Medardo Fraile CUENTOS

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Medardo Fraile

El álbum, de Cuentos de verdad

" Entraron aprisa en el café y se sentaron. La impaciencia les encendía los ojos al dejar el
paquete sobre la mesa. Ella, apenas sentada, comenzó a abrirlo, mirando con amor,
alternativamente, la cinta roja sobre el papel y el rostro de él con ligero orgullo protector
y expectante.
-¿Qué van a tomar?
-Café con leche. ¿Y tú?
-Lo mismo.
En la mesa apareció con pastas de color azul marino, como el traje de los días señalados,
el álbum de las chocolatinas. Era un gran día. Habían hablado de él como se habla de
cuando llegará un niño. Aquel álbum representaba el tesón del novio en su niñez, que
había reunido una estampita tras otra hasta cubrir todas las ventanillas sin paisaje de
aquel libro difícil.
Sus compañeros de colegio -él lo recordaba- habían dejado en el álbum huecos de
desamor y desidia. Y el álbum, ahora flamante sobre la mesa, mostraba la solicitud en el
tiempo de un hombre cuidadoso, fiel toda su vida a sus más inocentes alegrías, al objeto
de su ilusión más nimia. Para la novia, aquel álbum implicaba tesón y constancia. Tenían
sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las
maravillas todas del Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa, como si
en ello les fuera su felicidad, el sí o el no.
-No: hoy "Las Mariposas", no -decía ella con tremendo gozo-. Hemos visto ya "Los Grandes
Inventos".
Cada hoja les aproximaba, día tras día, un poco más. El día de "Las Mariposas", ella
balanceó sus pestañas en el aire hacia un hombre joven que estaba enfrente sentado, y él-
el novio&- tuvo celos. Pero ella ni había mirado siquiera a aquel hombre: quería
simplemente mariposear con sus finas pestañas. El día de "Las Aves Domésticas"
proyectaron un canario naranja transparentándose en el hogar que tendrían, en la
ventana con sol: "Mejor, blanco", insinuaba él. "No, tiene que ser naranja", decía resuelta
ella, entornando los ojos como si le dañara el agridulce color del pájaro. En "Las Aves
Exóticas" pusieron sobre el pelo de ella, suave, un sombrerito atrevido de vistosas plumas
en una tarde con risa en el mundo, y champaña y "confetti". En "Flores para Regalo" él la
obsequió con doce tulipanes para que no olvidara alguna cosa. Al llegar a "Animales
Prehistóricos", tuvo ella miedo y se acercaron más. Él quiso continuar más días viendo
"Los Animales Prehistóricos", pero ella se negó y entró en la hoja rutilante de"Las Piedras
Preciosas". Ante "Las Piedras Preciosas" él anduvo receloso por sentimiento atávico. Veía
en los ojos de ella cierta cortesana desfachatez, ciertas desmesuradas pretensiones, que le
tuvieron en desazón toda la tarde y que interpuso entre ellos una pastosa frialdad anfibia.
En "Las Algas" enredaron sus dedos, manos, brazos, miradas y palabras. Con "La Evolución
del Automóvil" lo pasaron bien, dieron saltos y frenazos bamboleantes sobre sus sillas.
Con "Las Fieras" se identificó ella de tal forma, que los ojos se le llenaron de instinto y él
se encontró como un domador trágico que de un instante a otro podía perecer. Con "La
Fauna del Mar" cruzaron una y otra vez por los ojos de él y de ella los peces cariñosos,
perezosos, suaves, del amor, y estuvieron pasando toda la tarde mansa, humildemente. Al
llegar a "Las Frutas", ella, con un rubor, posó su mano sobre las manzanas para que él no
tuviera ningún pensamiento avanzado, para que no pensara como Adán.
Terminaron el álbum, y estaban tostados y palpitantes como después de un largo viaje.
Era como si volvieran con los mismos recuerdos de una luna de miel respetuosa. Ella
esperó todos los días -sobre todo el último- a que él dijera: "El álbum para ti, te lo regalo."
Pero no lo hizo. Llenar aquel libro de cromos había sido la gracia de su niñez, le había
proporcionado entrada de honor en todas las visitas. Y cogió su álbum y se lo guardó. Ella,
de haberlo tenido, le habría devuelto su regalo en palabras llenas de entendimiento y
colores, en experiencia del mundo, en primores de planta y honduras de mar. Pero así las
tardes fueron enfriándose, se aburrían y hacían tos de las palabras rotas. Y un día ella -que
se había enamorado de aquel álbum- le dijo adiós a él. Y él tendrá que sacarlo de nuevo
en su vida, cuando llegue la hora, sin atreverse a regalarlo nunca".

El Poder de la Palabra
epdlp.com

“El escritor, al terminar su trabajo, se va a la calle a vivir, como las gentes que pasan, como
ustedes. El escritor “en pose” es un señorón empeñado en dar clase a los demás en vez de
recibirla y se entera, por tanto, de pocas cosas. Va desapareciendo. Pero tal vez la vida,
siendo esencial, no basta. Es un cuento seco. Hay una desazón en el hombre que puede
ser, simplemente, la búsqueda, siempre fallida y renovada en la vida, del cuento lejano
que nos contó la abuela. Volvemos la cabeza con ilusión, aupamos el alma hasta los labios,
nos paramos en los escaparates, registramos por dentro a las personas, para acabar
preguntando: Abuela, ¿dónde está aquel cuento que nos contaste? Porque no lo vemos,
aunque lo sintamos. Las personas todas están propicias a realizar, en común, un cuento.
Pero nunca pasa. Si alguien le diera al conmutador, ¡qué cambio tan sencillo y tan
profundo! Digo que el cuento no lo vemos pero sí lo sentimos”.
Con estas palabras a modo de breve prólogo iniciaba Medardo Fraile su libro de
cuentos “A la luz cambian las cosas” (Cantalapiedra).
 
http://misiglo.wordpress.com/2013/03/09/medardo-fraile-donde-esta-aquel-cuento-
que-nos-contaste/
 
 
LA VISITA
Cuento de Medardo Fraile
Cuando vino Visitación a visitarnos, nuestra casa se fue iluminando poco a poco, aunque
nosotros, de momento, no nos dimos cuenta.
-Mira hijo, aquí está Rafaela, que viene en plan de guasa-, dijo mi madre.
La conocíamos, la habíamos visto en alguna parte, era o parecía amiga nuestra, pero no
llegó disfrazada de Rafaela ni de nada.
-Los años no pasan por ti, Rafaela… Tú, con tu humor de siempre…
Y yo miré a mi madre, porque para mí estaba claro que no era Rafaela.
Mi madre había abierto la puerta y ella, con los brazos abiertos, le dijo:
-¿No te acuerdas de Visitación?
Y mi madre se quedó un punto perpleja y se echó a reír:
-¡Visitación…! Qué cosas tienes, Rafaela… ¡Tú siempre con tus bromas!
Y, pasado un rato, dos o tres minutos, yo no había visto el piso con tanta luz desde que en
la Nochebuena vinieron mis tíos y mis primos para pasarla juntos.
Mi madre no paraba de mirar y remirar a Visitación y dijo:
-¿Quién te ha maquillado tan bien?
-¡Huy! –respondió la señora-, ¡Si vieras el tiempo que hace que eso no me preocupa…!
La mujer entonces me miró sonriendo:
-¡Hay que ver lo crecido que está Teodorito! ¿te acuerdas de aquel tren de madera que te
regalé cuando te pusiste tan enfermo con cuarenta de fiebre?
Yo lo recordaba muy bien, pero me callé.
-¿Fuiste tú la del tren?- dijo mi madre-. Yo creo que no, que fue Librada, la mujer de mi
hermano, que estaba entonces embarazada con el primero… Luego, tuvieron tres más…
-Fui yo, mujer… Mira, aún me acuerdo… Era una locomotora verde con chimenea roja y
cuatro vagones verdes y amarillos…
Mi madre se quedó pensándolo:
-Quizá tengas razón, hija… Como no hacía todavía un año que había muerto Paco, no
andaba mi cabeza para pensar en juguetes.., No sé…
Estuvo bastante tiempo allí, o eso me pareció, la mujer que no era Rafaela, a la que mi
madre y yo no paramos de mirar y ella, tranquilamente, venga a sonreírnos y a charlar, tan
feliz de vernos.
-En fin, Rafaela…
-Visitación- rectificó ella.
-En fin, Rafaela –insistió mi madre-, el tiempo nos cambia tanto que no nos conocemos…
¡Hay que ver lo que has cambiado! Hasta tu nombre es otro, según parece… Lo que es vivir
en el extranjero…
-¡Y tú también, Jacinta, y tú también!
Al fin se levantó, muy satisfecha, me dio un beso, abrazó a mi madre y, al despedirse, nos
dijo:
-¡Y a ver si ahora no pasa tanto tiempo sin vernos! Tan amigas como éramos, ¿te
acuerdas?
-¡Llevas razón, hija! ¡Llevas razón, es verdad!
La oímos bajar por la escalera y nuestro piso, mientras se alejaba, se fue quedando a
oscuras y entonces nos dimos cuenta de la mucha luz que había cuando estaba allí y mi
madre, algo precipitada y temerosa, se fue a encender la luz de la cocina.
-¡Qué pronto se ha hecho de noche!- exclamó.
Y enseguida dejamos la puerta entornada y nos fuimos al piso de doña Matilde, que tenía
teléfono, para llamar a mis tíos, por si habían visto ellos a Rafaela. Mi tío le dijo:
-Rafaela se marchó a Alemania con su hijo, el que se fue a trabajar allí y se casó con una
de aquel país. Que yo sepa, no ha vuelto por aquí desde hace más de siete años… A lo
mejor ha muerto, porque tenía unos cuantos años más que tú…
-¡Dios no lo quiera…! Pero si que me lleva bastantes años… Acuérdate de que era amiga
de madre…
El le preguntó por qué le interesaba tanto saberlo y ella le estuvo contando lo de
Visitación. Cuando acabó oí que el tío le decía alzando mucho la voz:
-Y si no estabas segura, ¿por qué no le has dicho que se fuera?
-Pues no lo sé… Porque me parecía que la había visto alguna vez… No me atrevía a
hacerlo…
-¡Tú estás loca! Mira a ver si te falta algo en la casa…
Volvimos y estuvimos viendo si nos faltaba algo pero no echamos nada en falta.
Las pocas veces que hablamos ahora de eso soy yo el que lo saca a relucir, y mi madre
sigue nombrando a Rafaela y no a Visitación, como si no quisiera hablar de fantasmas, o
sintiera algo de miedo… Rafaela una y otra vez: no hay quien se lo quite de la cabeza…
 

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