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Via Crucis

Este documento presenta el resumen del Vía Crucis presidido por el Papa Francisco en el Coliseo de Roma el 19 de abril de 2019. Contiene las meditaciones de cada estación de la cruz escritas por Sor Eugenia Bonetti, que reflexionan sobre el sufrimiento de Cristo y de los marginados en la sociedad actual. El Papa Francisco presidió el Vía Crucis para recordar el sacrificio de Cristo y unirse espiritualmente a los pobres y excluidos en el mundo.

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Este documento presenta el resumen del Vía Crucis presidido por el Papa Francisco en el Coliseo de Roma el 19 de abril de 2019. Contiene las meditaciones de cada estación de la cruz escritas por Sor Eugenia Bonetti, que reflexionan sobre el sufrimiento de Cristo y de los marginados en la sociedad actual. El Papa Francisco presidió el Vía Crucis para recordar el sacrificio de Cristo y unirse espiritualmente a los pobres y excluidos en el mundo.

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Complice d ela esperanza

VIERNES SANTO
PASIÓN DEL SEÑOR

VÍA CRUCIS
PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE
FRANCISCO

COLISEO
ROMA, 19 DE ABRIL DE 2019

VÍA CRUCIS
ÓLEO SOBRE LIENZO (2017-2018)
RAÚL BERZOSA FERNÁNDEZ (MÁLAGA, 1979)
IGLESIA SANTA MARÍA REINA DE LA FAMILIA
CIUDAD CAYALÁ (GUATEMALA)

Meditaciones
de
Sor Eugenia Bonetti

[Árabe, Alemán, Esloveno, Español, Francés, Inglés, Italiano, Polaco, Portugués]

CON CRISTO Y CON LAS MUJERES


EN EL CAMINO DE LA CRUZ

Introducción

Ya han pasado 40 días de la imposición de la ceniza con la que empezamos el camino cuaresmal.
Hoy hemos revivido las últimas horas de vida terrena del Señor Jesús, hasta que, suspendido en la
cruz, gritó su: “consummatum est”, “está cumplido”. Reunidos en este lugar, en el que millares
de personas en el pasado sufrieron el martirio por ser fieles a Cristo, queremos ahora recorrer esta
“vía dolorosa” junto a todos los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de
la historia actual, víctimas de nuestra cerrazón, del poder y de las legislaciones, de la ceguera y
del egoísmo, pero sobre todo de nuestro corazón endurecido por la indiferencia. Una enfermedad,
esta última, que también sufrimos nosotros, los cristianos. Que la cruz de Cristo, instrumento de
muerte pero también de vida nueva, que une como en un abrazo la tierra y el cielo, el norte y el
sur, el este y el oeste, ilumine la conciencia de los ciudadanos, de la Iglesia, de los legisladores y
de todos los que se profesan seguidores de Cristo, para que llegue a todos la Buena Noticia de la
redención.

I Estación
Jesús es condenado a muerte

«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21)

Reflexión: Señor, ¿quién mejor que María, tu Madre, supo ser tu discípula? Ella aceptó la
voluntad del Padre incluso en el momento más oscuro de su vida, y con su corazón destrozado
estuvo a tu lado. La que te engendró, te llevó en su seno, te recibió en sus brazos, te alimentó con
amor y te acompañó durante tu vida terrenal, debía recorrer tu misma vía del Calvario y
compartir contigo el momento más dramático y doloroso de tu vida y de la suya.
Oración: Señor, ¿cuántas madres viven todavía hoy la experiencia de tu Madre y lloran por el
destino de sus hijas y sus hijos? ¿Cuántas, después de haberlos engendrado y dado a luz, los ven
sufrir y morir por las enfermedades, la falta de alimentos, de agua, de atención médica y
oportunidades de vida y de futuro? Te pedimos por aquellos que ocupan puestos de
responsabilidad, para que puedan escuchar el clamor de los pobres que sube a Ti desde todo el
mundo. El grito de todas esas jóvenes vidas, que de muchos modos están condenadas a muerte
por la indiferencia generada por políticas exclusivas y egoístas. Que no falte a ninguno de tus
hijos el trabajo y lo necesario para una vida honrada y digna.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a hacer tu voluntad”

― En los momentos de dificultad y desesperación.


― En los momentos de sufrimiento físico y moral.
― En los momentos de oscuridad y soledad.

II Estación
Jesús con la cruz a cuestas

«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me
siga» (Lc 9,23)

Reflexión: Señor Jesús, es fácil llevar el crucifijo al cuello o colgarlo como un ornamento en las
paredes de nuestras hermosas catedrales o nuestras casas, pero no es tan fácil encontrar y
reconocer los nuevos crucificados de hoy: las personas sin hogar, los jóvenes sin esperanza, sin
trabajo y sin perspectivas, los inmigrantes obligados a vivir en las barracas en los márgenes de
nuestra sociedad, después de haber padecido sufrimientos inauditos. Lamentablemente, estos
campamentos sin seguridad son quemados y arrasados, junto con los sueños y esperanzas de
miles de hombres y mujeres marginados, explotados y olvidados. Además, ¡cuántos niños son
discriminados a causa de su origen, del color de su piel o de su clase social!, ¡cuántas madres
sufren la humillación de ver a sus hijos ridiculizados y excluidos de las mismas oportunidades
que tienen sus coetáneos y compañeros de escuela!

Oración: Te damos gracias, Señor, porque con tu propia vida nos has dado ejemplo de cómo se
manifiesta el amor verdadero y desinteresado hacia los demás, especialmente hacia los enemigos
o simplemente hacia el que no es como nosotros. Señor Jesús, cuántas veces también nosotros,
igual que tus discípulos, nos hemos declarado abiertamente seguidores tuyos en los momentos en
que realizabas curaciones y prodigios, cuando alimentabas a la multitud y perdonabas los
pecados. Pero no fue tan fácil entenderte cuando hablabas de servicio y perdón, de renuncia y
sufrimiento. Ayúdanos a que sepamos poner siempre nuestras vidas al servicio de los demás.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a esperar”


― Cuando nos sentimos abandonados y solos.
― Cuando es difícil seguir tus pasos.
― Cuando el servicio a los demás se hace difícil.

III Estación
Jesús cae por primera vez

«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4)

Reflexión: Señor Jesús, en el camino empinado que conduce al Calvario has querido
experimentar la fragilidad y la debilidad humana. ¿Cómo sería hoy la Iglesia sin la presencia y la
generosidad de tantos voluntarios, los nuevos samaritanos del tercer milenio? En una fría noche
de enero, en una calle de las afueras de Roma, tres africanas casi niñas calentaban sus cuerpos
jóvenes y semidesnudos acurrucadas en el suelo alrededor de un brasero. Algunos jóvenes,
pasando con el automóvil, arrojaron material inflamable al fuego para divertirse, quemándolas
gravemente. En ese preciso momento, pasó una de las muchas unidades callejeras de voluntarios
que las socorrió y las llevó al hospital para acogerlas después en una casa hogar. ¿Cuánto tiempo
pasó y ha de pasar para que esas muchachas se curen, no solo de las quemaduras de sus
miembros, sino también del dolor y de la humillación de encontrarse con un cuerpo mutilado y
desfigurado para siempre?

Oración: Señor, te agradecemos la presencia de tantos nuevos samaritanos del tercer milenio que
viven hoy la experiencia del camino, inclinándose con amor y compasión sobre las numerosas
heridas físicas y morales de los que cada noche viven en el miedo y el terror de la oscuridad, de la
soledad y de la indiferencia. Señor, hoy por desgracia ya no sabemos descubrir muchas veces
quien está necesitado, ni ver quien está herido y humillado. A menudo reclamamos nuestros
derechos e intereses, pero olvidamos los de los pobres y los últimos de la fila. Señor, danos la
gracia de no ser insensibles a sus lágrimas, a sus sufrimientos, a su grito de dolor porque a través
de ellos podemos encontrarte.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a amar”

― Cuando es difícil ser samaritanos.


― Cuando nos cuesta perdonar.
― Cuando no queremos ver el sufrimiento de los demás.

IV Estación
Jesús encuentra a su Madre

«Una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de
muchos corazones» (cf. Lc 2,35)
Reflexión: María, cuando presentaste al pequeño Jesús en el templo para el rito de la
purificación, el viejo Simeón te predijo que una espada atravesaría tu corazón. Ahora es el
momento de renovar tu fiat, tu adhesión a la voluntad del Padre, a pesar de que acompañar a un
hijo al patíbulo, tratado como un criminal, causa un dolor desgarrador. Señor, ten piedad de tantas
madres, demasiadas, que han dejado partir hacia Europa a sus jóvenes hijas con la esperanza de
ayudar a sus familias que viven en la extrema pobreza, encontrando en cambio humillaciones,
desprecio e incluso, a veces, la muerte. Como la joven Tina, asesinada brutalmente en una calle
con solo veinte años, dejando a una niña de pocos meses.

Oración: María, en este momento vives el mismo drama de muchas madres que sufren por sus
hijos que se han ido a otros países con la esperanza de encontrar una oportunidad para un futuro
mejor, para ellos y para sus familias, pero que, por desgracia, han encontrado humillación,
desprecio, violencia, indiferencia, soledad e incluso la muerte. Dales fuerza y valor.

Oremos juntos diciendo: “Señor, haz que sepamos dar siempre apoyo y consuelo, y estar
presentes para ofrecer ayuda”

― Para consolar a las madres que lloran el destino de sus hijos.


― Para quien ha perdido toda esperanza en su vida.
― Para quien sufre violencia y desprecio todos los días.

V Estación
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

«Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo» (Ga 6,2)

Reflexión: Señor Jesús, en el camino al Calvario sentiste el peso y la dificultad de llevar esa
áspera cruz de madera. En vano esperaste el gesto de ayuda de un amigo, de uno de tus discípulos
o de una de las muchas personas a quienes aliviaste sus sufrimientos. Lamentablemente, solo un
desconocido, Simón de Cirene, por obligación, te echó una mano. ¿Dónde están hoy los nuevos
cireneos del tercer milenio? ¿Dónde los encontramos? Me gustaría mencionar la experiencia de
un grupo de religiosas de diferentes nacionalidades, orígenes e institutos de proveniencia con las
que, durante más de diecisiete años, visitamos en Roma todos los sábados un centro para mujeres
inmigrantes indocumentadas. Mujeres, a menudo jóvenes, en espera de conocer su destino, en
vilo entre la deportación y la posibilidad de quedarse. Cuánto sufrimiento, pero también cuánta
alegría percibimos en estas mujeres cuando encuentran religiosas provenientes de sus países, que
hablan sus lenguas, que secan sus lágrimas, que comparten momentos de oración y de fiesta, que
vuelven menos crueles los largos meses pasados entre rejas y en sórdidas calles.

Oración: Por todos los cireneos de nuestra historia. Para que nunca les falte el deseo de acogerte
bajo la apariencia de los últimos de la tierra, conscientes de que, al tender la mano a los más
pobres de nuestra sociedad, te acogemos a ti. Que ellos sean samaritanos portavoces de aquellos
que no tienen voz.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a llevar nuestra cruz”

― Cuando estamos cansados y desanimados.


― Cuando sentimos el peso de nuestras debilidades.
― Cuando nos pides que compartamos los sufrimientos de los demás.

VI Estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis»
(Mt 25,40)

Reflexión: Pensemos en los niños de diversas partes del mundo que no pueden ir a la escuela y
que, en cambio, son explotados en las minas, en los campos, en la pesca; vendidos y comprados
por traficantes de carne humana, para trasplantes de órganos; abusados y explotados en nuestras
calles por muchos, incluidos los cristianos, que han perdido el sentido de la sacralidad propia y de
los demás. Como una menor de edad de cuerpo diminuto, encontrada una noche en Roma, a la
que hombres en automóviles lujosos hacían fila para aprovecharse de ella. Y, sin embargo, podía
tener la misma edad de sus hijas... ¡Qué desequilibrio puede crear esta violencia en la vida de
tantas jóvenes que experimentan solo el abuso, la arrogancia y la indiferencia de aquellos que, de
noche y de día, las buscan, las usan, se aprovechan de ellas, y luego las arrojan de vuelta a la
calle para caer en las garras del próximo comerciante de vidas!

Oración: Señor Jesús, limpia nuestros ojos para que sepamos descubrir tu rostro en nuestros
hermanos y hermanas, especialmente en todos aquellos niños que, en muchas partes del mundo,
viven en la miseria y en la degradación. Niños privados del derecho a una infancia feliz, a una
educación escolar, a la inocencia. Criaturas usadas como mercancía barata, vendidas y compradas
por placer. Señor, te pedimos que tengas piedad y compasión de este mundo enfermo y ayúdanos
a redescubrir la belleza de nuestra dignidad como seres humanos, creados a tu imagen y
semejanza.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a ver”

― El rostro de los niños inocentes que piden ayuda.


― Las injusticias sociales.
― La dignidad que cada persona posee y que es pisoteada.

VII Estación
Jesús cae por segunda vez
«Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se
entregaba al que juzga rectamente» (1 P 2,23)

Reflexión: ¡Cuántas venganzas en este nuestro tiempo! La sociedad actual ha perdido el gran
valor del perdón, don por excelencia, curación para las heridas, fundamento de la paz y de la
convivencia humana. En una sociedad donde el perdón se experimenta como debilidad, tú, Señor,
nos pides que no nos quedemos en las apariencias. Y no lo haces con palabras, sino con el
ejemplo. A los que te atormentan, tú les respondes: “¿Por qué me perseguís?”, sabiendo muy bien
que la verdadera justicia nunca puede basarse en el odio y la venganza. Haznos capaces de pedir
y dar perdón.

Oración: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Señor, también tú
sentiste el peso de la condena, del rechazo, del abandono, del sufrimiento ocasionado por
personas que te habían encontrado, acogido y seguido. Con la certeza de que el Padre no te había
abandonado, encontraste la fuerza para aceptar su voluntad perdonando, amando y ofreciendo
esperanza a quien como tú recorre hoy el mismo camino de burla, desprecio, escarnio, abandono,
traición y soledad.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a dar consuelo”

― A quien se siente ofendido e insultado.


― A quien se siente traicionado y humillado.
― A quien se siente juzgado y condenado.

VIII Estación
Jesús encuentra a las mujeres

«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos» (Lc 23,28)

Reflexión: La situación social, económica y política de los migrantes y de las víctimas de la trata
de personas nos cuestiona y nos sacude. Debemos tener el valor, como afirma con fuerza el Papa
Francisco, de denunciar el tráfico de seres humanos como un crimen contra la humanidad. Todos
nosotros, especialmente los cristianos, debemos tomar más conciencia de que todos somos
responsables del problema y que podemos y debemos ser parte de la solución. A todos, pero,
sobre todo, a nosotras las mujeres, se nos pide el desafío de ser valientes. La resolución de saber
ver y actuar, individualmente y como comunidad. Solamente sumando la pobreza de cada uno,
esta puede convertirse en una gran riqueza, capaz de cambiar la mentalidad y de aliviar el
sufrimiento de la humanidad. El pobre, el extranjero, el que es diferente no debe ser visto como
un enemigo que hay que rechazar o combatir sino, más bien, como un hermano o hermana que
hay que acoger y ayudar. Ellos no son un problema, sino un recurso valioso para nuestras
ciudades blindadas, donde el bienestar y el consumismo no apaciguan el cansancio y la fatiga
crecientes.
Oración: Señor, enséñanos a tener tus ojos. Esa mirada de bienvenida y misericordia con la que
ves nuestros límites y nuestros temores. Ayúdanos a ver las diferencias de ideas, hábitos y puntos
de vista. Ayúdanos a reconocernos a nosotros mismos como parte de la misma humanidad y a
convertirnos en promotores de formas audaces y nuevas de acogida a los diferentes, para crear
juntos comunidad, familia, parroquias y sociedad civil.

Oremos juntos diciendo: “Ayúdanos a compartir el sufrimiento de los demás”

― Con el que sufre la muerte de sus seres queridos.


― Con el que le cuesta pedir ayuda y consuelo.
― Con el que ha experimentado maltrato y violencia.

IX Estación
Jesús cae por tercera vez

“Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al


matadero” (Is 53,7)

Reflexión: Señor, has caído por tercera vez, exhausto y humillado, bajo el peso de la cruz. Como
tantas jóvenes, obligadas en las calles por grupos de traficantes de esclavos, que sufren el
cansancio y la humillación de ver sus propios cuerpos y sus sueños manipulados, abusados,
destruidos. Esas jóvenes mujeres se sienten como desdobladas: por una parte buscadas y usadas,
por otra rechazadas y condenadas por una sociedad que no quiere ver este tipo de explotación,
causado por el triunfo de la cultura del usar y tirar. Una de las tantas noches pasadas en las calles
de Roma, buscaba una joven recién llegada a Italia. Al no verla en su grupo, la llamaba
insistentemente por su nombre: “¡Mercy!”. En la oscuridad, la vi acurrucada y dormida al borde
de la calle. Al oírme se despertó y me dijo que no podía más. “Estoy exhausta”, repetía… Pensé
en su madre: si supiese lo que le ha sucedido a su hija, se quedaría sin lágrimas.

Oración: Señor, ¿cuántas veces nos has dirigido esta pregunta incómoda: “Dónde está tu
hermano, dónde está tu hermana”? ¿Cuántas veces nos has recordado que su grito desgarrador
había llegado hasta ti? Ayúdanos a compartir el sufrimiento y la humillación de tantas personas
tratadas como desechos. Es muy fácil condenar seres humanos y situaciones vergonzosas que
humillan nuestro falso pudor, pero no es tan fácil asumir nuestras responsabilidades como
individuos, como gobiernos y también como comunidades cristianas.

Oremos juntos diciendo: “Concédenos, Señor, fuerza y valentía para denunciar”

― Ante la explotación y la humillación sufrida por tantos jóvenes.


― Ante la indiferencia y el silencio de tantos cristianos.
― Ante leyes injustas y carentes de humanidad y solidaridad.

 
X Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras

“Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3,12)

Reflexión: Dinero, bienestar, poder. Son los ídolos de todas las épocas. También y sobre todo de
la nuestra, que presume de los grandes pasos dados en el reconocimiento de los derechos de la
persona. Todo se puede comprar, incluso el cuerpo de los menores, despojados de su dignidad y
de su futuro. Hemos olvidado la centralidad del ser humano, su dignidad, su belleza, su fuerza.
Mientras en el mundo se levantan muros y barreras, queremos recordar y agradecer a todos los
que, en estos últimos meses, desde distintas funciones han arriesgado su propia vida,
particularmente en el Mar Mediterráneo, para salvar las de tantas familias en busca de seguridad
y oportunidades. Seres humanos escapando de la pobreza, las dictaduras, la corrupción, la
esclavitud.

Oración: Ayúdanos, Señor, a descubrir la belleza y la riqueza que toda persona y todo pueblo
encierran en sí como don tuyo, único e irrepetible, para poner al servicio de toda la sociedad y no
para alcanzar intereses personales. Te pedimos, Señor, que tu ejemplo y tus enseñanzas de
misericordia y perdón, de humildad y paciencia nos hagan un poco más humanos y, por tanto,
más cristianos.

Oremos juntos diciendo: “Concédenos, Señor, un corazón lleno de misericordia”

― Ante la ambición del placer, del poder y del dinero.


― Ante las injusticias infligidas a los pobres y a los más débiles.
― Ante el espejismo de los intereses personales.

XI Estación
Jesús es clavado en la cruz

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)

Reflexión: Nuestra sociedad proclama la igualdad de derechos y la dignidad de todos los seres
humanos; pero practica y tolera la desigualdad, acepta incluso hasta sus formas más extremas.
Hombres, mujeres y niños son comprados y vendidos como esclavos por los nuevos mercaderes
de seres humanos. A su vez, las víctimas de la trata son explotadas por otros individuos. Y
finalmente desechadas como mercancía sin valor. ¿Cuántos se hacen ricos devorando la carne y
la sangre de los pobres?

Oración: Señor, cuántas personas todavía hoy son clavadas en una cruz, víctimas de una
explotación deshumana, privadas de dignidad, de libertad, de futuro. Su grito de auxilio nos
interpela como hombres y mujeres, como gobiernos, como sociedad y como Iglesia. ¿Cómo es
posible que continuemos crucificándote, siendo cómplices de la trata de seres humanos?
Concédenos ojos para ver y un corazón para sentir los sufrimientos de tantas personas que aún
hoy son clavadas en la cruz de nuestros sistemas de vida y de consumo.
Oremos juntos diciendo: “Señor, piedad”

― Por los nuevos crucificados de hoy, dispersos por toda la tierra.


― Por los poderosos y los legisladores de nuestra sociedad.
― Por quien no sabe perdonar y no sabe amar.

XII Estación
Jesús muere en la cruz

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34)

Reflexión: También tú, Señor, has sentido en la cruz el peso de la burla, del desprecio, de los
insultos, de la violencia, del abandono, de la indiferencia. Solo María, tu madre, y otras pocas
discípulas, permanecieron allí, testigos de tu sufrimiento y de tu muerte. Que su ejemplo nos
inspire a comprometernos para no hacer sentir la soledad a cuantos agonizan hoy en tantos
calvarios dispersos por el mundo, como los campos de acogida similares a campos de
concentración en los países de tránsito, los barcos a los que se niega un puerto seguro, las largas
negociaciones burocráticas para llegar al destino final, los centros de permanencia, las zonas
críticas, los campos para trabajadores temporales.

Oración: Te pedimos, Señor, que nos ayudes a estar cerca de los nuevos crucificados y
desesperados de nuestro tiempo. Enséñanos a enjugar sus lágrimas, a confortarlos como supieron
hacerlo María y las otras mujeres al pie de tu cruz.

Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a dar nuestra vida”

― Por cuantos han sufrido injusticias, odio y venganza.


― Por cuantos han sido injustamente calumniados y condenados.
― Por cuantos se sienten solos, abandonados y humillados.

XIII Estación
Jesús es bajado de la cruz

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho
fruto” (Jn 12,24)

Reflexión: ¿Quién recuerda, en esta era de noticias vertiginosas, a las veintiséis jóvenes
nigerianas, desaparecidas bajo las olas, cuyos funerales fueron celebrados en Salerno? Su
calvario fue duro y largo. Primero la travesía por el desierto del Sahara, hacinadas en un
improvisado autobús. Después la parada forzosa en los horribles campos de acogida en Libia.
Finalmente, el salto al mar, donde encontraron la muerte a las puertas de la “tierra prometida”.
Dos de ellas llevaban en su seno el don de una nueva vida, niños que no verán nunca la luz del
sol. Pero su muerte, como la de Jesús bajado de la cruz, no fue en vano. Confiamos todas estas
vidas a la misericordia del Padre nuestro y de todos, pero sobre todo Padre de los pobres, de los
desesperados y de los humillados.

Oración:Señor, en este momento, sentimos resonar una vez más el clamor que el papa Francisco
elevó en Lampedusa, meta de su primer viaje apostólico: «¿Quién ha llorado?». Y ahora, después
de infinitos naufragios, seguimos clamando: «¿Quién ha llorado?». ¿Quién ha llorado?, nos
preguntamos frente a los 26 ataúdes alineados y en los que se distingue una rosa blanca. Solo
cinco de ellas fueron identificadas. Con o sin nombre, todas, sin embargo, son hijas y hermanas
nuestras. Todas merecen nuestro respeto y recuerdo. Todas nos piden que nos sintamos
responsables: instituciones, autoridades y también nosotros, por nuestro silencio y nuestra
indiferencia.

Oremos juntos: “Señor, ayúdanos a compartir el llanto”

― Ante los sufrimientos de los demás.


― Ante todos los ataúdes sin nombre.
― Ante el llanto de tantas madres.

XIV Estación
Jesús es puesto en el sepulcro

“Está cumplido” (Jn 19,30)

Reflexión: El desierto y el mar se han convertido en los nuevos cementerios de hoy. Frente a esas
muertes no hay respuestas; pero hay responsabilidad. Hermanos que dejan morir a otros
hermanos. Hombres, mujeres, niños que no hemos podido o querido salvar. Mientras los
gobiernos discuten, encerrados en los palacios del poder, el Sahara se llena de esqueletos de
personas que no han resistido el cansancio, el hambre, la sed. ¡Cuánto dolor provocan estos
nuevos éxodos! Cuánta crueldad se ensaña con el que huye: los viajes de la desesperación, las
extorsiones y las torturas, el mar transformado en tumba de agua.

Oración: Señor, haznos comprender que todos somos hijos del mismo Padre. Que la muerte de tu
hijo Jesús haga que los jefes de las naciones y los responsables de las legislaciones tomen
conciencia de su rol en defensa de toda persona creada a tu imagen y semejanza.

Conclusión

Queremos recordar la historia de la pequeña Favour, de 9 meses, que partió de Nigeria junto a sus
jóvenes padres en busca de un futuro mejor en Europa. Durante el largo y peligroso viaje en el
Mediterráneo, su mamá y su papá murieron junto a centenares de personas que se habían fiado de
los traficantes sin escrúpulos para poder alcanzar la “tierra prometida”. Solo Favour sobrevivió,
también ella, como Moisés, fue salvada de las aguas. Que su vida se convierta en luz de
esperanza en el camino hacia una humanidad más fraterna.

Oración: Al concluir tu Vía Crucis, te pedimos Señor que nos enseñes a velar, junto a tu Madre y
a las mujeres que te acompañaron en el Calvario, en espera de tu resurrección. Que ella sea faro
de esperanza, de alegría, de vida nueva, de fraternidad, de acogida y de comunión entre los
pueblos, las religiones y las leyes. Para que todos los hijos e hijas del hombre sean reconocidos
verdaderamente en su dignidad de hijos e hijas de Dios y nunca más tratados como esclavos.

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS

DEL SUMO PONTÍFICE

VIERNES SANTO

PASIÓN DEL SEÑOR

VÍA CRUCIS PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE FRANCISCO

COLISEO

ROMA, 3 DE ABRIL DE 2015

Via Crucis 2015 presieduta dal Santo Padre Francesco

LA CRUZ,

CIMA LUMINOSA DEL AMOR DE DIOS

QUE NOS PROTEGE

Llamados, también nosotros, a proteger por amor

MEDITACIONES

de

S. E. Mons. Renato Corti


Obispo emérito de Novara

[Alemán, Árabe, Español, Francés, Inglés, Italiano, Portugués]

INTRODUCCIÓN

Era el 19 de marzo de 2013. El Papa Francisco había sido elegido pocos días antes. Pronunció la homilía
sobre san José, que fue el «custodio» de María y de Jesús,[1] y cuyo estilo estaba urdido de discreción,
humildad y silencio, de presencia constante y total fidelidad.

En el vía crucis que vamos a comenzar, habrá una referencia constante al don de estar protegidos por el
amor de Dios, sobre todo por Jesús crucificado, y a la tarea de cuidar, también nosotros, por amor, de
toda la creación, de todos los hombres, especialmente de los más pobres, de nosotros mismos y nuestras
familias, para hacer brillar la estrella de la esperanza.

Participemos en este vía crucis íntimamente unidos a Jesús. Atentos a lo que está escrito en los
Evangelios, se irán observando con discreción algunos sentimientos y pensamientos que pudieron
embargar la mente y el corazón de Jesús en aquellas horas de prueba.

Al mismo tiempo, nos dejaremos interpelar por algunas situaciones de la vida que caracterizan –para
bien o para mal– nuestros días. Expresaremos así una resonancia que manifieste nuestro deseo de dar
algún paso en la imitación de nuestro Señor Jesucristo en su pasión.

Oración

Señor, Dios nuestro,

que has querido realizar la salvación de todos los hombres

por medio de tu Hijo muerto en la cruz,

concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra

este misterio de amor,

dar testimonio de él, con palabras y obras,


ante cuantos, en tu bondad, se cruzan en nuestro camino cada día.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

PRIMERA ESTACIÓN

Jesús es condenado a muerte

Intimidad, traición, condena

Adoramus…

Del Evangelio según san Lucas

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros... Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre,
que se derrama por vosotros».[2]

Del Evangelio según san Marcos

«Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: “¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?”. Ellos
gritaron de nuevo: “¡Crucifícalo!”... Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a
Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran».[3]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Acabo de celebrar la Pascua con mis discípulos. Era algo que había deseado ardientemente:[4] la última
Pascua, antes de la pasión, antes de volver a ti. Pero, de pronto, se ha visto alterada. El diablo había
metido en la cabeza de un discípulo mío que me traicionara.[5]En el huerto de Getsemaní ha venido
hacia mí. Con un gesto que es expresión de amor, me ha saludado diciéndome: «Salve, Maestro». Y me
ha besado.[6] ¡Qué amargura en aquel momento!

Durante la cena, te he suplicado, Padre, que guardes a mis discípulos en tu nombre, para que sean uno,
como nosotros.[7]
Nuestra resonancia

Señor Jesús, nosotros somos todavía más frágiles en la fe que los primeros discípulos. También nosotros
corremos el riesgo de traicionarte, cuando tu amor debería alentarnos a amarte cada vez más.

Nos hace falta oración, vigilancia, sinceridad y verdad. Así, la fe crecerá. Y será fuerte y gozosa.

Oremos

Protegidos por la Eucaristía

«El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, nos guarden para la vida
eterna».[8]Que este milagro se cumpla en los sacerdotes que presiden la Eucaristía y en todos nosotros,
los fieles, que nos acercamos al altar para recibirte a ti, Pan vivo bajado del cielo.

Todos: Pater noster... Stabat Mater…

SEGUNDA ESTACIÓN

Jesús con la cruz a cuestas

«Contado entre los pecadores»

Adoramus…

Del Evangelio según San Marcos

«Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo».[9]

Sentimientos y pensamientos de Jesús


Me rodean los soldados del gobernador. Para ellos, ya no soy una persona, sino un objeto. Quieren
divertirse conmigo, burlarse de mí. Por eso me visten de rey. Han preparado incluso una corona, pero de
espinas. Me golpean en la cabeza con una caña. Me escupen. Me sacan afuera.[10]

Resuenan en mí las dramáticas palabras del profeta Isaías sobre el Siervo del Señor. Dicen de él que no
tiene aspecto atrayente; que es despreciado, varón de dolores, como un cordero llevado al matadero;
que es arrancado de la tierra de los vivos, maltratado hasta la muerte. Ese Siervo soy yo, para desvelar la
grandeza del amor de Dios por el hombre.[11]

Nuestra resonancia

Tú, Jesús, has sido «contado entre los pecadores».[12]. En la primera generación cristiana, precisamente
por hablar públicamente de ti, Pedro y Juan, Pablo y Silas, entraron en prisión[13]. Así ha ocurrido
muchas veces a lo largo de los siglos.

También en nuestros días hay hombres y mujeres que son encarcelados, condenados e incluso
asesinados simplemente por ser creyentes o por su compromiso en favor de la justicia y la paz. Ellos no
se avergüenzan de tu cruz. Son ejemplos admirables para que los imitemos.

Oremos con las palabras de un mártir

Shahbaz Bhatti

En la mañana del 2 de marzo de 2011, el paquistaní Shahbaz Bhatti, Ministro de las Minorías, fue
asesinado por un grupo de hombres armados. En su testamento espiritual escribe:

«Recuerdo que un viernes de Pascua, cuando sólo tenía trece años, escuché un sermón sobre el
sacrificio de Jesús por nuestra redención y por la salvación del mundo. Y pensé corresponder a su amor
dando amor a nuestros hermanos y hermanas, poniéndome al servicio de los cristianos, especialmente
de los pobres, los necesitados y los perseguidos que viven en este país islámico.

Quiero que mi vida, mi carácter, mis actos, hablen por mí y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Este
deseo es tan fuerte en mí, que me sentiría privilegiado si Jesús aceptara el sacrificio de mi vida».
A la luz de este testimonio, oremos: Señor Jesús, conforta interiormente a los perseguidos. Que se
extienda por todo el mundo el derecho fundamental a la libertad religiosa. Te damos gracias por todos
aquellos que, como «ángeles», ofrecen maravillosos signos de la venida de tu Reino.

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

TERCERA ESTACIÓN

Jesús cae bajo el peso de la cruz

«Este es el Cordero de Dios»

Adoramus…

Del Libro del profeta Isaías

«Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable
cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron».[14]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Me tambaleo al dar los primeros pasos hacia el Calvario. He perdido ya mucha sangre. Me resulta difícil
sostener el peso del madero que he de llevar. Y caigo a tierra.

Alguien me levanta. A mi alrededor veo mucha gente. Entre ellos, hay quien me quiere bien. Otros son
sólo curiosos. Pienso en Juan Bautista que, al comienzo de mi vida pública, dijo: «Este es el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo».[15] Ahora se revela la verdad de esas palabras.

Nuestra resonancia
Señor Jesús, en este día no podemos parecernos al fariseo que se ensalza a sí mismo, sino al publicano
que no se atreve siquiera a levantar la cabeza.[16] Como él, te pedimos con confianza, a ti que eres el
Cordero de Dios, perdón por nuestros pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Meditando sobre el peso de tu cruz, no nos avergonzaremos de hacer sobre nuestro cuerpo la señal de la
cruz: «Es una ayuda eficaz: gratuita para los pobres y, para quien es débil, no exige ningún esfuerzo. Se
trata, ciertamente, de una gracia de Dios».[17]

Oremos

Tu Hijo ha compartido nuestra vida humana

Te alabamos, Padre santo, porque muchas veces, a través de los profetas nos has enseñado a esperar tu
salvación. Te alabamos porque tanto amaste al mundo, que nos enviaste a tu Hijo único. Para cumplir tus
designios, él compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado; anunció la salvación a
los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los afligidos.[18]

Gracias, Padre.

Todos: Pater noster…, Stabat Mater…

CUARTA ESTACIÓN

Jesús se encuentra con su Madre

Una espada traspasa su alma

Adoramus…

Del Evangelio según san Lucas

«Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: “Mira, este está puesto para que muchos en Israel
caigan y se levanten; será como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos
corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”… Su madre conservaba todo esto en su corazón».
[19]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Mi Madre está entre la gente. Mi corazón late con fuerza. No consigo verla bien. La sangre me cubre la
cara.

Cuando tenía cuarenta días, me llevaron al Templo para presentar la ofrenda, según la Ley de Moisés. A
mis padres les habló un profeta. Se llamaba Simeón. Me tomó en brazos. Dijo que yo sería «una bandera
discutida» y que a mi madre «una espada le traspasaría el alma». Palabras que en este momento se han
hecho amarga realidad para ambos. Hoy se realiza plenamente la ofrenda de aquel día.[20]

Resonancia de María

«¡Ay de mí! ¿Qué veo? Hijo mío, de estirpe divina. ¡Te arrastran las manos de esos criminales y lo
soportas! Te conducen a las cadenas y por tu propia voluntad te diriges hacia ellas, tú que eres quien
libra de sus cadenas al linaje de los encadenados… ¡Yo me muero! Dime, dime una sola palabra, tú,
Palabra de Dios Padre; no, no pases en silencio ante la esclava convertida en madre».[21]

Señor Jesús, el drama que afrontas junto a tu Madre por una callejuela de Jerusalén nos hace pensar en
tantas tragedias familiares de nuestro mundo. Hay para todos: madres, padres, hijos, abuelos y abuelas.
Es fácil juzgar a los demás, pero lo más importante es saber ponerse en su lugar y ayudarles en la medida
de lo posible. Lo intentaremos.

Oremos

«Haced lo que él os diga»

María Santísima, madre de Jesús, esposa de José, te pedimos que acompañes el Sínodo de los Obispos
dedicado a la familia. Intercede por el Papa, por los Obispos y por cuantos están directamente
involucrados en él. Que sean dóciles al Espíritu Santo y logren discernir con acierto. Que tengan siempre
presente lo que dice el salmo: «La misericordia y la verdad se encontrarán».[22] En Caná, tú, María,
dijiste a los siervos: «Haced lo que él os diga».[23] Acude en ayuda de los esposos y a los padres
cristianos, llamados a dar testimonio de la belleza de una familia inspirada y guiada por las enseñanzas
de Jesús.

Todos: Pater noster…, Stabat Mater…

QUINTA ESTACIÓN

El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Regresando del campo

Adoramus…

Del Evangelio según San Lucas

«Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron
la cruz, para que la llevase detrás de Jesús».[24]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Oigo gritos a mi alrededor. Toman a la fuerza a un campesino que pasaba por allí, seguramente por
casualidad. Sin muchas explicaciones, lo obligan a llevar mi peso. Me siento aliviado. Le mandan que
vaya detrás de mí. Iremos juntos hasta el lugar de mi suplicio.

Más de una vez, predicando el Reino de Dios, dije: «Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser
discípulo mío».[25] Sin embargo, ahora este hombre carga incluso con la mía. Quizás ni siquiera sabe
quién soy, pero igualmente me ayuda y me sigue.

Nuestra resonancia en alabanza de Simón

«Dichoso tú, Simón, que durante la vida llevaste la cruz detrás de nuestro Rey. Los que llevan las
insignias de los reyes se sienten orgullosos, pero los reyes y sus insignias pasarán. Dichosas tus manos
que levantaron y llevaron en procesión la cruz de Jesús que nos dio la vida».[26]
Señor, quizás también para algunos de nosotros el encuentro contigo sucedió de modo fortuito. Pero
luego se ha hecho más profundo.

Consideramos un gran don de tu gracia que no falten entre nosotros cirineos, que lleven la cruz de los
otros. Lo hacen con perseverancia. Los motiva el amor. Su presencia es fuente de esperanza. Ponen en
práctica la invitación de san Pablo: «Llevad los unos las cargas de los otros».[27] Y así cuidan de sus
hermanos.

Oremos

¿Quién no tiene necesidad de un cirineo?

Señor Jesús, tú has dicho que «hay más dicha en dar que en recibir».[28] Haznos disponibles para que
también nosotros llevemos a cabo la tarea del «cirineo». Que quien vea nuestra forma de vida se sienta
animado al vernos cultivar lo bello, lo justo, lo verdadero, lo esencial. Que quien sea frágil nos vea
humildes porque, en muchos aspectos, también nosotros somos frágiles. Que quien reciba de nosotros
signos de gratuidad perciba que nosotros mismos tenemos mil motivos para decir «gracias». Que quien
no pueda correr se sienta tranquilo, porque le queremos. Estamos dispuestos a ir más despacio: no
queremos dejarlo atrás.

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

SEXTA ESTACIÓN

La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Discípulas

Adoramus…

Del Evangelio según San Lucas


«En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando la Buena
Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos
espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de
Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes».[29]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Entre la multitud hay muchas mujeres. Su delicadeza impulsa a una de ellas a acercarse para secarme el
rostro. Este gesto me hace recordar otros encuentros. Uno de ellos, hace una semana. Fui a cenar, por
amistad, a Betania, en casa de Marta, María y Lázaro. María me ungió los pies con óleo perfumado de
nardo auténtico. Se sorprendió cuando le dije que lo conservara para mi sepultura.[30]

Me veo también sentado junto al pozo de Sicar. Estaba cansado y sediento. Llega en aquel momento una
mujer samaritana con un cántaro. Le pido agua. Le hablo de un agua que salta hasta la vida eterna.
Parece que esperaba este don para abrir su corazón. Quería contarme todo sobre ella. La vi maravillada
profundizando en su propia conciencia. Volvió a su pueblo hablando de mí y diciendo: «¿Será este el
Mesías?».[31]

Nuestra resonancia

Señor Jesús, esta tarde, entre nosotros, la presencia femenina es significativa. En los Evangelios, las
mujeres tienen un lugar destacado. Os ayudaron a ti y a los apóstoles. Algunas de ellas estuvieron
presentes en tu pasión. Y fueron las primeras en anunciar tu resurrección.

El genio femenino nos lleva a vivir la fe con afecto hacia ti.[32] Nos lo enseñan todos los santos.
Queremos seguir sus huellas.

Oremos

El don de la maternidad espiritual

Señor Jesús, las mujeres sostienen en gran medida el anuncio de la fe en el mundo y el camino de las
comunidades cristianas. Haz que sigan siendo testigos de esa felicidad que brota del encuentro contigo y
que constituye el secreto profundo de sus vidas. Cuídalas como signo luminoso de maternidad junto a los
últimos que, en sus corazones, son los primeros.

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

SÉPTIMA ESTACIÓN

Jesús cae por segunda vez

«No te quedes lejos de mí»[33]

Adoramus…

Del Evangelio según san Mateo

«Jesús fue con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní, a orar. Y llevándose a Pedro y a los dos
hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo: “Me muero de tristeza: quedaos
aquí y velad conmigo”. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: “Padre mío, si es
posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”».
[34]

Del Evangelio según san Lucas

«Se le apareció un ángel del cielo, que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y
le bajaba hasta el suelo un sudor como de gotas de sangre».[35]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

No es sólo cansancio físico. Es algo más profundo lo que me pasa. Ayer tarde estuve un buen rato
postrado en oración al Padre. Mi sudor era como gotas de sangre. Estaba ya en agonía. Estoy viviendo la
experiencia extrema y difícil de todo ser humano que se acerca a la muerte. Gracias, Padre, por haberme
enviado en ese momento un ángel del cielo a consolarme.
Nuestra resonancia

Señor Jesús, ¡qué abismo de tristeza en tantas almas heridas por la soledad, el abandono, la indiferencia,
la enfermedad, la muerte de un ser querido!

Inconmensurable, el dolor de cuantos sufren la crueldad de la violencia, el odio de palabras falaces o se


encuentran con corazones de piedra que hacen llorar y llevan a la desesperación.

El corazón del hombre –el corazón de cada uno de nosotros– espera otra cosa: el cuidado del amor. Tú,
Jesús, nos lo enseñas a todos los hombres de buena voluntad: Amaos los unos a los otros como yo os he
amado.[36]

Oremos

Que mi corazón cuide y consuele

Que las puertas de mi corazón estén abiertas. Que sea grande como el corazón de Dios. Que esté
dispuesto a llevar esperanza, a ocuparse de los demás, a escuchar, a poner bálsamo en las heridas, a
iluminar a quien se encuentra en tinieblas. Que cuide y consuele hoy, mañana y siempre.

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

OCTAVA ESTACIÓN

Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

«Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo»[37]

Adoramus…

Del Evangelio según san Lucas


«Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por
vuestros hijos”».[38]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Hace pocos días que llegué a Jerusalén. Una comitiva de discípulos me acogió haciendo fiesta con
regocijo. Incluso me aclamaban diciendo: «Bendito el que viene en el nombre del Señor».[39] En medio
de su sencillez, ese momento fue solemne. Sin embargo, no fue del agrado de los fariseos. La fiesta no
impidió que llorase al ver la ciudad.[40] Ahora que voy exhausto al Gólgota, oigo voces de mujeres que
se lloran por mí y se dan golpes de pecho.

Nuestra resonancia

Señor Jesús, también hoy, viendo nuestras ciudades, tendrías motivos para llorar. Quizás también
nosotros estamos ciegos y no comprendemos el camino de paz que tú nos indicas.[41]

Pero ahora sentimos como una llamada tuya lo que dijiste en el Sermón de la Montaña: «Dichosos los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán
llamados hijos de Dios». Y también cuando dijiste a tus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra…
Vosotros sois la luz del mundo… Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y den gloria al Padre que está en el cielo».[42]

Oremos

A la luz de la Jerusalén del cielo

Señor y Dios nuestro, nos has llamado a la Jerusalén del cielo, que es la tienda de Dios con los hombres.
Nos has prometido que allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, que no habrá ya muerte, ni luto, ni
llanto, ni dolor. Tú serás nuestro Dios y nosotros seremos tu pueblo.[43] Preserva en nosotros la
esperanza de que, después de sembrar con lágrimas, llegará el momento gozoso de recoger las gavillas.
[44]

Todos: Pater noster… Stabat Mater…


NOVENA ESTACIÓN

Jesús cae por tercera vez

El “viaje” de Jesús

Adoramus…

Del Evangelio según san Juan

«Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre».[45]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Mi camino terreno llega a su fin. Cuando nací, mi madre me puso en un pesebre[46]. He pasado casi toda
mi vida en Nazaret. He formado parte de la historia del pueblo elegido.

Como enviado itinerante del Padre, he anunciado la amplitud de su amor, en el que todos caben; la
extensión de su amor, que se mantiene fiel a lo largo todas las generaciones; la altitud de su amor,
esperanza que vence incluso a la muerte;[47] y la profundidad de su amor, que no me ha enviado para
los justos, sino para los pecadores.[48]

Muchos escucharon mi palabra y me siguieron, convirtiéndose en discípulos míos; otros no me


comprendieron. Algunos me rechazaron y, al final, me condenaron. Pero, en este momento, más que
nunca, me siento llamado a revelar el amor de Dios por los hombres. [49]

Nuestra resonancia

Señor Jesús, ante tu amor y el amor del Padre, nos preguntamos si no nos estaremos dejando contagiar
por el mundo, que considera tu pasión y muerte «necedad y escándalo», siendo así que es «fuerza y
sabiduría de Dios».[50] ¿No estaremos siendo cristianos tibios, cuando tu amor es un misterio de fuego?
¿Nos damos cuenta de que antes de que Dios viniese a nosotros, ni siquiera sabíamos quién era Dios?
Cuando tú, Hijo Unigénito, llegaste, Dios, que nos hizo a su imagen, nos permitió levantar los ojos a él y
nos prometió el Reino de los cielos. ¿Cómo no amar a Aquel que nos ha amado primero»?[51]

Oremos

«Abba, Padre»

Señor y Dios nuestro, nos atrevemos a llamarte «Padre nuestro». Sentirnos hijos tuyos es un don
maravilloso del que te estaremos eternamente agradecidos. Sabemos, Padre, que no somos una mota de
polvo en el universo. Nos has dado una gran dignidad, nos has llamado a ser libres. Líbranos de toda
forma de esclavitud. No dejes que nos perdamos lejos de ti. Padre, cuida de cada uno de nosotros. Cuida
de todos los hombres sobre la faz de tierra.

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

DÉCIMA ESTACIÓN

Jesús es despojado de sus vestiduras

La túnica

Adoramus…

Del Libro de los Salmos

«Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica».[52]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Me quedo en silencio. Me siento humillado por un gesto aparentemente banal. Hace horas que me
quitaron la ropa. Pienso en mi Madre, aquí presente. Mi humillación es también la suya. También de esta
manera una espada traspasó su alma. A ella le debía la túnica que me arrebataron. Era un símbolo de su
amor por mí.[53]

Nuestra resonancia

Tu túnica, Señor, nos lleva a meditar en un momento de gracia y también en todas las veces que se viola
la dignidad del hombre.

La gracia es la del Bautismo. Al niño que acaba de convertirse en cristiano, se le dice: «Eres ya nueva
creatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano.
Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna».[54] Esta
es la verdad más profunda de la existencia humana.

Al mismo tiempo, el amor con que cuidas a todas las criaturas nos lleva también a pensar en situaciones
terribles: el tráfico de seres humanos, los niños soldados, el trabajo esclavo, los niños y adolescentes a
los que han robado su inocencia, heridos en su intimidad, profanados sin piedad.

Tú nos haces pedir humildemente perdón a cuantos sufren estos ultrajes y rezar para que finalmente se
despierte la conciencia de los que oscurecen el cielo en la vida de los demás. Ante ti, Señor Jesús,
renovamos nuestro propósito de «vencer el mal con el bien».[55]

Oremos

Las dos vías

«Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se
sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será
como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y
cuanto emprende tiene buen fin».[56]

Todos: Pater noster… Stabat Mater…


UNDÉCIMA ESTACIÓN

Jesús es clavado en la cruz

La suprema cátedra del amor de Dios

Adoramus…

Del Evangelio según san Juan

«Entonces se lo entregó para que lo crucificaran… Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz;
en él estaba escrito: Jesús el Nazareno, el rey de los judíos».[57]

Sentimientos y pensamientos de Jesús

Me están taladrando los pies y las manos. Los brazos estirados. Los clavos atraviesan mi carne con dolor.
Tengo el cuerpo inmovilizado, pero libre el corazón, y con esa libertad fui hacia mi pasión.[58] Libre,
porque está lleno de amor, de un amor que quiere incluir a todos.

Miro a los que me crucifican. Pienso en los que se lo han mandado: «Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen».[59] Junto a mí hay otros dos condenados a morir en cruz. Uno de ellos me pide que me
acuerde de él cuando esté en mi reino. Sí –le digo–, «hoy estarás conmigo en el paraíso».[60]

Nuestra resonancia

Te vemos, Señor Jesús, clavado en la cruz. Y nos asaltan preguntas apremiantes: ¿Cuándo quedará
abolida la pena de muerte, vigente aún hoy en numerosos Estados? ¿Cuándo desaparecerá todo tipo de
tortura y la muerte violenta de personas inocentes? Tu Evangelio es la mejor defensa para el hombre,
para todos los hombres.

Oremos

«Ten piedad de nosotros»


Señor Jesús, tú aceptaste la cruz para enseñarnos a dar nuestra vida por amor;

en la hora de la muerte, escuchaste al ladrón arrepentido.

Salvador inocente, fuiste contado entre los malhechores

y te sometiste al juicio de los pecadores.[61]

Ten piedad de nosotros.

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

DUODÉCIMA ESTACIÓN

Jesús muere en la cruz

Señor, te necesitamos» (Beato Pablo VI)

Adoramus…

Palabras de Jesús en la cruz

Jesús dijo a voz en grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».[62] Después, dirigiéndose
a su Madre, dijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; y al discípulo Juan: «Ahí tienes a tu madre».[63] Añadió:
«Tengo sed»;[64] dijo: «Está cumplido»;[65] y, finalmente: «Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu».[66]

Nuestra resonancia

En la cruz, Jesús, rezaste. Así viviste el momento culminante de tu vocación y misión.

Te dirigiste a tu Madre y al discípulo Juan. A través de ellos, nos hablabas también a nosotros. Nos
confiaste a tu Madre. Nos pediste que la acogiéramos en nuestra vida, para que nos cuidase a nosotros
igual que cuidó de ti.
Nos impresiona mucho que, en tu larga agonía de horas, te hayas dirigido a voz en grito a Dios con las
palabras del salmo 21, que expresan los sufrimientos, pero también las esperanzas del justo.

El evangelista Lucas recuerda que, poco antes de morir, dijiste: «Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu».[67] La respuesta que el Padre dará será tu resurrección.

Oremos

«Omnia nobis est Christus» (San Ambrosio)

- «Te necesitamos, Señor, para saber quién somos y adónde vamos.

- Te necesitamos para reencontrar las verdaderas razones de la fraternidad entre los hombres, el
fundamento de la justicia, los tesoros de la caridad, el sumo bien de la paz.

- Te necesitamos, gran Paciente de nuestros dolores, para conocer el sentido del sufrimiento.

- Te necesitamos, Vencedor de la muerte, para librarnos de la desesperación y del vacío.

- Te necesitamos, Señor, para aprender el amor verdadero y para proseguir, con la alegría y la fuerza de
tu caridad, nuestro arduo camino hasta el encuentro final contigo, amado, esperado, bendito por los
siglos».[68]

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

DECIMOTERCERA ESTACIÓN

Jesús es bajado de la cruz

La vía regia para la Iglesia

Adoramus…

Del Evangelio según san Mateo


«El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús… dijeron aterrorizados: “Verdaderamente este era
Hijo de Dios”. Había allí muchas mujeres… Entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y
de José, y la madre de los hijos de Zebedeo».[69]

Jesús ha pasado de este mundo al Padre. Su pasión nos da la gracia de descubrir, dentro de la historia, la
pasión de Dios por el hombre. Los santos han correspondido convirtiéndose en discípulos y apóstoles. A
esto mismo estamos llamados también nosotros.

Nuestra resonancia

- «En ti, Jesús –Palabra hecha carne–, estamos llamados a ser la Iglesia de la misericordia.

- En ti –pobre por elección–, la Iglesia está llamada a ser pobre y amiga de los pobres.

- Contemplando tu rostro, el nuestro no podrá ser distinto del tuyo.

- Nuestra debilidad será fuerza y victoria si manifiesta la humildad y de la mansedumbre de nuestro


Dios».[70]

Oremos

«Extiende, Padre, a toda la familia humana el reino de justicia y de paz que has preparado por medio de
tu Hijo Unigénito, nuestro rey y salvador, de modo que los hombres tengan paz dulce y verdadera, los
pobres encuentren justicia, los afligidos sean consolados y todas las tribus de la tierra sean bendecidas
en él, nuestro Dios y Señor, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los
siglos».[71]

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

DECIMOCUARTA ESTACIÓN

Jesús es puesto en el sepulcro

Protegidos para siempre

Adoramus…
Del Evangelio según san Juan

«Después de esto, José de Arimatea… pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato le
autorizó. El fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo… y trajo unas cien libras de una
mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas,
según se acostumbra a enterrar entre los judíos».[72]

Sentimientos de dos amigos de Jesús

El cuerpo de los condenados a la crucifixión no era considerado digno ni siquiera de recibir sepultura. Sin
embargo, dos hombres importantes, José de Arimatea y Nicodemo, cuidaron con esmero del cuerpo de
Jesús.

«¡Qué fortuna, para mí y para vosotros –nos dice José de Arimatea–, que nos hayamos convertido en
discípulos de Jesús![73] Yo antes me escondía. Ahora, en cambio, siento dentro de mí una fuerte
determinación. Me he presentado incluso ante Pilato para obtener el cuerpo de Jesús.[74] Más que la
determinación, me han movido el amor y la alegría. Estoy contento de haber podido ofrecer una tumba
nueva, escavada en la roca.[75] A vosotros os digo: Amad a nuestro Salvador».

Nicodemo podría añadir: «Mi primer encuentro con Jesús fue en horas nocturnas. Me invitó a nacer de
nuevo, a nacer de lo alto.[76] Solamente poco a poco he comprendido aquellas palabras suyas. Ahora
estoy aquí para honrar su cuerpo. Por eso, he comprado una mixtura de mirra y áloe.[77] Pero, la verdad
es que él ha hecho mucho más por mí: ha perfumado mi vida».

María habla a nuestro corazón

«Juan ha permanecido junto a mí. Al pie de la cruz, mi fe ha sufrido una dura prueba. Como en Belén y
después en Nazaret, también ahora medito todas estas cosas en silencio.[78] Confío en Dios. No he
perdido mi esperanza de madre. Confiad también vosotros. Para todos vosotros pido la gracia de una fe
fuerte. Para aquellos que atraviesan días de oscuridad, el consuelo».

Oremos
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas la mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Todos: Pater noster… Stabat Mater…

[1] Cf. Mt 1,24.

[2] Lc 22,19-20.

[3] Mc 15,12-13.15.

[4] Cf. Lc 22,15.

[5] Cf. Jn 13,9.

[6] Cf. Mt 26,49.

[7] Cf. Jn 17,11.

[8] Cf. Misal Romano, Rito de Comunión, oración del celebrante; Jn 6,53-58; Ef 2,4-6.

[9] Mc 15,20.

[10] Cf. Mc 15,16-20.

[11] Cf. Is 53,2-8.

[12] Is 53,12; cf. Lc 22,37.

[13] Cf. Hch 5,17-33; 16,16-24.

[14] Is 53,5.

[15] Jn 1,29.

[16] Cf. Lc 18,10-13.

[17] Cirilo de Jerusalén, Catequesis bautismales, 13,35-36.

[18] Cf. Misal Romano, Plegaria eucarística IV.

[19] Lc 2,34-35.51.

[20] Cf. Lc 2,22-24.28.33-35.

[21] Gregorio Nacianceno, La pasión de Cristo, 445-460.

[22] Sal 84,11.

[23] Jn 2,5.
[24] Lc 23,26.

[25] Lc 14,27.

[26] Efrén el Sirio, Himnos sobre la crucifixión, IX, 1.

[27] Ga 6,2.

[28] Hch 20,35.

[29] Lc 8,1-3.

[30] Cf. Jn 12,1-7.

[31] Jn 4,29.

[32] Cf. J. Ratzinger, La donna, custode dell’essere umano - Introduzione alla Lettera apostolica Mulieris
Dignitatem, Giornale di Teologia, 195, Brescia 1990, 16-17.

[33] Sal 21,12a.

[34] Mt 26,36-39.

[35] Lc 22,43-44.

[36] Cf. Jn 13,34.

[37] Mt 5,13.14.

[38] Lc 23,27-28.

[39] Lc 19,38.

[40] Cf. Lc 19,41.

[41] Ibíd.

[42] Mt 5,8-9.13.14.16.

[43] Cf. Ap 21,4; Is 25,6-9.

[44] Cf. Sal 126,5.

[45] Jn 16,28.

[46] Cf. Lc 2,7.

[47] Cf. Ef 3,18-19; Col 1,27; 1 Tm 1,1; Hb 6,18-20.

[48] Cf. Mc 2,17.

[49] Cf. Jn 13,1.

[50] Cf. 1 Co 1,23-24.

[51] Cf. Carta a Diogneto, VIII, 1; X, 2-3.


[52] Sal 21,19.

[53] Cf. Mt 27,35.

[54] Ritual del Bautismo de niños, imposición de la vestidura blanca; cf. Ga 3,27.

[55] Cf. Rm 12,21.

[56] Sal 1,1-3.

[57] Jn 19,16.19.

[58] Cf. Misal Romano, Plegaria eucarística II.

[59] Lc 23,34.

[60] Lc 23,43.

[61] Liturgia Ambrosiana, Laudes del Viernes Santo, Aclamaciones a nuestro Señor Jesucristo.

[62] Mt 27,46; Mc 15,34.

[63] Jn 19,26.27.

[64] Jn 19,28.

[65] Jn 19,30.

[66] Lc 23,46.

[67] 23,46.

[68] G. B. Montini, Carta pastoral Omnia nobis est Christus, 1955, oración final.

[69] Mt 27,54-56.

[70] Cf. Carlo Maria Martini, Lettera di presentazione del Sinodo 47º della Diocesi di Milano, 1 febrero
1995, en Parole alla Chiesa, parole alla Città, Bologna 2002, 986-989.

[71] Liturgia Ambrosiana de las Horas, vol. IV, Tiempo ordinario, II semana, Vísperas, jueves.

[72] Jn 19,38-40.

[73] Cf. Mt 27,57.

[74] Cf. Mt 27,58

[75] Cf. Mt 27,60.

[76] Cf. Jn 3,2-15.

[77] Cf. Jn 19,39.

[78] Cf Lc 2,19.51.
Imagen: Vía Crucis, iglesia de la Virgen de los Dolores de Pohorelá (Eslovaquia)

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS 


DEL SUMO PONTÍFICE  

VIA CRUCIS
EN EL COLISEO
PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE
FRANCISCO
VIERNES SANTO
Roma, 18 de abril de 2014

«EL ROSTRO DE CRISTO,


EL ROSTRO DEL HOMBRE»

MEDITACIONES de S.E. Mons. Giancarlo Maria BREGANTINI,


Arzobispo de Campobasso-Boiano

INTRODUCCIÓN

«El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que
también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un
hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”» (Jn 19,35-37).

Dulce Jesús,
subiste al Gólgota sin hesitar, como gesto de amor,
y te dejaste crucificar sin lamento.
Humilde hijo de María,
cargaste con nuestra noche
para mostrarnos con cuánta luz
querías henchir nuestro corazón.
En tu dolor, reside nuestra redención,
en tus lágrimas, se bosqueja la «hora»
en la que se desvela el amor gratuito de Dios.
Siete veces perdonados
en tus últimos suspiros de hombre entre los hombres,
nos devuelves a todos al corazón del Padre,
para indicarnos en tus últimas palabras
la vía redentora para todo nuestro dolor.
Tú, el plenamente encarnado, te anonadas en la cruz,
solamente comprendido por Ella, la Madre,
que permanecía fielmente al pie de aquel patíbulo.
Tu sed es fuente de esperanza siempre encendida,
mano tendida incluso para el malhechor arrepentido,
que hoy, gracias a ti, dulce Jesús, entra en el paraíso.
Concédenos a todos nosotros, Señor Jesús crucificado,
tu infinita misericordia,
perfume de Betania en el mundo,
gemido de vida para la humanidad.
Y, confiados finalmente en las manos de tu Padre,
ábrenos la puerta de la vida que nunca muere. Amén.

PRIMERA ESTACIÓN

Jesús condenado a muerte


El dedo acusador

«Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían
gritando: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Por tercera vez les dijo: “Pues, ¿qué mal ha hecho este?
No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento
y lo soltaré”. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba
creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le
reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a
su voluntad» (Lc 23,20-25).

Un Pilato atemorizado que no busca la verdad, el dedo acusador y el creciente clamor de la


multitud, son los primeros pasos de la muerte de Jesús. Inocente como un cordero cuya sangre
salva a su pueblo. Ese Jesús, que ha pasado entre nosotros curando y bendiciendo, es condenado
ahora a la pena capital. Ninguna palabra de gratitud por parte del gentío que, en cambio, elige a
Barrabás. Para Pilato, se convierte en un caso embarazoso. Lo entrega a la muchedumbre y se
lava las manos, enteramente apegado a su poder. Lo entrega para que sea crucificado. No quiere
saber nada de él. Para él, el caso está cerrado.

La condena apresurada de Jesús acoge así las acusaciones fáciles, los juicios superficiales entre la
gente, las insinuaciones y prejuicios, que cierran el corazón y se convierten en cultura racista, de
exclusión y descarte, con cartas anónimas y horribles calumnias. Si acusados, se salta
inmediatamente en primera página; si absueltos, se termina en la última.
¿Y nosotros? ¿Sabremos tener una conciencia recta y responsable, transparente, que nunca dé la
espalda al inocente, sino que luche con valor en favor de los débiles, resistiéndose a la injusticia y
defendiendo por doquier la verdad ultrajada?

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ORACIÓN

Señor Jesús,
hay  manos que amparan y hay manos que firman sentencias injustas.
Haz que, ayudados por tu gracia, no descartemos a nadie.
Defiéndenos de la calumnia y la mentira.
Ayúdanos a buscar siempre la verdad,
y a estar siempre de parte de los débiles.
Y concede tu luz a quien, por misión, debe juzgar en el tribunal,
para que emita siempre sentencias justas y verdaderas. Amén.

SEGUNDA ESTACIÓN

Jesús con la cruz a cuestas


El pesado madero de la crisis

«Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos al pecado, vivamos
para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero
ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas» (1 P 2,24-25).

Pesa el madero de la cruz, porque, en él, Jesús lleva consigo todos nuestros pecados. Se tambalea
bajo este peso, demasiado grande para un solo hombre (cf. Jn 19,17).

Es también el peso de todas las injusticias que ha causado la crisis económica, con sus graves
consecuencias sociales: precariedad, desempleo, despidos; un dinero que gobierna en lugar de
servir, la especulación financiera, el suicidio de empresarios, la corrupción y la usura, las
empresas que abandonan el propio país.

Esta es la pesada cruz del mundo del trabajo, la injusticia en la espalda de los trabajadores. Jesús
la carga sobre sus hombros y nos enseña a no vivir más en la injusticia, sino a ser capaces, con su
ayuda, de crear puentes de solidaridad y esperanza, para no ser ovejas errantes ni extraviadas en
esta crisis.

Volvamos, pues, a Cristo, pastor y guardián de nuestras almas. Luchemos juntos por el trabajo en
reciprocidad, superando el miedo y el aislamiento, recuperando la estima por la política y
tratando de solventar juntos los problemas.
La cruz, entonces, se hará más ligera, si la llevamos con Jesús y la levantamos todos juntos,
porque con sus heridas – resquicios de luz – hemos sido curados.

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ORACIÓN

Señor Jesús, 
cada vez se hace más densa nuestra noche.
La pobreza se torna miseria.
No tenemos pan para los hijos y nuestras redes están vacías.
Nuestro futuro es incierto. Vela por el trabajo que falta.
Despierta en nosotros el celo por la justicia,
para que no arrastremos la vida,
sino que la llevemos con dignidad. Amén.

TERCERA ESTACIÓN

Jesús cae por primera vez


La fragilidad que se abre a la acogida

«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por
nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él» (Is 53,4-5).

Es un Jesús frágil, muy humano, el que contemplamos con asombro en esta estación de gran
dolor. Pero es precisamente esta caída en tierra lo que revela aún más su inmenso amor. Está
acorralado por el gentío, aturdido por los gritos de los soldados, cubierto por las llagas de la
flagelación, lleno de amargura interior por la inmensa ingratitud humana. Y cae. Cae por tierra.

Pero en esta caída, en este ceder al peso y la fatiga, Jesús vuelve a ser una vez más maestro de
vida. Nos enseña a aceptar nuestras fragilidades, a no desanimarnos por nuestros fallos, a
reconocer con lealtad nuestras limitaciones: «El deseo del bien está a mi alcance – dice san Pablo
– pero no el realizarlo» (Rm 7,18).

Con esta fuerza interior que viene del Padre, Jesús también nos ayuda a aceptar las debilidades de
los demás; a no indignarnos con quien ha caído, a no ser indiferentes con quien cae. Y nos da la
fuerza para no cerrar la puerta a quien llama a nuestra casa pidiendo asilo, dignidad y patria.
Conscientes de nuestra fragilidad, acogeremos entre nosotros la fragilidad de los emigrantes, para
que encuentren seguridad y esperanza.
En efecto, en el agua sucia del cántaro del Cenáculo, es decir, en nuestra fragilidad, es donde se
refleja el verdadero rostro de nuestro Dios. Por eso, «todo espíritu que confiesa a Jesucristo
venido en carne, es de Dios» (1 Jn 4,2).

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ORACIÓN

Señor Jesús,
que te has humillado para rescatar nuestra debilidad,
haznos capaces de entrar en una verdadera comunión
con nuestros hermanos más pobres.
Arranca de nuestro corazón toda raíz de miedo y cómoda indiferencia,
que nos impide reconocerte en los emigrantes,
para dar testimonio de que tu Iglesia no tiene fronteras,
sino que es verdadera madre de todos. Amén.

CUARTA ESTACIÓN

Jesús se encuentra con la Madre


Lágrimas solidarias

«Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este ha sido puesto para que muchos
en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción: así quedará clara la
actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2,34-35). «Llorad
con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros» (Rm 12,15-16).

Este encuentro de Jesús con María, su madre, está cargado de emoción, de lágrimas amargas. En
él se expresa la fuerza invencible del amor materno, que supera todo obstáculo y sabe abrir
caminos. Pero impresiona aún más la mirada solidaria de María, que comparte e infunde fuerza al
Hijo. Nuestro corazón se llena así de asombro al contemplar la grandeza de María, precisamente
en su hacerse, ella misma criatura, «prójimo» para con su Dios y su Señor.

Ella recoge las lágrimas de todas las madres por sus hijos lejanos, por los jóvenes condenados a
muerte, asesinados o enviados a la guerra, especialmente por los niños soldados. En ellas
escuchamos el lamento desgarrador de las madres por sus hijos, moribundos a causa de tumores
producidos por la quema de residuos tóxicos.

¡Qué lágrimas tan amargas! ¡Solidaridad en compartir la ruina de los hijos! Madres que velan en
la noche, con las luces encendidas, temblando por los jóvenes abrumados por la inseguridad o en
las garras de la droga y el alcohol, especialmente las noches del sábado.
Junto a María, nunca seremos un pueblo huérfano. Nunca olvidados. Como a san Juan Diego,
María también nos ofrece a nosotros la caricia de su consuelo materno, y nos dice: «No se turbe
tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286).

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ORACIÓN

Salve, Madre,
dame tu santa bendición.
Bendíceme, a mí y a toda mi casa.
Dígnate ofrecer a Dios todo lo que hoy haré y soportaré,
unido a tus méritos y a los de tu santísimo Hijo.
Te ofrezco y dedico todo mi ser y todas mis cosas a tu servicio,
poniéndome por entero bajo tu manto.
Obtén para mí, Señora, la pureza de la mente y del cuerpo,
y haz que, en este día,
no haga nada que desagrade a Dios.
Te lo pido por tu Inmaculada Concepción
y tu intacta virginidad. Amén

(San Gaspar Bertoni).

QUINTA ESTACIÓN

El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz


La mano amiga que levanta

«A uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo
forzaron a llevar la cruz» (Mc 15,21).

Simón de Cirene pasa casualmente por allí. Pero se convierte en un encuentro decisivo en su
vida. Él volvía del campo. Hombre de fatigas y vigor. Por eso se le obligó a llevar la cruz de
Jesús, condenado a una muerte infame (cf. Flp 2,8).

Pero este encuentro, el principio casual, se trasformará en un seguimiento decisivo y vital de


Jesús, llevando cada día su cruz, negándose a sí mismo (cf. Mt 16,24-25). En efecto, Simón es
recordado por Marcos como el padre de dos cristianos conocidos en la comunidad de Roma:
Alejandro y Rufo. Un padre que ha impreso ciertamente en el corazón de los hijos la fuerza de la
cruz de Jesús. Porque la vida, si uno se aferra demasiado a ella, enmohece y se agosta. Pero si la
ofrece, florece y se convierte en espiga de grano, para él y para toda la comunidad.
En esto radica la verdadera cura de nuestro egoísmo, siempre al acecho. La relación con el otro
nos rehabilita y crea una hermandad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada
del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que puede soportar las penas de la
vida, apoyándose en el amor de Dios. Sólo con el corazón abierto al amor divino, me veo
impulsado a buscar la felicidad de los demás en tantos gestos de voluntariado: una noche en el
hospital, un préstamo sin intereses, una lágrima enjugada en familia, la gratuidad sincera, el
compromiso con altas miras por el bien común, el compartir el pan y el trabajo, venciendo toda
forma de recelo y envidia.

El mismo Jesús nos lo recuerda: «Lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

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ORACIÓN

Señor Jesús,
en el Cireneo amigo vibra el corazón de tu Iglesia,
que se hace refugio de amor para cuantos tienen sed de ti.
La ayuda fraterna es la clave para atravesar juntos la puerta de la Vida.
No permitas que nuestro egoísmo nos haga pasar de largo,
y ayúdanos a derramar el ungüento de consolación en las heridas de los otros,
para hacernos compañeros leales de camino,
sin evasivas y sin cansarnos nunca de optar por la fraternidad. Amén.

SEXTA ESTACIÓN

Verónica enjuga el rostro de Jesús


La ternura femenina

«Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro”. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.


No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios
de mi salvación» (Sal 26,8-9).

Jesús se arrastra con dificultad, jadeando. Pero la luz de su rostro se mantiene intacta. No hay
ofensa que pueda oponerse a su belleza. Los salivazos no la han empañado. Los golpes no han
conseguido quebrarla. Este rostro se parece a una zarza ardiente que, cuanto más se le ultraja,
más consigue emanar una luz de salvación. De los ojos del Maestro manan lágrimas silenciosas.
Lleva el peso del abandono. Sin embargo, Jesús avanza, no se detiene, no vuelve atrás. Afronta la
opresión. Está turbado por la crueldad, pero él sabe que su muerte no será en vano.

Jesús, entonces, se detiene ante una mujer que viene a su encuentro sin titubeos. Es la Verónica,
verdadera imagen femenina de la ternura.
El Señor encarna aquí nuestra necesidad de gratuidad amorosa, de sentirnos amados y protegidos
por gestos de solicitud y de cuidados. Las caricias de esta criatura se empapan de la sangre
preciosa de Jesús y parecen purificarlo de las profanaciones recibidas en aquellas horas de
tortura. La Verónica consigue tocar al dulce Jesús, rozar su candor. No sólo para aliviar, sino para
participar en su sufrimiento. Reconoce en Jesús a cada prójimo que ha de consolar, con un toque
de ternura, para entrar en el gemido de dolor de los que hoy no reciben asistencia ni calor de
compasión. Y mueren de soledad.

==========

ORACIÓN

Señor Jesús,
¡qué amarga la indiferencia de quien creíamos
a nuestro lado en los momentos de desolación!
Pero tú nos cubres con ese paño
que lleva impresa tu sangre preciosa,
que has derramado a lo largo del camino del abandono,

que también tú sufriste injustamente.


Sin ti, no tenemos
ni podemos dar alivio alguno. Amén.

SÉPTIMA ESTACIÓN

Jesús cae por segunda vez


La angustia de la cárcel y de la tortura

«Me rodeaban cerrando el cerco... Me rodeaban como avispas, ardiendo como el fuego en las
zarzas, en el nombre del Señor los rechacé. Empujaban y empujaban para derribarme, pero el
Señor me ayudó... Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte»(Sal
117,11.12-13.18).

En Jesús se cumplen verdaderamente las antiguas profecías del Siervo humilde y obediente, que
carga sobre sus hombros toda nuestra historia de dolor. Y así, Jesús, llevado a empellones, se
desploma por la fatiga y la opresión, rodeado, circundado por la violencia, ya sin fuerzas. Cada
vez más solo, cada vez más en la oscuridad. Lacerado en la carne, con los huesos magullados.

En él reconocemos la amarga experiencia de los detenidos en prisión, con todas sus


contradicciones inhumanas. Rodeados y cercados, «empujados para derribarlos». A la cárcel se la
mantiene aún hoy demasiado lejana, olvidada, rechazada por la sociedad civil. Hay absurdos de la
burocracia, lentitud de la justicia. El hacinamiento es una doble pena, un dolor agravado, una
opresión injusta, que desgasta la carne y los huesos. Algunos – demasiados – no sobreviven... Y
aun cuando un hermano nuestro sale, lo seguimos considerando «ex recluso», cerrándole así las
puertas del rescate social y laboral.

Pero más grave es la tortura, por desgracia muy practicada en varias partes de la tierra de muchos
modos. Como lo fue para Jesús, también él golpeado, humillado por la soldadesca, torturado con
la corona de espinas, azotado con crueldad.

Ante esta caída, cómo nos percatamos de  la verdad de aquellas palabras de Jesús: «Estuve en la
cárcel y no me visitasteis» (Mt 25,36). En toda cárcel, junto a cada torturado, siempre está él, el
Cristo que sufre, encarcelado y torturado. Aunque probados duramente, él es nuestra ayuda, para
no ser entregados al miedo. Sólo juntos nos levantamos, acompañados por agentes apropiados,
apoyados en la mano fraterna de los voluntarios y rescatados de una sociedad civil que hace
suyas las muchas injusticias cometidas dentro de los muros de una prisión.

==========

ORACIÓN

Señor Jesús,
una conmoción indecible me embarga
al verte postrado en tierra por mí.
No hallas mérito alguno, sino una multitud de pecados, incongruencias, debilidades.
Y ¡qué amor de predilección como respuesta!
Al margen de la sociedad, denigrados por los juicios,
tú nos has bendecido para siempre.
Dichosos nosotros si hoy estamos aquí, por tierra, contigo, rescatados de la condena.
Haz que no eludamos nuestras responsabilidades,
concédenos vivir en tu humillación, a salvo de toda pretensión de omnipotencia,
para renacer a una vida nueva como criaturas hechas para el cielo. Amén.

OCTAVA ESTACIÓN

Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén


Compartir, no sólo conmiseración

«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos» (Lc 23,28).

Las figuras femeninas en el camino del dolor se presentan como antorchas encendidas. Mujeres
de fidelidad y valor que no se dejan intimidar por los guardias ni escandalizar por las llagas del
Buen Maestro. Están dispuestas a encontrarlo y consolarlo. Jesús está allí, ante ellas. Hay quien
lo pisotea mientras cae por tierra agotado. Pero las mujeres están allí, listas para darle ese cálido
latido que el corazón ya no puede contener. Antes lo observan desde lejos, pero luego se acercan,
como hace el amigo, el hermano o hermana cuando se da cuenta de las dificultades del ser
querido.

Jesús se impresiona por su llanto amargo, pero les exhorta a no desgastar el corazón en verlo tan
maltratado, a no ser mujeres que lloran, sino creyentes. Pide un dolor compartido y no una
conmiseración sollozante. No más lamentos, sino deseos de renacer, de mirar hacia adelante, de
proceder con fe y esperanza hacia esa aurora de luz que surgirá aún más cegadora sobre la cabeza
de quienes caminan con los ojos puestos en Dios. Lloremos por nosotros mismos si aún no
creemos en ese Jesús que nos ha anunciado el Reino de la salvación. Lloremos por nuestros
pecados no confesados.

Y lloremos también por esos hombres que descargan sobre las mujeres la violencia que llevan
dentro. Lloremos por las mujeres esclavizadas por el miedo y la explotación. Pero no basta
compungirse y sentir compasión. Jesús es más exigente. Las mujeres deben ser amadas como un
don inviolable para toda la humanidad. Para hacer crecer a nuestros hijos, en dignidad y
esperanza.

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ORACIÓN

Señor Jesús,
frena la mano que ataca a las mujeres.
Libera su corazón del abismo de la desesperación
cuando se convierten en víctimas de la violencia.
Enjuga su llanto cuando se encuentran solas.
Y abre nuestro corazón para compartir todo dolor,
con sinceridad y fidelidad,
más allá de la compasión natural,
para hacernos instrumentos de la verdadera liberación. Amén.

NOVENA ESTACIÓN

Jesús cae por tercera vez


Superar la nociva nostalgia

«¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?; ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?,
¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra
gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37).

San Pablo enumera sus pruebas, pero sabe que Jesús ha pasado antes por ellas, que en el camino
hacia el Gólgota cayó una, dos, tres veces. Destrozado por la tribulación, la persecución, la
espada; oprimido por el madero de la cruz. Exhausto. Parece decir, como nosotros en tantos
momentos de oscuridad: «¡Ya no puedo más!».

Es el grito de los perseguidos, los moribundos, los enfermos terminales, los oprimidos por el
yugo.

Pero en Jesús se ve también su fuerza: «Si hace sufrir, se compadece» (Lm 3,32). Nos muestra
que en la aflicción siempre está su consuelo, un «más allá» que se entrevé en la esperanza. Como
la poda de la vid que el Padre celestial, con sabiduría, hace precisamente con los sarmientos que
dan fruto (cf. Jn 15,8). Nunca para cercenar, sino siempre para rebrotar. Como una madre cuando
llega su hora: se inquieta, gime, sufre en el parto. Pero sabe que son los dolores de la nueva vida,
de la primavera en flor, precisamente por esa poda.

Que la contemplación de Jesús caído, pero capaz de ponerse en pie, nos ayude a vencer la
congoja que el temor por el mañana imprime en nuestro corazón, especialmente en este tiempo de
crisis. Superemos la nociva nostalgia del pasado, la comodidad del inmovilismo, del «siempre se
ha hecho así». Ese Jesús que se tambalea y cae, pero que luego se levanta, es la certeza de una
esperanza que, alimentada por la oración intensa, nace precisamente durante la prueba, y no
después de la prueba ni sin prueba. Por la fuerza de su amor, saldremos más que victoriosos.

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ORACIÓN

Señor Jesús,
te rogamos que levantes del polvo al mísero,
levanta a los pobres de la inmundicia, hazlos sentar con los jefes del pueblo
y asígnales un puesto de honor.
Quiebra el arco de los fuertes y reviste a los débiles de vigor,
porque sólo tú nos haces ricos precisamente con tu pobreza (cf. 1 S, 2,4-8; 2 Co 8,9). Amén.

DÉCIMA ESTACIÓN

Jesús es despojado de las vestiduras


La unidad y la dignidad

«Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para
cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de
arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca”.
Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto
hicieron los soldados»(Jn 19,23-24).
No dejaron ni un trozo de tela que cubriera el cuerpo de Jesús. Lo despojaron. No tenía manto ni
túnica, ningún vestido. Lo desnudaron como un acto de humillación extrema. Sólo le cubría la
sangre, que borbotaba de sus numerosas heridas.

La túnica queda intacta: es símbolo de la unidad de la Iglesia, una unidad que se ha de recobrar
mediante un camino paciente, una paz artesana, construida día a día en un tejido recompuesto con
los hilos de oro de la fraternidad, en un clima de reconciliación y perdón mutuo.

En Jesús, inocente, despojado y torturado, reconocemos la dignidad violada de todos los


inocentes, especialmente de los pequeños. Dios no impidió que su cuerpo despojado fuera
expuesto en la cruz. Lo hizo para rescatar todo abuso injustamente cubierto, y demostrar que él,
Dios, está irrevocablemente y sin medias tintas de parte de las víctimas.

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ORACIÓN

Señor Jesús,
queremos volver a ser inocentes como niños,
para poder entrar en el reino de los cielos,
purificados de nuestra suciedad y de nuestros ídolos.
Retira de nuestro pecho el corazón de piedra de las divisiones,
que hacen a tu Iglesia poco creíble.
Danos un corazón nuevo y un espíritu nuevo,
para vivir según tus preceptos
y observar y poner en práctica tus leyes. Amén.

UNDÉCIMA ESTACIÓN

Jesús clavado en la cruz


En el lecho de los enfermos

«Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada
uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: “El
rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Así se cumplió la Escritura que dice: “Lo consideraron como un malhechor”» (Mc 15,24-28).

Y lo crucificaron. La pena de los infames, de los traidores, de los esclavos rebeldes. Esta es la
pena que se aplica a nuestro Señor Jesús: ásperos clavos, dolor lacerante, la congoja de la madre,
la vergüenza de verse acomunado a dos bandidos, la ropa repartida entre los soldados como un
botín, la burlas crueles de quienes pasaban por allí: «A otros ha salvado y él no se puede salvar...,
que baje ahora de la cruz y le creeremos» (Mt 27,42).

Y lo crucificaron. Jesús no desciende, no abandona la cruz. Permanece obediente hasta el fin a la


voluntad del Padre. Ama y perdona.
También hoy, como Jesús, muchos hermanos y hermanas nuestros están clavados al lecho de
dolor, en hospitales, asilos de ancianos, en nuestras familias. Es el tiempo de la prueba, de días
amargos, de soledad e incluso de desesperación: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?» (Mt 27,46).

Que nuestra mano nunca sea para clavar, sino siempre para acercar, consolar y acompañar a los
enfermos, levantándolos de su lecho de dolor. La enfermedad no pide permiso. Llega siempre de
improviso. A veces trastoca, limita los horizontes, pone a dura prueba la esperanza. Su hiel es
amarga. Sólo si tenemos junto a nosotros a alguien que nos escucha, que nos es cercano, que se
sienta en nuestro lecho..., entonces la enfermedad puede convertirse en una gran escuela de
sabiduría, en encuentro con el Dios paciente. Cuando alguno toma sobre sí nuestra enfermedad
por amor, también la noche del dolor se abre a la luz pascual de Cristo crucificado y resucitado.
Lo que humanamente es una condena, puede transformarse en un ofrecimiento redentor por el
bien de nuestras comunidades y familias. A ejemplo de los Santos.

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ORACIÓN

Señor Jesús,
no te alejes de mí,
siéntate en mi lecho de dolor y hazme compañía.
No me dejes solo, tiende tu mano y levántame.
Yo creo que tú eres el Amor,
y creo que tu voluntad es la expresión de tu amor;
por eso me encomiendo a tu voluntad,
porque me confío a tu amor. Amén.

DUODÉCIMA ESTACIÓN

Jesús muere en la cruz


El suspiro de las siete palabras

«Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la
Escritura dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja
empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el
vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19,28-30).

Las siete palabras de Jesús en la cruz son una obra maestra de esperanza. Jesús, lentamente, con
pasos que también son los nuestros, atraviesa toda la oscuridad de la noche, para abandonarse
confiado en los brazos del Padre. Es el gemido de los moribundos, el grito de los desesperados, la
invocación de los perdedores. Es Jesús.
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es el grito de Job, de todo
hombre bajo el peso de la desgracia. Y Dios guarda silencio. Calla porque su respuesta está allí,
en la cruz: él mismo, Jesús, es la respuesta de Dios, Palabra eterna encarnada por amor.

«Acuérdate de mí...» (Lc 23,42). La invocación fraterna del malhechor, convertido en compañero
de dolor, llega al corazón de Jesús, que siente en ella el eco de su propio dolor. Y Jesús acoge la
súplica: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,42-43). El dolor del otro nos redime
siempre, porque nos hace salir de nosotros mismos.

«Mujer, ahí tienes a tu hijo...» (Jn 19,26). Pero es su Madre, María, que estaba con Juan al pie de
la cruz, rompiendo el acoso del miedo. La llena de ternura y esperanza. Jesús ya no se siente solo.
Como nos pasa a nosotros cuando junto al lecho del dolor está quien nos ama. Fielmente. Hasta el
final.

«Tengo sed» (Jn 19,28). Como el niño pide de beber a su mamá; como el enfermo abrasado por
la fiebre... La sed de Jesús es la todos los sedientos de vida, de libertad, de justicia. Y es la sed del
mayor de los sedientos, Dios, que infinitamente más que nosotros tiene sed de nuestra salvación.

«Está cumplido» (Jn 19,30). Todo cumplido: cada palabra, cada gesto, cada profecía, cada
instante de la vida de Jesús. El tapiz está completo. Los mil colores del amor lucen ahora con
hermosura. Nada se ha desperdiciado. Nada se ha desechado. Todo se ha convertido en amor.
Todo está cumplido, para mí y para ti. Y, así, también el morir tiene un sentido.

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Ahora, heroicamente, Jesús sale
del miedo a la muerte. Porque si vivimos en el amor gratuito, todo es vida. El perdón renueva,
sana, transforma y consuela. Crea un pueblo nuevo. Frena las guerras.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Ya no más desesperación ante la nada.
Más bien plena confianza en sus manos de Padre, recostado en su corazón. Porque, en Dios, cada
fragmento se compone finalmente en unidad.

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ORACIÓN

Oh Dios, que en la pasión de Cristo nuestro Señor,


nos has liberado de la muerte, heredad del antiguo pecado,
transmitida a todo el género humano,
renuévanos a imagen de tu Hijo;
y, así como hemos llevado en nosotros por nacimiento
la imagen del hombre terrenal,
haz que, por la acción de tu Espíritu,
llevemos la imagen del hombre celestial.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.
 

DECIMOTERCERA ESTACIÓN

Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre


El amor es más fuerte de la muerte

«Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de
Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo
entregaran» (Mt 27,57-58).

Antes de ser puesto en la tumba, Jesús es entregado finalmente a su Madre. Es el icono de un


corazón destrozado, que nos dice cómo la muerte no impide el último beso de la madre a su hijo.
Postrada ante el cuerpo de Jesús, María se encadena a él en un abrazo total. Este icono se llama
simplemente «Piedad». Es desgarrador, pero demuestra que la muerte no quiebra el amor. Porque
el amor es más fuerte que la muerte. El amor puro es perdurable. Ha llegado la tarde. La batalla
está vencida. El amor no se ha truncado. Quién está dispuesto a sacrificar su vida por Cristo, la
encontrará. Transfigurada más allá de la muerte.

En esta trágica entrega, se mezclan lágrimas y sangre. Como en la vida de nuestras familias,
atribuladas a veces por pérdidas imprevistas y dolorosas, creando un vacío insalvable, sobre todo
cuando muere un niño.

Piedad, entonces, significa hacerse cercanos de los hermanos en luto y que no se resignan. Es una
caridad muy grande cuidar de quien está sufriendo en el cuerpo llagado, en la mente deprimida,
en el ánimo desesperado. Amar hasta el final es la suprema enseñanza que nos han dejado Jesús y
María. Y la misión fraterna diaria de consuelo, que se nos entrega en este abrazo fiel entre Jesús
muerto y su Madre Dolorosa.

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ORACIÓN

Oh, Virgen de los Dolores,


que en nuestros santuarios nos muestras tu rostro de luz,
mientras que con los ojos hacia el cielo
y las manos abiertas
ofreces al Padre un signo de ofrenda sacerdotal,
la víctima redentora de tu Hijo Jesús.
Muéstranos la dulzura del último fiel abrazo
y danos tu maternal consuelo,
para que el dolor cotidiano
nunca apague la esperanza de vida más allá de la muerte. Amén.

 
DECIMOCUARTA ESTACIÓN

Jesús es puesto en el sepulcro


El jardín nuevo

«Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie
había sido enterrado todavía... Allí pusieron a Jesús» (Jn 19,41-42).

Aquel jardín, donde se encuentra la tumba en la que Jesús fue sepultado, recuerda otro jardín: el
Jardín del Edén. Un jardín que, a causa de la desobediencia, perdió su belleza y se convirtió en
desolación, lugar de muerte en vez de vida.

Las ramas silvestres que nos impiden respirar la voluntad de Dios, como el apego al dinero, la
soberbia, el derroche de la vida, se han de cortar e injertarlas ahora en el madero de la cruz. Este
es el nuevo jardín: la cruz plantada en la tierra.

Desde allí, Jesús puede ahora llevar todo a la vida. Cuando retorne de los abismos infernales,
donde Satanás ha encerrado a muchas almas, comenzará la renovación de todas las cosas. Aquel
sepulcro representa el fin del hombre viejo. Y, como para Jesús, Dios tampoco ha permitido para
nosotros que sus hijos fueran castigados con la muerte definitiva. La muerte de Cristo abate todos
los tronos del mal, basados en la codicia y la dureza de corazón.

La muerte nos desarma, nos hace entender que estamos expuestos a una existencia terrenal que
termina. Pero, ante ese cuerpo de Jesús puesto en el sepulcro, tomamos conciencia de lo que
somos: criaturas que, para no morir, necesitan a su Creador.

El silencio que rodea ese jardín nos permite escuchar el susurro de una suave brisa: «Yo soy el
que vive, y yo estoy con vosotros» (cf. Ex 3,14). El velo del templo se rasgó. Finalmente vemos
el rostro de nuestro Señor. Y conocemos plenamente su nombre: misericordia y fidelidad, para no
quedar nunca confusos, ni siquiera ante la muerte, porque el Hijo de Dios fue libre en medio de
los muertos (cf. Sal 87,6 Vulg.).

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ORACIÓN

Protégeme, oh Dios, en ti me refugio.


Tú eres mi heredad y mi copa,
en tus manos está mi vida.
Te pongo siempre ante mí, como mi Señor,
contigo a mi derecha, no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, se regocija mi alma,
y también mi carne descansa segura.
No abandones mi vida en el abismo
ni dejes a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. Amén.
(cf. Sal 15)

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