Casanova - La Historia Social y Los Historiadores

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Texto N' l Julián Casanova

por consiguiente, era la ciencia de lo único y la narración la forma de


presentación más aconsejable para lograr ese fin.
L A HISTORIA SOCIAL YLOS HISTORIADORES
La ruptura, o la reacción en favor de una orientación nueva de la
historia, tenía que llegar. Ya desde mediados del siglo XIX hubo for-
mas alternativas de escribir la historia pero éstas permanecieron fue-
CASANOVA, J U L I A N (2003) CRITICA, BARCELONA. ra de la principal corriente de erudición especializada. El despliegue
industrializador y las transformaciones profundas en el desarrollo
En las últimas décadas, aunque el vínculo con las formas tradi- capitalista generaron agudos conflictos de clases que exigían otros
cionales de escribir la historia no se ha roto del todo, las normas de instrumentos de análisis. El concepto de Sociedad se impuso como
indagación que han orientado a la historia escrita desde los días de la arma de combate antiestatal y bandera de las demandas liberales,
antigüedad clásica han perdido su predominio. Tales normas, de democráticas y socialistas. Precisamente esos son los años en que
orientación secular, tenían a la narrativa como su forma de presenta- Karl Marx comenzó a divulgar una nueva teoría que, como la na-
ción. La historia fue concebida como una forma de literatura, regida ciente Sociología, pretendía ser una ciencia general de la sociedad y
por criterios retóricos y al mismo tiempo interesada en la verdadera estaba orientada a comprender los cambios resultantes del desarro-
reconstrucción del pasado sobre las bases de un examen crítico de la llo del capitalismo industrial y de las revoluciones políticas del siglo
XVIII.
evidencia. Aunque sería erróneo percibir una única forma de escri-
bir la historia, Las Guerras del Peloponeso de Tucídides, no obstan- Muchos de los trabajos de los historiadores marxistas posteriores
te, presentaba un modelo que los historiadores no sólo siguieron en se inspiraron, sin embargo, en escritos desarrollados al margen de la
el período clásico, sino que revivieron a comienzos del Renacimien- tradición marxista e incluso independientes de ella.
to y tampoco destruyeron en el siglo XIX, momento de la profesio- En Francia, la deuda de los historiadores marxistas con sus pre-
nalización de los estudios históricos. decesores republicanos y demócratas resulta ineludible y existe una
Un número considerable de presuposiciones sostenían esa histo- línea de continuidad muy clara en la historiografía de la Revolución
ria. Posiblemente la más importante era que los hombres hacían su Francesa desde Jules Michelet, el primer historiador que ya a media-
propia historia. Vinculada a esa concepción humanística había una dos del siglo XIX puso al pueblo llano en el centro del escenario re-
perspectiva esencialmente aristocrática según la cual la historia ver- volucionario, a Georges Lefebvre, pasando por Jean Jaurés y Albert
saba sobre las acciones y aspiraciones de los notables, de las élites Mathiez. En Gran Bretaña, la historiografía marxista fue precedida
dominantes. Eran los «grandes personajes» los responsables tanto de también por una historia popular, en versión radical y democrática
los logros como de los fracasos del conjunto de la sociedad; y esos más que socialista, que emergió en los años sesenta y setenta del si-
grandes personajes, a su vez, se movían por impulsos explicados por glo pasado. Una larga tradición, por lo tanto, que engancha al mar-
el historiador en términos psicológicos alejados de cualquier caracte- xismo posterior a través de un cordón umbilical muy difícil de sepa-
rización científica. La institución clave que daba unidad a la socie- rar. Nos encontramos asimismo ante los primeros desafíos serios a la
dad y proporcionaba el hilo conductor de la historia era el Estado, historia política tradicional y a las prácticas intelectuales dominan-
un Estado cuya conducta era entendida sólo por las acciones delibe- tes. Eso era, y no otra cosa, la Short History ofthe English People
radas de sus gobernantes, conducidos por los requerimientos del po- (1877), en la que J. R. Green escribía «una historia no de los Reyes o
der en un mundo marcado por conflictos entre Estados. conquistadores ingleses sino del Pueblo».
Así, el principal foco de atención de los historiadores desde Tucí- En los ambientes académicos, el desafío ante la historia tradicio-
dides a Ranke fue el relato de los acontecimientos políticos y milita- nal surgió con el cambio de siglo. La narración pura, comenzó a ar-
res. La mayoría de las áreas de la existencia humana caían fuera de gumentarse, era insuficiente y debió ser complementada con el aná-
la incumbencia del historiador. La-historia de las masas, de la vida lisis. La política ya no era concebida como la piedra angular de la
cotidiana y de la cultura popular carecían de interés histórico. En úl- historia y los acontecimientos debían ser comprendidos en el contex-
timo extremo, detrás de todo ello, había —y hay— una concepción to estructural en el que ocurrían. A esa nueva concepción de la his-
elitista de las sociedades y una apología del poder. Y conectado con toria —iniciada en Alemania con Lamprecht, en Francia con Berr y
ello, había —y hay— un explícito rechazo de la teoría. La historia, en Estados Unidos por Robinson— se le colgó con el tiempo la eti-

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Historia social una reacción ante la historia tradicional
el siglo XX: dos guerras mundiales, una revolución y la descoloniza-
queta de «social». Según Eric J. Hobsbawm el término «historia so- ción habían cambiado el mundo. El monopolio político y social de
cial» había sido utilizado en el pasado de tres formas distintas —en las élites tradicionales había sido destruido y el dominio exclusivo
ocasiones superpuestas—, cuya combinación ha dado como resulta- europeo llegaba a su fin.
do la imposibilidad de definir esta nueva historia de una forma clara
y precisa. Y ello necesariamente contribuyó a modificar la concepción del
proceso histórico. Ahora, para la comprensión de la historia, se asig-
El término se refería, en primer lugar, a la historia de los pobres naba una decisiva importancia a fuerzas fuera del control de la con-
o de las clases bajas y más específicamente a la historia de los movi- ciencia humana, a procesos económicos y sociales que poseían un al-
mientos de los pobres. Un buen número de los llamados historiado- to grado de autonomía. Se había pasado, en definitiva, de una
res sociales fueron atraídos por el tema porque eran radicales o so- historia «episódica» («événementielle») —término puesto de moda
cialistas y como tales interesados en temas de gran relevancia por el grupo de Armales— e «idealista» a una historia «estructural»
sentimental para ellos. o «social».
En segundo lugar, fue utilizado para designar a trabajos sobre un Tal proceso no ha estado exento de peligros. En los años culmi-
conjunto de actividades sociales que en la concepción tradicional de nantes de su expansión, cuando se desarrolló rápidamente, se crea-
la historia quedaban fuera del núcleo central de la explicación, el po- ron departamentos específicos en las universidades y se fundaron
lítico —diplomático— militar. Actividades humanas, por otra parte, múltiples revistas, la historia social —a la que se había rodeado
muy difíciles de clasificar y que aparecen en el mundo angloamerica- erróneamente de una ambición totalizadora— comenzó a fragmen-
no bajo términos como maneras, costumbres, ocio y vida cotidiana. tarse en múltiples áreas. Más investigación significaba, en conse-
Esa forma de hacer historia no estaba particularmente orientada ha- cuencia, mayor especialización. Y, como sus críticos se han encar-
cia las clases bajas —más bien lo contrario— y derivó con el tiempo gado de recordar, todo ello desembocó en una amalgama de temas
en una visión residual de historia social. —cuando no de modas y caprichos— que hacen imposible su defi-
El tercer significado del término fue ciertamente el más común y nición. En 1971, Hobsbawm se atrevió a ordenar todo el repertorio
relevante: «social» fue utilizado en combinación con historia econó- de la historia social en torno a seis grandes cuestiones: demografía
mica. Esta dominaba pero ese matrimonio reveló el deseo por una y parentesco; estudios urbanos; clases y grupos sociales; mentalida-
aproximación muy diferente a la clásica de Ranke. En ese nuevo te- des; transformaciones sociales (modernización o industrialización,
rreno coincidieron, además,figurassignificativas de la historia aca- por ejemplo); movimientos sociales y fenómenos de protesta social.
démica —como Henri Pirenne—, historiadores orientados sociológi- En realidad, esas divisiones han generado múltiples subdivisiones y
camente —como Kurt Breysig—, sociólogos interesados en la ha aparecido en toda su extensión el peligro de sucumbir a una es-
historia concreta de la sociedad —Max Weber como ejemplo sobre- trecha —e insignificante— especialización donde la fascinación por
saliente— y algunos de esos historiadores radicales y socialistas — nuevos temas convierte a la historia social en un sujeto en busca de
especialmente ingleses— dedicados a examinar el pasado desde la identidad en un bosque de términos procedentes de otras discipli-
óptica de las clases desposeídas. nas: cultura, mentalidades, psicología colectiva, representación,
ideologías...
Ninguna de estas tres versiones produjo un campo especializado Por otra parte, en una lógica reacción frente a los factores políti-
académico hasta los años cincuenta, momento en el que empiezan a cos y militares, la nueva historia ha acabado suprimiéndolos. Una
surgir las grandes revistas de historia social (antes sólo había apare-
cido Armales en 1929). Entre los diversos factores que influyeron en tendencia confirmada con la famosa definición de G. M. Trevelyan
favor de esa tendencia abierta al diálogo con las restantes ciencias (en su English Social History, 1944) como la «historia con la política
sociales debemos subrayar dos: el Marxismo y su interpretación ma- excluida» y llevada a sus últimas consecuencias por la segunda gene-
terialista de la historia y los esfuerzos en favor de una concepción ración de Annales.
más sociológica e interdisciplinaria de la historia que conducirá a la En la medida en que se salven estos peligros, y se logren superar
fundación de Armales. Pero estos rápidos cambios en la historiogra- las importantes reminiscencias de los enfoques tradicionales históri-
fía —sobre todo en los años sesenta y setenta— reflejaban el impac- co-políticos e individualizador —hermenéutico— desaparecerán las
to de las transformaciones fundamentales en las estructuras econó- causas primordiales de la existencia de una historia social como dis-
micas, sociales y políticas y en las actitudes intelectuales ocurridas en
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Historia social' una reacción ante ta historia tradicional
ciplina separada y unitaria. La historia social ya no sería una clase BIBLIOGRAFÍA
específica de historia sino una dimensión que debería estar presente BRAUDEL, Femand: «Historia y Sociología», en La historia y las ciencias so-
en cualquier forma de abordar el pasado. Los caminos para profun- ciales. Alianza Editorial, Madrid, 1986, pp. 107-129.
dizar en esa propuesta son diversos pero no es este el lugar adecua- BURKE, Peten Sociología e historia. Alianza Editorial, Madrid, 1987.
do para exponerlos.
Por lo que respecta a Aragón, el ciclo de conferencias aquí pre- CARDOSO, Ciro F. S. y PÉREZ BRIGNOLI: «La historia social», en Los méto-
sentado puede ilustrar perfectamente las sombras —demasiadas— y dos de la historia. Crítica, Barcelona, 1981, pp. 289-336.
luces —escasas— del desarrollo entre nosotros de la historia social. CHESNEAUX, Jean: «Historia por arriba e historia por abajo. Las masas po-
Cambiar este panorama requiere, en mi opinión, centrar la atención pulares en la historia», ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de
y los esfuerzos en cuatro aspectos prioritarios qué aquí tan sólo pue- la historia y los historiadores. Siglo XXI, Madrid, 1984, pp. 159-169.
den esbozarse: DUBY, Georges: «Historia social e ideología en tas sociedades», en J. Le Goff
a) Apertura de archivos y creación de una biblioteca central de y P. Nora: Hacer la historia. Laia, Barcelona, 1978, vol. I, pp. 157-177.
estudios históricos dirigida y orientada por profesionales. Sin libros y FONTANA, Josep: «La reconstrucción. I: Historia, sociología y antropolo-
sin revistas especializadas resulta muy difícil ampliar conocimientos. gía», en, Historia. Análisis del pasado y proyecto social Crítica, Barcelo-
b) Mayor escepticismo hacia las fuentes documentales como ma- na, 1982, pp. 167-184.
terial exclusivo de investigación. Hay que introducirse en otras disci- GENOVESE, Eüsabetb y Eugene: «La crisis política de la historia social», en
plinas (Sociología y Antropología Social) cuyo auxilio ha dado como Historia Social Valencia, n.° 1, primavera-verano, 1988, pp. 77-110.
fruto algunas de las mejores obras de historia (en Francia y Gran
Bretaña especialmente). La historia oral, tan denostada en algunos SAMUEL, Raphael: «Historia popular, historia del pueblo», en Historia po-
círculos académicos, es necesaria para entender el Aragón contem- pular y teoría socialista. Crítica, Barcelona, 1984, pp. 15-47.
poráneo, una sociedad agraria donde hasta hace muy poco la mayo- STONE, Lawrence: «La historia como narrativa», Debats Valencia, n." 4
ría de sus habitantes ni siquiera sabían escribir y, por consiguiente, (1982), pp. 91-105.
no dejaban demasiados testimonios escritos.
c) Ampliación de temas. Examinar no sólo lo articulado sino TUNÓN DE LARA, Manuel: Metodología de la historia social de España. Siglo
también todos esos campos de acción en la vida humana que esca- XXI, Madrid, 1977, capítulos 1 y 2, pp. 3-26.
pan a esos estrechos y limitados márgenes en los que se ha movido
nuestro conocimiento del pasado.
d) Apoyo institucional. Convendría enfrentarse a la batalla que
políticos e instituciones públicas en general están librando contra las
letras (en un mundo de ordenadores y rápidas operaciones econó-
micas). Eso, en una región con un legado tan pobre, puede deterio-
rar notablemente el panorama cultural.
Lo que nunca debería hacerse, aunque eso sí lo apoyan las insti-
tuciones, es desintegrar las interpretaciones generales en estudios re-
ducidos e insignificantes. Y convendría acabar con el fetichismo del
detalle (algo muy distinto al buen empirismo) que tanto ha gustado
a los «santones» de la historia en nuestro país. Una veneración por
lo minucioso —muy diferente también al necesario rigor— que aca-
bó convirtiendo a la historia en una relación de fechas y batallas. Se-
ría una buena cosa que no tuviéramos que dedicarnos mucho tiempo
a la tarea de convencer a los alumnos de que esa no es precisamente
una forma correcta de comprender el pasado.
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