Bajo Los Signos de Saussure Peirce y Lacan

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Aesthethika

International journal on culture, subjectivity and aesthetics©


Volume 1, No. 1, Fall 2004

Bajo los Signos de de Saussure, Peirce y Lacan

María Elena Bitonte


––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Este trabajo propone un recorrido a través de las teorías del signo de Ferdinand de Saussure, Charles
Peirce y Jacques Lacan, revisando tanto los aspectos teóricos como las circunstancias ideológicas de su
producción. Teniendo en cuenta que estos discursos, de alguna manera, marcaron la semiótica del siglo
XX, se presta especial atención a los desarrollos teóricos que de Saussure y Peirce suscitaron en Lacan.
Fundamentalmente, se analizan los alcances de estas vertientes en su noción de signo, de donde parte su
concepción del inconciente estructurado como lenguaje y la distinción entre los registros Real, Imaginario
y Simbólico. Se señalan, además, una serie de correspondencias en los encuadres teóricos de Lacan y
Peirce, cuyos discursos muestran idiosincrasias en varios puntos congruentes.

La mayor parte de los tratados de semiótica coinciden en ubicar en la fundación de esta


disciplina las contrastantes propuestas del ginebrino Ferdinand de Saussure (1857-1913)
y el norte-americano Charles Sanders Peirce (1839-1914). Ambos estudiosos
contemporáneos, pese a provenir de campos diferentes y de no haber dialogado entre sí,
presentan ciertas preocupaciones vinculadas con condiciones históricas comunes.
Probablemente por eso constituyeron un punto de inflexión teórico que provocó un
desvío respecto de los paradigmas vigentes y pudieron generar en lo sucesivo, tanto
desarrollos como prácticas científicas. El poder de esta clase de discursos generadores, a
los que Verón llama, fundadores1, reside no sólo en sus características específicas sino
sobre todo en las lecturas a las que están sujetos en determinados momentos históricos.
Lecturas que según sus condiciones de reconocimiento, suelen despertar ciertos sentidos
y dejar otros adormecidos. Así, los discursos de fundación de las ciencias humanas
(sociología, lingüística y psicoanálisis) se pueden ubicar –siguiendo a Verón (1988/
1993)- entre fines del siglo XIX y principios del XX y aunque tienen como condición de
producción una matriz ideológica positivista, fueron recibidos bajo condiciones
diferentes, a saber, el funcionalismo 2.
Siendo, entonces, todo discurso, atravesado por este doble sistema de
restricciones (las condiciones de producción y las condiciones de reconocimiento), Verón
(1988/ 1993) define una fundación como “un proceso particular de circulación.” (p. 32).
Desde este punto de vista, una fundación es un proceso sin fundador. De modo que lo
que llamamos fundación es el resultado de un proceso retroactivo de lectura, es decir, un
efecto de reconocimiento. Es claro que el desfasaje que resulta de la distancia entre las
condiciones de producción y las condiciones de reconocimiento no es una mera cuestión
de tiempo, sino que ese desajuste está indefectiblemente mediado por una intervención
de lo ideológico (Verón, 1988/1993). Siguiendo esa trama, la principal derivación teórica
del sistema de de Saussure culminó en el estructuralismo –que no ha sido otra cosa, según
Verón, que la rama lingüística del funcionalismo- y cuya cristalización final fue la
lingüística de la comunicación.
Verón señala hasta qué punto las restricciones del reconocimiento constituyen con
frecuencia puntos ciegos de la lectura. Precisamente por eso, advierte que la presentación
del discurso saussureano que hace Oswald Ducrot en 1968, momento de mayor vigencia
del estructuralismo, como una teoría comunicacional, aunque muy difundida, no es
sostenible ya que difícilmente podamos encontrar en el Curso, alguna vez, la expresión
comunicación. La culminación de esta versión comunicacional ha sido –por vía de
Jakobson– la noción de código, cuyas implicaciones ideológicas pasan fundamentalmente
por una concepción instrumental del lenguaje3. Algo diferente sucedió con la vertiente
peirceana: aunque compartía con de Saussure un horizonte ideológico y cultural similar,
Peirce confrontó al positivismo abiertamente. No obstante, su producción fue objeto de
algunas lecturas de tipo funcionalista, como el conductismo de Charles Morris4.
Teniendo en cuenta la magnitud de sus aparatos teóricos, es mi propósito en esta
ocasión, volver sobre estos discursos fundacionales del signo que marcaron la semiótica
del siglo XX, revisando las circunstancias ideológicas de su producción y los desarrollos
teóricos que desencadenaron. En este sentido, voy a atender especialmente sus alcances
en la noción de signo de Jacques Lacan, de donde parte su concepción del inconciente
estructurado como un lenguaje y la distinción entre los registros Real, Imaginario y
Simbólico.

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Si bien la lectura de de Saussure está atestiguada en los textos de Lacan, la


recepción directa o indirecta, de los textos de Charles Peirce es bastante imprecisa5. No
obstante, quisiera señalar una serie de correspondencias entre Lacan y Peirce. Creo que
es sugerente notar algunas coincidencias en sus encuadres teóricos ya que sus discursos
muestran idiosincrasias en varios puntos congruentes. Esta arriesgada aventura se basa
en la premisa de Borges, para quien “cada escritor crea a sus precursores.” Estoy
diciendo, no que voy a leer a Lacan desde el estructuralismo, sino que, contra toda
prevención, voy a leer a Lacan también desde Peirce.

Ferdinand de Saussure

Lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el


punto de vista el que crea el objeto. (de Saussure, 1916/1979, p.
49)6

Como anticipé, los planteos de de Saussure surgen de la economía ideológica del


positivismo (el modelo teórico de Compte, con su postulación del lenguaje como
paradigma del ordenamiento natural de la naturaleza humana). Es así como el lenguaje
de la biología es extrapolado a la lengua para explicar, entre otras cosas, los fenómenos
de sincronía y diacronía:

[S]i se corta transversalmente el tronco de un vegetal [...] la


sección longitudinal nos muestra las fibras mismas que constituyen
la planta, y la sección transversal, su agrupación en un plano
particular. (de Saussure, 1916/1979, p. 158)

Lo asombroso es que a partir del modelo de las ciencias naturales se plantean juicios
generales sobre la lengua:

¿Habrá quizá en la lengua leyes en el sentido en que las entienden


las ciencias físicas y naturales, esto es, como relaciones que se
verifican en todas partes y siempre? (...) Sin duda. (de Saussure,
1916/1979, p. 168)

En efecto, el lenguaje que de Saussure –o sus discípulos7– expresa en el Curso muestra


todas las huellas de una matriz biologisista de la que se derivan la concepción del objeto
como organismo, la noción de sistema y oposiciones como lo normal y lo patológico en
la lengua, categorías aplicadas al cuerpo humano y luego transferidas al cuerpo social.
Síntomas de dicha ofuscación son:
– La idea de armonía de las partes, en el marco de una totalidad, donde todo
elemento disruptivo es reducido a la categoría de anomalía (cuerpo extraño expulsado
fuera). Lo que queda afuera, de este modo, son las jergas, los dialectos, en suma, el
habla, de donde las expresiones provenientes de lenguas extranjeras pasan a ser
contaminaciones8.
– La idea de interdependencia de las partes, que remite a un esquema mecanicista.
– La fruición totalitaria a partir de la cual cualquier fenómeno (económico, social,
psicológico, lingüístico, etc.) es analizable por referencia a una totalidad mayor, también
cerrada (por ejemplo, el contexto), cuyas relaciones son de acción-reacción y de
determinación y la propensión concomitante es la idea de causalidad: “un concepto dado
desencadena en el cerebro una imagen acústica correspondiente.” (de Saussure,
1916/1979, p. 54)

Este fue el plan que expulsó la historia y el sujeto: “La lengua es la parte social del
lenguaje, exterior al individuo” (de Saussure, 1916/1979, p. 58), donde lo social se opone
a lo individual (en la medida que un individuo solo jamás podría modificarla) y donde el
lenguaje se vuelve ajeno. Y aunque en cada página del Curso se reitera que la lengua es
una “institución social,”9 sin embargo la historicidad queda reducida al significante
tiempo, como factor que produce “alteraciones” de la norma, quedando sin explicar la
historia, precisamente lo que hace que la lengua sea una institución. Así, la convicción
de que el estudio de la lengua debe ser el estudio de un sistema de convenciones más o
menos inmutables, lleva a la decisión metodológica a favor de los estudios sincrónicos.10

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Esto explica, de alguna manera, que el Curso haya engendrado lecturas


funcionalistas. En este sentido, los desarrollos teóricos del Curso hacen eclosionar el
funcionalismo en la Escuela de Praga y en su máxima expresión, con la incorporación de
los aportes de la cibernética, surge la aplicación de la noción de sistema a la teoría
comunicacional. Ahora bien, lo que con frecuencia se le critica al funcionalismo es que
su preferencia por los estudios sincrónicos supone no sólo una dificultad metodológica
sino, principalmente, un desprecio por lo histórico que ha hecho de este paradigma una
herramienta teórica y práctica del imperialismo 11. La sugerente metáfora del signo como
moneda podría incluso suscitar algunas suspicacias.12
Veremos enseguida cómo aunque comparten el mismo entorno ideológico -el
positivismo- mientras de Saussure lo absorbe, Peirce lo rechaza.

Charles Sanders Peirce

La realidad depende de la decisión definitiva de la comunidad.


(Peirce, 1988, p.121)

La hostilidad de sus embates deja entrever cómo Peirce se ubicaba en relación con la
comunidad intelectual de la época y las discusiones que concitaba su postura. Es que en
medio del positivismo triunfante, mantuvo una concepción de la ciencia, la verdad y el
sujeto francamente impertinentes para los cánones vigentes. En su correspondencia a
Leidy Welby, Peirce13 renueva su crítica al Positivismo aludiendo a la arbitraria
demarcación entre lo científico y lo no científico que, respondiendo a mecanismos
sectarios, suele estorbar al desarrollo de la ciencia.
En este sentido se amplía el universo de la lógica –definida tradicionalmente
como aquella disciplina que tiene por objeto los símbolos– a dimensiones inesperadas,
como lo icónico y lo indicial.14 Con la inclusión de estas nuevas dimensiones de análisis,
Peirce expande el campo de la Lógica hacia la Semiótica permitiendo, de esta manera,
correr el eje del lenguaje. Este desplazamiento ubica a Peirce como propulsor del giro
semiótico.15
Otro paso para superar el escollo positivista del “rigor científico” es su
concepción de la verdad como no trascendental y no subjetiva sino pública: “La verdad es
el acuerdo de una afirmación abstracta con el límite ideal hacia el cual tiende
infinitamente la investigación para producir la creencia científica” (citado en Deladalle,
(1996, p. 41). Peirce se opone a fundar una ciencia sobre un espíritu de certeza. En sus
ensayos sobre Huxley (1894) afirma que

[s]ólo puede haber base racional si se reconoce que nada es


absolutamente cierto [...] ningún hombre que se precie consentiría
en enunciar una aserción sin acompañarla de la estimación de su
error probable. Lo que el hombre de ciencia entiende por “ciencia”
no es el conocimiento, sino la búsqueda. (citado en Deladalle,
1996, p. 46)

Así, vemos cómo comienza a rebelarse a fines del siglo XIX, un nuevo modelo
epistemológico en las Ciencias Sociales, contra el racionalismo iluminista-positivista. A
este enfoque semiótico, Carlo Ginsburg (1998)16 lo designó como “paradigma indiciario”
porque su método no se basa en la sistematización de las totalidades sino en la
interpretación de detalles. El indicio toca en un punto la verdad, pero no la agota. Lo
curioso es que un paradigma surgido nada menos que de la actividad que dio origen a la
escritura17 haya sido objeto de tan fuertes resistencias ideológicas, incluso por parte de
los lingüistas. Este modelo se caracteriza por cierta idea que comparten Sherlock
Holmes, Giovanni Morelli y Sigmund Freud (Eco y Sebeok, 1998): el devenir, lo
contingente, lo irracional, lo singular no podrían ser objeto de una mirada estructurada y
estructurante. Como puede leerse, por ejemplo, en los numerosos análisis de La carta
robada, de E. A. Poe18, mostrar es una manera de ocultar e inversamente, ocultar es una
forma de poner de manifiesto. Del mismo modo, el más claro de los recuerdos suele ser
encubridor y el olvido, una forma de recordar. Premisas como éstas de Freud, que
abrieron el campo de análisis de los sueños, los lapsus, los recuerdos encubridores y otros
procesos inconcientes, parten como señala Ginzburg, de esta visión del mundo.
Recapitulando, en tanto que la preocupación de de Saussure es cómo aislar el
lenguaje del sujeto para convertirlo en objeto de un análisis científico, la pregunta que se

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formula Peirce, en cambio es ¿cómo conoce el sujeto? y la que se hace, por su parte,
Lacan es ¿cómo se relaciona el sujeto con la realidad? o ¿cómo la registra? La
preocupación epistemológica es común en Lacan y en Peirce: Peirce va a responder a
partir de las Categorías de Primeridad (posibilidad), Secundidad (hecho) y Terceridad
(ley) y Lacan, a través de los registros Real, Imaginario y Simbólico. Mi argumentación,
en lo que sigue, tiene como punto de partida el desarrollo de las problemáticas planteadas
por estas preguntas.

Jaques Lacan

Je dis toujours la vérité: pas toute, parce que toute la dire, on n’y
arrive pas... les mots y manquent. C´est même par cet impossible
que la vérité tient au réel. (Lacan, 1973/2001, p. 509)

Lacan comparte con de Saussure y Peirce la abnegación por la docencia y el apartamiento


de los regímenes académicos. Jacques Alain Miller destaca la vocación docente de Lacan
cuando alude a su interés por difundir los resultados de sus investigaciones en cursos
periódicos y seminarios, aunque se mantenga siempre al margen de la Academia y de los
medios masivos de comunicación. “Lacan profesa una enseñanza crítica, una de cuyas
vertientes es epistemológica. ¿En el fondo quién es Lacan? Es un analista que se obligó a
sí mismo a dar razón, cada semana, en público, de su práctica” (Miller, 1986, p. 8).
Lacan parte del estructuralismo y su discurso puede leerse como una clinamen
(Bloom, 1977) respecto de de Saussure, esto es, una reelaboración del predecesor que
toma la forma tanto de reconocimiento como de desvío. En las lecciones de Lacan
podemos leer un rechazo del funcionalismo y de la noción de comunicación, y una
reelaboración de las nociones de estructura, significante y significado. El mundo del
sujeto no implica solamente la existencia de comunicaciones y significaciones. Antes
bien, el orden del significante es el de la no-significación: un significante no significa
nada. Remite a otro significante.
A su vez, el discurso de Lacan puede considerarse una Tésera (Bloom, 1977) de
Freud –una lectura que completa el texto del precursor agregando el fragmento que
supuestamente le faltaba. En la medida en que “Colocó los comienzos de su enseñanza
bajo el signo de un retorno a Freud” (Miller, 1986, p. 6), Lacan llevó al extremo la idea
de que el psicoanálisis es posible si y sólo si el inconciente está estructurado como un
lenguaje. En 1953, introduce la distinción entre los órdenes Real, Imaginario y
Simbólico, como registros esenciales de la realidad humana.
Brevemente, para ubicar a Lacan con respecto al estructuralismo, Jameson (1980)
identifica tres momentos de esta teoría: 1) Separación significado/significante (de ahora
en más sdo/ste), en de Saussure, cuya discriminación supone la postulación de que el sdo.
pertenece a una capa profunda y que el ste. sería su traducción (concepción coherente
con una ideología representacional). 2) Inversión de la jerarquía ste/sdo que parte de
Lacan, de donde surge el interés por el aspecto material, la cadena y su segmentación. Y
3) Imposibilidad de separar sdo/ste: atención al signo entero y al proceso de
significación. Es en este momento cuando el llamado post-estructuralismo (Deleuze,
Guattari, Derrida, Kristeva, y tardíamente, Barthes, entre otros), así como, la llamada
semiología de segunda generación (Eco, Metz, Verón, Fabbri, Recanatti y otros) retoman
los modelos de Chomsky19 y Peirce, recuperando las ideas de producción y generatividad
del lenguaje. Si pensamos la producción de Lacan en función de esta periodización,
podemos ver cómo se va desprendiendo progresivamente de las limitaciones del modelo
binario y hasta qué punto la semiótica peirceana le permitió concebir el sentido como
proceso y como materialidad, como veremos en la próxima sección.

de Saussure, Peirce y Lacan.


Principales Puntos de Encuentro y Desencuentro

Materialidad del Sentido


Los signos lingüísticos tienen en de Saussure un estatuto ambiguo, en la medida en que,
por un lado, se trata de objetos de naturaleza concreta, y paralelamente, encuentran una
curiosa forma de materialización en algún misterioso lugar del cerebro. En cambio, la
materialidad del signo para Peirce está dada por la indivisibilidad entre signo y objeto.
En Peirce los signos son perceptos no en tanto construcciones subjetivas, sino en tanto

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productos del objeto que afectan al sujeto. Signo y objeto constituyen el mismo signo.
La relación del signo con el objeto en el espacio de la Secundidad es de carácter
contiguo: el signo como indicio tiene un vínculo existencial con su objeto. Las
implicancias de este postulado tienen importantes consecuencias teóricas. Por ejemplo
Verón (1988/1993) complejiza la especulación sobre el registro indicial del sentido,
avanzando de la idea peirceana de indicialidad20 hasta las nociones marxistas de marca y
huella21.
Ahora bien, aunque Lacan contempla el concepto de materialidad22, ésta suele ser
objeto de concepciones equivocadas, tal como lo sugiere Jameson:

Se apela a la noción lacaniana de un “significante material” y a


unas pocas débiles alusiones a las vibraciones sonoras de la lengua
en el aire y el espacio, como fundamento de una visión
genuinamente materialista. El marxismo, sin embargo, no es un
materialismo mecánico sino histórico: no afirma tanto la primacía
de la materia sino que más bien insiste en una determinación
última por el modo de producción” (Jameson 1989, p. 37-38).

Fue esta, precisamente, la perspectiva que le habilitó a la sociosemiótica la reflexión y le


dio los elementos teórico-metodológicos, para el análisis de la dimensión ideológica: el
sentido deviene material en virtud del proceso de producción en el que las condiciones
materiales han dejado su rastro. De ahí que la sociosemiótica –como el psicoanálisis- no
aspira a alcanzar ningún sentido profundo.

Conocimiento como Proceso


Ni para Peirce, ni para de Saussure, la semiosis está vinculada a la comunicación sino a la
comprensión: “La lengua es el conjunto de los hábitos lingüísticos que permiten a un
sujeto comprender y hacerse comprender” (1916/1979, p. 144) y “Un signo es algo
mediante cuyo conocimiento conocemos algo más” (Peirce, 1987, p. 116). En Peirce el
conocimiento se concibe como proceso semiótico23. Ahora bien, ¿por qué la idea de
proceso no entra en el esquema de de Saussure? Porque en la medida en que se trata de
un circuito que va de un mecanismo psíquico a un mecanismo fisiológico (del concepto a
la imagen acústica), no hay idea de producción. La instauración del método sincrónico y
binario permite observar estados pero no procesos.
La preocupación por el conocimiento orienta, entonces, las especulaciones de
Peirce. El punto de partida de todo proceso cognitivo para Peirce, es la experiencia. Así,
el objeto dinámico (dinamis = fuerza) impulsa la semiosis. Marafioti explica la el asunto
de la siguiente manera:

El objeto inmediato es el objeto visto desde el contexto del signo –


su contenido representativo- mientras que el objeto dinámico
puede ser considerado como el dinamismo, la máquina que
conduce el proceso semiótico; es lo que provoca al signo. El objeto
dinámico del signo es una mano invisible que guía el proceso
semiótico a la determinación final. (Marafioti, 2004, p. 77)

Pero ¿cómo se explica –se pregunta Verón (1988/ 1993)- que un segundo (el objeto)
pueda determinar un tercero (el signo)? (Verón, 1988/1993, p. 115) La respuesta expresa
una paradoja: es que se trata ya de un tercero: “Si se puede decir de un objeto que
determina un signo, es porque el objeto mismo, como el representamen y el interpretante,
es un signo” (Verón, 1988/ 1993, p. 115). Es decir que, en definitiva, el objeto dinámico
(el objeto “real”) propulsa la semiosis pero algo de él queda fuera. Eso explica por qué el
objeto es un producto de la semiosis y a la vez, la semiosis es producto del objeto.
Veremos más adelante, cómo tanto para Peirce como para Lacan, el objeto como falta,
impulsa el proceso semiótico. La diferencia –crucial- es que en Peirce está claro que algo
del objeto se recupera tangencialmente como huella. En Lacan, queda aislado en la
deriva de la cadena significante.
En Peirce el objeto no se presenta directamente a nuestro pensamiento (como en
el realismo) ni posee una esencia aprehensible para nuestra razón (como en el
racionalismo). Lo que conocemos es lo que se presenta ante nuestra percepción (el
fenómeno) como algo en principio, informe y desorganizado. Para ordenar la
multiplicidad desestructurada de los fenómenos, el pensamiento recurre a operaciones de

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categorización. La semiosis se define como un proceso de inferencias que se da por


abducción de las categorías (Deladalle, 1996, p. 36).
Finalmente, el conocimiento en Peirce es siempre relacional. Su insistencia en la
necesidad del saber colateral implica que nada puede conocerse “en sí” o de manera
inmanente. La retroducción (abducción), como operación de unir discontinuidades
lógicas, da cuenta del proceso a partir del cual se cristaliza un signo. Hay cruces en la red
semiótica que permiten su cristalización y otros que no la permitirían nunca. En este
mismo orden se puede explicar la metáfora lacaniana del punto de almohadillado. La
significación es siempre retroactiva. Cuando se produce un corte en la cadena de signos,
la comprensión resulta de la retoma de datos previos. Es entonces cuando se produce lo
que para Lacan sería el efecto de significación y para Peirce, el Interpretante final. Una
original elaboración de una teoría de la lectura como esta puede observarse en el film Los
sospechosos de siempre (The Usual Suspects). Este filme de Brian Singer muestra, a
través del intercambio discursivo de los personajes del sospechoso (Verbal, el que
declara) y el inspector de policía (el que interroga), hasta qué punto un relato se construye
sobre la base de indicios, los que van adquiriendo un valor y una coherencia interna al
hilo del discurso. Y cómo, al final del relato, y puestos en relación con un dato colateral
(otro indicio), se re-significan, modificando la comprensión integral. Verbal, el narrador,
construye un sentido uniendo elementos lógicamente inconexos. El inspector, que quiere
conocer la verdad, la descubre sólo al final, por un detalle que quiebra la solidez del
testimonio de Verbal, pero no pude alcanzarla.

La Significación como Proceso


Mientras que en la concepción binaria de de Saussure prevalece lo plano, la superficie24,
en Peirce, el signo se despliega en tres dimensiones que se triplican en abismo. Se diría
que se trata de un fractal o una especie de Aleph –ese misterioso objeto de la ficción de
Borges que ofrece la visión de todo, a la vez y desde todos los puntos de vista- que
permite desamarrar el significado de un punto de vista único, de un origen o un fin.
Como vemos en el siguiente gráfico, cada uno de los tres elementos del signo (S = Signo,
O = Objeto, I = Interpretante), contiene a los otros tres.

O (S) I = S

O (S) I = S

O (S) I ...

Así, la semiosis es un proceso infinito. Pero el discurso no lo es. Si tenemos en cuenta


que la aproximación de Peirce parte de un paradigma lógico-pragmático, el interpretante
final puede entenderse como inagotable (todas las interpretaciones posibles) desde el
punto de vista lógico, pero desde el punto de vista pragmático, el interpretante final es el
espacio en el que se acota el sentido. Así lo entienden algunos de sus más consagrados
lectores. Eliseo Verón (2002) renueva el sentido de la semiosis infinita recurriendo,
recientemente a la noción de espacios mentales25. Gerard Deladalle, por su parte,
entiende que el interpretante lógico, en tanto efecto significativo del signo, no es final, si
se considera únicamente la serie lógica (infinita) de los signos, pero es final, “si se
considera al sujeto de la lógica, el hombre, en el cual los efectos significativos depositan
una especie de regla de interpretación, un hábito mental que es el verdadero interpretante

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lógico vivo y final” (Deladalle, 1996, p. 31). Asímismo, Umberto Eco coincide en que la
enciclopedia sería inalcanzable si no tuviera el límite lógico que es el universo del
discurso (Eco, 1979, p. 57) y afirma que la noción de interpretante no debe ser entendida
exclusivamente en términos semánticos sino también pragmáticos: “Una vez que hemos
recibido una secuencia de signos, esta altera en forma permanente o transitoria nuestro
modo de actuar en el mundo. Esta nueva actitud es el interpretante final. En este punto se
detiene la semiosis ilimitada.” (Eco, 1979, p. 66)
Lacan, como Peirce, enfatiza el carácter triádico de la significación, cuando
establece que

[n]ada finalmente se interpreta, (...) sino por intermedio de la


realización edípica (...) Esto quiere decir que toda relación de dos
está siempre más o menos marcada por el estilo de lo imaginario; y
que para que una relación tome su valor simbólico, es preciso que
haya allí la mediación de un tercer personaje que realiza, en
relación al sujeto, el elemento trascendente gracias al cual su
relación con el objeto pueda ser sostenida en una cierta distancia.
(Lacan, 1953 p. 13)

De modo que así como para Peirce los signos correspondientes a las categorías de
Primeridad (lo posible) y de Secundidad (lo existente) sólo son inteligibles cuando cobran
estatuto simbólico, es decir, cuando alcanzan a ser Terceridades (la realidad de lo real,
parafraseando a Verón). Asimismo, en el campo del psicoanálisis, para que un fenómeno
se inscriba en el registro de lo imaginario (que implique un desplazamiento) no es
suficiente para que sea analizable: “es preciso que represente otra cosa que él mismo”
(Lacan, 1953 p. 7), es decir que haya una representación de dicha relación imaginaria.
De lo contrario sería inanalizable. Es que en el intercambio analítico se trata de lo
simbólico: “sea que se trate de síntomas reales, actos fallidos y lo que sea que se inscriba,
se trata todavía y siempre de símbolos” [...] “el síntoma expresa, el también, algo
estructurado y organizado como un lenguaje.” (Lacan, 1953 p. 7)
Algunos teóricos, lectores de Peirce que tienen un pensamiento coherente con sus
ideas de semiosis infinita y de objeto como producto de la semiosis, usan la noción de
huella –que lo es, precisamente del reconocimiento de Peirce. Derrida, por ejemplo,
ubica el surgimiento de la significación en el vacío entre ste. y sdo. y alude a este proceso
infinito al que denomina differance, como despliegue de las distintas capas sucesivas del
sentido que se va transformando y difiriendo de ste en ste. (Derrida, 1967). Pero este
punto de vista, mantiene resabios de una concepción del signo binario y no resuelve la
relación entre el signo y el objeto. En este sentido, Lacan advierte:

La trampa, el agujero en el que no hay que caer, es creer que los


objetos, las cosas son el significado. El significado es algo muy
distinto: la significación, les expliqué gracias a San Agustín que es
tan lingüista como Benveniste, remite siempre a la significación,
vale decir a otra significación. El sistema del lenguaje, cualquiera
sea el punto en que lo tomen, jamás culmina en un índice
directamente dirigido hacia un punto de la realidad, la realidad
toda está cubierta por el conjunto de la red del lenguaje. (Lacan,
1955-56, p. 51)

Deleuze, por otro lado, expresa una certera crítica al privilegio del régimen del
“significante.” Su postura es no dar primacía a la semiología del lenguaje para dar lugar a
una aproximación pragmática, acorde al pensamiento de Peirce:

Si llamamos semiología a la semiótica significante, la semiología


sólo es un régimen de signos entre otros, y no precisamente el más
importante. De ahí la necesidad de volver a una pragmática, en la
que el lenguaje nunca tiene universalidad en sí mismo, ni
formalización suficiente, ni semiología o metalenguaje generales.
(Deleuze, 1988, p. 117)

El problema que advierte Deleuze es que en tanto que nos ocupamos del régimen
significante del signo, se pone el acento en la remisión infinita, con lo cual, dice, se

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podría incluso, prescindir de la noción de signo, ya que en lugar de prestar atención a la


relación con un estado de cosas que designa o con la entidad que significa, se toma
únicamente la relación formal del signo con el signo en una cadena cerrada. Esto trae
aparejado que no nos ocupemos de los índices (estados de cosas territoriales que
constituyen lo designable), ni de los íconos (operaciones de reterritorialización que
constituyen lo significable), sino del signo considerado como símbolo, en un grado de
desterritorialización tal que resulta una constante referencia del signo al signo (Deleuze,
1988, p. 118).

Pérdida y Recuperación del Sujeto


Aunque de Saussure concibe un signo de carácter psíquico, parecería que el sujeto no
tiene ninguna actividad en el proceso de la significación. En cambio, siguiendo a
Deladalle (1996), el aparente desplazamiento del sujeto que suele atribuírsele a Peirce
parte de su prescindencia de toda idea de subjetividad e intencionalidad y de su
concepción del sujeto como un signo, con capacidad interpretante:

Peirce defendió constantemente la naturaleza social del signo. No


oponiendo, como de Saussure, la lengua al habla, sino eliminando
pura y simplemente el sujeto del discurso. Por supuesto, es “yo”
quien habla, pero lo que él dice no es y no puede ser “subjetivo”: el
“yo” es el lugar de los signos y singularmente el lugar de los
interpretantes, un lugar que no está aislado; muy por el contrario,
un lugar en situación, y toda situación es social. (Deladalle, 1996,
p. 124)

En Peirce, un signo significa siempre algo para otro signo. O bien, parafraseando a
Lacan, el signo es lo que significa un sujeto para otro signo. Aunque el interpretante es
un concepto más amplio que el intérprete: en el diccionario, los interpretantes de las
palabras son más palabras, en la vida cotidiana pueden ser sentimientos, acciones,
pensamientos, etc. El sujeto frente a un signo es presa sus efectos y es compelido a
interpretar. El objeto deviene signo y motoriza las operaciones mentales de la percepción,
la acción y la comprensión. Es por eso que Peirce lo llama dinámico. La relación entre
el sujeto y el objeto es, para Peirce, una relación de conocimiento y el objeto será el
producto de esa relación, establecida a través de las tres categorías. Y el sujeto no puede
conocer sino mediante Terceridades. De manera que la consumación del signo es la
Terceridad, de donde se deduce su carácter social. Es decir que, así como en el
estructuralismo, el sujeto es sujeto de la estructura, en Peirce el sujeto es sujeto de la red
semiótica: el signo ocupa el lugar del objeto ausente. Así, lo que recupera al sujeto en la
semiótica de Peirce es el carácter social (público) de la significación. Y de modo similar,
para Lacan “Lo que distingue el símbolo del signo es la función interhumana del
símbolo.” (Lacan, 1953, p. 8). El orden simbólico es aquel al que accede el niño con la
adquisición del lenguaje y es, a la vez lo que le permite adjudicar sentido a su propia
identidad. Así, la subjetividad es un resultado de la estructura, es decir, del propio
lenguaje (Jameson, 1980).
Lacan establece una relación entre cultura, lenguaje y vínculo social. Para Lacan
la cultura constituye el lazo social, instaurado en forma de lenguaje (Lacan, 1972-1973).
Miller (1986) evoca la imagen del niño preso de la estructura26, de donde viene la idea de
que así como un signo sólo es concebible dentro de la estructura, donde cobra
significación (valor), también el sujeto sólo es concebible en el marco de esa estructura
que es la cultura, y que es en definitiva, el lenguaje. De ahí que, llevado al extremo, “un
hombre no es otra cosa que un significante” (Lacan, 1972-1973, p. 44) o bien “[e]l sujeto
es lo que se desliza en la cadena significante” (Lacan, 1972-1973, p. 64).
Lacan restituye la relación del sujeto con el objeto, a través de los tres registros de
la realidad humana: Real, Imaginario y Simbólico (pronto veremos cómo el objeto
funciona en los tres registros como falta). La instauración del orden simbólico es, como
anticipé, un proceso que conduce al sujeto a la socialización. La explicación de este
proceso se encuentra desarrollada fundamentalmente en El estadio del espejo: “la función
del estadio del espejo se nos revela entonces como un caso particular de la función de la
imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad.” (Lacan, 1949, p.
14). Por el carácter dual, enajenador de la imago, el sujeto se construye en una relación
proyectiva con un Otro que resulta ser un otro yo, o imagen especular (Jameson, 1980).
De modo que el sujeto no es negado, sino reenviado a su duplicidad. Pero, aunque en El

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estadio del espejo el conocimiento de sí aparece, en principio, como conocimiento


paranoico, la construcción de la imagen del yo es finalmente, un efecto del lenguaje. El
lenguaje opera básicamente con dos funciones: la función de corte (dividir, fragmentar,
segmentar) y la función de unión (construcción de figuras, armado de totalidades). En El
estadio del espejo Lacan teoriza cómo se organiza el cuerpo a través de la mirada del otro
(la función materna). La integración de las partes fragmentadas del cuerpo requiere por
un lado el espejo pero sobre todo el reconocimiento del otro.
Verón sigue esta línea trazada por Lacan y transpone el planteo a términos
peirceanos para estudiar cómo el sujeto se estructura en el interior de la red discursiva,
acorde a tres niveles: indicial (Secundidad), icónico (Primeridad), y simbólico
(Terceridad)27. La primera etapa de esta estructuración es la que Piaget caracteriza como
sensomotriz (Verón, 1988/93, p. 141) y corresponde a lo que en Peirce aparece como
dimensión indicial. En la relación del niño con la madre, al conector contiguo y continuo
que es el cordón umbilical (cuerpo-cuerpo), le sucede el conector discontinuo que es el
pecho (pecho-boca) y finalmente el contacto es desplazado a la inmaterialidad de la línea
óptica. Siguiendo esta línea, lo imaginario de Lacan concentraría lo icónico y lo indicial
de Peirce. El punto clave del planteo de Verón es que en el espacio perceptual del sujeto,
lo icónico no se da en estado puro, y lo indicial concentra las capacidades del ícono y del
índice. Así establece la idea de que la mirada articula el orden analógico de la imagen y
el orden metonímico de los desplazamientos: “la mirada aparece entonces como una
bisagra entre el orden metonímico y el orden icónico.” (Verón, 1986 p. 146) La noción
de contacto que Verón lleva al análisis del medio televisivo,28 surge de esta función de la
mirada, evidentemente icónica pero dominantemente indicial.
Resumiendo: desde la perspectiva lacaniana tanto como desde la peirceana (vía
Verón), la primera etapa en el desarrollo evolutivo del sujeto está encarnada
principalmente en un espacio umbilical: el niño y la madre como cuerpos contiguos. La
segunda etapa está asociada al reconocimiento de la propia imagen (el contacto se
desplaza a la mirada materna) y la tercera, está signada por la sociabilización. Los
reenvíos entre los cuerpos encontrarán sus límites en el transcurso del proceso de
sociabilización, donde ciertos trayectos serán prohibidos, reprimidos, etc. En conclusión,
lo que es para Peirce la fase más acabada del proceso semiótico (lo simbólico, es decir la
ley) resulta también para Lacan la única mediación posible entre el sujeto y la realidad.

La Verdad
En Lacan, como vimos, no se trata ya de una adecuación del signo con respecto al
referente sino del ste. al sdo., como quedaba explícito en de Saussure. Barthes propone,
en este caso, substituir la noción de verdad, por la de coherencia interna. Si el sdo. no es
una copia de la realidad sino una construcción, entonces esta construcción ha de ser
coherente. De este modo, la prueba del valor de verdad no podrá ya depender de la
experimentación o cualquier otra prueba científica, sino, tal como sucede en la
lingüística, de la coherencia del sistema (cfr. Jameson, 1980).
La idea de verdad como coherencia interna es contraria a la concepción de Peirce,
para quien la verdad deriva de dos fundamentos: su dependencia de la experiencia y su
carácter deliberativo (conflictivo, argumentativo, público). La verdad es en Peirce, un
signo que expresa algo de su objeto, es decir, un juicio, que como tal, está sujeto a la
sanción del otro. Como Lacan, Peirce atribuye al Otro un rol determinante como lugar de
sanción de la verdad (Lacan, 1972-73).
Lacan comparte también con Peirce la concepción de una verdad conjetural,
falible y parcial: “Vuelvo a manifestar mi aborrecimiento por la doctrina según la cual
una proposición cualquiera es infaliblemente verdadera” (Peirce, 1987, p. 134).
Paralelamente, en Lacan “lo verdadero apunta a lo real. [La verdad] cada vez que se
afirma como un ideal cuyo soporte puede ser la palabra, no es cosa fácil alcanzar […]
Toda la verdad es lo que no puede decirse. Ella sólo puede decirse a condición de no
extremarla, de sólo decirla a medias.” (Lacan, 1972-1973 p. 110 a 112)
El denominado paradigma indicial insiste en que la verdad no es lo más profundo
de las cosas (ni como decía un poeta “invisible a los ojos”) sino lo más superficial (como
decía otro poeta: “lo más profundo es la piel”). Esta es la enseñanza de Hipócrates. La
medicina hipocrática se convirtió en leit motiv de los estudios semióticos precisamente
porque se constituye alrededor del concepto de síntoma. La enfermedad –como la
verdad– no se ve “toda.” Se muestra en aspectos, partes que despuntan, irreprimibles,
como el lapsus, diría Freud, o como una compulsión ciega, diría Peirce: el síntoma.

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Dicho esto, revisemos otra serie de correspondencias en lo referido a la


concepción que tienen Peirce y Lacan de los tres registros con que conciben la relación
del sujeto con el mundo.

Peirce bajo la Lupa de Lacan. Iconicidad, Indicialidad, Simbolicidad

Iconicidad
Los íconos son signos pertenecientes a la categoría de Primeridad. Entonces,
corresponden a las meras apariencias, a las cualidades, como si se las pudiera aislar. Es
decir que son las sensaciones desterritorializadas del objeto. Esto es así porque se trata
sólo de posibilidades de ser, no de hechos. Cuando se actualizan, es decir, cuando
establecen conexión con un segundo (el objeto), cobran existencia (índices). Los íconos
entonces son signos en los que prevalece el orden de la Primeridad, esto es, de la imagen.
En este sentido se reconocen por su relación de semejanza con el objeto, pero, a
diferencia de los índices, carecen de conexión dinámica con él. Esto explica por qué son
capaces de generar relaciones analógicas aún cuando su objeto no fuera existente, sino,
solamente, por ejemplo, otro ícono.
Volviendo en la función de la mirada en la teoría de Lacan, cuando Verón (1986)
describe su funcionamiento, le atribuye un doble carácter, a la vez icónico e indicial.
Hasta tal punto es importante que la mirada opere conjuntamente en ambos registros que
si esto no ocurre, cuando la mirada se congela, se inmoviliza, se produce la suspención del
recorrido metonímico y esa fijación de lo figural da lugar al fantasma. Esta
inmovilización que está en el origen de lo icónico es inseparable de la censura. Pensemos
sino –dice Verón (1988)– en el fantasma de la escena primitiva.

Indicialidad
Los índices pertenecen a la categoría de Secundidad, que supone ya la relación. Esto es, la
cualidad que se territorializa. De este modo se reconoce el índice porque está formando
un par orgánico (relación de contigüidad) con el objeto. Si los íconos son marcas cuya
conexión aún no se ha establecido, los índices son huellas que remiten a su objeto.
Entonces, se trata ya de fenómenos existentes. Corresponden a la esfera de la experiencia
y la acción (bruta), sin (todavía) reflexión.
Los índices se caracterizan también por establecer un doble reenvío: hacia el objeto
y hacia el sujeto que lo percibe. Ejercen una ciega compulsión –dice Peirce– en lo que
apunta (toca) al objeto y en lo que apunta (toca) al sujeto. Este doble reenvío puede
observarse en Lacan, en la pulsión escópica que vincula el Ver (imagen del objeto) con el
placer orgánico del sujeto.
Así, los índices en tanto secundidades, se definen como acción. La lingüística ha
tenido que recorrer un tortuoso camino para llegar a una teoría de los actos de habla o de
la acción comunicativa. En cambio, para Peirce la dimensión de acción ya está
contemplada en el signo, desde el principio.
En sus últimas producciones, Lacan reconoce esa fuerza del signo cuando
advierte: “El significante es ante todo imperativo” (Lacan, 1972-1973 p. 43) y también
“[e]l signo no es pues signo de algo; es signo de un efecto” (Lacan, 1972-1973 p. 64). El
resultado de invertir la jerarquía de los elementos formales del signo de Saussure, es que
el ste. ya no está subordinado al sdo.; no expresa el sdo. sino, antes bien, actúa sobre él,
lo modifica, incluso, lo crea (Millar, 1986 p. 17). Así la palabra (el signo), en Lacan
como en Peirce, alcanza al sujeto con efectos energéticos. De ahí que la palabra juega una
función mediación. Podemos ver cómo en las producciones más tardías de Lacan, el
significante tiene los atributos de la indicialidad: perceptibilidad, superficialidad pero
también, materialidad y acción. El significante comparte con el indicio la virtud de
ocultarse siempre en el lugar más visible. Si una enseñanza dejó el género policial es que
sólo hay que saberlo ver. Miller seña al respecto que ya la actividad de Freud era “una
actividad de desciframiento” (1986, p. 7). De ahí que la especificidad del psicoanálisis es
operar sobre el síntoma a través de la palabra. Y de ahí también que los mecanismos
primarios de la actividad inconsciente son concebidos en términos de condensación
(metáfora) y desplazamiento (metonimia).29
Finalmente, siendo el registro indicial el imperio de lo dual, su dimensión
conflictiva aparece tanto en Peirce como en Lacan: en tanto que para Peirce la
Secundidad adopta en el carácter de relación pero también de lucha, en Lacan la imagen y
la relación con la imagen asume tanto la forma de identidad como de diferencia. Y es

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únicamente en el orden Simbólico donde reside, para ambos teóricos toda posibilidad de
resolución del conflicto y la diferencia.

Simbolicidad
Lo simbólico aparece en de Saussure, Peirce y Lacan. En de Saussure, es del carácter
arbitrario del signo de donde se deduce su convencionalidad, es decir, su condición
social30. Pero como vimos, este aspecto no dio lugar a desarrollos teórico-metodológicos,
debido a las limitaciones ideológicas del propio sistema. En las antípodas, el trabajo de
Peirce apunta a señalar cómo todo lo que el sujeto puede conocer y aún su carácter de
verdad está sujeto a una trama de convenciones sociales. Peirce y de Saussure coinciden
al sostener una especie de contrato: en de Saussure la lengua es un tipo de contrato
establecido entre los integrantes de una comunidad, y en Peirce, el interpretante es la
instancia de Terceridad que concentra los hábitos interpretativos de una comunidad.
El lenguaje, en de Saussure tiene un aspecto individual (multiforme y
heteróclitico) y por lo tanto, imposible de esquematizar para un abordaje científico, y otro
aspecto general, como conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo
social. De manera que el individuo, por sí sólo no puede alterar los estados de la lengua.
Igualmente, para Peirce, quien reducía al que intentara sostener su propio concepto
individual, al rango de “pequeño chiflado” (Peirce, 1987, p. 134). Y del mismo modo
para Lacan, para quien el niño está bañado por el lenguaje desde el inicio, al punto de
desafiar las teorías centradas en el aprendizaje.
Pero decir que la consumación de la semiosis es la Terceridad no es lo mismo que
decir que los procesos de asignación de sentido concluyen tan fácilmente en un armónico
consenso. La postura de Peirce, a diferencia de Saussure, contempla la posibilidad de
disenso. En Peirce, el antagonismo en la producción de sentido es propio de la
Secundidad y se mantiene en el carácter polémico de la argumentación, grado máximo de
elaboración del signo31. A su vez, lo simbólico en Lacan, cuyo carácter social es incluso
observable en la conducta de los animales, supera la rivalidad de la relación imaginaria
en virtud de la dimensión pacificadora de la palabra32. De esta concepción se sigue, en
ambos teóricos, que la semiosis no es el terreno tranquilo de los consensos sino un
espacio de lucha por las relaciones de poder. El poder de significar, es el efecto de los
signos.

Lacan bajo la lupa de Peirce: Imaginario, Simbólico y Real

Imaginario
Lo imaginario está signado por la idea del doble. Es el registro de la imagen. De ahí, la
idea de alienación imaginaria, que está en la base del yo (moi): el yo (moi) está
constituido por un desorden de identificaciones imaginarias. Esto explica la relación
paranoica con el objeto del deseo (Miller, 1986). Ahora bien, si el deseo es el soporte
material del registro imaginario, y si el deseo esta definido en tanto deseo de otra cosa,
entonces aparta al sujeto de sus necesidades (Cabas, 1983). En este esquema, el
narcisismo es concebido como una relación de dos en la que hay una pérdida. El sujeto
queda definido recíprocamente por relación a sí mismo (que es otro). Es el estadio
constitutivo del sujeto, superado por la entrada a lo simbólico. El registro imaginario
exige los atributos tanto de lo icónico como de lo indicial peirceano para explicar el
comportamiento sexual: imagen, reenvío corporal, reversibilidad, carácter energético y
desplazamiento.

Simbólico
Así como lo imaginario es el registro del deseo, lo simbólico es el registro de la ley (de la
culpabilidad): “lo simbólico, es decir aquello en lo que el sujeto se compromete en una
relación propiamente humana, desde que se trata del registro del ‘yo’ (je), aquello en lo
que el sujeto se compromete en “yo quiero...yo amo...” (Lacan, 1953 p. 13).
En esa estructura de lenguaje33 que es el inconciente, cada uno de los elementos
en sí mismo, carece de significación. Un elemento sólo cobra valor (sentido) en relación
con otros. Este es el marco de inteligibilidad que aportó el método sincrónico de la
lingüística. Convengamos, con Miller (1986 p. 15) que el síntoma es un defecto de
simbolización (dicho en términos peirceanos, no llega al nivel de elaboración de la
terceridad) y por eso resiste e insiste. En el neurótico, los síntomas son “palabras
amordazadas” por falta de acceso a alguna forma de simbolización: “el sujeto realiza
unas imágenes desordenadas en las que ellas son sus sustitutos.” (Miller, 1953 p. 9) Esta

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clausura de todo lo humano ceñido a lo simbólico y a la falta de objeto, recibe un


tratamiento similar desde el punto de vista peirceano cuando se alude a la semiosis como
un mundo cerrado, clausurado semióticamente: “Si se dice que el objeto determina al
signo, no se puede entender por “objeto” un segundo propiamente dicho (es decir una
existencia actual, phaneron de la Secundidad (...) Si se puede decir del objeto que es
determinante, es porque el objeto mismo es ya un tercero.” (Verón, 1988/93 p. 115)
Ahora bien, en el mundo hay cosas que no son signos. ¿Cuál es en el sistema de Peirce el
estatuto de lo real? Aquello que no es simbolizado. Lo que asegura la realidad de lo real
es el orden simbólico, la ley.

Real
Como observaba Françoise Dolto en la discusión que siguió a la Conferencia Lo
simbólico, lo imaginario y lo real (Lacan, 1953): “Llegamos todo el tiempo a ¿qué es lo
real? y todo el tiempo se nos escapa.” A diferencia de lo real, la realidad es una
construcción discursiva. Lo Real implica el retorno de lo reprimido. Pero no un retorno,
como en la neurosis, en la dimensión del discurso: lo reprimido en el orden simbólico
vuelve en lo real. En la psicosis la emergencia de lo real se da por la falta de enlace entre
el sujeto y la realidad.
Lo real es la zona donde la dimensión simbólica del lenguaje está ausente, donde
todo es literal, donde no hay metáfora, donde las palabras son cosas, donde las imágenes
se confunden con el objeto porque no hay mediación. No hay interpretante. Es la zona en
donde el único sentido posible deviene alucinación, fantasma o acto (acción bruta, sin
pensamiento) porque las imágenes carecen de existencia y de realidad. El objeto (se) pega
directamente al cuerpo.
Desde la visión peirceana de Verón, se puede distinguir lo Real (aquello que no es
simbolizado, pero a lo que tiende la semiosis), de la realidad como construcción
discursiva: “lo real es aquello sobre lo que más tarde o más temprano debería desembocar
finalmente la información y el razonamiento; lo que en consecuencia es independiente de
las extravagancias del yo y del tú. El verdadero origen de la realidad muestra que esta
concepción implica esencialmente la noción de una comunidad, sin límites precisos,
capaz de un crecimiento definido de conocimientos.” (Verón, 1988/93, p. 119) En este
sentido pueden equipararse las ideas de Real, Objeto Dinámico y Verdad, como veremos
enseguida.

Estatuto del Objeto

La cuestión de lo real nos lleva a una digresión sobre el estatuto del objeto. Ya hemos
visto cómo, desde la teoría de Lacan, el objeto funciona como falta en los tres registros:
en lo imaginario el objeto es el objeto en cuanto objeto del deseo del otro; en lo simbólico
el símbolo del objeto es justamente el objeto ahí cuando ya no está ahí ; y en lo real como
totalidad o instante desvanecido (Lacan, 1953). Igualmente, en Peirce, el objeto
dinámico, falta siempre. En tanto objeto “real”, total, dinamiza la semiosis pero es
imposible captarlo entero. Es lo que queda por señalar. Es lo que falta representar.
Como la verdad, falta por completo. Sólo se da en fragmentos. La migaja que se
desprende de ese objeto es a lo que llamamos objeto inmediato. Es lo producido por la
semiosis. De modo que es un signo, interior a la matriz semiótica. El objeto dinámico,
en cambio, existe fuera de la semiosis. Y como no puede expresarse, sólo puede
indicarse. Se diría que todo signo es un indicio del objeto dinámico. De ahí que su
emergencia, en tanto régimen que compromete predominantemente el cuerpo, puede
compararse con la emergencia de lo real bajo la forma corporal o de trauma.
Como el objeto inmediato de Peirce, el objeto al que Lacan llama el objeto a no es
ningún ser. El objeto a es lo que supone de vacío una demanda, que se desplaza
metonímicamente desde el principio al fin de la frase (Lacan, 1972-1973). Ahora bien,
aún cuando tanto en Peirce como en Lacan, “El objeto es lo que falla. La esencia del
objeto es el fallar,” (Lacan, 1972/73 p. 73) la paradoja de Lacan es que parece intuir las
ventajas de sostener una concepción ternaria de la significación, y sin embargo, en un
punto, sigue siendo presa del signo binario. Hemos visto en Lacan, como en Peirce, que
el proceso es dinamizado por la falta del objeto, pero debemos observar una diferencia
fundamental: la explicación del proceso semiótico se da en Lacan por la sustitución de un
significante por otro. El lenguaje sólo puede expresar la falta de objeto (origen del
síntoma). Así, en tanto que la falta del objeto, instala una substitución vehiculizada por
un elemento arrancado del signo binario, el objeto no se recupera: el esquema ste/sdo no

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remite al objeto ni siquiera en estado de huella, no expresa ni representa al sdo., reenvía


a otro ste. En cambio, el esquema Signo/ Objeto/ Interpretante (S/O/I) sí puede remitir al
Objeto como huella porque el Objeto es un elemento constitutivo del signo mismo.
Aunque sea solamente un vestigio del objeto dinámico que queda afuera, sin simbolizar.
En este sentido el objeto dinámico sería el equivalente de lo real en Lacan.
La siguiente tabla sistematiza las correspondencias señaladas entre los tres teóricos
estudiados:
de Saussure Peirce Lacan
Habla Primeridad Real
Desestructurado Desestructurado Desestructurado
Informe Informe Informe
Indiferenciado Indiferenciado Indiferenciado
Ininteligible Ininteligible Ininteligible
Individual Individual Individual
Inexistente Inexistente Inexistente
Imagen sin conexión con el objeto Fantasma, alucinación, delirio
Posible (Im)posible
Afecto Pulsión

Fecundidad Imaginario
Dualidad Dualidad
Relación Relación
Existencia Existencia
Acción Acción
Conflicto Otredad
Imagen ligada al objeto Imagen
Corporal Corporal
Energía, fuerza Deseo
Contingente Contingente Contingente

de Saussure Peirce Lacan


Lengua Terceridad Simbólico
Simbolización Simbolización Simbolización
Orden Orden Orden
Organización Organización Organización
Ley Ley Ley
General General General
Necesidad Necesidad Necesidad
Normativa Sanción moral Culpa
Comprensión Comprensión Comprensión
Inteligibilidad Inteligibilidad Inteligibilidad
Convención Convención Convención
Social Público Intersubjetivo
Contrato Acuerdo general Cultura
Sistema Proceso Estructura descompletada

Conclusiones

Aún cuando el sonido, el sujeto, la historia, la sociedad, son inseparables del lenguaje, la
lingüística debió discriminarlos para que su estudio mereciera el nombre de científico.
El análisis (dividir, segmentar, individualizar, excluir), como principio metodológico,
trajo la ventaja de una observación minuciosa y de nombrar desde las grandes estructuras
hasta los últimos de sus elementos, para poder describirlos y clasificarlos. Esto provocó
desarrollos teóricos enormes e insospechados no sólo en las ciencias del lenguaje sino en
otras disciplinas. Las categorías que creó de Saussure fueron usadas –y aún hoy lo son–
incluso por sus detractores. El cambio de perspectiva que proponía de Saussure en los
estudios lingüísticos, a saber, el paso de los estudios diacrónicos a los sincrónicos supuso
una ruptura epistemológica que culminó con la creación de un objeto nuevo: la lengua
como sistema de todos los sistemas. La idea de que el punto de vista crea al objeto
culminó en apreciar todos los fenómenos bajo el cristal de la lingüística. Finalmente, el
aspecto general del lenguaje, para de Saussure, y a diferencia del interpretante de Peirce,
no es concebido bajo la forma de lo público sino de la totalidad (el sistema). En Peirce
no hay idea de totalidad y por eso no hay idea de representación.
La idea de totalidad es también incompatible con el pensamiento de Lacan. Su
conceptualización de la estructura es antinómica y descompletada Miller (1986). La
originalidad del Estructuralismo –como diría Jameson– ha sido la operación de deslindar
el significante en sí, (su materia) del significado, como objeto de estudio. Pero en tanto
que el signo binario no da lugar a un proceso, la comprensión queda reducida a una

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operación mecánica y unilateral (la relación de un concepto y una imagen acústica) y la


forma que adopta en Lacan la clausura semiótica, (la deriva de stes. a stes.) estorba la
articulación entre signo y objeto. En cambio, en Peirce, un signo siempre produce
conocimiento. Un signo permite conocer algo más –aunque podríamos agregar, algo
menos también ya que la noción de ground se refiere precisamente a la imposibilidad de
agotar el sentido- idea esta, que muestra que si en un punto fue rozado por el contexto
positivista de su época, fue en el optimismo con que concebía el progreso del
conocimiento.
Para terminar, el análisis lacaniano, como vimos, transpone las funciones
psíquicas a dos operaciones lingüísticas fundamentales: metáfora y metonimia, que son
en definitiva, la reedición de los conceptos de identidad y diferencia que ya operaban en
de Saussure (Jameson, 1980). En la metáfora, el origen del síntoma se da por la
substitución de un ste. por otro y en la metonimia, el origen del deseo, se da la
substitución de un ste por otro, instalada permanentemente por la falta del objeto –el cual
es repuesto retroactivamente en la significación (Jameson, 1980). Es decir, el lenguaje no
puede expresar objeto alguno, excepto su misma ausencia, de modo que debe recurrir
necesariamente a la substitución, describiendo o bien a qué se parece (metáfora) o bien
persiguiendo sus recorridos (metonimia).
Visto en términos peirceanos, esta dinámica contempla la dimensión icónica
(Primeridad) y los trayectos indiciales (Secundidad). Si vemos el proceso analítico según
su perspectiva, seguiría estos pasos:
– En el momento llamado interpretación, la jugada que realiza el psicoanalista es
relacionar dos términos, un significante con otro, vale decir, dos Primeros.
– El resultado de esa relación da lugar a una proposición, un juicio, un Segundo.
Esto es, una clase de signo que puede ser sancionado como verdadero o falso.
– La culminación de este acto semiótico se da a partir de la jugada del paciente que
produce (o no) el Interpretante. Este tiene carácter de argumento, es decir, será válido o
inválido, pero nunca verdadero o falso.

Como corolario, cuando el psicoanalista abrocha dos signos retomados del discurso de su
paciente, estos signos pueden remitir a un Objeto (es decir a un ground del objeto que
sólo puede desplegar un abanico de múltiples Interpretantes, pero no cualquiera) y que
sólo cobra sentido como construcción de discurso. Si la relación que estableció el
psicoanalista es imposible, sencillamente, no hay Interpretante (como si se cruzaran dos
cables eléctricos: la posibilidad de que hagan chispa -que entren en contacto- depende de
que se hayan elegido los dos polos correctos). Y si la relación establecida por el
psicoanalista es correcta, esto necesariamente va a producir un efecto en el paciente. Ese
efecto es el interpretante final, que puede ser de orden emotivo, energético o cognitivo, es
decir que puede manifestarse básicamente como un sentimiento (1º), una acción (2º) o
una reflexión (elaboración) (3º).
Autor

María Elena Bisonte es Licenciada en Letras (Universidad de Buenos Aires) y candidata


al Magíster en Comunicación y Cultura (Universidad de Buenos Aires). Autora de
numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales, traductora de textos
originales en Semiología del Francés al Español; Docente e Investigadora (Universidad
de Buenos Aires). [email protected]
Referencias

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Notas

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Aesthethika
International journal on culture, subjectivity and aesthetics©
Volume 1, No. 1, Fall 2004

1
En La semiosis social, Verón (1988/ 1993) toma el Curso como un caso donde analizar
la relación entre ciencia e ideología.
2
Ver también Verón: 1985, Post-modernidad y teorías del lenguaje: el fin de los
funcionalismos, donde se lee: “A comienzos del siglo XX, el funcionalismo fue, de algún
modo, “el comité de bienvenida” de las ciencias sociales, preformadas por el positivismo
durante el siglo anterior. Para evocar un solo ejemplo de este paso del horizonte positivista
al horizonte funcionalista digamos que esta distancia es la que separa una teoría
psicoanalítica expresada en metáforas eléctricas e hidráulicas a un psicoanálisis concebido
como teoría adaptativa.” (Verón, 2004, p. 62)
3
“En lingüística –dice Verón (1985/2004) – se hará del Curso de Lingüística General una
lectura “comunicacional”: se pasa así de la idea de la lengua como institución social que
impone sus reglas a un sujeto parlante que no puede cambiarla en nada, a una visión de la
lengua como “herramienta de comunicación” al servicio de las “intenciones” de los
locutores.” (Verón, 2004, p. 62.)
4
Ver la lectura de Morris que hace Magariños de Morentin (1983).
5
“En el Seminario IX, ‘La identificación’, de 1960, Lacan alude, preocupado por describir
la lógica del significante, al texto de Peirce ‘La silogística aristotélica’, pero sin precisar la
cita. Presenta allí lo que más tarde, en el Seminario XV, ‘El acto psicoanalítico’, de 1966,
llamará ‘el cuadrante de Peirce’, que resalta el lugar constitutivo del universal que supone
el vacío o la ausencia de rasgo.” (Marafioti, 2004, p. 25)
6
Todas las referencias de Curso de Lingüística General remiten a la edición de Buenos
aires, Losada, 1969.
7
¿Quién es el Autor del Cours...?, en términos de Lacan (1957), ese conjunto de sus
lecciones que la piedad de un grupo de discípulos editó como Curso de Lingüística
General.
8
Cfr. el siguiente comentario de Deleuze-Guattari (1988): “Puesto que nadie ignora que
una lengua es una realidad variable heterogénea, ¿qué significa la exigencia de los
lingüistas de elaborar un sistema homogéneo que haga posible su estudio científico? (...) el
modelo lingüístico por el que la lengua deviene objeto de estudio se confunde con el
modelo político por el que la lengua está de por sí homogeneizada, centralizada,
standarizada, lengua de poder, mayor o dominante (...) La unidad de una lengua es
fundamentalmente política. No hay lengua madre, sino toma de poder por una lengua
dominante (...) ¿Habría pues, que distinguir lenguas mayores y menores, bien basándose
en la situación regional de un bilingüismo o de un multilingüismo que implica como
mínimo una lengua dominante y una lengua dominada, bien considerando una situación
mundial que proporciona a ciertas lenguas un poder imperialista con relación a otras (por
ejemplo el papel actual del anglo-americano)?” (pp. 103 a 105).
9
Como podemos leer en el Curso (1916/1979): “Producto del espíritu colectivo de los
grupos lingüísticos” (p.45), “el lenguaje es un hecho social” (p. 47), “en la vida de los
individuos y la de las sociedades no hay factor tan importante como el lenguaje” (p. 48),
“Es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones
necesarias adoptadas por el cuerpo social” (p.51) “Cuál es el origen de esta cristalización
social?” (p. 56), ¿Cómo hay que representarse este producto social para que la lengua
aparezca perfectamente separada del resto?” (p. 57)
10
“Nunca podrá entrar en la conciencia de los sujetos hablantes más que suprimiendo el
pasado. La intervención de la historia sólo puede falsear su juicio” (1916/1979, p. 149).
11
Cfr. Diaz Polanco (1977)
12
Verón (1988/ 1993, I, “Fundaciones”) afirma que la ideología capitalista genera el
discurso funcionalista: con la instauración de un nuevo orden social surgido del
Capitalismo, el Positivismo venía a explicar ese nuevo orden, regido por un principio de
racionalidad comunicacional y no ya a partir de la idea de “contrato social”.
13
Peirce intercambió correspodencia con Lady Welby entre 1904 y 1911. Tomo aquí la
edición de Taurus, Madrid, 1987.
14
“Pero los estudios de los límites de las ciencias, en general, me convencieron de que el
Lógico debe ampliar sus estudios e incorporar todo tema conexo que no interesara a nadie
más estudiar y, en resumen, y por sobre todo, que no debe limitarse a los símbolos, pues
no se puede llevar a cabo ningún razonamiento de importancia con (sic) íconos e índices”
(Peirce, 1987, pp. 151-152). Sepamos disimular su lapsus en la última línea.
15
Sobre este punto, ver Fabbri, 1999.
16
En el capítulo IV de El Signo de los Tres.

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Ginzburg (1998) recuerda que σηµα significa tanto una huella como el signo escrito.
Es sabido que en la cultura asiática, el pictograma, una de las formas más antiguas de
escritura, ha sido históricamente interpretado como una transposición de las pisadas de las
aves en la arena.
18
Miller J. Hillis (2001), afirma que este cuento es como una letra (carta) que fue pasando
de un crítico a otro. Entre las lecturas más célebres podemos citar las de Baudelaire,
Lacan, Derrida y Barthes.
19
Creador de la Gramática generativa-transformacional, lector de Peirce, de quien afirma:
“el filósofo al que me siento más próximo y al que casi parafraseo es Charles Peirce”
(citodo en Marafioti, 2004, p. 55).
20
“Para un Signo “posible” -dice Peirce- no he encontrado denominación mejor que Tono,
pero estoy considerando cambiarla por “Marca” (...) A un signo Real lo denomino Señal; a
un Signo Necesitante, Tipo” (Peirce, 1987, p. 141), donde Marca corresponde al signo
que no entra en conexión efectiva con otro, Señal corresponde a los establecen relación
(indicios) y Tipo a su codificación.
21
“La posibilidad de todo análisis del sentido descansa sobre la hipótesis según la cual el
sistema productivo deja huellas en los productos y que el primero puede ser
(fragmentariamente) reconstruido a partir de una manipulación de los segundos. Dicho de
otro modo: analizando productos apuntamos a procesos.” (Verón, 1988/ 1993, p. 124)
22
Lacan (1955-56 p. 51) sostiene que “en lingüística existen el significante y el
significado, y el significado debe tomarse en el sentido del material del lenguaje” y Miller
(1986, p. 21): “No hay que ver al lenguaje simplemente como un medio de expresión. En
primer lugar, es algo material, que exige instrumentos, como por ejemplo este micrófono”.
23
“En cada caso una influencia del signo emana de su Objeto y (…) esta influencia
emanadora procede del Signo (…) y produce el efecto que puede ser llamado el
Interpretante, o el acto de interpretación, que consuma la acción (agency) del Signo”
(citado en Marafioti, 2004).
24
“Sea cual sea el punto de vista adoptado, el fenómeno lingüístico presenta
perpetuamente dos caras.” (de Saussure, 1916/79, p. 49)
25
El sentido de una expresión o signo se especifica y acota en esta topología espacial
(Bitonte-Grigüelo, 2002).
26
Lacan toma su concepción de estructura de Jakobson a través de Levi Strauss, de donde
parte su concepción del sujeto no sólo como preso sino también escandido por la
estructura. Es decir que los efectos de las constricciones que impone la estructura
(sistemas normativos, pautas culturales, tradición, etc.) se vuelven síntomas que recortan
el cuerpo.
27
Recordemos que las categorías no siguen un desarrollo cronológico, sino lógico.
28
En televisión el contacto concierne a la cuestión de cómo generar confianza en la
distancia. Cuando la confianza deja de estar colocada en las imágenes en sí mismas
(idelogía del reflejo) será depositada en el cuerpo del presentador. Así, la mirada en tanto
operador de formas y de deslizamientos, se convierte en bisagra entre el cuerpo
significante (orden metonímico) y la imagen (orden analógico) (Verón, 1983).
29
Son nociones que ya operaban en Saussure bajo la forma de identidad y diferencia a la
hora de definir el concepto de valor. En Peirce estas dos ideas corresponden a los órdenes
de lo icónico (análogo) y lo indicial (contiguo).
30
“La idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la secuencia de sonidos s-
u-r que le sirve de significante [...] Todo medio de expresión recibido de una sociedad se
apoya en principio en un hábito colectivo o lo que viene a ser lo mismo, en la convención”
(de Saussure, 1916/1979, pp. 130-131)
31
Así como no hay contrato social sin conflicto social, no hay hegemonía sin disenso, no
hay conocimiento sin conflicto cognitivo, no hay identidad sin diferencia, no hay consenso
sin conflicto.
32
“Mientras que la relación imaginaria, tal como la esbozamos, es fundamentalmente una
dimensión de guerra, de rivalidad mortal, Lacan encuentra en la función de la palabra una
función pacificadora” (Millar, 1986 p.15).
33
Vale aclarar que Lacan asume en sus producciones más avanzadas, que “el símbolo
excede a la palabra” (1953 p. 26).

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