Bajo Los Signos de Saussure Peirce y Lacan
Bajo Los Signos de Saussure Peirce y Lacan
Bajo Los Signos de Saussure Peirce y Lacan
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Aesthethika
International journal on culture, subjectivity and aesthetics©
Volume 1, No. 1, Fall 2004
Ferdinand de Saussure
Lo asombroso es que a partir del modelo de las ciencias naturales se plantean juicios
generales sobre la lengua:
Este fue el plan que expulsó la historia y el sujeto: “La lengua es la parte social del
lenguaje, exterior al individuo” (de Saussure, 1916/1979, p. 58), donde lo social se opone
a lo individual (en la medida que un individuo solo jamás podría modificarla) y donde el
lenguaje se vuelve ajeno. Y aunque en cada página del Curso se reitera que la lengua es
una “institución social,”9 sin embargo la historicidad queda reducida al significante
tiempo, como factor que produce “alteraciones” de la norma, quedando sin explicar la
historia, precisamente lo que hace que la lengua sea una institución. Así, la convicción
de que el estudio de la lengua debe ser el estudio de un sistema de convenciones más o
menos inmutables, lleva a la decisión metodológica a favor de los estudios sincrónicos.10
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La hostilidad de sus embates deja entrever cómo Peirce se ubicaba en relación con la
comunidad intelectual de la época y las discusiones que concitaba su postura. Es que en
medio del positivismo triunfante, mantuvo una concepción de la ciencia, la verdad y el
sujeto francamente impertinentes para los cánones vigentes. En su correspondencia a
Leidy Welby, Peirce13 renueva su crítica al Positivismo aludiendo a la arbitraria
demarcación entre lo científico y lo no científico que, respondiendo a mecanismos
sectarios, suele estorbar al desarrollo de la ciencia.
En este sentido se amplía el universo de la lógica –definida tradicionalmente
como aquella disciplina que tiene por objeto los símbolos– a dimensiones inesperadas,
como lo icónico y lo indicial.14 Con la inclusión de estas nuevas dimensiones de análisis,
Peirce expande el campo de la Lógica hacia la Semiótica permitiendo, de esta manera,
correr el eje del lenguaje. Este desplazamiento ubica a Peirce como propulsor del giro
semiótico.15
Otro paso para superar el escollo positivista del “rigor científico” es su
concepción de la verdad como no trascendental y no subjetiva sino pública: “La verdad es
el acuerdo de una afirmación abstracta con el límite ideal hacia el cual tiende
infinitamente la investigación para producir la creencia científica” (citado en Deladalle,
(1996, p. 41). Peirce se opone a fundar una ciencia sobre un espíritu de certeza. En sus
ensayos sobre Huxley (1894) afirma que
Así, vemos cómo comienza a rebelarse a fines del siglo XIX, un nuevo modelo
epistemológico en las Ciencias Sociales, contra el racionalismo iluminista-positivista. A
este enfoque semiótico, Carlo Ginsburg (1998)16 lo designó como “paradigma indiciario”
porque su método no se basa en la sistematización de las totalidades sino en la
interpretación de detalles. El indicio toca en un punto la verdad, pero no la agota. Lo
curioso es que un paradigma surgido nada menos que de la actividad que dio origen a la
escritura17 haya sido objeto de tan fuertes resistencias ideológicas, incluso por parte de
los lingüistas. Este modelo se caracteriza por cierta idea que comparten Sherlock
Holmes, Giovanni Morelli y Sigmund Freud (Eco y Sebeok, 1998): el devenir, lo
contingente, lo irracional, lo singular no podrían ser objeto de una mirada estructurada y
estructurante. Como puede leerse, por ejemplo, en los numerosos análisis de La carta
robada, de E. A. Poe18, mostrar es una manera de ocultar e inversamente, ocultar es una
forma de poner de manifiesto. Del mismo modo, el más claro de los recuerdos suele ser
encubridor y el olvido, una forma de recordar. Premisas como éstas de Freud, que
abrieron el campo de análisis de los sueños, los lapsus, los recuerdos encubridores y otros
procesos inconcientes, parten como señala Ginzburg, de esta visión del mundo.
Recapitulando, en tanto que la preocupación de de Saussure es cómo aislar el
lenguaje del sujeto para convertirlo en objeto de un análisis científico, la pregunta que se
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formula Peirce, en cambio es ¿cómo conoce el sujeto? y la que se hace, por su parte,
Lacan es ¿cómo se relaciona el sujeto con la realidad? o ¿cómo la registra? La
preocupación epistemológica es común en Lacan y en Peirce: Peirce va a responder a
partir de las Categorías de Primeridad (posibilidad), Secundidad (hecho) y Terceridad
(ley) y Lacan, a través de los registros Real, Imaginario y Simbólico. Mi argumentación,
en lo que sigue, tiene como punto de partida el desarrollo de las problemáticas planteadas
por estas preguntas.
Jaques Lacan
Je dis toujours la vérité: pas toute, parce que toute la dire, on n’y
arrive pas... les mots y manquent. C´est même par cet impossible
que la vérité tient au réel. (Lacan, 1973/2001, p. 509)
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productos del objeto que afectan al sujeto. Signo y objeto constituyen el mismo signo.
La relación del signo con el objeto en el espacio de la Secundidad es de carácter
contiguo: el signo como indicio tiene un vínculo existencial con su objeto. Las
implicancias de este postulado tienen importantes consecuencias teóricas. Por ejemplo
Verón (1988/1993) complejiza la especulación sobre el registro indicial del sentido,
avanzando de la idea peirceana de indicialidad20 hasta las nociones marxistas de marca y
huella21.
Ahora bien, aunque Lacan contempla el concepto de materialidad22, ésta suele ser
objeto de concepciones equivocadas, tal como lo sugiere Jameson:
Pero ¿cómo se explica –se pregunta Verón (1988/ 1993)- que un segundo (el objeto)
pueda determinar un tercero (el signo)? (Verón, 1988/1993, p. 115) La respuesta expresa
una paradoja: es que se trata ya de un tercero: “Si se puede decir de un objeto que
determina un signo, es porque el objeto mismo, como el representamen y el interpretante,
es un signo” (Verón, 1988/ 1993, p. 115). Es decir que, en definitiva, el objeto dinámico
(el objeto “real”) propulsa la semiosis pero algo de él queda fuera. Eso explica por qué el
objeto es un producto de la semiosis y a la vez, la semiosis es producto del objeto.
Veremos más adelante, cómo tanto para Peirce como para Lacan, el objeto como falta,
impulsa el proceso semiótico. La diferencia –crucial- es que en Peirce está claro que algo
del objeto se recupera tangencialmente como huella. En Lacan, queda aislado en la
deriva de la cadena significante.
En Peirce el objeto no se presenta directamente a nuestro pensamiento (como en
el realismo) ni posee una esencia aprehensible para nuestra razón (como en el
racionalismo). Lo que conocemos es lo que se presenta ante nuestra percepción (el
fenómeno) como algo en principio, informe y desorganizado. Para ordenar la
multiplicidad desestructurada de los fenómenos, el pensamiento recurre a operaciones de
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O (S) I = S
O (S) I = S
O (S) I ...
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lógico vivo y final” (Deladalle, 1996, p. 31). Asímismo, Umberto Eco coincide en que la
enciclopedia sería inalcanzable si no tuviera el límite lógico que es el universo del
discurso (Eco, 1979, p. 57) y afirma que la noción de interpretante no debe ser entendida
exclusivamente en términos semánticos sino también pragmáticos: “Una vez que hemos
recibido una secuencia de signos, esta altera en forma permanente o transitoria nuestro
modo de actuar en el mundo. Esta nueva actitud es el interpretante final. En este punto se
detiene la semiosis ilimitada.” (Eco, 1979, p. 66)
Lacan, como Peirce, enfatiza el carácter triádico de la significación, cuando
establece que
De modo que así como para Peirce los signos correspondientes a las categorías de
Primeridad (lo posible) y de Secundidad (lo existente) sólo son inteligibles cuando cobran
estatuto simbólico, es decir, cuando alcanzan a ser Terceridades (la realidad de lo real,
parafraseando a Verón). Asimismo, en el campo del psicoanálisis, para que un fenómeno
se inscriba en el registro de lo imaginario (que implique un desplazamiento) no es
suficiente para que sea analizable: “es preciso que represente otra cosa que él mismo”
(Lacan, 1953 p. 7), es decir que haya una representación de dicha relación imaginaria.
De lo contrario sería inanalizable. Es que en el intercambio analítico se trata de lo
simbólico: “sea que se trate de síntomas reales, actos fallidos y lo que sea que se inscriba,
se trata todavía y siempre de símbolos” [...] “el síntoma expresa, el también, algo
estructurado y organizado como un lenguaje.” (Lacan, 1953 p. 7)
Algunos teóricos, lectores de Peirce que tienen un pensamiento coherente con sus
ideas de semiosis infinita y de objeto como producto de la semiosis, usan la noción de
huella –que lo es, precisamente del reconocimiento de Peirce. Derrida, por ejemplo,
ubica el surgimiento de la significación en el vacío entre ste. y sdo. y alude a este proceso
infinito al que denomina differance, como despliegue de las distintas capas sucesivas del
sentido que se va transformando y difiriendo de ste en ste. (Derrida, 1967). Pero este
punto de vista, mantiene resabios de una concepción del signo binario y no resuelve la
relación entre el signo y el objeto. En este sentido, Lacan advierte:
Deleuze, por otro lado, expresa una certera crítica al privilegio del régimen del
“significante.” Su postura es no dar primacía a la semiología del lenguaje para dar lugar a
una aproximación pragmática, acorde al pensamiento de Peirce:
El problema que advierte Deleuze es que en tanto que nos ocupamos del régimen
significante del signo, se pone el acento en la remisión infinita, con lo cual, dice, se
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En Peirce, un signo significa siempre algo para otro signo. O bien, parafraseando a
Lacan, el signo es lo que significa un sujeto para otro signo. Aunque el interpretante es
un concepto más amplio que el intérprete: en el diccionario, los interpretantes de las
palabras son más palabras, en la vida cotidiana pueden ser sentimientos, acciones,
pensamientos, etc. El sujeto frente a un signo es presa sus efectos y es compelido a
interpretar. El objeto deviene signo y motoriza las operaciones mentales de la percepción,
la acción y la comprensión. Es por eso que Peirce lo llama dinámico. La relación entre
el sujeto y el objeto es, para Peirce, una relación de conocimiento y el objeto será el
producto de esa relación, establecida a través de las tres categorías. Y el sujeto no puede
conocer sino mediante Terceridades. De manera que la consumación del signo es la
Terceridad, de donde se deduce su carácter social. Es decir que, así como en el
estructuralismo, el sujeto es sujeto de la estructura, en Peirce el sujeto es sujeto de la red
semiótica: el signo ocupa el lugar del objeto ausente. Así, lo que recupera al sujeto en la
semiótica de Peirce es el carácter social (público) de la significación. Y de modo similar,
para Lacan “Lo que distingue el símbolo del signo es la función interhumana del
símbolo.” (Lacan, 1953, p. 8). El orden simbólico es aquel al que accede el niño con la
adquisición del lenguaje y es, a la vez lo que le permite adjudicar sentido a su propia
identidad. Así, la subjetividad es un resultado de la estructura, es decir, del propio
lenguaje (Jameson, 1980).
Lacan establece una relación entre cultura, lenguaje y vínculo social. Para Lacan
la cultura constituye el lazo social, instaurado en forma de lenguaje (Lacan, 1972-1973).
Miller (1986) evoca la imagen del niño preso de la estructura26, de donde viene la idea de
que así como un signo sólo es concebible dentro de la estructura, donde cobra
significación (valor), también el sujeto sólo es concebible en el marco de esa estructura
que es la cultura, y que es en definitiva, el lenguaje. De ahí que, llevado al extremo, “un
hombre no es otra cosa que un significante” (Lacan, 1972-1973, p. 44) o bien “[e]l sujeto
es lo que se desliza en la cadena significante” (Lacan, 1972-1973, p. 64).
Lacan restituye la relación del sujeto con el objeto, a través de los tres registros de
la realidad humana: Real, Imaginario y Simbólico (pronto veremos cómo el objeto
funciona en los tres registros como falta). La instauración del orden simbólico es, como
anticipé, un proceso que conduce al sujeto a la socialización. La explicación de este
proceso se encuentra desarrollada fundamentalmente en El estadio del espejo: “la función
del estadio del espejo se nos revela entonces como un caso particular de la función de la
imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad.” (Lacan, 1949, p.
14). Por el carácter dual, enajenador de la imago, el sujeto se construye en una relación
proyectiva con un Otro que resulta ser un otro yo, o imagen especular (Jameson, 1980).
De modo que el sujeto no es negado, sino reenviado a su duplicidad. Pero, aunque en El
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La Verdad
En Lacan, como vimos, no se trata ya de una adecuación del signo con respecto al
referente sino del ste. al sdo., como quedaba explícito en de Saussure. Barthes propone,
en este caso, substituir la noción de verdad, por la de coherencia interna. Si el sdo. no es
una copia de la realidad sino una construcción, entonces esta construcción ha de ser
coherente. De este modo, la prueba del valor de verdad no podrá ya depender de la
experimentación o cualquier otra prueba científica, sino, tal como sucede en la
lingüística, de la coherencia del sistema (cfr. Jameson, 1980).
La idea de verdad como coherencia interna es contraria a la concepción de Peirce,
para quien la verdad deriva de dos fundamentos: su dependencia de la experiencia y su
carácter deliberativo (conflictivo, argumentativo, público). La verdad es en Peirce, un
signo que expresa algo de su objeto, es decir, un juicio, que como tal, está sujeto a la
sanción del otro. Como Lacan, Peirce atribuye al Otro un rol determinante como lugar de
sanción de la verdad (Lacan, 1972-73).
Lacan comparte también con Peirce la concepción de una verdad conjetural,
falible y parcial: “Vuelvo a manifestar mi aborrecimiento por la doctrina según la cual
una proposición cualquiera es infaliblemente verdadera” (Peirce, 1987, p. 134).
Paralelamente, en Lacan “lo verdadero apunta a lo real. [La verdad] cada vez que se
afirma como un ideal cuyo soporte puede ser la palabra, no es cosa fácil alcanzar […]
Toda la verdad es lo que no puede decirse. Ella sólo puede decirse a condición de no
extremarla, de sólo decirla a medias.” (Lacan, 1972-1973 p. 110 a 112)
El denominado paradigma indicial insiste en que la verdad no es lo más profundo
de las cosas (ni como decía un poeta “invisible a los ojos”) sino lo más superficial (como
decía otro poeta: “lo más profundo es la piel”). Esta es la enseñanza de Hipócrates. La
medicina hipocrática se convirtió en leit motiv de los estudios semióticos precisamente
porque se constituye alrededor del concepto de síntoma. La enfermedad –como la
verdad– no se ve “toda.” Se muestra en aspectos, partes que despuntan, irreprimibles,
como el lapsus, diría Freud, o como una compulsión ciega, diría Peirce: el síntoma.
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Iconicidad
Los íconos son signos pertenecientes a la categoría de Primeridad. Entonces,
corresponden a las meras apariencias, a las cualidades, como si se las pudiera aislar. Es
decir que son las sensaciones desterritorializadas del objeto. Esto es así porque se trata
sólo de posibilidades de ser, no de hechos. Cuando se actualizan, es decir, cuando
establecen conexión con un segundo (el objeto), cobran existencia (índices). Los íconos
entonces son signos en los que prevalece el orden de la Primeridad, esto es, de la imagen.
En este sentido se reconocen por su relación de semejanza con el objeto, pero, a
diferencia de los índices, carecen de conexión dinámica con él. Esto explica por qué son
capaces de generar relaciones analógicas aún cuando su objeto no fuera existente, sino,
solamente, por ejemplo, otro ícono.
Volviendo en la función de la mirada en la teoría de Lacan, cuando Verón (1986)
describe su funcionamiento, le atribuye un doble carácter, a la vez icónico e indicial.
Hasta tal punto es importante que la mirada opere conjuntamente en ambos registros que
si esto no ocurre, cuando la mirada se congela, se inmoviliza, se produce la suspención del
recorrido metonímico y esa fijación de lo figural da lugar al fantasma. Esta
inmovilización que está en el origen de lo icónico es inseparable de la censura. Pensemos
sino –dice Verón (1988)– en el fantasma de la escena primitiva.
Indicialidad
Los índices pertenecen a la categoría de Secundidad, que supone ya la relación. Esto es, la
cualidad que se territorializa. De este modo se reconoce el índice porque está formando
un par orgánico (relación de contigüidad) con el objeto. Si los íconos son marcas cuya
conexión aún no se ha establecido, los índices son huellas que remiten a su objeto.
Entonces, se trata ya de fenómenos existentes. Corresponden a la esfera de la experiencia
y la acción (bruta), sin (todavía) reflexión.
Los índices se caracterizan también por establecer un doble reenvío: hacia el objeto
y hacia el sujeto que lo percibe. Ejercen una ciega compulsión –dice Peirce– en lo que
apunta (toca) al objeto y en lo que apunta (toca) al sujeto. Este doble reenvío puede
observarse en Lacan, en la pulsión escópica que vincula el Ver (imagen del objeto) con el
placer orgánico del sujeto.
Así, los índices en tanto secundidades, se definen como acción. La lingüística ha
tenido que recorrer un tortuoso camino para llegar a una teoría de los actos de habla o de
la acción comunicativa. En cambio, para Peirce la dimensión de acción ya está
contemplada en el signo, desde el principio.
En sus últimas producciones, Lacan reconoce esa fuerza del signo cuando
advierte: “El significante es ante todo imperativo” (Lacan, 1972-1973 p. 43) y también
“[e]l signo no es pues signo de algo; es signo de un efecto” (Lacan, 1972-1973 p. 64). El
resultado de invertir la jerarquía de los elementos formales del signo de Saussure, es que
el ste. ya no está subordinado al sdo.; no expresa el sdo. sino, antes bien, actúa sobre él,
lo modifica, incluso, lo crea (Millar, 1986 p. 17). Así la palabra (el signo), en Lacan
como en Peirce, alcanza al sujeto con efectos energéticos. De ahí que la palabra juega una
función mediación. Podemos ver cómo en las producciones más tardías de Lacan, el
significante tiene los atributos de la indicialidad: perceptibilidad, superficialidad pero
también, materialidad y acción. El significante comparte con el indicio la virtud de
ocultarse siempre en el lugar más visible. Si una enseñanza dejó el género policial es que
sólo hay que saberlo ver. Miller seña al respecto que ya la actividad de Freud era “una
actividad de desciframiento” (1986, p. 7). De ahí que la especificidad del psicoanálisis es
operar sobre el síntoma a través de la palabra. Y de ahí también que los mecanismos
primarios de la actividad inconsciente son concebidos en términos de condensación
(metáfora) y desplazamiento (metonimia).29
Finalmente, siendo el registro indicial el imperio de lo dual, su dimensión
conflictiva aparece tanto en Peirce como en Lacan: en tanto que para Peirce la
Secundidad adopta en el carácter de relación pero también de lucha, en Lacan la imagen y
la relación con la imagen asume tanto la forma de identidad como de diferencia. Y es
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únicamente en el orden Simbólico donde reside, para ambos teóricos toda posibilidad de
resolución del conflicto y la diferencia.
Simbolicidad
Lo simbólico aparece en de Saussure, Peirce y Lacan. En de Saussure, es del carácter
arbitrario del signo de donde se deduce su convencionalidad, es decir, su condición
social30. Pero como vimos, este aspecto no dio lugar a desarrollos teórico-metodológicos,
debido a las limitaciones ideológicas del propio sistema. En las antípodas, el trabajo de
Peirce apunta a señalar cómo todo lo que el sujeto puede conocer y aún su carácter de
verdad está sujeto a una trama de convenciones sociales. Peirce y de Saussure coinciden
al sostener una especie de contrato: en de Saussure la lengua es un tipo de contrato
establecido entre los integrantes de una comunidad, y en Peirce, el interpretante es la
instancia de Terceridad que concentra los hábitos interpretativos de una comunidad.
El lenguaje, en de Saussure tiene un aspecto individual (multiforme y
heteróclitico) y por lo tanto, imposible de esquematizar para un abordaje científico, y otro
aspecto general, como conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo
social. De manera que el individuo, por sí sólo no puede alterar los estados de la lengua.
Igualmente, para Peirce, quien reducía al que intentara sostener su propio concepto
individual, al rango de “pequeño chiflado” (Peirce, 1987, p. 134). Y del mismo modo
para Lacan, para quien el niño está bañado por el lenguaje desde el inicio, al punto de
desafiar las teorías centradas en el aprendizaje.
Pero decir que la consumación de la semiosis es la Terceridad no es lo mismo que
decir que los procesos de asignación de sentido concluyen tan fácilmente en un armónico
consenso. La postura de Peirce, a diferencia de Saussure, contempla la posibilidad de
disenso. En Peirce, el antagonismo en la producción de sentido es propio de la
Secundidad y se mantiene en el carácter polémico de la argumentación, grado máximo de
elaboración del signo31. A su vez, lo simbólico en Lacan, cuyo carácter social es incluso
observable en la conducta de los animales, supera la rivalidad de la relación imaginaria
en virtud de la dimensión pacificadora de la palabra32. De esta concepción se sigue, en
ambos teóricos, que la semiosis no es el terreno tranquilo de los consensos sino un
espacio de lucha por las relaciones de poder. El poder de significar, es el efecto de los
signos.
Imaginario
Lo imaginario está signado por la idea del doble. Es el registro de la imagen. De ahí, la
idea de alienación imaginaria, que está en la base del yo (moi): el yo (moi) está
constituido por un desorden de identificaciones imaginarias. Esto explica la relación
paranoica con el objeto del deseo (Miller, 1986). Ahora bien, si el deseo es el soporte
material del registro imaginario, y si el deseo esta definido en tanto deseo de otra cosa,
entonces aparta al sujeto de sus necesidades (Cabas, 1983). En este esquema, el
narcisismo es concebido como una relación de dos en la que hay una pérdida. El sujeto
queda definido recíprocamente por relación a sí mismo (que es otro). Es el estadio
constitutivo del sujeto, superado por la entrada a lo simbólico. El registro imaginario
exige los atributos tanto de lo icónico como de lo indicial peirceano para explicar el
comportamiento sexual: imagen, reenvío corporal, reversibilidad, carácter energético y
desplazamiento.
Simbólico
Así como lo imaginario es el registro del deseo, lo simbólico es el registro de la ley (de la
culpabilidad): “lo simbólico, es decir aquello en lo que el sujeto se compromete en una
relación propiamente humana, desde que se trata del registro del ‘yo’ (je), aquello en lo
que el sujeto se compromete en “yo quiero...yo amo...” (Lacan, 1953 p. 13).
En esa estructura de lenguaje33 que es el inconciente, cada uno de los elementos
en sí mismo, carece de significación. Un elemento sólo cobra valor (sentido) en relación
con otros. Este es el marco de inteligibilidad que aportó el método sincrónico de la
lingüística. Convengamos, con Miller (1986 p. 15) que el síntoma es un defecto de
simbolización (dicho en términos peirceanos, no llega al nivel de elaboración de la
terceridad) y por eso resiste e insiste. En el neurótico, los síntomas son “palabras
amordazadas” por falta de acceso a alguna forma de simbolización: “el sujeto realiza
unas imágenes desordenadas en las que ellas son sus sustitutos.” (Miller, 1953 p. 9) Esta
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Real
Como observaba Françoise Dolto en la discusión que siguió a la Conferencia Lo
simbólico, lo imaginario y lo real (Lacan, 1953): “Llegamos todo el tiempo a ¿qué es lo
real? y todo el tiempo se nos escapa.” A diferencia de lo real, la realidad es una
construcción discursiva. Lo Real implica el retorno de lo reprimido. Pero no un retorno,
como en la neurosis, en la dimensión del discurso: lo reprimido en el orden simbólico
vuelve en lo real. En la psicosis la emergencia de lo real se da por la falta de enlace entre
el sujeto y la realidad.
Lo real es la zona donde la dimensión simbólica del lenguaje está ausente, donde
todo es literal, donde no hay metáfora, donde las palabras son cosas, donde las imágenes
se confunden con el objeto porque no hay mediación. No hay interpretante. Es la zona en
donde el único sentido posible deviene alucinación, fantasma o acto (acción bruta, sin
pensamiento) porque las imágenes carecen de existencia y de realidad. El objeto (se) pega
directamente al cuerpo.
Desde la visión peirceana de Verón, se puede distinguir lo Real (aquello que no es
simbolizado, pero a lo que tiende la semiosis), de la realidad como construcción
discursiva: “lo real es aquello sobre lo que más tarde o más temprano debería desembocar
finalmente la información y el razonamiento; lo que en consecuencia es independiente de
las extravagancias del yo y del tú. El verdadero origen de la realidad muestra que esta
concepción implica esencialmente la noción de una comunidad, sin límites precisos,
capaz de un crecimiento definido de conocimientos.” (Verón, 1988/93, p. 119) En este
sentido pueden equipararse las ideas de Real, Objeto Dinámico y Verdad, como veremos
enseguida.
La cuestión de lo real nos lleva a una digresión sobre el estatuto del objeto. Ya hemos
visto cómo, desde la teoría de Lacan, el objeto funciona como falta en los tres registros:
en lo imaginario el objeto es el objeto en cuanto objeto del deseo del otro; en lo simbólico
el símbolo del objeto es justamente el objeto ahí cuando ya no está ahí ; y en lo real como
totalidad o instante desvanecido (Lacan, 1953). Igualmente, en Peirce, el objeto
dinámico, falta siempre. En tanto objeto “real”, total, dinamiza la semiosis pero es
imposible captarlo entero. Es lo que queda por señalar. Es lo que falta representar.
Como la verdad, falta por completo. Sólo se da en fragmentos. La migaja que se
desprende de ese objeto es a lo que llamamos objeto inmediato. Es lo producido por la
semiosis. De modo que es un signo, interior a la matriz semiótica. El objeto dinámico,
en cambio, existe fuera de la semiosis. Y como no puede expresarse, sólo puede
indicarse. Se diría que todo signo es un indicio del objeto dinámico. De ahí que su
emergencia, en tanto régimen que compromete predominantemente el cuerpo, puede
compararse con la emergencia de lo real bajo la forma corporal o de trauma.
Como el objeto inmediato de Peirce, el objeto al que Lacan llama el objeto a no es
ningún ser. El objeto a es lo que supone de vacío una demanda, que se desplaza
metonímicamente desde el principio al fin de la frase (Lacan, 1972-1973). Ahora bien,
aún cuando tanto en Peirce como en Lacan, “El objeto es lo que falla. La esencia del
objeto es el fallar,” (Lacan, 1972/73 p. 73) la paradoja de Lacan es que parece intuir las
ventajas de sostener una concepción ternaria de la significación, y sin embargo, en un
punto, sigue siendo presa del signo binario. Hemos visto en Lacan, como en Peirce, que
el proceso es dinamizado por la falta del objeto, pero debemos observar una diferencia
fundamental: la explicación del proceso semiótico se da en Lacan por la sustitución de un
significante por otro. El lenguaje sólo puede expresar la falta de objeto (origen del
síntoma). Así, en tanto que la falta del objeto, instala una substitución vehiculizada por
un elemento arrancado del signo binario, el objeto no se recupera: el esquema ste/sdo no
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Fecundidad Imaginario
Dualidad Dualidad
Relación Relación
Existencia Existencia
Acción Acción
Conflicto Otredad
Imagen ligada al objeto Imagen
Corporal Corporal
Energía, fuerza Deseo
Contingente Contingente Contingente
Conclusiones
Aún cuando el sonido, el sujeto, la historia, la sociedad, son inseparables del lenguaje, la
lingüística debió discriminarlos para que su estudio mereciera el nombre de científico.
El análisis (dividir, segmentar, individualizar, excluir), como principio metodológico,
trajo la ventaja de una observación minuciosa y de nombrar desde las grandes estructuras
hasta los últimos de sus elementos, para poder describirlos y clasificarlos. Esto provocó
desarrollos teóricos enormes e insospechados no sólo en las ciencias del lenguaje sino en
otras disciplinas. Las categorías que creó de Saussure fueron usadas –y aún hoy lo son–
incluso por sus detractores. El cambio de perspectiva que proponía de Saussure en los
estudios lingüísticos, a saber, el paso de los estudios diacrónicos a los sincrónicos supuso
una ruptura epistemológica que culminó con la creación de un objeto nuevo: la lengua
como sistema de todos los sistemas. La idea de que el punto de vista crea al objeto
culminó en apreciar todos los fenómenos bajo el cristal de la lingüística. Finalmente, el
aspecto general del lenguaje, para de Saussure, y a diferencia del interpretante de Peirce,
no es concebido bajo la forma de lo público sino de la totalidad (el sistema). En Peirce
no hay idea de totalidad y por eso no hay idea de representación.
La idea de totalidad es también incompatible con el pensamiento de Lacan. Su
conceptualización de la estructura es antinómica y descompletada Miller (1986). La
originalidad del Estructuralismo –como diría Jameson– ha sido la operación de deslindar
el significante en sí, (su materia) del significado, como objeto de estudio. Pero en tanto
que el signo binario no da lugar a un proceso, la comprensión queda reducida a una
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Como corolario, cuando el psicoanalista abrocha dos signos retomados del discurso de su
paciente, estos signos pueden remitir a un Objeto (es decir a un ground del objeto que
sólo puede desplegar un abanico de múltiples Interpretantes, pero no cualquiera) y que
sólo cobra sentido como construcción de discurso. Si la relación que estableció el
psicoanalista es imposible, sencillamente, no hay Interpretante (como si se cruzaran dos
cables eléctricos: la posibilidad de que hagan chispa -que entren en contacto- depende de
que se hayan elegido los dos polos correctos). Y si la relación establecida por el
psicoanalista es correcta, esto necesariamente va a producir un efecto en el paciente. Ese
efecto es el interpretante final, que puede ser de orden emotivo, energético o cognitivo, es
decir que puede manifestarse básicamente como un sentimiento (1º), una acción (2º) o
una reflexión (elaboración) (3º).
Autor
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Notas
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1
En La semiosis social, Verón (1988/ 1993) toma el Curso como un caso donde analizar
la relación entre ciencia e ideología.
2
Ver también Verón: 1985, Post-modernidad y teorías del lenguaje: el fin de los
funcionalismos, donde se lee: “A comienzos del siglo XX, el funcionalismo fue, de algún
modo, “el comité de bienvenida” de las ciencias sociales, preformadas por el positivismo
durante el siglo anterior. Para evocar un solo ejemplo de este paso del horizonte positivista
al horizonte funcionalista digamos que esta distancia es la que separa una teoría
psicoanalítica expresada en metáforas eléctricas e hidráulicas a un psicoanálisis concebido
como teoría adaptativa.” (Verón, 2004, p. 62)
3
“En lingüística –dice Verón (1985/2004) – se hará del Curso de Lingüística General una
lectura “comunicacional”: se pasa así de la idea de la lengua como institución social que
impone sus reglas a un sujeto parlante que no puede cambiarla en nada, a una visión de la
lengua como “herramienta de comunicación” al servicio de las “intenciones” de los
locutores.” (Verón, 2004, p. 62.)
4
Ver la lectura de Morris que hace Magariños de Morentin (1983).
5
“En el Seminario IX, ‘La identificación’, de 1960, Lacan alude, preocupado por describir
la lógica del significante, al texto de Peirce ‘La silogística aristotélica’, pero sin precisar la
cita. Presenta allí lo que más tarde, en el Seminario XV, ‘El acto psicoanalítico’, de 1966,
llamará ‘el cuadrante de Peirce’, que resalta el lugar constitutivo del universal que supone
el vacío o la ausencia de rasgo.” (Marafioti, 2004, p. 25)
6
Todas las referencias de Curso de Lingüística General remiten a la edición de Buenos
aires, Losada, 1969.
7
¿Quién es el Autor del Cours...?, en términos de Lacan (1957), ese conjunto de sus
lecciones que la piedad de un grupo de discípulos editó como Curso de Lingüística
General.
8
Cfr. el siguiente comentario de Deleuze-Guattari (1988): “Puesto que nadie ignora que
una lengua es una realidad variable heterogénea, ¿qué significa la exigencia de los
lingüistas de elaborar un sistema homogéneo que haga posible su estudio científico? (...) el
modelo lingüístico por el que la lengua deviene objeto de estudio se confunde con el
modelo político por el que la lengua está de por sí homogeneizada, centralizada,
standarizada, lengua de poder, mayor o dominante (...) La unidad de una lengua es
fundamentalmente política. No hay lengua madre, sino toma de poder por una lengua
dominante (...) ¿Habría pues, que distinguir lenguas mayores y menores, bien basándose
en la situación regional de un bilingüismo o de un multilingüismo que implica como
mínimo una lengua dominante y una lengua dominada, bien considerando una situación
mundial que proporciona a ciertas lenguas un poder imperialista con relación a otras (por
ejemplo el papel actual del anglo-americano)?” (pp. 103 a 105).
9
Como podemos leer en el Curso (1916/1979): “Producto del espíritu colectivo de los
grupos lingüísticos” (p.45), “el lenguaje es un hecho social” (p. 47), “en la vida de los
individuos y la de las sociedades no hay factor tan importante como el lenguaje” (p. 48),
“Es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones
necesarias adoptadas por el cuerpo social” (p.51) “Cuál es el origen de esta cristalización
social?” (p. 56), ¿Cómo hay que representarse este producto social para que la lengua
aparezca perfectamente separada del resto?” (p. 57)
10
“Nunca podrá entrar en la conciencia de los sujetos hablantes más que suprimiendo el
pasado. La intervención de la historia sólo puede falsear su juicio” (1916/1979, p. 149).
11
Cfr. Diaz Polanco (1977)
12
Verón (1988/ 1993, I, “Fundaciones”) afirma que la ideología capitalista genera el
discurso funcionalista: con la instauración de un nuevo orden social surgido del
Capitalismo, el Positivismo venía a explicar ese nuevo orden, regido por un principio de
racionalidad comunicacional y no ya a partir de la idea de “contrato social”.
13
Peirce intercambió correspodencia con Lady Welby entre 1904 y 1911. Tomo aquí la
edición de Taurus, Madrid, 1987.
14
“Pero los estudios de los límites de las ciencias, en general, me convencieron de que el
Lógico debe ampliar sus estudios e incorporar todo tema conexo que no interesara a nadie
más estudiar y, en resumen, y por sobre todo, que no debe limitarse a los símbolos, pues
no se puede llevar a cabo ningún razonamiento de importancia con (sic) íconos e índices”
(Peirce, 1987, pp. 151-152). Sepamos disimular su lapsus en la última línea.
15
Sobre este punto, ver Fabbri, 1999.
16
En el capítulo IV de El Signo de los Tres.
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17
Ginzburg (1998) recuerda que σηµα significa tanto una huella como el signo escrito.
Es sabido que en la cultura asiática, el pictograma, una de las formas más antiguas de
escritura, ha sido históricamente interpretado como una transposición de las pisadas de las
aves en la arena.
18
Miller J. Hillis (2001), afirma que este cuento es como una letra (carta) que fue pasando
de un crítico a otro. Entre las lecturas más célebres podemos citar las de Baudelaire,
Lacan, Derrida y Barthes.
19
Creador de la Gramática generativa-transformacional, lector de Peirce, de quien afirma:
“el filósofo al que me siento más próximo y al que casi parafraseo es Charles Peirce”
(citodo en Marafioti, 2004, p. 55).
20
“Para un Signo “posible” -dice Peirce- no he encontrado denominación mejor que Tono,
pero estoy considerando cambiarla por “Marca” (...) A un signo Real lo denomino Señal; a
un Signo Necesitante, Tipo” (Peirce, 1987, p. 141), donde Marca corresponde al signo
que no entra en conexión efectiva con otro, Señal corresponde a los establecen relación
(indicios) y Tipo a su codificación.
21
“La posibilidad de todo análisis del sentido descansa sobre la hipótesis según la cual el
sistema productivo deja huellas en los productos y que el primero puede ser
(fragmentariamente) reconstruido a partir de una manipulación de los segundos. Dicho de
otro modo: analizando productos apuntamos a procesos.” (Verón, 1988/ 1993, p. 124)
22
Lacan (1955-56 p. 51) sostiene que “en lingüística existen el significante y el
significado, y el significado debe tomarse en el sentido del material del lenguaje” y Miller
(1986, p. 21): “No hay que ver al lenguaje simplemente como un medio de expresión. En
primer lugar, es algo material, que exige instrumentos, como por ejemplo este micrófono”.
23
“En cada caso una influencia del signo emana de su Objeto y (…) esta influencia
emanadora procede del Signo (…) y produce el efecto que puede ser llamado el
Interpretante, o el acto de interpretación, que consuma la acción (agency) del Signo”
(citado en Marafioti, 2004).
24
“Sea cual sea el punto de vista adoptado, el fenómeno lingüístico presenta
perpetuamente dos caras.” (de Saussure, 1916/79, p. 49)
25
El sentido de una expresión o signo se especifica y acota en esta topología espacial
(Bitonte-Grigüelo, 2002).
26
Lacan toma su concepción de estructura de Jakobson a través de Levi Strauss, de donde
parte su concepción del sujeto no sólo como preso sino también escandido por la
estructura. Es decir que los efectos de las constricciones que impone la estructura
(sistemas normativos, pautas culturales, tradición, etc.) se vuelven síntomas que recortan
el cuerpo.
27
Recordemos que las categorías no siguen un desarrollo cronológico, sino lógico.
28
En televisión el contacto concierne a la cuestión de cómo generar confianza en la
distancia. Cuando la confianza deja de estar colocada en las imágenes en sí mismas
(idelogía del reflejo) será depositada en el cuerpo del presentador. Así, la mirada en tanto
operador de formas y de deslizamientos, se convierte en bisagra entre el cuerpo
significante (orden metonímico) y la imagen (orden analógico) (Verón, 1983).
29
Son nociones que ya operaban en Saussure bajo la forma de identidad y diferencia a la
hora de definir el concepto de valor. En Peirce estas dos ideas corresponden a los órdenes
de lo icónico (análogo) y lo indicial (contiguo).
30
“La idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la secuencia de sonidos s-
u-r que le sirve de significante [...] Todo medio de expresión recibido de una sociedad se
apoya en principio en un hábito colectivo o lo que viene a ser lo mismo, en la convención”
(de Saussure, 1916/1979, pp. 130-131)
31
Así como no hay contrato social sin conflicto social, no hay hegemonía sin disenso, no
hay conocimiento sin conflicto cognitivo, no hay identidad sin diferencia, no hay consenso
sin conflicto.
32
“Mientras que la relación imaginaria, tal como la esbozamos, es fundamentalmente una
dimensión de guerra, de rivalidad mortal, Lacan encuentra en la función de la palabra una
función pacificadora” (Millar, 1986 p.15).
33
Vale aclarar que Lacan asume en sus producciones más avanzadas, que “el símbolo
excede a la palabra” (1953 p. 26).
Bitonte p. 17/17