraje del recuerdo


y la memoria, ofrece el privilegio de adentrarnos en el análisis de la
construcción e identificación de los territorios en la migración interna-
cional. La movilidad física de las personas conlleva a cuestas una mo-
vilidad simbólica e interpretativa que permite conocer las diferentes
formas de simbolización de los lugares en función de la memoria y el
recuerdo de lo que se ha dejado y transitado.
En este sentido, observar la movilidad migrante en su relación con
los afectos y apegos hacia el lugar de origen más allá de las fronte-
ras físicas del territorio posibilita presentar una reflexión teórica hacia
la precisión escalar establecida en la relación identidad y territorio, la
cual vinculada con la movilidad y cotidianeidad permite observar los
diferentes modos de identificación, pertenencia y apropiación que los
sujetos tienen con los territorios vía la cotidianeidad.
El interés hacia el territorio y la migración, como proveedores de
un conocimiento hacia la diversidad cultural que puede inscribirse en
los espacios a través de la movilidad, es el eje de análisis y punto de
partida de este capítulo. En el marco de las migraciones internaciona-
les, el énfasis territorial ha sido remitido, en su mayoría, a un análisis

1  Doctora en Geografía. Profesora investigadora de tiempo completo de la Universi-


dad de Guanajuato, campus Celaya-Salvatierra. Adscrita al Departamento de Estudios
Culturales, Demográficos y Políticos. ([email protected])
223
224  Territorios y espacialidades

de conexiones de espacios geográficos distantes (lugar de origen y des-


tino), posicionando su conceptualización en el ámbito transnacional
(Massey, 1991). Sin embargo, y desde una precisión hacia los espacios
de vida de los migrantes desde su cotidianeidad, es necesario observar
cómo la valoración hacia los ámbitos de identificación, apropiación y
pertenencia socio-territorial remiten hacia el ámbito escalar, es decir,
los lugares y los territorios.
Este trabajo parte de la premisa de valorar al territorio como el
lugar de la experimentación, movimiento, significado y lugar creativo,
donde los deseos e imaginarios conllevan diversas categorizaciones
(bueno, malo, difícil, fácil, etc.) que escriben el territorio. Y que, con
la migración, en ese ir y venir de los migrantes por diferentes lugares,
proveen una forma distinta de admirarlo y entenderlo.
En un primer momento, se posiciona el discurso hacia la impor-
tancia de virar la reflexión hacia el territorio y su relación con el recuer-
do y la memoria a partir de las diversas maneras en las que se apropian
los lugares, desde la territorialización.
En el segundo apartado se establece una reflexión respecto a la
relación identidad y territorio dentro de los estudios de migración in-
ternacional, como una forma de pensar en las diferentes formas en las
cuales los sentimientos de pertenencia, en y desde el movimiento, son
experimentados, vividos, percibidos, sentidos y materializados por los
sujetos. Para de esta forma presentar, en un tercer apartado los “terri-
torios de la migración”, es decir, el lugar de origen y el lugar de arribo,
los cuales pueden ser observados como lugares de múltiples saber-ser
del sujeto.
La pertinencia de este trabajo en los estudios que vinculan la mi-
gración y el territorio simbólico, desde el uso de la memoria, radica en
particularizar el sentido que cobra la relación entre espacios provistos
de significado y la memoria de aquello que se ha dejado, se ha pasado
y se ha significado con la migración, para aludir hacia la voz que tiene
la memoria del lugar en la migración.
La villita de Chicago  225

El territorio de la nostalgia y la memoria

La discusión respecto a una integración, asimilación o pérdida cultural


e identitaria con su referente espacial de las personas ante una movi-
lidad, como lo es la migración, permite revisitar a la identidad como
una cuestión de sentido de “ser en el mundo” que se intersecta con uno
o varios lugares que tendrán significado desde su relación personal,
familiar y grupal.
Desde un punto de vista fenomenológico, es decir, una visión en-
caminada hacia el lado sensible de la Geografía, en la cual trataríamos
de contemplar y escuchar los fenómenos antes de juzgarlos y clasi-
ficarlos según conceptualizaciones adquiridas, estaríamos frente a la
necesidad imperante de relacionar la espacialidad con la subjetividad.
En otras palabras, adentrarnos al espacio de vida del sujeto. A nivel
geográfico, el concepto de “mundo vivido”2 permite comprender el
sentido del espacio-tiempo y cultural de la experiencia ordinaria y co-
tidiana del territorio; observar las representaciones espaciales como
construcción de sentido y significado de la percepción, destacando la
constante relación que establece el sujeto entre su sensación y percep-
ción con y en el espacio.
De tal forma, precisar en las escalas de identificación de los sujetos
en un orden espacial y cultural conlleva también al análisis del terri-
torio en torno al sentido y funcionalidad de la identidad territorial del
sujeto migrante en un campo de movilidad, en el cual, la concepción
de las diversas formas de simbolización que se crean para constituir y
reafirmar los sentimientos de inscripción del sujeto en el espacio per-
mite entender la expresión y simbolización del ser en el espacio.
El sentido de identidad y pertenencia respecto a un lugar crea una
suerte de espacialidad de la vida; se transforma el espacio en algo sig-
nificativo; en el marco de la Geografía, el lado más humano del espa-
cio se ve circunscrito a lo que tanto apuntaba Kant en su pensamiento
metafísico del espacio (1970, p. 227), en el cual no puede existir expe-
riencia humana sin tiempo ni espacio; el espacio le otorga al hombre

2  Con base en el filósofo alemán Edmmun Husserl (1962) y su conceptualización de


espacio de la vida, podemos observar las representaciones como construcción de sen-
tido y significado de la percepción.
226  Territorios y espacialidades

la posibilidad de tener sensaciones, a través de la experiencia y la per-


cepción. Estableciendo así la oportunidad de crear un giro interesante
hacia las construcciones geográficas de nuestra experiencia, las cuales
hoy más que nunca han cobrado matices de encuentros y traducciones.
Con base en Foucault y Miskowiec, y su énfasis espacial circunscrito
en el pasado siglo xix, cuando decía “el presente, tal vez sea sobre todo
la época del espacio. Vivimos una época de simultaneidad, caracte-
rizada por la yuxtaposición; lo lejano y lo cercano; el lado a lado; lo
disperso […]” (Foucault y Miskowiec, 1986, p.1).
En ese giro reflexivo hacia la espacialidad, las construcciones geo-
gráficas de nuestra experiencia en el tiempo y en el espacio, ante una
dinámica de cotidianeidad y movilidad, conllevan a preguntarnos por
la reflexión hacia el ¿qué pasa cuando nuestros procesos de vida se
circunscriben en lugares a los que les dotamos un significado más allá
del tiempo presencial y se convierten en pieza clave de nuestros re-
cuerdos?, es decir, ¿qué sucede cuando les otorgamos a los lugares un
significado en función de nuestra vida cotidiana y por ende, los apro-
piamos en nuestra memoria y en nuestra propia geografía imaginaria?
En este sentido, la construcción de una imagen del territorio en-
marcada en una serie de percepciones y sentimientos hacia él, deriva-
das de la movilidad del sujeto, permite posicionarnos en una visión
significativa de una construcción del territorio; es decir, su dimensión
simbólica, la cual hablará de las diversas maneras que tienen los sujetos
migrantes para hacer suyos sus espacios, desde las prácticas derivadas
de lo cotidiano, los usos de los lugares, las funciones de su vivienda,
hasta los problemas y contrastes; creando una visión vivencial y signi-
ficativa del mismo.
Es precisamente en esta imagen vivencial del territorio, donde la
acotación hacia el proceso de identificación hacia él establece una for-
ma de “identidad territorial”, esto es, una conexión del sujeto con su
territorio a través de lo que para Tuan (2007) sería un uso, aprensión
y aprehensión del espacio; donde, además, el valor emotivo y afectivo
hacia el territorio dará cuenta de lo que posteriormente podríamos lla-
mar valor simbólico y afectivo del lugar de origen del migrante.
De tal forma, pensar la cotidianeidad y sus procesos sociocultu-
rales desde un punto de vista geográfico propicia a adentrarnos en
La villita de Chicago  227

el punto central de este trabajo, dar respuesta a la interrogante, ¿qué


pasa cuando nuestros procesos de vida se circunscriben en lugares a
los que les dotamos un significado más allá del tiempo presencial y
se convierten en pieza clave de nuestros recuerdos?, y más aún, ¿qué
pasa con esos recuerdos en un proceso de movilización, como lo es la
migración internacional?
Edward Soja y su conceptualización de la espacialidad de las re-
laciones sociales (1989) demanda una conciencia hacia la producción
social del espacio y el tiempo en función de un cúmulo de imaginarios
geográficos significativos y funcionales para el desarrollo del ser como
un entramado de lugares simbólicos que ordenan, significan y produ-
cen la experiencia espacial, social y cultural del sujeto a nivel indivi-
dual y colectivo.Dicha experiencia sensorial puede ser vista como una
relación de “creación” por parte del sujeto, al establecer un moldeado
del espacio en su forma material y simbólica, construyendo marcas so-
cioculturales (Lindón, 2008) en determinados lugares; desde las cuales,
también el sujeto se ve moldeado por éstos, creando así un sentimiento
de identificación.
Precisamente, la experiencia espacial da cuenta de las relaciones
que establecen los sujetos con los lugares. Con base en Lussault (2007),
se presenta “el espacio tal como es percibido y practicado por los seres
que allí viven”, ya sea en forma individual o colectiva, se crea una fuer-
te relación existencial entre el individuo socializado y sus lugares (Di
Méo, 1999), creando una carga de valores culturales que dan cuenta de
la pertenencia y arraigo de un grupo respecto a un lugar preciso.
De tal forma, la apropiación simbólica y material que el sujeto rea-
liza da cuenta de las diversas maneras que tenemos los sujetos por
espacializar los espacios: “[…] la apropiación le representa al sujeto
el sentido de poseer un lugar propio y con un orden propio” (Lindón,
2012, p. 25), mediante el cual, se crea una forma de configurar y signi-
ficar el mundo. Bajo esta forma de “lugarización del mundo”, se po-
nen de manifiesto las ideas, prácticas y cotidianeidades inherentes a
las simbolizaciones y percepciones de los lugares que se habitan. Te-
nemos una serie de relaciones que dan cuenta de la forma en la cual
habitamos los lugares; a partir de la cotidianeidad recorremos, vemos,
disfrutamos, añoramos y rechazamos ciertos lugares que cobran aún
228  Territorios y espacialidades

más significado cuando los socializamos. Dicho de otra forma, y en


el marco de la dimensión simbólica y vivencial del espacio, desde las
prácticas derivadas de lo cotidiano, los usos de los lugares, las funcio-
nes de su vivienda hasta los problemas y contrastes, crean una visión
vivencial y significativa del mismo.
En el caso de las movilizaciones, propiamente hablando en las mi-
graciones internaciones, se establecen desplazamientos físicos y men-
tales, se crea una relación corpórea con ese espacio y también con sus
significados; el dejar un lugar simbólico, propio y personificado por el
sujeto hacia uno nuevo que puede ser conocido, vía los comentarios
de familiares y amigos, o bien desconocido, hace que esos lugares se
conviertan en escenarios de oportunidades, dificultades, alteridades y
puestas en escenas.
En los estudios de migración, la articulación entre los conceptos
de identidad y territorio cada vez van cobrando más importancia, ya
sea a través de observar la relación identidades-espacio en una cons-
tante transformación dinámica e integral, o bien, bajo su análisis de
forma subjetiva en la conceptualización territorial, como lo es la sim-
bolización y significación de nuevas organizaciones territoriales, tales
como los barrios de migrantes en las grandes capitales mundiales.
Desde esta óptica, el debate puesto en la integración, asimilación
o pérdida cultural e identitaria (con su referente espacial) de las perso-
nas ante una movilidad, como lo es la migración, permite ir más allá de
ella y considerar a la identidad como una cuestión de sentido de “ser
en el mundo” que se intersecta con uno o varios lugares que tendrán
significado desde su relación personal, familiar y grupal.
Precisar hacia las escalas de identificación de los sujetos en un
orden espacial y cultural conlleva al análisis del territorio como ese
espacio de vida del sujeto donde sus diversas prácticas hablarán de la
función de ese “ser en el mundo”. De tal forma, que sentido y funcio-
nalidad de la identidad territorial del sujeto migrante en un campo de
movilidad contribuyen hacia la concepción de las diversas formas de
simbolización que se crean para constituir y reafirmar los sentimientos
de inscripción del sujeto en el espacio.
Entonces, la construcción de una imagen del territorio enmarcada
en una serie de percepciones y sentimientos hacia él, derivadas de la
La villita de Chicago  229

movilidad del sujeto, permite posicionarnos en una visión significativa


de una construcción del territorio; me refiero a su dimensión simbóli-
ca, la cual hablará de las diversas maneras que tienen los sujetos mi-
grantes para hacer suyos sus espacios, desde las prácticas derivadas de
lo cotidiano, los usos de los lugares, las funciones de su vivienda hasta
los problemas y contrastes; creando una visión vivencial y significativa
del mismo.

Territorio y Migración

Para los estudiosos de la migración, el poder acercarse hacia el aspecto


territorial de la movilidad, desde su forma vivencial, permite adentrar-
nos en el tema de la construcción social y simbólica. Con la finalidad
de entender cuáles y cómo son los procesos de identificación con un
determinado lugar.
De acuerdo a Piveteau (1995), son dos ámbitos de entendimiento
que se yuxtaponen de forma dialéctica y dinámica, el primero referi-
do a la idiosincrasia o ámbito identitario que refleja la simbiosis, per-
tenencia y apropiación; y el segundo, el ámbito temporal, visto éste
como los cambios sucedidos a lo largo de las décadas pasadas pero que
provocan una permanencia de la personalidad del territorio.
Esta caracterización realizada por Piveteau, con respecto a un
proceso de identificación, no sólo deja observar el conjunto de lugares
donde se anclan los significados en común, sino que además ese pro-
ceso posee una temporalidad que facilita poner los ojos en el tiempo
y sus figuraciones pasadas y presentes pudiendo observarlo como un
elemento simbólico inherente a la memoria colectiva; en este sentido y
con base en Debarbieux (1995), la temporalidad se encuentra presente
en la conformación de las prácticas y representaciones espaciales de
una sociedad hacia la búsqueda de una significación.
Lo que tanto para Piveteau (1995) como para Debarbieux (1995) es
de vital importancia entender, es la presencia temporal y su relación
con el espacio de experiencia como una forma de observar la incorpo-
ración del pasado en el espacio mediante los recuerdos y la memoria
colectiva hacia y con el lugar. Es justo en esa suerte de supervivencia
230  Territorios y espacialidades

del pasado y su instauración con el espacio donde se presenta el dina-


mismo espacio-temporal de las imágenes de los lugares y territorios en
la migración internacional. Es mediante los procesos de simbolización
y significación que las personas realizan en los lugares donde se puede
evocar hacia una ruptura con las concepciones habituales de territorio
y circulación; al dotar un mayor sentido social y espacial al movimien-
to; destacando de esta forma, cómo los territorios sólo podrán tener
significado con base en la experiencia que las personas les otorguen
a nivel individual o colectivo, así como la forma en la que lo usan, lo
apropian y lo significan (Tarrius, 2000).
Evocar una reflexión respecto a la relación identidad y territorio
dentro de los estudios de migración internacional implica pensar en
las diferentes formas en las cuales los sentimientos de pertenencia, en
y desde el movimiento, son experimentados, vividos, percibidos, sen-
tidos y materializados por los sujetos. El territorio visto a través de la
memoria sobrepasa su tiempo y su espacialidad, puede ser revisitado,
vivido y sobre todo pensando en función de un anclaje con uno o más
lugares; retomando a Piveteau (1995), el tiempo singulariza los eventos
y así los identifica, el espacio permite la encarnación del tiempo. Y de
acuerdo a lo anterior, la toponimia singulariza a los lugares y así los
encaja en la memoria y en la historia, mediante aquellos nombres que
le son dados.
El territorio desde su carga más simbólica se presenta como un
espacio de pertenencia y de apropiación (Piveteau, 1995). Sin embargo,
hay que preguntarnos sobre los procesos de pertenencia y apropiación
espacial de un sujeto cuando se encuentra en un proceso de movilidad,
como lo es la migración. Es necesario señalar la particularidad con res-
pecto al papel que juega aquel lugar que se ha dejado para llegar a otro
nuevo, y el efecto sobre la relación sujeto-lugar y su inscripción en el
imaginario global del concepto de territorio.
Desde la inspiración más fenomenológica y humanista de la Geo-
grafía hacia lo que es la dimensión simbólica del territorio, puedo po-
sicionarme en un ámbito que ha sido trabajado desde los años setenta
por geógrafos franceses y anglosajones, me refiero al lado onírico y
afectivo de los lugares como una forma de concebir nuestras múltiples
relaciones y formas de habitar en el mundo, es decir, las representacio-
La villita de Chicago  231

nes territoriales que marcan la atención hacia “el sentido del lugar” y
el “ser del lugar” como una forma de conexión entre espacio y espíritu
del sujeto.
De tal forma, una evocación del territorio, entendida como la
construcción retórica destinada a diseñar su connotación significati-
va, nos lleva a observar las diferentes manifestaciones que pueden ser
simbolizadas para crear una notoriedad (u ocultar) los lugares hacia
su construcción y permanencia más allá de las fronteras físicas. Prosi-
guiendo con Debarbieux (1995), los atributos que puede tener el terri-
torio para su significado parten de una convencionalidad que hacen
que signifique algo. Esto es, partiendo del hecho de que la significación
de las representaciones que los sujetos realicen de un determinado lu-
gar, podrán montar no sólo el significado de ellas, sino que crearán di-
versas expresiones de eso que se representa; se conciben alegorías que
sirven para crear representaciones y significados de los lugares, como
lo pueden ser las imágenes expresivas que acompañan los recuerdos
del territorio que se dejó o se pasó en la migración.
El territorio visto a través de la memoria sobrepasa su tiempo y su
espacialidad, puede ser revisitado, vivido y sobre todo pensando en
función de un anclaje con uno o más lugares, como se menciona en la
toponimia de Tuan (2007), anteriormente referida.
A través de los recorridos de los migrantes, su ir y venir, el estar
en dos territorios distintos con una multiplicidad de elementos que
les otorga su singularidad y sus propios significados, va marcando un
proceso en el cual la memoria anima los rincones que se han dejado
en el olvido por el paso del tiempo, o que bien, tras un recuerdo, se
convierten en el portavoz de la memoria; un espiral que llamamos te-
rritorio (Piveteau, 1995, p. 120).
Tal como lo concibió el geógrafo francés Braudel (1986), la geogra-
fía, entendida como un mapa, se dibuja y redibuja en función no sólo
de realidades presentes, sino también mediante la supervivencia del
pasado; en una imagen poética muy sutil el autor menciona “[…] la
tierra está como nuestra piel, condenada a conservar las huellas de las
heridas antiguas” (Braudel, 1986, p. 25). Es justo en esa relación de pa-
sado y recuerdos que perduran, los que mueven la nostalgia, el olvido
y el devenir de la memoria hacia y con el territorio.
232  Territorios y espacialidades

La relación dialéctica entre cuerpo y territorio permite vislumbrar


las diversas formas en las cuales los sujetos le conferimos sentido a
nuestro ser en el mundo. A partir de la creación de nuestras geografías
imaginarias, esas cartografías de los lugares en función de nuestra vida
cotidiana es que volamos la mirada hacia lo inmaterial, como diría el
teórico del espacio poético Gastón Bachelard (2000), despertamos el
placer de imaginar y producir imaginarios.

Los territorios de la migración:


La Villita de Chicago

Los diversos procesos de adaptación, apropiación e identificación que


los sujetos establecen con su espacio de vida, en el marco de la migra-
ción, permiten observar la articulación entre “aquí” y “allá” mediante
el uso de la imaginación creativa y la experiencia territorial (Lindón,
2008; Cortes, 2009). Observar al territorio como un espacio creativo que
remite la construcción simbólica, desde lo material e inmaterial, por
parte de sus actores, por ejemplo migrantes, permite destacar cómo
con en un proceso de movilidad —en este caso la migración interna-
cional— los migrantes llevan consigo un conjunto de símbolos e infor-
mación respecto al lugar del cual parten y posteriormente, en su lugar
de origen, pueden crear “traducciones”, acomodos o mezclas de los
mismos; además, al regresar a su lugar de origen, establecer un proce-
so de intercambio cultural.
A través de su construcción simbólica, el territorio presenta su di-
mensión intangible que sale a la luz a través de los geosímbolos, los
cuales, de acuerdo a Bonnemaison (1981), se presentan como una ex-
presión cultural investida de particularidad, es decir, son aquellos lu-
gares, itinerarios o construcciones que, ya sea por una razón religiosa,
cultural o política, sobresalen a los ojos de los grupos y se convierten
en parte de su identidad. Pensado así, y prosiguiendo con Bonnemai-
son, los lugares simbólicos se convierten en los “lugares fuertes” del
espacio, pudiendo demarcar la noción de ver en los lugares que poseen
mayor significado, una forma de portadores de la memoria. Las repre-
sentaciones hechas hacia la traza de lo que es el territorio de origen,
La villita de Chicago  233

desde el recuerdo, permiten poner la atención en el papel central que


juegan los elementos visuales en su conjunción para las percepciones
y observar cómo éstas se transforman en representaciones que se cons-
tituyen en imaginarios gracias a un proceso simbólico (Lindón, 2007,
p. 8). En las imágenes del pasado, el ámbito comparativo entre lo que
fue y lo que es será el referente de partida para denotar las cualidades
o características buenas o malas. Un ejemplo es el caso de la narrativa
pasada, en la cual el hecho de que aún no existiera un elemento ajeno
a la conformación urbana de la comunidad, como lo es una carretera,
marcaba la sensación de tranquilidad, ámbito que posteriormente será
perdido ante el tránsito constante de vehículos y de personas.
Los territorios de la migración, el lugar de origen y el lugar de
arribo, al observarlos como puntos de encuentro que convergen en
intercambios, interacciones y encuentros, pueden ser analizados
como lugares de múltiples saber-ser del sujeto; se convierten en es-
pacios-tiempos interactivos, dinámicos, cambiantes, traducidos y/o
reconfigurados, que le otorgan al migrante “estar aquí y estar allá”,
creando diferentes identidades para el territorio en función de sus
prácticas y niveles de apropiación y significación simbólico-territorial.
En este sentido y desde un enfoque más visual, en las calles es-
pacializamos la vida, nos desplazamos física y mentalmente, creamos
una relación corpórea con ese espacio y también con sus significados,
nos adueñamos del espacio urbano en función de nuestro recorrer, de
nuestro propio trazado imaginario de nuestra cotidianeidad, hacemos
nuestros los lugares e incluso los convertimos en escenarios de oportu-
nidades, dificultades, alteridades y de puestas en escenas.
Así, la calle, en tanto espacio público y de uso común, se nos pre-
senta investida de formas y movimientos que son reconocidos en los
recuerdos. Se habita la memoria con un pasado que se hace presente,
y un presente que se quiere convertir en futuro; desde las migraciones,
los territorios habitados en presente se combinan con el bullicio de las
voces del pasado (Masera, 2014) para mostrar que lejos de crear la di-
cotomía, ahora-ayer/pasado-presente, se establece una yuxtaposición
de espacios y temporalidades. En la migración, movilidad y memo-
ria se intersectan en la base de la imaginación y muestran un mundo
creado de conexiones, donde lo distante se convierte en próximo; y lo
234  Territorios y espacialidades

pasado se vuelve presente. Se materializan ensoñaciones y se interio-


rizan emociones.
Desde la imaginación, los vínculos que pueden llegar a establecer-
se como conectividades con el territorio nos dirigen hacia lo íntimo del
ser. Con base en Bachelard (2000), esto es la evocación hacia nuestra
alma secreta, es decir, las remembranzas de nuestra existencia.
En el caso particular de la migración mexicana hacia Estados Uni-
dos, la nostalgia y recuerdo por aquello que se ha dejado forma parte
de un proceso de arraigo aun en la distancia. La migración mexicana
en la ciudad de Chicago ha sido, sin lugar a dudas, una de las más re-
presentativas en los movimientos migratorios mexicanos. Esta ciudad,
en su espacio urbano, ha sido el contexto de acción de varias manifes-
taciones en los denominados “barrios mexicanos”, principalmente en
Pilsen y La Villita (Little village). Bada y Mendoza (2013, p. 46) mues-
tran cómo Pilsen fue una puerta tradicional de entrada de inmigrantes
mexicanos desde los años cincuenta hasta la década de los ochenta,
convirtiéndose en un área claramente mexicana, en su calle central, la
18. Aspecto que se comparte con Little Village o La Villita, el segundo
enclave mexicano en Chicago.
La Villita se localiza al oeste de Pilsen y surgió ante el inminente
crecimiento de Pilsen por la década de 1970, extendiéndose más allá de
la calle 26, espacio por demás representativo de la identidad mexicana
y apropiación territorial y cultural. Tanto Pilsen como La Villita repre-
sentan grandes años de lucha y visibilización migrante en Chicago. En
el caso del barrio La Villita, se ha convertido en la zona comercial más
importante en los Estados Unidos para los mexicanos. A lo largo de
la calle 26, se puede perder la referencia geográfica de estar fuera de
México, ya que México se ha mudado para allá.
Sobre dicha calle pueden encontrarse decenas de restaurantes,
supermercados de ingredientes y productos mexicanos, panaderías,
boticas, agencias de viajes, casas de cambio, tortillerías, carnicerías, za-
paterías, peluquerías, tiendas de ropa, puestos en las esquinas de la ca-
lle vendiendo fruta picada, agua de sabores, globos, atole y tamales. Es
decir, variedad de establecimientos comerciales que bien podrían ser
catalogados como parte de un “negocio de la nostalgia” (Hirai, 2014).
La Villita refleja también la historia de la migración mexicana de Chi-
La villita de Chicago  235

cago. Los dueños de negocios en su gran mayoría son migrantes que


llegaron hace 30, 40 o más años a esta ciudad.
La calle de la 26 es el espacio donde se desarrollan el movimien-
to económico, el comercio y algunos de los servicios y actividades en
Chicago, existiendo diversas maneras de manifestar su presencia en el
espacio urbano. En el caso de la Villita, al igual que Pilsen, los murales
y el espacio urbano se han convertido en la dupla más significativa de
la memoria del lugar,

[…] los murales han sido un recurso que tanto la comunidad mexicana
como algunas instituciones y artistas han estado realizado como expre-
sión artística para afirmar su presencia en el barrio. Con esta manifesta-
ción cultural hacen patente la presencia mexicana del espacio dentro de
la ciudad. Es una forma de apropiación imaginaria en espacio urbano y
real (Galván, 2013, p. 28).

La identidad expuesta en su forma visual, vía el mural, genera una


visión del complejo proceso de adaptación, apropiación e identifica-
ción. En un espacio multicultural, como lo es Chicago, mantener una
relación con lo que se ha dejado, o de donde se proviene, ha servido
como un referente de presencia y permanencia identitaria, del saber
ser y saberse mexicano.
Por su parte, la calle como espacio de convergencia pública y cons-
trucción simbólica visual nos deja entrever las diversas experiencias
del espacio que la migración trae consigo. Desde un punto de vista
cultural y territorial, el caso de La Villita y la calle 26 nos lleva a un
replanteamiento de la ubicación, en tanto experiencia de espacio. Re-
firiéndonos a la diversidad de lugares, en términos de Martín-Barbero
(2006, p. 9), “el espacio de en medio es el de la circulación, que es el
no-lineal… el del intercambiador”, y como marco de visibilización cul-
tural, muestra un desdoblamiento de la identidad, que se sabe arraiga-
da a un territorio, pero que se presenta en otro territorio modificado.
La circulación y la no-linealidad que señala Martín-Barbero (2006)
apuntan hacia el uso y apropiación de los espacios en la migración.
Para la calle 26, el haberse convertido en la zona comercial del barrio
mexicano y del ámbito representativo de la construcción identitaria
236  Territorios y espacialidades

del ser mexicano en Chicago ha creado una modificación del paisaje


norteamericano. Ya que construir un espacio que se camina, recorre,
escucha y vive desde el recuerdo de lo que se dejó marca el paso para
un espacio transformado, se vive en una ciudad que se apropió y fun-
damentó desde la memoria. Se ha resignificado el espacio desde la fa-
miliaridad.
La experiencia que la calle 26 ofrece para los migrantes nuevos y
de antaño en La Villita, respecto a su habitar en Chicago, versa entre
un no-olvido y una atemporalidad; así como en una constante pro-
ducción del espacio, se sabe que la calle es pública, les pertenece a los
mexicanos quienes la construyen y reconstruyen por su cotidianeidad,
y proceso de reafirmación identitaria. Se impusieron usos y signifi-
cados al paisaje urbano norteamericano y se apropiaron de éste para
marcar una nueva configuración espacial: un paisaje urbano mexicano
de la movilidad.
De tal forma, la importancia de valorar el aspecto geográfico en la
migración internacional radica en entender y conocer la complejidad
de las prácticas que los individuos establecen en su relación con los
lugares y sus significados, no sólo a nivel de espacio próximo, sino
también a través de una relación con múltiples espacios, donde lo sim-
bólico radica en la experiencia de la movilidad y su interpretación per-
mite cartografiar desde las palabras lo que el espacio significa para las
personas en la migración internacional, tanto a nivel emotivo, signifi-
cativo y vivencial.

Conclusión

En el marco de las migraciones internacionales, desde su posiciona-


miento territorial, observar las maneras en las cuales la relevancia del
lugar de origen se convierte en una trama de sentido que le permite
al migrante poder tener un anclaje no sólo identitario, sino también
espacial de su ser en el mundo, permite evocarle un lugar del pasado
que cobra significado en su presente y que le permite una trayectoria
biográfica y por ende, significativa hacia el o los lugares en los cuales
se transcurrió su vida y se convierten en sus anclajes espaciales en la
La villita de Chicago  237

movilidad. En este sentido, virar la reflexión hacia el lado más emotivo


y subjetivo del territorio como lo es la memoria y los recuerdos en la
migración permiten entender la multiplicidad de espacios simbólicos
que buscan tener un momento de añoranza más allá de la nostalgia.
Evocar una reflexión respecto a la relación identidad y territorio, den-
tro de los estudios de migración internacional, hace pensar en las dife-
rentes formas en las cuales los sentimientos de pertenencia, en y desde
el movimiento, son experimentados, vividos, percibidos, sentidos y
materializados por los sujetos. Nos encontramos frente a la emergencia
de nuevos espacios de relación social y espacial que se concretizan en
territorios o espacios de vida dinámicos que hablan de las relaciones
establecidas entre los sujetos y el espacio.
Hoy en día asistimos a la articulación de territorios y nuevas te-
rritorialidades producidas por la circulación de bienes simbólicos y
materiales derivados de la migración, los cuales son el producto de
una multiplicación de referencias espaciales que parten de las diversas
formas bajo las cuales los sujetos establecen sus sentimientos de perte-
nencia, apropiación y/o traducción de sus espacios de vida.
Cuando la gente migra lleva consigo todo un cúmulo de recuerdos
a cuestas, su familia, amigos, historias y lugares. En un ámbito espa-
cial, el territorio de origen de los migrantes, aquel espacio en el que
se habitó por algún tiempo, se recorrió, se le dio un significado y se le
recordó, hoy forma parte de la memoria, de sus creencias, sus valores
e identidad.
El sujeto migrante logra traspasar fronteras físicas y mentales me-
diante el afecto, la familia, la añoranza, el recuerdo, la nostalgia y la
memoria, ésta última se convierte en el punto crucial para afianzar u
olvidar el territorio de origen. El caso de La Villita nos deja como tarea
reflexionar con mayor precisión en el campo de la afectividad territo-
rial, de voltear la mirada hacia todas aquellas historias circunscritas en
los lugares; tratar de entender cómo desde el movimiento, las personas
pueden crear narrativas de su habitar y cómo, aunque se deje un lugar,
el recuerdo permanece en la memoria.
238  Territorios y espacialidades

Referencias

Bachelard, G. (2000). La poética del espacio. México: fce


Bada, X. y Mendoza, C. (2013). Estrategias organizativas y prácticas
cívicas binacionales de asociaciones de mexicanos en Chicago:
Una perspectiva transnacional desde el lugar. Migraciones inter-
nacionales, 7(1), 35-67. Recuperado el 18 de septiembre de 2016,
de: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pi-
d=S166589062013000100002&lng=es&tlng=pt
Braudel, F. (1986). L’identité de la France. París: Arthaud-Flammarion
Bonnemaison, J. (1981). Voyage autour du territoire. L’Espace géo-
graphique, 10(4), 249-262.
Cortes, G. (2009). Migraciones, construcciones transnacionales y
prácticas de circulación. Un enfoque desde el territorio. Párrafos
Geográficos, 8(1).
Debarbieux, B. (1995). Le lieu, le territoire et trois figures de rhétorique.
L’Espace géographique, 24(2), 97-112.
Di Méo,G. (1999). Géographies tranquilles du quotidien. Une anal-
yse de la contribution des sciences sociales et de la géographie
à l’étude des pratiques spatiales. Cahiers de géographie du Québec,
43(118), 75-93.
Foucault, M. (14 de marzo1967). Des espaces autres. Conferencia dic-
tada en el Cercledes études architecturals. Publicada en Architec-
ture, Mouvement, Continuité, octubre de 1984 (5). Traducida por
Pablo Blitstein y Tadeo Lima.
Galván, A. I. (2013). Apropiación-Revitalización México-americana en
Pilsen en la ciudad de Chicago. Afirmando una identidad. Jangwa
Pana, 12, 25-34. Recuperado el 18 de septiembre de 2016, de: http://
oaji.net/articles/2015/2336-1439565647.pdf
Hirai, S. (julio-diciembre 2014). La nostalgia. Emociones y significados
en la migración transnacional. Nueva Antropología, 27. Recupe-
rado el 18 de septiembre de 2016, de: <http://www.redalyc.org/
articulo.oa?id=15936205005> ISSN 0185-0636
Husserl, E. (1986). Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía
fenomenológica. Libro Primero: Introducción general a la fenomenología
pura. México: Fondo de Cultura Económica.
La villita de Chicago  239

Kant, I. (1970). Crítica de la razón pura. vol. i. Madrid: Clásicos Bergua.


Lindón, A. (2012). Geografías de lo imaginario. Barcelona: Anthropos Edi-
torial; México: Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa.
(2007). La ciudad y la vida urbana a través de los imaginarios urba-
nos. EURE (33). Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.
oa?id=19609902; acceso 25 de marzo de 2015.
(2008). De espacialidades y Transnacionalismo. En D. Hiernaux y M.
Zárate (eds.). Espacios y Transnacionalismo. México: Universidad
Autónoma Metropolitana.
Lussault, M. (2007). L’Homme spatial. La construction sociale de l’espace
humain. París: Seuil.
Martín-Barbero, J. (2006). Pensar juntos espacios y territorios. En D. He­
rrera y E. Piazzni. (eds.). [Des]territorialidades y [no]lugares: procesos
de configuración y transformación social del espacio. Medellín: La Ca­
rreta editores.
Masera, M. (2014). Mapas del cielo y la tierra. Espacio y territorio en la
palabra oral. México: unam.
Massey, D. (junio 1991). A global sense of place. Marxism today.
Piveteau, J. (1995). Le territorio est-il un lieu de mémoire? L’Espace géo-
graphique, (2), 113-123.
Soja, E. (1989). History: Geography: Modernity. Chapter 1 of Postmodern
Geographies: The Reassertion of Space in Critical Social Theory. (1a y 2a
ed.). (pp. 10-42). London: Verso.
Tarrius, A. (2000). Les nouveaux cosmpolitismes: mobilités, identités, terri-
toires. París: Aube.
Tuan, Y. (2007). Topofilia: Un estudio de las percepciones, actitudes y valores
sobre el entorno. Barcelona: Melusina.
Territorios y espacialidades. Abordamientos disciplinares, de varios autores,
se terminó de imprimir el mes de diciembre de 2016,
en los talleres de Ediciones del Lirio, S.A. de C.V.,
con domicilio en Azucenas núm. 10, Col. San Juan Xalpa, C.P. 09850,
Delegación Iztapalapa, México D.F., Tel.: 5613-4257.
El tiraje consta de 500 ejemplares.

También podría gustarte