González Buelta SJ-Caminar Sobre Las Aguas

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INDICE
I. El desafío del «mundo líquido»
1. La cultura que respiramos
2. Caminar sobre las aguas
3. Dialogar con la noche, los vientos y las olas
II. La integración personal
1. El cuerpo: ¿envoltorio o transfiguración?
La bondad del cuerpo
La religión de cuerpo
La cultura de los sentidos
El Hijo de Dios en un cuerpo humano
Transformar el propio cuerpo
La ascética: «amar el cuerpo»
La mística: la transfiguración del cuerpo ....
2. El pensamiento: ¿aprobación mediática o la «locura de Dios»?
Un pensamiento propio
La apertura a las diferencias
Una cultura de la información
La alucinación del espectáculo
Jesús, la «sabiduría de Dios»
La «sabiduría de Dios» se encarna en cada uno de nosotros
La ascética del pensamiento
Mística: la locura que nos ilumina
3. La afectividad: ¿la fruición del adicto o la pasión creadora?
El corazón en el centro
Vanos intentos de reencantar la vida
La orfandad que respiramos
En el corazón del Evangelio
Liberar, centrar y llenar de pasión el corazón
La ascética: una afectividad que se libera
La mística: la pasión por Dios y por su reino
4. La decisión: ¿fluir en la vida líquida o acoger la novedad de Dios?
La decisión
«La agitación permanente»
«La tiranía de las posibilidades»
«Decir sí sin decir no»
«El yo colonizado»
¿Decidimos o somos llevados?
«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»
La nueva propuesta de Dios para cada uno de nosotros
La ascesis: buscar y asumir la nueva propuesta de Dios
La mística: unirse a Dios en cada decisión
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III. La integración en la realidad


1. El cosmos: ¿cantera para el saqueo o un hogar sin exclusiones?
Nuevo acercamiento al cosmos: de máquina a misterio
Más responsables de la tierra
Un mundo más comunicado
Las heridas que nos desafían
La tierra prometida
Ante el «universo mundo»
La ascética: un cosmos habitable
La mística: un cosmos habitado
2. El otro: ¿conexiones útiles o relaciones fecundas?
Existimos en relación
Más conectados, pero ¿mejor relacionados?
Encuentro de «identidades inciertas»
La pluralidad de los encuentros
Dios se hace un Tú en Jesús
En el encuentro con el Otro, me encuentro
Ascética: el encuentro con el otro
La mística: la debilidad y la fuerza del Otro en el otro
3. La historia: ¿sucesión de episodios o apuesta por lo germinal?
La caída de las utopías
La sociedad desencantada
El dinamismo más hondo de la historia
Servidores de la «vida verdadera» [EE 139]
La ascética de la historia
La mística de la historia
4. La comunidad: ¿confluencia de individualismos o un cuerpo sin exclusiones?
Redefinir la comunidad
Del yo solo e inseguro a lo comunitario
El reino crea comunidad y se anuncia desde ella
Liberar el corazón para vivir la comunidad ...
La ascética de la comunidad
La mística de la comunidad
IV. Un solo dinamismo inseparable: integración personal e integración en la realidad
1. El Dios de mi intimidad es también el Dios de toda la realidad
2. Buscar el mundo en el corazón de Dios y a Dios en el corazón del mundo
3. En la visibilidad del Hijo y la discreción del Espíritu
4. En relación: cercanía y distancia
5. El proceso: urgencia y pausa
6. Ser desde la frontera novedad evangélica en el centro
7. La poda inevitable: persecución y bendición
8. El fuera y el dentro de la alegría necesaria ...
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I.EL DESAFÍO DEL “MUNDO LÍQUIDO”.

1. LA CULTURA QUE RESPIRAMOS.

La cultura nos envuelve como el aire. No podemos respirar sin respirarla. Por todos
nuestros sentidos se adentra en nuestra intimidad. Se hace caricia sobre la piel en la
suavidad de las telas que vestimos y las cremas que nos ungen, aroma en los perfumes
que compramos en los “Duty Free” de los aeropuertos, sabor en el brandy que hemos
visto caer en la pantalla del televisor a cámara lenta girando en la copa de cristal, color
seductor en los estantes de los centros comerciales bajo el juego de la luz que
embellece la mercancía, música y voz viajando con nosotros en los transportes
climatizados.

Sería pretencioso creer que podemos estar todo el día sumergidos en esta atmósfera
que respiramos, y que no se siembre en nuestra interioridad ni una sola de las semillas
que transporta el viento. Los técnicos de la comunicación y del comportamiento
humano han estudiado minuciosamente cómo entrar en nuestra casa sin que nos
demos cuenta, con estímulos que a veces son subliminares. No es necesario que
pretendamos ver nada. Los objetos de consumo nos miran a nosotros y nos persiguen
donde quiera que vayamos. Tampoco hace falta que les indiquemos el camino. Ellos
saben cómo moverse por nuestras rutas interiores, pues son como los misiles
inteligentes que pueden cambian constantemente de camino hasta que impactan el
objetivo que se desplaza de un sitio para otro. Las sensaciones nos perseguirán a
donde quiera que vayamos.

No todo es consumo y seducción en la cultura. También hay tragedias que estremecen


los pueblos, como los terremotos de Haití o de Chile, protestas contra las cumbres
donde se reúnen los jefes de las naciones más ricas, reportajes sobre situaciones
humanas que urgen nuestra solidaridad, alternativas al mundo dominante que vivimos
y propuestas de vida justa que se va abriendo paso cada día desde la audacia de su
debilidad germinal. Pero, de alguna manera, todas estas noticias son transmitidas
dentro del esquema de la sociedad de consumo. Se compran y se venden. Tienen
dueño. Compiten. Buscan clientes. Se trasmiten de forma que puedan impactar la
sensibilidad del que las consume.

En medio de toda esta cultura tan estudiada para hacernos clientes y militantes,
también alienta el Espíritu. Hay vida nueva buscando corazones donde alojarse. El
Espíritu también encuentra el camino para encarnar su propuesta de vida nueva y
hacerla llegar a nuestros sentidos, a veces incluso en las mismas imágenes que
pretenden esconderlo. En el brillo de los ojos de un niño en medio del caos de la
guerra en Afganistán, podemos sentir que hay Alguien que empieza a rehacerlo todo.

Necesitamos transformar nuestros sentidos para percibir la realidad de otra manera,


las dimensiones escondidas que no son presentadas porque no interesan, o porque no
existen para los técnicos de la información y de la publicidad. La hondura de la
realidad, donde Dios trabaja sin descanso, sólo es percibida por la sensibilidad que ha
sido transformada en la contemplación. También necesitamos en determinados
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momentos buscar otros espacios ecológicamente sanos, para desintoxicarnos y recrear


una intimidad al estilo de Jesús. Otras sensaciones llegarán a nuestros sentidos, nos
trasformarán y podremos movernos por el mundo como una propuesta de vida
alternativa más humana. Este es nuestro desafío y nuestra vocación fundamental.

La ascética nos hace disponibles para Dios, física, sicológica y espiritualmente


disponibles. La mística nos transforma cuando Dios nos “abraza en su amor” (EE 15).
Las dos dimensiones del encuentro con Dios son necesarias para integrarnos como
personas y para situarnos de manera libre y creadora en nuestra cultura.

No podemos acercarnos a una época de cambios profundos, con la ascética de otros


tiempos pues estaríamos fuera de la realidad donde Dios vive y se comunica hoy, ni
tampoco buscar a Dios en los signos de un mundo que ha dejado de existir en gran
medida. Buscamos a tientas una nueva ascética que nos haga disponibles para Dios, y
esperamos una nueva mística, una comunicación de Dios donde antes no podríamos ni
siquiera imaginarlo. Tal vez, desde nuestra frágil barca flotando en el “mundo líquido”,
nuestro dedo sorprendido pueda señalar las nuevas orillas de nuestra cotidianidad y
decir como Juan: “Es el Señor” (Jn 21,7).

2. CAMINAR SOBRE LAS AGUAS

En el “mundo líquido” sólo tenemos una opción, aprender a caminar sobre las aguas.
Los discípulos se habían apartado con Jesús a un lugar despoblado, para descansar y
compartir lo que estaban experimentando al anunciar el reino de Dios por las aldeas de
Galilea, a las que él los había enviado (Mc 6,7-12). La situación era especialmente
dramática. Ante esos pequeños inicios del reino, la comunidad había recibido un golpe
muy duro. Herodes había mandado degollar a Juan el Bautista (Mc 6,14-29). Además
todos estaban agotados, pues “eran tantos los que iban y venían que no encontraban
tiempo ni para comer” (Mc 6,31). En esta coyuntura de persecución, de miedo y de
cansancio, toman distancia. Se retiran lejos de las calles donde la sinagoga contaba los
pasos de los caminantes en sábado, donde las fuerzas de seguridad de Herodes
vigilaban cualquier movimiento sospechoso y donde los soldados del imperio
controlaban el orden. Atravesaron el lago y se alejaron hacia un lugar despoblado, un
espacio de libertad.

Pero el pueblo se enteró y salió de todas partes a buscar a Jesús; se sintió conmovido
por la búsqueda tenaz y esperanzada del pueblo abandonado, como ovejas sin pastor,
y se puso a enseñarles largamente. El tiempo pasó rápido. Se hizo tarde y la gente no
había comido. Los discípulos le sugieren a Jesús: “Despídelos para que vayan a los
campos y a los pueblos vecinos a comprar algo para comer” (Mc 6, 36). Pero Jesús les
respondió con claridad. “Denles ustedes de comer” (6,37). Trajeron a Jesús cinco panes
y dos pescados. Algo insignificante para tanta gente. Jesús los bendijo y empezaron a
compartirlos. El gran milagro consistió en que una multitud desorganizada, de
desconocidos, después de escuchar a Jesús fuese capaz de sentarse de manera
ordenada, en grupos, y que todos compartieses los panes de la tierra y los pescados
del mar, sin que nadie acaparase ni negociase con el pan. Este signo anuncia que los
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bienes necesarios para vivir son para todos y que la tierra debe ser devuelta a los
hambrientos, a los pobres.

Leyendo la misma escena en el evangelio de Juan, vemos que los discípulos, junto con
la gente, querían hacer rey a Jesús (Jn 6,15). Un pueblo reunido compartiendo el pan y
la palabra en paz sobre la hierba verde al final del día, era un claro signo mesiánico.
Pero Jesús sabía que eso era sólo un signo que señalaba hacia dónde caminar, qué es lo
que el reino de Dios ofrecía. Pero no era en despoblado, al margen de las calles y casas
cotidianas, como se iba a realizar esa utopía haciéndolo a él rey, que era el sueño
compartido por el pueblo. El reino de Dios no se realiza en despoblado, en un
momento de entusiasmo compartido, sino que hay que construirlo en la vida cotidiana,
en medio de los trabajos y encuentros de siempre, entre alegrías, dolores y amenazas.
Por eso Jesús “obligó” (Mc 6,45) a los discípulos a embarcarse y navegar hasta la otra
orilla, hacia los poblados donde habían experimentado los inicios del reino, pero donde
pesaba ahora la amenaza de Herodes que había sido capaz de asesinar al Bautista tan
querido por todo el pueblo.

El lago siempre causaba temor. Era culturalmente un espacio de malos espíritus que
hacían daño a los navegantes. En el lago, como en su hábitat natural, se precipitaron
los cerdos destructores en los que entraron los malos espíritus que salieron del
hombre de Gerasa cuando fue curado por Jesús (Mc 5,13). Los discípulos estaban
confusos y desencantados. No entendían a Jesús (Mc 6,52). Se les presentó una
ocasión magnífica para un éxito contundente y la desaprovechó. En medio del lago los
sorprende la noche, hay viento fuerte, reman pero no avanzan, se esfuerzan con toda
su pericia de pescadores pero están siempre en el mismo sitio. Jesús aparece pero
tienen miedo, creen que es uno de los fantasmas del lago. Se tranquilizan cuando
reconocen a Jesús. En el evangelio de Mateo, Pedro le dice a Jesús que le mande
caminar por el agua hasta él. Pedro empieza a caminar, da algunos pasos, pero cuando
sopla el viento fuerte tiene temor y empieza a hundirse. Pedro era un experto nadador,
pero se asusta porque ya no puede caminar sobre el agua. Lo hunde el miedo, la poca
fe. Jesús extendió la mano y lo sostuvo (Mt 14,28-31). Con Jesús en la barca la
tempestad se calma y pueden llegar a tierra.

Podemos leer esta escena como una parábola de nuestro mundo. Nos desencantamos
porque hemos confundido los signos del reino que encontramos en tantas reuniones
del pueblo sencillo, en comunidades de diferentes estilos, en congresos teológicos
inspiradores, con la realización próxima y triunfal del reino de Dios. Ahora vivimos en
un “mundo líquido”, donde todo fluye, no sabemos dónde hacer pie, y el Señor nos
obliga a embarcarnos porque hay que atravesar esas aguas profundas y turbulentas
para llegar a la tierra donde se realiza el reino de Dios. Algunos prefieren quedarse en
la costa, separados del pueblo, cantando y pidiéndole a Dios que abra las aguas por el
medio como hizo en el mar Rojo ante los ruegos de Moisés. Pero Jesús “nos obliga” a
caminar sobre las aguas hacia la tierra cotidiana, atravesando la noche, los vientos en
contra y el desconcierto. Tal vez podamos dar algunos pasos como Pedro sobre el agua
en momentos excepcionales, pero normalmente atravesaremos el lago en la pequeña
barca de la comunidad.
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No todo es líquido en nuestro mundo. Hay muchos que han construido la casa sobre la
roca firme, alentados por el Espíritu de Jesús (Mt 7, 24-27). Mientras las aguas corren
rápidas y turbulentas, hay personas, grupos, comunidades y familias que están bien
construidos. Pero no podemos quedarnos aislados en nuestras seguridades. Hay que
moverse por las fronteras de nuestro mundo donde la vida se precipita con
incertidumbre y hay que saber navegar sobre las aguas. Tan importante es la destreza
para manejar los remos y la pequeña vela, como tener ánimo en el corazón para no
mirar hacia atrás presos por la nostalgia del prodigio vivido en la tierra firme del
descampado. Tan necesario es poner con total disponibilidad nuestras habilidades y
destrezas al servicio de esta travesía, como sentir en el corazón la esperanza que nos
regala Jesús y la certeza de que más allá del mundo líquido hay tierra firme donde
brotan las nuevas manifestaciones del reino de Dios entre nosotros. Pero ahora nos
toca caminar sobre las aguas alentados por la presencia de Jesús en medio de
nosotros.

Necesitamos una ascética de navegantes en el mundo líquido y la mística que


experimenta a Dios caminado en medio de la noche sobre las olas encrespadas. En el
pasado, la ascética tuvo acentos que la deformaron: voluntarismo, exaltación del dolor
para merecer gracias de Dios, considerar al cuerpo como malo acosando al alma,
sospecha y temor para gozar de los bienes de este mundo que Dios nos ha dado,
imagen de Dios con ceño fruncido, como juez implacable y minucioso en sus
contabilidades ante nuestras limitaciones y pecados. Hoy comprendemos mejor la
necesidad de una ascética propia de nuestro contexto cultural. La falta de ascética es
un engaño. Consideramos la ascética como estar disponibles para Dios, física, sicológica
y espiritualmente disponibles. Lleva consigo algunas prácticas concretas, como la
oración, el examen, el diálogo con un acompañante, etc. que ayudan a vertebrar la
vida. Pero va mucho más allá, pues va creando en la persona entera una actitud de
disponibilidad y de acogida, de ninguna manera acartonada, sino ungida por la gracia
de la mística que se refleja en la cordialidad y la esperanza con que se acerca a los
encuentros y tareas.

“El elogio de la espontaneidad y la naturalidad en una cultura en que la


espontaneidad está colonizada y la naturalidad sigue unos patrones de
comportamientos socialmente inducidos, también está llena de peligros. Lo que
se pretende que nos haga libres y nos abra a la gracia, nos deja encerrados en
nosotros mismos y a merced de los vientos que soplan” ( J. A. GUERRERO
ALVES. Hacia una espiritualidad para nuestro tiempo, ed. Idatz, San Sebastián,
2007, p. 92).

Consideramos la mística como experiencia profunda de Dios. También la mística ha


tenido acentos nada sanos: desentendernos del mundo para experimentar a Dios,
excesiva importancia a las manifestaciones corporales extraordinarias, buscar visiones
y no tanto tener una visión nueva de la realidad, considerarla como un don de algunas
personas excepcionales y no como una dimensión de toda persona. También hoy a
veces se busca una experiencia de Dios que fuerza la afectividad, se sitúa al margen de
la comunidad eclesial o no es discernida a la luz del encuentro con los últimos de este
mundo donde Dios se nos revela de manera privilegiada. Necesitamos la ascética de los
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remeros, su sentido de orientación en medio de la noche de la historia, su esfuerzo, su


conocimiento del mar y su destreza para lidiar con los vientos y las olas. Necesitamos
también la mística, que sabe discernir a Dios entre las sombras, lo invita a subir a
nuestra pequeña barca y llena nuestra vida de sentido.

3. DIALOGAR CON LA NOCHE, LOS VIENTOS Y LAS OLAS.


Los vientos no son necesariamente un obstáculo insalvable. Si sabemos dialogar con
ellos sin temor orientando de manera adecuada nuestra vela, pueden impulsarnos.
Imágenes de la noche que aparecen como fantasmas amenazantes en un primer
momento, pueden revelarnos la presencia de Jesús que no se queda solo en tierra
firme mientras nosotros sentimos la angustia del naufragio. Las oleadas diferentes que
llegan hasta nuestra barca pueden ahogarnos, pero también nos permiten avanzar
sobre las aguas.

Necesitamos inculturar el evangelio en nuestra realidad, ser signos de integración en


medio de la fragmentación y creadores apasionados del futuro consistente en medio
del mundo líquido. Podemos definir la cultura como un “sistema de creencias (sobre
Dios, la realidad, etc.), de valores (bueno, bello, verdadero) e instituciones (Iglesia,
familia, escuela). (J.M.FERNANDEZ MARTOS, “Ser Sacerdote en la cultura actual”, e. Sal
Terrae, Santander, 2010, p. 89). Ya decía Pablo VI, que “la ruptura entre evangelio y
cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo” (PABLO VI, Evangelii
nuntiandi, nº 20, 1975). “La síntesis entre fe y cultura no es sólo una exigencia de la
cultura sino de la fe. Una fe que no llega a convertirse en cultura es una fe no
plenamente acogida, no totalmente pensada y no fielmente vivida” (JUAN PABLO II, EN
La Universidad Complutense, 3 de diciembre de 1982).

El diálogo respetuoso con nuestra cultura sólo podemos realizarlo siendo personas de
nuestro tiempo, respirando dentro de las estructuras que la configuran y en la cercanía
de los encuentros. Somos invitados a vivir y difundir el evangelio en este mundo que
fluye sin detenerse y que Dios ama con una creatividad infinita. Por un lado tenemos
que vivir desde Dios y por otro vivir en medio de esta cultura con su ateísmo y su
indiferencia hacia Dios. Si no vivimos intensamente la relación con el Dios de la
intimidad que nos unifica por dentro y con el Dios de la historia que nos propone crear
el futuro de la “vida verdadera” juntamente con él, seremos poco a poco invadidos por
la cultura de los sentidos y asimilados a ella desde dentro. Nuestra propia identidad
será líquida, derramada, agua del lago agitada por la tempestad.

El gran desafío para nosotros es aprender a descubrir a Jesús en medio de la cultura


que nos envuelve con una sensibilidad nueva, diferente a la propuesta en la cultura de
los sentidos, de tal manera que se nos revele la acción de Dios en el mundo como la
última verdad de lo real. El camino no es mirar primero a Dios por un lado en los
espacios religiosos y después mirar al mundo viendo sólo su inconsistencia y su
pecado, sino mirar con amor nuestra cultura y descubrir con la misma mirada a Dios en
el fondo de ella. Puede ser que a veces la figura de Jesús sólo sea al principio una
claridad amenazante entre las sombras de la noche. Pero si lo reconocemos y le
permitimos subir a nuestra pequeña barca, podremos navegar sobre las aguas sin diluir
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la consistencia de la vida evangélica, sin quedar paralizados por el miedo y sin perder
el rumbo por el que nos impulsa hoy el viento del Espíritu.

VIDA CONTAMINADA

Respiramos la cultura
que nos envuelve a todos,
el oxígeno que nos da vida
y los virus que nos socavan.

Bebemos las relaciones


que llegan a nuestro rostro,
el agua que nos hidrata
y las bacterias que nos minan.

No podemos andar por la calle


con una máscara en la cara
que nos aparte del pueblo
para filtrar los cantos y los besos.

No podemos huir al vacío


de la soledad y la asepsia
donde no hay vida ni muerte
luchando por el futuro.

Al acoger en nosotros
la vida contaminada,
te acogemos a ti,
que estás dentro de la vida,
y la purificas con tu aliento
en el horno ardiente
de nuestra intimidad.
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II. LA INTEGRACIÓN PERSONAL


En la cultura fragmentada en la que vivimos, que también está dentro de nosotros
fragmentándonos por dentro, nos inspiramos en la transfiguración (Mc 9,2) en la que
Jesús aparece integrado plenamente en su decisión de ir a Jerusalén, en el encuentro
con el Padre que lo confirma en su camino, precisamente en el momento en que está
sometido a fuerzas desintegradoras que lo presionan desde fuera. Ha tomado la
decisión de subir a Jerusalén para anunciar el reino de Dios, decepcionando las
expectativas del pueblo, superando la incomprensión de los discípulos que intentan
disuadirlo de realizar ese viaje, y la amenaza de las instituciones judías que buscan la
oportunidad de eliminarlo. Ir a Jerusalén era meterse en la boca del lobo. (Cfr.
Benjamín GONZALEZ BUELTA, Orar en un mundo roto, ed. Sal Terrae, Santander 2002).

Respiramos constantemente una cultura que tiene muchos elementos desintegradores


que actúan en nosotros casi sin que nos demos cuenta y nos erosionan por dentro.
Pero también en esta cultura actúa el Espíritu que nos habita y que nos puede integrar
plenamente, sanándonos de nuestros desgarros y proponiéndonos la novedad de Dios
en la historia que Él busca realizar juntamente con nosotros.

La verdadera experiencia de Dios es integradora de la persona (cuerpo, pensamiento,


afectividad, decisión) y nos integra en la realidad (cosmos, otro, historia, comunidad),
donde Dios trabaja construyendo el reino que nos anunció Jesús. Buscamos definir la
experiencia mística y ascética que experimentamos en el encuentro con Dios en
nuestra realidad, como Jesús se encontró con el Padre en la suya, ayudados de manera
especial por la propuesta mistagógica que nos propone Ignacio de Loyola en los
Ejercicios Espirituales.

Para iniciar este camino, retomamos la trayectoria que sigue la realidad que se adentra
en nosotros por nuestros sentidos, nos recorre por dentro y regresa a la realidad en
nuestra acción como respuesta.

“Los sentidos originan la sensación; ésta, la percepción; ésta, el


pensamiento; que a su vez causa el sentimiento y la emoción, los cuales
producen la cualidad del ser y éste la cualidad de hacer, del obrar. O de
otro modo: obramos como somos, somos lo que sentimos, sentimos
como pensamos, pensamos como percibimos, de acuerdo con nuestras
percepciones y éstas dependen de los objetos que pueblan nuestro
ambiente. Tal es el flujo espontáneamente evolutivo de la vida mental
del hombre”. (Pedro FLINKER, “Comprenderse a sí mismo y entender a
los demás”).
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Sin embargo, este esquema tradicional no nos describe plenamente nuestro proceso
interior. La investigación actual de la neurociencia nos muestra que no sólo tenemos
una “inteligencia racional” que piensa y procesa las sensaciones que llegan a nuestros
sentidos. Tenemos también una “inteligencia emocional” que tiene un peso muy
importante en nuestra vida y que puede actuar con independencia de nuestro
pensamiento. En algunas ocasiones, ante determinados estímulos, podemos tomar
decisiones y actuar con gran rapidez de tal manera que no hemos podido pensar
nuestra respuesta. En ese momento se produce un verdadero “secuestro emocional”.
Podemos tomar decisiones que no son acordes con nuestros valores y opciones
conscientes. Esto puede suceder en grandes tragedias, como un asesinato repentino,
en una acción sorpresiva que salva una vida, o en las pequeñas reacciones de cada día
que pueden deteriorar la calidad de la existencia.

Es importante detenernos es este punto para ver cómo se realiza este proceso interior.
Los estímulos que llegan a nuestros sentidos son enviados al tálamo, y desde aquí sale
una conexión al neocórtex, a la inteligencia racional, pero sale también otra conexión a
la amígdala, que es una especie de archivo emocional, y que en un momento de gran
impacto emocional puede dar órdenes instantáneas a todo el organismo para actuar
sin dilaciones, antes de que haya habido tiempo de pensar. Esta reacción nos puede
salvar la vida en un momento de peligro inminente, o nos puede perder si actuamos
contra otra persona arrastrados por la ira o por el pánico. La importancia de tener bien
configurado nuestro mundo emocional es decisiva.

“Cuanto más intensa es la activación de la amígdala, más profunda es la impronta y


más indeleble la huella que dejan en nosotros las experiencias que nos han asustado o
nos han emocionado” (Daniel GOLEMAN, Inteligencia emocional, ed. Kairós, Barcelona
2008, p. 59). De ninguna manera se trata de suprimir el universo emocional. Lo
importante es que la “inteligencia emocional” y la “inteligencia racional” dialoguen
constantemente para orientar nuestra vida con dinamismo. (Cfr. Daniel GOLEMAN, pp.
23-70).

Nuestra cultura ha trabajado con éxito la manera de entrar dentro de nosotros a través
de los sentidos. La comunicación hoy es menos racional y más emocional, corporal,
narrativa e imaginativa. Los estímulos que llegan a nuestros sentidos tienen una gran
fuerza para impactar nuestra inteligencia emocional y configurar nuestras reacciones,
creando en muchos casos conductas aditivas y compulsivas.

“No hace falta insistir en la importancia que toda la psicología


contemporánea ha acordado dar al concepto de estímulo. Una
importancia que algunos no dudan en calificar incluso de mítica. En
cualquier caso, lo que está ciertamente probado es que nuestra
conducta es más interdependiente de los estímulos externos de lo que
nuestro narcisismo quisiera suponer. Nuestra tonalidad interior cambia
una y otra vez en función de los campos estimulares en los que estamos
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inmersos”. (Carlos DOMÍNGUEZ, La Psicodinámica de los Ejercicios


Ignacianos”, Mensajeo-Sal Térrea, p. 63).

El encuentro con Dios, la mística, se experimenta no sólo en nuestra razón, sino


también en nuestro mundo emocional, resuena en nuestro cuerpo, nos unifica en la
decisión y se expresa en nuestra acción en una vida llena de dinamismo y creatividad.

La experiencia mística de Ignacio de Loyola junto al río Cardoner nos puede inspirar
para comprender cómo la experiencia de Dios nos unifica por dentro y nos abre al
futuro. Para Ignacio cierra una etapa que había empezado en Loyola. Desde la
experiencia primera de su conversión durante la convalecencia, y después de atravesar
las intensas experiencias de Manresa, profundas consolaciones y desolaciones con
escrúpulos y depresión que lo llevaron a tener pensamientos suicidas,
inesperadamente, al lado del río Cardoner Dios llega hasta Ignacio cuando estaba
sentado al borde del camino contemplando la corriente del río. “Se le empezaron a
abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y
conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de las cosas de la fe y de
letras; y esto con una ilustración tan grande que le parecían todas las cosas nuevas”
(Au 30).

Laínez, comentando esta experiencia de Ignacio dirá: “fue especialmente ayudado,


informado e ilustrado interiormente de su divina Majestad, de tal manera que
comenzó a ver con otros ojos todas las cosas, y a discernir y probar espíritus buenos y
malos, y a gustar de las cosas del Señor” (Carta a Polanco de 1547, FN I,8)

Dirá Nadal que “así le quedó una actuación de contemplación y unión con Dios, que
sentía devoción en todas las cosas y en todas partes muy fácilmente” (FN II, 153). Todo
indica que Ignacio propuso esta experiencia del Cardoner en la contemplación para
alcanzar amor, donde nos invita a mirar toda la realidad para ver a Dios trabajando en
ella por mí. Es la transparencia, la diafanía de la realidad.

Toda la persona y la historia de Ignacio quedan integradas de tal manera que “le
parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto que tenía antes” (Cámara,
Au 30). Nace un hombre nuevo, el que se fue gestando lentamente desde Loyola.
Ignacio quedó profundamente marcado por esta experiencia fundante. Nos evoca las
palabras de Jesús a Nicodemo: “Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de
Dios” (Jn 3,3).

A partir de la iluminación interior (“mística de ojos cerrados”), Ignacio empieza a verlo


todo de otra manera (“mística de ojos abiertos”). Ve la acción de Dios en el mundo, no
sólo los elementos destructores. Es la mirada del que ya comienza a orientar su vida
para encontrarse con Dios en la realidad, en una misión apostólica en la que se une a la
acción de Dios con su propio trabajo creador. Pero necesitará un largo camino personal
para poder realizar el proyecto para el que Dios lo irá preparando.
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En el centro de la espiritualidad ignaciana estará siempre ese mirar todas las cosas de
tal manera que podamos descubrir en ellas al Dios que está presente trabajando, en
una intensa relación creadora con nosotros. Las cosas más sencillas son palabras que
nos dirige el Dios que nos sirve, que está en toda la realidad “ad modum laborantis”,
como el campesino que labora la tierra con el sudor de su frente.

Nosotros estamos ante el desafío de crear una sensibilidad nueva, para no dejarnos
configurar por la imagen de este mundo, sino por la Imagen de Dios encarnada entre
nosotros que es Jesús, y por su constante encarnación en cada una de las situaciones
humanas en las que nos debatimos y donde es posible encontrarlo a él. También
nosotros estamos destinados a ser imagen de Dios en la cultura de la imagen.
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EL CUERPO: ¿Envoltorio o transfiguración?

1. La bondad del cuerpo.


La nueva cultura enfatiza que el cuerpo no es malo y que no hay que castigarlo
ni que esconderlo. No es un cuerpo separado del alma: cuerpo malo, origen de
nuestros instintos debocados y alma buena que lucha contra el cuerpo. Nos
influyó el dualismo platónico que concebía el cuerpo como la cárcel del alma,
del mismo modo que los barrotes de una jaula apresan una paloma que desea
volar. Hoy comprendemos que debemos cuidar el cuerpo para el trabajo, el
amor, la alegría, el gozo y la eternidad.

El cuerpo es honrado, no miente. En él se expresa nuestra interioridad. Si lo


escuchamos nos dirá mucho de nosotros mismos, de nuestro presente y de
nuestra historia. El desafío es amarlo como regalo de Dios inseparable del
espíritu. Si lo separamos del espíritu y lo cuidamos en exceso olvidándonos de
nuestra interioridad, entonces estamos reduciendo el cuerpo a un cascarón
vacío que maquillamos, pero que no se puede iluminar desde dentro. El cuerpo
no es un envoltorio más de la sociedad de consumo. Si atendemos sólo al
espíritu, olvidándonos del cuerpo, tampoco caminamos hacia una verdadera
integración personal.

2. La religión del cuerpo.


Un modelo de cuerpo pretende imponerse, el icono de la pasarelas. Para
conseguirlo muchas personas se someten a penitencias dietéticas de ayunos y
ejercicios físicos que yo no me atrevería a imponer por una transgresión moral.
El culto al cuerpo tiene sus iconos, sus sacerdotes y sus rituales. Hay ocasiones
puntuales en las que los modelos peregrinan a los santuarios de la moda para
desfilar sobre la alfombra roja y cumplir el ritual de mirar y ser mirados. El
bisturí, las cremas, las dietas y los ejercicios hacen los milagros.

Los transgresores pagan costosas penitencias de descalificación pública por no


adaptarse a los cánones establecidos. Esta tiranía produce enfermedades
culturales como la anorexia o la bulimia. Las apariencias, la exterioridad, son
trabajadas hasta el escrúpulo. El espejo y la báscula emiten un juicio
implacable. El narcisismo es el mejor cliente de los departamentos de
perfumería y cosmética de los grandes centros comerciales. El hedonismo
cultiva pieles climatizadas, ungidas, perfumadas, maquilladas, satisfechas.

En esta valoración de la exterioridad, hay “una presión mediática hacia el culto


narcisista al look personal, un look que no es otra cosa que la imposición de una
ficción embellecedora a una existencia personal insatisfactoria”. “La realdad
15

virtual es “la expresión más congruente de una cultura hipericónica que tiene a
valorar más el parecer que el ser, el look que la identidad” (Román GRUBER,
“Del bisonte a la realidad virtual”, ed. Anagrama, Barcelona 1996, p. 176-177).

Para poder escalar un puesto en la pirámide social es necesario entrar en el


ritmo exigente de la sociedad de consumo. Existe toda una industria para quitar
el estrés, para energizar el cuerpo y para poder disfrutar de forma compulsiva
de la sociedad del bienestar. Una publicidad te incita a disfrutar y comer los
mejores manjares y otra te ofrece rebajar el exceso de peso de forma milagrosa.
Se multiplican las enfermedades que provienen de un ritmo de trabajo que
desconoce el propio cuerpo. Se extiende cada vez más una industria
farmacéutica para medicar la existencia en exceso, que alivia los síntomas sin
tocar las causas en el estilo de vida personal y en la organización social.

Los cuerpos “modelo”, y los cuerpos famélicos de los excluidos en las mismas
pantallas revelan la esquizofrenia de nuestro mundo consumista globalizado.
¿Cómo pueden existir juntos?

3. La cultura de los sentidos


Vivimos en una cultura de los sentidos. Cultura audiovisual. Priman en ella el
sentido de la vista y del oído, que son los sentidos de la distancia. Después
vienen los otros tres que son los sentidos de la cercanía, de la intimidad. En la
edad media la importancia la tenía el tacto, después el oído y la vista. Esa
cultura era artesanal y con las manos se acariciaba, se ungía, se elaboraban los
cuadros, las esculturas, la comida, los tapices, los instrumentos musicales, las
armas… No había máquinas computarizadas. La vista y el oído pueden ser
aliados de relaciones virtuales de escasa profundidad humana.

Las salas de edición de revistas ilustradas y de las televisoras, y los laboratorios


de la industria están creando constantemente sensaciones seductoras, nuevas,
que impacten la afectividad de manera irresistible.

“El envoltorio sí importa”. “Su misión seductora es tan importante como


la de los perfumes y cremas. Frascos y embalajes se cuidan cada vez más
para que, con un vistazo, sepamos qué esperar de lo que contienen”
“¿Por qué tomarse tantas molestias en algo que está destinado a acabar
sus días en la basura?” (Ana Fdez. Parrilla).

El consumidor “experimenta el envoltorio incluso antes que el producto,


es su primer contacto con la marca. Los elementos del diseño del cartón,
la textura y el tacto del papel, la calidad de la impresión… todos dejan
presagiar la eficacia y el lujo que el producto puede proporcionar”.
(Estée Laauder).
16

Si un anuncio de televisión de un perfume, que tiene que trasmitir con


elementos visuales algo intangible, crea un impulso irresistible de comprar es
que el embalaje ha jugado su papel “a la hora de seducirle”.

Al mostrar lo que significa visitar la ciudad de Saint Louis leí en un artículo para
promocionar la ciudad: “El resultado es una experiencia multicultural para la
que hacen falta los cinco sentidos. Saint Louis se ve, se escucha, se saborea, se
huele, se toca” (José Lozano).

Esta cultura trastoca nuestra interioridad, pues las sensaciones a veces son tan
intensas, refinadas y continuas, que incluso pueden entrar dentro de nosotros
sin hacerse percepciones conscientes, y mucho menos trabajadas con un
pensamiento propio. Hay un riesgo de vivir permanentemente en el flujo
continuo de las sensaciones que llegan a nuestros sentidos.

Las sensaciones seductoras empiezan a circular dentro de nosotros, convertidas


ya en sensaciones seducidas, formando parte de nuestro universo interior. Se
siembran en los surcos de nuestras hambres naturales y en las artificiales
provocadas por el mismo mercado. Se pueden ir adueñando de nuestros
sentimientos y de nuestras decisiones.

Esta manera de vivir provoca una dificultad para enfrentarse a lo real y elaborar
los desafíos que nos plantea. Se van generando en nosotros conductas aditivas
y compulsivas.
“El efecto esencial de los medios consiste en promover y desarrollar
una cultura de sensaciones por la estimulación, y a controlar la
alternancia entre capacidad de atención y de no atención. Por su
modo de funcionamiento, los medios provocan y aumentan la no
atención de cada uno a través de solicitaciones visuales y auditivas
diversas, que no requieren reflexión: ésta necesita tiempo, y en
consecuencia es susceptible de aumentar la distancia, de suscitar la
crítica, de abrigar la resistencia, de fortalecer el rechazo. Las
dificultades de percibir tienen que ver con la sensación continua, la
pérdida de límites, el desvanecimiento de puntos de apoyos sólidos
y durables: nosotros estamos envueltos por un flujo constante a
nivel de la percepción y discontinuo a nivel síquico, favoreciendo lo
efímero y por esto lo indistinto. Los medios ofrecen sensaciones que
incitan a la búsqueda de sensaciones renovadas, siempre más
sensaciones, siempre más fuertes e inéditas” (Claudine Haroche, L
´Avenir du sensible, ed. PUF, París 2008, p. 225).
17

Nuestras vidas se hacen líquidas, fluyen sin detenerse en el torrente de las


sensaciones que invaden y aturden, que nunca se detienen, sin el espacio ni el
tiempo para la reflexión personal, para las decisiones maduras y propias, para la
búsqueda de sentido. Sin darnos cuenta incorporamos modos nuevos de vivir a
nuestra propia identidad que se va haciendo también líquida, inconsistente.

El misterio de la encarnación del Hijo en un cuerpo humano viene a liberarnos


tanto del vaciamiento de la interioridad, como de una intimidad que se
desentiende del cuerpo.

4. El Hijo de Dios en un cuerpo humano


En el Evangelio nos encontramos con la encarnación, el Hijo de Dios hecho
carne frágil que ha entrado en nuestro tiempo y nuestro espacio. “El que me
ve, ve al que me envió” (Jn 12,45). Dignidad máxima del cuerpo humano, que le
ofrece un rostro a Dios y que se nos revela destinado a entrar en la vida
trinitaria por la resurrección.

Contemplamos a Jesús accesible a nuestros sentidos (1 Jn 1, 1-4). Jesús es la


imagen del Padre y la palabra del Padre. Al mismo tiempo es también la
sabiduría del Padre (1 Cor 1, 25,30), que hoy cuestiona las modas superficiales y
cambiantes de ser persona como desafió las de su tiempo.

En Jesús encontramos una gran sensibilidad para percibir los más pequeños
detalles de la vida de las personas, de la naturaleza y los signos de la historia.
Al mismo tiempo lo vemos alejarse hacia el silencio y la soledad, para
enfrentarse a lo real buscando respuestas originales, apartadas de unos gestos
rituales que se habían vaciado en gran medida de sentido y en los que ya no
cabía la vida nueva del reino que Jesús percibía llegando a sus sentidos por
todas partes. Jesús sabe moverse en una alternancia entre el hundirse entre la
muchedumbre del pueblo que lo acosa, y el apartarse a la soledad y quietud de
la oración.

En Jesús el cuerpo se trabaja desde dentro, se transfigura desde su experiencia


interior, desde el fuego, desde la pasión que lo llena y lo mueve, desde la
apertura y comunión con el Padre que lo impulsa al servicio del reino. Por eso la
cercanía de este cuerpo que toca y es tocado en los encuentros, produce vida
nueva y amistad, salud recobrada y alegría. Los impuros leprosos, alejados de
la comunidad, del beso y del abrazo familiar, acogen estremecidos la mano de
Jesús sobre su hombro que los sana. Las mujeres sienten su intimidad
transformada por una dignidad que han recobrado en el encuentro con este
hombre que mira de una manera diferente en aquella sociedad patriarcal que
las denigraba y empequeñecía.
18

Su cuerpo crucificado hace accesible a nuestros sentidos la verdad de este


mundo que mata y aleja a los que inquietan a los instalados con su pobreza o
con sus reclamos de justicia, y la verdad del Dios que es Amor más fuerte que el
pecado y que la muerte, enquistada en las estructuras y en las instituciones que
están a su servicio. El cuerpo resucitado del Hijo nos revela la vocación última
del cuerpo y de toda la creación incorporada en el cuerpo de cada persona.

El cuerpo de Jesús nos dice que hay espacio para la sensibilidad ante los bienes
de este mundo que nos permiten gozar y alegrarnos, para la cercanía de los
cuerpos en el abrazo y la caricia, pero también hay vida para el amor
comprometido hasta la muerte y la resurrección. Los cuerpos despojados de
este mundo tienen una esperanza cierta.

5. Transformar el propio cuerpo.


El que hace los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, es invitado a trasladarse a
otra casa donde lleguen a los sentidos estímulos diferentes a los habituales.
Entra en otro espacio, otro tiempo, apartado de los trabajos y relaciones que
configuran su vida cotidiana. Estos estímulos externos se unirán a los internos
para que el yo se trabaje en el encuentro con Dios (Ej 19, 79).

En los Ejercicios Espirituales el cuerpo se trabaja desde dentro. El cuerpo es


expresión de la interioridad de la persona con su postura corporal. Orará de
rodillas, de pie, con las espaldas pegadas a la tierra, o de cualquier manera en la
que pueda expresarle a Dios y a sí mismo lo que siente dentro (Ej 75, 76). Al
permanecer en la oración el tiempo señalado, aunque sienta desolación,
expresa su deseo de encuentro con Dios y de su espera confiada con el alma a
la intemperie desabrida. (EE 12) En el cuerpo también resuena la experiencia
interior de la cercanía de Dios que nos unifica por dentro en la consolación que
Él nos regala. De esta forma, la gracia de Dios, al ser “gustada”, se va
encarnando en nosotros (Ej 2, 124).

También el cuerpo se trabaja desde fuera. La fidelidad corporal a los horarios y


a los espacios de oración, la resistencia a los cansancios y a los malestares
físicos de la desolación, e incluso el ayuno en algunos momentos, son expresión
de nuestra disponibilidad para el encuentro con Dios. La relación de libertad
con la comida es la expresión de un cuerpo que se va liberando de las
compulsiones interiores, y de los estímulos de nuestra cultura en la relación con
los bienes de este mundo (Ej 216-217). Comienza una actitud nueva, no
devoradora, frente al consumismo depredador que se abalanza sobre la
creación para la fruición del instante en el que vive, sin pensar en las
generaciones futuras ni en los demás sumidos en la miseria (Ej 83, 210).
19

En medio de la cultura de los sentidos, tan superficial a veces, los sentidos de la


imaginación y los del cuerpo, aparecen como modo privilegiado de acceso a las
dimensiones más profundas de la realidad, donde nos encontramos con las
personas y situaciones de manera nueva y, más hondamente todavía, con la
presencia activa de Dios asumiendo la realidad de este mundo con discreción
infinita, desde dentro de la situaciones y personas, y desde lo más bajo y
hundido. (Ej 47, 101-126) El ejercitante aprende a acercarse a la realidad con
sus sentidos de la misma manera que Jesús lo hacía. Él captó la salvación que
corría por las entrañas de la realidad, la acogió y la brindó a los demás.

En la sociedad hedonista y narcisista, el cuerpo que busca ser configurado al de


Jesús, experimenta el dolor. Sufre por sus pecados y por los pecados del mundo
en los que él mismo está implicado. (Ej 55, 65-70) Sufre en compañía de Jesús,
en su pasión y en la pasión de la humanidad. (Ej 193,195) Este dolor sana el
corazón y le da consistencia y fortaleza para enfrentar en la vida el mal de este
mundo (Ej 147, 157, 167).

La penitencia que nos propone Ignacio también hoy es necesaria. La


“penitencia interna” nos llega desde el dolor de los pecados propios que
destruyen la vida y desde el dolor de acompañar la pasión de Jesús y de la
humanidad. “La penitencia externa” que significa privación de comodidades y
sensaciones placenteras, también nos puede ayudar. Es muy difícil tener
nuestros sentidos acostumbrados a lo cómodo y agradable, y al mismo ver, oír,
saborear, la pobreza y la humillación de Jesús para seguirlo en su mismo estilo
de servicio.

En la cultura del gozo disponible a ritmo de clic, de tarjeta, que resbala sobre la
piel como un perfume, aparece un gozo más profundo que es don que hay que
esperar humildemente y que surge desde las dimensiones más hondas de cada
persona. En el cuerpo también resuena a lo largo de todos los Ejercicios la
alegría que nos llega como consolación, directamente de Dios (sin causa
precedente) (Ej 316, 330), o a través de sus ángeles, de sus mediaciones (Ej
331).

Este cuerpo transformado se unirá a Dios para realizar en este mundo su obra
de salvación, a través de la acción y la pasión, en seguimiento de Jesús, en su
servicio. Creará algo nuevo que no tiene nada que ver con las conductas
aditivas y compulsivas del consumismo, ni con las fijadas por los linderos
intocables de las leyes.

Los Ejercicios nos van transformando en la contemplación de Jesús, que cambia


en nosotros la sensibilidad. Nuestra sensibilidad va afinándose hasta que
podamos percibir la acción de Dios en el mundo, sin que tengamos que
20

ponernos a pensar directamente: “Dios está aquí”. Al pasar por las calles Dios
llega a nuestros sentidos, aun sin que lo advirtamos, entra dentro de nosotros y
configura nuestra interioridad. La “contemplación para alcanzar” amor nos
introduce en el camino contemplativo en medio de la realidad.

6. La ascética: “Amar el cuerpo”.

El “mundo” siempre ha trabajado las apariencias. El texto de Ignacio de Loyola


que recogemos aquí, no puede ser más elocuente. Todavía no se había
inventado la cirugía estética, pero ya nos encontramos con la determinación
firme de Ignacio de mejorar su apariencia, en el siglo XVI, cuando la medicina
era rudimentaria, no había ni anestésicos ni antibióticos y se jugaba Ignacio la
vida con semejante intervención.

“Y viniendo ya los huesos a soldarse unos con otros, le quedó


debajo de la rodilla un hueso encabalgado sobre otro, por lo cual
la pierna le quedaba más corta; y quedaba allí el hueso tan
levantado, que era cosa fea; lo cual él no pudiendo sufrir, porque
determinaba seguir al mundo, y juzgaba que aquello le afearía, se
informó de los cirujanos si se podía aquello cortar… Y todavía él
se determinó martirizarse por su propio gusto”. (Au 4)

Somos, en cuerpo y alma, un don de Dios. Debemos amar nuestro cuerpo tal
como es: belleza y fealdad, fuerza y debilidad, vitalidad y apagamiento,
juventud y vejez, crecimiento y deterioro. En todo momento debemos cuidarlo
para el mayor servicio de nuestros hermanos, como le dice Ignacio a Francisco
de Borja, que en ese tiempo era el Duque de Gandía.

“Deseo mucho que V. Sría. imprimiese en su ánima, que siendo


ella y el cuerpo de su Criador y Señor, que de todo le diese buena
cuenta, y para ello no dejase enflaquecer la natura corpórea, que
siendo ella flaca, la que es interna no podrá hacer sus
operaciones”.

“Al cuerpo tanto debemos querer y amar, cuanto obedece y


ayuda al ánima, y ella con la tal ayuda y obediencia, se dispone
más al servicio y alabanza de nuestro Criador y Señor”.

“Y así cuando el cuerpo por los demasiados trabajos se pone en


peligro, es lo más sano, por actos del entendimiento y con otros
mediocres ejercicios, buscarlos (los dones espirituales); porque
no solamente el ánima sea sana, más la mente seyendo sana en
cuerpo sano, todo será más sano y más dispuesto para mayor
servicio divino”. (Carta de Ignacio a Francisco de Borja, 20 de
septiembre de 1548).
21

El conocimiento del cuerpo nos ayuda hoy a encontrar el modo de cuidarlo


mejor para el servicio de los demás, para el trabajo honrado con el que
debemos ganarnos la vida, para expresar y acoger el amor en las relaciones
públicas y en la intimidad. La alimentación adecuada es una ascesis que resiste
a una publicidad que exacerba la voracidad de comer sin necesidad,
produciendo una obesidad que produce enfermedades. Ella misma es ya una
enfermedad. También se libra de sentir que sólo el modelo de cuerpo que
desfila por las pasarelas es el que vale la pena. Esta dictadura del cuerpo ideal
crea frecuentemente trastornos sicológicos serios en adolescentes y jóvenes
que no pueden perfilar su silueta dentro de esos cánones que se consideran
estelares. El ejercicio necesario, la gimnasia para quitar el estrés o llenar el
cuerpo de energía positiva para enfrentar las duras exigencias de la sociedad
actual, es también una ascesis. Muchos cuidan su cuerpo para alcanzar
reconocimiento social y para competir por los mejores puestos. Otros lo
ejercitan para prestar un mayor servicio.

El cuerpo es honrado. Para saber quiénes somos y lo que nos pasa, tenemos
que escuchar nuestro cuerpo, pues él es una caja de resonancia que nos revela
en muchas ocasiones con sus dolores y enfermedades lo que no queremos ver
de nosotros mismos, de nuestras intimidades invadidas por ritmos locos, por
angustias nunca procesadas, por recuerdos que no han sido escuchados y
sanados. Nuestro cuerpo nos está hablando constantemente del pasado que
viaja con nosotros, de nuestro presente y de los deseos que van configurando
nuestro futuro.

El ayuno siempre ha tenido un sentido especial en la historia de la espiritualidad


cristiana, e incluso de otras religiones. Ciertamente no tiene el sentido de
merecer gracia, de obtener beneficios que Dios sólo nos otorga cuando
sufrimos. La gracia es gratuita y Dios no tiene asignadas cuotas altas de dolor a
las gracias importantes que necesitamos. Dios no tiene tarifas ni el dolor que
nos imponemos arbitrariamente conquista su decisión. El ayuno es una forma
de oración. Con el cuerpo en ayunas expresamos ante Dios lo mismo que con
nuestro espíritu vacío de suficiencia y necesitado del don de Dios. Estamos en
alma y cuerpo delante del Señor disponibles para acoger su don. Dios
responderá a su manera y en su tiempo. Nosotros nos disponemos. A la palabra
que expresa su necesidad ante Dios se une el cuerpo con sus sensaciones de
carencia y de fragilidad, pero también de hambre de encuentro con un Tú
inagotable.

El ayuno es una tierra árida para las compulsiones del consumo. Las
compulsiones son como los ciclones tropicales, cuando están en el mar
aumentan su fuerza, pero cuando entran en tierra firme empiezan a debilitarse
y a morir.

En la Biblia el ayuno tiene también otro significado. Va unido a una disposición


de conversión, a una relación sana con Dios y con las personas. Con actitud de
conversión ayuna el rey de Nínive junto con todos los habitantes y ganados ante
22

la predicación profética de Jonás. (Jon 3,8). La conversión lleva consigo no sólo


una relación verdadera con Dios, sino también el compartir con los pobres
nuestras habilidades y recursos para que puedan vivir con dignidad.

“El ayuno que yo quiero es este:


abrir las prisiones injustas,
hacer saltar los cerrojos de los cepos,
dejar libres a los oprimidos,
romper todos los cepos;
compartir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que ves desnudo
y no despreocuparte de tu hermano”.
(Is 58, 6-7).

San Ignacio nos dice que debemos guardar las puertas de los sentidos de todo
desorden. De la misma manera que cuidamos la puerta de nuestra casa para
que no entren los ladrones en la hora menos esperada, mientras dormimos o
estamos ausentes, también debemos cuidar las puertas de los sentidos para
que no entren en nuestra intimidad sensaciones que nos hacen daño, que van
robando poco a poco lo mejor de nosotros mismos, la finura de nuestra
sensibilidad. Hay sensaciones excesivas de violencia, de sangre, de sexo y de
destrucción, que embotan la sensibilidad y exacerban los umbrales de la
percepción de tal manera que ya nada normal nos llama la atención.

“Por higiene psíquica y sensibilidad moral, deberíamos poner los


filtros al alcance de nuestra mano para evitar esta invasión
envilecedora”. (Mons. J.M. URIARTE, Ser sacerdote en la cultura
actual, Ed. Sal Terrae, Santander 2010, p. 31).

Los sentidos son la puerta por donde la realidad entra en nosotros. Como
estamos sumergidos en la cultura de los sentidos, necesitamos acercarnos con
más cuidado a esas puertas para ver quién entra y quién sale. Podemos abrirlas
de par en par a sensaciones que nos construyen o que nos destruyen. Hay
amigos que llaman a nuestra puerta con respeto, y hay ladrones que conocen
nuestro código secreto para entrar en nosotros mientras dormitamos, se
instalan en lugares escondidos de nuestra interioridad y desde ahí empiezan a
robarnos la vida sin que nos demos cuenta.

De dos maneras los sentidos se sitúan mal ante la realidad, o con la codicia que
quiere apoderarse de lo que percibimos como bueno y agradable aunque sea
dañino, o con el rechazo de lo que percibimos como negativo aunque nos
pudiera recrear la existencia si lo acogemos. En la cultura actual seductora,
podemos confundir los amigos que se presentan en toda su verdad sin artificio,
con los enemigos que se disfrazan de ángeles que nos vienen a colmar de
23

felicidad y de sentido, si seguimos la estela brillante e inagotable de las ofertas


que nos proponen consumir.

En el sentido del gusto podemos verlo con claridad. La gula es el desorden del
que come de manera compulsiva, sin tener en cuenta que está engullendo
vorazmente la enfermedad, y sin la sensibilidad para percibir que se está
comiendo lo que pertenece a otras personas que en este momento miran al
mundo rico con el estómago vacío. La anorexia y la bulimia, son el desorden
contrario, se rechaza de manera instintiva lo que el organismo necesita para
mantenerse saludable. Por falsas razones introyectadas en las dimensiones
afectivas más hondas sobre el peso y la figura ideal, se está rechazando la salud
y la vida.

El sentido del tacto puede apoderarse de sensaciones placenteras de telas y


cremas, de muestras físicas de afecto forzando la relación con la imposición o
con la astucia, y crear pieles climatizadas sin capacidad de exponerse a la
intemperie en los espacios abiertos donde se debate la vida de la mayoría de la
gente. También es posible mantener a distancia de nuestro espacio vital a
personas que sentimos como amenaza, precisamente porque extienden la
mano a tientas buscando otras manos donde asir su existencia que va fluyendo
hacia el naufragio. Podemos huir de las sensaciones que experimentamos al
realizar trabajos comunes como curar una herida o barrer una casa.

Hay miradas que se mueven con codicia por el deseo de adueñarse de cuerpos
bellos, carros lujosos, mansiones millonarias y que sólo se sienten bien en
espacios decorados por la belleza de las formas y colores. Para algunos ojos hay
muchas personas sencillas que no existen aunque pasen todos los días a su
lado, porque piensan que no les reportan nada, y mantienen alrededor de sí
mismos un blindaje invisible contra el que chocan los que desean acercarse
pero no exhiben el control de calidad requerido.

Muchos oídos andan buscando las palabras halagadoras que les gustan y tratan
de conseguirlas mediante astucias y manipulaciones, o los relatos que denigran
a sus enemigos y cuentan los fracasos de los demás, porque se complacen en la
negatividad de la existencia de los otros para aliviar el escozor de las propias
frustraciones nunca reconocidas y curadas. Otros oídos se cierran a los gritos
de los que sufren, a las quejas justas que reclaman sus derechos, a las historias
de dolor que buscan un tú donde aliviarse y a las palabras críticas que mellan el
propio narcisismo.

El olfato a veces anda a la caza de aromas exquisitos en vinos y perfumes, en


pieles y jardines, pero se cierra ante el olor de las heridas a las que hay que
24

acercarse para curarlas con paciencia, ante el olor de la miseria o del sudor
honrado sobre la frente con el que se gana el pan de cada día.

La profundidad del amor exige la pasión. Pero amar con pasión lleva consigo
actuar en la realidad de tal manera que, en muchas ocasiones, provoca la
oposición e incluso la muerte del que se compromete porque ama. El amor crea
novedad, no se recrea en girar en una espiral de egoísmo en torno a un instante
de dicha. Hay muchos cuerpos confinados en cárceles, clavados en cruces o
mutilados para siempre porque tienen un profundo sentido de compromiso por
las exigencias sociales del amor.

También experimentamos la pasión de la enfermedad, del límite físico en


cuerpos que se enferman, se deterioran y mueren. Maquillando, anestesiando
y negando, no se consigue gran cosa. Sólo la aceptación humilde de nuestro
cuerpo que sufre y muere, nos permitirá experimentarlo de manera
reconciliada como propio y no como un fardo insoportable que tenemos que
cargar hasta el pico de la montaña.

La ascética es estar disponibles para Dios. Física, sicológica y espiritualmente


disponibles. Ese es nuestro trabajo, disponernos. La ascética del cuerpo nos
dispone para acoger el don de Dios que transformará nuestros cuerpos desde
dentro en las diferentes circunstancias de la vida.

7. La mística: La transfiguración del cuerpo.


San Ignacio expresa en los Ejercicios en términos muy corporales la experiencia
de Dios que nos puede cambiar la vida en una bella expresión que asume
nuestra realidad de seres encarnados. Cuando Dios llega hasta cada persona
“abrazándola en su amor” (Ej 15), no sólo toca nuestra alma, sino también
nuestro cuerpo. Este abrazo nos hace disponibles para seguir el camino que
Dios nos proponga.

Todos experimentamos que al sentir el amor de Dios, y el verdadero amor es


siempre de Dios, toda nuestra persona cambia. Se ilumina nuestro
pensamiento, se enciende nuestra afectividad, nuestro cuerpo no siente el
cansancio y se llena de vida para el trabajo, la fiesta y el encuentro humano. El
cuerpo no sólo está hecho para alimentarse con todas las sensaciones que
ofrecen los supermercados. “¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta?, ¿y
el salario en lo que no da hartura?” (Is 55, 2).

El texto de la transfiguración de Jesús (Mc 9,2), nos dice que su rostro se


transfiguró. Todos hemos visto rostros transfigurados de manera ocasional por
el brillo en los ojos, la sonrisa sin trampa, la acogida sin rechazos. También
conocemos rostros que llevan una luz tenue de transfiguración de manera
permanente. Cuando los contemplamos nos sentimos ante otra dimensión de la
vida que enciende lo mejor de nosotros mismos.
25

La experiencia profunda de Dios resuena en el cuerpo. Ya en el Éxodo se dice


que cuando Moisés regresaba del encuentro con Dios, su rostro brillaba de tal
manera que tenía que cubrirlo con un lienzo. San Pablo nos dirá que nosotros
andamos con el rostro descubierto reflejando la gloria de Dios. Utiliza la imagen
de la luz que llevamos dentro y que es capaz de hacer transparente nuestro
barro (2Cor 4, 6-7). “Y nosotros todos, reflejando con el rostro descubierto la
gloria del Señor, nos vamos transformando en su imagen con esplendor
creciente” (2 Cor 3,18).

El Salmista expresa su propia experiencia cuando afirma:

“Consulté al Señor y me respondió librándome de todas


mis ansias. Contémplenlo y quedarán radiantes, su rostro
no se sonrojará” (34,6).

“Tengo siempre presente al Señor,


con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón
Y gozan mis entrañas
Y mi carne descansa serena” (16,8-9).

Al sentir y gustar internamente en nosotros la presencia de Dios, las luces que


nos regala en el reposo contemplativo, las gracias de Dios, se van haciendo
carne en nosotros, se van “encarnando”.

Con resonancias corporales diferentes, místicos y místicas experimentan la


presencia de Dios. Algunas nos pueden parecer desmesuradas. No son lo más
importante. Pueden darse o no. Dios mantiene con nosotros una relación de
“justa cercanía”. Ni se ausenta de tal manera que nos congelemos, ni se acerca
tanto que ardamos en el instante como leña seca. Lo importante es la
unificación de la persona en la paz que impregna el cuerpo y el espíritu, la
apertura a los demás con una acogida cálida que nos recuerda la de Dios
mismo, y la entrega a la misión de servir a los demás con un cuerpo disponible
y dichoso tanto en las empresas importantes, como en los pequeños gestos de
la cotidianidad.

Las experiencias de transfiguración nos recuerdan que nuestro cuerpo tiene


vocación de resurrección. Los verdaderos místicos tienen cuerpos sensibles a los
crucificados de este mundo, a los que merodean constantemente los linderos
de la muerte. No pueden apartar sus ojos y su carne de esos crucificados.
También saben ver en ellos la imagen de Dios, el cuerpo profanado del Hijo y al
Padre a su lado. Getsemaní y el calvario no son un retroceso después de la
transfiguración en el Tabor, sino su dinamismo hacia la resurrección tomando
de la mano a los crucificados de la historia. La transfiguración no sólo se vive en
la quietud de la oración, sino también en medio de los trabajos del servicio al
reino de Dios. Callejones marginados de miseria, salas de hospital, aulas y
26

oficinas pueden ser espacios que nos hablen de Dios con más fuerza que un
claustro gótico.

El cuerpo transformado por el “abrazo de Dios”, es enviado a evangelizar. ¿Qué


dice a los demás de Dios y de mí mismo mi propio cuerpo? Esta es una pregunta
necesaria. Las palabras que pronunciamos pueden decir algo de Dios, pero la
auténtica Palabra de Dios encarnada en un cuerpo humano, habló del Padre y
de su reino en la cercanía, en el abrazo, en el amor comprometido y servicial a
los últimos de este mundo hasta la muerte y la resurrección. La pascua, muerte
y resurrección de nuestro cuerpo en el servicio amoroso a los demás, dirá la
verdad sobre Dios en una cultura de adicciones y compulsiones.

EL LIMITE DE DIOS

En los límites
donde yo acabo
crece tu presencia
como el más allá
de mí mismo.
Sólo puedo ser ilimitado
al adentrarme en ti.

En los límites
donde tú acabas
crece mi presencia
como el más allá
de ti mismo.
Sólo puedes ser ilimitado
al adentrarte en mí.

Tu ser infinito
es mi frontera
y nada me detiene.
Mi yo limitado
es tu frontera
y yo te detengo.

¡Humilde Amor
que tanto te limitas
para que en ti
yo sea plenamente!
27

EL PENSAMIENTO: ¿Aprobación mediática o la “locura de Dios”?

1. Un pensamiento propio
Nuestros sentidos originan la sensación; ésta la percepción; ésta el pensamiento.
Con ideas y con imágenes vamos elaborando nuestro pensamiento, analizamos la
realidad, discernimos lo que nos hace daño y lo que nos realiza, lo que es razonable
y lo que no es humano.

La modernidad ha pretendido crear un mundo más humano por medio de la razón


científica y técnica, superando la visión mágica y religiosa de la premodernidad.
Pero en gran medida no ha sido así. La ciencia ha creado una mejor calidad de vida,
pero en muchas ocasiones ha servido para controlar, reprimir y extirpar de la tierra
millones de personas. Hemos creado una brecha digital con los pueblos más
pobres. Con las tecnologías más avanzadas en el mercado, nunca hemos podido
contemplar en nuestros televisores tantos millones de personas mal alimentadas
resbalando hacia la muerte. Cerrada la existencia al misterio, a la trascendencia, se
empobrece la vida humana.

Existimos en una contradicción. Por una parte tenemos delante todas las
diversidades, y por otra constantemente somos seducidos o conminados a pensar
de una única manera como “pertenecientes” a alguien que nos compra o que nos
da órdenes. Mientras caminamos por las calles, llevamos “consignas” militantes en
la cabeza y “marcas” comerciales en las costuras de la ropa.

2. La apertura a las diferencias.


Los medios de información y de comunicación nos hacen presentes una
multiplicidad de diferencias. Es una dicha para la familia humana. Por nuestras
calles y por nuestras pantallas desfilan razas, religiones, modos de gobierno y
culturas extendidas por toda la tierra. Cada una lanza su propia lógica al torrente
mediático. Este pluralismo ensancha nuestros horizontes y expresa la humanidad
común que todos compartimos en el mismo planeta convertido en aldea global.

En nuestras oficinas, escuelas y pantallas desfila una multiplicidad de respuestas


ante las grandes preguntas de la vida: existencia de Dios y cuál es su verdadera
imagen, sentido de la vida y de la muerte, sexualidad, familia y modos de organizar
la vida económica y política.

Las diferencias no son sólo exóticas muestras a las que permitimos crecer a nuestro
lado, porque todos estamos inevitablemente plantados en la misma tierra, sino que
debe darse una interacción que nos enriquezca a todos y nos permita ser
plenamente humanos. Pero constatamos que hay árboles grandes que extienden
sus raíces hasta los subsuelos donde crecen los más pobres para apoderarse de sus
recursos naturales, y su sombra globalizada no deja a los más pequeños un espacio
al sol que sale para todos.

No basta con la tolerancia del que permite que otros existan, sino que es necesario
el respeto en el que buscamos y ofrecemos en el encuentro, lo que todos
28

necesitamos para ser plenamente nosotros mismos en una casa común, en una
sola mesa compartida (Is 25,6-8; Lc 14,15).

3. Una cultura de la información.


¿Podremos digerir tanta información, como llega hasta nosotros, o vivimos
indigestados? Es necesario estar informados. El conocimiento, la dominación o la
solidaridad entre personas y pueblos, hoy tienen arterias para moverse por el
cuerpo de la humanidad. Según los cálculos de Ignacio Ramonet,

“durante los últimos treinta años, en el mundo se ha producido más


información que durante los cinco mil años anteriores, mientras que un
solo ejemplar de la edición dominical del New York Times contiene más
información que la que una persona culta del siglo XIX consumía durante
toda su vida”. (Ignazio Ramonet, La tyrannie de la communication, Paris,
Galilée, 1999, p.184).

Nuestro pensamiento puede parecerse a una mesa de trabajo donde llegan muchos
documentos con informaciones diferentes, artículos interesantes a los que se les
echa un vistazo y se dejan para leerlos más tarde, en un momento más tranquilo
que nunca llegará. Hasta que se corrompen como comida vieja y se tiran, o se las da
sepultura en archivos que nunca más se volverán a abrir.

Estas informaciones en gran medida son vistas a través del ojo del que paga y vende
la información. Tienen una entraña de negocio o de militancia.

Por otro lado, las diferentes culturas y situaciones humanas son presentadas en
muchas ocasiones a ráfagas superficiales, con grandes brochazos, de tal manera que
puedan impactar la sensibilidad del consumidor y asegurar la clientela, sin cuidar el
rigor de su contenido.

Informaciones tan contradictorias unas de otras, sobre regímenes políticos,


sexualidad, bioética, corrupción, narcotráfico… pueden crear la impresión de que
todo vale, creando un relativismo permisivo que erosiona la propia identidad. Pero
si todo vale nada vale, nada es tan importante que justifique apostar la vida, la
reputación, el tiempo y los recursos. En algunos provoca un fundamentalismo
defensivo o impositivo que se blinda contra lo diferente y lo excluye, o quiere
imponer por los medios más manipuladores y violentos su propia visión y
organización de la vida.

Para algunos, esta primacía de los medios es tan importante, que sólo se imaginan
existir realmente cuando puedan aparecer un día un solo instante en cualquiera de
los innumerables programas, (reality shows), que pretenden mostrar la realidad de
la gente desnudándoles la vida ante millones de personas.

4. La alucinación del espectáculo.


29

El espectáculo necesita e impone imágenes y ritmos que sorprendan y alucinen.


Las sensaciones constantes y cada día más intensas, nos dificultan pensar, elaborar
un auténtico yo.

“Las sensaciones omnipresentes e intensas, los flujos sensoriales


continuos tendrán como efecto suprimir la alternancia entre
continuidad y discontinuidad, condición de la capacidad de
pensar; inmovilizan el pensamiento, mientras que incitarían, o
mejor impondrían el movimiento. El carácter en otros tiempos
discontinuo de las percepciones sería actualmente continuo, las
sensaciones habrían sustituido a las percepciones, descartando la
alternancia entre el movimiento y la pausa –condición del
pensamiento- imponiendo el movimiento continuo a la persona,
poniendo trabas al pensamiento, obstruyendo el movimiento de
la persona en el pensamiento” (Claudine HAROCHE, “L´avenir du
sensible. Les sens et les sentiments en question”, Prèface de
Vincent de Gaulejac, ed. PUF, París, p. 2.).

La persona, fluyendo en la “modernidad líquida”, expuesta a todas las


diferencias, saturada de informaciones contradictorias, con los sentidos
invadidos por sensaciones constantes que no le dejan pensar de manera propia,
con la referencia debilitada de las instituciones tradicionales, ¿cómo encontrará
su propia originalidad y cómo podrá expresarla en un discurso claro y
consistente sin dejarse diluir en el relativismo? Todos, con mayor o menor
intensidad, estamos expuesto a este desafío.

Este contexto cultural contribuye a crear “identidades inciertas”, que tienen que
construirse en medio de tantas visiones diferentes de la vida y fluyendo con
angustia en el vértigo de los cambios. Estamos ya muy lejos de la modernidad,
donde las visiones de la sociedad, de la religión, de la escuela y de la familia
creaban un marco estable de referencia.

Se desarrollan identidades “autoreferenciadas”, sin apertura a lo trascendencia


ni a valores sólidos y aceptados, con un alto componente de confusión,
inseguridad, miedo. (Cfr. Helena BEJAR, Identidades inciertas: Zigmunt Bauman,
ed. Herder, Barcelona 2007, p. 98). Entre los que pueden construirse su
identidad “a voluntad”, “a la carta”, porque tienen recursos y poder, y los que
viven soportando su ausencia porque no pueden competir en esta sociedad, y
forman una “infraclase”, muchos viven

“desgarrados por la ambivalencia cultural de la modernidad líquida, que


ordena a la vez construirse una identidad y no terminarla nunca, porque
las identidades estables se ven como equivalentes de la rigidez
sicológica, la intransigencia moral y el anquilosamiento laboral, por citar
algunos de los enemigos de la triunfante cultura de la flexibilidad” (H.
BEJAR, p. 188).
30

En nuestra cultura, no parece tan importante la autonomía y consistencia de un


pensamiento propio, como la flexibilidad sin estructura interna que posibilita
irse amoldando a las circunstancias siempre cambiantes en las que fluye la vida.
La flexibilidad puede ser un gran valor cuando expresa la capacidad de
adaptarse a las circunstancias cambiantes desde una consistencia interior bien
construida, pero con frecuencia no es más que un fluir gelatinoso sin columna
vertebral.

5. Jesús, la “sabiduría de Dios”.


Jesús no es sólo la “imagen de Dios” encarnada en un cuerpo y la “palabra de
Dios” articulada en un lenguaje concreto. Jesús es también “la sabiduría de Dios”
en una existencia humana, situada en un tiempo y en un espacio, pero ofrecida a
todos los tiempos y los espacios (1 Cor 1,30). También es ofrecida a nosotros hoy, a
los que braceamos en las aguas rápidas de la modernidad líquida. Las palabras y
signos de Jesús explicitan su propio misterio, la lógica de Dios enteramente
orientada hacia nosotros, para que tengamos vida en abundancia.

Esta sabiduría nunca se impone a nadie, como pretendía el tentador en el desierto,


ni con la reducción de lo humano a las necesidades inmediatas e insoslayables del
alimento, como esperaban las muchedumbres hambrientas de Galilea, ni con la
seducción de los prodigios como querían los dirigentes judíos en las calles y en el
templo, ni mediante el uso de la fuerza para asegurarse el poder como pretendían
algunos grupos armados. (Mt 4,1-11). Jesús ofrece la sabiduría expuesta, no
impuesta, en encuentros humanos de máxima calidad y respeto hacia las
personas, en su propia situación, allí donde tienen sus raíces existenciales y son
consistentes.

Esta sabiduría del Padre, no hemos podido encerrarla en nuestros conceptos y


enseñanzas. El Espíritu nos enseña constantemente a comprender todo lo que
Jesús nos dijo con su vida, porque es una palabra siempre nueva (Jn 16,13) “Jesús
trajo toda la novedad trayéndose a sí mismo” (San Ireneo).

Jesús viene a iluminar a todos (Jn 1,9), y su Espíritu actúa en todas las personas,
situaciones y culturas. Como vemos en Pentecostés, el lenguaje del Espíritu lo
entienden todos los pueblos (Hch 2,9-11), porque es el lenguaje del amor y no
necesita traducción para ser comprendido. Cuando nosotros nos acercamos a
Jesús, desde otras situaciones humanas, las que viven los excluidos, las naciones
hundidas en la miseria, las culturas fragmentadas por los impactos agresivos de la
globalización, las religiones que han surgido en otros contextos distintos a los
nuestros, entonces nosotros vamos a descubrir nuevas dimensiones de la
sabiduría de Dios que se nos revela en Jesús de Nazaret.

Jesús no es la existencia virtual de uno de los iconos modernos de la sociedad de


consumo, que tal como nos son presentados para nuestra admiración, sólo existen
en el universo mediático de las celebridades, de los famosos. Jesús es una palabra
universal precisamente porque al estar plenamente enraizada en una tierra
pequeña, despreciada, alcanza la plenitud de lo humano con una creatividad
31

sorprendente, abriéndose paso en medio del omnipotente imperio romano y de la


sinagoga judía que regulaba hasta el número de pasos que se podían caminar en
un sábado.

Jesús se convierte así en una novedad inagotable, fuente de inspiración para


todos, especialmente para los que no figuran ni existen más que como noticia
trágica que venden por su exigencia de justicia, por sus heridas y por su sangre
derramada, porque volaron al aire en pedazos por una carga de dinamita, los
amenaza la desertización o los barrió de la tierra un tsunami. La cotidianidad
sencilla de los millones de personas que no figuran, se alimenta de la misma
sabiduría que se nos revela en Jesús de Nazaret.

La sabiduría de Dios se nos revela en la fragilidad. Muchos desinstalados y débiles


de este mundo se reconocen en ella, y la beben como una fuente permanente de
fortaleza, de dignidad, de sentido y de futuro.

Las diferencias son un desafío para la contemplación, que busca descubrir ahí la
presencia de Jesús, y para la acción, que se compromete en su seguimiento, para
unirse de manera creadora con él, para conducir toda diferencia verdaderamente
humana, desarrollando plenamente su originalidad, a la reconciliación definitiva
con Dios.

6. La “sabiduría de Dios” se encarna en cada uno de nosotros.


En los Ejercicios Espirituales entramos en un proceso de encuentro con Dios, con el
totalmente Otro, que se nos ha revelado en Jesús. Aunque el centro de los Ejercicios
es remover las afecciones desordenadas para ordenarlas (Ej 1), la afectividad y la
razón van unidas en un diálogo constante. Los Ejercicios no nos pierden en una
experiencia afectiva de fusión acrítica con Dios, desconociendo y
desentendiéndonos de nuestra propia identidad personal y del mundo en el que
vivimos. A través de nuestra razón, vamos comprendiendo, discerniendo y
elaborando el don de la “sabiduría de Dios”, la que él nos regala afectando toda
nuestra persona. No siempre es fácil comprenderla y acogerla, pues en muchas
ocasiones aparece como locura inaceptable para lo lógica que rige nuestro mundo.

Dios creador sustenta de manera original todas las diferencias como expresiones
distintas de sí mismo. Cada persona revela un rasgo de Dios que sólo ella puede
expresar. Toda persona, sea quien sea, “es creada para alabar, hacer reverencia y
servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar el alma”. (Ej 23) Aquí se expresa
el mismo origen de todas las identidades, el mismo dinamismo desde el que se
construyen y el mismo destino al que están intrínsecamente orientadas. Toda
persona esta dinamizada por el Espíritu para la alabanza que contempla la bondad
radical de este mundo, tanto en las más bellas y justas realizaciones humanas, como
entre los fragmentos que la amenazan y la esconden. Desde esa contemplación se
relanza la creatividad que recrea la existencia de todos.

Al encontrarnos con la historia del mal, debemos reflexionar y nombrar con la


mayor claridad posible el pecado en nuestra sociedad actual y en nuestra propia
32

persona. No nos podemos quedar sólo en sentimientos, abrumados por lo


pecadores que somos o lo mal que está el mundo. No nos quedamos atrapados en
la “cultura de la queja” ni en la culpa malsana. Al meditar el pecado, no sólo somos
invitados a dolernos, a llorar, sino también a “traer a la memoria” (Ej 56), ponderar”
(Ej 57), “mirar” (Ej 58), “considerar”(Ej 59), “discurrir” (Ej 60), “razonar” (Ej 61).
Pedimos “conocimiento de mis pecados” y “conocimiento del mundo” (63). Ignacio
había vivido en el impulso ascendente del mundo que lo sedujo, y sabía muy bien la
importancia que tiene conocerlo con toda su lógica capaz de encandilar los sueños
de cualquiera.

En la encarnación contemplamos todas las diversidades de razas y culturas en la


redondez de la tierra. Es una visión universal. Sólo así se sitúa bien la contemplación
del lugar concreto de Nazaret donde se encarna el Hijo. Esa concreción lleva dentro
un alcance universal, pues Jesús es la Palabra para todos enraizada en el humus
concreto de la tierra de todos (Ej 102-109). Al contemplar el mundo hoy,
constatamos que las diferencias no se viven como complementarias, en una relación
de comunión, según el deseo de Dios, sino divididas, confrontadas hasta las heridas,
la exclusión y la muerte. De esta manera se crean los infiernos de la existencia
humana.

No sólo pensamos con ideas, también lo hacemos con imágenes. La mayor parte de
los Ejercicios se centra en la contemplación de Jesús. Al final del día nos sumergimos
con todos nuestros sentidos abiertos en el misterio que contemplamos. De esta
manera se nos va transmitiendo un “conocimiento interno del Señor” que va más
allá de las ideas que reflexionamos. Respecto a la tradición espiritual, Ignacio
presenta la novedad del uso de la imaginación en la oración. Oramos con “los
sentidos de la imaginación” (Ej 47). Ignacio, como otros autores espirituales de su
tiempo, pone de relieve la importancia del afecto y su origen en el pensamiento.
Hay pensamientos fríos y pensamientos con pasión.

Después de cada punto de la contemplación Ignacio nos invita a “reflectir” para


sacar algún provecho (Ej 106). Tiene un doble significado, reflexionar, constatar,
darse cuenta y, al mismo tiempo, reflejar en nosotros al contemplado. La repetición
de las contemplaciones se hace “notando siempre algunas partes más principales
donde haya sentido la persona algún conocimiento, consolación o desolación” (Ej
118).

En la meditación de las banderas encontramos la lógica de Jesús y la del enemigo,


que están confrontadas como caminos contradictorios en nuestra sociedad y en
nuestra interioridad. Es una meditación de lucidez evangélica que va más
directamente dirigida a la claridad de nuestro pensamiento. Pedimos “conocimiento
de los engaños del mal caudillo y “conocimiento de la vida verdadera” (Ej 139).

En la contemplación para alcanzar amor, al contemplar cómo Dios me da todo y se


da Él mismo en cada don, yo soy invitado a “reflectir en mí mismo considerando con
mucha razón y justicia lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a su divina
33

majestad” (Ej 234). Pedimos y deseamos “en todo amar y servir”, como Dios mismo
nos ama y nos sirve a nosotros, “en todo”.

A través de las meditaciones, las de la primera semana y las de la segunda, vamos


reflexionando, razonando. Este razonar no es abstracto, frío y calculador, sino que
está marcado por el afecto que lleva consigo encontrarse con Dios encarnado en el
Hijo (Ej 45). Por ejemplo, podemos fijarnos en el coloquio del primer ejercicio sobre
el pecado: “Y así, viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se
offresciere”. (Ej 53) Ese discurrir está empapado de sentimientos muy hondos sobre
nuestra fragilidad pecadora y sobre la bondad inimaginable de Dios.

Después de cada hora de oración es necesario preguntarme cómo me ha ido, para


darme cuenta de lo que ha sucedido y formularlo en un pensamiento claro.
Aconseja Ignacio anotar, escribir lo vivido. En las repeticiones indica hacerlas
“notando siempre algunas partes más principales, donde haya sentido la persona
algún conocimiento, consolación o desolación” (Ej 118).

Todo este esfuerzo para clarificar lo que va sucediendo dentro de nosotros, está
orientado a vivir un auténtico proceso de discernimiento espiritual. El proceso del
encuentro con Dios y su resonancia dentro de nosotros, es muy complejo. En
nosotros actúa Dios y sus ángeles para transformarnos en Jesús, pero también actúa
el mal ángel, disfrazado de bueno (Ej 332). Para orientarnos en las mociones que
sentimos, nos ofrece las Reglas de Discernimiento que nos ayudan a llamar por su
nombre lo que vivimos, lo que viene de Dios y nos construye, y lo que viene del mal
espíritu y nos destruye. No se trata de nadar en un océano de sentimientos y de
ideas sin linderos ni dirección. Son reglas “para en alguna manera sentir y conocer
las varias mociones que en el ánima se causan” (Ej 313-336), y así dejarnos
configurar por el Espíritu.

El pensamiento no es inocente. En algunos momentos, el pensamiento es


precisamente el disfraz que usa el mal espíritu para engañarnos. Por eso dice
Ignacio que “debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos” (Ej
333,334). Afecciones desordenadas inconscientes buscan adueñarse de nosotros,
pero para eso necesitan esconder su desorden en pensamientos razonables, que
parecen evangélicos. Así nacen muchas racionalizaciones y justificaciones que
enmascaran nuestra verdad. El ejercitante engañado, se encamina hacia el deterioro
personal, hacia la desazón interior y hacia una acción menos perfecta que la
novedad propuesta por Dios. Por esto es necesario “mucho examinar” (Ej 336).

Una de las formas de hacer bien la elección del estado de vida que Dios nos
propone es cuando el alma está en paz, sin grandes consolaciones ni desolaciones,
en “tiempo tranquilo” (Ej 177). Entonces el discernimiento se realiza “discurriendo
bien y fielmente con mi entendimiento y eligiendo conforme a su santísima y
beneplácita voluntad” (Ej 180). Para ello es menester “considerar, raciocinando” (Ej
181) para “mirar dónde más la razón se inclina, y así, según la mayor moción
racional, y no moción alguna sensual, se debe hacer deliberación sobre la cosa
propuesta” (Ej 182).
34

En resumen, nuestro pensamiento y nuestro corazón se van configurando según la


sabiduría de Dios. Para que esto sea posible, unimos la contemplación y la
meditación, el diálogo con Dios y el diálogo con el que da los ejercicios, el abandono
confiado en Dios y la lucidez sobre los pensamientos y sentimientos que se mueven
dentro de nosotros, la apertura confiada a la propuesta de Dios y la búsqueda
incesante de su voluntad formulada en una propuesta clara que polarice con pasión
creadora toda nuestra vida.

7. La ascética del pensamiento.


La lógica de Dios atraviesa la realidad. No es tan evidente. Hay que descubrirla, nos
tiene que ser revelada. Pero entra por nuestros sentidos pues se ha encarnado en
Jesús. No es una racionalidad pura, una elaboración de ideas asépticas. En Jesús la
sabiduría de Dios es imagen, narración, cuerpo, sentimiento, conceptos. Ríe,
sangra, huye, abraza y tiene sed. Ofrece y mendiga, ilumina y confunde. Pero este
es precisamente el camino del acercamiento a la realidad que esta cultura actual
entiende, distanciándose de la racionalidad científica y técnica que nos ha traído
grandes progresos, pero también nos ha llevado a los grandes descalabros de las
ideologías y de la sociedad de consumo tal como está organizada hoy en el mundo
globalizado. Constantemente tenemos que volver a la persona de Jesús para que su
racionalidad sea también la nuestra.

La intensidad y permanencia de los estímulos que llegan a nuestros sentidos, nos


hacen difícil crear los espacios y los tiempos para elaborar un pensamiento propio
que sea nuestra columna vertebral. Es necesario desacelerar el ritmo de nuestra
vida y sacarla a intervalos posibles de los espacios contaminados por las
sensaciones seductoras que no cesan de llegar hasta nosotros. Cada día, cada
semana, cada año necesitamos esos espacios descontaminantes y disponibles para
acoger la propuesta de Dios.

Estamos expuestos a un exceso de información sesgada pues las noticias son objeto
de consumo y de competencia. Tienen precio y están orientadas por intereses
ocultos. Seducir y captar el interés del consumidor es clave. Se presentan las
noticias más trágicas sobre guerras y terremotos tratándolas y dándoles
seguimiento como si fuesen capítulos de una telenovela. El terremoto en Haití deja
de ser noticia cuando ya han pasado los impactos brutales del desastre y empieza
el diálogo lento y tortuoso sobre la manera de reconstruir el país. Podemos ser
arrastrados por el torrente mediático para vivir sólo en las sensaciones de los
grandes desastres o de los espectáculos más alucinantes.

La información vendida a ráfagas, sin matices, también nos dificulta conocer


realmente la realidad en la que Dios está presente y actúa. Esta presencia no entra
dentro de los umbrales de la sensibilidad consciente de los camarógrafos y
reporteros, pero ahí están expuestas las imágenes donde el ojo contemplativo
puede descubrir la acción del Espíritu, allí donde aparentemente no puede estar y
sólo se constata su ausencia. Necesitamos “ejercitarnos” en crear otra mirada, la
que descubre el fondo de la realidad y es capaz de decir lo que ha visto, la acción
35

de Dios asumiendo cada historia personal y la de toda la humanidad, desde los


espacios donde apareces más hundidas.

Hoy es muy importante el “mucho examinar”, lo que ha entrado por nuestros


sentidos, en el flujo de estímulos en el que vivimos sumergidos en la vida cotidiana,
hasta tal punto que muchas sensaciones nunca se convierten en percepciones
conscientes con las que pensar la realidad. El “mucho examinar” nos hará
interiormente más sabios y lúcidos. Es necesario tener en cuenta que el propio
conocimiento es el la base de toda ascética. Según santa Teresa de Jesús, “es el pan
con el que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este
camino de oración”. Si no nos hacemos conscientes, si no nos damos cuenta de los
pensamientos que giran en nuestra cabeza y de los sentimientos que originan en
nosotros, podemos ir creando un discurso sobre Jesús coherente y abierto,
mientras grandes dimensiones de nuestra vida se van configurando
clandestinamente según las lógicas dominantes e interesadas de la sociedad, o
respuestas mayoritarias, no necesariamente buenas, introyectadas dentro de
nosotros. Parte de nosotros mismos no se moverá en el encuentro con los demás
dentro de la gratuidad de la sabiduría de Dios, sino en los forcejeos y astucias del
mercado.

El discernimiento espiritual, personal y comunitario, adquiere hoy una relevancia


especial, si queremos vivir según el Espíritu. Nunca como hoy se ha estudiado con
tanta precisión la manera de crear sensaciones que entren dentro de nosotros, se
dirijan a las fuentes siempre abiertas de nuestras necesidades y desde ahí vayan
infiltrándose y contaminando nuestros deseos.

Cuando llegamos al final de cada día, cuando lo vivido está fresco todavía, es de
gran provecho hacer el “examen de consciencia”, para hacernos conscientes de los
espacios y encuentros, palabras y silencios, donde Dios se nos ha revelado para
construirnos, y cómo el mal espíritu ha mostrado su agresión directa o con engaños
para destruirnos. La sabiduría de cada día se va asentando en nosotros. En el
examen buscamos “convertir en zonas de presencia lo que eran experiencias
ausentes” (C. Domínguez, p. 126).

Ignacio de Loyola experimentó muy pronto lo que muchos comprendemos hoy


también, que si quería ayudar realmente a los demás, debía estudiar y entrar en el
rigor académico aunque ya fuese de mayor edad que los jóvenes que encontraba
en la Universidad. “Al fin se inclinaba más a estudiar algún tiempo para poder
ayudar a las ánimas” (Au 50). El rigor del pensamiento científico, filosófico y
teológico implica una ascesis. Pero no basta con el rigor, sino que hay que entrar en
la disposición de estar aprendiendo constantemente en un mundo que cambia y
fluye con rapidez. No es suficiente un “conocimiento profético” de la realidad. Es
necesario también, en la medida de lo posible, un “conocimiento científico”,
estudiar los mecanismos que configuran la sociedad. Pero el conocimiento
científico solo, no nos lleva a la entraña de la realidad que sólo se revela en la
experiencia mística, que salta como un regalo desde el misterio de lo real hasta
nuestros ojos.
36

La sensibilidad para percibir nuestra cultura y la lucidez evangélica para


comprender lo nuevo que el Espíritu realiza hoy, son necesarias para formular la
propuesta de Dios en un lenguaje nuevo, comprensible para nuestro mundo. A
veces repetimos fórmulas hechas que ya no dicen nada y recitamos oraciones que
están empapadas de inercia, no tanto por la dificultad de trasmitir una sabiduría
evangélica que puede ser contracultural, sino porque no somos capaces de percibir
la propuesta del Espíritu hoy, ni de elaborarla y transmitirla como “buena noticia”
en los códigos de comunicación que entiende nuestro mundo.

El encuentro cotidiano con el logos de Dios encarnado en el Hijo, tanto en la


meditación como en la contemplación de los misterios de su vida, nos irá
configurando poco a poco en el contemplado, en imágenes de la sabiduría de Dios.
Nuestra época no busca textos sino testigos.

Dentro de la Iglesia hay movimientos que hacen mucho énfasis en el sentir, en


estremecer la afectividad con sentimientos fuertes, desmesurados, como modo de
vivir la relación con Dios. También hay una religiosidad difusa y ligera que no sabe
darle nombre a lo que sucede en nosotros. Estos modos de relacionarse con el Dios
de la vida, necesitan la lucidez evangélica sobre el Dios que se nos reveló en la
carne y sangre de Jesús, y sobre el mundo que lo mató y sigue destruyendo hoy a
sus hijos más pequeños o más lúcidos y justos.

¿Es posible, en nuestra interioridad asaltada y reducida, hacernos conscientes de


los pensamientos que se mueven dentro de nosotros impactando nuestra
afectividad? Necesitamos más que nunca “ejercitarnos” en esta tarea para vivir una
vida espiritual lúcida y dejarnos configurar por el Espíritu, y no por los
pensamientos de este “mundo”, por las mediaciones del mal que se adueñan con
engaño de nosotros y nos desintegran desde dentro.

8. Mística: la locura que nos ilumina (1 Cor 1,25).


El “sentido” de la presencia y acción de Dios en el mundo se nos ha manifestado en
Jesús. Todo ha sido creado por el Padre en el Hijo. Todo surge desde él y hacia su
encuentro de reconciliación universal se dirige. No hay diferencias humanas que
estén segregadas de este dinamismo. No existen tierras ni mares inertes mientras
todo se mueve hacia el mismo destino. El Espíritu que se nos ha dado nos conduce
en todas las encrucijadas del camino.

La sabiduría de Dios suena a locura, pues se nos revela en un crucificado que acabó
sus días en un fracaso estrepitoso. No es posible comprenderla desde existencias
que no se detienen, constantemente estimuladas por sensaciones placenteras que
prometen llenar el sentido de la vida con nuevas sensaciones más intensas y
sofisticadas, encandiladas por los astros digitales que exhiben su dicha efímera en
los centros del poder y de la fama.

En momentos de gracia experimentamos la unidad sustancial de todo. En esa


experiencia se abren nuestros conceptos y razones a lo nuevo, se extienden
37

nuestras manos hacia otras manos diferentes, se llenan de gratuidad nuestras


actividades y se liberan nuestros recursos y habilidades para unirse a esa verdad
última que dinamiza la realidad.

La sabiduría que anunciamos se revela a los pequeños y humildes, es inaccesible


para los grandes, para los que disponen según su “lógica” blindada y su poder
férreo de la realidad humana (Lc 10,21-24). En medio de la fragmentación e
incoherencia, que llegan constantemente a nuestros sentidos, podemos ser
esclarecidos por esta sabiduría que sólo podemos recibir como don de Dios. En ella
descansamos y ella nos unifica.

Por eso nos movemos hacia los márgenes y periferias, a contracorriente de la


sabiduría de este mundo. Al peregrinar hacia las fronteras y al echar raíces en ellas,
nos estamos alejando de los que controlan el mundo desde los centros de poder y
nos acercamos a la locura de Dios, a la tierra blanda donde puede arraigarse y
crecer su iniciativa. Si la locura de Dios no se encarna en nuestras vidas como
novedad que salva, si no se hace carne y sangre, ¿qué podemos ofrecer a los
demás en esta cultura de los sentidos donde circulan con astucia seductora
sabidurías sonrientes y exitosas tan poco humanas, a velocidades desbocadas,
rodando sobre las espaldas oprimidas que sostienen la vida de este mundo como si
fuesen el asfalto de las calles? Sólo tendrá sentido nuestra palabra en el centro,
cuando actuemos ahí con la lógica de la sabiduría de Dios que se nos revela en las
fronteras.

Cuando miramos la realidad entera sin dejarnos atrapar por los esquemas limitados
de nuestras costumbres y creencias, entonces podemos ser iluminados por la
acción de Dios en personas de otras culturas y religiones que encarnan valores
evangélicos. Mahatma Gandhi en la independencia de la India, Nelson Mandela en
la lucha contra un sistema que segregaba a los negros en su propia tierra, y tantos
otros líderes de alcance universal, de otras religiones y culturas diferentes a las
nuestras, son expresiones de vidas entregadas a la liberación de sus pueblos para
configurarlos según valores humanos de significado universal. La sabiduría
evangélica desborda nuestros esquemas en los que pretendemos encerrarla con
frecuencia.

La sabiduría de Dios está activa, se ofrece a todos y muchas personas la acogen


como un don que da el sentido último a sus vidas. En los espacios más
descalificados por las ciencias sociales y los análisis de coyuntura, surgen
constantemente grandes y pequeños testigos contraculturales que se empeñan en
afirmar la dignidad de la vida, la fortaleza de la existencia, la presencia activa de
Dios en las situaciones humanas más desesperadas. Estos testimonios son más
fuertes que las cárceles que pretenden extirparlos y que los halagos que quieren
domesticarlos.

En la cotidianidad sin grandes titulares, se nos pueden iluminar acciones pequeñas,


segmentos de sabiduría evangélica, percibiendo la entraña escondida donde Dios
actúa. Vivir en esa claridad serena, trasforma nuestros espacios habituales y nos
38

permite a nosotros vivir en otra lógica que no viene impuesta desde fuera por los
interés del mercado o del poder de turno.

Nos encontramos con situaciones humanas de dolor y de oscuridad que no caben


en nuestra lógica. ¿Cómo se sitúan en el proyecto de Dios los millones de personas
que mueren en las guerras fratricidas, los pueblos que van languideciendo hacia el
exterminio en las periferias del mundo, los pueblos arrasados por terremotos y
ciclones? Los que viven de la mística del evangelio están siempre abiertos a lo
incomprensible. No lo niegan ni lo esconden. Constantemente exponen su
pensamiento a la acción de Dios y viven su pascua cuando ya no tienen donde
reclinar su cabeza atravesada por espinas, pues los caminos de Dios distan tanto de
los nuestros como el cielo de la tierra (Is 55, 9). Al vivir estas realidades en el
misterio del crucificado que ha resucitado, sienten que la última palabra de la
realidad es la Vida que todo lo rehace.

TU RESPUESTA

Te grité una pregunta


más grande que yo mismo.
Quise tu respuesta al instante
con un clic en el teclado.
Pero me respondió tu silencio
entre ausencias digitales.

Cada día y cada noche


la pregunta me horadaba
con su filo de espiral
taladrando mis saberes.

En mi herida abierta
sembraste una palabra
nunca antes pronunciada,
y la cubriste de silencio
con la palma de tus manos.

Al crecer dentro de mí,


dilató mis certezas
y ensanchó mi cuerpo
para acoger su estatura.

Sólo cuando nació


como palabra mía
ya fue respuesta tuya
engendrada en mis entrañas.
39

LA AFECTIVIDAD: ¿La fruición del adicto o la pasión creadora?

1. El corazón en el centro
El pensamiento califica la realidad percibida a través de los sentidos y provoca
los diferentes sentimientos, de simpatía, de miedo, de placer, de rechazo…
Nuestros pensamientos provocan sentimientos de distintas tonalidades e
intensidades. Pero hoy se preguntan muchos sobre el impacto que tiene en
nuestra afectividad el flujo continuo de estímulos que llega hasta nosotros en la
cultura de los sentidos.

“Nosotros haremos aquí la hipótesis de que ellos (los estímulos


continuos) afectan la capacidad de experimentar sentimientos,
fundamentalmente el sentimiento de existencia del yo y del otro. El
sentimiento del yo supone en efecto una cierta forma de continuidad, de
duración, requiere un límite entre interioridad y exterioridad. Este límite
hoy se cuestiona por las formas de las tecnologías contemporáneas, lo
que tiene consecuencias –por un parte conocidas, por otra inéditas -
sobre el funcionamiento de la subjetividad, y más aún del yo”. (Claudine
HAROCHE, p. 212).

Los estímulos que llegan a los sentidos sin interrupción a veces son tan fuertes e
impactan la afectividad de tal manera que el pensamiento queda paralizado, o
son tan sutiles que no percibimos el camino que van haciendo dentro de
nosotros, cómo van impregnando la afectividad, cómo se apoderan de nuestras
decisiones y de nuestra vida.

Necesitamos una afectividad que no esté disuelta en el océano de los estímulos,


ni atada a las ideologías, ni anestesiada ante el dolor humano, ni desencantada
con este mundo como si a Dios se le hubiese agotado el amor y la imaginación
para transformar nuestra realidad.

2. Vanos intentos de reencantar la vida


Durante los grandes proyectos de la modernidad, la afectividad estaba tan
absorbida y polarizada por la totalidad del compromiso y la urgencia de la tarea,
que casi no quedaba espacio para las necesidades afectivas personales de la
vida ordinaria, amistad, enamoramiento, encuentros gratuitos, sentimientos
artísticos… La posibilidad del cambio social se veía posible y próxima. No se
podía perder la oportunidad.

Pero cuando se caen esas utopías, entonces empiezan a surgir las necesidades
afectivas personales largamente reprimidas o pospuestas. Se constata un
empobrecimiento de las relaciones humanas mientras la persona estaba
polarizada y absorbida por el proyecto del cambio de la sociedad. Las relaciones
con los demás y con nosotros mismos escondían realidades interiores que
estaban posponiendo y aumentando la intensidad de sus demandas.
40

La caída de las grandes utopías ha dejado paso al desencanto, algo similar a un


gran fraude, que parece vacunar a las persona contra los grandes relatos.
Cayeron las mayúsculas: Patria, Pueblo, Clase… Se anunció la llegada de la
liberación y lo que llegó fue el neoliberalismo, el “capitalismo salvaje”, con
desigualdades muy profundas, con un crecimiento cuyos beneficios han sido
muy mal repartidos, con la violencia del narcotráfico y de los asaltos que
estremecen grandes ciudades y llenan de miedo las calles. Por otro lado, el
comunismo prometido y buscado en los países socialistas en medio de tantos
sacrificios no ha llegado.

Las instituciones importantes y respetadas de la modernidad ya no significan lo


mismo, son sentidas con “indiferencia”, con “descompromiso emocional”.

“Por todas partes se propaga la ola de deserción, despojando a las


instituciones de su grandeza anterior y simultáneamente de su poder de
movilización emocional. Y sin embargo el sistema funciona, pero por
inercia, en el vacío, sin adherencias ni sentido, cada vez más controladas
por los “especialistas”. (Gilles LIPOVETSKY, La era del vacío, ed.
Anagrama, Barcelona, 2010, p. 36).

En la vida cotidiana, ya no se vive trágicamente el sinsentido de los


acontecimientos. Se suple con lo espectacular, lo frívolo, lo divertido. Las
grandes preguntas no interesan. Lo que en otros tiempos aparecía rodeado de
un halo de respeto, ahora se banaliza en un humor corrosivo que no deja nada a
salvo, ni personas, ni instituciones, ni acontecimientos.

En un lenguaje cristiano, José Antonio García llama “herejía emocional” a este


sentimiento de desencanto que puede entrar dentro de nosotros, y que nos
lleva a vivir en el mundo como si Dios no tuviese ya nada que hacer.

En nuestras sociedades ha habido un intento trágico de reencantar el mundo


por el consumismo y la diversión. El consumismo promete llenar los deseos,
necesidades y carencias con diferentes productos, pero lo hace de tal manera
que nunca quedemos satisfechos y se despierte en nosotros la necesidad, la
compulsión de nuevos productos que el mercado produce sin receso. “Lo que
empieza como una necesidad debe convertirse en una compulsión o en una
adicción”. (Z. Bauman, Vida Líquida, p. 109). Cualquier privación inesperada,
irrita y frustra.

Mediante las tecnologías actuales la sociedad de consumo ofrece divertirse, en


la cultura del entretenimiento, de la huida hacia sensaciones agradables
desconectadas de la vida cotidiana; propicia ensordecerse, aturdirse para no oír
ni ver la realidad que se ha convertido en una incógnita amenazante y dolorosa;
asegura aislarse, para que no llegue hasta nosotros la vida con todos sus
absurdos en personas concretas con relatos lacerantes. Podemos viajar con los
audífonos en los oídos mientras la realidad está pasando delante de nosotros
41

con toda su intensidad de vida y de muerte, mientras dormitamos con los ojos
cerrados en los transportes públicos. En esta cultura del bienestar, de la
diversión, con la estimulación continua de los sentidos, es muy difícil acercarse
a los sentimientos hondos donde se elaboran las grandes decisiones de la vida.

En esta cultura el yo profundo está disminuido, con una capacidad limitada de


pensar con hondura, de sentir profundamente, de experimentarse a sí mismo y
de experimentar la existencia del otro en encuentros de calidad. Como no tiene
capacidad de ver, sentir y pensar la realidad, huye hacia el futuro en los
estímulos constantes y siempre nuevos que ofrece el mercado. Fluye de un
estímulo a otro antes de que el primero apague su encanto efímero o su
utilidad práctica. Sentirse bien implica la capacidad de desprenderse y echar a la
basura, tanto relaciones humanas que ya no interesan, como aparatos todavía
útiles pero ya desplazados por los nuevos que ofrece el mercado.

Con razón se promueve hoy una justa autoestima necesaria para la propia
consistencia personal en la relación consigo misma y con los demás. Pero el
narcisismo es diferente. Centra la persona en sí misma. El narcisista está
pendiente de la impresión que causa su apariencia en los demás, busca el
elogio, la admiración y trata de vincular las personas a sí mismo. Al mismo
tiempo centra su creatividad en la realización de un proyecto personal que
cause la admiración en los demás.

Este clima propicia una distorsión en las relaciones humanas. Los medios de
comunicación favorecen el estar conectados pero no necesariamente bien
relacionados. La manera de vivir la sexualidad nos puede iluminar en este
punto. En muchas ocasiones es una sexualidad cerrada sobre sí misma, como
puro gozo sensorial, sin implicar los sentimientos, sin apertura a la
trascendencia, sin capacidad de sacrificarse por la otra persona, sin apertura a
futuras vidas posibles y mucho menos a Dios. Un joven me decía: “He dejado
de acostarme con esta muchacha porque estaba empezando a enamorarme de
ella”. Antes, en algunas naciones más desarrolladas, el tiempo para un divorcio
se situaba en torno los siete años de matrimonio. Actualmente lo sitúan
algunos sociólogos en los dos años.

3. La orfandad que respiramos.


En la modernidad se afirmó que era necesario “matar a Dios” para que el
hombre viviese. Mientras la figura del Padre estuviese dictando, vigilando y
castigando, la verdadera humanidad libre no podría nacer. “Dios ha muerto”
sentenció la prestigiosa revista Times en su portada, recogiendo el sentir de un
segmento importante de la población. El marxismo impuso el ateísmo, y en el
occidente rico, sobre todo en Europa, se fue impulsando una sociedad sin Dios.
El laicismo extremo y militante hoy pretende encerrar en las sacristías y en la
vida privada hasta el nombre y los signos de Dios. Una sociedad cerrada sobre sí
misma, sin trascendencia, sin misterio, crea un estrechamiento de la existencia
humana, y contribuye al desencanto que respiramos, como si a lo único que se
pudiera aspirar es a un bienestar bien protegido de los excluidos.
42

Este proceso ha colaborado al nacimiento de personas perdidas, sin saber hacia


dónde mirar para situarse en medio del misterio de la vida, y dónde apoyarse
para trascender las propias miserias y darle un sentido definitivo a sus amores
más puros.

El Dios que se quiere suprimir no es el Padre que nos ha revelado Jesús en el


evangelio. Dios no es el competidor nuestro, ni el legislador frío y arbitrario, ni
el castigador de la humanidad. Es el creador primero y el origen incesante de las
nuevas posibilidades que nos ofrece siempre surgiendo desde las ruinas
personales y sociales. Dios no es celoso de nuestros progresos científicos, sino
el que ha escondido en el misterio de la creación y de las personas,
posibilidades insospechadas que están a nuestro servicio y que se han ido
preparando a lo largo de los siglos en lo secreto. Dios no permanece sentado en
su solio distante, sino que sufre con nosotros el dolor y la injustica del mundo, a
nuestro lado. Jesús, el Hijo enviado por el Padre, nos revela un Padre de
cercanía y de bondad infinita, herido también por nuestros nuestra violencia
contra los hermanos.

Tratar de eliminar a Dios Padre ha influido en el déficit de figura paterna que


sufre la cultura actual. Estudios recientes muestran la conexión de la falta de
figura paterna positiva con el surgimiento de comportamientos sociales
destructores, como el neonacismo, las sectas extremas, la delincuencia juvenil,
y enfermedades personales como la dependencia de las drogas y la anorexia.
(Cfr. Maria Clara BINGEMER, Un rosto para Deus? Ed. Paulinas, Sao Paulo 2005,
pp. 55-56).

De todas formas ha sido imposible ahogar lo sagrado que ahora emerge de


otras formas diferentes. Muchos buscan una experiencia religiosa sin la
pertenencia a las religiones tradicionales, sin instituciones, sin normas ni
preceptos. Lo sagrado no ha desaparecido sino que ha emigrado a muchas
manifestaciones culturales, deportivas, artísticas, políticas, en las que se puede
percibir un rumor de trascendencia.

“Probablemente, el historiador de las religiones Mircea Eliade, tuviera


razón cuando afirmaba que, en nuestra época, lo sagrado se ha ocultado
en lo profano”. (Joseph OTÓN: La interioridad: un paradigma emergente,
ed. PPC, Madrid, 2004.p. 147).

Necesitamos una nueva sensibilidad contemplativa para percibir la presencia


activa del Espíritu en las realidades profanas, y poder acoger en nuestra
afectividad el gozo de su presencia en la ciudad secular. Tenemos que leer con
ojos nuevos las plazas y las calles, los periódicos y las pantallas de cine, para
poder sentir y gustar el encanto de la humildad de Dios que nos sirve a todos
con una discreción infinita.

4. En el corazón del evangelio.


43

El amor, como sentimiento profundo de ser amado por el Padre y de entrega a


él y a su misión, está en el centro de Jesús y de su predicación. En ese amor
Jesús se siente existir siendo plenamente él mismo.

Este sentimiento que llena su corazón se fue formando en los largos años de la
infancia en una vida sencilla donde aparentemente no pasada nada importante.
Más adelante, en su vida apostólica, se formó tanto en el trato con la gente que
no le dejaba espacio ni para comer, como en la soledad de la oración cotidiana
donde se remansaba en su corazón lo vivido. Ahí se hacía consciente de todo lo
que estaba sucediendo de nuevo con su llegada a la vida del pueblo. En los
momentos especialmente importantes se retira del escenario habitual de su
trabajo, a una ecología diferente que favoreciese y protegiese los grandes
encuentros con el Padre que necesitaban más tiempo, como el desierto, el
monte y las orillas solitarias del lago.

El sentimiento de ser el Hijo muy amado del Padre, que se expresa en el


bautismo, está en el origen de su ser servidor (Lc 3, 21-22). No hay oposición
entre ser Hijo y servidor. Lo opuesto a Hijo es ser asalariado, como dirá Jesús a
los dirigentes judíos. El Hijo servidor nos revela al Padre que es nuestro servidor
en la historia.

La cercanía de Jesús a los discípulos favorece el crecimiento de una amistad. Va


creando una comunidad de discípulos, de varones y mujeres. ”A ustedes ya no
les llamo siervos sino amigos” (Jn.13, 15-14). Jesús ama y es amado, es el Amor
encarnado.

Jesús ama a las personas que encuentra en su camino, se compadece de sus


dolores y se alegra con su dicha. Llora la muerte de su amigo Lázaro y la futura
destrucción de Jerusalén. Acoge el amor de la mujer del perfume, el ser servido
por su amiga Marta o por la suegra de Pedro y la invitación a participar de los
festejos de una boda en Caná. Expresa con toda naturalidad sus sentimientos
de alegría. “Lleno de alegría dijo: “Yo te alabo Padre porque revelaste estas
cosas a los pequeños y se la escondiste a los grandes” (Lc 10, 21-24). Se indigna
en la sinagoga de Cafarnaún ante la dureza de los dirigentes judíos (Mc 3,5) y
se admira cuando descubre la fe del centurión romano. La angustia en
Getsemaní ante la amenaza de la pasión lo dobla contra el suelo.

En su predicación afirma el amor del Padre que se muestra en los pequeños


seres de la creación, pájaros y flores, en los enfermos en los que trabaja (Jn 5,
17), en los pecadores públicos a los que ve como hijos de Abraham, en los
pobres, últimos, pequeños, a los que siente como bienaventurados en contra de
un pensamiento dominante que los veía castigados y olvidados de Dios. Desde
el amor del Padre, su mirada sobre las personas es diferente a la que veía la
costumbre de la sinagoga.

Jesús ratifica la enseñanza central del A.T. “Amarás al Señor tu Dios con toda tu
alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti
44

mismo” (Lc 10,27). El samaritano de la parábola hace la exégesis verdadera de


lo que Jesús dice. Lo importante en cada persona es el corazón, de donde brota
lo bueno y lo malo, lo que realmente salva o contamina la vida en todas sus
manifestaciones (Mc 7, 20-23). El amor concreto a los que nos persiguen (Mt
5,20) y a los últimos, es lo que mide el valor de una vida humana, lo que refleja
en este mundo el corazón de Dios (Mt 25,40). Juan define en una palabra el
Dios que nos revela Jesús: Dios es Amor (1 Jn 4,8).

5. Liberar, centrar y llenar de pasión el corazón.


El centro de los Ejercicios Espirituales es liberar el corazón, quitar las afecciones
desordenas para poder ordenar la persona y la vida en el amor a Dios y en la
entrega apasionada a la novedad que él nos va a revelar y a proponer. Todos los
ejercicios van ordenado a este fin (Ej 1).

En la afectividad se experimenta la acción de Dios directamente (consolación


sin causa precedente), la del buen ángel (consolación con causa) y la del mal
ángel. El saber muchas cosas con el entendimiento no garantiza ningún cambio
profundo ni “satisface al ánima”, sino “el sentir y gustar de las cosas
internamente” (Ej 2). Por eso, donde encuentre lo que quiero en la oración, “ahí
me reposaré “sin tener ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga” (Ej 76).
Lo que “dispone” realmente a una persona para encontrar a Dios y avanzar por
el camino que Él le muestra, no son las recomendaciones del que da los
Ejercicios, sino la cercanía de Dios “abrazándola en su amor” (Ej 15). Es el
abrazo de Dios lo que nos transforma el corazón y nos hace disponibles para
acoger la novedad que nos ofrece.

Dios da consolación (alegría, paz, gozo…) al que va “intensamente purgando sus


pecados y en el servicio de Dios nuestro señor de bien en mejor subiendo” (Ej
315). Esta es una afirmación primordial y decisiva ante cualquier visión
atormentada de la vida espiritual. Pero a veces Dios nos retira
pedagógicamente el sabor de la consolación para que reconozcamos que “todo
es don y gracia” de su bondad (Ej 322), y para que nos hagamos fuertes para
resistir los combates del mal en la historia. Porque no sólo se trata de servir
bien y creativamente, sino también de resistir, de crecer en capacidad de recibir
golpes, de permanecer sumergidos en las situaciones hostiles, sin gratificación
ninguna, que vamos a encontrar en el servicio al reino de Dios.

Como experimentos tantos sentimientos diferentes en nuestro corazón, en los


exámenes de la oración y del día tenemos que recoger las mociones que se
mueven dentro de nosotros, para darnos cuenta de ellas, discernirlas y
descubrir las propuestas de Dios y las trampas del “enemigo”.

A lo largo de los Ejercicios se va formando el deseo. No se trata de anular el


deseo, sino de orientarlo según Dios, de amar intensamente. Como dirá Jesús:
“¡Cuánto he deseado comer esta pascua con ustedes antes de mi pasión” (Lc
22,15)“.
45

“Si el sujeto del deseo en los Ejercicios es esencialmente el


ejercitante, el objeto del deseo, de un modo directo o indirecto,
es siempre Dios. Aunque en el lenguaje ignaciano no se expresa
tanto directamente el deseo de Dios mismo cuanto el de desear
apasionadamente cuanto Dios quiere, lo que se corresponde con
el deseo de Dios: desear y conocer lo que sea más grato a la su
divina bondad (Ej 151), desear y elegir lo que más nos conduce al
fin para el que somos criados (Ej 23). (…) El deseo expresa
entonces una dinámica que no es tanto la de la negación de sí
mismo, sino la del amor que engrandece”. (Carlos Domínguez,
“Sicodinámica de los Ejercicios Ignacianos”, ed. Sal Terrae y
Mensajero, Santander, p. 142).

La transformación del deseo sigue un proceso ascético y místico muy bien


elaborado.

1) Despertar y situar el deseo. Ya desde el comienzo, en el principio y


fundamento, el ejercitante se sitúa en el fin que busca, sin desviarse por
vericuetos laterales: “solamente deseando y eligiendo lo que más nos
conduce para el fin que somos criados” (Ej 23). Sólo un objetivo centra el
corazón y en él se enfoca con pasión. El deseo de encontrar la propuesta
nueva de Dios para su vida, el mayor servicio, lo pone en camino. “Sólo” es
una de las palabras del amor que incorpora toda la vida: sólo, todo,
siempre, nada, basta. La pretensión del amor es siempre totalizante.

2) En el encuentro con el pecado propio y del mundo, se purifica el deseo de


toda ingenuidad y suficiencia. Por el dolor de experimentarse pecador y en
la experiencia del amor misericordioso de Dios que es más profundo que el
pecado y la culpa, el ejercitante pone su consistencia en Dios y desde ahí ya
se puede abrir al futuro y preguntarse: ¿Qué debo hacer por Cristo?

3) En la reposada contemplación de Jesús, el deseo se va iluminando y


apasionando con su persona y su manera de realizarse y de ayudar a la
liberación de todo el pueblo. La figura de Jesús entra por nuestros sentidos
en la contemplación, hasta la hondura de nuestra afectividad, donde se
nos regala “gustar… la infinita suavidad y dulzura de la divinidad, del ánima,
de sus virtudes y de todo” (Ej 124).

4) Como en nosotros hay un peso cultural muy grande que nos inclina a
dejarnos seducir, Ignacio nos confronta con nuestra ambigüedad radical en
las meditaciones ignacianas de la segunda semana, para tratar de discernir
y liberar nuestro deseo de falsas motivaciones que lo pueden atrapar en
proyectos y modos de proceder que pueden ser buenos, pero que no son la
propuesta nueva y original de Dios para el ejercitante. Es necesario que el
ejercitante no se deje engañar bajo apariencia de bien, según los criterios
de éxito que la cultura aplaude, “de manera que el deseo de mejor poder
servir a Dios nuestro Señor le mueva” (Ej 155). Más aún, para parecerse más
46

a Jesús, quiere y elije “desear de más ser estimado por vano y loco por
Cristo , que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este
mundo”(Ej 107). El deseo se va configurando con el estilo de Jesús, con la
sabiduría de Dios que aparece en muchas ocasiones una locura
contracultural.

5) Cuando el ejercitante hace la elección y la reforma de la vida según la


propuesta de Dios, y se siente confirmado en ella, entonces el deseo ya está
centrado y unificado en la novedad de Dios que ha entrado en su vida.

6) No podemos ser ingenuos ni evadirnos de la historia. La cruz, de una


manera o de otra, se presentará en el camino de la novedad de Dios. Por
eso es necesario que el deseo se fortalezca para “hacer y padecer” por
Cristo en la historia sin dejar que el corazón se escape hacia atrás, hacia el
pasado protegido, o hacia el vacío de la evasión por la dureza que le
sorprenderá en la vida cotidiana. Recorro la pasión, acompaño a Jesús en
comunión, y pido “lo que quiero”, “dolor con Cristo doloroso y quebranto
con Cristo quebrantado” (Ej 203). ¿Medimos el escándalo de semejante
petición en nuestra cultura del bienestar? Buscamos la fortaleza del corazón
para ser capaces de asumir los compromisos exigentes y duros con los que
nos vamos a encontrar en nuestro servicio al reino de Dios, y de una manera
especial en la solidaridad con los más pobres.

7) En el encuentro con Jesús resucitado se transfigura el deseo en la alegría


que vence los sepulcros, los sellos imperiales y las estrategias de la
sinagoga. Jesús nos consuela como un amigo. En la soledad, en medio de la
comunidad nacida de la pascua, y en toda la realidad transfigurada donde
me moveré, me encontraré al Señor que está presente, trabajando por mí
humildemente. Me uniré al Dios que trabaja humildemente por nosotros.
Esa será mi dicha.

A lo largo de los Ejercicios se va configurando un corazón al estilo de Jesús, a


través de procesos de los que, a veces, nos podemos hacer consientes, y en
otras ocasiones no, pues los realiza la misteriosa acción del Espíritu donde no
llega ni nuestro análisis ni nuestro discernimiento, en las dimensión
inconscientes donde se asientan y se nutren muchas de nuestras afecciones
desordenas y nuestras opciones más lúcidas y generosas. En algunos momentos
Ignacio une el querer y el desear: “quiero y deseo” (48, 98). Si sólo queremos
con nuestra voluntad pero no está implicado el deseo profundo del corazón, ese
querer es muy frágil.

“El ideal ignaciano de creyente supone una afectividad integrada y


ordenada en todo, un afecto inclinado, una implicación afectiva libre en
la oración y en la contemplación creyente de las cosas. No es extraño,
por lo mismo, que Ignacio prefiera ver a los jesuitas en formación llenos
de fervor en las letras y en el estudio más bien que remisos o tristes,
aunque reconozca la posibilidad del fervor indiscreto”. (Carlos
47

Domínguez, Diccionario de Espiritualidad Ignaciana, ed. Sal terrae-


Mensajero, Santander 2007, p. 101).

6. La ascética: una afectividad que se libera.

La afectividad es el centro de la persona. “Amor meus, pondus meum” (S.


Agustín). Lo que yo amo profundamente, inclina mi vida en esa dirección. Blaise
Pascal lo expresa bien: “Poderosas razones tiene el corazón que la razón
desconoce”. En muchas ocasiones hablamos según los grandes principios pero
actuamos según los grandes sentimientos. Entre la palabra y la acción está el
corazón. Lo afectivo es lo efectivo, lo que encamina nuestras vidas.

El “deseo” tiene un gran poder estructurador de la persona. Toda ella se


organiza en función de lo que deseamos ardientemente. Conozco una bailarina
de ballet clásico y moderno, cuya pasión por expresar con su baile los
sentimientos profundos, la lleva a vivir una vida de asceta. Su deseo le norma
las horas implacables de ejercicio diario, lo que debe comer, las horas de sueño,
las relaciones.

En algunas ocasiones nos encontramos con personas que toman de repente


decisiones inesperadas que sorprenden a todos. Un divorcio, dejan la vida
sacerdotal o religiosa, un cambio de trabajo de toda la vida. Nada denotaba un
deterioro progresivo que presagiase esa ruptura. Pero poderosas corrientes
afectivas subterráneas iban engrosando su caudal día a día, hasta que en un
momento inesperado rompieron las apariencias y saltaron a la superficie para
sorpresa de todos e incluso de la misma persona. Los consejos de los amigos y
las técnicas de los expertos ya no pueden hacer nada. Por la hondura del
corazón pasan constantemente sentimientos, pasiones, estados de ánimo que
van configurando nuestro universo afectivo. En la cultura actual, nos llegan
estímulos destinados a seducirnos que entran sin ruido dentro y nos van
configurando el corazón.

El elemento básico que hay que tener en cuenta es la necesidad de detenerse


de manera regular para examinar el corazón. ¿Qué se mueve en nuestra
afectividad? No se trata sólo de constatar la tonalidad básica de nuestra vida,
sino también de los episodios concretos que tienen nombre propio.
Necesitamos darnos cuenta de lo que sentimos y llamarlo por su nombre. Cada
día miramos nuestro rostro en el espejo, también necesitamos mirar el corazón.

Cuando hablamos del corazón, la palabra “detenerse” es clave, por oposición a


saltar constantemente de una sensación en otra. Los largos momentos que
pasan juntos los enamorados, aparentemente perdiendo el tiempo, sin hacer
nada, son en realidad necesarios para que la afectividad se vaya impregnando
de la nueva presencia. El conocimiento puede ser rápido como un relámpago
que ilumina en un instante, pero la afectividad es lenta y necesita que los
48

sentimientos vayan filtrándose hasta las dimensiones más hondas para


comprometer el corazón de verdad.

San Ignacio da dos principios básicos que son de suma importancia en la


relación con Dios cuando oramos. “No el mucho saber harta y satisface el
ánima, mas el sentir y gustar de la cosas internamente” (Ej 2). El sentir y gustar
es lo que nos cambia el corazón. Por eso es importante saber que debo
“reposarme” (Ej 76) donde hallare lo que quiero. El no buscar con codicia el
“mucho saber” y el reposo contemplativo gratuito, “sin tener ansia de pasar
adelante, hasta que me satisfaga” (Ej 76) se opone radicalmente a la movilidad
incesante del mundo líquido y a la voracidad de las relaciones en una sociedad
donde todo puede ser objeto de consumo.

Nuestra afectividad necesita relaciones hondas. Por supuesto, la primera


relación a la que hay darle tiempo de calidad, no las sobras cansadas de nuestro
día asaltado por un rimo frenético, es al encuentro explícito con Dios en la
oración, para que podamos vivir todo el día en el sabor de ese encuentro. Las
amistades humanas profundas y duraderas le dan al corazón raíces para
alimentar su consistencia. El acompañante espiritual, la persona que nos
conoce en nuestra historia, nos facilita objetivar nuestros sentimientos,
reforzando los positivos y desenmascarando los destructores que se esconden
bajo el disfraz brillante de justificaciones y racionalizaciones.

Las relaciones del círculo más próximo a nosotros por vínculos comunitarios,
familiares o laborales también se enriquecen cuando el amor une a las
personas. “Amigos en el Señor” se llamaban los primeros jesuitas, muy
diferentes unos de otros.

“De París llegaron aquí, mediado enero, nueve amigos míos en el Señor,
todos maestros en artes y asaz versados en teología, los cuatro de ellos
españoles, dos franceses, dos de Saboya y uno de Portugal” (Carta de
Ignacio a Juan de Verdolay, 24 de julio de 1537)

El amor sitúa las relaciones en una apertura donde el evangelio puede


comunicarse. Ignacio despedía a los jesuitas enviados a Alemania con las
siguientes recomendaciones:

“Lo que primera y principalmente ayudará es que, desconfiando de sí


mismos, confíen con gran magnanimidad en Dios, y tengan un ardiente
deseo, excitado y fomentado por la obediencia y la caridad, de conseguir
el fin propuesto”. (…) “Tengan y muestren a todos afecto de sincera
caridad”.(…) “Con obras y verdad muestren el amor, y sean benéficos con
muchas personas, ora sirviéndolas en lo espiritual, ora en lo temporal,
como después se dirá”. (…) “Háganse amables por la humildad y caridad,
haciéndose cada uno todo para todos” (…) “No dejen ir a nadie triste en
lo posible, sino es para bien de su alma”.
49

(Carta de Ignacio a los Padres enviados a Alemania, 24 de septiembre de


1549).

Francisco Xavier hace una recomendación parecida a su discípulo Mansillas,


pero añade un elemento importante. No basta con que el apóstol ame al
pueblo, sino que es importante que el pueblo lo ame a él:

“Ruegoos mucho que con esta gente, digo con los principales y después
con todo el pueblo os hayáis con mucho amor; porque si el pueblo os
ama, y está bien con vos, mucho servicio haréis a Dios”. (Francisco
Xavier a Mansillas, 20 de marzo de 1544. Crf. León Dufour, San Francisco
Xavier, ed. Sal Térrea-Mensajero, Santander, 1998, p. 169).

Una gracia especial para crecer en un corazón evangélico es la amistad con


personas descalificadas que no están hechas para competir en la lucha de la
sociedad de consumo para ocupar los primeros puestos. Ignacio lo formula así:
“La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey eterno”. No es algo extraño
al evangelio pues ese fue también el camino de Jesús.

“Los escogidos amigos suyos, sobre todo en el Nuevo Testamento,


comenzando por su santísima Madre y los apóstoles y siguiendo por
todo lo que va de tiempo hasta nosotros, comunmente fueron pobres”.
(Carta de Ignacio de Loyola a los Padres y Hermanos de Padua, 7 de
agosto 1547).

La ascética de la afectividad nos lleva a revisar y situar constantemente nuestro


universo afectivo, para que nuestro corazón se vaya haciendo como el de Jesús.
Él mismo nos dio ese consejo: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de
corazón” (Mt 11,29). La relación profunda con Dios, y las relaciones humanas
verdaderas, que nos dan alas y raíces al mismo tiempo, nos ayudan a liberar
nuestro corazón de ataduras malsanas y nos ofrecen la posibilidad de construir
una afectividad como la de Jesús. “Tengan los mismos sentimientos de Cristo
Jesús” (Flp 2,5).

7. La mística: la pasión por Dios y por su reino


Lo que verdaderamente transforma la existencia humana es el “abrazo de Dios
en el amor” (Ej 15). Sólo en esta experiencia que Dios nos regala, el corazón
humano está “dispuesto”, preparado, para acoger la novedad que nos ofrece a
cada persona individual y a una comunidad entera cuando todos se sienten
unidos por el mismo abrazo, que es algo más fuerte y aglutinador que las afines
visiones de la realidad que podamos tener entre nosotros.

Todos estamos hechos para el encuentro con un Tú inagotable. Existe en cada


persona una apertura última a la trascendencia, a Dios. La originalidad que
somos sólo encuentra alimento específico en esta relación única en la que
vamos avanzando siempre, adentrándonos cada día más en el corazón de Dios.
En la medida en que nos unimos más con él, vamos siendo cada día más
50

nosotros mismos, desarrollando nuestras posibilidades. La relación con Dios no


nos anula, ni en ella nos perdemos, ni nos hace como un guante de su mano.
Sino que nos propone ser servidores de su misión en la historia con toda
nuestra originalidad, como lo fue Jesús.

Este es un punto clave. No nos encontramos con un Dios alejado de la historia,


inmóvil en una eterna serenidad, ni accedemos a su presencia desligándonos de
la realidad con toda su pesadumbre. Al encontrarnos con el Dios de la historia,
inevitablemente nos encontramos que se mueve a nuestro lado, se
compromete con nosotros, pero no desde el poder, ni desde la distancia
aséptica, sino desde el servicio humilde, asumiendo la historia humana desde
las situaciones más hundidas y desgarradas juntamente con nosotros.

Al encontrarnos con Dios, no sólo nos adentramos cada día más en su


intimidad, sino también en su acción en la historia. Avanzamos con él, nos
unimos a su manera de servir, pobre y humilde, tal como se nos ha revelado en
su Hijo Jesús. Nos veremos entrando en situaciones que pueden ser muy duras,
donde el reino de Dios crea conflicto, contradice las estructuras injustas y las
instituciones y personas que las sostienen. Podemos ser marginados,
descalificados, y sufrir la erosión cotidiana de una oposición casi invisible que
nos puede desgastar y desintegrar.

En situaciones extremas, sentiremos que Dios ha desaparecido y que nos ha


abandonado. Ese fue el grito de Jesús en la cruz que sigue resonando hoy por
todos los calvarios del mundo. En el Getsemaní de los místicos, caeremos de
rodillas con una angustia que suda sangre y nos arroja contra el suelo. En la
oscuridad de la noche sin testigos le diremos al Padre que si es posible pase de
nosotros este cáliz. Pero ya no es posible. El Padre no puede retirar de la
historia de repente los dinamismos armados contra los justos que ha
desencadenado el anuncio del reino de Dios al que ven como una amenaza
para sus intereses.

La experiencia de Jesús resucitado, que abre los sepulcros de los justos y se


aparece cuando estamos con las puertas y ventanas cerradas paralizados por el
miedo, nos devuelve la alegría y la paz porque las situaciones de muerte han
abierto las puertas y ventanas hacia la vida nueva. No es que llegue desde
fuera otra realidad, sino que la que parecía sin salida, se ha abierto por su
mismo centro hacia el futuro. Personas sencillas del pueblo emergen con una
alegría y una audacia que desconcierta los sistemas bien armados, y
desconcierta los análisis y previsiones de los más audaces visionarios.

Los grandes místicos suelen abrir caminos nuevos en la Iglesia y en la sociedad,


precisamente porque el Dios de la intimidad es también el Dios de la historia.
Se sienten bien en la soledad con Él, y se mueven libres y audaces por las calles
cotidianas con una sencillez que desafía costumbres, leyes y estadísticas.
51

RECONCILIACIÓN

La sangre del justo


y la del malvado,
pasan por tu mismo corazón.

La espalda del que golpea


y la que recibe el latigazo
son parte de tu mismo cuerpo.

En tus lágrimas lloran


el dolor del bueno
y la confusión de su agresor.

Tu misma ternura abraza


el rostro de tu madre María
y la del soldado que te clava.

En tu corazón no hay excluidos,


en tu cuerpo todos cabemos,
en tus lágrimas todos lloramos,
en tu ternura todos existimos.

¡Déjame entrar contigo,


Señor, en tu misterio,
y vivir en el hogar de tu pasión
donde reconcilias lo imposible!
52

LA DECISIÓN: ¿Fluir en la vida líquida o acoger la novedad de Dios?

1. La decisión
La decisión se toma bien cuando nuestro pensamiento, nuestra afectividad y
nuestro cuerpo dialogan entre sí al situarse ante la realidad, para hacer
opciones consistentes, que respeten lo que realmente somos y la realidad en la
que vamos a actuar. En algunas culturas, ante una propuesta nueva, se
preguntan: ¿Cómo se te pone el cuerpo?, no sólo ¿qué piensas? o ¿cómo te
sientes?

Con nuestra acción respondemos a la solicitud del mundo exterior que se


acercó a nuestros sentidos, se clarificó en nuestro pensamiento, impactó
nuestra afectividad y, después de recorrernos por dentro, nos expresa en la
realidad. Lo que en definitiva buscamos al decidir es, entre tantas novedades
como brillan seductoras delante de nosotros, ¿qué es lo nuevo que Dios nos
está proponiendo hoy y cuál es mi colaboración exacta? En el mundo líquido
donde todo se mueve en un torrente sin reposo, tomar auténticas decisiones es
más necesario que nunca.

La no decisión, el inhibirse, es también una decisión. Entre hacer el bien y hacer


el mal, no existe un término medio. (Mt 25,31-45; Mc 3,1-4). No hacer nada,
cuando se puede hacer algo, es también una decisión de muerte.

2. ”La agitación permanente”.


La agitación permanente para trabajar sin receso, y así poder viajar a más sitios
diferentes y adquirir los bienes de consumo que son sustituidos por otros más
avanzados antes de que los anteriores se gasten, nos hace entrar en un ritmo
destructor que en gran medida nos arrastra.

“El inmovilismo ha llegado a ser un insulto como si el hecho de agitarse


permanentemente fuese una cualidad. La idealización del movimiento
perpetuo es un mecanismo de defensa contra la angustia del momento
presente. Al no soportar el mundo tal como es, la persona se proyecta
hacia el futuro según el principio de la alucinación del deseo. Al diferir
siempre la satisfacción en el tiempo, no tiene necesidad de confrontarse
a lo real”. (C. Haroche. p. 3).

Muchas actividades que podrían parecer la expresión de una gran capacidad de


decisión, pueden ser en realidad la incapacidad de detenerse para implementar
decisiones que respeten lo que somos y nuestras opciones más profundas.

3. “La tiranía de las posibilidades”.


Constantemente estamos recibiendo propuestas que llegan a nuestros sentidos
por la publicidad, o simplemente por el despliegue de la sociedad de consumo
delante de nosotros, desplazándose por nuestras calles. Constantemente hay
que decir sí o no. Es una cultura del acoso. Estamos sometidos a la “tiranía de
las posibilidades” innumerables. Las veinticuatro horas del día, y casi en todos
53

los espacios, a través de los celulares, del teléfono, de internet, de los


periódicos, del buzón de correos…, estamos recibiendo ofertas: compañías de
seguros, medicinas alternativas que sólo se venden “on line”, vacaciones con
descuentos tentadores... Y estas ofertas suelen terminar con el persistente:
“Llame ahora”. Muchas personas compran objetos que nunca usarán sólo
porque estaban baratos o son atractivos.

Las grandes marcas comerciales de prestigio internacional, que encontramos en


los medios y calles, están representadas por símbolos, que son trazos simples,
de color y de diseño único, que parecen inocentes. Pero los símbolos hacen
alusión a una realidad y en su discreción la esconden. Al ver en el pecho de una
persona el símbolo de una marca exclusiva, sin que nosotros lo advirtamos
estamos recibiendo un mensaje que despierta en nosotros todo un significado
de prestigio, de calidad, de pertenencia a un grupo privilegiado que viste ese
tipo de ropa. La persona camina por la calle satisfecha por la autoestima
prestada que esa marca le confiere, y suscita en el que la mira el deseo de
comprarla.

4. “Decir sí, sin decir no”.


Otra de las características de esta cultura es la dificultad para renunciar a lo
que es incompatible con lo que hemos decidido. Se hacen opciones dejando
todas las puertas abiertas. La renuncia es una palabra sin sentido. En opciones
muy importantes de la vida se dice sí, pero se deja la puerta abierta para otras
opciones más adelante. No se escoge dejando morir las otras opciones. En
muchos casos las personas no pueden soportar decisiones de largo plazo, de
toda la vida, simplemente por la necesidad de moverse, de no estar siempre en
lo mismo, porque la cultura les ha creado entrañas impacientes. Las decisiones
claves de la vida, para muchos ya no son “hasta que la muerte nos separe”, si
no “hasta que el tiempo nos separe”. Todo, las relaciones, los trabajos, los
lugares y las pertenencias, parecen tener fecha de caducidad y son
desechables.

5. “El yo colonizado”.
El “yo saturado” de información, de propuestas de consumo, de posibilidades
diferentes de organizar su vida, de relaciones reales o virtuales, de ofertas de
todos los estilos, se va convirtiendo en un “yo colonizado”. Cuando se nos
presenta una situación nueva, ya tenemos infinidad de respuestas posibles
archivadas dentro de nosotros. (Cfr. Kenneth J. GERGEN, El yo saturado.
Dilemas de identidad en el mundo moderno; ed. Paidós, Barcelona 2006, pp.
79-121)

En la medida en que una persona va siendo más colonizada, se va convirtiendo


ella misma en un muestrario de supermercado donde aparecen todo tipo de
respuestas que no tienen coherencia unas con la otras, sino simplemente están
unas a lado de las otras. Al pertenecer estas muestras a diferentes
racionalidades, uno ya no sabe qué es lo razonable a la hora de decidir. Lo que
es razonable en un ambiente ya no lo es en otro. “Nuestra esfera privada ha
54

dejado de ser el escenario donde se desenvuelve el drama del sujeto reñido


con sus objetos (…); ya no existimos ni como dramaturgo ni como actores, sino
como terminales de redes de ordenadores múltiples” (Jean Baudrillard).

6. ¿Decidimos o somos llevados?


Las incontables sensaciones que se van alojando en nuestras hambres
naturales, o en las artificiales creadas con habilidad por la sociedad de
consumo, en muchas ocasiones van imponiendo decisiones que son ya
inevitables cuando nos venimos a dar cuenta. Corrientes subterráneas se han
ido formando dentro de nosotros que cuando salen a la superficie ya no hay
modo de detenerlas. En la cultura actual, podemos perder el control para
decidir sobre nuestra propia vida.

“Con la ausencia de referencias sociales estructurantes, una


educación que ya no inculca el sentido de los límites y una
inmensa oferta hedonista, muchos individuos dejan de tener
control real sobre sí mismo. En este aspecto, el individualismo
hipermoderno se identifica muchas veces con un individualismo
caótico, desestructurado, cacofónico. Por un lado, crece la
soberanía del individuo; por otro, el desposeimiento del
individuo, que se vuelve incapaz de controlarse a sí mismo”.
(Gilles Lipovesky, O Futuro da autonomía: uma sociedade de
individuos?, Unisinos – PUC, Rio de Janeiro, 2009, p. 64).

En algunos momentos podemos creer que estamos decidiendo bien, pero un


conjunto de corrientes subterráneas que se mueven dentro de nosotros,
pueden ir desviando nuestra ruta hacia puertos que no habíamos escogido.
Aquí están en juego no sólo las grandes opciones, sino la calidad de nuestra vida
cotidiana que puede ser devaluada sin darnos cuenta por los dinamismos
desintegradores de la cultura que se han ido asentando dentro de nosotros.

7. “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”.


En el evangelio nos encontramos con Jesús, que es la propuesta que Dios nos
hace y al mismo tiempo la respuesta verdaderamente humana a la propuesta del
Padre. Para poder ver la realidad y oír la propuesta de Jesús, los ciegos y los
sordos son curados. Los paralíticos de pies y manos son liberados de sus
ataduras y devueltos a la vida para que puedan realizar la respuesta. Otros
muchos son desligados de ataduras que los amarraban al pasado y les impedían
acoger la novedad de Jesús.

¿Cómo toma Jesús sus decisiones? Por un lado Jesús está inmerso en la realidad
de su pueblo. Él ha crecido en este pueblo, él es pueblo, un carpintero de
Nazaret. Al mismo tiempo toma distancia de la gente, de su visión de la realidad
que no deja salida y de sus expectativas desmesuradas que no van a la raíz de
los problemas. No son capaces de percibir la propuesta nueva del Padre, el reino
de Dios que Jesús ve surgir por toda Palestina. En la soledad de la madrugada
mira el día que comienza para decidir qué hacer, si tiene que quedarse en ese
55

lugar o dirigirse a otro. En los momentos de encrucijada, necesita retirarse a la


soledad porque tiene que tomar decisiones claves y difíciles: comienzo de su
misión después del bautismo, elección de los apóstoles, viaje a Jerusalén, en el
camino hacia la pascua en el Tabor, en Getsemaní antes de la pasión. Orará solo,
pero también con sus discípulos (Tabor, última cena, Getsemaní…). Esta manera
de actuar le permite ser al mismo tiempo profundamente del pueblo, y del
Padre, encarnar en la realidad del pueblo lo que éste necesita como una
novedad inesperada.

Cuando Jesús realiza la propuesta del Padre, lo hace desde una unión con él sin
fisura ninguna. Pero Jesús no es el guante de la mano del Padre, sin consistencia
propia. La unión de Jesús con el Padre es la del amor, que hace que Jesús llegue
a su plenitud personal precisamente cuando se entrega hasta la muerte para
crear la vida nueva que el Padre nos ofrece a todos.

¿Cómo hace Jesús su propuesta e invita a tomar una decisión? Hay una
propuesta fundamental: el reino de Dios llega como liberación de toda la
realidad y como reconciliación de todo lo que merma la vida de las personas y
de los pueblos. Sólo el que vea esta realidad creciendo por todos los rincones de
la sociedad judía podrá entusiasmarse con ella.

Hay un cambio de perspectiva en cuanto a los actores de este proyecto. Hay


muchos justos presos por sus marañas de leyes y muchos ricos acomodados en
su riqueza y su poder social, que no son capaces de doblar la cabeza llena de
saberes religiosos para entrar por la puerta pequeña, ni de desprenderse de
bienes y seguridades pegados a los costados para atravesar el callejón estrecho
que lleva al reino (Mt 5,13-14). Sin embargo hay muchos descalificados de la
sociedad y de la religión, pobres, pecadores, publicanos, viudas, niños, que se
convierten en bienaventurados y son invitados a dejar de ser los mendigos de la
historia para convertirse en sal y luz, en creadores pascuales de la nueva
sociedad, del reino de Dios (Mt 5, 11-14). La decisión del seguimiento de Jesús
sólo se puede realizar cuando uno se ha encontrado con él y ha quedado
transformado en el encuentro.

Jesús exige decisiones radicales, que pueden estremecer la vida entera de una
persona. No las dulcifica ni las esconde. Nadie debe sentirse engañado por las
apariencias ni seducido por la lisonja. Nada ni nadie se puede interponer. El
reino es lo más importante, incluso más que la propia vida. El que quiera ir con
él que cargue con su cruz para ser crucificado en ella y que lo siga (Mc 8, 34-37).

A nadie se le da un programa concreto de actividades con un guión preciso.


Tendrá que ir descubriendo de manera creadora la novedad del reino, sin
dejarse resbalar hacia posiciones ya adquiridas y seguras, ni precipitarse hacia
adelante arrastrado por su propio deseo impaciente y desligado del don de Dios
y de la comunidad concreta que tienen su ritmo y su momento. Hay que
aprender a vivir en el surgir del ahora nuevo como don de Dios.
56

Sólo el que siga a Jesús con pasión, podrá servir hasta la pasión y la resurrección.
Numerosos procesos pascuales son necesarios a lo largo de la vida para ser
realmente fieles a la vida de calidad evangélica. No es apto para el reino el que
pone la mano en el arado y mira hacia atrás. Sin una experiencia fuerte de
trascendencia, no se pueden superar los marcos impuestos, las referencias en
las que hay que moverse porque la cultura lo impone así, con su inagotable
capacidad de seducción y su poder de descalificación social para los que
construyen su vida al margen de las modas imperantes.

8. La nueva propuesta de Dios para cada uno de nosotros


Los Ejercicios Espirituales arrancan de un presupuesto fundamental.
Necesitamos encontrarnos con Dios, que se nos ha revelado en su Hijo Jesús,
para liberar nuestro corazón de afecciones desordenadas y así poder ver y oír la
inédita propuesta de Dios para cada uno de nosotros a través de un proceso
profundo de encuentro con él en lo más hondo de nuestra intimidad. (Ej 1) No
buscamos hacer cualquier cosa buena, sino “lo que es mayor servicio de Dios
nuestro Señor”, que es precisamente la propuesta concreta que él nos hace. El
proceso en el que entramos no es como la cultura del clic en la que vivimos, ni
podremos disponer de él con la tarjeta en la mano. El don que acogemos es
gratuito e impredecible.

La decisión de acoger la propuesta de Dios, lleva consigo una ruptura


fundamental con una vida sin capacidad de compromiso.

“Los medios ofrecen un gozo inmediato. Los medios permiten ver sin
interrupción, oír sin compromiso síquico o afectivo, estar enganchados
sin contacto”. (C. Haroche, 225)

Para tomar distancia de este aire cultural que respiramos y que nos ha ido
configurando, nos movemos a otra casa para aislarnos de las sensaciones que
habitualmente llegan a nuestros sentidos en el trabajo y en las relaciones.
Salimos del ritmo acelerado de los horarios competitivos para entrar en el
tiempo del Espíritu. Nos alejamos de las relaciones donde dominamos y
disponemos, o donde somos dominados y nos manejan, para entrar en una
relación de libertad en la que pueda elaborarse una decisión nueva sobre
nuestra propia realidad (Ej 20). Porque la propuesta que Dios nos hace, no suele
llegar desde fuera como una voz extraña en la montaña, sino como el parto de
una gestación misteriosa del Espíritu en nuestra intimidad. Y hay que rodear de
silencio y de respeto esa gestación. En nuestra cultura, donde la interioridad está
disminuida, acosada e invadida, nosotros entramos en ella para desalojarla de
mercaderes y de amos, para situar allí el encuentro decisivo con Dios.

Nadie puede tomar la decisión que buscamos por nosotros, pues es dentro de
nosotros donde se va haciendo, primero como propuesta intransferible y
después como respuesta nuestra. Así como en la sociedad somos
constantemente invitados a dejarnos llevar, de manera consciente o
inconsciente, por las ofertas seductoras, en el encuentro con Dios es todo lo
57

contrario. Tenemos que vaciarnos de todas las seducciones que se mueven


dentro de nosotros, y el que da los Ejercicios tiene que tener un cuidado
extremo para no influenciar las decisiones del que los hace, sino conducirlo
hacia Dios, al único encuentro que puede proponerle algo decisivo y
transformarlo para que pueda vivirlo.

Dios nos prepara para la propuesta y para la respuesta. A través de las


meditaciones y contemplaciones se van transformando nuestro cuerpo, nuestros
pensamientos y nuestra afectividad a niveles muy profundos, hasta el oscuro
inconsciente donde están escondidos nuestros desórdenes afectivos
desconocidos y desde donde pueden salir disfrazados de ángeles de luz para
robarnos las mejores decisiones. Constantemente pedimos “conocimiento
interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le
siga” (Ej 104). Los exámenes de la oración y del día, las reglas para discernir los
espíritus y el diálogo con el acompañante, nos ayudan a darnos cuenta de lo que
sucede dentro de nosotros, y a transitar el camino hacia la decisión sin dejarnos
engañar por las sugerencias de nuestro desorden afectivo que está agazapado
en nuestro interior tratando de resistir cualquier desalojo. Al sentirse
amenazado por la luz que está llegando desde la contemplación de Jesús, se
disfraza también él como “ángel de luz” (Ej 332) para no ser removido del
corazón y así poder viajar sin ser notado, enturbiando y erosionando la novedad
que Dios nos propone, nuestra manera de percibirla y nuestra propia decisión (Ej
333). El ejercitante desea que lo “mueva” “sólo el servicio y alabanza de Dios
nuestro Señor” (Ej 169, 155).

Llega un momento en el que la propuesta de Dios nace y se puede ver con


claridad. Puede cambiar nuestra vida de manera radical, o darle un sentido
nuevo al estado en el que ya vivimos. La propuesta de Jesús debe quedar muy
clara y confirmada antes de asumirla, tanto el “sí” que se acoge, como el “no”
que se rechaza como algo incompatible. No se le propone al ejercitante placeres
fáciles, ni éxitos asegurados, ni aprobaciones públicas, sino un sentido que le
hará atravesar con “humildad amorosa” ( De 178,182, Ej 165-167) la alegría de
crear y la pasión inevitable que le marcará la carne y el espíritu. Llega un
momento en el que ya puede expresar de manera concreta: “Yo quiero y deseo
y es mi determinación deliberada” (Ej 98).

Las decisiones importantes se hacen en la apertura a Dios que se acerca a


nosotros y nos propone algo. Sólo podremos vivirlas en la cotidianidad desde
una relación continua con él, donde nos llegará cada día la fortaleza y el sabor de
su propio compromiso con nosotros. Dejar a Dios cuando salimos de los
Ejercicios, es renunciar a tenerlo a él como dimensión insustituible de nuestras
propias decisiones. No podemos olvidar que toda decisión verdadera es una
alianza con Dios. Debemos permitirle que él cumpla su propio compromiso con
nosotros. El Señor nos invita: “El que quiera venir conmigo”. Sólo nos envía
donde él va y donde ya está. Sin él, sólo podemos extinguirnos poco a poco.
58

Hay que regresar a los espacios habituales de la vida donde se verifica la


veracidad del proceso vivido que culminó en una decisión personal.
Transitaremos los mismos espacios de antes, pero todo será distinto. Una nueva
sensibilidad ha nacido en el ejercitante y percibirá a Dios y su trabajo humilde en
toda situación y persona, bajo la cáscara de lo real, allí mismo donde nos había
invitado a trabajar con él, y más allá de los reclamos que nos urgen con astucia
a dejarnos llevar por las ofertas de una dicha inmediata y superficial al alcance
de los sentidos.

9. La ascesis: buscar y asumir la nueva propuesta de Dios.


Si deseamos encontrar las propuestas de Dios para nosotros, sobre todo las que
comprometen de manera radical nuestra vida, entonces necesitamos entrar en
nuestra hondura, allí donde el Espíritu dialoga con nosotros, nos transforma y
nos propone. Necesitamos salir de los circuitos en los que se esconde la
seducción sutil o se impone con fuerza amenazante la consigna de los que
dominan.

San Ignacio, ya en Roma como General de la Compañía de Jesús, entró en un


proceso intenso de discernimiento, dedicando varias horas diarias a la oración,
para ver la propuesta de Dios sobre el tipo de pobreza de los jesuitas. Y allí se
preguntaba:

“Dónde me queréis, Señor, llevar, y esto multiplicando muchas


veces, - me parecía que era guiado - , y me crecía mucha
devoción, tirando a lacrimar. Después a la oración para vestirme
con muchas mociones y lágrimas ofreciendo me guiase y me
llevase, etc., en estos pasos, estando sobre mí, dónde me llevaría.
(…) Siguiéndoos, mi Señor, yo no me podré perder” (De 113).

Encontrar la propuesta de Dios puede llevar un tiempo largo en algunas


ocasiones, precisamente porque tiene que abrirse camino en nuestra intimidad
en medio de muchas otras propuestas, que están agazapadas dentro de
nosotros esperando la ocasión para adueñarse de una parte importante de
nuestra vida. El que se pregunta tiene que ser “guiado”, “llevado” por el
Espíritu, hacia donde no sabe y por donde no sabe, mientras siente
irremediablemente el vértigo de perderse.

En cualquier proceso de discernimiento necesitamos tener el deseo de tomar


nuestra persona en nuestras manos y decir: “Yo quiero y deseo”, sin
abandonarnos flotando en el devenir de la vida líquida que nos va a conducir a
los estanques mercantiles de intereses ajenos. Somos conscientes de que
muchas fuerzas tiran de nosotros y nos someten a “la tiranía de las
posibilidades” que nos acosan desde fuera, y que, cuando han metido dentro
de nosotros sus iconos, también pretenden adueñarse de nuestras decisiones
desde dentro, después de haberse infiltrado en nuestros sueños y deseos más
puros.
59

Dios se manifiesta en nuestro deseo. Ahí sentimos lo Él que nos propone y cómo
nos va transformando para poder percibirlo y acogerlo. Dios no impone. Dios no
atropella nuestros sentimientos. Dios expone su oferta de vida nueva dentro de
nosotros, y se expone en la realidad juntamente con nosotros. Necesitamos
esperar el tiempo necesario para que la propuesta de Dios madure en nuestro
corazón y se nos haga transparente.

Ante la lucidez de las fuerzas oscuras que se mueven dentro de nosotros,


tenemos que discernir, tanto solos como acompañados. Nadie puede decir por
nosotros lo que sentimos, y al mismo tiempo, necesitamos compartir con algún
acompañante nuestro proceso para que nos ayude a ver si lo que vamos
viviendo es sano o está perturbado por los dinamismos afectivos desordenados
y desconocidos que se mueven dentro de nosotros, pero que para hacerse
aceptables se disfrazan con pensamientos luminosos. Justificaciones y
racionalizaciones de todo tipo pueden esconder procesos que nos atrapan en
círculos de muerte, mientras pensamos que escogemos el mayor servicio. Lo
que otros ven con claridad meridiana sobre nosotros, para nosotros puede ser
invisible e incluso inaceptable si alguien se atreve a insinuarlo. Sólo un espejo,
aunque no sea de grandísima calidad, puede permitirnos ver la arruga de
nuestro rostro que todos ven menos nosotros mismos.

En una buena decisión escuchamos toda nuestra persona, nuestra afectividad


donde sentimos la propuesta de Dios, nuestro pensamiento para ver la lucidez
evangélica de lo que sentimos, y nuestro cuerpo donde resuena el proceso
interior con la novedad que surge dentro de nosotros. La paz y la alegría de una
decisión, aunque sea la elección de algo doloroso y amenazante, suelen ser la
respuesta de Dios a la aceptación de su propuesta. Esto se puede resumir en la
despedida con la que San Ignacio terminaba sus cartas en muchas ocasiones:

“Plega a la eterna sapiencia darnos a todos sentir siempre su


santa voluntad y en ella hallar paz y contentamiento y
enteramente cumplirla” (Carta de Ignacio a Jerónima Oluja y
Teresa Rejadell, 5 de abril 1549).

El discernimiento comunitario es muy importante en nuestra cultura


individualista. Pero no es fácil. De la misma manera que todos llevamos dentro
afecciones desordenadas personales también existen afecciones desordenadas
comunitarias. El discernimiento comunitario es muy exigente y la comunidad
necesita también salir del “propio amor, querer e interés” (Ej 189) comunitario.
Hay discernimientos comunitarios que bautizan decisiones de un egoísmo de
grupo que no se ha dejado cuestionar a fondo por Jesús de Nazaret y por la
realidad que tenemos a nuestro lado.

Somos conscientes de que la sociedad actual trata de crear en nosotros


adicciones y compulsiones. Si no tenemos al instante el producto al que somos
adictos empezamos a sentir el síndrome de abstinencia. Con lenguaje casi
religioso hablan los técnicos el mercado de “fidelizar” un cliente, de hacerlo fiel
60

a una marca de tal manera que sólo esperen lo nuevo que esa marca saque al
mercado en cada estación del calendario, para comprarlo de manera
compulsiva. También hablan de “blindar” los servicios de un profesional de tal
manera que quede atado a la empresa por un número determinado de años.
Nosotros podemos vivir hoy la “profecía de la fidelidad” en los compromisos de
toda la vida y toda la persona, al Señor y a su pueblo.

También existen adiciones positivas. Podemos crear la necesidad de hacer


ejercicio con un ritmo conveniente, de detenernos y entrar en espacios de
silencio para retomar nuestra vida, de orar con regularidad al levantarnos cada
mañana o de reconciliar el día antes de acostarnos cada noche. “Nos falta algo”
y sentimos un desasosiego íntimo cuando dejamos alguna de estas prácticas
habituales. No se trata de una fijación legalista y superficial, sino de una
necesidad de vida evangélica que ya se ha metido en nuestras entrañas.
Prácticas que al comienzo podemos sentirlas forzadas y tediosas, a medida que
se van llenando de la experiencia positiva que buscan, se convierten en
agradables y jugosas.

10. La mística: unirse a Dios en cada decisión


Cuando decidimos bien acogiendo la novedad que Dios nos propone, nos
sentimos unificados y entregados enteramente a Dios en un amor concreto.
Decidimos en el Amor sin medida de Dios y nos sentimos unidos con Él en el
mismo querer que expresa toda nuestra persona. Pero no es una unión fusional
donde me pierdo, donde me diluyo en Dios, sino una entrega en la que me
encuentro más yo mismo precisamente cuando me regalo sin contabilidad
ninguna en Él y en su proyecto, cuando no me busco en la complacencia de mi
propio interés. De aquí nace un servicio que no es de esclavo ni de asalariado,
sino de hijos con el Hijo.

El mayor placer de Dios es también nuestro placer, nuestro gozo, tanto en el


recorrido del proceso de la decisión como en su contenido. Es lo que expresa
San Ignacio en su Diario Espiritual al anotar lo que va sucediendo dentro en su
discernimiento sobre la pobreza de la naciente Compañía. San Ignacio había
pensado que terminaría su discernimiento con una gran consolación que lo
confirmase en la decisión. Pero pronto se da cuenta de su engaño. No puede
imponerle a Dios sus propias expectativas. Lo que busca entonces es lo que dé
más placer a Dios, lo que le agrade, en la manera de terminar el discernimiento.

“Tandem considerando, pues en la cosa no había dificultad, cómo


sería mayor placer a Dios nuestro Señor concluir sin más esperar ni
buscar pruebas, o para ellas decir más misas, y para esto poniendo en
elección - juzgaba y- sentía más placer sería a Dios nuestro Señor el
concluir, y sentía en mi volición que quisiera que el Señor
condescendiera a mi deseo, es a saber, finir en tiempo de hallarme
mucho visitado, luego en sentir mi inclinación, y por otra parte el
placer de Dios nuestro Señor, comencé luego a advertir y quererme
llegar al placer de Dios nuestro Señor” (De 147).
61

Hay decisiones que cuestan sangre que rueda hasta el suelo. Se toman en la
noche de Getsemaní, sin posibilidad ninguna de conciliar el sueño. En la pasión
de Jesús, los discípulos dormitan entre el miedo y la huida, y a la hora de hacer
frente a la turba que viene a prender a Jesús, reaccionan según esquemas viejos
que no tienen nada que ver con el estilo de Jesús, recurren a la espada y huyen
con torpeza. No pararán de huir hasta la mañana de pascua cuando Jesús los
encuentra. Pero Jesús que ha sufrido la agonía de la decisión lúcida y dolorosa,
enfrenta a sus enemigos y todo el recorrido de la pasión como un testigo del
amor del Padre que quiera la vida del reino para todos.

Al decidir lo que Dios me propone y empezar a realizarlo, entro en una unión


plena con Él. Ya no le expreso sólo con unas palabras que sus pensamientos son
también mis pensamientos, o que mi corazón se une al suyo, sino que entro en
una relación de toda mi persona que activa la creatividad de mi espíritu y las
habilidades de mi cuerpo para trabajar con él y como él en la historia concreta,
donde hay que liberar el presente e inventar el futuro para realizar ahí su
proyecto de “vida verdadera”. Un gozo muy profundo puede llenar nuestras
vidas aunque estén sometidas a fuertes trabajos. En ese momento vivimos una
alianza de dos personas, Dios y cada uno de nosotros, dando las mismas
puntadas, escribiendo una única carta, alfabetizando al mismo inmigrante o
lanzando el mismo grito del indígena que defiende la selva amazónica de los
depredadores que quieren arrasarla.

Pero no nos podemos engañar. Estamos siguiendo al Dios humilde que en su


Hijo Jesús nos amó hasta el extremo, y finalizó su vida experimentando el
fracaso y la inutilidad. La decisión del amor verdadero es amar hasta la muerte,
no hasta que el tiempo o las adversidades nos separen. Nuestra vida puede
entrar en procesos de humillación y de incomprensión tan profundos como la
incomprensión de las decisiones de Dios al que servimos. ¿Podemos
comprender el amor de Dios en todo su exceso? Nuestro destino es
permanecer al lado de ese exceso incomprensible, ser su visibilidad en la
historia, amar hasta el extremo, si queremos “permanecer unidos al Amor” (1
Jn 4,16). Dios va a seguir presente con amor fiel en los campos y calles de
exterminio hasta que la última persona sea aniquilada en las cámaras de gas,
exhale su último aliento en la tortura o se extinga de hambre. Cuando Jesús
moría en la cruz sentía la máxima lejanía del Padre, sin embargo estaba en la
máxima cercanía pues el Padre estaba allí ensangrentado acogiendo su vida,
que era la visibilidad en la historia del amor de Dios que nos es fiel hasta la
muerte. Jesús nos ha amado hasta el extremo. No sólo hasta el extremo
humano, sino hasta el extremo de Dios (Jn 13,1).

Jesús recibe la transfiguración precisamente como una confirmación gozosa de


su decisión en medio del camino amenazante que acababa de iniciar al partir de
Cesarea hacia Jerusalén (Mc 8,27). El cuerpo transfigurado será después el
cuerpo crucificado. La pascua, en su experiencia de muerte y de resurrección,
de gozo y de angustia junto a los olivos de Getsemaní, nos atravesará más allá
62

de lo que podamos planificar o comprender. Decidir unirnos al amor excesivo y


humilde de Dios en proyectos concretos, bien situados en la historia, puede ser
un riesgo mortal. Este riesgo nos puede llevar a procesos pascuales notorios y
públicos, o a ir diluyéndonos en los pequeños detalles de una cotidianidad que
se ha entregado al Amor sin estridencia ninguna, uniéndonos a la humilde
cotidianidad de Dios en la historia.

SÓLO EN TI

Sólo en ti
mi cuerpo es mío
y es universal,
es flexibilidad de junco
o tensión justa
de arco o de guitarra.

Sólo en ti
mi razón se despega
de mi saber de andamios,
y mi “no saber” brinca
con júbilo de niño
por la llanura de tu porvenir

Sólo en ti
los huéspedes de mi memoria,
alojados en ella para siempre,
alegran su rostro endurecido,
o disuelven con ternura
sus halagos de nostalgia.

Sólo en ti
mi fantasía descansa
como brasa en la ceniza,
o es incendio creador
con pinceles de llama
en la tela de la noche.

Sólo en ti
mi corazón se unifica
mientras una muchedumbre
de nombres y de fechas
me recorren por dentro,
me agreden o me abrazan.

Sólo en ti
mis decisiones cotidianas
63

son siempre de vida,


cuando son agua pura en la roca,
o lodo que se arrastra
hasta el lago de tu casa.

¡Sólo en ti!
64

III. LA INTEGRACIÓN EN LA REALIDAD


En la transfiguración, Jesús no sólo aparece plenamente integrado en su persona
cuando su cuerpo, pensamiento, afectividad y decisión son alcanzados y unificados en
el encuentro con el Padre que le confirma su subida a Jerusalén para anunciar la “vida
verdadera” aunque le ocasione la muerte. También aparece plenamente integrado en
la realidad donde se realiza el reino de Dios. El cosmos se concreta en el Tabor, un
espacio ecológicamente apropiado para acercarse al Padre en una oración profunda, y
en la nube que acerca al Padre y lo esconde al mismo tiempo. Jesús no está solo, pues
va con otros, con tres discípulos y dialoga su subida a Jerusalén con Elías y Moisés, los
grandes profetas del Antiguo Testamento. Jesús no se queda cautivo en el gozo de la
experiencia, como pretenden los discípulos, sino que baja al camino donde se realiza la
historia. A pesar de que sus discípulos no lo entienden y Jesús se adentra cada vez más
en la soledad de su misión, se reúne con su comunidad y los va formando en el camino.
Tomaremos estos cuatro elementos claves en nuestra integración en la realidad: el
cosmos, el otro, la historia y la comunidad.

Además de la ilustración del Cardoner, la otra experiencia clave de Ignacio la vivió en la


Storta, en su camino hacia Roma, en una pequeña capilla, muy cerca de la ciudad.
Ignacio “sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre le ponía
con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto” (Au 96). A Jesús, que iba
cargando la cruz, “el Padre Eterno cercano le decía: Yo quiero que tomes a éste por
servidor”. Y así Jesús se lo tomaba diciendo: Yo quiero que tú nos sirvas. Y por eso,
recibiendo gran devoción a ese santísimo nombre, quiso denominar la Congregación: la
Compañía de Jesús” (Pedro Canisio,) “Ignacio me dijo que Dios Padre imprimió estas
palabras en el corazón: Ego ero vobis Romae propitius” (Diego Laínez FN II,113)

Este es un momento clave en la fundación de la Compañía de Jesús. Ignacio entiende


que en Roma “habían de tener muchas contradicciones” (Au 97). Es una confirmación
del propósito de Ignacio y sus compañeros de ir a Roma para ponerse a disposición del
Papa como un grupo de “amigos en el Señor”, para ser enviados en misión por el
“universo mundo”.

Dirá Nadal: “Esta es una gracia especial concedida a la Compañía”, no sólo una gracia
personal de Ignacio. Por eso, hemos de notar que, si bien Cristo, resucitado de entre
los muertos, ya no vuelve a morir, todavía sigue sufriendo y llevando su cruz en sus
miembros” (M Nad V, 52)

Si somos asociados a Jesús que carga con la cruz, también somos asociados a todos los
que hoy cargan la cruz. Los “compañeros de Jesús” tenemos la vocación de servir, de
ayudar a cargar la cruz a nuestros hermanos, de una manera especial a los más pobres
y excluidos. El compromiso por el reino de Dios busca transformar la sociedad para
quitar de los hombros de los pobres todas las cruces impuestas por la injusticia de las
65

estructuras sociales y de las instituciones y personas que mantienen operativas esas


estructuras de saqueo, de exclusión y de muerte.
66

I. EL COSMOS: ¿Cantera para el saqueo o un hogar sin exclusiones?

1. Nuevo acercamiento al cosmos. De máquina a misterio.


Hoy para muchos la ciencia ya no aparece como contraria a la fe, sino como
aliada del asombro que nos conduce a una visión del cosmos como un misterio
que ni conocemos, ni controlamos en toda su complejidad maravillosa.

“Las instrucciones contenidas en nuestros genes, entrelazados en


una sola espiral de ADN en cada una de nuestras células,
llenarían unos mil libros de seiscientas páginas cada uno. Y
tenemos miles de millones de células en el cuerpo. Nuestros
cerebros son más complejos que cualquiera de los productos de
la tecnología humana. Hay cien mil millones de centros nerviosos
en el cerebro, y cada uno de ellos mantiene hasta 150.000
conexiones”. Albert NOLAN, Jesús Hoy. Una espirtitualidad de
libertad radical. Sal Térrae, 2007, p. 167)

“El noventa por cien de cualquier átomo es espacio vacío. En ese


espacio no hay nada, ni siquiera un hipotético éter. Pero los
electrones y todas las demás “partículas” que parecen girar
dentro del átomo surgen de esa nada y vuelven a desaparecer en
ella. En palabras del cosmólogo matemático Brian Swimme, las
“partículas elementales emergen del vacío mismo…, este es el
sencillo e impresionante descubrimiento…, en la base del
universo hierve la creatividad”. Más adelante se expresa casi
como un místico: “Empleo la expresión “abismo que lo nutre
todo” como una manera de señalar este misterio que está en la
base del ser”… El universo no es lo que era antes. No es una
máquina, es un misterio” (A. Nolan, o.c. p. 71).

Los recientes descubrimientos en el universo, que sigue hoy creciendo de


manera impredecible para nosotros, y en el mundo subatómico donde surge la
vida, nos dejan sorprendidos. El cosmos no es simplemente una maquinaria de
movimientos fijos, sino que hierve en plena creatividad. Si no se puede decir
que esté vivo, al menos tiene mecanismos de autorregulación que sobrepasan
nuestra comprensión.

Los prodigios de la tecnología actual creada por nosotros, no son contrarios a la


fe, sino que nos llevan también al asombro religioso. Cuando vemos aterrizar
suavemente una nave espacial sobre el punto fijado de la superficie de Marte
después de haber recorrido 275 millones de kilómetros, nuestro espíritu se abre
67

al asombro de las posibilidades sorprendentes que están escondidas en la


creación, que han sido confiadas a la humanidad, y que esperan que el ingenio
humano las vaya descubriendo poco a poco, en el momento preciso y en la
justa medida que nosotros somos capaces de manejar.

2. Más responsables de la tierra.


A pesar de que la última cumbre mundial sobre el clima celebrada en
Copenhague, fue un fracaso porque no se produjo ningún acuerdo significativo
y vinculante entre los líderes de los pueblos, también hemos constatado una
presencia de más dirigentes de diferentes naciones que en ninguna cumbre
anterior. Las protestas pacíficas de los activistas fueron mayores y todos los
acontecimientos tuvieron una amplia cobertura mediática. Los dirigentes de los
países ricos que más contaminan, han quedado en evidencia ante el mundo
entero por su falta de voluntad política para afrontar el problema que tendrá
repercusiones más trágicas en los países más pobres, que son los que menos
contaminan.

3. Un mundo más comunicado.


Existe más comunicación a través de viajes, intercambios económicos,
culturales, artísticos, etc. Un mundo más conectado posibilita la información,
la solidaridad permanente y la urgente ante casos de emergencia, como
terremotos y huracanes.

La mayor información de lo que sucede en cualquier parte del mundo crea en


muchas personas el sentimiento creciente de que vivimos todos juntos la
misma aventura. Lo que sucede en un país repercute en el otro.

4. Las heridas que nos desafían.


Las alambradas. Son cicatrices de la tierra en muchos casos. Un símbolo de
injusticia porque protegen los intereses de personas privilegiadas, y al mismo
tiempo excluyen a los pobres. Determinan un dentro y un fuera. El
neoliberalismo ha hecho crecer los abismos que separan los pueblos y los
grupos sociales.

Mientras en el tercer mundo se puede visibilizar con claridad la pobreza y la


exclusión social en espacios bien conocidos, en las zonas marginales de las
grandes ciudades y en el campo abandonado, en cambio, en el primer mundo,
la exclusión está escondida, no es tan visible ni localizable en espacios concretos
y bien definidos, y los mecanismos de exclusión son complejos y muy
elaborados. En los excluidos no existe conciencia de “clase” y más bien parecen
náufragos aislados en el mar de la carencia.
68

Las fronteras son expresión de la marginación de los pueblos pobres


succionados por el nivel de vida de los pueblos ricos. Se originan flujos
migratorios, el tráfico de personas y de drogas, la venta del trabajo de los
ilegales, la “exportación del afecto maternal” hacia los países ricos para cuidar
niños y ancianos, la industria del sexo. Con muros de hierro y de cemento, con
barreras informáticas y cámaras de vigilancia los países ricos controlan sus
fronteras.

Vivimos en un cosmos agredido por el consumo frenético y la fruición


instantánea en el que no tenemos en cuenta el agotamiento de los recursos no
renovables para las generaciones futuras, ni la contaminación del ambiente, ni
la desaparición de las especies, ni el calentamiento global, ni la amenaza que
supone el cambio de clima para pueblos enteros y, a más largo plazo, para
todos.

Los laboratorios, ¿investigan para el consumo superficial y voraz que reporta


ganancias inmediatas, o para desarrollar las posibilidades de vida para todos?

5. La tierra prometida.
El cosmos es una palabra de Dios. Lo ha puesto en nuestras manos para que lo
“dominemos” (Gn 2,26), como traducimos en la Biblia en Occidente, o para que
lo “cuidemos” y “habitemos”, como dicen en la de Oriente.

Jesús nace en los espacios pobres del mundo. Actuando contra el impulso de la
cultura que, con embrujos o contratos, nos empuja a mirar hacia el centro y
hacia arriba si queremos ser alguien significativo, tenemos que dirigirnos hacia
los espacios descalificados y ahí mirar con calma si queremos encontrarnos con
el Dios de Jesús, que se nos revela en la geografía marginal y en el vocabulario
de los pobres: cueva, pastores, camino, rechazo social, sujeción al imperio,
huida clandestina para salvarse... A lo largo de su vida, Jesús se moverá por los
terrenos donde están los últimos, a los que busca, leprosos expulsados a las
afueras de las ciudades, ciegos al borde del camino, enfermos en los pórticos de
la piscina donde estaban confinados. En esos espacios él se hace accesible a los
que la sociedad rechaza. No se queda en ningún Jordán o templo esperando
que lleguen a él los que necesitan algo. Él acude donde están los que no
pueden ir a ninguna parte. Al final, morirá también en la geografía destinada a
los ciudadanos peligrosos a los que había que eliminar para tranquilidad de los
instalados. Las fronteras, las periferias del mundo, nos siguen ofreciendo un
espacio privilegiado para conocer al Dios de Jesús.

Para Jesús el cosmos es una expresión de la ternura del Padre, de lo importante


que somos para Él. Nosotros valemos mucho más que los pájaros del cielo que
él alimenta y que las flores de los campos que él viste de bellos colores para
69

alegrarnos los días. Nadie tiene derecho a apropiarse de los bienes de la tierra
ignorando al pobre Lázaro que se sienta a la puerta. El rico no se da cuenta que
Dios le ha asignado a Lázaro una cuota para vivir dignamente y que él se la está
engullendo de fiesta en fiesta (Lc 16,19).

La conversión al reino que Jesús ve despuntar por toda Palestina exige una
nueva relación con los bienes de la tierra. El reino que Jesús anuncia y su justicia
es lo que hay que buscar y todo lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,33).
La relación codiciosa con el dinero hace que éste se convierta en amo y
nosotros en sus esclavos (Mt 6, 24).

En varias ocasiones, en una zona desértica, fuera de los espacios que los
dirigentes controlaban, congregó una multitud y después de enseñarles
largamente fueron capaces de compartir lo que tenían hasta saciarse. Es un
hecho simbólico que nos orienta hacia dónde debemos caminar y qué es lo que
hace posible el milagro de compartir, que es mucho mayor que el prodigio de
producir.

El criterio de juicio sobre el valor de la vida humana es la manera como nos


hemos relacionado con los despojados, los que no tienen ni tierras, ni
nacionalidad, los confinados entre rejas que no pueden moverse por los
espacios libres y bellos de la creación, los heridos de la vida pegados a sus
catres de enfermos (Mt 25, 31-46).

A sus seguidores nos congrega cada día el mismo milagro de la Eucaristía. Pero
ahí celebramos que Dios no sólo nos da de manera distante lo que necesitamos
para vivir, sino que él mismo es el pan que comemos, que nos transforma para
ser capaces de producir los bienes de la tierra y compartirlos entre todos.

6. Ante el “universo mundo”.


El cosmos aparece como obra del creador en el Principio y fundamento (Ej 23).
“El hombre es creado”, en presente, y el creador mantiene una relación de vida
con todo lo creado. Cada uno de nosotros existimos en el punto y la hora exacta
donde confluyen los siglos de evolución y la gravitación de los astros que se
mueven en sus órbitas precisas. El cosmos se está haciendo y nosotros somos
ahora creadores con el Creador.

En la meditación de los pecados, la creación está a nuestro servicio a pesar de


los pecados. La leemos como una parábola de la misericordia de Dios, pues la
tierra no se ha abierto para sorbernos en los abismos (Ej 60).

Nos situamos delante del “universo mundo” (Ej 95) disponibles para ser
enviados a cualquier parte, superando fronteras de cualquier tipo, urgidos
70

desde dentro por el impulso del reino que alienta en nosotros y le da sentido a
nuestra misión.

Con mirada universal, contemplamos la tierra entera desde la mirada de la


Trinidad (Ej 102) para ver cómo en un punto pequeño del tiempo y del espacio
se encarna el Hijo, para ser la salvación de todos los pueblos y generaciones. En
el Jesús arrastrado hacia las afueras de los ejecutados contemplamos a todos
los crucificados por su pobreza o por su profecía. Al final, el sepulcro, símbolo
del triunfo del mal estructural del pueblo judío que encierra al ajusticiado, se
abre, se rompen los sellos imperiales y los custodios del imperio no pueden
hacer nada para detener esa novedad de Dios surgiendo libre desde el fondo de
la piedra que lo apresa inútilmente en las afueras de la ciudad.

El cosmos se convierte en una palabra de amor constante, en el que Dios


trabaja conmigo, por mí y por toda persona, y en el que yo también realizo mi
amor a Dios. Cada paso que doy sobre la tierra está sustentado por la mano de
Dios. Las cosas creadas se convierten en mensajeras, en sacramentos. La
creación se puede convertir en un símbolo del don de Dios mismo, pues
nosotros no estamos hechos para conformarnos con cosas, que nos van
reduciendo a cosa, sino para el encuentro con el Tú inagotable que nos permite
ser personas al crecer sin fin en Él (Ej 230 – 237).

7. La ascética: Un cosmos habitable.

El cosmos es la primera palabra del Dios de la vida. Todos buscamos una


relación sana con el cosmos, como expresión de una relación sana con Dios y
con los demás. Es el escenario donde desarrollamos nuestra existencia. El
cosmos está vivo y mantiene una interacción constante con nosotros. Si lo
cuidamos nos responde con generosidad, si lo agredimos, corrompemos sus
ofertas de vida. Nos ofrece lo suficiente para la alimentación y el descanso de
todos. Es un cofre de posibilidades inimaginables que la ciencia va abriendo
cada vez que realiza un nuevo descubrimiento, tanto en lo inconmensurable del
universo, como en los mínimos elementos. Bulle constantemente en la
prodigiosa diversidad de la vida para ofrecernos a todos las mejores
posibilidades.

La tierra concreta nos ofrece el humus fértil donde echar nuestras raíces
humanas y cósmicas. Nos marcará para siempre. Podremos decir, “yo soy de
aquí”. Influirá en nuestra personalidad. No es lo mismo crecer en medio de
montañas solitarias, que en el centro de una ciudad bulliciosa, en las estepas
heladas o en las playas del trópico. En esa experiencia cósmica nosotros
encontraremos a Dios de una manera muy concreta, como una tierra que
alimenta nuestra existencia original.
71

Dentro del cosmos hay elementos que no hemos llegado a controlar y que son
un reto constante a nuestra creatividad. Los invisibles virus y bacterias que nos
enferman o los grandes terremotos y huracanes que nos estremecen, son un
desafío. Sabemos que los barrios pobres están construidos en los lugares donde
las lluvias arrasan con todo periódicamente, pero no hacemos lo suficiente para
que esos ranchitos se puedan construir en espacios seguros. No es lo mismo un
terremoto en Japón donde los edificios son construidos para resistir sismos, que
en un país pobre con casas de adobe.

Tenemos que realizar dos aprendizajes importantes. Encontrar de vez en


cuando espacios de la naturaleza no contaminados por las imágenes y los ruidos
de la cultura del consumo, y al mismo tiempo aprender a relacionarnos con
Dios en medio de los estímulos que los ambientes ordinarios encaminan con
astucia electrónica hacia nuestros sentidos. Todos necesitamos espacios de
belleza, de tranquilidad y de contemplación, no sólo las élites privilegiadas de la
economía o del espíritu.

Cuando los estímulos externos disminuyen su intensidad, entonces empezamos


a escuchar mejor los estímulos de nuestra interioridad. No sólo tenemos una
sensibilidad más fina para percibirnos a nosotros mismo, sino también la voz de
la realidad que ha entrado dentro de nosotros, y las ofertas discretas del
Espíritu que se asoman a la puerta de nuestra apertura al Absoluto.

El desafío de la cotidianidad puede ser muy retante cuando nuestra vida se


desenvuelve en medio de ruidos que contaminan y publicidades agresivas. Pero
la mirada contemplativa puede descubrir ahí mismo la acción de Dios. Crear esa
mirada alternativa nos permitirá descubrir a Dios surgiendo entre realidades
inhóspitas.

No podemos perder la sensibilidad ante un cosmos convertido en una presa


codiciada por todos los que lo explotan de manera injusta, oprimiendo a otras
personas con salarios de miseria y trato indigno. Tampoco podemos
desentendernos del desafío ecológico porque nosotros no nos sentimos
directamente afectados en estos momentos. Hoy lo que se deteriora en
cualquier país nos afecta a todos. Cualquier tierra es nuestra tierra.

Tenemos aquí la tarea de crear una ecológica sana, lejos del despilfarro que
engulle los bienes de las personas que yacen famélicas a las puertas del mundo
rico. No sólo contemplamos la belleza que nos lleva a Dios, sino también la
injusticia y la depredación que nos lleva a crear una alianza con Dios para liberar
y cuidar la creación.

8. La mística: un cosmos habitado.


72

La belleza y sabiduría de mares y desiertos, del cielo y de los bosques, de la


tierra y de los espacios siderales despiertan la admiración y la unión con el
Creador. En los primeros pasos de su conversión, el cielo era para Ignacio de
Loyola una fuente de consolación que lo fortalecía.

“Y la mayor consolación que recibía era mirar el cielo y las estrellas, lo


cual hacía muchas veces y por mucho espacio, porque con aquello sentía
en sí un muy grande esfuerzo para servir a nuestro Señor” (Au 11).

En algunos episodios de la vida de los grandes místicos, los espacios pobres


ofrecen un cuadro propicio para una vida de oración intensa, como le sucedió a
Ignacio en la cueva de Manresa cavada en la roca en las afueras de la ciudad, y
en la pequeña capilla de la Storta al final del camino recorrido a pie hacia Roma.
Esa fue la experiencia de Ignacio y sus compañeros en Vicenza.

“Al peregrino tocó ir con Fabro y Laínez a Vicenza. Allí encontraron una
cierta casa fuera de la ciudad, que no tenía ni puertas ni ventanas, en la
cual dormían sobre un poco de paja que habían llevado. Dos de ellos
iban siempre a pedir limosna en la ciudad dos veces al día, y era tan
poco lo que traían que casi no podían sustentarse. Ordinariamente
comían un poco de pan cocido, cuando lo tenían, y cuidaba de cocerlo el
que quedaba en casa. De este modo pasaron cuarenta días no
atendiendo más que a la oración” (Au 94).

El paisaje se alía con el estado de ánimo del peregrino Ignacio que iba sufriendo
por el ayuno y los muchos kilómetros recorridos para visitar al español que le
había robado su dinero en París y que ahora estaba enfermo.

“Pasado aquel pueblo con este apuro espiritual, subiendo a un altozano,


le comenzó a dejar aquella cosa y le vino una gran consolación y
esfuerzo espiritual, con tanta alegría, que empezó a gritar por aquellos
campos y hablar con Dios, etc. Y se albergó aquella noche con un pobre
mendigo en un hospital, habiendo caminado aquel día 14 leguas. Al día
siguiente fue a recogerse en un pajar, y al tercer día llegó a Ruán. En
todo este tiempo permaneció sin comer ni beber, y descalzo, como había
determinado” (Au 79).

Todo creyente suele tener espacios sacramentales, a los que está ligada alguna
experiencia de Dios que le ha marcado la vida de manera significativa. Los
que viven una relación intensa con Dios tienen también su Tabor, su monte
Horeb o su Getsemaní. El Horeb y el Tabor son espacios de experiencias
gozosas, Getsemaní lo es de experiencias de dolor, pero donde Jesús sintió la
presencia del Padre que le dio fuerza para enfrentar la pasión. Todos tenemos
nuestro Nazaret, espacios en los que hemos descubierto a Dios en la sencillez
73

de la cotidianidad y que pueden guardan para nosotros un sabor sacramental


que dura toda la vida.

El trabajo de los campesinos para producir los alimentos, implica para muchos
una unión profunda con el misterio de la tierra que le da un sabor especial a su
tarea. En la lucha por una distribución justa de la tierra, por conseguir espacios
habitables para los marginados de una cuidad o para defender la selva de las
madereras depredadoras, también se puede experimentar una comunión
profunda con el Dios que mantiene viva la creación para todos.

Los elementos del cosmos tienen un destino de eternidad. También ellos


caminan al encuentro definitivo con Cristo. El que percibe esta dimensión de la
realidad, hace una experiencia profunda de Dios activo en todo el cosmos y
entra en una comunión con Él. Impresiona de qué manera el cosmos se puede
hacer transparente para algunas personas hasta ver a Dios que trabaja
cuidando la creación entera. Las palabras de Pablo pueden reflejar la verdad
de esta diafanía: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).

El Apocalipsis expresa poéticamente esta integración del cosmos en la


reconciliación definitiva: “Y escuché a todas las criaturas, cuanto hay en el
cielo y en la tierra, bajo tierra y en el mar, que decían: Al que está sentado en
el trono y al Cordero la alabanza y el honor, la gloria y el poder por los siglos de
los siglos”. (Ap 5,13).

COMUNION COSMICA

I
Huésped tuyo
en este bosque
de tus afanes milenarios,
con qué rapidez acudes
a todos mis sentidos
grises y arañados.

Ocre, rojo, blanco,


salpicados sobre el verde
de todos los matices,
me buscan alegres
y me inventan por dentro
con gozo y primavera.

Aromas sin etiqueta


me llegan con derroche
desde el humus y las hojas.
Me dejan en la garganta
un sabor de familia
74

reunida para la fiesta.

Rumores de libertad,
cantos alados de colores
inventan música
en mi cuerpo concertado.

Campesinos sin paga


resucitan en los senderos
y me ofrecen su mano amiga
de podas y plantaciones.

¡Tú me recreas!
Me llevo dentro el bosque
como un abrazo inasible.
Hecho ya parte de mí
en tu eternidad se adentra.

II
A fuego lento
el sol calienta un árbol
de corteza cenicienta
sin flores y sin hojas.

En este tronco,
¿está incubando el sol
una primavera
de flores y de frutos,
o lo está secando
para que caiga a tierra
y sea el abono fértil
de otras floraciones?

Entre vida y vida,


¿dónde está la muerte?

III
Día y noche, amenazante,
llega el rumor de la ciudad
que nunca se detiene
filtrado por hojas y distancias;

suena a crepitar de horno


que abre sus fauces de fuego
hacia los árboles que crecen,

amenaza como sierra


75

con su ejército dentado


de acero y de avaricia
para cortar en segundos
caobas de cien años;

ruge con motor obsesivo


en la compulsión de su girar;
ni mira dónde lo llevan,
ni sabe bien a dónde va.

El bosque fiel
trabaja la vida sin descanso,
pero la codicia ciega
lleva compulsión y fuego
en sus entrañas seducidas
con el fermento de la muerte.

IV
Bajo las hojas secas
no hay minas ni violencia
para el paso confiado.
Aquí sólo explota la vida
en las semillas enterradas.

En la curva de los senderos


no hay redes al acecho,
sino intimidades sin explorar
que besan la existencia.

En la punta de los cipreses


no hay huida hacia lo alto,
sino tierra que sube al cielo
en búsqueda de horizontes.

En las ramas de las palmas


no hay lanzas amenazantes,
sino brazos de bailarina
que nos invita a una danza.

V
Crecen los troncos
como la búsqueda de monjes
en sus claustros verticales.

Se abren en adoración
los capiteles de las palmas,
y las copas despliegan su liturgia
76

de bóvedas trémulas.

En este monasterio sin testigos


de cedros, caobas y laureles,
la creación entera
trabaja, canta, ora
y reparte vida eterna
por las venas del mundo.

VI
Sumergido en el bosque
camino por la hondura íntima
de su oleaje verde
que se mece en las alturas.

Aquí te comunicas conmigo


por todos mis sentidos,
música y color,
tu mano de brisa en mi piel,
aromas primigenios,
proximidad cósmica
y ternura compartida.

Este instante original


nunca antes había existido
ni lo habías pronunciado.
Está siendo creado para mí.
En esta soledad humana
sólo yo puedo acogerlo
y alojarlo para siempre
en mi novedad sin fin.

No dejaré en el aire
tu mano extendida,
ni tu palabra susurrada,
ni tu beso, ni tu vino.

Ya caminas dentro de mí
y tu presencia me recorre
por los últimos capilares
de mi misterio abierto
al soplo de tu caricia.

VII
Esta palabra tuya
es humilde y anterior
a minaretes y campanas,
77

a catedrales y pagodas,
a textos sagrados,
y minuciosos rituales.

Presencia sustancial
sin apellidos ni banderas,
es creación surgiendo
aquí y ahora mismo
rompiendo aguas,
tierras, semillas,
cortezas y horizontes,
es lenguaje para todos
creando la mudez común
y reverente del asombro.

Todos aspiramos
el mismo aire perfumado
sobre nuestras cabezas
como incienso puro.

Todos asentimos
al dogma universal
de la vida que se regala
sin pedirle a nadie
su credo o pasaporte.

Todos comulgamos
el brillo del sol
en el haz de las hojas,
generosa multiplicación
de peces fugitivos en el aire
sobre olas vegetales.

Todos tomamos en la mano


este pan sin propietario
que nunca agota su belleza,
ni raciona su sabor,
ni degrada su aroma.

Todos los fieles a la vida


acuden a este templo
tuyo y nuestro
para la celebración
de tu ritual humilde
con vocales cotidianas.

VIII
78

Esta es la primera comunión


de tu sabiduría ofrecida
a todo paladar humano.

Después ofrecerás el pan


de tu locura expuesta
para todos los siglos
en el cerro seco del calvario.

Tanto se ahonda la vida


en tu muerte temprana,
que ya corre tu sangre
por los veneros secretos
donde se hunden las raíces
de la comunión humana.

¡Un temblor de resurrección


estremece los silencios
de las plantas y las rocas!
79

II. EL OTRO: ¿Conexiones útiles o relaciones fecundas?

1. Existimos en relación.
El yo sólo puede reconocerse y afirmarse en la relación con un tú. “Cuando se
dice Tú se dice al mismo tiempo Yo del par verbal Yo - Tú”. (Martin Buber). Todos
necesitamos leernos en otros ojos para ir descubriendo quiénes somos y
desarrollar todas las posibilidades que llevamos dentro, para construir nuestra
propia identidad. Somos relación y nos hacemos o deshacemos en la relación.
La ausencia de relación es también una manera de situarnos ante el otro.

Exponerse a las diferencias nos permite ser. El otro, el diferente a mí, es la


posibilidad de algo nuevo que amplía mi corazón, mi casa, mi visión de la vida y
me ayuda a crecer. Cada persona es una pincelada que amplía el cuadro del ser
humano y un matiz del Dios creador que sólo se manifiesta en esa persona. Las
innumerables diferencias que pueblan la tierra hoy están al alcance de nuestros
sentidos. No sólo en las pantallas, sino también por las calles de las principales
ciudades del mundo encontramos gente de diferentes razas, religiones y
culturas.

Al mismo tiempo la cultura individualista que nos envuelve nos dificulta


desarrollar verdaderas relaciones con los otros. El proceso de individualización,
en el que cada uno tenemos que ir construyendo nuestra personalidad, sin la
configuración a la que nos inducían en otras épocas las instituciones básicas de
la familia, de la religión, de la escuela y del Estado, nos obliga a un ejercicio de
autenticidad, que puede librarnos de adhesiones superficiales, pero que es
difícil de alcanzar. La fragilidad del yo que emerge de este proceso segrega
incertidumbre y sospecha en la relación con los demás.

Fuerzas muy poderosas del mercado y de la política intentan configurarnos a su


imagen y semejanza, perturbando la relación con nosotros mismos y con los
demás. La verdadera relación con los otros es una necesidad esencial, pero
encuentra obstáculos en la cultura individualista que tiende a situar el propio
yo en el centro protegido de todo lo que pueda perturbar nuestro bienestar.

2. Más conectados, pero ¿mejor relacionados?

Hoy la tecnología nos ofrece el prodigio de conectarnos al instante y en


cualquier geografía con los demás, a través de los teléfonos móviles e Internet.
Pero eso no quiere decir que estemos mejor comunicados en una relación de
calidad. Numerosas relaciones virtuales sólo son sentimientos etéreos que se
evaporan con el clic sobre el teclado. Hay personas que viven con intensidad
80

toda una red de relaciones virtuales, pero son incapaces de establecer


relaciones verdaderas con las que están a su lado.

Sin embargo, los medios de comunicación interpersonal, nos ofrecen también la


posibilidad de mantener relaciones profundas que en otras épocas de la historia
no podrían existir. La extensión de los contactos nos puede abrumar pues no es
posible mantener relaciones de cierta calidad con tantas personas como nos
podemos encontrar en los distintos espacios donde se mueve nuestra vida, en
el trabajo, en los viajes, en los centros de diversión… Nuevos contactos surgen
constantemente y antiguas amistades que se habían perdido aparecen ahora de
repente por la pantalla de nuestro ordenador reviviendo el pasado. Es necesario
dosificar la intensidad de la relación en cada caso. En medio de esa diversidad,
se pueden mantener algunas relaciones de gran profundidad que nos ayudan a
crecer como personas y a ensanchar nuestro corazón con nuevas visiones de la
realidad.

3. Encuentro de “identidades inciertas”.

¿Cómo influye en la relación con el “otro” el encuentro de “identidades


inciertas” tan propias de nuestro tiempo, con una “confianza básica” en sí
mismas tan débil? Siguiendo el pensamiento de Bauman, Helena Béjar nos
resume algunas características de la identidad actual que flota en la “vida
líquida”. (Helena BEJAR, Identidades Inciertas: Z. BAUMAN; ed. Herder,
Barcelona 2007, ps. 127-135).

a) Son personalidades autorreferenciadas. ”Una vez que hemos asumido


que las instituciones y los proyectos históricos que gobernaban nuestras
vidas y orientaban nuestra existencia han naufragado, la autodirección y
la autoafirmación es un deber” (126). Esta autoafirmación “se cree
autónoma pero se transforma en compulsiva y obligatoria”. (2)La falta de
referencia a lo trascendente, a valores compartidos de manera casi
universal, parece libertad pero supone un encerramiento en sí mismo
que empobrece la existencia.

b) Es una identidad temporal, “un yo con forma de tablilla donde se


puede escribir, borrar y escribir de nuevo; una identidad temporal hecha
de una serie de episodios, cada uno cerrado en sí mismo, como si fuera
una colección de fotos” (127). En esta situación, “olvidar, más que
aprender” es lo importante, para poder escribir de nuevo.

c) En vez de mantener una identidad sólida, “la identidad es plural,


abierta”, pues hay que “tener las opciones siempre abiertas”. “El mundo
social contiene una plétora de oportunidades inexploradas y posibles,
como estilos diversos y al alcance de todos”. (127)
81

d) La “flexibilidad” es fundamental, para saber hacer surf en las


relaciones difíciles que son como las olas que no podemos dominar.
Flexibilidad es también versatilidad, “capacidad de cambio en un mundo
procelosos”. Es además moverse con ligereza, sin atarse a “objetos,
viviendas, ocupaciones y personas”. (128). “La volubilidad y la
temporalidad de los compromisos afectivos aparecen más y más como
una prueba de racionalidad, de saber adaptarse al medio. Y la ligereza
constituye ya una estrategia vital racional dentro de una concepción de
vida como supervivencia” (129). Se piensa que de esta forma las
rupturas afectivas no afectarán ni a uno mismo ni al otro.

e) Lo que cuenta es establecer vínculos en red para tener éxito, sin


depender de relaciones afectivas que pesan y quitan ligereza, tanto en el
mundo laboral como en el privado. Lo importante es arraigarse en sí
mismo, “única instancia dotada de una cierta permanencia en un mundo
complejo, incierto e inevitable” (131). “La fragilidad del hombre
contemporáneo se explica por la falta de creencias que no sean
autoreferenciadas y la necesidad, al mismo tiempo, de establecer
relaciones ligeras y descomprometidas” (132).

Los puestos inestables de trabajo en las grandes empresas, la convivencia en


espacios protegidos por el miedo a lo que pueda llegar desde fuera, los
espectáculos masivos de diversión, los transportes que llevan de un lugar a otro
incontables personas que viajan juntas sin encontrarse, propician conexiones
funcionales y pasajeras, que no dejan huella en la persona que se desplaza sin
pausa por el mundo líquido.

El estrechamiento de la interioridad, que se vive en gran medida ocupada por el


flujo siempre en movimiento de las sensaciones que nos absorben, no favorece
el encuentro profundo con el propio yo, y por consiguiente tampoco con el otro.

Muchas víctimas de nuestros países competitivos ricos, que se han quedado sin
nada y sin nadie mientras van rodando hacia el abismo, y que acuden a las
instituciones de ayuda, no buscan sólo “objetos” para sobrevivir, como ropa,
comida, albergue, sino verdaderos encuentros para existir. Una joven que había
ido cayendo hasta el fondo de la sociedad, me decía un día mientras acariciaba
con su mano derecha las cicatrices que le quedaron en su muñeca izquierda
desde el día que se cortó las venas: “Yo no quiero dinero, sino que me ayude a
recobrar mi dignidad, a ser persona”.

4. La pluralidad de los encuentros.

El otro puede ser un don que me complementa. Puede ser alguien que desde su
amor, sabiduría, fuerza o ubicación social, me está ofreciendo algo que yo
82

necesito. Y sobre todo puede ser una persona con la que puedo compartir mi
intimidad y establecer una verdadera comunión que me saca de la soledad
original que somos cada uno de nosotros. Sin la relación con el otro nos vamos
disminuyendo y nos diluimos. Uno de los castigos mayores que se le puede
hacer a una persona para quebrarla, es confinarla en una celda solitaria. En mí
crece algo para los demás, que vendrán a buscarlo en algún momento, y en los
demás crece algo para mí y esperan que yo vaya a buscarlo. Si nadie lo busca se
sentirá como un árbol lleno de frutos maduros que se van pudriendo en sus
ramas.

El otro puede ser alguien que vive algún tipo de pobreza que me saca de mi
egoísmo, interrumpe mi programación, detiene mi paso y amenaza mi tiempo,
mis proyectos, mi dinero o mi afecto.

El otro puede ser una diferencia que me desinstala, cuando se presenta ante mí.
El emigrante de otra cultura, el creyente de otra religión, el agnóstico…, me
mueven a ensanchar mis conceptos y mi corazón.

El otro puede ser una amenaza real para mí. Un Caín que anda por la vida
armado con mecanismos sicológicos destructores, con proyectos que me
hieren, con amargura que se mezcla con el agua que bebo cada día. Es un
desafío grande entrar en relación sana con esta persona. Pero en su frente yo
puedo ver el signo de dignidad que Dios escribió sobre Caín para que todos lo
respetemos. Respetar es amar. Ser hijo nunca se pierde.

Todos somos don y límite al mismo tiempo, oferta y carencia, acogida y


agresión. Tan importante es ser conscientes de nuestro don como de nuestro
límite. El límite asumido también puede ser una gran puerta para avanzar en
una relación, es la “puerta pequeña” del evangelio que nos obliga a agachar la
cabeza para entrar.

5. Dios se hace un Tú en Jesús.


Jesús es un Tú que crece en medio de nosotros en una relación de máxima
calidad con personas que lo querían y que asumieron sin condiciones su futuro
imprevisible. Poco a poco, al ritmo lento de los procesos humanos, se fue
haciendo un hombre, plenamente él mismo.

Cuando Jesús se acercó a Juan el Bautista, ya había adquirido una consistencia


capaz de asumir el gran compromiso de anunciar la llegada del reino. Ese
momento clave de transición se confirmó cuando oraba después del bautismo.
“Tú eres mi Hijo muy querido, mi elegido” (Lc 3,22). No sólo Juan el Bautista,
sino también el completamente Otro le dijo “Tú”.
83

Cuando Jesús iba por los caminos, le saltaban a la vista todo tipo de personas. A
todas estaba abierto, no sólo a los judíos piadosos. Se dejó sorprender por la fe
y buen corazón del centurión romano que se preocupó de la salud de su criado
(Mt 8,5), por la mujer sirofenicia (Mc 7,24), por la samaritana con su mundo
afectivo roto (Jn 4,4), por los varones que querían lapidar a la mujer adúltera (Jn
8,1). Para cada persona, mirada desde el amor no desde el rigor paralizante de
la ley, tenía un gesto y una palabra única que le abría como una llave su futuro.
Los que no pertenecían al pueblo de Israel le ensancharon su misión, que en
principio él comprendía sólo destinada a las ovejas del pueblo judío, le
mostraron que se extendía a todos los que encontraba por el camino con sus
carencias lacerantes expuestas con la fe que despertaba en ellos su persona.
Jesús no sólo enseñaba. También aprendió de los descalificados todo el alcance
de su misión. No trasmitió el reino como un catecismo aprendido de memoria,
sino en verdaderos encuentros de calidad insuperable.

Dios en Jesús tiene un rostro humano que establece verdaderas relaciones en


las que se da y se recibe, abraza y es abrazado. Dios se acerca nosotros más
accesible a los sentidos que en la brisa de Elías o en la Zarza de Moisés. No sólo
vino a decirnos una palabra, sino que necesitó de nosotros para ser él mismo la
Palabra de Dios y para que cada una de sus palabras tuviese acento humano al
ser elaborada en el encuentro con personas concretas, para las que iba creando
gestos y parábolas que los guiasen hasta el fondo del misterio. A lo largo de su
vida se dejó conmover siempre por los otros que fue encontrando, y desde esos
encuentros comprendió su misión, el misterio del reino y se comprendió a sí
mismo.

Muchos enfermos y pecadores se acercaron a Jesús con gran confianza. En


algunas ocasiones ni siquiera sabían quién era Jesús. Pero fue tal la calidad
humana del encuentro que muchos se sanaron de sus enfermedades y
cambiaron radicalmente de vida (Jn 5,13).

En definitiva, el anuncio del reino es el encuentro con una persona, con la


Palabra encarnada del Padre, que se explicitará en parábolas y en signos. Sin
encuentros verdaderos, en los que mutuamente nos hacemos personas, no es
posible anunciar y construir el reino de Dios.

6. En el encuentro con el Otro, me encuentro.


El que hace los Ejercicios Espirituales va a entrar en sí mismo para encontrarse
con su verdad y ser capaz de transformarse internamente para asumir su vida.
En el fondo de su intimidad se encontrará con el Otro, que surge desde lo más
hondo de sí mismo y ante el cual puede decir su propio yo sin trampa, porque
se siente respetado y querido por el Tú infinito.
84

Este viaje hacia su profundidad sólo puede realizarlo con la ayuda de otra
persona que lo vaya acompañando en ese camino. El que da los ejercicios le
ayudará en la medida en que esté atento a lo que vive el ejercitante y le dé
“modo y orden” para avanzar en ese encuentro con el Otro. El acompañante
deber ser respetuoso y el que hace los Ejercicios transparente.

Todos los Ejercicios son un gran encuentro con el completamente Otro que le
cambiará la vida al ejercitante con una novedad propuesta por Él e impredecible
y con un ensanchamiento del alma que le permitirá asumir esa novedad. En el
encuentro sin trampa con el Otro se transformará radicalmente, no ante una
tabla con los mandamientos más importantes y los más minuciosos preceptos
de la ley, ni ante un jefe que manda con órdenes cifradas que sólo él conoce.

Este encuentro con el Otro removerá nuestro pasado, se adentrará en nuestro


universo interior menos consciente. En el centro de nuestros Ejercicios nos
detenemos a contemplar con calma el Tú encarnado en Jesús. Discerniremos lo
que Dios hace en nosotros y lo que nos propone, hasta que llegue el momento
en el que ya tengamos la consistencia para escoger de manera personal la
oferta que él nos presenta delante de nuestra libertad, de nuestro yo que ha
sido liberado del desorden afectivo y llenado de la pasión por Jesús y su reino.

Si es en el encuentro donde descubrimos y asumimos lo que Dios nos propone,


también será en el encuentro constante con él en las actividades de la vida lo
que nos permita vivirlo. La “contemplación para alcanzar amor” nos ayuda a
afinar nuestra sensibilidad para descubrir al Señor trabajando por cada uno de
nosotros de tal manera, que la relación con el Otro que nos ha cambiado no se
diluya al terminar los Ejercicios, sino que se profundice en los compromisos de
la vida cotidiana.

En la vida ordinaria yo descubro que en el encuentro con todo otro me estoy


relacionando también con el Otro. De esta experiencia nace la “la reverencia
amorosa” (De 181), la “humildad amorosa” (De 181) con la que me relaciono
con Dios en la oración, y con todo otro por los caminos de la realidad.

7. Ascética: el encuentro con el otro.

Encontrarse a fondo con otra persona es siempre una aventura que no se sabe
dónde acabará. Establecer hoy verdaderos encuentros entre “identidades
inciertas”, es un desafío más necesario que nunca. El individualismo que se
atrinchera en la cultura actual para proteger su propio bienestar, está
necesitado de encuentros de calidad que lo salven de su esterilidad narcisista y
lo dispongan para ayudar también a otras soledades.
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Sólo el encuentro con la diferencia nos permite ensanchar nuestra casa, crecer
como personas y anunciar el reino de Dios. En el otro crece algo que está
destinado a mi propio crecimiento, o se abre una carencia que está esperando
mi propio don. Nos resulta fácil acoger la diferencia cuando llega en forma de
comunión que llena mi soledad o plenifica mi vida de cualquier manera. Pero
nos resulta amenazante acoger al otro cuando lo percibimos como presencia
que desequilibra mi instalación. El Dios diferente a veces es desequilibrante
porque nos deja ciegos con una pregunta, para que aprendamos a mirar la
realidad de manera nueva, como hizo con Pablo camino de Damasco (Hch 9,5).

Una pregunta clave es de qué manera están presentes en mi vida los diferentes,
porque pertenecen a otras religiones o culturas, los que sufren algún tipo de
carencia física, sicológica o económica y los amenazantes por que pueden
golpear mi sensibilidad, mi reputación o mi integridad personal.

La ascética no es algo artificialmente impuesto. Si yo entro en el territorio del


otro, de una manera respetuosa y vulnerable, no sólo tolerándolo sino
acogiéndolo con su diferencia, ya me estoy disponiendo para el encuentro con
Dios que sostiene la vida de todos, que se esconde en el misterio de ese otro
que tengo delante. Cada paso hacia el otro es al mismo tiempo un paso dentro
del misterio de Dios en quien todos subsistimos.

Cuando entramos en el mundo de los pobres, entramos en una geografía donde


se experimentan carencias de muchos tipos diferentes. Las viviendas, la
alimentación, los servicios públicos, nos pueden someter a privaciones que
abren dentro de nosotros un espacio interior donde puede entrar la riqueza
que allí mismo encontramos, pero que no es fácil de percibir y de acoger si nos
acercamos hartos de suficiencia. Podemos encontrar en ellos una fortaleza
incombustible para emerger desde las ruinas una y otra vez, para luchar día a
día por la supervivencia de la familia que Dios les ha dado, una acogida que
comparte con nosotros la ternura que ha crecido desde el dolor serenado en
sus corazones abiertos a la Bondad infinita.

Cuando Ignacio y los primeros jesuitas se hospedaban en los hospitales públicos


donde se acogía a los caminantes pobres y donde iban muriendo los enfermos
en condiciones dolorosas en aquellos tiempos de medicina rudimentaria, no
sólo los estaba enviando a un espacio pobre y austero, sino a encuentros
humanos con los seres más vulnerables. Ahí se realizaba una experiencia de la
vida humana y de Dios que permitía después hablar de manera nueva en los
templos, en las calles, o en el aula del Concilio de Trento. Cuando peregrinaban
a pie por los caminos de Europa, no sólo se buscaba la dureza del camino como
si el dolor mereciese gracias de Dios, sino porque el avanzar con los demás
caminantes, les daba realismo y encuentro con personas del pueblo con las que
86

compartían relatos e incertidumbres. Un aprendizaje necesario, no sólo para


caminos ocasionales, sino para las calles de cada día, para el lodo y para el
asfalto.

Es en el amor al enemigo, en el orar por los que nos agreden y nos ofenden (Mt
5, 43 -48), donde el encuentro con el otro alcanza su punto culminante. Es ahí
donde el espíritu humano hace cambiar el rumbo de la historia, donde detiene
y orienta hacia la vida un torrente desbordado de odio y rabia que se
precipitaba hacia el abismo. Jesús en la cruz, abre con el perdón a los que lo
crucificaban, un horizonte de vida nueva no sólo para los otros crucificados,
sino también para los que estaban a su lado armados de lanzas, de leyes
mortales y de odio. Sólo Dios puede perdonar así y revertir el curso de las
historias de cada uno de nosotros. En el corazón pobre y humilde de Jesús se
realizó ese milagro.

Los grandes santos suelen ser maestros del encuentro. Nosotros somos la
misma persona cuando nos encontramos con Dios y cuando nos encontramos
con los demás. Por eso mismo la calidad del encuentro humano mide la verdad
del encuentro con Dios.

Ignacio daba mucho tiempo a las “conversaciones espirituales”, en las que


dialogaba sobre la vida de Dios en las personas. Recomendaba prestar la
máxima atención a lo que los demás deseaban expresar y comunicaban,
especialmente si eran “menores”:

“En el negociar con todos, y máxime con iguales o menores según


dignidad y autoridad, hablar poco o tarde, oír largo y con gusto, oyendo
largo hasta que acaben de hablar lo que quieren, después respondiendo
las partes que fueren, dar fin (…), la despedida presta y graciosa”. (Carta
de Ignacio a los Padres Broet y Salmerón, septiembre 1541. “Del modo
de negociar y conversar en el Señor”).

Ignacio no es rígido, sino que se adapta a cada situación. Con los tentados
ofrece otra directriz diferente a la del poco hablar.

“Con los que sintiéramos tentados o tristes, habernos graciosamente


con ellos, hablando largo, mostrando mucho placer y alegría, dentro y
fuera, por ir al contrario de lo que sienten, para mayor edificación y
consolación”.

Francisco Xavier instruye a los que iban a misionar a la India. Lo realmente


importante es leer los libros vivos más que los libros muertos. Interesarse con
detalle por la vida de los demás.
87

“También os informaréis de las muchas demandas, burlas que por vía de


justicia se hacen, y por falsos testimonios, sobornos, amistades y otras
cosas donde se niega y encubre la verdad; de manera que diciéndoos en
suma, en ninguna cosa aprovecharéis tanto en las almas a los hombres
de esa ciudad como sabiéndoles sus vidas muy menudamente; y este es
el principal estudio que ayuda a las almas. Esto es leer libros que
enseñan cosas que en libros muertos escritos no hallaréis, ni os ayudará
tanto para fructificar en las almas, cuanto os ayuda saber bien estas
cosas por hombres vivos que andan en el mismo trato; siempre me hallé
bien con esta regla”. (…) Estos son los libros vivos por los que habréis e
estudiar, así para predicar como para vuestra consolación”. (Citado por
Xavier Leon-Dufour. San Francisco Xavier, ed. Mensajero-Sal Térrea,
Santander, 1998, pag. 153).

Le da mucha importancia a la relación en el anuncio del evangelio. “Hacer


amistades” es una ocupación espiritual, para Francisco.

“Como llegamos a Sanchón, hicimos una iglesia y dije misa cada día
hasta que enfermé de fiebres. Estuve enfermo quince días; ahora, por la
misericordia de Dios hállome con salud. Aquí no faltaron ocupaciones
espirituales, como en confesar y visitar enfermos, hacer amistades”. (p.
255)

El encuentro con el otro nos dispone para el encuentro con Dios, de la misma
manera que el encuentro profundo con Dios nos hace capaces de verdaderos
encuentros humanos. Los encuentros pueden estar muy sutilmente convertidos
en negocio de diferentes tipos, afectivo, económico, de prestigio social…, y
necesitan ser purificados por la experiencia mística donde Dios nos transforma
realmente el corazón.

8. La mística: la debilidad y la fuerza del Otro en el otro.


La mística se comprende aquí a partir del encuentro con Dios en el otro, sea
quien sea. Hay personas para las que se les ha trasparentado esta realidad en
un momento determinado y su vida ya nunca fue la misma. “Yo soy Jesús a
quien tú persigues”, le dice Jesús a Pablo (Hchos 9,5). Es sorprendente cómo el
valor de una vida humana con todas sus complejidades se resume en un juicio
sumamente sencillo: “Lo que hicieron con uno de mis hermanos más pequeños
lo hicieron conmigo” (Mt 25,40). No dice Jesús que lo considerará como si le
fuese hecho a Él, sino que se lo hicimos a Él.

Cuando el otro es alguien brillante, cercano, amable, con el que comulgo, es


más fácil percibirlo como un sacramento del encuentro con Dios. Esa persona
puede potenciar mis cualidades y llenar mi vida de dinamismo y de sentido. De
88

hecho, amores humanos como el matrimonio, el noviazgo, la paternidad, la


maternidad o la amistad, son empleados en la Biblia como lenguaje para hablar
de la relación de Dios con cada persona y con su pueblo.

Dios también es carencia en el otro. Dios nos necesita. Lo más triste que hay en
la vida de una persona es cuando nadie lo necesita. Las carencias profundas que
encontramos en los demás pueden despertar en nosotros dinamismos
creadores de vida. ¿Qué sucede en nosotros cuando experimentamos que es
Dios mismo el que nos necesita?

No es tan fácil sentir a Dios en el otro cuando es percibido como una amenaza
para mi estabilidad, como alguien que viene a agredirme y despojarme. Un
punto culminante de la relación humana es el amor al enemigo. “Amen a sus
enemigos y recen por los que los persiguen” (Mt 5, 44-45). El texto de Lucas es
todavía más explícito: “Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian;
bendigan a los que los maldicen, recen por los que los injurian. Al que te golpee
en una mejilla, ofrécele también la otra, al que te quite el manto no le niegues
la túnica” (Lc 6, 27-29). Las espirales destructoras entre personas y pueblos se
quiebran desde el amor al enemigo. El perdón de Jesús en la cruz abre la
historia entera a la esperanza.

Me quiero fijar en la parábola del buen samaritano que auxilia al judío, su


enemigo ancestral. Es una vía de acceso a esta experiencia mística, en la que
Jesús se expresa a sí mismo, tratando de sacar a la luz lo que ahí está escondido
bajo un manto de sencillez como sólo Jesús sabía expresarlo en las parábolas.

Ciertamente que el buen samaritano es una imagen de Jesús que se conmueve


ante nuestras heridas, nos sana y nos devuelve a la vida. Le llamaron
despectivamente samaritano en algunos momentos. Todos somos invitados a
identificarnos con el samaritano (Lc 10,25-37). Pero Jesús, que vivió en conflicto
permanente con la sinagoga desde el comenzó de su vida hasta la cruz, es
también el asaltado al borde del camino. Si lo percibimos en esas heridas y
acudimos a sanarlo, entonces cambiará nuestra mirada y nuestra actitud ante
todo tipo de despojo, porque Dios es también una carencia herida que necesita
de nosotros.

Lo primero que nos presenta Jesús es un judío que ha sido asaltado, golpeado,
despojado de todo y dejado medio muerto al borde del camino. El silencio de
ese hombre es un grito dolorido de Dios a todo el que pase a su lado.

Vemos que precisamente porque el asaltado es un grito de Dios, la manera de


actuar ante él mide la calidad de la vida de los que se acercan a él, su verdad
religiosa y humana, su relación con Dios. Por esto, el asaltado se convierte en
juicio último y universal. Es lo más definitivo y profundo y tiene validez para
89

todos los pueblos y todos los tiempos. El sacerdote y el levita que bajaban del
templo, relacionándose con Dios en los sacrificios rituales, son juzgados por que
dan un rodeo para que las heridas de ese hombre no vayan a herir su
sensibilidad. Sabían encontrarse con Dios en la sangre de los animales
sacrificados y en el incienso que subía hacia las bóvedas del templo, pero no
fueron capaces de descubrirlo en la sangre derramada del herido ni en ese halo
de misterio que nos sobrecoge a todos cuando nos tropezamos con un hombre
en el abismo. No se habla en la parábola de los que asaltaron al hombre, sino
de los que no hicieron nada cuando lo descubrieron asaltado. Y es que entre
hacer algo y hacer daño no hay un término medio, que sería no hacer nada. Ese
tercer camino se asimila al que daña, pues cuando uno puede hacer un bien y
no lo hace ante una persona que necesita, está haciendo daño. El pasar de largo
no es inocente en la parábola de Jesús. Este aspecto ya lo había señalado Jesús
en la sinagoga de Cafarnaún cuando preguntó a los dirigentes judíos que lo
espiaban para ver si curaba en sábado al hombre del brazo paralizado. Jesús lo
saca de las sombras, del margen, lo pone en medio y pregunta: “¿Qué está
permitido en sábado? ¿Hacer el bien o el mal? ¿Salvar la vida o dar muerte?”
(Mc 3,4). Por ninguna parte aparece una tercera posición que sería la de “no
hacer nada”. El que puede hacer bien y no lo hace, daña.

Aparece en la escena otro hombre marginado, el diferente, el que tenía otra


concepción religiosa, el herético para un buen judío, el enemigo. Para sorpresa
de los oyentes, ese hombre se deja conmover en su corazón, y desde esa
conmoción interna se acerca al asaltado, le cura las heridas, lo carga en su
modesta cabalgadura y lo lleva a la posada. Toma una conducta de riesgo
porque andar con un asaltado por los caminos peligrosos entorpecía su paso, lo
hacía a él mismo más vulnerable a los ladrones y sospechoso ante las
autoridades, precisamente por ser él un samaritano enemigo público de los
judíos. Y el asaltado era judío. Al mismo tiempo lo trata con una gratuidad sin
medida. Le da un dinero al dueño de la posada y le dice que lo cuide hasta que
él regrese de nuevo hacia Samaria, sin ponerle un límite en los gastos. Así nos
encontramos con un “diferente”, que inesperadamente se convierte en la
exégesis viva de la escritura que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al
prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27). “Ve y haz tú lo mismo”, le dice Jesús al
doctor de la ley que se acercó para preguntarle qué debía hacer para heredar la
vida eterna.

Con su modo de actuar, el samaritano, el que no contaba para los judíos, se


convierte en el creador de una nueva relación, de una nueva manera de
entender la convivencia entre esos dos pueblos superando con su actitud una
práctica de siglos que parecía completamente sensata e intocable refrendada
90

por claros argumentos doctrinales. El diferente y descartado se convierte en un


creador para los dos pueblos. Y lo hace precisamente desde una situación de
desastre, desde un hombre echado a la cuneta de la vida. ¿Será que los
espacios creadores son de manera privilegiada los márgenes, las orillas, donde
acaban las seguridades, las certezas, los saberes? En muchas ocasiones, ¿nos
llegará la salvación desde los que nos han enseñado desde siempre a verlos
como una amenaza?

Lo que nos salva es encontrarnos con Dios en el otro, pero no sólo como un
Dios fuerte del que recibo, sino como un Dios débil que me desinstala, me
confunde en mis seguridades egoístas y me posibilita ofrecer lo mejor de mí
mismo que estaba paralizado. Esa es la salvación: Dios débil está realmente
necesitado en el otro y se expone en un silencio herido delante de mí.

La parábola adquiere un nuevo significado cuando yo me sitúo en el lugar del


judío asaltado. También nosotros podemos ser golpeados y sacados del camino.
Heridas viejas, circunstancias que nos agreden de repente, accidentes, quiebra
de la salud y otras situaciones imprevisibles, pueden echarnos al margen
mientras la vida pasa de largo a nuestro lado. En ese momento, podemos
experimentar cómo personas, con una gratuidad sorprendente, se detienen
ante nosotros, nos escuchan, nos vendan las heridas y nos ayudan a ponernos
de nuevo en el camino. A veces las que nos ayudan son personas que no
conocíamos ni volveremos a ver, pero también ellas perciben en nosotros de
alguna manera, ese Otro que vive en el fondo de toda persona y que despierta
nuestras mejores posibilidades. Habernos encontrado con un samaritano en
esos momentos, nos hace esencialmente mejores.

Si Dios es humilde al identificarse en su hijo Jesús con el samaritano proscrito y


con el asaltado echado fuera del camino, también nosotros somos invitados a
vivir esta misma humildad.

No es fácil acoger en nosotros esta experiencia mística, pues nos puede llenar
de un fuego que nos queme muchas relaciones superficiales, interesadas,
acomodadas, que nos aíslan y protegen. Pero precisamente, esta parábola en la
que una persona sin nada, en la cuneta de la vida, sin nombre ni referencias, se
convierte en el centro de atención, y es atendida por otra identidad
desprestigiada, puede ser para nosotros inspiradora para tantos encuentros
entre “identidades inciertas”.

DIFERENTES
Fiesta en la Habana
de jóvenes con síndrome de Dawn
91

Hoy tu diferencia
ha subido al escenario
vestida de fiesta.
Colores de Caribe encendido
giran al ritmo de la danza.
Todas las miradas están fijas en ellos,
eterno deseo humano de existir
en otros ojos limpios,
de ser mirados sin codicia
de tiempo y de rango,
con pausa y con amor.
¡Son sus minutos de estrella
en el firmamento humano!
¡Al fin, también Tú eres mirado,
en tus criaturas más queridas,
Dios humilde,
misterio de frágiles sonrisas
y lentos ademanes!

¡Cuántos gestos perdidos


que no se dirigen a nadie,
son una plegaria que te busca
en lenguaje cifrado,
y tú los besas con ternura
en su corazón incomprensible
para los que estamos a su lado!

A veces miramos
con un filtro de recelo
a estos profetas menores
de la condición humana.
Ellos manifiestan en el rostro
lo que nosotros escondemos.
También nosotros somos
un poco ciegos,
parcialmente torpes,
desconcertados,
solos y perdidos
entre la muchedumbre
que esconde sus heridas
en colores de camuflaje
y pasos que resuenan.
También nosotros estallamos
en lágrimas repentinas
en la soledad deshabitada
y buscamos algún hombro,
alguna caricia que nos sane.
92

En algún momento del camino,


desde el embrión humano,
emprendieron una vía diferente.
No están hechos para competir,
ni negociar con astucia,
ni ocupar los primeros puestos
de las escalas humanas.
No son negocio rentable
donde invertir nuestra vida
para buscar los intereses.
Son seres gratuitos
que despiertan
nuestro amor más puro.
¡Qué bien los expresan
los colores alegres
la danza,
la música
y el canto!

Les has enviado ángeles


que jueguen con ellos,
que les enseñen el camino
de la belleza y la sonrisa,
para expresar la melodía
que les suena dentro,
que los sana y los encanta.

¡Nos dejan en el alma


un beso de tu misterio
que nos hace humanos!
93

LA HISTORIA: ¿Sucesión de episodios o apuesta por lo germinal?

1. La caída de las Utopías.


La caída de las grandes utopías nos libera de las ideologías de la modernidad que
prometían alcanzar el “paraíso” aquí en la tierra. El socialismo nace de las críticas justas
al capitalismo, pero él mismo eliminó millones de personas y destruyó instituciones
justas cuando trató de crear una sociedad nueva. El socialismo real ha caído en los
países del Este europeo. Otros países socialistas buscan otro modelo.

El capitalismo en su versión neoliberal ha aumentado las diferencias entre las clases


sociales y entre los pueblos. Ha creado sociedades de consumo voraces que son una
amenaza para todo el planeta. Es un “capitalismo salvaje”, en expresión de J. Pablo II.

Dios actúa en la historia dialogando constantemente con nosotros, de tal manera que
ni los descalabros más grandes logran extinguir en la humanidad la esperanza de
construir un mundo más humano. Percibir la acción de Dios en medio de los
acontecimientos, tanto en los momentos más brillantes como en los más tenebrosos, y
unirnos a sus propuestas de “vida verdadera”, es el fuego que el Espíritu mantiene
siempre vivo en nuestros corazones.

2. La sociedad desencantada.
Con la caída de las utopías se ha producido un desencanto. Ya no hay grandes
proyectos de transformación de la sociedad que logren unificar la visión de los pueblos,
sus esfuerzos, su esperanza. Como consecuencia del desencanto se da un retraimiento
de la política y de lo público. Lo que queda intangible es

“el individuo y su cada vez más proclamado derecho a realizarse”. (…) “de
modo que si el proceso de personalización introduce efectivamente una
discontinuidad en la trama histórica, también es cierto que persigue, por otros
caminos, una obra secular, la de la modernidad democrática-individualista”. (G.
LIPOVETSKY, La era del vacío, ed. Anagrama, Barcelona 2002, p.12).

Se busca vivir en el instante, en el presente, disfrutando de los bienes accesibles sin


hacerse grandes preguntas sobre la historia humana ni el sentido de la vida. La
sociedad de consumo ofrece siempre productos nuevos para llenar el vacío interior. El
encanto efímero de la nueva sensación parece el único futuro razonable.

En los países ricos se ha instalado la “cultura de la queja”, en la que se critican las


condiciones de vida en esos países, las más mínimas molestias, olvidándose de las
condiciones de las inmensas mayorías empobrecidas. De esta manera se le roba la
queja a los que realmente tienen derecho a quejarse, los excluidos del festín, los que
sólo son buscados cuando interesan, y se cierra la puerta a cualquier cuestionamiento
que pudiera deteriorar el consumo voraz de la abundancia .

El progreso, que en otros tiempos despertaba entusiasmo y fortalecía la decisión de


trabajar para un futuro mejor con ayuda de las nuevas tecnologías, hoy despierta
sospecha e incertidumbre. Un rayo láser puede devolverle la vista a un ciego o
conducir una bomba hasta un refugio de niños inocentes.
94

En este malestar cultural ha habido intentos de reencantar la realidad. Pascal


BRUCKNER, en su análisis sobre la sociedad actual, (“La Tentación de la Inocencia”, ed.
Anagrama, 1999, Barcelona), describe dos intentos de reencantamiento muy unidos
entre sí: el consumismo y la diversión.

El consumismo se constituye en la auténtica tierra prometida a la que hay que llegar a


través del desierto de los trabajos duros, ingratos muchas veces, impuestos por una
competitividad que no permite vacilaciones, ni tiene compasión con los que no pueden
seguir ese ritmo sin sosiego. Los términos que utiliza evocan el imaginario religioso:

“Entre usted en un supermercado, en un hiper, recorra las calles comerciales de


una ciudad: de inmediato se da usted cuenta que ha penetrado en el Jardín de las
Delicias, en el paraíso terrenal. Todos los sueños acariciados antaño por los
hombres están reunidos aquí.” (47) Lo que sorprende, lo que subyuga, es esa
intimidad inmediata con el lujo desde los primeros pasos. Se huele aquí un aroma
a tierra prometida donde la miel y la leche fluyen en abundancia, donde la
humanidad por fin se redime de sus necesidades” (49).

El consumismo es una manera de vivir que llena todas las horas de cada día y se recicla
constantemente en cada estación del calendario. La persona se llena de adicciones y
compulsiones porque las sensaciones estudiadas por los técnicos del comportamiento
humano y de la comunicación se introducen hábilmente por nuestros sentidos, se
alojan en los surcos siempre abiertos de nuestras necesidades naturales o artificiales, y
se van adueñando de nuestros sentimientos, sueños y decisiones. Hay mucha adicción
y mucha compulsión pero poca pasión. Dice el sociólogo inglés A. Guidens, en su libro:
“Un mundo desbocado”: “Ninguno de nosotros tendría algo por lo que vivir si no
tuviéramos algo por lo que vale la pena morir” (p. 63).

La diversión, es el otro gran intento de reencantar el mundo.

“Al margen de la opinión de cada cual, hay que reconocer que el consumismo y
la industria de la diversión son una creación colectiva extraordinaria sin
equivalente en la historia. Por primera vez los hombres borran sus diferencias
de clase, de raza, de sexo, y se funden en una sola multitud dispuesta a
aturdirse, a divertirse sin pensar en nada más” (71). “En esas catedrales de la
vida alegre el ser humano se libra de la pesadilla de la historia (y de su propia
historia), olvida las tempestades del exterior y recupera una simplicidad
imprescindible” (71). “Este arsenal de baratijas mediático-mercantil sólo
esboza un espejismo de lo sagrado: se muestra incapaz de instaurar lo que
sigue siendo privativo de las religiones, el espacio de una trascendencia. Pese a
su compromiso de redimirnos a todos colectiva y personalmente, nunca es
suficiente y hacen falta otras muletas, otros narcóticos más eficaces”… “Se
desea lo que ningún objeto puede dar: la salvación laica, la transfiguración”…
(75).

Podemos presenciar auténticas liturgias seculares de la diversión, del entretenimiento,


en algunas actividades deportivas y culturales. Las personas aparecen como fervorosos
95

creyentes de líderes y estrellas, sus auténticos ídolos, y se entregan a su causa con toda
devoción, llevan en su cuerpo los signos de equipos y organizaciones, en ropas y
tatuajes, esperan largas horas para conseguir una entrada y participar del espectáculo,
para ver pasar a su ídolo en la ráfaga de algunos segundos, pasan frío, calor y se
desplazan de un sitio a otro con fervor de peregrinos y cruzados. Enfrentan a sus
adversarios, corren riesgos, gastan su dinero. Esa es la pasión de su vida, entregada a
ídolos y modas que sólo duran unos minutos de esplendor en la pasarela roja del
universo mediático, en medio de una cotidianidad desabrida, sin horizontes ni sentido.
Tal vez sea la música, por su capacidad de evocar dimensiones muy hondas del ser
humano, una expresión privilegiada de la experiencia difusa de lo sagrado, sobre todo
en los grandes conciertos donde miles de jóvenes participan con una euforia
compartida, comulgando en el misterio que se presiente.

Es difícil escapar de esa cultura de la diversión y del consumismo pues constituye una
atmósfera que llega a todas partes perfectamente dirigida a cada uno de nuestros
sentidos, hecha imagen, aroma, sonido, sabor y textura, con impactos cada día más
brutales para aturdir, o más sutiles para filtrase hasta los últimos rincones de nuestro
yo inaccesible. En esta cultura es difícil que puedan asumirse los grandes desafíos de la
vida personal y social, de la solidaridad que debemos vivir todos en este planeta
transformado en aldea global, en casa común. El consumismo y la diversión parecen el
“pan y circo” romanos en versión digital y globalizada que llega a nosotros las
veinticuatro horas del día. Al acceder a mi página de Internet leo durante las últimas
semanas: “Antes, durante y después del partido. El fútbol nunca termina”.

Hemos pasado de los mártires y de los héroes, figuras de la modernidad, a los famosos,
que son el modelo a contemplar en las sociedades líquidas. Estos famosos son los que
salen constantemente en los medios y buscan aparecer, aunque sea a costa de
escándalos bien pensados y a veces muy bien remunerados. Hay muchas personas que
tienen fama bien fundamentada por sus notables contribuciones a la humanidad, pero
no buscan aparecer tanto. No nos referimos a estos. El mártir moría por una fe más allá
de cualquier ganancia constatable en la historia, el héroe moría por una nación y
buscaba la eficacia histórica a favor de su pueblo. Los famosos, las celebridades, no
mueren por nadie. Los medios esparcen por el mundo su éxito con aureola virtual.
Algunos duran un instante en la pantalla como estrellas fugaces, otros duran algo más,
pero pueden caer de un día para otro como se desploma un edificio cuando los
periodistas les descubren los pies de barro.

“La sociedad moderna líquida de consumo convierte las hazañas de los


mártires, los héroes y todas las versiones híbridas de unos y de otros en hechos
sencillamente incomprensibles e irracionales, y, por consiguiente, atroces y
repulsivos. Esa sociedad promete la felicidad fácil, alcanzable por medios nada
heroicos y que, por tanto, debería estar – tentadora y gratificadora- al alcance
de todo el mundo o, mejor dicho, de todos los consumidores” (Cfr. Z. Bauman,
La Vida Líquida, p.66).
96

En las sociedades actuales aparecen dos realidades que son difíciles de armonizar: La
libertad y la seguridad. Las dos son atributos de una vida plenamente humana. En
algunos países hay mucha libertad individual, pero proliferan los abusos, los robos, la
droga, la tenencia de armas, las bandas organizadas, el tráfico de mujeres y de niños.
La competencia económica, mal regulada por los gobiernos, favorece el
enriquecimiento desmesurado de algunos ciudadanos y provoca la miseria de muchos.
En otros países, al contrario, nos encontramos con sociedades muy controladas y
seguras. Todo está regulado. La creatividad y la iniciativa personales tienen escasas
posibilidades y la producción de los bienes necesarios para vivir es escasa. Estos dos
elementos dialogan de distintas maneras en las diferentes naciones. El diálogo justo de
la libertad y la seguridad nos podría abrir el futuro.

Pero la dimensión utópica de la vida humana no ha muerto. Encontramos hoy causas,


como la ecología, que reúnen a personas de todos los pueblos y clases sociales en una
lucha por salvar el planeta de todos. Los foros internacionales sobre la justicia se
congregan bajo el lema “Otro mundo es posible”. Muchas ONG canalizan la
generosidad de personas solidarias que buscan un mundo más habitable para todos.
Muchas comunidades cristianas se congregan cada día con el corazón disponible en
torno a la utopía de Jesús para asumir la historia. Es lo contrario de una publicidad de
agua mineral: “Vive a tu manera. Fluye como el agua”.

3. El dinamismo más hondo de la historia.


El centro de la predicación de Jesús es el reino de Dios, que crece en el interior de la
historia desde el Padre como un don que nunca se detiene, y que atraviesa la realidad
por su mismo centro, en un movimiento de liberación y de vida para avanzar hasta la
reconciliación de todo en Cristo al final de los tiempos. El reino transforma y reconcilia
cada persona y el conjunto de la sociedad.

Jesús lo anuncia en medio de una sociedad oprimida por el mayor imperio de ese
tiempo, que se defendía con ejércitos muy bien preparados de cualquier agresión
armada venida de fuera y de cualquier grupo disidente que naciese dentro.

El reino de Dios no llega como una ideología, sino como un acontecimiento que Jesús,
con su sensibilidad de profeta, ve surgir ya en las personas concretas con las que se
encuentra. Anuncia el reino con parábolas que lo explican y con signos que permiten
verlo desplegando ya su fuerza de vida.

Estructurando y resumiendo la enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios, podemos


afirmar.

1) El reino de Dios nos llama a convertirnos a la vida plena y nos ofrece el


perdón sin condiciones que nos permite entrar en ella. El don de Dios nos
hace orientar nuestra existencia hacia la Vida. Es un don irreversible, que ha
sido plantado en nuestra tierra y que crece hasta la cosecha. Todos somos
invitados a entrar en la vida verdadera, regresando al encuentro con el Padre
(Lc 15,11), dejándonos llevar sobre los hombros de Dios hasta el hogar (Lc 15,
97

4), permitiendo que Él nos saque de en medio de la basura y nos coloque con
gozo en la palma de su mano (Lc 15,8).

2) El reino no excluye a ninguna persona, se ofrece a todos. No deja a nadie


saqueado en la cuneta. Por eso mismo pasa por los últimos, los pequeños y
sin poder, los desahuciados de la vida, los excluidos por cualquier razón. Hay
que acoger a los que están al borde del camino, como Dios mismo hace. Los
pobres se convierten de mendigos de la historia en creadores de la novedad
de Dios en la historia (Mt 5, 13-14; Lc 10, 25-37).

3) El reino llega como un don del Padre, como algo pequeño que tenemos que
cultivar, pero que ya lleva dentro la plenitud de la cosecha, de la misma
manera que el grano de trigo ya lleva dentro el pan compartido en la mesa.
Crecerá sin que sepamos cómo. Es un don misterioso como el gestarse y
crecer de una semilla y pide nuestra confianza en el Dios de la historia (Mc 4,
26-29). Hay que acogerlo y confiar.

4) El reino llega desde el Padre, que es nuestro servidor, como don nuevo,
impredecible, por eso tenemos que estar siempre despiertos para acogerlo y
discernirlo de otras novedades falsas, porque también en medio de la noche
de la historia llegan los ladrones para apoderarse de nuestra vida (Lc 12, 35-
40).

5) El reino pasa por nuestra persona, necesita de nuestra colaboración, es una


propuesta de Dios, no una imposición. Al atravesarnos y dinamizarnos para
crear esa propuesta, el futuro va marcándose con nuestra originalidad y
nosotros mismos nos convertimos en creadores del futuro. Ningún talento
nuestro puede quedar ocioso (Mt 25,14-29).

6) El reino introduce una novedad que crea conflicto con los instalados, en su
poder, en su riqueza o en su justicia religiosa. También lo crea dentro de cada
uno de nosotros en lo que tenemos de incrustados en las posiciones
confortables de este mundo. El desafío es vivir el conflicto de manera
creadora sin que nos desintegre. Hay que asumir el conflicto, el fracaso, la
pasión, como inherente al seguimiento de Jesús. Los instalados nos
combatirán (Mt 21,23-40).

7) El reino de Dios llegará a su plenitud, como ya llegó en Jesús resucitado. La


certeza de la cosecha nos lleva a celebrar siempre y a testimoniar con la
alegría de la pascua, el triunfo definitivo del reino sobre cualquier fuerza de
opresión que pretenda absolutizar la historia con su ideología, o reducirla a
sus proyectos y realizaciones concretas (Lc 14,15-24).

4. Servidores de la “vida verdadera” (EE 139).


Somos creados para ser creadores del futuro, a imagen y semejanza del Dios
creador. Sólo siendo creadores podemos ser nosotros mismos. Nos realizamos
como personas al colaborar con el reino de Dios que reconcilia los fragmentos,
no como el que cose un pedazo de tela nueva en un vestido viejo, sino creando
98

un vestido nuevo, sistemas sociales y políticos nuevos desde situaciones


desgarradas.

Las realidades de opresión, de exclusión y de muerte que destruyen nuestro


mundo globalizado, fragmentando en pedazos pueblos, culturas y personas, y
que son el “pecado del mundo”, no son la última verdad. No es cierto que
estamos en el final de la historia y que sólo debemos ocuparnos de los
pequeños relatos. El perdón de Dios, que asume nuestra historia personal y
comunitaria desde las situaciones más hundidas, desde los infiernos de la
historia, está siempre presente como gracia que sana, abre el futuro y nos lo
confía de nuevo cuando se nos ha ido de las manos. Se nos agotan las ideologías
como antorchas que se extinguen en la noche de la historia, se deterioran y se
derrumban los sistemas sociales y políticos transitorios. Pero la oferta de Dios
sigue siempre viva y nueva. El Espíritu nos inspira siempre “la vida verdadera”
(Ej 139).

Tenemos que entrar en la historia, donde crece el reino que es para todos.
Vemos a Jesús resucitado, “rey eterno y delante de él todo el universo mundo”
(Ej 95). Entregados a su persona nos ofrecemos desde nuestra pequeñez para
colaborar en la construcción de su reino, sin saber todavía lo que nos va a
proponer. Sólo siendo fieles a la realidad, en las orillas donde parece agotarse, y
en el diálogo con Jesús, iremos descubriendo todos los acentos nuevos de la
vida que suscita en cada etapa del camino.

En la contemplación de los misterios evangélicos, vamos comprendiendo cómo


es Jesús, enteramente lleno del reino. Nos vamos impregnando de su modo de
proceder. Él mismo nace sometido al imperio, viaja a Belén “para conocer
subyección a César” (Ej 264), vivirá en conflicto con la sinagoga desde los
comienzos de su predicación en Galilea y morirá “bajo el poder de Poncio
Pilatos”. Entre uno y otro extremo de esa opresión en la que discurre su vida,
transmite el reino en la cercanía de los encuentros en los que enseña y sana
devolviendo la dignidad a las personas, poniendo de pie a los caídos y situando
en el centro de la comunidad a los que el sistema judío y romano mantiene
paralizados en los márgenes. En la contemplación vamos descubriendo su
propuesta concreta para cada uno de nosotros. Esa oferta de vida nueva estará
siempre viva, nunca se apagara en su surgir desde Dios hasta nosotros.

Asumimos su estilo, de pobre y humilde servidor, para ser nosotros también


como él (Ej 147). En ese aparente desvalimiento se revela la humildad de Dios
que todo lo rehace desde abajo, en un diálogo de apertura al poder infinito del
amor inagotable. Sólo el Amor es todopoderoso en la historia.

La pasión por el reino nos lleva a sufrir la pasión (Ej 197), en compañía de Jesús
y de todas las víctimas de los sistemas injustos que intentan reducir la realidad
a su medida, a sus limitadas ideologías, paralizando la vida o desviándola hacia
los propios intereses (Ej 195).
99

El verdadero servidor al estilo de Jesús pobre y humilde, lleva dentro la alegría


que le regala el resucitado como un amigo (Ej 221,224). Con su servicio a la
“vida verdadera”, testimonia la presencia del reino en el corazón de la historia.
Vive su compromiso en comunión con Dios, servidor nuestro, que trabaja en la
historia con una discreción infinita.

5. La ascética de la historia.
La acción del Espíritu es la dimensión más profunda de la realidad. Dentro de la
aceleración del tiempo presente que corre sin saber a dónde quiere ir, en medio
de cambios profundos que en gran medida se nos han ido de las manos, entre
las multitudes que se agitan buscando la fruición del instante en el consumismo
que llena los sentidos y embota el espíritu, nosotros afirmamos que somos
invitados a colaborar con el Espíritu para construir en este mundo la vida
verdadera, el reino de Dios. ¿Cómo estar disponibles para construir ese futuro?
¿Cuál es el espacio para encontrarnos con Dios activo en la historia? ¿Quiénes
son los protagonistas de este cambio?

Lo primero es situarnos en las fronteras del mundo, donde todo acaba y


fermenta, fuera de los centros que instalan y aseguran, donde el poder y el
saber pretenden controlarlo todo, y donde el consumo y la diversión anestesian
la existencia. En las fronteras se acaban los caminos y se sufre la vida. Pero el
impulso de crear nuevas realidades surge siempre más fuerte donde la vida
duele en carne viva. Nos situamos en los espacios donde pesa la injusticia, en
las tierras donde se realiza persona a persona el diálogo inter religioso, entre los
que luchan por la defensa de la tierra, donde se buscan sistemas sociales y
políticos alternativos, en las encrucijadas de los flujos migratorios, en los
laboratorios donde se descubren las nuevas posibilidades de la vida, en los
foros donde se busca con honradez otro mundo posible.

En una sociedad que corre precipitadamente por las superficies nosotros


afirmamos que en las fronteras hay que permanecer, no sólo dejar la huella
pasajera del que no se detiene en ninguna parte. Cuando echamos raíces,
tocamos el dinamismo último de la realidad, donde se succiona el sentido, la
visión alternativa y la audacia de crear el futuro. En las fronteras constatamos
que el poder vigente traza lo que es justo y lo injusto y pretende que por esos
cauces corra la vida. Los que buscan tranquilidad, lo asumen y se sienten
seguros en el agua mansa de la opinión común. Los adictos a la transgresión
encuentran algo firme para la rebelión. Entre sumisión y rebelión, lo difícil es
encontrar la novedad que surge desde el fondo de la realidad como don del
Espíritu para acogerla y comprometerse con ella.

En la cotidianidad se teje con cada puntada menuda el reino de Dios, la vida


más humana para todos. La cotidianidad busca ser creativa, sensible, gratuita.
Cada día se inventa la vida entre las mismas personas, los mismos espacios y los
pequeños rituales de la convivencia. La búsqueda de lo nuevo para la sociedad,
se apoya en las tareas sencillas que le dan raíces, alimento, soporte, duración.
Cuando la cotidianidad está abierta al futuro, se convierte en un útero materno
100

que gesta lo nuevo en silencio y discreción. Cuando la vida común no está


ungida por la novedad de Dios, se llena de tedio y de parálisis.

Apoyar el crecimiento de lo nuevo es ayudarle a crecer en medio de muchas


dificultades y presiones. Hay una ascética de fidelidad al rigor del trabajo, para
la creación de instituciones que se abran camino en medio de estructuras que
no siempre son favorables. Se necesitan medios económicos, sentido de la
organización y competencia profesional en muchos aspectos diferentes. Lo
germinal de las fronteras necesita el apoyo de otras personas situadas en otros
estratos de la sociedad y de instituciones nacionales y de otros países, privadas
y públicas. Hay que saber llevar el centro a lo germinal para que vea y oiga la
realidad con sus posibilidades, y lo germinal de las fronteras al centro con toda
su capacidad de crear solidaridad y vida nueva para todos.

Un ejemplo admirable, tanto de la fecundidad de una inspiración nacida en las


periferias, como de su implementación en espacios difíciles con el apoyo de
muchas personas, instituciones y gobiernos que llevan dentro el fermento del
reino de Dios, es la red de centros educativos de Fe y Alegría que está hoy
extendida por toda América Latina, el Caribe y comienza, también desde lo
germinal, en otros continentes. Empezó con unas clases a un grupo de niños y
niñas en un barrio de Caracas, y hoy sigue naciendo de la misma manera
pequeña en muchos otros espacios “donde acaba el asfalto”. En su comienzo
frágil lleva la mística del horizonte hacia el que se mueve y el rigor de cada paso
que le posibilita crecer.

Los pobres de la tierra son el símbolo más fuerte, tanto del desajuste del
mundo, como de la fortaleza de la existencia. En el evangelio ocupan un lugar
privilegiado, lo mismo que en la vida de las personas más lúcidas. No son sólo
las víctimas, sino que son también testigos y creadores de nuevas realidades.
Son los excluidos que Dios incluye. Esa es la experiencia de Jesús, que funda la
comunidad servidora del reino entre los pobres y en tierra de pobres. Ignacio de
Loyola lo expresa así:

“Son tan grandes los pobres en la presencia divina, que principalmente


para ellos fue enviado Jesucristo a la tierra: “por la opresión del mísero y
del pobre, ahora – dice el Señor, habré de levantarme”; y en otro lugar:
“para evangelizar a los pobres me ha enviado”, lo cual recuerda
Jesucristo, haciendo responder a San Juan: “los pobres son
evangelizados”, y tanto los prefirió a los ricos, que quiso Jesucristo elegir
todo el santísimo colegio de entre los pobres, y vivir y conversar con
ellos, dejarlos por príncipes de su Iglesia, constituirlo por jueces sobre
las doce tribus de Israel, es decir, de todos los fieles. Los pobres serán
sus asesores. Tan excelso es su estado. (…) La amistad con los pobres nos
hace amigos del rey eterno”. (Carta de Ignacio a los Padres y Hermanos
de Padua, 7 de agosto de 1547).
101

Los pobres reales son el símbolo de todas las pobrezas que experimenta el ser
humano, no sólo por su situación en la organización de la sociedad, sino en
todos los órdenes de la existencia, como la salud, la soledad, la insignificancia o
el sin sentido.

Frente a la tendencia a refugiarnos en un individualismo narcisista y hedonista,


alimentado por tecnologías que se renuevan cada día, somos invitados a
movernos hacia las fronteras del mundo, donde no sólo hacemos la experiencia
de la carencia y de la injusticia, sino también del impulso de crear nuevas
realidades en contra de cualquier declaración de que la historia ha terminado.
Ante una cultura que promueve la alucinación del espectáculo constante,
buscamos una cotidianidad con sabor.

El desasosiego de vivir a la intemperie, nos abre al don de Dios, que nos puede
llegar de muchas maneras diferentes. Los rostros que están a nuestro lado serán
las fuentes principales. La ascética de vivir en las fronteras, nos dispone para
recibir el don de Dios, su novedad impredecible.

5. La mística de la historia
El místico percibe cómo Dios actúa en la realidad, y cuando la oscuridad es tan
grande que no se puede ver nada, lo sostiene la certeza de que Él sigue
trabajando en fidelidad al ritmo inescrutable de los procesos humanos. En
cualquier momento manifestará su propuesta nueva, como algo pequeño y
frágil que se nos ofrece y se nos confía para que lo acojamos porque lleva
dentro el futuro. La constatación de que el futuro se cierra de repente, y se
vuelve amenazante, no detiene al servidor del proyecto de Dios.

Muchos ven hoy en los exiliados un símbolo del extrañamiento que vivimos
sobre la tierra. Ni esta es nuestra tierra, en la que nos sentimos bien, ni
podemos regresar hacia el pasado, ni vemos el futuro. Por eso voy a retomar
dos imágenes creadas por Isaías en el exilio del pueblo judío en Babilonia.
Expresan la acción de Dios en la historia y la actitud del pueblo en esta realidad:
el parto y la semilla.

En medio del exilio largo, sin salida y sin retorno, el profeta Isaías nos presenta
la acción de Dios en la historia con la imagen de una mujer en gestación, como
si Dios mismo estuviese embarazado de futuro. “Desde antiguo guardé silencio,
me callaba, aguantaba; como parturienta, jadeo y resuello” (Is 42,14). Los
tiempos de silencio de Dios en la historia, no son olvido de Dios que no hace
nada en nuestra realidad, sino tiempos de gestación en los que lo nuevo se va
configurando dentro de nosotros hasta que llega el momento en que se formula
y sale a la luz. El embarazo es lento pero cuando llega el parto es indetenible.
Hay momentos en los que Dios soporta sobre sus hombros la realidad dura,
aguanta la realidad y se aguanta a sí mismo para no intervenir en la historia
suplantando las libertades humanas y nuestros ritmos vitales. Lo nuevo nace
con dolor y pequeño, hay que protegerlo y cuidarlo para que no muera. Nuestra
estrechez tiene que abrirse a lo nuevo que muchas veces es inconcebible y
102

viene a perturbar nuestra existencia acomodada en la esterilidad. Jesús


retomará esta misma imagen. La tristeza de los discípulos sacudidos por la
pasión se transformará en la alegría que nadie les podrá quitar. Son semejantes
a la mujer que sufre con los dolores del parto pero se alegra con la vida nueva
que ha traído al mundo (Jn 16,21).

La otra imagen viene del universo campesino. El reino de Dios es como la


semilla sembrada. Después del trabajo de la siembra, en la que el campesino
arriesga las pocas semillas que tiene, aparentemente no ha pasado nada, la
tierra sigue desolada. El se va y confía al misterio las semillas. Pero en el
momento preciso, las hierbas tan frágiles se abren paso en medio de la tierra
tan dura. Después habrá que cuidar ese dinamismo de vida que llega
constantemente desde la oscuridad. Ese es el grito jubiloso del profeta al
pueblo hundido en la desolación del exilio: “No recuerden lo de antaño, no
piensen en lo antiguo; miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo
notan?” (Is 43,18). Es una invitación a salir de los recuerdos que entretienen la
nostalgia para abrir los sentidos a la historia y percibir lo nuevo que llega.
“Abrase la tierra y germine el salvador” (Is 45,8), dice Isaías. Se abre la tierra y
brota el reino de Dios, dirá Jesús (Mc 4, 26-29).

El místico percibe las señales, y en los dolores y pesadez del embarazo


presiente la vida futura de la misma manera que el campesino, sabe ver el trigal
y el pan compartido en la mesa cuando sólo tiene en las manos un puñado de
semillas. La cotidianidad es muda para el extraño, pero llena de vida para el que
la siente correr por sus venas.

Esta son dos imágenes de incertidumbre por su fragilidad, y al mismo tiempo de


fortaleza por la vida que llevan dentro. Es la fortaleza de la debilidad de Dios. En
las fronteras hay que pegar el oído al vientre de la historia para escuchar el
latido de la vida nueva, y hay que inclinarse sobre la tierra para ver cómo las
pequeñas hojas que nacen son hierba buena que promete fruto. Cuando la
semilla se convierte en pan se congrega el pueblo para compartir, y cuando el
recién nacido surge como un profeta, entonces se reúne en torno a él el pueblo
para escuchar. El crecimiento difícil que no devalúa lo germinal, se apoya en la
experiencia mística que sintoniza nuestra obra con el actuar de Dios que trabaja
con nosotros.

Llegará inevitablemente el tiempo de la pascua. Aparentemente los decretos de


instituciones poderosas, las cárceles, los martillos, los clavos y las balas siempre
parecen destrozarlo todo, pero en realidad siempre llegan tarde, pues ya la
palabra está sembrada en muchos surcos y vientres generosos. El profeta
extirpado no ha tenido éxito, pero ha sido fecundo en el vientre de la historia
donde se gesta sin receso la novedad del proyecto de Dios.

Jesús utilizó la imagen del fuego para expresar la pasión que llenaba su vida por
el reino. Era el mismo fuego que purificó los labios de Isaías, que ardía en los
huesos de Jeremías o deslumbraba en el rostro radiante de Moisés. “Fuego he
103

venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda” (Lc 12,49). La mística por el
reino de Dios, como verdad última de la historia, ha enviado siempre personas a
las diferentes fronteras del mundo para iluminarlas con ese fuego.

En la entrada de la capilla de la curia de los jesuitas en Roma, hay una estatua


de San Ignacio enviando a los misioneros a las fronteras del mundo que se iba
descubriendo. En la base está escrito: ”Ite inflamate omnia”. Se cree que Ignacio
se lo dijo a Francisco Xavier cuando lo envió al Oriente: “Vete, inflámalo todo”.
Es una imagen poderosa pues el fuego se propaga por contagio, no se transmite
a distancia. Hay que aproximarse a las personas, a su situación concreta, para
trasmitirles la pasión por este mundo nuestro que Dios ama.

DEMASIADO TARDE

¡La muerte llegó temprano


a la vida de Jesús!

¡Las cruces y los clavos,


los sables y las balas
siempre llegan tarde!

Ya las palabras del profeta


se gestaban escondidas
en los cuerpos maternales
bajo el silencio impuesto
donde los poderes armados
no podían encontrarlas.
104

LA COMUNIDAD: ¿Confluencia de individualismos o un cuerpo sin exclusiones?

1. Redefinir la comunidad.
En la “modernidad sólida”, los procesos de socialización estaban bien marcados
y los jóvenes se iban incorporando a la sociedad transitando sendas
comunitarias trazadas y seguras. La dimensión comunitaria de la familia, la
escuela, la iglesia, el barrio y otras organizaciones sociales estaba bien
delimitada en su contenido y garantizada por sus controles. Los rasgos
principales de la identidad se recibían con el nacimiento.

Con la disolución de la capacidad normativa de las instituciones, en la


“modernidad líquida” todos nos sentimos confrontados a un mundo de
posibilidades que tratan de imponerse, nos retan y nos obligan a entrar en un
proceso de personalización. Nuestra propia identidad no viene configurada
como una herencia en sus líneas esenciales por valores e instituciones
tradicionales, y cada uno tiene que asumir la tarea de definirla. Este proceso
produce en muchas personas un “descontrol” en el que se les van de las manos
las riendas de su vida.

Por esta pérdida de control, el construirse a sí mismo provoca en muchas


personas una ansiedad que las impulsa a crear una multiplicidad de
organizaciones comunitarias de características muy diferentes. A veces vemos
grupos que defienden valores sanos, compatibles con la sociedad libre en la que
vivimos, pero en otros casos surgen grupos que son una amenaza, como las
células y redes terroristas, las bandas que secuestran y extorsionan, los
nacionalismos extremos o las organizaciones que reprimen a los inmigrantes.

Nuestra realidad comunitaria ha cambiado y se expresa de muchas maneras. La


vida comunitaria tiene que redefinirse con creatividad. Puede ser más
auténtica, o puede quebrar más aún las personas y la sociedad. Pero algo se
revela muy claro, las sociedades hipermodernas crean angustia, y la necesidad
comunitaria surge con fuerza para disminuir la ansiedad y el desconcierto.

2. Del yo solo e inseguro a lo comunitario.


Todos tenemos una necesidad de vivir en comunidad. Nadie puede ser persona
sola, aislada de los demás. Por otro lado, la cultura actual nos presenta
diferentes modelos para construir nuestra identidad en medio de formas
comunitarias cambiantes y frecuentemente de pobre calidad humana.

Constatamos hoy un sentido de pertenencia muy débil, y la pertenencia es un


componente básico de la identidad. Todos necesitamos para nuestra propia
salud síquica tener un sentido de pertenencia consistente. Esto supone
adhesión a un grupo con el que nos sentimos solidarios, empatía con los
miembros y recíproco sentimiento de pertenencia, que “se alimenta de
experiencias solidarias de comunión. Convivir, concelebrar, colaborar y
compartir son los cuatro verbos generadores del sentido de pertenencia” (Cfr. J.
105

M. URIARTE, Ser sacerdote en la cultura actual, Sal Terae, Santander 2010, p.


35).

Han surgido diferentes formas de familia. Junto a la tradicional de padre, madre


e hijos, encontramos familias homosexuales con dos padres o dos madres, con
uno solo de los cónyuges, parejas que viven separadas pero que se encuentran
de vez en cuando. Incluso, por la escasez de viviendas, hay familias en las que
los esposos divorciados siguen viviendo por años juntos en la misma casa. En
la escuela se refleja el pluralismo de concepciones de la vida que existen en la
sociedad, generalmente con poca capacidad de ayudar a crear actitudes
propias. La multiplicidad de ofertas religiosas, tradicionales y exóticas, y las
nuevas sectas llegan hoy a todas partes en el regreso de los dioses a la ciudad
secular. El mundo del trabajo, que en otros tiempos podía crear lazos afectivos
de solidaridad, sindicales, de un proyecto laboral común, se ve hoy amenazado
por la posibilidad de una crisis, de un cambio de empresa, de un despido
improcedente o de tener que realizar un trabajo emergente para el que no nos
hemos preparado.

Cada una de estas formas comunitarias, no son realidades estáticas y


asentadas, sino que se mueven en una dirección impredecible. No se trata de
modos sólidos y bien definidos de concebir la vida, sino en constante
movimiento. Intentan desplegar todas sus potencialidades y ocupar un espacio
en la sociedad, con reconocimiento legal cuando es necesario. Colectivos que
antes se ocultaban en la sombra hoy desfilan con orgullo en coloridas
manifestaciones por las calles de las principales ciudades del mundo.

Entre tantas ofertas diferentes y a veces contradictorias, cada persona tiene que
escoger su vida, el tipo de familia que quiere formar, la manera de vivir su
sexualidad, su afiliación política, sus grupos de pertenencia. No se quiere vivir
cosas impuestas por la tradición. Nada se da por evidente. Todo hay que
revisarlo.

El proceso de individualización crea con frecuencia personas inseguras,


“identidades inciertas”. Por esto mismo se siente la necesidad de algún tipo de
pertenencia comunitaria. Hay un profundo déficit de lo comunitario.

“Lo que emerge de las machitas normas sociales es un ego desnudo,


asustado, agresivo, que busca amor y ayuda. En la búsqueda de sí mismo
y de sociabilidad afectuosa, se pierde fácilmente en la jungla del yo (…).
Alguien que está olisqueando en la niebla de su yo ya no es capaz de
darse cuenta de que este aislamiento, “este confinamiento solitario del
ego”, es una sentencia o condenación masiva”. (Ulrich BECK; La
Individualización, ed. Paidós Ibérica, Barcelona, 2003, p. 26)

En este déficit de lo comunitario surgen muchas organizaciones y grupos que en


realidad no son más que individualismos que se encuentran en un momento
determinado, llenan alguna necesidad personal y regresan rápidamente a sus
106

cuevas. Divorciados, padres de hijos alcohólicos, adiestradores de palomas


mensajeras, coleccionistas de autos antiguos, fanáticos de un artista de moda,
seguidores de un equipo de fútbol y muchas otros grupos que se congregan
impulsados por necesidades y aficiones distintas, reúnen por un instante a
personas que expresan sus temores y expectativas, y después se pierden de
nuevo en su individualismo protegido. Junto a estos grupos habría que añadir
hoy los grupos asociados en redes de afines, para ventilar sus preocupaciones
“on line”, para expresarse simplemente, sin ninguna incidencia más allá del
propio grupo. Se puede tratar de un “narcisismo colectivo” (G. LYPOVETSKY, La
era del vacío, ed. Anagrama, Barcelona 2002, p. 14).

El proceso de personalización se puede vivir de manera responsable, es decir,


abierto a los demás y preocupado por los problemas que afligen a la
humanidad. También se puede vivir de manera irresponsable, con un
individualismo que se cierra sobre sí mismo. Cada día se producen nuevos
aparatos que favorecen aislarse de los demás y crear su propio universo virtual
que uno traslada fácilmente consigo donde quiera que vaya en diminutos
dispositivos electrónicos, aunque cambie de un país a otro. En la misma familia,
en la misma comunidad, cada uno puede tener sus instrumentos de conexión
con los que entra en su propio grupo de relaciones virtuales mientras la
relación con las personas reales que lo rodean puede ser de muy pobre calidad.

Una de las realidades que distorsiona la dimensión comunitaria en nuestro


mundo fragmentado, es el “miedo líquido”, difuso, que nos hace preguntarnos
por dónde vamos a ser atacados y cuándo. Las cámaras de vigilancia miran las
veinticuatro horas del día a la entrada de los edificios, en las urbanizaciones
exclusivas. Las puertas de las casas están cerradas, protegidas por rejas, perros
y guardianes privados. Los chequeos en los aeropuertos son cada día más
sofisticados y rigurosos. ¿Quién será esa persona de piel oscura que se acerca
por la calle? Las amenazas de los fundamentalistas resueltos, entrenados e
inteligentes, llegan regularmente a los medios de comunicación, y ya han
demostrado que pueden hacer daños increíbles en el corazón simbólico de las
grandes ciudades. La crisis económica, los despidos de los empleos de toda la
vida, la volatilidad de los ahorros en los bancos, la vida contra reloj para pagar
la hipoteca de la casa y los plazos del carro, introducen el miedo en los hogares
como un componente inevitable de la vida cotidiana. La amenaza de
enfermedades nuevas se extiende con rapidez en este mundo muy comunicado,
a pesar de los controles sanitarios, y genera incertidumbre. Las reacciones
imprevisibles de la naturaleza maltratada, y las amenazas de un ataque nuclear,
aparecen permanentemente en nuestras pantallas.

“La modernidad tenía que ser el gran salto adelante: el que nos alejaría
del miedo y nos aproximaría a un mundo libre de la ciega e impermeable
fatalidad (esa gran incubadora de temores). Como bien reflexionaba
Víctor Hugo, hablando con añoranza y elogiosamente sobre la ocasión:
impulsada por la ciencia (“la tribuna política se transformaría en
científica”), una nueva era vendrá que supondrá el fin de las sorpresas,
107

las calamidades, las catástrofes, pero también de las disputas, las falsas
ilusiones, los parasitismos…, en otras palabras, una época sin ninguno de
los ingredientes típicos de los miedos.(…) Los nuestros vuelven a ser
tiempos de miedos”. (Z. BAUMAN; “Miedo líquido”, Ed. Paidós,
Barcelona, 2007, p. 11).

Cuando los miedos se enfrentan de manera individual, como se suele hacer, se


promueve toda una industria de la seguridad y la prevención que reporta
grandes beneficios. De esta manera el miedo no disminuye, sino que confirma
más los temores de todos los ciudadanos que no pueden defenderse con esos
medios tan sofisticados.

También existen “comunidades de sentido”, donde las personas encuentran una


experiencia muy profunda que unifica su vida, como sucede en algunas
comunidades cristianas. Facilitan que cada uno haga una experiencia de
trascendencia y desde ahí se integra la vida, las relaciones con los demás y la
apertura a los grandes desafíos de nuestra realidad, superando de esta manera
el encerramiento en un yo narcisista, o en un grupo que se complace en sí
mismo, protegido en el arca de su propia verdad, mientras afuera se ahogan los
demás en el diluvio del mundo líquido.

Este proceso de la posmodernidad, nos lleva a valorar más las dimensiones


comunitarias de la vida, y por lo tanto a trabajar para que sean más auténticas y
no meros moldes formales que nos imponen con rigidez pautas de vida que
nosotros no asumimos desde dentro. Las familias, las escuelas, las comunidades
religiosas, las comunidades eclesiales, tienen hoy el desafío de crear una
calidad de vida comunitaria muy superior a los tiempos pasados, pues la cultura
en su conjunto y las tecnologías que aparecen cada día, empujan las personas a
un individualismo centrado sobre las satisfacciones individuales. Pero no es
fácil, pues los marcos sociales en los que nos movemos no ayudan a realizar
este diálogo y no los podemos cambiar tan fácilmente como quisiéramos pues
se escapan de nuestro control.

3. El reino crea comunidad y se anuncia desde ella.


Con Jesús surge en el mundo palestino una persona de una originalidad
inagotable de la que todavía hoy seguimos viviendo. Jesús se fue haciendo poco
a poco ayudado por la vida familiar, en medio de las transparencias y las
oscuridades que inevitablemente se encuentran entre las personas que se
aman. Entre dolor y alegría. Esta originalidad asoma cuando Jesús se queda en
el templo a la edad de doce años, y su Madre le pregunta: “¿Por qué has hecho
esto con nosotros?” (Lc 2,51). María no entendía pero llevaba todas esas cosas
en el corazón. Es decir, las llevaba en el amor, única forma de acoger el misterio
de la persona a la que queremos y que nos hace sufrir.

Cuando Jesús aparece en el Jordán, se encuentra rodeado de un grupo del


pueblo que se identifica con las palabras de Juan, desean bautizarse para
convertirse y comenzar una vida nueva, abrirse con esperanza al futuro
108

liberador que llega desde Dios. Jesús está en medio de la gente pues es uno más
del pueblo, pero al mismo tiempo ora en la soledad de la oración donde se
siente querido por el Padre. Desde la experiencia de sentirse amado puede
acoger la misión que se le confía en medio del pueblo, al que invita a una
comunión en torno al reino que despunta, y que es más creadora de vida
verdadera que la herencia de leyes de la sinagoga repetida hasta el tedio.

No se quedará como Juan en el Jordán recibiendo los peregrinos, sino que


formará una comunidad original, nueva, itinerante para ir a buscar a las
personas donde se encuentran, en los surcos mal pagados, en sus mesas de
cobradores de impuestos o en sus camastros de enfermos. No irá solo, pues el
reino anuncia la reconciliación de toda la realidad, y sólo se puede anunciar
desde una comunidad, no desde la valentía carismática de un profeta solitario.
Además, es algo tan nuevo, que hace falta el apoyo afectivo de amigos y amigas
para enfrentar las resistencias que genera.

En el proceso lento y difícil de formar la comunidad, primero se dan encuentros


personales en los que se conversa largamente. Jesús se encuentra con Juan y
Andrés en el Jordán (Jn 1,40-41). Andrés le presenta a Jesús a su hermano
Pedro. Lo mismo haría Juan con su hermano Santiago. Después Jesús busca a
Felipe y a Natanael. (Jn 1,43-44)

De todas las personas que Jesús va encontrando, escoge en las orillas del lago,
un pequeño grupo para que lo acompañen y puedan ver lo que está sucediendo
en Galilea, cómo las personas se transforman en el encuentro con Jesús y la
confrontación que nace muy pronto con la sinagoga judía. Un Mesías muy
diferente a lo que se esperaba ha llegado y por caminos no previstos. (Mc 1, 16-
21)

Más adelante escogerá en el monte doce discípulos para estar con él y para ser
enviados prolongando su presencia y su actividad. (Mc 3, 13-19). Nace una
comunidad de vida y de misión. El grupo especial de los doce, cada uno con su
nombre propio, tiene un rol específico en medio de la comunidad más amplia
de hombres y mujeres que lo siguen. Jesús mismo se sentirá maravillado y dará
gracias al Padre por la forma como se manifiesta al mundo a través de esas
personas sencillas del pueblo. (Lc 10, 21)

Esta comunidad de vida se convierte en una comunidad de destino cuando Jesús


deja la región de Palestina y se dirige a Jerusalén para confrontar las
instituciones del pueblo que se cierran al reino que llega para todos. (Mc 8, 31)
A Pedro, que se coloca en medio del camino para disuadir a Jesús y no dejarle
pasar, le llama Satanás. Y a todos sus seguidores les dice que el que quiera
seguirle también tiene que cargar la cruz para ser crucificado en ella. En este
momento la cruz no era una metáfora piadosa, ni un adorno de oro en el cuello,
sino el instrumento de muerte más denigrante y cruel del imperio romano. (Mc
8, 32-38).
109

Sólo después de la pasión de Jesús y de la muerte de todas las posibilidades, la


comunidad pascual surge desde la desproporción de un brote mínimo frente a
las poderosas estructuras del imperio y frente al control de la sinagoga judía. Ha
nacido la verdadera comunidad cristiana, que vive su originalidad desde lo
pequeño, como le sucede hoy a muchas comunidades cristianas que surgen
como un milagro del Espíritu en medio de fuerzas muy poderosas, que, sin
embargo, no pueden acabar con esa fragilidad germinal que llena de sentido y
de pasión creadora la vida de las persona, que no se dejan paralizar por la
descalificación social, por la persecución, ni por la muerte.

4. Liberar el corazón para vivir la comunidad.


En los Ejercicios Espirituales se vive un profundo proceso de personalización, de
liberación interior, para ser plenamente uno mismo, sin poner la consistencia
personal simplemente en normas, ritos, dogmas o instituciones, sino en el
encuentro con Dios. Cada uno se enfrenta con Dios y consigo mismo desde la
soledad de su propio ser original, para encontrar en la profundidad de su
corazón la puerta de la trascendencia. Desde el encuentro con Dios, se
reconstruye la persona, que al ir avanzando en el proceso espiritual, se va
integrando en la comunidad como espacio para seguir viviendo su fe y su
compromiso por el reino de Dios. “La ley fundamental de la vida espiritual es
que el Espíritu tiende siempre hacia el cuerpo, que la moción del Espíritu
significa siempre Encarnación y edificación del cuerpo de Cristo (Ef 4,12). El
Espíritu se edifica un cuerpo. Inversamente, reconocemos la autenticidad de los
gestos en que la moción se encarna por su conformidad con Cristo” (K. Rahner).

El ejercitante revive el proceso de Ignacio, que al comienzo de su conversión


recorría “sólo y a pie”, con la confianza puesta sólo en Dios, los caminos de
Europa, y al final fue siendo llevado por el Espíritu a crear una comunidad de
“amigos en el Señor”, que se sitúa en el corazón de la Iglesia. Desde la
comunidad eclesial hay que salir a los caminos donde se encuentra la realidad
porque ahí trabaja el mismo Espíritu en cada uno de los fragmentos, ahí se
asoman por todas partes los signos su acción que nos ofrece los brotes de la
vida nueva para todos.

Esta misión sólo se puede realizar en una comunidad cristiana de personas


frágiles, que constantemente van a experimentar en sí mismas y en las
relaciones mutuas el peso de los límites. Ahí mismo van a sentir la fortaleza del
Espíritu que no nos deja paralizarnos por los límites.

Las “reglas para sentir en la Iglesia” (Ej 352-357), nos orientan en la manera de
pertenecer a la comunidad eclesial, “nuestra santa madre la Iglesia jerárquica”,
en una síntesis de obediencia y de libertad creadora, de pecado real y de gracia
que supera el pecado, de innegables errores históricos y de apuestas por
nuevos comienzos, de profunda inserción humana y de apertura a la
trascendencia de Dios que crea el futuro con nosotros.
110

5. La ascética de la comunidad
Los hermanos no se escogen. Llegan convocados por una realidad que es
superior a la decisión de cada persona individual. En la familia nos encontramos
con los hermanos que van naciendo. En la comunidad cristiana, los hermanos
llegan impulsados por el Espíritu. En la vida religiosa, acuden los que se sienten
llamados por Dios a vivir en comunidad con otros que también han sido
convocados por el mismo carisma.

En la cultura actual existen dinamismos individualistas muy fuertes que tienden


a dispersar las comunidades y a encerrarnos cada uno de nosotros en nuestra
soledad protegida con contraseñas electrónicas. Dejamos entrar al que
queremos y cortamos con un clic aséptico a los que no califican. Cada uno de
nosotros podemos ser el vehículo en el que viaja hasta el corazón de la
comunidad algún tipo de dinamismo que tiende a fragmentarla, pues
respiramos fuerzas culturales diferentes y contradictorias.

Ante la experiencia angustiosa del individualismo, nacen hoy muchos tipos de


comunidades. Existen comunidades abiertas a la realidad que Dios ama y con
capacidad de dialogar con ella, y existen otras que se cierran como el arca de
Noé cuando empezaron a caer los primeros aguaceros del diluvio. Viven con
todos los mecanismos de defensa conectados con alarmas. Otras, atacan con
fuerza y piden que “baje fuego del cielo sobre los que no son de los nuestros”.

Cuando la comunidad se siente enviada al mundo con una misión determinada,


evangelizar, crear una familia, trabajar en definitiva por el reino de Dios, por ella
pasa un dinamismo de vida que la transforma y la recrea. Desde la experiencia
de crear la novedad de Dios entre el pueblo, retornamos a la comunidad con el
sabor de esa novedad en la garganta que la proclama y en las manos que la
realizan.

La comunidad hay que cultivarla. Cada uno de nosotros debemos dedicarle


tiempo, afecto, imaginación y recursos. Hay verdaderos orfebres de comunidad,
y hay piedras de tropiezo que nadie quiere encontrar a su lado.

La comunicación y la participación son claves para permanecer unidos. Eso


facilita la comunión que no es sólo de sangre o de espíritu, sino también de
tiempo, de acontecimientos y decisiones que afectan a todos. La capacidad de
discernimiento desde nuestro sentido de pertenencia, es clave para tomar
decisiones que afectan a cada vida concreta y al rumbo de toda la comunidad.

Necesitamos concretar en modos de proceder respetuosos de cada originalidad


lo que queremos vivir. Rituales sencillos y cotidianos nos permiten celebrar y
alimentar el sentido que nos une. En fechas especialmente significativas,
organizamos grandes celebraciones que fortalecen la identidad del grupo
dándole cohesión hacia dentro y afirmación hacia fuera como una comunidad
111

con sus características específicas que la hacen diferente. Celebrar no es


opcional ni superfluo. Es una dimensión de la vida comunitaria que nos
recuerda su valor, el horizonte hacia el que nos movemos y la decisión de seguir
cultivándola.

Todos estamos urgidos a aceptarnos unos a otros como somos, abriendo un


espacio cálido al nuevo que llega. El criterio de unión se sitúa más allá de la
amistad, de la simpatía o del rechazo que yo siento. En toda relación hay
transparencia, entendimiento, agrado, pero también existen sombras, misterio
y deficiencias que hacen sufrir. Pretender una comunidad idílica en la que todo
esté siempre bien, es una falta de respeto a las personas reales y a los procesos
en los que se van haciendo o deshaciendo, creciendo con todo su potencialidad
o desintegrándose en la decrepitud insoslayable. La superación de las
diferencias nos ayuda a crecer como individuos y como comunidad.

A pesar de todos los esfuerzos para resolver las diferencias, en las comunidades
aparecen problemas que no tienen solución a corto plazo. Hay que aprender a
vivir con hermanos heridos de manera definitiva en su salud física, sicológica o
espiritual. En una cultura del bienestar, con componentes hedonistas y
narcisistas tan fuertes, donde se valora la eficiencia y la capacidad de luchar
para abrirse camino, ¿dónde buscar el sentido para asumir procesos de
deterioro irreversible?

El alimento para sostener buenas relaciones se encuentra en el origen del


mismo dinamismo que nos une a todos, en vivir desde el Espíritu. Las relaciones
están orientadas hacia el crecimiento, si no se corrompen y surgen situaciones
ácidas que las corroen. Por esto mismo hay que crecer en el amor siempre vivo
de donde nació la comunidad y desde donde está invitada a crecer en la
cotidianidad.

Es sorprendente cómo, contra toda lógica utilitaria o hedonista, existen


comunidades de personas con limitaciones síquicas y físicas profundas que son
admirables, expresiones de la trascendencia que nos une a todos. Nos dicen
constantemente que los límites no son razones necesariamente disolventes e
insuperables para establecer relaciones humanas de calidad evangélica. Las
heridas de los demás pueden abrir en nosotros las puertas de la ternura que
nos trasforman también a nosotros llenando de sabor nuestra interioridad.

En una sociedad con tantas personas rotas y solitarias, necesitamos vivir más
“la espiritualidad de la caña quebrada y el pabilo vacilante” (Is 42,3) en formas
de comunidad inspiradas en el evangelio de Jesús que acojan y ayuden a
rehacerse a los heridos de nuestra sociedad. (Cfr. Martín IRIBERRI VILLABONA,
Vida Religiosa e inclusión social. CONFER)

En barrios marginados y campos apartados, existen comunidades vivas, lúcidas


y comprometidas con su realidad, que acuden a celebrar la Eucaristía con una
comunión y alegría que desafía la lógica y las estadísticas. ¡Cuánta salvación nos
112

puede llegar desde estas comunidades construidas en las orillas excluidas del
mundo, que crecen desconcertando las razones de los instruidos!

6. La mística de la comunidad
Dios es trinidad, comunidad. Se nos ha revelado como Padre que nos envía al
Hijo encarnado en nuestra historia y nos alienta con el Espíritu desde la
interioridad de toda persona. Como nos dice san Ireneo, el Hijo y el Espíritu son
las dos manos con las que el padre nos abraza. El que se encuentra con Dios
entra en ese dinamismo que transforma cada persona y crea el tejido
comunitario a imagen y semejanza de Dios.

San Pablo usa la imagen del cuerpo para expresar cómo es precisamente la
diferencia unida entre los miembros la que crea una comunidad (Rm 12,4; 1Cor
12,12). Pero todos los miembros tienen que estar movidos con funciones
diferentes por el mismo Espíritu. También usa una imagen musical: “Sean un
himno a la gloriosa generosidad de Dios” (Ef 1,6). En una sinfonía, las notas
tienen que ser diferentes sonando en un tiempo preciso y con una intensidad
distinta, pero todas orquestadas por la misma inspiración.

En la tarea cotidiana, los ojos de los místicos, como los de Juan el evangelista,
(Jn 21, 1-14), son los que perciben al resucitado en el pescador experto que
desde la orilla del lago nos dice dónde hay que echar las redes para ser
fecundos, y que nos prepara pan y pescado asado sobre brasas para
compartirlos después de una noche de trabajo.

En cada Eucaristía elevamos en medio de la comunidad el pan y el vino. En ellos


hay realmente trabajos mal pagados de campesinos y de obreros, audacia de
sembrar las pocas semillas que quedan en casa y las angustias ante el mal
tiempo que puede acabar con la cosecha, arder de hornos y girar de molinos,
fermentación en las bodegas, las incidencias del transporte y las transacciones
del mercado. Toda esta realidad humana, justa e injusta, está ahora reconciliada
en el pan y el vino del altar. Ella se transforma en presencia del resucitado.
Cuando comulgamos esta misma presencia todos nos sentimos unidos por la
misma inspiración que nos lleva cada día a construir nuestras comunidades, y
para salir desde ellas a construir el reino de Dios que nos incluye a todos.

El sueño de un mundo sin exclusiones se alimenta en comunidades que integran


cada día sus diferencias por la fuerza que nos llega desde más allá de nosotros
mismos. La comunidad cristiana con sus diferentes concreciones, la familia, la
comunidad religiosa y otros grupos dentro de la gran comunidad, se rehacen
desde la apertura al misterio que nos sorprende siempre como una presencia
amiga en medio de la noche y del mar agitado, mientras avanzamos en la
pequeña barca (Mt 14,29), o en la oscuridad de la casa donde estaban los
discípulos con las puerta y ventanas cerradas por el miedo, la culpabilidad y el
desconcierto (Lc 24,36).
113

En definitiva, seremos transformados por la misma experiencia del resucitado


para permanecer unidos y para salir a las calles de Jerusalén y anunciar que el
sueño del justo, asesinado tres días antes, es el futuro que nos congrega a todos
y es más fuerte que los límites personales, el imperio, la sinagoga y la misma
muerte.

YA HEMOS RESUCITADO
(Col 3,1; Ef 2,6)

¡Jesús resucitado,
último destino
al que ya ha llegado
todo lo que existe!

En tu cuerpo galileo
se remansan tus trabajos
de maderas y caminos,
y ya se han hecho eternos
los minerales y los frutos
que edificaron tu estatura.
En tu piel tostada
reposa el beso lento
del sol en cada jornada
y la brisa del lago.
En tu mirada sin párpados
festejan los colores
de flores y de alas.
Forma parte de ti todo “tú”
que te permitió decir “yo”
al crecer en cada encuentro.

En tu cuerpo de gloria
veo las huellas serenas
de la cruz y del sepulcro.
Hasta ti ya llegaron
las manos creadoras
clavadas a maderos,
las frentes lúcidas
horadadas por espinas,
los corazones libres
atravesados por el hierro,
las espaldas pobres
flajeladas con desprecio.
En tu cuerpo universal
danzan los sueños
de todos los justos
114

encerrados vivos o muertos


con losas de piedra
y certificados oficiales.

Con tu mano derecha


nos elevas el mentón
a los verdugos cabizbajos,
nos miras con ternura
y nos sanas con tu abrazo.

Constantemente regresas
a la comunidad de tus amigos,
a sus días tullidos
en la esquina del miedo,
en la confusión del desencanto,
y los devuelves a las plazas
como testigos universales
de nuestra última verdad:

En Jesús resucitado,
los que vamos de camino
ya hemos llegado todos
al encuentro sin fin
al que se dirige
todo lo creado.

Ahora,
ya nos adentramos unidos
en el misterio irreversible
de su abrazo.
115

IV. UN SOL0 DINAMISMO INSEPARABLE: INTEGRACIÓN PERSONAL E INTEGRACIÓN EN


LA REALIDAD.

1. El Dios de mi intimidad es también el Dios de toda la realidad.


Hemos visto cómo la experiencia de Dios es integradora de la persona porque
no está limitada a una parte de nuestro ser, sino que lo abraza por entero, con
toda su trayectoria vital, sus sueños y su pasado, lo consciente y lo inconsciente,
unificándolo en el amor. El cuerpo, el pensamiento, la afectividad y la decisión
quedan alcanzados por el mismo encuentro superando rupturas, sanando
heridas viejas, dinamizando nuestros sueños y nuestros deseos más hondos. A
la larga, esta experiencia es consoladora y llena de sentido nuestra vida, aunque
por distintas razones en la oración podamos atravesar épocas o episodios de
oscuridad y sin sentido, que también pueden formar parte del itinerario hacia la
unificación y la alegría.

En este encuentro íntimo recibimos una propuesta de Dios que nos devuelve a
la realidad, al cosmos, a todo otro, para realizar la historia del reino desde la
comunidad. Su propuesta espera nuestra respuesta. No nos quedamos
encerrados en un narcisismo hedonista, preocupados de nuestra propia
perfección, nuestro bienestar y nuestra imagen. El Dios de la intimidad nos cita
en la historia. No nos dice: “Vete”, sino “Ven conmigo”. Él va a nuestro lado.

Estas dos dimensiones de la relación con Dios son inseparables y se potencian


mutuamente. El Dios encontrado en la intimidad es también el que trabaja en la
realidad comprometido con ella. La relación con Dios puede darse sin
interrupción. Cuando pasamos de la contemplación a la acción seguimos la
misma relación. Las calles, cines, transportes y centros comerciales no son
profanos, sino diáfanos para el que sabe mirar. Los gobiernos pueden quitar el
nombre de Dios de plazas y calles, pero no pueden sacar a Dios de la hondura
de la realidad.

Necesitamos llevar a la oración el ruido del mundo, y acercarnos a las calles y


plazas con el sentimiento de la presencia de Dios que deseamos percibir
atravesando las cáscaras de la realidad. No todo es líquido y fugitivo en la
realidad. No hay que vivir tirando a la basura lo viejo para conseguir lo nuevo. El
Espíritu que acompaña la vida en su carrera desbocada, ofrece continuidad y
consistencia a todos los instantes y escenarios.

Esta manera de situarse en la realidad no es fácil. La sociedad nos educa para


mirar de otra manera y ver lo que interesa a los dueños de las sensaciones.
Consciente de esta realidad, y sin ingenuidad ninguna, el servidor de “la vida
verdadera” se ejercita en buscar esa presencia de Dios para unir sus manos a las
suya y abrazar juntos la misma espalda encorvada o reparar juntos el mismo
bache de la calle.

2. Buscar el mundo en el corazón de Dios y a Dios en el corazón del mundo.


116

El mundo ha nacido del corazón de Dios, que “es amor” (1 Jn 4,8). En su corazón
sigue estando y hacia su corazón se dirige. Por eso podemos decir que al
movernos por la realidad tenemos que buscar en ella a Dios, y al contemplar a
Dios tenemos que ver al mundo en su corazón.

Este es el desafío contemplativo del creyente y es también el fundamento de


todo compromiso con la transformación de este mundo. Al abrir los ojos nos
encontramos con la belleza del cosmos, con la bondad de las personas, con
fidelidades incondicionales que nos han acompañado durante toda la vida con
una gratuidad sorprendente, y están inscritas para siempre en la columna
vertebral de nuestra identidad.

Inevitablemente tropezamos también con el dolor, con las injusticias que nos
hacen dudar del corazón humano, con los terremotos que nos estremecen, con
los huracanes que arrollan nuestras creaciones. Pero el dolor no es la última
verdad. El sufrimiento también alcanza a Dios. El corazón de Dios tiene
cicatrices. Sabemos que al crearnos Dios no puede crear otros infinitos, sino
seres limitados en un escenario limitado. Los límites nos acompañan siempre.
Cuando vivimos los límites cortados de Dios, nos vamos desangrando en los
rincones de la queja, pero cuando los vivimos en comunión con el Ilimitado,
experimentamos la fuerza de la resurrección que nos rehace por dentro y nos
devuelve al mundo para realizar los nuevos sueños que se han ido gestando
dentro de nosotros, en medio de las piedras que nos han estado cercando
como sepulcros. La experiencia de la resurrección no sólo llega a nosotros como
una luz que se enciende de repente, sorprendiendo nuestros procesos
interiores, sino también como una maduración lenta en el árbol de la vida.

Desde esta experiencia de lo humano, que sólo se encuentra en al “abajo” de la


realidad, no dejamos que el desencanto propio de nuestra cultura sea el poso
que se nos vaya asentando en el corazón, las coyunturas y la sensibilidad. Ni la
diversión continua, ni el consumismo, que nos suavizan y anestesian la vida con
sensaciones superficiales siempre más audaces y sofisticadas, que nunca cesan
de llegar a nuestros sentidos, nos podrán ofrecer lo que sólo se encuentra en el
amor comprometido hasta las cruces cotidianas donde experimentamos que el
Dios crucificado nos acoge y resucita con nosotros, en el éxtasis de la
transfiguración.

La contemplación de los crucificados de la historia y el compromiso con ellos,


nos van a conducir a encontrarnos con Dios, que es Amor, y a adentrarnos en su
misterio de una manera siempre más honda, más allá de lo que podemos
imaginar.

3. En la visibilidad del Hijo y la discreción del Espíritu.


Dice san Ireneo que el Hijo y el Espíritu son las dos manos del Padre. Con ellas
crea y nos abraza. Nosotros somos invitados a vivir en el don del Hijo y del
Espíritu, en la visibilidad encarnada y en la interioridad inspirada.
117

Impacta contemplar a Jesús de Nazaret caminando por las orillas del lago de
Tiberíades. Ese galileo joven, artesano y pobre, actúa con una audacia
sorprendente. No se apoya en instituciones poderosas, ni en prestigios
académicos certificados, ni en seguidores cualificados. Cuando mira la realidad,
la ve como un campo maduro para la siega. Contempla cómo el reino de Dios se
asoma en la búsqueda de la gente sencilla. Ve que el reino de Dios ha llegado.

No es lo mismo anunciar el reino de Dios como un mandamiento que hemos


recibido, que hacerlo porque lo vemos crecer en las personas y los
acontecimientos. Cuando lo experimentamos, nos impulsa y nos llena de
audacia. Jesús enfrenta la sinagoga y las expectativas desmesuradas del pueblo.
Sorprende a los propios discípulos con sus iniciativas. En la subida a Jerusalén
para anunciar el evangelio en la centro del judaísmo, donde las instituciones
concentran todo el poder para reprimir, él va siempre delante, tirando de sus
amigos (Mc 10,32) y cuando entra en la ciudad va el primero (Lc 19,36), pobre y
humilde.

La novedad sorprendente de Jesús en medio de la sociedad judía, emergía del


Espíritu que lo habitaba (Lc 3, 22) y lo conducía (Mt 4,1). Este es también
nuestro desafío. El Espíritu es universal y su lenguaje, que es el del amor, todos
lo entienden y no necesita traducción (Hch 2,8). Su actividad discreta en otras
religiones y culturas, en indiferentes y ateos, puede paralizarnos si nos
consideramos los únicos depositarios de su sabiduría, pero puede alentarnos
cuando lo vemos actuar sin exclusión ninguna. No somos los dueños del Espíritu
sino testigos agradecidos a todas las personas que se abren a su sabiduría y
libertad. También Jesús se dejó sorprender por la fe del Centurión que oprimía
a su pueblo, por la búsqueda de Zaqueo, el cobrador de impuestos que se
enriquecía a base de extorsiones, y por la mujer sirofenicia que se atrevió a
contradecirlo y le ensanchó el horizonte de su misión.

Visibilidad o discreción, contabilidad o contemplación, eficacia o gratuidad,


autoridad y reconocimiento o servicio y humildad. En la forma de vivir estas
tensiones en la cultura que promueve el poder para apoderarse y el brillo para
seducir, nos jugamos la manera de sentirnos en el mundo y la posibilidad de ser
testigos vulnerables de la buena noticia de parte de Dios como Jesús.

4. En relación: cercanía y distancia.


La encarnación del hijo nos revela que el evangelio debe encarnarse en todas
las culturas. También en la nuestra. Eso significa que nosotros debemos ser de
este mundo. La gente debe sentirnos cerca, amigo, hermano. De Jesús decían
sus vecinos: “Si es el carpintero, el hijo de María” (Mc 3,1).

Pero al mismo tiempo se admiraban de sus palabras y se preguntaban: “¿De


dónde saca éste eso? ¿Qué saber le han enseñado a éste para que tales
milagros le salgan de las manos?” (Mc 6,2). Hay una distancia y una diferencia
que suscitan preguntas sobre una dimensión de la realidad que Jesús señalaba,
pero que ellos no son capaces de percibir.
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Nosotros no huimos de esta cultura que fluye líquida bajo el impacto de


sensaciones seductoras que nunca cesan. La pertenencia a esta cultura nos da
raíces, lenguaje. Esta cercanía es necesaria. Pero al mismo tiempo necesitamos
tomar distancia si queremos vivir una novedad que la cercanía podrá transmitir
después a nuestra gente.

Jesús iba al desierto, al descampado, distanciándose de la sinagoga, del pueblo


y de sus discípulos, para orar y discernir su manera de acercar el reino de Dios a
sus vecinos. Nosotros necesitamos tomar distancia para darnos cuenta de las
sensaciones que han entrado por nuestros sentidos, y para discernir lo que en
ellas hay de destructor y lo que hay del Espíritu. Nos situamos gratuitamente
delante del Señor en la contemplación para que nuestro corazón se vacíe de
todo lo que no vale y se ensanche para acoger la novedad que Dios nos ofrece.
Esta novedad que recibimos la encarnamos en nosotros para poder transmitirla
al pueblo en la cercanía de la carne y de la sangre, de la palabra y de las
instituciones.

La cercanía y la distancia, la compañía y la soledad, nos posibilitan ser al mismo


tiempo del mundo y de Dios. Si falla la cercanía, seremos seres de otro mundo,
sin nada que interese. Si falla la distancia, seremos asimilados por la cultura y
no podremos encarnar la novedad que Dios nos ofrece para todos.

5. El proceso: urgencia y pausa


La velocidad en que vivimos, la rapidez de los cambios que experimentamos,
nos obliga a movernos con agilidad si queremos acompañar a un pueblo que va
siendo llevado a llenar su vacío en sensaciones siempre nuevas, a dejar atrás
objetos que todavía funcionan para conseguir los nuevos modelos que impone
el mercado, a prescindir de personas queridas para empezar otras relaciones
nuevas en los cambios de ciudad o de trabajo, a dejar estilos de vida conocidos
para abrirse a otros nuevos publicitados como innovadores y fuentes de
felicidad. El amor de Cristo nos urge para acompañar a nuestro pueblo.

Al mismo tiempo necesitamos introducir en nuestra vida pausas para no ser


diluidos en la velocidad que nunca se detiene. En la pausa se sedimenta lo que
vale y se evapora la espuma. La inercia de nuestro movimiento, el ritmo de los
que viven a nuestro lado y los estímulos que llegan desde fuera, nos seducen y
se sitúan un metro delante de nosotros creando un vacío que nos succiona y
nos arrastra, nos dificultan detenernos. Nuestros sentimientos, pensamientos,
entrañas y relaciones se vuelven impacientes. Pasamos por la superficie de las
personas y de las situaciones como aguacero que se precipita y erosiona sin
empapar la tierra. Nuestros abrazos se quedan a medias, y nuestras respuestas
se comen las palabras. Cuando ya no tenemos tiempo para nada, ni siquiera
para comer (Mc 6,31), es cuando más necesitamos salir al borde del camino y
detenernos.
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En algunas ocasiones, nuestro organismo nos enferma para obligarnos a parar


y asentar la vida. Después de una pausa grande, salimos con otra visión de la
realidad mucho más sabia y respetuosa de nosotros mismos y de los demás.
Grandes aportaciones humanas han salido de vidas detenidas en cárceles,
hospitales y destierros.

La cultura nos propone vivir la urgencia y la pausa como dos momentos


separados. Primero nos llenamos de estrés y después nos derrumbamos en una
playa. A veces vivimos en una alternancia la prisa y el descanso, como al
interrumpir las actividades ordinarias para hacer un retiro, un discernimiento
necesario o una peregrinación. Pero lo ideal es que las dos dimensiones se
vayan integrando en la vida cotidiana. Cada día hay que vivir la urgencia para
crear lo posible, y cada día hay que hacer la pausa necesaria para que nuestras
actividades y encuentros tengan el sabor del evangelio. La pausa debe viajar en
la entraña de la urgencia.

6. Ser desde la frontera novedad evangélica en el centro.


Las fronteras son las orillas donde la vida se deteriora y acaba, o donde nace y
se renueva. Pueden estar situadas entre el mundo rico del Norte y el pobre del
Sur, entre las periferias maginadas y las urbanizaciones exclusivas, entre una
religión dominante y otras minoritarias. Marcan el dentro y el fuera, la inclusión
y la exclusión. También existen fronteras en la investigación científica y señalan
la línea entre el saber sobre la realidad y el no saber, entre la salud y la
enfermedad incurable, entre el cuidado del ambiente y la destrucción
ecológica. Acercarse a las fronteras, hacia la carencia, no sólo es emigrar hacia
la negatividad sino también hacia posibilidades nuevas de vida justa y más
humana para todos.

Siguiendo un movimiento contrario a los mensajes que llegan cada día a


nuestros sentidos, somos invitados a emigrar hacia las fronteras y a permanecer
en ellas, de tal manera que nuestras raíces puedan succionar la vida del humus
fértil, pues no existe ninguna situación dejada de la mano de Dios. El mundo
saturado declara a veces que hay pueblos a los que hay que dejar morir porque
no son viables. El evangelio no declara prescindibles a pueblos y personas. Todo
lo contrario. Jesús nace, vive y muere en el abajo de la realidad, y hacia ahí
tenemos que dirigir la mirada si queremos contemplar a Dios, saber cómo es Él
y cómo es una vida profundamente humana.

En el encuentro respetuoso con las periferias podemos descubrir nuevas formas


de vida, pero a veces nos perdemos en arenas movedizas, en búsquedas que
dicen a los demás y a nosotros mismos, por dónde no hay que intentar
caminos. Es una apuesta fracasada pero fecunda. No toda búsqueda tiene que
acabar en aplausos. La vida nueva descubierta en la periferia se ofrece a todos y
viaja hacia los centros como Jesús viajó desde la Galilea desacreditada y
marginal hasta la Jerusalén de las instituciones que controlaban con su poder el
futuro del pueblo.
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Las periferias sugieren no saber, búsqueda, gestación, silencio, interioridad,


barrizales sin linderos, disposición para acoger dentro la intuición de la vida
nueva. El centro sugiere visibilidad, institución, seguridad, amplitud de plazas y
avenidas. En la cultura que hace girar todos los ojos hacia el centro seductor y
bullicioso, hay que emigrar a las fronteras donde es posible ver mejor la
falsedad de las propuestas, sufrir la injusticia que desciende desde arriba y
acoger en esa herida la novedad de Dios que resucita.

7. La poda inevitable: persecución y bendición.

Las instituciones tradicionales ya no ofrecen el mismo apoyo que brindaban en


la modernidad para construir nuestra identidad. La Iglesia es una de las
instituciones que han perdido relevancia en muchas partes. Nada hay sagrado
en la sociedad secular que sea inmune al humor ácido o la crítica que erosionan
aún más la credibilidad.

En la cultura de la información, los periodistas buscan los escándalos y


contradicciones de la Iglesia para sacarlos en la primera plana de los periódicos.
Hay morbo al presentar a la luz pública los pecados escondidos de personas que
se presentan en la sociedad como orientadores morales y espirituales, para
transformarlos en escándalo. Algunos medios de comunicación se presentan
como piedras de molino que hay que encajarle en el cuello a los escandalosos,
conminándoles a que se precipiten en el mar. Se silencia casi siempre el servicio
extraordinario que ofrecen tantos cristianos en los lugares más difíciles del
mundo. Benedicto XVI decía en su viaje a Malta, el 17 de abril de 2010: “La
Iglesia está herida por nuestros pecados”. La Iglesia es santa y pecadora al
mismo tiempo. Sólo se la comprende bien y se la ama en la experiencia mística
que la contempla como prolongación de la encarnación del Hijo en la historia.

La literatura y el cine construyen tramas ofensivas a partir del misterio que


envuelve a Dios y de la debilidad de las instituciones eclesiales que lo hacen
presente. Muchos viven una liberación al desmontar públicamente imágenes de
Dios que los han atormentado durante muchos años. El misterio, que sólo se
puede asumir desde la experiencia religiosa, se aborda con ignorancia y medias
verdades, y se construyen novelas que encuentran millones de lectores. La
fragilidad del lenguaje y de los símbolos para trasmitir la fe en una nueva
cultura queda al descubierto. La adhesión simplemente sociológica de muchos
cristianos ya no se sostiene. En épocas de gran reconocimiento y poder social,
la iglesia institucional ha crecido mucho, pero parte de su crecimiento se
parece a la higuera estéril de mucho follaje y ningún fruto.

Tal vez la añoranza de otros tiempos en los que éramos más poderosos,
reconocidos e intocables, nos paralice ahora. Los números no nos van a salir si
no vivimos en la gratuidad sin cuentas de Jesús, y las podas necesarias nos
dolerán como si nos estuviesen robando la vida en vez de prepararnos para dar
más fruto.
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Para la vid que sí da fruto, ha llegado el tiempo de la poda, pero no somos


nosotros los que cortamos. Personas no creyentes o de otras religiones,
principalmente, manejan el hacha y las tijeras. La parábola de Jesús es muy
gráfica. Las ramas que no dan fruto deben ser cortadas, y las que dan fruto
deben ser podadas para que den más fruto (Jn 15,2). Si no son podadas, cada
vez se degrada más la cosecha hasta la esterilidad absoluta. La poda es siempre
invernal y dolorosa. Es absolutamente necesaria. Esta parábola tiene un sentido
comunitario y se la presenta Jesús a sus discípulos cuando ya se acerca el
momento de la pasión. Jesús es el tronco y los discípulos son los sarmientos que
van a sentir el filo del acero sobre sus seguridades y expectativas. Resulta más
sorprendente la parábola cuando Jesús nos dice que el Padre es el labrador que
poda. En vez de atrincherarnos en mecanismos defensivos, nosotros tenemos
que responder con la bendición de comunidades más evangélicas a los que nos
persiguen y nos podan, como Jesús le dice a la comunidad de sus discípulos (Lc
6,27-29).

La bendición se elabora en la interioridad sin testigos, en la soledad del


encuentro con Dios que nunca se corta ni se detiene. La bendición no es sólo
una frase que se pronuncia fácilmente, sino una comunidad que sea bendición
para todos, más parecida al Jesús pobre y humilde que se movía con agilidad
por los caminos de Galilea y por la orillas del lago. Si vivimos en la certeza de
Jesús no necesitaremos forzar pertenencias ni reconocimientos.

Esta parábola pascual de la comunidad se complementa con la de la pequeña


barca atravesando el lago en medio de la noche. En los momentos de
persecución o de grandes crisis en la historia de la Iglesia, las humillaciones nos
han hecho más humildes y las pequeñas comunidades se han identificado con
esa barca frágil en medio de la noche, sacudida por las olas amenazantes del
lago. No hay que temer, Jesús camina sobre las aguas y se sube a nuestra barca.
Hay que remar al unísono, unidos, hacia la consistencia evangélica para
construir el reino de Dios.

8. El fuera y el dentro de la alegría necesaria.

Hace unos días leía un artículo en un periódico de alcance nacional: “La alegría
carece de prestigio intelectual. No verán ustedes un escritor que manifieste su
alegría abiertamente”. ¿Qué puede decir esta afirmación sobre nuestra
cultura? ¿No se manifiesta fuera la alegría porque no existe dentro, o porque si
se manifiesta, desafina con el discurso sin trascendencia de la queja?

La estimulación de los sentidos con sensaciones placenteras nos permite


disfrutar con un goce epidérmico. Se promueve el éxtasis químico que eleva
hasta la cumbre y precipita después en el vacío. La hipermedicación de la
existencia ofrece una pastilla específica para cada uno de los sinsabores, golpes
o insomnios. Es muy humano quitar el dolor, curar las enfermedades y aliviar
los síntomas desagradables como Jesús mismo hizo en el evangelio. Pero la
alegría no es lo opuesto al dolor sino a la tristeza, al desencanto, al sinsentido.
122

Aunque impregna toda nuestra persona, su origen está más ligado al espíritu
que al cuerpo. Hay muchos dolores, como dar a luz una vida nueva, que pueden
darle calidad a la alegría. La cultura promueve el gozo de la acumulación sin
medida de bienes, de celebridad y de poder, que supone competencia y
exclusión, victoria y rendición.

La alegría aparece en el evangelio de tal manera que sería difícil de creer si no la


hubiésemos encontrado en la vida de muchas personas que no tienen razones
para estar alegres según los criterios de nuestra cultura. Su alegría parece una
locura a muchos sensatos. La joven María, campesina de Nazaret, canta su
alegría al sentir que la mirada de Dios se posa con cariño sobre ella y le cambia
la vida (Lc 1,47). Jesús ora radiante de alegría cuando constata que el Padre
revela el misterio del reino a los pobres e ignorantes y se lo esconde a los sabios
y poderosos (Lc 10,21); le comunica a los pobres que encontrarán la alegría del
reino en medio de las persecuciones que se levantarán contra ellos por ser luz
que se consume iluminando y sal que se disuelve para dar luz y sabor a la
historia (Mt 5,12); después de lavar los pies a discípulos, promete la alegría a los
que sirvan a los hermanos de la comunidad en los gestos sencillos de la
convivencia (Jn 13,17), y cuando resucita ofrece la alegría a todos los que
estaban encogidos por el miedo y la tristeza creando una comunidad alegre y
servidora (Lc 24,41).

Tosas estas expresiones de la alegría, están situadas dentro de un proyecto de


salvación que interesa a todos y a toda la creación. Y se alimentan de un amor
fiel que atraviesa los siglos y trasciende la dicha del instante. Es el corazón del
reino que ilumina los rostros.

Esta alegría pascual forma parte esencial del mensaje del resucitado que los
discípulos empiezan a transmitir en medio de las amenazas y castigos de los
dirigentes judíos. Es una expresión de que Jesús no sólo resucita para sí mismo
sino para todos nosotros. Es un don del Espíritu. En nuestro tiempo de
incertidumbre somos responsables de la Alegría del evangelio que nos dejó
Jesús.

COMUNICACIÓN

Si tú eres
el Dios humilde
que te escondes,
¿me atreveré yo
a revelarte
en el rigor insuficiente
de mis palabras?

Si tú eres
el Dios humilde
123

que te comunicas,
¿trataré yo
de enmudecerte
con el silencio puritano
de mi boca cerrada?

¡Bienvenido seas,
silencio divino,
expresándote
en nuestra palabra
tan humana!

4 de abril de 2010
Domingo de resurrección.

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