González Buelta SJ-Caminar Sobre Las Aguas
González Buelta SJ-Caminar Sobre Las Aguas
González Buelta SJ-Caminar Sobre Las Aguas
INDICE
I. El desafío del «mundo líquido»
1. La cultura que respiramos
2. Caminar sobre las aguas
3. Dialogar con la noche, los vientos y las olas
II. La integración personal
1. El cuerpo: ¿envoltorio o transfiguración?
La bondad del cuerpo
La religión de cuerpo
La cultura de los sentidos
El Hijo de Dios en un cuerpo humano
Transformar el propio cuerpo
La ascética: «amar el cuerpo»
La mística: la transfiguración del cuerpo ....
2. El pensamiento: ¿aprobación mediática o la «locura de Dios»?
Un pensamiento propio
La apertura a las diferencias
Una cultura de la información
La alucinación del espectáculo
Jesús, la «sabiduría de Dios»
La «sabiduría de Dios» se encarna en cada uno de nosotros
La ascética del pensamiento
Mística: la locura que nos ilumina
3. La afectividad: ¿la fruición del adicto o la pasión creadora?
El corazón en el centro
Vanos intentos de reencantar la vida
La orfandad que respiramos
En el corazón del Evangelio
Liberar, centrar y llenar de pasión el corazón
La ascética: una afectividad que se libera
La mística: la pasión por Dios y por su reino
4. La decisión: ¿fluir en la vida líquida o acoger la novedad de Dios?
La decisión
«La agitación permanente»
«La tiranía de las posibilidades»
«Decir sí sin decir no»
«El yo colonizado»
¿Decidimos o somos llevados?
«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»
La nueva propuesta de Dios para cada uno de nosotros
La ascesis: buscar y asumir la nueva propuesta de Dios
La mística: unirse a Dios en cada decisión
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La cultura nos envuelve como el aire. No podemos respirar sin respirarla. Por todos
nuestros sentidos se adentra en nuestra intimidad. Se hace caricia sobre la piel en la
suavidad de las telas que vestimos y las cremas que nos ungen, aroma en los perfumes
que compramos en los “Duty Free” de los aeropuertos, sabor en el brandy que hemos
visto caer en la pantalla del televisor a cámara lenta girando en la copa de cristal, color
seductor en los estantes de los centros comerciales bajo el juego de la luz que
embellece la mercancía, música y voz viajando con nosotros en los transportes
climatizados.
Sería pretencioso creer que podemos estar todo el día sumergidos en esta atmósfera
que respiramos, y que no se siembre en nuestra interioridad ni una sola de las semillas
que transporta el viento. Los técnicos de la comunicación y del comportamiento
humano han estudiado minuciosamente cómo entrar en nuestra casa sin que nos
demos cuenta, con estímulos que a veces son subliminares. No es necesario que
pretendamos ver nada. Los objetos de consumo nos miran a nosotros y nos persiguen
donde quiera que vayamos. Tampoco hace falta que les indiquemos el camino. Ellos
saben cómo moverse por nuestras rutas interiores, pues son como los misiles
inteligentes que pueden cambian constantemente de camino hasta que impactan el
objetivo que se desplaza de un sitio para otro. Las sensaciones nos perseguirán a
donde quiera que vayamos.
En medio de toda esta cultura tan estudiada para hacernos clientes y militantes,
también alienta el Espíritu. Hay vida nueva buscando corazones donde alojarse. El
Espíritu también encuentra el camino para encarnar su propuesta de vida nueva y
hacerla llegar a nuestros sentidos, a veces incluso en las mismas imágenes que
pretenden esconderlo. En el brillo de los ojos de un niño en medio del caos de la
guerra en Afganistán, podemos sentir que hay Alguien que empieza a rehacerlo todo.
En el “mundo líquido” sólo tenemos una opción, aprender a caminar sobre las aguas.
Los discípulos se habían apartado con Jesús a un lugar despoblado, para descansar y
compartir lo que estaban experimentando al anunciar el reino de Dios por las aldeas de
Galilea, a las que él los había enviado (Mc 6,7-12). La situación era especialmente
dramática. Ante esos pequeños inicios del reino, la comunidad había recibido un golpe
muy duro. Herodes había mandado degollar a Juan el Bautista (Mc 6,14-29). Además
todos estaban agotados, pues “eran tantos los que iban y venían que no encontraban
tiempo ni para comer” (Mc 6,31). En esta coyuntura de persecución, de miedo y de
cansancio, toman distancia. Se retiran lejos de las calles donde la sinagoga contaba los
pasos de los caminantes en sábado, donde las fuerzas de seguridad de Herodes
vigilaban cualquier movimiento sospechoso y donde los soldados del imperio
controlaban el orden. Atravesaron el lago y se alejaron hacia un lugar despoblado, un
espacio de libertad.
Pero el pueblo se enteró y salió de todas partes a buscar a Jesús; se sintió conmovido
por la búsqueda tenaz y esperanzada del pueblo abandonado, como ovejas sin pastor,
y se puso a enseñarles largamente. El tiempo pasó rápido. Se hizo tarde y la gente no
había comido. Los discípulos le sugieren a Jesús: “Despídelos para que vayan a los
campos y a los pueblos vecinos a comprar algo para comer” (Mc 6, 36). Pero Jesús les
respondió con claridad. “Denles ustedes de comer” (6,37). Trajeron a Jesús cinco panes
y dos pescados. Algo insignificante para tanta gente. Jesús los bendijo y empezaron a
compartirlos. El gran milagro consistió en que una multitud desorganizada, de
desconocidos, después de escuchar a Jesús fuese capaz de sentarse de manera
ordenada, en grupos, y que todos compartieses los panes de la tierra y los pescados
del mar, sin que nadie acaparase ni negociase con el pan. Este signo anuncia que los
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bienes necesarios para vivir son para todos y que la tierra debe ser devuelta a los
hambrientos, a los pobres.
Leyendo la misma escena en el evangelio de Juan, vemos que los discípulos, junto con
la gente, querían hacer rey a Jesús (Jn 6,15). Un pueblo reunido compartiendo el pan y
la palabra en paz sobre la hierba verde al final del día, era un claro signo mesiánico.
Pero Jesús sabía que eso era sólo un signo que señalaba hacia dónde caminar, qué es lo
que el reino de Dios ofrecía. Pero no era en despoblado, al margen de las calles y casas
cotidianas, como se iba a realizar esa utopía haciéndolo a él rey, que era el sueño
compartido por el pueblo. El reino de Dios no se realiza en despoblado, en un
momento de entusiasmo compartido, sino que hay que construirlo en la vida cotidiana,
en medio de los trabajos y encuentros de siempre, entre alegrías, dolores y amenazas.
Por eso Jesús “obligó” (Mc 6,45) a los discípulos a embarcarse y navegar hasta la otra
orilla, hacia los poblados donde habían experimentado los inicios del reino, pero donde
pesaba ahora la amenaza de Herodes que había sido capaz de asesinar al Bautista tan
querido por todo el pueblo.
El lago siempre causaba temor. Era culturalmente un espacio de malos espíritus que
hacían daño a los navegantes. En el lago, como en su hábitat natural, se precipitaron
los cerdos destructores en los que entraron los malos espíritus que salieron del
hombre de Gerasa cuando fue curado por Jesús (Mc 5,13). Los discípulos estaban
confusos y desencantados. No entendían a Jesús (Mc 6,52). Se les presentó una
ocasión magnífica para un éxito contundente y la desaprovechó. En medio del lago los
sorprende la noche, hay viento fuerte, reman pero no avanzan, se esfuerzan con toda
su pericia de pescadores pero están siempre en el mismo sitio. Jesús aparece pero
tienen miedo, creen que es uno de los fantasmas del lago. Se tranquilizan cuando
reconocen a Jesús. En el evangelio de Mateo, Pedro le dice a Jesús que le mande
caminar por el agua hasta él. Pedro empieza a caminar, da algunos pasos, pero cuando
sopla el viento fuerte tiene temor y empieza a hundirse. Pedro era un experto nadador,
pero se asusta porque ya no puede caminar sobre el agua. Lo hunde el miedo, la poca
fe. Jesús extendió la mano y lo sostuvo (Mt 14,28-31). Con Jesús en la barca la
tempestad se calma y pueden llegar a tierra.
Podemos leer esta escena como una parábola de nuestro mundo. Nos desencantamos
porque hemos confundido los signos del reino que encontramos en tantas reuniones
del pueblo sencillo, en comunidades de diferentes estilos, en congresos teológicos
inspiradores, con la realización próxima y triunfal del reino de Dios. Ahora vivimos en
un “mundo líquido”, donde todo fluye, no sabemos dónde hacer pie, y el Señor nos
obliga a embarcarnos porque hay que atravesar esas aguas profundas y turbulentas
para llegar a la tierra donde se realiza el reino de Dios. Algunos prefieren quedarse en
la costa, separados del pueblo, cantando y pidiéndole a Dios que abra las aguas por el
medio como hizo en el mar Rojo ante los ruegos de Moisés. Pero Jesús “nos obliga” a
caminar sobre las aguas hacia la tierra cotidiana, atravesando la noche, los vientos en
contra y el desconcierto. Tal vez podamos dar algunos pasos como Pedro sobre el agua
en momentos excepcionales, pero normalmente atravesaremos el lago en la pequeña
barca de la comunidad.
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No todo es líquido en nuestro mundo. Hay muchos que han construido la casa sobre la
roca firme, alentados por el Espíritu de Jesús (Mt 7, 24-27). Mientras las aguas corren
rápidas y turbulentas, hay personas, grupos, comunidades y familias que están bien
construidos. Pero no podemos quedarnos aislados en nuestras seguridades. Hay que
moverse por las fronteras de nuestro mundo donde la vida se precipita con
incertidumbre y hay que saber navegar sobre las aguas. Tan importante es la destreza
para manejar los remos y la pequeña vela, como tener ánimo en el corazón para no
mirar hacia atrás presos por la nostalgia del prodigio vivido en la tierra firme del
descampado. Tan necesario es poner con total disponibilidad nuestras habilidades y
destrezas al servicio de esta travesía, como sentir en el corazón la esperanza que nos
regala Jesús y la certeza de que más allá del mundo líquido hay tierra firme donde
brotan las nuevas manifestaciones del reino de Dios entre nosotros. Pero ahora nos
toca caminar sobre las aguas alentados por la presencia de Jesús en medio de
nosotros.
El diálogo respetuoso con nuestra cultura sólo podemos realizarlo siendo personas de
nuestro tiempo, respirando dentro de las estructuras que la configuran y en la cercanía
de los encuentros. Somos invitados a vivir y difundir el evangelio en este mundo que
fluye sin detenerse y que Dios ama con una creatividad infinita. Por un lado tenemos
que vivir desde Dios y por otro vivir en medio de esta cultura con su ateísmo y su
indiferencia hacia Dios. Si no vivimos intensamente la relación con el Dios de la
intimidad que nos unifica por dentro y con el Dios de la historia que nos propone crear
el futuro de la “vida verdadera” juntamente con él, seremos poco a poco invadidos por
la cultura de los sentidos y asimilados a ella desde dentro. Nuestra propia identidad
será líquida, derramada, agua del lago agitada por la tempestad.
la consistencia de la vida evangélica, sin quedar paralizados por el miedo y sin perder
el rumbo por el que nos impulsa hoy el viento del Espíritu.
VIDA CONTAMINADA
Respiramos la cultura
que nos envuelve a todos,
el oxígeno que nos da vida
y los virus que nos socavan.
Al acoger en nosotros
la vida contaminada,
te acogemos a ti,
que estás dentro de la vida,
y la purificas con tu aliento
en el horno ardiente
de nuestra intimidad.
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Para iniciar este camino, retomamos la trayectoria que sigue la realidad que se adentra
en nosotros por nuestros sentidos, nos recorre por dentro y regresa a la realidad en
nuestra acción como respuesta.
Sin embargo, este esquema tradicional no nos describe plenamente nuestro proceso
interior. La investigación actual de la neurociencia nos muestra que no sólo tenemos
una “inteligencia racional” que piensa y procesa las sensaciones que llegan a nuestros
sentidos. Tenemos también una “inteligencia emocional” que tiene un peso muy
importante en nuestra vida y que puede actuar con independencia de nuestro
pensamiento. En algunas ocasiones, ante determinados estímulos, podemos tomar
decisiones y actuar con gran rapidez de tal manera que no hemos podido pensar
nuestra respuesta. En ese momento se produce un verdadero “secuestro emocional”.
Podemos tomar decisiones que no son acordes con nuestros valores y opciones
conscientes. Esto puede suceder en grandes tragedias, como un asesinato repentino,
en una acción sorpresiva que salva una vida, o en las pequeñas reacciones de cada día
que pueden deteriorar la calidad de la existencia.
Es importante detenernos es este punto para ver cómo se realiza este proceso interior.
Los estímulos que llegan a nuestros sentidos son enviados al tálamo, y desde aquí sale
una conexión al neocórtex, a la inteligencia racional, pero sale también otra conexión a
la amígdala, que es una especie de archivo emocional, y que en un momento de gran
impacto emocional puede dar órdenes instantáneas a todo el organismo para actuar
sin dilaciones, antes de que haya habido tiempo de pensar. Esta reacción nos puede
salvar la vida en un momento de peligro inminente, o nos puede perder si actuamos
contra otra persona arrastrados por la ira o por el pánico. La importancia de tener bien
configurado nuestro mundo emocional es decisiva.
Nuestra cultura ha trabajado con éxito la manera de entrar dentro de nosotros a través
de los sentidos. La comunicación hoy es menos racional y más emocional, corporal,
narrativa e imaginativa. Los estímulos que llegan a nuestros sentidos tienen una gran
fuerza para impactar nuestra inteligencia emocional y configurar nuestras reacciones,
creando en muchos casos conductas aditivas y compulsivas.
La experiencia mística de Ignacio de Loyola junto al río Cardoner nos puede inspirar
para comprender cómo la experiencia de Dios nos unifica por dentro y nos abre al
futuro. Para Ignacio cierra una etapa que había empezado en Loyola. Desde la
experiencia primera de su conversión durante la convalecencia, y después de atravesar
las intensas experiencias de Manresa, profundas consolaciones y desolaciones con
escrúpulos y depresión que lo llevaron a tener pensamientos suicidas,
inesperadamente, al lado del río Cardoner Dios llega hasta Ignacio cuando estaba
sentado al borde del camino contemplando la corriente del río. “Se le empezaron a
abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y
conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de las cosas de la fe y de
letras; y esto con una ilustración tan grande que le parecían todas las cosas nuevas”
(Au 30).
Dirá Nadal que “así le quedó una actuación de contemplación y unión con Dios, que
sentía devoción en todas las cosas y en todas partes muy fácilmente” (FN II, 153). Todo
indica que Ignacio propuso esta experiencia del Cardoner en la contemplación para
alcanzar amor, donde nos invita a mirar toda la realidad para ver a Dios trabajando en
ella por mí. Es la transparencia, la diafanía de la realidad.
Toda la persona y la historia de Ignacio quedan integradas de tal manera que “le
parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto que tenía antes” (Cámara,
Au 30). Nace un hombre nuevo, el que se fue gestando lentamente desde Loyola.
Ignacio quedó profundamente marcado por esta experiencia fundante. Nos evoca las
palabras de Jesús a Nicodemo: “Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de
Dios” (Jn 3,3).
En el centro de la espiritualidad ignaciana estará siempre ese mirar todas las cosas de
tal manera que podamos descubrir en ellas al Dios que está presente trabajando, en
una intensa relación creadora con nosotros. Las cosas más sencillas son palabras que
nos dirige el Dios que nos sirve, que está en toda la realidad “ad modum laborantis”,
como el campesino que labora la tierra con el sudor de su frente.
Nosotros estamos ante el desafío de crear una sensibilidad nueva, para no dejarnos
configurar por la imagen de este mundo, sino por la Imagen de Dios encarnada entre
nosotros que es Jesús, y por su constante encarnación en cada una de las situaciones
humanas en las que nos debatimos y donde es posible encontrarlo a él. También
nosotros estamos destinados a ser imagen de Dios en la cultura de la imagen.
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virtual es “la expresión más congruente de una cultura hipericónica que tiene a
valorar más el parecer que el ser, el look que la identidad” (Román GRUBER,
“Del bisonte a la realidad virtual”, ed. Anagrama, Barcelona 1996, p. 176-177).
Los cuerpos “modelo”, y los cuerpos famélicos de los excluidos en las mismas
pantallas revelan la esquizofrenia de nuestro mundo consumista globalizado.
¿Cómo pueden existir juntos?
Al mostrar lo que significa visitar la ciudad de Saint Louis leí en un artículo para
promocionar la ciudad: “El resultado es una experiencia multicultural para la
que hacen falta los cinco sentidos. Saint Louis se ve, se escucha, se saborea, se
huele, se toca” (José Lozano).
Esta cultura trastoca nuestra interioridad, pues las sensaciones a veces son tan
intensas, refinadas y continuas, que incluso pueden entrar dentro de nosotros
sin hacerse percepciones conscientes, y mucho menos trabajadas con un
pensamiento propio. Hay un riesgo de vivir permanentemente en el flujo
continuo de las sensaciones que llegan a nuestros sentidos.
Esta manera de vivir provoca una dificultad para enfrentarse a lo real y elaborar
los desafíos que nos plantea. Se van generando en nosotros conductas aditivas
y compulsivas.
“El efecto esencial de los medios consiste en promover y desarrollar
una cultura de sensaciones por la estimulación, y a controlar la
alternancia entre capacidad de atención y de no atención. Por su
modo de funcionamiento, los medios provocan y aumentan la no
atención de cada uno a través de solicitaciones visuales y auditivas
diversas, que no requieren reflexión: ésta necesita tiempo, y en
consecuencia es susceptible de aumentar la distancia, de suscitar la
crítica, de abrigar la resistencia, de fortalecer el rechazo. Las
dificultades de percibir tienen que ver con la sensación continua, la
pérdida de límites, el desvanecimiento de puntos de apoyos sólidos
y durables: nosotros estamos envueltos por un flujo constante a
nivel de la percepción y discontinuo a nivel síquico, favoreciendo lo
efímero y por esto lo indistinto. Los medios ofrecen sensaciones que
incitan a la búsqueda de sensaciones renovadas, siempre más
sensaciones, siempre más fuertes e inéditas” (Claudine Haroche, L
´Avenir du sensible, ed. PUF, París 2008, p. 225).
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En Jesús encontramos una gran sensibilidad para percibir los más pequeños
detalles de la vida de las personas, de la naturaleza y los signos de la historia.
Al mismo tiempo lo vemos alejarse hacia el silencio y la soledad, para
enfrentarse a lo real buscando respuestas originales, apartadas de unos gestos
rituales que se habían vaciado en gran medida de sentido y en los que ya no
cabía la vida nueva del reino que Jesús percibía llegando a sus sentidos por
todas partes. Jesús sabe moverse en una alternancia entre el hundirse entre la
muchedumbre del pueblo que lo acosa, y el apartarse a la soledad y quietud de
la oración.
El cuerpo de Jesús nos dice que hay espacio para la sensibilidad ante los bienes
de este mundo que nos permiten gozar y alegrarnos, para la cercanía de los
cuerpos en el abrazo y la caricia, pero también hay vida para el amor
comprometido hasta la muerte y la resurrección. Los cuerpos despojados de
este mundo tienen una esperanza cierta.
En la cultura del gozo disponible a ritmo de clic, de tarjeta, que resbala sobre la
piel como un perfume, aparece un gozo más profundo que es don que hay que
esperar humildemente y que surge desde las dimensiones más hondas de cada
persona. En el cuerpo también resuena a lo largo de todos los Ejercicios la
alegría que nos llega como consolación, directamente de Dios (sin causa
precedente) (Ej 316, 330), o a través de sus ángeles, de sus mediaciones (Ej
331).
Este cuerpo transformado se unirá a Dios para realizar en este mundo su obra
de salvación, a través de la acción y la pasión, en seguimiento de Jesús, en su
servicio. Creará algo nuevo que no tiene nada que ver con las conductas
aditivas y compulsivas del consumismo, ni con las fijadas por los linderos
intocables de las leyes.
ponernos a pensar directamente: “Dios está aquí”. Al pasar por las calles Dios
llega a nuestros sentidos, aun sin que lo advirtamos, entra dentro de nosotros y
configura nuestra interioridad. La “contemplación para alcanzar” amor nos
introduce en el camino contemplativo en medio de la realidad.
Somos, en cuerpo y alma, un don de Dios. Debemos amar nuestro cuerpo tal
como es: belleza y fealdad, fuerza y debilidad, vitalidad y apagamiento,
juventud y vejez, crecimiento y deterioro. En todo momento debemos cuidarlo
para el mayor servicio de nuestros hermanos, como le dice Ignacio a Francisco
de Borja, que en ese tiempo era el Duque de Gandía.
El cuerpo es honrado. Para saber quiénes somos y lo que nos pasa, tenemos
que escuchar nuestro cuerpo, pues él es una caja de resonancia que nos revela
en muchas ocasiones con sus dolores y enfermedades lo que no queremos ver
de nosotros mismos, de nuestras intimidades invadidas por ritmos locos, por
angustias nunca procesadas, por recuerdos que no han sido escuchados y
sanados. Nuestro cuerpo nos está hablando constantemente del pasado que
viaja con nosotros, de nuestro presente y de los deseos que van configurando
nuestro futuro.
El ayuno es una tierra árida para las compulsiones del consumo. Las
compulsiones son como los ciclones tropicales, cuando están en el mar
aumentan su fuerza, pero cuando entran en tierra firme empiezan a debilitarse
y a morir.
San Ignacio nos dice que debemos guardar las puertas de los sentidos de todo
desorden. De la misma manera que cuidamos la puerta de nuestra casa para
que no entren los ladrones en la hora menos esperada, mientras dormimos o
estamos ausentes, también debemos cuidar las puertas de los sentidos para
que no entren en nuestra intimidad sensaciones que nos hacen daño, que van
robando poco a poco lo mejor de nosotros mismos, la finura de nuestra
sensibilidad. Hay sensaciones excesivas de violencia, de sangre, de sexo y de
destrucción, que embotan la sensibilidad y exacerban los umbrales de la
percepción de tal manera que ya nada normal nos llama la atención.
Los sentidos son la puerta por donde la realidad entra en nosotros. Como
estamos sumergidos en la cultura de los sentidos, necesitamos acercarnos con
más cuidado a esas puertas para ver quién entra y quién sale. Podemos abrirlas
de par en par a sensaciones que nos construyen o que nos destruyen. Hay
amigos que llaman a nuestra puerta con respeto, y hay ladrones que conocen
nuestro código secreto para entrar en nosotros mientras dormitamos, se
instalan en lugares escondidos de nuestra interioridad y desde ahí empiezan a
robarnos la vida sin que nos demos cuenta.
De dos maneras los sentidos se sitúan mal ante la realidad, o con la codicia que
quiere apoderarse de lo que percibimos como bueno y agradable aunque sea
dañino, o con el rechazo de lo que percibimos como negativo aunque nos
pudiera recrear la existencia si lo acogemos. En la cultura actual seductora,
podemos confundir los amigos que se presentan en toda su verdad sin artificio,
con los enemigos que se disfrazan de ángeles que nos vienen a colmar de
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En el sentido del gusto podemos verlo con claridad. La gula es el desorden del
que come de manera compulsiva, sin tener en cuenta que está engullendo
vorazmente la enfermedad, y sin la sensibilidad para percibir que se está
comiendo lo que pertenece a otras personas que en este momento miran al
mundo rico con el estómago vacío. La anorexia y la bulimia, son el desorden
contrario, se rechaza de manera instintiva lo que el organismo necesita para
mantenerse saludable. Por falsas razones introyectadas en las dimensiones
afectivas más hondas sobre el peso y la figura ideal, se está rechazando la salud
y la vida.
Hay miradas que se mueven con codicia por el deseo de adueñarse de cuerpos
bellos, carros lujosos, mansiones millonarias y que sólo se sienten bien en
espacios decorados por la belleza de las formas y colores. Para algunos ojos hay
muchas personas sencillas que no existen aunque pasen todos los días a su
lado, porque piensan que no les reportan nada, y mantienen alrededor de sí
mismos un blindaje invisible contra el que chocan los que desean acercarse
pero no exhiben el control de calidad requerido.
Muchos oídos andan buscando las palabras halagadoras que les gustan y tratan
de conseguirlas mediante astucias y manipulaciones, o los relatos que denigran
a sus enemigos y cuentan los fracasos de los demás, porque se complacen en la
negatividad de la existencia de los otros para aliviar el escozor de las propias
frustraciones nunca reconocidas y curadas. Otros oídos se cierran a los gritos
de los que sufren, a las quejas justas que reclaman sus derechos, a las historias
de dolor que buscan un tú donde aliviarse y a las palabras críticas que mellan el
propio narcisismo.
acercarse para curarlas con paciencia, ante el olor de la miseria o del sudor
honrado sobre la frente con el que se gana el pan de cada día.
La profundidad del amor exige la pasión. Pero amar con pasión lleva consigo
actuar en la realidad de tal manera que, en muchas ocasiones, provoca la
oposición e incluso la muerte del que se compromete porque ama. El amor crea
novedad, no se recrea en girar en una espiral de egoísmo en torno a un instante
de dicha. Hay muchos cuerpos confinados en cárceles, clavados en cruces o
mutilados para siempre porque tienen un profundo sentido de compromiso por
las exigencias sociales del amor.
oficinas pueden ser espacios que nos hablen de Dios con más fuerza que un
claustro gótico.
EL LIMITE DE DIOS
En los límites
donde yo acabo
crece tu presencia
como el más allá
de mí mismo.
Sólo puedo ser ilimitado
al adentrarme en ti.
En los límites
donde tú acabas
crece mi presencia
como el más allá
de ti mismo.
Sólo puedes ser ilimitado
al adentrarte en mí.
Tu ser infinito
es mi frontera
y nada me detiene.
Mi yo limitado
es tu frontera
y yo te detengo.
¡Humilde Amor
que tanto te limitas
para que en ti
yo sea plenamente!
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1. Un pensamiento propio
Nuestros sentidos originan la sensación; ésta la percepción; ésta el pensamiento.
Con ideas y con imágenes vamos elaborando nuestro pensamiento, analizamos la
realidad, discernimos lo que nos hace daño y lo que nos realiza, lo que es razonable
y lo que no es humano.
Existimos en una contradicción. Por una parte tenemos delante todas las
diversidades, y por otra constantemente somos seducidos o conminados a pensar
de una única manera como “pertenecientes” a alguien que nos compra o que nos
da órdenes. Mientras caminamos por las calles, llevamos “consignas” militantes en
la cabeza y “marcas” comerciales en las costuras de la ropa.
Las diferencias no son sólo exóticas muestras a las que permitimos crecer a nuestro
lado, porque todos estamos inevitablemente plantados en la misma tierra, sino que
debe darse una interacción que nos enriquezca a todos y nos permita ser
plenamente humanos. Pero constatamos que hay árboles grandes que extienden
sus raíces hasta los subsuelos donde crecen los más pobres para apoderarse de sus
recursos naturales, y su sombra globalizada no deja a los más pequeños un espacio
al sol que sale para todos.
No basta con la tolerancia del que permite que otros existan, sino que es necesario
el respeto en el que buscamos y ofrecemos en el encuentro, lo que todos
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necesitamos para ser plenamente nosotros mismos en una casa común, en una
sola mesa compartida (Is 25,6-8; Lc 14,15).
Nuestro pensamiento puede parecerse a una mesa de trabajo donde llegan muchos
documentos con informaciones diferentes, artículos interesantes a los que se les
echa un vistazo y se dejan para leerlos más tarde, en un momento más tranquilo
que nunca llegará. Hasta que se corrompen como comida vieja y se tiran, o se las da
sepultura en archivos que nunca más se volverán a abrir.
Estas informaciones en gran medida son vistas a través del ojo del que paga y vende
la información. Tienen una entraña de negocio o de militancia.
Por otro lado, las diferentes culturas y situaciones humanas son presentadas en
muchas ocasiones a ráfagas superficiales, con grandes brochazos, de tal manera que
puedan impactar la sensibilidad del consumidor y asegurar la clientela, sin cuidar el
rigor de su contenido.
Para algunos, esta primacía de los medios es tan importante, que sólo se imaginan
existir realmente cuando puedan aparecer un día un solo instante en cualquiera de
los innumerables programas, (reality shows), que pretenden mostrar la realidad de
la gente desnudándoles la vida ante millones de personas.
Este contexto cultural contribuye a crear “identidades inciertas”, que tienen que
construirse en medio de tantas visiones diferentes de la vida y fluyendo con
angustia en el vértigo de los cambios. Estamos ya muy lejos de la modernidad,
donde las visiones de la sociedad, de la religión, de la escuela y de la familia
creaban un marco estable de referencia.
Jesús viene a iluminar a todos (Jn 1,9), y su Espíritu actúa en todas las personas,
situaciones y culturas. Como vemos en Pentecostés, el lenguaje del Espíritu lo
entienden todos los pueblos (Hch 2,9-11), porque es el lenguaje del amor y no
necesita traducción para ser comprendido. Cuando nosotros nos acercamos a
Jesús, desde otras situaciones humanas, las que viven los excluidos, las naciones
hundidas en la miseria, las culturas fragmentadas por los impactos agresivos de la
globalización, las religiones que han surgido en otros contextos distintos a los
nuestros, entonces nosotros vamos a descubrir nuevas dimensiones de la
sabiduría de Dios que se nos revela en Jesús de Nazaret.
Las diferencias son un desafío para la contemplación, que busca descubrir ahí la
presencia de Jesús, y para la acción, que se compromete en su seguimiento, para
unirse de manera creadora con él, para conducir toda diferencia verdaderamente
humana, desarrollando plenamente su originalidad, a la reconciliación definitiva
con Dios.
Dios creador sustenta de manera original todas las diferencias como expresiones
distintas de sí mismo. Cada persona revela un rasgo de Dios que sólo ella puede
expresar. Toda persona, sea quien sea, “es creada para alabar, hacer reverencia y
servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar el alma”. (Ej 23) Aquí se expresa
el mismo origen de todas las identidades, el mismo dinamismo desde el que se
construyen y el mismo destino al que están intrínsecamente orientadas. Toda
persona esta dinamizada por el Espíritu para la alabanza que contempla la bondad
radical de este mundo, tanto en las más bellas y justas realizaciones humanas, como
entre los fragmentos que la amenazan y la esconden. Desde esa contemplación se
relanza la creatividad que recrea la existencia de todos.
No sólo pensamos con ideas, también lo hacemos con imágenes. La mayor parte de
los Ejercicios se centra en la contemplación de Jesús. Al final del día nos sumergimos
con todos nuestros sentidos abiertos en el misterio que contemplamos. De esta
manera se nos va transmitiendo un “conocimiento interno del Señor” que va más
allá de las ideas que reflexionamos. Respecto a la tradición espiritual, Ignacio
presenta la novedad del uso de la imaginación en la oración. Oramos con “los
sentidos de la imaginación” (Ej 47). Ignacio, como otros autores espirituales de su
tiempo, pone de relieve la importancia del afecto y su origen en el pensamiento.
Hay pensamientos fríos y pensamientos con pasión.
majestad” (Ej 234). Pedimos y deseamos “en todo amar y servir”, como Dios mismo
nos ama y nos sirve a nosotros, “en todo”.
Todo este esfuerzo para clarificar lo que va sucediendo dentro de nosotros, está
orientado a vivir un auténtico proceso de discernimiento espiritual. El proceso del
encuentro con Dios y su resonancia dentro de nosotros, es muy complejo. En
nosotros actúa Dios y sus ángeles para transformarnos en Jesús, pero también actúa
el mal ángel, disfrazado de bueno (Ej 332). Para orientarnos en las mociones que
sentimos, nos ofrece las Reglas de Discernimiento que nos ayudan a llamar por su
nombre lo que vivimos, lo que viene de Dios y nos construye, y lo que viene del mal
espíritu y nos destruye. No se trata de nadar en un océano de sentimientos y de
ideas sin linderos ni dirección. Son reglas “para en alguna manera sentir y conocer
las varias mociones que en el ánima se causan” (Ej 313-336), y así dejarnos
configurar por el Espíritu.
Una de las formas de hacer bien la elección del estado de vida que Dios nos
propone es cuando el alma está en paz, sin grandes consolaciones ni desolaciones,
en “tiempo tranquilo” (Ej 177). Entonces el discernimiento se realiza “discurriendo
bien y fielmente con mi entendimiento y eligiendo conforme a su santísima y
beneplácita voluntad” (Ej 180). Para ello es menester “considerar, raciocinando” (Ej
181) para “mirar dónde más la razón se inclina, y así, según la mayor moción
racional, y no moción alguna sensual, se debe hacer deliberación sobre la cosa
propuesta” (Ej 182).
34
Estamos expuestos a un exceso de información sesgada pues las noticias son objeto
de consumo y de competencia. Tienen precio y están orientadas por intereses
ocultos. Seducir y captar el interés del consumidor es clave. Se presentan las
noticias más trágicas sobre guerras y terremotos tratándolas y dándoles
seguimiento como si fuesen capítulos de una telenovela. El terremoto en Haití deja
de ser noticia cuando ya han pasado los impactos brutales del desastre y empieza
el diálogo lento y tortuoso sobre la manera de reconstruir el país. Podemos ser
arrastrados por el torrente mediático para vivir sólo en las sensaciones de los
grandes desastres o de los espectáculos más alucinantes.
Cuando llegamos al final de cada día, cuando lo vivido está fresco todavía, es de
gran provecho hacer el “examen de consciencia”, para hacernos conscientes de los
espacios y encuentros, palabras y silencios, donde Dios se nos ha revelado para
construirnos, y cómo el mal espíritu ha mostrado su agresión directa o con engaños
para destruirnos. La sabiduría de cada día se va asentando en nosotros. En el
examen buscamos “convertir en zonas de presencia lo que eran experiencias
ausentes” (C. Domínguez, p. 126).
La sabiduría de Dios suena a locura, pues se nos revela en un crucificado que acabó
sus días en un fracaso estrepitoso. No es posible comprenderla desde existencias
que no se detienen, constantemente estimuladas por sensaciones placenteras que
prometen llenar el sentido de la vida con nuevas sensaciones más intensas y
sofisticadas, encandiladas por los astros digitales que exhiben su dicha efímera en
los centros del poder y de la fama.
Cuando miramos la realidad entera sin dejarnos atrapar por los esquemas limitados
de nuestras costumbres y creencias, entonces podemos ser iluminados por la
acción de Dios en personas de otras culturas y religiones que encarnan valores
evangélicos. Mahatma Gandhi en la independencia de la India, Nelson Mandela en
la lucha contra un sistema que segregaba a los negros en su propia tierra, y tantos
otros líderes de alcance universal, de otras religiones y culturas diferentes a las
nuestras, son expresiones de vidas entregadas a la liberación de sus pueblos para
configurarlos según valores humanos de significado universal. La sabiduría
evangélica desborda nuestros esquemas en los que pretendemos encerrarla con
frecuencia.
permite a nosotros vivir en otra lógica que no viene impuesta desde fuera por los
interés del mercado o del poder de turno.
TU RESPUESTA
En mi herida abierta
sembraste una palabra
nunca antes pronunciada,
y la cubriste de silencio
con la palma de tus manos.
1. El corazón en el centro
El pensamiento califica la realidad percibida a través de los sentidos y provoca
los diferentes sentimientos, de simpatía, de miedo, de placer, de rechazo…
Nuestros pensamientos provocan sentimientos de distintas tonalidades e
intensidades. Pero hoy se preguntan muchos sobre el impacto que tiene en
nuestra afectividad el flujo continuo de estímulos que llega hasta nosotros en la
cultura de los sentidos.
Los estímulos que llegan a los sentidos sin interrupción a veces son tan fuertes e
impactan la afectividad de tal manera que el pensamiento queda paralizado, o
son tan sutiles que no percibimos el camino que van haciendo dentro de
nosotros, cómo van impregnando la afectividad, cómo se apoderan de nuestras
decisiones y de nuestra vida.
Pero cuando se caen esas utopías, entonces empiezan a surgir las necesidades
afectivas personales largamente reprimidas o pospuestas. Se constata un
empobrecimiento de las relaciones humanas mientras la persona estaba
polarizada y absorbida por el proyecto del cambio de la sociedad. Las relaciones
con los demás y con nosotros mismos escondían realidades interiores que
estaban posponiendo y aumentando la intensidad de sus demandas.
40
con toda su intensidad de vida y de muerte, mientras dormitamos con los ojos
cerrados en los transportes públicos. En esta cultura del bienestar, de la
diversión, con la estimulación continua de los sentidos, es muy difícil acercarse
a los sentimientos hondos donde se elaboran las grandes decisiones de la vida.
Con razón se promueve hoy una justa autoestima necesaria para la propia
consistencia personal en la relación consigo misma y con los demás. Pero el
narcisismo es diferente. Centra la persona en sí misma. El narcisista está
pendiente de la impresión que causa su apariencia en los demás, busca el
elogio, la admiración y trata de vincular las personas a sí mismo. Al mismo
tiempo centra su creatividad en la realización de un proyecto personal que
cause la admiración en los demás.
Este clima propicia una distorsión en las relaciones humanas. Los medios de
comunicación favorecen el estar conectados pero no necesariamente bien
relacionados. La manera de vivir la sexualidad nos puede iluminar en este
punto. En muchas ocasiones es una sexualidad cerrada sobre sí misma, como
puro gozo sensorial, sin implicar los sentimientos, sin apertura a la
trascendencia, sin capacidad de sacrificarse por la otra persona, sin apertura a
futuras vidas posibles y mucho menos a Dios. Un joven me decía: “He dejado
de acostarme con esta muchacha porque estaba empezando a enamorarme de
ella”. Antes, en algunas naciones más desarrolladas, el tiempo para un divorcio
se situaba en torno los siete años de matrimonio. Actualmente lo sitúan
algunos sociólogos en los dos años.
Este sentimiento que llena su corazón se fue formando en los largos años de la
infancia en una vida sencilla donde aparentemente no pasada nada importante.
Más adelante, en su vida apostólica, se formó tanto en el trato con la gente que
no le dejaba espacio ni para comer, como en la soledad de la oración cotidiana
donde se remansaba en su corazón lo vivido. Ahí se hacía consciente de todo lo
que estaba sucediendo de nuevo con su llegada a la vida del pueblo. En los
momentos especialmente importantes se retira del escenario habitual de su
trabajo, a una ecología diferente que favoreciese y protegiese los grandes
encuentros con el Padre que necesitaban más tiempo, como el desierto, el
monte y las orillas solitarias del lago.
Jesús ratifica la enseñanza central del A.T. “Amarás al Señor tu Dios con toda tu
alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti
44
4) Como en nosotros hay un peso cultural muy grande que nos inclina a
dejarnos seducir, Ignacio nos confronta con nuestra ambigüedad radical en
las meditaciones ignacianas de la segunda semana, para tratar de discernir
y liberar nuestro deseo de falsas motivaciones que lo pueden atrapar en
proyectos y modos de proceder que pueden ser buenos, pero que no son la
propuesta nueva y original de Dios para el ejercitante. Es necesario que el
ejercitante no se deje engañar bajo apariencia de bien, según los criterios
de éxito que la cultura aplaude, “de manera que el deseo de mejor poder
servir a Dios nuestro Señor le mueva” (Ej 155). Más aún, para parecerse más
46
a Jesús, quiere y elije “desear de más ser estimado por vano y loco por
Cristo , que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este
mundo”(Ej 107). El deseo se va configurando con el estilo de Jesús, con la
sabiduría de Dios que aparece en muchas ocasiones una locura
contracultural.
Las relaciones del círculo más próximo a nosotros por vínculos comunitarios,
familiares o laborales también se enriquecen cuando el amor une a las
personas. “Amigos en el Señor” se llamaban los primeros jesuitas, muy
diferentes unos de otros.
“De París llegaron aquí, mediado enero, nueve amigos míos en el Señor,
todos maestros en artes y asaz versados en teología, los cuatro de ellos
españoles, dos franceses, dos de Saboya y uno de Portugal” (Carta de
Ignacio a Juan de Verdolay, 24 de julio de 1537)
“Ruegoos mucho que con esta gente, digo con los principales y después
con todo el pueblo os hayáis con mucho amor; porque si el pueblo os
ama, y está bien con vos, mucho servicio haréis a Dios”. (Francisco
Xavier a Mansillas, 20 de marzo de 1544. Crf. León Dufour, San Francisco
Xavier, ed. Sal Térrea-Mensajero, Santander, 1998, p. 169).
RECONCILIACIÓN
1. La decisión
La decisión se toma bien cuando nuestro pensamiento, nuestra afectividad y
nuestro cuerpo dialogan entre sí al situarse ante la realidad, para hacer
opciones consistentes, que respeten lo que realmente somos y la realidad en la
que vamos a actuar. En algunas culturas, ante una propuesta nueva, se
preguntan: ¿Cómo se te pone el cuerpo?, no sólo ¿qué piensas? o ¿cómo te
sientes?
5. “El yo colonizado”.
El “yo saturado” de información, de propuestas de consumo, de posibilidades
diferentes de organizar su vida, de relaciones reales o virtuales, de ofertas de
todos los estilos, se va convirtiendo en un “yo colonizado”. Cuando se nos
presenta una situación nueva, ya tenemos infinidad de respuestas posibles
archivadas dentro de nosotros. (Cfr. Kenneth J. GERGEN, El yo saturado.
Dilemas de identidad en el mundo moderno; ed. Paidós, Barcelona 2006, pp.
79-121)
¿Cómo toma Jesús sus decisiones? Por un lado Jesús está inmerso en la realidad
de su pueblo. Él ha crecido en este pueblo, él es pueblo, un carpintero de
Nazaret. Al mismo tiempo toma distancia de la gente, de su visión de la realidad
que no deja salida y de sus expectativas desmesuradas que no van a la raíz de
los problemas. No son capaces de percibir la propuesta nueva del Padre, el reino
de Dios que Jesús ve surgir por toda Palestina. En la soledad de la madrugada
mira el día que comienza para decidir qué hacer, si tiene que quedarse en ese
55
Cuando Jesús realiza la propuesta del Padre, lo hace desde una unión con él sin
fisura ninguna. Pero Jesús no es el guante de la mano del Padre, sin consistencia
propia. La unión de Jesús con el Padre es la del amor, que hace que Jesús llegue
a su plenitud personal precisamente cuando se entrega hasta la muerte para
crear la vida nueva que el Padre nos ofrece a todos.
¿Cómo hace Jesús su propuesta e invita a tomar una decisión? Hay una
propuesta fundamental: el reino de Dios llega como liberación de toda la
realidad y como reconciliación de todo lo que merma la vida de las personas y
de los pueblos. Sólo el que vea esta realidad creciendo por todos los rincones de
la sociedad judía podrá entusiasmarse con ella.
Jesús exige decisiones radicales, que pueden estremecer la vida entera de una
persona. No las dulcifica ni las esconde. Nadie debe sentirse engañado por las
apariencias ni seducido por la lisonja. Nada ni nadie se puede interponer. El
reino es lo más importante, incluso más que la propia vida. El que quiera ir con
él que cargue con su cruz para ser crucificado en ella y que lo siga (Mc 8, 34-37).
Sólo el que siga a Jesús con pasión, podrá servir hasta la pasión y la resurrección.
Numerosos procesos pascuales son necesarios a lo largo de la vida para ser
realmente fieles a la vida de calidad evangélica. No es apto para el reino el que
pone la mano en el arado y mira hacia atrás. Sin una experiencia fuerte de
trascendencia, no se pueden superar los marcos impuestos, las referencias en
las que hay que moverse porque la cultura lo impone así, con su inagotable
capacidad de seducción y su poder de descalificación social para los que
construyen su vida al margen de las modas imperantes.
“Los medios ofrecen un gozo inmediato. Los medios permiten ver sin
interrupción, oír sin compromiso síquico o afectivo, estar enganchados
sin contacto”. (C. Haroche, 225)
Para tomar distancia de este aire cultural que respiramos y que nos ha ido
configurando, nos movemos a otra casa para aislarnos de las sensaciones que
habitualmente llegan a nuestros sentidos en el trabajo y en las relaciones.
Salimos del ritmo acelerado de los horarios competitivos para entrar en el
tiempo del Espíritu. Nos alejamos de las relaciones donde dominamos y
disponemos, o donde somos dominados y nos manejan, para entrar en una
relación de libertad en la que pueda elaborarse una decisión nueva sobre
nuestra propia realidad (Ej 20). Porque la propuesta que Dios nos hace, no suele
llegar desde fuera como una voz extraña en la montaña, sino como el parto de
una gestación misteriosa del Espíritu en nuestra intimidad. Y hay que rodear de
silencio y de respeto esa gestación. En nuestra cultura, donde la interioridad está
disminuida, acosada e invadida, nosotros entramos en ella para desalojarla de
mercaderes y de amos, para situar allí el encuentro decisivo con Dios.
Nadie puede tomar la decisión que buscamos por nosotros, pues es dentro de
nosotros donde se va haciendo, primero como propuesta intransferible y
después como respuesta nuestra. Así como en la sociedad somos
constantemente invitados a dejarnos llevar, de manera consciente o
inconsciente, por las ofertas seductoras, en el encuentro con Dios es todo lo
57
Dios se manifiesta en nuestro deseo. Ahí sentimos lo Él que nos propone y cómo
nos va transformando para poder percibirlo y acogerlo. Dios no impone. Dios no
atropella nuestros sentimientos. Dios expone su oferta de vida nueva dentro de
nosotros, y se expone en la realidad juntamente con nosotros. Necesitamos
esperar el tiempo necesario para que la propuesta de Dios madure en nuestro
corazón y se nos haga transparente.
a una marca de tal manera que sólo esperen lo nuevo que esa marca saque al
mercado en cada estación del calendario, para comprarlo de manera
compulsiva. También hablan de “blindar” los servicios de un profesional de tal
manera que quede atado a la empresa por un número determinado de años.
Nosotros podemos vivir hoy la “profecía de la fidelidad” en los compromisos de
toda la vida y toda la persona, al Señor y a su pueblo.
Hay decisiones que cuestan sangre que rueda hasta el suelo. Se toman en la
noche de Getsemaní, sin posibilidad ninguna de conciliar el sueño. En la pasión
de Jesús, los discípulos dormitan entre el miedo y la huida, y a la hora de hacer
frente a la turba que viene a prender a Jesús, reaccionan según esquemas viejos
que no tienen nada que ver con el estilo de Jesús, recurren a la espada y huyen
con torpeza. No pararán de huir hasta la mañana de pascua cuando Jesús los
encuentra. Pero Jesús que ha sufrido la agonía de la decisión lúcida y dolorosa,
enfrenta a sus enemigos y todo el recorrido de la pasión como un testigo del
amor del Padre que quiera la vida del reino para todos.
SÓLO EN TI
Sólo en ti
mi cuerpo es mío
y es universal,
es flexibilidad de junco
o tensión justa
de arco o de guitarra.
Sólo en ti
mi razón se despega
de mi saber de andamios,
y mi “no saber” brinca
con júbilo de niño
por la llanura de tu porvenir
Sólo en ti
los huéspedes de mi memoria,
alojados en ella para siempre,
alegran su rostro endurecido,
o disuelven con ternura
sus halagos de nostalgia.
Sólo en ti
mi fantasía descansa
como brasa en la ceniza,
o es incendio creador
con pinceles de llama
en la tela de la noche.
Sólo en ti
mi corazón se unifica
mientras una muchedumbre
de nombres y de fechas
me recorren por dentro,
me agreden o me abrazan.
Sólo en ti
mis decisiones cotidianas
63
¡Sólo en ti!
64
Dirá Nadal: “Esta es una gracia especial concedida a la Compañía”, no sólo una gracia
personal de Ignacio. Por eso, hemos de notar que, si bien Cristo, resucitado de entre
los muertos, ya no vuelve a morir, todavía sigue sufriendo y llevando su cruz en sus
miembros” (M Nad V, 52)
Si somos asociados a Jesús que carga con la cruz, también somos asociados a todos los
que hoy cargan la cruz. Los “compañeros de Jesús” tenemos la vocación de servir, de
ayudar a cargar la cruz a nuestros hermanos, de una manera especial a los más pobres
y excluidos. El compromiso por el reino de Dios busca transformar la sociedad para
quitar de los hombros de los pobres todas las cruces impuestas por la injusticia de las
65
5. La tierra prometida.
El cosmos es una palabra de Dios. Lo ha puesto en nuestras manos para que lo
“dominemos” (Gn 2,26), como traducimos en la Biblia en Occidente, o para que
lo “cuidemos” y “habitemos”, como dicen en la de Oriente.
Jesús nace en los espacios pobres del mundo. Actuando contra el impulso de la
cultura que, con embrujos o contratos, nos empuja a mirar hacia el centro y
hacia arriba si queremos ser alguien significativo, tenemos que dirigirnos hacia
los espacios descalificados y ahí mirar con calma si queremos encontrarnos con
el Dios de Jesús, que se nos revela en la geografía marginal y en el vocabulario
de los pobres: cueva, pastores, camino, rechazo social, sujeción al imperio,
huida clandestina para salvarse... A lo largo de su vida, Jesús se moverá por los
terrenos donde están los últimos, a los que busca, leprosos expulsados a las
afueras de las ciudades, ciegos al borde del camino, enfermos en los pórticos de
la piscina donde estaban confinados. En esos espacios él se hace accesible a los
que la sociedad rechaza. No se queda en ningún Jordán o templo esperando
que lleguen a él los que necesitan algo. Él acude donde están los que no
pueden ir a ninguna parte. Al final, morirá también en la geografía destinada a
los ciudadanos peligrosos a los que había que eliminar para tranquilidad de los
instalados. Las fronteras, las periferias del mundo, nos siguen ofreciendo un
espacio privilegiado para conocer al Dios de Jesús.
alegrarnos los días. Nadie tiene derecho a apropiarse de los bienes de la tierra
ignorando al pobre Lázaro que se sienta a la puerta. El rico no se da cuenta que
Dios le ha asignado a Lázaro una cuota para vivir dignamente y que él se la está
engullendo de fiesta en fiesta (Lc 16,19).
La conversión al reino que Jesús ve despuntar por toda Palestina exige una
nueva relación con los bienes de la tierra. El reino que Jesús anuncia y su justicia
es lo que hay que buscar y todo lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,33).
La relación codiciosa con el dinero hace que éste se convierta en amo y
nosotros en sus esclavos (Mt 6, 24).
En varias ocasiones, en una zona desértica, fuera de los espacios que los
dirigentes controlaban, congregó una multitud y después de enseñarles
largamente fueron capaces de compartir lo que tenían hasta saciarse. Es un
hecho simbólico que nos orienta hacia dónde debemos caminar y qué es lo que
hace posible el milagro de compartir, que es mucho mayor que el prodigio de
producir.
A sus seguidores nos congrega cada día el mismo milagro de la Eucaristía. Pero
ahí celebramos que Dios no sólo nos da de manera distante lo que necesitamos
para vivir, sino que él mismo es el pan que comemos, que nos transforma para
ser capaces de producir los bienes de la tierra y compartirlos entre todos.
Nos situamos delante del “universo mundo” (Ej 95) disponibles para ser
enviados a cualquier parte, superando fronteras de cualquier tipo, urgidos
70
desde dentro por el impulso del reino que alienta en nosotros y le da sentido a
nuestra misión.
La tierra concreta nos ofrece el humus fértil donde echar nuestras raíces
humanas y cósmicas. Nos marcará para siempre. Podremos decir, “yo soy de
aquí”. Influirá en nuestra personalidad. No es lo mismo crecer en medio de
montañas solitarias, que en el centro de una ciudad bulliciosa, en las estepas
heladas o en las playas del trópico. En esa experiencia cósmica nosotros
encontraremos a Dios de una manera muy concreta, como una tierra que
alimenta nuestra existencia original.
71
Dentro del cosmos hay elementos que no hemos llegado a controlar y que son
un reto constante a nuestra creatividad. Los invisibles virus y bacterias que nos
enferman o los grandes terremotos y huracanes que nos estremecen, son un
desafío. Sabemos que los barrios pobres están construidos en los lugares donde
las lluvias arrasan con todo periódicamente, pero no hacemos lo suficiente para
que esos ranchitos se puedan construir en espacios seguros. No es lo mismo un
terremoto en Japón donde los edificios son construidos para resistir sismos, que
en un país pobre con casas de adobe.
Tenemos aquí la tarea de crear una ecológica sana, lejos del despilfarro que
engulle los bienes de las personas que yacen famélicas a las puertas del mundo
rico. No sólo contemplamos la belleza que nos lleva a Dios, sino también la
injusticia y la depredación que nos lleva a crear una alianza con Dios para liberar
y cuidar la creación.
“Al peregrino tocó ir con Fabro y Laínez a Vicenza. Allí encontraron una
cierta casa fuera de la ciudad, que no tenía ni puertas ni ventanas, en la
cual dormían sobre un poco de paja que habían llevado. Dos de ellos
iban siempre a pedir limosna en la ciudad dos veces al día, y era tan
poco lo que traían que casi no podían sustentarse. Ordinariamente
comían un poco de pan cocido, cuando lo tenían, y cuidaba de cocerlo el
que quedaba en casa. De este modo pasaron cuarenta días no
atendiendo más que a la oración” (Au 94).
El paisaje se alía con el estado de ánimo del peregrino Ignacio que iba sufriendo
por el ayuno y los muchos kilómetros recorridos para visitar al español que le
había robado su dinero en París y que ahora estaba enfermo.
Todo creyente suele tener espacios sacramentales, a los que está ligada alguna
experiencia de Dios que le ha marcado la vida de manera significativa. Los
que viven una relación intensa con Dios tienen también su Tabor, su monte
Horeb o su Getsemaní. El Horeb y el Tabor son espacios de experiencias
gozosas, Getsemaní lo es de experiencias de dolor, pero donde Jesús sintió la
presencia del Padre que le dio fuerza para enfrentar la pasión. Todos tenemos
nuestro Nazaret, espacios en los que hemos descubierto a Dios en la sencillez
73
El trabajo de los campesinos para producir los alimentos, implica para muchos
una unión profunda con el misterio de la tierra que le da un sabor especial a su
tarea. En la lucha por una distribución justa de la tierra, por conseguir espacios
habitables para los marginados de una cuidad o para defender la selva de las
madereras depredadoras, también se puede experimentar una comunión
profunda con el Dios que mantiene viva la creación para todos.
COMUNION COSMICA
I
Huésped tuyo
en este bosque
de tus afanes milenarios,
con qué rapidez acudes
a todos mis sentidos
grises y arañados.
Rumores de libertad,
cantos alados de colores
inventan música
en mi cuerpo concertado.
¡Tú me recreas!
Me llevo dentro el bosque
como un abrazo inasible.
Hecho ya parte de mí
en tu eternidad se adentra.
II
A fuego lento
el sol calienta un árbol
de corteza cenicienta
sin flores y sin hojas.
En este tronco,
¿está incubando el sol
una primavera
de flores y de frutos,
o lo está secando
para que caiga a tierra
y sea el abono fértil
de otras floraciones?
III
Día y noche, amenazante,
llega el rumor de la ciudad
que nunca se detiene
filtrado por hojas y distancias;
El bosque fiel
trabaja la vida sin descanso,
pero la codicia ciega
lleva compulsión y fuego
en sus entrañas seducidas
con el fermento de la muerte.
IV
Bajo las hojas secas
no hay minas ni violencia
para el paso confiado.
Aquí sólo explota la vida
en las semillas enterradas.
V
Crecen los troncos
como la búsqueda de monjes
en sus claustros verticales.
Se abren en adoración
los capiteles de las palmas,
y las copas despliegan su liturgia
76
de bóvedas trémulas.
VI
Sumergido en el bosque
camino por la hondura íntima
de su oleaje verde
que se mece en las alturas.
No dejaré en el aire
tu mano extendida,
ni tu palabra susurrada,
ni tu beso, ni tu vino.
Ya caminas dentro de mí
y tu presencia me recorre
por los últimos capilares
de mi misterio abierto
al soplo de tu caricia.
VII
Esta palabra tuya
es humilde y anterior
a minaretes y campanas,
77
a catedrales y pagodas,
a textos sagrados,
y minuciosos rituales.
Presencia sustancial
sin apellidos ni banderas,
es creación surgiendo
aquí y ahora mismo
rompiendo aguas,
tierras, semillas,
cortezas y horizontes,
es lenguaje para todos
creando la mudez común
y reverente del asombro.
Todos aspiramos
el mismo aire perfumado
sobre nuestras cabezas
como incienso puro.
Todos asentimos
al dogma universal
de la vida que se regala
sin pedirle a nadie
su credo o pasaporte.
Todos comulgamos
el brillo del sol
en el haz de las hojas,
generosa multiplicación
de peces fugitivos en el aire
sobre olas vegetales.
VIII
78
1. Existimos en relación.
El yo sólo puede reconocerse y afirmarse en la relación con un tú. “Cuando se
dice Tú se dice al mismo tiempo Yo del par verbal Yo - Tú”. (Martin Buber). Todos
necesitamos leernos en otros ojos para ir descubriendo quiénes somos y
desarrollar todas las posibilidades que llevamos dentro, para construir nuestra
propia identidad. Somos relación y nos hacemos o deshacemos en la relación.
La ausencia de relación es también una manera de situarnos ante el otro.
Muchas víctimas de nuestros países competitivos ricos, que se han quedado sin
nada y sin nadie mientras van rodando hacia el abismo, y que acuden a las
instituciones de ayuda, no buscan sólo “objetos” para sobrevivir, como ropa,
comida, albergue, sino verdaderos encuentros para existir. Una joven que había
ido cayendo hasta el fondo de la sociedad, me decía un día mientras acariciaba
con su mano derecha las cicatrices que le quedaron en su muñeca izquierda
desde el día que se cortó las venas: “Yo no quiero dinero, sino que me ayude a
recobrar mi dignidad, a ser persona”.
El otro puede ser un don que me complementa. Puede ser alguien que desde su
amor, sabiduría, fuerza o ubicación social, me está ofreciendo algo que yo
82
necesito. Y sobre todo puede ser una persona con la que puedo compartir mi
intimidad y establecer una verdadera comunión que me saca de la soledad
original que somos cada uno de nosotros. Sin la relación con el otro nos vamos
disminuyendo y nos diluimos. Uno de los castigos mayores que se le puede
hacer a una persona para quebrarla, es confinarla en una celda solitaria. En mí
crece algo para los demás, que vendrán a buscarlo en algún momento, y en los
demás crece algo para mí y esperan que yo vaya a buscarlo. Si nadie lo busca se
sentirá como un árbol lleno de frutos maduros que se van pudriendo en sus
ramas.
El otro puede ser alguien que vive algún tipo de pobreza que me saca de mi
egoísmo, interrumpe mi programación, detiene mi paso y amenaza mi tiempo,
mis proyectos, mi dinero o mi afecto.
El otro puede ser una diferencia que me desinstala, cuando se presenta ante mí.
El emigrante de otra cultura, el creyente de otra religión, el agnóstico…, me
mueven a ensanchar mis conceptos y mi corazón.
El otro puede ser una amenaza real para mí. Un Caín que anda por la vida
armado con mecanismos sicológicos destructores, con proyectos que me
hieren, con amargura que se mezcla con el agua que bebo cada día. Es un
desafío grande entrar en relación sana con esta persona. Pero en su frente yo
puedo ver el signo de dignidad que Dios escribió sobre Caín para que todos lo
respetemos. Respetar es amar. Ser hijo nunca se pierde.
Cuando Jesús iba por los caminos, le saltaban a la vista todo tipo de personas. A
todas estaba abierto, no sólo a los judíos piadosos. Se dejó sorprender por la fe
y buen corazón del centurión romano que se preocupó de la salud de su criado
(Mt 8,5), por la mujer sirofenicia (Mc 7,24), por la samaritana con su mundo
afectivo roto (Jn 4,4), por los varones que querían lapidar a la mujer adúltera (Jn
8,1). Para cada persona, mirada desde el amor no desde el rigor paralizante de
la ley, tenía un gesto y una palabra única que le abría como una llave su futuro.
Los que no pertenecían al pueblo de Israel le ensancharon su misión, que en
principio él comprendía sólo destinada a las ovejas del pueblo judío, le
mostraron que se extendía a todos los que encontraba por el camino con sus
carencias lacerantes expuestas con la fe que despertaba en ellos su persona.
Jesús no sólo enseñaba. También aprendió de los descalificados todo el alcance
de su misión. No trasmitió el reino como un catecismo aprendido de memoria,
sino en verdaderos encuentros de calidad insuperable.
Este viaje hacia su profundidad sólo puede realizarlo con la ayuda de otra
persona que lo vaya acompañando en ese camino. El que da los ejercicios le
ayudará en la medida en que esté atento a lo que vive el ejercitante y le dé
“modo y orden” para avanzar en ese encuentro con el Otro. El acompañante
deber ser respetuoso y el que hace los Ejercicios transparente.
Todos los Ejercicios son un gran encuentro con el completamente Otro que le
cambiará la vida al ejercitante con una novedad propuesta por Él e impredecible
y con un ensanchamiento del alma que le permitirá asumir esa novedad. En el
encuentro sin trampa con el Otro se transformará radicalmente, no ante una
tabla con los mandamientos más importantes y los más minuciosos preceptos
de la ley, ni ante un jefe que manda con órdenes cifradas que sólo él conoce.
Encontrarse a fondo con otra persona es siempre una aventura que no se sabe
dónde acabará. Establecer hoy verdaderos encuentros entre “identidades
inciertas”, es un desafío más necesario que nunca. El individualismo que se
atrinchera en la cultura actual para proteger su propio bienestar, está
necesitado de encuentros de calidad que lo salven de su esterilidad narcisista y
lo dispongan para ayudar también a otras soledades.
85
Sólo el encuentro con la diferencia nos permite ensanchar nuestra casa, crecer
como personas y anunciar el reino de Dios. En el otro crece algo que está
destinado a mi propio crecimiento, o se abre una carencia que está esperando
mi propio don. Nos resulta fácil acoger la diferencia cuando llega en forma de
comunión que llena mi soledad o plenifica mi vida de cualquier manera. Pero
nos resulta amenazante acoger al otro cuando lo percibimos como presencia
que desequilibra mi instalación. El Dios diferente a veces es desequilibrante
porque nos deja ciegos con una pregunta, para que aprendamos a mirar la
realidad de manera nueva, como hizo con Pablo camino de Damasco (Hch 9,5).
Una pregunta clave es de qué manera están presentes en mi vida los diferentes,
porque pertenecen a otras religiones o culturas, los que sufren algún tipo de
carencia física, sicológica o económica y los amenazantes por que pueden
golpear mi sensibilidad, mi reputación o mi integridad personal.
Es en el amor al enemigo, en el orar por los que nos agreden y nos ofenden (Mt
5, 43 -48), donde el encuentro con el otro alcanza su punto culminante. Es ahí
donde el espíritu humano hace cambiar el rumbo de la historia, donde detiene
y orienta hacia la vida un torrente desbordado de odio y rabia que se
precipitaba hacia el abismo. Jesús en la cruz, abre con el perdón a los que lo
crucificaban, un horizonte de vida nueva no sólo para los otros crucificados,
sino también para los que estaban a su lado armados de lanzas, de leyes
mortales y de odio. Sólo Dios puede perdonar así y revertir el curso de las
historias de cada uno de nosotros. En el corazón pobre y humilde de Jesús se
realizó ese milagro.
Los grandes santos suelen ser maestros del encuentro. Nosotros somos la
misma persona cuando nos encontramos con Dios y cuando nos encontramos
con los demás. Por eso mismo la calidad del encuentro humano mide la verdad
del encuentro con Dios.
Ignacio no es rígido, sino que se adapta a cada situación. Con los tentados
ofrece otra directriz diferente a la del poco hablar.
“Como llegamos a Sanchón, hicimos una iglesia y dije misa cada día
hasta que enfermé de fiebres. Estuve enfermo quince días; ahora, por la
misericordia de Dios hállome con salud. Aquí no faltaron ocupaciones
espirituales, como en confesar y visitar enfermos, hacer amistades”. (p.
255)
El encuentro con el otro nos dispone para el encuentro con Dios, de la misma
manera que el encuentro profundo con Dios nos hace capaces de verdaderos
encuentros humanos. Los encuentros pueden estar muy sutilmente convertidos
en negocio de diferentes tipos, afectivo, económico, de prestigio social…, y
necesitan ser purificados por la experiencia mística donde Dios nos transforma
realmente el corazón.
Dios también es carencia en el otro. Dios nos necesita. Lo más triste que hay en
la vida de una persona es cuando nadie lo necesita. Las carencias profundas que
encontramos en los demás pueden despertar en nosotros dinamismos
creadores de vida. ¿Qué sucede en nosotros cuando experimentamos que es
Dios mismo el que nos necesita?
No es tan fácil sentir a Dios en el otro cuando es percibido como una amenaza
para mi estabilidad, como alguien que viene a agredirme y despojarme. Un
punto culminante de la relación humana es el amor al enemigo. “Amen a sus
enemigos y recen por los que los persiguen” (Mt 5, 44-45). El texto de Lucas es
todavía más explícito: “Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian;
bendigan a los que los maldicen, recen por los que los injurian. Al que te golpee
en una mejilla, ofrécele también la otra, al que te quite el manto no le niegues
la túnica” (Lc 6, 27-29). Las espirales destructoras entre personas y pueblos se
quiebran desde el amor al enemigo. El perdón de Jesús en la cruz abre la
historia entera a la esperanza.
Lo primero que nos presenta Jesús es un judío que ha sido asaltado, golpeado,
despojado de todo y dejado medio muerto al borde del camino. El silencio de
ese hombre es un grito dolorido de Dios a todo el que pase a su lado.
todos los pueblos y todos los tiempos. El sacerdote y el levita que bajaban del
templo, relacionándose con Dios en los sacrificios rituales, son juzgados por que
dan un rodeo para que las heridas de ese hombre no vayan a herir su
sensibilidad. Sabían encontrarse con Dios en la sangre de los animales
sacrificados y en el incienso que subía hacia las bóvedas del templo, pero no
fueron capaces de descubrirlo en la sangre derramada del herido ni en ese halo
de misterio que nos sobrecoge a todos cuando nos tropezamos con un hombre
en el abismo. No se habla en la parábola de los que asaltaron al hombre, sino
de los que no hicieron nada cuando lo descubrieron asaltado. Y es que entre
hacer algo y hacer daño no hay un término medio, que sería no hacer nada. Ese
tercer camino se asimila al que daña, pues cuando uno puede hacer un bien y
no lo hace ante una persona que necesita, está haciendo daño. El pasar de largo
no es inocente en la parábola de Jesús. Este aspecto ya lo había señalado Jesús
en la sinagoga de Cafarnaún cuando preguntó a los dirigentes judíos que lo
espiaban para ver si curaba en sábado al hombre del brazo paralizado. Jesús lo
saca de las sombras, del margen, lo pone en medio y pregunta: “¿Qué está
permitido en sábado? ¿Hacer el bien o el mal? ¿Salvar la vida o dar muerte?”
(Mc 3,4). Por ninguna parte aparece una tercera posición que sería la de “no
hacer nada”. El que puede hacer bien y no lo hace, daña.
Lo que nos salva es encontrarnos con Dios en el otro, pero no sólo como un
Dios fuerte del que recibo, sino como un Dios débil que me desinstala, me
confunde en mis seguridades egoístas y me posibilita ofrecer lo mejor de mí
mismo que estaba paralizado. Esa es la salvación: Dios débil está realmente
necesitado en el otro y se expone en un silencio herido delante de mí.
No es fácil acoger en nosotros esta experiencia mística, pues nos puede llenar
de un fuego que nos queme muchas relaciones superficiales, interesadas,
acomodadas, que nos aíslan y protegen. Pero precisamente, esta parábola en la
que una persona sin nada, en la cuneta de la vida, sin nombre ni referencias, se
convierte en el centro de atención, y es atendida por otra identidad
desprestigiada, puede ser para nosotros inspiradora para tantos encuentros
entre “identidades inciertas”.
DIFERENTES
Fiesta en la Habana
de jóvenes con síndrome de Dawn
91
Hoy tu diferencia
ha subido al escenario
vestida de fiesta.
Colores de Caribe encendido
giran al ritmo de la danza.
Todas las miradas están fijas en ellos,
eterno deseo humano de existir
en otros ojos limpios,
de ser mirados sin codicia
de tiempo y de rango,
con pausa y con amor.
¡Son sus minutos de estrella
en el firmamento humano!
¡Al fin, también Tú eres mirado,
en tus criaturas más queridas,
Dios humilde,
misterio de frágiles sonrisas
y lentos ademanes!
A veces miramos
con un filtro de recelo
a estos profetas menores
de la condición humana.
Ellos manifiestan en el rostro
lo que nosotros escondemos.
También nosotros somos
un poco ciegos,
parcialmente torpes,
desconcertados,
solos y perdidos
entre la muchedumbre
que esconde sus heridas
en colores de camuflaje
y pasos que resuenan.
También nosotros estallamos
en lágrimas repentinas
en la soledad deshabitada
y buscamos algún hombro,
alguna caricia que nos sane.
92
Dios actúa en la historia dialogando constantemente con nosotros, de tal manera que
ni los descalabros más grandes logran extinguir en la humanidad la esperanza de
construir un mundo más humano. Percibir la acción de Dios en medio de los
acontecimientos, tanto en los momentos más brillantes como en los más tenebrosos, y
unirnos a sus propuestas de “vida verdadera”, es el fuego que el Espíritu mantiene
siempre vivo en nuestros corazones.
2. La sociedad desencantada.
Con la caída de las utopías se ha producido un desencanto. Ya no hay grandes
proyectos de transformación de la sociedad que logren unificar la visión de los pueblos,
sus esfuerzos, su esperanza. Como consecuencia del desencanto se da un retraimiento
de la política y de lo público. Lo que queda intangible es
“el individuo y su cada vez más proclamado derecho a realizarse”. (…) “de
modo que si el proceso de personalización introduce efectivamente una
discontinuidad en la trama histórica, también es cierto que persigue, por otros
caminos, una obra secular, la de la modernidad democrática-individualista”. (G.
LIPOVETSKY, La era del vacío, ed. Anagrama, Barcelona 2002, p.12).
El consumismo es una manera de vivir que llena todas las horas de cada día y se recicla
constantemente en cada estación del calendario. La persona se llena de adicciones y
compulsiones porque las sensaciones estudiadas por los técnicos del comportamiento
humano y de la comunicación se introducen hábilmente por nuestros sentidos, se
alojan en los surcos siempre abiertos de nuestras necesidades naturales o artificiales, y
se van adueñando de nuestros sentimientos, sueños y decisiones. Hay mucha adicción
y mucha compulsión pero poca pasión. Dice el sociólogo inglés A. Guidens, en su libro:
“Un mundo desbocado”: “Ninguno de nosotros tendría algo por lo que vivir si no
tuviéramos algo por lo que vale la pena morir” (p. 63).
“Al margen de la opinión de cada cual, hay que reconocer que el consumismo y
la industria de la diversión son una creación colectiva extraordinaria sin
equivalente en la historia. Por primera vez los hombres borran sus diferencias
de clase, de raza, de sexo, y se funden en una sola multitud dispuesta a
aturdirse, a divertirse sin pensar en nada más” (71). “En esas catedrales de la
vida alegre el ser humano se libra de la pesadilla de la historia (y de su propia
historia), olvida las tempestades del exterior y recupera una simplicidad
imprescindible” (71). “Este arsenal de baratijas mediático-mercantil sólo
esboza un espejismo de lo sagrado: se muestra incapaz de instaurar lo que
sigue siendo privativo de las religiones, el espacio de una trascendencia. Pese a
su compromiso de redimirnos a todos colectiva y personalmente, nunca es
suficiente y hacen falta otras muletas, otros narcóticos más eficaces”… “Se
desea lo que ningún objeto puede dar: la salvación laica, la transfiguración”…
(75).
creyentes de líderes y estrellas, sus auténticos ídolos, y se entregan a su causa con toda
devoción, llevan en su cuerpo los signos de equipos y organizaciones, en ropas y
tatuajes, esperan largas horas para conseguir una entrada y participar del espectáculo,
para ver pasar a su ídolo en la ráfaga de algunos segundos, pasan frío, calor y se
desplazan de un sitio a otro con fervor de peregrinos y cruzados. Enfrentan a sus
adversarios, corren riesgos, gastan su dinero. Esa es la pasión de su vida, entregada a
ídolos y modas que sólo duran unos minutos de esplendor en la pasarela roja del
universo mediático, en medio de una cotidianidad desabrida, sin horizontes ni sentido.
Tal vez sea la música, por su capacidad de evocar dimensiones muy hondas del ser
humano, una expresión privilegiada de la experiencia difusa de lo sagrado, sobre todo
en los grandes conciertos donde miles de jóvenes participan con una euforia
compartida, comulgando en el misterio que se presiente.
Es difícil escapar de esa cultura de la diversión y del consumismo pues constituye una
atmósfera que llega a todas partes perfectamente dirigida a cada uno de nuestros
sentidos, hecha imagen, aroma, sonido, sabor y textura, con impactos cada día más
brutales para aturdir, o más sutiles para filtrase hasta los últimos rincones de nuestro
yo inaccesible. En esta cultura es difícil que puedan asumirse los grandes desafíos de la
vida personal y social, de la solidaridad que debemos vivir todos en este planeta
transformado en aldea global, en casa común. El consumismo y la diversión parecen el
“pan y circo” romanos en versión digital y globalizada que llega a nosotros las
veinticuatro horas del día. Al acceder a mi página de Internet leo durante las últimas
semanas: “Antes, durante y después del partido. El fútbol nunca termina”.
Hemos pasado de los mártires y de los héroes, figuras de la modernidad, a los famosos,
que son el modelo a contemplar en las sociedades líquidas. Estos famosos son los que
salen constantemente en los medios y buscan aparecer, aunque sea a costa de
escándalos bien pensados y a veces muy bien remunerados. Hay muchas personas que
tienen fama bien fundamentada por sus notables contribuciones a la humanidad, pero
no buscan aparecer tanto. No nos referimos a estos. El mártir moría por una fe más allá
de cualquier ganancia constatable en la historia, el héroe moría por una nación y
buscaba la eficacia histórica a favor de su pueblo. Los famosos, las celebridades, no
mueren por nadie. Los medios esparcen por el mundo su éxito con aureola virtual.
Algunos duran un instante en la pantalla como estrellas fugaces, otros duran algo más,
pero pueden caer de un día para otro como se desploma un edificio cuando los
periodistas les descubren los pies de barro.
En las sociedades actuales aparecen dos realidades que son difíciles de armonizar: La
libertad y la seguridad. Las dos son atributos de una vida plenamente humana. En
algunos países hay mucha libertad individual, pero proliferan los abusos, los robos, la
droga, la tenencia de armas, las bandas organizadas, el tráfico de mujeres y de niños.
La competencia económica, mal regulada por los gobiernos, favorece el
enriquecimiento desmesurado de algunos ciudadanos y provoca la miseria de muchos.
En otros países, al contrario, nos encontramos con sociedades muy controladas y
seguras. Todo está regulado. La creatividad y la iniciativa personales tienen escasas
posibilidades y la producción de los bienes necesarios para vivir es escasa. Estos dos
elementos dialogan de distintas maneras en las diferentes naciones. El diálogo justo de
la libertad y la seguridad nos podría abrir el futuro.
Jesús lo anuncia en medio de una sociedad oprimida por el mayor imperio de ese
tiempo, que se defendía con ejércitos muy bien preparados de cualquier agresión
armada venida de fuera y de cualquier grupo disidente que naciese dentro.
El reino de Dios no llega como una ideología, sino como un acontecimiento que Jesús,
con su sensibilidad de profeta, ve surgir ya en las personas concretas con las que se
encuentra. Anuncia el reino con parábolas que lo explican y con signos que permiten
verlo desplegando ya su fuerza de vida.
4), permitiendo que Él nos saque de en medio de la basura y nos coloque con
gozo en la palma de su mano (Lc 15,8).
3) El reino llega como un don del Padre, como algo pequeño que tenemos que
cultivar, pero que ya lleva dentro la plenitud de la cosecha, de la misma
manera que el grano de trigo ya lleva dentro el pan compartido en la mesa.
Crecerá sin que sepamos cómo. Es un don misterioso como el gestarse y
crecer de una semilla y pide nuestra confianza en el Dios de la historia (Mc 4,
26-29). Hay que acogerlo y confiar.
4) El reino llega desde el Padre, que es nuestro servidor, como don nuevo,
impredecible, por eso tenemos que estar siempre despiertos para acogerlo y
discernirlo de otras novedades falsas, porque también en medio de la noche
de la historia llegan los ladrones para apoderarse de nuestra vida (Lc 12, 35-
40).
6) El reino introduce una novedad que crea conflicto con los instalados, en su
poder, en su riqueza o en su justicia religiosa. También lo crea dentro de cada
uno de nosotros en lo que tenemos de incrustados en las posiciones
confortables de este mundo. El desafío es vivir el conflicto de manera
creadora sin que nos desintegre. Hay que asumir el conflicto, el fracaso, la
pasión, como inherente al seguimiento de Jesús. Los instalados nos
combatirán (Mt 21,23-40).
Tenemos que entrar en la historia, donde crece el reino que es para todos.
Vemos a Jesús resucitado, “rey eterno y delante de él todo el universo mundo”
(Ej 95). Entregados a su persona nos ofrecemos desde nuestra pequeñez para
colaborar en la construcción de su reino, sin saber todavía lo que nos va a
proponer. Sólo siendo fieles a la realidad, en las orillas donde parece agotarse, y
en el diálogo con Jesús, iremos descubriendo todos los acentos nuevos de la
vida que suscita en cada etapa del camino.
La pasión por el reino nos lleva a sufrir la pasión (Ej 197), en compañía de Jesús
y de todas las víctimas de los sistemas injustos que intentan reducir la realidad
a su medida, a sus limitadas ideologías, paralizando la vida o desviándola hacia
los propios intereses (Ej 195).
99
5. La ascética de la historia.
La acción del Espíritu es la dimensión más profunda de la realidad. Dentro de la
aceleración del tiempo presente que corre sin saber a dónde quiere ir, en medio
de cambios profundos que en gran medida se nos han ido de las manos, entre
las multitudes que se agitan buscando la fruición del instante en el consumismo
que llena los sentidos y embota el espíritu, nosotros afirmamos que somos
invitados a colaborar con el Espíritu para construir en este mundo la vida
verdadera, el reino de Dios. ¿Cómo estar disponibles para construir ese futuro?
¿Cuál es el espacio para encontrarnos con Dios activo en la historia? ¿Quiénes
son los protagonistas de este cambio?
Los pobres de la tierra son el símbolo más fuerte, tanto del desajuste del
mundo, como de la fortaleza de la existencia. En el evangelio ocupan un lugar
privilegiado, lo mismo que en la vida de las personas más lúcidas. No son sólo
las víctimas, sino que son también testigos y creadores de nuevas realidades.
Son los excluidos que Dios incluye. Esa es la experiencia de Jesús, que funda la
comunidad servidora del reino entre los pobres y en tierra de pobres. Ignacio de
Loyola lo expresa así:
Los pobres reales son el símbolo de todas las pobrezas que experimenta el ser
humano, no sólo por su situación en la organización de la sociedad, sino en
todos los órdenes de la existencia, como la salud, la soledad, la insignificancia o
el sin sentido.
El desasosiego de vivir a la intemperie, nos abre al don de Dios, que nos puede
llegar de muchas maneras diferentes. Los rostros que están a nuestro lado serán
las fuentes principales. La ascética de vivir en las fronteras, nos dispone para
recibir el don de Dios, su novedad impredecible.
5. La mística de la historia
El místico percibe cómo Dios actúa en la realidad, y cuando la oscuridad es tan
grande que no se puede ver nada, lo sostiene la certeza de que Él sigue
trabajando en fidelidad al ritmo inescrutable de los procesos humanos. En
cualquier momento manifestará su propuesta nueva, como algo pequeño y
frágil que se nos ofrece y se nos confía para que lo acojamos porque lleva
dentro el futuro. La constatación de que el futuro se cierra de repente, y se
vuelve amenazante, no detiene al servidor del proyecto de Dios.
Muchos ven hoy en los exiliados un símbolo del extrañamiento que vivimos
sobre la tierra. Ni esta es nuestra tierra, en la que nos sentimos bien, ni
podemos regresar hacia el pasado, ni vemos el futuro. Por eso voy a retomar
dos imágenes creadas por Isaías en el exilio del pueblo judío en Babilonia.
Expresan la acción de Dios en la historia y la actitud del pueblo en esta realidad:
el parto y la semilla.
En medio del exilio largo, sin salida y sin retorno, el profeta Isaías nos presenta
la acción de Dios en la historia con la imagen de una mujer en gestación, como
si Dios mismo estuviese embarazado de futuro. “Desde antiguo guardé silencio,
me callaba, aguantaba; como parturienta, jadeo y resuello” (Is 42,14). Los
tiempos de silencio de Dios en la historia, no son olvido de Dios que no hace
nada en nuestra realidad, sino tiempos de gestación en los que lo nuevo se va
configurando dentro de nosotros hasta que llega el momento en que se formula
y sale a la luz. El embarazo es lento pero cuando llega el parto es indetenible.
Hay momentos en los que Dios soporta sobre sus hombros la realidad dura,
aguanta la realidad y se aguanta a sí mismo para no intervenir en la historia
suplantando las libertades humanas y nuestros ritmos vitales. Lo nuevo nace
con dolor y pequeño, hay que protegerlo y cuidarlo para que no muera. Nuestra
estrechez tiene que abrirse a lo nuevo que muchas veces es inconcebible y
102
Jesús utilizó la imagen del fuego para expresar la pasión que llenaba su vida por
el reino. Era el mismo fuego que purificó los labios de Isaías, que ardía en los
huesos de Jeremías o deslumbraba en el rostro radiante de Moisés. “Fuego he
103
venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda” (Lc 12,49). La mística por el
reino de Dios, como verdad última de la historia, ha enviado siempre personas a
las diferentes fronteras del mundo para iluminarlas con ese fuego.
DEMASIADO TARDE
1. Redefinir la comunidad.
En la “modernidad sólida”, los procesos de socialización estaban bien marcados
y los jóvenes se iban incorporando a la sociedad transitando sendas
comunitarias trazadas y seguras. La dimensión comunitaria de la familia, la
escuela, la iglesia, el barrio y otras organizaciones sociales estaba bien
delimitada en su contenido y garantizada por sus controles. Los rasgos
principales de la identidad se recibían con el nacimiento.
Entre tantas ofertas diferentes y a veces contradictorias, cada persona tiene que
escoger su vida, el tipo de familia que quiere formar, la manera de vivir su
sexualidad, su afiliación política, sus grupos de pertenencia. No se quiere vivir
cosas impuestas por la tradición. Nada se da por evidente. Todo hay que
revisarlo.
“La modernidad tenía que ser el gran salto adelante: el que nos alejaría
del miedo y nos aproximaría a un mundo libre de la ciega e impermeable
fatalidad (esa gran incubadora de temores). Como bien reflexionaba
Víctor Hugo, hablando con añoranza y elogiosamente sobre la ocasión:
impulsada por la ciencia (“la tribuna política se transformaría en
científica”), una nueva era vendrá que supondrá el fin de las sorpresas,
107
las calamidades, las catástrofes, pero también de las disputas, las falsas
ilusiones, los parasitismos…, en otras palabras, una época sin ninguno de
los ingredientes típicos de los miedos.(…) Los nuestros vuelven a ser
tiempos de miedos”. (Z. BAUMAN; “Miedo líquido”, Ed. Paidós,
Barcelona, 2007, p. 11).
liberador que llega desde Dios. Jesús está en medio de la gente pues es uno más
del pueblo, pero al mismo tiempo ora en la soledad de la oración donde se
siente querido por el Padre. Desde la experiencia de sentirse amado puede
acoger la misión que se le confía en medio del pueblo, al que invita a una
comunión en torno al reino que despunta, y que es más creadora de vida
verdadera que la herencia de leyes de la sinagoga repetida hasta el tedio.
De todas las personas que Jesús va encontrando, escoge en las orillas del lago,
un pequeño grupo para que lo acompañen y puedan ver lo que está sucediendo
en Galilea, cómo las personas se transforman en el encuentro con Jesús y la
confrontación que nace muy pronto con la sinagoga judía. Un Mesías muy
diferente a lo que se esperaba ha llegado y por caminos no previstos. (Mc 1, 16-
21)
Más adelante escogerá en el monte doce discípulos para estar con él y para ser
enviados prolongando su presencia y su actividad. (Mc 3, 13-19). Nace una
comunidad de vida y de misión. El grupo especial de los doce, cada uno con su
nombre propio, tiene un rol específico en medio de la comunidad más amplia
de hombres y mujeres que lo siguen. Jesús mismo se sentirá maravillado y dará
gracias al Padre por la forma como se manifiesta al mundo a través de esas
personas sencillas del pueblo. (Lc 10, 21)
Las “reglas para sentir en la Iglesia” (Ej 352-357), nos orientan en la manera de
pertenecer a la comunidad eclesial, “nuestra santa madre la Iglesia jerárquica”,
en una síntesis de obediencia y de libertad creadora, de pecado real y de gracia
que supera el pecado, de innegables errores históricos y de apuestas por
nuevos comienzos, de profunda inserción humana y de apertura a la
trascendencia de Dios que crea el futuro con nosotros.
110
5. La ascética de la comunidad
Los hermanos no se escogen. Llegan convocados por una realidad que es
superior a la decisión de cada persona individual. En la familia nos encontramos
con los hermanos que van naciendo. En la comunidad cristiana, los hermanos
llegan impulsados por el Espíritu. En la vida religiosa, acuden los que se sienten
llamados por Dios a vivir en comunidad con otros que también han sido
convocados por el mismo carisma.
A pesar de todos los esfuerzos para resolver las diferencias, en las comunidades
aparecen problemas que no tienen solución a corto plazo. Hay que aprender a
vivir con hermanos heridos de manera definitiva en su salud física, sicológica o
espiritual. En una cultura del bienestar, con componentes hedonistas y
narcisistas tan fuertes, donde se valora la eficiencia y la capacidad de luchar
para abrirse camino, ¿dónde buscar el sentido para asumir procesos de
deterioro irreversible?
En una sociedad con tantas personas rotas y solitarias, necesitamos vivir más
“la espiritualidad de la caña quebrada y el pabilo vacilante” (Is 42,3) en formas
de comunidad inspiradas en el evangelio de Jesús que acojan y ayuden a
rehacerse a los heridos de nuestra sociedad. (Cfr. Martín IRIBERRI VILLABONA,
Vida Religiosa e inclusión social. CONFER)
puede llegar desde estas comunidades construidas en las orillas excluidas del
mundo, que crecen desconcertando las razones de los instruidos!
6. La mística de la comunidad
Dios es trinidad, comunidad. Se nos ha revelado como Padre que nos envía al
Hijo encarnado en nuestra historia y nos alienta con el Espíritu desde la
interioridad de toda persona. Como nos dice san Ireneo, el Hijo y el Espíritu son
las dos manos con las que el padre nos abraza. El que se encuentra con Dios
entra en ese dinamismo que transforma cada persona y crea el tejido
comunitario a imagen y semejanza de Dios.
San Pablo usa la imagen del cuerpo para expresar cómo es precisamente la
diferencia unida entre los miembros la que crea una comunidad (Rm 12,4; 1Cor
12,12). Pero todos los miembros tienen que estar movidos con funciones
diferentes por el mismo Espíritu. También usa una imagen musical: “Sean un
himno a la gloriosa generosidad de Dios” (Ef 1,6). En una sinfonía, las notas
tienen que ser diferentes sonando en un tiempo preciso y con una intensidad
distinta, pero todas orquestadas por la misma inspiración.
En la tarea cotidiana, los ojos de los místicos, como los de Juan el evangelista,
(Jn 21, 1-14), son los que perciben al resucitado en el pescador experto que
desde la orilla del lago nos dice dónde hay que echar las redes para ser
fecundos, y que nos prepara pan y pescado asado sobre brasas para
compartirlos después de una noche de trabajo.
YA HEMOS RESUCITADO
(Col 3,1; Ef 2,6)
¡Jesús resucitado,
último destino
al que ya ha llegado
todo lo que existe!
En tu cuerpo galileo
se remansan tus trabajos
de maderas y caminos,
y ya se han hecho eternos
los minerales y los frutos
que edificaron tu estatura.
En tu piel tostada
reposa el beso lento
del sol en cada jornada
y la brisa del lago.
En tu mirada sin párpados
festejan los colores
de flores y de alas.
Forma parte de ti todo “tú”
que te permitió decir “yo”
al crecer en cada encuentro.
En tu cuerpo de gloria
veo las huellas serenas
de la cruz y del sepulcro.
Hasta ti ya llegaron
las manos creadoras
clavadas a maderos,
las frentes lúcidas
horadadas por espinas,
los corazones libres
atravesados por el hierro,
las espaldas pobres
flajeladas con desprecio.
En tu cuerpo universal
danzan los sueños
de todos los justos
114
Constantemente regresas
a la comunidad de tus amigos,
a sus días tullidos
en la esquina del miedo,
en la confusión del desencanto,
y los devuelves a las plazas
como testigos universales
de nuestra última verdad:
En Jesús resucitado,
los que vamos de camino
ya hemos llegado todos
al encuentro sin fin
al que se dirige
todo lo creado.
Ahora,
ya nos adentramos unidos
en el misterio irreversible
de su abrazo.
115
En este encuentro íntimo recibimos una propuesta de Dios que nos devuelve a
la realidad, al cosmos, a todo otro, para realizar la historia del reino desde la
comunidad. Su propuesta espera nuestra respuesta. No nos quedamos
encerrados en un narcisismo hedonista, preocupados de nuestra propia
perfección, nuestro bienestar y nuestra imagen. El Dios de la intimidad nos cita
en la historia. No nos dice: “Vete”, sino “Ven conmigo”. Él va a nuestro lado.
El mundo ha nacido del corazón de Dios, que “es amor” (1 Jn 4,8). En su corazón
sigue estando y hacia su corazón se dirige. Por eso podemos decir que al
movernos por la realidad tenemos que buscar en ella a Dios, y al contemplar a
Dios tenemos que ver al mundo en su corazón.
Inevitablemente tropezamos también con el dolor, con las injusticias que nos
hacen dudar del corazón humano, con los terremotos que nos estremecen, con
los huracanes que arrollan nuestras creaciones. Pero el dolor no es la última
verdad. El sufrimiento también alcanza a Dios. El corazón de Dios tiene
cicatrices. Sabemos que al crearnos Dios no puede crear otros infinitos, sino
seres limitados en un escenario limitado. Los límites nos acompañan siempre.
Cuando vivimos los límites cortados de Dios, nos vamos desangrando en los
rincones de la queja, pero cuando los vivimos en comunión con el Ilimitado,
experimentamos la fuerza de la resurrección que nos rehace por dentro y nos
devuelve al mundo para realizar los nuevos sueños que se han ido gestando
dentro de nosotros, en medio de las piedras que nos han estado cercando
como sepulcros. La experiencia de la resurrección no sólo llega a nosotros como
una luz que se enciende de repente, sorprendiendo nuestros procesos
interiores, sino también como una maduración lenta en el árbol de la vida.
Impacta contemplar a Jesús de Nazaret caminando por las orillas del lago de
Tiberíades. Ese galileo joven, artesano y pobre, actúa con una audacia
sorprendente. No se apoya en instituciones poderosas, ni en prestigios
académicos certificados, ni en seguidores cualificados. Cuando mira la realidad,
la ve como un campo maduro para la siega. Contempla cómo el reino de Dios se
asoma en la búsqueda de la gente sencilla. Ve que el reino de Dios ha llegado.
Tal vez la añoranza de otros tiempos en los que éramos más poderosos,
reconocidos e intocables, nos paralice ahora. Los números no nos van a salir si
no vivimos en la gratuidad sin cuentas de Jesús, y las podas necesarias nos
dolerán como si nos estuviesen robando la vida en vez de prepararnos para dar
más fruto.
121
Hace unos días leía un artículo en un periódico de alcance nacional: “La alegría
carece de prestigio intelectual. No verán ustedes un escritor que manifieste su
alegría abiertamente”. ¿Qué puede decir esta afirmación sobre nuestra
cultura? ¿No se manifiesta fuera la alegría porque no existe dentro, o porque si
se manifiesta, desafina con el discurso sin trascendencia de la queja?
Aunque impregna toda nuestra persona, su origen está más ligado al espíritu
que al cuerpo. Hay muchos dolores, como dar a luz una vida nueva, que pueden
darle calidad a la alegría. La cultura promueve el gozo de la acumulación sin
medida de bienes, de celebridad y de poder, que supone competencia y
exclusión, victoria y rendición.
Esta alegría pascual forma parte esencial del mensaje del resucitado que los
discípulos empiezan a transmitir en medio de las amenazas y castigos de los
dirigentes judíos. Es una expresión de que Jesús no sólo resucita para sí mismo
sino para todos nosotros. Es un don del Espíritu. En nuestro tiempo de
incertidumbre somos responsables de la Alegría del evangelio que nos dejó
Jesús.
COMUNICACIÓN
Si tú eres
el Dios humilde
que te escondes,
¿me atreveré yo
a revelarte
en el rigor insuficiente
de mis palabras?
Si tú eres
el Dios humilde
123
que te comunicas,
¿trataré yo
de enmudecerte
con el silencio puritano
de mi boca cerrada?
¡Bienvenido seas,
silencio divino,
expresándote
en nuestra palabra
tan humana!
4 de abril de 2010
Domingo de resurrección.