Trabajo Evangelii Gaudium Capítulos 1, 3 y 5.
Trabajo Evangelii Gaudium Capítulos 1, 3 y 5.
Trabajo Evangelii Gaudium Capítulos 1, 3 y 5.
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Hemos de estar continuamente mirando a Jesús, bebiendo en su agua. Él es
eterno y el Evangelio también. Es la fuente inextinguible de la alegría. Siempre
hemos de estar convirtiéndonos, acrecentando y renovando nuestro amor y
nuestra alegría.
Adentrándonos ya en la evangelización, la Nueva evangelización, que es el tema
del sínodo que origina el presente documento, tiene tres ámbitos donde se realiza:
en la pastoral ordinaria para avivar los corazones de los fieles que frecuentan la
comunidad y se reúnen el día del Señor, en el caso de personas bautizadas que
viven de espaldas al sacramento que un día recibieron y especialmente en las
personas que no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado.
Los temas que el Papa trata en la encíclica son de suma importancia en la vida de
la Iglesia, la extensión con los que los trata da fe de ello, y ayudan a dibujar el
perfil que ha de tener el evangelizador de hoy.
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La vocación genuina de la Iglesia será realizar lo que Cristo le encomendó, el
anuncio del Evangelio a todo el mundo, la evangelización. Y ese será el núcleo
profundo de la renovación, hacer que todos los elementos y estructuras a tener en
cuenta en la evangelización sean más misioneras, que propicien una mejor
evangelización.
El ministerio Papal ha de convertirse, encontrando una nueva forma de ejercerlo,
para que sea más acorde al sentido que Cristo quiso darle y a las necesidades de
la evangelización.
Cada Iglesia particular tiene en sí también una llamada a la conversión misionera,
ya que ella es el sujeto primario de la evangelización. Una conversión que
impulse su labor misionera de manera que sea más intensa y fecunda. Para ello su
Obispo ha de fomentar la comunión misionera al estilo de las primeras
comunidades.
Las parroquia, comunidad de comunidades, situada en medio del pueblo, en
contacto con los hogares y la vida del pueblo, que a través de todas sus
actividades alienta y forma a sus miembros para ser agentes de evangelización,
ha de ser también objeto de conversión. Para así ser más cercana, para avivar la
comunión y la participación y para hacerse completamente misionera.
Hasta ahora hemos estado refiriéndonos a los evangelizadores, pero en cuanto al
mensaje su forma de transmitirlo también se verá afectada en pro de que llegue a
todos sin excepciones ni exclusiones. Para ello el anuncio ha de centrarse en lo
esencial, en lo más necesario.
Todas las verdades reveladas proceden del mismo Dios y todas son creídas con la
misma fe, pero no cabe duda que unas son más importantes que otras, “jerarquía
de verdades”, al expresar más claramente lo nuclear del Evangelio: Dios que por
amor gratuito, salva a los hombres por medio de la muerte y resurrección de su
Hijo Jesucristo. Este es el núcleo evangélico, el Kerygma.
Esto no significa que haya que mutilar el mensaje. Todas las verdades tienen su
importancia y se iluminan unas con otras, pero entre todas ellas lo nuclear del
Evangelio ha de brillar con claridad.
La Verdad debe ser continuamente conquistada por la Iglesia, mediante exegetas
y teólogos que con su investigación, apoyada en el diálogo con otras ciencias
humanas, la hagan crecer en la interpretación de la Palabra y en el conocimiento
de la Verdad.
Será también muy importante el tipo de lenguaje en que expresemos el mensaje.
Debe ser tal que permita expresar las verdades de siempre y su permanente
novedad; por ello se hace imprescindible una renovación que nos permita
transmitir al hombre de hoy el significado atemporal e inmutable del mensaje.
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Pese a todo esto no podemos olvidar que la fe siempre guarda algún punto de
oscuridad, aunque ello no minusvalora la firmeza de la adhesión al Evangelio.
Hay cosas que más que con razonamientos sólo se comprenden con la adhesión
del corazón desde el amor. Por ello lo que más convierte los corazones es la
cercanía, el testimonio y el amor.
La Iglesia al mirarse a sí misma puede reconocer en ella costumbres y preceptos
eclesiales que no están ligados directamente al núcleo del Evangelio, propios de
un pasado histórico y cuyo mensaje hoy no es percibido adecuadamente. No
debemos tener miedo de revisarlos. Este debería ser uno de los criterios a la hora
de reformar la Iglesia y su predicación, que esta llegue realmente a todos.
En orden a los evangelizados, la Iglesia debe acompañarlos, siendo paciente y
misericordiosa en sus tiempos y procesos de crecimiento. Muy importante es la
labor de los sacerdotes en el confesionario, el lugar de la misericordia de Dios.
Vemos así lo importante que es en la labor evangelizadora tanto el lenguaje como
tener en cuenta las circunstancias, procurando transmitir de la mejor forma
posible el Evangelio en un contexto concreto sin renunciar a la Verdad.
Al principio del documento se hablaba de la necesidad de que la Iglesia fuese una
Iglesia en salida. Esto no significa que corra sin destino a tontas y a locas. Quiere
decir una Iglesia volcada hacia fuera, hacia los demás, de puertas abiertas y
corazón amoroso, de acompañamiento y esperas, de hombro en el que apoyarse;
una Iglesia que prime lo comunitario y en la que todos seamos importantes
pudiendo participar e integrarnos. Una Iglesia en definitiva que con su testimonio
propicie el encuentro del hombre con Cristo.
La Iglesia tampoco se puede olvidar que aunque esté destinada a todos, sus hijos
predilectos y destinatarios privilegiados del Evangelio son los pobres y enfermos,
los despreciados y olvidados. Ellos son imagen de Cristo: “tuve hambre y me
disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber”.
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Y la Iglesia es enviada por Jesucristo a evangelizar, convirtiéndola en sacramento
de salvación. Una salvación que realiza Dios y la Iglesia anuncia. Una salvación
que es para todos y en comunidad.
Este pueblo de Dios no es un concepto abstracto. Se encarna de manera concreta
en todos los pueblos de la tierra, con una cultura concreta y una forma de ser
determinada.
Cuando un pueblo se adhiere al anuncio de la salvación, el Espíritu Santo ilumina
los corazones y la cultura con la fuerza transformadora del Evangelio. Por ello
aunque el cristianismo es siempre el mismo en todos los pueblos de todos los
tiempos, en cada lugar y tiempo se expresará de modo distinto al inculturarse,
permaneciendo siempre fiel al Evangelio y a la Tradición de la Iglesia.
Estos diferentes rostros que la Iglesia presenta, son por tanto don de Dios; por lo
que la Iglesia debe estar atenta para evitar el riesgo de la sacralización de su
propia cultura.
Cada miembro del pueblo de Dios, por el Bautismo, es convertido por el Espíritu
en misionero, sea cual sea su condición e ilustración de su fe. Pero esta
participación de cada miembro del pueblo de Dios, debe impulsarse con un
protagonismo renovado en la nueva evangelización.
Aunque el Espíritu es el que nos hace discípulos misioneros, por el encuentro con
Cristo, estamos llamados a crecer como evangelizadores. Para ello debemos
profundizar en nuestra formación, en nuestro amor y dejar que los demás nos
evangelicen continuamente; esto hará que nuestro testimonio brille cada vez con
más claridad.
Y cada uno de los pueblos en los que el Evangelio se ha inculturado son sujetos
colectivos de evangelización. En este sentido es importante la piedad popular, de
increíble fuerza misionera, que es la respuesta a la evangelización espontánea del
pueblo de Dios. Ella es la expresión del modo en el que el Evangelio se encarnó
en una determinada cultura y se transmite. Refleja la sed de Dios de los pobres y
sencillos, que no podemos olvidar: son los predilectos de Jesús.
Otra forma de ser misionero y que lleva a que el Evangelio se infiltre y empape a
toda la sociedad, es una que es competencia de todos y que consiste en hacer el
anuncio a las personas que cada uno trata en su vida cotidiana.
Esta evangelización consiste en un diálogo personal, respetuoso y cordial, en el
que nos encontramos con la profundidad de la persona que tenemos delante. Y
sólo cuando hayamos conectado con su interior le ofrecemos la Palabra,
recordando el anuncio fundamental de que por amor Dios se hizo hombre,
entregó su vida por nosotros y resucitó, y está vivo ofreciéndonos su salvación y
su amor. Anuncio que se hace desde una actitud de humildad.
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El Espíritu Santo también suscita carismas en la Iglesia, encaminados a la
evangelización. Él es el responsable de la diversidad, que a pesar de las
diferencias que trae entre personas y comunidades, puede convertirse en un
dinamismo evangelizador muy atrayente.
El encuentro entre razón, fe puede ser otro espacio de acogida del Evangelio,
incorporando categorías de las ciencias al anuncio del mensaje y convirtiéndose
en instrumento de evangelización. La teología, es decir la ciencia de la fe, en su
diálogo con otras ciencias y experiencias humanas tendrá un papel clave en cómo
hacer llegar el Evangelio a las diferentes culturas.
Considerando la predicación dentro de la liturgia, la homilía, esta puede ser un
espacio privilegiado de encuentro con la Palabra y el Espíritu, así como fuente de
renovación.
La homilía no puede ser objeto de entretenimiento, muy al contrario debe llenar
la celebración de fervor y sentido. Al estar en el marco de una celebración
litúrgica debe evitar parecer una clase magistral y ha de ser breve, ya que no es el
centro de la celebración. Y ha de ser hecha en un lenguaje y modo, tal como le
hablaría una madre a su hijo: con cercanía, calidez de tono, mansedumbre,
alegría…
Es un momento tan importante el de la homilía que ha de ser preparada con
tiempo prolongado con oración, reflexión e imaginación pastoral. Y algo muy
simple pero muy a tener en cuenta en la predicación es el no intentar responder a
cuestiones que nadie se hace.
El predicador debe ser una persona de gran familiaridad con la Palabra, que se
acerque a ella con corazón humilde y orante, que debe escuchar antes la Palabra
que ha de predicar para luego transmitirla. De esta manera la homilía se convierte
en la comunicación de lo que previamente se ha contemplado. Y siempre con la
confianza de que el Espíritu pone las palabras en la boca del que se deja poseer y
conducir por Él.
En cuanto al lenguaje usado ha de ser un lenguaje positivo que no se centre en lo
que no tenemos que hacer, sino en lo que podemos hacer mejor proponiéndolo. Y
sobre todo intentar huir de la queja, la crítica, el lamento, el remordimiento… que
no conducen a nada.
Retomando de nuevo el proceso de la evangelización, el primer anuncio del
kerygma una vez hecho debe conducir a un camino de formación y maduración
de la fe.
Este camino, sostenido por la educación y la catequesis, no se centra en la
enseñanza doctrinal, más bien es una enseñanza vivencial, transformadora, en el
que nuestra vida se hace nueva y se va asemejando a la de Cristo respondiendo
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de esta manera al amor gratuito que Dios nos brinda. Es un proceso integral que
abarca todas las dimensiones de la persona.
El kerygma ocupa un lugar central en la catequesis al igual que en toda la
actividad evangelizadora y en todo intento de renovación de la Iglesia, y es el
contenido del primer anuncio. El nombre de “primer anuncio” no es por ser el
primero de una lista, sino por ser el principal y el más importante: tanto nos ama
Cristo que para salvarnos entregó su vida por todos nosotros muriendo en la cruz.
Resucitó y ahora está vivo junto a nosotros para liberarnos, fortalecernos y
sostenernos.
De hecho la catequesis, como toda formación cristiana, es la profundización del
kerygma, de manera que cualquier tema dado en la catequesis es iluminado por
él.
Otra característica de la catequesis es la iniciación mistagógica. Esta consiste en
que, habiendo recibido ya los sacramentos de iniciación cristiana e integrados en
la comunidad, renovamos y profundizamos en la valoración de los sacramentos
recibidos. Es algo así como “regustarlos”.
Y en todo este proceso de crecimiento se hace necesario el acompañamiento
personal, que hace presente la mirada y la cercanía personal de Jesús en la vida
del que es catequizado. Este acompañamiento se desarrolla desde el respeto y la
compasión, pero a la vez es sanador, liberador y ha de alentar la maduración. Sin
olvidar y no caer en ello que no es una terapia, es un proceso de Dios y a Él debe
conducir.
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para evangelizar es acercarse al Evangelio, contemplarlo, deleitarse,
dejando que la Palabra nos empape.
El misionero está completamente confiado que el Espíritu, en los pueblos y
hombres, aún sin ellos ser conscientes, suscita una espera de la Palabra, una
espera por conocer la Verdad.
Y su entusiasmo por anunciar la Verdad nace de la profunda convicción
que tiene de llevar un tesoro que es la respuesta con mayúsculas a todo el
sentido que el hombre busca. Y esta convicción es sostenida por su propia
experiencia de vida en un contacto íntimo y continuo con el mensaje que ha
de proclamar. Sabe bien que la vida con Jesús se vuelve mucho más plena y
que con Él podemos encontrar un sentido a todo.
El evangelizador siente pasión por Jesús, pero también ha de sentir pasión
por su pueblo, al que Jesús mira con profundo amor. El misionero es
escogido por Jesús entre el pueblo y es enviado por Él al pueblo. Es del
pueblo para el pueblo. Nunca puede perder esta identidad.
Por ello ha de integrarse plenamente en la sociedad, compartir la vida con
todos, escuchándolos, colaborando con ellos, comprometiéndonos en la
construcción de un mundo nuevo con ellos. Y para poder compartir la vida
con la gente y entregarnos generosamente a ella, hemos de descubrir que
toda persona es merecedora de nuestra entrega por ser obra de Dios.
Cristo resucitado y glorioso es de donde brota nuestra esperanza en la
misión, pues confiamos en su ayuda para llevarla a cabo. Su resurrección
no es algo del pasado, es actual, es una fuerza de vida que lo llena todo.
Aún en medio de las injusticias vemos brotar la vida que termina
floreciendo. El bien siempre tiende a nacer y a extenderse. Esa es la fuerza
de la resurrección, y el evangelizador es instrumento de ella.
Aunque a veces el evangelizador no consigue distinguir estos nuevos
destellos de vida, tiene la certeza de que nada es estéril, que Dios actúa, y
actúa siempre, incluso en medio de los aparentes fracasos. Es lo que se
llama la certeza misionera. Es saber que todos los esfuerzos que se hagan
con amor, por pequeños que sean, serán fecundos aunque ni lo parezca ni
sepamos cómo.
Y María nos acompaña siempre junto al Espíritu, como madre que Jesús
nos dejó. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora sin la cual no
acabamos de comprender el sentido de la nueva evangelización.
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En María descubrimos que la humildad y la ternura no son virtudes de
débiles, sino de fuertes. Ella conserva todo en su corazón meditándolo,
sabe reconocer las huellas del Espíritu en los acontecimientos, es la mujer
orante, trabajadora y contemplativa. Es por todo ello modelo para la Iglesia
y para la evangelización.