La Persecución de Las Brujas Una Forma Extrema de Violencia Contra Las Mujeres.

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 8

LA PERSECUCIÓN DE LAS BRUJAS: UNA FORMA EXTEMA DE VIOLENCIA CONTRA LAS

MUJERES.

Dr. Francisco Arriero Ranz, Universidad de Alcalá

Entre 1450 y 1700 más de cien mil mujeres fueron acusadas de ser brujas,
procesadas, torturadas y humilladas públicamente. De ellas alrededor de 60.000
fueron condenadas a muerte, quemadas o estranguladas. La mayoría de los
investigadores e investigadoras están de acuerdo en calificar la persecución de brujas
como un holocausto, una gran matanza a la que durante siglos se ha prestado muy
poca atención.
Ante un fenómeno de estas características, la primera pregunta que nos
planteamos es ¿cuáles fueron las causas que hicieron que se persiguiera a miles de
mujeres acusadas de brujería? La respuesta a es compleja ya que fueron muchos los
factores que intervinieron en la gestación de ese feminicidio. Tendríamos que hablar
de causas religiosas, ya que no se pueden entender la persecución de brujas sin la
reforma luterana y las guerras de religión que enfrentaron a protestantes y católicos;
de causas políticas, ya que en el siglo XVI y XVII se produce el nacimiento de los
estados modernos y la construcción de las monarquía absolutas interesadas en
controlar y disciplinar a la población; y de causas económicas, ya que la creencia en las
brujas está directamente relacionada la desesperación de una población empobrecida
durante la llamada pequeña edad de hielo, un ciclo de bajas temperaturas
especialmente intenso en los siglos XVI y XVII, que arruinó cosechas y condenó al
hambre y la enfermedad a millones de personas.

Como es imposible analizar todos estos factores me centraré en tres aspectos


sin los que no se entiende la persecución de brujas y brujos en la era moderna.

1º.- El giro ideológico que experimenta la iglesia en la Edad Media

La persecución de brujas tiene su origen en el giro ideológico que se produjo en


el seno de la Iglesia a partir del siglo XII. Hasta ese siglo los teólogos trazaron una línea
vertical que dividía el mundo entre el bien y el mal, entre quienes que iban por el buen
camino (los cristianos católicos); y los que transitaban por sendas equivocadas: los
paganos, es decir, todos los que no comulgaban con la fe en Cristo y adoraban falsos
dioses. El enemigo era exterior y había que tratar de convertir al cristianismo a esos
paganos por las buenas o por las malas. En esa división vertical del mundo también
estaban los cristianos que aun creyendo en el verdadero Dios seguían practicando
viejos rituales mágicos y creían en las artes de hechiceros y hechiceras, chamanes,
echadoras de cartas o curanderas que preparan filtros de amor. A estos había que
sacarlos de su error, reprenderlos y hasta castigarles por haber caído en la
superstición, pero el objetivo era reconducirles al verdadero camino de la fe.
Sin embargo, a partir del siglo XII con las alarmas que generó dentro del
catolicismo el movimiento cátaro al cuestionar el poder del Papa y defender una vuelta
a la pobreza evangélica, la división entre el bien y el mal pasó a ser horizontal. El
mundo se dividirá entre quienes vivían en la luz de Cristo y quienes se ocultaban en la
oscuridad, aquellos que deformaban la fe, pactaban con el diablo y practicaban la
brujería. En este caso, no se trataba de un enemigo exterior sino que ahora el peligro
estaba dentro: era el hereje, el traidor, el que había renegado de Dios y buscaba
acabar con la cristiandad. Con el hereje no había caminos intermedios, no era posible
buscar la conversión. De manera que para evitar que siguieran contaminando la fe sólo
se podía hacer una cosa: eliminarlos.
Este giro ideológico fue la justificación ideológica que se utilizó para crear la
Inquisición medieval a finales del siglo XII. Un tribunal religioso que se dedicó a
perseguir a quienes planteasen cualquier desviación doctrinal ya que serían acusados
de herejes y condenados a la hoguera. Esta obsesión por el hereje se desarrolló en
paralelo al reforzamiento de la figura del diablo en esos siglos. Efectivamente los
teólogos medievales no tuvieron reparo en equiparar el poder de Satanás con el de
Dios, ni en establecer un silogismo fácil de entender: si el hereje podía poner en
peligro a la cristiandad era porque estaba al servicio de un señor todopoderoso1.
En realidad era una buena estrategia para cargar sobre sus espaldas la
responsabilidad de las tragedias que asolaron Europa como la Guerra de los Cien Años
que se desarrolló entre el siglo XIV y el XV (1337-1453); o la peste negra que acabó con
el cuarenta por ciento de la población entre 1348 y 1380. Las atormentadas gentes que
vivían acechadas por la pobreza y la muerte aceptaron la explicación que les gritaban
desde los púlpitos sacerdotes y predicadores: tantos males no podían deberse a la
voluntad de Dios, era la mano del maligno la que estaba detrás de tantas desgracias. Y
tampoco debió ser muy difícil hacerles creer que el diablo necesitaba de
intermediarios, traidores que vivían emboscados junto a los buenos cristianos y que
habían recibido de Satanás poderes para extender epidemias, arruinar cosechas o
desencadenar guerras. Al fin y al cabo, crear chivos expiatorios siempre les ha sido
muy útil a los poderosos.
Lo que quizá no tuvieron en cuenta quienes dotaron de tales poderes al diablo
es que esas gentes asustadas terminarían adaptando viejos rituales mágicos heredados
de las culturas paganas anteriores al cristianismo para para protegerse de tan terrible
enemigo. No debe extrañarnos este tipo de actitud entre unos campesinos y
campesinas que durante toda la Edad Media vendían su libertad a un señor feudal
tiránico a cambio de ser protegidos de otros señores de peor calaña. ¿Hubo entonces
hombres y mujeres que invocaron al diablo? Pues muy probablemente sí.
Sin embargo, lo que hoy más nos interesa es responde a otra pregunta: ¿Por
qué las brujas se convirtieron en una obsesión? ¿Por qué las brujas se convirtieron en
el imaginario colectivo en el prototipo de esos aliados del diablo?
Al responder a esta pregunta sería injusto responsabilizar totalmente a la
iglesia de la construcción del mito de la bruja. Desde luego no hubiera sido posible sin
el sustrato patriarcal y misógino de la cultura occidental anterior al cristianismo. Desde
los filósofos griegos, la mujer había sido caracterizada como un ser imperfecto (un
hombre defectuoso decía Aristóteles), que debía aceptar la superioridad y la autoridad
del varón. Lo que sí aportó el cristianismo es la idea de pecado asociado al cuerpo de la
mujer con la construcción del mito de Eva. Todas las mujeres eran descendientes de
quien había provocado la expulsión del paraíso y como tales portadoras de una
inclinación al mal superior a la del varón. Desde luego, no todas las mujeres eran malas
pero si caló la idea de que el pecado encontraba un terreno abonado en el cuerpo de
1
Véase, Julio CARO BAROJA (1997), Las brujas y su mundo, Madrid: Alianza Editorial
la mujer. Era necesario, sobre todo, vigilar a aquellas que se apartaban del rol
tradicional, a aquellas que rompían con el modelo de hija sumisa, esposa abnegada y
devota o madre entregada a la crianza de sus hijos e hijas. Las solteras, las viudas, las
ancianas que vivían solas eran personas sobre las que se murmuraba, ya que
trastocaban lo que se consideraba un orden natural impuesto por Dios. Solo era
necesario que surgiera el mito de que existía una secta de herejes dispuestos a destruir
la cristiandad, para que se pensara que en ella tenían que jugar un papel destacado las
mujeres.
Cuando esto ocurrió, todos los ojos se clavaron en unas mujeres especiales que,
en muchos casos, se ganaban la vida ayudando a otras mujeres con rituales que habían
aprendido de sus antepasadas: curanderas que aliviaban con plantas y rezos los más
diversos males, del dolor de barriga al mal de ojo; parteras que pedían protección a
santos, vírgenes y fuerzas desconocidas mientras ayudaban a las mujeres a parir o
abortar; alcahuetas que conocían anticonceptivos naturales, reparaban virgos o
elaboraban conjuros y filtros de amor. Hasta el giro ideológico del siglo XII estas
mujeres fueron acusadas de hechicería, de realizar ritos paganos, de fomentar la
superstición o de ser personas sin escrúpulos que estafaban a enfermos a quienes
decían poder sanar. Sin embargo, a partir de ese momento se las comienza a
relacionar con los movimientos heréticos y, de forma directa, con el diablo. Ellas serán
las brujas, las aliadas de Satán, las colaboradoras necesarias del Maligno.

2º.- La construcción del mito de la bruja.

El terreno estaba ya abonado para que estallase el desastre en el siglo XV. Pero
se necesitaba dar un paso más, el que dieron en 1487 dos dominicos alemanes
Heinrich Kramer y Jacob Sprenger cuando publicaron una obra en latín titulada
Martillo de brujas. Se trataba de un manual para inquisidores en el que descubrimos
toda la misoginia y toda la ideología del giro ideológico que el cristianismo había
iniciado en el siglo XII. En Martillo de Brujas se presenta ya el retrato robot de la bruja:
se trata de una mujer que tiene relaciones sexuales con Satanás y recibe de él poderes
sobrenaturales con los que pueden volar, volver impotentes a los hombres, hacer
abortar a las mujeres, enloquecer a los caballos, arruinar cosechas, desencadenar
tormentas de granizo, provocar largos periodos de sequía o enviar plagas. En esta obra
se habla también de la existencia de grupos de mujeres que se reunían en lugares
apartados de los bosques o en encrucijadas de caminos a practicar ritos de culto al
diablo2.
Kramer y Sprenger recogen en su libro la tradición más misógina del mundo
clásico y la aderezaron con los elementos más machistas y enfermizos de la tradición
cristiana. Detrás de la idea de que la brujería era un asunto de mujeres, subyacía un
conjunto de ideas que tenían como eje central una terrible caracterización del cuerpo,
la mente y la espiritualidad de las mujeres. En realidad los dominicos alemanes no
hicieron otra cosa que reproducir en su obra las ideas vertidas por teólogos y Papas en
sus escritos: que las mujeres no sólo eran inferiores físicamente y estaban peor
dotadas intelectualmente, sino que eran el origen del pecado y la tentación de la carne

2
Véase, Franco CARDINI, Magia, brujería y superstición en el occidente medieval, Barcelona, Península,
1982.
en un sistema religioso obsesionado con la sexualidad. Las mujeres eran el mal o, al
menos, el puente hacia el mal, el instrumento del Diablo, sus sacerdotisas.
Dibujado el retrato robot de la bruja sólo faltaba el detonante para que se
desatase la persecución. La chispa fue la reforma de Lutero que terminó con la división
de la cristiandad entre protestantes y católicos y encendió la mecha del integrismo.
Cuando todo estalló, las mujeres vieron como los viejos prejuicios contra ellas se
reforzaron. Curiosamente, católicos y protestantes enfrentados en todo, coincidieron a
la hora de desconfiar de las mujeres. El mito de Eva pecadora resurgió con fuerza y con
él, la idea de que en las mujeres dominaba lo carnal sobre lo espiritual y que, por
tanto, estaban más inclinadas al pecado. En esta época, incluso, se llegaron a construir
falsas etimologías, como cuando se decía que el origen de la palabra fémina estaba en
las palabras latinas fe y minus, designado por tanto a las personas con menos fe, es
decir, a las mujeres. En un ambiente cultural en el que hombres como Erasmo de
Rotterdam defendían la idea de conciliar la razón clon la fe, en relación a las mujeres
se imponía la irracionalidad. Sin duda una gran paradoja.
En ese contexto, las mujeres volvieron a llevar las de perder. Martillo de Brujas
de Kramer y Sprenguer se reeditó y tradujo a todos los idiomas europeos importantes
y los inquisidores (protestantes o católicos, daba igual) asumieron al pie de la letra la
tesis de los dominicos alemanes de que sólo había una manera de derrotar a las
brujas: matándolas3.

3º.- La intervención del Estado en la persecución de brujas

La persecución de brujas si bien se gestó y se inició en la Edad Media es un


fenómeno que desarrolló ya en tiempos modernos. Como han demostrado las
historiadoras feministas, el Renacimiento y el Humanismo no mejoraron la condición
social de las mujeres ni sus condiciones materiales de vida. Al contrario, es a partir del
siglo XVI cuando se refuerzan los controles sobre ellas, se regulan mucho más sus
vidas, se las excluye de los gremios y se les cierra la posibilidad de que accedan a los
estudios superiores. Y no cabe duda de que fueron las nuevas monarquías de la Edad
Moderna quienes impulsaron esa vuelta de tuerca contra la libertad de las mujeres 4.
De igual manera, la persecución de brujas, aunque diseñada por las iglesias, no
hubiera sido posible sin la colaboración estrecha de las monarquías centralizadas
europeas que se consolidan durante el siglo XVI y XVII. Fueron esas monarquías las que
pusieron los aparatos policiales y los sistemas judiciales al servicio de la represión de la
brujería. Los reyes de Francia, Inglaterra y España, los príncipes alemanes e italianos
dictaron leyes y ordenanzas para perseguir, juzgar y condenar a las brujas. Todos los
gobernantes europeos se dieron cuenta de que persiguiendo a las brujas sin piedad
podían demostrar su poder y, de esta manera, neutralizar cualquier forma de protesta
o disidencia. Las brujas fueron los conejillos de indias que utilizaron para ensayar
sistemas de represión que después extendieron a toda la población.
Para ello, los estados modernos aliados de las iglesias católicas o protestantes
eligieron a los elementos más desprotegidos de la sociedad, porque no hay que olvidar
que las principales víctimas de la persecución fueron mujeres que ya vivían en los

3
Véase, G.R. QUAIFE (1989), Magia y maleficio. Las brujas y el fanatismo religioso, Barcelona: Crítica.
4
Véase, Bonnie s. ANDERSON y Judith P. ZINSSER (2007), Historia de las mujeres. Una historia propia,
Barcelona: Crítica.
márgenes: curanderas, parteras, celestinas, echadoras de cartas, prostitutas o
mendigas que utilizaban artes pretendidamente mágicas para poder sobrevivir.
Muchas de ellas eran mujeres solas, viudas o ancianas (la anciana era el prototipo de
bruja); otras tenían problemas mentales, estaban enfermas o, simplemente, tenían
una forma de vida que se apartaba del roll asignado a las mujeres.
Pero que la represión se cebara en las más débiles no dejó de tener
consecuencias para todas las mujeres. De hecho, uno de los objetivos de la
persecución de brujas fue atemorizar a todas las mujeres e inmovilizarlas para así
conseguir que aceptaran el reforzado modelo patriarcal que se impone a partir del
siglo XVI. Con semejante entorno represivo, las mujeres que fueron conscientes de la
barbarie que se estaba produciendo no pudieron levantar la voz. Aquellas que se
hubieran atrevido a defender a las inocentes que estaban siendo torturadas o llevadas
a la hoguera hubiera sido consideradas cómplices, cualquier reunión de mujeres para
protestar por tanta injusticia hubiera sido señalado como un posible aquelarre.

Los procesos, la geografía y las cifras del feminicidio

Ya he señalado que los datos más conservadores señalan que fueron más de
cien mil las europeas sometidas a procesos de brujería y que fueron más de 60.000 las
ejecutadas. A estas cifras habría que sumar las procesadas y condenadas en la colonias
que los europeos tenían en América y en otras partes del mundo. Es cierto que
también hubo muchos hombres acusados de brujería, pero sabemos que dos de cada
tres víctimas de esta forma irracional de represión fueron mujeres.
La geografía de este feminicidio responde a varias causas. En primer lugar
afectó, sobre todo, a las regiones limítrofes entre protestantes y católicos o a aquellas
zonas de Europa donde existían comunidades de cierta importancia que profesaban
una fe distinta a la oficial en su estado. Es el caso de los Países Bajos, Italia de Norte,
Lorena, suroeste de Francia, Suiza y los principados alemanes. De esta manera, fue en
Centroeuropa donde la represión fue especialmente dura. La mayoría de las
investigaciones señalan que el 75% de las condenadas y condenados por brujería
hablaba alemán.
Además habría que establecer algunas diferencias en relación al número y
grado de la represión. Así, mientras en Inglaterra el arrepentimiento de la supuesta
bruja era suficiente para salvarla de la muerte, aunque no de la condena a cárcel, en
Alemania el arrepentimiento sólo libraba a la condenada de la hoguera, sustituyéndose
por el ahorcamiento o la aplicación del garrote. En centro Europa los procesos fueron
más prolongados en el tiempo y más abundantes, mientras que en Escocia e Irlanda los
juicios por brujería fueron más esporádicos y pronto se dejó de utilizar la tortura en los
interrogatorios. En Estados Unidos tampoco fueron muchos los procesos, aunque hubo
algunos muy famosos como el de las brujas de Salem, una ciudad portuaria situadas a
20 km de Boston en la que en 1692 se juzgó a 150 personas acusadas de brujería y 31
fueron condenadas a muerte.
En cuanto a la cronología, la persecución de brujas comenzó de forma
sistemática hacia 1450 y se prolongó hasta 1700. A lo largo de estos dos siglos y medio
de terror, hubo una etapa crítica entre 1570 y 1650 en la que podemos hablar de una
auténtica matanza.
Los procesos de brujería comenzaban siempre con una denuncia. Era suficiente
que una persona acusase a otra de prácticas sospechosas para que la maquinaria del
terror se pusiera en marcha. El ritual era siempre el mismo: denuncia, proceso,
declaración, tortura, confesión y condena. Durante la declaración se forzaba a la
acusada a delatar a sus cómplices ya que los inquisidores tenían la convicción de que la
bruja nunca actuaba sola. La tortura casi siempre lograba el efecto deseado y la
acusada terminaba inculpando a otras vecinas.
La tortura era vista como necesaria porque como se señalaba en Martillo de
brujas, la bruja estaba poseída por el diablo y para poder conseguir la confesión éste
tenía que salir del cuerpo de la mujer. Sólo así podría decir la verdad. Los instrumentos
de tortura fueron de lo más variados y crueles. Se las colgó de los brazos durante
horas, recibieron azotes, les echaron sal y vinagre en las heridas, les introdujeron
objetos en su sexo y otras barbaridades que no merece la pena describir.
También fueron torturadas psicológicamente. Los inquisidores las abrumaban
con una cascada de preguntas contradictorias a las que debían responder con un sí o
con un no. Algunas de estas preguntas demuestran la perversión sexual de los
inquisidores, todos ellos clérigos reprimidos que seguramente conseguían placer con el
sufrimiento y las vejaciones que infligían a esas pobres mujeres. Los archivos
inquisitoriales han dejado buena muestra de estos interrogatorios: ¿De qué está hecho
el diablo cuando tiene relaciones sexuales? ¿Cuál es la fuente de su semen? ¿Prefiere
algún momento para el acto sexual? ¿Era el acto sexual más placentero con él?
Pero los inquisidores querían demostrar que sus juicios eran justos y se
afanaron para demostrar que las mujeres acusadas de brujería realmente estaban
poseídas por el diablo. En Escocia si la supuesta bruja se equivocaba al rezar el padre
nuestro se consideraba probado que tenía a Satanás en su interior. De manera que se
les obligaba a recitar la oración sin descanso hasta que efectivamente la inculpada
terminaba equivocándose. En Alemania y en Francia se buscaba en el cuerpo de la
mujer la marca del diablo. Se creía que la zona del cuerpo que éste había tocado tras la
relación sexual, ni sangraba ni dolía al ser perforada con una aguja. Se llamaba al
barbero para realizar la prueba y este pinchaba sobre alguna mancha o lunar,
preferentemente en los genitales de las mujeres. También en estos últimos países se
aplicó la prueba del agua. Se ataba de pies y manos a la acusada y se la tiraba a un
estanque, un río o un pozo. Si flotaba o subía al poco de sumergirse a la superficie era
la prueba de que la acusada era una bruja; si, en cambio, se hundía era una prueba de
su inocencia. El problema es que muchas de mujeres murieron ahogadas durante el
desarrollo de esta prueba5.
Muchas mujeres no tuvieron otro remedio que confesar durante su tortura lo
que los cazadores de brujas querían oír: que habían participado en ceremonias
iniciáticas; que habían fornicado con Satanás, con animales y con bestias imaginarias;
que habían matado a niños y profanado la hostia y que se habían aplicado ungüentos
mágicos y habían volado sobre escobas. Tantos fueron los abusos, las falsas
acusaciones y tanta la histeria que llegó a todos los pueblos de Europa que a partir de
mediados del siglo XVII, las autoridades civiles y eclesiásticas elaboraron reglamentos
de pruebas más rigurosos, se dejó de emplear la tortura, se suspendieron las
ejecuciones y se pusieron multas por falsas acusaciones.

5
Véase, Guy BECHTEL (2001), Las cuatro mujeres de Dios. La puta, la bruja, la santa y la tonta,
Barcelona: Ediciones B.
En España se dieron dos casos en los que la histeria colectiva se apoderó de las
poblaciones. Los dos se dieron casi al tiempo, a comienzos del siglo XVII en los dos
principales focos de brujería de la Península: La Rioja y Navarra. En 1611 alrededor de
1800 personas de la zona de Logroño, la mayoría niños de entre siete y catorce años,
se autoinculparon de haber participado en ritos de brujería en los que cambiaban de
forma, hacían enfermar a la gente y arruinaban cosechas. Con todo, el proceso más
famoso se produjo en 1610 del Valle del Baztán, muy cerca de la frontera francesa,
donde decenas de habitantes fueron acusados de pertenecer a una secta satánica que
celebraba aquelarres en la cueva de Zugarramurdi. No olvidemos que el aquelarre es
una reunión de brujas con el diablo realizada en lugares apartados, normalmente en
prados o bosques6. Este proceso se vio precedido por el clima creado en la región
francesa de Burdeos por un juez llamado Pierre de Lencre, que difundió el bulo de que
una gran cantidad de brujas que estaban instaladas en esa ciudad tenían la intención
de extender sus maleficios por las regiones colindantes. Una vez sembrado el pánico
por este fanático sólo hizo falta que una joven llamada María declarase formar parte
de un grupo de brujas y comenzase a delatar a varias vecinas y vecinos. En total fueron
inculpadas 300 personas, iniciándose proceso contra 40 de ellas. Trece personas
murieron durante los interrogatorios y seis fueron condenadas a la hoguera. El
escándalo que produjo el proceso hizo que el rey Felipe III enviara a un funcionario
llamado Alonso de Salazar que, escéptico ante lo ocurrido, escribió que en
Zurragamurdi no existieron ni brujas ni embrujados hasta que se empezó a hablar y
escribir de ellos7.
Fuera de estos dos sonados casos hay que decir que en España la persecución
de brujas no alcanzó el volumen ni la intensidad que en Centroeuropa. La Inquisición
tendió a acusar de hechicería más que de brujería a las mujeres inculpadas. Esto hizo
que si bien hubo un buen número de procesos, en general las condenas fueran leves.
Este comportamiento moderado de la Inquisición española influyó que en España no
se dieron los condicionantes que sí estuvieron presentes en el resto de Europa. En
España no hubo guerras de religión y no fue necesario echar mano del diablo ni de las
brujas para perseguir la disidencia religiosa porque ésta fue muy minoritaria. La
Inquisición española estuvo bastante entretenida con la persecución de los conversos,
judíos o moriscos.
En definitiva, podemos considerar la persecución de brujas el ejemplo más
repugnante de misoginia, es decir de violencia y odio hacia las mujeres, desarrollado
en Europa entre el siglo XV y el XVII. Tan devastadora persecución no solo hizo que las
mujeres tardaran mucho tiempo en volver a protestar y reclamar sus derechos,
también dejó grabado en las mentes de las gentes todo un conjunto de ideas falsas
que asociaban a las mujeres con el mal.
La pervivencia de estos esquemas mentales hacen posible que las referencias a
las mujeres como brujas sigan siendo habituales en muchas conversaciones. Que
fueron víctimas inocentes es algo que no ha quedado suficientemente fijado en el
imaginario colectivo. Tan inocentes como las miles de mujeres que siguen muriendo en
el mundo a manos de sus maridos, exmaridos, parejas y exparejas; o como las que
siguen siendo asesinadas, violadas o abusadas; las que son explotadas sexualmente o

6
Aquelarre es una palabra vasca formada por dos vocablos aker (macho cabrío) y larre (prado).
7
Véase, Manuel FERNÁNDEZ ÁLVAREZ (2002), Casadas, monjas, rameras y brujas, Madrid: Espasa.
las que sumidas en la pobreza y la marginalidad se ven obligadas a alquilar sus úteros
para satisfacer el deseo de ser padres y madres de los habitantes del mudo rico.

También podría gustarte