Música Utilitaria y Música Espiritual

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Música utilitaria y música espiritual

A riesgo de ser excesivamente reduccionistas, podemos afirmar que a


lo largo de la historia dos concepciones esencialmente disímiles, unas
veces han entrado en conflicto y otras se han complementado. Éstas
son: por un lado la idea de la música como un arte pragmático al
servicio de una actividad humana - culto religioso, trabajo,
esparcimiento, etc. - y por otro la de la música como un arte formal
autónomo cuya finalidad es sólo la de generar en el oyente una
experiencia estética que puede manifestarse en crecientes niveles de
complejidad - sensorial, expresivo, intelectual - de ningún modo
excluyentes. Según las diversas culturas, ya sean de épocas distintas
o coetáneas, cada una de estas concepciones tendrá un peso mayor o
menor, y - como ya lo expresamos - pueden coincidir o no. Para el
hombre primitivo la actividad musical estaba relacionada con un fin
exclusivamente utilitario. El documento musical más remoto que se
conoce tiene aproximadamente cuarenta mil años y es una pintura
rupestre hallada en la cueva de Ariège (Francia) en la que se observa
a un hombre con una especie de arco musical conduciendo una
manada de renos. Pero no es necesario que nos remontemos a
tiempos tan pretéritos para encontrarnos con eventos musicales
meramente utilitarios. En la actualidad el ya casi extinguido afilador
callejero que hace sonar su siringa para anunciarse, no persigue
propósito estético alguno. Sin embargo en algunas prácticas
musicales vinculadas al trabajo lo útil y lo estético pueden coexistir.
Tal sería el caso de los cantos de trabajo - work songs - que los
esclavos negros improvisaban durante su durísima faena. Esta
actividad musical, que acusó una doble función tonificante y estética,
fue una de las fuentes del blues y por ende del jazz. En el campo de la
música académica lo útil y lo estético han sido durante siglos las dos
caras de una misma moneda. Recién en tiempos relativamente
cercanos - comienzos del siglo XIX - la finalidad exclusivamente
artística llegó a imponerse, aunque no de un modo absoluto, por
sobre la motivación de orden práctico. Cuando hoy en día, ya sea en
nuestro hogar o en una sala de conciertos, nos deleitamos con la
gracia melódica y la exquisita arquitectura de una sinfonía de Haydn,
nos cuesta asociar la inefable experiencia estética en la que estamos
inmersos con la idea de que esa maravilla que llega a nuestros oídos
y halaga nuestro intelecto, haya respondido en su época a pedestres
obligaciones laborales que el compositor tenía para con el príncipe
Nikolaus Esterhazy. Con toda probabilidad, la obra de Johann
Sebastian Bach representa la cumbre de toda la música occidental.
Sin embargo fue realizada en el marco de motivaciones que
podríamos considerar más bien prosaicas. Bach era un trabajador
abnegado, un artesano con absoluto dominio de su oficio, que en
general componía aquello que sus patrones de turno le encargaban.
De allí que muchas veces para poder completar un trabajo dentro del
plazo estipulado, se veía obligado a utilizar, o más bien a reciclar,
materiales provenientes de otras obras suyas. Bach fue un genio del
arte musical, pero también un empleado eficiente y celoso de su
profesionalismo. En su condición de Kantor de Santo Tomás de
Leipzig tenía la obligación de componer una cantata para cada
domingo y para cada fiesta religiosa del año eclesiástico. ¿Cómo
conciliar entonces esta imagen de un artesano obediente que presta
un servicio a cambio del cual cobra un sueldo, con la de un
compositor dueño de la mente musical más prodigiosa de la historia?
Aparentemente estamos ante una contradicción, pero si situamos el
problema en su contexto histórico y tenemos en cuenta el status
social que el músico o el artista en general tenía, podemos aceptar
esta aparente paradoja. La creación musical de meros propósitos
artísticos y desligada de otras funciones, será usual recién a partir del
Romanticismo. Lo antedicho no significa que la música utilitaria haya
desaparecido. Prácticamente toda la música de consumo masivo es
esencialmente utilitaria. Pero hay también en este sentido, múltiples
ejemplos en la música académica de la modernidad. Originalmente,
los valses y las polcas de Johann Strauss, más allá de sus méritos
como música pura, fueron funcionales a las pautas sociales de la alta
sociedad vienesa. Otro ejemplo evidente, sobre el que no
necesitamos abundar, es el de la música cinematográfica. Soberbias
composiciones sinfónicas que, por su función subalterna respecto de
la imagen, suelen pasar inadvertidas para el espectador común.
Tenemos entonces, para resumir, dos concepciones de la música que,
con mayor peso de una o de otra según el caso, han caminado juntas
a lo largo de la historia. Son dos paradigmas cuyas manifestaciones
más extremas, al ser confrontadas, nos producen una sensación de
extrañamiento. Alessandro Baricco1, expresa claramente esta idea ya
desde el enigmático título de su ensayo El alma de Hegel y las vacas
de Wisconsin (L'anima di Hegel e le mucche del Wisconsin), que alude
a la idea hegeliana de la música como un arte que eleva el alma por
encima de sí misma y, en las antípodas, a la concepción subyacente
en un estudio de la Universidad de Madison, Wisconsin, que afirma
que “la producción de leche de las vacas que escuchan música
sinfónica aumenta en un 7,5 %”. Para Hegel el arte en general y la
música en particular - concebida como una ordenación de sonidos
portadores de una carga de significación - es la manifestación del
devenir del espíritu absoluto2. Para los científicos de Wisconsin, la
música de los grandes compositores de la historia, es un recurso
redituable para la industria láctea. Mientras que para Schopenhauer
la música, como reproducción de la voluntad misma 3, expresa mejor
que la palabra la esencia del Universo; para un musicoterapeuta
puede ser una herramienta que, por ejemplo, permita a un individuo
superar un cuadro depresivo. Huelga decir que esta polarización
(espiritualidad-pragmatismo) no implica en absoluto una alternativa,
ya que hay entre ambas instancias, infinitas gradaciones de sentido.

1
Filósofo, novelista, dramaturgo y periodista italiano (1958- ).
2
Para Hegel el arte funcionaría en la conciencia del sujeto como una forma de
comprensión de la dialéctica.
3
Todas las artes son, según Schopenhauer, expresiones objetivadas de la voluntad,
pero la música no es una objetivación más, sino una representación directa de la
voluntad. La música es el lenguaje de la esencia del mundo y su audición musical es la
forma suprema de contemplación estética.
Según el punto de ese espectro en que nos ubiquemos, será nuestro
grado de compromiso para con el arte musical.

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