Resumen Gergen Listo
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Gergen
En la medida en que el lenguaje fluye entre nosotros se liberan las pautas que rigen la vida: acerca
de quiénes somos, como estamos constituidos, de qué modo debemos obrar. Estas
consideraciones son compartidas, sin ellas la vida cultural perdería significado. Estas concepciones
sobre la personalidad humana son los pilares fundamentales de la vida contemporánea y penetran
en todo tipo de relación, inclinándola en tal o cual sentido.
En el siglo XVIII se le asignó un papel primordial al poder de observación del individuo, esto tuvo
una enorme repercusión social y política. A través de la razón y la observación podía desafiarse
eficazmente a la autoridad derivada del derecho divino. Esta concepción del yo inspiro a las
instituciones democráticas, la adhesión a la ciencia y las esperanzas depositadas en la educación
general.
En los siglos XVIII y XIX se cuestiono la supremacía de la razón y la observación y se creo un nuevo
mundo, el de la interioridad oculta, que yacía bajo la capa superficial de la razón consciente.
Muchos románticos coincidieron al alma como el habitante nodal de ese interior oculto, en una
interpretación que ligaba al individuo a la vez con Dios y con el mundo natural. Para los románticos
de tendencia laica, el ingrediente fundamental de la interioridad oculta era una fuerza apasionada
que, si bien había sido inspirada por la naturaleza, resultaba peligrosa en potencia. Y para otros
partidarios de la interioridad oculta las emociones y el alma eran inseparables. Desde la
perspectiva iluminista, las emociones intensas eran peligrosas por cuanto interferían en una vida
equilibrada. Comenzaron a germinar muchos otros conceptos sobre la interioridad profunda del
hombre. A la imaginación se la considero una posesión preciosa, porque permitía escapar de la
mundanal vida cotidiana.
La cultura romántica es caracterizada por la angustia frente a la decadencia que entonces se
experimentaba en los asuntos humanos y la búsqueda de la muerte. Pero esa misma visión
romántica podía conducir a la exaltación. El discurso romántico del yo creo un sentimiento de la
realidad existente mas allá de la conciencia sensorial inmediata, donde lo sustancial era lo latente,
las profundidades interiores. También la moral, la religión y el misticismo cobraron nuevas
dimensiones durante el periodo romántico. Se confiaba en que el poder de la razón suministraría
las respuestas a las cuestiones de la moral. Si fuera posible enseñarle a la gente a “pensar por si
misma”, se apuntaba, cada individuo podría obrar como un agente moral responsable. Sin
embargo, a medida que la interioridad del yo se descubría tangible, cambiaba paulatinamente el
vocabulario de las disquisiciones morales y el “sentimiento moral” paso a ocupar el lugar de la
racionalidad.
Freud es una figura de transición entre la sensibilidad romántica y la modernista, cuya importancia
radica principalmente en su capacidad para reunir estos dos discursos opuestos. Propuso que la
principal fuerza impulsora de la conducta estaba situada más allá del alcance de la conciencia y
hallándose bloqueada en gran medida su expresión directa, se abriera paso tortuosamente hasta
la superficie en los sueños, las obras de arte, las distorsiones o los deslices de razonamiento y el
comportamiento neurótico. Ese recurso interior era en esencia la energía del deseo, y
concretamente del deseo de realización sexual. Por cierto, que, con Freud, las pasiones oscuras
adquirieron una apariencia modernista, caracterizada con un lenguaje cuasi biológico como
“impulsos libidinales” y allí donde los románticos descubrían la potente evidencia de los recovecos
interiores, las demandas modernistas llevaron a Freud a tratar de conseguir pruebas objetivas de
lo inconsciente. Pero el drama romántico de la personalidad siguió firme, y el analizando actual
continúa persiguiendo la búsqueda del ser que se emprendió hace ya un siglo.
Hacia fines del siglo XIX, la visión romántica de la persona fue desplazada a si misma por el auge de
la producción en masa, y debe de habérsela considerado agotada en un mundo donde privada la
real politik y la guerra era inminente. En la cultura de occidente en el siglo XX, iba surgiendo una
nueva forma de consciencia colectiva “modernista”.
Si bien el romanticismo suministro un rico venero de recursos culturales, su visión no era nada
practica ni juiciosa. Por otro lado, las ciencias estaban dando frutos impresionantes, estas eran
anti románticas. El éxito de la ciencia dependía de las facultades de observación sistemática y de
razonamiento riguroso. La verdad debía buscarse a través de la razón y de la observación. En este
siglo los filósofos establecieron las reglas básicas para la generación de un saber objetivo. Los
partidarios del empirismo lógico sostuvieron que la ciencia triunfante se fundaba en
procedimientos racionales y que, si las reglas del procedimiento aplicadas en la química y la física
se hacían extensivas a otros campos, el mundo podría ser librado de todo cuanta tenia de erróneo,
de místico y de tiránico. Se estimuló así el desarrollo de una vasta gama de “ciencias sociales”. La
filosofía de la ciencia ya había eclipsado a todas las demás formas de indagación filosófica. Temas
como la ética, la teología y la metafísica desaparecieron virtualmente de los planes de estudios
universitarios y a que no trataban de hechos observables, sino que eran especulaciones vacías.
Hacia 1940 la psicología era una materia presente en la mayoría de los planes de estudio
universitarios de estados unidos, y en los años 70 ya era una de las disciplinas mas populares
dentro de los estudiantes universitarios del país.
El optimismo alimentado por las voces del Neoiluminismo contribuyó a crear lo que muchos
consideraron un gran argumento del modernismo. Ese gran argumento es el de un movimiento en
permanente ascenso hacia una meta y la ciencia ofrecía las guías rectoras. Gracias a la capacidad
del individuo para la razón y la observación, como respuesta a una actitud científica, las utopías
estaban ahora al alcance de la mano. Por cierto, que ese argumento había florecido mas en
Estados Unidos que en Europa.
Esta creencia que era la razón y no la política, la que debía dirigir el curso del cambio urbano fue la
que dio origen al urbanismo como disciplina de estudio y como reducto profesional.
Analógicamente, la nueva profesión de la administración pública surgió para promover la causa de
la razón contra la emoción, del método contra el impulso, de la ciencia contra el arte en materia
de bien común. Al mismo tiempo, la adhesión al gran argumento del progreso iba acompañada por
la sospecha enfocada hacia todo lo pasado. La idea de la modernidad en todo su poderío encarno
en el deseo de suprimir todo cuanto había sucedido antes.
La búsqueda de la esencia: Si uno aspira a la verdad, tiene que haber algo a lo que se aplique la
verdad, el concepto mismo de la verdad exige un objeto. Toda disciplina que pretende utilizar el
método científico podría pretender, asimismo, buscar su esencia: la del proceso político, la
economía, la enfermedad mental, las instituciones sociales, las culturas ancestrales, la educación,
la comunicación, etc.
La racionalidad, la observación, el progreso y los elementos esenciales eran afines a la imagen,
cada vez más prevaleciente y potente, de la máquina. En el periodo modernista había numerosas
razones para admirar a la máquina. No solo las maquinas generaban cuantiosos ingresos para sus
propietarios y operadores, sino que daban trabajo, fundamento sólido de cualquier economía. Las
grandes maquinarias industriales eran capaces de poner en manos de casi todo el mundo, y
además estas máquinas reducían el trabajo del hombre y abría nuevos y apasionantes horizontes.
En muchos sentidos, la concepción positivista de la verdad obtenida a través del método se vio
beneficiada por la figura de la máquina. Con esa metáfora, los campos de estudio podían
considerarse fabricas del saber que generaban verdades objetivas.
Hoy nos conmueven poco las habladurías románticas vinculadas con las almas, pero en cambio el
concepto modernista de la experimentación humana sigue teniendo vida robusta. Así, el siglo XX
terminaría por responder al antiguo desafío oráculo de Delfos “Conócete a ti mismo”. Este reto fue
la principal ocupación de la psicología científica, y los psicólogos contribuyeron en abundancia a la
creencia del vocabulario modernista del ser propio. La visión modernista de la persona se ha
introducido en todos los rincones de la vida cultural; gran parte de lo que consideramos valioso y
significativo en nosotros mismo o en nuestras relaciones debe su inteligibilidad a tales empeños.
La ciencia enseña que el mundo se compone de entidades fijas y reconocibles. Lo mismo debería
ser válido para las personas. Los rasgos verdaderamente importantes de estas se encuentran,
según los románticos, mas allá de la observación y no se dejan atrapar por ninguna de las simples
prácticas de la razón. En cambio, para el modernista el “interior oculto” ya no es determinante: la
persona está allí, puede ser observada y si se le aplican los poderes sistemáticos de la razón y la
observación, se puede saber cuál es su carácter.
Fue la psicología la que emprendió la tarea esclarecer la naturaleza del yo básico. Se aplicaron de
manera sistemática la razón y la observación para que la “naturaleza del hombre” pudiera ser
conocido por el mismo, ósea, para generar un saber fundamental acerca de los fundamentos del
generador del saber.
Para los románticos, atributos como la pasión, la inspiración, etc, eran una gran medida innatos,
inherentes a los instintos naturales del individuo, pero a medida que el romanticismo se fue
disipando sus argumentaciones cayeron en el descredito. La imagen modernista del progreso
científico ofreció una solución alternativa. Si somos seres racionales, prestamos atención al mundo
y adaptamos nuestro proceder en consecuencia, así pues, las acciones humanas deben provenir de
los sucesos del mundo circundante. Ósea no es una virtud de la herencia que seamos como somos,
sino en virtud de la observación del medio. Freud (transición de lo romántico a lo moderno) decía
que la fuerza impulsadora detrás de toda acción era el ello (que está presente desde el
nacimiento) , pero el ello era reprimido por la familia. Ósea que las fuerzas ambientales
refrenaban el manantial espontaneo de la conducta: la enfermedad era inducida por el propio
ambiente. Esta visión romántica de los seres humanos naturalmente buenos pero corrompidos por
la circunstancia del medio siguió presente en muchas obras de autores. En la psicología clínica, las
concepciones ambientalistas dieron origen a las técnicas de “modificación de la conducta”. Ósea
que los problemas que tenían los pacientes eran “arreglados” por el psicólogo como un mecánico
arregla un artefacto descompuesto. Para la fenomenología psicológica, la propensión al
experimento era aún más marcada. Los estudios experimentales se dedicaron a investigar una
amplia gama de conductas. Se consideraba que estas conductas eran producidas por estímulos
ambientales y que estas conductas eran producidas por estímulos ambientales y que la
comprensión de los efectos a través de los estímulos del laboratorio permitiría a la sociedad
gobernar su destino. Las consideraciones de la influencia ambiental en la producción de la
personalidad no se limitaban exclusivamente al laboratorio de experimentación. Por ejemplo, los
psicólogos industriales sugirieron mejorar la producción de los trabajadores modificando las
condiciones del medio.